Sebastian JF Introduccion DPSMI-II Iberconceptos 2014

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Introducción al Diccionario Iberconceptos II

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  • Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano

    Conceptos polticos fundamentales, 1770-1870

    [Iberconceptos-II]

    Introduccin general al volumen II

    ~Civilizacin

    tomo 1

    Javier Fernndez Sebastin(Director)

    Universidad del Pas Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

    Centro de Estudios Polticos y Constitucionales

    Madrid, 2014

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  • Los editores de esta obra expresan su agradecimiento al Grupo Santander por el apoyo recibido para su difusin.

    Centro de Estudios Polticos y ConstitucionalesPlaza de la Marina Espaola, 928071 Madridhttp://www.cepc.es

    Catlogo general de publicaciones oficialeshttp://www.060.es

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografa y el tratamiento informtico.

    Javier Fernndez Sebastin (dir.) De esta edicin, 2014: UPV/EHU De esta edicin, 2014: Centro de Estudios Polticos y Constitucionales

    NIPO: 005-14-046-6 (CEPC)I.S.B.N.: 978-84-259-1598-7 (Obra completa)I.S.B.N.: 978-84-259-1599-4 (Tomo 1)Depsito legal: M-23010-2014

    Diseo de cubierta: rea Grfica Roberto TurganoImagen cubierta: Carte nouvelle de la mer du Sud, de Andries de Leth

    Fotocomposicin e impresin: Composiciones RALI, S.A.Costa, 12-14, 7 planta48010 Bilbao

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  • 7SUMARIO

    Relacin general de autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    Cuadro sinptico de voces y autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

    Abreviaturas y siglas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

    IntroduccIn. tIempos de transIcIn en el atlntIco IbrIco. con-ceptos poltIcos en revolucIn, por Javier Fernndez Sebastin . . . . . . . 25

    Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

    CIVILIZACIN

    Relacin de autores de este tomo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

    presentacIn del prImer tomo, por Javier Fernndez Sebastin . . . . . . . . 81

    o conceIto de cIvIlIzao: uma anlIse transversal, por Joo Feres Jnior. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

    1. Argentina/Ro de la Plata Genevive Verdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

    2. Brasil Joo Feres Jnior - Maria Elisa Noronha de S . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

    3. Caribe/Antillas hispanas Consuelo Naranjo Orovio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

    4. Centroamrica Sajid Alfredo Herrera Mena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

    5. Chile Gabriel Cid - Isabel Torres Dujisin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169

    6. Colombia/Nueva Granada Carlos Villamizar Duarte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

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  • 8Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano

    7. Espaa Javier Fernndez Sebastin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

    8. Mxico/Nueva Espaa Guillermo Zermeo Padilla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

    9. Per Marcel Velzquez Castro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233

    10. Portugal Ftima S e Melo Ferreira - Srgio Campos Matos . . . . . . . . . . . . . . 251

    11. Uruguay/Banda Oriental Ariadna Islas Buscasso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263

    12. Venezuela Luis Ricardo Dvila - Luis Daniel Perrone . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277

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  • INTRODUCCIN

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    tIempos de transIcIn en el atlntIco IbrIco. conceptos poltIcos en revolucIn

    Javier Fernndez Sebastin

    1. Conceptos, espacios y tiempos de la modernidad iberoamericana

    Casi un lustro despus de la publicacin del primer volumen del Dicciona-rio poltico y social del mundo iberoamericano1, ha llegado el momento de presentar al lector esta segunda entrega.Comenzar este texto introductorio con una explicacin del marco temtico,

    territorial y temporal que nos hemos dado, para pasar luego a discutir algunos aspectos de la modernizacin y globalizacin de los conceptos polticos en el Atlntico ibrico; finalmente plantear algunas consideraciones metodolgicas acerca de la pertinencia de una historia conceptual en el momento actual de la historiografa, con especial referencia al mbito iberoamericano2.

    Cada uno de los diez tomos de que consta este segundo volumen est dedica-do a uno de los conceptos fundamentales siguientes:

    Civilizacin Democracia

    1 Javier Fernndez Sebastin, dir., Diccionario poltico y social del mundo iberoamerica-no. La era de las revoluciones, 1750-1850, vol. I, Cristbal Aljovn de Losada, Joo Feres Jnior, Ftima S e Melo Ferreira, Noem Goldman, Carole Leal Curiel, Georges Lom-n, Jos M. Portillo Valds, Isabel Torres Dujisin, Fabio Wasserman, Guillermo Zerme-o, eds., Madrid, Centro de Estudios Polticos y Constitucionales - Fundacin Carolina - So-ciedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2009.

    2 Dada la diversidad de cuestiones abordadas en esta Introduccin (algunas inevitable-mente polmicas), no todos los puntos de vista historiogrficos que en ella sostengo han de ser compartidos necesariamente por todos los contribuyentes del Diccionario. Huelga decir en-tonces que, ms all de las informaciones bsicas y lneas metodolgicas generales sobre las cuales el nivel de acuerdo naturalmente es muy elevado, las posiciones y juicios vertidos en este texto sobre distintos temas acadmicos, en particular en el ltimo epgrafe referente a la utili-dad de la historia conceptual, son de la exclusiva responsabilidad de quien esto escribe.

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    Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano

    Estado Independencia Libertad Orden Partido Patria Revolucin Soberana

    Cerca de un centenar de autores hemos trabajado hombro con hombro para dar cuenta del uso de estos conceptos por parte de los agentes del pasado en el mundo iberoamericano, ms concretamente en los siguientes pases y territorios:

    Argentina/Ro de la Plata Brasil Caribe/Antillas hispanas Centroamrica Chile Colombia/Nueva Granada Espaa Mxico/Nueva Espaa Per Portugal Uruguay/Banda Oriental Venezuela

    Al igual que en el primer volumen, el propsito que nos ha guiado en la re-daccin de las voces en esta segunda etapa del proyecto ha sido exponer de mane-ra ordenada y sistemtica una apretada sntesis de los resultados de la investiga-cin. Una vasta investigacin coordinada acerca de la insercin de cada uno de los diez conceptos arriba enumerados en la pltora de argumentaciones y discusiones polticas que tuvieron lugar en esa docena de espacios a lo largo de todo un siglo.

    Por descontado, dichas argumentaciones slo cobran sentido, a su vez, en relacin con las prcticas, hechos e instituciones de los contextos pertinentes en cada caso. Contextos que en modo alguno deben entenderse pese a que, por razones operativas, uno de los ejes del Diccionario responda a una lgica territo-rial estrictamente limitados a los espacios recortados por las fronteras naciona-les. No slo porque durante gran parte del periodo tratado tales fronteras polti-cas o no existan o estaban lejos de haberse consolidado (y las identidades territoriales fueron voltiles por largo tiempo en muchos lugares); tambin por-que los espacios de referencia, incluso las comunidades de pertenencia, podan variar considerablemente excluirse, complementarse, solaparse segn el radio

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    Javier Fernndez Sebastin Introduccin

    mayor o menor del crculo pertinente, dependiendo de la cuestin en juego en cada caso y del punto de vista adoptado para su definicin3.

    La lectura de los trabajos del Diccionario, especialmente de los ensayos trans-versales que abren cada uno de los diez tomos (al igual que de los otros diez ca-ptulos introductorios a cada concepto del volumen precedente), mostrar que, junto a los marcos nacionales (y a los mesoregionales, como es el caso de las reas baadas por el mar Caribe, incluyendo el istmo centroamericano y las Antillas hispanas), entre todos los contextos posibles privilegiamos tres comunidades cul-turales de amplitud creciente, a saber: 1) el marco latinoamericano, que abarca las Amricas hispano-lusas del norte, el centro y el sur del continente; 2) el propia-mente iberoamericano, que est en la base del proyecto, y aade al marco anterior las dos antiguas metrpolis ibricas; y 3) el espacio atlntico euroamericano, cuya relevancia fue subrayada por Franois-Xavier Guerra hace ms de una dcada, y que se extiende adems a las dos orillas del Atlntico norte, incluyendo Francia, Gran Bretaa y los Estados Unidos.

    Como saben bien los lectores familiarizados con la historia conceptual, nues-tra aproximacin no aspira en absoluto a enunciar una definicin unvoca y uni-versalmente aceptada por los hablantes de cada trmino sociopoltico en una po-ca dada (como hacen peridicamente los lexicgrafos en las sucesivas ediciones de los diccionarios de la lengua). Las fuentes revelan ms bien que tales trminos eran constantemente invocados con un sesgo polmico por los actores, y aparecen as dotados de significados y propsitos muy diversos. Habra, pues, un amplio aba-

    3 Las denominaciones dobles virreinales y nacionales de varios espacios incluidos en este Diccionario se han insertado para que el lector no pierda de vista la larga etapa prena-cional. A los nombres tradicionales de Nueva Espaa, Nueva Granada o Ro de la Plata hubieran podido aadirse los de otros proyectos y agrupaciones territoriales efmeras, como la Gran Colombia, el primer Imperio mexicano o la Federacin Centroamericana, que reflejan el carcter fluctuante de las fronteras en las primeras etapas tras las independen-cias. En cualquier caso, los contextos significativos para el estudio de la historia poltico-intelectual no coinciden forzosamente con los marcos nacionales. A veces estos contextos son ms pequeos, y se limitan al mbito local, provincial o municipal. Otras, los rebasan ampliamente y remiten a una pluralidad de comunidades histricas, parcialmente super-puestas, segn se adopte un punto de vista cultural, religioso, poltico o lingstico. En este sentido, y ms all del marco nacional que, por razones de operatividad, recorta los ensayos de este Diccionario, hacemos nuestra la nocin englobante de un espacio atlntico euroame-ricano, relanzada por Franois-Xavier Guerra a comienzos de este siglo. Vanse a este res-pecto las reflexiones de Frdric Martinez, LAmrique, lEurope, la nation. Les apports de Franois-Xavier Guerra ltude du nationalisme en Amrique latine, en Penser lhistoire de lAmrique latine, Annick Lemprire, ed., Pars, Publications de la Sorbonne, 2012, pp. 277-287; tambin, Olivier Compagnon, LEuro-Amrique en question. Penser les changes culturels entre lEurope et lAmrique latine, en el mismo volumen citado, pp. 289-303.

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    Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano

    nico de usos y juegos del lenguaje, parcialmente solapados y coincidentes, es cier-to, pero tambin discrepantes y contradictorios. Y es esa historia de las conceptua-lizaciones, esto es, del uso estratgico de ciertas palabras clave en los debates y argumentaciones, y no ninguna clase de ilusoria definin o serie de definiciones, la que interesa aqu. Pues los conceptos que son producto de la historia concentran en torno a ciertas palabras un cmulo abigarrado de experiencias, expectativas y cuestiones en disputa y por tanto, como seal Nietzsche y corrobor Koselleck, no pueden ser objeto de definicin. Definir un trmino es fijar un significado apo-dctico y dar as por zanjadas las controversias sobre su verdadero sentido. Pero la semntica de los trminos fundamentales de la poltica moderna est permanen-temente abierta a la rplica y a la discusin, a nuevos intentos de redescripcin retrica por los usuarios de la lengua en particular por parte de polticos, intelec-tuales e idelogos, y esas discusiones no podemos nunca darlas por cerradas.

    Como siempre, nos interesar seguir, por una parte, las huellas que las expe-riencias histricas dejaron en el lenguaje de la poca; y, por otra parte, intentar explicar algunos de los modos en que aquellas prcticas y aquellas experiencias movilizaciones, elecciones, guerras y conflictos de todo tipo, ereccin de nuevas instituciones, discusiones en la prensa, en los parlamentos y en los espacios de sociabilidad se entretejieron con los nuevos esquemas lxico-semnticos for-jados por los agentes/hablantes al calor de las revoluciones, y de qu manera estos esquemas conceptuales llegaron a moldear aquellas experiencias (pues las expe-riencias dependen de cmo son conceptualizadas4). Ambas dimensiones de la rea-lidad, lingstica y fctica, resultan indisociables. Asumimos a este respecto la premisa metodolgica koselleckiana de que los conceptos-gua del movimiento histrico representan la expresin lingstica de la historia acontecida y, en con-secuencia, han de ser objeto preferente de la investigacin histrica5.

    Aunque, como es natural en un conjunto de pases que comparten en buena medida sus races culturales, entre las experiencias histricas de todos ellos se percibe cierto aire de familia, lo que nos interesar sobre todo es explorar dichas

    4 La historia de conceptos, que trata de situarse de manera caracterstica entre las palabras y las cosas, a mitad de camino entre el lenguaje y la accin, subraya las dos facetas inseparables del lenguaje: (1) como un marco heredado que limita el mbito de lo pensable y de lo factible; y (2) como herramienta productiva, que permite al mismo tiempo construir e imaginar nuevas conceptualizaciones que abren posibilidades inditas para la accin.

    5 Reinhart Koselleck, Einleitung, en Otto Brunner, Werner Conze, y Reinhart Ko-selleck, eds., Geschichtliche Grundbegriffe: historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, Stuttgart, Klett-Cotta, 1972-1997, vol. I, 1972, 2.4, pp. xiii-xxvii. Versin espaola de Luis Fernndez Torres: Un texto fundacional de Reinhart Koselleck. Introduccin al Diccionario histrico de conceptos politico-sociales bsicos en lengua alema-na, Anthropos, n 223 (2009), pp. 92-105, p. 93.

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    Javier Fernndez Sebastin Introduccin

    experiencias en su diversidad y tratar de elucidar algunas de las razones de esa diversidad.

    Las concepciones y prcticas emergentes no eliminaron de un plumazo las instituciones y marcos interpretativos vigentes: por eso conviene ser cautelosos ante ciertas visiones esquemticas que dibujan una sustitucin brusca del concep-to tradicional X por su correlato moderno Y (digamos, por ejemplo, del concepto histrico-tradicional de constitucin por el racional-normativo), o incluso des-criben el arrumbamiento de todo un (viejo) universo de representaciones por otro (nuevo) en un plazo muy breve de tiempo. La experiencia y el sentido co-mn indican que tales procesos nunca son lineales, ni suelen acaecer de la noche a la maana. Y por un tiempo ms o menos dilatado ni siquiera es seguro que los actores pudieran discernir con claridad lo viejo de lo nuevo6.

    Mas, por otra parte, a la vista de las grandes diferencias que se observan en el empleo de los vocabularios entre finales del siglo xviii y la segunda mitad del xix, es innegable que en ese lapso temporal se produjo una importante renovacin de los conceptos fundamentales que articulaban la vida poltica. El contraste entre los usos preponderantes de algunos trminos clave al comienzo y al final del pe-riodo es bien elocuente. En ese sentido, como se pone de manifiesto en los dos volmenes de este Diccionario y he discutido en diversos trabajos, me parece fuera de dudas que en unas pocas dcadas la semntica poltica de toda el rea iberoatlntica o sea, el conjunto formado por Iberia ms los nuevos pases que, desde mediados del ochocientos, algunos empezaron poco a poco a llamar Am-rica latina se conmovi hasta sus cimientos por hondos procesos metamrfi-cos. Podramos conceptualizar tales cambios como una suerte de revolucin cultural, que para lo que nos interesa se tradujo en una gran transformacin en el dominio de lo simblico, abarcando tanto el terreno propiamente conceptual como el zcalo de metforas subyacente7.

    * * *

    6 Javier Fernndez Sebastin, Poltica antigua/poltica moderna. Una perspectiva his-trico-conceptual, contrepoint al dossier La naissance de la politique moderne en Espagne, Mara Victoria Lpez-Cordn Cortezo y Jean-Philippe Luis, coord., Mlanges de la Casa de Velzquez, nm. 35/1 (2005), pp. 165-181. Puesto que en esta Introduccin me ver obliga-do a citar muchos de mis trabajos relativos a diversos aspectos conceptuales de las revoluciones iberoamericanas, para evitar la reiteracin de mi nombre en las notas siguientes, todos aquellos trabajos en los que en adelante no conste nombre de autor se sobreentiende que son asimismo de mi autora.

    7 La crisis de 1808 y el advenimiento de un nuevo lenguaje poltico. Una revolucin conceptual?, en Las experiencias de 1808 en Iberoamrica, Alfredo vila y Pedro Prez Herrero, eds., Mxico, UNAM - Universidad de Alcal, 2008, pp. 105-133. Las revolucio-

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    Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano

    Nuestro marco cronolgico de referencia abarca un periodo relativamente largo de transicin del mundo tradicional al mundo moderno que se extiende desde 1770 hasta 1870. Pese a las ms que justificadas crticas al esquematismo implcito en la grosera dicotoma tradicin-modernidad8, creemos que, con las debidas cautelas, la contraposicin de estos dos megaconceptos sigue siendo til a efectos heursticos9. Entendemos aqu por modernidad principalmente un nue-vo marco simblico y un nuevo vnculo social, una forma de legitimidad alterna-tiva a la que estuvo en vigor hasta finales del siglo xviii y comienzos del xix, as como una nueva manera de estar en el tiempo. La nueva legitimidad poltica ape-lar crecientemente a la voluntad del pueblo y de la nacin all donde la vieja pona el acento en la figura simblica del rey y en un orden indisponible sancio-nado por Dios; ese cambio crucial en la sancin ltima del statu quo buscar apoyo en una nueva constelacin de conceptos jurdicos y polticos abstractos constitucin, derechos, soberana, sociedad, representacin, opinin pblica, li-bertad, ley entrelazada con un conjunto de nuevas prcticas e instituciones (o, ms frecuentemente, con instituciones ya existentes a las que se deseaba someter a una renovacin ms o menos completa).

    En un nivel ms hondo, menos evidente, la modernidad supondra un modo distinto de experimentar y concebir el tiempo, que deja de ser visto como un mero contenedor neutro de las acciones humanas para convertirse en el mo-tor de la historia en su avance hacia el progreso10. Esa nueva visin del tiempo lleva aparejado lo que podramos llamar un nuevo rgimen de conceptualidad. Mientras que durante siglos las experiencias acumuladas por las generaciones anteriores constituan el repositorio ms seguro de donde extraer enseanzas morales y pautas para dar sentido al mundo circundante, de la mano de la con-

    nes hispnicas. Conceptos, metforas y mitos, La Revolucin francesa: matriz de las revolu-ciones?, Roger Chartier, Robert Darnton, Javier Fernndez Sebastin y Eric van Young, Mxico, Universidad Iberoamericana, 2010, pp. 131-223.

    8 Hacia una historia atlntica de los conceptos polticos, en Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano, I, pp. 35-37. Poltica antigua/poltica moderna, cit. Tradiciones electivas. Cambio, continuidad y ruptura en historia intelectual, Almanack (So Paulo), n 7 (2014), pp. 5-26.

    9 Dos mnimas cautelas que, a mi juicio, beneficiaran grandemente a la historiografa so-bre este periodo, seran, en primer lugar, hacer un uso moderado, razonado y matizado de la palabra modernidad en singular y sin adjetivos; en segundo lugar, convendra rechazar la idea todava por desgracia muy extendida de que existe algo as como una modernidad ideal, normativa y quintaesencial. Extrada de las trayectorias histricas britnica, francesa y nor-teamericana, dicha modernidad ideal incluira un nico repertorio conceptual, poltico y cons-titucional, que servira a la vez de pauta y de piedra de toque para las experiencias de todos los seres humanos (incluyendo las de los otros europeos y americanos) en los ltimos siglos.

    10 Franois Hartog, Rgimes dhistoricit. Prsentisme et expriences du temps, Pars, Seuil, 2003.

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    Javier Fernndez Sebastin Introduccin

    fianza creciente en la perfectibilidad humana y de la creencia en el progreso se abre camino un esquema temporal alternativo, de clara vocacin futurista, en virtud del cual las lites ilustradas reemplazaron el punto cardinal de orientacin del imaginario social. En la particular brjula mental de un selecto grupo de individuos que se ira ampliando progresivamente, el norte dej de identificarse con el pasado para pasar a serlo el futuro. Se abri as un nuevo horizonte pol-tico y social: muchas nociones se cargaron de grandes expectativas hasta conver-tirse en un tipo especial de conceptos que, ms que organizar y atesorar expe-riencias, invitaban a experimentar con lo desconocido y a emprender cursos de accin inditos. Las nuevas nociones, en lugar de cartografiar territorios ya ex-plorados, se aventuraban a trazar los planos del porvenir11.

    En el nuevo modo de produccin conceptual futurocntrico o rgimen de conceptualizacin moderno que acompa a la radicalizacin de la concien-cia histrica, la innovacin estara tendencialmente dirigida, guiada, por los seres humanos. Todo ello iba a propiciar un cambio profundo en la estructura de la experiencia de la mayora de los occidentales, reforzando su confianza en la posibilidad de proyectar sus anhelos y esperanzas colectivas sobre un futuro abierto. No deja de ser revelador a este respecto que la palabra revolucin sa-liera de ese trance profundamente transformada, o que algunas innovaciones conceptuales decisivas nada menos que la emergencia de nociones como his-toria, individuo o sociedad condujeran en pocos aos a la creacin de las cien-cias sociales12. Aunque naturalmente las modalidades, intensidad y ritmos de la mutacin cultural a la que aludimos difieren considerablemente de unas regio-

    11 Reinhart Koselleck, Espacio de experiencia y horizonte de expectativa: Dos catego-ras histricas, en Futuro pasado. Para una semntica de los tiempos histricos, Barcelona, Paids, 1993, pp. 333-357. Del mismo autor, Innovaciones conceptuales del lenguaje de la Ilustracin, en Historias de conceptos. Estudios sobre semntica y pragmtica del lenguaje poltico y social, Madrid, Trotta, 2012, pp. 199-224. Puede verse tambin mi trabajo Historia, historiografa, historicidad. Conciencia histrica y cambio conceptual, en Europa del sur y Amrica latina. Perspectivas historiogrficas, Manuel Surez Cortina, ed., Madrid, Biblioteca Nueva, 2014, en prensa.

    12 Keith Michael Baker, Revolution, en Colin Lucas, ed., The French Revolution and the Creation of Modern Political Culture, vol. 2: The Political Culture of the French Revolu-tion, Oxford, Pergamon Press, 1988, pp. 41-62. Mona Ozouf, Revolucin, en Franois Fu-ret y Mona Ozouf, Diccionario de la Revolucin francesa, Madrid, Alianza, 1988, pp. 692-702. Vanse tambin los ensayos reunidos en el tomo 9 de este mismo volumen de nuestro Diccionario. Reinhart Koselleck, historia/Historia, Madrid, Trotta, 2004. Johan Heilbron, Lars Magnusson, Bjrn Wittrock, The Rise of the Social Sciences and the Formation of Modernity. Conceptual Change in Context, Introduccin a The Rise of the Social Sciences and the Formation of Modernity. Conceptual Change in Context, 1750-1850, Johan Heil-bron, Lars Magnusson, Bjrn Wittrock (eds.), Dordrecht, Kluwer Academic Publishers, 1998, pp. 1-33.

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    Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano

    nes a otras, creemos que esta interpretacin es globalmente vlida para el con-junto del Atlntico euroamericano.

    * * *

    A diferencia del primer volumen (en el que situbamos convencionalmente los trminos a quo y ad quem en 1750 y 1850, respectivamente), en esta ocasin hemos optado por fijar el periodo cronolgico de referencia entre 1770 y 1870. Este desplazamiento deriva de una cierta insatisfaccin con el marco temporal que nos dimos en el volumen anterior. Tras un debate sobre esta cuestin entre varios participantes en el proyecto, nos pareci que las transformaciones polti-co-conceptuales en el mundo ibrico a mediados del siglo xviii no tuvieron en general el grado de intensidad que llegaran a adquirir en las dos o tres ltimas dcadas de aquella centuria. Adems, cerrar nuestro escrutinio en 1850 equivala en ms de un caso a dejar en suspenso el seguimiento de procesos in fieri que slo alcanzaran su pleno desarrollo algunos aos despus. As las cosas, si bien es cierto que cualquier corte periodizador interrumpe procesos en curso, pensamos que retrasar dos dcadas la franja temporal objeto de estudio preferente podra permitirnos ofrecer al lector un panorama ms comprensivo de los principales cambios poltico-semnticos que tuvieron lugar en la regin desde finales del si-glo xviii hasta bien avanzado el siglo xix13.

    El inicio del periodo considerado se corresponde con el momento lgido de la versin ibrica de la Ilustracin (en sus dos ramas, espaola y portuguesa), as como de las llamadas reformas borbnicas y pombalinas en ambas monarquas. Y todo ello sobre la tela de fondo de la pugna interimperial entre britnicos, espa-oles, portugueses y franceses, particularmente spera en el Atlntico. El punto de llegada, por otra parte, nos lleva a una fase relativamente avanzada de la im-plantacin de las nuevas instituciones liberales y republicanas, en un momento en que los estados-nacin surgidos de la desintegracin de ambos imperios tanto las repblicas hispanoamericanas como las monarquas brasilea, espaola y por-tuguesa, despus de no pocos ensayos, tenan ya tras de s un acervo de expe-

    13 Como el observador atento notar, no es este el nico cambio en relacin con el volu-men precedente. Adems del ajuste en la cronologa y de la nueva serie de nociones analizadas que vienen a aadirse a la decena de conceptos fundamentales de que nos ocupamos en el primer volumen (a saber: Amrica/americano, ciudadano/vecino, constitucin, federacin/fe-deralismo, historia, liberal/liberalismo, nacin, opinin pblica, pueblo/pueblos y repblica/republicano), en esta segunda serie hemos ampliado considerablemente el mbito territorial objeto de estudio. En concreto, a los nueve territorios contemplados en el volumen anterior Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Espaa, Mxico, Per, Portugal y Venezuela se han aadido tres nuevos estudios de caso para cada concepto, correspondientes a los siguientes espacios: Antillas hispanas, Centroamrica y Uruguay.

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    Javier Fernndez Sebastin Introduccin

    riencias que, pese a las numerosas guerras y convulsiones que asolaron a la regin a lo largo del ochocientos14, en lneas generales les haban permitido alcanzar un mnimo de estabilidad poltica15.

    Por supuesto, los hitos que solemos utilizar para segmentar esta cronologa larga de un siglo de duracin (1770-1870) ni son los mismos ni tienen necesaria-mente idntica significacin para todos y cada uno de los territorios concernidos (ni tampoco para todos los conceptos analizados, algunos de los cuales como se ver se entienden mejor desde periodizaciones especficas). Es ms: parece claro que los puntos cronolgicos de contacto entre todos los espacios analizados, los hitos compartidos por as decirlo, fueron disminuyendo gradualmente tras las independencias, a medida que, segn nos adentramos en el ochocientos, las fron-teras (inter)nacionales fueron cristalizando no sin conflictos, a veces sangrien-tos y la vida poltica fue acompasndose a la dinmica interna de cada una de las flamantes naciones.

    Tampoco los ritmos de modernizacin a distintos niveles incluyendo la mo-dernizacin del lenguaje poltico fueron sincrnicos en todos los pases y terri-torios16. Es innegable, sin embargo, que algunos acontecimientos y fechas crucia-les afectaron de un modo u otro al conjunto de la regin y a la mayora de los conceptos aqu estudiados, especialmente durante las primeras cinco o seis dca-

    14 Carole Leal Curiel, en su Introduccin al tomo 6 (p. 38), dedicado al concepto de Or-den, ofrece una resea cronolgica de algunos de los conflictos blicos internos ms importan-tes en Hispanoamrica desde 1830 hasta 1870.

    15 No obstante, habida cuenta de la enorme amplitud y diversidad del mundo iberoameri-cano, encontramos una gran variedad de situaciones, incluyendo algunas notorias excepciones a la progresiva estabilidad mencionada: en Cuba, por ejemplo, es precisamente a finales de los aos 1860 cuando estallan las primeras guerras por la independencia. Argentina, Brasil, Uru-guay y Paraguay estaban saliendo de la devastadora Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), y no tardando mucho las diferencias limtrofes entre Chile, Per y Bolivia desencadenaran la Guerra del Pacfico (1879-1883). Tambin la Espaa peninsular atraviesa entonces por una fase de efervescencia e inestabilidad conocida como Sexenio democrtico (1868-1874), si bien media-da la dcada de 1870, la restauracin de la monarqua y el establecimiento de un sistema de turno pacfico entre los dos principales partidos dar paso a un periodo mucho ms estable (recordemos que el rgimen liberal del vecino Portugal haba establecido poco antes, con el ro-tativismo, una solucin anloga). Entre tanto, en Per, tras las elecciones de 1872 llegaba al po-der el primer presidente civil, Manuel Pardo y Lavalle, y apenas tres aos ms tarde tras la derrota del Segundo Imperio y el fusilamiento de Maximiliano, el retorno a la presidencia de Jurez y las disensiones entre las facciones liberales se iniciaba en Mxico el llamado porfiriato.

    16 Por lo que a Espaa respecta, como hemos sostenido en otro lugar, mientras la moder-nizacin del vocabulario poltico es ya muy notoria a mediados del siglo xix, el lxico de carc-ter social se transform de manera ms lenta y tarda (Javier Fernndez Sebastin y Juan Francisco Fuentes, Introduccin, Diccionario poltico y social del siglo xix espaol, Madrid, Alianza Editorial, 2002, pp. 45-53).

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    das17. Tal es el caso de 1807/180818, cuando la intervencin napolenica en la Pe-nnsula desplaza a los Borbones del trono de Madrid para colocar en su lugar al hermano del emperador, Jos Bonaparte y, por otro lado, fuerza a don Juan, prncipe regente de Portugal, a disponer in extremis el traslado de la corte de los Braganza a Ro de Janeiro. Aunque las consecuencias mediatas e inmediatas de ambas acciones seran marcadamente distintas, la doble crisis de las monarquas intercontinentales ibricas, agudizada por aquellos hechos decisivos, presenta ciertos paralelismos que no cabe desestimar.

    La primera mitad de la dcada de 1820 constituye otro momento altamente significativo para casi todos, tanto en la Pennsula y en toda la Europa del Sur como en Hispanoamrica y en Brasil (que, como es sabido, proclam tambin su independencia en septiembre de 1822, en pleno episodio vintista)19.

    17 No hay que perder de vista que durante la primera mitad del periodo (o sea, en el lapso 1770-1820) todava no se haba producido la disgregacin de las posesiones americanas de las dos monarquas y, por tanto, en Amrica no haba estados independientes. Sobre el origen de los nombres de estos estados-nacin vase: Jos Carlos Chiaramonte, Carlos Marichal, Aimer Granados, comps., Crear la nacin. Los nombres de los pases de Amrica latina, Bue-nos Aires, Sudamericana, 2008.

    18 Crisis que, en lo que a Espaa y a su dinasta respecta, no comenz con la invasin na-polenica como suele afirmarse, sino algunos meses antes, con los sucesos de El Escorial (oc-tubre de 1807) y sobre todo con el motn de Aranjuez (marzo de 1808). Adems, en este como en otros casos, hay matices y fechas particularmente relevantes, incluso decisivas, para tal o cual territorio. Pinsese en la trascendencia de las invasiones inglesas de 1806-1807 en el Ro de la Plata (o, casi medio siglo antes, en el serio aviso que para la estabilidad del imperio espaol supuso la toma de La Habana y Manila por los britnicos y el ataque anglo-portugus al propio Ro de la Plata durante la Guerra de los Siete Aos, 1756-1763).

    19 Sobre ese periodo crucial, que ha concitado menos inters historiogrfico del que merecera, vase el monografico Europe and Latin America in the 1820s, European His-tory Quarterly, vol. 41, n 3 (2011), coordinado por Gabriel Paquette y Matthew Brown, as como el volumen Connections After Colonialism: Europe and Latin America in the 1820s, Gabriel Paquette y Matthew Brown, eds., Tuscaloosa, University of Alabama Press, 2013. Los aos veinte fueron el gran momento en que la utopa insurreccional del liberalismo (Irene Castells) pareci una opcin viable en numerosos pases. Vase al respecto el paralelo entre cuatro figuras centrales de la oficialidad liberal europea de la poca (el espaol Rafael del Riego, el napolitano Guglielmo Pepe, el griego Alexandros Ypsilanti y el ruso Sergui Muraviov-Apostol) que traza Richard Stites en The Four Horsemen: Riding the Liberty in Post-Napoleonic Europe, Nueva York, Oxford University Press, 2014. En unos pocos aos se agolpan sucesos tan importantes como el llamado Trienio liberal en Espaa (un nuevo periodo constitucional, 1820-1823, aplastado esta vez por una intervencin francesa apadri-nada por la Santa Alianza), las revoluciones subsiguientes de Oporto, Lisboa, Npoles y Turn, el alzamiento heleno contra el Imperio Otomano y la guerra de independencia griega, las revueltas en Moldavia y Valaquia, adems de otras sublevaciones fallidas, desde Francia hasta San Petersburgo. He aqu algunos hitos destacados en lo que respecta a las Amricas: las independencias de Mxico, Per y Brasil, el reconocimiento de las independencias hispa-

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    Pudiramos seguir elaborando un elenco de aos clave y componer as una especie de cronologa comparada para diversas reas de la regin, si no fuera por-que hacerlo alargara en exceso este captulo introductorio20. Tan slo aadire-mos un hito ms, relativo a las dos (ex)metrpolis europeas. En efecto, despus de diversos avatares, que en ambos casos incluyen sendas guerras civiles entre los partidarios del antiguo y del nuevo rgimen (1832-1834, en Portugal; 1833-1840, en Espaa), podramos decir que 1834 marca de nuevo un punto de inflexin comn para los dos reinos peninsulares. En esa fecha, mientras en Madrid a la muerte de Fernando VII triunfa definitivamente para lo que queda de siglo el sistema liberal no por inestable menos persistente, en el vecino reino de Portu-gal la derrota de los miguelistas, la muerte de don Pedro y el inicio del reinado de doa Mara II dan paso a un rgimen constitucional igualmente perdurable. Ms adelante, en el ltimo cuarto del siglo, y por debajo de las diferencias a veces muy marcadas entre territorios, en la mayora de los estados iberoamericanos iran establecindose poco a poco tambin regmenes ms estables de corte liberal o conservador.

    El desplazamiento del punto de llegada desde 1850 a 1870 no nos permite ya seguir hablando simplemente, como lo hacamos en el subttulo del primer volu-men, de una era de las revoluciones o de una era de las independencias para caracterizar el periodo en su integridad. Tomando esta expresin en sentido lato y para el mundo euroamericano en su conjunto, la era de las revoluciones abar-cara el ltimo cuarto del setecientos y la primera mitad del ochocientos, y para el mbito especficamente iberoamericano, el lapso que va de 1807 a 1834, repleto de eventos de gran trascendencia. Aun cuando la inestabilidad crnica en casi toda la regin en las dcadas siguientes permitira seguir hablando de revolucio-nes ms all de esa fecha, desde el punto de vista de los cambios polticos y conceptuales dicha era de las revoluciones stricto sensu constituye el verdadero parteaguas, la poca axial de la centuria que discurre entre 1770 y 1870.

    * * *

    Por encima de las cronologas especficas para cada concepto y para cada m-bito territorial para cada regin, para cada pas, a veces incluso para tal o cual

    noamericanas por parte de los Estados Unidos y la famosa intervencin del presidente Mon-roe ante el Congreso norteamericano, el ascenso y cada de Agustn de Iturbide en Mxico, la aceptacin final de la forma republicana de gobierno en Per y en Chile, o la decisiva ba-talla de Ayacucho.

    20 En la ltima seccin del primer volumen de este Diccionario, el lector interesado puede consultar una serie de cronologas correspondientes a los nueve espacios comprendidos en el proyecto Iberconceptos-I (pp. 1381-1422).

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    ciudad21, habra una serie de eventos cumbre que, con mayor o menor intensi-dad, repercutieron en todo el mundo atlntico: 1776, 1789, 1791-1804, 1807-1808, 1820-1823, 1830, 1848, por mencionar algunos hitos habituales de la historio-grafa. Ahora bien, el impacto de los acontecimientos ligados a esas fechas (y sus efectos a corto, medio y largo plazo) vara considerablemente segn los casos. Bastar con un ejemplo. Como se deduce de los captulos dedicados a los diez conceptos en las Antillas hispanas, la incidencia de la Revolucin francesa en el Caribe, muy en especial la sublevacin de los esclavos en la colonia francesa de Saint-Domingue en 1791 y la proclamacin de la repblica de Hait (1804), ten-dran una enorme repercusin en toda el rea circundante (sobre todo en Cuba, Venezuela y Brasil). Repercusin esencialmente negativa, amedrentadora y di-suasoria, en este caso. En efecto, la revolucin haitiana fue vista generalmente por las lites criollas ms como un motivo de horror que de emulacin (tambin lo fue, por cierto, la Revolucin francesa, durante dcadas espantajo y contramode-lo en casi todas partes; no slo en los medios reaccionarios, como a veces se dice). La otra cara de la moneda es la imagen ampliamente positiva de la Revolucin norteamericana, hasta mediados del ochocientos e incluso ms all un modelo admirado por intelectuales y polticos liberales de las Amricas de raz ibrica, deseosos de emular al dinmico y crecientemente poderoso vecino del norte.

    Con todo, el lector atento de una obra de referencia y consulta como esta que como tal admite por supuesto lecturas fragmentarias, puramente informati-vas advertir sin duda el peligro de las generalizaciones excesivas, para las que casi siempre encontrar reservas, excepciones y matices en estas pginas. Bastar de nuevo con un ejemplo. Si bien es verdad que, en trminos generales, la prime-ra mitad del periodo abarcado en este volumen del Diccionario se corresponde con la fase imperial o poca colonial y la segunda mitad con la fase estatal o independiente (los inicios de la dcada crucial de 1820, justo a mitad de camino entre 1770 y 1870, serviran de lnea divisoria entre ambas etapas), no es menos cierto que este esquema resulta inaplicable en algunos casos. El estatuto colonial de Cuba y Puerto Rico no impidi que esas dos islas antillanas (el caso de Santo Domingo es ms complejo) formaran parte de Espaa a lo largo de todo el tiem-po aqu considerado (aunque ciertamente desde mediados de siglo, sobre todo en los ltimos aos con el Grito de Yara y el Grito de Lares, los movimientos inde-pendentistas llegaron a desafiar abiertamente el dominio espaol en la zona).

    La dilatacin del marco cronolgico de referencia por el que hemos optado en Iberconceptos va de la mano con la ampliacin de los territorios estudiados.

    21 La importancia difcil de exagerar que para el Ro de la Plata tuvieron las invasiones inglesas de Buenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807, por ejemplo, permite antedatar ligera-mente los primeros barruntos del cambio de ciclo en ese virreinato.

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    De modo que el cambio de perspectiva y el salto de escala con respecto a la historiografa ordinaria afecta a ambas dimensiones, temporal y espacial. En efecto, si por una parte para muchos estudiosos del xix hoy resulta evidente que el anlisis estricto del momento de la crisis de las monarquas ibricas y de las independencias subsiguientes (digamos del lapso 1808-1825) carece de sentido si no se inscribe en un tiempo ms largo, que abarcara al menos desde las refor-mas ilustradas hasta la consolidacin de los nuevos estados surgidos de la dis-gregacin de los imperios ibricos22, por otra parte, la historiografa reciente a diferencia de las viejas historias nacionalistas enfatiza las mltiples interco-nexiones entre los acontecimientos y procesos de los pases ibricos de ambos lados del Atlntico (y con los otros Atlnticos, especialmente con el anglfono y el francfono). Para entender los desarrollos locales y los particulares proce-sos de independencia es preciso pues no perder de vista la crisis general, y vice-versa23.

    22 En un comentario sobre el primer volumen de nuestro Diccionario, escribe Jos M. Portillo que la adopcin de esa idea de un tiempo largo (1750-1850) en que el mundo occiden-tal fue transformndose frente a la idea de un cambio sbito, un 1789 se ha mostrado espe-cialmente fructfera aplicada al espacio iberoamericano (Jos Mara Portillo Valds, El tiempo histrico del primer constitucionalismo en el Atlntico hispano. Balance y perspecti-vas, Almanack, n 4 (2012), p. 105). Algunos libros recientes demuestran, por lo dems, la potencia explicativa de este marco cronolgico ampliado: vase, en particular, Gabriel Pa-quette, Imperial Portugal in the Age of Atlantic Revolutions. The Luso-Brazilian World, c. 1770-1850, Cambridge, Cambridge University Press, 2013.

    23 Desde esta perspectiva, este proyecto aspira a inscribirse en las nuevas tendencias his-toriogrficas que, ms all del marco nacional (aunque sin desdear este marco, especialmente significativo en un periodo de construccin de naciones), incluso de la metodologa compara-tiva, se esfuerzan por analizar interacciones ms complejas de tipo transnacional (histoire croi-se, connected histories, entangled history; un volumen colectivo reciente: Matthias Middell y Llus Roura, eds., Transnational Challenges to National History Writing, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2013; vase tambin el dossier La historia transnacional, Darina Mar-tyknov y Florencia Peyrou, eds., Ayer, n 94 (2014), pp. 11-144). En una puesta al da de los desarrollos recientes de la historia conceptual escrita hace ms de un lustro, Iberconceptos apareca en solitario como el nico proyecto internacional en marcha (Willibald Steinmetz, 40 Jahre Begriffsgeschichte The State of the Art, en Sprache Kognition Kultur. Sprache zwischen mentaler Struktur und kultureller Prgung, Heidrun Kmper y Ludwig M. Ei-chinger, eds., Berln/Nueva York, Walter de Gruyter, 2008, pp. 174-197, p. 176). Actual-mente, diversos proyectos, en Europa, la India y el Lejano Oriente, demuestran que la pers-pectiva transnacional constituye un horizonte plausible para la historiografa. Todo parece indicar que la historia conceptual est ya madura para afrontar nuevos retos que trascienden los lmites del Estado-nacin (Guillermo Zermeo, Sobre la condicin postnacional en la historiografa contempornea: el caso de Iberconceptos, en Javier Fernndez Sebastin y Gonzalo Capelln de Miguel, eds., Conceptos polticos, tiempo e historia. Nuevos enfoques en historia conceptual, Santander, McGraw Hill - Ediciones Universidad de Cantabria, 2013, pp. 463-489).

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    2. La gran transicin. Atlantizacin semntica y transformaciones conceptuales en el laboratorio poltico iberoamericano

    En la historiografa acerca de la Amrica latina del xix, as como en la de Es-paa y Portugal en el mismo periodo, la palabra revolucin est presente por doquier. Revoluciones de independencia, revoluciones atlnticas, revoluciones hispnicas, revolucin liberal, era de las revoluciones son algunas de las frmu-las ms comunes en los ltimos tiempos. Sospecho sin embargo que el uso infla-cionario de este trmino ha comenzado a producir rendimientos decrecientes: probablemente todos saldramos ganando si en muchas ocasiones all donde los historiadores decimos revolucin escribiramos en su lugar transicin.

    Sea como fuere, transicin es un trmino clave: lo fue ya en el siglo xix para aquellos que reflexionaron con mayor perspicacia sobre los cambios que sus socie-dades estaban atravesando (cambios que a menudo conceptualizaron como una in-terminable transicin hacia lo desconocido), y lo sigue siendo hoy da para quienes desde el siglo xxi volvemos la vista hacia aquel tiempo ido tratando de comprender a quienes vivieron entonces y de iluminar algunos de los desarrollos ulteriores.

    Por lo que a este Diccionario respecta, pensar el lapso que va de 1770 a 1870 como un periodo de transicin presenta no pocas ventajas. Por de pronto, se presta a una comprensin ms rica y matizada del cambio conceptual. Y, como hemos sostenido ms arriba, el paso del orden tradicional a la sociedad moderna y de un rgimen de conceptualizacin a otro no se produjo de golpe. Pues, si bien es cierto que en determinados contextos la palabra transicin puede ser entendida como una transformacin acelerada, y revolucin como un cambio profundo pero no necesa-riamente rpido, lo usual es que el primer vocablo remita a un proceso de transfor-macin ms pausado y el segundo se utilice para sealar cambios sbitos y violentos.

    Adems, los fenmenos poltico-semnticos son constitutivamente transicio-nales. No en vano, como supo ver Guillermo de Humboldt, las lenguas son por su propia naturaleza realidades vivas en continua metamorfosis: lejos de ser una estructura cerrada, una obra acabada e inerte, una lengua es un ejercicio en deve-nir, un laboratorio en permanente actividad, siempre productivo y abierto. De ah que, por mucho que la historia intelectual haya tendido en los ltimas dcadas a resaltar las discontinuidades, un enfoque que ilumine los aspectos transicionales presenta ventajas evidentes sobre otro que subraye exclusivamente las fases de ruptura y acente los contrastes entre tan slo dos opciones: lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y lo moderno (como si se tratase de dos dimensiones perfectamen-te distinguibles o, peor an, de dos estructuras separadas y estticas)24.

    24 Ex innovatio traditio/Ex traditio innovatio. Continuidad y ruptura en historia intelec-tual, en Faustino Oncina, ed., Tradicin e innovacin en la historia intelectual: mtodos his-

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    Estas visiones dicotmicas tienden a opacar los matices y a centrar en exceso el foco de los procesos histricos en ciertos momentos cumbre en los que un es-tado de cosas se esfuma y un nuevo orden se impone con aparente rapidez. As, puesto que en el bienio 1808-1810 y en los tres lustros siguientes tuvieron lugar cambios tan decisivos y las nociones centrales de la poltica entraron en ebulli-cin, a primera vista pudiera parecer que basta con analizar esa etapa crucial para entender la modernizacin de los conceptos polticos en el orbe hispano-luso25. Sin negar que en esos aos se produjo en efecto un importante vuelco y una bre-cha en el terreno de las representaciones y que vale la pena estudiar con especial cuidado aquel momento, cuando se examina el problema ms de cerca no puede dejar de notarse que el debate constitucional asociado a la crisis de las monarquas ibricas vena de atrs (de hecho estaba ya planteado en las dos o tres dcadas fi-nales del setecientos). Por lo dems, los lenguajes de la Ilustracin y de la escols-tica, de la virtud y del comercio, de la iurisdictio y de la administratio, de la eco-noma poltica y del derecho natural, de la religin y del progreso, se encontraban ya a veces confrontados, otras veces amalgamados en los textos de diversos autores desde bastante antes del estallido de la crisis en 1808.

    Y ms all de 1825 y de 1834, con posterioridad a ese tiempo axial que fue para Iberoamrica el primer tercio del siglo xix, numerosos conceptos sufrieron asimis-mo cambios significativos. Hubo importantes palancas de modernizacin actuan-do sobre las sociedades ibricas mucho antes de 1808 y, a la inversa, poderosas corrientes subterrneas de cultura tradicional seguan moldendolas a mediados del ochocientos. De manera que el mismsimo momento gaditano, presentado or-dinariamente como solucin de continuidad, se entiende mejor como un instante de trnsito que como una cesura. Desde este punto de vista, la propia Constitu-cin de 1812 a despecho del entusiasmo de aquellos primeros liberales que crean estar dejando definitivamente atrs el antiguo rgimen para ingresar en una nueva

    toriogrficos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pp. 51-74. En gran parte de la historiografa in-telectual de los siglos xix y xx acerca del mundo ibrico, esta dicotoma aparece doblada de otra que se superpone hasta la caricatura: en esa literatura, tradicin, en bloque, equivale general-mente a cultura hispano-lusa, catlica y retardataria, mientras que las nuevas ideas modernas y progresistas proceden sistemticamente del exterior, principalmente del mundo protestante.

    25 En una ponencia crtica con algunos aspectos del proyecto Iberconceptos, Roberto Bre-a se preguntaba si no hubiera sido mejor retrasar el comienzo de la cronologa de referencia hasta el inicio de los movimientos de independencia, bajo el supuesto de que los cambios se-mnticos ms sustantivos habran tenido lugar a partir de esa poca, no antes (Conceptual History and the Latin American Academic World: Predicaments at Hand and Challenges Ahead, ponencia indita presentada en The 16th Annual Conference on the History of Con-cepts, Bilbao, 29-31 de agosto de 2013, y luego en el Seminario Institucional de Historiografa del Centro de Estudios Histricos de El Colegio de Mxico, el 11 de marzo de 2014, de la que he tenido noticia por la amabilidad de su autor).

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    era de libertad, sin dejar de ser rupturista, tiene una veta continusta: en lugar de calificarla sin ms de revolucionaria o al contrario, de jurisdiccional, aquel cdigo rene todas las caractersticas de una constitucin transicional26.

    Por consiguiente, no sera acertado arrancar nuestra encuesta en 1807/1810 ni tampoco darla por cerrada en 1825/1834. Antes y despus de estos umbrales epo-cales se produjeron considerables cambios semnticos, generalmente asociados a momentos constituyentes o a otros acontecimientos sealados. Conviene, pues, resistir la tentacin de circunscribir el anlisis tan solo a aquellos aos, sin duda decisivos, pero que no deberan ser vistos como un hiato entre dos eras (como lo habra sido paradigmticamente la Revolucin francesa), sino ms bien como una fase de transicin acelerada. Sentimiento este ltimo, el de aceleracin, que no por casualidad obsesion a algunos eminentes polticos e intelectuales decimon-nicos, especialmente en las primeras dcadas de aquel siglo27.

    Por tanto, esa tajante dicotoma entre tradicin y modernidad es poco apro-piada para pensar situaciones hbridas, de transicin, que suponen no slo coexis-tencia y solapamiento entre lo viejo y lo nuevo, sino algo ms importante, paradjico y sutil: procesos complejos a travs de los cuales la tradicin engendra la novedad28.

    Sabemos, por ejemplo, que el viejo imaginario de la legitimidad basada en un pacto entre las comunidades y el monarca y la sistemtica invocacin a las Siete Partidas hizo posible en 1808 la ereccin de las juntas, mientras que en la Penn-sula los Martnez Marina, Quintana, Argelles, Flrez Estrada, Lorenzo Villa-nueva y otros ms forjaban sus discursos en lenguajes mixtos de republicanismo catlico y neoescolstica, contractualismo racionalista y constitucionalismo his-toricista. Lenguajes codificados en un vocabulario heterclito, que beban de mu-chas fuentes, desde Cicern y los clsicos greco-latinos hasta elementos tomados del moderno derecho de gentes, de la economa poltica y del derecho pblico (sin renunciar desde luego a la Sagrada Escritura). Discursos de radicalidad varia-

    26 Entre el Espritu Santo y el espritu del siglo. Sobre la Constitucin de las Cortes y el primer liberalismo hispano, Constitucin de 1812. El nacimiento de la libertad, Manuel Ara-gn y Juan Jos Solozbal, eds., Anthropos, n 236 (2013), pp. 55-75.

    27 Cabalgando el corcel del diablo. Conceptos polticos y aceleracin histrica en las re-voluciones hispnicas, en Fernndez Sebastin y Capelln, eds., Conceptos polticos, tiem-po e historia, pp. 423-461. Este agudo sentimiento de aceleracin sera una faceta ms del adve-nimiento de la modernidad, en la medida en que, como sabemos, una de las marcas caractersticas de la cultura moderna en general ser la conciencia de haber entrado en una poca de inestabilidad crnica y de transicin interminable; de entrar, en suma, en el incierto dominio de lo transitorio, lo fugitivo y lo contingente (Baudelaire dixit).

    28 Reinhart Koselleck, Estructuras de repeticin en el lenguaje y en la historia, Revis-ta de Estudios Polticos, n 134 (2006), pp. 17-34.

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    ble, propios de una poca bisagra, cuyos improvisados idelogos no dudaron en ensamblar ideas de Montesquieu, Rousseau, Paine, Mably o Filangieri con las de los pioneros hispanos de la filosofa poltica y del derecho natural moderno, como Surez, Mariana, Soto, y otros afamados telogos de la Segunda Escolsti-ca29. Lenguajes heterogneos, en fin, que ms all de los nada desdeables mati-ces entre unos y otros autores, contextos y circunstancias permitieron a aquellos primeros liberales de las Cortes de Cdiz y de Lisboa, a aquellos republicanos de las juntas y congresos hispanoamericanos, inscribirse a s mismos y a sus grandes expectativas en un proceso histrico de larga data: darse un pasado ad hoc, a la medida de su futuro.

    En aos extraordinariamente agitados y convulsos como aquellos, la dinmi-ca poltico-discursiva se acelera bruscamente. Para decirlo con una analoga fsica, los lenguajes dejan de comportarse segn el rgimen ordinario, laminar, que Ko-selleck metaforiz recurriendo a la geologa refirindose a los parsimoniosos mo-vimientos de los Zeitschichten (aunque la velocidad de los cambios semnticos vare de unos estratos a otros), y empiezan a fluir de manera turbulenta, dando lugar a mutaciones imprevisibles e hibridaciones conceptuales insospechadas. El suave deslizamiento de las capas semnticas que se superponen y combinan sin fusionarse en el largo plazo da paso en esas coyunturas revolucionarias a un flujo vertiginoso; en tales situaciones, la retrica poltica suele producir torbellinos ideolgicos en los que se mezclan desordenadamente multitud de elementos he-terogneos30. Al igual que para la hidrulica o la dinmica de fluidos, para la his-toria intelectual de la crisis del mundo ibrico reviste excepcional inters la obser-vacin de tales momentos de transicin, cuando el rgimen laminar se transforma en turbulento, esto es, cuando los discursos y lenguajes pierden coherencia inter-na, se descomponen y se mezclan entre s31.

    29 Obsrvese, por ejemplo, el uso de algunos textos de telogos y juristas castellanos de los siglos xvi y xvii como Juan Mrquez o Fernando Vzquez de Menchaca por parte de republi-canos y liberales como Juan Germn Roscio o Francisco Martnez Marina (Del Rey cautivo a la Repblica de derecho divino. Retricas e imaginarios de las Revoluciones hispnicas, en La revolucin de independencia mexicana en perspectiva comparada, Mxico, El Colegio de M-xico, 2014, pp. 166-167).

    30 Reinhart Koselleck, Estratos del tiempo, en Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Barcelona, Paidos, 2001, pp. 35-42. Michel Senellart, Les arts de gouverner. Du regimen mdival au concept du gouvernement, Pars, Seuil, 1995, p. 46.

    31 Los momentos de aceleracin y fluidez son muy propicios para el cambio en las con-venciones dominantes: Jean-Pierre Dedieu, Aprs le roi. Essai sur leffondrement de la Monar-chie espagnole, Madrid, Casa de Velzquez, 2010, p. 170. Como vio Ortega, en tales mutacio-nes histricas el vaco que deja un mundo que se viene abajo suele ser llenado con relativa rapidez por un sistema de convicciones alternativo (Jos Ortega y Gasset, Cambio y crisis, En torno a Galileo [1933], leccin VI, en Obras Completas, Madrid, Santillana - Fundacin Jos Ortega y Gasset, 2006, VI, pp. 421-431)

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    Claro que el espectro ideolgico y propositivo entre unos y otros casos es bastante amplio: basta contrastar las precoces experiencias independentistas ve-nezolana, neogranadina o rioplatense, por un lado, y los procesos de emancipa-cin de corte mucho ms tradicional de Nueva Espaa, Centroamrica o Per para hacerse una idea de esa pluralidad. Y, por otra parte, tambin entre los lde-res independentistas encontramos toda una gama de posiciones ideolgicas. Pinsese, por ejemplo, en la distancia que va de un Teresa de Mier, que vea en las Leyes de Indias la antigua constitucin americana, y el discurso decidida-mente antihistoricista, de cuo rousseauniano y jacobinizante del porteo Ma-riano Moreno.

    Uno de los sntomas ms llamativos del inicio de aquella transicin iberoame-ricana es la frecuencia con la que sus protagonistas se quejan de que el lenguaje poltico y moral se revelaba inservible para la comunicacin mutua entre los ha-blantes, convirtindose ms bien en un obstculo y en un arma de combate. Se dira que la lengua estaba sufriendo tales alteraciones que ya nadie se entenda, y el recurso repetido a la imagen de la torre de Babel indica que amplios sectores de las lites constataron con preocupacin que las mismas palabras tenan diferente valor y a veces significados opuestos en boca de unos y de otros. Abundan enton-ces las acusaciones contra los adversarios, especialmente contra los liberales, de haber pervertido el recto significado de los trminos y de querer hacer de lo blan-co negro32.

    La sensacin generalizada de haber entrado en una poca de confusin, de algaraba, de manipulacin semntica y de luchas retricas encarnizadas por el dominio de las palabras es, junto al vrtigo producido por la aceleracin, otra nota inquietante que casi nunca falta en las situaciones revolucionarias.

    * * *

    Puesto que a partir del anlisis histrico de los discursos es poco lo que pode-mos afirmar sobre la circulacin social de los conceptos, la historia cultural de-biera acudir en auxilio de la historia poltica e intelectual. Investigaciones conco-mitantes sobre historia de la lectura y difusin de la prensa peridica y de toda clase de impresos de carcter poltico en la regin en el mismo periodo podran arrojar mucha luz sobre la mayor o menor democratizacin del lenguaje pol-tico en aquellos aos.

    32 Guerra de palabras. Lengua y poltica en la Revolucin de Espaa, en Guerra de ideas. Poltica y cultura en la Espaa de la Guerra de la Independencia, Pedro Rjula y Jordi Canal, eds., Madrid, Marcial Pons Historia, 2012, pp. 237-280. La crisis de 1808 y el adveni-miento de un nuevo lenguaje poltico. Una revolucin conceptual?, cit. Las revoluciones hispnicas. Conceptos, metforas y mitos, cit.

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    De hecho, mientras que tres de los cuatro teoremas koselleckianos referentes a las transformaciones de los conceptos fundamentales durante el periodo de transicin a la modernidad (a saber: temporalizacin, ideologizacin y politiza-cin) no parecen presentar grandes problemas en su aplicacin al mundo ibrico, el cuarto postulado, el de la democratizacin33, ha sido objeto de cierta controver-sia. A veces se ha puesto en duda que el uso de dichos conceptos en el periodo de nuestro estudio llegase verdaderamente a popularizarse. La utilizacin de este vocabulario hasta finales del siglo xix habra quedado confinada en pequeos crculos de las lites. En el caso de Brasil, Lcia Bastos y Guilherme Pereira das Neves sostienen en este mismo Diccionario (vase, en el tomo 4, su artculo Inde-pendencia - Brasil, in fine) que los cuatro procesos histrico-semnticos seala-dos por Koselleck como caractersticos del ingreso en la modernidad slo se al-canzaran, como pronto, a mediados del ochocientos. Joo Feres Jr., por su parte, ha hecho notar que el proyecto no dispone de instrumentos metodolgicos ade-cuados para medir el grado de circulacin social de los trminos (vase un poco ms adelante, en este mismo tomo, las primeras pginas de su ensayo O concei-to de civilizao: Uma anlise transversal).

    Sera fastidioso discutir aqu a fondo un asunto para el que por ahora slo contamos con unos pocos artculos y monografas34. Pese a todo, la enorme mul-

    33 Los trminos Demokratisierung, Verzeitlichung, Ideologisierbarkeit y Politisierung, usados por Koselleck para caracterizar las transformaciones de los conceptos durante el perio-do conocido como Sattelzeit, han sido vertidos habitualmente al espaol como democratiza-cin, temporalizacin, ideologizacin y politizacin (Koselleck, Einleitung, pp. xiii-xxvii. Un texto fundacional de Reinhart Koselleck, pp. 95-98. Sobre su aplicacin al mundo ibe-roamericano vase mi Introduccin al Diccionario poltico y social del mundo iberoamericano, vol. I, pp. 28-30). Dado que estos trminos no resultan del todo satisfactorios y en algn caso pueden llevar a confusin, cabra sustituirlos, respectivamente, por popularizacin, futuriza-cin, abstraccin y partidizacin.

    34 Ante la imposibilidad de desgranar aqu una bibliografa detallada por pases, mencio-nar tan slo algunas referencias de carcter general: Franois-Xavier Guerra, Annick Lem-prire et al., Los espacios pblicos en Iberoamrica: ambigedades y problemas. Siglo xviii-xix, Mxico, Centro Francs de Estudios Mexicanos y Centroamericanos - FCE, 1998. Eugenia Roldn, The British Book Trade and Spanish American Independence: Education and Knowledge Transmission in Transcontinental Perspective, Aldershot, Ashgate, 2003. Carlos Forment, Democracy in Latin America, 1760-1900: Civic Selfhood and Public Life in Mexico and Peru, Chicago, University of Chicago Press, 2003. Paula Alonso, comp., Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formacin de los estados nacionales en Amrica La-tina, 1820-1920, Mxico, FCE, 2004. Rebecca Earle, The Role of Print in the Spanish Ame-rican Wars of Independence, en The Political Power of the Word: Press and Oratory in Nine-teenth-Century Latin America, Ivn Jaksic, ed., Londres, Institute of Latin American Studies, 2002, pp. 9-33. Isabel Lustosa, Insultos impressos: a guerra dos jornalistas na Independncia (1821-1823), So Paulo, Companhia das Letras, 2000. Marco Morel, Transformaes dos es-paos pblicos: Imprensa, atores polticos e sociabilidades na Cidade Imperial (1820-1840), So

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    tiplicacin del nmero de peridicos, el incremento de sus tiradas y la politiza-cin de lo impreso (incluyendo los llamados catecismos polticos) al amparo de la naciente libertad de imprenta constituyen indicios seguros de que la propaga-cin social de la terminologa poltica fue en aumento. Adems, en varias ciuda-des y pases disponemos de testimonios abundantes de que el acceso a los medios impresos y la familiaridad con el vocabulario poltico se ampliaron desde finales del siglo xviii, y sobre todo desde la segunda dcada del xix de forma inusitada. Lo menos que puede afirmarse es que la difusin creciente de lo impreso que acompa a las revoluciones liberales y de independencia propiciaron la politiza-cin de sectores mucho ms amplios que en decenios precedentes y por tanto el uso de esa terminologa trascendi considerablemente a las exiguas minoras diri-gentes.

    Por una parte, las luchas ideolgicas entre peridicos que competan entre s y sostenan a menudo opiniones antagnicas acostumbraron a los lectores a que las palabras de la poltica podan ser usadas de manera estratgica y altamente contenciosa. La prensa, que tan importante papel jug en las revoluciones, puso el lenguaje de la poltica al alcance de pblicos bastante numerosos, directos o indirectos. La utilizacin de unos mismos trminos clave por los adversarios po-lticos impuls la homogeneizacin de los vocabularios, mientras que, por otra parte, multiplic los sentidos, los usos y la carga evaluativa de esas voces hasta convertirlas en conceptos disputados y controvertidos. Adems, los carg de un potencial de realizacin inimaginable slo unas dcadas atrs35.

    No slo eso. Como haba sucedido durante las revoluciones en Francia y en el mundo angloamericano, el aumento en el ritmo de publicacin de los peridi-cos y el bombardeo constante de noticias sorprendentes e inesperadas generaron una demanda insaciable de novedades por parte del pblico, que los avances tc-nicos permitieron atender con creciente eficacia. Todo ello contribuy a disparar las expectativas y a aguzar la conciencia de contemporaneidad entre los lectores,

    Paulo, Hucitec, 2005. Lcia Bastos Pereira das Neves, Os panfletos polticos e o esboo de uma esfera pblica de poder no Brasil, en Marcia Abreu y Nelson Schapochnik, eds., Cul-tura Letrada no Brasil. Objetos e prticas, So Paulo/Campinas, Mercado de Letras - Asso-ciao de Leitura do Brasil - Fapesp, 2005, pp. 399-411.

    35 Los cambios polticos e intelectuales no pueden comprenderse sin tener en cuenta otro tipo de transformaciones culturales de fondo (en los modos de leer, por ejemplo). En una de sus charlas en el Ateneo de Madrid a principios de los aos cuarenta, comenta Alcal Galiano, en relacin con la incipiente difusin de las doctrinas socialistas, que, aunque siempre haba habido tericos radicales que especularon con pensamientos igualitarios, el socialismo era en rigor un fenmeno nuevo, mucho ms serio y amenazador, pues en los nuevos tiempos suele intentarse llevar a efecto las que antes no pasaban de ser ideas destinadas al entretenimiento de un corto nmero de lectores (Antonio Alcal Galiano, Lecciones de Derecho poltico [1843-1844], ed. de ngel Garrorena Morales, Madrid, CEC, 1984, p. 314).

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    mientras la catarata de informaciones produca en ellos la impresin de que el tiempo y el espacio se compriman ms y ms36.

    Las luchas semnticas y la intensificacin del ritmo de los acontecimientos fueron acompaadas por una proliferacin del uso de ciertas palabras clave de la poltica principalmente en los medios impresos, y de su difusin a travs de las fronteras polticas y lingsticas. Es sabido que existe un conjunto de trminos que, con ligeras variantes idiomticas, se encuentran desde aquellos aos a dispo-sicin de los hablantes de casi todos los pases europeos y americanos baados por el Atlntico.

    En rigor, no se trataba de algo nuevo. Contra lo que pudiera pensarse, la glo-balizacin de los conceptos dista mucho de ser un fenmeno reciente. Prctica-mente sin excepcin, todos los trminos contemplados en este Diccionario tienen races profundas, compartidas con otras lenguas europeas antiguas y modernas: sus etimologas se remontan en algunos casos a la Edad Media y, ms frecuente-mente, a la Antigedad grecolatina. Prueba evidente, por si hiciera falta alguna, de que las palabras nacen y mueren incesantemente desde tiempo inmemorial, sal-tando de boca en boca y de texto en texto (y, por supuesto, tambin del medio oral al escrito y viceversa), desgastndose en el caudal lxico como cantos roda-dos que en ocasiones quedan olvidados en un oscuro recodo para, en virtud de complejos procesos metamrficos, retornar espordicamente a la corriente con renovados bros, incluso a veces con afiladas aristas.

    Es indudable que estos desarrollos se vieron acelerados coincidiendo con el advenimiento de lo que convencionalmente se conoce como tiempos modernos. Junto a la invencin y propagacin de la imprenta, las exploraciones geogrficas de los europeos y sus secuelas en particular el descubrimiento y la conquista de Amrica supusieron un desafo para la bsqueda de nuevos recursos intelectuales con que hacerse cargo del choque brutal con lo desconocido. La experiencia direc-ta desmenta muchas creencias anteriores y pona al descubierto realidades insli-tas que obligaban a la innovacin cientfica en diversos terrenos. Haba que ir ms all de los lmites del lxico, ms all de las constricciones inherentes a la semnti-ca propia, demasiado pobre para integrar la inmensidad del Nuevo Mundo y de sus habitantes en el horizonte mental de los europeos37. As iba a darse un paso

    36 Matthew Rainbow Hale, On Their Tiptoes. Political Time and Newspapers during the Advent of the Radicalized French Revolution, circa 1792-1793, Journal of the Early Re-public, n 29 (2009), pp. 191-218, en especial pp. 214-218. Con las debidas cautelas y propor-ciones, varias conclusiones de este trabajo podran extrapolarse al mundo iberoamericano en crisis, dos o tres dcadas despus.

    37 John H. Elliott, El Viejo Mundo y el Nuevo, Madrid, Alianza, 1972, pp. 30-40. Cuando estas tierras [] se descubrieron, muchas verdades se descubrieron que antes estaban

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    adelante decisivo para la renovacin de los vocabularios de la vida colectiva y de la diversidad humana, en especial para la forja de nuevos conceptos de vocacin ecu-mnica, ya fueran de carcter religioso, moral, histrico, jurdico o poltico. Con la diseminacin bihemisfrica de algunos de estos conceptos comenz un dilogo transatlntico y una dispora de los significados o globalizacin intelectual que desde entonces ha ido en aumento. La transferencia intercontinental de algu-nos importantes conceptos religiosos, morales y jurdicos, y su ramificacin y di-versificacin posterior, es quiz el vector ms conspicuo de un dilatado proceso de mestizaje e intercambio cultural planetario todava en marcha.

    Serge Gruzinski, entre otros, ha llamado la atencin sobre las hondas impli-caciones culturales de aquella temprana mundializacin ibrica de la segunda mitad del siglo xvi38. Los debates de Burgos y Valladolid sobre la licitud de los ttulos hispanos para la expansin americana dieron paso en Occidente a lo que podramos llamar una semntica de la globalizacin, que poda buscar inspira-cin en el cristianismo y en los pensadores estoicos de la Roma republicana. Al-gunas aportaciones sustanciales de aquellos historiadores y cronistas de Indias, pioneros de la antropologa comparada, en particular de Bartolom de las Casas y de Jos de Acosta, que se esforzaron en pensar la diferencia cultural en trminos histricos, contribuyeron asimismo a esbozar los primeros ensayos de una histo-ria universal que ulteriormente conduciran a las teoras que articulaban el desa-rrollo humano en varios estadios sucesivos de perfeccin creciente39.

    Bajo el estmulo del contacto con otras civilizaciones y con los pueblos ind-genas americanos, la escuela de Salamanca y de Coimbra puso a punto nuevos recursos intelectuales para captar, clasificar y conceptualizar los mundos sor-

    ocultas (Bernardino de Sahagn, Relacin de la Conquista [1585], p. 3, cit. en Jess Busta-mante Garca, Degradacin universal o identidad particular? El problema de la diversidad cultural y lingstica en la Europa y Amrica del siglo xvi, en Historia y Universidad. Home-naje a Lorenzo Mario Luna, Enrique Gonzlez Gonzlez, coord., Mxico, UNAM, 1996, pp. 75-103, p. 86).

    38 Serge Gruzinski, Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundializacin, Mxi-co, FCE, 2010; del mismo autor, El pensamiento mestizo, Barcelona, Paids, 2007, y Mundia-lizacin, globalizacin y mestizajes en la Monarqua catlica, en Europa, Amrica y el mundo: tiempos histricos, Roger Chartier, Antonio Feros Carrasco, coord., Madrid, Marcial Pons, 2006, pp. 217-238. Scarlett OPhelan Godoy y Carmen Salazar-Soler, eds., Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalizacin en el mundo Ibrico, siglos xvi-xix, Lima, Pontificia Universidad Catlica de Chile - Instituto Riva-Agero - IFEA, 2005.

    39 Anthony Pagden, La cada del hombre natural: el indio americano y los orgenes de la etnologa comparativa, Madrid, Alianza, 1988. Natsuko Matsumori, Civilizacin y barbarie. Los asuntos de Indias y el pensamiento poltico moderno (1492-1560), Madrid, Biblioteca Nue-va, 2005. Sanjay Subrahmanyam, On World Historians in the Sixteenth Century, Represen-tations, n 91 (2005), pp. 26-57.

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    prendentes e inciertos de aquella modernidad temprana (y las nuevas teoras jesuticas sobre los derechos subjetivos y la legitimacin del poder a travs del consentimiento no son ajenas a aquel estmulo y a aquellas experiencias americanas)40. En torno a tales disputas escolsticas sobre la legitimidad de la conquista se modificaron, ensancharon y reinterpretaron varias nociones geogr-ficas, histricas y polticas de primera importancia, y se originaron no pocos neo-logismos. Imaginar una gigantesca repblica del mundo entero afect a diversos tems del vocabulario culto latino y de las lenguas vulgares, desde los nuevos usos de la palabra orbe hasta los audaces desarrollos del viejo ius gentium por parte de Vitoria, incluyendo su conocida defensa de un ius peregrinandi41.

    Esta incipiente semntica de la globalizacin vino acompaada de un atisbo de globalizacin semntica a escala planetaria, que en lo que a nuestra regin res-pecta podramos denominar atlantizacin42. El prstamo mutuo fuertemente asimtrico de vocablos entre las lenguas amerindias y las europeas (comenzando

    40 Sobre los pasos de Quentin Skinner, Annabel Brett ha subrayado la modernidad de al-gunos desarrollos conceptuales de la llamada Segunda Escolstica de Salamanca: Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento poltico moderno, Mxico, FCE, 1986, vol. II. An-nabel Brett, Liberty, Right and Nature: Individual Rights in Later Scholastic Thought, Cam-bridge, Cambridge University Press 1997; de la misma autora, Scholastic Political Thought and the Modern Concept of the State, en Annabel Brett, James Tully y Holly Hamilton, eds., Rethinking the Foundations of Modern Political Thought, Cambridge, Cambridge Uni-versity Press, 2006, pp. 130-148. En palabras de Skinner, one of my main ambitions in volume II of Foundations was to establish that the arguments deployed by the Protestant revolutiona-ries were almost entirely taken from their Catholics enemies. It was in late-medieval concilia-rism and in the natural-law theories of the second scholastic that the fundamental concepts of modern constitutionalism were originally forged (Quentin Skinner, Surveying the Founda-tions: A Retrospect and Reassessment, en Rethinking the Foundations of Modern Political Thought, p. 256). Jos Eisenberg, As misses jesuticas e o pensamento poltico moderno. En-contros culturais, aventuras tericas, Belo Horizonte, UFMG, 2000.

    41 Mara Cecilia Aaos Meza, El ttulo de sociedad y comunicacin natural de Fran-cisco de Vitoria. Tras las huellas de su concepto a la luz de la teora del dominio, Anuario Mexicano de Derecho Internacional, vol. XII (2012), pp. 525-596. De la misma autora, La doctrina de los bienes comunes de Francisco de Vitoria como fundamentacin del dominio en el Nuevo Mundo, Persona y Derecho. Revista de fundamentacin de las instituciones jurdicas y de derechos humanos, n 68 (2013), pp. 103-137.

    42 Se tratara de una nueva oleada en un proceso de convergencia intelectual y conceptual de longue dure, en el que cabra distinguir varios momentos de contacto y aceleracin en di-versas partes del mundo. Alguno de esos momentos haba ya tenido como escenario principal el solar ibrico. Tal es el caso del ciclo que entre los siglos xii y xiii, con centro en Toledo, haba propiciado el intercambio, la traduccin de textos y la hibridacin cultural de las tradi-ciones clsicas, rabe y greco-latina, y la que comenzaba a expresarse en romance castellano. Algunos datos y comentarios sobre el papel de las traducciones y de los intermediarios cultu-rales en la historia del mundo hispnico en Anthony Pym, Negotiating the Frontier: Transla-tors and Intercultures in Hispanic History, Londres/Nueva York, Routledge, 2000.

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    por el espaol y el portugus) es slo uno de los aspectos tangibles de aquellos intercambios transculturales crecientes, que fueron mucho ms all del lxico, dando lugar a todo tipo de mezclas, acercamientos semnticos, hibridaciones simblicas y mestizajes artsticos entre nociones, saberes y estilos pertenecientes a culturas muy distantes (la impronta del arte americano en Europa, por ejemplo, se deja sentir desde el siglo xvi)43. Y por supuesto, con los misioneros, aventure-ros, navegantes, soldados, funcionarios y comerciantes, en las bodegas de los mi-les de navos que cruzaron el ocano en ambas direcciones durante siglos, por referirnos slo a las singladuras en direccin a las Indias occidentales, iban tam-bin, junto al Evangelio, Aristteles y Platn, Cicern y Ovidio, la mitologa griega, la gramtica latina, la literatura y las leyes castellanas, la cermica portu-guesa, la poesa italiana o la pintura flamenca. En este sentido, la cristianizacin e iberizacin de buena parte de Amrica fue un vasto proceso de europeizacin y de occidentalizacin44.

    Casi al mismo tiempo, desde las primeras dcadas del quinientos, la Reforma haba escindido al Occidente europeo en dos grandes facciones, enfrentadas a veces en el seno de un mismo reino o monarqua. Las disputas teolgico-polticas y las guerras de religin entre catlicos y protestantes dividiran profundamente a la Europa moderna y tendran en cierto modo su prolongacin en Amrica, entre otras cosas en lo que atae a la justificacin ideolgica que las potencias de la poca ensayaron para legitimar su dominio respectivo sobre determinados te-rritorios del Nuevo Mundo, en especial para reivindicar territorios en disputa, como sucedi con los choques entre britnicos e hispanos en determinadas encla-ves de las Antillas y de Centroamrica, de Florida y de las Carolinas45. Tales vi-

    43 Sobre el mestizaje cultural entre lo amerindio y el Renacimiento europeo vese Gruzins-ki, El pensamiento mestizo, cit. Sobre la globalizacin de las lenguas, del mismo autor, Las cuatro partes del mundo, pp. 393-413.

    44 Marcello Carmagnani, El otro Occidente. Amrica Latina desde la invasin europea hasta la globalizacin, Mxico, FCE, 2004. Globalizacin y occidentalizacin son las dos ca-bezas del guila ibrica (Gruzinski, Las cuatro partes del mundo, p. 410). Karl Kohut y Sonia V. Rose, eds., Pensamiento europeo y cultura colonial, Madrid/Frncfort del Meno, Ibe-roamericana - Vervuert, 1997; de los mismos editores, La formacin de la cultura virreinal, Madrid/Frncfort del Meno, Iberoamericana - Vervuert, 3 vols. (I. La etapa inicial; II. El siglo xvii; III. El siglo xviii), 2000, 2004 y 2006, respectivamente. Esta aculturacin hubiera sido imposible sin el recurso a ciertos saberes: conocimientos nuticos y geogrficos, y recogida de toda clase de informaciones y de noticias sobre el terreno: Arndt Brendecke, Imperio e infor-macin. Funciones del saber en el dominio colonial espaol, Madrid/Frncfort del Meno, Ibe-roamericana - Vervuert, 2012.

    45 John H. Elliott, Imperios del mundo atlntico. Espaa y Gran Bretaa en Amrica, 1492-1830, Madrid, Taurus, 2006. Anthony Pagden, El imperialismo espaol y la imaginacin poltica. Estudios sobre teora social y poltica europea e hispanoamericana (1513-1830), Barcelo-na, Planeta, 1991; y, del mismo autor, Seores de todo el mundo. Ideologas del imperio en Espa-

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    siones y conceptualizaciones (en parte coincidentes, en parte opuestas) alcanza-rn su apogeo en la segunda mitad del siglo xviii y primeras dcadas del xix, cuando la hegemona protestante, reforzada discursivamente por algunos egre-gios representantes de las Luces, llevar a su culmen los estereotipos negativos acumulados contra espaoles y portugueses, y en general contra la Europa cat-lica, a lo largo de la Edad Moderna.

    Como resultado de esta confrontacin ideolgica, el mundo ibrico fue ex-pulsado por lo ms granado de philosophes y Aufklrer del canon cultural de la modernidad. En las primeras dcadas del siglo xix, Hegel y algunos escritores li-berales de la Francia de la Restauracin llegarn a equiparar los conceptos de modernidad y protestantismo. Tal reduccionismo llevaba aparejado un corolario: mientras que la Pennsula era representada como una suerte de apndice no euro-peo de Europa, el Atlntico ibrico en conjunto con la aquiescencia de una par-te nada desdeable de sus lites, que haban asumido un discurso progresista funcional para sus proyectos emancipadores y civilizadores qued estigmati-zado como un falso Occidente: desptico, degenerado y semioriental46.

    A despecho de tales barreras y estereotipos, todo indica que en la segunda mitad del setecientos el trfico de lenguajes e ideas se intensific enormemente en las dos orillas del Atlntico. A este respecto, es oportuno subrayar que el sistema

    a, Inglaterra y Francia en los siglos xvi, xvii y xviii), Barcelona, Pennsula, 1997. David Armi-tage, The Ideological Origins of the British Empire, Cambridge, Ma., Cambridge University Press, 2000. Gabriel Paquette, Enlightenment, Governance, and Reform in Spain and its Empi-re, 1759-1808, Londres, Palgrave Macmillan, 2008. Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mun-do. Historia de una polmica, 1750-1900, Mxico, FCE, 1982. Jorge Caizares-Esguerra, Cmo escribir la historia del Nuevo Mundo, Mxico, FCE, 2008; del mismo autor, Catlicos y puritanos en la colonizacin de Amrica, Madrid, Marcial Pons - Fundacin Jorge Juan, 2008. Eva Botella-Ordinas, Debating Empires, Inventing Empires: British Territorial Claims Against the Spaniards in America, 16701714, Journal for Early Modern Cultural Studies, vol. 10, n 1 (2010), pp. 142-168; de la misma autora, Exempt from Time and from its Fatal Change: Spa-nish Imperial Ideology, 14501700, Renaissance Studies, vol. 26, n 4 (2012), pp. 580-604.

    46 Michael Iarocci, Properties of Modernity: Romantic Spain, Modern Europe, and the Legacies of Empire, Nashville, Tn., Vanderbilt University Press, 2006. La denigracin abraza-ba en este caso a colonizadores y colonizados: no en vano la etiqueta despotismo oriental poda convenir tanto a la Monarqua espaola como a los imperios azteca e incaico (as caba deducirlo de las opiniones del historiador norteamericano William Prescott, por ejemplo: Mark Thurner, From Two Republics to One Divided. Contradictions of Postcolonial Nation-making in Andean Peru, Durham, North Carolina, Duke University Press, 2006, p. 12). Sobre esta cuestin puede verse Francisco Jos Aranda y Jos Damio Rodrigues, eds., De re pu-blica Hispaniae. Una vindicacin de la cultura poltica en los reinos ibricos en la primera mo-dernidad, Madrid, Slex, 2008, as como mi trabajo A Distorting Mirror: The Sixteenth Cen-tury in the Historical Imagination of the First Hispanic Liberals, History of European Ideas, (2014), DOI: 10.1080/01916599.2014.914309.

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    atlntico no es simplemente un plexo de rutas comerciales ocenicas para la cir-culacin de bienes y de personas: junto a los seres humanos y a las mercancas ordinarias, circularon con especial intensidad durante la era de las revoluciones muchos libros, peridicos e impresos de todo tipo; y, con ellos, argumentos, no-ticias y conceptos.

    La avidez de noticias, la interdependencia mutua de las gacetas y el desarrollo de ciertas tcnicas de transmisin y traduccin de textos en la prensa peridica contribuyeron poderosamente asimismo a incentivar una forma de globaliza-cin/atlantizacin conceptual. Mencionaremos algunos ejemplos.

    Aunque muy probablemente ni un solo ejemplar de la Gaceta de Madrid del 24 de septiembre de 1784 lleg al estado de New Hampshire, algunas de sus in-formaciones polticas s lo hicieron de manera indirecta: traducidas primero al francs por la Gazette de France, luego al ingls por la Independent Chronicle de Boston, de donde sern copiadas por la New-Hampshire Gazette, noticias inser-tas en el diario madrileo de inters para los norteamericanos se abrieron camino por esa tortuosa va hasta aquellos remotos lectores de Nueva Inglaterra47. A la inversa: gran cantidad de noticias procedentes de Norteamrica (entre ellas la fa-mosa Declaracin de Independencia, de la que informan tempranamente la Gace-ta de Madrid y el Mercurio de Espaa48), y tambin de diversas ciudades europeas del Norte, llegaron a conocimiento de los lectores espaoles tras haber visto la luz con anterioridad en la prensa de Londres, Pars y otras capitales.

    No es preciso decir que todos estos procesos se aceleraron e intensificaron extraordinariamente al estallar la crisis del mundo ibrico. Desde 1808, numero-sos artculos polticos y doctrinales publicados en Espaa o en Inglaterra (por ejemplo, en el Semanario Patritico de Quintana, en el Espectador Sevillano de Lista, o en El Espaol de Blanco White) son reproducidos poco despus en diver-sos peridicos americanos, ya sea en Caracas, en La Habana, en la ciudad de Mxico, en Lima o en Buenos Aires (tambin algunos, traducidos al portugus, ven la luz en Lisboa o en Ro de Janeiro). Y, como ha mostrado la historiografa y fue ya reseado por varios testigos de la poca, la difusin de los contenidos de la prensa espaola en Amrica result en muchos casos determinante para la ex-pansin del espritu revolucionario en el Nuevo Mundo (algo parecido puede afirmarse, con respecto al rea luso-brasilea, de la difusin de algunos peridi-

    47 Al parecer, la nueva tcnica del prrafo mvil agiliz considerablemente estos inter-cambios. Will Slauter, Le paragraphe mobile. Circulation et transformation des informa-tions dans le monde atlantique du XVIIIe sicle, Annales HSS, n 2 (2012), pp. 363-389, en especial p. 373.

    48 Merle E. Simmons, La Revolucin norteamericana en la independencia de Hispanoam-rica, Madrid, Mapfre, 1992, pp. 24-26.

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    Javier Fernndez Sebastin Introduccin

    cos editados en Londres en lengua portuguesa como O Portuguez, de Rocha Loureiro, o el Correio Braziliense, de Hiplito da Costa). Tambin por eso, y no slo por razones geogrficas, las iberoamericanas son genuinamente revoluciones atlnticas49.

    En dicha difusin, y en los intercambios de todo tipo entre Europa, Amrica y frica, destacaron, claro est, las ms importantes ciudades portuarias de am-bos hemisferios: no slo los principales puertos continentales, sino tambin las escalas insulares o nodos intermedios de navegacin. Todo indica, por cierto, que los archipilagos de la llamada Macaronesia septentrional (Canarias, Azores, Ma-deira), por un lado, y las Antillas, por otro, que venan cumpliendo desde la po-ca de los descubrimientos un papel estratgico en la interconexin entre los tres continentes, sirvieron en la era de las revoluciones especialmente las Antillas y toda la cuenca del Caribe como regiones-laboratorio para canalizar, modular y repercutir los flujos de personas, traducciones y toda clase de materiales impresos en mltiples direcciones50. Como ha sucedido otras veces en la historia, suele