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Suplemento Cultural Mensual de La Jornada Veracruz Sábado 30 de abril de 2016 Número 4 Coordinador: José Armando Preciado Vargas Edición especial de Literatura Infantil Los libros de Hyperión Adán Delgado Reseña del libro Los osos hibernan soñando que son lagartijas, de Juan Carlos Quezadas Paisajes de papel José Cruz Domínguez Osorio En el reino de “Había una vez…” ¿Cómo ilustran los que ilustran cuentos para niños? Martha Ordaz Decálogo para dibujantes con ilustraciones de Catalina Carvajal Jade el laberinto de un sueño Sofía Clevit Invitación a la lectura del etnorelato e ilustraciones de Abraham Balcázar

Suplemento Cultural Mensual de La Jornada Veracruz Número ...jornadaveracruz.com.mx/extras/20164/160430_866.pdf · storyboard con composiciones escuetas y organizo el texto en el

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Suplemento Cultural Mensual de La Jornada Veracruz � Sábado 30 de abril de 2016 � Número 4 � Coordinador: José Armando Preciado Vargas Edición especial de Literatura Infantil

� Los libros de Hyperión

Adán Delgado

Reseña del libro Los osos hibernan soñando que son lagartijas,

de Juan Carlos Quezadas

� Paisajes de papel

José Cruz Domínguez Osorio

En el reino de “Había una vez…”

� ¿Cómo ilustran los que ilustran cuentos para niños?

Martha Ordaz

Decálogo para dibujantes con ilustraciones de Catalina Carvajal

� Jade el laberinto de un sueño

Sofía Clevit

Invitación a la lectura del etnorelato e ilustraciones de Abraham Balcázar

Sábado 30 de abril de 20162

Director: Tulio Moreno Alvarado

Subdirector: Leopoldo Gavito Nanson

Coordinador: José Armando Preciado Vargas

Diseño Editorial: Mayra Licona Aguilar

[email protected]

Quizás algunos de ustedes se hagan esa pregunta cuando abren ante sus ojos un álbum ilustrado que los emociona desde antes de comenzar a leer la historia, y es que el libro como tal implica también al discurso gráfico, contar a tra-vés de él lo que el texto ya les está contando no es una tarea tan fácil como podría pensarse desde lejos, la mirada del artista exige como condición a un lector con ventaja, uno que sea capaz de encontrar entre líneas las intenciones, los matices, los tonos en el discurso, las metáforas y, tras ha-llarlas, que sea capaz de traducirlas, en el sentido de tras-ladarlas, al lenguaje plástico. Con ello ambos textos, el literario y el plástico, se reúnen en un tercer discurso, son en conjunto otro texto. ¿Y cómo lo hace?, ¿de qué se vale un ilustrador?, ¿cómo trabaja un cuento?, para responder a la pregunta, los invito a leer y a mirar el trabajo de Catalina Carvajal, maestra en Artes Plásticas por la Universidad de Colombia, quien radica en México desde el 2007 y ha publicado una buena cantidad de libros ilustrados. He aquí sus diez pasos esenciales:

1.- Después de leer el texto y trazar una lluvia de ideas, tanto en palabras como en dibujos, defino el tono, el ritmo y la composición que quiero emplear. Es decir, determino la narrativa propia de la secuencia ilustrada. Paralelamente busco referencias de imágenes y creo un tablero en Pinterest dedicado solo al libro en cuestión.

2.- Cuando he recolectado toda la información que considero necesaria tomo párrafo por párrafo y empiezo a crear relaciones basándome en las referencias de Pinteresty la lluvia de ideas del principio. También trato de eliminar las ideas trilladas o las incluyo solo si las considero perti-nentes. Después de masticar página por página defino un storyboard con composiciones escuetas y organizo el texto en el espacio. Sólo a partir de ese momento puedo empezar a plantear los bocetos pues ya tengo más o menos clara la composición, a los personajes y su contexto.

3.- Aquí empiezo a gozar de verdad. A medida que di-bujo el boceto fluye gracias al trabajo previo que me aclaró las ideas. Los vínculos se van creando caso por sí mismos pero también surgen relaciones en las que antes no había pensado. Esta parte es bellísima porque a pesar de toda la planificación hay un espacio que me permite improvisar, y

me siento preparada para jugar con mayor habilidad.4.- A medida que avanzo en la elaboración de los

bocetos pienso en la paleta de color y su uso efectivo pues este también me ayuda a guiar la narración o a introducir una vuelta de tuerca, una sorpresa fuera del margen. La razón por la que me encantan estos proyectos es que las imágenes, además enriquecer un texto narrativa ya com-pleto, permiten otras lecturas e incluso reflejar historias paralelas que se pueden leer en ausencia del texto.

5.- Al terminar de bocetar todo el libro me dedico a llenar los vacíos conceptuales. En este punto es muy pro-bable que la idea inicial se haya modificado un poco pues los personajes fueron reflejando cada vez más de sí, de su entorno y de las situaciones en que se vieron envueltos. Y a

esperar retroalimentación del editor. 6.- Entonces reviso que el libro tenga un ritmo ar-

mónico, que haya una secuencia que guíe la historia. En fin, que puedas pasar de una página a otra sin perderte. Esta responsabilidad a veces recae en un personaje, un color, en la composición o en otro elemento. También me cercioro de que cada personaje o elemento tenga una razón de ser dentro de la historia. Aunque durante el bocetaje fui pensando en el color, en este punto ya puedo terminar de definir la paleta final y la aplico a dos o tres páginas dobles para que se note la intención final. Cuando siento que el libro está más o menos redondo le vuelvo a pedir a mis amigos que revisen en libro y me den su opinión.

7.- Suelo dejar para el final los detalles como guar-das, colofón y portadilla, elementos que retomo de las ilustraciones que ya tengo o que dibujo . Estos detalles me parecen encantadores porque me permiten hacer algún apunte emotivo o me ayudan a cerrar por completo la narración.

8.- Siempre me acompaña la música, así que cada libro también tiene la banda sonora que me acompaña durante todo el proceso. Esto, además de ser bellísimo, es muy práctico porque el sonido me ayuda a mantener el ritmo y la intención original, algo importante cuando vives con de las fechas de corte pisándote los talones.

9.- Ahora sí puedo enviar una maqueta final del libro al resto del equipo de trabajo, escritores, editores, correcto-res y diseñadores, quienes me han apoyado durante todo el proceso y han resuelto mis dudas. Ellos ven cosas que yo no veo y saben de lo que yo no sé. Así quedo en espera de sus correcciones y sugerencias y las aplico (o no, por eso existen los acuerdos).

10.- Cuando me dicen que todo está O.K. y que va-mos a impresión se me vienen encima un montón de emo-ciones: la satisfacción del trabajo terminado, la inseguridad de que pude hacer algo de otra forma, la felicidad infinita de haber ilustrado otro libro. Entonces me voy a festejar con alguien a quien quiera mucho y compartimos una súper comida y muchas cervezas, el descanso lo dejo para otro día.

¿Cómo ilustran los que ilustran cuentos para niños?MARTHA ORDAZ

� CITA DE ILUSTRADOR / CATALINA CARVAJAL

En el marco de la XXIII Feria Interna-cional del Libro Universitario, el martes 26 de abril, en el Salón Juan Vicente Melo, se presentó el libro Semejanzas de Mario Orozco Rivera, publicado por la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz. En la presentación, participa-ron Lourdes Hernández Quiñones, Mel-chor Peredo, Jorge Hernández Ochoa y Rebeca Bouchez Gómez, quien fungió como moderadora.

Este libro fue publicado gra-cias a las gestiones que realizó Rebeca Bouchez Gómez junto con Rafael López Jiménez, quien además de ser amigo íntimo de Mario Orozco Rivera, rescató este manuscrito. Las fotografías de los murales son de Héctor Montes de Oca, tomadas en el año 2007, gracias al apoyo de la entonces Secretaría de Turismo y

Cultura; las del autor, pertenecen al ar-chivo familiar de Paloma Orozco.

Semejanzas es un libro que, desde la crónica, la poesía, la pintura y la autobio-grafía retrata a un pintor, escultor, poeta, músico, cirquero, “creador en constante movimiento, sin perder el rumbo hacia la consumación del aprendizaje fundamental: el oficio de hombre”, como expresa Rafael López Jiménez en el “Prólogo”. Es además un reconocimiento a su pintura mural que se encuentra principalmente en Xalapa, Orizaba, Puebla y la Ciudad de México.

Mario Orozco Rivera (19 de enero de 1930-20 de noviembre de 1998) ingresó a la Escuela de Pintura y Escultura del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1952. Un año después, realizó su primera expo-sición individual en el Círculo de Bellas Artes. En 1954, recibió el premio al mejor

alumno de la Escuela de Pintura y Escul-tura del INBA. Alrededor de 1956, fue maestro de pintura en la Universidad Na-cional Autónoma de México e ingresó al Salón de la Plástica Mexicana. En 1961, se convirtió en profesor de tiempo completo de la Universidad Veracruzana, donde fue uno de los fundadores del taller de Artes Plásticas. En Xalapa, además de su ardua labor docente, realizó murales como: De-fensa, continuidad y destino de nuestra cultura (1958), localizado en el vestíbulo de la Escuela Normal Veracruzana Enri-que C. Rébsamen; El libro abierto de la Revolución en Veracruz (1961), ubicado en el edificio de Administración Escolar de la Universidad Veracruzana; La lucha obrera (1962), situado en el ex Sindicato de Obreros Textiles y hasta hace un tiempo restaurante El Caserío del Lago; Libera-ción (1962) ubicado a un costado del Pa-lacio de Gobierno; y Adolescencia (1964) localizado en el pórtico de la escuela Pre-paratoria Antonio María de Rivera.

Semejanzas, de Mario Orozco Rivera

� Un decálogo

Ilustración dela portada:

star-inside robot

de Carlos Dzul

http://changosperros.blogspot.mx/

Pie de foto � Foto: Crédito

www.catalinacarvajal.com

Sábado 30 de abril de 2016 3

En la cultura ancestral wixarika existe la tra-dición de peregrinar durante semanas desde el mar en Nayarit hasta la región desértica de San Luis Potosí. Conforme se camina, se van abriendo “puertas”, van lavando su rostro en distintos manantiales; se amparan en algunas cuevas, hacen el fuego en sitios especiales y finalmente un día llegan a Wi-rikuta, al sitio donde dio origen su historia. En ese lugar ellos velan, conversan con el fuego, purifican sus días sobre la tierra, comparten con los otros su aprendizaje, sus desatinos. Tejen y destejen la cuenta de los días. Después, poco a poco, adquieren el nierika, “el don de ver”. Llegar a ese momento significa que han encontrado el origen de los tiempos en su corazón, cuando Kauyumari “venado azul” ofrendó su vida en esa tierra, su sangre, y quedó interno en el seno de la Madre Tierra, una de las diosas engendradoras de vida.

Cuando vuelven a su comunidad después de aquellos días que parecieron un sueño, como atravesar un laberinto -precisamente como el túnel Ogarrio que da la bienvenida a los visitantes que peregrinan entrando por Real de Catorce-, ellos, los conocidos como “huicholes” vuelven a su realidad con el don en sus manos: la posibilidad de ver y entender el arte de vivir, y de vivir en comu-nidad para la Tierra que los habita; ellos, los reconocidos como “wixaritari”.

Para las comunidades de Chiapas (tzel-tales, tzotziles y tojolabales), el alma de los niños crece conforme sus días caminan. Cuando los niños son pequeños gracias a su chul’el que está tiernita, se pueden comu-

nicar más fácilmente con los guardianes de los lugares sagrados que tiene la naturaleza. Un niño es por esencia explorador, un niño conversa no sólo en sueños sino en otras posibles realidades que al crecer a veces ol-vidamos. Los libros nos devuelven el alma, la esencia del ser explorador, la posibilidad de caminar con los días y crecer comunicán-donos con nuestra propia alma. La chul’el, como la conocen ellos.

Para los raramuris, “los de los pies lige-ros”, erróneamente conocidos como “ta-rahumaras”, la Vía Láctea es una ventana desde la cual podemos atisbar a las estrellas que en las Barrancas del Cobre, de noche, no son más que las humildes chozas abra-sadas por el calor de una hoguera, pero vistas desde el cielo. Y las cascadas tienen el espíritu de mujeres que han caído en ellas para ofrendar su vida. Las cascadas susu-rran historias de vida, y entre el murmullo del perpetuo caer del agua al sumergirnos en ella, nos revive. Nos devuelve ligeros y claros, porque de ella venimos. A veces nosotros, los tchavotshi jamás reparamos en ello, por eso los raramuris nos nombran así, aunque compartamos la misma tierra, para ellos nosotros somos los “extranjeros”, así que nunca podemos pasar frente a estos grandes corredores sin decirles kwira, achi ware (“hola, ¿cómo estás?”).

Para los zapotecas hay otras princesas que ofrendan su corazón hasta convertirlo como Bianni, en “luz”. Hay mujeres que iluminan como una plegaria cuando se les busca de noche a la orilla del mar. Que aparecen como un eco perdido por miles de lunas que en el ciclo de su danza emigran llevándose con la furia del mar en algunas temporadas nues-tras casas, nuestras ropas, nuestros sueños. No obstante, la mujer como diosa, como guardiana, incluso como hechicera, forma parte de nuestros días, aunque nosotros sólo conozcamos a las princesas de los cuentos de hadas y nos estemos perdiendo tantas historias ancestrales de México.

Para la cultura maya de Chiapas y de la península de Yucatán, existe una idea, una hermosa idea sobre la sensación de estar en el lugar ideal en el momento adecuado, lo que actualmente se alza en occidente con la bandera del here & now (aquí y ahora), para ellos desde tiempo inmemoriales es pertenecer al lekil kuxlejal, “la buena vida” que respira el verde de la selva maya, de los árboles, los insectos, las frutas pendiendo de los árboles, las hojas y las enramadas en el camino que con sólo aspirar alivian los

pulmones más cansados como árbol apunto de desfallecer que nos sostiene dentro.

Y la ceiba maya es pues ese árbol sa-grado que ejemplifica el axis mundi, el eje en la Tierra, justo como los mismos hom-bres: con raíces, tronco firme y fuerte, ramas extendiéndose al cielo como una inmensa red neuronal.

Y así, nuestras cosmovisiones ancestra-les, o quitemos el “nuestras” y digamos, las cosmovisiones ancestrales de los pueblos de México y Mesoamérica nos despliegan a través del “etnorelato” una geografía sa-grada que convierte al hombre en el centro mismo de este mapa. No somos parte del territorio aunque lo desconozcamos. Somos el territorio que habitamos sin conocer.

Por ello la literatura nos abre las puertas de lo que yo llamo un laberinto. Un increí-ble laberinto que al ir leyendo capítulo tras capítulo bajo los elementos de Aire, Tierra, Agua, Fuego y Movimiento nos permiten abrir ese don de ver, y poquito después, esas ganas de soñar despiertos, leyendo en la historia de los pueblos, los caminos, entre los ecos y el canto de las zonas ar-queológicas y los abuelos. Toda esa tierra que vibra, que respira, todo este México mágico que nos habita.

Si bien es cierto, estamos sumergidos en el rojo de la bandera que cae, que no quiere subir y ondear, pero esa bandera que es

nuestra geografía tiene un verde magnífico y un blanco lleno de pureza. Yo creo que aún podemos aprender a leer, esta otra realidad.

Jade, el laberinto de un sueñoSOFÍA CLEVIT

� Invitación a la lectura del etnorelato

—¿Hay en verdad una diferencia entre los cuentos y la realidad mamá?—No sé Inti, dependiendo a qué tipo de cuentos te refieras.

Íbamos de vuelta a casa en el auto, aquel día soleado de finales de marzo marcaba el inicio de “La Semana Santa”. Fue la primera vez que la palabra “vacaciones” no sonaba ni mágica ni divertida. A esas palabras se les había ido todo su color. “Vacaciones de Semana Santa” significaban al me-nos cometas en el cielo y días enteros en el mar… pero en aquel momento se habían convertido en un cuadro blanco y vacío… con cortinas vaporosas ondeando en una habitación con un olor indefinible.

La luz del sol se colaba entre las ramas de los árboles creando sombras sobre el parabrisas del auto que en un ins-tante resplandecían y en el siguiente parpadeo oscurecían el entorno. Tuve una extraña e indefinible impresión. Me concentré en mirar a mamá al volante como una estatua, con vida solamente en los pies para frenar o acelerar pero tan lejana de la realidad. Intenté esforzarme por continuar una conversación.

—No habrá “semana de colores” mamá…Así le solía llamar a esa época del año mi hermana. Al

decirlo pude reconocer que aquel tiempo vivido al lado de ella había estado lleno de luz y de colores y que incluso a éstos les podía dar aromas y sabores; pensar en mi hermana era también recordar frutas: sandía, moras, piña, mango, fresas.

Pensar en mi hermana me provocaba una sensación tan difícil de explicar… Imaginarla esperándonos en casa dentro de un cuerpo inmóvil me hizo pensar que la muerte era un ser de piel y huesos que velaba por ella merodeando por la casa y el campo. El mundo se convirtió, después de que esa imagen anidó en mi interior, en un hueco invadido de pájaros negros que en cualquier instante saldrían y se apoderarían de todo.

El miedo tenía alas de mantarraya, y la piel de un lagarto. Fui tan consciente de que mi hermana se estaba muriendo que vociferé de un salto.

¡Mamá! ¿Por qué dejaste sola a mi hermana?¿Y quién te vendría a recoger?, ¿me explicas?No recuerdo haberle gritado antes, ni que ella me hu-

biera respondido con tanta ira contenida en los ojos. Jade se había quedado sola en casa con la muerte. Y entre mi madre y yo no podía haber tema de conversación.

Un desolado silencio nos cubrió a los dos en tanto mamá torcía por un camino que no llevaba a casa.

¿Y todavía no vamos a casa?Vamos a recoger correspondencia de papá. Respondió con la voz fría, como de juguete de cuerda a

punto de quedarse detenido. Después de ello se sosegó aún más, respiró profundamente, y me volteó a ver. Su mirada estaba quebrada y al mismo tiempo llena de aplomo. A mi edad no era capaz de imaginar los pensamientos y los mie-dos que la circundaban.

Una vez que nos desviamos de la carretera hacia un camino de montaña recorrido muchas veces a pie por mi hermana y por mí, recordé un momento que juntos había-mos vivido hacía no mucho tiempo atrás.

¿Te bajas a saludar o me esperas?Mamá estaba de pie frente a mí tras la ventana del auto.

No fui consciente de esos últimos minutos. Con un gesto simple le respondí que me quedaría en el auto.

Pero no fue así.

(Fragmento de la novela)

-Para ilustrar a Jade, traté de conec-tar con sueños e imágenes mágicas, posturas muy ligeras en el movimiento de los personajes y escenas siempre atmosféricas.

-La técnica en tintas con luces en digital es especialmente escogida para mantener la parte de cálida del texto, resaltar su valor poético, agregando elementos etéreos y en otros casos reforzar escenas sólidas con trazos firmes.

-Para generar mayor impacto de la magia procuré un equilibrio ini-cial entre escenas reales y fantásticas así como mezcla entre ambas, dando pequeñas pistas de como un mundo invade sutilmente al otro.

-Las composiciones son centradas en su mayoría, buscando imitar imáge-nes de Tarot con un acomodo simbó-lico y jerárquico de los elementos en cada escena.

-Uno de los libros que más he dis-frutado leer e ilustrar.

ABRAHAM BALCÁZAR

Jade el laberinto de un sueñoSofía Clevit

Ilustrado por Abraham BalcázarPearson, 2015, México

Sábado 30 de abril de 20164

evisaste cuidadosamente todo el estante de libros infantiles por-que, para ser honesto, no tenías mucha idea de cómo escoger un

libro infantil para reseñar. Descartaste inmediatamente los que son demasiado breves, los que están en su mayor parte ilustrados y los que son casi juguetes, hechos para los niños más pequeños. Buscaste en los dirigidos a jóvenes lec-tores y para tu sorpresa encontraste tramas e historias más complejas de las que imaginabas. Te costó trabajo esco-ger entra varias buenas opciones, los abriste para hojearlos y la disposición de las ilustraciones entre el texto de éste terminó por convencerte.

Algún lector serio que visita la librería se quedaría pensando al verte hojear tu libro, con un par de osos en motocicleta en la portada, que serías uno de esos adolescentes eternos en busca de la enésima versión de Batman contra Superman. Pero no te importa, has comenzado a leerlo ahí mismo y te está gustando, bastante. Cuando lees la primera página notas que la historia ya había comenzado, hay detalles que no conocías y que los personajes tratan con naturalidad, el libro ya atrajo por com-pleto tu curiosidad.

Santiago le anuncia a su hijo Eric que van a cruzar todo el país para ver en sus últimos momentos al abuelo que nunca conoció, y además que el viaje sería en motocicleta. Y así, desde el prin-cipio, comienza una road novel; un viaje que propicia que los sentimientos y la personalidad dejen la capa de protección que da el entorno y queden expuestos.

Es una fórmula que has visto muchas veces pero que no deja de interesarte, los viajes en los que las vidas están expuestas de forma intensa siempre son trascendentes. Recuerdas el viaje que hiciste por la enfermedad y muerte de tu abuela, pareces volver a percibir esa sen-sación casi física de no tener consciencia completa de en qué lugar te encontrabas y qué día era; anónimas enfermeras y familiares de otros pacientes dándote el ánimo y la escucha que necesitabas.

Como en cualquiera de ese tipo de travesías que todos hemos tenido, Eric y Santiago se van encontrando con perso-najes con los que tienen pequeñas pero significativas interacciones. La mesera de un restaurante de carretera los hace hablar del amor, un italiano excéntrico confronta a Santiago con su olvidada vocación de escritor, padre e hijo son testigos del peregrinar de los huicholes en pos de Wirikuta; en cada una de esas paradas hay un evento simbólico que les va exorcizando las penas que llevan dentro. El viaje es un ritual de sanación. Pero ¿esto es un libro para niños?, te preguntas cegado por los prejuicios. Y es que pensamos que la literatura infantil es un género menor, una curiosidad; este desprecio viene de la infravaloración de la niñez como edad del pensamiento y

la reflexión: los niños son superficiales, cualquier libro con brillantinas los con-tentará.

Una prueba irrefutable de que los niños también son personas, con uso de razón e individualidad, es Eric. No tiene ninguna cortapisa en cuestionar a su pa-dre de manera directa o de abandonarlo en su soliloquio cuando lo cree conve-niente. Y aquí una de las características más logradas del libro: el uso de los diálogos, y no sólo de los que contienen palabras, sino en particular de los silen-cios. Padre o hijo dejan huecos en sus diálogos mientras viajan por la carretera, o cuando ven el cielo estrellado en una parada nocturna, contestan oyendo. De-cía tu abuela que un amigo es aquel con el que puedes estar en silencio y no es incómodo.

Entre los silencios, el paisaje cam-biante y las condiciones precarias pro-pias de un viaje en motocicleta, Eric y Santiago van tejiendo la relación de afecto que nunca tuvieron. La concien-cia de fugacidad del viaje les da la paz y libertad que les permiten ir revelando y dejando atrás una vida difícil. Esta me-táfora se encuentra marcada a lo largo del libro por una sutil línea que une a todos los dibujos de Richard Zela. Las ilustraciones no están alineadas a már-

genes o sangrías, sino que se entrometen y se mezclan con el texto, ambos van trazando las subidas y bajadas, las rectas y recodos del camino.

El destino es lo menos importante en este tipo de viajes, cuando llegamos a él no podemos evitar sentir una pacífica melancolía. Terminas el libro y sabes que es tiempo de que viajes a visitar la tumb a de tu abuela.

Quiero agradecer a la Librería Hyperión el apoyo para elaborar esta reseña. Recuerda que Los osos hierban soñando que son laragtijas y otros libros igual de viajados las encuentras en Oc-tavio Vejar 59, Col. Encanto en Xalapa, puedes contactarlos en el (228) 8 41 26 59 o en la página facebook.com/hype-rionlibreria

LOS LIBROS DE HYPERIÓN

ADÁN DELGADO

� Nada de niñerías

Los osos hibernan soñando que son lagartijas

Juan Carlos QuezadasRichard Zela, ilustrador

Conaculta-INBA-FCEMéxico, 2015

R

n la época de infancia, en el tiempo que al niño se le figura todo transcurre con rapidez, de repente en el momento menos esperado alguien en la familia ofrece narraciones en voz

alta. Éstas quedan en la memoria. El tono de voz con el que narraba los personajes y el suceso. Pudo ser una tía, la abuela o la madre, algunas veces el papá o uno de los abuelos quienes nos decían: “vengan que les voy a contar un cuento”. Una cama del cuarto o la mesa del comedor servían como escenario para oír tantas histo-rias, que como llave para entrar en ellas, el narrador preparaba su voz, carraspeaba e iniciaba: “Había una vez…” y estas tres palabras invitaban a mantener toda la atención en quien contaba.

Mirábamos cómo el movimiento de sus manos dibujaban en el aire aquellos portentos que ofrecía la narración: que si el rey vivía en un lejano país, o aquellas veces en que escuchaban algunos pobladores los lamentos de una mujer que lloraba en un río. Era “La Llorona”. El tono de voz ofrecía una atmósfera de misterio.

Un agitado y persistente latido de los corazones de quienes escuchaban ese relato. No te muevas que tengo miedo, porque moverse ponía al escucha en si-tuación de desamparo.

Ya una vez estando en el reino del “Había una vez…” el narrador se permitía estirar la historia, ofre-ciéndole silencios que eran espacios para azuzar los oídos y escuchar los sonidos de alrededor, no fuera que el protagonista se hubiera escapado de la narración y recuperara la vida ahí junto al escucha.

El “Había una vez…” va destapando las sorpre-sas que a cada momento se le presentan a quien escu-cha, a quien imagina y se maravilla a quien se asombra.

Para el niño o la niña, quien le cuenta en voz alta se convierte en un ser especial, es un libro viviente, que habla y le muestra gran cantidad de sucesos, que a su

vez, en cierta edad, escuchó de alguna otra persona. El “Había una vez…” también representa esa llave que se pasa de mano en mano, de oído en oído, de imaginario en imaginario. ¿Qué tan especial se nos hace esa pala-bra que al seguirla escuchando no deja de maravillarnos y no deja a nuestro cuerpo permanecer inmóvil?

Ese “Había una vez…” lo hemos escuchado tan-tas ocasiones que, recordarlas, resignifica hondo, cala en el recuerdo, lo traslada hacia los tiempos en cada aventura era un episodio para ir descubriendo la vida, el mundo inmediato.

¿Qué otras fórmulas de frases nos llevan a la puerta para conseguir entrar a otras historias? “Hace muchos años…” permite viajar nuevamente al re-cuerdo. ¿En dónde? ¿Quiénes vivieron? ¿Qué hicie-ron? ¿Cómo transcurrieron esas vidas? ¿Qué comían? ¿Cómo vestían?

Cuando escuchamos el inicio de un cuento con estas tres palabras el tiempo es incierto, no hay exac-titud, lo que sabemos como escuchas o lectores es que la historia se originó en otra época, lo que nos ofrecerá con los datos proporcionados por la narración una mayor información para imaginar cuerpos y rostros de personajes, paisajes, ciertas costumbres de vida de “hace muchos años”.

A los niños les gusta escuchar el tintineo de esas llaves cuyo poder es abrir las puertas del imaginario. Entrar al libro, andar en la narración.

La narración, sea escuchada a través de la voz de quien cuenta, o bien, o por medio del ejercicio de la lec-tura, permite llevar y situar al niño “En una lejana ciu-

dad…”, y nuevamente, la ansiedad por querer saberlo dónde exactamente se desarrolla el cuento, la atención se concentra en los oídos, la mente, el imaginario de los niños tan rápido es que ya pudo situarse en la ciudad que a él le acomode perfectamente para andar la histo-ria. Árboles, infinidad de edificios, coches que van de un lado a otro, columpios y resbaladillas en el parque.

Puede ser una ciudad amurallada o una pequeña en la que no hay edificios, sino puras casas bajitas, no hay autos y los habitantes se desplazan caminando. “En una lejana ciudad…” sitúa en un lugar físico, no hay re-ferente del tiempo, hasta que el cuento ofrezca mayores datos, que los habrá en abundancia.

Algo interesante debe moverse en el imaginario de los niños, quienes están acostumbrados a preguntar y a interrogar cuando algún suceso no es totalmente entendido y no hay satisfacción en ellos.

Decir que alrededor de ellos vuelan mariposas amarillas cada vez que alguien les lee un cuento, hay más allá, tienen el poder como lectores de inconfor-marse con la lectura y jugar con la narración, de inte-rrogar cada acción de los personajes. No habrá manera para cambiar un cuento, pero sí jugar con él, estirarlo, imaginarse por ejemplo a un lobo que andaba por el bosque cojeando debido a un dolor en la pata derecha, y que fue motivo de que la niña de la capa roja llevara y entregara los bocadillos a la abuela sin sobresalto alguno.

En el reino de “Había una vez…” tienen cabida los recuerdos, y el imaginario es amplio, tan amplio que cada niño entra en el cuento para conocer a los perso-najes y así convivir con ellos cada vez que alguien en casa le ofrece como acto de bondad la narración en voz alta o la lectura de un libro, que hoy será especial para recordarlo en el mañana.

[email protected]

PAISAJES DE PAPEL

JOSÉ CRUZ DOMÍNGUEZ OSORIO

� En el reino de “Había una vez…”E