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NOTAS SOBRE LA EXPERIENCIA HISTORICA PERUANA JORGE BASADRE NOTAS SOBRE LA EXPERIENCIA HISTÓRICA PERUANA I LOS LIMITES DE LAS ÉPOCAS HISTÓRICAS ¿Cabe considerar la distintas épocas del pasado peruano -las épocas prehispánicas, de la Conquista, del Virreinato o de la Emancipación nacional- como realidades parciales, imperfectas o deficientes en pos de una forma definitiva (el Perú de la actualidad o del futuro) en dirección de la cual la historia trabaja y ha llegado o está a punto de llegar? Falaz sería tal hipótesis. El acontecer histórico se expresa íntegramente en cada época, y cuando surgen otras épocas se expresa en cada una de ellas también en su integridad. No hay, en ninguna de ellas, en sí, una existencia mutilada o incompleta. Ningún personaje pudo haber dicho frases como ésta: "Adiós, me voy a la guerra de los cien años". Tampoco los hombres de ningún período pudieron haberse considerado diseños provisorios de ulteriores y más sólidas estructuras históricas. Pero, reconociendo en toda su amplitud y respetando con máxima lealtad la autonomía de cada época, o sea su carácter positivo y suficiente, cabe, no obstante, ver límites en ella, como los hay en cada hombre y en cada obra. Se trata, en ese caso, de la referencia a un proceso que el historiador puede analizar desde una perspectiva creada después de dicha época. El historiador, para esclarecer la génesis de una condición presente, hállase facultado para entender, determinar y circunscribir los hechos del pasado que en ella confluyen y de ella salen transfigurados y que son "partes" pero sólo en relación con ella 1 . LAS PARTES DE LA HISTORIA PERUANA Desde este punto de vista, la historia del Perú (como la de cualquier otro Estado) puede ser entendida no sólo como la narración o descripción de sucesos ocurridos en el territorio correspondiente, o como la evocación de personajes que en él vivieron. Puede ser también el estudio de la formación o desarrollo de un país que hoy se llama Perú (o en otros casos Bolivia, Chile, etc.). Dicho estudio, en consecuencia, admite la existencia de "partes" que lo integran. Esas partes hállanse unidas en lo profundo porque no hay separación completa o absoluta falta de relación entre una época y otra, si especialmente coinciden y se suceden en el tiempo, pues 1

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NOTAS SOBRE LA EXPERIENCIA HISTORICA PERUANA JORGE BASADRE

NOTAS SOBRE LA EXPERIENCIA HISTÓRICA PERUANA

I

LOS LIMITES DE LAS ÉPOCAS HISTÓRICAS

¿Cabe considerar la distintas épocas del pasado peruano -las épocas prehispánicas,

de la Conquista, del Virreinato o de la Emancipación nacional- como realidades parciales, imperfectas o deficientes en pos de una forma definitiva (el Perú de la actualidad o del futuro) en dirección de la cual la historia trabaja y ha llegado o está a punto de llegar? Falaz sería tal hipótesis. El acontecer histórico se expresa íntegramente en cada época, y cuando surgen otras épocas se expresa en cada una de ellas también en su integridad. No hay, en ninguna de ellas, en sí, una existencia mutilada o incompleta. Ningún personaje pudo haber dicho frases como ésta: "Adiós, me voy a la guerra de los cien años". Tampoco los hombres de ningún período pudieron haberse considerado diseños provisorios de ulteriores y más sólidas estructuras históricas.

Pero, reconociendo en toda su amplitud y respetando con máxima lealtad la autonomía de cada época, o sea su carácter positivo y suficiente, cabe, no obstante, ver límites en ella, como los hay en cada hombre y en cada obra. Se trata, en ese caso, de la referencia a un proceso que el historiador puede analizar desde una perspectiva creada después de dicha época. El historiador, para esclarecer la génesis de una condición presente, hállase facultado para entender, determinar y circunscribir los hechos del pasado que en ella confluyen y de ella salen transfigurados y que son "partes" pero sólo en relación con ella 1.

LAS PARTES DE LA HISTORIA PERUANA

Desde este punto de vista, la historia del Perú (como la de cualquier otro Estado) puede ser entendida no sólo como la narración o descripción de sucesos ocurridos en el territorio correspondiente, o como la evocación de personajes que en él vivieron. Puede ser también el estudio de la formación o desarrollo de un país que hoy se llama Perú (o en otros casos Bolivia, Chile, etc.).

Dicho estudio, en consecuencia, admite la existencia de "partes" que lo integran. Esas partes hállanse unidas en lo profundo porque no hay separación completa o absoluta falta de relación entre una época y otra, si especialmente coinciden y se suceden en el tiempo, pues

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la una va de inmediato penetrando en la otra que la sigue y, en cierto modo, afectándola. Los Incas tuvieron profunda relación con las culturas pre-incas; la Conquista y la Colonización española no se llevaron a cabo siglos después de los reinados de Huayna Cápac y Atahualpa; y la Independencia del Perú no fue proclamada en un territorio desierto. En ese sentido, la historia del Perú es una continuidad en el tiempo. El nexo y la unidad de ella surgen precisamente de la constancia y del cambio en el acontecer histórico y cabe decir, sin que sea contradictorio, que si por una parte "el Perú se hace con su historia", al mismo tiempo "lo que presupone esta historia es el Perú".

Por eso resulta aquí aplicable la afirmación de Troeltsch de que “el fin último de toda historia es la comprensión del presente" 2 y parece también adecuado recordar la afirmación de Zubiri, de que el estudio del presente es, en cierta forma, el estudio del pasado, no porque éste prolongue su existencia en aquél, sino porque el presente es el conjunto de posibilidades a las que se redujo el pasado al desrealizarse 3.

VICISITUDES DEL INDIGENISMO La primera época en la experiencia histórica peruana es la prehispánica. Alrededor de ella ha surgido la tendencia llamada "indigenismo". El interés y la simpatía hacia los indios, hacia las culturas preincas y hacía el Imperio de los Incas en especial, ha sido estimulado en el Perú, entre otros factores, por corrientes creadas durante varios siglos, a saber: Antes de la Independencia: a) Los testimonios de Garcilaso y de quienes pertenecieron a su escuela y a la de Las Casas, durante la Conquista y la época colonial, origen de la "leyenda negra". b) El "indigenismo hispanista" de doctrineros, misioneros, lingüistas, etc. que se acercaron al indio para "redimirlo" de sus pecados -la idolatría, la superstición- y trataron de conocerlo estudiando su idioma o sus formas de vida 4. c) El movimiento europeo, iniciado con Montaigne, que exaltó la hondad del hombre en estado de naturaleza y que, después de una trayectoria filosófica y jurídica, desembocó en el campo político con Rousseau, alcanzando vasta repercusión directa o indirectamente. d) La reacción europea y americana en contra de la tesis de De Pauw y de otros autores acerca de la inferioridad y degeneración de los habitantes del llamado Nuevo Mundo 5. Durante el siglo xix y los primeros años del siglo XX: e) Los grupos liberales en el momento de la Emancipación que buscaron afirmar a los nuevos Estados sobre la tradición indígena, acerca de lo cual se habla más adelante. f) Los exponentes del romanticismo a principios del siglo xix, que no sólo trataron a los indios y a los Incas dentro de un plano literario, sino también tuvieron representantes científicos como, en un campo de interés especial en ese momento, el campo lingüístico, Tschudi. g) Los autores protestantes, sobre todo anglosajones, que estudiaron con sentido crítico la obra de España en América y con simpatía a los indios, incluyendo a Prescott. h) Los positivistas que, ya a fines del siglo xix, hicieron la vivisección del sistema y de las instituciones coloniales y, directa o indirectamente, pudieron ayudar a una actitud de reivindicación de la época anterior. i) Los sociólogos marxistas alemanes como Cunow, de esa época y primeros años del siglo xx, cuyo interés particular fue el problema de la economía colectivista del Antiguo Perú.

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j) Los exploradores interesados ante todo en las ciencias naturales, tales como Reiss y Stubel, que, de hecho, contribuyeron al mayor conocimiento de la civilización aborigen. k) Los arqueólogos que, como Max Uhle y julio C. Tello, hicieron, desde principios del siglo XX, descubrimientos sensacionales de yacimientos culturales antes no sospechados, ampliando el horizonte de las culturas pre-incas, y los etnólogos, antropólogos y sociólogos europeos y americanos que estudiaron científicamente en este siglo a los indios y al Perú de los Incas. l) En un plano literario e ideológico, Manuel González Prada, al afirmar que los indios constituyen el verdadero Perú, que "nuestra forma de gobierno se reduce a una gran mentira porque no merece llamarse República democrática un Estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley" y, por último, que "la cuestión del indio, más que pedagógica, es económica, es social" por lo que hay que predicarle rebeldía, pues "todo blanco es, más o menos, un Pizarro, un Valverde, o un Areche" 6. m) Los defensores morales o legales del indio simbolizados, a mediados del siglo XIX, por Juan Bustamante y la Sociedad Amiga de los Indios 7 y agrupados, en la primera parte del siglo XX, en la Asociación Pro-Indígena con Joaquín Capelo, Pedro Zulen, Dora Mayer y otros dentro de los últimos treinta años. n) Los marxistas, sobre todo comunistas, que, ahondando y sistematizando las palabras citadas de González Prada, después de 1923, insistieron en que la base de la revolución social tenía que ser agraria y racial y llegaron a hablar de las "nacionalidades quechuas y aymaras" aplicando a América el concepto europeo de las "minorías nacionales" y otros grupos que coincidieron en esa prédica, más bien bajo la influencia de la revolución mexicana y del "Kuo-Ming-Tang" chino. o) Los intelectuales y artistas regionalistas y "serranistas", con hostilidad a Lima, a la costa y a los blancos mestizos.

¿ES LA ÉPOCA PREHISPÁNICA LA MAS IMPORTANTE DE LA HISTORIA PERUANA? Algunos autores indigenistas han sostenido que hay una mayor importancia de la época prehispánica sobre los demás períodos por la mayor duración que ella alcanzó y por su más profunda raigambre en el suelo. Se ha considerado "ridículo" dar mayor valor a cien años escasos de vida republicana, a quince años de guerra libertadora y aun a tres siglos de Coloniaje que a "las remotas edades precolombianas que comprenden muchos milenios (sic) y son más ricas en contenido histórico y en formas culturales propias o, por lo menos, más y mejor adaptadas al paisaje y a la geografía de América, fuera de que, además, rompiendo los linderos políticos actuales, nos lleva a reconstruir vastos imperios y civilizaciones" 8.

En tal actitud hay un toque de atención hacia las zonas más distantes del pasado de los pueblos andinos, con frecuencia olvidados o subestimados y, en ese sentido, contiene mucho de saludable. Pero, al mismo tiempo, presenta un grave caso de la enfermedad que podría llamarse miopía histórica, o sea la capacidad para ver lo lejano y no lo inmediato. Las culturas prehispánicas como tales, o sea sin el nexo que les da con nuestro tiempo lo que ocurre a partir de 1932, no tienen lugar en la corriente de la historia universal. Están al margen de ella, antes que ella. Por lo demás, la valoración histórica de una época no depende de una escueta medición del tiempo; depende, sobre todo, del número y de la calidad de los elementos culturales históricamente válidos que suministra. Si el número de los siglos contara exclusivamente, el antiguo Egipto tendría más importancia que los 1958 años

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de nuestra era, pues abarcó por lo menos de 3000 a.C. hasta 525 a.C., en que se realizó la conquista persa, o sea llegó a casi dos mil quinientos años. Esto, dentro del criterio de la historia genética, no como lo vería la pura arqueología o la pura prehistoria. Reaccionando contra esta superestimación de lo prehispánico, se ha dicho que lo prehispánico en América viene a ser en realidad algo similar a lo prerromano y a lo precristiano en la historia de los pueblos de Europa; y que, en tal sentido, hay una época prehispánica no sólo en América sino también en España, a la que corresponden lo céltico y lo ibérico, Altamira y Cogul, la Dama de Elche, Viriato, Sagunto y Numancia. Pero las diferencias entre lo prehispánico en España y lo prehispánico en América andina radican en la mayor proximidad cronológica a nosotros de la época aborigen, en la mayor suma de elementos humanos y de formas de vida provenientes de ese período, en la mayor significación de los núcleos indígenas de la nacionalidad desde el punto de vista de los problemas del presente y del porvenir.

EL ÁREA DE "COTRADICION PREHISPÁNICA"

En el campo de la época pre-Inca, hasta hace poco, lo más notable habían sido los sucesivos descubrimientos arqueológicos que ampliaron, en el curso de los primeros treinta años de este siglo, los conocimientos acerca de la antigüedad y de la importancia de dicha cultura.

En los últimos tiempos se ha acentuado la tendencia de buscar una visión orgánica y sistemática de ella.

Uno de los conceptos con ese motivo expresado y que ofrece gran interés a los no especialistas, es el de área de cotradición. Quiérese indicar con esto la unidad en la prehistoria cultural de una región geográfica debido a las mutuas relaciones entre las distintas culturas que allí emergieron. Combínase aquí la idea de profundidad en el tiempo que en determinados restos arqueológicos puede haber, con la idea de constancia o de persistencia de otras y distintas expresiones culturales en el mismo territorio donde ellos han sido descubiertos con recíprocas influencias.

Para que haya "cotradicíón" es necesaria, pues, la presencia no de una sino de varias culturas en una misma región y no sólo una presencia sucesiva o simultánea de ellas sino la efectividad de algunas interrelaciones 9.

Se considera hoy que cabe hablar de una cotradición peruana que incluye geográficamente la costa y la sierra del Perú actual, ciertas zonas de la selva o muy próxima a ella y buena parte de Bolivia, dentro de un ámbito de tiempo que va desde la aparición de la cerámica hasta la conquista española, o sea, más o menos, de 1000 años antes de Cristo hasta 1532. Las características de esta "cotradición" comprenden ciertos aspectos unitarios o semejantes en la agricultura, la ganadería, los medios de subsistencia, el vestido, las artes industriales, la arquitectura, la organización social.

Concretamente, han sido especificadas las características iguales o similares resumidas a continuación. La subsistencia de la población estuvo basada en las distintas épocas y en los múltiples focos culturales en una agricultura intensiva, a base de una especie de arado de palo, y en la ganadería, a base de auquénidos. Las plantas comunes fueron el

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maíz, la papa, la quinua, la yuca o mandioca, el frijol, el maní, la oca, la mostaza, el algodón y varias frutas. Los animales domesticados se redujeron a la llama, la alpaca y el puerco llamado de "Guinea". El uso de la coca fue vasto y el del tabaco no tuvo mayor importancia. Para el cultivo se hizo uso del palo para cavar y se hizo además uso de la irrigación, los andenes o terrazas, los fertilizantes y la rotación de cultivos. Hubo analogía en los vestidos. Se desarrollaron el arte textil, la metalurgia y el trabajo con plumas, conchas y madera y, sobre todo, el arte textil y la cerámica. En los productos textiles y cerámicas aparecen análogos motivos antropomorfos, zoomorfos y geométricos. Las construcciones macizas abundaron para fines religiosos y como obras públicas; y los templos y casas estuvieron decorados por pinturas, incisiones y arabescos. La población se concentró en aldeas o centros más populosos. El trabajo fue realizado colectivamente, o sea por cooperación voluntaria, ritualismo religioso o conscripción forzada. La organización del Estado alcanzó gran desarrollo. Una mentalidad "necrotrópica", es decir orientada hacia las tumbas, puede ser definida' por el predominio del culto de los antepasados, la abundancia de momias, la riqueza de los presentes funerarias. Peregrinaciones religiosas debieron tener lugar en épocas diferentes y en regiones distintas (Chavín, Tiahuanaco, Pachacamac, Copacabana). Muchas características negativas podrían agregarse a las características positivas de igualdad o similitud, entre ellas la ausencia del arco, de la flecha y de las urnas funerarias y la escasa significación del transporte marítimo.

Dentro de la "Cotradición peruana" se ha señalado cinco grupos según sus relaciones de orden geográfico y arqueológico. Para ello no se toma en cuenta la clásica división del Perú en tres zonas longitudinalmente -costa, sierra y región de los bosques- sino se vincula a los valles costeños con los centros andinos correspondientes en un sentido transversal. Dichos cinco grupos son: A) Cajamarca, Lambayeque, Moche, en el extremo norte; B) Callejón de Huaylas, Chimbote, Huarmey, en el norte; C) Mantaro, Rimac, Cañete, Ica, en el centro; D) Cuzco, Lomas, en el sur; E) Titicaca, Arequipa, en el extremo sur.

Desde el punto de vista de la sucesión en el tiempo, estos grupos han sido definidos según las características locales, regionales o de expansión interregional. Cronológicamente tiéndese hoy a distinguir un período de formación, con centros culturales aislados y pequeños; un período intermedio que presenta acaso simultáneamente características comunes en zonas geográficas regionales y un tercer período de influencia o expansión imperial. En este último estarían comprendidos el llamado "horizonte" Tiahuanaco cuyo estilo es visible en distintos objetos arqueológicos de la costa del norte y (después de un breve período de vuelta a las culturas regionales) el "horizonte" Inca que entra ya en el dominio de la historia 10.

El interés de las elaboraciones teóricas de los arqueólogos aquí mencionados reside primordialmente en el hecho de que contribuyen a destruir la hipótesis acerca de la constante e inexorable discordia o rivalidad entre la costa y la sierra. Aunque algún día parezca mentira, todo eso se ha dicho, acerca de todo ello se ha discutido. Hay trascendencia que supera el punto de vista técnico o especializado en las palabras de Kroeber: "Debo observar primeramente que considero que toda la civilización peruana aborigen forma una unidad, un todo histórico más vasto, una área cultural con profundidad en el tiempo" 11.

Cabe hablar, pues, de una "cotradición peruana" antes de 1532. ¿Cabe también hablar de una "cotradición peruana" después de 1532?

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Notas: 1 Falta un ensayo que presente el conjunto de los temas conexos con la periodificación de la historia americana. Aparte de los puntos rozados apenas en los párrafos siguientes del presente ensayo -relatividad o inaplicabilidad de la periodificación vigente de la época precolombina y post-colombina en relación con ciertos aspectos de la historia social, continuidad esencial a pesar de la división entre la época colonial y la nacional- hay muchos otros aspectos, incluyendo los que atañen a las secciones internas de cada época. ¿Cómo se compaginan, por ejemplo, las separaciones radicales que a veces se hace entre cada período con las distintas clases de historia: económica, jurídica, científica, artística, ésta a su vez dividida según las distintas artes? En el capítulo titulado "La configuración y la división de la materia" de la Introducción al estudio de la historia por Wilhelm Bauer, (Barcelona, 1944), pp. 139-206, hay un interesante estudio sobre el problema en conjunto. En relación con el mismo problema dentro de la historia europea, una de las contribuciones recientes más llena de sugerencias es la de Oscar Halecki, The Limite and Divisions of European History (London-New York, 1950). 2 Ernest Troeltsch, "Uber Masstaben zur Beurteilung historischen Dinge" Berliner Universátsschriften, 1916. 3 X. Zubiri "Grecia y la supervivencia del pasado filosófico". Escorial VIII. (1942). 4 Sobre el significado del iniciador de los estudios quechuas, Fray Domingo de Santo Tomás, véase el prólogo de Raúl Porras Barrenechea a la Gramática o Arte de la Lengua General de los Indios del Reyno del Perú, Edición del Instituto de Historia, Lima, 1951. Sobre el significado de la penetración religiosa en la formación histórica del Perú ha dado Víctor Andrés Belaúnde un cursillo en el Instituto Riva-Agüero en 1951. 5 Sobre la reacción americana contra De Pauw y otros autores que hablaron sobre la inferioridad del hombre de este continente, Antonello Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, Lima, 1946. Una influencia lamentable de este magnífico libro ha sido que algunos olviden la fe y el fervor de muchos europeos del siglo XVIII por América. 6 "Nuestros Indios", en Horas de lucha, segunda edición. Callao, 1924, pp. 331338. Los autores indigenistas e indianistas citados y otros, en "Bibliografía de etnología peruana" por Federico Schwab. Boletín bibliográfico, Lima, 1936, números 1 al 4. 7 Los Indios del Perú, por Juan Bustamante, 1867. 8 Esta tesis ha sido sostenida por varios escritores indigenistas peruanos y bolivianos. Aquí se han transcrito las palabras de Federico Avila en su libro La revisión de nuestro pasado, La Paz, 1936, p. 46. 9 Reappraisal of Peruvian Archaeology, Menaha, Wisconsin, 1948, en una síntesis de los conocimientos y de las ideas que acerca de las culturas preincas tienen actualmente los arqueólogos norteamericanos ' Véase en esta obra sobre todo el trabajo de Wendell C. Bennett "The Peruvian Co-Tradition", pp. 2-7. 10 Los estudios de Julius Bird y las aplicaciones del carbono 14 han ampliado las fechas de periodificación del Perú antiguo hacia el año 3000 a.C. en la época precerámica ("South American radiocarbon dates" en Memoirs of the Society for American Archaeology, Nº 6, 1951). Ver también John M. Cobett, "Prehistoria peruana" en Palacio, Nº 6, 1951. 11 L. Kroeber, Peruvian Archaeology, in 1942, New York, 1914, p. 111.

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II

LA EXPANSION EUROPEA Y EL ENCUENTRO CON AMERICA

La cultura occidental (geográficamente preconfigurada por el mundo antiguo greco-latino y, por eso, cultura mediterránea en sus comienzos) fue tomada en su integridad por los germanos, e impregnó con un fundamental contenido cristiano los rasgos característicos de Europa a partir de la Edad Media, a pesar de las separaciones políticas y diferenciándose, ya entonces, de las vecinas culturas de Rusia y el Islam 12.

Si se concibe a Europa Occidental como una sola área de cultura, el proceso de expansión que tan dramáticos episodios ostenta a partir del siglo XV aparece con las características de un fenómeno de irradiación global, es decir mundial. Se ha dicho que la búsqueda de una nueva ruta hacía la India, China y las Islas de las Especias (que los portugueses siguieron por el Africa desde 1420, más o menos, hasta cruzar el cabo de Buena Esperanza en 1498, y Colón emprendió navegando directamente por el Atlántico) tuvo como origen fundamental evitar el encierro en que el Islam estaba colocando a los Estados cristianos al ocupar todas las vías terrestres de comunicación con el Asia. Recientemente se ha objetado esta tesis, expresándose dudas acerca de la aptitud efectiva del Islam para poner en asedio a Occidente. Pero, de todos modos, no puede entrar en controversia el hecho de que, antes de descubrir y colonizar los nuevos mundos, Europa estaba superpoblada, habíase estratificado desde el punto de vista social, no poseía medios suficientes para su desarrollo demográfico, contaba con escasas cantidades de oro y plata para su movimiento mercantil y con pobres recursos para su alimentación.

Una revolución en las relaciones entre el hombre y la tierra y el hombre y la riqueza

prodújose a partir del siglo XVI, a la vez que, por vez primera en la historia humana, se lograba la visión del Universo. Si son aproximadamente 6000 años los que hay de historia de la cultura humana, sólo en los últimos quinientos han comenzado el conocimiento y la comunicación intercontinentales.

Como en aquellos momentos empezaban a definirse los Estados dinásticos europeos,

esta expansión estuvo fuertemente coloreada por las ambiciones y los intereses de las casas reinantes y sus cortes; y presentó como una de sus notas características las guerras y rivalidades entre las potencias. Durante la Reforma e inmediatamente después de ella, tuvieron estas discordias también un contenido religioso. España e Inglaterra, España y Francia, España y Holanda lucharon con varia fortuna en los siglos XVI a XVII. Toda la historia del Virreinato peruano, por ejemplo, está llena de incursiones de piratas y corsarios, aprestos y previsiones bélicas, cambios y reorganizaciones administrativas que son ecos o salpicaduras de conflictos europeos y multicontinentales.

Pero el fenómeno de la expansión europea presentó ciertas características similares y utilizó muchos elementos culturales comunes. El historiador belga Charles Verlinden ha

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hecho, a este respecto, un aporte fundamental al relacionar determinadas características e instituciones de la economía y de la técnica mercantil en la Conquista de América con las de la Colonización llevada a cabo en el Levante durante la Edad Media por los pueblos mediterráneos de Europa, especialmente Génova y Venecia 13. A la luz de estas relaciones (que por vez primera han sido puestas en evidencia) adquieren especial interés los documentos que ya se conocían acerca de la gran significación de los comerciantes italianos en Sevilla, Lisboa y otros lugares desde los días iniciales del Descubrimiento de América; y también acerca del número considerable de italianos entre los pasajeros de Indias, muchos de ellos naturalizados españoles.

Por su falta de unidad política y su lejanía de las nuevas rutas atlánticas, Italia no pudo competir, como Estado, con los países que se lanzaron a las nuevas zonas geográficas. Dichos países fueron únicamente los Estados de la periferia occidental europea (España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda). Conspicuamente ausentes de este proceso estuvieron, en cambio, los Estados terrestres o "continentales" de Europa Central y Oriental, si bien algunos de ellos eran o serían pronto geográficamente muy grandes (Imperio de los Habsburgo, Rusia). Por ello la economía y el sistema social de estos países, terrestres o continentales, pudieron mantenerse cerrados, estratificados.

Utilizó la expansión de la Europa atlántica los progresos ya logrados en el arte de navegación (gracias a la brújula) y en el arte de construir barcos. Las viejas culturas de India, China, Japón, como las altas culturas aborígenes de América, fueron sorprendidas cuando vivían en su tradicional enclaustramiento por la aparición de los barquichuelos que traían a hombres blancos y barbudos. El predominio de Europa se hizo a través del mar. Corresponde su primera etapa a la iniciación del Ciclo Oceánico en la historia mundial que ha durado hasta el siglo XX, para ser reemplazado por el Ciclo Aéreo, a cuya iniciación asistimos ahora.

Si la brújula de los nuevos barcos de vela permitió las grandes expediciones ultramarinas de todos los países costeños del Atlántico, la pólvora (que había ya destruido los castillos feudales, contribuyendo así a robustecer el poder de los monarcas y a preparar el apogeo de los Estados dinásticos) sirvió para ayudar a las victorias europeas en el Asia y más tarde en Oceanía y Africa; y sirvió también para vencer a los indios americanos, tanto los de las altas culturas Inca y Azteca, como los habitantes de las llanuras y praderas del Norte de América. Las altas culturas americanas y las tribus marginales de este continente acabaron siendo sumergidas por la Conquista española y portuguesa; pero las culturas de las grandes muchedumbres de Asia, (China, India, Japón, Islam) sobrevivieron después del encuentro. Ello se debió, sin duda, a múltiples factores. Existía, por ejemplo, la circunstancia de que el imperio inca tenía alrededor de seis millones de habitantes (según cálculos hoy aceptados), mientras que la India era todo un mundo con cien millones; y China pareció aún más importante y hasta invencible hasta el siglo XIX, con una población que era más numerosa que la de toda Europa junta y que representa la quinta parte de la especie humana.

LAS ALTAS CULTURAS AMERICANAS Y LAS ALTAS CULTURAS ASIATICAS

Una de las características más notables de la historiografía en el siglo XX es el reconocimiento de diversas áreas culturales en el mundo, rompiendo con la valoración exclusiva de Europa, mediante la preocupación por la individualidad y la personalidad de las

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diferentes culturas separadas entre sí por el tiempo o por el espacio o por ambos. Europa Occidental (o, como ha dicho recientemente Oscar Halecki) Europa Cristiana es una cultura; no es la cultura. Ello implica la tendencia a una valoración cuidadosa de lo mucho y muy valioso que los millones de hombres no europeos aportaron en la especulación pura, en las artes, en la literatura, en el dominio sobre la tierra, en ciertas instituciones sociales, etc.

Las altas culturas que existían, entre el siglo XVI y el siglo XIX, fuera de Europa,

presentan un hecho común: todas ellas fueron vencidas, de un modo u otro, por la agresión o la infiltración europea venidas del Atlántico. Algunas de ellas desaparecieron. Otras se desintegraron lentamente. Hubo una (el Japón) que, para vivir, necesitó copiar técnicas y armas occidentales. Pero al lado de esa circunstancia de haber sido objeto de la "ofensiva" de Occidente, todas ellas -las culturas de América como las de Asía- presentan una estructura común, un perfil que las identifica a pesar de la lejanía entre unas y otras.

En todas estas cordilleras culturales no europeas (Inca, Azteca, Islam, India, China, Japón) la economía era fundamentalmente agraria, estaba erigida sobre una población labriega dedicada a labrar y cosechar productos suficientes para mantener un margen limitado de subsistencia y para proveer al fausto del clero y de las castas de gobierno y comando. Esos campesinos carecían de intervención alguna en el Estado; la sola idea de que tuvieran algo que ver parecía inconcebible. Su organización de trabajo local y comunal, por admirables que sean en algunas notas, presentaba como norma la finalidad de mantener la sociedad existente y no la de cambiarla.

En industrias tales como la textil, la cerámica, la metalurgia y otras, podía haber una bella tradición de eficiencia y finura (alfombras persas, sedas y porcelanas chinas, tejidos de la India, alfarería, mantos y platería pre-incas, etc.). Pero la producción artesana efectuábase dentro de dos niveles: uno netamente artístico para fines religiosos, los grupos gobernantes o el comercio de lujo; y otro mucho más rudo, para uso o consumo diario de la gente común. Las masas que producían estos artefactos no participaban en su reparto en forma cuantiosa y carecían de estímulo o de iniciativa para aumentar el volumen de la producción.

Existía una pirámide social basada en el principio de la jerarquía y en la doctrina de la obediencia. Sacerdotes, funcionarios y guerreros (en número pequeño comparado con el resto de la población) vivían de la tributación derivada principalmente de la agricultura y de la industria doméstica, comunal o aldeana. El dominio de la gente directora era considerado como parte del orden natural o divino. Una vieja leyenda pre-Inca decía, inclusive, que los curacas y nobles habían nacido de un huevo de oro dejado caer por el sol, las mujeres nobles de un huevo de plata y el pueblo de un huevo de cobre.

El Estado se apoyaba en la religión y el soberano absoluto aparecía como responsable únicamente ante su Dios o dioses; si otorgaba algún derecho a sus súbditos era por benevolencia o conveniencia administrativa y no por derechos innatos de éstos.

Su autoridad incluía el poder de legislar. Las funciones administrativas, gubernativas, fiscales y militares del Estado hallábanse, asimismo, confundidas. El régimen civil y el eclesiástico contribuían al mantenimiento de la organización agraria y de la rígida estructura de la sociedad. La vida económica de todos estos pueblos era autárquico: autosuficiente y autocontenida. Aunque el tráfico comercial había alcanzado cierto desarrollo en algunas de dichas culturas (no tanto entre los Incas, a pesar de las ferias locales y regionales y del

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comercio de balsas por el Pacífico que Bartolomé Ruiz pudo comprobar), en todo caso, siempre la actividad en el orden mercantil hallábase fundamentalmente subordinada al trabajo de la tierra; era una extensión de la agricultura y no su contrapeso.

El comerciante y el industrial (si existían como clase claramente diferenciada) carecían de importancia social o política. Las aldeas surgían como expresiones típicas de las distintas y múltiples zonas rurales, generalmente aisladas entre sí; pocos salían de ellas y menos aún eran los que a ellas regresaban. Había ciudades, inclusive algunas muy grandes y con imponentes monumentos; pero su significado provenía fundamentalmente de ser centros de gobierno, de la corte o de actividades religiosas.

Las pautas fundamentales de pensamiento y conducta recibidas del pasado no eran discutidas. La cultura implicaba una organización de conocimientos y creencias que provenían de los grandes muertos. Las especulaciones acerca del universo y de la vida basábanse en la religión, y la religión en la tradición. Tampoco estaban netamente separados el arte, la filosofía, la ciencia. Faltaban una información exacta, y sistemática acerca de los hechos de la naturaleza; una integración entre los detalles que hoy llamaríanse "fácticos" con los conceptos generales o abstractos; la aptitud para buscar los modos de superar los vacíos del conocimiento ya obtenido mediante la prueba o el ensayo por vía experimental; la minuciosidad no sólo para inventar sino también para utilizar instrumentos que completasen el poder de los sentidos (tales como el telescopio o el microscopio, por ejemplo). Todo ello a pesar de que, dentro de dichas culturas, los chinos inventaron, por ejemplo, la pólvora o la imprenta, aunque sin obtener de ellas mayor provecho.

Les faltó, además, a las sociedades no europeas el contacto frecuente con pueblos extravíos que produjo la interfertilización tan típica en la historia de Europa Occidental, en la que contribuyeron elementos griegos, romanos, bizantinos, judíos, germanos, árabes y otros, con variable proporción en su pasado. Además, entre las diversidades nacionales europeas, más o menos fáciles de superar por el predominio de ciertos idiomas como el latín, primero, y el francés más tarde, y a causa de ellas, surgieron innumerables estímulos y contrapesos mutuos. Para el asiático o el aborigen americano, en cambio, el mundo extraño era lo desconocido, ignorado o despreciado; no necesitaba de él, nada podía ni quería aprender de él.

Y así fue como resultó Posible que todas esas sociedades carecieran del ideal del progreso realizado por la acción del individuo aislado. Podían, dentro de ellas, variar los imperios y las dinastías y los monarcas, sucederse épocas de apogeo y decadencia, de paz y de anarquía. En lo substancial, continuaban iguales los hábitos de la vida económica y social y las ideas acerca del mundo, sin que surgiera la esperanza del bienestar individual, por obra del propio esfuerzo, eso que Jefferson llamara en Estados Unidos a fines del siglo XVIII "la búsqueda de la felicidad". Y así habría seguido también en el Perú de los Incas si Huáscar derrota a Atahualpa, si éste avanza hacia la región de los chibchas o de los guaraníes, o sí el Tahuantinsuyo se divide a consecuencia de su extensión desmesurada o sí sucumbe como el primer imperio panperuano, hasta ahora llamado Tiahuanaco, ante rebeliones internas o ante invasiones de tribus del Oriente o del Sur.

LA CULTURA OCCIDENTAL

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En la historia moderna la chispa de la inquietud, de la movilidad, del individualismo y de racionalismo es el aporte de Grecia.

El cristianismo la dotó de nuevo contenido al propagar el concepto de la dignidad inherente al ser humano, del fin trascendental en la vida terrena, de la relación entre Dios y el hombre enmarcada por el libre albedrío. Y a partir del Renacimiento surgieron las grandes corrientes que, recogiendo y desarrollando el legado clásico y medieval, definitivamente diferenciaron a la cultura occidental de todas las demás, proceso que se completó sólo en los siglos XVII y XVIII.

Surge así como nota característica, traída por la cultura de Occidente el concepto de que el hombre es señor de su destino, cualquier hombre en este mundo. Las cosas y los animales no tienen alma para el occidental; sólo el hombre posee ese privilegio y esa tortura. Dentro de múltiples variantes (porque otra de las notas de Occidente es su carácter polifacético) pugna el hombre por saber y comprender, comete frecuentes errores en ese esfuerzo, descubre fórmulas unilaterales o preliminares pero toma nuevas fuerzas después de sus fracasos, insiste siempre en su afán de guiar las cosas y de no dejarse llevar por ellas. Otro rasgo típico de la cultura occidental es la simultaneidad que en un momento formativo de su evolución presentan el desarrollo de la lucubración filosófica y el de la investigación científica, a consecuencia de la situación de equilibrio en que la mente se coloca frente al mundo de las ideas y el mundo real, sin negar ni uno ni otro ni dejarse absorber finalmente por cualquiera de ellos; por lo cual maneja grandes conceptos generales y va, por otra parte, al experimento menudo y gradual. Al mismo tiempo, esta cultura ha sido la primera en ubicar dentro de sus áreas o niveles propios la teología, la filosofía, la ciencia, la literatura, las artes; diferenciándolas específicamente; y ha sido la primera que ha entrado en especulaciones acerca del Universo, de la vida y de la historia con absoluta libertad, y la primera que ha visto en la naturaleza un orden para considerar posible y deseable el incrementar en forma sistemática el dominio humano sobre las fuerzas que la rigen. Por esto ha procedido a inventar aparatos, o instrumentos que en número creciente completan el poder de los sentidos o ayudan a hacer la vida más cómoda o agradable.

Desde el punto de vista económico es la cultura occidental la que ha descubierto, al lado de la tradicional importancia primordial de la tierra como fuente de riqueza, el valor del dinero y del capitalismo mercantil y más tarde industrial. Y así mediante el desarrollo del comercio en gran escala, primero marítimo y luego terrestre, ha estimulado en los tiempos modernos el interés por las vías de transporte y los medios de comunicación; así como también ha creado las ciudades, tan distintas en su estructura y en su significado de las urbes antiguas. Y en estos centros de vida colectiva, frente al aumento de riqueza y frente al aumento de cosas que consumir y tener ha surgido el afán del bienestar, el ansia de mejorar de condición, que es otro rasgo inicialmente propio del hombre occidental. Por último, desde el punto de vista político, es de Occidente de donde proviene el concepto del Estado moderno y con él (o después de él) el nacionalismo y el patriotismo. Concepto esencialmente laico aunque el Estado mismo fuese respetuoso con la religión y hasta (como en la España de los Reyes Católicos y de los de Austria) órgano para defenderla o propagarla. ("A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César": Esta fórmula no hubiera podido ser inicialmente entendida por musulmanes, budistas, shíntoistas, brahmanes, adeptos de Confucio, creyentes en Viracocha o en Inti).

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LAS AREAS DEL OCCIDENTE MUNDIAL

Ningún esfuerzo que se haga para obtener una visión comparativa de la historia del encuentro entre Europa Occidental y las grandes culturas de América y Asia podría, sin embargo, prescindir jamás del hecho de que fue España el pueblo que creó los primeros núcleos modernos de colectividades nuevas en tierras ultramarinas. Portugal la siguió y luego Francia, Inglaterra y Holanda. Surgió así desde el siglo XV y el siglo XVI un disperso y variado "Occidente Mundial" lejos de Europa.

Cabe diferenciar las siguientes áreas iniciales, dentro de dicho "Occidente Mundial": a) La de los pueblos ibérico-criollo-mestizo-indios de América, en donde el Perú forma un núcleo histórico, geográfico y culturalmente esencial. b) La de los Estados Unidos, de origen inglés aunque poblada en un período posterior también por diversos grupos, incluyendo gentes originarias de otras zonas de Europa y un núcleo marginal negro. e) La de Canadá, con una población de origen inglés y francés en pacífica coexistencia, que forma parte de la Comunidad Británica. d) Las de Austria y Nueva Zelanda, puramente de origen inglés también, integrando, como Canadá, en forma permanente, la Comunidad Británica. e) La de Africa del Sur, donde una dominante población de origen holandés, con algunos elementos de origen hugonote francés y con su propio idioma (Afrikander) y sus propias directivas hasta en el campo religioso, pugna por afirmar su personalidad frente a Inglaterra y por separar o segregar a la numerosa población negra e india que habita el mismo territorio. No tienen el mismo significado de estos grandes centros, los núcleos de colonización francesa en el Norte de Africa y de ocupación rusa en Asia. Entre el área ibérico-criollo-mestizo-india y las otras áreas surgidas de la emigración y colonización europeas en tierras de Ultramar, hay claras diferencias. Mediante ellas nuestra América aparece como un vasto experimento no ensayado antes, con una rica y variada personalidad histórica dentro de la cual el Perú surge, desde los primeros momentos, con aura de leyenda, realce de riqueza, señorío de cultura y, además, como centro de contacto de dos tradiciones imperiales. Pero esa personalidad histórica ostenta un valor que no depende fundamentalmente de la cultura aborigen que, al fin y al cabo, fue sumergida por la Conquista española. Tampoco depende en forma exclusiva de la expansión europea, de la que somos, en realidad, sólo uno entre muchos exponentes. Depende, sobre todo, de la conjugación de todos estos factores dentro de condiciones y circunstancias únicas, para crear dentro de un medio geográfico específico una sociedad llena de rica solera social y cultural que llegó a ser libre, desde el punto de vista de su organización jurídica y de su mentalidad abierta al porvenir.

NOTAS:

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12 Entre los estudios recientes sobre el significado colonizador y civilizador de la cultura llamada occidental, o europea occidental, o cristiana occidental, se encuentra el libro de Eric Fisher, The Passing of the European Age-A Study of the T'ransfer of Western civilization and its Renewal on others Continents (Cambridge, 1948); y el de Walter Prescott Webb, The Great Frontier (Boston, 1952). Este último sostiene la tesis de que en el siglo XVI empezó un período en el cual Europa Occidental, como una gran metrópoli, empieza una expansión creando una gran "frontera" en el sentido que los historiadores norteamericanos han dado a esta palabra. 0 sea, que en el mundo entero habría ocurrido desde el siglo XVI hasta el XX lo que ocurrió en Estados Unidos en sus zonas del oeste durante el siglo XIX: el avance arrollador de la cultura occidental sobre nuevas tierras. A consecuencia de este proceso surgió el capitalismo y vino un desarrollo singular en los campos del derecho, las artes, las ciencias, etc. La estrecha interacción entre Europa y América ha dado lugar a que Michael Kraus haya hablado de la "civilización atlántica" (The Atlantic Civilization: Eighteenth century Origins, New York, 1949) y a que Oscar Halecki use la expresión "Euramérica". 13 Ver Charles Verlinden "Les influences medievales dans la colonisatíon de l'Amerique", en Revista de Historia de América, México, 1951; "Sentido de la historia colonial americana", en Estudios Americanos, Sevilla, 1952; y, sobre todo, "Le influenza italiane nella colonizzazione ibérica", en Nueva Revista Storica, t. XXXVI, 1952, pp. 254-270). Sobre la necesidad de Estudiar el proceso de la Colonización europea desde un punto de vista comparativo, véase el artículo de M. Jonson y R. Reynolds, "European colonial experience. A plea for comparative studies” , en Studi in onore di Gino Luzzatto, t. IV, Milán, 1950, p. 81.

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III

DEL PERIODO MILITAR Y FEUDAL AL PERIODO BUROCRÁTICO CESANTÍA EN EL PERÚ HISPÁNICO

El Descubrimiento y la Colonización del Nuevo Mundo americano coincidieron, como se ha dicho, con el desarrollo del Estado en Europa continental. Cronológicamente, España erigió el primero de los modernos Estados europeos. El fin de la Edad Media se caracteriza en toda Europa por un contenido estatal limitado, es decir, por una autoridad política muy repartida. Dentro de la vida pública de cada país europeo hay entonces vigor en ámbitos más cortos "infraestatales" (la región, el municipio y el estamento); y hay también la influencia no canalizada que ejerce un poder "supraestatal" (la Iglesia). Desde los siglos XIV y XV va desarrollándose el Estado moderno, al afirmarse la conciencia monárquico-estatal y al juntarse las partículas de soberanía, redondeándose a la vez, el territorio. Al mismo tiempo, se va enriqueciendo el contenido estatal con funciones económicas (aduanas, impuestos tráfico); al mandar y prohibir directamente por doquier el rey al súbdito; al crearse el aparato burocrático surgiendo el funcionario público que corta, reduce o arrincona el régimen corporativo, local y personal, siendo en esto favorecido por el ejército o la policía estatales. Primero el Estado surge dentro de una concepción en la que, al lado del monarca, están los estamentos (la nobleza, el clero, los municipios). En España ellos están representados por las Cortes. Con los Reyes Católicos (en cuya época se descubre América) todavía las Cortes funcionan. Pero con la dinastía de los Habsburgo, en el siglo XVI, se define el Estado monárquico absoluto; desaparecen las Cortes, y los estamentos o son derrotados o son neutralizados. La monarquía ahoga en la Península las libertades municipales que habían surgido tan lozanas durante la Reconquista y quita a la aristocracia su poder político, aunque le deja sus privilegios sociales y económicos y la convierte en cortesana y palatina. Y esa monarquía centralizada, imbuida además de un sentido misional, religioso y político, hasta por razones de seguridad, no puede hacer en América lo contrario de lo que hacía en España.

Durante más de diez años después de la conquista del Perú pareció, sin embargo, que

eso ocurriría. La conquista española no fue una ocupación militar o económica calculada primero fríamente y puesta luego en práctica por el Estado con fines exclusivos de destrucción o extorsión, como ocurrió en algunas regiones de Asia, como las Indias Holandesas, por ejemplo. Fue al principio una aventura heroica, un salto sobre un mundo desconocido, una empresa espontánea cuyos soldados lucharon y sufrieron para luego fundar y poblar, convirtiéndose en los "vecinos" de las ciudades que ellos mismos erigieron después de un recio batallar con la naturaleza y con los indios. Fue, en suma, primero cosa del pueblo y no del Estado. Esta constatación de carácter jurídico en el estudio de los documentos y de las instituciones de la Conquista se impregna de un fecundo contenido social y espiritual. Los conquistadores transformados en vecinos, se volvieron también "encomenderos" de indios. Y así resultó que municipalismo y feudalismo, antagónicos en España, emergieron, por breve tiempo, hermanados en América, y, sobre todo, en el Perú. Frente a ambos hostil a ambos, apareció tardía pero inexorablemente el Estado español. Sofocó éste la rebelión armada de los "encomenderos" (Gonzalo Pizarro, Girón) y se negó a aceptar las propuestas para que reconocieran la perpetuidad de las encomiendas y la jurisdicción de sus dueños sobre los indios vasallos. Surgió entonces el Virreinato con su burocracia, su jerarquía administrativa, su sentido formalista y suntuario, y su preocupación constante por la recaudación de riquezas

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y el despacho de ellas a España: finalidades características de una relación utilitaria entre Colonia y Metrópoli 14, aunque a su lado se destacaran, bien claramente, normas teóricas de protección y cristianización de los indios, con el más alto contenido jurídico, religioso y moral. Y así la sociedad colonial, que en el Perú había sido primero militar y feudal, se volvió cesarista y burocrática. "Nada limitó ni contuvo a la autoridad regia, nada la apoyó más tarde eficazmente"15.

LA SOCIEDAD INDÍGENA BAJO UN FIDEICOMISO LA PRESUNTA DECISIÓN DE CARLOS V DE ABANDONAR EL PERÚ

Otra de las variantes que, teóricamente, cabe hallar entre las posibilidades surgidas después de la Conquista española, es la que se refiere a la posibilidad de un presunto "fideicomiso" de las sociedades indígenas, ejercido por el Estado español, dejando a dichas sociedades intactas, salvo la difusión del cristianismo y de ciertas técnicas occidentales y manteniendo inclusive a los príncipes indígenas". Este fue el ideal expresado por no pocos sacerdotes de la época y aun de algunos juristas, al interpretar en un sentido puramente espiritual la bula del Papa Alejandro VI sobre el Nuevo Mundo. Tomó impulso adicional dicha tendencia, intrínsecamente utópica, ante las primeras noticias de las violencias cometidas en el Perú. Lo expresa típicamente la famosa representación del Licenciado Falcón ante el Concilio Limense de 1567. Encontró ella (dentro de un momento harto fugaz) asidero en el hecho de que el Estado "Neo-Inca" pareció abandonar su actitud de lucha contra los invasores españoles cuando Sayri Tupac se hizo cristiano y tomó una actitud colaboracionista con los españoles 17. Pero todo ello fue ilusorio.

Las riquezas del Perú eran muy grandes, el hecho mismo de la Conquista americana

ya estaba consumado, las olas de emigrantes hacia América resultaban demasiado abundantes para que surgiera otra cosa sino una ampliación ultramarina el imperio español y una nueva sociedad hispano-ibérica. Ambos fenómenos, sin embargo, eran cosa muy distinta. De un lado se trataba de un hecho de dependencia frente a la metrópoli, creado por un nexo fundamentalmente jurídico, militar, cultural y social, sujeto a ciertas pautas más o menos rígidas (leyes, actos administrativos, costumbres, etc.). De otro lado, había un acontecimiento también cultural y social mucho más complejo, netamente americano, con rasgos propios, imprevisibles, ingobernables desde la metrópoli, que era el nacimiento de la sociedad americana.

CENTRALISMO MONÁRQUICO Y DERECHOS LOCALES

El reconocimiento de la implantación en América del centralismo monárquico español no implica negar la importancia de las normas del derecho local, señalada a veces en los mismos documentos de los virreyes y otras autoridades. Esas referencias han llevado a algunos historiadores hispanistas a afirmar la existencia de una vida legal prácticamente autónoma en América colonial 18. Aquí es preciso aclarar el problema de la prelación de leyes en el derecho indiano. Según la Recopilación de 1680, debían aplicarse primero las leyes incluidas en esta obra; en segundo lugar, bajo ciertas condiciones, las leyes no revocadas y no incluidas en la Recopilación; y en tercer lugar, el derecho castellano según el orden en él

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establecido. La misma ley dispuso que no se hiciera novedad en las ordenanzas y leyes municipales de cada ciudad, y en las que estuviesen hechas por cualquier comunidad y universidad, y en las ordenanzas para el bien y utilidad de los indios hechas o confirmadas por los virreyes o Audiencias Reales para el buen gobierno "que no sean contrarias a las de este Libro". Esto quiere decir que siempre que no fuesen incompatibles con el régimen general vigente, podían subsistir las normas locales dentro del limitado campo de su fuero o de sus menudos asuntos; por otra parte, como la legislación indiana fue esencialmente casuista (es decir, aplicada a casos concretos) con frecuencia se refirió a lugares determinados más que a la totalidad de las Indias. En tal sentido, y sólo dentro de sus límites, cabe hablar de una prelación del derecho local; es decir, cuando no era contraria al orden establecido. De allí a afirmar la autonomía de la vida indiana hay gran distancia; también luego, bajo las más violentas tiranías tropicales (en nada parecidas, por cierto al dominio español tan quieto por obra del mágico vínculo religioso-monárquico), han podido y pueden seguir funcionando bajo formas propias determinados gremios, o estamentos o entidades locales 19.

LAS COMUNIDADES INTERMEDIAS DEL IMPERIO ESPAÑOL EN AMÉRICA COMO GÉRMENES DE NACIONALIDADES ESTATALES

A pesar de la comunidad cultural y de la similar ordenación jurídica y política, hubo, desde entonces, elementos que fueron definiendo la fisonomía multiforme de los territorios americanos del imperio español. Uno de los gérmenes de separatismo estuvo en la propia amplitud del imperio español en América que dio lugar a la división de jurisdicciones que para el gobierno y la organización de estos territorios creó la metrópoli. Los Virreinatos, Audiencias y Capitanías Generales surgieron como "provincias mayores". Escasa o nula fue la relación que tuvieron entre sí, ya sea por las grandes distancias, por la dificultad de medios de transporte y comunicación o por una previsora suspicacia.

El segundo elemento de diferenciación fue la coexistencia, en las distintas regiones de

la misma sociedad americana, de elementos sociales y culturales prehispánicos, elementos comunes a toda la cultura occidental, elementos hispánicos, elementos negros y elementos mixtos provenientes de la combinación de los anteriormente mencionados, en la proporción más diversa. Las variantes que estas características adoptaron dieron lugar a una riquísima gama según las localidades, comarcas o provincias, dentro de múltiples condiciones geográficas, económicas y sociales; pero, a pesar de eso, la dispersión o aislamiento completo no llegaron a producirse. Había un vínculo unitivo visible, que era el Estado. Y en América (aunque teóricamente era un reflejo del Estado español), para los efectos prácticos del régimen administrativo y social, funcionaba a través de diversas áreas que podrían ser llamadas "comunidades intermedias" en el imperio español, entre la metrópoli y la vida local. Dichas comunidades intermedias ensambláronse en las regiones de más alta tradición indígena -México, Perú- dentro de los Virreinatos; y en las zonas periféricas, dentro de las Audiencias y las Capitanías Generales. Así se fueron desarrollando dentro de esas áreas de organización interna colonial difusos gérmenes de nacionalidades estatales, cuyo elemento aglutinante estuvo en la propia demarcación trazada en América por el Estado español, dentro de la misma nacionalidad cultural hispanoamericana.

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ELEMENTOS BÁSICOS PARA UNA HISTORIA DEL PUEBLO PERUANO

En una historia del pueblo peruano, los efectos de la Conquista, de la "peruanización" súbita o gradual de los conquistadores y de la erección del Virreinato, señalarían un capítulo esencial. Sin embargo, dichos efectos no llegaron al extremo de crear una época totalmente nueva respecto de la anterior. Aun en el siglo XVI y después de él, el núcleo mayoritario de la población siguió siendo el indígena o el de fuerte influencia indígena; además, continuaron muchas formas de vida indígena, o se mezclaron o coexistieron, a su manera, con las formas de vida hispánicas, y hasta a veces, sobre ellas influyeron. Al descubrir ese fenómeno de inmutabilidad en lo profundo de la estructura de la vida social, se ha llegado a afirmar en el Perú que la Colonia fue el "Inkario sin el Inka"; pero esta afirmación peca de anacrónico y de unilateral. La Colonia no se redujo a ser un "Inkario sin el Inka", como no se redujo tampoco a ser una sub-España incrustada en el hemisferio occidental. Lo aborigen de ella fue, de un modo u otro pos-incásico, en tanto que lo español aquí se hizo inevitablemente extraeuropeo. Una historia del pueblo peruano, una historia de los peruanos, constatará la condición de los españoles que rompieron el constreñimiento de su vida en Europa para quedarse en el Perú, para aquí fundar sus hogares y sus familias; y tratará también de la condición de los "españoles americanos" o criollos. Auscultará el vago acento autonomista en los ademanes y las actitudes de los conquistadores y sus descendientes, que no aceptaron las normas de la metrópoli o que buscaron una situación mejor para ellos y sus descendientes diferenciándose de los que llegaron en la época virreinal. Percibirá, asimismo, el choque de generaciones que implica el gesto enconado o resentido o arrogante de los hijos aquí nacidos frente a sus ascendientes "chapetones".

Pero no podrá prescindir, al mismo tiempo, de estudiar la influencia postcolombina de los pobladores indígenas. Ella se ejerció no sólo por la presencia misma de este sector racial. Actuó también a través del intercambio cultural euro-indígena. Cabe distinguir tres períodos: a) El período de colisión de las dos culturas (1532-72), en el que todavía funciona el Estado Neo-Inca. b) El período de reajuste (1572-1750), cuando sistemáticamente funcionan las reducciones, el servicio de las minas, la lucha catequista contra los idólatras y la diseminación de la flora y la fauna europeas. c) El período crepuscular de la conciencia indígena (1750-1820), que corresponde a las últimas grandes rebeliones que, a su vez, sirven de prólogo a la participación de las masas rurales y aldeanas aborígenes indistintamente con el ejército defensor del poder vicerreal o del ejército separatista 20.

A través de todas estas etapas habrá que ver cómo el quechua a veces se propaga más de lo que había sido entre los Incas, por la acción de los catequistas. Habrá que distinguir en cada período, entre los indios, que eran según la profunda frase de Solórzano, "los pies de esta República"21, los distintos grupos: los hatunruna o indios tributarios, pertenecientes a las comunidades agrarias que sobrevivieron a la Conquista o se organizaron dentro de las pautas por ella impuestas; los yanacuna o indios plebeyos alejados de las comunidades, cuyo número aumentó porque se convirtieron en un vasto proletario informe al servicio de los españoles; los curacas o señores locales utilizados como capataces o mayordomos (sapayapa), al servicio de la administración colonial; y la nobleza inca en sus distintos estratos que fue desintegrándose después del colapso del Estado Neo-Inca.

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Y, por último, esa historia de los peruanos necesitaría conceder atención a la introducción de los negros y al vasto experimento de mestizaje que surgió desde los primeros momentos de la Conquista sin estar obligada a darle tampoco importancia exclusiva 22 y sólo en tanto y en cuanto incluya a esos distintos sectores de población y sus mutuas relaciones en influencias, podrá hablarse de una verdadera historia general o social de los peruanos durante esa época.

ELEMENTOS BÁSICOS PARA UNA HISTORIA DEL ESTADO PERUANO

Si lo que se intenta hacer, en cambio, no es una historia del pueblo sino una historia del Estado en el Perú a partir del siglo VI, se encontrará, en sus aspectos políticos y jurídico-externos, una diferencia sustantiva con el Estado de los Incas. En ese plano, hay entre las dos época, prehispánica e hispánica, una separación mucho mayor que cuando se hace la historia del pueblo peruano. Pero en el orden jurídico interno se hallará que la legislación nueva utilizó o reconoció muchas de las instituciones antiguas. Si en América hubieran vivido sólo pueblos salvajes, los españoles se hubieran mantenido posiblemente en ellos; pero no se hubieran extendido con tanta rapidez y de un modo tan brillante y tan profundo como lo hicieron. Supuesto de ello fue, precisamente, la existencia de Estados que tenían una cultura desarrollada y estaban gobernados por caudillos poderosos. La obediencia y el orden que los príncipes indígenas habían establecido, abrieron el camino al dominio de los reyes de España. La veneración de que gozaban los Incas, tan grande, fue precedente de la autoridad que obtuvo el distante monarca de la dinastía de los Austria o de los Borbones. El poder político y el poder religioso estaban entre los Incas también estrechamente unidos, mucho más todavía que en España. Los españoles ocuparon los puestos de los poderes supremos que derrocaron 21. Sobre la base del orden público que encontraron, erigieron su autoridad. Y el Cacicazgo, la mita, el tributo, la comunidad indígena, instituciones aborígenes, sirvieron para organizar el sistema fiscal, económico y administrativo del Virreinato. El derecho indiano constantemente afirmó la existencia y la validez de la costumbre jurídica, validez legal, a la que hay que agregar la importancia de las costumbres "aparte de la ley" y de las costumbres "fuera de la ley" o "contra la ley", que de hecho rigieron. Algunas de estas costumbres fueron de origen indígena, sin que faltaran también, por cierto, las de origen criollo, mestizo o castellano 24.

COMIENZOS DE UNA EXPRESIÓN INTELECTUAL PROPIA

Del mismo modo fueron diseñándose rasgos peculiares en la historia intelectual. La tradición cultural española, con todos sus elementos constituyentes, llegó a ser transportada al Virreinato peruano, como a las otras regiones del imperio español en América. Llegaron así a través de ella elementos de origen cristiano, greco-italiano, medieval, renacentista y de la Contra-Reforma, barroco o neoclasicista. Pero llegaron a veces súbitamente, a veces demasiado tarde y, en todo caso, en una mezcla o en una sucesión que en España no tenían. Hubo aquí, además, un problema de transporte y un problema de transformación. Y no faltaron en las letras, las ciencias o las artes, desde muy temprano, en la Conquista, figuras y obras que expresaron la preocupación por la naturaleza o por la gente americana a través de estudios lingüísticos, etnológicos, históricos o geográficos; o sea que en el acento o en el

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sentido de su obra, reveláronse diferentes del español peninsular, aunque en España hubiesen nacido esos autores. Algunas veces, sencillamente, se trató de mestizos como Garcilaso de la Vega, cuya reivindicación actual exalta no tanto lo que hubo en su relato de verdad histórica comprobado, sino, sobre todo, lo que hubo de alquitaramiento y maduración en el espíritu de ese hijo de conquistador y nieto de Inca, y lo que su clásico libro simboliza como cantar de gesta de la nacionalidad al hacer la elegía del imperio materno que moría y la epopeya de la creación del Perú moderno cuyos ecos llegaron mezclados a sus oídos de niño 25. Y al lado de estas y otras obras escritas fueron surgiendo, espontáneamente, a lo largo de los tres siglos coloniales, notas indígenas, o mestizas o criollas en la imponente estructura, en los muros frontales, en las altas columnas y en las motivaciones decorativas de la arquitectura colonial; en las tallas y esculturas; en los artesonados y retablos; en los muebles y en las joyas; en las líneas, los colores, la composición de los lienzos policromados 26. Un pueblo que como el indígena, pese a todas sus dificultades, se expresa y sigue expresándose en el arte, no es un pueblo perdido.

HISTORIA DEL PERÚ E HISTORIA DE ESPAÑA EN EL PERÚ

Aparentemente la época colonial peruana fue (después de las guerras civiles de la Conquista) monótona, lenta, acompasado. En realidad, más allá de la vida de Corte en Lima, más allá del jadear del indio y del negro, más allá del sucederse de generaciones bajo el mismo techo familiar, más allá de la hacienda (trabajada acaso dentro de un contrato de censo con una "mano muerta"), más allá del temor al terremoto y al pirata, más allá del sonar de las campanas desde la misa del alba hasta el toque de oración, más allá de la loa y el pasquín, más allá de los milagros de los santos y beatos del sino XVII y de las expediciones científicas del siglo XVIII, más allá de la imitación del barroco o del neoclasicismo, la época del Virreinato fue una época dinámica y acezante de creación. Dentro de la historia genética del Perú, la época del Virreinato señala sencillamente el surgimiento y el desarrollo de la sociedad hispano-indígena-mestiza-criolla, que hasta hoy existe; y señala también el surgimiento y el desarrollo de una conciencia autonomista dentro de ella, paralelamente, análogo fenómeno en el resto de América hispánica. La mera enumeración de los diversos gobernantes del Perú en esa época o de sus obras, la referencia a los apellidos españoles que pasaron al Perú, o la lista de las leyes entonces vigentes, sería (más que historia del Perú propiamente dicha) historia de España en el Perú, o historia del Estado español en el Virreinato peruano. El estudio de interesantes capítulos de la historia de los españoles de Ultramar no siempre es la historia peruana del Perú. La historia del Perú empieza, en verdad, cuando los españoles se peruanizan en el contacto con el suelo, el ambiente, la vida o la gente que aquí encuentran; así como deja de ser mito, arqueología o leyenda cuando los indios se españolizan en una forma u otra, siquiera sea a través del idioma que sirve para ponerlos en contacto con el resto del mundo, o a través de la ovejita que pastorea, influencia que se nota también en el pantalón corto y la faja que ciñe el cuerpo.

Visión geográfica, filosófica e histórica del universo; idioma, religión; sentido del hogar y de la casa para el individuo particular; el arado; la rueda; el trigo; la uva; el vino; el arroz; el olivo; la caña de azúcar; el vidrio; la naranja; el melocotón; la manzana; la ciruela; la almendra; el plátano; las menestras; el caballo; el asno; el buey; el toro; el puerco; la oveja; la cabra; el alfalfar; la gallinácea; la paloma; la rosa; el clavel; el lirio; la música polifónico; los instrumentos de cuerda, incluyendo la guitarra; la imprenta; el navío; la celosía; el arco

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arquitectónico; el encaje; el anzuelo; la pintura como arte autónomo; la escuela y muchas otras cosas más y muchas, muchas otras ideas más, incluyendo el nombre y el concepto del Perú, fueron traídas por la ruta que abrieron los conquistadores españoles". ¿Cuántas de estas cosas fueron españolas con carácter exclusivo? ¿Cuántas fueron llevadas también por portugueses, ingleses, franceses u holandeses a los territorios por ellos colonizados? No sólo las hubo de origen europeo u occidental. Tampoco faltaron las de lejano origen asiático o africano. Hubo alguna que provino de México o Centroamérica y sólo entonces llegó a ser conocida en América del Sur. Y el indio común halló además acceso a cosas oriundas del Perú que en la época de los Incas le fueron negadas.

Y todo este vasto proceso se cumplió dentro de un medio social y geográfico con características propias y variadas y con una peculiar ubicación en el plano de la cultura. La incorporación de las nuevas cosas y de las nuevas formas de vida dependió de su adecuación al medio, al clima, etc.; así como de su aptitud para no competir con cosas similares ya existentes.

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NOTAS: 14 Se ha llegado a formular un voto en un reciente Congreso hispanoamericano de historia recomendando que se evite el uso de la palabra "colonia" o "colonial" en la historia de este continente. Coincide, casi dicho voto con la aparición del Diccionario castellano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislación indiana, por el gran don Rafael Altamira (México, 1951), en el que este maestro insiste en el hecho de que dicha legislación prescinde casi en forma absoluta de las palabras "colonia" v "colonización" (p. 66). En realidad se trata aquí de una cuestión nominalista, muy parecida a la que plantean algunos historiadores indigenistas en cuanto se niegan a aceptar que se hable de una época pre-colombina o pre-hispánica por considerar que estos adjetivos indican menosprecio o subestimación de las grandes culturas indígenas. Como, tratándose del proceso mundial que tuvo lugar a partir de siglo XVI, no sólo intervino España sino también intervinieron Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda principalmente, la revisión que se propone sólo debería tener lugar después de estudios minuciosos sobre las diferencias entre la obra de expansión de estos países y la de España. Se ha mencionado, por otra parte, en la nota 13, la importancia que, en la historiografía más reciente, está tomando el examen comparativo de la expansión europea en la Edad Media y en la edad moderna. Parece por todo esto, muy difícil que se logre desterrar las palabras "colonia” y “colonización” cuando se quiere hablar del caso de América entre los siglos XVI y XVIII, si bien resulta muy interesante estudiar cuándo empezaron ellas a ser usadas. Seguramente fue en el curso del siglo XVIII, dentro del cual publicaron algunas obras sobre la ciencia de la Colonización. El reconocimiento de una "realidad" colonial en Hispanoamérica desde el punto de vista del gobierno, de la administración y de la economía, por ejemplo, no implica negar el hecho jurídico de que las provincias americanas estaban incorporadas honrosamente como parte importante de la monarquía. 15 "En lo tocante a la jerarquía social, frustrada la perpetuidad de las encomiendas, la aristocracia de los conquistadores no pudo organizarse. Pobre y vana sustitución fueron en los siglos XVII y XVIII, la multiplicación de mayorazgo, puramente civiles, y la de títulos nobiliarios de mero aparato, desprovistos de todo nervio de poder territorial y de influencia política. Las sociedades hispanoamericanas se hicieron por completo cesaristas y burocráticas. Nada limitó ni contuvo en ellas a la suprema potestad regia; nada tampoco, llegado el caso, la apoyó ni la podía secundar eficazmente" (J. de la Riva-Agüero), “El Perú de 1549 a 1564", en Por la Verdad, la Tradición y la Patria, vol. I, Lima, Imprenta Gil, 1937. 16 Sobre este punto toda la literatura acerca de Las Casas, Vitoria y las discusiones teológico-jurídicas, relacionadas con la conquista americana, puede ser utilizada. Un reciente libro que ofrece una visión conjunto es La incorporación de las Indias a la Corona de Castilla por Juan Manzano y Manzano (Madrid, 1945). Se ha llegado a afirmar que, persuadido por la propaganda de algunos sacerdotes, Carlos V llegó a decidir el abandono del Perú. Testimonios dando cuenta de tal propósito serían una memoria de Lope de Castro en 1566. (En R. Levillier, Organización de la Iglesia y de las Ordenes Religiosas en el Virreinato del Perú en el siglo XVI" (vol. I, Madrid, 1916), la "Representación" de Falcón, mencionada en el texto (En la colección Urteaga-Romero, 1º serie, vol. IV. Lima, 1917); un documento fechado en Yucay en 1571 atribuido a Polo de Ondegardo, al "jesuita Anónimo" y a otros autores (En la Colección de documentos Inéditos para la Historia de España, Madrid, vol. XIII); y la dedicatoria de la "Historia" de Sarmiento de Gamboa (Buenos Aires, 1943). Ha tratado este asunto en detalle A. García Gallo en su "La posición de Francisco de Vitoria ante el problema indiano" en Revista de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, 1949. Su tesis de que fue Francisco de Vitoria quien disuadió al Emperador, convenciéndolo otra vez de que España debía quedarse en el Perú, no parece, sin embargo, contar con pruebas definitivas. La importancia personal de Vitoria, la gravedad de la decisión adoptada por Carlos V y la relación que todo esto tiene con el debate de los justos títulos, hubiera hecho seguramente que tuviéramos hoy una documentación mucho más abundante y definitiva que la esgrimida por García Gallo, si Vitoria fuese el autor de que la Conquista y la Colonización peruanas continuaron. 17 Muy claras son a este respecto, las palabras del Licenciado Falcón en su representación al Concilio Provincial de 1567 (Op. cit. pp. 136-137). 18 Hay, por ejemplo, alusiones a la importancia de las leyes locales en la memoria del Virrey marqués de Montesclaros a su sucesor (Colección de Documentos inéditos del Archivo de Indias, vol. VI, p. 206) y en la del Conde de Salvatierra (ed. J. T. Polo, Lima, 1906, p. 20). 19 El orden y la prelación de leyes a aplicarse en América hallase establecido por la ley II, título I, libro II de la Recopilación de Indias en 1680.

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20 Recientes intentos de estudiar al indio en la época colonial, son "The Quechua in the colonial world" por George Kubler en Handbook of South American Indians, Washington, 1946, vol. 11, pp. 331-400; y The Inca concept of sovereignty and Spanish administration in Perú por Charles Gibson, Texas, Latín American Studies, IV, 1948. 21 Solórzano Pereira, Política Indiana, Libro 11, capítulo 28. 22 En el vestido indígena parece haber habido primero una hispanización entre los nobles, pero no entre las mujeres de esta clase. Poco a poco los indios más pobres fueron adoptando algunas de las características hispánicas y, manteniéndolas a través del tiempo, resultaron arcaicos frente a los cambios del siglo XVIII y siguientes, y hasta que parecieron "típicos" o indígenas esos vestidos (Kubler, op. cit., p. 363). 23 Este concepto fue ya desarrollado por Ranke en su obra La monarquía española de los siglos XVI y XVII. Hay una versión española de ella, publicada por la Editorial Leyenda, México, 1946. Véase pp. 241 y siguientes. 24 Un exhaustivo estudio sobre el derecho consuetudinario colonial es la obra de Rafael Altamira Estudios sobre las fuentes del conocimiento de la historia del derecho indiano. La costumbre jurídica en la colonización española (Separata de los números 31 a 40 de la Revista de la Escuela Nacional de jurisprudencia) México, 1948. 25 Ese sentido tienen los estudios peruanos recientes sobre Garcilaso cuyo punto de partida está en el discurso de José de la Riva-Agüero en la Universidad de San Marcos en 1916. Cronológicamente dichos estudios recientes son: "El Inca Garcilaso de la Vega" por Luis E. Valcárcel, (en Letras) 29 cuatrímestre de 1939 y en Revista del Museo Nacional, ler. semestre de 1939 , ; Garcilaso Inka por Carlos Daniel Valcárcel, Lima Compañía de Impresores y Publicidad, 1939; El Inca Garcilaso por Aurelio Miró Quesada S., Lima, EE. EE. AA., 1945; y El Inca Garcilaso de la Vega por Raúl Porras Barrenechea, Lima, 1947. Este último trabajo integra una obra extensa y fundamental acerca de los cronistas del Perú. Aparte de los libros consagrados a Garcilaso, habría que tomar en cuenta los juicios sobre él emitidos en otras obras como El Nuevo Indio por J. Uriel García (Cuzco, 1937). 26 La teoría acerca de una arquitectura hispano-quechua fue esbozada primero por Martín S. Noel en su obra Contribución a la historia de la arquitectura hispanoamericana, Buenos Aires,, 1921. Del mismo autor: Fundamentos para una estética nacional, Buenos Aires, 1926; Teoría histórica de la arquitectura colonial, Buenos Aires, 1932: y Estudios y documentos para la historia del arte colonial (en colaboración con José Torre Revello) Buenos Aires, 1934. Contribuciones importantes sobre temas análogos son las de Ángel Guido, Fusión hispano-indígena en la arquitectura colonial, Buenos Aires, 1925; y Redescubrimiento de América en el Arte, Rosario, 1941. Estudios generales han sido ya publicados: La arquitectura en el Virreinato del Perú y en la Capitanía General de Chile por Alfonso Benavides Rodríguez (Santiago, 1941); Arquitectura peruana por Héctor Velarde (México, 1946); Colonial Architecture and sculpture in Perú por Harold Wethey (Cambridge, Mass., 1949). Sobre otras artes: José Gabriel Navarro "Contribuciones a la historia del arte en el Ecuador", en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Quito, 1925; F. Cossío del Pomar, Pintura Colonial (Escuela Cuzqueña) París, 1928; E. Harth-Terré, Artífices en el Virreinato del Perú, Lima, 1945. Historia del arte hispano-americano, hay las de Diego Angulo Iñiguez (Barcelona, 1931-1940) y Miguel Solá (Barcelona, 1935). 27 Garcilaso de la Vega, Comentarios reales, primera parte, Libro IX, capítulos 16 a 30; B. Cobo, Historia del Nuevo Mundo, Madrid, 1890-95; vol. I, 333; vol. II, 347, 403, 358 a 395, 403, 416 a 438. Vásquez de Espinoza, Descripción de las Indias Occidentales, Washington, 1942, 619 a 621. Yacovieff y Herrera, "El Mundo vegetal de los antiguos peruanos", en Revista del Museo Nacional, vol. III, pp. 241, 322 y vol. 4, Nº 1, pp. 29-102; 0. F. Cook, El Perú como centro de domesticación de plantas y animales, Lima, Museo Nacional, 1937, P. C. Mangelsdorf y R. C. Reeves, "The origins of Indian corn and its relativas" en Texas Agriculture Experimenlal Station Bulletin, Nº 574, 1939. K. T. Sappel "Beitrage zur Ketniss die Besitzergreinfung Amerika und zur Entwicklung der altamerika.-Iischen Landwirschaft durch der Indíanern" en Miltellungen aus dem Museum jur Volkerkunde, Hamburgo, vol. 19, 1938.

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IV

LA EMANCIPACION Y EUROPA

Es muy frecuente relacionar la génesis de la Emancipación americana con el movimiento de ideas que surge en Europa Occidental a partir de la Ilustración y que, a su vez, corresponde a una nueva mentalidad racionalista, "apriorista", anti-historicista y revolucionaría. Se corre con ello el riesgo de ver la historia americana sólo como un reflejo de la historia europea. Sin negar influencia, estímulos y conexiones, ellas funcionan plenamente sólo allí donde hay factores internos que les son favorables. No todo fenómeno europeo de gran magnitud se ha proyectado consecuentemente en América. En el mismo siglo XVIII surgió la Revolución Industrial, que llegó aquí por mucho tiempo apenas a través de sus exponentes extranjeros, sobre todo ingleses y norteamericanos. Aun en el campo político, el Congreso de Viena creó en 1815 para Europa un régimen reaccionario que perduró, en lo esencial, hasta 1848 y fue, precisamente, opuesto al sistema adoptado entonces por América, a punto tal que no faltaron escritos exagerando ese contraste y deduciendo de él peligros para la tradicional hegemonía del Viejo Mundo; por ejemplo, el opúsculo La Europa y la América al año de 1846 publicado en Bruselas en 1826, que Pruvonena reprodujo en sus Memorias 28.

"La Ilustración -dice Troeltsch- expresó la tendencia moderna de buscar una explicación inmanente del mundo por todos los medios posibles de conocimiento, y dar una ordenación racional a la vida al servicio de fines prácticos y generales" 29

Sí ella "prendió" en América, llegando hasta consecuencias revolucionarias a

diferencia de otras corrientes europeas, contemporáneas o inmediatamente posteriores, que no prendieron (sistema de Viena) o llegaron durante mucho tiempo con un carácter foráneo (industrialismo), sin duda se debió a que encontró en el propio ambiente americano un "caldo de cultivo" favorable. Y lo mismo ocurrió con algunos sentimientos entonces surgentes. El filantropismo, el culto del individuo, el desarrollo de la idea de progreso, el fenómeno de expansión educacional y de las instituciones consideradas útiles, alentaron el sentido del nacionalismo que, más tarde, en todo el mundo occidental florecería plenamente bajo la influencia de la Revolución Francesa y del romanticismo. Hacia fines del siglo XVIII, hubo un despertar de los pueblos que eruditos o poetas, filántropos o estudiosos de las ciencias sociales, expresaron a su manera. Preocupación por el idioma nativo antes desdeñado, investigación folklórico, descubrimientos reales o supuestos de textos literarios de un lejano pasado que rescatan una perdida tradición, estudio de la realidad circundante, instituciones destinadas al bienestar social; algunas de estas cosas, o muchas de ellas, van apareciendo en países europeos distantes entre sí para producir resultados a veces similares. En los casos de Gales y Escocia, en relación con Inglaterra, carecen de gravitación política; en otros países, sin embargo, tarde o temprano estas inquietudes culturales y el celo por las obras públicas conducen a la agitación nacional con éxito o sin él. Tal ocurre en Europa, por ejemplo, en Noruega (antes bajo el dominio de Dinamarca), Bohemia (convertida por ese entonces en centro de un renacer checo), Hungría (donde emerge una conciencia magyar),

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Grecia (pronta a lanzarse a su guerra de la Independencia), los pueblos eslavos del sur de Europa (por tanto tiempo reducidos a una informe materia prima etnográfica)30.

En este sentido la "conciencia de sí" americana, anunciada a fines del siglo XVII y madurada en las primeras décadas del siglo XIX, no resulta un fenómeno único. Pero este nacionalismo prerrevolucionario y prerromántico halla expresiones en toda América y, por lo tanto, en el Perú, desde mediados del siglo XVIII. La reacción contra las teorías de algunos escritores europeos sobre la inferioridad del Nuevo Mundo contribuyó al autodescubrimiento americano y a la consiguiente "conciencia de sí" 31.

LA EMANCIPACION Y ESPAÑA

Otras circunstancias especiales fomentaron la inquietud en América española. El siglo XVIII hispanoamericano fue un período de reformas administrativas que

dejaron, sin embargo, intactas las bases del sistema que trataban de modificar. Las novedades borbónicas no impidieron la esclerosis del sistema que ligaba a las provincias americanas con la metrópoli. Consistieron ellas en el comercio interprovincial; el establecimiento de compañías privilegiadas en ciertas regiones; la creación de dos nuevos Virreinatos y de las intendencias; la acentuación de la idea del rey como amo del Estado dentro de un concepto galicano y afrancesado, en vez del concepto castizo de la autoridad real como entidad orgánica realizadora del bien común, y subordinada a un orden natural superior. A la larga, vinieron a servir para estimular, paradojalmente, el naciente sentido de la autonomía. Por lo demás, continuaron o se acentuaron muchas de las antiguas corruptelas: la excesiva centralización, la autoridad legislativa que, en cuanto a sus normas esenciales, provenía de la Corte; la ausencia de representación popular a un nivel más alto que el de los Cabildos ya bastante venidos a menos; la organización fiscal corrupta; la vida social jerárquica. Es que la tolerancia o la aceptación de las ideas reformistas en España tenía un límite impuesto por el interés del régimen político y social dominante. En conjunto, la Ilustración fue en España (ha dicho un historiador español reciente) "fenómeno endeble y advenedizo que no se infiltró sino escasamente por las venas del cuerpo nacional endurecido y cansado pero latiendo todavía con ritmo y espíritu tradicionales"32. Ese no fue el caso de América, como se verá en seguida.

AMERICA Y LA ILUSTRACION

América no estaba lejos sino bien cerca de las meditaciones y planes de los grandes mentores de la Ilustración. Ellos acogieron la "leyenda negra" acerca de la destrucción de la población aborigen en América, el abandono del comercio, los abusos de la administración, los horrores del fanatismo y de la deficiencia de la instrucción. La Historia filosófica y política de los establecimientos y el comercio de los europeos en las Indias (1770), del abate Reynal, es la obra típica que al respecto puede citarse; sus ediciones fueron muchísimas, y su influencia sorprendente. Toda la literatura colonial del abate De Pradt, iniciada en 1802 con su libro Las tres edades de las Colonias, se inspira en estas ideas; de Montesquieu recogió De Pradt el adagio de que "la independencia de las posesiones españolas está en el curso de las cosas inevitables" 33.

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El símbolo de lo que podían significar las lógicas consecuencias del pensamiento de la

Ilustración, tratándose de América, viene a ser el sabio y marino Alejandro Malaspina. La expedición que estuvo bajo su mando, con las corbetas de guerra Descubierta y Atrevida, recorrió las posesiones españolas en Indias haciendo estudios náuticos, astronómicos, geográficos, naturalistas, estadísticos, económicos y políticos entre el 1789 y 1794. Fue una típica empresa de la Ilustración. Llegó al Perú en tiempos del típico virrey de esa era, Taboada y Lemus. Pero a su regreso a España quiso Malaspina, que era italiano de nacimiento, poner su experiencia, sus conocimientos y aun sus relaciones al servicio de un "cambio radical en el sistema del gobierno y de la legislación de las colonias" (según las textuales palabras del conde de Greppi, embajador italiano en España, descendiente de Paolo Greppi, el gran amigo de Malaspina). No expresa en sus cartas (agrega Greppi) la manera de conseguirlo; pero bastante se comprende por qué insistía en la necesidad de quitar todo cuanto estorbase al libre desarrollo, tratando de hermanar aquel imperio con más amplias y recíprocas relaciones para que se considerasen tan lejanos dominios como una inmensa región capaz de toda clase de productos y apta para formar la felicidad de millones de individuos 34; pero, condenando estas ideas, una intriga cortesana mandó a Malaspina a la prisión deteniendo por muchos años la publicación de la relación de su viaje.

EL SIGLO XVIII ¿DE "EXTRANJERIZACION" Y "DECADENCIA"?

El Descubrimiento y la Colonización de América dio lugar, como consecuencia fundamental, a que se estableciera desde el siglo XVI el contacto del llamado "Nuevo Mundo" con la cultura occidental, contacto que funcionó durante mucho tiempo a través de pautas y corrientes y cauces rígidos e inspirados por la metrópoli. Pero esas vías de comunicación fueron ensanchándose y ampliándose lentamente; surgió un proceso de recepción de ideas occidentales no españolas y, por ello, quedó minada la tradicional relación jerárquica entre España y América al volverse ecléctica o polifacético la mentalidad criolla. El horizonte cultural ampliado hizo surgir a fines del siglo XVIII una mayor conciencia de sí. Ella ya está hasta cierto punto madurada en escritores de mediados del siglo XVIII como Llano Zapata, cuyas truncas y farragosas Memorias escritas hacia 1760 exaltan la riqueza y la excelencia de América Meridional y sus glorias literarias y científicas; y, si bien defienden a los conquistadores y atacan a Las Casas, encuentran que los indios tienen las mismas aptitudes para las artes y las ciencias "que todas las demás gentes del mundo antiguo", y que sus imperfecciones "no son defecto de su capacidad sino falta de cultura" 35. En el Mercurio Peruano aparecido en 1791 acaso no haya una novedad temática; pero hay características singulares. En primer lugar, la lucidez, la claridad y la exactitud, o sea el racionalismo superando lo confuso, lo arbitrario, lo informe. Además, la fijación del interés concretamente en el Perú y no en América Meridional, o en todo el Nuevo Mundo: "El principal objeto de este papel periódico es hacer más conocido el país que habitamos", empieza diciendo el artículo inicial, titulado precisamente "Idea general del Perú". Ese conocimiento va a ser divulgado no como erudición muerta, ni a través de disertaciones abstrusas, sino a través de estudios exactos sobre la historia "contraída a la dilucidación y conocimiento práctico de nuestros principales establecimientos", sobre el comercio, la industria, la geografía, la vida social del Perú viviente.

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Del mismo modo como hay (según ya se ha visto) quienes afirman que la verdadera historia del Perú está en la época prehispánica, y como también se ha afirmado (según ha de verse luego) que la verdadera historia de Hispanoamérica empieza en la Independencia, se ha llegado también a decir (y por quien fuera un gran maestro) que los verdaderos valores intelectuales de nuestro Virreinato están en la "prosa del Inca Garcilaso y de Espinosa Medrano, poesía de Hojeda y de Caviedes, filosofía de Menacho", y no "en el crepúsculo muelle y descolorido, galicano y filantrópico de los tiempos de Carlos IV y del Baylio Gil de Taboada". Esta época correspondería a una época de "extranjerización y decadencia, tanto en el cuadro general de la cultura española como en la peculiar situación del Perú". El apogeo, así en la acción como en las letras y pensamiento de toda la raza hispana se halla, sin duda alguna, en los siglos XVI y XVII. El XVIII se caracteriza, para todos los pueblos hispánicos, y muy especialmente para el Perú en su segunda mitad, por lo vago, lo insulso y lo incierto"36.

No disentimos acerca del valor de los preclaros nombres citados de los siglos XVI y XVII, y no analizamos, por ahora, las ideas científicas y la estructura económica y social que a esa época pertenecen. Tampoco negamos la importancia del Virreinato peruano, en aquella época. Cabe, sin embargo, objetar que se identifique necesariamente dentro del mismo proceso histórico a España, a América y al Perú. La "extranjerización" en España ayudó al desarrollo de un sentimiento regional americano que más tarde, precisamente por ello, se volvería autonomista. El crepúsculo español fue alborada americana. Lo "vago del siglo XVIII condujo al fenómeno muy concreto de la Independencia"; lo "insulso" produjo figuras y documentos que ayudaron a formar la nacionalidad; lo "incierto" fue generoso, noble, optimista, ejemplar.

Los sucesos ocurridos al comenzar el siglo XIX no pueden ser entendidos si se les considera como un súbito estallido sísmico. Ellos tan sólo aceleraron y violentaron un proceso ya en marcha que se había manifestado precisamente desde mediados del siglo XVIII, primero a través de una conciencia cultural y científica inofensiva. Dicho proceso, en realidad, fue la consecuencia lógica de la colonización y de la población americanas.

LA EMANCIPACION Y EL OCASO DEL VIEJO COLONIALISMO EUROPEO Los hechos que fueron ocurriendo entonces en Hispanoamérica ostentan algunos elementos comunes con los que acontecen en las trece colonias inglesas, que a su vez se hallan llegadas al fin del régimen francés en Canadá. Al capitular el gobernador de Nueva Francia en Quebec en 1760, abrió en realidad el proceso de desintegración de todo el sistema colonial en las Américas; porque el hecho de haber sido incorporado Canadá a Inglaterra precipitó poco después, el proceso revolucionario de las trece colonias inglesas que formaron luego los Estados Unidos, completándose y culminando luego este proceso en Haití, Hispanoamérica y Brasil, ya en el siglo XIX y después de la Revolución Francesa. Se trata del colapso de todo el sistema de relación entre la metrópoli y las colonias erigido sobre la base de acatadas obligaciones de protección lealtad; sistema al que reemplaza el principio de la libre determinación expresado en el sentido independentista en Estados Unidos e Iberoamérica y (con igual libertad) en sentido no independentista en el Canadá. Allí, como en las otras áreas del Occidente mundial o "colonias blancas" que permanecieron dentro de un sistema colonial después de las Revoluciones Americanas (Africa del Sur, Australia Nueva Zelanda), el vínculo

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con la Metrópoli fue mantenido por voluntaria elección basada en razones sentimentales y de conveniencia (en el más alto sentido de esta palabra), dando lugar al "Commonwealth", o sea en algo muy distinto del colonialismo prerrevolucionario que imperara hasta fines del siglo XVIII y sucumbió en América.

Verdad es que las fuerzas que minaron en el continente americano ese viejo colonialismo estuvieron ayudadas por la realidad de una separación física y geográfica de continente a continente (3000 millas del Océano Atlántico alejaban, cuando menos, a las colonias del Nuevo Mundo de las metrópolis) 37. Pero tal razón no aparece con un valor exclusivo. Mayor distancia que entre Europa y América hay, por cierto, entre Nueva Zelanda e Inglaterra; y ella no melló ni mella la lealtad de esas regiones para la madre patria. Es la coyuntura histórica de la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX lo que influye decisivamente en el separatismo americano.

Ocurrieron, además, entonces, hechos dentro de la historia internacional e interna de España que gravitaron decisivamente en el destino de América. Las guerras españolas tuvieron resultado desastroso a partir de 1796: la alianza impopular y violenta con el Directorio, el Consulado y el Imperio francés, vino a desembocar en la inesperada invasión de la Península por las tropas de Napoleón. Guerras que llevaron a la pérdida, en Trafalgar, de los mejores barcos españoles y a la ruptura casi completa de comunicaciones con Ultramar.

Por otra parte, la expansión industrial y comercial de Europa, especialmente de Inglaterra, repercutió en Hispanoamérica por su propio impulso y en compensación comercial con la libertad de Estados Unidos. Buckle formuló ya en 1792 la política que Inglaterra debía seguir respecto de las colonias españolas. Si España se aliaba con Inglaterra, contra Francia revolucionaria, decía Buckle, los ingleses gozarían de todas las ventajas del comercio del Nuevo Mundo. De España misma nada había que temer. Pero sí era de temer su alianza con Francia, pues ésta tenía voluntad y poder de adquirir para sí el comercio americano. En tal caso, Inglaterra debía adelantarse desmembrando la monarquía española con la independencia de sus colonias y apoderándose, si podía, de los despojos del Nuevo Mundo38.

LA EMANCIPACION Y LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA

La guerra de la Independencia española, a consecuencia de la invasión de Napoleón, puso término a la alianza franco-española y creó eventualmente la alianza británico-española. Pero Inglaterra no dejó, a pesar de esto, ocultamente, de alentar la revolución americana. Por otra parte, al estallar dicha guerra en la Península en 1808, se disolvió el Estado. No fue una guerra oficial sino una sublevación del pueblo que se irguió contra un invasor formalmente legitimado por el anterior soberano, a través de una serie de cesiones que pusieron la corona en la cabeza de José Bonaparte.

El levantamiento español fue así, en verdad, un levantamiento contra el principio monárquico formalmente entendido. La ausencia del rey y su renuncia del trono privaron de sus cimientos al edificio político español que, de golpe, se vino abajo. Todo lo que significaba unidad política y centralización desapareció. Emergieron entonces en la Península las provincias, las juntas, las partidas, los alcaldes, los guerrilleros. Fue un caso único en la Historia; pero inmediatamente después sobrevino el fenómeno muy similar de la Revolución

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americana. Y mientras el pueblo se desangraba en España y comenzaba a desangrarse en América, unos señores se entregaron en Cádiz a pronunciar discursos y a redactar leyes y, a su vez, enseñaban a los americanos a esgrimir las ideas de nación, pueblo, representación popular y otras análogas. LAS PROBABILIDADES HISTORICAS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX, Y LA BURGUESIA

El incipiente "nacionalismo cultural" de los americanos los impulsó a reaccionar contra cualquier tentativa de llevar a cabo la Independencia por medio de fuerzas extranjeras (lo cual explica el fracaso de los esfuerzos de Miranda, de la expedición inglesa a Buenos Aires y de las intrigas de Napoleón, de la infanta Carlota y de otros personajes). Cosa bien distinta era que los americanos mismos encabezaran un movimiento que más de un europeo ilustre e "ilustrado" había declarado que estaba "dentro del orden natural de las cosas".

El final del siglo XVIII y el comienzo del siglo XIX representan en el mundo occidental la maduración de la burguesía y su avance hacia el dominio político, lográndolo plenamente en varios países y en forma transitoria o parcial en otros. La Revolución de los países americanos fue también, a su manera, un movimiento burgués. El "desenmascaramiento" que al encontrar esta interpretación clasista han hecho algunos historiadores nuevos españoles (y aun en nuestra propia América, autores antillanos de zonas que no participaron en la obra revolucionaria), utiliza la misma técnica del "desenmascaramiento" marxista de los "ideales" burgueses y capitalistas europeos, para ver en ellos sólo reflejos deformados de situaciones e intereses concretos. Aporta dicho planteamiento una interesante perspectiva, pero no agota el contenido de la Emancipación.

Porque en primer lugar, ella tuvo sucesivas etapas donde las variadas fuerzas sociales desempeñaron disímiles funciones. Hubo un período de 1810 a 1814, en donde acaso pudieron percibiese con más claridad los intereses separatistas de aislados grupos comerciales librecambistas en lugares como Buenos Aires; y hubo un período, entre 1814 y 1820, donde la reacción absolutista fue alejando del partido realista a toda la opinión pública americana (y no sólo a un sector o clase dentro de ella), al definirse dentro de un extremo autoritarismo y también con características netamente regalistas, militaristas y terroristas que tardíamente se destiñen en 1820 con la vuelta del sistema constitucional, produciendo entonces confusión y desconcierto sin que aporte nueva actitud para América. Son, en suma, muchas las "probabilidades históricas" que sucesivamente se esfuman o se cumplen, para dar lugar primero al estallido de la Independencia y luego a su victoria. De un lado, ciertas "probabilidades objetivas", o sea, ajenas a la voluntad de los hispanoamericanos mismos, se materializan, tales como la Revolución Norteamericana, la Revolución Francesa, el anquilosamiento del régimen colonial español, la crisis del Estado entre 1808 y 1814, el crecimiento de la penetración de la economía inglesa, la maduración de una burguesía criolla. De otro lado, ciertas probabilidades "subjetivas" se sienten estimuladas, en el deseo primero confuso o desorientado y luego en la voluntad y el propósito resuelto en favor de la Independencia.

LA REVOLUCION DEMOCRATICA

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Precisamente comenzó entonces (fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX) el ensayo de organizar o articular un sistema fundamentalmente dinámico y elástico (democracia). Surgió, por lo tanto, en Estados Unidos, como en Hispanoamérica, como en Francia, como en Grecia, como en Italia, como en tantos otros países, inclusive más tarde los de Oriente, además de la restringida Revolución Burguesa, una amplia Revolución Democrática, invocando derechos y principios permanentes y esenciales que, en su enunciado filosófico y jurídico, atañen a los hombres como tales y no como miembros de una determinada clase social. La Revolución hispanoamericana, dentro de cauces y formas propias, es así no sólo una fase inicial en la liquidación del primer colonialismo europeo llevada a cabo casi simultáneamente en las dos distintas zonas del Nuevo Mundo. Es, además, un importantísimo episodio de la Revolución Democrática que estalla en Occidente, con un foco inicial en Estados Unidos en 1776 y un gran centro de irradiación mundial en Francia en 1789, y así se halla directamente relacionada con las grandes transformaciones sociales de nuestra época.

EL ELEMENTO ESENCIAL DE LA EMANCIPACIÓN

Util es insistir en que el influjo mecánico de ideas o acontecimientos que emergen en la coyuntura de aquel momento histórico en otras partes del mundo, no explica íntegramente el proceso de la revolución emancipadora, aunque gravita sobre ella. Hubo algo más permanente que la emergencia de una clase social y algo más complejo que el juego de posiciones internacionales de los distintos países; algo más sólido que la leyenda negra acerca de la obra de España en América; algo más auténtico que las ideas filosóficas entonces en boga y en realidad hoy periclitadas acerca del contrato social y de la relación entre el individuo y el Estado; algo más noble que las menudas pretensiones burocráticas (porque también se ha hablado mucho acerca de la avidez de los americanos por ocupar cargos públicos), en las esencias de ese formidable movimiento que tomó cuerpo en 1810 y logró su victoria definitiva e irrevocable en 1824, a pesar de innumerables errores, excesos, violencias y defecciones. Fue precisamente la "conciencia de sí" desarrollada entre los americanos, cuando (a través del conducto inicialmente abierto entre Europa y América, gracias a los conquistadores del siglo XVI) comenzaron a llegar a este continente, en creciente número, ideas e influencias heterodoxas que ya no eran predominantemente hispánicas, sino europeas y occidentales, aunque llegasen también por conductos españoles. Surgió entonces, a la luz de las ideas filosóficas entonces dominantes, y en lo que tenían de concordante con la concepción cristiana de la vida, una inmensa promesa abierta para todos los que en el futuro nacieran en este continente. Porque hubo en los americanos que se lanzaron a la osada aventura de la independencia como una angustia metafísica, que se resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían mejor su destino colectivo. Ideal de superación individual y colectiva que debía ser obtenido a través de la creación de un "mínimun" de bienestar y garantías y de oportunidad adecuadas para cada ciudadano y a través del desarrollo de cada país.

En el caso concreto del Perú, esa "promesa" de vida libre y soberana que surgió en la guerra de la Emancipación, recogió, sin saberlo, algunos elementos ya existentes en el pasado. Los Incas, para sus conquistas, procuraron inicialmente hacer comprender a las tribus, cuya agregación a su imperio buscaban, que ese sometimiento les ofrecía perspectivas de una vida más ordenada y más próspera. Posteriormente, incorporado el Perú a la cultura

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occidental, su nombre sonó universalmente como fascinador anuncio de riqueza. También en la retórica y en el lirismo de los próceres de la Emancipación surgió la esperanza de emular a las leyes "sabías" de los Incas. Y también renació en ellos la ilusión de bienestar para todos que el escudo nacional expresa, al representar como símbolos los productos del Perú en los tres reinos de la naturaleza, una cornucopia derramando oro, una vicuña y un árbol de la quina.

Pero además, bahía un sentimiento característico de la época de la Emancipación que no pudo haber sido registrado en los nudos de colores de los "quipus" incas, ni pudo ser descrito plenamente por ningún cronista, poeta o jurista en los pergaminos coloniales, a pesar de que vino a ser la consecuencia lógica (aunque entonces no bien percibido) de la declaración de derechos humanos formulada por los teólogos juristas defensores del indio en el siglo XVI, y que de ese modo se vinculaba a la gran corriente de significación del ser humano desde el punto de vista moral que el cristianismo abrió. Dicha relación con el pensamiento del siglo XVI tiene sus limitaciones. La escuela española de derecho natural, aun en sus exponentes más audaces, no perdió su característica teológico. La reivindicación de los derechos humanos iniciada en el siglo XVIII, precursor de la Independencia, es, en cambio, mucho más amplia, con repercusión en la esfera filosófica, social y política 39.

Y así un conjunto de factores desarrollaron el anhelo de la Independencia como medio para obtener la libertad. Y precisamente porque los hombres dirigentes de aquella época creyeron ofrecer una promesa para sus hijos y para los hijos de sus hijos, optaron por la República como forma de gobierno de todos los Estados entonces surgidos en América, rechazando a quienes, prudentemente, creyeron en la conveniencia de ir primero a una monarquía constitucional; porque, para ellos, la monarquía constitucional no correspondía a la vastedad de aquella promesa.

LOS ESTADOS DESUNIDOS DE AMERICA

Las colonias inglesas de América, dirigidas por protestantes enemigos de la jerarquía eclesiástica y secular, fueron, al emanciparse, a la unidad política, o sea a los Estados Unidos. En cambio, las colonias españolas de América, gobernadas directamente por la monarquía e imbuidas durante tres siglos en los principios político-religiosos de ella, se sumieron en la dispersión, o sea en los Estados Desunidos. Y es que esa misma fuerte organización y poder del Estado en América española sembró, precisamente, vastos núcleos de población, profundos intereses, poderosas fuerzas colectivas que fueron esparcidos a lo largo de todo el continente. Ganar la guerra de Independencia costó sólo seis años en el norte, y no catorce como en el sur. La misma amplitud y extensión de los territorios "españoles-americanos" los alejó entre sí. Las colonias inglesas no tuvieron, además, en el norte del continente, las cordilleras, los desiertos y la selva como barreras y obstáculos. Bien pronto, por otra parte, los Estados Unidos vivieron en el siglo XIX bajo la influencia de la preocupación por el aprovechamiento y el desarrollo de las fuentes de riqueza en los territorios que estaban a su alcance, dentro de una expansión de tipo capitalista a la que no convenía el aislamiento de las distintas zonas, sino precisamente su vinculación. Hacia la mitad del siglo afrontaron los Estados Unidos el peligro de la cisión cuando surgió la guerra del Norte contra el Sur; guerra que fue en realidad, entre el Norte unionista y el Sur separatista, y donde el Norte representó el industrialismo en pleno desarrollo, ávido de

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conservar y consolidar la unidad, y el Sur una economía agraria y precapitalista, regionalista, destinada a morir en Estados Unidos, pero todavía no en América meridional. Al amparo de la unidad nacional inicial, fue más fácil en Estados Unidos el desarrollo de los medios de comunicación, que, además, no tenía ante sí los obstáculos geográficos existentes en Hispanoamérica; consolidándose una estrecha relación entre materias primas e industrias y entre producción y mercado. Por el contrario, los Estados de la América desunida, a la zaga en el proceso capitalista del siglo XIX, casi no comerciaron entre sí; cada uno de ellos exportó sus materias primas y dependió del extranjero para obtener capitales y artículos manufacturados, lo cual fue sin duda otro factor favorable a su aislamiento. EL ELEMENTO FILOSOFICO-POLITICO Y EL ELEMENTO HISTORICO-GEOGRAFICO EN

LAS NACIONALIDADES ESTATALES AMERICANAS

Roto el sistema mágico de relación religioso-monárquico entre España y América, las antiguas provincias del imperio español se desmembraron porque al emanciparse no encontraron otra fe u otra idea que las mantuviera juntas40. El Brasil, en cambio, evitó tal desplazamiento y conservó y afirmó su unidad por haber guardado, al independizarse, la realeza y el Imperio, conservándolos hasta 188941. Hay así un elemento filosófico-político y un elemento histórico-geográfico en la definición de las "nacionalidades estatales" hispanoamericanas. El elemento el derecho indiano. La República se acoge a la tradición indígena; pero comienza siendo inferior al Estado español en su legislación acerca de los indios vivos.

El sector liberal de los pronombres de la Emancipación tuvo la curiosa idea de que los Estados "nacían" con ese acto histórico. Tal idea alcanzó repercusión multitudinaria y se cantó al "peruano oprimido" durante varias centurias que, de pronto, rompió sus cadenas, olvidándose los vínculos de familia, de idioma, de raza y de cultura, que lo unían a sus "opresores", de cuyo seno había salido.

La reacción contra esta actitud negativa ante lo español tuvo sin duda su centro principal, precisamente, en el Perú. Tan efectiva fue, que incidió aun sobre el campo político. Entre 1820 y 1824, en plena guerra, presentó con obvias diferencias en cuanto a su contenido hasta cuatro sectores. Uno fue el que propugnó inicialmente la reconciliación entre españoles y peruanos sobre la base de la independencia con "un buen príncipe de casa real que viniera a coronarse". Esta frase pertenece a Unanue quien agrega en seguida: "Yo no era el único que pensaba así, por el bien mismo del Perú"44. Es el pensamiento de Punchauca. En otras palabras, el elemento histórico-geográfico debía plasmar según dicho plan, el elemento filosófico-político de la Emancipación. El segundo sector aparece en fecha posterior y hállase representado por Riva Agüero (agosto y septiembre de 1823). Al conferir su poder a Remigio Silva, desde Huaraz el 8 de septiembre de 1823, Riva-Agüero afirma lo siguiente: "Por cuanto conviene a los intereses de unos pueblos íntimamente unidos por los vínculos estrechos de la sangre, idioma y religión, que se suspenda entre ellos una guerra desolada, de que ya se resiente la humanidad misma . . .“45. (Curioso es observar, al mismo tiempo, que insiste en que había "extranjeros" en el Congreso que lo depuso porque eran colombianos, argentinos, o chilenos, llegando a afirmar que Gran Bretaña no permitiría a norteamericanos, franceses, rusos, etc., en el Parlamento en Londres).

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El tercer sector hállase todavía más en una línea tradicionalista y habla a través del manifiesto firmado por Torre-Tagle en Lima el 6 de marzo de 1824. En él se percibe algo que Riva-Agüero no revela, por lo menos hasta muchos años más tarde, y es el arrepentimiento por haber colaborado en la revolución46. Torre-Tagle vocea su convencimiento de "la canalla que es la Patria" y reitera su voluntad (sincera o impuesta) de unirse al "ejército nacional" (que es el español), mientras califica a los colombianos de extraños y de intrusos, coincidiendo en este último aspecto con los documentos de Riva-Agüero en 1823. Sus advertencias o avisos suelen ser también en nuestra época repetidos y parecen asaz familiares sus palabras contra "el falso brillo de ideas quiméricas que sorprendiendo a los pueblos ilusos sólo conducen a su destrucción y a hacer la fortuna y saciar la ambición de algunos aventureros", contra la esterilidad de la revolución cuyo bien positivo ha sido "no contar con propiedad alguna, ni tener seguridad individual", mientras algunos defensores de la Independencia han robado, oprimido a los pueblos y relajado sus costumbres47. El cuarto sector, estrechamente ligado al tercero aunque diferente desde el punto de vista individual, sería el de Berindoaga y los periódicos por él publicados en el Callao en 1824 (El Desengaño, El Triunfo del Callao), cuyo significado él mismo trató de atenuar en su manifiesto y en las declaraciones que prestara durante el juicio que se le siguió en 1825, definiéndose en forma diferente a la del grupo de Tagle (en el que incluye a Gaspar Antonio de Osma y Diego de Aliaga) 48 . En ningún país americano presentó igual significación todo este grupo.

La actitud opuesta, el enconado sentimiento liberal y republicano y americanista antiespañol de la Independencia, renació a mediados del siglo xix con motivo de la aventura a la que se lanzó el gobierno de Isabel II en Santo Domingo primero, y después en el Perú y en Chile. Una de las razones, por lo menos explícitas, de la expedición científica en 1862 fue la hostilidad de la prensa peruana contra España 49. Al lado de la pasión política (defensa del continente, de la Independencia y de la República) y de la pasión bélica (recuerdo de los horrores en las luchas emancipadoras), fue visible en los liberales de todo el continente la actitud antipasadista. Según ella, la tarea esencial de las nuevas Repúblicas era "barrer" con el pasado colonial. Si no se había obtenido de inmediato la felicidad soñada, era que déspotas y tiranos habían abusado de las armas que los pueblos les confiaran, para repetir, y a veces ahondar, los abusos del pasado. De otro lado, la herencia colonial gravitaba aún. A esto aluden unos versos de José Mármol reproducidos en un folleto impreso en Lima en 1850:

América no puede ser libre todavía porque su herencia ha sido bastarda obscuridad. No temas, no; mañana, cuando despunte el día fijando tus destinos, verás la libertad50.

En el antihispanismo liberal se sigue proyectando así la "leyenda negra"; pero ella no está necesariamente relacionada con la mayor intensidad de la "leyenda dorada" indigenista, cuyos motivos de romanticismo literario o filosóficos anticatolicismo, racismo o regionalismo ya se han examinado aquí en Páginas anteriores. Y antihispanismo en el siglo XIX no es, necesariamente, indigenismo; porque, por el contrario, puede propugnarse la europeización, la victoria sobre el atraso o sobre la estagnación que albergan en su seno, sin duda, también valores indígenas propios en formas no sólo artísticas o folclóricas sino también económicas y sociales.

La reivindicación de España en el Perú (que había sido ya en cierto sentido iniciada en el gesto de quienes quisieron evitar los sufrimientos de la guerra de la Independencia

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mediante fórmulas conciliadoras, y de quienes volvieron a la tradición, arrastrados por el torbellino de dramáticos acontecimientos) se afirma en el campo doctrinario después de 1840. Es curioso cómo en José María de Pando no hay una referencia a España mientras está en el Perú. En Felipe Pardo y Aliaga, educado en España, se ve, en cambio, la crítica franca de males y vicios colectivos, pero al mismo tiempo el deseo de que se restaure el orden, de que venga el progreso, de que surja una clase dirigente, sin que por ello reniegue del sistema político del país. No plantea una revisión del hecho irrevocable de la Independencia, ni una defensa del régimen colonial, si bien, ocasionalmente, de paso, expresa su nostalgia de los tiempos ¡dos, en "barullo parcos". Una neta posición ideológica hispanista aparece sólo veinte años después de Ayacucho en las notas sobre la Conquista y la Colonización que Bartolomé Herrera puso al publicar su sermón en la Catedral de Lima el 28 de Tulio de 1846, negando el principio de la soberanía popular Desde un punto de vista no filosófico-político sino erudito, ella está contenida (más que en los libros exegéticos del es-pañol Sebastián Lorente sobre todas las épocas de la Historia del Perú) en el monumental Diccionario histórico-biográfico de Manuel de Mendiburu. A fines del siglo XIX ostenta puras características literarias con producciones como la "Elegía a la muerte de Alfonso XII" (1886) por Luis Benjamín Cisneros, actuándose en el siglo XX con numerosas poesías de José Santos Chocano y con el Canto a España de José Gálvez. La reivindicación histórica con tácito o expreso carácter beligerante se inició fuera del Perú; pero tuvo en Lima un episodio local muy sonado cuando el jesuita Ricardo Cappa publicó en esta ciudad en 1886 una Historia compendiada del Perú, provocando un violento folleto rectificatorio de Ricardo Palma y otro de Eugenio Larrabure y Unanue, no sólo por su criterio ultraespañol sino por su actitud contra los próceres de la Emancipación52.

El hispanismo en América asumió un carácter político e ideológico antimarxista (pero también a veces antidemocrático y antianglosajón) durante la Guerra Civil Española iniciada en 1936, llegando hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, hasta 1942 más o menos. Puede decirse que, en general, la década de 1920 a 1930 señala en el Perú una ofensiva del indigenismo con matices de carácter literario, sociológico y aun artístico (sobre todo en la pintura) ; mientras que el período 1931-1941 registra una ofensiva hispanista". La década siguiente señala el predominio de una tendencia hacia la superación de dicha controversia.

LA SUPERACION DEL INDIGENISMO Y DEL HISPANISMO Ha llegado el tiempo ya de hacer la liquidación final de este dilema entre indigenistas e hispanistas. El hispanismo, en sus extremos, pecó porque soslayó o silenció lo que hubo de cruento y de trágico entre nuestros siglos XVI y XIX y lo que hubo de profundo en los desniveles sociales económicos o culturales de la realidad americana; y porque circunscribió todo el vasto y complejo fenómeno de la incorporación de América a la cultura occidental, a un vocear de gratitud y de pleitesía a España. En cambio, cumplió una misión esencial al recordar y reiterar la perdurable vinculación histórica de la vida del Nuevo Mundo con la civilización occidental.

El indigenismo, en análogos sectores beligerantes, resultó negativo y ello fue natural, dado su ímpetu definido o potencialmente revolucionario. Y así resultó un convidado de piedra que vino a sentarse en el banquete del historicismo hispanista, a ahuyentar complacencias e

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ilusiones, a recordar la nota amarga de la realidad profunda del "hinterland" americano. El uno exaltó al pasado colonial como proeza y el otro denostó a ese mismo pasado como taras, refugiándose en la idealización del pasado más remoto, que un adversario a veces calificó como bárbaro. El uno hizo la enumeración de lo que se construyó; el otro la de lo que se destruyó y de lo que permaneció como problema irresuelto. El peligro del indigenismo estuvo en que se quedara en lo local, lo aldeano, lo provinciano y, a lo sumo, lo regional; el peligro del hispanismo radicó en que pudo terminar en una actitud de evasión hacia la metrópoli, física o espiritualmente, realizada en forma total o parcial.

Si no hubiera ahora mismo vastos sectores de población aislados que no se conjugan en el quehacer nacional; sí no hubiera analfabetismo, escaso índice de producción, bajo nivel de vida, el clamor, el rencor, la rebelión indigenista no serían graves, peligrosos, patéticos. Pero esa desarticulación, esa ignorancia, esa subproducción, ese subconsumo, ese bajo nivel de vida pueden abarcar también a sectores mestizos, criollos, negros, etc. Por eso el indigenismo puede disolverse dentro de una conciencia lúcida acerca de los problemas sociales del país. Así como el hispanismo puede disolverse dentro de una conciencia de nuestro necesario ligamen con el mundo occidental. Lo peruano es primariamente una comunicación, unidad substancial de elementos heterogéneos, conciencia simultánea de lo diverso y uno.

EL CONTRASTE ENTRE AMERICA HISPANA Y AFRICA DEL SUR

Reconociendo la gravedad de los problemas no resueltos que dejó la época hispánica, a los que han venido a agregarse los problemas propios de la evolución republicana, el cuadro social y racial de nuestros países parece sencillo cuando se examina lo que ocurre en otras regiones de colonización europea lejos de Europa. Véase, por ejemplo, el caso de Africa del Sur. Allí 2.600.000 blancos gobiernan a 8.500.000 negros, 1.100.000 mestizos ("colored") y a 365.000 asiáticos. Ni los antepasados boers de los actuales dirigentes blancos de Africa del Sur concibieron, ni los "Afrikander" de hoy conciben que haya igualdad, siquiera legal o teórica entre blancos y negros. Su religión calvinista basada en la doctrina de la predestinación los ayuda a mantener esas ideas. Los ingleses, que llegaron después, trataron de legislar otorgando igualdad política a las personas dotadas de cierto nivel económico o educacional, independientemente de su raza. Hoy esos principios hállanse defendidos sólo por el llamado partido "unionista", que es el partido minoritario.

El gobierno "Afrikander" de Daniel F. Malan ha establecido lo que se llama el "apartheid". La política de segregación más estricta hállase expresada en esta palabra. Hay puertas distintas para blancos y negros en estaciones de ferrocarriles y oficinas de correos; las áreas residenciales, los colegios, los restaurantes se hallan rodeados por "cordones sanitarios"; existe un sistema cual de comunicaciones y transportes; los sueldos y salarios se basan en la raza y no en la capacidad; una ley especial prohíbe y castiga los matrimonios que atenten contra la pureza racial; en el campo, los "nativos" viven dentro de sus zonas reservadas y no pueden obtener propiedades fuera de ella; el derecho electoral les ha sido negado y en el Parlamento los representan tres blancos en la Asamblea y cuatro en el Senado. Negros, mestizos y asiáticos tienden a unirse en el odio y el resentimiento, y la tensión social y política crece con tremendas posibilidades explosivas.

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Bien valdría la pena que estudiaran con cuidado el caso de Africa del Sur quienes, entre nosotros, insisten tanto en las desigualdades raciales y sociales emanadas de la época hispánica. NOTAS: 28 Pruvonena, Memorias, II, 366-397. Este opúsculo anunciaba la alianza de las repúblicas americanas contra España monárquica y su suave avance para conquistar. 29 Troeltsch, Die. Atielarung, Ges. SCH. IV, 339. 30 Sobre el origen y desarrollo de los nacionalismos europeos: Hans Kohn, The Idea Nationalism (New York, 1944). Halvdan Kont "The Dawen of Nationalism in Europe", en American Historical Review, vol. 52, pp. 265-280. 31 Sobre esta reacción americana, ver A. Gerbi, Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, cit: y El optimismo nacionalista como factor de la independencia de México, por Luis González y González en Estudios de Historia Americana, México, 1948. 32 Luis Diez del Corral, El Liberalismo Doctrinario, Madrid, 1945. 33 Manuel Aguierra Elorriaga, S. J. El Abate Pradt en la Emancipación Hispanoamericana, Buenos Aires, 1941, pp. 57-59. 34 Pedro de Nova y Colson, "Introducción" al Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de Navío D. Alejandro Malaspina y don José de Bustamante y Guerra desde 1789 al 1794, Madrid, 1885, p. XVII. 35 Memorias de José Eusebio Llano Zapata, editadas por Ricardo Palma, Lima, 190. Ver sobre todo pp. 193, 200, 246, 250, 253 y 590. 36 José de la Riva-Agüero, "Los veinticinco años de nuestro Mercurio", en Mercurio Peruano, agosto de 1943. 37 Decía Viscardo y Guzmán en su Carta a los Españoles Americanos: "La naturaleza nos ha separado de la España con mares inmensos. Un hijo que se hallaría a semejante distancia de su padre sería sin duda un insensato si en la conducta de sus más pequeños intereses esperase siempre la resolución de su padre. El hijo está emancipado por el derecho natural; y en igual aso un pueblo numeroso que en nada depende de otro pueblo de quien no tiene la menor necesidad deberá estar c sujeto como a un vil esclavo. La distancia de los lugares que por sí misma proclama nuestra independencia natural, es menor aún en la de nuestros intereses. Tenemos esencialmente necesidad de un gobierno que esté en medio de nosotros, para la distribución de sus beneficios, objeto de la unión social. Depender de un gobierno distante dos o tres mil leguas es lo mismo que renunciar a su utilidad (p.35, edición de Londres, 1801). 38 E. Buckle, Memorias de los Affaires de France, 1792, 111, p. 12. 39 Contrariamente a la tesis de los otros historiadores españoles e hispanistas que atribuyeron la Emancipación americana a un proceso de extranjerización, Manuel Jiménez Fernández ha planteado recientemente la tesis de que dicho movimiento no fue sino un renacimiento de las doctrinas "populistas de los teólogos juristas españoles del siglo XVI". 0 sea, que sus más hondas raíces fueron netamente hispánicas. 40 Américo Castro "Algunas causas de la desmembración hispanoamericana" en La Nación de Buenos Aires, 12 de marzo de 1933.

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41 Todo hubiera podido iniciar una tendencia al seccionalismo en la colonización portuguesa en el Brasil. Portugal era un Estado mucho menos populoso que España; su régimen colonial presentaba una estructura mucho menos robusta y desarrollada que el español, y algunas de las autoridades regionales en el Brasil gozaban de relativa autonomía y hasta tenían correspondencia directa con la Metrópoli. Por otra parte, Río de Janeiro sólo tomó características de capital nacional definidos claramente como algo distinto del "interior", de las "provincias" o del "campo" con la llegada del príncipe Regente, don Juan y su Corte. (Véase "The Cities of Brazil", por José Arturo Ríos y "The Unity of Brazilian History", en Brazil, Portrait of Hall a Continent, New York, 1951).

44 Esta frase de Unanue está en el fragmento titulado "Carencia de facultades del Virrey para tratar con el general San Martín", en Obras científicas y literarias, por J. Hipólito Unanue, vol. II, Barcelona, 1914, p. 391. 45 "Exposición de don José de la Riva-Agüero acerca de su conducta política en el tiempo en que ejerció la Presidencia de la República del Perú", Londres, 1824, p. 191. 46 "Exposición", cit. p. 127. 47 "Manifiesto del Marqués de Torre-Tagle sobre algunos sucesos notables de su gobierno", Lima, 1824. Ha sido reproducido, entre otros, por García Camba en el volumen II de sus Memorias, pp. 388-397. 48 Manifiesto del general Juan de Berindoaga, Lima, 1824. Reproducido con otros documentos de su proceso por Luis Alayza y Paz-Soldán en su libro Unanue, San Martín y Bolívar, Lima, 1934. 49 La hostilidad del Perú a España está mencionada en las "Instrucciones al jefe de la expedición científica" de 1862, Almirante Pinzón. Las reproduce Pedro de Novo y Colson en su Historia de la guerra de España en el Pacífico, Madrid, 1882, pp. 86-87. Ataques en la prensa peruana aun antes de los sucesos de Santo Domingo y México surgieron en diversas ocasiones. Una de ellas fue con motivo de unos artículos del escritor español Colmeira en 1850. Véase El Comercio de 12 de diciembre de ese año. 50 Estos versos de Mármol, y otros similares de Bermúdez de Castro y de Magariños Cervantes, sirvieron como epígrafe del folleto Comentarios a la Constitución anónima de la Sociedad del Orden Electoral por Juan Espinoza, Lima, 1853. 51 "Basta tener ojos para saber que el Perú de ahora no es el de los Incas. Las razas que España trajo a habitar en este suelo han formado con las indígenas un pueblo nuevo enteramente. Todos sentimos, como miembros del cuerpo social creado por los españoles y animado por el espíritu español, que su ser, sus necesidades. íntimas, todo en él, es diverso del que gobernaron los Incas; y que, por consiguiente, es también diverso su destino del que se consumó en aquel imperio con la muerte de él al descubrirse la América. Es tan claro esto que no merecía la pena de decirse; y con todo es necesario decirlo, porque hay quienes lo hayan olvidado... Ahora es tiempo ya de conocer que el imperio de los Incas desapareció hace tres siglos; que el pueblo que existe en el territorio que no se ha desmembrado de aquel imperio es un nuevo Perú, el Perú español y cristiano no conquistado sino creado por la conquista; y que lejos de tener motivo de queja por aquel hecho inmortal de los españoles del siglo XVI, debemos a estos la gratitud y la veneración que los hijos, sea cuales fueren las faltas de sus padres, no pueden negarles sin pasar por desnaturalizados y horrorizar al universo". (Nota (a) al sermón del 28 de Julio de 1846 en la Catedral de Lima. En Escritos y discursos por Bartolomé Herrera, 1. Lima, 1929, pp. 86-87). 52 P. Ricardo Cappa, Historia compendiada del Perú con algunas apreciaciones sobre los viajes de Colón y sus hechos, Lima, 1886. Ricardo Palma, "Refutación a un compendio de Historia del Perú", 1886. Cuestiones históricas. Polémica que con motivo del libro de Colón y los españoles publicados por el R. P. Ricardo Cappa de la Compañía de Jesús, sostuvo éste contra las impugnaciones que le hizo el Sr. Dn. Eugenio Larrabure y Unanue, Lima, 1885. 53 Los momentos culminantes de esta exaltación hispanista fueron acaso los que siguieron a la victoria de Franco en la Guerra Civil Española y continuaron en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo ante las primeras victorias alemanas. Aparte de estas incidencias, en las que a veces se han podido juntar motivos de política interna (lucha a favor o en contra de las izquierdas, a favor o en contra de las derechas), lo cierto es que a partir del libro de José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima, 1928) hay una gran cantidad de obras tratando de definir o de explicar el Perú. Esta tendencia se inició con el libro de Francisco García Calderón Le Pérou Contemporain (París, 1907) y los artículos titulados "La realidad nacional" que publicó Víctor Andrés Belaúnde en 1917 en el diario El Perú. Los últimos libros cronológicamente serían Peruanidad.

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Elementos esenciales, por Víctor Andrés Belaúnde, (Lima, 1943) con una clara posición católica; El Perú ¿una nación? por Ricardo Martínez de la Torre (Lima, 1943), marxista; Ruta cultural del Perú por Luis E. Valcárcel (México 1945), indianista; Pueblo en crisis, por Carlos Miró Quesada Laos (Buenos Aires, 1946), derechista y Reflexiones sobre el sentido de la historia peruana por Alfonso Benavides Correa (Lima, 1948), reformista.

V

PERU 0 CONFEDERACION DE LOS ANDES

La separación de España no fue, por sí sola, el final de los problemas que el Perú tenía que afrontar como país independiente.

Cuando las discusiones alrededor del texto definitivo de la primera Constitución de la República concluyeron en noviembre de 1823, la situación estaba muy lejos de reflejar un idílico cuadro. La República del Perú, lo que quedaba de República del Perú, hallábase de hecho bajo la ocupación del ejército de Bolívar, a quien el propio Congreso había conferido el supremo poder político y militar. La mayor parte del territorio estaba en manos de los realistas. Libradas, dentro de estas condiciones, las campañas finales de la guerra emancipadora, que tanto ensangrentaron y empobrecieron al país, lógico fue que al concluir ella no faltaran en los grupos dirigentes y en la opinión pública quienes proclamasen la necesidad de la continuación de Bolívar en el mando para evitar la anarquía. El Perú no nació así a la vida independiente sin problemas internacionales como Chile, por ejemplo. Surgió bajo la égida de la Gran Colombia y sirviendo como centro para vastos planes de unión continental. Sin embargo, ellos no duraron mucho tiempo. El nacionalismo peruano tomó creciente impulso entre 1825 y 1826 estimulado por la reacción democrática ante el supuesto carácter autoritario de la Constitución escrita por Bolívar para la Confederación Bolivariana o de los Andes. La vastedad de ella (que debía abarcar las actuales Repúblicas de Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia) , la falta de comunicaciones, de vínculos económicos y de comunes raíces históricas ayudaron aun antes de que pudiesen establecerse oficialmente, a las tendencias cisionistas, favorecidas por los propios tenientes del Libertador. Los vínculos históricos coloniales, que en el caso del Perú eran los del Virreinato de ese nombre (y que en el caso de la Gran Colombia parecieron ser los del Virreinato de Nueva Granada pero, en realidad, a partir de 1830, fueron los de la Capitanía General de Venezuela y los de las Audiencias de Nueva Granada y Quito), resultaron más hondos y permanentes, desde el punto de vista político y jurídico que los surcos trazados por la espada y el pensamiento del Libertador en sus marchas prodigiosas por la libertad del continente, reforzados por la autodeterminación popular. Y los Estados bolivarianos disputaron y aun a veces hasta lucharon entre sí, como han solido disputar o luchar otros Estados hispanoamericanos; sin que por eso hayan olvidado que hay entre ellos una unidad que, por cierto, no es sólo la del Estado tal como fue plasmado en 1826 o en 1830. Ella se asienta, además, como ocurre con todos los países hispanoamericanos, en las semejanzas más o menos generales o específicas durante la época prehispánica, la afinidad durante los siglos coloniales, la comunidad del idioma, de la cultura y de los ideales y luchas y sacrificios durante la Emancipación, la semejanza de muchas instituciones y costumbres y la identidad de su situación frente a problemas y peligros exteriores e interiores.

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PERU 0 CONFEDERACION PERU-BOLIVIANA

La República del Perú quedó, pues, limitando al norte con la Gran Colombia en 1827, después del derrocamiento de Bolívar. El mismo vecino continuó en 1829 después de la guerra con aquel Estado. Sin embargo a partir de 1830 limitó el Perú al NE. con Colombia y al NO. con Ecuador. Por el Este ha limitado siempre, como el Virreinato durante toda la época colonial, con el Brasil, el gran vecino amazónico, tan poco conocido aunque, en cierto sentido, tan semejante al Perú.

En el Sur el vecino del Perú fue, desde 1826, Bolivia, con quien había vínculos geográficos, antropológicos, históricos y económicos mucho más estrechos que los que pudo tener el Perú con cualquier otro país del continente. Bolivia fue la clave de la crisis peruana entre 1828 v 1842, y aun de problemas posteriores. Ambos, Perú y Bolivia, coparticipan en las hoyas del Titicaca y del Madre de Dios, pese a la inseparable unidad física de cada una de ellas. La cuenca oriental del lago Titicaca es boliviana, y la occidental peruana; el río Tahuamanu, boliviano en parte, es peruano desde Santa Rosa; y el Madre de Dios es peruano también desde Puerto Pardo. La cordillera de los Andes, al descender desde la altiplanicie de Bolivia (llamada tradicionalmente Alto Perú) hasta el Bajo Perú, hace menos estériles a las tierras conforme avanza hacia el norte de Potosí hasta la raya de Vilcanota. En el litoral, los puertos adecuados del altollano de La Paz, desde el punto de vista geográfico-económico (y sin entrar en consideraciones políticas, que tendrían que tomar en cuenta factores históricos y la voluntad de la población) se hallan en la zona de Arica.

Antropológicamente, los quechuas, que constituyen la mayoría de la población indígena del Perú, son hermanos de los aymaras, que forman la mayoría de la población indígena de Bolivia. No sólo el imperio de los Incas sino un imperio aymara o paleoquechua, inmediatamente anterior, que tradicionalmente ha sido llamado de Tiahuanaco, se extendieron por los dos Perú, Bajo y Alto. Toda la región del Sur del Perú y Bolivia forman, juntas, el área cultural prehispánica que se ha dado en llamar de los "Andes Centrales". Hay quechuas en ciertas regiones del sur de Bolivia, como hay aymaras en ciertas regiones del centro y del norte del Perú. Acaso el "cauqui" en Yauyos sea un nexo filológico entre los dos idiomas quechua y aymara.

Al iniciarse la época vicerreal, la traslación de la capital del Cuzco a Lima preparó remotamente la desmembración de los Perú, porque dio lugar a la creación de la Audiencia de Charcas. Sobre ella ejerció algunas facultades la audiencia vicerreal de Lima, de acuerdo con cédulas de Felipe III y Felipe IV. Las más valiosas encomiendas del Perú estuvieron en el Callao y las Charcas; y las riquezas fabulosas de este Virreinato provinieron sobre todo de Potosí y de las minas de su comarca. "Vale un Perú" fue sinónimo de "Vale un Potosí". Aludiendo a Potosí en relación con el Perú, Matienzo llegó a escribir que era "la llave de aquel Reyno" 54.

La segregación de la Audiencia de Charcas en 1776, al crearse el Virreinato de Buenos Aires, causó la decadencia del Virreinato peruano. A pesar de esta separación, la rebelión de José Gabriel Condorcanqui prendió en Charcas y en el sur del Perú. Pocos años más tarde, ya en los albores del siglo XIX, se producía el fenómeno inverso: las insurrecciones patriotas del Alto Perú repercutían en el Virreinato peruano. No puede explicarse el grito autonomista de Zela en Tacna en 1811, sin aludir a dichos movimientos. En

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1814 ocurrió, de nuevo, en mayor escala, lo contrario: la revolución cuzqueña de Pumacahua llegó a extenderse al territorio de La Paz. A fines del período colonial, gobernando Abascal en el Perú, de hecho la Audiencia de Charcas fue reincorporada al Virreinato de Lima y siguió la suerte de los realistas que continuaron bajo las órdenes de los dos sucesores de Abascal, Pezuela y La Serna, hasta que la victoria de Ayacucho contribuyó a decidir la Independencia altoperuana. Es decir, el Alto Perú estuvo separado del Virreinato del Perú sólo cuarenta años.

Situado el Perú bajo el dominio de Bolívar, y el Alto Perú bajo el comando militar de Sucre, fue creada la República de Bolivia, pero aun en la Asamblea que le dio vida, un partido formado, según dijo Sucre a Bolívar, por "los hombres de juicio", deseó la agregación al Bajo Perú. Bolívar mismo vaciló, al principio, entre el sistema de unión pura y simple y la constitución de una República autónoma altoperuana, vinculada luego con la peruana por un pacto federativo. En el curso del siglo xix durante tres veces se intentó la unión Perú-Boliviana. La primera fue mediante el tratado de federación de noviembre de 1826, bajo el régimen de Bolívar, apenas pocos meses después de haberse constituido Bolivia. El Consejo de Gobierno peruano, presidido por el paceño Santa Cruz, no aprobó este tratado porque, junto con la federación, habíase negociado una nueva demarcación territorial por la cual el Perú permutaba el litoral de Tarapacá y Tacna por las montañas de Apolobamba. Fue el segundo intento la Confederación Perú-Boliviana, dirigida por Santa Cruz y que duró entre 1836 y 1839. Y la tercera y última tentativa surgió en medio de la guerra que, aliados, Perú y Bolivia sostuvieron con Chile a partir de 1879; el tratado de creación de los Estados Unidos Perú-Bolivianos llegó a ser firmado en Lima el 11 de junio de 1880 por los plenipotenciarios especiales Melchor Terrazas y Pedro José Calderón, siendo Dictador del Perú don Nicolás de Piérola, hijo del presidente de la Asamblea que en Sicuani aprobara la incorporación del sur del Perú a la Confederación santacrucina. Las nuevas derrotas sufridas por el Perú en la guerra frustraron poco después esta tercera posibilidad 55.

Fue así la Confederación santacrucina el momento de máxima vinculación efectiva entre los dos países en la época independiente. Su colapso contribuyó a acentuar los factores de diferenciación, luego sólo aparente y pasajeramente superados por la guerra iniciada en 1879. Para el fracaso de esta Confederación actuaron circunstancias diversas. No deben menospreciarse, entre ellas, las de orden nacional. Perú y Bolivia ya habían vivido separados durante diez años cuando Santa Cruz inició su gran aventura. Los peruanos habían invadido Bolivia en 1828 dejando sedimento de encono o de resentimiento. La guerra entre ambos países estuvo a punto de estallar en 1831. Santa Cruz tuvo necesidad de invadir el Perú en 1835, derramando sangre peruana. Por otra parte, no faltaban en Bolivia quienes se quejaban de que este caudillo, lejos de pensar en ensanchar o en engrandecer la República que presidía, se dedicara a soñar en un nuevo Estado. Ante muchos peruanos, Santa Cruz aparecía como un extranjero y un invasor. Para muchos bolivianos, en cambio, el mismo personaje era sospechoso de ser peruanófilo, o por lo menos ciudadano de un país imaginario, la Confederación.

Había, de otro lado, fuerzas de carácter internacional. Sabido es que la guerra iniciada por Chile en 1837 y reiniciada en 1838 (a la que se agregó con mucho menor importancia, la guerra con la Argentina) dio a la lucha por la supervivencia de la Confederación el carácter de una conflagración americana. Dentro de las alternativas de esa guerra, actuaron factores de diversa índole. Uno de ellos fue el dominio del mar que Chile obtuvo desde el primer momento (convirtiendo a la lucha simbólicamente en un duelo entre el mar y los Andes). Otro

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factor influyente provino de la organización militar de los ejércitos y de la capacidad estratégica y táctica de sus jefes; en el caso de Santa Cruz, esta capacidad rayaba a mucho menos altura que su genio de administración civil. Por otra parte, la vinculación geográfico-económica, tan evidente entre el sur del Perú y Bolivia, era escasísima o nula entre Bolivia y el norte y el centro del Perú. Esas regiones se sintieron amenazadas en la preponderancia que han tenido desde los días de Pizarro y que aún siguen teniendo en la vida nacional, habiéndole incrementado primero en la época del guano y más tarde en la del algodón, del azúcar, del petróleo y de la industrialización. Preciso es recordar que en la población del Perú, el mayor número de habitantes que residen en las ciudades (es decir, en los centros directivos de la política y de la cultura) pertenece y pertenecía en 1836 a la zona centro y norte de la costa. Económicamente, durante el breve tiempo que vivió el Estado Sud-peruano de la Confederación, necesitó del auxilio del Estado Nor-Peruano. En las regiones que éste abarcó, la huella indígena, tan fuerte en la sierra del sur y en Bolivia, se atenúa o cede ante el mestizaje blanco-indio-negro. Allí estaban, frescos todavía, los recuerdos del boato y de la arrogancia desplegados durante tres siglos por el Virreinato cuya capital era Lima: allí predominaba en cierta forma el desdén al "cholo" y al "serrano". Fue ése el sentimiento que explotó Felipe Pardo y Aliaga contra Santa Cruz llamándole "Alejandro Huanaco" y "Jetiscan" en festejadas letrillas y haciendo en ellas que el majestuoso Protector y su madre, la cacica Calaumana, hablaran como indias placeras o mayordomos. El proceso de formación de una nueva nacionalidad habría nacido, en este caso, paradojalmente de una antigua Audiencia para incluir un antiguo Virreinato; es decir, habría presentado un carácter insólito en América. Bolivia hubiera tenido que ir a lo que se ha llamado el "mégalo-estatismo", es decir, a la integración de un Estado pequeño dentro un vasto territorio vecino. Tal fenómeno de "mégalo-estatismo" fue lo que ocurrió en España en el siglo XVI y en Alemania y en Italia en el siglo XIX. Castilla, Prusia y Cerdeña respectivamente fueron las células dinámicas de esas "aglutinaciones crecientes"; pero Bolivia entre 1836 y 1839 no logró ostentar tal significado 56. En suma, la Confederación Perú-Boliviana, tal como fue planeada, no tuvo a su favor la necesaria cantidad de "probabilidades históricas".

LAS CAIDAS Y LOS RESURGIMIENTOS REPUBLICANOS Después de proclamar la Independencia, hubo de debatirse el Perú seis años en lucha civil-internacional para saber con certeza sólo en 1827 que sería el Perú y no parte de la Confederación Bolivariana; quince intensos años más tarde, en 1842, pudo, como resultado de luchas aún más cruentas, comprender que no había de ser, de una manera u otra, un Estado Perú-Boliviano. Luego vino una era de falaz prosperidad basada en la meteórica riqueza del guano que dio la mayor parte de las rentas del Presupuesto nacional. Después de esos años manirrotos surgió, hacia 1873, una grave crisis económica y hacendaría a la que siguió en 1879 la crisis internacional, la guerra con Chile. Perdida esa guerra en realidad antes de iniciarse en 1874, cuando al Perú le fue arrebatada la superioridad naval en el Pacífico Sur; perdida en 1880 cuando quedó destrozado el ejército de línea, perdida en 1881 cuando la capital fue ocupada y ya no hubo Estado organizado, siguió luchando el Perú todo el año 1881, todo el año 1882 y gran parte de 1883 hasta que se firmó la paz de Ancón. Se inició así en 1884 el tercer y más penoso resurgimiento después de la caída. Una cuarta caída serían la crisis económica y la inestabilidad política y social entre 1929 y 1933.

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No se podría entender la grandeza y la miseria de la vida republicana del Perú si no se percibe esta "Teoría de las Caídas y de los Resurgimientos". NOTA: 54 Juan de Matienzo, Gobierno del Perú, Buenos Aires, 1910, p. 85. 55 Publicaciones de aquel momento de teórica unión Perú-Boliviana son: Bases preliminares de la unión federal del Perú y Bolivia, La Paz, 1880 (hay edición en Lima); Geografía de los Estados Unidos Perú-bolivianos, o sea República Federal de los Incas con varios documentos de actualidad, por Simón Martínez Izquierdo y justicia Cavero Egúzquiza (Lima, 1880); y La unión federal del Perú y Bolivia. Rápido examen de las bases del pacto... seguido de un discurso sobre la federación y su aplicabilidad a Bolivia por Rodolfo S. Cavero, La Paz, 1880. 56 La posición de los historiadores chilenos, bolivianos y peruanos ante la Confederación Perú-Boliviana ofrece curiosas diferencias. Los chilenos, revelando la solidez de su espíritu nacional, ofrecen unanimidad en su juicio adverso, si bien Vicuña Mackenna, que escribió en 1863, condenó la política agresiva de Portales en su libro sobre este personaje. Una expresión reciente de este mismo sentimiento es la Historia de Chile por Francisco Encina. Aquí se afirma no sólo todo lo que tradicionalmente se adujo contra Santa Cruz sino que los estadistas e historiadores chilenos de la época no percibieron el peligro de que el Protector de la Confederaci6n pretendía conquistar el continente Sudamericano. Los bolivianos están muy divididos. Unos, como Cortés (Ensayo histórico de Bolivia, La Paz, 1861), elogian a Santa Cruz Presidente de Bolivia y censuran al jefe de la Confederación. Otros, sin llegar a esa censura, creen que el plan fue muy vasto, superior a las posibilidades del hombre y a las circunstancias (Alcides Arguedas, "Los caudillos letrados". Barcelona, 1902, Alfonso Crespo "Santa Cruz, Cóndor de los Andes" México, 1944). Una excepción a todo punto de vista nacionalista es Julio Alberto d'Avis S. quien en su obra "El Estado Boliviano y la Unidad Peruana" (Cochabamba, 1944, expresa un franco punto de vista favorable acerca de la unión entre ambos Estados, no sólo en la época de Santa Cruz sino en la actualidad y en el futuro, basándola en la geografía, en la historia y en las necesidades del porvenir. Los historiadores peruanos pueden ser clasificados en menos grupos; los anti-confederados (como Paz Soldán); los confederases póstumos (como Riva-Agüero en la crítica que hizo a Paz Soldán en su obra La historia en el Perú, Lima, 1910 y en el estudio titulado "Los dos Perúes" en El Comercio de Lima 6 de agosto de 1942). El autor de estas líneas ha adoptado una actitud estrictamente histórica analítica. (Ver Historia de la República del Perú, 41 edición, 1948).

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