196

Si Las Aves Cantan Jocelyn Carter

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Phoebe está secuestrada. No sabe dónde, con quién, o por qué, pero lo está; y aunque le vaya la vida en ello, intentará descubrir las tres cuestiones, poner fin a su cautiverio, y recuperar su libertad. Cinco años antes de su secuestro, ocurrió un trágico suceso que marcó la vida de cientos de personas, incluyéndola. Lo que ella no sabe, es que esa misma situación es la causa de su actual encierro.

Citation preview

2

3

Si las aves cantan

Jocelyn Carter

4

Título original: Si las aves cantan

1ª edición: Junio de 2015

ISBN: 978-1512094633

Corrección: Emily Gaibor

Diseño de portada: Jocelyn Carter

Modelo de portada: Jessica Truscott

©2014, Jocelyn Carter

5

Para Laura, Evi, Anto, Nightmare y Brillitos.

Las adoro.

6

7

PREFACIO Presente

Despertar no es una tarea sencilla.

Las personas pueden llegar a creer que ese acto está

ligado a la acción de abrir los ojos y recibir con la vista

las primeras imágenes de un nuevo día, pero están

equivocados. «Despertar» se refiere a una pequeña e

imperceptible tortura a la que nos someten cada día

cuando la cruel realidad de nuestras vidas nos azota una y

otra vez hasta que nos arrebata de aquel —muchas

veces— preciado paraíso donde se establecen nuestros

sueños; a menos, por supuesto, que nuestras mentes nos

hagan una mala jugada y nos inserten en un mundo de

pesadilla del cual solo podemos escapar al despertar. A

veces creo que mi vida es una eterna pesadilla de la cual

no puedo librarme por ningún medio.

Desearía vivir en un sueño.

Desearía despertar.

Por desgracia, no he nacido en la Tierra de los

Deseos, y por lo tanto mis peticiones jamás serán

cumplidas ni mucho menos escuchadas. A veces me

pregunto por qué siquiera me molesto en desearlo, pero

supongo que todo es causado a partir de la inocente

8

esperanza que habita dentro de mí, la misma que existe

en los pobres corazones de aquellos que necesitan

aferrarse a algo para saber que vale la pena seguir

viviendo, que no deben desistir. Yo sé que no tengo que

darme por vencida, pero a veces simplemente no tengo la

fuerza suficiente para insistir en pensamientos y deseos

tan absurdos, infantiles. Pero aun así, una pequeña

vocecita vive en mi interior, y me ordena superar cada día

de la mejor manera posible, aún si la razón me dice que

es imposible.

He estado sesenta y cuatro días encerrada en quién

sabe dónde, debajo de quién sabe qué, eso si es que es un

«debajo».

La razón expresa a mi encierro no me fue dada el

mismo día que una navaja tocó mi espalda, un saco

blanco de algodón cubrió mi cabeza, y fui lanzada al

interior de lo que pareció un auto particular. Pero no es

como si hubiera podido verlo en realidad. Esa razón

tampoco me fue dada durante los días siguientes, aunque

no hay que ser muy inteligente para suponerlo.

Mi padre es el dueño de una de las multinacionales

más poderosas del país, gracias a ello y a su hosca, fría y

severa personalidad, no solo es un hombre envidiado,

sino también odiado. Yo solo soy el cebo, la herramienta

para llegar a él y obtener de esa manera una buena

porción de su fortuna. Claro, mientras mi teoría esté

acertada.

No conozco a mi captor, ya que cada vez que se

aparece por aquí oculta su identidad bajo una máscara

negra, y nunca se molesta en hablar, algo que no necesita,

puesto que lo único que hace es cargar una bandeja con

9

alimentos a lo que sería mi «habitación»: un ruinoso

espacio de casi diez metros cuadrados, paredes de

sangrante color negro, decoración inexistente, sin

ventanas, con un pequeño ducto de ventilación, una

cama, un deteriorado pero funcional baño y una puerta de

salida imposible de abrir. Encantador, ¿no es así?

Los detalles del lugar donde me encuentro dejaron de

preocuparme hace tiempo, cuando me di cuenta de cosas

que ahora tengo presentes: hace sesenta y cuatro días que

no veo el exterior que me rodea, que no siento la luz y el

calor del sol posándose sobre mi rostro, que no respiro

aire fresco y me conformo con el abrumador y húmedo

«aire» que existe en este lugar, que no siento la helada

brisa de invierno recorriéndome y provocándome

escalofríos.

Hace sesenta y cuatro días que perdí mi libertad.

Y pienso recuperarla.

10

11

CAPÍTULO 1 Presente

En mi vida diaria valoraba mi soledad, solía adorar cada preciado segundo en que el día me permitiera estar sola. Ahora, después de tanto tiempo sin ningún tipo de compañía constante, he llegado a aborrecerla. Ya no tolero encontrarme acompañada solo de mi silencio, o el mísero ruido de mis pasos. Hablar sería una pérdida total de aire y tiempo, por lo que no me molesto en intentarlo. Solo permanezco —la mayor parte de mi tiempo— de esta manera: sentada a un lado de mi cama, observando con detenimiento hacia las paredes, contando sus imperfecciones, las del techo, o recordando sucesos de mi vida. Desde hace varios días me repito que si soy capaz de evocar mis recuerdos conservaré la cordura. Demasiado aislamiento puede afectar a una persona de forma irremediable.

Lo cierto es que estando aquí no puedo dejar de

extrañar a mis tan unidos padres, a mi mejor amigo,

o incluso a mi inadaptado gato, que de seguro debe

de sentir mi ausencia. Al menos eso espero yo.

Mi mente, renuente a desactivarse siquiera por

un segundo, comienza a evocar recuerdos de aquel

12

inadaptado gato al mismo tiempo que suena la única

puerta de la habitación, y por ella entra —junto a la

habitual bandeja— mi captor. Sin decir una palabra,

deposita lo que sería mi desayuno en una mesita a un

metro de la entrada y luego se retira en silencio,

marcando la diferencia entre su entrada y salida.

Hace tiempo dejé de preguntar la más mínima de

las cosas, sabiendo que no respondería, y se retiraría

antes de que siquiera terminara de formular la

pregunta. También dejé mis intentos poco sensatos

de escapar, que consistían en darme a la fuga en

cuanto se abriera la puerta. En primer lugar porque

era realmente estúpido, y en segundo porque él sabe

varias y buenas formas de reducir a una persona.

Al escuchar la puerta cerrarse por completo,

libero un suspiro y al final desvío mi mirada a la

derecha, donde veo la bandeja de madera sobre la

mesita del mismo material esperando a que la tome.

Cuando lo hago apenas pruebo bocado puesto que no

me apetece la hospitalidad de mi secuestrador.

Irónico, ¿no es verdad?

Advertir ello me recuerda a mi mejor amigo,

Daniel. No la ironía, la hospitalidad. Bueno, eso es el

fuerte de sus padres, pero aun así mi cabeza ha hecho

un hueco para conectar la palabra con él

precisamente. Una sonrisa, de las más tristes,

melancólicas, solitarias y aun así sinceras aparece en

mi rostro junto al sentimiento patético de la pérdida.

¿Por qué? Yo no he perdido a nadie, quizás a mí

13

misma, pero nadie fuera de ello. Supongo que el

encierro toma pedazos de mí y pronto me volveré

loca por completo, o tendré un ataque. Cualquier

posibilidad es factible.

Hablando de volverse loca, perderme a mí

misma y tener un ataque, he logrado comprender dos

cosas: la primera, que si mi teoría acerca del

secuestro es cierta, entonces ya habrían pedido un

rescate a mi padre, y él habría accedido en el acto; si

algo aprecia mi padre por sobre el dinero es a su

familia. La segunda cosa, que ninguna de las

anteriores tiene sentido una con la otra.

Ahora bien, no tengo la más mínima idea de por

qué estoy siendo secuestrada, y ya que nadie me dirá

la respuesta, lo mejor será buscarla por mis propios

medios. De alguna manera tengo que descubrir quién

es mi captor, y qué quiere de mí, lo mínimo

inclusive, pues me ayudará a entender qué sucede.

No será fácil, pero no acabaré sin antes

intentarlo.

14

15

CAPÍTULO 2 Pasado

Cinco años atrás.

—¿Te gustan? —preguntó Daniel, señalando a las aves que atravesaban el cielo atestado de posibles nubes de tormenta.

Me volteé hacia él con una sonrisa en mi rostro

y asentí en un movimiento enérgico de cabeza a

sabiendas que después de todo, no me dejaría en

paz si no le decía que sí.

Daniel era genial, insistente en algunas cosas,

pero genial. Y pensar que cuando lo conocí creí

que era un idiota. Bueno, a veces lo seguía

creyendo, pero eso no era algo importante. Aquel

momento, en cambio, sí lo era.

Nos encontrábamos ocupando una de esas

mesas de picnic que formaban parte de una de las

plazas principales de la ciudad, mirando a todas

partes en el paisaje. Las aves que Daniel había

señalado se habían detenido a un par de metros de

distancia para realizar alguna preciosa melodía que

atraería la atención de cualquiera. Permanecí

16

observándolas y escuchándolas con embelesada

atención, preguntándome cómo era posible que

permanecieran de aquella manera, como si dieran

un concierto. Extraño, lo sé.

—Mi abuela me obsequió una hace tiempo —

comenzó Daniel, sin desviar la vista de las aves—.

Fue cuando se enfermó, y me dijo que mientras el

ave cantara, ella estaría bien. Cuando la tomé le

dije que estaba loca. —Una sonrisa se dibujó en su

rostro. Yo sabía muy bien cuánto había querido a

su abuela—. Lo extraño es que el mismo día que

ella murió, el ave dejó de cantar durante la semana

siguiente, como si estuviera de luto.

—Extraño —dije en un hilo de voz.

—Increíble —sentenció él.

Entorné los ojos hacia él y luego suspiré. Su

abuela, al igual que muchas otras, tuvo sus

secretos, y también extrañas cualidades, las cuales

la hicieron una persona muy especial, además de

amada. Había sido de lo peor cuando recibimos la

noticia de su muerte.

Hablando de eso...

—¿Por qué me lo cuentas ahora? —inquirí

recibiendo un encogimiento de hombros.

—Las aves me lo recordaron —respondió con

indiferencia. Su rostro se iluminó en el segundo

siguiente mientras comenzaba a levantarse de su

asiento—. Oye, ven conmigo —pidió extendiendo

su mano hacia mí.

17

Lo miré con ojos entrecerrados, una marca de

mi desconfianza, pero aun así tomé la mano que

me ofrecía y me levanté de mi lugar. No tardó

siquiera un minuto en arrastrarme por el camino y

conducirme hacia un destino que para mí era

incierto. Supuse que para las personas que

superábamos en el camino éramos dos

adolescentes «descarriados», pero no me

importaba, allá ellos y sus prejuicios. Estaba

acostumbrada a ellos, después de todo era la hija

de uno de los mayores empresarios del país, y no

solo era conocida, sino que todo el mundo

esperaba que fuera más refinada. Sí, no sucedería

aunque me fuera la vida en ello.

—¿Adónde vamos? —consulté entre risas.

Daniel resopló.

—Tú calla y sigue caminando —ordenó.

—Sí, mi capitán.

Daniel lanzó una carcajada y siguió caminando

de forma apresurada atravesando el camino. Poco

después apreté su brazo y lo obligué a detenerse

antes que un auto lo atropellara. Mientras

esperábamos a que el semáforo cambiara a verde,

crucé la mirada con la de un chico al que no

reconocí. Por supuesto él sí a mí, y quizás eso

explicaba por qué se mantuvo mirándome hasta

que junto a Daniel me alejé; tal vez ni siquiera

entonces se abstuvo de hacerlo.

Una sensación extraña me invadió, pero duró

un instante, lo suficiente para no ser más que

18

simple paranoia, algo que desarrollé de pequeña

cuando mis padres me llevaban junto a ellos a

todos lados, y por doquier habían paparazzi

tomando nota de nuestros movimientos. En su

momento, hasta que me acostumbré, había sido de

lo más abrumador.

Parpadeé y seguí caminando. Daniel desvió la

vista hacia mí y sonrió antes de anticipar que

faltaba poco hasta llegar al lugar. Le devolví la

sonrisa y asentí en respuesta, estaba ansiosa por

saber qué se traía entre manos. Daniel tenía ese

brillo en los ojos que solo podías llegar a ver en un

niño a punto de recibir un regalo. Un brillo en los

ojos que se desvaneció cuando se escuchó el ruido

de una explosión a una distancia cercana, y gritos

aterrados y desesperados invadieron nuestro

alrededor.

Ambos intercambiamos preocupadas miradas,

y sabía que se estaba preguntando lo mismo que

yo:

«¿Qué sucede?»

19

CAPÍTULO 3 Presente

¿Por qué le suceden cosas malas a la gente buena?

¿Por qué nos hacemos siempre la misma pregunta?

No sabría responder a ninguna de las dos, pero debo admitir que me he estado preguntado ambas cuestiones desde hace bastante tiempo. Me es imposible no hacerlo, después de todo siempre he sido de lo más amable cuando podría haber tenido el mundo a mis pies. En la secundaria no era la líder del clan de las «Sin alma», sino que fui a quien atacaban, entre muchos otros. En lo que a mí respecta, jamás he hecho ningún mal a nadie, y dudo que hacer bromas a mis amigos —algunas un poco extremas— durante la secundaria y universidad cuenten como algo malo. Así que no, no puedo evitar esa pregunta.

Con un suspiro, me levanto de la cama, rodeo la

habitación, me detengo a centímetros de la puerta de

salida y espero. ¿A qué? No lo sé. Tampoco lo

pienso, no puedo hacerlo. Mi mente se siente tan

vacía, solitaria y abrumada que se ha bloqueado,

formando consigo misma una nebulosa gracias a la

cual acabo por caer al suelo con lentitud. Mi cabeza

se inclina unos centímetros y mi vista se topa con las

marcas de mis muñecas, producidas hace pocas

20

semanas cuando intenté escapar, y fui amarrada a la

cama con tal fuerza que escocía la piel cuando

intentaba luchar contra las ataduras. Ya no duele,

nada duele…, supongo que todo se debe a algo

psicológico, y lo agradezco. Si me diera la

oportunidad de sentir todo lo que hay en mi interior,

ya habría agotado mis lagrimales.

Llevo mis piernas a mi pecho y las rodeo con

ambos brazos antes de posar la barbilla sobre mis

rodillas. Aún extraño a mis padres, a mi inadaptado

gato, pero mucho más a Daniel. Extraño sus chistes

sin gracia, sus desafíos, sus insistentes intentos por

convencerme de salir con alguien para no parecer tan

«amargada»… todo, de hecho. Él era el hermano que

nunca podría tener, y comenzaba a agobiarme la idea

de no volver a verlo, si es que llegaba a hacerlo

alguna vez.

Un chasquido llama mi atención. Elevo mi vista

hacia la puerta a mi derecha que se abre unos

segundos después, y frunzo el ceño hacia el hombre

que ingresa junto a otra bandeja con alimentos.

¿Tanto tiempo transcurrió desde el desayuno? Al

parecer sí, y lo peor es que no lo he advertido.

Una repentina sensación de determinación cruza

mi nublada mente en el instante que reposa la

bandeja cargada y toma la que dejó la última vez, por

lo que me levanto con rapidez antes que él logre

voltearse.

—Oye —digo con la voz estrangulada por el

desuso.

El hombre se detiene, pero no se voltea, por lo

que sonrío ligeramente para mí misma, habiendo

21

obtenido lo que deseaba. Bien, ahora tengo que

continuar.

—Dime qué está sucediendo. —Esta vez mi voz

se oye más firme, y me genera un sentimiento de

orgullo que no perdura, porque sé que de una u otra

manera lo arruinaré—. Dime por qué estoy aquí,

¿qué he hecho?

Silencio y más silencio sigue a los próximos

segundos. Por un momento temo que dé la vuelta y

decida castigarme por mi tono de voz imperativo,

pero para mi sorpresa se limita a tomar la estúpida

bandeja y seguir su camino hacia la salida, sin

dedicarme una mirada, ni un mínimo suspiro. Con

enojo floreciendo desde lo más hondo de mí, tomo

un trozo de azulejo que yace en el suelo al lado mío y

se lo lanzo, al mismo tiempo que le ordeno

permanecer en su lugar y darme las respuestas que

necesito.

La reacción equivocada, al menos para mí, se

produce en mi secuestrador, el cual deja caer a un

lado la bandeja y se aproxima con gran rapidez hacia

mí. Terror se instala en mi interior, obligándome a

retroceder un par de pasos, intentando poner algo de

distancia entre los dos. No obstante, él me alcanza y

un segundo después, toma en un puño algo de mi

cabello para luego colocar mi rostro a centímetros del

suyo. Lo tengo demasiado cerca, pero aun así solo

puedo advertir que sus ojos son de un perturbador

color miel. Mi respiración se agita de manera

incontrolable, de acuerdo a los furiosos latidos de mi

aterrado corazón, que solo parece a un segundo de

salir disparado de mi pecho.

22

—¿Quieres saber por qué te encuentras aquí? —

dice con una voz tan grave y amenazante como la

mirada que sus ojos me dedicaban. Eso no hace más

que intensificar mi miedo—. Busca en tu jodida

mente y pronto encontrarás la respuesta.

Sin esperar respuesta alguna, de un golpe me

suelta y lanza hacia el suelo. Mi espalda impacta con

furia contra la pared más cercana, y un gemido se

abre paso entre mis labios al mismo tiempo que se

escuchan un par de pasos, la puerta de salida vuelve a

cerrarse, y yo me quedo sola otra vez. En soledad, y

con más preguntas que antes de aquel doloroso

intercambio.

23

CAPÍTULO 4 Pasado

Disparos siguieron a la explosión. Por fortuna Daniel no perdió tiempo, tomó con fuerza mi muñeca y me obligó a seguirlo a través de la muchedumbre enardecida con terror que atravesaba el camino, buscando una forma de escapar.

Se escuchó una patrulla a la distancia, pero

nosotros no estábamos preocupados precisamente en

ello, sino en salir a tiempo del tumulto. De todas

maneras, no lo conseguimos, sino que acabamos

adentrándonos aún más en el escándalo producido a

mitad de la calle. Los disparos se habían detenido,

pero el fuego y el humo causados por la anterior

explosión no se disipaban, se intensificaban mientras

avanzaban en su camino por el edificio donde el

estruendo se había efectuado.

En nuestro intento por salir de allí, pude advertir

los rostros y cuerpos ensangrentados de algunas

personas que cojeaban y se alejaban como podían en

busca de las ambulancias que comenzaban a llegar,

así como cuerpos calcinados que yacían en el suelo,

inmóviles por completo. La imagen generó mi propio

horror, que impulsó un grito desgarrador a través de

mi garganta, y me paralizó en mi lugar, sin

permitirme de ninguna manera avanzar, retroceder, o

24

hacer cualquier tipo de movimiento, sin contar mi

mirada general hacia el lugar que me rodeaba.

Tardé un segundo en advertir que Daniel ya no

estaba en mi lado. Se había perdido entre la

muchedumbre, o bien yo lo había hecho. No

importaba, solo tenía que encontrar la manera de

hallarlo, reencontrarme con él, y escapar antes que

otra cosa sucediera.

Sintiendo el sofocante hedor que la combustión

desprendía ingresar por mis fosas nasales y

contaminar mis pulmones, me puse en marcha e

intenté no golpear a las personas en el proceso;

intento inútil, porque lo hice de todas maneras, aún

más cuando los disparos comenzaron, y me fue

imposible no hacerlo.

Aquél sería quizás mi momento más egoísta,

pero tenía que salir de allí con vida, y si debía ser

sincera, no me importaba el resto de las decenas de

personas que no conseguían dispersarse. Eso era de

lo más frustrante, ¿acaso no podían moverse sin la

necesidad de parecer una marea que arrastraba a

aquellos que ingresaban hasta un punto de no

retorno?

De alguna manera alcancé la acera de otro de los

tantos edificios que ocupaban aquella calle. Di una

mirada general a mi alrededor y advertí que la única

manera que tenía de salir de allí sin recibir un disparo

en el proceso era entrando al estacionamiento del

edificio; cosa que medité un segundo, y más tarde

hice, puesto que no me quedaba mucho más tiempo.

Por desgracia, jamás había entrado con anterioridad

en aquel lugar, por lo que me fue fácil perderme entre

25

las escaleras y pasillos, hasta que no supe si me

encontraba en el subsuelo, o un piso superior a la

planta baja.

El suelo bajo mis pies se sacudió con otra

explosión al parecer cercana, y un sentimiento de

claustrofobia generado por la angustia de poder

quedarme atrapada en aquel edificio me invadió,

perturbando a mi desesperado interior. Antes de saber

lo que hacía, me sorprendí a mí misma corriendo

hacia ningún punto aparente, pero a su vez buscando

una salida; la mínima que se pudiera concederme.

Grité por ayuda a quien fuera que se encontrase

allí en cuanto la desesperación se volvió

insoportable, pero solo el frío y decepcionante eco de

mi voz me devolvió el grito en respuesta a mis

súplicas.

Eso era de lo más deprimente que podría

haberme sucedido, incluso porque, mientras me

detenía y tomaba una respiración profunda, advertí

que en el exterior los gritos más allá de sentirse

intensos, parecían cercanos, pero no sabía cómo

llegar a ellos. También era un poco patético y

frustrante de hecho.

Sabiendo que debía tranquilizarme antes de

seguir con mi intento de huida, tomé otra bocanada

de aire y me erguí en mi lugar junto a ella. En ese

mismo momento un par de manos enfundadas en

guantes de color negro se ubicaron sobre mi rostro y

con fuerza me arrastraron hacia atrás con rapidez.

Nunca había sentido tanto terror y desesperación

como en aquel momento.

26

27

CAPÍTULO 5 Presente

A veces quiero gritar.

Hacerlo bien fuerte para que todos me escuchen.

A veces siento que si no lo hago, si no dejo ir todo lo

que me apremia, entonces estallaré, pero aun así me

retengo, mantengo mi silencio, y permito que la

depresión, el encierro y la soledad ganen esta batalla.

Sin embargo, esta vez, sintiendo este

insoportable dolor en mi espalda y cadera, por fin lo

hago. Grito con toda la fuerza a mi alcance y junto a

esos gritos libero desgarradores sollozos que arruinan

mi garganta y a su vez destrozan mi interior.

Lágrimas llenas de odio, frustración y tristeza corren

por mis mejillas libremente, empapando mi rostro,

colándose por mis labios e ingresando saladas en mi

boca. Hago de mí misma un ovillo en el suelo, y me

mantengo de esa manera, ahogándome en mi propia

miseria hasta que el cansancio puede conmigo, y mis

ojos se cierran sumiéndome en el dulce y cálido

alivio que proporcionan los sueños.

Al abrir los ojos me siento feliz.

A mi alrededor se establece un prado cedido por

un extenso y maduro trigal que a la vista acaba donde

comienza el cielo. Observo en dirección a este último

28

y advierto a las aves surcándolo, animando su vuelo

junto a su canto, demostrando que son los reyes del

cielo, que son libres. El conocimiento de ello

desvanece mi extraña felicidad y me recuerda que yo

no lo soy. ¿Por qué no? ¿Por qué siquiera me lo

planteo?

Sacudo la cabeza despejando esos pensamientos

y me adentro en el trigal arrastrando paso a paso mi

vestido, permitiéndome la sensación de las plantas en

la piel de mis brazos desnudos, y el húmedo suelo

bajo mis pies descalzos.

Con los ojos cerrados tomo una respiración

profunda, ocupando el espacio de mis pulmones con

el aire puro y fresco del lugar, y medito un momento

sobre qué será lo siguiente que sucederá. Pero

cuando abro los ojos, me devuelve la mirada una

imagen que me paraliza, me aterra, y que por un

momento no puedo identificar. Cuando lo hago,

segundos más tarde, por fin tengo consciencia de los

cuatro espejos que de alguna manera han aparecido

formando un círculo a mi alrededor, los cuales me

dan el reflejo de una joven perturbada, agobiada,

maltratada y herida que no hace más que ver a la

persona frente a ella —a mí— con desesperación, un

pedido inminente en el color apagado de sus ojos

marrones.

—Ayúdame —suplica en un vago susurro que

atraviesa mi interior. No es hasta entonces que

comprendo que esta joven soy yo.

Aún aturdida, extiendo la mano hacia el cristal

del espejo, pero la retiro con rapidez en cuanto mi

reflejo se transforma. Sus ojos se hunden y

29

desvanecen dejando en su lugar cuencas oscuras y

vacías. Su piel y carne comienzan a desprenderse

poco a poco hasta dejar a la vista un espectral y

funesto esqueleto cubierto por la tela rasgada y

mugrienta de un vestido blanco, el mismo que me

encuentro vistiendo.

Con un grito, muestra de todo mi horror, oculto

mi rostro con ambas manos y me obligo a de alguna

manera salir de allí, escapar de esa terrible imagen

que tanto me inquieta y aterroriza.

Con los ojos tapados corro hacia ninguna parte

con toda la rapidez que mi estado me permite,

mientras escucho a lo lejos los gritos desesperados de

la funesta y esquelética versión de mí. En algún

momento doy un paso en falso y caigo al suelo. Mi

vista recibe la imagen del cielo templado y las

plantas de trigo maduro que comienzan a

obstaculizar mi visión hasta que parecen crecer más y

más mientras me sacudo en mi lugar tratando de

zafarme de las raíces que desde por debajo del suelo

me amarran y reducen mi movilidad. Pronto las

plantas acaban de crecer lo suficiente como para

ocultar todo rastro de luz solar, y acabo por segunda

vez sumiéndome en la oscuridad, solo que esta vez

no es de manera cálida, sino que aquello ocurre

acompañado del fantasmal sollozo de una dama.

Una dama tan fracturada por dentro como yo.

30

31

CAPÍTULO 6 Presente

Cuando despierto, la visión de la realidad que habito me golpea con todo su peso, recordándome que sigo siendo su víctima, y estoy bajo sus redes sin ninguna aparente posibilidad de poder escapar.

Levanto mi rostro del áspero suelo, sintiendo

partículas de polvo y tierra aferradas a mi mejilla, y

luego doy una mirada general a la habitación donde

me encuentro, sintiendo la repentina depresión

producto de mi ya establecido y relatado encierro.

El silencio abunda. La incomodidad, soledad y

claustrofobia lo acompañan de la manera menos

agradable que puede llegar a existir. Respiro de

forma mecánica una, dos, tres veces antes de cerrar

con fuerza los ojos y levantarme con dificultad del

suelo. Mi cadera y mi cabeza aún duelen, e

incrementan mi esfuerzo por levantarme, pero de

igual manera lo hago, y avanzo hacia mi cama.

Chistoso que pueda tomar pertenencia de cosas como

ésa, pero asumo que se debe a haber estado

durmiendo allí desde hace poco más de dos meses.

Me dejo caer en ella y dejo a mi vista perderse en

la esquina de la habitación, donde se pueden ver las

grietas en la pared y los azulejos del suelo, las

32

telarañas, y los insectos aferrados a ellas. Mi mente

comienza a vagar hacia lo primero y último que dijo

mi captor, intentando descubrir a qué se refería, pero

fallando miserablemente. No podría descubrirlo

aunque me fuera la vida en ello.

Estando aquí acostada sin realizar nada en verdad

útil, hago algo que nunca creí que llegaría a hacer:

pensar cómo sería si en este momento, por alguna

clase de milagro, recupero mi libertad y salgo de

donde quiera que me encuentro. En mi mente puedo

ver con claridad el cielo celeste decorado con algunas

nubes, la agrietada y vieja carretera, los antiguos o

demasiado modernos edificios de la ciudad, y en

alguna plaza las aves emitiendo su canto mientras la

gente sigue con sus vidas.

Daniel me contagió hace mucho tiempo su amor

por las aves, y en este momento las tomo como

referencia ante mi posible, pero de igual manera

lejana, libertad. Bueno, no a ellas, sino a su canto.

Sin esfuerzo alguno establezco que si vuelvo a oír su

canto, será porque soy libre.

Exacto, si las aves cantan, al fin seré libre.

Quizás haya sonado tonto, pero en verdad nadie

puede juzgarme en cuanto a ello, por lo que seguiré

diciendo cuanta estupidez pase por mi cabeza,

indiscriminadamente.

Exhausta, como siempre, cierro los ojos. ¿Cómo

puedo acabar con mi suplicio? ¿Cómo puedo

escapar? Sólo se me ocurre una manera, que ya he

meditado, y he optado por declinar. El suicidio no es

la única solución, y aunque a veces suene como una

33

buena opción, la muerte es el consuelo de los

cobardes, y yo no soy uno de ellos.

Pensando en la muerte, por alguna razón, se me

ocurre que quizás, si tan solo mantengo mi firmeza

en encontrar las respuestas que necesito, e insisto en

presionar a mi captor, entonces al final obtendré lo

que requiero. Sí, eso es y será lo mejor.

Las horas pasan y el tormento persiste. De tener

un reloj, el insistente tic-tac del segundero me habría

vuelto loca hace bastante tiempo, pero habría sido un

consuelo tener algo que indicase la hora del día en la

que me encuentro viviendo. No sé cuánto pasa con

exactitud —podrían haber sido minutos, horas,

años—, hasta que oigo un chasquido a mis espaldas y

a su vez el suave chirrido de la puerta abriéndose.

—Al fin has decidido regresar —declaro con

sequedad y cansancio dignos de cualquier persona

que se ha resignado al cautiverio.

—Así es —concuerda una voz mucho menos

grave que la última vez.

Con el ceño fruncido, doy media vuelta y me

sorprendo al ver a un muchacho enmascarado a un

lado de la puerta abierta. En cuanto nuestras miradas

se cruzan, se quita la máscara de una vez y un joven

que aparenta mi edad, de corto cabello castaño y ojos

verdes, con una tenue cicatriz cruzando el costado

izquierdo de su mandíbula, se presenta ante mí. La

imagen me gana un escalofrío que no logro evitar,

pues no solo siento una ligera familiaridad hacia él,

sino que me resulta extraño ver un rostro ajeno al

mío después de tanto tiempo. Creo que incluso mi

propio rostro me sorprendería si llego a verlo.

34

Sin perder un segundo, el muchacho se cruza de

brazos y continúa:

—Pero yo no soy a quien estabas esperando.

35

CAPÍTULO 7 Pasado

En un intento por escapar, comencé a patalear y a sacudirme, pero solo logré que mi agresor apretara su agarre sobre mí y me arrastrara con mayor rapidez hacia atrás. En algún punto, cuando acabó de introducirnos en la oscuridad, se detuvo y me gritó que parara de luchar. Paralizada como nunca antes, hice lo que me pidió y permanecí en mi lugar como toda un estatua. Escuché un suspiro y más tarde un par de pasos que me rodeaban, hasta que la imagen de un muchacho se introdujo en mi campo de visión. Aparentaba mi edad, quizá un par de años más, tenía el cabello castaño corto, y sus verdes ojos se hallaban entornados mientras le daba una inspección a mi rostro aturdido y desesperado.

—Lamento eso, pero te habrían encontrado —se

disculpó con naturalidad y tranquilidad, como si no

me hubiese dado un susto de muerte.

—¿Qué mierda te sucede? —espeté furibunda

empujando su pecho con fuerza, causando que

retrocediera medio paso. Patético por mi parte.

—Tienes razón en enojarte, pero éste no es el

momento —reflexionó, manteniendo esa tranquilidad

que comenzaba a exasperarme. Me corrijo: me tenía

exasperada.

36

Me miró un segundo, quizás inspeccionándome y

luego alzó una mano esperando que se la estrechara:

—Mi nombre es Harrison, si quieres, puedo ser

de ayuda. —Se presentó.

Los observé a su expresión y su mano con

desconfianza, preguntándome cómo no parecía

perturbarse por nada a su alrededor. Afuera se

escucharon más disparos, al igual que estridentes

sirenas de la policía, lo que me convenció que

además de Harrison, de momento no tenía manera de

salir de allí.

Estreché su mano con fuerza y asentí una vez con

la cabeza.

—Phoebe, no puedo decir que sea un gusto. —

No tenía caso mentir acerca de mi identidad, después

de todo era posible que él ya lo supiera.

Harrison asintió al mismo tiempo que apretaba

mi mano en un ligero agarre, y luego de soltarla me

indicó que tendría que seguirlo, la mitad de las

salidas estaban bloqueadas y estar cerca de puertas y

ventanas no era una buena opción. La única

alternativa era ir hacia el sótano, y al parecer, de

alguna manera durante mi desesperación por salir, no

reparé en cuántas escaleras subía, por lo que había

llegado al segundo piso.

Mientras caminaba cautelosa a su lado, no pude

evitar mirarlo de reojo un par de veces intentando

descubrir qué tramaba. Podía ser que estuviese

volviéndome paranoica, pero no podía ignorar ese

constante pinchazo en mi mente que me advertía una

y otra y otra vez sobre lo que podría existir detrás de

sus intenciones.

37

El suelo se sacudió por tercera vez bajo nosotros

junto al estruendo de la explosión, y contuve el

impulso de salir corriendo. Sin embargo, me abracé a

mí misma en un intento de no sentirme tan

desprotegida, lo que se sintió estúpido en algún

sentido. Cuando llegamos a un pasillo pobremente

iluminado, pues parecía ser que la explosión afectó al

servicio de iluminación, Harrison se detuvo de

pronto y miró hacia atrás buscando algo. Seguí su

mirada, pero no con las mismas intenciones.

—¿Qué sucede allí afuera? —pregunté con voz

exigente.

Harrison se volvió hacia mí con una inquisitiva

ceja enarcada, lo que potenció mi deseo por

mostrarme un poco más confiada en mí misma.

—¿No lo sabes? —Me molestó su tono de voz,

como si aquella fuese una pregunta estúpida.

—Dudo que el ochenta por ciento de las personas

allí afuera sepa qué demonios sucede y por qué están

siendo atacadas.

Harrison pareció meditarlo un momento, su ceño

se había fruncido hasta el punto de formar una dura

línea, sus labios estaban apretados. Supe entonces

que aquello que él sabía, no me iba a gustar. Pasó una

mano por su rostro y luego su cabello, demostrando

que nada simple pasaba por su cabeza. Cuando por

fin habló, sentí mi corazón volverse de hielo, el vello

de mis brazos erizarse, y un escalofrío recorrer mi

espalda:

—Están intentando por la fuerza someter a los

ciudadanos, pero su verdadero objetivo es hacerse

38

con el poder —explicó con frialdad, y sin mirarme a

los ojos.

39

CAPÍTULO 8 Presente

Paralizada, esa es la única manera en que puedo definir mi actual estado. El hombre frente a mí me observa esperando una respuesta, pero mi cuerpo no desea cooperar. Entorno los ojos un poco, pero aún no logro comprender cómo es que siento algún tipo de familiaridad hacia él. No lo conozco, eso puedo asegurarlo, pero aun así...

—¿Algo interesante que documentar? —

pregunta, interrumpiendo mis pensamientos.

Salgo con rapidez de la cama y pongo algo de

distancia entre ambos. No sé por qué, quizás

precaución.

—¿Quién eres? —exijo, de pronto deseando que

aquél desaparezca y luego regresar a la anterior

rutina que se establecía en mi vida. Me sentiría más

segura con la persona que hasta hace horas atrás me

traía la comida y salía en silencio. Irónico.

—Realmente no me recuerdas —afirma,

desviando la vista.

Frunzo el ceño, preguntándome a qué se refiere,

y por qué tendría que reconocerlo de cualquier

forma.

—Al parecer fue un fuerte golpe de cabeza.

40

Ladeo un poco la cabeza y lo observo en silencio

con toda la confusión a mi alcance hasta que

segundos después desvío la mirada al mismo tiempo

que un par de preguntas se agolpan en mi mente. ¿Es

éste un nuevo método de tortura? ¿Intentan acabar

con la poca cordura que se niega a dejarme? Si es así,

me avergüenza decir que lo están logrando, porque

ya no entiendo nada. Siento una ligera presión en el

pecho, y sé muy bien que se debe a la ansiedad que

aquel extraño está produciéndome.

—Supongo que, otra vez, no sabes qué sucede —

continúa con una tranquilidad perturbadora—. ¿No

es así, Phoebe?

Me vuelvo hacia él con brusquedad y lo miro con

detenimiento y algo de temor creciendo junto a la

ansiedad en mi pecho. No es por el hecho que sepa

mi nombre, cualquier persona que mire algo de

televisión lo sabría, sino porque lo dijo como si de

verdad me conociera, lo que volvió mi sangre fría.

Hay algo en su mirada que conforme pasan los

segundos, me perturba, aterra, de esa manera que

solo sucede cuando tu mente te repite una y otra vez

que existe algo extraño sucediendo, pero no logras

reconocer qué.

—¿Quién eres? —repito con mucha menos

dureza que la vez anterior.

El extraño suspira con pesadez y deja caer la

cabeza con los ojos cerrados. La sacude un par de

veces y más tarde regresa su vista a mí. Puedo jurar

que sus ojos podrían penetrar en mi alma.

—Mi nombre es Harrison —se presenta con

indiferencia.

41

No sé bien por qué, pero un escalofrío recorre mi

espalda y me produce un temblor que no puedo

evitar. Me abrazo a mí misma, aferrándome al saco

que llevo sobre mi desteñida camisa de algodón azul.

El ambiente comienza a sentirse cada vez más frío,

quizás producto de la fecha en que se supone nos

encontramos, quizás porque mi mente me está

haciendo una mala jugada y al fin estoy perdiendo la

cordura de una manera lenta y abrumadora.

Me dejo caer en el suelo con lentitud y atraigo

mis rodillas al pecho. La tela de mi pantalón se siente

áspera cuando hace contacto con mi barbilla. Cierro

los ojos a sabiendas que Harrison no se ha ido y tal

vez no lo hará, y respiro con profundidad antes de

permitir a mi mente vagar. ¿Quién es Harrison?

¿Cómo me conoce? Sé que esas preguntas no tienen

sentido alguno, pero no las puedo evitar. Todo es

demasiado.

—¿Eres uno de ellos? —pregunto, aún con mis

ojos cerrados.

Solo silencio me responde, y por un momento

pienso que se ha ido.

—No, afortunadamente —dice llamando mi

atención.

Levanto mis párpados pesados y lo miro

extrañada; de nuevo no sé a qué se refiere.

Harrison suspira con cansancio, luego avanza por

la habitación y se detiene para sentarse al borde de la

cama. Más tarde se inclina un poco y permanece con

la vista fija en mí. Si su mirada tiene indicios de las

respuestas que necesito, no las encuentro, sino que

me encuentro cada vez más abatida por las preguntas

42

sin respuesta que se formulan en mi cabeza a cada

segundo que pasa.

—¿Qué quieres? —Mi voz suena estrangulada,

lo que se debe al nudo que se va formando en mi

garganta. Harrison frunce el ceño hacia mí al

principio confundido, y tarda bastante tiempo en

responder.

—Ayudarte a escapar.

43

CAPÍTULO 9 Presente

Lo miro por un momento, con un desconcierto tal que acabo preguntando a qué se refiere. No soy estúpida, comprendí sus palabras, pero lo que no es por qué querría hacerlo, o cómo lo logrará. Harrison suspira, tal vez preguntándose si soy estúpida o algo parecido, pero sus próximas palabras me toman por sorpresa de una manera extraña.

—Mira, dije que no soy uno de ellos, eso es solo

parte de la verdad. —Entorno los ojos hacia él, pero

me mantengo en extremo silencio—. A lo que me

refería es a que yo no estoy de acuerdo con la idea de

secuestrarte, por eso te ayudaré. Pero estoy dentro,

creo que comprendes eso.

—¿Por qué debería confiar en ti en ese caso? —

Las palabras se me escapan en un susurro mucho

antes de pensar lo que estoy haciendo. Harrison

vuelve a suspirar, pero esta vez sacude la cabeza.

—Probablemente no deberías, eso sería lo más

sensato, pero en verdad deseo ayudar.

Enarco una ceja hacia él e intento a su vez

advertir cualquier cosa que me indique que está

mintiendo, que existe algo detrás de sus intenciones.

Jamás fui buena para juzgar las expresiones de las

personas, por lo que no me sorprendo ni decepciono

44

al no encontrar nada. Sin embargo, desvío la vista al

de repente muy interesante suelo al mismo tiempo

que estiro las piernas en él y me abrazo a mí misma,

quizá intentando encontrar algún consuelo en ese

simple acto.

Harrison no hace ningún intento por seguir la

conversación, lo que agradezco, aunque he de admitir

que me encuentro en verdad incómoda con la

situación en general. No puedo permitirme confiar en

nadie, y mucho menos en quien se ha ofrecido por

propia voluntad a liberarme. Todo el asunto se siente

muy extraño, si me lo preguntan.

—¿Dónde estoy? —susurro, escuchando a

cambio un suspiro. Quizás no desee decírmelo.

—No puedo revelarte nada más que te encuentras

en un sótano —responde para mi mala suerte. A

veces apesta tener la razón.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el fin de todo

esto? —Las preguntas salen antes que pueda

pensarlas con claridad, pero no es como si tuviera

tiempo que perder, por lo que toda información que

pueda retener será un alivio.

—Haces las mejores preguntas, cuando no

pueden ser respondidas, ¿lo sabías? —Elevo mi vista

de regreso hacia él para saber si está bromeando,

pero su expresión destila toneladas de seriedad que

me obligan a poner mi atención en otro lugar—.

Pero, si te sirve de algo, una vez hiciste enojar al jefe

allí afuera, y ahora cree que debe tener una especie

de venganza.

Frunzo el ceño hacia el punto de la habitación

donde tengo fija la mirada. Es un tanto imposible que

45

eso sea cierto, después de todo nunca he hecho

ningún mal a nadie en mi vida, por lo que me es

ajena la afirmación de Harrison. Aunque

considerando que varias veces mencionó algo sobre

mi mala memoria...

—¿Cómo sabes eso? Y también, ¿por qué parece

como si nos conociéramos cuando ésta es la primera

vez que te veo? —cuestiono luego de levantarme y

caminar hacia una esquina de la habitación.

Harrison se levanta de la cama y luego camina

hacia el lugar donde su máscara yace en el suelo.

Pasan unos cuantos segundos antes que vuelva a

dirigirme la palabra... O la mirada.

—¿En estos últimos minutos no se te ha pasado

por la cabeza que quizás sí nos hayamos conocido?

—pregunta con obviedad. Ladeo un poco la cabeza,

indicando que no sé a dónde quiere ir—. Después de

todo fuiste tú quien me causó esta cicatriz —finaliza,

señalando a su barbilla con una débil sonrisa

creciendo en su rostro.

Entorno los ojos en su dirección y admiro su

cicatriz con detalle, pero ni siquiera entonces consigo

evocar el más mínimo recuerdo que gire en torno a

él. Supongo que se da por vencido, porque suspira

antes de colocarse otra vez la máscara, lo que me

gana un escalofrío. Más tarde se dirige a la salida y

toma en su mano el picaporte para poder salir. No

deseo que lo haga, aún tengo preguntas por responder

que apenas ha considerado.

—¡Oye, espera! —Lo detengo antes que abra la

puerta, y tomo una bocanada de aire antes de

46

continuar—: ¿Por qué no dejas los rodeos y me dices

de una vez por todas qué está sucediendo?

—Por dos razones. La primera: porque tengo que

irme antes de levantar sospechas —explica, mirando

directamente a su mano rodeando el picaporte—. La

segunda: porque no tendría caso explicar nada

cuando no recuerdas lo que sucedió cinco años atrás

de todo esto.

Y así sin más, antes que pueda tener la

oportunidad de formular otro pensamiento, sale de la

habitación y cierra la puerta, dejándome sola otra vez

en la oscuridad.

47

CAPÍTULO 10 Pasado

Lo miré durante un momento, juro que no pude contenerme, lo intenté, pero me eché a reír con tanta fuerza que tuve que doblarme en dos en mi lugar. Me obligué a tomar varias respiraciones profundas, pero cada vez que intentaba erguirme, me reía otra vez.

—Ya, deja el chiste, ¿qué es...?

Harrison tenía la expresión más seria que había

visto alguna vez en toda mi vida, y puedo jurar que

en ese instante palidecí hasta el punto en que mi piel

podría llegar a ser traslúcida.

—Tiene que ser una broma.

—Yo no me estoy riendo —evidenció él con tono

neutro.

La respiración se me atascó en un nudo que se

formó con agresividad en mi garganta. Lo miré

boquiabierta como si de esa manera él fuera a

decirme que no es cierto, pero solo se mostró

inescrutable durante un buen tiempo. Antes de saber

qué más hacer, caí despacio al suelo y me encogí

cuanto pude dentro de mí misma. Eso no podía estar

sucediendo, de hecho, no podía continuar. Si

comenzaba algún tipo de dictadura, había muchas

probabilidades que todo se fuera al infierno.

48

—¿Estás bien? —inquirió Harrison con algo de

preocupación impropia de quien apenas me conocía.

—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? —

estallé sin importarme la mirada que me dirigió—.

¡Por supuesto que no lo estoy!

Me alejé por instinto en cuanto extendió una

mano hacia mí y tomé una buena porción de mi

oscuro cabello entre mis dedos, que no dejaban de

temblar de forma nerviosa como si tuviese algún

problema en ellas.

—¿Cómo sabes que eso está por suceder? —

pregunté con debilidad, porque en realidad no estaba

muy segura de querer la respuesta.

Harrison se limitó a ignorar mi pregunta y se

irguió en su lugar antes de dar una segunda mirada al

pasillo.

—Levántate, debemos salir de aquí —ordenó con

frialdad, y era evidente que no iba a dejarlo pasar.

—¡Responde la maldita pregunta! —exigí,

levantando notablemente la voz, y dejando atrás mi

posición de cachorro asustado para al final pararme y

enfrentarlo de manera directa.

—Eso no importa —declaró sin mirarme—.

Tenemos que irnos, ahora.

El tono en que mencionó ambas oraciones —frío,

cortante, imperativo—, hizo hervir de rabia la sangre

dentro de mí. Nadie, mucho menos un desconocido,

iba a decirme qué tenía o no que hacer. Yo era la

única persona a la que reservaba ese derecho. Sí,

tenía que salir de allí, pero no sería porque él me lo

ordenó.

49

—No me moveré hasta que me respondas —

espeté cruzándome de brazos.

—No estás en posición de exigirme nada.

—Ni tú de ordenarme nada.

Harrison lanzó un audible suspiro, como si

estuviese tratando con una niña sin ningún remedio y

pasó una mano por su cabello pareciendo fastidiado.

En verdad no era mi culpa, era él quien no deseaba

responder algo tan sencillo, después de todo podía

asegurar que cualquier cosa respondería esa

pregunta.

—Muy bien, ¿realmente quieres saberlo? —

preguntó entre dientes—, pues genial. Yo conozco a

las personas detrás de lo que está sucediendo, y por

lo tanto sé qué es lo que esperan obtener como

resultado final.

Me quedé petrificada, con la respiración agitada,

y la expresión más incrédula que mi aturdida mente

pudo formular.

—¡Hijo de puta! —grité antes de atestarle un

golpe al pecho que lo tomó por sorpresa.

Mientras se veía algo desorientado, aproveché el

momento y me eché a correr. No me arrastraría junto

a él mientras pudiera evitarlo.

50

51

CAPÍTULO 11 Pasado

Correr hacia ninguna parte en un lugar que desconocía de seguro fue una mala idea, mucho más porque poco después tropecé con una vara de metal que estaba tirada en el suelo y más tarde caí sobre mis rodillas, pero estaba desesperada por encontrar la salida... Y poner una buena cantidad de distancia entre Harrison y yo.

Él no tardó mucho en alcanzarme junto a un grito

que me exigía regresar junto a él, cosa que no

sucedería incluso si me dieran un millón de dólares

por eso. Me levanté como pude con la vara entre mis

manos y la extendí hacia adelante a modo de

advertencia, para que no se acercara un centímetro

más. Sin embargo, Harrison levantó las manos a la

altura de la cabeza y con lentitud siguió avanzando

hacia mí.

—Aléjate —amenacé apretando la vara con

firmeza.

—Vamos, Phoebe, no serías capaz de hacerlo —

dijo él con superioridad. De seguro creía lo mismo

que todo el mundo, que por tener un padre

multimillonario yo era una niña malcriada, incapaz

de defenderse por sí misma. Sí, se estaba

confundiendo de persona.

52

Con un rápido movimiento empujé la vara

metálica hacia adelante y la dejé caer en cuanto

impactó contra la parte izquierda de su mandíbula,

produciéndole un corte del que con rapidez manó una

gran cantidad de sangre. Harrison gimió con fuerza, y

volví a tomar ventaja del momento para poder

escapar de él. No hice caso a lo que dijo más tarde,

sino que me guié en los gritos del exterior para poder

reunirme a ellos. De hecho, para encontrar la salida.

Corrí tan rápido como pude hasta que advertí que

el exterior se encontraba a una pared de distancia. Si

tan solo me concentraba podría...

—¡Phoebe, ven aquí ahora! —exclamó la voz de

Harrison desde algún punto no muy lejano.

Al infierno con concentrarse, tenía que salir de

allí.

Seguí en dirección de donde creí que se

encontraría el final del pasillo, y me deslicé a través

de las gruesas puertas de madera que se interpusieron

en mi camino. No era la salida, pero sí algo bastante

parecido: me encontraba en el vestíbulo del edificio,

donde parecía que una batalla campal había tenido

lugar en el reducido espacio. Los muebles

desacomodados o volteados hicieron más difícil y

tardía mi huida, que no logré concluir hasta uno o

dos minutos después, cuando al fin alcancé la salida.

El exterior era un completo caos en cuanto logré

salir. Una espesa y contaminante nube de humo

negro se alzaba por encima de la calle pavimentada y

las decenas de cuerpos esparcidos por el suelo. La

imagen que me daba la bienvenida no era siquiera en

lo más mínimo cálida, y generó el más puro horror

53

que mi interior alguna vez pudo haber conocido. Los

gritos de aquellos que aún intentaban escapar eran

ensordecedores, un par de patrullas y ambulancias se

encontraban destruidas, y tenía la extraña sensación

que eso se expandía a medida que uno atravesaba las

calles.

Me adentré en la espesa masa de desesperación e

incertidumbre que merodeaba, recordando que había

llegado allí con una persona, y lo tenía que encontrar.

De seguro había notado mi ausencia a su lado, y

estaba consciente cuán protector Daniel podía llegar

a ser, a veces me preocupaba el que estuviera más

pendiente de la seguridad ajena que de la propia.

Me moví con tanta rapidez y agilidad que apenas

noté cuán inmersa en el tumulto me encontraba hasta

que tropecé en el camino con un cuerpo, y al deslizar

la vista al suelo pude advertir la cabellera rubia y el

redondo rostro de un niño que no parecía tener más

de dos años. Apenas podía creer que alguien fuera

capaz de hacer eso.

Me sentía enferma.

Iba a vomitar.

También iba a golpear a alguien si es que lograba

hallar al responsable de todo aquello sin morir en el

intento.

Un constante ruido de golpeteo llegó a mis oídos.

El tiroteo se oía lejano, pero no lo suficiente como

para crear la más débil de las esperanzas. Estaba muy

consciente que no saldría de allí totalmente ilesa.

Supe que alguien se estaba acercando mucho

antes que su sombra estirada por el suelo apareciera

54

en mi campo de visión. Aun así, no logré ser lo

suficiente rápida para evitar el golpe que impactó en

mi cabeza y sacudió mi mundo.

Sangré manó del pequeño corte en mi nuca. Mi

visión se volvió borrosa, mi respiración comenzó a

incrementar su velocidad conforme el pánico tomaba

un lugar en mi pecho. Otro golpe en mis piernas

obligó a mis rodillas ceder y doblegarse, caí al suelo

segundos después, y mis ojos se cerraron con la

pesadez suficiente para no poder ser abiertos otra vez

en algo de tiempo.

Estaba muy, muy jodida.

55

CAPÍTULO 12 Presente

Cinco años atrás.

Cinco.

Años.

Atrás.

Nada. Mi mente está bloqueada, sin capacidad

alguna de realizar un solo tipo de pensamiento

coherente con respecto a lo que sea que pueda

justificar mi actual encierro. ¿Qué sucedió hace cinco

años? El país estaba así como bien, Obama

comenzaba su segundo mandato, se eligió un nuevo

Papa, está claro que las guerras en el exterior seguían

sin cesar, inicié mi primer año en la universidad, pero

nada más allá de eso.

¿Será posible que Harrison tenga razón?, ¿qué

hay algo en verdad mal con mi memoria? Ahora que

lo pienso, reprimo el impulso de insultarme. No

puedo creer que fui tan idiota, apenas logro recordar

retazos de aquel año. Retazos insignificantes.

Un suspiro y luego otro le siguen a mis

pensamientos junto con la incómoda sensación de

sed y hambruna propias de no haber consumido nada

en un considerable lapso de tiempo. Por un segundo

56

medito la idea de introducirme al baño y beber algo

de agua desde el grifo del lavado, pero con rapidez lo

declino: incluso yo tengo más dignidad que eso. Al

menos por ahora.

Camino de manera paulatina dando vueltas por la

habitación atravesando en su totalidad los ruinosos

diez metros cuadrados observando de forma casual el

suelo, las esquinas, los pocos insectos que intentan

reclamar este espacio como suyo. Recuerdo los

primeros días que estuve encerrada, asustada,

desesperada, entomofóbica y claustrofóbica hasta

superar los límites, con un millón de incorrectas

sensaciones afectando gravemente a mi cabeza, y

obligándome a lanzar inútiles gritos de ayuda que

nunca obtuvieron respuesta.

Al menos ahora sé que hay más vida que la mía

rondando el espacio dentro de estas cuatro paredes.

Estoy a medio camino entre la cama y la salida

cuando escucho la puerta abrirse. Doy un respingo

cuando la puerta realiza un estridente sonido

metálico antes de permitir el acceso a una persona.

Me abstengo de mencionar el nombre de Harrison en

voz alta, pues es un hombre más alto y fornido quien

a sí mismo se da el ingreso. No tardo demasiado en

distinguir que no es más que mi captor trayendo la

habitual bandeja de madera con el tan esperado

alimento que de alguna manera me mantiene con

vida además de mi propia voluntad. Como hasta

antes de lanzarme contra la pared, solo abandona la

bandeja sobre la mesita y luego sale por la puerta de

la manera más tranquila que puede. Observo todo en

inquietante silencio, abrazándome a mí misma sin

57

molestarme en quitar de mi rostro los cabellos que

caen descuidados sobre él.

Luego de abastecerme, algo que no toma

demasiado tiempo puesto que mi mala alimentación

y pésimo estado de ánimo habitual no me permiten

atiborrarme de todo lo que me devuelve la mirada

desde la bandeja, me recuesto en la cama y,

observando el techo, permito a mi mente vagar.

Cierro los ojos sin apuro.

Cinco años...

De pronto algo se filtra en mi mente con la

intensidad suficiente para captar mi atención. Un día

soleado, las aves cantando, Daniel apareciendo en mi

hogar para sugerirme un paseo por la ciudad solo

para matar el tiempo, el relato sobre algo relacionado

a su difunta abuela...

Y luego nada.

Todo en mi cabeza se vuelve oscuro, vacío y sin

vida. Grito con frustración invadiendo cada poro de

mi cuerpo, y una rabia abrazadora se enciende en mi

interior al comprender que mi memoria está tan

jodida que ni siquiera logro recuperar eso.

Agh, tan cerca y a la vez tan lejos de encontrar

cualquier cosa útil.

Enojada conmigo misma por mi propia

incapacidad, lanzo un trozo de azulejo que yace en el

suelo con fuerza contra la pared a mi derecha y veo

con cierta fascinación cómo se reduce a diminutos

trozos azulados. Me encojo en mí misma y comienzo

a balancearme adelante y atrás con las rodillas

pegadas al pecho y ambas manos tomando entre los

58

dedos una gran cantidad de cabello que estiro con

fuerza mientras me devano los sesos buscando la

respuesta.

«Vamos, Phoebe, recuerda lo que sucedió cinco

años antes de todo esto». Lo intento con cada vez

más fuerza a medida que continuó meciéndome

como toda una demente.

Cinco años atrás. Las palabras de Harrison aún

retumbaban en lo más superficial de mi mente.

Cinco.

Malditos.

Años.

Atrás.

Pero, otra vez, nada. Mi cabeza otra vez está

vacía.

59

CAPÍTULO 13 Presente

No sé cuándo cerré los ojos —si es que lo hice—, ni tampoco cuándo caí inconsciente, pero en cuanto despierto, una oleada de extrañas sensaciones recorre mi interior al abrir los ojos. La más fuerte de ellas es confusión. No me encuentro en mi ruinosa, descuidada y tal vez mohosa habitación, la imagen que me da la bienvenida es entre relajante y perturbadora, el césped húmedo con rocío entre mis dedos se siente suave y a la vez demasiado frágil para soportar el peso de cualquier cosa..., o mis próximas pisadas.

Dos aves surcan el cielo apenas nublado sin

emitir ningún sonido más allá del batir de sus alas, y

la ligera brisa de la tarde sacude de forma frágil las

altas hierbas que habitan el prado que me rodea.

Con facilidad podría sentirme en calma si

deseara recostarme o solo admirar el paisaje, pero no

puedo evitar la frágil sensación de que algo está

sucediendo. Una obviedad, puesto que esta imagen

no forma parte de mi realidad... Y tampoco lo hace el

espejo que aparece en mi campo de visión, algunos

metros justo frente a mí. A diferencia de la última

vez, no me asusto, pero sí me acerco lo suficiente

como para estar frente a él. Ladeo un poco la cabeza

60

con el ceño fruncido, experimentando algún

sentimiento que no logro identificar.

No tengo reflejo.

Levanto una mano y extiendo el dedo índice para

tocar el vidrio del espejo, pero desde el centro de él

emergen dos manos que me toman e impulsan hacia

el interior.

Vuelvo a despertar, tomando una profunda

bocanada de aire, y elevándome en la cama hasta

volver a encontrarme sentada. Doy una mirada

general a la habitación y suspiro con lentitud al

reconocer que he vuelto a mi oscura realidad.

—Esto tiene que parar —susurro, refiriéndome a

mi extraño sueño que, al igual que los otros, no tiene

mucho que ver con lo que estoy atravesando.

Barro mi enmarañado cabello con ambas manos

y luego mi rostro. No me atrevo a introducirme en el

baño y mirar mi rostro en el espejo, pero puedo

imaginar sin ningún tipo de esfuerzo que soy lo más

parecido a un adefesio que existe. Sombras oscuras

bajo mis ojos, huesos marcados, rostro algo

esquelético, mirada apagada y vacía. Simplemente

encantadora.

La puerta de la habitación se abre, y apenas

puedo creer que haya dormido durante tanto tiempo.

Casi podría alegrarme en cuanto el hombre que

ingresa se quita la máscara luego de dejar la

fastidiosa bandeja de madera sobre la mesita, pero lo

único que hago es mostrarme indiferente a su

61

presencia. No es como si Harrison fuese mi mejor

amigo. Ese título lo tiene otra persona, y nadie podrá

reemplazarlo.

Me volteo en su dirección, cruzando las piernas

debajo de mí. Me observa fija y seriamente, pero la

verdad es que ya no me importa

—¿Ahora tú me traerás la cena? —pregunto con

sequedad, sin importarme el cuidar mi tono de voz.

—Al parecer, así es. —Harrison camina un par

de pasos y más tarde cierra la puerta detrás de sí. No

vuelve a hablar hasta que reposa la espalda sobre la

puerta y cruza los brazos sobre el pecho, logrando

que su camisa se tense sobre sus hombros—.

Digamos que pude convencer a los jefes allí fuera de

«encargarme de ti» mientras ellos continúan con sus

perversos planes.

No me gusta cómo suena eso, pero no digo nada

al respecto; mientras consiga sacarme de aquí, estaré

no solo agradecida, sino tan contenta como mi estado

lo permita.

—¿Sabes?, podrán haber transcurrido algo de

sesenta y seis días, pero aún causas revuelo por todo

el país —continúa con indiferencia.

No obstante, eso llama mi atención.

—¿A qué te refieres?

—A que tu padre no dejará tranquilo al país hasta

tenerte de regreso en sus brazos —explica—. O al

menos eso dijo él hace un par de días en televisión.

Lo miro boquiabierta, sin poder reprimir la

esperanza colarse por mi renovada e iluminada

62

expresión. De seguro me veo como toda una idiota,

pero no me importa, el punto aquí es que mi padre

me está buscando. Sabía que no me abandonaría, ni

él ni mi madre, y por ello estallo de alegría en mi

interior.

—No se han rendido —susurro tan bajo que

dudo que pueda oírme.

—Tal parece que tienes un padre ejemplar —

asegura Harrison con la voz apagada—. Desde que te

trajeron no ha parado su búsqueda, tu madre

tampoco. Y como sabrás, personas con su poder no

pasan inadvertidas.

Apenas lo escucho, solo puedo pensar en que tal

cual esperaba, mis padres intentan encontrarme,

donde sea que me encuentro.

Descubro entonces, que no estoy tan sola como

pensaba.

63

CAPÍTULO 14 Presente

—¿Has escuchado alguna palabra de lo que te he dicho?

Me volteo hacia Harrison, que me mira con una

interrogante ceja enarcada. No me molesto en

excusarme, por lo que niego ligeramente con la

cabeza, y acompaño el movimiento con un

encogimiento de hombros. No sé cuánto tiempo ha

transcurrido, pero no puedo dejar de pensar en mis

padres, lo que es lógico, ¿no?

Harrison suspira y más tarde también sacude la

cabeza mientras pasa una mano por su cabello. Mi

atención se posa durante un momento sobre su

cicatriz. ¿En serio he sido la causa de ella? La verdad

es que poseo mis dudas, puesto que la única manera

en que lastimaría a alguien es defendiéndome...

Otro destello, o retazo de memoria perdida cruza

mi cabeza acompañado de pinchazos por los que un

gemido se abre paso a través de mis labios. Advierto

que Harrison se vuelve a mí con la expresión teñida

de preocupación, pero en lo único que puedo pensar

es en las imágenes que se introducen en mi mente

pidiendo mi atención. Sin esfuerzo, logro verme

parada en algún pasillo apenas iluminado, una vara

64

metálica entre mis manos, y Harrison frente a mí,

pero cuando intento forzar a mi memoria, todo se

oscurece otra vez.

—¿Estás bien?

Me giro hacia Harrison con el ceño fruncido y la

respiración descontrolada, y recibo al cabo de unos

segundos la misma expresión en respuesta. Ninguno

de los dos habla, lo que me incomoda.

—¿Cómo apareció la cicatriz? —pregunto por

fin.

—Me golpeaste con una vara metálica —

confiesa, pareciendo algo arrepentido... Quizás de su

causa.

—¿Por qué?

—Porque tenías que escapar.

Suena lógico, de otra manera jamás

comprendería por qué lo habría golpeado. El

problema es que aún permanezco en una nebulosa,

intentando comprender qué sucedió en el pasado,

pero a juzgar por la expresión de Harrison, no me

revelará nada más. Aunque no es como si se le

hubiese escapado demasiada información al respecto.

—¿Qué día es? —Por alguna razón, eso es lo

primero que viene a mi mente, como si de pronto

regresara mi necesidad por conocer el tiempo en el

que habito.

—Viernes, 23 de noviembre —responde con

alguna emoción en su tono que no puedo identificar.

La respiración se me atasca a medio camino

hacia mis pulmones, y forma un desagradable nudo

65

en mi garganta. Sesenta y seis días pasaron desde

aquel fatídico diecisiete de septiembre. Me privaron

de mi libertad por los últimos sesenta y seis días, y ni

siquiera obtengo una explicación de por qué.

Pero eso está por acabar. Me niego a que esto

prosiga.

—Tengo que salir cuanto antes de aquí —

declaro. No planeé hacerlo en voz alta, pero ya no

hay nada que pueda hacer.

—Alto ahí, pequeño saltamontes —advierte

Harrison—. No puedes solo decidir que te irás y

ponerlo en práctica.

—Por supuesto que sí —objeto en un tono que

incluso a mí me sorprende. Sonó tan... normal, que

por un segundo me asusta.

—No, no puedes —insiste—. Solo debes esperar

un poco más, y a eso iba el segundo motivo por el

que me encuentro aquí. En unos cuatro días las cosas

estarán agitadas allí arriba, aún no sé muy bien por

qué, pero será el momento perfecto para sacarte de

aquí mientras todos están ocupados.

Lo miro durante un momento sin saber qué decir

a eso. Me siento estúpida por ello, pero al mismo

tiempo siento algo de euforia por el significado de

sus palabras. Justo cuando decido que no todo está

perdido y pronto recuperaré mi vida, algo de

desconfianza se instala en mí, con la inminente

sensación que cualquier cosa lo arruinará todo.

Aun así, me guardo el último pensamiento y

asiento una vez con la cabeza.

—Gracias.

66

—Está bien —responde Harrison antes de asentir

hacia la bandeja—. Te sugiero que comas algo, yo

debo irme.

Otra vez asiento en su dirección y no muevo un

músculo hasta que veo la puerta cerrarse y

bloquearse hasta que decida regresar.

¿Podrá Harrison en verdad otorgarme eso que

tanto ansío, mi libertad? No estoy segura al cien por

ciento, pero me aferro a eso mientras tomo un trago

de agua que se siente como el primero en la última

década.

67

CAPÍTULO 15 Pasado

Luché con todas mis fuerzas por abrir los ojos y ver qué sucedía a mi alrededor —además de lo obvio—, pero cada vez que lograba hacerlo, éstos se cerraban otra vez. Mi cabeza se sentía demasiado pesada, y no era muy difícil comprender por qué.

Todos mis sentidos estallaron en alerta cuando

dos manos tomaron entre ellas mis pies y más tarde

comenzaron a arrastrarme a través de la destruida y

pedregosa calle. Intenté sacudirme, alejarme de su

agarre sin mucho éxito. Fue cuestión de segundos

hasta que la fricción producida por el fuerte y rápido

arrastre rompió mi fina camisa en partes aleatorias, y

comenzó a lastimar tanto mi espalda como mi

cabeza, que aún seguía liberando algo de sangre. Al

menos yo tenía esa impresión.

Sentí el suelo temblar bajo mi peso, pero por un

momento creí que había sido mi imaginación, y el

efecto de la piel rasgada jugando con mi mente, pero

no fue hasta que mis ojos se abrieron unos

milímetros y vi un edificio a lo lejos desplomarse que

supe cuán cierta había sido aquella sensación. Me

obligué a ignorar el dolor que aquel fuerte acarreo

me producía, y enterré las manos en los hoyos que

existían en la calle, en un intento por hacerle la tarea

68

difícil a mi agresor. Logré lo que deseaba, pero por

poco tiempo; en consecuencia a mis acciones solo

conseguí que aumentara su fuerza y de un tirón

continuara con su tarea.

Muy bien, mala idea.

Aún con los ojos luchando por abrirse en su

totalidad, puse toda mi fuerza en ambas piernas y las

sacudí hasta sentir que la derecha se había zafado de

su agarre. En ese momento lancé hacia adelante mi

pie hasta que conectó con un estómago, y un gemido

fue liberado al exterior. Tomé ventaja del momento, y

necesitó todo dentro de mí para que evitara el dolor

desgarrador en mi espalda y me diera la vuelta en mi

lugar, para arrastrarme sobre el suelo en un intento

por escapar.

Cuando me creí lo suficientemente capaz, y mis

ojos por fin se abrieron, me hinqué sobre una rodilla

para poder levantarme, pero justo entonces mi pie

derecho fue otra vez apresado, y fui arrastrada con

más fuerza que la última vez. Lancé un grito al sentir

la superficie lastimando mi torso, pero no había

mucho que pudiera hacer para escapar de ello, me

tenía en su poder.

Jamás me había sentido tan torturada y humillada

en toda mi vida.

Jamás me sentí tan cerca de la muerte en toda mi

vida.

Aun así me dije que no moriría porque dejé que

lo hicieran. No me iría sin antes haber luchado. Y

básicamente ésa fue la razón por la que aun cuando

sabía que todo estaba perdido, seguí imponiendo

cuanta fuerza pude para escapar, aferrándome a

69

postes de luz, hoyos cercanos, o cualquier cosa que

pusiera el más mínimo segundo, pero todo fue en

vano, era evidente que no lograría nada bueno.

Desde algún lugar no muy lejano escuché un

grito que se dirigía a nosotros —mejor dicho, a la

persona que me arrastraba por el pavimento—, y al

cabo de un par de segundos, nos detuvimos en seco.

Intenté tomar eso como una ventaja, pero el hombre

que me sostenía aumentó su agarre. Di la vuelta en

mi lugar, pero se encontraba de espaldas a mí,

ocultándome su rostro; por un momento creí que era

Harrison, pero se veía más fornido que él. También

me pregunté qué había sido de él, luego me cuestioné

por qué me importaba.

—Vete, Michaels —dijo el hombre

sosteniéndome. Si recibió o no una respuesta, no

logré escucharla.

Me preparé para ser arrastrada una vez más, pues

su corta conversación parecía haber finalizado, por lo

que apreté los dientes y cerré los ojos en espera que

todo comenzara de nuevo.

Pero nada sucedió.

Fue cuestión de segundos hasta que escuché el

sonido de un arma siendo accionada, mis piernas

fueron por fin liberadas con descuido, como cuando

dejas caer algo desde una altura determinada, y mi

agresor cayó sin vida en un golpe sordo y seco al

suelo. Tardé varios segundos en recomponerme de

ello, darme la vuelta y sentarme en mi lugar.

Comencé a levantarme con dificultad, sin

siquiera dar una mirada a mi alrededor, pero una voz

familiar me congeló.

70

—¿Vas a venir ahora?

71

CAPÍTULO 16 Pasado

Alcé la vista para encontrarme con la mirada impasible y penetrante de Harrison, que mostraba su camisa y mandíbula manchadas con la sangre que en algún momento corrió por la herida que yo le produje. El arma que acababa de utilizar colgaba de su mano, y, siendo sincera, se veía nefasto y aterrador. En su mirada advertí con rapidez que no había rastro de remordimiento o simpatía, y tuve deseos de abrazarme a mí misma y encogerme en mi lugar hasta desaparecer, pero me abstuve de hacerlo debido al dolor que sentía tanto en mi espalda como en mi... Al demonio, no había lugar en mi cuerpo que no estallara de dolor a cada movimiento.

Harrison se acercó a mí con pasos rápidos y

firmes, y daba la impresión que lo seguía una

aterradora sombra de muerte que me incitaba a salir

corriendo. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca,

se inclinó hacia mí. Su cabello estaba húmedo,

quizás por sudor, su rostro parecía mugriento, y sus

oscuros ojos verdes no daban lugar a la simpatía.

Tragué con nerviosismo.

—Estoy esperando una respuesta —aseveró en

un susurro que me inquietó—. A menos, claro, que

desees unirte a ellos. —Cuestionó mi capacidad de

72

razonar alcanzando con un gesto de la mano a todos

los cuerpos a mi espalda.

—No esperarás que te siga a ninguna parte.

—Siempre puedes tomar tus propias decisiones y

quedarte —estuvo de acuerdo—, pero en ese caso las

heridas que luces ahora mismo serán rasguños

comparadas con lo que obtendrás —razonó,

señalando mis heridas.

—Preferiría hacerlo, no puedo confiar en ti..., ni

en nadie —objeté de manera obstinada.

—No puedes, pero deberías —terció Harrison, de

manera insistente—. ¿Quieres salir de aquí? —No

asentí, porque ya sabía mi respuesta—. Bien, la única

manera en que lograrás nada es viniendo conmigo. Si

los demás creen que te he capturado, y estás bajo mi

control, no hay manera que siquiera miren en tu

dirección.

Lo observé con firmeza con el ceño fruncido, y

una expresión llena de incredulidad. ¿Capturarme?

¿Tenerme bajo su control? ¿Acaso era un pokemón o

algo parecido? Sacudí la cabeza con algo de sutileza,

porque no era un buen momento para eso.

—Oh, por supuesto, ¿cómo no lo vi antes? Tú

eres el buen samaritano en esta situación y yo soy la

buena acción del día. —Mi voz rezumaba cantidades

ilegales de sarcasmo que no pude ni quise evitar, lo

que iba acompañado de mi tono desafiante que

convocó a la dureza en el rostro de Harrison—. ¡Lo

mataste a sangre fría! —estallé, señalando al cuerpo

a un metro de distancia.

73

Harrison se volvió en la dirección de mi mano y

se detuvo allí un minuto antes de regresar su atención

a mí.

—Sí, lo hice —coincidió sin remordimiento

alguno—, pero la verdad es que no hace la diferencia

matar a alguien que a su paso solo arrastra una estela

de muerte, que ha liquidado a decenas por el simple

hecho de poder hacerlo. En todo caso, le haces un

favor al mundo y lo liberas de ese peso, por más

mínimo que represente.

—Lo dices como si tuviera sentido alguno.

—De otra manera estarías muerta —señaló—. O

peor.

¿Saben qué era lo más triste de aquella situación?

Que pese a que no podía ni deseaba confiar en

Harrison, una vez más parecía ser la única persona

cercana capaz de sacarme de allí, y por lo tanto de

momento, otra vez, me veía obligada a estar de su

parte. Con el sentido escéptico al límite, pero de su

parte.

Suspiré con pesadez y cerré con fuerza los ojos,

arrepintiéndome en ese mismo momento de mi

decisión. Más tarde, como si me supusiera un

esfuerzo desmesurado, extendí la mano derecha y

tomé la que entonces Harrison me ofreció para

levantarme.

—Tengo que hallar a Daniel —dije con voz

estrangulada, recordando que mi mejor amigo había

llegado a eso conmigo.

—Si está vivo, entonces lo encontraremos —

afirmó Harrison con seguridad.

74

—Gracias —concedí, aunque sin saber qué con

exactitud estaba agradeciendo.

75

CAPÍTULO 17 Presente

Intento correr y ocultarme en alguna parte, pero es imposible: él me atrapa y lanza contra la pared más cercana, donde me retiene colocando su brazo derecho a lo largo de mi cuello. Dice palabras que no identifico, pero de alguna manera sé que éstas contienen impregnada una dura promesa de venganza y tortura que no comprendo y me niego a reconocer como correctas.

Me sacudo bajo su agarre, pataleo y araño su

brazo en un intento por recuperar el aire que se me

está privando, pero obviamente él es mucho más

fuerte que yo. Puedo hacer lo que desee, pero sin

lograr nada. Pronto, luego de un momento de lucha

más, me golpea con fuerza en la cabeza, convocando

al vacío y oscuridad a mi alrededor.

Grito con desesperación en cuanto abro los ojos,

me retuerzo sobre la cama, y más tarde me siento

sobre ésta con la respiración agitada, y la inminente

sensación de peligro invadiéndome. Lágrimas acuden

a mis ojos con cada recuerdo de aquel sueño, que no

fue más que mi pasado torturándome. Aquélla fue la

primera vez que intenté escapar, luego de herir a mi

76

captor con un azulejo partido en la pierna izquierda.

Como se puede sin esfuerzo advertir, no salió muy

bien, o quizás ahora estaría junto a mis padres…

O muerta.

Sacudo la cabeza, apartando esos pensamientos

mientras tomo profundas respiraciones que ayudan a

calmar mi arrítmica respiración y más tarde paso una

mano por mi cabello con nerviosismo, mientras dirijo

una mirada inquieta a mi alrededor. Desde la última

vez, no he vuelto a ver a Harrison, o a nadie más,

pero no es como si en verdad me afectara, ya que mi

tiempo lo ocupaba descansando, o reflexionando

acerca de nada en particular.

De pronto se me ocurre una idea y, dispuesta a

ponerla en práctica, me levanto de la cama y recorro

la habitación en busca de lo que necesito. Sé que hay

un trozo de ladrillo en algún lugar y no me detengo

hasta encontrarlo a un lado de la puerta del baño.

Una vez en mis manos, lo sostengo con tanta firmeza

como puedo y avanzo hacia la parte del suelo donde

la suciedad no es tan notable, y la cual podré ocultar

con facilidad si después de esto decido que fue una

mala idea.

Con una mano temblorosa, reposo una esquina

del ladrillo partido en el suelo y segundos después lo

deslizo a través de la piedra, formando los símbolos

que más tarde dan lugar a las palabras que están

grabadas en mi cabeza aún después de terminar.

Admiro las palabras que acabo de escribir, las cuales

se ven torcidas, descuidadas, como si un niño las

acabase de formar, y no una persona adulta... O tanto

como a los veinticuatro años puedes llegar a serlo.

77

En este momento me invade algún sentimiento

de satisfacción que se ve atenuado por la idea de que

esto sea una mala idea que me ganará cualquier tipo

de castigo. No importa demasiado, porque segundos

más tarde el sonido de algo siendo estrellado llama

mi atención.

No tan cautelosa como debería, me acerco a la

puerta de salida, apoyo la oreja en el frío metal

esperando captar cualquier cosa que esté sucediendo

allí fuera, y doy un respingo al escuchar algunos

gritos. Escucho algunas palabras, pero no logro

identificar qué expresan, pues la barrera que se me

impone no lo permite. Otro grito, esta vez de dolor,

llega a mis oídos, y luego de ello, por segundos, se

establece un inquietante silencio que aumenta la

tensión en el ambiente, el cual es interrumpido por el

sonido de un arma siendo accionada.

Con los ojos abiertos como platos, me alejo de la

puerta, arrastro con todas mis fuerzas la cama hacia

el lugar donde acabo de escribir el suelo, y más tarde,

con la respiración agitada por el esfuerzo, me dirijo

hacia el pequeño cuarto de baño de la habitación. No

es para emocionarse el que se vea algo decente, lo

odio como al resto de lo que me rodea en la

actualidad. Echo el pestillo de la puerta y más tarde

poso ambas manos sobre el borde del lavado. Tomo

varias bocanadas de aire mientras mi vista está en la

amarillenta cerámica del lavado, y mi descuidado

cabello cae a los lados de mi rostro.

No sé por qué lo hago, pero elevo la vista hacia

el espejo astillado y algo mohoso en las esquinas,

encontrándome con una imagen desoladora. Mis

ojos, que recordaba marrones y, por lo general,

78

cristalizados, se ven mucho más oscuros, vacíos e

inyectados en sangre, producto de alguna irritación

que he sentido desde hace algunos días, pero he

comenzado a ignorar. Mi cabello, que siempre estuvo

arreglado a la perfección, se ve pajoso, enredado y

sin forma. Y para complementar a mi nefasto rostro,

advierto otra característica que solo me desagrada,

aunque no puedo hacer nada para arreglar eso. Como

es de esperarse en cualquier chica en mi situación, el

vello facial no se ha detenido, y una ligera sombra se

esparce en el espacio que rodea el labio inferior.

Es evidente que me veo desagradable.

Cierro los ojos con fuerza y me aparto mientras

intento que la imagen de mí misma no se instale en

mi cabeza ni me abrume hasta el punto de la

depresión. Es obvio que esto sucedería.

«Vuelve a la realidad, Phoebe, aquí no hay

ningún centro de belleza, y tampoco nadie a quién le

importe como te veas más que a ti misma».

Suspiro y vuelvo a abrir los ojos. ¿Por qué me

introduje en el baño en primer lugar? Un misterio,

pero ya no deseo permanecer aquí. Con una sacudida

de hombros, me elevo en mi lugar y más tarde abro

la puerta del baño. Aquí en la habitación, a un lado

de la mesita donde siempre se ubica la bandeja con

alimentos, con los brazos cruzados sobre el pecho se

encuentra Harrison, quien desliza la vista sobre mí en

cuanto salgo del baño.

—¿Qué sucedió allí afuera? —pregunto con la

débil sospecha que él lo sabe.

Y a juzgar por cómo frunce el ceño, sé que tengo

razón.

79

CAPÍTULO 18 Presente

—¿Realmente quieres saber? —pregunta con sequedad, pareciendo algo incómodo con la cuestión.

Me encojo de hombros y camino despacio hacia

la cama, donde, luego de sentarme, cruzo las piernas

debajo de mí. Harrison suspira y niega con la cabeza.

—Podría decirse que no estoy muy de acuerdo

con la idea que algún extraño merodee por los

pasillos allí afuera con la clara intención de entrar

aquí —explica luego de unos segundos.

Algo confundida, frunzo el ceño en su dirección,

y espero al momento en que decide continuar.

—¿Por eso lo mataste? —cuestiono en cuanto no

agrega nada más.

—Phoebe, él iba a violarte.

Lo miro con los ojos bien abiertos y reprimo un

gemido. En algún sentido sabía que algo como eso

podía pasar, pero el saberlo no quita el hecho que me

parece de lo más aberrante, y en alguna forma

agradezco que Harrison lo haya evitado, aunque eso

significó la muerte de una persona.

80

—Además —continúa—, no tardó mucho tiempo

en averiguar por qué no quería que se te acercara. De

alguna forma supo que planeaba sacarte de aquí.

Respiro con profundidad, pero me abstengo de

decir cualquier cosa. No imagino qué pudo Harrison

hacer o decir para que aquél intuyera sus planes, pero

me niego a reconocer la posibilidad que cualquier

otro pueda saberlos también. Sin embargo, una vieja

duda vuelve a abrirse paso a través de mi mente, y no

puedo evitar expresarla en voz alta... y preguntarme

por qué no lo pensé antes.

—¿Por qué me ayudas? —demando, y más tarde

agrego—: La verdadera razón.

Harrison me observa con firmeza por un

momento que parece eterno, hasta que libera un

suspiro y seguido a eso, se encoge de hombros con

lentitud.

—Porque... Supongo que no puedo quedarme de

brazos cruzados mientras hacen daño a una persona

inocente en mis narices —explica con tranquilidad.

Por un segundo me siento algo confundida, pero

eso se detiene para dar lugar a algo de

agradecimiento. Éste último sentimiento en relación

al hecho que no se muestre indiferente a la situación.

—Entonces..., eres el buen samaritano de la

historia.

Una sonrisa atraviesa su rostro al oír mis

palabras, y, aunque es una afirmación, agradezco que

decida responder de todas formas.

—Yo no diría eso, soy tan malo como ellos, o no

lo habría matado —contradice y se detiene para

81

tomar algo de aire—. Pero digamos que siempre he

creído que si matas a alguien que solo arrastra más

muerte y sufrimiento a su paso, lo único que haces es

librar al mundo de ese peso, por más mínimo que

represente.

Un extraño sentimiento de déjà vu me invade y

abruma durante algún tiempo, no sabría decir cuánto.

Frunzo el ceño y cierro los ojos, buscando el eje de

tal sensación, pero al no hallar nada me limito a

sacudir la cabeza un par de veces, sintiéndome algo

estúpida por seguir sin recordar nada útil.

—Se ve que crees en eso —afirmo luego de

reabrir y posar mi atención en él.

—No lo suficiente como para sentirme bien con

ello, ya que me convierto en algo que detesto, pero

en algún sentido… sí, lo hago.

Medito por un momento sus últimas palabras,

llegando al final a la conclusión de que, en efecto,

puede que tenga razón en ambas cuestiones, pero de

igual manera estoy segura que él no se parece en

nada a ellos, mis secuestradores. Dudo que alguien

como él pueda pensar en hacer algo como lo que me

ocurre en este momento.

—Muy bien, tenemos que hablar —expresa

luego de un momento de silencio. Enarco una ceja

hacia él, esperando que se explique—. ¿Estás lista

para saber qué sucederá mañana?

Algo de incómoda excitación se introduce en mi

interior hasta tal punto que antes de saber lo que

estoy haciendo asiento con la cabeza en respuesta.

Al fin estoy cerca del desenlace.

82

83

CAPÍTULO 19 Pasado

—¿Qué tan dentro de todo esto estás? —exigí en un susurro mientras avanzábamos a través de la calle. Era un tanto perturbador el hecho que no podías dar más de diez pasos sin toparte con un charco de sangre, o una persona calcinada.

—No tanto como para haber estado entre los que

planearon todo, pero sí lo suficiente para ganarme

una cadena perpetua por encubrimiento —confesó

Harrison en el mismo tono que yo había utilizado con

anterioridad. Le dirigí una rápida mirada y tuve que

retirarla, ya que lo descubrí observándome.

Seguimos caminando a través de las calles

anegadas en sangre, observando con detenimiento

cada rincón que superábamos en nuestro camino.

Harrison tomaba con suavidad mi brazo derecho solo

por si acaso llegábamos a encontrarnos con uno de

los «suyos», de manera que éste creyera que yo era

algo así como su captura. En el sentido más evidente

de la palabra, me sentía incómoda con ello, pero no

objetaba solo por el hecho que era hasta el momento

mi única forma de salir sana y salva de toda aquella

situación.

Un insistente ardor se abrió paso en mi espalda y

pecho mientras la tela desgarrada de mi camisa se

84

movía con libertad sobre mis heridas. Hice una

mueca, intentando soportar ese nuevo dolor que

acompañaba al de mi pierna renqueante, pero fallé de

la manera más miserable que existía, porque Harrison

advirtió mi dificultad en aumento, y desvió nuestro

camino hacia la farmacia que se encontraba una

cuadra a nuestra izquierda. Iba a decir que no era

necesario, que debíamos continuar, pero siendo

sincera, dudaba que siquiera fuese a escucharme.

Mientras continuábamos por aquel camino,

Harrison nos detuvo de pronto al ver que

alcanzábamos una boutique de ropa cuya vidriera

estaba destrozada, y donde a su vez las prendas que

una vez estuvieron en exhibición se encontraban o

desgarradas en partes aleatorias de su constitución, o

repletas de suciedad. Harrison me soltó durante un

momento y caminó hacia el lugar. Luego de darme

una mirada superficial, retomó su camino y, de uno

de los maniquíes, alcanzó con la mano una prenda

que se veía como una fina camisa de lino que en

alguna vez fue de algún color pastel.

—¿Y eso? —pregunté algo curiosa por

cualquiera que fuese la razón que lo impulsó a

tomarla.

—Supongo que te servirá más que eso —dijo

asintiendo en un gesto despectivo hacia mi camisa

desgarrada. Estaba consciente que la prenda dejaba

gran parte de mi pecho y espalda al descubierto, pero

aún la mantenía sobre mí para no sentirme tan

expuesta como sería al no tenerla.

85

Asentí una vez hacia él y esperé paciente a que

retomara su lugar a mi lado y volviera a posar su

mano sobre mi brazo.

Alcanzamos la farmacia en cuestión de minutos.

Como era de esperarse, el lugar estaba abierto, las

luces no funcionaban de forma correcta, una buena

cantidad de suministros medicinales se hallaban

desparramados por el suelo, y varias personas yacían

sin vida por los alrededores del lugar, incluyendo al

farmacéutico. Escuché a Harrison decir alguna broma

con respecto a eso, pero no presté atención, estaba

más enfocada en otro tipo de cosas.

Más tarde lo seguí por los pasillos de la farmacia

y miré sin prestar mucha atención cómo buscaba

entre las hileras de medicamentos y otros suministros

algunas vendas, antiséptico, ibuprofeno, etcétera.

Cuando tuvo todo lo que al parecer necesitaba, nos

condujo hacia el otro lado del mostrador, a través de

una puerta de metal que permitía el acceso al

depósito, donde había también un pequeño cuarto de

baño.

—Te recomiendo que te sientes —sugirió luego

de cerrar la puerta tras de sí, asintiendo hacia la silla

de madera a un metro y medio de distancia. Por

fortuna, el cuarto tenía una buena iluminación, o

sería de lo más abrumador que podría haberse

creado.

Caminé hasta la silla, y en cuanto logré sentarme,

expulsé un suspiro que denotaba el alivio

desmesurado que sentía con aquél simple acto.

Harrison decidió utilizar ese preciso momento para

arruinar mi calma, pidiendo que me quitara la

86

camisa. Sabía a la perfección que se debía a mis

heridas, pero de todas formas me crucé de brazos, sin

importarme el dolor que sentían mis músculos

maltratados, y enarqué una desafiante ceja en su

dirección.

—Vamos, Phoebe, solo quiero ayudarte —

insistió él con un poco de cansancio que me hizo

rendirme, porque no había tiempo que perder.

Con bastante dificultad, me libré de la agobiante

prenda, y la lancé al suelo a un lado de mis pies.

Contuve el cruzarme brazos y esconder bajo ellos mi

sostén, o incluso las sangrientas heridas, que ya

parecían comenzar su lento proceso de recuperación.

Harrison se acercó a paso lento y tentativo con

vendas y toallas húmedas en una mano y el

antiséptico en la otra, y dio una rápida mirada a mi

torso semidesnudo, pareciendo debatirse entre hacer

o no algo.

—Yo puedo con esto —dije tomando una

decisión por ambos.

—Entonces me encargaré de tu espalda... Y

cabeza —afirmó entonces, extendiéndome un poco

de los objetos en sus manos para que pudiese

tratarme.

—¿Acaso eres médico? —pregunté de nuevo

curiosa.

Harrison me dirigió una mirada que expresaba

alguna emoción que no pude identificar, y luego

avanzó hasta colocarse a mis espaldas para

inspeccionar las heridas que allí se establecían.

87

—Lo habría sido, pero no pude acabar el tercer

año —explicó con un deje de arrepentimiento—. Tú

sabes, no pude salirme del todo con la mía y hacer lo

que quisiera con mi vida.

—Aún sigo sin comprender por qué me ayudas,

podrías haberme dejado en cuanto escapé, así que

sería genial saber por qué lo haces —dije cambiando

de tema abruptamente, y lo escuché suspirar mientras

retorcía uno de los paños húmedos—. ¡Ay! —Al

parecer el paño tenía antiséptico, y no fue agradable.

—No te muevas —ordenó y continuó con su

tarea, que no hizo más que aumentar el ardor en mi

espalda. Tuve que utilizar toda mi fuerza de voluntad

para hacer lo mismo que él y pasar un paño con

antiséptico en mi pecho, otra cosa que no fue para

nada bonita.

»En respuesta a tu pregunta —continuó como si

tuviera todo el tiempo del mundo—, fuiste la única

persona que aún estaba prácticamente ilesa en

aquella situación, solo que te encontrabas en el lugar

menos indicado para escapar, porque tenían en mente

tirar abajo ese edificio. —Tomé una profunda

respiración ante aquellas palabras—. Digamos que si

hubieses estado afuera durante aquellos minutos o

serías un rehén, o estarías muerta, y no me iba a

quedar de brazos cruzando esperando que eso

sucediera. —Se detuvo un momento y suspiró con

pesadez—. ¿Eso es suficiente explicación para ti?

—Lo es —asentí, sacudiéndome otra vez con el

contacto del líquido desinfectante sobre mi piel

desgarrada.

88

89

CAPÍTULO 20 Pasado

Después de largos minutos limpiando y desinfectando mis heridas, Harrison revisó la herida de mi cabeza, llegando a la conclusión de que necesitaría un par de puntos de sutura; otra cosa que en cuanto comenzó a hacerla, no fue en ningún sentido agradable. Luego tomé la camisa que había tomado con anterioridad, y la pasé sobre mi cabeza para cubrir mi torso.

Cuando salimos del cuarto hacia el exterior, vi

que todo se encontraba tan destruido como hasta hace

media hora, con la diferencia que en el televisor que

se situaba en el centro de la farmacia comenzaba el

noticiero de las tres. Hasta ese entonces no había

tenido noción del tiempo en el que habitaba, por lo

que fue una sorpresa descubrir que habían pasado

algo de dos horas y media. Estaba a punto de

continuar mi camino hasta la salida, pero Harrison se

detuvo para subir el volumen de la televisión.

—Mira, es el alcalde —dijo, asintiendo hacia la

imagen de nuestro alcalde que se veía sobre una

leyenda que anunciaba: «SE DECLARA ESTADO

DE EMERGENCIA POR PRESUNTO ATAQUE

TERRORISTA».

90

Me ubiqué a un lado de Harrison, reposando mi

peso sobre una pierna, de brazos cruzados, y observé

en silencio el anuncio que el hombre hacía en algún

lugar público de la ciudad. Se veía tan abatido como

cualquiera en aquella situación.

—Rogamos a los ciudadanos mantener la calma

y refugiarse cuanto antes, o en lo posible, salir de la

ciudad mientras intentamos detener el ataque —

explicó el hombre.

«Claro, porque es tan simple como suena», pensé

con amargura.

—Estamos buscando a los responsables de estos

actos aberrantes, y por lo tanto intentamos

solucionarlo cuanto antes —continuó, y a modo de

respuesta lancé una risa seca.

—Buena suerte con eso —aseveré.

Seguido a eso, Harrison y yo dejamos de

escuchar el anuncio del alcalde para salir de la

farmacia, otra vez con su mano tomando mi brazo

derecho. Aún me dolía gran parte de mi cuerpo, pero

después de haber desinfectado las heridas y vestirme

con una nueva camisa, la incomodidad se atenuó lo

suficiente para resultarme soportable.

Un grito cercano captó nuestra atención, por lo

que ambos nos volteamos hacia donde creímos que

estaba la fuente. A no muchos metros de distancia,

una chica no mayor de catorce, quizás quince años,

se retorcía conforme era arrastrada a través del suelo

mientras un hombre tomaba en la mano izquierda

una buena cantidad de su cabello. Tragué con fuerza

evitando soltar un gemido, y dirigí la mirada a

Harrison, que se mostraba serio, impasible; y tenía la

91

mano derecha acercándose al lugar en su cintura

donde se ubicaba su arma. El hombre al otro lado de

la calle se detuvo, y dirigió una mirada despectiva

hacia mí antes de poner toda su atención sobre la

persona a mi lado.

—¿Phoebe Wells? Buena ésa, Michaels —dijo

con suficiencia y algo más que solo me causó una

aplastante sensación de repulsión.

—Le estás haciendo daño —respondió Harrison,

ignorando su comentario, y asintiendo a la joven que

todavía se sacudía en el suelo.

—No vengas con tu sentido de la moral ahora,

estás tan jodido como el resto de nosotros.

Tan rápido que apenas supe lo que estaba

haciendo, Harrison desenfundó su arma y la apuntó

directamente al hombre frente a nosotros, quien no se

perturbó ante la acción que había tomado, solo

sonrió.

—Suéltala —ordenó Harrison con un tono que

expresaba sin lugar a dudas que podría dispararle de

ser necesario.

El hombre dijo algo que no alcancé a

comprender, luego sacó su propia arma, y después de

levantar a la joven con una fuerte sacudida a su

cabello por la cual lanzó un estridente grito, posó el

cañón de la pistola en su sien.

—No eres quién para decirme qué hacer. Si

quiero matarla, lo haré —dijo desafiante,

mostrándose ajeno a los sollozos que la muchacha

emitía mientras lágrimas pesadas corrían por su

mugroso y enrojecido rostro.

92

—Y yo no dudaré en devolverte el favor —

asintió Harrison—. Ahora, Gen, suelta a la chica.

Se mantuvieron intercambiando miradas de

manera desafiante durante un momento que pareció

eterno, y estaban tan absortos el uno en el otro que la

muchacha frente a mí tomó el momento a su favor

para golpear a su agresor e intentar escapar.

Sorprendido, él se preparó para disparar a la joven,

pero antes que lograse efectuar el disparo, Harrison

accionó su arma y la bala impactó en el pecho del

oponente.

Miré la escena boquiabierta, y apenas advertí que

la joven salía corriendo con desesperación,

alejándose de nosotros, y Harrison tomaba con

suavidad mi brazo e instaba a seguir caminando.

—Vamos, tenemos que seguir nuestro camino —

anunció mientras volvía a guardar su arma.

93

CAPÍTULO 21 Presente

Me retuerzo un poco sobre la cama para sentirme más cómoda y espero a que Harrison explique lo que sea que mañana haremos. Lo primero que explica es que durante la hora de mi almuerzo todos allí arriba estarán revolucionados, planeando algo de gran importancia; en cuanto pregunto a qué se refiere, a regañadientes confiesa que realizarán una transmisión a televisión abierta para mostrar los detalles de mi actual encierro, una manera práctica de demostrar que sigo con vida... Arruinada emocionalmente, pero viva. Sus intenciones me resultan de lo más extrañas, aunque quizás se debe a no estar consciente de lo que sucede en el exterior.

En ese mismo momento, él llegará a mi

habitación con la usual bandeja de alimentos, y a

partir de allí comenzará mi intento de liberación, el

cual consistirá en sacarme de aquella miserable

habitación, y luego recorrer los pasillos de la

construcción. Según lo que dice Harrison, si

logramos superar el sótano y los pocos pasillos en la

superficie, entonces no hay manera que nos

detengan.

Al fin seré libre.

—Tus padres serán felices de volver a verte —

afirma Harrison en un tono despectivo y a su vez un

94

poco misterioso. Puesto que eso me toma por

sorpresa (la mención de mis padres), frunzo el ceño

en su dirección a modo de cuestión, esperando que se

explique—. Me puse en contacto con ellos,

anunciando que estaba dispuesto a sacarte de aquí.

No sé qué decir, cualquier palabra se atora en un

nudo a media garganta que apenas me permite

continuar respirando.

—¿Cómo fue que...? —pregunto, pero Harrison

no me permite acabar.

—Digamos que no es muy difícil ponerse en

contacto con ellos —interrumpe con obviedad y

luego añade—: Para ser más preciso, fui a la empresa

de tu padre y le expliqué sin demasiado detalle lo que

sucedía.

—No me das detalle alguno a mí que soy la

secuestrada, no esperaba que lo hicieras con mi padre

—expreso en un susurro cuando en realidad he

deseado mantenerlo para mis adentros.

Harrison enarca una ceja en mi dirección y

sacude la cabeza con levedad.

—Ya dije por qué no lo hacía.

Ruedo los ojos de pronto fastidiada.

—Por supuesto, mi memoria está tan jodida que

no puedo siquiera recordar un día de los últimos

cinco años —espeto con exasperación.

—Eso, y que decirte lo que hiciste cuando no lo

recuerdas será una pérdida de tiempo —asiente de

acuerdo.

95

Ante su directa manera de ser sincero, sacudo la

cabeza y más tarde froto mi sien derecha en un

intento por aclarar mis pensamientos y relajarme

siquiera por un momento, por más efímero que sea.

Escucho a Harrison suspirar con pesadez, y luego el

movimiento de su cuerpo levantándose del suelo.

Abro los ojos de inmediato, advirtiendo que se

prepara para retirarse, lo cual es de esperar, teniendo

en cuenta que ha permanecido en esta parte del lugar

por demasiado tiempo, aunque el suficiente como

para hacerme saber qué sucederá mañana, y darme el

alivio que mis padres saben que estoy casi

completamente bien, y pronto estaré en libertad, no

porque mis captores lo decidan así, lo que hace todo

un poco más peligroso.

De pronto, otra vez, me invade la duda de por

qué me encuentro aquí, después de todo, sin saber la

razón explícita de mi encierro, éste solo parece un

secuestro vacío, sin fundamentos, como si lo estén

haciendo por diversión.

Lo que es aterrador.

—Phoebe —llama Harrison y me vuelvo, algo

aturdida, hacia él, que ha caminado hasta la salida—,

quieres saber por qué estás aquí, ¿no es así?

—Ya sabes la respuesta —espeto.

—Entonces piensa en Daniel, y la tendrás —

declara, obteniendo toda mi atención y sorpresa al

mencionar a mi mejor amigo.

—¿Cómo conoces...? —comienzo a preguntar,

pero antes que logre terminar, Harrison abre la puerta

y sale sin dar lugar a una sola palabra más.

96

En cuanto vuelvo a quedarme sola y en completo

silencio, frunzo el ceño, pensando en lo que me dijo.

¿Cómo puede Daniel tener algo que ver en todo

aquello? Después de todo, por lo que sé, él vive en

Mayfair mientras trabaja en Londres desde hace

años, o al menos eso me han dicho para explicar su

ausencia, y por qué no lo veo desde...

—Oh por Dios, no he visto ni he vuelto a

contactarme con Daniel desde hace casi cinco años

—susurro con los ojos abiertos como platos, y la

vista fija en el suelo.

Y de esa manera, algunos recuerdos invaden mi

visión en un doloroso torrente de imágenes que me

provocan una fuerte punzada en el lado izquierdo de

la cabeza y me obligan a encogerme en mi lugar en

un intento por soportar lo que me sucede.

97

CAPÍTULO 22 Pasado

Mis pensamientos solo iban y venían en dirección a lo que acababa de ocurrir. Ya había estado en presencia de un asesinato a manos de Harrison, pero verlo directamente, y la razón por la que había sucedido, en algún sentido me perturbaba, solo que no había nada que pudiese hacer.

—¿Estás bien? —preguntó Harrison con

amabilidad, aunque sin dirigirme la mirada.

—Lo estoy. —Asentí una vez para dar énfasis a

mi respuesta.

Seguimos camino, retomando la calle de la cual

nos desviamos en un principio para acudir a la

farmacia. Desde algún lugar se oyó el sonido de

disparos, por lo que Harrison se detuvo un momento

por si acaso alguna persona inesperada se encontraba

lo suficiente cerca para causar problemas. En cuanto

estuvo seguro de que no nos matarían, volvió a tomar

mi brazo y encaminarnos hacia donde sea que se

encontraba el resto de los suyos.

Los minutos transcurrían lentos y, conforme

avanzábamos, solo avistaba destrucción a nuestro

alrededor. Luego de un momento nos encontramos

con los escombros de un par de edificios destruidos,

98

quizás los que resultaron de los temblores y

explosiones que escuché poco antes de encontrarme

con Harrison. De pronto lágrimas acudieron a mis

ojos: tanta destrucción y muerte innecesaria, ¿para

qué? ¿Cómo una muestra de su superioridad? ¿Para

demostrar que pueden y seguirán haciéndolo?

Pura basura.

—¿Qué? —preguntó Harrison con curiosidad,

pues al parecer expresé mis últimos pensamientos en

voz alta.

Negué con la cabeza en un gesto despectivo, y

más tarde, tomé la mano que me ofrecía para poder

subir por un par de escombros. Todo se sentía

demasiado surrealista, si me lo preguntan, la ciudad

volviéndose en ruinas de forma tan lenta como el

movimiento de un perezoso, los cielos surcados por

estelas de tóxico humo negro que más tarde afectaría

la salud de todos aquellos presentes en el momento,

los cuerpos desperdigados por las calles o atrapados

bajo los escombros de lo que una vez fueron

glamorosos y modernos edificios. Se asemejaba a

una de esas películas distópicas que comenzaban a

ponerse de moda, y no era algo de lo que estuviera

feliz.

Llegamos a la cima de aquel lugar, listos para

comenzar el lento descenso, cuando escuché un

ligero gemido, tanto que por un segundo creí que lo

había imaginado. Me detuve para encontrar su

fuente, pero mientras me inclinaba, sentí la mano de

Harrison sobre mi hombro.

99

—Aunque lo intentes no podrás sacarlo de allí —

aseguró, al parecer conociendo bastante bien mis

intenciones.

—Pero...

—No —interrumpió—, para eso hay rescatistas,

ya llegarán.

Suspiré y a regañadientes me alejé del gemido,

sintiendo que la culpa de haber ignorado a alguien

que estaba demasiado cerca y necesitaba ayuda

pesaría sobre mí como las más pesadas de las cargas

durante lo que me restaba de existencia.

Minutos después, ya sobre lo que se podría

denominar como «tierra firme», Harrison nos hizo

caminar un par de cuadras más adelante, hasta

alcanzar una plaza donde por un lado se reunía un

grupo muy reducido de personas que charlaban entre

sí, y por el otro, vigilados por al menos cinco

hombres armados se hallaban los que debían ser

rehenes.

El alma se me cayó a los pies al distinguir de

entre tantos rostros solo uno que me resultaba

conocido. Sus facciones estaban cubiertas por hollín

y sangre seca que no le daban en ninguna medida un

buen aspecto, había perdido su chaqueta en algún

momento durante los últimos minutos, una mancha

roja se esparcía por su costado derecho, pero aún con

todos esos horribles detalles, seguía siendo Daniel.

—Es él —expresé en voz alta, lista para ir a su

encuentro, pero Harrison me detuvo sosteniendo mi

brazo con mayor fuerza.

100

—No —dijo en un tono de advertencia que me

mantuvo quieta—. Si lo haces, sabrán que algo está

sucediendo, y no dudarán un segundo en regalarte

una bala.

—Debo ir con él, Harrison, no me iré de aquí sin

él —insistí en una súplica que en otro momento me

habría avergonzado. Pero al demonio con eso, el

chico allí era mi mejor amigo.

—Solo déjame pensar en algo, y acabaré con

todo esto —aseguró, y estuve tentada a la idea de

abrazarlo, cosa que arruinaría cualquier plan futuro.

Luego de un segundo, con una sonrisa, dijo—: Ya

está, tengo el plan perfecto.

—¿A qué te refieres? —pregunté curiosa por el

significado tanto de sus palabras como de su sonrisa.

—Aunque pocos lo sepan, la plaza está minada,

y pronto estallará.

101

CAPÍTULO 23 Pasado

Como acordamos en los segundos siguientes, me preparé para la mejor actuación de mi vida, aunque ni siquiera me gustaba actuar, y permití que Harrison tomara mi brazo con mucha más fuerza que hasta entonces, me arrastrara por la plaza mientras por mi parte me sacudía y lanzaba gritos de súplica, y luego me lanzara con desprecio hacia el resto de los rehenes. Simulando que no estaba allí porque lo necesitaba, intenté correr y escapar, con lo que solo gané un buen golpe por parte de uno de los hombres armados a nuestro alrededor, aunque no estaba dentro de nuestros planes.

—¿Phoebe? —preguntó una voz que me dejó

helada.

Di media vuelta lentamente hasta encontrarme

con Daniel, que me dirigía una mirada llena de

curiosidad, alivio, preocupación, y podría jurar que

un poco de enfado: y tenía razón en estar enfadado

conmigo... O eso creía.

La verdad es que no me importaba en lo más

mínimo si estaba de pronto enojado conmigo, así que

me lancé hacia él y, luego de pasar los brazos

alrededor de su cuello, lo atraje en un fuerte abrazo

que duró muy poco debido a mis heridas, que

reclamaron atención con puntadas en mi torso y

102

espalda. En ese instante me separé de él con una

mueca y un ligero gemido que arruinaron aquel

momento.

—¿Cómo es que...? —comenzó a preguntar, pero

a medio camino lo interrumpí.

—No me iría de aquí sin ti, genio —afirmé con

seguridad, y hablaba en serio. Lo difícil sería contarle

a mi mejor amigo cómo había sobrevivido a las

últimas horas con apenas unos rasguños y un pie

torcido, razón por la cual lo atraje a mí para hablar en

un susurro—. Además, tuve algo de ayuda para venir

hasta aquí, es una pena que seas rehén, pero al menos

estás vivo.

—¿A qué con exactitud te refieres con «ayuda»?

—cuestionó en el mismo tono susurrante que yo

había utilizado.

Miré a mis espaldas con cautela hasta que mi

mirada se posó en Harrison, a quien descubrí con los

ojos puestos en mí. Tomé una rápida respiración y

me volví hacia Daniel, que parecía expectante en su

espera por una respuesta.

—Digamos que hay alguien dentro de ellos

dispuesto a ayudarnos —aseguré, creyendo

ciegamente en mis palabras.

—¿Y tú confías en ese alguien? —La

incredulidad y escepticismo no se alejaron en ningún

momento de su voz, pero no era como si pudiera

culparlo. En su lugar haría las mismas preguntas.

—No, no confío en él —respondí sin faltar a la

verdad, porque en realidad no lo hacía, sencillamente

no podía confiar en Harrison—, pero hasta ahora

103

demostró ser la única persona capaz de sacarnos de

este embrollo —añadí, desviando la mirada por los

alrededores esperando que nadie nos escuchara.

Daniel asintió, confiando en mis palabras y

suspiró, pareciendo aliviado, quizás de verme, quizás

de saber que estaríamos bien, que pronto todo

volvería a la normalidad. Al menos eso era lo que

esperaba.

—¿Y cuándo sucederá eso? —preguntó él,

pareciendo confundido y perturbado. El sudor y la

suciedad de su rostro aferraban mechones rebeldes de

cabello a su frente, lo que unido a la decadente

expresión de susto en sus facciones, no era muy

encantador. Pero de nuevo: al menos estaba vivo.

Teniendo esas cuatro palabras sonando

interrogativas en mi mente, me giré una vez hacia

donde estaba Harrison. Se hallaba intercambiando

ideas de forma enérgica con el muy reducido grupo

de personas que parecían estar a cargo. Inclusive él

parecía ser importante entre ellos, porque cuando era

su momento de hablar, los demás escuchaban con

atención y asentían o comenzaban a efectuar una

acción a conveniencia de lo que fuera que Harrison

expresaba.

De manera fugaz, me envió una última mirada

antes de llevar la mano al interior de un bolsillo de su

pantalón, del que retiró un pequeño artefacto no muy

diferente al control remoto de un auto de juguete con

esa particularidad. Me dirigió un asentimiento, algo

así como una señal de lo que estaba por comenzar.

—Justo ahora —respondí vagamente hacia la

pregunta una vez formulada de Daniel, solo un par de

104

segundos antes que Harrison apretara algo en aquel

control, y todo estallara en una gran nube de humo

negro a nuestro alrededor.

105

CAPÍTULO 24 Pasado

Daniel se abalanzó sobre mí como si de esa manera pudiese protegerme, pero por buena que fuera esa acción, no teníamos mucho tiempo si deseábamos salir de allí con vida.

Y la verdad era que no lo teníamos.

Como era de esperar, además de los gritos, y el

sonido de las pequeñas detonaciones que Harrison

había accionado, se escucharon los disparos que

provenían desde todas partes, como si de esa manera

pudiesen acabar con lo que había comenzado. Desde

alguna parte se escuchaban sirenas tanto de

ambulancias como de los patrulleros que por fin

acudían a la escena.

Me separé de un golpe de Daniel y aferré mi

mano a la suya, a su vez comenzando a levantarme y

tirando de él para sacarnos de allí. El problema era

que el humo brumoso que se esparcía a nuestro

alrededor obstruía nuestra visión, haciendo mucho

más difícil la huida. Disparos —no sabría decir si

eran de la policía o los terroristas— fueron

efectuados segundos después, y lo cierto es que no

había cosa que quisiera más que salir de ahí.

106

Podía que el plan de Harrison, el de accionar las

pequeñas bombas que el resto de los suyos había

esparcido por doquier dentro de la plaza, haya sido

brillante, pero considerando que literalmente no se

veía a qué distancia del suelo estábamos, dudaba de

su futura efectividad. Podíamos recibir una bala sin

siquiera anticiparlo, pues los disparos se escuchaban

desde todas partes, y los gritos de quienes los

recibían ayudaban a crear una confusión mucho más

grande a la que se dio lugar durante el comienzo de

todo aquello.

—Y... ¿quién ha sido aquél cuya ayuda recibiste?

—inquirió Daniel alzando la voz para hacerse

escuchar.

Hubo algo que llamó mi atención, y no tenía

nada que ver con el hecho que las explosiones habían

acabado, o que el humo a nuestro alrededor se había

disipado lo suficiente para saber dónde daría el

siguiente paso. Sin embargo, lo que había captado

toda mi atención era el tono de voz y la forma en que

había hecho aquella pregunta, con algo de hostilidad

y una urgencia por información palpables,

características a partir de las cuales fruncí el ceño y

me detuve un momento, exponiéndome visiblemente

a morir en aquella plaza, antes de volverme hacia él y

preguntar:

—¿Cuál sería el caso de revelar un nombre

cuando estamos a punto de salir de aquí, y nunca lo

verás?

Aquél fue el turno de Daniel para fruncir el ceño,

mirar un segundo al suelo y devolver su atención

107

hacia mí, con la expresión más afable que hasta hacía

un momento.

—Tienes razón, mejor vámonos —sugirió con

amabilidad de la que no me pude fiar, porque dicha

amabilidad sonó forzada, como cuando te resignas a

la idea de no obtener lo que quieres.

Permití entonces que me arrastrara a través del

lugar mientras mi cabeza daba vueltas al asunto una

y otra vez, porque lo cierto era que ya no comprendía

lo que estaba sucediendo; por qué Daniel se

comportaba como un extraño, y por qué sentía que

no podía confiar en él. Pero la cuestión más

importante era: ¿por qué algo repetía dentro de mi

cabeza que necesitaba tener a Harrison cerca para

estar más segura?

Una locura absoluta.

Aquel lugar era un completo caos, entre sirenas,

gritos desesperados, disparos, y llamadas de

rendición que provenían desde bocinas que asumí

pertenecían a las autoridades —policía, gendarmería,

etcétera—. Quizás fuese por todo eso que no sentí

que soltaban mi mano, ni escuché el aullido de dolor

que liberaba Daniel, quien para cuando advertí lo que

sucedía, se encontraba retorciéndose en el suelo, con

una buena cantidad de sangre desprendiéndose de su

pierna derecha.

Por un momento permanecí paralizada mientras

lo observaba, hasta que entré en razón y me lancé

hacia él, desesperada por encontrar algo útil que

hacer. Lágrimas acudieron a mis ojos, porque la

verdad era que estaba harta de todo aquello, y ver a

mi mejor amigo herido, gritando por el dolor

108

arrebatador que se encontraba sintiendo, me estaba

rompiendo poco a poco. Y lo peor era que no sabía

cómo ayudar.

De todos modos, poco importó mi incapacidad

para otorgar ayuda, pues mientras Daniel seguía

gritando, sus ojos cerrados con fuerza, un brazo

rodeó mi cintura y me arrastró hacia atrás con la

rapidez suficiente para que le tomara segundos hasta

que nos perdiéramos en la brumosa oscuridad que el

humo ofrecía, y por lo tanto también perdiera de

vista a mi herido mejor amigo.

Fueron esos pocos segundos los que me tomé en

reaccionar, y en sacudirme para intentar —en vano—

, librarme de su agarre.

Apenas podía creer que me estuviesen

arrastrando contra mi voluntad por tercera vez aquel

día.

109

CAPÍTULO 25 Pasado

«Mierda, mierda, mierda», eso era todo en lo que podía pensar. También pasó por mi cabeza el hecho de que, si superaba aquel momento, entonces no habría nada que pudiese matarme. Es que, bueno, uno no podía sobrevivir a tanto por nada. ¿No es así?

Aunque aquello no importaba, porque necesitaba

escapar de esa situación, pero de todas formas, si lo

lograba, nada aseguraría que viviera. Allí en la plaza

la gente estaba muriendo, y apostaba que en la ciudad

en general la gente moría, por lo que estaba tan

jodida bajo el agarre de aquel brazo, como junto a

Daniel, intentando ayudarlo, cuando sabía que no

podría.

En mis esfuerzos por liberarme, pasé por alto

cualquiera que fuese el destino de la persona que me

arrastraba por el lugar, así que fue una sorpresa

cuando acabamos dentro de la casilla donde se

establecían los baños públicos. A juzgar por los tres

lavados privados, asumí que era el de mujeres, algo

estúpido de observar teniendo que cuenta que se

suponía que trataba de salir de allí, razón por la que

aún bajo su agarre comencé a patalear mientras

continuaba sacudiéndome.

110

—Phoebe, ¡Phoebe, cálmate! —gritó la ya

familiar voz de Harrison mientras era finalmente

liberada.

¿Dije Harrison? ¿Qué demonios hacía él ahí? Y

más importante: ¿por qué me había alejado de

Daniel? Lo único de lo que estaba segura era que ya

no comprendía nada.

—Demonios, Phoebe, solo te metes en más

problemas de lo que es saludable —afirmó él

pasando una mano por su cabello mientras me

observaba directo a los ojos.

No me importó que en verdad pareciera

preocupado, me lancé a él y comencé a golpearlo con

toda la fuerza a mi alcance. El que no devolviera uno

solo, que me permitiese dañarlo, solo incrementó mis

ansias por verlo herido.

—¿Qué mierda te sucede? ¿Por qué me alejaste

de Daniel? ¡Él podría estar muriendo ahora mismo!

¡Tú, maldito! —Seguí lanzando preguntas y reclamos

durante un buen rato hasta que no pude más, mis

brazos se sintieron cansados, mis puños cerrados

adoloridos, y lágrimas afloraron desde lo más hondo

de mí hacia mis ojos, y más tarde corrieron a su

voluntad por mis mejillas. Junto con esas lágrimas,

mis piernas se sintieron débiles y no pudieron

sostener mi cuerpo por mucho más tiempo, por lo

que comencé a caer mientras seguía lanzando golpes

endebles al cuerpo de Harrison, quien me rodeó en

sus brazos para evitar que siguiera cayendo.

Quise apartarlo y salir corriendo, pero estaba

exhausta, herida, quebrada emocionalmente, y mi

fuerza de voluntad se había acabado casi por

111

completo, por lo que casi sin darme cuenta acabé con

la cabeza reposada en su pecho mientras lágrimas

pesadas continuaban corriendo por mis mejillas y

sollozos se abrían paso por mi garganta.

—Él podría estar muerto ahora mismo —me

lamenté entre el llanto.

Escuché a Harrison suspirar antes que me tomara

por los hombros y apartara lo suficiente para poder

verme a los ojos.

—No es así —negó él, sacudiendo la cabeza.

Con el ceño fruncido, tomé uso de toda mi fuerza

y me aparté de él lo suficiente para poder mirarlo a

los ojos.

—Tardé unos cuantos minutos en descubrirlo,

pero debes saber que Daniel no es quien tú crees —

finalizó.

—¿Cómo puedes siquiera decir eso? ¡Tú no lo

conoces! —estallé golpeando su pecho, acción por la

que me soltó y, desequilibrada, caí directo al suelo.

—¿Estás bien? —inquirió pareciendo realmente

preocupado, pero no me engañaba, de seguro se

estaba riendo de mí en sus pensamientos. Quizá por

eso mismo me alejé de él a rastras como un animal

asustado del depredador.

Ignoré su pregunta, y retomé su anterior

afirmación:

—¿Que Daniel no es quien yo creo? ¡Entonces

ilumíname, Harrison!, porque en lo que a mí

respecta, ya no consigo creer en qué es falso o

verdadero —espeté cruzándome de brazos, y

112

evitando con todo lo que tenía encogerme en mi

misma. Luego de un segundo, más para mí susurré—

: Ya nada tiene sentido.

Aunque no respondí a su anterior pregunta, tenía

que admitir que en efecto no me encontraba bien, la

caída no había ayudado con el creciente dolor en mis

piernas. Harrison suspiró, pareciendo entre exhausto

y fastidiado antes de pasar una mano por su cabello y

mirarme por fin a los ojos.

—Mira, cuando tú mencionaste que buscabas a

alguien, que no te irías sin él, yo no sabía que ese

«él» era Daniel Geller —explicó, él algo a

regañadientes por comenzar con lo que yo llamaría

una confesión; es decir, ¿cómo podría saber el

nombre completo de Daniel si eso no significara

algo?—. Para ubicarte mejor en el problema, te

explicaré: Daniel es una de las cabezas dentro de

todo esto. Junto con otras tres personas más planeó lo

que sucedería este día y luego, para evitar sospechas,

se disfrazó de rehén. Yo no lo había visto antes, pero

en cuanto lo contemplé junto a ti y pregunté quién

era, sumé dos más dos y todo calzó en su lugar. —Se

tomó un segundo en lo que yo recuperaba mi

respiración—. Necesitas entender que debido a que

ingresaste en aquel edificio, tú fuiste la única en

escapar del primer ataque, el resto murió a balazos, o

está bajo los escombros que generaron las

explosiones. El maldito estuvo protegido todo el

tiempo, no recibió ninguna herida, si te fijas bien, sus

heridas son superficiales.

Para cuando acabó con su explicación mi mirada

se fijaba en un rincón del baño. Me parecía imposible

que Harrison estuviera diciendo la verdad, allí Daniel

113

y yo éramos los buenos, no él, y mi confianza no

podía depositarla en quien quizás me traicionaría en

un pestañeo. No era como si Harrison hubiese

demostrado algo como eso, pero tenía que ser

precavida.

—Claro, ¿y por eso le disparaste? —exigí sin

mirarlo a los ojos.

Lo escuché suspirar otra vez antes que se dignara

a responder:

—Yo no le disparé, eso pudo haberlo hecho

cualquiera —dijo, y me sentí un tanto estúpida por

reconocer que tenía razón—, pero en cuanto accioné

las detonaciones lo pensé un segundo y acabé por

convencerme que estabas yendo tú solita a una

trampa, por lo que fui a buscarte.

Realmente nada aquel día expresaba una mota de

sentido. Y seguía sin creer en la palabra de Harrison,

quizá por negación, o porque tenía razón y su historia

era solo descabellada.

—¿Por qué seguir ayudando, si es que no hay

nada detrás de tus intenciones? —cuestioné, la

desconfianza saliendo a borbotones junto a mi tono

de voz desequilibrado por el anterior llanto.

Harrison se encogió de hombros y, a

continuación, se acercó a mí de forma cautelosa con

una mano extendida esperando a que la tomara. Por

supuesto, no lo hice.

—Tenemos poco tiempo, vienes o te quedas,

pero es tu decisión, no te obligaré a seguirme si no es

lo que quieres —expresó luego de suspirar con

114

pesadez, tanto como las últimas veces que lo había

hecho.

Me levanté para no sentirme tan empequeñecida

ante él, pero sin responder a su ofrecimiento, y me

abracé a mí misma como si de esa manera lograse

protegerme. Comencé a meditar lo que fuera que

haría a continuación, pero en ese preciso momento

un golpe azotó la puerta y la partió en dos, revelando

a dos hombres; ambos tenían armas en sus manos, y

uno de ellos era Daniel. La confirmación de ello no

solo me dejó sin aliento, sino que me hizo sentir

estúpida por no creer en la palabra de Harrison, y

destrozada porque quien yo creía la persona más

importante en mi vida además de mis padres, era uno

de los que había causado todo aquello. Sus manos

estaban tan manchadas de sangre como las de

cualquier asesino.

—¿Daniel? —pregunté incrédula mientras

nuevas lágrimas nublaban mi visión. Antes de eso no

existió momento en que me sintiera más patética, ni

siquiera cuando mi primer novio me dejó.

Daniel apenas me dirigió una dura mirada

mientras su acompañante apuntaba su arma hacia mí,

preparado para dispararme, pero Harrison fue más

rápido, y segundos después el cuerpo sin vida del

acompañante cayó al suelo. Daniel resopló algo

parecido a «novatos», y mucho antes que cualquiera

pudiese preverlo, comenzó a disparar en dirección a

Harrison. Justo al pecho, sin pestañar.

En cuanto Daniel acabó, ahogué un grito

mientras resistía el impulso de correr hacia él. Sin

embargó, me lancé hacia el desvanecido y quizás

115

muerto Harrison, que se encontraba en una posición

que me recordaba a una de esas cómicas siluetas de

los policiales antiguos. La visión de ello en aquel

momento era de todo menos cómica.

Esperaba que a su alrededor se expandiera una

laguna de sangre producto de los disparos, pero nada

manó de él. Confundida, palpé su espalda y descubrí

que estaba usando un chaleco anti balas. Por un

segundo casi reí con alegría, porque después de todo

no estaba muerto, quizás solo aturdido.

Pero esa felicidad duró muy poco, porque no

pasó más de un minuto hasta que sentí que tomaban

mi cabello y me lanzaban hacia atrás con una fuerza

desgarradora.

—La rata está muerta. Vámonos, damisela; hay

algo importante que te debo mostrar —dijo Daniel,

obligándome a retroceder.

Entre mis dolorosos gritos, no pude evitar pensar

con amarga alegría que él estaba muy equivocado,

pues Harrison aún seguía con vida.

116

117

CAPÍTULO 26 Presente

Abro mi boca para tomar una o dos muy necesitadas aspiraciones profundas al mismo tiempo que intento asumir lo qué ha pasado por mi cabeza dejándome «fuera de combate» por algunas horas. Pronto comienzo a hiperventilar, y caigo hecha un ovillo en el suelo. Daniel, mi mejor y quizás único amigo, aquél con quien compartí la mitad de mi vida, y a quien no veo desde hace cinco años, no es más que el causante de una tragedia.

Las imágenes me azotan una y otra vez

impidiéndome regresarlas a alguna parte que las

transportará al olvido. De pronto recuerdo la mayor

parte de aquel día: las explosiones, el edificio, las

muertes, Harrison y su insistencia en ayudarme, y

luego a Daniel. El momento en que vuelvo a verlo y

alegría me invade, el terror cuando recibe esa bala, y

la decepción y dolor al ser traicionada. Pero hasta ahí

llega todo, más allá del momento en que dispara a

Harrison todo se vuelve vacío, lo que aumenta mi

rabia, ya que necesito saber qué sucedió después, qué

hice para merecer este tormento, y cómo diantres

perdí la memoria.

El problema es que dudo en que obtendré todas

las respuestas en un corto lapso de tiempo.

118

Y como cada vez que fuerzo mi mente a revelar

lo que necesito saber, ésta se cierra y me muestra un

oscuro vacío. Pero esta vez, a diferencia de las otras,

se ve que mi cabeza está agotada, porque luego de mi

vano intento por recordar nada, mi cabeza cae lenta

al suelo, mis párpados se sienten pesados y

finalmente caen ayudando en la tarea de mantenerme

adormilada por un rato.

—Pss, Phoebe, despierta —exige una voz

demasiado cerca como para no resultar molesto.

Abro los ojos con lentitud y descubro el rostro de

Harrison sobre el mío. Bien, no exactamente ahí, sino

a un metro de distancia, pero lo que sea.

Parpadeo un par de veces antes de fruncir el ceño

y ladear un poco la cabeza. Si él está aquí entonces

ya ha llegado «mañana», y yo no podría encontrarme

en peor estado, ni menos preparada para lo que

tenemos que llevar a cabo.

—¿Por qué estás en el suelo? —pregunta,

pareciendo algo confundido, y no es como si pudiera

culparlo.

—Eso no importa —aseguro con un gesto para

restarle importancia al asunto. Luego desvío un poco

la vista, pensando en lo que diré a continuación—.

¿Por qué no me dijiste antes sobre Daniel? —

cuestiono, empujando lejos las lágrimas que

amenazan con salir.

119

Harrison suspira, pasa una mano por su cabello y

me dedica la mirada más compasiva que alguna vez

me han dirigido.

Y lo odio.

Aun así, se toma su tiempo para responder a la

pregunta que acabo de formularle:

—¿Qué sabes? —pregunta con el ceño fruncido.

—Lo suficiente para sentirme destrozada —

afirmo en un susurro—. Sin embargo, no todo lo que

sucedió aquel día.

Harrison vuelve a suspirar, y se ubica en cuclillas

frente a mí de manera que cuando me siento lo mejor

que puedo, nuestras miradas se encuentran a la

misma altura. Toma una profunda respiración antes

de volver a hablar.

—No sabía cómo reaccionarías si te lo decía

desde el primer momento, lo más probable era que

no me creyeras —admite pareciendo algo perturbado,

dudo que sea al nivel que yo me siento, pero aun así.

—Pues ahora sé que, según tus palabras, él era

una de las cabezas —digo, recibiendo un

asentimiento en confirmación—, lo que no entiendo

es... Bueno, no entiendo la mayor parte de las cosas,

entre ellas: ¿cómo es que llegó Daniel a ser parte de

todo aquello?

Miro a Harrison expectante, en algún sentido

esperando a que se cierre y cambie de tema,

ocultando como siempre las respuestas que requiero

para saber qué está pasando. Quizás por eso es que

me sorprendo al advertir que responderá.

120

—Si quieres conocer esa parte de la historia,

pues bien: supe de la existencia de un tal Daniel

Geller hace unos siete años, dos antes que se

efectuara el ataque. El chico tenía dieciséis, y al

parecer estaba muy familiarizado con lo que hacían

la mayoría de mis familiares debido a que un tío suyo

lo había sumergido en el lado oscuro. Resulta que

escaló alto dentro de la pequeña mafia demostrando

autoridad, gran manejo de las armas... Y asegurando

tener conexiones con dos personas muy poderosas.

—Se detiene en ese momento y, a juzgar por su

mirada, puedo asegurar que espera algún tipo de

comentario por mi parte.

—¿Y esos serían...? —pregunto, asumiendo que

se refiere a eso. Su media sonrisa es suficiente

confirmación, aunque pronto su semblante se

oscurece.

—Por un lado el vicepresidente, y por el otro a tu

padre —dice tranquilamente, al parecer sin notar

cómo se atasca mi respiración—. Al principio nadie

le creyó, pero tuvo sus maneras de comprobarlo.

Pronto se situó en lo más alto, y poco antes de

cumplir diecisiete años, sugirió un plan bastante

arriesgado, descabellado, pero a su vez astuto.

—Una dictadura.

Harrison asiente con amargura.

—Al principio el plan tenía bastantes fallas, y

tardaron demasiado tiempo en pulirlo

completamente, de modo que se asegurara un

resultado favorecedor. Mientras cuando se

encontraba junto a ti se comportaba como tu mejor

amigo, su tiempo libre lo pasaba planeando una

121

dictadura, que podía resultar en catástrofe —explica

mirando algún punto sobre mi hombro. A

continuación toma una rápida respiración y más tarde

regresa su atención a mí—. Eso es todo lo que puedo

decir.

Como ya hice varias veces en este lapso de

tiempo, tomo una profunda respiración y me

mantengo tan tranquila como puedo, simulando que

la explicación de Harrison no acabó por destrozarme,

y pensando en lo próximo que voy a decir.

—Dime, ¿es Daniel la causa de mi secuestro? —

pregunto con el ceño fruncido, recibiendo una mirada

desconfiada por su parte—. Harrison, por favor.

Él desvía la vista y una mueca llena de

abatimiento e indecisión se muestra en su rostro.

—Algo así —confirma muy a mi pesar.

Comienzo a contar lentamente, pensando a su

vez que no debo hiperventilar. «Uno, dos, tres,

cuatro, cinco...» A juzgar por el ritmo de mis latidos,

no está funcionando.

Harrison posa una mano en mi hombro, y por

más extraño que suene, no lo alejo mientras las

preguntas comienzan a salir sin señal de alto de mi

boca.

—Entonces él debe ser uno de los que planeó

todo esto, ¿no es así? —digo más para mí que para

él, tal vez por eso uso su dubitativo silencio como

una señal para continuar—. Oh, Dios, él de seguro

está ahí fuera...

—Phoebe —dice con tranquilidad, pero no le

presto atención. Entonces sigo con mi vómito verbal:

122

—Casi puedo afirmar que se estuvo riendo de mí

todo este tiempo, solo que aún no puedo decir qué

fue lo que hice...

—Phoebe...

—Ese maldito me secuestró. —Tomo mi cabello

con ambas manos, el horror esparciéndose por mi

rostro, al igual que lágrimas de dolor corrían por mis

mejillas—. Y yo creí que era mi mejor amigo, yo...

Yo...

—¡Phoebe! —estalla Harrison, tomando mis

hombros y ubicando su rostro justo frente al mío.

—¿Qué? —exclamo aturdida en respuesta.

Harrison aspira profundamente antes de decir las

tres palabras que terminan de arruinar mi mundo:

—Daniel está muerto.

123

CAPÍTULO 27 Pasado

Era imposible determinar con seguridad la forma en que me sentía. Herida, traicionada, destrozada… ninguna de esas palabras se sentía lo suficiente correcta. En tan solo unas horas mi vida había dado medio giro en la dirección equivocada, y la realidad en la que había vivido y creído por tanto tiempo comenzaba a resquebrajarse y desmoronarse frente a mis ojos, hasta tal punto que era irreconocible, y todo se sentía vacío.

Apenas lograba creer que Daniel, a quien llamé

mi mejor amigo, casi mi hermano por elección,

estuviera implicado en el ataque que daba lugar aquel

día, pero teniendo en cuenta que una buena parte de

mi cabello estaba apresado en su mano, que tiraba

cada vez más fuerte con tal de obligarme a avanzar

por la plaza donde el humo se había disipado casi por

completo, ya no me cabían dudas de su lugar en todo

aquello.

Daniel era un maldito hijo de puta. Ni más —o

tal vez sí—, ni menos.

—Sabes, debí imaginar que sería el maldito de

Harrison —dijo él mientras intentaba mantener el

paso apresurado. Adónde me estaba llevando, era un

misterio, pero sabía que no sería bonito—. Después

124

de todo, siempre estuvo en desacuerdo con este plan,

no hubo momento en que no viese algo negativo para

detenerlo, y la verdad que apestaba. A veces quería

encontrarlo y ajustar cuentas con él, ya que siempre

objetaba en mi ausencia. Como no sabrás, fueron

muy pocas (si no ninguna) las veces que nuestros

caminos se encontraron, por lo que cuando entré en

el sanitario apenas lo reconocí.

Aunque no planeaba hacerlo, escuché cada

palabra que Daniel emitía mientras pensaba la

manera más conveniente para mí de deshacerme de

él. También me cuestioné dónde estaba la policía en

aquel momento, pues sería de mucha ayuda, aunque

claro, debían estar más ocupados con las explosiones

y disparos que seguían escuchándose a lo lejos; allí

en la plaza casi no quedaba un alma viva.

De regreso a mis opciones de huida, quizás

habría sido más fácil pensar en cualquier tipo de plan

si su pierna herida no lo hiciera atascarse sobre sus

pasos, lo que significaba a un golpe de su puño

contra mi ya lastimada cabeza.

Esperen, su pierna estaba herida...

¿Cómo no lo pensé antes? ¡Por supuesto!, era tan

sencillo que por un momento quise insultarme por no

pensarlo con anterioridad.

Usé a mi favor el hecho que, algo desorientado,

comenzó a mirar a todos lados, y de alguna manera,

que no podría identificar, primero pisé con fuerza su

pie y más tarde pateé la pierna en la que había

sufrido el disparo que lo había dejado fuera de

combate durante un momento. Al escuchar su alarido

125

permanecí aturdida tan solo unos segundos hasta que

reconocí que me había liberado.

Y entonces comencé a correr.

—¡Oh, no, tú no escaparas! —aseguró Daniel,

con la voz entre estrangulada y teñida de furia. Por

más que quisiera hacerlo, no me arriesgaría a la idea

de mirar hacia atrás para verificar su estado.

Cumpliendo su amenaza, Daniel disparó en mi

dirección, fallando apenas lo suficiente para que mi

alivio no fuera duradero. A unos cuantos metros de

distancia yacía el cuerpo de un oficial que quizás

murió durante el tiroteo y los estallidos anteriores, y

su mano derecha aún se mantenía aferrada a un arma.

Por un momento me invadió algo de repulsión a la

idea de arrebatarle la pistola a un muerto, pero siendo

sincera conmigo misma, no tenía tiempo para pensar

ese tipo de estupideces, y además no era como si al

oficial le fuera de utilidad. Por eso mismo me lancé

hacia él otra vez evitando un nuevo disparo por tan

solo un poco, y tomé su arma.

Cuando di media vuelta y volví a correr, como la

persona torpe que era, tropecé con un hoyo no muy

profundo en la tierra y caí sobre mi estómago,

dejando caer también mi arma a menos de medio

metro en el proceso. Daniel avanzaba a paso

renqueante hacia mí, y antes de que pudiese

alcanzarme en su totalidad, me moví a rastras por el

suelo hasta tener el arma de nuevo en mis manos.

Al voltearme, la visión de Daniel a tan solo unos

pasos de distancia me robó el aliento. Su arma

apuntó directo hacia mí, mientras su expresión hervía

furibunda.

126

—Has causado demasiados problemas, ¿no te

parece? —dijo, cerrando la distancia entre ambos—.

No te permitiré que sigas haciéndolo.

Estuvo a un segundo de dispararme, pero por

más que lo esperara, el sonido de su arma siendo

accionada nunca llegó.

Porque primero disparé la mía.

Una, dos, tres veces, y contando, disparé a su

pecho, y me era imposible detenerme. El dedo que

mantenía apretado el gatillo no quiso acatar a mis

órdenes de parar, al menos hasta que después de seis

disparos el arma quedó vacía.

Admiré aturdida el arma frente a mí, y no la bajé

hasta mucho después, cuando el horror de asumir lo

que había hecho invadió cada centímetro de mi

sistema. Lancé un quejido mientras me obligaba a

levantarme, y un sollozo estrangulado se abría paso

por mi garganta mientras admiraba con repulsiva

fascinación el cuerpo tendido en el suelo, que una

vez perteneció a la persona que en cuestión de

segundos llegué a odiar.

Pero aun así no merecía morir, nadie lo merece,

no de esta manera.

Casi sin saberlo, me separé de él y comencé a

correr. Era irónico que el destino que buscaba mi

mente fuera el mismo que había intentado evitar todo

aquel tiempo, pero necesitaba tener a alguien que

estuviera del mismo lado que yo, y la única persona

en la que sabía que podría confiar tal vez continuase

desvanecida en el baño donde le habían disparado.

Esta vez era Harrison a quien debía encontrar.

127

CAPÍTULO 28 Presente

—Y yo lo maté. —No es una pregunta, pero al parecer Harrison se siente con la necesidad de asentir con lentitud a modo de respuesta.

Tardo bastante tiempo en decir esas palabras, y el

resultado de formularlas, tan segura y tranquila, no

me lo espero. De hecho, me asusta.

—Te protegiste, eso es lo que importa —asegura

Harrison, alejándose un poco, pero sin saber que en

mi interior estoy torturándome una y otra vez, porque

después de todo, soy una asesina, lo haya hecho en

defensa propia o no.

—Soy una asesina —digo reafirmando mis

pensamientos, y Harrison niega, pero no lo dejo

hablar—. No entiendo por qué mis padres insistieron

en que Daniel está trabajando en Londres.

—Quizá para ahorrarte el dolor —sugiere

Harrison con el ceño fruncido—. Asumo que luego

de... todo, les mencionaste lo sucedido. De haber

estado en su lugar, también habría inventado algo

parecido.

Medito esa posibilidad, llegando a la conclusión

de que él tiene razón, que eso es lo más lógico que

mis padres podrían haber hecho, quizás ni siquiera

128

habría vivido tranquila sabiendo la verdad. Aunque

saberla después de tanto tiempo comienza a

enfermarme.

Rodeo mi cintura con ambos brazos y

permanezco un momento con la mirada perdida en

algún punto de la habitación. Siento a Harrison

sentarse a mi lado, pareciendo debatirse en lo

próximo que hará. De pronto las imágenes invaden

mi mente una vez más, recordándome cómo me

encontró en aquel edificio, ayudó a sanar mis heridas,

y recibió varios disparos en un sanitario para

mujeres. Contengo la respiración al rememorar ese

momento, justo antes de la muerte de Daniel... Y que

mi mente vuelva a bloquearse.

No me alejo de Harrison, ni siquiera cuando pasa

un brazo por mis hombros y me atrae en un abrazo

tenso, pero que tal vez intenta ser reconfortante.

Tomo una bocanada de aire y dejo caer mi cabeza

sobre su costado.

—¿Cómo perdí la memoria? —pregunto

entonces, después de un rato (no mucho) de silencio.

—Estoy dispuesto a responder todas y cada una

de tus preguntas, pero no podemos perder más

tiempo... Si es que nos queda algo. —Dicho eso, me

da un ligero apretón antes de levantarnos a ambos del

suelo. Asiento estando de acuerdo y cruzo detrás de

él la habitación. Observo cómo abre la puerta, ésa

que durante los últimos sesenta y siete días ha sido

impenetrable para mí, revisa a ambos lados en el

pasillo, y más tarde, reingresa en la habitación,

extendiendo una mano hacia mí, esperando que la

tome, cosa que hago.

129

Me es imposible —una vez doy un paso fuera de

la habitación— no llenar mis pulmones del aire

exterior, cosa que produce una ligera sonrisa en el

rostro de Harrison. De pronto me invade una extraña

sensación de excitación y emoción, pues ya di el

primer paso, el plan está en marcha.

—No hagas ningún ruido —susurra Harrison y

yo asiento en comprensión. Luego se vuelve hacia

mí, muy serio—. Perdimos algo de tiempo, por lo

que tendremos que apresurarnos en recorrer las

instalaciones antes de levantar sospechas,

¿comprendes? Bien. Ahora, si por alguna razón te

digo que corras para salvar tu vida, lo haces,

¿correcto?

A ésta última tardo un poco en responder, porque

no estoy muy segura de cumplir eso, pero aun así

asiento, y sé que él no me cree, pero de igual manera

se conforma, o no tomaría una vez más mi mano para

darle un ligero apretón.

—Es hora —dice, y no podría estar más de

acuerdo.

130

131

CAPÍTULO 29 Presente

El silencio que se expande a través del lugar es tan similar al de mi habitación, que por un segundo mi mente me engaña, y llego a pensar que nunca salí. Es la mano que Harrison reposa sobre la mía lo que me permite entrar en razón, y a su vez calma un poco mi errática respiración.

Me pregunto si cuando logre salir mi vida será de

esta manera, me pregunto si luego de esto viviré con

la sospecha de nunca haber finalizado mi secuestro, y

por último me pregunto cómo seguiré si Harrison

desaparece de mi vida. Estuvo tanto tiempo a mi

lado, mientras lo necesité, que me resulta extraño

mentalizar mi futuro sin él estando ahí cuando lo

necesite.

Pero sacudo la cabeza alejando esos

pensamientos, pues son tan ridículos como mi una

vez mencionada idea de que si las aves cantan,

significaría que estoy libre. Él solo es la persona con

la que tendré una enorme deuda que jamás podré

pagar, para el resto de la cuestión estarían mis padres,

que siempre estarían conmigo de necesitarlos.

Aprieto la mano de Harrison para confirmar que

el momento es real, y vuelvo a sacudir la cabeza

cuando se voltea a mí mostrando el ceño fruncido.

132

Quizás se esté preguntando qué rayos me pasa, pero

no es como si yo pudiera explicarlo con claridad.

A mitad del pasillo, una puerta abierta desprende

una cantidad perturbadora de resplandeciente luz

artificial, y es allí donde Harrison nos dirige. Del otro

lado del umbral se ingresa a un deplorable, extenso y

miserable salón sacado de una película de horror de

los noventa por el que avanzamos hacia una puerta

metálica que conduce a una escalera a través de la

cual llegaremos a los pisos superiores del edificio.

Salir del «sótano», como Harrison lo llama, se

siente como comenzar a respirar..., solo que de

manera lenta y cuidadosa para no desperdiciar

oxígeno, porque en el fondo sabes bien que un paso

en falso es suficiente para quedarte sin aire otra vez.

Subo lo más rápido que puedo, pero después de

los primeros cincuenta escalones me siento agotada,

lo que es causa de mi inactividad estos últimos días.

Harrison parece notarlo, porque demora un poco su

paso en un intento por ir acorde al mío, y me sugiere

detenerme un momento para recuperar el aire, pero

declino con rapidez, porque sé que no tenemos

tiempo que perder, y detenernos podría arruinarlo

todo.

Al cabo de unos pocos minutos me aferro al

brazo izquierdo de Harrison, tratando de no desistir,

y continúo subiendo los pocos escalones que nos

distancian de la entrada a la superficie. Cuando por

fin acabamos, Harrison me sugiere que tome un poco

aire antes de continuar, alegando que era muy

improbable encontrarse con alguien apenas abriera la

puerta.

133

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —cuestiono,

dudando un poco de su afirmación.

—¿Confías en mí? —pregunta, tomándome por

sorpresa.

Frunzo el ceño mientras permito mi vista vagar

por la pared y puerta detrás suyo, con mayor rapidez

de la que esperaría, llego a una conclusión, momento

en que lo miro directo a los ojos.

—Por supuesto.

—Entonces creerás en mi palabra —razona antes

de abrir por completo la puerta.

Asiento con firmeza antes de seguirlo a un

extenso pasillo cuya iluminación no es tan intensa

como la que se establecía en el salón del sótano.

Según lo que Harrison explica, tenemos que pasar

por este y otro par de pasillos más antes de alcanzar

el vestíbulo del edificio donde se encuentra la salida.

Andamos por el lugar a paso sigiloso pero

apresurado, deteniéndonos cada pocos minutos para

escuchar atentamente por si acaso alguien se acerca.

Mi corazón comienza a retumbar dentro de mi

pecho cuando escucho pasos acercándose en nuestra

dirección. Harrison también lo percibe, pues nos

conduce con rapidez hacia la primera puerta en el

pasillo, que pertenece al pequeño cuarto donde se

guardan artículos de limpieza entre otras cosas.

Apretados aquí dentro, esperamos hasta que a

nuestros oídos los pasos se desvanecen para respirar

con normalidad, pero permanecemos dentro un poco

más, hasta que Harrison abre la puerta unos

centímetros, y luego de echar un vistazo al exterior,

confirma que puedo salir.

134

El problema es que, en el preciso momento que

salgo del pequeño cuarto, una exclamación se

escucha a mis espaldas, y el pánico se esparce no

solo en la expresión de Harrison, quien mira algún

punto detrás mío con los ojos abiertos como platos,

sino por todo mi ser.

Desde hace tiempo sé que, después de todo, no

iba a ser tan sencillo salir de este lugar.

135

CAPÍTULO 30 Pasado

Como había asumido, Harrison aún se encontraba en el baño. Quizás no desvanecido, pero sí aturdido, y luchaba por mantenerse en pie. En cuanto abrí la puerta y lo vi de rodillas en el suelo, me encaminé en su dirección para ayudarlo a levantarse. Al verme allí a su lado, frunció el ceño, pareciendo debatirse entre decir o no algo, cualquier cosa, pero acabó por aceptar la ayuda que le ofrecía, y pasó un brazo sobre mis hombros a modo de apoyo.

—¿Cómo... escapaste? —preguntó con

dificultad, y suspiré porque en realidad no podría

hablar de eso sin sentirme herida y… aborrecer a mis

actos.

—Yo…, yo maté a Daniel —confesé, apenas en

un susurro, y de inmediato sacudí la cabeza—. Pero

eso no importa ahora, tú y yo debemos salir de aquí,

al menos en cuanto te repongas lo suficiente para

continuar.

—Estoy bien —aseguró, irguiéndose, pero no le

creí, no pude—. Y a propósito, eres tú quien debería

salir de aquí.

Al advertir la mirada que me dirigía, levanté mi

mano en señal de alto, y sacudí la cabeza.

136

—Oh, no. No estaré tranquila hasta ver con mis

propios ojos que los causantes de todo esto estén bajo

arresto —afirmé.

En cuanto vi la mirada negativa que me lanzó

Harrison, me crucé de brazos de forma obstinada y

enarqué una ceja en su dirección, desafiando a que

objetara. Supe que había ganado aquélla en cuanto

suspiró con fastidio y bajó la mirada al suelo.

—Bien, si esa es la única manera, entonces te

acompañaré en ello.

—¿Incluso si implica ponerte en riesgo? —

cuestioné, suavizando un poco mi tono de voz. Él

sonrió con ligereza.

—Dudo que pueda ponerme más en riesgo

contigo —señaló, haciéndome sonreír, cosa que se

sintió extraña dada la situación en la que nos

hallábamos.

Asentí con la cabeza y me alejé de él, esperando

a que se recompusiera. Tomó varias respiraciones

profundas antes de acercarse al hombre que había

asesinado, quitarle su arma, y llegar a mi lado. No

estaba muy segura de su estado, pero no objeté

cuando sacudió los hombros y tomó ventaja para

dirigirse a la salida.

En el exterior no quedaban rastros del humo que

las explosiones de Harrison habían causado, pero sí

vestigios de los minutos pasados, marcados por los

cuerpos calcinados o heridos de muerte,

desperdigados alrededor de lo que una vez fue una

alegre plaza donde los niños jugaban tranquilos para

pasar el rato, u olvidar las horas de escuela.

137

Extraños sonidos provenientes de la lejanía o del

centro de la ciudad perturbaban la relativa calma que

el día parecía expresar. Algo muy en desacuerdo con

todo lo que hasta entonces había sucedido.

—¿Adónde nos estás dirigiendo? —pregunté al

ser consciente que seguía su paso sin saber

precisamente hacia dónde.

—Tengo una idea de dónde están —afirmó,

entrecerrando los ojos hacia una esquina a su

derecha.

—¿Y eso sería?

—Debemos encaminarnos en dirección a los

disparos —dijo, señalando a la esquina que hasta

hacía unos minutos estaba observando.

Asentí con un rápido movimiento de cabeza y

mantuve mi paso acorde al suyo mientras nos

adentrábamos en las calles atestadas de comercios y

edificios, y nos separábamos cada vez más del lugar

donde decenas de personas encontraron su final en

cuestión de minutos.

138

139

CAPÍTULO 31 Pasado

Tardamos muy poco tiempo en llegar a la «escena». Tampoco fue muy difícil, teniendo en cuenta que los disparos no cesaban, los gritos y llamados de advertencia tampoco, así que podría decirse que fue casi pan comido llegar al lugar donde Harrison había señalado que podrían estar los causantes de todo aquello.

En el camino mi acompañante se hizo con un

arma cargada casi por completo que me dio por si

acaso nos separábamos y yo volvía a encontrarme en

problemas, lo que dada la situación, era muy

probable.

La cuestión, ya que nos encontrábamos en el ojo

de la tormenta, era buscar a quienes vendrían a ser

nuestros «objetivos» entre la masa de personas que

ataviaba aquella calle. No entendía muy bien por qué

las personas se metían donde se establecía el caos,

aunque pensándolo bien, podrían haberse visto

acorralados en cuanto los ataques comenzaron, y no

tardaban mucho en caer como rehenes, o muertos.

—A partir de ahora, ¿dónde? —pregunté,

buscando con la mirada a Harrison, para encontrarlo

unos pasos a mi derecha.

140

—Donde no estén las autoridades, desde allí

estarán devolviendo los disparos —respondió él,

paseando la mirada a través de negocios y edificios,

buscando algún indicio de las personas que

buscábamos. A juzgar por su ceño fruncido, no los

encontró—. Aquí comienza el problema, tenemos

que evitar a la policía, puesto que somos civiles

armados, y es ésa la descripción que habrán recibido

para identificar a los atacantes.

Tomé una respiración profunda y asentí para

darle a entender que comprendí sus palabras. Era lo

que me faltaba: atravesar aquel lugar como si fuera

un criminal a punto de ajustar cuentas con otros

criminales. La cosa sonaba mafiosa.

Corriendo por las aceras y escondiéndonos en

cuanto algún uniformado se acercaba, Harrison y yo

atravesamos aquella calle alcanzando el punto

preciso donde los disparos y explosiones se

intercambiaban, ocasionando más muerte de la que

había visto en las últimas horas, y de la que era

necesaria.

Desde alguna parte a nuestras espaldas se lanzó

un proyectil que, al llegar a su destino, efectuó una

explosión a partir de la cual estuve obligada a

lanzarme al suelo. Cuando me levanté, Harrison

admiró mi brazo derecho, que había recibido un corte

con mi caída, de la cual comenzó a salir una buena

cantidad de sangre que era acompañada de algo de

ardor donde se produjo la herida.

—¿Estás bien? —preguntó desde su lugar.

—Por supuesto, no es nada grave —dije,

realmente sintiéndolo de esa manera, porque dadas

141

todas las heridas que había recibido hasta entonces,

la actual herida de mi brazo se asemejaba a un

rasguño.

Sin embargo, Harrison no parecía sentirlo de

aquella forma, pues avanzó por la corta brecha que

nos separaba y se detuvo tan solo a unos centímetros

de distancia. Sin quitarme los ojos de encima, tomó

un tramo de mi camisa y lo tiró con la suficiente

fuerza para arrancarlo. Luego rodeó la herida de mi

brazo con la tira de tela y la anudó con fuerza para

que funcionara a modo de un improvisado torniquete.

Fruncí el ceño hacia lo que acababa de hacer, y aún

con esa expresión en mi rostro, levanté la mirada

hacia él, que continuaba observándome.

—Eso servirá —dijo con serenidad.

Asentí con la cabeza.

—Gracias.

Él imitó mi gesto y se dio la vuelta mientras me

indicaba que teníamos que continuar.

De regreso a la realidad, siguiendo la dirección

de un proyector que acababa de ser lanzado en

dirección a los oficiales, deduje el lugar donde las

personas que buscaba se encontraban: un edificio no

muy lejano desde donde se lanzaba la mayor parte de

los ataques.

Tomé el brazo de Harrison con urgencia y al

obtener su atención, le mencioné mi más reciente

suposición. Cuando acabé, miró en la dirección que

le había indicado, y sonriendo me felicitó por haberlo

descubierto. Sin darnos un segundo que perder,

fuimos hacia el lugar tan rápido como pudimos

142

cuidando de no acabar por accidente en medio del

tiroteo, y fue cuestión de minutos hasta que entramos

en el edificio, y volví a respirar con normalidad, pero

solo por un momento, pues allí dentro se escuchaba

con mayor intensidad la explosión de los disparos.

—Tienen que estar aquí —afirmó Harrison,

mirando hacia el final del vestíbulo, donde se veían

las escaleras—. Ven, subamos.

—Pero, ¿hasta dónde?

—Lo sabremos cuando lleguemos.

Las escaleras parecían hacerse eternas conforme

subíamos, y no sabría decir con precisión cuántos

pisos superamos hasta que Harrison tomó mi mano y

nos condujo a través de un par de anchos pasillos que

transitamos con cuidado por un par de minutos, hasta

escuchar una voz que nos detuvo en seco.

—He aquí las personas que estaba buscando —

dijo.

Antes que Harrison pudiese detenerme, di media

vuelta, encontrándome con una mirada que, por un

momento, no reconocí, pero sentí muy familiar. Lo

miré, entornando los ojos, con el ceño fruncido, hasta

que mi mente por fin reaccionó, y supe vagamente a

quién tenía frente a mí.

—Tú —susurré, produciendo que en su rostro

apareciera una siniestra sonrisa.

143

CAPÍTULO 32 Presente

No quiero moverme, no puedo hacerlo, y la mirada de pánico en los ojos de Harrison no ayuda mucho. Ya creía yo que todo estaba siendo demasiado fácil, y aquel grito acaba de confirmarlo.

—Si te dijera que tienes que correr ahora mismo,

¿por qué tengo la impresión que no lo harás? —

susurra Harrison sin quitar los ojos de quien sea que

se encuentra a mis espaldas.

—Porque me conoces demasiado —respondo, en

el mismo tono que él, aunque impasible, y sin

comprender muy bien mis palabras.

En este momento decido que sería estúpido

permanecer con mi atención fija en Harrison, cuando

él no es la causa de mi repentina respiración

acelerada, y me doy la vuelta para encontrarme con

una mirada muy familiar, pero no sé cómo es que de

alguna manera la reconozco.

A juzgar por el color miel de sus ojos, asumo que

es mi captor, el que durante sesenta y cuatro días se

encargó de llevar la dichosa bandeja con alimentos a

mi habitación, lo que crea en mi interior una

repulsiva sensación que no puedo retener, pero aun

así siento que hay algo más detrás de él.

144

Aquí es donde debería actuar mi memoria, pero

apenas va paso a paso.

—Tenía la débil impresión que esto sucedería —

dice el hombre frente a nosotros, observándome con

detenimiento.

Un escalofrío recorre mi espalda al mismo

tiempo que siento a Harrison dejar su arma al

descubierto. La situación anuncia problemas.

Doy un paso atrás con cautela, ubicándome justo

a la derecha de Harrison y le echo una mirada, pero

él sigue con su atención frente a sí. El silencio que

inunda el pasillo es estremecedor, y de ser posible,

podría jurar que el sonido de mi corazón

martilleando en mi pecho se escucha por todo el

pasillo. Sin dar aviso alguno, Harrison eleva su arma

y apunta directo al hombre frente a nosotros, pero él

lanza una sonora carcajada, y con rapidez hace lo

mismo, solo que apuntando hacia mí.

De pronto, algún recuerdo invade mi mente, y es

eso todo lo que necesito para saber quién es mi

captor, una respuesta que busco hace tiempo, aunque

lo que llega a mi mente no tiene ningún sentido con

lo que veo con mis propios ojos.

—Esto es imposible —digo, atrayendo la

atención de ambos—. Yo... Yo te maté. Puedo

recordarlo.

Alguna emoción cruza el rostro de Harrison, pero

no el tiempo suficiente para que pueda identificarla.

—No, tú mataste a mi hermano, Sam —anuncia

con frialdad, lo que me gana un nuevo escalofrío.

145

—Lo mejor será acabar con esto, ambos sabemos

quién ganará —dice Harrison entre dientes sin bajar

el arma en ningún momento—. Y no serás tú, Erick.

Erick lanza otra sonora carcajada, y parece a

punto de decir algo, pero por fortuna —o desgracia—

, las luces que alumbran el ancho y extenso pasillo

deciden que este es el mejor momento para dejar de

funcionar.

Y Harrison y yo que es el mejor momento de

correr.

Tomando mi mano, Harrison nos conduce en la

oscuridad a través del pasillo que parece

interminable, intentando poner algo de distancia con

los pasos de Erick, que se sienten bastante cercanos,

pero los esfuerzos son inútiles, porque la luz se

restablece, un disparo es efectuado, y un alarido se

escapa de mis labios. Nos detenemos en ese instante

para admirar mi brazo derecho, donde la bala apenas

rozó, pero logró un daño suficiente para que sangre

comenzara a esparcirse alrededor de él.

Miro hacia atrás en busca de Erick, que también

se detuvo, solo para avanzar a paso firme y marcado

en nuestra dirección, con el arma apuntando hacia

nosotros. Estoy tentada a retroceder, pero Harrison

también eleva su arma y ambos se miran durante un

segundo hasta que una de las ellas es accionada, y

una parte de mi alma se muere con ese disparo.

Porque cuando miro a mi izquierda, ya no hay

nadie ocupando ese espacio, y descubro con todo el

horror a mi alcance, que Harrison se ha desplomado.

146

147

CAPÍTULO 33 Presente

Por el instante que sigue, en el que me lanzo al suelo junto a Harrison y lo admiro con terror, no existe nada más que nosotros dos, y la verdad es que el resto del mundo no podría interesarme menos.

—Harrison —susurro, mirando al hombre

desvanecido frente a mí, posando la mano en su

pecho, que en cuestión de segundos acaba empapado

por la herida que la bala produjo—. ¿Harrison? —

reitero, comenzando a desesperarme—. ¡Harrison!

Pero no responde.

La sangre de su pecho se desliza hasta el suelo,

su cuerpo se establece inerte bajo mi tembloroso

toque.

Y yo sé que he tocado fondo.

—No, imposible. Tú... —susurro, con la voz

quebrada mientras mi cabeza se sacude con

debilidad, y mi vista comienza a verse nublada.

Estoy en negación, lo sé, pero vamos, ¿Harrison?

¿En serio? No es exagerado que me falte el aire, y

necesite respirar con profundidad para ahogar un

sollozo. No lo consigo, pero al demonio con todo,

tengo frente a mí el cuerpo de una persona que en los

148

últimos días se convirtió en alguien importante para

mí, no pude hacer nada para evitar su destino, y

ahora no logro hacer nada más que mirarlo mientras

lágrimas caen.

—Harrison —sollozo desconsolada y repito su

nombre en susurros tantas veces que la palabra

comienza a perder significado.

Vuelvo a sacudir la cabeza, con más fuerza

negándome a la verdad, porque ella destrozaría las

pocas partes de mi ser que aún se mantienen estables.

«Solo es un mal sueño, ya despertarás. Harrison

está bien, y en cuanto despiertes, llegará a la

habitación para comenzar con el plan», intento

convencerme de ello, pero por más que repita esas

palabras, existe una vocecita dentro mío que me

obliga a reconocer la realidad de los hechos.

Es este momento, cuando sigo lamentándome y

negándome a lo que estoy viendo, que siento una

agresiva presión sobre mi brazo, y Erick me obliga a

levantarme del suelo.

—Vamos, princesa —dice con crueldad mientras

me aleja de Harrison—. Deja a la rata, que ya está

muerta.

—¿Qué? —objeto, incrédula, regresando por fin

a la realidad—. No, ¡no! ¡Harrison! —grito con

desesperación, sacudiéndome en un intento por

escapar. Me niego a dejarme llevar—. ¡Suéltame!

¡Suéltame! ¡Suéltame!

La voz me suena quebrada, las lágrimas se

esparcen por mi rostro, y mis esfuerzos y forcejeos se

vuelven inútiles cuando el dolor de mi brazo me

149

reclama, y Erick me propina un puñetazo en el rostro

que oscurece mi visión y me desorienta el tiempo

suficiente para que él acabe de alejarme del pasillo...

Y de Harrison.

—Quédate ahí, princesa —ordena Erick luego de

abrir una puerta y lanzarme con fuerza en un

desgastado asiento.

Quizás espere que me mantenga sumida a sus

órdenes, pero no más. Algo de valentía se acciona en

mi interior, y me impulsa a abalanzarme sobre Erick,

y atestarle puñetazos a diestra y siniestra con tal

rapidez que por un momento no reacciona, hasta que

con un rápido movimiento logra reducirme y

acorralarme contra el suelo.

—Escucha bien, porque no lo repetiré —dice en

un escalofriante tono que vuelve de hielo mis huesos.

Su aliento golpea en mi rostro, y no podría sentirme

más asqueada que en este momento—. Aquí se

acaban los juegos, ya nadie vendrá en tu ayuda, así

que será mejor que cooperes si es que valoras algo de

tu estúpida vida.

Retorcerme bajo él no sirve de mucho en

realidad, porque dicho aquello, busca algo en el

bolsillo trasero de su pantalón, y más tarde captura

una de mis muñecas con una esposa. Luego de

levantarse, toma mi brazo con vigor y me conduce al

final de la habitación, donde en algún lugar rodea las

esposas y más tarde captura mi otra muñeca en la que

estaba libre. Aunque sé cuán estúpido es hacerlo, aun

así avanzó hacia él, quedando atrapada por las

esposas amarradas a la pared, que tiran de mis

brazos, imposibilitando mi camino.

150

—Será un tanto difícil, ¿no te parece? —se mofa

con una sonrisa antes de cruzarse de brazos.

Mirándolo desafiante, llena de desagrado, escupo

a sus pies, provocando que furia enardezca su mirada

antes que me dé una bofetada. El lugar donde su

palma impacta cosquillea en cuestión de segundos,

pero me obligo a ignorar el dolor.

—Ya saldré de aquí, y me encargaré de vengar la

muerte de Harrison —aseguro con firmeza,

escupiendo las palabras, y más tarde, de una

sacudida, libero mi rostro de los cabellos que

oscurecen mi visión.

—No, no, porque ya no hay ningún traidor capaz

de ayudarte, ahora estás completamente sola, y me

aseguraré que sufras por todo lo que has hecho —

espeta y luego una macabra sonrisa aparece en su

expresión—. Y apuesto a que ni siquiera tienes

conocimiento de lo que sucedió realmente.

Un exasperado bufido se escapa de mí ante el

reconocimiento de ello. Estoy exhausta de no saber

lo mínimo acerca de lo que sucede, y aunque mi

memoria comience apenas a funcionar

correctamente, y tenga una idea con respecto las

respuestas que busco desde hace tiempo, eso no es

suficiente para saciar mi curiosidad, ni mis ansias por

información. Lo peor de todo es que Erick lo nota

por mi expresión, y es entonces que lanza una severa

carcajada.

—Escucha con atención, porque no repetiré mis

palabras, y te diré lo que tanto deseas saber —

susurra, endureciendo la expresión para intentar

intimidarme. Bueno es que no me afecte en lo más

151

mínimo—. Estás aquí porque asesinaste a mi mejor

hombre, luego asesinaste a mi hermano, y finalmente

ayudaste en nuestra captura. Toma esto como una

pequeña venganza —espeta con tanta frialdad que

hiela mis huesos—. Qué pena que Harrison estuviera

siempre tras de ti para ayudarte, quizás habría sabido

que a la larga, de una u otra forma, iba a liberarte.

Gran estúpido fue, ¿no?

Me retuerzo en mi lugar, sintiendo las esposas

lastimar mi piel.

—No lo insultes —exijo, como si eso fuera lo

más importante de su relato, porque a mi parecer lo

es.

—¿O qué? ¿Me golpearás? —desafía en otro

susurro, y lanza una risa seca antes de apartarse y

encaminarse hacia la puerta de salida. Con la mano

sobre la perilla, y la puerta abierta solo unos

centímetros, agrega—: Todo está a punto de cambiar,

Wells. No lo olvides.

Y luego, devolviéndome a mi anterior encierro,

pero con mucha menos libertad, sale de la habitación

y cierra la puerta tras de sí.

152

153

CAPÍTULO 34 Pasado

Debí haberlo previsto, ya creía yo que Daniel no podría haberse metido en algo como lo que estaba sucediendo sin antes haber tenido el incentivo de alguien más.

Y ese alguien era su tío.

El hombre nos observaba a Harrison y a mí con

sorna, como si apenas lograse creer lo que sus ojos

estaban viendo, pero esa expresión cambió al

segundo siguiente, mostrando una petulante sonrisa.

Algo que me extrañó era que no llevaba un arma

consigo teniendo en cuenta que todo el mundo

cargaba con una. Debía ser valiente para acercarse a

nosotros de la manera en que lo hacía, con algún tipo

de extraña determinación que me alertó, solo que no

sabía de qué.

Harrison lo detuvo, elevando su arma.

—Alto ahí, Geller —advirtió.

El hombre, que no podía tener poco menos de

cuarenta, mantuvo su sonrisa y elevó ambas manos

en señal de rendición.

—El niño se ha vuelto un hombre —se mofó él.

Harrison rodó los ojos, pero no dijo nada al

respecto.

154

—Yo mediría mis acciones si fuera tú,

muchacho.

—Qué bueno que no lo seas —replicó Harrison

cortante.

Su «batalla verbal» habría proseguido de no ser

porque una explosión sacudió el edificio, logrando

que los tres cayéramos al suelo, y más tarde, el tío de

Daniel, utilizara el momento de confusión para

abalanzarse a Harrison y golpear su rostro de un

puñetazo que lo desorientó. Habría ayudado pero,

vamos, esos dos eran mucho más fuertes de lo que yo

sería jamás, y solo acabaría mucho más lastimada de

lo que ya me encontraba. Asimismo habría disparado,

pero teniendo en cuenta que era tan novata como

podía ser posible, eso también podría considerarse

una mala idea.

—¡Phoebe, ve! —gritó Harrison antes de recibir

un nuevo golpe, y no tuvo que decirlo dos veces para

que comprendiese a qué se refería.

Advertí que luego de la explosión el sonido de

disparos se vio disminuido, pero aún permanecía lo

suficiente fuerte para que lograse distinguir su

procedencia. Corrí por los pasillos ignorando el

disparo que escuché a mis espaldas y subí un tramo

más de escalera hasta encontrarme a metros de mi

destino, desde donde se escuchaban algunos gritos,

de tan solo dos personas que parecían discutir con

respecto a algo.

Solo por si fuera necesaria, rogué que el arma

que tenía en mis manos estuviese cargada.

Como la chica valiente y osada que en realidad

no era, abrí la puerta de un golpe e ingresé con el

155

arma extendida a la habitación donde dos hombres

—al parecer hermanos gemelos— discutían mientras

uno de ellos —el de la izquierda— lanzaba órdenes a

través de un celular. Ambos se detuvieron al verme

ingresar, y nos observaron confundidos y

sorprendidos tanto a mí como a mi arma.

Considerando las que ellos mismos portaban, era

ridículo que yo me encontrara allí.

—Tienes quince segundos antes que decida

matarte, para explicar quién eres y qué haces aquí...

apuntándonos —dijo el gemelo de la izquierda sin

asomo de inquietud o temblor en su voz por el hecho

que alguien estuviese apuntando a su rostro. Tardé

algo de tiempo en responder, pues reconocí el rostro

de ambos, aunque fue tan solo uno de ellos (no podía

decir cuál), el hombre que permaneció largo rato

observándome cuando Daniel y yo nos detuvimos en

un semáforo en rojo antes que el atentado comenzara.

—Y tú tienes otros quince para dar marcha atrás

a todo esto y salir por esa puerta —desafié,

asintiendo al final a la puerta tras de mí. Me sentí

orgullosa de la manera en que dije esas palabras, pero

dicho orgullo se esfumó con las de su hermano.

—Qué pena, eso no es lo que debías responder.

—Y seguido a ello, con rapidez tomó el arma que se

alojaba en su cintura y más tarde la elevó.

La verdad es que no deseaba volver a pasar por

aquello, pues no quería tener otra muerte cargando

sobre mi espalda, pero puesto que era él o yo, apreté

el gatillo y disparé a su cabeza antes que pudiera

disparar contra mí. Un par de segundos después, el

156

hombre cayó al suelo entre la sangre que corría desde

su ojo reventado.

—¡Sam! —exclamó su hermano, quien un

segundo después me envió una mirada furibunda y se

lanzó hacia mí. Quise dispararle a él también, pero

mi arma eligió ese momento para estar vacía.

Sí, gracias, Harrison, por revisar la cantidad de

balas que tenía antes de dármela.

El gemelo que obviamente no era Sam, capturó

mi cabello y me sacudió por la habitación hasta

lanzarme al suelo y estrellar mi cabeza contra el piso

de piedra una y otra vez, incluso cuando comencé a

perder el sentido y dejé de sacudirme.

Estaba a un segundo de adormecer cuando la

puerta volvió a abrirse y un coro de voces autoritarias

exigió al hombre que se detuviera. No sabría decir

qué pasó a continuación con lujo de detalle, pero sí

sabía que minutos más tarde alguien me levantaba

con delicadeza, y me acunaba en sus brazos mientras

nos movía lejos de aquel lugar. Fue cuando escuché

su voz que supe la identidad de aquel alguien.

—¿Estás bien? —preguntó la voz de Harrison,

quien sonaba preocupado.

Con la poca fuerza que me quedaba, intenté

golpearlo.

—¿Qué clase de pregunta es ésa? —cuestioné

susurrando—. Casi me matan a golpes, ¿cómo crees

que estoy?

Lo sentí reírse mientras mi adolorida cabeza

recaía en su pecho. No tenía una buena idea de lo que

sucedía, pero si Harrison podía cargarme con tanta

157

despreocupación, las cosas debían estar relativamente

bien.

—Al menos sigues viva, y estás despierta lo

suficiente para saber que oficiales redujeron a las

cabezas del atentado, y es cuestión de momentos

antes que toda esta locura acabe de una vez —

explicó con tranquilidad conforme bajaba por unas

escaleras.

—Espera —pedí frunciendo el ceño,

comprendiendo aquello—. ¿Llamaste a la policía?

¿Ellos saben lo que hiciste?

—Por supuesto que no, o ya estaría muerto —

negó como si fuera lo más obvio del mundo,

retomando la marcha—. Sí los llamé, pero me

escondí de todos, por lo que quizás asumieron que ya

me capturaron, o estoy muerto.

—¿Y el tío de Daniel?

—Muerto.

Tomé una profunda respiración que, dado el

nivel de contaminación temporal actual, no fue muy

gratificante, y me retorcí sobre Harrison un poco para

acomodarme. De seguro parecía mi gato cuando lo

tenía en brazos. La visión no era muy bonita.

Ya que no me sentía con fuerza suficiente para

abrir los ojos, supe que estábamos fuera porque la

brisa del exterior me recorrió como la más fina y

escurridiza de las telas. Esa sensación no duró mucho

tiempo, pues subimos lo que pareció un gran escalón,

y más tarde escuché una puerta cerrarse tras de

nosotros antes que Harrison me depositara sobre lo

que asumí una camilla.

158

—Estás muy herida, estamos de camino a un

hospital —me notificó él con tranquilidad.

Asentí con un casi imperceptible movimiento de

cabeza y mientras un enfermero me decía algo que se

oyó inentendible para mis oídos, sentí la oscuridad y

el agotamiento de aquel día reclamarme de una vez

por todas.

159

CAPÍTULO 35 Presente

Me rindo.

Así es, ya lo dije.

Sin rodeos, explicaciones, preámbulos. Nada.

Estoy exhausta.

Ya no tengo nada que decir, y no sé siquiera si es

que hay algo más. Probablemente no. Es por eso

mismo que lo hago, además, por supuesto, ya no

podría encontrarme más desesperanzada, ni

destrozada. Solo sigo cayendo, y cayendo en la

depresión en la que sombras olvidadas y ahora de

nuevo recordadas me han sumido, a la que me han

empujado.

Así que sí. Me estoy rindiendo.

Sería inútil seguir resistiendo, intentar escapar,

porque todo está tan jodido ahora que Harrison ha

sido asesinado, que esa esperanza y confianza que

creí jamás flaquearían en este momento se

desmoronan ante mis ojos, y por eso sé que lo he

perdido todo.

Sé que dije que no me iría sin antes haber

luchado, sé que soy una hipócrita, pero ya no tengo

160

fuerzas para nada. Es ahora que me encantaría ser la

damisela en apuros a la que un valeroso caballero

rescata en su imponente, blanco y reluciente corcel.

«Pero —pienso, con una temblorosa risa seca

cargada de ironía—, esto no es un cuento de hadas».

La risa se desvanece un segundo después de

formarse, cuando el peso de los últimos sesenta y

siete días, y aquella tragedia ocurrida cinco años

atrás de la fecha, me golpean con el vigor suficiente

para arruinar lo poco estable que existe en mí. Al

principio, sollozo sin estar del todo consciente de

ello, y más tarde, el llanto producto de todo el dolor

que se aloja en mi interior se convierte en gritos de

frustración, desesperación... De una persona

completa y absolutamente dolida y destruida.

De alguien cuya realidad es más que detestable.

Comienzo a ver en mi cabeza decenas de

imágenes que aborrezco de inmediato, pues me

recuerdan cada una de las cosas que he pasado, desde

que comenzó aquel atentado, pasando por la muerte

de Daniel, aquel accidente que reclamó mi memoria

como premio, mi secuestro, hasta la muerte de

Harrison. Y ahora esto.

¿Por qué estoy siendo tan castigada? ¿Es que no

existe un límite para el sufrimiento y dolor que una

persona puede recibir?

—¡¿Por qué no acaban conmigo de una buena

vez?! —rujo con todas mis fuerzas, sintiendo mi voz

quebrarse en la última palabra, y mi visión

encharcándose por nuevas lágrimas.

Una voz me habla desde el interior de mi cabeza,

ésa que tantas veces me ha recordado mi realidad en

161

los momentos menos oportunos del pasado: «Porque

quizás te mereces vivir en el infierno. Por aquellos

cuyas vidas has arrebatado, o por aquellos que

murieron para ayudarte a ti».

Cierro los ojos con fuerza, mi cabeza se inclina

hacia el suelo, mis cabellos caen a los lados de mi

rostro como una oscura cortina, y ahogo un sollozo.

Ahogo mis lamentos.

Lo ahogo todo.

Inclusive yo me estoy anegando en mí misma, y

sé que de eso no voy a poder salir, ni siquiera vale la

pena intentarlo.

Esa maldita voz dentro de mi cabeza tiene razón

en algo después de todo. Quizás sí me merezca

verme sumergida en más sufrimiento del que alguna

vez podré aguantar, Porque Harrison no merecía

morir, no cuando lo único que hizo fue ayudarme,

velar por mi bienestar.

Quizás todo sería mejor si yo hubiese muerto en

su lugar.

Quizás las cosas estarían en paz si yo estuviera

muerta.

Y es que a esto se ha reducido todo: a un

«quizás». Pero no solo a eso, pues también está mi

propia declaración, lo que dice que los últimos meses

sirvieron de nada, y por más que me duela, que la

muerte de Harrison ha sido en vano.

«Me rindo —pienso con amargura—. Ya no

tengo fuerzas para luchar.»

162

163

CAPÍTULO 36 Pasado

De lo primero que fui consciente al recuperar el conocimiento fue mi garganta seca, y los pitidos que lanzaba una máquina cercana.

De lo primero que fui consciente al abrir los ojos

fue la habitación blanca y estéril de un hospital

donde al parecer me hallaba. ¿Había sucedido algo?

Debía ser. No encontraba otra explicación.

Mis brazos tenían varias insertadas manguerillas

conectadas a una que otra máquina, una cánula del

respirador se alojaba en mis fosas nasales, una gruesa

venda rodeaba mi cabeza, y lo mismo sucedía en

otras partes de mi cuerpo.

«¿Qué rayos sucede?», me pregunté, incapaz de

comprender nada.

Como si mis pensamientos hubiesen sido

escuchados, la puerta de la habitación se abrió con

lentitud dejando a la vista una mujer vestida con una

larga bata blanca, de sonrisa afable, que llevaba la

cabellera rubia recogida en un descuidado ruedo en la

parte posterior de su cabeza. Teniendo entre sus

manos un portapapeles, se acercó a la cama donde

yacía, preguntando cómo me sentía.

—Algo desorientada, supongo.

164

—Ya veo —asintió, mirando las máquinas a los

lados de la cama—. ¿Recuerdas algo anterior al

atentado? ¿Cualquier cosa?

«¿Atentado?». Me la quedé mirando

desconcertada, queriendo saber a qué se refería. Lo

que sea que vio en mi expresión, le dio a entender

que no tenía idea de lo que estaba hablando. Con la

sonrisa un tanto aplacada, acabó con su inspección y

anunció que permitiría en unos minutos ingresar a

mis padres, que esperaban en el exterior. Luego de

extender un vaso con agua en mi dirección —que

tomé agradecida—, se alejó y salió de la habitación.

En cuanto cerró la puerta tras sus pasos, me cuestioné

la expresión que había mostrado la mujer antes de

retirarse. Era evidente que me estaba perdiendo de

algo. Claro, comenzando por la parte en que

mencionaba un atentado.

Escuché algunas voces en el pasillo. Discutían

sobre algo que no alcancé a reconocer. Más tarde,

poco más de un minuto, la puerta de la habitación se

abrió y mis padres ingresaron con el brazo de uno

enlazado en el del otro. Mi madre tenía los ojos

enrojecidos, como si hubiese estado llorando hacía

poco tiempo, mientras que mi padre parecía ataviado

por una gran cantidad de alivio que, por alguna

razón, me hizo sentir más segura.

—Hey —saludé con alegría que en realidad no

sentía, puesto que la preocupación que mi madre

desprendía la aplacaba un poco.

—Hey —repitió mi padre, dejando ver una

sonrisa que no tardé en igualar—. ¿Cómo estás?

165

Me encogí de hombros con indiferencia y desvié

la mirada a mi madre, que comenzaba a

tranquilizarse un poco.

—Mamá, ¿por qué lloras? —pregunté como una

niña pequeña que sorprende a su madre llorando a

solas en una habitación cerrada.

Como si mi voz acabase de accionar algo en su

interior, permitió que su rostro se iluminara con una

sonrisa que no llegó a sus ojos, y se acercó hacia mí

con más seguridad de la que parecía sentir en ese

momento.

—Por nada, cariño, solo estaba preocupada por ti

—me tranquilizó, en un amable tono de voz—.

Entonces... ¿no recuerdas el atentado? ¿Nada de lo

que sucedió?

Ahí estaba otra vez. Negué con la cabeza, y

pregunté qué día era aquél. Nueve de agosto. La

respiración se me atascó en un nudo a media

garganta. ¿Había estado en coma o algo parecido?

Hasta donde sabía, era veintinueve de julio.

Observé a mis padres de hito en hito, sin saber

qué decir o hacer, y esperando a su vez que me

dijeran algo, cualquier cosa, para calmar mi creciente

confusión.

—¿He estado más de una semana inconsciente?

—pregunté, incrédula.

—No, solo dos días —se apresuró mi padre a

aclarar. De ser posible, se habría escuchado el sonido

de mi corazón retumbando una y otra vez en mi

pecho—. ¿No recuerdas nada durante ese tiempo?

Sacudí la cabeza.

166

—Yo creía que era veintinueve de julio —

confesé en un susurro casi inaudible.

El silencio que invadió la habitación duró lo que

un parpadeo, pues la doctora regresó, anunciando de

manera animada mi diagnóstico.

—Dado que no recuerdas nada de lo que sucedió

durante el atentado, tal parece que tu mente decidió

bloquear aquel hecho traumático, como algún

método de autodefensa —informó, como si estuviese

hablando del color de las rosas, y no de mi reciente

estado mental—. ¿Qué día dijiste que era según tú?

—Repetí para ella y esperé a que continuara—. Bien,

no es un lapso de tiempo muy largo, pero podría

haber sido mucho peor. De igual manera, descuida, a

la larga, a partir de sueños, o quizás porque en tu

mente llegue a actuar alguna especie de catalizador,

recuperes este tiempo perdido.

—¿Y si no lo logro?

La doctora a un lado de mis padres se tomó su

tiempo antes de responder:

—Entonces continuarás con tu vida como si los

días anteriores a éste jamás hubiesen pasado. Porque

para ti, no lo hicieron.

—Harrison tiene razón, Michael, y lo sabes: hay

que hacer lo que él ha dicho —susurró mi madre, tan

bajo que de haberme encontrado concentrada en otra

cosa, no la habría oído.

167

Aquel nombre resonó en mi cabeza con tanta

fuerza que no pude solo dejarlo pasar, por lo que

alzando la voz para hacerme escuchar por sobre su

conversación, pregunté:

—¿Harrison? ¿Es un nuevo cliente de papá? Su

nombre me parece familiar.

Tan rápido que fue un milagro el que su cuello

permaneciera intacto, mi madre volvió la mirada en

mi dirección, abriendo los ojos como platos. Ahí

estaba esa mirada otra vez. Palpé mi frente solo para

verificar que no tuviese un par de cuernos

emergentes. Sacudí la cabeza ante mis ridículos

pensamientos y esperé a que la expresión

conmocionada de mi madre desapareciera, lo que no

sucedió hasta un par de minutos más tarde.

—Eh... No, solo es un nuevo amigo de tu padre

—me informó ella, pero sabía que estaba

mintiendo—. Nadie importante —añadió para

rematar, aunque no muy convencida.

Asentí como si estuviera de acuerdo, cuando en

realidad reprimía un millar de preguntas, y me

concentré en otro tipo de cuestión en la que no me

había fijado hasta ese momento.

—¿Y Daniel? ¿Por qué no ha venido? —

cuestioné ceñuda, porque me costaba entender que

mi mejor amigo no se hubiese aparecido por allí un

solo segundo.

Mi madre se volvió hacia mi padre, insegura,

esperando la confirmación de algo. No dijo nada más

hasta que él suspiró con resignación y con un gesto

de la mano le dijo que confesara. No estaba segura a

168

qué se refería, pero no me esperaba lo que segundos

después se me informó.

—Cariño —dijo mi madre, con una sonrisa que

casi parecía fingida—, Daniel se fue a vivir al

antiguo barrio de Mayfair en Londres, pues recibió

una buena propuesta de trabajo que no pudo rechazar.

Hace ya casi dos semanas que vive allí. —Al advertir

algo en mi expresión, añadió—: Verás, todo fue tan

rápido que ni siquiera dejó un teléfono de contacto,

pero en algún momento llamará, sé que sí.

Las últimas tres palabras sonaron quebradas e

inseguras, y noté con facilidad que mi madre hacía

esfuerzos por no llorar de nuevo. No entendía por

qué tanto drama, pero asumí que en cuanto Daniel se

pusiera en contacto, él me aclararía las cosas.

Mi mejor amigo no me decepcionaría.

El problema fue que la esperada llamada nunca

llegó.

169

CAPÍTULO 37 Presente

No sé cuánto tiempo pasa desde que en algún momento mis ojos se cierran y caigo rendida al suelo con mis muñecas aún aferradas a las esposas, pero sí estoy consciente que despierto cuando Erick abre la puerta de un golpe que bien podría sacudir las paredes, y llama mi nombre.

En el pasado, cuando él se aparecía por mi

habitación en ocasiones con la estúpida bandeja de

alimentos, y el rostro oculto bajo una máscara, me

sacudí las veces suficientes para auto infligirme

heridas que tardaron días e inclusive semanas en

sanar casi por completo. Ahora ya no deseo hacerlo,

pues el metal de las esposas escocería mi piel, y

cualquier tipo de esfuerzo sería inútil. Sencillamente

no tengo opción de escape.

Lo miro sin inmutarme, directo a los ojos, y en

silencio. Hablar sería otra pérdida de tiempo.

—Hoy será hora de tu actuación —dice sin más,

y de nuevo, aunque curiosa, permanezco en silencio,

pegada cuanto pueda a la pared tras de mí.

Sin esperar a que responda, se ubica en una silla

que arrastra frente a mí, y rebusca en sus bolsillos

por un teléfono que deja al descubierto, segundos

170

más tarde. Quitándome la mirada solo un momento,

marca un número de teléfono y espera algún tiempo a

que le respondan. No sé qué se trae entre manos, pero

no podría importarme menos, incluso si tiene que ver

conmigo.

—Uf, no contestan, creo que será a la oficina —

declara y vuelve a marcar. Una macabra sonrisa

ilumina su expresión cuando al parecer alguien

atiende desde el otro lado de la línea—. Hola,

quisiera hablar con Wells —solicita, y es ahora que

llama mi atención.

Mi padre, está buscando a mi padre.

—No, no quiero una cita, pero él sí querrá

atender esta llamada —espeta en tono brusco, y

luego, casi entre dientes asevera—: Claro, a menos

que su hija no le importe en lo más mínimo.

Silencio se extiende por la habitación conforme

acaba esas palabras. Me sacudo enfadada porque él

no sabe quién es mi padre, ni tampoco cuán dedicado

es por su familia. El movimiento es estúpido, y la

expresión burlona que me dirige indica que lo sabe.

—Oh, vaya, veo que tengo el honor de hablar

con Michael Wells —exclama con sarcasmo, y una

sonrisa suficiente que solo aumentan mi enfado—.

Directo al grano... Bien, vayamos al grano. —Me

mira un par de segundos antes de continuar—. Aquí

frente a mí está tu querida hija, Phoebe —dice, y me

es imposible no advertir el desprecio que desprende

al decir mi nombre—. Supongo que tienes una idea

de qué va todo esto.

No sé qué responde mi padre, pero a juzgar por

la expresión suficiente que ilumina el semblante de

171

Erick, él ha perdido los estribos, y yo no podría

sentirme más enferma que en este momento.

—¿Hablar con ella? Oh, sí, ¿cómo no? —

exclama con ese tono burlón que fastidiaría a

cualquier persona. Yo no puedo quedarme fuera de

grupo—. Aquí la tienes —añade, estirando el

teléfono hasta que está pegado a mi oído.

Siento la fría pantalla del aparato en mi oído, y

procuro no hablar muy alto cuando mi padre

menciona mi nombre a modo de pregunta, intentando

desprender seguridad, pero logrando que la voz se le

quiebre en la última sílaba. Cuando encuentro mi

voz, y de una vez por todas digo un simple: «Hola»,

lo escucho tomar una respiración profunda que hace

añicos mi interior..., si eso es posible.

—¿Cómo..., cómo estás? —titubea, inseguro

luego de acallar a alguien cercano.

Pese a que la respuesta no es muy optimista, y la

mirada penetrante de Erick no hace más que

incomodarme, lanzo una ligera y nerviosa risa que se

siente forzada.

—Respiro —contesto cuando la risa se

desvanece.

—Todo estará bien —asegura.

Tengo ganas de decirle que no puede estar tan

seguro de ello, que el futuro es incierto, pero en el

segundo que comienzo a hablar, Erick aleja el

teléfono de mi oído y lo regresa hacia sí. Tomo una

necesitada respiración, alejando las lágrimas que

amenazan con escaparse para correr libres por mi

rostro.

172

—Bien, ya sabes que está viva. Si la quieres de

regreso, irás a la zona de edificios en construcción al

sur de la ciudad junto a treinta millones —advierte

Erick con sequedad; su mirada se encuentra perdida

en algún punto sobre mi cabeza—. Tienes dos horas.

Sin policías, no quieres cometer ese error y causar la

muerte de tu única hija. —Y acaba la llamada.

Al cabo de unos segundos, en los que guarda el

teléfono en su bolsillo, regresa su atención hacia mí,

mostrando una expresión perturbadora, a partir de la

cual me veo obligada a contener la respiración para

ahogar un ligero chillido, y me observa un momento

de manera escrutadora, pareciendo estar en búsqueda

de algo dentro de mi expresión. Lo que sea que es, no

lo encuentra, y acaba por suspirar resignado.

—Muy bien, puesto que tenemos poco tiempo,

será hora de ponernos en marcha —anuncia,

irguiéndose en su lugar, rebuscando otra vez en sus

bolsillos, esta vez por la pequeña llave de las esposas

que me mantienen apresada, la cual encuentra unos

segundos después. Cuando vuelve a hablar, lo hace

en un susurro a centímetros de mi rostro; su aliento

roza de forma repugnante mi mejilla derecha—. Te

recomiendo que seas una buena chica y sigas mis

pasos, permanezcas en silencio y esperes a que papi

me entregue los millones. De otro modo, un atisbo de

resistencia será suficiente para que acabe con tu vida.

¿Comprendido?

Asiento una vez a regañadientes y desvío la vista

a un lado. Mi expresión se tensa por el creciente

enfado que se extiende en mi interior. Cuando acaba

con lo que sea que está haciendo, siento la presión y

tensión sobre mis muñecas aplacarse, y más tarde,

173

logro mover mis brazos con libertad. Sofoco la

emoción que me otorga ese sencillo movimiento, y

me pongo de pie, esperando a que Erick me diga qué

hacer. Me temo que a estas alturas no hay mucho que

pueda hacer. Sería estúpido oponer resistencia

cuando estoy a horas de encontrar la libertad.

Erick toma con fuerza mi brazo derecho y jala de

él, esperando a que lo siga. Caminamos por un par de

pasillos oscuros o mal iluminados antes de alcanzar

el vestíbulo del edificio, y un saco de algodón oculta

mi cabeza y oscurece mi visión.

Poco más tarde, escucho el chasquido de una

cerradura cediendo, y una puerta siendo abierta.

Camino con dificultad un par de pasos, y siento el

exterior en mi piel el tiempo que dura un suspiro,

porque me introducen con rapidez en lo que parece

un auto particular.

—Siéntate ahí —ordena Erick, sin emoción en su

voz.

Hago lo que dice y luego tomo una respiración

profunda. Casi puedo sentir la voz de Harrison en mi

cabeza sugiriéndome palabras de aliento: «Estás

cerca, Phoebe.»

Solo espero que así sea.

174

175

CAPÍTULO 38 Pasado

Sesenta y ocho días atrás (día del secuestro).

No había nada mejor que ser libre por fin. Excepto por la parte en que tenía que comenzar a trabajar, no existe ni existirá cosa mejor a saber que se ha acabado la universidad, las tesis, evaluaciones, y horas sin sueño por estudiar. Parecía casi idílico, pero repito: aún estaba la parte de comenzar a trabajar.

Los últimos cuatro años y nueve meses habían

sido de lo mejor, sin incidentes más allá de mis

multas por exceso de velocidad o salir corriendo de

una fiesta porque había menores idiotas tomando

alcohol, algo por lo que mis padres se encargaron de

reprimirme, aunque estuviese a cumplir los

veintiuno; pero más allá de eso, todo perfecto.

Como cada lunes a mediodía, me dirigía por una

de las calles principales de la ciudad de camino a mi

estilista, que se encargaba de mantener mi cabello

saludable —yo era pésima en eso—, cuando sentí mi

teléfono vibrar en el bolsillo de mi ligera chaqueta de

gabardina.

—Hola, mamá —saludé al responder la llamada.

176

—Hola, cariño —respondió con dulzura, y de esa

manera que me indicó que se encontraba con las

manos ocupadas y el teléfono entre el hombro y la

mejilla—. ¿Estás ocupada hoy? Tu padre y yo

queremos invitarte a cenar.

Sonreí mientras viraba en una esquina para

ingresar en una calle mucho menos transitada que la

anterior, y que me servía de atajo para ir al local de la

estilista.

—Para nada, puedo estar allí a las tres —

aseguré—. O quizás a las cuatro, depende de

cuánto...

Un objeto punzante tocó la parte media de mi

espalda, y me quedé paralizada. Mi madre comenzó a

preguntar qué sucedía, pero había enmudecido. El

pánico afloró en mi interior, y no supe qué hacer

hasta que, un segundo después, un saco blanco de

algodón cubrió mi cabeza y oscureció mi visión.

—¿Qué? No, no, ¡suéltame! —chillé,

sacudiéndome del par de brazos que rodeaba mi

cintura y cargaba mi cuerpo hacia solo Dios sabía

dónde.

Mi teléfono cayó en alguna parte del trayecto, y

al cabo de unos minutos de forcejeo, fui lanzada al

interior de lo que parecía un auto particular. Intenté

zafarme del saco que cubría mi cabeza y salir de allí,

pero el impacto de un puñetazo me hizo ver las

estrellas. Si con eso esperaba doblegarme, acababa

de lograrlo.

—Podrías haber sido menos brusco —refunfuñó

una voz que me resultó muy familiar, solo que no

llegué a saber a quién le pertenecía.

177

—Cierra la boca, Michaels —espetó la voz más

cercana, justo a mi lado, asumí que de aquel que

acababa de golpearme—. Es hora que aprenda una

lección.

Escuché a Michaels gruñir en desacuerdo, pero

más allá de eso no se dijo nada más. Quise intentar

algo para salir de ahí, pero dado mi creciente dolor

de cabeza, y que me encontraba en un auto en

movimiento a gran velocidad, no era una buena idea.

Luego de largos minutos —quizás horas— de

viaje, el auto se detuvo y una mano tomó mi brazo en

un agarre vigoroso, antes de obligarme a salir del

vehículo. Trastabillé un par de pasos antes de volver

en mí, recordar lo que estaba sucediendo, y de alguna

manera, patear a la persona a mi lado, logrando que

me dejara libre. Por desgracia, cuando quise quitarme

de encima el odioso saco y correr lejos de allí, entre

los gritos de una y otra persona, volví a recibir un

puñetazo en el rostro, pero esta vez la fuerza del

golpe me debilitó lo suficiente para que cayera al

suelo desvanecida.

Al despertar, mi pulso se disparó a tal punto que

creí que moriría de un ataque cardíaco. Cuando

alcancé a tranquilizarme lo suficiente para no

hiperventilar, me fijé en el lugar donde encontraba:

era un ruinoso espacio que ocupaba algo de diez

metros cuadrados, paredes de sangrante color negro,

decoración inexistente, sin ventanas, con un pequeño

ducto de ventilación, una cama, un baño al final de la

habitación y una puerta de salida que estaba

dispuesta a abrir.

178

«Phoebe, tranquilízate», me reprimí, tomando un

par de respiraciones profundas, avanzando hacia la

única salida, y tomando el picaporte en mi mano.

Cerrada.

Comencé a contar hasta cien de forma lenta y

pausada, reconociendo lo que estaba sucediendo, en

lo que había ido a parar.

Fui secuestrada.

Recordé lo que uno de mis captores dijo en el

camino a aquel lugar: «Es hora que aprenda una

lección», solo que no sabía a qué se refería, por lo

que asumí que había caído en la trampa más vieja de

todas: yo era un cebo para llegar a mi padre, y

obtener algo de su fortuna.

«Estoy secuestrada», volví a pensar, con el

horror de la situación esparciéndose a través de mi

interior. Me dejé caer al suelo con lentitud, y

abrazada a mis rodillas, comencé a mecerme de

manera paulatina por lo que parecieron siglos, hasta

que la puerta se abrió, y tras ella, apareció un hombre

cuyo rostro estaba oculto bajo una máscara, en sus

manos llevaba una bandeja cargada de unos pocos

alimentos.

Algo de determinación se instaló en mí, por lo

que me levanté de un salto y rápidamente corrí hacia

él. Tomándolo por sorpresa, le di un puñetazo que lo

aturdió los segundos suficientes para que lograra salir

de aquella espantosa habitación. Por desgracia, como

era de esperar, el hombre era mucho más rápido que

yo, por lo que no tardó demasiado en alcanzarme,

tomarme de la cintura, y más tarde lanzarme dentro

de la habitación. Opuse tanta resistencia como pude

179

antes que me tirara al suelo y más tarde estrellara mi

cabeza contra él.

—Sigue intentando eso, y no durarás demasiado

tiempo —advirtió entre dientes antes de alejarse y

salir de la habitación dando un portazo.

Al acabar completamente sola, me encogí sobre

mí misma y sollocé durante las horas siguientes,

lamentándome por el destino que se me había

otorgado.

Lo único que me quedaba era resistir el tiempo

que todo aquello durara, hasta encontrar la forma de

escapar.

180

181

CAPÍTULO 39 Presente

Alguna vez hace tiempo establecí con firmeza que si volvía a ver la brillante y a veces cegadora luz del día, si sentía una vez más la brisa de media tarde recorriendo mi rostro, y si escuchaba otra vez el canto melodioso de las aves, sería porque al fin he recuperado mi libertad...

Pero jamás me sentí tan presa como ahora.

La luz solar hace cosas extrañas con mi visión

acostumbrada a la oscuridad o luz artificial de mi

habitación/celda, donde viví los últimos meses, y en

los retazos de piel desnuda en mis brazos y pecho, o

inclusive mi rostro, demostrando cuánto tiempo se

me mantuvo alejada de todo esto.

El ambiente invernal del exterior me provoca un

escalofrío que va muy en desacuerdo con el calor que

produce la luz solar, y la gravilla que forma parte del

suelo lastima mis de por sí maltratados pies

descalzos. Pero eso no es lo que me causa dolor. De

hecho, de ser sincera, he de decir que nada físico

duele.

Mi brazo se siente de lo más maltratado mientras

Erick mantiene sus dedos enterrados en mi carne con

un agarre imperturbable. Me arrastra por el camino

182

con rapidez y descuido mientras porta un arma en la

mano derecha, la cual no apunta en mi dirección,

aunque es cuestión de tiempo hasta que lo haga para

obtener lo que quiere.

Mis ojos, abiertos como rendijas, inspeccionan

con detalle el lugar a mi alrededor tanto como

pueden. Siguiendo la dirección del camino pedregoso

que estamos atravesando, se alcanza un edificio en

espera de ser inaugurado, y más allá, al otro lado de

la carretera, se logran ver algunos de los más altos

edificios de la ciudad donde alguna vez Daniel y yo

creamos nuestros propios recuerdos. Me enfoco en

ello, sin evitar las lágrimas que acuden a mis ojos y

más tarde resbalan a lo largo de mis mejillas.

Una sacudida me hace dar traspiés a medida que

avanzo. Erick sigue tirando de mi brazo,

desequilibrándome, y no dudo que si me suelta veré

las marcas moradas de sus dedos decorando mi piel.

Sigo su paso como puedo, intentando no caer en

el suelo, porque sé que él no se detendrá, sino que

continuará arrastrándome sobre la piedra sin

importarle cuánto ese acto pueda llegar a escocerme

la piel por las heridas. Probablemente llegue a

sentirse satisfecho por eso.

Alcanzamos en cuestión de minutos aquel

edificio una vez mencionado y nos introducimos a

través del garaje del mismo hacia un espacioso

estacionamiento al aire libre, donde el suelo de

reciente pavimento se siente algo cálido bajo el toque

de mis pies, y un enorme muro de piedra separa el

espacio del exterior.

183

Nos detenemos al final del estacionamiento.

Erick me mantiene en un fuerte agarre a su lado, y

permanece en silencio mirando fijamente al frente.

Puedo jurar que de ser posible, se podría escuchar el

sonido de mi corazón golpeando mi pecho como

martillazos a un clavo en la madera.

—Ruega por que vengan en tu ayuda —dice

Erick en mi oído, provocándome un repugnante

escalofrío.

—Lo harán —respondo, con toda la firmeza a mi

alcance, y sin sentir remordimiento alguno por el

tono de voz que acabo de utilizar.

Erick lanza una risa seca, y a continuación,

retoma su anterior silencio.

Una bandada surca el cielo y solo un grupo muy

reducido de aves emite una ligera melodía, tan suave

que apenas se distingue del susurro del viento; una

melodía que desde hace tanto tiempo he extrañado y

ahora aborrezco, porque las envidio, pues son tan

libres como al parecer yo nunca volveré a ser.

Mi vista se pierde en los extremos del

estacionamiento, las injustificadas grietas en el

pavimento, y la delgada sombra que se extiende a

través del suelo desde el túnel por el que Erick y yo

llegamos. De ser otro momento, podría sonreír, pues

sé que al fin han llegado.

Y es ese preciso momento el que Erick elige para

apuntar con su pistola a mi cabeza.

Lo primero que alcanzan mis ojos es el débil

resplandor que desprenden los plateados zapatos de

tacón alto de mi madre al ser alcanzados por la luz

184

del sol. Es cuestión de segundos hasta que con, paso

lento e impreciso, las figuras esbeltas y elegantes de

mis padres aparecen en nuestro campo de visión

junto a una maleta donde deben de tener el dinero

exigido para mi rescate.

Janette, mi madre, muestra sombras oscuras bajo

sus ojos azules sin maquillar, y el cabello rubio

ceniza apenas cepillado, como si no le hubiese

importado en lo más mínimo su aspecto. Mi padre,

que se encuentra utilizando uno de sus mejores trajes

y a su vez luce con orgullo su cabello negro veteado

de blanco por acción de la edad, se ve imperturbable,

siendo el claro sostén de mi madre, aunque cuando

nuestras miradas se cruzan, puedo ver el dolor en sus

ojos.

Al recaer su mirada sobre mi captor y más tarde

sobre mí, mi madre lanza un grito estrangulado y se

aferra aún más al brazo de mi padre, quien pasa un

brazo sobre sus hombros. Quiero enviarle una mirada

tranquilizadora, decirle que todo estará bien, pero

jamás se me dio muy bien mentir; y además, lo único

que en realidad deseo es apartarme de Erick y salir

corriendo hacia ellos para unirnos en un muy

esperado y necesitado abrazo.

Pero no puedo.

En cambio, y en contra de mi voluntad, me

mantengo en silencio, sintiendo la fría brisa de

invierno recorriéndome, resecando aún más mis ya

agrietados labios, y posando de manera aleatoria la

vista en mis padres, que solo me observan e

inspeccionan con detenimiento.

185

Nadie emite sonido alguno en los minutos que

transcurren a continuación, sino que solo nos

limitamos a observar... No sé muy bien qué, porque

ni siquiera hacemos cualquier tipo de movimiento.

Pasa lo que se asemeja a siglos hasta que mi padre

decide aclarar su garganta.

—¿Phoebe? —pregunta con cautela y la voz

quebrada.

—Hola, papá —saludo, haciendo un esfuerzo de

proporciones épicas por no derramar las lágrimas que

se agolpan junto a un sollozo contenido en mi

garganta.

—¿El reencuentro está terminado? Porque,

sinceramente, me dan asco —interrumpe Erick, con

rudeza tiñendo su voz.

—El dinero está aquí, así que ¿qué más quieres?

—inquiere mi padre por primera vez, dirigiéndose al

hombre a mi lado, quien lanza una risa seca y llena

de ironía que provoca un escalofrío que más tarde

recorre mi espalda.

Mi padre repite su pregunta y a su vez asegura

que está dispuesto a entregar cualquier cantidad de

dinero si es que eso desea con tal que se me regrese

mi libertad. Erick ríe una vez más, haciendo con la

mano derecha un movimiento a partir del cual el

cañón de su arma golpea mi sien.

—Solo dilo —insiste mi madre, hablando por

primera vez en todo aquel tiempo.

Pero no lo hace. Y no es necesario, al menos no

para mí, porque mucho antes que decida responder,

mucho antes que apriete el gatillo y logre escuchar el

186

chasquido previo a la explosión levemente contenida

que más tarde efectuará el disparo, ya sé que es lo

que desea y espera obtener de su obra de sesenta y

ocho días. Y no es el dinero que en vano ha pedido.

Venganza.

Con la inminente sensación de lo que está a

punto de suceder, susurro un apenas comprensible

«adiós» en dirección a mis padres, y más tarde siento

el explosivo choque de la bala en mi cabeza,

destruyendo todos y cada uno de mis sentidos.

El impacto me lanza con fuerza a mi izquierda, y

en esos pocos segundos que mi cerebro, por alguna

milagrosa razón aún funciona, también me despido

una última vez de Harrison, y a su vez le agradezco

todo lo que ha hecho por mí, incluso si las cosas no

salieron bien, y sus planes le costaron la vida.

Mi cuerpo golpea contra el duro pavimento, y en

cuanto la oscuridad, el vacío, silencio y tormento me

rodean y rápidamente me adormecen de una vez por

todas, sé que mi historia ha acabado.

O al menos todo o que por mi parte puedo relatar.

187

EPÍLOGO Presente

El cuerpo de Phoebe cae en un golpe seco al impactar con el suelo, robándose la atención de los presentes en el estacionamiento donde acaba de encontrar su final.

No mucho después, al ver la roja laguna de

sangre que se esparce a través del pavimento y rodea

el cuerpo inerte de la difunta en un óvalo nefasto,

Janette lanza un ensordecedor alarido invadido por el

horror y dolor de la situación, y debe tomar con

fuerza el brazo de su esposo para evitar desfallecer.

Michael, con la respiración acelerada y el

corazón destrozado, se libera del agarre de su esposa

para luego posar el brazo sobre sus hombros e

intentar atraerla en algún tipo de consolador abrazo,

pero no obstante, ella se sacude lejos de él y

comienza a correr, encaminándose al cuerpo de su

única hija, que yace inmóvil a los pies de su asesino,

en un estado deplorable.

En el momento que Erick advierte las intenciones

de la mujer, toma su arma y apunta directo hacia ella,

quien se detiene de manera tan súbita que sus

cabellos ceniza se abren paso hacia adelante, apenas

ocultando su rostro dolido, aturdido y desesperado.

188

—Mala idea —advierte entre dientes, sintiendo

cómo la mujer frente a él se debate entre seguir

avanzando hacia su hija, o retroceder.

—No le hagas daño —suplica Wells,

ocasionando que el rostro de Erick se contorsione

con una extraña sonrisa que estremece a Janette.

—Nada de esto habría sucedido si Phoebe Wells

no se hubiese metido en asuntos que no eran de su

incumbencia —espeta Erick con sorna, preparado

para asesinar a las últimas dos personas en su lista.

Preparado para acabar con todo aquello, y salir de

allí, sintiéndose en paz por lograr su cometido.

Pero antes que pueda apretar el gatillo, desde

alguna parte, se dispara un proyectil que impacta en

su brazo izquierdo. Al principio sorprendido, luego

adolorido, Erick gime y lanza su arma al suelo,

mientras se dobla sobre sí mismo y siente sangre

recorriendo su brazo. Michael se adelanta lo

suficiente para rodear la cintura de una confundida

Janette, que no se molesta en poner resistencia, y

alejarla del hombre herido frente a ambos.

Se escuchan rápidos pasos dirigiéndose al

estacionamiento, y al cabo de unos segundos, media

docena de oficiales de policía armados rodean a

Erick y Phoebe, apuntando solo al primero.

—Erick James, estás arrestado por el secuestro y

asesinato de Phoebe Wells y Harrison Michaels —

dice con severidad uno de los oficiales, capturando

una de sus muñecas con una esposa, mientras otro de

los oficiales llama una ambulancia por la herida

provocada.

189

Es cuando otro oficial se acerca a ellos y los

acompaña fuera del lugar que Janette deja las

lágrimas correr libres por su rostro, sin reparar en la

mirada comprensiva que recibe por parte de su

escolta. Michael la abraza con fuerza, y permite que

llore en su pecho, porque sabe que sus sollozos

durarán mucho tiempo, incluso cuando ya no posea

fuerzas para seguir llorando.

Desde otro punto de la ciudad, no muy lejos del

lugar donde los Wells se hallan, otra media docena de

oficiales ingresan al edificio donde se mantuvo

capturada a Phoebe por más de dos meses. En el

camino dentro de las instalaciones arrestan unas tres

personas que ayudaron en el secuestro de la

muchacha, y encuentran dos cuerpos, entre ellos el de

Harrison Michaels, que según los padres de la

víctima, fue quien intentó liberarla.

Cuando se cercioran que no hay nadie más allí,

atraviesan las instalaciones, llegando hasta el

subsuelo del edificio con más calma, y se detienen en

la única entrada que existe allí abajo, una enorme

puerta metálica que parece impenetrable, pero no

muy difícil de abrir.

La oficial Reese, que fue buena amiga de Phoebe

durante la escuela secundaria, y estuvo más que

dolida al saber de su secuestro, se abre paso entre sus

compañeros e ingresa a la habitación, donde retenían

a la joven sintiendo un nudo en la garganta al

descubrir las deplorables condiciones en las que se

halló.

190

A parecer, olvidando que se encuentra allí junto a

otros tres oficiales, la mujer se adelanta con paso

inseguro hacia la cama donde presume que la

muchacha durmió durante su encierro, y la empuja

con todas sus fuerzas al advertir un par de líneas

dibujadas en el suelo. Al finalizar, las palabras con

las que se encuentra, escritas por la misma Phoebe, le

roban el aliento durante el tiempo suficiente para que

uno de sus compañeros se acerque preguntando si se

encuentra bien.

Ignorándolo, y de hecho, ignorando todo a su

alrededor, la mujer se inclina unos pocos centímetros

y lee las pocas palabras frente a ella mientras toma

una necesaria respiración profunda.

Las palabras torcidas, descuidadas e imperfectas

que Reese alcanza a leer son las siguientes:

«Pese al encierro que me encuentro sufriendo,

no pierdo la esperanza de salir de aquí, porque

confío en que lo haré, y sé que si a mis ojos brilla la

luz del sol, y si las aves cantan, al fin seré libre».

Reese contiene un pequeño gemido, y limpiando

las lágrimas de su rostro perturbado, susurra:

—No fue de la manera en que esperabas, pero

felicidades, lo lograste.

Se toma un segundo para cerrar con fuerza los

ojos y obtener una necesitada bocanada de aire.

Alguien cercano le dice algo, pero se limita a

ignorarlo y añadir para completar a su frase:

—Al fin eres libre, ángel.

192

193

AGRADECIMIENTOS

A ver, por alguna razón, ésta se vuelve la parte difícil a la hora de escribir. Quizás porque uno no sabe cómo comenzar —mi caso—, y acaba pensando un buen rato cuáles serán las palabras correctas a decir, a quiénes mencionar sin olvidarse ninguno, entre otros.

En fin, comenzando con esto, en primera instancia debo agradecerle a todas esas personas que vieron algo en esta historia, y optaron por darle una oportunidad, ya sea obsequiándole un voto, dando su opinión, o simplemente leyendo capítulo a capítulo hasta que por fin la terminé. En serio, gracias.

Ahora, comenzando con las menciones especiales a aquellas personitas de las que no me olvido, tengo que agradecerle a mi querida Laura —ya se me hizo costumbre, no me juzgues—, no solo por haberme dado su apoyo incondicional, al igual que todos los que mencionaré, sino por sus maravillosas especulaciones, del tipo «adivinaré el final de tu novela cuando faltan quince capítulos para el final porque YOLO», por las cuales más de una vez me he quedado sin palabras para responder. No solo por eso, sino porque a estas alturas ya te podría considerar una amiga. Gracias, Laura.

Luego está Nightmare, que con sus posdatas, su amor por Harrison —al igual que muchas otras personas—, y

194

su pony volador Brillitos, hizo que escribir esta historia se volviera una travesía más divertida de lo que ya era.

Evi, Karen, Anto, Saritiel, Yeri, y seguro me estoy olvidando de alguien por ahí, son otras personas que no pueden faltar aquí, porque bueno, me dieron su apoyo incondicional, o bien conspiraron creyendo que Harrison estaba enamorado de Phoebe, o bien tenía planes siniestros para ella.

Debo agradecerle a la super genial de Joana, pero contigo no me extiendo, porque la cosa se haría larga, y esto debería ocupar un espacio pequeño.

Finalmente, les agradezco a mis mejores amigos en este mundo. A Thomas, decir cosas geniales de la novela y a su vez por reírse de ella pese a no haberla leído. Y a Sol, Hedda, Marti, Sofía y Belén, porque no se enojaron —demasiado, al menos— cuando les conté el final de la novela, y porque sé que cuento con ellas para cualquier cosa.

A todos, incluso a los que no mencioné, pero sé que están ahí, les agradezco una y mil veces por darle una oportunidad a la historia de Phoebe.

Y como soy pésima con las despedidas, debo decir que aquí acaba todo.

Un abrazo psicológico al mejor estilo Germán Garmendia.

Jocie.

195

ÍNDICE

Prefacio: Presente Pág. 7

Capítulo 1: Presente Pág. 11

Capítulo 2: Pasado Pág. 15

Capítulo 3: Presente Pág. 19

Capítulo 4: Pasado Pág. 23

Capítulo 5: Presente Pág. 27

Capítulo 6: Presente Pág. 31

Capítulo 7: Pasado Pág. 35

Capítulo 8: Presente Pág. 39

Capítulo 9: Presente Pág. 43

Capítulo 10: Pasado Pág. 47

Capítulo 11: Pasado Pág. 51

Capítulo 12: Presente Pág. 55

Capítulo 13: Presente Pág. 59

Capítulo 14: Presente Pág. 63

Capítulo 15: Pasado Pág. 67

Capítulo 16: Pasado Pág. 71

Capítulo 17: Presente Pág. 75

Capítulo 18: Presente Pág. 79

Capítulo 19: Pasado Pág. 83

Capítulo 20: Pasado Pág. 89

196

Capítulo 21: Presente Pág. 93

Capítulo 22: Pasado Pág. 97

Capítulo 23: Pasado Pág. 101

Capítulo 24: Pasado Pág. 105

Capítulo 25: Pasado Pág. 109

Capítulo 26: Presente Pág. 117

Capítulo 27: Pasado Pág. 123

Capítulo 28: Presente Pág. 127

Capítulo 29: Presente Pág. 131

Capítulo 30: Pasado Pág. 135

Capítulo 31: Pasado Pág. 139

Capítulo 32: Presente Pág. 143

Capítulo 33: Presente Pág. 147

Capítulo 34: Pasado Pág. 153

Capítulo 35: Pasado Pág. 159

Capítulo 36: Presente Pág. 163

Capítulo 37: Pasado Pág. 169

Capítulo 38: Presente Pág. 175

Capítulo 39: Pasado Pág. 181

Epílogo: Presente Pág. 187

Agradecimientos Pág. 193