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Huellas REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTE N° 103 | ISSN 0120-2537 | BARRANQUILLA, COLOMBIA | ENERO-DICIEMBRE DE 2018 Huellas

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTE

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R E V I S TA DE L A U N I V E R S I DA D DE L NORT E

HuellasR E V I S TA DE L A U N I V E R S I DA D DE L NORT E

N ° 1 0 3 | I S S N 0 1 2 0 - 2 5 3 7 | B A R R A N Q U I L L A , C O L O M B I A | E N E R O - D I C I E M B R E D E 2 0 1 8

HuellasR E V I S TA D E L A U N I V E R S I DA D D E L NO RT E

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ISSN 0120-2537

PORTADA Huellas 103.pdf 1 28/11/2018 9:18:12 a. m.

Ilustración de portadaOFRENDA

Acrílico sobre lienzoObra de la artista Bibiana Vélez

HUELLAS es miembro de la Asociación de Revistas Culturales Colombianas, ARCCA

Se autoriza la reproducción citando la fuente. Los conceptos son responsabilidad exclusiva de los autores. Licencia del MinGobierno n.º 001464, ISSN 0120-2537. Apartado aéreo 1569, Barranquilla (Colombia). [email protected]

©Universidad del Norte, 2018

DirectorADOLFO MEISEL ROCA

EditoraGISELLE MASSARD LOZANO

Consejo editorialRAMÓN ILLÁN BACCA JESÚS FERRO BAYONA PAMELA FLORESMÓNICA GONTOVNIKGISELLE MASSARD LOZANO JUAN MANUEL RUIZ JIMÉNEZZOILA SOTOMAYOR MARLEM URIBE MARENCOJORGE VILLALÓN DONOSO

Una realización deEDITORIAL UNIVERSIDAD DEL NORTE

Editora / Coordinadora editorialZOILA SOTOMAYOR

Asistente editorialFARIDES LUGO ZULETA

Diseñador de textos y portadaJOAQUÍN CAMARGO VALLE

Corrector de textosEDUARDO FRANCO MARTÍNEZ

Diseñador asesorMUNIR KHARFAN DE LOS REYES

Colaboraron en esta ediciónRamón Illán Bacca, Carmen Elisa Escobar, Diana Villamizar Abril, Cristina Restrepo Arango, Ever Mejía, Leopoldo Gómez-Ramírez, María Daniela Charri Campo, Sergio Díaz Peinado, Yesid Arturo Torres Rodríguez, Luis Mallarino, Iván Molina Jiménez, Caridad Brito Ballesteros, Johan Murcia, Mónica Gontovnik, Leonardo Verano Gamboa, Javier Roberto Suárez González, Carlos Eduardo Satizabal Atehortúa.

Impreso y hecho en ColombiaXpress Estudio Gráfi co y Digital S.A.S. (Bogotá)

Printed and made in Colombia

HuellasREVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTEISSN 0120-2537http://www.uninorte.edu.co/web/huellasBarranquilla, Colombia

C o n t e n i d o

E D I T O R I A LEntre los nadaístas 4

R a m Ó n I l l á n B a c c a

Psicoanálisis en el Caribe colombiano: Una experiencia del litoral (o memoria parcial de una colonizada) 12 C a r m e n E l i s a E s c o b a r M .

De regreso al recuerdo: Héctor Rojas Herazo y su Rostro en la soledad 20 D i a n a V i l l a m i z a r A b r i l

La música vallenata: Análisis métrico de su literatura publicada 27 C r i s t i n a R e s t r e p o A r a n g o

C R Ó N I C ALetanías profanas bendicen nuestro Carnaval 34

E v e r M e j í a

E N T R E V I S T A“Postergamos el olvido que seremos”

Entrevista a Héctor Abad Faciolince 41L e o p o l d o G Ó m e z - R a m í r e z ,

M a r í a D a n i e l a C h a r r i C a m p o y S e r g i o D í a z P e i n a d o

E N S A Y O Mecánica de la probabilidad literaria 49 Y e s i d A r t u r o T o r r e s R o d r í g u e z

I N M E M O R I A M Nuestra cantora se llamó Edna Guerrero 52 L u i s M a l l a r i n o

N A R R A T I V A Marx de los Sargazos 56 I v á n M o l i n a J i m É n e z Huellas

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTEVol. 103, enero - diciembre de 2018Barranquilla (Colombia)

Champiñón 61 C a r i d a d B r i t o B a l l e s t e r o s

P O E S Í A“El buen poeta” y otros poemas 64

Y o j a n M u r c i a

P E R F O R M A N C ERastros de Umbral

(Performance-instalación creado por Mónica Gontovnik) 68 M Ó n i c a G o n t o v n i K

N O V E D A D L I T E R A R I A Pensar el cuerpo 71 L e o n a r d o V e r a n o G a m b o a

y J a v i e r R o b e r t o S u á r e z G o n z á l e z

R E S E Ñ A Lucía Estrada: Katábasis o el descenso al jardín de la poesía 74 C a r l o s E d u a r d o S a t i z a b a l A t e h o r t ú a

C O L A B O R A D O R E S 79

N U E V A S V O C E S Encuentra esta sección en nuestra versión digital

Champiñón 61 C a r i d a d B r i t o B a l l e s t e r o s

P O E S Í A

Y o j a n M u r c i a

P E R F O R M A N C E

(Performance-instalación creado por Mónica Gontovnik) 68 M Ó n i c a G o n t o v n i K

Pensar el cuerpo 71 L e o n a r d o V e r a n o G a m b o a

y J a v i e r R o b e r t o S u á r e z G o n z á l e z

R E S E Ñ A Lucía Estrada: C a r l o s E d u a r d o S a t i z a b a l A t e h o r t ú a

C O L A B O R A D O R E S

N U E V A S V O C E S Encuentra esta sección en nuestra versión digital

EditorialLa lectura es una pieza fundamental en el proceso de generación de conocimientos. Por ello, no es fortuito que todo el sistema educativo se fundamente en el desarrollo de competencias para dominar el lenguaje escrito.

Hoy en día en Colombia, según la Encuesta Nacional de Lectura (EnLec) del Dane, se consumen 2,9 libros por persona cada año, cifra que aumentó frente a los 2 libros del 2016 y los 1,9 libros del 2014. Este es el resultado de políticas que han fomentado la lectura, y que, indiscutiblemente, son esfuerzos que nunca culminan y hacen par-te de las dinámicas de las sociedades que están comprometidas con su desarrollo.

Por eso, en este editorial de la revista Huellas, queremos celebrar y dejar registro del nacimiento en el segundo semestre del 2018 del programa “El poder de la lectura”, una campaña impulsada por el rector Adolfo Meisel Roca. Cada semestre se elegirá una obra literaria con el propósito de incentivar el hábito de leer, generar discu-siones académicas en torno a los significados de las obras y hacer de la lectura un punto de encuentro para toda la comunidad uninorteña.

Líbranos del bien, del escritor caribeño Alonso Sánchez Baute, fue el primer libro elegido. Esta es una obra que nos ayuda a entender mejor la historia política de la región Caribe colombiana; por ello, para dar inicio al programa se imprimió una edición especial, que se agotó en pocas semanas en la librería KM 5; además, 32 de los 150 libros dispuestos para préstamos en la Biblioteca Karl C. Parrish fueron soli-citados apenas dos horas después de iniciada la campaña.

Con el ánimo de incentivar entre la comunidad académica de Uninorte el hábito y, sobre todo, el gusto de leer excelentes obras, la Rectoría espera que el programa “El poder de la lectura” se fortalezca semestre a semestre, con la convicción de que la región solo podrá superar sus profundas desigualdades si cuenta con un sistema educativo de calidad que potencie las capacidades humanas y, definitivamente, la comprensión lectora es una de ellas.

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Entre los nadaístasPor RamÓn Illán Bacca

Como en un delicioso cuadro impresionista el autor nos entrega su aproximación personal a lo que fue el Nadaísmo en Colombia. Una carta, un

café, una charla, un gesto difuso, poco a poco, pueblan el lienzo y nos transmiten

la esencia nostálgica de este ejercicio de la memoria después de décadas. El movimiento cultural nadaísta intentó

sacudir a una sociedad profundamente conservadora y pacata. ¿En realidad

lo logró? ¿Algo se transformó? Tal vez no del todo, pero no llegar es también

el cumplimiento de un destino.

La historia, la novela y la biografía se disputan el arte de narrar la vida. Si quisiéramos citar todas las fuentes que emplean, podríamos incluir las

crónicas, las conversaciones de sobremesa (ya casi perdidas) o las baladas populares como los viejos va-llenatos, donde se relata un acontecimiento familiar como la seducción de una muchacha quinceañera, ro-lliza y pizpireta, por algún bronco chofer de camiones. La natural inconformidad de la madre de la chica da tema para un buen paseo musical, además, para que Gabriel García Márquez poetizara el suceso. La chica subió entre sábanas al cielo en su novela más famosa.

Google nos indica que el dato histórico es el más bus-cado, de lejos sigue la novela y, con una gran distan-cia, la biografía. Se anota que en las autobiografías el personaje central nunca muere, pero es el género que menos entradas tiene.

La historia es respetada, la novela es la más joven y glamurosa, pues apenas tiene unos cuatro siglos, y la biografía es la menos aplaudida, aunque, para Samuel Johnson, era el género humanístico por excelencia. Decía, además, que “el buen biógrafo debía buscar lo único, lo irrepetible, lo inexplicable”. Así, la mención hecha por Plutarco del brazo caído y arrastrado del cadáver de César, cuando lo llevaban unos esclavos en una litera, es única porque se está mencionando uno de los brazos del hombre más poderoso de su tiempo que había conquistado un mundo.

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Ilustración tomada de la revista Nadaísmo 70.

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Aclaro, sin embargo, para ponerme al día, que se ob-serva en estas fechas que el testimonio, esa fuente de la historia, concita más interés en el lector medio que la novela.

Pero estos recuerdos apretados, como lo que yo inten-to decir, ¿dónde encasillarlos?

Hablar sobre cosas que se vivieron hace más de me-dio siglo no es fácil. ¿Hasta dónde esos recuerdos son ciertos? En la mayoría de los casos, no hay forma de corroborarlos. Siempre se ha preguntado cómo hizo Bernal Díaz del Castillo para contarnos con detalles la conquista de México cincuenta años después, cuando las personas difícilmente recuerdan lo que hicieron en una tarde de la semana pasada. Sospecho que algu-nas historias están emparentadas con la novela más de lo que quisiéramos aceptar.

Para esta crónica, me he basado en las dedicatorias de algunos libros de mi biblioteca, en algunas fotos, en conversaciones con los pocos contemporáneos que me quedan y las tres o cuatro cartas que conservé y que accidentalmente recuperé. Como se ve, son frágiles ayudas para recordar tiempos tan lejanos como son los fi nales de la década del cincuenta y principios de la década del sesenta.

En Medellín

No diría que recuerdo claramente el día que los na-daístas hicieron su aparición en público. Un grupo de universitarios estábamos como era habitual en la esquina de la avenida Junín con la plaza de Bolívar, entre estos, Luis Antonio Restrepo, Álvaro Tirado Me-jía, Joffre Peláez y los hermanos Melo, Jorge Orlando y Moisés. Éramos de la Universidad de Antioquia, de la de Medellín y yo el único de la Bolivariana. En esa estábamos cuando vimos que venían en fi la unos mu-chachos de pelo largo (ni tanto si los comparamos con las cabelleras que vinieron después al fi nal de la déca-da del sesenta), pero para esa época de uniformidad eso era todo un escándalo. Llevaban en el saco una flor

“En la prensa de la ciudad se podía leer en grandes titulares ‘Coronación de la Virgen de Chiquinquirá ayer en Envigado’ y abajo, en letras más pequeñas, ‘Gagarin: primer hombre en el espacio’”

Antigua Librería Nacional en Barranquilla. Foto del Archivo Histórico del Atlántico.

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en el ojal. Se detuvieron y fue cuando Gonzalo Arango leyó en un rollo de papel higiénico su Terrible 13: mani-fiesto nadaísta, hecho muy conocido que está relatado en la prensa, en libros de crónicas, en testimonios de los exnadaístas, en novelas, ensayos, tesis de grado, etc. Releyendo ese manifiesto, ya no se ve tan “terrible” y la poesía de Gonzalo en la que habla sobre el “unifor-me” nadaísta de bluyines y camisas rojas es un premio al candor. Pero lo que me resulta incomunicable es de-cirles cómo esas cosas —en la sociedad tan pacata del momento— resultaban tan escandalosas.

En mis estudios de Derecho en la Pontificia Universi-dad Bolivariana, uno de mis mayores tropiezos era el préstamo de libros en la biblioteca. El encargado, un señor de apellido Rodríguez, ante mi petición de una obra, consultaba un libro grande que decía “Libros buenos y malos”, así no más. Después me he pregun-tado si era el libro del padre Pablo Ladrón de Guevara Novelistas malos y buenos (1910). Pero este era un libro más voluminoso y después, en vano, he tratado de conseguirlo por curiosidad. Con frecuencia, rechaza-ban la obra pedida por mí, por considerar que yo, a mis diecinueve años, no tenía “un espíritu bien forma-do”.

En la Biblioteca Pública Piloto de la época no conse-guía los libros de Marcel Proust ni de Sartre, ni de esos autores que estaba buscando, pero sí estaban los es-tantes llenos de los discursos del Benefactor Leónidas Trujillo, en muchos tomos donados por la Embajada de la República Dominicana. Aun en los comienzos del Frente Nacional alcancé a ver cómo retiraba la policía de los estantes de una feria del libro Sexus, de Henry Miller, en una traducción de Alberto Upegui Benítez y en una edición muy pobre. Miller era un autor de los llamados “malditos”, del que solo conocía una co-pia hecha a máquina de escribir de Trópico de Cáncer, que me prestó el escritor nadaísta Humberto Navarro, alias “Cachifo”.

En la prensa de la ciudad, se podía leer en grandes ti-tulares “Coronación de la Virgen de Chiquinquirá ayer en Envigado” y abajo, en letras más pequeñas, “Gaga-rin: primer hombre en el espacio”.

No tengo claro qué tanta filosofía leíamos, pero lo que sí recuerdo es que alguien estaba leyéndose La deca-dencia de Occidente, de Osvaldo Spengler, porque ese volumen estuvo rodando por las mesas del bar Me-tropol, con toda clase de comentarios a cuál más deli-rante. Después, Guillermo Trujillo, que trabajaba en la Biblioteca Pública Piloto, lo reclamó, pues le faltaba la

página 32 que era donde se ponía el sello de la bibliote-ca y significaba que no había sido devuelto.

Nuestro grupo de amigos (no debo darle el calificativo de grupo en mayúscula porque no lo era) salía en este año de una sorpresa para caer en otra.

No estuve presente y me hubiera horrorizado de haber visto la quemazón de libros hecha por los nadaístas. Mis fuentes sobre lo que ocurrió son La novela de Ama-riles, de Joffre Peláez; la biografía Darío Lemos: cuando el poeta muere, de Víctor Bustamante; y el testimonio de mi amigo, el corrector de estilo, Elkin Gómez. En la lista de los libros quemados, estaban muchos de mis autores preferidos en esa época: Thomas Mann, François Mauriac, George Bernanos, George Bernard Shaw, G. K. Chesterton, Giovanni Papini y André Mau-rois (ahora olvidado, pero de quien yo adoré sus bio-grafías de Benjamin Disraeli y Lord Byron). Nunca pude entender esa quemazón, a pesar de que su sim-bolismo me lo trató de explicar años después Hum-berto Navarro en su pequeño apartamento de Bogotá,

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“Postales intervenidas” del colectivo artístico venezolano El techo de la ballena (1967). Foto de la revista Caiana.

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Portada del segundo número de la revista Crononauta (1964).

“A diferencia de los grupos de las otras ciudades, que recibían consignas epistolares de Gonzalo Arango, o que formaban debates entre sí, nada de eso sucedió con el grupo barranquillero”

mientras sentíamos atareada a Graciela, su mujer, y dando vueltas a “Periquito”, su pequeño hijo. Yo alega-ba que después de una fuerte censura durante la déca-da del cincuenta, ¿por qué, cuando se había abierto la puerta a la libre lectura, ellos habían quemado libros? Para esas fechas, yo estaba inmerso en la lectura de los novelistas católicos: de Graham Greene, El revés de la trama, El poder y la gloria; de George Bernanos, Diálogos de Carmelitas; de François Mauriac, Nudo de víboras; y de Giovanni Papini, El libro negro. Trataba de consolidar mi fe que tambaleaba. Nunca he olvidado estos libros y he releído algunos.

También estaban las llamadas Bildungsroman o no-velas de formación como Los Buddenbrook: decadencia de una familia y la Montaña mágica de Thomas Mann. Esta última la leí en el mejor escenario posible: en Gi-rocasaca, una finca en la Sierra Nevada de Santa Mar-ta, donde divisaba las nieves perpetuas de la Horqueta, el punto más alto de la montaña.

Antonio Restrepo me facilitó Juan Cristóbal, de Romain Rolland, una biografía novelada de Beethoven, un vo-lumen inmenso que cargué durante mucho tiempo en una mochila, cuando aún no estaban de moda las mochilas y, por eso, siempre despertaba la curiosidad en Medellín. Pero lo que me tenía más atrapado fue la lectura de Hermann Hesse. El nadaísta caleño, Elmo Valencia, que venía de los Estados Unidos, se nos pre-sentó con una variante llamada el nadaísmo zen y nos recomendaba a Hesse.

Tengo claro la lectura de Demian por primera vez. Fue un libro que me regaló el ahora historiador y político Álvaro Tirado Mejía en ese Medellín de principios de la década del sesenta y recuerdo esta lectura porque todos los del grupo de universitarios lo leímos, pasó de mano en mano y, si de algo no tenía duda en mis recuerdos, era que Hesse fue uno de los más leídos por nosotros en ese momento.

Un poeta místico, al verme en los pasillos de la facul-tad llevar bajo el brazo los libros de Hesse y Los demo-nios de Loudun, de Aldous Huxley, me dijo sentencio-so: “¡Veo que llevas malos pasos en tus lecturas!”. No era tranquilizador el mensaje y fue premonitorio. En ese 1960, cuando mis amigos y yo devorábamos todas las noticias de Fidel Castro y la revolución en Cuba, nos peleábamos los ejemplares de Escucha, yanqui, de Wright Mills, y Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, me llegó el rayo: “Vuelve a casa, debes estudiar cerca, hay enfermos en la familia”.

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En Barranquilla

Regresé a la Costa en un camión de transportes y, en una vuelta del camino, tiré mis zapatos por la venta-nilla para sentirme completamente liberado (un gesto que todos los amigos calificaron de nadaísta). Mi re-greso no era en modo alguno de un vencedor.

En Barranquilla el nadaísmo no era un círculo belige-rante, como en Medellín o Cali. Parecía ser más bien un pretexto para hacer unas cuantas fiestas muy mo-vidas. La figura más conocida que se hacía llamar “na-daísta” era Álvaro Medina, que en esa época firmaba sus artículos y cuentos con el seudónimo de “José Ja-vier Jorge”. Otros representantes del movimiento eran los pintores Álvaro Barrios y Norman Mejía.

En 1961, los nadaístas en Barranquilla no alcanzaban a conformar ni siquiera la noticia de su existencia. A diferencia de las otras ciudades, el movimiento era in-tegrado por jóvenes universitarios, que por definición son de clase media establecida. El escándalo no se dio. Las posturas de irrespeto a la religión ni siquiera se pensaron. Era algo incompatible con la idiosincrasia barranquillera.

Así las cosas, rastrear la vida de ese movimiento en esa ciudad solo es posible mediante la búsqueda de sus expresiones literarias y pictóricas. Estas también son paupérrimas.

Barrios jugó por unos años con el motete de “nadaísta” y así colaboró con algunas ilustraciones en el Corno Emplumado, revista publicada en México con cierta orientación pro-beatnik. También ilustró la portada de La invención de la uva, un libro de poemas de Eduardo Escobar. De igual forma, Norman Mejía hizo alguna profesión de fe nadaísta. En 1965, ganó el Premio del XVII Salón de Artistas Colombianos con el cuadro La horrible mujer castigadora. Tal vez la más entusiasta del movimiento fue la pintora Delfina Bernal, cuya casa era el cuartel general.

¿Fue en la literatura donde el nadaísmo se manifestó más claramente? Es difícil contestar a esta pregunta, por la sencilla razón de que en ningún momento hubo un vehículo literario en la ciudad durante todo este periodo. En toda la década del sesenta, Barranquilla no tuvo un suplemento literario, ni siquiera un pro-grama cultural por la radio, donde los jóvenes escri-tores pudieran expresarse. Solo en 1973 se publicó el Suplemento del Caribe, cuando el nadaísmo ya estaba

muerto, y muchos de los que en su adolescencia posa-ron de nadaístas ya habían dejado de serlo.

Es importante notar la absoluta orfandad literaria en que se vivía en la década del sesenta. El llamado Gru-po de Barranquilla se había disgregado. Su vehículo, el magazín literario-deportivo, Crónica su mejor “week-end”, se había terminado diez años atrás, y algunos de sus miembros se encontraban en otras ciudades y otros países. No había ninguna revista literaria en toda la costa norte del país, y las páginas editoriales de los periódicos no se abrieron a estos nuevos auto-res. Solo después de mucho rastrear, me fue posible encontrar algunos artículos de Álvaro Medina, algu-nos poemas de Noel Cruz y los primeros cuentos de Alberto Duque. En esos años, los tres se definían como nadaístas, actitud que posteriormente abandonaron.

Pero en sus escritos no hay esa mezcla de existen-cialismo, surrealismo, actitudes de beatnik y fríjoles antioqueños que caracterizaba el movimiento en el interior. El cuento de Alberto Duque “Danza Húngara Número Cinco”, ganador de un concurso en Cartage-na, o “Los muchachos”, de Álvaro Medina, ganador de un concurso Riopaila, no tienen nada en común; ni tampoco muestran la carga de desesperanza que, en cierta forma, es lo que identifica a lo que llamaríamos “textos nadaístas”.

A diferencia de los grupos de las otras ciudades, que recibían consignas epistolares de Gonzalo Arango, o que formaban debates entre sí, nada de eso sucedió con el grupo barranquillero. Grupo, además, impreci-so, pues sus miembros no eran estables. La forma de presencia del movimiento en Barranquilla era la visita de alguno de los miembros más conocidos del grupo de Medellín o Cali, también cuando alguna persona-lidad literaria internacional, con aura de vanguardis-mo, como la poetisa peruana Raquel Jodorowsky, se daba una vuelta por estos lados.

“Hablar sobre cosas que se vivieron hace más de medio siglo no es fácil. ¿Hasta dónde esos recuerdos son ciertos?”

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Para esta década, el punto de reunión era la Librería Nacional, donde la crema de la intelectualidad local pasaba largas horas en la heladería, tomando té helado y hablando de libros. Allí era donde veía a Julio Roca, en ese entonces jefe de redacción del Diario del Cari-be. Él fue la primera persona que me aconsejó que no comprara El mono blanco, una novela de John Galswor-thy, sino que leyera autores latinoamericanos. Tam-bién era el lugar donde se cocinaban todos los chismes literarios del momento. Así fue que supe del escándalo por un recital de Alberto Vides y Arístides Charris (“el monje incendiario”) en el Centro Colombo-Americano. Y de cómo Rosita Marrero, alias “Nakonia”, y José Ra-fael Hernández, al pretender presentarse disfrazados de fantasmas en una fiesta “nadaísta”, se metieron en un solar al lado de la casa donde se daba la fiesta para ponerse las sábanas y lo que lograron fue que los ve-cinos asustados llamaran a la policía. “Los fantasmas” entraron corriendo en la fiesta, en medio de las sire-nas del radiopatrulla que buscó infructuosamente por los alrededores.

Las visitas de Gonzalo Arango reunían al mundillo cultural. Algunas de ellas las contó el escritor en su columna de Cromos.

El nadaísmo en Barranquilla se acabó por inanición, lo que alcancé a percibir, sin embargo, fue un hecho interesante y anecdótico: la visita del poeta soviético Eugeni Evtuchenko, en 1968. (Él era “oso” para Gonza-lo Arango y, a su vez, el antioqueño era “colibrí” para el soviético). Los periódicos de esos días informaban sobre el carnaval de Rocío 1ª, así que el poeta pudo, sin ser notado, bailar alegremente en el barrio San José, mientras en la cabeza lucía una peluca hecha con cin-tas de máquinas de escribir. No se conocen las impre-siones del poeta ruso sobre Barranquilla, pues nunca las escribió. Gonzalo Arango le había dado un docto-rado honoris causa en nadaísmo a Evtuchenko, en su afán de conectar el movimiento a otros similares del exterior, como los ligados a El Techo de la Ballena, de Caracas, o El Corno Emplumado, de México.

Esos efluvios extranjeros en la ciudad se manifesta-ban a través de las revistas que llegaban a la Librería Nacional, y que se agotaban con mucha rapidez. Tam-bién llegaba Crononauta, un magazín dirigido por Ale-jandro Jodorowsky.

Para finales de la década, los nadaístas locales se ha-bían transformado en gente muy respetable. Los que venían atrás eran “jipis”, con música de rock al fondo.

A pesar de que X-504, ahora Jaime Jaramillo Escobar, y Amílkar Osorio vivieron en la ciudad algunos años, eso no se tradujo en una mayor presencia del nadaís-mo en Barranquilla.

Una vez, en la calle 72, tomándome un glorioso sifón al mediodía con un sol a todo dar en compañía de Amílcar Osorio, este, sincerándose, me dijo: “¿Sabes por qué fundé el nadaísmo? Para tratar de escapar a un medio como el nuestro, donde hay que hacer un máximo esfuerzo para conseguir un mínimo de pla-cer”.

En Bogotá

En 1962, fui a terminar Derecho en la Universidad Libre de Bogotá y me encontré de nuevo con Anto-nio Restrepo, Clara Balcázar y Julio Galofre, quienes, después de haber participado en una huelga de los alumnos de la Universidad de Medellín, pasaron a la

Obra “Pedazos de playa” (1966) de la pintora Delfina Bernal, acrílico sobre tela. Foto de Colarte.

10

Universidad Externado de Colombia. También se ha-bía ido a la capital la almendra del nadaísmo: Gonzalo Arango, Amílcar Osorio, Humberto Navarro, Luis Da-río González, Eduardo Escobar y otros.

En esa época, estuve muy unido a Antonio Restrepo (posteriormente muy conocido como “Toño el viejo”). El lugar de encuentro era El Cisne, un rendezvous de periodistas de toda laya, de actores de televisión y tea-tro (casi siempre los mismos), de viejos gaitanistas que repartían un periódico en mimeógrafo, los nadaístas en plan de conquistar la urbe, militantes del MOEC (Movimiento Obrero Estudiantil Colombiano) y direc-tores de periódicos fantasmales. “Te voy a aniquilar en mi próximo editorial” le oí decir a uno de ellos a otro de su misma especie. También iba todo el Olimpo cul-tural.

Alguna vez Antonio y yo mirábamos muy curiosos la llegada de una bella mujer, esposa de un ministro y dueña de una galería de arte. Se sentó en la mesa don-de estaban Marta Traba, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Hernán Díaz. Mientras los observaba, pensé que daría un brazo por estar allí.

“Si esa no es la gloria, entonces, ¿qué es la gloria?”, le dije al vecino de mesa.

Antonio en ese momento estaba influido por los grie-gos. Estaba leyendo los trágicos y me citó una frase de Hécuba en las Troyanas, de Eurípides: “En lo sucesivo no digas que nadie es dichoso antes de que haya muer-to”.

Tiene más fuerza en mis recuerdos una conversación que sostuve con Antonio y el intelectual barranquille-ro Carlos Jota María. Primero se habló de un polémico escrito en la revista Mito sobre la situación del escri-tor en el país. Carlos Jota nos dijo que había llegado

“En Barranquilla el nadaísmo no era un círculo beligerante, como en Medellín o Cali. Parecía ser más bien un pretexto para hacer unas cuantas fiestas muy movidas”

la hora de “los escritores plebeyos”. Para colaborar en los periódicos de la “gran prensa” (léase El Tiempo y El Espectador), ya no se necesitaba tener apellidos cono-cidos o ser dueño de propiedades en la sabana de Bo-gotá. El “gran plebeyo” era García Márquez (aunque él había entrado en forma convencional como periodis-ta de planta), pero los otros plebeyos que habían logra-do que les publicaran habían tenido como fuerza de choque a los nadaístas y ellos, a pesar de ser un movi-miento de la contracultura, se habían hecho presentes y con mucha fuerza en la gran prensa. Su gran aliado había sido el director del suplemento de El Espectador Gonzalo González, alias “Gog”, un periodista costeño. La tesis dio mucho golpe y fue muy comentada entre los contertulios de El Cisne.

El mundo a nuestro alrededor estaba en el clímax de la Guerra Fría. Cuba era una isla socialista en medio de un mar capitalista y en octubre de 1962 llegamos al borde de la guerra nuclear.

Pero en nuestras largas caminatas por la carrera 7, en aquellos tiempos transitables, nuestras conversacio-

Portada de la revista El corno emplumado, julio de 1968.

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nes permanentes eran sobre revolución, cine y sexo. A las preguntas pesimistas que nos hacíamos, yo siem-pre tenía a flor de labio unos versos que me había di-cho Cachifo y que yo después memoricé para siempre (después supe que eran de Li Po):

Si tengo un buen vino,Un barco y el amor de una hermosa joven

¿Por qué debo envidiar a los dioses?

No sé dónde estaba el barco y el vino no era tan común como ahora, pero teníamos veintidós años y el mundo era nuestro, aunque sabíamos que en gran parte era malvado.

Cuando murió el poeta y director de la revista Mito, Jorge Gaitán Durán, en un accidente de aviación, An-tonio y yo estábamos en el café Excélsior en compañía de Consuelo, una íntima amiga del poeta. Al correr la noticia, la muchacha me abrazó y empezó a dar ala-ridos. No sé cómo logré desprenderme y que Antonio lograra que una amiga la acompañara a tomar un taxi. La revista Mito murió con él, sin embargo, salió un número póstumo dedicado a los nadaístas que no convenció.

Piotr Demiánovich Ouspenski, un mistagogo ruso, dice cosas parecidas a algo como que en el hilo de la vida hay nudos cada cierto tramo. Se abren cuatro po-sibilidades. Se elige una, las demás quedan aguardan-do. Si tuviéramos vidas paralelas podríamos elegir las

cuatro. Yo elegí ir a La Guajira a hacer mi año rural como juez promiscuo municipal.

Duré un cuarto de siglo para reencontrarme con An-tonio. Le escribí una carta cuando después de una se-mana de estar en Marayamana, una ranchería en el desierto y donde no entraba la señal de mi radio de pilas, supe la muerte de John F. Kennedy. Allí entendí lo que era estar en el fin del mundo. Nunca envié la carta, pues consideré que eran dos universos tan leja-nos en los que vivíamos que las palabras eran pálidas para expresar lo que quería decir.

En mis despedidas, siempre había recurrido a la frase pronunciada por Casio en Julio César, de Shakespeare: “Esto es un adiós, pero si nos volvemos a ver recíbeme con una sonrisa”. Años después, al encontrarnos de nuevo, Antonio sonrió.

Portada de la revista dirigida por Gonzalo Arango: Nadaísmo 70.

Álvaro Barrios, Delfina Bernal, Eduardo Escobar y Jaime Jaramillo Escobar - X504, vendiendo libros de poesía en la entrada del Hotel El Prado, Barranquilla, 1966. Foto de revista Cromos.

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El Círculo Psicoanalítico del Caribe pronto cumplirá tres décadas de permanente actividad. Hecho que sorprende ante la aparente fugacidad de las empresas

intelectuales del Caribe colombiano. Este grupo, antropófago, ha pasado todos estos años, desde su orilla, intentando nombrarse, pensarse y pensar al Otro desde lenguas doblemente extranjeras: Freud y Lacan, principalmente. Este texto es una presentación sensata y sucinta de la vida de un grupo en constante fl uctuar entre

la colonización y las encrucijadas decoloniales del pensamiento del litoral.

Esto lo reafi rma Benítez (1989) en su mapeo del Caribe: “Las proposiciones de crimen y castigo, la bolsa o la vida, de patria o muerte no tienen nada que ver con la cultura del Caribe” (p. 21) y, por esto, la noción del apocalipsis no estaría en su cultura.

En otra vertiente de este tipo de concepciones puede considerarse que el psicoanálisis se quedaría corto para entender la exuberancia de la realidad caribeña colombiana, lo que llevaría al mismo escritor men-cionado a gritar, a través de uno de sus personajes: “¡Freud, a ti lo que te faltó fue trópico!”3. En pocas pa-labras, Freud y trópico constituyen una relación im-posible.

En realidad, el psicoanálisis tuvo un temprano y fuer-te impacto en las Américas, sobre todo en los Estados

Huel

las

Psicoanálisis en el Caribe colombiano:Una experiencia del litoral (o memoria parcial de una colonizada)1

Por Carmen Elisa Escobar M.

Quiero hablar en esta ocasión, y por primera vez, de un caso inédito en el Caribe colombiano: la existencia e insistencia de una institución psi-

coanalítica fundada en 1991, orientada por las ense-ñanzas de Freud y de Lacan, que continúa, no sin sor-presa para los que consideran que nada está destina-do a perdurar en el Caribe. Menos el psicoanálisis, un discurso que quizá privilegia la dimensión trágica de la existencia y del deseo humano, y que parece incom-patible con aquella expresión con la que un profesor universitario2 describiera la posición vital del escritor caribeño Ramón Illán Bacca: “Ramón hace esfuerzos ingentes por nadar en la superfi cie”. Las honduras pueden no ser bien recibidas en la “Costa”, pero no siempre en el psicoanálisis se trata de profundidades. La ligereza y el juego suelen estar al servicio de la re-moción de certezas y de dogmas.

I Encuentro Internacional de Psicoanálisis y cultura. Septiembre 8 al 10 de 1994 en Cartagena.

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Unidos, Argentina y Brasil, especialmente en los círcu-los médicos e intelectuales de otros países tan ávidos de todo lo europeo, con diferentes repercusiones, por supuesto. Paradójicamente, el éxito del psicoanálisis en Norteamérica nunca dejó de preocuparle a Freud. América Latina, específicamente Argentina, ha lleva-do a Lacan por el mundo. Oscar Massota, por ejemplo, presentó en Barcelona al total desconocido que era La-can para España y, sin embargo, su vecino.

En cuanto a Colombia, en la década de los veinte, hubo un primer “psicoanalizado” en Europa: Antonio José Sánchez4, en 1928, quien publicó un artículo en la revista Cromos. Y también un costeño, José Fran-cisco Socarrás, quien, en 1930, obtuvo su título de médico en la Universidad Nacional de Colombia con una tesis que versó sobre Los principios fundamentales del psicoanálisis, que resultó ser el primer libro sobre psicoanálisis en Colombia. Socarrás tuvo la osadía de publicar un perfil psicopatológico del líder de derecha Laureano Gómez, titulado Psicoanálisis de un resentido, para mostrar que este representaba una forma especí-fica de perversión de la violencia en Colombia (Jerez, 2004). En un momento de rica producción académica en el centro del país, Socarrás, como tantos otros en el mundo psicoanalítico, quería extender el psicoanáli-sis fuera de la frontera de la clínica y hasta pretendía con su libro ofrecer una especie de terapia social. Hoy, la imagen de un costeño proveniente de una provincia olvidada introduciendo a Freud en el centro de la alta cultura colombiana, que aspiraba a ser tan europea, recobra su valor.

Unos años antes, frente a la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, cuando una parte del mundo le ten-día una mano de acogida, el profesor Freud fue invita-do a instalarse en Barranquilla por el médico Enrique Llamas, con quien sostenía un intercambio epistolar.

Barranquilla era por entonces una pequeña ciudad pacífica y de brazos abiertos al extranjero en la que re-sidía, unos diez años después, la mitad de la población extranjera de Colombia; ávida de palabras extranje-ras, de modismos y jergas, que incorporaba sin aten-der a los gramáticos (Illán, 2007).

Las ideas de Lacan arribaron a Cartagena y a Barran-quilla a finales de la década de los ochenta, pero ya el psicoanálisis estaba en ebullición (vía Argentina, Me-dellín y Bogotá). La psicoanalista italiano-argentina Eva Gerace propuso la fundación del hoy Círculo Psi-coanalítico del Caribe a personas de distintas proce-dencias profesionales y regionales, invitación a la que

respondimos inmediatamente, pues llegaba en un mo-mento de preguntas fuertes tanto en el plano personal como en la práctica clínica. Algunos buscábamos un saber potente, estructural, pero que al mismo tiempo agujereara el saber psicológico profesional que ya pa-recía muy débil en su pretendida capacidad de expli-carlo todo.

Donde nadie se había preocupado mucho por hablar o leer alemán para entender a Freud, Lacan nos puso en jaque con la lengua. Por un lado, su hermetismo y su estilo. Por el otro, el idioma de los lacanianos. Aquella jerga circulaba en fotocopias de espanto, casi ilegibles, y eran muy franco-argentinas. Nadie hablaba francés y apenas alguno conocía una segunda lengua, como era usual en Colombia. Pero la dificultad no era solo de idioma, por supuesto, sino de cómo incorporar esa lengua extranjera que, por otra parte, nos decía tanto, resonaba tanto, aun en la extrema dificultad, como si fuera la portadora de una llave, como movidos por un deseo de estar despiertos. Por eso, un subtítulo posible para este escrito podría ser “Memoria parcial de una colonizada”.

Frente a esta situación estábamos divididas (hablaré en femenino de aquí en adelante porque fuimos una “aplastante” mayoría de mujeres durante mucho tiem-po, aunque me veo obligada a hablar en pasado porque la situación es diferente ahora). Divididas cada una en sí misma, por supuesto, pero también entre, por un lado, aquellas que lamentaban no tener la formación ni la lengua para comprender a Lacan, para penetrar y descifrar ese discurso que ofrecía y abría una nueva manera de pensarlo casi todo, pero en el mismo mo-vimiento descompletando el Todo, y entonces reina-ba la angustia, la prisa, la añoranza de estar del otro lado, en la otra orilla, la del colonizador indiferente. Por otro lado, estaban aquellas que querían demoler esa lengua otra que es Lacan en lacaniano; traducir-lo, criollizarlo, cogerlo por el pescuezo y obtener así lo mejor que pudiese ofrecer.

“Las honduras pueden no ser bien recibidas en la ‘Costa’, pero no siempre en el psicoanálisis se trata de profundidades”

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Hay cartas dirigidas a Freud y a Lacan de 1993, escritas por una cartagenera de nombre francés5, experta en ópera. Llenas de candor, hablándole de tú a tú a Freud en buen estilo caribeño, pidiendo, acusando jocosa-mente al psicoanálisis de haber llegado a deformar la lectura de las cosas simples, de convulsionar, de tras-tornar la vida de los colombianos y sin que pudiese saberse con certeza qué quería decir esa jeringonza. En un acto de irreverencia hacia el extranjero, pero también de burla frente a la cultura local, nombraba las candidatas al reinado de belleza (así celebraba Car-tagena la independencia) con conceptos psicoanalíti-cos (por ejemplo, señorita Rasga Unaria). Y en medio del horror absoluto de las bombas de Pablo Escobar, mostraba la paradoja entre el refinado cartel propues-to por Lacan y el colombiano “cartel” de narcotráfico. En primera instancia, habíamos elegido llamarnos “Carteles psicoanalíticos del Litoral Caribe”, haciendo caso omiso de la ambigüedad del término. Muy pron-to, y en la urgencia, el nombre resultó inapropiado y entonces se inició la primera discusión en torno a este. Qué nombre convendría a nuestra forma de aso-ciación fue un malestar que nos acompañó un buen tiempo hasta que el uso y el reconocimiento del entor-no acabaron imponiéndolo.

Había una especie de acuerdo inicial frente a los tex-tos de Lacan: dejarnos tocar por las palabras bajo la convicción de que un mecanismo íntimo, inconscien-te, se haría cargo de la asimilación esperada. En todo caso, no queríamos, aunque fue inevitable atravesar

algo de eso, un psicoanálisis de imitación. En medio de esta división que, por supuesto, nunca es sin restos, también están los que se rindieron en el camino.

Decir que se intentaba traducir lo que venía de fuera a un lenguaje propio ya es suficientemente problemá-tico. ¿Qué era lo propio? He ahí la vía y el desvío al mismo tiempo. Lo propio no se da sin una alteridad radical. Hay una Cosa extranjera siempre en el “inte-rior”. En la lengua que es causa nuestra no hay nada que nos asegure la identidad, no hay algo que pueda ser garantía de nuestra identidad y, sin embargo, nada con relación a una identidad puede prescindir de la lengua. Algo está claro en psicoanálisis: ni en la propia lengua estamos resguardados, la lengua que constitu-ye el inconsciente es siempre una lengua extranjera.

Nuestro aparente monolingüismo no nos dejó en el impedimento, por mucho que remar en la orilla sea una metáfora bastante fiel de nuestra labor. Por eso, tiene tanta resonancia lacaniana Monolingüismo del otro, de Derrida (2009), aunque su contexto sea la colo-nia francesa frente a la lengua oficial. Allí señala que no se habla más que una lengua, aunque no se la posee en la medida en que nos fue dada. Pero también afirma que nunca se habla una sola lengua. Y en esa relación extranjera, parásita, aparece la paradoja que enuncia así: “Sí, no tengo más que una lengua, ahora bien, no es la mía”. Las lenguas particularizan la universalidad del lenguaje. Lacan (1998) inventa el término lalengua para señalar que el inconsciente es un saber que se ar-

Sesión clínica en el marco del I Encuentro Internacional de Psicoanálisis y cultura. De izquierda a derecha: María Victoria Rendón, Carmen Elisa Escobar, Karina García, Isidoro Vegh, Eva Gerace y Cirit Mateus.

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ticula con [por] lalengua, que a la vez es un nudo entre el inconsciente y el cuerpo que habla, que goza.

En todo caso, nos movíamos entre alienación y sepa-ración intentando desacralizar al Otro, humanizarlo, desposeerlo de su poder y preguntarle: “¿Por qué debo atender lo que me dices?”. Se trataba, pues, de que hu-biese razones para hacer válida esa intrusión.

Han transcurrido veintiséis años: ¿cómo fue que dura-mos? No creo que pueda explicarse por inercia, o por una suerte de balanza natural: mientras unas desfalle-cen, otras sostienen. Tampoco es el caso de quienes se aferran unas a otras, con fuerza, para aguantar la tem-

pestad o los tiempos de penuria. No del todo, ya que siempre hubo resonancia en un público, siempre al-guien respondió a las convocatorias, y a veces en gran número. Podría responderse recurriendo a la singula-ridad de los cuatro gatos o gatas que nos reunimos o a la insistencia de un deseo indestructible (pero ¿deseo de qué?, ¿deseo de durar?), recurriendo a una especie de fe en el psicoanálisis. O responder simplemente que se trató de un feliz encuentro y, en ese sentido, una experiencia única. Pero preferiría pensar que hay algo muy compatible entre Lacan y la solución “orille-ra”, para utilizar la expresión con la que Beatriz Sarlo presentó al Borges de los comienzos, mostrando cómo trabajó con todos los sentidos de la palabra orillas (margen, filo, límite, costa, playa) para construir un ideologema. En “El etnógrafo”, la frontera no es solo la marca de un lugar antropológico, sino que es también un límite interno, que muestra el fracaso melancólico de una aventura intelectual que busca la totalización y la armonía imposible (Moraña, 2003).

En un escrito de hace algunos años, Le Gaufey (2013) planteó que el psicoanálisis sostiene enunciados uni-versales que atraviesan lenguas y culturas y que, más allá de que las imposiciones lingüísticas y culturales

“Donde nadie se había preocupado mucho por hablar o leer alemán para entender a Freud, Lacan nos puso en jaque con la lengua”

Fernando Charry Lara (1920-2004)

VI Encuentro internacional de psicoanálisis. Seminario: “La aporía del caso”. Agosto 30 y 31 de 2004 en Cartagena. El invitado especial fue el psicoanalista francés Guy Le Gaufey. Aspecto de una conferencia que dictara en la Alianza Francesa de Cartagena.

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produzcan modificaciones en la práctica analítica y en la teoría, conviene tener en cuenta “el estilo del ges-to que declararía querer acomodar el psicoanálisis en el terreno cultural” (p. 328). Se daría bajo dos modali-dades: i) un proyecto global, globalizante, deliberado, que apunta a apropiarse del psicoanálisis como un todo orgánico, entonces las dificultades se hacen sen-tir; ii) “invariantes estructurales”, en las que se podría obtener el mínimo que identifica un saber y que siem-pre se pone en relación con una autoridad suprema.

Creo que cabe aquí recordar el lamento del psicoana-lista antillano, Guillaume Suréna, sobre el efecto nega-tivo que produjo la crítica de Fanon, entre otros, al psi-coanálisis en las Antillas francesas, casi un rechazo a su recepción. Aun cuando Fanon se valió de conceptos psicoanalíticos para entender los efectos subjetivos de la colonización, tanto en el colonizado como en el co-lonizador, no aceptó la psicologización de la situación.

Pero este Caribe está separado en varios sentidos del Caribe antillano6, si tenemos en cuenta algunos cri-terios utilizados para la definición de Caribe. Es tierra firme (salvo San Andrés y Providencia y Santa Catali-na), aunque la imagen quizá más precisa sea la creada por Abello (2015): es (era) una isla encallada, un pedazo de tierra flotante que tropezó con el suelo colombiano y quedó allí mirando al frente, al horizonte. Pero enca-llada también por su rezago respecto del interior del país en términos sociales. Sin embargo, es la región colombiana más estudiada y ha habido un fuerte tra-bajo que gestiona el reconocimiento del Caribe conti-nental y, por tanto, de Colombia como país del Caribe. El Premio Nobel de Literatura de García Márquez fue decisivo en el reconocimiento de una Colombia que no fuera solamente andina.

Con alguna frecuencia alguien pregunta qué hacemos pensando nuestros problemas con categorías tan aje-nas. Discusión vieja en el campo del saber y de la crea-ción literaria. Como había señalado Retamar, los tex-tos latinoamericanos han hecho un uso antropófago

“Hay algo muy compatible entre Lacan y la solución ‘orillera’”

Noticia en El Universal a propósito de la jornada: “Propiciando el psicoanálisis” en septiembre de 1993.

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Publicado en El Dominical de El Heraldo, el 18 de septiembre de 1994, con ocasión del aniversario de la muerte de Lacan, ocurrida el 9 de septiembre de 1981.

de las corrientes literarias europeas y sus rasgos (Ra-mírez, 2014). Y podríamos incluir el psicoanálisis allí.

Hoy, hay una especie de glamour en incluir el adjeti-vo caribeño. Ahora bien, responder qué es el Caribe tiene una función análoga a responder qué es una mujer o qué es un hombre. No hay definición justa, a lo sumo se procederá a una elección poética de parti-cularidades flotantes que no pueden imponerse como propiedades universales (un singular que se eleva al universal)7, pero que valen como preguntas: ¿Hay un modo caribeño de ser y de habitar el psicoanálisis? La vía parece estar en desmarcarse de una perspectiva folclorista que, como dice el investigador Luis Carlos Rincón (comunicación personal, 9 de noviembre de 2017) está ligada a una proyección nostálgica, racista y reaccionaria. Por eso, es interesante la propuesta de no limitar el Caribe a lo geográfico, sino considerarlo como un punto relacional, una especie de vórtice que une a Europa, África y las Américas, como plantea Gil-roy (1993). Y es válida la pregunta de Mignolo y otros, puesta en relieve por Ramírez (2014), sobre cómo dar cuenta de lo específico sin pretender revelarlo, sin es-tabilizarlo, sin esencializarlo. No se puede homogenei-zar el Caribe. No hay esencia caribeña y, sin embargo… hay algo, hay diferencia. Por esto, Benítez (1989, p. 392) prefiere hablar de criollización, es decir, nada estable.

El Círculo Psicoanalítico del Caribe ha sido un lugar de risas y de luz, abierto a todos, pero solo hasta un umbral (no todo es colonizable, ni en uno ni en el Otro), de búsqueda incesante del nombre que convie-ne a esa forma particular de ser y de estar en el mun-do psicoanalítico, de dificultad para el escrito, lo que posibilitaría que no todo fuese inasible, y de allí a la publicación. Ha sido un esfuerzo de cómo escribir en nombre propio, en su lalengua. Salta a la vista la resis-tencia a ser devorado por algo mayor: las grandes es-cuelas de psicoanálisis no han anidado aquí. Eso tiene sus consecuencias.

El único término del nombre que permaneció fue “li-toral caribe” y eso me devuelve a la solución orillera. Cuando Lacan intenta acotar la diseminación signifi-cante sin dejar de erosionar el significado, considera que su planteamiento del inconsciente como efecto del lenguaje exige la función de la letra, distinguiendo “frontera” de “litoral”, es decir, la frontera obedece a la lógica del significante, que traza fronteras simbólicas, y el litoral a la lógica de la letra, lo literal, pues la letra es la que hace de litoral en lo real. Litoral marca el lí-

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Referencias

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Derrida, J. (2009). Monolingüismo del otro o la prótesis de ori-gen. Buenos Aires: Manantial.

Publicado en El Heraldo, septiembre de 2006, con ocasión de la celebración de los 15 años del Círculo Psicoanalítico del Caribe. En la foto, atrás: Karina García, Isabel Prado, Zayda Puentes y Paula Urdaneta. Adelante: Jorge López, Annie Meza y Carmen Elisa Escobar.

“No todo el Caribe es Macondo”

mite entre dos territorios ajenos, fundamentalmente heterogéneos, como la tierra y el mar.

Uno puede pensar que el sujeto del inconsciente ha-ría su aparición allí donde haya alguien dispuesto a descifrar, esté donde esté. Y descifrar sería movilizar el goce, desplazar las investiduras libidinales, dismi-nuirlo. Lo que en Barranquilla comporta un problema serio de términos, ya que un barranquillero casi que se define por su capacidad de goce8. Pero lo que cuenta es que hay la confianza en el alivio que toda descoloni-zación produce. Y eso lo posibilita un análisis a nivel individual.

Para terminar, quisiera tomar unas palabras de la crí-tica literaria Liliana Ramírez9 con las que sugiere que Benítez (1989) hace de esa isla, que se repite también otro Aleph, al estilo de Borges y al estilo de Cien años de soledad, narrativas totalizadoras, al fin y al cabo. Algunos critican a Borges por solo describir el Aleph mientras que García Márquez lo crea. Entonces, Bení-tez no enuncia el Aleph, sino que, como García Már-quez, lo crea y lo recrea en su performance. Y ella dice que le da un respiro que Borges deje ese espacio, que no cree el Aleph, porque, aunque Macondo se haga presente en cualquier parte, o en cualquier momento, no todo el Caribe es Macondo. Y eso la tranquiliza, y a mí también.

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Notas

1 Ponencia pronunciada en la Fondation Maison des Sciences de L’homme, París, el 27 de noviembre de 2017, Laboratorio de Geoestética: “Territorios, memoria y archivos”, en el marco del año cruzado Colombia-Francia.

2 Rubén Maldonado en conversaciones de pasillo.

3 En “Marihuana para Göering”.

4 Estuvo en la Sociedad Psicoanalítica de París entre 1947-1950, así que pudo muy bien haber conocido al Lacan de ese momento.

5 Lourdes de Rumié. Las cartas fueron publicadas en 2004 por la revista Desde el Jardín de Freud, número 4.

6 No viene a cuento en qué.

7 Cfr. Žižek (2015, p. 1024).

8 El lema del Carnaval de Barranquilla es “Quien lo vive es quien lo goza”.

9 El pensamiento de Antonio Benítez Rojo: “Un estremecido colibrí bebiendo de una flor”.

Internacional de Literatura Iberoamericana, Univer-sidad de Pittsburgh.

Ramírez, L. (2014). El pensamiento de Antonio Benítez Rojo: “Un estremecido colibrí bebiendo de una flor”. Cua-dernos de Literatura, 18 (36), 296-309.

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De regreso al recuerdo: Héctor Rojas Herazo y su Rostro en la soledadPor Diana Villamizar Abril

Cuatro poemas son extraídos y analizados de la antología de 1952: Rostro en la soledad. ¿Qué tienen en común? En ellos, el yo lírico se aproxima al pasado a través

de un ejercicio de reminiscencia que tiene como eje central la casa, la estancia, el hogar. La casa de la infancia, la casa que se construye con amor con la pareja, la casa en ruinas a la que es imposible volver; todas estas signifi caciones giran en

torno a un fuerte simbolismo: la intimidad que se cobija en cuatro paredes y a la que podemos acceder desde diferentes puntos gracias a la memoria y sus recuerdos.

empeña como novelista y periodista. Es decir, un artis-ta íntegro y vehemente, digno de destacarse entre los intelectuales colombianos más importantes del siglo XX. En cuanto a su obra poética, este escritor del Ca-ribe retorna con frecuencia a aquellos recuerdos que alberga su memoria. Así, la casa donde trascurre su in-fancia es un elemento apreciado por Rojas Herazo, ya que ella guarda celosamente lo más transparente de una etapa que sobrevive a los confi nes del tiempo. Por consiguiente, el tema del presente artículo es el retor-no al recuerdo en cuatro poemas pertenecientes a Ros-tro en la soledad (1952): “La casa entre los robles”, “Se-gunda estancia y un recuerdo”, “Palabras para aventar en el olvido” y “Miramos una estrella desde el muro”. De esta forma, algunos apartados de La poética del es-pacio, de Gaston Bachelard (2006), soportan el análisis

Huel

las

El escritor en 1993. Foto de Revista Diners.

La casa natal es más que un cuerpo de vi-vienda, es un cuerpo de sueño.

Bachelard

Un rostro

Héctor Rojas Herazo (1920-2002) nace en Tolú (Sucre), y deja, sin duda, un amplio legado artístico en la cul-tura colombiana. No solo es un brillante poeta perte-neciente al prestigioso Grupo de Barranquilla, donde comparte tertulias literarias con el premio nobel de literatura Gabriel García Márquez (1927-2014), entre otros renombrados escritores colombianos, sino que es también un pintor reconocido. Asimismo, se des-

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de los poemas. A continuación, destaco la importancia del recuerdo en la obra de Rojas Herazo, y hago alu-sión al elemento casa y a la infancia, puesto que estas conviven en íntima comunión con los recuerdos.

El recuerdo: elemento vital

El recuerdo es la columna vertebral de nuestro paso por el mundo, y el ser humano vive cuando vuelve la vista a lo vivido. Por ende, la vida cobra sentido cuan-do el baúl de los recuerdos se desempolva. En Rojas Herazo, los rincones de la casa, las alcobas, los retratos y las risas lejanas son la reiteración de que el ser hu-mano es una antología de recuerdos. A este respecto, según García Usta (2003), Rojas Herazo “está relleno, como un chorizo sentimental, de patios arruinados llenos de cachivaches podridos, de mugidos de mar, de luces perdidas, de papeles de alcaldía cuya tinta con-vierte la lluvia en lágrimas moradas” (p. 9). Así pues, los recuerdos están constituidos por experiencias, lu-gares y personas que, agradables o no, marcan la vida de un individuo: la primera palabra dicha por el hijo primogénito, la profesora que enseña a escribir, la re-comendación del ser querido antes de morir. En este sentido, el mismo Rojas Herazo (2003) expresa que “vi-vimos en la medida en que nuestros recuerdos nos sir-ven de íntimo paralelo entre lo que hemos transitado, lo que transitamos y lo que nos falta por transitar. Si un hombre quedase, súbitamente, vacío de recuerdos, caería instantáneamente muerto” (p. 158). Por tanto, el ser humano evoca las vivencias pasadas para que su alma no perezca. Así, la casa de su abuela en Tolú, los aromas y los colores del paisaje son el puerto donde arriba lo más signifi cativo de aquel tiempo pasado.

La casa entre los robles

En esta pieza poética, el yo lírico coexiste con la casa: el espacio íntimo donde se fundan sus recuerdos de infancia. En este sentido, dichos recuerdos son posi-bles porque hay una serie de acontecimientos de an-taño que tiene signifi cativa trascendencia para el yo lírico. De este modo, en el ejercicio de retrospección, el yo lírico rememora las situaciones signifi cativas de su vida. Así, múltiples elementos sensoriales se hacen presentes en el recuerdo evocado en este poema:

A un ruido vago, a una sorpresa en los armarios,(…) Por sobre los objetos era un dulce rumor,(…) El sonido de un hombre, el retrato, el reflejo del aire sobre el pozo (…)Una lluvia invisible mojaba nuestros pasosde tiempo rumoroso (…)Pasaba el aire suavemente, buscaba sombras, voces que derramar (…) (pp. 34-35)

En este poema, es evidente que el elemento casa es la cuna de los recuerdos contundentes de la infancia del yo lírico. A partir de su obra poética, Rojas Herazo (2003) manifi esta que “la infancia, la casa y la familia son un todo” (p. 19), pues, desde esta tríada, surge la recurrente reproducción de episodios ocurridos a lo largo de la vida. De esta forma, “los ecos de la infan-cia” (Urriago, 2006, p. 20) son las reminiscencias que acompañan al yo lírico, y le recuerdan que está con vida:

Todos allí presentes, hermano con hermana,mi madre y la cosecha,el vaho de las bestias y el rumor de los frutos. (p. 35)

Obra de Héctor Rojas H. Foto de Revista Diners.

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Con respecto a la casa, Bachelard (2006) expresa que “es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre” (p. 36). Por ende, Rojas Herazo se empeña en la evoca-ción de la casa. Así, por medio de la descripción de los detalles, el yo lírico recuerda la estancia donde crece, y que no se disipa con el paso de los años:

La quietud de los muebles, las voces, los caminos,eran todo el silencio de la noche en el mundo.Llenando de inaudible presencia las paredes,habitando las venas de pie frente a las cosas. (p. 36)

De esta forma, la casa entre los robles, aquel terruño donde Rojas Herazo pasa su niñez, es el cofre de sus recuerdos más sinceros. Asimismo, Gómez (2002) ex-presa que “el universo simbólico de Rojas Herazo gira en torno a la memoria de un pasado que se evoca ci-frado en el recuerdo de la infancia” (p. 45). Por ende, para que el recuerdo exista, la casa y la infancia son cruciales en la creación poética del escritor sucreño, y eso se evidencia a través de las evocaciones del yo lírico presente en este poema.

Segunda estancia y un recuerdo

En contraste, en el poema “Segunda estancia y un recuerdo”, el yo lírico abandona la primera estancia (casa de la infancia). Ahora los recuerdos que evoca pertenecen a otro espacio y, por ende, a otro momento de su vida. En este poema, el yo lírico no recuerda ya una época pueril, pues la madurez le brinda otras ex-periencias. Por ende, los versos del poema indican que el yo lírico evoca a un tú lírico que está estrechamente relacionado con su época madura:

Tus manos resbalan por otra piel, no mía,por otra piel más allá de mis venascomo si navegara por mi sangre un cadáver. (p. 38)

Este tú lírico es su amada, aquella que está lejos de su presencia. Además, el yo lírico la recuerda porque de-sea su cercanía. De este modo, el recuerdo es, a su vez, evocación y añoranza de los tiempos vagos:

Yo quiero, sí,Tu aire, tu larva lejana, tu acento en el polvo,tu voz a claro río y nube al nivel de los trigos.Tu cristal, tu sustancia, tu vientre misterioso. (p. 38)

En cuanto al espacio, la estancia que el yo lírico com-parte con su amada es el nido de sus recuerdos:

Recuerdo tu voz en esta aldea curvada por el tiempoy tus manospájaros y perfumes remando al aire,delirantes a bordo de las nubes. (p. 37)

Ahora que la amada ya no está, el yo lírico se entrega a la evocación de aquel tiempo. En este punto, el rol del espacio en los recuerdos del yo lírico es predominante. En un primer momento, es su casa de infancia. Luego, la casa donde convive con su amada es el asidero de sus momentos anhelados.

El espacio lo es todo porque el tiempo no anima ya la memoria. La memoria no registra la duración, es el eterno pasado que se recuerda. Cada uno de los ele-mentos tiene una función, el tejado protege de la llu-via y del sol, el patio es el centro donde todos conflu-yen, es la posibilidad de abarcar el universo desde la intimidad (Gómez, 2002, p. 49).

En este orden de ideas, el yo lírico recuerda al tú lírico para que su ausencia no lo incinere cruelmente. Con la reiteración de momentos e imágenes, el yo lírico se siente vivo, pues rememora lo que le hace bien. Cuanto más se retorna al recuerdo, este se hace más diáfano y consolador. Casalins (2013) indica que “el hombre debe aferrarse a los recuerdos y a los sueños inconclusos para así soportar la pesada carga de la vida diaria, in-móvil e inmutable” (p. 27). Con lo anterior, el yo lírico de los poemas de Rojas Herazo no se ocupa, exclusi-vamente, de los recuerdos dichosos como “En la casa entre los robles”. Por su parte, también hace gala de su infortunado destino. Para el caso de “Segunda estan-cia y un recuerdo”:

Tu propia vida y muerte me rodean.Para tu ausencia esta voz mía, este labio, este diente de muerteque nutren mi ansia y a otro espacio me elevan. (p. 38)

“En Rojas Herazo, los rincones de la casa, las alcobas, los retratos y las risas lejanas son la reiteración de que el ser humano es una antología de recuerdos”

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“Si un hombre quedase, súbitamente, vacío de recuerdos, caería instantáneamente muerto”

Palabras para aventar en el olvido

El tercer poema objeto de análisis es “Palabras para aventar en el olvido”. En esta pieza poética, el yo líri-co realiza una introspección hacia el tiempo pasado, y trae a colación recuerdos, en busca de un asiento para sus cavilaciones sobre el contraste entre el pasado y el presente:

Estos eran nuestros amados impulsos.Esta era, en verdad, nuestra llegada (…)Nada hemos realizado.Detrás no pueden justifi carnosni el almendro que creció junto al pozo,ni la ventana abierta para darle los buenos días a un vecino (…) (p. 48)

Por medio del recuerdo, el yo lírico manifi esta la des-venturada suerte del presente. Ahora, las experiencias vividas son ecos de lo que ya no existe. Así, con el de-seo de que esos recuerdos se conviertan en olvido, pa-radójicamente, el yo lírico da vida a lo pasado:

Nos tocamos la frente e invocamos los vocablos amadosy recordamos aquella mujer que se aferró a nuestros ojosdesde una acera difusa.Y nada es nuestro. (p. 48)

Asimismo, los recuerdos reafi rman el sentimiento de orfandad del presente. Por ende, el yo lírico concibe su paso por el mundo como un itinerario de sucesos esfumados:

Nuestro nombre fue solamente un númerotransitando en avenidas innecesarias. (p. 49)

Pese a esta sensación de pérdida, el yo lírico recono-ce que sus momentos, los recuerdos que conserva, le pertenecen y lo constituyen. Aunque estos son solo constantes repeticiones. A este respecto, Santos (2006) plantea que el hombre es solo un transeúnte, un turis-ta por la vida: “Entonces, ¿qué signifi ca ser hombre? Dolor: no somos nada ya ángeles o estrellas o luces de la noche en el fi rmamento. Hemos caído. Hemos conocido lo transitorio, hemos quedado presos en la cárcel de las horas y los días” (p. 7). Precisamente, es la prisión de los recuerdos donde el yo lírico funda sus preocupaciones actuales. Por tanto, cada presente representa un pasado prematuro donde se asienta su razón de ser.

La casa, la infancia y la familia son un todo. “El niño de la cometa”, de Héctor Rojas H., 1980. Foto de Colarte.

El mundo de su infancia en Tolú marca, sin duda, su obra artística. “Vendedora de pargo”, de Héctor Rojas H. Foto de Revista Diners.

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Miramos una estrella desde el muro

El cuarto y último poema analizado es “Miramos una estrella desde el muro”. Aquí, el yo lírico se encuentra ante las ruinas de la estancia donde pasa los mejores años de su vida:

Ahora se derrumba la techumbrey la carcoma habita el bostezo del perroy la sombra de los armarios. (p. 77)

Para el yo lírico, la condición de la casa es causante de lamento, pues es allí, en esa casa materna, que sufre ahora los estragos del tiempo, donde ocurre su naci-miento:

Porque alzamos el esplendor de nuestros murosen lugares que no habíamos santifi cado —aún—con el alarido de una parturienta. (p. 78)

Así, la evocación de su nacimiento es la forma como el yo lírico renace, aun entre los escombros del lugar sagrado que lo abriga en el primer instante de su vida. Según Roca (en Rojas Herazo, 2001), el sujeto, el tiem-po y el recuerdo son cómplices entrañables. Por tanto, el sujeto, de la forma como lo hace el yo lírico del poe-ma en cuestión, recuerda en el momento en que vuel-ve la vista a los restos del pasado: “Si logramos hacer-nos campo entre tantas sombras y fantasmas que nos asedian en la sordera de los días… sabremos del arte de atrapar el tiempo para volvernos cómplices irremedia-bles de su mirada” (p. 11). En este orden de ideas, en el cuarto poema analizado, el yo lírico retorna a su casa de la infancia y no encuentra ni un atisbo del lugar donde estuvo su hogar. Contrario a esto, se encuentra con un lugar carcomido por la impiedad del paso de los años, en el que quedan enterrados con crueldad los mejores instantes de su vida:

Y ya es olvidoeste lugar que fue de nuestro gozo en un solo día del tiempo. (p. 78)

Refl exiones fi nales

A lo largo de este artículo, evidencio el retorno al re-cuerdo presente en los poemas analizados. En este sentido, Rojas Herazo nos transporta a una casa ma-terna. En ella se encuentran los recuerdos más trans-parentes. En “La casa entre los robles”, la primera

estancia del yo lírico es poseedora de inmenso valor sentimental. La estima que el yo lírico siente por la casa es debida a que su infancia transcurre allí. De esta forma, Rojas Herazo, con cada objeto que descri-be, humaniza la casa, y la hace compañera unísona de los recuerdos. Es ella, y a partir de ella, el cimiento de los recuerdos. En el prólogo que Juan Manuel Roca (2001) escribe para la antología Las esquinas del viento, el poeta colombiano hace referencia a la escritura de Rojas Herazo. Ineludiblemente, Roca alude a la casa y la infancia del escritor toludeño: “¿Cuál es la magia de sus palabras? El hacernos sentir, asomado como está al mundo desde el hueco de una tapia del patio de su infancia toludeña, los pálpitos y las epifanías de ese pedazo de barro sublevado que es el hombre” (p. 11).

Respectivamente, los otros poemas, “Segunda estancia y un recuerdo” y “Palabras para aventar en el olvido”, conservan la evocación del recuerdo. En el primer poema, los recuerdos tienen lugar en otra estancia, la

Héctor Rojas Herazo (1920-2002).

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que el poema denomina como segunda, y que el yo lí-rico comparte con su amada. En este sentido, en la au-sencia, el yo lírico trae a colación sus vivencias con su amada. Así, la familia, núcleo importante de la prime-ra estancia, es ahora conformada por el autor. Con el abandono de la infancia, la madurez sugiere el cambio de estancia y, por ende, nuevos habitantes. Bachelard (2006) hace referencia a esta segunda estancia como “la casa soñada”: “A veces, la casa del porvenir es más sólida, más clara, más vasta que todas las casas del pa-sado. Frente a la casa natal trabaja la imagen de la casa soñada” (p. 93). Es decir, la casa que se construye. Así, en este poema, los recuerdos del yo lírico están ceñi-dos a la añoranza del tiempo compartido con la ama-da, en la estancia conformada por los dos. Ya en “Pala-bras para aventar en el olvido” el yo lírico fundamenta sus recuerdos en la relación pasado-presente. De esta forma, barrullos pasados, que dan lugar a cavilaciones presentes, son tomados por Rojas Herazo. Esto para la exaltación, a partir de un yo lírico, de la importancia del recuerdo como parte del hombre y de su reconoci-miento como poseedor de vida. Asimismo, en el cuar-to poema analizado, “Miramos una estrella desde un muro”, el escritor toludeño se va de bruces contra la

realidad, pues no queda más que destrucción del ho-gar que lo recibe cuando llega a este mundo. Por tanto, el yo lírico desempolva con nostalgia sus recuerdos y, al evocarlos, nace de nuevo, a pesar de que no son más que ceniza. Según Hromada (2010, p. 25), Rojas Herazo reconcilia al hombre con la vida, a partir de los recuer-dos. Si bien la soledad se apodera del hombre con el paso de los años, Rojas Herazo logra que el yo lírico de sus poemas establezca amistad con su pasado, lo evoque y lo haga parte de su presente.

“El patio es el centro donde todos confl uyen, es la posibilidad de abarcar el universo desde la intimidad”

El escritor, la niña Rochi y Patricia en 1993. Foto de Revista Aló.

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Renace en su obra el hombre en su intimidad, el hom-bre desamparado frente a la (su) naturaleza. Su indu-mentaria consta de la soledad u orfandad expuestas al tiempo que lo destruye, con el Dios que contempla su ruina, encontrando su único aliado en sus recuerdos que lo protegen de la infinidad.

Referencias

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Rojas, H. H. (2004). Poesía rescatada. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

Santos, E. (2006). Rostro en la soledad: el esplendor de la re-beldía (Aproximación a un poemario germinal de Héctor Rojas Herazo). Espéculo: Revista de Estudios Literarios. Recuperado de http://www.biblioteca.org.ar/libros/152321.pdf

Urriago, B. H. (2006). Caligrafías del asombro: ensayos críticos sobre letras de Colombia y de Latinoamérica. Cali: Uni-versidad del Valle.

“Los recuerdos reafirman el sentimiento de orfandad del presente”

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tos musicales europeos como el acordeón. También emplea instrumentos musicales autóctonos como la caja de origen africano y la guacharaca de procedencia indígena. Para González (2007), “el vallenato es una de las expresiones musicales en las que el legado africano es extraordinariamente rico y claramente visible en la percusión” (p. 18), el vallenato simboliza esa pluricul-turalidad que atraviesa a Colombia, pero también esa aculturación que llegó con la Conquista, el intercam-bio comercial y con la incorporación a la vida cotidia-na de los medios masivos de comunicación que, poco a poco, contagiaron y suplantaron objetos, prácticas y, por supuesto, “contaminaron la pureza” de la música colombiana. Un ejemplo claro de esa aculturación es el uso del “formato de coplas y estribillo, [que], repre-senta un aporte español relevante [y que es] uno de los

La música vallenata: Análisis métrico de su literatura publicadaPor Cristina Restrepo Arango

Huel

las

Lo que nació como un género popular de comunidades y juglares, poco a poco se ha ido convirtiendo en música consumida internacionalmente. Después del atípico recibimiento del premio Nobel de literatura por García Márquez y de las adaptaciones comerciales de

Carlos Vives, el vallenato ha traspasado fronteras; hasta el punto de ser reconocido como patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. A pesar del apogeo mediático,

es mucho lo que aún falta por investigar. Aquí encontrarán un análisis estadístico del tipo de publicaciones que se han ocupado de este género musical colombiano.

El vallenato nació como una frase común, una frase callejera, que nadie sabe quién la inventó.

H. González

El vallenato es un género musical colombiano que representa la riqueza y la fusión de tres culturas: africana, europea e indígena. Este ritmo musical

mezcla las canciones de los vaqueros de la región del Magdalena Grande1 en Colombia, los cantos de los es-clavos africanos y las danzas de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [Unesco], s. f.). Este género fue influenciado por la poesía española, así como por el uso de instrumen-

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rasgos distintivos de la música vallenata” (pp. 25-26), melodías que se fusionaron con ritmos africanos para dar cuenta de lo que sucedía en la cotidianidad de la Costa Caribe. La música vallenata en sus orígenes más genuinos era un medio de comunicación que usaron los juglares para transmitir oralmente lo que ocurría en las comunidades y viajar de pueblo en pueblo con-tando historias de forma rítmica y festiva.

Este ritmo musical se convirtió con el paso de los años en insignia de la cultura colombiana en el extranjero, debido a tres aspectos significativos. Primero, el escri-tor Gabriel García Márquez, quien hasta la fecha es el único escritor colombiano en recibir el Premio Nobel de Literatura, acudió a la entrega de este con una agru-pación musical vallenata en 1982 en Estocolmo. Ade-más, en su novela Cien años de soledad, hace alusiones a este género musical, así como en su obra periodís-tica. Segundo, el actor y cantante Carlos Vives grabó e interpretó varios clásicos del vallenato tradicional en una versión contemporánea y su ritmo traspasó las fronteras colombianas. Tercero, la música vallena-ta tradicional del Caribe colombiano fue inscrita en 2015 en la lista del patrimonio cultural inmaterial de la Unesco (s. f.). Estos tres hechos que ocurrieron en momentos diferentes contribuyeron a la visibilidad de este ritmo musical que, además, se podría explicar con dos conceptos:

El principio de jerarquización externa, vigente en las regiones temporalmente dominantes del campo de poder (y también en el campo económico), es decir, según el criterio del triunfo temporal calibrado en función de unos índices de éxito comercial […] o de notoriedad social [mientras que el] principio de jerar-quización interna, es decir, el grado de consagración específica, favorece a los artistas (etc.) que son cono-cidos y reconocidos por sus partes y solo por ellos. (Bourdieu, 1995, pp. 322-323)

En otras palabras, el principio de jerarquización ex-terno del vallenato ocurrió con el éxito musical que obtuvo Vives, así como con la mención que hizo García Márquez en su obra sobre la música vallenata que ha sido traducida a varios idiomas y el reconocimiento conferido por la Unesco a este género musical. En el caso del principio de jerarquización interna, se tradu-ce en los premios que recibió Vives, gracias a que sus canciones comenzaron a ocupar los primeros lugares en listas musicales en varios países.

Estas tres razones son una maravillosa excusa y opor-tunidad para estudiar dicho ritmo musical, a partir de

la aplicación de indicadores y modelos cienciométri-cos para conocer tendencias de publicación y otras características de la literatura sobre este asunto. Para ello, se identificó la literatura publicada en diversas fuentes de información2 y se compilaron los docu-mentos en la forma de artículo académico, artículo de difusión,3 artículo periodístico,4 libro, capítulo de libro, reseña de libro, ponencia y reporte de investiga-ción.5

Con la aplicación de los indicadores bibliométricos, se identificaron los tipos de documento que se desta-can en la literatura producida sobre el vallenato, entre ellos, los artículos publicados en revistas académicas que suman 150 (54  %), mientras que 73 (24  %) docu-mentos fueron publicados como libros. Le siguen capí-tulos de libro con 14 (5 %), reseñas de libros, artículos periodísticos, ponencias y artículos publicados en re-

Acción teatral sobre el destierro y el despojo, obra de gran formato realizada entre víctimas y artistas (90

ejecutantes) en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá.

Carlos Alberto Vives Restrepo (Santa Marta, 1961). Foto de Ruven Afanador, El Tiempo.

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vistas de difusión que no superan el 13 % (54 documen-tos) como se muestra en la siguiente tabla.

La tendencia de publicar artículos en revistas acadé-micas sobre este tema tiene relación con la función so-cial del artículo académico que señala De Solla (1973, p. 117), al afirmar que el origen social del artículo es el “deseo de todo hombre de registrar sus contribuciones y de reservárselas. Sólo incidentalmente el artículo sirve de vehículo de información, de noticia de nuevos conocimientos promulgada en provecho de todos”. Sin embargo, no es un asunto simplista el deseo de re-gistrar el conocimiento en un documento para tener la autoría sobre esas ideas y, posteriormente, ser cita-do por otros autores, sino, como lo afirma Bourdieu (2001):

Los productores producen allí [en el documento] prioritariamente para otros productores, hay que distinguir el capital necesario para la simple produc-ción de un habla corriente más o menos legítima y el capital de instrumentos de expresión que suponen

la apropiación de los recursos depositados objetiva-mente en las bibliotecas, [como] los libros, y en espe-cial los “clásicos”, las gramáticas y los diccionarios [que son] necesarios para la producción de un discur-so escrito digno de ser publicado, es decir, oficializa-do. (pp. 31-32)

En otras palabras, el científico necesita tener el domi-nio de la gramática de un idioma, en este caso del es-pañol, para “oficializar” sus ideas, hallazgos y teorías, de esta manera formar parte de ese “capital cultural” de una disciplina y asegurar que no solo se escribe para la “posteridad”, sino para otros investigadores y lectores interesados en el tema.

Estos documentos se publicaron, principalmente, en español con 267 trabajos (97 %), mientras que el inglés y el francés apenas representan nueve documentos (3 %). La literatura sobre este asunto es de interés local, aunque, a partir del auge del proyecto musical Clásicos de la provincia de Carlos Vives en 1993, que se difun-dió tanto en el ámbito nacional como internacional,

Tabla 1. Número de artículos por intervalo de años, idiomas y tipo de documentos

AñosEspañol Inglés Francés

TotalL CL PON ART AM AP RES REPO L ART CL CL

1962-1969  --  --  -- 1  --  --  -- --  -- --  -- -- 1

1970-1975 1 --   --  --  --  --  -- --  -- -- -- -- 1

1976-1980 3 --   -- 1  -- --  --  --  -- -- -- -- 4

1981-1985 5 1 --  2 2 4 -- -- -- -- -- -- 14

1986-1990 7  --  -- 4  -- 2 2 -- -- -- -- -- 15

1991-1995 4 --  --  4  -- 2  -- -- -- -- -- -- 10

1996-2000 13 --  1 26 1 4 4 -- 1 -- -- 1 50

2001-2005 13 3 7 19 2 --  3 -- -- 1 2 -- 45

2006-2010 13 6 2 43 -- -- 1 1 -- 1   -- 67

2011-2015 10   2 46 -- -- 4 1 -- 2 1 -- 66

Total 69 10 9 146 5 12 14 2 1 4 3 1 276L: libro; CL: capítulo de libro; PON: ponencia; ART: artículo académico; AM: artículo revista difusión; AP: artículo periodístico; RES: reseña

de libro; REPO: reporte investigación.

Fuente: Elaboración propia.

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se incrementó el interés sobre este género por inves-tigadores nacionales y por algunos extranjeros como es el caso del británico Peter Wade, quien es doctor en Antropología Social, profesor de la Universidad de Mánchester y un estudioso de las relaciones étnicas en América Latina, así como el francés Gérard Borras, Peter Thomson y otros. Aunque en la literatura que se reunió para hacer este estudio no se encontró un nú-mero significativo de investigadores extranjeros que hayan publicado trabajos sobre la música vallenata, lo que se puede confirmar con la escasa o casi nula pre-sencia de documentos indizados en las bases de datos de “corriente principal” como es el Web of Science y Scopus, así como otras bases de datos especializadas en estudios de América Latina o en música como es el caso de Hapi y Grove Music. Por ejemplo, se encontra-ron 150 artículos (54 %) publicados sobre el vallenato, pero esas bases de datos no indizan las revistas acadé-micas o revistas de difusión colombianas en las cuales se publicaron tales documentos. A partir de esto, es importante resaltar la urgente necesidad de construir una base de datos bibliográfica nacional que unifique no solo los metadatos, sino que incluya la producción bibliográfica nacional en una única herramienta que facilite la recuperación de información y obtención de indicadores cienciométricos para desarrollar la vigi-lancia científica.

El documento más antiguo publicado sobre vallenato fue escrito por Manuel Zapata Olivella en 1962, el cual

apareció en el Boletín Cultural y Bibliográfico editado por el Banco de la República de Colombia. Este traba-jo trata sobre el uso del acordeón en la Costa Caribe colombiana, específicamente en la música vallenata. Es importante resaltar que este documento se publi-có antes de la creación del departamento del Cesar y, por tanto, el artículo se titula “El acordeón en el Mag-dalena”, es decir, Zapata Olivella (1962) se refiere a la presencia del acordeón en la música de la región del Magdalena Grande. Pasaron más de diez años para que Consuelo Araújo Noguera publicará el libro titu-lado Vallenatología: orígenes y fundamentos de la músi-ca vallenata en 1973, que contiene aspectos históricos, sociales y etnomusicológicos del origen y evolución del vallenato. A partir del libro de Araújo Noguera, los estudios sobre este género musical de la Costa Caribe colombiana tomaron un auge destacable en el ámbito

“La música vallenata en sus orígenes más genuinos era un medio de comunicación que usaron los juglares para transmitir oralmente lo que ocurría en las comunidades”

Gabriel García Márquez (1927-2014). Foto de la Biblioteca Nacional de Colombia.

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nacional. Para muchos autores, el primer documento publicado sobre la música vallenata es de esta autora; no obstante, el primer documento data de 1962 como se menciona en líneas anteriores.

La mayoría de los artículos académicos o de difusión sobre este tema se ha publicado en seis títulos de revis-tas que son publicaciones nacionales, tres de ellas son editadas en ciudades de la Costa Caribe colombiana como son Aguaita: Revista del Observatorio del Caribe Colombiano, La Revista del Vallenato y Huellas: Revista de la Universidad del Norte. Aunque también sobre-sale Boletín Cultural y Bibliográfico que es editado en Bogotá por el Banco de la República como una de las instituciones que promueve la cultura colombiana en todos los ámbitos y las expresiones. Cabe destacar que seis títulos de revistas publicaron 52 artículos (34 %), mientras que 85 títulos un único artículo que repre-senta el 56 % del total de artículos.

Con la identificación de la literatura publicada sobre vallenato, se encontraron 276 documentos que fueron

producidos por 209 autores, de estos el 79 % publica-ron un único trabajo, mientras que el 21 % de los auto-res publicaron entre 2 y 12 documentos. Este hallazgo coincide con la afirmación de Ramsden (1994), para quien la tasa de productividad es baja entre los cientí-ficos y altamente variable. También Fox (1983) sostie-ne que “la tasa promedio de publicación tiende a ser baja, la variación entre los científicos es muy alta. Si se observa la publicación durante un año, un período de cinco años, o toda la vida profesional, la productivi-dad varía enormemente entre los científicos” (p. 286). El autor con el mayor número de trabajos publicados es Egberto Bermúdez, quien es músico con estudios de musicología e interpretación de música antigua en el Guildhall School of Music y el King’s College de la Uni-versidad de Londres y se desempeña como profesor de la Universidad Nacional de Colombia en el Instituto de Investigaciones Estéticas. Adolfo González Hen-ríquez fue sociólogo y abogado, se desempeñó como profesor de la Universidad del Atlántico. Darío Blanco Arboleda es sociólogo y profesor de la Universidad de Antioquia. Marina Quintero es profesora de la Univer-

El vallenato es un género musical colombiano que representa la riqueza y la fusión de tres culturas: africana, europea e indígena.

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pues, justamente, apareció con la publicación de un li-bro y los documentos con el mayor número de firmas son libros. Esto se explica dado que los libros requie-ren un mayor esfuerzo, inversión de tiempo y dedica-ción intelectual de varios investigadores para llevarlos a buen término. También otra razón es que algunos libros son elaborados como compilaciones donde par-ticipan varios autores con un capítulo de libro que trata sobre un tema previamente seleccionado por sus editores. Esta práctica concuerda con los hallaz-gos de Ossenblok y Engels (2015) sobre la colaboración en las ciencias sociales y las ciencias humanas, ya que es más frecuente sobre todo en los libros editados por varios autores.

Quizá, la escasa colaboración entre autores que pu-blican sobre este tema hasta 2010 se debe a que estos prefieren la publicación en solitario por el tipo de tra-bajos que se difunden, pues son trabajos de reflexión, crítica musical, historia musical, etc., o porque la ten-dencia en las humanidades es la publicación en soli-tario, no solo en los trabajos publicados sobre música vallenata, sino en las humanidades en general. Para Subramanyam (1983), la colaboración varía de una disciplina a otra; por ejemplo, en las ciencias natura-les y las ciencias aplicadas, los científicos son intensa-mente colaborativos, principalmente por tres razones: primero, la disponibilidad de apoyo financiero exige la publicación constante y rápida de resultados de in-vestigación; segundo, los métodos de investigación de las ciencias duras facilitan la colaboración, ya que en la mayoría de los casos se requiere la intervención de varios investigadores de diversas disciplinas; y terce-ro, el ambiente de investigación en las ciencias natu-rales y las ciencias aplicadas normalmente es en un laboratorio donde se realizan múltiples experimentos. Este panorama difiere enormemente en las ciencias humanas y más específicamente en la música, ya que en general la composición y la interpretación de un instrumento es individual, es decir, la colaboración no es una tendencia en esta área del conocimiento.

En términos generales, se podría concluir que la li-teratura producida sobre vallenato se publica, prin-cipalmente, en la forma de artículos de revista. Los científicos prefieren difundir sus hallazgos por medio de artículos para comunicarse con sus pares. No se en-contraron revistas académicas especializadas indiza-das en las bases de datos como Web of Science o Scopus que difundan trabajos sobre la música vallenata, pues las revistas que canalizan este tipo de información son básicamente revistas locales. La colaboración entre

sidad de Antioquia y tiene un programa en Emisora Cultural Universidad de Antioquia denominado Una voz y un acordeón.

Julio César Oñate Martínez es compositor, acordeo-nero, periodista e investigador de la música vallenata. Hernán Urbina Joiro es un escritor y periodista nacido en Valledupar. Ana María Ochoa Gautier es profesora en la Universidad de Columbia y estudió el doctora-do en etnomusicología y folclore en la Universidad de Indiana. Consuelo Posada Giraldo es profesora de la Universidad de Antioquia. Por último, Ariel Casti-llo Mier es crítico literario y periodista colombiano. Estos nueve autores tienen en común una nacionali-dad, interés por el estudio de la música vallenata que pueden ejercer desde su oficio como académicos, pro-fesores universitarios o periodistas, quienes tienen la embestidura de la autoridad académica para analizar, estudiar y proponer nuevas realidades alrededor de un fenómeno como es el caso de este género musical.

A partir de estos resultados de la productividad, es in-teresante preguntarse si los autores que publican so-bre este tema colaboran con otros para producir sus documentos. Los artículos publicados en colaboración suman 24 (9 %), mientras que los trabajos con un úni-co autor son 252 (91  %). El primer trabajo publicado en colaboración fue un libro que apareció en 1988 con dos firmas, posteriormente en 1993 se publicó un artí-culo con tres firmas y en 1994 apareció publicado un libro con dos firmas. La colaboración es entre dos o tres autores, aunque en 2009 se publicó un libro con cinco firmas y en 2014 un libro con cuatro. Al parecer, la colaboración está ligada con el tipo de documento,

El vallenato da cuenta de lo que sucedía en la cotidianidad de la Costa Caribe.

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los autores que publican sobre este tema no está con-solidada, a pesar de que actualmente la colaboración en la publicación es uno de los aspectos que se está transformando en diversas disciplinas de las ciencias sociales y las ciencias humanas.

Se espera que el auge de YouTube y otros sitios web que reúnen videos, películas, documentales y música faci-lite acceder a diferentes ritmos musicales distintos de los comercialmente difundidos en un país, así como la investigación comparativa para encontrar diferencias o proximidades entre ritmos musicales y, más aún, del vallenato, que es una fusión cultural extremadamen-te rica para desarrollar investigaciones que ayuden a esclarecer su origen y fortalezcan su preservación.

Referencias

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Notas

1 Región que incluye los departamentos de Magdalena, La Guajira y Cesar.

2 Se usaron diversas fuentes de información para recolectar los datos, entre ellas, Scielo Colombia, Redalyc, Web of Science, Scopus, Hapi, Grove Music, JSTOR. También se usó Google Académico, en el que se encontró la mayor cantidad de información. Se utilizaron los catálogos de la Biblioteca Nacional de Colombia y de la Biblioteca Alfonso Borrero Cabal S. J. de la Pontificia Universidad Javeriana.

3 Se entiende por artículo de difusión aquellos trabajos breves que explican conceptos, evoluciones, tendencias, etc., que son escritos en un lenguaje que no es especializado y que están destinados a un público general. Son publicados en revistas de difusión como Semana o Credencial, entre otras.

4 Artículo periodístico es aquel trabajo difundido por medio de periódicos o por los magazines que publican los periódicos en sus ediciones dominicales y que para el caso de la literatura vallenata publicada son periódicos locales como El Tiempo, El Espectador, etc.

5 Se entiende por reporte de investigación aquellos trabajos que son producidos como resultado de una investigación, pero que no son publicados por los medios formales, aunque sí difundidos por la web.

“El documento más antiguo publicado sobre vallenato fue escrito por Manuel Zapata Olivella en 1962”

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Los siete hombres, bañados en maicena, se mira-ron con vacilación cuando se les acabó el trago. Al instante, hurgaron sus bolsillos: tampoco ha-

bía plata. Apenas caía la tarde del sábado. Era el pri-mer día del Carnaval de Barranquilla de 1930, y ya se habían quedado sin el insumo vital para los días res-tantes.

Ante las circunstancias adversas, José Dolores tomó la vocería y animó al grupo a buscar un buen disfraz para pedir plata. Hubo un cuchicheo (unos que sí, otros que no) hasta que Isaac Morón alzó la voz: “Yo sé de un disfraz que es un capuchón negro con versos improvisados, lo usan en Ciénaga, Magdalena”.

El grupo se convenció. Bajo la batuta de Dolores, es-cribieron unos versos carnavaleros y quedaron en re-

unirse al día siguiente vestidos con disfraces negros. Cuando ya algunos se despedían, Isaac Morón advir-tió: “Falta el coro”. Pero José Dolores respondió en el acto: “Como esta vaina es un rezo y nosotros necesita-mos ron. El coro que sea ‘Pague este rosario con media botella de ron’”.

Han pasado ochenta y ocho años. Hoy es sábado de Carnaval, sobre la calle 17 desfilan siete encapuchados rojos, cada uno lleva en sus manos un libro de versos. La gente los llama y se amontona para escucharlos. Orlando Barrios, líder del grupo, toma el micrófono y reza la letanía. El coro lo conforman Jorge de la Rosa y Wilfran, Jhonfran, Yarlinson y Francisco Ibarra, pa-rientes entre sí, que responden:

Letanías profanas bendicen nuestro CarnavalPor Ever Mejía

Las letanías quedan marginadas dentro del Carnaval de Barranquilla. No presentan un gran espectáculo visual, pero hay quienes sacan el tiempo para oír lo que reza por

el megáfono la voz distorsionada. Han pasado 88 años desde su creación y, a pesar del poco apoyo que reciben, los grupos de letanieros se mantienen para sembrar las

calles con su inigualable irreverencia. Este trabajo cuidadoso sigue, específicamente, a Las Ánimas Rojas del barrio Rebolo durante cuatro días de carnaval.

Huel

las C r ó n i c a

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Aunque nos traten sin oficioaquí estamos puntualmentecriticando con mucho juiciosus cagadas anualmente

CoroLo bueno, lo malo y lo feohasta su último peo.

La gente escucha el verso, y ríe. Ellos rezan un par de letanías más y recogen cinco mil pesos del públi-co. Wilson Bermejo, otro integrante, reparte el trago. Avanzan por la calle 17, y pasan por la esquina de la carrera 22. Ahora están en el sitio exacto donde hace ochenta y ocho años a José Dolores y a sus amigos se les acabó el ron. Orlando Barrios lanza un trago en señal de abundancia, cumplen ocho décadas de tradi-ción. Ellos se denominan Las Ánimas de Rebolo.

La historia de las letanías, documentada en una inves-tigación de Alejandro Espinosa, se remonta al siglo II, cuando los padres apostólicos, siguiendo los consejos de san Pablo, hacían peticiones por una vida en paz. Luego, en el siglo XII, surgen las letanías lauretanas en honor de la Virgen María. El papa Sixto V las aprobó en 1587 para toda la Iglesia. Luego, no hay informa-ción documentada de cómo llegaron hasta el Carnaval de Barranquilla. Algunos investigadores, como Ariel Castillo, mencionan que una manifestación similar a las letanías de Carnaval fueron los goliardos, movi-miento que surgió en el siglo XIII en algunos países de Europa, entre ellos, España, comandado por clérigos que escribían poesía satírica en latín en contra de la Iglesia. Luego, con la colonización de los españoles en América y esa mezcla de culturas, esta manifestación se habría hecho popular en Ciénaga, Magdalena. Y allí aparecieron José Dolores e Isaac Morón para traerla al Carnaval de Barranquilla en 1930.

Orlando Barrios ha contado muchas veces el origen de la agrupación que hoy, a sus setenta años, dirige. Recuerda que esa historia sobrevivió a nuestro tiempo de forma oral, de generación en generación. Orlando lidera el grupo desde 1967, y se sabe uno de los versos que escribió José Dolores en 1930:

Dicen las malas lenguasentre ellas las de mi tíoen esta calle vive una viejaque tiene siete mario’

CoroPague este rosario con media botella de ron.

Las letanías, dijo Orlando en alguna ocasión, son como una mentada de madre en forma de verso. Aun así, en esta época, casi nadie se enoja con las letanías. Las agrupaciones se meten con Donald Trump, profa-nan al papa Francisco, atacan a los políticos colombia-nos, se burlan de los jugadores del Júnior y hasta de las chismosas del barrio. Aunque estas libertades no siempre fueron posibles.

Solo desde 1978 las letanías fueron aceptadas oficial-mente en las actividades del Carnaval. En la década de los sesenta, tenían que inscribirse como “comparsas” porque no se permitía la inscripción “letanías”. Antes de dicha década, las letanías vivían en la informali-dad, eran rechazadas por las autoridades y por buena parte de la ciudad. Su existencia estaba en vilo perma-nente. Todo dependía de la buena voluntad de los gru-pos de amigos que salían a las calles para hacer reír a los vecinos en los barrios populares a punta de versos picantes.

Una muchacha corrió y corriómostrando algo muy raroporque la presión se le subióy se le tiraba a los carros

CoroEsa era la arrecheraque tenía con chupadera.

En tiempos de transición a la formalidad, en 1977, tuvieron un percance. El martes de Carnaval, Orlan-do Barrios fue con su grupo a un billar en el barrio Hipódromo a rezar letanías. Cuando terminaron las letanías verdes (las más suaves), empezaron a rezar letanías rojas, que son del ombligo para abajo. Arbi-trariamente, una niña de no más de diez años entró en el billar y escuchó las vulgaridades que decían los letanieros; un policía, al ver la escena entró en el bi-llar, regañó a Orlando y a su grupo y se los llevó al calabozo. Para ese entonces, ya contaban con una ins-

“Una manifestación similar a las letanías de Carnaval fueron los goliardos, movimiento que surgió en el siglo XIII en algunos países de Europa”

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cripción por parte de la Corporación Autónoma del Carnaval, pero esto no le importó al policía. Orlando, hoy, aún recuerda con enfado las horas en el calabozo y los regaños de las tías porque no llegaron a comerse los sancochos que les prepararon. Tiempo después se supo que la niña del billar era hija del policía.

Hay muy poco material histórico respecto de las crisis que vivieron las letanías en sus primeros años. Que-dan algunas anécdotas e hipótesis de los hacedores y los investigadores.

Orlando, por ejemplo, relata que le contaron que, cuando la agrupación aún se llamaba Las Ánimas Ne-gras de Rebolo, los invitaron a la emisora La Voz de la Patria, y José Dolores tiró unos versos contra el alcalde y, a su vez, dueño de la emisora. El locutor de inme-

diato golpeó la mesa, y pidió que los sacaran del aire. Luego, los sacó de la cabina con empujones e insultos.

En 1962, la Alcaldía expidió el Decreto 027 que rezaba: “Desde el día 20 de enero hasta el 6 de marzo próxi-mos se permitirán toda clase de regocijos públicos que no sean contrarios a la moral y a las buenas cos-tumbres”. Luego, dicho decreto especificaba qué días se permitirían los disfraces y aclaraba que no podrían ser alusivos a las autoridades civiles ni militares ni eclesiásticas. Además, prohibía a las emisoras radiales los rezos o letanías y advertía una multa de 100 a 200 pesos para las emisoras infractoras. El decreto de la época tampoco permitía a los hombres disfrazarse de mujeres.

Este rechazo de las autoridades y de un sector elitista de la ciudad hacia las manifestaciones populares pudo acabar con el Carnaval. Un artículo titulado “Para sal-var el Carnaval”, publicado en El Heraldo en 1968, se-ñala: “Parodiando una frase […] del gran caudillo que fuera Jorge Eliecer Gaitán, puede decirse que nuestro carnaval es superior a sus dirigentes”. Hubo otros tí-tulos más apocalípticos, uno por ejemplo indicaba: “El Carnaval, tradición de la ciudad, se muere”. A pesar de las predicciones de la época, Barranquilla pudo sal-vaguardar la tradición que hoy se mantiene más viva que nunca.

“Solo desde 1978 las letanías fueron aceptadas oficialmente en las actividades del Carnaval”

Orlando Barrios y Wilfram Ibarra se preparan para ensayar los rezos de letanías en el patio de su casa en Rebolo. 

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Para que una ciudad conservadora y católica como Barranquilla disfrute de una fi esta liberal que se burla de la vida, de sus políticos y sus religiones, tienen que existir contradicciones que resulten insólitas y, por tanto, cómicas. Los barranquilleros saben que para disfrutar de la fi esta hay que ceder en creencias. El escritor Ramón Illán Bacca, por ejemplo, relata en su novela Disfrázate como quieras un suceso real: en 1951, la reina Cecilia Primera, quien era una aviadora afi -cionada, aterrizó en el aeropuerto de Barranquilla en su propia avioneta; inmediatamente, el emocionado alcalde fi rmó un decreto en el cual nombró a Cecilia “reina de los cielos de Colombia”. Y todo era algarabía hasta que apareció el grito del arzobispo, Jesús Anto-nio Castro Becerra, diciendo que “la única reina de los cielos puede ser la Virgen María”. El alcalde, fi el a sus costumbres, derogó el decreto anterior y promulgó uno nuevo que decía: “Cecilia Primera es nombrada Capitana de los cielos en Colombia”.

En Barranquilla, lo santo y lo profano logran convi-vir, se untan, se mezclan y se separan, a veces, hasta se confunden. En 2013, el arzobispo Jairo Jaramillo protestó por la campaña de la Alcaldía que repartió 400 000 condones durante los carnavales. No obstan-te, el año pasado, el sacerdote Rafael Ospino ingresó a

la iglesia de Tubará (municipio del Atlántico) disfraza-do de monocuco. En carnavales, Barranquilla confun-de lo santo con lo profano, por lo que no es extraño escuchar la noche del martes de Carnaval a más de uno que estuvo parrandeando los cuatro días que diga “menos mal que mañana es miércoles de ceniza”. En los días de carnavales, el barranquillero no se compli-ca, guarda sus problemas y sus dioses. Lo importante es disfrutar, para lo otro ya le quedan 361 oportunida-des, de carnaval solo hay cuatro.

Las letanías también resistieron ese periodo de crisis y de desorden institucional del Carnaval. Los decretos excluyentes, la censura en la prensa, el rechazo social y la falta de apoyo fi nanciero pudieron extinguir esta manifestación oral; pero, con las ganas de sus inte-grantes, levantaron la voz y lograron sobrevivir.

En este momento, las Ánimas Rojas de Rebolo siguen la ruta del desfi le, pasan por su barrio. Ellos son rebo-leros orgullosos así “Rebolo” y “Rebolero” hayan adqui-rido signifi cados negativos. Si alguien busca en Google las palabras, encontrará, entre otras noticias, titulares como: “Rebolo es el barrio más peligroso de Barranqui-lla”. Si alguien ingresa a El Heraldo, y busca la pala-bra “Rebolo”, encontrará noticias como “En medio de

Las Ánimas Rojas de Rebolo en el Encuentro de Letanías

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persecución, Policía da de baja a presunto delincuente en Rebolo” o “Lo descubren en Rebolo con 7 kilos de cocaína”. No sufi ciente con eso, a un barranquillero que no frecuenta Rebolo y comenta que va para allá, los otros suelen advertirle: “Ten cuidado”, “Abre el ojo” o “No lleves el celular”. Pero Barrios y los integrantes de su agrupación saben que en Rebolo se disfruta del carnaval como en pocos lugares de la ciudad.

Ahora el barrio tiene otro color; en sus calles, hoy bai-la el rey momo Ricardo Sierra y la gente danza a su alrededor. Conversan, beben cerveza, celebran la vida.

El Carnaval saca la mejor cara de Rebolo y de sus ha-bitantes.

Es domingo de Carnaval. La gente se acerca a la carre-ra 50 donde se presentarán diferentes manifestacio-nes, entre esas, el Encuentro de Letanías. Son las cinco de la tarde y rápidamente empiezan a llegar los miem-bros de las veintisiete agrupaciones de rezanderos que participan del Carnaval de Barranquilla.

Las Ánimas Rojas de Rebolo, durante enero, ensaya-ron casi todas las noches en la casa de Orlando.

La fachada de la casa tiene color amarillo crema y una terraza cubierta por un techo de zinc. En la sala, abun-dan los recuerdos alusivos al Carnaval: retratos de las diferentes generaciones, hay fotos alusivas a las leta-nías y a la danza del toro grande y un retrato gigante de José Trinidad Barrios, emblema familiar. También hay dos mecedoras de mimbre y un televisor.

Los letanieros iban directamente al patio, donde Or-lando abría el ensayo con el verso:

“Los decretos excluyentes, la censura en la prensa, el rechazo social y la falta de apoyo fi nanciero pudieron extinguir esta manifestación oral”

Jorge De La Rosa (izquierda) y Francisco Ibarra (derecha) lideran el coro de Las Ánimas Rojas de Rebolo

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Buenas buenas carnavalerosUn saludo de antañoLe traemos los rebolerosIgual que todos los años

CoroPa’ que escuchen con sabrosuraLetanías de la cultura

Luego de ensayar cuarenta y dos versos con la misma estructura, empezaron a conversar:

—Hoy terminé una letanía que me tenía dando vuel-tas, sobre los manes que mataron al toro en Venezuela —dijo Orlando.

—¿Cuánto te demoraste? —preguntó alguien.

—Casi media hora —respondió y agregó que un cole-ga le dijo—: Si tú estás haciendo la del toro, yo voy a hacer la de….

Orlando no recordó y solo atinó a decir: “Lo que pasó en Venezuela”.

—¿La de los venezolanos que mataron a los animales en el zoológico? —intervino Francisco Ibarra.

—Esa, esa —certificó Orlando.

—El coro de esa debía ser “Nojoda tiene hambre” —agregó Francisco y todos se rieron.

—Se escuchaba clarito cuando el que grabó decía “tie-ne hambre, tiene hambre” —dijo alguien más.

—Yo vi otra noticia en la que atropellaron a un perro —dijo Jorge.

Minutos después, el perro ciego de la casa se orinó en los zapatos de uno de los presentes. Orlando señaló el zapato orinado y dijo: “Ese es tema de letanía”.

Después de conversar otro rato, volvieron a ensayar sus cuarenta y dos versos. Cuando terminaron, conta-ron algunas anécdotas de letanieros. “A veces nos toca hacer las letanías corriendo, las presentamos hasta en borrador porque las noticias pasan hasta en los días de Carnaval”, dijo Orlando Barrios. Y recordó la ma-sacre en la Universidad Libre de Barraquilla en 1992, noticia que salió el sábado de Carnaval en horas de la mañana.

Son precisamente las malas noticias las que permiten que surja la sátira de las letanías, que, con su espíritu provocador, recorren las calles de la ciudad. Su mira-da subjetiva combina la audacia con lo plebe, y solo es posible en un país donde no se distinguen las divisio-nes entre lo inverosímil y lo verosímil, donde lo trá-gico y lo cómico suelen ser lo mismo, donde nuestros gobernantes nos recuerdan que cada día se puede ser peor. Solo en ese escenario las letanías son posibles, para que sus rezos hagan mella en el pueblo.

Las buenas letanías tienen el punto medio entre lo ple-be, la sátira y el mensaje aleccionador. No se pueden vulgarizar dejando vacío el contenido. Pero tampoco se pueden orientar hacia lo conmemorativo ni estili-zar su contenido de tal manera que pierdan la mirada popular que las caracteriza. Es que las letanías, como las buenas empanadas, sin picante no saben lo mismo.

Esos son algunos de los criterios que tienen en cuenta los tres jurados que se sientan enfrente de una tarima a la que suben grupos de entre seis y diez personas, por una incómoda escalera metálica. Entre ellos se aplau-den cuando terminan la faena. Alrededor de ciento cincuenta personas están tras las vallas dispuestas a escuchar los rezos carnestoléndicos. Algunos se que-jan de que hay poco espacio. Momentos después, Los Siete Lenguas lo dirían con un poco más de irreveren-cia en sus versos: “Escenario de porquería”.

En otra época del año, los temas que mencionan las le-tanías provocarían lamentos e inconformismos, pero en carnavales los códigos se transgreden, hacen que la gente tome los problemas con jolgorio. Ahora, en la calle 50, nadie se lamenta, todos ríen y gozan con los versos que recitan los grupos de letanías. En esta ocasión, los temas favoritos son Teo y Ovelar, el Pae y las pechugas de pollo a $40 000, el papa y su ojo colo-rado, los corruptos del Gobierno y de la oposición, los venezolanos en la ciudad y, en el plano internacional, Nicolás Maduro y Donald Trump.

Cuando una agrupación menciona a las iglesias evan-gélicas y tilda a sus pastores de corruptos, un grupo de

“Nuestro carnaval es superior a sus dirigentes”

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también”. Ochenta y ocho años en el Carnaval y los espectadores más fieles se saben de memoria los rezos que identifican a los grupos más antiguos.

En la terraza de la casa de Orlando, bajo el techo de zinc, hay dos picós (parlantes de gran tamaño): uno alusivo a la danza del toro grande y el otro a las le-tanías. Hoy es miércoles de ceniza, son las 11:30 de la mañana. De a poco llega la gente: integrantes de las letanías de El Correo de las Brujas y las Chismosas del Carnaval, amigos y familiares de los Barrios. Sir-ven el “bendito” ron blanco, Orlando bebe un trago. Por la acera un carro e’ mula vende plátanos, cruzan los buses que transportan personas con sus bolsos de trabajo, transita el vendedor de traperos. El ardor del trago recorre la garganta de Orlando, la botella pasa a los invitados. Ya finalizaron los carnavales, pero ellos siguen intentando prolongar la ficción que han vivido en estos cuatro días, insisten en eludir esa rea-lidad de la que tanto se han burlado. Huele a sopa de mondongo. Siguen llegando personas a la casa, traen una canasta de cerveza, giran los discos de acetato, suenan los picós. Camina una señora con la compra del almuerzo, pasa el cartero. Aunque no lo quieran, la realidad está cerca, ya nadie se viste de Marimonda ni de Torito. Sobre la frente de Orlando está estampada la cruz de ceniza. Orlando pide otro trago. Amééén.

Las Ánimas Rojas de Rebolo desfilan en la calle 17, en el suroriente de Barranquilla. Fotografías de Valery Serrano.

espectadores, entre risas, dice: “Sobre eso no habían dicho nada”. Orlando Barrios, que está cerca, vestido con su capuchón rojo y lentejuelas doradas, les res-ponde: “Eso es lo bueno de que haya muchas agrupa-ciones, ellos tienen temas que yo no tengo y yo tengo temas que ellos no”.

Cada letanía tiene su mirada y envía mensajes dife-rentes a la sociedad. Hasta con el vestuario las letanías envían un mensaje. Fue en 1949 tras el homicidio a Jor-ge Eliecer Gaitán cuando José Dolores decidió que el capuchón de su agrupación debía ser rojo en respaldo al Partido Liberal. En ese momento, también cambia-ron el nombre de su grupo.

Minutos después, Las Ánimas Rojas de Rebolo están listas para subir a la tarima. De ella bajan las integran-tes de Las Chismosas del Carnaval, y Orlando le choca las manos a Yulitza Yanos, la rezandera del grupo, que tiene tan solo 17 años. Él ha cumplido 70.

Toma el micrófono. Está a punto de empezar. Alguien del público en voz baja dice, en forma de anticipo, “Bendito ron blanco”. Y sí, Orlando suelta las primeras palabras: “Bendito ron blanco que estás en el armario […] yo te ofrezco en este día con alma, vida y corazón, para que nunca quedes vacía, que todos tomen y yo

Huel

las

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que es A sangre fría, y Carrère señalaba cómo Capote había omitido algo fundamental: su relación personal, íntima, con los asesinos. Eso había llevado a Capote a extremos muy contradictorios en su intimidad, en su moral íntima, porque para su libro era positivo, era bueno que los colgaran, que les aplicaran la pena ca-pital a los asesinos, pero él se había vuelto amigo de ellos, sobre todo de uno de ellos. Entonces tenía esa contradicción moral. Ocuparse de la no fi cción es me-terse literariamente en la no fi cción, implica también decisiones de muchos tipos: morales y de edición de la realidad. Es un nuevo terreno de la novela que a mí también me apasiona mucho.

� Hace algún tiempo, conversando precisamente con el escritor mexicano Juan Villoro, él dijo que “escribir es rendir testimonio”. Si uno está escribiendo no fi cción, pues es fácil entenderlo, pero sí me pregunté, y ahora le quiero preguntar a usted: ¿se puede rendir testimonio a través de la fi cción?

En diciembre de 2017, en 400 voces, programa de entrevistas de la 103.1 MHZ Uninorte FM Estéreo, tuvimos el gusto de conversar con el reconocido escritor y

periodista Héctor Abad Faciolince. Aquí presentamos apartes de esa conversación.

“Postergamos el olvido que seremos”Entrevista a Héctor Abad FaciolincePor Leopoldo GÓmez-Ramírez, María Daniela Charri Campo y Sergio Díaz Peinado

E n t r e v i s t a

� L. G. R.: Voy a organizar esta conversación, en la medida de lo posible, en bloques temáticos. El primero sería algo así como “Sobre fi cción, no fi cción, escritura”. Usted ha desarrollado ampliamente tanto la escritura de fi cción como la de no fi cción. Poniéndonos un tanto fi losófi cos: ¿será cierto eso de que la realidad supera la fi cción?

Acabo de estar en Guadalajara, formé parte del ju-rado del premio de la FIL este año (la Feria Interna-cional del Libro de Guadalajara) y tuvimos el honor de darle el premio a Emmanuel Carrère, un escritor que precisamente dejó la fi cción a principios del siglo XXI o a fi nales del siglo pasado y se dedicó solo a la no fi cción. No creo que sea porque la realidad supera la fi cción, que es verdad. El problema de la realidad es que es muy larga, entonces de todas maneras, in-cluso, cuando uno escribe no fi cción, tiene que evitar la realidad, tiene que escoger partes de la realidad. En Guadalajara, Carrère hablaba del caso de Truman Ca-pote, que escribió esa famosísima novela sin fi cción,

Huel

las

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Yo creo que sí. También Juan, un buen amigo, estaba en Guadalajara y allá yo estaba leyendo un cuento suyo acompañado de mariachis, que es una manera de combinar una realidad muy real con un conjunto de música al lado de la ficción. Sí, la ficción, claro que da testimonio. En estos días, en Colombia, ha habido una polémica sobre la matanza de las bananeras y la exactitud o inexactitud de los datos históricos que usa García Márquez en su novela Cien años de soledad so-bre la masacre. En la ficción lo que se puede hacer es, y es lo que hizo magistralmente García Márquez, al dar testimonio, al contar sobre un episodio real de la his-toria de Colombia, él lo transforma con las herramien-tas de la ficción y quizá lo exagera. El mismo García Márquez decía que los muertos documentados por la masacre de las bananeras, esa cifra concreta de la que se habla en la Historia con mayúsculas, no eran ni mu-cho menos la cantidad de la que él habla en Cien años de soledad y en Macondo donde hay centenares o miles de muertos que se llevan en los trenes y son arrojados al mar. Pero el procedimiento de la ficción puede ser uno de condensación. Si bien esa masacre concreta, si bien en esa masacre en particular pudo no haber tan-tos muertos en ese día o en esos dos días de la huelga, en Colombia ha habido tantas masacres, hubo tantas masacres en el siglo pasado, que fácilmente uno puede montar todos esos muertos, todos esos asesinatos en un tren y arrojarlos al mar sin que eso sea mentira. La ficción tiene un procedimiento legítimo de con-densación de la realidad, de condensarla en algunas escenas, en algunas situaciones, y eso explica mejor la realidad que un texto de historia donde los datos tienen que ser absolutamente fundamentados, docu-mentados, fidedignos. A la ficción, en cambio, le está permitido hacer estas condensaciones de la realidad para precisamente evitar la realidad y dejar que ella se entienda mejor con la maravillosa herramienta de la ficción.

� Para poner la pregunta anterior de una forma diferente, he leído algunas biografías de dictadores escritas por historiadores bien competentes y me cuestiono en relación con que justo ahora usted mencionaba a Gabriel García Márquez: ¿podría argumentarse que, por ejemplo, El otoño del patriarca rinde mejor testimonio de lo que es una dictadura?

Sí, creo que sí y lo mismo el libro de Augusto Roa Bastos Yo el Supremo, que es también una novela pu-ramente ficticia, además, La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa. Tres grandes novelas dicen más sobre

las dictaduras en América Latina que cualquier trata-do de historia. Con ellas entendemos por dentro a un dictador, nos metemos en su cabeza, el dictador habla, el dictador dicta, que es lo propio de los dictadores. La herramienta de la ficción sigue siendo una manera de conocer la realidad que es extraordinaria, porque al alejarse el escritor de las ataduras de lo real, de lo que tiene que estar documentado como en el periodismo, en la ciencia o en la historia con datos reales, le da una libertad que le permite crear una realidad de la ima-ginación que muchas veces se acerca mucho más a la realidad real que la que pueden dar solo los datos. Uno escribiendo no ficción no tiene derecho a meterse en la cabeza de un dictador, escribiendo ficción, en cam-bio, sí se puede meter en la cabeza de un dictador y

“Ocuparse de la no ficción es meterse literariamente en la no ficción”

Exitosa novela testimonial de 2006.

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� El olvido que seremos parece ser su texto más influyente. Es una obra bellísima y claramente es una obra de testimonio. ¿Es El olvido que seremos un testimonio de amor de un hijo a su padre injusta e impunemente asesinado? ¿Es un testimonio de desprecio a los asesinos y, sobre todo, a las circunstancias que hicieron posible este crimen?

Es todo eso al mismo tiempo. En algún momento de esa novela sin ficción digo que escribo todo eso sim-plemente con la intención de que se sepa cómo era esa persona que fue asesinada.

Mis dificultades al escribir el libro eran que estaba es-cribiendo sobre una persona buena y, en general, los libros que tienen más éxito son los que cuyos prota-gonistas son los malos; la serie de televisión donde el protagonista es un gran capo mafioso, un asesino; las novelas en las cuales el padre es una persona nefasta, brutal, que trata de acobardar y de llenar de temor a sus hijos. Yo estaba lidiando con un personaje cuya vida privada y cuya vida pública eran particularmen-te buena, ejemplar. Él había sido, no solo un hombre bueno en el campo de la medicina, un profesor, una persona preocupada por la salud, por las vacunacio-nes, por el agua potable, por los alcantarillados, por la educación en higiene, sino que también en su vida privada había sido un padre o marido, un abuelo ejem-plar, un amoroso cordial y estimulante para todos no-sotros. Entonces escribir sobre una especie de santo laico puede ser aburrido, ridículo, cursi. Mi dificultad era dar a ese personaje la suficiente fuerza para que no pareciera ridículo. Eso fue lo que yo intenté con El olvido que seremos.

el buen lector sabe cuándo un escritor ha adivinado, ha dicho la verdad a través de la ficción. Los escritores dicen la verdad a través de la mentira de la ficción y lo logran de verdad.

� ¿Cuál es la necesidad de rendir testimonio? Dicho de otro modo, ¿vale la pena rendir testimonio sobre cualquier cosa?

Hay muchas versiones de la realidad que a veces com-piten. Por ejemplo, en Colombia, hubo una especie de moda de que los paramilitares escribieran libros, de que ellos hicieran confesiones. Carlos Castaño escribe Mi confesión. También los narcotraficantes empezaron a escribir libros, justificando un poco sus vidas. Si uno no opone a esas narrativas, a esas versiones de la rea-lidad, versiones distintas, entonces ellos se quedarían con la palabra y creo que uno no puede dejar la pa-labra a los que mienten impunemente, a los que dan una versión acomodada de la realidad para tratar de sentirse bien, para ocultar su ruindad moral y perso-nal. Los testimonios alternativos sobre la realidad son muy importantes. También hubo muchas novelas co-lombianas sobre sicarios, en las que esta figura queda-ba casi justificada, atenuada. Eran novelas muy com-prensivas con la figura del sicario. Habría que oponer a esas novelas de los sicarios unas novelas donde se sienta el dolor de las personas que reciben las balas de los sicarios, y no tanto el de las personas que dispa-ran. Dar testimonio de distintas facetas de la realidad es muy importante. Una cosa es escribir una novela desde el punto de vista de quienes tienen esclavos y otra escribirla desde el punto de vista del esclavo, y las novelas en las que los protagonistas fueron esclavos resultaron ser muy útiles para que se comprendiera la injusticia de la esclavitud y para que esta fuera fi-nalmente abolida. Allí está la importancia de los tes-timonios.

obre Abad Faciolince puede decirse que estudió Lengua y literatura modernas en la Universidad de Turín (Italia). Entre otras novelas y libros de cuentos, ha escrito Basura (2000), ganadora en España del Primer Premio Casa de la Narrativa Innovadora; Angosta (2004) que en China obtuvo

el Premio a la Mejor Novela Extranjera; El olvido que seremos (2006) a la que le fueron otorgados el Premio de Literatura Casa da América Latina a mejor obra latinoamericana y el Premio Literario a los Derechos Humanos WOLA/Duke. Su última novela es La oculta (2014). En 2016, creó Angosta Edi-tores, editorial independiente de Colombia. Abad Faciolince también ha recibido un premio nacional de cuento, una beca nacional de novela y dos premios Simón Bolívar de periodismo de opinión. Ha contribuido regularmente en algunos de los medios de comunicación más influyentes del país como Semana y actualmente es columnista de El Espectador.

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� ¿Algún día llegará el justo castigo para los culpables?

A estas alturas de la vida el justo castigo es lo que me-nos me importa. Es muy importante la verdad, para mí es muy importante que mis hijos hayan podido te-ner un padre también amoroso, no resentido, no hun-dido en el rencor.

La justicia práctica de los hombres en una república es útil en determinados momentos para que el crimen no triunfe, se desestimule y no haya impunidad. Pero a estas alturas de la historia de Colombia lo que más ne-cesitamos es verdad, que se conozca lo que pasó, pero no quedarnos en la rumia, solicitando permanente-mente una justicia; en el caso de mi padre, de justicia aplicable a los paramilitares, quienes lo mataron o a quienes estuvieron de acuerdo con ellos para matar-lo o, en otros casos, a la guerrilla, etcétera. Colombia debe vivir un momento de tranquilidad, cierta dosis de olvido y seguir adelante, con la verdad, pero sin exi-gir una justicia plena.

� ¿Podría hablarnos más sobre el título del libro?

El olvido que seremos, cuando lo estaba escribiendo me di cuenta muy pronto que ese iba a ser el título, porque proviene de un papel muy importante para mí. Cuan-do mataron a mi papá, él llevaba en el bolsillo varias hojas. En una de ellas, estaba una lista de personas que iban a ser asesinadas por los paramilitares y, en esa lista, estaba el nombre de mi padre; envolviendo esa lista asquerosa de crímenes planeados, que luego se fueron cumpliendo porque mataron a varias personas de esa lista, estaba un poema copiado de puño y letra por mi padre y firmado por las iniciales JLB. Ese poe-ma era sobre la muerte y sobre el olvido y el primer verso dice: “Ya somos el olvido que seremos”.

Ese era el título que iba a llevar el libro: Ya somos el olvido que seremos, un endecasílabo. En un almuerzo

que recuerdo muy bien en el restaurante La Provincia con Laura Restrepo y Pilar Reyes, les conté cuál era el libro que estaba terminando, de qué se trataba y cuál iba a ser el título. No sé muy bien si Pilar o Laura me dijo que mejor que “Ya somos el olvido que seremos” le parecía el título “El olvido que seremos”; más cor-to, mejor un octosílabo. Entonces, gracias a ellas dos, acorté el título y lo dejé en el octosílabo. Es el primer verso de ese poema de Jorge Luis Borges que nosotros pusimos como lápida en la tumba de mi papá y que luego fue también el título de mi novela sin ficción o de mi novela testimonial.

� A pesar de numerosos vericuetos, verificó que el poema con este verso “Ya somos el olvido que seremos”, en efecto, fue escrito por Borges, ¿cierto?

Sí, cuando el libro salió, se desató una polémica por-que un poeta valluno, Harold Alvarado Tenorio, cuan-do vio el éxito que estaba teniendo —a él nunca le gustaba mucho el éxito de los demás—, afirmó que yo citaba ese poema de Borges simplemente como una operación de mercadeo, para unir mi nombre de enano, que es verdad, al nombre gigantesco de Borges. Además, dijo que ese poema en realidad no lo había es-crito Borges, sino que lo había escrito él. Yo sabía que el poema no está en las obras completas de Borges, no está en su obra poética, pero como mi papá lo había firmado con las iniciales de Borges, pues le creía. Yo siempre le creí a mi papá, él era un hombre que de-cía la verdad. Me comuniqué con Harold Alvarado Te-norio y le pregunté que si él había escrito ese poema me dijera dónde lo había publicado porque mi papá lo llevaba en el bolsillo. Él me contestó que lo había publicado en la revista Número, en 1993 o 1992. Yo le contesté que mi papá llevaba el poema en el bolsillo en 1987. Él me respondió que entonces mi papá llevaba el poema en el bolsillo antes de que él lo hubiera escrito. Me di cuenta de que eso era un cuento como de Borges. Esas cosas pueden pasar en un cuento de Borges, pero en la realidad no. Me dediqué a rastrear, a buscar el origen de ese poema, dónde lo podía haber leído mi padre, dónde lo podía haber encontrado para copiarlo y, bueno, escribí un libro que se llama Traiciones de la memoria, el primer relato-ensayo se llama “Un poema en el bolsillo”, allí doy cuenta de su historia y creo que demuestro que, en efecto, sí fue escrito por Borges y no por Alvarado Tenorio.

“La ficción tiene un procedimiento legítimo de condensación de la realidad”

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“Uno no puede dejar la palabra a los que mienten impunemente, a los que dan una versión acomodada de la realidad para tratar de sentirse bien, para ocultar su ruindad moral y personal”

� Usted termina este artículo que escribió para la revista Letras Libres en 2009, titulado “Un poema en el bolsillo”, escribiendo:

Soy un olvidadizo, un distraído, a ratos un indolente. Sin embargo, puedo decir que gracias a que he trata-do de no olvidar esta sombra, mi padre, arrebatado a la vida en la calle Argentina de Medellín, me ha ocu-rrido algo extraordinario: aquella tarde su pecho iba acorazado solo por un frágil papel, un poema, que no impidió su muerte. Pero es hermoso que unas letras manchadas por los últimos hilos de su vida hayan res-catado, sin pretenderlo, para el mundo, un olvidado soneto de Borges sobre el olvido.

� Para muchos que hemos tenido la fortuna de leer el libro, conmovidos, su padre Héctor Abad Gómez afortunadamente no ha caído en el olvido. Él aún no es el olvido que seremos. ¿Qué opina usted?

Es una paradoja del título del libro. Escribí un libro convencido de que todos vamos a ser olvido, de que todas las personas vamos a ser olvidadas; incluso Bor-ges, algún día, ese inmenso escritor va a ser olvidado. Pero hay una cosa humana que es muy bonita: ante esa conciencia de la muerte, del olvido, de todas mane-ras nosotros queremos postergar ese olvido, queremos hacer que el recuerdo dure más. Un poeta español, An-drés Trapiello, decía que esa acción es como el agua que se les pone a las flores. Escribir es como el agua que se les pone a las flores: no las vuelve eternas, pero

aplaza su final. Así como uno echa agua a las flores, a las matas, para que no mueran pronto, asimismo uno escribe sobre algunas personas que le parecen memo-rables, que son presencias dentro de la mente, dentro de la memoria. Uno escribe para cultivar esa memo-ria, para regar esa memoria, para echarle agüita a esa flor de la memoria y dura un poco más el recuerdo. Cuando yo escribí El olvido que seremos, a mi papá lo recordaban unos cuantos de sus alumnos, las perso-nas de la familia y unos amigos, pero en Colombia ya estaba siendo olvidado. Creo que mi libro sí ha servido para postergar ese olvido, para que mucha más gente lo conozca a través de las letras y lo recuerde. Por el momento, el olvido no ha llegado por completo.

� Permítame preguntarle brevemente sobre Colombia. ¿Ha habido progreso en el terreno de la construcción de la paz?

Si uno compara la Colombia del año en que mataron a mi padre, hace treinta años, 1987, o de 1991, cuan-do Medellín tuvo el índice de homicidios más alto de la tierra, era la ciudad más violenta de la tierra, don-de más gente mataban por cada cien mil habitantes; si uno compara la Colombia de hoy con la Colombia de finales del gobierno de Belisario Betancur y princi-pios del de Virgilio Barco en la década de los ochenta, cuando fracasó el intento más serio de un proceso de paz iniciado por Betancur porque empezó el extermi-nio de la Unión Patriótica, con más de tres mil, bue-no no sé sabe bien, entre dos mil y tres mil militantes asesinados; si uno lo compara con lo de hoy, al menos en cifras absolutas, la situación es mucho mejor. El proceso de paz llegó a su fin, se firmó un acuerdo con muchas dificultades, con muchos errores, incluso de parte del Gobierno, que tal vez debió haber sometido otra vez a un referéndum el segundo acuerdo para que

Logo de la nueva editorial creada por Héctor Abad F.: Angosta Editores.

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los enemigos de este no digan que fueron engañados. En fin, con todas esas dificultades y, aun con el hecho de que han matado activistas sociales en el último año (2017) en decenas, no podemos comparar ese periodo que acabo de mencionar con el actual. Los índices de asesinatos, de homicidios, en la Colombia de hoy, son muy inferiores a los de 1987 o 1991. La situación sí ha cambiado. Buena parte del ejército, de las fuerzas ar-madas de Colombia, apoya el proceso de paz y protege a las personas que han dejado las armas y eso es un cambio fundamental. Al menos la mitad de la pobla-ción está muy de acuerdo con este proceso y quiere que siga adelante. Veo muchos signos de mejoría, pero entramos en un año electoral, en el cual muchas cosas pueden pasar, vamos a ver qué pasa el año entrante (2018), si las elecciones las ganan quienes quieren que pasemos la página del conflicto o quienes quieren re-gresar al rencor y a la confrontación.

� Conversando con Antanas Mockus en 400 voces, él señalaba que “en Colombia ya está sembrado el chip de la meritocracia, pero aún en parte se opera con el chip de las palancas”. ¿Qué opina de este comentario?

Llegar a una sociedad en la que el mérito, el trabajo, sean reconocidos siempre y no sirvan para nada los apellidos, la herencia, las palancas, es un ideal que ni siquiera en las sociedades más avanzadas, ni siquie-ra en Europa o en Japón se ha logrado y en Colombia mucho menos. Es bonito tener ese ideal en la cabeza, siempre debemos aspirar a que sea el mérito el que se premie y no la clase o la aristocracia, los apellidos o la tradición de una familia. En Colombia, como en mu-chas otras partes del mundo, hay una lucha entre esa conciencia vieja de que el mérito se hereda por san-gre, como si hubiera una especie de casta o de noble-za superior a los demás, y entre que el mérito es una cuestión individual, personal, y que cada uno debe fra-guarse una vida y que la sociedad debe ser más justa y reconocer el esfuerzo y los méritos de cada uno y no su proveniencia. En Colombia a veces triunfa el méri-to, pero la mayoría de las veces lo hace los privilegios heredados.

“El buen lector sabe cuándo un escritor ha adivinado, ha dicho la verdad a través de la ficción”

Héctor Abad Gómez en el filme “Carta a una sombra” (2015).

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� Cambiando de tema, no quiero dejar de preguntarle acerca de su proyecto de casa editorial, Angosta. ¿Nos puede comentar sobre esto, por favor?

Vamos a terminar este primer año [2017] de trabajo en Angosta Editores con diez libros publicados. Es-peramos en diciembre [de 2017] publicar un libro de cuentos de un joven escritor antioqueño, José Andrés Ardila y con una reedición de un libro de mi padre que se llama Manual de tolerancia. La colección del libro de cuentos es Lince, donde queremos dar a conocer nue-vas voces de la literatura colombiana, latinoamerica-na y española; por ahora colombiana, según el mérito y no según los apellidos. El libro de mi padre inaugura una nueva colección de ensayos.

Ha sido muy satisfactorio fundar y desarrollar Angos-ta Editores. En este momento, estamos en la Feria In-ternacional del Libro de Guadalajara por primera vez compartiendo estand con otras pequeñas editoriales de Medellín; Tragaluz, que tiene una tradición de más de diez años, y con Mesaestándar, una pequeña edito-rial especializada en libros de arquitectura y de arte que también va a ampliarse hacia la literatura infantil el año próximo. Es un gusto que podamos hacer este trabajo editorial en Medellín. Eso indica que tenemos confianza en el país. Esperamos que haya un futuro mejor y que haya jóvenes que estén entrando en la clase media que quieren tener una pequeña bibliote-ca personal en su casa. A eso le apuntamos y, por eso, también traduje para la editorial un libro que quiero muchísimo, un libro que siempre he adorado: Cándi-do, de Voltaire. Es decir, hacemos libros clásicos, li-bros de jóvenes, ensayos y tendremos también poesía. Hasta ahora estamos contentos. Es una apuesta difícil, pero estamos felices de tener este nuevo proyecto, esta nueva ilusión, este sueño que se puso en marcha que es Angosta Editores.

� Permítame terminar esta conversación con una serie de preguntas acerca de gustos personales. Algunas son dicótomas y, en ese caso, naturalmente usted no tiene por qué escoger alguna de las dos opciones. Primera: ¿El Tiempo o El Espectador?

Estamos en un tiempo en que se leen menos periódi-cos en papel. Yo entro en los dos periódicos, no voy a decir que por igual, entro más en El Espectador por-que tengo allí más compromiso de vigilancia: cuando hay algún error en El Espectador, tengo comunicación con los editores y puedo hacerlo corregir. Entro en El Tiempo cuando alguna noticia la da El Tiempo y no la da El Espectador. En general, en la red, sigo la prensa colombiana, pero también la prensa internacional. Mi vínculo es con El Espectador porque es donde soy co-lumnista y donde formo parte del consejo editorial; es un periódico que está más cerca de mí porque trabajo para ellos en este doble papel de columnista y de tra-tar que el periódico esté bien, incluso desde el punto de vista de la redacción, de la gramática, de la ortogra-fía. El Tiempo es el periódico más leído de Colombia, también por eso de vez en cuando lo reviso para no quedarme por fuera.

Aquí. Hoy

Ya somos el olvido que seremos.

El polvo elemental que nos ignora

y que fue el rojo Adán y que es ahora

todos los hombres y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas

del principio y del término, la caja,

la obscena corrupción y la mortaja,

los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra

al mágico sonido de su nombre;

pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo

esta meditación es un consuelo.

Jorge Luis Borges

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� Hablando de prensa internacional: ¿Aristegui Noticias o Televisa?

De la prensa mexicana no estoy tan pendiente, pero si algo he oído es Aristegui noticias. [Carmen Aristegui] es una mujer muy valiente, a quien he apoyado en sus lu-chas por contar la verdad, por dar testimonios de ver-dades duras en México, en su lucha, incluso, critica el actual presidente de México para denunciar sus exce-sos de lujo y de mediocridad. Televisa muy poco la veo.

� Esta es difícil: ¿razón o fe?

Siempre he sido un partidario de la razón y siempre pensé que la fe era una irracionalidad muy curiosa. Sin embargo, recientemente, leí un libro de Yuval Harari, que se llama Sapiens: una breve historia de la humanidad, y ese libro me demostró algo muy intere-sante y es que todas las personas creemos continua-mente en ficciones y las creemos por una especie de fe irracional que compartimos con muchas personas de nuestra generación. Entonces me doy cuenta de que por mucho esfuerzo que haya hecho toda la vida por ser una persona racional, razonable, por tratar de ba-sar mis creencias en el conocimiento científico, serio, y no en la sinrazón, de todas maneras hay áreas en la existencia en las que todos todo el tiempo ponemos nuestra creencia o nuestra fe en una ficción, en algo que no es muy real. No le puedo dar una respuesta ta-jante, en estos días no soy el racionalista que fui casi siempre durante mi vida. A mis cincuenta y nueve años tengo que decir que reconozco que vivimos en un mundo en el cual, como decía Nabokov, la palabra realidad debería ponerse siempre entre comillas.

� La última: ¿algún o algunos libros que recomendaría?

Este de Yuval Harari, Sapiens: una breve historia de la humanidad, y el segundo [de Harari] que va hacia ade-lante que se llama Homo Deus: una breve historia del ma-ñana. De mis lecturas de 2017 esos dos libros son muy importantes y han cambiado muchas cosas por dentro

“Escribir sobre una especie de santo laico puede ser aburrido, ridículo, cursi”

y son libros fundamentales para la historia y para la sociología. [También] recomendaría mucho el libro de cuentos que vamos a publicar en Angosta Editores de José Andrés Ardila, que se llama El libro del tedio. Con esos dos autores me quedaría en este momento.

� Cosa curiosa, cuando hablamos con Sergio Fajardo en 400 voces también recomendó los libros de Yuval Harari.

También va a salir un libro de Sergio Fajardo en estos días y me pidieron que escribiera el prólogo, puede ser una lectura interesante.

� Estimado Héctor, muchas gracias por tomarse el tiempo para esta entrevista, ¿hay algo más que guste agregar?

Tal vez contarles que también organizo en Medellín con la biblioteca de la Universidad Eafit, con el apoyo de Familia y de Caracol Televisión un premio literario: Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, en el cual ya tenemos once nominados y que en enero [de 2018] vamos a tener los tres finalistas. Daremos a conocer el nombre de la mejor novela o el mejor libro de narrati-va de Colombia desde finales de 2016 hasta finales de octubre de 2017. Es un premio que me enorgullece y que llega a la cuarta edición, donde tratamos de esti-mular la lectura de autores colombianos de ficción y de no ficción.1

1 La ganadora del premio fue Pilar Quintana, con su obra La perra (Random House).

Huel

las

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abandonar enfoques interpretativos que respondan a lógicas que apelen al sentido común. Nos hemos acos-tumbrado a lanzar una pelota, conocer su recorrido, su posición y su final, pero la naturaleza encierra sus propias maneras. Es más, si se les asignan estados definidos del universo macroscópico (vida real), se nos hace imposible comprender la mística de la que se encuentran revestidas, pues tanto el arte literario como el comportamiento subatómico funcionan con independencia de nuestra forma de organizar e inter-pretar el mundo.

Jorge Luis Borges da una exquisita muestra de cómo la literatura muchas veces se puede leer como ciencia y cómo estas coincidencias nos van dando luces de esta relación. Quince años antes de que el físico estadou-

Mecánica de la probabilidad literariaPor Yesid Arturo Torres Rodríguez

Huel

las

Breve reflexión sobre dos “ciencias” que muy pocas veces miramos en paralelo: la física cuántica y la literatura. Los recientes descubrimientos de la física cuántica

han ampliado el horizonte más allá de rígidas categorías de lo real, de lo predecible. Esta ciencia nos acerca objetivamente a lo que había permanecido restringido

al campo “irrelevante” de lo fantástico. Desde Ficciones de Borges que presenta artísticamente la teoría de los universos paralelos hasta experimentos con doble

rendija, todo condensado contra toda posibilidad en este curioso texto.

E n s a y o

En el mundo que percibimos a diario suceden eventos extraordinarios, rarezas de la realidad en cuyo interior los hechos pasan de un modo

muy distinto del que pensamos. Vivimos en un uni-verso gobernado por las fuerzas que se hallan en los intersticios diminutos de la existencia. Es precisamen-te aquí en donde la física cuántica y la literatura com-parten un punto de encuentro, al tratar de acercarnos a esa extraña naturaleza que se esconde en todas las cosas.

Ambas tienen la singularidad de ser expresiones intra-naturales del cosmos, pues revelan principios que nie-gan estados absolutos y determinados de la realidad. En ellas gobierna la incertidumbre y la indetermina-ción. Además, para comprenderlas, se hace necesario

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nidense Hugh Everett propusiera su teoría de los uni-versos paralelos, el genio argentino publicó el cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. En esta historia, el autor expresa con suma lucidez la posibilidad de la bifurcación del espacio-tiempo por medio de actos que se ramifican en nuevas realidades.

“Cada vez que un hombre se enfrenta con diversas al-ternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta —simultáneamente— por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiem-pos, que también proliferan y se bifurcan”.

Cada acto, cada recorrido, cada salto, cada diálogo, cada giro dramático, cada duda, cada estado cuánti-

“Tanto el arte literario como el comportamiento subatómico funcionan con independencia de nuestra forma de organizar e interpretar el mundo”

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co, cada simetría, representa no menos que todos los actos, todos los recorridos, todos los saltos, todos los diálogos, todos los giros dramáticos, todas las dudas, todos los saltos cuánticos y todas las simetrías que pu-dieran existir para un mismo instante. Lo cierto (como categoría de lo real) parece (por lo menos en lo que se refiere a lo diminuto y a lo literario) fotogramas de la posibilidad, ubicados uno encima del otro de forma infinita, donde el tiempo y la progresión aparecen como determinantes, pues en esencia la bifurcación surge como un laberinto complejo de realidades que habitan en simultáneo. Es como si a cada instante le pertenecieran todos los instantes posibles en una eter-na e inmutable continuidad.

El movimiento de lo fundamental nos dice, además, que con tan solo imaginar podemos construir la posi-bilidad, pues, cuando se mira la bifurcación como con-tinuidad, la realidad aparece como derivación de una existencia más compleja e imperceptible. Es así que el acto imaginativo (fuente sagrada de la literatura) se convierte en una manifestación creativa.

De acuerdo con esta teoría, en algún universo paralelo al nuestro, Robert Jordan (personaje de Por quién do-blan las campanas) justo en este instante se encuentra a un costado del camino con el dedo sobre el gatillo, es-perando a que se acerque lo suficiente un militar con rango de oficial para disparar. En otro, Hypatia Beli-cia Cabral (personaje de La maravillosa vida breve de Óscar Wao) se encuentra saliendo de los cañaverales luego de resistir los embates más duros del Trujillato. ¿Difícil de creer? Pues así son las ideas derivadas de la realidad más pequeña, poderosa y extraña que existe.

En el mundo que percibimos todos los días, una piedra es una piedra, un árbol es un árbol y, en definitiva, un río es un río. Una cosa es una cosa en cuanto posee los atributos pertenecientes a esa cosa. Es decir, la sus-tancia fundamental que encierra la naturaleza de una

“A cada instante le pertenecen todos los instantes posibles en una eterna e inmutable continuidad”

existencia es excluyente de otras. En la vida cotidiana o eres árbol o eres perro, en ningún caso los dos.

Experimentos como el de la doble rendija dan cuenta de cómo en el universo cuántico se modifican y se mez-clan estos principios de la naturaleza macroscópica. Recordemos que este experimento consiste en lanzar protones a través de dos rendijas perpendiculares. Las partículas chocan con la pared y forman dos líneas, tal como lo harían unos balines si los disparáramos des-de una distancia determinada. No obstante, observar o no observar modifica el fenómeno, al mostrarnos lo que se conoce como patrón de interferencia, propio de naturalezas ondulatorias, y así da lugar a la dualidad onda-materia.

La física clásica nos acostumbró a que los fenómenos ocurran con independencia de que los observemos o no, cosa que cambia a medida que nos introducimos en las realidades más diminutas. Tanto para el movi-miento de las partículas fundamentales como para el mundo de las letras, observar influye en los fenóme-nos. El lector (observador) recrea en su mente las his-torias. Sin lectores no hay literatura, pues la literatura solo es literatura en cuanto es leída. Por muy buena que sea una historia siempre va a requerir su contra-parte: la lectura. Como en el famoso experimento de la doble rendija, leer modifica las historias, al construir representaciones mentales de los hechos. Si el objetivo fundamental de la literatura es despertar las emocio-nes en un individuo, cada lector lo hace de un modo distinto. Un texto literario está sometido a diversas miradas, y esas miradas lo modifican en cuanto lo crean y lo recrean.

La ciencia durante siglos ha construido categorías absolutas que han desestimado postulados que expli-can la existencia desde otras orillas del pensamiento. No obstante, con el descubrimiento del universo del quantum y sus manifestaciones ambivalentes, se abre un espacio privilegiado a lo fantástico, que había sido apartado durante mucho tiempo por nuestras creen-cias en la vida real.

Estas dos manifestaciones de la inteligencia humana son hidalgas exponentes de la subversión del pensa-miento, pues se han atrevido a negar y a reconstruir esos valores absolutos que parecían estar empotrados en una especie de totalitarismo cognoscitivo, una dic-tadura de lo innegable impuesta por la religión y por la misma ciencia desde antaño. Con ellas estamos re-cuperando el valor de lo fantástico.

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veo en “Lunabril” cantando “La maza” ante una mu-chedumbre a punto de inclinarse o llorar. La alcanzo a ver en La Cueva (los vasos tiemblan, los meseros equivocan los pedidos y entregan un Daiquirí en la mesa que esperaba, quizá un Martini). La veo en “La noche del río” con el río revuelto en la garganta. La veo en el balcón de un hotel de Ibagué, una noche de 2008, con los integrantes del coro de la Universidad del Atlántico. Ese año, bajo la dirección del maestro Eleazar Torreglosa, vencimos a los ibaguereños en su propia casa. Ganamos el Concurso Nacional Ascun Cultura, y yo gané un concierto gratuito de Edna en aquel balcón.

La escucho aún en los pasillos de la escuela de Bellas Artes. Entre esas paredes que ahora con más razón se irán al derrumbe sin remedio, aunque antes habían aguantado varias veces el temblor de abrazarnos a las canciones de La Magdalena.

Nuestra cantora se llamó Edna GuerreroPor Luis Mallarino

Reconstrucción de los fugaces acercamientos a una de las voces jóvenes más prometedoras de la ciudad. Bellas Artes, Lunabril, La Cueva, La Noche del Río

fueron algunos de los espacios iluminados por su talento. ¿Qué pasa cuando una voz se apaga con tantas canciones por delante? El vacío jamás llenado es fuente

de inspiración en este poético y nostálgico homenaje a Edna Guerrero.

Nuestra cantora se llama Josefina.Quien no la ha oído, no conoce el poder del canto (...)

Con su desaparición desaparecerá también la música —quién sabe hasta cuando— de nuestras vidas.

Kafka

Si a alguien se le erizaba la piel al otro lado del mundo sin razón aparente era porque ella había tarareado dos notas entre nosotros. Si se rompía

la cuerda de un laúd olvidado en una habitación anti-gua, ella había empezado a sonreír en el escenario. Si el vino en las copas crecía uno o dos dedos, ella había alcanzado una nota que no estaba en los contrabajos ni en los ruiseñores. Nuestra cantora se llamó Edna Guerrero. Todos los pianos del mundo le fueron insu-ficientes.

La veo ahora en la plazoleta de la Universidad del Atlántico cuando era una estudiante de ingeniería. La

Huel

las I n m e m o r i a m

Foto: Juan Martínez Janna

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Soprano lírica, poeta, cantadora del Caribe colombia-no, compositora, musicalizadora de obras teatrales, Dido en la ópera Dido y Eneas, egresada del programa de Licenciatura en Música de la Facultad de Bellas Ar-tes, docente de canto de la Universidad Reformada, dibujante. Una especie de milagro del aire que andu-vo entre nosotros como si nada durante poco más de treinta años y nos regaló, entre tantas otras cosas, la pieza de valor supremo: “Hagamos temblar”.

Intento reconstruir las escenas de las pocas veces que la tuve cerca; busco la primera y caigo siempre en la plazoleta de la Universidad del Atlántico. Estamos sen-tados junto al lago y no estamos solos, pero por más que hago esfuerzos, el rostro de los otros ha desapa-recido. Sospecho que ella acaba de cantar y que yo leí poemas en uno de esos eventos espontáneos en pro de alguna revolución fallida. Sospecho eso porque ya sé que canta y, además, me siento con derecho a hablarle. Le pregunto por qué estudia ingeniería y se le empa-ña el rostro. Errores de la vida, anota con sarcasmo, y adivino que está cansada de la misma pregunta. In-tento consolarla con alguna tontería, y ella agrega que el ser humano se inventa consuelos hasta en las cir-cunstancias más terribles. Pienso que mi propia vida es un consuelo vano, pero no se lo digo. Poco tiempo después, como si el río Magdalena recobrara su cur-so, ella abandona los estudios de ingeniería por los de música.

“Milagro del aire que anduvo entre nosotros como si nada durante poco más de treinta años”

En la escuela de Bellas Artes, si había dos músicos reu-nidos en un rincón, el nombre de Edna no tardaba en aparecer. Los estudiantes hacían entonces un silencio de redonda en señal de respeto, y luego seguían con el ensayo. Esta especie de rendición ante su talento la presencié en su máxima potencia el día en que ella lle-gó a “Lunabril”, aquel bar bohemio, en medio de un homenaje a Silvio Rodríguez.

Corría el año 2011. Con un grupo de amigos habíamos organizado el evento sin alcanzar a prever su magni-tud, no teníamos presupuesto ni patrocinio; solo que-ríamos una excusa para tomar vino y enloquecer. Casi puedo sentir otra vez la sensación de felicidad en el aire: el lugar está a reventar; da la impresión de que toda la ciudad se ha instalado ahí dentro. Hay más de veinte artistas programados para presentarse, algunos son poetas, también hay músicos y cantautores. Ella no hacía parte de nuestros planes; no nos atrevimos

Coro de la Universidad del Atlántico. Edna Guerrero, tercera de derecha a izquierda (2008).

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“Como si el río Magdalena recobrara su curso, ella abandona los estudios de ingeniería por los de música”

siquiera a invitarla. Nuestro evento estaba, a todas lu-ces, muy por debajo de su talento. Entonces sucede lo impensable: La Magdalena llega a medianoche al bar como una cliente más y ya nadie quiere cantar. Los que minutos antes se peleaban el turno del escenario han empezado a mirarse entre sí, expectantes. Son mi-nutos de una tensión plácida, tierna. Desde el micró-fono por fi n alguien —quizá yo— anuncia su arribo. El público la aclama y ella, sonriente, se deja aclamar. En pocos segundos la tarima está despejada para que Edna abra su boca y nos quite en el acto, a todos, la ilusión de creernos cantores.

Hace tres años la tuve cerca por última vez.

Con un presupuesto irrisorio, se me había dado aho-ra por organizar un concurso de canciones inéditas. Publiqué las bases y supliqué en silencio a todos los dioses que Edna se inscribiera. Y los dioses —los mis-mos que envidiaron a Dido— concedieron la petición.

“Una canción desesperante” llegó al correo electróni-co del concurso. Era una pieza espléndida a guitarra y voz. Tuve que haberla escuchado más de veinte ve-ces el día que la conocí. Era mi ganadora indiscutible incluso antes de oír las demás, pero los jurados eran otros. La canción quedó entre las seis fi nalistas. Un concierto en vivo iba a defi nir al ganador.

Cruzamos varias palabras por esos días; palabras que ahora puedo releer gracias al milagro de la tecnología. Alcancé a expresarle (y me consuela, aunque sea en vano) toda la admiración que sentía por su música. Le hablé del valor universal de algunas de sus piezas y de lo fácil que se le daba la poesía. Ella se limitaba a agradecer con caritas felices.

El día del concierto se presentó sola, desganada; el gui-tarrista le había cancelado a última hora y no podía ocultar su decepción. Propuso declinar su participa-

Edna Guerrero, Un día contento. Foto de Roberto Camargo

Edna Guerrero, nuestra cantora. Ilustración por Linda Montoya (mayo, 2018).

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ción y rechacé en el acto su ofrecimiento. Le sugerí que cantara a capela y rechazó en el acto mi ofrecimiento. No había tiempo para discusiones. Estaba programa-da para abrir y el público esperaba incómodo. Subí a la tarima sin saber qué iba a pasar. Respiré profundo y la llamé al escenario con el riesgo de empeorar las cosas. Ella me juzgó con la mirada pero me hizo caso; tomó el micrófono y por poco revienta la cristalería del bar con su canción. Nos regaló así, durante cinco minutos, la sensación de creernos inmortales.

Los jurados no coincidieron conmigo. Orito Cantora se llevó el galardón y en realidad, ahora que lo miro sin apasionamientos, era casi imposible poner una canción por encima de otra. Quizá debí haber declara-do un séxtuple empate. Precisamente, la fiesta que se armó al final del evento reflejaba eso: un triunfo gene-ral. Los concursantes se olvidaron pronto del veredic-to y cantaron juntos en tarima. Esa noche en La Cueva, por fin y por primera vez, todos teníamos la razón.

Ese mismo día decidí lo que ahora parecerá quizá una mentira extraordinaria: que el concurso debía conver-tirse en festival y que ese festival tendría que llevar la imagen de Edna en el afiche. La idea quedó en boce-tos porque los patrocinadores nunca llegaron, porque

la vida es el boceto de algún dios caprichoso que deja todo a medio concluir, o porque me ocupé, tal vez y como siempre, en cosas sin importancia alguna; pero ella se enteró en aquel entonces de la idea y alcanzó a expresar lo mucho que le alegraba. Eso también me sirve ahora de consuelo, aunque el ser humano se in-vente consuelos hasta en las circunstancias más terribles.

Sus últimos meses de vida y su enfermedad se mantu-vieron casi en secreto la mayor parte del tiempo. Las noticias alrededor de su estado de salud eran siempre una especie de canción incompleta. Los conciertos de solidaridad prendían alarmas y rumores, pero no ha-bía certeza alguna.

Diez días antes de su fallecimiento me llegó un audio al celular: Edna cantaba con voz adolorida (el ruiseñor / unos días viene, / otros días no). Parecía el canto de alguien que se levanta de los escombros luego de un temblor causado por su propia voz. Lo interpretamos como una esperanza, una señal de que la muerte tam-bién estaba rendida ante su voz. Interpretamos mal. Ese canto resultó ser su despedida.

Adiós, Édniqus, Edna, Magdalena, María Morena, ¡cómo te queremos!

“Hagamos temblar”

«Con las ganas que tengo de abrazarte, mis pies corren huyendo de ti.

Tú que tienes más tesón, aquiétame.

En tus ojos se acaban las preguntas y aparece el mundo nuevo también.

Tú, que eres mi inspiración, guíame.

Hagamos brillar el sol de amor sincero y, abrazándonos, hagamos un temblor;

yo que tengo de los pájaros, el cielo; tú que tienes de los días, el color;

yo tengo pluma y cincel en una mano; tú en la punta de la lengua, la verdad;

y tú que eres un milagro…»

La Magdalena en grabación. Foto de Simón Sánchez Sotomayor.

Huel

las

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Teresa encendió un cigarrillo, miró con desprecio al ofi cial que la vigilaba y se sentó de frente al amplio ventanal por el que se fi ltraban destellos

atenuados de sol, teñidos por el verde intenso de las algas. Por un instante, se imaginó en la vieja casa de su familia en las afueras de Vancouver, con las imponen-tes montañas al fondo. Fue súbitamente arrebatada de ese pasado por una voz femenina acerada y contun-dente.

—Lo que más le conviene ahora es cooperar con no-sotros.

Sin prisa, Teresa giró el sillón y observó cuidadosa-mente a la mujer que acababa de sentarse en el borde de una mesa ejecutiva: vestía un traje sastre ya desgas-tado por el uso, era pequeña (sus zapatos de tacón alto no alcanzaban a tocar el suelo), tenía un sobrepeso evidente, su cabello corto se veía maltratado, parecía carecer de cintura y su cara, en la que apenas se podía reconocer un mínimo de maquillaje, únicamente des-tacaba por el insondable brillo de sus ojos.

—El arquitecto de todo esto —dijo Teresa— fue Vladi-mir Ganuza.

La mujer protestó con vehemencia:

—¡Él tiene años de estar muerto!

—No exactamente —respondió Teresa.

—Explíquese.

Después de un prolongado suspiro, Teresa añadió:

—Ganuza era uno de los principales especialistas del mundo en nanotecnología de materiales, con estudios en prestigiosas universidades de Japón, Alemania, los Estados Unidos, China y Brasil.

—Eso es de conocimiento público —acotó la mujer.

—Ciertamente —contestó Teresa—. La versión ofi cial es que Ganuza falleció al estrellarse su avión privado en la serranía de Chiribiquete, pero eso no es total-mente cierto.

—Se recuperó el cuerpo… —empezó a decir la mujer antes de que Teresa la interrumpiera abruptamente:

—Él sobrevivió al accidente. Fue encontrado por una escuadra guerrillera que trasladó a Ganuza a un cerca-no hospital de campaña. El equipo médico determinó que, dada la gravedad de las heridas, apenas sobrevi-viría unas horas más, pero que su memoria podía ser transferida. El comandante de la zona captó de inme-diato el potencial político y fi nanciero de eso y ordenó implementar el procedimiento con el sujeto que, por sus características genéticas, era más compatible con

Marx de los SargazosPor Iván Molina JimÉnez

Huel

las N a r r a t i v a

Borís Kustódiev, El Bolchevique (1920)

57

el moribundo, un talentoso teniente de apellido Mon-talvo. Después de finalizado el proceso, devolvieron el cuerpo, todavía agonizante, al mismo lugar en que lo hallaron.

—¿La guerrilla entonces se apropió de la memoria de Ganuza?

Sonrientemente, Teresa respondió:

—Casi.

Esperó a detectar una señal de exasperación en el ros-tro de la mujer antes de agregar:

—Por la premura con que se efectuó la transferencia, Montalvo, en vez de recibir únicamente los recuerdos y conocimientos, se convirtió en el anfitrión de toda la subjetividad de Ganuza. A los pocos días, el cuerpo del teniente se convirtió en un campo de batalla entre las dos identidades que lo habitaban. El comandante, luego de consultar con los médicos, decidió que lo me-jor era informar a sus superiores que el procedimiento había fracasado debido a un súbito incremento de la presión intracraneal. La inminencia de una muerte “asistida”, de la que se enteraron por la infidencia de una enfermera, forzó a las dos personalidades a coo-perar para escapar del campamento, lo cual lograron gracias a los conocimientos logísticos de uno y a la ex-periencia nanotecnológica del otro.

—¿Cómo se involucraron con el cartel del Putumayo? —preguntó la mujer.

—Fue la única opción que tuvieron. De regresar a Bo-gotá y dar a conocer lo ocurrido, Montalvo corría el riesgo de que su personalidad fuera borrada, un proce-so que podía dañar también —y de manera irreversi-ble— la de Ganuza. Además, si la dirigencia guerrillera se enteraba de que estaban vivos, tratarían de destruir el cuerpo que habitaban para asegurarse de eliminar definitivamente la valiosa información militar que te-nía el teniente. Después de considerar pros y contras, contactaron a un abogado vinculado con el cartel, a quien indicaron su interés de colaborar con los ne-gocios de la familia Kaskar a cambio de anonimato y protección. Se presentaron como un solo individuo, de apellido Lehder, y especialista en la fabricación de ma-teriales indetectables.

—¿Los Kaskar no sospecharon que se podía tratar de una infiltración?

Pausadamente, Teresa respondió:

—Sin duda, pero, para suerte de ambos, Montalvo no tenía antecedentes, de manera que no lograron iden-tificarlo. Durante los primeros dos años, estuvieron sometidos a una estricta vigilancia, que empezó a fle-xibilizarse a medida que los nuevos materiales diseña-dos por Ganuza para el tráfico de la droga resultaron un completo éxito. Fue entonces que decidieron pro-ponerles a los Kaskar trasladar los laboratorios y las bodegas de las selvas de Putumayo a una instalación submarina en el mar de los Sargazos.

***

Lentamente, la mujer se acercó al ventanal, contempló por un instante el interminable vaivén de las algas y dijo:

—¿Por qué les interesaba el traslado?

—Las instalaciones en Putumayo —contestó Teresa— eran blanco frecuente de las autoridades, con todas las pérdidas que esto implicaba respecto de atrasos en la producción y comercialización de la droga, reloca-lización de laboratorios y bodegas y, por supuesto, el incremento en el pago de sobornos. El malestar de los Kaskar por esta situación coincidió con una tensión creciente entre Ganuza y Montalvo.

—¿A qué se refiere?

—Tras aceptar que debían compartir un mismo cuer-po, ambos lograron establecer una forma de conviven-cia básica, pero sometida a una presión desgastante por una diferencia fundamental: Ganuza era hetero-sexual, Montalvo no.

—¿Eso significa que…?

“El equipo médico determinó que, dada la gravedad de las heridas, apenas sobreviviría unas horas más, pero que su memoria podía ser transferida”

58

Sin dejar que terminara la frase, Teresa respondió:

—Exacto: mientras estuvieron en las selvas de Putu-mayo, el único que pudo satisfacer plenamente su se-xualidad fue Ganuza. Además, a esa tensión, pronto se unió otra: Montalvo estaba acostumbrado al mundo amazónico, su compañero de cuerpo prefería la jungla urbana.

Con su silencio, la mujer invitó a Teresa a que prosi-guiera:

—El proyecto que le presentaron a los Kaskar tuvo un origen “poético”, es decir, estaba inspirado en el relato La carta robada, de Poe, en el que la mejor forma de esconder un documento es dejarlo a la vista. La pro-puesta consistía en construir en mitad del mar de los Sargazos un local de entretenimiento para adultos, ex-clusivo para ricos y famosos, que llamara la atención de todo el planeta: el Marx’s Cabaret, Casino & Resort. Decorado con motivos de la antigua Unión Soviética y sus aliados, sus secciones principales serían denomi-nadas en función de los grandes revolucionarios co-munistas: Engels, Lenin, Luxemburg, Trotski, Guevara, Castro y Mao. Además de los espectáculos de varieda-des y el casino, los clientes tendrían a su disposición un amplio surtido de acompañantes —hombres y mu-jeres—, menores de treinta años, de todos los colores de piel, físicamente sanos, capacitados en las diversas áreas del placer sexual y cien por ciento naturales (nada de cíborgs).

—La inauguración —evocó la mujer— provocó un es-cándalo global, diversas organizaciones de izquierda presionaron, primero, para clausurar las instalacio-nes y, luego, llamaron a boicotearlas.

—Precisamente —aclaró Teresa— eso era lo que Mon-talvo y Ganuza esperaban que ocurriera. Las autori-dades de diversos países infiltraron agentes durante los primeros seis meses, pero todos sus informes coin-cidieron en que el local no era más que un burdel de lujo, establecido en aguas internacionales y repleto de adornos comunistas.

—Leí varios de esos informes —dijo la mujer.

—Después de que la atención inicial declinó, Ganuza dirigió la construcción, con materiales indetectables, de un nivel adicional ubicado debajo del cabaré, el ca-sino y el hotel, en el que se instalaron los laboratorios y bodegas. Los Kaskar mantuvieron algunas activida-des mínimas en las selvas de Putumayo como distrac-

ción, pero sus operaciones principales fueron trasla-dadas aquí, más cerca de los principales mercados de la droga.

Por unos minutos, la mujer atendió varias consultas de sus subordinados y luego se aproximó de nuevo a Teresa y le preguntó:

—¿Por qué la escogieron a usted para gerenciar todo esto?

—Estaba temporalmente desempleada —respondió Teresa— cuando recibí un boleto de avión de primera clase y una invitación de un tal Alberto Lehder para visitarlo en su casa de Cartagena. Al llegar, me en-contré con un elegante joven al que no conocía, pero a medida que conversábamos, la verdad empezó a abrirse paso. Pese a mi decidida resistencia inicial, me convencí de que Ganuza también habitaba ese cuerpo una vez que me fueron proporcionados varios datos que únicamente él y yo compartíamos.

—¿Dónde conoció a Ganuza?

—En Berlín, once años atrás. Por entonces, yo admi-nistraba un cabaré temático inspirado en la República de Weimar y él se convirtió, primero, en uno de mis mejores clientes y, después, en mucho más que eso.

—¿Sabía lo de la droga?

—No. Ganuza me dio a entender que, en sus nuevas circunstancias, este proyecto era la mejor opción que tenía para recuperar algo de lo que fue su vida y que la construcción de las instalaciones —propiedad de Karl Marx Inc., una sociedad anónima inscrita en Las Ba-hamas— sería financiada con su dinero. Él y Montal-vo, en cuanto habitantes de Alberto Lehder, manten-drían un perfil muy discreto y yo sería la cara visible

“Decidieron proponerles a los Kaskar trasladar los laboratorios y las bodegas de las selvas de Putumayo a una instalación submarina en el mar de los Sargazos”

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de toda la operación, con la ayuda de parte del equipo administrativo que laboró bajo mis órdenes en Berlín.

—¿Cuándo se enteró de lo de la droga?

—Apenas en la madrugada de hoy, durante la masa-cre.

***

La expresión de duda en la mirada de la mujer incomodó a Teresa. Una vez que se sintió segura de que podía controlar el tono de su voz, dijo:

—El complejo está compuesto por tres estructuras básicas que corresponden a distin-tos niveles, dos de los cuales están bajo el mar. La prime-ra se localiza en la superfi-cie: allí están los muelles, los helipuertos y el acceso a los elevadores mediante los cuales los huéspedes ingresan a las instalaciones; la segunda consiste en el ca-sino, el cabaré y el hotel; y la tercera alberga las bodegas, los laboratorios y las plataformas de atraque de los minisubmarinos, que son el medio de transporte de los emplea-dos y los cargamentos de esa sección.

—Según lo que dice, el complejo fue diseñado para que no hubiera comunicación entre la segunda y la tercera estructura, excepto por…

Despaciosamente, Teresa terminó el resto de la frase:

—El elevador privado instalado sin mi conocimiento detrás de una pared falsa, en la suite de Ganuza.

—¿De Ganuza y Montalvo? —precisó la mujer.

Tras evidenciar su desacuerdo con un movimiento de cabeza, Teresa dijo:

—A medida que se prolongaba su cohabitación forza-da, Montalvo y Ganuza empezaron a desarrollar un protocolo de uso del cuerpo que les garantizara una privacidad mínima. Al elaborar los planos de las insta-laciones, cada uno se aseguró de disponer de una suite

individual, que fue diseñada, amueblada y decorada según sus preferencias específicas. La suspensión, por decirlo así, de una de las personalidades mientras la otra permanecía activa fue una práctica que perfec-cionaron, con la ayuda de unos medicamentos espe-ciales, una vez que los dos comenzaron a tener una sexualidad plena.

—¿Montalvo sabía de la existencia de ese elevador?

—En efecto, ambos se repartían las tareas de supervisar el tercer nivel: Ganuza

se encargaba de los laboratorios y Montalvo de las bodegas.

—¿Por qué entonces…?

La voz de Teresa se impu-so una vez más sobre la de la mujer:

—Con la desactivación periódica de una de las personalidades, Ganuza y Montalvo recuperaron

márgenes mínimos de autonomía individual.

—¿Podían tener secretos nuevamente?

—Algo parecido —contestó Teresa—. Montalvo aprovechó esas circunstancias

para —a espaldas de Ganuza— empezar a organizar a los trabajadores de la bodega en un sindicato y, al fi-nal, los convenció de exigir mejores condiciones labo-rales y declararse en paro. Al enterarse de lo ocurrido,

“A medida que se prolongaba su cohabitación forzada, Montalvo y Ganuza empezaron a desarrollar un protocolo de uso del cuerpo que les garantizara una privacidad mínima”

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los Kaskar enviaron un equipo de pacificadores fuer-temente armados, que se encontraron con barricadas construidas con paquetes de droga. Pocos minutos después, empezaron las ráfagas de ametralladora, que fueron respondidas con cocteles molotov.

—¿Cuándo empezó el enfrentamiento?

—Fue alrededor de la una de la madrugada. Al ser Montalvo herido en un brazo, la excesiva segregación de adrenalina activó la personalidad de Ganuza, quien —tras vencer la resistencia de su contraparte— tomó control del cuerpo, corrió al elevador, subió a su suite y se dirigió al cabaré, acompañado en su fuga por una docena de trabajadores. Debido a su ofuscamiento, ol-vidó bloquear el ascensor, por lo que otros empleados, primero, y los pacificadores, después, se valieron de eso, unos para escapar y otros para perseguir a los que huían.

—¿Qué pasó en el cabaré?

—Los guardias de seguridad y los guardaespaldas privados de los huéspedes, al observar lo que ocurría, desenfundaron sus armas. Ganuza se subió a una mesa y llamó a la calma; pero, como para los pacifi-cadores él no era más que el traidor Alberto Lehder, lo acribillaron. Después de eso, todos los que tenían el dedo puesto en un gatillo dispararon.

***

Luego de una prolongada pausa, la mujer preguntó:

—¿Ganuza y Montalvo murieron de inmediato?

Al sentir que una sombra empañaba su mirada, Teresa cerró sus ojos por unos segundos antes de responder:

—No. Dos de mis asistentes se arriesgaron a navegar en ese caos sangriento y me ayudaron a llevar el cuer-po a la bóveda principal. Una vez adentro, cerramos la puerta, bloqueamos el acceso, llamamos a las auto-ridades y esperamos. Mientras agonizaban, Ganuza y Montalvo me informaron de la existencia del tercer nivel, de lo de las drogas y de todo lo que ya le dije.

Tras fingir que creía en la inocencia de Teresa, la mu-jer sentenció:

—Las utopías siempre terminan mal.

—Antes de morir —susurró Teresa— Ganuza expre-só algo muy parecido. Evidentemente, Montalvo no estuvo de acuerdo. Sus últimas palabras fueron sobre utopías y horizontes, pero no le alcanzó la vida para terminar lo que iba a decir.

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Me sorprende el intenso golpear del agua con-tra la ventana. Todo es gris. Después de siete meses de intenso calor, llueve. A través de las

rendijas de las cortinas curtidas que no logré unir la noche anterior veo el potente choque de cada gota de agua contra la ventana. Solo me gusta ver llover en el campo.

Me acostumbré al calor. A ver entrando a las cinco de la mañana por el Este el S ol. Días despejados. Los cac-tus secos por el largo verano. Las superfi cies cubiertas por el polvorín amarillo y salado. La intensa luminosi-dad que permanece, incluso, por las noches. Hasta las nubes se alejaron de acá.

Parece que va a dejar de llover. Una hora más y verás las calles convertidas en ríos. La gente prefi ere distan-ciarse de ti si no eres nativo. Creen que estoy loca. Te lo he dicho, Coco, “si no fuera por ti, el viento tocaría la puerta y, silbando, diría: ¡Estás sola!”. Miro la otra mitad de la cama. Está vacía. Él no ha llegado. Quisiera partir de un puñetazo el espejo de aumento que está frente a la cama. De pared a pared. De piso a techo.

Hace muchos años, recién llegada aquí, era muy atrac-tiva. No me faltaron halagos. Al caminar me decían: “Por la sombrita, mi amor, que el azúcar también se quema”. “Mamacita, los bombones también se derri-ten”. Tenía muchos admiradores. Las mujeres ni me hablaban por celos de “sus hombres”. Envidiaban la

blancura de mi tez. Quién pensaría que una mujer de tierras lejanas, criada en un paisaje verde y de mon-taña, con estudios universitarios, terminaría con un pueblerino de este resistero. Era presumida, ¿y para qué? De todos los que me pretendían, creí escoger el mejor. Me equivoqué.

Camino hacia la cocina, sobre el opaco piso de már-mol verde indio. No siento mis pasos. Todo se ve tan borroso. Debo preparar la comida de mi señor espo-so. Mientras las arepas de maíz cariaco se terminan de azar en una parrilla más negra que el carbón que las calienta. Una parrilla tan vieja y negra como mi suegra. Huyo por la enramada que va de la cocina al patio y salto en los charcos de agua lluvia, doy vueltas con los brazos abiertos y abro la boca para tomar las últimas gotas de agua del cielo. Mi pecho se ha llenado del aire fresco con olor a tierra mojada y mar revuelto. El olor del mar es tan penetrante como la mirada de un hombre excitado y me enamora. Aunque él no ha cumplido mi deseo: “Llevarse mi dolor para dejar de pensar. Ahogarme en su ser. Mecerme con delicadeza para cerrar mis ojos, sin despertar”.

Unos maullidos reclamantes hacen que vuelva. Aga-rro una lata de comida para gatos, que se encuentra en el gabinete donde están organizados los alimen-tos no perecederos. La tomo con cuidado por la oreja del “Abre fácil”. Me detengo y tomo un cuchillo pico de loro, con la punta sobre la lata hago tanta presión

ChampiñónPor Caridad Brito Ballesteros

N a r r a t i v aHu

ella

s

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que la perforo y, desde el pequeño agujero, comienzo una luna nueva observando cómo el aluminio cede al filo del cuchillo. Destapada y sobre el mesón de por-celanato negro dejo la tapa de la lata y el cuchillo. Le sirvo a Coco. Y él devora en cuestión de segundos sus alimentos.

Mientras lo veo comer, una gota se escapa por una de las tantas grietas que posee el techo en machimbre a punto de desplomarse. Al igual que mi matrimonio, el peso de la falta de un buen mantenimiento lo traerá al suelo.

La gota de agua cae sobre mi cabeza, se resbala sobre mi amplia frente y baja desde la punta de mi pro-minente nariz, humedece mi esternón, haciendo endurecer mis senos y sal-pica mis pequeños pies planos, me quedo quieta un par de minutos más para que la experiencia se repita. Mi piel responde con una explosión de sen-saciones al breve y suave recorrido del agua sobre mí. Pero el olor a maíz quemado hace que mi concentración regrese al anafe. Volteo los carbo-nes aplanados que creía arepas. Mi cuerpo se estre-meció al presentir los actos de castigo que siguen a este error. Pero ya estoy cansada. Caí rendida con sus detalles, sus gestos de galantería y las serena-tas. La luna y el mar me ofrecía.

Me enamoraré del hombre tierno. El buen par-tido. Casas, carros, joyas y negocios. Todo lo que yo quisiera. Pero lo desconocía. Por principios llegué al matrimonio casta. Juré amarlo en el altar. Me casé y se convirtió en un hombre tosco y sin detalles. No tengo experiencias para comparar, pero lo que él me da en la cama está distante de llenar en una pequeña parte mis expectativas. Cuando estamos juntos… él no piensa en mí. Y aparte de su egoísta anhelo por la satisfacción, su pene… ¡su pene es tan pequeño! Que el dedo meñi-que de mi mano parece más grande, aun cuando está erecto. No alcanza a ser ni la punta del plátano que tiene mi vecino entre las piernas.

Él es consciente de que tiene un micropene, que aun frente al espejo de aumento se ve pequeño, pero le da

una leve ilusión de mayor tamaño. Sin embargo, no deja de parecer un champiñón.

Puedo escucharlo detrás de la puerta sacudiéndose las botas cargadas

de barro. Saca las llaves de su bolsillo. Abre la puerta muy

despacio para tratar de sor-prenderme, pero la bisagra de la puerta principal hace un chillido tan fuerte que delata su entrada. Cie-rra la puerta y se dirige guiado por el olor a maíz quemado a la cocina. Está frente a mí. Me aprieta

muy fuerte el antebrazo izquierdo con su mano

derecha y con la izquierda acaricia la extensión de mi

largo cabello negro. Luego, pasa su áspera y gran mano sobre mis

mejillas manchadas ahora por el sol. Sus manos son más grandes que mi cara

y trata de meter uno de sus dedos desgatados de contar dinero en mi boca. Mi cuerpo lo repulsa y me aguanto las ganas de vomitar. Su rostro tiene un as-pecto borroso. Pero estoy segura de que no está eno-jado. Sus ojos grisáceos grandes, la intensa mirada en mí y la aparición de una sonrisa cómplice.

Estoy a espaldas del mesón. Pongo mis manos en el borde, siento estremecerse todo mi cuerpo. Aprieto el borde del mesón. Aprieto los labios. “No quiero hacer-lo ahora”, grito en mi mente y él da un paso hacia mí. Se quita el cinturón de cuero. Se lo enrolla en la mano derecha y, con un extremo, me da unos suaves correa-zos. Se acerca más, dejando a un lado la correa y se desabrocha el botón de su jean Chevignon descolorido por el agua salobre y el detergente en polvo, baja la

“Si no fuera por ti, el viento tocaría la puerta y, silbando, diría: ¡Estás sola!”

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cremallera muy despacio. Realiza un movimiento de cadera de izquierda a derecha, el jean está abajo, cu-briendo sus botas empantanadas. Dejando totalmente visibles sus bóxer Calvin Klein blancos muy deteriora-dos, incluso agujereados. Allí debajo parece estar una erección. Coloca sus manos en mis amplias caderas. “No quiero hacerlo ahora”, grito nuevamente en mi mente. Pero en mi cuerpo no hay ninguna reacción. Se baja el bóxer. Y justo ahí, sobre el hueso pubiano, el champiñón.

Finalmente, mis músculos dan respuesta. Separo las piernas. Hago cara de complacencia. Finjo una sonrisa cómplice. Con el pulgar y el índice de la mano dere-cha, empiezo a acariciar la “longitud” de su miembro. Realizo movimientos más rápidos de arriba abajo. Él está lleno de placer. Y yo, de inconformidad. “Deten-te, susurra. Dejaré algo para ti”. “¿Para mí? Pienso,

“¿Cuándo ha dejado algo para mí?”. Pero es mi esposo. Estoy casada y cansada”.

El calor se adueña de mi cuerpo. Una idea en mi cere-bro. ¡Comida para gatos! Mi brazo izquierdo respon-de y se estira rápidamente sobre el mesón con movi-mientos desesperados. Lo encontré. Con cautela traigo hacia mí el cuchillo. Despacio. Sonrío de placer. Rea-lizo un movimiento rápido y cortante en dirección al champiñón. Una explosión. Levanto la cabeza para ver la expresión de dolor en su rostro y todo se desaparece en las llamas.

Ana saca la mirada del carbón encendido. Asustada pasa las manos sobre su cabeza, voltea hacia la mesa del comedor y, sentado esperando el desayuno, está su esposo, quien al verla agitada le pregunta: “¿Cariño, en qué piensas?”, y ella, poniendo un plato sobre la mesa con una amplia sonrisa responde: “En nada cariño, solo comida para gatos”.

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P o e s í a

“El buen poeta” y otros poemasPor Yojan Murcia

El buen poeta

Hace unos años decidí que quería ser escritor,me propuse ser un brillante novelista, así que me dije a mí mismo:¡Vas a ser el nuevo Dostoyevski!Pero fui tan malo que me fue imposible vencer mi pereza, así que nunca terminé alguna de mis novelas.

Entonces, me cambié al cuento,de nuevo, me comparé con los grandes y dije:Mi nombre estará junto a Chéjov, Borges y Cortázar.Pero escribía cuentos tan largos para ser cuentos y tan cortos para ser novelas.

Así que resignado conmigo mismo, me dije, seré poeta entonces.Pero la verdad soy muy mal poeta,tanto que escribo poemas que parecen cuentos o poemas que parecen novelas.

Para ser honesto,creo que escribo cuentos, novelas, sátiras, opinión, ensayos y noticias. Todo, menos poemas.Sin embargo, me considero un poeta,pero no como esos poetas grandes, que siempre tienen la metáfora perfecta.

Yo soy un mal poeta.Para decirlo de una manera “poética” soy un poeta de lo efímero,por eso, mis mejores poemas son los que nunca escribí.

Soy tan mal poeta queme inspiro en las filas de supermercado,con la sinfonía de las cajas registradoras de fondoy la viejita que reclama porque le cobraron la bolsa plástica,mis mejores versos salen mientras leo los ingredientes del champú.

Huel

las

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F(x) = (x + 1) (x – 1)

Alguna vez leí que la poesía es brujería escrita,así que me dispuse a escribir en un cuaderno cuadriculado, para ver si, en esta tabla güija geométrica,está el secreto de la magia de los números.

No sé si es genialidad o ausencia de neuronaslo que me hace buscar las matemáticas en la literatura,pero estoy casi seguro de que los tercetos esconden el origen de la ley de 3.

Los puntos son como los despejes,las comas como las sumatorias,la tristeza son divisionesy las metáforas son derivadas implícitas.

Tal vez, garabateando versos malos en el rincón de esta hojalogre entender la espiral de Fibonacci.Quizá pueda imitar a Mallarmé y aprenda a dibujar un triángulo obtuso prosaico.

Puede que si sigo escribiendo en esta hoja cuadriculada, pueda entender de una vez por todas qué es seno y coseno;estar lo suficientemente listo para que cuando en un examen lea “seno” no piense de manera instantánea en los senos de mi amiga Mariana.

Fórmula general cuadrática sumatoria de Gauss.¿Cuál necesito para calcular lo hijueputa que es mi ex?

Soy un poeta del ruido y el bullicio, no me inspiro en la luna y las estrellas,escribo lo que siento, mientras mi hermanito llora porque quiere helado y el vecino tiene Diomedes a todo volumen.De ese pequeño arte de encontrarse y no perderse en una ciudad fanática del ruido.

A veces, me pregunto si mis amigos poetascreen que debería serlo o si a lo mejor ellos creen que deba dedicarme a otra cosa,tal vez para ellos me iría mejor como DJ,sería como un Martin Garrix que ha pasado más tiempo en McDonald’s que haciendo mezclas,pero creo que es eso lo que tiene un buen poeta, ser todo y a la vez nada.

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Pero, por más que fusione números y el español, no pasa nada.¿Necesito una tinta mágica para hacer que esto funcione?

¿Un hechizo mágico en latín para poder conocer el patrón infinito de nuestro universo?¿Para poder dejar de sumar 2 + 2 en una calculadora durante un examen?

Aunque antes que me digan que estoy loco, yo seriamente pienso que hay días en que 2 + 2 no es igual a 4,días en que los 2 se despertaron diferente y quisieron ser un 5.

Noches familiares en las cuales los números primos pelearon, los números reales caen ante una revolución burguesa,los irracionales estudian filosofíay los imaginarios se volvieron darwinianos.

Me gustaría pensar que este es un poema matemático,pero seguro un profesor de matemáticas me diría: “Deje de fumar vainas raras”y ni que se entere de que estudio filosofía.

Quizá todo se puede solucionar con un arreglo a mi apariencia, tal vez si me dejo crecer la barba puedo ser matemático,tener un apellido como Baldor o Eljaik.Creo que porque soy lampiño es que siempre sumo en radianes.

Ante la ausencia de magia de esta hoja cuadriculada y su montón de tachones, quiero proponer mi teoría matemática: F(x) = (x + 1) (x – 1)¿Acaso no es esto la fórmula de la existencia?

No sé si es una fórmula, una función o un fetiche lingüístico, la suma y la resta son vida y muerte, respectivamente.x no es más que el sentido de nuestra existencia, nadie lo sabe, pero siempre está presente.

¿Estoy cometiendo un insulto a la academia?

Discúlpenme,esto es solo una hoja cuadriculada con algunos rayones.

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Pies

Siempre que quiero escribir un poemay no se me ocurre nada,me comienzan a picar los pies, no sé a qué se debe.¿Acaso será que en los pies habita el sentido poético?Tal vez a Baudelaire le sudaban los pies al escribir sus flores del mal, quizá los pies de Borges eran relojesy los de Jattin una concha de mango. Me pregunto:¿Cómo son mis pies? Me gusta imaginarloscomo unos pies sumergidos en el mar Caribe,aunque el mar me angustie y me dé ganas de suicidarme.¿Suicidios, poetas, pies?Ya se me olvidó de qué iba este poema, tal vez, solo esté escribiendopara quitarme esta picazón de los pies.

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Introducción UMBRAL es una obra de arte interdisciplinaria, ante todo porque no se preocupa por las fronteras o deli-mitaciones entre las artes. La artista Mónica Gonto-vnik toma los lenguajes artísticos, objetos, palabras, escenificaciones, cuerpos, imágenes y sonidos necesa-rios para repensar las fronteras imaginarias entre el afuera y el adentro, no solo entre disciplinas, sino en la vida cotidiana misma.  Esta obra surge a partir de una meditación desde el dentro de una casa, donde la artista comienza a tomar videos caseros de la puerta de acceso a la misma, donde se proyectan sombras que transforman su espacio íntimo en un entorno plagado de proyecciones de un afuera. El proceso mismo es la obra y es la investigación para la obra. Gontovnik se encuentra finalizando una investigación acerca del tema fundamental de los estudios del performance: el estado liminal que lleva a la creación (poiesis) median-te el montaje en mención. Umbral tuvo su primera ex-posición pública el 22 de junio de 2018 en Kore Espa-cio Creativo. Luego fue invitado a presentarse durante PoemaRio en julio 28 en el mismo espacio. En este per-formance participan maestras de danza y de filosofía de la Universidad del Atlántico y de la Universidad del Norte. Igualmente participaron estudiantes de las ca-rreras de Arte dramático y Danza de la Universidad

del Atlántico y de los programas de Filosofía y de Psi-cología de la Universidad del Norte. En esta edición de Huellas presentamos dos testimonios de personas que han entrado a dicha instalación-performance. Uno de los temas filosóficos y performativos esenciales de Umbral es que no se pueden tomar fotos o videos du-rante el desarrollo de la acción, por lo cual, si los tes-tigos quieren enviar un testimonio, este queda como rastro del performance. 

Mónica Gotovnik

Rastros

I

“(…) ¡Qué grata experiencia! Umbral tras umbral. El cruce de umbral a umbral a umbral como ritual que se repite y se repite. El espacio cuasi vacío que sobre-coge y predispone. Los objetos: muebles y libros espe-ciales de alguien especial. Los cuadros, las figuras fan-tasmáticas sugerentes que intimidan, pero al tiempo contrastan con la suave interacción de las performers; cuerpos enunciantes que permiten mi reconocimien-to como participante en la performance. Cruzo otro

Rastros de Umbral(Performance-instalación creado por Mónica Gontovnik)

Collage de la artista Gisella López.

Huel

las P e r f o r m a n c e

69

umbral y nuevamente el espacio enuncia a viva voz y se reitera con la lectura bien lograda de un poema que transmite una nueva situación, acción acompañada por la voz de una mujer que placenteramente, de se-guro, permite que el agua se escurra por todo su cuer-po, su risa y su voz generan percepciones agradables. Momento íntimo (extremadamente cotidiano) eleva-do conductor hacia un ‘estremecimiento’ estético. La voz, nuestra voz, mi voz, repitiendo un micropoema constituyente de un texto –quizá– mayor, reconoci-dos como claves posibilitantes para abrir, para cruzar otros umbrales –límites– no marcados por puertas fí-sicas. Una experiencia que me regocija con el arte y me estremece (…)”.

Jesús Correa Páez

II

“(…) UMBRAL logra su intención al ‘conectar’ desde el comienzo con su inocente espectador. El recurso del contacto directo con la mirada del Guía me hizo sen-tir importante, me hizo sentir confianza. Desde el co-mienzo, se logra compartir con el Guía una ‘intimidad’ que va modelada por las miradas directas y los secre-tos de lo que debo decir (…)”.

Deyana Lucía Acosta-Madiedo

III

“Volví a encontrar la inocencia al entregarme sin re-paros a una experiencia y un lugar sin la certeza de lo que pasaría.

Volví a entender la confianza cuando pude posar mi mano sobre otra, sin saber a dónde me llevaría.

Descubrí un cuerpo moviéndose solo y únicamente para mí, con tal pureza y humildad que su respiración era como el batir de alas de mariposas rodeando mi ser.

Sentí detrás de esas puertas transparentadas, un jar-dín humano de brazos y manos que como enredade-ras acariciaban todo mi interior.

Me deleité con movimientos convertidos en poesía, poesía convertida en sonidos, sonidos convertidos en palabras dichas al oído, todo en una perfecta combi-nación que no dio lugar a la distracción, ni al cuestio-namiento, solo me llevó a una sola única y clara cosa y es que había olvidado lo que se sentía dejarse sor-prender (…)”.

Mónica Lindo

Fotografía de Ilián David Sánchez.

70

IV

Llegas a una calle de luz tenue, no porque no esté alumbrada, sino porque justo en la entrada del edi-ficio (que pronto dejará de ser sólo eso) hay un árbol gigante. Dice un personaje curioso que te espera en la entrada que debes arrancarle una hoja, que sus hojas de laurel o de caucho, te sirven de protección. Así dice la mitología griega, así dicen los guardianes del recin-to que ha dejado de ser un simple edificio de ladrillos. No fui capaz de arrancar la hoja, hice trampa y la re-

cogí del suelo. Cruzo los dedos y espero que igual me proteja. Pasas la primera puerta.

Debes dar unos cuantos pasos y otro guardián te re-cibe. Este igual de curioso al anterior te da las indi-caciones, mientras te observa con timidez. Llegan las mosquitas mientras esperas. Sí, son mosquitas, ellas son las que chupan sangre y te dan rasquiña, los ma-chos, los mosquitos se alimentan de fruta. Digo esto porque justo cuando pasas la segunda puerta, en la que te untan una loción para prevenir las picadas de las mosquitas, entras a una habitación donde solo hay mujeres. Los guardianes se quedan afuera. Te roban tu palabra favorita antes de dejarte entrar. Por segundos te confundes, ¿son mosquitas? ¿Son brujas? ¿Pueden chuparte la sangre? Pero no has dado el primer paso, no has cruzado el marco de la segunda puerta cuando te embriaga una calidez extraña. Entras.

Una vez adentro empiezas a caminar entre sombras y mujeres vestidas de negro. Estar entre mujeres siem-pre produce una sensación particular. Una sensación húmeda y cálida y que a la vez te expulsa y te empuja. El lenguaje adentro es distinto al de afuera. La pala-bra hablada se pierde y signos no verbales empiezan a trazar la ruta. No sabes quién eres, no sabes qué debes hacer. Si sentarte, bailar, hablar, escuchar, preguntar o moverte. Si bien la hospitalidad de los cuerpos que te reciben y acompañan te acogen, la tensión es constan-te. Siempre estás en el abismo, a punto de caer.

Cruzas y cruzas, atraviesas, olvidas el número de puer-tas, de pruebas, simplemente te rindes. Cruzas cons-tantemente, así no te muevas, así estés quieto. Cambia el espacio. Ahora cierran la puerta, retoman la palabra hablada. Escuchas gritos de dolor así la lectora nunca grite. Escuchas risas y sonidos de agua cayendo que te acarician. La palabra te invade.

Irrumpen los cuerpos. Te miran fijamente. Se mueven frente a ti. Tienes que descifrarlo. ¿Seré capaz? Vuelves a sentirte en el abismo que por instantes olvidaste. Los cuerpos te arrastran. Te devuelven las palabras. Ha-blas, susurras, gritas, estás con otras. Entre ellas. Eres una más. Conocida y desconocida.

Sales. Te roban la palabra. Te regalan ajenas. No supis-te qué pasó. Intentas resolverlo y dándole vueltas tu cabeza cae en la almohada. Sueñas. Esos segundos an-tes de rendirte ante el sueño, esta fisura mínima entre la vigilia y el sueño revive lo vivido: Umbral.

Daniela Pabón

Collage de Ilián David Sánchez.

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La invitación a “pensar el cuerpo”, extendida a cole-gas y amigos, estuvo también motivada por la idea de suscitar la reflexión en torno al lugar que ha tenido el cuerpo —o puede llegar a tener— en la configuración de las prácticas y saberes propios de sus disciplinas; de preguntarnos por el alcance epistemológico, ético, on-tológico, político, estético, de las representaciones pre-dominantes del cuerpo; de indagar por los modos de vivir, sentir y concebir el cuerpo en la sociedad actual y de si estos modos forman la propia subjetividad de la vida del cuerpo, su manera más íntima de sentirse, de ser el lugar de las valoraciones y de las maneras que tiene de ver el mundo; o si, por el contrario, los modos actuales de vivir y sentir el cuerpo son la expresión de su máxima objetivación, de la negación de toda posi-ble afirmación de un sí mismo corporal propio; de si debemos dar por sobrentendido el vínculo entre cuer-po y subjetividad y de preguntarnos, en últimas, por lo que entendemos en cada caso con la palabra “cuerpo”.

Consideramos que, en relación con lo anterior, el diag-nóstico hecho por Horkheimer y Adorno en Dialéctica de la ilustración (2001)3 , y posteriormente por Foucault (2007)4 , Deleuze y Guattari (2010)5 , sobre los modos de funcionamiento y establecimiento del poder en la sociedad contemporánea, en la que el cuerpo se con-vierte en el lugar privilegiado de la economía y del ejercicio del poder, es muy actual y exige, por ello, una continua reflexión e investigación ¿Es posible seguir reivindicando la existencia de un cuerpo vivo (Leib), de un sujeto corporal capaz de inventarse y diferenciarse de los demás en sociedades en las que predomina su cosificación y alienación? Los mercados mundiales y las políticas de globalización ¿promueven representa-ciones y experiencias homogéneas del cuerpo o, por el

Presentación

En noviembre de 2013, en el marco del “Encuentro Internacional de Filosofía: Pensar el Cuerpo”, orga-nizado por el Departamento de Humanidades y Fi-losofía de la Universidad del Norte, surgió la idea de publicar un libro con investigaciones sobre este tema, realizadas en el campo de la filosofía y de las ciencias sociales, humanas y el arte. Para el Grupo de Investi-gación studia la invitación a “pensar el cuerpo” signi-ficó plantearnos, en primer lugar, la pregunta por la importancia que adquiere el tema cuerpo en el traba-jo que realiza cada uno de los integrantes del grupo. En segundo lugar, fue una invitación a pensar el rol asignado al cuerpo en los problemas tratados por las líneas de investigación del grupo1 . La propuesta exi-gió, entonces, preguntarnos por el sentido y función del cuerpo en relación con asuntos como la justicia, la ética, la educación, así como por el (los) modo(s) en que él es narrado en la literatura y en las artes. En tercer lugar, significó una ocasión más para revisar y profundizar en las filosofías que abordan directa o in-directamente el problema del cuerpo (Leib) y la corpo-reidad (Leiblichkeit)2 . Esta iniciativa del grupo STUDIA se interesó, por ello, no solo en convocar perspectivas teóricas sobre el cuerpo distintas a las “estrictamen-te” filosóficas, sino también en abrir la invitación en el propio terreno de la filosofía. Se reconoce, en este sentido, los límites, pero también las ventajas, de ofre-cer al lector un trabajo misceláneo sobre el cuerpo en el que comparten lugar autores como Platón, Descar-tes, Kant, Weil, Husserl, Merleau-Ponty, Heidegger, Horkheimer, Foucault, Derrida, Nancy, Butler, entre otros.

Pensar el cuerpo

Leonardo Verano Gamboa y Javier Roberto Suárez González (Compiladores)Editorial Universidad del Norte, 2018

N o v e d a d E d i t o r i a l

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contrario, ponen en evidencia la diversidad de mane-ras en las que este se vive? ¿Nos encontramos frente a experiencias nuevas del cuerpo en las llamadas “redes sociales”? ¿En qué medida estas llevan consigo la for-mación de nuevas subjetividades corporales? ¿En qué tipo de “relación” se encuentra la virtualidad propia del cuerpo vivo (Leib) y del cuerpo virtual creado en las redes sociales? De otra parte, ¿aporta la reflexión y prácticas filosóficas, sociales y artísticas del cuerpo al debate actual sobre género y sexualidad? ¿En qué tipo de “relación” se encuentra la sexualidad, el cuerpo y la subjetividad? Estas y otras preguntas motivaron nues-tra invitación a “pensar el cuerpo”.

Las tres partes que componen el libro integran la di-versidad de perspectivas en las que fue acogida la in-vitación a “pensar el cuerpo”. Se inicia con la sección Ontologías Corporales, a modo de homenaje póstumo al profesor Heinrich Hüni, quien cerró el Encuentro In-ternacional de Filosofía de 2013 antes mencionado con una conferencia titulada “El olvidar del cuerpo”6 . En esta primera parte se incluyen concepciones clásicas y contemporáneas sobre el cuerpo. Se identifican aquí dos problemas centrales que, si bien están íntimamen-te relacionados entre sí, no son equiparables. El dua-lismo cuerpo-alma y la afirmación de la existencia de un pensamiento de y más allá del cuerpo.

El problema del dualismo, establecido entre la vida sensible y la vida inteligible, entre fisiología y psicolo-gía, entre cuerpo y existencia, cuerpo y pensamiento, etc., es estudiado de distinta manera por Henar Lanza y Jairo Escobar en el diálogo Timeo de Platón, por Juan Manuel Ruiz en la obra de Simone Weil, por Heinrich Hüni en los textos Ser y Tiempo y Seminarios de Zollicon de Heidegger, y por Graciela Ralón en las primeras obras de Merleau-Ponty, particularmente La estruc-tura del comportamiento y Fenomenología de la percep-ción. En el segundo problema se inscribe la pregunta de Emmanuel Alloa sobre cómo debe ser entendido el “silencio corporal” en la filosofía de Merleau-Ponty y de Mario Teodoro Ramírez sobre la concepción del cuerpo en representantes del nuevo realismo como Mauricio Ferraris, Marcos Gabriel y Graham Harman.

En la segunda parte, Cuerpo, arte y literatura, se presen-tan trabajos que indagan sobre el estatuto del cuerpo en el arte en general y en creaciones artísticas especí-ficas como la pintura, la novela, el relato testimonial y la poesía. Desde referentes teóricos diversos los au-tores se preguntan por la relación cuerpo-arte: ¿Cómo está presente el cuerpo en la creación y en la experien-

cia artística? ¿En qué sentido el poder de decir, de sig-nificar del arte radica en el cuerpo? ¿De qué modo la “verdad” del arte es una verdad del cuerpo?

En los trabajos de Michel Bernard y de Leonardo Ve-rano, quienes se refieren, respectivamente, al arte en general y a la pintura, se muestra cómo la concepción clásica del cuerpo ha sido desplazada en la creación artística contemporánea por la idea de un cuerpo “fragmentado” que no se instala como “centro” fijo de la interpretación de la obra, sino que se encuentra entrelazado con ella, en el modo de una “corporeidad ficcionaria” y de un “acontecimiento” de la mirada. Camilo Pineda plantea así mismo en su trabajo el en-trelazamiento existente entre el cuerpo del artista y su obra y explora la presencia decisiva de su propio cuerpo en el momento de la creación artística, en la que este –su cuerpo– es quien piensa, quien actúa. Los textos de Iván Jiménez, Viridiana Molinares y Carlos Orozco, desde diferentes perspectivas teóricas, ponen en evidencia el vínculo íntimo entre cuerpo y violen-cia, a partir del análisis de una escritura literaria que profundiza en la percepción, en los modos de sentir y de vivir el cuerpo, testimonio de la violencia vivida en Colombia. Mónica Gontovnik propone un texto per-formativo en el que palabra poética, el texto filosófico y la imagen fotográfica construyen un cuerpo-archivo, una memoria viva, encuentro con un pasado no vivi-do unido irremediablemente al presente y al futuro. Martha Osorio-Cediel realiza, por su parte, una lectu-ra foucaultiana de la poética de Mónica Gontovnik, especialmente de su poemario Objeto de deseo, en la que las prácticas y disciplinas del cuerpo convierten a este en el espacio de transformación y construcción del sujeto lírico.

Los trabajos de la tercera sección, Cuerpo, ética y sexua-lidad, se ocupan de explorar el sentido ético del cuerpo a partir de problemas como la justicia, el poder, la in-tersubjetividad, las relaciones entre género y sexuali-dad, entre el hombre y los animales, y la educación del cuerpo. Javier Suárez y Guillermo Serrano investigan, respectivamente, en el campo de la educación, la re-lación entre “cuerpo, memoria y justicia” y los modos en que se administra en los manuales de urbanidad el cuerpo, el deseo y el placer. Los trabajos de Germán Vargas y Vicente Raga, por su parte, enfatizan en que el concepto de naturaleza, ya sea de inspiración hus-serliana o montaigniana, es decisivo para la compren-sión de la discusión actual sobre género y sexualidad, en el caso del primer autor, y para el reconocimiento de una animalidad del cuerpo que sirva como “medi-da” de la moral, en el caso del segundo autor. Lucy Ca-

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rrillo examina, especialmente en la obra de Descartes, los fundamentos filosóficos de la concepción mecani-cista del cuerpo y muestra cómo dichos fundamentos sustentaron el abuso y el maltrato de los animales y el exterminio de los indígenas en América. Leonor Villaveces se propone mostrar, desde la obra de Ju-dith Butler, la emergencia del cuerpo en los procesos de “formación del sujeto”, en los que la esfera social y las maneras de nombrar el cuerpo son mecanismos de su exposición, afirmación o exlusión. Andrés Sego-via, de la mano de autores como De Jaegher, Di Paolo, Trevarthen, Gallagher, entre otros, propone la idea de una “interacción corporalizada” que permite develar el funcionamiento de la intersubjetividad y la forma-ción de la conciencia.

Damos las gracias, finalmente, a las directivas de la Universidad, a la Decanatura de la División de Cien-cias Sociales y Humanas y al Departamento de Huma-nidades y Filosofía, por haber apoyado la realización del “Encuentro Internacional de Filosofía “Pensar el Cuerpo” y por hacer posible la publicación del libro; a la Editorial Universidad del Norte por su apoyo y ase-soría permanente; a Jairo Escobar Moncada por sus cometarios críticos a las partes preliminares del libro, los cuales fueron de gran ayuda; a Miguel Ángel Ariza, estudiante de la Maestría en Filosofía, por su asisten-cia editorial; a los autores por sus contribuciones y amable disposición durante el proceso de edición; a Iván Jiménez y a José Joaquín Andrade por la cuida-dosa traducción de los textos que aquí se publican.

Bibliografía

Deleuze, G. y Guattari, F. (2010). Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Trad. José Vázquez Pérez. Valencia: Pre-Textos.

Foucault, M. (2007). Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979). Trad. Horacio Pons. Bue-nos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Horkheimer, M. y Adorno, T. (2001). Dialéctica de la ilustra-ción. Trad. Juan José Sánchez. Madrid: Trotta.

Hüni, H. (2004). El olvidar del cuerpo. Eidos, revista de Filo-sofía del Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad del Norte, 21, 283-285. Disponible en http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/ei-dos/issue/view/365

Notas

1 Filosofía Práctica (filosofía política, ética y filosofía social), Filosofía del Acontecimiento, Filosofía y Estudios Literarios y Estudios Contemporáneos y Culturales.

2 La distinción entre cuerpo (Leib) y corporeidad (Leiblichkeit) es, en gran medida, compartida en la fiosofía contemporánea a la hora de enfatizar con ella que en sentido estricto, no existe “el cuerpo”, si con esta palabra se indica una realidad homogénea y objetiva, al modo de un sistema orgánico fijo. Aquello que sea “el cuerpo” tiene que ver mucho más con las formas en que sujetos concretos lo viven, en los modos en que experimentan su corporeidad, el hecho de “tener”, de “ser” cuerpo.

3 Particularmente el apartado “interés por el cuerpo”, pp. 277-281.

4 Se hace alusión al estudio llevado a cabo por Foucault en su Curso en el Collège de France (1978-1979), publicado bajo el título Nacimiento de la biopolítica, en el que analiza el surgimiento de la nueva racionalidad gubernamental del liberalismo como verdad de la economía. Ver especiamente la «clase del 14 de marzo de 1979», en la que se investiga la nueva noción de hombre económico (homo œconomicus), pp. 249-274.

5 Especialmente el capítulo “Tratado de nomadología: la máquina de guerra”, en Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, pp. 359-422. Las ambiciones totalitarias de los estados y de los gobiernos han tenido siempre opositores, poderes irreductibles que resiten a su lógica de dominio. Se trata de un “pensamiento del afuera”, señalan los autores en alusión a Foucault y a Nietzsche, que se forja como “máquina de guerra” , opuesto a toda ley o principio soberano (cfr. pp. 381-382). El régimen de las máquinas de guerra es la corporeidad, la materialidad.

6 Texto publicado en Eidos, revista de Filosofía del Departamento de Humanidade y Filosofía de la Universidad del Norte: Hüni, H. (2014). El olvidar del cuerpo. Eidos, 21, 283-285. Disponible en http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/eidos/issue/view/365

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R e s e ñ a

desciende a nuestro oído. Siente uno con frecuencia en el oído el cantar de cada poema cual si cada párrafo fuese una imagen cargada de las resonancias místicas de la voz y las visiones de la poeta que desciende al mar de sus recuerdos ya cantados, sus obsesiones que persisten y retornan desde sus primeros poemas: el sueño, la noche, la obscuridad, la iluminación, el in-somnio, el despertar, la caída, la muerte, la duerme-vela, el jardín, la piedra, la mano, el espejo, el ojo, las palabras, la poesía, el mito, el poema, las aves…

O el ave sublime que —semejante al pájaro de la poe-sía— nunca nos deja escuchar su canto, solo cuando condesciende al don de devolvernos la vida o la infan-cia y afinar los dones de la muerte y darnos los desti-nos de la profecía y la iluminación o el ver para trazar en palabras los secretos perdidos en el sueño de los corazones que duermen su noche sin recuerdos; como sugiere la palabra Maiastra, palabra rumana con que la poeta Lucía titula uno de sus poemarios. Maiastra es voz que podemos sentir a la vez palabra que nombra la iluminación de quien cultiva los dones del arte y de la sabiduría —maestra o hacedor— y los dones de la adivinación y la profecía. Sinónimo o alter nomine de la poesía.

En Katábasis, de nuevo: “Cada poema  / un desafío al ojo atento / en el instante justo / de la caída”. Así canta la poeta al final de El Círculo del Poema, en su primer libro, Fuegos nocturnos. Lucía Estrada publicó Fuegos nocturnos a sus 17 años. Ese primer libro reveló a sus lectores un nuevo canto y un camino luminoso y ácido para la poesía. Desde entonces ella es una de las poetas actuales que leemos con veneración quienes ya deseá-bamos vivir en la casa de la poesía. O quienes por vez primera llegamos a ella. Cada vez es la primera vez, cuando estamos ante los dones de la poesía. Los mis-

La poeta Lucía Estrada ha ganado en 2017, de nue-vo, el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogo-tá. Ahora con su libro Katábasis, voz griega que

nombra todo descenso: la caída del sol, bajar al mar, descender a la noche, bajar la montaña, descender al sueño, al canto, a la muerte. El descenso de Orfeo es una Katábasis. Y el de Ulises en busca de Tiresias para que ilumine su viaje de retorno a Ítaca, y ver al espec-tro de Aquiles entre el enjambre rumoroso de muertos que se le acercan. Y el de Eneas. Y el de Dante. Y el de Rimbaud. Y el de Alicia a su país de ensoñación y al otro lado del espejo. La poesía es, nos sugiere la poeta, un descenso. Al sueño. A la muerte. A la filosofía. Al pensar. Las visiones y revelaciones del canto son un descenso. El canto cae de los cielos pensativos del can-to.

Katábasis es una arquitectura de poemas en prosa que la poeta divide en tres partes, que trazan el descenso o la caída: Superficies. Subsuelo. Último Descenso.

El cantar de Katábasis conserva cierta línea estilística de obras anteriores de la poeta, y ciertas inquietudes vivas, que, quienes hemos aprendido a amar su canto, sentimos latir desde Fuegos nocturnos, su primer libro. Pero, ahora, al darles aquí, en el descenso de Katábasis, la forma de poesía en prosa, se siente ⸺como ha sugeri-do la poeta⸺ otra respiración, otro ritmo.

Su cantar en prosa reinventa el ritmo, la candencia, la respiración del verso largo hasta hacerlo música de la frase y del párrafo que resuena en el laberinto de nuestro oído musical cual forma libre y precisa. Des-cendemos desde el ruido del día a su canto y su canto

Lucía Estrada: Katábasis o el descenso al jardín de la poesíaPor Carlos Eduardo Satizabal Atehortúa

Lucía Estrada (2017). Katábasis. Medellín: Tragaluz Editores

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KATÁBASIS

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sílaba de aire.

L u c í a E st r a d a

ste bello libro de poesía, editado por Tragaluz editores, resultó ganador del Premio de Poesía Ciudad de Bogotá 2017 del Instituto Distrital de las Artes, conforme a la Resolución 1056 del 15 de septiembre de 2017. Mediante Resolución 947 del 18 de agosto de 2017 se designaron como jurados del concurso a José Zuleta Ortiz, Santiago Espinosa Piñeros y Juan Gustavo Cobo Borda.

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K ATÁ BA S I SL u c í a E st r a d a

Premio de Poesía Ciudad de Bogotá 2017

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terios y la belleza inefable del cantar de Lucía Estrada atrapan para siempre. Siempre volveremos a ella, a su canto iluminado y colmado de sombras reveladoras, de peldaños al descenso de lo invisible, de lo deseado, de la muerte, del sueño. Siguiendo las obsesiones de ese libro primero y de la voz que renueva sus visiones, la poeta ha escrito sus poemarios Noche líquida, Maias-tra, Las hijas del espino (Premio de Poesía Ciudad de Medellín, 2005), La Noche en el Espejo (Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, 2009), Cenizas de Pasoli-ni, Cuaderno del Ángel (Beca de Creación Municipio de Medellín, 2008).   Su poesía aparece en antologías de América Latina y España. Y ha sido traducida al in-glés, alemán, francés e italiano.

Katábasis es también un descenso a la niebla del len-guaje, al hueco mudo de las palabras, las inservibles palabras, como se le revelan en “Regreso a Ítaca”: “Ocultas en su condición de niebla”. Las palabras no descienden a cantar lo que ve la poeta entre la niebla del sueño y de la muerte que aguarda. Tampoco la voz toca con su música lo que ven sus ojos iluminados. Dice ella: “Impronunciables la luz, el agua que corre y la piedra que silenciosa la recibe”. Paradójica escri-tura que hace de la naturaleza inservible de las pala-bras, del vacío del lenguaje, poesía. Su canto se hace iluminación poética al cantar ese vacío, esa inutilidad impenetrable.

Como lo ha sentido la poeta en Fuegos Nocturnos: “El poeta sólo existe en el poema”. O en el descenso al poe-ma. La poesía nos hace poetas a sus lectores. La poeta nos abre en Katábasis los ojos al sueño y al soñar mís-tico y pensativo de su poesía que descubre, en la fron-

tera entre lo soñado y la duermevela de la realidad, metáforas de lo que ella llama “Tiempos modernos”, metáforas que se revelan a la sensibilidad poética en el goce de la quietud, en el tranquilo y sereno placer de estar, de ser, de no ser: arrobado nuestro ser en el juego misterioso del ver, de recibir el poema mientras nos devora, lo que ella llama con feroz clarividencia: “El invisible trabajo del tiempo”:

Es seguro no pensar en nada. No ser nada… Es seguro ir tras el pájaro sin reparar en la esencia del vuelo. Es seguro tenderse plácido sobre la hierba seca. No pen-sar. No ser nada. El vuelo da cuerpo a la sombra del pájaro. El canto da cuerpo al cuerpo. Es igual…

Esa quietud, esa ausencia que arroba al ser en el placer de ver y pensar en lo que aparece en el vuelo del pájaro y su sombra que irrumpen en la quietud del aire, se hace pensativa poesía: filosofía del tiempo, del instan-te vivo que se convierte en imagen poética; poesía filo-sófica del habitar el tiempo que nos concede los ojos musicales para ver lo que no vemos y el oído ilumina-do para cantar las visiones.

Katábasis es una meditación sobre nuestra condición mortal de habitantes del tiempo, sobre la inutilidad de pretender guiar su curso. Dice ella: “Ahora es ahora sin ayer ni mañana”. Siente la poeta que sin importar con qué ceremonias compartidas colmemos el tiempo que habitamos: “Esquiva, la vida toma siempre el camino contrario”.

Katábasis nos invita a ver el instante “con fijeza” para descifrar lo que ella llama el “Alfabeto del tiempo”: “Solo y amargo, como un presentimiento, tiembla un instante a contraluz mientras se extinguen los minu-tos, las palabras, los pasos que acercan su verdad”.

Como lo han cifrado la poesía y la filosofía poética, ser en el tiempo es estar presente en el ver para descifrar las pequeñas sílabas del alfabeto poético de las visio-nes, esa música que nos lleva a desaparecer: “Como un enigma, como una sombra, o como el pájaro muerto al que ningún aire reclama”. Su poesía es un enigma que interpela al tiempo por la cifra secreta de nuestro horizonte mortal.

Bajo las superficies, el tiempo “sigue en línea recta ha-cia adelante, hacia el abismo”. Le queda a la poeta la noche insomne: “Pero la noche, más generosa que tus manos, y mucho más honda que el pozo sediento de tu corazón, apacigua el deseo de levantar nuevos muros en torno a fantasmas sin nombre”.

CotidianaUn gesto amargo se desprende de mi boca, rueda por las calles, desaparece.En algún lugar, alguien cultiva espejos para borrarlo todo. Su oficio reverbera en cada sílabade aire.Vivir es una extraña condición de la muerte. Yo la llevo conmigo, pero no pesa en mi cuerposu luna espectral.En cada rostro reflejado un nombre se diluye. Ruego para que el mío permanezca indescifrable.

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Poesía pensativa que canta las visiones del sueño, las percepciones cotidianas de la muerte, los enigmas de ser y habitar en el tiempo: ser en el tiempo es habitar poéticamente, como ha cantado el poeta de la torre en su piano de cuerdas arrancadas hasta dejarle solo una octava de armónicos del alma, es ser por el canto.

Ser en el tiempo de la poesía es también interpelar en el cantar pensativo las herencias del padre: “Este es el tiempo, padre, en el que la soga debía apretar el cue-llo antes de quebrar la rama”. Pero quizá los enigmas de su canto le hacen sentir a la poeta que ese tiempo, tiempo de la noche del padre, ya no es el tiempo de ella. Dice: “Este es el tiempo en que ya no puedo tocar-te, en el que tu imagen más próxima es un golpe de dados que pierde para siempre nuestras cabezas”.

Tiempo hueso mito ceniza laberinto piedra sueño he-rencia cuerda espejo habitación horizonte noche luz mar árbol sal oscuridad palabra. Lucía Estrada teje con sus palabras el universo de unas voces y de un ser que canta sus visiones desde la frontera de la muerte y los abismos del sueño, como quien ya, al final de la tar-de de la vida ve todo desvanecerse con la luz que ago-niza en la palma de su mano. Palpa o desciende, con pasos de un cuerpo en quietud o casi inexistente, los peldaños inciertos que unen el sueño, la vida, el tiem-po, la muerte, en la duermevela y en la respiración del poema: un mundo de rumorosas sombras donde ya no es preciso el aire pero los ojos observan atentos las for-mas de la luz en la que se anuncia la desaparición de todo lo visible. Dice la poeta:

La luz es apenas un fantasma en la rugosidad del muro. Pronto se llevará la ventana, la redondez de un vaso, el ángulo exacto de la mesa. Quedará el mar, su música galopando en el espacio negro. Un mar ima-ginario como las cosas que empiezan a desaparecer, como el brillo opaco del compás, como las manos… Sí, al final sólo quedan las manos, su quietud de hueso como prueba de que hubo algo, ni grande ni peque-ño, abriéndose a la noche, sucediendo sin testigos, sucediendo —sencillamente— como la luz, o como el peldaño que no continúa la escalera, y que muere, perfecto y distante, ante tus ojos que se apagan.

Katábasis nos revela que no es posible existir, habitar el tiempo, ser y estar y gozar en el tiempo, sin ver las visiones y las preguntas del canto, del poema, de la poesía: que somos sólo al ver con los ojos de la poesía: poéticamente habitamos bajo el cielo y bajo la tierra a la que descendemos en cada sueño, en cada duermeve-la, en cada desgarramiento cotidiano, en cada instante de quietud, en cada muerte.

Cada poema un sueño, cada poema una aventura más allá de la muerte. Dice: “Escribo para darle forma a la muerte, pero también a los pájaros que cruzan el cie-lo en lentas migraciones”. Metáfora que de nuevo nos revela, en el penúltimo párrafo de “Último peldaño”, el poema último de este sublime, enigmático y hermosí-simo libro, que el conocer y el ser por la poesía son un don de los ojos, placer de los ojos como diría San Agus-tín, visiones, como cantó William Blake.

En el último párrafo de este descenso al jardín de la poesía, al pozo sin fondo del canto, su poesía nos can-ta la impotencia de los ojos y de la consolación por la poesía pensativa que nos deja la pasión por el cantío en los misterios de la página escrita.

Intento aferrarme con los ojos a este pequeño re-ducto de conciencia, a la realidad que tiñe de bruma cualquier posible horizonte. Pero los ojos no resisten. Sucumben a su vocación de peces que se dejan arras-trar por las olas. Escribo para despreciar su abando-no, para devorarlos hasta el silencio. Algo quedará en la página. Una estrella invisible, un mapa de aguje-ros negros, un grito sumado a la voracidad de otras aguas, de otras oscuras navegaciones.

No hay palabras que puedan llegar al corazón miste-rioso de este libro. A su cantar solo nos lleva su propia música y sus metáforas, sus palabras y sus sílabas so-norosas, música y visiones que iluminan nuestra no-che oscura del alma de enigmas y de amor. Algo deja escrito con su canto en la página de nuestra carne me-moriosa: una herida de música y visiones, de lucidez y de esperanza en la consolación por la poesía.

Venga a su canto cada lectora, cada lector, venga usted a las páginas de Katábasis y será colmado y desolado su corazón musical por los deleites, por los enigmas y las revelaciones, por las sombras y las iluminaciones y los misterios de la poesía.

La poeta Lucía Estrada (Medellín, 1980).

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C o l a b o r a d o r e s

Ramón Illán Bacca

Destacado escritor del Caribe colombiano. Se dedicó al pe-riodismo y a la literatura y durante más de 25 años ha re-gentado la cátedra de Literatura en la Universidad del Norte. Ha publicado los libros de cuentos Marihuana para Göering (1980), Tres para una mesa (1991), Señora Tentación (1994), El es-pía inglés (2001), Cómo llegar a ser japonés (2010), y las novelas Deborah Kruel (1990, mencionada en el Concurso de novela Plaza & Janés, 1987), Maracas en la ópera (1999, ganadora en el Concurso Cámara de Comercio de Medellín, 1996), Disfrá-zate como quieras (2002), La mujer del desfenestrado (2008) y La mujer barbuda (2010); y la recopilación Crónicas casi histó-ricas (2007). Dirigió el proyecto Voces 1917-1920, edición ínte-gra (2003), por cuyo prólogo obtuvo el Premio Simón Bolívar 2004.

Carmen Elisa Escobar María

Profesora del Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad del Norte, psicoanalista. Es psicóloga y psicó-loga clínica de la Universidad Metropolitana, especialista en filosofía contemporánea de la Universidad del Norte, docto-ra en filosofía por la UNED (Madrid).  Miembro fundador del Círculo Psicoanalítico del Caribe en 1991 hasta la fecha, en donde ha participado en seminarios de transmisión y divul-gación en psicoanálisis.  Fue directora del Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad del Norte entre 2012-2017. Actualmente es docente del programa de Filoso-fía y Humanidades y de la maestría en filosofía de la Univer-sidad del Norte.

Diana Marcela Villamizar Abril

Licenciada en Español y Literatura de la Universidad Indus-trial de Santander (UIS). Actualmente se desempeña como docente titular de Lengua Castellana y Plan Lector en el Co-legio Santo Ángel ubicado en Sabana de Torres, Santander. Un cuento suyo, “En el infierno también hace frío”, fue pu-blicado en la revista literaria venezolana Letralia.

Cristina Restrepo Arango

Doctora en Bibliotecología y Estudios de la Información por la Universidad Nacional Autónoma de México, Magíster en Bibliotecología por El Colegio de México y estudió bibliote-cología en la Universidad de Antioquia. Ha sido profesora en la Pontificia Universidad Javeriana y en la Universidad de la Salle en Bogotá. Ha publicado artículos en revistas académicas en Brasil y México y participado en eventos na-cionales e internacionales en los cuales ha presentado los

Cartagena de Indias (Colombia), 1956. Pintora representativa del Caribe colombiano. Inició sus estudios en la década de 1970 en el taller de la barranquillera Nora Avendaño y David Manzur. A comienzos de la década de 1980 viajó a París y estudió en la École Nationale Supérieure des Beaux-arts. En 1989, estudió en los talleres de dibujo de José Luis Cuevas, en México, y de Santiago Cárde-nas en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena. En 1989 obtuvo el primer premio en el Salón Nacio-nal de Artistas, reconocimiento que la insertó en el circuito nacional, con su obra Dificultad Inicial. Su obra hace parte de colecciones de museos e instituciones en Colombia, América y Europa. Ac-tualmente reside entre Valencia, España, y Carta-gena de Indias. Entre el Mediterráneo y el Caribe.

Artista de portada: Bibiana Vélez

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avances de sus investigaciones en cienciometría, evaluación de la ciencia, organización de la información y desarrollo de colecciones. 

Ever Mejía González

Estudiante del programa de Comunicación Social y Perio-dismo de la Universidad del Norte. Ha escrito crónicas que giran alrededor de la cultura popular del Caribe, el deporte, la música y el emprendimiento. Algunas de ellas han sido publicadas en la revista Latitud de El Heraldo, la revista Cro-nopio de Medellín y el periódico El Espectador. Su trabajo también ha sido reconocido en diferentes convocatorias: Ga-nador del premio de periodismo Deutsche Welle 2018 por su trabajo colectivo ‘Barranquilla: zona de talento frescura e in-genio’. En 2018 también recibió dos menciones de honor en el premio de periodismo universitario Orlando Sierra de la Universidad de Manizales. En 2017 fue finalista del premio organizado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Leopoldo Gómez-Ramírez

Filósofo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor en Economía por la University of Massachusetts at Amherst. Trabajó un par de años como “profe” en comunida-des rurales en extrema pobreza en México. Ha publicado en revistas de investigación arbitradas internacionales tanto del área de filosofía como de economía. Desde 2015 es pro-fesor-investigador del Instituto de Estudios Económicos del Caribe de la Universidad del Norte. Sus áreas de investiga-ción son los enfoques heterodoxos en macroeconomía y los problemas contemporáneos del (sub) desarrollo. Desde 2018 es director del Observatorio de Condiciones Socioeconómi-cas del Atlántico de Uninorte. Durante 2014-2015 realizó el programa “Tan cerca, tan lejos, A Voice of Mexico in the USA” emitido por WMUA.

María Daniela Charri Campo

Estudiante de sexto semestre del programa de Economía de la Universidad del Norte. Colaboradora del programa radial “400 voces” de la Emisora Uninorte FM Estéreo.

Sergio Díaz Peinado

Estudiante de sexto semestre del programa de Economía de la universidad del Norte. Colaborador del programa “400 vo-ces” de la Emisora Uninorte FM Estéreo.

Yesid Arturo Torres Rodríguez

Administrador público de la ESAP, escritor y actor de teatro. Su trabajo ha sido publicado en las revistas Actual, Huellas de la Universidad del Norte, la revista Latitud de El Heraldo, SNCK de la Universidad Distrital, El espectador, Página Sal-món (México), entre otros medios de comunicación. Gana-dor del portafolio de Estímulos de Barranquilla en la moda-lidad de cuento en 2015. Como actor ha participado en el festival internacional de teatro Emilio Aparecio organizado en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana, así como en montajes como A la diestra de Dios padre, Cita con muertos, Peter Pan, entre otros. Actualmente trabaja con el sello editorial Letra Clave.

Luis Mallarino

Poeta y narrador. Docente catedrático de escritura creati-va, Universidad del Norte. Premio distrital libro de narra-tiva, ciudad de Barranquilla, 2017. Tercer lugar, concurso nacional de poesía Casa Silva, 2016. Tres veces ganador del concurso nacional de cuento infantil Comfamiliar Atlánti-co, 2011, 2013 y 2014. Premio distrital libro de poesía, ciudad de Barranquilla, 2013. Segundo lugar, concurso nacional de poesía Andrés Barbosa Vivas, 2011. Mención de honor, con-curso nacional de cuento de la Universidad Metropolitana, 2015. Mención en el concurso nacional de poesía “Isaías Gamboa”, 2005. Ganador de la convocatoria “Ideas innova-doras para leer y escribir en la red” del Ministerio de Educa-ción Nacional, 2015.

Iván Molina Jiménez

Catedrático de la Escuela de Historia e investigador del Cen-tro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamerica-nas (CIICLA) de la Universidad de Costa Rica. Autor, coautor y editor de numerosos estudios sobre historia de Costa Rica, en particular, y de Centroamérica, en general. Premio Na-cional de Historia (1991), Premio de la Academia de Geogra-fía e Historia (1991), Premio Áncora del periódico La Nación (1992), Premio al Investigador en Ciencias Sociales (2015) y Premio Luis Ferrero de Investigación Cultural (2016). Ha pu-blicado las siguientes colecciones de cuentos de ciencia fic-ción: La miel de los mudos (2003), El alivio de las nubes (2005), La conspiración de las zurdas (2007), Venus desciende (2009), Tokio mi amor (2012), El secreto de Encélado (2016) y Las fugiti-vas de Abidos (2017).

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Caridad Estefany Brito Ballesteros

Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia, Ma-gister en Gestión Cultural de la Universitat de Barcelona, docente e investigadora. Integrante del Taller de Escritura Creativa Relata Guajira durante el 2014 y 2015. Autora del cuento “Una vez más”, incluido en la Antología Relata 2014.

Yojan Murcia Monsalvo

Estudiante de filosofía y humanidades (octavo semestre) de la Universidad del Norte. Ha sido monitor académico de la clase Cultura contemporánea y género (2017).

Mónica Gontovnik

Poeta, bailarina, coreógrafa, directora escénica, performer y filósofa.   Desde 2004 es docente del Departamento de Hu-manidades y Filosofía en la Universidad del Norte.    Tie-ne un pregrado en Danza de Skidmore University Without Walls.   En 1978 creó el Laboratorio de la Danza, su estudio de experimentación con el movimiento que fue la sede de Kore Danza Teatro, primer grupo de Danza Teatro fundado en Colombia en 1982. A partir de una maestría en Estudios Interdisciplinarios en Arte y Psicología cursada en Naropa University (2001), trabaja en el campo de las terapias expre-sivas y se dedica a hacer intervenciones urbanas con grupos transitorios de artistas y talleres terapéuticos en los cuales las artes juegan un papel sanador.  Se doctora en Estudios Interdisciplinarios en Artes de Ohio University (2015).

Leonardo Verano Gamboa

Doctor en Filosofía de la Universidad de Wuppertal (Ale-mania). Magíster en Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá). Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás (Bogotá). Profesor de filosofía del Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universi-dad del Norte. Áreas de interés: fenomenología, hermenéuti-ca, teoría crítica y estética. Publicaciones recientes: “Tiempo corporal y subjetividad en Merleau-Ponty”, Revista de Filo-sofía Aurora. Pontifica Universidad Católica de Paraná, 26 (38), 243-265; “La experiencia de la palabra como quiasmo”, Acta Fenomenológica Latinoamericana. Pontificia Universi-dad Católica del Perú, 65-81.

Javier Roberto Suárez González

Candidato a doctor del Instituto de filosofía de la Universi-dad de Antioquia con el proyecto Fundamentos de la Teoría Crítica y horizonte ético de la educación en Max Horkheimer. Magíster en educación de la Universidad del Norte. Licen-

ciado en filosofía de la Pontifica Universidad Javeriana. Pro-fesor de filosofía del Departamento de Humanidades y Filo-sofía de la Universidad del Norte. Miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía (SCF) y del Grupo de investigación STUDIA en la línea de investigación Filosofía práctica. Áreas de interés: Teoría Crítica de la sociedad, ética y filosofía de la educación. Actualmente es investigador principal de los proyectos Las concepciones del maestro sobre la ética y su inci-dencia en la práctica docente, y Pensamiento crítico y enseñanza de la filosofía, ambos financiados por la Fundación Promigas (Barranquilla).

Carlos Satizábal Atehortúa

Poeta, actor, director teatral. Profesor asociado de la Uni-versidad Nacional de Colombia, allí integra el Centro de Pensamiento y Acción para las Artes CREA. Activista por la paz. Premio Nacional Poesía Inédita con La Llama Incli-nada. Premio Dramaturgia ciudad de Bogotá con Ellas y La Muerte: Sueño de tres poetas. Premio Iberoamericano Textos dramáticos -CELCIT  40 años- con Ensayo del eterno retorno femenino. Premio iberoamericano Pensar a Contracorriente con Fragilidad y Lejanía (ensayo). Trabaja en la Corporación Colombiana de Teatro en los Festivales Alternativo y de Mu-jeres en Escena, con Tramaluna Teatro y en los proyectos de memoria poética del conflicto colombiano. Conferencista, tallerista y lector invitado a universidades, festivales de tea-tro y poesía en diversos países. Ha publicado teatro, poesía, crónica y ensayo.

NUEVAS VOCES

Henry Pantoja Castellanos

Desde muy corta edad se interesó por las distintas artes, pero fue su amor a la literatura, sobre todo, a la poesía y a los cuentos de Edgar Allan Poe y Jorge Luis Borges, lo que lo llevaron a dedicarse a estos dos géneros. Estudiante de sép-timo semestre de sociología en la Universidad del Atlántico. Ha participado y publicado en distintos medios y revistas hispanoamericanas y actualmente es partícipe de un pro-yecto literario que da voz a los nuevos escritores: “El blog de la Tertulia Literaria”.

Daniel Gordillo Ordoñez

Estudiante de Matemáticas de la Universidad del Cauca. Tiene diplomados en Políticas Públicas de Juventud; Ne-gocios Ambientales; Neurodidáctica; Etnoeducación y Or-denamiento Territorial Comunitario. Además, cuenta con formación complementaria SENA en Contabilidad y Red de Territorios por la Paz en Proceso de Paz.

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Yimaldi Marrero Cabrera

Licenciado en Español y Literatura de la Universidad del At-lántico (2017). Dentro de las líneas de interés se destacan el cuento, los microcuentos y la novela. Publicó el cuento “In-telectuales del balón” en la revista Mariamulata edición N° 14 de diciembre de 2017.

ARTISTAS INVITADOS

Nia Eluney

Desde pequeña le ha gustado ser autodidacta, dibujar, tre-parse a los árboles e imaginar un mundo mejor. Intentó es-tudiar biología y tras encontrar ahí un amor prohibido se casó con la ilustración. Ha participado en libros, revistas y medios digitales. Espera perseguir nuevas imágenes, tornear nuevas cerámicas, pintar murales y aprender a bailar salsa.

Leonard Quijada

Artista plástico egresado de la Universidad del Atlántico. Ha trabajado en diferentes proyectos relacionados con el arte digital, enfocándose en el área de la ilustración. En su trabajo artístico ha pasado por diversas técnicas, lo cual lo define como un artista interdisciplinar que se interesa por las ideas y a partir de ahí explora. Actualmente trabaja para la primera infancia en el desarrollo y acompañamiento de experiencias, espacios y herramientas pedagógicas, utilizan-do el arte como instrumento de aprendizaje. Ha participado en concursos como: Segundo salón de arte joven MAUA en el año 2010 con la obra “Uno y tres desnudos”; ocupando el segundo lugar. Salón regional de arte en el año 2012 con la obra colectiva “Paro de artista”.

Consulta la sección NUEVAS VOCEShttps://www.uninorte.edu.co/web/huellas

En esta edición:

El jardín de la reminiscenciaPor Henry Pantoja Castellanos

En el OrinocoPor Daniel Gordillo Ordóñez

La rataPor Yimaldi Marrero Cabrera

Enilú Castro

Artista plástica egresada de la Universidad del Atlántico. Ac-tualmente trabaja como profesional de arte y cultura para la fundación aeioTU Carulla en un proyecto denominado Primero lo Primero. Ha sido maestra de arte en años ante-riores en la EBAB (Escuela de Bellas artes de Barranquilla), posteriormente fue tallerista en diferentes centros aeioTU en las ciudades de Santa Marta y Barranquilla. Es fotógrafa e ilustradora y ha desarrollado proyectos artísticos a nivel individual como la obra titulada: “La rezandera”, una acción performática presentada en la galería de la Escuela de Bellas artes.

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Ilustración de portadaOFRENDA

Acrílico sobre lienzoObra de la artista Bibiana Vélez

HUELLAS es miembro de la Asociación de Revistas Culturales Colombianas, ARCCA

Se autoriza la reproducción citando la fuente. Los conceptos son responsabilidad exclusiva de los autores. Licencia del MinGobierno n.º 001464, ISSN 0120-2537. Apartado aéreo 1569, Barranquilla (Colombia). [email protected]

©Universidad del Norte, 2018

DirectorADOLFO MEISEL ROCA

EditoraGISELLE MASSARD LOZANO

Consejo editorialRAMÓN ILLÁN BACCA JESÚS FERRO BAYONA PAMELA FLORESMÓNICA GONTOVNIKGISELLE MASSARD LOZANO JUAN MANUEL RUIZ JIMÉNEZZOILA SOTOMAYOR MARLEM URIBE MARENCOJORGE VILLALÓN DONOSO

Una realización deEDITORIAL UNIVERSIDAD DEL NORTE

Editora / Coordinadora editorialZOILA SOTOMAYOR

Asistente editorialFARIDES LUGO ZULETA

Diseñador de textos y portadaJOAQUÍN CAMARGO VALLE

Corrector de textosEDUARDO FRANCO MARTÍNEZ

Diseñador asesorMUNIR KHARFAN DE LOS REYES

Colaboraron en esta ediciónRamón Illán Bacca, Carmen Elisa Escobar, Diana Villamizar Abril, Cristina Restrepo Arango, Ever Mejía, Leopoldo Gómez-Ramírez, María Daniela Charri Campo, Sergio Díaz Peinado, Yesid Arturo Torres Rodríguez, Luis Mallarino, Iván Molina Jiménez, Caridad Brito Ballesteros, Johan Murcia, Mónica Gontovnik, Leonardo Verano Gamboa, Javier Roberto Suárez González, Carlos Eduardo Satizabal Atehortúa.

Impreso y hecho en ColombiaXpress Estudio Grá ̄co y Digital S.A.S. (Bogotá)

Printed and made in Colombia

HuellasREVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTEISSN 0120-2537http://www.uninorte.edu.co/web/huellasBarranquilla, Colombia

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R E V I S TA DE L A U N I V E R S I DA D DE L NORT E

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ISSN 0120-2537

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