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RMC 134 (5) Sumario - dereojo.orgdereojo.org/omar/rmc-134.pdf · abril-junio 2013/REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN 7 interno que derivó en el nombramiento de Rafael Rodríguez Castañeda

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REVISTA DE FOTÓGRAFOS DIRECTOR: PEDRO VALTIERRA AÑO XIX NÚMERO 119 ABRIL-MAYO 2013 CUARTOSCURO.COM.MX

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� FOTOS DE JUAN PABLO ZAMORA, ASTRID RODRÍGUEZ, JULIO PANTOJA, TALLER DE HELIOGRABADO, JUAN GUZMÁN, FOTÓGRAFOS DE CUARTOSCURO� TEXTOS DE ANA LUISA ANZA, DIANA TAYLOR, BYRON BRAUCHLI,

MARICELA GONZÁLEZ CRUZ Y DAVID BACON

� La ciencia de la risa� Del alma de Tenejapa� Mujeres de maíz� La riqueza de los híbridos� Mirar CO14

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Año XXV Número 134 abr / jun 2013

Fundador: Miguel Ángel Sánchez de ArmasDirector: Omar Raúl MartínezSubdirector: Jorge Tirzo Editor: Raúl López Parra

Consejo Editorial: Gerardo Arreola, Francisco de Jesús Aceves, Alma Rosa Alva de la Selva, Guillermi-na Baena, José Luis Becerra, Virgilio Caballero, José Carreño Carlón, José Luis Esquivel, Javier Esteinou, Fátima Fernández Christlieb, Ricardo G. Ocampo, Carmen Gómez Mont, Perla Gómez Gallardo, Javier González Rubio, Miguel Ángel Granados Chapa (), Fernando Gutiérrez, José Luis Gutiérrez Espíndola, Octavio Islas, Felipe López Veneroni, Fernando Mejía Barquera, Humberto Musacchio, Raymundo Riva Palacio, Miguel Ángel Sánchez de Armas, Enrique Sánchez Ruíz, Luis Javier Solana, Beatriz Solís Leree, Gabriel Sosa Plata, Florence Toussaint, Ernesto VillanuevaConsejo Editorial Internacional:Rafael Roncagliolo (Perú), José Marques de Melo (Brasil), Miguel de Moragas (España), Joaquín Sánchez (Colombia), Marcelino Bisbal (Venezuela), José Manuel de Pablos (España), Sergio Caletti (Argentina), Armand Mattelart (Bélgica), Benjamín Fernández Bogado (Paraguay), Mariano Cebrián (España), Manuel Martín Serrano (España)Gerente Administrativa: Esperanza NarváezProducción: Clara Narváez, Anay Romero,Israel Navarrete, Andrés Camacho Buendía ()Ilustraciones y Fotografía: Del Ángel,Antonio Soto, Cuartoscuro, Sari DenniseDiseño de Portada: Iván Alberto Cabrera

Presidente Honorario: Miguel Ángel Sánchez de ArmasPresidente: Omar Raúl MartínezVicepresidenta: Esperanza Narváez PerafánDirector Ejecutivo: Jorge Tirzo Fondo Editorial: Clara Narváez, Abigail CervantesProyectos Especiales: Roberto Barrios Gaxiola, Pilar Ramírez, Alfonso Yáñez, Fabiola Narváez, Verónica Trinidad Martínez, Raúl VelázquezAsesores de Producción: Antonio Moreno,Adela Ávila, Hormisdas Cobos ()Auxiliar de la Dirección: Jorge JaramilloServicio Social: Daniela Caballero, Karen Molina, Miriam Olmos, Berenice Espinosa, David Hernández, Sergio Hernández.

La Revista Mexicana de Comunicación es el órgano oficial de la Fundación Manuel Buendía, AC. La revista y la Fundación están integradas como observadoras al Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación de las Ciencias de la Comunicación (CONEICC), a la Red Mexicana de Protección a Periodistas y Medios de Comunicación y a la Asociación Mexicana de Investiga-dores de la Comunicación (AMIC). Ambas son miembros de la Red Iberoamericana de Revistas de Comunicación y Cultura, de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), de la Asociación La-tinoamericana de Investiga-dores de la Comunicación (ALAIC) y del Instituto Interna-cional de Comunicaciones (IIC), y repre-sentadas en la Asociación Internacional de Investigadores de Comunica-ción de Masas. Revista Mexicana de Comunicación es una publicación bimestral editada por ECO Información SC. ISSN 0187-8190. Certificado de licitud de título 3390, de contenido 3221 y de reserva de uso de título 72-89. Editor res-ponsable: Omar Raúl Martínez Sánchez. Dirección: Guaymas 8-408, col. Roma, 06700, Del. Cuauhtémoc, México, DF. Tel. 52 08 42 61. Impreso en los Talleres de Reproscán, SA de CV, Antonio Maura núm. 190, col. Moderna, 03510, Del. Benito Juárez, México, DF.Tel. 55 90 99 32. Distribución: En locales cerrados de toda la República CITEM, Taxqueña 1798, México DF, Permiso de SEPOMEX como publicación periódica núm. 048-0689; características 229541 409. No se responde por originales no solicitados. Los artículos firmados no reflejan necesariamente la línea editorial de la revista.Se prohibe la reproducción del contenido salvo citas para reseña.

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La crónica es de quien la trabaja

¿Nueva? crónica latinoamericanaJorge Tirzo

Trabajar sobre la experimentaciónPablo Mancini

Para escribir crónicas hay que tener algo de kamikazeAlberto Salcedo Ramos

Hoy estamos revisando nuestras creenciasPatricio Fernández El gran retrato de nuestro tiempoRogelio Villarreal

La pala que cava en la tierraDiego Fonseca

Ahora hay una escuela de cronistasPatricia Nieto

Una mirada más justa de la realidad Salvador Frausto

Una forma de dialogar con nuestros tiemposKarina Salguero-Moya

Descubrir la llaveMarco Avilés

Entre la voluntad narrativa y la informaciónSergio González Rodríguez

Despertar en América LatinaAna Teresa Toro

El eros periodístico de Alfonso ReyesJosé Luis Esquivel Hernández

El umbral de la no ficción en García MárquezMaricarmen Fernández Chapou

La historia de un editorAbraham Gorostieta

Inteligencia emocional y política electoralKarla Haydee Ortiz / Andrés Valdez Zepeda

Las miradas de Elvira GarcíaAbraham Gorostieta

De lo normativo a lo prácticoSilvio Waisbord / Nancy Morris

Libreta de ApuntesCarta a Julio Scherer / Omar Raúl Martínez

Biblioteca Crónicas, antología, frutos ... / Jorge Tirzo

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6 REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN/abril-junio 2013

“El periodista escudriña, busca el diálogo, apela al testimonio”

Carta aJulio Scherer Omar Raúl Martínez

Muchos lo admiramos por su trayectoria y aportes profesionales, y por ello, precisamente, me desconcertó la forma como se refiere a Manuel Buendía en un breve apartado de su libro Historias de muerte y corrupción (Grijalbo, 2011). Primero reseña la época en que lo conoció desde la secundaria en el Instituto Bachilleratos (antecedente del Patria) y más adelante escribe que “fue un periodista corrupto como director de La Prensa y, tiempo después, un columnista sobresaliente en la primera plana de Excélsior”.

Libreta de ApuntesLibreta de Apuntes

Respetado don Julio:

Conozco toda su obra, admiro su trayectoria y aprecio su concepción en torno al periodismo y el poder. Veo en usted a uno de los perso-

najes más influyentes de la prensa nacional de la segunda mitad del siglo XX. Su aporte y legado al periodismo mexicano quedarán inscritos por muchos años en varias gene-raciones entre las cuales me incluyo. Valoro su indeclinable compromiso con la palabra adherida a la realidad sociopolítica, con la perenne insubordinación frente al poder, con la voluntad por defender y estimular la na-turaleza movilizadora del oficio periodístico.

Y por todo ello, me desconcertó la forma como se refiere a Manuel Buendía en su libro Historias de muerte y corrupción (Grijalbo, 2011). Escribe que Manuel Buendía “fue un periodista corrupto como director de La Prensa y, tiempo después, un columnista sobresaliente en la primera plana de Excélsior”, lo cual evidentemente le molestó a usted, pues lo fue cuando Regino Díaz Redondo era el director de este diario.1 También dice usted que siendo Buendía director de La Prensa, entre 1960 y 1963, se mostrara “servil” ante el poder presidencial (p. 94).

Relata usted que el libro Manuel Buen-día en la trinchera periodística le permi-tió asomarse a rasgos ignorados de la personalidad del célebre columnista, y al respecto agrega: ”El libro lo escribió Omar Raúl Martínez, presidente de la Fundación Manuel Buendía. Posiblemente, sin medir el alcance de sus palabras, exhibió de la peor manera a su admirado personaje”. (p. 95).2 Enseguida transcribe “párrafos insólitos” en los que incluye, entre otras cosas, la experiencia descrita por Eduardo del Río, Rius, cuando trabajó al lado del periodista michoacano, quien lo despidió con rudas formas:

―Usted ya no trabaja en La Prensa. Pase mañana por la caja para que le paguen lo que se le debe. Puede irse.

―Puse cara de ¿juat? –cuenta Rius– y le pregunté o creí preguntarle a qué se

debía esa decisión tan gacha. Sin mirarme. Buendía me dice:

―Mire, Rius, yo no tengo qué darle expli-caciones. Usted ya no trabaja aquí y punto.

―Abrió un cajón de su escritorio y sacó una pistola que depositó sobre la mesa. Al ver eso se me desapareció la cara de ¿juat? y salí con la cola entre las patas rumbo a lo desconocido.3 (p. 96)

* * * Antes de profundizar en los puntos medu-

lares, una pregunta se hace obligada: ¿Por qué hasta ahora le escribo a usted para dar una respuesta? ¿Por qué guardé silencio durante tanto tiempo?

En un principio consideré una batalla asimétrica responder o hacer frente a un personaje con gran prestigio como el que usted ha construído. Recuerdo, por ejemplo, que en la edición 58 (abril-junio de 1999) de Revista Mexicana de Comu-nicación (RMC), que me honro en dirigir desde 1993, publicamos una amplia en-trevista con Carlos Marín, otrora codirector de Proceso (“Don Julio Scherer traicionó su palabra: Carlos Marín”) en la cual se recogió su versión en torno al conflicto

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interno que derivó en el nombramiento de Rafael Rodríguez Castañeda como director del semanario. Apelando al interés público, RMC ofreció esa perspectiva sin ambages ni editorializaciones ni enjuiciamientos. En su momento, Miguel Ángel Granados Chapa percibió tal trabajo periodístico como un “agravio” a usted. Desde luego no compartí su punto de vista y, en carta enviada a Reforma, señalé que tan lejos estaríamos de un “agravio” que meses previos habíamos ofrecido una edición especial para reconocer su valioso aporte a la prensa nacional (RMC Núm. 46. Nov 1996-ene 1997: “El Proceso de Scherer”). Entonces me pregunté: “¿Por qué se ve como un atentado a la fama pública el que se cuestione abiertamente a un personaje del periodismo mexicano?” El recordar ese episodio en un principio inhibió mi voluntad, pero a la vuelta del tiempo –tras revisar recientemente los hechos y con-siderar que sus palabras contra Buendía encerraban una gran dosis de injusticia– estimuló en mí la convicción de externarle mis consideraciones.

Asumo, pues, el riesgo de responderle con respeto, teniendo como principales refe-rentes y argumentos sus propias palabras, y partiendo de dos sentencias suyas:

“Al periodista lo avalan los hechos: sin ellos está perdido”.

“El periodista escudriña, busca el diálogo, apela al testimonio”.

* * *

Tengo el pleno convencimiento de que “admirar” no debe significar poner veladoras e incienso para honrar a ciegas. Admirar, desde mi punto de vista, es rescatar y reconocer las virtudes –sin desdeñar las sombras– que condensa un ser humano a fin de abrevar de ello, privilegiando lo mejor de esa persona. Además, concuerdo con usted cuando ha escrito que “Traiciona y se traiciona el biógrafo que no enfrenta a su personaje” y que “Nada enferma tanto como la exaltación”.

Por lo que concierne a la expresión “ex-hibió de la peor manera”, vale decir que, de acuerdo con el DRAE, exhibir es “manifes-tar, mostrar en público”. Y desde el punto de vista jurídico es “presentar escrituras, documentos, pruebas, etcétera, ante quien corresponda”. Siguiendo tal acepción, la tarea del periodismo es justamente esa: exhibir, mostrar, presentar, manifestar las diversas aristas de la vida pública, entre las

cuales están, desde luego, las relativas al quehacer de los medios de comunicación.

¿Pero qué significa “exhibir” de “la peor manera a su admirado personaje”? ¿Habría sido sensato recurrir a la “auto-censura” o silenciamiento propio sobre ese episodio que narra Rius?

Tuve y tengo clara conciencia de lo que implica ofrecer un rasgo que dibujaba, en un momento específico, la personalidad de don Manuel Buendía. El hecho (poner una pistola en el escritorio como un “mensaje” a Rius), sin lugar a dudas, resulta inadmisible. Pero tal circunstancia ocurrió y no habría resultado honesto ocultarlo en un perfil bio-gráfico en torno a una figura como Buendía porque, en retrospectiva, lo que observé a partir de entonces fue su evolución profesio-nal, humana, intelectual y ética.

Por encima de sus errores, en las perso-nas extraordinarias admiramos sus virtu-des, pero lo sobresaliente o extraordinario de ellas no los hace santos ni semidioses. Son, a fin de cuentas, seres humanos dig-nos de aprecio.

Los periodistas son personajes públicos y como tales se hallan sujetos a escrutinio y crítica. Por ejemplo, don Julio, muchos lo admiramos a usted por su trayectoria y aportes profesionales, aunque es lógico pensar que quizás no todos simpatizan a cabalidad con su comportamiento como reportero, escritor, editor y empresario (al ser dueño principal de la empresa que edita Proceso).

Usted juzga duramente la estancia de Buendía en la dirección de La Prensa por lo que llama el “servilismo” de este impreso. Al respecto, es justo recordar también su

referencia a los años cincuenta y sesenta en La terca memoria:

Excélsior era nuestra casa, la presumía-mos, la llamábamos catedral del periodismo, pero vivíamos bajo reglas que aceptábamos como el enfermo que ahuyenta al médico, convencido de su salud. Nos decíamos libres y soñábamos, adormilados. (p. 92)

Del Excélsior encabezado por Rodrigo de Llano dice:

Algunas ocho columnas, nuestra bandera que ondeaba cada amanecer, tenían precio. Era dinero secreto, sin factura, misterioso su destino. Las gacetillas, publicidad embo-zada como información, costaban caro. (La terca memoria, p. 92)

Tras ocupar usted un cargo en La Extra, aceptó “el ritmo” y celebró sus aniversarios buscando nutridas planas de publicidad y gacetillas de los diversos niveles y áreas del gobierno para “sumar dinero al dinero” y congratularse de su aniversario. En esos momentos la comisión para los reporteros no era el habitual 11% sino el 20% (La terca memoria, p. 93)

No creo que usted se haya “exhibido de la peor manera” al aceptar de Gustavo Díaz Ordaz doce camisas de sulka a la medida, directamente traídas de Londres, con sus iniciales bordadas a mano (Los presidentes, p. 19-20). Tampoco creo que lo haya hecho al relatarnos que “abogó” ante Fausto Zapa-ta –“hombre dotado” para las relaciones pú-blicas y de todas las confianzas de Gustavo Díaz Ordaz– por la salud de un “sobrino entrañable” (Los presidentes, p. 49 ).

No pienso que se haya “exhibido” al contar que, prácticamente, prestó las pá-ginas de Excélsior para dar a “entender, a quienes quisieran entender”, que José López Portillo era el tapado: el futuro Pre-sidente de la República. (Los presidentes, págs. 123-124)

No concuerdo con quienes pudieran pensar que usted se “exhibió de la peor manera” al aceptar, en un portafolios de Horacio Flores de la Peña (entonces secre-tario de Patrimonio Nacional del presidente Luis Echeverría), un millón de pesos para hacer frente al boicot publicitario impuesto por algunos empresarios y así “mantener a flote la economía de la cooperativa” (Los presidentes, págs. 132-133).

En sus libros ha recordado episodios como aquel en que recibió como regalo, “sin ánimo de discutir”, una camioneta último modelo de parte de Carlos Hank González, pese a que representaba para usted un “símbolo de la corrupción” (La ter-

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8 REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN/abril-junio 2013

ca memoria, p. 40 y 54), o aquel otro en el que también aceptó de Hank González una cantina y un biombo chinos, con “formas y figuras talladas en marfil, arte insólito que combinaba los méritos de la filigrana y la escultura” (Los presidentes, p. 43).

Yo no pienso que usted se “exhiba” con estos trazos extraídos de su memoria y motivados por su honestidad. A contrario: mi reconocimiento por el valor moral de res-catarlos y publicarlos. Muy pocos tendrían la fortaleza ética para seguirlo en tal sentido. Por ello observo en usted, al igual que en Manuel Buendía, un ánimo por la autocons-trucción ética y profesional.

Pero considero –lo he escrito– que la ética periodística no puede representar un estatus superior de conciencia con el fin de criticar, escrutar o echar en cara las carencias o sombras ajenas para be-neplácito público, sino una intransferible licencia cuyo propósito sea reconocer las propias fallas o debilidades al igual que las potencialidades o virtudes para enri-quecimiento de cada quien y, a la postre, e indirectamente, de los otros. Es decir: no creo en la utilidad de repartir bendiciones o veredictos implacables (eso dejémoslo a los sumos pontífices o a los curas de la co-lonia). Prefiero adherirme a lo que alguna vez escribió usted: “Yo nunca olvidaría una frase de Lenin que llevo en el cuerpo: `Hay que hacer de la ética una estética´”.

AtentamenteOmar Raúl Martínez

Notas 1) Miguel Ángel Granados Chapa en Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México (Grijalbo, 2012) resalta que en su libro Historias de muerte y corrupción (Grijalbo, 2011), “traza su perspectiva del Buendía de entonces, desde la mal-querencia posterior que la vida provocó”. (p. 30) La “malquerencia” de usted hacia Buendía, se vincula obviamente al hecho de haber aceptado el autor de “Red Privada” aparecer como columnista en la pri-mera plana del diario Excelsior, dirigido por Regino Díaz Redondo. Al respecto, algo que rememora Gra-nados Chapa en su libro –y que también se refería en Manuel Buendía en la trinchera periodística– es que tras haber pasado por El Día, los Soles (OEM) y El Universal (y renunciado a ellos por razones de censura), pocos espacios periodísticos le quedaban a Buendía. Ante ello, recuerda Granados, “se hizo representar por la agencia de Becerra” (Agencia Mexicana de Información) gracias a la cual su co-lumna se distribuyó en toda la República, incluyendo a Excelsior en la Ciudad de México. “De modo que Buendía –subraya Granados– no tuvo trato directo nunca con el periódico usurpado en 1976. Cuando dos años después entró en esa relación indirecta, Buendía me planteó su incomodidad de hacerlo, porque sabía cuánto despreciaba yo a Regino Díaz

Profesor e investigador de la UAM Cuajimalpa. Director de Revista Mexicana de Comunicación y Presidente de la Fundación Manuel Buendía.

Redondo, que traicionó a don Julio Scherer. Me preguntó si al aceptar no le mentaría yo la madre, en cuyo caso desistiría de hacerlo, no obstante que era lo que juzgaba su última oportunidad de publicar en ‘la gran prensa’ capitalina. Por supuesto, le respondí que mi querella moral contra Díaz Redondo no lo involucraba a él de ninguna manera, puesto que no se había incorporado a ese diario a raíz del golpe de 1976. Respiró genuinamente aliviado ante mi respuesta”. (p. 116)2) Azorado me enteré de lo que usted escribió –a pocos días de haber salido a la luz– por boca de Miguel Ángel Granados Chapa durante la presenta-ción de un libro mío en febrero de 2011 (Semillas de periodismo). El noble gesto del maestro Granados consistió en observar que, pese a guardar yo una profunda admiración por el columnista, era digno de destacar un equilibrio en la semblanza por razones éticas.3) Al igual que usted, Granados Chapa en Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México rescata la anécdota de Rius, aunque aportando mayor contexto (p. 55).

FuentesEstrada Marién, “Ideario de Julio Scherer”, Revista Mexicana de Comunicación Núm. 46, Noviembre de 1996. págs. 18-19.Granados Chapa, Miguel Ángel, Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México, Grijalbo, 2012.Martínez Omar Raúl, Manuel Buendía en la trinchera periodística, Universidad de Xalapa / Fundación Manuel Buendía, México, DF, 1999.Scherer García, Julio, Los presidentes, Grijalbo, México DF, 1986.Scherer García, Julio, La terca memoria, Grijalbo, México DF, 2007.Scherer García, Julio, Historias de muerte y corrup-ción, Grijalbo, México DF, 2011.

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10 REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN/abril-junio 2013

BibliotecaBiblioteca

Guerriero, Leila

Jaramillo, Agudelo

Jorge Tirzo

Carrión, Jorge

Varios Autores

Entre las cenizas

Si de algo parece adolecer la crónica, es de la falta de usos in-

novadores de los lenguajes multimediáticos. Entre las cenizas, editado por Periodistas de a Pie, parece ser un primer acercamiento –al menos en México– a la crónica multimedia. A pesar de ser principalmente una serie de archivos de texto publicados gratuitamente en formato PDF, la inclusión de algunos videos y la posibi-lidad de navegarlo a través de un sitio web siembra la semilla de un periodismo de largo aliento que haga uso del hipertexto.Daniela Pastrana, Elia Baltazar, Daniela Rea y Marcela Turati son algunas de las autoras de esta serie de reportajes que pueden leerse como uno solo más grande: el de los efectos de la guerra contra el narcotrá-fico en México.

Red de Periodistas de a Pie, Entre las cenizas, Red de Periodistas de a Pie, México, 2013. Disponible de forma gratuita en http://entrelas-cenizas.periodistasdeapie.org.mx

Cuentos híbridos

Leila Guerriero es una de las cronistas más leídas y más socorridas. Segu-

ramente eso se debe a que el estilo de su prosa remite más a la de sus compatrio-tas Oliverio Girondo y Julio Cortázar que a la recetada por los manuales de periodismo. Sin descuidar la investigación y el rigor informativo, Leila va contando la historia de una persona cualquiera y, casi sin que el lector lo note, permu-tarlo en el clon argentino de Freddy Mercury.Esa y otras crónicas es-tán recopiladas en Frutos extraños, un libro que podría encontrarse en la sección de cuentos, de no ser porque todos los relatos realmente ocurrieron. Figuras como Facundo Cabral o historias como el éxito de Mary Kay en Latinoamérica son contadas con un estilo directo, pero profundo. Guerriero, Leila, Frutos extraños, Aguilar, México, 2012. Disponible como libro impreso y también en versión ebook en Kindle Store de Amazon y iBookstore de Apple.

Insistir sobre la crónica

“Escribir sobre la crónica, insistir sobre la crónica... ¿Después

de Darío y Morris?”. Así comienza Jorge Carrión su prólogo a la antología Mejor que ficción publi-cada por Anagrama en 2012. Ante la duda de qué se puede escribir desde la no-ficción tras grandes maestros como Monsiváis, García Márquez o Wolfe, Carrión resuelve diciendo que la crónica “no es un género, sino un debate”. De tal forma que culti-varlo significa mantener dialogando al periodismo con la literatura, a los autores con los lectores y a los personajes con su realidad.Juan Villoro, Leila Guer-riero, Alberto Salcedo Ramos y Juan Pablo Men-eses son sólo algunos de los convidados a esta antología. Otros, como Alberto Fuguet y Martín Caparrós, también incluí-dos, pertenecen tanto al gremio de los periodistas como al de los escritores de ficción.

Carrión, Jorge, Mejor que fic-ción, Anagrama, España, 2012, 405 p.p.

La crónica actual

Antologar casi siem-pre causa polémi-cas. Tal es el caso

de la Antología de crónica latinoamericana actual publicada en 2012 por Alfaguara, preparada por Darío Jaramillo Agudelo. En su prólogo, además de revisar las distintas definiciones de la crónica, Jaramillo se aventura a afirmar que, en la actua-lidad, la crónica vive un auge equiparable al del boom latinoamericano tanto en interés como en calidad narrativa.“Los cronistas latinoameri-canos de hoy encontraron la manera de hacer arte sin necesidad de inventar nada, simplemente con-tando en primera persona las realidades en las que se sumergen sin la urgen-cia de producir noticias”, asegura. Un libro que seguramente se volverá una referencia para las próximas generaciones de cronistas.

Jaramillo Agudelo, Darío (Com-pilador), Antología de crónica la-tinoamericana actual, Alfaguara, México, 2012. Disponible como libro impreso y además como electrónico en Kindle Store de Amazon y iBookstore de Apple.

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abril-junio 2013/REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN 11

¿De qué hablamos cuando decimos crónica? “Un género que tiene la oportunidad del periodismo y la belleza de la literatura”, dice Salcedo Ra-mos. “La madre del periodismo”, según Jon Lee Anderson. “El periodismo que va a salvarnos de

desaparecer”, según Ana Teresa Toro.Hay quienes se ponen formalistas, como Diego

Fonseca: “Un texto de largo formato, con tensión dra-mática, que pretende narrar un hecho lo más acabada-mente posible…” Otros evaden definirla, como Karina Salguero-Moya, quien prefiere “escribirla alejada de tanto condicionamiento”. Otros tantos recurren a García Márquez.

Cuando hablamos de crónica latinoamericana, parece punto obligado pasar por Gabo. Al menos si hablamos de la actual crónica latinoamericana. La ahora Funda-ción Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo es un tópico recurrente cuando se habla de los cambios que ha experimentado el género en las últimas décadas. No es para menos. Desde aquel taller inaugural de Cró-nica con Alma Guillermoprieto, hasta el más reciente encuentro de Nuevos Cronistas de Indias en 2012, pasando por los legendarios talleres impartidos por Ka-puscinski, la FNPI ha sido un punto de encuentro para los cronistas, una fuente de inspiración para quienes desean iniciarse en el género y a veces hasta fuente de polémica por quienes pasan (o no pasan) por sus even-tos. Así nos explicamos que sea tan mencionada por los propios cronistas.

Conceptos, miradas y percepciones en la voz de quienes la hacen

La crónica es de quien la trabajaCrónica. Es la palabra que más repitieron los periodistas que consultamos para

la presente edición de RMC. Le siguen “Cronistas” y “Crónicas”, lo cual dice bastante de un género que habla mucho de sí mismo. ¿Las siguientes palabras en orden de frecuencia? Tiempo, género, periodismo, historias, América. Parece ser que sigue siendo un género periodístico que cuenta historias, que requiere

tiempo para elaborarse y al que le tenemos un gusto especial en América.

Con el fin exponer la crónica en voz de quien la escri-be, la Revista Mexicana de Comunicación convocó a una veintena de autores de tal género cuyos conceptos, miradas y percepciones a continuación ofrecemos. A partir de la página 16, se presenta la mayor parte de las respuestas recibidas que presentamos como textos con-tinuos para facilitar la lectura. Hay otras reflexiones y puntos de vista que por razones de tiempo y espacio no llegaron a imprimirse, pero estarán disponibles en el sitio web de RMC. Agradecemos a todos ellos por su colaboración y su sinceridad.

Los textos siguientes responden a las siguientes pre-guntas:

1. ¿Cómo definirías la crónica?2. ¿Por qué es importante escribir crónicas actual-

mente?3. ¿Qué piensas del llamado boom que ha tenido la

crónica recientemente?4. ¿Cuáles son los retos más importantes que enfrenta

el género?5. ¿Cuáles han sido los principales retos que has te-

nido como cronista?6. ¿En qué ha cambiado la crónica en la última dé-

cada?7. ¿Qué crónicas/medios/autores recomiendas leer y

por qué?

Jorge Tirzo

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12 REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN/abril-junio 2013

Jorge Tirzo

Cuentan historias en una época en la que todos contamos historias. Aportan su mirada personal, en una época en la que todos tenemos perfiles

personales para contar lo que nos inte-resa. Narran –casi siempre– con miles de caracteres, en una época en la que subimos a Internet fotos, videos, audios e incluso textos escritos. Apuestan por textos extensos que requieren de meses de preparación, en tiempos en que los diarios adelgazan y apremian a sus reporteros. Protagonizan un boom de la no-ficción, en una época donde triunfan en ventas los libros de vampiros enamorados y magos adolescentes.

Son cronistas. Whatever it means, if it means something.

Pero no nos equivoquemos. No son cro-nistas como los de Indias, con un pie en la historia y otro en la propaganda colonial. Tampoco son cronistas modernistas, con un pie en la imprenta y otro en la torre de marfil. Algo tienen de Wolfe y Capote,

pero también mucho de García Márquez y Monsiváis. Escriben en un tiempo de crisis profunda para los medios y de cam-bios totales para el oficio periodístico. Son algo así como Ulises amarrado a su propio barco mientras dura la tormenta y pasan las sirenas.

No son un grupo homogéneo, ni se atienen a manifiesto alguno, ni hay temas recurrentes. Bajo la óptica del análisis literario, son más bien neo-realistas: diá-logo directo, descripción detallada, narra-ción polifónica, tutela de los narradores omniscientes. Pero en esa descripción tan simplista cabrían lo mismo Balzac o Bukowski. Algunos escriben sobre los suicidas del fin del mundo, otros sobre los grandes capos del narcotráfico. Unos pre-fieren retratar a las personas, otros contar la vida de los lugares. Diversidad hay.

El nuevo boom de GaboSi tuviera que nombrar una recurren-

cia entre ellos, cabría en un diminutivo: Gabo. Muchos de ellos han sido alumnos

y/o maestros de la ahora llamada Funda-ción Gabriel García Márquez para el Nue-vo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Se han leído bien a los new journalists, pero también Relato de un náufrago y Crónica de una muerte anunciada, sin olvidar Cien años de soledad, por supues-to. Esto no quiere decir que Gabo sea un ídolo monolítico, pero si hay que nombrar jerarquías en el pequeño Olimpo de la crónica latinoamericana, el Premio Nobel colombiano ocupa un lugar privilegiado. Pionero, fundador, inspiración, antagonis-ta, padre al que hay que matar, presidente de la FNPI. Todo en uno. Más o menos lo mismo que ocurre en la literatura de ficción. Sin importar si se ama o se odia a Gabo, nadie puede negar su importancia.

Al igual que en la literatura de ficción, Gabo ha colaborado a propiciar un boom. Desde mediados de los noventa, la FNPI ha organizado dos encuentros de Nuevos Cronistas de Indias con periodistas de to-dos los países de habla hispana. Además, su infinidad de talleres ha propiciado que

¿En realidad se vive un boom?

¿Nueva? crónica latinoamericana

No importa si existe un boom, lo innegable es que el género –igual que el periodismo en general– tiene ganas de vivir a pesar de sus condiciones precarias.

Probablemente le corresponda al lector decidir si un boom puede serlo sin compensación económica de por medio ni éxito en la lectura a nivel masivo. En el anterior boom, el de Gabo y Vargas Llosa, los protagonistas se volvieron ricos a base de regalías; se volvieron rockstars gracias a la lectura de miles de jóvenes; y se volvieron líderes de opinión debido a su abierta militancia política. Eran otros tiempos. Los cronistas boomers al parecer ni se están volviendo ricos, ni son leídos

masivamente, ni son líderes de opinión. Y tal vez, sólo tal vez, así está mejor.

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cada vez más periodistas practiquen el oficio. Si en los años sesenta Gabo ganó la copa del mundo literario como principal goleador, hoy está de vuelta en la cancha como director técnico. O algo así. Pero la historia se repite. Quizás nadie le hubiera llamado boom al boom si antes no hubiera habido publicaciones en España.

Mejor que ficción (Anagrama, 2012) y Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012) sembraron la duda: ¿Estamos viviendo un boom de la crónica latinoamericana? A mí, por ejem-plo, John Lee Anderson me dijo que sí, que ese boom existe y que quien lo dude puede ir a buscar algo similar a cualquier otra región y no lo encontrará:

No sé quién lo dijo primero, pero yo lo dije sin saber que otro lo había dicho. No es que yo sea un abanderado tratando de vender un producto. Yo sí lo comparo con el boom de la ficción. Estamos frente a un nuevo boom latinoamericano. Lo digo porque yo no sólo me paso la vida aquí. Viajo por América del Norte, Europa don-de vivo, África, Medio Oriente, ando en muchas partes del mundo todo el tiempo y no veo un boom parecido.

Sergio González Rodríguez, por el con-trario, contestó lo contrario:

No creo que un par de antologías de cronistas publicadas en tiempos recientes configuren un boom: la crónica ha estado y estará vigente al margen de la atención de una o dos editoriales españolas o de los encuentros de auto-validación gremial de grupos de periodistas.

Leila Guerriero salió a buscar la misma respuesta a inicios de 2012 para su re-portaje “La verdad y el estilo” publicado en el suplemento Babelia de El País. Algunos le dijeron que sí, que había un boom porque el género nunca atrajo tanto interés. Otros que no, que hasta que no hubiera solvencia económica y un público equiparable al de la ficción, no se podría hablar de un boom. Pasó el año, pasó el encuentro de Nuevos Cronistas de octubre de 2012 en México, y a inicios de 2013, Leila volvió sobre el tema en un artículo llamado “El Periodismo” publicado tam-bién en El País:

Creo que no sería aventurado decir que la mayor parte de quienes se reunieron en México tiene más de un trabajo y que, durante los últimos años, han hecho lo que hicieron –dirigir revistas de crónicas, escribir crónicas– con lo único que tenían a mano: la tozudez y la convicción de que valía la pena, con la complicidad de sus editores y a pesar de ellos, con la compli-cidad de los grandes medios y a pesar de ellos, con buenas compensaciones econó-micas y a pesar de sus cuentas bancarias.

Y todo indica que lo seguirán haciendo a pesar de modas, indiferencias, crisis.

En otras palabras: no importa si ese boom existe, lo innegable es que el gé-nero –igual que el periodismo en gene-ral– tiene ganas de vivir a pesar de sus condiciones precarias. Probablemente le corresponda al lector decidir si un boom puede serlo sin compensación económi-ca de por medio ni éxito en la lectura a nivel masivo. En el anterior boom, el de Gabo y Vargas Llosa, los protagonistas se volvieron ricos a base de regalías; se volvieron rockstars gracias a la lectura de miles de jóvenes; y se volvieron líderes de opinión debido a su abierta militancia política. Eran otros tiempos. Los cronistas boomers al parecer ni se están volviendo ricos, ni son leídos masivamente, ni son líderes de opinión. Y tal vez, sólo tal vez, así está mejor.

Los nuevos boomersLeila Guerriero y Martín Caparrós

bien podrían encabezar la lista desde el equipo argentino. Por México alinearían Juan Villoro y Fabricio Mejía Madrid. Alberto Salcedo Ramos seguro iría por Colombia y Julio Villanueva Chang por el Perú. Los estadunidenses serían representados por John Lee Anderson y Alma Guillermoprieto como su refuerzo mexico-americano. Me detengo aquí por temor a comenzar a ser prescriptivo.

Los arriba mencionados son los cro-nistas ya consagrados. Tienen más de dos décadas trabajando en el oficio y publican en los medios más prestigiosos: El País, Gatopardo, The New Yorker, The New York Times o donde se les pegue la gana. Varios de ellos incluso tienen

libros enteros de crónica, ya sean relatos extensos o compilaciones.

Les siguen una serie de cronistas cuya trayectoria es sólida y va en ascenso. Marcela Turati se ha ido ganando su lugar gracias a sus crónicas sobre las víctimas de la violencia en México. Lo mismo pasa con Daniela Rea, quien incluso en un me-dio tradicional como el diario Reforma ha podido posicionar crónicas extensas sobre el mismo tema. El peruano Marco Avilés ha sido editor en Etiqueta Negra y ahora desde Cometa se posiciona como un refe-rente de la crónica. Diego Enrique Osorno y Emiliano Ruiz Parra, colaboradores habituales de Gatopardo, también son cronistas de tiempo completo. Lo mismo ocurre con Federico Bianchini, subeditor de Anfibia, quien incluso fue ganador del premio Las Nuevas Plumas, el primero en su tipo en Iberoamérica.

Pero no son los únicos. Los nombres son múltiples e insuficientes para cual-quier espacio. Una buena referencia es la sección “Autores e impulsores de la crónica” del sitio Nuevos Cronistas de Indias publicado por la FNPI. Algunos de ellos son: Joseph Zárate, Gabriela Wiener, Daniel Titinger, Graciela Mochkofsky, Albinson Linares, Ana Teresa Toro, Car-los Salinas Maldonado, Diego Fonseca, Sebastián Hacher, Wilbert Torre, Rocío Montes, Pablo de Llano, Daniel Alarcón, Carlos Dada, Patricio Fernández, Camilo Jiménez, Daniel Hernández y un largo –larguísimo– etcétera.

Medios donde cabenlas crónicas

Los medios que publican crónica mere-cen una mención aparte. Hace unos años,

No son cronistas como los de Indias. Foto: Saúl López / Cuartoscuro.

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un lugar común era decir que los diarios ya no publican crónicas ni reportajes, por lo que el periodismo narrativo era prác-ticamente inexistente. No sé si porque la cosa haya cambiado en unos cuantos años o por desconocimiento de quien me lo dijo, pero ese lugar común es falso.

Sin ir más lejos, en la colonia Condesa se edita Gatopardo, una revista a medio camino entre las publicaciones de estilo (tipo GQ y Open) y aquellas donde nació el nuevo periodismo de los años setenta (The New Yorker y la Rolling Stone). Gatopardo, publicada por editorial Mapas, tiene como una de sus editoras a la propia Leila Guerriero y ha publicado a grandes periodistas narrativos como Diego En-rique Osorno y Emiliano Ruiz Parra. Ni siquiera es una revista marginal, como a veces se supone que debiera ser el pe-riodismo narrativo, pues fácilmente se le puede comprar en casi cualquier puesto de periódicos, en los Sanborn’s o en formato digital en la tienda iTunes.

También en el DF se edita Emeequis, encabezada por Ignacio Rodríguez Reyna. Esta revista editada catorcenalmente ha destacado en los galardones periodísticos en México y a nivel internacional. Entre ellos ha ganado el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Rostros de la Dis-criminación, el Premio de Periodismo Rey de España, entre otros. Especializada en temas de política y sociedad, ha impulsa-do a autores como Humberto Padgett y Alejandro Almazán.

Otra historia sucede con Soho, diri-gida por Daniel Samper en Colombia. Si Gatopardo es un híbrido de The New Yorker y Esquire; Soho sería el resultado de fusionar Playboy con una revista de sátira periodística. O quizás sólo se trate de volver a los buenos tiempos de la revista del conejito. Cada mes hay una mujer desnuda en la portada. A veces una mujer desnuda con causa (como una reciente edición sobre el cáncer de mama) y a veces una mujer desnuda simplemente desnuda. Para ellos, el humor es un componente integral del periodismo narrativo, pues sin importar el tema del texto (la discriminación racial, los gustos masculinos por distintos tamaños de senos femeninos o políti-cos colombianos controversiales, por nombrar alguno), siempre se puede esperar soltar una buena carcajada seguida de datos duros –a veces du-rísimos–.

Etiqueta Negra se gana una men-ción especial por lo icónica que ha resultado ser para el auge de la cró-nica. Dirigida por Julio Villanueva Chang, esta revista ha formado como

cronistas y editores a un buen número de periodistas. Marco Avilés, Camilo Jimé-nez y Francisco Goldman (por nombrar algunos) han pasado por sus páginas. Ha publicado algunos textos ahora de refe-rencia como “El imperio de la Inca Kola”, sobre la bebida gaseosa de dicho nombre que supera en ventas a la Coca Cola al menos en el Perú.

Y si hemos de nombrar un proyecto híbrido y atípico dentro de las revistas impresas, Orsái se gana un lugar por auto-nomasia. Es una revista hispano-argentina iniciada por Hernán Casciari, quien un día decidió convocar desde su blog a autores para que colaboraran en la fundación de una revista-libro y a lectores que la finan-ciaran. Desde ese entonces, Orsái primero busca los fondos y hasta que está cubierto cierto tiraje, la imprime y la distribuye por toda Hispanoamerica. Luego, ya que todo está pagado, libera sus contenidos en PDF para que cualquier persona pueda leerla aunque no haya pagado. Ahora, además, se ha embarcado en la creación de una pizzería-redacción que lo mismo vende la revista o pizzas de pepperoni.

Internet: el paraísode la crónica

La red ha sido, al mismo tiempo, el refugio de las publicaciones que ya no pueden pagar la impresión y el nido de proyectos periodísticos que jamás pasaron

por una rotativa. Replicante, por ejemplo, solía imprimirse hasta que la crisis eco-nómica lo impidió. Actualmente sólo se publica de manera digital a través de su página web. Del otro lado, El puercoes-pín, Anfibia, Prodavinci y eCícero son ejemplos de medios especializados en crónica que nacieron en Internet y no pre-tenden pasar por el papel. Eso sin contar que los sitios web de revistas impresas como Gatopardo, Soho, Etiqueta Negra y Orsái a menudo publican versiones más extensas, o crónicas exclusivas para el medio digital. Lo mismo pasa en diarios como El País que a través de sus blogs y sus exclusivas en web ha publicado un buen número de crónicas que jamás han pasado por la imprenta.

Anfibia es un ejemplo destacable de-bido a su concepto investigativo. Como su nombre lo indica, pretende promover crónicas que hayan sido elaboradas de una manera anfibia: entre un reportero y un científico social; entre un cronista y un artista; entre un activista y un periodis-ta; etcétera; es decir, combinar el relato periodístico con otras disciplinas que aportan enfoques distintos a la narrativa informativa. Ejemplo de ello es el texto “#YoSoy132: La primavera mexicana” escrito por la reportera Daniela Rea en conjunto con Rossana Reguillo, doctora en Ciencias Sociales.

eCícero, por su parte, es una editorial digital de libros de no ficción. En vez de publicar crónicas breves o media-nas, como lo hacen los portales estilo revista, eCícero hace lo suyo con cró-nicas extensas pensadas para leerse en libros electrónicos y tabletas. Por menos de tres euros (algo así como 45 pesos mexicanos), uno puede leer a autores como Diego Fonseca o John Lee Anderson en crónicas largas que no cabrían en ningún impreso y que, al estar formateadas en archivos ePub o Mobi, son idóneas para disfrutar en la tinta electrónica del Kindle o en la portabilidad de un iPad mini.

Con una propuesta totalmente dis-tinta, la Escuela de Periodismo Por-tatil dirigida por Juan Pablo Meneses es tanto un medio como un centro de capacitación. A través de cursos en línea sobre crónica y géneros afines, Meneses ha promovido la escritura de periodismo narrativo. Después publi-ca muchos de los textos producidos por los participantes. Es un modelo interesante y digno de tener en cuenta para las nuevas dinámicas informati-vas de Internet.

Sin embargo, al menos hasta inicios de 2013, la publicación digital de crónicas parece seguir una máxima:

Promotor incansable a través de la FNPI.Foto: Francisco Rodríguez / Cuartoscuro.

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publicar lo que no cabría en papel o lo que saldría demasiado caro si fuera impreso. Las técnicas narra-tivas siguen siendo más o menos las mismas del realismo literario, o si buscamos ancestros dentro del periodismo, las del new journalism. Las narrativas multimedia que posi-bilita la red parecen estar exiliadas del reino de la crónica. Para que una crónica sea crónica, al menos por el momento, tiene que tener como protagonista al lenguaje escrito. Las infografías, los interactivos, el re-porteo móvil y los flujos en tiempo real, aún no son partícipes del boom.

Hacia la crónica 2.0Digámoslo con todas sus letras:

el formato de la crónica –al menos como se le entiende comúnmen-te– es propio de la era de papel. Cuando los periodistas decimos crónica, se entiende que hablamos de algo así como 20 mil caracteres (por lo menos) de texto escrito con herramientas que son comunes a los textos literarios. Las fotos son una especie de bonus track, como un valor agregado que casi siempre elabora una tercera persona. Un cronista es, ante todo, un escritor de textos escritos, no un productor de relatos. ¿Qué pasa en un contexto multimediático como lo posibilita Internet y las nuevas tecnolo-gías de la información?

Hace tiempo circuló en redes sociales un video con un título revelador: “Una revista es un iPad que no funciona”. En él, una bebé juega con su tableta haciendo uso de los comandos gestuales para pasar páginas, agrandar objetos, subrayar, etc. Luego, con un magazine impreso intenta hacer lo mismo. No funciona. Al hacer clic sobre una imagen, ésta no se abre. Al hacer pinch, el tamaño del texto no au-menta. Algo así puede pasarle a la crónica si se queda como está.

La gente está muy acostumbrada a una manera de hacer crónica y en ese sentido hay una especie de nostalgia por las maneras en las que se hacía antes. Lo que ahora llamamos “tiempo real” yo lo entiendo como un camino a construir crónicas de seguimiento que de verdad construyan una narrativa que tenga senti-do. El tiempo real va a cambiar las reglas del juego pero le va a permitir al género seguir vivo permanentemente y crecer como una crónica inagotable.

Son las palabras de Olga Lucía Lozano, periodista colombiana, directora Creativa de La silla vacía, uno de los sitios latinoa-mericanos más innovadores en materia de narrativas y formatos digitales. Para con-

tar los nexos en las cúpulas empresariales, publicaron una especie de Facebook don-de uno puede ver quienes son los amigos de los empresarios y los políticos. Para contar la lucha de las víctimas de la vio-lencia en Colombia, montaron el Proyecto Rosa, un documental multimedia que permite seguir a la activista Rosa Amelia Hernández a través de blogs, videos, ac-tualizaciones en tiempo real, infografías, etcétera.

Otro experimento es Radio Ambulante, dirigida por Daniel Alarcón. Su apuesta es por la crónica sonora. En cierto sentido retoma el origen primigenio del género: aquellos relatos que contaban los antiguos hombres alrededor del fuego de forma oral. Pero también hace uso de la porta-bilidad del podcast y de los dispositivos móviles que permiten capturar audio en casi todo momento.

Los formatos de microblogging y liveblogging surgen también como una alternativa para cronicar sucesos en tiempo real apoyándose en la curaduría de contenidos, las aportaciones de los lectores y la construcción dinámica de la narrativa. Basta mirar el Eskup de El País o los Liveblogs de The Guardian para darse cuenta de que en tales formatos hay un potencial narrativo enorme aún por explorar.

Todos estos ejemplos son la prueba de que cronicar haciendo uso del lenguaje

multimediático hipertextual es po-sible. E incluso imprescindible para los nuevos tiempos.

Lo que la red está planteando es que hay otras maneras de narrar que no son menos ni más profundas que las tradicionales. Nunca fue tan fácil circular la información y tampoco nunca fue tan difícil sobresalir sobre tanta información que se publica diariamente. Hay periodistas que siguen pensando que el periodismo tiene una profundidad que Twitter nunca tendrá. Yo discrepo de eso. Twitter tiene una profundidad que está dada por la posibilidad de asistir a la construcción de una na-rración sin que nadie te la explique. Twitter, Facebook, los blogs y las páginas refuerzan la idea de que el periodismo puede ser un trabajo individual. Me parece que es una idea linda, que no sólo es un trabajo en equipo, sino también un trabajo que se puede hacer como individuo. El periodismo no está en crisis, ni los periodistas. Están en crisis los medios. Los periodistas están en una fase que debería ser altamente productiva y con muchas facilidades para circular lo que producen.

En el mismo sentido, aunque un poco más severo, Pablo Mancini –periodista argentino autor de Cryptoperiodismo– recomienda a los cronistas “mirar el calendario y descubrir que el siglo XX ya terminó”, y añade:

Actualizar los referentes, ídolos y cri-terios de calidad. El mayor desafío es construir una narrativa que esté sinto-nizada con la época en la cual vivimos. Ese fue el acierto de la crónica del siglo pasado. Buena parte del trabajo actual entorno a la crónica está relacionado a la conservación del género. Desde mi punto de vista es más interesante trabajar sobre la experimentación.

Su diagnóstico sobre los cambios que ha sufrido la crónica lo deja claro:

Ha cambiado todo, menos los cronistas. Lo peor que tiene la crónica hoy son los cronistas. Por suerte, los lectores se están haciendo cargo de dar cuenta de los acon-tecimientos.

Claro que es difícil. Hasta ahora, para ser cronista había que comenzar leyendo. Lo que sea, pero leer. Actualmente eso no basta. Para ser un cronista multimedia habría que navegar infinidad de sitios, los que sean, pero navegar. También haría falta ver miles de películas, leer comics, mirar fotorreportajes, tuitear, gestionar comunidades, conocer los fundamentos de la edición audiovisual y un larguísimo etcétera. Lo de siempre. A nadie debiera

Inmenso potencial narrativo en Internet.Foto: Ana Costabile / Cuartoscuro.

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Pablo Mancini

Buena parte del trabajo actual en torno a la crónica está relacionado con la conser-vación del género. Desde mi punto de vista es más intere-

sante trabajar sobre la experimentación. Intuyo que cualquier pronóstico sobre

los caminos de la crónica, tiene como des-tino quedarse corto frente a la mutación narrativa que está en marcha en todos los ámbitos de la vida.

¿Qué sentido tiene que haya cronistas dedicados a contar historias en un mun-do donde casi cualquier persona tiene la tecnología para contar sus propias histo-rias? William S. Burroughs decía que no podía entender cómo es que la gente va

y compra historias ajenas cuando todos pueden sentarse a escribir las suyas. A mi entender, esa transición está sucediendo.

Me interesa el llamado boom de la crónica, sobre todo porque instituciones como la FNPI están impulsando, precisa-mente, la evolución de este género y no su momificación. El proceso es saludable, aunque hay muchos cronistas que no lo entienden. El boom de la crónica es el comienzo del fin de la aristocracia de la subjetividad. Quienes entiendan eso y puedan desarrollar una narrativa en esa sintonía, trascenderán.

Lo peor que tiene la crónica hoy son los cronistas. Por suerte, los lectores se están haciendo cargo de dar cuenta de los acontecimientos.

A propósito de los posibles cambios de la crónica considerando los cambios tecnológicos, la clave es la simultaneidad de los acontecimientos. La crisis narrativa es una crisis de la linealidad, de la secuen-cialidad. La pintura tiene el collage. La imagen el montaje. La escritura todavía se resiste a la simultaneidad, pero la tecnolo-gía está minando esa estabilidad.

A leer a todos los cronistas y medios que la publican. Todavía no sabemos cuáles son los buenos. Hay que leerlos a todos y encontrar a quienes estén intentando algo más que triunfar en los años cincuenta.

La escritura todavía se resiste a la simultaneidad

Trabajar sobre la experimentación ¿Qué retos enfrenta la crónica en el mundo digital? Mirar

el calendario y descubrir que el siglo XX ya terminó. Actualizar los referentes, ídolos y criterios de calidad. El mayor desafío es construir una narrativa que esté

sintonizada con la época en la cual vivimos. Ese fue el acierto de la crónica del siglo pasado.

Periodista argentino. Director de Estrategia Digital de Infobae.com. Ha sido Gerente de Servicios Digi-tales en el Grupo Clarín y editor de Perfil.com.

Una versión ampliada de este artículo puede hallarla en la versión digital de RMC:

www.mexicanadecomunicacion.com.mx

Director Ejecutivo de la Fundación Manuel Buendía A.C. Y sudirector de Revista Mexicana de Comu-nicación.

sorprenderle que un periodista deba estar en mil cosas al mismo tiempo. Cómo ha-cer rentable dicho tipo de crónica y cómo organizar equipos de trabajo efectivos es otra historia que está por escribirse. Tampoco es que la crónica 1.0 haya sido especialmente propicia para volverse millonario…

¿Hay nueva crónica?Tal vez decir boom nos sigue imponien-

do porque aún tenemos demasiado cerca el anterior. Tal vez no son dos diferentes, sino dos etapas del mismo. Lo que nadie puede poner en duda es que hay un inte-rés creciente en la literatura de no ficción y/o en el periodismo que usa técnicas de la literatura. Eso siempre es bueno. Pero podría ser ficción.

Si algo cambió en los últimos años, fue todo lo que rodea a la crónica. Hace un par de décadas no había Twitter, ni iPads, ni Skype, ni 4G, ni WiFi, ni YouTube. Las fronteras entre la crónica y el resto del mundo aún están por escribirse. Es un gran momento para que los periodis-tas –si es que aún queremos llamarnos así– reevaluemos qué técnicas y qué disciplinas queremos incorporar a nues-tros textos. Nos queda claro –clarísimo– que el reino de la crónica lo queremos cerca –cerquísima– del hermano reino de la literatura. Perfecto. Pero no se nos vaya olvidar acercarnos a los reinos del cine, la fotografía, las redes sociales, la hiperficción, etcétera. Siempre es bueno ser ciudadano del mundo. O de muchos mundos, en este caso.

En su texto “Tan fantástico como la ficción”, Leila Guerriero termina reflexio-nando sobre el diálogo que guarda la crónica con la literatura. Yo suscribo ese mismo final y se lo tomo prestado para hacerle un par de modificaciones:

Claro que, si vamos a ser sinceros, no suele haber, en los grandes escritores de ficción, ecos de cronistas majestuosos. Pero hay que ser pacientes. Porque tiem-pos vendrán en que eso también suceda.

Lo mismo sucederá eventualmente con los grandes directores de cine, los grandes pintores, los grandes artistas digitales, las grandes empresas, etcétera. De nosotros dependerá que la crónica deje de ser un montón de caracteres y vuelva a su prin-cipio de relato sobre el mundo.

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Alberto Salcedo Ramos

Ciertamente se habla de no-sotros (los cronistas) en los foros académicos, se nos exalta, se habla de nuestros libros, pero yo sé que mu-

chos colegas siguen considerándonos una especie sospechosa. Nos ven como tipos desorientados que se dedican a hacer lite-ratura a un ritmo indolente, mientras los demás miembros de la familia periodística sudan la gota gorda para cumplir la cuota informativa diaria.

Creo, en todo caso, que hoy gozamos de un cierto prestigio. Y eso tampoco es que me guste mucho. La idea de pertenecer a una corriente que quizá fue transgresora y que finalmente se ha convertido en una fiebre generalizada, no me resulta estimulante. Me preocupa que muchos de quienes se arriman hoy al género, atraídos por el furor, tengan la actitud de quien practica un deporte de moda.

La asignatura pendiente de la crónica en América Latina es el tema del poder, como lo señala la escritora colombiana Marianne Ponsford. Parecería existir el pacto tácito de que los cronistas escribi-mos sobre seres derrotados, excluidos, mientras los reporteros que surten las primeras planas de los diarios se ocupan de los personajes influyentes del gobierno y de las finanzas, y eso es un despropósito. Los cronistas también deberíamos meter nuestros ojos fisgones en los ámbitos de la gente que rige nuestros destinos.

Por otra parte, noto señales de estan-camiento en la manera de contar las his-torias. Tenemos un formato ya probado que incluye escenas, frases ocurrentes,

subjetividad, pero echo de menos una au-dacia mayor en el manejo de las formas, una experimentación más arriesgada en el manejo del tiempo y aun en el lengua-je. Ningún diagnóstico sería completo si se ignorara la situación laboral de los cronistas: ¿cuántos pueden darse el lujo de sobrevivir económicamente gracias al oficio de contar historias? Pocos, en realidad. Creo que caben en los dedos de una mano y sobran dedos. Toca ayudarse con actividades alternas como la partici-pación en congresos, la pedagogía y otras labores. Por eso García Márquez dijo una vez que América Latina es una región de escritores cansados. Uno escribe su obra

en el tiempo que le queda tras hacer un montón de tareas con las cuales consigue el pan del día a día.

Mi principal reto ha sido defender el tiempo para dedicarme a escribir crónica. Perseverar en el género a pesar de las dificultades. Creo que eso es posible, en parte, gracias al compromiso individual de los propios cronistas, sin el cual todo el andamiaje se vendría abajo.

Para escribir crónicas hay que tener algo de kamikaze, hay que estar dispuesto a hacerse inmolar por defender esa pasión. De otro modo no funciona. Éste no es un género propicio para periodistas aburguesa-dos, y en este sentido yo siempre tengo a la

No es un género propicio para periodistas aburguesados

Para escribir crónicas hay que tener algo de kamikazePara mí la crónica es un género que tiene la oportunidad del periodismo y la belleza de la literatura. Hacer crónicas es investigar como los reporteros y escribir como los

escritores.

Hay mayor conciencia sobre los alcances del género. Foto: Iván Méndez / Cuartoscuro.

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Periodista colombiano. Ha recibido el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y cinco veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, entre otros galardones.

Patricio Fernández

No sé si actualmente sea más importante escribir crónicas que en cualquier otro tiempo. El realismo vuelve cada tan-to, cuando la ficción ha llega-

do a sustituir la realidad, para recordarnos que la mayor riqueza de sentidos y las su-tilezas más complejas, no se inventan, sino que se descubren. Que el mundo reducido a las propias convicciones, es una forma de pobreza. Para el común de la gente, la Tierra fue plana hasta que los navegantes contaron sus travesías. Más allá del horizonte, no había despeñadero. Supongo que hoy tam-

personajes y acontecimientos ajenos, acercar realidades, comunicar lo sorprendente, cruel, maravillosa, injusta, y toda la lista de adje-tivos existentes y también por formular, que puede ser la vida en el instante mismo que estamos viviendo. La crónica puede ayudar a limpiar los ojos.

¿Los retos como cronista? Conseguir todo lo anterior, que ya no es nada de poco. Pero para ser concreto, en mi caso personal, entender el valor del reporteo. No quedarme sólo con lo que la casualidad me pone en frente. Perseguir el máximo de versiones, buscar las aristas más que la redondez, evi-tar por todos los medios que el cronista se vuelva un predicador.

La crónica se puso de moda y ha conse-guido instalarse en un territorio de prestigio que hasta hace poco sólo ocupaban la aca-demia y la ficción. Pero son cambios que me interesan poco.

Entre las recomendaciones de lectura des-taco: La Ilíada es una crónica maravillosa, y también los Nueve Libros de la Historia, de Herodoto. Saltando en el tiempo y el espacio, Joaquín Edwards Bello comenzó a escribir hace cien años algunas de las más memorables crónicas chilenas. Joe Gould’s Secrets, de Joseph Mitchell, fue una crónica que me encantó. Truman Capote, Norman Mailer, Kapuscinski, Jon Lee Anderson... The New Yorker quizás sea la revista que mejor ha entendido y respetado el género. Pero hoy, en América Latina, se han multi-plicado los espacios que las publican y pro-mueven. Abundan, también, los cronistas de peso. Si no los enumero es para evitar olvidos inexcusables. Es cierto, la crónica atraviesa un período de esplendor. No puedo dejar de mencionar el tremendo papel jugado en su promoción, al menos en nuestro continente, por la Fundación para el Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez.

El boom de la crónica es un título comercial

Hoy estamos revisando nuestras creenciasLa mejor manera de matar algo, es definiéndolo. Definir

es dibujar claramente los contornos, y si por algún motivo a mí me ha conquistado la crónica, o acepto darle

ese nombre a un género que me tiene máximamente interesado y divertido, es porque aún no me queda claro dónde están sus límites. Digamos, en todo caso, que son cuentos reales, acontecimientos convertidos en novelas, datos que constituyen poemas, la vida traducida a la

literatura. El reporteo como un modo de imaginar, y la escritura movida por el gozo de contar algo presenciado.

Periodista chileno. Director y fundador de la revista The Clinic. Autor del blog “Lejos de todo” publicado en El País de España. Autor de las nove-las Ferrantes y Los Nenes y del libro de crónicas Escritos Plebeyos.

mano esta cita de Hemingway: “La distan-cia entre el toro y el torero es inversamente proporcional al dinero que el torero tiene en el banco”.

Existe el riesgo de que un periodista de éxito pierda las ganas de acercarse a los cuernos del toro, y así ya le queda complicado hacer crónicas. Entonces, para volver al punto, creo que en América Latina el auge de la crónica obedece en un gran porcentaje a que ha habido cro-nistas comprometidos. Muchos creemos, además, en el valor literario del género y no pensamos que sea un oficio menor, un simple trampolín para después volar hacia instancias más altas.

Tom Wolfe usaba una analogía para re-ferirse a aquellos escritores que en los años sesenta hacían periodismo narrativo sin convicción, sólo para tener algo a lo cual dedicarse mientras daban el gran golpe con una novela: decía que para esos escritores el periodismo narrativo era como entrar a un motel a pasar el tiempo con una chica transitoria, mientras conseguían una mujer respetable –es decir, una novela– y podían llevarla al altar. Pues bien: yo creo que en mi generación hay varios cronistas que la estamos pasando de maravilla en el motel con la chica mal vista.

Ahora hay una mayor conciencia sobre los alcances del género. Debido a que la

crónica se volvió una fiebre subcontinen-tal, hay más gente interesada en cuidarla como producto. Las historias se cuentan de una manera menos intuitiva y más profesional. El talento del cronista, que siempre había brotado silvestre por estos lares, ahora está un tanto sofrenado por la rienda de los editores. Eso, a mi juicio, mejora ostensiblemente su calidad perio-dística y literaria.

bién estamos revisando nuestras creencias. Para eso, siempre vienen bien las historia “de verdad”.

Veo mucho cronista manierista, escri-biendo “a la manera de”, y no con la pasión sincera del testigo fascinado con lo que ve. La crónica, como un día dijo Nicanor Parra respecto de los poetas, aparece también para bajar a los escritores del Olimpo. El boom de la crónica es, a las finales, un título comercial.

¿Cuáles son los retos del género? Trans-mitir la complejidad de los sucesos, in-corporar a la experiencia de los lectores

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Rogelio Villarreal

Entiendo a la crónica como el relato periodístico y hasta literario, personal, de un acon-tecimiento o serie de hechos narrados generalmente en

orden cronológico, reciente o del pasado. Es de esperarse que se apegue lo más po-sible a la verdad de los hechos ocurridos y que las licencias literarias no los alteren o distorsionen.

Su importancia radica en que es un gé-nero proteico que admite la incorporación de puntos de vista distintos, testimonios, descripciones, confrontación y hasta toma de partido. En suma: un panorama amplio y generoso sobre los acontecimientos que se narran.

Hoy día el llamado boom es un tanto artificioso y con fines comerciales, más un fenómeno de librería que periodístico que deja de lado a numerosos periodistas que han practicado ese género desde hace muchos años. Creo que incluso se han convertido en una especie de cofradía, la de los periodistas narrativos, como le llaman ahora a la vieja y buena crónica, practicada en México desde hace siglos y con nombres tan destacados como Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Novo y tantos más.

Creo también que entre los integrantes de esta nueva cofradía hay talento y muy

buenas historias, pero no son todos ni los mejores. Se distinguen, sobre todo, por una postura que se quiere crítica hacia la violencia del Estado y de los grupos cri-minales, por la descripción de los graves problemas sociales de los países de Amé-rica Latina, pero también por su simpatía tácita por regímenes socialistas y autori-tarios. Han caído en una especie de club de abrazos mutuos en el que cada uno es más aguerrido que el otro. Otra cosa: la mayoría venera de manera desmedida a Kapuscinski, García Márquez, Monsiváis, Villoro y otros.

Entre los retos más importantes que enfrenta el género está el de la capacidad y el talento para saber narrar, reconstruir una historia y aportar los elementos ne-cesarios para su comprensión, pese a la subjetividad que todos los cronistas deben tratar de trascender. Otro asunto es el de los periodistas gonzo.

Como cronista y editor, uno de los desafíos centrales ha sido el de saber identificar una buena crónica y saber cómo editarla para que destaquen más sus cualidades narrativas.

Durante la última década, quizás se ha recurrido en exceso a la crónica al narrar la llamada guerra contra el narco y un cierto facilismo al acusar solamente de los crímenes al gobierno de Calderón o de la injusticia al sistema llamado neoliberal.

Es moralista y no son pocos los cronistas que se conduelen de la suerte de los pro-tagonistas, e identifican con ellos, como si se tratara de una declaración de principios. Por otra parte, se han detectado trampas entre ellos, como los que dicen entrevistar a sicarios y describen detalladamente toda su vida, o de quienes tienen acceso a lu-gares demasiado peligrosos con la ayuda del Ejército y no lo mencionan en sus cró-nicas. Escamotear ese dato tan importante es muy grave, a mi juicio.

En muchos diarios y revistas del país hay muy buenos cronistas. Si se me permite hablar del medio que dirijo, Re-plicante, recomendaría muy ampliamente a Fernanda Melchor, Lydiette Carrión, Ricardo García López, Wenceslao Bru-ciaga, Juan Mascardi, Mercedes Álvarez y Susana Moo –argentinos–, Alberto Spi-ller –italiano–, Paul Medrano y muchos más. He publicado cientos de crónicas en Replicante desde 2004 de otros tantos escritores y periodistas, sobre los temas más diversos, de lo escabroso y violento a lo humorístico o cotidiano. La crónica es el gran retrato de nuestro tiempo.

El llamado boom, un tanto artificioso y con fines comerciales

El gran retrato de nuestro tiempo

Entre los retos más importantes que enfrenta el género está el de la capacidad y el talento para saber narrar, reconstruir una historia y aportar los elementos

necesarios para su comprensión, pese a la subjetividad que todos los cronistas deben tratar de trascender.

Periodista y editor mexicano. Director de la revista Replicante. Fue fundador de las revistas La regla rota y La PUS moderna.

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Diego Fonseca

Para complicarla más, podría ser formalista: un texto de largo formato, con tensión dramática, que pretende narrar un hecho lo más acabadamente posible –y

eso es un imposible–, que asume que es sólo una más entre más verdades y que re-niega de la “inoculación de objetividad”.

Creo que siempre fue importante publi-car crónica, pues siempre tuvimos necesi-dad de conocer. La crónica provee eso: es la pala que cava en la tierra. Tal vez ahora es más necesario porque la oferta informa-tiva es más veloz y omnipresente y tiende a producir saturación. Cuando eso sucede, narcotiza y pareces estar parado sobre una balsa en un río a toda velocidad, sin hacer pie firme. La crónica te deja bajarte del río y elegir de qué recorte de la realidad quieres conocer un poco más.

No creo que haya un boom. La categoría tal vez sirva para intentar vender libros, pero lo dudo. Los intentos por emular al verdadero boom de la narrativa latinoame-ricana fallaron todos: eran inorgánicos, sin canon, sin estrategia. Sí hay una llamativa maduración técnica, a la que han contri-buido las revistas, los talleres de editores, la FNPI y la lectura, entre otros factores de oferta. Y hay más y mejor exposición. La ubicuidad de las redes hace suponer un

boom por el runrún, pero el boom necesita condiciones económicas estructurales para sostener un supuesto canon, que nadie en la crónica quiere proponer, si me atengo a las conversaciones en Nuevos Cronistas II de FNPI en México. No hay un dogma ni un decálogo escrito. Me parece que el único acuerdo es que queremos seguir en el desacuerdo y escribiendo de todo lo que se nos cruce por delante.

En torno a los retos, me enfocaré en un aspecto que no es nada subsidiario y es el económico. Se precisa la consolidación financiera de las revistas. Todavía son el principal vehículo de las crónicas. Mejo-res condiciones de pago para los cronistas son imprescindibles para reconocer la je-rarquía y el esfuerzo de sus escritores. La estabilización de las nuevas plataformas, que incluye la posibilidad de que puedan

Se precisa la consolidación financiera de las revistas

La pala que cava en la tierra

Hay innumerables intentos por definirla, unos más creativos que otros. “Cuentos de verdad”, de García Márquez. “El ornitorrinco” de Juan Villoro. “Literatura a ras del piso”, de Cándido. Caparrós y “el intento fracasado de atrapar el tiempo”. Yo he arrimado la idea del cronista como un buzo de profundidad, el que se zambulle en un espacio determinado de las aguas rápidas de la realidad, se deja ir al fondo, con peso y ganas, y avanza lento, incluso a contracorriente, por la oscuridad profunda

con la expectativa de hallar lo que otros no pueden ver.

Intentar nuevas formas narrativas. Foto: Misael Valtierra / Cuartoscuro.

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financiarse con recursos genuinos y no con subsidios de sus autores y editores, un fenómeno común incluso fuera de Améri-ca Latina. Recuperar un mayor espacio en los periódicos.

En lo estilístico, intentar nuevas formas narrativas, incluyendo el video o, como procura Radio Ambulante, la voz. Y hay un aspecto formal que no sé cómo puede determinarse más allá de la decisión de cada editor y es controlar la calidad de los materiales. Como todo el mundo habla de crónica y es hot ser cronista, pululan textos de baja calidad a los que se llama crónica. Si se medra con el producto, será un problema para todos. Sucede a menu-do además con las palabras: se las usa la crónica como billete de veinte pesos, y al final circula tanto que se hiperinflaciona y pierde valor.

Tiendo a pensar como editor y como publisher, pues he cumplido ambas fun-ciones. Así, el reto es conseguir finan-ciamiento para proyectos, convencer a muchos colegas de que no deben regalar su trabajo sino negociar con firmeza –quienes los contratan ganan dinero– pues si precarizan su trabajo perdemos todo, entrenar buenas plumas.

En la última década ha habido más especialización: tocamos más temas. Más riesgo técnico: hay gente escribiendo cosas en contra de la fuerza de gravedad. Una renovación de muy buena calidad: los nuevos cronistas y quienes les suce-dan tienen un buen camino pavimentado delante y son más desprejuiciados. (Este es un comentario de old man.)

A propósito de recomendaciones ofrez-co una respuesta cobardemente elegante: son demasiados para nombrarlos a todos y quedaría mal con quienes deje fuera. Todos los veteranos, todos los maduros y casi todos los nuevos cronistas. Y lean a los que no conocen, a los que creen cono-cer en medios que no sabían que existían, que ningunearon, que son grandesmedia-noschicos. Lean en español y en otros idiomas. Lean. Y lean. Y vuelvan a leer.

Bonus track: en América Latina no se la conoce mucho, por lo tanto diré que lean The Believer, y, de paso, que lean a Janet Malcom y a Jonathan Safran Foer. Malcom trabaja mucho una de mis obsesiones, el problema de la verdad. Extremely Loud and Incredible Close, la novela de Safran Foer, es un supermercado de recursos técnicos narrativos para usar. The Believer es una revista para desestructurar ideas, pequeña, rara, de otro siglo.

Periodista argentino. Es Editor asociado de Etiqueta Negra y profesor visitante de narrativa en FLACSO, Ecuador.

Patricia Nieto

La crónica es un relato potente de la vida cotidiana: capaz de descubrir las particularidades en la aparente simpleza de la condición humana. El género

tiene vigencia porque los ciudadanos requieren informaciones para tomar deci-siones y gestionar sus vidas con libertad. Porque los derechos de los hombres si-guen siendo violados en diversos rincones del planeta. Porque a la gente le gusta que su vida está acompañada de buenas histo-rias. En suma: las necesidades políticas, éticas y estéticas a las que responde la escritura periodística siguen en pie.

Si bien no se ha dejado de escribir, de narrar, de contar en América Latina, es

Los intercambios y encuentros han generado aprendizajes

Ahora hay una escuela de cronistasPara los cronistas se hace urgente avanzar en la reflexión sobre qué se hace y cómo se hace. Es decir, sobre objetos y

métodos. Esto no es otra cosa que instalar la crónica como tema de trabajo académico. Aceptar que la narrativa periodística, además de un oficio, es una disciplina.

necesario reconocer que los últimos diez años ha ido en aumento la publicación y circulación de crónicas tanto en formatos impresos como digitales. Además, la comunicación entre cronistas ha dado como resultado intercambios, encuentros y, por lo tanto, aprendizajes compartidos en toda América Latina. Ahora se puede decir que hay una escuela de cronistas: debaten temas, se interrogan por los abor-dajes, comparten metodologías, generan medios, hacen circular un cierto capital intelectual. Y en éste ha tenido, sin duda, gran influencia la FNPI.

Para los cronistas se hace urgente avanzar en la reflexión sobre qué se hace y cómo se hace. Es decir, sobre objetos y métodos. Esto no es otra cosa que instalar la crónica como tema de traba-jo académico. Aceptar que la narrativa periodística, además de un oficio, es una disciplina.

Entre mis desafíos como cronista, des-taca contar el horror, sin duda. Abrirme un camino en un país harto de una violencia rechazada y también desconocida. Encon-trar un lenguaje, un estilo, un tono para contar aquello de lo que, en apariencia, nadie quiere enterase. Ubicar mi trabajo en revistas o editoriales de circulación nacional, por lo menos.

Periodista y profesora colombiana. Ha trabajado en el diario El Mundo y en la revista La Hoja de Medellín. Ha ganado el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí de la Agencia Prensa Latina y el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en Colombia.

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22 REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN/abril-junio 2013

Salvador Frausto

La mejor definición de crónica la encuentro en Gabriel García Márquez, quien sin proponerse definirla,

trazó un asidero para el perio-dismo narrativo iberoamerica-no. El Gabo dijo alguna vez: “Había que contar el cuento, simplemente, como lo contaban los abuelos. Es decir, en un tono impertérrito”. La crónica es una suerte de cuento de la vida real, que se vale de las técnicas narrativas de la literatura y a la vez se sujeta al rigor ético del propósito del periodismo.

Es importante escribir cróni-cas porque contar los hechos sin terror, sin intimidación, pero a la vez con asombro, nos ofrece una mirada más justa de la realidad. Nos cuenta el cuento más como es. Al reportaje clásico, lleno de declaraciones y opiniones, se le escapa la realidad, no alcanza a verla por sujetarse a un método que sólo reproduce posturas, pero no refleja hechos. Además, la mirada del cronista es un privilegio que debe lle-gar al lector (a las audiencias).

El boom del periodismo narrativo iberoamericano es similar al boom de la literatura latinoamericana, ocurrido en los años sesenta y setenta. Recientemente, del 2000 para acá, una banda de periodistas intenta retratar la realidad con las técnicas de la literatura y el rigor del periodismo.

Al valerse de las técnicas de la litera-tura, aparece en algunos la tentación de crear ficción. Un reto importantísimo es que el periodista narrativo, o cronista, no debe sucumbir a esa tentación: 0% de lo escrito debe ser ficción. Un segun-do reto es dotar a la crónica de mayor investigación.

¿Los retos del cronista? Modificar la técnica de la entrevista tradicional. El entrevistador tradicional recaba opiniones. El entrevistador que pretende escribir una crónica pregunta cómo fueron los hechos, anécdotas que retraten un fenómeno, se detiene en detalles (fechas, horas, ges-tos)... y escribe para el lector.

La crónica se entendía como el informe detallado de lo ocurrido en algún evento.

Algunos la llamaban “nota de color”, porque describía at-mósferas (hojas cayendo, ríos sonando, párpados inquietos). La crónica, hoy en día, busca retratar la realidad con las técni-cas de la literatura y el rigor del periodismo.

Por lo que concierne a pu-blicaciones, recomiendo seguir a las siguientes: Etiqueta ne-gra (Perú), Soho (Colombia), Gatopardo (México), El mal-pensante (Colombia), Esquire (México), El puercoespín, El Faro (El Salvador), Anfibia (Argentina), Orsai (Arg-Esp), Domingo (México).

En cuanto a autores, reco-miendo: Jon Lee Anderson, Alma Guiller-moprieto, Martín Caparrós, Julio Villanue-va Chang, Alberto Salcedo Ramos, Juan Pablo Meneses, Témoris Grecko, Diego Enrique Osorno, Emiliano Ruiz Parra, Guillermo Osorno, Luis Guillermo Her-nández, Thelma Gómez, Marcela Turati, Majo Siscar, Laura Castellanos, Diego Fonseca, Elia Baltazar, Hernán Casciari, Leila Guerriero, Carlos Paredes (Uff, qué difícil, ¡se me escaparán varios!)

La crónica se entendía como el informe detallado de lo ocurrido en algún evento. Algunos la llamaban “nota de color”, porque describía atmósferas (hojas cayendo,

ríos sonando, párpados inquietos). La crónica, hoy en día, busca retratar la realidad con las técnicas de la literatura y el rigor del periodismo.

Entre las técnicas literarias y el rigor periodístico

Una mirada más justa de la realidad

Periodista mexicano. Editor general de la revista Domingo, editada por El Universal de México. Ha sido becario de la Fundación Gabriel García Márquez (FNPI).

Un relato potente de la vida cotidiana Foto: Juan Pablo Zamora / Cuartoscuro.

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Karina Salguero-Moya

Siempre he pensado que las defi-niciones nos alejan del potencial de los géneros. Lo pienso prác-ticamente para todas las defini-ciones en las ciencias sociales.

Son ideologizantes. Nos emboban, nos dirigen, nos programan. Hay que contar la historia, lo hemos sabido siempre. Lo hacemos desde la antigüedad. Los textos antiguos como el Ramayana, la Epopeya de Gilgamesh, son registro de la tradición oral. Es gregario contar historias, trans-mitir con ellas información, reproducir conocimiento. Por ello no hay que definir la crónica: hay que escribirla alejado de tanto condicionamiento.

La crónica en su multiplicidad de herra-mientas narrativas (multimedia, historieta, fotográfica, etcétera) es la salida posible a un periodismo que de tan sintético y ligero nos deja en la superficie sin enfrentarnos a la profundidad, a la raíz de los problemas que enfrentamos individual y colectiva-mente. Lo vuelvo a decir: se deben contar historias. La crónica es una forma de dialogar con nuestros tiempos, de dar una mirada pausada. En esto concuerdo, eso sí, es más vital que nunca.

Para muchos, la crónica actual respon-de a tendencias, a modas, a la pose de un nuevo periodista rockstar. Para otros también es centrar la historia en el na-rrador y no en los acontecimientos. Pero

más allá de las subjetividades naturales del género, que esté viviendo un boom es fabuloso. Muchos no lo hubieran creído, si pensamos que cada vez los textos en los diarios tienen menos caracteres (siempre te encargan textos con números limitados de caracteres contando hasta los espacios). Si está de moda, pues en buena hora, que hace falta más lectura en nuestras socie-dades.

La lucha está en alcanzar nuevas audiencias

Una forma de dialogar con nuestros tiempos

En la última década, la crónica se ha ido desarrollando, ha incorporado todo el potencial multimedia para contar más y mejores relatos. Se ha transformado,

pero más que eso: nos ha transformado. Creo que el periodismo literario ha golpeado la opinión pública. Esa delgada línea entre la ficción y la realidad ha

potenciado el talento.

Respecto de los retos más importantes, no sé si llamaría reto a la responsabilidad del cronista con la razón de hacer público un evento crítico, una historia, lo que sea objeto de narración. Lo más importante es desafiar al género mismo porque eso que se cuenta debe ser de conocimiento públi-co. Entonces hay que ir más allá, valerse de mil recursos no para que lo lean los mismos (ellos siempre son importantes),

Democratizar la crónica. Foto: Demian Chávez / Cuartoscuro.

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Periodista y editora costarricense. Editora de la revista Orsái. Ha sido directora ejecutiva de las revistas Azul, Nature Landings, Soho y Su Casa.

pero la lucha está en alcanzar las nuevas audiencias, en una labor de comunicación pura, lograr que los que no consideran la lectura como fuente de conocimiento, lean. Que sea accesible. Y lograr no solo que lean, sino que disfruten, conozcan, descubran, se asombren, reaccionen.

Entre mis principales retos como cronista y editora destaco el de abrir la crónica a nuevas audiencias. Democratizar la crónica. Llegar más allá, pero acompa-ñada de muchos lectores. Elijo siempre las historias antes que los autores. Quiero pensar que los comunicadores somos contadores de historias y nunca nuestro ego debe estar por encima de nuestra colaboración con el desarrollo del cono-cimiento colectivo. La mayor causa de la angustia y la incertidumbre de nuestros días es la desinformación. Es simple: hay que informar.

En la última década, la crónica se ha ido desarrollando, ha incorporado todo el potencial multimedia para contar más y mejores relatos. Se ha transformado, pero más que eso nos ha transformado. Creo que el periodismo literario ha golpeado la opinión pública. Esa delgada línea entre la ficción y la realidad ha potenciado el talento.

Hay que leer todo pensando en cronolo-gías y contextualizaciones. Darle un punto de vista de crónica a la misma ficción. Siempre hay grandes escritores, la devas-tadora precisión de Ryszard Kapuściński y otros maestros. Pero también recomiendo leer a los nuevos autores, a los que recién publican porque son la representación no del presente de la crónica sino del rumbo que va a tomar.

Marco Avilés

La crónica es una historia real que tiene el poder de interesar a un sujeto llamado lector. Importa escribir crónicas aho-ra y siempre porque, a la vez

que entretienen sanamente, permiten que las personas conozcamos la realidad en una dimensión más profunda. Las mejo-res crónicas suman narración y ensayo. Seducen a través de escenas en las que, como lector, jamás estarás; y a la par, te explican la vida. O por qué el mundo es así como es.

En torno al llamado boom de la crónica, se trata de un fenómeno comercial que hay que manejar con cuidado. Todo boom está condenado a pasar de moda. Creo que sería importante que la crónica se consoli-de como una característica o componente de la literatura latinoamericana. Y esto sólo ocurrirá cuando, pasado el efecto mediático, los cronistas sigan publicando crónicas y los jóvenes sigan muriéndose de ganas de hacer lo mismo.

El mayor reto es tomar por asalto la Internet. Viene ocurriendo con iniciativas independientes. Pero todavía nos falta, a los cronistas y editores, descubrir la llave para ganar dinero en la web haciendo lo que hacemos en el mundo de papel.

Mi principal reto como cronista –que enfrento cada día– es el de no dejar de escribir. El cronista es el que escribe cró-nicas. Y yo cada vez encuentro más difícil escribirlas por falta de tiempo. Le dedico cada vez más horas a actividades que me

dan dinero porque la crónica no necesa-riamente te da para vivir. Creo que, en mi caso personal, la crónica me ha dado tanta felicidad como deudas. Ahora que tengo una casa y animales que mantener, me preocupa mucho el aspecto económico. Es triste pero así es. Hace algún tiempo dejé de escribir gratis (o casi gratis).

Por otra parte, creo que algo que se ha consolidado más o menos bien es una gran comunidad continental de cronistas. Es una comunidad de autores que man-tienen contacto, que se buscan para hacer proyectos, que se visitan, que se escriben, que se quieren. Uno puede verlo en las redes sociales. Es muy bonito. En el plano mayor, esta comunidad es resultado del trabajo de la Fundación García Márquez y de otras iniciativas que se empeñan en hacer talleres y congresos. También de las revistas y sus editores. Y, por supuesto, es obra de los cronistas.

Entre los latinos, recomiendo conocer todos los medios posibles. Es importante que los cronistas manejemos un pano-rama de los espacios para publicar. Hay muchísimos. Pero esto, digamos, es lo obligatorio. Lo que recomendaría con más entusiasmo, en el sentido de ir un paso más allá, es leer y conocer los medios y autores estadounidenses. Ese país podría ser nuestro lejano oeste.

La crónica me ha dado tanta felicidad como deudas

Descubrir la llave

El mayor reto es tomar por asalto la Internet. Viene ocurriendo con iniciativas independientes. Pero todavía

nos falta, a los cronistas y editores, descubrir la llave para ganar dinero en la web haciendo lo que hacemos

en el mundo de papel.

Periodista y editor peruano. Director de la revista Cometa. Fue editor y director de Etiqueta Negra.

Contar historias. Foto: Demian Chávez / Cuartoscuro.

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Sergio González Rodríguez

Ahora y siempre ha sido importante escri-bir crónica porque es una forma exigente de dar cuenta de lo

acontecido, de consignar voces múl-tiples y materia informativa de la mayor exactitud posible y de ofrecer perspectivas novedosas sobre las transformaciones del mundo y los modos de comprender dichas trans-formaciones.

No creo que un par de antologías de cronistas publicadas en tiempos recientes configuren un boom: la crónica ha estado y estará vigente al margen de la atención de una o dos editoriales españolas o de los encuentros de autovalidación gremial de grupos de periodistas.

El mayor reto para la crónica qui-zás sea lograr un equilibrio entre la voluntad narrativa y la información. Cualquier persona puede contar un relato, pero sólo un cronista de ver-dad sabe escribir una crónica que presente algo más: hechos, datos,

enfoque intelectual, calidad de ex-presión, etcétera.

Desde mi punto de vista, la crónica tiende a rebasar sus tradiciones histo-ricistas (la fijación en torno del lapso y no del espacio, de la linealidad, del ir hacia atrás en busca del origen que explica todo en forma rígida), para admitir las apreciaciones acerca del espacio, las cartografías, la corpo-reización de la historia, la cultura, el contexto, los procesos, el instante en cada persona, las localidades, institu-ciones, territorios y regiones en cada situación o proceso.

Quiero pensar que este género, en la última década, ha ganado en flexi-bilidad, gracia y saberes críticos.

Lean a Roberto Saviano, a Óscar Martínez, a Liao Yiwu, a Binyavanga Wainaina.

En los últimos años, la crónica ha devenido un género de escritura que deja atrás el mero recuento cronológico de lo acontecido. Por lo tanto, se han enriquecido sus posibilidades y registros, antes casi siempre reducidos a la propia visión del

mundo del cronista, al papel tradicional de darle voz a los otros, a los desposeídos, a las víctimas de la injusticia, para introducir nuevas técnicas de investigación, de exigencia expositiva, de saberes específicos, de interdisciplinariedad y montaje inter-

genérico: la crónica en alternancia con el reportaje, y éste con el análisis, el ensayo o la narrativa de tipo secuencial o cinemático. Así, su definición se ha ampliado.

El mayor reto para la crónica es lograr un equilibrio

Entre la voluntad narrativa y la información

Escritor y periodista mexicano. Ha sido Editor de La Jornada, así como Consejero Editorial y colaborador de Reforma. Es miembro del Siste-ma Nacional de Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Se amplía la definición de la crónica.Foto: Alma Lafayet / Cuartoscuro.

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26 REVISTA MEXICANA DE COMUNICACIÓN/abril-junio 2013

Ana Teresa Toro

Una crónica no le cuenta al lector lo que ya sabe, le cuenta precisamente lo que no sabe de lo que cree que sabe.

Coincido sin problemas con la noción de que una crónica es un cuento que es verdad, como dijo tantas veces García Márquez. A esa idea me gusta añadirle, igualmente, la idea de que es un cuento que tanto puede ser caliente como frío. Caliente porque sí es posible escribir crónica a ras del suelo, de un evento, crónicas periodísticas diarias que en su conjunto van construyendo un gran relato. Frías, aquellas que se cocinan con la serenidad del paso del tiempo y se sirven reposadas.

Una crónica aspira a ser una pieza artística, con su narrati-va, sus recursos literarios, sus ritmos, pero no es todo a lo que aspira. Es periodismo ante todo, con su rigor informativo y, sobre todo, consciente del compromiso que tiene con el lector que no siempre lee para regodearse en un relato sino para entender mejor su entorno y tomar mejores decisiones.

Despertar en América Latina

La crónica es el periodismo que va a salvarnos de desaparecer. En tiempos de tanto ruido, de tanto dato suelto inconexo que habita los medios de comunicación, el regreso al relato, a una historia concreta que le de sentido a ese desorden, es lo único –a mi juicio– que puede diferenciar a un periodista de una máquina que reproduce cifras y da cuenta de eventos que ya todos, probablemente, han

comentado antes en una red social.

Sin embargo, el acto de escribir no debe ser secundario. Al cronista, el proceso mismo le revela preguntas y respuestas que a fin de cuentas son el meollo de la historia; se llega a la raíz en el ejercicio de la escritura.

Creo que estamos viviendo un momento particularmente complejo en términos del periodismo y su rol en la sociedad. Hay mucha información dispersa, insisto, y es a través de historias concretas que esa in-formación cobra sentido, informa mejor al

lector, le permite tomar decisiones y acer-carse a ese lugar que, desde la generalidad de la información disponible, jamás podrá. Creo que es el momento de la crónica, porque los grandes relatos hoy día no son tan grandilocuentes; la crónica va al lati-do que permite reconstruir el cuerpo; la crónica nos permite volvernos a escuchar. Enfocar en la era del desenfoque.

Veo con buenos ojos el llamado boom de la crónica. Las revistas que las pu-blican, los medios y editoriales que las

apoyan han sacado la cara por el género en un momento cla-ve. El peligro, de todo éxito, es que se confundan los propósi-tos o que se le pida demasiado a un género que tiene una natu-raleza periodística ineludible. Encontrar el justo balance será importante. Igualmente, creo que es necesario sintonizar todo esto con la realidad mun-dial que viven los medios de comunicación.

¿Puede este éxito y prestigio encontrar espacio en empresas mediáticas en decadencia? Creo que aún no existe res-puesta a esa pregunta. Ahí uno de sus grandes retos es encon-

La crónica cuenta lo que el lector no sabe de lo que cree que sabe

Un género que exige tiempo y espacio. Foto: Moisés Pablo / Cuartoscuro.

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trar un nicho que le permita persistir más allá de las escuelas de periodismo y los lectores aguerridos, así como encontrar espacio ante el gran público que, irre-mediablemente, está ligado a los medios desde una perspectiva empresarial. ¿Idea-lista? Quizás.

Una crónica requiere no solo tiempo para su escritura, sino espacio para su publicación. Trabajo en un diario y, por su naturaleza, eso suele ser un problema. Sin embargo, creo que no por ello se debe renunciar a la crónica. Creo en el periodis-mo narrativo y lo ejercito a diario así sea en artículos de dos mil palabras. Hay que entender las dimensiones del lugar para el que se trabaja y buscar la manera, sin andarse lamentando. Para proyectos de largo aliento hay que buscar otro tipo de plataformas, en fin, ser autogestivos como periodistas. La crónica de tu vida nadie va a mandarte a escribirla. Hay que salir a la calle, pescar, trabajar y luego procurarle su espacio.

En un segundo plano, creo que uno de los retos personales es mantener un control entre el lenguaje y la historia. Que uno no se coma al otro. Pero ése, diría, es el reto personal.

Sin duda, ha habido un aumento en la difusión de este género y sobre todo un interés grande por parte de periodistas jóvenes en formación por desarrollarse como cronistas. Esto, sin duda, se debe en gran parte al trabajo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. El hecho de que existan encuentros que fo-menten intercambios y colaboraciones; el que se realicen talleres donde los grandes cronistas de nuestro tiempo fungen como maestros cercanos, abre puertas y permite que muchos trabajos que estarían engave-tados comiencen a circular. Sí, ha habido un despertar y ha llegado en un momento clave.

Son muchas mis recomendaciones de lectura, pero hay que escoger. Quizás por ser la primera, “El entierro de Cortijo” de Edgardo Rodríguez Juliá es un texto vi-gente en cuyas páginas se nos va revelan-do un retrato social, una mirada a nuestra música, al Caribe isleño, al racismo, al colonizado, al blanquito y a cómo la isla se iba cuajando –entre otros temas–; tam-bién es un retrato enorme de lo que es la amistad y lo que es morirse con calor. Se trata de un cronista que es consciente del lugar en el mundo desde el cual escribe y lo aprovecha. Me gusta cómo no oculta su capacidad de asombro, sus prejuicios, incluso, cómo su escritura lo transforma y por lo mismo te transforma cómo lector. Además, disfruto mucho cómo ha narrado mi ciudad, San Juan. Siento que ha logra-

do documentar desde sus calles, sucesos y personajes un periodo importante en el desarrollo de la identidad –en cuerda floja a veces, sólida otras tantas– del puertorriqueño.

Igualmente, admiro muchísimo el tra-bajo del boricua Héctor Feliciano. No es-cribe en dialecto, va al grano aunque sean muchos granos. Tiene ritmo pero sobre todo tiene una historia con pies y cabeza. Sabe identificar de inmediato la médula ósea de una historia, y no se pierde de ese foco. Yo me desenfoco mucho. Cuando ando así, lo leo.

De Argentina respeto muchísimo y ad-miro a Leila Guerriero y Martín Caparrós, grandes maestros. De Guerriero me fasci-na el hecho de que percibo que no tiene miedo a dejarse llevar un poco por el len-guaje mismo; su selección de personajes que dicen mucho sobre lo que le impacta de una persona, siento que va del macro al micro, del micro al micro y del macro al macro. A veces es una compositora; otras, una periodista que me recuerda que todo relato y toda persona esconde algo. Ella se acerca y me cuenta a qué huele. De Capa-rrós, admiro su habilidad para desaparecer y aparecer en sus relatos, como pareciera que es la historia la que lo va moviendo sin él hacer nada. Admiro su escritura cla-ra y dura. Me gusta cuando reconoce sus vergüenzas y prejuicios, cuando duda y la duda es lo que mueve la historia.

El maestro Jon Lee Anderson es otro indispensable, por razones que natural-mente muchos han explicado mejor. Que baste decir que su trabajo que no teme al compromiso, es el mejor barómetro ético. Eso y el saber que tiene la capacidad de tragar gordo en situaciones y personajes complejos, en función de un trabajo pe-riodístico mayor. Su rigor, su capacidad de retratar, son un modelo.

Elena Poniatowska y Juan Villoro han sido y son a diario una inspiración en todo sentido.

Celebro el trabajo de los jóvenes co-legas: la brasileña Carol Pires, de los ar-gentinos Federico Bianchini, Juan Morris y Violeta Gorodischer, del nicaragüense Carlos Salinas, el peruano Joseph Zárate y de tantos otros que voy leyendo poco a poco, conociendo aquí y allá. A todos los conozco en persona, sé de su compromiso, los he leído y más que una mención de amistad, es una mención de fe en toparme con ellos muchas veces, en lecturas nece-sarias que todos nos debemos.

Periodista puertorriqueña del diario El nuevo día. Formó parte del Encuentro Nuevos Cronistas de Indias 2, organizado por la Fundación Gabriel García Márquez (FNPI) en el 2012.

La presente obra busca aportar elementos significati-vos en la construcción de la nueva comunicación perio-dística que se encauza en las sociedades actuales.

Dirigido a los medios infor-mativas y sus profesionales, a los estudiantes y a los usuarios interesados, este libro aborda el tema del Ciber-periodismo desde los diferen-tes elementos básicos de la comunicación: el emisor del mensaje que es la empresa mediática y el propio perio-dista de la era digital; el con-tenido que es la construcción del ciberlenguaje periodístico; el receptor que es el usuario a quien llega la información; y los elementos contextuales que en su momento pueden definir o transformar el senti-do de las difusiones, como el financiamiento.

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José Luis Esquivel Hernández

El autor de Protagonistas de la Literatura Mexicana no es el único crítico que aporta argu-mentos para demostrar el eros periodístico del Regiomontano

Universal, pues uno de los ensayistas que últimamente ha tratado esa faceta es Artu-ro Dávila en su obra Alfonso Reyes entre nosotros y, de manera sesgada, también Serge I. Zaïtzeff en Correspondencia entre Alfonso Reyes y Arnaldo Orfila Rey-nal, 1923-1957, entre otros muchos que citaremos en el presente ensayo.

Sin embargo, para darle el título de Periodista a Alfonso Reyes, muchos es-tudiosos, e inclusive colegas, lo quieren ver retratado en reportajes de denuncia social o en trabajos que lo hagan ver como la voz de los que no tienen voz, sin reconocer que no solamente el periodismo de compromiso e investigación de fondo valida el carácter de profesional de la noticia, porque hay otros acentos del ofi-cio que lo perfilan como tal, como en los tiempos que le tocó vivir al Regiomontano Universal, hace exactamente un siglo.

Lo que ocurre es que se sigue viendo al periodismo en un nivel mucho menor que el del novelista o escritor de altos vuelos, como se le veía aún en la década de los sesenta –según afirma Tom Wolfe en El Nuevo Periodismo–, pues durante todo el siglo XX los literatos se habían habituado a un escalafón de estructura muy estable y aparentemente eterna. Era algo así como una estructura de clase se-gún el modelo del siglo XVIII, en el cual uno podía competir sólo con gente de su misma categoría. La clase literaria más elevada la constituían los novelistas. El comediógrafo ocasional o el poeta podían pertenecer a ella, pero antes que nadie estaban los novelistas. Se les consideraba como los únicos escritores creativos: los únicos artistas de la literatura. Tenían el acceso exclusivo al alma del hombre, las emociones profundas, los misterios eter-nos, y así sucesivamente y etcétera...

La clase media –continúa Wolfe– la constituían los “hombres de letras”, los ensayistas literarios, los críticos más au-torizados; también podían pertenecer a

ella el biógrafo ocasional, el historiador o el científico con aficiones cosmológi-cas, pero antes que nadie estaban los “hombres de letras”. Su provincia era el análisis, la “intuición”, el ejercicio del intelecto. No se hallaban al mismo nivel que los novelistas, cosa que sabían muy bien, pero eran los prácticos que impe-raban en la navegación de la literatura de no-ficción [...] La clase inferior la constituían los periodistas, y se hallaban tan bajo de la estructura que apenas si se percibía su existencia. Se les consideraba principalmente como operarios pagados al día que extraían pedazos de informa-ción bruta para mejor uso de escritores de mayor “sensibilidad”. En cuanto a los que escribían para las revistas po-pulares y los suplementos dominicales, los llamados escritores independientes, a excepción de unos pocos, ni siquiera formaban parte del escalafón. Eran el lumpenproletariado.

De hecho, un gran amigo y maestro de los miembros del Ateneo de la Juventud en México, el dominicano Pedro Henrí-

El eros periodístico de Alfonso Reyes

El aporte del Regiomontano Universal en la prensa

Periodismo es información de actualidad y periodista es aquella persona que investiga la realidad para dar a conocer noticias o interpretarlas y comentarlas en un medio masivo a fin de sobrevivir decorosamente mediante una paga. Siendo

así, Alfonso Reyes fue un hombre de la prensa, en su tiempo de apuros económicos, y debido a sus colaboraciones en algunas publicaciones periódicas logró salvar su situación precaria en Madrid. Ergo, Alfonso Reyes es un periodista en sus primeros textos en España, que tienen el sello del oficio con proyección hacia la literatura,

ya que ésta fue su vida y su vida fue la literatura, según expresión del crítico Emmanuel Carballo.

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quez Ureña, piensa de la misma manera según se desprende de una carta que le envía a Reyes a Madrid el 31 de agosto de 1915, al lamentar:

[El] poco apoyo dado en América a las doscientas gentes que en cada país nues-tro han leído más de trescientos libros [...] No tenemos la resistencia española para el trabajo y no tenemos (¡estúpidos!) casas editoriales que nos hagan vivir literariamente (y eso que serían negocio para los editores y para la literatura). Sin casas editoriales no se pueden escribir novelas. Y las novelas son el setenta por ciento de la literatura moderna. Sin teatro no hay drama. Y el drama es el veinte por ciento. Apenas en la Argentina empieza a haber drama.

Así es que bajo estas consideraciones todavía hay quien ve como una herejía llamar periodista a Alfonso Reyes, porque él mismo aspiró a más en el escalafón de la literatura. Vamos a demostrar con documentación contundente y datos pre-cisos de la biografía y escritos de Alfonso Reyes su labor a destajo en el periodismo. Por ello no debe regateársele el título de periodista, en el sentido literal del térmi-no, y no solamente por haber publicado en Los Sucesos el 25 de marzo de 1905 “Nuevo estribillo” (parodia de intención política al “Viejo estribillo” de Amado Nervo) y su primer poema “Duda” en El Espectador de Monterrey, a los 16 años de edad.

Tampoco se toma en cuenta, para cali-ficar como periodista a Reyes, sus inicios como poeta en Savia Moderna, cuando llega en enero de 1906 a la Ciudad de México y tiene contacto con quienes dirigían esta revista, es decir: Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, dando cabida de inmediato el soneto “Merce-nario”; pero sí es relevante señalar que al desaparecer esta publicación literaria con la partida a Europa de Cravioto, justo en esas mismas fechas hace su aparición en México el dominicano Pedro Henríquez Ureña, circunstancia importantísima en la vida y obra del eximio escritor, quien emergerá, junto con un grupo de jóve-nes convocados por el arquitecto Jesús T. Acevedo en su taller, como parte del grupo fundador de la Sociedad de Con-ferencias (antecedente del Ateneo de la Juventud), para abordar los temas más diversos concernientes a la metafísica, la pedagogía, el arte y la poesía. Y es en 1907 cuando nuestro Alfonso pronuncia tres conferencias, siendo la más impor-tante el discurso con motivo del primer aniversario de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Preparatoria. “Esta página –di-ría más tarde– fue el punto de partida de mi prosa”. (Su conferencia dedicada a los

Poemas rústicos de Manuel José Othón apareció en la editorial Arte y Sabor el 29 de enero de 1910).

Genio y figuraEl 3 de noviembre de 1909, sus padres,

el General Bernardo Reyes y doña Au-relia Ochoa, acompañados de los hijos Otilia y Alejandro, dejan México rumbo a Europa por la franca enemistad hacia el gobernador de Nuevo León de parte del presidente Porfirio Díaz. Y en ese preciso año en que nace el Ateneo de la Juventud, Reyes, a sus 20 años, sigue emparentado con la poesía como antesala de su voca-ción literaria. Firma artículos en revistas, hexámetros dedicados a Benito Juárez (“Oda a Juárez”, que provoca una reseña de Max Henríquez Ureña en Monterrey News, julio de 1908) y hasta algunos tex-tos ya notables que incluiría después en El Suicida o en Marginalia. Si acaso sus primeros pasos en este arte tienen algo de referencia periodística por cuanto se engloban genéricamente en el rubro de la prensa cultural. Pero la noticia, como centro del oficio informativo y de opinión, no se vislumbra todavía.

No todo lo que aparece en los diarios y revistas es periodismo porque abunda la literatura, en sentido estricto, como en estas primeras publicaciones de Reyes, incluida La Revista de América (editada en París entre 1912-914), donde empieza a colaborar al llegar a Francia en agosto de 1913 como parte de la legación de Mé-xico; pero él, más tarde, al trasladarse por necesidad a España en agosto de 1914, supo periodizar unos hechos noticiosos y comentarlos con absoluta honestidad, además de que encontró en la prensa un

modus vivendi y de sustento familiar en los días difíciles que pasó en Madrid, y luego siguió cultivando otros medios de difusión masiva con la maestría de su prosa poética, una de las mejores que se han escrito en lengua española.

Su propia nieta Alicia Reyes en Genio y Figura de Alfonso Reyes señala:

Durante el año que permanece en la capital francesa, nuestro Alfonso escribe solamente artículos y páginas que se pu-blican en diversas revistas de Europa y de América y que habrán de incorporarse en obras posteriores. Pedro Henríquez Ureña, a la distancia, sigue siendo su mejor maestro.

El mismo Reyes seguramente no pensó ser periodista porque su vocación literaria lo orientaba a alcanzar el estatus de poeta y escritor, pero no le quedó más remedio que asirse, en algunos momentos de su vida, al periodismo. Me apoyo en Em-manuel Carballo, el crítico mexicano que tanto entrevistó y ha estudiado a Reyes, y habla así de sus años en México de 1939 a 1959:

En búsqueda del público que no consi-guieron sus libros, don Alfonso colaboró en diarios y revistas, en cadenas de perió-dicos y estaciones de radio. Para llegar a lectores y auditorios ínfimos, don Alfonso tuvo que bajar el nivel de los artículos y pasar de la literatura a la no-literatura: de mostrar a enseñar.

Ergo, Alfonso Reyes fue periodista.Carballo, al interpretar las observacio-

nes generales de Reyes sobre literatura y no-literatura, concluye que para la lite-ratura propiamente dicha el asunto se re-fiere a la experiencia humana; para la no-literatura a conocimientos especiales. La

De la misma estirpe de Fernández de Lizardi. Foto: periodicodigital.com.mx.

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literatura expresa al hombre en cuanto es hombre a secas: la no literatura en cuanto es teólogo, filósofo, científico, historiador, político. “En el fondo, y fatalmente, don Alfonso era en profundidad de la misma estirpe de (José Joaquín) Fernández de Lizardi”.

Ergo, el Regiomontano Universal fue periodista.

De hecho también existe la evidencia de los tempranos pasos que dio Alfonso Reyes en este terreno, pues algo tuvo que ver indirectamente en la fundación de El Porvenir, de Monterrey, ya que su amistad con el ilustre poeta y escritor colombiano Porfirio Barba Jacob lo llevó a recomen-dar a éste con su padre, el gobernador de Nuevo León, General Bernardo Reyes, lo que le permitió al sudamericano estable-cerse en la urbe regiomontana, hacer ca-rrera en el periodismo aquí desde 1908 en El Espectador que dirigía Ramón Treviño y, finalmente, coincidir con un grupo de políticos nuevoleoneses para dar vida el 31 de enero de 1919 al hoy diario decano de la prensa en la ciudad.

Es cierto que Reyes ya llevaba seis años en Europa y que, salvo retornos in-termitentes (como en 1924), regresaría de forma definitiva a su país en 1939 cuando volvió a encontrarse afectuosamente con Barba Jacob. El escritor mexicano siem-pre le brindó su apoyo, según consta en las cartas que intercambiaban desde ese año de 1908.

De acuerdo con Humberto Musacchio, los primeros textos de Reyes aparecen en México en Revista Moderna, Argos, Re-vista de Revistas, Biblos y, contra lo que pudiera creerse, hasta en El Antirreelec-cionista. Y más adelante, el investigador asienta:

Los deberes de la legación acaban por alejar a Reyes del periodismo y el poco tiempo de que dispone prefiere dedicarlo a la preparación de sus libros [...] Su pro-ducción para los periódicos no se detiene y paralelamente sigue con sus libros.

No cabe duda, asimismo, de que el exi-mio polígrafo, representante de las letras mexicanas y universales, ensayista, poeta, diplomático, traductor, coleccionista de obras de arte, chef y dramaturgo pisó los dinteles del periodismo como necesidad de sobrevivencia, y fue el periodismo el que le tendió la mano en los momentos más difíciles de su vida para foguearse en el arduo camino de las letras que te-nía por delante sin imaginar siquiera su alcance.

Paulette Patout, la mejor biógrafa del Regiomontano Universal y Alicia Reyes, con su gran cercanía familiar, dibujan a nuestro paisano en París añorando a sus amigos del Ateneo de la Juventud y lleno

de nostalgia por su tierra, pues poco le consuela encontrarse en la capital francesa a dos de sus grandes camaradas del arte: Diego Rivera y Ángel Zárraga, por lo cual intensifica su relación con los hermanos García Calderón para dar salida a su afi-ción escribiendo ensayos en la Revista de América sobre literatura mexicana.

Pero se viene la guerra en Francia, y en México el cambio de gobierno, lo cual trae una sacudida estremecedora en los planes de Reyes, que Paulette Patout refiere así:

Llegado al poder Venustiano Carranza dio de baja en masa a todo el personal diplomático y consular [...] Encima esta-lló la guerra en Francia [...] El regreso a México le estaba prohibido por falta de dinero y por las razones familiares que se adivinan. Comprendió que su único recurso era España [...] Allá se le abrirían quizás oportunidades de trabajo en la ensñanza y el periodismo.

Ergo, fue periodista.

Vivir del periodismoHumberto Mussachio en Alfonso Reyes

y el Periodismo también señala que fue en Madrid donde comenzó de veras su larga y provechosísima carrera de perio-dista, que lo llevaría a decir que “nada hay comparable al orgullo de contar no-ticias”, aunque agregaba: “y al alivio de recibirlas”.

El bautizo formal como hombre de prensa –añade Mussachio– lo tendría durante los difíciles años que pasó en España, donde conoció la pobreza, si bien

en disfrute pleno de su libertad, según reflexionaría años más tarde.

El mismo Reyes nos da pie para consi-derarlo periodista, porque vivió de lo que publicaba en la prensa de su tiempo:

Mi larga permanencia en la Villa y Corte (de Madrid) puede dividirse en dos etapas: la primera, de fines de 1914 a fines de 1919, en que me sostengo ex-clusivamente de la pluma, en pobreza y libertad.

Poco después se integraría al servicio diplomático.

Cómo no habrá de considerársele a Reyes periodista en Madrid si al llegar ahí empieza su labor como traductor y trabaja en el Centro de Estudios Históri-cos, sección Filología, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal. Además empezó a colaborar en numerosos periódicos y revistas de Europa y América, como El Heraldo de Cuba y Las Novedades de Nueva York, y, por supuesto, en El Sol, de su amigo José Ortega y Gasset, quien le encarga luego escribir en el semanario España las primeras críticas de cine para un medio español en 1915, cuya huella también en El Imparcial es imborrable bajo el seudónimo de Fósforo. En este último publica junto con su colega del Ateneo, Martín Luis Guzmán, quien llegó a la capital española con su familia en 1915 y a fines de ese año se entera de que Reyes emprende la elaboración de su inolvidable Visión de Anáhuac, editado en 1917 por una modesta casa de Costa Rica, llamada El Convivio.

La crítica cinematográfica une a estos dos grandes mexicanos y los hermana en su labor en la prensa española, que Reyes continúa solo tras de que Martín Luis Guzmán abandona Madrid para ir rumbo a Nueva York y México en enero de 1916, después de escribir su librito La querella de México.

Ergo, Alfonso Reyes es periodista en estos años que sobrevive en Madrid, a partir de agosto de 1914, donde vuelve a encontrarse con el pintor Diego Rivera y aprende también de otro grande del periodismo, José Martínez Ruiz Azorín, consagrado igualmente por sus lauros literarios, igual que Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno, quienes serán parte de los retratos o perfiles que constituirán la primera serie de su libro Simpatías y diferencias (Madrid, 1921).

Martín Luis Guzmán, el también autor de El Águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929), en una carta que le envía a Madrid, hacia 1917 le dice a Alfonso Reyes:

¿Recibe usted el dinero de sus cróni-cas? En El Heraldo trabajo sólo un rato

Su obra, lectura obligatoria para periodistas.Foto: periodicodigital.com.mx.

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(parte en la tarde; parte en la noche) escribiendo editoriales y otras cosas. He renunciado, por instinto de conservación, a meterme con toda la página final (tal fue el plan primitivo) y sólo me encargo de lo mío. Quizás esto cambie ahora, porque el suplemento está pidiendo a vo-ces una mano inteligente y ésta puedo ser yo. De suerte que no me entero siquiera de la fecha ni la forma en que se publican sus crónicas, tan amables y tan semejan-tes a nuestra amistad (sin simbolismo).

Recordará usted que desde los abismos de Texas renuncié a la literatura y a los periódicos. Pues bien, si no fuera por ambas cosas casi me moriría de hambre: al fin y al cabo, es nuestro oficio...

Ergo, fue periodista en expresión de su gran amigo y por eso rescato tan revela-doras palabras reproducidas en El Acto Textual de Fernando Curiel, quien agrega:

Alfonso Reyes, cronista de Madrid, no está por debajo, en nervio y percepción, de Bernal Díaz del Castillo, cronista de Tenochtitlan –el prodigio urbano azteca– sin olvidar, además, que Reyes parece haber acompañado a Cortés y sus capitanes, aquel día de 1519, según se desprende de Visión de Anáhuac (1917).

Asimismo, debe ponderarse la edición, ese mismo año de 1917, no sólo de El Suicida sino particularmente de Cartones de Madrid porque fue el primero del año al ir juntando estas notas publicadas en El Heraldo de Cuba y porque constituye un volumen de las impresiones iniciales del autor con una fuerte carga periodística, pues la atención se concentra en lo más pintoresco y novedoso que atrae a los ojos del viajero: el abigarrado mundo callejero, con sus mendigos, pícaros, chulos, majos, estudiantes, lavanderas, aguadoras, en una serie de breves cuadros impresionistas y poemáticos.

Siento especial inclinación –nos dice Reyes– por los Cartones, porque al escri-birlos eran mi única distracción en horas de angustia y por las valiosas amistades que creo deberle. Azorín, ya en trato muy frecuente conmigo, me decía en una de sus preciosas miniaturas epistolares: “...su exquisito libro, esencia de España”. Todas las palabras de Azorín valen oro.

Quizá por eso Fernando Curiel, el autor de El Acto Textual, pone énfasis en el meollo de nuestra tesis, pues insiste en el carácter periodístico de Reyes, habida cuenta de su habilidad para la crónica, no obstante la connotación literaria e histó-rica de este género también de la prensa.

Al alborear la década de los veinte –añade Curiel–, Manuel Azaña (escritor y político, tres veces jefe de gobierno y en 1936 Presidente de la república española) se lamentaba: “Madrid está por hacer por-

que lo hemos pensado poco”. Aclaro que para ese entonces, Reyes ya había pensado mucho, y contribuido a hacer –al tenor de la tesis azañista– a Madrid. Data de los primeros asomos a la ciudad –todavía presa del fango– una de las visiones de más dilatada fortuna: “El Madrid posible”.

Reposa, la crónica alfonsina matritense, en libros, artículos sueltos, abundantes pá-ginas autobiográficas y la nutrida corres-pondencia intercambiada con sus pares: los integrantes de la llamada Generación del Ateneo de la Juventud (José Vascon-celos, Julio Torri, Diego Rivera, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán). La camarilla –posterior a la modernidad– que acomete la revuelta cultural de la Revolución Mexicana.

Fernando Curiel asienta, igualmente, que la afición (adicción) de Madrid en Alfonso Reyes se debe, sin disputa, a la prolongada estancia peninsular. Dos lustros: de 1914 a 1924. Entre “la guerra y la revolución”, dirá el propio Reyes, citando a Luis Araquistáin. Entre dos épocas literarias, añado yo: la del 98 y (casi) la del 27.

Trátase, para Reyes, del periodo de su cabal madurez humana y artística. Tiem-pos de pobreza y espera, de soledades y primeros frutos inequívocos. De transtie-rro, sí, pero también de amistades cuyos deliquios, y destemplanzas, únicamente sofocarían la distancia o la muerte.

En 1924, durante su visita a México, presidió el homenaje del 5 de julio a José Vasconcelos y pronunció un encendido discurso en que recordó:

haber sido buenos camaradas de gue-rra [...] cuando, lejanos y desterrados, vendíamos, tú, en un pueblo de los Es-tados Unidos, pantalones al por mayor, hechos a máquina, y yo, en Madrid, artí-culos de periódico al por menor, hechos también a máquina.

Ergo, él mismo se considera periodista en esos primeros años madrileños y lo ratifica a fines de abril de 1929 –como lo registran Musacchio y Valdés Trevi-ño– al abrir apenas sus maletas en Río de Janeiro como embajador de México en Brasil: “Estoy haciendo notas todos los días: desenvainé mi pluma de periodista otra vez”.

Y es ahí donde deja otra enorme prue-ba de su afición periodística: la confec-ción de su Correo Literario Monterrey, donde, en el número uno, en junio de 1930, aparece el ensayo sobre las poe-sías de Porfirio Barba Jacob y éste, agra-decido, le escribe, curiosamente, el 9 de febrero de 1931 acaso en alusión al 9 de febrero de 1913, fecha memorable del asesinato del general Bernardo Reyes, a lo que el entonces embajador de México en Brasil le recuerda lo siguiente:

Nunca podré olvidar la sacudida eléc-trica que recibí al acercarme a usted el primer día, ni podrá borrarse en mí la señal de nuestra amistad.

Esta singular y valiosa publicación la concibe Reyes al conjuro del recuerdo de Pombo de Ramón Gómez de la Serna e inclusive se remite a una iniciativa similar de Chesterton. Lo cierto es que llegó a ser una verdadera red de comunicación de Reyes con el mundo literario y, a la vez, del mundo literario con Reyes y que se distribuía por varios rumbos del planeta, especialmente en México. Su primera tirada fue de 300 ejemplares que repartió con ayuda de Manuelita Mota, su esposa, y su hijo Alfonso Reyes Mota.

Todavía más: para convencernos del eros periodístico de Alfonso Reyes habría que hacer caso al consejo de José Joaquín Blanco, a pesar de ser uno de los más áci-dos críticos que ostenta serias diferencias con el Regiomontano Universal:

La obra de Reyes tendría que ser “lectura obligatoria” para los jóvenes escritores y periodistas. Los estudiantes de literatura y de comunicación pueden revisar esos artículos breves donde surge la voz transparente de Reyes. Enseña a escribir y ahí se aprende su lección. De repente uno se descubre corrigiendo las comas, sintetizando, cortando frases, dando respiración a la prosa, agregando una anécdota de sobremesa, algún comen-tario agudo que se escuchó en la calle, pensando en el lector: Ahí está Reyes y su magisterio.

No regatearle el título de Periodista.Foto: periodicodigital.com.mx.

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Gabriel Zaíd no es menos enfático en el magisterio de don Alfonso:

Después andamos en la calle, libres, sueltos, a la medida de las cosas, sin saber a qué agradecerle ese andar en el día como en nuestro elemento, y nos acordamos de haber leído largamente a Reyes.

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Profesor en la Facultad de Comunicación de la UANL. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

Este libro puede leerse desde varios miradores. Es, para empezar, un reper-torio de lecturas sobre periodismo, que permite tener un panorama de lo que es este oficio, esta técnica, este conjunto de destrezas, esta convicción, que de todos esos modos concibe el autor el periodismo.

Se trata de libros no sólo citados sino digeridos, cuyo metabolismo resulta en energía creadora.

Miguel Ángel Granados Chapa

La obra tiene como horizonte de expectativas establecer las tensas re-laciones entre la democracia y comu-nicación y la forma en que tal vínculo entra en conflicto con la emergencia de nuevos sujetos de la politica en México y Argentina.

La vida del espectador contemporáneo depende cada vez más de fuerzas exteriores derivadas de sus aparatos electrónicos, que suprimen su supuesta autonomía para con-vertirlo en un ente uniformizado, que subasta su parecer a partir de lo que mira en la TV, al grado de que es menos importante su vida que la de los personajes que se exhiben en al pantalla casera.

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Maricarmen Fernández Chapou

Justo una década antes de que A sangre fría viera luz, Gabriel García Márquez publicaba en forma seriada la que sería una de sus grandes obras de no-ficción:

Relato de un náufrago. El largo reportaje periodístico, editado en 14 capítulos en el diario El Espectador de Bogotá durante 1955, reconstruye la experiencia del náu-frago Alejandro Velasco, “que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”.

El relato, “compacto y verídico”, fue el resultado de veinte sesiones de seis horas diarias de entrevistas en las cuales el pe-riodista, como el propio García Márquez narra, “tomaba notas y soltaba preguntas tramposas para detectar sus contradic-ciones”. El reportaje reconstruía los diez días en el mar: “Era tan minucioso y apa-sionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera”. Pero además tuvo implicaciones políticas al revelar lo que se escondía tras el nau-fragio de la nave.

En su prólogo al libro, García Márquez narra cómo la historia, que había sido divulgada de una forma incompleta y sen-sacionalista, se convirtió en un gran tema para un reportaje literario de profundidad y denuncia que urgía ser divulgado:

Mi primera sorpresa fue que aquel muchacho de 20 años [...] tenía un ins-tinto excepcional del arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosas [...]. La segunda sorpresa, que fue la mejor, la tuve al cuarto día de trabajo, cuando le pedí a Luis Alejandro Velasco que me describiera la tormenta que ocasionó el desastre. Consciente de que su declaración valía su peso en oro, me replicó, con una sonrisa: “Es que no había tormenta”. Así era. [...] La verdad, nunca publicada hasta entonces, era que la nave dio un bandazo por el viento en la mar gruesa, se soltó la carga mal estibada en cubierta, y los ocho marineros cayeron al mar. Esa revelación implicaba tres faltas enormes: primero, estaba prohibi-do transportar carga en un destructor; segundo, fue a causa del sobrepeso que la nave no pudo maniobrar para rescatar a los náufragos, y tercero, era carga de con-trabando. [...] Estaba claro que el relato,

como el destructor, llevaba también mal amarrada una carga política y moral que no habíamos previsto.

García Márquez, con su agudo sentido periodístico, su capacidad indagadora y su talento literario, contó la historia respetan-do hasta los más mínimos detalles, sin au-tocensuras, y ocasionó que la dictadura de Rojas Pinilla temblara. Cuenta el escritor:

Lo que no sabíamos ni el náufrago ni yo cuando tratábamos de reconstruir mi-nuto a minuto su aventura, era que aquel rastreo agotador habría de conducirnos a una nueva aventura que causó un cierto revuelo en el país, que a él le costó su glo-ria y su carrera y que a mí pudo costarme el pellejo. Colombia estaba entonces bajo la dictadura militar y folclórica del gene-ral Gustavo Rojas Pinilla...

Narrado en primera persona en la voz del propio náufrago, el relato trascendió el ámbito periodístico para adentrarse en la narrativa sin desvirtuar su concepción ori-ginal. Por primera vez, García Márquez se servía de recursos del periodismo, princi-palmente de la entrevista y la crónica, a la vez que de procedimientos popularizados por la novela policíaca, como el suspense; del relato de viajes y del diario.

Sus campos de experimentación narrativa

El umbral de la no ficción en García Márquez

Si Truman Capote es el creador de la no-ficción en Estados Unidos, el escritor colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, 1928) merece el mismo título

para Latinoamérica. De hecho, se adelantó al norteamericano al utilizar técnicas narrativas como el suspense en relatos periodísticos, así como a los nuevos periodistas en la renovación del reportaje. Periodista ante todo, García Márquez se valió de su talento literario para enriquecer su propio oficio, lo que lo convierte en prototipo del

nuevo periodista latinoamericano.

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Por una parte, el relato se atenía a la descripción minuciosa de la realidad, pero entre un episodio y otro dejaba hilos sueltos y creaba tensión narrativa; en ese sentido se adelantó a Capote. Por otro, lo que después planteara Wolfe como el punto de vista en tercera persona, era utilizado con maestría por el escritor, dejando que el reportaje fuera contado por la propia voz del protagonista de los hechos según la subjetividad de sus recuerdos. Al mismo tiempo, otras técnicas, como la narración escena por es-cena o la descripción significativa, también eran ensayadas en esta obra.

Por ejemplo: En el siguiente fragmento del relato podemos ver que la narración es la voz misma de Alejandro Velasco, mientras que el periodista queda oculto tras el relato, como si fuera un mero transcriptor. Al mismo tiempo, crea tensión narrativa:

Mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mi-tad del mar. Sosteniéndome a flote vi que otra ola reventaba contra el destructor, y que éste, como a 200 metros del lugar en que me encontraba, se precipitaba en un abismo y desaparecía de mi vista. Pensé que se había hundido. Y un momen-to después, confirmando mi pensamiento, surgieron en torno a mí numerosas cajas de la mercancía con que el destructor ha-bía sido cargado en Mobile. Me sostuve a flote entre cajas de ropa, radios, neveras y toda clase de utensilios domésticos que saltaban confusamente, batidos por las olas. No tuve en ese instante ninguna idea precisa de lo que estaba sucediendo...

Esta obra de García Márquez, más que novela de no-ficción, constituye en realidad la semilla primigenia de lo que después tendría nombre y apellido en Estados Unidos: el Nuevo Periodismo. El relato fue editado y recibido por el público en su momento como un reportaje, pero un reportaje que ya tenía la que sería la principal seña novo-periodística: se leía igual que una novela, pero se atenía a la realidad, y denunciaba una verdad hasta entonces velada. Relato de un náufrago es, por tanto, un reportaje novo-periodís-tico en sentido estricto.

El propio García Márquez, que se ha considerado a sí mismo primero periodista que literato, en ningún momento ha califi-cado de novela a sus reportajes novelados. Pero gracias a la habilidad y constancia para arrancar a los protagonistas la des-cripción detallada, ordenar los hechos y

exponerlos con una prosa directa y preci-sa, a la vez que dotar de significado e in-terés social a los hechos, reportajes como éste constituyen una pieza periodística que sólo por su calidad literaria han trascendi-do hasta nuestros días como novelas:

El esmero estético con que trabajó sus reportajes fue sin duda el gran caballo de Troya que le permitió llegar a sus lectores en medio de una censura creciente. En Relato de un náufrago alcanzó el punto paradigmático: una magistral síntesis de periodismo y literatura, de la investi-gación de la realidad y la comunicación de la misma mediante cánones estéticos perdurables.

Pero aún más: con su reportaje –y éste es otro rasgo novo-periodístico–, el colombiano desafiaba al poder, a la dic-tadura en este caso, mediante la sencilla exposición de cuestiones conflictivas y verdades veladas. El Relato de un náu-frago, como dice Jacques Gilard, “era un enfrentamiento directo de El Espectador con el poder, y el ya prestigioso reportero se convertía en un connotado enemigo de la dictadura, capaz de llegar al fondo de lo que no debía decirse”.

De hecho, como bien cuenta el escritor, “la dictadura acusó el golpe con una serie de represalias drásticas que habían de cul-

minar, meses después, con la clau-sura del periódico”. Este reportaje le costó el cierre a la publicación y a él mismo, que había sido enviado a Europa como corresponsal –qui-zá para alejar al periodista non grato de las garras del poder–, le supuso vivir en absoluta pobreza en París durante más de un año.

Pero lejos de ser, Relato de un náufrago, un ejemplo aislado en el conjunto de su obra, García Márquez vuelve a repetir las mismas técnicas y estrategias en diversos reportajes. Tal es el caso de La aventura de Miguel Littin, clandestino en Chile, que narra la experiencia del cineasta, contrario a la política dictatorial de Augusto Pinochet, al desafiar a la policía del régimen e introducirse subrep-ticiamente en el país para dirigir la filmación de una película que pondría de relieve la opresión.

En este reportaje también se vale el periodista de una larga entrevista –la versión magnetofónica duraría 18 horas– para obtener la versión de los hechos, los cuales son rela-tados con una estructura sencilla. Como en el caso anterior, la narra-ción en primera persona hace que parezca el relato del propio Littin, tan sólo transcrito por el autor, aunque, como aclara éste, “el estilo

del texto es mío, desde luego, pues la voz de un escritor no es intercambiable”. Una vez más, el escritor hace uso del artificio literario –y nuevo periodístico– en el que la voz del narrador y el protagonista se funden.

Para García Márquez, La aventura de Miguel Littin constituye un texto literario en el que “por el método de la investi-gación y el carácter del material es un reportaje”.

En ese sentido, mucho más complejo y elaborado es otro reportaje novelado del escritor: “Bateman: un misterio sin final”, en el que múltiples fuentes proporcionan a García Márquez una aproximación polifacética a la desaparición del líder de guerrilleros colombiano Jaime Bateman Cayón, comandante máximo del M-19, que desapareció inexplicablemente en la selva mientras se dirigía a Panamá para negociar la paz con un emisario del pre-sidente Belisario Betancur. Aquí, destaca una narración de arquitectura compleja, con saltos en el tiempo adelante y hacia atrás, y tejida a partir de los testimonios de quienes conocieron las últimas horas de Bateman.

Premio Nobel en 1982, García Márquez comenzó su trayectoria en el periódico

Enriqueció el oficio periodistico. Foto: Francisco Rodríguez / Cuartoscuro.

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El Universal en 1948, y poco a poco fue haciendo compatible su vocación con la narrativa más imaginativa y fabuladora. En el diario El Espectador, en el cual ingresó en 1954, se curtió como un pe-riodista desafiante colaborador con las causas sociales. En esta clave escribió artículos memorables como “Balance y reconstrucción de Antioquia”; “El Chocó que Colombia desconoce”; “De Corea a la realidad”, entre tantos otros. Y fue donde vio luz “El escándalo del siglo” (1955).

Este reportaje, ambientado en Italia, in-daga sobre el llamado Caso Montesi, sur-gido a raíz de la aparición del cadáver de una joven de nombre Wilma Montesi, hija de un carpintero, en una playa cerca de Roma. El caso hubiera sido tan sólo uno más de las páginas rojas del periódico, de no ser porque se hallaba involucrado un hijo del ministro de Asuntos Exte-riores, que finalmente resultó absuelto. García Márquez investigó y reconstruyó los hechos, y propició que el caso fuera reabierto.

Como narrador, en García Márquez los conceptos de realidad y ficción siempre han confluido de manera determinante. Autor de El coronel no tiene quien le escriba (1958) y Cien años de soledad (1967), es el principal exponente del lla-mado realismo mágico latinoamericano; sus relatos recrean el imaginario mítico de los pueblos y reflejan ese toque de magia que transforma la realidad, ya de por sí fantástica, del continente latinoamericano. La literatura de García Márquez se aden-tra en el realismo de lo irreal a la vez que crea una irrealidad demasiado humana:

Los mitos y las leyendas, las creencias y supersticiones forman un entramado pa-

rarreal tan poderoso o más que la misma realidad objetiva, determinando compor-tamientos mentales y actuales de la gente. Así, el concepto de realidad se ampliaría y se haría más complejo en su obra, y, con ello, su compromiso de escritor con la misma realidad.

Según ha dicho el escritor, “lo que me ha interesado siempre es contar las cosas que le suceden a la gente. Crear es volver a crear la realidad. Nunca hay ficción”. En ese sentido, en sus reportajes ensaya una aproximación a la realidad poniendo la imaginación al servicio de sus fines periodísticos. Y los considera a la vez narrativa de ficción en el sentido de que lo que en ellos se cuenta, dice, “es verdad, y todo minuciosamente”. Como explica Pedro Sorela:

En el reportaje encontró Gabriel Gar-cía Márquez la horma de su zapato [...] encontró en él no sólo un mayor contacto con la calle [...] sino un campo de expe-rimentación narrativa, limitada por las exigencias de la comunicación de masas, que sin duda le había de servir para sus cuentos y novelas.

De esta forma nació, por ejemplo, Crónica de una muerte anunciada (1981) que García Márquez ha explicado de la siguiente manera:

Se trata de una narración de 120 pá-ginas sobre un episodio, un crimen atroz que se cometió en un pueblo colombiano hace 30 años. Siempre tuve el tema en la cabeza para escribir una novela o un reportaje. Como siempre, he pen-sado mucho sobre las relaciones entre literatura y periodismo y he intentado hacer los dos; creo que esta vez lo he conseguido.

Profesora e investigadora del Tec de Monterrey, Ciudad de México.

No obstante, esta obra, en opinión de Juan Cantavella, no es un reportaje en toda la extensión de la palabra, pues “no hay una investigación exhaustiva ni una reproducción literal de cuanto ha sucedi-do, sino más bien una recreación literaria cuya finalidad es reordenar lo hechos con una finalidad estética, lo cual es bien dis-tinto”. Aun así, no deja de colocarse en la frontera entre el periodismo y la literatura; en el umbral de la no-ficción.

No es, en cambio, el caso de Noticia de un secuestro, obra en la que el escritor puso todo el empeño para hacer de ella un reportaje novelado prototípico. Con tres años de trabajo a sus espaldas, este libro es producto de un esfuerzo de investiga-ción en la que el autor grabó más de cien cintas de conversaciones con los sobrevi-vientes del secuestro, así como familiares, policías, narcotraficantes y personas que le aportaran cualquier información o de-talle. Al respecto, cuenta García Márquez:

Estoy seguro de que costará trabajo creerlo, porque parece más novela que cualquiera de mis novelas. Lo que yo quería era escribir un reportaje con todas sus leyes y en ellas no cabe la invención. Hoy me alegro: el libro no tiene una línea imaginaria ni un dato que no esté com-probado hasta donde es humanamente posible. Sin embargo parece más novela que cualquiera de mis novelas. Creo que ése es su mayor mérito.

En suma: Gabriel García Márquez, tanto en su faceta de novelista como de periodista, es siempre capaz de captar la enorme fuerza de que están dotados los hechos y de exponerlos a la vez de la for-ma más brillante y fidedigna.

ReferenciasCantavella, Juan. La novela sin ficción. Cuando el periodismo y la narrativa se dan la mano. Oviedo: Septem Ediciones. 2002.García Márquez, Gabriel en El País. 9 de junio de 1996.García Márquez, Gabriel en Cambio 16,. 27 de mayo de 1996. p. 80.García Márquez, Gabriel. Relato de un náufrago. Bogotá: Editorial Oveja Negra. 1994.Gilard, Jacques. Gabriel García Márquez. Obra periodística. Barcelona: Bruguera. 1983.González, Aníbal. Journalism and the development of spanish american narrative. Cambridge: Univer-sity Press. 1993.Pindado, Juan J. ¿Periodismo o literatura? Texto híbrido: entre ficción e información. Estados Unidos: Scripta Humanística. S/F.Saldívar, Dasso. García Márquez. El viaje a la semi-lla. Madrid: Alfaguara. 1997.Sorela, Pedro. García Márquez, una aproximación a su vida y obra como periodista. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid: Facultad de Ciencias de la Información. 1985.

Se adelantó al Nuevo Periodismo norteamericano. Foto: Francisco Rodríguez / Cuartoscuro.

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Abraham Gorostieta

Ignacio Rodríguez Reyna es un pe-riodista singular de cuya trayectoria ha hecho una constante búsqueda por los datos precisos que al ser investigados dan pie a muy buenas

crónicas y reportajes. El rumbo profesio-nal de Rodríguez Reyna puede rastrearse desde sus tiempos como reportero de La Jornada, El Financiero, Reforma; como editor en Milenio y como director en La-revista y Emeequis.

Ignacio siempre está inquieto. De niño lo fue: “En la primaria, los maestros y el director llamaban a mis padres para decirles los estropicios que había hecho”, cuenta. De joven, uno de sus retos fue decidir qué estudiar pues dudaba entre su vocación –periodismo– o su gusto –psi-cología–. Decidió su destino en un volado: “Águila: Periodismo. Sol: Psicología. Así lo decidí. No sabía qué estudiar y como estaban ya cerrando el límite para entre-gar la solicitud en el CCH Sur –dónde

estudié–, pues eché el volado y cayó en Sol. Y me metí a estudiar psicología”, nos confiesa.

Sus colegas le reconocen su empeño y tenacidad. Así lo dice el escritor y pe-riodista José Martínez: “Ignacio es un hombre que ejerce un periodismo ético. Es muy talentoso, periodista comprome-tido, audaz, buen reportero con dotes de editor”. También el doctor Raúl Trejo Delarbre, uno de los investigadores más serios que analiza desde hace varias déca-das a los medios de comunicación, opina sobre el director de Emeequis: “Conocí a Ignacio Rodríguez Reyna cuando, muy joven él, era uno de los reporteros en el semanario Punto. Más tarde coincidí con él en La Jornada y seguí su trayectoria en El Universal. Desde entonces me llamó la atención su afán de búsqueda, que se traduciría en el empeño para hacer pe-riodismo de investigación. Esa inquietud ocasionó su salida de El Universal y la

fundación de Emeequis, que se ha dis-tinguido por tratar de ir más allá de las apariencias en la cobertura de asuntos públicos”.

De la vocación a la profesión―¿Cómo se inicia en el periodismo?―De forma casual. Estaba en unas va-

caciones y la verdad no tenía mucho qué hacer. No sabía mucho de periodismo. Empecé a trabajar en la prensa antes de estudiarla. Lo primero que recibí fue en un taller de periodismo cultural con Víc-tor Roura y ahí me tocó sentarme junto a alguien que se veía que era buenísimo, que sabía mucho –me parecía– y yo, que no sabía nada de periodismo, pues ese encuentro me impactó mucho.

Este chavo hablaba muy bien, tenía co-nocimiento o por lo menos así me parecía. Al finalizar el taller me le acerqué y le dije: “Oye, yo quiero ser periodista pero no sé nada, recomiéndame unos libros”.

Ha hecho del género de la crónica una de sus mayores virtudes. Cómo director de Emeequis ha apostado por este género. Bajo su ojo se han hecho las mejores crónicas –y por ello la revista ha ganado cuatro veces el Premio Nacional de Periodismo en Crónica– y estimulado los dotes como cronistas de Alejandro Almazán, Humberto

Padgett, Fátima Monterrosa, Dalia Martínez Delgado, entre otros.Durante sus años de vida, Emeequis sigue en su afán por mostrar historias que

develen la dimensión humana. Sus crónicas y reportajes de profundidad son prueba de ello. La variedad de asuntos que han sido motivo de indagaciones periodísticas

habla del perfil de la revista y de su director.

La historia de un editor

Entrevista con Ignacio Rodríguez Reyna

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Y me recomendó dos obras: Manual de periodismo y Géneros periodísticos de Martín Vivaldi. Este chavo ya era reporte-ro de Excélsior y por lo tanto sabía mucho más que yo.

―¿Dónde fue su primer trabajo?―Mi primera chamba fue en una revis-

ta que se llamaba Pie de página. Me con-trató una persona que conocí en ese taller. Mi trabajo consistía en hacer pequeñas fichas bibliográficas de libros. En la ofi-cina tenía un altero de libros de todo tipo –científicos, literatura, historia, política, técnicos, de lo que fuera– para hacer sus fichas. O lo otro, que era una maravilla: irme a las librerías para ver las noveda-des editoriales. Iba con una libretita a la mesa de novedades de las librerías del Fondo de Cultura Económica que estaba enfrente de Plaza Universidad, de Gandhi o del Sótano y anotaba los títulos y hacía su ficha bibliográfica, pues Pie de página era una revista de libros. Ahí publiqué mi primer texto, el cual me rechazaron como 13 veces hasta que salió. Así empecé.

―¿Cómo llega a La Jornada?―Uno de los compañeros con los que

trabajaba en Pie de página acababa de entrar a La Jornada que aún estaba fun-dándose. Entonces me comentó: “Oye, por qué no vas y presentas tu examen”. Fui y lo hice para reportero de cultura. De hecho, sé que lo hice bien, saqué buen puntaje pero había gente que llevaba recomendación. No entré pero mi amigo me dice: “Pues ni modo, aunque sea en la mesa de redacción”. Así empecé como corrector de galeras en La Jornada.

En la sección deportiva conocí a Hugo Cheix, entrañable periodista con quien yo platicaba en torno a ciclismo; él sabía de mi conocimiento y pasión sobre el tema por mi padre (Gabino Rodríguez, ciclista olímpico). Un día que no tenía reporte-ros, me dijo: “Oye, ¿quieres ir a cubrir la Vuelta del Pacífico?”, y le respondí: “Nunca he escrito un reportaje”. Se me quedó mirando y me dijo: “No importa, tú sabes de ciclismo. Mira, tienes que hacer esto y éstas son las instrucciones básicas, pero no te vamos a dar viáticos y es más: tienes que poner de tu dinero para tu boleto. Lo bueno es que el CREA te da dinero para que comas y el alojamiento. Sí quieres, adelante, ahí está la chamba”. Y dije que sí de inmediato y pedí permiso a la mesa de redacción. Cubrí la Vuelta del Pacifico.

Reportero free lanceDurante un buen rato Ignacio Rodríguez

Reyna trató de conseguir una plaza en La Jornada. Ahí escribió crónicas sobre el terremoto de 1985 que destruyó una parte de la Ciudad de México, sin embargo no

consiguió la planta de reportero. Emigró entonces a otros medios de menor impacto como el semanario Punto. Así lo recuerda Ignacio: “Era reportero principiante de un pequeño semanario llamado Punto, al que había llegado buscando una oportunidad para escribir que me había sido negada sistemáticamente en La Jornada, donde me bloquearon desde el sindicato porque yo había apoyado a una planilla contraria a la ganadora. Gané el concurso para ocupar una plaza de auxiliar en la redac-ción, lo cual me permitiría fungir como reportero, pero congelaron la plaza en dos ocasiones”.

Una vez instalado en Punto, cuyo di-rector era el periodista Benjamín Wong, comenzó a escribir con mucho más frecuencia y a cubrir las elecciones de 1988. El jefe de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, Francisco Javier Obando, le reveló en una entrevista a Ignacio que al recopilar información en sus recorridos –acompañando a su candidato por todo el país– había encontrado demasiadas ano-malías y tenía miedo de hacerlas públicas pues el PRI tenía un férreo control de las instituciones de justicia del país. Además estaba siendo amenazado telefónicamente. Denunció a quienes lo estaban siguiendo. Cuenta el propio Ignacio: “Me expresaba su temor a que lo mataran; tenía mucho miedo y me lo transmitió. De hecho, responsabilizó a Luis Martínez Villicaña, entonces gobernador de Michoacán, si algo le llegaba a pasar”.

Rodríguez Reyna hizo un reportaje para publicarse en Punto con la reveladora entrevista y los documentos obtenidos, pero al ver la contundencia del material y revisar los detalles de la historia, el di-rector Benjamín Wong concluyó que era

muy arriesgado salir con un texto así. El reportero defendió su trabajo. El director simplemente giraba su cabeza a ambos lados y archivó el reportaje. Punto, como muchas otras en esa época, no tenía un tiraje significativo; por lo tanto, sus in-gresos provenían de la pauta publicitaría que provenía del Gobierno Federal. Para el propio Ignacio, ésa fue la razón: “Yo creo que Wong no quería publicarla por-que tenía contratos de publicidad con el gobierno de Michoacán”.

Francisco Javier Obando y su asistente personal fueron secuestrados pocos días antes de la elección presidencial de 1988 y un par de días después sus cuerpos apare-cieron sin vida. Rodríguez Reyna llevó su historia a La Jornada. Los directores del diario vieron la contundencia del reporta-je. Cuenta Ignacio: “Cuando asesinaron a Francisco Javier Obando, quedé paraliza-do. Me pesó mucho. Y entonces busqué que la publicaran en La Jornada. Miguel Angel Granados Chapa vio el texto y se lo llevó a Carlos Payán. Se publicó con una llamada en primera plana. Eran los días inmediatos a la elección que le robaron a Cuauhtémoc Cárdenas. Pasó más o menos desapercibida, aunque yo me contenté con que se supiera que Obando ya tenía miedo de que lo mataran e identificaba a los po-sibles asesinos”.

La Procuraduría General de la Repúbli-ca, en voz de Renato Sales, llamó al re-portero para interrogarlo. La investigación llevaba como tesis principal el asesinato con vínculos delictivos. La autoridad ju-dicial presionó al reportero para hacerlo declarar en ese sentido: “Renato Sales (el padre) quería que yo declarara que Obando me había dicho que tenía miedo de los narcos. Por supuesto, me negué. Me

Contar historias, mostrar rostros, hacer periodismo de investigación. Foto: Leonardo Casas / Cuartoscuro.

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quedó claro que era un asesinato político”. Ignacio Rodríguez Reyna se rehusó a firmar la declaración de su interrogatorio.

Sobre el periodismo―Díganos una definición del oficio de

periodista...―El periodista es una persona enamo-

rada de su profesión: comprometida con la realidad que lo rodea, con el país, con la sociedad, con la localidad. Yo sí creo que somos interlocutores entre la sociedad y el gobierno. Tenemos una tarea importante que cumplir. El periodista es un agente que vibra, se emociona y está compro-metido con la realidad del país. Debe ser una persona con un compromiso personal y social.

―¿Cómo se hace un semanario?―Ante tanta información hay desin-

formación. La saturación informativa cotidiana impide reflexionar, tener una opinión crítica: impide pensar. La labor de un semanario es tratar de rebasar la superficie y hacer apuestas sin discriminar temas, sin competir con los diarios.

Competir con los diarios implica subirse a coberturas de información sumamente reiterada. Lo que debe hacer un semanario es buscar en el mar de información, temas, preocupaciones en torno a fenómenos que están ocurriendo en la calle, que no son manejados por los diarios y darles una vi-sión, una profundidad, un enfoque fresco, una presentación atractiva, una escritura impecable. Todo ello, por supuesto, sin despegar un ojo de la coyuntura y lo que está ocurriendo en la vida nacional. La idea es ir mucho más allá de lo que sacan los diarios; ésa debe ser la premisa básica de un semanario: estar por encima de los diarios.

―¿Cuáles son los vicios periodísticos en un semanario?

―Seguimos haciendo un periodismo viejo para un México viejo. Un perio-dismo para un México viejo implica enfoques muy ortodoxos, muy aburridos, sumamente solemnes. También supone una relación desigual con los lectores, una relación unidireccional; es decir, los periodistas se sienten por encima de la au-diencia y, por eso, ellos determinan lo que se informa: a los lectores sólo los miran como un elemento pasivo.

Ahora se hace un periodismo para el poder. La mayor parte de lectores de los diarios son políticos, empresarios, grupos que están en el gobierno o entes económi-cos; se ha dejado de lado al lector común y por eso la lectura de los medios cae, cae, cae. Entonces, ¿qué lee toda esa gente que se siente excluida por los propios medios? Mucha gente lee TVnotas (700 mil). Yo, antes de criticarlos o satanizarlos, me preguntaría: ¿Qué les da TVnotas que no les damos nosotros? ¿Por qué a ellos si los leen y a nosotros –que somos medios más serios– no? ¿En dónde está la falla? ¿Es porque las revistas light cuestan menos? No, igual gente con poco dinero se gasta sus 15, 20, 25 pesos semanales. Mucha gente dice que el país tiene un nivel educativo con muchos rezagos. Es cierto, pero hay 700 mil personas leyendo TVnotas o sea: sí leen. Considero que no les estamos ofreciendo información suficientemente atractiva. A parte de que les damos un periodismo viejo, aburrido, con temas que nos les importan, todavía queremos que gasten su dinero.

Otro vicio es el acartonamiento de los medios. Somos muy aburridos. ¡Como si el mundo fuera aburrido! Yo creo que es

al contrario. Si algo tenemos como país es la capacidad para reír. Somos divertidos y eso no se refleja en los medios porque creemos que si somos divertidos ya no somos ni hacemos periodismo serio.

―¿Y eso se enseña en las escuelas de comunicación? ¿Qué piensa de los egre-sados de la carrera de comunicación?

―Uy, para empezar no leen. Pueden hablar dos o más idiomas pero no los utilizan. El trabajo de reportar debe ha-cerse lo más exhaustivo posible: textos equilibrados. No elaborar un texto para golpear a nadie. Se tienen que reportar los hechos como son, sin consigna de golpear o favorecer. Los egresados tienen que esforzarse en ser profesionales, que sean tenaces, que consigan datos, que busquen, que investiguen la información. En un esquema ideal, creo que se hace muy buen periodismo. Con recursos se pueden hacer grandes cosas, de lo con-trario no.

En México, diarios sólidos, fuertes como Reforma, Grupo Milenio, El Uni-versal, no tienen disculpa. Tienen recur-sos para investigar, para capacitar a sus reporteros, para exigirles que investiguen. Resulta fundamental que la agenda no la marquen los políticos sino que seamos nosotros los que retomemos los temas importantes.

El Financiero y Reforma―¿Por qué sale de Punto?―Llegó un momento en que estaba har-

to de Punto, cuyo director se especializaba en humillar y aplastar a los reporteros. Me llegó a decir que “mejor me dedicara a vender Biblias” porque yo no servía para el periodismo. Era muy mezquino.

―¿Cómo entra a El Financiero?―Como corrector de planas. Hice mi

examen y quedé. De hecho, cosa que pocos saben, yo estuve en El Financiero como cuatro años trabajando en los talle-res, revisando las planas, en una jornada que normalmente terminaba a las tres o cuatro de la mañana. Era extenuante y muy duro. Cuando Carlos Ramírez era el Jefe de Redacción, le pedí chance de pasarme a su área. La única opción era que hiciera dos tareas: que en la mañana reporteara en fuentes no muy importantes para el periódico (educación, por ejemplo) y que luego de eso llegara a la redacción para tomar por teléfono los adelantos y las notas de los reporteros. Más tarde, tenía que escribir mis notas y en muchas ocasiones quedarme a la guardia de noche. Estuve cerca de un año, que fue cuando me quitaron la guardia y pude dedicarme a reportear.

Ignacio Rodríguez Reyna fue corres-ponsal del periódico El Financiero cuando

Una revista que busca trascender la visión centrista. Foto: Leonardo Casas / Cuartoscuro.

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era dirigido por don Rogelio Cárdenas. En Los Ángeles, California estudió una maestría en periodismo investigativo en la University of Southern California, donde aprendió a investigar un dato y seguirle la pista. Era lo que bastaba –una pista– y después de semanas de trabajo ya se contaba con un perfil completo so-bre un personaje. Al terminar su maestría regresó a México y de inmediato formó un equipo de investigaciones especiales en El Financiero:

―¿Qué hace a su regreso de Los Án-geles?

―A mi regreso a El Financiero, pre-senté un proyecto para crear una unidad de reportajes especiales a partir de la experiencia y el conocimiento que ad-quirí allá. Me dijeron que sí, pero como no había dinero para contratar a gente, los compañeros que no eran queridos en alguna sección u otros que andaban medio sueltos, se incorporaron al equipo. Disfru-té mucho esa experiencia. Demostramos que se podían hacer reportajes increíbles, hicimos muchos y eso dio solidez a un periódico que, además, pasaba por uno de sus mejores momentos. Realmente dis-fruté mucho, aunque no dejaba de haber resistencias de periodistas que cuando yo iba en primaria ya eran reporteros y no veían con agrado que alguien mucho más joven fuera su jefe. Fue una etapa increí-ble, muy enriquecedora profesionalmente. Duré un par de años al frente de la unidad hasta que me fui a Reforma.

―¿Cómo llega al diario Reforma?―Luego de coordinar la Unidad de

Reportajes Especiales de El Financiero, Raymundo Riva Palacio me invitó a que me integrara a una unidad similar en Re-forma. Fue muy atractivo porque en esa área estaban Ciro Gómez Leyva, Rossana Fuentes Beráin, César Romero, Francisco Vidal y Amparo Trejo.

El trabajo de periodismo de investiga-ción que venían haciendo esos reporteros no fue bien visto. A la postre, el director editorial del diario, Ramón Alberto Garza, despidió al editor principal –Raymundo Riva Palacio–, pues los trabajos de ese equipo afectaban los intereses del dueño del diario, Alejandro Junco de la Vega y del propio Garza. Así lo narra John Virtue, en un texto publicado por Pulso del perio-dismo, llamado “Una riña familiar”, y en donde describe el desenlace de ese grupo de reporteros que le dio tanto impulso a ese impreso:

Cinco trabajos de investigación, con-cluidos en los últimos meses por el equipo de Reforma no habían sido utilizados. Cuatro de éstos se referían a personas cercanas a Garza, tales como Ricardo Salinas Pliego […]. Garza afirma que

sólo se dejaron de publicar tres investi-gaciones, pues las fuentes utilizadas en ellas eran pobres. Agregó que en uno de los casos, se profundizó más en la inves-tigación y finalmente salió publicada. Sin embargo, Riva Palacio asegura que la historia sobre los amigos empresarios del expresidente Carlos Salinas de Gortari se retuvo durante dos meses y se publicó luego, aunque eliminando el nombre de un banquero de Monterrey, amigo de Garza […]. Pero lo que agravó el asunto y finalmente condujo a la partida de Riva Palacio, fue una investigación sobre lavado de dinero de narcotraficantes, publicada el 19 de febrero. En el artículo se reprodujo una entrevista con Stanley Morris, del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, en Washington, realizada seis meses antes por Ignacio Rodríguez Reyna […] Cuando a través de la embaja-da de Estados Unidos en México, Morris tuvo noticias de lo publicado, montó en cólera. En el artículo de Reyna se citaban palabras del funcionario estadunidense en las que éste aseguraba que México se había convertido en uno de los centros de “blanqueo” de dinero, y que México estaba muy cerca de convertirse en la nueva Panamá, o de convertirse en un país que se presenta a sí mismo como un lugar para hacer negocios de una manera secreta para camuflajar la fuente de los fondos […] Morris no tardó en enviar sus quejas a Garza y a Alejandro Junco, presidente. Reforma publicó una disculpa en primera página y Rodríguez Reyna fue suspendido de sus funciones durante cinco días.

El área de investigaciones especiales en Reforma se rompió.

Milenio y Larevista―¿Cómo se integra a Milenio?―A la salida de Raymundo Riva Pala-

cio y Ciro Gómez Leyva, yo me quedé va-rios meses, hasta que Ciro Gómez Leyva me invitó a integrarme como coordinador editorial de la revista Milenio, que todavía no existía. La experiencia de crear una publicación desde cero era muy atractiva y acepté la oferta.

―¿Por qué sale del proyecto?―Mi salida de Milenio tuvo que ver

con una apuesta personal. Estaba como director en jefe de la revista y, para mí, era importante consolidarla, había sido tan importante que sirvió para el nacimiento del diario. En la empresa no se consideró así y se puso toda la energía en el diario y se descuidó la revista. Pasó a un segundo, tercer, cuarto plano en recursos y gente; se le restó atención e importancia y la verdad no me importaba estar en una pu-blicación en la que nadie le echaba ganas

y que estaba destinada a la muerte. Decidí ya no formar parte de ese grupo.

De Milenio llega a El Universal, donde haría lo mismo que en El Financiero, Re-forma y Milenio: Periodismo de investiga-ción. El dueño del diario, Juan Francisco Ealy Ortiz, le propone hacer una revista que se insertaría en el diario cada semana. El proyecto llevaría por nombre Larevista, la cual duró poco más de dos años bajo la dirección de Ignacio Rodríguez Reyna. En la edición número 81 (de 129 que se pu-blicaron), Rodríguez Reyna dejó la batuta. ¿La razón?: Nuevamente por diferencias de criterios periodísticos entre el director del semanario y el dueño del diario.

En el libro Los Watergates latinoa-mericanos, los periodistas Fernando Cárdenas y Jorge González narran que Juan Francisco Ealy Ortiz, uno de los representantes de más alto calibre dentro del comité de liderazgo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y dueño de El Universal, no estaba del todo de acuerdo con los trabajos que venía reali-zando y publicando Ignacio y su equipo. Así lo escriben:

El equipo de Rodríguez Reyna –en con-creto Rodolfo Montes y Daniel Lizárra-ga– tenían listos dos informes que salpi-caban el aspecto bonachón del presidente Vicente Fox, pero que no pudieron ser publicados por órdenes superiores […] El primero de los reportajes, revelaba los permisos de apuestas y salas de sorteo entregados a dedo por el ex secretario de Gobernación, Santiago Creel, que privi-legiaban al empresario Olegario Vázquez Raña, hombre de la cuerda de la esposa del presidente, Martha Sahagún. El se-gundo, prometía una revisión exhaustiva de los “expedientes oficiales muertos”, que investigaban unos negocios parale-los y privados del mandatario durante su periodo presidencial.

Al venir la orden superior de no publi-car los textos, Ignacio Rodríguez Reyna renuncia al diario y con él cerca de 30 co-laboradores entre reporteros, diseñadores y colaboradores.

―¿Por qué sale de Larevista?―Mi salida de Larevista fue algo con-

gruente, consecuente. Pocas veces uno tiene en la vida la toma de decisiones que lo comprometan más con uno mismo. Fue eso. Todos los días tomamos decisiones en lo personal y en lo profesional, pero uno debe ser fiel a uno mismo. Pocas veces lo tenemos a nivel profesional. En mi caso estaba encargado de la dirección de La-revista y, como pocas veces, me pareció que ya no podía ejercer el periodismo como lo había hecho o tratado de hacerlo y sería una traición a mí y una traición a los lectores. Esto puede sonar desme-

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surado, pero también sería una traición a este país y nuestro país ya cambió.

A veces los altos directivos de los me-dios –más que sus propietarios– no en-tienden que México ya cambió, que ya no se valen las mismas reglas de antes con el poder. Ya no se vale hacer negocios al amparo del poder o buscar canonjías con el poder. Los dueños y altos directivos de los medios de comunica-ción no han entendido que somos parte, ahora sí, de un proyecto de Nación. Para lograr eso se necesitan medios que estén com-prometidos con los ciudadanos y con los lectores, no con el poder.

EmeequisLa treintena de trabajadores que se

solidarizaron con Ignacio Rodríguez se aventuraron a formar una publicación in-dependiente y entre todos buscaron accio-nistas para solventar al nuevo semanario que llevaría el nombre de Emeequis. Así, el primer número de esa nueva empresa vio la luz el 6 de febrero de 2006 y bajo el cabezal una leyenda que decía: “Periodis-mo indeleble”. Durante los años que lleva de vida este semanario ha acumulado numerosos premios: ha recibido cuatro veces el Premio Nacional de Periodismo en Crónica; Premio Nacional de repor-taje sobre biodiversidad 2007; Premio Latinoamericano de periodismo 2007; Premio Latinoamericano de periodismo Biodiversidad 2007; Premio nacional de periodismo cultural Fernando Benítez 2007; en tres ocasiones el Premio nacional de periodismo Rostros de la Discrimina-ción; Primer premio Iberoamericano de periodismo joven 2008, Premio Every Human Has Rights 2008, Premio nacional de periodismo y Literatura 2011, Premio de periodismo Rey de España 2011, Pre-mio Ortega y Gasset de periodismo 2012, entre otros.

Hay un obsesivo afán de Ignacio y de Emeequis por contar historias de ciu-dadanos, por mostrar rostros y no sólo nombres, por compartir crónicas y no sólo números.

―¿Su revista qué le ofrece al lector?―El reto es que la gente recupere el

gusto por leer y se interese por su país. Que los estudiantes de medicina, historia,

sociología, las amas de casa, los comer-ciantes, obreros, se interesen por su reali-dad. Ese es nuestro desafío. Si logramos hacerlo, aunque sea un poco, estaremos satisfechos. Hacer que la gente vuelva a sentirse como un ciudadano: hacerle ver que los ciudadanos somos los jefes de los políticos. Que las personas retomen la conciencia de que son ciudadanos y que, como tales, necesitan estar interesados en los asuntos públicos. Tenemos que empe-zar a articular nuestra ciudadanía, tenemos que reformarnos o reivindicarnos como ciudadanos, y entonces sí exigir rendición de cuentas. Para que, quienes están en el poder, entiendan que no somos un voto más. Somos una sociedad que poco a poco se puede ir organizando para empezar a construir cambios.

Otro reto de Emeequis, y que debiera asumir la mayor parte de los medios de comunicación impresa, es trascender la visión centrista en su cobertura. Nuestro reto es no ser así: cambiar. Me interesa lo que pasa en los estados. Tenemos otro vicio en el periodismo y es que creemos que en el Distrito Federal sale todo, se genera todo. Cuando estuve en Milenio y en Larevista busqué mucho el registro de fenómenos sociales. Casi ningún sema-nario pone casos sociales en la portada. Nosotros sí. Estamos asumiendo temas nacionales que no son muy frecuentes. Emeequis trata de ser fiel a su idea, a su identidad. Puedes verificar la revista: no hay personajes –casi no– en nuestras portadas.

Las portadas de Emeequis son temas que cruzan el país y tienen un carácter so-cial: discriminación, nuestros muertos, el campo, las problemáticas de los jóvenes, etcétera.

Cada semanario tie-ne una visión, un en-foque, y en ello no se vale ser mezquinos. Cada uno tiene una apuesta, cada uno tiene su papel y hay espacio para todos. Hay millo-nes de personas que no leen, entonces yo no voy a ir a montarme sobre tal o cual sema-nario y descalificar-los. Tengo diferencias profesionales en torno a cómo otros hacen su trabajo, pero son discrepancias profesio-nales. Emeequis es fiel a lo que ha buscado: darle un giro distinto y una identidad muy pro-pia a lo que hacemos.

Hacer periodismo de investigación, no su-perficial, es nuestra vocación. Buscar las historias que hay detrás de ciertas noticias. No hacer periodismo epidérmico.

―¿Cómo director y editor, ¿qué pide a sus reporteros?

―Varias cosas. Excelencia. Que siem-pre imaginen cómo lo vamos a hacer distinto, atractivo, cómo vamos a enri-quecer un tema con nuestros recursos periodísticos. Calidad en el lenguaje, en la estructura, en la forma de ver las cosas, en los ángulos...

―¿Qué es lo que nunca vamos a ver en Emeequis?

―Portadas pagadas nunca las vas a ver. Tampoco materiales disfrazados ni textos que tengan como propósito favorecer o golpear a alguien. No vas a ver que deje de ser un proyecto plural, crítico. Y, espero, que no vean textos de mala calidad.

―¿Qué viene en la segunda etapa de Emeequis?

―Bueno, esperamos la consolidación de una manera de hacer periodismo de alta calidad, fresco, que aborda temas que otros medios desdeñan, y que se apoya fundamentalmente en el perio-dismo narrativo y en el periodismo de investigación.

Esperamos tener más impacto, más influencia, una mayor fortaleza como empresa, que nos permita hacer un perio-dismo fresco, elegante, distinto, con rigor y profesionalismo.

Justo en eso es que ahora estamos em-peñados.

La labor de un semanario es tratar de rebasar la superficie. Foto: Moisés Pablo / Cuartoscuro.

Historiador y reportero. Colaborador de RMC y de la revista El Búho.

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Karla Haydee Ortiz Palafox* / Andrés Valdez Zepeda**

Salovery y Mayer acuñaron el concepto de Inteligencia Emo-cional (IE) quienes la describían como una forma de inteligencia social que implica la habilidad

para dirigir los propios sentimientos y emociones y las de los demás, saber discriminar entre ellas y usar esta infor-mación para guiar el pensamiento y la propia acción.

Sin embargo, Thorndike había usado el termino inteligencia social, como una especie de sinónimo de lo que hoy se entiende por IE, para referirse a la habilidad cuyo fin es comprender y dirigir a las personas y actuar sabia-mente en las relaciones humanas. Por su parte, Gardner hizo referencia a las inteligencias múltiples de la persona, señalando la existencia, entre otras, de la inteligencia intrapersonal y interpersonal como un tipo de compe-tencia social de los individuos.

Recientemente, este constructo psicológico (la IE) fue utilizado y socializado por Goleman, aplicado principalmente a las empresas y su entorno laboral. Su tesis principal señala que quienes alcanzan altos niveles dentro de las organizaciones

son aquellas personas que poseen un gran control de sus emociones, están motivadas y son generadoras de entusiasmo, además de saber trabajar en equipo, tienen iniciati-va y logran influir en los estados de ánimo de sus compañeros.

A partir de estos años, los principios de la IE y su complemento, las competencias emocionales, se han venido desarrollando y aplicando no sólo en las organizaciones empresariales, sino prácticamente en to-

dos los campos de la vida, como lo son el desarrollo personal o la actividad política.

Sobre la inteligencia emocional, Gole-man señala:

Las personas con habilidades emo-cionales bien desarrolladas tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida, y de dominar los hábitos mentales que favorezcan su propia productividad; las personas que no pueden poner cierto orden en su vida

emocional libran batallas interiores que sabotean su capacidad de con-centrarse en el trabajo y pensar con claridad.

Conceptualmente, la inteligencia emocional ha sido tratada de diferen-te forma. Para Cortese, la inteligencia emocional es un conjunto de destre-zas, actitudes, habilidades y compe-tencias que determinan la conducta de un individuo, sus reacciones, estados mentales, etcétera, y que puede defi-nirse como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de ma-nejar adecuadamente las relaciones.1

Cooper y Sawaf definen la inteli-gencia emocional como la capacidad de sentir, entender y aplicar eficaz-

Estudio en torno a la campaña de reelección en Argentina

Inteligencia emocional y política electoral

El presente artículo analiza el uso de la inteligencia emocional como parte de las campañas electorales. En lo particular, se centra en la campaña de reelección de

Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, quien en el 2011 ganó la Presidencia. El análisis confirma que las elecciones implican el conocimiento y la movilización

de emociones de los votantes, razón por la cual los candidatos que poseen un mayor nivel de inteligencia emocional tienen más posibilidades de construir ventajas

competitivas para ganar la elección.

Movilizar emociones y votantes.

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mente el poder y la agudeza de las emo-ciones como fuente de energía humana, información, conexión e influencia.

Por su parte, para Arana la inteligencia emocional consiste en la capacidad para captar las emociones de un grupo y con-ducirlas hacia un resultado positivo. Este tipo de inteligencia constituye un soporte importante en la dirección de las orga-nizaciones y aporta una serie de guías y recomendaciones que ayudan a la mejora sucesiva y progresiva de la capacidad de liderazgo.2

La inteligencia emocional implica el conocimiento de las propias emociones, la capacidad de controlarse a si mismo, el reconocimiento de las emociones ajenas, así como el control y mejora de las rela-ciones interpersonales.

En la política electoral, la inteligencia emocional de los candidatos es muy importante, ya que no sólo se trata de co-nocer las emociones de los electores para tratar de persuadirlos y movilizarlos a las urnas, sino también para controlar sus propias emociones y poderlas usar estra-tegicamente durante la campaña electoral.

En este escrito, se analiza el uso de la inteligencia emocional en la campaña electoral de Cristina Fernández de Kir-chner en Argentina, misma que fue una herramienta muy importante para poder ganar la elección para su reelección en el 2011.

Las emociones y la campañaDarwin consideraba que las emociones

eran mecanismos que aseguraban la su-pervivencia. Por su parte, Valdez comenta que una de las características distintivas del ser humano es que es un ser social y

un animal político. La política, en un sen-tido amplio, lo determina todo en su vida.

Actualmente sabemos que las emocio-nes son mecanismos que han asegurado la supervivencia de la especie humana y su desarrollo. Al respecto, Valdez señala que el ser humano es también un animal racional y emocional, que piensa, siente, se emociona y se apasiona constantemen-te. Desde esta perspectiva observamos que las emociones representan una fuente de información acerca del individuo y su medio; el hecho de tener la aptitud de reflexionar acerca de nuestras emociones y pensamientos favorece la toma de decisiones en nuestra vidas, también fa-vorece nuestra adaptación con el entorno y favorece el entendimiento de nuestras diferencias individuales implicando un bienestar físico y psicológico de nuestra persona.

La política connota y genera diferentes tipos de emociones entre los ciudadanos, mismas que son movilizadas por los par-tidos y candidatos para tratar de ganar los espacios de representación pública. De hecho, en un sistema democrático, quien gana la elección generalmente es el que ha sabido conectar con las emociones de los

votantes y ha logrado mover fibras sensi-bles de los electores. Esto es: gana la elec-ción quien sabe usar mejor la inteligencia emocional o quien tiene un nivel mayor de desarrollo de su inteligencia emocional.

De esta forma, las campañas se trans-forman en ejercicios persuasivos y pro-selitistas que realizan los partidos y sus candidatos para movilizar las emociones de los votantes a las urnas y transfor-marlos en votos. Es decir: una campaña electoral se convierte en una oportunidad para conocer y movilizar las emociones de los votantes.

Campaña CristinaFernández de Kirchner

Las circunstancias políticas y personales de Cristina Fernández de Kirchner ayuda-ron sobremanera a impulsar una campaña política competitiva en el 2011 rumbo a su reelección. La política de Argentina es relativamente difícil, por lo que para ser exitoso habría que mostrar no sólo los méritos políticos de su anterior adminis-tración, sino también una defensa sólida de sus logros para enfrentar los golpes de sus adversarios. El secreto de Cristina Kirchner fue impulsar una campaña sóli-da, con una metodología simple, precisa y efectiva, sustentada en un uso creativo de la inteligencia emocional.

El equipo de la campaña de Cristina Kirchner articuló una estrategia centrada en la movilización de las emociones, mismas que se plasmaron en muchos de sus spots propagandísticos. Su slogan principal de campaña fue “La Fuerza de Cristina”. A partir de este slogan como eje rector de comunicación de su campaña, se plasmaron emociones en cada uno de sus anuncios, tomando como referencia la fuerza. Fue así como se desarrollaron los anuncios publicitarios conocidos como “La fuerza del amor”, “La fuerza de la alegría” y“La fuerza de la esperanza”, entre otras. También se fijaron como objetivo movilizar las emociones del electorado, apelando al recuerdo del difunto esposo Néstor Kircher, esposa de la candidata, iniciando con slogans como “La fuerza de él” (Nestor Kirchner), “La

Ganar elecciones gracias a la inteligencia emocional.

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fuerza de la juventud”, “La fuerza de las mujeres” y “La fuerza de los ancianos”, entre otros.

¿Pero realmente se pudieron movilizar las emociones del electorado? Valdez comenta que el hombre es un ser emi-nentemente emocional: decide participar en la política y orienta su voto basado en sus emociones y sentimientos, más que en razones. Es decir: el hombre es un ser emocional y su voto electoral es un acto eminentemente emotivo.

El primer spot televisivo de la campaña de reelección de Cristina Kirchner lo lanza cuatro días después que sus candidatos opositores y va dirigido para captar el voto de la juventud. Es un mensaje en donde se escucha la voz de la candidata aludiendo a la energía de los jóvenes:

Me gusta ver las banderas flamean-do, me gusta verlos cantando el himno. ¿Cuándo nuestra juventud cantaba el himno con la pasión que hoy lo canta, con el amor que hacen flamear las banderas? Yo creo que eso también es hacer patria y democracia. Ningún pueblo, ninguna sociedad puede progresar, si no se sienten orgullosos de pertenecer al país en el que ha nacido.

Las imágenes que muestra el spot son de jóvenes militantes; también muestra imágenes de la agrupación de La Campo-ra3 durante el velatorio del expresidente Néstor Kirchner. Además, se proyecta-ron mensajes en apoyo a Cristina tras la muerte del expresidente que es de donde surge el slogan principal del Spot: “Fuerza Cristina” con un tiempo de 47 segundos. A diferencia de sus opositores, Cristina evita hablar frente a la cámara; es solo su voz la que se escucha; siempre aparece vestida de traje negro (en señal de luto por la muerte de su esposo). Al final del cierre del spot, se le distingue a ella por espaldas vestida de blanco, algo que no hacía desde el 27 de octubre del 2010, denotando victoria.

No se habló en el comercial sobre su compañero de fórmula, Amado Boudou, sino hasta el final del mismo, cuando en la pantalla se vislumbra en blanco y se

escuchan los nombres de los candidatos, el número de lista y su identidad gráfica. Éste fue el primer spot de su campaña, tratando de ganarse el voto de la juventud.

Un análisis de los primeros Spots y de los primeros Banners de los opositores

Los candidatos que disputaron la presi-dencia de Argentina fueron:

• Cristina Fernández de Kirchner - Frente para la Victoria.

• Eduardo Duhalde - Unión Popular.• Alberto Rodríguez Saá - Peronismo

Federal.• Ricardo Alfonsín - Unión Cívica

Radical.• Hermes Binner - Partido Socialista.• Elisa Carrió - Coalición Cívica.

El análisis de los primeros spots y de los primeros banners, nos lleva a enten-der cómo movilizaron estratégicamente las emociones de los votantes desde el inicio de la campaña. Según Valdez, el objetivo que busca alcanzar la mercado-tecnia emocional es la improntación, que es definida como el proceso de penetrar en el corazón, la piel y las venas de los electores, ya no sólo en la mente como planteaba la idea de posicionamiento, sino tocar las cuerdas sensibles del ser humano, generando una huella o impron-ta profunda.

*Karla Haydee Ortiz Palafox es maestra en merca-dotecnia egresada de la Universidad de Guadala-jara. Actualmente, trabaja como académica en el Centro Universitario de Tonalá (CUTONALA). **Andrés Valdez Zepeda es catedrático de la Universidad de Guadalajara y miembro del Sistema Nacional de investigadores. Su más reciente libro Comunicación de políticas públicas y marketing de gobierno. [email protected]

Lea el artículo completo en la versióndigital de RMC:

www.mexicanadecomunicacion.com.mx

La política connota y genera emociones.

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Abraham Gorostieta

Su padre tuvo muchos oficios, en-tre ellos fue periodista. Estudió periodismo en la Universidad Obrera cuando Vicente Lom-bardo Toledano estaba al frente

de la Institución. Elvira enfatiza: “Nunca perteneció a ningún diario, sin embargo trabajó en Excélsior, Novedades y El Día. Con el tiempo se hizo el cronista del pue-blo de Contreras. Lo admiro mucho”. La periodista recuerda y se pierde un instante en su mirada, junta las manos, las aprieta y dice: “Mi padre me introdujo a la lectu-ra, sí, pero más que a la lectura y a los li-bros: me abrió el mundo del periodismo”.

De mirada más bien fija y quieta, la de Elvira se detiene cuando habla de su vida.

Primeras andanzasEn 1971 publicó su primera entrevista

y desde 1973 ha colaborado en distintos diarios como Excélsior, Unomásuno, La

Jornada, El Financiero, La Crónica de Hoy y El Universal, así como en distintas revistas, entre ellas Revista de Revistas, Geografía Universal, Proceso, Tierra Adentro, Zócalo y Este País. A partir de 1979 y hasta el 2009 fue directora y entrevistadora de cinco series radiofóni-cas para Radio UNAM. Durante cuatro décadas de ejercer el periodismo, ha conversado con grandes artistas nacio-nales y sus entrevistas son un referente fundamental de la cultura mexicana. Por ejemplo, durante su estancia laboral en Radio UNAM entrevistó a cerca de 300 personalidades, entre pintores, fotógra-fos, literatos, bailarines, etcétera, todos nacidos entre las décadas de los 20, 30, 40 del siglo XIX. Memorables entrevis-tas a Alí Chumacero, Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Elías Nandino, Héctor García, Cordelia Urueta, Blas Galindo, Luis Herrera De la Fuente y un largo

etcétera. Este trabajo se puede encontrar en la Fonoteca Nacional, en un acervo llamado: Elvira García.

Inició su trayectoria periodística en La Familia, una revista para amas de casa. Hacía notas sobre tejidos en pun-to de cruz y sobre manteles. Pronto se aburrió: “Entré a trabajar en la revista La Familia cuando Lucy Trejo –a quien todavía veo– era la directora. Ella me dio la oportunidad de trabajar ahí. Aho-ra Lucy tiene 83 años y le tengo gran cariño, la veo, la cuido; me parece que si algo tiene valioso el ser humano es el agradecimiento. Yo le agradezco a Lucy Trejo”. Y en seguida recrea la redacción de la revista:

Veía a las señoritas que trabajan ahí: desde que entraban a trabajar sólo es-peraban a que dieran las tres de la tarde y, mientras esperaban, se ponían unas chanclitas cómodas para trabajar y hacer

Una periodista que retrata a periodistas

Las miradas de Elvira García

Ella es una periodista harto conocida por ser una entrevistadora nata en cuya larga trayectoria –que abarca cuatro décadas– ha visto la transformación del

país y de los medios.Al hablar da la impresión de que es una persona meticulosa: escoge cada

palabra, así como una artesana del tejido escoge el tono preciso para un bordado. De alguna forma eso es Elvira García: una moderna Penélope que va tejiendo historias, bordando palabras, eligiendo verbos, calificativos, predicados... Su

voz es amable, pero de vez en vez habla muy quedito, mirando a la nada, como para sus adentros. Su plática es pausada. Ella es una mujer jovial de tez morena. Labios pequeños, nariz tenue y un brillo particular en la mirada al hablar sobre

su trabajo y el periodismo.

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el diagrama, el diseño. Antes de las tres, se arreglaban, se pinta-ban, se cambiaban de ropa y se iban con el novio. Entonces a mí me llamaba mucho la atención que para ir al trabajo estabas en chanclas y para salir a dar la vuelta te arreglaras. Me daba la impresión de que para ellas el trabajo no era importante.

La revista La Familia versaba sobre labores domésticas como bordados, tejidos, tips de cómo servir bien la mesa: “Era una publicación muy, muy conven-cional pero bien hecha, bonita”, dice Elvira y agrega: “Fue di-rigida –en algún tiempo, antes de mi ingreso– por Cristina Pacheco, ahí empezó ella”. En esa revista, la periodista García empezó a ganar sus primeros salarios y a entender que ese no era su lugar: “No me sentía en ese mundo, no estaba a gusto y no es que viniera de un gran mundo deslumbrante, pero no me reconocía en La Familia”.

Aún no concluía sus estudios en la Es-cuela de Periodismo Carlos Septién, pero enfrente de las oficinas de La Familia estaban las oficinas de otra revista: Suce-sos para todos. Su director y dueño era Gustavo Alatriste. Elvira lo recuerda así:

Sucesos para todos estaba enfrente de las oficinas de La Familia y me llamaba mucho la atención que Sucesos era la contraparte. Era actividad pura. Ir y venir, ir y venir, estaba llena de hombres –todos muy guapos, por cierto–. Entonces yo los veía pasar a su oficina desde mi ventana. Todo era movimiento mientras yo estaba en la mía donde todo era tran-quilidad. Yo no soy tranquila. Entonces me armé de valor y fui a pedir trabajo. Dije que estaba estudiando periodismo, que quería trabajar, que trabajaba en la revista de enfrente, que quería una oportunidad. Hablé con el director Gus-tavo Alatriste –que era un hombre muy imponente– y, bueno, me atreví. Creo que mi personalidad arrojada es lo que me ha abierto muchas puertas. Soy atrevida. Voy y pido la entrevista que nadie hace. Así empecé a trabajar en Sucesos. Me dieron el trabajo y deje La Familia.

De alguna forma imperceptible hay una tranquilidad en su mirada, en su forma de hablar. Han brotado varias preguntas sobre sus inicios. Amable, la periodista cuenta una anécdota sobre Sucesos para todos:

Salgo de la Septién muy chavita y no sabía hacer nada. Nada, nada, nada, no sabía ni poner una hoja en una má-

quina de escribir pero era muy atrevida y obcecada. Quiero algo y lo consigo –y su mirada se endurece–. No sabía hacer nada pero yo creo que le pareció simpática mi actitud al director y que me vendí diciendo que lo sabía hacer todo. Entré como secretaría-asistente y la-que-pasaba-en-limpio-las-notas. Es lo que hacía yo y sin saber escribir en máquina, me preguntaron: ¿Sabes escribir? Sí. ¿Sabes redactar? Sí. ¿Sabes hacer notas? Sí. Según yo, sabía hacer todo. Pero fui atrevida y eso me forzó a aprender hacer todo, pues había dicho una gran mentira.

El periodista Miguel Ángel Granados Chapa escribió sobre Elvira García y dijo que “tiene el don de la palabra” y que es una periodista “especializada en entrevistas, que ofreció su trabajo a las redacciones donde su tarea fuera aprecia-da”. Así llegó a la redacción de Revista de Revistas, dirigida entonces por el joven escritor Vicente Leñero. Al mismo tiem-po trabajó en las oficinas de prensa de la UNAM: “Ahí hice boletines, reportajes universitarios, fue una gran experiencia y me di cuenta que me encantaba mi tra-bajo”, cuenta la periodista y abunda sobre el gozoso estilo periodístico que es tener siempre curiosidad y no parar de hacer preguntas:

Me encanta entrevistar, me gusta inves-tigar. Platicar con la gente. En la UNAM buscaba más allá de la nota que tenía que cubrir. Entonces hacía mis notas y me quedaba más tiempo platicando con investigadores, académicos, tratando de saber quiénes eran.

Dejando testimonio: los libros

La labor del periodista llega a complementarse y comple-tarse cuando su trabajo –por riguroso y bien realizado– se transmuta en forma de libros. Elvira García ha visto el fruto de su trabajo materializado en varias obras. Buscó y conoció a ese personaje que hizo de la fantasía un juego lúdico y que hizo maravillosas canciones infantiles: Francisco Gabilon-do Soler. Pronto se impuso la tarea de biografiar al músico y escribió: De lunas garapi-ñadas. Poco tiempo después reunió las entrevistas que había realizado a distintos cartonistas políticos mexicanos, hizo otras, las trabajó y publicó el libro La caricatura en trazos.

Durante mucho tiempo buscó a la poetisa Pita Amor que se negó una y otra vez a conce-derle una entrevista, e incluso

le advirtió: “Ni por todo el oro del mundo me vas a sacar una palabra” y no hubo oro ni nada que convenciera a la poetiza. No importó. La periodista se dio a la tarea de entrevistar a las personas cercanas a Pita y así construir una biografía que llamó Redonda soledad. La vida de Guadalupe Amor. Y poco tiempo después apareció el libro Cuando los grandes eran chicos, que son las memorias de la infancia de cincuenta artistas mexicanos.

El año pasado (2012) apareció Ellas tecleando su historia. Conversaciones con mujeres periodistas de tres generaciones. Son 14 reporteras retratadas: Ana Lilia Pé-rez, Lilia Saúl Rodríguez, Beatriz Pereyra, Marcela Turati, Anabel Hernández, Dolia Estévez, Adriana Malvido, Alicia Salgado, Blanche Petrich, Sara Lovera, Ximena Or-túzar, Anne Marie Mergier, Dolores Cor-dero y Stella Calloni. El periodista Miguel Ángel Granados Chapa prologa el libro.

Elvira García ofrece el retrato de un lado del periodismo al que se le da poca atención: las reporteras, sus historias de vida. En el libro las entrevistadas platican los conflictos y sinsabores que han sor-teado al desempeñarse como reporteras. En sus páginas, el lector se entera, por ejemplo, que Carmen Lira expulsó de La Jornada a los accionistas fieles a Carlos Payán. Que al consejo editorial de Pro-ceso no le interesaba cubrir el plebiscito que finalmente terminó con el régimen de Pinochet. Que el periodista Carlos Marín no quería publicar la información del toallagate foxista, pues argumentaba que no era “nota”. Que Ana Lilia Pérez le

Tiene el don de la palabra. Foto: Isadora Cuéllar García

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dio a Andrés Manuel López Obrador los documentos que probaban los negocios de Juan Camilo Mouriño en Pemex y que por los cuales más tarde ella empezó a recibir amenazas de muerte.

En una entrevista que Elvira concedió a Eve Gil le dijo respecto a su último libro: “El hilo conductor de estas entrevistas es mi admiración hacia ellas, hacia su trabajo y sus personas. Me dicen que no es común que entre periodistas se admiren, no ha-bía pensando en ello, pero siento mucha satisfacción de ser periodista; tengo mi miedo bajo control y no tengo problema en reconocer a otras colegas que han ve-nido tecleando e investigando por años”. Elvira está orgullosa de su trabajo. No es para menos.

—Qué buen libro es éste Elvira, qué envidia, caray, desde hace rato las perio-distas se han mostrado más sagaces que sus pares masculinos, ¿no le parece?

—Mira, el libro es un asunto personal con el periodismo y las mujeres perio-distas que están ahí. Es verdad, los libros más audaces y arriesgados de los últimos años han sido escritos por mujeres. Dice Marcela Turati que “la mujer periodis-ta tiene que llegar a extremos para ser respetada”. Ellas optan por explorar las entretelas de las decisiones políticas que repercuten en hechos sangrientos como los que vivimos actualmente. Son las que se introducen en las consecuencias de ta-les decisiones. Generalmente nadie nos lo pide, pero nos empeñamos en demostrar qué tan capaces somos.

—Tengo la impresión de que quizás desde el 2000 o antes, las mujeres perio-distas hacen un trabajo más destacado que sus pares masculinos, son más com-bativas, hacen un periodismo más reve-lador. Pienso que es una manera de rea-firmar el género dentro del medio que ha sido muy masculino. ¿Cómo lo ve usted?

—Sí, es cierto. En mi libro lo digo. En los años setenta, las mujeres se abrieron paso en el periodismo. Uno de los perió-dicos que más le dieron cabida a la mujer fue El Día. Si tú revisas en la hemeroteca ese diario –no ahora, que prácticamente ya no existe–, verás que fue un gran perió-dico y de ahí salieron muchas periodistas, por ejemplo: Carmen Lira, Sara Lovera, María Luisa La China Mendoza. Muje-res pioneras del periodismo en temas de género, o internacionales. Mujeres muy preparadas. Cuando yo empecé en esto había pocas mujeres en el periodismo, contadas, algunas. Sucesos para todos no tenía reporteras. Y las que estaban eran las novias de los reporteros. Luego a media-dos de los setenta, toda una generación de la Septién García entramos en los diarios. Pero aclaro: no tengo esa pasión por el

feminismo, no ha sido mi intención en mi trabajo hacer periodismo de género. Aun-que sí hice trabajos en los años setenta sobre la virginidad, la libertad sexual, el derecho a decidir, la píldora anticoncep-tiva. Era mi tiempo, mi contexto. Pero no soy activista del feminismo per sé.

En mi último libro hablo sobre 14 mu-jeres periodistas. La dignidad que tienen. La valentía que tienen. El talento, su trabajo que han venido haciendo desde hace tantos años. Son tres generaciones de periodistas. La más joven tiene 33 años. Algunas han sido maestras de las más jóvenes, no sólo en las aulas sino en la experiencia, en las redacciones. Por ejemplo: Dolores Cordero ha formado a Sara Lovera, a Adriana Malvido.

Te decía, en los años setenta, las mu-jeres empezamos a preguntarnos: ¿por qué las noticias sólo tienen que ver con hombres? Las mujeres sólo éramos noticia si te llamabas Elizabeth Taylor o si habías sido asesinada. Las mujeres no opinaban y si estaban, no hablaban. El hombre era generador de la noticia y él mismo la cubría. Esta apertura de que las mujeres somos noticia y podemos cubrir noticias lo hacen las periodistas de los años se-tenta, Sara, por ejemplo y antes que ella La china Mendoza. Para hacer un libro puntual deberíamos de pensar en por lo menos cien entrevistas.

—¿Podrías darnos una definición de periodismo?

—El periodismo está lleno de claroscu-ros, así es el periodismo nuestro. A veces el periodismo mexicano me decepciona. Gente que se dice periodista me aver-güenza; columnistas que se dicen “buenos periodistas” no los querría como amigos, y no los quiero. No los respeto. El perio-dismo mexicano, a veces, se ha prestado para canonjías, para hacer negocios, para calumniar, para hacerse de poder. Pero también el periodismo mexicano se ha utilizado o es hecho para decir la verdad o lo que uno cree que es la verdad, para que la sociedad esté informada y tome mejores decisiones. Es importante que no dejemos morir al periodismo escrito porque en ese periodismo está la reflexión, el análisis; se reivindica la investigación que es el sus-tento fundamental de todo comunicador.

Y la mirada de Elvira García se vuelve a perder en sus adentros.

Historiador y reportero. Colaborador de RMC y de la revista El Búho.

Una versión ampliada de la presente entrevista puede leerse en la versión

digital de RMC: www.mexicanadecomunicacion.com.mx

Aun cuando gozan de gran popularidad por desempeñarse en los medios de comunicación, los periodistas siguen siendo en pleno siglo XXI personajes del todo desconocidos para el resto de la sociedad. Se ignora las condiciones en que trabajan, el salario que perciben, su forma-ción profesional, las relaciones que establecen con sus fuentes, los valores que profesan, sus grados de estudio, sus presta-ciones sociales y rutinas labo-rales e incluso sus perspectivas a futuro.

Los periodistas vigilan con lupa lo que acontece a diario en la sociedad, pero pocas veces ellos son sujetos de investiga-cion y análisis. Por eso este estudio se propone aportar ele-mentos para la compresión de estos profesionales en el estado de Chiapas.

El presente libro ha sido guia-do a partir de una pregunta que los autores consideran funda-mental: ¿Cuáles son las condi-ciones sociales, profesionales y laborales de los periodistas en Chiapas? .

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Silvio Waisbord / Nancy Morris

No hay duda de que la idea de participación ha sido adoptada en el estudio de la comunicación para el cambio social, así como en

programas de cooperación internacional. Esto no implica que haya sido universal-mente aplicada, que sea prioridad, o que haya acuerdo sobre precisamente de qué se trata. El centro de la discusión actual es diferente a décadas atrás cuando enfoques difusionistas, que ponían el acento en la diseminación de información y estaban apoyados en marcos epistemológicos individualistas y psico-sociales, domina-ban el campo de la comunicación. Hoy en día, el debate está situado en torno a preguntas sobre la aplicación de premisas participativas en innumerables iniciativas de cambio social, sustentos conceptuales, y sus resultados. De hecho, trabajos re-

cientes (de Cooke & Kothari; Hickey & Mohan) han concluido que hay una nueva tiranía según la cual la participación se ha convertido en idea imperiosa que tiene, al menos, apoyo retórico.

Por lo tanto, insistir en la importan-cia de la participación como concepto insignia y horizonte normativo de la comunicación para el desarrollo social no agrega demasiado al debate global. La participación se ha colocado al centro de las ciencias sociales contemporáneas, desde la comunicación hasta la sociología y la geografía. El desafío es diferente: entender flaquezas y fortalezas de la parti-cipación tanto en el análisis teórico como la práctica para evitar caer en argumentos puramente idealistas.

Aquí proponemos una serie de temas y preguntas para mover el estudio de la comunicación participativa en nuevas

direcciones, y señalamos los aportes de conceptos y enfoques tomados del estudio de la comunicación y los medios.

La ética universalistade la participación

Una cuestión poco tratada en la litera-tura es la premisa universalista de la idea de comunicación participativa. Si bien está articulada desde una concepción que prioriza la diversidad y equidad de cono-cimientos frente a visiones homogéneas del cambio social, es innegable que está sostenida en una perspectiva universalista según la cual la participación debe ser la columna vertebral del cambio social. Si bien se critica las ambiciones universalis-tas del desarrollismo modernista por ofre-cer una perspectiva lineal y única sobre sociedades deseables, el participacionis-mo asume un valor central, válido a nivel

Nuevas direcciones para la investigación en comunicación participativa

De lo normativo a lo práctico

El tema de la comunicación participativa para el cambio social, particularmente en sus interacciones con los medios masivos de comunicación, tiene una larga y rica trayectoria en América Latina. A la luz de recientes experiencias en la región,

es oportuno revisar cuestiones relacionadas con dichas interacciones. Las continuas movilizaciones populares sobre temas fundamentales en la región –educación,

salud, derechos civiles, medio ambiente– y la explosión de los “medios sociales” son algunos de los fenómenos que sugieren tanto la vigencia como la complejidad de

la cuestión de la participación. Debatir las implicaciones teóricas y analíticas de los casos analizados requiere entender la multi-dimensionalidad de la participación. El propósito de este artículo es discutir las premisas analíticas y normativas que

subyacen en el estudio de la comunicación participativa a fin de repensar futuras direcciones de trabajo.

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global, tanto como horizonte normativo como estrategia para el cambio. Esta pre-misa implícitamente se coloca en un deba-te difícil y sensible sobre las aspiraciones globalistas de ciertos conceptos éticos (como los derechos humanos, la verdad, o la multiculturalidad), al mismo tiempo que reivindica una posición que defiende el particularismo. Subyace una tensión importante entre valores evidentemente contrapuestos que precisa ser discutida.

¿Cómo resolver el dilema de la promo-ción de la participación en culturas con visiones estrechas de cuándo y quién debe participar ? ¿Quién está autorizado a co-municar y ser protagonistas del diálogo? ¿Qué ocurre cuando se promueve la parti-cipación de mujeres y niños en sociedades donde su exclusión se basa en principios locales, es decir, en ideas troncales de la comunicación participativa? ¿Qué hay si la jerarquía se prioriza por sobre el empoderamiento de grupos subalternos? ¿Cómo se conjugan los principios de la participación con el valor de las tradicio-nes y decisiones locales?

Lamentablemente, estas preguntas están ausentes en el debate sobre la participa-ción a pesar de numerosos ejemplos de confrontaciones entre principios universa-listas y particularistas. Estas disyuntivas se presentan, por ejemplo, en la elimina-ción de la circuncisión genital femenina en África Occidental donde, en varias comunidades, las ideas de empodera-miento y de decisión a través de procesos participativos chocan contra argumentos sostenidos en la soberanía cultural de la preservación de prácticas religiosas ba-sadas en tradición. Asimismo, el trabajo de UNICEF sobre el fortalecimiento de los derechos de los niños inevitablemente en-tra en conflicto con visiones tradicionales que asumen que su voz y participación estén sujetas a los intereses de los jefes de familia. Iniciativas para promover el empoderamiento femenino en torno al acceso a microcréditos y la autonomía en decisiones de negocios y financieras en India están en conflicto con preceptos culturales y religiosos que asigna a las mujeres un rol subordinado a sus esposos y familias políticas. Esta clase de tensión no se ve solamente fuera de Occidente. Por ejemplo, los organizadores de un proyecto de promoción de la salud en una comunidad aislada religiosa canadiense se encontraron en un dilema de principios porque la cultura del grupo se fundaba en la autoridad jerárquica. De ahí que “una orientación emancipatoria y comunitaria se posiciona en contra de las normas, las expectativas y los deseos de la co-munidad”. Estos casos plantean dilemas enraizados en la promoción de la comuni-

cación participativa cuando tal principio contradice creencias y prácticas locales.

No hay alternativa a este dilema: la par-ticipación como ideal normativo siempre implica intervenciones que contradicen su principio de la auto-determinación. La par-ticipación comunicativa conlleva la expec-tativa de crear y reforzar normas políticas y culturales que son débiles en comunidades alrededor del mundo. El empoderamiento no es bien recibido universalmente como horizonte del cambio social.

Es equivocado pensar esto desde una perspectiva del consenso ya que el con-flicto, especialmente cuando se dirimen cuestiones de poder comunicativo, es inevitable. El problema, a tono con el es-píritu de la comunicación participativa, es cuando el cambio es promovido o induci-do externamente – cuando la participación y la deliberación aparecen como impues-tos desde afuera más que como demandas de procesos locales.

Una manera de lidiar con esta cuestión es identificar las prioridades locales antes de lanzar o apoyar una iniciativa partici-pativa. Esta clase de exploración debe ser en sí una forma de participación, como varios analistas han indicado (entre ellos Chambers y McDivitt). Por otra parte, hay varios grados y clases de participación, que pueden ser interpretados y recibidos de diferentes formas en distintas comu-nidades. Estas consideraciones deben ser enmarcadas dentro de la persistente falta de una definición única de participación.

El significado dela idea de participación

Aunque el concepto de la comunicación participativa está establecido, y aunque

desde hace más de dos décadas alguna medida de reconocimiento del valor de la participación comunitaria ha sido una norma dentro del campo de la comunica-ción para el cambio social, no existe una definición ampliamente aceptada.

El marco del modelo participativo se remonta al concepto de Paulo Freire de diálogo horizontal, no jerárquico entre maestro y estudiante. Se postula que el diálogo es fundamental para el empode-ramiento individual y comunitario que contribuye a prácticas democráticas, y este proceso contribuye a la disminución de la desigualdad social. Los intentos de aplicar estos conceptos generales e idealistas a proyectos específicos de cambio social han cruzado con una gama de definiciones, metas, y estrategias de evaluación.

Las definiciones proveídas por in-vestigadores de la participación para el cambio social varían en sus grados de especificidad, y se ha comentado que es una idea conceptualmente borrosa. La falta de claridad y acuerdo entre los que emplean el término requieren examinar-se. Las definiciones de la participación varían en torno a dos ejes: primero, el objetivo de la participación dentro de una filosofía orientadora de la comuni-cación para el cambio social, y segundo, el grado de participación comunitaria en las distintas etapas de una iniciativa de cambio.

Lea el artículo completo en la versióndigital de RMC:

www.mexicanadecomunicacion.com.mx

Mover el estudio de la comunicación participativa. Foto: Francisco Rodríguez / Cuartoscuro.

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