These Battered Hands

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    Roxx

    Cecilia

    Gerald

     Axcia

    bluedelacour

    cereziito24

    Gerald

    Kath

    Kyda

    Maria_clio88

    Molly Bloom

    Mona

    Nelly Vanessa

    nElshIA

     Agus901

    Mimi

    Maria_clio88

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    Khira

    Cecilia

    Lau_sp_90

    ñ 

    Cecilia

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    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Epílogo

    Biografía del autor 

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    allie

    Sangre, sudor, trabajo duro y una desconcertante falta de lágrimas (toda mi vida)estaba destinada a culminar en un rápido crecimiento de gloria e importancia.

    Había pensado que siempre supe lo que eso significaba exactamente.

    Pero tenía el tiempo mal sincronizado, alrededor de unos tres minutos.

     Ahora lo sabía.

    Este momento no lo era todo. La única persona que me encontré queriendo más quenada durante ello, lo era.

    Nik

    Una idea preconcebida puede atraparte durante toda la vida.

    Pensé que me lo debía a mí mismo y a todo aquel que siempre me apoyó para hacerlo que se esperaba. Lo que era correcto. Lo que se suponía que tenía que hacer.

    Pero en el amor nada está prohibido. Ni las circunstancias, ni la decencia o lanegación del objeto de dicho afecto.

     Ahora lo sabía.

    Era esto.

    Si lo quería tenía que tomarlo.

     Esta historia de amor de gimnastas es más que apretones, desgarros y manos maltratadas.

    Para Calia Nickleson y Nikolai Bagrov, lo era todo.

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    us ojos eran como verdaderas piscinas de agua, moviéndose, fluyendo ycambiando de color a lo largo de su profundidad. Cada vez que su atencióncambiaba, también lo hacía la mía, reduciéndose en una nueva mancha de azul

    profundo y tratando de ayudarla a flotar a través de agua mucho más abundante. Sumagnetismo hacía difícil concentrarse en sus palabras, pero no hubiera cambiado esosmomentos dedicados a estudiar sus matices por todas las palabras en el diccionario.

    Claro, las miradas eran poco profundas y las palabras podían significarlo todo, peroen esas fracciones de segundo cuando sus ojos cambiaban antes que los míos, hubierajurado por mi medalla olímpica que era todo lo contrario.

     Y justo ahora, necesitaba el consuelo de esa sensación. Necesitaba que me envolvieraen su calidez e hiciera que todo se sintiera bien de nuevo.

    La palabra “equivocado” nunca había sido un concepto digno de mi atención, peromientras trataba de dar sentido a lo que estaba sucediendo, negar su existencia ya no erauna opción.

     Arriba se sentía como abajo y la izquierda casi me engañaba haciéndome creer queera la derecha.

     Voces me llamaban constantemente y sin parar, pero ninguna de ellas era la que yoquería. Como si estuvieran hablando a través del agua, cada pronunciación de mi nombreparecía extraña y molesta y mi cerebro no hacía más que gritar otra.

     Traté valientemente de convencer a mi cuerpo poco cooperativo de doblarse a mi voluntad, pero, por primera vez en mi vida, no lo haría .

    Cavando profundamente en mis entrañas, encontré los últimos vestigios de mienergía y los insté a una sola acción.

     A una sola palabra.

     — Nik.

    Las prioridades cambiaron y el silencio se burló de mí.

     Toda mi vida había sido una serie de eventos, todos específicamente conducidoshacia este mismo momento. Había sabido que todo mi trabajo estaba destinado a culminar

    con un broche de oro de gloria y trascendencia. Había sabido que habría un segundo en eltiempo cuando sabía por qué cada parte de mi vida había pasado de la forma en que lohabía hecho. Por qué había trabajado, por qué había sudado, por qué había luchado paraseguir adelante mucho después de que los viajes de la mayoría de la gente hubieranterminado.

    Incluso había sabido que probablemente sucedería ahora… en este escenario, delantede toda esta gente.

    Sólo había tenido el tiempo equivocado por unos tres minutos.

    Pero sabía ahora.

     Esto era.

    S

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    La cosa que me encontraba queriendo más que cualq uier otra en este momento…que era todo.

     Él era todo.

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    Rasgando el último pedazo persistente de piel suelta fuera de mi palma y haciendocaso omiso de la picadura acompañante, lo tiré a la basura y me agaché para agarrar mibolso desde su lugar contra la pared. Después de tres horas de arduo trabajo, la cinta en laparte superior de mi tobillo izquierdo estaba empezando a enrollarse sobre sí misma,tirando de la piel y la envoltura y deshilachándose en los bordes. Sin pensar, estudié loshilos de su composición, adhiriéndome al perímetro de la sala grande para no tener queprestar atención.

    Cuando caminabas a través de un gimnasio activamente ocupado, la conciencia eraalgo en lo que no podías permitirte el lujo de ser escasa. El aprendizaje de nuevashabilidades y voltear tu cuerpo a través del aire, mientras que practicas alguna nueva formade contorsión  — o tortura —   tomaba suficiente concentración por sí sola. Por lo tanto,teníamos una regla, que la persona que no participara activamente en algún tipo degimnasia, era el principal responsable de la seguridad. Quedándome inmóvil en la superficiede unos cuarenta centímetros que me rodeaba, renuncié a tan aburrida tarea.

    No es que no me importara, o que no tuviese los mismos objetivos que casi todos losatletas en el edificio, pero poseía algo que ellos no.

     Tiempo.

    Un puto montón de él.

     Acababa de cumplir veintiséis años, ahora era oficialmente la gimnasta de élite conmayor edad del país. Con dos viajes a los Juegos Olímpicos en mi haber, me dirigía a untercero… y sentía cada pedacito de mi edad. 

    No sólo mi cuerpo me negaba cosas con las que una vez estuvo de acuerdo conabandono, sino que todo el deporte había adquirido un aire que nunca tuvo.

    En pocas palabras, me sentía sola.

    Una de las cosas que siempre había amado sobre la gimnasia era que nunca me sentísola. Ninguna tarea era independiente, aun cuando en gran medida lo era. El apoyo vino

    suministrado generosamente e irradiaba desde todas las direcciones. Pero en el último parde años, para mí, todo lo que había tenido una vez allí había comenzado a disminuir.

    La gente se resintió por una mujer que no podía ser feliz con dos viajes a los JuegosOlímpicos. Cada lugar era valioso, maldita sea . ¿Por qué diablos tenía que tomar uno cuandoya había vivido el sueño dos veces?

    La mitad de las veces, ni siquiera sabía la respuesta. Pero mi empuje no disminuyó y,cada vez que alguien me dijo que no podía o no debía, convertí sus críticas en combustiblepara mi fuego.

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     Añade eso a la brecha de la edad dolorosamente obvia  — la mayoría de estas niñasestaban en sus primeros años de adolescencia — , y resultó ser una división culturalcompleta. ¿Qué podríamos tener en común?

    Resultaba que no mucho.

    Sus risas tontas por Justin Bieber fueron los sonidos de mis pesadillas y, para mí,chismear acerca de la tarea y los chicos perdieron su interés hace unos diez años. Conocíanel dolor del valor de una semana dura de golpes y moretones y la picadura de un cubo llenode agua helada.

    Pero no sabían lo que se sentía al estar más allá del punto de ayuda, sus cuerposexigiendo verdadero descanso y atención, que ninguna cinta o vendaje podríanproporcionar.

    No envidiaba su salud y, desde luego, no le deseaba mis molestias y dolores a nadie.Pero a medida que la brecha creció en el interior, el exterior hizo un trabajo valienteintentando mantener el ritmo.

     Abriendo la cremallera de mi bolsa, saqué mis sujeciones y las agarré en una mano,teniendo disponible mi acceso a las pulseras por debajo de ellas.

    Los puños metidos fácilmente bajo el brazo mientras tiraba de cada banda en mismuñecas, colocándolas en la posición que había aprendido que era la correcta. Nodemasiado alto ni demasiado bajo, ese dulce punto era seguro y cómodo al mismo tiempo.

     A los veintiséis años, me pasé tantas horas con las sujeciones y las patas de león — soportes de muñeca —   en mis muñecas, que la ausencia de ellos me hacía sentir tandesnuda como una stripper en su primera noche. Cualquier toque de aire fresco arañaba ladesprevenida piel.

    Pero así, con mis pulseras y mis sujeciones con velcro apretado, todo se sentía bien

    en mi mundo. Al menos en el exterior.Paseando hasta el bol de tiza, agarré el cepillo de alambre y marqué con dureza el

    cuero ya desgastado de cada mano. Una botella de agua colgaba en el borde de la taza, perola gente como yo  — muy versada en la experiencia práctica — , sabía que tenía mi propiofabricante de humedad personal a mi disposición, que era una opción mucho mejor.

    No me preguntes la ciencia detrás de ello, escupir simplemente funcionaba mejor.Punto. No era higiénico o políticamente correcto, pero ninguna de esas cosas medesalentaron para detenerme.

    Levantando cada mano individualmente, escupí en la palma de la izquierda y luego enla derecha, volviendo por un segundo cuando mi primera mano carecía de la cobertura que

    buscaba. Lo había hecho un millón de veces, pero mientras sumergí ambas manos en elrecipiente, el sonido de un hombre  aclarándose la garganta  profundamente , me alertó de queeste sería un momento como ningún otro.

    Sorprendida, mis ojos saltaron de la tiza a él, y mis manos empapadas de salivaquedaron ingeniosamente presionadas en el polvo suelto en la parte inferior del bol.

     Vivaces y vívidos ojos azules se lanzaron hacia mí como si fuesen asistidos porcatapultas, y una sonrisa cómplice se estableció en la esquina de unos labios gruesos comonunca antes había visto. Eran perfectos de una manera completamente no-ridícula, deforma normal, y el choque de su pelo inequívocamente negro y muy abundante, hacía casiimposible perderse en cualquier otra característica que no fueran esas dos.

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    Quería explorar el resto de él, como haces en cualquier primer encuentro, pero loarruinó con palabras.

     — ¿Calia?

     — Sí  — respondí con cautela, totalmente registrando que era un extraño en migimnasio, mi lugar seguro, por primera vez.

     — Nikolai Bagrov — dijo a modo de introducción, tendiendo una mano hacia mí parasaludar.

    Mis ojos se movieron rápidamente de él a mis manos de saliva, todavía escondidas abuen recaudo en la taza de tiza, y a él otra vez. No era algo de lo que había sido conscienteantes, pero tampoco me habían ofrecido nunca estrechar la mano inmediatamente después.

    Siguió a mis ojos, dándose cuenta rápidamente de mi problema.

    Una risita baja y sexy salió de su boca, transformando por completo sus rasgos deintimidantemente guapo a calurosamente ardiente en un latido de corazón. Nunca habíasido dramática, pero estaría mintiendo si dijera que no había una pequeña punzada

    profunda en las válvulas de mi corazón que se percató de cuán encantador era.Su mano ni siquiera amenazó con retirarse.

     — No tengo miedo de un poco de saliva. Dame la mano, Calia.

     — Callie — corregí cuando alcancé su mano, obedeciendo descuidadamente su orden.Normalmente, iba con la corriente de mi nombre, aceptándolo como vino y reprimiendomi inseguridad ante su versión formal. Pero con él, quería escuchar que me llamase Calliedesde el principio.

     — Callie — repitió, estrechando mi mano con un buen y sólido pulso antes de apartarsu mano y deslizarla en el bolsillo de sus pantalones azules deportivos, perfectamenteequipados.

    Inmediatamente supe que había tomado la decisión correcta ante el sonido de minombre en sus labios, un delicado escalofrío recorrió mi columna vertebral paseándoseligeramente de lado a lado.

    Momentos pasaron, y un incómodo silencio comenzó a tomar forma. Él parecía estarreflexionando sobre algo, pero no decía nada y a mí no se me ocurría nada. Y mis propiospensamientos corrían a una velocidad demasiado rápida, por lo que cualquier intento deaferrarme a uno o a todos, era inútil.

     —Puedo… — empecé al mismo tiempo que él decía:

     —Puedes… 

     Aliviada de no estar a cargo, hice un gesto para que continuara y cerré mi boca.Respiró profundamente y entonces comenzó de nuevo.

     — Soy un entrenador nuevo aquí.

     — Oh, genial.  — Me encogí de hombros, relajándome por primera vez desde queabrió la boca.

    Las personas iban y venían de vez en cuando, pero aparte de alguna consulta casual,estaba en gran parte a cargo de mí misma y me gustaba de esa manera. Mis padres tenían elgimnasio no sólo para ayudar en la forma de financiar un costoso esfuerzo deportivo, sinotambién para darme la libertad para entrenar cómo y cuándo quería.

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     — No  — respondió, confundiéndome, con lo que pensé que fue una respuestacompletamente ajena. Negó con la cabeza, viéndose un poco nervioso — . Soy tu nuevoentrenador.

     ―¿Qué? ¿Quién lo dice? 

     —Tu… 

     — Mi padre  — terminé por él, sabiendo la respuesta tan pronto como hice lapregunta. Si uno de mis padres iba a entrometerse, podía prácticamente garantizar que seríael que tiene el cromosoma Y.

    Para él, sus sueños eran los míos y viceversa. En mi mundo, aquel en el que elgimnasio era mi país y mi padre era el gobierno, la libertad no era realmente gratuita. Éltenía poder de veto y lo utilizaba, pero sólo cuando pensaba que era en mi mejor interés .

     Y no era yo la que decidía cuándo era eso.

    Nikolai se encogió de hombros, viéndose tanto tímido como impenitente a la vez.

    Me di la vuelta, me dirigí de nuevo al bol de tiza, y comencé mi proceso de nuevo,hablando de espaldas mientras me iba.

     —Escucha, Nikolai… 

     — Llámame Nik.

    Puse los ojos en blanco sabiendo que no podía verlo.

     — Escucha, Nik, he estado entrenando durante los últimos cuatro años, aparte de mitiempo en el equipo olímpico real. Creo que ya lo tengo controlado.

    Di un grito ahogado cuando su rostro apareció justo en frente del mío, su cuerpoinclinado, su camiseta blanca cubriendo sus hombros echados hacia delante, mientras susojos se esforzaban en fijarse en los míos asustadizos con la intensidad de una lanza.

     — Con todo respeto, Callie , pero si no carecieses de algo, habrías estado satisfechahace dos Olimpíadas.

    Mi ojo comenzó a temblar donde los músculos se unían en la cuenca, en la formaque siempre lo hacía cuando alguien tocaba un nervio particularmente sensible. Él noestaba diciendo nada que no supiera o de lo cual no me hubiese dado cuenta, pero el hechode que pensara que sabía cómo me sentía cuando la complejidad de mi psique era todavíaun lío trenzado para mí , realmente me molestaba.

    En un punto había estado tan perdida dentro de mi propio funcionamiento interior,atascada con mis inseguridades y una terquedad igualmente poderosa de “trabajo duro”para de salir de ellas, que mi mamá había sugerido que viese a un terapeuta.

    No lo había hecho, obviamente; la terquedad siempre había sido mi emoción másdominante.

    Después de rechazar el psicoanálisis de alguien que, literalmente, estudió, practicó, yrecibía un pago por hacerlo, no iba a dejar que algún extraño entrase en mi vida un segundoy me jodiese la mente al siguiente.

    Mi mente no estaba cerca de ser fácil… incluso para hombres criminalmenteatractivos con excepcionales capas, multifacético, peligroso-como-mierda  de ojos azules.

     Qué… 

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     Estúpido.

    Las opiniones son como los estúpidos, por lo tanto, todo el mundo tiene una.

    En el caso de Callie, como una atleta de clase mundial, no había ninguna duda en mimente que la gente las alimentaba como las patatas fritas, incapaz de comer sólo una. La salsin duda con el tiempo la insensibilizaría al sabor y la sensación, y tenía la percepción deque ya no le gustaban particularmente las putas patatas con crema agria y opiniones.

    Pero tenía la impresión de que mi visión de ella no estaba muy lejos de la realidad. Lefaltaba algo e incluso ella lo sabía .

    Podía verlo en sus ojos, la forma en que se estrechaban y se crispaban. Su rostroestaba lleno de emoción a pesar de sus esfuerzos por disimularlo y, en mi experiencia, nadietenía esa molestia a menos que se enfrentara con la desagradable verdad.

     —Mira. Me doy cuenta de que en realidad no nos conocemos… 

     —  En absoluto  — me interrumpió alzando una oscura ceja.

    Continuando como si no hubiera hablado, expliqué mi punto:

     — Pero cuando se trata de gimnasia, es mi trabajo hacer suposiciones acerca de ti.

     Tenía que juzgarla como el juez real de una competición, no como si la conociera olas razones detrás de sus acciones, pero las acciones hablaban por sí mismas. Era undeporte de juicios rápidos realmente, de decidir en un instante si un dedo del pie seencontraba lo bastante en punta o si una pierna tenía una ligera curva.

     —  Vamos a ser cercanos por las próximas ocho semanas, antes del campamento deentrenamiento, y vas a aprender a confiar en mí y en mis opiniones.

     Teníamos que hacerlo. Ella tenía que aprender a confiar en mí y yo tenía que hacercosas para ganármela. Si no, no sabía dónde me encontraría. Y ella estaría exactamentedonde se hallaba ahora, buscando algo desconocido.

     — Suenas muy seguro de ti mismo — acusó.

     — No. No estoy seguro de mí mismo — corregí — . No es lo que estás pensando. Sinembargo, estoy  seguro de tu determinación. Ese tipo de pelea, ese tipo de grano que crecepor la cantidad de trabajo que pones en él...

    Ella estaba tratando de ganar una competición para sus terceros Juegos Olímpicos,por el amor de Dios. No había duda de que la mujer sabía cómo trabajar.

     — No hay manera de que dejes que todo se pierda simplemente para fastidiar a algúnentrenador imbécil.

    Consideró cuidadosamente mis palabras, sus ojos moviéndose por la habitacióncomo si buscara un agujero. Consciente de la precariedad de su opinión sobre mí, tuve que

    luchar para evitar que mi burbujeante risa escapara.

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    Finalmente, la inevitabilidad ganó y sus ojos cambiaron a una mirada mucho mássuave.

    La vi asentar su ira, aceptándola y alimentándose a sí misma y a una pared emocionaligualmente fuerte con su poder. No me quería cerca, no quería que yo pensara que loconseguiría, y la ira era una buena manera de reforzar su punto.

    Pero, sinceramente, no me importaba. Ese tipo de fuego e impulso era lo que hacía auna atleta de élite, y no había manera de que hubiera estado en ese punto de su vidanecesitando que alguien como yo interviniera, si no se hubiera aprovechado de ello conéxito.

     Yo tampoco hubiera permitido que algún imbécil al azar viniera y me dijera qué hacerdesde el primer día.

    Su cola de caballo giró violentamente por encima del delgado hombro mientras se volvía y cruelmente arrancaba el velcro recién pegado de sus dedos. Cada arista de susmúsculos cortados crudamente se contoneaba y bailaba con el movimiento, arrastrando laoscuridad de la cobertura proporcionada por su arrugado leotardo de terciopelo púrpura.

    Su rostro estaba oculto, pero sus hombros encorvados expresaban todos los detalles vívidos de su emoción como si estuvieran conectados directamente a ella. No me molestéen ocultar mi sonrisa sabiendo que no iba a verla, pero me las arreglé para evitar señalarque aún tenía que completar siquiera una habilidad en las barras antes de dejarlo. Sabía queno querría oírlo y que tenía que desahogarse un poco por mi inintencionada culpa.

    Lo que no conocía era a ella . Qué la hacía ser así y sonreír y qué podía hacer yo paramejorarlo. Y algo en mí ardió por cambiar eso.

    No sabía lo que era. Me sentía como si tuviera algo en común o como si los botonesde su personalidad simplemente se sintieran instintivamente alineados con los míos.

    Era la naturaleza humana preguntarse y reflexionar y trabajar para clasificarlo. Perono podías encontrar la respuesta cuando ni siquiera sabías la pregunta exacta.

     — ¿Qué pasa con el estatus de paria que tienes?  — le pregunté mientras caminabadelante de mí, cambiando de tema y mirando a todas partes excepto a ella con el fin demantener mis pensamientos profesionales.

    Su cuerpo era espectacular, algo que no me sorprendió dado que pasaba treinta horasa la semana en el gimnasio completando rigurosa actividad física, pero algo más acerca de laforma en que se movía tenía a mis ojos picando por echar un vistazo más de cerca. A lalínea de su espalda. La curva de su cadera mientras movía su trasero perfectamenteapretado. La definición sólida de sus muslos.

     Está bien . Así que tal vez había mirado un poco. — ¿Qué? — inquirió, azotando los veinticinco centímetros de su larga y brillante cola

    de caballo por encima de su musculoso hombro una vez más. Obviamente, era unmovimiento distintivo. Al menos a mi alrededor.

    Cuando sus ojos chocolate se encontraron con los míos brillaban con algoinconfundible.

    Disgusto. Fuerte  aversión.

    Con treinta horas a la semana de estar juntos por delante, tendría que trabajar en eso.

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     — Pensé que las medallas olímpicas estaban hechas más para una celebridad que la vibra que estoy teniendo aquí  — expliqué, ignorando por completo la mirada molesta ycentrándome en cambio en las exuberantes pestañas alrededor.

    Callie había conseguido dos platas por equipos y un bronce individual en la barra. Mehabía perdido viendo viejos videos de YouTube de ella, los recuerdos de observarla cuando

    los juegos se habían transmitido en la televisión regresaron a mí.Su nombre tal vez no era algo común en el mundo entero, pero cualquier persona

    relacionada con el deporte de la gimnasia la conocía bien.

    Pero aquí, en su mundo, era como un eclipse solar. Nadie la miró a los ojos mientrasatravesábamos el gimnasio. No sabía si era por miedo a quemarse sus retinas o algo más.

    Ella se rió, medio con humor y medio sin él. Había aceptación en su voz, pero noenmascaraba completamente la amargura y la quemazón.

     — Eran fans en los primeros y segundos Juegos Olímpicos. Una vez que supieronque tenía expectativas para un tercero, mi atractivo se extinguió. Convirtiéndose más en un

    cóctel de resentimiento. — ¿De verdad?

    Eso me sorprendió.

    Pretendió que no le importaba.

     — Nunca he sido un mentor, de todos modos.

    El auto desprecio se mezcló con nostalgia.

    Nunca había oído esa exacta combinación antes. Sonaba extrañamente tranquila peroinnegablemente rasposa. Como si se hubiera quedado atrapado en la parte posterior de sugarganta cuando se obligó a escupirlo.

    Su cuerpo se volvió excluyéndome, su parte en la conversación terminada.En lugar de sacar lo que era claramente un tema incómodo, continué.

     — ¿Hacia dónde vamos?

     — Pista — respondió brevemente sin volverse.

     Asentí detrás de ella, pero mantuve mi silencio.

    Con el tiempo, llegaría a ella.

    Otra cosa que tendría que recordar para futuras referencias debido a que parte de mitrabajo consistía en meterme debajo de su piel.

    La irritación instigaba la emoción, y la emoción abría la puerta al cambio. No alprincipio, puesto que inicialmente era ira. Pero la ira finalmente terminaba en reflexión y lareflexión engendraba aceptación. Y la aceptación… eso es  lo que conducía al cambio.

     — ¿Qué? — preguntó, volviéndose para mirarme a los ojos.

    Negué con una sonrisa, fingiendo totalmente mi inocencia.

     — No he dicho nada.

     — Podía oírte pensar — argumentó con el ceño fruncido.

    Mi sonrisa se profundizó y me crucé de brazos en silencioso desafío.

     — ¿Puedes escuchar  mis pensamientos?

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    Su rostro se arrugó ligeramente con desprecio.

     — No te burles de mí. Sé que sabes lo que quiero decir.

     — ¿Sabes que sé lo que quieres decir?

     — ¡Deja de repetir todo lo que digo! — espetó, lanzando su bolsa al suelo y apretando

    más su cola de caballo antes de colocar sus furiosas manos en sus esbeltas caderas. — Lo siento — me disculpé falsamente, inclinándome ligeramente hacia ella mientras

    hablaba con énfasis — . Estaba asegurándome que entendías qué  estabas diciendo.

    La brecha entre sus cejas se redujo significativamente.

    Poniendo mis manos en mis bolsillos, sentí que mi sonrisa alcanzaba mis ojos.

     — Parece que piensas que nos conocemos un poco, después de todo.

     — Grandioso  — murmuró para sí misma, volviéndose en la dirección a la pista,agarrando su bolsa del suelo y hablando mientras caminaba — . Un imbécil observador einteligente como entrenador. Justo lo que siempre he querido.

     — Es mejor que un imbécil que no tenga ni idea, ¿no?  — grité a su espalda mientrasdejaba caer su bolsa al lado de la alfombra de la pista y se dirigía a la esquina. Otrosentrenadores y gimnastas miraban con ojos curiosos, impulsados por el volumen de mi

     voz, pero no les hice caso, centrándome únicamente en la ligera curvatura tomando formaen la esquina de su boca.

    Ese pequeño cambio en la forma, esa pequeña muestra de humor, me dio esperanza.Le gustaría en poco tiempo.

    Sorprendido por la intensidad del sentimiento, salté cuando el calor creció en mipecho ante la perspectiva. No había pensado que me importara si le gustaba, de unamanera u otra, siempre y cuando consiguiera el entrenamiento que necesitaba y me quedara

    con mi trabajo como su entrenador. Pero sólo con una conversación, me encontréqueriendo más.

     Y no estaba muy seguro de por qué.

    Esperando su turno en una línea de gimnastas más jóvenes, las observo dar volteretasde un lado a otro en un patrón de cruz. Era una de una larga lista de reglas de las que rara

     vez se hablaba en el mundo de la gimnasia. Puesto en práctica de manera informal portodos los gimnasios de todo el país y las competiciones nacionales por igual, cada esquinadaba un giro dando volteretas en diagonal de una esquina a otra. Tambalearse de ida y

     vuelta de las esquinas opuestas daba tiempo suficiente para que un gimnasta limpiara suesquina después de la finalización de su pase con poco o ningún tiempo de inactividad.

    Echando un vistazo ocasional de forma descuidada a una recién consumada, casiinsoportablemente joven gimnasta nivel ocho en su trazado zigzagueante, me centréprincipalmente en Callie y la forma en que observaba y esperaba.

    La gimnasia era en gran medida el deporte de una persona joven, y era así por un parde razones. No sólo las mentes de los jóvenes reconocían y reaccionaban menos al miedoinnato, también vibraban con energía no confinada. Sus cuerpos conducían a sus mentesjóvenes para completar cada tarea.

    Por el contrario, la mente practicada de Callie  forzaba  a su cuerpo que en gran parteno cooperaba.

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    Con la pierna extendida y la punta doblada con precisión, la estiró delante de ellatocando el suelo en preparación antes de su pase.

    Sus pasos eran fáciles, pero el poder de sus muslos trabajaba innegablementemientras se lanzaba a su ejercicio, moviéndose rápidamente haciendo un salto mortal haciaatrás, con una caída alta y concisa con sus codos junto a sus orejas para una fácil y sobre

    exagerada presentación.Era divertido verla, pero me di cuenta que se movía a medias.

    La llamé de nuevo con un simple movimiento de un dedo, sonriendo por surespuesta de poner los ojos en blanco. Nunca antes había disfrutado tanto al molestar aalguien. De hecho, por lo general me inclinaba ante el impulso insoportable de complacer ala gente.

    No podía entender cómo podía ser tan diferente y, sin embargo, sentirse tan bien.

     — ¿Qué? — preguntó al llegar. Su tono no era de entusiasmo o avidez por aprender.Era de molestia.

    Sentí un aleteo en el estómago.Obviamente, algo estaba mal conmigo. Quizás la comida china que había tenido para

    el almuerzo estaba contaminada.

    Negué internamente, construyendo cuidadosamente los puntos de mi consejo paraasegurarme de que salía simple y organizado y fácil de seguir.

     — No estás aprovechando el poder de una habilidad para utilizar otra. Tienes quemover más tus dedos del pie, utiliza la energía de tu salto mortal hacia atrás para impulsartehacia arriba, en lugar de desaprovecharlo todo con los pies planos en el suelo.

    Se encogió de hombros, desdeñándome.

     — Fue un pase de calentamiento.Se dio la vuelta para marcharse, pero yo no había terminado, por lo que interrumpí el

    movimiento con un suave toque de mi mano en su hombro.

    Sus ojos saltaron a los míos como si brincaran por el contacto, y un cosquilleo corriódesde el final de mis dedos hasta el fondo de mi estómago.

     Tuve que obligar mentalmente a mis ojos a volver a su tamaño normal y luchar porconcentrarme… quitando forzadamente mi mano de su hombro. 

     — No funciona así. Cada paso que haces forma un hábito y la cantidad de pasos sólocrece con el tiempo. Tienes un montón de ambos.

    Lució aún más molesta y, al principio, no entendí.Entonces, lo hice. Y puse mis ojos en blanco.

     — No estoy diciendo que seas vieja. Jesús. Estoy diciendo que eres experimentada.

     — La experiencia es algo bueno.

     — Lo es  — estuve de acuerdo, lo que pareció satisfacerla. Por aproximadamente unsegundo — . También puede trabajar en tu contra.

     — ¿Cómo? — demandó.

     — No todos los hábitos son buenos. De hecho, un gran puto montón de ellos sonexactamente lo contrario… 

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     —  Ve al grano — interrumpió.

    Renunciando a cualquier otra explicación y sucumbiendo al hecho de que no iba adejar que suavizara cualquier cosa con cortesía, fui directo

     —  Tienes talento, pero estás desperdiciándolo completamente.  — Empezó aprotestar, así que alcé una mano — . ¡Deja de ser perezosa y pon un poco de poder en tusmalditos pies!

    La indignación se disparó en sus venas y el marrón de sus irises enrojeció.

     — ¿Ves un pase y piensas que tienes el derecho de llamarme perezosa? — casi gritó.

    Las cabezas se volvieron en nuestra dirección. Ambos las ignoramos.

     — No eres perezosa. Tu giro lo es.  — Inhaló furiosa y rápidamente, sin dudapreparándose para explotar. No le di la oportunidad — . Y te he visto más de una vez. Heestado observándote desde que eras una chica de diecisiete años que compitió en su primerMundial. Tus pies han sido perezosos todo el maldito tiempo.

     — ¿Sabes qué? Creo que terminé por hoy. — Echaba chispas en silencio, agarrando subolsa del suelo detrás de ella y dándole sólo una mirada a la multitud ahora embobada,mientras se alejaba.

    No dispuesto a dejar que un poco de confrontación pública terminara nuestro primerdía con una nota amarga, la seguí, arreglándomelas para alcanzarla en la entrada a los

     vestuarios.

     — ¡Callie! ¡Espera!  —  Agarré su hombro para hacerla volverse de nuevo, pero esta vez, no hubo golpe… sólo una sacudida hasta que la solté. 

     —  Te dije que terminé por hoy.  — Su expresión era seria e implacable. Fin de ladiscusión.

    Suavicé mi voz y mis ojos y traté de entender por qué estaba tan reacia a recibirconsejos. Por supuesto, no había dado exactamente la más suave de las entregas, perocuando se trataba de saltos sabía de lo que estaba hablando.

     — Sólo estoy tratando de ayudar.

    Su rostro se rompió un poco, pero las palabras que pronunció no tenían ni siquierauna grieta.

     —  Tú mismo lo dijiste. He estado haciendo esto toda mi vida en este nivel desde queera una chica de diecisiete años . —  Tensando su cuerpo, vi como obligaba a las palabras a salirde su garganta — . ¿Dónde estabas?  — Hizo una pausa por el más breve de los latidos yluego respondió a su propia pregunta — . Observándome . Quizás no soy la perezosa, después

    de todo.Entonces se fue. Rodeó la esquina y entró al vestuario, cómodamente instalado de

    forma segura en un lugar donde no podía seguirla.

    Quería hacerlo. Pero no podía.

    Casi entumecido por el inesperado encuentro, me volví sobre mis talones y me dirigíal otro lado del gimnasio hacia la oficina. Su padre, Frank, había solicitado una reunióndespués de haber terminado con Callie por el día. Una evaluación de alguna clase para versi realmente iba a funcionar.

    Él tenía un dominio personal en Callie, y a pesar de lo que le había dicho, la decisiónde mantenerme como su entrenador no era exactamente final.

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    Hoy estaba destinado a ser un ensayo de algún tipo.

    No hice caso de las miradas de los otros entrenadores, en su lugar, me centré enrespirar profundamente para calmarme.

    No podía explicar el rápido latido de mi corazón o la intensidad con la cual sentí suscomentarios. La diferencia en cómo me miraba y lo que me incomodaba, haciendo picar migarganta y tentándome a volver y hablar con ella. Ambos reaccionamos demasiadofuertemente a pesar de que acabábamos de conocernos y, aunque no podía imaginar unadiscusión de bienvenida, con ella la había tenido. Porque podía sentir lo que ella sentíareflejado en mí mismo. Defensivo y aprensivo y apasionado a la vez. Muchas emociones searremolinaban juntas cancelándose mutuamente. Todo lo que quedaba era confusión.

     Aun así, no necesitaba estar nervioso cuando fui a su oficina, así que tomé laconfusión como un regalo del cielo y la abracé. Porque no tenía suficiente tiempo paradiseccionar todos mis complicados sentimientos tampoco.

     Todo lo que sabía era que debería haber estado enojado. Si alguien me hubierahablado de la forma en que ella lo hizo, insinuado las cosas que había insinuado, me habría

    puesto furioso.Pero no estaba enojado. De ningún modo.

    Estaba interesado.

    Llamé a la puerta de la oficina y se abrió inmediatamente. Frank esbozó una sonrisaladeada, y verlo me hizo darme cuenta de que su oficina tenía una ventana que daba algimnasio. Sin duda había tenido un asiento de primera fila para nuestro espectáculo.

    Sin embargo, no habría esperado exactamente que su reacción fuera una sonrisa.

    Hizo un gesto hacia la silla frente a su escritorio, así que me senté, cruzando un piesobre la otra pierna.

     —  Así que, ¿conociste a Calia? — empezó con indiferencia, agarrando una botella deagua al lado de su escritorio y tomando un trago.

     — Sí, señor. — Obviamente.

     — ¿Te dio un mal rato?

    La forma en que sonrió me puso en el borde, y no estaba seguro de por qué.

    No es que no me hubiera dado un mal rato. Definitivamente lo hizo.

    Estaba bastante seguro de que había presenciado eso, como todo el mundo en elgimnasio.

    Pero la emoción de ella había sido honesta y real y completamente sincera. Algo sobre la forma en que el tono de voz de él resonó se sentía como menosprecio

    por esa emoción. Casi como me imaginaba que echarías un vistazo a un niño teniendo unarabieta.

    Pero Callie no era una niña, y ese juicio sobre ella se sentía injusto a un nivel básico.No tomaba en cuenta las aguas turbias que se agitaban en el interior de su hermosa piel.

     Todo lo que sabía, decía que era imposible evitar ser áspero en el exterior cuando se estároto debajo.

     Y Callie lo estaba. No sabía lo que la llevaba a cada impulso, pero sabía que teníaalgún tipo de problema profundamente arraigado. Se tratara de un catalizador real o un

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    demonio auto-mantenido, estaba peleando con algo. Algo con lo que suponía había estadopeleando desde hace tiempo.

    Medí mis palabras cuidadosamente.

     — Ella fue... reticente.

     — ¡Ja!  — gritó a través de su risa — . Reticente.  — Negó — . Por lo general la llamoterca. Igual que el infierno resistiendo una tormenta de hielo.

    Luché contra el impulso de encogerme, recorriendo los bordes de mi boca concuidado. Su corteza no tenía ninguna mordedura o malicia, pero, por alguna razón, yoestaba siendo demasiado sensible sobre una mujer que acababa de conocer. Él la habíaconocido durante toda su vida. El racionalista en mí sabía que tenía que admitir suconocimiento en este caso, por lo que, respirando profundamente, me obligué a dejar ir laindignación.

    Me aclaré la garganta ligeramente y moví mi tobillo derecho a mi rodilla izquierda.

     — Si no es mucho preguntar...  — Levantó las cejas — . ¿Por qué yo?  — Su barbilla se

    sacudió ligeramente.Ese no era el tipo de pregunta que la gente normalmente le hacía. Algo sobre mirar

    directamente en la boca de un caballo regalado.

     — Hay un montón de otras opciones de entrenamiento para alguien tan talentosacomo Callie.

    Él sonrió más profundamente por mi uso de su apodo. Como si tuviera la respuesta aalgún tipo de pregunta que había estado esperando pacientemente hacer sin llegar ainquirirla.

     — Podrías tener entrenadores del equipo olímpico aquí y, en su lugar, tienes a unsaltador de trampolín como yo.

    Se inclinó casualmente en el borde de la mesa y cruzó los tobillos. La expresión de surostro me hizo querer dejar de hablar, pero tan lejos en mi discurso, no tenía más remedioque seguir.

     — Sin ánimo de ofender, pero no lo entiendo.

    Frunció los labios y agarró su barbilla, pero no había ninguna contemplación. Yasabía exactamente lo que iba a decir.

     — Déjame hacerte una pregunta, Nik.

    Bien.

     — ¿Cuántas personas crees que hay en este gimnasio que la llamen Callie?De todas las cosas que pensé que preguntaría, esa no era una de ellas.

    Mi experiencia con gimnastas femeninas, recomendaciones de otras personas… esaseran las cosas que pensaba que querría saber.

    Luchando para calcular en base a un número aproximado de alumnos que pensabaque asistían, empecé a lanzar un número aleatorio.

     —Eh… 

    Se rió entre dientes y entonces me salvó de mi ignorancia.

     —  Tres.

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     — ¿Tres? — cuestioné.

     — Su madre, tú y yo.

    No entendía.

    Se encogió de hombros, levantándolos hasta sus orejas.

     — Llámalo corazonada, pero creo que va a relacionarse contigo mejor que conalgunos entrenadores vejestorios con ningún concepto de la realidad de un adulto joven.

    No escondí mi vergüenza al pensar en la forma en que nos relacionamos hoy.

    Él sólo se rió.

     — Es como si pudiera ver los pensamientos que corren por tu mente.

    Con suerte, sería una cosa de tiempo limitado. No necesitaba leer mis pensamientoscuando me estaba imaginando mujeres desnudas.

    O pensando que imaginaba mujeres desnudas.

     Mierda.

     —  Tu interacción de hoy fue apasionada, segura, pero eres uno sobre todos losdemás.

     — ¿Señor?

     — Interactuaste. Punto. — Se encogió de hombros — . Ella hace caso omiso de todoslos demás.

     — Causamos una pequeña escena.

    Se rió de nuevo.

     — ¿Toda la gente observando?

     Asentí. — Probablemente se sorprendieron al oír su voz, ella no ha hablado con nadie en

    mucho tiempo.  — La emoción se enfrentó con sus siguientes palabras — . ¡Infiernos, tegritó!

     — Me di cuenta, señor.

    Me guiñó un ojo y puso mis anteriores malos sentimientos a gusto. Al menos, sobreél.

    Hoy en su conjunto se sentía como un revoltijo extraño. Todo lo que habíaaprendido sobre mí en los últimos veintiocho años estaba siendo anulado y reemplazadopor una emoción completamente opuesta más reciente.

     Al menos, así es como se sentía en este momento.

    Dios . Necesitaba despejar mi cabeza. Comenzar de nuevo. Reevaluar o algo así.

     — Sigue con lo que estás haciendo. Puede que no lo sientas en este momento, pero loharás al final.

    Lo extraño era que se sentía bien. Natural. Se sentía como si hubiésemos estadoentrelazados desde hace años.

     —Puede que nunca le gustes… 

    Bueno, eso era inspirador.

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     — Pero tengo la sensación de que va a aprender a escuchar. Y eso es lo importante — afirmó resueltamente.

     ¿Lo era?

    No estaba tan seguro.

    En vez de comentarlo directamente, lo dejé y pregunté sobre la única cosa que sabíaque iba a ayudarme.

     — ¿Está bien si vengo por aquí después de horas?

     — Por supuesto. — Se estiró hacia atrás, inclinándose sobre el escritorio, y abrió unode los cajones. Lo cerró de golpe y extendió la mano para pasarme algo — . Aquí está lallave. Sólo cierra cuando hayas terminado.

     — Gracias.

     Asintió.

     — No deberías tener que esperar mucho tiempo. Todo el mundo debería irse muy

    pronto.Su agarre fue fuerte mientras le daba la mano y me levantaba para salir. Cuando

    sonrió genuinamente de nuevo, empecé a sentirme tonto. Me veía obligado a entender todoen cada nueva situación de inmediato por un deseo innato de ser apreciado y hacerlo bien,pero, en este caso, no estaba haciendo nada, excepto amartillar el arma apuntandodirectamente hacia mi propio pie.

    No necesitaba saber todos los detalles sobre Callie o su padre en este momento. Sólotenía que calmarme y ser yo mismo. Tenía inclinación por el trabajo duro y este esfuerzo nosería diferente. El resto iba a funcionar por sí solo con el tiempo.

    Cuando salí y cerré la puerta detrás de mí, sin querer examiné la habitación y a la

    gente en ella.Dos exploraciones exhaustivas después, no encontré lo que estaba buscando.

    Ella había dicho que se iba y yo había estado en la oficina de su padre durante eltiempo suficiente para que lo hubiera hecho sin ser notada. Supongo que una parte de mísólo esperaba llegar a tener una palabra con ella. Algo menos tóxico. Menos exaltado.Menos crítico… en ambos extremos. 

    Uno de los entrenadores que había conocido antes  —  Jim, creo — , se despidió conuna sonrisa en su rostro.

     — Nos vemos mañana — grité en respuesta. Se limitó a asentir.

    Después de verlo, me dirigí a la salida en vez de quedarme alrededor. Mi bolsa estabaen mi moto de todos modos, y quería poder cambiarme antes de salir esta noche.

    La nueva pintura de carbón metálico de mi Street Glide brilló bajo las luces delestacionamiento tan pronto como abrí la puerta. Los grillos cantaban en el campo a travésde la calle y el resplandor de la luna casi llena arrojaba una sombra sobre los parabrisas detodos los autos restantes. Eran cerca de las diez de la noche, un ligero brillo de rocío sehabía instalado en todas las superficies y pequeñas gotas de agua como guijarros sobre elcuero de mi asiento.

    Siempre había sido un motorista y nunca había tenido mucho problema con el climadel sur de Georgia. Por lo menos, no en lo que a la temperatura se refería. Pero ahora que

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    tenía un horario fijo y responsabilidad, me imaginé que necesitaría buscar un medio detransporte de respaldo cuando la lluvia llegara a ser demasiado.

    Levanté la alforja y saqué mi bolsa, fijándola en el asiento así podría concentrarme enla parte inferior.

    Mantenía una foto de mis padres allí, jóvenes y enamorados y recién llegados enbarco desde Rusia. Mi padre era bailarín y mi madre gimnasta. Trabajaron muy duro desdeel momento en que llegaron aquí hasta el momento de su muerte en un accidenteautomovilístico hacía seis meses. Trágico como fue para mí, siempre tuve consuelo en elhecho de que se fueron juntos. Un ejemplo brillante de lo que hacía un buen equipo, mipadre a menudo presionaba y presionaba hasta que mi madre lo sacó e inclinó a su

     voluntad. Él la siguió de buen grado porque tenía sentido. Los dos estaban tratando de ir en lamisma dirección. 

    No había nada que mi padre hubiera querido más que seguirla al cielo.

    Expulsando un aliento tembloroso, pasé una mano por mi cabello excesivamentedesgreñado y tiré de la parte superior de la alforja cerrándola con la otra.

     Agarrando mi bolsa, me dirigí hacia la puerta y fui al cuarto de baño mientras losrestantes rezagados estaban haciendo su salida.

    Me puse pantalones cortos y me envolví ambos tobillos, asegurando la cintacómodamente apretada. También saqué mi cinta más delgada y la pegué en mi dedo, en esemeñique que de alguna manera me las arreglaba para romperme todo el tiempo, comomedida preventiva, y deslicé una de esas vendas elásticas en mi cabello para mantenerlofuera de mi rostro. Al salir del baño, me moví lentamente, asomando la cabeza primero yatenuando las luces hasta un apropiado nivel de “estamos cerrados”. 

    La puerta sólo chirrió un poco mientras se cerraba detrás de mí y encendí elinterruptor más cercano a mí. La luz hizo un zumbido, pero era el tipo de sonido que sedesvanecía casi de inmediato ya que estaba muy acostumbrado a escucharlo de fondo.

     Tiré mi bolsa a un lado e hizo un ruido sordo al chocar contra el suelo, me quité lacamiseta y la lancé a la parte superior, y hundí mi trasero al final del piso haciendo unestiramiento profundo antes de hacer cualquier pase.

     Tranquilo. Pacífico. Como en casa.

     Esta era mi forma favorita de estar en el gimnasio.

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    Sola.

    Un concepto tan irónico para mí. Lo sentía constantemente, pero nunca lo estabarealmente.

    No hasta este momento de la noche, de todos modos. Era mi momento favorito paraestar aquí y normalmente no hacía nada. Sólo tumbarme en alguna esterilla y mirar el techodel almacén.

    Pero esta noche, pasé un montón de tiempo en el vestuario. Pensando. Echandohumo. Considerando. Y andando con rodeos.

    Miré discretamente cómo las chicas entraban y salían, tomando sus bolsas yencaminándose hacia una noche hasta tarde de sabrosa comida casera y deberes. Lasnoches hasta tarde eran incesantes en la vida de un gimnasta, pero también lo eran lasmañanas temprano. En mi vida, no podía recordar un día que hubiese dormido pasadas lasseis de la mañana o que me hubiese ido a dormir antes de medianoche. Ninguno. En

     veintiséis años.

     Y no veía que fuese a cambiar.

    Sacando mi pantalón suave de color lavanda de mi bolsa, no me molesté en limpiar elmagnesio entre mis piernas antes de ponérmelo. Cerré mi casillero despacio, pero el sonidode un golpe en el suelo de barras me hizo saltar.

    Pensé que todo el mundo se había ido y, normalmente, mis padres cerraban cuandosalían. Deslizándome alrededor del banco en medio de la pequeña habitación, eché un

     vistazo a la puerta y me senté en cuclillas así podía ver bajo las barras fijas.

    Una morena espalda musculada destacaba sobre el azul brillante de la cintura de supantalón corto y sus tobillos teñidos con una gran mancha blanca gracias a la cinta. Sumano derecha envuelta minuciosamente, los dedos suavemente curvados sobre su palma ybotó sobre sus pies una vez justo antes de tomar dos grandes zancadas hacia la pista de dar

     volteretas. Su giro apenas rozó el suelo, las barras ondularon con la fuerza de sus giros

    hacia atrás y acabó con uno de los más grandes, más explosivos giros completos que he visto jamás.

    No era un ejercicio simple para un inexperto, pero desde luego lo hizo parecer así.

    Mis anteriores palabras me cazaron como si fueran verdaderos fantasmas.

     Quizás tú eres el perezoso.

    Bien hecho, Callie .

    Caminando con la cabeza gacha, siguió la línea blanca del centro de la fina cinta delsuelo hacia su camino de vuelta al principio y las puntas de su cabello demasiado largo sedesbordaban de su atadura con una diadema de chica.

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    Nik necesitaba un corte de cabello como yo necesitaba un cambio de actitud, perosus abdominales hicieron mucho más que compensarlo. Perfectamente definidos y bienafinados con el músculo de un atleta experimentado, no podía apartar los ojos de ellos. Noera la clase de músculos que un tipo obtenía entrando en un gimnasio y levantando pesas.

    Eran del tipo que realmente ayudaban a levantar cosas.

    Para él, eso significaba su cuerpo.

    Para mí, significaba que era aún más idiota por g olpearle con el trillado „„el que nosabe, enseña‟‟. 

     Tan silenciosamente como pude, salí sigilosamente por la puerta y debajo de lasbarras fijas, a través de la esterilla del foso y acomodándome en la esquina creada por unaesterilla permanente y el muro cerca de las barras. Me daba la vista perfecta sin revelarle miposición. No parecía saber que yo estaba allí y no tenía intención de cambiar eso.

    Sólo quería mirar. Tener mi momento y dejarle tener el suyo, pero espiarlo al mismotiempo. Quería ver a alguien más hacer el trabajo para mi diversión, y quería hacerlo en

    paz. Y a mis hormonas tampoco les molestaba la vista.Decepción inundó mis venas vertiginosamente mientras se bajaba del final del suelode barras y caminaba hacia su bolsa.

    No podía haber acabado, ¿no?

    Había hecho dos rondas, por el amor de dios.

     Es más de lo que hiciste esta noche , una maliciosa  — leer: asquerosamente cierta —   vozreprendió en mi cabeza.

    Pero, no. Dos segundos después, la evidencia de su intención de continuar sonó ensus manos.

    Un suave ritmo llenó el, de otro modo, silencioso aire y luego chirrió hasta pararmientras cambiaba la canción. Agachó la cabeza y lo hizo un par de veces hasta queencontró la que quería, suavemente tiró el teléfono encima de su bolsa y regresó al suelo.

    Entré en pánico, me deslicé más atrás en mi agujero y cerré los ojos, como si dealguna manera eso pudiese evitar que me viera, y contuve la respiración hasta que oí elrevelador sonido de sus pies comenzando su ronda mezclado con la dura melodía de una

     vertiginosa canción de Metallica.

    Sólo el frenesí de la música hizo que mi corazón estuviese preparado para salírsemedel pecho y yo ni siquiera estaba haciendo nada. No tenía ni idea de cómo lograba hacer la

     voltereta. Demasiado asustada para mirar enseguida, me perdí esa ronda y tuve que esperar

    que volviese al final para empezar de nuevo.Respiró profundamente un par de veces, saltó sobre los dedos de los pies de nuevo yluego se movió. Giro, voltereta hacia atrás con las manos, giro hacia atrás, giro hacia atrás,giro hacia atrás, un maldito giro completo doble. Su fuerza casi hizo temblar los cimientosdel almacén, aterrizó sobre los dedos de sus pies muy bien y, una vez más, me sentí tontapor pensar que sabía más sobre mi estúpida voltereta que él.

    Cuando exhalé, movió la cabeza hacia mi dirección y giré mi cabeza de nuevo,hundiéndome en la esterilla y mordiéndome dolorosamente mi inseguro labio inferior.

    Por favor, no dejes que me vea, por favor, no dejes que me vea .

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    El sonido del suelo estallando me dejó saber que no lo había hecho mientrasempezaba otra ronda y levanté la cabeza inmediatamente.

    Esta vez, acabó con un doble tirabuzón. Y aún lo hacía parecer increíblemente fácil.

    No tenía sudor en la frente y sus manos no temblaban con desasosiego. Estabacompletamente en su elemento, centrado en la música y en las técnicas, sin el más levejadeo. Tenía práctica. Hacía esto mucho y lo hacía bien.

    Me encontré esperando que se quedase toda la noche mientras lo miraba ronda trasronda, cada vez incrementando dificultad y velocidad. Cada técnica tenía que sercronometrada a la perfección, cada mano y pie colocado con precisión. Y, Dios, eradivertido de ver.

     Apenas sonreía, pero pude ver un brillo iluminando desde el interior. Amaba haceresto. Lo amaba sin prejuicio ni preguntas, y lo hacía sinceramente.

    En este momento, él no quería estar haciendo nada más que esto, en ningún otrositio que aquí.

    Solía saber cómo se sentía eso, y anhelaba volver a sentirme de ese modo otra vez.Después de la decimoquinta ronda, senté el culo en el suelo y apoyé la espalda en la

    pared. Estaba cansada de mirarlo y, finalmente, tenía unas gotas de sudor en el centro de supecho.

    Realmente no podía ver   las gotas desde esta distancia, pero basándome en el brillo,podía imaginármelo.

    Por Dios, podía imaginarlo.

    La música aún rugía en el suelo y su estúpido cabello todavía caía sobre sus orejas.Pero algo más había cambiado en el tiempo que me llevó mirar esas rondas.

    Una parte de mí lo había aceptado como alguien en quien podía confiar. Alguien conquien me podía relacionar. Alguien que simplemente podría acabar sabiendo cómo mesentía. Podía reconocerme en él, al menos, el modo en que solía ser. La forma en quetrabajaba a su propio ritmo sin falta de ética auto inducida. Podía ver los años que habíainvertido para llegar a este punto, claro como el día en el nivel de su talento, y sabía quetenía que ser igual, sino más, al mío.

    Pero todas estas comprensiones camuflaron más incógnitas, los cómos y por qués deque un atleta talentoso como él estaba entrenándome era un misterio de la vida real.

    Parecía feliz por fuera, pero sabía mejor que nadie que no ocultarlo podría hacerteasumir qué está bajo la superficie. La gente alegre puede estar deprimida. Chicas

    extrovertidas pueden sufrir problemas de autoestima. Y alguien que parece hosco yreservado, puede ser feliz en su cabeza.

     Aunque esta ronda pudiese ir incrementando en dificultad mientras progresaba, seexpresaba por sí mismo. Pero las manejaba todas igual. El mismo bote sobre la punta delos dedos de los pies, la misma suave flexión de sus dedos.

    Dos pasos botando precedieron a un giro, una voltereta con las manos hacia atrás,doble tirabuzón, voltereta hacia atrás, voltereta hacia atrás y, el gran final, un triple saltomortal.

    La histeria me hizo tirar de la parte de arriba de mis leotardos con violencia.

    ¿Hacía calor aquí?

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    ¿Cuánta energía tenía? Necesitaba que acabase ya.

    Oh, mierda. No pienses en sexo.

    He dicho que no.

     No.

     QUE NO.Resistencia. Fuerza. Destellos de su perlada piel sudada pegada contra la mía.

    Demasiado tarde .

    Si supiese qué se sentía como un orgasmo, habría imaginado mirarlo haciendo algoque se sintiese similar. Mientras un escalofrío descendía por mi columna vertebral y losmúsculos de su fuerte estómago se flexionaban y contraían, decidí por posiblementeprimera vez, estaría dispuesta a estar equivocada, sin embargo.

    Oh, hombre. Esta no era la dirección en que mis pensamientos deberían dirigirsesobre mi entrenador.

    Sólo estaba estresada y cansada. Eso era todo. Esto no se convertiría en una cosahabitual. No. Definitivamente no.

    Sácame de aquí .

    Finalmente, se dirigió a su bolsa, apagó el flujo de música y colocó la camiseta sobresu hombro. Revolvió la bolsa despacio, tomándose su maldito tiempo y, cada segundo quepasaba, hacía que mi piel picase más y más, hasta el punto de extenderse.

    Levantándose, se puso la bolsa sobre el hombro, rodeando la esquina.

    Llené los pulmones de oxígeno fresco con una gran respiración y liberé la tensión demi hambriento cerebro casi de inmediato.

    Gracias a Dios .Esperé a que se marchase, el golpe de la puerta del baño fue mi señal para moverme

    como la bat señal para Batman.

    Las esterillas comprimieron ligeramente mis pies cubiertos con deportivos mientrasllevaba el culo al vestuario, tomando mi bolsa y corriendo a la puerta del gimnasio como siestuviese en llamas. Sólo tenía un corto espacio de tiempo para salir y planeaba sacarle elmáximo partido.

    La humedad de la noche casi me ahogó mientras cambiaba a máxima velocidad,tomando grandes tragos de la libertad que representaba.

    Desafortunadamente, sólo había dado dos pasos hacia mi auto antes de que la luz seapagase detrás de mí.

     Estaba viniendo.

    Honestamente, no hubiese sido tan malo si me hubiese visto, pero mi mente estabademasiado lejos de aceptarlo. El auto y la esquina del edificio estaban a una distanciaequidistante de mí y, por supuesto, tomé la trágica decisión previsiblemente mala, como enlas películas de terror, de correr inconscientemente a ponerme a cubierto en el edificio.

    La puerta se abrió justo cuando giraba la esquina y me latía fuertemente el corazóncontra el revestimiento de metal del edificio.

    Después de dos golpes silenciosos contra mi frente, saqué la cabeza por la esquina

    para echar un vistazo.

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     Vaqueros ajustados vestían sus piernas musculadas y su sencilla camiseta blanca había vuelto a su función de tapar carne.

    Miró mi auto una vez antes de acercarse a una motocicleta que estaba estacionadaaún más cerca de mí, pero no miró en mi dirección. No confiaba en que la escapatoriahubiese acabado.

    Hablando de cómo joder esto a lo grande.

     Tenía la casi sensación urgente de salir de allí antes de que me notase, pero mientrasmiraba mi auto desde la esquina del edificio con él en medio, me di cuenta de algo.

     No tenía dónde...

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    Ir.

     Tanto como dudaba que Callie lo quisiese también, mi corazón no paraba de mandarcartas al buzón de sugerencias de mi cerebro.

     — Pregunta — insistió mi corazón — . ¿Qué daño hace preguntar?

    Mi corazón sonaba un poco como una chica.

    Me hice un gesto negativo a mí mismo, cerrando los ojos con fuerza para acallar loscambios de mis emociones desenfrenadas.

    Supe que estaba allí entre mi cuarta y quinta ronda de volteretas. Una sombra sehabía escondido en el muro alejado del almacén detrás de un montón de esterillas. Elmeneo de una cola de caballo confirmó la identidad de la sombra.

     Aunque ella no supo que sabía que estaba allí y ahí es donde la pregunta se poníadifícil.

    Para mí, había sentido como si estuviese sentada allí a mi lado todo el tiempo, pese asus esfuerzos para mantenerse escondida, y para mi completa conmoción... no me importó.

    Siempre me había gustado tener mi tiempo a solas al acabar la noche. Siempre.

    Pero esta noche, con ella, me había gustado tenerla allí conmigo.

    Estaba demasiado confundido para saber qué significaba, pero no demasiadoconfundido para saber que no debería sentirlo. Porque no estaba sintiendo pensamientos yafectos estrictamente profesionales que un entrenador tendría por su atleta. Infiernos, nohabía habido tiempo para formar esa clase de vínculo formal.

    En cambio, estaba sintiendo una atracción por una casi extraña, las cosas que sabíasobre ella incitaban sentimientos en mi interior a un nivel químico. Los nervios zumbabancon excitación extra y ansiedad del buen tipo agitaba mis instintos.

    Su identidad única, tan sesgada de lo que el resto del mundo pensaba, el pequeñoatisbo que había tenido de su personalidad y la forma en que se ocultaba de un modo quesólo ella podía entender o explicar... todo ello hacía que los “no puedo” pareciesen “nodebería” y realmente sólo “quizás no debería” a eso. 

     Todo había ido mal desde el principio, el escupitajo que selló nuestro primer apretónde manos pareciendo instalarme en un universo alternativo.

    Lo que estaba bien había cambiado por completo y nada importaba más queencontrar las piezas perdidas de su puzle.

     — ¿Quieres ir a un sitio conmigo?  — grité en la silenciosa noche antes de pensarlomejor.

     Y, después, me di cuenta de cómo había sonado.

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     — No para sexo — aclaré en voz alta y luego choqué la palma de mi mano contra mirostro.

    ¿En serio, Nik?

    Suave.

    Sólo llevó cinco segundos escuchar un irritado arrastre de pies, un par de maldicionesmurmuradas y un ofendido pero claro:

     — ¿Cómo sabías que estaba aquí?

     Aún no se hallaba a la vista, escondida por la esquina del edificio.

    No queriendo hacer la escena mucho más vergonzosa de lo que realmente era, paraninguno de los dos, decidí mentir:

     —  Tu auto.

    Pasaron un par de segundos más de silencio reflexionando.

     — ¿Cómo sabías que era mi auto?

    Me aclaré la garganta y alcé la voz una vez más:

     —Creo que fue la pegatina de “terceras Olimpiadas o muere” de la ventanilla trasera. 

     — ¿QUÉ? — chilló, precipitándose por la esquina con un horrible disgusto.

     Acortó la distancia entre nosotros con pasos enfadados y aturdidos.

    Por supuesto, cuando llegó no había pegatina... nunca la había habido, gracias a Dios.

     — Oh. — Un profundo suspiro — . Te crees muy gracioso.

    Sonreí aún más, pero ignorando verbalmente el comentario.

    Cuando el silencio se hizo demasiado, trató de encubrirse.

     —  Yo, esto... me quedé dormida en los vestuarios. — Se aclaró la garganta una, dos yhasta una tercera vez — . ¿Qué estás  haciendo aquí?

    Se cruzó de brazos como si se quitase el frío, pero el aire caliente de una noche de verano sureña se asentó a nuestro alrededor. No tenía que incomodarse al encontrarseconmigo.

    Deseaba decirle que todo su torpe esfuerzo para excusarse era sólo para su beneficio.No me importaba que hubiese observado.

    Pero mi padre siempre me dijo que hay que pensar con la lógica de un hombre ydarle la vuelta completamente. Ahí es donde encontraría las respuestas para tratar con unamujer.

    Pensé que era un buen consejo. Mi madre le había golpeado.

    Una confirmación .

     — Dando volteretas  — murmuré en cambio, manteniéndolo tan simple como fueseposible para evitar ser atrapado en un nudo de palabras involuntarias.

    Puso una expresión de sorpresa como si no lo entendiese.

     —  Tu padre me dio permiso para entrenar fuera de horario. Soy un poderoso saltador — expliqué simplemente, estremeciéndome un poco ante la implicación de que aún tratabade competir. No era así.

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    Sólo lo hacía por diversión y para aclarar mi cabeza. No estaba seguro de cómoconseguía paz mental cuando mi cuerpo envejecía y mis articulaciones se estropeaban, peropor ahora, era mi consuelo.

    Se le enrojecieron un poco las mejillas por vergüenza ante su falta de honradez y sepasó las manos sobre los brazos con rudeza. Realmente pensaba que no sabía que me había

    estado mirando.Dejaría que lo pensara. De momento.

     — Entonces... pregunté si querías venir a un sitio conmigo.

    Centró la atención en sus pies mientras cambiaba el peso de uno a otro. Entrelazó yretorció los dedos con nerviosismo, poniéndosele la piel blanca con la simple presión. Alzósus ojos hacia los míos y su pregunta fue engañosamente simple. Pensé que la tenía.

     — ¿Dónde?

     —  Ah, mira, no puedo decírtelo. — Moví mis cejas de arriba abajo, apoyando mi pesode forma casual en el asiento de cuero de mi moto — . Arruina toda la diversión.

     — ¿Quieres que vaya en eso? — ¿Eso? — cuestioné, girándome para observar en la dirección que estaba mirando.

     — Eso — repitió, apuntando bajo mis nalgas con énfasis.

    Una vez más, escondí una floreciente sonrisa.

     — Eso es una motocicleta. Y viendo que es mi modo de transporte elegido... sí.

     — No puedo — afirmó con rapidez, mirando su auto y de nuevo a mí.

     — ¿Por qué? — pregunté, siguiendo la vista de sus ojos con los míos y parando en suenrojecido rostro.

    Frunció un poco el ceño, pero no con confusión. Era en busca de una excusa. — Porque no debería.

     — De acuerdo  — concordé. Se relajó, dejando caer los brazos a los lados y mirandofijamente. Asimilé su apreciablemente postura menos agresiva y no pude resistirme aintentarlo una vez más — . Sólo...

    Puso los ojos en blanco.

     — ¿Una pregunta más?

     Asintió dando permiso, escéptica pero escuchando.

     — ¿Cómo sabes que no deberías?

    Las esquinas de sus ojos se arrugaron con angustia, pareciendo espeluznante como elextremo más estrecho de una tela de araña, como si luchase por mantener su indiferenciahabitual.

     —  Yo... yo...

    Mi corazón golpeó contra mi pecho y se me humedecieron las palmas de las manos.

     — No puedo.

    Una decepción poco familiar rompió en mi pecho y siguió hasta llegar a mis tripas.Normalmente, lo hacía mucho mejor manejándolo con esperanza. El día de hoy había sidojodido.

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     Aunque no había razones para empujarla.

     — De acuerdo.

    Parecía decepcionada.

    No conmigo. Consigo misma .

    Levantando las esquinas de mi boca en una sonrisa natural, busqué ponérselo fácil. — Entonces, te veré mañana. ¿A qué hora quieres empezar?

    Quizás por la sorpresa de tener a alguien más confiando y gestionando sus vidasfuera de su horario, le llevó varios segundos pensarlo detenidamente.

     —  Vendré algo temprano para echar una mano con el trabajo de oficina. Calentarésobre el mediodía, tomaré un breve descanso para comer y luego empezaré con los trabajosy ejercicios.

     — Entonces estaré aquí a la una.

     — De acuerdo.

    Casi me resisto con la sencillez con la que aceptó, pero había terminado de meditarpor esta noche. Necesitaba un descanso y claridad, no sobre analizar cada simpleencuentro.

    Esperaba que una buena noche de sueño pudiese enseñarme cómo hacerlo.

    Inclinando la cabeza como saludo, combinación que nunca hubiese consideradollevar a cabo en toda mi vida, me giré hacia mi moto, a la vez que cerraba los ojos confrustración, tomaba el casco, me lo ponía en la cabeza y saltaba a horcajadas.

    Llevó esfuerzo, pero logré no mirar atrás.

    De acuerdo. Todo fue un puto...

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    De acuerdo.

    Pensé que lo sabría, pero realmente no tenía ni idea.

    Nik, Nikolai Begrov, lo que sea ... era un buen gran jodido trato. No era solo un“poderoso saltador”. Era el tercero del mundo. 

    Del mundo.

    Como, el mundo entero.Cuando llegué a casa no perdí el tiempo en encender mi ordenador para que Googleme enseñase mi falta de conocimiento.

     Y hombre, lo tenía. Me dio unos sesenta vídeos de Youtube y seis mil resultados debúsqueda.

    Cada click de mi ratón hacía que me preguntase algo una y otra vez.

    ¿Por qué demonios estaba remotamente interesado en entrenarme ?

    Entrenar a cualquiera, en realidad. Debería haber estado entrenando todo el tiempo. Viviendo... bueno... mi vida .

    Cuanto más miraba y leía sobre él, con cuidado de quedarme con los hechos en sucarrera más que información personal, más empezaba a intentar entenderle. No queríasaber sobre su vida personal.

    No, eso no era verdad.

    No quería saberlo a menos que me lo dijera él mismo. Se sentía como una invasión ala intimidad y más que eso, como si pudiese desenterrar algo a lo que no estaba preparadapara hacerle frente.

    Exaltado en la vida, había empezado a dar volteretas a la madura edad de cuatro añosy nunca más paró. Una breve incursión en la gimnasia masculina resultó sin interés, en esemomento centró todas sus energías en dar volteretas. Construyendo una carrera temprana,

    compitiendo en tantas competiciones posibles y dominando la mayoría en las que entraba.Había hecho varios viajes al Campeonato Mundial, en el último poniéndoloextraordinariamente en el pódium por el bronce.

    Pero mirándolo esta noche, no podía evitar pensar que quizás era aún mejor quetercero en el mundo. Que podía alcanzar incluso más si lo quería.

    Era diferente, pero no suficiente para no ser lo mismo. Sentía como si Nik supiese dedonde venía yo de un modo completamente diferente a nadie que hubiese conocido antes.

    Lo que me asustaba muchísimo. Relacionarse daba lugar a gustar y gustar daba lugara volverme loca... y una buena oportunidad de decepción.

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    Fue alrededor del noveno escalofrío que me recorría el cuerpo que decidí que teníaque hacer algo. Algo premeditado y preventivo, y tenía que suceder ahora.

    Con dos clikcs de ratón, acerqué una foto de él y procedí a analizarla.

    Labios, malditamente increíbles.

    Ojos, irreales. Tan azules, como un océano, que te invitaban a tirarte en ellos.Sonrisa, para morirse.

    Pero su pelo era un poco estúpido.

     No.

    Hice más firme mi resolución.

    No un poco estúpido. Era el epítome   de la estupidez. Todo ondulado y largo, unamaraña de cabello. Y la cinta de pelo era una burla contra los hombres.

    Sí . Eso era lo mejor.

     Y la motocicleta. ¡Eso también era estúpido!

    ¿Qué estaba pensando tomando la oportunidad de salir herido de ese modo? Erantrampas mortales.

     Quiero decir , era un poco caliente .

     Juntando los dedos como ejemplo, entrecerrando un ojo mientras hablaba conmigomisma.

    Un poquito.

     Admitir que un poquito era totalmente aceptable, razoné.

    Ladeé pensativamente la cabeza, y fruncí un poco los labios.

    Su cabello realmente no estaba tan  mal.La inmediata comprensión de mis pensamientos dando marcha atrás me hizo

    levantar la cabeza de golpe.

     Mierda .

    Salí del navegador con rapidez y me alejé del ordenador, me sostuve la cabeza entrelas manos.

    Solo estaba cansada. Eso era todo. Iba a ser la una y media de la madrugada y mihora de acostarme era un recuerdo.

     Aún vivía con mis padres lo que, para ser francos, era un fastidio, pero sabía que a

    este punto estaban sólidamente dormidos. Y estaba descartado golpear cosas alrededor dela cocina con una confusa rabia mientras mezclo un lote de masa de galletas para comerlodirectamente del recipiente.

     Así que dormir era la respuesta. Todo se sentiría normal mañana, seguro.

    Una fotografía de equipo en uno de mis días de nivel siete estaba puesta encima de laparte de mi armario mientras soltaba mi cabello recién lavado de la cola de caballo,quitándome la sudadera y metiéndome bajo la colcha blanca de mi cama.

    Con nada más que el pobre movimiento de mi pecho, la luz apagada de la lámpara demi mesita de noche sumía la silenciosa habitación en la casi completa oscuridad. La lunailuminaba con un rayo de luz a través de la ventana de mi habitación y se asentaba

    directamente sobre mis manos.

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    Despacio, puse las palmas hacia arriba y las estudié, las marcas rojas por rozaduras yaquellos callos de un feísimo color amarillento que habían aparecido por los duros años detrabajo.

    Intenté seguir las líneas de mis palmas, habiendo leído un artículo en la red que lasmarcas decían algo de ti como persona.

    Por mucho que lo intenté, no pude recordar que había dicho el escritor.

    Sin embargo, imaginé, que para una mujer como yo, con las líneas rotas porcicatrices, heridas cicatrizando y las que deberían ser curvas cubiertas con piel fea, gruesa yabusada... la respuesta no sería buena.

    K — Buenos días, Callie  — gritó mi madre desde el fregadero mientras entraba en la

    cocina a paso de tortuga a la mañana siguiente.

    Habiendo completado solo lo que equivalía la mitad de un entrenamiento normal

    para mí, estaba agotadísima. Aparentemente un día y noche llenos de pensamientos extraños y emociones habían

    trabajado todo tipo de músculos mentales que no sabía que tenía. Y como cualquier cambioen la rutina, las secuelas fueron la tensión con fatiga y dolor.

     — Buenos días, mamá.

    Se giró con el sonido de mi voz e inmediatamente se centró en los círculos oscurospoco favorecedores bajo mis ojos cansados.

     — Pareces cansada.

     — Sí.

     —  Tú también pareces cansada.Sacudiendo la cabeza hacia el suelo, suspiré.

     — Eso es porque estoy  cansada.

    Me frunció el ceño mientras mi padre entraba por la puerta detrás de mí. Escuchó laconversación, justo como parecía que hacía siempre, y vio su oportunidad para llevarlo enla dirección que quería... otro tema común para él.

     — Eso no es bueno, Cal  — aconsejó, moviéndose hacia la mesa en mi línea de visión — . Sabes que esta es la recta final. Tienes menos de seis semanas para las pruebas declasificación para el campeonato y ocho antes del campeonato.

     Y ahí de nuevo, las Olimpiadas. — Lo sé.

    Lo sabía sin duda.

     — No comes como deberías  — señaló, mientras yo alcanzaba un plato de tortitasfrancesas empapadas con sirope — , y no has estado esforzándote en ponerte en formacomo deberías.

     — Lo sé — respondí, parando en seco y retirando el brazo obedientemente.

    Siempre  lo decía.

     — Frank... — Mi madre intentó interrumpirlo, pero él solo siguió hablando.

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     — Con suerte, Nik puede enseñarte un poco de ética laboral en este corto plazo detiempo.

    Luché contra hacer un puchero, porque segurísimo que no ganaría.

     — Deberías haberme dicho que contrataste un nuevo entrenador para mí.

    Parecía desconcertado. — Pensaba que lo había hecho ayer.

    Mi madre negó junto conmigo. Hombres .

     — Oh, vamos. No es como si fuese viejo. Realmente es un talento en dar volteretas.Incluso quizás se hagan amigos.

    Prácticamente podía oír la burla de incredulidad mientras decía eso.

     — De todos modos, no lo busqué.

    Miré a mi madre confundida, pero tampoco sabía de qué estaba hablando.

    Negó antes de girarse hacia el fregadero.

     — No lo entiendo. ¿Entonces por qué está aquí?

     —  Algo del amigo de un amigo — murmuró, apuñalando un trozo de tostada francesay llevándoselo a la boca. Masticó un par de veces, lo que aclaró lo suficiente su gargantapara que pudiese hablar.

     — ¿Conoces a los Callhoun? ¿Los que tienen un gimnasio en Moswego?

    Moswego Elite era un gimnasio competitivo a unas dos horas al norte de Ringwood.Una región sureña en Georgia, un pueblo pequeño menos costero. Había estado haciendocompeticiones con y contra ellos desde que era pequeña.

     — Sí.

     — Bueno, escucharon de uno de sus amigos que Nik estaba buscando convertirse enpersonal en un gimnasio por los alrededores. Algo con sus padres y tener que mudarse o nosé. Como dije, una especie de rumor.

    Me pregunté brevemente cual era la historia detrás de esta información a medias,pero mi padre no me dio mucho tiempo para pensar en ello, cambiando rápidamente a susiguiente pensamiento.

     — Pero, de todos modos, lo aceptaron durante un tiempo. Dijeron que tenía un buenojo para todos los aparatos de mujeres incluso sin tener gran experiencia práctica. Notenían pensado mantenerlo permanentemente, así que me llamaron para comprobarlo.

    Eso hizo que frunciese el ceño también, la idea de un puesto permanente en nuestrogimnasio también era ridícula. Trabajando conmigo, al menos, sería un tiempo muylimitado. Ya estaba en la recta final.

     — Realmente no necesitábamos a nadie, pero una vez que lo investigué, no puderechazarlo. Es el tercero en el ranking de acrobacias, ¿lo sabes?

    La cabeza de mi madre saltó de nuevo en la conversación.

     — Lo sé — admití tímidamente. Mi padre no lo notó.

     — Después de observarlo ayer, me di cuenta que sería perfecto para ayudarte. Yasabes, hazlo trabajar realmente duro por su dinero — se burló.

     ¿Después de ayer?

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    No me reí.

     — Frank — amonestó mi madre.

     — ¿Qué?

     — Nada, papá  — interrumpí, solo queriendo que acabase su conversación — . Tengo

    que irme. Voy a tomar un sándwich de claras de huevo para abrir en el camino.Mi padre sonrió con orgullo.

     No hay forma de que vaya a tomar un sándwich de clara de huevo.

    Sabía que no debía animarlo respondiéndole en estas conversaciones, pero era comoun perro con un hueso. El suyo no era el modo correcto. Era el único modo.

    Si no me rendía, iría a por mí antes de que lo hiciese.

    No me entiendas mal, mi padre era un tipo agradable. No me gritaba o golpeaba. Nisiquiera negaba amor. Tenía todas las cosas buenas y, francamente, tenía veintiséis años yfaltaba mucho para presionarme con contribuir más financieramente o tomase más peso.

     Trabajaba en el gimnasio haciendo trabajo de oficina por las mañanas y trabajaba en migimnasia el resto del tiempo. Eso le parecía bien.

    Pero todo eso le parecía bien porque era lo que él  quería.

    No era solo su hija. Era su olímpica.

     Y se aseguraba de que nunca lo olvidase.

    KLas manecillas del reloj se movían lentamente, luchando aparentemente por marcar

    de un minuto a otro toda la mañana.

     Trabajé para mantener las manos y mente ocupadas, recogiendo cheques de padresmuy entusiasmados y clasificando autorizaciones médicas puestas al día. Algunos de losgimnastas que estudiaban en casa entraban poco a poco, charlando y cotilleando entre ellosy mirando en mi dirección temerosos como lo hacían.

    Cuando finalmente llegó el medio día, no pude salir de la silla del escritorio e ir a miauto lo suficientemente rápido.

     Abriendo la guantera, comprobé para asegurarme que tenía el ambientador, lo tenía,y luego lo encendí y salí del estacionamiento. Tenía que salir antes de que mi padre llegase onunca lo haría.

    Un McDonald‟s iluminó como un faro doce bloques después y puse el intermitente

    en mi Honda Civic con ferviente anticipación. Todo se sintió bien. Ejecuté una perfecta maniobra de estacionamiento en una plaza

    cerca de la puerta. El sol brillaba con vigor, calentando mis huesos. Y la fila dentro parecíamaravillosamente corta.

     Aparentemente mi buen humor no me hizo darme cuenta de la brillante motocicletaestacionada a tres plazas de mí.

     Aunque me desperté rápidamente ante la vista de Nik. Horrible cabello negroondulado metido discretamente en una gorra de béisbol negra puesta hacia atrás, pantalónestrecho y otra brillante camiseta blanca entraron en mi campo de visión.

     Y desafortunadamente, también me notó con rapidez.

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     — Hola.

    Entré en pánico, inmediatamente lo acusé de lo casi imposible:

     — ¿Mi padre te mandó aquí? ¿Cómo sabe que estoy aquí?

    Miró alrededor brevemente, comprensiblemente confundido, después saliéndose de

    la fila y acercándose a mí, donde me quedé inmóvil por el momento en que le escupí.Cuando se acercó a menos de dos pasos, mi cuerpo tensó se tensó aún más.

     — No sé de qué estás hablando, Callie. Estoy aquí por un Cuarto de libra.  — Merelajé un segundo... hasta que me di cuenta lo vergonzoso de mi episodio.

    Se encogió de hombros.

     —  Te habría colado en la fila, dejando que pidieras conmigo, pero dejaste de andar.

     — Mi padre... — busqué las palabras — , no le gusta cuando como en McDonald‟s. 

     Entendimiento.

     — Oh — susurró entre dientes — . Bueno, tu secreto está a salvo conmigo.

    Casi le devuelvo la sonrisa.

     — Gracias.

    Se encogió de hombros. Y después me dio un guiño.

    Cielo santo.

     —  Todos tenemos secretos, ¿no?

     Yo segurísimo que los tenía. Por suposición, supuse que todos los demás también.

     — Sí.

    Solo me preguntaba cuántos secretos de la gente eran por omisión y cuántos eran...

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    Nik Mentiras.

    No son siempre intencionadas. Y, a veces, sólo se las decimos a los demás porquenos las decimos primero a nosotros mismos.

     Asimismo, las fotografías no son siempre lo que parecen en la superficie. El noventapor ciento de la percepción es influencia, y Callie me había persuadido perfectamente para

     ver su papel en el gimnasio como hizo. No deseada, molesta y, bueno, muy idealizada.

    Pero cuanto más la observaba, más aprendía de ella.Cada rechazo que ella sentía era fingido, cada comentario desdeñoso una clarísimafalsedad inventada por sus propios problemas de autoestima.

    Esos críos aún la idealizaban y observaban, pero su frialdad y su estadodesinteresado, los mantenían a distancia y forzaba que escondiesen sus miradas de asombrocon miradas de soslayo.

     Tendría que encontrar la forma para cambiar la opinión de ella, y desvelar la de ellos.

    Después del modo que había ido ayer, sabía que necesitaría planearlo, se trataba deun esfuerzo que llevaría tiempo. No había esperanza de convencerla en un solo día...especialmente, no al inicio del juego.

    El momento correcto vendría con el tiempo. — Bien  — grité, mientras aterrizaba con un giro al finalizar su serie en la barra de

    equilibrio.

    Mostró una rápida sonrisa engreída, entusiasmada, en mi dirección.

     Ya habíamos practicado los otros tres elementos y había sido despiadadamentecrítico. Había estado sorprendido al encontrar que, cuando abría la boca, sus dientesseguían intactos, su agitado rechinar de dientes había sido incesante.

    Pero esto... esto era algo diferente.

    Manejaba la barra de equilibrio con más confianza que cualquier otro aparato,

    ignoraba el peligro de diez  — diez por diez centímetros de ancho —  con la facilidad de unequilibrista. No había tenido mucha experiencia con estos aparatos, pero todas lasgimnastas femeninas que había conocido, incluida mi madre, hablaban de él como si lesamargase la existencia. Y tenía suficiente conocimiento práctico para saber qué se veía bieny qué no.

    Pero Callie no era como las otras.

    Parecía como en casa allí, los suaves golpes de sus saltos resonaban con precisión.No había grandes tropiezos, ni pasos en falso.

    Cuando estaba en la barra de equilibrio, sólo estaba .

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    Un par de pasos artísticos llevaron a un giro completo, levantó y extendió las piernascon gran amplitud y acabó con una floritura arabesca de imposible flexibilidad. Centró losojos en el final de la barra frente a mí, y el dedo del pie de su pierna extendida golpeóintencionadamente la parte trasera de la barra en su descenso. Fue una medida deseguridad, una forma bonita de asegurarse la correcta posición en una barra de dimensión

    limitada antes de su final. Pero, como había aprendido hoy, lo hacía con prácticaregularidad y lo hacía perfectamente.

     A duras penas podía apartar los ojos de ella.

     Tenía talento en el baile y moverse de forma artística, de una forma que no todas lasgimnastas hacían. El movimiento fluido venía con naturalidad y las transiciones de unejercicio a otro acopladas tan constantemente como un único pensamiento siendoenhebrado.

    Se me cortó la respiración cuando ejecutó el final del ejercicio, sus manosabandonaron la barra varias veces antes de que fuesen reemplazadas por sus pies. Laprecisión era la clave para el final del ejercicio antes de una difícil salida. Un error o un pie

    mal colocado desencadenaría una serie de errores imparables en movimiento.Una vez que empezabas la salida de la barra de equilibrio, realmente no podías parar.

    Un sonoro golpe llenó el aire cuando plantó ambos pies en la colchoneta, solté el aireretenido en mis inflados pulmones.

    Gritos y ovaciones hicieron eco en el fondo, provenientes del joven equipo de chicasen el suelo para alguna otra ejecución, mientras ella se giraba para enfrentarme, pero lasignoré.

    Sus ojos eran engreídos y desafiantes a la vez y no podía apartar la mirada, la luzreflejada hacía que su mirada chocolate fuese menos dura.

     — ¿Bien?Obviamente pensaba que estaba allí solo para ser crítico.

     — Estuviste increíble  — admití inmediatamente, llenando su rostro con sorpresa yperplejidad — . Si fueras así en todos, no necesitaría estar aquí.

    Puso los ojos en blanco, su cordialidad enfriándose un poco con resentimiento.

     — Has vuelto a traer de vuelta el lado negativo, ¿no?

    Descruzando los brazos y