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tripa Huida del tiempo...la colina, de la misma forma que la porquería se amontona en los vertederos. Las criaturas que avanzaban hacia ellos habían emergido de aquel basurero. Tan

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edebé

Volumen IV de la serie DREAMHOUSE

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Título original: Timescape.

© Robert Liparulo, 2009

All Rights Reserved. This licensed work Publisher under license.

First Published in Nashville, Tennessee by Thomas Nelson

© Edición en español: Edebé, 2011

Paseo de San Juan Bosco 62 (08017 Barcelona)

www.edebe.com

Dirección de la edición: Reina Duarte

© Traducción al español: Raquel Solà

Diseño: Mandi Cofer (adaptación de F. Sala)

Mapa: Doug Cordes

ISBN 978-84-236-9860-8

Depósito Legal: B. 23952-2011

Impreso en España

Printed in Spain

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la Ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográfi cos – www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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PARA MATTHEW

«No es la carne y la sangre lo que hace

que seamos padre e hijo, sino el corazón.»

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Page 6: tripa Huida del tiempo...la colina, de la misma forma que la porquería se amontona en los vertederos. Las criaturas que avanzaban hacia ellos habían emergido de aquel basurero. Tan

SEGUNDA PLANTA

DORMITORIO

AR

MA

RIO

RO

PE

RO

AR

MA

RIO

RO

PE

RO

BAÑO

AR

MA

RIO

RO

PE

RO

DORMITORIO

DE TORIA

AR

MA

RIO

DE

LA

R

OPA

BLA

NC

A

DORMITORIO

PRINCIPAL

BAÑO

HABITACIÓN

DE LOS CHICOSDORMITORIO DORMITORIO

AR

MA

RIO

RO

PE

RO

AR

MA

RIO

RO

PE

RO BAÑO

ARMARIO ROPERO

VESTÍBULO

BAJAR

PRIMERA PLANTA

«DEPENDENCIAS DEL SERVICIO»

SALA DE ESTAR ESTUDIO

LAVADERO

SALÓN

ZONA DE DESAYUNO

COCINA

ISLA

FREGADERO

BAÑO

BIBLIOTECA VESTÍBULO

ESCALERAS PARA BAJAR AL SÓTANO

PORCHE CUBIERTO

PORCHE DELANTERO

DESPENSA

OFFICE

SOLARIO

COMEDOR

SUBIR

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¡STOP!Lee LA CASA DE LAS SOMBRAS, EL VIGILANTE DEL

BOSQUE

y GUARDIANES DE LAS PUERTAS

antes de continuar

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«No es el tamaño del perro en la lucha, sino el tamaño

de la lucha del perro.»

MARK TWAIN

«Nunca, nunca, nunca jamás te rindas.»

WINSTON CHURCHILL

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CAPÍTULO

uno

David contemplaba a la horda de criaturas seudohumanas

que subía como una oleada por la empinada pendiente hacia

ellos.

—¿Papá? —casi gimió.

Extendió la mano buscando a su padre, pero éste estaba

demasiado lejos. Sus piernas se negaban a moverse, pegadas

al suelo a causa de la visión de las criaturas que se acercaban,

con sus largas y delgadas extremidades temblonas, su páli-

da piel resplandeciente bajo el sol, sus bocas que expelían

aullidos y gruñidos, sus ojos desquiciados e inundados de

desesperación.

––––––––––

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David se encontraba con su padre, su hermano y Keal, el

enfermero y amigo del tío Jesse, en lo alto de una colina que

separaba dos valles: el que estaba a su espalda era un paisaje

pacífi co y hermoso; el que estaba delante de ellos albergaba

las ruinas de Los Ángeles. Entre ellos y los edifi cios destrui-

dos yacía una inmensa chatarrería formada por bloques de

hormigón, restos de automóviles y escombros retorcidos.

Parecía que toda la basura hubiese sido barrida a ese lado de

la colina, de la misma forma que la porquería se amontona

en los vertederos. Las criaturas que avanzaban hacia ellos

habían emergido de aquel basurero.

Tan pronto vieron a los King y a Keal, aquellas criaturas

se lanzaron al ataque.

«Criaturas», pensó David. Eran seres humanos; algo en

ellas le decía que lo eran o lo habían sido, pero eran tan pare-

cidas a animales, tan... parecidas a una criatura.

—¡Eh! —gritó Xander, a unos treinta pasos más abajo,

en el lado pacífi co de la colina—. ¡Vamos! ¿A qué estáis es-

perando?

David se dio la vuelta, anhelando precipitarse colina

abajo hacia el valle con su hermano y poner kilómetros de

distancia entre él y la horda que se aproximaba.

—¡Papá dice que el portal está hacia allá, en aquella di-

rección! —gritó mirando de reojo a las criaturas que se acer-

caban—. ¡Hacia ellos!

Su padre y Keal sostenían los objetos de la antecáma-

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ra: una sombrilla, un cazamariposas y una cesta de picnic.

Aquellas estúpidas cosas no les habían aportado ninguna

pista de los peligros que se habían encontrado; al menos el

casco, el escudo y la cota de malla del viaje de Xander al

Coliseo romano ya constituían una pista.

No obstante, los objetos servían para otro propósito.

Además de permitir a quien los vestía o sujetaba que el por-

tal en el tiempo se abriese —la puerta que los transportaba

desde su casa en la actualidad, en Pinedale, California, a otra

época del tiempo, a cualquier otro lugar del mundo—, tam-

bién mostraban a su portador el camino de regreso, tirando

de él hacia el portal que le permitiría volver. Y precisamente

en aquel instante, los objetos estaban urgiendo al señor King

y a Keal para que descendiesen hacia el otro valle, directa-

mente a los brazos de aquellas criaturas. David hizo un gesto

de desesperación: todo lo relativo a aquel mundo era una

locura.

—¿¡Qué!? —exclamó Xander.

Se quedó con la boca abierta, sólo ligeramente más abier-

ta que sus ojos. El miedo que sentía hacía que pareciese mu-

cho más niño, a pesar de los quince años que tenía. Hizo un

gesto con la mano, señalando el bosque y la pradera que se

extendían por debajo de él.

—¡Pero si vinimos de allí!

Xander había intentado comprender el funcionamiento

de los portales. El emplazamiento de éstos solía aparecer

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cerca del portal que les había dejado en los otros mundos,

pero también podían estar en cualquier otra parte.

—¡Esta vez no, Xander! —dijo su hermano.

Pero en aquella ocasión era imposible. No podían seguir

las indicaciones de los objetos. Finalmente David echó a co-

rrer y chocó contra su padre. Tiró de él hacia donde estaba

Xander.

—¡Papá, vámonos adonde sea, menos ahí abajo!

Su padre asintió. Pasó un brazo con cuidado por debajo

de la escayola del brazo roto de David y lo alejó de las criatu-

ras. La más próxima estaba tan cerca de David que el mucha-

cho podía escuchar su jadeo y el repiqueteo de la gravilla

que desprendían sus pies mientras subía la colina; podía ver

incluso un hilillo de baba que resbalaba por su tembloroso

labio inferior.

Keal se abalanzó hacia delante pistola en mano. Con el

pulgar echó hacia atrás el percutor del arma.

David se soltó de la sujeción de su padre.

—¡No! —gritó alargando el brazo izquierdo.

La escayola evitó que llegase al brazo de Keal, de modo

que le embistió con el derecho y sujetó el bíceps de Keal,

desviando su objetivo hacia el cielo. David apretó con fuerza

los ojos, esperando escuchar el sonoro estallido del arma de

fuego y, cuando éste no llegó, abrió los ojos: Keal le estaba

mirando atónito.

—¡David, qué haces! —exclamó.

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regresion

Una criatura se había detenido a pocos pasos de la cima

de la colina, casi encima de ellos. Aquella forma humanoide

se quedó mirando a David, parpadeando, confusa o sorpren-

dida. Una antigua cicatriz recorría verticalmente su rostro,

desde la frente a la mandíbula. Parecía no tener carne que

separase sus huesos faciales de la blanca piel que colgaba de

ellos: unos pómulos y una barbilla angulosos; mejillas hun-

didas y ojos casi perdidos en los pozos de sus cuencas. La

cabeza resultaba demasiado grande para su escuálido cuello

y su esquelético cuerpo. Mechones ralos de un lacio pelo

castaño colgaban de su cráneo.

Keal empujó a David para quitárselo de encima y, con

un brinco, se acercó más a la criatura, alzó el pie y dio un

puntapié en el pecho a aquella cosa.

La criatura salió despedida hacia atrás, agitando los bra-

zos mientras volaba por los aires. Chocó con otro de su espe-

cie y ambos rodaron colina abajo, despidiendo una nube de

polvo en su estela. Otras criaturas se apartaron de su camino.

Una de ellas saltó por encima y también cayó. Se levantó en

un abrir y cerrar de ojos frunciendo el ceño. Se agazapó y

echó a correr hacia ellos a cuatro patas. Unas docenas más

de criaturas humanoides lo imitaron.

Keal apuntó la pistola a las nubes y apretó el gatillo.

David se agachó instintivamente. El sonido en sus oídos

resonó fuerte y penetrante, como el trueno después de un

relámpago.

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Las criaturas también debieron de pensar lo mismo ya

que todas se detuvieron. Varias cayeron hacia atrás, rodaron

por el suelo, dieron media vuelta, e intentaron ponerse de

pie mientras bajaban a gatas la colina en dirección a los es-

combros que había más abajo. Otros retrocedieron más len-

tamente. Uno de ellos aulló y los demás se unieron a él. Sus

voces se alzaron como un coro de gritos furiosos y asusta-

dos. A David aquello le pareció peor y más penetrante que el

disparo de Keal y se tapó los oídos.

Keal disparó hacia las nubes otra vez.

Los aullidos aumentaron de volumen y más criaturas

se dieron la vuelta y echaron a correr asustadas. Pero otras

mantuvieron su posición. Una tras otra empezaron a escalar

de nuevo.

David sintió un tirón en el cuello de la camiseta. Su

padre estaba tirando de él. Sin pronunciar palabra, Keal

rodeó con su poderoso brazo la cintura de David, le alzó y

empezó a bajar corriendo por la pendiente opuesta. Su pa-

dre hizo lo mismo tras ellos. Xander, que los vio venir, dio

media vuelta y corrió hacia el valle con grandes y rápidas

zancadas.

Cada vez que los pies de Keal tocaban el suelo, David

sentía crujir sus costillas entre el cuerpo y el brazo del en-

fermero. El aire salía de sus pulmones como bramidos. Pero

aún más doloroso era su orgullo herido: tenía doce años y

Keal le estaba llevando a cuestas como si fuese un bebé.

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—¡Suél... ta... me! —dijo David dejando escapar cada

sílaba con una bocanada de aire—. ¡Keal!

Keal no aminoró el paso pero puso a David en vertical

con los pies en dirección al suelo. Cuando el paso de David

igualó el ritmo de la carrera de Keal, el hombretón le soltó.

David trastabilló hacia delante, recuperó el equilibrio y salió

disparado. El bosque que estaba al fondo de la colina aún

distaba bastante. Delante de él, Xander avanzaba tambaleán-

dose y de pronto sus pies resbalaron. El muchacho cayó de

espaldas, dio un brinco en el suelo, se puso de pie de nuevo

y echó a correr otra vez a una velocidad que David nunca

hubiese imaginado que su hermano pudiese alcanzar.

David miró tras él. La criatura que iba en cabeza apareció

en la cresta de la colina y empezó a descender hacia ellos.

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