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TERAPIA Y TRADUCCIÓN
UNA PERSPECTIVA GESTÁLTICA
ALFONSO COLODRÓN GÓMEZ
Director de tesina: Francisco Peñarrubia
ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE TERAPIA GESTALT
ÍNDICE Agradecimientos.............................................................................. 2 A modo de prólogo.......................................................................... 3 Introducción................................................................................... 11 Primera parte El lenguaje como vehículo Desde la Torre de Babel.................................................................... 20 Todo lenguaje es un sistema de citas................................................ 23 Interpretar es dar vida al lenguaje..................................................... 25 La palabra creadora........................................................................... 27 Los límites de la palabra escrita........................................................ 31 El viaje como metáfora..................................................................... 34 El "para qué" de la terapia. El "para qué" de la traducción............. 39 Por un lenguaje orgánico.................................................................. 42 El arte de la escucha......................................................................... 47 La escucha externa........................................................................... 53 Más comparaciones y similitudes.................................................... 60 Segunda parte Hablan los actores Hace falta un poco de locura............................................................ 70 La red de seguridad.......................................................................... 76 La vida personal............................................................................... 81 Vasos comunicantes: terapeuta y traductor..................................... 86 "Tú has de ser el cambio que desees ver en el mundo"................... 93 A modo de conclusión.................................................................... 101 Bibliografía................................................................................... 104
Agradecimientos
Mi primer impulso fue agradecer a todas las personas que tuvieron
que ver con mi formación gestáltica y ampliarlo a quienes me han ayudado
y continúan ayudándome en mi práctica. Pero la lista se hacía interminable.
Tenía que remontarme a quienes me ayudaron a ser quien era en el
momento de iniciar la formación y a quienes me animaron a hacerla.
Demasiada biografía personal. Después se extendía a todos los colegas,
ejemplos de buen hacer, que me sirven de estímulo y modelo en mi
quehacer profesional. Temía olvidarme injustamente de algunos.
Por ello, decido mencionar sólo a las dos personas directamente
relacionadas con esta tesina. Paco Peñarrubia, que desde el primer
momento aceptó generosamente dirigirla, a pesar de la extrañeza del tema.
Admiré el riesgo que asumía y la confianza que me otorgaba. Gracias,
Paco.
Loretta Cornejo ha sido mi "Pepito Grillo" en los últimos tiempos.
Sin ella, todavía estaría posponiendo su redacción y su presentación.
Gracias, Loretta.
A modo de prólogo
Una tesina pretende enriquecer de algún modo el campo teórico de la
disciplina en la que se enmarca. Una tesina sobre terapia gestalt me parece
más difícil que sobre cualquier otro campo de investigación. Estas son mis
razones.
Hace ya tres décadas que presenté mi primera tesina en la Sorbona.
Me centré en un hecho histórico -la huelga general de Barcelona de 19021-
y sólo tuve que releer prensa de la época, Diarios de las Cortes, manifiestos
socialistas y anarquistas, obras ideológicas, informes policiales... para
elaborar una hipótesis en base a unos hechos y llegar a unas conclusiones.
Ha llovido mucho desde entonces y algunas de mis certezas se han
transformado en preguntas, mis ideales en simples aspiraciones y las
ambiciones de juventud en cicatrices y canas. Y ahora me veo intentando
hacer alguna aportación original a la Gestalt, que mis colegas consideren
mínimamente aceptable. Por eso, esta investigación tiene algo de requisito,
de funcionalidad y urgencia para obtener un resultado, que falsea, aunque
sólo parcialmente, el mayor gozo que me produciría el compartir
1 "Aportación al estudio de la huelga general. La huelga general de Barcelona de 1902", Revista de
Trabajo, nº 33, Madrid, 1972
libremente, fuera de plazos y estructuras formales, unas reflexiones que
nacen de una experiencia.
Pero lo primero que aprendí leyendo a Perls fue una cierta
prevención sobre lo que se ha traducido como "acercadeísmo": una cierta
fobia contra las teorizaciones. A lo largo de mi formación, se me hizo
aterrizar una y otra vez de mi tendencia a la teorización, mi gusto por
elaborar conclusiones generales a partir de hechos particulares. ¡Qué le
voy a hacer!, siempre fui más inductivo que deductivo. Al final, casi
conseguí pasarme al extremo opuesto: nada de teorizaciones; pura vivencia.
Experiencia en carne viva del aquí y ahora.
Y ahora y aquí, y en sucesivos aquí y ahora, intento repetidamente
pergueñar algo coherente que pueda abrir algún nuevo agujero por el que
mirar el oficio de terapeuta, la actividad de hacer terapia. Y no se me
ocurre nada mejor que juntar las dos actividades profesionales que han
ocupado gran parte de mi tiempo en esta cuarta fase de mi vida: la
traducción de libros -principalmente de Psicología humanista y
transpersonal y de Filosofía perenne- y la terapia gestáltica abierta a su
dimensión transpersonal.
Cuando inicié la formación en la Escuela Madrileña de Terapia
Gestalt, llevaba más de un lustro dedicado profesionalmente a la traducción
por cuenta propia para varias editoriales especializadas. Mi actitud era
ambigua: por un lado, nunca había imaginado tener que vivir de un oficio
tan anónimo y mal pagado para el que, por otra parte, nunca me había
preparado específicamente. Mis carreras de juventud -Derecho y Ciencias
Sociales del Trabajo- me auguraban más altas metas. Las lenguas
aprendidas por el camino sólo estaban destinadas a quedarse en simples
instrumentos de comunicación y acceso a otras culturas. Por otra parte, sin
embargo, había heredado de mi padre, catedrático de Lengua y Literatura,
el amor por las palabras, su sintaxis, las metáforas que encierran, el rigor
por el buen decir y su correcta pronunciación, el gusto por comunicar.
Traducir me posibilitaba poner en práctica ese exceso de amor y rigor, al
tiempo que me permitía continuar con mi independencia de horarios y la
ausencia de jerarquías laborales. El poder trabajar en casa y, sobre todo, la
necesidad de abrir y cerrar "gestalten" cada vez que iniciaba y acababa un
nuevo libro, en lugar de tener compromisos laborales a largo plazo, fueron
la gasolina que me permitió continuar en los periodos difíciles de
monotonía, desánimo, sequedad intelectual y estrecheces de subsistencia.
Cada uno de los libros traducidos me ha abierto a otros mundos y a
otras vidas, a otras maneras de decir, a los universos particulares de cada
autor. Cada uno de ellos ha enriquecido mi universo interno y ha dejado
una huella, al igual que la ha dejado y me ha transformado cada uno de los
pacientes con los que he establecido un verdadero contacto. Y utilizaré la
palabra "pacientes" -"clientes" suena demasiado comercial, como si la
relación sólo fuera la del pago de un bien o un servicio-, en el sentido de
personas que tienen paciencia con su propio proceso: la ciencia o sabiduría
de volver una y otra vez a la paz que produce el verdadero contacto: el
contacto con el centro del propio ser.
Posteriormente y a medida que empecé a simultanear la traducción y
las sesiones de terapia, empecé a darme cuenta de las muchas similitudes
que tienen el oficio de traductor y el de terapeuta -¡qué feliz coincidencia
que ambas designaciones empiecen por la letra "t"-. Terapeutas y
traductores tienen algo de tahúres y trovadores, han de recurrir a la
tolerancia y la tenacidad para recorrer trayectos que, cortos o largos,
terciando o transgrediendo, les convierten en transeúntes de espacios
ajenos que acaban, de algún modo, incorporando al propio recorrido
personal.
Y aquí entramos en el campo del lenguaje. La terapia gestalt es
fundamentalmente una terapia de contacto dialógica. La relación entre
terapeuta y paciente se establece fundamentalmente a partir de un diálogo
lo más transparente posible, la mayor parte del tiempo, sirviéndose del
lenguaje, verbal y corporal, mímico y gestual, incluidos los silencios como
parte del mismo. Y este lenguaje ha de ser traducido.
Ésta simple evidencia sirvió de punto de arranque de esta tesina, y se
convirtió a continuación en su idea-fuerza, su motor e hilo conductor.
COMUNICAR ES ANTES QUE NADA TRADUCIR. Una persona, el
paciente en el caso de la terapia y el autor en el caso de la traducción, han
de traducir sus propios pensamientos, sentimientos y sensaciones, sus
fantasías y sueños, sus recuerdos y vivencias, sus intenciones y proyectos,
antes de poderlos expresar o ponerlos por escrito. A continuación, el
receptor de dicha comunicación ha de volverlos a traducir a su propio
lenguaje para poderlos entender.
El terapeuta, una vez que ha cobrado conciencia clara de lo que se
ha intentado comunicar, hace preguntas y devoluciones, reformula al
lenguaje del consciente aquello que era inconsciente, estaba incompleto,
había sido magnificado o disminuido, en resumen "traduce" para el
paciente y/o ayuda a éste a tener una traducción más fiel y completa de lo
obvio que había sido evitado, relegado al olvido, confundido o mistificado.
Le ayuda a retraducir, ampliándola y enmarcándola en un contexto mayor,
su propia identificación limitada y distorsionada por introyectos y
proyecciones, o cualquiera de los demás mecanismos de defensa con los
que ha evitado o interrumpido el contacto, única forma de que el organismo
se autorregule en su entorno, y paso previo e imprescindible para cualquier
intento de autotrascendencia hacia una conciencia transpersonal que rompa
los límites del Yo-Yo y el Yo-Tú, hacia el Yo-Nosotros, hasta llegar al Yo-
Nosotros-Todos y al Yo-Todos-Todo o Totalidad.
El traductor, por su parte, realiza una intermediación entre el autor
que escribe en su lengua y el lector que lo lee en una distinta. Como el
terapeuta, ha de intentar comprender lo más amplia y profundamente el
texto y devolverlo lo más fidedignamente posible, sin omitir ni añadir nada,
aunque el resultado final, la traducción, resulte ser una nueva creación. Un
intento de restituir a la cultura universal -por ampliación de cultura a
cultura- una obra limitada en un principio a un ámbito geográfico, histórico
y cultural restringidos. Es su aportación minúscula para aproximar el Babel
de las lenguas al Pentecostés del entendimiento universal por encima de las
lenguas.
El lector, por su parte, volverá a traducir el texto traducido ya a su
lengua, según su sistema de valores, su trasfondo cultural, sus propias
vivencias, sus resonancias emocionales, abriéndose de este modo otro
ciclo. El texto leído es una nueva creación personal. De ahí que cada
ensayo, artículo, novela o poema revivan cada vez que es leído y releído.
Cobran una vida autónoma e independiente, lo mismo que cada sesión de
terapia, incluso con el mismo paciente, es una experiencia única y singular
en el aquí y ahora, aunque pueda incluirse en un contexto, en una vida y en
un proceso.
A medida que fui dejando la traducción y centrándome en la terapia,
fundamentalmente en sesiones individuales con un horizonte transpersonal,
me fui percatando cada vez con más claridad de cómo la actitud gestáltica
me había servido en mis últimas traducciones y de cómo la experiencia
como traductor había ampliado y enriquecido mi forma de hacer terapia.
Ha sido un largo proceso del que sólo he empezado a ser totalmente
consciente cuando he tenido que reflexionar para poner por escrito en esta
tesina aspectos, hasta ahora inconexos, de esta doble experiencia como
terapeuta y traductor. Y he ido descubriendo similitudes y diferencias,
recursos y pautas comunes, que me han servido para adentrarme un poco
más en este viaje del autoconocimiento y construcción de la persona-
terapeuta que se utiliza como su principal herramienta terapéutica.
Por mi carácter, siempre me interesó la vida de los demás, sus
problemas y aspiraciones. Desde que era estudiante, algunos amigos
recurrían a mí para escucharles y aconsejarles. Me encantaba hacerlo. Creía
tener una visión completa y objetiva de las cosas y estar en posesión de
soluciones para todo. En realidad, "traducía" su realidad, en función de mi
propia necesidad de evitar los temas dolorosos, diluir los conflictos, ver
siempre un horizonte color rosa detrás de cualquier crisis o problema, que
siempre eran pasajeros. La formación gestáltica me hizo caer en la cuenta
de que sólo había cumplido una parte de la función terapéutica: la escucha -
y aun así, escucha incompleta, pues me faltaba bastante la escucha
emocional-. El protoanálisis y el SAT me confirmaron que ésa había sido
mi motivación subyacente principal.
Cuando leí lo que Gary Yontef escribió de Jim Simkin -"para él
hacer terapia era una forma de usar su exceso de amor"2 , convertí su
afirmación en una aspiración, uniéndola a la afirmación de Barrie
Symmons: "Tenemos que continuar madurando, lo cual significa continuar
reconociéndonos y convirtiéndonos cada vez más en nosotros mismos hasta
que nos muramos. Desde esta perspectiva..., el valor de la situación
terapéutica para el terapeuta, la razón de que esté ahí, es 'crecer'. La
'profesionalidad' del terapeuta es este uso de la relación terapéutica para su
propio desarrollo, lo cual exige estar en contacto con su propia experiencia
y valor, con los propios impulsos, caprichos e ideas locas, así como con los
de la persona que tiene frente a él. Si nos limitamos a aplicar una u otra
técnica, si no nos arriesgamos, si no nos relacionamos auténticamente y no
utilizamos la situación terapéutica y al paciente para trascender las
expectativas, incluidas las propias, hasta el punto de romper el rol, avanzar
2 Gary Yontef: Proceso y diálogo en Gestalt. Ensayos de terapia gestáltica, p.41.
y retirarse de las posiciones tomadas, aceptar la propia cordura y la propia
locura, si no evolucionamos y cambiamos realmente, ¿qué clase de ejemplo
podríamos dar al paciente? En este caso, el terapeuta es una persona más,
atrapada en su identidad oficial, condicionada por un modelo y por unas
normas. Y, según mi propia experiencia, lo que damos, lo que enseña y
sana, es fundamentalmente el ejemplo".3
¡Cómo me hubiera gustado haber tenido la ocasión de traducir este
artículo muchos años antes! En el momento en que lo hice -julio de 2002-,
ya había traducido más ochenta libros, y sólo en los últimos me había
arriesgado a separarme del texto literal por miedo a las críticas de
infidelidad a las obras originales. Lo hubiera hecho desde el principio si me
hubiera permitido dar rienda suelta a mis propias intuiciones y locuras
estilísticas al servicio de las obras traducidas. Sin embargo, sí que me ha
servido para arriesgarme más con mis actuales pacientes, con resultados
que no tienen nada que ver con mis propias fantasías catastróficas previas.
Y esto me lleva a la modestia. Cuando había traducido una veintena
de libros, casi me consideraba un especialista. Cuando tuve mis primeros
veinte pacientes, pensaba ¡ingenuo de mí! que ya estaba consolidado como
terapeuta. En medio de ese proceso, conocí a un lutier, que se había
formado en la mejor Escuela de construcción de instrumentos de cuerda. La
Escuela de Cremona, en Italia, sede de los famosos Stradivarius. Cuando le
pregunté que en qué momento se podía considerar uno un lutier
profesional, me respondió: "Después de haber construido un mínimo de 50
violines". Cuando llegué a los 50 libros, respiré diciéndome: "Empiezo a
ser simplemente traductor profesional". Cada libro constituía un nuevo
desafío. En algunos, todavía tuve que recurrir a catedráticos de lengua
inglesa y a especialistas en italiano o en francés, para solventarme dudas y
problemas insolubles aún para mí.
3 En Claudio Naranjo, Gestalt de vanguardia, p.75.
Ahora que he sobrepasado ampliamente los dos centenares de
pacientes a los que he acompañado durante un periodo de su vida, puedo
considerarme en realidad un buen principiante. Y lo mismo que incorporé
diccionarios, enciclopedias, revistas especializadas, tratados de
traductología, contactos con otros traductores y, en un momento dado -
¡bendita sea!-, la navegación por internet para entender determinados
contextos, he incorporado otros recursos terapéuticos como el mapa que
proporciona el conocimiento de los eneatipos o el sistema de las
constelaciones familiares, amén de haber vuelto a la supervisión
permanente de casos y a la formación continua a través de lecturas y
talleres.
La redacción de esta tesina me ha impulsado a acabar ciertas lecturas
pendientes, releer algunos clásicos gestálticos y a curiosear por obras que,
en otro momento, hubieran aguardado para mejor ocasión. Pero, sobre
todo, me ha obligado a reconsiderar mi actitud terapéutica sesión a sesión,
a abandonar ciertos "tics" de mi estilo personal y a replantearme cómo y en
qué me estanco y las formas de avanzar, profundizando, en aras de una
mayor eficacia terapéutica.
Inicié mis terapias otorgando a la palabra un valor predominante,
pues, como bien dice la poetisa estadounidense Adrienne Rich, las palabras
son intenciones, las palabras son mapas. Últimamente puedo incorporar
más a menudo el otro extremo de la polaridad: el silencio que, también
según ella, puede ser un plan rigurosamente ejecutado, pues es una
presencia que tiene historia y forma, y que no hay que confundir con
cualquier tipo de ausencia.
INTRODUCCIÓN
"Cada vez que alguien escribe, de algún modo, escribe de sí mismo. Desde
luego que uno puede escribir acerca de las llamadas observaciones
objetivas o acerca de conceptos y teorías, pero, de todas maneras, el
observador es parte de esas mismas observaciones. Selecciona lo que está
observando..." (Fritz Perls)4
Esta afirmación categórica de Perls me sirve para reafirmarme en una
posición previamente tomada. No vale disimular. Aunque se teorice,
siempre se está escribiendo para alguien y desde la situación existencial
que uno vive en el presente. De hecho, ha habido autores que han
reconocido escribir toda una novela teniendo en mente sólo a familiares y
amigos como destinatarios. Yo mismo me sirvo de mis artículos mensuales
para evitar tener que escribir largas cartas a mis amigos y conocidos de por
dónde ando y cuál es el hilo de mis preocupaciones a lo largo del año. De
ahí que muchas generalizaciones y teorizaciones sólo sean justificaciones
ideológicas de actitudes, propósitos o actos realizados. Por ello, decido
utilizar un estilo llano y vivo, en lugar de académico y aparentemente
neutro, de modo que las palabras transparenten lo que hay detrás, sin
trampa ni cartón. No me estoy pues dirigiendo a un público amplio ni a un
posible editor, sino a colegas más experimentados, en un intento de
exponer parte de mi práctica y de mis reflexiones sobre la misma.
4 Frederick S. Perls, Dentro y fuera del tarro de la basura, p. 9.
Es una forma de traducir lo que vivo, pienso y siento.Y decido
igualmente no seguir una estructura rígida con apartados y subapartados, a
los que en otra época me aficioné en el estudio y exposición de textos
jurídicos. Aunque confieso que no me atreveré a dejarme fluir totalmente
en el estilo de Barry Stevens en la condensación de su teoría existencial
"No empujes el río, porque fluye solo", ya que su vida fue su teoría y su
teoría fue su vida.5 Personalmente no he llegado a tanto, aunque reconozco
sin modestia que aspiro a ello. Cada vez estoy más convencido de que el
verdadero anarquismo libertario, el auténtico taoísmo y la esencia de la
Gestalt como filosofía de vida tienen mucho en común. Empecé
investigando lo primero en mi juventud. Me acerqué a lo segundo en la
madurez. Intento vivir lo tercero actualmente, incorporando lo que aprendí
de cada una de ellas.
De ahí mi resistencia a efectuar un aporte teórico en el sentido más
académico de la palabra, aunque no a reflexionar coherentemente sobre mi
práctica a partir de un cuerpo teórico bien establecido. En definitiva, una
teoría no deja de ser una simple aproximación a la verdad, a través de
sucesivas eliminaciones de lo que no es. En la traducción, la meta sería
restituir un contenido limitado a una sintaxis lingüística para acercarlo a la
lengua universal, al ampliarlo en otra sintaxis también limitada. En terapia,
se trata de acercarse al núcleo del paciente, a través de sucesivas y nuevas
definiciones de sí mismo. Pero como dice Fernando Pessoa en unos bellos
versos:
Bajo leve tutela
de dioses descuidados,
quiero gastar las horas concedidas,
mías aunque prestadas...
5 Barry Stevens, No empujes el río, porque fluye solo.
No quiero la verdad,
sólo quiero la vida.
Vida los dioses dan, no dan verdades
ni saben qué es verdad.6
Cuando un traductor se halla ante un texto, en una primera lectura
éste es inasible y se enfrenta a la tarea de "trasplantarlo" -una de las
acepciones de traducere es trasplantar- a otra lengua. Y para ello, la
escritura hace "surcos", yendo y volviendo como los bueyes una y otra vez,
para preparar el terreno de la siembra y del cultivo. En este sentido, traducir
implica no sólo descubrir las palabras y fórmulas gramaticales, sino
también matizarlas, sin añadir nada, pero respetando su ritmo y su
cadencia, hasta que revelan su verdadero sentido: la emoción que impregna
y empapa el escrito.
El terapeuta contacta igualmente con un "otro" que, al principio, sólo
revela unos pocos hilos de su trama. Y lo hace fundamentalmente a través
del lenguaje. "En cierta manera, es útil definir la personalidad como una
estructura de hábitos de lenguaje y considerarla como un acto creativo del
segundo o tercer año de vida..... Las creencias fundamentales son, sobre
todo, hábitos de sintaxis y de estilo, y casi todas las evaluaciones que
hacemos, que no provienen directamente de los apetitos orgánicos, tienen
todas las posibilidades de ser, de hecho, un conjunto de actitudes
retóricas".7 Tal vez, esta afirmación pueda parecer desmedida y merecer
ciertas matizaciones, pero vale como punto de partida para volver a poner
en su centro algo que, por obvio y cotidiano, suele quedar desvalorizado: el
valor de la palabra, sobre todo en una terapia como la gestáltica, en la que
se pone más énfasis en el "cómo" se dice que sobre el "qué" se dice.
6 Fernando Pessoa, "Odas de Ricardo Reis", traducido por Octavio Paz en Versiones y diversiones, p.377. 7 Perls, Hefferline, Goodman, Terapia gestalt. Excitación y crecimiento de la personalidad humana, p.124.
Sin embargo, "con el surgimiento progresivo del subconsciente,
característica del paisaje moral y afectivo del Occidente posterior al
Renacimiento, se ha realizado una drástica 'redistribución' de los volúmnes
lingüísticos (el habla pública sólo es la punta del iceberg), y las líneas de
fuerza verbales de los sueños constituyen una variable histórica. En la
medida en que el lenguaje aparece como reflejo, una imagen inversa del
mundo o, más plausiblemente, como una confluencia de lo reflejado y de lo
creado en un diedro o 'interface' (carecemos de un modelo formal
adecuado), podemos decir que evoluciona tan rápidamente y de maneras
tan variables como la experiencia humana misma".8 Y lo mismo que
desaparecen y evolucionan las lenguas, al tiempo que aparecen
sublenguajes culturales, jergas y argots, cada persona va creando con el
tiempo un idiolecto singular, que no sólo tiene que ver con su lengua
materna, su cultura de origen y su clase social, sino también con su sistema
familiar, las diversas subculturas en las que se integra y su acervo personal
construido a través de lecturas, amistades, relaciones y, en general, el
cúmulo de contactos que ha establecido y sigue estableciendo con su
entorno. Y es importante cobrar conciencia de que es precisamente en la
relación terapéutica donde es necesario llegar al máximo de
singularización, para llegar al máximo de respeto por las diferencias.
Después, si se tercia, es posible pasar a otro tipo de conciencia unitiva, en
el que el lenguaje consciente de lo obvio sustituye los dialectos
incompletos del inconsciente y la percatación de lo que ES sustituye las
fantasías irreales de lo imaginado.
Por ello, me propongo poner especialmente el foco en esta parte de la
relación dialógica entre terapeuta y paciente que tiene que ver con los
contenidos y la forma de expresarlos, sobre todo desde el punto de vista
lingüístico. Y me daría por satisfecho si, al final de esta exposición, algún
8 George Steiner, Después de Babel, Aspectos del lenguaje y de la traducción, p.41.
colega saliera enriquecido en sus recursos de escucha, comprensión y
devolución en su quehacer terapéutico.
Y la escucha vuelve así al centro de la relación terapéutica, porque,
sin una buena escucha activa, "la actividad del terapeuta se reduce a
aspavientos y acting out.... Es decir, la comprensión del paciente pasa por
escucharle, asimilar (comprender, digerir, organizar) lo que nos trae y
revertirlo al cliente en alguna forma operativa".9
Y las tres palabras que van entre paréntesis sintetizan muy bien lo
que el traductor hace, tras ponerse a la escucha del texto que ha de traducir:
"comprender, digerir y organizar". Y en esta escucha activa, el cuerpo se
implica, se suscitan resonancias emocionales que son aprovechadas para la
devolución y se crea la empatía (que puede ser tanto simpatía como
antipatía, o cualquier otro sentimiento, ya que, según el Diccionario,
empatía es la "participación afectiva de un sujeto en una realidad ajena"). Y
como parte del fondo permanente, que puede manifestarse como figura en
momentos significativos, una cierta dosis de amor y de compasión. Sin ella,
es difícil que pueda hacerse una buena labor ni tampoco mantenerse mucho
tiempo en el oficio.
De este modo, también un traductor puede expresar con toda
propiedad: "Traduzco el texto con amor, porque lo respeto en su diferencia.
Abandono la tentación exhibicionista [en terapia diríamos "narcisista"] de
escribirlo mejor en mi propia lengua. Servicio completo. Trabajo con la
palabra. Practico con ella el coito (co-ire, irse con). Cada texto es un
cuerpo. Aun el más anodino es un cuerpo..., [por ello] traducir es acto
promiscuo. Leer también. Cuantos más autores leemos, cuanto más autores
traducimos, más placer se siente [y así] línea a línea construyo y me
construyo".10 No sé si dirían lo mismo muchos terapeutas con más años de
9 Francisco Peñarrubia, Terapia gestalt. La vía del vacío fértil, p.89. 10 Mario Merlino, "Todas somos trabajadoras del amor (elogio a la promiscuidad traslúcida)", en Vasos
comunicantes nº 20, p.7.
experiencia profesional a sus espaldas. Personalmente, sí siento aún que
cuantos más pacientes me dan la oportunidad de establecer un auténtico
contacto y relación, más me siento enriquecido. Espero poder seguir
diciendo lo mismo dentro de diez o quince años.
Y esto me recuerda a cierto terapeuta que me pasó su tarjeta de
visita. Al leerla, le señalé que había un error tipográfico, pues había saltado
una "e". Así que se leía su nombre y apellidos y, debajo, "Teraputa
transpersonal". Me contestó tan tranquilo que ya se había dado cuenta, pero
que pensaba agotar la tirada y que ya corregiría el error tipográfico en la
próxima impresión de tarjetas. Además de su tacañería y el descuido de su
imagen, tal vez estaba revelando el subconsciente de algunos colegas que
se quejan de "estar siempre de servicio", al socaire de cualquier neura del
"cliente". Lo cierto es que se puede aceptar o rechazar a un determinado
paciente, pero una vez admitido y que éste ha aceptado el encuadre, habrá
que bregar con lo que traiga a la sesión terapéutica, lo mismo que un
traductor puede aceptar o rechazar el traducir una determinada obra, pero,
una vez firmado el contrato, tendrá que sortear escollos, solventar
dificultades que a veces parecen insuperables y atravesar los sentimientos
que el texto o el autor traducido le susciten, sin que todo ello influya
negativamente en el resultado final.
Y volviendo a la escucha, es posible que ninguna escucha sea tan
profunda como la del terapeuta a su paciente, si exceptuamos la del
Maestro a su discípulo, o la del melómano cuando escucha su música
preferida. De modo que, en algún momento de la relación terapéutica,
puede ser que el terapeuta conozca al o a la paciente mejor de lo que él o
ella misma se conocen, al igual que un traductor hace la lectura más
completa que se pueda hacer de un texto, pues "en el proceso de absorber y
transformar físicamente el original en la nueva lengua, puede alcanzarse
una comprensión mucho más profunda que la que propicia el análisis
crítico más riguroso. Cuando uno acaba de traducir un poema, lo conoce
como si lo hubiera escrito él mismo y es que, en realidad, lo ha
escrito...[pues] traducir me permite escribir sobre temas y habitar
sensibilidades a las que de otro modo no tendría acceso".11
En este sentido, traductores y terapeutas serían aquellos que
consiguen que la voz anide en el corazón para luego levantar el vuelo;
quienes permiten que las palabras cobren otra dimensión y alcancen otros
horizontes, por haber sido escuchadas en la profundidad del silencio del
que todas ellas surgieron. Y es que entender es fundamentalmente traducir
y traducir es esencialmente restituir. Restituir a su pleno significado aquello
que, en su origen, era ininteligible, pero tenía el potencial de comunicar
claridad, de servir de vehículo de contacto e intercambio.
En el fondo, todo texto escrito no es sino una narración, una unidad
de significado que brinda un marco para la expresión. Y cualquier sesión
terapéutica no es, al principio, sino una narración, dentro de otra narración,
que es la vida del paciente tal como él o ella la vive e interpreta. Tal como
se la traduce al terapeuta en un momento dado de su proceso vital. En este
sentido, todos estamos continuamente "traduciendo", interpretando,
aproximándonos al núcleo de un asunto, llenando las lagunas y
deshaciendo las ambigüedades. Y este asunto siempre es parte de la vida,
es vida misma, por mucho que se intente deflectar en pensamientos,
esquemas, "debeísmos" o "acercadeísmos".
Todo lenguaje evoca en el presente algo pasado, exterioriza algo
interno, y la terapia gestáltica intenta llevarlo a la expresión más depurada
del aquí y ahora en la relación terapéutica, ya que, de todos modos e
inevitablemente, cualquier enunciado es un acto en presente, pues todo
recuerdo se produce sin excepción alguna en el ahora. Y aquí vuelven a
unirse la actividad terapéutica y la traductora, ya que ambas constituyen un
11 Stephen Kessler, "Falsificación y posesión: el poeta como traductor", Vasos comunicantes, nº 19, p.42.
proceso de actualización interpersonal de algo que existió en un pasado, y
no dos simples sistemas de aplicación de técnicas para obtener unos
resultados.
Sentadas estas aproximaciones, en una primera parte, me centraré en
las similitudes, más que en las diferencias, entre ambas actividades, que
tienen tanto de oficio como de arte, de repetición como de creación. Me
extenderé en una de las herramientas fundamentales que ambos utilizan: el
lenguaje. Me referiré al carácter que imprimen a quienes las ejercen. En
una segunda parte, trataré de sus actores: terapeuta, paciente y sesión
terapéutica; traductor, autor y libro. Su formación y actitud en el
desempeño de sus respectivas profesiones. De cómo me han influido ambos
desempeños profesionales, interpenetrándose entre sí. Haré una breve
referencia a la función social de ambos y acabaré con una apertura a la
dimensión transpersonal de la terapia y de la traducción.
En todo caso, la terapia y la traducción constituyen una audacia en sí
mismas si se intenta lo imposible: cambiar o "sanar" a alguien, en el
primer caso, o verter fielmente sin pérdida ni disminución en la lengua de
llegada un texto escrito en otra lengua, la lengua de partida. Sin embargo,
se convierten en actos de modestia, cuando terapeuta y traductor se
conforman con aproximaciones posibles: acompañar a alguien a deshacer
las trabas que le obstaculizan su propio crecimiento, en el caso del
terapeuta, y poner en nuevas palabras lo esencial del mensaje primitivo.
Desde esta modestia, parecen demasiado pesimistas, aunque
cargados de profundidad psicológica, los versos de E.E. Cummings, con los
que me parece adecuado cerrar esta introducción:
Tanto ser diverso (tantos dioses y demonios
éste más ávido que aquél) es un hombre
(tan fácilmente uno se esconde en otro)
y, no obstante, cada uno, siendo todos, no escapa de ninguno)
tumulto tan vasto es el deseo más simple:
tan despiadada mortandad la esperanza
más inocente (tan profundo el espíritu del cuerpo,
tan lúcido eso que la vigilia llama sueño)
tan solitario y tan nunca el hombre solo
su más breve latido dura un año terrestre
sus más largos años el latido de un sol;
su más leve quietud lo lleva hasta la estrella más joven)
¿Cómo podría ese tonto que se llama a sí mismo Yo
atreverse a comprender su innumerable Quién?12
12 Traducción de Octavio Paz, ob.cit., p.189.
INTRODUCCIÓN
"Cada vez que alguien escribe, de algún modo, escribe de sí mismo. Desde
luego que uno puede escribir acerca de las llamadas observaciones
objetivas o acerca de conceptos y teorías, pero, de todas maneras, el
observador es parte de esas mismas observaciones. Selecciona lo que está
observando..." (Fritz Perls)4
Esta afirmación categórica de Perls me sirve para reafirmarme en una
posición previamente tomada. No vale disimular. Aunque se teorice,
siempre se está escribiendo para alguien y desde la situación existencial
que uno vive en el presente. De hecho, ha habido autores que han
reconocido escribir toda una novela teniendo en mente sólo a familiares y
amigos como destinatarios. Yo mismo me sirvo de mis artículos mensuales
para evitar tener que escribir largas cartas a mis amigos y conocidos de por
dónde ando y cuál es el hilo de mis preocupaciones a lo largo del año. De
ahí que muchas generalizaciones y teorizaciones sólo sean justificaciones
ideológicas de actitudes, propósitos o actos realizados. Por ello, decido
utilizar un estilo llano y vivo, en lugar de académico y aparentemente
neutro, de modo que las palabras transparenten lo que hay detrás, sin
trampa ni cartón. No me estoy pues dirigiendo a un público amplio ni a un
posible editor, sino a colegas más experimentados, en un intento de
exponer parte de mi práctica y de mis reflexiones sobre la misma.
4 Frederick S. Perls, Dentro y fuera del tarro de la basura, p. 9.
Es una forma de traducir lo que vivo, pienso y siento.Y decido
igualmente no seguir una estructura rígida con apartados y subapartados, a
los que en otra época me aficioné en el estudio y exposición de textos
jurídicos. Aunque confieso que no me atreveré a dejarme fluir totalmente
en el estilo de Barry Stevens en la condensación de su teoría existencial
"No empujes el río, porque fluye solo", ya que su vida fue su teoría y su
teoría fue su vida.5 Personalmente no he llegado a tanto, aunque reconozco
sin modestia que aspiro a ello. Cada vez estoy más convencido de que el
verdadero anarquismo libertario, el auténtico taoísmo y la esencia de la
Gestalt como filosofía de vida tienen mucho en común. Empecé
investigando lo primero en mi juventud. Me acerqué a lo segundo en la
madurez. Intento vivir lo tercero actualmente, incorporando lo que aprendí
de cada una de ellas.
De ahí mi resistencia a efectuar un aporte teórico en el sentido más
académico de la palabra, aunque no a reflexionar coherentemente sobre mi
práctica a partir de un cuerpo teórico bien establecido. En definitiva, una
teoría no deja de ser una simple aproximación a la verdad, a través de
sucesivas eliminaciones de lo que no es. En la traducción, la meta sería
restituir un contenido limitado a una sintaxis lingüística para acercarlo a la
lengua universal, al ampliarlo en otra sintaxis también limitada. En terapia,
se trata de acercarse al núcleo del paciente, a través de sucesivas y nuevas
definiciones de sí mismo. Pero como dice Fernando Pessoa en unos bellos
versos:
Bajo leve tutela
de dioses descuidados,
quiero gastar las horas concedidas,
mías aunque prestadas...
5 Barry Stevens, No empujes el río, porque fluye solo.
No quiero la verdad,
sólo quiero la vida.
Vida los dioses dan, no dan verdades
ni saben qué es verdad.6
Cuando un traductor se halla ante un texto, en una primera lectura
éste es inasible y se enfrenta a la tarea de "trasplantarlo" -una de las
acepciones de traducere es trasplantar- a otra lengua. Y para ello, la
escritura hace "surcos", yendo y volviendo como los bueyes una y otra vez,
para preparar el terreno de la siembra y del cultivo. En este sentido, traducir
implica no sólo descubrir las palabras y fórmulas gramaticales, sino
también matizarlas, sin añadir nada, pero respetando su ritmo y su
cadencia, hasta que revelan su verdadero sentido: la emoción que impregna
y empapa el escrito.
El terapeuta contacta igualmente con un "otro" que, al principio, sólo
revela unos pocos hilos de su trama. Y lo hace fundamentalmente a través
del lenguaje. "En cierta manera, es útil definir la personalidad como una
estructura de hábitos de lenguaje y considerarla como un acto creativo del
segundo o tercer año de vida..... Las creencias fundamentales son, sobre
todo, hábitos de sintaxis y de estilo, y casi todas las evaluaciones que
hacemos, que no provienen directamente de los apetitos orgánicos, tienen
todas las posibilidades de ser, de hecho, un conjunto de actitudes
retóricas".7 Tal vez, esta afirmación pueda parecer desmedida y merecer
ciertas matizaciones, pero vale como punto de partida para volver a poner
en su centro algo que, por obvio y cotidiano, suele quedar desvalorizado: el
valor de la palabra, sobre todo en una terapia como la gestáltica, en la que
se pone más énfasis en el "cómo" se dice que sobre el "qué" se dice.
6 Fernando Pessoa, "Odas de Ricardo Reis", traducido por Octavio Paz en Versiones y diversiones, p.377. 7 Perls, Hefferline, Goodman, Terapia gestalt. Excitación y crecimiento de la personalidad humana, p.124.
Sin embargo, "con el surgimiento progresivo del subconsciente,
característica del paisaje moral y afectivo del Occidente posterior al
Renacimiento, se ha realizado una drástica 'redistribución' de los volúmnes
lingüísticos (el habla pública sólo es la punta del iceberg), y las líneas de
fuerza verbales de los sueños constituyen una variable histórica. En la
medida en que el lenguaje aparece como reflejo, una imagen inversa del
mundo o, más plausiblemente, como una confluencia de lo reflejado y de lo
creado en un diedro o 'interface' (carecemos de un modelo formal
adecuado), podemos decir que evoluciona tan rápidamente y de maneras
tan variables como la experiencia humana misma".8 Y lo mismo que
desaparecen y evolucionan las lenguas, al tiempo que aparecen
sublenguajes culturales, jergas y argots, cada persona va creando con el
tiempo un idiolecto singular, que no sólo tiene que ver con su lengua
materna, su cultura de origen y su clase social, sino también con su sistema
familiar, las diversas subculturas en las que se integra y su acervo personal
construido a través de lecturas, amistades, relaciones y, en general, el
cúmulo de contactos que ha establecido y sigue estableciendo con su
entorno. Y es importante cobrar conciencia de que es precisamente en la
relación terapéutica donde es necesario llegar al máximo de
singularización, para llegar al máximo de respeto por las diferencias.
Después, si se tercia, es posible pasar a otro tipo de conciencia unitiva, en
el que el lenguaje consciente de lo obvio sustituye los dialectos
incompletos del inconsciente y la percatación de lo que ES sustituye las
fantasías irreales de lo imaginado.
Por ello, me propongo poner especialmente el foco en esta parte de la
relación dialógica entre terapeuta y paciente que tiene que ver con los
contenidos y la forma de expresarlos, sobre todo desde el punto de vista
lingüístico. Y me daría por satisfecho si, al final de esta exposición, algún
8 George Steiner, Después de Babel, Aspectos del lenguaje y de la traducción, p.41.
colega saliera enriquecido en sus recursos de escucha, comprensión y
devolución en su quehacer terapéutico.
Y la escucha vuelve así al centro de la relación terapéutica, porque,
sin una buena escucha activa, "la actividad del terapeuta se reduce a
aspavientos y acting out.... Es decir, la comprensión del paciente pasa por
escucharle, asimilar (comprender, digerir, organizar) lo que nos trae y
revertirlo al cliente en alguna forma operativa".9
Y las tres palabras que van entre paréntesis sintetizan muy bien lo
que el traductor hace, tras ponerse a la escucha del texto que ha de traducir:
"comprender, digerir y organizar". Y en esta escucha activa, el cuerpo se
implica, se suscitan resonancias emocionales que son aprovechadas para la
devolución y se crea la empatía (que puede ser tanto simpatía como
antipatía, o cualquier otro sentimiento, ya que, según el Diccionario,
empatía es la "participación afectiva de un sujeto en una realidad ajena"). Y
como parte del fondo permanente, que puede manifestarse como figura en
momentos significativos, una cierta dosis de amor y de compasión. Sin ella,
es difícil que pueda hacerse una buena labor ni tampoco mantenerse mucho
tiempo en el oficio.
De este modo, también un traductor puede expresar con toda
propiedad: "Traduzco el texto con amor, porque lo respeto en su diferencia.
Abandono la tentación exhibicionista [en terapia diríamos "narcisista"] de
escribirlo mejor en mi propia lengua. Servicio completo. Trabajo con la
palabra. Practico con ella el coito (co-ire, irse con). Cada texto es un
cuerpo. Aun el más anodino es un cuerpo..., [por ello] traducir es acto
promiscuo. Leer también. Cuantos más autores leemos, cuanto más autores
traducimos, más placer se siente [y así] línea a línea construyo y me
construyo".10 No sé si dirían lo mismo muchos terapeutas con más años de
9 Francisco Peñarrubia, Terapia gestalt. La vía del vacío fértil, p.89. 10 Mario Merlino, "Todas somos trabajadoras del amor (elogio a la promiscuidad traslúcida)", en Vasos
comunicantes nº 20, p.7.
experiencia profesional a sus espaldas. Personalmente, sí siento aún que
cuantos más pacientes me dan la oportunidad de establecer un auténtico
contacto y relación, más me siento enriquecido. Espero poder seguir
diciendo lo mismo dentro de diez o quince años.
Y esto me recuerda a cierto terapeuta que me pasó su tarjeta de
visita. Al leerla, le señalé que había un error tipográfico, pues había saltado
una "e". Así que se leía su nombre y apellidos y, debajo, "Teraputa
transpersonal". Me contestó tan tranquilo que ya se había dado cuenta, pero
que pensaba agotar la tirada y que ya corregiría el error tipográfico en la
próxima impresión de tarjetas. Además de su tacañería y el descuido de su
imagen, tal vez estaba revelando el subconsciente de algunos colegas que
se quejan de "estar siempre de servicio", al socaire de cualquier neura del
"cliente". Lo cierto es que se puede aceptar o rechazar a un determinado
paciente, pero una vez admitido y que éste ha aceptado el encuadre, habrá
que bregar con lo que traiga a la sesión terapéutica, lo mismo que un
traductor puede aceptar o rechazar el traducir una determinada obra, pero,
una vez firmado el contrato, tendrá que sortear escollos, solventar
dificultades que a veces parecen insuperables y atravesar los sentimientos
que el texto o el autor traducido le susciten, sin que todo ello influya
negativamente en el resultado final.
Y volviendo a la escucha, es posible que ninguna escucha sea tan
profunda como la del terapeuta a su paciente, si exceptuamos la del
Maestro a su discípulo, o la del melómano cuando escucha su música
preferida. De modo que, en algún momento de la relación terapéutica,
puede ser que el terapeuta conozca al o a la paciente mejor de lo que él o
ella misma se conocen, al igual que un traductor hace la lectura más
completa que se pueda hacer de un texto, pues "en el proceso de absorber y
transformar físicamente el original en la nueva lengua, puede alcanzarse
una comprensión mucho más profunda que la que propicia el análisis
crítico más riguroso. Cuando uno acaba de traducir un poema, lo conoce
como si lo hubiera escrito él mismo y es que, en realidad, lo ha
escrito...[pues] traducir me permite escribir sobre temas y habitar
sensibilidades a las que de otro modo no tendría acceso".11
En este sentido, traductores y terapeutas serían aquellos que
consiguen que la voz anide en el corazón para luego levantar el vuelo;
quienes permiten que las palabras cobren otra dimensión y alcancen otros
horizontes, por haber sido escuchadas en la profundidad del silencio del
que todas ellas surgieron. Y es que entender es fundamentalmente traducir
y traducir es esencialmente restituir. Restituir a su pleno significado aquello
que, en su origen, era ininteligible, pero tenía el potencial de comunicar
claridad, de servir de vehículo de contacto e intercambio.
En el fondo, todo texto escrito no es sino una narración, una unidad
de significado que brinda un marco para la expresión. Y cualquier sesión
terapéutica no es, al principio, sino una narración, dentro de otra narración,
que es la vida del paciente tal como él o ella la vive e interpreta. Tal como
se la traduce al terapeuta en un momento dado de su proceso vital. En este
sentido, todos estamos continuamente "traduciendo", interpretando,
aproximándonos al núcleo de un asunto, llenando las lagunas y
deshaciendo las ambigüedades. Y este asunto siempre es parte de la vida,
es vida misma, por mucho que se intente deflectar en pensamientos,
esquemas, "debeísmos" o "acercadeísmos".
Todo lenguaje evoca en el presente algo pasado, exterioriza algo
interno, y la terapia gestáltica intenta llevarlo a la expresión más depurada
del aquí y ahora en la relación terapéutica, ya que, de todos modos e
inevitablemente, cualquier enunciado es un acto en presente, pues todo
recuerdo se produce sin excepción alguna en el ahora. Y aquí vuelven a
unirse la actividad terapéutica y la traductora, ya que ambas constituyen un
11 Stephen Kessler, "Falsificación y posesión: el poeta como traductor", Vasos comunicantes, nº 19, p.42.
proceso de actualización interpersonal de algo que existió en un pasado, y
no dos simples sistemas de aplicación de técnicas para obtener unos
resultados.
Sentadas estas aproximaciones, en una primera parte, me centraré en
las similitudes, más que en las diferencias, entre ambas actividades, que
tienen tanto de oficio como de arte, de repetición como de creación. Me
extenderé en una de las herramientas fundamentales que ambos utilizan: el
lenguaje. Me referiré al carácter que imprimen a quienes las ejercen. En
una segunda parte, trataré de sus actores: terapeuta, paciente y sesión
terapéutica; traductor, autor y libro. Su formación y actitud en el
desempeño de sus respectivas profesiones. De cómo me han influido ambos
desempeños profesionales, interpenetrándose entre sí. Haré una breve
referencia a la función social de ambos y acabaré con una apertura a la
dimensión transpersonal de la terapia y de la traducción.
En todo caso, la terapia y la traducción constituyen una audacia en sí
mismas si se intenta lo imposible: cambiar o "sanar" a alguien, en el
primer caso, o verter fielmente sin pérdida ni disminución en la lengua de
llegada un texto escrito en otra lengua, la lengua de partida. Sin embargo,
se convierten en actos de modestia, cuando terapeuta y traductor se
conforman con aproximaciones posibles: acompañar a alguien a deshacer
las trabas que le obstaculizan su propio crecimiento, en el caso del
terapeuta, y poner en nuevas palabras lo esencial del mensaje primitivo.
Desde esta modestia, parecen demasiado pesimistas, aunque
cargados de profundidad psicológica, los versos de E.E. Cummings, con los
que me parece adecuado cerrar esta introducción:
Tanto ser diverso (tantos dioses y demonios
éste más ávido que aquél) es un hombre
(tan fácilmente uno se esconde en otro)
y, no obstante, cada uno, siendo todos, no escapa de ninguno)
tumulto tan vasto es el deseo más simple:
tan despiadada mortandad la esperanza
más inocente (tan profundo el espíritu del cuerpo,
tan lúcido eso que la vigilia llama sueño)
tan solitario y tan nunca el hombre solo
su más breve latido dura un año terrestre
sus más largos años el latido de un sol;
su más leve quietud lo lleva hasta la estrella más joven)
¿Cómo podría ese tonto que se llama a sí mismo Yo
atreverse a comprender su innumerable Quién?12
12 Traducción de Octavio Paz, ob.cit., p.189.
Los límites de la palabra escrita
"Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado...".
Llegado a este punto de la tesina, reconozco ahora haber estado
perdido, sin saber cuál era el próximo paso ni cómo organizar las fichas
que inundan los contornos del ordenador, el teclado, la impresora, la mesa
auxiliar, ni cómo seguir expresando coherentemente las hipótesis,
recuerdos, dudas, lagunas y vivencias que se agolpan en mi mente-corazón-
tripas y se paralizan como impulso, al llegar a la punta de mis dedos.
Los versos de Garcilaso y la siguiente cita de Allan Watts expresan
muy bien mis resistencias, que surgen una y otra vez, tal como expresé al
principio de estas reflexiones: "La mitosis es la división progresiva de las
células en sub-células; de esta forma, una gran biblioteca universitaria es
un lugar donde las personas se encierran y escriben libros sobre los libros
que se encuentran en ella. Escriben libros sobre libros y la biblioteca se
hincha, pasando a convertirse en una enorme masa de yeso que crece y
crece, y eso es lo único que ocurre... El problema consiste en que cada vez
se relaciona menos con la vida, porque el pensamiento es únicamente
palabra sobre palabra".17 Y al releerme, al releer los apartados anteriores,
caigo en la cuenta de haberme apartado de mi propósito de no ser
demasiado "intelectual" y "academicista". Pero sigo adelante, aceptando
esta polaridad que descubro entre fluir con lo vivo, incluidas las vivencias
como traductor y terapeuta hechas presentes en el momento de escribir, y
dar autoridad a lo escrito, autoridad que pretendo reforzar, como en
17 Allan Watts, Las filosofías de Asia, p. 85.
cualquier trabajo de investigación, a través de un sistema de citas
formuladas con más precisión y enjundia de lo que dan de sí mis luces y
experiencia. Citas pertenecientes a "autoridades" reconocidas y a textos
publicados, pues parece que cuando alguien es reconocido tiene más
derecho a expresar hipótesis y opiniones y a contar sus propias vivencias.
Lo mismo que las palabras escritas adquieren un cierto rango de "verdad",
en cuanto que se institucionalizan y alcanzan una mayor irradiación y, con
ella, un mayor consenso. En algo tenía razón McLuhan, cuando decía que
"el medio es el mensaje".
Resuenan en mí ahora algunas voces que surgieron en el II Congreso
Nacional Terapia Gestalt, celebrado en Madrid en abril de 2002, criticando
algunas tesinas que se habían presentado últimamente, porque parecían
excesivamente vivenciales y no aportaban suficiente teoría.
Desgraciadamente, tanto la terapia como la traducción son actividades que
suelen acabarse en sí mismas. Pocos terapeutas transcriben sus sesiones de
terapia y son muchos menos aún quienes las publican con una reflexión
posterior y las ponen a disposición de otros profesionales.
A los traductores les ocurre lo mismo. Son excepcionalmente raros
quienes conservan sus notas y borradores, sistematizan sus recursos por
escrito o teorizan sobre cómo llegaron a una determinada versión y no a
otra. Si la traducción hubiera dependido de la teoría para su supervivencia,
se habría extinguido mucho antes de Cicerón y esto, porque "los
traductores son poco dados a dejar constancia de sus experiencias, y
cuando lo han hecho, pocos han pasado del nivel empírico... [sin embargo]
no es cierto que el traductor empírico carezca de una teoría.... En la medida
en que sus elecciones son justificables, sería posible dotarlas de coherencia
y presentarlas de forma sistematizada... La disciplina, al establecerse
académicamente a mediados de este siglo, recibió una fuerte influencia del
campo de la lingüística, y a ello se sumaron las grandes expectativas
desplegadas en torno al naciente campo de la traducción automática. El
resultado de la combinación entre intereses académicos, lingüísticos e
informáticos fue que se hizo un especial énfasis en el nivel normativo (el
cómo tiene que ser) en detrimento del nivel descriptivo (el cómo es),
perpetuando así el abismo entre traductólogos y traductores".18
A muchos les resonará esta polémica entre teóricos, generalmente
literatos y académicos, por una parte, y traductores, por otra, con la vieja
polémica gestáltica entre gestaltistas de la Costa Este y gestaltistas de la
Costa Oeste, entre quienes hacen una "Gestalt renovada" y quienes hacen
una "Gestalt viva", entre la preponderancia del hemisferio cerebral
izquierdo y la preponderancia del hemisferio cerebral derecho. Pero la
cuestión no está en hacer terapia adscribiéndose a una u otra Escuela, o en
traducir con más o menos bagaje teórico, sino en ser un buen o un mal
terapeuta y en ser un buen o un mal traductor. Y por supuesto, en ambos
casos, es una cuestión de formación, experiencia, vocación y sensibilidad.
Volveré sobre ello en la segunda parte.
En definitiva, toda teoría ha de ser escrita para que adquiera un
corpus, consistencia, solidez y peso. Antes de la escritura no hay teoría;
sólo transmisión verbal de sabiduría, condensada en mitos, fábulas,
folklore, ritos y costumbres. Pero el primer límite de toda escritura es que
llega a poca gente y en general a los ya convencidos. El límite de toda
teoría es que siempre genera su doble para invalidarla, su contrarréplica
que la refuta, la amplía, la malinterpreta o la diluye. Parafraseando a Paul
Éluard, me atrevería a afirmar que, como la mayoría de los escritores, los
elaboradores de teorías lo hacen para satisfacer "el duro deseo de durar".
Pero toda teoría terapéutica ha de salir de una práctica y no de una
lucubración mental a partir de fórmulas abstractas o de hipótesis no
verificables. Y en este caso, teorizar no se apartaría mucho del paulatino
18 Juan Gabriel López Guix y Jacqueline Minett Wilkinson, Manual de traducción, p. 164 y 165.
desvelamiento del alma que supone todo proceso terapéutico. Escribir
desde esta perspectiva, aunque sea teoría, vuelve a ser traducir. Traducir las
propias experiencias, la elaboración personal de todo lo que leemos y de
todo lo que hacemos. Traducir del pensamiento universal, según pasa por
nuestro tamiz personal, los arquetipos del inconsciente colectivo. Traducir
nuestras convicciones, como "figura", rescatándolas del "fondo" que hemos
ido desechando por contraste y que permanecerá invisible.
El viaje como metáfora
Traducir es adentrarse en un terreno desconocido, cuya frontera es, a
veces, el silencio. Lo mismo que hacer terapia. Y uno parte de viaje con lo
que tiene, con lo que es, y, cuando regresa, es y no es la misma persona.
Viajero, traductor y terapeuta han sido enriquecidos, han sido, en alguna
medida, transformados Y si lo pongo en este orden es por respetar un orden
biográfico (primero fui viajero, luego traductor y después terapeuta), y no
en un orden de importancia.
A lo largo de un viaje alrededor del mundo, con la mochila a las
espaldas, que duró cinco años, fui dándome cuenta de que los idiomas no se
componían de sonidos y de palabras, sino, fundamentalmente, de música,
olores, sabores, colores, imágenes, recuerdos, ritmo y música, pero, sobre
todo, de formas de vivir y afrontar, nombrando, el mundo que nos rodea,
que no es otra cosa que la ampliación e interpretación de nuestro mundo
interno. Y que la mayor o menor facilidad o dificultad para aprenderlos no
tenía que ver tanto con la cercanía o la lejanía de mi propia lengua materna,
el castellano, como con la mayor o menor simpatía que sentía por su país
de origen y las personas que lo hablaban. Con mi afinidad o distancia con
las formas y modos que tenían de trabajar y de gozar, de amar y de resolver
sus conflictos y, en definitiva, de vivir y de morir.19 De hecho, fui resistente
al inglés cuando lo estudié en Londres. Me aproximé algo más a él cuando
lo oí hablar en Nueva York; pero no entendí el acento neoyorquino hasta
los dos o tres meses de estancia. Era una nueva lengua y Nueva York me
fascinó desde el primer día. Pero donde realmente lo adopté como tercera
lengua (la segunda siempre fue el francés), fue en Nueva Zelanda, donde
hice auténticos amigos y tuve experiencias que trascendían las distancias
geográficas y culturales. Adopté este país como una especie de Ítaca, a
pesar de no haberme quedado a vivir, pudiendo haberlo hecho, y de no
haber vuelto nunca más.
Cada paciente que llega a la consulta es un vasto país nuevo por
descubrir. Y no es tan importante su edad y género, su profesión o su
cultura, el asunto por el que viene o cree venir, como una corriente
misteriosa de confianza o de desconfianza, de simpatía, antipatía o
indiferencia, de transparencia u opacidad, que se establece en la primera
entrevista. O, al menos, la intuición de esa posible corriente. Una vez que
ambos deciden hacer el viaje, él o ella se convierte al mismo tiempo en
viajero, camino y país. Y el terapeuta en guía-acompañante, puente y,
parcialmente, en territorio que el paciente también recorre a lo largo de la
interacción terapéutica. Y si puede acompañar no es porque conozca todos
los territorios, haya transitado todos los valles y escalado todas las cimas,
sino porque simplemente tiene el hábito de caminar y está en forma: tiene
el hábito de la introspección y practica la continuidad del contacto, dentro y
fuera de la sesión terapéutica.
Traducir supone transitar universos que, en la mayoría de las
ocasiones, no están a nuestro alcance, por pertenecer a otras épocas
19 He retomado algunas de las ideas expuestas con más detenimiento en "Metáforas de la traducción o la aventura de traducir", que publiqué en Vasos comunicantes nº 16, p. 55 a 61.
históricas, países lejanos, campos del conocimiento de los que somos casi o
totalmente profanos. Supone también adentrarse en vidas, vivirlas de algún
modo de forma vicaria. La traducción, por ejemplo, de Gracia inevitable.
Creatividad, éxtasis, iluminación: las nuevas fronteras de la psicología
transpersonal,20 de Piero Ferrucci, uno de los máximos representantes
vivos de la Psicosíntesis, me supuso un recorrido por numerosas vidas de
seres humanos, que llegaron a desarrollar el máximo de su potencial a
través de la belleza, la acción, la ciencia, la voluntad y otras vías de
realización. Fue como recorrer el territorio de la psique y de la conciencia
de la Humanidad a través de algunos de sus representantes más relevantes.
Cada uno de ellos estimularon mi aspiración y deseo de emulación. Un
buen recordatorio para no dejar dormidas las neuronas inutilizadas, para
seguir despertando, para seguir viajando por los vastos espacios interiores
de la conciencia. Lo mismo ocurrió con Mentes extraordinarias. Cuatro
retratos para descubrir nuestra propia excepcionalidad, de Howard
Gardner, que me hicieron adentrarme en las vidas de Mozart, Freud,
Virginia Woolf y Gandhi, vivir parte de sus ambiciones y dudas, de sus
fracasos y de sus éxitos, reconocer su genio como patrimonio común de
toda la Humanidad, comprender algunos de los factores que llevan al
desarrollo de todo el potencial humano.
Algunos pacientes me han hecho adentrarme en viajes inolvidables
por motivos muy diferentes. Un empresario de éxito muy dañado por
quince años de psicoanálisis, ¡con el mismo psicoanalista!, que acabó
teniendo un brote psicótico reconocido por sus propios compañeros de
gabinete, me puso a prueba sesión tras sesión. Su pasión dominante: el
miedo y la desconfianza. No duró mucho, pero creo que logré que, por
20 La referencia completa de los libros traducidos puede encontrarse en la Bibliografía, por orden alfabético de autor.
momentos, pudiera confiar en alguien, restaurara mínimamente su ser-en-
relación. Fue un viaje duro y corto del que no me arrepiento.
A otro paciente de 60 años, operado de cáncer, que se le reprodujo
una vez iniciada la terapia, pude acompañarle en el hospital, días antes de
su muerte. Necesité ser acompañado, a mi vez, en supervisión. Quedé
impactado un tiempo, haciéndome vivir en la práctica el ensayo que, a su
vez, me había impactado hondamente al traducirlo: "La psicología de la
tragedia", escrito publicado en Visiones de futuro, que, en el original inglés
se subtitulaba Los manuscritos inéditos de Abraham Maslow.
Otra paciente, de 35 años, laboralmente autónoma, con pareja no
conflictiva, sin asuntos graves, que se quejaba de monotonía. Acabó
decidiendo ser madre y pude acompañarla durante los primeros meses del
parto. Abandonó la terapia a los 9 meses de iniciarla. ¡Qué simbólico!
A otros pacientes los recuerdo especialmente porque me traían
descarnadamente mis asuntos pendientes. Durante una época depresiva,
acudieron tres pacientes -¡el mismo mes!- con profundas depresiones. No
sé cómo logré acompañarlos. Sí recuerdo que cada sesión era como escalar
el Everest descalzo, con el frío congelándome poco a poco los pies.
Logramos ascender un pequeño trecho. Nunca llegamos a la cumbre. La
última era una ama de casa. Abandonó la terapia a la cuarta sesión, a la
primera confrontación. Pero no se suicidó entre sesión y sesión, según me
contaba que estuba a punto de hacerlo en varias ocasiones. A última hora el
marido la agarraba en la ventana del dormitorio conyugal, antes de lanzarse
al vacío. Siempre a las cuatro de la madrugada. El marido no era insomne y
"ella no hacía ruido". Curioso. Estoy absolutamente seguro de que sigue
viva. Viaje abrupto y displacentero. Tal vez no era consciente en esa época
de mis propios límites como terapeuta viajero. Ahora, tal vez la derivaría.
Hay igualmente libros cuya traducción ha dejado huellas, cicatrices y
éxtasis. Sus textos me calaron los huesos, recorrieron mi sangre hasta
formar parte de mi carne y de mi espíritu. Algunos me sirvieron para
resolver dudas y aclararme parte de mi propia vida en el camino del
desarrollo personal, como El poder curativo de las crisis, de Stanislav Grof
o El camino de la transformación de Shakti Gawain, que traduje en plena
crisis existencial y pérdida de fe. Con algunos soñé muchas noches, a
medida que avanzaba, página a página, sin saber el final de cada historia,
como con los relatos para hombres adultos de Allan Chinen, Más allá del
héroe, que me proporcionó muchas claves de la masculinidad adulta. Uno,
especialmente, La búsqueda. Historia y sentido de las religiones, de Mircea
Eliade, me produjo auténticos "orgasmos del espíritu", por su coherencia,
elegancia de estilo, brillantez y las sinapsis que hace entre historia,
fenomenología, hermenéutica y mitos, con gran sabiduría y conocimiento.
Cada traducción ha sido un lento viajar a pie, un ir, venir y volver
sobre el mismo texto, en procesos circulares y en espiral, lo mismo que se
hace dentro de cada sesión terapéutica y de sesión a sesión. Viajes
circulares, ascendentes y descendentes, llenos de sorpresas y de parajes
inéditos, de barrancos infranqueables y de cumbres inalcanzables. Pero,
siempre, trechos de caminos recorridos, respirando, escuchando el rumor
del entorno-fondo, con una mirada circular y finales de viaje inesperados y,
en muchas ocasiones, gozosos. En cada despedida, morir un poco y,
paradójicamente, quedar más enriquecido, pero también un poco más
vacío. Fin de la terapia. El paciente camina solo. A veces se tienen noticias,
a veces no. Entrega del libro. En ocasiones se retoma. La mayoría de las
veces prosigue su curso entre lectores desconocidos y nunca se vuelve a
releer ni se tiene noticias de su tirada, circulación, éxito o arrinconamiento
en los almacenes de la Editorial.
El "para qué" de la terapia. El "para qué" de la traducción
"Mil flores de plástico
no hacen de un desierto un jardín.
Mil caras vacías
no llenan una sala vacía.
En terapia gestáltica estamos trabajando para otra cosa. Estamos
aquí para impulsar el proceso de crecimiento y desarrollar las
potencialidades humanas. No hablamos de felicidad instantánea..... El
proceso de crecimiento es un proceso que toma tiempo.... También tenemos
que llenar los vacíos y hoyos en la personalidad, y hacer de nuevo a la
persona entera y completa".21 Toda una declaración de principios, concisa
y rotunda. El objeto de la terapia gestáltica, resumido en una frase, sería
ayudar al paciente a vivir plenamente en el aquí y ahora. Como el Zen.
Como cualquier vía meditativa: la continuidad de la atención en el
presente. La angustia, la ansiedad, el estrés, grandes males de nuestra época
tecno-psicológica no son sino una "brecha abierta entre el ahora y el
después".22
Tal vez esta brecha tenga su origen en la división entre el cuerpo, que
vive en el ahora, y la mente, que vive en el antes y en el después. Y, aun
cuando no quede resuelto el viejo debate sobre si mente y cuerpo están
hechos o no de la misma sustancia, "el modelo gestáltico arroja una nueva
luz útil sobre el problema de la cognición/acción... Tomando el caso del
"campo" lewiniano... cada acción por parte del sujeto es, en parte, por lo
menos, una reacción a unas condiciones del campo percibidas, vistas a la
luz de la propia evaluación de esas características, con relación a las metas
21 Fritz Perls, Sueños y existencia, p. 14. 22 Ob. cit. p. 15
de uno..... cada acción posible es un ajuste por parte del sujeto, en relación
con sus propias necesidades y metas sentidas, y con el 'mapa' que él ha
construido, y está construyendo continuamente. Pero claramente, si de
alguna manera cambiamos este mapa, vamos a conseguir un ajuste
correspondiente distinto, un plan diferente de acción por parte del sujeto.
Es decir, el modelo sugiere que el punto más eficaz para influir en el
comportamiento de un sujeto es el mapa mismo".23 En mi modesta opinión,
esta larga cita, que he intentado abreviar con los puntos suspensivos, es una
forma compleja, al tiempo que un desarrollo, de la frase más concisa de
Perls: "tenemos que llenar los vacíos y hoyos de la personalidad".
Completando la cita en términos más asequibles, parte del objetivo
de la terapia sería hacer un descubrimiento conjunto de los escondrijos, aun
los que carecen de palabras, del paciente, que se va liberando así en una
especie de reposesión de su alma (entendiendo alma como su núcleo
óntico, la esencia de su ser). Y esto se hace dando un sentido al dolor
inevitable, haciéndolo inteligible y ayudando a diluir el sufrimiento
innecesario, el autoinfringido y el inútilmente recogido de los demás.
Desde una perspectiva transpersonal, el fin de toda terapia sería
llegar al final de los sueños, dejar de soñar, que en lenguaje gestáltico se
diría, fantasear, imaginar, evadirse, vivir sin contacto. En definitiva,
despertar o, al menos, despertar cada vez más de la ilusión de ser un "ego
encapsulado en una piel", aislado del entorno y del Tú/Nosotros/Vosotros/
Todos. Y "la enfermedad, en tanto que "no salud"... sería lo que pone
obstáculos a la gracia, lo que interrumpe el proceso de
construcción/destrucción de la gestalt Yo/Tú y, como consecuencia, de toda
gestalt, más aún, que destruye el equilibrio del dar y tomar, que Laura Perls
(Apuntes sobre la Psicología del Dar y el Recibir) describe como la libre
correspondencia entre abundancia y necesidad... [pudiéndose representar la
23 Gordon Wheeler, La Gestalt reconsiderada. Un nuevo enfoque del contacto y de las resistencias, p. 87.
salud] como la facultad de habitar la paradoja, es decir, de hacer coexistir
elementos contradictorios dentro de un mismo conjunto estructural y de
apoyarse en esta contradicción para alzarse a otros niveles de lógica, de
comprensión o de funcionamiento, de producir sentido y organización a
partir de dos principios antagónicos".24
Un traductor está instalado desde el principio hasta el final en una
pura paradoja: tiene como meta hacer presente e inteligible un texto
pretérito e ininteligible para el nuevo lector en la lengua de llegada,
bañándolo con la luz que emane del original, sin avasallarlo proyectándole
la suya, que es lo que ocurre cuando alguien como Baudelaire traduce un
texto muy inferior a sus capacidades, como The Bridge of Sights, de
Thomas Hood. Aunque sí es posible hacer una nueva creación literaria, sin
apartarse del original, como hizo Pedro Salinas al traducir A la búsqueda
del tiempo perdido de Proust. Pero tampoco lo tiene que magnificar ni
traicionar por exaltación, ya que un traductor debe ser como su autor y no
es asunto suyo aventajarlo, lo cual redunda al ego del primero en
detrimento y traición del segundo.
El traductor, como el terapeuta, aspira a la transparencia y a la
máxima fidelidad. No es asunto del terapeuta empujar al paciente allí
donde no quiere ir ni sugerirle demandas y aspiraciones que no estén de
algún modo presentes en él a lo largo del proceso terapéutico. En este
sentido, la traducción es el espacio limitado de contacto-frontera entre dos
totalidades: dos sistemas lingüísticos diferentes y el traductor es el puente
que, esporádicamente, los une, al mismo tiempo que se erige en agente
creador de una nueva realidad que antes no existía: el texto traducido. El
terapeuta refleja como espejo aquellos ángulos muertos que el paciente no
ha podido ver solo. En un principio, el paciente se resiste, no tanto al
24 Sylvie Schoch de Neuforn, La relación dialogal en terapia Gestalt, p.94 y 95.
terapeuta, como al mismo contacto, hasta que, paulatinamente, aprende otra
forma más satisfactoria de contactar y retirarse. El texto a traducir también
"se resiste" en una primera lectura a salir de su estructura lingüística y de su
entorno cultural. Poco a poco "se entrega" y se deja transcurrir por el cauce
que, paulatina y laboriosamente, va construyendo el traductor. Pero
también puede afirmarse que el cauce viene determinado al mismo tiempo
por las posibilidades y limitaciones que ofrecen las dos lenguas -la de
partida y la de llegada-, así como por los límites y posibilidades que va
sugiriendo el mismo texto.
Parafraseando a Perls, Mil palabras vacías no construyen un poema,
Una junto a otra, siguen estando muertas, y tanto la terapia como la
traducción se basan, en parte, en que bajo la superficie de la comunicación
existe un proceso vivo de asociaciones vitales, de contenidos latentes que,
en parte son irreductiblemente individuales. Nos comunicamos
generalmente desde la superficie de nosotros mismos, en una especie de
taquigrafía que abrevia y disimula un enorme caudal de intenciones y
motivos no manifiestos, generalmente inconscientes. Pero esos "tabúes"
personales, pertenecientes a la "economía" comunicativa de cada persona y
celosamente guardados conservan una energía inquietante y fecunda, que
terapeuta y traductor contribuyen a que afloren y se actualicen.
Por un lenguaje orgánico
Las palabras no son neutras. Evocan sensaciones, recuerdos,
sentimientos. Pueden crear realidades, pero también matarlas. Pero
requieren un contexto y un orden. También una selección previa. Un
lenguaje orgánico es aquel que surge del cuerpo y no de la mente. Que
expresa lo que es, y no puras abstracciones. Que produce, en suma, efectos
en quien lo emite y en quien lo escucha. Quien habla escoge sus palabras o
repite automatismos y fórmulas. Implica el cuerpo con los gestos o las
pronuncia inmóvil y rígido. Varía el tono, el ritmo y el volumen de la voz o
mantiene una expresión monocorde.
Recuerdo a dos pacientes, ambas muy confluyentes, evitadoras del
conflicto, posponedoras y cuyo núcleo característico era el "olvido de sí".
Supongo que por coincidencia y azar, sus sesiones eran después de comer.
Yo hacía grandes esfuerzos para no dormirme. Tomaba café antes de la
sesión. En muchas sesiones, los minutos parecían alargarse; la eternidad
sucediéndose a sí misma entre bostezos. Durante un tiempo lo atribuí a mis
ciclos energéticos, a la digestión, al hecho de no haber podido echar una
cabezadita entre las sesiones de la mañana y de la tarde. Pero,
curiosamente, al cabo de un tiempo, descubrí cómo la sesión cambiaba en
un instante, cuando empezaban a hablar de algo que les afectaba realmente,
cuando conseguían indignarse contando algo del jefe o de un compañero de
trabajo o entusiasmarse con algún proyecto cercano. Surgía un brillo en la
mirada, se acababa de pronto el tono monocorde, se rebullían en el asiento,
empezaban a utilizar términos no habituales en su vocabulario... De
repente, me despertaba, incluso sin café. La sesión transcurría entonces
vívida. La palabra se había vuelto orgánica.
En los textos escritos es igualmente fácil comprobar la vaciedad de
sus palabras o el grado mayor o menor de vida que de la que son
portadoras. En un texto literario, esa es toda la diferencia entre buena y
mala literatura.
Shakespeare llegó al final de su época creadora a su máximo de
carga dramática. Su maestría consistió en saber explotar el potencial virtual
de las palabras con mayor intensidad y rigor que cualquier otro escritor de
su época. El se encuentra sosegadamente en la casa del lenguaje y reconoce
cada uno de sus rincones, porque se expresa desde dentro favoreciendo la
proliferación de vida Un buen ejemplo puede ser el lamento de Cleopatra
sobre el cuerpo de Marco Antonio (Antonio y Cleopatra, Acto IV, escena
XIII, 63):
La diadema del mundo se funde. ¡Mi señor!/¡Oh! ¡Marchita está ahora la
guirnalda de la guerra!/¡Caída la estrella polar de los soldados!/Los
mozalbetes y las muchachas están ahora al nivel de los hombres: los
hombres incomparables no existen ya/ y nada queda de notable/bajo el
impulso de la luna.25
Exasperada protesta de Cleopatra ante el azar en que la corona remite
al tema imperial y la falta de madurez de los mozalbetes a César, el "niño",
que de pronto va a ver crecer su figura ante la desaparición de su rival. La
muerte del enamorado hace entrar al mundo en una inercia anodina y en un
frío lunar. La guirnalda que evoca el triunfo se ha esfumado y la "caída" de
la estrella polar (en inglés sólo dice "the soldier's pole", que podría
traducirse por lanza en este caso o por estandarte) alude claramente a la
mengua de virilidad.
André Gide, en su versión al francés, a pesar de las licencias que se
permite, trasluce muy bien que "el tendón que articula la lógica de
Cleopatra es de índole física. Ella no deja de darle voz a su cuerpo. Privado
de Antonio, el mundo 'no vale más que un establo. La corona de la Tierra
se 'derrite'; la guirnalda se 'marchita'; el estandarte 'cae'... la Luna hace su
'visita'; lo concreto está allí, irrefutable. Sus implicaciones sensoriales dan
cuerpo literal a las imágenes ásperas y elusivas de Cleopatra, y a sus
majestuosas generalizaciones" ("La corona del universo se desata. ¡Señor!
La guirnalda del combate se marchita, y el estandarte ha caído. Hoy, los
25 William Shakespeare, Obras completas, p. 1828, traducción de Astrana Marín., reproducido en George Steiner, op.cit. p.374.
niños y los hombres se equiparan. Todo se iguala, y la Luna, al visitar la
Tierra, ya no sabrá que mirar).26
Gide traduce en prosa, porque el alejandrino francés en que se solía
escribir el teatro francés hasta casi mediados del siglo XX no se adecua a la
poesía isabelina y al verso libre inglés. No cuenta por tanto la forma como
transmitir el sentimiento de desesperación y ausencia, la nostalgia del
erotismo perdido para siempre, la mortecina realidad vista a la luz pálida de
la luna.
En toda traducción habrá pérdida y ruptura, pero, al final, cada una
de ellas habrá aumentado la accesibilidad a otros recursos afectivos. El
riesgo: agotar la propia vena creativa al servicio de un texto, en principio
ajeno. Stephen McKenna, traductor de las Enneadas de Plotino al inglés,
aparecidas en cinco grandes volúmenes entre 1917 y 1930, afirmó haber
sumergido virtualmente su ser, su cuerpo y su alma en la tarea. El
resultado: una hazaña de fidelidad, libertad y creación, en donde el
traductor implicó su precaria salud física y mental.
Pero, sin llegar a tanto refinamiento ni a tan elevada gesta, los
recursos gestálticos del lenguaje son variados y eficaces para acercarlo a la
vida, para hacer surgir vida, para reflejarla con una mayor exactitud de lo
que la refleja el lenguaje cotidiano y el lenguaje mediático. El capítulo
"Comunicación con otros"27 de El darse cuenta de John Stevens, es en sí
mismo un buen manual de instrucciones y constituye una buena carta de
navegación: el paso de las frases impersonales, a las frases en segunda y
primera persona del singular "yo" y del plural "nosotros; la transformación
de las preguntas en afirmaciones y las afirmaciones sobre otra persona en
afirmaciones sobre uno mismo. La utilización del " por qué" y del "para
qué"; la sustitución del "pero" por "y"... son recursos suficientemente
26 George Steiner, op.cit., p. 374 y 376. La traducción al castellano es de Adolfo Castañón y Aurelio Major. 27 John O. Stevens, El darse cuenta. Sentir, imaginar, vivenciar, pp. 95-130.
conocidos por cualquier gestaltista como para no tener que extenderme
sobre ellos.
Nos implicamos personalmente y nos responsabilizamos de nuestro
decir cuando transformamos el "hay quien cree" en "creemos", el "suele
pensarse" por "quizá habéis pensado", el "tómese una hoja" por "tomad una
hoja", el "los datos obligan a aceptar" por "pienso que los datos...".
Ponemos conciencia cuando elegimos cuidadosamente una palabra, que
puede ser popular, culta, castiza, profesional, inventada..., según el
paciente, su nivel cultural, la situación, en lugar de utilizar las fórmulas
hechas o la jerga gestáltica. "Te veo movido, tocado", puede ser una
generalización frente a "te veo conmovido, confuso, al borde de las
lágrimas, a punto de estallar, sensible y abierto, vulnerable....", o cualquier
expresión que refleje con exactitud lo que vemos y sentimos del paciente,
que pueda ayudarle a tomar una conciencia más nítida de lo que realmente
le está ocurriendo.
La utilización de palabras de moda hacen caer en desuso otras más
apropiadas, que acaban relegadas en el olvido y convierten la comunicación
en algo mecánico, ambiguo y oscuro. Al terapeuta le conviene, como al
traductor, seleccionar en cada momento el vocablo y la expresión más
adecuada de entre el rico bagaje de sinónimos y metáforas que permite la
lengua en que trabaje, pues, cuando esta se empobrece, se empobrece la
experiencia, la comunicación y la vida misma, empequeñeciendo su
comprensión.
Un "ave que pasa" no es una zancuda que corre, una perdiz que salta
o un gorrión que vuela. "Una bronca con los padres" puede ser un silencio
hostil, una discusión permanente, una resistencia pasiva, una serie de
insultos, o actos de violencia física. Son generalizaciones imprecisas. Y el
paciente no tiene que adaptarse a la jerga del terapeuta. En todo caso, si se
tercia y según las ocasiones, podría ser puntualmente al revés.
El terapeuta, como el traductor, a veces tiene que describir
(transmitir una percepción con sentido), narrar (interesar en una acción
significativa), expresar (de un modo emotivo/asertivo comunicando una
vivencia personal) o apelar (persuasivamente para suscitar una respuesta).
Y ello exige alternativamente adoptar un talante observador, testimonial,
clarificador, intuitivo o sugerente.
En definitiva, un lenguaje orgánico es un lenguaje corporal hecho
palabra, el lenguaje al que afirmaba aspirar Perls para elaborar su teoría.
Después de sentir un gran vacío, "comencé nuevamente a buscar a tientas.
Estuve buscando en distintas direcciones. Más que recuerdos y
experiencias, quiero rescatar mi filosofía de la Gestalt. Quiero poder llegar
a todos en un lenguaje fácil y comprensible. Quiero llegar con una teoría
viviente que sea exacta sin ser rigurosa".28
Tras releer la cita, cobro conciencia de que me duele la espalda.
Demasiado tiempo al ordenador durante el que he perdido la atención a la
escucha de mi cuerpo. Hago un alto, porque, desconectado de él, todo lo
que salga será desde la cabeza, desde el pasado y el futuro sin actualizar en
un presente vivo. Al releer, me pongo de nuevo a la escucha del texto. Lo
mismo que un traductor ha de leer y releer, una y otra vez, no sólo lo
"dicho" por el texto original, sino también "ponerse a la escucha" de su
propia versión para modificarla, afinarla, hacerla más fiel y exacta.
El arte de la escucha
Esta misma mañana, al despedirse una paciente me dice: "gracias por
escucharme el rollo". Había sido una sesión viva, rica en contenidos y
comprensiones, sentida, con ironías sorprendentemente bien encajadas por
una paciente perfeccionista y ansiosa, con momentos de apoyo ante el
28 Frederick S. Perls, Dentro y fuera del tarro de la basura, p. 102.
profundo dolor todavía no aceptado por la muerte, relativamente reciente,
de su padre. Le respondo sinceramente que no ha sido en absoluto un
"rollo", que he me he conmovido, he disfrutado y me he sentido
enriquecido. Ella lo recibe, y me lo dice, afirmando que "esto que me dices
es el mejor estímulo del día", que auguraba deprimido. Y es que, para la
mayoría de la gente, "el acto de escuchar en sí, desvinculado de cualquier
otra forma de experiencia, llega a ser un fastidio y representa un esfuerzo
intolerable, aunque le paguen a uno por realizarlo. Sin embargo, escuchar
puede constituir un proceso abierto y muy activo".29
Apertura y actividad. Dos palabras claves. Ausencia de prejuicios,
escucha total y no selectiva, tal vez distinta de la "escucha flotante" del
psicoanalista. Escucha activa que tiene que ver con la escucha interna, "la
capacidad del escuchador de estar atento al "adentro", de no perder la
conciencia de sí y atender continuamente a los sentimientos, recuerdos, e
intuiciones que el proceso le despierta... "El gestaltista tiene en cuenta lo
que le está pasando en el mismo momento en que atiende lo que le pasa al
otro. Esta escucha interior no tiene por qué interferir la atención al otro,
más bien es un excelente método de acompañamiento, un usarse a sí mismo
(en sus sensaciones, emociones, etc.) al servicio de la mejor comprensión y
escucha de aquello que ocurre fuera":30 los contenidos verbales y el
lenguaje no verbal (gestos, tono de voz, postura corporal...).
El traductor no tiene más remedio que escuchar el texto global: sus
significaciones manifiestas y ocultas, el hilo global del discurso o narración
y todas y cada una de las palabras en su contexto, sin pasar por alto
ninguna, aunque para ello tenga que releer una y otra vez el texto original,
hasta estar bien seguro de haberlo "oído", de haber escuchado su muda voz.
Y, para ello, como el terapeuta, ha de situarse en una posición de
29 Erving y Miriam Polster, Terapia guestáltica, p. 136. 30 Francisco Peñarrubia, op.cit. pp. 83 y 84.
neutralidad, de vaciamiento interno, para no escuchar lo que se quiere
escuchar sino lo que realmente se está diciendo y sin interferencias. En otro
caso, sólo se estaría "interpretando".
Este proceso de vaciamiento, previo y simultáneo a la escucha,
requiere llegar a un auténtico silencio, que no consiste en la siempre
ausencia de palabras o ruidos; los pensamientos son silenciosos, pero su
exceso interrumpe el silencio interior. El auténtico silencio tiene la cualidad
del estado de meditación: la suspensión de juicios y prejuicios, de
recuerdos comparativos y de proyectos deseados o temidos. Es el silencio
fértil de donde surgen las comprensiones más profundas de uno mismo, del
otro y del mundo en general. Es el espacio en el que se funde
momentáneamente el "fondo" y la "figura", que a veces cierran una
"gestalt" o facilitan el camino a su resolución. No es el silencio de la
perplejidad, el aburrimiento o la deflexión, que producen
desenergetización, sino aquel de donde puede surgir la más honda
comprensión y la palabra creadora.
El arte de la escucha requiere que el silencio previo sea mental,
emocional y corporal. Difícilmente puedo escuchar a alguien, iniciar la
sesión, si tengo necesidad acuciante de acudir al servicio o estoy muerto de
hambre o de sed. Si estoy en medio de un conflicto emocional previo a la
sesión que no he podido resolver y cerrar. Si me preocupa algún asunto que
tengo que planificar. Suelo darme, por ello, diez minutos entre sesión y
sesión, para intensificar el contacto con mi propio cuerpo, escuchar algo de
música, tomar un té, regar las macetas, hacer unos minutos de meditación...
Son pequeños recursos personales para vaciarme de las improntas dejadas
por el paciente anterior, para estar totalmente fresco y disponible para la
siguiente sesión. A veces, me ayuda también encender un incienso o
escuchar el sonido de un cuenco tibetano, que marca perfectamente salir de
un "ahora" para entrar en otro, o mejor sería decir, recordarme la
continuidad del "eterno ahora" sin tiempo. Es el silencio interior que se
alimenta de atención al presente. "Recuerdo de sí", que diría Gurdjieff.
Esta calidad de silencio es la misma que se requiere cuando
escuchamos un concierto; éste exige escuchar el silencio entre sus notas,
conmoverse con los sentimientos que evocan, subir y bajar
emocionalmente al ritmo de sus "allegro" y adagios. Abrir el corazón y
todas la células para dejarse atravesar por la vibración que sostiene cada
acorde.
La escucha se convierte entonces en un acto de entrega, y esta
entrega implica un continuo despojamiento de creencias y prejuicios, de
razones y consejos, de estrategias y manipulaciones. Como tierra
esponjosa, pueden absorberse entonces palabras y gestos, sensaciones y
sentimientos, que se convierten en otras tantas tomas de conciencia
simples, obvias y sanadoras.
Para escuchar como "artista de la escucha" que es todo terapeuta y,
metafóricamente, todo traductor, hay que bajar las defensas, quitarse la
armadura, volverse transparente. Cuando abrimos los sentidos, es posible
escuchar hasta con los ojos, empaparse del otro (paciente o texto) sin
fundirse ni perderse. Todo un arte en tiempos de ruido y furia, de
inundaciones debidas al cambio climático, que simbolizan muy bien el
desbordamiento emocional, en los niveles individual y colectivo, del siglo
XXI.
Cuando el agua encuentra hormigón y asfalto, barreras y presas
(oídos cerrados o distraídos en su propio zumbido interno), no puede
penetrar la tierra. Y no otra cosa somos, en el momento de la escucha,
traductores y terapeutas que tierra esponjosa, que puede empaparse de
narraciones y sentimientos, fragmentos de vida, dolores, sufrimientos,
aspiraciones y gozos, que chocaron demasiadas veces contra los muros de
la desatención y del silencio.
Pero convertir la escucha en un arte y en un oficio no significa
ingerirlo todo sin discriminación. Es legítimo no escucharlo todo, lo mismo
que apagamos la radio o la televisión, o cambiamos de emisora o de canal,
cuando los programas están vacíos de contenido o son contaminantes. El
terapeuta puede comunicar, con diplomacia y cariño, que la ventanilla de
admisión de quejas se ha cerrado o que las palabras están desconectadas del
cuerpo, de la vida, de la emoción, del aquí y ahora... O que el hilo que ha
tomado el paciente enmaraña más la madeja o sirve de pretexto para evitar
tomar el verdadero hilo guía de la trama.
Pero también se puede escuchar hasta sin interrumpir, incluso un
discurso enrevesado y aparentemente sin sentido, para encontrar al final la
coherencia. Esa es la libertad que el terapeuta tiene sobre el traductor. Éste
no puede interrumpir el texto (aunque sí hacer un alto, otorgarse una larga
pausa de reflexión); tiene que llegar a su término y es allí donde a veces
encuentra su tesoro. Valga como muestra el testimonio del académico de la
lengua y premio nacional de traducción Valentín García Yebra, cuando
comenta su traducción de Virgilio, padre de Occidente, del pensador
alemán Theodor Haecker: "La primera oración de su prólogo ocupa sólo
dos líneas y media. Pero sigue un larguísimo período, una enmarañada
madeja de oraciones, donde el lector se pierde sin remedio en la primera
lectura, y tiene que volver atrás para buscar el hilo que le haga posible salir
de aquel laberinto de oraciones subordinadas, subsubordinadas y
subsubsubordinadas. Este período ocupa cuarenta y cuatro líneas. Lo
siguen otros no tan largos, menos enmarañados, pero tampoco sencillos.
Baste decir que el prólogo, de diez páginas y media, sólo tiene tres puntos y
aparte. Esta manera de escribir se manifiesta en todo el libro, pero en
ninguna parte tanto como en el prólogo. Es como si el autor quisiera
obligarnos a recorrer un largo y estrecho pasadizo antes de permitirnos
admirar las grandes bellezas atesoradas en el breve pero hermoso palacio
que es Virgilio, padre de Occidente".31
Esto me recuerda a un paciente muy mental, que hablaba a una enorme
velocidad, mirando hacia el techo o hacia los lados, evitando el contacto y
cuyo discurso era una mezcla de hechos (pocos), unidos a una serie de
dudas (muchas), autoculpabilizaciones e idas y venidas, giros y
circunloquios, alrededor del mismo tema Pero, ¿cuál era el tema?, me
preguntaba yo a veces. Él era un poco sordo, pero, curiosamente su sordera
aumentaba a medida que seguía en su maraña mental y se aliviaba, casi
hasta desaparecer en los raros momentos en que volvía al presente.
En una sesión en la que se hacía penosa cualquier intervención, pues
no la entendía a la primera, ni a la segunda ni a la tercera vez y me hacía
repetir la observación o la pregunta continuamente, con un "¿cómo?",
"¿qué has dicho?", "¿puedes repetir?", "perdona, no te he oído", le dejé
hablar sin parar, ni respirar, tres cuartos de hora. Yo respiraba, mareado, sin
poder seguir el hilo. Transcurridos cuarenta y cinco minutos de reloj, hice
sonar un cuenco tibetano, que tiene un sonido grave de gong. ¡Sorpresa!,
¡milagro!... se quedó en blanco y enmudeció por unos instantes, para
estallar inmediatamente después en una carcajada. Le afloró el color al
rostro, se le iluminó la mirada y, con una enorme sonrisa, que no le había
visto hasta entonces, me dijo con gran calidez: "¡Gracias, gracias!". Nunca
le había visto tan emotivo y emocionado. Durante los siguientes cinco
minutos de la sesión, no perdió el contacto visual ni un solo instante y las
pocas frases que pronunció fueron orgánicas, conectadas corporalmente,
aunque aparentemente inconexas: "¡Claro!, eso es, ya está, si es que yo....
Bueno, vale, vale... ya está!". Se levantó, me pagó, me estrechó la mano y
se marchó silbando y con paso jovial, como si se le hubiera caído de la
31 "Sobre mi experiencia como traductor", Vasos comunicantes nº 15, p. 111.
cabeza repentinamente un pesado fardo de pensamientos, recuerdos, planes
de control, explicaciones, justificaciones...
Creo que por fin, algo había escuchado, se había escuchado, había
captado de golpe el sentido de alguna de mis intervenciones anteriores "no
oídas", aunque quien no había escuchado el contenido de su discurso había
sido yo. La paciencia, la perplejidad, el no saber qué hacer y el dejarme
estar con lo que había sin empeñarme en confrontarlo ni forzarlo, dio algún
fruto. Fin de la sesión. Fin de la escucha.
"No puede ser traductor quien no sea un maestro de su propia
lengua"32 y no puede ser buen terapeuta quien no sea un maestro en la
escucha de sí mismo.
La escucha externa
Lo obvio, sólo es obvio en un contexto. Por tanto, a la atención al
presente y a la escucha de lo que uno siente, es necesario situar el contexto.
Para ello, hace falta información, paciencia y saber discriminar. Esta
afirmación vale incluso para algo que parece tan obvio como el lenguaje
corporal. Cuando un camarero chino, por ejemplo, sonríe o se ríe cuando
un cliente le reclama algo con malos modos, está mostrando su embarazo y
perplejidad, pero no que no le importe el motivo de la reclamación o que le
haga gracia la situación. Ni siquiera indica una resistencia pasiva.
Simplemente está fuera de su educación cultural y de su mundo emocional
el que pueda producirse una situación así, o cómo reaccionar cuando se
produce. Si un chino hace un gesto de abrir y cerrar la mano, en forma de
32 V. García Yebra, En torno a la traducción, p. 101.
pico de pato, delante de la boca, estará diciendo que quiere comer o
preguntando si el interlocutor quiere comer. En la cultura occidental, quien
lo hace está intentando decir a otro que está hablando demasiado o
simplemente que se calle.
En Nueva Zelanda, por ejemplo, hace tiempo que se dieron cuenta de
que gran parte de los conflictos y malentendidos laborales entre
neozelandeses e inmigrantes polinesios (de Tonga, Samoa y las Islas Cook)
provenían del desconocimiento por parte de los empresarios de la cultura
polinésica. Acabaron editando un manual sencillo que interpretaba gestos
tan sencillos como sentarse. Los empresarios neozelandeses consideraban
una falta de respeto y educación intolerable el que el inmigrante que
solicitaba empleo, nada más entrar al despacho del director de recursos
humanos o del propietario de la empresa, se sentase apresuradamente sin
haber sido invitado a ello. Resultaba ser todo lo contrario. Ellos no pueden
permanecer por encima del "jefe" o de la persona de rango superior. Por
ello, en las Islas, cuando se acercan al jefe del poblado, que se halla sentado
generalmente en el suelo, lo primero que hacen es sentarse igualmente en el
suelo para que su cabeza esté por debajo de la cabeza de aquél. Cuando se
sentaban en los despachos de los "jefes" de la empresa, lo que estaban
haciendo justamente era dar una muestra de respeto, expresar su posición
de inferioridad en rango.
Pero no es sólo en un contexto cultural distinto donde los gestos
tienen un valor simbólico distinto. Dentro de la misma cultura, hay
diferencias según la edad, el género, la educación, el lugar geográfico de
origen y, más concretamente, el carácter. Desde que empecé a aplicar
ciertos conocimientos teóricos y prácticos de los eneatipos, me ha sido muy
útil codificar internamente ciertas características comunes correspondientes
a los nueve tipos caracteriológicos y a los 27 subtipos. En la bibliografía
que manejo33 no he encontrado una sistematización del lenguaje, verbal y
no verbal, de los diferentes rasgos, sino datos aislados. Tal vez alguien se
anime algún día a investigar y sistematizar algo extremadamente útil a la
hora de "contextualizar" la comunicación del paciente desde esta
perspectiva.
Y esta escucha externa va en los dos sentidos. El mismo gesto y la
misma expresión significan cosas distintas en dos pacientes con caracteres
diferentes, pero el mismo gesto y la misma expresión del terapeuta, a su
vez, serán recibidos ("escuchados") de forma distinta por dichos pacientes.
El contexto va cobrando contorno, límites, olor, color y forma, a
medida que vamos trayendo a la conciencia informaciones previas o
posteriores: aquellas que van emergiendo como "figura", de un fondo
indiscriminado.
Veamos algún ejemplo. En un estudio de la traducción al castellano
de Juan Sebastián Gaviota, de Richard Bach34, de la traducción literal de
"quietly" resulta: "había estado hablando 'calladamente' con todos ellos",
pero en páginas anteriores se nos hace saber que las gaviotas, en una época
de su vida se comunican "telepáticamente", en lugar de utilizar graznidos y
trinos. Hablar calladamente sugiere hablar en voz baja. Sin embargo, en
este caso, la traducción que no induce a error y el sentido real sería: "había
estado comunicándose por telepatía con todos ellos".
Incluso cuando el contexto parece claro, a veces hay que esperar o
preguntar para entender realmente. Un joven paciente me contaba que
había hecho un viaje a Polonia y, el día de Navidad, había salido con la
novia a casa de unos amigos a beber cerveza: "colocaron las cajas en fila y
pusieron la cadena". ¿La cadena de bebidas? ¿Se pusieron en fila para
33 En la bibliografía incluiré los libros que suelo consultar al respecto. 34 Elvira Cámara Aguilera, en Hacia una traducción de calidad. Técnicas de revisión y corrección de
errores, revisa palabra a palabra y párrafo por párrafo, a modo de supervisión en ausencia de los traductores, la traducción al castellano de dicha obra, por parte de Carol y Frederick Howel, publicada en 1970 en Buenos Aires por Javier Vergara Ed.
beber por turnos? Después, "no aguantaba el estruendo". ¡Ah, se trataba de
una elipsis: se había referido a la "cadena Hi Fi". A la vuelta del viaje,
después de varias sesiones, comienza diciendo: "Ya no me veo nada con mi
pareja". En el contexto de sucesivas peleas y rupturas, parecía obvio que
habían roto definitiva o temporalmente con ella. No estando yo seguro
porque lo decía demasiado fríamente y el tono emocional no implicaba
ruptura, pregunto: "¿Nada?". "Bueno, sólo nos hemos visto dos veces esta
semana?". En su contexto anterior al viaje, de verse cada día, "verse nada",
significaba "casi no verse, verse poco, menos de lo habitual, menos de lo
que ella quisiera...".
Y es que los vocablos son polisémicos, objetiva y subjetivamente.
Vehiculan una enorme cantidad de símbolos, significaciones y
evocaciones. La palabra que tanto utilizamos los gestaltistas "devolución",
a un historiador le evocará más la "Guerra de Devolución" de 1667, en la
que Luis XIV de Francia reclamaba los Países Bajos en nombre de su
esposa, María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, y que acabó con la Paz
de Aquisgrán. "Acabar con los radicales libres", para un político o alguien
muy conservador significará combatir las guerrillas, el terrorismo, la lucha
callejera o simplemente a los "ocupas" de edificios, a los grafiteros o a los
jóvenes que beben los fines de semana en la calle. Para un médico naturista
o cualquier persona que siga dietas equilibradas, sería una incitación a
consumir té verde, como fuente de antioxidantes, para combatir "los
radicales libres" que envenenan el cuerpo. Y los ejemplos podrían
multiplicarse ad infinitum.
Alguien disfrutaba con su "golf". Para un paciente era el deporte que
practicaba cada domingo. Para otro, era el coche que acaba de comprarse.
Una madre relataba el dolor de su hija pequeña cuando se rompió "la
muñeca". No era el hueso, afortunadamente, sino el juguete. A veces se
requiere paciencia y esperar. Otras veces, preguntar inmediatamente para
completar el contexto y no seguir por vías falsas.
A veces, ni siquiera el contexto revela el significado. Entonces hay
que volver a lo obvio, a la frase en sí. No recuerdo en cuál de los libros
traducidos, me encontré en cierta ocasión la frase: "las estadounidenses son
muy aficionados a Victoria's Secret". Por mucho que daba vueltas a la
frase, a las anteriores y a las posteriores, no le veía ningún sentido. Al final,
me centré en la frase. Navegando por internet, descubrí, me enteré,
¡ignorante de mí!, que se trataba ¡de una famosa marca de lencería
femenina! Ah, pensé entonces: "tendría que haber vivido más tiempo en
Estados Unidos, hacer más regalos íntimos a mi esposa ¡o ser fetichista!
Me habría ahorrado tiempo y dolores de cabeza".
El terapeuta, al igual que el traductor, está continuamente llenando
huecos y completando lagunas. Dando, en definitiva, sentido, coherencia y
consistencia a lo que aparece, al principio, como algo sin sentido,
incoherente, inestable y versátil. Y para ello es útil hacer el trasvase a la
propia lengua, hacer la "devolución" al paciente con expresiones precisas,
ricas y que evoquen lo que se pretende evocar y no lo contrario. He aquí
una buena descripción de posibles evocaciones:
"Cuando oigo la palabra clínica se me viene a la mente la imagen de
un edificio de ladrillo rojo, ventanas con barrotes e inmensas salas de
camas y paredes blancas. A esta primera imagen se agolpan otras:
enfermera, inyección, bata blanca, enfermo, cofia, herida.... Otro intento,
esta vez a modo de 'tormenta de ideas'. Psicología clínica: mente, cuerpo,
desorden, consulta, tratamiento, salud, desequilibrio, equilibrar, profesión,
alteración, ayuda, personas, bienestar, etiqueta, avanzar,
crecimiento...".35Por ello es importante, no sólo estar atentos a lo que
35 Pilar Contreras Ferrándiz, "Psicología clínica: un intento de concretar el término", Gestinformo, nº 17.
escuchamos, sino también a cómo pueden ser "escuchadas" nuestras
palabras por el paciente.
Esto vale para el supervisor, cuando el "paciente" es otro terapeuta.
Una expresión como "fracaso terapéutico" puede tener múltiples
significados, según quien la pronuncie, quién la escuche y en qué contexto.
En todo caso, se presta a significados subjetivos. Loretta Cornejo expone
los casos en que ella considera haber fracasado: "Cuando un paciente
adulto, dentro ya de un proceso terapéutico genera un cáncer, sobre todo un
cáncer grave o alguna enfermedad de diagnóstico mortal o casi mortal...
Cuando, [en la terapia con niños] luego de una evaluación psicológica...
expongo la necesidad de que el niño entre en terapia por un tiempo y... los
padres deciden no regresar más... El otro caso es cuando suspenden la
terapia del niño de modo abrupto, es decir, la cortan y dejan a la mitad todo
lo trabajado... En ambos casos lo que siento es que le he fallado al niño,
que no lo he sabido cuidar... a pesar de que la teoría siempre nos puede
servir para excusarnos...".36
A propósito del fracaso y de la escucha externa, se me ocurre que tal
vez haya pacientes que no quieran o no puedan "ser escuchados", son
ininteligibles para cualquier terapeuta, bien porque no quieran tomar
conciencia de su juego de víctimas o de cortacabezas descalificadores, a
pesar de las devoluciones y denuncias de sucesivos terapeutas.
Ocurre igual con la "intraducibilidad" de algunas obras, porque las
síntesis y neologismos del original son en sí mismas una traducción-
creación del autor para ser leídas tal como éste las concibió. Dos ejemplos:
Finnegans Wake de Joyce, cuando inventa, por ejemplo, en el libro II: "in
deesperation of deispiration at the diasporation of his diesparation", que
no es un simple juego de palabras caprichoso, sino que mezcla el inglés
despair, el francés déese, el latín dies, el griego diaspora y el escocés
36 "El fracaso terapéutico", Gestinformo, nº 17.
antiguo deis. Siempre se podrían encontrar en la lengua receptora
desinencias propias para acercarse al original. Pero obtendremos una mala
copia alejada o una nueva creación genial e ingeniosa.
Stefan George tradujo el libro I de la Odisea en una "neolengua"
enteramente secreta y de la que sólo se han conservado dos versos. Lengua,
por tanto, no transitada por nadie, prístina como "un canto que nadie puede
entender cabalmente, pero gracias la cual somos dueños del enigma y amos
del todo".37
Esta toma de postura tiene ciertas resonancias con el lenguaje de
aquellos que han traspasado los límites absolutos de la cordura, que están al
otro lado del espejo, y son amos y dueños de sus propios enigmas. Como
los casos de psicóticos a los que se refiere Guillermo Borja. Ante el
panorama de trabajar en la sección psiquiátrica de una cárcel, en donde los
enfermos iban desnudos y las paredes estaban pintadas de excrementos, su
primera actitud consistió en sentarse a la puerta y escuchar su propio
miedo, hasta que se le pasó. A continuación, según su propio testimonio,
recogido por Claudio Naranjo, "lo único que puedo hacer, y no sé si es
psicoterapia, es bañarlos, pelarlos... La primera cosa para cualquier ser
humano es limpiarlo... Después, vestirlos, bañarlos, cortarles las uñas de
los pies, de las manos, y empezar a proporcionar .... calzoncillos, zapatos...
Pensé que la patología canalizada se podría tornar pedagogía".38 Se me
ocurre que fue una escucha realmente activa, en donde no hacía falta
comprender los contenidos de lo que decían o no decían, sino el contexto
de la verdadera necesidad. Y que la respuesta fue activa, el lenguaje, pura
acción. Casi me atrevería a afirmar que creó una "neopsicoterapia"
difícilmente imitable o traducible en términos teóricos, pues tenía que ver
más con su personalidad y capacidades que con técnicas, diagnósticos y
37 George Steiner, op.cit. p.202. 38 Guillermo Borja, La locura lo cura, Prólogo de Claudio Naranjo, p. 13 y 14.
estrategias. Si se puede hacer terapia desde la condición de preso,
utilizando lo que hay, sirviéndose de lo que uno es en ese momento, se
puede hacer terapia desde la depresión, la crisis existencial, familiar o
profesional, siempre que todo ello se ponga al servicio de la relación
terapéutica. En esos momentos, puede que se cambie el "lenguaje" y que
éste sea más eficaz.
Y aquí me viene transcribir un reciente texto anónimo de esos que se
reenvían por internet, porque me parece ilustrativo de las diferentes
"escuchas" que tienen las palabras y las situaciones, y porque
recontextualizar las vivencias, las propias y las de los pacientes, constituye
parte de la esencia de toda terapia:
"A eso de caer y volver a levantarte,
de fracasar y de volver a comenzar,
de seguir un camino y tener que torcerlo,
de encontrar el dolor y tener que afrontarlo,
a eso....
no le llames adversidad,
llámalo sabiduría".
Más comparaciones y similitudes
Tanto la actividad traductora como la terapéutica, sobre todo en
sesiones individuales, se desenvuelve en una especie de santuario personal,
en un entorno de privacidad e intimidad, al abrigo de las miradas y de las
escuchas ajenas. Requiere un espacio de calma y reflexión, al margen del
ruido social y de interrupciones, aunque el encuadre terapéutico exija un
mayor rigor en cuanto a horarios y duración que el traducir, que puede
hacerse con mayor libertad, pero no con menor disciplina. Y, en ambos
casos, aunque al profesional de cualquiera de estos dos oficios pueda
entusiamarle su actividad, es conveniente tomar una cierta distancia del
texto y del paciente, adoptar una actitud de relativa "indiferencia creativa",
para no poner demasiado de sí mismo, no proyectar nada personal, en uno
ni en otro. Cada página, cada párrafo, cada línea remite al traductor a un
"ahora" sucesivo, siempre nuevo y renovado. Aunque lo parezca, nada se
repite, lo mismo que no se repiten dos sesiones terapéuticas exactamente
iguales, por más que cuando hay muchas similitudes, la conciencia del
terapeuta tienda a tener la sensación del déjà vu, de situación ya vivida.
Pero cuando todo parece ir sobre ruedas, aparece el imprevisto, lo mismo
que cuando todo fluye durante varias páginas y, de repente, aparece la
palabra extraña, el giro desconocido, el sinsentido aparente. O el texto se
vuelve aburrido, repetitivo, y el traductor se pregunta si el autor no podía
haber dicho en 50 páginas lo que dice en 250 o 300, a no ser que se viera
sometido a las exigencias del mercado editorial.
Ciertamente un libro no es una persona, aunque la vida de cada
persona podría compararse con un libro del que ya no puede cambiar ni una
sola página, ni una sola línea, ni siquiera la más mínima coma de todo lo
vivido hasta el mismo momento de la sesión terapéutica. Pero, a partir de
ese instante, la página está en blanco y la próxima línea de su vida que
"escriba" vendrá determinada por la calidad de las tomas de conciencia en
el presente y de la impecabilidad de las decisiones que se van tomando.
El traductor no puede cambiar el guión de la obra, aunque tenga
siempre una variedad de opciones al traducir, que le abren y le cierran
igualmente determinados caminos. El traductor no pierde de vista al autor,
con objeto de no perderse, al igual que el terapeuta tiene presente instante a
instante al paciente durante la sesión para no perder el hilo de aquello que
es significativo.
En un primer momento, al ponerse manos a la obra, terapeuta y
traductor apuestan por la coherencia y la plenitud potencial,
respectivamente, de texto y paciente. Se hace un acto inicial de confianza
de dar crédito, de que vale la pena, iniciar el trabajo. La obra, aunque
ininteligible de entrada, tendrá algún mensaje. El paciente, aun en su
posible incoherencia o confusión inicial, posee una entidad sólida y unas
potencialidades que todavía no ha actualizado. Concedemos que hay algo
ahí y que el resultado final no será vacuo.
En un segundo momento, a la confianza sucede una cierta
"agresión". Terapeuta y traductor, traductor y terapeuta, inician una etapa
de incursión y extracción, en el sentido que todo acto de comprensión es,
en cierta medida, un anexión y, por tanto, implica una cierta violencia, un
apoderamiento del otro, de lo otro. Damos por supuesto que el texto admite
ser escudriñado para ampliar su comprensión. Que el paciente da su
acuerdo para que, con mayor o menor delicadeza, penetremos en sus
núcleos dolorosos, irresueltos, vergonzantes, con el objeto de que pueda
reincorporarlos a su vida con mayor aceptación, coherencia y sentido.
Toda comprensión implica, por propia etimología, "comprender", no
sólo cognitivamente, sino también por ingestión. Hay que ingerir, masticar,
salivar y digerir. Lo mismo que en terapia (tanto el traductor como el
paciente). La traducción de una lengua a otra requiere una invasión y
explotación exhaustiva previa, la ruptura y desciframiento de un código. En
terapia, el desciframiento del código personalísimo del paciente. Se invade,
se extrae, se "trae a casa". Texto y paciente se vuelven en el proceso, por
así decirlo, más delgados cuando la luz parece atravesar sus fibras ya
aflojadas. Es el momento mágico en que se disipa la oscuridad de la
"otredad", al principio hostil o seductora. En cualquier caso, engañosa o
incompleta.
Al mismo tiempo, se comprende mejor la verdad del "otro", cuando
dejamos de ver la "antiverdad" como algo negativo. Lo que "no es" permite
que se revele mejor lo que "es". En la naturaleza, los animales utilizan el
camuflaje, el engaño y toda clase de señales hábiles para desorientar al
adversario. El ave que se finge herida aparta al depredador de su nido; el
calamar que lanza su tinta confunde las pistas de su ruta de huida; el
camaleón que adopta el color de su entorno invita al mosquito a acercarse...
Pero, mientras que en los animales estas tácticas de antiobjetividad
pertenecen a la esfera del instinto, principalmente de conservación, en el
ser humano son generalmente deliberadas y gratuitas, creativas a veces o
desprovistas de utilidad práctica. Es la libertad que otorga el lenguaje,
cuando el primer hombre se hizo consciente de sus posibilidades ilimitadas.
Cuando Ulises responde a Polifemo que se llama Nadie, salva su
vida y la de sus compañeros. Y en otra vuelta más de tuerca, Ulises, como
Homero, conocían el secreto de las palabras, pero "Homero seguramente
formaba parte de alguna tradición iniciática que estuvo en el corazón de la
tradición poética oral, seguramente vinculada a los antiguos misterios. ¿De
qué otra forma, podría él haber tenido la autoridad necesaria como para ser
considerado 'inventor de los dioses'?".39
El nombre es algo esencial como parte de la identidad. Simular ser
otro, ante sí mismo o ante el mundo, es explotar la función 'alternativa' del
lenguaje del modo más pleno y ontológicamente liberador. Y en casi todas
las lenguas y ciclos legendarios puede encontrarse un mito del
enfrentamiento entre dos rivales que ignoran sus respectivos nombres. El
duelo acaba cuando uno de los dos nombra al otro "¿Cuál es tu nombre? -
"Jacob" -"En adelante no te llamarás Jacob sino Israel"40. O cuando revelan
su propio nombre "Soy Rolando" , "Soy Robín del bosque de Sherwood"...
39 Claudio Naranjo, Cantos del despertar. Mito del héroe en los grandes poemas de Occidente, p.103. 40 Génesis, 32,28.
Es el peligroso regalo que hace un hombre cuando confía su nombre a otro,
como cuando el paciente confía sus secretos al terapeuta, a riesgo de perder
su ego, la falsa identificación anterior, para llegar a una identidad más
auténtica y expandida. Y hasta los héroes y semidioses se arriesgan a
olvidar su identidad en medio del camino, como Gesar, el gran Rey
Guerrero, héroe del Poema nacional tibetano41, que tras múltiples
ocultaciones, misiones anónimas, olvidos y recuperaciones, llega a ocupar
su lugar en el centro de la historia de su pueblo y de toda la cosgomonía del
budismo tibetano.
Al final, paciente y terapeuta, se encontrarán como personas, fuera
de una función, al margen de toda transferencia y contratransferencia.
Y en esta actividad de re-conocimiento, toda traducción y toda
terapia son trans-acciones que se producen bajo el signo de la
vulnerabilidad: del texto, del paciente, del traductor y del terapeuta. ¿Quién
escoge qué y a quién en este proceso? Dependerá de la vocación, la
experiencia, la sensibilidad, la especialización, la capacidad de riesgo, pero,
sobre todo, de la toma de conciencia de los propios límites.
Personalmente, me hallo más cómodo en las crisis de mediana edad y
en terapias de crecimiento personal. Pero, en una ocasión, se me "coló" un
psicópata, al que no supe detectar a tiempo. La ruptura de la relación
terapéutica fue dolorosa y me condujo a ponerme más alerta en los
encuadres. Sin embargo, sí me he arriesgado con algunos adolescentes.
Experiencia difícil, pero gratificante, lo mismo que, en algunos momentos
me he arriesgado a traducir obras de por sí intraducibles, como partes del
Corán42, porque yo era uno de los traductores "semioficiales" de Thomas
41 Alexandra David-Neel y Lama Yongden, La vida sobrehumana de Gesar. La Gran Epopeya del Tíbet. 42 La esencia del Corán. El corazón del Islam. Selección de textos del Corán recopilados y anotados por
Thomas Cleary.
Cleary, experto en orientalismo, o el Tao Te King43
, con el que se iniciaba
una colección de cuya traducción me iba a hacer cargo.
Ambas obras son de por sí de una enorme complejidad interpretativa.
La facilidad de traducirlas ambas del inglés conllevaba la dificultad pareja
de mi obligación de ser fiel simultáneamente a dos lenguas y a dos textos.
El original y la versión de los traductores anglosajones, ambos especialistas
en la materia. Consulté todas las versiones anteriores traducidas al
castellano, incluidas traducciones bilingües. En muchas ocasiones, me
encontré en un laberinto de interpretaciones contradictorias, entre las cuales
había que optar, además de hacerlo con el complejo de no estar traduciendo
de la lengua original, hecho vergonzante entre los traductores actuales que
se precien, pero muy común a lo largo de la historia de la traducción. Entre
los numerosísimos ejemplos, valga la traducción de Plutarco por parte de
North, traducido de la versión francesa de Amyot, o Auden traduciendo a
Pasternak, no precisamente del ruso. Y, en algunos casos con resultados
excelentes, como Ezra Pound, que todavía no conocía chino, pero hizo unas
versiones mejores, a partir de la traducción del sinólogo Ernest Fenollosa,
de los poemas incluidos en Cathay, precisamente porque su alejamiento y
extrañamiento cultural de la lengua y de la cultura china, le hizo llegar al
fondo de la conciencia de los poetas chinos, gracias a una especie de
intuición clarividente, como si hubiera calado un espíritu arquetípico, por
encima de las ataduras y los moldes del idioma. Hasta tal punto que
algunos le han considerado el "creador" de la poesía china en Occidente.
A veces, ocurre en una sesión terapéutica. Recuerdo una paciente
cuyo asunto principal, al principio, era la dependencia contradependiente
de su madre. Tenía 30 años y tenía una relación de amor-odio con ella, con
discusiones continuas, aunque no se atrevía a dejar el domicilio familiar. La
criticaba, pero se dejaba dominar. Después de un año de terapia, ya me
43 Lao Tse, Tao Te King. Versión de John C.H. Wu.
había hecho una idea aproximada del carácter, gestos y lenguaje de su
madre, Valentina (nombre ficticio). A los tres meses, se alquiló una
habitación independiente, aunque solía comer con su madre tres o cuatro
veces por semana. En una de las sesiones, estaba contando un conflicto
laboral con una de sus compañeras. De repente, vi literalmente a la madre
delante de mí y le pregunté: "¿Puedes repetir eso, Valentina?". La paciente,
enmudeció, titubeó y acabó diciendo: "¡Pero si es que soy como mi
madre!". Por mi parte, fue una especie de traducción de una traducción. La
paciente me estaba contando algo en otra lengua. Estaba "traduciendo"
inconscientemente su asunto en el lenguaje verbal y corporal de su madre.
Sin lugar a dudas, cualquier situación terapéutica tiene varias vías de
resolución. El terapeuta, según su propio carácter, experiencia y estilo,
escogerá una u otra vía, acudirá a un recurso u otro, empleará una u otra
técnica, o ninguna en absoluto. Y salvo daño manifiesto en el paciente, es
difícil calibrar si una determinada acción terapéutica es más acertada que
otra.
En la traducción, salvo errores crasos, es cuestión de sensibilidad y
gustos, aunque es fácil que críticos y lectores puedan coincidir en el aprecio
de una buena versión sobre otra. Lo que está claro es que no se traduce sólo
a golpe de diccionario, como no se hace terapia a base de aplicar técnicas.
He aquí el ejemplo de cuatro versiones posibles de la primera estrofa de
uno de los Sonnets pour Hélène de Ronsard, que en original dice:
Quand vous serez bien vieille, au soir à la chandelle,
assise aupres du feu, devidant et filant,
direz chantant mes vers, en vous emerveillant:
Ronsard me celebroit du temps que j'estois belle
Cuando ya seáis vieja, cuando caiga la noche,
al amor de la lumbre devanando e hilando,
cantaréis estos versos y diréis admirada:
Me los hizo Ronsard cuando aún era hermosa.
Cuando seáis muy vieja y estéis, de noche, hilando
a la luz de una mecha, a la lumbre sentada,
al entonar mis versos, diréis, maravillada:
mis años de hermosura fue Ronsard encumbrando.
Cuando trémula avives el fuego que destella,
hilando y devanando cabe el hogar sentada,
al modular mis versos dirás maravillada:
-Ronsard cantó mis años, yo era joven y bella.
Ya vieja y en la noche, a la luz de una vela,
devanando e hilando, junto al fuego sentada,
repetiréis mis versos hablando embelesada:
"Dejó Ronsard memoria del tiempo en que era bella".44
No hay errores de bulto, pero no hace falta ser un experto para darse
cuenta de que las dos primeras versiones son más prosaicas (en el sentido
de acercarse más a la prosa, a pesar de respetar la estructura de la estrofa),
que la tercera es la más libre y que la cuarta es la que más se acerca al
ritmo poético y a la musicalidad del original. Sin embargo, lectores
diferentes apreciarán más un verso que otro, un acierto en una versión y
otro en otra. Y lo mismo ocurre con la libertad y los límites del terapeuta en
una sesión y a lo largo de un proceso.
44 Vasos comunicantes, nº 20, pp. 87-91.
El terapeuta podrá recibir la retroalimentación de su terapeuta
supervisor y del grupo de colegas, si la supervisión es grupal, al tiempo
que, los mismos pacientes que se van quedando o abandonando,
despidiéndose tras cerrar un proceso o en ruptura prematura y le envían o
no algún conocido con el tiempo, son otras tantas señales de que la
actividad terapéutica discurre por unos márgenes adecuados o que hay que
revisar la propia actuación. A todo ello deberá estar atento si no quiere
estancarse ni encerrarse en una cámara de espejos autorreflejantes en la que
sólo se llega a ver su imagen fabricada. Sus deficiencias y límites ponen de
relieve los nudos de resistencia y la singularidad del paciente, lo mismo que
le ocurre al traductor con su texto.
El traductor, estará expuesto a los críticos, al editor y a los lectores.
De algún modo, el resultado de su trabajo se halla más expuesto
socialmente, corre más riesgo de correcciones y descalificaciones que el del
terapeuta. De aquí, la mayor responsabilidad de éste, ya que pertenece a
"una comunidad profesional, ya represente ésta una opción deontológica, o
sea portadora de una reflexión ética, o simplemente de un sistema de
referencia conceptual o metodológico, o incluso de un grupo de pares o de
pertenencia a una referencia psicoterapéutica, pero portador de
camaradería.... De este modo, el terapeuta no ejerce sólo en su nombre la
función social, que es la de restaurar en su paciente el vínculo que le
relaciona con su entorno".50
Son relativamente pocos los terapeutas que trabajan en equipo, lo
mismo que los traductores que trabajan asociados. A pesar de las
innumerables ventajas que esto tiene para ambos (retroalimentación
constante por parte de los colegas, posible "derivación" de pacientes y de
obras a traducir, economía de tiempo y espacios), lo cierto es que son más
numerosos quienes trabajan solos y en condiciones de cierto aislamiento. Y
50 Sylvie Shoch de Neuforn, op.cit., p. 115.
quizá se deba a la naturaleza misma de la labor, unido quizá a cierto rasgo
común a terapeuta y traductor que tendría que ver con una cierta
independencia individualista, característica de toda labor artesanal, en
donde la minuciosidad y la paciencia son requisitos indispensables..
A pesar de la contribución a la salud individual y social por parte del
terapeuta, y a la historia de la cultura universal, del traductor, son dos
profesiones relativamente marginales, minoritarias, anónimas y de relativo
reconocimiento social. Aunque, comparativamente, sale ganando el
terapeuta en cuanto "respeto" y consideración social. Aun así, ¿quién
recuerda el nombre del traductor de las grandes obras o del terapeuta de los
personajes relevantes? Hablamos de "La Vulgata", como la primera versión
autorizada de la Biblia, pero pocos recuerdan a San Jerónimo como su
traductor; y recordaremos a Goethe, Octavio Paz o Borges como grandes
escritores, pero pocos los recordarán como finos traductores que han
contribuido al trasvase e intercambio de culturas. ¿Y quién conoce el
nombre de los sucesivos terapeutas de Woody Allen o de otros genios
cinematográficos de Holliwood tan dados a las terapias, reflejadas en
multitud de guiones suyos y ajenos?51
Para cerrar esta primera parte, me vienen a la memoria unos versos
que compuse a principios de los 80 en Benarés, viendo el incesante tráfico
sobre los puentes del Ganges y que dedico ahora a terapeutas y traductores:
Pies inmóviles del puente,
transportáis año tras año,
de orilla a orilla a la gente.
51 Uno de las últimas películas basadas en el "hecho terapéutico", Una terapia peligrosa, ha tenido tanto éxito, que ya existe una segunda parte.
II. HABLAN LOS ACTORES Hace falta un poco de locura
"La locura existe. No así su curación... lo malo es el consciente, no el
inconsciente... el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo
vuelve malo... y para 'curarte' se empeñan en quitarte los fantasmas...
[Pero] el único malestar en la cultura y la única resolución posible es la
de la locura, que debiera ser un cambio y no un trastorno en la
percepción" (Luis María Panero)51
No deja de ser curioso que no sea un psiquiatra quien así se expresa,
sino un "loco", un poeta reconocido que ha pasado parte de su vida en
establecimientos psiquiátricos, pero cuya percepción de la realidad podrían
suscribir muchos profesionales de la salud integral. Otro gran poeta y
pintor visionario, William Blake, ya había dicho hace dos siglos que si el
loco perseverase en su locura, terminaría siendo sabio.
Afrontar las propias neurosis, enfrentarse a la propia locura, sería al
menos la condición indispensable para poder acompañar terapéuticamente
a otros. El caso más extremo y profundamente eficaz es el de los chamanes
de todas las culturas, que viven en los márgenes imprecisos de lo normal y
lo supranormal, la cordura y la locura, lo real y lo imaginario, de la
revelación y del misterio, de la existencia y el mito.
Pero demos voz a un practicante de la psicoterapia:
"Un psicoterapeuta gestáltico aborda el tema de la clasificación
psicopatológica con una gran aprensión. Históricamente, la Gestalt y el
conjunto de tendencias existencial-humanistas han considerado la idea
misma del diagnóstico como despersonalizante, antiterapéutica y
políticamente represiva ...Los términos que hemos presentado en el
presente libro para describir a nuestros clientes han sido pensados a lo largo
de la historia y concebidos para aliviar, para mejorar el dolor, no para hacer
daño. Que no se los tome como un insulto o como denigrante. Que se los
emplee más bien con el corazón, abiertos al sufrimiento y a la valentía de
los que nos confían su historia y a veces su vida. Sólo entonces dejarán de
ser etiquetas, para convertirse en lo que siempre deberían ser: referencias
en la conquista del bienestar, claves al servicio del alma".52
Y aun así, todo diagnóstico se enmarca en un sistema y adopta un
método. De nuevo, el observador influye en lo observado. ¿Qué pasaría si
acudiese a terapia un Cristo, un Buda, un Mozart, un William Blake, un
Francisco de Asís, un Napoleón, un Milosevic, o un simple Bush? ¿Cuál
sería el diagnóstico?
Las lecturas filosóficas de Shakespeare en Alemania y sus escuelas
de teatro hicieron de él, alternativamente, un ídolo, un neoplatónico, un
materialista radical, un humanista universal, un belicoso nacionalista, un
moralista, e incluso un naturalista. En cualquier caso, sus traducciones al
alemán en los siglos XVIII y XIX transformaron la lengua alemana y el
campo de conciencia nacional. Shakespeare fue "masticado" y "digerido"
hasta llegar a constituir parte del núcleo más hondo de la lengua alemana.
Pero no es mi propósito ahondar en las fronteras que separan locura y
cordura, estar sano y estar enfermo, vivir satisfactoria o
insatisfactoriamente, tener comportamientos infantiles o adultos, depender
de los propios recursos para seguir madurando y creciendo o seguir
necesitando de muletas ajenas, ser beneficioso o dañino para los demás.
Todo ello está suficientemente hablado, escrito, teorizado, aunque las
51 Babelia, 27 de octubre de 2001. 52 Gilles Delisle, Las perturbaciones de la personalidad: una perspectiva gestáltica, pp. 23, 310 y 311.
fronteras subjetivas siempre serán tan móviles como lo son las fronteras
políticas. Sin embargo, sí que hace falta un poco de "locura" para dedicarse
profesionalmente a la traducción o a la terapia.
Traducir, hoy día, implica una gama de exigencias técnicas que
tienen que ver con la filología clásica, la literatura comparada, la
etnografía, la sociología, las diferentes jergas profesionales y
coloquialismos geográficos y de clase social, la literatura comparada. La
biblioteca cervantina o shakesperiana es prácticamente un inventario de las
actividades humanas: caza y cetrería, navegación, leyes de medicina,
montería y ocultismo, literatura y teología, mitología e historia... Pero
actualmente, es materialmente imposible ser un renacentista, saber de todo.
Y aún quien se especializa, nunca llega el final de la larga carrera de
nuevos conocimientos, avances científicos, descubrimientos técnicos,
invención de neologismos...
Vuelve entonces la pregunta, tan vieja como el mundo, de si es
realmente posible traducir, de la legitimidad del paso de una lengua a otra,
de una cultura a otra, introducirse en el pasado o en le futuro... Al principio,
en la medida en que el lenguaje posee una esencia numinosa y divina, que
"envuelve" revelación (los antiguos mitos y leyendas de la Creación, las
Upanishads, la Biblia, el Corán...) su transmisión activa, que traspasa la
barrera de la lengua original en que se produjo la Revelación, resulta
dudosa, cuando no condenable. Todo acto de traducción parece alejarnos
del Logos. San Pablo se extiende sobre ello en su primera Epístola a los
Corintios: "El que habla en lenguas, se edifica a sí mismo; el que profetiza,
edifica a toda la asamblea.... supongamos que yo vaya donde vosotros
hablándoos en lenguas, ¿qué os aprovecharía yo, si mi palabra no os trajese
ni revelación ni ciencia ni profecía ni enseñanza?... Por tanto, el que habla
en lenguas, pida del don de interpretar".53 Y en su Segunda Epístola es
53 Primera Epístola a los Corintios, 14,4 y 14,6.
mucho más rotundo: "... y oyó palabras inefables que el hombre no puede
pronunciar".54 La traducción a cualquier lengua profana sería una
blasfemia. El judaísmo conoce igualmente este tabú y según una tradición
que remonta al siglo I, el mundo se oscureció durante tres días cuando la
Ley fue traducida al griego.
Pero, ya en el siglo XV, los postulados de intraducibilidad son
puramente seculares; se fundan en la creencia de que dos sistemas
semánticos no pueden devolverse mutuamente su imagen ni establecer una
simetría real. En cualquier caso, persiste la idea de pérdida, en entropía, de
adulteración.
Meterse, pues, a traductor, supone pasar por alto este fondo histórico
y psicológico de imposibilidad, de enormidad de la tarea, de fracaso
adelantado. Una especie de complejo de culpa, por el que todo traductor es
un traidor, que se perpetúa a lo largo de la literatura. Cervantes pone en
boca de Don Quijote que traducir es como mirar los tapices flamencos al
revés, pues se miran las figuras llenas de hilos que las oscurecen y, acaba
diciendo, más o menos que "en otras cosas peores se podría ocupar el
hombre, y que menos provecho le trujesen". Y Voltaire afirmaba que
conocer a los poetas por sus traducciones era como ver cuadros en
estampas, pues aumentaban sus defectos y empalidecían sus bellezas.
Con toda esta carga del inconsciente colectivo encima, hace falta
mucha necesidad, un cierto grado de locura, o una extraña vocación, para
pasarse las horas muertas sentado ante un párrafo que se resiste días y días,
año tras año, para traducir las obras completas de algún autor o tratados de
500 páginas. O un poco de todo ello. Y, a pesar de todo, existe la locura de
la vocación:
"Sentirse inclinado a verter al propio idioma una obra de gran mérito
artístico perteneciente a una literatura extranjera, realizarlo con gran
54 Segunda Epístola a los Corintios, 12,4.
esfuerzo y noble fatiga, tratar así de incorporar a la propia literatura una
obra extraña, sólo puede hacerse por un impulso ajeno a todo cálculo, a
todo interés menguado. Si la vocación es, como ha sido definida, la
intención de la Providencia que llama a cada hombre a un género de vida y
de acción particulares, si un hombre se entrega a una traducción y a otra....
su obra será algo más que una diversión circunstancial .... el traductor ha de
ser el más alto de los intérpretes, porque ha de dar, so pena de no ser nada,
nueva vida a una creación ajena".55
Y no otra cosa que vocación traslucen las traducciones de sonetos de
Petrarca por parte de Fray Luis de León o la labor de las Escuelas de
traductores de Alejandría en el siglo II, de Bagdad, en el siglo IX, o de
Toledo tres siglos después. Todos sus alumnos y profesores, todos sus
traductores, han desaparecido en el anonimato más absoluto y oscuro, pero
el trasvase cultural que realizaron forma ya parte de la historia de la cultura
universal y de la evolución del conocimiento y de la conciencia humanas..
La tarea del terapeuta también es anónima e ingente. ¿Cómo "curar"
a alguien si uno no se ha "curado" antes a sí mismo? ¿Cómo ayudarle a
eliminar las trabas de su propio crecimiento cuando el terapeuta está
continuamente "creciendo"? ¿Cuándo acaba el proceso? ¿En qué parte del
propio proceso es posible acompañar a alguien? Demasiadas preguntas sin
respuestas unánimes, pero que dan una idea ya conocida de la dificultad de
la labor.
Alguien dijo que, después de un siglo de terapia, no se veían muy
claros sus efectos sociales en un mundo que parece cada vez más enfermo,
violento y caótico. Esta visión social panorámica puede que nos desanime
como terapeutas o que nos anime a centrarnos en el reducidísimo ámbito de
influencia en el que se desarrolla nuestra actividad. En todo caso, sí que
55 Mariano de Vedia y Mitre. "Apología de la traducción", Vasos comunicantes, nº 22, pp. 68 y 80.
supone un cierto grado de "locura", grandeza, ingenuidad, generosidad,
narcisismo, o un poco de todo ello, pensar que se puede estar
continuamente en contacto con el dolor y el sufrimiento ajenos y, por tanto,
con el propio, codearse permanentemente con las perturbaciones de la
personalidad y las carencias afectivas, y salir incólumes de la hazaña.
La hazaña que cobra sus verdaderas dimensiones más modestas,
cuando el terapeuta reconoce que una clínica es "una manera de curar y de
enseñar a curar y a curar-se, sobre todo en el sentido de que curar sea
cuidar, tener cuidado e incorporar esa actitud de cuidado en la vida... Lo
más genuino que aporta la terapia gestáltica fritziana al campo de las
psicoterapias es la transmisión por contagio de la actitud de intento de
veracidad hacia un@ mism@, hacia el otro y hacia la experiencia en
curso".56
Tal vez, reflexiono, hacer terapia y traducir no sean oficios y tareas
para toda la vida y, pasadas ciertas etapas, uno se dedica a otra cosa o bien
va cambiando las tareas dentro de la actividad (docencia, supervisión,
revisión, grupos, investigación...) y esto vale tanto para el terapeuta como
para el traductor. Tal vez, sea posible combinar varias actividades para
"descontaminarse", distanciarse, ampliar horizontes y enriquecerse,
enriqueciendo de paso la actividad complementaria. O tal vez, con la edad
y la sabiduría que se supone que se adquiere con la edad, cada cual vaya
reinventando su forma de traducir, su forma de hacer terapia, para poder
llegar a la vejez, sin pensar en la jubilación.
Esa es mi "locura" particular. Pensar que me moriré con las botas
puestas, mientras disfrute y "crezca", pues nunca trabajé para jubilarme y,
quizá, mi ventaja, es que he empezado tardíamente en la vida ambas
actividades. Y aunque me cansé de la traducción, vuelvo a recuperar el
gusto y la vocación, una vez que no dependo de ella para vivir. Por ello,
56 Albert Rams, Clínica gestáltica. Metáforas de viaje, pp. 18 y 87.
ahora traducir puede ser un descanso para partir la semana o para ocupar la
mañana o la tarde que me dejo libres. Una actividad totalmente meditativa.
Probablemente, también en lo económico, algo de lo que no se suele
hablar mucho en la práctica ni suele dar pie a que se incluya en las
teorizaciones, se halle una de las piedras de toque de la "locura" de ser
traductor o terapeuta. La precariedad y la dependencia por momentos; el
"techo" que supone no poder trabajar más de determinadas horas a la
semana y que la hora de trabajo, incluso en grandes grupos, tenga su
precio, lo mismo que la tiene cada palabra o página traducida.
Ambas actividades son desgastantes y, en ambas, es necesario una
cierta alerta para no explotarse a sí mismo, para no dejarse explotar por la
demanda exterior. Cada uno debe saber dónde está su límite y puede variar
de época a época.
Socialmente se considera que ni traductor ni terapeuta son
comerciantes, sino profesionales que viven de su trabajo, pero de un trabajo
que tiene que tener grandes dosis de vocación y entrega, de voluntariedad y
disfrute, si se pretende ejercerlo con continuidad y compromiso.
La red de seguridad
Los chamanes y los curanderos siempre han sido miembros
marginales de la sociedad; son el "mal" necesario respecto al que se tiene
una actitud ambigua de respeto y miedo, reconocimiento y evitación. El
psicoterapeuta experimenta igualmente un cierto aislamiento físico y
psíquico que influye en sus relaciones sociales. No es habitual que hable de
su profesión con sus amigos y colegas y sí que mantenga una cierta reserva
sobre sus pacientes y sus asuntos. Ese es el contrato de privacidad y secreto
profesional que forma parte del consenso, tácito o expreso, con las personas
a las que ayuda.
Este hecho es de naturaleza ambivalente. Por un lado, nos protege, ya
que podemos "cortar" con las sesiones terapéuticas, de los problemas de los
pacientes y de sus vidas, para no trasladarlos a la vida privada. Pero, por
otro, nos aísla, ya que en otras profesiones es más común poder compartir
preocupaciones y planes, o la marcha de la jornada, con la esposa, los hijos
mayores, los amigos o los colegas. "Idealizado por algunos, e injustamente
criticado por otros, desempeña un rol importante, pero poco comprendido
en nuestra sociedad. El trabajo del terapeuta abarca tanto lo real como lo
irreal, lo visible como lo invisible. Tiene una cierta extrañeza que le aísla
del mundo común y cotidiano que la mayoría de la gente experimenta. Para
el terapeuta, las cosas no son siempre tan simples y claras como pueden
parecer a los demás. Cada pensamiento, cada sentimiento y cada conducta
tienen significaciones y motivaciones subyacentes".57
Personalmente siento muy cercana esa mirada ambivalente. Una de
mis hermanas y una sobrina iniciaron la formación en terapia Gestalt,
tiempo después de que yo la ejerciera. Otra hermana, psicóloga conductista
y vocal del Colegio de Psicólogos de Madrid, me mira como si hiciera
charlas de café, counselling New Age, o de confesor espiritual laico. Nunca
me ha preguntado ni se ha interesado sobre mi formación ni mi práctica. Mi
hermano menor se asombra de que "la gente te pague por contarte sus
problemas. Claro, como ya no se tiene amigos y las parejas no
comunican...". Lo considera un simple "chollo" a mantener mientras dure y
no una profesión. Mi madre aprovecha para reporcharme cualquier
discrepancia o puesta de límites que "cómo es posible ser terapeuta si no la
entiendo", la contradigo o me enfado. Algunos vecinos me miran con
57 James, D. Guy, La vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la práctica clínica en las emociones
y vivencias del terapeuta, p. 187.
suspicacia y cierto respeto distante. Y todos sabemos de las diferentes
transferencias de los pacientes que, si no viviésemos como tales, nos
impulsarían a vivir en una especie de esquizofrenia de identidad
profesional entre lo que experimentamos en las sesiones y la
retroalimentación recibida fuera de ellas.
Afortunadamente, cada vez es más claro en el campo teórico que "el
terapeuta ya no se visualiza como un experto que posee una visión o una
historia privilegiadas, sino como un facilitador de esta conversación
terapéutica [la construida entre él y el paciente para construir una nueva
narración], como un maestro o una maestra en el arte de la conversación".58
Y habría que añadir y de la transparencia como persona. Sin que ésta
sustituya en absoluto la toma de conciencia de la transferencia y de la
contratransferencia.59
Desde esta perspectiva, terapeuta y paciente constituyen un
contexto, una cierta malla o red, en el que ambos son cocreadores de
realidades interpersonales, que tienen la característica de ser diferentes a la
realidad que el cliente y el sistema significante del paciente ha construido
dentro de su historia-experiencia. Si el terapeuta logra interferir en la
repetición de la misma experiencia que llevó al paciente a la terapia, podrá
desencadenar un proceso de cambio. En este sentido, existen límites a la
relación, que van cambiando a medida que avanza la alianza terapéutica. El
terapeuta sólo asume así la responsabilidad de su poder de construcción
dentro de las restricciones del dominio relacional-social. Es un proceso de
ida y vuelta en el que se va construyendo la vida, pero no se parte de una
situación abstracta, ni de unos ideales como marco, ni de unas metas
generales a alcanzar.
58 Sheila MacNamee y Kenneth J. Gergen, ob.cit., p. 99. 59 Ángeles Martín, "Poder y violencia dentro del espacio terapéutico", Boletín de la AETG, nº 18, pp. 33-36.
De igual modo, el traductor parte de un texto preciso, de contenidos
limitados, aunque pueda tener referencias múltiples y remitir a otros textos
y horizontes. Ésa es la "figura" primera que emerge del "fondo" que es la
lengua a partir de la cual se traduce. El traductor irá igualmente haciendo
surgir como sucesivas "figuras" los vocablos apropiados, la sintaxis y los
recursos lingüísticos de la lengua de llegada que vaya exigiendo el texto
original. Es la focalización sucesiva de la infinidad de potencialidades de
cada una de las dos lenguas. Su primera red de caída será su experiencia y
su formación en cada una de las dos lenguas y en las materias que decida
traducir (literatura, historia, psicología, economía....), su cultura general y
su experiencia.
Hoy día existen Facultades de Traducción. Sin embargo, ninguno de
sus profesores tienen la licenciatura en traductología, sencillamente porque
no existían cuando empezaron a traducir. Gran paradoja, puesta de relieve
en uno de los Congresos nacionales de traductores, que se celebra
anualmente en Tarazona. Algunos recién licenciados proponían que nadie
que no hubiese salido de una de las Facultades existentes pudiera traducir,
lo cual ponía a todos los traductores más veteranos y a todos los docentes
en una situación imposible.
La situación recuerda lo que ocurría hace dos décadas en España,
cuando no se habían unificado los criterios de formación para las diferentes
Escuelas de Gestalt, de la que da buena cuenta resumida Paco Peñarrubia.60
En cualquier caso, de momento, las respectivas Asociaciones (de
gestaltistas y de traductores) y las diversas Escuelas de formación de
terapeutas y Facultades de traductores sólo pueden avalar a sus miembros y
a sus exalumnos, pero no pueden controlar ni impedir que otras personas
hagan terapia o traduzcan. Ni tampoco es su objetivo. Pero sí forman parte
60 Paco Peñacerrada, "Alegrías y disgustos de 20 años de la AETG", Boletín de la AETG, nº 22, pp. 10-15 y ""Historia subjetiva de la Gestalt española" en el Apéndice a Terapia gestalt, ob.cit, pp. 253-267.
de la red de "protección", supervisión y contención de ambas actividades.
Los Encuentros, Congresos, Mesas redondas, cursos y talleres, Jornadas
internas... son otros tantos puntos de apoyo de profesionales cuyo ejercicio
exclusivo de la profesión les llevaría aún a un mayor aislamiento, sin la
acogida y respeto de las confluencias y diferencias que afloran sanamente
en sus respectivos quehaceres cotidianos. Y también oportunidad para la
formación permanente, tan necesaria en una tarea que no cesa de renovarse,
pero sin caer en lo que denuncia Carmen Durán de que "cuando uno entra
en la dinámica del crecimiento personal, parece incardinarse en un proceso
sin final: siempre hay un nuevo curso que hacer, un nuevo taller
imprescindible, de manera que la terapia llega a convertirse en una forma
de vida y el apoyo de ese nuevo ambiente se convierte en una absoluta
necesidad [...entonces] la terapia deja de estar al servicio de la vida y se
produce una inversión de valores: uno deja de hacer terapia para vivir y se
dedica a vivir para la terapia".61
Sin embargo, esto no es óbice para que el terapeuta no pueda quedar
a la zaga de la sociedad. Y lo cierto es que, en las últimas décadas, cada vez
más personas están hambrientas de nuevas experiencias y de nuevas formas
de vincularse entre sí, de nuevos patrones de autenticidad. "Convertirse en
una persona íntegra y genuina es quizá lo más difícil y penoso del proceso
por el que alguien se transforma en terapeuta, pero para muchos es también
el más valedero e importante... Quienes se sienten seguros del bien que
producen son más peligrosos que quienes están dispuestos a admitir y
combatir sus limitaciones personales, a compartir sus dudas con los demás
y a expresar sus valores".62
Esta toma de conciencia, este proceso ininterrumpido de convertirse
en persona es, tal vez, la mejor garantía y la mejor "red" interna de
61 "La locura de la cura", ibíd. p. 46. 62 Joen Fagan, "Las tareas del terapeuta", en Teoría y práctica de la psicoterapia guestáltica, p. 108.
protección frente a las propias deficiencias y oscurecimientos
momentáneos, las posibles "noches oscuras del alma" del terapeuta.
La vida personal
La traducción y la terapia son dos labores fundamentalmente
anónimas. El traductor apenas es un nombre, la mayoría de las veces en
letras cursivas, en las páginas de crédito que pocos suelen leer. El
terapeuta, aun cuando ponga la carne en el asador como persona y no se
limite a ser un simple espacio de proyección, es alguien que protege su vida
privada frente al paciente. Ambos parecen carecer de ella o, al menos,
mantenerla al margen de su profesión.
A cualquiera que compre un libro puede que le interese algo de la
vida del autor, al menos de su vida profesional, su trayectoria, lo que ha
publicado previamente. Jamás se ve en un libro una mención similar sobre
el traductor. Es más. Al lector común le parecería una mención superflua y
extraña, cuya lectura probablemente se saltaría. Salvo los entendidos y los
bibliófilos, pocos comprarán un libro por el traductor, lo mismo que son
pocos los melómanos que tienen las diferentes versiones de determinados
conciertos, según quién lo haya dirigido y quiénes sean sus solistas
principales.
Cuando el paciente acude a un terapeuta puede que se lo hayan
recomendado o que no sepa nada de él o ella. Tal vez, lo único que le
importe, a veces, es que sea hombre o mujer, quizá que tenga una
determinada edad. Rara vez que esté casado o que tenga hijos. Y, sin
embargo, son circunstancias que influyen en la profesión.
Cuando he tenido pacientes de más de sesenta años, reconozco que
me planteo si hubiera sido capaz de haberlos acompañado, de haber tenido
yo treinta años. Cuando he atravesado una crisis grave en mi pareja, me ha
sido más difícil acompañar un proceso de separación o de reconciliación,
sin poner nada de mi estado emocional. Me ha obligado a profundizar en
mi propia crisis. A acudir a supervisión. Pero me pregunto qué hubiera
pasado si nunca hubiera estado en pareja. Sé que no es necesario haber
atravesado todas las experiencias y circunstancias del paciente, pero
reconozco que ayuda. Personalmente, me ha dado una base emocional, para
transitar por las vidas de los pacientes, volver a mi vida privada, nutrirme y
volver a cada lunes a empezar una nueva semana de sesiones terapéuticas.
Y esto se ha afianzado a partir de mi paternidad.
Veo la diferencia de la calidad de mi acompañamiento a algunos
padres y madres con dificultades con sus hijos, desde que fui padre. En
cierta medida, me ha dado otra madurez, otro sentido de la perspectiva y,
sobre todo, la seguridad de saber que soy capaz de compromisos a largo
plazo. Recuerdo que, antes de ser padre, me quejaba en la supervisión de
que los pacientes se me iban a los tres meses, más o menos. Paco
Peñarrubia y el grupo me señalaban, aunque me costaba verlo, que yo los
echaba de alguna manera por mi falta de compromiso. Paulatinamente, fui
cayendo en la cuenta de que, inconscientemente, yo los despedía, aunque
conscientemente quería que se quedasen en terapia. Pero un compromiso de
un año ya me parecía un compromiso enorme. Cuando era traductor, casi
ningún libro me llevó más de dos meses de dedicación total. Después, me
despedía de él, y podía emprender otra traducción, o cambiar de actividad.
Era una sensación muy agradable de absoluta libertad. De vivir siempre al
borde del abismo en cuanto a enraizamiento geográfico e identidad
profesional.
Desde que fui padre por primera vez, empecé a acompañar a
personas en formación, con compromisos internos de tres años mínimo. Un
pequeño progreso. En este mismo instante, mi hija menor, de tres años y
medio, interrumpe la redacción. Quiere jugar y me dice: "Papá, no trabajes
más. Soy un lobo y voy a comerte... Quiero aserrín aserrán". Cualquier
propuesta con tal de que la preste atención antes de la hora de la cena
Consiento. Lo pagarán las horas robadas al sueño. Es una buena
transacción y un buen precio.
Reanudo más fresco, más flexible en la serenidad de la media noche
y me doy cuenta de que la paternidad me ha sensibilizado en la captación
de conflictos y problemas similares de los pacientes, en la contradicción
que surge por momentos entre dos obligaciones (las laborales y las
familiares). Como dice James D. Guy, "los terapeutas con hijos a veces
pueden ser conscientes del impacto positivo que la paternidad tiene sobre
su práctica. Además, pueden encontrar la idealización y las transferencias
positivas que experimentan algunos de sus pacientes, como resultado de
haberse enterado de la existencia de su familia, beneficiosas para las
relaciones terapéuticas".63
En todo caso, sí que es beneficioso para los hijos el mayor tiempo de
que se dispone para ellos cuando los horarios no son los de una oficina y
cuando se trabaja en casa (la mayoría de los traductores suelen hacerlo y yo
tengo mi consulta un piso más abajo del domicilio familiar). A veces,
surgen imprevistos. En cierta ocasión, mi hija mayor, que tiene ahora 7
años, se coló en la consulta, a pesar de la norma estricta de no bajar nunca
al "despacho de papá, cuando papá está trabajando". Pasada la primera
sorpresa, y una vez restaurada la calma, la paciente reconoció haber tenido
un insight, al verse reflejada en su actitud impulsiva, caprichosa, fresca,
ingenua y manipuladora al mismo tiempo, no sólo cuando era pequeña,
63 Ob.cit. p. 285.
sino en su comportamiento como adulta, al conseguir con sus encantos todo
lo que se proponía en sus relaciones. Al final, resultó ser un "recurso
terapéutico" no previsto. Tuve que ponerme firme con mi hija, para que no
lo volviera a hacer y, al mismo tiempo, tuve ganas de compensarla por la
resolución de una sesión, que cerró una "gestalt" importante en el proceso
terapéutico.
Pero lo cierto es que a veces un terapeuta puede estar dividido entre
las diferentes demandas, pues ¿cómo se puede responder íntegramente al
"niño perdido" de un paciente cuando el propio hijo está enfermo, quizá en
una habitación vecina?
Cuando ambos miembros de la pareja son terapeutas puede
producirse la dificultad añadida del estrés derivado del doble rol y que los
dos hayan agotado fuentes emocionales parecidas a lo largo de la jornada.
Por ello, aparte de que se haya negociado la división de tareas domésticas,
es posible que se produzca una especie de sequía emocional, un deseo de
querer desconectar de toda relación, leer, escuchar música, estar con uno
mismo. El oficio, en este caso, influiría en la escasez de espacios de
comunicación entre semana.
Conozco igualmente parejas de traductores. Tal vez las dos
principales dificultades que la profesión añaden a las dificultades
inherentes a toda relación es el aislamiento social en el que se desenvuelve
la actividad de traducir. El traductor, a lo largo de su jornada, sólo está en
contacto con el texto, los diccionarios, las obras de consulta, el ordenador y
tal vez un poco de música. Demasiada abstracción. Cuando las vidas o los
sentimientos ajenos se cuelan, lo hacen a través de unas líneas escritas; por
tanto, el diálogo que pueda establecerse entre traductor y autor, entre texto,
futuro lector y quien traduce, como intermediario, es unilateral y termina
siempre en éste en un circuito cerrado. Ciertamente pueden comunicar
entre sí los miembros de la pareja de traductores sus respectivos trabajos,
pero probablemente no será mucho el tiempo que pueda detraerse de la
propia labor. Conozco algún caso de depresión y alcoholismo entre
traductores, aunque me es difícil determinar en qué medida se debe a
causas endógenas o exógenas.
En cuanto a la labor terapéutica, muchos teóricos coinciden en que es
desgastante y que el terapeuta a lo largo de los años puede contagiarse de
una cierta angustia y depresión ante el desfile incesante de pacientes con
ciertas patologías. En ocasiones, puede incluso que acabe ampliando
excesivamente las fronteras de la "normalidad", ya que los
comportamientos de los clientes se vuelven tan familiares que ya no
resultan tan perturbadores. Puede que le provoquen cada vez menos
curiosidad y que pierda, en lugar de ganar, su captación de la realidad.
Recuerdo ahora a un buen amigo psiquiatra y psicoanalista, con
muchos años de práctica a las espaldas que lleva su angustia como un
caparazón de tortuga. Es un hombre equilibrado y afable, pero con un
rostro lleno de arrugas: como si cada cliente le hubiera dejado una cicatriz,
cada historia una cana. Cada vez que le veo me cuenta una "desgracia"
personal con gran resignación, como si formara parte de su sino. Y él lo
lleva como el santo Job.
Algunas estudios realizados en Estados Unidos sobre la incidencia
del contacto con las patologías mentales entre profesionales, aun sin llegar
a conclusiones cerradas, indican que aquella es bastante alta. En un a
encuesta realizada en 1980 a 263 psiquiatras, el 73% señaló haber padecido
alguna ansiedad (desde moderada a incapacitante) en los primeros años de
práctica profesional y el 58% una depresión grave. En otra encuesta
realizada cinco años después a 264 psicoterapeutas que representaban
distintas disciplinas, un 82% señalaron haber tenido alguna dificultad en las
relaciones, un 52% haber padecido algún tipo de depresión y un 11% haber
abusado de algún tipo de droga o fármaco.64
En definitiva, la vida privada del traductor y del terapeuta se ven
influidas por sus respectivas actividades, pero, a su vez, una vida privada,
emocionalmente estable y rica en relaciones, puede ser un buen colchón
protector o refugio, un contenedor de seguridad y una permanente fuente de
vida interior, frente a las demandas singulares de la profesión.
Vasos comunicantes: terapeuta y traductor
Traducir y hacer terapia son dos formas fértiles de escuchar. El libro
"habla". El paciente se expresa como algo más que una máquina de
procesar información y un ser generador de significados: su acción tiene
lugar en una realidad de comprensión que se crea por medio de una
construcción social y del diálogo.
Libro y paciente se van "desvelando" en la medida en que terapeuta y
traductor van "descubriendo" en un viaje de exploración que también es
auto-revelatorio. Terapeuta y traductor, a medida que son "transitados"
como puentes de una realidad a otra, se van también autodescubriendo y
realizando un potencial ilimitado que pasa por irse afinando y haciéndose
cada vez más libre, más intuitivo, más consciente de los propios límites,
más modesto...
Ambos son creadores de vida, pues mediante las palabras, los gestos,
los silencios, dan una segunda vida a la experiencia, abren nuevos caminos
llenos de sentido que amplían los horizontes originales del texto a traducir
y del paciente al que se acompaña.
Paciente y libro quieren ser aceptados tal como son en su totalidad.
Sin menguas ni añadidos. La "lectura" ha de ser abierta y atenta, leer entre
64 James D. Guy, ob.cit. p.347 y 348.
líneas. Pero, no es tarea del traductor mejorar el libro. No es tarea del
terapeuta reforzar el carácter del paciente ni cambiarlo, ya que, como
expresa con claridad meridiana Claudio Naranjo "todo carácter entraña una
particular 'ilusión metafísica': una presuposición errónea con respecto al
Ser, o, más precisamente, respecto a la posibilidad o promesa de Ser... pues
la personalidad condicionada conduce a una interferencia organísmica, la
interferencia organísmica lleva a una disminución de la experiencia de ser,
la disminución de la experiencia de ser conduce a ilusiones, a las 'pasiones',
y a perpetuar la personalidad condicionadas; y así sucesivamente".65
La actitud de terapeuta y traductor debe ser, pues, de exquisito
respeto, de cierta neutralidad, ante el "material" a trabajar. Al igual que el
alfarero, no puede presionar demasiado el barro en el torno, que se
deformaría, ni aflojar un contacto firme, que haría que ésta saliese
centrifugada.
Se requiere también en ambos una cierta "generosidad" o altruismo,
porque, más allá del intercambio económico, ¿por qué emprendería y
proseguiría un traductor la traducción de una obra, siendo el único que no
necesita que sea traducida, puesto que él ya puede comprenderla? ¿Por qué
ponerla a disposición de otros que no podrían tener acceso al contenido de
la obra en la lengua original en la que fue escrita? Cuanto más se adentra en
una obra, más la domina y más aguda es su conciencia de sucesivas
significaciones que no es posible desarraigar de una autonomía orgánica de
lo que dijo el autor original. La traducción "contiene una paradoja de
altruismo, palabra que simultáneamente recibe tensiones de la 'otredad' y
de la 'alternatividad'. Al precio de cierta dispersión y de una devaluación
relativa, el traductor ejecuta para otros una tarea que ya no tiene influencia
directa en él y que desde hace mucho ha dejado de serle necesaria...
Cuando ha dado punto final a su trabajo, el verdadero traductor se
65 Claudio Naranjo, Carácter y neurosis. Una visión integradora, p.xxxvii.
encuentra en situación falsa... es, en parte, extraño a su montaje (que ya se
ha vuelto superfluo) y, también en parte, extraño al original, que su
traducción ha adulterado, disminuido, explotado o traicionado, en diversos
grados, a través del mejoramiento".66
Punto por punto, puede casi afirmarse lo mismo del terapeuta. Si "ha
trabajado sobre sí", es posible que el paciente se le vaya trasparentando en
muy poco tiempo, pueda entender el origen de su dolor, cómo lo perpetúa
con sus evitaciones; puede relacionarse con él, a pesar de todas las
resistencias al contacto, de las trampas y manipulaciones, de los intentos de
seducción y de evitación. Entonces, desde el punto de vista de la simple
relación, ¿necesitaría el terapeuta continuar la terapia? No creo que nadie
que no se ponga de alguna forma al servicio del paciente, que no conecte en
un cierto nivel de com-pasión con su sufrimiento, pueda mantenerse mucho
tiempo como terapeuta en base a un simple intercambio económico de
tiempo por dinero.
Hay libros que nos enamoran (nos ponen en estado de amor), lo
mismo que algunos pacientes. Hay otros a los que es difícil "hincarles" el
diente. Son correosos, como algunos pacientes. Recuerdo algunos libros en
que cada página era un suplicio, no parecían tener término. Cada vez que
volvía a acometerlo necesitaba recurrir a toda mi energía interna y al
cumplimiento más estricto de una disciplina. ¿Quién no recuerda algún
paciente con el que le pasase lo mismo? Personalmente me han sido más
difíciles aquellos que son exigentes, que quieren condiciones especiales de
terapia, que me han puesto la lupa o que se han considerado amigos desde
el primer momento. Sólo con algunos he logrado continuar el proceso. Los
otros me han abandonado o, tal vez, he hecho que me abandonasen.
No sé si es una experiencia común, pero me asombro de tener
pacientes con la sensación de que llevan un año, cuando llevan ya dos, en
66 George Steiner, ob.cit. p. 387.
donde todo va fluyendo por encima de los altibajos, avances y retrocesos.
Otros, con los que apenas llevo dos meses, me producen la sensación de
haber excavado en una mina desde hace un semestre. A veces, por las
exigencias del paciente; a veces, por la densidad de las sesiones y/o la
rapidez de los progresos hechos.
Y es entonces, cuando puede tomarse conciencia de que no es tan
importante la titulación, los cursos realizados, el conocimiento de la teoría
y de las técnicas, como la experiencia, la intuición, la creatividad, la
libertad interior y, sobre todo el estado de conciencia y la impecabilidad
desde los que se traduce cada línea y se lleva a cabo cada sesión
terapéutica.
Terapeuta y traductor viven su propia vida y retazos de otras vidas,
de otros universos, que les amplían las perspectivas, los puntos de vista, los
horizontes. Pueden tomar conciencia en cada momento de lo limitado y
relativo de cada vida y de cada experiencia, de lo que les falta por conocer
y por vivir, y lo modestamente que contribuyen al conocimiento universal y
a la vida social.
Y, paradójicamente, cuanto más granitos de arena vamos poniendo,
más duelos tenemos que hacer. El duelo de la separación, de la retirada. La
terminación de cada libro que sale de la esfera del control del traductor, que
cobra vida independiente de él, al que no reconoce la paternidad. A veces,
me ha dado pena terminar algunos libros especialmente gratificantes por su
sabiduría (Retorno a los orígenes, del clásico chino Huanchu Daoren), por
lo que me aportaba en conocimiento (Ser mujer, libro colectivo) o su alto
poder vibratorio (En brazos del Amado, de Rumi). Eran libros cuyas
páginas fluían sin solución de continuidad y asimismo su traducción.
Podría entrar en "alfa" y, al final de una mañana, podía haber traducido
media docena de páginas sin conciencia de cómo iban saliendo las frases. Y
pude hacer el duelo por haber incorporado el sano concepto gestáltico de
hacer una buena retirada en el momento oportuno, si se estableció un buen
contacto, cuando el contacto fue mayoritariamente satisfactorio y sin
esfuerzos. Es como una pequeña muerte, un continuo despojamiento, un
tener cada vez menos, para ser cada vez un poco más.
A lo largo del proceso terapéutico se produce continuamente un
duelo, hasta llegar al duelo final de la imagen idealizada del terapeuta,
cuando el paciente puede despedirse de la persona que ha sido el terapeuta,
como persona que ha sido paciente. Previamente ha podido haber
momentos en que el paciente toca el corazón del terapeuta, como el libro
puede haber conmovido profundamente al traductor. Incluso puede
suceder, en momentos especialísimos, que uno u otro remuevan los
cimientos de traductor o terapeuta, que produzcan profundas conmociones
y transformaciones. Pues hacer terapia o traducir no son actividades
inocuas, inocentes, neutras, de las que pueda salirse incólume.
Por ello, así como para el cliente, en el final del proceso puede pesar
más el alivio de finalizar el tratamiento con éxito y la toma de conciencia
de no necesitar más el acompañamiento terapéutico, en el terapeuta puede
acentuar su toma de conciencia de ser una especie de estación de llegadas y
partidas, en la que le han afectado los problemas del apego, la dependencia,
la transferencia, los sucesivos movimientos de acercamiento y alejamiento.
Ha sentido afecto por otros seres humanos y ha luchado contra sus propia
dependencia de ellos, y todo este proceso puede agudizar una cierta
sensación de pérdida permanente. Sobre todo, teniendo en cuenta que, en la
mayoría de los casos, pierde la pista de sus expacientes y casi siempre
ignora cuál fue el efecto, duradero o transitorio, de la terapia, así como el
grado de éxito o fracaso en la vida posterior del paciente. Son raros los
terapeutas que, como Robert Akeret, emprenden una investigación
posterior sobre la vida de sus pacientes, con resultados notables.68
El traductor tiene la pequeña ventaja de poder volver a releer su
traducción (aunque generalmente no se concede el tiempo para ello) y de
seguir la mayor o menor difusión de la obra traducida. Previamente,
también tiene una pequeña ventaja sobre el terapeuta: puede ir una y otra
vez al final del libro, para ver como acaba. El terapeuta carece de la bola de
cristal para saber cuál será el fin del proceso.
Separarme de mis libros me entrenó durante muchos años, sin
haberlo pretendido ni siendo consciente de ello avant la lettre, a separarme
de mis clientes. La paciencia y la tenacidad para esperar a que aparecieran a
la luz los pasajes oscuros, así como la experiencia de que siempre se llega a
un final más o menos satisfactorio, me han ayudado a traspasar momentos
difíciles, opacos y desesperanzadores en algunos procesos terapéuticos.
Reanudar cada vez la traducción de un libro, reemprender la página allí
donde la dejé, me fue más fácil cuando tuve algo de entrenamiento en
seguir, sesión tras sesión, los procesos individuales de cada cliente,
reemprendiendo allí donde se quedó o, al menos, teniéndolo en cuenta,
aunque el paciente acudiera a la siguiente sesión con otra "figura"
emergente y, para él o ella, de más urgente resolución.
A pesar de las separaciones, del coste emocional, de las subidas y
bajadas, de las "noches oscuras del alma", de que hay momentos que todo
"suena igual", a pesar de saber que cada persona es singular y cada dolor y
cada sueño tienen matices que los hacen únicos y singulares, de que hay
libros que podían decir lo mismo en 50 páginas en lugar de decirlo en 250 ó
en 300, hay algo que me apasiona de los dos oficios: iniciar un nuevo libro,
un nuevo tema, un nuevo estilo, una nueva forma de decir... un agujero al
68 Historias de un terapeuta viajero. Especialmente interesante el la trayectoria del paciente que tenía una obsesión erótica con una osa y acabó siendo un experto actor y director circense.
infinito universo del conocer y conocerse. Entrar en contacto con una
nueva persona, con su vida única, con sus esperanzas, con su crisis, su
dolor, sus carencias, sus creencias de carencia, con toda su red de apoyo, su
personalísimo universo familiar y social, sigue pareciéndome más
fascinante que la despedida, tras la labor cumplida, la satisfacción de haber
llegado al final de un trayecto. Y es que debe ser parte de mi carácter (de
mi neurosis): siguen gustándome más los inicios que los finales, los
prólogos que los epílogos, las recepciones que las despedidas.
Pero me doy cuenta de que debo ir cerrando esta parte y esta tesina,
aunque me queden cosas, ya no en el tintero, que no se usa, sino entre la
mente-corazón, la punta de los dedos, el teclado, la pantalla, la impresora y
el papel.
En estos instantes, se apodera de mí el sentimiento de nostalgia
relacionado con la poca incidencia, la escasa irradiación, que terapeutas y
traductores tienen en la vida social. Estamos en momentos prebélicos, de
una guerra de la que todo el mundo intuye que es una "guerra anunciada",
que se declara de antemano con o sin consentimiento de Naciones Unidas y
cuyos motivos económicos y estratégicos no se ocultan.
Hemos sido testigos (por mi parte con una sana envidia) de las
manifestaciones contra la guerra de actores, escritores, estudiantes,
arquitectos, científicos, filósofos, políticos, sindicalistas, ecologistas,
maestros de escuela, niños de primaria.... He echado en falta alguna
declaración individual o colectiva de los profesionales de la salud mental.
Tal vez la haya habido y se me haya escapado. Compruebo el peso que
tiene las declaraciones de un escritor o de un futbolista en televisión. Pero,
salvo, psiquiatras mediáticos, como Rojas Marcos desde Nueva York, es
triste ver la escasa resonancia de la apagada voz de los terapeutas entre las
paredes de sus consultas.
Me vienen a la memoria los versos del soneto que Jorge Luis Borges
dedicó a Spinoza:
Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de metáforas y del mito,
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquél que es todas Sus estrellas.69
"Tú has de ser el cambio que desees ver en el mundo"
Esta frase de Gandhi parece una respuesta muy "gestáltica" al
compromiso social del terapeuta y del traductor. El que ambos desarrollen
su actividad en un entorno privado, en condiciones de casi absoluto
anonimato y de forma generalmente aislada y personal, no les exime de
aportar su grano de arena en la transformación social.
El traductor tiene la posibilidad y la responsabilidad de mantener por
un lado una cierta pureza del idioma y, al mismo tiempo, renovarlo.
69 Jorge Luis Borges, "Credo del poeta", en Arte poética. Seis conferencias, p. 145.
Desgraciadamente, las traducciones que aparecen en artículos de prensa y
en declaraciones de personalidades extranjeras en la televisión no son
hechas por traductores profesionales. Así se cuelan anglicismos como
"nominados", que todo el mundo acaba de dar por buenos, cuando lo
correcto sería "propuestos" al Premio Nobel, al Oscar o a cantar en
Operación Triunfo. O que se popularice la "Hipótesis Gaia", que considera
que la Tierra es un organismo vivo que se autorregula y que funcionaría
como un cerebro global, cuando en realidad se trata de Gea, la Diosa
romana de la Tierra, con la deformación anglosajona del latín Gaea (los
anglosajones pronuncian la "e" como "i", resultando fonéticamente "gaia").
Y ya tenemos consagrada, en todas las portadas de libros dedicados al
tema, en artículos, logotipos y marcas comerciales, la palabra "Gaia". Y los
ejemplos podrían multiplicarse hasta constituir todo un diccionario y
manual del mal uso del castellano. El traductor puede contribuir a enfermar
la lengua o a sanarla. Puede decidir especializarse en traducir aquello en lo
que cree que contribuye a ampliar horizontes, al trasvase de culturas, a la
innovación y a la evolución del conocimiento como parte de la evolución
de la conciencia, o traducir todo lo que le caiga entre las manos, incluidos
la literatura basura de usar y tirar. De pocos libros me arrepiento y no creo
que ninguno haya sido nocivo para el lector. En todo caso, inocuo y, tal
vez, superfluo.
Cuando decidí emprender la formación de gestaltista, en vez de
cualquier otra orientación terapéutica, uno de los motivos que me atrajo fue
el saber que la Gestalt, como la Psicosíntesis de Assagioli70, son sistemas
abiertos, que no se cerraban en sus fundadores ni seguidores y practicantes,
sino que, como amplios enfoques filosóficos y existenciales de la vida,
70 Su libro más representativo, difícil de encontrar, es: El acto de voluntad y una recopilación de sus escritos puede encontrarse en Ser transpersonal.
estaban en permanente cambio y revisión: abiertos a nuevos desarrollos y
más lejanos horizontes. Que la Gestalt también podía entroncarse en sus
desarrollos con la Psicología transpersonal, la única que me parecía ofrecer
una respuesta total a las necesidades actuales de evolución del ser humano.
Cuando contacté con Claudio Naranjo para participar en su programa
SAT, confirmé que terapia gestalt y meditación, conciencia de lo obvio y
búsqueda espiritual, pies en la tierra y mirada en el cielo, no sólo no eran
incompatibles, sino que esas aparentes polaridades surgían como partes
necesarias de algo que yo intentaba conciliar hacía tiempo: la conciencia
transpersonal anclada en la realidad, encarnada en la vida cotidiana,
familiar, profesional y social.
Desde 1981 creía buscar la Iluminación a través de la meditación y
de diferentes comunidades de desarrollo personal (pero fundamentalmente
estaba evitando enfrentarme a mis asuntos pendientes) y, a la década
siguiente me encuentro con la psicoterapia. Me pareció consolador cuando
leí que "puede resultar absurdo preguntar cómo la iluminación puede
ayudar a la psicoterapia, pues parece que la pregunta debería ser al revés...
[pero] la visión que transmiten todas las tradiciones de sabiduría es la
misma... lo que unos llaman 'la verdad del yo' y otros 'la verdad del no-yo'
para darse cuenta de la esencia de la mente' constituye un insight metafísico
(cosmológico-antropológico-espiritual) que no sólo ilumina la meditación,
sino que contiene el potencial de eclipsar todos los problemas egóicos... La
psicoterapia hoy no tiene nada similar a una enseñanza transformadora que
ofrecer en su actual fase de desarrollo, por lo que pienso que conviene a los
profesionales contemporáneos tener en cuenta el potencial de esa
comprensión mental y la disponibilidad de enseñanza de sabiduría en las
diferentes culturas".71
71 Claudio Naranjo, Entre meditación y psicoterapia, p.81.
Personalmente, tengo la convicción de que, si un psicoterapeuta
gestáltico no se abre a su propia dimensión transpersonal, a la de sus
pacientes y a la de la propia terapia que practica, podría convertirse un día
en un "psicópata que enseña a obsesivos compulsivos la forma de
convertirse en histéricos", según el conocido chiste sobre la profesión.
El gestaltista transpersonal reconoce la necesidad de cuestiones
trascendentales y explora estos dominios, por lo que es posible que en
algunos clientes y en algunas sesiones surjan contenidos abiertamente
míticos, arquetípicos y/o que tienen que ver con los estados modificados de
conciencia. No trata de inducirlos, sino de integrarlos en la vida cotidiana,
cuando han aparecido. Tal vez de contagiarlos, cuando el terapeuta logra
estar en ese estado. Desde este punto de vista, con un enfoque más en la
conciencia que en la psique, sería transpersonal cualquier abordaje que
pretenda realizar el centro fundamental del Ser. El principal quehacer de la
Psicología transpersonal sería "la delimitación de los límites y las
variedades de la experiencia consciente, conservando en primer plano el
aspecto experiencial heredado del movimiento del potencial humano, pero
trascendiendo los límites de una lógica del individuo, que la condenaría a
una especie de narcisismo renacentista de nuevo cuño.... Mientras filósofos,
psicoanalistas y cognitivistas reculan en busca de una 'ipseidad' más y más
profunda, la transpersonalidad considera la identidad como 'autopoiesis'
que, en virtud de los límites del lenguaje y la razón, se presenta como
dialéctica entre la autonomía omnipotente y el desvalimiento dependiente,
entre separatividad y unidad, presencia y conciencia, partícula y onda,
auténtica pulsión de vida de la conciencia individual.72
Hoy día, parte de los pacientes que acuden a mi consulta lo hacen
buscando simplemente un sentido a sus vidas, valores supraconscientes,
72 Fernando Rodríguez Bornaetxea, prólogo a John Rowan, Lo transpersonal. Psicoterapia y counselling,
pp. 14 y 15.
cuya represión también puede ser origen y causa de determinadas
patologías. (Maslow, Assagioli) Cubiertas las necesidades básicas
materiales y psicoemocionales, son cada vez más las personas que intentan
realizar los valores de belleza, solidaridad, unidad con la Naturaleza,
integrar la transformación individual y la transformación social73 alcanzar
una identidad más amplia...
Como expresa con su habitual desenvoltura e irreverencia, Alan
Watts,74 la principal paradoja de toda terapia, de toda búsqueda de
autoconocimiento y desarrollo, de todo camino espiritual, es identificarse
limitadamente con algo que no es sino una creencia; así pues, construir el
ego, engrosarlo, conocerlo, luchar para hacerlo desaparecer son todas ellas
paradojas de neófitos, puesto que según la filosofía perenne contenida en
cualquiera de las Vías espirituales, el ego es una pura ilusión; por tanto, no
se puede hacer desaparecer algo que no existe. Por otro lado, si no se
creyese en la existencia de un "yo" separado, no habría nada que conocer,
nada que desarrollar, nada que despertar, unir ni iluminar. Es una cuestión
de perspectiva.
El terapeuta transpersonal ha tenido la experiencia o el vislumbre de
esta paradoja y puede jugar a representar su papel mientras el juego sea
necesario. Pero, en el fondo, sabe que no existe diferencia alguna esencial
entre él y el paciente; tal vez, sólo una pequeña diferencia temporal en el
proceso, en la larga marcha hacia el despojamiento. El terapeuta abierto a
la dimensión transpersonal (pues ¿quién se atreve a decir que está
permanentemente desidentificado de su personalidad y de su función para
autodenominarse "terapeuta transpersonal"?) trabaja como cualquier otro
terapeuta, teniendo siempre presente que el anhelo fundamental del
73 Alfonso Colodrón, "Transformación individual versus Transformación social", en Transformación
social y compromiso de los profesionales. IV Jornadas de intervención social del Colegio oficial de
psicólogos de Madrid, pp. 103-125. 74 El arte de ser dios. Más allá de la teología.
paciente es recobrar su unidad fragmentada. Aprovecha cada oportunidad
para atravesar umbrales, expandir los límites del pequeño "yo" identificado
con las pequeñas tragedias momentáneas, separado del resto de los demás y
del universo por una piel, unos recuerdos, unas expectativas, que se
consideran frontera sólida, en lugar de ventanas de comunicación con los
otros hologramas de Totalidad, identificados igualmente con su pequeño
"yo".
Según testimonio directo de Claudio Naranjo, este desapego del
pequeño "yo" del paciente, jugó un gran papel en la forma de hacer terapia
de Fritz Perls: "Podía una persona estar llorando su reminiscencia de algún
sufrimiento de la niñez y él casi parecía no necesitar palabras para
transmitir la invitación a una actitud más sana cara al recuerdo doloroso. La
mirada de Perls, como la de Gurdjieff, era del tipo que se asocia más
generalmente con la figura del Boddidharma. Era una mirada al mismo
tiempo taladrante y no implicada , que para muchos parecía volverse un '¿y
qué?' cara al infantilismo de los problemas neuróticos".75
A pesar de su aparente actitud irreverente, Perls conoció las
experiencias transpersonales o experiencias cumbre en la terminología de
Maslow. Según su propio testimonio, en 1960, tomó una pequeña dosis de
LSD antes de llegar a Hawai y vio el firmamento intensificado por el aire
transparente del océano, sin distancias, ni dimensiones: "el universo, el
vacío de todos los vacíos, estaba por una vez completamente lleno.
¡Fantástico!". Y poco después en Tokio, al encontrarse con los ojos de una
mujer que le limpiaba los zapatos, después de haberle dado él su cajetilla
de cigarros medio llena. "Volvió su cara hacia mí. Ojos oscuros que se
derretían y mostraban un amor que hicieron que mis rodillas se doblaran.
Aún recuerdo esos ojos. Amor imposible hecho posible.76
75 Claudio Naranjo, Entre meditación..., ob.cit. p. 79- 76 Dentro y fuera..., ob.cit. p .95.
Tal vez, en esos momentos, hubiera apreciado la contrapropuesta a su
"oración gestáltica" compuesta por Tich Nhat Hanh, en un retiro para
psicoterapeutas celebrado en Colorado en 1989:
Tú eres yo y yo soy tú.
¿No es evidente que nosotros "inter-somos"?
Tú cultivas la flor que hay en ti
para que yo sea hermoso.
Yo transformo la basura que hay en mí,
para que no tengas que sufrir.
Yo te apoyo
y tú me apoyas.
Yo estoy en este mundo para ofrecerte paz;
tú estás en este mundo para darme alegría.78
No es obviamente una propuesta pre-personal y pre-racional, una
vuelta a un estado trans-egóico de fusión, sino una trascendencia del ego,
un ir más allá de la persona, en una toma de conciencia que el místico y el
poeta llaman "inter-ser". Personalmente me parece una vuelta más de
tuerca, una profundización del desarrollo de la relación. Podemos imaginar
a una pareja en crisis diciéndose respectivamente esto o aspirando a ello.
Podemos imaginar a un terapeuta que se relaciona con su paciente desde
esta actitud de limpieza permanente de su "tarro de basura". Cada paciente
se convierte entonces en una oportunidad más de sanación para el terapeuta
y éste puede ofrecer no sólo comprensión y escucha, sino también paz y
alegría. O mejor dicho, puede contagiarla, si ese es el estado en que se
afianza. Se establece así una relación "santa", no contaminada,
78 "Interrelación", poema recogido en Llamadme por mis verdaderos nombres. Recopilación de poemas
de Tich Nhat Hanh, p. 169.
transformadora, cuando previamente se han reconocido los límites de
nuestra voluntad y los que nos imponen los factores contingentes, y nos
situamos "en esa capacidad para acoger lo que ocurra; es lo que Buber y
Goodman dijeron al hablar de gracia. Algo que jamás será conseguido ni
poseído, siempre encontrado y recibido. 'El Tú viene a mí por la Gracia. No
es buscándolo como se le encuentra... el Tú viene a mi encuentro, pero soy
yo quien entra en relación con él'. La enfermedad, en tanto que 'no salud'....
sería lo que pone obstáculos a la gracia, lo que interrumpe el proceso de
construcción/destrucción de la gestalt Yo-Tú y, como consecuencia, de
toda gestalt".79 Y es en esos momentos de Gracia cuando se dice la palabra
creadora, cuando se pronuncia la frase que deja huella, cuando se entra en
el silencio significativo. Se produce un retorno al Origen. Y... mucho
tiempo después, perdido el recuerdo, el paciente le recuerda a uno algo que
cambió significativamente el curso de su proceso o de su vida. Y uno no
sabe ni recuerda lo que dijo, ni lo que hizo o lo que dejó de decir y de
hacer.
Entonces entendemos, como bellamente expresa el premio Nobel
alternativo de Economía, Manfred Max-Neef, que "si lo que sabemos
puede estimularnos un discurso, lo que comprendemos sólo puede
traducirse en una actitud... Saber y comprender. Lenguaje y silencio. Lo
más bello del lenguaje es, sin duda, su capacidad de darle sentido al
silencio. Por eso, un paso hacia la reconstrucción de nosotros mismos como
seres no sólo fragmentados, sino también capaces de ser completos, como
lo reclama Claudio Naranjo, apunta hacia el aprendizaje del estupendo
oficio de 'equilibrador' de lenguajes y silencios, único oficio que permite
darle al saber lo que es del saber y al comprender lo que es del
comprender".80
79 Sylvie Schoh de Neuforn, op.cit. p. 95. 80 "Postludio", en Claudio Naranjo, La agonía del patriarcado, p.197.
A modo de conclusión
Bajo la superficie-corriente, ligera, y sin profundidad,
de lo que decimos sentir -bajo la corriente,
como luz, de lo que pensamos sentir- fluye,
con callado y poderoso curso, lóbrego y profundo,
la corriente central de lo que en verdad sentimos...81
Siempre me ha gustado "despedirme a la francesa" (los franceses
dicen "a la inglesa", pues siempre se proyecta en el vecino hábitos
considerados negativos): haciendo mutis por el foro, en silencio, sin cerrar
el contacto, como si el encuentro, la reunión, el discurso, se explicasen por
sí mismos, se cerrasen solos, se resolviesen cuando llegan a su final natural.
En esta ocasión, añadiré unas líneas, en un intento de resumir lo ya
explicitado, de precisarlo o colmar alguna laguna.
Toda esta reflexión ha pasado por una selección de lecturas, citas,
recuerdos y experiencias, para entrelazar dos oficios y dos actividades, para
expresar lo que he vivido como traductor y vivo como terapeuta. Y
siguiendo la afirmación de que ser terapeuta es fundamentalmente ser
persona, he intentado ampliar los horizontes de la terapia por derroteros
81 Mattew Arnold, "San Pablo y el protestantismo", en Steiner, op.cit. p. 421.
lingüísticos y culturales, que también forman parte de la vida; sirven para
expresarla, pero también para modificarla, enriqueciéndola. El lenguaje es
reflejo de lo que somos, de lo que sentimos y del modo en que nos
relacionamos, pero, al mismo tiempo, su manifestación modifica la calidad
e intensidad de los sentimientos y de los contactos que establecemos. Puede
incluso servir para cambiarlos (deflectándolos o evitándolos) o
trascenderlos y transmutarlos.
Y esta selección ha pasado por mi experiencia de haber alternado el
traducir y el hacer terapia, como actividades complementarias y no aisladas
entre sí, en cuanto que traductor y terapeuta son cómplices secretos de otros
códigos de comunicación (de la lengua de la que se traduce y del lenguaje
subconsciente), que ponen al servicio, respectivamente, del lector y del
paciente. Y así, terapeuta y paciente se encuentran en el espacio
intersubjetivo formado por la conjunción de sus campos respectivos, para
construir una realidad nueva, un nuevo encuentro, del que resulta un nuevo
lenguaje: el lenguaje de lo obvio, el lenguaje que surge tras cada
percatación, hasta que ambos hablan y escuchan la misma lengua del
consciente. Autor, traductor y lector se encuentran en un nuevo campo,
creado por la acción "traductora" de los tres, hasta que el significado
original del autor pasa a ser algo significativo en el universo personal del
lector.
Y terapeutas y traductores pueden abandonar su trabajo cuando el
proceso de autoconocimiento queda colmado ("nuestro trabajo tiene sentido
en la medida que nos provee de autoconocimiento"82), a no ser que se
llegue a la hora del lubricán, el reino de las entreluces de la última parte de
la vida, el interregno de luces y sombras en que no se distingue al lobo del
can, a ese punto en que es igual escribir o leer, escuchar o pronunciar. Y
ello, porque se es capaz de saborear la insipidez, que en el espíritu taoísta,
82 Paco Peñarrubia, en Claudio Naranjo, Gestalt de vanguardia, p.104.
es la esencia misma del sabor: aquél que no siendo ninguno los contiene
todos. Dicen los hindúes que saborear el Brahman es rasa: "el placer que se
deriva del reconocimiento del origen, un origen que es energía en
movimiento, metamorfosis. Sabor, insipidez, el término que invade todos
los sentidos dice mucho de nuestra naturaleza: en la boca comienza la
digestión del universo, o a través del sabor, del único sabor, sentimos que
una realidad pasa a formar parte de nosotros, receptáculo de nuestra propia
metamorfosis".83
Desde esta condición, desde este estado de conciencia, autor, obra,
traductor, traducción y libro son receptáculos y sujetos de metamorfosis.
Lo mismo que lo son, mutuamente, terapeuta, sesión terapéutica, paciente y
proceso.
Recuperación, pues, de la unidad perdida. Final del juego de espejos
reflectantes. Dejamos de ser productos de pautas y esquemas afectivos, en
los que habíamos tomado tradición y cultura por parte de la naturaleza
original. Volvemos a la unidad, pasando por la reunión arquetípica en la
que, parafraseando a Robert Graves, sólo hay un Relato, que se revela
digno de ser contado, traspasando los jeroglíficos y las sombras.
Salimos del anonimato y al anonimato volvemos. Tal vez con la
satisfacción de la labor bien realizada. Karma yoga o yoga de la acción, en
donde el acto impecable se agota en sí mismo, porta en sí mismo el fruto y
la recompensa. Si el traductor, si el terapeuta, han sido buenos espejos,
podrían decir al final y con tranquilidad la frase atribuida a Stendhal: "No
te irrite el espejo, si es el jarro el que está torcido".
Al final de cada traducción, al final de cada proceso, acampar en un
abismo de ternura, sabiendo que libro y paciente, con el corazón ya al
vuelo, dejaron caer un poco de su insondable altura.84
83 Menchu Gutiérrez, "Aproximaciones", en "Mirada a trasluz", Babelia, 1 de marzo de 2003. 84 Imágenes tomadas del homenaje de Carlos Pellicer a Frida Kahlo, en "Apuntes sobre Frida", de Enrique Krauze, Babelia, 22 de febrero de 2003.
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