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REVISTA EUROPEA. NPM. 89 7 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 5 . AÑO II. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. DEL CARÁCTER DE LAS PASIONES EN LA TRAGEDIA Y EN EL DRAMA. Difícil es un empeño académico en estos dia-s de grandes y merecidas amarguras. Nadie encuentra solad ni deleite en esta3 solemnidades. La inquietud general nos abruma, y entiendo que lo único lícito es procurar á los que aún escuchan, medios y cami- nos que serenen la conciencia y conforten el ánimo, para huir de congojas y melancolías que, paso tras paso, nos sumen en silenciosa desesperación y fe- menino abatimiento. Si no hay que esperar brios y esfuerzos, perseve- rancia y virtudes cívicas en la vida pública, no es posible confiar en que la imaginación, madre del arte, recobre la fuerza creadora; que la creación, en todos los órdenes, exige energía, esperanza en el porvenir é hirviente vitalidad. Cruel, muy cruel es una lucha fatricida en que herimos y maltratamos con mano impía á la madre patria; triste, muy triste el cuadro de sanguinarios fanatismos que se desatan de uno y otro lado, cual huracanes que desarraigan del suelo y del alma los gérmenes de vida y de fecundidad; pero nos cumple ayudarnos para que Dios nos ayude en el noble em- peño de desvanecer y disipar esta caliginosa atmós- fera de sangre y fuego que nos asfixia. Nuestros padres eran jóvenes y más varoniles. No menos cruel era la lucha, no menos impíos y blas- femos los fanatismos en armas, y sin embargo, en aquel decenio de 1830 á 1840 palpitaba la ópioa ins- piración del Duque de Rivas, y Don Alvaro luchaba á brazo partido con el destino; Gil y Zarate cantaba la libertad en su Guillermo Tell; El Trovador y El Rey Monje mostrábanla indomable fuerza de las pasiones humanas; Los Amantes de Teruel renova- ban las fuentes del amor en una sociedad que res- piraba odio, y nuestro público sentía crecer el co- razón dentro del pecho, siguiendo palpitante las osadías y atrevimientos y la inspiración altanera y arrebatadora de Hernani, Angela, Antony, Margarita ó Lucrecia, La Tisbe ó Marión de Lorme, de la mis- ma manera que se serenaba su razón y descansaba su pecho con las fáciles anacreónticas y felicísimas fábulas del príncipe de nuestros poetas cóaiicos, del TOMO VI. ilustre hablista y extremado versificador Bretón de los Herreros. El arte influye en la sociedad; pero la sociedad influye en el arte. Es una acción mutua y una reac- ción recíproca. ¿Qué esperamos, ni qué debemos esperar, cuando de un lado la vida nos pide perse- verancia, alientos, tenacidad heroica en nobilísimos empeños; y el arte, austero y atrevido iniciador del alma, nos recrea con bufonadas hisíriónicas, y las aplaudimos con transporte? Los que tal hacen, y los que acuden al llamamiento y lo presencian y aplauden, están juzgados.—No, no es ése el arte propio de una sociedad que va entre abismos; no es ése el arte que debe expresar las peripecias de una lucha titánica entre los fanatismos y los entusiasmos que ha engendrado la historia moderna, y que han escogido como teatro de su sangriento duelo á nuestra patria sin ventura. El caso es heroico; digno debe, ser el hombre, y el arte debe inspirarse en lo sublime para dar aliento á pechos varoniles. ¿Y dónde encontrar el artista y el público fuentes y manantiales para esas inspiraciones y para esa emoción vivificadora? Aprovecha grandemente á estos fines recomen- dables el conocimiento de las pasiones que sirven al poeta dramático para crear sus fábulas, y al es- pectador para procurarle la inefable emoción artís- tica que endulza y ennoblece la existencia vulgar y prosaica. El estudio es llano y hacedero; mejor di- cho, esSI hecho por todos, al tocar en ciertos térmi- nos y períodos de la edad viril á que rápidamente se llega, y bastan instantes de examen y recogi- miento para decidir si dio con la verdad el poeta, ó si se extravió entre fantaseos, genialidades y pre- ocupaciones. Las pasiones humanas constituyen la materia de las más nobles y difíciles formas de la poesía escé- nica; sirven de tema y asunto al drama y á la trage- dia. Las flaquezas y debilidades, las preocupaciones y extravíos del sentido común ó del sentimiento, que al contacto del orden social producen situacio- nes y caracteres cómicos, no entrañan la profunda y severa enseñanza que se desprende, como fruta madura y sazonada, de una composición dramática, las más veces sin que el poeta sospeche el encade- namiento de ideas que su palabra creadora va á le- vantar en el ánimo de los espectadores. . 1

REVISTA EUROPEA. · satisfecho ó no, la inconstancia de la sensibilidad haria su oficio, y pasaría el fuego como nube de verano, como flor de primavera. Pero la fantasía se apodera

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Page 1: REVISTA EUROPEA. · satisfecho ó no, la inconstancia de la sensibilidad haria su oficio, y pasaría el fuego como nube de verano, como flor de primavera. Pero la fantasía se apodera

REVISTA EUROPEA.NPM. 89 7 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 5 . AÑO II.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.

DEL CARÁCTER DE LAS PASIONES

EN LA TRAGEDIA Y EN EL DRAMA.

Difícil es un empeño académico en estos dia-s degrandes y merecidas amarguras. Nadie encuentrasolad ni deleite en esta3 solemnidades. La inquietudgeneral nos abruma, y entiendo que lo único lícitoes procurar á los que aún escuchan, medios y cami-nos que serenen la conciencia y conforten el ánimo,para huir de congojas y melancolías que, paso traspaso, nos sumen en silenciosa desesperación y fe-menino abatimiento.

Si no hay que esperar brios y esfuerzos, perseve-rancia y virtudes cívicas en la vida pública, no esposible confiar en que la imaginación, madre delarte, recobre la fuerza creadora; que la creación,en todos los órdenes, exige energía, esperanza enel porvenir é hirviente vitalidad.

Cruel, muy cruel es una lucha fatricida en queherimos y maltratamos con mano impía á la madrepatria; triste, muy triste el cuadro de sanguinariosfanatismos que se desatan de uno y otro lado, cualhuracanes que desarraigan del suelo y del alma losgérmenes de vida y de fecundidad; pero nos cumpleayudarnos para que Dios nos ayude en el noble em-peño de desvanecer y disipar esta caliginosa atmós-fera de sangre y fuego que nos asfixia.

Nuestros padres eran jóvenes y más varoniles. Nomenos cruel era la lucha, no menos impíos y blas-femos los fanatismos en armas, y sin embargo, enaquel decenio de 1830 á 1840 palpitaba la ópioa ins-piración del Duque de Rivas, y Don Alvaro luchabaá brazo partido con el destino; Gil y Zarate cantabala libertad en su Guillermo Tell; El Trovador y ElRey Monje mostrábanla indomable fuerza de laspasiones humanas; Los Amantes de Teruel renova-ban las fuentes del amor en una sociedad que res-piraba odio, y nuestro público sentía crecer el co-razón dentro del pecho, siguiendo palpitante lasosadías y atrevimientos y la inspiración altanera yarrebatadora de Hernani, Angela, Antony, Margaritaó Lucrecia, La Tisbe ó Marión de Lorme, de la mis-ma manera que se serenaba su razón y descansabasu pecho con las fáciles anacreónticas y felicísimasfábulas del príncipe de nuestros poetas cóaiicos, del

TOMO V I .

ilustre hablista y extremado versificador Bretón delos Herreros.

El arte influye en la sociedad; pero la sociedadinfluye en el arte. Es una acción mutua y una reac-ción recíproca. ¿Qué esperamos, ni qué debemosesperar, cuando de un lado la vida nos pide perse-verancia, alientos, tenacidad heroica en nobilísimosempeños; y el arte, austero y atrevido iniciador delalma, nos recrea con bufonadas hisíriónicas, y lasaplaudimos con transporte? Los que tal hacen, ylos que acuden al llamamiento y lo presencian yaplauden, están juzgados.—No, no es ése el artepropio de una sociedad que va entre abismos; no esése el arte que debe expresar las peripecias de unalucha titánica entre los fanatismos y los entusiasmosque ha engendrado la historia moderna, y que hanescogido como teatro de su sangriento duelo ánuestra patria sin ventura. El caso es heroico; dignodebe, ser el hombre, y el arte debe inspirarse en losublime para dar aliento á pechos varoniles.

¿Y dónde encontrar el artista y el público fuentesy manantiales para esas inspiraciones y para esaemoción vivificadora?

Aprovecha grandemente á estos fines recomen-dables el conocimiento de las pasiones que sirvenal poeta dramático para crear sus fábulas, y al es-pectador para procurarle la inefable emoción artís-tica que endulza y ennoblece la existencia vulgar yprosaica. El estudio es llano y hacedero; mejor di-cho, esSI hecho por todos, al tocar en ciertos térmi-nos y períodos de la edad viril á que rápidamentese llega, y bastan instantes de examen y recogi-miento para decidir si dio con la verdad el poeta, ósi se extravió entre fantaseos, genialidades y pre-ocupaciones.

Las pasiones humanas constituyen la materia delas más nobles y difíciles formas de la poesía escé-nica; sirven de tema y asunto al drama y á la trage-dia. Las flaquezas y debilidades, las preocupacionesy extravíos del sentido común ó del sentimiento,que al contacto del orden social producen situacio-nes y caracteres cómicos, no entrañan la profunday severa enseñanza que se desprende, como frutamadura y sazonada, de una composición dramática,las más veces sin que el poeta sospeche el encade-namiento de ideas que su palabra creadora va á le-vantar en el ánimo de los espectadores.

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REVISTA EUROPEA.—7 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 89

Si la inspiración dramática 6 trágica no se vistecon la pasión, y el origen, crecimiento y estallidode la pasión no corre al través de la acción teatral,las más acabadas perfecciones de estilo y frase, lahermosura del lenguaje ó del ritmo, no impiden queaparezca la obra como inmóvil grupo estatuario defrió mármol. Si en alas de su fantasía el artista re-trata el Sueño de una noche de verano ó las mudan-zas y agitaciones de Fausto corriendo tras idealesantiguos ó futuros, ó va á evocar lúgubres melan-colías en la región de las eternas sombras comoManfredo, la emoción dramática queda dormida enel alma del espectador, esperando dolores y sufri-mientos humanos que ruda ó suavemente la des-pienten.

El arte escénico es la representación de la vidareal ó posible para el hombre en la existencia ter-rena. El drama y la tragedia, formas patricias delarte escénico, no aparecen sino cuando el poetapide inspiración á las pasiones humanas, porque ladoliente majestad y soberanía del hombre comienzaen el punto en que la pasión se inicia.

Pero ¿es la pasión humana alimento bastante y ofre-ce la variedad necesaria para el drama? ¿No es mono,tona esa constante representación del amor, de loscelos, de la ambición y de las avaricias que afean óperturban la existencia? ¿No sería acertado aconse-jar á los poetas que buscaran la inspiración alládonde no llegan las pasiones?

¡Inútil consejo y pueril empeño! La pasión humanaas, como el mar, infinitamente variable. Los emble-mas, los signos y los símbolos no excitarán nuncala simpatía estética, que acude sólo al llamamientoy á la vista de las pasiones humanas. ¿Por qué? Por-que la vida individual se cifra y concreta en la luchacon las pasiones. A las pasiones debemos las más<l« las dichas que gozamos, y las pasiones causan(odas las desventuras que nos afligen. Cambian enel curso de la vida humana de objeto y de carácter,pero no cambia su esencia y su naturaleza. Niños,¡as sentimos; adolescentes, nos embriagan; hombresya, luchamos con ollas; nos vencen ó somos venci-dos; ancianos, nos espolean y las satisfacemos conastucias ó ingeniosidades sorprendentes; pero siem-pre son la encarnación del alma en la vida. Y nosu>lo cambian, con la edad y el amor de la juventudse; convierten en la ambición del hombre viril ó enla. codicia ó envidia del viejo; sino que de genera-r o n en generación mudan, pasando las vehemen-ci as de un siglo á ser meros caprichos y ontojos enel siguiente, y lo que apenas se estimaba ó presen-tía en éste, es arrebato y transporte ardentísimo enei inmediato. Y sobre las pasiones individuales hayque estimar las del género y las de la especie, y lahistoria, además, de las pasiones colectivas. No sonlas de los pueblos orientales, las de Jas razas semí-

ticas; ni las griegas y romanas, las de visigodos ófrancos, ni las de bizantinos y genovese>s. ¡ a s ^0

sajones y normandos; y á esta variedad que i*ip r¡m e

la raza, hay que añadir las más importante* quecrean la cultura religiosa, la política y el creci-miento de las ciencias y de las artes, y aun aque-llas otras que nacen de exaltaciones y turbulenciassociales.

Recoged en Walter-Scott ó en el Cromwell deVíctor Hugo la sombría y lúgubre agitación de lospuritanos; comparadlo con la audaz y coníiada y al-tanera de nuestros españoles del siglo XVI, quecruzaban el mar en busca de aventuras y prodigios;la desesperada inquietud del siglo X, que asistía yaal dia último, con las bacanales de la Regencia ólas asperezas calvinistas de helvéticos y alemanesantes de la paz de Westphalia; y comparando eda-des y siglos, el de Períeles con el de Nerón, el deSan Agustín con el de León X y Francisco I, el delas Comunidades con el de la Convención ó el de losNapoleones, la fantasía podrá recorrer un cuadroinfinito de apasionamientos tan diversos como loson los dias de la historia, el rostro de los indivi-duos y las costumbres de las razas y de las fa-milias.

Y, sin embargo, el foco es siempre el mismo: lafuente no cambia; sólo varía la dirección de la cor-riente eléctrica. La atrae Dios, el mundo, la mujer,el oro ó la venganza; pero, sorda y palpitante, rugesiempre en el corazón humano. Enumerar las pasio-nes es desvarío; será más hacedero enumerar loscambiantes de la luz quebrándose en un bosquevirgen de los Andes. Sobre lo inlinito de las pasio-nes que pueden saltar del seno de la humanidad ensu vida histórica, está el infinitamente pequeño dela individualidad, que imprime rasgos y fisonomíapropios á cada uno de los incesantes latidos de lapasión en su pecho ó en su fantasía.

¿Qué es la pasión? El sentimiento que, exaltadopor la fantasía, paraliza, y por último, subyuga lavoluntad. El sentimiento sólo produciría el traspor-to, el arrebato, el deseo y el .afán de satisfacerlo; ysatisfecho ó no, la inconstancia de la sensibilidadharia su oficio, y pasaría el fuego como nube deverano, como flor de primavera. Pero la fantasía seapodera de la emoción, del encanto, del placer sen-tido, y labra, y cincela, y dibuja, y pinta, y encien-de más y más el sentimiento, y la creación interiorse abulta, y todo lo demás se descolora y palidece,y se borra y huye; y, por último, sola, única, exclu-siva en el amor, en la inteligencia, en la voluntad,campea la misteriosa creación, que fascina, embria-ga y enloquece, y ya en las espirales del vértigo,nos arroja al abismo, cual piedra despedida pormano potente.

La sensibilidad por sí no es temerosa; crea des-

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N.° 89 F. P. CANALEJAS. LAS PASIONES EN LA TRAGEDIA Y EN EL DRAMA.

mayados y lánguidos soñadores, que mueren en lainacción, contemplando absortos, mudos 6 inermesel rielar de la luna ó el bullir de las aguas. La fan-tasía sin sensibilidad engendra gárrulos retóricos,que se pierden en un piélago de metáforas é hipér-boles.

El carácter propio para la pasión es el formadopor la simpática y peligrosa mezcla y maridaje deuna sensibilidad exquisita y femenina con una ima-ginación exaltada, activa y viril, que no sólo des-cribe y retrata el ideal apetecido, sino que forja,combina, despierta y se enseñorea de las energíasde ta voluntad, lanzándola á la ejecución del planacariciado por la fantasía.

Todo tiene fuerza y poder para mover el senti-miento. Todo nos atrae ó nos repele, como enseña-ban Platón y Aristóteles; todo engendra y provocapasiones en el alma del hombre. Creían mal y erra-ban los que creyeron que sólo la aspiración intelec-tual movía el corazón; erraron también los que su-pusieron en los sentidos ese filtro embriagador. Laidealidad más pura, como la más grosera corporei-dad, aguijonean el espíritu, y mudan y cambian ytruecan sus potencias, y los llevan y los empujan alcielo ó al infierno.—¡De quóv apasionamientos no essusceptible el hombre! ¿Qué hay de real, ni quépuede imaginarse en el mundo de las quimeras,que no sirva para consumir una existencia, esclavi-zando la voluntad? Desde la bondad ó belleza deDios, ó el centelleo de la utopia, hasta la puerilidaddel desconfiado que mide por su pequenez la bon-dad del cielo, ó el infeliz que corre el mundo trasel oropel que lo deslumhra, la pasión palpita en to-dos, y por do quiera y en toda ocasión y movi-miento puede producir y engendrar lo patético endramático, si una imaginación vigorosa inunda consus perspectivas el horizonte de su alma. Más aún.El mundo, contemplado por el hombre, es un lla-mamiento constante á la pasión. La provocan el em-bebecimiento que procura el arte; el roce y con-tacto de la vida social; el recogimiento y la medita-ción religiosa; el vislumbre de las maravillas en laciencia; y estas solicitudes son enérgicas, constan-tes, diarias, y nos asedian de dia y de noche, en lavigilia y en el sueño.

Cuanto existe en los espacios de lo real, en losanchurosos ó inconmensurables de lo posible, de loquimérico, en todo ó en parte, en una de sus face-tas ó en el conjunto, hoy y mañana, en las tinieblasó espléndidamente iluminado, conocido ó sospe-chado, realizado ó presentido, es un acicate para elsentimiento, un llamamiento para la fantasía, unacentella velada, pronta á deslumhrar con brillo in-tensísimo y fuego devorador.

P,or eso el arte dramático acompaña á la vida hu-mana como una de sus formas, como una de sus

eternas vestiduras. El bello arte toma de la realidadeste hecho, lo purifica, y el poeta trágico ó cómico,de centuria en centuria, escriben la historia de laspasiones, y pintan sus distintos caracteres, sin queuna edad se asemeje á otra ni haya caracteres idén-ticos.

Si el arte dramático no tuviera en la vida estaraíz y esta sustancia, no existiría. Lo engendra unhecho real; parte de una realidad. Si el espíritu hu-mano no fuera tan inmenso, el arte no sería tanvario, y no tendría campo para 2squilo y Aristófa-nes, Sophocles y Plauto, Eurípides y Menandro. Silas transformaciones humanas en la historia univer-sal y en la existencia individual no fueran tantas ytan continuas, no figurarían en los anales del arlelas trilogías y los mimos, los misterios y las farsas,las églogas y los pasos, los entremeses y las come-dias, El Lindo Don Diego y el Bey Lear, Don Qil delas Calzas Verdes y Ricardo III.

Por eso no hay monotonía en ese perpetuo cantoá la pasión. El campo es tan vasto, que toca en loinfinito. El asunto es tan vario y fecundo como lamisma naturaleza.

Desde los primeros momentos remedó el arte es-cénico la historia humana; pero el crecimiento yensanche de la sensibilidad en la existencia social,engendrando alianzas y repulsas entre los hombros,formó los caracteres al originar las convicciones,las creencias y los compromisos de honra y gloria.Entonces aparecieron las primeras formas escénicas;pero la tragedia y el drama no podían brillar sinoen el punto en que se trabara una lucha y surgierauna colisión en el alma humana, de manera queésta pudiera conocerla y sentirla, sirviendo decampo de batalla á dos fuerzas contrarias.

La pasión en lucha, y en lucha mortal, con lavida, con el honor, con el deber, con la ley moral,con^ios, es fruto de una civilización muy adelan-tada en el conocimiento del espíritu humano; y estatitánica lucha, ni en el orden espiritual, ni de con-siguiente en los dominios del arte, apareció, ni pudoaparecer, en el mundo antiguo.

El crecimiento espiritual del hombre, desde losdias griegos á los de hoy, motiva el aspecto singu-lar, y en mi sentir excelente, de la pasión trágicadel teatro moderno, comparada con el arte greco-romano. La tragedia griega es aún una forma de laepopeya. La tragedia patética, verdaderamente dra-mática, no aparece en el teatro griego. No hay pa-sión trágica en Edipo; Helena es inocente; Orestessufre un castigo inmerecido; y los furores de Hér-cules ó Medea, ó los dolores de Ifigenia, son gran-des desventuras, pero no grandes pasiones y con-movedoras peripecias. La pasión no ostenta carác-ter trágico sino cuando el hombre es hombre; es

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decir, cuando, gracias al cristianismo, llega al co-nocimiento y posesión de su esencia espiritual.

Entonces se abre paso en el arte la verdaderapnsi'on trágica. Hasta entonces estaba vencido porla fatalidad del cielo ó de la naturaleza. Eurípides,i;l giran Eurípides, el más dramático de los trágicosy el más trágico de los griegos, no encontró la pa-sión sino en el triste caso do Phedra é Hipólito, yaun el sensual extravío de Phedra obedecía á tramasmisteriosas fraguadas en los cielos. Phedra era cie-go instrumento de Venus, que la inspiró la pasiónfatal para vengarse de Diana, la casta diosa adora-da por Hipólito.—«Los dioses extravían mi razónpara que sea injusto y cruel»,—gritaba Theseo.—«Pesia aún sobre la raza humana la maldición de losdiosos»,—exclamaba en un rapto de profunda mi-santropía el desventurado Hipólito.

Las tragedias de Esquilo son vastos fragmentosépieo)s de leyendas sacerdotales; episodios do unateogonia mística y heroica, con himnos religiosos ycantos sagrados de magnífica y hermosa estructura,de grandiosos y profundos pensamientos. Todo esallí divino, sobrenatural, sublime. Los que comba-ten son símbolos religiosos revestidos por el antro-pomorfismo griego de figura y cuerpo; pero es envano buscar en aquella solemne inspiración del re-formista religioso un dolor humano, un gozo ó unaalegría que puedan vibrar en un pedio mortal.

Se sigue en Sophocles, con creciente admiración,la sucesión de cuadros que traza en su Edipo, y lafantasía se explica los últimos misterios de la edadbei'óicia y semidivina, en que, mal cortada la víaque unía el Olimpo á la tierra, quedan entre losmortales, á manera de malditas semillas, las memo-rias do los odios y de los amores de las divinidades.El mundo de Sophocles no es ya divino, pero aúnes sobrenatural, y no hay de humano sino el dolory los (.errores del coro. La acción es sobrenatural yhc]-óii;a.

Hay una manera de tragedia que quedará en lahistoria, y cuya creación se debe al arte helénico,y e.s la tragedia épica que pinta las colisiones delas razas, las instituciones y las banderías en elorden moral ó político, representando las pugnasde ideas simbolizadas en potentes colectividades,con sus entusiasmos y crueles injusticias. Esteasunlo' concordaba con el carácter del arlo antiguo;pero lia noción de la individualidad de su vida pro-pia é intima, de sus dolores y ensueños, de sus ca-llados crímenes y secretos remordimientos, no eramateria que el arte griego pudiera tratar; porqueno había llegado aún esa salvadora idea á la histo-ria del mundo, y no la presentían los poetas. Latragedia legendaria, épica, tan gustada por Niccoliniy ensayada sin fortuna por Víctor Hugo en los Bwr-(/raees,, que inspira las más de las composiciones

do Oehlenschlager, quizá llegue á gloriosos desti-nos en el arte futuro; poro no enardece á las gene-raciones de hoy, apasionadas de la individualidad,de sus impetuosidades y desvarios.

El hombre sólo, frente á frente de la pasión, sinasistencia ni auxilios exteriores, en campo abiertoy luchando y reluchando con el sortilegio y el con-juro de los multiplicados hechizos que cuanto lerodea causa y produce, es un espectáculo propiode los tiempos modernos, desconocido para los an-tiguos, y confio en Dios en que sólo como memorialo conocerán los venideros.

El cristianismo reveló la verdad espiritual. Lasórdenes mendicantes, la leyenda Áurea y los santo-rales de las iglesias particulares la extendieron. Elhombre es una fuerza, y lucha con los poderososde la tierra y vence; entra en campo cerrado con elenemigo malo, y vence tentaciones y rompe liga-duras infernales y triunfa; si bien es cierto que enesta lucha con potencias sobrenaturales le auxilianfuerzas celestes y llegan á la tierra divinas interce-siones. Los cantos de gesta, los romanceros y lascrónicas debilitaron esas energías' celestes; perotodavía relampagueaba lo maravilloso en la vida,hasta que la naturaleza campeó sola en los cuentosy narraciones de provenzales, franceses, italianosy españoles, dando materia y argumentos al teatrohumano de los siglos XV y XVI.

El Renacimiento, anudando la historia rota en elsiglo V por la exaltación cristiana, completó la re-velación. La mitología sirvió de personificación álas pasiones, y Marte y Venus, Juno ó Cupido, nooran otra cosa que una galana forma del Olimpode deseos y pasiones que palpita en el corazónhumano.

Contribuyeron á esta creación los acasos de lapolítica, las lecciones de la filosofía y el empuje delas novedades religiosas, que pueblan de escándalosy empapan en sangre las conmovedoras páginas delsiglo XVI, el más augusto y trágico de la edad mo-derna.

Todas esas influencias, como si se hubieran dadocita en un empeño común, concurren al endiosa-miento de la individualidad humana, en el orden po-lítico, en el religioso y en el científico.—Su perso-nalidad engendra un derecho santo, dicen los juris-consultos; su razón, un criterio de verdad y de fereligiosa, dicen los protestantes, y las leyes de suentendimiento, un juez inapelable en materia deciencia, dicen los doctores, y aun los místicos des-cubren en el alma la razón y el asiento primero deesa vía iluminada y esplendente que conduce á laúltima morada de los divinos alcázares!

Llegó el dia de la tragedia, pero no á la maneraque en la edad antigua, como engendro de una solacivilización y de la leyenda helénica, sino como

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producto y cosecha abundosa que granaba y flore-cía en todas las latitudes, expresando y diciendo laleyenda de antiguas y diversas razas, do nacionali-dades potentes y rivales y de instituciones diver-sas; de tantas leyes, instituciones, usos y creenciascomo habían brotado en la historia aniversal euro-pea desde los días de Ataúlfo, Teodorico ó Carlo-magno hasta los tiempos de Carlos V, Francisco I yEnrique VIII de Inglaterra.

El humanismo triunfó, y con el concepto delhombro apareció la tragedia, la hermosa y conmo-vedora expresión de la lucha del hombre con laspasiones humanas, sin otros aliados que su inteli-gencia, sin más enemigos que los arrebatos y rebe-liones de su fantasía y de su corazón.

En esta admirable ley de la divisibilidad y frac-cionamiento del trabajo, tocó á Shakspeare repre-sentar una de las fases de la poesía dramática, y alTeatro Español otra distinta, sin que Francia, ago-tada por el esfuerzo de su ingenio en la poesíaépica durante los siglos medios, ni Italia, embebeci-da en el lirismo de Petrarca, y deslumbrada por losfantaseos de Ariosto, aportaran cosa genial y nuevaá la creación, ni acudiera Alemania al certamen,por impedirlo aún la rudeza de su lengua y lo con-fuso y agitado de su inspiración nacional en aquellacenturia.

Aparece y camina con mayor brío y gran tropelde ideas y de propósitos, como vegetación tropicalque se impacienta en las paredes ya quebrantadasy rotas de la semilla, la inspiración española, ydesde los dias de Juan del Encina hasta los de Lope,recuerda, ensaya, remoza, zurce y plagia cuantoen lo antiguo y en lo moderno podía servir para elespectáculo escénico, para la fiesta predilecta deun pueblo meridional, que adora las formas y elmovimiento y se enardece con la marcha anhelosay precipitada de los sucesos. El florecimiento soanunciaba de uno y otro lado: en lo sacro y en loprofano. En Sevilla, en tablados sostenidos por elpueblo; en Valencia, en artificios que las aristo-cracias sufragaban; en Salamanca, en imitacionesgreco-latinas que paladeaban los doctores; perotodo cedió, acudiendo á la evocación mágica y alimperioso llamamiento del gran Lope de Vega.

Lope trasformó en fábulas escénicas la historia,la leyenda, las creencias, los instintos, los impul-sos y las esperanzas divinas ó terrenales de los es-pañoles; y encontrando el secreto y en pié el espec-táculo, la vitalidad y la inspiración entera de nues-tro arte se concentraron en el teatro. La novela ylos místicos habían sido hasta entonces las doscreaciones originales, esplendorosas y sin rival delgenio español; y la novela y la mística se fundieronen el teatro, que fue la única, ia exclusiva forma ar-tística de nuestra España, pero la más abundante y

variada de las formas artísticas con que se ha ves-tido la belleza en la edad moderna.

La mística y la novela, como antecedentes y ele-mentos artísticos; el alma nacional, como asunto yargumento, y como regla, la inquieta y sobreexci-tada avidez de nuestro pueblo para gustar deleitesé imaginaciones que dieran solaz á sus almas hartasya de dominar el mundo conocido: tal es el teatroespañol. Sus caracteres se originaron de aquelloselementos y de esta regla. La novela revestirá for-mas escénicas, pero conservará su amplitud, su va-riedad, sus numerosos incidentes, su explosión deafectos, de tonos y estilos. La inquietud y el afán deportentos del pueblo será acicate poderosísimo paraprovocar la fecundidad de nuestros poetas; pero lamística ejercerá honda y perdurable influencia, im-primiendo sello indeleble á toda la dramática espa-ñola, desde Lope á Diamanto, sin excluir á Tirso niá Moreto.

Es una curiosa trasformacion estética de un ele-mento espiritual. El hombre, par» Lope, para Calde-rón, para Velez de Guevara ó Cubillo, Rojas ó Mo-reto, es el hombre redimido por el catolicismo, esel hombro aspirando á lo divino, á la perfección queproponía y enseñaba la mística. Sus pasiones seránvehementes, rudas, fogosísimas; pero todas cede-rán ante el honor, mística cifra y emblema adora-ble de la libertad moral y de la energía de la liber-tad humana, enamorada del bien, gracias á la accióndivina del Redentor.

En vano desatará el amor todos sus encantos óincentivos, y en vano la fantasía en un espejismocontinuo retratará á los cerrados ojos de SanchoOrtiz los encantos de Estrella; el honor vencerá. Envano rugirán los celos en el alma de García del Cas-tar con el trasporte más furioso; el honor vencerá,y el Rey bajará incólume la infamante escala. In-útiln^nte lucharán con el honor el amor, los celos,la ambición, la trilogía satánica de la poesía dramá-tica; el honor, es decir, la voluntad las enfrenará,declarando la libertad del hombre y su imperio ab-soluto sobre todos los desencadenamientos y hura-canes de vientos y furias que la pasión puede abor-tar. Lope lo había dicho en una imagen aristotélica:

« Lo más fuerte

V»ue en cielo y tierra se halla,Es !a voluntad, divina

Foriria en ia materia humana.»(Contra valor no hny desdicha.}

Inútil es buscar en el caballeresco autor de Ga-nar Amigos, pinturas de pasión. La idealidad, quehabía vestido de formas heroicas el honor, el deber,la palabra empeñada, la fe prometida, todos estosdogmas de un personalismo cristiano, místico y ca-balleresco, creando un mundo poético muy deseme-jante del histórico, muy alejado de la realidad hu

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mana, pero muy lleno de las enseñanzas de unamoral austera y valerosa, no encuentra mejor nimás hidalgo intérprete que D. Juan de Alarcon. Enla corriente de aquella idealidad van Tirso y Velezde Guevara, Moretoy Rojas, repitiendo las leyes ylos preceptos de la creación poética de Lope y desu escuela.

Es una creación ideal, caballeresca y profunda-mente religiosa. La renovación interior del alma,gracias á una fuerza inquebrantable que palpita entodos los corazones, que habían enseñado la místicaSanta Teresa, el piadoso Fr. Luis de Granada ó elenloquecedor S. Juan de la Cruz, es una verdad enel teaitro español. El galas de Lope ó de Calderón esel hombre perfecto. La amistad vence al amor. Lapalabra empeñada, á todas las pasiones. El honorexpresa en el teatro español la idealidad moral delcatolicismo.

Es falso ese teatro, porque es falso el conceptodel hombre, repite hoy la crítica, que corre á lasdoctrinas del realismo. No expresa ni pinta la reali-dad histórica, es cierto; pero no es falso. El arte noes el mero reflejo y expresión de la vida de un si-glo; el arte es mas que eso. Es la expresión de loque existe en flor y en embrión. No expresa sólo elacto, sino la potencia. Cumpliendo esta ley, es real,tan real como la esencia del hombre, en la queestán,, aunque latentes y ocultos, esos prodigios dela voluntad.

El gran maestre de esa orden sagrada de caballe-resca poesía, el gran Calderón, no desmiente el jui-cio. Ni el demonio vence á Justina:

«Venciste, mujer, venciste

Con no dejarte vencer.»

El honor en los caballeros enfrena y reprime todaslas impetuosidades del deseo. Basta apelar á su ho-nor para que las manos caigan, se apaguen los ojosy rebramando vuelvan las pasiones á encerrarse enel corazón. Y aun en el caso más trágico de su tea-tro, en la espantable tragedia de Marienne, la des-graciada esposa del Tetrarca, la idealidad vencetodos los limites, y el amor y los celos revisten ca-racteres místicos y sobrenaturales. Es algo como launión futura de los espíritus, como el complementoen el cielo de un espíritu amado, por el que ama, óde ambos uno por otro, lo que embarga al Tetrarca,sin que encontremos rasgos ni huellas del amorterrenal y de la pasión hirviente que ruge en las ca-ricias y en las imprecaciones de Othelo ante el le-cho y el cadáver de la infeliz Desdémona.

Si la venganza aparece con aparato trágico enCalderón, recordemos que el terrible vengador esde vaza árabe, y Tuzani no era cristiano ni caballero.

Pero la deificación misma del honor, la místicaadoración de la grandeza individual lo erigía en

verdadero dogma, ante el que enmudecían todos losafectos y los intereses humanos. Ir contra el honorera caso de muerte ante Dios y ante los hombres.El delito presunto ó probado revestía del carácterde magistrado al padre, al hermano, al esposo y aldeudo más lejano. Sin luchas, sin concebir siquierala pugna y colisión de afectos, castiga el Alcalde deZalamea al seductor, y tranquila y fríamente se re-fiere la catástrofe por D. Lope de Almeida y D. Gu"tierre Alfonso.

No son estos casos trágicos. Era la sencilla y na-tural aplicación de una ley divina, sobrenatural, queel hombre miraba como verdad dogmática escritaen su inteligencia y que sentía viva y resonante ensu corazón.

Ocasión era ésta para discurrir sobre la influenciade la idealidad religiosa en los ideales artísticos,pero no es urgente, y me basta concluir que por esola tragedia no fructificó en España. Para nuestrospoetas la pasión era vencible; se debía vencer y sevencía, y con tal creencia sólo las luchas que pro-vocaba, no las victorias que conseguía, sirvieron deasunto á sus fábulas dramáticas. El drama, no latragedia, era la forma propia de estas inspiraciones.

Á William Shakspeare se debe el honor insignede haber creado la tragedia, la verdadera tragediaque existo en la historia universal del arte. El hom-bre real, histórico, el que conocemos y definimoscomo hombre vivo, es el que sirve de materia á lasestatuas que crea el misterioso cincel del gran trá-gico. El hombre, llevando el cielo y el infierno enel pecho; yendo de Dios á Satanás á medida que loempujan y lo retienen las pasiones y los temores;el hombre, entregado á las espantables furias de laconciencia moral y á las fascinaciones de los deseosy de las codicias, no lo conocieron nuestros gran-des dramáticos, dotados de doble vista por las ma-ravillosas influencias del dogma religioso; pero loconoció, lo sintió y lo creó el gran poeta inglés.

La magnífica trilogía de las pasiones más ponzo-ñosas para el alma, la ambición, la venganza y elamor, feliz ó desdichado, ha quedado eternamenteen Macbeth, Hamlet y Olhelo. La ambición no habla-rá lenguaje más pérfido á los oidos humanos que elque hablaron al than escocés las hechiceras de laSelva; el remordimiento no engendrará castigosmás horribles en la humana vida que los espantosy las predicciones de Banquo y las satánicas adivi-nadoras; y a) escuchar los apasionados acentos delmoro de Venecia á Desdémona, se presiente laerupción y se escucha hervir la lava en aquel crá-ter de inflamables pasiones. No ha luchado el hom-bre nunca, ni reñirán más recias batallas en las po-tencias humanas la venganza y los nobles impulsosy divinas intuiciones, que las que sobrecogieron yse cebaron en el noble espíritu de Hamlet, y nunca

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la exaltación amorosa fue más allá de la tristísimaescena de las tumbas en Julieta y Romeo.

El oscuro poeta, que no había estudiado en Pla-tón ni Aristóteles, ni en la escuela, teorías acercadel alma humana y de sus pasiones; que, alejadode las influencias religiosas, no aspiraba á predicary difundir dogmas; que en los conflictos y angustiasdiarias de miserable existencia había presenciadoy sentido todas las luchas y las turbulencias delánimo y del espíritu; que no sentía idealidades ca-ballerescas y cortesanas, retrató la naturaleza hu-mana en toda su extensión, en la amplitud infinitade sus propiedades, tocando en el mal y en el bien,y yendo de uno á otro punto impetuosa, calentu-rienta, y en lucha cruel y mortal con sus apetitos ysus pasiones.

¡Qué pasmosa expresión de la protervia humanaen Ricardo III! ¡No hay demonio que se le iguale enla historia del arte! Al mirar la sucesión sangrientade sus atentados; al recordar que ni el amor de lasangre, ni la inocencia, ni el infortunio, han dete-nido el terrible empeño de su ambición, y que haconseguido sorprender y fascinar á sus víctimascon las malas artes que su pervesidad le enseñaba,(Uoster se enamora de la potencia fatal y perversaque se esconde en su alma, y se adora y se rindeculto en el mayor trasporte de satanismo que haresonado en la escena del mundo. Los atrevidosdiálogos con las reinas Ana é Isabel, despertandoesperanzas y consuelos en las desventuradas prin-cesas á la vista del cadáver, caliento aún, de su es-poso, y todavía fresca la memoria de sus hijos, esel último término de la audacia del genio y la másaterradora pintura de la flaqueza humana solicitadapor la ambición. Ni antes ni después, nadie se atre-vió á lo que intenta y realiza Shakspeare en esastemerosas escenas. Los monólogos do Glocester,como impío y diabólico comentario á cuadros tanterribles, completan la concepción, y el mal en lohumano queda personificado en todos sus aspectosy con la abundancia de pormenores y cinceladosnecesaria para imaginar una perversión, tenazmentemantenida, de las prendas y excelencias del hombre.

Sin embargo, no hay en Shakspeare una idealiza-ción de la total perversidad humana, rompiendo conla verdad de la naturaleza, como la intentaron enlos arranques de su sombría desesperación Ryron ySchelley. No es el hombre el mal. Ese mismo Glos-ter, esa misma naturaleza que adora el mal y se ex-tasía y regocija en el crimen, y contempla con de-leite «cómo llora el puñal gotas de sangre al salirhumeante del pecho de sus víctimas,» en la terriblenoche de los fantasmas, exclama.- «¡Oh vil y cobardeconciencia, cuánto me atormentas!»

Una á una, y en larga procesión, agitando su sue-ño, aparecen á Ricardo los fantasmas de la reina

Ana, de Buckingham, de los inocentes hijos deEduardo, de todas sus víctimas, repitiéndole el ater-rador apóstrofo: «Desespera y muere.»—Y el mons-truo se levanta y lucha: «Aún soy yo,» grita coniracundia salvaje, blandiendo sus terribles armas; yse revuelve furioso contra las mil voces acusadorasque pueblan de espanto su conciencia.

La horrible noche ha postrado sus fuerzas; perose arma animoso para el combate, aunque los pre-sentimientos engendran desconfianzas, y descubretraidores donde quiera que vuelve los ojos. Luchafiero y altivo; y roto su ejercite, y huyendo, peroembriagado en la contienda y ardiendo en ansias derenovarla, corro al campo, gritando: «Un caballo,un caballo; mi reino por un caballo.»

Esta, y no otra, es la tragedia. No la conoció elarte antiguo; no podía conocerla. Es una grandezapropia del arte moderno, porque sólo \a edad mo-derna, gracias á la influencia del Cristianismo, reco-noció en el hombre una fuerza propia, una grandezaespiritual; porque sólo la edad moderna ciñó en lassienes del hombre la corona de su soberanía moral,el libre albedrío. Sin el libre albedrío no es el hom-bre capaz del bien y del mal; sin el libre albedríono lucha; y si no lucha, y lucha desplegando todassus fuerzas y energías contra las furiosas ó incesan-tes embestidas de la pasión, no hay tragedia.

Shakspeare expresó en la esfera del arte el pro-greso humano, conseguido en la historia moderna,y este progreso, como siempre acontece, produjouna nueva forma artística.

¡Cuánto distan de esta grandeza verdadera y con-movedora las pedantascas cuestiones de romanti-cismo y clasicismo de otros dias, y de realismo óidealidad de los nuestros! Las condiciones propiasde la belleza que se pretende expresar, imponen alverdadero artista formas adecuadas, tan unidas alfoníR) como el alma al cuerpo ó la irradiación á laluz. Legítima es la forma de la composición dramá-tica en Sophoclos ó Eurípides; legítima y adecuadala de la novela dramática en Lope y Rojas; hija delcarácter de la inspiración de Corneille y Raeine, yla variedad y apresuramiento de la marcha escénicay la naturalidad en los alectos y pasiones, muy delteatro shaksperiano en sus diversas épocas. Lo ab-surdo sería romper esta concordancia y armonía dela inspiración con las creaciones artísticas, comopretendían clásicos y románticos.

No hay realismo en Shakspeare, es decir, no caeen lo prosaico, en la trivialidad ó en la grosería.Hay en el gran poeta el realismo que nace do pintarla verdad del alma humana.

Tan real es la cómica degradación do Falstal'fcomo el sonambulismo de lady Macbeth, restregán-dose las manos para borrar la sangrienta manchaque conturba su conciencia. Una y otra cosa están

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en ol espíritu humano; una y otra cosa influyen enen ia semblanza moral del hombre, en sus actos yen sus palabras.

Q;ue no entrará en el gusto de Shakspeare des-entrañar esos gérmenes de idealidad moral que pal-pitan en la conciencia de lady Maebeth, en las apa-riciones de Banquo ó en los desesperados sueñosde Ricardo III, hasta el punto de rehacer con ellosla naturaleza humana , como hacian los dramáticosespañoles, es caso que se explica por la diversidadde las inspiraciones en uno y en otro pueblo; por elgenio diverso de Calderón y Shakspeare. Pero unoy olro sislema son legítimos, porque ambos son be-llos.. Uno y otro encuadran en los vastos marcos queel arte tiene apercibidos para inspiraciones esplen-dentes de hermosura , como las del poeta inglés ylas del poeta castellano.

Pero ¡ cuan lenta es la historia en su marcha!Shakspeare quedó olvidado , como nosotros olvida-mos á Calderón. Fue necesario que una novísimaexpresión del mismo hecho histórico, del mismodato moral que habia servido de luz al gran poeta,apareciera, para que la verdad y la belleza de lascreaciones de Shakspeare fueran visibles. Así su-cede en la historia, y hó aquí el secreto de esas re-habilitaciones y renacimientos literarios que nosasombran; no concibiendo cómo nuestros padres ónuestros abuelos no se deleitaron en la contempla-ción de la belleza que ahora nos enloquece al estu-diar á Lope, Calderón ó Shakspeare.

Los trastornos y revoluciones de ideas ó princi-pios que llenan el último tercio del pasado siglo,originaron nuevas creaciones dramáticas ; pero, enmi sentir, Schiller y Goethe sonhijos de Shakspeare;lo son tambicn Manzoni y Niccolini, y aun cuandopresuma Víctor Hugo que el teatro contemporáneopuede exclamar arrogantemente: swm non sequor,entiendo que el drama español y las tragedias deShakspeare son las fuentes y el calor que nutren alteatro del siglo XIX, en Italia como en Francia, enlispaña de la misma manera que en Alemania y enla literatura scandinava, donde quiera que ha reso-nado y ha sido aplaudida una briosa inspiracióndramática.

No descubro otras inspiraciones en ladramática denuestro siglo que las dos señaladas: el apasiona-miento de Shakspeare y la idealidad española, y enla gloriosa y numerosa pléyade de poetas dramáti-cos desde sus primeros lustros hasta las últimas ycelebradas creaciones de los que aún viven y meescuchan, miro la descendencia del gran trágicoinglés y de los insignes dramáticos españoles.

Los célebres prefacios de Crommell ó C'arma-gnola respiran el entusiasmo por Shakspeare , yson reglas estéticas buscadas en las entrañas de la

inspiración del gran poeta ; Dumas se complace entraducir el Hamlet: Vigny traduce ó arregla al Moroy el Mercader de Venecia, y aun el sombrío Hamletle inspira las formas y maneras de Chatterton, ytras los maestros y los guías, los discípulos y se-cuaces con sus exageraciones. Basta recordar losditirambos del oriental Th. Gautier con ocasión delas representaciones de las tragedias de Shakspearoen los teatros parisienses, para medir la poderosainfluencia del gran poeta en el teatro moderno.

Pero la idealidad de la raza no permitía se dieraal olvido la mayor que ha producido en el arte, laidealidad Calderoniana, y Hermann y Rui Blas ar-rancan en línea recta de este robusto tronco y des-cienden de los galanes de Lope y Calderón.

¡Descendencia gloriosa, porque es grande el nú-mero y excelente el mérito! Siglo dichoso, porquelo es el que cuenta en sus límites á Goethe, Schi-ller, á Byron y Víctor Hugo, á Üumas y al duque deRivas, á C. Delavigne y Manzoni, á Vigny y Alficri,á Niccolini y á Martínez de la Rosa, y (¿por qué nocontinuarlos en la lista, si el nombre es ya glo-rioso?) Hartzenbusch y García Gutiérrez. Gran siglopara la poesía dramática: he dicho mal, el gran si-glo de la poesía dramática es este en que vivimos,no sólo por venir iluminado y fortalecido por lasinspiraciones calderonianas y las de Shakspeare,sino porque la agitación de Europa en estos lustros,las inquietudes y sobresaltos sufridos, de la mismamanera que el prodigioso desenvolvimiento de lavida en mil intereses y afectos que la solicitan decontinuo, han ido diciendo paso á paso al crítico, alpsicólogo observador, al fisiólogo, al filósofo, alcreyente y al escéptico, las innumerables energíasque se ocultan en el espíritu del hombre, las tem-pestades que se desatan en el corazón, y la firmezaindomable con que se puede contrastar el bárbaroempuje de esas furias temerosas, y todo ello dabamateria y ocasión á la poesía dramática.

La historia, la filosofía, la política, la ciencia, doconsuno con la vida, han engrandecido la nocióndel hombre, aumentando el conocimiento de suscualidades. Todo ha creeido. Han crecido las pasio-nes, pero también la conciencia de nuestra fuerza.Es más numeroso el enemigo, pero son más segu-ras y están mejor templadas las armas de que dis-pone el albedrío.

Y en verdad que mirando á uno y otro lado en elvasto escenario de nuestro siglo, ó interrogandocon solicitud sus cultos, sus ciencias y sus aspira-ciones, no ya los hechos, sino también las ideas, noya las instituciones y las leyes, sino los ensueños ylas doctrinas, se cansa la pupila sin vislumbrarotras apariciones que las idealidades del dogmacristiano, de mil modos aderezadas y compuestas,y las potencias y facultades del hombre, que de

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continuo se revelan bajo la acción de aquellos dog-mas. ¿Dónde mayor campo y más ancho horizonte?¿Dónde nuevos gérmenes? ¿Qué tradiciones vene-randas pueden cortar la vida de los ideales cristia-nos? ¿Qué profecías, siquiera, anuncian mayor be-lleza y mejores destinos para los humanos? ¿Dóndebuscar distinta inspiración? ¿Dónde descubrir algunaque no recuerde el idealismo latino de Calderón ó laobservación sajona de Shakspeare? En vano sebusca en imitaciones de la antigüedad clásica ó dola índica, originalidad y vida. El Rey Nala, de Gu-bernatis, es una recreación erudita que sorprende,pero no cautiva á los espectadores: las tradicionesescandinavas de Oehlenschlsger sirven de temas áescolios é ilustraciones on las bibliotecas; pero elespectador no comparte ni los dolores del príncipeindio ni las pasiones del héroe escandinavo.

No consiente la poesía dramática la solitaria con-cepción del poeta, el relámpago fugaz de una ins-piración lírica. La poesía dramática, porque ha deser representada, requiere y exige inspiraciones deíndole general, ideas que puedan comprender ysentir los contemporáneos del poeta, hechos quemiren como posibles los que aplauden ó se enter-necen; en una palabra, algo real y vivo que esté enla inteligencia, en la sensibilidad ó en las aspiracio-nes y secretas esperanzas ó temores de una gene-ración.

No hay que apartar los ojos con afectado desdende la magnífica historia del Teatro en la primeramitad de este siglo. La crítica imparcial y severala declara bella y legítima, y no confundo á Catalina,Howard con El Naufragio de la fragata Medusa; áSchiller con Kotzbue; á Manon con las novelas dia-logadas de Bouchardy y sus torpes imitadores. Sedeclaró rápidamente la decadencia en los mantene-dores de las novedades dramáticas que tanto interésy tantas emociones artísticas excitaron en Alema-nia, Francia y España en la primera mitad del siglo;pero si la decadencia fue rápida, y buscando lotrágico se cayó en lo monstruoso, el caso advierteque sólo al verdadero genio, guiado por el gusto,le cabe salir airoso de un empeño dramático. Carac-teres y pasiones constituyen el nervio de la poesíatrágica; de la pasión y del carácter han de brotar elnudo y desenlace. Los incidentes externos, el acon-tecimiento eventual, la casualidad, el azar, coyun-tura inesperada, circunstancias imprevistas, sonresortes que la crítica no estima y que el verdaderopoeta desdeña.

Tejer una novela de casos raros é inauditos paracrear un drama como desenlace de una situaciónconvencional, pudo permitirse á la infancia delTeatro y á los poetas del siglo XV11; pero les estávedadvá los poetas contemporáneos. En vano soacudirá, como se acudió, á lo horrible, á lo excep-

cional, á lo inverosímil. Penetrado el artificio porla muchedumbre, patente la inverosimilitud de tessituaciones imaginadas como antecedente y medioen que debía resolverse la acción, negó el aplausoá los que pretendían enloquecerla con peripeciastemerosas por lo inauditas.

Poro no es falso ni va extraviado el gusto creadopor esa viril y ardiente pléyade de dramáticos. Nadamás sencillo ni más apasionado que el Chatlertonde Vigny. La tragedia se anuncia, crece y estallasin salir del corazón de Kitty y de la sombría fanta-sía de Chatterton, tipo acabado de las dolorosas ypunzantes luchas entre el genio y el mundo, peropadre ilustre de las melancólicas turbas de geniosdesconocidos que inundaron el Teatro y la novelacon sus monomanías suicidas. Vigny motivaba sussombrías inspiraciones con el Despaer and die deShakspeare. Rápida y sin otros elementos que lapasión y los caracteres, corre la acción en La Ma-ríscala de Ancre, y todos los caracteres crecen ácada paso que dan hacia el desenlace, de suerteque los espectadores ven condensarse la nube dedonde ha de partir el fuego abrasador. La sencillezextremada de la acción y la solicitud en retratar laspasiones y describir los caracteres, son cualidadesmuy propias de los maestros de la poesía contempo-ránea, y justifican la tesis de que no necesita el artoaccidentes, sorpresas ni artificios para representaruna acción conmovedora y trágica.

El alma atraviesa aún un período critico en la his-toria del espíritu humano. Si los caracteres penosa-mente se forman, porque aún es flaca y tibia la ac-ción creadora de las ideas, de las convicciones y delas creencias; si la entereza y la constancia apenasse dibujan en ocasiones solemnes; si la abnegaciónraras veces inspira resoluciones, claro es que laspasiones, revestidas de los mil atavíos y encantosquo.%i cultura general engendra, ordenan y mandanen el fuero interno, en el oscuro recinto de la vo-luntad.

Son humanos y verdaderos la tragedia y el drama,porque aún es vencido el hombre; y si no os venci-do, muero las más veces en la pelea.

La edad de oro está muy distante; se fatigaránlas edades antes de llegar á sus puertas. La luchapor la existencia, que se complacen los naturalistasen pintarnos como una ley de la vida en todos losórdenes de la naturaleza, es verdad en lo humanocon sólo añadir que la verdadera lu cha es para con-seguir y gustar la existencia espiritual. No caemosen un sombrío pesimismo, porque la historia nosrecuerda el camino andado, y la conciencia de lavida eterna nos conforta; pero mirando en tornonuestro, y sobro todo, volviendo los ojos al interior,sólo presenciamos temores y zozobras, luchas ycontradicciones, que hielan la voluntad y su albe-

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10 REVISTA EUROPEA.—7 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 89drío, y las inquietudes y sobresaltos, la angustiosainstabilidad de nuestra existencia espiritual, nostorna atentos y compasivos para lances é infortu-nios de que está sembrada la vida del alma.

Así se explica que las creaciones del genio dra-mático de este siglo despierten simpática emociónen los espectadores. El hijo piadoso y enternecidoal súbito recuerdo de una madre adorada, se sientecapaz del sacrificio de Tisbe. La madre comprendeel dolor y la tortura de Lucrecia: el que ha pasadopor las místicas trasflguracion.es del amor, cree enla de Marión de Lorme; el padre que mil veces hasentido en sus cansadas mejillas el roce de los pu-rísimos y refrescantes labios de una hija inocentey santa que lo acaricia, comprende la salvaje inspi-ración de Triboulet. El que ama, presiente la abne-gación del Conde Hermann, y hasta la terrible ins-piración de Antony, asesino de la honra, que muerepor salvar el honor, encuentra explicación y piedaden líos hijos de este siglo.

Pero de la misma manera nos asociamos al triun-fo de alectos y pasiones en Pelayo, y asistimos consanto pavor á la deificación de la libertad moral enQitzman el Bueno, venciendo con súbitas y noblesinspiraciones en Juan de Prócida y Guillermo Tell.Un la Tisbe, vence el amor á los celos; en Didier,el honor á los hechizos todos de la naturaleza, enforma de mujer apasionada; y en Azucena, si triunfala venganza, es contra su voluntad, y si muere Isa-bel de Segura, muere el mísero cuerpo, pero puraé inmaculada queda su alma, sin que la enturbiaraimpureza alguna de la voluntad ni del pensa-miento.

¡Excelencia y grandeza del arte moderno! Lamuerte es muestra y señal de victoria. Morir es ven-cer, no es ser vencido. En Amoldo de Brescia, deNiccolini, en la escena final del Sófocles de Giaco-metti, aplaudida tragedia de la literatura contempo-ránea, al espirar bajo el peso de la ingratitud, elgran poeta, exclamando al entregar la lira á su lealconfidente,

Suona... i'aníma canta!...,

aparece la muerte como señal de victoria y ele-mento artístico profundamente trágico. Podrán losinfortunios y los dolores postrar el cuerpo, podránmatarlo; pero aun al espirar entona un himno devictoria el libre albedrío, la fuerza hermosa, inmor-tal y divina que burla las tiranías y sortilegios delos sentidos y pasiones.

Equivale esta trasformacion de la muerte, por elsentimiento cristiano, á una nueva faz de la trage-dia, <jue sin debilitar las fuentes del terror y lacompasión en el espectador, revela el último tér-mino de la grandeza moral. No es el sacrificio de lavida en un noble arranque de entusiasta abnega-ción, sino el quebrantamiento, la atonía, el des-

mayo y la sequedad de todas las fuentes del senti-miento y del amor, la muerte que se ve llegar y quellega á pasos lentos...; pero pudiendo, al cerrar losojos, exclamar como el poeta italiano: ¡Vanimacanta!...

En el teatro italiano, como en el francés y ale-mán, la pintura de las pasiones es más viva, enér-gica y verdadera que en el teatro de los siglos últi-mos. Manzoni y Niccolini arrancan lágrimas condolores reales, y en esto acertaban los insignesmaestros de este siglo, porque no consentimos pi-sen las tablas símbolos y alegorías, sino hombresluchando y gimiendo, pero contando con la gran-deza de las fuerzas soberanas que Dios colocó ensu alma. No hay hado, destino ni fatalidad. La pá-lida descendencia de Edipo terminó al caer en elabismo Don Alvaro, última encarnación en el arte,de la fatalidad. No hay ya razas malditas, ni sorespredestinados, ni generaciones condenadas. Todoes libre en la humanidad.

Pero este hombre real y vivo que deseamos mi-rar en escena, no es tosco remedo de una indivi-dualidad enfermiza y calenturienta, de una excre-cencia social ó de un aborto de la cultura ó de losdolores de un siglo. No es el Conté Hugo, de Barat-tani, reproducción horrible de un brutal carácterdel siglo XI; no es el malvado, el asesino ó enve-nenador, que no debe dejar huella en el arte, sinomisericordia y horror en las almas.

Es el hombre verdadero en lo que os común ygeneral á los hombres de hoy, á los hijos de estasgeneraciones que tan rápidamente se suceden. Sino miramos en el personaje dramático algo posibleen nosotros, no simpatizamos con la creación delpoeta, y es una ley para la obra dramática conse-guir esa simpatía, sin la que no hay verdadera re-presentación, porque sin esa simpatía no hay espec-tadores y no se cumple el misterio estético de larepresentación, en el hermoso mundo que creancoi; el flujo y reflujo de sus irradiadas emociones,el poeta, el actor y los espectadores.

Si el drama no provoca un problema de libertadmoral en los espectadores, no es drama. Es nece-sario que el espectador se pregunte á sí mismo siresistirá ó no en igual coyuntura á la seducción óal empuje de las pasiones, y para ello es necesarioque el poeta represente todos los enemigos y todoslos valedores que para horas tan tristes y dobrosasse esconden en nuestro espíritu.

¿No resistiría, dados los grados de la pasión quese retrata y la índole y cualidades que se pintan?Pues si así resuelve y decide la conciencia general,el poeta, su órgano, presentará la catástrofe trá-gica. ¿Resistiría dolorido, desesperado, con lutoperdurable en el corazón y llanto amarguísimo enlos escaldados ojos, pero resistiría al fin, vencien-

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do? Entonces el poeta, voz y tribuno de la bellezamoral del siglo, expresará las convicciones de laconciencia general con su desenlace dramático.

Y no basta que en diálogo lacónico y rapidísimoexprese su actividad febril y corra !a acción á todovapor á la catástrofe. No es sólo la pasión fiebre yfuria. Es encanto, recreación, fecundidad maravi-llosa de la fantasía, que trasfigura cuanto nos rodeapara convertirlo en un aliciente ó en un incentivopara el deseo ó el afán que nos devora. No es sóloresolución é ímpetu. Es deleitación y embriaguezrepetida y continuada, que exalta sentidos y afectosy que nos enloquece; por lo que el lirismo deShakspeare ó Schiller, en Othelo ó Don Carlos; elde Manzoni ó Niccolini, en Adelchi ó Filippo Stroz-zi; de Hugo ó Dumas, en Marión ó Aníony, es legí-timo: que es legítimo en el arte lo que se ajusta yencuadra con las exigencias y condiciones del asuntorepresentado. Es una expresión plena, de carne ysangre, de ideal verdad, que nos fascina y que apro-vecha grandemente al crecimiento espiritual delespectador.

Al volver del asombro, terminada la representa-ción, lleno de deleites indecibles el espíritu, megozo en mi existencia, siento una varonil altivezcircular como sangre por mis venas, levanto au-dazmente la frente, desafio el peligro, y me sientoy me conozco apto y pronto para emprender yllevar á término algo digno y nobilísimo que redun-de en bien de mis semejantes ó en glorificación demis creencias. ¡Oh santa influencia del arte!

Demostración aún más cumplida de la grandezadel florecimiento dramático de la primera mitad deeste siglo, procura la historia de la reacción contralas llamadas escuelas románticas. Buscando la na-turalidad, la expresión lacónica, severa y precisa,que contrastara con la abundancia lírica y la exal-tación anímica del teatro de Schiller ó Hugo, sedieron en Francia, como en Italia y España, lospoetas á imaginar todo género de términos de ave-nencia y concordia entre la comedia y el drama,para representar situaciones y acasos dramáticos,temperados por una forma sencilla, natural y ligera,que agradara sin conmover.

El arte es vario y admirablemente fecundo enesta variedad. Respondía quizá á eso momento lacomedia de carácter, magistralmente desenvueltapor nuestro D. Juan de Alarcon en la Verdad sospe-chosa, y por Corneille, Moliere y Moratin; pero noquisieron los novadores seguir tan ilustres ejem-plos, que exigían un estudio psicológico profundode los elementos cómicos en el carácter humano; ycomo si la forma de la comedia española do capa yespada se ajustase á las condiciones del tiempo,buscaron en los juegos de escena, en ocultaciones

y olvidos, papeles, llaves, tapices y puertas, encasualidades y contingencias, los elementos de unentretenimiento escénico ingenioso, salpicado defrases felices y oportunidades graciosas, y enrique-cido con un diálogo bien trabado y una acciónrápida y sostenida al través de varios é inagotablesincidentes.

Scribe y su escuela distrajeron en los primerosmomentos el gusto y permitieron algún descanso áuna sociedad agitada por las creaciones del arteromántico.

Pero la acción no es el único elemento de la poe-sía dramática. El efecto escénico de una comedia,tejida con incidentes y casualidades, os entreteni-miento pueril, aun cuando sea Scribe el autor, y lamisma frialdad de los espectadores refluye en elcarácter de las composiciones, que languidecen, áriesgo de ir á buscar recetas y recursos ú las co-medias de figurón, COMO aconteció á los imitadoresde Scribe.

Curioso es advertir, en el periodo que corre des-de 1850 á la fecha, los criterios que han guiado álos poetas dramáticos y las intuiciones artísticasque han prevalecido en el gusto público. El arteescénico es principalmente patético, dramático.Muy luego fue ineficaz la comedia de Scribe para laemoción dramática; y obedeciendo á esta ley, lacomedia tendió al drama, asimilándose elementos yresortes dramáticos; pero atemorizados aún por loque se escribía y se decía del romanticismo y de laexaltación del teatro antiguo, buscaron los autoresen las corrupciones y enfermedades del siglo asuntoy materia, trasportando á la escena todas las tesissociales y legislativas que preocuparon á los mora-listas, á los gobernantes y á los congresos.

Entonces L'Honneur et Vargent'y La Bourse, dePonsard; Le Testament de Girodei, de Bellot, yL'Oi&le million, de un lado, expresando las codi-cias de las generaciones contemporáneas; La Dameauw Camelies, les Filies de Marbre, les Lionnespcmvres, Dalila y el Demi-nwnde, pintando encu-biertas ó descaradas corrupciones; les Efrontés yle Fus de Giboyer, retratando indignidades políti-cas; Nos intimes ó la Loi du emur, diciendo el tris-tísimo espectáculo de los afectos sociales; y, porúltimo, los problemas jurídicos del Padre pródigo ódel Hijo natural, del hijo de Alejandro Dumas; tesisque se repetían con varia fortuna en Italia, imitandolos empeños de Augier, Sardou y Dumas hijo, fihe-rardi de la Testa en su Carita pelosa y en su Cos-cienze elastiche; Suñer, en su Oenliluomini specu-latori, 6 L'AmicAe, y Torelli en su Marili, 6 laMoglie, sin que añada citas de la literatura españolado estos dias, por razones y respetos obvios.

Los que no quisieron seguir por esas vías emula-ron con fervor las predicaciones del pulpito, con-

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virtiendo el drama en una larga homilía, creyendoque la bondad y pureza de la doctrina, en caracte-res piadosos y resignados, encubriría la falta deinspiración artística. Pero.el arte dramático no esdidáctico sino de una manera indirecta. Las leccio-nes no las da el poeta; las recibe el espectador desu propia conciencia, excitada y movida por la ins-pinicion del artista. La belleza participa de la natu-raleza del bien, y no hay creación bella que no sus-cite en el hombre elevaciones morales llurísimas.

Las teorias dramáticas de hoy se concentran ylucen en toda su verdad y con todas sus consecuen-cias en el autor de la Dama, de las Camelias y elHijo natural, representación la más ruidosa, por lomiónos, y la más genuina do la dramática al uso.

Campea en sus obras admirable claridad; la pre-cisión y rapidez del diálogo son de gran precio; esmuy exporto en las ingeniosidades tan gustadas dela> lengua francesa: hábil en las combinaciones es-cénicas como Scribo, y extremado como escritorparadógico, y abundante en los discursos que poneen boca de sus personajes, sin embargo, el autorde Diana de Lys y del Problema del dinero es frió,marmóreo, cuando sobreviene en sus comedias unrasgo ó momento de pasión.—No conoce el corazónhumano. Conoce el modo de sentir convencional detil;g'una esfera de la sociedad francesa. Deslumhradociin el parisiense, no ha visto nunca al hombre. Mal-dice do Scribe, y lo imita: reniega de sus ascendien-tes, y hay en él secreto y no conseguido alan deimitar los relámpagos apasionados de Teresa y Án-ffda,üel autor de sus dias, la sangrienta ironía deKean ó la nobilísima abnegación de Paul Jones.

Indeciso y variable en sus propósitos dramáticos,quema lo que adoró, y adora hoy lo que ayer me-noispreciaba; y sin rumbo cierto, consigue pasajerostriunfos, ofreciendo álos honrados los cuadros delDemi-monde ó del Padre pródigo, y á los corrompi-dos, Cherzay y Elisa en el Problema de dinero, ó lasd<! Facques y su madre en el Hijo natural. Pero¡qué vicio tan cínico y qué virtud tan fria!

Entre todos los lunares se señala la falsedad delos caracteres en la novísima escuela, y la falta me-rece severa censura. Los personajes de la comediannieva, y que al parecer retratan las aristocraciassociales, expresan una indiferencia tan glacial res-pecto á la vida, un desprecio tan profundo de susdelberesy de sus derechos, una insensibilidad iróni-ca con relación á'as pasiones, y una frialdad por lo([iie toca á las virtudes, que asemeja el cuadro á unlánguido conjunto de torpes y tardos apopléticos, álos que llegan entre nieblas y nubes, ó embotados,los relámpagos de las ideas ó el sacudimiento de laspasiones, en tanto que se afanan penosamente porfingir actitudes académicas ó encontrar frasesagudas.

Yo concibo la dolencia que popularizó Byron, laviril energía de Man/redo ó la sombría nostalgia deChatterlon ó Heine; concibo en alas de un misticis-mo estético, el desprecio del mundo y la misantro-pía idealista de la joven Alemania; pero esa laxitudvital y moral retrata sólo al autor ó á los autores; noes así el hombre de este siglo, siempre dispuesto ádar hacienda y vida por sus creencias ó por susopiniones. Ese teatro es falso.

Si desde este punto, rodando de abismo en abis-mo, la representación dramática ha llegado á lasúltimas degradaciones de lo grotesco y á las bufone-rías ó bufonadas; si las escenas gastronómicas doLe Duc Job, ó las de cuentas menudas ó bancariasdel Problema del dinero, han hecho creer á muchosque la reproducción fotográfica de las trivialidadesvulgarísimas de la vida, ó los efectos de perspecti-vas pictóricas ó fisiológicas que recrean á los niñosó solazan á espectadores adolescentes ó seniles,privados de la idealidad do la juventud ó de la ma-jestad de la ancianidad, bastan para un espectáculoescénico, no son sólo los poetas los culpables; queresponsabilidad le cabe al público, colaborador asi-duo, inteligente y responsable en las creacionesdramáticas, según había advertido, con frase ligerapero profundo sentido, el gran Lope de Vega en suArte nuevo de hacer comedias.

¡Oh! esos espectáculos enflaquecen la voluntad,apagan en poetas y espectadores la fantasía, la her-mosa y galana compañera de la vida de los pueblos,y, pobres do espíritu y descreídos y desesperados,vivimos sólo para comunicarnos con voz plañideray pálido rostro los peligros de ayer y los temoresde mañana.

El arte cumple mayores oficios en la vida. Es ne-cesario estimarlo, respetarlo; digo mal, reveren-ciarlo. Es una revelación constante de la bellezaespiritual y humana; es una revelación continua delo divino, y sólo de esta suerte concurre con la re-ligión y con la ciencia á ios Unes y designios pro-videnciales que lo ennoblecen en el concierto y or-denamiento del mundo moral.

Al poeta cumple combinar los elementos idealis-tas de la tradición calderoniana con la hermosa ver-dad do la naturaleza del alma, dicha y declaradapor Shakspeare. El arte tradicional español nosofrece lo que debe ser el hombre, y el gran trágicoexpresa lo que aún es en el mundo histórico de hoy;y en la bella combinación y enlace de esas inspira-ciones se encuentra el secreto del arte moderno.

Pero el gusto y las aficiones del público debenayudar y fortalecer al genio. No gusta la concur-rencia de hoy de la tragedia clásica ni de la re-mozada por Racine, Voltaire, Legouve ó Alfieri, loque ha dado margen á la frase muy repetida de que

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no es la tragedia de estos tiempos; pero el desvíode los espectadores respecto á Edipo, Oréstes, In-genia, Medea, Agamenón ó Aleéstes no significa unaatonía de la voluntad ni un decaimiento del espírituó de la fantasía, como con manifiesto error se hasostenido, sino que no son heroicos á los ojos dela cultura cristiana los héroes de Sophocles ó Eurí-pides, según el testimonio siempre presente de suconciencia. No nos inspiran otro sentimiento queuna profunda compasión las desventuras que secumplen con la inllexibilidad de los movimientos dela mecánica celeste.

Pero asistimos con temblorosa piedad, con es-panto y enternecimiento, á las peripecias y á lasangustias mortales de Othelo ó Macbeth, de Antony,Juan de Prócida ó Torcuato Tasso, Marión, LaTisbe ó Catalina, porque la tragedia que allí palpi-ta, muda y terrible, la sentimos agitarse en lasprofundidades oscuras de nuestra alma.

Hay gentes que rehuyen las emociones dramá-ticas, y posponen las que procuran la tragedia y eldrama á las placenteras y regocijadas que causanotros espectáculos. ¿Significa el caso un retrocesoen la educación estética del pueblo? ¿Expresa unadecadencia moral, anuncio de letargos y marasmospara la fantasía y para la voluntad, ó es que, divor-ciados el gusto y el genio, van por opuestos sende-ros, sin que sea posible su feliz encuentro en lasmagníficas horas de una representación solemne yentusiasta?

Oscuros son estos problemas, que locan al gusto,tenido por voluntarioso ó indisciplinado; pero laatención los declara, y los resuelve la crítica, sepa-rando los elementos naturales y permanentes delos históricos y accidentales que concurran conaquéllos á engendrar el fenómeno, que en son dedefensa aducen de continuo los artistas.

Sí: la briosa inspiración dramática del Rey monjeó de los Amantes de Teruel causa profunda emocióny llanto abundantísimo, y se alcanza que instintiva-mente, á vista de aquellos abismos morales, seaparten los ojos, apeteciendo el desenlace feliz ydichoso que nos da confianza, conforta y tranqui-liza con la presencia del coro de ángeles de laguarda que Dios colocó en nuestra inteligencia y ennuestro corazón.

En la inspiración á lo perfecto, que es cada diamayor, y en la confianza de mejores dias para lavida humana, nos gozamos en contemplar uno enque las pasiones sean impotentes para arrastrarnosal mal, porque sea incontrastable la fuerza y la so-berana autoridad de las intuiciones divinas y de lasleyes morales. Esta noble y legítima aspiración áun estado moral en el que recobre el hombre elparaíso, es causa de que almas puras y santas con-sideren como inverosímiles, apasionamientos ver-

daderamente insensatos, deliquios sombríos y lú-gubres, cuyos paroxismos aterran; pero el arte dra-mático toma carne y sangre de la realidad actual,no de la dichosa edad de oro, que se esconde en elfuturo lejano de la historia.

¡Santa y noble aspiración, pero nada más que as-piración, y de almas privilegiadas; y no se alimentade místicas aspiraciones el arte dramático, que vivetambién de realidades! ¡La tragedia es legitima,porque sabemos los más que aun es trágica la exis-tencia humana!

Las impresiones de los espectadores, que huyencual bandadas sorprendidas cuando un acento trá-gico resuena, al poeta toca borrarlas, y con el po-tente conjuro del arte, clavarlos, mudos y palpitan,tes de asombro, en sus asientos; que tan luego comoluzca la belleza trágica, no faltará la emoción esté-tica, y con ella las lágrimas y los vítores. Naceinestos sentimientos de la timidez y cortedad naturaldel espíritu delante de lo extraordinario, de lo bello^de lo sublime. Al artista toca vencerlos, y es uno delos problemas iniciales que resuelvo toda creacióndramática.

Si no son ni la santa aspiración á lo perfecto, niel temor, hijo del respeto que inspira la belleza dra-mática, lo que aleja á la muchedumbre de nuestrosteatros; si, por el contrario, cede á un sensualismorefinado, oyendo repeticiones sempiternas de óperasque encantaron mil veces á nuestros padres; si, másgrosera, busca distracción y solaz en esos mimosnovísimos; ó si, temerosa y amedrentada por lasdificultades y peligros de la vida, huye y tiemblacuando el arte le presenta los momentos augustos,terribles y decisivos en que ha de luchar y vencer,padeciendo torturas y tormentos, y prefiere, encu-briendo su condición do hombre y ser racional, em-briagarse vergonzosamente con mascaradas histrió-nicas; el problema adquiere otras proporciones dedesconsoladora magnitud. Pero es un problema, yen la vida los problemas que no se resuelven mataná los que los miraron avanzar mudos de espanto.¿Qué toca al arte? ¿(¿uó incumbe.á la crítica en estaextremidad? ¿Doblar la frente, y, recordando lo quese siguió á los dias en que los ciudadanos romanosabandonaban el Teatro y el arte para acudir al lla-mamiento de los funámbulos ó á los rugidos de lasfieras que paseaban por las calles de la gran ciudad,buscar resignadamento el ancho sepulcro en quedormirá muy luego esta civilización envejecida ymiserable, sin Dios y sin esperanza? No.

Confieso que no participo de esos temores, ni mecomen negras misantropías la esperanza en los glo-riosos destinos de mi siglo, de mi raza, de mi pa-tria, del noble arte español.

Las generaciones humanas, como los individuos,padecen desmayos y experimentan desalientos. Son

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los días nublados de la historia. Esas brumas y nie-

Mas de materialismos groseros y escepticismos es-colásticos, la conciencia racional las dispersa, y esavoz austera que acompaña á toda vida espiritual espara el arte vivificadora, primaveral.

Contribuyan de consuno á este renacimiento elgenio y el gusto. En las inspiraciones de los dospoelas señalados está el secreto del arte para lospoetas. En la necesidad imperiosa de dar muestrasdo esfuerzo, de cultivar la vida resuelta, confiaday serenamente, con fines espirituales y hermosos,encontrará nuestro pueblo el gusto que ha de ar-rastrarlo á la contemplación de casos y ejemplos debelleza y de elevación moral, obligándole á confe-sar que las emociones causadas por un espectáculobello son enternecimientos religiosos y tienen laslágrimas que nos arranca la poesía, virtud purifica-dera y divina para estas míseras almas aprisionadaspor los apetitos y los intereses que se cruzan y setejen en la vida vulgar.

No cabe maldecir ni desesperar de la vida, por-que Dios no se ha ido de la historia humana: suProvidencia va en sus entrañas, y con Dios la Be-lleza, el Arte, la Poesía; y si es imposible que eladero no se precipite sobre el imán al sentir su ca-llado llamamiento, ó no acuda el amante al eco dela voz amada, ó al grito del padre el hijo cariñoso,de la misma manera tengo por imposible y por im-pío temer que la naturaleza humana reniegue delarte y de la belleza, y muy en particular de la poe-sía escénica, que une y enlaza y confunde en unsolo sentimiento y en un instante de admiración su-blime tantas almas, y sobre lodos, en este puebloespañol, tribuno constante y valedor tenaz de todoslos idealismos del espíritu, iniciador valerosísimoen los dominios del arte, de esas creaciones quetienden á renovar la faz del mundo, convirtiéndolaen suntuosa y espléndida morada de genio del bien,de la verdad y de la belleza.

F. DE P. CANALEJAS.

OBJECIONESÁ UN ARBITRIO PARA GOBERNAR Á ESPAÑA. (1>

Un plan de esta índole y magnitud, por lo quetiene de nuevo, siquiera sea muy sencillo, naturalos que dé lugar á dudas, objeciones y reparos dedistintos géneros, según la calidad y el ánimo delas personas que se pongan á examinarlo. A todo elque de bueña fe se dedique á su estudio con el recto

(1) En les últimos números del tomo V hemos publicado la notableobra del Sr. Ruiz León 4 que se reOere este articulo del mismo [N. del a l t , ) .

propósito de hallar lo que tenga de útil y conven-cerse de si es ó no realizable, le han de ocurrir deesas dudas, como me han asaltado á mí mismo enel largo tiempo quo ha durado la tarea de elaborarmi proyecto, desde que concebí la idea fundamentalen que estriba todo su mecanismo, hasta desenvol-ver y trazar sus pormenores.

Otros habrá que, con ánimo menos despreocupa-do, no se contenten con las objeciones que buena-mente les salgan al paso, sino que se empeñen enbuscarlas y se complazcan en abultar su grandeza,ya por espíritu de rebelión contra lo que ellosno concibieron, ya por sentirse lastimados en susintereses con la reforma propuesta. Al procederasí, los primeros cederán á un prurito naturaly propio de ciertos caracteres; pero su oposi-ción, no sólo será tolerable, sino que puede sertambién útil, dando lugar á que se apure la materiaen discusión amplia y provechosa, que dará por re-sultado el convencimiento de quien quiera conven-cerse de la verdad: no así los [otros, que, atentossólo á su mezquino interés, ni buscan convenci-miento, ni pueden entrar en razonada discusión; suempeño será condenar el proyecto sin examen, ca-lificándolo de sueño ó desvarío.

Y en efecto, ¿quién puede pensar en vencer laprevención de tales gentes? ¿Quién será capaz deobligarles á confesar la bondad de un arbitrio, porel que vean desvanecidas sus más risueñas espe-ranzas y destruidos sus planes de lucro y ambición?¿Cómo podría, por ejemplo, ser elegido diputadouno de esos que en la jerga electoral se llamancuneros en una provincia donde nadie le conoce, sino va á tender sus redes con la cartera bien pro-vista de credenciales en blanco, á guisa de carnadapara pescar electores?

A los ambiciosos de este género y á los holgaza-nes de todas categorías, con más algunos sinecuris-tas que, sin ser lo uno ni lo otro, vean sus interesesreat ó aparentemente amenazados; á todos les hade saber mal esta invención: y si no lograran con-denarla á la oscuridad ó al silencio, todos se hande echar á discurrir objeciones y dificultades, pre-tendiendo demostrar que es una utopia irrealizable.

A todas esas objeciones, vengan de donde ven-gan, y sea la que quiera la intención con que seproduzcan, me propongo contestar. Y aun he que-rido anticiparme imaginando cuantas han estado ámi alcance para solventarlas, como ya lo están al-gunas en el texto de los capítulos anteriores, y re-servando para las demás éste que va dedicado es-pecialmente á ese fin. Otras muchas podrán hacerseque no se me han ocurrido, y si alguien las propo-ne, las recibiré con aprecio y gratitud, dispuesto áresolverlas y á consolidar más y más mi convicciónen ese caso, ó á confesar con llaneza la verdad, si