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Sencillamente Jesús : una nueva visión de quién era, qué hizo y … · Judas el Martillo Simón la Estrella Herodes el Grande Simón bar Giora Entre dos momentos 10. BATALLA Y

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SENCILLAMENTE JESÚS

Una nueva visión de quién era, qué hizoy por qué es importante

N. T. Wright

(2014)

(Título original:Simply Jesus. A new vision of who he was,

what he did, and why he matters)

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ÍNDICE

PRÓLOGO

PARTE PRIMERA

l. UNA CLASE MUY EXTRAÑA DE REY El desafío a las Iglesias Dentro de los evangelios

2. LOS TRES PROBLEMAS

3. LA TORMENTA PERFECTA Las distorsiones del escepticismo y del conservadurismo Dos mitos sobren Jesús El problema de la complejidad histórica

4. LA FORMACIÓN DE UNA TORMENTA EN EL SIGLO I La tormenta romana La tormenta judía

5. EL HURACÁN El viento de Dios ¿Quién debería ser rey? Dios como Rey La venida del Ungido

PARTE SEGUNDA

6. AHORA DIOS ESTÁ AL MANDO Heraldos del Rey ¿Qué falló? Reviviendo el Éxodo

7. LA CAMPAÑA EMPIEZA AQUÍ Celebración, curación y perdón El primer anuncio «Tus pecados quedan perdonados»

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Juan y Herodes

8. UNAS HISTORIAS QUE EXPLICAN Y UN MENSAJE QUETRANSFORMA

«No lo perdáis» Corazones transformados

9. EL REINO PRESENTE Y FUTURO Judas el Martillo Simón la Estrella Herodes el Grande Simón bar Giora Entre dos momentos

10. BATALLA Y TEMPLO Combatir al Satán Purificando el Templo

11. ESPACIO, TIEMPO Y MATERIA Redefiniendo dónde vive Dios Tiempo cumplido Una nueva creación Una nueva clase de revolución

12. EN EL CORAZÓN DE LA TORMENTA El Siervo de Isaías El Hijo del hombre de Daniel El rey de Zacarías

13. ¿POR QUÉ TENÍA QUE MORIR EL MESÍAS? El bautismo El nuevo Éxodo Entrando en la tormenta La crucifixión

14. BAJO UNA NUEVA DIRECCIÓN. PASCUA Y MÁS ALLÁ Un mundo nuevo Ascensión y entronización La vuelta de Jesús Jesús hoy en día

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PARTE TERCERA

OTRAS LECTURAS Dominio de Dios mediante nosotros La centralidad del culto El papel de la Iglesia Resumen

NOTAS

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PRÓLOGOJesús de Nazaret plantea una pregunta y un reto dos mil años después de su vida. Lapregunta es muy sencilla: ¿quién era exactamente? Esto incluye las preguntassiguientes: ¿quién creía él que era? ¿Qué hizo y dijo, por qué lo mataron? Y ¿resucitóde entre los muertos? El reto es igualmente muy simple: puesto que pidió a gente quelo siguiera, y puesto que ha habido gente que desde entonces lo ha intentado, ¿quéimplica el «seguirlo »? ¿Cómo podemos saber si estamos en el buen camino?

He empleado gran parte de mi vida en cavilar sobre estas cuestiones,intentando enfocarlas desde diversos ángulos y responderlas. Ha sido estimulante ydesafiante. Habiendo crecido en un ambiente familiar cristiano y habiendoexperimentado el crecimiento y desarrollo de mi propia fe personal desde mistempranos años hasta la edad adulta, he sido consciente de una vocación que nuestracultura actual normalmente divide en dos partes, pero que yo sigo viendo como untodo único. He sido llamado a ser historiador y teólogo, maestro y escritorespecializado en la historia y pensamiento del cristianismo inicial; también he tenido lavocación de pastor en la Iglesia. Algunas veces he podido unir estos elementos, elacadémico y el pastoral; otras, los trabajos que he tenido me han forzado aespecializarme en uno en lugar de otro, dejando un desequilibrio que he intentadocorregir. La importancia de esta nota autobiográfica para nuestro tema actual creo quedebería estar clara: escribir sobre Jesús para mí nunca ha sido una materia simplementede estudio histórico «neutro» (de hecho no hay tal cosa, cualquiera que sea el tema,pero tendremos que dejar este punto de momento). El Jesús que estudio históricamentees el Jesús que adoro como parte de la triple unidad del único Dios. Pero, de formaparecida, escribir sobre Jesús nunca ha sido simplemente una materia pura pastoral yhomilética; el Jesús que predico es el Jesús que vivió y murió como ser humano real enla Palestina del siglo I. La cultura occidental moderna, especialmente en EstadosUnidos, ha hecho todo lo posible por evitar que estas dos figuras, el Jesús de la historiay el de la fe, se encuentren. Yo he hecho todo lo que he podido para resistirme a estatendencia, a pesar de los gruñidos de protesta desde ambos lados.

Este libro se titula Sencillamente Jesús (Simply Jesus), como deliberadasucesión de otro libro anterior mío, Simply Christians. Sin embargo, hay sencillez ysencillez. A menudo, cuando doy una charla en público y luego hay preguntas delauditorio, alguien se levanta y dice: «Tengo una pregunta muy sencilla». Y despuéssale con algo así como: «Exactamente, ¿quién es Dios?», o «¿qué había antes de lacreación?», o «si Dios es bueno,¿por qué hay mal?». Como siempre digo a estas personas, la pregunta puede sersencilla, pero la respuesta puede no serlo. De hecho, si intentamos dar respuestas«sencillas», podemos simplificar las cosas en exceso y acabar siendo solo enigmáticos.(Cuando alguien preguntó a Agustín qué estaba haciendo Dios antes de la creación,replicó que Dios estaba haciendo el infierno para gente que hacía preguntas tontas.) La

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sencillez es una gran virtud, pero la excesiva simplificación puede ser realmente unvicio, un signo de pereza.

Esto es, evidentemente, un problema corriente. Supongamos que estoy fuera demi colegio en St. Andrews y un coche se para. «Una simple pregunta –dice elconductor–, ¿cómo voy a Glasgow desde aquí?». Desde luego, la pregunta es sencilla,pero la respuesta lo es menos. Si yo digo simplemente: «Siga hacia el oeste y un pocoal sur, y no se puede perder», estoy diciendo la verdad más o menos. Las carreterasestán razonablemente bien señalizadas. Pero las carreteras no son simples, y sin másayuda uno se puede perder fácilmente. Podría ser útil señalar que en el camino hay ungran río, de aproximadamente un kilómetro y medio de ancho en su punto másestrecho, que llega hasta muy arriba tierra adentro y que el puente sobre el río estácerrado algunas veces por fuertes vientos, pero que la ruta alternativa implica pasar porvarias ciudades pequeñas y pueblos, y rodear una o dos hileras de colinas. El conductorno quiere saber todo eso, o no en ese momento. Pero a menos que yo llame la atenciónsobre algo de esto, puedo estar simplificando demasiado y el conductor puede pensarque mi «sencilla » indicación es demasiado sencilla. Sin embargo, cuando a mitad delcamino se quede atrapado en alguna aldea perdida, puede pensar que un poco decomplicación más podría haberle sido de ayuda.

Me siento un poco así con este libro. Me he propuesto escribir un libro«sencillo» sobre Jesús. Pero Jesús no fue sencillo en su propio tiempo y no es sencilloen la actualidad. Se puede pensar que sería relativamente fácil coger mis librosanteriores, especialmente Jesus and the Victory of God y The Challenge of Jesus[1] yconvertirlos en algo del todo «sencillo». Pero quedé sorprendido cuando, al proyectareste libro y luego al escribirlo, descubrí las muchas vueltas y revueltas de las que ahorasoy consciente y que no trataban en esas obras anteriores. Y no es solo que los estudioshayan avanzado, aunque naturalmente lo han hecho. Este libro no es el lugar paraestudiar esos debates. Es que he empleado la mayor parte de los últimos diez añostrabajando de obispo en la Iglesia de Inglaterra y que, aunque en algunasimaginaciones populares los obispos no tienen mucho que ver con Jesús, me heencontrado pensando, hablando y predicando mucho sobre Jesús durante todo esetiempo. En especial estuve desde luego vitalmente interesado en la forma en que Jesúsy la lucha por seguirle pueden crear alguna diferencia en las vidas reales ycomunidades reales desde las viejas aldeas mineras del condado de Durham, dondeviví y trabajé desde 2003 a 2010, hasta los pasillos del poder en Westminster.

La mayor parte de ese tiempo no me detuve a preguntar cómo todo eseministerio y la vida de oración y de sacramentos que lo apoyaban podrían estarcambiando mi visión de Jesús. Ahora, sin embargo, cuando el coche se detiene yalguien dice: «Una pregunta sencilla: cuénteme algo sobre Jesús», me encuentroqueriendo hablar del río, del puente, de los fuertes vientos, de las pequeñas ciudades yde las colinas. Podría decir solamente: «Empiece simplemente leyendo los evangeliose intente seguir a Jesús», y eso podría funcionar, como decir al viajero que vaya al

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oeste y al sur y esperar lo mejor. Pero decidí responder a la sencilla pregunta juntando,capa a capa y de la manera más sencilla que pudiera, lo que creo que puede ayudar aalguien que verdaderamente quiera encontrar a Jesús a encontrarlo tal como erarealmente y a encontrar el camino mediante Jesús hacia Dios mismo y a la vida en laque «seguir a Jesús» puede tener sentido.

El libro se divide más o menos en tres partes. La parte primera consta de losprimeros cinco capítulos, en los que intento explicar las cuestiones clave, por quéimportan y por qué tenemos hoy en día dificultad para responderlas.

Luego, en la parte central del libro, la parte segunda (capítulos 6-14), intentotan sencillamente como me es posible decir lo que pienso sobre lo que trataba la vidapública de Jesús, lo que intentaba realizar y cómo le fue en ello. En este punto, para serhonrado, el material es tan rico y denso que me he encontrado como un experto enjardines al que se le da media hora para guiar a un visitante por una tienda de flores deChelsea, desesperadopor elegir sobre lo que hablar y ansioso por mantener alguna forma y dirección en lavisita guiada. Encontré necesario, aquí y allá, entrar en la técnica cinematográfica delos flashbacks y también de los flashforwards ( flashes hacia adelante), separando a loslectores por un momento de Jesús para dirigirlos a otros dirigentes o posiblesdirigentes de los movimientos judíos del período. (No he querido ponerlos al comienzoporque los lectores podrían haberse cansado y podrían desesperar de llegar alguna vezal propio Jesús. Colocándolos donde lo he hecho, confío en que iluminen a Jesús másque distraigan la atención de él.)

En esta sección pido a los lectores que intenten algunos experimentos depensamiento. Esto es del todo necesario, porque los judíos del siglo ! pensaban muydiferentemente de la forma en que lo hacemos ahora, y desde luego de las formas enque pensaban otras personas de ese siglo, los griegos y los romanos por ejemplo.Tenemos que hacer un serio esfuerzo para ver las cosas desde un punto de vista judíodel siglo !, si es que queremos entender de qué trata todo lo de Jesús.

Todo ello nos lleva, al final, a la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, y alsentido de esos acontecimientos. A lo largo de todo el libro, como aparecerárápidamente, he hecho lo más que he podido para explicar el significado de laexpresión que Jesús usaba como el gran lema de su entero proyecto, el «reino deDios».

La parte tercera del libro consta de un largo capítulo final que podía titularse«Así que, ¿qué?». Con otras palabras, ¿qué significa todo esto para nosotros en laactualidad? Esbozo cuatro formas en que la gente hoy en día ha intentado comprenderla importancia contemporánea de la instauración del reino de Dios por parte de Jesús ydiscutirlo entre sí. De aquí emerge un sentido central en el Nuevo Testamento: que laforma de Jesús de gobernar el mundo aquí y ahora es, sin embargo ysorprendentemente, por medio de sus seguidores. El centro de la vida de estos es laadoración conducida por el Espíritu, por medio de la cual se constituyen como «el

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cuerpo de Cristo» y reciben energía para ello. El programa que se sigue de todo estoestá formulado en esos memorables dichos que llamamos las bienaventuranzas, queofrecen un lugar privilegiado desde el que explorar las formas en que el proyecto dereino de Dios que Jesús anunció y que creía que iba a realizarse mediante su muertepuede convertirse en realidad no solo en las vidas de sus seguidores, sino mediante lasvidas de sus seguidores. Este capítulo final solo es un indicador hacia propuestasmucho mayores que podrían adelantarse en este punto, pero es claramente importante,dado el tema del libro en su conjunto, que se diga algo al menos en estas líneas. Herecibido ánimo por las muchas maneras en que cristianos de muy diferentes tradicioneshan explorado estos temas en teoría y en la práctica durante los años recientes, yespero que este libro les dé una más sólida base bíblica y teológica, y quizá dé forma aestas exploraciones y esfuerzos.

Acabo de mencionar a los judíos del siglo ! y cómo pensaban. Naturalmente,soy consciente de que había muchas variedades diferentes de judaísmo en el mundoantiguo, como las hay en nuestros días, y que todas las generalizaciones sobre losjudíos, e igualmente sobre griegos y romanos, están sujetas a ignorar enterasbibliotecas llenas de complejos detalles. He escrito sobre algo de esto en otra parte(especialmente en The NewTestament and the People of God[2]). Pero algunas cosas tienen que simplificarse si esque queremos llegar a alguna parte.

Este es el primer libro que he escrito desde la muerte de mi querido padre a laedad de noventa y un años. Habiendo leído poca o ninguna teología hasta mediados desus sesenta años, cuando comencé a escribir leía todo lo que escribía a los pocos díasde su publicación, y frecuentemente me llamaba por teléfono para decirme lo quepensaba sobre ello. Aprecio algunos de sus comentarios. «He mirado tres veces en eldiccionario “escatología” –se quejaba en una ocasión– y sigo olvidando lo quesignifica». Cuando apareció mi gran libro sobre la resurrección, leyó sus setecientaspáginas en tres días, comentando que había empezado a disfrutarlo después de más omenos la página 600.

Posiblemente, teniendo el fin a la vista, estaba empezando a experimentar laesperanza tanto como leyendo sobre ella. Especialmente con mis escritos populares,me doy cuenta ahora de que él fue siempre parte del «auditorio de referencia» del quesubconscientemente yo era consciente. Escribir un libro como el presente hace sentirsediferente ahora que él no está para leerlo.

En cualquier caso, aunque espero que haya aprendido de mí algunas cosas, estelibro –especialmente su capítulo final– insinúa algunas de las muchas cosas queaprendí de él. Lamentando su partida, dedico este libro a su recuerdo con gratitud,amor y, sí, esperanza.

N. T. WrightSt. Mary’s College

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St. Andrews,Ascensión 2011

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PARTE PRIMERA

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1UNA CLASE MUY EXTRAÑA DE REY

«Mientras Jesús pasaba, las gentes extendían sus mantos por el camino. Cuando llegó ala bajada del Monte de los Olivos, toda la muchedumbre de discípulos se llenó dealegría y se pusieron a alabar a Dios con grandes voces» (Lc 19,36-37). La multitud seexcitaba cuando se acercó. Era el momento que habían estado esperando. Volvierontodos los antiguos cantos y las gentes cantaban, coreaban, aclamaban y reían. Al finsus sueños se iban a convertir en realidad.

Pero en medio de todo esto no todos sus dirigentes estaban cantando: «Cuandose acercó y vio la ciudad, lloró por ella» (v. 41). Sí, sus sueños estaban ciertamenteconvirtiéndose en realidad. Pero no de la forma en que imaginaban.

Él no era el rey que esperaban. No era como los monarcas de antaño, que sesentaban en sus tronos de joyas y marfiles, dispensando justicia y sabiduría. Ni eratampoco el gran rey guerrero que algunos habían querido. No levantaba un ejército nicabalgaba hacia la batalla a su cabeza. Cabalgaba sobre un burro. Y lloraba, lloraba porel sueño que había de morir, lloraba por la espada que traspasaría el alma de suspartidarios. Lloraba por el reino que no venía, así como por el reino que era.

La llegada de Jesús a Jerusalén unos pocos días antes de su muerte es una delas escenas mejor conocidas de los evangelios. Pero, ¿de qué se trataba? ¿Qué pensabaJesús que estaba haciendo?

Tengo una clara y nítida memoria del momento en que por primera vez estacuestión emergió en mi conciencia. Fue en el otoño de 1971. Era más o menos un mesdespués de nuestra boda y yo había empezado mi preparación para la ordenación.Mundos nuevos se estaban abriendo ante mí. Pero yo no había esperado este. Unamigo me prestó el álbum Jesucristo Superstar.

Yo había sabido cosas sobre Jesús durante toda mi vida. Hasta me atrevo adecir que había conocido a Jesús toda mi vida; quizá es mejor decir que él me habíaconocido a mí. Era una presencia, un amor que te rodeaba, susurrando suavemente enla escritura, cantando con una voz muy alta en la belleza de la creación, majestuoso enlas montañas y en el mar. Yo había hecho todo lo que podía por seguirle, llegar aconocerle, encontrar lo que quería que yo hiciera. No era un amigo que no pidiesenada; siempre era una presencia perturbadora y desafiante, poniendo en guardia contrafalsas sendas y lamentándose cuando yo iba por mi propio camino. Pero él era tambiénuna presencia que curaba con un suspiro; como un héroe de Bunyan, yo sabía lo queera ver alejarse las cargas. Había recorrido muchas veces el ciclo que encontramos enlos evangelios sobre el carácter de Pedro: firmes declaraciones de lealtad perenneseguidas por estrepitosos fracasos, seguidos, a su vez, por un asombroso, generosoamor perdonador.

Pero cuando mi novia y yo nos mudamos a nuestro apartamento del bajoescuché Jesucristo Superstar. Andrew Lloyd Webber era todavía un joven muñeco

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descarado y no un par del reino; y Tim Rice todavía escribía letras con auténtica fuerzay profundidad. Algunos estaban disgustados con Jesucristo Superstar. ¿Era algocínico? ¿No hacía surgir todo tipo de dudas? Yo no lo escuchaba de ese modo. Oíamás bien las preguntas: «¿Tú quién eres?, ¿qué has sacrificado...?, ¿crees que eres loque dicen que eres?». Estas eran las auténticas preguntas limpias, el otro lado de lahistoria que yo había aprendido (o por lo menos otro lado de la historia).

Era como si toda la energía de la cultura popular de los sesenta se hubieravuelto del revés, alejándose de sus preocupaciones con el sexo, las drogas y el rockand roll, y estuviera mirando de nuevo al Jesús que casi había olvidado. Había unsentido decir: «Ah, estás todavía ahí, ¿no? ¿Dónde encajas? ¿De qué va en realidadtodo esto?». La cultura occidental lanzaba a Jesús la pregunta con la que había puesto aprueba a sus discípulos. Pero en lugar de «¿quién decís vosotros que soy yo?»,nosotros le preguntábamos a él: «¿Quién dices que eres tú?».

Rice y Lloyd Webber no daban respuestas. No era su intención. A menudohago notar a los estudiantes que vienen a la universidad no a aprender las respuestas,sino a descubrir las preguntas pertinentes. Lo mismo vale para Jesucristo Superstar. Ylas preguntas eran –estoy convencido– correctas y adecuadas. No es la única preguntasobre Jesús ni es la única que nosotros deberíamos preguntar a Jesús, pero esabsolutamente adecuada a su manera. Y necesaria. A menos que se haga la pregunta(«¿eres tú el que ellos dicen que eres?»), tu «Jesús» puede desaparecer como un globode aire caliente en la niebla de la fantasía. Este problema sigue siendo enormementeimportante.

Es la pregunta sobre quién era realmente Jesús. Lo que hizo, lo que dijo, lo quequería decir. Es, por alusiones, la pregunta que toda fe cristiana adulta tiene queplantearse. ¿Es nuestro sentido de Jesús una presencia perturbadora, pero tambiéncuradora, desafiante, y también consoladora, una pura ficción de nuestra imaginación?¿Tenía razón Freud al considerarlo una proyección de nuestros deseos internos? ¿Teníarazón Marx al decir que solo es una manera de tener tranquilas a las masashambrientas? ¿Tenía razón Nietzsche al decir que Jesús enseñó una religión débil queha minado la energía de la humanidad desde entonces? Y –puesto que estos trescaballeros son actualmente una venerable parte del paisaje cultural por derechopropio– ¿tienen razón los chillones ateos de la actualidad al decir que Dios mismo esuna falsa ilusión, que el cristianismo está fundado en un error múltiple, que está fuerade nuestro tiempo, que es malo para la salud, denigrado masivamente, desastrososocialmente y ridículamente incoherente?

Ante estas cuestiones procedentes de Rice y Lloyd Webber, Richard Dawkins ocualquier otra persona, los cristianos tienen una opción. Pueden seguir hablando de«Jesús», adorándole en liturgias formales o encuentros informales, rezándole y viendolo que ocurre en las propias vidas y comunidades cuando hacen esto... y dejando deplantearse la cuestión que ha estado en el fondo de la mente de todos durante el últimosiglo por lo menos. O también pueden aceptar la cuestión (aunque, como muchas otras,

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haya que redefinirla cada vez que te acercas más a ella) y ponerse a responderla.En el otoño de 1971 yo no estaba todavía preparado para hacer esta última

opción. Pero a los pocos años caí en la cuenta de que no podía seguir ignorándola. Porentonces, en los últimos años setenta, fui ordenado y predicaba regularmente, dirigíagrupos de confirmación y organizaba la liturgia. Estaba terminando el doctorado yenseñando a chicos de bachillerato. Mi esposa y yo tuvimos dos hijos y había más encamino. Estábamos enfrentándonos a la «vida real» en varios niveles. ¿Por qué debíaevitar el desafío del Jesús real? Todas las veces que abría los evangelios y pensaba enmi siguiente sermón me enfrentaba con preguntas: ¿dijo él realmente eso?, ¿hizorealmente eso?, ¿qué significaba? Había muchas voces a mi alrededor para decir que élno lo había dicho, que no lo había hecho realmente y que el único «significado» es quela Iglesia representa una gran trampa para la confianza. Si yo iba a predicar y, también,si iba a aconsejar a la gente a confiar en Jesús y a procurar conocerlo por sí mismos, nopodía hacerlo honradamente a menos que me enfrentara yo mismo con las difícilespreguntas.

Ha sido un largo viaje. Sin duda hay mucho más por descubrir. Pero este librodirá lo más sencillamente posible todo lo que he encontrado hasta ahora.

El desafío a las Iglesias

Con Jesús es fácil ser complicado y difícil ser simple. Parte de la dificultad esque Jesús era y es mucho más de lo que la gente imagina. No solo la gente en general,sino cristianos practicantes y las mismas Iglesias. Enfrentados con los evangelios –loscuatro libros primitivos que nos proporcionan la mayor parte de información sobre él–,la mayoría de los cristianos modernos están en la misma situación que yo cuando mesiento delante del ordenador. El ordenador hará –estoy informado fiablemente– ungran número de complejas tareas. Sin embargo, yo solo lo uso para tres cosas: escribir,poner correos electrónicos y búsquedas ocasionales en Internet. Si el ordenador fueseuna persona, se sentiría frustrado y muy infravalorado al quedarse todo su potencial sinrealizar. Nosotros estamos, creo yo, en esa posición hoy día cuando leemos lashistorias de Jesús en los evangelios. En la Iglesia usamos estas historias para diversascosas obvias: pequeños sermones moralizantes sobre cómo proceder la semanapróxima, ayudas para la oración y meditación, relleno para un cuadro teológicoextraído mayormente de otros sitios. Los evangelios, como mi ordenador, tienen todoel derecho de sentirse frustrados. Su entero potencial se queda sin realizar.

Peor aún, Jesús mismo tiene todo el derecho de sentirse frustrado. Muchoscristianos, al oír de alguien que hace «investigación histórica» sobre Jesús, comienzana preocuparse de que lo que saldrá es un Jesús más pequeño, menos significativo delque ellos habían esperado encontrar. Muchos libros ofrecen exactamente eso: un Jesúsde tamaño natural, Jesús como un gran maestro moral o líder religioso, un granhombre, pero nada más. Actualmente, los cristianos reconocen rutinariamente estereduccionismo y se resisten a él. Pero yo he ido creyendo cada vez más que

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deberíamos inquietarnos justo por la razón contraria. Jesús –¡el Jesús que podríamosdescubrir si realmente mirásemos!–es más grande, más perturbador y urge más de loque nosotros –¡la Iglesia¡– hubiéramos imaginado nunca. Hemos logrado escondernoscon éxito detrás de otros temas (ciertamenteimportantes) y evitar el enorme desafío, que sacudiría el mundo, con la pretensióncentral de Jesús y su realización. Somos nosotros, las Iglesias, quienes hemos sidorealmente reduccionistas. Hemos reducido el reino de Dios a la piedad privada, a lavictoria de la cruz para consolar la conciencia, y la misma Pascua es un final felizescapista después de una triste y oscura historia. La piedad, conciencia y felicidadúltima son importantes, pero no tan importantes como el mismo Jesús.

Es claro que la razón de que Jesús no fuera la clase de rey que la gente habíaquerido en su propio tiempo es –anticipando nuestra conclusión– que él era elauténtico rey, pero que la gente se había acostumbrado a otro tipo de rey, ordinario,andrajoso y de segunda. Buscaban un constructor para edificar el hogar que ellospensaban que querían, pero él era el arquitecto que llegaba con un nuevo plano que lesdaría todo lo que necesitaban, pero en un marco nuevo. Buscaban un cantante paracantar la canción que ellos habían musitado durante mucho tiempo, pero él era elcompositor que traía una canción nueva para la cual las antiguas canciones que ellosconocían podrían ser, a lo sumo, el acompañamiento. Era el rey, cierto, pero habíavenido a volver a definir la realeza en torno a su palabra, su misión, su destino.

Es tiempo, creo, de reconocer no solo quién era Jesús en su momento histórico,a pesar de que sus contemporáneos no lo reconocieran, sino también quién es y será enel nuestro. «Vino a los suyos –escribía uno de sus mayores seguidores del comienzo–,y los suyos no lo reconocieron» (Jn 1,11). El enigma continúa.

Quizá, ciertamente, ha ocurrido lo mismo en nuestros mismos días. Quizá hasta«los suyos» –este tiempo, no el pueblo judío del siglo I, sino los hipotéticos cristianosdel mundo occidental– no han estado dispuestos a reconocer al mismo Jesús.Queremos un líder «religioso», ¡no un rey! Queremos alguien que salve nuestrasalmas, ¡no que gobierne nuestro mundo! O, si queremos un rey, alguien que seresponsabilice de nuestro mundo, lo que queremos es alguien que ponga en práctica laspolíticas que nosotros ya aceptamos, exactamente como hicieron los contemporáneosde Jesús. Pero si los cristianos no entienden bien a Jesús, ¿qué posibilidades hay deque otras gentes se preocupen mucho de él?

Este libro está escrito en la creencia de que el tema de Jesús –quién erarealmente, qué hizo realmente, que significa y por qué importa– sigue siendoenormemente importante en todas las áreas, no solo de la vida personal, sino tambiénde la vida política, no solo en la «religión» o la «espiritualidad», sino también enesferas de la conducta humana tales como la cosmovisión, la cultura, la justicia, labelleza, la ecología, la amistad, los estudios y el sexo. Usted puede sentirse aliviado, oquizá desilusionado, al saber que no tendremos espacio para tratar de todos esos temas.Lo que intentaremos hacer es mirar simple y claramente al mismo Jesús, con la

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esperanza de que una ojeada fresca sobre él nos permita adquirir una nueva perspectivatambién de todo lo demás. Habrá tiempo suficiente para estudiar otras cosas en otrossitios.

Dentro de los evangelios

Jesús de Nazaret fue una figura de la historia. Esto es lo que tenemos paraempezar. Nació en algún lugar alrededor del 4. a. C. (el que inventó nuestro actualsistema de calendario casi acertó, pero no del todo) y creció en la ciudad de Nazaret,en la Palestina septentrional. Su madre estaba emparentada con familias sacerdotales yJesús tuvo un primo, Juan, que en el curso ordinario de los acontecimientos hubieratrabajado de sacerdote. El esposo de su madre, José, era de una antigua familia real, lafamilia del rey David, de la tribu de Judá, aunque en su tiempo no había ningunacondición social especial relacionada con ser miembro de esa familia. Sabemos muypoco de la vida temprana de Jesús; uno de los evangelios cuenta una historia suyacomo un precoz niño de doce años, ya capaz de preguntar cuestiones importantes ydebatir con adultos. Su vida posterior indica que, como a muchos niños judíos, se lehabía enseñado a leer las antiguas Escrituras de Israel, y en la edad adulta las conocíabien y había sacado sus propias conclusiones de lo que significaban. Muyprobablemente trabajase con José en el negocio familiar, que estaba en la construcción.Por lo que conocemos, nunca salió fuera del Oriente Próximo. Igualmente tampoco secasó. A pesar de especulaciones de alguna literatura fantástica, no hay el más mínimoindicio histórico de tal relación, y todavía menos de hijos. (Los parientesconsanguíneos de Jesús eran bien conocidos en la Iglesia; si hubiera tenido una familiapropia, ciertamente hubiéramos oído algo de ella. Y no ha ocurrido.) Desde lacompleta oscuridad, Jesús salió repentinamente a la atención pública a finales de losaños veinte del siglo I, cuando tenía más o menos treinta años. Prácticamente todo loque sabemos de él como figura histórica está comprimido en un corto espacio detiempo; no es fácil decir si duró uno, dos o tres años, pero con bastante seguridad nofue un tiempo mucho más largo. Luego fue detenido por las autoridades en Jerusalén y,después de una especie de proceso, ejecutado con la acusación de ser un posibledirigente rebelde, un «rey de los judíos». Como muchos miles de jóvenes judíos deaquel período, murió por crucifixión, un horrible método de matar pensado paratorturar a las víctimas lo más posible. Sucedió en la época de Pascua, muyprobablemente en el año 30 o posiblemente en el 33.

Estamos, pues, ante una curiosa situación cuando intentamos colocar a Jesús ensu auténtico contexto histórico. Sabemos mucho sobre el corto período final de su viday apenas nada sobre el período anterior. Jesús mismo no escribió nada por lo quenosotros sabemos. Las fuentes que tenemos sobre su carrera pública –los cuatroevangelios del Nuevo Testamento– son densas, complejas y con muchos estratos. Sonobras de arte, de alguna manera, por derecho propio. Pero es totalmente imposibleexplicar su misma existencia, mucho menos su contenido detallado, a menos que Jesús

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fuera no solo una figura de real y sólida historia, sino también, en gran medida, la clasede persona que le hicieron ser. Si no hubiera sido eso –si gente astuta lo hubieraforjado del puro aire para dar validez a su propio movimiento nuevo, como algunoshan sugerido ridículamente–, no valdría la pena ocuparse de él. Pero, si fue una figurade la historia, podemos intentar descubrir lo que hizo y lo que ello significó en supropio tiempo. Podemos intentar pasar no «detrás » de los evangelios, como algunospresuntuosamente sugieren que es la intención de la investigación histórica, sinodentro de ellos, para descubrir al Jesús del que nos han estado contando todo, pero alque hemos conseguido ocultar de la vista. Esto ocupará la mayor parte de este libro.

Pero los cristianos siempre han creído también que Jesús vive en la actualidady que tendrá un papel determinante en el último futuro, hacia el que nos estamosencaminando. Es él mismo, decía otro sabio escrito cristiano antiguo, «ayer, hoy ysiempre» (Heb 13,8). Este libro es principalmente sobre el «ayer» no en últimotérmino, porque es la parte que muchos en la actualidad simplemente no conocen. Perohacia el final del libro trataré algo relativo a la parte del «mañana» (¿qué será Jesús enel definitivo futuro de Dios?) y sugeriré formas en la que esta combinación del «ayer»y del «mañana» puede condicionarnos para pensar y proceder de forma diversa enrelación con Jesús «hoy».

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2LOS TRES PROBLEMAS

Jesús de Nazaret, pues, está en el centro de la historia. Decenas de millones depersonas le llaman «Señor», y hacen todo lo que pueden por seguirle. Innumerablesmás, incluyendo a algunos que intentan ignorarlo, encuentran que aparece de golpe enalgún sitio, un verso en una canción, una imagen en una película, una cruz en el lejanohorizonte. La mayor parte del mundo ha adoptado un calendario basado supuestamenteen su nacimiento (está equivocado en algunos años, pero se encuentra bastantepróximo). Jesús es inevitable.

Pero Jesús es también profundamente misterioso. No es porque, como ocurrecon cualquier otra figura de la historia antigua, no sepamos tanto sobre él como nosgustaría. (De hecho sabemos más sobre él de lo que sabemos sobre la mayoría de laspersonas del mundo antiguo; pero aun algunos de los que escribieron sobre él en sutiempo admitían que solo estaban escarbando en la superficie.) Jesús es misteriosoporque lo que nosotros sabemos realmente –lo que nuestras pruebas nos animan a vercomo el núcleo de quién era y de lo que hizo– es tan diferente de lo que sabemos sobrecualquier otra persona que nos vemos forzados a preguntar, como evidentemente hizola gente de su tiempo: entonces, ¿quién es este? Hay que repetirlo, la gente que loescuchaba en su tiempo decía cosas como: «No hemos oído nunca a nadie hablar comoeste», y ellos no se referían a su tono de voz o a su hábil oratoria. Jesús intrigaba a lagente entonces y esa intriga todavía sigue.

Hay tres razones para ello. La primera razón para nuestra intriga es que, para lamayoría de nosotros, el mundo de Jesús resulta un país extraño y foráneo. No merefiero solo al Oriente Próximo, un lugar de grandes perturbaciones internacionalesentonces igual que ahora. Me refiero a que la gente en su tiempo y en su país pensabade forma diferente. Veían el mundo de forma diferente. Contaban diferentes historiaspara explicar quiénes eran y qué querían. Normalmente nosotros no pensamos,miramos y contamos historias de la forma en que ellos lo hacían. Tenemos quemeternos en ese mundo si el sentido que Jesús tenía para ellos va a tenerlo paranosotros ahora.

Un ejemplo puede ayudar. En el mundo occidental actual es corriente quealgunos jóvenes pidan ayuda financiera a sus padres para comenzar la vida. Si lospadres acomodados rechazaran esta petición, podríamos pensar que son tacaños. Perocuando Jesús contó la historia de un hijo joven que pedía su herencia al padre, estandovivo todavía, sus oyentes se impresionaron. Probablemente consideraban el acto delhijo como una maldición dirigida al padre, diciendo realmente: «Deseo que estuvierasmuerto». Esto le da a toda la historia un sabor diferente. No se pueden suponer que lascosas funcionaban en aquellos tiempos de la forma en que lo hacen hoy en día.

Pero si la primera razón para la intriga es que el mundo de Jesús es extraño paranosotros, la segunda es que el Dios de Jesús también es extraño para nosotros. La idea

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misma puede parecer rara. ¿No es Dios simplemente Dios? ¿No se trata solo de si secree en Dios o no? No. La palabra «Dios» y sus diversos equivalentes en otras lenguas,antiguas y modernas, pueden significar «la realidad última o suprema» o «un ser uobjeto que se cree tiene atributos y poderes naturales y que exige la adoraciónhumana». Estas son de hecho dos definiciones básicas que aparecen en el Merrian-Webster’s Collegiate Dictionary. Pero un breve estudio de las grandes religiones delmundo, incluidas las de los antiguos egipcios, griegos, romanos, indios y chinos, o, loque es lo mismo, una mirada a los diferentes movimientos religiosos en el mundooccidental durante unos pocos siglos recientes, mostrará que hay muchas visionesdiferentes de lo que es esta «realidad última o suprema». No basta con preguntar sialguien cree o no cree en «Dios». La cuestión clave es de qué Dios estamos hablando.Parte de la razón de por qué Jesús intrigaba a la gente de su tiempo era que estabahablando de «Dios» la mayor parte del tiempo, pero lo que decía tenía o no teníasentido respectivamente en relación con el «Dios» en que estaban pensando susoyentes.

Así que tenemos que entrar en el mundo de Jesús. Y, cuando lo hagamos,tenemos que intentar echar un vistazo a lo que quería decir cuando hablaba de Dios.Estos son dos de los enigmas fundamentales. Una vez que afrontamos estos dosproblemas comenzamos a descubrir algo, o bastante, de nuestro mundo, incluyendomucho que la Iglesia actual ha ignorado u olvidado completamente. Es el enigmaescondido detrás de los otros dos. A lo largo de su corta carrera, Jesús hablaba yactuaba como si estuviera al mando.

Jesús hacía cosas que la gente no pensaba que se pudieran hacer, y lasexplicaba diciendo que tenía derecho a hacerlas. Después de todo no era meramente unmaestro, aunque fue también realmente uno de los mayores maestros que ha conocidoel mundo. Hablaba y actuaba más que como un simple maestro. Se comportaba comosi tuviera el derecho, y aun el deber, de tomar a su cargo las cosas, de discernirlas, dehacer de su tierra, y quizá de un mundo más amplio, un lugar diferente. Se comportabasospechosamente, como alguien que intenta comenzar un partido político o unmovimiento revolucionario. Reunió un compacto grupo de asociados simbólicamentecargado (en su mundo, el número doce significaba solo una cosa: el nuevo Israel, elnuevo pueblo de Dios). Y no pasó mucho tiempo sin que sus seguidores más cercanosle dijeran que ellos pensaban que realmente estaba al mando o debería estarlo. Él era elrey que habían estado esperando. Si buscamos un paralelo en el mundo de hoy, no loencontraremos tanto en la aparición de un nuevo maestro o líder «religioso», sino en lade un político carismático y dinámico cuyos amigos le animan a que se presente apresidente, y que parece desde luego que lo que tiene le servirá para arreglarlo todocuando consiga llegar a la cumbre.

Se podría haber pensado, y ciertamente la gente lo hizo en aquel tiempo, que lamuerte definitiva de Jesús desvanecería todas las esperanzas de una vez por todas. Perono mucho después de su muerte, sus discípulos empezaron a proclamar que

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verdaderamente él estaba de nuevo al mando. Y empezaron a actuar como si fueraverdad. No se trata de «religión», en el sentido que el mundo occidental le ha asignadoa esta palabra durante doscientos años. Se trata de todo: vida, arte, universo, justicia,muerte, dinero. Se trata de política, filosofía, cultura y ser humano. Se trata de un Diosmucho más grande que el «Dios» de la moderna «religión», tanto que apenas esposible pensar en los dos a la vez. Lo realmente impresionante y realmente intrigantesobre Jesús –entonces y ahora– es que parece no solo haber hablado de un Dios muchomás grande, sino haber lanzado realmente el nuevo proyecto transformador que esteDios había planeado todo el tiempo. Y sus seguidores realmente creyeron que habíasucedido.

Hablar de alguien nuevo que está al mando era un discurso peligroso entiempos de Jesús y es un discurso peligroso hoy en día. Alguien que se porta como situviera alguna clase de autoridad es una obvia amenaza para los gobernantesestablecidos y para otros que poseen poder. Quizá esa es la razón, especialmente en losúltimos doscientos o trescientos años, por la que este aspecto de Jesús no ha sido tanestudiado. Nuestra cultura se ha acostumbrado a pensar en Jesús como una figura«religiosa » más que «política». Hemos visto estas dos categorías comocompartimentos estancos para mantenerlas estrictamenteseparadas. Pero no era así para Jesús y otras personas de su tiempo. ¿Qué sucedería siasumiéramos el riesgo de volver a su mundo, a su visión de Dios, y dijéramos:«Supongamos que es realmente verdad»? ¿Qué sería, con otras palabras, si Jesús nosolo estuviera al mando entonces, sino también hoy?

Una idea ridícula, podría decirse. Es totalmente obvio que Jesús no está almando en nuestro mundo. Asesinato, miseria y disturbios todavía siguen como siempreha ocurrido. Incluso los llamados seguidores de Jesús han contribuido bastante a ello.(Mientras escribo esto, una masa «cristiana» está votando sobre tomar violentavenganza de los miembros de otra religión que han puesto una bomba en una iglesiaabarrotada.). ¿Qué podría significar decir que «Jesús está al mando»?

Bien, volveremos sobre esto más adelante. Pero antes de ponernos en marchasiquiera, tenemos que afrontar un problema que es especialmente nuestro. Detrás deestos tres problemas históricos (el mundo de Jesús, el Dios de Jesús y la conducta deJesús actuando como si estuviera al mando) hay otras dificultades que, comoelementos de una tormenta perfecta, se han juntado para plantear serios desafíos acualquiera que intente tratar las cuestiones sobre Jesús, y más aún hacerlosencillamente.

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3LA TORMENTA PERFECTA

Finales de octubre de 1992. La tripulación del pesquero Andrea Gail, de Gloucester,Massachusetts, había llevado el navío quinientas millas mar adentro en el Atlántico.Un frente frío moviéndose a lo largo de la frontera canadiense produjo una fuerteperturbación en Nueva Inglaterra, mientras al mismo tiempo un gran sistema de altaspresiones se estaba formando sobre las provincias marítimas del sureste de Canadá.Esto intensificó el sistema de bajas presiones que estaba viniendo y produjo lo que laspoblaciones locales llaman el «Nordeste de Halloween». Como decía el meteorólogoRobert Case: «Estas circunstancias por sí solas podrían haber creado un fuertetormenta, pero entonces, como si se echase gasolina al fuego, el huracán Grace, yamoribundo, desprendió una inmensa energía tropical para crear la tormenta perfecta».[3] El huracán, barriendo la zona desde el Atlántico, completaba el cuadro. Las fuerzasde la naturaleza convergieron en el desamparado Andrea Gail desde el oeste, el norte yel sureste. Vientos feroces y olas enormes redujeron el barco a astillas. Solo seencontraron algunos pequeños fragmentos. Había habido, naturalmente, «tormentasperfectas», pero está fue la que se hizo famosa con el libro y la película de ese título.

Aquellos de nosotros que estudian y escriben sobre Jesús se encuentran a merced denuestra propia tormenta perfecta. La mera mención de Jesús levanta hoy en día todotipo de vientos y ciclones. Oigan la aparición del viento del oeste: «¿Cómo sabemosque estas cosas sucedieron realmente? ¿No son la clásica leyenda que la gente cuentasiempre sobre personajes notables? ¿No han demostrado la ciencia moderna y lahistoria que no podemos creer en este tipo de cuentos? Y en todo caso, ¿no fueronescritos los libros sobre Jesús mucho tiempo después por gente que quería hacer de élalguien muy especial, de forma que pudieran presumir de sus propias creenciasreligiosas y aun lograr alguna clase de poder para ellos mismos? ¿No es hora de quenos liberemos de estas viejas supersticiones de una vez por todas?».

Pero mientras la tormenta sopla desde el oeste se ve que el cielo se oscurece por elnorte cuando otras voces requieren clamorosamente nuestra atención. «¡Naturalmenteque Jesús lo hizo! ¡La Biblia es la palabra de Dios y tenemos que creerla! En cualquiercaso él era el Hijo de Dios y podía hacer ese tipo de cosas. Los milagros entraban en surepertorio. Tenemos que atenernos a la verdad de los evangelios en contra de losvendavales del escepticismo moderno. No podemos permitir que los ateos y losnegacionistas tengan fácil su camino. Es hora de disipar el clima de sospecha yaprender otra vez a confiar; confiar en el canon de la Escritura, confiar en las grandestradiciones de la Iglesia, confiar en el Dios de los milagros, confiar en el propio Jesús.El mero hecho de preguntar por la cuestión histórica muestra que os habéis vendido alracionalismo antes de ir más lejos».

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No es cómodo estar en un bote abierto cuando estos dos vientos empujan desdediferentes direcciones. Créanme: es donde he vivido durante los últimos cuarenta años.Los vientos aúllan alrededor de uno, apenas puede uno oírse pensar a sí mismo ysospecha que ninguna de las dos partes puede oír demasiado bien. Es un diálogo desordos.

Si el viento del oeste es partidario del escepticismo racionalista de los últimosdoscientos años y el sistema de altas presiones del norte lo es de la reacción cristiana«conservadora» ante esta presuntuosa negación moderna, ¿cuál es el huracán tropical?Ahora llegaremos a eso. Pero de momento vamos a examinar los dos primerossistemas tormentosos un poco más de cerca.

Las distorsiones del escepticismo y del conservadurismo

Los dos violentos vientos del escepticismo y del conservadurismo han recibido energíaextra de grandes tormentas sociales, políticas y culturales que han devastado el mundooccidental durante los últimos doscientos o trescientos años y que, mientras estamoshablando, parecen haber llegado a una especie de punto culminante. Si eresnorteamericano, supondrás que mucha gente que adopta la postura «escéptica» votapor los demócratas y que mucha gente que adopta la postura «conservadora» vota porlos republicanos. Yo podría presentar a alguna gente que es excepción a estastendencias, pero, con todo, el cuadro es preocupantemente exacto. ¿Puede ocurrir quenuestro juicio sobre a quién votar y el mapa de las mejores políticas para un país y parael mundo puedan diseñarse tan fácilmente con cuestiones relativas a creer o no creeruna extraña serie de historias del siglo I?

Por improbable que parezca, pienso que es exactamente lo que ha pasado. En unmundo complicado, confuso y peligroso, cualquier cosa puede servir como barandillapara quienes andan a tientas en la oscuridad. Tendemos a simplificar demasiado losproblemas complejos. Ponemos en dos paquetes temas sociales y políticos muydiferentes, y con un suspiro de alivio -¡ahora por lo menos sabemos quiénes somos ydónde estamos!- nos declaramos a favor de este paquete y en contra de aquel. Yhacemos la vida desagradable a cualquiera que quiera sentirse libre o ver las cosas deforma diferente.

Jesús, como siempre, queda atrapado en el medio junto con un buen número de susseguidores. Muchos norteamericanos hoy en día han sido educados en hogaresestrictamente cristianos y en iglesias de una clase u otra. Era un paquete completo.Jesús, la Biblia (si eras protestante), la misa (si eras católico), estricta moral familiar,éxtasis (para algunos protestantes), purgatorio (para algunos católicos) y, en últimotérmino, una elección acertada entre cielo e infierno... todo esto describe el mundo quemuchos recuerdan demasiado bien. Y muchos de los que lo recuerdan lo hacen con unescalofrío. Es un mundo pequeño y estrecho del que (¡uf!) el sano escepticismo del

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mundo moderno los ha rescatado. Así, para muchos norteamericanos de hoy en día, ypara otros en otras partes también, Jesús es parte del pequeño mundo severo, cerrado yde mente estrecha del que han escapado con agradecimiento. Si se quiere saber por quélos «nuevos ateos» como Richard Dawkins, Christopher Hitchens y Sam Atkinsvenden tantos libros, la respuesta es que están ofreciendo la versión moderna del bueny antiguo término teológico de «seguridad». Están asegurando a ansiosos antiguoscreyentes que la pesadilla de la «religión» apocada y estultificante se ha ido parasiempre.

En mi propio país, las cosas son un tanto distintas. Poca gente en Gran Bretaña hoy endía ha tenido ese tipo de estricta educación. Pero el escepticismo todavía medra. Losmismos libros ateos que denuncian a la Iglesia, el cristianismo y la religión en generalse venden a carretadas. Dos generaciones después de que la mayoría de la gente hayadejado de mandar a sus hijos a la escuela dominical parece que hay quien todavíaquiere eliminar una religión que no han tenido. ¿Sospechan que Dios, o algún otro,está todavía ahí fuera y puede resultar peligroso? En todo caso, estos rumores tienenque ser sofocados. El público en general quiere que se les sofoque. Tenemos nuestrossueños de convertirnos en seres humanos libres y adultos, y no queremos doblar larodilla ante nadie, especialmente ante ese Dios quisquilloso o ante ese extrañopersonaje que es Jesús. De hecho, los escépticos que tienen una triste satisfacción porel aparente declinar de muchas Iglesias de primera línea no se centran a menudo enJesús mismo. Tienen objetivos mucho más suaves a los que apuntar (clero con malaconducta, para empezar). Pero si mencionan a Jesús tienden a pasarlo por alto con ungesto de la mano. Solo es otro fanático del siglo I cuyos extremistas seguidores loconvirtieron en un dios. O lo condenan con un leve elogio; solo un moralista consuaves modales del siglo I, uno de los muchos grandes maestros de los que ha habidotantos a lo largo de los siglos. Tales son las dinámicas internas del viento del oeste, laaulladora galerna del escepticismo contemporáneo.

Mientras tanto, sin embargo, millones de personas por todo el mundo y decenas demiles en Gran Bretaña y en los Estados Unidos también cuentan una historia distinta.Pretenden haber descubierto a Jesús como presencia viva, desafiante y sanadora.Abundan las historias de vidas cambiadas, de curación física y emocional. Han surgidonuevas Iglesias llenas de gente anhelante y excitada, a menudo jóvenes. Adictos securan; familias disfuncionales se vuelven a unir. Se da ayuda real a los enfermos,pobres y presos. Escuelas que fracasan se arreglan. Se encuentra nueva energía paraproyectos sociales y culturales creativos. Para esta gente todo es bastante real. Esdifícil discutir con alguien cuya vida ha sido radicalmente cambiada o con quientodavía está vivo cuando los médicos le han dado por muerto. Esta es la razón de porqué hay tal energía detrás del sistema de altas presiones del norte, la poderosa fuerzade una fe cristiana de nuevo energetizada, aunque a menudo muy «conservadora».

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Muchos escépticos simplemente ignoran estos fenómenos cristianos actuales. Muchosde los recientes seguidores de Jesús de alto octanaje simplemente devuelven elcumplido. Eso es insano... para las dos partes. Tenemos que pensar las cosas del todo.Jesús mismo estaba abierto a todos los que acudían a él. Les decía a sus seguidores queamaran a Dios con sus mentes así como con todas las demás partes de ellos. No haynada que perder y todo que ganar con una investigación adecuada.

En cuanto yo sé, mi duradera impresión es que el «Jesús» que queda atrapado en elfuego cruzado de estas guerras culturales puede ser considerablemente menos que elJesús que realmente encontramos en las páginas de los primeros escritos cristianos yen la propia historia real del siglo I. Después de todo, igual que es totalmente posibleque los escépticos estén equivocados, también lo es, como lo muestra la historia de laIglesia, que devotos seguidores de Jesús estén también equivocados. Es vital volver afijarse en el mismo Jesús.

Dos mitos sobre Jesús

Hay dos mitos que se arremolinan en nuestras cabezas, en las iglesias, en los estudiosde televisión y en las oficinas de edición de las revistas. Vamos a designarlos aún másclaramente, y hasta cierto punto ponerlos en evidencia, de forma que nos podamosaclarar sobre las confusiones presentes antes de ir al igualmente confuso mundo delsiglo I. Pero esta vez lo haremos en orden inverso. Primero el sistema de altaspresiones del cristianismo conservador.

Aquí encontramos el clásico mito occidental sobre Jesús, que todavía es creído pormillones de personas en todo el mundo. En este mito, un ser sobrenatural llamado«Dios» tiene un «hijo» sobrenatural al que envía, mediante un nacimiento virginal, anuestro mundo, a pesar de que no es su hábitat natural, para que pueda rescatar a losseres humanos de este mundo muriendo en su lugar. Como signo de su divinaidentidad, que si no quedaría oculta, hace toda clase de «milagros» extraordinarios, deotro modo imposibles, coronándolos todos ellos con su propia resurrección de entre losmuertos y volviendo al «cielo», donde espera dar la bienvenida a sus fieles seguidoresdespués de sus muertes respectivas. En la visión católica de este clásico mitooccidental, Jesús llama a su íntimo amigo Pedro para fundar la Iglesia; cualquiera quequiera estar con Jesús aquí o después ha de unirse al movimiento de Pedro. En laversión protestante, Jesús encarga a sus seguidores escribir el Nuevo Testamento, querevela la verdad absoluta sobre Jesús y, una vez más, cómo ir al cielo.

(Ya oigo este viento levantarse: «¿Qué quiere decir usted con que es un mito? ¿Acasono cree usted en eso? ¿Es usted, después de todo, uno de esos peligrosos liberales?¿No es usted obispo?». De acuerdo, de acuerdo, les oigo. Por favor, esperen. Lapaciencia es una virtud cristiana.)

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El segundo mito, prevalente en el «viento del oeste» escéptico de nuestra perfectatormenta, es el nuevo y clásico mito moderno, que es ampliamente creído en lasociedad secular y también en muchas Iglesias principales. En este nuevo mito de losorígenes cristianos, Jesús es solo un hombre ordinario, un buen judío del siglo I,concebido y nacido en la forma corriente. Era un notable predicador y maestro, peroprobablemente no realizó todos esos «milagros». Algunas personas parecen habersesentido mejor después de encontrarse con él, pero eso es todo. Ciertamente no pensóque moriría por los pecados del mundo. Estaba simplemente intentando enseñar a lagente a vivir de otra manera, a amarse unos a otros, a ser amable con las mujeresmayores, los niños pequeños y -esta bendita categoría posmoderna- los «marginados».Hablaba de Dios, no de sí mismo. La idea de ser un sobrenatural «hijo de Dios» nuncase le ocurrió; se hubiera horrorizado oír una cosa semejante, y más aún de tener una«Iglesia» fundada en recuerdo suyo.

Desde luego no resucitó de entre los muertos; sus seguidores, sintiendo que su obracontinuaría, emplearon un lenguaje descuidado que parecía implicar que eso es lo quehabía sucedido, pero naturalmente no pasó tal cosa. Entonces sus seguidoresempezaron a contar historias sobre él que fueron aumentando hasta convertirse enleyendas que dieron origen a nuevas interpretaciones. Los «evangelios» que tenemosactualmente en la Biblia son producto de este proceso inventivo que flotaba librementey que quizá se servía a sí mismo. Nos cuentan mucho sobre los nuevos objetivos yactividades de los «cristianos» primitivos y sobre cómo se asentaron y adaptaron elmensaje original de Jesús a diferentes circunstancias. Pero, si queremos encontrar algosobre el mismo Jesús, tenemos que ponernos a trabajar retrocediendo a través de laniebla de la subsiguiente adoración al héroe y, sobre todo, a través del proceso por elcual fue «divinizado». Hasta podríamos necesitar apelar a algunos de los «otrosevangelios», los que ese aburrido cristianismo «ortodoxo» antiguo dejó fuera delcanon.

(En este momento estoy oyendo el otro viento, que hace ruido en los cristales de lasventanas. «¿Y usted no cree eso? ¿No se da cuenta de que los evangelios están repletosde invenciones e interpretaciones posteriores? ¿Es usted uno de esos fanáticosfundamentalistas de derechas que piensan que todo ocurrió exactamente como dicenlos evangelios? ¿Debajo de qué losa han estado viviendo durante los últimosdoscientos años?». De acuerdo, de acuerdo, también los estoy escuchando. Si vosotrosrepresentáis el mundo de la dulce racionalidad, calmaos y tomad el argumento paso apaso.)

Cuando digo que estas dos historias son «mitos», lo digo de la forma siguiente. Un«mito», en este estricto sentido, es una historia que pretende ser en algún sentido«histórica» y que contiene y refuerza las creencias firmemente sustentadas de lacomunidad que lo cuenta. Los mitos «serios» quedan expresados no solo en la

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narración, sino también en símbolos y acción. Gran parte de la vida de la Iglesiaoccidental «conservadora» en sentido amplio pone en práctica el primer mito. Por otrolado, gran parte de la vida del cristianismo «liberal» y del mundo secular más vasto lohace con el segundo. Ambos son historias muy, muy poderosas. Han conformado lasvidas de millones de seres humanos y todavía lo siguen haciendo. Pero ambos son, eneste sentido, mitos. Ninguno de ellos resistirá un examen completo, agudo, sobre susinsentido histórico. O, lo que es lo mismo, un examen teológico.

El problema subyacente con estos dos mitos es que plantean la cuestión en un lugarerróneo. Primero, «¿pasó todo esto o no?», Esta es la pregunta simple y bruscamenteformulada de un occidental dieciochesco típico. Nada de perifollos, de metáforas, deinterpretación, solo «hechos». ¿Sucedieron o no? La brigada «conservadora» u«ortodoxa», llevada hasta un «pie negro» -esto es una metáfora de cricket, para lo queocurre cuando el boleador envía un lanzamiento hostil-, reúne a sus fuerzas para decir:«Sí, realmente sucedió». Y se acaba el tema. Los de la brigada «liberal» o «escéptica»se encogen de hombros: «No, realmente no sucedió. O no mucho, en cualquier caso».Una vez más es el fin del tema. Hechos o no hechos. Pero, ¿qué hay del significado?

La segunda pregunta mencionada -justo ayer me la hizo un periodista- es: ¿era Jesús elHijo de Dios o no? Y, para la mayoría de la gente, la expresión «hijo de Dios»conlleva todas las connotaciones de ese primer mito, en el cual el ser sobrenatural bajaen picado para revelar la verdad secreta, hacer «milagros» extraordinarios para probarsu «divinidad», morir una muerte redentora y volver a los cielos enseguida, haciendoposible que otros también lo hagan. Y si digo -como voy a hacer- que no creo que esahistoria sea la forma acertada de hablar de Jesús, algunos dirán: «¿Así que no cree quesea el Hijo de Dios?», y me condenarán como un liberal sin esperanza. Mientras que sidigo -como voy a hacer- que creo que Jesús era y es el «hijo de Dios», aunque con unamuy diferente clase de historia, otros me condenarán como un conservador sinesperanza.

El problema de la complejidad histórica

Y ahora por fin estamos listos para tomar el tercer elemento de la perfecta tormentacon que nos enfrentamos hoy en día cuando hablamos de Jesús. Allí afuera, en elAtlántico, pero dirigiéndose rápidamente a la costa, hay un huracán. Estaba viniendode todas formas, pero cuando se encuentra con esos dos vientos deberíamos esperaruna tormenta de proporciones «apocalípticas», como dice la gente hoy en día quizá deforma confusa.

El tercer elemento es la total complejidad histórica para hablar sobre Jesús. El mundodel judaísmo palestino del siglo I -su mundo- era complejo y denso en sí mismo.Cualquiera que haya intentado entender los problemas actuales del Próximo Orientepuede estar seguro de que la vida era igual de complicada en todos los aspectos

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durante el siglo I como lo es en la actualidad. Tenemos mil fuentes que utilizar paraconstruir un cuadro de los problemas actuales; todo, desde informes de periódico acorreos de Facebook y Twitter. Pero los historiadores del siglo I -y si queremos hablarsobre Jesús mismo en cuanto opuesto a las fantasías sobre él estamos obligados aconvertirnos en alguna medida en historiadores del siglo I- nos encontramos con undesafío extraño.

Pongamos un ejemplo. John F. Kennedy es quizá uno de los norteamericanos demediados del siglo XX mejor conocidos. Su presidencia, evidentemente, fue truncadacon su súbita y violenta muerte, una muerte que tuvo, y quizá tiene, un significadoicónico para muchos norteamericanos y otras personas por todo el mundo. Los que denosotros vivían en aquel momento, todos recordamos dónde estábamos cuando oímosla noticia. Ahora supongamos que tenemos cuatro libros que contienen relatos muydetallados de lo que Kennedy hizo y dijo durante sus tres años de presidencia, pero consolo una breve ojeada a lo que ocurrió antes. Supongamos ahora que la gente que creíaque lo que Kennedy había hecho era de suprema importancia para su propio tiemporeunió esos libros. Y supongamos también que, en vez de la abrumadora cantidad defuentes que tenemos para los decenios anteriores a su tiempo, simplemente tuviéramosun libro de historia escrito en los primeros años del siglo XX (es decir, cuarenta añosdespués de su muerte), además de algún otro material disperso: unas pocas cartas,panfletos, monedas para ayudarnos a reconstruir el mundo en el que Kennedy dio yexpresó el sentido de cuanto hizo durante su vida, y especialmente para obtener algunaidea de por qué algunos lo creen un héroe y otros piensan que tenía que ser asesinado.Uno puede imaginar todas las teorías y reconstrucciones de la mentalidad de la GuerraFría, las tensiones sociales y culturales en los Estados Unidos de los años sesenta, elestado de los principales partidos del momento, las ambiciones dinásticas del padre delos Kennedy, etc. Habría mucho espacio disponible para posibles interpretaciones.

Tal es, más o menos, el desafío con que nos enfrentamos ante las pruebas históricassobre Jesús. Tenemos los cuatro «evangelios», escritos más tarde por personas quecreían apasionadamente que lo que Jesús había hecho y dicho, vinculado con su muertey con lo que ocurrió luego, era de enorme significado para su tiempo. Los evangeliosson muy detallados; uno de los problemas al escribir este libro ha sido intentar decidirlo que dejar fuera. Claramente están escritos desde puntos de vista particulares (a favorde Jesús). Pero, a diferencia del historiador moderno que estudie a JFK en su contextoactual, tenemos simplemente un libro de historia escrito cuarenta o cincuenta años mástarde (por Flavio Josefo, un aristócrata judío que se pasó al bando romano en la guerradel 66-70 d. C.) y un material disperso y fragmentario consistente en brevesinscripciones, monedas, cartas, etc. Con estas fuentes tan distintas tenemos quereconstruir el ambiente en que lo que Jesús hacía y decía tenía el sentido que tenía,tanto sentido que algunos pensaron que era el Mesías de Dios y otros que tenía que sereliminado rápidamente. Si no hacemos el esfuerzo de llevar a cabo esta reconstrucción,

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asumiremos, sin sombra de duda, que lo que Jesús hizo y dijo tiene el sentido quepodría tener en algún otro contexto... quizá en el nuestro. Esto ha sucedido una y otravez. Creo que este tipo de fácil anacronismo es casi tan corrosivo para la genuina fecristiana como el mismo escepticismo.

Esta tormenta tropical -el desafío de escribir historia sobre Jesús- sería bastanteamenazadora aun sin las presiones culturales del viento del oeste (escepticismomoderno) y el sistema de altas presiones en el norte (hipotético conservadurismo«cristiano») o, si se prefiere, irritadas voces de la izquierda, irritadas voces de laderecha y un importante problema histórico precipitándose sobre nosotros con toda sufuerza. Si al procurar hacer las cosas sencillas no reconocemos esta polivalentecomplejidad, simplemente repetimos el antiguo error de imaginar a Jesús a nuestrapropia imagen, o cuando menos colocándolo, por implicación, en nuestra propiacultura. Y parte del núcleo del mensaje cristiano es que lo que sucedió entonces, lo quele sucedió a Jesús, lo que sucedió a través de él, fue un trozo único de historia que nose va a repetir nunca.

De aquí la tormenta perfecta de la discusión de hoy en día. Mientras escribo tengosobre mi escritorio dos libros muy recientes sobre Jesús, uno escrito por el mismo papay el otro por un bien conocido escéptico inglés. Ambos son eruditos, sofisticados,comprometedores. Los dos no pueden ser verdad. Detrás de mí hay veinte estanteríasde libros sobre Jesús y los evangelios escritos en los últimos doscientos años. Tampocotodos pueden ser verdad. ¿Qué vamos a hacer?

Enfrentados a la gestación de esta enorme tormenta, algunas personas seriamente nosaconsejan quedarnos en el puerto. Es demasiado peligroso salir a alta mar justo ahora;si vamos a contar la historia de la forma que la aprendimos, apoyémonos en la grantradición de la Iglesia, seamos fieles a nuestras Escrituras. Esto equivale, naturalmente,a una versión sofisticada del sistema de altas presiones septentrional: uno se refugiadel viento del oeste, pretende que el huracán no ha ocurrido y se deja que el viento delnorte sople donde quiera. Hacer otra cosa, dicen esas voces, es capitular ante lasfuerzas del escepticismo y del cinismo, transigir con las reduccionistas nociones de«historia» de después de la Ilustración.

No es así. El viento del oeste que es el escepticismo moderno y el huracán del este quees el problema histórico no son lo mismo. Había historiadores antes de la Ilustración, yDios quiera que haya historiadores después de la posmodernidad. La historia estudia loque realmente sucedió (y cuándo, dónde y cómo) y en especial por qué la gente hizo loque hizo. Estas son buenas preguntas. Tendríamos que estarle agradecidos a todo elmovimiento posterior a la Ilustración que llamamos ampliamente «modernidad» porrecordarnos que esas preguntas son importantes, aun cuando tenemos que rechazar lasrestricciones sin garantías del mismo movimiento sobre el tipo de respuestas que estádispuesto a aceptar.

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Parte de nuestra dificultad en este punto -este ha sido uno de los serios problemas quehe tenido que afrontar al escribir este libro- es que el mundo del judaísmo palestinensedel siglo I era complejo y (para nosotros) a menudo muy confuso. Imaginemos otravez que intentamos explicar los Estados Unidos de los primeros sesenta a un visitantede Marte con libros breves y densos sobre los hechos destacados de Kennedy comofuentes principales. En cualquier contexto histórico determinado, algunas cosas tienensentido, algunas ideas y acciones van unidas de una forma que se considera totalmentenatural en ese momento, pero cuya reconstrucción nos resulta considerablementedifícil. Algunas veces, al hacer historia del siglo I, la gente usa esta dificultad comoforma de decir que Jesús y sus seguidores no podían haber pensado esto o lo otro; sinosotros encontramos difícil o problemática una idea, ¿cómo podrían ellos (¡pobresalmas anteriores a la Ilustración!) haberle dado vueltas en sus cabezas?

Algunos argumentan justo al contrario. Hoy en día nosotros estamos ansiosos porpreguntar ciertas cosas (por ejemplo: «¿Existen el cielo y el infierno? ¿Cómo puedo yoir al primero y evitar el segundo?»). De este modo asumimos demasiado fácilmenteque la gente en tiempos de Jesús también estaba ansiosa por preguntar esas mismascosas, dándoles más o menos el mismo sentido que nosotros les damos ahora. Pero, sivamos a hacer historia real, tenemos que dejar que otras personas en otros tiempos y enotros lugares sean radicalmente diferentes de nosotros, aun cuando, para hacer historia,tengamos que poner en marcha una imaginación disciplinada e intentar lo mejor quepodamos relacionarnos con aquella gente tan diferente. Es un reto. Pero es uno quecreo que podemos afrontar.

Lo que importa -me he ido convenciendo de ello- es que necesitamos comprendercómo funcionan las cosmovisiones. Si se ha nacido y crecido en una cultura que cuentadeterminadas historias, observa ciertas costumbres y celebra determinadas fiestas,practica determinados hábitos domésticos y canta determinadas canciones, y si estascosas van juntas y se refuerzan mutuamente, una sola frase o acto puede tener muchascapas de significación. Imagine a nuestro visitante marciano aterrizando esta vez enmedio de un partido de béisbol o cricket. Los que de nosotros han practicado estosdeportes aprecian las sutilezas, los matices, un partido equilibrado, las implicacionesde cómo la pelota es lanzada o bateada, quién es el próximo que va a salir a batear.Sabemos lo que significa cuando el público que acude a estos partidos cantadeterminadas canciones. Usted o yo nos daríamos cuenta de todo esto con una ojeada,pero puede necesitar una hora o más explicarlo todo con todos sus detalles a nuestrohuésped alienígena. Y eso no significa que sea tremendamente teórico o abstracto.Significa solo que la mayoría de la gente, la mayoría del tiempo vive vidas máscomplicadas de lo que perciben a menudo.

La complejidad probablemente aumenta cuando se va a un sitio como la Jerusalén delsiglo I en tiempo de Pascua, con los peregrinos cantando salmos y las familias

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preparándose para contarse mutuamente la historia que ya conocen, la historia de Dios,y Moisés, y el faraón, y el mar Rojo, y la esperanza de libertad, mientras los soldadosromanos vigilan desde sus atalayas, y una excitada procesión viene desde el monte delos Olivos guiada por un hombre sobre un borrico, y comienza a cantar sobre el reinoque va a aparecer dentro de un momento...

Así que, ¿cómo podemos emprender la tarea de intentar comprender a Jesús? Hay queescribir todo un libro distinto sobre el tipo de datos que tenemos sobre Jesús y cómopodemos usarlos responsablemente. ¿Qué son los evangelios? ¿Qué hay sobre los«otros evangelios»? ¿Qué fuentes usaron y cómo podemos valorarlos históricamente?¿Qué fuentes no cristianas hay sobre Jesús? (Respuesta: una referencia en elhistoriador judío Flavio Josefo, una referencia en el historiador romano Tácito y unaposible alusión en un escritor romano más difamatorio, Suetonio.) ¿Cómo seconfiguraron las historias de Jesús según las necesidades de sus primeros seguidorescuando salieron al ancho mundo? ¿Cuáles eran los motivos e intenciones de losautores? ¿Qué podemos saber sobre las comunidades en las que vivían, oraban,pensaban y escribían?

Todas estas preguntas han sido objeto de intenso estudio durante los últimosdoscientos años. Pero este libro no es el lugar para tratar ninguna de ellas. Yo mismohe escrito sobre ellas en otros varios lugares y espero seguir haciéndolo en el futuro.Pero actualmente tales cuestiones en sí mismas no son «neutrales». No hay un sitiodonde podamos encontrar un «punto firme» desde donde empezar. La manera en quese tratan las fuentes reflejará la forma en que se entiende a Jesús, exactamente igualque la forma de entender a Jesús reflejará la forma en que se entienden las fuentes. Noes un círculo vicioso. Lo mismo sería cierto en el estudio de Napoleón, John F.Kennedy y hasta Margaret Thatcher. Significa solo que tenemos que proceder concuidado, dando vueltas y más vueltas, comprobando que estamos diciendo cosassensatas tanto sobre el objeto como sobre las fuentes. Este libro representa una parte deun viaje en torno a un elemento de una de esas vueltas.

De hecho, sospecho cada vez más que muchos de los «métodos» desarrollados en losestudios bíblicos profesionales durante los últimos doscientos años han sido productode una cosmovisión que puede no haber estado verdaderamente abierta a descubrir alJesús real. La cosmovisión posterior a la Ilustración en Europa y Norteamérica estabadeterminada bastante a menudo por ver a Jesús como un maestro religioso y un líderque ofrecía una espiritualidad personal y ética y una esperanza del cielo. No teníaintención de considerarlo como alguien que pretendía estar al mando del mundo;alguien podría decir que los «métodos» de los supuestos «estudios históricos» estabadiseñados, accidentalmente o no, para eliminar por completo esa posibilidad. Esto nosignifica que estos «métodos» -estudio de las fuentes, las formas de las historiasprimitivas sobre Jesús, los motivos de los autores de los evangelios- no tengan nada

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que decir. Al contrario, tienen mucho que decir. Pero hay tiempos en que puede serapropiado echarse un poco hacia atrás, habiéndolo oído todo, y tener otra oportunidadde decir: «De hecho, creo que lo que estaba pasando era esto». Este, creo yo, es uno deellos.

Así que, si vamos a acercarnos a Jesús de un modo nuevo y a preguntar las preguntasacertadas en vez de las erróneas, tenemos que poner nuestras mentes e imaginacionesen el propio tiempo de Jesús, estudiando otra «tormenta perfecta» en la que Jesúsmismo estaba caminando. ¿Qué vientos fueron los que cogieron velocidad justoentonces, precipitándose sobre él desde varias direcciones? ¿Qué significó para élquedar atrapado en el centro de la tormenta? Cuando entró en Jerusalén aquel díafatídico, ¿qué pensaba que estaba haciendo?

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4LA FORMACIÓN DE UNA TORMENTA

EN EL SIGLO IUna metáfora realmente buena se merece más de un final, como el mismo Jesús parecehaber sabido, usando y volviendo a usar ideas y escenas en su caleidoscópica colecciónde parábolas. Vamos a volver a la tormenta perfecta, pero ahora situada en el siglo I.Esta vez las fuerzas que convergen en un lugar mar adentro de la costa deMassachusetts no lo hacen por especiales presiones culturales actuales, sino por laspresiones que se estaban formando en los mismos días de Jesús. Y el lugar a dondeconvergían era Jerusalén.

Nosotros sonreímos ante esos mapas medievales que colocaban a Jerusalén en elcentro de la tierra, con todo lo demás saliendo como rayos de ese punto. Qué raro,pensamos. Pero quizá haya una verdad enterrada bajo los cascotes de los sucesivosterremotos sociales, culturales, políticos y religiosos. Quizá esa sea la cuestión clave.Quizá la razón por la que Jerusalén era considerada centro del mundo era porque allíera donde se concentraba toda la presión. Allí es donde se juntaban las líneas de lasfallas, donde las placas tectónicas chocaban sin cesar unas con otras, como todavía losiguen haciendo. Allí era donde las fuerzas oscuras convergieron un día de primavera,lo más probablemente el año que llamamos 30 d. C. (y menos probablemente el 33).

¿Cómo podemos contar la historia de Jesús de una manera sencilla cuando tantasfuerzas elementales se juntaron en aquel momento en el espacio y el tiempo? Tantahistoria, tantos malos recuerdos, tan elevadas expectativas y aspiraciones, tanintrincada red de fe y miedo, de odio y esperanza. Y tantos personajes memorables quese agolpan en el escenario, captando nuestros ojos y encendiendo nuestra imaginación:María Magdalena, Pedro, Pondo Pilato, Judas... y la lista continúa. Luego echamos unarápida ojeada -¿o es solo nuestra imaginación?- a Jesús mismo, elevándose como unatorre por encima de ellos, pero sin aparecer distante. ¿Quién era? ¿Qué buscaba? ¿Quéintentaba hacer? ¿Por qué deberíamos ocuparnos de él dos mil años más tarde?

Naturalmente, estas son las preguntas que sus amigos más íntimos querían preguntarlecuando le despertaron en medio de una tormenta real en el lago de Galilea. Todavíahoy es un lugar peligroso. Hay señales en los aparcamientos del lado occidental delmar advirtiendo de que fuertes vientos pueden levantar olas gigantes justo por encimade los vehículos aparcados. Pero Jesús no se intimidó. Según la narración, se levantó ydijo a la tormenta que se calmase (Mt 8,23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25). Y leobedeció. Creo que sus amigos contaron esta historia no solo porque era impresionantey dramática en sí misma, sino porque veían en ella algo de la historia mayor queestaban vehementemente intentando contar: la historia de un hombre en el ojo de latormenta, la tormenta de la historia y la cultura, de la política y la piedad; un hombre

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que parecía estar dormido en medio de todo eso, pero que luego se ponía en pie y decíaal viento y a las olas que parasen.

Volvamos ahora a la costa de Massachusetts en octubre de 1991. El viento del oeste, latormenta del norte y el huracán del sudeste, todos ellos convergían hacia el mismopunto. No es el lugar en el que estar ni el tiempo de salir a alta mar. Ahora piense en elOriente Próximo del siglo I. Había una galerna, una tormenta y un huracán. Y Jesúsquedó atrapado en medio de todo ello.

La tormenta romana

La galerna que soplaba constantemente desde el lejano oeste era la nueva realidadsocial, política y -no lo menos importante- militar del momento. El nuevo superpoder.El nombre en boca de todos, la realidad en las mentes de todos: Roma.

Roma había estado creciendo incesantemente en poder e importancia como potenciamundial durante los últimos doscientos o trescientos años. Pero hasta treinta años antesdel nacimiento de Jesús de Nazaret, Roma había sido una república. Un intrincadosistema de controles y equilibrios aseguraba que nadie pudiera ostentar el poderabsoluto, y los que tenían ese poder no lo tenían durante mucho tiempo. Roma habíatenido tiranos durante muchos siglos antes y estaba orgullosa de haberse librado deellos.

Pero con Julio César todo cambió. «César» era simplemente su apellido, pero Julio loconvirtió en título real desde aquel día en adelante (las palabras kaiser y zar sonvariantes de «césar»). Un gran héroe militar fuera de las fronteras hizo lo impensable:trajo su ejército hasta la misma Roma y estableció en ella su propio poder y prestigio.Parece que hasta hizo que la gente pensara que era divino.

Los partidarios de la tradición se enfurecieron y lo asesinaron. Pero este hecho arrojó aRoma a una larga y sangrienta guerra civil, de la que solo salió un vencedor, el hijoadoptivo de César, Octavio. Tomó el título de «Augusto», que significa «majestuoso»o «digno de honor», el cual, junto con «César», pasó a ser también el título de sussucesores. Declaró que su padre adoptivo, Julio, se había convertido realmente endivino; esto significaba que él, Augusto Octavio César, era ahora oficialmente «hijo dedios», «hijo del divino Julio». Si se preguntara a cualquiera en el Imperio romano,desde Germanía a Egipto, desde España a Siria, quién podía ser el «hijo de Dios», larespuesta obvia, la respuesta políticamente correcta hubiera sido: «Octavio».

En un mundo en que la religión dominante era ciertamente una rama del Estado,Augusto asumió las funciones sacerdotales principales. Se convirtió en pontifexmaximus («sumo pontífice» en latín) y transmitió esta función a sus sucesores. A lolargo de su reinado, los poetas e historiadores de la corte de Augusto hicieron un grantrabajo con su propaganda. Contaron la historia milenaria de Roma como una larga e

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intrincada narración que había alcanzado por fin su cumbre; la edad de oro habíaempezado con el nacimiento del nuevo niño mediante el cual la paz y la prosperidad seextendería por todo el mundo. El mundo entero está siendo renovado en estos tiempos,cantaba Virgilio en un pasaje[4] que algunos cristianos posteriores vieron como unaprofecía pagana del Mesías. (Los padres de la Constitución norteamericana tomaron enpréstamo una expresión clave de este poema, novus ordo seculorum, «un nuevo ordende las edades», no solo para el gran sello de los Estados Unidos, sino también para elbillete del dólar. Con ello estaban teniendo la impresionante pretensión de que lahistoria hacía su giro decisivo no con César Augusto, ni siquiera con Jesús de Nazaret,sino con el nacimiento de la Constitución de los Estados Unidos.)

El poema de Virgilio sigue prometiendo que, desde ahora en adelante, en esta nuevaera, bajo el divino reinado del mismo Apolo, la tierra producirá todo lo que se necesite.Tierra, mar y cielos se alegrarán con el niño que ahora va a nacer. Nadie sabe a quéniño se está refiriendo Virgilio, pero el asunto es claro: la nueva era, que hemosesperado durante un milenio, por fin está ahora aquí mediante el gobierno pacífico yalegre de César Augusto. El mensaje era grabado en piedra en monumentos einscripciones por todo el mundo conocido: «¡Buenas nuevas! ¡Tenemos un emperador!¡Justicia, paz, seguridad y prosperidad son nuestras para siempre! ¡El Hijo de Dios esel Rey del mundo!».

Augusto gobernó el mundo romano, un imperio cada vez mayor, desde el 31 a. C.hasta el 14 d. C. Después de su muerte, él también fue divinizado, y su sucesor,Tiberio, asumió los mismos títulos. Mientras escribo esto tengo sobre mi mesa unamoneda del reinado de Tiberio. En el anverso, rodeando el retrato de Tiberio, está eltítulo abreviado: AUGUSTOS TI CAESAR DIVI AUG F, abreviaturas deAUGUSTUS TIBERIUS CAESAR DIVI AUGUSTI FILIUS, «Augusto TiberioCésar, hijo del divino Augusto». En el reverso hay un retrato de Tiberio vestido comosacerdote con el título PONTIFEX MAXIMUS. Era una moneda como esta la queenseñaron a Jesús de Nazaret un día o dos después de haber entrado en Jerusalén,cuando le preguntaron si tenían que pagar tributo al César o no. «¿Hijo de Dios?»,«¿Sumo Sacerdote?». Estaba en el ojo de la tormenta.

Esto nos dice casi todo lo que necesitamos saber sobre el primer elemento de nuestra«tormenta perfecta» del siglo I. Pero, ¿por qué estaba Roma especialmente interesadaen el Oriente Próximo?

Por razones sorprendentemente parecidas a las de las actuales potencias occidentales,Roma necesitaba el Oriente Próximo para abastecimientos urgentes de materias primasnecesarias. Hoy día es el petróleo; entonces era el trigo. La ciudad de Roma estabasuperpoblada y subempleada. Había un gran exceso de población para podersealimentar con solo la producción local. Los cargamentos de trigo procedentes deEgipto eran vitales. En el siglo I, como en el XXI, el tráfico marítimo era un objetivo

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tentador para los piratas y otras acciones hostiles. Para evitarlo era vital mantenerestable toda la zona. La tarea de un gobernador romano en un lugar como Jerusalén eraconservar la paz, administrar justicia, recoger los impuestos y, en especial, suprimir laagitación. Después de todo, tal como decía insistentemente la propaganda, el gobiernodel César, el «hijo de dios» romano, eran las «buenas noticias» que habían traídobendiciones y beneficios a todo el mundo. Ciertamente, una vez que las poblacioneslocales veían qué bendiciones estaba ofreciendo Roma tan generosamente, ¿noentrarían felizmente en sus designios? ¿Sería realmente difícil ganar sus corazones ysus mentes para construir los grandes ideales del imperio en Occidente?

Esta era la galerna occidental, el primer elemento de la tormenta perfecta en cuyocentro se encontraba Jesús de Nazaret. Vayamos ahora al sistema de altas presiones.

La tormenta judía

El segundo gran elemento de la perfecta tormenta de Jesús, el sistema de altaspresiones sobrecalentado, más turbulento y complejo que el primero, es la historia deIsrael. Tan atrás como podemos llegar en sus antiguas Escrituras, el pueblo judío habíacreído que su historia estaba yendo a alguna parte, que tenía una finalidad. A pesar demuchos retrocesos y desencantos, su Dios garantizaba que ellos alcanzaríanciertamente su destino final. Esta es la historia en la que muchos judíos del tiempo deJesús creían apasionadamente y que estaban viviendo. No lo estaban contando solocomo antiguas memorias. Ellos mismos eran actores en el drama que se estabadesarrollando.

Creo que es difícil para la gente de hoy imaginar lo que era vivir en una larga historiade esta manera. Lo más cerca que podemos llegar, quizá, es la asunción, ampliamentedifundida, de que desde la aparición del mundo occidental moderno estamos poniendollevando a cabo una historia de «progreso». Es la llamada perspectiva Whig de lahistoria en general: la historia es la narración del movimiento de progresiva libertad, ytenemos que pasar más adelante y hacer que suceda el siguiente momento y elsiguiente después de este. A pesar de todas las tiranías del último siglo, la gentetodavía cree en este mito del progreso, como prueban las numerosas proclamas que seleen o se oyen y que empiezan: «Ahora que estamos viviendo en este tiempo y época...» o «Ahora que vivimos en el siglo XXI,», Estas frases muestran la presencia de algúnorden del día «progresista». Las personas que piensan de ese modo son actores de unaobra cuyo guión ya conocen. Se creen llamados a llevar adelante el drama hacia unasupuesta utopía libertaria. El día que estoy revisando este capítulo, el día después de laboda del príncipe Guillermo y Catalina Middleton en la abadía de Westminster, hayuna malhumorada carta en el Times de Londres quejándose de que ese acontecimientoy la reacción pública ante él «han atrasado el reloj cien años». Esto solo tiene sentidosi se asume que el «reloj» ha estado inexorablemente avanzando hacia el

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republicanismo, un mito que mucha gente ha encontrado consolador a través de losaños, pero que muchos más por el mundo están decididos a resistir.

Tomemos la más bien vaga, aunque poderosa, noción de «progreso» ymultipliquémosla por cien. Hemos vivido con el sueño «progresista» durante dos o tressiglos, pero los judíos han estado viviendo en su gran historia durante más de mil años,según creían. La historia, como un gran drama de disfraces que se extiende durantemuchas generaciones, se remontaba a Abrahán, Moisés, David y otros héroes de undistante pasado. Pero ahora todo iba a llegar a un gran culmen, según creían, encualquier momento. Era una única historia, y ellos estaban en su vanguardia.

Por lo que podemos conocer, esta historia fue única en el mundo antiguo. Ni siquieralos romanos se habían imaginado a sí mismos de ese modo, con el sentido de una granhistoria cuyo culmen ahora estaban alcanzando, hasta que Augusto y sus poetas decorte usaron la idea en su propaganda. (Esto es interesante en sí mismo. Es claro apartir de los textos judíos primitivos que los judíos no tomaron la idea de Tito Livio ode Virgilio, pero también es igualmente obvio que los poetas romanos tampoco latomaron de los judíos. Ante estos dos movimientos paralelos podemos ver ya por quéchocaron uno con otro, como se esperaría en una tormenta perfecta.) Tan lejos comopodemos remontarnos en sus antiguas Escrituras -lo que los cristianos llaman elAntiguo Testamento-, el pueblo judío y sus antepasados habían creído, o sus profetasles habían dicho que creyeran, que su historia estaba avanzando hacia un lugar, quetenía un final. A pesar de muchos retrocesos y desencantos, su Dios garantizaba queellos alcanzarían ciertamente su destino final.

Después de todo les habían enseñado que su Dios era el único Dios verdadero en todoel mundo. No era simplemente un dios más entre muchos. Por tanto era imposible quesu voluntad para el mundo se frustrara definitivamente. Y puesto que el actual estadode cosas estaba claramente por debajo de lo ideal, haría cualquier cosa para componerlas cosas. Mientras tanto, su pueblo se encontraría atrapado en la historia de cómo esoiba a ocurrir. Así, mientras los romanos tenían lo que podríamos llamar unaescatología retrospectiva, en la cual la gente miraba hacia atrás desde una «edad deoro» que ya había llegado y veía toda la historia de cómo habían llegado a ese punto,los judíos acariciaban y celebraban una escatología prospectiva, mirando haciaadelante desde una edad claramente no de oro, anhelando libertad, justicia y paz, que -¡estaban convencidos!- eran suyas por derecho, y rezaban por ellas. ¡Dios lo haría!¡Finalmente iba a suceder!

Las historias que los judíos contaban (y cuando digo «contaban» quiero decir no solocontarlas unos a otros, leídas o en voz alta en los lugares de reunión, estudiadasprivadamente y convertidas en oración, sino también celebradas en fiestas nacionalesque implicaban a la mayoría de la población y atraían grandes muchedumbres deperegrinos de todo el mundo) no eran simplemente historias de comienzos pequeños,

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momentos tristes en el presente y días gloriosos futuros. Eran más específicas, máscomplejas, densas en sus detalles y preñadas de esperanza. Su tema llegaba a sufloración más plena en la gran historia del Éxodo, cuando unos mil quinientos añosantes del tiempo de Jesús, Moisés había conducido a los israelitas sacándolos de laesclavitud de Egipto a través del mar Rojo (que milagrosamente se abrió para dejarlespasar) y por el desierto hasta la tierra prometida. Los judíos vivían con la esperanza deque ocurriría otra vez. Los tiranos lo harían todo lo peor que pudieran, pero Dioslibraría a su pueblo. Si se entiende el Éxodo, se entiende mucho sobre el judaísmo. Ysobre Jesús. Jesús escogió la Pascua, la gran fiesta nacional que celebraba el Éxodo,para hacer su movimiento crucial.

Volveremos con más detalle a la historia del Éxodo un poco más adelante. Secelebraba anualmente en la Pascua y también en otras fiestas. Pero el Éxodo, a su vez,miraba más lejos hacia atrás, a la llamada divina a los patriarcas originales, Abrahán,Isaac y Jacob. La historia de estos personajes miraba, a su vez, más lejos hacia atrás, ala misteriosa y poderosa historia de creación misma, cuando el Dios de Israel habíasacado su bella, ordenada y viva creación de las aguas primordiales del caos: el Diosque puso orden en el caos y que sacó de Egipto a su pueblo esclavizado lo volvería ahacer. Creación y alianza: Dios hizo el mundo, Dios llamó a Israel para que fuera supueblo y Dios reharía su mundo para rescatar a su pueblo Israel. Todas las veces que elpueblo judío contaba la historia (y la contaban a menudo) era lo que estaban pensando,y esperando, y por lo que oraban. Era esta esperanza, esta historia, la que generaba elsegundo gran viento de la tormenta, el fuerte sistema de altas presiones en cuya estelaJesús de Nazaret decidió caminar. Y, de vez en cuando, montar en un burro.

Mucho antes de este punto, dos elementos más habían entrado en la historia de Israel ycontinuaban luego dominando el horizonte. Cuando viví en Jerusalén tres meses, en1989, iba muchas veces por el barrio judío ultraortodoxo, Mea Shearim. Entre lasvisiones y sonidos fascinantes y evocadores veía muchos carteles. Algunos de ellosadvertían a los visitantes de que debían vestir modestamente: nada de carne desnuda,¡por favor! Pero muchos de ellos estaban tocando un tema doble, más obscuro, máspotente. Muchas de las familias en Mea Shearim habían escapado de la Europa delEste cuando la época del Holocausto. El horror de aquel período había conformado suimaginación. A causa de lo que Hitler había hecho se debía observar la ley ancestral.Por lo que Hitler había hecho, Dios haría algo nuevo. Y por lo que Hitler había hecho,esta comunidad judía rezaba, esperaba y anhelaba que viniese el Mesías. «¡Hitler y elMesías!», «¡Hitler y el Mesías!». ¡El gran gobernante perverso y el gran liberador quellegaba! Este era el mensaje que yo veía entonces.

Y este, cambiando el primer nombre para cuadrar con diferentes circunstancias(¿César?, ¿Herodes?), es el mensaje que se habría oído en tiempos de Jesús. Estos dostemas, el gran imperio del mal y el futuro liberador real, se refieren parcialmente al

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Éxodo mismo, cuando Moisés libró a Israel del Egipto del faraón. Pero iban creciendoen potencia con la larga historia de la monarquía de Israel y los espectacularesdesastres nacionales que habían sobrevenido al pueblo durante ese período. Si sequiere así, estos temas son las especiales tormentas de polvo que el gran sistema dealtas presiones de la historia de Israel ha ido recogiendo por el camino, ganando fuerzacon cada decenio que transcurría. Los recuerdos del rey David y sus famosas victoriassobre las naciones paganas de alrededor se mantenían vivos, cuando los profetasprometían un día futuro en el que un rey de la familia de David traería justicia, paz yprosperidad a todo el mundo. (¿Había leído el poeta Virgilio Is 11? Probablemente no,pero la coincidencia de términos es impresionante.) Los recuerdos del rey Salomónconstruyendo el Templo en Jerusalén se mantuvieron vivos entre los que defendían,limpiaban, restauraban y embellecían el Templo, un proceso que todavía seguía entiempos de Jesús bajo el patrocinio de la familia de Herodes. ¡El futuro rey derrotaría alas naciones malvadas, opresoras y construiría o reconstruiría el Templo de Dios!¡Hitler y el Mesías! ¡Abajo uno, arriba el otro!

En lugar de «Hitler» léase también «Babilonia». Otros desastres se habían abatidosobre los israelitas. Probablemente el peor había sido el momento en que los babiloniosconquistaron Jerusalén a comienzos del siglo VI, diezmaron a la familia real, redujeronel Templo a escombros y se llevaron sus tesoros, arrastrando a la mayoría de lapoblación al exilio, del que pocos volverían. Era otra vez como lo ocurrido en Egipto:esclavitud en una tierra extranjera. «Junto a los ríos de Babilonia -escribía uno de suspoetas- nos sentamos y allí lloramos» (Sal 137,1). Eran los recuerdos de Jerusalén, de«Sión», los que hacían que las lágrimas fueran amargas. Habían vivido en la vertientemala de la historia y geografía mundiales, y el terremoto los había tragado vivos.

Y ahora llega el fragmento extraordinario, la parte de la historia que muchos echan demenos, el vuelco en la historia que es responsable del hecho de que, para el momentoen que el sistema de altas presiones en la historia judía alcanzaba el siglo I, se acercasepeligrosamente para convertirse en una fuerte tormenta. Aun cuando muchos judíos -algo bastante notable- habían vuelto de Babilonia y a finales del siglo VI hasta habíanreconstruido el Templo, permanecía un fuerte sentimiento de que no era el «nuevoÉxodo» que anhelaban. La misma Babilonia había caído, derrocada por un imperiorival (Persia), pero el fenómeno del que Egipto había sido un ejemplo clásico mil añosantes, y Babilonia el más reciente, continuaba. Nuevos imperios perversos habíanaparecido, e Israel todavía estaba esclavizado por ellos. Y crecía un sentido de quehabía que esperar todavía un nuevo Éxodo, una «vuelta del exilio» real que todavía nohabía ocurrido. Vendría cuando el último gran imperio mundial hubiera hecho lo peor.Realmente acabaría en el derrocamiento de ese oscuro poder.

Esta es la larga historia, la gran narración de esperanza, la escatología venidera, dentrode la cual muchos judíos de tiempos de Jesús estaban viviendo, habían vivido durante

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mucho tiempo y continuarían viviendo. En tiempos de Jesús era obvio qué podermundial había asumido el papel de Egipto y Babilonia. Aquí es donde nuestro sistemade altas presiones tropieza con nuestra galerna. No es momento de salir a alta mar enun bote descubierto. O de entrar en Jerusalén cabalgando en un borrico.

El choque de estas dos historias produjo algunos movimientos en un par de cientos deaños en torno a los tiempos de Jesús. Los veremos en un capítulo posterior. Demomento pasamos al tercer elemento de la tormenta perfecta en el siglo I.

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5EL HURACÁN

La galerna de Roma y el sistema de altas presiones de las esperanzas judías. Hace faltaun viento más para formar la tormenta perfecta. Y como en el desastre original deMassachusetts, fue de un orden totalmente diferente.

Para entender este gran ciclón, este huracán tropical, hay que entender, como dijeantes, algo sobre la antigua visión judía de Dios. Este elemento siempre fue altamenteimpredecible dentro de la historia judía. Dios era libre y soberano. Una y otra vez en elpasado, la forma en que Israel había contado su propia historia era diferente de laforma en que Dios planeaba las cosas. Sin duda, el pueblo esperaba que la forma enque estaban contando su propia historia encajara de modo suficientemente cómodo conla forma en que Dios veía las cosas, pero una y otra vez los profetas tenían que decirque no era así. A menudo la manera de contar las cosas por parte de Dios chocabadirectamente contra la narración nacional. Y Jesús creía que esto estaba pasando denuevo en su propia época.

Dios había prometido volver, volver a su pueblo en poder y gloria, para establecer sureino en la tierra como en el cielo. El pueblo judío esperó siempre que estosimplemente confirmaría sus aspiraciones nacionales; después de todo, él era su Dios.Querían que un huracán divino simplemente reforzase su sistema de altas presiones yasobrecalentado. Pero los profetas, hasta Juan Bautista, este incluido, siempre habíanadvertido de que la venida de Dios en poder y en persona sería totalmente a su modo,con su propia finalidad, y que su pueblo sería sometido a juicio como cualquier otro sisus aspiraciones no coincidían con las de Dios.

Jesús no solo creía que el suyo era otro de esos momentos en los que la verdaderavisión profética del huracán divino chocaría con el talante nacional corriente. Creía,según parece -las historias que contaba en su momento incluyen este punto de formamuy impresionante-, que, al entrar en Jerusalén, estaba encarnando y dando cuerpo ala vuelta del Dios de Israel a su pueblo en poder y gloria.

Pero era una diferente clase de poder, una clase diferente de gloria. Este es otro puntoen el que Jesucristo Superstar tiene toda la razón, Jesús se está acercando a Jerusalén ySimón el Zelota le anima a montar una auténtica revolución. Jesús, dice, conseguiráentonces el poder y la gloria para siempre. Pero entonces Jesús canta insistentementelos versos que dejan claro que hay una diferencia radical entre la aspiración nacionaltal como la proclaman los zelotes y el designio divino. Ni Simón, ni lasmuchedumbres, ni los otros discípulos, ni la misma Jerusalén tienen ni idea de quépoder se trata. No entienden qué gloria es. Sencillamente no tienen la clave. De estemodo sigue con la advertencia que en todas nuestras fuentes funciona como unsímbolo dramático. La misma Jerusalén va a ser destruida piedra a piedra. El áspero

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viento del imperio occidental derribaría el mismo Templo, el símbolo de la identidadnacional y el edificio que hacía de Jerusalén lo que era, porque Jerusalén y susautoridades no habían reconocido el momento en que Dios los visitaba y estabavolviendo a ellos en persona.

El viento de Dios

Aquí está, pues, el tercer elemento de la tormenta perfecta del siglo I: el elementodivino, extraño, impredecible y altamente peligroso. El viento de Dios. Este elmomento de Dios, declara Jesús, y vosotros estáis mirando hacia otro lado. Vuestrossueños de liberación nacional, que llevan a una confrontación directa con Roma, noson los sueños de Dios. Dios llamó a Israel para, por su medio, poder redimir almundo; pero Israel mismo necesitaba también redención. Por ello Dios viene a Israelcabalgando sobre un borrico, en cumplimiento de la profecía de Zacarías del futuroreino pacífico, anunciando el juicio del sistema y de la ciudad, que habían desviado suvocación contra sí mismos, y tomando el peso del mal y de la hostilidad del mundosobre sí, de forma que, muriendo bajo este peso, pudiera destruir su poder.

Durante toda su carrera pública, Jesús había estado dando cuerpo al liberador yredentor amor de Dios por Israel, y la misma capital de Israel y sus autoridades podíanverlo. El huracán divino entra desde el océano y, para cumplir el designio, tiene queencontrarse de frente con el cruel viento del oeste del imperio pagano y el sistema dealtas presiones de alto octanaje que es la aspiración nacional. Jesús escoge elmomento, el momento de la Pascua, el momento del Éxodo, no solo porque habla de lasoberana libertad y presencia de Dios, sino también sobre su pueblo rebelde, que nocomprende, y sobre la tiranía de Egipto. Y mientras nosotros contemplamos cómo lossucesos de los días finales de Jesús se van desarrollando, no podemos mirarlossimplemente y registrarlos como un extraño capricho de la historia. La pretensión enlas historias de Jesús es que se trataba de la tormenta perfecta. Allí era donde elhuracán del amor divino se encontraba con el frío poder del imperio y lasobrecalentada aspiración de Israel. Solo cuando reflexionamos sobre estacombinación empezamos a entender cómo el verdadero Hijo de Dios, el verdaderoSumo Sacerdote, se ha convertido verdaderamente en el rey del mundo.

Esto es, evidentemente, correr mucho más adelante de lo que nos corresponde. Sivamos a enfocar esta densidad de entendimiento, primero tenemos que captar cómo depoderoso, en las antiguas Escrituras, era realmente este tema de la acción soberana eindependiente de Dios.

Desde luego, algunas veces el Dios de Israel era contemplado, como en nuestra actualmetáfora de la carrera, en términos de las violentas fuerzas de la naturaleza desbocadaspor los cielos y viniendo a rescatar a su pueblo:

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Entonces tembló y retembló la tierra,vacilaron los cimientos de los montes,sacudidos por su cólera.De su nariz se alzaba una humareda,de su boca, un fuego voraz y lanzaba ascuas al rojo.Inclinó el cielo y descendió,con nubarrones bajo los pies;volaba a caballo de un querubín,cerniéndose sobre las alas del viento,envuelto en un manto de oscuridad;como un toldo le rodeabanoscuro aguacero y nubes espesas;al fulgor de su presencia, las nubesse deshicieron en granizo y centellas.Mientras el Señor tronaba desde el cielo,el Soberano hacía oír su voz.Disparando sus saetas los dispersaba,y sus continuos relámpagos los enloquecían.Apareció el fondo del mary se vieron los cimientos del orbecuando tú, Señor, lanzaste un bramido,con tu nariz resoplando de cólera (Sal 18,8-15).

Esto suena mucho a un huracán. Y quizá a algo más. Ya fuera lo que los antiguosisraelitas creyeran de su Dios, desde luego no era un Dios manso. No era el frío ydistante Dios del antiguo epicureísmo o del moderno deísmo. Pero tampoco era lasimple personificación de las fuerzas de la naturaleza. Las emplea, cabalgando en elviento. Y otras veces dice a los vientos que estén quietos. Sigue siendo soberano de loselementos. Después de todo es su creador.

Este es un tipo de viento totalmente diferente. En cierto sentido resulta extraño inclusoel mero ponerlo al lado de los otros dos. Pero la razón de proceder de ese modo es quelos judíos del siglo I contaban historias no solo sobre su historia nacional, sino sobre suDios. Celebraban su poder cantando salmos como el que acabo de citar. Manteníanunidas, con fiera devoción, sus robustas creencias de que su Dios era el único y soloDios, su angustia era la pena del mundo y la agonía de su pueblo estaba en el corazóndel mundo. Jerusalén, como siempre, estaba en el punto donde las placas tectónicas delmundo chocaban unas contra otras. Era, al parecer, el lugar apropiado para rezar por unmundo lleno de dolores.

¿Quién debería ser rey?

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Pero en tiempos de Jesús también era un lugar profundamente problemático porderecho propio. Allí es donde la historia de Dios, el gran huracán que sopla y arrasadesde el tercer ángulo del triángulo, encontró su propio camino. Los contemporáneosde Jesús creían -porque sus antiguos profetas se lo habían dicho- que su Dios habíaprometido vivir en medio suyo, en el Templo de Jerusalén, que era el descendientedirecto del Templo de Salomón, el cual, a su vez, era el sucesor de la tienda deldesierto construida por Moisés. Pero -otra vez los profetas lo habían dicho- el Dios deIsrael había abandonado el Templo en tiempos del exilio de Babilonia. Ezequiel viocómo sucedía (caps. 10-11).

Tiempo después, los mismos profetas habían prometido que un día Dios volvería.Volvería al monte Sión, a la ciudad santa, al Templo, a Jerusalén. «El Señor a quienbuscáis vendrá de repente a su templo» (Mal 1). «La gloria de Yahvé se revelará ytodos los pueblos lo verán» (Is 40,5). «Vuestros centinelas alzarán su voz, juntoscantarán de alegría; porque a plena luz ven el retorno de Yahvé a Sión» (52,8). Una yotra vez, las promesas siguen resonando en las mentes, los corazones y las plegarias delos israelitas, del pueblo judío, de los jerosolimitanos, de los peregrinos. De Jesús deNazaret.

El asunto es este. Exactamente en el momento en que Jesús crecía había unmovimiento -llamémoslo un movimiento político, un movimiento religioso o, comoFlavio Josefo lo llama, una «filosofía»- que decía que era el tiempo en que solo Diosserá rey. El pueblo estaba esperando el ciclón. Estaban rezando por ello. ¿Sabían loque significaría?

Ellos sabían lo que no significaría. Estaban hartos de sus propios «reyes», la dinastíaasmonea de los últimos cien años tal como había sido, y luego Herodes y sus hijos desegunda fila. No veían ninguna perspectiva de un dirigente humano que surgiese deesos ambientes para hacer lo que había que hacer, luchar las batallas, vencer a lospaganos, limpiar y restaurar el Templo, establecer el tan largamente esperado gobiernode la justicia y la paz. Entre los largos años de esperanza y los todavía más largos añosde aplastante tristeza, este movimiento emergió diciendo que Dios, solo Dios, podía ydebía ser rey. Dios volvería y gobernaría a su pueblo. El historiador judío FlavioJosefo nos cuenta algunas formas de este movimiento; indudablemente había muchasmás. Y aun cuando la esperanza no se convirtiera en acción, moldeaba los sueños yoraciones privados. ¡Teocracia! Sí, esto es lo que querían en tanto fuera el auténticoDios el que gobernase. Como Bob Dylan decía una vez: «"Yo soy el Señor, tu Dios" esun bello dicho en tanto sea la auténtica persona quien lo dice».

Esta idea de la teocracia no es tan extraordinaria como puede sonar en oídos modernos(aunque, como veremos, el debate sobre esta materia ha vuelto recientemente a lapalestra). Las antiguas Escrituras estaban llenas de ese tema. De hecho, la Biblia relatacómo, cuando el pueblo pidió un rey por primera vez, la respuesta divina fue que no

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era adecuado: el mismo Dios era su rey, de modo que no necesitaban un rey humano (1Sam 8,7; 12,12). En aquel momento se alcanzó un compromiso; después del fracaso deSaúl, el primer rey, Dios escogió a David, «un hombre según su corazón». De algúnmodo, ya desde el mismo comienzo había un sentido de que Dios era rey... por mediode David.

Esto es parte de lo que se quiere decir cuando Samuel ungió a David con aceite paraproclamarle rey, y se lee: «El espíritu de Yahvé vino poderosamente sobre Daviddesde aquel día en adelante» (1 Sam 16,13). Esto no significaba que David tuviera unacceso tranquilo y suave al poder. Muy al contrario. Corría, acosado por Saúl, de sitioen sitio, recurriendo a ardides y engaños para salir de las dificultades.

Pero finalmente Saúl murió en batalla contra los filisteos. Había fracasado en laprincipal tarea real de derrotar al enemigo nacional. David, que antes había matado alhéroe filisteo Goliat y se había señalado con ello para una potencial realeza, llegó alreino para el que había sido ungido varios años antes. Esta historia está llena deresonancias para la historia de Jesús de Nazaret. Ciertamente, el mismo Jesús se refierea ella como parte de la explicación de su propia extraña carrera pública itinerante, bajola lupa de sus críticos opositores (Mc 2,13-18).

David, naturalmente, cometió grandes errores, igual que sus sucesores. La historia desu reinado muestra que comenzaban a aparecer las grietas que arruinarían poco a pocoel reino de sus sucesores, empezando por la separación del reino del norte y acabandocon la devastación de la misma Jerusalén y el vergonzoso y horrible exilio. Pero alcomienzo, justo después de la proclamación de David como rey, las Escriturasconsignan una promesa que Dios le hizo. David había decidido que quería construiruna casa para su Dios, un gran templo, de modo que Dios, que había vivido entre supueblo en el tabernáculo, viviera ahora permanentemente con ellos. Esta moradapermanente sería el punto central de la ciudad, que por tanto se establecería parasiempre como la capital del pueblo de Dios: Jerusalén. La ciudad en el centro de latierra.

Una buena ambición, podría pensarse. Pero entonces Natán, el profeta de la corte deDavid, viene a él con un mensaje y una promesa. David no va a construir realmente lacasa de Dios. Lo hará su hijo. Pero, más importante, Dios hará a David una «casa», esdecir, no una casa hecha con piedra y madera, sino una «casa» en el sentido de unafamilia:

Y, cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tusantepasados, estableceré después de ti una descendencia tuya, nacida de tusentrañas, y consolidaré tu reino. Él edificará un templo en mi honor y yoconsolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él un padre y él serápara mí un hijo (2 Sam 7,12-14).

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La promesa iba a ser recordada y considerada una y otra vez en los días por venir,exactamente hasta el tiempo de Jesús. Nadie, al parecer, estaba absolutamente segurode lo que significaría en la práctica. Pero muchos veían la casa real de Israel como elmedio por el que el Dios viviente establecería su propio reino, su propio gobierno oreinado. Hay un sentido en el que no es un «o... o», o Dios o David. De alguna maneraparecen ser los dos. Este es el momento en que podemos entender muy bien cómo ypor qué el pueblo israelita de antaño, y el pueblo judío de tiempos de Jesús, podíaolvidar tan fácilmente que su sueño nacional y los designios de Dios podían ser paraellos realmente dos cosas distintas. Los profetas existieron para recordarles el hecho;pero los profetas eran fáciles de ignorar u olvidar. O de matar.

Dios como Rey

Sucedió que cuanto más avanzaba la historia de Israel, más y más los antiguos poetas yprofetas hablaban explícitamente de que Dios mismo era rey, se encargaba de todo yvendría pronto para disponerlo todo. Cantaban memorables cantos sobre cómo seríanlas cosas cuando Dios hiciera todo esto. Estos poemas, deberíamos recordarlo, seguíancantándose en el Templo de Jerusalén continuamente hasta el momento de sudestrucción en el 70 d. C., del mismo modo que siguen cantándose en las sinagogas ycasas particulares hasta el día de hoy dondequiera que los judíos digan sus oraciones.Lo que sigue es una pequeña selección de muchos pasajes parecidos[5]:

Yahvé reinará eternamentey los paganos desaparecerán de su tierra.Señor, tú atiendes los deseos de los humildes,les prestas oído y los animas;tú defiendes al huérfano y al desvalido.Que el hombre hecho de tierrano vuelva a sembrar su terror (Sal 10,16-18).

Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo,porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones,él nos escogió como heredad suya: el orgullo de Jacob, su amado.Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.Tañed para Dios, tañed; tañed para nuestro rey, tañed,porque Dios es el rey del mundo: tañed con maestría.Dios reina sobre las naciones,Dios se sienta en su trono sagrado.Los príncipes paganos se reúnen con el pueblo del Diosde Abrahán,porque de Dios son los grandes de la tierra y él es excelso (Sal 47,1-9).

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Porque Yahvé es un Dios grande,soberano de todos los dioses.Tiene en su mano las simas de la tierra,son suyas las cumbres de los montes.Suyo es el mar, porque él lo hizo;la tierra firme, que modelaron sus manos.Entrad, inclinados rindamos homenaje,bendiciendo al Señor, Creador nuestro.Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo,el rebaño de su aprisco (Sal 95,3-7).

Decid a los pueblos: «El Señor es rey.Él afianzó el orbe, y no vacilará;él gobierna a los pueblos rectamente».Alégrese el cielo, goce la tierra,retumbe el mar y cuanto lo llena.Vitoreen las campiñas y cuanto hay en ellas,aclamen los árboles silvestres delante del Señor,que ya llega, ya llega a regir la tierra;regirá el orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad (Sal 96,10-13).

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, te bendeciré por siempre jamás.Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,que te bendigan tus fieles.Que proclamen la gloria de tu reinado,que hablen de tus hazañas,explicando tus hazañas a los hombres,la gloria y majestad de tu reinado.Tu reinado es un reinado perpetuo,tu gobierno continúa de edad en edad (Sal 145,1.10-13).

En estos cánticos advertimos un triple tema constante. Primero, el Dios de Israel esaclamado como rey, especialmente en Jerusalén, en su casa del Templo. Segundo,cuando el Dios de Israel es entronizado como «rey», las naciones son puestas bajo sugobierno. Israel se alegra, pero también todas las demás naciones estarán incluidas;algunas veces, al parecer, para ser castigadas por toda su maldad, especialmente por suopresión a Israel, pero otras también para compartir la vida del pueblo de Dios y unirseen la alabanza del único Dios. Ciertamente, la creación entera se unirá a la celebración.Tercero, cuando Dios es rey, el resultado es auténtica justicia, real equidad,desaparición de toda corrupción y opresión.

Se puede ver con gran facilidad cómo estos cánticos darían origen, entre un pueblocansado de gobernantes corruptos y egoístas, al anhelo de que el mismo Yahvé viniera

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y se hiciera cargo de todo. Él y solo él daría al pueblo lo que necesitaba y quería.Tomaría el control y dispondría todo. Cantar estos cánticos todas las semanas, mientrasse veía ir y venir la deprimente procesión de autoridades y regímenes corruptos, daríaun semillero natural a la esperanza de que el Dios de Israel, y nadie más, fuera rey.

Este anhelo aumentaría con los pasajes proféticos que decían lo mismo[6]:

¡Qué hermosos son sobre los monteslos pies del heraldo que anuncia la paz,que trae la buena nueva, que pregona la victoria,que dice a Sión: «Tu Dios es rey»!Escucha: tus vigías gritan, canta a coro,porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén,que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén.El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones,y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios (Is 52,7-10).

Algunas veces, evidentemente, este tema acaba con una nota de severa advertencia:

Maldito el embustero que tiene un macho en su rebaño y ofrece una víctimaestropeada al Señor. Yo soy el gran Rey, y mi nombre es respetado en lasnaciones (Mal l,14).

Hasta ahora he citado solo pasajes en que aparecen las palabras «rey» o «reino», o unequivalente cercano. Pero no es difícil ampliar el campo. Considérense, por ejemplo,pasajes en los cuales se habla del Dios de Israel como el verdadero «pastor» de supueblo; hay que recordar que, en una economía rural en que cuidar el ganado era unade las ocupaciones más corrientes, «pastor» era una imagen frecuente del «rey».Pensemos otra vez en los salmos:

El Señor es mi pastor, nada me falta.En verdes praderas me hace recostar,me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas (Sal 23,1-3).

Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño.En tu trono de querubines resplandece...Despierta tu poder y ven a salvarnos (Sal 80,1-2).

Y también en los profetas:

Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda.Mirad, viene con él su salario, y su recompensa le precede.Como un pastor que apaciente el rebaño, su brazo lo reúne,toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres (Is 40,10-11).

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Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,anunciadla en las islas remotas.El que esparció a Israel lo reunirá,lo guardará como el pastor de su rebaño.El Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte.Y vendrán entre aclamaciones a la altura de Sión,afluirán hacia los bienes del Señor (Jr 31,10-12).

Y después, un pasaje extraordinario en el cual Yahvé, el verdadero pastor de Israel, escomparado con los gobernantes humanos, que han fallado en su tarea de cuidar de las«ovejas», Israel:

Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles:«¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que seapacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar lospastores? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis a las másgordas, y a las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáisa las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, nibuscáis a las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tenerpastor se desperdigaron y fueron pasto de las fieras salvajes. Mis ovejas sedesperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas sedispersaron por toda la tierra, sin que nadie les siguiese el rastro...

Así dice el Señor: yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo surastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño cuando las ovejas se ledispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas detodos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad ynubarrones...

Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes másaltos de Israel, se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos enlos montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las harésestear -oráculo del Señor-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a lasdescarriadas: vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas yfuertes las guardaré y las apacentaré como es debido» (Ez 34,2-6.11-12.14-16).

Todo esto difícilmente podría ser más claro. Los «pastores» humanos han sido un tristefracaso; solo Yahvé mismo lo hará. Él y solo él dará a las «ovejas» lo que necesitan ylo que otros pastores obviamente no les han proporcionado. Hay una ruptura radicalentre la forma en que los dirigentes de Israel han estado contando y viviendo la historianacional y la forma en que Dios la quiere contar. Pero entonces llega un texto que nosremite a 2 Samuel para revisar la relación a largo plazo entre el reinado de Dios y el de

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David:

Les daré un pastor único que las pastoree: mi siervo David; él las apacentará,él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios y mi siervo David, príncipe enmedio de ellos. Yo, el Señor, lo he dicho (Ez 34,23-24).

El resultado es que Israel será verdaderamente la oveja de Yahvé.

Y sabrán que yo, el Señor, soy su Dios y ellos son mi pueblo, la casa deIsrael -oráculo del Señor-. Y vosotros sois mis ovejas, ovejas de mi rebaño, yyo soy vuestro Dios -oráculo del Señor- (Ez 34,30-31).

Ez 34 trata de Dios como rey para hacer a favor de su pueblo lo que otros reyes ygobernantes no han hecho. Esto es claro. Pero también lo es que el profeta reserva unpapel al futuro rey (o «príncipe») del linaje de David. Cómo relaciona estas dos cosasno lo dice. De algún modo, cuando Dios sea rey, «David» (es decir, el futuro rey de lafamilia de David) será rey. Los dos reyes no se anulan mutuamente. Cuando, entre lashistorias de Jesús, leemos indicios y promesas sobre un pastor que cuida de las ovejas,estas son las resonancias que deberíamos recoger.

Un resultado parecido emerge de un salmo que era bien conocido y ampliamentecitado y adaptado en aquel tiempo. Para los judíos del período y para los cristianosprimitivos funcionaba de modelo de cómo Yahvé establecería su reino sobre lasturbulentas naciones, estableciendo el verdadero rey davídico:

¿Por qué se amotinan las nacionesy los pueblos planean fracasos?Se alían los reyes del mundo,los príncipes conspiran contra el Señor y su Mesías...El soberano del cielo sonríe, el Señor se burla de ellos.Luego les habla con ira y los espanta con su cólera:«Yo mismo he ungido a mi rey en Sión, mi monte santo».Voy a proclamar el decreto del Señor.Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo,yo te he engendrado hoy.Pídemelo: te daré en herencia las naciones;en posesión, la tierra hasta sus confines.Los gobernarás con cetro de hierro,los quebrarás como jarro de loza» (Sal 2,1-2.4-9).

Aquí lo tenemos. Yahvé se hace cargo y establecerá su propio gobierno sobre el restodel mundo desde su trono en Sión. Pero lo hará a través de su «ungido», a través delque llama «hijo mío».

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Deliberadamente he presentado estos pasajes de modo un tanto extenso para mostrarqué fuertemente, qué profundamente arraigada en la Escritura está la idea de Yahvémismo viniendo a regir y reinar como rey de Israel. Algunos de los temas que sepueden observar en la triste serie de reyes en potencia desde los Macabeos hasta BarKokba (cf. capítulo 9) aparecen con una luz muy clara: victoria sobre las naciones,liberación de Israel de la opresión, Jerusalén y el Templo como adecuada morada parala gloria de Dios, etc. Pero es Yahvé mismo quien lo realizará o, en ese giro final de Ez34, que tiene eco en el Sal 2, Yahvé mismo está actuando en y por el rey davídico.

La idea de Yahvé como único rey, tal como está expresada por los revolucionariosextremos del siglo I, plantea un gran problema. En la realidad, en la práctica, ¿quésignifica esto? ¿Cómo sería? ¿Cómo se compagina, si ocurre, con las expectativas yesperanzas nacionales? ¿Las confirmará, las destruirá o quizá hará las dos cosas a lavez? Prestando atención a los profetas se vería que algo parecido a esta terceraposibilidad era probable, pero, ¿qué significaría realmente?

En especial se planteaba esta pregunta: ¿aparecería realmente Yahvé visiblemente y enpersona para hacerse cargo de todo? Si fuera así, ¿que podría esperar ver la gente ver?¿Cómo ocurriría de verdad? O, si no, ¿actuaría él por medio de representantesescogidos, quizá profetas especialmente inspirados? (En el siglo I no hubo escasez depersonas que pretendían tener inspiración profética, diciendo urgentes palabras deYahvé a sus sufrientes y ansioso coetáneos, prometiéndoles algunas veces unaliberación sobrenatural inmediata y espectacular.) Y si Yahvé decidía actuar de esemodo -en un sentido obrando él mismo, pero en otro por medio de representantesespeciales-, ¿cómo estarían equipadas tales personas para esa tarea?

Aquí es donde entra en juego de nuevo la antigua idea de «ungir». Un individuo essolemnemente untado con aceite sagrado como signo, y quizá medio, de que se le«equipaba» o «capacitaba» por parte de Yahvé mismo para realizar las tareasnecesarias. Tales personas ya no actúan por su propia autoridad o iniciativa, sino por lade Dios. Una pretensión peligrosa; y se puede imaginar que la gente se vuelve cínicainstantáneamente: «¿Pretendes hablar en nombre de Yahvé? ¿Cómo?, ¿otro? ¡Esto yalo hemos oído antes!, probablemente eres un fraude, como todos los demás».

No había, después de todo, un modelo claro para lo que tendría que ser, para lo quepodría suceder si Yahvé pusiera en práctica lo que todos esos salmos y profetas decíany viniera en persona a hacerse cargo, a regir el mundo, a liberar a Israel, a establecer supresencia en el Templo, a juzgar a las naciones y hacer que árboles y animales gritarande alegría. Las antiguas Escrituras no ayudan nada a este respecto. Cuando Yahvévisita a Abrahán, Abrahán ve a tres hombres y les prepara una comida. Cuando Yahvéencuentra a Moisés, lo que ve Moisés es una zarza ardiendo. Cuando, más tarde,Yahvé guía a Moisés y a los israelitas por el desierto, lo que ven es una columna denube por el día y una columna de fuego por la noche. Cuando Yahvé revela su gloria al

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profeta Isaías, todo lo que Isaías nos dice (en su terror) es que Yahvé está en alto ylevantado, rodeado de ángeles, con la orla de su manto llenando el Templo. Nospreguntamos lo que se quiere decir cuando, en el mismo libro, se nos dice que loscentinelas gritarán de alegría cuando a plena luz vean a Yahvé volviendo a Sión. ¿Quése quiere decir cuando se lee: «La gloria del Señor se revelará y la verán todos loshombres juntos» (Is 40,5)? Cuando Ezequiel vio la gloria de Yahvé, todo lo que ofrecea manera de descripción es una extraña narración del carro-trono de Yahvé, con susruedas chirriantes precipitándose por su camino. ¿Cuál de estos modelos hay queesperar, si hay que esperar alguno de ellos? ¿O iba a ser algo distinto?

La idea de Yahvé mismo como verdadero rey de Israel se fue uniendo estrechamente ala idea de su vuelta en poder. En tiempos del exilio, muchos judíos creían que el Diosde Israel había abandonado el Templo y la ciudad de Jerusalén, dejándolos a su suerte.(Si no, razonaba la gente, ¿cómo podrían haber caído?) Ezequiel vio la gloriamarcharse por la maldad del pueblo (caps. 10-11). Pero luego, hacia el final de sumajestuoso libro, se le concedió otra visión de la gloria de Yahvé volviendo al Temploreconstruido (43,1-5). Para Isaías y Ezequiel, entonces, no solo volvería Israel a sutierra, sino que Yahvé volvería al Templo. Esto está en el núcleo de la visión del ReyYahvé en Is 52. Y podemos suponer que eso era lo que los judíos devotos esperaban ypor lo que oraban cuando cantaban todos esos salmos sobre Yahvé siendo rey,haciéndose cargo al fin, liberando a su pueblo y trayendo justicia al mundo.

Pero eso no había sucedido todavía, o no había sucedido en cuanto los profetasposexílicos sabían. Sí, habían vuelto de Babilonia a Judea. Sí, habían reconstruido elTemplo. Pero Yahvé no había vuelto a llenar una vez más su casa con su gloria. Losúltimos dos profetas del canon prometen que ciertamente vendrá, pero eso ponetodavía más claro que no lo ha hecho todavía:

Así dice el Señor de los ejércitos: «Volveré a Sión, habitaré en medio deJerusalén. Jerusalén se llamará Villafiel; el monte del Señor de los ejércitos,Montesanto... », Así dice el Señor de los ejércitos: «Yo salvaré a mi pueblo ylo traeré de los países de levante y poniente para que habite en Jerusalén.Ellos serán mi pueblo, yo seré su Dios auténtico y legítimo» (Zac 8,3.7-8).

Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará enel santuario el Señor, al que buscáis; el mensaje de la alianza que deseáis,miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién resistirá cuando élllegue?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será fuego de fundidor,lejía de lavandero; se sentará como fundidor a refinar la plata, refinará ypurificará como plata y oro a los levitas, y ellos ofrecerán al Señor ofrendaslegítimas... Os llamaré a juicio... (Mal 3,1-3.5).

Todo esto enfoca con toda claridad el tema que he descrito como la tercera gran

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tormenta, el huracán del sureste... y el último tipo de «rey» que el pueblo de tiemposde Jesús estaba ansioso de ver. La gente que anhelaba que solo Dios fuera su rey seaferraba a la esperanza presente en la Escritura: la esperanza de que, después de todosestos años, el Dios de Israel iba a volver a estar con su pueblo, a liberarlos, arestaurarlos, a condenar a sus opresores, a tomar el mando, a hacer justicia, a discernirlas cosas, a regirlos como debería hacerlo un buen rey, pero diferente de todos losreyes humanos que habían conocido hasta ahora. Y, teniendo en mente no solo Ez 34,sino también un notable pasaje de Zacarías, aparece claro que el rey divino, después detodo, vendría con la forma de un rey humano:

Alégrate, ciudad de Sión; aclama, Jerusalén.Mira a tu rey, que está llegando,justo, victorioso, humilde,cabalgando un asno, una cría de borrica.Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén,destruirá los arcos de guerra y dictará paz a las naciones.Dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.Por la sangre de tu alianza libertaré a los presos del calabozo (Zac 9,9-11).

Observamos los ecos de las promesas hechas a David en el Sal 2 y en otras partes:cuando el verdadero rey de Israel llegue, será rey no solo de Israel, sino de todo elmundo. Este es parte del sentido, como hemos visto una y otra vez, de las promesasacerca de la victoria sobre las naciones (o, solo como posibilidad, Dios dándole labienvenida a una especie de pueblo santo ampliado). Cuando Dios actúe como Israelcree que lo hará, no solo será para liberar a su pueblo, sino para establecer su gobiernosoberano sobre el mundo entero. Dios finalmente estará al mando de un mar al otro,desde el Río a los confines de la tierra. ¿Y cómo será? Como una figura humilde,cabalgando en Jerusalén sobre un asno.

La venida del Ungido

Nadie en los dos mil años antes de Jesús ni nadie en los cien años de continua luchadespués de su tiempo parece haberlo juntado todo y sugerido que el Dios de Israelpodía venir en la forma y persona del rey davídico. O, si lo hicieron, no tenemosningún testimonio de ello. Lo más cercano a lo que llegamos podía ser Bar Kokba,proclamándose en el año 132 d. C. como la gran luz del cielo, la «estrella» prometida ytanto tiempo anhelada. Veremos su movimiento más adelante.

Pero, naturalmente, el primer ejemplo de un movimiento que unió los temas del reinode Dios por un lado y el reino mesiánico por el otro fue ciertamente el de Jesús. A lospocos años de su muerte, los primeros seguidores de Jesús de Nazaret estabanhablando y escribiendo sobre él, y ciertamente cantando acerca de él no solo como ungran maestro y sanador, no solo como un gran líder espiritual y hombre santo, sino

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como una extraña combinación: el rey davídico y el Dios que vuelve. Ellos decían queera el ungido, el que había recibido el poder y había sido capacitado por el Espíritu deDios para hacer todo tipo de cosas, lo que de algún modo significaba que era el ungidode Dios, el Mesías, el rey que viene. Era el que había sido exaltado después de susufrimiento y ocupaba ahora el trono al lado del trono del mismo Dios.

Pero también creían que Jesús había cumplido los sueños de los que querían que Dios,y solo Dios, fuera el rey. Jesús, creían ellos, había vivido y trabajado dentro de lamisma historia general que todos los posibles reyes del tiempo. Pero él habíatransformado la historia en torno a sí mismo. En Jesús, creían ellos, Dios mismo sehabía convertido ciertamente en rey. Jesús había venido para encargarse del mando yestaba ahora en el trono del mundo entero. El sueño de ser rey -de Dios mismo como elrey que vendría a regir el mundo en justicia y paz- al final se había hecho realidad. Unavez que entramos en el mundo del tiempo de Jesús y empezamos a comprender lo quepodría haber querido decir con la palabra «Dios», comenzamos a entender también laasombrosa pretensión de que Jesús en persona estaba ahora al mando. Era el que tenía«un dominio perpetuo» (Dn 7,14), un reinado que nunca sería destruido.

Esta pretensión nunca puede ser, ni en nuestro tiempo ni ciertamente en el antiguo,meramente «religiosa». Incluye todo, desde el poder y la política a la cultura y lafamilia. Asume los significados «religiosos», incluso de espiritualidad personal ytransformación, y los filosóficos, incluyendo ética y cosmovisión. Pero los colocatodos dentro de una visión más amplia, que puede formularse muy simplemente: Diosestá ahora al mando, y está al mando en y por Jesús. Esta es la visión que explica loque Jesús hizo y dijo y lo que sus seguidores dijeron e hicieron. Y también lo que lessucedió.

Pero aquí está el problema, el último problema de Jesús. Este problema se reduce a doscuestiones.

Primera, cualquiera diría de Jesús que no había hecho las cosas que la gente esperabaque un rey victorioso hiciera: ¿por qué acabó crucificado con las palabras «Rey de losjudíos» sobre su cabeza? Y tres días o trescientos años después de ese momento, ¿porqué soñaría alguien en aceptarlo seriamente?

Segunda, ¿qué podría significar hoy en día hablar de que Jesús era «rey» o estaba «almando» a la vista del hecho de que tantas cosas en el mundo no dan muestra alguna detal cosa?

Estas son las preguntas que nos ocuparán el resto de este libro.

En la segunda parte nos fijaremos en la carrera pública de Jesús, viéndolo tener laarriesgada pretensión de que el reino de Dios estaba siendo puesto en marcha en aquelmomento allí y oyéndoselo explicar a sus intrigados oyentes. Veremos a dónde le

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condujo y conoceremos cómo comprendía él su próxima muerte en cuanto medio porel que, en un extraño y oscuro misterio, el reino de Dios quedaría establecido parasiempre. Ello nos abrirá una nueva forma de considerar, en la parte tercera, lo quepodría significar en el mundo de hoy y de mañana hablar de que Jesús está realmenteal mando, y -lo que es igualmente importante- no solo hablar de ello, sino colaborar aque realmente tenga lugar.

Pero al ir bosquejando el final de estos capítulos introductorios volvemos a la imagende la tormenta perfecta. Hemos sentido la fuerza de la galerna del oeste: el incesantepoder de Roma, su emperador, sus ejércitos, su ambición de ojos de acero por regir elmundo. Hemos sentido la construcción de la esperanza y de las aspiraciones nacionalesdentro del sistema de altas presiones que emergía de las antiguas historias de Israel,produciendo una narración compleja, pero coherente, en la cual muchos de loscontemporáneos de Jesús creían vivir todavía y cuyo desenlace, cumplimiento y díafinal estaban deseando ansiosamente. Estas dos cosas en sí mismas hubieran sidosuficientes y eran suficientes en otros muchos casos para producir una tormentaterrible de devastadores resultados.

Pero desde el momento en que Jesús de Nazaret comenzó su carrera pública parece queestaba determinado a invocar también la tercera parte de esta tormenta. Hablabacontinuamente del huracán que el salmista había cantado y los profetas habíanpredicado. Hablaba sobre que Dios sería rey. Y seguía haciendo cosas que, segúndecía, demostraban lo que eso significaba y significaría en el futuro. Tomó sobre símismo (este uno de los puntos de arranque más seguros para las investigacioneshistóricas sobre Jesús) el papel de un profeta, o sea, con otras palabras, de un hombreenviado por Dios para reafirmar la intención divina de derrocar el poder del imperiopagano, pero también para advertir a Israel de que su forma actual de hacer las cosasestaba peligrosamente mal concebida y que llevaba al desastre. Y con esto el mar selanza a un frenesí; el viento hace que las olas bailen salvajemente; y el mismo Jesúsavanza en medio de todo ello, en el mismo ojo de la tormenta, anuncia que el tiempose ha cumplido, que el reino de Dios está al llegar. Ordena a sus oyentes queabandonen sus otros sueños y, en lugar de en ellos, confíen en el suyo. De la maneramás simple esto es de lo que Jesús trata.

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PARTE SEGUNDA

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6AHORA DIOS ESTÁ AL MANDO

La razón por la que había muchedumbres con Jesús el día en que entró cabalgando enJerusalén es que había muchedumbres con él desde el comienzo. Las atraía. La primeracosa que muchos sabían de Jesús era que, cuando llegaba a un pueblo, había una fiesta.Una celebración: gritos de júbilo, gente bailando, mujeres dando voces. ¡El profetaestá aquí y hay buenas noticias por todas partes!

No hay que mirar muy lejos para descubrir la razón para la celebración. Las gentesestaban siendo curadas, curadas de todas las enfermedades que se pudiera imaginar. Lamedicina antigua no carecía de sofisticación, como nosotros los modernos imaginamosalgunas veces, pero tampoco era tan eficaz. En una comunidad cualquiera habíamuchas personas que sufrían de problemas de larga duración, desde un hueso roto queno había sanado convenientemente a una hemorragia persistente año tras año Y concasi cada problema corporal venía alguna especie de problema social: el labrador queya no podía arar, la mujer «impura» que no podía compartir la comida con su familia.Así que donde iba Jesús curaba a la gente. «Iba por toda Galilea -dice Mateoenseñando en sus sinagogas y proclamando la buena noticia del reino, curando todaenfermedad y dolencia entre el pueblo» (4,23). Hay toda razón para suponer que estoes exactamente lo que la mayoría de la gente veía que pasaba cuando Jesús de Nazaretpuso en marcha su extraña y corta carrera pública.

Volvemos de nuevo al centro de nuestra propia y moderna tormenta histórica. Losescépticos siempre se han burlado de estas historias. Sabemos, dicen ellos, que los«milagros» no ocurren. La gente es atraída por un líder carismático e inventan historiaspara hacer aumentar su reputación. En cualquier caso, ¿qué tipo de «dios» es el que«interviene» de esa manera? Pero otros dicen: no, los «milagros» son lo que hay queesperar si hay un Dios «sobrenatural» y si Jesús es su hijo. Y un tercer elementopregunta: ¿qué sabemos realmente sobre estas cosas en nuestra historia del siglo I?

Es una vergüenza para la historia cuando apenas ha empezado, pero vamos a congelarel marco por un momento y a tratar estas bien conocidas preguntas. Si no lo hacemos,quedarán plantadas semillas de duda. No hay tiempo para largas respuestas: cuatrorápidas servirán de momento.

Primera: Jesús atraía a grandes multitudes. Mil pequeños rasgos de las narracionesponen este hecho fuera de toda duda. Cuando preguntamos por qué, todos losevangelios dicen que era porque él curaba al pueblo. El vínculo entre curación ymultitudes aparece en todas las fuentes.

Segunda: encontramos noticias en varios momentos sobre los adversarios que acusan aJesús de estar aliado con el demonio, con el «Señor de la Vergüenza» (Belzebú) o algo

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parecido. Los estudiosos han sugerido a menudo que muchas historias de Jesús fueroninventadas más tarde por sus seguidores. Pero los que amaban y veneraban a Jesús nopodrían haber inventado historias sobre que él estuviera implicado en artes oscuras. Lagente no te acusa de estar en alianza con el demonio a menos que hagas cosas bastantenotables.

Tercera: como veremos, la explicación que Jesús daba para lo que sucedía era que algonuevo estaba ocurriendo, algo potente, dramático, diferente. Si todo lo que habíaestado haciendo hubiera sido animar a la gente a sentirse mejor y no a transformar suspropias vidas, no hubiera sido un signo de algo nuevo. No habría habido nada queexplicar. Sus explicaciones solo tienen sentido si lo que explicaban es suficientementesorprendente para plantear cuestiones.

Cuarta: puede ser el momento de ser escépticos con el mismo escepticismo. En lospropios días de Jesús hubo mucha gente que no quiso creer en su mensaje porquehubiera desafiado su propio poder o influencia. Hubiera trastocado su programa devida. Durante los últimos doscientos años, este también ha sido el talante de lasociedad occidental De todos los modos posibles, piensan las gentes, Jesús puedehaber sido un médico de las almas, haciendo que las personas se sientan mejor pordentro. Puede haber sido un liberador, arrebatando a la gente desde este mundo al«cielo». Pero no puede ser que nos hable de un Dios que realmente actúa en el mundo.Tendríamos que tomar en serio a ese Dios en cuanto descubriéramos cómo regir elmundo a nuestra manera. El escepticismo no es más «neutral» u «objetivo» que la fe.Ha crecido con fuerza en el mundo posterior a la Ilustración, que no quería que Dios (otambién cualquier otro) fuera rey. Decir esto, naturalmente, no prueba nada por sí solo.Simplemente sugiere que tenemos una mente abierta y reconocemos que elescepticismo también viene con su propio programa. Tendríamos que estar preparadospara ir donde la historia conduzca y ver si, en principio, estos pequeños fragmentos deella son coherentes con el resto.

A las voces que proclaman ruidosamente su apoyo a un Dios «sobrenatural» que hace«milagros» por medio de su «Hijo» divino, yo diría solamente, de momento: «Tenedcuidado con vuestra forma de ver las cosas. Estáis en peligro de reafirmar el mismomundo dividido en niveles que Jesús vino a unificar».

Heraldos del Rey

Así que, ¿adónde conduce la historia? Lleva directamente al anuncio que Jesús hacía:«¡Ahora Dios está al mando, y por eso las cosas son así!».

Esta mañana a primera hora estaba intentando explicar esto a una persona y llegó laréplica: «Pero yo pensaba que Dios ya estaba al mando desde siempre». ¡Ah! ¡Ahora síque estamos hablando en serio! Sí, ciertamente, en un sentido, el judío medio del siglo

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I creía que el Dios de Israel ya estaba al mando. Pero ella o él también sabía con todossus huesos y aliento que había todo tipo de aspectos en los que Dios no estaba almando. Si no, ¿por qué estaba el mundo tan mal?, ¿por qué estaba el pueblo de Dios,los judíos, en tales dificultades?, ¿por qué estaban dirigiendo el cotarro unosextranjeros despiadados, groseros y blasfemos?, ¿por qué eran los propios dirigentesjudíos una pandilla tan corrupta?, ¿y por qué -en medio de todo esto- está mi hijo tanenfermo?, ¿por qué está lisiada mi madre?, ¿por qué han matado los soldados a mihijo, mi primo, mi marido? Desde luego, si Dios estuviera realmente al mando, todoesto, desde tan lejos como los ojos pueden alcanzar hasta tan cerca como mi propiafamilia, tendría que estar bien. Jesús iba a enderezar lo que estaba a la mano. Pero élestaba hablando continuamente sobre que Dios también estaba al mando en una escalamayor. Las acciones cercanas apuntaban a esta realidad más grande. Eran signos deque estaba empezando a hacerse realidad.

Cuando digo que Jesús estaba hablando sobre que Dios era rey, quiero decir que loestaba anunciando. En mi país, los clubes de fútbol y sus aficionados se excitan muchocuando llega un nuevo jugador estrella. Se hace un anuncio: ¡tenemos una nuevaestrella!; ¡por fin vamos a meter goles!; ¡él marcará la diferencia! Pero se excitantodavía más cuando, después de meses o años de unos directivos indiferentes, llega unnuevo entrenador (o «gerente»), especialmente si llega con una fama de dar la vuelta alas cosas y de poner a un equipo nuevamente en la senda ganadora. ¡Tenemos un jefenuevo!; ¡ahora todo va cambiar! Es un anuncio de que ha sucedido algo que hará quetodo sea diferente. No es un aviso de cómo vivir o una clave sobre cómo ver un partidoen general ahora que el equipo ha estado jugando tan mal. Es una proclamación. Unavez que se ha anunciado al nuevo entrenador, lo mejor que podrían hacer los jugadoreses poner en práctica lo que dice. Entonces, y solo entonces, las cosas funcionarán bien.

Lo mismo es cierto cuando se trata de un gran imperio. Cuando el heraldo del Césarentra en una ciudad y anuncia: «Tenemos un nuevo emperador», no es una invitación adebatir el principio del gobierno imperial. No es la oferta de un nuevo sentimientointerior. Es un hecho nuevo, y lo mejor que se puede hacer es adaptar la propia vida aél.

Naturalmente, en un club de fútbol, lo que a menudo ocurre es que a las pocassemanas, y hasta días, comienza a instalarse la desilusión. El equipo no estáempezando a ganar mágicamente todos los trofeos. Y así comienza otro ciclo. Quizáun día tendremos a alguien que realmente pueda arreglarlo, que pueda realmente darlela vuelta...

Los países también pasan por este ciclo. Recuerdo la excitación y contento cuandoTony Blair ganó las elecciones generales británicas en 1997. El país dio un suspiro dealivio, porque el gobierno anterior había acabado con dificultades y ya no tenía ideas, yahora tenían que salir de la ciudad. ¡Ahora, por fin, tenemos una visión nueva! ¡Un

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nuevo líder! ¡Todo se va a arreglar! Pero con la triste sabiduría de la visiónretrospectiva, muchas personas tenían dudas ante los entusiasmos despertados enaquella ocasión. El «nuevo partido laborista» acabó siendo como los demás, haciendoalgunas cosas bien y otras muchas mal.

He visto que otros países pasaban por subidas y bajadas parecidas. Recuerdo la alegríade muchos cuando Barack Obama fue elegido presidente de los Estados Unidos en2008, y vi cómo esa alegría se volvía frustración cuando las cosas no mejoraroninstantáneamente de la noche la mañana. (También vi el horror de muchos ante lamisma elección, y he visto cómo ese horror se volvía paranoia.) Tratamos a nuestroslíderes políticos como héroes o semidioses; encarnan nuestros sueños, nuestrasfantasías de cómo deberían ser las cosas. Cuando encontramos que, después de todo,solo son humanos, la tomamos con ellos, censurándoles por los dificilísimosproblemas que ellos, como sus predecesores, han sido incapaces de resolver. ¿Por quéla gente pensaba que Jesús podía ser algo distinto?

No es que no hubieran tenido desilusiones anteriores. La larga historia de Israel habíatenido sus momentos buenos, pero, si se tiene en cuenta todo lo que había sucedido enlos mil años anteriores, la serie de desilusiones es tan larga, se repite tanto y es tandesalentadora que se les puede perdonar que abandonaran totalmente la esperanza.

Algunos lo hicieron. Otros, en mayor número, no lo hicieron. Y la razón por la que noabandonaron la esperanza nos dice mucho sobre lo que pensaban que iba a suceder siDios asumía finalmente el mando de todo y cuando lo hiciera. En este momentotenemos que quitarnos las lentes a través de las que vemos normalmente el mundo -noen último término el mundo occidental- y ponernos en otra actitud. Si queremoscomprender a Jesús, tenemos que aprender a ver el mundo como sus contemporáneoslo veían. Ya lo hemos empezado a hacer en los primeros capítulos. Ahora -porpeligroso y complicado que sea para un historiador (porque nuestras fuentes sonescasas y están llenas de parches)- tenemos que llevar este proceso un paso másadelante.

¿Qué falló?

Para decirlo sencillamente, los judíos de tiempos de Jesús creían que su Dios habíahecho el mundo y que seguía a cargo de él. No entendían más que nosotros por qué unmundo hecho por un Dios bueno tendría que ir mal, pero esto había sucedido con todaclaridad. Todos los signos estaban allí: cuerpos rotos, vidas rotas, sistemas rotos,países rotos. Y el pueblo judío creía que ellos, la familia de Abrahán, eran parte de larespuesta, parte de la operación de arreglo, parte del plan de enderezamiento.

ESQUEMA CRONOLÓGICO DE LA HISTORIA JUDÍA

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Período babilónico: 597-539 a. C.597 Jerusalén conquistada por Nabucodonosor II587 Jerusalén destruida, pueblo exiliado a Babilonia539 Caída de Babilonia

Período persa/griego: 538-320 a. C.538 Vuelta de (algunos) exiliados: comienza la reconstrucción del Templo(completada en el 516)450s/440s Esdras y Nehemías en Jerusalén336 Alejandro Magno llega al poder332 Alejandro conquista Palestina323 Alejandro muere; división del imperio

Período egipcio: 320-200 a. C.Los ptolomeos de Egipto gobiernan Palestina; gobierno local por sumos sacerdotes

Período sirio: 200-63 a. C.200 Antíoco III derrota a los egipcios175 Antíoco IV Epífanes entronizado171 Menelao (sumo sacerdote) favorece a Antíoco; revuelta judía167 Antíoco profana el Templo; construye altar a Zeus Olímpico166 Judas Macabeo («Judas el Martillo») lidera un grupo revolucionario164 Judas purifica el Templo160 Muerte de Judas160-63 Gobierno cuasi independiente de la dinastía asmonea (macabea)

Período romano: 63 a. C. en adelante63 Pompeyo (general romano) toma Jerusalén44 Muerte de Julio César; guerra civil romana37 Herodes se establece como «Rey de Judea»31 Octavio (Augusto) gana la guerra civil, transforma la república romana en imperio7-4 a. C.(¿?) Nacimiento de Jesús de Nazaret4 a. C. Muerte de Herodes; inquietud civil y movimientos «mesiánicos»4 a. C. Reino de Herodes dividido; Antipas gobierna Galilea; Arquelao, Judea6 d. C. Arquelao depuesto después de protestas; Judea gobernada por «prefectos»romanos14 d. C. Muerte de Augusto; ascenso de Tiberio26-36 Pondo Pilato, «prefecto» de Judea30 (¿33?) Crucifixión de Jesús de Nazaret

De este modo, tal como el pueblo judío creía, si se daban los elementos clave de laoperación de liberación global divina era doblemente frustrante, doblementeenigmático y doblemente desafiante que la vida nacional de los judíos hubiera sido tal

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desastre durante tanto tiempo. En el momento en que Jesús iba por Galilea diciendo ala gente que ahora Dios se había hecho cargo de todo se cumplían casi seiscientos añosdesde que Jerusalén había sido destruida por los babilonios, el gran superpoder de laépoca. Y aunque muchos de los judíos habían vuelto del exilio de Babilonia y hastahabían reconstruido el Templo de Jerusalén, sabían que las cosas todavía no estabanbien. Una nación pagana tras otra les conquistaba, gobernando el Oriente Próximo a sumanera.

En especial, el pueblo judío creía que el Templo de Jerusalén era donde se suponía quevivía su Dios. El Templo era el lugar de la tierra donde «cielo» y «tierra» se uníanrealmente. Consideraba el «cielo» como el espacio de Dios y la «tierra» como nuestroespacio, el orden creado tal como lo conocemos, y creían que el Templo era el únicolugar en la tierra donde los dos órdenes se solapaban. Pero el Templo parecía vacío,Dios no había vuelto.

Así que, ¿de dónde iba a venir la esperanza? ¿Cómo se podía mantener la esperanzadurante más de medio milenio mientras se veía ir y venir un régimen tras otro, yalgunos de ellos prometiendo cosas mejores, pero dejando que se cayeran al final?¿Cómo se podía seguir creyendo de generación en generación que un día Dios vendríay se encargaría de todo?

Reviviendo el Éxodo

Respuesta: se cuenta la historia, se cantan los cánticos y se celebra la victoria de Diosaun cuando siga no ocurriendo. Como hemos visto, la historia -la historia sobre todaslas historias para el pueblo judío- era la historia del Éxodo, el tiempo en que Diosescuchó los gritos de su pueblo esclavizado en Egipto y acudió a liberarlos,haciéndoles cruzar el mar Rojo en tiempo de Pascua, conduciéndoles por el desierto ydándoles hogar en la tierra prometida. Puesto que el mismo Jesús parece haberescogido deliberadamente la historia del Éxodo, la historia de la Pascua, como marcopara el culmen, cuidadosamente elaborado, de su vida pública, es importante quepensemos por un momento en los siete grandes rasgos de esta historia que todos losjudíos del siglo I conocían de memoria. Todo esto -¡todavía estamos aprendiendo aquitarnos nuestras lentes modernas occidentales y a ponernos las judías del siglo I!- esesencial si queremos comprender lo que Jesús pensaba que estaba haciendo. Si nologramos aclarar este punto, simplemente meteremos a presión a Jesús en la pequeñacaja de nuestra imaginación en lugar de verlo como era. Aquí están los siete temas delÉxodo:

• Tirano malvado• Jefe escogido• Victoria de Dios• Liberación por sacrificio

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• Nueva vocación y modo de vida• Presencia de Dios• Tierra prometida y heredada

Primero. La historia del Éxodo trata toda ella sobre un tirano malvado -el faraón, reyde Egipto-, que había esclavizado al pueblo de Dios. El faraón es, por así decir, elsíntoma más visible del problema con que el pueblo se enfrentaba.

Segundo. Dios eligió un líder. Moisés fue llamado, junto con su hermano Aarón y suhermana Miriam, para decir al pueblo que Dios, por fin, estaba llegando paraliberarlos. Entonces Moisés, a petición de Dios, condujo al pueblo fuera de laesclavitud hacia la libertad.

Tercero. Dios obtuvo una gran victoria sobre el faraón y su pueblo. Esto asumió laforma de un juicio divino, comenzando con una serie de plagas y alcanzando suculmen decisivo cuando el mar Rojo, que se había dividido para dejar pasar a losisraelitas, volvió hacia atrás y ahogó al ejército egipcio. Esta victoria divina fuecelebrada en un gran cántico cuyas líneas finales nos proporcionan el vínculo directocon lo que Jesús estaba diciendo: «Yahvé reinará siempre y por siempre» (Ex 15,18).Esto es lo que significa que el Dios de Israel ha tomado el mando. Está reinando. Haobtenido la victoria sobre el malvado tirano. Es el rey.

Cuarto. La liberación del pueblo de Dios fue llevada a cabo de un modo que le dejaraclaro que era un acto de especial favor y compasión. Es llamada «Pascua»precisamente porque, en la última noche en Egipto, el ángel de la muerte, trayendo unjuicio para todos los primogénitos de Egipto, «pasó por» las casas israelitas, dondehabía sido sacrificado un cordero y su sangre untada en los dinteles de las puertas. Lacena familiar compartida de aquella noche ha sido repetida desde entonces, haciendodel pueblo la rescatada y liberada familia de Dios. Fue durante las preparaciones de laPascua cuando Jesús entró en Jerusalén cabalgando en el asno.

Quinto. Los israelitas llegaron al monte Sinaí, donde se selló «la alianza matrimonial»entre ellos y su Dios. Dios, por su parte, les dio su ley, la forma de vida con la queellos deberían mostrar al mundo lo que tenía en mente su hacedor.

Sexto. Dios mismo iba con los israelitas en su marcha, en una columna de nubedurante el día y de fuego durante la noche. El libro del Éxodo se cierra con lafabricación del tabernáculo, donde Dios vendría a habitar en medio de su pueblo.Medio milenio después de tiempos de Moisés, David y Salomón planearon yconstruyeron una versión permanente de este tabernáculo, el Templo de Jerusalén. Fueel Templo al que Jesús acudió un día para realizar un gesto extraño, simbólico ydramático para debatir con los maestros de la ley cuando los vientos comenzaban asoplar más violentamente y la tormenta perfecta de la historia alcanzaba su zenit.

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Séptimo. Todo esto sucedía para cumplir antiguas promesas. Dios había prometido aAbrahán, Isaac y Jacob que su familia tendría la tierra de Palestina como herencia.Ahora, al fin, esas promesas se estaban realizando. La esperanza se había demoradomucho tiempo. Ahora se estaba cumpliendo.

Todo esto es lo que yo quería decir cuando afirmaba más arriba que la fiesta que Jesúsescogió como su momento para actuar estaba «densa de detalles y preñada deesperanza». Para nosotros, el cuadro ha de unirse paso a paso; para ellos era como uncuarto de estar en su propia casa, llena de cuadros y adornos que conocían muy bien, yninguno de ellos carecía de significado. Y el significado para todos los queparticipaban en la fiesta era la esperanza. Lo que Dios había hecho antes, Dios lo haríaotra vez. Naturalmente, como muestra abundantemente la historia bíblica, las cosas nuncafueron tan sencillas. El pueblo en tiempos del Éxodo tenía miedo. Moisés mismointentó escaparse de su peligroso papel. El pueblo murmuraba y algunas veces pedía agritos volver a Egipto. Cuando la ley santa llegó del monté Sinaí, su primera tarea fuecondenar al pueblo -¡incluido Aarón! por haber hecho un ídolo, un becerro de oro, enlugar de adorar al único Dios, cuya única «imagen» apropiada es un ser humano vivoque respira. La alianza fue rota antes de que ni siquiera hubiera comenzado realmente,y Dios estuvo a punto de retirar su promesa de viajar en persona con los israelitas. Sealo que fuere que significasen las antiguas promesas, y sea lo que fuere que implicaraeste nuevo cumplimiento, ciertamente no hizo al pueblo puro, santo y fiel de la noche ala mañana.

Pero esta era la historia que los israelitas mantuvieron durante los mil años siguientes,o más, hasta el tiempo de Jesús, y que naturalmente mantiene el pueblo judío hastahoy. Esta era la historia que Jesús sabía desde pequeño. Esta era la historia -el tirano,el jefe, la victoria, el sacrificio, la vocación, la presencia de Dios, la herenciaprometida- dentro de la cual tenía sentido hablar de Dios tomando el mando. Esta erala historia sobre Dios como rey.

Esta era la historia que los oyentes de Jesús recordarían cuando le oían hablar de Dioshaciéndose por fin cargo. Puesto que tenemos razones para creer que Jesús fue uno delos mayores comunicadores de su tiempo, debemos asumir que esta era la historia en laque quería que ellos pensasen. Debe de haber sabido lo que hacía, qué cuadros estabaevocando en las mentes del pueblo. Cuando él hablaba de Dios tomando el mando,estaba hablando de un nuevo Éxodo.

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7LA CAMPAÑA EMPIEZA AQUÍ

Hay que ponerse, pues, estas gafas cuando volvemos a Jesús y a lo que decía sobreDios, sobre el Dios de Israel. Jesús declaraba, a la manera de alguien que hace unaproclamación pública, que el Dios de Israel está por fin siendo rey. Decía: «¡El tiempose ha cumplido! ¡El reino de Dios está llegando! ¡Convertíos y creed la buena noticia!»(Mc 1,15). «Si por el dedo de Dios expulso a los demonios -declaraba-, entonces elreino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20).

Piénsese por un momento en cómo funciona una «proclamación» como esta. Los quevivimos en democracias modernas estamos acostumbrados a la idea de un nuevogobierno que toma posesión, con un presidente o un primer ministro nuevo. Estamosacostumbrados a oírle en la radio o a verlo en la televisión. Cuando ocurre, casi todosnosotros simplemente aceptamos que así es como son las cosas ahora. Creemos en lademocracia. Aunque no hayamos votado por el vencedor de turno, nos encogemos dehombros y reconocemos que la mayoría no está de acuerdo con nosotros esta vez. Sealo que sea que suceda, es improbable que todas las leyes antiguas y todas las antiguascostumbres sean barridas del todo o que el nuevo líder invente muchas otras nuevas yque espere que nosotros las aceptemos. Algunas políticas se correrán un poco hacia unlado o hacia otro. Pero un nuevo líder o un nuevo gobierno no transformará nuestrasvidas de arriba abajo.

Pero imaginemos lo que sería si se hubiera vivido durante años y años bajo el dominioperverso y represivo de un tirano extranjero. No hay ningún modo de cambiar lascosas. No se tienen elecciones o, si las hay, son fraudulentas desde el comienzo. Eimaginemos que esto ocurre en un mundo sin radio, televisión o medios impresos. Laúnica forma que se tiene de conocer las cosas es por rumores (a menudo muy eficacesy en ocasiones notablemente exactos) o por algún tipo de proclama pública, que quizá,cuando finalmente se filtra hasta nuestra ciudad, está muy lejos del centro de poder.

Las proclamaciones se usan también para anunciar un cambio de gobernante, pero lacontinuidad del sistema. El viejo emperador muere, pero los que tienen el poder en suentorno tendrán cuidado de que, antes de que la mala noticia de su muerte se difunda,la buena nueva de su sucesor esté firmemente establecida. Se envían heraldos a lasprovincias, ciudades y pueblos por todo el imperio con un mensaje que comporta peso,autoridad y un sentido de que no es en una nueva idea en lo que hay que pensar, sinoque se trata de un hecho nuevo al que es mejor acostumbrarse. «¡Buenas noticias!¡Tenemos un nuevo emperador!». Así, cuando Jesús estaba cerca de cumplir veinteaños y el viejo emperador Augusto finalmente murió después de cuatro décadas comoamo del mundo occidental, podemos imaginar a Jesús en la ciudad de Séforis,reconstruida hacía poco, no lejos de Nazaret, en la plaza del mercado, cuando el

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heraldo llegó a leer la proclama. «¡Buenas noticias, Tiberio César es emperador!».

El heraldo bien podía estar acompañado por un pelotón de soldados, especialmente enlugares de potenciales conflictos. Todos sabían entonces -como la gente que viveactualmente en tiranía sabe igualmente bien- que un cambio de gobernante es unmomento de vulnerabilidad, un momento en que puede surgir una revolución. La razónpor la que Séforis hubo de ser reconstruida, quizá con ayuda de carpinteros localestales como José y posiblemente Jesús mismo, era que había sido el centro de unaimportante revuelta antirromana después de la muerte de Herodes el Grande, y losromanos la habían derruido hasta los cimientos. La proclamación de un nuevoemperador, pues, tenía trascendencia. No era un asunto de lo tomas o lo dejas.Significaba que ahora Tiberio estaba al mando y que sus agentes locales, que gozabande su apoyo, tenían que ser obedecidos. De lo contrario...

Celebración, curación y perdón

¿Qué hay entonces sobre el anuncio del propio reino por parte de Jesús? Su caminarpor Galilea diciendo, como uno de los heraldos de César, que Dios mismo estabasiendo rey en ese momento, sería un golpe en el ojo al menos para dos tipos depersonas. En el norte del país, donde Jesús está lanzando su campaña, estaba HerodesAntipas, uno de los muchos hijos de Herodes el Grande. Herodes Antipas no eraespecialmente poderoso, pero, aunque los romanos no le habían permitido mantener eltítulo paterno de «rey de los judíos», era lo más parecido a eso en aquel momento.Desde luego era él quien había reconstruido Séforis como su capital. Al sur estaban lossacerdotes principales, con el sumo sacerdote (designado anualmente) a su cabeza, unapseudoaristocracia que se mantenía, como el propio Herodes Antipas, con el apoyoromano. A los romanos les gustaba regir su enorme imperio por medio de ostentadoreslocales del poder, de los que podían valerse para recaudar los impuestos y mantener ala población controlada. Si Herodes o el sumo sacerdote oían que alguien estaba yendopor ahí anunciando que Dios era rey, podrían oler las dificultades inmediatamente.

Así, cuando Jesús iba por Galilea diciendo que Dios ahora estaba al mando, no estabacaminado, por así decir, por territorio virgen. No estaba haciendo su anuncio en elvacío. Imaginemos lo que sería en Gran Bretaña o Estados Unidos hoy en día si, sinelecciones ni ningún otro mecanismo oficial para cambiar el gobierno, alguien salieraen la radio nacional y en la televisión y anunciara que había un nuevo primer ministroo presidente. «¡De ahora en adelante -dice el que hace el anuncio- tenemos un nuevogobernante! ¡Estamos bajo un nuevo gobierno! ¡Todo va a ser distinto!». Esto no essolo una charla excitante. Es una charla polémica. ¡Es traición! ¡Es sedición! ¿Con quéderecho se dice esto? ¿Cómo piensa alguien que puede salir adelante con ello? Y, entodo caso, ¿qué significa exactamente? Un anuncio como ese no es meramente unaproclamación. Es el comienzo de una campaña. Cuando un régimen ya está en el podery simplemente está transfiriendo ese poder a la siguiente persona, simplemente se dice

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lo que está sucediendo. Pero si se hace esa proclamación mientras alguien distintoparece estar al mando, efectivamente se está diciendo: «La campaña empieza ahora».

Así pues, ¿qué decía Jesús? ¿Qué clase de campaña podía ser? Tales eran las preguntas-podemos estar seguros de ello- en las mentes de sus oyentes. La frustrante respuestade Jesús al «¿qué está diciendo exactamente?» planteada por ellos y nosotros parecehaber sido, al menos en parte: «Esperad y veréis». Pero entretanto está mostrando deforma cercana y personal lo que esa frase significaba. Sus curaciones y celebracioneseran parte del reinado de Dios. Parecía tratarse de esto.

Pero, ¿qué tenía que ver la curación de docenas, quizá de miles, de personas con lasesperanzas y aspiraciones que estudiábamos antes, con el sueño de un nuevo Éxodo,con una batalla victoriosa contra el viejo tirano, con la reconstrucción del Templo, conel establecimiento de la justicia y la paz?

Quizá el sitio para empezar sea esta última pregunta. La justicia y la paz tratan deenderezar las cosas en el mundo. Pero desde cualquier perspectiva que se mire a Jesús,él estaba preocupado no solo con las estructuras externas, sino con la realidad queimplicaba a toda la persona, a la entera comunidad. No tiene sentido enderezar elmundo si la gente está todavía rota. Así que la gente rota ha de ser curada: paralíticos,epilépticos, poseídos por el demonio, personas con horribles enfermedades de la piel,un siervo a punto de morir, una anciana con fiebre alta, hombres ciegos, sordos ymudos, una muchacha que técnicamente está ya muerta, una mujer vieja con unahemorragias persistentes. Y así otros muchos. Mateo alarga la lista hasta que nosotroscasi demos por sentado que si aquí hay una persona que está enferma, Jesús la curará.

Pero no eran solo curaciones. Había también fiestas... celebraciones. Podemos estarseguros de que Jesús a menudo empleaba mucho tiempo en orar solo. Pero tambiénestá muy a gusto donde hay una fiesta, una fiesta del reino, una celebración del hechode que Dios, por fin, estaba tomando el mando. Y, como es bien conocido, pero nosiempre comprendido del todo, parece haberse especializado en celebrar el reino deDios con toda la gente inconveniente. Los recaudadores de impuestos (siempredetestados, y doblemente cuando trabajaban para Herodes, los romanos o para los dos)eran una raza aparte y Jesús salía de su camino para encontrarse con ellos, para comery festejar con ellos, para llamar a uno de ellos a formar parte de su equipo interno.Mateo, contando la historia de su propia llamada (9,9-13), la coloca como una más enuna larga lista de historias de curación. Probablemente es porque de esa forma él lahabía experimentado. Las prostitutas parecen haber sido otra especialidad. Se decíaque Jesús también las había acogido, y en la notable historia del hijo pródigo, que enbreve consideraremos más de cerca, la acusación hecha contra este hijo pródigo por suhermano mayor es que había gastado todo el dinero de la familia en prostitutas (Lc15,30). Esto refleja la acusación hecha contra Jesús, que coloca la historia en primerlugar («¡Este acoge a los pecadores... ! ¡Y hasta come con ellos!», v. 2).

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De hecho, este capítulo (Lc 15) es una detallada exposición de la razón por la que hayuna fiesta para empezar. Algo está ocurriendo, declara Jesús, que junta cielo y tierra.Los ángeles están haciendo una fiesta en el cielo, así que nosotros ciertamente tambiéndeberíamos hacer lo mismo en la tierra. Y la razón por la que los ángeles hacen fiestaes que notorios pecadores están dándose cuenta de la equivocación de sus formas deproceder y apartándose de ellas, aun cuando los justos y respetables, que no puedensoportar el pensamiento de que ellos tengan nada malo, desprecien esta conducta.

El punto central, como con las curaciones, no es que Jesús esté montando unaoperación de rescate de almas perdidas y atribuladas, llevada a cabo por una solapersona, aunque así es como debía parecer a menudo. Jesús, consciente de las largashistorias del pueblo de Dios y de las formas en que se esperaba que esas historias serealizasen, sabía, como cualquier maestro de la ley formado, que una de las grandescosas que Israel tenía que hacer para que Dios pusiese en marcha su gran movimientode renovación, su nuevo Éxodo, era «convertirse», arrepentirse, alejarse de los malosprocederes de su corazón y volverse a Dios en penitencia y fe. Esto es lo que el mismoMoisés había dicho en Dt 30. Jeremías y Ezequiel habían destacado lo mismo. Y asítendría que ser: cuando los israelitas hubieran tocado fondo, se volverían a Dios contoda su alma y corazón, y Dios se volvería a ellos, restaurándoles y haciendo de ellosverdaderamente su pueblo.

¡Así que, dice Jesús, es momento de celebraciones! ¡Está ocurriendo! No quizá de laforma en que vosotros pensabais que iba a ser, no a escala nacional, pero estásucediendo realmente. «¡Qué alegres están en el cielo por un pecador que searrepiente!» (Lc 15,7). «Este hermano tuyo estaba muerto y ha resucitado; estabaperdido y ha sido hallado» (15,32). Está sucediendo la resurrección, la últimaesperanza de nueva vida para Israel, delante de vuestras narices y no podéis verla. Peropara aquellos de nosotros que puedan... bien estaremos teniendo una fiesta, la mismafiesta que los ángeles tienen en el cielo. Esto parece que es una parte al menos de loque significa que el reino de Dios está «en la tierra como en el cielo». Lascelebraciones celestiales ante los signos de renovación, ante los primeros resplandoresde la aurora, que pronto inundarán todo el cielo, han de unirse con la abigarradamuchedumbre en torno a Jesús aquí y allá, en casa de Mateo (Mt 9,9-13) y en la deZaqueo (Lc 19,1-10), en esta taberna y en aquella, con María Magdalena y sus amigosy con cualquier otra persona que quiera adherirse. Esto es lo que ocurre cuando Diosestá al mando. Y así es como la campaña comienza.

Esto nos lleva a otro tema íntimamente relacionado con los de la curación y lacelebración. Jesús hablaba frecuentemente de personas que eran perdonadas. Elperdón, ciertamente, es una especie de curación. Quita una carga que puede aplastar ylisiar. Permite a alguien estar de pie sin ser pretencioso. Se extiende a comunidadesenteras. Pensemos en Desmond Tutu presidiendo esa desgarradora Comisión para la

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Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica. Su lema era «no hay futuro sin perdón»; seconvirtió en el título de Tutu. El perdón tiene la pretensión de ser lo más poderoso delmundo. Transforma como ninguna otra cosa. Se extiende desde la cima de la escala,«perdón» de la gran deuda financiera, hasta abajo del todo para liberar del silencioso ysecreto horror de la culpa y vergüenza personales, que, literalmente, puede paralizar aalguien.

Este es el caso en una de las primeras y mejor conocidas historias (Mc 2,1-12). «Hijo -dice Jesús a un hombre tendido en una camilla incapaz de moverse-, tus pecados te sonperdonados». Muy bien para decirlo, se podría pensar. Se entra un poco en la ciudad yse declara que tenemos un nuevo emperador. «¿Qué quieres decir? ¿Cómo funcionarátodo esto? ¿Y no es tentar a la suerte? ¿No es “perdón” lo que normalmente se obtieneen el Templo bajo la autoridad de los sumos sacerdotes?». Así es como funcionanormalmente. Pero algo distinto está pasando aquí. Una nueva dimensión de laproclamación de que Dios está al mando está siendo desvelada. «¿Queréis saber -diceJesús ante la gente- si el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonarpecados?». Se vuelve al hombre paralizado: «A ti te digo -dice-, levántate, toma tucamilla y vete a tu casa». El hombre obedece. Y la muchedumbre en la casa, que noquería dejar entrar al enfermo, se divide ahora, como el mar Rojo, para dejar salir alhombre curado.

¡Perdón y curación! Las dos cosas van estrechamente unidas, personal y socialmente.Sociedades enteras pueden estar paralizadas por rencillas antiguas que se convierten enenemistades, y luego en formas de guerra civil. Se pueden desgarrar familias por unsolo incidente o una conducta personal que nunca es afrontada, y por tanto nunca seperdona. Del mismo modo, sociedades y familias, igual que individuos, puedenreconciliarse, pueden encontrar esperanza nueva y amor nuevo por medio del perdón.Jesús estaba tocando algo muy profundamente en la vida humana.

Pero, como la curación física, el perdón no puede pararse con esta clase dereconciliación. Para entender esto tenemos que ir desde el Éxodo hasta el otro granmomento definitorio en la historia de Israel: el exilio. Ya hemos mencionado elmomento en que el pueblo fue deportado a Babilonia. Bien, los profetas de la épocatenían muy claro por qué había sucedido esto: por la maldad del pueblo. Como susdistantes antepasados bailando alrededor de un becerro de oro en el desierto, habíanolvidado a su verdadero Dios. Habían adorado a los ídolos. Así, en lugar de ser una luzpara las naciones, Israel se había convertido en un paradigma de una nación olvidadade Dios. Los pueblos miraban a los israelitas y se reían de ellos y de su Dios, el Diosque aparentemente les había dejado indefensos. El exilio era considerado, en todas lasantiguas Escrituras, el castigo del pecado de Israel. En una cultura donde el honor y lavergüenza lo eran todo, el exilio traía una profunda y mortal vergüenza sobre Israel. Y,a los ojos del mundo espectador, sobre el Dios de Israel.

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Pero si esto es así, entonces el perdón tiene que implicar que el exilio ha pasado.«Consolad, consolad a mi pueblo -cantaba uno de los mayores profetas-. Hablad alcorazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen,pues de la mano de Yahvé ha recibido doble paga por sus pecados» (Is 40,1-2). Y,como deja claro la profecía que viene a continuación, esta palabra de perdón formaparte del mensaje general de que el Dios de Israel es realmente rey. Será conocidocomo rey por su victoria sobre el tiránico reino pagano de Babilonia y por haber traídode vuelta a su pueblo hasta su tierra. Esto era el nuevo Éxodo: tirano, liberación,vocación, presencia de Dios, herencia. Igual que la curación física es la versióncercana y personal de lo que ocurre cuando Dios toma el mando para arreglar ycomponer todo el mundo, así el perdón individual es la versión cercana y personal delo que ocurre cuando Dios hace lo que ha prometido y restaura a su pueblo exiliado.Como hemos visto, la mayoría de los judíos de tiempos de Jesús consideraban el exiliode Babilonia como el comienzo de un período mucho más largo de una historia en queel pueblo de Dios seguía sin redimir, sin libertad y sin perdón. Cuando Jesús anunciabael perdón, tanto a escala individual como a mayor escala, era la historia que la gentehabía tenido en mente. Y era la historia que presumiblemente Jesús quería que tuvieranen mente.

El primer anuncio

Así es como deberíamos comprender los grandes anuncios y las palabras íntimas deconsuelo. El más formal de los anuncios aparece en el evangelio de Lucas (4,16-30) alcomienzo de la vida pública de Jesús: Jesús vuelve a su ciudad de Nazaret y el sábadova a la sinagoga, un lugar de culto, pero también el «lugar de reunión» (esto es lo quesignifica el término), el lugar donde la gente se junta para discutir, debatir, estudiar laley y reflexionar sobre lo que significa. Jesús se levanta para leer al profeta Isaías yescoge uno de los grandes pasajes sobre la venida de la nueva era, la liberación de laesclavitud, el nuevo Éxodo y la restauración después del exilio, todo lo cual eranelementos que formaban la esperanza que sostenía gran parte de la vida judía de aquelmomento. Este es el pasaje que a menudo es conocido como «Manifiesto de Nazaret»de Jesús.

Vino a Nazaret, donde se había criado. El sábado, como de costumbre, fue ala sinagoga y se levantó para leer. Le dieron el rollo del profeta Isaías. Lodesenrolló y encontró el lugar donde estaba escrito:

El espíritu del Señor está sobre mí,porque me ha ungidopara anunciar a los pobres la buena noticia,me ha enviado para anunciar la liberación a los cautivosy la vista a los ciegos,para poner en libertad a los oprimidos,

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para proclamar el año de gracia del Señor.Enrolló el volumen, lo devolvió al servidor y se sentó. Toda la sinagogatenía los ojos fijos en él.-Hoy -comenzó- se ha cumplido esta escritura ante vosotros (Lc 4,16-21).

Este es un mensaje de perdón, sin duda, pero no es solo perdón para los individuos queestán paralizados física o emocionalmente como consecuencia de su culpa real oimaginada. Es una especie de perdón colectivo, utilizando la antigua esperanza judíadel «jubileo», el año en que todas las deudas debían perdonarse y los esclavos debíanser emancipados (Lv 25). El jubileo es el sábado de los sábados. Si cada siete añostiene que haber un año sabático en el que la tierra esté en barbecho y la gente descanse,el jubileo es el sábado de los sábados, siete veces siete años, dando lugar a una grancelebración de liberación, perdón y rescate de todo lo que paraliza la vida humana. Esoes lo que Jesús anunciaba. Los lectores norteamericanos, en especial, deberían conocerbien este tema, porque parte de Lv 25 (v. 10, en cursiva más abajo) está grabado en lafamosa Campana de la Libertad en Filadelfia:

Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta ynueve años. A toque de trompera darás un bando para todo el país, el díadiez del séptimo mes. El día de la expiación haréis resonar la trompeta portodo el país.

Santificarás el año cincuenta y promulgaréis libertad por todo el paíspara todos sus habitantes. Celebraréis jubileo, cada uno recobrará supropiedad y retornará a su familia.

El año cincuenta es para vosotros jubilar, no sembraréis ni segaréis elgrano de ricio ni cortaréis las uvas de las cepas bordes. Porque es jubileo, loconsideraréis sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos (Lv 25,8-12).

Los oyentes de Jesús entenderían el pasaje de Isaías en este sentido. Estarían ansiososde saber exactamente cómo suponía Jesús que estas grandes profecías se habíancumplido. Sin embargo, como tantas otras veces, el mensaje de Jesús parece ser que seestá cumpliendo, pero no en la forma en que la gente había imaginado. Sí, Dios estátomando el mando. Sí, el gran año jubilar esta amaneciendo, el momento del perdón yde la liberación. Pero no será en la forma en que ellos habían esperado. En un cambiode sentido impresionante, casi como una bofetada en el rostro de sus oyentes (incluida,suponemos, su propia familia), Jesús declara que quienes se van a beneficiar de estegran acto de Dios no será, después de todo, el pueblo de Israel tal como está. Esto es losiguiente que dice a los asistentes a la sinagoga aquel día:

Y todos daban testimonio de él y estaban asombrados de las palabrasllenas de gracia que salían de su boca.

Y decían:

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-¿Acaso no es este el hijo de José? Él les dijo:-Seguramente me vais a decir el refrán: «Médico, cúrate a ti mismo. Todo

lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tupatria».

Y añadió:-En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os

digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando secerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país,y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino solo a una viuda de Sarepta deSidón.

Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Elíseo, yninguno de ellos fue limpiado sino Naamán, el sirio.

Al oír esto, todos los de la sinagoga se llenaron de ira (Lc 4,22-28).

Los que se beneficiarán son los de fuera, la gente mala, los extranjeros. Y hasta quizáel comandante del ejército enemigo. Naamán el sirio, a quien Jesús se refiere como elúnico que fue curado por el profeta Elíseo, era el comandante del ejército que, en lahistoria antigua, había atacado a los israelitas (2 Re 5).

Por sorprendente que sea, encaja perfectamente con todo lo que sabemos de laenseñanza pública de Jesús. «Amad a vuestros enemigos», decía a sus seguidores (Mt5,44), y desarrolló el tema desde una docena de puntos de vista diferentes. El perdónestaba en el centro de su mensaje. Así se apartaba llamativamente de la universalpráctica de los mártires judíos, para los cuales era un timbre de honor invocar lasmaldiciones del cielo sobre sus torturadores y verdugos. La horripilante escena de latortura y muerte de siete hermanos y su madre en 2 Macabeos incluye las amenazasque proferían contra el rey Antíoco:

Después de este llevaron al sexto [hermano], y cuando iba a morir dijo:

-No te engañes neciamente. Nosotros sufrimos esto porque hemos pecadocontra nuestro Dios; por eso han ocurrido estas cosas extrañas. No piensesque vas a quedar impune tú, que te has atrevido a luchar contra Dios...

[El séptimo hermano dijo:]-Pero tú, impío, el hombre más criminal de todos, no te ensoberbezcas

neciamente con vanas esperanzas, mientras alzas la mano contra los siervosde Dios; que todavía no has escapado de la sentencia de Dios, vigilantetodopoderoso. Mis hermanos, después de soportar ahora un dolor pasajero,participan ya de la promesa divina de una vida eterna; en cambio, tú, porsentencia de Dios, pagarás la pena que merece tu soberbia (7,18-19.34-36).

En contraste con esto, Jesús mismo y el primer mártir, Esteban, pedían a Diosclemencia para quienes los mataban:

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«Padre -dijo Jesús-, ¡perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc23,34).

Entonces Esteban cayó de rodillas y gritó con una voz fuerte:-Señor, no les tengas en cuenta este pecado.Y, diciendo esto, se durmió (Hch 7,60).

Pero, como acabamos de ver, cuando Jesús ampliaba su propio programa jubilar (Lc4,24-27), explicaba que no se trataba simplemente de que Dios perdonase a Israel susdeudas y de que castigase a sus enemigos antiguos o modernos, las naciones paganasde alrededor. Era más bien un mensaje de que habría buenas noticas... ¡para esasmismas naciones paganas!

Esto cayó como un globo de plomo en la sinagoga local. Todos le conocían a él y a sufamilia. ¿Quién se creía que era? Jesús fue expulsado de la ciudad y tuvo suerte deescapar con vida. Ciertamente, su destino final se cierne en la narración de Lucasdesde este momento en adelante. De algún modo el mensaje del perdón está haciendoalgo más que dar certeza al pueblo de Dios de que todo acabará bien. De hecho no estáhaciendo eso en absoluto; es una advertencia para ese pueblo de que ellos pueden noacabar bien. Dios no viene simplemente para apoyar las ambiciones nacionales. Hacelo que dijo que haría, pero eso no saldrá de la forma en que ellos pensaban que sería.Esto, una y otra vez, es lo que ocurre con la actividad de Jesús.

«Tus pecados quedan perdonados»

Lo vemos una vez más en la llamativa historia de la mujer que se acerca a Jesús, lelava los pies con sus lágrimas, los enjuga con sus cabellos y le unge con perfume. Enaquel momento Jesús, de modo desconcertante, estaba comiendo en casa de un fariseo.Los fariseos se habían constituido en un grupo de presión que pretendían mantenerseritualmente puros como si estuvieran en el Templo y que hacían todo lo posible poranimar a los demás judíos al mismo tipo de rigurosa piedad, esperando de esa maneraacelerar la venida del reino de Dios. Compartían así el objetivo de Jesús, pero diferíanradicalmente en el modo de lograrlo. La historia ilustra perfectamente este punto:

Un fariseo le rogó que comiera con el, y, entrando en la casa del fariseo,se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública. Alenterarse que de que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco dealabastro de perfume, y, poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar,y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se lossecaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo, el fariseo que le había invitado se decía para sí: «Si este fueraprofeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues esuna pecadora».

Jesús le respondió:

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-Simón, tengo algo que decirte.-Maestro -dijo él-, di.-Un acreedor tenía dos deudores, uno debía quinientos denarios y el otro

cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellosle amarará más?

Respondió Simón:-Supongo que aquel a quien perdonó más. Él le dijo:-Has juzgado bien.Y volviéndose hacia la mujer dijo a Simón:-¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella,

en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con suscabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarmelos pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies conperfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados,porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amormuestra.

Y le dijo a ella:-Tus pecados quedan perdonados.Los comensales comenzaron a decirse para sí: «¿Quién es este que hasta

perdona los pecados?».Pero él dijo a la mujer:-Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 6,36-50).

Hay muchos rasgos interesantes en el pasaje. Nótese, por ejemplo, la forma en queSimón el fariseo está criticando mentalmente a Jesús por no saber qué clase de mujeres. Jesús muestra que él sabe lo que pasa, no solo en el corazón de la mujer, sinotambién en el de Simón. Pero aquí nos vamos a fijar en el perdón ante todo.

Jesús, como de costumbre, cuenta una historia para explicar lo que está haciendo. Estavez se trata de un hombre que tiene dos deudores, uno que le debe una suma enorme yel otro una pequeña. Ninguno puede pagar, así que el acreedor les condona la deuda alos dos. Y pregunta a su huésped cuál de los dos le amará más. La respuesta es clara:aquel a quien se le perdonó la deuda mayor. Exactamente, dice Jesús, explicando queesa es la razón por la que esta mujer ha vertido sobre él un amor tan abundante, adiferencia de su huésped, que ni siquiera había empezado a mostrar a Jesús algúnamor. En otras palabras, Jesús está diciendo que uno puede decir que esta mujer hasido perdonada, y ciertamente se le ha perdonado, mucho. Sabe en lo profundo de ducorazón que ha sido perdonada. Y por eso sale de ella tanto amor. Y si ella es unapersona perdonada, quizá muestra que está disfrutando del hecho de que Dios es rey,mientras que quienes no son personas perdonadas no lo creen.

Estos relatos y otros parecidos están preñados no solo con el sentido de un jubileo

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tanto tiempo esperado, una vuelta muy anticipada de un exilio provocado por elpecado, sino también con el sentido de que se está invocando otro aspecto de la granhistoria del Éxodo. Las dos veces en que Jesús declara que los pecados de alguien sonperdonados hay murmuraciones sobre este comportamiento suyo. Los de la casa delfariseo preguntan: «¿Quién es este que hasta perdona pecados», y los escribas queestán observando al paralítico apuntan que perdonar pecados es solo algo queúnicamente puede hacer Dios (Mc 2,7). No deberíamos pasar por alto las etapas en esteargumento implícito. ¿Cómo perdona Dios pecados en Israel de forma normal? Pormedio del Templo y de los sacrificios que allí tienen lugar. Jesús parece estarpretendiendo que Dios hace, cercana y personalmente por medio suyo, algo que seespera que normalmente suceda en el Templo. Y el Templo -sucesor del tabernáculodel desierto- era, tal como hemos visto, el lugar donde se juntaban cielo y tierra. Era ellugar donde Dios vivía. O, más exactamente, el lugar de la tierra donde la presenciadivina tocaba la realidad humana de este mundo.

El Templo era también el lugar donde el sumo sacerdote tenía suprema autoridad.Podemos ver ya lo que debemos esperar si es realmente cierto que Jesús iba diciendo ala gente que estaba instaurándose un gobierno nuevo, que Dios, de ahora en adelante,estaba al mando. Sus curaciones, sus celebraciones, el perdón de los que lo necesitabanurgentemente... Todo ello era las versiones cercanas y personales de un cuadro mayorque, como él sabía, sus oyentes recogerían dondequiera que él hablase de que Dios erarey. Estas acciones y dichos explican claramente, por peligroso que fuera, que losgobernantes estaban siendo llamados a dar cuentas, y hasta iban a ser sustituidos. Erael momento para que Dios tomase el mando, arreglase las cosas y las enderezase.Empezando contigo aquí y con aquella otra persona allí. Ya fuera que losautodesignados grupos de presión lo aprobasen o no.

Juan y Herodes

Si el Templo, y por alusiones el sumo sacerdote, están en el trasfondo cuando Jesúsperdonaba pecados, otra autoridad local estaba pasando a primer plano. El propioprimo de Jesús, Juan Bautista, le mandó un mensaje... desde la cárcel. Su valientepredicación, y no menos su ataque a Herodes Antipas, le habían llevado a serencarcelado.

Lo que había sucedido era lo siguiente: Antipas estaba casado con una princesaextranjera, pero se enamoró de su propia sobrina Herodías, que en ese momento estabacasada con el hermanastro de Antipas, Filipo. (Todo el que quiera entender el árbolgenealógico de la familia herodiana tiene que estar dispuesto a dedicar un largo fin desemana y prepararse a coger una hoja de papel muy grande y un paquete de hielo.) Laprincesa extranjera fue enviada a su casa, y Antipas y Herodías se convirtieron enmarido y mujer.

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Juan Bautista denunció públicamente ese asunto. No creo que estuviera preocupadosolamente con la conducta inmoral de Antipas, aunque fuera suficientemente patente.Creo que el asunto era, por decirlo más elocuentemente, que cualquiera que secomportase de esa manera no podía considerarse nunca, ni ahora ni en un millón deaños, un verdadero «rey de los judíos». Juan esperaba un auténtico «rey de los judíos»,Antipas había demostrado de ese modo su absoluta incapacidad para ese puesto. Juanlo puso de relieve. Por tanto, no es sorprendente en absoluto que Juan acabara en unode los calabozos de Antipas.

Pero Juan creía que Jesús, su primo, era el rey que estaba llegando. Era el único pormedio de cuya actividad Dios sería finalmente rey, destruiría al fin el poder de lostiranos y liberaría a su pueblo. Si iba a suceder todo esto, ¿no sería Juan un ejemplo deello? Después de todo, la carrera pública de Juan había alcanzado su cumbre cuandolanzó a Jesús hacia su misión, presentándole como el hombre de Dios del momento.Así que, ¿por qué no estaba Jesús haciendo algo en relación con la apremiantesituación de Juan?

Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a susdiscípulos a decirle:

-¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? Jesús les respondió:-Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los

leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y seanuncia a los pobres la Buena Nueva, ¡y dichoso el que no halle escándaloen mí!Cuando estos se marcharon, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente:

-¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Quésalisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los quevisten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a quésalisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es dequien está escrito:

He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, que preparará tucamino por delante de ti.

En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayorque Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos esmayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de loscielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas,lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él esElías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga.

Pero, ¿con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillosque, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: «Os hemostocado la flauta y no habéis bailado, os hemos entonado endechas y no oshabéis lamentado».

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Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene». Vinoel Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y unborracho, amigo de publicanos y pecadores». Y la Sabiduría se ha acreditadopor sus obras (Mt 11,2-29).

Tiene que haber roto el corazón de Jesús tener que devolver el mensaje, pero lodevolvió. Sí, decía, la obra que él estaba haciendo realmente era la irrupción del reinode Dios. Pero, tristemente, no estaba siendo de la manera que a ellos les hubieragustado. Y cuando, días o semanas más tarde, le trajeron la noticia de que Antipashabía decapitado a Juan por el capricho de su alucinante hijastra, sospecho que ladolorosa reacción de Jesús (Mt 14,13) se debía tanto a la ironía -el hecho de que él nohubiera sido capaz de hacer algo para rescatar a Juan- como a su natural pena por lamuerte de su primo y su premonición de que él mismo podía ser el siguiente de la listapara el mismo tratamiento. Aquí de nuevo la sombra de la cruz planea sobre la historiadel reino.

¿Qué estaba haciendo Jesús? ¿Qué sentido tenía entonces, y qué sentido tendría ahora,verle inaugurar de algún modo «el gobierno de los cielos» o «el reino de Dios»? ¿Porqué no entraba en este gobierno liberar a Juan de la cárcel? ¿Cómo podría considerarselo que él hacía y decía, aun con un esfuerzo imaginativo muy grande, como algo queestuviera poniendo en práctica un programa que dijera: «Esto es lo que sucede cuandoDios está al mando»? Esta es la pregunta que tuvo que estar en muchas mentes ycorazones en una Galilea tan hambrienta de revolución. Aquí hay uno que habla de queDios es rey. Bien; había habido unos cuantos hombres así anteriormente, así que, ¿quéhay de nuevo? ¿Qué tenía que ofrecer este hombre? ¿Podían confiar en él? ¿Era unjudío leal, obediente a Dios y a su ley o estaba extraviando a Israel?

Y cuando llegó la explicación -es significativo que sea en el pasaje en que Jesús estáenviando una difícil respuesta a Juan, su primo prisionero- recoge un tema de laantigua expectativa judía que iba junto con el sueño de la batalla final, lareconstrucción del Templo y la vuelta del Dios de Israel a Sión, pero que no había sidoincorporado a los programas de los demás hipotéticos movimientos reales o relativos alreino de Dios, posiblemente porque los que estaban a la cabeza de ellos no estabandotados con el don de curaciones, mientras que los que tenían ese don en el mundo -tenemos noticias de algunos de ellos- no veían como algo propio de ellos ponerse en lalínea de un movimiento del reino de Dios. Jesús, sin embargo, hace la conexión.Cuando dice a los mensajeros de Juan que los ciegos ven, los cojos andan, los sordosoyen, etc., está citando directamente la visión de Isaías acerca de una «vuelta delexilio» que no sería mucho menos que una nueva creación:

Entonces los ojos de los ciegos se despegarán y se abrirán los oídos de lossordos, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará (Is 35,5-6).

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Es interesante que un lenguaje parecido aparezca en un fragmento de los rollos del marMuerto, mostrando que otros judíos de aproximadamente el mismo período leían elpasaje de Isaías como predicción de lo que el Mesías iba a hacer.

Porque los cielos y la tierra escucharán a su Mesías...Porque él honrará al devoto sobre el trino de su reino perdurable,

poniendo en liberad a los prisioneros, abriendo los ojos de los ciegos,levantando a los caídos... y el Señor hará obras maravillosas que no se hanhecho, como dijo. Porque él sanará a los que están malheridos, y resucitará alos muertos, y dará buenas nuevas a los afligidos (4Q521, col 2, traducciónpropia).

Y Jesús entonces añade como una advertencia de que si el pueblo quiere comprenderlo que está ocurriendo, tendrá que pensar un poco y estar preparado para una situaciónpolítica peligrosa. «Y que Dios os bendiga si no os escandalizáis de lo que yo hago».Con otras palabras, no deberían contemplar su obra y pensar que él es un charlatán,que busca sus propios fines, en alianza con el demonio o haciendo un viaje fantásticoque nada tiene que ver con las aspiraciones de Israel, las antiguas promesas de Dios ola esperanza del mundo en libertad. No deberían contemplarla e imaginar que nadatiene que ver con que Dios sea rey, con Dios asumiendo el mando o llamando a rendircuentas al insignificante viejo tirano.

Al contrario. Es lo que llama la atención de lo que Dios está haciendo. Mira los textosy lo verás. Cuando Dios hace cosas grandes, la gente pequeña también entra en sucuidado. Los sistemas humanos a menudo olvidan esto, pero Dios no. Léase Is 40: elDios que viene en poder y gloria, que extiende los cielos como un manto, que miradesde arriba y ve a los príncipes de la tierra como granos de arena, es también el Diosque apacienta su rebaño como un pastor, coge a los corderos en brazos y conducesuavemente a las ovejas. Dichosos los que pueden ver esto, que pueden columbrar loque está pasando, que están preparados a ir con Jesús más que con los reyezuelos de latierra, aun cuando lo que Jesús hace no es lo que ellos esperan.

Con más claridad, Jesús mismo sigue comparando a Juan Bautista y Herodes Antipas.Jesús es demasiado listo para hacerlo directamente. Se refiere a Antipas por medio delsímbolo que el mismo Antipas había escogido para sus monedas. En principio, losjudíos no podían reproducir rostros humanos, por lo que, en su lugar, elegían símbolos.El símbolo de Antipas era una clase especial de caña que crece junto al mar de Galilea.Y Jesús pregunta: «¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?».O sea, «cuando fuisteis a Juan, ¿estabais buscando otro gobernante como los quehabéis tenido?», Ciertamente no, sugiere.

Luego repite la pregunta poniendo algo más a la luz la sombra implícita: «Bien,entonces, ¿qué esperabais ver? ¿Un hombre con ricas vestiduras? Si queréis ver a esos

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hombres tenéis que ir al palacio real de alguien».

Y una vez más la respuesta que se espera es: «No, ya hemos tenido hombres así yestamos hartos de ellos. Queremos algo distinto. Queremos que Dios mismo sea rey».

«Entonces -insiste Jesús-, ¿qué esperabais ver? ¿Un profeta? ¿Alguien que anuncia elgobierno de Dios?», «Sí, y mucho más que un profeta». Y cita a Mal 3,1, donde Diospromete enviar a su mensajero por delante de él para preparar el camino. «Muy bien -parece decir-, queréis que Dios sea rey, así que habéis salido a buscar un profetaesperando que él sea el que os diga inmediatamente que eso, por fin, está sucediendo.Y tenéis razón, él lo era. Desde el momento de la breve actividad de Juan, el reino deDios ha estado verdaderamente irrumpiendo, aun cuando hombres violentos estánintentando detenerlo». «Así pues -concluye-, si queréis creerlo, es Elías, el que iba avenir», otra referencia a Malaquías, ahora a 4,5, en que se dice que el precursor es elmismo Elías. Y añade de modo muy característico: «Si tenéis oídos para oír,¡escuchad!».

¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué dice estas cosas? Porque la campaña está ya enmarcha, y si Juan es el «precursor» de Mal 3-4, esto solo puede querer decir una cosa.Juan ha enviado mensajeros a Jesús para preguntarle si él era verdaderamente «el quehabía de venir», y la respuesta, dada críptica, pero bastante claramente para quienestengan oídos para oír, es un decidido sí. Jesús era muy consciente de que lo que élhacía no encajaba con lo que el pueblo esperaba. Pero él creía que verdaderamenteestaba poniendo en marcha la campaña del reino de Dios. Él era aquel en cuyapresencia, obra y enseñanza el Dios de Israel estaba verdaderamente siendo rey.

La campaña, como puede verse, no era de alguien que aspira a un cargo, como sucedeen nuestras democracias modernas. Jesús no va por ahí para lograr apoyos como lospolíticos modernos. Es mucho más parecido a un líder rebelde en una dictaduramoderna, que pone en marcha un gobierno alternativo, establece su mandato y haceque las cosas tomen una nueva forma.

Escoge a doce de sus seguidores más cercanos y parece ponerlos aparte comocolaboradores especiales. Para todo el que tenga ojos para ver, esto dice claramenteque está reconstituyendo el pueblo Dios, Israel, en torno a sí. Israel no había tenidodoce tribus desde el siglo VIII a. C., cuando los asirios llegaron y conquistaron el reinodel norte, dejando solo a Benjamín y Judá en el sur, junto a algunos levitas quepermanecieron con ellos. Pero algunos de los profetas habían hablado del día en quetodas las tribus se reunirían otra vez. La elección de los doce por parte de Jesús pareceindicar simbólicamente que así es como quería que se viese su obra. Esto es unacampaña. Es un movimiento rebelde, un movimiento arriesgado, un hipotéticomovimiento real bajo las narices del actual y pretendido «rey de los judíos», HerodesAntipas en persona.

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Pero antes de que podamos estudiar ulteriormente este punto, hemos de examinar conmás detalle las historias que Jesús contaba. ¿De qué tratan? ¿Cómo explican esteextraño y nuevo anuncio de que Dios está al mando? ¿Cómo ayudan a que la campañavaya adelante?

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8UNAS HISTORIAS QUE EXPLICAN

Y UN MENSAJE QUE TRANSFORMAComo hemos visto, Jesús tenía un método especial de explicar lo que estaba pasando.Como parte de su campaña contaba historia. No solo historias antiguas. En su mayorparte, estas historias no eran «ilustraciones», argucias de predicador para decorar unpensamiento abstracto o difícil, para endulzar la píldora de una enseñanza complicada.En todo caso eran lo contrario. Eran historias diseñadas para excitar, para vestir elextraño y revolucionario mensaje del reino de Dios con un atuendo que dejara a susoyentes preguntándose, intentando pensar, nunca completamente capaces (hasta cercadel final) de precisar quién era Jesús. Eran historias que, en algunos casos, hacían quealgunos descodificaran su rico y profundo mensaje de tal manera que formularan unaacusación contra él, por blasfemia, sedición o por «extraviar a la gente».

Las historias estaban llenas de ecos. En ellas resonaban promesas de las antiguasEscrituras; recordaban a sus oyentes las futuras esperanzas de Israel y pretendían, poralusiones, que estas esperanzas se estaban realizando en el presente, aunque no delmodo que ellos imaginaban. Estas historias explicativas -las «parábolas»- no eran,como algunas veces se les explica a los niños en la escuela dominical, «historias de latierra con significados del cielo», aunque algunas de ellas lo puedan ser, por así decir,por casualidad. Algunas son ciertamente historias celestiales, cuentos de sucesos deotro mundo con significados decididamente terrenos. Es exactamente lo que podríamosesperar si la proclamación del reino por Jesús estuviera, tal como lo describimos,realizándose en la tierra como en cielo.

Un buen ejemplo es Lc 16,19-31, donde la extraña historia de dos personas que vivenen mundos diferentes tiene como remate una advertencia sobre el tener cuidado de lospobres y la urgente necesidad del arrepentimiento:

Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos losdías espléndidos banquetes. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto asu portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa delrico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió, pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno deAbrahán. Murió también el rico y lo enterraron. Estando en el Hades entretormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno.

Y, gritando, dijo:-Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en

agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado enesta llama.

Pero Abrahán le dijo:

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-Híjo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, alcontrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú, atormentado. Yademás, entre nosotros se interpone un gran abismo, de modo que los quequieran pasar de aquí a vosotros no puedan hacerlo, ni de ahí puedan pasarhacia nosotros.

Replicó:-Pues entonces te ruego, padre, que le envíes a casa de mi padre, porque

tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también ellos a estelugar de tormentos.

Abrahán le dijo:-Tienen a Moisés y los profetas, que les escuchen. Él dijo:-No, padre Abrahán, pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se

convertirán.Le contestó:-Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán

aunque un muerto resucite.

El mensaje, pues, sigue siendo sobre lo que debe estar pasando aquí y ahora, en «latierra», no solo en «el cielo».

Muchas de las historias de Jesús recogen historias de Israel de mucho tiempo antes,historias sobre Dios e Israel, el Éxodo, la misma creación, las pruebas y tribulacionesde Dios y del pueblo de Dios y -no en último lugar- el horrible exilio en Babilonia ylas repetidas promesas de Dios de restaurar finalmente la suerte de su pueblo. Esta, enespecial, es la razón por la que algunas parábolas clave de Jesús eran sobre semillasque se siembran. La idea de un labrador que siembra una semilla -ciertamente uno delos sucesos más naturales y comunes en la economía agraria- había sido usada siglosantes por los profetas para prometer que el Dios de Israel, habiendo arado el campoque era Israel, volvería y sembraría otra vez semillas que diesen fruto, fruto que estavez sería el último (cf. p. ej., Is 1,9; 6,13; 37,31-32; Jr 31,27; Esd 9,2). He aquí laparábola del sembrador en Mateo (paralelos en Mc 4,1-20 y Lc 8,4-15):

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tantagente junto a él que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gentequedaba en la orilla.

Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía:-Salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo

largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron entrepiedras, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida, por no tenerhondura de tierra, pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tenerraíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y lasahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra

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sesenta, otra treinta. El que tenga oídos para oír, ¡que oiga!Y acercándose los discípulos le dijeron: -¿Por qué les hablas en parábolas?Él les respondió:-Es que a vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de los

cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero aquien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas,porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple laprofecía de Isaías:Oír, oiréis, pero no entenderéis,mirar, miraréis, pero no veréis.Porque se ha embotado el corazón de este pueblo.Han hecho duros sus oídos, y sus ojos se han cerrado,no sea que vean con sus ojos,con sus oídos oigan,con su corazón entiendan y se conviertany yo los sane.

Pero ¡dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotrosveis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el queoye la palabra del reino y no la comprende que viene el Maligno y arrebatalo sembrado en su corazón; eso es lo que fue sembrado a lo largo del camino.Lo que fue sembrado en pedregal es el que oye la palabra y al punto la recibecon alegría, pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuandose presenta una tribulación o persecución por causa de la palabra, sucumbeenseguida. Lo que fue sembrado entre los abrojos es el que oye la palabra,pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan lapalabra y queda sin fruto. Pero lo que fue sembrado en tierra buena es el queoye la palabra y la entiende; este sí que da fruto y produce, uno ciento, otrosesenta, otro treinta (13,1-23).

Al contar historias sobre un sembrador que siembra semilla, sobre cizaña en medio deltrigo (Mt 23,24-30), sobre semilla que crece en secreto (Mc 4,26-29) y sobre una viñacuyos arrendatarios se niegan a dar al propietario el fruto (Mc 12,1-12), hace que estasantiguas historias echen raíces en las fértiles mentes de sus oyentes, regadas por laEscritura, para intentar comunicar por medio de ellas que el mensaje que tanto habíandeseado estaba por fin siendo realidad, pero no de la forma en que habían pensado.Dios estaba, ¡por fin!, haciendo realidad la gran promesa que siempre había hecho,pero parecía que el mensaje lo estaba recibiendo gente inadecuada, mientras que losadecuados no lo acogían en modo alguno.

Las parábolas, de hecho, se cuentan como explicaciones de las acciones de Jesús a

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favor del reino. Están diciendo: «No os sorprendáis, pero esto es lo que ocurre cuandoDios está al mando». No son «doctrina abstracta», y desde luego, si nos acercamos aellas pensando de ese modo, no las entenderemos en absoluto. Los especialistas quehan estudiado cómo es el lenguaje de Jesús las describen con un efecto de «acto delenguaje» por medio del cual la narración de una historia crea una nueva situación,todo un nuevo mundo. Esto era ciertamente lo que Jesús pretendía hacer y, según todoslos relatos, lo estaba consiguiendo. Pero lo que tales estudios especializados nosiempre destacan es lo que era realmente este mundo nuevo. Era el mundo nuevo en elque Dios estaba finalmente al mando, en la tierra como en cielo. Dios estabaarreglando y componiendo las cosas, arreglando a las personas, haciendo queapareciese una vida nueva. Este era el mundo nuevo en el cual las promesas se estabancumpliendo, en el cual una «auténtica vuelta del exilio» estaba teniendo lugar en loscorazones, mentes y vidas de pecadores notorios y de personas paralíticas por largasenfermedades.

La famosa parábola del sembrador también tiene otra dimensión. Primero encontramosuna historia («Salió un sembrador...». vv. 1-9), luego una pregunta sobre lo quesignifica («¿Por qué les hablas...?», vv. 10-17) y finalmente una explicación punto porpunto («Esto es lo que quiere decir la historia del sembrador...». vv. 18-23). Una vezmás, lectores eruditos de nuestros días han movido la cabeza. Dicen: «No es así comodeberían actuar las parábolas. Todo lo que se necesita es la narración, la narracióncorta del principio en la cual el sembrador siembra su semilla. La otra explicaciónlarga es una alegoría, no una parábola». Estos estudiosos prosiguen diciendo que Jesúsno habría podido o no habría querido dar la susodicha explicación. Después de todo,una parábola explicada es más o menos de la misma utilidad que un chiste explicado.Alguna otra persona, algún «redactor» patoso, obviamente añadió la «explicación» enun estadio posterior.

Una vez más es un asunto interesante, pero una conclusión errónea. Verdaderamente amenudo la cuestión principal de una parábola ha de quedarse sin decir. La parábola delhijo pródigo, que ya hemos mencionado, es un caso a propósito. La narración terminasin resolverse, con el padre quejándose al hijo mayor. Queremos saber lo que sucede acontinuación, y probablemente Jesús quería que sus oyentes lo elaborasen porcompleto y aplicasen lo que estuvieran pensando a su propia situación. Como un buenanuncio, una parábola puede ser mucho más potente por lo que no dice que por lo quedice. Pero con Mt 13 (y paralelos) pasa algo diferente. Allí nos enfrentamos no tantocon una «alegoría» en un sentido técnico cualquiera, sino más bien con una visiónapocalíptica.

Como tantas veces, el libro de Daniel es importante a este respecto. En Dn 2, el reytiene un sueño y Daniel primero le cuenta el sueño y luego lo interpreta punto porpunto: cuatro reinos se desplomarán y serán sustituidos por un gran reino nuevo que

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durará por siempre. En Dn 4 se da otro sueño y su interpretación (la locura deNabucodonosor); luego hay otra visión extraña, con una interpretación punto porpunto, en el capítulo 5 (festín de Baltasar). Después, en el capítulo 7, tenemos la visióncentral del libro; solo que esta vez es el mismo Daniel quien tiene el sueño y un ángelse lo interpreta. Otra vez hay cuatro reinos a los que sigue un quinto, muy diferente,que juzgará a todos los demás y gobernará el mundo.

Todas estas agudas y variopintas narraciones tratan de lo que trata todo el libro deDaniel: el reino de Dios y los reinos del mundo. Esto es de lo que también hablabaJesús. Así que no deberíamos sorprendernos si emplea técnicas parecidas para realzarsu enfoque. El libro de Daniel está pensado para ser subversivo, para ser «literatura deresistencia» y ayudar a los judíos que se enfrentaban a persecuciones. Jesús parecehaber pensado sus parábolas con algo de parecido a esa literatura, aunque, en sumomento, para ayudar a sus seguidores a comprender un asunto más profundo y másextraño, a saber, que él estaba llamando a que fueran un renovado «Israel» no solocontra el poder del imperio pagano, sino contra las estructuras oficiales del propiojudaísmo (Herodes, los sumos sacerdotes, etc.).

Los sueños o visiones en Daniel siguen exactamente el modelo que hemos visto en Mt13 y paralelos. Primero una narración extraña, luego una pregunta sobre cómointerpretarla, sobre lo que significa, y luego una interpretación punto por punto. Yantes de acercarnos al contenido real tenemos que considerar un punto vital siqueremos entender toda la representación del reino en los evangelios. Las visionesapocalípticas no son simplemente revelaciones divinas en sí mismas. Ni, por otro lado,tratan del «fin del mundo». Las visiones apocalípticas de esta clase versan sobre lallegada del reino de Dios a la tierra como en el cielo. El punto central de la«apocalíptica» es que el vidente, el visionario -Daniel, Jesús-, es capaz de entrever loque está realmente pasando en el cielo, y que por medio de la técnica de la narraciónde la historia -e «historia extraña más interpretación»-, es también capaz de desvelar, ypor tanto de exponer realmente, las finalidades del cielo en la tierra. La misma formade la parábola encarna el contenido que está intentando comunicar: el cieloapareciendo sobre la tierra.

El contenido no desilusiona. Aquí hay un sembrador sembrando semilla. El judío sabiodel siglo I, al oír esto, puede suponer que se trata de Dios sembrando de nuevo a Israeldespués del momento de la tragedia, del horror del exilio; Israel ciertamente ha de sersembrado otra vez. Pero habrá muchos que mirarán y mirarán, pero nunca verán, queoirán y oirán, pero nunca entenderán. Muchas semillas caerán en el camino, en terrenopedregoso y entre abrojos. Israel no va a ser restaurado tal como está. Juan Bautistaacertó cuando afirmó: «No podéis decir solo: "Tenemos por padre a Abrahán", porqueel hacha está puesta en las raíces del árbol [otra metáfora escriturística para el juicio deIsrael] y Dios puede hacer surgir hijos de Abrahán de estas piedras» (Mt 3,9-10). Jesús

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se hace eco de ello en otra parte: muchos vendrán del este y del oeste y se sentarán a lamesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras los hijos del reino -que son quienes presumen de su herencia ancestral-, más que aprovechar laoportunidad del reino, ahora que está aquí, serán echados fuera (Mt 8,11-12). Jesúsestá diciendo a sus contemporáneos lo que el veredicto del cielo significa ahora mismoy cómo es la acción del cielo sobre la tierra ahora mismo; lo hace usando el mejormedio posible para hacerlo, la tradición apocalíptica de «historia más interpretación»,la cual permite que se realice la visión bifocal de cielo y tierra, y la traslaciónsimultánea de un lenguaje a otro.

Naturalmente, no todas las historias actúan de ese modo. Jesús es cualquier cosamenos un maestro pétreo o rebuscado, un violín de una cuerda o un buen cantante deuna sola canción. Algunas de las historias equivalen a dichos enjundiosos o metáforasampliadas preñadas con escondida excitación de un nuevo mundo que espera nacer.Pensemos en los invitados a una boda que no pueden ayunar porque el novio está conellos, o el vino nuevo que requiere odres nuevos.

Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen:-¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?Jesús les dijo:-¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio

está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entoncesayunarán.Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque loañadido tira del vestido y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echavino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo los pellejos revientan, elvino se derrama y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo seecha en pellejos nuevos, y así ambos se conservan (Mt 9,14-17).

Otras historias son fuertes de una manera distinta; dan cuenta de la dolorosa realidadde que Israel, como conjunto, no está interesado en la visión del reino que tiene Jesús.Más aún, lo rechaza violentamente, porque la violencia ha pasado a ser su modo devida. Aparece otra vez la serie de cuatro episodios que acaba con el definitivo, peroesta vez en forma de los profetas rechazados y del hijo rechazado. Los profetasrechazados corresponden a la semilla que cae en suelo malo, mientras que el hijocorresponde a la semilla que produce una gran cosecha.

-Escuchad otra parábola: era un propietario que plantó una viña, la rodeóde una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unoslabradores y se ausentó.

Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió a sus siervos a los labradorespara recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno legolpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros

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siervos en mayor número que los primeros, pero los trataron de la mismamanera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: «A mi hijo lo respetarán».

Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: «Este es el heredero.Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia».

Y, agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron.Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?Dícenle:-A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a

otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo.Y Jesús les dice:-¿No habéis leído nunca en la Escrituras:La piedra que los constructores desecharonse ha convertido en piedra angular.Fue el Señor quien lo ha hecho,y es maravilloso a nuestros ojos.Por eso os digo: se os quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo

que rinda sus frutos. Y el que caiga sobre esta piedra se destrozará; y a aquelsobre quien caiga, le aplastará.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieronque estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedoa la gente, porque le tenían por profeta (Mt 21,33-46).

La muchedumbre entendía esto perfectamente, sin ninguna explicación ulterior.También los sumos sacerdotes y los fariseos, quienes veían con razón que la historia sehabía contado contra ellos.

«No lo perdáis»

Las historias de Jesús van creciendo y van a la par con la narración más amplia de sucorta vida pública. El reino está viniendo, en la tierra como en el cielo; pero la gentedel reino, «los hijos del reino», lo están perdiendo. Todo está bien y todo está yendomal a la vez. Hay un giro oscuro en la forma en que los planes de Dios se estánrealizando, en la forma en que el destino de Israel se está cumpliendo. Todas lassugerencias de que Jesús fuera simplemente «un gran maestro religioso» que hablaba asus contemporáneos de un nuevo modelo de espiritualidad y hasta de un nuevoproyecto de salvación hay que dejarlas de lado (a menos, naturalmente, que queramosvolver a escribir del todo los evangelios, lo cual han hecho muchos en sus esfuerzospor domesticar a Jesús y su mensaje). Las parábolas de Jesús -de momento no nospreocupamos de otras cosas sobre él- nos dicen, solo con su forma, pero también en surepetido contenido incesantemente directo, que las finalidades del cielo estánrealmente haciéndose realidad en la tierra, pero que la gente que en teoría estabaanhelando que sucedieran le dan la espalda ahora que está realmente llamando a su

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puerta:

Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo:-El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de

bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, perono quisieron ir.

Envió todavía a otros siervos con este encargo: «Decid a los invitados:"Mirad, mi banquete está preparado; se han matado mis novillos y animalescebados, y todo está a punto; venid a la boda"».

Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a sunegocio, y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y losmataron. Se enojó el rey y, enviando a sus tropas, dio muerte a aquelloshomicidas y prendió fuego a la ciudad. Entonces dice a sus siervos: «La bodaestá preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de loscaminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda». Los siervos salieron alos caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la salade bodas se llenó de comensales.

Cuando entró el rey a ver a los comensales, vio a uno que no tenía traje debodas.

Le dice: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?», Él se quedócallado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: «Atadle de pies y manos yechadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes».Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos (Mt 22,1-14).

Por eso el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustarcuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas le fue presentado uno que ledebía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor quefuese vendido él, su mujer y sus hijos, y todo cuanto tenía, y que le pagase.

Entonces el siervo se echó a sus pies, y, postrado, le decía: -Ten pacienciaconmigo, que todo te lo pagaré.

Movido a compasión, el señor de aquel siervo le dejó ir y le perdonó ladeuda.

Al salir de allí aquel siervo encontró a uno de sus compañeros que le debíacien denarios; lo agarró y, ahogándole, le decía:

-Paga lo que debes.Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba:-Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel hasta que pagase lo

que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, yfueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandóllamar y le dijo:

-Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo

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suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero del mismomodo que yo me compadecí de ti?

Y, encolerizado, su señor le entregó a los verdugos hasta que pagase todolo que le debía. Eso mismo hará con vosotros mi Padre celestial si noperdonáis de corazón a vuestro hermano (Mt 18,23-35).

Hasta la historia de la gran fiesta de bodas, a la que todos, aun los más diversos, soninvitados, contiene una oscura nota de advertencia: no penséis que podéis venir a lafiesta de Dios sin poneros las ropas adecuadas. Aun la gran historia del espectacularperdón se vuelve contra sí misma cuando el siervo al que se le ha perdonado una sumaenorme se niega a perdonar a su consiervo una suma diminuta. Si esto es lo que ocurrecuando el reino de Dios viene a la tierra como en el cielo, si esto es lo que ocurrecuando Dios está al mando... entonces debe de haber más mal en la «tierra» de lo quese supone.

Ciertamente, esta es la conclusión que nos vemos obligados a sacar cada vez. No esque Dios viniendo a regir la tierra sea quisquilloso o gruñón, decidido a encontrardefectos. Más bien es que el paciente está moralmente enfermo y el médico le tieneque recetar un tratamiento suficientemente drástico. Es que las ovejas están en peligrode perderse totalmente, puesto que parece que no tienen pastor alguno. Jesús habla desí mismo más de una vez como médico y más de una vez como pastor (Mc 2,17; Lc4,23; Mt 9,36; Jn 10,11; Mc 14,27).

Pero hay otros médicos que prescriben otras medicinas. Hay otros pastores (el términose usa a menudo, tal como hemos visto en el capítulo 5, para designar a los reyes yotros gobernantes de Israel) y están fallando en su tarea o algo peor. La idea deHerodes Antipas, el libertino y degenerado hijo de un padre señor de la guerra, comoel verdadero pastor de Israel es simplemente ridícula. Lo mismo podría decirse para lafalsa «aristocracia» de Jerusalén, los «sumos sacerdotes» y los «saduceos», que semantenían en el poder gracias a los romanos porque eran ricos y tenían éxito (losromanos preferían gobernar mediante las élites ya existentes) más que porquerepresentasen realmente o enseñasen las auténticas tradiciones antiguas de Israel. Jesúsestaba en contra de todo eso. Si Dios iba a ser rey, sería -y solo podría ser así- conalgún tipo de confrontación con esas fuerzas o más bien con las fuerzas que estabandetrás de ellas.

La campaña de Jesús nunca iba a ser un acceso suave y fácil al poder. Él lo sabíademasiado bien, aun cuando sus seguidores esperaban que agitase una varita mágica yconsiguiese éxitos políticos y sociales lo mismo que los conseguía en los cuerpos,mentes y espíritus de la gente.

Y esto es lo más importante, porque lo que Jesús hacía en ese nivel es un desafíoextraordinario. Jesús había captado que, si Dios iba a ser rey en la tierra como el cielo,

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se necesitaba algo más hondo que una reforma externa. No se trataba de urgir leyes ynormas ya existentes y hacerlas cumplir más estrictamente. Eso es lo que querían hacerlos fariseos; eran un grupo de presión popular que animaba a una reforma moral comoparte de su forma de ver el que Dios fuera rey. Pero Jesús tenía en mente otro tipo de«reforma moral».

Corazones transformados

En dos notables pasajes, Mc 7,1-23 y 10,1-12 (con paralelos en Mt 15,1-20 y 19,1-12),Jesús retoma otro de los temas de las antiguas promesas a Israel. ¿Cómo serían lascosas cuando Dios fuera rey? Los corazones se transformarían. Así ocurre con elprimero de estos importantes pasajes:

Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas de Jerusalén. Yal ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, nolavadas (es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavadolas manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volverde la plaza, si no se bañan, no comen, y hay otras muchas cosas queobservan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas).

Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan:-¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los

antepasados, sino que comen con manos impuras?Él les dijo:-Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está

escrito:Este pueblo me honra con los labios,pero su corazón está lejos de mí.En vano me rinden culto,ya que enseñan doctrinas que son preceptos humanos.Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de

los hombres.Les decía también:-¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios para conservar vuestra

tradición! Porque Moisés dijo: «Honra a tu padre y a tu madre» y «el quemaldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte». Pero vosotrosdecís: «Si uno dice a su padre o a su madre: “Lo que podrías recibir comoayuda lo declaro korbán -es decir, ofrenda-“», ya no le dejáis hacer nada porsu padre y por su madre, anulando así la palabra por vuestra tradición que oshabéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a estas.

Llamó otra vez a la gente y les dijo:-Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él,

pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al

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hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga.Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le

preguntaban sobre la parábola.Él les dijo:-¿Con que también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que

todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entraen su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado» (así declarabapuros todos los alimentos).

Y decía:-Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre.

Porque de dentro del corazón de los hombres salen las intenciones malas:fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude,libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidadessalen de dentro y contaminan al hombre (Mc 7,1-23).

La historia comienza con una controversia sobre si Jesús y sus seguidores observan lasdetalladas normas de la ley sobre cómo preparar la comida. La cuestión de la comida -lo que se come, con quién se come y lo limpio que hay que estar cuando se come- erauno de los símbolos más importantes de la identidad judía en este período. Cuando lahistoria continúa, Jesús llega a la raíz más honda del problema. Él declara: «No es loque entra en uno lo que contamina; es lo que sale de uno lo que le contamina».

Eso no es solo críptico. (¿De qué está hablando? ¿Del excremento?) Es algopositivamente subversivo. Esa es la razón por la que solo cuando Jesús y susseguidores vuelven a casa, lejos de las muchedumbres, les explica lo que significa. Lasnormas de pureza que hacían medrar al judaísmo de entonces, y que, en su mayorparte, todavía lo siguen haciendo, son +dice él- irrelevantes. (Pausa para tomar granaliento por parte de sus oyentes, es decir, la mayoría de ellos conocían la historia de losmártires macabeos, que fueron atormentados y asesinados por negarse a comer cerdo.)Lo que entra en uno desde fuera, simplemente atraviesa el sujeto y sale por el otrolado. La impureza real viene del corazón. Allí es donde están acechando lospensamientos que llevan a todo tipo de mal, como por ejemplo asesinato, adulterio,inmoralidad, robo, mentira, calumnia. Esa es la fuente de donde brotan desatados ypasan a obras reales y palabras. Eso es lo que le hace a uno realmente «impuro» y no elcomer con manos no lavadas o comer comida «impura».

¿Qué dice Jesús? ¿Que algunas personas están permanentemente impuras, a saber,todos aquellos que encuentran esas cosas brotando de su corazón? Difícilmente. Nohabría demasiada gente «pura» si eso fuera lo que quería decir. No, su perspectiva esque, cuando Dios es rey, proporciona una cura para los impuros de corazón. Apareceuna y otra vez; en el Sermón de la montaña (Mt 5-7), en el margen de una observacióntras otra. Cuando Dios sea rey, vendrá con un mensaje de perdón y curación, y eso no

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es solo para eliminar viejas culpas o curar viejas enfermedades, sino para renovar atoda la persona, desde dentro hacia fuera. Este es el momento en que todo el programade Jesús abarca el aspecto de «vocación» de la antigua historia del Éxodo.

Este tema aparece de nuevo, aunque otra vez enigmáticamente, en Mc 10,1-12:

Y levantándose de allí va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán. Yde nuevo vino la gente hacia él y, como acostumbraba, les enseñaba.

Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban:-¿Puede el marido repudiar a la mujer? Él les respondió:-¿Qué os prescribió Moisés. Ellos le dijeron:-Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.Jesús les respondió:-Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros

este precepto. Pero desde el comienzo de la creación,él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su

madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne.De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios

ha unido, no lo separe el hombre.Y ya en casa los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.Él les dijo:-Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra

aquella, y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Para empezar, se puede supone que esto es una discusión de un tema particular de laética de la familia, a saber, la cuestión del divorcio. Pero -recuérdese a HerodesAntipas y la razón por la que Juan Bautista tuvo dificultades- nunca puede ser solo eso.La cuestión resulta estar cargada fuertemente para llevar todo el peso del tema de loque ocurrirá cuando Dios sea rey.

Los interlocutores de Jesús le recuerdan que Moisés dio permiso para divorciarse. Sí,dice Jesús, pero eso no es lo que estaba pensado desde el principio. Jesús se remonta ala historia de la creación, en la que hombre y mujer tienen que estar unidospermanentemente como «una carne». En la historia del Génesis, naturalmente, esto esfuertemente simbólico: la unión del hombre y la mujer es el signo de que cielo y tierratambién están unidos y de la integración de la sorprendentemente variopinta creacióndivina. Lo que Jesús proclama es que, cuando Dios sea rey, la misma creación serenovará, de modo que la norma dentro del reino es la norma de lo que la creacióntiene que ser. Y esto incluye el matrimonio monógamo, fiel y para toda la vida.

Sin duda, esto es un reto hoy día, como lo era para los primeros oyentes de Jesús (Mt19,10). Pero lo importante subyace en la respuesta de Jesús a los fariseos cuandopreguntan por qué si Dios pretendía un matrimonio para toda la vida, Moisés dio

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permiso para el divorcio. «Era por la dureza de vuestros corazones», replica Jesús,remitiéndoles de nuevo al principio de la historia de la creación en Gn 1-2 comoauténtica referencia. Así que, ¿qué está diciendo? ¿Que va a forzar este nuevoprograma sobre la personas, aunque sus corazones sean todavía duros? No. Juntándolotodo con los demás pasajes sobre el corazón podemos decir con seguridad que elenfoque de Jesús era este: cuando Dios sea rey, en la tierra como en cielo, ofrecerá unacura para la dureza de corazón. La sanación que Jesús ofrecía a los cuerpos enfermosiba a penetrar en las mismas profundidades del ser humano. Las vidas transformadas,curadas de dentro afuera, serán lo normal el día en que Dios sea rey.

En ninguno de estos casos se da la mínima posibilidad de que esta enseñanza caiga enpiedad privada. Uno no puede concluir, partiendo de estos pasajes, que Jesús enseña«realmente» una «religión del corazón» que no tenga nada que ver con la vida pública.Volviendo al primer pasaje (Mc 7,1-23; Mt 15,1-20), la cuestión de si Jesús y susseguidores están siendo fieles a la ley de Israel es una cuestión sobre si Jesús es unmaestro verdadero o falso. Esta ley es del todo clara (al menos tal como lainterpretaban las mentalidades más estrictas del momento); si Jesús y sus seguidores laquebrantan, esto muestra que están en una senda errónea y que la pretensión de Jesúsde estar anunciando el movimiento del reino de Dios y de ser su punta de lanza ha deser falsa, engañosa y, quizá, hasta demoníaca. Es una acusación decididamente tantopolítica como religiosa. Y ello, a su vez, explica una vez más por qué Jesús da enpúblico una respuesta críptica y espera hasta que está en privado para decir loverdaderamente explosivo, que lo que comas es irrelevante para la genuina pureza.Esto es tanto como quemar una bandera o pintar en el muro de un palacio frasesrevolucionarias. No es nada raro que tuviera que decirlo en privado.

También en el segundo caso (Mc 10,1-12; Mt 19,1-12) las apuestas son elevadas. Lacuestión del divorcio no es ningún problema ético abstracto. Recuerdo que, una vez, unperiodista me preguntó mi opinión sobre el matrimonio y el divorcio, más o menoscuando el príncipe Carlos, el Príncipe de Gales, estaba divorciándose de la princesaDiana. Recuerdo que pensaba en aquel momento que una «inocente» pregunta sobre eldivorcio y nuevo matrimonio planteada por un periodista a un hombre de Iglesia amediados de los años noventa no era más «inocente» que la pregunta de los fariseos aJesús. Marcos y Mateo sitúan el incidente en cuestión en «los distritos de Judea al otrolado del Jordán». Los recuerdos se remueven. Aquí era donde Juan había estadobautizando. Era donde Juan había denunciado a Herodes Antipas por tomar a la mujerde su hermano. Preguntar sobre el divorcio en ese contexto ya no era una cuestiónteórica. Era invitar a Jesús a acusarse a sí mismo, a decir algo que pudiera llevar aAntipas a hacer a Jesús lo que había hecho a Juan.

Jesús se aferra a la Escritura, lo que ellos no pueden censurar. Pero al proceder de esemodo muestra que está hablando desde un mundo en el que Dios, siendo rey en la

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tierra como en el cielo, está transformando los corazones de los seres humanos comoparte de su proyecto de nueva creación. Los oyentes de Jesús, pensando desde unmundo en que la legislación para los duros de corazón todavía se aplicaba, no puedenreconocer el reino cuando está irrumpiendo justo allí, en sus mentes.

Muchos otros pasajes apuntan en la misma dirección. En especial algunos de losdiscursos en el evangelio de Juan, que culminan en la llamada oración sacerdotal de Jn17, exponen con mucha mayor profundidad la multiforme transformación que Jesúsparece haber creído que sucedería cuando el pueblo lo siguiera y descubriera lo quesignificaba que Dios fuera rey. Parece que esto fue una parte importante de todo elprograma de Jesús.

Igual que un político actual tiene que tener una serie coherente de políticas sobre temasaparentemente diferentes (inmigración, política exterior, economía, educación, etc.),así la campaña de Jesús a favor del reino parece haber incluido todos los elementosdescritos hasta ahora -curaciones, celebraciones, perdón, corazón renovado- y otrosmuchos además. Pero, ¿qué hemos de decir sobre la visión de Jesús sobre el reinomismo? ¿Pensaba que ya estaba aquí o estaba todavía en el futuro? ¿O en ciertosentido estaba en los dos sitios? Y, si era así, ¿cómo?

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9EL REINO PRESENTE Y FUTURO

Cuando Jesús curaba a la gente, cuando celebraba fiestas con todos, por diversos quefueran, cuando ofrecía perdón libremente a la gente como si estuviera sustituyendo almismo Templo con sus propias obras... en todas esas acciones era claro -y él queríaque lo fuera- que no era solo un gusto anticipado de una realidad futura. Era la mismarealidad. Eso era lo que ocurría cuando Dios estaba al mando. El reino de Dios estabaviniendo cuando enseñaba a sus seguidores a rezar: «Así en la tierra como en el cielo».En una ocasión Jesús dijo tajantemente a los que le acusaban de tener un pacto con eldemonio que, si en verdad expulsaba los demonios por el Espíritu de Dios, «el reino deDios ha venido [a vosotros]» (Lc 11,20). Gran parte de lo que Jesús decía y hacía solotiene sentido asumiendo que él realmente creía que Dios ya estaba siendo rey de lanueva forma que él había prometido. Estaba sucediendo, y sería de ese modo.

Pero hay constantes indicios a lo largo de toda la vida pública de Jesús de que lavenida del reino dependería de acontecimientos futuros que todavía tenían querealizarse. Habla una y otra vez de un cataclismo venidero... un gran desastre, un juiciocon sucesos terribles que pondrán el mundo cabeza abajo. En un famoso pasaje habladel sol y de la luna que se oscurecerán y de las estrellas que caerán del cielo (Mt 24,29,citando Is 13,10). Habla, en especial, de la «venida del Hijo del hombre» (Mt 24,30,citando Dn 7,13). Pero, ¿cómo puede el reino ser a la vez presente y futuro? ¿Qué estáintentando decir Jesús? ¿Y cómo afecta todo esto a nuestra visión de la «campaña» quele hemos visto llevar a cabo hasta aquí?

Para responder a esto hemos de dirigir nuestra mirada más allá de la inicial a lashistorias del antiguo Israel y fijarnos brevemente en cuatro hombres, dos anteriores aJesús y dos posteriores, cuyas vidas encarnan algo de la misma tensión presente-futuro.Eso iluminará el camino para una nueva comprensión de lo que Jesús estaba tratando.

Judas el Martillo

Primero está «Judas el Martillo» o Judas Macabeo, como es conocido de ordinario.Llegó a la notoriedad durante la crisis de los años 160 a. C., casi exactamentedoscientos años antes de la vida pública de Jesús de Nazaret. Como Jesús, la parteprincipal de su carrera fue una campaña de tres años que terminó con una entradatriunfal en Jerusalén y una «limpieza» del Templo. Pero aquí termina el paralelismo.

Judas el Martillo Jesús de Nazaret167/6 a. C. Comienza la revolución 27/28 d. C. Comienza el movimiento del «reino»

164 Limpia el Templo 30 Limpia el Templo

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En el tiempo de Judas, Siria, país inmediatamente al norte, había conquistadoJerusalén. El rey sirio, Antíoco Epífanes (es decir, Antíoco, «la apariencia divina»)profanó el Templo, dedicándoselo al dios pagano Zeus, y estaba intentando aplastar elespíritu resistente de los judíos obligándoles a quebrantar su santa ley haciendo quecomieran cerdo. La resistencia fue dirigida por una familia cuya figura principal, Judasel Martillo, llevó a cabo una guerra de guerrillas durante tres años, al final de la cualpurificó el Templo de elementos paganos. Este es el acontecimiento que todavía seconmemora anualmente en la fiesta judía de Januká. Judas y su familia celebraron suéxito haciendo una procesión con himnos y, cosa importante para nuestra historia,llevando palmas.

La victoria de Judas, consolidada más tarde por sus hermanos, fue suficiente paraestablecer a su familia en los puestos de sumo sacerdote y rey de los judíos, aunqueellos no provenían de las familias adecuadas para ostentar ninguno de esos cargos.Igualmente importante es que ellos renovaron la antigua historia: el tirano malvado queoprime al pueblo de Dios, el líder noble y heroico que lo arriesga todo, lucha la batalladecisiva, purifica el Templo y libera a Israel para que siga a Dios y su ley una vez más.Tal era la historia de Moisés, Egipto y el Éxodo. Era la historia de David, Salomón, losfilisteos y el Templo. Era la historia de Babilonia destruida y la vuelta del exilio.

El libro que recoge más explícitamente todo esto es Daniel. Cuenta la historia de loshéroes judíos, Daniel y sus amigos, que resisten a los reyes paganos y sonreivindicados por Dios. Como hemos visto más arriba, es el libro que, con una extrañay morbosa imaginería, habla del poder de los reinos paganos que alcanzan una alturaterrible, del pueblo de Dios que sufre a sus manos y de Dios que hace algo nuevo,estableciendo su propio gobierno de una vez por todas. En términos de la imagen queusamos más arriba, es la historia de la galerna, el sistema de altas presiones y elhuracán: la aparición del poder pagano, la esperanza de Israel y la victoria de Dios. Esla historia del Éxodo orientada en una nueva dirección. Es la historia de David, soloque ahora también en una dirección nueva. Es la historia del exilio y la restauración,pero ahora con un nuevo destino. Algunos creían que se había realizado por medio deJudas y sus hermanos.

En especial, el libro de Daniel plantea su propio misterio. El profeta pregunta cuántodurará el exilio. ¿Cuánto tendremos que esperar antes de que Dios lleve a cabo la granoperación final de liberación? ¿Serán setenta años (como otros habían predicho)? No,es la respuesta; serán setenta veces siete, o sea, 490 años (Dn 9,24). Nadie sabía conexactitud cuándo había que empezar a contar, y por eso tampoco cuándo llegaría elgran momento, pero mucha gente durante los siglos antes y después del tiempo deJesús de Nazaret estaba ansiosa de encontrarlo. Se propusieron diversas teorías. Cada

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generación esperaba que la aritmética divina funcionara a su favor.

El problema con la historia de Judas el Martillo solo amanecía gradualmente sobre lagente de la generación siguiente. Así que, pese a la temprana excitación y al continuoentusiasmo de algunos, se fue haciendo claro que las profecías todavía no se habíancumplido. La utopía no había llegado. Los asmoneos, la familia de Judas, estaban lejosde ser gobernantes perfectos. Surgieron grupos de presión para intentar forzar el tema.El más famoso de ellos llegó a ser conocido como los fariseos, quienes, como yahemos visto, fueron un movimiento populista, profundamente leal a las tradicionesantiguas tal como ellos las entendían, esperando fervientemente que su Dios actuaseuna vez más. Pero el tema de la gran historia había sido grabado en sus mentes y en losmodos habituales de leer la Escritura: los gobernantes malvados, el pueblo sufriente, elhéroe, la batalla, la victoria, el gobierno sobre las naciones circundantes y elestablecimiento de la morada de Dios. Eso era por lo que el pueblo oraba, lo esperabay lo aguardaba cuando Jesús de Nazaret apareció en escena.

Simón la Estrella

Antes de volver a Jesús tenemos que saltar hacia adelante, después de su tiempo, a otromovimiento que nos dice mucho sobre cómo la gente contaba la historia e intentabavivirla. Pasamos de Judas el Martillo a Simón la Estrella. O más bien Simón, «el hijode la Estrella». El año es el 132 d. C., casi exactamente cien años después de la vidapública de Jesús de Nazaret y, por ello casi exactamente trescientos años después deJudas el Martillo.

CRONOLOGÍA DE SIMÓN, «EL HIJO DE LA ESTRELLA»

115-117 d. C. Fracasadas revueltas judías contra Roma en Egipto, Cirene y Chipre117 Adriano, emperador132 Adriano establece una legislación antijudía y construye un templo a

Júpiter en Jerusalén133 Comienzo de la rebelión de Bar Kokba. Rabí Aqiba aclama a Bar Kokba

como el Mesías133 Monedas con «Año 1»134 Monedas con «Año 2»135 Monedas con «Año 3»135 Roma aplasta la rebelión; Bar Kokba y Aqiba, muertos

La historia empieza igual. Otro rey malvado; otro momento de intenso sufrimiento y laaparición de otro nuevo héroe, que logra -al parecer- algunas victorias iniciales. Otracampaña de tres años. El objetivo era el mismo: derrotar al enemigo pagano,reconstruir el Templo, liberar a los judíos y establecer un nuevo rey como amo en supropio territorio real y quizá más extensamente.

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Esta vez, el rey malvado era el emperador romano Adriano. La gente en mi paístodavía conoce su nombre porque construyó un muro a través del norte de Inglaterra, amás de tres mil quinientos kilómetros de Jerusalén, para mantener su imperio segurofrente a las salvajes tribus de Escocia. Como muchos otros emperadores de éxito,Adriano era brillante y despiadado. Dos de sus predecesores, Vespasiano y Tito,habían derrotado a los rebeldes judíos en una famosa y amarga guerra que culminó conel incendio del Templo el año 70 d. C. Ahora, Adriano, espoleado quizá por laposibilidad de nuevos levantamientos judíos, decidió tomar medidas drásticas. Igualque Antíoco Epífanes, transformó Jerusalén en una ciudad pagana, dándole un nuevonombre, Aelia Capitalina. Recordemos que Antíoco había atacado los símbolos másimportantes de la vida y tradiciones judías, incluidas las leyes alimentarias (intentadoobligar a la gente a comer cerdo). Igualmente, Adriano atacó los símbolos judíos, conun acento especial en la prohibición de la práctica de la circuncisión.

También otros factores condujeron a la revuelta. Roma había insinuado en undeterminado momento que se podía permitir que los judíos reconstruyesen el Templo,así que, cuando en lugar de ello la ciudad fue convertida en un centro pagano, se diouna mezcla tóxica de desilusión y justificada indignación. Grandes impuestos podríanhaber añadido gasolina a ese fuego. También podría haberse dado una coincidencia defechas. Jerusalén había sido destruida el 70 d. C.; Jeremías había hablado de setentaaños de desolación seguidos por una restauración; quizá después de todo, Dios queríaliberar a su pueblo en el 140 d. C. o en sus alrededores. Es de notar que la granrevuelta anterior, en el año 66 d. C., fue casi setenta años después del establecimientooriginal del gobierno romano en Judea. Los rebeldes a menudo se levantan en elmomento de un cambio de régimen, cuando perciben un potencial vacío de poder. Perolos rebeldes que creen que Dios les ha revelado su plan pueden decidir alzarse en elmomento en que, según esa revelación, Dios ha prometido actuar. Quizá -pudieronhaber pensado- la mejor manera de hacer que esto suceda, de preparar las cosas para laactuación de Dios, es poner en marcha un movimiento de liberación unos cuantos añosantes de la fecha.

Algunos de esos factores contribuyeron a que el pueblo estuviera dispuesto aarriesgarlo todo y a apuntarse cuando surgiera un nuevo líder. El nuevo líder, Simónbar Kosiba («Simón, hijo de Kosiba») fue aclamado como Bar Kokba, «hijo de laEstrella», como eco de una antigua profecía:

Una estrella sale de Jacoby un cetro se levantará de Israel.Triturará la frente de Moaby el cráneo de los hijos de Set...Jacob dominará y acabaráCon los que queden en la capital (Nm 24,17-19).

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No hizo falta mucha imaginación para transferir estas antiguas victorias sobre Moab,los setitas y «los que queden en la capital» al mundo del siglo I1. ¡Simón era el hombrepara hacerlo! Algunos decían que obraba milagros; otros, más tarde, que seautoproclamaba «una gran luz celestial». Una tradición dice que el mayor maestrojudío del tiempo, Rabí Aqiba, declaró que Simón era realmente el Mesías, el tanlargamente esperado rey de Israel.

Tenemos realmente reliquias de primera mano sobre Bar Kokba, que hacen que seauno de los pocos líderes de un país antiguo de los que poseemos esa clase deinformación. Escribió cartas, algunas de las cuales han sobrevivido. Era tanestrictamente devoto de la tradición judía como severo en su exigencia de aceptación yobediencia. También acuñó monedas que nos cuentan su propia y poderosa historia.Como los revolucionarios franceses, dio comienzo a un nuevo calendario: la primeraserie de monedas llevan el año «1»; el segundo, el «2», y el tercero, el «3». Hablan dela futura «libertad de Jerusalén». Una de ellas tiene una representación del Templo,que naturalmente ya no existía en aquel momento; es una declaración de intenciones.Ahora el programa resulta familiar: Dios proporcionaría una gran victoria y pondría enlibertad a su pueblo; el Templo sería reconstruida y el mismo Bar Kokba seríaentronizado como el verdadero rey. Es la misma serie de temas que ya hemos oídoantes y que están arraigados en las mismas antiguas Escrituras.

En especial, el hecho de numerar las monedas nos dice algo sobre el modo en quefunciona la gran historia. Bar Kokba no esperaba los acontecimientos finales antes demostrar con claridad que la nueva edad ya había empezado. Había establecido sudominio, aunque la gran victoria todavía no había llegado y aún había que reconstruirel Templo. Los tres años de su dominio eran así una especie de período provisional; elnuevo día ya había amanecido, pero aún tenía que amanecer. Cuando pensamos entérminos de la política real del momento, todo eso tiene mucho sentido. En el lenguajeque empleábamos más arriba, era tanto escatología retrospectiva como escatologíaprospectiva; una larga historia ya había alcanzado su punto culminante (el rey yaestaba aquí), y la misma historia estaba cerca de alcanzar su punto culminante (el reyestaba en camino hacia su gran victoria). Negar que el nuevo día había amanecido seríanegar que él, Bar Kokba, era realmente el Mesías. Pero que porque el nuevo díahubiera amanecido no había nada más que hacer, sería errar el blanco. Era el momentode planear la gran victoria, de mantenerse santos y de recitar fervientes oraciones, deorganizar la continua revuelta contra los romanos y de desarrollar el diseño parareconstruir el Templo. Las monedas de Bar Kokba hablan de un período de la historiaque empezaba con una explosión, pero que había de completarse con más accionesdecisivas, si es que tal comienzo se iba a consolidar y confirmar.

Pero todo eso no llevó a nada, o más bien a un mayor sufrimiento. Simón la Estrellaparece haber ganado algunas tempranas victorias y haber establecido una

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administración sobre al menos parte de la antigua patria judía. Estuvo al mando por uncierto y tiempo y sobre algún territorio. Pero los romanos irrumpieron con gran fuerza,forzándole a él y a sus seguidores a retirarse, y luego los persiguieron por cuevas yotros escondrijos. La arqueología ha descubierto lo suficiente de aquellas cuevas paraque nosotros caigamos en la cuenta de lo horrible que tuvo que ser el fin para Simón ymuchos otros.

Escritos judíos posteriores hablan de Simón no como Bar Kokba, «hijo de la Estrella»,ni por su propio nombre, Bar Kosiba, «hijo de Kosiba», sino con un juego de palabrasdiferente: Bar Koziba, «hijo de la Mentira»; era, creían ellos, un falso mesías.

Ciertamente, muchos entonces sacaron la conclusión de que era un error esperarcualquier tipo de mesías. En todo caso no hubo más levantamientos judíos. Desdeentonces en adelante los judíos se contentaron con vivir su obediencia a su Dios y a suley en privado y dejar que otros pueblos gobernaran el mundo si así lo deseaban.Algunos maestros judíos habían estado pidiendo esta política desde hacía tiempo.Ahora se adoptó sin más cuestionamientos.

La historia de Simón la Estrella, a los trescientos años después de Judas el Martillo,indica un notable modelo común, aunque el resultado final fuera tan diferente. Eldecurso de la historia es una vez más el mismo, haciéndose eco del Éxodo, David ySalomón, y la vuelta de Babilonia: el malvado rey pagano, sufrimiento y persecución,aparición de un héroe, victorias, purificación y restauración del Templo, yestablecimiento del nuevo régimen. En el caso de Judas todo sucedió según el planprevisto. Solo gradualmente, en los años siguientes, el pueblo empezó a dudar de si,después de todo, había sido la tan esperada liberación divina. En el caso de Simón todosucedió según el plan previsto durante tres años. Luego, en lugar de la victoria final yde la reconstrucción ocurrió un desastre tan grande que, durante muchas generaciones,cuando se hablaba de él, no se hacía sin estremecimiento. La gran galerna del poderimperial romano había extinguido el sistema de altas presiones que eran lasaspiraciones judías, dejando un inquietante signo de interrogación sobre el tercerelemento: ¿qué pasaba con el Dios de Israel? Pero la historia en que Simón y susseguidores habían vivido era la misma historia. Era, como ellos creían, la historiaescriturística, la historia en que las promesas escriturísticas se iban a cumplir. Era lahistoria que estaba en las cabezas y corazones de los que oyeron por primera vez aJesús de Nazaret hablando de que Dios finalmente era rey. Era la historia queconvirtieron en cánticos cuando él entraba en Jerusalén.

Antes de pasar a Jesús mismo, sin embargo tenemos que fijarnos en otros dos reyes.Ambos fracasaron, aunque por razones muy distintas.

Herodes el Grande

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Cuando se hace una visita guiada por Tierra Santa hoy en día, es probable que alguiense impresione por un nombre que aparece una y otra vez. He oído a turistas quejarse deque habían venido para saber cosas sobre Jesús y acabaron aprendiendo más sobreHerodes. Herodes el Grande (el famoso Herodes que, según el evangelio de Mateo,mató a todos los niños pequeños de Belén en un vano intento de liberarse de unpotencial rival para su trono) fue verdaderamente un dirigente famoso en su propiotiempo y posteriormente siguió siendo un nombre que excita la imaginación. Si alguienfue «rey de los judíos» en la época de Jesús, fue Herodes.

Herodes el Grande llenó al menos algunos espacios de la historia que hemos estadosiguiendo. Comenzó su carrera como un señor de la guerra con éxito. Más o menos unsiglo después del tiempo de Judas el Martillo hubo otra vez un vacío de poder en elOriente Próximo. La casa real asmonea estaba dispersa. Los romanos estaban ganandopoder y su famoso general Pompeyo conquistó Jerusalén el año 63 a. C. Como hemosvisto más arriba, los romanos preferían, cuando era posible, gobernar sus nacionessúbditas por medio de las minorías locales, y por tanto permitieron a la familiaasmonea seguir ejerciendo como sumos sacerdotes.

Pero el mundo romano estaba a punto de sumergirse en el caos. Pompeyo murió el 48a. C. Julio César fue asesinado el 44, lo que provocó las guerras civiles de las que,como vimos, el hijo adoptivo de César, Octavio, emergió como el verdadero primeremperador romano. Mientras tanto, el antiguo enemigo de Roma, Partía (correspondeaproximadamente a los modernos Iraq, Irán y Afganistán), aprovechó el momento parainvadir las posesiones romanas en el Oriente Próximo, incluida Jerusalén. Antiguosrecuerdos judíos de Asiria, Babilonia, Persia y Siria hacían que Partía hubiese de serconsiderada por los judíos como un nuevo reino malvado. Herodes el Grande, elcaudillo militar más eficaz en ese momento, reconocido ya por Roma como «rey de losjudíos» por razones puramente pragmáticas, derrotó a los partos y volvió a conquistarJerusalén... por cuenta de Roma. Sabía de qué lado de su tostada tenía la mantequilla.

CRONOLOGÍA DE HERODES

44 a. C Muerte de Julio César; estallan guerras civiles en el mundo romano40 Los partos invaden Siria/Judea, instalando un «rey» títere en Jerusalén40 Roma proclama a Herodes «rey de los judíos»37 Herodes reconquista Jerusalén para Roma después de la invasión parta31 Octavio («Augusto») derrota a Antonio en Actium, terminando la guerra

civil. Augusto confirma a Herodes (anteriormente partidario deAntonio) como rey de Judea

19 Herodes comienza a reconstruir el Templo de Jerusalén9 El nuevo Templo es consagrado (aunque la construcción sigue, terminando

en el 63 d. C.)

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Ya entrevemos el mismo modelo. La victoria sobre el poder extranjero, la reconquistade la ciudad santa... Herodes el Grande está siguiendo una senda conocida. Cierto quenecesitaba el apoyo romano para conseguir y mantener el poder, pero era bueno en eljuego de piernas político y obtuvo la autorización que quería. Esto le lanzó a una grancarrera de construcción de obras públicas, que es por lo que muchos turistas ven tantasseñales suyas hoy en día. Estaba constantemente recabando apoyos de las comunidadesjudías de todo el mundo. Y como centro de todo el proyecto comenzó a reconstruir elTemplo. ¡Ahora, por fin, volvería la gloria que ese edificio había tenido en los días deSalomón, mil años antes! Y esto, por fin, legitimaría a Herodes y a su familia como losauténticos reyes de los judíos. No solo marionetas romanas, sino realmente.

Herodes el Grande no tenía ningún árbol genealógico para respaldar su pretensión. Nodescendía de David. Ni siquiera era enteramente judío, porque era medio idumeo. Peroemparentó con la (entonces) familia real, tomando como una de sus muchas esposas aMariamme, una princesa de la casa asmonea. Y mantuvo su dominio -no pequeña cosaen sí misma- durante más de treinta años. Judas el Martillo logró siete años; Simón laEstrella, solo tres.

La carrera de Herodes, comenzada brillantemente, fue decayendo de forma paulatina.Nuestras fuentes cuentan la triste y típica historia de un hombre que, habiendoconseguido poder absoluto, lo usó cada vez más no para mejorar la vida de sussúbditos, sino para hacer su propia vida más segura. Mató a varios miembros de supropia familia, incluida su amada Mariamme, por sospechas de conspirar contra él. Ensu mismo lecho de muerte, sospechando que nadie lamentaría su defunción, dioórdenes de que se matasen a la vez a ciudadanos principales, para asegurar llanto y lutoen su funeral. Afortunadamente la orden no fue ejecutada.

Herodes el Grande es importante para nuestra historia no solo porque proporciona eltelón de fondo para la vida de Jesús, sino porque muestra, desde luego en una formacasi caricaturesca, lo que podría significar para alguien de la época ser «rey de losjudíos». Significaba victoria; significaba Templo; significaba lograr para el pueblojudío paz y prosperidad. Herodes intentó izar sus velas en el gran sistema de altaspresiones de la narrativa judía, a la vez que las orientaba inteligentemente para evitar elimpacto de la galerna que soplaba cada vez más desde Roma. Sin embargo, muchas desus aspiraciones se habían hundido en el momento de su muerte y habían llegado a seruna diminuta y arrugada parodia de sus esperanzas originales. Podemos vislumbrar enHerodes algo de la historia que podría haber tenido sentido, la historia que se extendíahacia atrás hasta las antiguas Escrituras, y hacia adelante a un futuro que, para el ojo dela fe y la esperanza, aún podría producir el verdadero rey que tendría éxito donde otroshabían fracasado.

Simón bar Giora

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El otro rey fracasado fuer Simón bar Giora. Apareció en otro momento de caos social ypolítico, cerca del comienzo de la gran revuelta contra el dominio romano, y duró del66 d. C. al 70, que terminó con la catástrofe total y la destrucción del Templo. Hubomuchos otros posibles líderes, profetas, etc. en aquel momento, algunos de los cualesprocedían de familias asociadas desde hacía tiempo a la actividad antirromana. Peroera Simón quien regía Jerusalén cuando los romanos entraron en ella.

Simón logró el apoyo popular y luego el poder, anunciando la libertad de los esclavos.Eso siempre era una buena medida, no solo en sí misma, sino porque recordaba laantigua liberación de la esclavitud de Egipto, que siempre había sido central en laautocomprensión judía. Enfrentados con otros señores de la guerra y agitadores,muchos de los dirigentes de Jerusalén estuvieron muy contentos de dar el poder aSimón y de alistarse a sus órdenes. Impuso la ley marcial, ejecutando y encarcelando aquien se sospechaba que podían ser traidores. Cualquiera que haya intentado encontrarel sentido de lo que ocurría en Jerusalén durante aquellos años sabe que fue un períodoenormemente confuso y que, si eso es así para nosotros como historiadores, debe dehaberlo sido aún más para la gente de aquel momento y aquel lugar. El programa deSimón, evidentemente, hubiera sido el corriente: derrotar al enemigo, purificar elTemplo y establecer el propio reino.

Pero Simón no hizo nada de esto. En lugar de ello, cuando los romanos destruyeron elTemplo y la derrota se hizo inevitable, se rindió de modo espectacular. Se vistió deblanco, con una capa púrpura por encima, y salió de repente de un escondrijo en elmonte del Templo. No podemos decir si esperaba asustar al pueblo y hacerlo escapar osi estaba montando una escena final de bravuconería. Fue llevado en cadenas ante Tito,el general victorioso, y luego enviado a Roma con miles de otros cautivos ycargamento de botín, cuyas escenas todavía se pueden ver esculpidas en el arco deTito, en la cima del Foro romano. Según la costumbre romana, a Tito se le concedió un«triunfo», una procesión espectacular por la calles de Roma, mostrando ante losciudadanos (en los tiempos de antes de que la televisión y la fotografía lo pudieranprobar por otros medios) qué grande había sido la victoria que había obtenido. Losprisioneros eran llevados detrás de él, una multitud desaliñada y triste; y por últimovenía Simón. Era flagelado mientras andaba hasta que llegó a la cárcel donde seejecutó la sentencia de muerte. Una vez más, la galerna había superado al sistema dealtas presiones. Tito, y toda Roma con él, celebraron la victoria sobre el «reyde los judíos». Una vez más, el pueblo judío, aplastado y consternado, se preguntabaqué había sucedido al huracán divino que se suponía iba a venir en su ayuda.

Hace falta poca imaginación para ver que Jesús de Nazaret, clavado en una cruzromana con las palabras «rey de los judíos» sobre su cabeza, debió de ser visto pormuchos esa es la forma en que los romanos tratan siempre a esta gente. La tradiciónjudía posterior llegó a considerar a Jesús también como un mentiroso que había

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engañado al pueblo de Dios, extraviándolo con falsas esperanzas.

Entre dos momentos

Este recorrido por la historia de los movimientos más o menos reales de los siglosanteriores y posteriores al tiempo de Jesús pretende destacar dos aspectos que, comoespero, contribuyan a aclarar varias cosas sobre su vida pública. Primero, había unaevidente serie de expectativas de un «rey de los judíos» con raíces que se remontabanhasta el Éxodo. La recitación de las expectativas se ha hecho casi monótona a fuerzade repetirla: victoria sobre los paganos y purificación o reconstrucción del Temploestán al comienzo de la lista. Segundo, había que esperar que cualquiera de estascampañas tuviera (al menos) dos «momentos» clave: primero, el momento en que sealzaba la bandera, se hacía la proclamación inicial y se ponía en marcha elmovimiento, y luego el momento en que se ganaba la batalla final y el Templo sereconstruía. Se esperaba que los movimientos tuvieran lugar entre esos dos momentos,el anuncio inicial y la victoria final.

Pensemos un momento en lo que esto significa. En cuanto se hacía el anuncio inicial,como vimos especialmente con Simón la Estrella, sería equivalente a traición sugerirque el reino, el nuevo dominio de Dios, no estaba presente. Si el verdadero rey estáaquí y la gente está empezando a hacer lo que dice, ¡el reino ha empezado! Sinembargo, también del mismo modo había una importante tarea que todavía había querealizar. Los paganos tenían que ser derrotados. El Templo tenía que ser reconstruido.Hasta que eso sucediera, el reino no se completaría.

Pensemos en el mismo rey David, mil años antes. David fue ungido por Samuel muchotiempo antes de que fuera finalmente entronizado. ¿Fue rey durante este período?Bueno, sí, desde un cierto punto de vista. Pero desde otro punto de vista, no. Saúl eratodavía rey y, consiguientemente, había una recompensa por la cabeza de David.Como hemos visto, no carece de importancia que Jesús, en un momento determinado,se comparara con David exactamente en esta etapa de su carrera (Mc 2,25-28). Unavez que hemos aprendido a pensar de la forma en que pensaban los judíos de esemomento y verdaderamente tomamos en consideración la situación política real (enlugar de solo una serie de ideas o creencias religiosas), la idea de que un reino está tandecididamente presente como que es decididamente futuro ya no es un problema. Esjusto lo que deberíamos esperar.

Así que, ¿cuáles eran los objetivos de Jesús para el futuro? ¿Qué esperaba realizar?¿Qué sería para él lo equivalente a la batalla que habría de librarse y la purificación olimpieza del Templo? ¿Hasta qué punto compartía las aspiraciones de los reyes ypotenciales reyes antes y después de su tiempo?

Esta es, sin duda, la auténtica pregunta que hemos de hacer, pero responderla no es

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sencillo. Como ocurre con todo lo que hizo Jesús, parece que él, deliberadamente,remodeló en torno a sí las expectativas judías del siglo I. Y no en último lugar en tornoa su propia nueva lectura de las Escrituras de Israel. Lo que encontraremos entonces esque, como en algunos de estos movimientos «reales», aunque con ciertas significativasvariaciones propias, creía tanto que el reino de Dios ya era una realidad presente comoque se establecería con un gran acontecimiento que sucedería en breve.

Para ver cómo todo esto funciona en la práctica tenemos que estudiar algunos temasmás. Los cuatro fascinantes personajes en que nos hemos fijado a lo largo de estecapítulo tienen dos temas importantes para su programa del reino: la(s) batalla(s) quelibraron o se proponían librar y el Templo que purificaron, reconstruyeron o queríanreconstruir y defender. ¿Qué hizo Jesús con estos grandes y entrelazados temas de labatalla y de la victoria, por un lado, y de la edificación o purificación del Templo, dellugar de la presencia de Dios, por otro?

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10BATALLA Y TEMPLO

En primer lugar, la batalla. Si nos fijamos en el Sermón de la montaña, en Mt 5-7, o enel Manifiesto de Nazaret, en Lc 4, o si nos fijamos en el extraño lenguaje sobre «atar alhombre fuerte» de Mt 12, o en el aún más extraño lenguaje de la «venida del Hijo delhombre»... dondequiera que miremos aparece que Jesús era consciente de una granbatalla en la que él ya estaba implicado y que, a no tardar mucho, alcanzaría algún tipode culminación.

Esta no era, al parecer, la batalla que sus contemporáneos, incluidos sus propiosseguidores, esperaban que librase. No era ni siquiera el mismo tipo de batalla, aunqueJesús empleó el lenguaje bélico para referirse a ella. Ciertamente, como parece indicarel Sermón de la montaña, luchar en el normal sentido físico era precisamente lo que élno iba a hacer. Había en el horizonte una clase distinta de batalla, una batalla que yahabía comenzado. En esta batalla no estaba en absoluto tan claro como los querodeaban a Jesús hubieran deseado quién estaba de qué lado, y ni siquiera si «lados»era la manera adecuada de plantear las cosas. La batalla en cuestión era una cosadiferente porque tenía un enemigo diferente.

La Biblia nunca es muy precisa sobre la identidad de la figura conocida como «elsatán». La palabra hebrea significa «el acusador», y a veces el satán parece ser unmiembro del consejo celestial de Yahvé con especial responsabilidad como director delos enjuiciamientos (1 Cr, 21,2; Job 1-2; Zac 3,1-2). Sin embargo, el término se vaidentificando de diversos modos: con la serpiente del jardín del Edén (Gn 3,1-15) ocon la rebelde estrella de la mañana expulsada del cielo (Is 14,12-13), y eraconsiderado por muchos judíos como la fuente cuasi personal del mal que estaba detrásde la maldad humana y de la injusticia a gran escala, obrando a veces por medio de«demonios» semi-independientes. En tiempos de Jesús se usaban diversas palabraspara designar a esta figura, incluida Belzebul o Belzebub (lit.: «Señor de las moscas»)o sencillamente «el maligno». Jesús advertía a sus seguidores contra los engaños queesta figura podía perpetrar. Sus adversarios le acusaban de estar en alianza con elsatán, pero los primeros cristianos creían que Jesús de hecho lo derrotó en sus propiasluchas contra la tentación (Mc 4; Lc 4), sus exorcismos de demonios y su muerte (1Cor 2,8; Col 2,15). La victoria final sobre este último enemigo está, pues, asegurada(Ap 20), aunque la lucha todavía puede ser fuerte para los cristianos (Ef 6,10-20).

Combatir al Satán

La batalla que Jesús estaba llevando a cabo era contra el satán. Sea lo que fuere quepensemos del tema, era claramente importante para los autores de los evangelios ytenemos todas las razones para suponer que también era central para Jesús:

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Estuvo en el desierto cuarenta días y el satán le tentó allí (Mc 1,13).

¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva expuesta con autoridad! Manda a losespíritus inmundos y le obedecen (Mc 1,27).

No permitía hablar a los demonios, porque sabían quién era (Mc 1,34).

Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban:-Tu eres el Hijo de Dios.Pero él les mandaba enérgicamente que no lo descubrieran (Mc 3,11-12).

Los escribas... decían:-Está poseído por Belzebul... Jesús les decía:-¿Cómo puede el Acusador echar fuera al Acusador? Si un reino está

dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir... Pero nadie puedeentrar en la casa del fuerte si no ata primero al fuerte, entonces podrá saquearsu casa (Mc 3,22-27).

Vino a su encuentro un hombre con espíritu inmundo...Jesús le había dicho:-Espíritu inmundo, sal de este hombre.Y le preguntó:-¿Cuál es tu nombre?-Mi nombre es Legión -contestó-, porque somos muchos...Los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos. Y la piara -

unos dos mil- se arrojó al mar desde lo alto del precipicio y se fueronahogando en el mar (Mc 5,1-20).

Vi al satán caer del cielo como un rayo (Lc 10,18).

Y a esta, que es hija de Abrahán, a la que ató el satán hace ya dieciochoaños, ¿no estaba bien desatarla de esa ligadura en día de sábado? (Lc 13,16).

El satán ha pedido cribaros como trigo (Lc 22,31).

El demonio ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de SimónIscariote, la idea de entregarle... Después de tomar el pan, el satán entró en él(Jn 13,2.27).

Comprensiblemente, muchos autores modernos han intentado marginar este tema, perono podemos eludir una parte tan central de la tradición y hacer progresossignificativos. Naturalmente, es difícil para la mayoría de la gente en el mundooccidental moderno saber qué hacer con todo esto. Es uno de los puntos en los cualesel fuerte viento del escepticismo moderno ha trabajado con éxito, y el estridentecalificativo de «tradicionalista», que insiste en considerarlo todo en términos de temas

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«sobrenaturales», apenas resulta de ayuda. Como C. S. Lewis apuntó en laintroducción de su famosa obra Cartas del demonio a su sobrino, el mundo modernose divide entre quienes están obsesionados por poderes demoníacos y los que se burlande ellos como desechos obsoletos. Lewis insiste en que ninguno de estos enfoqueshace justicia a la realidad. Estoy con Lewis en esto. A pesar de las caricaturas, lasobsesiones y el patente enredo en que la gente se mete a menudo acerca de este tema,hay algo como una fuerza oscura que parece hacerse con las personas, movimientos ya veces países enteros, una fuerza (como parece algunas veces) o una serie de fuerzasque pueden impulsar a la gente a hacer cosas que normalmente no haría nunca.

Se podría pensar que la historia del siglo XX proporcionaría muchos ejemplos de esto,pero mucha gente todavía prefiere resistirse a la conclusión, a pesar del creciente usoen la vida pública del lenguaje de «fuerza» («fuerzas» económicas, «fuerzas» políticas,«presión» de los coetáneos, etc.). En la investigación reciente, Walter Wink en especialha ofrecido un agudo y convincente análisis de «los poderes» y de la forma en quefuncionan en el mundo actual y en el de ayer. El psicoterapeuta Scott Peck escribió unlibro, People of the Lie, sobre el pequeño, pero significativo, número de sus pacientesque, al parecer, se habían introducido tan profundamente en la irrealidad que parecíanhaber sido poseídos por fuerzas oscuras más allá de ellos. La idea posterior a laIlustración de que este lenguaje apesta a superstición medieval es, por lo menos,demasiado simplista. Admitido el mundo en niveles del pensamiento ilustrado, quizádeberíamos esperar que nosotros no tengamos un lenguaje demasiado bueno parahablar sobre una realidad que no es ni divina ni reducible a los términos del mundomaterial ordinario. Pero ello no debería detenernos en el intento de enfrentarnos con larealidad en cuestión.

Sin la perspectiva que considera el mal una fuerza oscura que está detrás de la realidadhumana, el tema de «bueno» y «malo» en nuestro mundo es fácil de descifrar. Esfatalmente fácil, y digo fatalmente fácil, tipificar a «la gente como nosotros» comobásicamente buena y a la «gente como ellos» como básicamente mala. Es un peligrodel que deberíamos ser conscientes en nuestros días después de los desastrosos intentosde algunos líderes occidentales de hablar sobre un «eje del mal» y luego ir a la guerrapara suprimirlo. Nos convertimos a nosotros en ángeles y a «los otros» en demonios;«demonizamos» a nuestros adversarios. Es una herramienta adecuada para evitar tenerque pensar, pero es desastroso para nuestro pensamiento y nuestra conducta.

Pero cuando se considera seriamente la existencia y malignidad de fuerzas no humanasque son capaces de usarnos a «nosotros» y a «ellos» al servicio del mal, el foco sedesplaza. En cuanto se ponen al descubierto realidades vaporosas y sombrías, lo quecreíamos claro y manifiesto se emborrona. La vida se hace más compleja, peroposiblemente más realista. Las tradicionales líneas entre amigo y enemigo no son tanfáciles de trazar. Ya no se puede asumir que «esa gente» son simplemente agentes del

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demonio y «esta gente» -nosotros y nuestros amigos- están automáticamente del ladode Dios. Si hay un enemigo que actúa, es un enemigo sutil y taimado, demasiadointeligente como para dejarse identificar simplemente con una persona, un grupo o unanación. Solo dos veces en el relato de los evangelios Jesús se dirige directamente «alsatán» con ese título; una vez cuando está reprendiéndole en la narración de lastentaciones (Mc 4,10), y otra vez cuando está también reprendiendo a su compañeromás cercano (Mc 8,33) por resistirse al extraño plan de Dios. La línea entre bien y males clara en el nivel de Dios, por un lado, y del satán por otro. Es mucho, mucho menosclara cuando pasa por medio de los seres humanos, individual y colectivamente.

Este es precisamente el tipo de definición que aparece en el Manifiesto de Jesús deNazaret. Los enemigos tradicionales son colocados, al menos en principio, dentro delalcance de la bendición del gran jubileo de Dios. Y los amigos tradicionales -los quepodrían haber pensado que estaban automáticamente en el lado bueno- tienen que serexaminados otra vez. Quizá uno no puede identificar simplemente como «nuestropueblo» a los del lado de los ángeles y a «aquella gente» como los agentes del satán.Por eso Jesús fue expulsado de la ciudad y casi eliminado. Había sugerido que losenemigos podían ser amigos y, por implicación, que el «pueblo bueno» -Israel comopueblo de Dios- podía ser enemigo. Irónicamente, sus propios paisanos probaron elasunto con su reacción.

Más tarde, como acabamos de ver, él llega a advertir a su partidario más cercano,Simón Pedro, precisamente de esto llamándole «Satanás» cuando intentaba disuadirlede su vocación de sufrir y morir (Mc 8,33) y advirtiéndole más adelante de que el satánhabía solicitado cribarle violentamente (Lc 22,31). Jesús ve trabajando al satán entresus oyentes, quitándoles la palabra del reino de manera que no eche raíz (Mc 4,15) ysembrando cizaña entre el trigo (Mt 13,39), y de nuevo trabajando en las dolencias quedeshumanizan y deforman y que han lisiado a la anciana (Lc 13,16). Reconoce a unode sus propios seguidores como un «acusador» (Jn 6,70), y los evangelistas recogeneste asunto viendo al satán en el papel de «acusador» de Judas Iscariote (Lc 22,3; Jn13,2.27). Trágicamente, aun los miembros del mismo pueblo de Dios, centrado en elTemplo de Jerusalén, son considerados ahora como hijos del demonio (Jn 8,44).

Todo esto llega a una ruptura en una confrontación muy especial:

Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mundo. Y le curó, desuerte que el mudo hablaba y veía. Y toda la gente, atónita, decía:

-¿No será este el Hijo de David? Mas los fariseos, al oírlo, dijeron:-Este no expulsa a los demonios más que por Belzebul, príncipe de los

demonios.Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:-Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa

dividida contra sí misma no podrá subsistir. Si el satán expulsa al satán,

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contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, va a subsistir su reino?Y si yo expulso a los demonios por Belzebul, ¿por quién los expulsan

vuestros hijos? Por eso ellos serán vuestros jueces. Pero si por el Espíritu deDios expulso yo a los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino deDios.

¿O cómo puede uno entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si noata primero al fuerte? Entonces podría saquear su casa. El que no estáconmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

Por eso os digo: todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, perola blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabracontra el Hijo del hombre, se le perdonará, pero al que la diga contra elEspíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro (Mt 12,22-32).

Sería fácil, ansiosos como estamos de mantener nuestro perfil de sofisticados hijos dela Ilustración, descartar todo esto como una polémica religiosa corriente del siglo I.Ciertamente ese es un elemento en el paquete, como podemos ver cuando los mismosacusadores de Jesús (nótese la ironía) le acusan de estar en alianza con el Acusador. Larespuesta de Jesús muestra su propia y notable perspectiva sobre lo que sucede, en loque realmente se implica cuando el reino de Dios llega a la tierra como en el cielo. Esun choque de reinos: el satán tiene su reino, Dios tiene el suyo, y más tarde o mástemprano tendrán que darse batalla. Una vez más es fatalmente fácil comprender mal,trazar las líneas erróneamente, ver «nuestro sistema actual» como automáticamentebueno, de forma que cualquiera que lo perturba -como Jesús estaba perturbando elsistema de escribas y fariseos- tiene que ser «satánico», tiene que venir del ladooscuro. Ese camino conduce a la «guerra de los hijos de la luz contra los hijos de lastinieblas», como en Qumrán; la superbrillante luz de una superrealizada escatología«nos» permite vernos a nosotros mismos como «hijos de la luz», arrojando una sombravaporosa y superdramatizada sobre «ellos», los «hijos de las tinieblas».

Jesús no hace nada de esto. Primero, no tiene sentido imaginar al satán obrando contrasí mismo. Jesús expulsa demonios, pero, ¿por qué haría satán algo así, destruyendo supropia base de poder? Segundo, solo hay dos opciones en este momento; si no es elpoder del satán al que Jesús recurre para hacer lo que hace, tiene que ser por medio delpoder de Dios. Pero esto significa que el reino de Dios, el gobierno soberano ysalvador de Dios, está realmente irrumpiendo así en la tierra como el cielo. Tercero, lasvictorias que Jesús está teniendo aquí y ahora, del todo cercanas y personales, sinembargo son signos de que una victoria inicial ya se ha logrado. El «hombre fuerte»ya ha sido «atado», por lo que Jesús puede ahora saquear su casa (Mt 12,29; Lc 11-21-22). Jesús declara que él ya ha visto al satán caer del cielo como un rayo (Lc 10,18).Estas alusiones en la enseñanza de Jesús están por todas partes. Si queremoscomprender lo que pensaba sobre ellas tenemos que tomarlas y ver el papel que

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desempeñan en el cuadro completo.

Pero si ha habido una «victoria» anterior, ¿cuándo ocurrió? Mateo, Marcos y Lucasproporcionan la respuesta: al comienzo de la vida pública de Jesús, durante su ayunode cuarenta días en el desierto, cuando el satán intentó desviarle, persuadirle deobtener el fin bueno por medios malos y atraerlo de este modo a su lado (Mt 4,1-11;Mc 1,12-13; Lc 4,1-13). Jesús ganó la batalla, lo cual era la razón de por qué podíaanunciar luego que el reino de Dios ya estaba empezando a tener lugar. Pero la batallano estaba superada, evidentemente. La gran victoria inicial, ganada en la propia luchaprivada e intensa de Jesús, ha creado un espacio en el que el reino de Dios puede ahoratrazar camino, muy al modo en que la temprana victoria de Judas el Martillo creóespacio para purificar el Templo, la temprana victoria de los rebeldes en el 66 d. C.para un breve sentido de triunfo y las victorias iniciales de Simón la Estrella para unoscortos momentos de libertad y de autonomía judías. Pero este mismo reino, el reino deDios, solo puede establecerse por fin mediante la batalla final. Las tropas enemigas sereunirán en masa, se acercarán y harán de todo lo peor para reparar el desastre anterior.

¿Cuál es la batalla final que Jesús proyecta? Ya no es, evidentemente, una batallamilitar contra Roma, ni tan siquiera una revuelta contra Herodes y los sumossacerdotes, una intentona (quizá) de hacerse con el Templo o Jerusalén. Ya no es latradicional lucha por la libertad de los judíos piadosos, hartos del dominio pagano y delos corruptos líderes locales que cooperan con ese dominio, y que de ese modo no sonmejores que los mismos paganos. Va mucho más a lo profundo. Es la batalla contra elmismo satán. Y aunque, sin duda, el satán usa a Roma y usa a Herodes, y hasta usa alos mismos sumos sacerdotes, Jesús pone su mirada en el hecho de que el satán no seidentifica con ninguno de ellos, y que hacer esa identificación es ya rendirse y de esemodo perder la batalla real.

«Ha llegado vuestra hora», dijo a los sumos sacerdotes, miembros de la policía delTemplo y ancianos que habían venido a prenderle. «Esta es vuestra hora y el poder delas tinieblas» (Lc 22,53). Para derrotar a las tinieblas, al parecer, había que permitirlesejercer su peor fuerza. Y las tinieblas, que pusieron a Jesús en la cruz, seguían al finalcon sus burlas: «¡Si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo! ¡Baja de la cruz!» (Mt27,40), haciéndose eco de la voz en el desierto: «Si realmente eres el Hijo de Dios, di aestas piedras que se conviertan en pan» (Mt 4,3). Aparece de alguna manera que labatalla de Jesús contra el satán, que era la batalla para establecer el reino de Dios en latierra como en el cielo, alcanzó su punto culminante en su muerte. Es un tema extraño,oscuro y poderoso al que tendremos que volver. De momento, el punto importante esclaro: Jesús está verdaderamente combatiendo lo que asume como batalla contra losreales enemigos del pueblo de Dios, pero no es la batalla que sus seguidores o el grupomás amplio de los espectadores esperaban que librase. Jesús ha redefinido la tarea realen torno a su propia visión de dónde está el auténtico problema. Y con ello ha

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redefinido su propia vocación, que asume como la verdadera vocación del rey deIsrael: luchar y ganar la batalla clave que liberará a su pueblo y establecerá el dominiosoberano y salvador de Dios por medio de su propio sufrimiento y muerte.

Purificando el Templo

Lo mismo es cierto cuando consideramos la otra gran aspiración «real»: purificar oreconstruir el Templo. De ordinario nos referimos a la impresionante acción que Jesúsrealizó en el Templo con su «purificación». Quizá no siempre nos damos cuenta deque tal acto está proponiendo una implícita pretensión real; eran los reyes, reales oaspirantes a ello, quienes tenían autoridad sobre el Templo. Eran los reyes de Israel, osus equivalentes, los que lo planearon (David), lo construyeron (Salomón), lopurificaron (Ezequías, Josías, Judas el Martillo), lo reconstruyeron (Zorobabel,Herodes el Grande) y esperaban defenderlo (Simón bar Giora) o reconstruirlo una vezmás (Simón la Estrella). En cada caso, naturalmente, construir el Templo estabaasociado a la más amplia historia de la victoria sobre los enemigos, la liberación delpueblo, etc. En otras palabras, era la narración del Éxodo y la de la Pascua. Nodeberíamos olvidar que un elemento clave en la narración de la Pascua siempre era lapresencia del mismo Dios de Israel en su pueblo, en la columna de nube o de fuego, yluego, al parecer de modo más permanente, en el tabernáculo. Pascua implicapresencia.

Como hemos visto, Jesús eligió la estación de la Pascua como el momento de entrar enJerusalén sobre un borrico, despertando así deliberadamente en las mentes de losespectadores la poderosa profecía de Zac 9,9-11:

Alégrate, ciudad de Sión,Aclama, Jerusalén.Mira a tu rey, que está llegando,justo, victorioso, humilde,cabalgando un asno,una cría de borrica.Destruirá los carros de Efraíny los caballos de Jerusalén,destruirá los arcos de guerray dictará la paz a las naciones.Dominará de mar a mar,del Gran Río hasta el confín de la tierra.Por la sangre de tu alianzalibertaré a los presos del calabozo.

Muchos temas se dan cita en este punto, tanto en el mismo Zacarías (que recogeimágenes de muchos textos anteriores) como en Jesús, que pone en práctica

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dramáticamente la profecía. Imaginemos a un comandante experimentado que veacercarse un barco. Si fuera yo, tendría que pensar varios temas que, para mi ojoinexperto, se presentan como temas totalmente separados: la velocidad y tamaño delbarco, su tipo y construcción, su nacionalidad y potencia de fuego y la posibleamenaza que podría representar. Solo entonces podría pensar del todo lo que estabaocurriendo y tomar las medidas adecuadas. El comandante experimentado, por elcontrario, se percata de todo eso con una simple mirada y toma las decisionesinstantáneamente.

De la misma manera, cuando leemos las historias de Jesús, especialmente las historiasde sus últimos días, nos hace falta todo un esfuerzo para reunir en nuestra mente losdiversos temas que venían juntos en aquel momento y pensarlos como un todo único ycoherente. Pero los que vieron a Jesús cabalgando en Jerusalén aquel día, en la ciudadpreparada para la Pascua, estaban en la situación del experimentado comandante. Laacción de Jesús, la profecía que evocaba, los múltiples temas de la Pascua (victoriasobre el tirano, libertad de los esclavos, sacrificio, presencia de Dios) podríanconstituir sin dificultad un todo único, coherente, aunque profundamente desafiante.Lo que nosotros, poco familiarizados con su cosmovisión y sus controladasnarraciones, estamos obligados (al menos para empezar) a ver como elementosseparados, para el pueblo de Jerusalén de aquel tiempo aparecía como unacontecimiento rico y denso de sentido. Lo hubieran percibido con una ojeada, consignificados y todo.

Pero, ¿cuál es su «significado»? Para empezar era un acto destacadamente real, unapretensión de ser el verdadero rey de Israel. La profecía de Zacarías muestraclaramente que este rey vendrá como un hombre de paz. Como acabamos de ver, Jesúsredefinió la gran batalla futura de manera que ya no fuera una batalla militar de«nosotros» contra «ellos», de las fuerzas de la luz luchando con armas literales contralas fuerzas de las tinieblas. Sin embargo, la venida de este rey pacífico significará elestablecimiento de su dominio universal; como en los Salmos e Isaías, el verdadero reyde Israel será el rey de todo el mundo, «de mar a mar». El resultado será elestablecimiento de la alianza de Dios con su pueblo, una alianza sellada con sangre ycuyo resultado (pensemos de nuevo en Egipto, en el Éxodo, en la Pascua) será que losprisioneros quedarán en libertad. Y, como a menudo en otras profecías del tiempo, sieste gran acontecimiento sucediera, ello podría significar solamente que el Dios deIsrael por fin estaba de vuelta. Su presencia gloriosa iba a aparecer una vez más. Todoesto, me permito sugerir, los seguidores de Jesús y el pueblo de Jerusalén que lo veíalo hubieran asimilado rápidamente, sin ningún especial esfuerzo mental. Sus mentesestaban ya en sintonía con los diversos elementos y con el drama determinante en elcual tenían sentido. Y, si esto es lo que significaba para ellos, difícilmente hubiera sidodistinto para el mismo Jesús.

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Cuando Jesús entró en el Templo y llevó a cabo otra acción dramática, expulsando alos cambistas y mercaderes que vendían animales para los sacrificios, ello se hubieraconsiderado dentro de una serie de alusiones y simbolismos proféticos. Después detodo, Jeremías había roto una vasija en el mismo sitio (Jr 19), lo que simbolizaba eljuicio inminente. Pero ¿qué quería comunicar Jesús? ¿Qué quería dar a entender con suacción?

Como otros muchos, me he convencido de que la acción dramática de Jesús era unaforma de declarar que el Templo estaba sometido al juicio de Dios y que, a no muchotardar, sería destruido para siempre. Así es ciertamente como los evangelistas loconsideraron. Mateo, Marcos y Lucas prosiguen después del incidente con una serie dediscusiones las cuales versan sobre si Jesús tiene derecho a hacer ese tipo de cosas, quéquiere dar a entender con ellas, qué tipo de revolución tiene en la cabeza, etc., todo locual introduce a los lectores en el largo discurso en el cual Jesús declara solemnementeque el Templo ha de ser destruido en el curso de una generación (Mt 24; Mc 13; Lc21). Juan describe en su evangelio mucho antes la acción de Jesús en el Templo y haceque Jesús diga algo misterioso sobre la destrucción del Templo y su reconstrucción entres días, un dicho que aparece en los otros evangelios, en una forma modificada,cuando Jesús está en el juicio ante los sumos sacerdotes (Jn 2,19; Mt 26,61; 27,40).

Parece como si todo el mundo supiera que Jesús, en un sentido o en otro, estuvierapronunciando el juicio de Dios sobre el Templo, y, por alusiones, sobre el régimen queestaba rigiéndolo. Jesús no era el único judío del siglo I que expresaba esa advertencia.Después de todo, cuando Jesús interrumpió el cambio de dinero (solo se permitíaemplear las monedas oficiales del Templo) y la venta de animales para los sacrificios,realmente estaba deteniendo el mismo sistema sacrificial durante un breve, perosimbólico, momento. Y, si se detiene el flujo normal de sacrificios, se lleva al Temploa una interrupción estremecedora. Ya no tiene sentido. Y, si se hace eso, dentro delcontexto del judaísmo del siglo I, solo puede ser porque se piensa que el Dios de Israelestá actuando ahora de una forma nueva. Si el Templo ya no es el centro de todo, ellugar donde se juntan cielo y tierra, el edificio en que Dios y su pueblo se unen,entonces, ¿qué es?

Este es el momento clave en el que debemos respirar hondo y sumergirnos en lasprofundas y (para nosotros) oscuras aguas de la forma en que la mayoría de los judíosdel siglo I veía a Jesús. El peligro, tan frecuentemente señalado, de «modernizar» aJesús es precisamente esto. Enfrentados con los dramáticos signos y acciones de Jesúsasumimos que querían decir lo que significarían en nuestro mundo. Y deberíamosresistirnos a esa suposición. Pero entonces la única manera de ir adelante es pensarsobre los elementos muy, muy básicos en que la gente ve la realidad.

Esto significa que debemos pararnos y hacer algunas preguntas extremadamentefundamentales. Hemos considerado la cuestión del qué: qué hizo Jesús, sus acciones

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típicas y la forma en que hablaba de ellas. Hemos dejado para más adelante la cuestióndel porqué: por qué lo hizo y qué quería decir. Nos estamos acercando a la cuestión delquién: quién pensaba Jesús que era. Pero antes de ir más adelante con esas cuestionestenemos que pensar sobre otras tres muy importantes: dónde, cuándo y qué. En otrostérminos, tenemos que pensar sobre espacio, tiempo y contenido. En este profundonivel, ¿cómo pensaban los judíos del siglo I, Jesús incluido, sobre estas preguntas tanvitales y a veces tan ocultas?

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11ESPACIO, TIEMPO Y MATERIA

La única cosa de la que podemos estar seguros es que los habitantes de la Palestina delsiglo I no pensaban sobre el espacio, tiempo y materia exactamente de la mismamanera que nosotros. Si queremos entender a Jesús, es vital captar la diferencia entresu mundo y el nuestro.

La mayoría de la gente en el mundo occidental hoy en día concibe la geografíasimplemente como lugares en un mapa. El sentido de «espacio sagrado», y hasta elsentido de «lugar», han desaparecido; el territorio es solo tierra para desarrollar,explotar, vender y comprar. Nos sentimos limitados cuando nos enfrentamos concosmovisiones de diferentes grupos (digamos las poblaciones indígenas de América oAustralia), que siguen considerando «su tierra» como «especial» de una forma que vamás allá de la mera propiedad y memorias culturales.

De la misma manera, en mi generación hemos presenciado la erosión del tiempoespecial. Cuando yo era pequeño, el domingo ciertamente era especial, y algunos otrosdías, como el Viernes Santo, también lo eran. Pero en la actualidad todos los días sonprácticamente iguales. Muchas personas todavía trabajan de lunes a viernes, peromuchas más encuentran que su semana laboral culmina el sábado y el domingo. Lomismo ocurre con estaciones y años. Poca gente hoy en día sabe cuándo es Adviento oCuaresma, y aun los que lo saben no hacen gran cosa con ello. Y, aparte del milenio,un año es bastante parecido a otro (y aun con el milenio no podíamos ponernos deacuerdo en qué año era, si el 2000 o el 2001).

Y en cuanto a «materia», el compuesto físico del que el mundo y nosotros mismosestamos hechos... bien, eso es solo materia para la mayoría de la gente. Si podemosusarla o haceralgo con ella, bien. El pensamiento de que algunos pequeños trozos de «materia» -algunos trozos de «cosas»- pueden llenarse de nuevo significado e identidad, puedenser portadores de energía y de significado de otra clase... bien, para la mayoría de lagente eso es solo algo de sinsentido supersticioso.

Si nos acercamos a las historias de Jesús con esta moderna visión occidental deespacio, tiempo y materia, nunca entenderemos qué pensaba él. Tenemos que aspirarhondo y explorar la forma en que la gente de su mundo podía pensar sobre estos treselementos vitales.

Redefiniendo dónde vive Dios

¡El espacio! Ya hemos visto que, durante muchos siglos, los que hacían mapascolocaban a Jerusalén en el centro de la tierra. Esto corresponde a lo que la mayoría de

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los judíos del siglo I creían sobre la ciudad, y en especial sobre el Templo. Era elcentro de todo, el lugar más santo de la tierra. Era el punto central de la tierra santa. Sudecoración simbolizaba la creación más amplia, el mundo del cual leemos en Gn l. Noera, como los edificios sagrados han sido en algunas otras tradiciones, un retiro delmundo. Era una cabeza de puente hacia el mundo. Era el signo de que el Dios creadorestaba reclamando todo el mundo, volviéndolo a llamar hacia sí mismo, estableciendosu dominio en medio de él.

Era, en especial, el lugar donde Dios mismo había prometido venir y habitar. Eradonde la gloria de Dios, su presencia en el tabernáculo, su Shekiná, había venido areposar. Esto es lo que había dicho la Biblia y algunos afortunados, aunque asustados,individuos habían entrevisto y vivido para contar la historia. Pero Dios, por definición,vivía en el cielo. Nadie, sin embargo, suponía que Dios vivía la mayor parte del tiempoen el cielo, alejado a una considerable distancia, y, luego, como para unas vacacionesocasionales o como una visita real, iba a vivir en el Templo de Jerusalén. De algúnmodo, de un modo que la mayoría de las personas actualmente encuentran tanextraordinario que lo juzgan casi increíble, el Templo era no solo el centro del mundo.Era el sitio donde cielo y tierra se unían. No es solo una manera de decir: «Bien, losjudíos estaban muy apegados a su tierra y su capital». Era la expresión vital de unacosmovisión en la que «cielo» y «tierra» no están muy separados, como asume lamayoría de la gente en la actualidad, sino que realmente se sobreponen y entrelazan.

Y Jesús, como ya hemos visto, había estado diciendo que este Dios, el Dios de Israel,estaba haciéndose rey, tomando el mando, estableciendo en la tierra como en el cielosu dominio salvador y sanador esperado durante tanto tiempo. Cielo y tierra estabansiendo unidos, pero ya no en el Templo de Jerusalén. El lugar de unión se hacía visibledonde las curaciones ocurrían, donde la fiesta estaba en marcha (¿recordamos a losángeles haciendo fiesta en el cielo y a los seres humanos uniéndose a ellos en la

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tierra?), donde el perdón tenía lugar. Con otras palabras, el punto de unión, los círculosque se superponían, estaban teniendo lugar donde estaba Jesús y en lo que él hacía. Escomo si Jesús fuera un Templo ambulante, un lugar vivo, con aliento, y «donde vivíael Dios de Israel».

Como muchas personas comprenderán inmediatamente, este es el auténtico centro delo que teólogos posteriores llamaron la doctrina de la encarnación. Pero parecetotalmente diferente de cómo mucha gente imagina que es el modo de funcionar de esadoctrina. El judaísmo ya tenía un masivo símbolo «encarnacional», el Templo. Jesús seportaba como si él mismo fuera el Templo en persona. Hablaba sobre que el Dios deIsrael tomaba el mando. Y hacía cosas que ponían en práctica ese hecho. Todocomienza a tener sentido. En especial responde a la antigua crítica de que «Jesúshablaba sobre Dios, pero la iglesia hablaba sobre Jesús»... como si a Jesús le hubieraextrañado ver de este modo tan corrompido su puro mensaje centrado en Dios. Estaburla no tiene en cuenta el hecho de que, sí, Jesús hablaba sobre Dios, hablaba de Diosprecisamente para explicar las cosas que él estaba haciendo.

Por ello no nos deberíamos sorprender ante la acción de Jesús en el Templo. ElTemplo tenía, por así decir, una gran señal que apuntaba hacia adelante, a otra realidadque había pasado inadvertida durante generaciones, como la clave esencial de unanarración policíaca, que solo es reconocida como tal en el capítulo final. ¿Recordamosla promesa a David: que Dios le construiría una «casa», una familia fundada sobre elhijo de David, que sería el hijo de Dios? David había querido edificar una casa paraDios, y Dios había replicado que él edificaría una «casa» para David. El futuro hijo deDavid es la realidad final; el Templo de Jerusalén es la señal que indica de antemanoesa realidad. Ahora que la realidad está aquí, la señal ya no se necesita.

Pero no es solo que la señal haya pasado a ser irrelevante con la llegada de la realidad.El Templo, como muchos otros judíos del siglo I reconocían, estaba en manosinconvenientes y había llegado a simbolizar cosas inconvenientes. Para empezar, eraun lugar que, para muchos judíos, apestaba a opresión comercial. Este es un matizadicional del todo evidente en la acción de Jesús al expulsar a los cambistas ymercaderes. Pero hay cosas peores. El Templo era el centro del sistema bancario. Eradonde se guardaban los documentos de deuda. Lo primero que hicieron los rebeldescuando conquistaron el Templo en la gran revuelta fue quemar esos documentos. Estonos dice muchísimo sobre cómo la gente veía el Templo. Hoy he recibido una carta deun inspector de hacienda pidiéndome educadamente mi contribución anual a lasfinanzas de Gobierno. Si no la contesto, la siguiente ya no será tan educada.Imaginemos ahora cartas y documentos donde se acumulan y detallan todas las deudasde la gente corriente de Jerusalén, mientras que los sumos sacerdotes, queadministraban el sistema, vivían en sus bellas mansiones en la parte noble de la ciudady se paseaban con sus elegantes vestiduras. Si uno era un residente corriente y

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trabajador en Jerusalén o en la zona adyacente, ¿qué pensaría del edificio que sesuponía que era la casa de Dios, pero que almacenaba los documentos de las propiasdeudas, mientras que los ricos dirigentes que celebraban los ritos religiosos caminabanaltivamente poniéndose sus espléndidos ornamentos y cantando sus elaboradoscánticos? Sí, así era exactamente como muchos veían el Templo.

Y todavía peor. El Templo había llegado a simbolizar el movimiento nacionalista, quehabía llevado a muchos judíos a rebelarse contra la opresión pagana del pasado y lesllevaría a hacerlo una vez más. Como vemos geográficamente a lo largo de la historiade Israel, y no menos en el siglo I, el Templo era el signo de que el Dios de Israel, elcreador del mundo, estaba con su pueblo y lo defendería contra todos los agresores.Batalla y Templo habían ido de la mano durante mil años, desde el mismo David, pormedio de Judas el Martillo, hasta Simón la Estrella. Y Jesús había venido comoPríncipe de la paz. «¡Si supieras en este día -sollozaba con lágrimas en sus ojos- lo quesignifica paz. Pero ahora está oculto y no puedes verlo!», Vendrán tus enemigos, decía,«y no dejarán piedra sobre piedra, porque no has conocido el momento en que Dios tevisitaba» (Lc 19,42-44).

El Dios de Israel estaba, por fin, volviendo, pero ellos no podían verlo. ¿Por qué no?Porque estaban mirando en una dirección totalmente equivocada. El Templo, y laciudad cuyo punto central era el Templo, habían llegado a simbolizar la violentarevolución nacional. En lugar de ser la luz del mundo, la ciudad sobre la colina quedebería iluminar con su luz a las naciones, estaba decidida a guardar la luz para símisma. El Templo no era solo que sobrara y no solo un lugar de opresión económica.Se había convertido en el símbolo de la violenta ambición de Israel, un signo de que laantigua vocación se había vuelto del revés. En el evangelio de Lucas, la escena de lallegada de Jesús a Jerusalén es la contrapartida de la escena cercana al comienzo, en laque Jesús va a Nazaret y arriesga el cuello proclamando la bendición de Dios a lasnaciones paganas. Entonces era la sinagoga; ahora es el Templo. También evoca laescena todavía anterior en la que el niño Jesús, con doce años, se queda en Jerusalén,para alarma de sus padres, al final de la celebración de la Pascua, y finalmente esdescubierto en el Templo con los maestros de la ley, escuchándoles, intrigándoles a suvez y explicando que él tenía que ocuparse de las obras de su padre (Lc 2,49). Ahoraestá aquí de vuelta, ocupándose hasta el cuello de las obras de su padre y asombrandoa las autoridades de Jerusalén por una razón diferente. Es el culmen de la obra de suPadre, y esta obra está centrada ahora en el propio Jesús y no en el Templo.

Si Jesús está poniendo por obra una visión -asombrosa, arriesgada y hasta se podríadecir loca- en la cual se comporta como si él fuera el Templo, redefiniendo el espaciosagrado en torno a sí, algo igualmente extraño y arriesgado está teniendo lugar en elámbito del tiempo.

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Tiempo cumplido

¡El tiempo! Los judíos en la época de Jesús y los judíos en nuestra época tienen unmuy especial sentido del tiempo. El tiempo se está moviendo hacia adelante de unaforma lineal, con un comienzo, un medio y un final, a diferencia de algunas otrasconcepciones del tiempo, en las que todo es cíclico, girando en círculos y volviendosiempre al mismo punto. El concepto judío de tiempo es parte del concepto judío deDios y de la creación:

Dios tiene un propósito para su buena creación, un propósito que ha de ponerse enpráctica en el tiempo. Ciertamente, el pueblo judío piensa que está viviendo dentro deuna larga historia en la que ese propósito ha de ponerse en práctica.

Pero ya en el comienzo de la Biblia hay otro rasgo. Cuando Dios hizo el mundo,«descansó» el séptimo día. Esto no significa solamente que Dios se tomó un día dedescanso. Significa que, en los seis días anteriores, Dios estaba haciendo un mundo -cielo y tierra juntamente- para su propio uso. Como alguien que construye una casa,Dios acabó la tarea y entró a residir en la casa y disfrutar de lo que había construido.La creación era en sí misma un templo, el Templo, la estructura de cielo y tierraconstruida por Dios para vivir en ella. Y el «descanso» del séptimo día era, por tanto,una señal que apuntaba hacia adelante a las sucesivas edades del tiempo, y que decíaque, algún día, cuando los propósitos de Dios para la creación se hubieran cumplido,habría un momento de plenitud final, un momento en que, hecha por fin la obra, Dios,con su pueblo, tomaría un descanso y disfrutaría de lo que había cumplido.

Una de las pocas cosas que los antiguos paganos sabían sobre el pueblo judío era que,desde el punto de vista pagano, tenía un día perezoso una vez por semana. Desde elpunto de vista judío no era pereza; era la oportunidad de celebrar el tiempo de un mododiferente. El sábado era el día en que se unían el tiempo humano y el tiempo de Dios,cuando la cotidiana sucesión de trabajos y penas se dejaba de lado y se entraba en unaclase diferente de tiempo, celebrando el sábado original y esperando el último ydefinitivo. Era el momento natural para celebrar, adorar, orar y estudiar la ley de Dios.El sábado era el momento durante el cual se sentía el movimiento de avance de lahistoria desde sus orígenes hasta su resolución final. Si el Templo era el espacio en elcual la esfera de Dios y la humana se encontraban, el sábado era el tiempo en el quecoincidían el tiempo de Dios y el humano. El sábado era al tiempo lo que el Templo alespacio.

Este sentido de espera se aumentaba con el esquema sabático más amplio en el cual elséptimo año era un año de reposo agrícola y el año cuarenta y nueve (siete veces siete)era el año de jubileo, el tiempo de liberar a los esclavos, cancelar las deudas yenderezar la vida. Como ya hemos visto en este libro, el tema del jubileo está estrechay naturalmente ligado al gran tema del Éxodo, que lo incluye todo. El jubileo era, por

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así decir, el «éxodo» una vez en la vida que todos podían experimentar. No sabemos sien tiempos de Jesús se practicaba el jubileo tal como está expuesto en Lv 25, y hastaqué punto. Pero permanecía en las Escrituras como un recuerdo de que el tiempo deDios estaba marcado semana por semana, siete años por siete años, medio siglo pormedio siglo. Mateo insinúa todo esto a su propio modo, justo al comienzo de suevangelio, disponiendo la genealogía de Jesús en tres grupos de catorce generaciones(esto es, seis sietes), de tal forma que Jesús aparezca al comienzo del momento delsábado de los sábados. Y, como hemos visto más arriba, el pueblo en tiempos de Jesúsestá ponderando, calculando y deseando el mayor superjubileo de todos, las «setentasemanas» (o sea, setenta veces siete años) de Dn 9,24). El gran sábado estaba viniendo.¿No seremos libres muy pronto?

Ahora, y solo ahora, vemos lo que Jesús quería decir cuando decía que el tiempo se hacumplido. Era parte de su anuncio justo al comienzo de su vida pública (Mt 1,15). Soloesto, creo, nos permitirá comprender su extraordinaria conducta inmediatamentedespués. Parece haberse salido de su forma de proceder normal para desobedecer lasreglamentaciones ordinarias del sábado. La mayoría de los creyentes en la Iglesiamoderna han imaginado que esto se debía a que el sábado había pasado a ser«legalista», una clase de observancia pensada para fomentar el propio sentido deperfección moral y que Jesús había venido a barrer todo esto en una explosión deentusiasmo libertario y antilegalista. Esto, aunque sea un lugar común, es unmalentendido superficial. Es demasiado «moderno» en buena parte. El sábado, másbien, era la señal de apuntaba al futuro prometido por Dios, y Jesús anunciaba que elfuturo al que apuntaba la señal ya había llegado en el presente. En su propia carreraestaba haciendo que «Dios tomase el mando» de las cosas. Explicaba lo que él hacíahablando de lo que Dios hacía. El tiempo se había cumplido y el reino de Dios estaballegando.

En particular, Jesús vino a Nazaret y proclamó el jubileo. Era el tiempo -¡el tiempo!-en que todos los sietes, todos los sábados, se unirían. Era el momento que Israel y elmundo habían estado esperando. Cuando se alcanza el destino ya no se esperanseñales. Nadie pone una señal en la colina del Capitolio apuntando a «Washington».Nadie necesita una señal que diga «Londres» en Piccadilly Circus. No se necesita elsábado cuando el tiempo se ha cumplido. Es totalmente coherente con la visión deJesús sobre su propia vocación de que él haría cosas que decían, una y otra vez y desdedistintos puntos de vista, que el tiempo había llegado, que el futuro, la nueva creación,ya estaba aquí y que ya no se necesitaba el sábado. La ley del sábado no era, pues, unanorma estúpida que ahora podía abolirse (aunque algunas de las detalladasregulaciones del sábado habían llevado, como el mismo Jesús apuntaba, a extremosabsurdos, de modo que se podía llevar un asno a la fuente, pero no sanar al enfermo).Era una señal cuya finalidad ya había sido cumplida. Era algo que marcaba el tiempoapuntando hacia adelante, al momento en que el tiempo estaría cumplido, y esto estaba

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sucediendo ahora.

Nótese cómo este tema está unido a otros que ya hemos visto. Si el sábado tiene ahorauna finalidad, no será para descansar de la obra de la creación, sino más bien paracelebrar la victoria de Dios sobre el satán: «¿Y no convenía -dice Jesús- que esta hijade Abrahán, atada por el satán durante dieciocho años, fuera desatada de sus cadenasen día de sábado?» (Lc 13,16). La victoria en la batalla real está estrechamente unida alas curaciones, que revelan que Dios está al mando. «Mi padre sigue obrando -declaraJesús-, y yo también» (Jn 5,17). Y estas cosas ocurren, naturalmente, en el momentoen que el tiempo se ha cumplido. Si Jesús es un Templo ambulante, una morada querespira, también es el sábado ambulante, victorioso y que celebra.

Pero esto quiere decir que el tiempo de la vida pública de Jesús, tomado en conjunto,también adquiere una significación especial. Hablaba de esta especial significacióncuando insistía en que los invitados a una boda no pueden ayunar mientras el novioestá todavía en la fiesta. Algo nuevo está ocurriendo; un tiempo nuevo se ha puesto enmarcha: ahora son adecuadas cosas nuevas. Jesús tiene sentido de un ritmo en su obra,un ritmo breve en el cual él pondrá en marcha el reino de Dios, el proyecto de que«Dios está al mando», y lo realizará en el acto simbólico más impresionante ydramático de todos. «Mirad -dice a los que le han advertido de que Herodes quierematarlo-, yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer díasoy consumado. Pero conviene que hoy y mañana siga adelante, porque no cabe que unprofeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,32-33).

Esto viene pisando los talones a algunos cortos y agudos dichos sobre el reino de Dios.Es como el grano de mostaza, que es pequeño al principio y va creciendo hasta ser ungran arbusto en que los pájaros anidan; es como la levadura que se mezcla en la masa ytransforma toda la artesa. Y en una solemne advertencia, que es similar a otrasparecidas, Jesús advierte a sus oyentes de que ellos pueden ver un día a Abrahán, Isaacy Jacob y a todos los profetas -y a pueblos de oriente y occidente, del norte y del sur-sentados a la mesa en el reino de Dios, mientras ellos mismos serán arrojados fuera (Lc13,18-30). El tiempo de la vida pública de Jesús es el tiempo del cumplimiento, eltiempo por el cual la nueva creación de Dios, su nueva realidad «en la tierra como enel cielo», se pone en marcha, cercana y personal. Pero esto significa que es posibleperder el barco, perder la única oportunidad. Es la advertencia que va junto a la notadel cumplimiento.

Una nueva creación

El tema de la nueva creación que surge de estas historias aparece en nuestra terceracategoría: la materia. Realidad. El mundo físico en toda su complejidad y gloria. Eneste punto, los lectores actuales del Nuevo Testamento tienen que tomar aire másprofundamente que antes. Hemos sido enseñados a creer, como principio fundamental

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de nuestra cosmovisión, que el mundo material está incansable e inexorablementesometido a las leyes de la física y la química, y a ciencias más específicas como laastronomía, la biología, la zoología, la botánica y las demás. Pero como ocurría con lageografía (espacio) y la cronología (tiempo), así también aquí la cosmovisión judíacomienza a diferir.

El mundo de la materia, no menos que los del espacio y el tiempo, estaba hecho por elDios creador. Fue hecho no solo para mostrar su belleza y poder, sino también comorecipiente para su gloria. Una y otra vez, los profetas y los salmos insinúan lo quenosotros podríamos verosímilmente concebir a partir de la historia de la mismacreación: el mundo material fue hecho para llenarse con la gloria de Dios. «La tierra sellenará con el conocimiento de la gloria de Yahvé como las aguas llenan el mar» (Hab2,14). ¿Suponemos que esto no es solo una extravagante forma de hablar? ¿Suponemosque significa lo que dice?

Lo que nos impide pensar de este modo, creo yo, es el largo y a menudo no reconocidotriunfo del movimiento llamado deísmo, una versión moderna de la antigua filosofíallamada epicureísmo. Mientras pensemos de ese modo, con Dios o los dioses muylejanos y la tierra avanzando pesadamente solo con su propio vapor, nuncavislumbraremos esa visión. Mientras creamos al gran filósofo escocés David Hume,que declaraba que los milagros no ocurren porque no pueden ocurrir, no soloencontraremos difícil creer en la antigua cosmovisión judía. Encontraremos difícilhasta comprender de qué trataba. Si intentamos creerla, nos veremos forzados atratarla simplemente como una fantasía, una bonita idea, más que como una realidadfundamentada. Este es el curso de la falsa alternativa que ha sido un deseo de losestudiosos durante estos últimos años: o un robusto escepticismo o unconservadurismo cerril. Volvamos a nuestra primera tormenta perfecta. Es tiempo deque estas dos falsas reacciones sean confrontadas con la realidad del siglo I.

Espacio, tiempo y ahora materia. En este último tema también las visiones proféticasde las antiguas Escrituras adquieren de pronto dimensiones nuevas. El anuncio deJesús de que Dios está ahora al mando, que Dios está pasando a ser rey en la tierracomo en el cielo, significa que podemos atisbar, de forma discontinua y como endestellos, algo de lo que esa visión profética puede significar allí donde está Jesús y enlo que hace. Podemos ver el propio mundo material que se va transformando por lapresencia y el poder del Dios de Israel, el creador.

Lo vemos ciertamente en las historias de curaciones. En ellas, la materia física delcuerpo de alguien está siendo transformada por un poder extraño que, en una escena delas que se cuentan, Jesús siente que sale de él (Mc 5,30). Pero entonces, para asombrode los primeros espectadores y el escepticismo burlón de epicúreos antiguos omodernos, vemos la creación, por así decir, bajo una nueva dirección. Los pescadoresprofesionales que no habían capturado nada durante la noche quedan sobrecogidos con

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la captura que obtienen cuando Jesús les dice que echen la red. Jesús no solo cura a losenfermos; resucita a los muertos. Alimenta a una multitud hambrienta con unos pocospanes y un par de peces. Algo nuevo está ocurriendo, y está ocurriendo en el mismomundo material. Ordena a la desatada tormenta que se calme, y obedece. Luegocamina sobre el lago e invita a Pedro a hacerlo también.

Como ocurre con la propia resurrección, que es el culmen de toda esta secuencia, notiene utilidad alguna racionalizar estos sucesos. No los crea usted, si no quiere;aférrese al despego epicúreo, la creencia de que si hay un dios, él (o ella o ello) estámuy lejos y no se implica en este mundo. Pero al menos dese cuenta de lo que sepretende. Estos «milagros» tienen poco o ningún sentido en el actual mundo de lacreación, donde la materia es finita, los seres humanos no andan sobre el agua y lastormentas hacen lo que las tormentas siempre harán, sin importarle quién, a la manerade Canuto, intente decirles que no lo hagan.

Pero supongamos, solo supongamos, que el antiguo sueño profético había vislumbradouna verdad más honda. Supongamos que hubiera un Dios como el Dios de Israel.Supongamos que este Dios, después de todo, ha hecho el mundo. Y supongamos quereclamara, por fin, sus soberanos derechos sobre este mundo, no para destruirlo (otroerror filosófico) o simplemente para «intervenir» en él de vez en cuando (una especiede postura de compromiso pasada de moda), sino para llenarlo de su gloria, parapermitir que entrase en un mundo en el cual se reflejaría su amor, su generosidad, sudeseo de hacerlo nuevo. Quizá estas historias no son, después de todo, el tipo de cosasextrañas que la gente inventa retrospectivamente para ensalzar la imagen de un héroemuerto. Quizá ni siquiera son pruebas del tipo de divinidad «intervencionista»,hacedora de milagros y «sobrenatural», de cierta especulación «conservadora». Enlugar de eso, quizá sea la clase de cosas que podrían ser características de la nuevacreación, del tiempo cumplido, de lo que sucede cuando cielo y tierra se juntan.

Después de todo, quizá los intentos de reducirlas de tamaño sean parte de un diferenteproceso programático de invención que produce un mundo donde no pasan esas cosas,porque no deberían ni podrían pasar. Pero, si pasaran, ello significaría que un Diosvivo realmente ha establecido su dominio soberano en la tierra como en el cielo ypretende que su dominio crezca hasta ser un gran arbusto a partir de una pequeñasemilla, poniendo fin a la fantasía de la soberanía humana de ser dueña del propiodestino y capitán de la propia alma, de los seres humanos organizando el mundo comosi no fueran responsables ante nadie, sino solo ante ellos mismos. Quizá el reto real delas transformaciones de Jesús en el mundo material es lo que implicarían personal ypolíticamente. Si trataran de que Dios fuera rey en la tierra como el cielo, es probableque él no se detuviese en tormentas o lagos. Habrá peces más grandes que atrapar. Yque freír.

En el centro de la historia contada por Mateo, Marcos y Lucas -y matizada con toda la

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narración de Juan- tenemos el ejemplo más llamativo de todos:

Después de seis días, Jesús toma a Pedro, a Santiago y al hermano de.Santiago, Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delantede ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieronblancos como la luz. En esto se les aparecieron Moisés y Elías, queconversaban con él.

Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús:-Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para

ti, otra para Moisés y otra para Elías.Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su

sombra y de la nube salió una voz que decía:-Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.Al oír esto, los discípulos cayeron rostro a tierra llenos de miedo. Pero

Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo:-Levantaos, no tengáis miedo.Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo (Mt 17,1-

8).

Supongamos que, después de todo, la antigua historia judía de un Dios que hace elmundo, que llama a un pueblo, que se encuentra con él en una montaña... supongamosque es verdad. Y supongamos que este Dios tiene una finalidad para su mundo y supueblo y que ha llegado el momento del cumplimiento. Supongamos, además, que estafinalidad ha tomado forma humana y que la persona interesada iba por Palestinallevando a cabo cosas que hablaban de que el reino de Dios estaba en la tierra como enel cielo, de que el espacio de Dios y el espacio humano por fin se unían, de que eltiempo de Dios y el tiempo humano se encontraban y se mezclaban durante un cortopero intenso período, y de que la nueva creación de Dios y la creación actual soltabaninesperadas chispas mutuas. La tierra se llenará, decía el profeta, con el conocimientode la gloria de Yahvé como las aguas cubren el mar. Dentro de esta serie desuposiciones podemos entender el momento más extraño de todos, en el centro de lanarración, cuando la gloria de Dios viene no al Templo de Jerusalén ni a la cima delmonte Sinaí, sino a Jesús mismo y dentro de él, resplandeciente y hablando con Moisésy Elías, uniendo la Ley y los Profetas en el tiempo del cumplimiento. Latransfiguración, como nosotros la llamamos, es el momento central. Es cuando lo quesucede al espacio en el Templo y al tiempo en el sábado, sucede, en la vida de Jesús, almundo material o mejor, más específicamente, al cuerpo físico de Jesús.

¿Qué significa, pues, esta historia? ¿Qué «prueba», si es que prueba algo?Consideremos otra historia de transfiguración de un tiempo y espacio diferentes.Nicolás Motovilov (1809-1932) visitaba a Serafín de Sarov (1754-1833), un muyconocido santo eremita, y le preguntó cómo se podría saber que el Espíritu de Dios

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está realmente presente. Era un día nublado y estaban sentados sobre tocones deárboles en el bosque. Él cuenta lo que pasó a continuación:

Entonces el Padre Serafín me agarró firmemente por los hombros y dijo:-Amigo mío, nosotros dos, en este momento, estamos en el Espíritu Santo,

tú y yo. ¿Por qué no me miras?-No puedo mirarte, Padre, porque la luz que brilla en tus ojos y rostro es

más brillante que el sol y estoy deslumbrado.-No tengas miedo, amigo de Dios, tú también estás brillando igual que yo;

tú estás ahora en la plenitud de la gracia del Espíritu Santo, si no, no podríasverme como lo haces.

Entonces yo miré al hombre santo y fui presa del pánico. Imagina en elorbe del sol, en el más deslumbrante esplendor de su brillo de mediodía, elrostro de un hombre que está hablando contigo. Verás que sus labios semueven, verás la expresión en sus ojos, oyes su voz, sientes sus brazosalrededor de tus hombros, y sin embargo no ves ni sus brazos ni su cuerpo nisu rostro: pierdes todo sentido de ti mismo, puedes ver solamente la luzcegadora que se esparce por todas partes, alumbrando la capa de nieve quecubre el claro y encendiendo los copos que están cayendo sobre nosotros doscomo polvo.

-¿Qué sientes? -preguntó el Padre Serafín.-Un sorprendente bienestar -contesté-. Siento una gran calma, una paz que

las palabras no pueden expresar... Una extraña y desconocida delicia... Unasorprendente felicidad... Estás sorprendentemente caliente... No hay aromaen todo el mundo como este.

-Lo sé -dijo el Padre Serafín sonriendo-. Así es como debe ser, porque lagracia divina viene a vivir en nuestros corazones dentro de nosotros.

Naturalmente, uno puede dudar también de historias como estas, pero hay suficientesde ellas como para sugerir que deberíamos tener una mente abierta. Pero si esto sugiereque podríamos aburrirnos de descartarlas, también es un recuerdo de que latransfiguración de Jesús no es, tal como está, una «prueba» de su «divinidad». Moisésy Elías también estaban «transfigurados». Así como en esa historia del siglo XIX loestaban el místico ruso y su discípulo.

Lo que demuestra la historia de Jesús en la montaña para aquellos con ojos para ver uoídos para oír es que, igual que Jesús parece estar en el lugar donde se encuentran elmundo de Dios y el nuestro, y el tiempo de Dios y el nuestro, así también él es el lugardonde -hablando de este modo- la materia de Dios, la nueva creación de Dios, tropiezacon la nuestra. Como con todo lo demás en la narración de los evangelios, el momentoes extraordinario, pero pasa pronto. Forma parte de una nueva serie de señales, lasseñales de Jesús, que indican lo que va a venir: toda una nueva creación que empieza

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con el mismo Jesús como la semilla que se siembra en la tierra y luego crece para serel comienzo de ese mundo nuevo. Algo semejante parece haber estado pasando, comoveremos más adelante, en la habitación de arriba la noche en que Jesús fue traicionado.

El espacio de Dios y el nuestro, el tiempo de Dios y el nuestro, la materia de Dios y lanuestra. Estas tres dimensiones de la historia de Jesús demuestran la total inadecuaciónde tres modos de considerar a Jesús, que, por populares que puedan haber sido, han dedejarse de lado en este punto antes de que podamos proceder con más dimensiones dela más extraordinaria de las historias.

Una nueva clase de revolución

Primero, no hay que suponer que Jesús vino a enseñar a la gente «cómo ir al cielo».Esta forma de ver las cosas ha sido enormemente popular en el cristianismo occidentaldurante muchas generaciones, pero simplemente no funciona. El punto central de lavida pública de Jesús no era decir a la gente que Dios estaba en el cielo y que, al morir,podrían dejar detrás de sí la tierra e ir a estar con él allí. Era decirles que Dios estabaahora tomando el mando, justo aquí, en la «tierra»; que ellos debían rezar para que estosucediera; que deberían reconocer en la propia obra de Jesús los signos de querealmente esto estaba sucediendo y que, cuando completara esa obra, se convertiría enrealidad.

En especial tenemos que tener claro lo que se quiere decir y no se quiere decir cuandoJesús, en el evangelio de Mateo, habla sobre el «reino de los cielos». Muchos lectoreshan asumido erróneamente que él se estaba refiriendo a un «reino» en el sentido de unlugar llamado «cielo», es decir, un ámbito celestial al que la gente podía aspirar a iruna vez que su tiempo sobre la «tierra» se hubiera concluido. Esto simplemente no eslo que la frase significaba en el siglo I, aunque, por desgracia, no parece habersenecesitado mucho tiempo en la Iglesia primitiva para que los malentendidos sedeslizaran en la comprensión de ella, sin duda porque en uno o dos siglos lossignificados originales judíos de las palabras de Jesús se estaban olvidando. En elmundo de Jesús, la palabra «cielo» podía ser un modo reverente de decir «Dios» y, encualquier caso, parte del contenido de «cielo» era que no estaba distanciado, no estabamuy lejos, sino que siempre era el lugar desde donde la «tierra» había de ser regida.Cuando, en el libro de Daniel, el pueblo habla sobre «el Dios de los cielos», el puntocentral es que este Dios está al mando de la tierra, no que está muy lejos y que no seinteresa por esa tierra. «El Dios de los cielos» es precisamente el que organiza lascosas en la tierra (Dn 2,37) y hasta puede poner su propio reino en ella (2,44; cf.también 4,37; 5,23).

Segundo, ¿estaba entonces Jesús organizando una especie de revolución cuasi militar?Algunos han pensado así. Muchos, hartos de la forma en que las Iglesiascontemporáneas han contemporizado con instituciones corruptas y malvadas, han

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deseado encontrar en Jesús un sueño diferente, un sueño que se coloca incómodamenteentre el Sermón de la montaña y los sermones de Karl Marx. Se han hecho intentos dedesvirtuar esta propuesta insistiendo en que el mensaje de Jesús era «espiritual» másque «político». A mi modo de ver, esto ha sido otro diálogo de sordos.

El caso para ver a Jesús como un hipotético revolucionario volcado en derrocar elorden romano (a los aristócratas judíos que actuaban como las marionetas locales deRoma) y ponerse él mismo y sus seguidores como gobernantes en su lugar se funda enuna base muy sólida: el anuncio por parte de Jesús del reino de Dios. Como hemosvisto más arriba, los movimientos revolucionarios judíos usaban «reino de Dios» comouno de sus lemas más importantes. No querían otros gobernantes; solo querían queDios mismo fuese rey. Desde un cierto punto de vista, Jesús realmente se parece unpoco a Judas el Martillo, yendo por Palestina con su pequeña banda de lealesseguidores, obteniendo apoyos, consiguiendo quedarse fuera de las dificultades y hastayendo a Jerusalén, entre la agitación de los ramos, para «purificar el Templo». Desdecierto punto de vista, Jesús hasta se parece a Simón la Estrella, poniendo en marcha unmovimiento del reino durante tres años en el que el «reino» ya había empezadorealmente (¡recordemos el año 1 de las monedas de Simón!), mientras la gran batalla yla auténtica reconstrucción del Templo quedaba para el futuro. Jesús, como Simón,parece haber practicado y enseñado un austero modo de vida en el cual se intensificabala ley de Israel; para Jesús, la ira y el placer estaban tan lejanos como el asesinato y eladulterio. Y hay algunos signos en los evangelios de que el pueblo miraba a Jesúsdurante su ministerio público para compararlo con Herodes Antipas. Las fuentessugieren que daba a sus seguidores instrucciones sobre cómo comportarse ahora quevivían bajo su dominio. Hay suficientes analogías para que digamos que Jesúsrealmente entra en el mapa de esos movimientos del reino.

El paralelo con Simón la Estrella es especialmente impresionante, y muestra lo fácil ynatural que era en aquel clima hablar de algo que había sido bien y verdaderamenteinaugurado -las monedas otra vez-, y también de algo que todavía tenía que cumplirse.La forma en que Jesús combina dichos de presente y de futuro sobre el reino de Diosha perturbado durante mucho tiempo a los estudiosos, que intentaban comprenderlo sinreferencia a su contexto judío. Una vez que lo hemos colocado en ese mundo, elproblema simplemente se desvanece. Naturalmente, él creía que el reino de Dios yahabía empezado. Naturalmente creía que haría falta otro gran acto para terminar latarea. Pero ambas cosas no están en tensión. Van juntas de una forma totalmentenatural. La combinación llega con el territorio.

Naturalmente podemos ver por qué, enfrentados con la teoría de «Jesús marxista»,muchos especialistas y predicadores han reaccionado con horror. No es solo por susposibles simpatías con la derecha, aunque puedan haber influido un tanto. Era que elímpetu de la vida pública de Jesús, en la medida que podemos reconstruirlo pasaje tras

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pasaje en los evangelios, parecía ir en una dirección muy diferente. Fuera lo que fuera,él no era un revolucionario violento. Ya hemos estudiado sus mandatos de amar yperdonar, y los hemos situado en el contexto político del siglo I. En un momentodeterminado advirtió que, si el reino de Dios estaba irrumpiendo en el mundo, losviolentos estaban intentado forzar su camino para entrar en él (Mt 11,12; Lc 16,16).No era el tipo de luchador por la libertad que hemos llegado a conocer bastante bien enlos últimos cien años aproximadamente.

No es correcto, pues, suponer que lo que Jesús hacía era simplemente adelantar unaespecie de revolución humana, un movimiento protomarxista en el que los pobresderrocarían a los ricos. Jesús tiene muchas palabras duras contra los ricos, de hecho,muchas más que sobre otro tema cualquiera. Pero, así como para disgusto de su primoencarcelado no mostró ningún signo de poner en marcha un movimiento para deponera Herodes Antipas y dejar en libertad a sus prisioneros, tampoco dio ninguna señal dequerer unirse a uno de los diversos movimientos de resistencia existentes o de empezaruno propio. Esos movimientos estaban claramente empleando su mismo lenguaje,puesto que ellos también hablaban de que Dios iba a ser rey. Pero lo que Jesús queríadecir con ello, realizado en cien vívidas demostraciones del soberano poder de Dios yexplicado en cien parábolas, que repetían las antiguas historias de una forma nueva,era totalmente diferente de lo que los revolucionarios corrientes tenían en su mente.

Esto no significa, naturalmente -a la luz de lo que acabamos de decir en primer lugar-,que Jesús estuviera diciendo: «Dejaos de revoluciones. En lugar de eso, id al cielo». Éltrataba de dejar de lado las revoluciones corrientes, en las que el cambio violentoproduce regímenes violentos, que a veces son derribados por cambios aún másviolentos, y, en lugar de esto, descubrir una forma enteramente diversa. «No resistáisal mal», decía, y las palabras que empleaba no significaban: «Tumbaos y dejad que lagente os pase por encima». Significaban: «No os unáis a los movimientos deresistencia "normales"». La opción marxista o cuasi-marxista tiene simplementedemasiados elementos de la historia en contra de ella. Evidentemente, Jesús no eraapolítico -¿cómo podría serlo hablando de que Dios iba a ser rey en la Palestina delsiglo I-, pero su «política» no parece encajar en los moldes en los que muchos hanintentado meterla a la fuerza.

Tampoco estaba Jesús abogando por una forma inteligente, filosóficamente sabia, devivir valientemente en el actual mundo malo, una forma por la que sus seguidoresfueran capaces de alcanzar un cierto desapego. Después del fracaso de pasados intentosde convertir a Jesús en un héroe marxista, hemos visto intentos más sutiles de hacer deél un héroe cínico, contemplando los disparates y fallos del mundo con una sonrisairónica y enseñando a sus seguidores cómo levantarse por encima de todas ellas. Sinduda hay ecos de dichos y actitudes cínicas en palabras dispersas de Jesús, igual que suformulación de la «regla de oro» («Lo que queráis que hagan con vosotros los

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hombres, hacédselo a ellos de la misma manera», Lc 6,31), tiene ecos en muchasculturas y tradiciones. Pero no enseñaba a sus seguidores cómo alzarse por encima delos desastres del mundo. Los entrenaba a que trajeran el reino. Como dijo el mismoMarx, el asunto central no es comprender el mundo, sino transformarlo.

Tercero y más importante, tenemos que evitar pasar de golpe a la conclusión, por todolo que se ha dicho más arriba, de que Jesús hacía cosas que «probasen su divinidad» oque el asunto principal al que estaba intentando llegar era que él era el «Hijo de Dios»,en el sentido de la segunda Persona de la Trinidad. Debemos tener cuidado. Ya heinsinuado con suficiente fuerza, creo, que Jesús veía su propia obra, su vida pública yhasta su propia persona como la realidad a la que el Templo, el sábado y la mismacreación apuntaban. Esto es, o debería ser, una clara indicación de que, en términos del«Dios» de los judíos del siglo I, Jesús se entendía a sí mismo como encarnando a eseDios, haciendo cosas cuya mejor explicación era que eso era lo que Dios hacía, etc. Miproblema con las «pruebas de la divinidad» es que demasiado a menudo, cuando sehabla o se escribe de esa manera, no es del todo claro que se tenga en la mente al«Dios» correcto. Lo que parece «probarse» es un tipo de cristianismo semideísta, eltipo de cosa que muchos cristianos del siglo XVIII, y otros muchos desde entonces,han pensado que deberían defender. En este tipo de cristianismo, «Dios» está en loscielos y envía a su segundo él mismo, a su «Hijo», para «demostrar su divinidad», detal forma que la gente lo adore, sea salvada por su cruz y vuelva con él al cielo. Peroen el cristianismo del siglo I, lo que importaba no era que la gente fuera de la tierra alreino de Dios en el cielo. Lo que importaba, y lo que Jesús enseñó a sus seguidores, eraque reino de Dios viniera a la tierra como en el cielo.

Las poderosas obras de Jesús, sus curaciones, pues, junto con todas las demás cosasextraordinarias que los evangelios le atribuyen, no las hace para «probar» su«divinidad». Si se consideran de ese modo prueban demasiado y demasiado poco.Demasiado: otras personas han tenido, y todavía tienen, notables dones de sanación.Siempre ha sido un rasgo en el margen de ciertos movimientos religiosos, y a veces enel centro de ellos. Pero eso no significa que la persona que obra la curación sea «Dios»sin más. Si fuera así, habría un montón de dioses. Y también demasiados poco. Losque han considerado las poderosas obras de Jesús como «pruebas de divinidad» amenudo se han quedado ahí, como si eso fuera lo principal que hay que concluir deuna lectura de los evangelios. Han hecho que la «correcta» respuesta a la cuestiónsobre la «divinidad» oscurezca la cuestión sobre la que los evangelios nos insisten:¿está Dios siendo rey?

Una considerable cantidad de «apologías» hasta el día de hoy ha consistido de hechoen defender las «respuestas correctas» a dos preguntas. Primera, pregunta el apologeta,¿hizo Jesús esas cosas? ¡Sí! Segunda, ¿y qué prueban? ¡Qué era Dios! Quod eratdemonstrandum! Y el apologeta se va tan contento; ha hecho el trabajo del día.

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Y Mateo, Marcos, Lucas y Juan volverían a llamar al apologeta. Lo sentimos, perousted se ha apuntado un home run[7] cuando debería haberse apuntado un end run[8].Está jugando un juego que no es el que debe ser. Los evangelios no tratan sobre «cómoJesús resultó ser Dios». Son sobre cómo Dios se hizo rey en la tierra como lo es en elcielo. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Desde un punto de vista determinado estábien ver, a lo largo de los evangelios, la íntima conexión de Jesús con el Dios de Israel.Si se intenta marcar un tanto contra los adversarios deístas, que sugierendespectivamente que Jesús no podía haber sido «divino» porque ningún ser humanosano puede imaginar que él fuera Dios encarnado, puede ser que se gane ese juego,pero se puede perder el de verdad.

Muchos cristianos, por desgracia, han imaginado que un «Jesús divino» vino a la tierrasimplemente a revelar su divinidad y salvar a las personas de la tierra para llevarlas aun «cielo» distante. (Algunos hasta han imaginado, de forma absurda, que «el probarque Jesús hizo realmente todo eso» es mostrar que la Biblia es verdad, aunque Jesúsviniera a dar testimonio de la Biblia más que de lo contrario.) Demasiadas veces hasido posible usar la doctrina de la encarnación, y hasta la doctrina de la inspiración dela Escritura, como una forma de protegerse a uno mismo y la propia cosmovisión yprograma político contra tener que enfrentarse con el desafío mucho mayor de queDios toma el mando, de que Dios es rey en la tierra como en el cielo. Pero de eso es delo que tratan todas las historias de la Biblia. Esto era de lo que trataba, y trata, toda lahistoria de Jesús. Este es el auténtico desafío, y los escépticos no son los únicos queencuentran inteligentes formas de evitarlo.

Una vez que empezamos a ver más allá de estos tres puntos de vista que tanto distraeny empezamos a captar la historia en sus propios términos, nos vemos obligados aentrar de nuevo en la narración. Si el tiempo se ha cumplido, ¿qué va a pasar para traereste momento ya cumplido a su verdadera conclusión? Si Jesús se comporta como si élfuera el Templo en persona, ¿qué significa eso para el Templo actual y para susseguidores? Y si por medio de su obra la nueva creación está amaneciendo en elmundo, ¿cómo va a avanzar contra las aparentemente todavía omnipotentes fuerzas dela corrupción, el mal y la muerte?

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12EN EL CORAZÓN DE LA TORMENTA

Con todo esto sobre la mesa volvemos a la tormenta perfecta: a la aparición de lapresión por parte del Imperio romano desde una dirección, a la esperanza milenaria deIsrael desde otra y al ciclón mismo, los poderosos propósitos divinos, irrumpiendodesde un tercer ángulo. La galerna de la presión imperial estaba echándose encima deOriente Próximo. Mucho tiempo antes, algunos judíos habían visto a los romanoscomo aliados potenciales contra enemigos más inmediatos y localizados, pero ahora lamayoría reconocía a Roma como el último, y quizá el más feo, en la larga serie dedominadores paganos, que se remontaba hacia atrás medio milenio hasta llegar aBabilonia y otro medio milenio antes hasta Egipto. Pero este reconocimientosimplemente aumentaba el sistema de altas presiones de las esperanzas judías, puestoque la gran historia del Éxodo, celebrada una y otra vez, recordaba a Israel que, cuandolos tiranos empeoraban hasta el colmo, Dios vencería, liberaría a su pueblo y vendría avivir en medio de él una vez más.

¡Qué fácil resulta en ese caso asumir que el huracán del propósito divino cambiaría ysimplemente reforzaría el sistema de altas presiones de la esperanza judía en lugar deaparecer en el cuadro desde un ángulo preocupantemente oblicuo, como tanfrecuentemente había ocurrido en el pasado! ¡Qué conveniente sería si Dios, volviendoal final para instaurar su reino en la tierra como en el cielo, simplemente diera validezy llevara a cumplimiento la esperanza nacional tal como estaba! Pero un profeta trasotro habían señalado que las cosas no iban necesariamente a funcionar tanlimpiamente, y que ciertamente podían no funcionar en absoluto de ese modo. En elpasado, Israel había tenido la mala costumbre de hacer que las expectativas yaspiraciones nacionales no coincidiesen con la finalidad divina: quizá esto habíasucedido una vez más. Ciertamente, Juan Bautista había pensado de ese modo. Todoparecía indicar que Jesús también lo pensaba y no tenía vacilación alguna en decirlo.Su movimiento del reino de Dios apuntaba no solo (como todos los movimientos delreino de Dios) al poder del imperio pagano y las fuerzas de las conductasavariciosamente paganizadas dentro del propio Israel; también apuntaba a lasubversión de la forma en que la esperanza nacional se concebía y se expresaba. Jesúshablaba en favor de un huracán divino que se aproximaba desde un ángulo totalmentediferente tanto a la galerna romana como al sistema de altas presiones judío.

Por lo tanto estaba yendo al centro de la tormenta perfecta. En el trasfondo, Romaestaba creando sus ambiciones y necesidades imperiales y preparándose para ponerlasen práctica de la manera corriente. Sin embargo, Israel estaba celebrando otra Pascua,otra fiesta de liberación, y deseando la libertad nacional y la victoria sobre elpaganismo. Y Dios, el Dios al que Jesús llamaba Abbá, Padre, parecía que los estabaenviando a una misión que no era ninguna de las que hemos mencionado más arriba, a

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la que se opondrían los dos poderes y que aparentemente terminaría en un abyecto yhorrible fracaso. Si podemos mantener esta visión en nuestra mente, estaremos en elbuen camino para entender quién era Jesús y por qué hizo lo que hizo.

La mejor descripción de cómo esta tormenta alcanzó su punto culminante es, creo, elrelato de Jn 18-19 sobre lo que ocurre cuando Pondo Pilato, el gobernador romano,entabla una conversación con Jesús. Parece ser, en teoría, una especie de interrogatorioprocesal, pero la conversación constantemente amenaza con caer en una agudadiscusión sobre cosmovisiones, con los sumos sacerdotes como espectadores, quetambién dan su punto de vista. Eso nos ofrece el cuadro con tres perspectivas de lo queestoy hablando. Pero antes de volver a ello tenemos que contemplar otros dos cuadros.Primero, en este capítulo tenemos que estudiar los lugares clave en la Escrituras deIsrael donde parece anticiparse y hasta predecirse la tormenta perfecta. Segundo, en elcapítulo siguiente tenemos que mirar los propios actos de Jesús a lo largo de losúltimos días antes de su ejecución.

El Siervo de Isaías

En primer lugar, pues, la Escritura. Recordemos que el telón de fondo de todo esto erael Éxodo, con sus siete temas: el tirano, el líder, la victoria divina, el sacrificio, lavocación, la presencia divina y la herencia prometida. Estos temas fueron reelaboradosen el tiempo del exilio de Babilonia y después, produciendo algunos textos clave. Tresde ellos emergen en especial. Están vinculados de formas muy complejas, pero paranuestra finalidad presente los trataremos por separado.

La situación en los tres es sensiblemente la misma, y en cada caso se hace eco de esossiete temas del Éxodo. En el comienzo, el tirano malvado es Babilonia; luego sedesplaza a otros regímenes paganos, pasando por Antíoco Epífanes y llegando,después de él, a los romanos. El líder cambia de libro a libro y la situación secomplica. La victoria de Dios está asegurada; la victoria sobre Babilonia (y sussucesores), la victoria que liberará al pueblo de Dios. El sacrificio, como el líder, escomplicado, y habremos de volver a él más adelante. La vocación de Israel,consecuencia de la liberación, es clara; alianza nueva, creación nueva. La presenciadivina es manifiesta por todas partes: el Dios de Israel volverá a Sión, retornará ajuzgar y a rescatar. Y la herencia no será solo la tierra santa, sino todo el mundo.

Los tres libros (o partes de libros) que, a mi entender, Jesús tiene en mente son Is 40-66, Daniel y Zacarías. Detrás de ellos y su alrededor están otros libros en los cualesaparecen temas similares, especialmente Ezequiel, con su impresionante cuadro de larenovación de la alianza, restauración de Israel después del exilio y la vuelta del Diosde Israel al Templo restaurado. Pero, aunque Ezequiel era claramente importante parala Iglesia primitiva, Jesús mismo no parece haber tomado la temática de Ezequiel parasu obra de la forma en que lo hizo con los otros tres libros. Naturalmente también están

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los Salmos, que resuenan día tras día en la gran cámara de ecos de la memoriacolectiva judía y están grabados especialmente en la mente y en el corazón del mismoJesús.

Indiscutiblemente, Is 40-66 es una de las obras poéticas más grandes en toda lahistoria. Mensaje de consuelo y esperanza para el pueblo de Dios en la desesperanzadel exilio, continuamente destaca la grandeza y soberanía del único Dios verdaderosobre y contra los ídolos de Babilonia y sus seguidores, incluidos aquellos que parecenser grandes reyes y tiranos sobre la tierra. Pero también contrapone repetidas veces elpoder y fidelidad de Yahvé a los caprichos y fallos de Israel. Israel no solo haabandonado la esperanza, sino también parece haber abandonado la fe. Pero,flanqueada por la maldad de Babilonia por un lado y por los fallos de Israel por el otro,emerge una tercera figura que pone los propósitos divinos en el centro de la tormenta.El «siervo de Yahvé» es un personaje extraño y que ha provocado mucha discusión. Is42,1-9 nos lo presenta. Su obra -de dar cumplimiento a la operación de rescate queDios tiene en su mente- es enfocada con una luz cada vez más brillante en tres poemasfirmemente anclados en el flujo narrativo más amplio de toda la sección.

La identidad del «siervo» ha sido ampliamente discutida. Es claro que, desde un ciertopunto de vista, el siervo es «Israel, en el cual yo seré glorificado» (49,3), el pueblo deDios por medio del cual la justicia de Dios se derramará sobre las naciones (42,1) y suluz brillará hasta los confines de la tierra (49,6). Pero a lo largo de todo el poema esigualmente claro que la nación en su conjunto no está a la altura de esta tarea; es más,realmente ha fallado en ella por completo. Al mismo tiempo, los que en Israel hanpermanecido fieles son descritos como los «que obedecen a la voz del siervo» (50,10),de tal forma que el siervo no puede ser identificado simplemente con el resto fiel. Dealguna manera, el siervo es una especie de figura del verdadero Israel, que hace la tareade Israel en lugar del Israel que ha fracasado. Y que hace la tarea de Dios en nombredel mismo Dios.

En los tres poemas siguientes (49,1-7; 50,4-9; 52,13-53,12) aparece claramente cómoel siervo realizará la operación de rescate de Dios. Lo hará mediante su propiosufrimiento obediente y, finalmente, mediante su propia muerte humilde, vergonzosa yaun sacrificial. Este poema final sigue directamente a una de las más breves y clarasafirmaciones del entero programa del reino de Dios en el Antiguo Testamento. Es Is52,7-12:

¡Qué hermosos son sobre los monteslos pies del heraldo que anuncia la paz,que trae la buena nueva,que pregona la victoria!Que dice a Sión: «Tu Dios es rey».Escucha: tus vigías gritan,

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cantan a coro,porque ven cara a cara al Señor,que vuelve a Sión.Romped a cantar a coro,ruinas de Jerusalén,que el Señor consuela a su pueblo,rescata a Jerusalén;el Señor desnuda su santo brazoa la vista de todas las naciones.Y verán los confines de la tierrala victoria de nuestro Dios.¡Fuera, fuera! Salid de allí,no toquéis al impuro.¡Salid de ella, purificaos,portadores del ajuar del Señor!No saldréis apresuradosni os iréis huyendo,pues en cabeza marcha el Señory en la retaguardia, el Dios de Israel.

Toda la corriente de pensamiento de Is 40-55 en su conjunto nos deja pocas dudas deque el programa de este reino, el proyecto de rescate, esta vuelta de Yahvé a Sión, serealizará por medio de la obra, y ahora específicamente de la muerte, del siervo. Poreso dije que la cuestión del «líder» en este cuadro, y por tanto la del «sacrificio», soncomplicadas. En el marco de Isaías no hay cuestión alguna, pues Yahvé mismo es el«líder». Pero la obra del siervo es decisiva. Por medio de su sufrimiento y muerte,descritos aquí en términos de sacrificio (53,10), los pecados del pueblo hallanexpiación y perdón. A lo largo de Is 40-55, este «perdón» significa, muyexplícitamente, vuelta del exilio, exilio que ha sido el castigo por los pecados delpueblo, y la vuelta encarna su perdón.

Una descripción completa del siervo aparece en el cuarto poema, Is 52,13-53,12:

Mirad, mi siervo tendrá éxito,subirá y crecerá mucho.Como muchos se espantaron de él,porque desfigurado no parecía hombreni tenía aspecto humano,así asombrará a muchos pueblos;ante él los reyes cerrarán la bocaal ver algo inenarrabley contemplar algo inaudito.

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¿Quién creyó nuestro anuncio?¿A quién se reveló el brazo del Señor?Creció en su presencia como brote,como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.Lo vimos sin aspecto atrayente,despreciado y evitado de los hombres,como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientosante el cual se ocultan los rostros,despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientosy aguantó nuestros dolores;nosotros lo estimamos leproso,herido de Dios y humillado.Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,triturado por nuestros crímenes.Nuestro castigo saludable cayó sobre ély sus cicatrices nos curaron.Todos errábamos como ovejas,cada uno siguiendo su camino,y el Señor cargó sobre éltodos nuestros crímenes.

Maltratado, se humillabay no abría la boca:como cordero llevado al matadero,como oveja ante el esquilador,enmudecía y no abría la boca.Sin defensa, sin justicia se lo llevaron,¿quién meditó en su destino?Lo arrancaron de la tierra de los vivos,por los pecados de mi pueblo lo hirieron.Le dieron sepultura con los malvadosy una tumba con los malhechores,aunque no había cometido crímenesni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimientoy entregar su vida como expiación.Verá su descendencia, prolongará sus años,lo que el Señor quiere prosperará por su mano.Por los trabajos de su alma verá la luz,

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el justo se saciará de conocimiento.Mi siervo justificará a muchos,porque cargó con los crímenes de ellos.Le daré una multitud como partey tendrá como despojo una muchedumbre.Porque expuso su vida a la muertey fue contado entre los pecadores.

En el gran poema profético, el resultado es la nueva alianza (Is 54) y la nueva creación(Is 55). Luego el libro pasa a un modo nuevo en los últimos once capítulos (56-66),centrado en la futura gloria de Sión, aunque aquí de nuevo ilumina la obra de unaextraña figura, en parte alguien que trae la salvación, en parte alguien que rescata y enparte alguien que juzga (61,1-7; 63,1-6). Y ahora es cada vez más explícito que la tareade traer la salvación es la propia tarea de Yahvé. Miró y vio que nadie más podíahacer, de tal forma que «su propio brazo le dio la victoria y su justicia lo mantuvo»(59,16). El mismo Dios de Israel tiene que hacer lo que ha de hacerse, como en eltiempos del Éxodo: «No fue ningún mensajero ni ningún ángel, sino que su presencialos salvó» (63,9).

Pero este sentido de que hay que llevar a cabo una tarea de rescate y de que solo Yahvéla hace, quizá también esté subyacente en los poemas del «siervo» en la sección centraldel libro. Una de las formas más corrientes que el profeta usa para hablar de «Dios enacción» es precisamente la de mencionar «el brazo de Yahvé», lo que se hace eco deotros pasajes escriturísticos que se remontan hasta el cántico de Moisés y Miriam enEx 15 (Is 40,10; 48,14; 51,9; 53,l; 59,16; 53,5; ecos en Ex 6,6; 15,16; Dt 15,15; Sal77,15; 89,10; 98,1). Pero al comienzo de la segunda sección del poema final del siervoaparece que el siervo mismo es «el brazo de Yahvé», aunque muy disfrazado:

¿Quién creyó nuestro anuncio?¿A quién se reveló el brazo del Señor?Creció en su presencia como brote,como raíz en tierra árida, sin figura ni belleza.Lo vimos sin aspecto atrayente,despreciado y evitado de los hombres (53,1-2).

La vuelta de Yahvé a Sión, por una parte, y el sufrimiento del siervo, por otra, vienen aser -casi increíblemente, como el profeta dice- dos formas de decir lo mismo. Y hemosde recordar que el tema general es que aquí el poder de la pagana Babilonia y elfracaso del pueblo de Dios, Israel, se encuentran con el dominio soberano, salvador, yque establece el reino del mismo Yahvé. Esta es la versión en Isaías de la tormentaperfecta de Jesús: la galerna de la tiranía pagana, el sistema de altas presiones de lavida nacional de Israel y el huracán de los designios divinos. Es importante mantenerestos aspectos separados, como hace el mismo profeta. El hecho de que esté

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denunciando claramente a Babilonia no significa subrayar las ambiciones de Israel, lomismo que el hecho de que esté señalando el fracaso de Israel en su conjunto quieradecir que esté tomando partido por los babilonios. Anuncia la venida de Dios, que harápersonalmente aquello en lo que Israel ha fracasado. Al hacerlo obtendrá la victoriasobre el poder pagano de Babilonia y hará volver al pueblo a su tierra. El tirano, lavictoria, el líder, el sacrificio, la vocación, la presencia divina y la herencia prometida.Todo está allí. Es el nuevo Éxodo.

El Hijo del hombre de Daniel

El segundo libro en que aparecen estos temas, igual que la tormenta perfectadesgarraba la historia del pueblo de Israel, es Daniel. En ninguna parte de la Escrituraestá señalado más claramente que el reino del único Dios verdadero se contrapone alos reinos del mundo, juzgándolos, convocándolos a rendir cuentas, condenándolos ydefendiendo al pueblo de Dios. Historia tras historia aparece este tema, sea en la casitrivial disputa sobre el comer (o no comer) comida pagana (cap. 1), las terroríficaspruebas de los amigos de Daniel (cap. 3) o del mismo Daniel en el foso de los leones(cap. 6). Sabemos que este libro era el favorito de muchos judíos en tiempos de Jesús.Tenemos todos los signos de que, como Isaías, era un libro que Jesús utilizó muchopara comprender de qué trataba Dios y de cuál sería su propio papel en ese drama.

Jesús no fue la única persona en aquel período que tomó Dn 7 como tema en su propiavocación. Cien años después de su vida, el gran Rabí Aqiba aclamó a bar Kosiba, aSimón «hijo de la Estrella», como Mesías. Aqiba es famoso por haber explicado suopinión refiriéndose al conocido pasaje de Dn 7. Este capítulo es muy importante yhemos de fijarnos en él con un poco más de detalle.

En este capítulo, el profeta, que hasta ese momento ha sido capaz de interpretar lossueños y visiones de otros, tiene un sueño propio. Ve una visión de cuatro horriblesmonstruos que causan pánico en la tierra, y que culmina con un monstruo terrible conun «cuerno pequeño» que crece en el lugar de algunos de los originales. Y el cuernohabla arrogantemente contra Dios y su pueblo. Pero entonces cambia la visión:

Durante la visión vi que colocaban unos tronos, y un Anciano se sentó:su vestido era blanco como nieve,su cabellera, como lana limpísima.Su trono, llamas de fuego,sus ruedas, llamaradas...Comenzó la sesión y se abrieron los libros.Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno;hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego... Seguímirando y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielocomo un hijo de hombre,

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que se acercó al Ancianoy se presentó ante él.Le dieron poder real y dominio;todos los pueblos, naciones y lenguaslo respetaránSu dominio es eternoy no pasa.Su reino no tendrá fin (Dn 7,9-11.13-14).

La interpretación de la visión se da en forma breve (7,15-18) y en otra forma más larga(7,19-27):

Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro y me turbaban las visiones de mifantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que meexplicase todo aquello. Él me contestó explicándome el sentido de la visión:

-Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en elmundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por lossiglos de los siglos (7,15-18).

Entonces yo quise saber lo que significaba la cuarta fiera, diversa de lasdemás; la fiera terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, quedevoraba y trituraba y pateaba las sobras con las pezuñas; lo que significabanlos diez cuernos de su cabeza y el otro cuerno que le salía y eliminaba a otrostres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias y era más grande quelos otros. Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los santos ylos derrotó. Hasta que llegó el Anciano para hacer justicia a los santos delAltísimo, y empezó el imperio de los santos.

Después me dijo:-La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso detodos los demás;devorará toda la tierra,la trillará y triturará.Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino.Después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tresreyes.Blasfemará contra el Altísimoe intentará aniquilar a los santosy cambiar el calendario y la ley.Dejarán en su poder a los santosdurante un año y otro año y un año y medio.Pero, cuando se siente el tribunal para juzgar,le quitará el poder

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y será destruido y aniquilado totalmente.El poder real y el dominiosobre todos los reinos bajo el cieloserán entregados al pueblo de los santos del Altísimo.Será un reino eterno,al que temerán y se someterán todos los soberanos (Dn 7,19-27).

De estos textos se desprende claramente, en caso de que no hubiera estado claro antes,que los «monstruos» o «fieras» son reinos paganos que -especialmente el último reydel último reino devastarán el pueblo de Dios. Pero entonces, en un gran juicio celeste,Dios se sentará en su trono y pronunciará la sentencia, que tendrá el resultado de que elpueblo de Dios, «los santos del Altísimo», serán reivindicados y se les dará «el reino»(7,18.22.27). La figura que en la versión original aparece como «una especie de hijo dehombre» -en otras palabras, como un ser humano hay que interpretarla como unsímbolo del todo el pueblo de Dios fiel, el pueblo que será rescatado y vindicado.

Pero, ¿cómo va a suceder todo esto? ¿Cómo tendrá lugar esta reivindicación? Aqiba,en el siglo u, pensaba que la figura como un «hijo de hombre» se refería al Mesías, elrepresentante de todo el pueblo de Dios. Aqiba, entonces, recogía la palabra «tronos»del v. 9. Hay al menos dos tronos: el Anciano se sienta en uno de ellos y parece comosi «la figura del hijo de hombre» se fuera a sentar en el otro. Esta interpretación erachocante en aquel momento, en parte sin duda porque Aqiba tenía un candidato enmente: veía a Bar Kokba como «una especie de hijo de hombre» que encarnaba alpueblo de Dios, que obtenía la victoria de Dios sobre las naciones paganas (los«monstruos»). Cuando Dios sea rey y (como en Sal 2) las naciones malvadas sean porfin puestas en su sitio, esto se hará por medio de la figura humana que representa alpueblo de Dios fiel, que entonces se sentará en un trono cerca del mismo Dios.Tenemos, pues, cien años después del tiempo de Jesús, un ejemplo de un movimientohipotéticamente real y profético que unía el tema del reino de Dios con el del reinomesiánico, ambos basados en una profecía que nosotros, a partir de otros escritos,sabemos que había sido importante a lo largo del período.

Como el «siervo» en Isaías, la expresión «hijo de hombre» -o más exactamente «unocomo un hijo de hombre»- ha sido interminablemente discutida y debatida en sí mismay en relación con los dichos atribuidos a Jesús. Yo he tomado lo que creo que es laperspectiva del capítulo en su conjunto que me parece de sentido común: que la visióne interpretaciones del capítulo 7 están contando fundamentalmente la misma historiaque los capítulos 1-6, es decir, la historia del imperio pagano que alcanza su culmen yque el Dios de Israel entonces entra en escena para decir que se ha cumplido el tiempode toda la secuencia, para traer a juicio al arrogante paganismo y para establecer en sulugar su propio reino en su propio pueblo y mediante el mismo. Con otras palabras,esta es la historia de cómo Dios es rey, superando a los reinos del mundo y

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estableciendo en su lugar, mediante su pueblo fiel, su propio dominio soberano sobretodo el mundo. Exactamente como en Isaías, tenemos que esperar (en vez desorprendernos) una cierta fluidez entre el pueblo de Israel y su único representante.

También he asumido la que me parece la perspectiva de sentido común sobre el uso deDn 7 en los relatos evangélicos de Jesús. El paralelo entre la serie de acontecimientosen Dn 7 y la muy parecida secuencia de Dn 2, donde es la «piedra» la que se convierteen el nuevo reino dado por Dios, nos permite unir muy estrechamente esta lectura conJesús de Nazaret, quien no solo habla muchas veces del «hijo del hombre», sino quetambién usó la imagen de la «piedra» para describir su propio papel, su propio destinoy su propio reino venidero al final de una historia no muy distinta de varias etapas demaldad que terminan en un momento de juicio. Cuando los «arrendatarios malvados»matan al «hijo» y lo echan fuera de la viña, el propietario vendrá y se vengará de ellos;y esto cumplirá el texto del Sal 118,22, que dice que «la piedra que rechazaron losconstructores se ha convertido en piedra angular» (Mc 12,10-11). La piedra rechazaday reivindicada, el «hijo» rechazado y reivindicado, y el «hijo del hombre» sufriente yreivindicado ... todo ello es un conjunto de cosas que resuenan plenamente en la mismanarración general de la Escritura.

Esto no significa que cada vez que se cuenta que Jesús usa la expresión «hijo delhombre» pretenda hacer una referencia codificada a Dn 7. En sí misma, la expresión esmisteriosa y podría significar simplemente «yo» o «uno como yo». Pero, cuandoencontramos en labios de Jesús citas del capítulo en cuestión (Mc 13,26; 14,62),debemos prepararnos para interpretarlas, igual que la misma expresión «hijo delhombre», a la luz de Dn 7 y del libro de Daniel en conjunto. Tenemos que pensar queJesús recurre directamente a este, uno de los relatos proféticos más centrales y vividosde la «tormenta perfecta», del Dios de Israel irrumpiendo como un ciclón en el que lospaganos hacen lo peor e Israel es incapaz de rescatarse a sí mismo. Es una visión delreino de Dios, el reino en que el pueblo de Dios «viene» al Anciano (esta «venida» -hemos de notar- es una dirección hacia arriba y no hacia abajo) como reivindicacióndespués de un intenso sufrimiento. Pero el reino, la autoridad, el poder supremo que seda entonces al «que es como un hijo de hombre» es, bastante curiosamente, algo queJesús ya había reclamado durante su corta vida pública (Mc 2,10). Junto con Isaías,Daniel era uno de los elementos clave en la comprensión de Jesús de cómo funcionaríala «tormenta perfecta».

El rey de Zacarías

El tercer libro, más misterioso, aunque también muy importante, es Zacarías. Adiferencia de Daniel, no hay una secuencia fija de oráculos para permitirnos obtener unsentido rápido y claro de lo que trata la profecía en su conjunto. Con toda claridad,Israel está todavía en dificultades, aun cuando ya ha pasado el exilio geográfico de

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Babilonia. Hay promesas de un gran futuro bajo el liderazgo del Mesías, «mi siervoGermen» (3,8), que es un eco de Is 4,12 y 11,1, y de Jr 23,5 y 33,15, así como el temadel siervo en Is 42. Este «Germen» real, como deberíamos haber sospechado ya,debería reconstruir el Templo (Zac 6,12-13). Cuando suceda eso, los días de ayuno porlas diversas desolaciones de Israel se convertirán en fiestas (8,18-19), un tema conecos por parte de Jesús en su rechazo de ayunar en ocasiones normales (Mc 2,18-20).

Pero es en la segunda mitad del libro, capítulos 9-14, donde encontramos el materialtomado por Jesús cuando él mismo va al encuentro de la definitiva tormenta perfecta.Ya hemos visto el oráculo sobre el rey viniendo sobre un asno (9,9-10). Siguen laspromesas de Dios volviendo en persona para rescatar a su pueblo (9,11-17). Pero luegohay advertencias: los pastores de Israel han extraviado al pueblo y Dios los castigará(10,3; 11,3-17). Como en Ez 34 tenemos que entender que los «pastores» son loslíderes oficiales del pueblo, específicamente los sacerdotes y la aristocracia. El cuadrose amplía luego y observamos a las naciones del mundo viniendo a luchar contra elpueblo judío, y a Dios logrando una victoria sobre ellos (12,1-9). Pero será también elmomento del luto, del luto en la casa real de David, el luto como por el primogénito,aunque termina con una promesa de purificación del pecado (12,10-13,1). Los profetasse unirán entonces a los otros dirigentes en la vergüenza por las mentiras que handicho (13,2-6). Y, antes de que Dios pueda purificar y refinar a su verdadero pueblo,tendrán primero que ser dispersados mientras su pastor va a la muerte:

¡Despierta, espada, contra mi pastor,contra mi ayudante! -oráculo de Yahvé de los ejércitos-.¡Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas,yo volveré mi mano contra los corderos! (13,7).

Este extraño cuadro se amplía luego algo más. Todas las naciones vendrán a lucharcontra Jerusalén, pero, cuando la batalla alcanza su culmen, «Yahvé, mi Dios, vendrá ytodos sus santos con él» (14,5). Será el gran momento de renovación, cuando, como enEzequiel, aguas vivas fluirán de Jerusalén, esta vez no solo hacia el mar Muerto, sinotambién hacia el occidente, al Mediterráneo (14,8). Y entonces vendrá la culminaciónde todo ello:

Y Yahvé reinará sobre toda la tierra; en aquel día, Yahvé será único, y únicosu nombre (14,9).

El libro se cierra luego con advertencias a las naciones si se atreven a guerrear contraJerusalén o si no acuden y no toman adecuada parte en las fiestas. Pero en el centro detodo ello está la renovación de la santidad en el mismo Templo. «Y aquel día no habrámás comerciantes en la casa de Yahvé de los ejércitos» (14,21).

Juntando esta aparentemente entrecortada e inconexa serie de oráculos comenzamos aver el modelo emergente. El exilio de Israel ha de ser invertido bajo el dominio del rey

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ungido, que terminará dominando el mundo entero. Las naciones paganas lo harán lopeor que puedan, pero el mismo Dios vendrá a luchar contra ellas y será rey sobre todala tierra. Mientras tanto, sin embargo, los gobernantes y guardianes de Israel, los«pastores», han fracasado sin esperanza en su tarea. Pero el propio «pastor» de Yahvéha de ser muerto y las ovejas dispersas para que, de alguna manera -el profeta noexplica cómo-, pueda obtenerse la victoria.

Todo esto parece haber ayudado a dar forma al propio sentido de vocación de Jesús.Sus acciones en Jerusalén -entrar montado en un asno y expulsar a los mercaderesfuera del Templo- parecen unir Zac 9,9-10 y 14,21. Entonces parece haber aplicado elpasaje sobre los pastores a su propia crítica del liderazgo de Israel y, todavía másimpresionantemente, a su propio destino futuro. Para nuestra finalidad, lo principal queha de notarse aquí es que Zacarías, como Isaías y Daniel, enfoca las mismas tres líneasconvergentes: las naciones paganas malvadas que luchan contra Dios y su pueblo, elfracasado liderazgo judío y Dios mismo viniendo a hacer lo que nadie más puedehacer. Son los tres elementos que, como veía el mismo pueblo judío, formaban latormenta perfecta en la que Jesús entraba en Jerusalén, triste, pero decidido, para laúltima Pascua.

He dicho que había tres pasajes escriturísticos principales que parecen habercontribuido al sentido de la vocación de Jesús en este último viaje. Mencionabaentonces, y lo recuerdo ahora, un cuarto elemento que también deberíamos poner enlista: los Salmos. Deberíamos asumir que Jesús conocía los Salmos tan bien comocualquiera y que formaban su libro natural de oración, y como tal desempeñaban unpapel importante en la formación de su cosmovisión. Y en los Salmos encontramosuna vez más los temas principales de Yahvé que llega a ser rey, que establece a suMesías -su «hijo»- en Jerusalén y que obliga a las naciones circundantes a rendirlehomenaje (por ejemplo, Sal 2; 72). Pero en los Salmos también encontramos, hasta enun salmo que habla del reino de Dios viniendo en poder, el sentido de profundadesolación, de ser abandonado por Dios a un sufrimiento horrible y vergonzoso y a lamuerte (Sal 22). Estos temas aparecen juntos de muchas formas diferentes en estosantiguos poemas, y estamos en terreno absolutamente firme al asumir que Jesús nosolo los conocía y reflexionaba sobre ellos, sino que los hacía la misma materia de suvocación. Se encontraba a sí mismo en ellos y determinaba actuar de acuerdo conellos.

Todo esto significa que por fin podemos acercarnos a las cuestiones centrales delquién, qué y por qué. ¿Quién pensaba Jesús que era, qué pretendía hacer y por qué?¿Qué pensaba que cumpliría todo ello? ¿Qué pensaba que significaría todo ello?

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13¿POR QUÉ TENÍA QUE MORIR EL MESÍAS?

Estrato sobre estrato va llegando, denso y rico dentro de los textos, eco sobre eco,alusión y resonancia encabalgándose una sobre otra, de tal forma que para los quetienen oídos para oír se hace inconfundible, un crescendo de preguntas al cualfinalmente solo puede haber una respuesta: ¿por qué hablas de ese modo? ¿Eres el queha de venir? ¿De Nazaret puede salir algo bueno? ¿Qué signo nos das? ¿Por qué comecon publicanos y pecadores? ¿De dónde ha sacado este toda esta sabiduría? ¿ Cómopuede este darnos a comer su carne? ¿Quién eres? ¿Por qué no sigues las tradiciones?¿Piensan las autoridades que es el Mesías? ¿Puede el Mesías venir de Galilea? ¿Porqué te comportas contra la ley? Entonces, ¿quién es este? ¿No tenemos razón en decirque eres samaritano y tienes demonio? ¿Qué decís sobre él? ¿Con qué derecho hacesestas cosas? ¿Quién es este Hijo de hombre? ¿Debemos pagar tributo al César? Y porencima de todo: ¿eres el rey de los judíos? ¿Qué es la verdad? ¿De dónde eres tú?¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Y, finalmente, demasiado tarde pararespuestas, pero no para ironías: ¿no eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!Si eres el Mesías, ¿por qué no bajas de la cruz?

Sea lo que sea que digamos sobre Jesús, no puede haber gran duda de que sus actos ysu enseñanza planteaban estas preguntas por dondequiera que fuese. Y Jesús tenía suspropias preguntas. ¿Quién decís vosotros que soy yo? ¿Creéis en el Hijo del hombre?¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber? ¿Cómo dicen los escribas que el Mesías eshijo de David? ¿No podéis vigilar conmigo una sola hora? Y final y horriblemente:Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Las respuestas aparecen también con más o menos la misma profusión. Pero, comotodas las mejores respuestas, vienen como una serie de enigmas chispeantes, comopara recordar a la gente que las preguntas, antiguas y modernas, son preguntasprecisamente porque se trata de algo que demanda un colapso de categorías, unaruptura de ataduras, una ampliación de la cosmovisión hasta el punto de que lo nuevo,cualquier cosa que sea, llega a tener sentido. La razón por la que había tantas preguntasen ambas direcciones era -como los historiadores ya han concluido hace muchos años-que Jesús no encajaba en ninguna categoría predeterminada.

Desde luego, las categorías eran flexibles. Eran suficientemente flexibles como parapermitir diferentes formas de considerar a reyes y profetas, como vemos tanto a partirde textos relevantes como de los movimientos del período. Pero, aun en los másflexibles, Jesús encajaba y no encajaba.

¿Mesías? Bien, Jesús no hacía lo que se esperaría que hiciera un mesías y, con todo,mucho de lo que hacía y decía parecía irresistiblemente mesiánico.

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¿Rabí? Evidentemente él no era solo un rabí con un mensaje diferente, y sin embargoera un maestro que interpretaba y explicaba las Escrituras y las aplicaba decididamentea lo que creía que era el momento de su cumplimiento final.

¿Sacerdote? Bien, los sacerdotes enseñaban la ley al pueblo, y Jesús lo hacía en uncierto sentido, aunque no era algo que hubiesen oído antes. Y los sacerdotes tambiénsubían a Jerusalén para servir en el Templo. Jesús subía a Jerusalén, pero, como hemosvisto, sus hechos y sus palabras indicaban que iba a eclipsar el Templo, a hacer algoque lo haría superfluo y lo abandonaría a su destino.

¿Profeta? Ciertamente sí; hablaba y actuaba como un profeta, sin embargo, ymisteriosamente, describía a su primo como «más que un profeta», y claramente creíaque él mismo traía algo más grande todavía. Los profetas, de forma muy característica,apuntaban fuera de ellos mismos, hacia Dios y lo que Dios estaba haciendo y todavíaharía, pero Jesús, como hemos visto, hablaba sobre Dios para explicar lo que él hacíae iba a hacer. Era como si él llenase las categorías existentes, por flexibles que fueran,tanto que todas ellas se desbordaban, y este desbordamiento sobrecogía a susseguidores, sus oyentes, entusiastas y reticentes por igual, y también finalmente a losque intentaron llevarlo a juicio, judíos y paganos.

La historia, tal como la tenemos en los diferentes evangelios, está marcada pormomentos de claridad, momentos que apartan la narración de un banal intento quealgunos lectores han hecho de vez en cuando para encasillar a Jesús en algún sitio. Enrealidad, esos momentos abren la historia a la posibilidad de que, quizá y después detodo, cielo y tierra se junten, el tiempo de Dios y el humano coincidan, y la realidadfísica de este mundo pueda realmente convertirse en la portadora de la fresca realidadde la nueva creación divina. Hay algunos momentos en la vida de Jesús, y desde luegoalgunos lugares geográficos, que siempre han estado cargados de significadosimbólico. Pensemos en las grandes fiestas judías, en especial la Pascua, en los grandesrasgos geográficos judíos, particularmente el río Jordán y la misma Jerusalén.

En esos momentos y en esos lugares, repetidos en todas las fuentes, encontramos treshilos de encuentro, ahora no como los elementos de una tormenta perfecta, sino másbien como tres grandes ríos que han corrido por diferentes valles separados y al finalse unen con una especie de terremoto o corrimiento de tierras, fundiéndose con unremolino y una avenida en una confluencia gigantesca y potente. El gran río delmesianismo, de la larga y accidentada historia de la monarquía, viene a chocar con eloscuro flujo del siervo, y ambos juntos se precipitan en la corriente mayor, más oscuray aún más poderosa, de la creencia en que el Dios de Israel volvería finalmente a supueblo. El mejor análisis histórico que podemos ofrecer de lo que llamamossimplemente «vocación» de Jesús es que él creía, mediante el estudio orante de lasEscrituras y la lectura de lo que llamaba «signos de los tiempos», que toda la fuerza deeste gran río combinado llevaría a término los propósitos a los que Israel había sido

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llamado en primer lugar; y que eso lo haría en él mismo, con su voluntaria obedienciaa esta amplia y tremenda finalidad. El Dios de Israel había prometido volver yestablecer su reino. Él, Jesús, lo haría en el Mesías y como Mesías, el siervo. En ycomo Jesús de Nazaret.

Jesús debe haber sabido que creer en algo como esto sobre la propia persona y sobre lapropia vocación era atraer sobre sí el cargo de locura o de blasfemia. Estos cargosfueron debidamente presentados contra él, entre otros por miembros de su propiafamilia. Es altamente improbable que la Iglesia primitiva inventara esto. Jesúsrealmente habló y actuó como si él creyera que estaba llamado a unir estos tres grandesríos de las finalidades históricas en uno solo. Cualquier otra forma de traer el reino deDios había sido intentada y había fracasado. Esta era aquella a la que parecían apuntarlas Escrituras y a la que, con ellas, apuntaba también su propia conciencia orante. Y élfue adelante.

El bautismo

Por medio de un río, el río principal de Israel, nos asomamos al primero de esosmomentos de triple vocación. Juan, el primo de Jesús, estaba bautizando al pueblo enel río Jordán, el lugar (no puede haber sido accidental) donde la historia del Éxodoalcanzó su culmen y el pueblo, su herencia. Jesús se une a las muchedumbres y, al serbautizado, su vocación es confirmada y concretada por una voz del cielo: «¡Tú eres miHijo amado! En ti me complazco» (Mc 1,11). Esta voz, una súbita y audible unión decielo y tierra, también ofrece una súbita unión de la vocación real del Mesías, queregirá a las naciones desde su trono en Jerusalén (Sal 2) y el siervo (Is 42-53), quetraerá la justicia de Dios a las naciones mediante su propio sufrimiento obediente.Todo lo que sabemos sobre la vida pública de Jesús indica que él asumió el doblepapel como la conformación decisiva de su propio sentido de vocación. Todos lossignos orientan a que Jesús comprendió su bautismo como el momento en que fue«ungido» para esta tarea, como lo eran para la suya los reyes de Israel tanto tiempoatrás. El Dios de Israel estaba obrando por su medio, en él y como él. El bautismoconfirmaba lo que Jesús había intuido hacía tiempo y le proporcionaba el momento yla plataforma desde la que lanzar el movimiento del reino mediante el cual secumpliría el plan salvador.

Juntar estas tres ideas, hasta entonces del todo separadas, era algo que suspendía elaliento. ¿Una figura real? Sí, el pueblo creía que esta figura reinaría, traería la justiciade Dios a todo el mundo y aplastaría a los paganos con vara de hierro. ¿El siervo? Sí,el siervo sufriría y moriría; el pueblo del siervo llevaría una pesada carga queconduciría nada menos que al martirio. ¿Y el mismo Dios? El Dios de Israel volveríapara habitar con su pueblo; los judíos devotos lo creían. Por eso era tan importantereconstruir o purificar el Templo.

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Hasta ese momento, sin embargo, los tres temas habían estado separados. Los judíosque habían estudiado Is 53 habían pensado al siervo como una figura sufriente, pero noel Mesías, o como el Mesías, pero no sufriente. Si pensaban al siervo en cuantoMesías, el sufrimiento se invertía, porque la tarea del Mesías era infligir sufrimiento alos enemigos de Dios, no sufrirlo él mismo. Si iban con el flujo natural del texto yveían al siervo como una figura sufriente, concluían que no podía ser el Mesías. Sería,individualmente o (más probablemente) de forma corporativa, el pueblo de Diosmártir, que al final sería reivindicado (por ejemplo Dn 12). Y aunque se tomaran lasEscrituras para indicar que el Dios de Israel iba a obrar su salvación por medio de estasfiguras, no tenemos ninguna prueba anterior a los tiempos de Jesús de que alguiensupusiera que, cuando Dios volviese a su pueblo, volvería como el Mesías o como elsiervo.

Pero Jesús unió estas vocaciones. Cuando se sometió al bautismo de Juan, expresandoel necesario arrepentimiento antes de la gran restauración futura y repitiendosimbólicamente el cruce del Jordán y la entrada en la tierra prometida, se identificócon su pueblo en su humillación y penitencia, en su deseo por el reino de Dios. Estadoble línea de significado (dolor por el pecado, por un lado, y puesta en marcha delreino, por otro) apunta directamente al doble significado de la voz del cielo. Lavocación del siervo y la vocación real se fundieron en su mente y en su corazón. Era loque tenía que hacer y era el momento en que tenía que hacerlo. En un nuevo y másprofundo sentido se hizo lo que ya era, a la manera del primogénito de un rey, nacidopara reinar después de su padre, que va a ser ungido para ese cargo cuando llegue elmomento. «¡Tu eres mi hijo! ¡Eres el que quiero!». El sentido de íntima cercaníadurante la vida al que llamaba Abbá, Padre, asumió forma con nueva claridad, unnuevo sentido de dirección, una nueva energía dada por Dios.

Esta nueva forma de ver las cosas fue probada en el desierto. ¿Qué tipo de mesías iba aser? Él conocía las historias tanto como cualquier otro, pero no iba a continuar la líneade David o Salomón, y tampoco la de Judas el Martillo o Herodes el Grande. Susecreta victoria en el desierto, con todo, desempeñó el mismo papel en su carrera comola muerte de Goliat por David lo hizo en la de este. Indicaba que la unión en subautismo, como la de David por Samuel, había sido real, no había sido una fantasía oun gesto vacío. La victoria inicial apuntaba hacia adelante, hacia las tareas que teníanque ser llevadas a cabo.

Ciertamente, vemos que la misma batalla llega rápidamente en cuanto la vida públicade Jesús genera oposición y hasta conspiración contra su propia vida. La gente a vecesintenta leer los primeros días de la vida pública de Jesús como si hubiera tenido éxito,hubiera sido popular y hubiera llevado todo adelante, pero luego postulan un cambio,un declive de su popularidad y una opción por un plan B que incluía el sufrimiento.Los textos no saben nada de este cambio a media carrera. Peligro, amenaza y desafío

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están ahí desde el comienzo. Jesús se comporta desde el comienzo tanto con laautoridad soberana de alguien que se sabe investido con la responsabilidad deinaugurar el reino de Dios como con el reconocimiento de que su tarea solo secompletará con su sufrimiento y muerte.

Sin embargo, los discípulos no lo ven de esa manera. Cuando Pedro actúa comoportavoz del grupo, declarando que, en la medida en que a ellos les afecta, Jesús es «elMesías ... el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16), está desde luego haciéndose eco de la vozdel bautismo. Jesús reconoce que lo que Pedro ha dicho es, como esa voz, por encargodel cielo. Pero cuando pretende explicar a los discípulos lo que implica su especialvocación mesiánica, su intento tropieza con el horror y la incomprensión. Podemosasumir que los discípulos todavía trabajan con la idea de un modelo mesiánico más omenos corriente, el modelo que había permitido que los miembros de la familia deJudas el Martillo fueran reyes como consecuencia del triunfo militar y la purificacióndel Templo, modelo que animaría a Simón bar Giora en los años sesenta y a Simón laEstrella en torno al 130. Esperaban que Jesús marchase sobre Jerusalén y, por losmedios que fuese, derrocase el malvado liderazgo judío y a los odiados romanos.Todos los signos indican que ellos pensaban que Jesús iba a ser rey en el sentido obvioy normal, y que ellos formarían su círculo más inmediato. Santiago y Juan todavíaestaban aspirando a los puestos principales cuando iban a Jerusalén (Mc 10,35-40). Elpensamiento de combinar este modelo con el poderoso tema bíblico del pueblo de Diossufriente y martirizado no tenía sentido alguno para ellos. Ni siquiera habíanvislumbrado -en la medida en que podemos darnos cuenta- la posibilidad de que elJesús al que seguían en el camino hacia Jerusalén pudiera ser la encarnación viva delDios de Israel, que al fin volvía como había prometido.

Lo que Jesús había hecho, al parecer, no era solo combinar el Sal 2 con Is 42, sino másespecíficamente combinar Is 52,7-12 con Is 52,13-53,12, el anuncio del reino de Diosy su vuelta a Sión con el cumplimiento del siervo sufriente.

Esta combinación era un paso pequeño, exegéticamente hablando, pero un saltogigantesco desde el punto de vista teológico y vocacional. El primer pasaje mantenía laesperanza del reino de Dios: «Tu Dios reina», proveniente del derrocamiento deBabilonia y del rescate del pueblo de Dios de la esclavitud. El segundo mantenía,aparentemente, como medio por el que se iba a cumplir el sufrimiento del siervo.Nadie, en cuanto sabemos, había soñado antes en combinar estas ideas de esta forma.Ni nadie había sugerido que, cuando el profeta hablaba del «brazo de Yahvé» (53,1) -como si Yahvé se remangara para venir al rescate-, esta personificación podíarealmente referirse a la misma persona, el siervo herido y sangrante.

Todo esto, con todo, fue dramáticamente confirmado inmediatamente después de laconfesión de Pedro con un segundo eco de la voz bautismal. En la transfiguración, lavoz se oye una vez más: «Este es mi Hijo predilecto; escuchadle» (Lc 9,35). Como

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hemos visto, es otro momento explícito de «cielo y tierra». Lucas sugiere que, cuandoJesús estaba hablando con Moisés y Elías, el tema de su conversación era «su partida,que iba a realizar en Jerusalén» (9,31; la palabra para «partida» es «éxodo», y Lucasindudablemente pretendía que nosotros escucháramos las connotaciones que podríagenerar la palabra). Esto encaja con el coherente acento de Lucas sobre el plan divinoque «debe» cumplirse, plan que enviaría a Jesús no a un trono, sino a una cruz, o másbien, como los cuatro evangelistas insisten, a una cruz que ha de verse como un trono.Así es, dicen ellos, como Jesús es entronizado como «Rey de los judíos». La vocaciónde Jesús a ser el Mesías de Israel y su vocación de sufrir y morir van íntimamenteunidas.

Y, lo que es más, ambas cosas son juntamente el medio por el cual, creía Jesús, el Diosde Israel lanzaría definitivamente su reino así en la tierra como el cielo. Los discípulosquerían un reino sin cruz. Muchos posibles cristianos «ortodoxos» o «conservadores»en nuestro mundo han querido una cruz sin reino, una «expiación» abstracta que notuviera nada que ver con este mundo, excepto ofrecer el medio para escapar de él.Muchos han querido ver un Jesús «divino», una especie de figura de Superman. Unhéroe celeste que viniera a rescatarlos, pero no a actuar como Mesías de Israel,estableciendo el reino de Dios así en la tierra como en el cielo. La impresionantecombinación de modelos escriturísticos en una única vocación llevada a cabo por Jesústiene un excelente sentido histórico, es decir, explica de un solo golpe por qué hizo ydijo lo que hizo y dijo. Pero, como veremos, sigue siendo un desafío en nuestro mundoy ciertamente en nuestras Iglesias como lo era en tiempos de Jesús.

El nuevo Éxodo

Era esta nueva vocación lo que hizo que Jesús volviera a diseñar los temas mesiánicosde la batalla y del Templo en una nueva y radical configuración en torno a sí mismo.Seguir esta línea de pensamiento nos permite arraigar lo que hacía en la antiguahistoria del Éxodo, que él mismo escogió como clave de interpretación para su muerte,y comenzar a comprender cómo su futura muerte significaría lo que él pretendía quesignificara.

Pensemos otra vez en esos temas mesiánicos. Jesús ciertamente libraba la batalla, peroera contra las fuerzas del mal, la corrupción y la misma muerte. Y, como los mártiresmacabeos, que afrontaron su muerte confiando en que Dios los resucitaría de entre losmuertos a una nueva vida corporal, Jesús llegó a creer que la única forma de derrotar ala misma muerte, y por tanto poner en marcha la nueva creación por la que Israel y elmundo suspiraban, era asumir la misma muerte, como David asumió el combate mortalcon Goliat, confiando en que el Dios de Israel, el creador de la vida, haría que lograrala victoria. Y, puesto que la muerte era vista en las Escrituras como el último resultadode la rebelión humana contra Dios y del fallo en obedecerle, si la muerte era derrotada,

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también la idolatría, la rebelión, la desobediencia y el pecado serían derrotados juntocon ella. La muerte, como un gran y horrible gigante, haría todo el mal que pudiera yecharía sobre él todo su peso. Y el Dios creador la superaría, y la haría aparecer comoun enemigo derrotado.

En términos humanos, como ya hemos visto, era la vocación más loca que imaginarsepueda. Los discípulos lo sabían, y Jesús también debió de saberlo. Nada podría haberlehecho concebir su vocación en estos términos, excepto su inquebrantable fe en el Diosde Israel como creador y su profunda conciencia de las Escrituras de Israel, quemarcan el rumbo que él tenía que seguir. Jesús parece realmente que ha creído no soloque esta era la forma de pelear la batalla, sino que esta era también la manera dereconstruir, de reconstituir el Templo. Era la forma en la cual el Dios de Israel había devolver a su pueblo como el rescatador y liberador que subvertiría los poderes delmundo, superando la estupidez y fragilidad del propio Israel. Así era como, cuando latormenta perfecta hubiera llevado a cabo lo peor, el Dios de Israel establecería unanueva comunidad, un pueblo en el que las promesas se cumplieran, en el cual el Diosvivo vendría a vivir como en el Templo, revelando su gloria al mundo.

Ello sería, con otras palabras, el nuevo Éxodo. Trabajemos los siete temas una vezmás. El tirano no serían los dirigentes de Jerusalén (aunque ellos, prendados comoestaban de su propia riqueza y prestigio, estaban aliados con los poderes oscuros), nisiquiera Roma (aunque lo clavara en la cruz), sino todos los poderes del Acusador,incluida la misma muerte. El líder sería, naturalmente, el mismo Jesús. Igualmente, elsacrificio sería el mismo Jesús; esta es la razón -como hemos de asumir- por la quetomó su decisión última en el tiempo de Pascua, sabiendo que lo llevaría a la muertedel primogénito, el hijo amado, indicio que dejó en una de sus últimas parábolas (Mc12,6-8). La vocación sería la vocación que señaló para Israel en el Sermón de lamontaña: caminar otra legua, poner la otra mejilla, amar a los enemigos y orar porellos aun cuando lo clavaran en la cruz. La herencia no sería una restaurada tierrasanta, sino todo el mundo, las más remotas regiones de la tierra, el cual había sidoprometido al Mesías como herencia y de nuevo prometido al siervo como el reino alque traería la justicia de Dios mediante su sufrimiento.

Y la presencia del Dios de Israel sería la presencia del mismo Jesús, subiendo aJerusalén como encarnación del Dios de Israel que vuelve, en cumplimiento de Is 40 y52. Esto sería -creía Jesús- lo que pasaría cuando el Dios de Israel volviera a Sión. Noserían los tres hombres que visitaron a Abrahán, ni la zarza ardiente, ni la columna denube y humo, ni la visión humeante de Isaías, rodeada de serafines, ni las ruedas quegiraban, como en Ezequiel, sino un hombre joven sobre un asno, llorando, anunciandoel juicio de Dios sobre la ciudad y el Templo, que estaban sobre fallas cósmicas y queponía a sus propios seguidores que no comprendían como sus sorprendentes sustitutos,y luego iba a asumir sobre si mismo todo el peso del mal, las concentradas

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calamidades del cosmos, para que su fuerza se anulase y el nuevo mundo naciera.

Esta manera de ver el culmen de la historia de Jesús ciertamente no es la lecturacorriente, tradicional, «ortodoxa», «conservadora», aunque ilumina desde una nuevaperspectiva los dogmas «tradicionales» de la «encarnación» y de la «expiación». Mipretensión es que nos permite comprender la realidad original, histórica, de la que esosdogmas son sumarios posteriores, a menudo desprovistos de historia y abstractos.Tampoco, evidentemente, esta forma de contar la historia es la reconstrucción corriente«moderna» o «radical», en la cual Jesús viene a Jerusalén para proseguir su programade enseñanza moral o social y cae accidentalmente en una muerte que sus posterioresseguidores interpretarían astutamente, pero a la que él no había dado ningúnsignificado previo. Mi pretensión es que este tour de force moderno no hace justicia alos textos ni a los contextos y echa sobre la Iglesia más primitiva la carga de unainvención para la que carecía totalmente de preparación. Históricamente, todas laslíneas apuntan no a una Iglesia primitiva intrigada y entristecida que recupera su fuerzay que inventa a ese Jesús partiendo de la nada, sino a Jesús mismo, un judío del siglo Icompletamente creíble, que hizo estallar los límites de todas las expectativas y vivió ymurió en la creencia de que estaba dando cuerpo a la misión real del Dios de Israel,que volvía y rescataba.

Entrando en la tormenta

Pero esta vuelta, como Malaquías había advertido, no iba a ser cómoda. «¿Quién podrásoportar el día de su venida?» (Mal 3,2). Jesús vino a pronunciar, con tristeza, lacondena sobre la ciudad y el Templo, que habían pervertido y corrompido su vocaciónde ser luz del mundo. Quizá lo más aterrador en toda la historia de los evangelios escaer en la cuenta de que las solemnes advertencias de Jesús acerca del juicio que iba acaer sobre Jerusalén y el Templo en una generación estaban tomadas de las profecíasbíblicas, no simplemente de la destrucción de Jerusalén, sino de la destrucción deBabilonia. En cierto sentido, Jerusalén había equivocado totalmente su camino; dealguna manera, los líderes del pueblo judío lo habían estropeado todo en suenfrentamiento con Roma y en su corrupción, opresión y avaricia; de alguna manera,el pueblo judío, el propio pueblo de Jesús, había estropeado las cosas tanto en sudeterminación de traer la victoria de Dios al mundo por medio de la violencia militar yla rebelión armada... que la única palabra que el último de los profetas podíapronunciar en ese momento era la palabra de juicio. «No quedará piedra sobre piedraque no sea derruida» (Mt 24,2).

Las terribles advertencias están a lo largo del gran discurso que conocemos como Mc13, Mt 24 o Lc 23, que emplean un lenguaje del fin del mundo para mostrar que, con lacaída de Jerusalén y la destrucción del Templo, todo un mundo había llegado a su fin,porque otro nuevo había nacido. Jesús había venido a los suyos y los suyos no le

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habían recibido; había venido al lugar donde Dios había prometido poner su nombre, yese lugar le había rechazado. Por tanto apelaba al lenguaje del libro de Daniel contra lamisma ciudad y el Templo por los que Daniel tanto se había preocupado. La«abominación de la desolación» estaría en el Templo (Dn 9,27; Mt 25,15) no comopreludio al rescate del Templo, sino más bien como preludio al tormentoso suceso quesería, como la propia caída de Babilonia, un suceso para el que el único lenguajeadecuado sería el oscurecimiento del sol y de la luna y la caída de las estrellas (Mt24,29; Is 13,10). Y, en ese terrible acontecimiento, Jesús quería que sus seguidoresvieran el signo de su propia reivindicación. El Templo de Jerusalén ya no sería el lugardonde se encontraban cielo y tierra. De ahora en adelante, cielo y tierra se encontraríanen la persona de «uno como un hijo de hombre» y por medio de sus realizaciones, elcual, después de sus sufrimientos, sería reivindicado y «vendría sobre las nubes delcielo» para sentarse al lado del «Anciano» (Mt 24,30, citando Dn 7,13). Los mayoresimperios del mundo habrían hecho sus peores hazañas y el representante de Israel seríaentronizado como su Señor, estableciendo un reino que nunca podría ser derribado.

Decir que esto era lo que nadie había imaginado en Israel hasta aquel momento, ymucho menos lo habría soñado o rezado por ello, sería expresarlo suavemente. Losmismos discípulos deben haberse impresionado y descorazonado. Pero esta visión deljuicio no es un pequeño trozo de doctrina incrustado al final de una vida pública que entodo lo demás trataba de otras cosas. La nota de advertencia había estado todo eltiempo presente, desde el Sermón de la montaña (¡pensemos en el hombre necio queconstruye su casa sobre arena!) al Manifiesto de Nazaret (pensemos en la bendición deDios, que abandona al pueblo de Dios y pasa a los extraños), pasando por las solemnesadvertencias de Lc 13, que siguen a las informaciones de judíos muertos por soldadosromanos y por una torre que cae en la esquina sureste de Jerusalén, sobre arrepentirse operecer del mismo modo. No es sorprendente que la gente pensase que Jesús era comoJeremías, siempre advirtiendo de que el enemigo vendría y destruiría, y que, cuandoeso sucediera, sería por la ira de Dios y no un simple accidente desafortunado.

A continuación viene el giro. Jesús no está anunciando simplemente el juicio de Diossobre su pueblo rebelde, advirtiendo, como Jeremías, que Israel y sus jefes habíaninterpretado tan mal la vocación de Dios que se estaban precipitando por una inclinadapendiente hacia su propia destrucción. Jesús hablaba y actuaba de un modo queimplicaba que iba por delante de su pueblo para encontrarse en persona con lospoderes destructivos para hacer recaer todo su peso sobre él mismo, para terminar sucamino, un camino por el que el pueblo de Dios pudiera renovarse, redescubrir suvocación de ser luz del mundo y pudiera ser liberado de su continua esclavitud yexilio.

También aquí descubrimos que esto no era algo nuevo, una idea súbita, importada enel último minuto. Está implícito en la voz del cielo en el bautismo. Está en el Sermón

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del monte. Está, en especial, cuando Jesús habla sobre la gallina que cobija a los pollosbajo las alas. Su intención era ver venir el peligro y dejar que ejerciera sobre sí mismotoda su fuerza (Mt 23,27; Lc 13,14). También está presente cuando habla del «cáliz»que tiene que beber; es una alusión a la «copa de la ira de Dios» que actúa mediante ladestructora violencia del Imperio romano contra lo que parecían ser súbditos rebeldesy un rey rebelde (Mt 20,22; 26,39). Y está también presente cuando, en su último yamargo camino, advierte a los llorosos espectadores de que lo que Roma está haciendocon el árbol verde lo hará mucho más con el seco. Él es el árbol verde, todavía no listopara el fuego; la siguiente generación de jerosolimitanos serán leños secos, rebeldesque correrán hacia un gran peligro hasta que caiga sobre ellos.

Todos los evangelistas resaltan este tema, pero quizá es Lucas en particular quien lodestaca más. Jesús es inocente, pero muere con la muerte del culpable. No ha estadofomentando una rebelión violenta contra Roma, pero sufre el destino que Roma deordinario reserva a los rebeldes violentos. Jesús, habiendo advertido a su pueblo de loque iba a venir, lo había tomado sobre sí. Sus predicciones sobre la destrucción delTemplo y de la ciudad hacen juego paso a paso con su propia vocación. Esto es partedel misterio de su crucifixión: «Herido por nuestras transgresiones, aplastado pornuestra iniquidad». Jesús no puede establecer la nueva creación sin permitir que elveneno en la vieja surta todo su efecto. No puede poner en marcha el reino de Dios dejusticia, verdad y paz a menos que injusticia, mentiras y violencia ejerzan todo supoder y, como un huracán, se agoten, derramando su fuerza hasta el final en este únicositio. No puede empezar la obra de curación del mundo a menos que aplique elantídoto a la infección, que, si no, destruiría el proyecto desde dentro. Este es elmomento en que vemos cómo las acciones previas de la vida pública de Jesús, lascuraciones, las celebraciones, el perdón, los corazones transformados, se dirigían haciaeste momento. Así es como Jesús es entronizado rey de los judíos. Las dosafirmaciones van codo con codo. Pero, para tener toda la historia, hay que deslizarsepor ellas con gran respeto, y mirar de una a otra, y luego pasar al otro lado, congratitud, y ver la primera con las lentes de la segunda.

La crucifixión

¿Cómo preparó Jesús a sus seguidores para esta gigantesca visión nunca antesimaginada? Una vez más, tantos hilos de historia, símbolo y significado, estánentrelazados que nos resulta duro seguir uno solo de ellos sin caer en la cuenta de hastaqué punto está unido también a los demás. Jesús intentaba una y otra vez explicar a susseguidores más íntimos que estaba yendo a Jerusalén a realizar la obra de su reino,siendo entregado a los paganos y muriendo de una muerte vergonzosa. Al menos enuna ocasión intentó mostrarles que este era el camino con el que el poder del mundosería llamado a rendir cuentas y que, al entregar «su vida en rescate por muchos» (Mc10,45, que es un eco de Is 53,11-12), estaba poniendo en práctica una forma

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enteramente diferente de poder. Pero esto estaba (no sorprendentemente) tan fuera dela manera de ver el mundo de sus discípulos que ellos no pudieron entenderlo. Nisiquiera apreciaron el hecho de que, cuando hablaba de su futura muerte, se refería aella en un sentido literal y concreto. Si lo hubieran hecho, podrían haber decidido noseguirle más lejos. Quizá una explicación de la traición de Judas es que realmenteentendió que Jesús, después de su espectacular gesto en el Templo, no lo iba aproseguir con algún tipo de asalto a gran escala, sino que se contentara con enseñar,debatir y esperar la Pascua.

Pero, cuando se acercaba la Pascua -la cronología exacta sigue siendo objeto de debate,pero no hay duda de que Jesús pretendía que en su acción resonaran todos los grandestemas de la Pascua, los temas que hemos visto repetidamente-, Jesús no se contentósolo con decir a sus seguidores lo que iba a ocurrir e insinuar su significado. Cuandoquiso explicar por menudo de qué trataba realmente su futura muerte, no les dio unateoría. Ni siquiera les dio una serie de textos escriturísticos. Les dio una comida.

Indudablemente fue una cena de Pascua. Pero, indudablemente también fue una cenade Pascua con una diferencia radical. Como cualquier otra cosa que hacía Jesús,desbordaba los antiguos vasos. Transformaba los antiguos mosaicos en un dibujotridimensional. En lugar de que la Pascua señalase hacia atrás al gran sacrificio con elque Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, esta comida apuntabahacia adelante, al gran sacrificio por el que Dios iba a liberar a su pueblo de suesclavitud definitiva, de la misma muerte y de todo lo que contribuía a ella (mal,corrupción y pecado). Eso sería el real Éxodo, la real «vuelta del exilio». Sería elestablecimiento de la «alianza nueva» de que hablaba Jeremías (31,31). Sería el mediopor el que «los pecados serían perdonados», con otras palabras, el medio por el queDios trataría el pecado que había causado el exilio y la vergüenza de Israel, y ademásel pecado por causa del cual el mundo entero estaba bajo el poder de la muerte. Sería elmomento del gran jubileo, completando la realización esbozada en Nazaret y al precioque fue casi exigido en aquella ocasión. Ello acompañaría la nueva era de bendiciónanunciada en el Sermón del monte y realizada con los mismos medios que seexplicaban en aquella ocasión; Jesús, como el siervo, puso la otra mejilla; Jesús,llevando la cruz, fue una legua de más por requerimiento de los verdugos romanos;finalmente, Jesús terminó entronizado, sobre una colina, incapaz de esconderse, luz delmundo brillando en el momento más oscuro de la historia.

Parte del sentido de la cena es que los seguidores de Jesús fueran capaces de tomarparte en sus beneficios compartiendo, de una nueva forma, su propia vida. Los donesde pan y vino, ya preñados de significado simbólico, adquieren nueva densidad. Así escomo la presencia de Jesús ha de ser conocida entre sus seguidores. Sacrificio ypresencia. Es el nuevo Templo, esa extraña reunión en torno a una mesa cuasi pascual.Pensemos en los temas del Éxodo una vez más. El tirano ha de ser derrotado: ahora no

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es Roma, sino el oscuro poder que está detrás de este gran imperio cruel. El pueblo deDios ha de ser liberado: no Israel tal como está ahora, con sus jefes corruptos, ávidosde dinero, y con su gente propensa a la violencia, sino el Israel reconstituido, cuyosímbolo fundante eran los Doce. Había que ganar la batalla cruzando el mar Rojo nocon la fuerza de las armas, sino con un poder diferente, el poder al que el evangelio deJuan alude más exactamente: habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo,Jesús los amó hasta el extremo (13,1).

Por eso Jesús abre el camino a una nueva vocación. En lugar de una presión frenéticapara defender la identidad del pueblo, de la tierra y del Templo, los seguidores deJesús, con la renovación de sus corazones y vidas, tienen que recuperar la visión inicialde ser un sacerdocio real para todo el mundo, que es la herencia del Mesías y queahora también pasará a ser suya. Detrás de todo ello está el sacrificio por el cual Jesúsofrecerá al que él llamaba Abbá, Padre, la obediencia en la cual la obedienciavocacional de Israel, durante tanto tiempo defraudada, iba finalmente a hacerse verdad.Jesús ha tomado el destino de Israel sobre sí mismo y ahora tomará también lonegativo de ese destino, de forma que la vocación de Israel pueda cumplirse. En tornoy dentro de él, todo es la presencia, la presencia del mismo Dios de Israel, ya no en lacolumna de nube y fuego, ya no en un tabernáculo del desierto o en un Templo depiedra y madera, sino en un ser humano, el Ser Humano, el portador de la Imagen, elmismo Jesús. Ahí es donde se ha revelado la gloria de Dios de manera que toda carnepueda verla en su conjunto. Una vez que se ha hecho hablar a la cena de Pascua en laforma en que se debe, estos son los temas a que te lleva.

Es Juan quien, en especial, traza el camino en que convergen todas las líneas hacia latormenta perfecta. En los evangelios ha aparecido antes, como ocurre en todas lasnarraciones, que los auténticos y autodesignados dirigentes del pueblo judío siguen unrumbo radicalmente diferente del de Jesús. Los fariseos buscan una intensificación dela ley que mantenga la esperanza de que eso acelerará la futura restauración de Israel.Los sumos sacerdotes ansían mantener intacto su propio poder, ya tan lábil, y estarpreparados para hacer lo que sea para impedir que los romanos vengan y destruyan laciudad (Jn 11,48). Esto, ciertamente, es lo que les conduce a la conclusión, que Juanirónicamente les atribuye, de que es mejor que un solo hombre muera por la nación(11,50-53). El sistema de altas presiones de las esperanzas judías es el más grande,pero no se está desplazando en la dirección que Jesús sabe que tiene que ir. Mientrastanto, sin embargo, la gran galerna del poder imperial romano está reuniendo toda sufuerza: una crisis en el Oriente Próximo es lo último que Roma quiere, y dará todos lospasos que hagan falta para aplastar todo lo que parezca un movimiento rebelde. Yluego, el ciclón: Jesús llega a Jerusalén como aquel por cuyo medio la gloria de Diosha sido y está siendo revelada.

Muchos lectores han conseguido ignorar este tema en el cuarto evangelio y

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simplemente han leído a Juan como un tratado «espiritual» o (en ese sentido)«teológico», que les anima a una espiritualidad personal y a una esperanza de unasalvación en otro mundo. Pero Juan es bien claro. Cuando el poder de Roma y latraición de los dirigentes de Israel se encuentran con el amor de Dios, el gran torbellinoresultante traerá la victoria real de Dios, la victoria del reino de Dios sobre los reinosdel mundo.

Veamos cómo construye Juan la secuencia. Algunos extranjeros vienen a ver a Jesúsdurante la preparación de la fiesta de Pascua, y en el centro de la respuesta que Jesúsles da está la notable promesa: «¡Ahora viene el juicio de este mundo! Ahora elPríncipe de este mundo será derribado. Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré atodos hacia mí» (12,31-32). De algún modo, la inminente muerte de Jesús será suvictoria, la victoria de Dios sobre «el príncipe de este mundo», que parece ser no soloel César, sino el poder que está detrás del César y que lo usa para sus oscuras ydestructoras finalidades.

Después, durante los «discursos de despedida», que son la forma en que Juan explorael sentido de la tarde final de Jesús con sus discípulos -su despliegue, pieza por pieza,de lo que significa decir que estar con Jesús es ahora ser el auténtico pueblo delTemplo-, encontramos el mismo tema reapareciendo una y otra vez. «Ya no hablarémuchas cosas con vosotros -dice Jesús-, porque llega el Príncipe de este mundo. En míno tiene ningún poder, pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro segúnlo que el Padre me ha ordenado» (14,30-31). Esto es verdaderamente misterioso, perosu fuerza es decir que el inminente conflicto de Jesús con el César y con los poderesque están detrás del César no tendrá lugar porque el César lo haya querido, sino porquelo ha querido el Padre. Lo que Jesús quiere hacer ahora es un acto de obediencia yamor. El «mundo» le ha odiado y odiará también a sus seguidores (15,18-16,4). Perocuando venga el «Abogado», el espíritu de la verdad, convencerá al mundo en loreferente al pecado, a la justicia y al juicio. El «príncipe de este mundo» ha de serjuzgado, convencido y condenado (16,11).

Estos avances nos permiten entender la explicación de Juan, el más completo de todosnuestros relatos, de lo que se está jugando cuando Jesús comparece ante el gobernadorromano. La escena de Jn 18-19 tiene los distintivos del tipo de interrogatorio quepodríamos esperar en un tribunal provincial romano, y es esta confrontación la quesubyace en el centro del significado tanto político como teológico del reino de Dios.Jesús ha anunciado el reino de Dios y también lo ha encarnado en lo que ha estadohaciendo. Pero es un tipo de reino diferente de todo lo que Pilato ha oído o imaginado:un reino sin violencia (18,36), un reino no de este mundo, sino -y de forma muyacusada- mediante la obra de Jesús, para este mundo. (La rutinaria mala comprensióndel reino como «de fuera de este mundo» se ha originado por la traducción «mi reinono es de este mundo»; pero eso no es ciertamente lo que Juan quiere decir, y tampoco

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es lo que quiso decir Jesús.) Los dirigentes judíos tienen una pequeña parte; todavíaestamos en la perfecta tormenta de tres frentes y aquí es donde alcanza su puntoculminante. Pero la confrontación principal es entre Jesús, representante del reino deDios, y Pilato, representante de los reinos del mundo. Los dirigentes judíos endefinitiva ahondan en la forma de proceder romana y la radicalizan: «No tenemos otrorey que el César» (19,15). Pero Jesús dice a Pilato, que está al borde de suescepticismo imperial, que ha venido a dar testimonio de la verdad.

Jesús, pues, es ejecutado como «rey de los judíos». Los cuatro evangelios recogen esafrase escrita y clavada sobre su cabeza en la cruz. Igual que los criminales confesos enla moderna Gran Bretaña solían llevar un cartel indicando a los espectadores sucrimen, así los romanos colocaban una indicación sobre la cruz como advertencia paraotros. Los evangelistas, naturalmente, consideran el cartel sobre la cabeza de Jesúscomo profundamente irónico, cargado con un significado que el gobernador romano ysus soldados ignoran, lo mismo que Juan considera la afirmación de Caifás sobre lamuerte de Jesús por el pueblo (11,50). Las palabras de Jesús apuntan, pese a suintención cínica, hacia la realidad: el «rey de los judíos» ha de llevar a cabo suvocación, escriturísticamente fundamentada, dando su vida por su pueblo y por elmundo, expresando y dando cuerpo al amor salvador, sanador, soberano del Dios deIsrael, creador del mundo. Los líderes judíos decían que debía morir «porque se hahecho a sí mismo el Hijo de Dios» (19,7), como en Marcos y en otras partes los queestán al pie de la cruz se burlan de Jesús y lo desafían a que baje de la cruz si es el Hijode Dios. Pero los lectores de Juan y de Marcos saben para entonces que es por ser elHijo de Dios por lo que Jesús ha de ir a la cruz, debe quedarse allí y debe beber el cálizhasta las heces. Y ha de hacerlo así no para alejar al pueblo de este mundo parallevarlo a un lejano cielo, sino para que el reino de Dios pueda establecerse en la tierracomo en el cielo.

Por eso, en el relato de Juan, las últimas palabras consignadas de Jesús son «todo estáhecho» (19,30), o sea, «todo está cumplido» o «todo está completo». El eco es delGénesis, cuando, al final del sexto día, Dios completó toda la creación que habíahecho. El asunto no era rescatar al pueblo de la creación, sino rescatar a la mismacreación. Con la muerte de Jesús, esa obra está completa. Ahora, y solo ahora, y solode esta manera, puede advenir la nueva creación.

¿Cómo podemos interpretar, entonces, la muerte de Jesús? ¿Qué modelos, quémetáforas, qué construcciones podemos encontrar para hacerla justicia? Naturalmentees fácil quitarle importancia, tratarla como un ejemplo más de un hombre buenoaplastado por «el sistema», otro ardiente revolucionario que da su vida por la causa.Naturalmente, en un sentido todo eso es verdad, pero, si queremos comprender laintención del propio Jesús, está lejos de ser toda la verdad.

Igualmente también es fácil disminuir teológicamente la muerte de Jesús. Se puede

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llevar a cabo situándola únicamente dentro de un marco que habla de Jesús comoejemplo supremo de amor, aunque, sin un marco ulterior, sería notablemente difícildecir por qué su muerte sería un acto de amor. O también puede llevarse a cabohaciendo de Jesús el modelo representativo que pasa por la muerte hacia la nueva vida,y con ello nos permite hacer el mismo viaje «en él» y «por él». O también puedehacerse patentemente imaginando una directa transacción en la cual Dios, que queríacastigar a la gente, se contentaba con castigar en su lugar al inocente Jesús.Efectivamente, esto siempre deja sin responder la cuestión de cómo tal castigo podríaser justo, y mucho más, amoroso.

Cada uno de estos modelos, sin embargo, tiene su aquel. Primero, como he dicho másarriba, indudablemente hay un sentido existencial en el que la muerte de Jesús esejemplar. En cada etapa de la narración vemos puesto en práctica en detalles humanospequeños pero vitales ese sentido de curación y perdón, ese sentido de fuerte amor quepasa al rescate y la restauración, y que observamos en detalles anteriores de la vidapública de Jesús. Con otras palabras, no ha cesado de ser el mismo Jesús y traer elreino; al contrario, lo que hace en la cruz es la culminación y la explicaciónretrospectiva de toda su obra anterior.

Igualmente, en segundo lugar, hay ciertamente un sentido en el cual Jesús estaba«representando» a su pueblo y, por medio de él, al mundo entero. Vivía en un mundode comprensión en el cual tenía sentido ver al Mesías representar a Israel, y a Israelcomo representante del resto de la humanidad. Pero, por importante que sea ese tema,no solo en los evangelios, sino en Pablo y en otras partes, difícilmente aporta todo elpeso que se requiere.

Y en tercer término hay un fuerte sentido en el que la muerte de Jesús es penal. Jesúshabía anunciado el inminente juicio de Dios sobre su pueblo rebelde, un juicio queconsistiría en la devastación a manos de Roma. Va por delante de su puebloprecisamente para tomar sobre sí mismo este juicio literal, física e históricamente. «Nosolo como verdad teológica, sino como hecho histórico, es el que llevó los pecados demuchos». Esto es penal y sustitutorio, pero es mucho más grande y menos susceptiblede objeciones que algunas otras expresiones de esa teología. Una vez que se junta conel modelo previo (Jesús como Mesías que representa a Israel y, por tanto, al mundo) sequita el aguijón a la principal objeción que se ha propuesto contra él.

Pero cuanto más leo, estudio y oro la historia de Jesús, más me convenzo de que todasestas construcciones hay que ponerlas en otra más amplia, la más grande, en la que losevangelios insisten, y que me parece que está en línea exactamente con las finalidadesy motivaciones del mismo Jesús. De algún modo, la muerte de Jesús fue vista por elpropio Jesús, y luego por los que contaron y escribieron esa historia, como el medioúltimo por el que se establecía el reino de Dios. La crucifixión fue la impresionanterespuesta a la plegaria de que el reino de Dios viniera a la tierra como en el cielo. Fue

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el último acontecimiento del Éxodo mediante el cual el tirano fue derrotado, el pueblode Dios liberado, recibió una nueva vocación y la presencia de Dios se estableció en sumedio de una forma totalmente nueva, de la cual el Templo solo era un avance. Esta esla razón por la que, en el evangelio de Juan, la «gloria de Dios» -con todos los ecos dela anticipada vuelta de Yahvé- se revelaba en Jesús y por medio de él a lo largo de suvida pública, en los «signos» que realizaba, pero entera y finalmente cuando es«alzado» en la cruz.

¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo la horrible, fea y brutal ejecución de un joven profetapuede ser el medio para establecer el reino de Dios? ¿Qué significa, como hemoshecho a lo largo de este libro, que el meollo de la historia es que Dios está actualmenteal mando, si el medio por el que eso se realiza es la muerte del que ha hecho quesuceda?

Naturalmente hay mucho que podría decirse sobre este tema. Pero, intentandosimplificarlo y mantenerlo sencillo, pienso que al menos podemos y debemos decir losiguiente: en la propia comprensión por parte de Jesús de la batalla que estabalibrando, Roma no era el enemigo real. Roma ofrecía la gran galerna y lasdistorsionadas ambiciones de Israel el sistema de altas presiones, pero el enemigo realal que el poder y el amor de Dios había de enfrentarse era el poder de la anticreación,el poder de la muerte y la destrucción, la fuerza de la acusación, el Acusador quepresenta una acusación contra toda la raza humana y el mundo, que están corrompidosy son decadentes, al que todos los seres humanos han contribuido por su propiaidolatría y pecado. Lo terrible es que la acusación es verdadera. Realmente, todos losseres humanos han adorado lo que no es divino y no han reflejado la imagen de Diosen el mundo. Ellos y la creación, por tanto, están sujetos a la corrupción y a la muerte.En este nivel, el Acusador tiene absolutamente la razón.

Pero el Acusador se equivoca al imaginar que es la última palabra del Creador. Lo quevemos a lo largo de toda la vida pública de Jesús es que él mismo es acusado, acusadode blasfemo por una policía del pensamiento autodesignada, acusado de estar fuera desí por su propia familia, y hasta acusado por sus seguidores de llevar su vocación enuna dirección errónea. Todos los hilos del mal a lo largo de la historia humana, a lolargo de la antigua historia bíblica, se unen cuando los evangelios cuentan la historiade Jesús, desde los demonios aullándole en la sinagoga, pasando por la burlonaincomprensión de los que ostentan el poder, hasta la fragilidad y estupidez de suspropios amigos y seguidores. Finalmente, por supuesto -y este es el punto en la historiasobre el que los evangelistas llaman nuestra atención-, es acusado ante los principalessacerdotes y el sanedrín, y al final por el mismo sumo sacerdote. Es acusado deconspirar contra el Templo; es acusado de prohibir dar el tributo al César (unaacusación corriente para los revolucionarios); es acusado de pretender ser rey de losjudíos, un líder rebelde; es acusado de blasfemia, de pretender ser Hijo de Dios.

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Acusaciones que se acumulan desde todas partes cuando las autoridades acusan a Jesúsante Pilato y al final Pilato hace lo que las acusaciones han estado pidiendo a lo largode todos los evangelios y lo crucifica. Con otras palabras, Jesús ha asumido lasacusaciones sobresalientes contra el mundo y la entera raza humana y las ha cargadosobre sí. Este es el meollo de la historia a la manera en que los evangelistas la cuentan.

Albert Schweitzer, uno de los mayores seres humanos del siglo XX, sugería que Jesúshabía considerado su propio papel en la larga historia bíblica de lo que Schweitzerllamaba «los ayes mesiánicos». Muchos profetas y escritores judíos posterioreshablaban de los sufrimientos que vendrían sobre el pueblo de Dios, ola tras ola desufrimiento, alcanzando su culmen en el tiempo del Mesías, un clímax de horror ydesesperación en el cual el mal ejercería todo su poder, solo para que su derrotapreparara el camino para la redención que Dios tenía en mente. Jesús, en la visión deSchweitzer, asumió esta idea y creyó que su vocación era ir hasta el momento en queeste gran «ay», este gran «tiempo de prueba», rompería con toda su fuerza. Por eso lesdijo a sus discípulos que orasen para que resistiesen en el tiempo de la prueba. Él teníaque entrar en este tiempo, pero ellos no. Hay señales, especialmente en el huerto deGetsemaní, de que Jesús realmente estaba pensando de ese modo. Schweitzer usabaentonces la imagen de la gran rueda de la historia. Jesús había esperado que comenzaraa volverse en la dirección, y, cuando no lo hizo, se arrojó bajo ella; pero en realidadcomenzó a moverse en la dirección contraria.

Una imagen violenta para una realidad violenta. He empleado en este libro la imagende la tormenta perfecta en parte como un modo de recoger el punto de vista deSchweitzer y desarrollarlo ulteriormente. Pero aun esa, como todas las analogías,inevitablemente se queda corta. Lo que podemos necesitar además es imaginar algunasfuerzas en diferentes planos. Además de la galerna de Roma, del sistema de altaspresiones de las distorsionadas ambiciones de Israel y del ciclón de los recurrentespropósitos de Dios, quizá necesitemos un torbellino de arriba abajo, un remolinogigante que amenace con absorber hacia las oscuras profundidades a todos los quenavegan cerca de él. Incluso se pueden unir los temas y sugerir que la galerna y elsistema de altas presiones están empujados por las mismas fuerzas que estánremoviendo las aguas oscuras: Roma y el rebelde Israel son los involuntariosinstrumentos del Satán, el Acusador, la gran fuerza de la anticreación.

Y se podría sugerir que Jesús, precisamente porque creía en su vida pública que «eltiempo se había cumplido», creía también que todos esos poderes del mal se unían parauna última batalla, para un último intento de frustrar los buenos propósitos del Dioscreador, de arrojar el cosmos y a la raza humana a las profundidades inferiores. Laúnica manera, creía él, por la que podría detenerse y derrotarse el gran poder de laanticreación sería que él, Jesús, ungido con el Espíritu de Dios, luchase la auténticabatalla contra el auténtico enemigo, asumir todo el poder del mal y la acusación sobre

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sí mismo, dejar que ejerciera sobre él todo su poder más negativo, de manera que así seagotara y se consumiera toda su fuerza. Él sería el David para este último Goliat, conla diferencia de que, puesto que la violencia y la muerte eran el último enemigo, eseDavid ganaría la batalla perdiendo su vida, con los cuatro clavos de la crucifixión y lalanza clavada en su costado en lugar de las cinco piedras que David tomó para suhonda. La propia mente, corazón y cuerpo de Jesús serían el campo de batalla en el quese ganaría la victoria final, como si fuera el Templo en el que la poderosa y amantepresencia del Dios de Israel que volvía había puesto su morada.

La clave de todo esto, como los primeros escritores cristianos vieron claramente, es lacreencia de que, como Mesías de Israel, Jesús realmente representó a su pueblo. Lavida de la nación está ligada al rey. Y, una vez más, como David luchando contraGoliat, uno está en lugar de muchos, de forma que su victoria se convierte en la deellos. El representante es así el único sustituto adecuado (pese a generaciones deteólogos oponiendo estas dos categorías una contra otra). Y el asunto, entonces, es queIsrael es el representante del mundo; Dios llamó a la familia de Abrahán en primerlugar para ser el pueblo por cuyo medio sería bendecido el mundo y sería finalmenteliberado de la antigua maldición. Si se salta la etapa intermedia, la etapa de Israel,como tantos teólogos cristianos han hecho, olvidando el vital papel de losdescendientes de Abrahán en el entero plan salvífico, habrá que forzar las categoríaspara que Jesús tenga algún otro sentido. Hasta se podría intentar que su divinidadllevara a cabo este punto, aunque eso no es lo que dice el Nuevo Testamento. Lo quetenemos, más bien, es la extraordinaria historia del Mesías de Israel atrayendo sobre síla flecha más aguda del Acusador y muriendo bajo su fuerza, despojando al Acusadorde cualquier poder real ulterior.

Debemos subrayar, al final de esta reflexión sobre la muerte de Jesús, que eltestimonio más antiguo es que se trata de un acto, en primer lugar, de amor. «Me amó -escribía Pablo a los veinte años del acontecimiento- y se entregó por mí» (Gál 2,20).«Nadie tiene un amor más grande -dice Jesús mismo en Jn 15,13- que el que da la vidapor sus amigos». Tomemos la efusión de cuidados y preocupación por los enfermos,débiles, vulnerables y pecadores que fue característica de la vida pública de Jesús.Júntese todo en un solo haz. Luego recuérdese que ese haz era lo que parecía cuando elDios vivo comenzó a reinar en la tierra como en el cielo y comenzó a hacer retrocederla enfermiza marea del dominio del pecado y de la muerte. Recuérdese también unavez más que el anuncio solo tenía sentido si iba a ser consolidado por la victoria final,por el final establecimiento de la presencia y dominio de Dios. Como ocurrió con elcorto dominio de Simón la Estrella, la corta vida pública de Jesús, su comienzo delreino de Dios, tenía que completarse con la última batalla y la reconstrucción deTemplo. Así la compasión que desbordaba en todas direcciones durante la primeraparte de la obra de Jesús era la misma compasión con la que fue a su muerte. Habiendoamado a los suyos que estaban en el mundo, escribió Juan, los amó hasta el final.

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Hasta el fondo.

Estoy absolutamente seguro de que hay mucho, mucho más que se podría y quizádebería decir sobre el significado de la muerte de Jesús. No bastaría todo el mundo.Pero también estoy igualmente seguro de que no se debería decir mucho menos de lodicho. Si la fe cristiana es verdadera, si, en otras palabras, Jesús de Nazaret resucitó deentre los muertos tres días después para poner en marcha la nueva creación de Dios y,por su Espíritu, volver a dar energía a sus seguidores para ser sus agentes activos ...entonces el momento de la muerte de Jesús es, como Jerusalén en los antiguos mapas,el punto central del mundo. Y, aun cuando la fe cristiana no fuera verdadera, tendríatodavía que decir que la muerte de este hombre, poseído por una vocación como esta,en la que se acumulan mil años de historia y esperanza en un solo gran acto de amorcompasivo y generoso, fue uno de los más nobles, si no el más noble, de toda lahistoria. Aun la muerte de Sócrates, por poderosa que fuese como testimonio de lascreencias que había mantenido en su carrera pública, no puede comparase con ella.Pero, evidentemente, como ahora voy a sugerir, la muerte de Jesús recibe realmente suentero significado y su puesto totalmente central en la historia del mundo por lo quesucedió a continuación.

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14BAJO UNA NUEVA DIRECCIÓN.

PASCUA Y MÁS ALLÁSi digo que habría que escribir todo un libro sobre el tema de este capítulo, hay quepermitir que autores y lectores esbocen una irónica sonrisa. Ya he publicado muchosobre la Pascua y su significado, y en gran parte de este capítulo simplemente resumirélo que he expuesto largamente allí.[9] Pero, para la finalidad de este libro, tenemos queseguir una línea en especial. En su formulación más simple, el significado de Pascua ylo que siguió inmediatamente a continuación era el sentido que emergió de losacontecimientos sobre este Jesús, el Jesús que hemos estudiado hasta aquí. Ladiferencia entre este Jesús y los diversos «Jesuses» de la imaginación popular -dentro yfuera de la Iglesia- irá apareciendo conforme avancemos.

Un mundo nuevo

Cuando Jesús resucitó de entre los muertos en la mañana de Pascua, resucitó comocomienzo del mundo nuevo que el Dios de Israel siempre había pretendido hacer. Estaes la cosa primera, y quizá la más importante, que hay que saber sobre el significadode Pascua.

Evidentemente he dicho «cuando» y no «si». He explicado con detalle en otro lugarque la única explicación posible de la aparición del cristianismo y de su configuraciónes que Jesús de Nazaret, después de tres días de estar completamente muerto (losejecutores romanos eran ejecutores profesionales y no dejaban a los posibles rebeldesescaparse de sus garras) fue encontrado por sus seguidores perfecta y corporalmentevivo otra vez. Su tumba estaba vacía; si no lo hubiera estado, sus seguidores hubierancreído que estaban viendo algún tipo de aparición. Tales cosas eran bien conocidas enel mundo antiguo, como de hecho lo son hoy en día. Del mismo modo ellos vieron,tocaron y compartieron alimento con Jesús como una presencia real y corporal. Si nohubiera sido así, habrían concluido que una tumba vacía significaba que habían robadola tumba. Estas cosas eran mejor conocidas en el mundo antiguo que actualmente. Lacombinación de tumba vacía y apariciones definidas y sólidas es, con mucho, la mejorexplicación de todo lo que sucedió a continuación.

«¿Sólidas?», oigo preguntar a alguien. ¿No contaban historias sobre este Jesúsresucitado pasando a través de puertas cerradas, no siempre siendo reconocidodirectamente y hasta desvaneciéndose en el aire sutil? Sí, lo hicieron, y tenemos quetomar en serio también esas narraciones. No corresponden a lo que los judíos del siglo1, la mayoría de los cuales creían en una posible resurrección, hubieran pensado queera «la resurrección». (En cuanto a otras cuestiones, ellos nunca imaginaron que la«resurrección» ocurriera a una persona en medio del tiempo; creían que sucedería a

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todos al final del tiempo.) Las narraciones de Pascua son muy extrañas, pero no sonproyecciones de lo que la gente «siempre esperaba que sucedería». En efecto, lashistorias no encajan en ninguna de nuestras categorías ordinarias. Tendemos a dividirlas cosas en objetos sólidos, físicos por un lado, y objetos vaporosos, sin consistencia oapariencia, por el otro, tal como nosotros imaginamos a los fantasmas. Pero lashistorias de Jesús resucitado tienen unas características plenamente diferentes. Parecenversar sobre una persona que está lo mismo en casa «en la tierra» que «en el cielo». Yesto es exactamente lo que son.

Recordemos -antes de que todo se complique demasiado que, en el pensamientobíblico, «cielo» no está muy lejos de «tierra». En la Biblia, «cielo» y «tierra» sesolapan y se entrelazan; y los antiguos judíos creían que esto ocurría sobre todo en elTemplo. Recordemos también que «cielo» y «tierra» no son como aceite y agua, queno se mezclan y que se separan. La mayoría de las personas en el mundo occidentalactual imaginan que «cielo», por definición, no puede contener lo que nosotrosimaginamos como un cuerpo físico sólido. Eso es porque de corazón somos platónicos,que suponen que si hay un «cielo» debe ser no físico, fuera del alcance del espacio,tiempo y materia. Pero, ¿y si Platón está equivocado?

Con otras palabras, supongamos que las antiguas Escrituras israelitas tenían razón yque cielo y tierra fueran, después de todo, mitades gemelas de la realidad creada porDios destinadas a unirse. Supongamos que lo que las ha mantenido separadas todo estetiempo es que las criaturas humanas puestas al cargo de la parte «terrena» de estacreación se han rebelado y que su rebelión ha generado suficiente presión para que la«tierra» se declare, por así decir, independiente y con el deseo de gobernarse a símisma. Y supongamos que este autogobierno se ha hecho muy poderoso, manteniendolas dos esferas separadas y tiranizando de hecho la «tierra» con el arma ordinaria deltirano, es decir, la misma muerte.

Supongamos luego que el Dios creador ha venido finalmente en persona a romper elarma del tirano y a inaugurar el mundo nuevo en el cual al final se va a cumplir elpropósito original de la creación. Parece que esto es lo que creían los primeroscristianos que sucedía cuando encontraban a Jesús de nuevo vivo y que parecía estarigualmente en casa tanto en el «cielo», donde no podían verle, como en la «tierra»,donde sí podían. Piénsese en lo que decíamos más arriba sobre espacio, tiempo ymateria. Aquello de lo que somos testigos en las narraciones de la resurrección -locual, evidentemente, es totalmente distinto de otras historias anteriores o posteriores, yque por ende invita al escepticismo con que han tropezado tanto en el mundo antiguocomo en el moderno- es el nacimiento de la nueva creación. El poder que ha tiranizadola antigua creación ha sido roto, derrotado, derrocado. El reino de Dios se ha puesto enmarcha ahora, y puesto en marcha en poder y gloria en la tierra como en el cielo.

Esto es lo que Jesús decía que sucedería durante la vida de sus oyentes. Un nuevo

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poder se desencadena en el mundo, el poder de volver a rehacer lo que estaba roto, decurar lo enfermo, de restaurar lo perdido. El reino que Jesús había inaugurado de formaextraña, misteriosa y parcial durante su vida pública por medio de sus curaciones,celebraciones y enseñanzas estaba siendo desvelado ahora en una dimensióntotalmente nueva. Si pensamos sobre Jesús durante su vida de la forma que lo hemoshecho a lo largo del libro y preguntamos luego sobre el significado de Pascua, larespuesta es obvia. Es el auténtico comienzo del reino. La persona resucitada de Jesús -cuerpo, mente, corazón y alma- es el prototipo de la nueva creación. Ya lo hemosvisto como el Templo en persona, como el jubileo en persona. Ahora lo vemos como lanueva creación en persona.

Lo importante en la nueva creación es que simplemente se desborda con el poder delamor. Léanse las historias, especialmente las más largas en Lc 24 y Jn 20-21; Jesús seencuentra con sus seguidores. Están tristes, avergonzados y ansiosos. Los llama por sunombre. Les dice que no tengan miedo. Les explica lo que está pasando. Trata conellos individualmente. El encuentro con los dos discípulos en el camino de Emaús (Lc24) es una de las narraciones más potentes jamás escrita. La breve conversación entreJesús y Pedro en Jn 21 es uno de los encuentros humanos más conmovedores narradosalguna vez. Hay amor, una profunda calidez conmovedora que sale de Jesús. Pero esteamor es fuerte, poderoso, que cambia la vida y la dirige. La nueva creación hacomenzado, y su poder motivador es el amor.

Esta es la razón por la que, en el evangelio de Lucas, Jesús resucitado dice a susseguidores que vayan y anuncien al mundo que se ha abierto una nueva forma de vida,el camino del «arrepentimiento» y del «perdón» (24,47). Para nosotros, losoccidentales, eso suena un tanto triste, como si fuera un perpetuo acto de contrición,dragando nuestros «pecados» para oír que alguien nos los declara perdonados (¡hastala próxima vez!). Pero es mucho, mucho más grande que eso. La creación antigua vivepor el orgullo y la retribución: yo estoy en pie por mí mismo y, si alguien se pone enmi camino, intento superarlo. Hemos estado allí, hecho aquello y tengo las cicatricespara probarlo. Ahora, en cambio, es una forma completamente diferente de vida, unaforma de amor y reconciliación, sanación y esperanza. Es una forma que nadie haintentado antes, una forma que es impensable para la mayoría de los seres humanos yde las sociedades humanas ... bien, es la misma resurrección. Exactamente. Ese es elasunto. Bienvenidos al nuevo mundo de Jesús.

Así pues, este es el mensaje de Pascua, o al menos el comienzo de este mensaje. Laresurrección de Jesús no significa: «Bien. Ahora estamos yendo al cielo», sino la vidadel cielo ha nacido en esta tierra. No significa: «Así que hay vida después de lamuerte». La hay, desde luego, pero Pascua dice mucho, mucho más que eso. Habla deuna vida que no es ni fantasmal ni irreal, sino sólida, definida y práctica. Lasnarraciones de Pascua vienen al final de los cuatro evangelios, pero no tratan del «fin».

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Tratan del comienzo. El comienzo del nuevo mundo de Dios. El comienzo del reino.Ahora Dios está al mando, en la tierra como en el cielo. Y el «estar al mando» de Diosse centra en que el mismo Jesús es rey y Señor. El título sobre la cruz en definitiva eraverdad. La resurrección lo prueba.

Ascensión y entronización

Si la Pascua versa sobre Jesús como prototipo de la nueva creación, su ascensión versasobre su entronización como el que ahora está al mando. La Pascua nos dice que Jesúses la primera parte de la nueva creación; su ascensión nos dice que ahora la rige. Una vez más, solo se puede entender la ascensión si se quita de la mente la idea de«cielo» con la que se suele empezar y se intenta imaginar en su lugar una idea másbíblica. Para la mayoría de la gente en la actualidad, como ya hemos dicho, «cielo» esuna localización de un tipo totalmente diferente del mundo en que vivimos. Esatemporal, no físico, inmaterial (a veces se dice en este punto «espiritual», pero es unadescripción equívoca del modo en que los primitivos cristianos pensaban y hablaban.Para ellos, «espiritual» tenía que ver con la obra del Espíritu de Dios; y el Espíritu deDios operaba muy concretamente en el mundo del espacio, tiempo y materia, y nofuera de él.) Así, cuando Lucas cuenta la historia de Jesús yendo al cielo en una nubecuarenta días después de su resurrección, y cuando Pablo escribe sobre que Jesús fueexaltado a los cielos (por ejemplo Flp 2,9-11), lo único que no debemos pensar es que,después de su muerte, Jesús está «yendo al cielo» realmente, en el normal sentidomoderno de la expresión.

Hay que recordar cuatro cosas sobre la ascensión. Cada una de ellas contribuye a susignificado dentro de la historia que hemos estado contando. La primera, repetir quecielo y tierra no están separados. Se piensa que se sobreponen, se entrelazan yfinalmente se unen para siempre. Y lo esencial en la identidad de Jesús, junto con eso,es que él ha sido un Templo ambulante en figura humana; ya ha sido el lugar dondecielo y tierra se han encontrado, donde las personas sobre la tierra se han puesto encontacto con la vida y el poder del cielo. Por eso, que «Jesús vaya al cielo» no es algoreferente a que desaparezca a lo lejos. Jesús es alguien que tiene dos hogares. Lasviviendas están en casas vecinas unas a otras y hay una puerta de comunicación. Undía la separación se derribará y habrá una gloriosa mezcla de cielo y tierra.

Lo que no cuadra del todo en esta ilustración es que cielo y tierra no son la mismaclase de espacio. No están simplemente contiguos, como dos casas con puertasvecinas. El cielo empapa la tierra. Si Jesús está ahora en «el cielo», está presente encada sitio sobre la tierra. Si se hubiera quedado en la tierra, no habría estado presentesino solo en el lugar en que se hallaba. La ascensión le permite estar presente en todaspartes.

Segundo y lo más importante para todo nuestro tema: el cielo es el lugar desde donde

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se rige el mundo. Es la oficina del director general. Se puede ver esto en las dramáticasescenas del libro de Daniel, donde a este o a aquel rey pagano se le advierte acerca del«Dios del cielo». Eso no significa: «Bueno, está en el cielo, muy lejos de aquí, demodo que nosotros podemos hacer lo que queramos». Significa: «Dios está en un sitiodesde donde puede mandar, y es mejor estar atentos». Así es como, en la historia deJesús, la larga narración que se remonta hacia atrás hasta su bautismo (y,especialmente en Lucas, hasta su nacimiento) llega a su culmen. Jesús nació para serrey del mundo, el rey que eclipsaría al mismo César. Fue bautizado como Mesías deIsrael, que en el Sal 2 regiría a las naciones. Y ahora es entronizado, proclamadooficialmente lo que ya era en teoría. Esto, junto con la resurrección, es parte de lo queJesús quería decir cuando decía a sus seguidores que el «Hijo del hombre vendría en sureino» y que ellos lo verían (Mt 16,28).

Esto, ciertamente, es parte de lo esencial de la descripción lucana sobre Jesús«elevado» y ocultado de la vista por una «nube» (Hch 1,9), lo cual nos lleva al tercerpunto a propósito de la ascensión. Si, como he destacado, «cielo» y «tierra» no estánlejos, sino que de hecho se encuentran y se mezclan en y por Jesús, ¿por qué estemovimiento vertical? Aquí debemos conservar una mente abierta sobre hasta quépunto Lucas pretende que esta descripción sea un relato literal de una realidad concretay hasta qué punto está pretendiendo evocar el famoso pasaje de Dn 7,13, en el cual«una figura como un hijo de hombre» viene sobre las nubes del cielo a ser presentadoy entronizado junto al que es llamado «el Anciano».

Lo que quiero decir es lo siguiente: Lucas ciertamente pretende que nosotros pensemosen Dn 7 con toda su significación política. Es el momento en que el representante deIsrael es proclamado como el verdadero gobernante del mundo, con todas las nacionespaganas en conflicto sometidas a él. Hasta qué punto Lucas también pretende quenosotros pensemos en un acontecimiento físico real es difícil de decir. No hayproblema, en cuanto yo puedo ver, sobre que sea un acontecimiento físico; comoalgunos han sugerido, quizá un movimiento ascensional sea la mejor manera de indicaruna partida de una esfera para llegar a otra. Pero ni los antiguos judíos ni los cristianosprimitivos creían que «el cielo» era una localización dentro de nuestro continuo actualde espacio y materia, una localización situada a alguna distancia de nuestro mundo yque se podía alcanzar con una forma primitiva de viaje espacial. Después de todo,estamos, en este punto, en el límite de la cosmovisión, del lenguaje y de todopensamiento humano. No deberíamos esperar ser capaces de formular una historiacomo esta en fáciles categorías contemporáneas. Mejor es aferrarse, en este tercerpunto de la ascensión, al cumplimiento de Dn 7. Es la gran inversión, el momento enque Dios da la bienvenida a quien ha sufrido como representante de Israel a manos delos monstruos y ahora va a ejercer el juicio sobre ellos.

Esto nos lleva al cuarto y último punto sobre la ascensión. Cualquiera que lea el relato

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de Lucas al comienzo de Hechos y esté familiarizado con el mundo del primitivoImperio romano se dará cuenta de lo que ocurre. Después de la muerte de Julio César,la gente juraba que habían visto a su alma subiendo al cielo. Augusto, el hijo adoptivode César, declaraba rápidamente que Julio era dios, lo cual significaba que él, Augusto,era «hijo de dios». Esto suponía, por decirlo suavemente, una considerable ventajapolítica. Cuando el mismo Augusto murió, se repitió el proceso, como con muchos(aunque no todos) de sus sucesores.

La narración de Lucas no es una copia exacta de esta tradición. Después de todo,Lucas, como todos los cristianos primitivos, es monoteísta. No tiene sentido quesuponga que está describiendo la añadidura de otro dios a la colección de estos que yaestán «en el cielo». Y Jesús mismo es «Hijo de Dios» en un sentido que necesitó variasgeneraciones de pensadores orantes para comprenderlo por completo. Sin embargo, elparalelo es suficientemente cercano para lograr que cualquier lector del mundo romanocayera en la cuenta de lo que ocurría. Jesús está eclipsando a César por completo. Dehecho, si pensamos en el relato como la introducción del libro de Hechos, captamos elpunto central, porque el final de ese libro trata de Pablo en Roma, bajo la mirada delCésar, anunciando a Dios como rey y a Jesús como Señor «con toda valentía y sinestorbo alguno». El libro entero es la historia de cómo Jesús, ejerciendo comoejecutivo principal de la tierra y del cielo, envía a sus seguidores y embajadores parahacer de su reino una realidad que culmina con la extraña paradoja de Pablo encadenas anunciando que el mundo romano tiene un nuevo emperador. Es, ciertamente,esta paradoja la que da el tono a toda la obra de un reino en el tiempo presente, comovamos a ver a continuación.

Pero ni siquiera la ascensión es el último momento de la historia. Algo más rarotodavía va a suceder en el futuro. El Jesús de «ayer» va a ser el Jesús del «mañana». Lahistoria está incompleta sin esta escena final.

La vuelta de Jesús

«Mira por la ventana», dicen los escépticos. «Si crees que Jesús ya ha sido proclamadorey del mundo, ¿por qué el mundo es todavía tal desastre?», Buena pregunta. Pero dehecho la historia hasta aquí -hasta la historia de la misma ascensión- no está pensadapara tener la pretensión a la cual la objeción anterior plantea un problema definitivo.Aun la historia de la resurrección de Jesús y su ascenso al «cielo» son solo el comienzode algo nuevo, algo que se completará algún día, pero nada que los primeros cristianossupusieran que ya se había realizado por completo.

Después de todo, los primeros cristianos eran una pequeña minoría que presentaban suosada y aparentemente loca pretensión sobre Jesús desde una posición de grandebilidad y vulnerabilidad. Eran vistos, con alguna justificación, como una amenaza alorden establecido, y por tanto atraían críticas, amenazas, castigos y hasta la muerte.

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Pero su amenaza al mundo actual no era de tipo normal. No eran revolucionarioscorrientes, listos para alzarse en armas y derrocar un régimen existente y establecer elsuyo en su lugar. Celebrar a Jesús como el verdadero rey del mundo -como vemos ennuestros documentos más antiguos, las cartas de Pablo- era ciertamente una forma deplantear un desafío al César y a todos los demás «señores» terrenos. Pero era undesafío de un tipo diferente. No solo era el anuncio de Jesús como el verdadero rey,aunque todavía un «rey esperado», sino su anuncio como el tipo verdadero de rey.Dirigiéndose a la ambiciosa pareja formada por Santiago y Juan, Jesús lo formulaba deeste modo: «Los señores paganos ... dominan a sus súbditos ... Pero no sea así entrevosotros» (Mt 20,25-26). Y como dijo a Pilato, los reinos característicos de «estemundo» se imponen por la violencia, pero su tipo de reino no procede de ese modo (Jn18,36). Todos nosotros conocemos la ironía de los imperios, que ofrecen paz,prosperidad, libertad y justicia ... y matan a miles de personas para conseguirlo. Elreino de Jesús no es así. Con él la ironía funciona al contrario. La muerte de Jesús y elsufrimiento de sus seguidores son el medio por el cual su paz, libertad y justicia llega anacer sobre la tierra como en el cielo. El reino de Jesús ha de venir entonces por los medios que correspondan al mensaje. Notiene sentido anunciar amor y paz si se hace una fiera y violenta guerra paraconseguirlo. Tal es, como veremos, el santo y seña para el «trozo» actual de la historiade Jesús. Pero, ¿qué ocurre con el trozo de «mañana» o el de «siempre»? ¿Cuál es elfuturo final?

Los primeros seguidores de Jesús eran inequívocos: Jesús volverá. Vendrá otra vez.Reaparecerá en poder y gloria, triunfante sobre todas las fuerzas de la muerte, ladecadencia y la destrucción, incluidas las estructuras que han usado esas horriblesfuerzas para esclavizar y devastar las vidas humanas. La actual etapa de la historia noes el final. Los expertos debaten sobre el origen de la frase: «No se ha acabado hastaque la señora gorda canta» (la mejor posibilidad es que se trata de una metáfora de laópera, aunque se aplica al deporte y hasta a los oficios de Iglesia[10]). Pero en la historiacristiana no se ha acabado hasta que el Maestro vuelva.

Como con la ascensión, hay varias cosas que tenemos que decir sobre estaextraordinaria pretensión. (A estas alturas deberíamos habernos acostumbrado apretensiones extraordinarias, no porque estemos tratando de fantasías o deespeculación «sobrenatural», sino porque Jesús mismo abre la ventana a un mundoque, aunque real y sólido, es muy diferente del mundo tal como la mayoría de la gentelo ve.) Y lo primero es: no se crea todo lo que se lee sobre el «Arrebato».

De hecho, no crea la mayor parte de lo que lea sobre el Arrebato. A muchos cristianos,especialmente en Norteamérica, les han enseñado durante el último siglo y medio que,cuando Jesús vuelva, bajará del «cielo» y que sus fieles (es decir, los cristianos)volarán hacia el cielo y serán arrebatados para siempre. Libros, películas, un millón de

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emisiones de radio y televisión y decenas de millones de sermones han incrustado esavisión en la imaginación popular. Ciertamente, para alguna gente hoy en día elArrebato es, más o menos, el centro de su fe.

Pero es una total equivocación. Está fundado en una lectura falsa de lo que Pablo dicesobre la vuelta de Jesús en 1 Tes 4,14- 17, solo cuatro versículos, con la idea de un«arrebato» en solo uno de ellos como base de una teoría completa de todo.

Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma maneraDios llevará consigo a quienes murieron en Jesús.

Os decimos esto como palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos,los que quedemos hasta la Venida del Señor, no nos adelantaremos a losque murieron. El mismo Señor bajará del cielo con clamor, en voz dearcángel y trompeta de Dios, y los que murieron en Cristo resucitaránen primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos,seremos arrebatados en nubes junto con ellos, al encuentro del Señor enlos aires. Y así estaremos siempre con el Señor.

Lo que Pablo hace, no por primera vez, es mezclar metáforas. La base de todo seofrece aquí como consuelo y esperanza para los que se afligen, y es que el Señor«bajará del cielo». Pablo describe esto en un lenguaje que recordaría a sus oyentes dementalidad bíblica la escena en que Moisés baja de la montaña. Tal es el significado dela voz del arcángel y de la trompeta. Pero entonces el pueblo de Dios será exaltadocomo «uno a la manera de un hijo de hombre» en Dn 7,13, de forma que, después desu propio sufrimiento y muerte, estarán con su Señor para siempre. Y el resultado esque Jesús tendrá su «aparición real» como el César al volver a Roma después de visitarlas colonias. Sus alegres y leales ciudadanos «saldrán a su encuentro» no para estarcon él en el campo, lejos de la ciudad, sino para escoltarle en triunfo y esplendor devuelta a su capital.

Naturalmente, estas metáforas, cuando se apuran, no todas encajan entre sí. No sepuede dibujar la escena de un solo trazo. Pensemos en el libro del Apocalipsis, dondeen 5,6 vemos que el león también es un cordero «estando allí en pie como si hubierasido degollado» (los corderos degollados normalmente no están de pie), con sietecuernos (a duras penas podemos imaginar esto) y siete ojos (esto es un poco másdifícil). El asunto es que no se pretende que se tome literalmente este lenguaje. Es unamezcla de código, metáfora y viñeta política.

Pero el hecho de que este cuadro en particular sea una rica mezcla de tales estilos nosignifica que no vaya a pasar nada. Algunos piensan que, una vez que se dice que algoes «metafórico», se quiere decir que «todo está en la cabeza», sin ningún sucesocorrespondiente en el mundo real. Por el contrario, Pablo está dando a sus lectores unpar de lentes para mirar a través de ellos, pero el suceso al que mirar es concreto, claro

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y vital. Si se pierde de vista esto, se pierde todo. Sin la «segunda venida» vista en lostérminos bíblicos adecuados, seguir a Jesús se reduce a una «manera de ser religioso»,una espiritualidad privada con una vaga esperanza espiritual, pero sin ningunaperspectiva en absoluto de un mundo radicalmente transformado por Jesús como suauténtico Señor. Desde luego, algunos se contentan con hacer esa reducción,convirtiendo la fe cristiana en una «espiritualidad» que podría ser de cierta ayuda, perosin ningún pensamiento de la antigua visión de los Salmos e Isaías sobre todo elmundo sanado, juzgado, enderezado, transformado bajo el dominio soberano delMesías de Israel. Esto encaja muy bien dentro de la reacción posmoderna contra unantiguo y arrogante «triunfalismo» cristiano, pero es mucho menos judío y muchomenos cristiano, y tiene poco que ver con el verdadero Jesús.

Creer en la misma segunda venida es cualquier cosa menos arrogante. Lo importantees insistir no solo en contra del amplio mundo pagano, sino en contra del mismoautoengaño o pretensión dentro de la Iglesia en que Jesús sigue siendo soberano yvolverá para enderezarlo todo. Este enderezamiento (la palabra bíblica para ello es«justicia») es el tipo de acontecimiento reconfortante que todo el mundo, en su mejormomento y otras muchas veces también, anhela muy profundamente. En el mundo,toda clase de cosas están desarregladas, a gran y pequeña escala; y Dios, el creador, lasarreglará. Todo tipo de cosas están mal en nosotros, los seguidores de Jesús; cuandovenga Jesús, también las arreglará. Esto puede no resultar cómodo, pero es lo quenecesitamos. Creer que lo hará es parte de la humildad cristiana. Esperarlo es parte dela paciencia cristiana:

Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotrosapareceréis gloriosos con él (Col 3,4).

Amados, nosotros somos hijos de Dios. Y todavía no se ha manifestado loque vamos a ser. Sabemos que, cuando se revele, seremos como él, porque leveremos como él es (1 Jn 3,29).

Pero, ¿cómo ocurrirá? Pensar en la segunda venida o en Jesús que «vuelve» a menudoplantea el mismo tipo de problemas que hemos visto acerca de la ascensión. La gentetodavía piensa que «el cielo» está lejos, arriba en el firmamento, y que es a dondeJesús se ha marchado; por eso imagina que la venida será un acontecimiento como lavuelta de una cápsula espacial desde su lejana órbita. No es así. El cielo es el espaciode Dios, la dimensión divina de la realidad presente; de ahí que pensar que Jesús«vuelve» es realmente, como Juan y Pablo dicen en los pasajes que acabamos de citar,pensar de él que actualmente es invisible, pero que reaparecerá algún día. No será queJesús simplemente reaparecerá dentro del mundo tal como es ahora mismo. Su vuelta -su reaparición- será el rasgo central del acontecimiento mucho mayor que losescritores del Nuevo Testamento prometen, basado en la propia resurrección de Jesús:cielo y tierra se unirán algún día y estarán presentes y serán transparentes entre sí. Para

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eso están hechos y eso es lo que Dios realizará algún día. De hecho, eso ya se harealizado en la persona de Jesús, y lo que Dios ha hecho en Jesús, uniendo cielo ytierra, con un inmenso coste y con inmensa alegría, se realizará al fin para todo elcosmos. Esto es lo que Pablo dice en el centro de sus grandes oraciones visionarias:

Su plan era recapitular todo el cosmos en Cristo, sí, todo en el cielo y en latierra en él (Ef 1,10).

Esto significa que la segunda venida adquiere todas las dimensiones presentes en lasEscrituras de Israel, las dimensiones de la entera creación cantando con delicia cuandoel Dios de Israel venga a «juzgar» al mundo (Sal 96; 98). «Juicio» en este sentido es el«juicio» que se hace cuando se escucha la causa de una pobre viuda, los acosadoresque la han estado oprimiendo son rechazados con firmeza y ella es reivindicada.«Juicio» es lo que sucede cuando alguien despojado de casa, dignidad ymantenimiento es defendido y todo es restaurado. «Juicio» es lo que sucede cuando unbosque deteriorado por la tala excesiva, por un lado, y la lluvia ácida, por otro, esrepoblado cuidadosamente, y la fuente de contaminación, identificada y detenida. Elmundo está destruido y el «juicio» de Dios llevará a cabo un gran acto de nuevacreación por medio del que será restaurado conforme a lo que Dios siempre quiso quefuera.

Hablar de la segunda venida, por tanto, es hablar de todo el nuevo mundo de Dios, elnuevo mundo del que se habla en Ap 21-22 o Rom 8, y de Jesús en su centro,ejerciendo el justo, sabio y sanador gobierno de Dios. Jesús es el ser verdaderamentehumano que al final asumirá el papel propiamente humano (como en Génesis) dereflejar la sabia y fructífera imagen del Creador en toda la creación. Esto es lo quesignificará su «venida» y su «juicio». Dios hará al final para todo el cosmos lo quehizo para Jesús en Pascua. Recordemos que Jesús resucitado es el prototipo de lanueva creación. Dios lo hará todo por medio de Jesús mismo. Recordemos que el Jesúsascendido es el que rige dentro de la nueva creación cuando estalle la antigua. Y Dioslo hará mediante la presencia de Jesús resucitado y ascendido cuando venga a sanar,salvar y también a juzgar.

Por eso no es arrogante creer en la segunda venida. Evidentemente hay formasarrogantes de pensar y de hablar sobre ella, como por ejemplo si, al hablar de la vueltade Jesús, nosotros nos envanecemos y miramos despectivamente a los demás. Unabreve reflexión mostrará lo estúpido que esto puede ser. Pensemos en las últimasveinticuatro horas o los últimos siete días. Supongamos que Jesús hubiera estadopresente físicamente a nuestro lado durante todo ese tiempo. ¿Habríamos estadocontentos de que él hubiera visto lo que hemos hecho, oído lo que hemos dicho ysabido lo que hemos pensado? Cuando vuelva -tal como dice el Nuevo Testamento-,sacará a la luz lo escondido, actualmente en la oscuridad, y expondrá los pensamientose intenciones del corazón. Naturalmente volverá como el que murió por nosotros; no

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cabe dudar de su amor. Pero su amor es el amor que quiere lo mejor para nosotros ydesde nosotros, no de un tipo sentimental que no quiere escándalos y se niega aenfrentarse con las cosas realmente erróneas. Ama como ama un médico o un cirujano,queriendo lo mejor, trabajando a favor de la vida, tratando fuerte y drásticamente elcáncer o una arteria obstruida. La única forma verdaderamente cristiana de pensarsobre la segunda venida es, como he dicho, con humildad y paciencia.

Pero también con fe, esperanza y amor. «Y nuestros ojos finalmente lo verán mediantesu amor redentor». Esa es nuestra esperanza, nuestro anhelo, nuestra delicia. Por esooramos con el último versículo de la Biblia: «Ven, Señor Jesús».

Jesús hoy en día

Jesús ayer, Jesús mañana. ¿Y qué hay sobre Jesús hoy?

Hemos omitido (deliberadamente) uno de los acontecimientos vitales que, en el NuevoTestamento, completan la historia de Jesús. La resurrección, toda ella, es sobre Jesúscomo prototipo de la nueva creación. La ascensión es, toda ella, sobre Jesús como elque rige la nueva creación cuando irrumpe en el mundo de la antigua. La segundavenida es, toda ella, sobre Jesús como el futuro Señor y Juez que transformará toda lacreación. Y entre resurrección y ascensión por un lado, y la segunda venida, por elotro, Jesús es el que envía al Espíritu Santo, su propio Espíritu, a las vidas de susseguidores, de forma que está poderosamente presente con ellos y en ellos, guiándoles,dirigiéndoles y, sobre todo, haciéndoles dar testimonio como el verdadero Señor delmundo y trabajar para hacer realidad su gobierno soberano. Esto -la venida delEspíritu, la historia de Pentecostés en Hch 2- es una parte vital de la historia de Jesús.Una vez más, otros y yo hemos escrito mucho sobre ello. Todo lo que podemos haceren este momento es resumir los puntos principales a la luz de lo que hemos dicho hastaaquí sobre Jesús.

Los Hechos de los Apóstoles es el libro del Nuevo Testamento que más claramentetrata de lo que ocurre cuando viene el Espíritu. Debería ser igualmente claro que elEspíritu hace que los seguidores de Jesús hagan y digan cosas que las autoridades,judías y paganas, consideran un sinsentido peligroso, igual que hicieron con el mismoJesús. Cuando mucha gente en la actualidad piensa en el Espíritu Santo, piensasimplemente en la experiencia personal espiritual (quizá incluyendo dones«carismáticos», como «hablar en lenguas») o dones espirituales poderosamenteeficaces, como curaciones. Están en Hechos, desde luego. Pero la línea de la historiano pasa por el descubrimiento de estos dones por parte de la Iglesia y disfrutándolospara ella misma. Pasa por cómo la Iglesia vive en cuanto nueva comunidad, prestandolealtad a Jesús en cuanto su Señor en lugar de a los reyes y sumos sacerdotes que rigenel mundo judío o al emperador y magistrados que rigen el mundo no judío. «Tenemosque obedecer a Dios -declara Pedro- y no a los hombres» (Hch 5,29).

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No deberíamos sorprendernos, pues, de cómo funciona todo esto. Dado que toda lahistoria de la ascensión de Jesús y la venida del Espíritu en Hch 1-2 trata básicamentede Jesús como el nuevo Templo (uniendo cielo y tierra) y del Espíritu, que haceposible que la Iglesia sea una avanzadilla de este nuevo Templo (seres humanos,criaturas de tierra habitadas por el mismo soplo del cielo), el conflicto se centra entemplos: primero el Templo de Jerusalén (cap. 7) y después en los templos de Atenas(cap. 17) y Corinto (cap. 19) antes de volver al Templo de Jerusalén (caps. 22-26). Lostemas subyacentes en Hechos -provocados por el Espíritu- tratan de cosas que se unenal Templo, a saber, Dios y el poder. ¿Quién es el verdadero Dios? ¿Dónde vive? Y,sobre todo, ¿quién está ahora al mando? Para los primeros cristianos, la respuesta era«Jesús». «Dicen -afirman los acusadores en Tesalónica- que hay otro rey, Jesús»(17,7). ¡Precisamente! De eso ha tratado toda la historia.

Pero, otra vez, es un diferente tipo de realeza. De esto ha tratado toda la historia. Lahistoria de «cómo Jesús era rey» en Jerusalén, Judea, Samaria y por todo el mundo (elprograma queda anunciado en Hch 1,8) es cualquier cosa menos la tranquila ytriunfante procesión de un monarca mundano conquistador, aplastando a la oposiciónpor los métodos militares normales. Los métodos con los que funciona el reino estánde acuerdo con el mensaje de Jesús como rey, es decir, implican sufrimiento,incomprensión, violencia, ejecución y, en la espectacular escena final (antes de quePablo llegue a Roma con el mensaje de este nuevo emperador del mundo), naufragio.Lucas cuenta la historia de cómo Jesús es rey en Hechos de un modo que reflejaexactamente el mensaje de cómo Jesús fue rey en su propia vida pública.

Vemos este mismo cuadro cuando miramos otros libros del Nuevo Testamento. Yasean las cartas de Pablo o las atribuidas a Pedro, o en Hebreos, o en esa espectacularobra de imaginería apocalíptica que llamamos Apocalipsis, el mensaje es el mismo.Jesús es el Señor, pero es el Jesús crucificado el que es Señor, precisamente porque ensu crucifixión ha ganado la victoria sobre todos los demás poderes, que piensan de símismos que están al mando del mundo. Pero eso significa que sus seguidores,encargados de llevar a cabo su victoria en el mundo, tendrán que actuar con losmismos métodos. Una de las cosas más impresionantes sobre algo (lo quenormalmente consideramos) del material posterior en el Nuevo Testamento es elconstante tema del sufrimiento, sufrimiento no como algo que hay que soportarvalientemente por Jesús, sino como algo que se asume misteriosamente dentro delsufrimiento redentor del mismo Jesús. Él venció por medio del sufrimiento; susseguidores vencen por medio de su participación en el mismo. El Espíritu y el sufrimiento. Gran alegría y gran coste. Los que siguen a Jesús y lopretenden (y lo proclaman) como su Señor aprenden de las dos cosas. Tan simplecomo eso.

Así que, ¿cómo funciona esto hoy en día? ¿Cómo es la visión de Hechos -la visión de

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Jesús resucitado y ascendido enviando a sus seguidores a proclamarlo como elverdadero Señor del mundo- cuando llegamos al siglo XXI y en nuestros propios días?

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PARTE TERCERA

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15JESÚS, EL GOBERNANTE DEL MUNDO

¿Qué puede significar hoy en día decir que Jesús es rey, que es Señor del mundo?¿Cómo podemos decir tal cosa en nuestro confuso mundo? Si queremos decirlo, ¿quéestamos diciendo sobre la pertinencia de Jesús en nuestro torbellino de movimientosmodernos, posmodernos y otros movimientos culturales? ¿Qué está haciendo en mediodel peligroso choque del nuevo secularismo y los nuevos fundamentalismos? ¿Cómoes el señorío de Jesús en la práctica dentro de un mundo en que rescatamos a losgrandes bancos cuando de pronto se quedan sin efectivo, pero no levantamos un dedopara ayudar a los más pobres de los pobres, que están pagando los intereses al bancopara que vuelva a ser rico?

Todo esto es, evidentemente, el tema de otro libro o quizá de varios. Hay mil temasque reclaman compromisos serios. Pero creo que parte del problema está más atrás. Lamayoría de los cristianos en el mundo actual ni siquiera han empezado a pensar cómollamar a Jesús «Señor» puede afectar al mundo real. Cuando decía al comienzo de estecapítulo «¿qué?», quería decir, naturalmente, lo que Jesús daba a entender en laoración dominical: «Venga tu reino en la tierra como en el cielo». ¿Cómo llegamosnosotros siquiera a la primera base pensando esto en la actualidad?

En general hay cuatro posturas que las personas toman cuando se enfrentan a estapregunta. Hay muchas variantes locales, pero estas cuatro servirán para empezar. Paraayudar a no perderse en ellas voy a inventar cuatro interlocutores: Andy, Billy, Chris yDavie. Puede decidir cuáles son hombres o cuáles mujeres (aunque no se trata de elloprincipalmente).

Para Andy, carece directamente de sentido hablar de que Jesús es rey o Señor. Se haido. La Iglesia lo ha confundido todo. Nada ha cambiado realmente. Era un bellosueño, pero se ha acabado. Si hay algo de verdad en el cristianismo es la experienciaespiritual privada. Nada que ver con el mundo real, público.

Billy disiente. Sí, no parece que Jesús esté gobernando el mundo justamente ahora,pero es porque de momento es Señor del mundo superior, del cielo, no de la tierra.«Pero en el cielo es rey», como dice un himno. Pero algún día, cree Billy, Jesúsvolverá para arreglar las cosas. Entonces, y solo entonces, será verdaderamente rey detodo. Billy prefiere creer que Jesús hará esto estableciendo una nueva realidad cielo-tierra, pero conoce a otros cristianos que piensan que el acto final de establecimientodel reino reducirá a pedazos la creación en un enorme cataclismo, un Armagedón, yestablecerá un «reino» completamente ultramundano en una esfera del todo distinta. ABilly le recuerda lo de los soldados en Vietnam, que explicaban que tenían que destruirla aldea para salvarla. Sin embargo, el asunto sigue siendo que Jesús será Señor algúndía, pero no es el momento.

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Chris y Davie están convencidos de que ni Andy ni Billy se toman seriamente laspretensiones de Jesús ni del Nuevo Testamento. Jesús, como hemos visto a lo largo deeste libro, creía que Dios verdaderamente iba a ser rey en y por su propia obra, y quesu muerte sería decisiva para que eso sucediera. Después de su resurrección parecehaber enseñado y pretendido que el reino de Dios estaba llegando a ser una realidad deuna forma nueva. Realmente se había puesto el marco. Esto es lo que Andy niega yBilly pospone.

¿Tienen Chris y Davie algo mejor que ofrecer?

Chris está excitado por la visión de Pablo en Colosenses, según la cual Jesús ya está almando del mundo. Pablo declara que «el Evangelio ha sido anunciado a toda lacreación bajo el cielo» (1,23) y no puede querer decir que todo ser humano vivo porentonces hubiera oído sobre Jesús. Quiere decir que, con la muerte y resurrección deJesús, algo ha sucedido a la misma estructura del cosmos: una especie de terremoto enun nivel profundo que recorre toda la realidad. Así que Chris declara que el señorío deJesús no es una cuestión de que los miembros de la Iglesia salgan y hablen a la gentede él o que trabajen para mejorar el mundo. Esto, piensa Chris, es simplementedualístico, como si la Iglesia estuviera «fuera» del mundo e intentara «hacerle cosas aese mundo».

En lugar de esto se trata de que la Iglesia se despierte ante lo que Dios ya está haciendoen el mundo. Los signos del reino de Jesús hay que verlos, sugiere Chris conentusiasmo, en los movimientos de pensamiento y creencia que configuran las vidas demillones de personas. Chris es suficientemente mayor para recordar el mar de fondo dehorror que, en los años sesenta, reconoció el racismo por lo que era, especialmente enlos Estados Unidos y en Sudáfrica. Y trabajó para eliminarlo. (Hizo falta más tiempoen Sudáfrica, pero los movimientos estaban claramente relacionados.) Estosmovimientos podían estar iniciados por cristianos o no; algunos lo estaban y otros no.Pero no es lo importante; Dios no está limitado a la Iglesia. Chris se inclina en laactualidad a ver un mar de fondo de opinión dado por Dios en el movimiento feministay en el ecologismo. Para Chris, Dios está trabajando, y nuestra tarea es ver lo que hacey unirnos a ello, hacerlo con él. Así es como el reino de Jesús ha de ser puesto enpráctica en el mundo actual.

Davie echa un jarro de agua fría en el entusiasmo tan caliente de Chris. Chris estásimplemente repitiendo lo que los teólogos domesticados por Hitler decían en los añostreinta: «Dios ha levantado a la nación alemana para transformar el mundo; la Iglesiadebe alinearse con ella y prestar su apoyo a lo que Dios ya está haciendo». Eso,recuerda Davie, es en parte por lo que Karl Barth pronunció su famoso «[No!», Ocurremuchas veces que la Iglesia necesita reconocer fuerzas totalmente diferentes que estántrabajando en los grandes movimientos de ideas y creencias, fuerzas que adoran a los

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ídolos del dinero, el poder militar, la sangre o el suelo, y no menos a la supuesta«fuerza de la vida» del sexo. Todas esas cosas, insiste Davie, arrastran a la Iglesia auna forma de panteísmo donde Dios y el mundo simplemente se confundenmutuamente, y a oscuras y letales fuerzas en el mundo se les da un alegre lavado decara cristiano.

En lugar de ello, Davie propone que lo que necesitamos es una palabra de Dios fresca,una palabra desde fuera, un requerimiento a adorar a Jesús y a fortalecernos de esemodo en nuestra resistencia contra todos los sistemas de poderes humanos y deidolatrías. ¡La Iglesia no debe mezclarse con el mundo! Jesús está conduciendo elcoche, no simplemente guiando un trineo cuesta abajo que avanza por su propio peso.Y algunas veces el coche tiene que ir en dirección contraria al resto del tráfico. No esdualismo, insiste Davie. Así es como reclama lo que es realmente suyo en primerlugar, pero ha estado bajo poder enemigo. Y eso es lo que significa que Jesús sea reyhoy en día.

Naturalmente, Andy escucha la discusión y piensa que es una pérdida de tiempo. Billynaturalmente también piensa que es una confusión de categorías, pues, aunque Jesús seocupa del modo en que está el mundo en este momento, la única forma de arreglarlo esvolver marcha atrás de una vez por todas.

Mientras tanto, Chris es incómodamente consciente de que se está dejando abierta lacuestión acerca de qué movimiento de la historia pretendemos que sea la obra de Dios.¿Comunismo o capitalismo?, ¿racionalismo o romanticismo?, ¿modernismo oposmodernismo? Del mismo modo, Davie también es incómodamente consciente deque, entre los que buscan una palabra fresca de Dios para decir «no» a los ídolos denuestro tiempo, algunas de las «palabras frescas» suenan como versiones cristianas dela ideología de derechas y algunas otras como versiones cristianas de la izquierdaactual. Otros, por su parte, reclaman un exterminio de las dos casas y ver la «palabrafresca» como un aviso para que los cristianos abandonen las estructuras y vivan unavida santa, separada y despegada del mundo. Chris y Davie están convencidos de queJesús en algún sentido ya es Señor del mundo. Pero no pueden ponerse de acuerdo encómo ese señorío, ese dominio soberano y salvador, va a implantarse en el mundo.

Los lectores con vista más aguda habrán atisbado que Chris y Davie están llevando acabo un debate mucho más antiguo. Los antiguos estoicos pensaban que Dios y elmundo eran más o menos lo mismo, de forma que las obras internas del mundo eranlas obras internas de la misma divinidad. Los antiguos epicúreos creían que los dioses,una vez puesto en marcha el mundo, lo habían dejado a su propia suerte, y queraramente entraban en él para dirigir el tráfico o realizar extrañas «intervenciones» o«milagros».

Los estoicos y los epicúreos tuvieron éxito precisamente porque son las dos posturas

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«naturales» sobre la naturaleza de la realidad, hacia las que son atraídas fácilmente laspersonas que reflexionan sobre la naturaleza de la realidad. O Dios y el mundo chocanentre sí o están divididos por un gran brazo de mar. Así como uno de los personajes deW. S. Gilbert declara: «Todo chico y toda chica/ nacido vivo en el mundo/ es unpequeño liberal/ o un pequeño conservador», del mismo modo algunas veces pareceque la gente tiende naturalmente a ser estoica o epicúrea. Unas veces vemos el mundo,y a nosotros mismos, lleno de señales de la presencia de la divinidad, y otras el mundovacío de lo divino lo vemos yendo por su cuenta y con los dioses demasiado lejos. Conotras palabras, somos panteístas o dualistas.

Los cristianos han tendido a producir diferentes versiones de estas dos posturas, pero,como he expuesto en otro lugar (especialmente en Simply Christian[11]), el clásicopunto de vista judío y cristiano es diferente. En el antiguo judaísmo y cristianismoprimitivo, cielo y tierra, el mundo de Dios y el nuestro, se entrecruzan y se solapan devarias maneras, produciendo giros muy diferentes en todo tipo de cosas. ¿Cómoinfluye este hecho en relación con la pregunta absolutamente central, o sea, lo quesignifica decir actualmente que Jesús es Señor? ¿Cómo sería si tomáramos en serio lapretensión de que en su muerte y resurrección Jesús realmente llevó a cabo lo quehabía estado haciendo durante su vida pública, poner en marcha el dominio soberanode Dios en la tierra como en el cielo? ¿Qué significa hoy en día decir que Jesús ya estárigiendo el mundo?

Una nota adicional antes de continuar. Como he destacado en Surprised by Hope[12],cuando pensamos sobre el reino de Dios en el presente y en el futuro, siempre debemostener muy claro que el triunfo definitivo es obra de Dios, y solo de Dios. Billyreacciona bien contra cualquier sugerencia de que, en el presente, nosotros «estamosconstruyendo el reino de Dios». Solo Dios hace eso. No tenemos el reino de Dios en elbolsillo para dispensarlo a voluntad. Pero Billy no cae en la cuenta de que, sinembargo, podemos estar llamados a construir para el reino de Dios. Lo que hacemos enel presente, como dice Pablo, no se pierde (1 Cor 15,58). Será parte de la posibleestructura, aun cuando de momento no tenemos idea de cómo.

Así que, ¿en qué se ocupa Jesús en el tiempo presente? ¿Qué significa pensar de élcomo rey ya ahora? ¿Qué sería, especialmente, no solo pensar en él de esta manera,sino realmente trabajar para su reino?

Dominio de Dios... mediante nosotros

Suele ocurrir que, cuando una discusión llega a un punto muerto, probablemente sedebe a que uno o más factores clave se han dejado fuera de la consideración. Y en estecaso no tenemos que mirar muy lejos para ver lo que falta. El factor crucial en elproyecto del reino de Jesús retoma el factor crucial en el proyecto de la creación deDios. Dios quería regir el mundo mediante los seres humanos. Jesús recoge este

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principio, lo rescata y lo transforma.

¿Lo rescata? Sí, porque los seres humanos, evidentemente, han estropeado el mundo.Cualquier cosa que se piense de la tan malentendida doctrina del pecado original (esees un tema para otra ocasión), sería una gran locura suponer que los seres humanosabandonados a sí mismos no han hecho cosas sorprendentemente horribles, igual quecosas sorprendentemente maravillosas. Los seres humanos hacen bombas lo mismoque música. Construyen cámaras de tortura igual que hospitales y escuelas. Creandesiertos y jardines. Y, con todo, la vocación esbozada en Gn 1 permanece. Los sereshumanos tienen que ser los portadores de la imagen de Dios, es decir, tienen quereflejar su soberano dominio en el mundo. Son los ingredientes vitales en el proyectodel reino de Dios. Cuando preguntamos por la manera en la que Dios quiere gobernarel mundo y nos fijamos en la más acuciante cuestión de cómo Jesús rige ese mundo,tenemos que esperar, a partir del conjunto de la Escritura, que la respuesta tenga algoque ver con que Dios delegue su autoridad, y Jesús la suya, en los seres humanos.

Esa es la razón por la que varios de los autores del Nuevo Testamento establecen unaconexión directa entre el proyecto de rescate de Jesús, que culmina en su resurrección,y la renovación del proyecto humano. Jesús rescata a los seres humanos para regir,por medio de ellos, su mundo de la forma que siempre ha querido. Así el coro celestialcanta el himno nuevo:

Eres digno de tomar el libroy abrir sus sellos,porque fuiste degolladoy compraste para Dios con tu sangrehombres de toda raza, lengua, pueblo y nación.Y has hecho de ellos para nuestro Diosun reino de sacerdotes,y reinan sobre la tierra (Ap 5,9-10).

Así es como Jesús realiza su reino: por medio de los seres humanos que ha rescatado.Y esa es la razón, justo al comienzo de su vida pública, por la que convoca a algunaspersonas a compartir su obra y llevarla adelante después de que ha puesto susfundamentos, especialmente en su muerte salvadora. Habría sido demasiado fácil paranosotros suponer que, si realmente Jesús fuera rey del mundo, hubiera hecho, por asídecir, todo por sí mismo. Pero eso nunca fue así, porque nunca fue el modo deproceder de Dios. No era como se suponía que iba a funcionar la creación. Y elproyecto del reino de Jesús no es nada más que el rescate y la renovación del proyectocreacional de Dios.

No se trataba de algo meramente pragmático, como si Dios (o Jesús) necesitase unpoco de ayuda, alguien en quien poder delegar algunas tareas. Tiene que ver con algo

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muy profundo en el mismo ser de Dios, lo mismo que le llevó a crear un mundodistinto de sí mismo. Un nombre para esto es Amor. Otro es Trinidad. De ambasmaneras, profundamente misterioso como es, tendríamos que reconocer que, cuandoJesús anunció su intención de poner finalmente en marcha el reino de Dios, lo hizo deun modo que implicaba e incluía a otros seres humanos. Dios obra por medio de Jesús;Jesús obra por medio de sus seguidores. No es algo accidental.

Algunas cosas (como la misma crucifixión) tienen que hacerse por medio de Jesússolo. Otras cosas (como el ministerio itinerante por Galilea) podrían compartirse. Diosy Jesús no hacen lo que hacen abriéndose camino a través de toda oposición. Hacen loque hacen operando con el grano del cosmos, plantando semillas que crecensecretamente, llamando a los seres humanos a ser cocreadores. El reino de Dios llegacomo un labrador que siembra una cosecha nueva o como el propietario de una viñaque busca trabajadores para recoger las uvas, embarcando a gente para que le ayude.Cuando Dios va a trabajar -cuando Jesús se hace rey-, los seres humanos no sonminusvalorados, reducidos a simples peones o números. En el reino de Dios, los sereshumanos tienen finalmente que reflejar a Dios en el mundo del modo que deben. Sonmás humanos de lo que se suponía que los seres humanos podían ser. Así es comoDios es rey. Así es como Jesús obra en el tiempo actual. Exactamente como siempre loha hecho.

Por eso Jesús responde a sus seguidores del modo como lo hace al comienzo del librode los Hechos (donde los dejamos al final del capítulo anterior). Los discípulospreguntan a Jesús si ahora es el momento para que el «reino de Dios» se restaure enIsrael. Jesús no contesta directamente, como hace a menudo cuando corrige lossupuestos de quienes le preguntan. Y les dice que ellos tienen que ser sus «testigos»:

Habiéndose reunido los apóstoles, le preguntaron:-Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino a Israel?Él les contestó:-No es cosa vuestra conocer el tiempo y el momento que el Padre ha fijado

con su autoridad; al contrario, vosotros recibiréis una fuerza cuando elEspíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos enJerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (Hch 1,6-8).

Tenemos que imaginar a los discípulos, en ese momento, con una rara mezcla dealegría y extraña sorpresa. La resurrección les había cogido gloriosamente porsorpresa. No encajaba de ninguna manera en el plan con que ellos habían estadotrabajando en sus pensamientos. No encajaba en el plan que ellos habían supuesto queel mismo Jesús tenía. Habían estado esperando que fuera rey de Israel de alguna formarazonable, aunque revolucionaria. Así sería (según las antiguas promesas de lasEscrituras sobre el rey de Israel) Señor del mundo. Así que, ¿qué significaba la

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respuesta de Jesús?

De nuevo tenemos que evitar aquí el acostumbrado menosprecio y domesticación de lamisión apostólica. Tenemos que entrenarnos para verla con los ojos judíos y cristianosdel siglo I. No es que Jesús esté diciendo efectivamente: «No, estáis equivocados.Olvidaos de que yo sea rey de alguna manera. Tenéis que ir y decir a las gentes quecrean en mí, y entonces vosotros y ellos vendréis a reuniros conmigo en el cielo».Ciertamente así no es como Lucas considera la historia cuando la cuenta. Así tampocoencaja con todo lo que hemos visto sobre de qué modo Jesús mismo consideraba sumisión durante su vida pública. En lugar de eso, la respuesta de Jesús en Hechos estáconcebida para decir: sí, el reino ciertamente está siendo puesto en marcha; Jesús esciertamente el rey de Israel y, por tanto, es ciertamente el Señor del mundo. Pero laforma en que se realiza su reino es, una vez más, mediante los seres humanos. Loscristianos modernos usan la palabra «testigo» con el significado de «hablar a alguiensobre la fe». La manera en que parece que Lucas la usa es «decir a alguien que Jesús esel auténtico Señor del mundo». La historia de lo que ocurrió a continuación está escritade un modo como para decir: «Así es como el reino va a venir. Así es como Jesús va aempezar a regir el mundo. Así serán las cosas cuando Dios sea rey en la tierra como enel cielo».

Tenemos, por tanto, que volver a leer el libro de los Hechos con la infatigabledeterminación de no dejarnos arrastrar por las categorías corrientes, por historias deexperiencias espirituales, curaciones notables, extrañas iniciativas divinas,conversiones, etc. Todo esto importa. Importa mucho realmente. Pero el modusoperandi de todo lo que realmente importa es el hecho de que, por medio de losseguidores de Jesús, Dios está estableciendo su reino y el reino de Jesús en la tierracomo en el cielo. Bajo las excitantes experiencias «espirituales» hay un tema constanteque aparece, por ejemplo, cuando los seguidores de Jesús hablan de tener que obedecera Dios antes que a los seres humanos. Los poderes del mundo hacen todo lo quepueden para eliminar la nueva visión, el nuevo Camino. Pero, a pesar de los mayoresesfuerzos de sumos sacerdotes y gobernadores, reyes y muchedumbres, tribunales yconsejos, Jesús es aclamado como Señor aun por encima de las grandes olas que hacennaufragar a Pablo y amenazan con detener su llegada a Roma para anunciar a Dios yJesús como Señor en el centro del mayor superpoder que el mundo hubiera conocidohasta entonces.

Un tema adicional en Hechos vincula esta obra del reino de los discípulos con el temaque hemos visto una y otra vez en la vida pública de Jesús. Recordemos que redefiníael «espacio» en torno a sí mismo, de forma que el «lugar santo» del Templo deJerusalén era eclipsado por su propia obra, por su propia persona. (Esto no era algopoco natural para un movimiento de reforma judío, como sabemos por Qumrán, dondela comunidad esenia veía su propia vida común como sustitución del Templo de

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Jerusalén,) Pero ahora con Jesús, que une cielo y tierra en su propia persona, elEspíritu Santo, que había ungido y capacitado a Jesús para que realizara su reino, sevierte sobre sus seguidores, de manera que ellos sean más o menos una extensión deese nuevo Templo. Donde están ellos se juntan cielo y tierra. Jesús está con ellos, suvida funciona en y por medio de ellos y, ya estén en Jerusalén o en el ancho mundo,son el lugar donde el Dios vivo, el Dios que reclama el mundo como suyo, está vivo yactivo y establece su dominio soberano.

Por eso, como hemos visto más arriba, las grandes escenas de confrontación yconflicto en Hechos se centran todas ellas en el tema de los templos, judíos y paganos,y en el papel y pretensión de la comunidad cristiana en relación con ellos (caps. 7; 14;17; 19; 22-26). El Templo era el lugar, como el tabernáculo en el desierto, desde el queDios regía a Israel. Ahora el nuevo Templo -Jesús y sus seguidores, llenos del Espíritu-es el lugar desde el cual y por medio del cual Dios está empezando a realizar el reinoque transforma el mundo, reino realizado en y por medio de Jesús y de su muerte yresurrección.

Detengámonos aquí y veamos cómo este breve estudio del papel de los seres humanosen el plan de Dios y el comienzo de Hechos ha contribuido a la discusión queescuchábamos más arriba.

Andy, a duras penas puede ver que Hechos realmente pretende que Jesús es ahora elSeñor del mundo, pero todavía insiste en que realmente es un pensamiento deseable.Nada ha cambiado verdaderamente; todavía son solo unos cuantos fanáticos yendo porel mundo y pensando que están cumpliendo la voluntad de Dios.

Billy todavía está buscando la segunda venida final, cuando todo se cumpla. Estotambién está en Hch l. Pero Billy también tiene que admitir que Lucas parece haberpensado que la resurrección de Jesús y el envío del Espíritu significaban la llegada -aunque todavía no del todo- del reino del que Jesús había hablado durante suministerio público. Quizá no todo se ha pospuesto hasta el último día. Pero, ¿quésentido podemos darle a todo esto?

Chris está poco seguro, no deseando decir que Dios está simplemente actuando en elImperio romano, y señalando que, sin las calzadas y magistrados romanos, Pablo nohubiera sido capaz de hacer la mitad de lo que hizo. Dios parece haber facilitado, porasí decir, la infraestructura mediante las obras de personas totalmente ajenas a Israel ya la Iglesia, aun cuando las buenas noticias hubieran de ser anunciadas por los propiosapóstoles.

Davie se inclina a subrayar lo «milagroso», el súbito soplo de viento en Pentecostés,las dramáticas «intervenciones» divinas. Sin embargo, la historia de Lucas parece serno solo sobre algo nuevo, sino sobre una renovación profunda del orden antiguo, delmundo antiguo. Los discípulos son liberados de ulteriores persecuciones por un

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importante rabí judío, todavía no creyente, el rabí Gamaliel. Pablo es rescatado de unamuerte cierta por un centurión romano. Dios parece actuar no solo por medio de laIglesia, sino también en el mundo exterior. Una vez más, ¿cómo podemos encontrarsentido en todo esto? ¿Qué hace Jesús?

Los cuatro, Chris y Davie especialmente, harían bien en estudiar Hch 17, donde Lucasofrece una breve narración del discurso de Pablo al alto tribunal de Atenas con sumentalidad filosófica. El discurso de Pablo es tanto una defensa contra acusacionesserias («anunciar divinidades extranjeras», lo que está muy cerca de la causa de lacondena de Sócrates) como una explicación de la cosmovisión cristiana, en la cual elnuevo anuncio de la resurrección de Jesús y del inminente juicio divino del mundocompleta, y no destruye, la antigua sabiduría judía del Dios creador, que hapermanecido tan cerca de su creación y de los seres humanos como lo está el alientohumano de la persona. De algún modo, si vamos a hablar sabiamente de Dios comorey y de Jesús como Señor, tenemos que hablar de algo radicalmente nuevo y de larenovación de algo radicalmente antiguo, algo fundamental en el camino en que está elmundo. Y si no vamos solo a hablar de ello, sino a ser parte de ello -estar entre losseres humanos enrolados en el proyecto de Dios-, tenemos que entender el marcodentro del cual todo tiene sentido.

La centralidad del culto

Toda la obra del reino está arraigada en el culto. O, para decirlo de la otra forma,adorar al Dios que vemos obrando en Jesús es el acto más políticamente significativoque podemos llevar a cabo. La adoración cristiana declara que Jesús es Señor y, portanto, implica decididamente que nadie más lo es. Y, lo que es más, no se declarasolamente como algo que ha de afirmarse sin más, como se dice que el sol es caliente oel mar húmedo. Compromete a quien da culto a prestar lealtad, a seguir a Jesús, a estarconfigurado por él y dirigido por él. Dar culto al Dios que vemos en Jesús orientanuestro entero ser, nuestra imaginación, nuestra voluntad, nuestras esperanzas ynuestros miedos apartándonos del mundo en que Marte, Mammón y Afrodita(violencia, dinero y sexo) plantean peticiones absolutas y castigan a cualquiera que seresista. En lugar de ello nos orienta hacia un mundo en el cual el amor es más fuerteque la muerte, a los pobres se les promete el reino y la castidad (de solteros o decasados) refleja la santidad y fidelidad del mismo Dios. Reconocer a Jesús como Señorplanta una bandera que substituye a las banderas de las naciones, por «libres» o«democráticas» que sean. Desafía tanto a los tiranos que piensan que son,efectivamente, divinos, como a las «democracias seculares» que, de hecho. han pasadoa ser, si no divinas, al menos eclesiales, es decir, comunidades que están intentandohacer y ser lo que se supone que debería hacer la Iglesia, pero sin recurrir al quemantiene la vida de la Iglesia. El culto crea -o debería crear, si se permite que seaverdaderamente lo que es- una comunidad que avanza a un ritmo diferente, que marca

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el paso con un Señor diferente.

Idealmente, pues -volveré dentro de un momento a los problemas que ello plantea-, laIglesia, la comunidad que aclama a Jesús como Señor y rey y que festeja su mesa,celebrando su victoriosa muerte y resurrección, está constituida como el «cuerpo delMesías». Esta famosa imagen paulina no es un «ilustración» al azar. Expresa elconvencimiento de Pablo de que esta es la forma en que Jesús ejerce actualmente sudominio en el mundo por medio de la Iglesia, que es su Cuerpo. Pablo, arraigado comoestaba en las antiguas Escrituras, sabía bien que el plan del Creador era cuidar de sucreación mediante una humanidad obediente. Para Pablo, Jesús mismo es el Hombreobediente, que, por ello, está al cargo del mundo. Y la Iglesia es «su cuerpo, laplenitud del que lo llena todo en todo» (Ef 1,23). Esta vocación es la que da a la Iglesiavalor para resistir a los autoproclamados y fanfarrones amos del mundo, pararesistirlos cuando fuerzan a sus comunidades a ir por un camino erróneo, mientras quea la vez demuestra en su propia vida que hay una forma diferente de ser humano, unaforma iniciada y hecha posible por el propio Jesús. «De ese modo, ahora en la Iglesiase manifestará a las autoridades y potestades celestes la multiforme sabiduría de Dios»(Ef 3,10).

Este es el momento en el que una gran parte del propio programa de Jesús entra enjuego. Su gran Sermón de la montaña comienza con las bienaventuranzas, las cuales seleen normalmente como una forma especial de «ética cristiana» («así os debéis portarpara ser realmente gente especial») o como las normas que hay que observar para «ir alcielo cuando muráis». Esta última manera de verlas se ha reforzado por la errónealectura de la primera bienaventuranza. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porquevuestro es el reino de los cielos» (Mt 5,3), no significa: «Iréis al cielo cuando muráis».Significa: seréis uno de aquellos por cuyo medio el reino de Dios, el dominio del cielo,comienza a aparecer en la tierra como en el cielo. Las bienaventuranzas son elprograma de la gente del reino. No tratan simplemente de cómo portarse de maneraque Dios te haga algo bueno. Tratan de la forma en que Jesús quiere regir el mundo.Quiere hacerlo mediante esta clase de personas, personas realmente como él mismo(léanse las bienaventuranzas). El Sermón de la montaña es una llamada a losseguidores de Jesús a aceptar su vocación como luz del mundo, como sal de la tierra,en otras palabras, como gente por medio de la cual la visión de Jesús sobre el reino seva a convertir en realidad. Así ha de realizarse en el mundo el ser personas por cuyomedio la victoria de Jesús sobre los poderes del pecado y la muerte ha de realizarse enel amplio mundo.

La obra del reino, de hecho, se resume muy bien en esas bienaventuranzas. CuandoDios quiere cambiar el mundo, no envía los tanques. Envía a los mansos, a los quelloran, a los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios, a los que obran la paz, etc.Así como todo el estilo de Dios, la manera de obrar que ha escogido, refleja su

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generoso amor, compartiendo su dominio con sus criaturas humanas, así también laforma en que esos seres humanos tienen que portarse, si van a ser agentes del señoríode Jesús, refleja a su vez el mismo sentido de amor vulnerable, delicado, pero potente,en la donación de sí mismo. Así han cambiado el mundo personas como WilliamWilberforce, haciendo campaña incansablemente para abolir la esclavitud; comoDesmond Tutu, trabajando y orando no solo para acabar con el apartheid, sino paraterminarlo de forma que se produjera una Sudáfrica reconciliada y perdonadora; comoCicely Saunder, poniendo en marcha un hospital para enfermos terminales ignoradospor la profesión médica y un movimiento que, en una generación, se ha extendido portodo el mundo.

Estos son casos paradigmáticos. Jesús rige el mundo hoy en día no solo mediante sugente que «se porta bien», que observa un código de ética y que se compromete aciertas prácticas espirituales, por importantes que sean. Las bienaventuranzas sonmucho más que una «nueva norma de vida», aunque uno las pueda practicar enprivado, lejos del mundo. Jesús rige el mundo mediante los que ponen en marchanuevas iniciativas que desafían radicalmente las formas aceptadas de hacer las cosas:proyectos para condonar deuda ridícula e impagable, créditos de viviendas que ofrecenalojamientos para familias con bajos ingresos o gente sin hogar, proyectos agrícolaslocales sostenibles que se cuidan de la creación en lugar de destruirla con la idea de unrápido beneficio, etc. Hemos domesticado la idea cristiana de «buenas obras», deforma que se ha convertido simplemente en «guardar mandamientos éticos». En elNuevo Testamento, «buenas obras» son lo que se supone que han de hacer loscristianos en y para la comunidad más amplia. Así es como se pone en práctica lasoberanía de Jesús.

Entonces, ¿cómo se nota que Jesús está entronizado? Son nuevos proyectos querealizan lo que el gran himno de la madre de Jesús anunciaba: derribar a los poderososde sus tronos, exaltar a los humildes y mansos, cumplir antiguas promesas, perodespedir a los ricos vacíos. La Iglesia avanzó por el mundo durante muchos sigloshaciendo esto. Ahora que en muchos países el «Estado» ha asumido muchasresponsabilidades de este orden (esto forma parte de lo que quiere decir que el Estado,al menos en las democracias occidentales, se ha hecho «eclesial», una especie deIglesia secular en la sombra), la Iglesia ha estado en peligro de olvidar que esas son sustareas principales. Jesús se cuidaba de alimentar a los hambrientos, curar a losenfermos y rescatar a las ovejas perdidas; se supone que su Cuerpo ha de hacer lomismo. Así es como funciona su reino. Así es como él actúa. Hechos comienzadiciendo que, en el primer libro (o sea, el evangelio de Lucas), el autor escribió «todolo que Jesús comenzó a hacer y enseñar» (Hch 1,1). La implicación es clara. Lahistoria· de Hechos, aun después de la ascensión de Jesús, trata de lo que Jesús siguióhaciendo y enseñando. Y la forma de hacerlo y enseñarlo fue por medio de susseguidores.

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Pero, naturalmente, no se para aquí. Cuando la Iglesia hace y enseña lo que Jesús hacey enseña, provoca la misma reacción que Jesús provocó durante su vida pública.Mucho de lo que la Iglesia tiene que hacer y decir se verá en el rostro del «espíritu dela época», lo que pasa por «sabiduría recibida» en esta o en aquella generación. Seaasí. El día en que la Iglesia ya no pueda decir: «Hemos de obedecer a Dios antes que alos hombres» (Hch 5,29), dejará de ser la Iglesia. Esto puede significar sufrimiento opersecución. Ha sido una realidad desde el mismo comienzo, y para muchos cristianostodavía ocurre hoy en día. Algunos de los pasajes más profundos del NuevoTestamento son aquellos en que se relacionan directamente los propios sufrimientos dela Iglesia con los de Jesús, su Mesías y Señor. Reino y cruz fueron juntos en su propiaobra; irán juntos en la del reino de sus seguidores.

El papel de la Iglesia

Esta visión de la llamada de la Iglesia -ser el medio por el cual Jesús sigue actuando yenseñando, estableciendo su domino soberano en la tierra como en el cielo- es un idealtan alto que puede parecer no solo inalcanzable, sino desesperanzadamente fuera denuestro poder, triunfalista y autocomplaciente. Uno de los clichés más repetidos hoy endía es que hay muchísima gente que encuentra creíble a Dios, pero insoportable a laIglesia; atrayente a Jesús, pero aterradora a la Iglesia. Nunca nos faltan locuras y falloseclesiales, como entristecidos fieles y periodistas babosos saben bien. ¿Qué significadecir que Jesús es rey cuando las personas que han de poner en práctica su reinadodejan a su partido tan mal?

Hay que decir aquí tres cosas, y cada una de ellas importa mucho. Para empezar, porcada dirigente cristiano insensato o perverso que acaba en el juzgado, en la prensa o enambos lugares hay docenas, cientos, miles que hacen una gran labor, a menudoinadvertida, excepto dentro de sus propias comunidades. El efecto de perspectiva (solonotamos lo que aparece en los periódicos, pero los periódicos solo informan de loextraño y lo escandaloso) significa que casi todo lo que hacen las Iglesias pasa sin sernotado, permitiendo a los cínicos extraños asumir que la Iglesia está cayendo en unmontón de facciones que se pelean entre sí. Y la mayor parte no es así. La perspectivade la prensa es como alguien que solo pasa por una calle un día a la semana, cuando lagente saca la basura para la recogida, y que luego cuenta que las calles siempre estánllenas de basura. Los cristianos no deberían colaborar con los que se burlan.Deberíamos decir: «Pasen por la calle otro día. Venga y véanos en un día normal».

Segundo: nunca debemos olvidar que la forma en que Jesús actuaba y actúa es pormedio del perdón y la restauración. Su espectacular conversación con Pedro (Jn 21,15-19), que ciertamente tendría su hueco en los periódicos después de su asombrosaconducta la noche en que Jesús fue detenido, muestra profundo amor y confianza. Nose supone que la Iglesia sea una sociedad de gente perfecta que lo hace todo muy bien.

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Es una sociedad de pecadores perdonados que satisfacen una impagable deuda de amortrabajando por el reino de Jesús de todas las maneras que saben, y siendo conscientesde que son indignos de esta tarea. El momento en que cualquier cristiano,especialmente cualquier dirigente cristiano, olvida ese aspecto -el momento en quecualquiera de nosotros imagina que somos automáticamente especiales o estamos porencima de los peligros y tentaciones que afligen al común de los mortales- es elmomento en que nos encontramos en el peligro más grave. La desastrosa y humillantecaída de Pedro vino una hora o dos después de declarar que seguiría a Jesús a laprisión y aun a la muerte.

Sospecho que al menos parte de la causa de los escándalos que han afligido a algunaspartes de la Iglesia es un triunfalismo reptante que hace que algunas personas piensenque, a causa de su bautismo, vocación, ordenación o cualquier otra cosa, son inmunes apecados serios o que, si sucedieran, deben de ser algo muy raro más que un signo dealarma de un problema serio. Tampoco vale apelar al amor y perdón de Jesús comoexcusa para meter cosas debajo de la alfombra. Eso es solo gracia barata; el perdónreal incluye confrontación real con lo que ha ido mal. Nadie que lea Jn 21 puede dudarde que el problema de Pedro se ha afrontado y tratado. El mensaje del reino de perdón,curación y reconciliación se aplica a los que ahora lo ejercen y a los que lo reciben. Esuna parte vital de la forma en que Jesús actúa justo ahora, hoy en día, como parte de suproyecto del reino.

Pero el tercer punto es quizá el más importante y abre una entera zona a la quealudimos más arriba y a la que volvemos ahora. La forma en que Jesús ejerce suseñorío soberano en el tiempo presente incluye esta soberanía extraña, a menudosecreta, sobre las naciones y sus gobernantes. ¿Qué significa esto? ¿Cómo se relacionael reino de Jesús, actuando en el amplio mundo, con la específica vocación de laIglesia de ser agentes de Jesús estableciendo su dominio soberano?

Ciertamente, algunos se han visto tan superados por los fallos, miopías y pecado de laIglesia que han proclamado a los cuatro vientos la obra de Dios en el ancho mundocomo si pusieran a la Iglesia en su lugar. Al escuchar a algunos teólogos se podríapensar que Dios estaba actuando maravillosamente en todas partes del mundo exceptoen la Iglesia. Esta postura está siempre en peligro de caer en la trampa hacia la que, ennuestra discusión anterior, Chris parecía estar caminando: aclamar a los movimientosde pensamiento y opinión, la aparición y la caída de los imperios, como los lugaresdonde «Dios estaba actuando» de tal manera que simplemente tenía que «apuntarse»para subir a bordo del movimiento de avance del propósito divino.

Este punto de vista ha tenido un enorme auge durante los últimos dos siglos por lalatente historia Whig, según la cual todo está avanzando inexorablemente hacia un tipode sociedad más «abierto», amante de la libertad, occidental y democrático. La gentehasta llega a hablar de estar «en el lado malo de la historia», como si supieran no solo

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lo que habían producido los últimos veinte años, sino también lo que van a producir lospróximos veinte. La idolatrización del «progreso», del «moverse con los tiempos», esparte del mismo movimiento. «Ahora que vivimos en el siglo xxi», empiezan a decir,como si fuera obvio que la ética o la teología de alguien deberían cambiar junto con elcalendario. Todo ello es una forma de panteísmo latente, de contemplar algunastendencias en el ancho mundo y deducir que son lo que «Dios» está haciendo. (Estambién muy selectivo: oculta alegremente todas las invenciones de la modernidad,como por ejemplo las guillotinas y las cámaras de gas, que no encajan exactamente enel cuadro de un viaje ascendente hacia la luz.) Igual que no tenemos que sertriunfalistas o complacientes acerca de lo que Jesús está haciendo en la Iglesia y pormedio de ella, no deberíamos serlo tampoco acerca de lo «maravillosamente» que Diosestá actuando en el mundo fuera de ella.

Pero tenemos que reconocer toda la merecida importancia a la difícil, pero importante,visión bíblica de la soberanía de Dios sobre las naciones y su decisión de configurarsus fortunas para servir a sus mayores propósitos. La creencia es tan importante paracualquier visión de lo que significa hablar de la realeza de Jesús en el tiempo actualque debemos formularla ligeramente más antes de unir todos los trazos.

Una vez más hay que decir muy claramente tres cosas. La primera es que el principiooperativo de Dios (su intención para conducir el mundo mediante los seres humanos)se aplica tanto aquí como en otros sitios. Dios quiere que el mundo esté ordenado, nocaótico. Quiere traer este orden al mundo mediante la obra, el pensamiento, los planesy la sabiduría de los seres humanos. Los gobernantes humanos fueron idea de Dios enprimer lugar. La Biblia insiste en que esto era un plan bueno y sabio.

Esto es así ya sea que los seres humanos en cuestión tengan alguna idea de Dios oalgún deseo de servirle o no. Si lo tienen, mucho mejor, aunque eso no garantice enmodo alguno que todas sus decisiones sean sabias, buenas o correctas. Ser cristiano yser gobernante no significa que uno pueda pretender una infalibilidad que los cristianoscreen que pertenece solo a Dios (y que los católicos romanos creen que Dios comparte,en algunas ocasiones, con el papa). Igualmente, si los gobernantes no son temerosos deDios, eso no significa que no cumplan una tarea que Dios quiere que se cumpla.Precisamente porque Dios se cuida apasionadamente de los débiles, los vulnerables ylos pobres, Dios desea que en cada sociedad haya también gobernantes que sepreocupen de que se cuide a esas personas y que se respeten sus derechos en lugar deque, como ocurriría en un estado de anarquía, se dejen a merced de los faltos deescrúpulos y malhechores. De hecho, estrictamente hablando no hay actualmente algoasí como anarquía, o no durante mucho tiempo. Muy pronto, los que tienen dinero yfuerza se imponen y, ay de los indefensos cuando eso ocurre. No, Dios desea orden, nocaos, y pide a los gobernantes humanos, lo sepan o no, que pongan ese orden. Igualque no se tiene que decir a la gente (a menos que haya algo extraño en ellos) que está

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hecha para las relaciones humanas, por un lado, y para cuidar del mundo natural, porotro (amistad y jardinería tienen lugar; no hay que obligar a la gente a que lo lleve acabo), así tampoco hay que decir a la gente que está hecha para organizar su mundo,sea su espacio personal o el municipio.

Segundo, aun cuando los gobernantes sean crueles o malvados, Dios puede dominarsus imaginaciones para su propio propósito divino. La Biblia cuenta muchas historiasen las que Dios parece tomar el mando y superar las intenciones de los monarcaspaganos. Usa a los asirios como un bastón con el que golpear a su propio pueblo (Is10), aun cuando luego los castigue porque ellos han hecho lo que han hecho con altivaarrogancia. Hace surgir a los caldeos, «esa fiera e impetuosa nación» (Hab 1,6), paraderramar su ira sobre su propio pueblo extraviado. Pero no todo es malo: Dios tambiénhace surgir a un rey pagano, Ciro el persa, para hacer volver a su pueblo del exilio deBabilonia (Is 45,1-7.12-13). Aun contemplando una serie de regímenes impíos yarrogantes, el libro de Daniel afirma una y otra vez la soberanía de Dios sobre lasnaciones del mundo, el reino de Dios sobre los reinos del mundo. No estánnecesariamente haciendo lo que Dios hubiera querido, pero no están del todo fuera desu voluntad y poder. Más pronto o más tarde, Dios hará el juicio final de los poderesque se han alzado arrogantemente contra él. Pero, mientras tanto, su «soberanía» actúano eliminándolos en el momento en que hacen algo malo, sino atrayéndolos a suvoluntad y sometiéndoles a ella. «El Altísimo tiene soberanía sobre el reino de losmortales y lo da a quien quiere» (Dn 4,32).

Tercero, al final, Dios llamará a las naciones a rendir cuentas. Es la ulteriormanifestación de su soberanía sobre ellas. Dn 7, con su gran escena de juicio,pertenece a esos pasajes seminales, como el Sal 2, al declarar que, aunque las nacionespuedan enfurecerse y vociferar, Dios al final las juzgará y colocará en su lugar. Másaún, lo hará de la misma manera que ha preferido para actuar a lo largo de su creación:por medio de un ser humano. En el Sal 2 es el rey. En Dn 7 es «uno como un hijo dehombre», que representa al pueblo de Dios. No es sorprendente que la gente del siglo1, judíos y cristianos, vieran los dos cuadros como uno solo.

La escena del juicio en Dn 7 sirve como trasfondo para el propio sentido de vocaciónde Jesús. Como vimos más arriba, es un punto de entrada clave para comprender loque el reino de Dios, inaugurado en la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús,podía realmente significar. No puede haber duda de que los primeros seguidores deJesús creían que Jesús había realizado esta visión del Sal 2 y de Dn 7. El mismo Jesúshabía insinuado constantemente algo así, aunque hasta los grandes acontecimientos delCalvario y Pascua nadie había elaborado lo que podrían significar o cómo se pondríanen práctica. Pero estos acontecimientos, vistos bajo esa luz, significan que tenemos quetomar muy seriamente la temprana creencia cristiana de que Jesús estaba actualmenteexaltado; estaba ahora al mando, estaba llamando ahora a las naciones a rendir cuentas.

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E iba a hacer esto por medio de sus seguidores, a los que había dado su Espíritu. Aquíes, nos guste o no, donde tenemos que entrar.

Sí, Dios puede actuar y actúa en toda clase de formas fuera de la Iglesia. Hay muchosmovimientos de pensamiento en los cuales cristianos sabios pueden discernir ycelebrar la soberana y graciosa presencia de Dios. Pablo, en un momento deafirmación visionaria, mira a un mundo lleno de cosas que celebrar: «Todo lo que esverdadero, todo lo que es santo, todo lo que es justo, todo lo que es puro, todo lo quees atractivo, todo lo que tiene buena fama: todo lo virtuoso, todo lo laudable» (Flp4,8). Damos gracias a Dios por su obra maravillosa mucho más allá de los límites de lacristiandad. Dios es el creador soberano, puede hacer y hace todo tipo de cosas sinnuestro conocimiento o sin nuestra implicación.

Pero, naturalmente, no por ello perdemos de vista uno de los papeles fundamentales dela Iglesia: dar testimonio del papel soberano de Jesús llamando al mundo a rendircuentas. Y cuando digo «dar testimonio» quiero decirlo en el sentido fuerte quemencionaba más arriba. Como un testigo en un tribunal, no estamos hablandosimplemente de nuestras experiencias privadas. Estamos declarando cosas que, pordecirlas, cambiarán el modo en que funcionan.

Esto significa que la Iglesia tiene una tarea en nuestras modernas democraciasoccidentales que hemos intentado imitar de otros modos. Hemos procurado lograralguna apariencia de «responsabilidad». Si a los votantes no les gusta alguien, notienen que votar la siguiente vez por ese candidato. Todos sabemos que esto es uninstrumento muy romo. En mi país, la mayoría de los escaños parlamentarios son«seguros». En cualquier caso, si se vota por «el otro lado», se está votando porpolítica, y mucha gente ahora cree que los políticos son una clase que forma parte delproblema en lugar de ser parte de la solución. En los Estados Unidos, cualquiera porquien se vote será un millonario. Y así siempre. Responsabilidad no es todo lo que secree.

Así que quienes siguen a Jesús tienen, en el núcleo de su vocación, la tarea de ser la«oposición» real. Eso no significa, evidentemente, que hayan de oponerse a todo loque el gobierno oficial intenta hacer. Tienen que ponderarlo, discernirlo, tenerlo encuenta, afirmar lo que se puede afirmar, señalar lo que falta o no está del todo bienenfocado, criticar lo que ha de criticarse y denunciar, cuando haga falta, lo que ha dedenunciarse. Es muy significativo que, en los primeros siglos de la historia de laIglesia, los obispos cristianos se ganaron fama en el mundo más amplio de ser loscampeones de los pobres. Hablaban de sus derechos; hablaban contra los que abusabande ellos o los maltrataban. ¡Naturalmente! Los obispos eran seguidores de Jesús, ¿quéotra cosa se podía esperar de ellos? Este papel sigue hasta el momento presente. Y vamucho más lejos. La Iglesia es rica en experiencias y siglos de reflexión cuidadosa enlos campos de la educación, el cuidado de la salud y de los mayores, las necesidades y

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vulnerabilidades de refugiados y emigrantes, etc. Deberíamos usar todo eso con totalefectividad.

Este aspecto del «testimonio» de la Iglesia, esta vocación central por medio de la cualJesús prosigue su obra hasta el día de hoy, ha sido marginada. Las modernasdemocracias occidentales no han querido ser tenidas en consideración en ese punto, yde ese modo, oficial o no oficialmente, han trazado una gran frontera entre «Iglesia» y«Estado». Pero, como ya hemos sugerido, ello ha cambiado de hecho los significadosde ambas palabras. El «Estado» ha ampliado sus competencias para hacer algo de loque la «Iglesia» hacía; y las mismas Iglesias han admitido la privatización de la«religión», dejando lo que la Iglesia solía hacer al «Estado» o a otras organizaciones.Como dice un autor reciente, la «religión se reduce a una especie de pasatiempopersonal, como criar hámsters o coleccionar porcelanas».[13] No es sorprendente quecuando la gente dentro de la Iglesia habla de temas importantes de la actualidad,aquellos a los que no les gusta lo que dicen les repliquen que vuelvan a su mundo«religioso» privado.

Pero tenemos que hablar, porque no solo tenemos claras instrucciones del mismoJesús, sino la clara promesa de que así es como él ejercerá su soberanía; así comohará realidad su reino. En el evangelio de Juan, Jesús dice a sus seguidores que elEspíritu pedirá cuentas al mundo:

Cuando venga, convencerá al mundo de un pecado, de una justicia y de unjuicio. De un pecado, porque no creyeron en mí. De una justicia, porque voyal Padre y ya no me veréis. Y de un juicio, porque el príncipe de este mundoha sido juzgado (16,8-11).

El punto central de esta pequeña y densa promesa es embarazosamente claro: elEspíritu hará todo esto mediante la Iglesia. Este es el mandamiento. Así es como Jesúsquiere actuar. Así es como la victoria que logró en el Calvario se realizará en elmundo.

En especial tenemos que tomar en serio la temprana creencia cristiana de que con lamuerte y resurrección de Jesús algo decisivo ha sucedido a las «potestades y poderes».Pablo, escribiendo a los Colosenses desde una cárcel romana, no se hace ilusionesacerca de que el poder corporal del imperio pagano, del que es prisionero, proseguirá.Pero puede hablar todavía de la gran victoria que Jesús ya ha obtenido sobre losgobernantes. La crucifixión parecía como si ellos estuvieran triunfando sobre él, perode hecho el zapato estaba en el otro pie: «Despojó a los poderes y autoridades y loshizo desfilar en su marcha triunfal» (Col 2,15).

Como resultado, Pablo puede hablar incluso de que todos los principados, poderes,gobernantes y autoridades no solo son creados en Jesús, por medio de Jesús y para

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Jesús, sino de que son reconciliados. Él ha hecho la paz mediante la sangre de su cruz(Col 1,20).

Esto no puede significar -¡evidentemente no puede significar!- que todos losgobernantes y autoridades están actualmente bien dispuestos hacia el mensaje de Jesúsy hacia sus mensajeros. Pablo, como hemos dicho, escribe esta carta desde la cárcel.La Iglesia primitiva sabía a propósito de las autoridades todo lo que había ido mal, quedetenían, pegaban o mataban a los seguidores de Jesús. Los primeros cristianos novivían en Babia, pensando que los gobernantes y las autoridades estaban realmente «desu parte». Pero, al mismo tiempo, trataban con las autoridades, les explicaban lo quehacían, y apelaban a ellas (se puede ver en Hechos cómo lo hace Pablo) para llevar acabo adecuadamente su tarea. Podemos ver que esto mismo prosigue en el siglo II,cuando obispos como Policarpo y apologetas como Justino mostraban respeto a lasautoridades, incluso a las autoridades que propendían a matarlos. Así como la Iglesiaprimitiva se negó a hacer caer su fe en un dualismo en el que el orden creado, elmundo del espacio, tiempo y materia, fuera malo y rechazable, así también se negaba ahacer caer su testimonio del reino de Jesús en un dualismo político en el que losgobernantes y autoridades fueran malos sin más y condenables (o, como en elgnosticismo o en gran parte de la espiritualidad moderna occidental, irrelevantes ysusceptibles de ser ignorados). La única excepción -obviamente importante- ocurrecuando los gobernantes se divinizan a sí mismos; entonces pasan a ser demoníacos y sedeslizan a una categoría del todo diferente, como vemos en Ap 13.

Naturalmente, la Iglesia lo hace mal algunas veces. La Iglesia debe ejercer un donprofético de cara al mundo, pero eso requerirá ulteriores ministerios proféticos dentrode la Iglesia para desafiar y corregir así como para practicar lo que se ha dicho. Todoslos posibles ministerios proféticos están sometidos a ulterior discernimiento; no pornada Juan advierte a sus lectores a «discernir los espíritus», puesto que muchos falsosprofetas han venido al mundo (1 Jn 4,1-6). De modo muy interesante, la regla de oro esvolver a mirar a Jesús. ¿Le confiesan como Mesías «venido en carne» las voces quesurgen? Con otras palabras, esas posibles profecías, ¿reflejan la verdad del reino deJesús que realmente se ejerce «en la tierra como en el cielo» o apartan a la Iglesia deesa realidad y la llevan hacia el espacio seductoramente seguro de una «religión»descomprometida? Después de todo, en el mundo antiguo había mucha «religión», ygran parte de ella era de un tipo profundamente fuera de la sintonía del peligrosomensaje de Jesús. El Imperio romano podía tolerar cualquier número deespiritualidades, misticismos y otras esperanzas transmundanas. No amenazaban anadie. Juan, igual que los demás escritos del Nuevo Testamento, mantenía la confesiónde la fe según la cual el único Dios verdadero había actuado en el mundo, en el mundomaterial, única y decisivamente en y como Jesús, el Mesías de Israel. Eso era, y es, undiscurso polémico.

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Esta es una parte central, a menudo ignorada, del significado del reino de Jesús para eldía de hoy. Cada generación y cada Iglesia local necesitan orar por sus dirigentesciviles. Admitida la gran variedad de formas de gobierno, clases de constituciones, etc.que se dan en el mundo, cada generación y cada Iglesia local tienen que imaginar lasadecuadas y sabias maneras de decir la verdad al poder. Esa es una parte central delsignificado para el día de hoy del reinado universal de Jesús.

Resumen

Podemos resumirlo todo de la siguiente manera: vivimos en el período del gobiernosoberano de Jesús sobre el mundo, un reino que todavía no se ha consumado, puestoque, como dice Pablo en 1 Cor 15,20-28, debe reinar hasta que «ponga a sus enemigoscomo estrado de sus pies», incluida la misma muerte. Pero Pablo afirma claramenteque no tenemos que esperar hasta la segunda venida para decir que Jesús ya estáreinando. De hecho, Pablo dice en ese pasaje algo que de otra manera no hubiéramossospechado: el reino de Jesús, en su modo actual, es estrictamente temporal. DiosPadre ha instalado a Jesús en poder para obrar por encargo suyo; pero, cuando esatarea esté completa, «el mismo Hijo será sometido al que le sometió todo en todos, yasí Dios será todo en todas las cosas». No creo que Pablo se hubiera peleado con elCredo niceno cuando dice de Jesús que su reino «no tendrá fin». Esto, en definitiva, eslo que el libro del Apocalipsis dice página tras página. Pero quiero destacar este puntoen 1 Cor, porque deja muy claro que la edad presente es verdaderamente la edad delreino de Jesús el Mesías. Dicho con otras palabras, no podemos estar de acuerdo conBilly en que este reino se demora hasta la segunda venida. Al contrario, entonces serácuando quede completo.

Con todo, al intentar comprender este reino presente de Jesús hemos visto dostendencias aparentemente del todo diferentes. Por un lado hemos visto que todos lospoderes y autoridades del universo están sometidos a Jesús en un sentido o en otro. Esono significa que hagan todo el tiempo lo que él quiere, o sea, solo lo que Jesús mismoquiere que sean las estructuras sociales y políticas de gobernanza. Jesús mismoseñalaba a Pilato que la autoridad que el gobernador romano tenía sobre él le habíasido concedida «de arriba» (Jn 19,11). Una vez que se ha dicho eso, no deberíamos sertímidos en reconocer -por paradójico que pueda parecer a nuestras cuadriculadasmentalidades- que las estructuras de la autoridad han sido dadas por Dios, aun cuandosean tiránicas y violentas. Parte de lo que decimos cuando decimos que una estructuraestá dada por Dios es también que Dios le pedirá cuentas. Nos hemos acostumbrado apensar de la legitimidad política simplemente en términos del método o modo dedesignación (por ejemplo, si se han ganado unas elecciones). Los antiguos judíos yprimitivos cristianos estaban mucho más interesados en que los gobernantes rindierancuentas respecto a lo que hacían realmente. Dios quiere gobernantes, pero Dios losllamará a dar cuentas.

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¿Dónde entra Jesús en todo esto? Desde su propia perspectiva, él mismo estabaeclipsando las estructuras de poder de su tiempo y también llamándolas a dar cuentasentonces y allí. De eso trataba la acción en el Templo. Pero su muerte, resurrección yascensión eran la demostración de que él era Señor y ellos no. La llamada a rendircuentas, en otras palabras, ya ha empezado ... y se completará en la segunda venida. Yla misión de la Iglesia de decir la verdad al poder significa lo que significa porqueestá fundada en la primera y anticipa la segunda. Lo que hace la Iglesia con el poderdel Espíritu está arraigado en el logro de Jesús y mira hacia la culminación final de suobra. Así es como Jesús gobierna el mundo en el momento presente.

Pero, por fortuna, no se detiene en la crítica constante, positiva y negativa, de lo quelos gobernantes del mundo están llamados a hacer. Hay millones de cosas en las que laIglesia debería entrar y que a los gobernantes del mundo no les interesan o no tienenrecursos para llevarlas a cabo. Jesús tiene toda clase de proyectos en la manga ysimplemente está esperando a que los fieles hagan sus oraciones, lean los signos de lostiempos y comiencen a trabajar. Nadie hubiera soñado en la Comisión de la Verdad yla Reconciliación si Desmond Tutu no hubiera orado y promovido que tuviera lugar.Nadie hubiera elaborado el movimiento del Jubileo para hacer campaña a favor de lacondonación de la deuda si algunas personas en las Iglesias no se hubieran puestoserias acerca de la apremiante situación de los pobres. Y, más cerca de casa, nadiehubiera organizado un servicio de coches para llevar y traer a los ancianos a lossupermercados. Es probable que nadie se hubiera ofrecido como voluntario para tocarel órgano en los servicios religiosos de las cárceles locales. Muy poca gente podíacomenzar grupos de juegos para los niños de madres solteras que están trabajandocuando termina la escuela. En mi experiencia, nadie más atendería cuidadosamente lasituación apremiante de comunidades rurales o de enclaves de ciudades igualmenteaisladas. Nadie más pensaba en organizar la acción de «Pastores de calle», al menos enmi país, que ha tenido un éxito notable en la reducción del crimen, etc.

Y si la respuesta es que todas estas cosas son muy pequeñas e insignificantes en símismas, contesto de dos maneras. La primera, ¿no explicaba Jesús sus propias obrashablando de la más pequeña de las semillas que luego crece hasta ser el arbusto másgrande? Y segunda, es notable cómo una acción pequeña puede comenzar unmovimiento. Un teólogo lo ha llamado «gracia en cascada». Empieza a correr el rumorde que una Iglesia en la ciudad vecina ha comenzado un proyecto especial, y el hechode contar la buena noticia invita a la gente a que ella misma intente algo parecido. Asíes como se extendió el movimiento «Hospice», transformando en una sola generaciónel cuidado de los pacientes terminales. Jesús está trabajando, llevando adelante suproyecto del reino.

Sin duda está haciendo esto de un millón de formas que nosotros apenas vemos.Ciertamente está trabajando muy por fuera de los límites de la Iglesia. La visión

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cósmica de Colosenses es verdad y debería darnos esperanza no en último términocuando tenemos que plantarnos ante los funcionarios de los gobiernos locales yexplicar lo que estamos haciendo cuando rezamos con la gente en la calle, o por quénecesitamos alquilar un local público para una serie de reuniones, o por qué seguimosimplacablemente opuestos a un nuevo negocio que quiere explotardesvergonzadamente a los jóvenes o a las familias de bajos ingresos, animándoles, porejemplo, a jugar con sus limitados recursos. Cuando nos explicamos, lo hacemos antegente que, lo sepan o no, han sido designados para sus tareas por el mismo Dios. Jesúsha derrotado en la cruz el poder que los hacía malvados. Y, cuando oramos ycelebramos su muerte en los sacramentos, proclamamos esa victoria y andamosnuestro camino tranquilamente y sin miedo.

Pero Jesús también está trabajando de muchas maneras dentro y fuera de la Iglesia.Tenemos, como dice Pablo, que «renovarnos a imagen del Creador» (Col 3,10). Esdecir, renovados dando culto a Dios y al Cordero de manera que podamos hacerlocomo «sacerdotes y reyes», poniendo en práctica el gobierno de Jesús en el mundo yresumiendo ante él la alabanza de la creación. Eso es lo que ocurre cuando Jesúsgobierna el mundo. Y, después de todo, lo que nos dijo que esperásemos. Los pobresen el espíritu harán que venga el reino de los cielos; los mansos poseerán la tierra tansuavemente que los poderosos no lo advertirán hasta que sea demasiado tarde; lospacíficos sacarán del negocio a los fabricantes de armas; los que tienen hambre y sedde la justicia de Dios analizarán la política del Gobierno y las normas legales, yhablarán por los que están en el fondo del montón; los misericordiosos sorprenderán atodos mostrando que hay una forma de relacionarse entre los seres humanos distinta delos enjuiciamientos duros, ansiosos de abajar a todos. «Vosotros sois la luz delmundo», dijo Jesús. «Vosotros sois la sal de la tierra». Anunciaba un programa quetodavía había de llevarse a cabo. Invitaba a sus oyentes, entonces y ahora, a unirse a élpara que sucediera. Eso es, simplemente, lo que ocurre cuando Jesús es entronizado.

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OTRAS LECTURASHubiera sido posible acumular una bibliografía para este libro que casi fuera tan largacomo un capítulo. Una bibliografía anotada sería fácilmente tan larga como todo ellibro. En lugar de ello, me contento aquí con señalar algunos libros recientes queconsidero complementarios (a menudo estimulantes) de la tarea que comencé conJesus and the Victory of God (Londres-Minneapolis, SPCK-Fortress Press, 1996) yThe Challenge of Jesus[14] (Londres-Downers Grove, IL, SPCK-InterVarsity, 2000).Siguen siendo fundamentales para mi propia narración de Jesús, poniendo firmescimientos (no en último término respecto al judaísmo del Segundo Templo) en TheNew Testament and the People of God (Londres-Minneapolis, SPCK-Fortress Press,1992). Para la resurrección se puede citar The Resurrection of the Son of God(Londres-Minneapolis, SPCK-Fortress, 2003 [ed. española: La resurrección del Hijode Dios. Estella, Verbo Divino, 2008]). Un grupo de estudiosos ha trabajado sobre miobra en el reciente simposio Jesus, Paul and the People of God. A TheologicalDialogue with N.T. Wright, publicado por Nicholas Perrin y Richard B. Hays(Londres-Downers Grove, IL, SCPK-InterVarsity, 2011), al cual he contribuido con unensayo importante (pp. 115-158) que muestra algunos trasfondos y esboza algunas delas preguntas que he intentado retomar en este libro.

Un reciente y espléndido libro de referencia para todo el campo del judaísmo del sigloI es The Eerdmans Dictionary of Early Judaism, publicado por John J. Collins yDaniel C. Harlow (Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2010). Quien quiera seguir la pista delos estudios recientes en muchos campos importantes para este libro puede comenzarconsultando uno de los excelentes diccionarios bíblicos recientes, publicado por DavidNoel Freedman (Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2000) o el libro en cinco tomos NewInterpreters Dictionary of the Bible, publicado por Katharine Doob Sakenfeld(Nashville, Abingdon Press, 2006). Cada versículo y frase de los cuatro evangelioscanónicos ha sido estudiado incesantemente en los comentarios, grandes y pequeños, yno es este el lugar para intentar siquiera hacer una lista de ellos.

Libros sobre Jesús hay de todas clases, formas y tamaños; científicos, populares,críticos devotos, políticos, históricos o -muy a menudo, como este libro- con algo detodos ellos a la vez. Lo que sigue no es exactamente una selección al azar de escritosde los últimos años en orden alfabético. He incluido libros que pertenecen a diferentescategorías. Algunos de estos autores plantearían serias cuestiones sobre mi obra, comoyo haría con la suya.

ALLISON, D. C., The Historical Christ and the Theological Jesus. Grand Rapids, MI,Eerdmans, 2009.- Constructing Jesus. Memory, Imagination and History. Londres - Grand Rapids, MI,SCPK - Baker Academy, 2010.

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BAILEY, K. E., Jesus Through Middle Eastern Eyes. Cultural Studies in the Gospels.Grand Rapids, MI - Londres, Eerdmans-SPCK, 2008.BAUCKHAM, R. J., Jesus and the Eyewitnesses. The Gospels as EyewitnessesTestimony. Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2006.- Jesus and the God of Israel. God Crucified and Other Studies on the New TestamentChristology of Divine Identity. Grand Rapids, MI - Londres, Eerdmans-SPCK, 2008.BORG, M. J., Jesus. Uncovering the Lije, Teachings, and Relevance of a ReligiousRevolutionary. San Francisco, HarperSanFrancisco, 2006.DUNN, J. D.G., Jesus Remembered. Christianity in the Making l. Grand Rapids, MI,Eerdmans, 2003 (ed. española: Jesús recordado. El cristianismo en sus comienzos l.Estella, Verbo Divino, 2009).FISK, B.N., A Hitchiker's Guide to Jesus. Reading the Gospels on the Ground. GrandRapids, MI, Baker Academic, 2011.GAVENTA, B. R. / HAYS, R. B. (eds.), Seeking the Identity of Jesus. A Pilgrimage.Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2008.HURTADO, L. W., Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity.Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2003 (ed. española: Señor Jesucristo. La devoción aJesús en el cristianismo primitivo. Salamanca, Sígueme, 2008).KEENER, C. S., The Historical Jesus of the Gospels. Grand Rapids, MI, Eerdmans,2009.McKNIGHT, S., Jesus and His Death. Historiography, the Historical Jesus, andAtonement Theory. Waco, TX, Baylor University Press, 2005.PERRIN, N., Jesus the Temple. Londres - Grand Rapids, MI, SCPK - BakerAcademic, 2010.PITRE, B., Jesus, the Tribulation, and the End of Exile. Restoration, Eschatology andthe Origin of the Atonement. Tubinga - Grand Rapids, MI, Mohr Siebeck - BakerAcademic, 2005.RATZINGER, J. - BENEDICTO XVI, Jesus of Nazareth I-II. Londres, Bloomsbury,2007, 2011 (ed. española: Jesús de Nazaret I. Madrid, La Esfera de los Libros, 2007;II. Madrid, Encuentro, 2011).VERMES, G., Jesus in the Jewish World. Londres, SCM, 2010.

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NOTAS

[1] Jesus and the Victory of God. Londres-Minneapolis, SPCK – Fortress Press, 1996; The Challenge of Jesus.Londres - Downers Grove, IL, SPCK-Inter-Varsity, 2000.[2] The New Testament and the People of God. Londres-Minneapolis, SPCK – Fortress Press, 1992.[3] National Oceanographic and Atmospheric Administration News, 16 de junio de 2000.[4] Églogas 4.[5] Puede verse también Sal 22,27-28; 44,4-5; 74,12-13.22; 93,1-2; 99,1-5.[6] Cf. también Is 33,22; Abd 17.21; Zac 14,9.[7] Término del béisbol que indica un punto o tanto (N. del T.).[8] Término del fútbol americano que indica un punto o tanto (N. del T.).[9] The Resurrection of the Son of God. Londres-Minneapolis, SPCK - Fortress Press, 2003 (ed. española: Laresurrección del Hijo de Dios. Estella, Verbo Divino, 2008); Surprised by Hope. Londres - San Francisco,SPCK - Harper One, 2008.[10] En español existe el refrán equivalente: «Hasta el rabo todo es toro» (N. del E.).

[11] Simply Chrístian. Londres - San Francisco, SPCK-HarperSanFrancisco, 2006.[12] Surprísed by Hope, o. c.

[13] T. Eagleton, «Who Needs Darwin?», en New Statesman, 13 de junio de 2011, p. 58.

[14] Existe en español también.