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Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=96012388003 Redalyc Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Oro Tapia, Luis R. En torno a la noción de realismo político Revista Enfoques, Vol. VII, Núm. 10, 2009, pp. 15-46 Universidad Central de Chile Chile ¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista Revista Enfoques ISSN (Versión impresa): 0718-0241 [email protected] Universidad Central de Chile Chile www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

Reallismo Politico

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    RedalycSistema de Informacin Cientfica

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal

    Oro Tapia, Luis R.En torno a la nocin de realismo poltico

    Revista Enfoques, Vol. VII, Nm. 10, 2009, pp. 15-46Universidad Central de Chile

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    revista Enfoques, Vol. VII N 10, 2009 pp. 15/46

    En torno a la nocin de realismo poltico

    Luis R. Oro Tapia

    Instituto de HistoriaUniversidad Catlica de Valparaso

    [email protected]

    ResumenEste artculo brinda una visin sinptica de la concepcin realista de la poltica,

    desde una perspectiva que es simultneamente filosfica, politolgica e histrica.

    Por cierto, el articulista intenta dar respuesta a la pregunta de qu se entiende

    por realismo poltico, y para cumplir con tal propsito explica, analiza y critica la

    respuesta que Hans Morgenthau dio a dicha interrogante. Finalmente, en su parte

    conclusiva distingue dos dimensiones del realismo poltico y propone algunos

    criterios para construir un concepto del mismo.

    Palabras clave: Realismo poltico; genealoga; Morgenthau; crtica; interpretacin.

    ABOUT THE NOTION Of pOLITICAL REALISM

    AbstractThis article gives a synoptic vision of the realist conception of politics from a

    perspective which is simultaneously philosophical, politologic and historic. The

    writer tries to respond to the question of what is political realism, to achieve this

    he explains analyses and criticizes the response that Hans Morgenthau gave to this

    question. Finally, in its conclusion, the author distinguishes two dimensions of

    political realism and proposes some criteria to construct a concept of it.

    Keywords: Political Realism; genealogy; Morgenthau; critics; interpretation.

    Teor

    a

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    Este artculo tiene por propsito configurar la nocin de realismo poltico. Para cumplir con tal meta partir bosquejando, de manera compendiada, la genealoga del objeto de estudio desde la antigedad clsica hasta mediados del siglo veinte. En seguida, someter a anlisis uno de los ms conocidos intentos que se han llevado a cabo para disipar la vaguedad conceptual de la expresin Realpolitik: el de Hans Morgenthau y sus clebres seis principios del realismo poltico; en seguida proce-der a identificar las fisuras que tiene el planteamiento de Morgenthau. Finalmente, para concluir, identificar y caracterizar dos dimensiones de la Realpolitik y pro-pondr algunas ideas para configurar un concepto de realismo poltico.

    Consideracin preliminar

    La palabra realismo tiene mltiples acepciones1. Por eso, y a fin de evitar ma-los entendidos suscitados por la semntica, es pertinente aclarar enfticamente, desde el comienzo, que en este trabajo nunca se va a usar la palabra realismo en su sentido gnoseolgico. Como se sabe el realismo gnoseolgico, en su versin extrema, concibe al mundo emprico como fantasmagrico, irreal o quimrico. Para l, lo autnticamente real son las ideas suprasensibles que tienen un carcter inmutable e intemporal. Ellas permanecen impolutas al margen de la contingen-cia de los asuntos humanos, esto es, del devenir histrico-cultural en el ms am-plio sentido de la palabra. Esta teora del conocimiento fue sistematizada durante la Edad Media y es una mixtura de platonismo y cristianismo.

    En este artculo, por el contrario, la palabra realismo se usar siempre como sin-nimo de algo histrico, concreto o fctico. Entonces, cada vez que en este escrito se empleen las palabras realismo y realidad, con ellas invariablemente se estar aludiendo, de un modo u otro, a la realidad factual2.

    1 Cf. Antonio Milln-Puelles, Lxico filosfico, Editorial rialp, Madrid, 1984, pp. 348 a 357 y 570 a 582. Vase tambin a Jos Ferrater Mora, Diccionario de filosofa, Editorial Alianza, Madrid, 1988. Tomo IV, pp. 3344 a 3348.

    2 Cf. reinhold Niebuhr, Ideas polticas, Editorial HispanoEuropea, Barcelona, 1965, pp. 70 a 73. Tambin vase John Herz, Realismo poltico e idealismo poltico, Editorial gora, Buenos Aires, 1960, p. 30 y ss.

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    La expresin Realpolitik3 comenz a usarse en Alemania a mediados del siglo XIX. Ella se emple, originalmente, para denotar el matiz analtico y con-jetural (en desmedro del meramente normativo) que tenan las reflexiones sobre el comportamiento efectivo es decir, histrico y concreto de los actores polticos. La aproximacin analtica tena por finalidad extraer del objeto de estudio mismo reglas prcticas que sirviesen para guiar la accin. Tal nfasis y tal finalidad explican el hecho de que sus cultores han sido y son consejeros ulicos4, politlogos alrgicos al normativismo5, historiadores6 y diplomticos7.

    Una vez acuada la nocin a pesar de su carcter vaporoso se procedi a til-dar de realistas a autores de diferentes pocas, que tenan en comn el suscribir algunas ideas bastante difusas que supuestamente son emblemticas de lo que se subentiende por realismo poltico. Ideas que intent esclarecer (con un xito relativo) Hans Morgenthau a mediados del siglo veinte.

    Trayectoria de la nocin de realismo poltico

    Este apartado tiene por propsito identificar algunos autores que han sido re-levantes en el desarrollo de lo que, desde mediados del siglo XIX, se denomina realismo poltico. En ningn caso tiene por finalidad precisar cules son sus con-tribuciones especficas al enfoque realista. Si el lector tiene inters en ahondar

    3 Cf. E.H. Carr, La crisis de los veinte aos (1919-1939). Una introduccin al estudio de las rela-ciones internacionales, Editorial Catarata, Madrid, 2004, p. 155 (vase la nota n 7 de dicha pgina).

    4 Vgr: Nicols Maquiavelo, Henri de rohan, reinhold Niebuhr y Henry Kissinger, entre otros.

    5 Vgr: Max Weber, Carl Schmitt, raymond Aron y Julien Freund, entre otros.

    6 Vgr: Tucdides de Atenas, Francesco Guicciardini, Leopoldo von ranke, Friedrich Mei-necke, Edward Hallett Carr y Herbert Butterfield, entre tantos otros.

    7 Vgr: Charles Talleyrand, Otto von Bismarck, Harold Nicolson y George Kennan, entre otros.

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    sobre sus planteamientos podr encontrar en las notas al pie de pgina referencias bibliogrficas que pueden contribuir a satisfacer su inquietud.

    La genealoga del realismo poltico remite a la antigedad clsica, puesto que sus fundamentos se encuentran esbozados de manera germinal en los planteamientos de Tucdides8, Trasmaco9 y Calcles10 en Grecia y de los historiadores Tito Livio11 y Cornelio Tcito12 en roma. Durante la Edad Media se desconoce la existencia de pensadores realistas, pero en la poca moderna irrumpe con vigor especial-mente en los planteamientos de autores como Nicols Maquiavelo13, Baruch Spi-noza14 y Thomas Hobbes15, y tambin en algunos tericos de la razn de estado16

    8 Tucdides, historia de la guerra del Peloponeso, Editorial Gredos, Madrid, 1999. Vase espe-cialmente el dilogo de la isla de Melos (Libro V, captulo 85 a 113). Para un anlisis de dicho dilogo vase mi artculo El poder: adiccin y dependencia. En Boletn Jurdico N 7 de la Universidad Europea de Madrid (Madrid, 2004).

    9 Cf. Platn Rep. (336b- 354c). Para un anlisis de los planteamientos de Trasmaco vase el artculo de Alfonso Gmez-Lobo Trasmaco y el derecho en la repblica de Platn. En revista Teora, N 3. Universidad de Chile (Santiago de Chile, 1975).

    10 Cf. Platn Georg. (481b-527e). Para un anlisis del planteamiento de Calcles vase el artculo de rodrigo Fras Calcles y el superhombre de Nietzsche. En Revista de huma-nidades, N 7. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Andrs Bello (Santiago de Chile, 2000).

    11 Cf. Tito Livio, historia Romana, Editorial Porra, Mxico, 1992.

    12 Cf. Cornelio Tcito, Anales, Editorial Porra, Mxico, 1990.

    13 Cf. Nicols Maquiavelo: El prncipe. Para un comentario pormenorizado de cada uno de los captulos, vase el libro de Carlos Miranda y Luis Oro Tapia: Para leer el prncipe de Maquiavelo (rIL Editores, Santiago de Chile, 2001).

    14 Cf. Baruch Spinoza, Tratado teolgico poltico (especialmente el captulo XVI) y Breve tratado poltico (captulos I al IV).

    15 Thomas Hobbes, Leviatn (especialmente captulo XIII a XXVI).

    16 Cf. Friedrich Meinecke, La idea de la razn de estado en la edad moderna, Centro de Estu-dios Polticos y Constitucionales, Madrid, 1997. (De este trabajo notable, publicado por primera vez en 1927, vase, para tener una visin sinptica, la introduccin, pgina 3 a 23). Tambin vase el estudio de Manuel Garca-Pelayo Las razones histricas de la razn de estado. Ensayo incluido en el libro de Garca-Pelayo titulado Del mito y la razn en la historia del pensamiento poltico moderno. Editorial revista de Occidente, Madrid, 1968.

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    en Francia17 y Espaa18, aunque en ellas no sobresale de manera notable ningn pensador en particular.

    Pero va a ser en Europa Central, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuan-do el realismo poltico va a estar prximo a convertirse en escuela. En efecto, historiadores y pensadores polticos como Heinrich Treitschke19, Max Weber20, Carl Schmitt21 y Friedrich Meinecke22 van a aplicar el enfoque realista como una modalidad de anlisis poltico. La corriente alemana fue tan vigorosa que el rea-lismo poltico tambin suele conocerse en la actualidad por su denominacin en alemn: Realpolitik.

    Al margen de Europa continental, exceptuando a Hobbes, hubo escasos pensa-dores que reflexionaron sobre el realismo poltico o que utilizaron el enfoque

    17 Cf. Henry Kissinger, Diplomacia, FCE, Mxico, 1996. (Vase especialmente el captulo III). Tambin vase el trabajo de John Huxtable Elliott, Richelieu y Olivares, Editorial Cr-tica, Barcelona, 2002. Uno de los principales tericos de la razn de estado en Francia fue Gabriel Naud (1600-1653). Ntese el matiz maquiaveliano que tiene la siguiente afirmacin del politlogo francs: El prncipe verdaderamente sabio y capaz debe no slo gobernar segn las leyes, sino incluso por encima de las leyes, si la necesidad as lo re-quiere. Gabriel Naud, Consideraciones polticas sobre los golpes de Estado, Editorial Tecnos, Madrid, 1998, p. 16.

    18 Jos Fernndez Santamara, Razn de estado y poltica en el pensamiento espaol del barroco (1595-1640), Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, Madrid, 1986. Tambin vase Javier Pea Echeverra, La razn de estado en Espaa. Siglos XVI-XVII. Antologa de tex-tos, Editorial Tecnos, Madrid, 1998.

    19 No existe hasta donde sabemos ninguna obra de Treistchke traducida al espaol o al ingls. Tampoco es posible encontrar estudios monogrficos que den cuenta de sus plan-teamientos. Pero si el lector desea tener una visin sinptica de los planteamientos de Treistchke puede consultar el captulo XIX del libro de raymond Aron Paz y guerra entre las naciones (Editorial Alianza, Madrid, 1985).

    20 Cf. Max Weber, La poltica como profesin, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1992. Para una explicacin de los conceptos de Estado, poder, legitimidad y poltica en Max Weber, vase el libro de Luis Oro Tapia, Qu es la poltica?, rIL Editores, Santiago de Chile, 2003.

    21 Cf. Carl Schmitt, El concepto de lo poltico, Editorial Alianza, Madrid, 1991. Al respecto tambin vase el artculo de Luis Oro Tapia titulado Crtica de Carl Schmitt al liberalis-mo, en la revista Estudios Pblicos, N 98 (Santiago de Chile, 2005).

    22 Vase nota 16.

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    realista como mtodo de anlisis poltico. En Inglaterra en el siglo XX destaca el historiador y diplomtico britnico Edward Hallett Carr23 y el inmigrante ruso Isaiah Berlin24. En los Estados Unidos destaca la figura solitaria del telogo pro-testante reinhold Niebuhr25.

    El realismo poltico fue ajeno a la tradicin politolgica norteamericana hasta vsperas de la Segunda Guerra Mundial, aunque en El federalista (textos en los cuales se encuentra el legado de los padres fundadores) existen pargrafos que tienen claramente una orientacin realista26. La tradicin del realismo poltico en los Estados Unidos va ser instaurada por un europeo: Hans Morgenthau. l fue un inmigrante judo alemn, contratado por la Universidad de Chicago, que se dedic especialmente al estudio de la poltica internacional27.

    Hasta donde sabemos Hans Morgenthau es el primer politlogo que intenta caracterizar la nocin de realismo poltico28. Con tal propsito en el captulo

    23 Cf. Edward Hallett Carr, La crisis de los veinte aos (1919-1939), Editorial Catarata, Ma-drid, 2004.

    24 Vanse los siguientes artculos de Isaiah Berlin: El realismo en poltica (incluido en su libro El poder de las ideas. Editorial Espasa Calpe, Madrid, 2000); La declinacin de las ideas utpicas en Occidente (incluido en su libro El fuste torcido de la humanidad. Editorial Pennsula, Madrid, 2002) y El juicio poltico (incluido en su libro El sentido de la realidad. Editorial Taurus, Madrid, 1998).

    25 Cf. reunhold Niebuhr, El hombre moral y la sociedad inmoral, Editorial Siglo Veinte, Buenos Aires, 1966. Tambin vase Rumbos de la comunidad, Editorial ndice, Buenos Aires, 1968.

    26 Cf. Hamilton, Madison y Jay, El federalista, FCE, Mxico, 2000, pp. 35 a 41 y 219 a 223. Tambin vase el trabajo de richard Hofstadter, La tradicin poltica norteamericana y los hombres que la formaron, FCE, Mxico, 1984 (vase especialmente de la pp. 33 a 44).

    27 Cf. Esther Barb, El papel del realismo en las relaciones internacionales. La teora de la poltica internacional de Hans Morgenthau. En revista Estudios Polticos N 57 (Madrid, 1987).

    28 No obstante lo sealado, existe una excepcin parcial. A fines de la dcada de 1930 el profe-sor britnico Edward Hallett Carr identific tmidamente tres principios del realismo pol-tico, pero no ahond en ellos. Slo se limit a perfilarlos. Tales principios son los siguientes: En primer lugar, la historia dice Carr es una secuencia de causa y efecto, cuyo transcurso puede ser analizado y comprendido mediante un esfuerzo intelectual, pero no (como creen los utpicos) dirigido por la imaginacin. En segundo lugar, la teora no crea (como supo-nen los utpicos) la prctica, sino la prctica a la teora [] En tercer lugar, la poltica no es

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    introductorio de su libro Poltica entre las naciones29 trata de identificar cules son los principios de la Realpolitik30. Sus esfuerzos estn orientados a delinear lo que se puede denominar un tipo ideal31 de realismo poltico.

    Aunque Morgenthau no utiliza la referida expresin, queda claro que sus esfuer-zos van encaminados a esa meta, al realizar afirmaciones como la siguiente: la diferencia entre la poltica internacional tal como se presenta en la actualidad y la teora racional que se desprende de ella es semejante a la que existe entre una fotografa y un retrato del mismo rostro (Morgenthau, 1990: 49; 1986: 18)32.

    La fotografa es una imagen epidrmica del objeto de estudio; en cambio, el re-trato es una radiografa que da cuenta de la realidad subcutnea, esto es, de las caractersticas esenciales del objeto de estudio. Por cierto, la fotografa muestra lo que puede verse a simple vista; el retrato, en cambio, no muestra todos los

    (como pretenden los utpicos) una funcin de la tica, sino la tica de la poltica; los hom-bres se mantienen honestos a la fuerza [] No puede haber moralidad efectiva donde no hay autoridad efectiva. La moralidad es producto del poder. Edward Hallett Carr, La crisis de los veinte aos, Editorial Catarata, Madrid, 2004, p. 110. Al respecto tambin vase mi resea a dicha obra de Carr aparecida en la revista de Enfoques de ciencia poltica de la Universidad Central de Chile, N 5, ao 2006, pp. 235 a 241.

    29 Hans Morgenthau (1986), Poltica entre las naciones, Grupo Editor Latinoamericano, Bue-nos Aires.

    30 Hans Morgenthau (1990), Escritos sobre poltica internacional, Editorial Tecnos, Madrid.

    31 Qu es un tipo ideal? Es una idea que se elabora a partir de la observacin de la realidad. Su propsito es rescatar y remarcar ciertos rasgos que posee una entidad. Por tal motivo, nunca va a dar cuenta de manera cabal de las peculiaridades especficas de cada individua-lidad. Por cierto, el tipo ideal al igual que cualquier constructo intelectual en ltima instancia siempre es desbordado (en el sentido de que es sobrepasado o trascendido) por la complejidad que es connatural a toda realidad por delimitada que ella sea. La realidad, en efecto, es ms compleja y ms rica que el ms sofisticado tipo ideal. Por eso, siempre va existir una brecha entre el tipo ideal y la realidad. No est dems consignar, por otra parte, que la expresin tipo ideal en ningn caso tiene una connotacin normativa. En efecto, pueden elaborarse tipos ideales de conventos, tabernas, crceles, ferias, etctera. Cf. Max Weber, La objetividad del conocimiento en la ciencia social y en la poltica social, Alianza Editorial, Madrid, 2009, p. 140 y ss.

    32 De aqu en adelante citar ambas ediciones, con el propsito de que el lector vaya cote-jando las referencias bibliogrficas con el ejemplar que l tiene a la mano.

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    detalles, pero nos permite ver o al menos lo intenta algo que no suele surgir de una simple ojeada: las caractersticas humanas de la persona retratada (Mor-genthau, 1990: 49; 1986: 18).La metfora de que se sirve Morgenthau tiene por propsito explicar al lector que el realismo poltico como tipo ideal no es una copia facsimilar de la realidad, sino una imagen construida racionalmente a partir de la observacin de ella.

    El realismo poltico es un modelo, vale decir una representacin simplificada de la realidad, que al igual que un buen retrato intenta revelar las caractersticas esenciales de la entidad retratada; en consecuencia, nunca va a calzar cabalmente con cada uno de los recovecos de la realidad factual. Por eso, el realismo poltico presenta una construccin terica de una poltica exterior racional que la expe-riencia nunca llega a asumir por completo (Morgenthau, 1990: 50; 1986: 19).

    A pesar de que el realismo poltico es un intento de explicar racionalmente la realidad, la mayora de los autores realistas coinciden en sostener que el compor-tamiento del hombre no es cabalmente racional. Por lo tanto, los realistas reco-nocen los lmites de la razn y, por consiguiente, de las explicaciones racionales. Por cierto, saben que la realidad poltica est llena de contingencias e irracio-nalidades sistemticas (Morgenthau, 1990: 49-50; 1986: 18)33. Sin embargo, el realismo tiene en comn con cualquier teora social la necesidad de enfatizar los factores racionales de la realidad poltica para aspirar a una completa compren-sin terica. En ltima instancia estos factores racionales son los que dan inteligi-bilidad a la realidad en el marco de la teora (Morgenthau, 1990: 50; 1986: 18).

    Anlisis de la propuesta de Hans Morgenthau

    Este apartado tiene por finalidad analizar los seis principios del realismo poltico que propone Morgenthau. Tal tarea no resulta fcil por dos razones. Primera, los

    33 La expresin irracionalidades sistemticas, formalmente, es en s misma un contrasen-tido, un absurdo. Sin embargo, es pertinente preguntarse qu quiso denotar Morgenthau con ella. Al parecer, quiere aludir a los enfoques y comportamientos que no son compati-bles con el logos de la poltica, es decir, con la racionalidad intrnseca de la poltica.

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    principios carecen de nombres propios slo estn individualizados con numera-les lo que dificulta la identificacin del eje argumentativo en torno al cual gira cada uno de ellos. Segunda, la reiteracin de ideas en los diferentes numerales plantea dudas acerca del rol que esas ideas cumplen en cada uno de los principios. Intentar superar ambas dificultades colocando a cada numeral un rtulo que sea representativo de la argumentacin prevaleciente en l, lo cual me permiti-r articular las ideas en plexos argumentativos y as, adems, podr ordenar mi anlisis en funcin del rol que ellas cumplen en la configuracin de cada uno de los principios.

    Anlisis del primer principio. supuesto ontolgico y cognitivo

    Para el realismo poltico el conocimiento es de ndole emprica, en cuanto est fundado en la realidad fctica, en la evidencia de los hechos, esto es, en la obser-vacin de la realidad. Al realismo poltico le interesa conocer una dimensin de la realidad: la del hombre y sus relaciones con los dems seres humanos. Por tanto, es fundamental para l saber qu cosa es el hombre. Es necesario averiguar cules son sus motivaciones bsicas, sus instintos fundamentales, sus cualidades especficas y sus aspiraciones permanentes. Esto implica que el realismo poltico parte del supuesto de que, a pesar de todas las vicisitudes culturales y cambios histricos, hay algo que permanece inmutable en el hombre (supuesto ontolgi-co) y que, adems, es posible conocer ese algo (supuesto cognitivo). Ese algo es la naturaleza humana. Su conocimiento es crucial, porque ella es el supuesto del cual parte de manera implcita o explcita toda teora poltica. Pero el conoci-miento de la realidad es incompleto e imperfecto, por tanto, hay una parte de ella que escapa a la explicacin racional34.

    34 Los partidarios del realismo afirman que la poltica puede entenderse a travs de la ra-zn, pero sostienen con igual nfasis que ella dista de ser la encarnacin de la razn pura, porque los principios de la razn son claros y coherentes, mientras que el mundo sociopoltico es enrevesado y contradictorio. Aplicar dichos principios a este ltimo es inoficioso, porque la realidad sociopoltica no concuerda con los ideales de perfeccin del racionalismo. En consecuencia, la poltica tarde o temprano termina rebelndose con-tra l. Por eso sostiene Morgenthau que la poltica es un arte y no una ciencia, y lo que se requiere para dominarla no es la racionalidad del ingeniero, sino la prudencia y la fuerza

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    La propuesta del realismo poltico se construye a partir del estudio de la rea-lidad factual. En tal sentido, slo se atiene a los hechos que en cierta manera son empricamente verificables. Dnde buscar los hechos? En el pasado y en la actualidad. La memoria histrica constituye el mayor depsito de experiencias del gnero humano. No obstante, es en el tiempo presente de cada sujeto don-de la sensibilidad individual experimenta ms intensamente las vicisitudes de los acontecimientos polticos que estn en marcha. Por tal motivo, l es la fuente ms inmediata de experiencias que suscitan perplejidades e interrogantes y ellas, a su vez, se convierten en el objeto de estudio que permite dar respuestas a las preguntas ms acuciantes.

    Pero si uno de esos sujetos busca respuestas que trasciendan la mera contingencia del momento, tambin buscar en las experiencias pretritas respuestas para las inquietudes que lo agitan en su contemporaneidad35. Un sujeto as, albergar la certidumbre de que el conocimiento del pasado le va a facilitar la comprensin de su propio tiempo y le permitir entrever, aunque sea de manera difusa, la silueta del futuro. Motivado por tales expectativas, estudiar la historia y observar acu-ciosamente a sus contemporneos36.

    moral del estadista (Morgenthau, 1990: 11). En conclusin, los realistas estn concientes de las restricciones que la realidad opone a la razn y de las limitaciones generales del conocimiento humano (Morgenthau, 1986: 29).

    35 Leopoldo von ranke, un historiador afn a la Escuela realista, lleva a cabo en las pginas finales de su obra Pueblos y estados en la historia moderna (FCE, Mxico, 1948) una intere-sante reflexin sobre las relaciones existentes entre el saber histrico y la praxis poltica (entendida esta ltima como el momento de la accin y la decisin). En ellas sostiene que nadie que piense cuerdamente se atrever a sostener que el conocimiento del pasado no sirve para ser aplicado con provecho en el presente (p. 510). En consecuencia, es imposible entender bien el presente sin el conocimiento del pasado (p. 514). De hecho, el conocimiento de las experiencias polticas pretritas ilumina, de manera analgica, las coyunturas polticas del presente, facilitando as su comprensin y tambin aunque en menor medida la toma de decisiones. Por lo tanto, sera una insensatez postular que no existe ninguna relacin, ninguna afinidad, entre la historia y la poltica (p. 510).

    36 As, por ejemplo, Tucdides de Atenas y Nicols Maquiavelo. respecto del primero vase su historia de la guerra de Peloponeso (libro I, captulos 1 y 22). respecto del segundo vase Discurso sobre la primera dcada de Tito Livio (libro I, proemio) y El prncipe (epstola dedica-toria).

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    Pero ante el cmulo de datos histricos abigarrados y de vivencias contradicto-rias del tiempo presente, el problema que se le plantea al politlogo realista es cmo tabular el caudal de informacin obtenida. La informacin recabada tiene que ser ordenada y clasificada en conceptos para que adquiera el estatus de co-nocimiento37. Con dicho conocimiento, posteriormente, se puede articular una teora. Pero para que ello ocurra primero se tienen que verificar y explicar ra-cionalmente los hechos. La explicacin racional debe ser causal y empricamente demostrable. Por tanto, debe establecer cules son las conexiones lgicas entre los acontecimientos y cules son sus consecuencias prcticas. Esto implica orde-nar racionalmente los eventos, para otorgarles significado y sentido y, simultnea-mente, convertirlos en parte de una explicacin terica.

    La propuesta terica debe ser sometida a la doble prueba de la razn y la expe-riencia. Esto implica que la explicacin causal no debe presentar fisuras desde el punto de vista lgico y que debe ser empricamente verificable. En definitiva, la teora debe dar cuenta de la racionalidad que rige al mundo emprico.

    Puesto que el mundo poltico est regido por una racionalidad propia, que fun-ciona haciendo caso omiso de nuestras preferencias y valoraciones morales, la

    37 Tal problema tambin se les presenta, segn Morgenthau (1990:93), a los historiadores de tendencia filosfica, como Tucdides y Leopoldo von ranke. Ambos parten de ciertas premisas tericas que operan como parmetros que orientan la seleccin de datos. Ellos, adems, suponen que tras las vicisitudes del quehacer poltico subyace una lgica que modula los acontecimientos histricos. Ella otorga significado a los hechos e insufla un sentido al devenir. Dicha lgica segn el historiador Polibio opera como un esqueleto que, invisible al ojo humano, articula las diferentes partes del cuerpo y las organiza en un todo coherente.

    Pero, concretamente, cmo distinguir a la historiografa de tendencia filosfica de la cr-nica histrica? Lo que distingue a aqulla de sta no es la erudicin, sino la forma en que emplea la informacin. Para dicho tipo de historiografa, es posible entrever, a partir del anlisis de los hechos, cul es el sentido que tiene el devenir histrico. La crnica, por el contrario, es renuente al anlisis y se agota en la descripcin de los eventos. Finalmente, cmo distinguir a la historiografa de tendencia filosfica de la filosofa de la historia? El historiador presenta su teora en forma de relato usando la secuencia histrica de los acontecimientos como demostracin de su teora. En cambio, el filsofo prescindiendo del relato histrico, hace la teora explcita y usa los hechos histricos para demostrar la validez de la misma.

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    voluntad humana no puede doblegarla. Y el intentar hacerlo es garanta de fracaso antes que de xito. Por cierto, negar tal racionalidad o desafiarla es un acto teme-rario que con toda seguridad culminar en un desastre. Quien quiera perfeccio-nar la sociedad tiene que hacerlo a partir de la lgica que est nsita en ella y no a contrapelo de ella.

    En conclusin, para el realismo poltico existe una realidad independiente del suje-to cognoscente y que es posible conocer; por lo tanto, se puede averiguar cul es la lgica que la rige, cul es su funcionamiento, cul es su racionalidad intrnseca.

    Anlisis del segundo principio. el inters como principio rector del quehAcer poltico

    Cul es el indicador principal del realismo poltico, segn Morgenthau? El concep-to de inters, definido en trminos de poder, es el elemento distintivo del campo de la poltica. Por qu inters y poder van juntos? Porque si el primero no est asistido por el segundo, resulta completamente inoperante. As por ejemplo, si el inters carece de recursos de poder no puede dictar las reglas del juego y menos aun impo-nerlas. Las normas son creadas interesadamente. En efecto, es el inters quien dicta las reglas del juego para proteger y promover sus particulares conveniencias.

    Por qu para el realismo el elemento ms importante del campo de la poltica es el concepto de inters definido en trminos de poder? El inters en la medida que tiene los recursos de poder suficiente puede, por una parte, transgredir las convenciones impunemente y, por otra, crear normas que estn orientadas a fa-vorecer sus peculiares conveniencias. En el primer caso, el inters se emancipa y en tal sentido obra de manera autnoma de las trabas y exigencias normativas. En el segundo, el poder crea de manera autnoma es decir, libremente las re-glas del juego. En definitiva, el inters, en la medida de que dispone de los recur-sos adecuados, puede obrar de manera autnoma, en cuanto tiene la capacidad suficiente para crear normas, aplicarlas, derogarlas y tambin para transgredirlas impunemente. Por eso, primero es el inters y despus la autonoma. Dicho de otro modo: el inters definido en trminos de poder, en la medida en que cuenta con los recursos suficientes, puede obrar de manera autnoma.

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    Pero no hay que confundir la autonoma del poder poltico, concebido en tr-minos de inters, con la autonoma del campo de la poltica. Son dos nociones diferentes. No obstante, estn relacionadas entre s.

    En qu se diferencia la una de la otra? Como punto de partida hay que sealar que la primera enfatiza el protagonismo de la voluntad y la segunda las limitacio-nes que impone la naturaleza del campo de la poltica a la voluntad. Puesto que ya expliqu la primera, en seguida proceder a explicar la segunda.

    Morgenthau sostiene que la poltica es un microcosmos que est regido por su propia racionalidad y que, a pesar de que ella es ejecutada por seres humanos, funciona con una lgica que es invulnerable a los caprichos de los individuos. Por tanto, las inclinaciones personales, al igual que las preferencias ideolgicas, no tienen la fuerza suficiente para doblegar dicha racionalidad. As por ejemplo, las buenas intenciones de un poltico que desconoce la racionalidad que rige el campo de la poltica, pronto colisionan con la realidad sociopoltica y con la ra-cionalidad que est nsita en ella. Las buenas intenciones lo nico que aseguran es que dicho poltico obra, sinceramente, de buena fe, pero la pureza de las inten-ciones no garantiza en modo alguno que el resultado de la accin que emprende sea finalmente exitoso38.

    Los polticos que actan inspirados por motivos sublimes generalmente descono-cen las peculiaridades de la materia con la que operan, por eso la realidad al final siempre los derrota39. Ms an, apenas ponen sus proyectos en marcha, estos se

    38 De las buenas intenciones de un gobierno slo se puede decir que son dignas de elogio. Pero ello no implica en modo alguno que inspiren decisiones polticamente acertadas. La accin poltica es juzgada, en ltima instancia, por sus consecuencias concretas y no por la intencin que inicialmente suscit su puesta en prctica. Por consiguiente, para evaluar las estrategias polticas llevadas a cabo por un gobierno es preciso concentrarse en los resultados obtenidos y no en las motivaciones originales que tuvieron sus lderes.

    39 No obstante, los autores realistas estn concientes de que las grandes empresas a menudo son impulsadas por un toque de ingenuidad (Cf. Henry Kissinger, Diplomacia, FCE, Mxico, 1995, p. 457) y tambin estn concientes de que a los osados les suele sonrer la fortuna (Cf. Nicols Maquiavelo, El prncipe, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1996, p. 158). Ambas disposiciones anmicas son homenajeadas por Max Weber cuando incita a quienes poseen la genuina vocacin poltica a no abdicar frente a la adversidad y a que persistan en el cultivo de

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    encaminan hacia el fracaso, porque a poco andar son aplastados por la realidad. Por eso Morgenthau sostiene que los buenos motivos proporcionan seguridad contra las polticas deliberadamente malas, pero no garantizan el xito de los proyectos que inspiran (Morgenthau, 1990: 47; 1986: 15). Tal es el caso, al pare-cer, de aquellos jefes de Estado que actuaron con criterios diferentes a los de la Realpolitik como, por ejemplo, Woodrow Wilson, Neville Chamberlain y Salvador Allende, entre otros. Es evidente, entonces, que no todos los hombres que se involucran en poltica tienen la mente de un estadista que funciona con la lgica de la Realpolitik.

    En conclusin, la autonoma del campo de la poltica supone la existencia de una racionalidad objetiva que est nsita en l y que, por consiguiente, modula las posibilidades de los actores que participan del quehacer poltico. En efecto, ella rige el campo de la poltica e impera independientemente de la voluntad de los sujetos que se desenvuelven en dicho campo.

    Cmo se relaciona la autonoma del poder poltico con la autonoma de la po-ltica? La relacin entre ellas puede ser de colaboracin o antagonismo. Ser de colaboracin cuando el actor poltico reconozca y acepte las restricciones que le impone la naturaleza del campo de la poltica a sus proyectos y ambiciones. Y ser de antagonismo cuando el individuo desafe la racionalidad que es connatural a dicho campo.

    En un mundo que est regido por la lgica del inters y por las luchas de poder, qu rol cumplen los preceptos morales? El realismo poltico, segn Morgenthau, no exige ni excusa la indiferencia hacia los ideales polticos o los principios mo-rales40, pero s reclama una ntida diferenciacin entre lo deseable y lo posible;

    sus ideales. No hay que olvidar dice el socilogo alemn que la historia ensea que no se hubiese alcanzado lo posible si en el mundo no se hubiera intentado lo imposible, una y otra vez, con tozudez y paciencia, al mismo tiempo. (Cf. Max Weber, La poltica como profesin, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1992, p. 164).

    40 Pero tal indiferencia (o neutralidad) se tornar menos viable en la eventualidad de que prosperen ciertas reglas del juego. Y ser menos viable an si surge una comunidad po-ltica civilizada, porque ella, por el solo hecho de existir, supone la vigencia de pautas morales. stas cumplen dos funciones bsicas: inhibir ciertos tipos de conductas y alentar

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    entre lo que es deseable en todas partes y en cualquier tiempo y lo que es posible bajo circunstancias concretas de tiempo y lugar (Morgenthau, 1990: 48; 1986: 15). El que acta guiado por principios universales debe adecuar sus acciones a las circunstancias concretas. Esa es la funcin que cumple la prudencia: mediar entre el ideal y la realidad.

    Qu sucede cuando un estadista promueve una poltica exterior atendiendo ex-clusivamente a parmetros normativos? La irrupcin de los enfoques normati-vos, en cualquiera de sus tres variantes: ideolgica, legalista o moralista, puede inducir a tomar decisiones que perjudican los intereses de los Estados, porque los sesgos normativos obnubilan la percepcin de la realidad. Los enfoques normati-vos no advierten o, si lo hacen, rehsan aceptar el carcter inderogable que tiene la racionalidad que rige al campo de la poltica41. El sesgo ms frecuente consiste

    la realizacin de otras. Por cierto, ellas restringen la gama de intereses que el poder ambi-ciona y tambin limitan los medios que a l le estn permitidos para promover o defender sus intereses. De hecho, en cualquier comunidad polticamente civilizada, algunos fines no pueden ser perseguidos porque se estiman indecentes y ciertos instrumentos no pue-den ser utilizados debido a la repulsa moral que provoca su empleo.

    Pero la moralidad tambin estimula la realizacin de ciertos fines y, simultneamente, alienta el empleo de medios lcitos para alcanzar esos fines. As, tanto stos como aqullos son moralmente permitidos y adems son polticamente impecables y deseables. Ahora bien, en la eventualidad de que los miembros de una comunidad tengan las normas in-ternalizadas en lo ms ntimo de su conciencia, pueden surgir, paradjicamente, ciertas disfunciones, porque el prestigio de las normas (especialmente cuando ellas devienen en valores) puede incitar a simular conductas bondadosas o inducir a disimular aquellas que son nefandas. Por eso, no es inslito que los contendientes (si la pugna estalla al interior de una comunidad polticamente civilizada) instrumentalicen determinados valores con la finalidad de simular que un determinado conflicto no es una confrontacin de intereses, sino que una contienda de principios. De hecho, cuando la moralidad es instrumentali-zada exitosamente por los antagonistas, ella tiene la virtud de maquillar las luchas por el poder. En efecto, la moral puede contribuir a presentar dichas luchas como algo diferente de lo que realmente son.

    En sntesis, una comunidad poltica civilizada, en virtud de las pautas morales, inhibe, su-blima y transfigura las luchas por el poder, ya sea mitigndoles o encubrindolas, y cuando esto ltimo ocurre la poltica no es otra cosa que un conflicto de intereses que se disfraza como lucha de principios.

    41 Un buen ejemplo de ello es, en opinin de Morgenthau, la poltica exterior norteameri-cana en Indochina (aparece, solamente, en la edicin Tecnos).

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    en observar la realidad con las gafas de aquellas ideologas que estigmatizan al adversario o bien con el prisma de las ideologas humanitarias. Veamos cada una de ellas.

    En el primer caso el prisma ideolgico facilita las condiciones para realizar lectu-ras demonacas del comportamiento del adversario, hasta el extremo de que ste puede llegar a ser concebido como la encarnacin del mal. Las gafas ideolgicas impiden realizar una lectura desprejuiciada de la realidad. Los prejuicios otorgan demasiada importancia a algunos aspectos de la realidad y omiten o desconocen otros, especialmente aquellos que no calzan con los sesgos ideolgicos. El peligro de tal tipo de interpretaciones radica en que los riesgos reales son sobredimen-sionados hasta extremos superlativos. Por cierto, los temores pueden llevar a construir amenazas que solamente tienen existencia en la imaginacin de aquellos sujetos (individuales o colectivos) que suscriben la ideologa.

    El observar y evaluar la realidad desde la ptica humanitaria tambin puede lle-gar a suscitar descalabros polticos. En este caso los prejuicios provenientes del optimismo antropolgico y del pacifismo impiden advertir con antelacin los peligros reales. Las imputaciones de bondad a los dems dificultan la posibilidad de detectar oportunamente el peligro, cuando ste todava est en ciernes. As, las amenazas reales pueden ser interpretadas como gestos inofensivos e incluso como seales de paz. Tal actitud benevolente, tras la cual hay cierta miopa, per-mite a los depredadores ms temprano que tarde realizar todas las atrocidades que ellos quieran ejecutar (vgr. Neville Chamberlain en Munich).

    En definitiva, los enfoques ideolgicos, mediante los sesgos normativos, reempla-zan la realidad por una imagen artificiosa de la misma y niegan los hechos cuando ellos no coinciden con las aristas de sus respectivos prejuicios.

    Anlisis del tercer principio. de lo esenciAl y circunstAnciAl en el concepto de inters

    El motor de la poltica es el inters. La idea de inters es de hecho la esencia de la poltica y, como tal, no se ve afectada por las circunstancias de tiempo y lugar (Hans Morgenthau, 1990:100). Por eso, para Morgenthau, es una categora de

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    validez universal. Sin embargo, ello no implica en modo alguno que sean siempre los mismos intereses concretos y singulares los que propulsan el comportamiento de los individuos. recurriendo a una imagen, se puede afirmar que el concepto de inters es como una cajita que se va rellenando con diferentes contenidos especficos. La cajita es permanente en el tiempo, no as su contenido. En efec-to, el contenido de la cajita va cambiando con el tiempo, en funcin de las diferentes circunstancias histricas concretas. En palabras de Morgenthau: El tipo de inters determinante de las acciones polticas de un perodo particular de la historia depende del contexto poltico y cultural dentro del que se formule la poltica exterior (Morgenthau, 1990: 52; 1986: 20).

    Para Morgenthau el concepto de inters es indisociable del de poder. ste per-manece en el tiempo y se asocia circunstancialmente es decir, de manera ocasio-nal a determinado tipo de intereses. En efecto, tanto el poder como el inters no se asientan de manera definitiva en una nica entidad. Ni siquiera en el Estado. Por eso, sostiene Morgenthau (1990:101) que la conexin entre inters y Estado nacional es un producto histrico y puesto que l es un producto histrico por lo tanto, transitorio est destinado a desaparecer y a dar lugar con el tiempo a otros modos de organizacin poltica .

    En consecuencia, el Estado eventualmente se puede extinguir, pero las relaciones de poder y el comportamiento interesado sobrevivirn y prohijarn nuevas for-mas polticas. En tal sentido, es pertinente precisar que quienes sostienen que el realismo poltico est obsoleto, porque se eclips el paradigma estatocntrico, estn en un error, debido a las razones anteriormente expuestas.

    Anlisis del cuArto principio. ticA de los resultAdos

    El realismo poltico, segn Morgenthau, reconoce la existencia de imperativos ticos universales. stos, sin embargo, no se pueden imponer de manera mec-nica al mundo poltico. Ellos deben ser aplicados de manera flexible a la realidad atendiendo a las circunstancias especficas en las que el sujeto acta. Por tal mo-tivo, la prudencia en su calidad de mediadora entre el mandato de un valor y la accin concreta cumple un rol crucial, en cuanto adecua la dimensin imperativa

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    del primero a la realidad singular de la segunda. No puede existir moral poltica sin prudencia. Ms aun, la prudencia es la suprema virtud de la poltica (Mor-genthau, 1990: 54; 1986: 21). Por cierto, el realismo poltico sostiene que los principios morales universales no pueden ser aplicados a las acciones de los Esta-dos en su formulacin universal abstracta, sino que deben ser filtrados a travs de las circunstancias concretas de tiempo y lugar.

    El idealismo juzga la accin por su concordancia con la ley moral universal, in-dependientemente de las circunstancias concretas en que se ejecuta la accin. En cambio, el realismo juzga los actos en funcin de sus consecuencias polticas. En tal sentido, se trata de una tica de los resultados (Morgenthau, 1990: 54; 1986: 21)42. Al respecto son ilustrativas las siguientes palabras de Abraham Lincoln ci-tadas por Morgenthau: Si el final me da la razn, lo que se haya dicho contra m no tendr ninguna importancia. Si el final demuestra que estaba equivocado, ni diez ngeles jurando que estaba actuando correctamente me salvarn. Lincoln tambin pudo haber afirmado si gano esta guerra, la historia me absolver. En definitiva, el juicio respecto al xito o fracaso de una poltica depende de si sta alcanza o no sus objetivos43.

    42 En la medida en que la accin alcanza el fin deseado, el xito la convierte en buena. El xito tiende a excusar la utilizacin de medios que son moralmente reprobables. En tal sentido, se puede decir que el fin justifica los medios siempre y cuando se alcance, exito-samente, la meta prefijada. Pero la aludida mxima slo se puede aplicar ex post facto.

    43 Cuando el realismo evala procesos polticos se concentra en los resultados. Tal nfasis est bien retratado en la siguiente reflexin de Maquiavelo: A quien sepa vencer al ene-migo se le disculparan los dems errores que pueda cometer en la direccin de la guerra []. Una batalla ganada borra cualquier error que se haya cometido previamente y [] si se pierde no valen las cosas que se han hecho bien antes. Nicols Maquiavelo, Del arte de la guerra, libro I, parlamento de Frabrizio. Existen varias traducciones al espaol, vase la de Manuel Carrera Daz (Editorial Tecnos, Madrid, 2000, p. 24) y la realizada por la Edi-torial Poseidn (Obras polticas de nicols Maquiavelo, Buenos Aires, 1943, pp. 571-572).

    Si la accin poltica es un tipo de accin moral, ella se puede evaluar en mi opinin en tres instancias diferentes: atendiendo a su intencin, al modo y los resultados. Es decir, en funcin de la motivacin original, de los medios empleados y de las consecuencias. Tales instancias amplan el horizonte de los actos sometidos a evaluacin y, simultneamente, impiden incurrir en juicios parcelados que ignoran la complejidad del obrar moral. De lo que se trata, entonces, es de evitar circunscribir la evaluacin de la accin slo a uno de los tres momentos anteriormente identificados. Es evidente que los siguientes juicios

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    Anlisis del quinto principio. impugnAcin Al mAniquesmo en polticA.

    El realismo es alrgico a los discursos polticos que recubren sus intereses con artificios retricos que apelan a valores absolutos, intransables e incuestionables. Ms an si stos reclaman validez universal y vigencia incondicionada. Pero est consciente, no obstante, de que todas las naciones se sienten tentadas de encu-brir sus propios actos y aspiraciones con propsitos morales universales (Mor-genthau 1990: 55; 1986: 22)44 y que tienden, adems, a presentar sus particulares conveniencias como la cristalizacin del bien y a los intereses de sus enemigos como la encarnacin del mal. As la apelacin a elevados principios y a nobles mo-tivaciones permitira blanquear atrocidades que de ser presentadas como mera realizacin de intereses no seran excusables.

    Pero el invocar valores sublimes y atribuirles adems el carcter de intransables predispone a involucrarse en juegos de suma cero y a asumir las discrepancias como un conflicto maniqueo. Tal actitud cristaliza en afirmaciones como las si-guientes: Ms vale muerto que rojo; imperio del mal; eje del mal y otras simi-lares. Actitudes as, no son proclives a la bsqueda de acuerdos ni a la negociacin.

    dicotmicos: altruista/egosta; lcito/ilcito; xito/fracaso (que se centran en la intencin, el modo y los resultados, respectivamente), no dan cuenta de la riqueza y complejidad del obrar moral. Los idealistas suelen poner el nfasis en el primer momento y los realistas en el tercero.

    44 Este punto es ampliamente compartido por los autores realistas. Ellos argumentan que tras la retrica de los valores se ocultan los intereses. As por ejemplo, Carl Schmitt sos-tiene que cuando un Estado combate a un enemigo concreto en nombre de la huma-nidad, no se trata de una guerra de la humanidad, sino que de una guerra en la que un determinado Estado pretende apropiarse de un concepto universal (p. 83) en desmedro de su contrincante, con el velado propsito de deshumanizarlo. En consecuencia, se le puede destruir de manera inmisericorde. Por eso, no es inslito que las guerras ms atro-ces son las que se hacen en nombre del derecho, de la humanidad, del orden o de la paz (p. 95). En ellas el enemigo queda ipso facto al margen del autodenominado mundo civiliza-do, por consiguiente, queda reducido a brbaro, infiel o salvaje. Tampoco resulta inslito constatar que el concepto de humanidad resulta ser un instrumento de lo ms til para las expansiones imperialistas y, en su forma ticohumanitaria, constituye un vehculo especfico del imperialismo econmico (p. 83). En definitiva, quien invoca la humanidad, con el propsito de justificar sus ambiciones polticas, trata de engaar (pp. 84 y 106). Cf. Carl Schmitt, El concepto de lo poltico, Editorial Alianza, Madrid, 1991.

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    Tampoco son proclives a una poltica de moderacin, en cuanto tienden a incitar al fanatismo, a la accin inmediata y a los excesos.

    Para el realismo la principal virtud del poltico es la prudencia. Ella se expresa en el juicio moral templado. ste supone la existencia de tres habilidades: la capa-cidad para sopesar diferentes bienes, la propensin a ponderar las circunstancias y la disposicin para rehuir a las soluciones que son idealmente perfectas. La primera es indispensable para resolver los dilemas que contraponen a aquellos valores que son igualmente dignos, pero que en determinadas circunstancias son incompatibles (vgr: seguridad versus libertad). La segunda permite discernir cul es el mejor momento para actuar. La tercera desdea la solucin ptima y opta por el mal menor. Por qu? Porque la frmula idealmente perfecta no siempre es la ms viable ni razonable por los costos que su aplicacin conlleva.

    Dichas habilidades se traducen en ciertas actitudes. stas, miradas desde la or-todoxia deontolgica, son acomodaticias y un tanto mediocres, pero cuando se trasladan de la moral social al quehacer poltico, su gran virtud es que permiten negociar y contemporizar con la contraparte, evitando as que estallen conflictos maniqueos. Por eso, Morgenthau (1990: 55; 1986: 22) sostiene que la modera-cin poltica es reflejo de la moderacin del juicio moral45.

    El radicalismo46 poltico, por el contrario, est engastado en el puritanismo mo-ral, esto es, en imperativos normativos ideales que exigen una vigencia incon-dicionada. Desde este punto de vista, la moral poltica se puede tildar de tibia o poco consecuente, lo cual lejos de constituir un vicio es una virtud, porque el rigorismo moral cuando se transmuta en radicalismo poltico manda hacer justicia,

    45 En tal sentido, Carl Schmitt seala que lo que desencadena las ms terribles hostilidades es justamente el que cada una de las partes est convencida de poseer la verdad, la bondad y la justicia (Cf. El concepto de lo poltico, Editorial Alianza, Madrid, 1991, pp. 93-94). Por eso, reinhold Niebuhr y Herbert Butterfield ambos de filiacin cristiana insisten en que es vital que la cristiandad se percate de que todas las pugnas histricas han sido y son entre hombres regidos por el pecado y no entre justos y pecadores (Cf. reinhold Niebu-hr, Ideas polticas, Editorial Hispano Europea, Barcelona, 1965, pp. 158, 216, 218 y 252. Cf. Herbert Butterfield, El cristianismo y la historia, Editorial Carlos Lohl, Buenos Aires, 1957, pp. 57 a 59).

    46 Uso la palabra radicalismo, en el sentido de fanatismo, extremismo, maximalismo, etctera.

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    aunque el mundo perezca, esto es, sin que importen las consecuencias con tal de que los principios se cumplan47.

    Anlisis del sexto principio. especificidAd de lA polticA

    El realismo en ningn caso propicia una concepcin panpoliticista48 ni del indivi-duo ni de la sociedad. El quehacer poltico es slo uno entre otros tantos tipos de quehaceres que ejecuta el hombre49. Por eso, el realismo poltico se basa en una

    47 La consecuencia es un valor y, por tal razn, es motivo de elogio. Pero, en trminos concretos, quin es consecuente? El que aplica las normas de manera cabal, perentoria e inflexible. Un polica, por ejemplo, que hace cumplir a cabalidad la Ley del Trnsito, y en virtud de ella arres-ta a un automovilista porque no porta su licencia de conducir en el preciso momento en que lleva con urgencia una parturienta al hospital. As, la consecuencia, entendida como la obser-vancia plenaria de las normas, no es un valor sin ms, porque en ciertas circunstancias puede causar ms perjuicios que beneficios. Por cierto, si la observancia de la legalidad se asumiera como un valor absoluto, sera incompatible en ciertos casos concretos con otros valores, no menos dignos, como lo son la piedad y la compasin. Por eso, la experiencia histrica asocia la consecuencia total con la intransigencia, la intolerancia y el fanatismo. ste, como se sabe, ca-rece de misericordia y flexibilidad. Por tal motivo, no sera del todo aventurado afirmar, que si todos los seres humanos hubiesen sido consecuentes hace mucho tiempo que la humanidad se hubiese autodestruido. Entonces, el valor de la consecuencia es relativo. Pero tambin lo es la vala de la inconsecuencia, pues ms all de determinado umbral sta, igualmente, aunque por razones diferentes, hara imposible la existencia del mundo. Al respecto vase a Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad (Ediciones Pennsula, Barcelona, 2002), pp. 52 a 54 y tambin a Leszek Kolakovski, El hombre sin alternativas (Editorial Alianza, Madrid, 1970), pp. 270 a 272.

    48 Para la concepcin panpoliticista todo lo que hace el hombre es poltico. Tal concepcin constituye un absurdo. No por razones normativas, sino porque es una imposibilidad lgica, puesto que si todo es poltico, al mismo tiempo, nada es poltico. En efecto, no es posible distinguir el todo del todo. As, la concepcin panpoliticista se reduce al absurdo, porque no brinda indicadores precisos que permitan diferenciar aquello que es conside-rado poltico de aquello que no lo es.

    49 Al respecto vanse las interesantes reflexiones que Eduardo Spranger lleva a cabo en su libro Formas de vida (Editorial revista de Occidente, Madrid, 1966). Spranger fue discpu-lo de Wilhem Dilthey, uno de los maestros del historicismo alemn y, a su vez, precursor de la denominada filosofa de la vida. De su maestro hered la pasin por el estudio del hombre desde una perspectiva psicolgica, histrica y filosfica. En sus escritos de los aos 1920-1930 se advierte cierta afinidad con algunos planteamientos del realismo po-ltico. Sus reflexiones sobre antropologa poltica fueron elogiadas, entre otros, por Carl Schmitt (Cf. El concepto de lo poltico, Editorial Alianza, 1991, p. 88).

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    concepcin pluralista de la naturaleza humana (Morgenthau, 1990: 59; 1986: 25), porque advierte con toda nitidez que el hombre realiza un sinnmero de actividades que dan cuenta de sus diferentes facetas.

    La naturaleza humana, en efecto, tiene varias dimensiones. Ellas se manifiestan con diversas intensidades en diferentes individuos. De hecho, el hombre real es una combinacin del hombre econmico, del hombre poltico, del hombre moral y del hombre religioso. Pero al realismo le interesa conocer una de esas dimensio-nes: la poltica. Concretamente, le interesa averiguar cul es la especificidad del campo poltico y cules son las motivaciones de sus protagonistas para enjuiciar el comportamiento de ellos con categoras que sean ad hoc con la racionalidad que rige tal campo. Esto implica que las intenciones y los resultados de las acciones polticas no deben ser evaluadas con criterios que provengan de campos ajenos al poltico; como por ejemplo: el religioso y el artstico, entre tanto otros.

    De lo que se trata, entonces, es de evitar que la actividad poltica quede subordi-nada a otras esferas o campos de accin y valor. Por consiguiente, la Realpolitik trata de emancipar la accin y el juicio poltico de las lgicas provenientes de otros mbitos. Pero ello slo es posible una vez que se descubre cul es la espe-cificidad de la poltica.

    Algunas observaciones crticas al planteamiento de Morgenthau

    Los esfuerzos de Morgenthau por identificar y caracterizar los principios de la Realpolitik estn orientados a esbozar una nocin de realismo poltico. El resulta-do de su esfuerzo, en trminos generales, es satisfactorio, en cuanto logra perfilar el contorno de la idea e identificar sus elementos constitutivos. Pero no logra avanzar hacia una definicin de realismo poltico.

    No obstante sus logros, en su razonamiento se advierten ciertas fisuras que es preciso discutir. Sin embargo, creo conveniente aclarar que las observaciones cr-ticas que en seguida efectuar no son lo suficientemente decisivas como para poner en tela de juicio la validez general de la nocin de Realpolitik que esboza el autor en su escrito Los seis principios del realismo poltico.

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    En torno a la nocin de realismo poltico

    Mis dudas respecto al planteamiento de Morgenthau conciernen a los siguientes aspectos: a su nocin de legalidad, a la imputacin de intencionalidades, a su con-cepcin del inters definido en trminos de poder y, finalmente, a su posicin res-pecto de la tesis de la autonoma moral de la poltica. Veamos cada una de ellas.

    Morgenthau reiteradamente alude a la existencia de leyes que rigen habra que decir determinan el campo de la poltica. Al respecto es pertinente formularle dos preguntas. En primer lugar, qu entiende por leyes? Y en segundo lugar, cules son esas leyes?

    Morgenthau concibe las leyes como realidades objetivas que rigen inexorable-mente el mundo de la poltica. Se trata, entonces, de una concepcin cientificista de las leyes. Ello implica que tienen simultneamente validez explicativa y pre-dictiva tanto ex-post como ex-ante. Quizs sea el conocimiento de esa supuesta legalidad cientfica la que le permite develar los pensamientos del estadista tan certeramente. As, por ejemplo, afirma que es posible observar al estadista por encima de su hombro cuando escribe sus notas; escuchamos sus conversaciones con otros estadistas, y leemos y prevemos sus mismos pensamientos. Pensando en trminos de inters definido como poder, pensamos como l lo hace, y, como observadores desinteresados, comprendemos sus pensamientos y acciones quizs mejor que l mismo (Morgenthau, 1990: 45; 1986: 25).

    Sin embargo, no enuncia ninguna ley cientfica ni de la poltica en general ni de las relaciones internacionales en particular. Puesto que no existe una legalidad emprica que permita develar pensamientos y realizar imputaciones de intencio-nalidad, entonces, desde qu referente cognitivo hacerlo? En Morgenthau no existen elementos que permitan dar una respuesta satisfactoria a esta interrogan-te. La nica opcin que se atisba en penumbras es brindarle una oportunidad a la intuicin, pero aun siendo certera, a ella no se le pueden atribuir en ningn caso caractersticas de cientificidad.

    Por otra parte, resulta difcil admitir la posibilidad de que sea factible leer y pre-ver los pensamientos de un estadista y, en general, los de cualquier persona, aun cuando se tenga un trato directo con ella. Tal dificultad aumenta an ms cuando no se tiene un trato personal con el estadista, ya sea por fallecimiento o porque es

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    imposible acceder directamente a l. Pero, finalmente, el propio autor se encarga de desbaratar su propia afirmacin al sostener que no es posible tener un cono-cimiento cabal de las motivaciones de las personas, comenzando por las de uno mismo. Al respecto Morgenthau (1990:46; 1986:25) plantea dos preguntas que son reveladoras y que para l tienen, indudablemente, una respuesta negativa. Ellas son las siguientes: Conocemos realmente nuestras propias intenciones? Y qu sabemos de las motivaciones de los otros?

    En el supuesto de que no sea relevante averiguar cules son las motivaciones del estadista, ya que el conocimiento acerca de ellas no es un indicador fiable para comprender su poltica exterior, de qu sirve, entonces, empinarse por sobre su hombro para husmear sus notas, escuchar sus conversaciones y leer sus pen-samientos? Qu sentido tiene, por consiguiente, el tratar de averiguar qu cosas tiene en mente? La respuesta debiera ser: no tiene ningn sentido. Pero aun as vale la pena preguntarse, si estamos entendiendo correctamente los planteamien-tos del autor. No obstante, de igual modo es posible concluir por el momento, en lo que a este punto concierne que el planteamiento de Morgenthau tiene al-gunas fisuras o por lo menos que no est absolutamente libre de ambigedades.

    Para Morgenthau el concepto clave del realismo poltico (y del campo de la po-ltica en general) es el de inters definido en trminos de poder. Creo que el criterio diferenciador que propone Morgenthau carece del suficiente potencial de discriminacin para diferenciar el campo de la poltica de otros dominios de la realidad.

    En primer lugar, porque el concepto de inters tambin es aplicable a otros mbi-tos del quehacer humano. De hecho, el comportamiento acicateado por el inters tambin est presente en otros dominios de la realidad. As por ejemplo, se en-cuentra en el mbito deportivo (inters en ganar un partido), en el campo cien-tfico (inters en ganar un proyecto concursable), en el microcosmos religioso (inters en compartir determinado tipo de creencias) y desde luego en el campo de la economa (inters en preservar o aumentar la riqueza).

    En segundo lugar, las relaciones de poder no son exclusivas del campo de la polti-ca, puesto que tambin se manifiestan en otro tipo de interacciones entre colecti-

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    vidades organizadas o al interior de grupos ajenos al quehacer poltico institucio-nal. As, por ejemplo entre iglesias, entre instituciones financieras, entre clubes deportivos e incluso al interior de la familia. En el planteamiento de Morgenthau se nota la ausencia de un criterio que permita distinguir el poder poltico de otras formas de poder. Por cierto, Morgenthau no responde satisfactoriamente a la siguiente pregunta: qu distingue al poder poltico del poder eclesistico o del poder financiero.

    Finalmente, mi ltima objecin es respecto a la tesis de la autonoma de la poltica. Ella es clave en los autores que suscriben la visin realista de la poltica, sin embargo, la adhesin a dicha tesis no es del todo clara en Mor-genthau. Por momentos queda la sensacin de que toma distancia de la tesis de la autonoma de la poltica, especialmente cuando reconoce la existencia de valores universales50 que tambin se deben aplicar al mundo poltico. Por cierto, queda la impresin de que Morgenthau concibe la existencia de una tica universal a la cual se debe ajustar y subordinar el comportamiento pol-tico. Si ello es efectivo la accin poltica quedara supeditada a los mandatos de una tica universal, con lo cual Morgenthau estara suscribiendo la tesis de las ticas profesionales y, por consiguiente, abogando por la existencia de un monismo atenuado o flexible51.

    50 Para Morgenthau (1990: 54-55; 1986: 22) existen preceptos morales que gobiernan el universo. Tal afirmacin, y otras de similar ndole, inducen a sospechar que Morgenthau es un monista flexible.

    51 Uso la nomenclatura desarrollada por Norberto Bobbio para identificar y tipifi-car las relaciones existentes entre tica y poltica. Al respecto vanse los siguientes trabajos de Bobbio: tica y poltica. Esbozo histrico (ensayo incluido en el libro de Enrique Bonete Perales La poltica desde la tica. Ediciones Proyecto A, Barcelona, 1998. Tomo I, pp. 147 a 154) y tica y poltica (ensayo incluido en el libro de Jos Fernndez Santilln, norberto Bobbio: el filsofo y la poltica. FCE, Mxico, 1996, pp. 156 a 177).

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    Reflexiones finales a modo de conclusin

    El realismo poltico tiene una dimensin epistmica y otra existencial. La primera tiene que ver con su afn de descubrir y comprender la lgica que rige el campo de la poltica. La segunda con la manera como dicha lgica induce a los protago-nistas del quehacer poltico, por una parte, a asumir las complejidades de la socie-dad y, por otra, a llevar a cabo cierto tipo de acciones para tener xito en ella.

    En cuanto a la primera dimensin, se puede concluir que el realismo poltico es un modelo analtico, elaborado a partir del estudio de la realidad factual, que tie-ne por finalidad establecer cul es la racionalidad que rige el campo de la poltica. Pero puesto que el conocimiento de ste dista de ser cabal, en el mejor de los casos, el realismo slo puede enunciar tendencias generales y dado que ellas son difusas no alcanzan a adquirir el estatus de predicciones cientficas.

    La posibilidad de entrever borrosamente la silueta del porvenir est ms prxima a la concepcin clsica del saber prctico que a la concepcin positivista de la ciencia moderna. En efecto, se trata bsicamente de un saber prudencial, fundado en la experiencia, que en ningn caso aspira a predecir cientficamente el futuro. Ms aun si se tiene en cuenta que para el realismo poltico el comportamiento humano siempre tiene mrgenes de incertidumbre, porque el azar, en ltima instancia, es indomable. No obstante, se esfuerza por intentar, en la medida de lo posible, someter a un control racional un segmento acotado de la realidad. Tal mixtura, de azar y control racional, encuentra su formulacin clsica en las reflexiones que Nicols Maquiavelo efecta en torno a la influencia de la virtud y la fortuna en los asuntos polticos52.

    En cuanto a la segunda dimensin, se puede concluir que el realismo poltico es una modalidad de asumir la pluralidad de valoraciones por consiguiente, de concepciones del mundo, de la justicia y de la vida buena que coexiste en toda sociedad compleja. stas generan dinmicas disociativas y asociativas, es decir, de conflicto y cooperacin. Pero tales dinmicas no producen un caos absoluto

    52 Carlos Miranda y Luis Oro Tapia, Para leer El Prncipe de Maquiavelo, Editorial rIL, Santia-go, 2001, 153 a 158.

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    ni permanente, pues ellas generalmente se estabilizan, por algn tiempo, cuando cristalizan en equilibrios de poder.

    Los protagonistas de dichas dinmicas son las agrupaciones (partidos, coaliciones o facciones) que conforman el referido tipo de sociedad. Tales agrupaciones co-existen de manera relativamente pacfica mientras persiste el balance de poder. Pero cuando el equilibrio se rompe las interacciones entre ellas se tornan abra-sivas y, eventualmente, pueden alcanzar el umbral de la confrontacin fsica. Por eso, en tal caso, no es inslito que ellas recurran a la fuerza con la finalidad de res-guardar sus respectivos intereses o con el propsito de sojuzgarse mutuamente.

    Debido a ello, en situaciones de antagonismo extremo el poder poltico puede obrar, eventualmente, con cnones diferentes a los de la moral corriente, porque para alcanzar sus objetivos puede excepcionalmente vulnerar a aquellos bienes que aspira a proteger en situaciones de normalidad. Por tal motivo, la racionali-dad que rige el campo de la poltica no siempre es plenamente compatible con las exigencias normativas de la moral corriente. Y es precisamente tal incompati-bilidad la que permite explicar por qu las relaciones entre aqulla y sta a veces suelen ser abrasivas, tensas o conflictivas53.

    Para el realismo, en definitiva, todos los sistemas sociopolticos tienden a la ines-tabilidad, en cuanto estn expuestos a la irrupcin del conflicto e incluso a la desintegracin. Y cuando sobrevienen contingencias de esa ndole el medio ms eficaz para instaurar el orden o preservar la paz es, en ltima instancia, la fuerza. En tales circunstancias el poder puede obrar como instancia de cohesin forzosa o bien como elemento mutuamente disuasivo entre las partes en pugna.

    Pese a los esfuerzos aqu realizados es probable que la expresin realismo poltico continu en penumbras. Quizs la confusin persista debido a que dicha expresin alude a una manera de abordar el estudio de la poltica y, simultneamente, a cierta

    53 Un caso emblemtico al respecto es la oposicin entre razn de estado y razn confesional durante el perodo de la reforma y la Contrarreforma. Sobre el particular vase el ex-celente estudio preliminar que realiza Manuel Garca-Pelayo al libro de Giovanni Botero titulado: La razn de estado y otros escritos. Instituto de Estudios Polticos, Universidad Cen-tral de Venezuela, Caracas, 1962, pp. 7 a 58.

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    manera de asumir existencialmente la praxis poltica. La explicacin es correcta. Pero lamentablemente es demasiado genrica. Por eso, es pertinente plantearse una pregunta ms especfica. Qu es, finalmente, el realismo poltico: una teora que se elabora a partir de la praxis, cierta manera de aplicar esa teora o una praxis sin teora?

    La confusin se puede aclarar (aunque slo en parte) si se explicita la manera como se entrecruza la dimensin epistmica y existencial de la Realpolitik en el caso de tres oficios concretos que suelen asociarse con la expresin realismo poltico. Pese a que ellos son bastante diferentes, en el fondo slo se trata de diversas maneras de cultivar la Realpolitik. Tales casos corresponden al quehacer del terico, del asesor poltico y del poltico prctico.

    En el caso del terico existe un predominio de la segunda dimensin por sobre la primera; porque el anlisis de la realidad factual (presente y pretrita) le permite auscultar la dinmica de los procesos polticos con la finalidad de comprender la racionalidad que los rige y as extraer del objeto de estudio reglas prcticas que sirvan para guiar la accin.

    En el caso del politlogo realista que se desempea como asesor poltico, prima la dimensin epistmica por sobre la existencial, porque l emplea el dispositivo conceptual de la Realpolitik para analizar las vicisitudes polticas. Incluso puede intentar prever, en funcin de ciertas premisas tericas, el eventual curso de los acontecimientos.

    En el caso del poltico prctico, ambas dimensiones la epistmica y la existen-cial constituyen dos caras de una misma moneda, en cuanto no existe una clara prelacin de una por sobre la otra. Ambas, en efecto, se conjugan en la mente del poltico realista sin que medie una deliberacin terica previa o una circunstan-ciada reflexin existencial y cristalizan en decisiones concretas que tienen como resultado conductas asertivas.

    Se puede concluir, en consecuencia, que el realismo poltico es simultneamen-te un dispositivo conceptual, una manera interpretar los hechos y un tipo de praxis poltica. Son aspectos diferentes, pero no excluyentes, de una corriente

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    de pensamiento abigarrada que, en ltima instancia, da cuenta de una manera de entender y vivir la poltica.

    Excursus: Elementos para construir un concepto de realismo poltico

    Si un concepto es aquello que se predica de varios entes en lo que tienen de comn, cules seran, entonces, los elementos que concurriran a conformar el concepto de realismo poltico? La pregunta no es de fcil respuesta, porque los autores que suelen ser calificados convencionalmente de realistas tienen entre s diferencias y matices. En consecuencia, resulta difcil homogeneizarlos y de-terminar cules son los rasgos comunes que ellos comparten. No obstante, a mi modo de ver, casi todos los autores realistas coinciden en otorgar importancia a los siguientes aspectos: la concepcin pesimista de la naturaleza humana; la per-sistencia del conflicto; la centralidad del equilibrio de poder; la autonoma de la poltica.

    Tales aspectos una vez que son formalizados devienen en conceptos y concurren, en mi opinin, a conformar una unidad mayor: el concepto de realismo poltico. As, el concepto de realismo poltico estara constituido, a su vez, por cuatro conceptos menores que l. Y stos, por ser tales, devienen en sus indicadores, es decir, en elementos constitutivos de l en cuanto concepto.

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