Pepita Jiménez by Valera, Juan, 1824-1905

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  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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    Pepita Jimnez

    Por

    Juan Valera

    J. Noguera a cargo de M. Martnez

    Madrid, Espaa

    1874

    Captulos: -I- -II- -III-

    El seor den de la catedral de..., muerto pocos aos ha, dej entre sus papeles un legajo, que, rodando deunas manos en otras, ha venido a dar en las mas, sin que, por extraa fortuna, se haya perdido uno solo de losdocumentos de que constaba. El rtulo del legajo es la sentencia latina que me sirve de epgrafe, sin el nombrede mujer que yo le doy por ttulo ahora; y tal vez este rtulo haya contribuido a que los papeles se conserven,pues creyndolos cosa de sermn o de teologa, nadie se movi antes que yo a desatar el balduque ni a leeruna sola pgina.

    Contiene el legajo tres partes. La primera dice: Cartas de mi Sobrino; la segunda, Paralipmenos; y la tercera,Eplogo. Cartas de mi hermano.

    Todo ello est escrito de una misma letra, que se puede inferir fuese la del seor den. Y como el conjunto

    forma algo a modo de novela, si bien con poco o ningn enredo, yo imagin en un principio que tal vez elseor den quiso ejercitar su ingenio componindola en algunos ratos de ocio; pero, mirado el asunto con msdetencin y, notando la natural sencillez del estilo, me inclino a creer ahora que no hay tal novela, sino que lascartas son copia de verdaderas cartas, que el seor den rasg, quem o devolvi a sus dueos, y que la partenarrativa, designada con el ttulo bblico de Paralipmenos, es la sola obra del seor den, a fin de completarel cuadro con sucesos que las cartas no refieren.

    De cualquier modo que sea, confieso que no me ha cansado, antes bien me ha interesado casi la lectura deestos papeles; y como en el da se publica todo, he decidido publicarlos tambin, sin ms averiguaciones,mudando slo los nombres propios, para que, si viven los que con ellos se designan, no se vean en novela sinquererlo ni permitirlo.

    Las cartas que la primera parte contiene parecen escritas por un joven de pocos aos, con algn conocimientoterico, pero con ninguna prctica de las cosas del mundo, educado al lado del seor den, su to, y en elSeminario, y con gran fervor religioso y empeo decidido de ser sacerdote.

    A este joven llamaremos D. Luis de Vargas.

    El mencionado manuscrito, fielmente trasladado a la estampa, es como sigue.

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    -I-

    Cartas de mi sobrino

    22 de Marzo.

    Querido to y venerado maestro: Hace cuatro das que llegu con toda felicidad a este lugar de mi nacimiento,donde he hallado bien de salud a mi padre, al seor vicario y a los amigos y parientes. El contento de verlos yde hablar con ellos, despus de tantos aos de ausencia, me ha embargado el nimo y me ha robado el tiempo,de suerte que hasta ahora no he podido escribir a Vd.

    Vd. me lo perdonar.

    Como sal de aqu tan nio y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresin que me causan todos estosobjetos que guardaba en la memoria. Todo me parece ms chico, mucho ms chico; pero tambin ms bonitoque el recuerdo que tena. La casa de mi padre, que en mi imaginacin era inmensa, es sin duda una gran casa

    de un rico labrador; pero ms pequea que el Seminario. Lo que ahora comprendo y estimo mejor es el campode por aqu. Las huertas, sobre todo, son deliciosas. Qu sendas tan lindas hay entre ellas! A un lado, y talvez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias estn cubiertas de yerbasolorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra aestas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros rboles, y forman los vallados la zarzamora, elrosal, el granado y la madreselva.

    Es portentosa la multitud de pajarillos que alegran estos campos y alamedas.

    Yo estoy encantado con las huertas, y todas las tardes me paseo por ellas un par de horas.

    Mi padre quiere llevarme a ver sus olivares, sus vias, sus cortijos; pero nada de esto hemos visto an. No hesalido del lugar y de las amenas huertas que le circundan.

    Es verdad que no me dejan parar con tanta visita.

    Hasta cinco mujeres han venido a verme que todas han sido mis amas y me han abrazado y besado.

    Todos me llaman Luisito o el nio de D. Pedro, aunque tengo ya veintids aos cumplidos. Todos preguntan ami padre por el nio, cuando no estoy presente.

    Se me figura que son intiles los libros que he trado para leer, pues ni un instante me dejan solo.

    La dignidad de cacique, que yo crea cosa de broma, es cosa harto seria. Mi padre es el cacique del lugar.

    Apenas hay aqu quien acierte a comprender lo que llaman mi mana de hacerme clrigo, y esta buena genteme dice con un candor selvtico que debo ahorcar los hbitos, que el ser clrigo est bien para los pobretones;pero que yo, soy un rico heredero, debo casarme y consolar la vejez de mi padre, dndole media docena dehermosos y robustos nietos.

    Para adularme y adular a mi padre, dicen hombres y mujeres que soy un real mozo, muy salado, que tengomucho ngel, que mis ojos son muy pcaros, y otras sandeces que me afligen, disgustan y avergenzan, apesar de que no soy tmido y conozco las miserias y locuras de esta vida, para no escandalizarme ni asustarmede nada.

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    El nico defecto que hallan en m es el de que estoy muy delgadito, a fuerza de estudiar. Para que engorde seproponen no dejarme estudiar ni leer un papel mientras aqu permanezca, y adems hacerme comer cuantosprimores de cocina y de repostera se confeccionan en el lugar. Est visto: quieren cebarme. No hay familiaconocida que no me haya enviado algn obsequio. Ya me envan una torta de bizcocho, ya un cuajado, ya unapirmide de pionate, ya un tarro de almbar.

    Los obsequios que me hacen no son slo estos presentes enviados a casa, sino que tambin me han convidadoa comer tres o cuatro personas de las ms importantes del lugar.

    Maana como en casa de la famosa Pepita Jimnez, de quien Vd. habr odo hablar sin duda alguna. Nadieignora aqu que mi padre la pretende.

    Mi padre, a pesar de sus cincuenta y cinco aos, est tan bien que puede poner envidia a los ms gallardosmozos del lugar. Tiene adems el atractivo poderoso, irresistible para algunas mujeres, de sus pasadasconquistas, de su celebridad, de haber sido una especie de D. Juan Tenorio.

    No conozco an a Pepita Jimnez. Todos dicen que es muy linda. Yo sospecho que ser una beldad lugarea yalgo rstica. Por lo que de ella se cuenta, no acierto a decidir si es buena o mala moralmente; pero s que es degran despejo natural. Pepita tendr veinte aos; es viuda; slo tres aos estuvo casada. Era hija de doaFrancisca Glvez, viuda, como Vd. sabe, de un capitn retirado

    Que le dej a su muerte

    Slo su honrosa espada por herencia,

    segn dice el poeta. Hasta la edad de diez y seis aos vivi Pepita con su madre en la mayor estrechez, casi enla miseria.

    Tena un to llamado D. Gumersindo, poseedor de un mezquinsimo mayorazgo, de aquellos que en tiemposantiguos una vanidad absurda fundaba. Cualquier persona regular hubiera vivido con las rentas de este

    mayorazgo en continuos apuros, llena tal vez de trampas y sin acertar a darse el lustre y decoro propios de suclase; pero D. Gumersindo era un ser extraordinario: el genio de la economa. No se poda decir que creaseriqueza; pero tena una extraordinaria facultad de absorcin con respecto a la de los otros, y en punto aconsumirla, ser difcil hallar sobre la tierra persona alguna en cuyo mantenimiento, conservacin y bienestarhayan tenido menos que afanarse la madre naturaleza y la industria humana. No se sabe cmo vivi; pero elcaso es que vivi hasta la edad de ochenta aos, ahorrando sus rentas ntegras y haciendo crecer su capital pormedio de prstamos muy sobre seguro. Nadie por aqu le critica de usurero, antes bien le califican decaritativo, porque siendo moderado en todo, hasta en la usura lo era, y no sola llevar ms de un 10 por 100 alao, mientras que en toda esta comarca llevan un 20 y hasta un 30 por 100, y an parece poco.

    Con este arreglo, con esta industria, y con el nimo consagrado siempre a aumentar y a no disminuir sus

    bienes, sin permitirse el lujo de casarse, ni de tener hijos, ni de fumar siquiera, lleg D. Gumersindo a la edadque he dicho, siendo poseedor de un capital, importante sin duda en cualquier punto, y aqu consideradoenorme, merced a la pobreza de estos lugareos y a la natural exageracin andaluza.

    D. Gumersindo, muy aseado y cuidadoso de su persona, era un viejo que no inspiraba repugnancia. Lasprendas de su sencillo vestuario estaban algo radas, pero sin una mancha y saltando de limpias, aunque detiempo inmemorial se le conoca la misma capa, el mismo chaquetn y los mismos pantalones y chaleco. Aveces se interrogaban en balde las gentes unas a otras a ver si alguien le haba visto estrenar una prenda.

    Con todos estos defectos, que aqu y en otras partes muchos consideran virtudes, aunque virtudes exageradas,D. Gumersindo tena excelentes cualidades: era afable, servicial, compasivo, y se desviva por complacer y ser

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    til a todo el mundo aunque le costase trabajo, desvelos y fatiga, con tal de que no le costase un real. Alegre yamigo de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y lasregocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco tica conversacin. Nunca haba tenidoinclinacin alguna amorosa a una mujer determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas y erael viejo ms amigo de requebrar a las muchachas y que ms las hiciese rer que haba en diez leguas a laredonda.

    Ya he dicho que era to de la Pepita. Cuando frisaba en los ochenta aos, iba ella a cumplir los diez y seis. lera poderoso; ella pobre y desvalida.

    La madre de ella era una mujer vulgar, de cortas luces y de instintos groseros. Adoraba a su hija, perocontinuamente y con honda amargura se lamentaba de los sacrificios que por ella haca, de las privaciones quesufra y de la desconsolada vejez y triste muerte que iba a tener en medio de tanta pobreza. Tena adems unhijo mayor que Pepita, que haba sido gran calavera en el lugar, jugador y pendenciero, a quien despus demuchos disgustos, haba logrado colocar en la Habana en un emplello de mala muerte, vindose as libre de ly con el charco de por medio. Sin embargo, a los pocos aos de estar en la Habana el muchacho, su malaconducta hizo que le dejaran cesante, y asaetaba a cartas a su madre pidindole dinero. La madre, que apenastena para s y para Pepita, se desesperaba, rabiaba, maldeca de s y de su destino con paciencia pocoevanglica, y cifraba toda su esperanza en una buena colocacin para su hija que la sacase de apuros.

    En tan angustiosa situacin, empez D. Gumersindo a frecuentar la casa de Pepita y de su madre y a requebrara Pepita con ms ahnco y persistencia que sola requebrar a otras. Era, con todo, tan inverosmil y tandesatinado el suponer que un hombre, que haba pasado ochenta aos sin querer casarse, pensase en tal locuracuando ya tena un pie en el sepulcro, que ni la madre de Pepita, ni Pepita mucho menos, sospecharon jamslos en verdad atrevidos pensamientos de D. Gumersindo. As es que un da ambas se quedaron atnitas ypasmadas cuando, despus de varios requiebros, entre burlas y veras, D. Gumersindo solt con la mayorformalidad y a boca de jarro la siguiente categrica pregunta:

    Muchacha, quieres casarte conmigo?

    Pepita, aunque la pregunta vena despus de mucha broma, y pudiera tomarse por broma, y aunque inexpertade las cosas del mundo, por cierto instinto adivinatorio que hay en las mujeres y sobre todo en las mozas, porcndidas que sean, conoci que aquello iba por lo serio, se puso colorada como una guinda, y no contestnada. La madre contest por ella:

    Nia, no seas mal criada; contesta a tu to lo que debes contestar: To, con mucho gusto; cuando Vd. quiera.

    Este To, con mucho gusto; cuando Vd. quiera, entonces, y varias veces despus, dicen que sali casimecnicamente de entre los trmulos labios de Pepita, cediendo a las amonestaciones, a los discursos, a lasquejas y hasta al mandato imperioso de su madre.

    Veo que me extiendo demasiado en hablar a Vd. de esta Pepita Jimnez y de su historia; pero me interesa ysupongo que debe interesarle, pues si es cierto lo que aqu aseguran, va a ser cuada de Vd. y madrastra ma.Procurar, sin embargo, no detenerme en pormenores y referir en resumen cosas que acaso Vd. ya sepa,aunque hace tiempo que falta de aqu.

    Pepita Jimnez se cas con D. Gumersindo. La envidia se desencaden contra ella en los das que precedierona la boda y algunos meses despus.

    En efecto, el valor moral de este matrimonio es harto discutible; mas para la muchacha, si se atiende a losruegos de su madre, a sus quejas, hasta a su mandato; si se atiende a que ella crea por este medio

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    proporcionar a su madre una vejez descansada y libertar a su hermano de la deshonra y de la infamia, siendosu ngel tutelar y su Providencia, fuerza es confesar que merece atenuacin la censura. Por otra parte, cmopenetrar en lo ntimo del corazn, en el secreto escondido de la mente juvenil de una doncella, criada tal vezcon recogimiento exquisito e ignorante de todo, y saber qu idea poda ella formarse del matrimonio? Tal vezentendi que casarse con aquel viejo era consagrar su vida a cuidarle, a ser su enfermera, a dulcificar losltimos aos de su vida, a no dejarle en soledad y abandono, cercado slo de achaques y asistido por manos

    mercenarias, y a iluminar y dorar, por ltimo, sus postrimeras con el rayo esplendente y suave de suhermosura y de su juventud, como ngel que toma forma humana. Si algo de esto o todo esto pens lamuchacha, y en su inocencia no penetr en otros misterios, salva queda la bondad de lo que hizo.

    Como quiera que sea, dejando a un lado estas investigaciones psicolgicas que no tengo derecho a hacer, puesno conozco a Pepita Jimnez, es lo cierto que ella vivi en santa paz con el viejo durante tres aos; que elviejo pareca ms feliz que nunca; que ella le cuidaba y regalaba con un esmero admirable, y que en su ltimay penosa enfermedad le atendi y vel con infatigable y tierno afecto, hasta que el viejo muri en sus brazosdejndola heredera de una gran fortuna.

    Aunque hace ms de dos aos que perdi a su madre, y ms de ao y medio que enviud, Pepita lleva an lutode viuda. Su compostura, su vivir retirado y su melancola son tales, que cualquiera pensara que llora lamuerte del marido como si hubiera sido un hermoso mancebo. Tal vez alguien presume o sospecha que lasoberbia de Pepita y el conocimiento cierto que tiene hoy de los poco poticos medios con que se ha hechorica, traen su conciencia alterada y ms que escrupulosa; y que, avergonzada a sus propios ojos y a los de loshombres, busca en la austeridad y en el retiro el consuelo y reparo a la herida de su corazn.

    Aqu, como en todas partes, la gente es muy aficionada al dinero. Y digo mal como en todas partes: en lasciudades populosas, en los grandes centros de civilizacin, hay otras distinciones que se ambicionan tanto oms que el dinero, porque abren camino y dan crdito y consideracin en el mundo; pero en los pueblospequeos, donde ni la gloria literaria o cientfica, ni tal vez la distincin en los modales, ni la elegancia, ni ladiscrecin y amenidad en el trato, suelen estimarse ni comprenderse, no hay otros grados que marquen la

    jerarqua social sino el tener ms o menos dinero o cosa que lo valga. Pepita, pues, con dinero y siendo

    adems hermosa, y haciendo, como dicen todos, buen uso de su riqueza, se ve en el da considerada yrespetada extraordinariamente. De este pueblo y de todos los de las cercanas han acudido a pretenderla losms brillantes partidos, los mozos mejor acomodados. Pero, a lo que parece, ella los desdea a todos conextremada dulzura, procurando no hacerse ningn enemigo, y se supone que tiene llena el alma de la msardiente devocin y que su constante pensamiento es consagrar su vida a ejercicios de caridad y de piedadreligiosa.

    Mi padre no est ms adelantado ni ha salido mejor librado, segn dicen, que los dems pretendientes; peroPepita, para cumplir el refrn de que no quita lo corts a lo valiente, se esmera en mostrarle la amistad msfranca, afectuosa y desinteresada. Se deshace con l en obsequios y atenciones; y, siempre que mi padre tratade hablarle de amor, le pone a raya echndole un sermn dulcsimo, trayndole a la memoria sus pasadas

    culpas y tratando de desengaarle del mundo y de sus pompas vanas.

    Confieso a Vd. que empiezo a tener curiosidad de conocer a esta mujer; tanto oigo hablar de ella. No creo quemi curiosidad carezca de fundamento, tenga nada de vano ni de pecaminoso; yo mismo siento lo que dicePepita; yo mismo deseo que mi padre, en su edad provecta, venga a mejor vida, olvide y no renueve lasagitaciones y pasiones de su mocedad, y llegue a una vejez tranquila, dichosa y honrada. Slo difiero delsentir de Pepita en una cosa; en creer que mi padre, mejor que quedndose soltero, conseguira esto casndosecon una mujer digna, buena y que le quisiese. Por esto mismo deseo conocer a Pepita y ver si ella puede seresta mujer, pesndome ya algo, y tal vez entre en esto cierto orgullo de familia, que si es malo quisieradesechar, los desdenes, aunque melifluos y afectuosos, de la mencionada joven viuda.

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    Si tuviera yo otra condicin, preferira que mi padre se quedase soltero. Hijo nico entonces, heredara todassus riquezas, y, como si dijramos, nada menos que el cacicato de este lugar; pero Vd. sabe bien lo firme demi resolucin.

    Aunque indigno y humilde, me siento llamado al sacerdocio, y los bienes de la tierra hacen poca mella en minimo. Si hay algo en m del ardor de la juventud y de la vehemencia de las pasiones propias de dicha edad,

    todo habr de emplearse en dar pbulo a una caridad activa y fecunda. Hasta los muchos libros que Vd. me hadado a leer y mi conocimiento de la historia de las antiguas civilizaciones de los pueblos del Asia unen en mla curiosidad cientfica al deseo de propagar la fe, y me convidan y excitan a irme de misionero al remotoOriente. Yo creo que, no bien salga de este lugar, donde Vd. mismo me enva a pasar algn tiempo con mipadre, y no bien me vea elevado a la dignidad del sacerdocio, y aunque ignorante y pecador como soy, mesienta revestido por don sobrenatural y gratuito, merced a la soberana bondad del Altsimo, de la facultad deperdonar los pecados y de la misin de ensear a las gentes, y reciba el perpetuo y milagroso favor de traer amis manos impuras al mismo Dios humanado, dejar a Espaa y me ir a tierras distantes a predicar elEvangelio.

    No me mueve vanidad alguna; no quiero creerme superior a ningn otro hombre. El poder de mi fe, laconstancia de que me siento capaz, todo, despus del favor y de la gracia de Dios, se lo debo a la atinadaeducacin, a la santa enseanza y al buen ejemplo de Vd., mi querido to.

    Casi no me atrevo a confesarme a m mismo una cosa; pero contra mi voluntad esta cosa, este pensamiento,esta cavilacin, acude a mi mente con frecuencia, y ya que acude a mi mente, quiero, debo confesrsela a Vd.;no me es lcito ocultarle ni mis ms recnditos e involuntarios pensamientos. Vd. me ha enseado a analizar loque el alma siente, a buscar su origen bueno o malo, a escudriar los ms hondos senos del corazn, a hacer,en suma, un escrupuloso examen de conciencia.

    He pensado muchas veces sobre dos mtodos opuestos de educacin: el de aqullos que procuran conservar lainocencia, confundiendo la inocencia con la ignorancia y creyendo que el mal no conocido se evita mejor queel conocido, y el de aqullos que, valerosamente y no bien llegado el discpulo a la edad de la razn, y salva la

    delicadeza del pudor, le muestran el mal en toda su fealdad horrible y en toda su espantosa desnudez, a fin deque le aborrezca y le evite. Yo entiendo que el mal debe conocerse para estimar mejor la infinita bondaddivina, trmino ideal e inasequible de todo bien nacido deseo. Yo agradezco a Vd. que me haya hechoconocer, como dice la Escritura, con la miel y la manteca de su enseanza, todo lo malo y todo lo bueno, a finde reprobar lo uno y aspirar a lo otro, con discreto ahnco y con pleno conocimiento de causa. Me alegro de noser cndido, y de ir derecho a la virtud, y en cuanto cabe en lo humano, a la perfeccin, sabedor de todas lastribulaciones, de todas las asperezas que hay en la peregrinacin que debemos hacer por este valle delgrimas, y no ignorando tampoco lo llano, lo fcil, lo dulce, lo sembrado de flores que est, en apariencia, elcamino que conduce a la perdicin y a la muerte eterna.

    Otra cosa que me considero obligado a agradecer a Vd., es la indulgencia, la tolerancia, aunque no

    complaciente y relajada, sino severa y grave, que ha sabido Vd. inspirarme para con las faltas y pecados delprjimo.

    Digo todo esto porque quiero hablar a Vd. de un asunto tan delicado, tan vidrioso, que apenas hallo trminoscon que expresarle. En resolucin, yo me pregunto a veces: este propsito mo tendr por fundamento, enparte al menos, el carcter de mis relaciones con mi padre? En el fondo de mi corazn, he sabido perdonarlesu conducta con mi pobre madre, vctima de sus liviandades?

    Lo examino detenidamente y no hallo un tomo de rencor en mi pecho. Muy al contrario: la gratitud le llenatodo. Mi padre me ha criado con amor; ha procurado honrar en m la memoria de mi madre, y se dira que alcriarme, al cuidarme, al mimarme, al esmerarse conmigo cuando pequeo, trataba de aplacar su irritada

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    sombra, si la sombra, si el espritu de ella, que era un ngel de bondad y de mansedumbre, hubiera sido capazde ira. Repito, pues, que estoy lleno de gratitud hacia mi padre; l me ha reconocido, y adems, a la edad dediez aos me envi con Vd., a quien debo cuanto soy.

    Si hay en mi corazn algn germen de virtud, si hay en mi mente algn principio de ciencia; si hay en mivoluntad algn honrado y buen propsito, a Vd. lo debo.

    El cario de mi padre hacia m es extraordinario, es grande; la estimacin en que me tiene, inmensamentesuperior a mis merecimientos. Acaso influya en esto la vanidad. En el amor paterno hay algo de egosta; escomo una prolongacin del egosmo. Todo mi valer, si yo le tuviese, mi padre le considerara como creacinsuya, como si yo fuera emanacin de su personalidad, as en el cuerpo como en el espritu. Pero de todosmodos, creo que l me quiere y que hay en este cario algo de independiente y de superior a todo esedisculpable egosmo de que he hablado.

    Siento un gran consuelo, una gran tranquilidad en mi conciencia, y doy por ello las ms fervientes gracias aDios, cuando advierto y noto que la fuerza de la sangre, el vnculo de la naturaleza, ese misterioso lazo quenos une, me lleva, sin ninguna consideracin del deber, a amar a mi padre y a reverenciarle. Sera horrible, noamarle as y esforzarse por amarle para cumplir con un mandamiento divino. Sin embargo, y aqu vuelve miescrpulo: mi propsito de ser clrigo o fraile, de no aceptar o de aceptar slo una pequea parte de loscuantiosos bienes que han de tocarme por herencia y de los cuales puedo disfrutar ya en vida de mi padre,proviene slo de mi menosprecio de las cosas del mundo, de una verdadera vocacin a la vida religiosa, oproviene tambin de orgullo, de rencor escondido, de queja, de algo que hay en m que no perdona lo que mimadre perdon con generosidad sublime? Esta duda me asalta y me atormenta a veces; pero casi siempre laresuelvo en mi favor, y creo que no soy orgulloso con mi padre; creo que yo aceptara todo cuanto tiene si lonecesitara; y me complazco en ser tan agradecido con l por lo poco como por lo mucho.

    Adis to: en adelante escribir a Vd. a menudo y tan por extenso como me tiene encargado, si bien no tantocomo hoy, para no pecar de prolijo.

    28 de Marzo.

    Me voy cansando de mi residencia en este lugar, y cada da siento ms deseo de volverme con Vd. y de recibirlas rdenes; pero mi padre quiere acompaarme, quiere estar presente en esa gran solemnidad y exige de mque permanezca aqu con l dos meses por lo menos. Est tan afable, tan carioso conmigo, que seraimposible no darle gusto en todo. Permanecer, pues, aqu el tiempo que l quiera. Para complacerle, meviolento y procuro aparentar que me gustan las diversiones de aqu, las giras campestres y hasta la caza, a todolo cual le acompao. Procuro mostrarme ms alegre y bullicioso de lo que naturalmente soy. Como en elpueblo, medio de burla, medio en son de elogio, me llaman el santo, yo por modestia trato de disimular estasapariencias de santidad o de suavizarlas y humanarlas con la virtud de la eutropelia, ostentando una alegraserena y decente, la cual nunca estuvo reida ni con la santidad ni con los santos. Confieso, con todo, que las

    bromas y fiestas de aqu, que los chistes groseros y que el regocijo estruendoso me cansan. No quisieraincurrir en murmuracin ni ser maldiciente, aunque sea con todo sigilo y de m para Vd.; pero a menudo medoy a pensar que tal vez sera ms difcil empresa el moralizar y evangelizar un poco a estas gentes, y mslgica y meritoria, que el irse a la India, a la Persia o la China, dejndose atrs a tanto compatriota, si noperdido, algo pervertido. Quin sabe! Dicen algunos que las ideas modernas, que el materialismo y laincredulidad tienen la culpa de todo; pero si la tienen, pero si obran tan malos efectos, ha de ser de un modoextrao, mgico, diablico, y no por medios naturales, pues es lo cierto que nadie lee aqu libro alguno nibueno ni malo, por donde no atino a comprender cmo puedan pervertirse con las malas doctrinas que privanahora. Estarn en el aire las malas doctrinas, a modo de miasmas de una epidemia? Acaso (y siento tener estemal pensamiento, que a Vd. slo declaro), acaso tenga la culpa el mismo clero. Est en Espaa a la altura desu misin? Va a ensear y a moralizar en los pueblos? En todos sus individuos es capaz de esto? Hay

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    verdadera vocacin en los que se consagran a la vida religiosa y a la cura de almas, o es slo un modo de vivircomo otro cualquiera, con la diferencia de que hoy no se dedican a l sino los ms menesterosos, los ms sinesperanzas y sin medios, por lo mismo que esta carrera ofrece menos porvenir que cualquiera otra? Sea comosea, la escasez de sacerdotes instruidos y virtuosos excita ms en m el deseo de ser sacerdote. No quisiera yoque el amor propio me engaase; reconozco todos mis defectos; pero siento en m una verdadera vocacin ymuchos de ellos podrn enmendarse con el auxilio divino.

    Hace tres das tuvimos el convite, del que habl a Vd., en casa de Pepita Jimnez. Como esta mujer vive tanretirada, no la conoc hasta el da del convite: me pareci, en efecto, tan bonita como dice la fama, y advertque tiene con mi padre una afabilidad tan grande que le da alguna esperanza, al menos miradas las cosassomeramente, de que al cabo ceda y acepte su mano.

    Como es posible que sea mi madrastra, la he mirado con detencin y me parece una mujer singular, cuyascondiciones morales no atino a determinar con certidumbre. Hay en ella un sosiego, una paz exterior, quepuede provenir de frialdad de espritu y de corazn, de estar muy sobre s y de calcularlo todo, sintiendo pocoo nada, y pudiera provenir tambin de otras prendas que hubiera en su alma; de la tranquilidad de suconciencia, de la pureza de sus aspiraciones y del pensamiento de cumplir en esta vida con los deberes que lasociedad impone, fijando la mente, como trmino, en esperanzas ms altas. Ello es lo cierto, que o bienporque en esta mujer todo es clculo, sin elevarse su mente a superiores esferas, o bien porque enlaza la prosadel vivir y la poesa de sus ensueos en una perfecta armona, no hay en ella nada que desentone del cuadrogeneral en que est colocada, y sin embargo, posee una distincin natural que la levanta y separa de cuanto larodea. No afecta vestir traje aldeano, ni se viste tampoco segn la moda de las ciudades; mezcla ambos estilosen su vestir, de modo que parece una seora, pero una seora de lugar. Disimula mucho, a lo que yo presumo,el cuidado que tiene de su persona; no se advierten en ella ni cosmticos ni afeites; pero la blancura de susmanos, las uas tan bien cuidadas y acicaladas, y todo el aseo y pulcritud con que est vestida, denotan quecuida de estas cosas ms de lo que se pudiera creerse en una persona que vive en un pueblo y que ademsdicen que desdea las vanidades del mundo y slo piensa en las cosas del cielo.

    Tiene la casa limpsima y todo en un orden perfecto. Los muebles no son artsticos ni elegantes; pero tampoco

    se advierte en ellos nada pretencioso y de mal gusto. Para poetizar su estancia, tanto en el patio como en lassalas y galeras, hay multitud de flores y plantas. No tiene, en verdad, ninguna planta rara ni ninguna florextica; pero sus plantas y sus flores, de lo ms comn que hay por aqu, estn cuidadas con extraordinariomimo.

    Varios canarios en jaulas doradas animan con sus trinos toda la casa. Se conoce que el dueo de ella necesitaseres vivos en quien poner algn cario; y, a ms de algunas criadas, que se dira que ha elegido con empeo,pues no puede ser mera casualidad el que sean todas bonitas, tiene, como las viejas solteronas, varios animalesque le hacen compaa: un loro, una perrita de lanas muy lavada y dos o tres gatos, tan mansos y sociables,que se le ponen a uno encima.

    En un extremo de la sala principal hay algo como oratorio, donde resplandece un nio Jess de talla, blanco yrubio, con ojos azules y bastante guapo. Su vestido es de raso blanco, con manto azul, lleno de estrellitas deoro, y todo l est cubierto de dijes y de joyas. El altarito en que est el nio Jess se ve adornado de flores, yalrededor macetas de brusco y laureola, y en el altar mismo, que tiene gradas o escaloncitos, mucha ceraardiendo.

    Al ver todo esto, no s qu pensar; pero ms a menudo me inclino a creer que la viuda se ama a s mismasobre todo, y que para recreo y para efusin de este amor tiene los gatos, los canarios, las flores y al propionio Jess, que en el fondo de su alma tal vez no est muy por encima de los canarios y de los gatos.

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    No se puede negar que la Pepita Jimnez es discreta: ninguna broma tonta, ninguna pregunta impertinentesobre mi vocacin y sobre las rdenes que voy a recibir dentro de poco, han salido de sus labios. Hablconmigo de las cosas del lugar, de la labranza, de la ltima cosecha de vino y de aceite y del modo de mejorarla elaboracin del vino; todo ello con modestia y naturalidad, sin mostrar deseo de pasar por muy entendida.

    Mi padre estuvo finsimo; pareca remozado, y sus extremos cuidadosos hacia la dama de sus pensamientos

    eran recibidos, si no con amor, con gratitud.

    Asistieron al convite el mdico, el escribano y el seor vicario, grande amigo de la casa y padre espiritual dePepita.

    El seor vicario debe de tener un alto concepto de ella, porque varias veces me habl aparte de su caridad, delas muchas limosnas que haca, de lo compasiva y buena que era para todo el mundo; en suma, me dijo queera una santa.

    Odo el seor vicario y findome en su juicio, yo no puedo menos de desear que mi padre se case con laPepita. Como mi padre no es a propsito para hacer vida penitente, ste sera el nico modo de que cambiasesu vida, tan agitada y tempestuosa hasta aqu, y de que viniese a parar a un trmino, si no ejemplar, ordenadoy pacfico.

    Cuando nos retiramos de casa de Pepita Jimnez y volvimos a la nuestra, mi padre me habl resueltamente desu proyecto: me dijo que l haba sido un gran calavera, que haba llevado una vida muy mala y que no veamedio de enmendarse, a pesar de sus aos, si aquella mujer, que era su salvacin, no le quera y se casaba conl. Dando ya por supuesto que iba a quererle y a casarse, mi padre me habl de intereses; me dijo que era muyrico y que me dejara mejorado, aunque tuviese varios hijos ms. Yo le respond que para los planes y fines demi vida necesitaba harto poco dinero, y que mi mayor contento sera verle dichoso con mujer e hijos, olvidadode sus antiguos devaneos. Me habl luego mi padre de sus esperanzas amorosas, con un candor y con unavivacidad tales, que se dira que yo era el padre y el viejo, y l un chico de mi edad o ms joven. Paraponderarme el mrito de la novia, y la dificultad del triunfo, me refiri las condiciones y excelencias de los

    quince o veinte novios que Pepita haba tenido, y que todos haban llevado calabazas. En cuanto a l, segnme explic, hasta cierto punto las haba tambin llevado; pero se lisonjeaba de que no fuesen definitivas,porque Pepita le distingua tanto, y le mostraba tan grande afecto, que, si aquello no era amor, pudierafcilmente convertirse en amor con el largo trato y con la persistente adoracin que l le consagraba. Adems,la causa del desvo de Pepita tena para mi padre un no s qu de fantstico y de sofstico que al cabo debadesvanecerse. Pepita no quera retirarse a un convento ni se inclinaba a la vida penitente: a pesar de surecogimiento y de su devocin religiosa, harto se dejaba ver que se complaca en agradar. El aseo y el esmerode su persona poco tenan de cenobticos. La culpa de los desvos de Pepita, deca mi padre, es sin duda suorgullo, orgullo en gran parte fundado: ella es naturalmente elegante, distinguida; es un ser superior por lavoluntad y por la inteligencia, por ms que con modestia lo disimule; cmo, pues, ha de entregar su corazna los palurdos que la han pretendido hasta ahora? Ella imagina que su alma est llena de un mstico amor de

    Dios, y que slo con Dios se satisface, porque no ha salido a su paso todava un mortal bastante discreto yagradable que le haga olvidar hasta a su nio Jess. Aunque sea inmodestia, aada mi padre, yo me lisonjeoan de ser ese mortal dichoso.

    Tales son, querido to, las preocupaciones y ocupaciones de mi padre en este pueblo, y las cosas tan extraaspara m y tan ajenas a mis propsitos y pensamientos de que me habla con frecuencia, y sobre las cualesquiere que d mi voto.

    No parece sino que la excesiva indulgencia de usted para conmigo ha hecho cundir aqu mi fama de hombrede consejo: paso por un pozo de ciencia; todos me refieren sus cuitas y me piden que les muestre el caminoque deben seguir. Hasta el bueno del seor vicario, aun exponindose a revelar algo como secretos de

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    confesin, ha venido ya a consultarme sobre vanos casos de conciencia que se le han presentado en elconfesionario. Mucho me ha llamado la atencin uno de estos casos que me ha sido referido por el vicario,como todos, con profundo misterio y sin decirme el nombre de la persona interesada.

    Cuenta el seor vicario, que una hija suya de confesin tiene grandes escrpulos, porque se siente llevada conirresistible impulso hacia la vida solitaria y contemplativa, pero teme a veces que este fervor de devocin no

    venga acompaado de una verdadera humildad, sino que en parte le promueva y excite el mismo demonio delorgullo.

    Amar a Dios sobre todas las cosas, buscarle en el centro del alma donde est, purificarse de todas las pasionesy afecciones terrenales, para unirse a l, son ciertamente anhelos piadosos y determinaciones buenas; pero elescrpulo est en saber, en calcular si nacern o no de un amor propio exagerado. Nacern acaso, parece quepiensa la penitente, de que yo, aunque indigna y pecadora, presumo que vale ms mi alma que las almas demis semejantes; que la hermosura interior de mi mente y de mi voluntad se turbara y se empaara con elafecto de los seres humanos que conozco y que creo que no me merecen? Amo a Dios, no sobre todas lascosas, de un modo infinito, sino sobre lo poco conocido que desdeo, que desestimo, que no puede llenar micorazn? Si mi devocin tiene este fundamento, hay en ella dos grandes faltas: la primera, que no estcimentada en un puro amor de Dios, lleno de humildad y de caridad, sino en el orgullo; y la segunda, que esadevocin no es firme y valedera, sino que est en el aire, porque quin asegura que no pueda el almaolvidarse del amor a su Creador, cuando no le ama de un modo infinito, sino porque no hay criatura a quien

    juzgue digna de que el amor en ella se emplee?

    Sobre este caso de conciencia, harto alambicado y sutil para que as preocupe a una lugarea, ha venido aconsultarme el padre vicario. Yo he querido excusarme de decir nada, fundndome en mi inexperiencia ypocos aos; pero el seor vicario se ha obstinado de tal suerte, que no he podido menos de discurrir sobre elcaso. He dicho, y mucho me alegrara de que Vd. aprobase mi parecer, que lo que importa a esta hija deconfesin atribulada, es mirar con mayor benevolencia a los hombres que la rodean, y en vez de analizar ydesentraar sus faltas con el escalpelo de la crtica, tratar de cubrirlas con el manto de la caridad, haciendoresaltar todas las buenas cualidades de ellos y ponderndolas mucho, a fin de amarlos y estimarlos; que debe

    esforzarse por ver en cada ser humano un objeto digno de amor, un verdadero prjimo, un igual suyo, un almaen cuyo fondo hay un tesoro de excelentes prendas y virtudes, un ser hecho, en suma, a imagen y semejanzade Dios. Realzado as cuanto nos rodea, amando y estimando a las criaturas por lo que son y por ms de lo queson, procurando no tenerse por superior a ellas en nada, antes bien, profundizando con valor en el fondo denuestra conciencia para descubrir todas nuestras faltas y pecados, y adquiriendo la santa humildad y elmenosprecio de uno mismo, el corazn se sentir lleno de afectos humanos, y no despreciar, sino valuar enmucho el mrito de las cosas y de las personas; de modo que, si sobre este fundamento descuella luego, y selevanta el amor divino con invencible pujanza, no hay ya miedo de que pueda nacer este amor de unaexagerada estimacin propia, del orgullo o de un desdn injusto del prjimo, sino que nacer de la pura ysanta consideracin de la hermosura y de la bondad infinitas.

    Si, como sospecho, es Pepita Jimnez la que ha consultado al seor vicario sobre estas dudas y tribulaciones,me parece que mi padre no puede lisonjearse todava de ser muy querido; pero si el vicario acierta a darla miconsejo, y ella le acepta y pone en prctica, o vendr a hacerse una Mara de greda o cosa por el estilo, o loque es ms probable, dejar a un lado misticismos y desvos, y se conformar y contentar con aceptar lamano y el corazn de mi padre, que en nada es inferior a ella.

    4 de Abril.

    La monotona de mi vida en este lugar empieza a fastidiarme bastante, y no porque la vida ma en otras parteshaya sido ms activa fsicamente; antes al contrario, aqu me paseo mucho, a pie y a caballo, voy al campo, ypor complacer a mi padre concurro a casinos y reuniones; en fin, vivo como fuera de mi centro y de mi modo

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    de ser; pero mi vida intelectual es nula; no leo un libro ni apenas me dejan un momento para pensar y meditarsosegadamente: y como el encanto de mi vida estribaba en estos pensamientos y meditaciones, me parecemontona la que hago ahora. Gracias a la paciencia, que usted me ha recomendado para todas las ocasiones,puedo sufrirla.

    Otra causa de que mi espritu no est completamente tranquilo es el anhelo que cada da siento ms vivo de

    tomar el estado a que resueltamente me inclino desde hace aos. Me parece que en estos momentos, cuando sehalla tan cercana la realizacin del constante sueo de mi vida, es como una profanacin distraer la mentehacia otros objetos. Tanto me atormenta esta idea y tanto cavilo sobre ella, que mi admiracin por la bellezade las cosas creadas; por el cielo tan lleno de estrellas en estas serenas noches de primavera, y en esta reginde Andaluca; por estos alegres campos, cubiertos ahora de verdes sembrados, y por estas frescas y amenashuertas con tan lindas y sombras alamedas, con tantos mansos arroyos y acequias, con tanto lugar apartado yesquivo, con tanto pjaro que le da msica y con tantas flores y yerbas olorosas; esta admiracin y entusiasmomo, repito, que en otro tiempo me parecan avenirse por completo con el sentimiento religioso que llenaba mialma, excitndole y sublimndole en vez de debilitarle, hoy casi me parece pecaminosa distraccin eimperdonable olvido de lo eterno por lo temporal, de lo increado y suprasensible por lo sensible y creado.Aunque con poco aprovechamiento en la virtud, aunque nunca libre mi espritu de los fantasmas de laimaginacin, aunque no exento en m el hombre interior de las impresiones exteriores y del fatigoso mtododiscursivo, aunque incapaz de reconcentrarme por un esfuerzo de amor en el centro mismo de la simpleinteligencia, en el pice de la mente, para ver all la verdad y la bondad, desnudas de imgenes y de formas,aseguro a Vd. que tengo miedo del modo de orar imaginario, propio de un hombre corporal y tan pocoaprovechado como yo soy. La misma meditacin racional me infunde recelo. No quisiera yo hacer discursospara conocer a Dios, ni traer razones de amor para amarle. Quisiera alzarme de un vuelo a la contemplacinesencial e ntima. Quin me diese alas, como de paloma, para volar al seno del que ama mi alma? Pero,cules son, dnde estn mis mritos? Dnde las mortificaciones, la larga oracin y el ayuno? Qu he hechoyo, Dios mo, para que t me favorezcas?

    Harto s que los impos del da presente acusan, con falta completa de fundamento, a nuestra santa religin demover las almas a aborrecer todas las cosas del mundo, a despreciar o a desdear la naturaleza, tal vez a

    temerla casi, como si hubiera en ella algo de diablico, encerrando todo su amor y todo su afecto en el quellaman monstruoso egosmo del amor divino, porque creen que el alma se ama a s propia amando a Dios.Harto s que no es as, que no es sta la verdadera doctrina; que el amor divino es la caridad, y que amar aDios es amarlo todo, porque todo est en Dios y Dios est en todo por inefable y alta manera. Harto s que nopeco amando las cosas por el amor de Dios, lo cual es amarlas por ellas con rectitud; porque qu son ellasms que la manifestacin, la obra del amor de Dios? Y, sin embargo, no s qu extrao temor, qu singularescrpulo, qu apenas perceptible e indeterminado remordimiento me atormenta ahora, cuando tengo, comoantes, como en otros das de mi juventud, como en la misma niez, alguna efusin de ternura, algn rapto deentusiasmo, al penetrar en una enramada frondosa, al or el canto del ruiseor en el silencio de la noche, alescuchar el po de las golondrinas, al sentir el arrullo enamorado de la trtola, al ver las flores o al mirar lasestrellas. Se me figura a veces que hay en todo esto algo de delectacin sensual, algo que me hace olvidar, por

    un momento al menos, ms altas aspiraciones. No quiero yo que en m el espritu peque contra la carne; perono quiero tampoco que la hermosura de la materia, que sus deleites, aun los ms delicados, sutiles y areos,aun los que ms bien por el espritu que por el cuerpo se perciben, como el silbo delgado del aire fresco,cargado de aromas campesinos, como el canto de las aves, como el majestuoso y reposado silencio de lashoras nocturnas, en estos jardines y huertas, me distraigan de la contemplacin de la superior hermosura, yentibien ni por un momento mi amor hacia quien ha creado esta armoniosa fbrica del mundo.

    No se me oculta que todas estas cosas materiales son como las letras de un libro, son como los signos ycaracteres donde el alma, atenta a su lectura, puede penetrar un hondo sentido y leer y descubrir la hermosurade Dios, que, si bien imperfectamente, est en ellas como trasunto o ms bien como cifra, porque no la pintan,sino que la representan. En esta distincin me fundo a veces para dar fuerza a mis escrpulos y mortificarme.

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    Porque yo me digo: si amo la hermosura de las cosas terrenales tales como ellas son, y si la amo con exceso,es idolatra; debo amarla como signo, como representacin de una hermosura oculta y divina, que vale milveces ms, que es incomparablemente superior en todo.

    Hace pocos das cumpl veintids aos. Tal ha sido hasta ahora mi fervor religioso, que no he sentido msamor que el inmaculado amor de Dios mismo y de su santa religin, que quisiera difundir y ver triunfante en

    todas las regiones de la tierra. Confieso que algn sentimiento profano se ha mezclado con esta pureza deafecto. Vd. lo sabe, se lo he dicho mil veces; y Vd., mirndome con su acostumbrada indulgencia, me hacontestado que el hombre no es un ngel y que slo pretender tanta perfeccin es orgullo; que debo moderaresos sentimientos y no empearme en ahogarlos del todo. El amor a la ciencia, el amor a la propia gloria,adquirida por la ciencia misma, hasta el formar uno de s propio no desventajoso concepto; todo ello, sentidocon moderacin, velado y mitigado por la humildad cristiana y encaminado a buen fin, tiene sin duda algo deegosta; pero puede servir de estmulo y apoyo a las ms firmes y nobles resoluciones. No es, pues, elescrpulo que me asalta hoy el de mi orgullo, el de tener sobrada confianza en m mismo, el de ansiar gloriamundana, o el de ser sobrado curioso de ciencia; no es nada de esto; nada que tenga relacin con el egosmo,sino en cierto modo lo contrario. Siento una dejadez, un quebranto, un abandono de la voluntad, una facilidadtan grande para las lgrimas; lloro tan fcilmente de ternura al ver una florecilla bonita o al contemplar el rayomisterioso, tenue y ligersimo de una remota estrella, que casi tengo miedo.

    Dgame Vd. qu piensa de estas cosas; si hay algo de enfermizo en esta disposicin de mi nimo.

    8 de Abril.

    Siguen las diversiones campestres, en que tengo que intervenir muy a pesar mo.

    He acompaado a mi padre a ver casi todas sus fincas, y mi padre y sus amigos se pasman de que yo no seacompletamente ignorante en las cosas del campo. No parece sino que para ellos el estudio de la teologa, a queme he dedicado, es contrario del todo al conocimiento de las cosas naturales. Cunto han admirado mierudicin al verme distinguir en las vias, donde apenas empiezan a brotar los pmpanos, la cepaPedro-Jimnez de la balad y de la Don-Bueno! Cunto han admirado tambin que en los verdes sembradossepa yo distinguir la cebada del trigo y el ans de las habas; que conozca muchos rboles frutales y de sombra;y que, aun de las yerbas que nacen espontneamente en el campo, acierte yo con varios nombres y refierabastantes condiciones y virtudes!

    Pepita Jimnez, que ha sabido por mi padre lo mucho que me gustan las huertas de por aqu, nos ha convidadoa ver una que posee a corta distancia del lugar, y a comer las fresas tempranas que en ella se cran. Este antojode Pepita de obsequiar tanto a mi padre, quien la pretende y a quien desdea, me parece a menudo que tienesu poco de coquetera, digna de reprobacin; pero cuando veo a Pepita despus, y la hallo tan natural, tanfranca y tan sencilla, se me pasa el mal pensamiento e imagino que todo lo hace candorosamente y que no lalleva otro fin que el de conservar la buena amistad que con mi familia la liga.

    Sea como sea, anteayer tarde fuimos a la huerta de Pepita. Es hermoso sitio, de lo ms ameno y pintoresco quepuede imaginarse. El riachuelo que riega casi todas estas huertas, sangrado por mil acequias, pasa al lado de laque visitamos: se forma all una presa, y cuando se suelta el agua sobrante del riego, cae en un hondo barrancopoblado en ambas mrgenes de lamos blancos y negros, mimbrones, adelfas floridas y otros rbolesfrondosos. La cascada, de agua limpia y transparente, se derrama en el fondo, formando espuma, y luego siguesu curso tortuoso por un cauce que la naturaleza misma ha abierto, esmaltando sus orillas de mil yerbas yflores, y cubrindolas ahora con multitud de violetas. Las laderas que hay a un extremo de la huerta estnllenas de nogales, higueras, avellanos y otros rboles de fruta. Y en la parte llana hay cuadros de hortaliza, defresas, de tomates, patatas, judas y pimientos, y su poco de jardn, con grande abundancia de flores, de lasque por aqu ms comnmente se cran. Los rosales, sobre todo, abundan, y los hay de mil diferentes especies.

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    La casilla del hortelano es ms bonita y limpia de lo que en esta tierra se suele ver, y al lado de la casilla hayotro pequeo edificio reservado para el dueo de la finca, y donde nos agasaj Pepita con una esplndidamerienda, a la cual dio pretexto el comer las fresas, que era el principal objeto que all nos llevaba. Lacantidad de fresas fue asombrosa para lo temprano de la estacin, y nos fueron servidas con leche de algunascabras que Pepita tambin posee.

    Asistimos a esta gira el mdico, el escribano, mi ta doa Casilda, mi padre y yo; sin faltar el indispensableseor vicario, padre espiritual, y ms que padre espiritual, admirador y encomiador perpetuo de Pepita.

    Por un refinamiento algo sibartico, no fue el hortelano, ni su mujer, ni el chiquillo del hortelano, ni ningnotro campesino quien nos sirvi la merienda, sino dos lindas muchachas, criadas y como confidentas dePepita, vestidas a lo rstico, si bien con suma pulcritud y elegancia. Llevaban trajes de percal de vistososcolores, cortos y ceidos al cuerpo, pauelos de seda cubriendo las espaldas, y descubierta la cabeza, dondelucan abundantes y lustrosos cabellos negros, trenzados y atados luego formando un moo en figura demartillo, y por delante rizos sujetos con sendas horquillas, por ac llamados caracoles. Sobre el moo ocastaa ostentaban cada una de estas doncellas un ramo de frescas rosas.

    Salvo la superior riqueza de la tela y su color negro, no era ms cortesano el traje de Pepita. Su vestido demerino tena la misma forma que el de las criadas, y, sin ser muy corto, no arrastraba ni recoga suciamente elpolvo del camino. Un modesto paolito de seda negra cubra tambin, al uso del lugar, su espalda y su pecho,y en la cabeza no ostentaba tocado, ni flor, ni joya, ni ms adorno que el de sus propios cabellos rubios. En lanica cosa que note por parte de Pepita cierto esmero, en que se apartaba de los usos aldeanos, era en llevarguantes. Se conoce que cuida mucho sus manos y que tal vez pone alguna vanidad en tenerlas muy blancas ybonitas, con unas uas lustrosas y sonrosadas, pero si tiene esta vanidad, es disculpable en la flaquezahumana, y al fin, si yo no estoy trascordado, creo que Santa Teresa tuvo la misma vanidad cuando era joven,lo cual no le impidi ser una santa tan grande.

    En efecto, yo me explico, aunque no disculpo, esta pcara vanidad. Es tan distinguido, tan aristocrtico, teneruna linda mano! Hasta se me figura a veces que tiene algo de simblico. La mano es el instrumento de

    nuestras obras, el signo de nuestra nobleza, el medio por donde la inteligencia reviste de forma suspensamientos artsticos, y da ser a las creaciones de la voluntad, y ejerce el imperio que Dios concedi alhombre sobre todas las criaturas. Una mano ruda, nerviosa, fuerte, tal vez callosa, de un trabajador, de unobrero, demuestra noblemente ese imperio; pero en lo que tiene de ms violento y mecnico. En cambio, lasmanos de esta Pepita, que parecen casi difanas como el alabastro, si bien con leves tintas rosadas, donde creeuno ver circular la sangre pura y sutil, que da a sus venas un ligero viso azul; estas manos, digo, de dedosafilados y de sin par correccin de dibujo, parecen el smbolo del imperio mgico, del dominio misterioso quetiene y ejerce el espritu humano, sin fuerza material, sobre todas las cosas visibles que han sidoinmediatamente creadas por Dios y que por medio del hombre Dios completa y mejora. Imposible parece quequien tiene manos como Pepita tenga pensamiento impuro, ni idea grosera, ni proyecto ruin que est endiscordancia con las limpias manos que deben ejecutarle.

    No hay que decir que mi padre se mostr tan embelesado como siempre de Pepita, y ella tan fina y cariosacon l, si bien con un cario ms filial de lo que mi padre quisiera. Es lo cierto que mi padre, a pesar de lareputacin que tiene de ser por lo comn poco respetuoso y bastante profano con las mujeres, trata a sta conun respeto y unos miramientos tales, que ni Amads los us mayores con la seora Oriana en el perodo mshumilde de sus pretensiones y galanteos: ni una palabra que disuene, ni un requiebro brusco e inoportuno, niun chiste algo amoroso de estos que con tanta frecuencia suelen permitirse los andaluces. Apenas si se atrevea decir a Pepita buenos ojos tienes; y en verdad que si lo dijese no mentira, porque los tiene grandes,verdes como los de Circe, hermosos y rasgados; y lo que ms mrito y valor les da, es que no parece sino queella no lo sabe, pues no se descubre en ella la menor intencin de agradar a nadie ni de atraer a nadie con lodulce de sus miradas. Se dira que cree que los ojos sirven para ver y nada ms que para ver. Lo contrario de

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    lo que yo, segn he odo decir, presumo que creen la mayor parte de las mujeres jvenes y bonitas, que hacende los ojos un arma de combate y como un aparato elctrico o fulmneo para rendir corazones y cautivarlos.No son as, por cierto, los ojos de Pepita, donde hay una serenidad y una paz como del cielo. Ni por eso sepuede decir que miren con fra indiferencia. Sus ojos estn llenos de caridad y de dulzura. Se posan con afectoen un rayo de luz, en una flor, hasta en cualquier objeto inanimado; pero con ms afecto an, con muestras desentir ms blando, humano y benigno, se posan en el prjimo, sin que el prjimo, por joven, gallardo y

    presumido que sea, se atreva a suponer nada ms que caridad y amor al prjimo, y, cuando ms, predileccinamistosa, en aquella serena y tranquila mirada.

    Yo me paro a pensar si todo esto ser estudiado; si esta Pepita ser una gran comedianta; pero sera tanperfecto el fingimiento y tan oculta la comedia, que me parece imposible. La misma naturaleza, pues, es laque gua y sirve de norma a esta mirada y a estos ojos. Pepita, sin duda, am a su madre primero, y luego lascircunstancias la llevaron a amar a D. Gumersindo por deber, como al compaero de su vida; y luego, sinduda, se extingui en ella toda pasin que pudiera inspirar ningn objeto terreno, y am a Dios, y am lascosas todas por amor de Dios, y se encontr quizs en una situacin de espritu apacible y hasta envidiable, enla cual, si tal vez hubiese algo que censurar, sera un egosmo del que ella misma no se da cuenta. Es muycmodo amar de este modo suave, sin atormentarse con el amor; no tener pasin que combatir; hacer del amory del afecto a los dems un aditamento y como un complemento del amor propio.

    A veces me pregunto a m mismo, si al censurar en mi interior esta condicin de Pepita, no soy yo quien mecensuro. Qu s yo lo que pasa en el alma de esa mujer, para censurarla? Acaso, al creer que veo su alma,no es la ma la que veo? Yo no he tenido ni tengo pasin alguna que vencer: todas mis inclinaciones biendirigidas, todos mis instintos buenos y malos, merced a la sabia enseanza de usted, van sin obstculos nitropiezos encaminados al mismo propsito; cumplindolo se satisfaran no slo mis nobles y desinteresadosdeseos, sino tambin mis deseos egostas, mi amor a la gloria, mi afn de saber, mi curiosidad de ver tierrasdistantes, mi anhelo de ganar nombre y fama. Todo esto se cifra en llegar al trmino de la carrera que heemprendido. Por este lado, se me antoja a veces que soy ms censurable que Pepita, aun suponindolamerecedora de censura.

    Yo he recibido ya las rdenes menores; he desechado de mi alma las vanidades del mundo; estoy tonsurado;me he consagrado al altar, y sin embargo, un porvenir de ambicin se presenta a mis ojos y veo con gusto quepuedo alcanzarle y me complazco en dar por ciertas y valederas las condiciones que tengo para ello, por msque a veces llame a la modestia en mi auxilio a fin de no confiar demasiado. En cambio esta mujer a quaspira ni qu quiere? Yo la censuro de que se cuida las manos; de que mira tal vez con complacencia subelleza; casi la censuro de su pulcritud, del esmero que pone en vestirse, de yo no s qu coquetera que hayen la misma modestia y sencillez con que se viste. Pues qu! La virtud ha de ser desaliada? Ha de sersucia la santidad? Un alma pura y limpia, no puede complacerse en que el cuerpo tambin lo sea? Es extraaesta malevolencia con que miro el primor y el aseo de Pepita. Ser tal vez porque va a ser mi madrastra?Pero si no quiere ser mi madrastra! Si no quiere a mi padre! Verdad es que las mujeres son raras: quin sabesi en el fondo de su alma no se siente inclinada ya a querer a mi padre y a casarse con l, si bien, atendiendo a

    aquello de que lo que mucho vale mucho cuesta, se propone, pseme Vd. la palabra, molerle antes con susdesdenes, tenerle sujeto a su servidumbre, poner a prueba la constancia de su afecto y acabar por darle elplcido s. All veremos!

    Ello es que la fiesta en la huerta fue apaciblemente divertida: se habl de flores, de frutos, de injertos, deplantaciones y de otras mil cosas relativas a la labranza, luciendo Pepita sus conocimientos agrnomos encompetencia con mi padre, conmigo y con el seor vicario, que se queda con la boca abierta cada vez quehabla Pepita, y jura que en los setenta y pico de aos que tiene de edad, y en sus largas peregrinaciones, que lehan hecho recorrer casi toda la Andaluca, no ha conocido mujer ms discreta ni ms atinada en cuanto piensay dice.

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    Cartas de mi sobrino 14

  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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    Cuando volvemos a casa de cualquiera de estas expediciones, vuelvo a insistir con mi padre en mi ida con Vd.a fin de que llegue el suspirado momento de que yo me vea elevado al sacerdocio; pero mi padre est tancontento de tenerme a su lado y se siente tan a gusto en el lugar, cuidando de sus fincas, ejerciendo mero ymixto imperio como cacique, y adorando a Pepita y consultndoselo todo como a su ninfa Egeria, que hallasiempre y hallar an, tal vez durante algunos meses, fundado pretexto para retenerme aqu. Ya tiene queclarificar el vino de yo no s cuntas pipas de la candiotera; ya tiene que trasegar otro; ya es menester binar

    los majuelos; ya es preciso arar los olivares, y cavar los pies a los olivos: en suma, me retiene aqu contra migusto; aunque no debiera yo decir contra mi gusto, porque le tengo muy grande en vivir con un padre que espara m tan bueno.

    Lo malo es que con esta vida temo materializarme demasiado: me parece sentir alguna sequedad de espritudurante la oracin; mi fervor religioso disminuye; la vida vulgar va penetrando y se va infiltrando en minaturaleza. Cuando rezo, padezco distracciones; no pongo en lo que digo a mis solas, cuando el alma debeelevarse a Dios, aquella atencin profunda que antes pona. En cambio, la ternura de mi corazn, que no sefija en objeto condigno, que no se emplea y consume en lo que debiera, brota y como que rebosa en ocasionespor objetos y circunstancias que tienen mucho de pueriles, que me parecen ridculos, y de los cuales meavergenzo. Si me despierto en el silencio de la alta noche y oigo que algn campesino enamorado canta, alson de su guitarra mal rasgueada, una copla de fandango o de rondeas, ni muy discreta, ni muy potica, nimuy delicada, suelo enternecerme como si oyera la ms celestial meloda. Una compasin loca, insana, meaqueja a veces. El otro da cogieron los hijos del aperador de mi padre un nido de gorriones, y al ver yo lospajarillos sin plumas an y violentamente separados de la madre cariosa, sent suma angustia, y, lo confieso,se me saltaron las lgrimas. Pocos das antes, trajo del campo un rstico una ternerita que se habaperniquebrado; iba a llevarla al matadero y vena a decir a mi padre qu quera de ella para su mesa: mi padrepidi unas cuantas libras de carne, la cabeza y las patas; yo me conmov al ver la ternerita y estuve a punto,aunque la vergenza lo impidi, de comprrsela al hombre, a ver si yo la curaba y conservaba viva. En fin,querido to, menester es tener la gran confianza que tengo yo con Vd. para contarle estas muestras desentimiento extraviado y vago, y hacerle ver con ellas que necesito volver a mi antigua vida, a mis estudios, amis altas especulaciones, y acabar por ser sacerdote para dar al fuego que devora mi alma el alimento sano ybueno que debe tener.

    14 de Abril.

    Sigo haciendo la misma vida de siempre y detenido aqu a ruegos de mi padre.

    El mayor placer de que disfruto, despus del de vivir con l, es el trato y conversacin del seor vicario, conquien suelo dar a solas largos paseos. Imposible parece que un hombre de su edad, que debe de tener cerca delos ochenta aos, sea tan fuerte, gil y andador. Antes me canso yo que l, y no queda vericueto, ni lugaragreste, ni cima de cerro escarpado en estas cercanas, a donde no lleguemos.

    El seor vicario me va reconciliando mucho con el clero espaol, a quien algunas veces he tildado yo,

    hablando con Vd., de poco ilustrado. Cunto ms vale, me digo a menudo, este hombre, lleno de candor y debuen deseo, tan afectuoso e inocente, que cualquiera que haya ledo muchos libros y en cuya alma no arda contal viveza como en la suya el fuego de la caridad unido a la fe ms sincera y ms pura! No crea Vd. que esvulgar el entendimiento del seor vicario: es un espritu inculto; pero despejado y claro. A veces imagino quepueda provenir la buena opinin que de l tengo, de la atencin con que me escucha; pero, si no es as, meparece que todo lo entiende con notable perspicacia y que sabe unir al amor entraable de nuestra santareligin el aprecio de todas las cosas buenas que la civilizacin moderna nos ha trado. Me encantan, sobretodo, la sencillez, la sobriedad en hiperblicas manifestaciones de sentimentalismo, la naturalidad, en suma,con que el seor vicario ejerce las ms penosas obras de caridad. No hay desgracia que no remedie, niinfortunio que no consuele, ni humillacin que no procure restaurar, ni pobreza a que no acuda solcito con unsocorro.

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    Cartas de mi sobrino 15

  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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    El padre vicario dice que Pepita adora al nio Jess como a su Dios, pero que le ama con las entraasmaternales con que amara a un hijo, si le tuviese, y si en su concepcin no hubiera habido cosa de que tuvieraella que avergonzarse. El padre vicario nota que Pepita suea con la madre ideal y con el hijo ideal,inmaculados ambos, al rezar a la Virgen Santsima, y al cuidar a su lindo nio Jess de talla.

    Aseguro a Vd. que no s qu pensar de todas estas extraezas. Conozco tan poco lo que son las mujeres! Lo

    que de Pepita me cuenta el padre vicario me sorprende, y si bien ms a menudo entiendo que Pepita es buenay no mala, a veces me infunde cierto terror por mi padre. Con los cincuenta y cinco aos que tiene, creo queest enamorado, y Pepita, aunque buena por reflexin, puede, sin premeditarlo ni calcularlo, ser uninstrumento del espritu del mal; puede tener una coquetera irreflexiva e instintiva, ms invencible, eficaz yfunesta an que la que procede de premeditacin, clculo y discurso.

    Quin sabe, me digo yo a veces, si a pesar de las buenas obras de Pepita, de sus rezos, de su vida devota yrecogida, de sus limosnas y de sus donativos para las iglesias, en todo lo cual se puede fundar el afecto que elpadre vicario la profesa, no hay tambin un hechizo mundano, no hay algo de magia diablica en esteprestigio de que se rodea y con el cual emboba a este cndido padre vicario, y le lleva y le trae y le hace queno piense ni hable sino de ella a todo momento?

    El mismo imperio que ejerce Pepita sobre un hombre tan descredo como mi padre, sobre una naturaleza tanvaronil y poco sentimental, tiene en verdad mucho de raro.

    No explican tampoco las buenas obras de Pepita el respeto y afecto que infunde por lo general en estosrsticos. Los nios pequeuelos acuden a verla las pocas veces que sale a la calle y quieren besarla la mano;las mozuelas le sonren y la saludan con amor; los hombres todos se quitan el sombrero a su paso y se inclinancon la ms espontnea reverencia y con la ms sencilla y natural simpata.

    Pepita Jimnez, a quien muchos han visto nacer, a quien vieron todos en la miseria, viviendo con su madre, aquien han visto despus casada con el decrpito y avaro D. Gumersindo, hace olvidar todo esto, y aparececomo un ser peregrino, venido de alguna tierra lejana, de alguna esfera superior, pura y radiante, y obliga y

    mueve al acatamiento afectuoso, a algo como admiracin amantsima a todos sus compatricios.

    Veo que distradamente voy cayendo en el mismo defecto que en el padre vicario censuro, y que no hablo aVd. sino de Pepita Jimnez. Pero esto es natural. Aqu no se habla de otra cosa. Se dira que todo el lugar estlleno del espritu, del pensamiento, de la imagen de esta singular mujer, que yo no acierto an a determinar sies un ngel o una refinada coqueta llena de astucia instintiva, aunque los trminos parezcan contradictorios.Porque lo que es con plena conciencia estoy convencido de que esta mujer no es coqueta ni suea en ganarsevoluntades para satisfacer su vanagloria.

    Hay sinceridad y candor en Pepita Jimnez. No hay ms que verla para creerlo as. Su andar airoso yreposado, su esbelta estatura, lo terso y despejado de su frente, la suave y pura luz de sus miradas, todo se

    concierta en un ritmo adecuado, todo se une en perfecta armona, donde no se descubre nota que disuene.

    Cunto me pesa de haber venido por aqu y de permanecer aqu tan largo tiempo! Haba pasado la vida en sucasa de Vd. y en el Seminario, no haba visto ni tratado ms que a mis compaeros y maestros; nada conocadel mundo sino por especulacin y teora; y de pronto, aunque sea en un lugar, me veo lanzado en medio delmundo, y distrado de mis estudios, meditaciones y oraciones por mil objetos profanos.

    20 de Abril.

    Las ltimas cartas de Vd., queridsimo to, han sido de grata consolacin para mi alma. Benvolo comosiempre, me amonesta Vd. y me ilumina con advertencias tiles y discretas.

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    Cartas de mi sobrino 17

  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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    Es verdad: mi vehemencia es digna de vituperio. Quiero alcanzar el fin sin poner los medios; quiero llegar altrmino de la jornada sin andar antes paso a paso el spero camino.

    Me quejo de sequedad de espritu en la oracin, de distrado, de disipar mi ternura en objetos pueriles; ansovolar al trato ntimo con Dios, a la contemplacin esencial, y desdeo la oracin imaginaria y la meditacinracional y discursiva. Cmo sin obtener la pureza, cmo sin ver la luz he de lograr el goce del amor?

    Hay mucha soberbia en m, y yo he de procurar humillarme a mis propios ojos, a fin de que el espritu del malno me humille, permitindolo Dios, en castigo de mi presuncin y de mi orgullo.

    No creo, a pesar de todo, como Vd. me advierte, que es tan fcil para m una fea y no pensada cada. Noconfo en m: confo en la misericordia de Dios y en su gracia, y espero que no sea.

    Con todo, razn tiene Vd. que le sobra en aconsejarme que no me ligue mucho en amistad con PepitaJimnez; pero yo disto bastante de estar ligado con ella.

    No ignoro que los varones religiosos y los santos, que deben servirnos de ejemplo y dechado, cuando tuvierongran familiaridad y amor con mujeres, fue en la ancianidad, o estando ya muy probados y quebrantados por lapenitencia, o existiendo una notable desproporcin de edad entre ellos y las piadosas amigas que elegan;como se cuenta de San Jernimo y Santa Paulina, y de San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Y aun as, y aunsiendo el amor de todo punto espiritual, s que puede pecar por demasa. Porque Dios, no ms, debe ocuparnuestra alma, como su dueo y esposo, y cualquiera otro ser que en ella more, ha de ser slo a ttulo de amigoo siervo o hechura del esposo, y en quien el esposo se complace.

    No crea Vd., pues, que yo me jacte de invencible, y desdee los peligros y los desafe y los busque. En ellosperece quien los ama. Y cuando el rey profeta, con ser tan conforme al corazn del Seor y tan su valido, ycuando Salomn, a pesar de su sobrenatural e infusa sabidura, fueron conturbados y pecaron, porque Diosquit su faz de ellos, qu no debo temer yo, msero pecador, tan joven, tan inexperto de las astucias deldemonio, y tan poco firme y adiestrado en las peleas de la virtud?

    Lleno de un provechoso temor de Dios, y con la debida desconfianza de mi flaqueza, no olvidar los consejosy prudentes amonestaciones de usted, rezando con fervor mis oraciones y meditando en las cosas divinas paraaborrecer las mundanas en lo que tienen de aborrecibles; pero aseguro a Vd. que hasta ahora, por ms queahondo en mi conciencia y registro con suspicacia sus ms escondidos senos, nada descubro que me hagatemer lo que Vd. teme.

    Si de mis cartas anteriores resultan encomios para el alma de Pepita Jimnez, culpa es de mi padre y del seorvicario y no ma; porque al principio, lejos de ser favorable a esta mujer, estaba yo prevenido contra ella conprevencin injusta.

    En cuanto a la belleza y donaire corporal de Pepita, crea Vd. que lo he considerado todo con entera limpiezade pensamiento. Y aunque me sea costoso el decirlo, y aunque a Vd. le duela un poco, le confesar que sialguna leve mancha ha venido a empaar el sereno y pulido espejo de mi alma en que Pepita se reflejaba, hasido la ruda sospecha de usted, que casi me ha llevado por un instante a que yo mismo sospeche.

    Pero no: qu he pensado yo, qu he mirado, qu he celebrado en Pepita, por donde nadie pueda colegir quepropendo a sentir por ella algo que no sea amistad y aquella inocente y limpia admiracin que inspira una obrade arte, y ms si la obra es del Artfice soberano y nada menos que su templo?

    Por otra parte, querido to, yo tengo que vivir en el mundo, tengo que tratar a las gentes, tengo que verlas, y nohe de arrancarme los ojos. Usted me ha dicho mil veces que me quiere en la vida activa, predicando la ley

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    Cartas de mi sobrino 18

  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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    divina, difundindola por el mundo, y no entregado a la vida contemplativa en la soledad y el aislamiento.Ahora bien; si esto es as, como lo es, de qu suerte me haba yo de gobernar para no reparar en PepitaJimnez? A no ponerme en ridculo, cerrando en su presencia los ojos, fuerza es que yo vea y note lahermosura de los suyos, lo blanco, sonrosado y limpio de su tez; la igualdad y el nacarado esmalte de losdientes que descubre a menudo cuando sonre, la fresca prpura de sus labios, la serenidad y tersura de sufrente, y otros mil atractivos que Dios ha puesto en ella. Claro est que para el que lleva en su alma el germen

    de los pensamientos livianos, la levadura del vicio, cada una de las impresiones que Pepita produce puede sercomo el golpe del eslabn que hiere el pedernal y que hace brotar la chispa que todo lo incendia y devora;pero, yendo prevenido contra este peligro, y reparndome y cubrindome bien con el escudo de la prudenciacristiana, no encuentro que tenga yo nada que recelar. Adems que, si bien es temerario buscar el peligro, escobarda no saber arrostrarle y huir de l cuando se presenta.

    No lo dude Vd.: yo veo en Pepita Jimnez una hermosa criatura de Dios, y por Dios la amo, como a hermana.Si alguna predileccin siento por ella es por las alabanzas que de ella oigo a mi padre, al seor vicario y a casitodos los de este lugar.

    Por amor a mi padre deseara yo que Pepita desistiese de sus ideas y planes de vida retirada y se casase con l;pero prescindiendo de esto, y si yo viese que mi padre slo tena un capricho y no una verdadera pasin, mealegrara de que Pepita permaneciese firme en su casta viudez, y cuando yo estuviese muy lejos de aqu, allen la India o en el Japn, o en algunas misiones ms peligrosas, tendra un consuelo en escribirle algo sobremis peregrinaciones y trabajos. Cuando, ya viejo, volviese yo por este lugar, tambin gozara mucho enintimar con ella, que estara ya vieja, y en tener con ella coloquios espirituales y plticas por el estilo de lasque tiene ahora el padre vicario. Hoy, sin embargo, como soy mozo, me acerco poco a Pepita; apenas la hablo.Prefiero pasar por encogido, por tonto, por mal criado y arisco, a dar la menor ocasin, no ya a la realidad desentir por ella lo que no debo, pero ni a la sospecha ni a la maledicencia.

    En cuanto a Pepita, ni remotamente convengo en lo que Vd. deja entrever como vago recelo. Qu plan ha deformar respecto a un hombre que va a ser clrigo dentro de dos o tres meses? Ella, que ha desairado a tantos,por qu haba de prendarse de m? Harto me conozco, y s que no puedo, por fortuna, inspirar pasiones.

    Dicen que no soy feo, pero soy desmaado, torpe, corto de genio, poco ameno; tengo trazas de lo que soy; deun estudiante humilde. Qu valgo yo al lado de los gallardos mozos, aunque algo rsticos, que hanpretendido a Pepita; giles jinetes, discretos y regocijados en la conversacin, cazadores como Nembrot,diestros en todos los ejercicios de cuerpo, cantadores finos y celebrados en todas las ferias de Andaluca, ybailarines apuestos, elegantes y primorosos? Si Pepita ha desairado todo esto, cmo ha de fijarse ahora en my ha de concebir el diablico deseo y ms diablico proyecto de turbar la paz de mi alma, de hacermeabandonar mi vocacin, tal vez de perderme? No, no es posible. Yo creo buena a Pepita, y a m, lo digo sinmentida modestia, me creo insignificante. Ya se entiende que me creo insignificante para enamorarla, no paraser su amigo; no para que ella me estime y llegue a tener un da cierta predileccin por m, cuando yo acierte ahacerme digno de esta predileccin con una santa y laboriosa vida.

    Perdneme Vd. si me defiendo con sobrado calor de ciertas reticencias de la carta de Vd. que suenan aacusaciones y a fatdicos pronsticos.

    Yo no me quejo de esas reticencias; Vd. me da avisos prudentes, gran parte de los cuales acepto y piensoseguir. Si va Vd. ms all de lo justo en el recelar consiste sin duda en el inters que por m se toma y que yode todo corazn le agradezco.

    4 de Mayo.

    Extrao es que en tantos das, yo no haya tenido tiempo para escribir a Vd.; pero tal es la verdad. Mi padre nome deja parar y las visitas me asedian.

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    En las grandes ciudades es fcil no recibir, aislarse, crearse una soledad, una Tebaida en medio del bullicio: enun lugar de Andaluca, y sobre todo teniendo la honra de ser hijo del cacique, es menester vivir en pblico. Noya slo hasta al cuarto donde escribo, sino hasta a mi alcoba penetran, sin que nadie se atreva a oponerse, elseor vicario, el escribano, mi primo Currito, hijo de doa Casilda, y otros mil que me despiertan si estoydormido y me llevan donde quieren.

    El casino no es aqu mera diversin nocturna sino de todas las horas del da. Desde las once de la maana estlleno de gente que charla, que lee por cima algn peridico para saber las noticias, y que juega al tresillo.Personas hay que se pasan diez o doce horas al da jugando a dicho juego. En fin, hay aqu una holganza tanencantadora que ms no puede ser. Las diversiones son muchas, a fin de entretener dicha holganza. Ademsdel tresillo se arma la timbirimba con frecuencia; y se juega al monte. Las damas, el ajedrez y el domin no sedescuidan. Y por ltimo, hay una pasin decidida por las rias de gallos.

    Todo esto, con el visiteo, el ir al campo a inspeccionar las labores, el ajustar todas las noches las cuentas conel aperador, el visitar las bodegas y candioteras, y el clarificar, trasegar y perfeccionar los vinos, y el tratar congitanos y chalanes para compra, venta o cambalache de los caballos, mulas y borricos, o con gente de Jerezque viene a comprar nuestro vino para trocarle en jerezano, ocupa aqu de diario a los hidalgos, seoritos ocomo quieran llamarse. En ocasiones extraordinarias, hay otras faenas y diversiones que dan a todo msanimacin, como en tiempo de la siega, de la vendimia y de la recoleccin de la aceituna; o bien cuando hayferia y toros aqu o en otro pueblo cercano, o bien cuando hay romera al santuario de alguna milagrosaimagen de Mara Santsima, a donde, si acuden no pocos por curiosidad y para divertirse y feriar a sus amigascupidos y escapularios, ms son los que acuden por devocin y en cumplimiento de voto o promesa. Haysantuario de estos que est en la cumbre de una elevadsima sierra, y con todo, no faltan an mujeres delicadasque suben all con los pies descalzos, hirindoselos con abrojos, espinas y piedras, por el pendiente y maltrazado sendero.

    La vida de aqu tiene cierto encanto. Para quien no suea con la gloria, para quien nada ambiciona,comprendo que sea muy descansada y dulce vida. Hasta la soledad puede lograrse aqu haciendo un esfuerzo.Como yo estoy aqu por una temporada, no puedo ni debo hacerlo; pero, si yo estuviese de asiento, no hallara

    dificultad, sin ofender a nadie, en encerrarme y retraerme durante muchas horas o durante todo el da, a fin deentregarme a mis estudios y meditaciones.

    Su nueva y ms reciente carta de Vd. me ha afligido un poco. Veo que insiste Vd. en sus sospechas, y no squ contestar para justificarme sino lo que ya he contestado.

    Dice Vd. que la gran victoria en cierto gnero de batallas consiste en la fuga: que huir es vencer. Cmo he denegar yo lo que el Apstol y tantos Santos Padres y Doctores han dicho? Con todo, de sobra sabe Vd. que elhuir no depende de mi voluntad. Mi padre no quiere que me vaya; mi padre me retiene a pesar mo; tengo queobedecerle. Necesito, pues, vencer por otros medios y no por el de la fuga.

    Para que Vd. se tranquilice, repetir que la lucha apenas est empeada; que Vd. ve las cosas ms adelantadasde lo que estn.

    No hay el menor indicio de que Pepita Jimnez me quiera. Y aunque me quisiese, sera de otro modo quecomo queran las mujeres que Vd. cita para mi ejemplar escarmiento. Una seora, bien educada y honesta, ennuestros das, no es tan inflamable y desaforada como esas matronas de que estn llenas las historias antiguas.

    El pasaje que aduce Vd. de San Juan Crisstomo es digno del mayor respeto; pero no es del todo apropiado alas circunstancias. La gran dama, que en Of, Tebas o Dispolis Magna, se enamor del hijo predilecto deJacob, debi ser hermossima; slo as se concibe que asegure el Santo ser mayor prodigio el que Josef noardiera, que el que los tres mancebos, que hizo poner Nabucodonosor en el horno candente, no se redujesen a

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    cenizas.

    Confieso con ingenuidad que lo que es en punto a hermosura, no atino a representarme que supere a PepitaJimnez la mujer de aquel prncipe egipcio, mayordomo mayor o cosa por el estilo del palacio de losFaraones; pero ni yo soy, como Josef, agraciado con tantos dones y excelencias, ni Pepita es una mujer sinreligin y sin decoro. Y aunque fuera as, aun suponiendo todos estos horrores, no me explico la ponderacin

    de San Juan Crisstomo sino porque viva en la capital corrompida, y semigentlica an, del Bajo Imperio;en aquella corte, cuyos vicios tan crudamente censur, y donde la propia emperatriz Eudoxia daba ejemplo decorrupcin y de escndalo. Pero hoy que la moral evanglica ha penetrado ms profundamente en el seno dela sociedad cristiana, me parece exagerado creer ms milagroso el casto desdn del hijo de Jacob que laincombustibilidad material de los tres mancebos de Babilonia.

    Otro punto toca Vd. en su carta que me anima y lisonjea en extremo. Condena Vd. como debe elsentimentalismo exagerado y la propensin a enternecerme y a llorar por motivos pueriles de que le dijepadeca a veces; pero esta afeminada pasin de nimo, ya que existe en m, importando desecharla, celebraVd. que no se mezcle con la oracin y la meditacin y las contamine. Vd. reconoce y aplaude en m la energaverdaderamente varonil, que debe haber en el afecto y en la mente que anhelan elevarse a Dios. Lainteligencia que pugna por comprenderle ha de ser briosa; la voluntad que se le somete por completo esporque triunfa antes de s misma, riendo bravas batallas con todos los apetitos y derrotando y poniendo enfuga todas las tentaciones; el mismo afecto acendrado y ardiente, que, aun en criaturas simples y cuitadas,puede encumbrarse hasta Dios por un rapto de amor, logrando conocerle por iluminacin sobrenatural, es hijo,a ms de la gracia divina, de un carcter firme y entero. Esa languidez, ese quebranto de la voluntad, esaternura enfermiza, nada tienen que hacer con la caridad, con la devocin y con el amor divino. Aquello esatributo de menos que mujeres: stas son pasiones, si pasiones pueden llamarse, de ms que hombres, dengeles. S; tiene Vd. razn de confiar en m, y de esperar que no he de perderme porque una piedad relajada ymuelle abra las puertas de mi corazn a los vicios transigiendo con ellos. Dios me salvar y yo combatir porsalvarme con su auxilio; pero, si me pierdo, los enemigos del alma y los pecados mortales no han de entrardisfrazados ni por capitulacin en la fortaleza de mi conciencia, sino con banderas desplegadas, llevndolotodo a sangre y fuego y despus de acrrimo combate.

    En estos ltimos das he tenido ocasin de ejercitar mi paciencia en grande y de mortificar mi amor propio delmodo ms cruel.

    Mi padre quiso pagar a Pepita el obsequio de la huerta y la convid a visitar su quinta del Pozo de la Solana.La expedicin fue el 22 de Abril. No se me olvidar esta fecha.

    El Pozo de la Solana dista ms de dos leguas de este lugar y no hay hasta all sino camino de herradura.Tuvimos todos que ir a caballo. Yo, como jams he aprendido a montar, he acompaado a mi padre en todaslas anteriores excursiones en una mulita de paso, muy mansa, y que, segn la expresin de Dientes, el mulero,es ms noble que el oro y ms serena que un coche. En el viaje al Pozo de la Solana fui en la misma

    cabalgadura.

    Mi padre, el escribano, el boticario y mi primo Currito, iban en buenos caballos. Mi ta doa Casilda, que pesams de diez arrobas, en una enorme y poderosa burra con sus jamugas. El seor vicario en una mula mansa yserena como la ma.

    En cuanto a Pepita Jimnez, que imaginaba yo que vendra tambin en burra con jamugas, pues ignoraba quemontase, me sorprendi, apareciendo en un caballo tordo muy vivo y fogoso, vestida de amazona ymanejando el caballo con destreza y primor notables.

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  • 8/14/2019 Pepita Jimnez by Valera, Juan, 1824-1905

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    Me alegr de ver a Pepita tan gallarda a caballo; pero desde luego present y empez a mortificarme eldesairado papel que me tocaba hacer al lado de la robusta ta doa Casilda y del padre vicario, yendo nosotrosa retaguardia, pacficos y serenos como en coche, mientras que la lucida cabalgata caracoleara, correra,trotara y hara mil evoluciones y escarceos.

    Al punto se me antoj que Pepita me miraba compasiva, al ver la facha lastimosa que sobre la mula deba yo

    de tener. Mi primo Currito me mir con sonrisa burlona, y empez enseguida a embromarme y atormentarme.

    Aplauda Vd. mi resignacin y mi valerosa paciencia. A todo me somet de buen talante, y pronto, hasta lasbromas de Currito acabaron, al notar cun invulnerable yo era. Pero cunto sufr por dentro! Ellos corrieron,galoparon, se nos adelantaron a la ida y a la vuelta. El vicario y yo permanecimos siempre serenos, como lasmulas, sin salir del paso y llevando a doa Casilda en medio.

    Ni siquiera tuve el consuelo de hablar con el padre vicario, cuya conversacin me es tan grata, ni deencerrarme dentro de m mismo y fantasear y soar, ni de admirar a mis solas la belleza del terreno querecorramos. Doa Casilda es de una locuacidad abominable, y tuvimos que orla. Nos dijo cuanto hay quesaber de chismes del pueblo, y nos habl de todas sus habilidades, y nos explic el modo de hacer salchichas,morcillas de sesos, hojaldres y otros mil guisos y regalos. Nadie la vence en negocios de cocina y de matanzade cerdos, segn ella, sino Antoona, la nodriza de Pepita Jimnez, y hoy su ama de llaves y directora de sucasa. Yo conozco ya a la tal Antoona, pues va y viene a casa con recados, y en efecto es muy lista: tanparlanchina como la ta Casilda, pero cien mil veces ms discreta.

    El camino hasta el Pozo de la Solana es delicioso; pero yo iba tan contrariado, que no acert a gozar de l.Cuando llegamos a la casera y nos apeamos, se me quit de encima un gran peso, como si fuese yo quienhubiese llevado a la mula, y no la mula a m.

    Ya a pie, recorrimos la posesin, que es magnfica, variada y extensa. Hay all ms de ciento veinte fanegas devia vieja y majuelo, todo bajo una linde: otro tanto o ms de olivar, y por ltimo un bosque de encinas de lasms corpulentas que an quedan en pie en toda Andaluca. El agua del Pozo de la Solana forma un arroyo

    claro y abundante, donde vienen a beber todos los pajarillos de las cercanas, y donde se cazan a centenarespor medio de espartos con liga, o con red, en cuyo centro se colocan el cimbel y el reclamo. All record misdiversiones de la niez, y cuantas veces haba ido yo a cazar pajarillos de la manera expresada.

    Siguiendo el curso del arroyo, y sobre todo en las hondonadas, hay muchos lamos y otros rboles altos, quecon las matas y yerbas, crean un intrincado laberinto y una sombra espesura. Mil plantas silvestres y olorosascrecen all de un modo espontneo, y por cierto que es difcil imaginar nada ms esquivo, agreste yverdaderamente solitario, apacible y silencioso que aquellos lugares. Se concibe all en el fervor del medioda, cuando el sol vierte a torrentes la luz desde un cielo sin nubes, en las calurosas y reposadas siestas, elmismo terror misterioso de las horas nocturnas. Se concibe all la vida de los antiguos patriarcas y de losprimitivos hroes y pastores, y las apariciones y visiones que tenan, las ninfas, de deidades y de ngeles, en

    medio de la claridad meridiana.

    Andando por aquella espesura, hubo un momento en el cual, no acierto a decir cmo, Pepita y yo nosencontramos solos: yo al lado de ella. Los dems se haban quedado atrs.

    Entonces sent por todo mi cuerpo un estremecimiento. Era la primera vez que me vea a solas con aquellamujer, y en sitio tan apartado, y cuando yo pensaba en las apariciones meridianas, ya siniestras, ya dulces, ysiempre sobrenaturales, de los hombres de las edades remotas.

    Pepita haba dejado en la casera la larga falda de montar, y caminaba con un vestido corto que no estorbaba lagraciosa ligereza de sus movimientos. Sobre la cabeza llevaba un sombrerillo andaluz, colocado con gracia.

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    Cartas de mi sobrino 22

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    En la mano el ltigo, que se me antoj como varita de virtudes, con que pudiera hechizarme aquella maga.

    No temo repetir aqu los elogios de su belleza. En aquellos sitios agrestes se me apareci ms hermosa. Lacautela, que recomiendan los ascetas, de pensar en ella afeada por los aos y por las enfermedades; defigurrmela muerta, llena de hedor y podredumbre y cubierta de gusanos, vino, a pesar mo, a mi imaginacin;y digo a pesar mo, porque no entiendo que tan terrible cautela fuese indispensable. Ninguna idea mala en lo

    material, ninguna sugestin del espritu maligno turb