Upload
vladimir-nazareno-cabral
View
103
Download
6
Tags:
Embed Size (px)
DESCRIPTION
Phoebe está secuestrada. No sabe dónde, con quién, o por qué, pero lo está; y aunque le vaya la vida en ello, intentará descubrir las tres cuestiones, poner fin a su cautiverio, y recuperar su libertad. Cinco años antes de su secuestro, ocurrió un trágico suceso que marcó la vida de cientos de personas, incluyéndola. Lo que ella no sabe, es que esa misma situación es la causa de su actual encierro.
Citation preview
4
Título original: Si las aves cantan
1ª edición: Junio de 2015
ISBN: 978-1512094633
Corrección: Emily Gaibor
Diseño de portada: Jocelyn Carter
Modelo de portada: Jessica Truscott
©2014, Jocelyn Carter
7
PREFACIO Presente
Despertar no es una tarea sencilla.
Las personas pueden llegar a creer que ese acto está
ligado a la acción de abrir los ojos y recibir con la vista
las primeras imágenes de un nuevo día, pero están
equivocados. «Despertar» se refiere a una pequeña e
imperceptible tortura a la que nos someten cada día
cuando la cruel realidad de nuestras vidas nos azota una y
otra vez hasta que nos arrebata de aquel —muchas
veces— preciado paraíso donde se establecen nuestros
sueños; a menos, por supuesto, que nuestras mentes nos
hagan una mala jugada y nos inserten en un mundo de
pesadilla del cual solo podemos escapar al despertar. A
veces creo que mi vida es una eterna pesadilla de la cual
no puedo librarme por ningún medio.
Desearía vivir en un sueño.
Desearía despertar.
Por desgracia, no he nacido en la Tierra de los
Deseos, y por lo tanto mis peticiones jamás serán
cumplidas ni mucho menos escuchadas. A veces me
pregunto por qué siquiera me molesto en desearlo, pero
supongo que todo es causado a partir de la inocente
8
esperanza que habita dentro de mí, la misma que existe
en los pobres corazones de aquellos que necesitan
aferrarse a algo para saber que vale la pena seguir
viviendo, que no deben desistir. Yo sé que no tengo que
darme por vencida, pero a veces simplemente no tengo la
fuerza suficiente para insistir en pensamientos y deseos
tan absurdos, infantiles. Pero aun así, una pequeña
vocecita vive en mi interior, y me ordena superar cada día
de la mejor manera posible, aún si la razón me dice que
es imposible.
He estado sesenta y cuatro días encerrada en quién
sabe dónde, debajo de quién sabe qué, eso si es que es un
«debajo».
La razón expresa a mi encierro no me fue dada el
mismo día que una navaja tocó mi espalda, un saco
blanco de algodón cubrió mi cabeza, y fui lanzada al
interior de lo que pareció un auto particular. Pero no es
como si hubiera podido verlo en realidad. Esa razón
tampoco me fue dada durante los días siguientes, aunque
no hay que ser muy inteligente para suponerlo.
Mi padre es el dueño de una de las multinacionales
más poderosas del país, gracias a ello y a su hosca, fría y
severa personalidad, no solo es un hombre envidiado,
sino también odiado. Yo solo soy el cebo, la herramienta
para llegar a él y obtener de esa manera una buena
porción de su fortuna. Claro, mientras mi teoría esté
acertada.
No conozco a mi captor, ya que cada vez que se
aparece por aquí oculta su identidad bajo una máscara
negra, y nunca se molesta en hablar, algo que no necesita,
puesto que lo único que hace es cargar una bandeja con
9
alimentos a lo que sería mi «habitación»: un ruinoso
espacio de casi diez metros cuadrados, paredes de
sangrante color negro, decoración inexistente, sin
ventanas, con un pequeño ducto de ventilación, una
cama, un deteriorado pero funcional baño y una puerta de
salida imposible de abrir. Encantador, ¿no es así?
Los detalles del lugar donde me encuentro dejaron de
preocuparme hace tiempo, cuando me di cuenta de cosas
que ahora tengo presentes: hace sesenta y cuatro días que
no veo el exterior que me rodea, que no siento la luz y el
calor del sol posándose sobre mi rostro, que no respiro
aire fresco y me conformo con el abrumador y húmedo
«aire» que existe en este lugar, que no siento la helada
brisa de invierno recorriéndome y provocándome
escalofríos.
Hace sesenta y cuatro días que perdí mi libertad.
Y pienso recuperarla.
11
CAPÍTULO 1 Presente
En mi vida diaria valoraba mi soledad, solía adorar cada preciado segundo en que el día me permitiera estar sola. Ahora, después de tanto tiempo sin ningún tipo de compañía constante, he llegado a aborrecerla. Ya no tolero encontrarme acompañada solo de mi silencio, o el mísero ruido de mis pasos. Hablar sería una pérdida total de aire y tiempo, por lo que no me molesto en intentarlo. Solo permanezco —la mayor parte de mi tiempo— de esta manera: sentada a un lado de mi cama, observando con detenimiento hacia las paredes, contando sus imperfecciones, las del techo, o recordando sucesos de mi vida. Desde hace varios días me repito que si soy capaz de evocar mis recuerdos conservaré la cordura. Demasiado aislamiento puede afectar a una persona de forma irremediable.
Lo cierto es que estando aquí no puedo dejar de
extrañar a mis tan unidos padres, a mi mejor amigo,
o incluso a mi inadaptado gato, que de seguro debe
de sentir mi ausencia. Al menos eso espero yo.
Mi mente, renuente a desactivarse siquiera por
un segundo, comienza a evocar recuerdos de aquel
12
inadaptado gato al mismo tiempo que suena la única
puerta de la habitación, y por ella entra —junto a la
habitual bandeja— mi captor. Sin decir una palabra,
deposita lo que sería mi desayuno en una mesita a un
metro de la entrada y luego se retira en silencio,
marcando la diferencia entre su entrada y salida.
Hace tiempo dejé de preguntar la más mínima de
las cosas, sabiendo que no respondería, y se retiraría
antes de que siquiera terminara de formular la
pregunta. También dejé mis intentos poco sensatos
de escapar, que consistían en darme a la fuga en
cuanto se abriera la puerta. En primer lugar porque
era realmente estúpido, y en segundo porque él sabe
varias y buenas formas de reducir a una persona.
Al escuchar la puerta cerrarse por completo,
libero un suspiro y al final desvío mi mirada a la
derecha, donde veo la bandeja de madera sobre la
mesita del mismo material esperando a que la tome.
Cuando lo hago apenas pruebo bocado puesto que no
me apetece la hospitalidad de mi secuestrador.
Irónico, ¿no es verdad?
Advertir ello me recuerda a mi mejor amigo,
Daniel. No la ironía, la hospitalidad. Bueno, eso es el
fuerte de sus padres, pero aun así mi cabeza ha hecho
un hueco para conectar la palabra con él
precisamente. Una sonrisa, de las más tristes,
melancólicas, solitarias y aun así sinceras aparece en
mi rostro junto al sentimiento patético de la pérdida.
¿Por qué? Yo no he perdido a nadie, quizás a mí
13
misma, pero nadie fuera de ello. Supongo que el
encierro toma pedazos de mí y pronto me volveré
loca por completo, o tendré un ataque. Cualquier
posibilidad es factible.
Hablando de volverse loca, perderme a mí
misma y tener un ataque, he logrado comprender dos
cosas: la primera, que si mi teoría acerca del
secuestro es cierta, entonces ya habrían pedido un
rescate a mi padre, y él habría accedido en el acto; si
algo aprecia mi padre por sobre el dinero es a su
familia. La segunda cosa, que ninguna de las
anteriores tiene sentido una con la otra.
Ahora bien, no tengo la más mínima idea de por
qué estoy siendo secuestrada, y ya que nadie me dirá
la respuesta, lo mejor será buscarla por mis propios
medios. De alguna manera tengo que descubrir quién
es mi captor, y qué quiere de mí, lo mínimo
inclusive, pues me ayudará a entender qué sucede.
No será fácil, pero no acabaré sin antes
intentarlo.
15
CAPÍTULO 2 Pasado
Cinco años atrás.
—¿Te gustan? —preguntó Daniel, señalando a las aves que atravesaban el cielo atestado de posibles nubes de tormenta.
Me volteé hacia él con una sonrisa en mi rostro
y asentí en un movimiento enérgico de cabeza a
sabiendas que después de todo, no me dejaría en
paz si no le decía que sí.
Daniel era genial, insistente en algunas cosas,
pero genial. Y pensar que cuando lo conocí creí
que era un idiota. Bueno, a veces lo seguía
creyendo, pero eso no era algo importante. Aquel
momento, en cambio, sí lo era.
Nos encontrábamos ocupando una de esas
mesas de picnic que formaban parte de una de las
plazas principales de la ciudad, mirando a todas
partes en el paisaje. Las aves que Daniel había
señalado se habían detenido a un par de metros de
distancia para realizar alguna preciosa melodía que
atraería la atención de cualquiera. Permanecí
16
observándolas y escuchándolas con embelesada
atención, preguntándome cómo era posible que
permanecieran de aquella manera, como si dieran
un concierto. Extraño, lo sé.
—Mi abuela me obsequió una hace tiempo —
comenzó Daniel, sin desviar la vista de las aves—.
Fue cuando se enfermó, y me dijo que mientras el
ave cantara, ella estaría bien. Cuando la tomé le
dije que estaba loca. —Una sonrisa se dibujó en su
rostro. Yo sabía muy bien cuánto había querido a
su abuela—. Lo extraño es que el mismo día que
ella murió, el ave dejó de cantar durante la semana
siguiente, como si estuviera de luto.
—Extraño —dije en un hilo de voz.
—Increíble —sentenció él.
Entorné los ojos hacia él y luego suspiré. Su
abuela, al igual que muchas otras, tuvo sus
secretos, y también extrañas cualidades, las cuales
la hicieron una persona muy especial, además de
amada. Había sido de lo peor cuando recibimos la
noticia de su muerte.
Hablando de eso...
—¿Por qué me lo cuentas ahora? —inquirí
recibiendo un encogimiento de hombros.
—Las aves me lo recordaron —respondió con
indiferencia. Su rostro se iluminó en el segundo
siguiente mientras comenzaba a levantarse de su
asiento—. Oye, ven conmigo —pidió extendiendo
su mano hacia mí.
17
Lo miré con ojos entrecerrados, una marca de
mi desconfianza, pero aun así tomé la mano que
me ofrecía y me levanté de mi lugar. No tardó
siquiera un minuto en arrastrarme por el camino y
conducirme hacia un destino que para mí era
incierto. Supuse que para las personas que
superábamos en el camino éramos dos
adolescentes «descarriados», pero no me
importaba, allá ellos y sus prejuicios. Estaba
acostumbrada a ellos, después de todo era la hija
de uno de los mayores empresarios del país, y no
solo era conocida, sino que todo el mundo
esperaba que fuera más refinada. Sí, no sucedería
aunque me fuera la vida en ello.
—¿Adónde vamos? —consulté entre risas.
Daniel resopló.
—Tú calla y sigue caminando —ordenó.
—Sí, mi capitán.
Daniel lanzó una carcajada y siguió caminando
de forma apresurada atravesando el camino. Poco
después apreté su brazo y lo obligué a detenerse
antes que un auto lo atropellara. Mientras
esperábamos a que el semáforo cambiara a verde,
crucé la mirada con la de un chico al que no
reconocí. Por supuesto él sí a mí, y quizás eso
explicaba por qué se mantuvo mirándome hasta
que junto a Daniel me alejé; tal vez ni siquiera
entonces se abstuvo de hacerlo.
Una sensación extraña me invadió, pero duró
un instante, lo suficiente para no ser más que
18
simple paranoia, algo que desarrollé de pequeña
cuando mis padres me llevaban junto a ellos a
todos lados, y por doquier habían paparazzi
tomando nota de nuestros movimientos. En su
momento, hasta que me acostumbré, había sido de
lo más abrumador.
Parpadeé y seguí caminando. Daniel desvió la
vista hacia mí y sonrió antes de anticipar que
faltaba poco hasta llegar al lugar. Le devolví la
sonrisa y asentí en respuesta, estaba ansiosa por
saber qué se traía entre manos. Daniel tenía ese
brillo en los ojos que solo podías llegar a ver en un
niño a punto de recibir un regalo. Un brillo en los
ojos que se desvaneció cuando se escuchó el ruido
de una explosión a una distancia cercana, y gritos
aterrados y desesperados invadieron nuestro
alrededor.
Ambos intercambiamos preocupadas miradas,
y sabía que se estaba preguntando lo mismo que
yo:
«¿Qué sucede?»
19
CAPÍTULO 3 Presente
¿Por qué le suceden cosas malas a la gente buena?
¿Por qué nos hacemos siempre la misma pregunta?
No sabría responder a ninguna de las dos, pero debo admitir que me he estado preguntado ambas cuestiones desde hace bastante tiempo. Me es imposible no hacerlo, después de todo siempre he sido de lo más amable cuando podría haber tenido el mundo a mis pies. En la secundaria no era la líder del clan de las «Sin alma», sino que fui a quien atacaban, entre muchos otros. En lo que a mí respecta, jamás he hecho ningún mal a nadie, y dudo que hacer bromas a mis amigos —algunas un poco extremas— durante la secundaria y universidad cuenten como algo malo. Así que no, no puedo evitar esa pregunta.
Con un suspiro, me levanto de la cama, rodeo la
habitación, me detengo a centímetros de la puerta de
salida y espero. ¿A qué? No lo sé. Tampoco lo
pienso, no puedo hacerlo. Mi mente se siente tan
vacía, solitaria y abrumada que se ha bloqueado,
formando consigo misma una nebulosa gracias a la
cual acabo por caer al suelo con lentitud. Mi cabeza
se inclina unos centímetros y mi vista se topa con las
marcas de mis muñecas, producidas hace pocas
20
semanas cuando intenté escapar, y fui amarrada a la
cama con tal fuerza que escocía la piel cuando
intentaba luchar contra las ataduras. Ya no duele,
nada duele…, supongo que todo se debe a algo
psicológico, y lo agradezco. Si me diera la
oportunidad de sentir todo lo que hay en mi interior,
ya habría agotado mis lagrimales.
Llevo mis piernas a mi pecho y las rodeo con
ambos brazos antes de posar la barbilla sobre mis
rodillas. Aún extraño a mis padres, a mi inadaptado
gato, pero mucho más a Daniel. Extraño sus chistes
sin gracia, sus desafíos, sus insistentes intentos por
convencerme de salir con alguien para no parecer tan
«amargada»… todo, de hecho. Él era el hermano que
nunca podría tener, y comenzaba a agobiarme la idea
de no volver a verlo, si es que llegaba a hacerlo
alguna vez.
Un chasquido llama mi atención. Elevo mi vista
hacia la puerta a mi derecha que se abre unos
segundos después, y frunzo el ceño hacia el hombre
que ingresa junto a otra bandeja con alimentos.
¿Tanto tiempo transcurrió desde el desayuno? Al
parecer sí, y lo peor es que no lo he advertido.
Una repentina sensación de determinación cruza
mi nublada mente en el instante que reposa la
bandeja cargada y toma la que dejó la última vez, por
lo que me levanto con rapidez antes que él logre
voltearse.
—Oye —digo con la voz estrangulada por el
desuso.
El hombre se detiene, pero no se voltea, por lo
que sonrío ligeramente para mí misma, habiendo
21
obtenido lo que deseaba. Bien, ahora tengo que
continuar.
—Dime qué está sucediendo. —Esta vez mi voz
se oye más firme, y me genera un sentimiento de
orgullo que no perdura, porque sé que de una u otra
manera lo arruinaré—. Dime por qué estoy aquí,
¿qué he hecho?
Silencio y más silencio sigue a los próximos
segundos. Por un momento temo que dé la vuelta y
decida castigarme por mi tono de voz imperativo,
pero para mi sorpresa se limita a tomar la estúpida
bandeja y seguir su camino hacia la salida, sin
dedicarme una mirada, ni un mínimo suspiro. Con
enojo floreciendo desde lo más hondo de mí, tomo
un trozo de azulejo que yace en el suelo al lado mío y
se lo lanzo, al mismo tiempo que le ordeno
permanecer en su lugar y darme las respuestas que
necesito.
La reacción equivocada, al menos para mí, se
produce en mi secuestrador, el cual deja caer a un
lado la bandeja y se aproxima con gran rapidez hacia
mí. Terror se instala en mi interior, obligándome a
retroceder un par de pasos, intentando poner algo de
distancia entre los dos. No obstante, él me alcanza y
un segundo después, toma en un puño algo de mi
cabello para luego colocar mi rostro a centímetros del
suyo. Lo tengo demasiado cerca, pero aun así solo
puedo advertir que sus ojos son de un perturbador
color miel. Mi respiración se agita de manera
incontrolable, de acuerdo a los furiosos latidos de mi
aterrado corazón, que solo parece a un segundo de
salir disparado de mi pecho.
22
—¿Quieres saber por qué te encuentras aquí? —
dice con una voz tan grave y amenazante como la
mirada que sus ojos me dedicaban. Eso no hace más
que intensificar mi miedo—. Busca en tu jodida
mente y pronto encontrarás la respuesta.
Sin esperar respuesta alguna, de un golpe me
suelta y lanza hacia el suelo. Mi espalda impacta con
furia contra la pared más cercana, y un gemido se
abre paso entre mis labios al mismo tiempo que se
escuchan un par de pasos, la puerta de salida vuelve a
cerrarse, y yo me quedo sola otra vez. En soledad, y
con más preguntas que antes de aquel doloroso
intercambio.
23
CAPÍTULO 4 Pasado
Disparos siguieron a la explosión. Por fortuna Daniel no perdió tiempo, tomó con fuerza mi muñeca y me obligó a seguirlo a través de la muchedumbre enardecida con terror que atravesaba el camino, buscando una forma de escapar.
Se escuchó una patrulla a la distancia, pero
nosotros no estábamos preocupados precisamente en
ello, sino en salir a tiempo del tumulto. De todas
maneras, no lo conseguimos, sino que acabamos
adentrándonos aún más en el escándalo producido a
mitad de la calle. Los disparos se habían detenido,
pero el fuego y el humo causados por la anterior
explosión no se disipaban, se intensificaban mientras
avanzaban en su camino por el edificio donde el
estruendo se había efectuado.
En nuestro intento por salir de allí, pude advertir
los rostros y cuerpos ensangrentados de algunas
personas que cojeaban y se alejaban como podían en
busca de las ambulancias que comenzaban a llegar,
así como cuerpos calcinados que yacían en el suelo,
inmóviles por completo. La imagen generó mi propio
horror, que impulsó un grito desgarrador a través de
mi garganta, y me paralizó en mi lugar, sin
permitirme de ninguna manera avanzar, retroceder, o
24
hacer cualquier tipo de movimiento, sin contar mi
mirada general hacia el lugar que me rodeaba.
Tardé un segundo en advertir que Daniel ya no
estaba en mi lado. Se había perdido entre la
muchedumbre, o bien yo lo había hecho. No
importaba, solo tenía que encontrar la manera de
hallarlo, reencontrarme con él, y escapar antes que
otra cosa sucediera.
Sintiendo el sofocante hedor que la combustión
desprendía ingresar por mis fosas nasales y
contaminar mis pulmones, me puse en marcha e
intenté no golpear a las personas en el proceso;
intento inútil, porque lo hice de todas maneras, aún
más cuando los disparos comenzaron, y me fue
imposible no hacerlo.
Aquél sería quizás mi momento más egoísta,
pero tenía que salir de allí con vida, y si debía ser
sincera, no me importaba el resto de las decenas de
personas que no conseguían dispersarse. Eso era de
lo más frustrante, ¿acaso no podían moverse sin la
necesidad de parecer una marea que arrastraba a
aquellos que ingresaban hasta un punto de no
retorno?
De alguna manera alcancé la acera de otro de los
tantos edificios que ocupaban aquella calle. Di una
mirada general a mi alrededor y advertí que la única
manera que tenía de salir de allí sin recibir un disparo
en el proceso era entrando al estacionamiento del
edificio; cosa que medité un segundo, y más tarde
hice, puesto que no me quedaba mucho más tiempo.
Por desgracia, jamás había entrado con anterioridad
en aquel lugar, por lo que me fue fácil perderme entre
25
las escaleras y pasillos, hasta que no supe si me
encontraba en el subsuelo, o un piso superior a la
planta baja.
El suelo bajo mis pies se sacudió con otra
explosión al parecer cercana, y un sentimiento de
claustrofobia generado por la angustia de poder
quedarme atrapada en aquel edificio me invadió,
perturbando a mi desesperado interior. Antes de saber
lo que hacía, me sorprendí a mí misma corriendo
hacia ningún punto aparente, pero a su vez buscando
una salida; la mínima que se pudiera concederme.
Grité por ayuda a quien fuera que se encontrase
allí en cuanto la desesperación se volvió
insoportable, pero solo el frío y decepcionante eco de
mi voz me devolvió el grito en respuesta a mis
súplicas.
Eso era de lo más deprimente que podría
haberme sucedido, incluso porque, mientras me
detenía y tomaba una respiración profunda, advertí
que en el exterior los gritos más allá de sentirse
intensos, parecían cercanos, pero no sabía cómo
llegar a ellos. También era un poco patético y
frustrante de hecho.
Sabiendo que debía tranquilizarme antes de
seguir con mi intento de huida, tomé otra bocanada
de aire y me erguí en mi lugar junto a ella. En ese
mismo momento un par de manos enfundadas en
guantes de color negro se ubicaron sobre mi rostro y
con fuerza me arrastraron hacia atrás con rapidez.
Nunca había sentido tanto terror y desesperación
como en aquel momento.
27
CAPÍTULO 5 Presente
A veces quiero gritar.
Hacerlo bien fuerte para que todos me escuchen.
A veces siento que si no lo hago, si no dejo ir todo lo
que me apremia, entonces estallaré, pero aun así me
retengo, mantengo mi silencio, y permito que la
depresión, el encierro y la soledad ganen esta batalla.
Sin embargo, esta vez, sintiendo este
insoportable dolor en mi espalda y cadera, por fin lo
hago. Grito con toda la fuerza a mi alcance y junto a
esos gritos libero desgarradores sollozos que arruinan
mi garganta y a su vez destrozan mi interior.
Lágrimas llenas de odio, frustración y tristeza corren
por mis mejillas libremente, empapando mi rostro,
colándose por mis labios e ingresando saladas en mi
boca. Hago de mí misma un ovillo en el suelo, y me
mantengo de esa manera, ahogándome en mi propia
miseria hasta que el cansancio puede conmigo, y mis
ojos se cierran sumiéndome en el dulce y cálido
alivio que proporcionan los sueños.
Al abrir los ojos me siento feliz.
A mi alrededor se establece un prado cedido por
un extenso y maduro trigal que a la vista acaba donde
comienza el cielo. Observo en dirección a este último
28
y advierto a las aves surcándolo, animando su vuelo
junto a su canto, demostrando que son los reyes del
cielo, que son libres. El conocimiento de ello
desvanece mi extraña felicidad y me recuerda que yo
no lo soy. ¿Por qué no? ¿Por qué siquiera me lo
planteo?
Sacudo la cabeza despejando esos pensamientos
y me adentro en el trigal arrastrando paso a paso mi
vestido, permitiéndome la sensación de las plantas en
la piel de mis brazos desnudos, y el húmedo suelo
bajo mis pies descalzos.
Con los ojos cerrados tomo una respiración
profunda, ocupando el espacio de mis pulmones con
el aire puro y fresco del lugar, y medito un momento
sobre qué será lo siguiente que sucederá. Pero
cuando abro los ojos, me devuelve la mirada una
imagen que me paraliza, me aterra, y que por un
momento no puedo identificar. Cuando lo hago,
segundos más tarde, por fin tengo consciencia de los
cuatro espejos que de alguna manera han aparecido
formando un círculo a mi alrededor, los cuales me
dan el reflejo de una joven perturbada, agobiada,
maltratada y herida que no hace más que ver a la
persona frente a ella —a mí— con desesperación, un
pedido inminente en el color apagado de sus ojos
marrones.
—Ayúdame —suplica en un vago susurro que
atraviesa mi interior. No es hasta entonces que
comprendo que esta joven soy yo.
Aún aturdida, extiendo la mano hacia el cristal
del espejo, pero la retiro con rapidez en cuanto mi
reflejo se transforma. Sus ojos se hunden y
29
desvanecen dejando en su lugar cuencas oscuras y
vacías. Su piel y carne comienzan a desprenderse
poco a poco hasta dejar a la vista un espectral y
funesto esqueleto cubierto por la tela rasgada y
mugrienta de un vestido blanco, el mismo que me
encuentro vistiendo.
Con un grito, muestra de todo mi horror, oculto
mi rostro con ambas manos y me obligo a de alguna
manera salir de allí, escapar de esa terrible imagen
que tanto me inquieta y aterroriza.
Con los ojos tapados corro hacia ninguna parte
con toda la rapidez que mi estado me permite,
mientras escucho a lo lejos los gritos desesperados de
la funesta y esquelética versión de mí. En algún
momento doy un paso en falso y caigo al suelo. Mi
vista recibe la imagen del cielo templado y las
plantas de trigo maduro que comienzan a
obstaculizar mi visión hasta que parecen crecer más y
más mientras me sacudo en mi lugar tratando de
zafarme de las raíces que desde por debajo del suelo
me amarran y reducen mi movilidad. Pronto las
plantas acaban de crecer lo suficiente como para
ocultar todo rastro de luz solar, y acabo por segunda
vez sumiéndome en la oscuridad, solo que esta vez
no es de manera cálida, sino que aquello ocurre
acompañado del fantasmal sollozo de una dama.
Una dama tan fracturada por dentro como yo.
31
CAPÍTULO 6 Presente
Cuando despierto, la visión de la realidad que habito me golpea con todo su peso, recordándome que sigo siendo su víctima, y estoy bajo sus redes sin ninguna aparente posibilidad de poder escapar.
Levanto mi rostro del áspero suelo, sintiendo
partículas de polvo y tierra aferradas a mi mejilla, y
luego doy una mirada general a la habitación donde
me encuentro, sintiendo la repentina depresión
producto de mi ya establecido y relatado encierro.
El silencio abunda. La incomodidad, soledad y
claustrofobia lo acompañan de la manera menos
agradable que puede llegar a existir. Respiro de
forma mecánica una, dos, tres veces antes de cerrar
con fuerza los ojos y levantarme con dificultad del
suelo. Mi cadera y mi cabeza aún duelen, e
incrementan mi esfuerzo por levantarme, pero de
igual manera lo hago, y avanzo hacia mi cama.
Chistoso que pueda tomar pertenencia de cosas como
ésa, pero asumo que se debe a haber estado
durmiendo allí desde hace poco más de dos meses.
Me dejo caer en ella y dejo a mi vista perderse en
la esquina de la habitación, donde se pueden ver las
grietas en la pared y los azulejos del suelo, las
32
telarañas, y los insectos aferrados a ellas. Mi mente
comienza a vagar hacia lo primero y último que dijo
mi captor, intentando descubrir a qué se refería, pero
fallando miserablemente. No podría descubrirlo
aunque me fuera la vida en ello.
Estando aquí acostada sin realizar nada en verdad
útil, hago algo que nunca creí que llegaría a hacer:
pensar cómo sería si en este momento, por alguna
clase de milagro, recupero mi libertad y salgo de
donde quiera que me encuentro. En mi mente puedo
ver con claridad el cielo celeste decorado con algunas
nubes, la agrietada y vieja carretera, los antiguos o
demasiado modernos edificios de la ciudad, y en
alguna plaza las aves emitiendo su canto mientras la
gente sigue con sus vidas.
Daniel me contagió hace mucho tiempo su amor
por las aves, y en este momento las tomo como
referencia ante mi posible, pero de igual manera
lejana, libertad. Bueno, no a ellas, sino a su canto.
Sin esfuerzo alguno establezco que si vuelvo a oír su
canto, será porque soy libre.
Exacto, si las aves cantan, al fin seré libre.
Quizás haya sonado tonto, pero en verdad nadie
puede juzgarme en cuanto a ello, por lo que seguiré
diciendo cuanta estupidez pase por mi cabeza,
indiscriminadamente.
Exhausta, como siempre, cierro los ojos. ¿Cómo
puedo acabar con mi suplicio? ¿Cómo puedo
escapar? Sólo se me ocurre una manera, que ya he
meditado, y he optado por declinar. El suicidio no es
la única solución, y aunque a veces suene como una
33
buena opción, la muerte es el consuelo de los
cobardes, y yo no soy uno de ellos.
Pensando en la muerte, por alguna razón, se me
ocurre que quizás, si tan solo mantengo mi firmeza
en encontrar las respuestas que necesito, e insisto en
presionar a mi captor, entonces al final obtendré lo
que requiero. Sí, eso es y será lo mejor.
Las horas pasan y el tormento persiste. De tener
un reloj, el insistente tic-tac del segundero me habría
vuelto loca hace bastante tiempo, pero habría sido un
consuelo tener algo que indicase la hora del día en la
que me encuentro viviendo. No sé cuánto pasa con
exactitud —podrían haber sido minutos, horas,
años—, hasta que oigo un chasquido a mis espaldas y
a su vez el suave chirrido de la puerta abriéndose.
—Al fin has decidido regresar —declaro con
sequedad y cansancio dignos de cualquier persona
que se ha resignado al cautiverio.
—Así es —concuerda una voz mucho menos
grave que la última vez.
Con el ceño fruncido, doy media vuelta y me
sorprendo al ver a un muchacho enmascarado a un
lado de la puerta abierta. En cuanto nuestras miradas
se cruzan, se quita la máscara de una vez y un joven
que aparenta mi edad, de corto cabello castaño y ojos
verdes, con una tenue cicatriz cruzando el costado
izquierdo de su mandíbula, se presenta ante mí. La
imagen me gana un escalofrío que no logro evitar,
pues no solo siento una ligera familiaridad hacia él,
sino que me resulta extraño ver un rostro ajeno al
mío después de tanto tiempo. Creo que incluso mi
propio rostro me sorprendería si llego a verlo.
34
Sin perder un segundo, el muchacho se cruza de
brazos y continúa:
—Pero yo no soy a quien estabas esperando.
35
CAPÍTULO 7 Pasado
En un intento por escapar, comencé a patalear y a sacudirme, pero solo logré que mi agresor apretara su agarre sobre mí y me arrastrara con mayor rapidez hacia atrás. En algún punto, cuando acabó de introducirnos en la oscuridad, se detuvo y me gritó que parara de luchar. Paralizada como nunca antes, hice lo que me pidió y permanecí en mi lugar como toda un estatua. Escuché un suspiro y más tarde un par de pasos que me rodeaban, hasta que la imagen de un muchacho se introdujo en mi campo de visión. Aparentaba mi edad, quizá un par de años más, tenía el cabello castaño corto, y sus verdes ojos se hallaban entornados mientras le daba una inspección a mi rostro aturdido y desesperado.
—Lamento eso, pero te habrían encontrado —se
disculpó con naturalidad y tranquilidad, como si no
me hubiese dado un susto de muerte.
—¿Qué mierda te sucede? —espeté furibunda
empujando su pecho con fuerza, causando que
retrocediera medio paso. Patético por mi parte.
—Tienes razón en enojarte, pero éste no es el
momento —reflexionó, manteniendo esa tranquilidad
que comenzaba a exasperarme. Me corrijo: me tenía
exasperada.
36
Me miró un segundo, quizás inspeccionándome y
luego alzó una mano esperando que se la estrechara:
—Mi nombre es Harrison, si quieres, puedo ser
de ayuda. —Se presentó.
Los observé a su expresión y su mano con
desconfianza, preguntándome cómo no parecía
perturbarse por nada a su alrededor. Afuera se
escucharon más disparos, al igual que estridentes
sirenas de la policía, lo que me convenció que
además de Harrison, de momento no tenía manera de
salir de allí.
Estreché su mano con fuerza y asentí una vez con
la cabeza.
—Phoebe, no puedo decir que sea un gusto. —
No tenía caso mentir acerca de mi identidad, después
de todo era posible que él ya lo supiera.
Harrison asintió al mismo tiempo que apretaba
mi mano en un ligero agarre, y luego de soltarla me
indicó que tendría que seguirlo, la mitad de las
salidas estaban bloqueadas y estar cerca de puertas y
ventanas no era una buena opción. La única
alternativa era ir hacia el sótano, y al parecer, de
alguna manera durante mi desesperación por salir, no
reparé en cuántas escaleras subía, por lo que había
llegado al segundo piso.
Mientras caminaba cautelosa a su lado, no pude
evitar mirarlo de reojo un par de veces intentando
descubrir qué tramaba. Podía ser que estuviese
volviéndome paranoica, pero no podía ignorar ese
constante pinchazo en mi mente que me advertía una
y otra y otra vez sobre lo que podría existir detrás de
sus intenciones.
37
El suelo se sacudió por tercera vez bajo nosotros
junto al estruendo de la explosión, y contuve el
impulso de salir corriendo. Sin embargo, me abracé a
mí misma en un intento de no sentirme tan
desprotegida, lo que se sintió estúpido en algún
sentido. Cuando llegamos a un pasillo pobremente
iluminado, pues parecía ser que la explosión afectó al
servicio de iluminación, Harrison se detuvo de
pronto y miró hacia atrás buscando algo. Seguí su
mirada, pero no con las mismas intenciones.
—¿Qué sucede allí afuera? —pregunté con voz
exigente.
Harrison se volvió hacia mí con una inquisitiva
ceja enarcada, lo que potenció mi deseo por
mostrarme un poco más confiada en mí misma.
—¿No lo sabes? —Me molestó su tono de voz,
como si aquella fuese una pregunta estúpida.
—Dudo que el ochenta por ciento de las personas
allí afuera sepa qué demonios sucede y por qué están
siendo atacadas.
Harrison pareció meditarlo un momento, su ceño
se había fruncido hasta el punto de formar una dura
línea, sus labios estaban apretados. Supe entonces
que aquello que él sabía, no me iba a gustar. Pasó una
mano por su rostro y luego su cabello, demostrando
que nada simple pasaba por su cabeza. Cuando por
fin habló, sentí mi corazón volverse de hielo, el vello
de mis brazos erizarse, y un escalofrío recorrer mi
espalda:
—Están intentando por la fuerza someter a los
ciudadanos, pero su verdadero objetivo es hacerse
39
CAPÍTULO 8 Presente
Paralizada, esa es la única manera en que puedo definir mi actual estado. El hombre frente a mí me observa esperando una respuesta, pero mi cuerpo no desea cooperar. Entorno los ojos un poco, pero aún no logro comprender cómo es que siento algún tipo de familiaridad hacia él. No lo conozco, eso puedo asegurarlo, pero aun así...
—¿Algo interesante que documentar? —
pregunta, interrumpiendo mis pensamientos.
Salgo con rapidez de la cama y pongo algo de
distancia entre ambos. No sé por qué, quizás
precaución.
—¿Quién eres? —exijo, de pronto deseando que
aquél desaparezca y luego regresar a la anterior
rutina que se establecía en mi vida. Me sentiría más
segura con la persona que hasta hace horas atrás me
traía la comida y salía en silencio. Irónico.
—Realmente no me recuerdas —afirma,
desviando la vista.
Frunzo el ceño, preguntándome a qué se refiere,
y por qué tendría que reconocerlo de cualquier
forma.
—Al parecer fue un fuerte golpe de cabeza.
40
Ladeo un poco la cabeza y lo observo en silencio
con toda la confusión a mi alcance hasta que
segundos después desvío la mirada al mismo tiempo
que un par de preguntas se agolpan en mi mente. ¿Es
éste un nuevo método de tortura? ¿Intentan acabar
con la poca cordura que se niega a dejarme? Si es así,
me avergüenza decir que lo están logrando, porque
ya no entiendo nada. Siento una ligera presión en el
pecho, y sé muy bien que se debe a la ansiedad que
aquel extraño está produciéndome.
—Supongo que, otra vez, no sabes qué sucede —
continúa con una tranquilidad perturbadora—. ¿No
es así, Phoebe?
Me vuelvo hacia él con brusquedad y lo miro con
detenimiento y algo de temor creciendo junto a la
ansiedad en mi pecho. No es por el hecho que sepa
mi nombre, cualquier persona que mire algo de
televisión lo sabría, sino porque lo dijo como si de
verdad me conociera, lo que volvió mi sangre fría.
Hay algo en su mirada que conforme pasan los
segundos, me perturba, aterra, de esa manera que
solo sucede cuando tu mente te repite una y otra vez
que existe algo extraño sucediendo, pero no logras
reconocer qué.
—¿Quién eres? —repito con mucha menos
dureza que la vez anterior.
El extraño suspira con pesadez y deja caer la
cabeza con los ojos cerrados. La sacude un par de
veces y más tarde regresa su vista a mí. Puedo jurar
que sus ojos podrían penetrar en mi alma.
—Mi nombre es Harrison —se presenta con
indiferencia.
41
No sé bien por qué, pero un escalofrío recorre mi
espalda y me produce un temblor que no puedo
evitar. Me abrazo a mí misma, aferrándome al saco
que llevo sobre mi desteñida camisa de algodón azul.
El ambiente comienza a sentirse cada vez más frío,
quizás producto de la fecha en que se supone nos
encontramos, quizás porque mi mente me está
haciendo una mala jugada y al fin estoy perdiendo la
cordura de una manera lenta y abrumadora.
Me dejo caer en el suelo con lentitud y atraigo
mis rodillas al pecho. La tela de mi pantalón se siente
áspera cuando hace contacto con mi barbilla. Cierro
los ojos a sabiendas que Harrison no se ha ido y tal
vez no lo hará, y respiro con profundidad antes de
permitir a mi mente vagar. ¿Quién es Harrison?
¿Cómo me conoce? Sé que esas preguntas no tienen
sentido alguno, pero no las puedo evitar. Todo es
demasiado.
—¿Eres uno de ellos? —pregunto, aún con mis
ojos cerrados.
Solo silencio me responde, y por un momento
pienso que se ha ido.
—No, afortunadamente —dice llamando mi
atención.
Levanto mis párpados pesados y lo miro
extrañada; de nuevo no sé a qué se refiere.
Harrison suspira con cansancio, luego avanza por
la habitación y se detiene para sentarse al borde de la
cama. Más tarde se inclina un poco y permanece con
la vista fija en mí. Si su mirada tiene indicios de las
respuestas que necesito, no las encuentro, sino que
me encuentro cada vez más abatida por las preguntas
42
sin respuesta que se formulan en mi cabeza a cada
segundo que pasa.
—¿Qué quieres? —Mi voz suena estrangulada,
lo que se debe al nudo que se va formando en mi
garganta. Harrison frunce el ceño hacia mí al
principio confundido, y tarda bastante tiempo en
responder.
—Ayudarte a escapar.
43
CAPÍTULO 9 Presente
Lo miro por un momento, con un desconcierto tal que acabo preguntando a qué se refiere. No soy estúpida, comprendí sus palabras, pero lo que no es por qué querría hacerlo, o cómo lo logrará. Harrison suspira, tal vez preguntándose si soy estúpida o algo parecido, pero sus próximas palabras me toman por sorpresa de una manera extraña.
—Mira, dije que no soy uno de ellos, eso es solo
parte de la verdad. —Entorno los ojos hacia él, pero
me mantengo en extremo silencio—. A lo que me
refería es a que yo no estoy de acuerdo con la idea de
secuestrarte, por eso te ayudaré. Pero estoy dentro,
creo que comprendes eso.
—¿Por qué debería confiar en ti en ese caso? —
Las palabras se me escapan en un susurro mucho
antes de pensar lo que estoy haciendo. Harrison
vuelve a suspirar, pero esta vez sacude la cabeza.
—Probablemente no deberías, eso sería lo más
sensato, pero en verdad deseo ayudar.
Enarco una ceja hacia él e intento a su vez
advertir cualquier cosa que me indique que está
mintiendo, que existe algo detrás de sus intenciones.
Jamás fui buena para juzgar las expresiones de las
personas, por lo que no me sorprendo ni decepciono
44
al no encontrar nada. Sin embargo, desvío la vista al
de repente muy interesante suelo al mismo tiempo
que estiro las piernas en él y me abrazo a mí misma,
quizá intentando encontrar algún consuelo en ese
simple acto.
Harrison no hace ningún intento por seguir la
conversación, lo que agradezco, aunque he de admitir
que me encuentro en verdad incómoda con la
situación en general. No puedo permitirme confiar en
nadie, y mucho menos en quien se ha ofrecido por
propia voluntad a liberarme. Todo el asunto se siente
muy extraño, si me lo preguntan.
—¿Dónde estoy? —susurro, escuchando a
cambio un suspiro. Quizás no desee decírmelo.
—No puedo revelarte nada más que te encuentras
en un sótano —responde para mi mala suerte. A
veces apesta tener la razón.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el fin de todo
esto? —Las preguntas salen antes que pueda
pensarlas con claridad, pero no es como si tuviera
tiempo que perder, por lo que toda información que
pueda retener será un alivio.
—Haces las mejores preguntas, cuando no
pueden ser respondidas, ¿lo sabías? —Elevo mi vista
de regreso hacia él para saber si está bromeando,
pero su expresión destila toneladas de seriedad que
me obligan a poner mi atención en otro lugar—.
Pero, si te sirve de algo, una vez hiciste enojar al jefe
allí afuera, y ahora cree que debe tener una especie
de venganza.
Frunzo el ceño hacia el punto de la habitación
donde tengo fija la mirada. Es un tanto imposible que
45
eso sea cierto, después de todo nunca he hecho
ningún mal a nadie en mi vida, por lo que me es
ajena la afirmación de Harrison. Aunque
considerando que varias veces mencionó algo sobre
mi mala memoria...
—¿Cómo sabes eso? Y también, ¿por qué parece
como si nos conociéramos cuando ésta es la primera
vez que te veo? —cuestiono luego de levantarme y
caminar hacia una esquina de la habitación.
Harrison se levanta de la cama y luego camina
hacia el lugar donde su máscara yace en el suelo.
Pasan unos cuantos segundos antes que vuelva a
dirigirme la palabra... O la mirada.
—¿En estos últimos minutos no se te ha pasado
por la cabeza que quizás sí nos hayamos conocido?
—pregunta con obviedad. Ladeo un poco la cabeza,
indicando que no sé a dónde quiere ir—. Después de
todo fuiste tú quien me causó esta cicatriz —finaliza,
señalando a su barbilla con una débil sonrisa
creciendo en su rostro.
Entorno los ojos en su dirección y admiro su
cicatriz con detalle, pero ni siquiera entonces consigo
evocar el más mínimo recuerdo que gire en torno a
él. Supongo que se da por vencido, porque suspira
antes de colocarse otra vez la máscara, lo que me
gana un escalofrío. Más tarde se dirige a la salida y
toma en su mano el picaporte para poder salir. No
deseo que lo haga, aún tengo preguntas por responder
que apenas ha considerado.
—¡Oye, espera! —Lo detengo antes que abra la
puerta, y tomo una bocanada de aire antes de
46
continuar—: ¿Por qué no dejas los rodeos y me dices
de una vez por todas qué está sucediendo?
—Por dos razones. La primera: porque tengo que
irme antes de levantar sospechas —explica, mirando
directamente a su mano rodeando el picaporte—. La
segunda: porque no tendría caso explicar nada
cuando no recuerdas lo que sucedió cinco años atrás
de todo esto.
Y así sin más, antes que pueda tener la
oportunidad de formular otro pensamiento, sale de la
habitación y cierra la puerta, dejándome sola otra vez
en la oscuridad.
47
CAPÍTULO 10 Pasado
Lo miré durante un momento, juro que no pude contenerme, lo intenté, pero me eché a reír con tanta fuerza que tuve que doblarme en dos en mi lugar. Me obligué a tomar varias respiraciones profundas, pero cada vez que intentaba erguirme, me reía otra vez.
—Ya, deja el chiste, ¿qué es...?
Harrison tenía la expresión más seria que había
visto alguna vez en toda mi vida, y puedo jurar que
en ese instante palidecí hasta el punto en que mi piel
podría llegar a ser traslúcida.
—Tiene que ser una broma.
—Yo no me estoy riendo —evidenció él con tono
neutro.
La respiración se me atascó en un nudo que se
formó con agresividad en mi garganta. Lo miré
boquiabierta como si de esa manera él fuera a
decirme que no es cierto, pero solo se mostró
inescrutable durante un buen tiempo. Antes de saber
qué más hacer, caí despacio al suelo y me encogí
cuanto pude dentro de mí misma. Eso no podía estar
sucediendo, de hecho, no podía continuar. Si
comenzaba algún tipo de dictadura, había muchas
probabilidades que todo se fuera al infierno.
48
—¿Estás bien? —inquirió Harrison con algo de
preocupación impropia de quien apenas me conocía.
—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? —
estallé sin importarme la mirada que me dirigió—.
¡Por supuesto que no lo estoy!
Me alejé por instinto en cuanto extendió una
mano hacia mí y tomé una buena porción de mi
oscuro cabello entre mis dedos, que no dejaban de
temblar de forma nerviosa como si tuviese algún
problema en ellas.
—¿Cómo sabes que eso está por suceder? —
pregunté con debilidad, porque en realidad no estaba
muy segura de querer la respuesta.
Harrison se limitó a ignorar mi pregunta y se
irguió en su lugar antes de dar una segunda mirada al
pasillo.
—Levántate, debemos salir de aquí —ordenó con
frialdad, y era evidente que no iba a dejarlo pasar.
—¡Responde la maldita pregunta! —exigí,
levantando notablemente la voz, y dejando atrás mi
posición de cachorro asustado para al final pararme y
enfrentarlo de manera directa.
—Eso no importa —declaró sin mirarme—.
Tenemos que irnos, ahora.
El tono en que mencionó ambas oraciones —frío,
cortante, imperativo—, hizo hervir de rabia la sangre
dentro de mí. Nadie, mucho menos un desconocido,
iba a decirme qué tenía o no que hacer. Yo era la
única persona a la que reservaba ese derecho. Sí,
tenía que salir de allí, pero no sería porque él me lo
ordenó.
49
—No me moveré hasta que me respondas —
espeté cruzándome de brazos.
—No estás en posición de exigirme nada.
—Ni tú de ordenarme nada.
Harrison lanzó un audible suspiro, como si
estuviese tratando con una niña sin ningún remedio y
pasó una mano por su cabello pareciendo fastidiado.
En verdad no era mi culpa, era él quien no deseaba
responder algo tan sencillo, después de todo podía
asegurar que cualquier cosa respondería esa
pregunta.
—Muy bien, ¿realmente quieres saberlo? —
preguntó entre dientes—, pues genial. Yo conozco a
las personas detrás de lo que está sucediendo, y por
lo tanto sé qué es lo que esperan obtener como
resultado final.
Me quedé petrificada, con la respiración agitada,
y la expresión más incrédula que mi aturdida mente
pudo formular.
—¡Hijo de puta! —grité antes de atestarle un
golpe al pecho que lo tomó por sorpresa.
Mientras se veía algo desorientado, aproveché el
momento y me eché a correr. No me arrastraría junto
a él mientras pudiera evitarlo.
51
CAPÍTULO 11 Pasado
Correr hacia ninguna parte en un lugar que desconocía de seguro fue una mala idea, mucho más porque poco después tropecé con una vara de metal que estaba tirada en el suelo y más tarde caí sobre mis rodillas, pero estaba desesperada por encontrar la salida... Y poner una buena cantidad de distancia entre Harrison y yo.
Él no tardó mucho en alcanzarme junto a un grito
que me exigía regresar junto a él, cosa que no
sucedería incluso si me dieran un millón de dólares
por eso. Me levanté como pude con la vara entre mis
manos y la extendí hacia adelante a modo de
advertencia, para que no se acercara un centímetro
más. Sin embargo, Harrison levantó las manos a la
altura de la cabeza y con lentitud siguió avanzando
hacia mí.
—Aléjate —amenacé apretando la vara con
firmeza.
—Vamos, Phoebe, no serías capaz de hacerlo —
dijo él con superioridad. De seguro creía lo mismo
que todo el mundo, que por tener un padre
multimillonario yo era una niña malcriada, incapaz
de defenderse por sí misma. Sí, se estaba
confundiendo de persona.
52
Con un rápido movimiento empujé la vara
metálica hacia adelante y la dejé caer en cuanto
impactó contra la parte izquierda de su mandíbula,
produciéndole un corte del que con rapidez manó una
gran cantidad de sangre. Harrison gimió con fuerza, y
volví a tomar ventaja del momento para poder
escapar de él. No hice caso a lo que dijo más tarde,
sino que me guié en los gritos del exterior para poder
reunirme a ellos. De hecho, para encontrar la salida.
Corrí tan rápido como pude hasta que advertí que
el exterior se encontraba a una pared de distancia. Si
tan solo me concentraba podría...
—¡Phoebe, ven aquí ahora! —exclamó la voz de
Harrison desde algún punto no muy lejano.
Al infierno con concentrarse, tenía que salir de
allí.
Seguí en dirección de donde creí que se
encontraría el final del pasillo, y me deslicé a través
de las gruesas puertas de madera que se interpusieron
en mi camino. No era la salida, pero sí algo bastante
parecido: me encontraba en el vestíbulo del edificio,
donde parecía que una batalla campal había tenido
lugar en el reducido espacio. Los muebles
desacomodados o volteados hicieron más difícil y
tardía mi huida, que no logré concluir hasta uno o
dos minutos después, cuando al fin alcancé la salida.
El exterior era un completo caos en cuanto logré
salir. Una espesa y contaminante nube de humo
negro se alzaba por encima de la calle pavimentada y
las decenas de cuerpos esparcidos por el suelo. La
imagen que me daba la bienvenida no era siquiera en
lo más mínimo cálida, y generó el más puro horror
53
que mi interior alguna vez pudo haber conocido. Los
gritos de aquellos que aún intentaban escapar eran
ensordecedores, un par de patrullas y ambulancias se
encontraban destruidas, y tenía la extraña sensación
que eso se expandía a medida que uno atravesaba las
calles.
Me adentré en la espesa masa de desesperación e
incertidumbre que merodeaba, recordando que había
llegado allí con una persona, y lo tenía que encontrar.
De seguro había notado mi ausencia a su lado, y
estaba consciente cuán protector Daniel podía llegar
a ser, a veces me preocupaba el que estuviera más
pendiente de la seguridad ajena que de la propia.
Me moví con tanta rapidez y agilidad que apenas
noté cuán inmersa en el tumulto me encontraba hasta
que tropecé en el camino con un cuerpo, y al deslizar
la vista al suelo pude advertir la cabellera rubia y el
redondo rostro de un niño que no parecía tener más
de dos años. Apenas podía creer que alguien fuera
capaz de hacer eso.
Me sentía enferma.
Iba a vomitar.
También iba a golpear a alguien si es que lograba
hallar al responsable de todo aquello sin morir en el
intento.
Un constante ruido de golpeteo llegó a mis oídos.
El tiroteo se oía lejano, pero no lo suficiente como
para crear la más débil de las esperanzas. Estaba muy
consciente que no saldría de allí totalmente ilesa.
Supe que alguien se estaba acercando mucho
antes que su sombra estirada por el suelo apareciera
54
en mi campo de visión. Aun así, no logré ser lo
suficiente rápida para evitar el golpe que impactó en
mi cabeza y sacudió mi mundo.
Sangré manó del pequeño corte en mi nuca. Mi
visión se volvió borrosa, mi respiración comenzó a
incrementar su velocidad conforme el pánico tomaba
un lugar en mi pecho. Otro golpe en mis piernas
obligó a mis rodillas ceder y doblegarse, caí al suelo
segundos después, y mis ojos se cerraron con la
pesadez suficiente para no poder ser abiertos otra vez
en algo de tiempo.
Estaba muy, muy jodida.
55
CAPÍTULO 12 Presente
Cinco años atrás.
Cinco.
Años.
Atrás.
Nada. Mi mente está bloqueada, sin capacidad
alguna de realizar un solo tipo de pensamiento
coherente con respecto a lo que sea que pueda
justificar mi actual encierro. ¿Qué sucedió hace cinco
años? El país estaba así como bien, Obama
comenzaba su segundo mandato, se eligió un nuevo
Papa, está claro que las guerras en el exterior seguían
sin cesar, inicié mi primer año en la universidad, pero
nada más allá de eso.
¿Será posible que Harrison tenga razón?, ¿qué
hay algo en verdad mal con mi memoria? Ahora que
lo pienso, reprimo el impulso de insultarme. No
puedo creer que fui tan idiota, apenas logro recordar
retazos de aquel año. Retazos insignificantes.
Un suspiro y luego otro le siguen a mis
pensamientos junto con la incómoda sensación de
sed y hambruna propias de no haber consumido nada
en un considerable lapso de tiempo. Por un segundo
56
medito la idea de introducirme al baño y beber algo
de agua desde el grifo del lavado, pero con rapidez lo
declino: incluso yo tengo más dignidad que eso. Al
menos por ahora.
Camino de manera paulatina dando vueltas por la
habitación atravesando en su totalidad los ruinosos
diez metros cuadrados observando de forma casual el
suelo, las esquinas, los pocos insectos que intentan
reclamar este espacio como suyo. Recuerdo los
primeros días que estuve encerrada, asustada,
desesperada, entomofóbica y claustrofóbica hasta
superar los límites, con un millón de incorrectas
sensaciones afectando gravemente a mi cabeza, y
obligándome a lanzar inútiles gritos de ayuda que
nunca obtuvieron respuesta.
Al menos ahora sé que hay más vida que la mía
rondando el espacio dentro de estas cuatro paredes.
Estoy a medio camino entre la cama y la salida
cuando escucho la puerta abrirse. Doy un respingo
cuando la puerta realiza un estridente sonido
metálico antes de permitir el acceso a una persona.
Me abstengo de mencionar el nombre de Harrison en
voz alta, pues es un hombre más alto y fornido quien
a sí mismo se da el ingreso. No tardo demasiado en
distinguir que no es más que mi captor trayendo la
habitual bandeja de madera con el tan esperado
alimento que de alguna manera me mantiene con
vida además de mi propia voluntad. Como hasta
antes de lanzarme contra la pared, solo abandona la
bandeja sobre la mesita y luego sale por la puerta de
la manera más tranquila que puede. Observo todo en
inquietante silencio, abrazándome a mí misma sin
57
molestarme en quitar de mi rostro los cabellos que
caen descuidados sobre él.
Luego de abastecerme, algo que no toma
demasiado tiempo puesto que mi mala alimentación
y pésimo estado de ánimo habitual no me permiten
atiborrarme de todo lo que me devuelve la mirada
desde la bandeja, me recuesto en la cama y,
observando el techo, permito a mi mente vagar.
Cierro los ojos sin apuro.
Cinco años...
De pronto algo se filtra en mi mente con la
intensidad suficiente para captar mi atención. Un día
soleado, las aves cantando, Daniel apareciendo en mi
hogar para sugerirme un paseo por la ciudad solo
para matar el tiempo, el relato sobre algo relacionado
a su difunta abuela...
Y luego nada.
Todo en mi cabeza se vuelve oscuro, vacío y sin
vida. Grito con frustración invadiendo cada poro de
mi cuerpo, y una rabia abrazadora se enciende en mi
interior al comprender que mi memoria está tan
jodida que ni siquiera logro recuperar eso.
Agh, tan cerca y a la vez tan lejos de encontrar
cualquier cosa útil.
Enojada conmigo misma por mi propia
incapacidad, lanzo un trozo de azulejo que yace en el
suelo con fuerza contra la pared a mi derecha y veo
con cierta fascinación cómo se reduce a diminutos
trozos azulados. Me encojo en mí misma y comienzo
a balancearme adelante y atrás con las rodillas
pegadas al pecho y ambas manos tomando entre los
58
dedos una gran cantidad de cabello que estiro con
fuerza mientras me devano los sesos buscando la
respuesta.
«Vamos, Phoebe, recuerda lo que sucedió cinco
años antes de todo esto». Lo intento con cada vez
más fuerza a medida que continuó meciéndome
como toda una demente.
Cinco años atrás. Las palabras de Harrison aún
retumbaban en lo más superficial de mi mente.
Cinco.
Malditos.
Años.
Atrás.
Pero, otra vez, nada. Mi cabeza otra vez está
vacía.
59
CAPÍTULO 13 Presente
No sé cuándo cerré los ojos —si es que lo hice—, ni tampoco cuándo caí inconsciente, pero en cuanto despierto, una oleada de extrañas sensaciones recorre mi interior al abrir los ojos. La más fuerte de ellas es confusión. No me encuentro en mi ruinosa, descuidada y tal vez mohosa habitación, la imagen que me da la bienvenida es entre relajante y perturbadora, el césped húmedo con rocío entre mis dedos se siente suave y a la vez demasiado frágil para soportar el peso de cualquier cosa..., o mis próximas pisadas.
Dos aves surcan el cielo apenas nublado sin
emitir ningún sonido más allá del batir de sus alas, y
la ligera brisa de la tarde sacude de forma frágil las
altas hierbas que habitan el prado que me rodea.
Con facilidad podría sentirme en calma si
deseara recostarme o solo admirar el paisaje, pero no
puedo evitar la frágil sensación de que algo está
sucediendo. Una obviedad, puesto que esta imagen
no forma parte de mi realidad... Y tampoco lo hace el
espejo que aparece en mi campo de visión, algunos
metros justo frente a mí. A diferencia de la última
vez, no me asusto, pero sí me acerco lo suficiente
como para estar frente a él. Ladeo un poco la cabeza
60
con el ceño fruncido, experimentando algún
sentimiento que no logro identificar.
No tengo reflejo.
Levanto una mano y extiendo el dedo índice para
tocar el vidrio del espejo, pero desde el centro de él
emergen dos manos que me toman e impulsan hacia
el interior.
Vuelvo a despertar, tomando una profunda
bocanada de aire, y elevándome en la cama hasta
volver a encontrarme sentada. Doy una mirada
general a la habitación y suspiro con lentitud al
reconocer que he vuelto a mi oscura realidad.
—Esto tiene que parar —susurro, refiriéndome a
mi extraño sueño que, al igual que los otros, no tiene
mucho que ver con lo que estoy atravesando.
Barro mi enmarañado cabello con ambas manos
y luego mi rostro. No me atrevo a introducirme en el
baño y mirar mi rostro en el espejo, pero puedo
imaginar sin ningún tipo de esfuerzo que soy lo más
parecido a un adefesio que existe. Sombras oscuras
bajo mis ojos, huesos marcados, rostro algo
esquelético, mirada apagada y vacía. Simplemente
encantadora.
La puerta de la habitación se abre, y apenas
puedo creer que haya dormido durante tanto tiempo.
Casi podría alegrarme en cuanto el hombre que
ingresa se quita la máscara luego de dejar la
fastidiosa bandeja de madera sobre la mesita, pero lo
único que hago es mostrarme indiferente a su
61
presencia. No es como si Harrison fuese mi mejor
amigo. Ese título lo tiene otra persona, y nadie podrá
reemplazarlo.
Me volteo en su dirección, cruzando las piernas
debajo de mí. Me observa fija y seriamente, pero la
verdad es que ya no me importa
—¿Ahora tú me traerás la cena? —pregunto con
sequedad, sin importarme el cuidar mi tono de voz.
—Al parecer, así es. —Harrison camina un par
de pasos y más tarde cierra la puerta detrás de sí. No
vuelve a hablar hasta que reposa la espalda sobre la
puerta y cruza los brazos sobre el pecho, logrando
que su camisa se tense sobre sus hombros—.
Digamos que pude convencer a los jefes allí fuera de
«encargarme de ti» mientras ellos continúan con sus
perversos planes.
No me gusta cómo suena eso, pero no digo nada
al respecto; mientras consiga sacarme de aquí, estaré
no solo agradecida, sino tan contenta como mi estado
lo permita.
—¿Sabes?, podrán haber transcurrido algo de
sesenta y seis días, pero aún causas revuelo por todo
el país —continúa con indiferencia.
No obstante, eso llama mi atención.
—¿A qué te refieres?
—A que tu padre no dejará tranquilo al país hasta
tenerte de regreso en sus brazos —explica—. O al
menos eso dijo él hace un par de días en televisión.
Lo miro boquiabierta, sin poder reprimir la
esperanza colarse por mi renovada e iluminada
62
expresión. De seguro me veo como toda una idiota,
pero no me importa, el punto aquí es que mi padre
me está buscando. Sabía que no me abandonaría, ni
él ni mi madre, y por ello estallo de alegría en mi
interior.
—No se han rendido —susurro tan bajo que
dudo que pueda oírme.
—Tal parece que tienes un padre ejemplar —
asegura Harrison con la voz apagada—. Desde que te
trajeron no ha parado su búsqueda, tu madre
tampoco. Y como sabrás, personas con su poder no
pasan inadvertidas.
Apenas lo escucho, solo puedo pensar en que tal
cual esperaba, mis padres intentan encontrarme,
donde sea que me encuentro.
Descubro entonces, que no estoy tan sola como
pensaba.
63
CAPÍTULO 14 Presente
—¿Has escuchado alguna palabra de lo que te he dicho?
Me volteo hacia Harrison, que me mira con una
interrogante ceja enarcada. No me molesto en
excusarme, por lo que niego ligeramente con la
cabeza, y acompaño el movimiento con un
encogimiento de hombros. No sé cuánto tiempo ha
transcurrido, pero no puedo dejar de pensar en mis
padres, lo que es lógico, ¿no?
Harrison suspira y más tarde también sacude la
cabeza mientras pasa una mano por su cabello. Mi
atención se posa durante un momento sobre su
cicatriz. ¿En serio he sido la causa de ella? La verdad
es que poseo mis dudas, puesto que la única manera
en que lastimaría a alguien es defendiéndome...
Otro destello, o retazo de memoria perdida cruza
mi cabeza acompañado de pinchazos por los que un
gemido se abre paso a través de mis labios. Advierto
que Harrison se vuelve a mí con la expresión teñida
de preocupación, pero en lo único que puedo pensar
es en las imágenes que se introducen en mi mente
pidiendo mi atención. Sin esfuerzo, logro verme
parada en algún pasillo apenas iluminado, una vara
64
metálica entre mis manos, y Harrison frente a mí,
pero cuando intento forzar a mi memoria, todo se
oscurece otra vez.
—¿Estás bien?
Me giro hacia Harrison con el ceño fruncido y la
respiración descontrolada, y recibo al cabo de unos
segundos la misma expresión en respuesta. Ninguno
de los dos habla, lo que me incomoda.
—¿Cómo apareció la cicatriz? —pregunto por
fin.
—Me golpeaste con una vara metálica —
confiesa, pareciendo algo arrepentido... Quizás de su
causa.
—¿Por qué?
—Porque tenías que escapar.
Suena lógico, de otra manera jamás
comprendería por qué lo habría golpeado. El
problema es que aún permanezco en una nebulosa,
intentando comprender qué sucedió en el pasado,
pero a juzgar por la expresión de Harrison, no me
revelará nada más. Aunque no es como si se le
hubiese escapado demasiada información al respecto.
—¿Qué día es? —Por alguna razón, eso es lo
primero que viene a mi mente, como si de pronto
regresara mi necesidad por conocer el tiempo en el
que habito.
—Viernes, 23 de noviembre —responde con
alguna emoción en su tono que no puedo identificar.
La respiración se me atasca a medio camino
hacia mis pulmones, y forma un desagradable nudo
65
en mi garganta. Sesenta y seis días pasaron desde
aquel fatídico diecisiete de septiembre. Me privaron
de mi libertad por los últimos sesenta y seis días, y ni
siquiera obtengo una explicación de por qué.
Pero eso está por acabar. Me niego a que esto
prosiga.
—Tengo que salir cuanto antes de aquí —
declaro. No planeé hacerlo en voz alta, pero ya no
hay nada que pueda hacer.
—Alto ahí, pequeño saltamontes —advierte
Harrison—. No puedes solo decidir que te irás y
ponerlo en práctica.
—Por supuesto que sí —objeto en un tono que
incluso a mí me sorprende. Sonó tan... normal, que
por un segundo me asusta.
—No, no puedes —insiste—. Solo debes esperar
un poco más, y a eso iba el segundo motivo por el
que me encuentro aquí. En unos cuatro días las cosas
estarán agitadas allí arriba, aún no sé muy bien por
qué, pero será el momento perfecto para sacarte de
aquí mientras todos están ocupados.
Lo miro durante un momento sin saber qué decir
a eso. Me siento estúpida por ello, pero al mismo
tiempo siento algo de euforia por el significado de
sus palabras. Justo cuando decido que no todo está
perdido y pronto recuperaré mi vida, algo de
desconfianza se instala en mí, con la inminente
sensación que cualquier cosa lo arruinará todo.
Aun así, me guardo el último pensamiento y
asiento una vez con la cabeza.
—Gracias.
66
—Está bien —responde Harrison antes de asentir
hacia la bandeja—. Te sugiero que comas algo, yo
debo irme.
Otra vez asiento en su dirección y no muevo un
músculo hasta que veo la puerta cerrarse y
bloquearse hasta que decida regresar.
¿Podrá Harrison en verdad otorgarme eso que
tanto ansío, mi libertad? No estoy segura al cien por
ciento, pero me aferro a eso mientras tomo un trago
de agua que se siente como el primero en la última
década.
67
CAPÍTULO 15 Pasado
Luché con todas mis fuerzas por abrir los ojos y ver qué sucedía a mi alrededor —además de lo obvio—, pero cada vez que lograba hacerlo, éstos se cerraban otra vez. Mi cabeza se sentía demasiado pesada, y no era muy difícil comprender por qué.
Todos mis sentidos estallaron en alerta cuando
dos manos tomaron entre ellas mis pies y más tarde
comenzaron a arrastrarme a través de la destruida y
pedregosa calle. Intenté sacudirme, alejarme de su
agarre sin mucho éxito. Fue cuestión de segundos
hasta que la fricción producida por el fuerte y rápido
arrastre rompió mi fina camisa en partes aleatorias, y
comenzó a lastimar tanto mi espalda como mi
cabeza, que aún seguía liberando algo de sangre. Al
menos yo tenía esa impresión.
Sentí el suelo temblar bajo mi peso, pero por un
momento creí que había sido mi imaginación, y el
efecto de la piel rasgada jugando con mi mente, pero
no fue hasta que mis ojos se abrieron unos
milímetros y vi un edificio a lo lejos desplomarse que
supe cuán cierta había sido aquella sensación. Me
obligué a ignorar el dolor que aquel fuerte acarreo
me producía, y enterré las manos en los hoyos que
existían en la calle, en un intento por hacerle la tarea
68
difícil a mi agresor. Logré lo que deseaba, pero por
poco tiempo; en consecuencia a mis acciones solo
conseguí que aumentara su fuerza y de un tirón
continuara con su tarea.
Muy bien, mala idea.
Aún con los ojos luchando por abrirse en su
totalidad, puse toda mi fuerza en ambas piernas y las
sacudí hasta sentir que la derecha se había zafado de
su agarre. En ese momento lancé hacia adelante mi
pie hasta que conectó con un estómago, y un gemido
fue liberado al exterior. Tomé ventaja del momento, y
necesitó todo dentro de mí para que evitara el dolor
desgarrador en mi espalda y me diera la vuelta en mi
lugar, para arrastrarme sobre el suelo en un intento
por escapar.
Cuando me creí lo suficientemente capaz, y mis
ojos por fin se abrieron, me hinqué sobre una rodilla
para poder levantarme, pero justo entonces mi pie
derecho fue otra vez apresado, y fui arrastrada con
más fuerza que la última vez. Lancé un grito al sentir
la superficie lastimando mi torso, pero no había
mucho que pudiera hacer para escapar de ello, me
tenía en su poder.
Jamás me había sentido tan torturada y humillada
en toda mi vida.
Jamás me sentí tan cerca de la muerte en toda mi
vida.
Aun así me dije que no moriría porque dejé que
lo hicieran. No me iría sin antes haber luchado. Y
básicamente ésa fue la razón por la que aun cuando
sabía que todo estaba perdido, seguí imponiendo
cuanta fuerza pude para escapar, aferrándome a
69
postes de luz, hoyos cercanos, o cualquier cosa que
pusiera el más mínimo segundo, pero todo fue en
vano, era evidente que no lograría nada bueno.
Desde algún lugar no muy lejano escuché un
grito que se dirigía a nosotros —mejor dicho, a la
persona que me arrastraba por el pavimento—, y al
cabo de un par de segundos, nos detuvimos en seco.
Intenté tomar eso como una ventaja, pero el hombre
que me sostenía aumentó su agarre. Di la vuelta en
mi lugar, pero se encontraba de espaldas a mí,
ocultándome su rostro; por un momento creí que era
Harrison, pero se veía más fornido que él. También
me pregunté qué había sido de él, luego me cuestioné
por qué me importaba.
—Vete, Michaels —dijo el hombre
sosteniéndome. Si recibió o no una respuesta, no
logré escucharla.
Me preparé para ser arrastrada una vez más, pues
su corta conversación parecía haber finalizado, por lo
que apreté los dientes y cerré los ojos en espera que
todo comenzara de nuevo.
Pero nada sucedió.
Fue cuestión de segundos hasta que escuché el
sonido de un arma siendo accionada, mis piernas
fueron por fin liberadas con descuido, como cuando
dejas caer algo desde una altura determinada, y mi
agresor cayó sin vida en un golpe sordo y seco al
suelo. Tardé varios segundos en recomponerme de
ello, darme la vuelta y sentarme en mi lugar.
Comencé a levantarme con dificultad, sin
siquiera dar una mirada a mi alrededor, pero una voz
familiar me congeló.
71
CAPÍTULO 16 Pasado
Alcé la vista para encontrarme con la mirada impasible y penetrante de Harrison, que mostraba su camisa y mandíbula manchadas con la sangre que en algún momento corrió por la herida que yo le produje. El arma que acababa de utilizar colgaba de su mano, y, siendo sincera, se veía nefasto y aterrador. En su mirada advertí con rapidez que no había rastro de remordimiento o simpatía, y tuve deseos de abrazarme a mí misma y encogerme en mi lugar hasta desaparecer, pero me abstuve de hacerlo debido al dolor que sentía tanto en mi espalda como en mi... Al demonio, no había lugar en mi cuerpo que no estallara de dolor a cada movimiento.
Harrison se acercó a mí con pasos rápidos y
firmes, y daba la impresión que lo seguía una
aterradora sombra de muerte que me incitaba a salir
corriendo. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca,
se inclinó hacia mí. Su cabello estaba húmedo,
quizás por sudor, su rostro parecía mugriento, y sus
oscuros ojos verdes no daban lugar a la simpatía.
Tragué con nerviosismo.
—Estoy esperando una respuesta —aseveró en
un susurro que me inquietó—. A menos, claro, que
desees unirte a ellos. —Cuestionó mi capacidad de
72
razonar alcanzando con un gesto de la mano a todos
los cuerpos a mi espalda.
—No esperarás que te siga a ninguna parte.
—Siempre puedes tomar tus propias decisiones y
quedarte —estuvo de acuerdo—, pero en ese caso las
heridas que luces ahora mismo serán rasguños
comparadas con lo que obtendrás —razonó,
señalando mis heridas.
—Preferiría hacerlo, no puedo confiar en ti..., ni
en nadie —objeté de manera obstinada.
—No puedes, pero deberías —terció Harrison, de
manera insistente—. ¿Quieres salir de aquí? —No
asentí, porque ya sabía mi respuesta—. Bien, la única
manera en que lograrás nada es viniendo conmigo. Si
los demás creen que te he capturado, y estás bajo mi
control, no hay manera que siquiera miren en tu
dirección.
Lo observé con firmeza con el ceño fruncido, y
una expresión llena de incredulidad. ¿Capturarme?
¿Tenerme bajo su control? ¿Acaso era un pokemón o
algo parecido? Sacudí la cabeza con algo de sutileza,
porque no era un buen momento para eso.
—Oh, por supuesto, ¿cómo no lo vi antes? Tú
eres el buen samaritano en esta situación y yo soy la
buena acción del día. —Mi voz rezumaba cantidades
ilegales de sarcasmo que no pude ni quise evitar, lo
que iba acompañado de mi tono desafiante que
convocó a la dureza en el rostro de Harrison—. ¡Lo
mataste a sangre fría! —estallé, señalando al cuerpo
a un metro de distancia.
73
Harrison se volvió en la dirección de mi mano y
se detuvo allí un minuto antes de regresar su atención
a mí.
—Sí, lo hice —coincidió sin remordimiento
alguno—, pero la verdad es que no hace la diferencia
matar a alguien que a su paso solo arrastra una estela
de muerte, que ha liquidado a decenas por el simple
hecho de poder hacerlo. En todo caso, le haces un
favor al mundo y lo liberas de ese peso, por más
mínimo que represente.
—Lo dices como si tuviera sentido alguno.
—De otra manera estarías muerta —señaló—. O
peor.
¿Saben qué era lo más triste de aquella situación?
Que pese a que no podía ni deseaba confiar en
Harrison, una vez más parecía ser la única persona
cercana capaz de sacarme de allí, y por lo tanto de
momento, otra vez, me veía obligada a estar de su
parte. Con el sentido escéptico al límite, pero de su
parte.
Suspiré con pesadez y cerré con fuerza los ojos,
arrepintiéndome en ese mismo momento de mi
decisión. Más tarde, como si me supusiera un
esfuerzo desmesurado, extendí la mano derecha y
tomé la que entonces Harrison me ofreció para
levantarme.
—Tengo que hallar a Daniel —dije con voz
estrangulada, recordando que mi mejor amigo había
llegado a eso conmigo.
—Si está vivo, entonces lo encontraremos —
afirmó Harrison con seguridad.
75
CAPÍTULO 17 Presente
Intento correr y ocultarme en alguna parte, pero es imposible: él me atrapa y lanza contra la pared más cercana, donde me retiene colocando su brazo derecho a lo largo de mi cuello. Dice palabras que no identifico, pero de alguna manera sé que éstas contienen impregnada una dura promesa de venganza y tortura que no comprendo y me niego a reconocer como correctas.
Me sacudo bajo su agarre, pataleo y araño su
brazo en un intento por recuperar el aire que se me
está privando, pero obviamente él es mucho más
fuerte que yo. Puedo hacer lo que desee, pero sin
lograr nada. Pronto, luego de un momento de lucha
más, me golpea con fuerza en la cabeza, convocando
al vacío y oscuridad a mi alrededor.
Grito con desesperación en cuanto abro los ojos,
me retuerzo sobre la cama, y más tarde me siento
sobre ésta con la respiración agitada, y la inminente
sensación de peligro invadiéndome. Lágrimas acuden
a mis ojos con cada recuerdo de aquel sueño, que no
fue más que mi pasado torturándome. Aquélla fue la
primera vez que intenté escapar, luego de herir a mi
76
captor con un azulejo partido en la pierna izquierda.
Como se puede sin esfuerzo advertir, no salió muy
bien, o quizás ahora estaría junto a mis padres…
O muerta.
Sacudo la cabeza, apartando esos pensamientos
mientras tomo profundas respiraciones que ayudan a
calmar mi arrítmica respiración y más tarde paso una
mano por mi cabello con nerviosismo, mientras dirijo
una mirada inquieta a mi alrededor. Desde la última
vez, no he vuelto a ver a Harrison, o a nadie más,
pero no es como si en verdad me afectara, ya que mi
tiempo lo ocupaba descansando, o reflexionando
acerca de nada en particular.
De pronto se me ocurre una idea y, dispuesta a
ponerla en práctica, me levanto de la cama y recorro
la habitación en busca de lo que necesito. Sé que hay
un trozo de ladrillo en algún lugar y no me detengo
hasta encontrarlo a un lado de la puerta del baño.
Una vez en mis manos, lo sostengo con tanta firmeza
como puedo y avanzo hacia la parte del suelo donde
la suciedad no es tan notable, y la cual podré ocultar
con facilidad si después de esto decido que fue una
mala idea.
Con una mano temblorosa, reposo una esquina
del ladrillo partido en el suelo y segundos después lo
deslizo a través de la piedra, formando los símbolos
que más tarde dan lugar a las palabras que están
grabadas en mi cabeza aún después de terminar.
Admiro las palabras que acabo de escribir, las cuales
se ven torcidas, descuidadas, como si un niño las
acabase de formar, y no una persona adulta... O tanto
como a los veinticuatro años puedes llegar a serlo.
77
En este momento me invade algún sentimiento
de satisfacción que se ve atenuado por la idea de que
esto sea una mala idea que me ganará cualquier tipo
de castigo. No importa demasiado, porque segundos
más tarde el sonido de algo siendo estrellado llama
mi atención.
No tan cautelosa como debería, me acerco a la
puerta de salida, apoyo la oreja en el frío metal
esperando captar cualquier cosa que esté sucediendo
allí fuera, y doy un respingo al escuchar algunos
gritos. Escucho algunas palabras, pero no logro
identificar qué expresan, pues la barrera que se me
impone no lo permite. Otro grito, esta vez de dolor,
llega a mis oídos, y luego de ello, por segundos, se
establece un inquietante silencio que aumenta la
tensión en el ambiente, el cual es interrumpido por el
sonido de un arma siendo accionada.
Con los ojos abiertos como platos, me alejo de la
puerta, arrastro con todas mis fuerzas la cama hacia
el lugar donde acabo de escribir el suelo, y más tarde,
con la respiración agitada por el esfuerzo, me dirijo
hacia el pequeño cuarto de baño de la habitación. No
es para emocionarse el que se vea algo decente, lo
odio como al resto de lo que me rodea en la
actualidad. Echo el pestillo de la puerta y más tarde
poso ambas manos sobre el borde del lavado. Tomo
varias bocanadas de aire mientras mi vista está en la
amarillenta cerámica del lavado, y mi descuidado
cabello cae a los lados de mi rostro.
No sé por qué lo hago, pero elevo la vista hacia
el espejo astillado y algo mohoso en las esquinas,
encontrándome con una imagen desoladora. Mis
ojos, que recordaba marrones y, por lo general,
78
cristalizados, se ven mucho más oscuros, vacíos e
inyectados en sangre, producto de alguna irritación
que he sentido desde hace algunos días, pero he
comenzado a ignorar. Mi cabello, que siempre estuvo
arreglado a la perfección, se ve pajoso, enredado y
sin forma. Y para complementar a mi nefasto rostro,
advierto otra característica que solo me desagrada,
aunque no puedo hacer nada para arreglar eso. Como
es de esperarse en cualquier chica en mi situación, el
vello facial no se ha detenido, y una ligera sombra se
esparce en el espacio que rodea el labio inferior.
Es evidente que me veo desagradable.
Cierro los ojos con fuerza y me aparto mientras
intento que la imagen de mí misma no se instale en
mi cabeza ni me abrume hasta el punto de la
depresión. Es obvio que esto sucedería.
«Vuelve a la realidad, Phoebe, aquí no hay
ningún centro de belleza, y tampoco nadie a quién le
importe como te veas más que a ti misma».
Suspiro y vuelvo a abrir los ojos. ¿Por qué me
introduje en el baño en primer lugar? Un misterio,
pero ya no deseo permanecer aquí. Con una sacudida
de hombros, me elevo en mi lugar y más tarde abro
la puerta del baño. Aquí en la habitación, a un lado
de la mesita donde siempre se ubica la bandeja con
alimentos, con los brazos cruzados sobre el pecho se
encuentra Harrison, quien desliza la vista sobre mí en
cuanto salgo del baño.
—¿Qué sucedió allí afuera? —pregunto con la
débil sospecha que él lo sabe.
Y a juzgar por cómo frunce el ceño, sé que tengo
razón.
79
CAPÍTULO 18 Presente
—¿Realmente quieres saber? —pregunta con sequedad, pareciendo algo incómodo con la cuestión.
Me encojo de hombros y camino despacio hacia
la cama, donde, luego de sentarme, cruzo las piernas
debajo de mí. Harrison suspira y niega con la cabeza.
—Podría decirse que no estoy muy de acuerdo
con la idea que algún extraño merodee por los
pasillos allí afuera con la clara intención de entrar
aquí —explica luego de unos segundos.
Algo confundida, frunzo el ceño en su dirección,
y espero al momento en que decide continuar.
—¿Por eso lo mataste? —cuestiono en cuanto no
agrega nada más.
—Phoebe, él iba a violarte.
Lo miro con los ojos bien abiertos y reprimo un
gemido. En algún sentido sabía que algo como eso
podía pasar, pero el saberlo no quita el hecho que me
parece de lo más aberrante, y en alguna forma
agradezco que Harrison lo haya evitado, aunque eso
significó la muerte de una persona.
80
—Además —continúa—, no tardó mucho tiempo
en averiguar por qué no quería que se te acercara. De
alguna forma supo que planeaba sacarte de aquí.
Respiro con profundidad, pero me abstengo de
decir cualquier cosa. No imagino qué pudo Harrison
hacer o decir para que aquél intuyera sus planes, pero
me niego a reconocer la posibilidad que cualquier
otro pueda saberlos también. Sin embargo, una vieja
duda vuelve a abrirse paso a través de mi mente, y no
puedo evitar expresarla en voz alta... y preguntarme
por qué no lo pensé antes.
—¿Por qué me ayudas? —demando, y más tarde
agrego—: La verdadera razón.
Harrison me observa con firmeza por un
momento que parece eterno, hasta que libera un
suspiro y seguido a eso, se encoge de hombros con
lentitud.
—Porque... Supongo que no puedo quedarme de
brazos cruzados mientras hacen daño a una persona
inocente en mis narices —explica con tranquilidad.
Por un segundo me siento algo confundida, pero
eso se detiene para dar lugar a algo de
agradecimiento. Éste último sentimiento en relación
al hecho que no se muestre indiferente a la situación.
—Entonces..., eres el buen samaritano de la
historia.
Una sonrisa atraviesa su rostro al oír mis
palabras, y, aunque es una afirmación, agradezco que
decida responder de todas formas.
—Yo no diría eso, soy tan malo como ellos, o no
lo habría matado —contradice y se detiene para
81
tomar algo de aire—. Pero digamos que siempre he
creído que si matas a alguien que solo arrastra más
muerte y sufrimiento a su paso, lo único que haces es
librar al mundo de ese peso, por más mínimo que
represente.
Un extraño sentimiento de déjà vu me invade y
abruma durante algún tiempo, no sabría decir cuánto.
Frunzo el ceño y cierro los ojos, buscando el eje de
tal sensación, pero al no hallar nada me limito a
sacudir la cabeza un par de veces, sintiéndome algo
estúpida por seguir sin recordar nada útil.
—Se ve que crees en eso —afirmo luego de
reabrir y posar mi atención en él.
—No lo suficiente como para sentirme bien con
ello, ya que me convierto en algo que detesto, pero
en algún sentido… sí, lo hago.
Medito por un momento sus últimas palabras,
llegando al final a la conclusión de que, en efecto,
puede que tenga razón en ambas cuestiones, pero de
igual manera estoy segura que él no se parece en
nada a ellos, mis secuestradores. Dudo que alguien
como él pueda pensar en hacer algo como lo que me
ocurre en este momento.
—Muy bien, tenemos que hablar —expresa
luego de un momento de silencio. Enarco una ceja
hacia él, esperando que se explique—. ¿Estás lista
para saber qué sucederá mañana?
Algo de incómoda excitación se introduce en mi
interior hasta tal punto que antes de saber lo que
estoy haciendo asiento con la cabeza en respuesta.
Al fin estoy cerca del desenlace.
83
CAPÍTULO 19 Pasado
—¿Qué tan dentro de todo esto estás? —exigí en un susurro mientras avanzábamos a través de la calle. Era un tanto perturbador el hecho que no podías dar más de diez pasos sin toparte con un charco de sangre, o una persona calcinada.
—No tanto como para haber estado entre los que
planearon todo, pero sí lo suficiente para ganarme
una cadena perpetua por encubrimiento —confesó
Harrison en el mismo tono que yo había utilizado con
anterioridad. Le dirigí una rápida mirada y tuve que
retirarla, ya que lo descubrí observándome.
Seguimos caminando a través de las calles
anegadas en sangre, observando con detenimiento
cada rincón que superábamos en nuestro camino.
Harrison tomaba con suavidad mi brazo derecho solo
por si acaso llegábamos a encontrarnos con uno de
los «suyos», de manera que éste creyera que yo era
algo así como su captura. En el sentido más evidente
de la palabra, me sentía incómoda con ello, pero no
objetaba solo por el hecho que era hasta el momento
mi única forma de salir sana y salva de toda aquella
situación.
Un insistente ardor se abrió paso en mi espalda y
pecho mientras la tela desgarrada de mi camisa se
84
movía con libertad sobre mis heridas. Hice una
mueca, intentando soportar ese nuevo dolor que
acompañaba al de mi pierna renqueante, pero fallé de
la manera más miserable que existía, porque Harrison
advirtió mi dificultad en aumento, y desvió nuestro
camino hacia la farmacia que se encontraba una
cuadra a nuestra izquierda. Iba a decir que no era
necesario, que debíamos continuar, pero siendo
sincera, dudaba que siquiera fuese a escucharme.
Mientras continuábamos por aquel camino,
Harrison nos detuvo de pronto al ver que
alcanzábamos una boutique de ropa cuya vidriera
estaba destrozada, y donde a su vez las prendas que
una vez estuvieron en exhibición se encontraban o
desgarradas en partes aleatorias de su constitución, o
repletas de suciedad. Harrison me soltó durante un
momento y caminó hacia el lugar. Luego de darme
una mirada superficial, retomó su camino y, de uno
de los maniquíes, alcanzó con la mano una prenda
que se veía como una fina camisa de lino que en
alguna vez fue de algún color pastel.
—¿Y eso? —pregunté algo curiosa por
cualquiera que fuese la razón que lo impulsó a
tomarla.
—Supongo que te servirá más que eso —dijo
asintiendo en un gesto despectivo hacia mi camisa
desgarrada. Estaba consciente que la prenda dejaba
gran parte de mi pecho y espalda al descubierto, pero
aún la mantenía sobre mí para no sentirme tan
expuesta como sería al no tenerla.
85
Asentí una vez hacia él y esperé paciente a que
retomara su lugar a mi lado y volviera a posar su
mano sobre mi brazo.
Alcanzamos la farmacia en cuestión de minutos.
Como era de esperarse, el lugar estaba abierto, las
luces no funcionaban de forma correcta, una buena
cantidad de suministros medicinales se hallaban
desparramados por el suelo, y varias personas yacían
sin vida por los alrededores del lugar, incluyendo al
farmacéutico. Escuché a Harrison decir alguna broma
con respecto a eso, pero no presté atención, estaba
más enfocada en otro tipo de cosas.
Más tarde lo seguí por los pasillos de la farmacia
y miré sin prestar mucha atención cómo buscaba
entre las hileras de medicamentos y otros suministros
algunas vendas, antiséptico, ibuprofeno, etcétera.
Cuando tuvo todo lo que al parecer necesitaba, nos
condujo hacia el otro lado del mostrador, a través de
una puerta de metal que permitía el acceso al
depósito, donde había también un pequeño cuarto de
baño.
—Te recomiendo que te sientes —sugirió luego
de cerrar la puerta tras de sí, asintiendo hacia la silla
de madera a un metro y medio de distancia. Por
fortuna, el cuarto tenía una buena iluminación, o
sería de lo más abrumador que podría haberse
creado.
Caminé hasta la silla, y en cuanto logré sentarme,
expulsé un suspiro que denotaba el alivio
desmesurado que sentía con aquél simple acto.
Harrison decidió utilizar ese preciso momento para
arruinar mi calma, pidiendo que me quitara la
86
camisa. Sabía a la perfección que se debía a mis
heridas, pero de todas formas me crucé de brazos, sin
importarme el dolor que sentían mis músculos
maltratados, y enarqué una desafiante ceja en su
dirección.
—Vamos, Phoebe, solo quiero ayudarte —
insistió él con un poco de cansancio que me hizo
rendirme, porque no había tiempo que perder.
Con bastante dificultad, me libré de la agobiante
prenda, y la lancé al suelo a un lado de mis pies.
Contuve el cruzarme brazos y esconder bajo ellos mi
sostén, o incluso las sangrientas heridas, que ya
parecían comenzar su lento proceso de recuperación.
Harrison se acercó a paso lento y tentativo con
vendas y toallas húmedas en una mano y el
antiséptico en la otra, y dio una rápida mirada a mi
torso semidesnudo, pareciendo debatirse entre hacer
o no algo.
—Yo puedo con esto —dije tomando una
decisión por ambos.
—Entonces me encargaré de tu espalda... Y
cabeza —afirmó entonces, extendiéndome un poco
de los objetos en sus manos para que pudiese
tratarme.
—¿Acaso eres médico? —pregunté de nuevo
curiosa.
Harrison me dirigió una mirada que expresaba
alguna emoción que no pude identificar, y luego
avanzó hasta colocarse a mis espaldas para
inspeccionar las heridas que allí se establecían.
87
—Lo habría sido, pero no pude acabar el tercer
año —explicó con un deje de arrepentimiento—. Tú
sabes, no pude salirme del todo con la mía y hacer lo
que quisiera con mi vida.
—Aún sigo sin comprender por qué me ayudas,
podrías haberme dejado en cuanto escapé, así que
sería genial saber por qué lo haces —dije cambiando
de tema abruptamente, y lo escuché suspirar mientras
retorcía uno de los paños húmedos—. ¡Ay! —Al
parecer el paño tenía antiséptico, y no fue agradable.
—No te muevas —ordenó y continuó con su
tarea, que no hizo más que aumentar el ardor en mi
espalda. Tuve que utilizar toda mi fuerza de voluntad
para hacer lo mismo que él y pasar un paño con
antiséptico en mi pecho, otra cosa que no fue para
nada bonita.
»En respuesta a tu pregunta —continuó como si
tuviera todo el tiempo del mundo—, fuiste la única
persona que aún estaba prácticamente ilesa en
aquella situación, solo que te encontrabas en el lugar
menos indicado para escapar, porque tenían en mente
tirar abajo ese edificio. —Tomé una profunda
respiración ante aquellas palabras—. Digamos que si
hubieses estado afuera durante aquellos minutos o
serías un rehén, o estarías muerta, y no me iba a
quedar de brazos cruzando esperando que eso
sucediera. —Se detuvo un momento y suspiró con
pesadez—. ¿Eso es suficiente explicación para ti?
—Lo es —asentí, sacudiéndome otra vez con el
contacto del líquido desinfectante sobre mi piel
desgarrada.
89
CAPÍTULO 20 Pasado
Después de largos minutos limpiando y desinfectando mis heridas, Harrison revisó la herida de mi cabeza, llegando a la conclusión de que necesitaría un par de puntos de sutura; otra cosa que en cuanto comenzó a hacerla, no fue en ningún sentido agradable. Luego tomé la camisa que había tomado con anterioridad, y la pasé sobre mi cabeza para cubrir mi torso.
Cuando salimos del cuarto hacia el exterior, vi
que todo se encontraba tan destruido como hasta hace
media hora, con la diferencia que en el televisor que
se situaba en el centro de la farmacia comenzaba el
noticiero de las tres. Hasta ese entonces no había
tenido noción del tiempo en el que habitaba, por lo
que fue una sorpresa descubrir que habían pasado
algo de dos horas y media. Estaba a punto de
continuar mi camino hasta la salida, pero Harrison se
detuvo para subir el volumen de la televisión.
—Mira, es el alcalde —dijo, asintiendo hacia la
imagen de nuestro alcalde que se veía sobre una
leyenda que anunciaba: «SE DECLARA ESTADO
DE EMERGENCIA POR PRESUNTO ATAQUE
TERRORISTA».
90
Me ubiqué a un lado de Harrison, reposando mi
peso sobre una pierna, de brazos cruzados, y observé
en silencio el anuncio que el hombre hacía en algún
lugar público de la ciudad. Se veía tan abatido como
cualquiera en aquella situación.
—Rogamos a los ciudadanos mantener la calma
y refugiarse cuanto antes, o en lo posible, salir de la
ciudad mientras intentamos detener el ataque —
explicó el hombre.
«Claro, porque es tan simple como suena», pensé
con amargura.
—Estamos buscando a los responsables de estos
actos aberrantes, y por lo tanto intentamos
solucionarlo cuanto antes —continuó, y a modo de
respuesta lancé una risa seca.
—Buena suerte con eso —aseveré.
Seguido a eso, Harrison y yo dejamos de
escuchar el anuncio del alcalde para salir de la
farmacia, otra vez con su mano tomando mi brazo
derecho. Aún me dolía gran parte de mi cuerpo, pero
después de haber desinfectado las heridas y vestirme
con una nueva camisa, la incomodidad se atenuó lo
suficiente para resultarme soportable.
Un grito cercano captó nuestra atención, por lo
que ambos nos volteamos hacia donde creímos que
estaba la fuente. A no muchos metros de distancia,
una chica no mayor de catorce, quizás quince años,
se retorcía conforme era arrastrada a través del suelo
mientras un hombre tomaba en la mano izquierda
una buena cantidad de su cabello. Tragué con fuerza
evitando soltar un gemido, y dirigí la mirada a
Harrison, que se mostraba serio, impasible; y tenía la
91
mano derecha acercándose al lugar en su cintura
donde se ubicaba su arma. El hombre al otro lado de
la calle se detuvo, y dirigió una mirada despectiva
hacia mí antes de poner toda su atención sobre la
persona a mi lado.
—¿Phoebe Wells? Buena ésa, Michaels —dijo
con suficiencia y algo más que solo me causó una
aplastante sensación de repulsión.
—Le estás haciendo daño —respondió Harrison,
ignorando su comentario, y asintiendo a la joven que
todavía se sacudía en el suelo.
—No vengas con tu sentido de la moral ahora,
estás tan jodido como el resto de nosotros.
Tan rápido que apenas supe lo que estaba
haciendo, Harrison desenfundó su arma y la apuntó
directamente al hombre frente a nosotros, quien no se
perturbó ante la acción que había tomado, solo
sonrió.
—Suéltala —ordenó Harrison con un tono que
expresaba sin lugar a dudas que podría dispararle de
ser necesario.
El hombre dijo algo que no alcancé a
comprender, luego sacó su propia arma, y después de
levantar a la joven con una fuerte sacudida a su
cabello por la cual lanzó un estridente grito, posó el
cañón de la pistola en su sien.
—No eres quién para decirme qué hacer. Si
quiero matarla, lo haré —dijo desafiante,
mostrándose ajeno a los sollozos que la muchacha
emitía mientras lágrimas pesadas corrían por su
mugroso y enrojecido rostro.
92
—Y yo no dudaré en devolverte el favor —
asintió Harrison—. Ahora, Gen, suelta a la chica.
Se mantuvieron intercambiando miradas de
manera desafiante durante un momento que pareció
eterno, y estaban tan absortos el uno en el otro que la
muchacha frente a mí tomó el momento a su favor
para golpear a su agresor e intentar escapar.
Sorprendido, él se preparó para disparar a la joven,
pero antes que lograse efectuar el disparo, Harrison
accionó su arma y la bala impactó en el pecho del
oponente.
Miré la escena boquiabierta, y apenas advertí que
la joven salía corriendo con desesperación,
alejándose de nosotros, y Harrison tomaba con
suavidad mi brazo e instaba a seguir caminando.
—Vamos, tenemos que seguir nuestro camino —
anunció mientras volvía a guardar su arma.
93
CAPÍTULO 21 Presente
Me retuerzo un poco sobre la cama para sentirme más cómoda y espero a que Harrison explique lo que sea que mañana haremos. Lo primero que explica es que durante la hora de mi almuerzo todos allí arriba estarán revolucionados, planeando algo de gran importancia; en cuanto pregunto a qué se refiere, a regañadientes confiesa que realizarán una transmisión a televisión abierta para mostrar los detalles de mi actual encierro, una manera práctica de demostrar que sigo con vida... Arruinada emocionalmente, pero viva. Sus intenciones me resultan de lo más extrañas, aunque quizás se debe a no estar consciente de lo que sucede en el exterior.
En ese mismo momento, él llegará a mi
habitación con la usual bandeja de alimentos, y a
partir de allí comenzará mi intento de liberación, el
cual consistirá en sacarme de aquella miserable
habitación, y luego recorrer los pasillos de la
construcción. Según lo que dice Harrison, si
logramos superar el sótano y los pocos pasillos en la
superficie, entonces no hay manera que nos
detengan.
Al fin seré libre.
—Tus padres serán felices de volver a verte —
afirma Harrison en un tono despectivo y a su vez un
94
poco misterioso. Puesto que eso me toma por
sorpresa (la mención de mis padres), frunzo el ceño
en su dirección a modo de cuestión, esperando que se
explique—. Me puse en contacto con ellos,
anunciando que estaba dispuesto a sacarte de aquí.
No sé qué decir, cualquier palabra se atora en un
nudo a media garganta que apenas me permite
continuar respirando.
—¿Cómo fue que...? —pregunto, pero Harrison
no me permite acabar.
—Digamos que no es muy difícil ponerse en
contacto con ellos —interrumpe con obviedad y
luego añade—: Para ser más preciso, fui a la empresa
de tu padre y le expliqué sin demasiado detalle lo que
sucedía.
—No me das detalle alguno a mí que soy la
secuestrada, no esperaba que lo hicieras con mi padre
—expreso en un susurro cuando en realidad he
deseado mantenerlo para mis adentros.
Harrison enarca una ceja en mi dirección y
sacude la cabeza con levedad.
—Ya dije por qué no lo hacía.
Ruedo los ojos de pronto fastidiada.
—Por supuesto, mi memoria está tan jodida que
no puedo siquiera recordar un día de los últimos
cinco años —espeto con exasperación.
—Eso, y que decirte lo que hiciste cuando no lo
recuerdas será una pérdida de tiempo —asiente de
acuerdo.
95
Ante su directa manera de ser sincero, sacudo la
cabeza y más tarde froto mi sien derecha en un
intento por aclarar mis pensamientos y relajarme
siquiera por un momento, por más efímero que sea.
Escucho a Harrison suspirar con pesadez, y luego el
movimiento de su cuerpo levantándose del suelo.
Abro los ojos de inmediato, advirtiendo que se
prepara para retirarse, lo cual es de esperar, teniendo
en cuenta que ha permanecido en esta parte del lugar
por demasiado tiempo, aunque el suficiente como
para hacerme saber qué sucederá mañana, y darme el
alivio que mis padres saben que estoy casi
completamente bien, y pronto estaré en libertad, no
porque mis captores lo decidan así, lo que hace todo
un poco más peligroso.
De pronto, otra vez, me invade la duda de por
qué me encuentro aquí, después de todo, sin saber la
razón explícita de mi encierro, éste solo parece un
secuestro vacío, sin fundamentos, como si lo estén
haciendo por diversión.
Lo que es aterrador.
—Phoebe —llama Harrison y me vuelvo, algo
aturdida, hacia él, que ha caminado hasta la salida—,
quieres saber por qué estás aquí, ¿no es así?
—Ya sabes la respuesta —espeto.
—Entonces piensa en Daniel, y la tendrás —
declara, obteniendo toda mi atención y sorpresa al
mencionar a mi mejor amigo.
—¿Cómo conoces...? —comienzo a preguntar,
pero antes que logre terminar, Harrison abre la puerta
y sale sin dar lugar a una sola palabra más.
96
En cuanto vuelvo a quedarme sola y en completo
silencio, frunzo el ceño, pensando en lo que me dijo.
¿Cómo puede Daniel tener algo que ver en todo
aquello? Después de todo, por lo que sé, él vive en
Mayfair mientras trabaja en Londres desde hace
años, o al menos eso me han dicho para explicar su
ausencia, y por qué no lo veo desde...
—Oh por Dios, no he visto ni he vuelto a
contactarme con Daniel desde hace casi cinco años
—susurro con los ojos abiertos como platos, y la
vista fija en el suelo.
Y de esa manera, algunos recuerdos invaden mi
visión en un doloroso torrente de imágenes que me
provocan una fuerte punzada en el lado izquierdo de
la cabeza y me obligan a encogerme en mi lugar en
un intento por soportar lo que me sucede.
97
CAPÍTULO 22 Pasado
Mis pensamientos solo iban y venían en dirección a lo que acababa de ocurrir. Ya había estado en presencia de un asesinato a manos de Harrison, pero verlo directamente, y la razón por la que había sucedido, en algún sentido me perturbaba, solo que no había nada que pudiese hacer.
—¿Estás bien? —preguntó Harrison con
amabilidad, aunque sin dirigirme la mirada.
—Lo estoy. —Asentí una vez para dar énfasis a
mi respuesta.
Seguimos camino, retomando la calle de la cual
nos desviamos en un principio para acudir a la
farmacia. Desde algún lugar se oyó el sonido de
disparos, por lo que Harrison se detuvo un momento
por si acaso alguna persona inesperada se encontraba
lo suficiente cerca para causar problemas. En cuanto
estuvo seguro de que no nos matarían, volvió a tomar
mi brazo y encaminarnos hacia donde sea que se
encontraba el resto de los suyos.
Los minutos transcurrían lentos y, conforme
avanzábamos, solo avistaba destrucción a nuestro
alrededor. Luego de un momento nos encontramos
con los escombros de un par de edificios destruidos,
98
quizás los que resultaron de los temblores y
explosiones que escuché poco antes de encontrarme
con Harrison. De pronto lágrimas acudieron a mis
ojos: tanta destrucción y muerte innecesaria, ¿para
qué? ¿Cómo una muestra de su superioridad? ¿Para
demostrar que pueden y seguirán haciéndolo?
Pura basura.
—¿Qué? —preguntó Harrison con curiosidad,
pues al parecer expresé mis últimos pensamientos en
voz alta.
Negué con la cabeza en un gesto despectivo, y
más tarde, tomé la mano que me ofrecía para poder
subir por un par de escombros. Todo se sentía
demasiado surrealista, si me lo preguntan, la ciudad
volviéndose en ruinas de forma tan lenta como el
movimiento de un perezoso, los cielos surcados por
estelas de tóxico humo negro que más tarde afectaría
la salud de todos aquellos presentes en el momento,
los cuerpos desperdigados por las calles o atrapados
bajo los escombros de lo que una vez fueron
glamorosos y modernos edificios. Se asemejaba a
una de esas películas distópicas que comenzaban a
ponerse de moda, y no era algo de lo que estuviera
feliz.
Llegamos a la cima de aquel lugar, listos para
comenzar el lento descenso, cuando escuché un
ligero gemido, tanto que por un segundo creí que lo
había imaginado. Me detuve para encontrar su
fuente, pero mientras me inclinaba, sentí la mano de
Harrison sobre mi hombro.
99
—Aunque lo intentes no podrás sacarlo de allí —
aseguró, al parecer conociendo bastante bien mis
intenciones.
—Pero...
—No —interrumpió—, para eso hay rescatistas,
ya llegarán.
Suspiré y a regañadientes me alejé del gemido,
sintiendo que la culpa de haber ignorado a alguien
que estaba demasiado cerca y necesitaba ayuda
pesaría sobre mí como las más pesadas de las cargas
durante lo que me restaba de existencia.
Minutos después, ya sobre lo que se podría
denominar como «tierra firme», Harrison nos hizo
caminar un par de cuadras más adelante, hasta
alcanzar una plaza donde por un lado se reunía un
grupo muy reducido de personas que charlaban entre
sí, y por el otro, vigilados por al menos cinco
hombres armados se hallaban los que debían ser
rehenes.
El alma se me cayó a los pies al distinguir de
entre tantos rostros solo uno que me resultaba
conocido. Sus facciones estaban cubiertas por hollín
y sangre seca que no le daban en ninguna medida un
buen aspecto, había perdido su chaqueta en algún
momento durante los últimos minutos, una mancha
roja se esparcía por su costado derecho, pero aún con
todos esos horribles detalles, seguía siendo Daniel.
—Es él —expresé en voz alta, lista para ir a su
encuentro, pero Harrison me detuvo sosteniendo mi
brazo con mayor fuerza.
100
—No —dijo en un tono de advertencia que me
mantuvo quieta—. Si lo haces, sabrán que algo está
sucediendo, y no dudarán un segundo en regalarte
una bala.
—Debo ir con él, Harrison, no me iré de aquí sin
él —insistí en una súplica que en otro momento me
habría avergonzado. Pero al demonio con eso, el
chico allí era mi mejor amigo.
—Solo déjame pensar en algo, y acabaré con
todo esto —aseguró, y estuve tentada a la idea de
abrazarlo, cosa que arruinaría cualquier plan futuro.
Luego de un segundo, con una sonrisa, dijo—: Ya
está, tengo el plan perfecto.
—¿A qué te refieres? —pregunté curiosa por el
significado tanto de sus palabras como de su sonrisa.
—Aunque pocos lo sepan, la plaza está minada,
y pronto estallará.
101
CAPÍTULO 23 Pasado
Como acordamos en los segundos siguientes, me preparé para la mejor actuación de mi vida, aunque ni siquiera me gustaba actuar, y permití que Harrison tomara mi brazo con mucha más fuerza que hasta entonces, me arrastrara por la plaza mientras por mi parte me sacudía y lanzaba gritos de súplica, y luego me lanzara con desprecio hacia el resto de los rehenes. Simulando que no estaba allí porque lo necesitaba, intenté correr y escapar, con lo que solo gané un buen golpe por parte de uno de los hombres armados a nuestro alrededor, aunque no estaba dentro de nuestros planes.
—¿Phoebe? —preguntó una voz que me dejó
helada.
Di media vuelta lentamente hasta encontrarme
con Daniel, que me dirigía una mirada llena de
curiosidad, alivio, preocupación, y podría jurar que
un poco de enfado: y tenía razón en estar enfadado
conmigo... O eso creía.
La verdad es que no me importaba en lo más
mínimo si estaba de pronto enojado conmigo, así que
me lancé hacia él y, luego de pasar los brazos
alrededor de su cuello, lo atraje en un fuerte abrazo
que duró muy poco debido a mis heridas, que
reclamaron atención con puntadas en mi torso y
102
espalda. En ese instante me separé de él con una
mueca y un ligero gemido que arruinaron aquel
momento.
—¿Cómo es que...? —comenzó a preguntar, pero
a medio camino lo interrumpí.
—No me iría de aquí sin ti, genio —afirmé con
seguridad, y hablaba en serio. Lo difícil sería contarle
a mi mejor amigo cómo había sobrevivido a las
últimas horas con apenas unos rasguños y un pie
torcido, razón por la cual lo atraje a mí para hablar en
un susurro—. Además, tuve algo de ayuda para venir
hasta aquí, es una pena que seas rehén, pero al menos
estás vivo.
—¿A qué con exactitud te refieres con «ayuda»?
—cuestionó en el mismo tono susurrante que yo
había utilizado.
Miré a mis espaldas con cautela hasta que mi
mirada se posó en Harrison, a quien descubrí con los
ojos puestos en mí. Tomé una rápida respiración y
me volví hacia Daniel, que parecía expectante en su
espera por una respuesta.
—Digamos que hay alguien dentro de ellos
dispuesto a ayudarnos —aseguré, creyendo
ciegamente en mis palabras.
—¿Y tú confías en ese alguien? —La
incredulidad y escepticismo no se alejaron en ningún
momento de su voz, pero no era como si pudiera
culparlo. En su lugar haría las mismas preguntas.
—No, no confío en él —respondí sin faltar a la
verdad, porque en realidad no lo hacía, sencillamente
no podía confiar en Harrison—, pero hasta ahora
103
demostró ser la única persona capaz de sacarnos de
este embrollo —añadí, desviando la mirada por los
alrededores esperando que nadie nos escuchara.
Daniel asintió, confiando en mis palabras y
suspiró, pareciendo aliviado, quizás de verme, quizás
de saber que estaríamos bien, que pronto todo
volvería a la normalidad. Al menos eso era lo que
esperaba.
—¿Y cuándo sucederá eso? —preguntó él,
pareciendo confundido y perturbado. El sudor y la
suciedad de su rostro aferraban mechones rebeldes de
cabello a su frente, lo que unido a la decadente
expresión de susto en sus facciones, no era muy
encantador. Pero de nuevo: al menos estaba vivo.
Teniendo esas cuatro palabras sonando
interrogativas en mi mente, me giré una vez hacia
donde estaba Harrison. Se hallaba intercambiando
ideas de forma enérgica con el muy reducido grupo
de personas que parecían estar a cargo. Inclusive él
parecía ser importante entre ellos, porque cuando era
su momento de hablar, los demás escuchaban con
atención y asentían o comenzaban a efectuar una
acción a conveniencia de lo que fuera que Harrison
expresaba.
De manera fugaz, me envió una última mirada
antes de llevar la mano al interior de un bolsillo de su
pantalón, del que retiró un pequeño artefacto no muy
diferente al control remoto de un auto de juguete con
esa particularidad. Me dirigió un asentimiento, algo
así como una señal de lo que estaba por comenzar.
—Justo ahora —respondí vagamente hacia la
pregunta una vez formulada de Daniel, solo un par de
104
segundos antes que Harrison apretara algo en aquel
control, y todo estallara en una gran nube de humo
negro a nuestro alrededor.
105
CAPÍTULO 24 Pasado
Daniel se abalanzó sobre mí como si de esa manera pudiese protegerme, pero por buena que fuera esa acción, no teníamos mucho tiempo si deseábamos salir de allí con vida.
Y la verdad era que no lo teníamos.
Como era de esperar, además de los gritos, y el
sonido de las pequeñas detonaciones que Harrison
había accionado, se escucharon los disparos que
provenían desde todas partes, como si de esa manera
pudiesen acabar con lo que había comenzado. Desde
alguna parte se escuchaban sirenas tanto de
ambulancias como de los patrulleros que por fin
acudían a la escena.
Me separé de un golpe de Daniel y aferré mi
mano a la suya, a su vez comenzando a levantarme y
tirando de él para sacarnos de allí. El problema era
que el humo brumoso que se esparcía a nuestro
alrededor obstruía nuestra visión, haciendo mucho
más difícil la huida. Disparos —no sabría decir si
eran de la policía o los terroristas— fueron
efectuados segundos después, y lo cierto es que no
había cosa que quisiera más que salir de ahí.
106
Podía que el plan de Harrison, el de accionar las
pequeñas bombas que el resto de los suyos había
esparcido por doquier dentro de la plaza, haya sido
brillante, pero considerando que literalmente no se
veía a qué distancia del suelo estábamos, dudaba de
su futura efectividad. Podíamos recibir una bala sin
siquiera anticiparlo, pues los disparos se escuchaban
desde todas partes, y los gritos de quienes los
recibían ayudaban a crear una confusión mucho más
grande a la que se dio lugar durante el comienzo de
todo aquello.
—Y... ¿quién ha sido aquél cuya ayuda recibiste?
—inquirió Daniel alzando la voz para hacerse
escuchar.
Hubo algo que llamó mi atención, y no tenía
nada que ver con el hecho que las explosiones habían
acabado, o que el humo a nuestro alrededor se había
disipado lo suficiente para saber dónde daría el
siguiente paso. Sin embargo, lo que había captado
toda mi atención era el tono de voz y la forma en que
había hecho aquella pregunta, con algo de hostilidad
y una urgencia por información palpables,
características a partir de las cuales fruncí el ceño y
me detuve un momento, exponiéndome visiblemente
a morir en aquella plaza, antes de volverme hacia él y
preguntar:
—¿Cuál sería el caso de revelar un nombre
cuando estamos a punto de salir de aquí, y nunca lo
verás?
Aquél fue el turno de Daniel para fruncir el ceño,
mirar un segundo al suelo y devolver su atención
107
hacia mí, con la expresión más afable que hasta hacía
un momento.
—Tienes razón, mejor vámonos —sugirió con
amabilidad de la que no me pude fiar, porque dicha
amabilidad sonó forzada, como cuando te resignas a
la idea de no obtener lo que quieres.
Permití entonces que me arrastrara a través del
lugar mientras mi cabeza daba vueltas al asunto una
y otra vez, porque lo cierto era que ya no comprendía
lo que estaba sucediendo; por qué Daniel se
comportaba como un extraño, y por qué sentía que
no podía confiar en él. Pero la cuestión más
importante era: ¿por qué algo repetía dentro de mi
cabeza que necesitaba tener a Harrison cerca para
estar más segura?
Una locura absoluta.
Aquel lugar era un completo caos, entre sirenas,
gritos desesperados, disparos, y llamadas de
rendición que provenían desde bocinas que asumí
pertenecían a las autoridades —policía, gendarmería,
etcétera—. Quizás fuese por todo eso que no sentí
que soltaban mi mano, ni escuché el aullido de dolor
que liberaba Daniel, quien para cuando advertí lo que
sucedía, se encontraba retorciéndose en el suelo, con
una buena cantidad de sangre desprendiéndose de su
pierna derecha.
Por un momento permanecí paralizada mientras
lo observaba, hasta que entré en razón y me lancé
hacia él, desesperada por encontrar algo útil que
hacer. Lágrimas acudieron a mis ojos, porque la
verdad era que estaba harta de todo aquello, y ver a
mi mejor amigo herido, gritando por el dolor
108
arrebatador que se encontraba sintiendo, me estaba
rompiendo poco a poco. Y lo peor era que no sabía
cómo ayudar.
De todos modos, poco importó mi incapacidad
para otorgar ayuda, pues mientras Daniel seguía
gritando, sus ojos cerrados con fuerza, un brazo
rodeó mi cintura y me arrastró hacia atrás con la
rapidez suficiente para que le tomara segundos hasta
que nos perdiéramos en la brumosa oscuridad que el
humo ofrecía, y por lo tanto también perdiera de
vista a mi herido mejor amigo.
Fueron esos pocos segundos los que me tomé en
reaccionar, y en sacudirme para intentar —en vano—
, librarme de su agarre.
Apenas podía creer que me estuviesen
arrastrando contra mi voluntad por tercera vez aquel
día.
109
CAPÍTULO 25 Pasado
«Mierda, mierda, mierda», eso era todo en lo que podía pensar. También pasó por mi cabeza el hecho de que, si superaba aquel momento, entonces no habría nada que pudiese matarme. Es que, bueno, uno no podía sobrevivir a tanto por nada. ¿No es así?
Aunque aquello no importaba, porque necesitaba
escapar de esa situación, pero de todas formas, si lo
lograba, nada aseguraría que viviera. Allí en la plaza
la gente estaba muriendo, y apostaba que en la ciudad
en general la gente moría, por lo que estaba tan
jodida bajo el agarre de aquel brazo, como junto a
Daniel, intentando ayudarlo, cuando sabía que no
podría.
En mis esfuerzos por liberarme, pasé por alto
cualquiera que fuese el destino de la persona que me
arrastraba por el lugar, así que fue una sorpresa
cuando acabamos dentro de la casilla donde se
establecían los baños públicos. A juzgar por los tres
lavados privados, asumí que era el de mujeres, algo
estúpido de observar teniendo que cuenta que se
suponía que trataba de salir de allí, razón por la que
aún bajo su agarre comencé a patalear mientras
continuaba sacudiéndome.
110
—Phoebe, ¡Phoebe, cálmate! —gritó la ya
familiar voz de Harrison mientras era finalmente
liberada.
¿Dije Harrison? ¿Qué demonios hacía él ahí? Y
más importante: ¿por qué me había alejado de
Daniel? Lo único de lo que estaba segura era que ya
no comprendía nada.
—Demonios, Phoebe, solo te metes en más
problemas de lo que es saludable —afirmó él
pasando una mano por su cabello mientras me
observaba directo a los ojos.
No me importó que en verdad pareciera
preocupado, me lancé a él y comencé a golpearlo con
toda la fuerza a mi alcance. El que no devolviera uno
solo, que me permitiese dañarlo, solo incrementó mis
ansias por verlo herido.
—¿Qué mierda te sucede? ¿Por qué me alejaste
de Daniel? ¡Él podría estar muriendo ahora mismo!
¡Tú, maldito! —Seguí lanzando preguntas y reclamos
durante un buen rato hasta que no pude más, mis
brazos se sintieron cansados, mis puños cerrados
adoloridos, y lágrimas afloraron desde lo más hondo
de mí hacia mis ojos, y más tarde corrieron a su
voluntad por mis mejillas. Junto con esas lágrimas,
mis piernas se sintieron débiles y no pudieron
sostener mi cuerpo por mucho más tiempo, por lo
que comencé a caer mientras seguía lanzando golpes
endebles al cuerpo de Harrison, quien me rodeó en
sus brazos para evitar que siguiera cayendo.
Quise apartarlo y salir corriendo, pero estaba
exhausta, herida, quebrada emocionalmente, y mi
fuerza de voluntad se había acabado casi por
111
completo, por lo que casi sin darme cuenta acabé con
la cabeza reposada en su pecho mientras lágrimas
pesadas continuaban corriendo por mis mejillas y
sollozos se abrían paso por mi garganta.
—Él podría estar muerto ahora mismo —me
lamenté entre el llanto.
Escuché a Harrison suspirar antes que me tomara
por los hombros y apartara lo suficiente para poder
verme a los ojos.
—No es así —negó él, sacudiendo la cabeza.
Con el ceño fruncido, tomé uso de toda mi fuerza
y me aparté de él lo suficiente para poder mirarlo a
los ojos.
—Tardé unos cuantos minutos en descubrirlo,
pero debes saber que Daniel no es quien tú crees —
finalizó.
—¿Cómo puedes siquiera decir eso? ¡Tú no lo
conoces! —estallé golpeando su pecho, acción por la
que me soltó y, desequilibrada, caí directo al suelo.
—¿Estás bien? —inquirió pareciendo realmente
preocupado, pero no me engañaba, de seguro se
estaba riendo de mí en sus pensamientos. Quizá por
eso mismo me alejé de él a rastras como un animal
asustado del depredador.
Ignoré su pregunta, y retomé su anterior
afirmación:
—¿Que Daniel no es quien yo creo? ¡Entonces
ilumíname, Harrison!, porque en lo que a mí
respecta, ya no consigo creer en qué es falso o
verdadero —espeté cruzándome de brazos, y
112
evitando con todo lo que tenía encogerme en mi
misma. Luego de un segundo, más para mí susurré—
: Ya nada tiene sentido.
Aunque no respondí a su anterior pregunta, tenía
que admitir que en efecto no me encontraba bien, la
caída no había ayudado con el creciente dolor en mis
piernas. Harrison suspiró, pareciendo entre exhausto
y fastidiado antes de pasar una mano por su cabello y
mirarme por fin a los ojos.
—Mira, cuando tú mencionaste que buscabas a
alguien, que no te irías sin él, yo no sabía que ese
«él» era Daniel Geller —explicó, él algo a
regañadientes por comenzar con lo que yo llamaría
una confesión; es decir, ¿cómo podría saber el
nombre completo de Daniel si eso no significara
algo?—. Para ubicarte mejor en el problema, te
explicaré: Daniel es una de las cabezas dentro de
todo esto. Junto con otras tres personas más planeó lo
que sucedería este día y luego, para evitar sospechas,
se disfrazó de rehén. Yo no lo había visto antes, pero
en cuanto lo contemplé junto a ti y pregunté quién
era, sumé dos más dos y todo calzó en su lugar. —Se
tomó un segundo en lo que yo recuperaba mi
respiración—. Necesitas entender que debido a que
ingresaste en aquel edificio, tú fuiste la única en
escapar del primer ataque, el resto murió a balazos, o
está bajo los escombros que generaron las
explosiones. El maldito estuvo protegido todo el
tiempo, no recibió ninguna herida, si te fijas bien, sus
heridas son superficiales.
Para cuando acabó con su explicación mi mirada
se fijaba en un rincón del baño. Me parecía imposible
que Harrison estuviera diciendo la verdad, allí Daniel
113
y yo éramos los buenos, no él, y mi confianza no
podía depositarla en quien quizás me traicionaría en
un pestañeo. No era como si Harrison hubiese
demostrado algo como eso, pero tenía que ser
precavida.
—Claro, ¿y por eso le disparaste? —exigí sin
mirarlo a los ojos.
Lo escuché suspirar otra vez antes que se dignara
a responder:
—Yo no le disparé, eso pudo haberlo hecho
cualquiera —dijo, y me sentí un tanto estúpida por
reconocer que tenía razón—, pero en cuanto accioné
las detonaciones lo pensé un segundo y acabé por
convencerme que estabas yendo tú solita a una
trampa, por lo que fui a buscarte.
Realmente nada aquel día expresaba una mota de
sentido. Y seguía sin creer en la palabra de Harrison,
quizá por negación, o porque tenía razón y su historia
era solo descabellada.
—¿Por qué seguir ayudando, si es que no hay
nada detrás de tus intenciones? —cuestioné, la
desconfianza saliendo a borbotones junto a mi tono
de voz desequilibrado por el anterior llanto.
Harrison se encogió de hombros y, a
continuación, se acercó a mí de forma cautelosa con
una mano extendida esperando a que la tomara. Por
supuesto, no lo hice.
—Tenemos poco tiempo, vienes o te quedas,
pero es tu decisión, no te obligaré a seguirme si no es
lo que quieres —expresó luego de suspirar con
114
pesadez, tanto como las últimas veces que lo había
hecho.
Me levanté para no sentirme tan empequeñecida
ante él, pero sin responder a su ofrecimiento, y me
abracé a mí misma como si de esa manera lograse
protegerme. Comencé a meditar lo que fuera que
haría a continuación, pero en ese preciso momento
un golpe azotó la puerta y la partió en dos, revelando
a dos hombres; ambos tenían armas en sus manos, y
uno de ellos era Daniel. La confirmación de ello no
solo me dejó sin aliento, sino que me hizo sentir
estúpida por no creer en la palabra de Harrison, y
destrozada porque quien yo creía la persona más
importante en mi vida además de mis padres, era uno
de los que había causado todo aquello. Sus manos
estaban tan manchadas de sangre como las de
cualquier asesino.
—¿Daniel? —pregunté incrédula mientras
nuevas lágrimas nublaban mi visión. Antes de eso no
existió momento en que me sintiera más patética, ni
siquiera cuando mi primer novio me dejó.
Daniel apenas me dirigió una dura mirada
mientras su acompañante apuntaba su arma hacia mí,
preparado para dispararme, pero Harrison fue más
rápido, y segundos después el cuerpo sin vida del
acompañante cayó al suelo. Daniel resopló algo
parecido a «novatos», y mucho antes que cualquiera
pudiese preverlo, comenzó a disparar en dirección a
Harrison. Justo al pecho, sin pestañar.
En cuanto Daniel acabó, ahogué un grito
mientras resistía el impulso de correr hacia él. Sin
embargó, me lancé hacia el desvanecido y quizás
115
muerto Harrison, que se encontraba en una posición
que me recordaba a una de esas cómicas siluetas de
los policiales antiguos. La visión de ello en aquel
momento era de todo menos cómica.
Esperaba que a su alrededor se expandiera una
laguna de sangre producto de los disparos, pero nada
manó de él. Confundida, palpé su espalda y descubrí
que estaba usando un chaleco anti balas. Por un
segundo casi reí con alegría, porque después de todo
no estaba muerto, quizás solo aturdido.
Pero esa felicidad duró muy poco, porque no
pasó más de un minuto hasta que sentí que tomaban
mi cabello y me lanzaban hacia atrás con una fuerza
desgarradora.
—La rata está muerta. Vámonos, damisela; hay
algo importante que te debo mostrar —dijo Daniel,
obligándome a retroceder.
Entre mis dolorosos gritos, no pude evitar pensar
con amarga alegría que él estaba muy equivocado,
pues Harrison aún seguía con vida.
117
CAPÍTULO 26 Presente
Abro mi boca para tomar una o dos muy necesitadas aspiraciones profundas al mismo tiempo que intento asumir lo qué ha pasado por mi cabeza dejándome «fuera de combate» por algunas horas. Pronto comienzo a hiperventilar, y caigo hecha un ovillo en el suelo. Daniel, mi mejor y quizás único amigo, aquél con quien compartí la mitad de mi vida, y a quien no veo desde hace cinco años, no es más que el causante de una tragedia.
Las imágenes me azotan una y otra vez
impidiéndome regresarlas a alguna parte que las
transportará al olvido. De pronto recuerdo la mayor
parte de aquel día: las explosiones, el edificio, las
muertes, Harrison y su insistencia en ayudarme, y
luego a Daniel. El momento en que vuelvo a verlo y
alegría me invade, el terror cuando recibe esa bala, y
la decepción y dolor al ser traicionada. Pero hasta ahí
llega todo, más allá del momento en que dispara a
Harrison todo se vuelve vacío, lo que aumenta mi
rabia, ya que necesito saber qué sucedió después, qué
hice para merecer este tormento, y cómo diantres
perdí la memoria.
El problema es que dudo en que obtendré todas
las respuestas en un corto lapso de tiempo.
118
Y como cada vez que fuerzo mi mente a revelar
lo que necesito saber, ésta se cierra y me muestra un
oscuro vacío. Pero esta vez, a diferencia de las otras,
se ve que mi cabeza está agotada, porque luego de mi
vano intento por recordar nada, mi cabeza cae lenta
al suelo, mis párpados se sienten pesados y
finalmente caen ayudando en la tarea de mantenerme
adormilada por un rato.
—Pss, Phoebe, despierta —exige una voz
demasiado cerca como para no resultar molesto.
Abro los ojos con lentitud y descubro el rostro de
Harrison sobre el mío. Bien, no exactamente ahí, sino
a un metro de distancia, pero lo que sea.
Parpadeo un par de veces antes de fruncir el ceño
y ladear un poco la cabeza. Si él está aquí entonces
ya ha llegado «mañana», y yo no podría encontrarme
en peor estado, ni menos preparada para lo que
tenemos que llevar a cabo.
—¿Por qué estás en el suelo? —pregunta,
pareciendo algo confundido, y no es como si pudiera
culparlo.
—Eso no importa —aseguro con un gesto para
restarle importancia al asunto. Luego desvío un poco
la vista, pensando en lo que diré a continuación—.
¿Por qué no me dijiste antes sobre Daniel? —
cuestiono, empujando lejos las lágrimas que
amenazan con salir.
119
Harrison suspira, pasa una mano por su cabello y
me dedica la mirada más compasiva que alguna vez
me han dirigido.
Y lo odio.
Aun así, se toma su tiempo para responder a la
pregunta que acabo de formularle:
—¿Qué sabes? —pregunta con el ceño fruncido.
—Lo suficiente para sentirme destrozada —
afirmo en un susurro—. Sin embargo, no todo lo que
sucedió aquel día.
Harrison vuelve a suspirar, y se ubica en cuclillas
frente a mí de manera que cuando me siento lo mejor
que puedo, nuestras miradas se encuentran a la
misma altura. Toma una profunda respiración antes
de volver a hablar.
—No sabía cómo reaccionarías si te lo decía
desde el primer momento, lo más probable era que
no me creyeras —admite pareciendo algo perturbado,
dudo que sea al nivel que yo me siento, pero aun así.
—Pues ahora sé que, según tus palabras, él era
una de las cabezas —digo, recibiendo un
asentimiento en confirmación—, lo que no entiendo
es... Bueno, no entiendo la mayor parte de las cosas,
entre ellas: ¿cómo es que llegó Daniel a ser parte de
todo aquello?
Miro a Harrison expectante, en algún sentido
esperando a que se cierre y cambie de tema,
ocultando como siempre las respuestas que requiero
para saber qué está pasando. Quizás por eso es que
me sorprendo al advertir que responderá.
120
—Si quieres conocer esa parte de la historia,
pues bien: supe de la existencia de un tal Daniel
Geller hace unos siete años, dos antes que se
efectuara el ataque. El chico tenía dieciséis, y al
parecer estaba muy familiarizado con lo que hacían
la mayoría de mis familiares debido a que un tío suyo
lo había sumergido en el lado oscuro. Resulta que
escaló alto dentro de la pequeña mafia demostrando
autoridad, gran manejo de las armas... Y asegurando
tener conexiones con dos personas muy poderosas.
—Se detiene en ese momento y, a juzgar por su
mirada, puedo asegurar que espera algún tipo de
comentario por mi parte.
—¿Y esos serían...? —pregunto, asumiendo que
se refiere a eso. Su media sonrisa es suficiente
confirmación, aunque pronto su semblante se
oscurece.
—Por un lado el vicepresidente, y por el otro a tu
padre —dice tranquilamente, al parecer sin notar
cómo se atasca mi respiración—. Al principio nadie
le creyó, pero tuvo sus maneras de comprobarlo.
Pronto se situó en lo más alto, y poco antes de
cumplir diecisiete años, sugirió un plan bastante
arriesgado, descabellado, pero a su vez astuto.
—Una dictadura.
Harrison asiente con amargura.
—Al principio el plan tenía bastantes fallas, y
tardaron demasiado tiempo en pulirlo
completamente, de modo que se asegurara un
resultado favorecedor. Mientras cuando se
encontraba junto a ti se comportaba como tu mejor
amigo, su tiempo libre lo pasaba planeando una
121
dictadura, que podía resultar en catástrofe —explica
mirando algún punto sobre mi hombro. A
continuación toma una rápida respiración y más tarde
regresa su atención a mí—. Eso es todo lo que puedo
decir.
Como ya hice varias veces en este lapso de
tiempo, tomo una profunda respiración y me
mantengo tan tranquila como puedo, simulando que
la explicación de Harrison no acabó por destrozarme,
y pensando en lo próximo que voy a decir.
—Dime, ¿es Daniel la causa de mi secuestro? —
pregunto con el ceño fruncido, recibiendo una mirada
desconfiada por su parte—. Harrison, por favor.
Él desvía la vista y una mueca llena de
abatimiento e indecisión se muestra en su rostro.
—Algo así —confirma muy a mi pesar.
Comienzo a contar lentamente, pensando a su
vez que no debo hiperventilar. «Uno, dos, tres,
cuatro, cinco...» A juzgar por el ritmo de mis latidos,
no está funcionando.
Harrison posa una mano en mi hombro, y por
más extraño que suene, no lo alejo mientras las
preguntas comienzan a salir sin señal de alto de mi
boca.
—Entonces él debe ser uno de los que planeó
todo esto, ¿no es así? —digo más para mí que para
él, tal vez por eso uso su dubitativo silencio como
una señal para continuar—. Oh, Dios, él de seguro
está ahí fuera...
—Phoebe —dice con tranquilidad, pero no le
presto atención. Entonces sigo con mi vómito verbal:
122
—Casi puedo afirmar que se estuvo riendo de mí
todo este tiempo, solo que aún no puedo decir qué
fue lo que hice...
—Phoebe...
—Ese maldito me secuestró. —Tomo mi cabello
con ambas manos, el horror esparciéndose por mi
rostro, al igual que lágrimas de dolor corrían por mis
mejillas—. Y yo creí que era mi mejor amigo, yo...
Yo...
—¡Phoebe! —estalla Harrison, tomando mis
hombros y ubicando su rostro justo frente al mío.
—¿Qué? —exclamo aturdida en respuesta.
Harrison aspira profundamente antes de decir las
tres palabras que terminan de arruinar mi mundo:
—Daniel está muerto.
123
CAPÍTULO 27 Pasado
Era imposible determinar con seguridad la forma en que me sentía. Herida, traicionada, destrozada… ninguna de esas palabras se sentía lo suficiente correcta. En tan solo unas horas mi vida había dado medio giro en la dirección equivocada, y la realidad en la que había vivido y creído por tanto tiempo comenzaba a resquebrajarse y desmoronarse frente a mis ojos, hasta tal punto que era irreconocible, y todo se sentía vacío.
Apenas lograba creer que Daniel, a quien llamé
mi mejor amigo, casi mi hermano por elección,
estuviera implicado en el ataque que daba lugar aquel
día, pero teniendo en cuenta que una buena parte de
mi cabello estaba apresado en su mano, que tiraba
cada vez más fuerte con tal de obligarme a avanzar
por la plaza donde el humo se había disipado casi por
completo, ya no me cabían dudas de su lugar en todo
aquello.
Daniel era un maldito hijo de puta. Ni más —o
tal vez sí—, ni menos.
—Sabes, debí imaginar que sería el maldito de
Harrison —dijo él mientras intentaba mantener el
paso apresurado. Adónde me estaba llevando, era un
misterio, pero sabía que no sería bonito—. Después
124
de todo, siempre estuvo en desacuerdo con este plan,
no hubo momento en que no viese algo negativo para
detenerlo, y la verdad que apestaba. A veces quería
encontrarlo y ajustar cuentas con él, ya que siempre
objetaba en mi ausencia. Como no sabrás, fueron
muy pocas (si no ninguna) las veces que nuestros
caminos se encontraron, por lo que cuando entré en
el sanitario apenas lo reconocí.
Aunque no planeaba hacerlo, escuché cada
palabra que Daniel emitía mientras pensaba la
manera más conveniente para mí de deshacerme de
él. También me cuestioné dónde estaba la policía en
aquel momento, pues sería de mucha ayuda, aunque
claro, debían estar más ocupados con las explosiones
y disparos que seguían escuchándose a lo lejos; allí
en la plaza casi no quedaba un alma viva.
De regreso a mis opciones de huida, quizás
habría sido más fácil pensar en cualquier tipo de plan
si su pierna herida no lo hiciera atascarse sobre sus
pasos, lo que significaba a un golpe de su puño
contra mi ya lastimada cabeza.
Esperen, su pierna estaba herida...
¿Cómo no lo pensé antes? ¡Por supuesto!, era tan
sencillo que por un momento quise insultarme por no
pensarlo con anterioridad.
Usé a mi favor el hecho que, algo desorientado,
comenzó a mirar a todos lados, y de alguna manera,
que no podría identificar, primero pisé con fuerza su
pie y más tarde pateé la pierna en la que había
sufrido el disparo que lo había dejado fuera de
combate durante un momento. Al escuchar su alarido
125
permanecí aturdida tan solo unos segundos hasta que
reconocí que me había liberado.
Y entonces comencé a correr.
—¡Oh, no, tú no escaparas! —aseguró Daniel,
con la voz entre estrangulada y teñida de furia. Por
más que quisiera hacerlo, no me arriesgaría a la idea
de mirar hacia atrás para verificar su estado.
Cumpliendo su amenaza, Daniel disparó en mi
dirección, fallando apenas lo suficiente para que mi
alivio no fuera duradero. A unos cuantos metros de
distancia yacía el cuerpo de un oficial que quizás
murió durante el tiroteo y los estallidos anteriores, y
su mano derecha aún se mantenía aferrada a un arma.
Por un momento me invadió algo de repulsión a la
idea de arrebatarle la pistola a un muerto, pero siendo
sincera conmigo misma, no tenía tiempo para pensar
ese tipo de estupideces, y además no era como si al
oficial le fuera de utilidad. Por eso mismo me lancé
hacia él otra vez evitando un nuevo disparo por tan
solo un poco, y tomé su arma.
Cuando di media vuelta y volví a correr, como la
persona torpe que era, tropecé con un hoyo no muy
profundo en la tierra y caí sobre mi estómago,
dejando caer también mi arma a menos de medio
metro en el proceso. Daniel avanzaba a paso
renqueante hacia mí, y antes de que pudiese
alcanzarme en su totalidad, me moví a rastras por el
suelo hasta tener el arma de nuevo en mis manos.
Al voltearme, la visión de Daniel a tan solo unos
pasos de distancia me robó el aliento. Su arma
apuntó directo hacia mí, mientras su expresión hervía
furibunda.
126
—Has causado demasiados problemas, ¿no te
parece? —dijo, cerrando la distancia entre ambos—.
No te permitiré que sigas haciéndolo.
Estuvo a un segundo de dispararme, pero por
más que lo esperara, el sonido de su arma siendo
accionada nunca llegó.
Porque primero disparé la mía.
Una, dos, tres veces, y contando, disparé a su
pecho, y me era imposible detenerme. El dedo que
mantenía apretado el gatillo no quiso acatar a mis
órdenes de parar, al menos hasta que después de seis
disparos el arma quedó vacía.
Admiré aturdida el arma frente a mí, y no la bajé
hasta mucho después, cuando el horror de asumir lo
que había hecho invadió cada centímetro de mi
sistema. Lancé un quejido mientras me obligaba a
levantarme, y un sollozo estrangulado se abría paso
por mi garganta mientras admiraba con repulsiva
fascinación el cuerpo tendido en el suelo, que una
vez perteneció a la persona que en cuestión de
segundos llegué a odiar.
Pero aun así no merecía morir, nadie lo merece,
no de esta manera.
Casi sin saberlo, me separé de él y comencé a
correr. Era irónico que el destino que buscaba mi
mente fuera el mismo que había intentado evitar todo
aquel tiempo, pero necesitaba tener a alguien que
estuviera del mismo lado que yo, y la única persona
en la que sabía que podría confiar tal vez continuase
desvanecida en el baño donde le habían disparado.
Esta vez era Harrison a quien debía encontrar.
127
CAPÍTULO 28 Presente
—Y yo lo maté. —No es una pregunta, pero al parecer Harrison se siente con la necesidad de asentir con lentitud a modo de respuesta.
Tardo bastante tiempo en decir esas palabras, y el
resultado de formularlas, tan segura y tranquila, no
me lo espero. De hecho, me asusta.
—Te protegiste, eso es lo que importa —asegura
Harrison, alejándose un poco, pero sin saber que en
mi interior estoy torturándome una y otra vez, porque
después de todo, soy una asesina, lo haya hecho en
defensa propia o no.
—Soy una asesina —digo reafirmando mis
pensamientos, y Harrison niega, pero no lo dejo
hablar—. No entiendo por qué mis padres insistieron
en que Daniel está trabajando en Londres.
—Quizá para ahorrarte el dolor —sugiere
Harrison con el ceño fruncido—. Asumo que luego
de... todo, les mencionaste lo sucedido. De haber
estado en su lugar, también habría inventado algo
parecido.
Medito esa posibilidad, llegando a la conclusión
de que él tiene razón, que eso es lo más lógico que
mis padres podrían haber hecho, quizás ni siquiera
128
habría vivido tranquila sabiendo la verdad. Aunque
saberla después de tanto tiempo comienza a
enfermarme.
Rodeo mi cintura con ambos brazos y
permanezco un momento con la mirada perdida en
algún punto de la habitación. Siento a Harrison
sentarse a mi lado, pareciendo debatirse en lo
próximo que hará. De pronto las imágenes invaden
mi mente una vez más, recordándome cómo me
encontró en aquel edificio, ayudó a sanar mis heridas,
y recibió varios disparos en un sanitario para
mujeres. Contengo la respiración al rememorar ese
momento, justo antes de la muerte de Daniel... Y que
mi mente vuelva a bloquearse.
No me alejo de Harrison, ni siquiera cuando pasa
un brazo por mis hombros y me atrae en un abrazo
tenso, pero que tal vez intenta ser reconfortante.
Tomo una bocanada de aire y dejo caer mi cabeza
sobre su costado.
—¿Cómo perdí la memoria? —pregunto
entonces, después de un rato (no mucho) de silencio.
—Estoy dispuesto a responder todas y cada una
de tus preguntas, pero no podemos perder más
tiempo... Si es que nos queda algo. —Dicho eso, me
da un ligero apretón antes de levantarnos a ambos del
suelo. Asiento estando de acuerdo y cruzo detrás de
él la habitación. Observo cómo abre la puerta, ésa
que durante los últimos sesenta y siete días ha sido
impenetrable para mí, revisa a ambos lados en el
pasillo, y más tarde, reingresa en la habitación,
extendiendo una mano hacia mí, esperando que la
tome, cosa que hago.
129
Me es imposible —una vez doy un paso fuera de
la habitación— no llenar mis pulmones del aire
exterior, cosa que produce una ligera sonrisa en el
rostro de Harrison. De pronto me invade una extraña
sensación de excitación y emoción, pues ya di el
primer paso, el plan está en marcha.
—No hagas ningún ruido —susurra Harrison y
yo asiento en comprensión. Luego se vuelve hacia
mí, muy serio—. Perdimos algo de tiempo, por lo
que tendremos que apresurarnos en recorrer las
instalaciones antes de levantar sospechas,
¿comprendes? Bien. Ahora, si por alguna razón te
digo que corras para salvar tu vida, lo haces,
¿correcto?
A ésta última tardo un poco en responder, porque
no estoy muy segura de cumplir eso, pero aun así
asiento, y sé que él no me cree, pero de igual manera
se conforma, o no tomaría una vez más mi mano para
darle un ligero apretón.
—Es hora —dice, y no podría estar más de
acuerdo.
131
CAPÍTULO 29 Presente
El silencio que se expande a través del lugar es tan similar al de mi habitación, que por un segundo mi mente me engaña, y llego a pensar que nunca salí. Es la mano que Harrison reposa sobre la mía lo que me permite entrar en razón, y a su vez calma un poco mi errática respiración.
Me pregunto si cuando logre salir mi vida será de
esta manera, me pregunto si luego de esto viviré con
la sospecha de nunca haber finalizado mi secuestro, y
por último me pregunto cómo seguiré si Harrison
desaparece de mi vida. Estuvo tanto tiempo a mi
lado, mientras lo necesité, que me resulta extraño
mentalizar mi futuro sin él estando ahí cuando lo
necesite.
Pero sacudo la cabeza alejando esos
pensamientos, pues son tan ridículos como mi una
vez mencionada idea de que si las aves cantan,
significaría que estoy libre. Él solo es la persona con
la que tendré una enorme deuda que jamás podré
pagar, para el resto de la cuestión estarían mis padres,
que siempre estarían conmigo de necesitarlos.
Aprieto la mano de Harrison para confirmar que
el momento es real, y vuelvo a sacudir la cabeza
cuando se voltea a mí mostrando el ceño fruncido.
132
Quizás se esté preguntando qué rayos me pasa, pero
no es como si yo pudiera explicarlo con claridad.
A mitad del pasillo, una puerta abierta desprende
una cantidad perturbadora de resplandeciente luz
artificial, y es allí donde Harrison nos dirige. Del otro
lado del umbral se ingresa a un deplorable, extenso y
miserable salón sacado de una película de horror de
los noventa por el que avanzamos hacia una puerta
metálica que conduce a una escalera a través de la
cual llegaremos a los pisos superiores del edificio.
Salir del «sótano», como Harrison lo llama, se
siente como comenzar a respirar..., solo que de
manera lenta y cuidadosa para no desperdiciar
oxígeno, porque en el fondo sabes bien que un paso
en falso es suficiente para quedarte sin aire otra vez.
Subo lo más rápido que puedo, pero después de
los primeros cincuenta escalones me siento agotada,
lo que es causa de mi inactividad estos últimos días.
Harrison parece notarlo, porque demora un poco su
paso en un intento por ir acorde al mío, y me sugiere
detenerme un momento para recuperar el aire, pero
declino con rapidez, porque sé que no tenemos
tiempo que perder, y detenernos podría arruinarlo
todo.
Al cabo de unos pocos minutos me aferro al
brazo izquierdo de Harrison, tratando de no desistir,
y continúo subiendo los pocos escalones que nos
distancian de la entrada a la superficie. Cuando por
fin acabamos, Harrison me sugiere que tome un poco
aire antes de continuar, alegando que era muy
improbable encontrarse con alguien apenas abriera la
puerta.
133
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —cuestiono,
dudando un poco de su afirmación.
—¿Confías en mí? —pregunta, tomándome por
sorpresa.
Frunzo el ceño mientras permito mi vista vagar
por la pared y puerta detrás suyo, con mayor rapidez
de la que esperaría, llego a una conclusión, momento
en que lo miro directo a los ojos.
—Por supuesto.
—Entonces creerás en mi palabra —razona antes
de abrir por completo la puerta.
Asiento con firmeza antes de seguirlo a un
extenso pasillo cuya iluminación no es tan intensa
como la que se establecía en el salón del sótano.
Según lo que Harrison explica, tenemos que pasar
por este y otro par de pasillos más antes de alcanzar
el vestíbulo del edificio donde se encuentra la salida.
Andamos por el lugar a paso sigiloso pero
apresurado, deteniéndonos cada pocos minutos para
escuchar atentamente por si acaso alguien se acerca.
Mi corazón comienza a retumbar dentro de mi
pecho cuando escucho pasos acercándose en nuestra
dirección. Harrison también lo percibe, pues nos
conduce con rapidez hacia la primera puerta en el
pasillo, que pertenece al pequeño cuarto donde se
guardan artículos de limpieza entre otras cosas.
Apretados aquí dentro, esperamos hasta que a
nuestros oídos los pasos se desvanecen para respirar
con normalidad, pero permanecemos dentro un poco
más, hasta que Harrison abre la puerta unos
centímetros, y luego de echar un vistazo al exterior,
confirma que puedo salir.
134
El problema es que, en el preciso momento que
salgo del pequeño cuarto, una exclamación se
escucha a mis espaldas, y el pánico se esparce no
solo en la expresión de Harrison, quien mira algún
punto detrás mío con los ojos abiertos como platos,
sino por todo mi ser.
Desde hace tiempo sé que, después de todo, no
iba a ser tan sencillo salir de este lugar.
135
CAPÍTULO 30 Pasado
Como había asumido, Harrison aún se encontraba en el baño. Quizás no desvanecido, pero sí aturdido, y luchaba por mantenerse en pie. En cuanto abrí la puerta y lo vi de rodillas en el suelo, me encaminé en su dirección para ayudarlo a levantarse. Al verme allí a su lado, frunció el ceño, pareciendo debatirse entre decir o no algo, cualquier cosa, pero acabó por aceptar la ayuda que le ofrecía, y pasó un brazo sobre mis hombros a modo de apoyo.
—¿Cómo... escapaste? —preguntó con
dificultad, y suspiré porque en realidad no podría
hablar de eso sin sentirme herida y… aborrecer a mis
actos.
—Yo…, yo maté a Daniel —confesé, apenas en
un susurro, y de inmediato sacudí la cabeza—. Pero
eso no importa ahora, tú y yo debemos salir de aquí,
al menos en cuanto te repongas lo suficiente para
continuar.
—Estoy bien —aseguró, irguiéndose, pero no le
creí, no pude—. Y a propósito, eres tú quien debería
salir de aquí.
Al advertir la mirada que me dirigía, levanté mi
mano en señal de alto, y sacudí la cabeza.
136
—Oh, no. No estaré tranquila hasta ver con mis
propios ojos que los causantes de todo esto estén bajo
arresto —afirmé.
En cuanto vi la mirada negativa que me lanzó
Harrison, me crucé de brazos de forma obstinada y
enarqué una ceja en su dirección, desafiando a que
objetara. Supe que había ganado aquélla en cuanto
suspiró con fastidio y bajó la mirada al suelo.
—Bien, si esa es la única manera, entonces te
acompañaré en ello.
—¿Incluso si implica ponerte en riesgo? —
cuestioné, suavizando un poco mi tono de voz. Él
sonrió con ligereza.
—Dudo que pueda ponerme más en riesgo
contigo —señaló, haciéndome sonreír, cosa que se
sintió extraña dada la situación en la que nos
hallábamos.
Asentí con la cabeza y me alejé de él, esperando
a que se recompusiera. Tomó varias respiraciones
profundas antes de acercarse al hombre que había
asesinado, quitarle su arma, y llegar a mi lado. No
estaba muy segura de su estado, pero no objeté
cuando sacudió los hombros y tomó ventaja para
dirigirse a la salida.
En el exterior no quedaban rastros del humo que
las explosiones de Harrison habían causado, pero sí
vestigios de los minutos pasados, marcados por los
cuerpos calcinados o heridos de muerte,
desperdigados alrededor de lo que una vez fue una
alegre plaza donde los niños jugaban tranquilos para
pasar el rato, u olvidar las horas de escuela.
137
Extraños sonidos provenientes de la lejanía o del
centro de la ciudad perturbaban la relativa calma que
el día parecía expresar. Algo muy en desacuerdo con
todo lo que hasta entonces había sucedido.
—¿Adónde nos estás dirigiendo? —pregunté al
ser consciente que seguía su paso sin saber
precisamente hacia dónde.
—Tengo una idea de dónde están —afirmó,
entrecerrando los ojos hacia una esquina a su
derecha.
—¿Y eso sería?
—Debemos encaminarnos en dirección a los
disparos —dijo, señalando a la esquina que hasta
hacía unos minutos estaba observando.
Asentí con un rápido movimiento de cabeza y
mantuve mi paso acorde al suyo mientras nos
adentrábamos en las calles atestadas de comercios y
edificios, y nos separábamos cada vez más del lugar
donde decenas de personas encontraron su final en
cuestión de minutos.
139
CAPÍTULO 31 Pasado
Tardamos muy poco tiempo en llegar a la «escena». Tampoco fue muy difícil, teniendo en cuenta que los disparos no cesaban, los gritos y llamados de advertencia tampoco, así que podría decirse que fue casi pan comido llegar al lugar donde Harrison había señalado que podrían estar los causantes de todo aquello.
En el camino mi acompañante se hizo con un
arma cargada casi por completo que me dio por si
acaso nos separábamos y yo volvía a encontrarme en
problemas, lo que dada la situación, era muy
probable.
La cuestión, ya que nos encontrábamos en el ojo
de la tormenta, era buscar a quienes vendrían a ser
nuestros «objetivos» entre la masa de personas que
ataviaba aquella calle. No entendía muy bien por qué
las personas se metían donde se establecía el caos,
aunque pensándolo bien, podrían haberse visto
acorralados en cuanto los ataques comenzaron, y no
tardaban mucho en caer como rehenes, o muertos.
—A partir de ahora, ¿dónde? —pregunté,
buscando con la mirada a Harrison, para encontrarlo
unos pasos a mi derecha.
140
—Donde no estén las autoridades, desde allí
estarán devolviendo los disparos —respondió él,
paseando la mirada a través de negocios y edificios,
buscando algún indicio de las personas que
buscábamos. A juzgar por su ceño fruncido, no los
encontró—. Aquí comienza el problema, tenemos
que evitar a la policía, puesto que somos civiles
armados, y es ésa la descripción que habrán recibido
para identificar a los atacantes.
Tomé una respiración profunda y asentí para
darle a entender que comprendí sus palabras. Era lo
que me faltaba: atravesar aquel lugar como si fuera
un criminal a punto de ajustar cuentas con otros
criminales. La cosa sonaba mafiosa.
Corriendo por las aceras y escondiéndonos en
cuanto algún uniformado se acercaba, Harrison y yo
atravesamos aquella calle alcanzando el punto
preciso donde los disparos y explosiones se
intercambiaban, ocasionando más muerte de la que
había visto en las últimas horas, y de la que era
necesaria.
Desde alguna parte a nuestras espaldas se lanzó
un proyectil que, al llegar a su destino, efectuó una
explosión a partir de la cual estuve obligada a
lanzarme al suelo. Cuando me levanté, Harrison
admiró mi brazo derecho, que había recibido un corte
con mi caída, de la cual comenzó a salir una buena
cantidad de sangre que era acompañada de algo de
ardor donde se produjo la herida.
—¿Estás bien? —preguntó desde su lugar.
—Por supuesto, no es nada grave —dije,
realmente sintiéndolo de esa manera, porque dadas
141
todas las heridas que había recibido hasta entonces,
la actual herida de mi brazo se asemejaba a un
rasguño.
Sin embargo, Harrison no parecía sentirlo de
aquella forma, pues avanzó por la corta brecha que
nos separaba y se detuvo tan solo a unos centímetros
de distancia. Sin quitarme los ojos de encima, tomó
un tramo de mi camisa y lo tiró con la suficiente
fuerza para arrancarlo. Luego rodeó la herida de mi
brazo con la tira de tela y la anudó con fuerza para
que funcionara a modo de un improvisado torniquete.
Fruncí el ceño hacia lo que acababa de hacer, y aún
con esa expresión en mi rostro, levanté la mirada
hacia él, que continuaba observándome.
—Eso servirá —dijo con serenidad.
Asentí con la cabeza.
—Gracias.
Él imitó mi gesto y se dio la vuelta mientras me
indicaba que teníamos que continuar.
De regreso a la realidad, siguiendo la dirección
de un proyector que acababa de ser lanzado en
dirección a los oficiales, deduje el lugar donde las
personas que buscaba se encontraban: un edificio no
muy lejano desde donde se lanzaba la mayor parte de
los ataques.
Tomé el brazo de Harrison con urgencia y al
obtener su atención, le mencioné mi más reciente
suposición. Cuando acabé, miró en la dirección que
le había indicado, y sonriendo me felicitó por haberlo
descubierto. Sin darnos un segundo que perder,
fuimos hacia el lugar tan rápido como pudimos
142
cuidando de no acabar por accidente en medio del
tiroteo, y fue cuestión de minutos hasta que entramos
en el edificio, y volví a respirar con normalidad, pero
solo por un momento, pues allí dentro se escuchaba
con mayor intensidad la explosión de los disparos.
—Tienen que estar aquí —afirmó Harrison,
mirando hacia el final del vestíbulo, donde se veían
las escaleras—. Ven, subamos.
—Pero, ¿hasta dónde?
—Lo sabremos cuando lleguemos.
Las escaleras parecían hacerse eternas conforme
subíamos, y no sabría decir con precisión cuántos
pisos superamos hasta que Harrison tomó mi mano y
nos condujo a través de un par de anchos pasillos que
transitamos con cuidado por un par de minutos, hasta
escuchar una voz que nos detuvo en seco.
—He aquí las personas que estaba buscando —
dijo.
Antes que Harrison pudiese detenerme, di media
vuelta, encontrándome con una mirada que, por un
momento, no reconocí, pero sentí muy familiar. Lo
miré, entornando los ojos, con el ceño fruncido, hasta
que mi mente por fin reaccionó, y supe vagamente a
quién tenía frente a mí.
—Tú —susurré, produciendo que en su rostro
apareciera una siniestra sonrisa.
143
CAPÍTULO 32 Presente
No quiero moverme, no puedo hacerlo, y la mirada de pánico en los ojos de Harrison no ayuda mucho. Ya creía yo que todo estaba siendo demasiado fácil, y aquel grito acaba de confirmarlo.
—Si te dijera que tienes que correr ahora mismo,
¿por qué tengo la impresión que no lo harás? —
susurra Harrison sin quitar los ojos de quien sea que
se encuentra a mis espaldas.
—Porque me conoces demasiado —respondo, en
el mismo tono que él, aunque impasible, y sin
comprender muy bien mis palabras.
En este momento decido que sería estúpido
permanecer con mi atención fija en Harrison, cuando
él no es la causa de mi repentina respiración
acelerada, y me doy la vuelta para encontrarme con
una mirada muy familiar, pero no sé cómo es que de
alguna manera la reconozco.
A juzgar por el color miel de sus ojos, asumo que
es mi captor, el que durante sesenta y cuatro días se
encargó de llevar la dichosa bandeja con alimentos a
mi habitación, lo que crea en mi interior una
repulsiva sensación que no puedo retener, pero aun
así siento que hay algo más detrás de él.
144
Aquí es donde debería actuar mi memoria, pero
apenas va paso a paso.
—Tenía la débil impresión que esto sucedería —
dice el hombre frente a nosotros, observándome con
detenimiento.
Un escalofrío recorre mi espalda al mismo
tiempo que siento a Harrison dejar su arma al
descubierto. La situación anuncia problemas.
Doy un paso atrás con cautela, ubicándome justo
a la derecha de Harrison y le echo una mirada, pero
él sigue con su atención frente a sí. El silencio que
inunda el pasillo es estremecedor, y de ser posible,
podría jurar que el sonido de mi corazón
martilleando en mi pecho se escucha por todo el
pasillo. Sin dar aviso alguno, Harrison eleva su arma
y apunta directo al hombre frente a nosotros, pero él
lanza una sonora carcajada, y con rapidez hace lo
mismo, solo que apuntando hacia mí.
De pronto, algún recuerdo invade mi mente, y es
eso todo lo que necesito para saber quién es mi
captor, una respuesta que busco hace tiempo, aunque
lo que llega a mi mente no tiene ningún sentido con
lo que veo con mis propios ojos.
—Esto es imposible —digo, atrayendo la
atención de ambos—. Yo... Yo te maté. Puedo
recordarlo.
Alguna emoción cruza el rostro de Harrison, pero
no el tiempo suficiente para que pueda identificarla.
—No, tú mataste a mi hermano, Sam —anuncia
con frialdad, lo que me gana un nuevo escalofrío.
145
—Lo mejor será acabar con esto, ambos sabemos
quién ganará —dice Harrison entre dientes sin bajar
el arma en ningún momento—. Y no serás tú, Erick.
Erick lanza otra sonora carcajada, y parece a
punto de decir algo, pero por fortuna —o desgracia—
, las luces que alumbran el ancho y extenso pasillo
deciden que este es el mejor momento para dejar de
funcionar.
Y Harrison y yo que es el mejor momento de
correr.
Tomando mi mano, Harrison nos conduce en la
oscuridad a través del pasillo que parece
interminable, intentando poner algo de distancia con
los pasos de Erick, que se sienten bastante cercanos,
pero los esfuerzos son inútiles, porque la luz se
restablece, un disparo es efectuado, y un alarido se
escapa de mis labios. Nos detenemos en ese instante
para admirar mi brazo derecho, donde la bala apenas
rozó, pero logró un daño suficiente para que sangre
comenzara a esparcirse alrededor de él.
Miro hacia atrás en busca de Erick, que también
se detuvo, solo para avanzar a paso firme y marcado
en nuestra dirección, con el arma apuntando hacia
nosotros. Estoy tentada a retroceder, pero Harrison
también eleva su arma y ambos se miran durante un
segundo hasta que una de las ellas es accionada, y
una parte de mi alma se muere con ese disparo.
Porque cuando miro a mi izquierda, ya no hay
nadie ocupando ese espacio, y descubro con todo el
horror a mi alcance, que Harrison se ha desplomado.
147
CAPÍTULO 33 Presente
Por el instante que sigue, en el que me lanzo al suelo junto a Harrison y lo admiro con terror, no existe nada más que nosotros dos, y la verdad es que el resto del mundo no podría interesarme menos.
—Harrison —susurro, mirando al hombre
desvanecido frente a mí, posando la mano en su
pecho, que en cuestión de segundos acaba empapado
por la herida que la bala produjo—. ¿Harrison? —
reitero, comenzando a desesperarme—. ¡Harrison!
Pero no responde.
La sangre de su pecho se desliza hasta el suelo,
su cuerpo se establece inerte bajo mi tembloroso
toque.
Y yo sé que he tocado fondo.
—No, imposible. Tú... —susurro, con la voz
quebrada mientras mi cabeza se sacude con
debilidad, y mi vista comienza a verse nublada.
Estoy en negación, lo sé, pero vamos, ¿Harrison?
¿En serio? No es exagerado que me falte el aire, y
necesite respirar con profundidad para ahogar un
sollozo. No lo consigo, pero al demonio con todo,
tengo frente a mí el cuerpo de una persona que en los
148
últimos días se convirtió en alguien importante para
mí, no pude hacer nada para evitar su destino, y
ahora no logro hacer nada más que mirarlo mientras
lágrimas caen.
—Harrison —sollozo desconsolada y repito su
nombre en susurros tantas veces que la palabra
comienza a perder significado.
Vuelvo a sacudir la cabeza, con más fuerza
negándome a la verdad, porque ella destrozaría las
pocas partes de mi ser que aún se mantienen estables.
«Solo es un mal sueño, ya despertarás. Harrison
está bien, y en cuanto despiertes, llegará a la
habitación para comenzar con el plan», intento
convencerme de ello, pero por más que repita esas
palabras, existe una vocecita dentro mío que me
obliga a reconocer la realidad de los hechos.
Es este momento, cuando sigo lamentándome y
negándome a lo que estoy viendo, que siento una
agresiva presión sobre mi brazo, y Erick me obliga a
levantarme del suelo.
—Vamos, princesa —dice con crueldad mientras
me aleja de Harrison—. Deja a la rata, que ya está
muerta.
—¿Qué? —objeto, incrédula, regresando por fin
a la realidad—. No, ¡no! ¡Harrison! —grito con
desesperación, sacudiéndome en un intento por
escapar. Me niego a dejarme llevar—. ¡Suéltame!
¡Suéltame! ¡Suéltame!
La voz me suena quebrada, las lágrimas se
esparcen por mi rostro, y mis esfuerzos y forcejeos se
vuelven inútiles cuando el dolor de mi brazo me
149
reclama, y Erick me propina un puñetazo en el rostro
que oscurece mi visión y me desorienta el tiempo
suficiente para que él acabe de alejarme del pasillo...
Y de Harrison.
—Quédate ahí, princesa —ordena Erick luego de
abrir una puerta y lanzarme con fuerza en un
desgastado asiento.
Quizás espere que me mantenga sumida a sus
órdenes, pero no más. Algo de valentía se acciona en
mi interior, y me impulsa a abalanzarme sobre Erick,
y atestarle puñetazos a diestra y siniestra con tal
rapidez que por un momento no reacciona, hasta que
con un rápido movimiento logra reducirme y
acorralarme contra el suelo.
—Escucha bien, porque no lo repetiré —dice en
un escalofriante tono que vuelve de hielo mis huesos.
Su aliento golpea en mi rostro, y no podría sentirme
más asqueada que en este momento—. Aquí se
acaban los juegos, ya nadie vendrá en tu ayuda, así
que será mejor que cooperes si es que valoras algo de
tu estúpida vida.
Retorcerme bajo él no sirve de mucho en
realidad, porque dicho aquello, busca algo en el
bolsillo trasero de su pantalón, y más tarde captura
una de mis muñecas con una esposa. Luego de
levantarse, toma mi brazo con vigor y me conduce al
final de la habitación, donde en algún lugar rodea las
esposas y más tarde captura mi otra muñeca en la que
estaba libre. Aunque sé cuán estúpido es hacerlo, aun
así avanzó hacia él, quedando atrapada por las
esposas amarradas a la pared, que tiran de mis
brazos, imposibilitando mi camino.
150
—Será un tanto difícil, ¿no te parece? —se mofa
con una sonrisa antes de cruzarse de brazos.
Mirándolo desafiante, llena de desagrado, escupo
a sus pies, provocando que furia enardezca su mirada
antes que me dé una bofetada. El lugar donde su
palma impacta cosquillea en cuestión de segundos,
pero me obligo a ignorar el dolor.
—Ya saldré de aquí, y me encargaré de vengar la
muerte de Harrison —aseguro con firmeza,
escupiendo las palabras, y más tarde, de una
sacudida, libero mi rostro de los cabellos que
oscurecen mi visión.
—No, no, porque ya no hay ningún traidor capaz
de ayudarte, ahora estás completamente sola, y me
aseguraré que sufras por todo lo que has hecho —
espeta y luego una macabra sonrisa aparece en su
expresión—. Y apuesto a que ni siquiera tienes
conocimiento de lo que sucedió realmente.
Un exasperado bufido se escapa de mí ante el
reconocimiento de ello. Estoy exhausta de no saber
lo mínimo acerca de lo que sucede, y aunque mi
memoria comience apenas a funcionar
correctamente, y tenga una idea con respecto las
respuestas que busco desde hace tiempo, eso no es
suficiente para saciar mi curiosidad, ni mis ansias por
información. Lo peor de todo es que Erick lo nota
por mi expresión, y es entonces que lanza una severa
carcajada.
—Escucha con atención, porque no repetiré mis
palabras, y te diré lo que tanto deseas saber —
susurra, endureciendo la expresión para intentar
intimidarme. Bueno es que no me afecte en lo más
151
mínimo—. Estás aquí porque asesinaste a mi mejor
hombre, luego asesinaste a mi hermano, y finalmente
ayudaste en nuestra captura. Toma esto como una
pequeña venganza —espeta con tanta frialdad que
hiela mis huesos—. Qué pena que Harrison estuviera
siempre tras de ti para ayudarte, quizás habría sabido
que a la larga, de una u otra forma, iba a liberarte.
Gran estúpido fue, ¿no?
Me retuerzo en mi lugar, sintiendo las esposas
lastimar mi piel.
—No lo insultes —exijo, como si eso fuera lo
más importante de su relato, porque a mi parecer lo
es.
—¿O qué? ¿Me golpearás? —desafía en otro
susurro, y lanza una risa seca antes de apartarse y
encaminarse hacia la puerta de salida. Con la mano
sobre la perilla, y la puerta abierta solo unos
centímetros, agrega—: Todo está a punto de cambiar,
Wells. No lo olvides.
Y luego, devolviéndome a mi anterior encierro,
pero con mucha menos libertad, sale de la habitación
y cierra la puerta tras de sí.
153
CAPÍTULO 34 Pasado
Debí haberlo previsto, ya creía yo que Daniel no podría haberse metido en algo como lo que estaba sucediendo sin antes haber tenido el incentivo de alguien más.
Y ese alguien era su tío.
El hombre nos observaba a Harrison y a mí con
sorna, como si apenas lograse creer lo que sus ojos
estaban viendo, pero esa expresión cambió al
segundo siguiente, mostrando una petulante sonrisa.
Algo que me extrañó era que no llevaba un arma
consigo teniendo en cuenta que todo el mundo
cargaba con una. Debía ser valiente para acercarse a
nosotros de la manera en que lo hacía, con algún tipo
de extraña determinación que me alertó, solo que no
sabía de qué.
Harrison lo detuvo, elevando su arma.
—Alto ahí, Geller —advirtió.
El hombre, que no podía tener poco menos de
cuarenta, mantuvo su sonrisa y elevó ambas manos
en señal de rendición.
—El niño se ha vuelto un hombre —se mofó él.
Harrison rodó los ojos, pero no dijo nada al
respecto.
154
—Yo mediría mis acciones si fuera tú,
muchacho.
—Qué bueno que no lo seas —replicó Harrison
cortante.
Su «batalla verbal» habría proseguido de no ser
porque una explosión sacudió el edificio, logrando
que los tres cayéramos al suelo, y más tarde, el tío de
Daniel, utilizara el momento de confusión para
abalanzarse a Harrison y golpear su rostro de un
puñetazo que lo desorientó. Habría ayudado pero,
vamos, esos dos eran mucho más fuertes de lo que yo
sería jamás, y solo acabaría mucho más lastimada de
lo que ya me encontraba. Asimismo habría disparado,
pero teniendo en cuenta que era tan novata como
podía ser posible, eso también podría considerarse
una mala idea.
—¡Phoebe, ve! —gritó Harrison antes de recibir
un nuevo golpe, y no tuvo que decirlo dos veces para
que comprendiese a qué se refería.
Advertí que luego de la explosión el sonido de
disparos se vio disminuido, pero aún permanecía lo
suficiente fuerte para que lograse distinguir su
procedencia. Corrí por los pasillos ignorando el
disparo que escuché a mis espaldas y subí un tramo
más de escalera hasta encontrarme a metros de mi
destino, desde donde se escuchaban algunos gritos,
de tan solo dos personas que parecían discutir con
respecto a algo.
Solo por si fuera necesaria, rogué que el arma
que tenía en mis manos estuviese cargada.
Como la chica valiente y osada que en realidad
no era, abrí la puerta de un golpe e ingresé con el
155
arma extendida a la habitación donde dos hombres
—al parecer hermanos gemelos— discutían mientras
uno de ellos —el de la izquierda— lanzaba órdenes a
través de un celular. Ambos se detuvieron al verme
ingresar, y nos observaron confundidos y
sorprendidos tanto a mí como a mi arma.
Considerando las que ellos mismos portaban, era
ridículo que yo me encontrara allí.
—Tienes quince segundos antes que decida
matarte, para explicar quién eres y qué haces aquí...
apuntándonos —dijo el gemelo de la izquierda sin
asomo de inquietud o temblor en su voz por el hecho
que alguien estuviese apuntando a su rostro. Tardé
algo de tiempo en responder, pues reconocí el rostro
de ambos, aunque fue tan solo uno de ellos (no podía
decir cuál), el hombre que permaneció largo rato
observándome cuando Daniel y yo nos detuvimos en
un semáforo en rojo antes que el atentado comenzara.
—Y tú tienes otros quince para dar marcha atrás
a todo esto y salir por esa puerta —desafié,
asintiendo al final a la puerta tras de mí. Me sentí
orgullosa de la manera en que dije esas palabras, pero
dicho orgullo se esfumó con las de su hermano.
—Qué pena, eso no es lo que debías responder.
—Y seguido a ello, con rapidez tomó el arma que se
alojaba en su cintura y más tarde la elevó.
La verdad es que no deseaba volver a pasar por
aquello, pues no quería tener otra muerte cargando
sobre mi espalda, pero puesto que era él o yo, apreté
el gatillo y disparé a su cabeza antes que pudiera
disparar contra mí. Un par de segundos después, el
156
hombre cayó al suelo entre la sangre que corría desde
su ojo reventado.
—¡Sam! —exclamó su hermano, quien un
segundo después me envió una mirada furibunda y se
lanzó hacia mí. Quise dispararle a él también, pero
mi arma eligió ese momento para estar vacía.
Sí, gracias, Harrison, por revisar la cantidad de
balas que tenía antes de dármela.
El gemelo que obviamente no era Sam, capturó
mi cabello y me sacudió por la habitación hasta
lanzarme al suelo y estrellar mi cabeza contra el piso
de piedra una y otra vez, incluso cuando comencé a
perder el sentido y dejé de sacudirme.
Estaba a un segundo de adormecer cuando la
puerta volvió a abrirse y un coro de voces autoritarias
exigió al hombre que se detuviera. No sabría decir
qué pasó a continuación con lujo de detalle, pero sí
sabía que minutos más tarde alguien me levantaba
con delicadeza, y me acunaba en sus brazos mientras
nos movía lejos de aquel lugar. Fue cuando escuché
su voz que supe la identidad de aquel alguien.
—¿Estás bien? —preguntó la voz de Harrison,
quien sonaba preocupado.
Con la poca fuerza que me quedaba, intenté
golpearlo.
—¿Qué clase de pregunta es ésa? —cuestioné
susurrando—. Casi me matan a golpes, ¿cómo crees
que estoy?
Lo sentí reírse mientras mi adolorida cabeza
recaía en su pecho. No tenía una buena idea de lo que
sucedía, pero si Harrison podía cargarme con tanta
157
despreocupación, las cosas debían estar relativamente
bien.
—Al menos sigues viva, y estás despierta lo
suficiente para saber que oficiales redujeron a las
cabezas del atentado, y es cuestión de momentos
antes que toda esta locura acabe de una vez —
explicó con tranquilidad conforme bajaba por unas
escaleras.
—Espera —pedí frunciendo el ceño,
comprendiendo aquello—. ¿Llamaste a la policía?
¿Ellos saben lo que hiciste?
—Por supuesto que no, o ya estaría muerto —
negó como si fuera lo más obvio del mundo,
retomando la marcha—. Sí los llamé, pero me
escondí de todos, por lo que quizás asumieron que ya
me capturaron, o estoy muerto.
—¿Y el tío de Daniel?
—Muerto.
Tomé una profunda respiración que, dado el
nivel de contaminación temporal actual, no fue muy
gratificante, y me retorcí sobre Harrison un poco para
acomodarme. De seguro parecía mi gato cuando lo
tenía en brazos. La visión no era muy bonita.
Ya que no me sentía con fuerza suficiente para
abrir los ojos, supe que estábamos fuera porque la
brisa del exterior me recorrió como la más fina y
escurridiza de las telas. Esa sensación no duró mucho
tiempo, pues subimos lo que pareció un gran escalón,
y más tarde escuché una puerta cerrarse tras de
nosotros antes que Harrison me depositara sobre lo
que asumí una camilla.
158
—Estás muy herida, estamos de camino a un
hospital —me notificó él con tranquilidad.
Asentí con un casi imperceptible movimiento de
cabeza y mientras un enfermero me decía algo que se
oyó inentendible para mis oídos, sentí la oscuridad y
el agotamiento de aquel día reclamarme de una vez
por todas.
159
CAPÍTULO 35 Presente
Me rindo.
Así es, ya lo dije.
Sin rodeos, explicaciones, preámbulos. Nada.
Estoy exhausta.
Ya no tengo nada que decir, y no sé siquiera si es
que hay algo más. Probablemente no. Es por eso
mismo que lo hago, además, por supuesto, ya no
podría encontrarme más desesperanzada, ni
destrozada. Solo sigo cayendo, y cayendo en la
depresión en la que sombras olvidadas y ahora de
nuevo recordadas me han sumido, a la que me han
empujado.
Así que sí. Me estoy rindiendo.
Sería inútil seguir resistiendo, intentar escapar,
porque todo está tan jodido ahora que Harrison ha
sido asesinado, que esa esperanza y confianza que
creí jamás flaquearían en este momento se
desmoronan ante mis ojos, y por eso sé que lo he
perdido todo.
Sé que dije que no me iría sin antes haber
luchado, sé que soy una hipócrita, pero ya no tengo
160
fuerzas para nada. Es ahora que me encantaría ser la
damisela en apuros a la que un valeroso caballero
rescata en su imponente, blanco y reluciente corcel.
«Pero —pienso, con una temblorosa risa seca
cargada de ironía—, esto no es un cuento de hadas».
La risa se desvanece un segundo después de
formarse, cuando el peso de los últimos sesenta y
siete días, y aquella tragedia ocurrida cinco años
atrás de la fecha, me golpean con el vigor suficiente
para arruinar lo poco estable que existe en mí. Al
principio, sollozo sin estar del todo consciente de
ello, y más tarde, el llanto producto de todo el dolor
que se aloja en mi interior se convierte en gritos de
frustración, desesperación... De una persona
completa y absolutamente dolida y destruida.
De alguien cuya realidad es más que detestable.
Comienzo a ver en mi cabeza decenas de
imágenes que aborrezco de inmediato, pues me
recuerdan cada una de las cosas que he pasado, desde
que comenzó aquel atentado, pasando por la muerte
de Daniel, aquel accidente que reclamó mi memoria
como premio, mi secuestro, hasta la muerte de
Harrison. Y ahora esto.
¿Por qué estoy siendo tan castigada? ¿Es que no
existe un límite para el sufrimiento y dolor que una
persona puede recibir?
—¡¿Por qué no acaban conmigo de una buena
vez?! —rujo con todas mis fuerzas, sintiendo mi voz
quebrarse en la última palabra, y mi visión
encharcándose por nuevas lágrimas.
Una voz me habla desde el interior de mi cabeza,
ésa que tantas veces me ha recordado mi realidad en
161
los momentos menos oportunos del pasado: «Porque
quizás te mereces vivir en el infierno. Por aquellos
cuyas vidas has arrebatado, o por aquellos que
murieron para ayudarte a ti».
Cierro los ojos con fuerza, mi cabeza se inclina
hacia el suelo, mis cabellos caen a los lados de mi
rostro como una oscura cortina, y ahogo un sollozo.
Ahogo mis lamentos.
Lo ahogo todo.
Inclusive yo me estoy anegando en mí misma, y
sé que de eso no voy a poder salir, ni siquiera vale la
pena intentarlo.
Esa maldita voz dentro de mi cabeza tiene razón
en algo después de todo. Quizás sí me merezca
verme sumergida en más sufrimiento del que alguna
vez podré aguantar, Porque Harrison no merecía
morir, no cuando lo único que hizo fue ayudarme,
velar por mi bienestar.
Quizás todo sería mejor si yo hubiese muerto en
su lugar.
Quizás las cosas estarían en paz si yo estuviera
muerta.
Y es que a esto se ha reducido todo: a un
«quizás». Pero no solo a eso, pues también está mi
propia declaración, lo que dice que los últimos meses
sirvieron de nada, y por más que me duela, que la
muerte de Harrison ha sido en vano.
«Me rindo —pienso con amargura—. Ya no
tengo fuerzas para luchar.»
163
CAPÍTULO 36 Pasado
De lo primero que fui consciente al recuperar el conocimiento fue mi garganta seca, y los pitidos que lanzaba una máquina cercana.
De lo primero que fui consciente al abrir los ojos
fue la habitación blanca y estéril de un hospital
donde al parecer me hallaba. ¿Había sucedido algo?
Debía ser. No encontraba otra explicación.
Mis brazos tenían varias insertadas manguerillas
conectadas a una que otra máquina, una cánula del
respirador se alojaba en mis fosas nasales, una gruesa
venda rodeaba mi cabeza, y lo mismo sucedía en
otras partes de mi cuerpo.
«¿Qué rayos sucede?», me pregunté, incapaz de
comprender nada.
Como si mis pensamientos hubiesen sido
escuchados, la puerta de la habitación se abrió con
lentitud dejando a la vista una mujer vestida con una
larga bata blanca, de sonrisa afable, que llevaba la
cabellera rubia recogida en un descuidado ruedo en la
parte posterior de su cabeza. Teniendo entre sus
manos un portapapeles, se acercó a la cama donde
yacía, preguntando cómo me sentía.
—Algo desorientada, supongo.
164
—Ya veo —asintió, mirando las máquinas a los
lados de la cama—. ¿Recuerdas algo anterior al
atentado? ¿Cualquier cosa?
«¿Atentado?». Me la quedé mirando
desconcertada, queriendo saber a qué se refería. Lo
que sea que vio en mi expresión, le dio a entender
que no tenía idea de lo que estaba hablando. Con la
sonrisa un tanto aplacada, acabó con su inspección y
anunció que permitiría en unos minutos ingresar a
mis padres, que esperaban en el exterior. Luego de
extender un vaso con agua en mi dirección —que
tomé agradecida—, se alejó y salió de la habitación.
En cuanto cerró la puerta tras sus pasos, me cuestioné
la expresión que había mostrado la mujer antes de
retirarse. Era evidente que me estaba perdiendo de
algo. Claro, comenzando por la parte en que
mencionaba un atentado.
Escuché algunas voces en el pasillo. Discutían
sobre algo que no alcancé a reconocer. Más tarde,
poco más de un minuto, la puerta de la habitación se
abrió y mis padres ingresaron con el brazo de uno
enlazado en el del otro. Mi madre tenía los ojos
enrojecidos, como si hubiese estado llorando hacía
poco tiempo, mientras que mi padre parecía ataviado
por una gran cantidad de alivio que, por alguna
razón, me hizo sentir más segura.
—Hey —saludé con alegría que en realidad no
sentía, puesto que la preocupación que mi madre
desprendía la aplacaba un poco.
—Hey —repitió mi padre, dejando ver una
sonrisa que no tardé en igualar—. ¿Cómo estás?
165
Me encogí de hombros con indiferencia y desvié
la mirada a mi madre, que comenzaba a
tranquilizarse un poco.
—Mamá, ¿por qué lloras? —pregunté como una
niña pequeña que sorprende a su madre llorando a
solas en una habitación cerrada.
Como si mi voz acabase de accionar algo en su
interior, permitió que su rostro se iluminara con una
sonrisa que no llegó a sus ojos, y se acercó hacia mí
con más seguridad de la que parecía sentir en ese
momento.
—Por nada, cariño, solo estaba preocupada por ti
—me tranquilizó, en un amable tono de voz—.
Entonces... ¿no recuerdas el atentado? ¿Nada de lo
que sucedió?
Ahí estaba otra vez. Negué con la cabeza, y
pregunté qué día era aquél. Nueve de agosto. La
respiración se me atascó en un nudo a media
garganta. ¿Había estado en coma o algo parecido?
Hasta donde sabía, era veintinueve de julio.
Observé a mis padres de hito en hito, sin saber
qué decir o hacer, y esperando a su vez que me
dijeran algo, cualquier cosa, para calmar mi creciente
confusión.
—¿He estado más de una semana inconsciente?
—pregunté, incrédula.
—No, solo dos días —se apresuró mi padre a
aclarar. De ser posible, se habría escuchado el sonido
de mi corazón retumbando una y otra vez en mi
pecho—. ¿No recuerdas nada durante ese tiempo?
Sacudí la cabeza.
166
—Yo creía que era veintinueve de julio —
confesé en un susurro casi inaudible.
El silencio que invadió la habitación duró lo que
un parpadeo, pues la doctora regresó, anunciando de
manera animada mi diagnóstico.
—Dado que no recuerdas nada de lo que sucedió
durante el atentado, tal parece que tu mente decidió
bloquear aquel hecho traumático, como algún
método de autodefensa —informó, como si estuviese
hablando del color de las rosas, y no de mi reciente
estado mental—. ¿Qué día dijiste que era según tú?
—Repetí para ella y esperé a que continuara—. Bien,
no es un lapso de tiempo muy largo, pero podría
haber sido mucho peor. De igual manera, descuida, a
la larga, a partir de sueños, o quizás porque en tu
mente llegue a actuar alguna especie de catalizador,
recuperes este tiempo perdido.
—¿Y si no lo logro?
La doctora a un lado de mis padres se tomó su
tiempo antes de responder:
—Entonces continuarás con tu vida como si los
días anteriores a éste jamás hubiesen pasado. Porque
para ti, no lo hicieron.
—Harrison tiene razón, Michael, y lo sabes: hay
que hacer lo que él ha dicho —susurró mi madre, tan
bajo que de haberme encontrado concentrada en otra
cosa, no la habría oído.
167
Aquel nombre resonó en mi cabeza con tanta
fuerza que no pude solo dejarlo pasar, por lo que
alzando la voz para hacerme escuchar por sobre su
conversación, pregunté:
—¿Harrison? ¿Es un nuevo cliente de papá? Su
nombre me parece familiar.
Tan rápido que fue un milagro el que su cuello
permaneciera intacto, mi madre volvió la mirada en
mi dirección, abriendo los ojos como platos. Ahí
estaba esa mirada otra vez. Palpé mi frente solo para
verificar que no tuviese un par de cuernos
emergentes. Sacudí la cabeza ante mis ridículos
pensamientos y esperé a que la expresión
conmocionada de mi madre desapareciera, lo que no
sucedió hasta un par de minutos más tarde.
—Eh... No, solo es un nuevo amigo de tu padre
—me informó ella, pero sabía que estaba
mintiendo—. Nadie importante —añadió para
rematar, aunque no muy convencida.
Asentí como si estuviera de acuerdo, cuando en
realidad reprimía un millar de preguntas, y me
concentré en otro tipo de cuestión en la que no me
había fijado hasta ese momento.
—¿Y Daniel? ¿Por qué no ha venido? —
cuestioné ceñuda, porque me costaba entender que
mi mejor amigo no se hubiese aparecido por allí un
solo segundo.
Mi madre se volvió hacia mi padre, insegura,
esperando la confirmación de algo. No dijo nada más
hasta que él suspiró con resignación y con un gesto
de la mano le dijo que confesara. No estaba segura a
168
qué se refería, pero no me esperaba lo que segundos
después se me informó.
—Cariño —dijo mi madre, con una sonrisa que
casi parecía fingida—, Daniel se fue a vivir al
antiguo barrio de Mayfair en Londres, pues recibió
una buena propuesta de trabajo que no pudo rechazar.
Hace ya casi dos semanas que vive allí. —Al advertir
algo en mi expresión, añadió—: Verás, todo fue tan
rápido que ni siquiera dejó un teléfono de contacto,
pero en algún momento llamará, sé que sí.
Las últimas tres palabras sonaron quebradas e
inseguras, y noté con facilidad que mi madre hacía
esfuerzos por no llorar de nuevo. No entendía por
qué tanto drama, pero asumí que en cuanto Daniel se
pusiera en contacto, él me aclararía las cosas.
Mi mejor amigo no me decepcionaría.
El problema fue que la esperada llamada nunca
llegó.
169
CAPÍTULO 37 Presente
No sé cuánto tiempo pasa desde que en algún momento mis ojos se cierran y caigo rendida al suelo con mis muñecas aún aferradas a las esposas, pero sí estoy consciente que despierto cuando Erick abre la puerta de un golpe que bien podría sacudir las paredes, y llama mi nombre.
En el pasado, cuando él se aparecía por mi
habitación en ocasiones con la estúpida bandeja de
alimentos, y el rostro oculto bajo una máscara, me
sacudí las veces suficientes para auto infligirme
heridas que tardaron días e inclusive semanas en
sanar casi por completo. Ahora ya no deseo hacerlo,
pues el metal de las esposas escocería mi piel, y
cualquier tipo de esfuerzo sería inútil. Sencillamente
no tengo opción de escape.
Lo miro sin inmutarme, directo a los ojos, y en
silencio. Hablar sería otra pérdida de tiempo.
—Hoy será hora de tu actuación —dice sin más,
y de nuevo, aunque curiosa, permanezco en silencio,
pegada cuanto pueda a la pared tras de mí.
Sin esperar a que responda, se ubica en una silla
que arrastra frente a mí, y rebusca en sus bolsillos
por un teléfono que deja al descubierto, segundos
170
más tarde. Quitándome la mirada solo un momento,
marca un número de teléfono y espera algún tiempo a
que le respondan. No sé qué se trae entre manos, pero
no podría importarme menos, incluso si tiene que ver
conmigo.
—Uf, no contestan, creo que será a la oficina —
declara y vuelve a marcar. Una macabra sonrisa
ilumina su expresión cuando al parecer alguien
atiende desde el otro lado de la línea—. Hola,
quisiera hablar con Wells —solicita, y es ahora que
llama mi atención.
Mi padre, está buscando a mi padre.
—No, no quiero una cita, pero él sí querrá
atender esta llamada —espeta en tono brusco, y
luego, casi entre dientes asevera—: Claro, a menos
que su hija no le importe en lo más mínimo.
Silencio se extiende por la habitación conforme
acaba esas palabras. Me sacudo enfadada porque él
no sabe quién es mi padre, ni tampoco cuán dedicado
es por su familia. El movimiento es estúpido, y la
expresión burlona que me dirige indica que lo sabe.
—Oh, vaya, veo que tengo el honor de hablar
con Michael Wells —exclama con sarcasmo, y una
sonrisa suficiente que solo aumentan mi enfado—.
Directo al grano... Bien, vayamos al grano. —Me
mira un par de segundos antes de continuar—. Aquí
frente a mí está tu querida hija, Phoebe —dice, y me
es imposible no advertir el desprecio que desprende
al decir mi nombre—. Supongo que tienes una idea
de qué va todo esto.
No sé qué responde mi padre, pero a juzgar por
la expresión suficiente que ilumina el semblante de
171
Erick, él ha perdido los estribos, y yo no podría
sentirme más enferma que en este momento.
—¿Hablar con ella? Oh, sí, ¿cómo no? —
exclama con ese tono burlón que fastidiaría a
cualquier persona. Yo no puedo quedarme fuera de
grupo—. Aquí la tienes —añade, estirando el
teléfono hasta que está pegado a mi oído.
Siento la fría pantalla del aparato en mi oído, y
procuro no hablar muy alto cuando mi padre
menciona mi nombre a modo de pregunta, intentando
desprender seguridad, pero logrando que la voz se le
quiebre en la última sílaba. Cuando encuentro mi
voz, y de una vez por todas digo un simple: «Hola»,
lo escucho tomar una respiración profunda que hace
añicos mi interior..., si eso es posible.
—¿Cómo..., cómo estás? —titubea, inseguro
luego de acallar a alguien cercano.
Pese a que la respuesta no es muy optimista, y la
mirada penetrante de Erick no hace más que
incomodarme, lanzo una ligera y nerviosa risa que se
siente forzada.
—Respiro —contesto cuando la risa se
desvanece.
—Todo estará bien —asegura.
Tengo ganas de decirle que no puede estar tan
seguro de ello, que el futuro es incierto, pero en el
segundo que comienzo a hablar, Erick aleja el
teléfono de mi oído y lo regresa hacia sí. Tomo una
necesitada respiración, alejando las lágrimas que
amenazan con escaparse para correr libres por mi
rostro.
172
—Bien, ya sabes que está viva. Si la quieres de
regreso, irás a la zona de edificios en construcción al
sur de la ciudad junto a treinta millones —advierte
Erick con sequedad; su mirada se encuentra perdida
en algún punto sobre mi cabeza—. Tienes dos horas.
Sin policías, no quieres cometer ese error y causar la
muerte de tu única hija. —Y acaba la llamada.
Al cabo de unos segundos, en los que guarda el
teléfono en su bolsillo, regresa su atención hacia mí,
mostrando una expresión perturbadora, a partir de la
cual me veo obligada a contener la respiración para
ahogar un ligero chillido, y me observa un momento
de manera escrutadora, pareciendo estar en búsqueda
de algo dentro de mi expresión. Lo que sea que es, no
lo encuentra, y acaba por suspirar resignado.
—Muy bien, puesto que tenemos poco tiempo,
será hora de ponernos en marcha —anuncia,
irguiéndose en su lugar, rebuscando otra vez en sus
bolsillos, esta vez por la pequeña llave de las esposas
que me mantienen apresada, la cual encuentra unos
segundos después. Cuando vuelve a hablar, lo hace
en un susurro a centímetros de mi rostro; su aliento
roza de forma repugnante mi mejilla derecha—. Te
recomiendo que seas una buena chica y sigas mis
pasos, permanezcas en silencio y esperes a que papi
me entregue los millones. De otro modo, un atisbo de
resistencia será suficiente para que acabe con tu vida.
¿Comprendido?
Asiento una vez a regañadientes y desvío la vista
a un lado. Mi expresión se tensa por el creciente
enfado que se extiende en mi interior. Cuando acaba
con lo que sea que está haciendo, siento la presión y
tensión sobre mis muñecas aplacarse, y más tarde,
173
logro mover mis brazos con libertad. Sofoco la
emoción que me otorga ese sencillo movimiento, y
me pongo de pie, esperando a que Erick me diga qué
hacer. Me temo que a estas alturas no hay mucho que
pueda hacer. Sería estúpido oponer resistencia
cuando estoy a horas de encontrar la libertad.
Erick toma con fuerza mi brazo derecho y jala de
él, esperando a que lo siga. Caminamos por un par de
pasillos oscuros o mal iluminados antes de alcanzar
el vestíbulo del edificio, y un saco de algodón oculta
mi cabeza y oscurece mi visión.
Poco más tarde, escucho el chasquido de una
cerradura cediendo, y una puerta siendo abierta.
Camino con dificultad un par de pasos, y siento el
exterior en mi piel el tiempo que dura un suspiro,
porque me introducen con rapidez en lo que parece
un auto particular.
—Siéntate ahí —ordena Erick, sin emoción en su
voz.
Hago lo que dice y luego tomo una respiración
profunda. Casi puedo sentir la voz de Harrison en mi
cabeza sugiriéndome palabras de aliento: «Estás
cerca, Phoebe.»
Solo espero que así sea.
175
CAPÍTULO 38 Pasado
Sesenta y ocho días atrás (día del secuestro).
No había nada mejor que ser libre por fin. Excepto por la parte en que tenía que comenzar a trabajar, no existe ni existirá cosa mejor a saber que se ha acabado la universidad, las tesis, evaluaciones, y horas sin sueño por estudiar. Parecía casi idílico, pero repito: aún estaba la parte de comenzar a trabajar.
Los últimos cuatro años y nueve meses habían
sido de lo mejor, sin incidentes más allá de mis
multas por exceso de velocidad o salir corriendo de
una fiesta porque había menores idiotas tomando
alcohol, algo por lo que mis padres se encargaron de
reprimirme, aunque estuviese a cumplir los
veintiuno; pero más allá de eso, todo perfecto.
Como cada lunes a mediodía, me dirigía por una
de las calles principales de la ciudad de camino a mi
estilista, que se encargaba de mantener mi cabello
saludable —yo era pésima en eso—, cuando sentí mi
teléfono vibrar en el bolsillo de mi ligera chaqueta de
gabardina.
—Hola, mamá —saludé al responder la llamada.
176
—Hola, cariño —respondió con dulzura, y de esa
manera que me indicó que se encontraba con las
manos ocupadas y el teléfono entre el hombro y la
mejilla—. ¿Estás ocupada hoy? Tu padre y yo
queremos invitarte a cenar.
Sonreí mientras viraba en una esquina para
ingresar en una calle mucho menos transitada que la
anterior, y que me servía de atajo para ir al local de la
estilista.
—Para nada, puedo estar allí a las tres —
aseguré—. O quizás a las cuatro, depende de
cuánto...
Un objeto punzante tocó la parte media de mi
espalda, y me quedé paralizada. Mi madre comenzó a
preguntar qué sucedía, pero había enmudecido. El
pánico afloró en mi interior, y no supe qué hacer
hasta que, un segundo después, un saco blanco de
algodón cubrió mi cabeza y oscureció mi visión.
—¿Qué? No, no, ¡suéltame! —chillé,
sacudiéndome del par de brazos que rodeaba mi
cintura y cargaba mi cuerpo hacia solo Dios sabía
dónde.
Mi teléfono cayó en alguna parte del trayecto, y
al cabo de unos minutos de forcejeo, fui lanzada al
interior de lo que parecía un auto particular. Intenté
zafarme del saco que cubría mi cabeza y salir de allí,
pero el impacto de un puñetazo me hizo ver las
estrellas. Si con eso esperaba doblegarme, acababa
de lograrlo.
—Podrías haber sido menos brusco —refunfuñó
una voz que me resultó muy familiar, solo que no
llegué a saber a quién le pertenecía.
177
—Cierra la boca, Michaels —espetó la voz más
cercana, justo a mi lado, asumí que de aquel que
acababa de golpearme—. Es hora que aprenda una
lección.
Escuché a Michaels gruñir en desacuerdo, pero
más allá de eso no se dijo nada más. Quise intentar
algo para salir de ahí, pero dado mi creciente dolor
de cabeza, y que me encontraba en un auto en
movimiento a gran velocidad, no era una buena idea.
Luego de largos minutos —quizás horas— de
viaje, el auto se detuvo y una mano tomó mi brazo en
un agarre vigoroso, antes de obligarme a salir del
vehículo. Trastabillé un par de pasos antes de volver
en mí, recordar lo que estaba sucediendo, y de alguna
manera, patear a la persona a mi lado, logrando que
me dejara libre. Por desgracia, cuando quise quitarme
de encima el odioso saco y correr lejos de allí, entre
los gritos de una y otra persona, volví a recibir un
puñetazo en el rostro, pero esta vez la fuerza del
golpe me debilitó lo suficiente para que cayera al
suelo desvanecida.
Al despertar, mi pulso se disparó a tal punto que
creí que moriría de un ataque cardíaco. Cuando
alcancé a tranquilizarme lo suficiente para no
hiperventilar, me fijé en el lugar donde encontraba:
era un ruinoso espacio que ocupaba algo de diez
metros cuadrados, paredes de sangrante color negro,
decoración inexistente, sin ventanas, con un pequeño
ducto de ventilación, una cama, un baño al final de la
habitación y una puerta de salida que estaba
dispuesta a abrir.
178
«Phoebe, tranquilízate», me reprimí, tomando un
par de respiraciones profundas, avanzando hacia la
única salida, y tomando el picaporte en mi mano.
Cerrada.
Comencé a contar hasta cien de forma lenta y
pausada, reconociendo lo que estaba sucediendo, en
lo que había ido a parar.
Fui secuestrada.
Recordé lo que uno de mis captores dijo en el
camino a aquel lugar: «Es hora que aprenda una
lección», solo que no sabía a qué se refería, por lo
que asumí que había caído en la trampa más vieja de
todas: yo era un cebo para llegar a mi padre, y
obtener algo de su fortuna.
«Estoy secuestrada», volví a pensar, con el
horror de la situación esparciéndose a través de mi
interior. Me dejé caer al suelo con lentitud, y
abrazada a mis rodillas, comencé a mecerme de
manera paulatina por lo que parecieron siglos, hasta
que la puerta se abrió, y tras ella, apareció un hombre
cuyo rostro estaba oculto bajo una máscara, en sus
manos llevaba una bandeja cargada de unos pocos
alimentos.
Algo de determinación se instaló en mí, por lo
que me levanté de un salto y rápidamente corrí hacia
él. Tomándolo por sorpresa, le di un puñetazo que lo
aturdió los segundos suficientes para que lograra salir
de aquella espantosa habitación. Por desgracia, como
era de esperar, el hombre era mucho más rápido que
yo, por lo que no tardó demasiado en alcanzarme,
tomarme de la cintura, y más tarde lanzarme dentro
de la habitación. Opuse tanta resistencia como pude
179
antes que me tirara al suelo y más tarde estrellara mi
cabeza contra él.
—Sigue intentando eso, y no durarás demasiado
tiempo —advirtió entre dientes antes de alejarse y
salir de la habitación dando un portazo.
Al acabar completamente sola, me encogí sobre
mí misma y sollocé durante las horas siguientes,
lamentándome por el destino que se me había
otorgado.
Lo único que me quedaba era resistir el tiempo
que todo aquello durara, hasta encontrar la forma de
escapar.
181
CAPÍTULO 39 Presente
Alguna vez hace tiempo establecí con firmeza que si volvía a ver la brillante y a veces cegadora luz del día, si sentía una vez más la brisa de media tarde recorriendo mi rostro, y si escuchaba otra vez el canto melodioso de las aves, sería porque al fin he recuperado mi libertad...
Pero jamás me sentí tan presa como ahora.
La luz solar hace cosas extrañas con mi visión
acostumbrada a la oscuridad o luz artificial de mi
habitación/celda, donde viví los últimos meses, y en
los retazos de piel desnuda en mis brazos y pecho, o
inclusive mi rostro, demostrando cuánto tiempo se
me mantuvo alejada de todo esto.
El ambiente invernal del exterior me provoca un
escalofrío que va muy en desacuerdo con el calor que
produce la luz solar, y la gravilla que forma parte del
suelo lastima mis de por sí maltratados pies
descalzos. Pero eso no es lo que me causa dolor. De
hecho, de ser sincera, he de decir que nada físico
duele.
Mi brazo se siente de lo más maltratado mientras
Erick mantiene sus dedos enterrados en mi carne con
un agarre imperturbable. Me arrastra por el camino
182
con rapidez y descuido mientras porta un arma en la
mano derecha, la cual no apunta en mi dirección,
aunque es cuestión de tiempo hasta que lo haga para
obtener lo que quiere.
Mis ojos, abiertos como rendijas, inspeccionan
con detalle el lugar a mi alrededor tanto como
pueden. Siguiendo la dirección del camino pedregoso
que estamos atravesando, se alcanza un edificio en
espera de ser inaugurado, y más allá, al otro lado de
la carretera, se logran ver algunos de los más altos
edificios de la ciudad donde alguna vez Daniel y yo
creamos nuestros propios recuerdos. Me enfoco en
ello, sin evitar las lágrimas que acuden a mis ojos y
más tarde resbalan a lo largo de mis mejillas.
Una sacudida me hace dar traspiés a medida que
avanzo. Erick sigue tirando de mi brazo,
desequilibrándome, y no dudo que si me suelta veré
las marcas moradas de sus dedos decorando mi piel.
Sigo su paso como puedo, intentando no caer en
el suelo, porque sé que él no se detendrá, sino que
continuará arrastrándome sobre la piedra sin
importarle cuánto ese acto pueda llegar a escocerme
la piel por las heridas. Probablemente llegue a
sentirse satisfecho por eso.
Alcanzamos en cuestión de minutos aquel
edificio una vez mencionado y nos introducimos a
través del garaje del mismo hacia un espacioso
estacionamiento al aire libre, donde el suelo de
reciente pavimento se siente algo cálido bajo el toque
de mis pies, y un enorme muro de piedra separa el
espacio del exterior.
183
Nos detenemos al final del estacionamiento.
Erick me mantiene en un fuerte agarre a su lado, y
permanece en silencio mirando fijamente al frente.
Puedo jurar que de ser posible, se podría escuchar el
sonido de mi corazón golpeando mi pecho como
martillazos a un clavo en la madera.
—Ruega por que vengan en tu ayuda —dice
Erick en mi oído, provocándome un repugnante
escalofrío.
—Lo harán —respondo, con toda la firmeza a mi
alcance, y sin sentir remordimiento alguno por el
tono de voz que acabo de utilizar.
Erick lanza una risa seca, y a continuación,
retoma su anterior silencio.
Una bandada surca el cielo y solo un grupo muy
reducido de aves emite una ligera melodía, tan suave
que apenas se distingue del susurro del viento; una
melodía que desde hace tanto tiempo he extrañado y
ahora aborrezco, porque las envidio, pues son tan
libres como al parecer yo nunca volveré a ser.
Mi vista se pierde en los extremos del
estacionamiento, las injustificadas grietas en el
pavimento, y la delgada sombra que se extiende a
través del suelo desde el túnel por el que Erick y yo
llegamos. De ser otro momento, podría sonreír, pues
sé que al fin han llegado.
Y es ese preciso momento el que Erick elige para
apuntar con su pistola a mi cabeza.
Lo primero que alcanzan mis ojos es el débil
resplandor que desprenden los plateados zapatos de
tacón alto de mi madre al ser alcanzados por la luz
184
del sol. Es cuestión de segundos hasta que con, paso
lento e impreciso, las figuras esbeltas y elegantes de
mis padres aparecen en nuestro campo de visión
junto a una maleta donde deben de tener el dinero
exigido para mi rescate.
Janette, mi madre, muestra sombras oscuras bajo
sus ojos azules sin maquillar, y el cabello rubio
ceniza apenas cepillado, como si no le hubiese
importado en lo más mínimo su aspecto. Mi padre,
que se encuentra utilizando uno de sus mejores trajes
y a su vez luce con orgullo su cabello negro veteado
de blanco por acción de la edad, se ve imperturbable,
siendo el claro sostén de mi madre, aunque cuando
nuestras miradas se cruzan, puedo ver el dolor en sus
ojos.
Al recaer su mirada sobre mi captor y más tarde
sobre mí, mi madre lanza un grito estrangulado y se
aferra aún más al brazo de mi padre, quien pasa un
brazo sobre sus hombros. Quiero enviarle una mirada
tranquilizadora, decirle que todo estará bien, pero
jamás se me dio muy bien mentir; y además, lo único
que en realidad deseo es apartarme de Erick y salir
corriendo hacia ellos para unirnos en un muy
esperado y necesitado abrazo.
Pero no puedo.
En cambio, y en contra de mi voluntad, me
mantengo en silencio, sintiendo la fría brisa de
invierno recorriéndome, resecando aún más mis ya
agrietados labios, y posando de manera aleatoria la
vista en mis padres, que solo me observan e
inspeccionan con detenimiento.
185
Nadie emite sonido alguno en los minutos que
transcurren a continuación, sino que solo nos
limitamos a observar... No sé muy bien qué, porque
ni siquiera hacemos cualquier tipo de movimiento.
Pasa lo que se asemeja a siglos hasta que mi padre
decide aclarar su garganta.
—¿Phoebe? —pregunta con cautela y la voz
quebrada.
—Hola, papá —saludo, haciendo un esfuerzo de
proporciones épicas por no derramar las lágrimas que
se agolpan junto a un sollozo contenido en mi
garganta.
—¿El reencuentro está terminado? Porque,
sinceramente, me dan asco —interrumpe Erick, con
rudeza tiñendo su voz.
—El dinero está aquí, así que ¿qué más quieres?
—inquiere mi padre por primera vez, dirigiéndose al
hombre a mi lado, quien lanza una risa seca y llena
de ironía que provoca un escalofrío que más tarde
recorre mi espalda.
Mi padre repite su pregunta y a su vez asegura
que está dispuesto a entregar cualquier cantidad de
dinero si es que eso desea con tal que se me regrese
mi libertad. Erick ríe una vez más, haciendo con la
mano derecha un movimiento a partir del cual el
cañón de su arma golpea mi sien.
—Solo dilo —insiste mi madre, hablando por
primera vez en todo aquel tiempo.
Pero no lo hace. Y no es necesario, al menos no
para mí, porque mucho antes que decida responder,
mucho antes que apriete el gatillo y logre escuchar el
186
chasquido previo a la explosión levemente contenida
que más tarde efectuará el disparo, ya sé que es lo
que desea y espera obtener de su obra de sesenta y
ocho días. Y no es el dinero que en vano ha pedido.
Venganza.
Con la inminente sensación de lo que está a
punto de suceder, susurro un apenas comprensible
«adiós» en dirección a mis padres, y más tarde siento
el explosivo choque de la bala en mi cabeza,
destruyendo todos y cada uno de mis sentidos.
El impacto me lanza con fuerza a mi izquierda, y
en esos pocos segundos que mi cerebro, por alguna
milagrosa razón aún funciona, también me despido
una última vez de Harrison, y a su vez le agradezco
todo lo que ha hecho por mí, incluso si las cosas no
salieron bien, y sus planes le costaron la vida.
Mi cuerpo golpea contra el duro pavimento, y en
cuanto la oscuridad, el vacío, silencio y tormento me
rodean y rápidamente me adormecen de una vez por
todas, sé que mi historia ha acabado.
O al menos todo o que por mi parte puedo relatar.
187
EPÍLOGO Presente
El cuerpo de Phoebe cae en un golpe seco al impactar con el suelo, robándose la atención de los presentes en el estacionamiento donde acaba de encontrar su final.
No mucho después, al ver la roja laguna de
sangre que se esparce a través del pavimento y rodea
el cuerpo inerte de la difunta en un óvalo nefasto,
Janette lanza un ensordecedor alarido invadido por el
horror y dolor de la situación, y debe tomar con
fuerza el brazo de su esposo para evitar desfallecer.
Michael, con la respiración acelerada y el
corazón destrozado, se libera del agarre de su esposa
para luego posar el brazo sobre sus hombros e
intentar atraerla en algún tipo de consolador abrazo,
pero no obstante, ella se sacude lejos de él y
comienza a correr, encaminándose al cuerpo de su
única hija, que yace inmóvil a los pies de su asesino,
en un estado deplorable.
En el momento que Erick advierte las intenciones
de la mujer, toma su arma y apunta directo hacia ella,
quien se detiene de manera tan súbita que sus
cabellos ceniza se abren paso hacia adelante, apenas
ocultando su rostro dolido, aturdido y desesperado.
188
—Mala idea —advierte entre dientes, sintiendo
cómo la mujer frente a él se debate entre seguir
avanzando hacia su hija, o retroceder.
—No le hagas daño —suplica Wells,
ocasionando que el rostro de Erick se contorsione
con una extraña sonrisa que estremece a Janette.
—Nada de esto habría sucedido si Phoebe Wells
no se hubiese metido en asuntos que no eran de su
incumbencia —espeta Erick con sorna, preparado
para asesinar a las últimas dos personas en su lista.
Preparado para acabar con todo aquello, y salir de
allí, sintiéndose en paz por lograr su cometido.
Pero antes que pueda apretar el gatillo, desde
alguna parte, se dispara un proyectil que impacta en
su brazo izquierdo. Al principio sorprendido, luego
adolorido, Erick gime y lanza su arma al suelo,
mientras se dobla sobre sí mismo y siente sangre
recorriendo su brazo. Michael se adelanta lo
suficiente para rodear la cintura de una confundida
Janette, que no se molesta en poner resistencia, y
alejarla del hombre herido frente a ambos.
Se escuchan rápidos pasos dirigiéndose al
estacionamiento, y al cabo de unos segundos, media
docena de oficiales de policía armados rodean a
Erick y Phoebe, apuntando solo al primero.
—Erick James, estás arrestado por el secuestro y
asesinato de Phoebe Wells y Harrison Michaels —
dice con severidad uno de los oficiales, capturando
una de sus muñecas con una esposa, mientras otro de
los oficiales llama una ambulancia por la herida
provocada.
189
Es cuando otro oficial se acerca a ellos y los
acompaña fuera del lugar que Janette deja las
lágrimas correr libres por su rostro, sin reparar en la
mirada comprensiva que recibe por parte de su
escolta. Michael la abraza con fuerza, y permite que
llore en su pecho, porque sabe que sus sollozos
durarán mucho tiempo, incluso cuando ya no posea
fuerzas para seguir llorando.
Desde otro punto de la ciudad, no muy lejos del
lugar donde los Wells se hallan, otra media docena de
oficiales ingresan al edificio donde se mantuvo
capturada a Phoebe por más de dos meses. En el
camino dentro de las instalaciones arrestan unas tres
personas que ayudaron en el secuestro de la
muchacha, y encuentran dos cuerpos, entre ellos el de
Harrison Michaels, que según los padres de la
víctima, fue quien intentó liberarla.
Cuando se cercioran que no hay nadie más allí,
atraviesan las instalaciones, llegando hasta el
subsuelo del edificio con más calma, y se detienen en
la única entrada que existe allí abajo, una enorme
puerta metálica que parece impenetrable, pero no
muy difícil de abrir.
La oficial Reese, que fue buena amiga de Phoebe
durante la escuela secundaria, y estuvo más que
dolida al saber de su secuestro, se abre paso entre sus
compañeros e ingresa a la habitación, donde retenían
a la joven sintiendo un nudo en la garganta al
descubrir las deplorables condiciones en las que se
halló.
190
A parecer, olvidando que se encuentra allí junto a
otros tres oficiales, la mujer se adelanta con paso
inseguro hacia la cama donde presume que la
muchacha durmió durante su encierro, y la empuja
con todas sus fuerzas al advertir un par de líneas
dibujadas en el suelo. Al finalizar, las palabras con
las que se encuentra, escritas por la misma Phoebe, le
roban el aliento durante el tiempo suficiente para que
uno de sus compañeros se acerque preguntando si se
encuentra bien.
Ignorándolo, y de hecho, ignorando todo a su
alrededor, la mujer se inclina unos pocos centímetros
y lee las pocas palabras frente a ella mientras toma
una necesaria respiración profunda.
Las palabras torcidas, descuidadas e imperfectas
que Reese alcanza a leer son las siguientes:
«Pese al encierro que me encuentro sufriendo,
no pierdo la esperanza de salir de aquí, porque
confío en que lo haré, y sé que si a mis ojos brilla la
luz del sol, y si las aves cantan, al fin seré libre».
Reese contiene un pequeño gemido, y limpiando
las lágrimas de su rostro perturbado, susurra:
—No fue de la manera en que esperabas, pero
felicidades, lo lograste.
Se toma un segundo para cerrar con fuerza los
ojos y obtener una necesitada bocanada de aire.
Alguien cercano le dice algo, pero se limita a
ignorarlo y añadir para completar a su frase:
—Al fin eres libre, ángel.
193
AGRADECIMIENTOS
A ver, por alguna razón, ésta se vuelve la parte difícil a la hora de escribir. Quizás porque uno no sabe cómo comenzar —mi caso—, y acaba pensando un buen rato cuáles serán las palabras correctas a decir, a quiénes mencionar sin olvidarse ninguno, entre otros.
En fin, comenzando con esto, en primera instancia debo agradecerle a todas esas personas que vieron algo en esta historia, y optaron por darle una oportunidad, ya sea obsequiándole un voto, dando su opinión, o simplemente leyendo capítulo a capítulo hasta que por fin la terminé. En serio, gracias.
Ahora, comenzando con las menciones especiales a aquellas personitas de las que no me olvido, tengo que agradecerle a mi querida Laura —ya se me hizo costumbre, no me juzgues—, no solo por haberme dado su apoyo incondicional, al igual que todos los que mencionaré, sino por sus maravillosas especulaciones, del tipo «adivinaré el final de tu novela cuando faltan quince capítulos para el final porque YOLO», por las cuales más de una vez me he quedado sin palabras para responder. No solo por eso, sino porque a estas alturas ya te podría considerar una amiga. Gracias, Laura.
Luego está Nightmare, que con sus posdatas, su amor por Harrison —al igual que muchas otras personas—, y
194
su pony volador Brillitos, hizo que escribir esta historia se volviera una travesía más divertida de lo que ya era.
Evi, Karen, Anto, Saritiel, Yeri, y seguro me estoy olvidando de alguien por ahí, son otras personas que no pueden faltar aquí, porque bueno, me dieron su apoyo incondicional, o bien conspiraron creyendo que Harrison estaba enamorado de Phoebe, o bien tenía planes siniestros para ella.
Debo agradecerle a la super genial de Joana, pero contigo no me extiendo, porque la cosa se haría larga, y esto debería ocupar un espacio pequeño.
Finalmente, les agradezco a mis mejores amigos en este mundo. A Thomas, decir cosas geniales de la novela y a su vez por reírse de ella pese a no haberla leído. Y a Sol, Hedda, Marti, Sofía y Belén, porque no se enojaron —demasiado, al menos— cuando les conté el final de la novela, y porque sé que cuento con ellas para cualquier cosa.
A todos, incluso a los que no mencioné, pero sé que están ahí, les agradezco una y mil veces por darle una oportunidad a la historia de Phoebe.
Y como soy pésima con las despedidas, debo decir que aquí acaba todo.
Un abrazo psicológico al mejor estilo Germán Garmendia.
Jocie.
195
ÍNDICE
Prefacio: Presente Pág. 7
Capítulo 1: Presente Pág. 11
Capítulo 2: Pasado Pág. 15
Capítulo 3: Presente Pág. 19
Capítulo 4: Pasado Pág. 23
Capítulo 5: Presente Pág. 27
Capítulo 6: Presente Pág. 31
Capítulo 7: Pasado Pág. 35
Capítulo 8: Presente Pág. 39
Capítulo 9: Presente Pág. 43
Capítulo 10: Pasado Pág. 47
Capítulo 11: Pasado Pág. 51
Capítulo 12: Presente Pág. 55
Capítulo 13: Presente Pág. 59
Capítulo 14: Presente Pág. 63
Capítulo 15: Pasado Pág. 67
Capítulo 16: Pasado Pág. 71
Capítulo 17: Presente Pág. 75
Capítulo 18: Presente Pág. 79
Capítulo 19: Pasado Pág. 83
Capítulo 20: Pasado Pág. 89
196
Capítulo 21: Presente Pág. 93
Capítulo 22: Pasado Pág. 97
Capítulo 23: Pasado Pág. 101
Capítulo 24: Pasado Pág. 105
Capítulo 25: Pasado Pág. 109
Capítulo 26: Presente Pág. 117
Capítulo 27: Pasado Pág. 123
Capítulo 28: Presente Pág. 127
Capítulo 29: Presente Pág. 131
Capítulo 30: Pasado Pág. 135
Capítulo 31: Pasado Pág. 139
Capítulo 32: Presente Pág. 143
Capítulo 33: Presente Pág. 147
Capítulo 34: Pasado Pág. 153
Capítulo 35: Pasado Pág. 159
Capítulo 36: Presente Pág. 163
Capítulo 37: Pasado Pág. 169
Capítulo 38: Presente Pág. 175
Capítulo 39: Pasado Pág. 181
Epílogo: Presente Pág. 187
Agradecimientos Pág. 193