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Los Cuadernos del Pensamiento NORTH BY NORTHWEST José Luis Pardo E n Glauben und Wissen, Hegel escribió una de esas ases penetrantes que le caracterizan: «La gran rma del Espíri- tu Universal... es el principio del Norte, la subjetividad». En los días actuales, en los que el pensamiento (y muchas otras cosas) parece estar dominado por la geopolítica en dos gran- des líneas de tensión (Norte-Sur, Este-Oeste) hasta tal punto que resulta dicil pensar en otra cosa o, cuando menos, pensar de otro modo, es- ta via sentencia de la gran época de la filosoa alemana puede servir de introducción para me- dir el rendimiento intelectual de esa cartograa simplificada que impera en la noología. Comen- cemos pues, con la acumulación de tópicos que nos permita reconstruir el topos. l. EL NORTE El principio del Norte es, pues, la Subjetivi- dad. A él se llega por un solo camino (método, en rigor cartesiano): la aniquilación del mundo. De esta aniquilación hay direntes versiones, desde la duda de Descartes hasta la reducción nomenológica, pasando por la deducción transcendental, la Auebung dialéctica de la re- lación sujeto-objeto, y la marxiana praxis acom- pañada de toma de conciencia. Después, naturalmente, es sencillo recuperar y reconstruir todo lo aniquilado, pero ya sólo co- mo una realidad inmanente a la conciencia, de- corado interior de la propia subjetividad onmia- barcante. Para decirlo con palabras de Husserl, «La conciencia, considerada en su «pureza», debe tenerse por un orden del ser encerrado en sí, como un orden de ser absoluto en que nada puede entrar y del que nada puede escapar; que no tiene exterior espaciotem- poral ni puede estar dentro de ningún orden espaciotemporal; que no puede experimen- tar causalidad por parte de ninguna cosa ni sobre ninguna cosa ejercer causalidad» (1). Tal es el imperativo del Norte, que se consti- tuye como territorio sólo merced a la nadifica- ción del mundo: coloniza todo paisaje, redu- ciéndolo a mera realidad intencional (2), que só- lo tiene sentido para una subjetividad más o me- nos imperialista. Tan pronto como se esboza en el horizonte una región ignota, tierra virgen sin conquistar, sinsentido, cosa-en-sí, un pedazo de Naturaleza en estado puro, una cultura inconta- minada, una lengua intraducible o un grupo so- cial incodificable, el príncipe del Norte envía sus ejércitos a domeñar al salvaje. Podríamos pen- 40 sar, apresuradamente, que los ejércitos del Norte llevan al nuevo territorio, además de sus armas onsivas, el veneno de la Escritura (que sepulta la tradición oral), la ponzoña del comercio (que destruye la organización tribal y las ancestrales relaciones de parentesco), la epidemia de la industria (que abole los víncu- los amistosos con los ecosistemas ambientes), la incción del poder estatal (que deroga las instituciones de jetura sin división jerárqui-

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Los Cuadernos del Pensamiento

NORTH BY

NORTHWEST

José Luis Pardo

En Glauben und Wissen, Hegel escribió una de esas frases penetrantes que le caracterizan: «La gran forma del Espíri­tu Universal... es el principio del Norte,

la subjetividad». En los días actuales, en los que el pensamiento (y muchas otras cosas) parece estar dominado por la geopolítica en dos gran­des líneas de tensión (Norte-Sur, Este-Oeste) hasta tal punto que resulta difícil pensar en otra cosa o, cuando menos, pensar de otro modo, es­ta vieja sentencia de la gran época de la filosofía alemana puede servir de introducción para me­dir el rendimiento intelectual de esa cartografía simplificada que impera en la noología. Comen­cemos pues, con la acumulación de tópicos que nos permita reconstruir el topos.

l. EL NORTE

El principio del Norte es, pues, la Subjetivi­dad. A él se llega por un solo camino (método, en rigor cartesiano): la aniquilación del mundo. De esta aniquilación hay diferentes versiones, desde la duda de Descartes hasta la reducción fenomenológica, pasando por la deducción transcendental, la Aujhebung dialéctica de la re­lación sujeto-objeto, y la marxiana praxis acom­pañada de toma de conciencia.

Después, naturalmente, es sencillo recuperar y reconstruir todo lo aniquilado, pero ya sólo co­mo una realidad inmanente a la conciencia, de­corado interior de la propia subjetividad onmia­barcante. Para decirlo con palabras de Husserl,

«La conciencia, considerada en su «pureza», debe tenerse por un orden del ser encerrado en sí, como un orden de ser absoluto en que nada puede entrar y del que nada puede escapar; que no tiene exterior espaciotem­poral ni puede estar dentro de ningún orden espaciotemporal; que no puede experimen­tar causalidad por parte de ninguna cosa ni sobre ninguna cosa ejercer causalidad» (1).

Tal es el imperativo del Norte, que se consti­tuye como territorio sólo merced a la nadifica­ción del mundo: coloniza todo paisaje, redu­ciéndolo a mera realidad intencional (2), que só­lo tiene sentido para una subjetividad más o me­nos imperialista. Tan pronto como se esboza en el horizonte una región ignota, tierra virgen sin conquistar, sinsentido, cosa-en-sí, un pedazo de Naturaleza en estado puro, una cultura inconta­minada, una lengua intraducible o un grupo so­cial incodificable, el príncipe del Norte envía sus ejércitos a domeñar al salvaje. Podríamos pen-

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sar, apresuradamente, que los ejércitos del Norte llevan al nuevo territorio, además de sus armas ofensivas, el veneno de la Escritura (que sepulta la tradición oral), la ponzoña del comercio (que destruye la organización tribal y las ancestrales relaciones de parentesco), la epidemia de la industria (que abole los víncu­los amistosos con los ecosistemas ambientes), la infección del poder estatal (que deroga las instituciones de jefatura sin división jerárqui-

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ca) y el síndrome de la ciencia ( que convierte en ignorantes y analfabetos a los herederos de siglos de saber popular sedimentado en las tradiciones). Podríamos pensar, en suma, que el príncipe del Norte impone a los vencidos la lengua del imperio (armas, libros, dinero, fá­bricas, burocracia, ingeniería genética). Pero esto no sucede de modo tan simple. El éxito nórdico se cifra más bien en su capacidad para el aprendizaje de las lenguas extranjeras, en

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primer lugar, y, en segundo y principal, en sus esfuerzos de traducción.

La vanguardia de los ejércitos del Norte, ade­más de los ostensibles instrumentos beligeran­tes ya listados, tiene sus mejores exploradores en la brigada de los semiólogos. Ellos se encar­gan de encontrar un sentido a lo que parece no tenerlo, ponen nombres a las ciudades al tradu­cirlas, descubren adulteraciones culturales en la tierra pretendidamente virgen de la Naturaleza, idean traducciones de la lengua vernácula e in­terpretaciones para la conducta social de los aborígenes. Después del spade-work de los se­miólogos de vanguardia, los lógicos de retaguar­dia reforman su propio Código del Idioma del Norte de modo que también comprenda e in­cluya, codifique y descodifique la nueva lengua (los indígenas no han perdido definitivamente su cultura: podrán recuperarla, tras esta epoché, estudiándola en las escuelas y leyendo la Enci­clopedia Británica).

Por ello, el Norte no reconoce exterioridad ni causalidad alguna, no tiene espacio ni tiempo porque es el espaciotiempo. Bajo su capa de sig­nificados, bajo su Sinngebung, este Código cons­tantemente ampliado y reformulado adquiere a los ojos del semantólogo el rostro del Espíritu Universal, porque «todo lo que es congnoscible para un yo tiene que ser por principio cognosci­ble para todo yo» (incluidos los hipotéticos «es­píritus quizás vivientes en los más lejanos mun­dos estelares» (3).

El Norte no concede tregua a la Naturaleza porque la Naturaleza es una invención de la subjetividad, el espíritu enajenado de sí mismo, extraño significante que sólo puede traducirse como guerra absoluta (Hobbes), desierto (Rous­seau) o etapa infantil que la civilización efectiva se presta a superar. El Norte requiere un co­mienzo absoluto, exento de cualquier tipo de presupuestos.

Para liberarse de los presupuestos puede lle­gar al etnocidio o al genocidio, a la agresión in­dustrial contra la naturaleza. Antes de la subjeti­vidad, como fuera de ella, no puede haber nada (lquién estaría allí para atestiguarlo?). Dicho de otro modo, el origen de la subjetividad es la na­da desde la que se pasa al ser. Pero la nada no es nada ni significa nada. Sea como quiera de com­plicado el significado de algo, el código ha de agotar su explicación de modo inferencia!, no puede haber nada inexplicable o indecible, por­que no hay ninguna región del ser no recubierta por el sentido. Y el Sur no es aquella civiliza­ción extinguida sobre lo que el Norte impera, si­no la más genial de las invenciones del Norte, la nostalgia del guerrero que añora una playa so­leada en las frías noches de derrota.

Y aún hay más: si el Norte implica un origen absoluto, también ha de entrañar la posibilidad de un final absoluto (la culminación termonu­clear del mundo). Como una sombra impensa­da, la eventualidad de una destrucción efectiva

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del mundo está incluída en el principio del Nor­te ( que no forma parte del mundo).

«Es concebible -continúa Husserl- que el orden entero de la experiencia pierda la fir­me regulación de sus matices y escorzos, apercepciones y apariencias, es concebible que ya no haya un mundo» ( 4).

Concebible, sí, mas no alarmante. A través de esa eventualidad, se filtra a la conciencia la posi­bilidad esencial de no-ser implicada en toda cosa trascendente a la subjetividad. «El ser de la con­ciencia quedará sin duda modificado por una aniquilación del mundo de las cosas, pero intac­to en su propia existencia» (4). He ahí el desafío lanzado al fin del mundo por parte de un siste­ma nórdico que se sabe inagotable. Todo puede destruirse, pero también (semiológica y fenome­nológicamente) reconstruirse. Ello no obstante, en las noches heladas y húmedas, el príncipe del Norte percibe cómo el mundo, en una gigantes­ca emigración, se fuga hacia el Oeste, la direc­ción mítica del espacio por donde todo desapa­rece, y no puede reprimir un sollozo por el cre­púsculo de las cosas mismas: Entre la concien­cia y la realidad en sentido estricto se abre un verdadero abismo de sentido» (5).

2. EL SUR

De lo anterior se sigue que es consustancial alprincipio del Norte el no tomar en serio la idea de límite. El Norte necesita límites (tierras vír­genes, lenguas desconocidas), e incluso vive se­cretamente de ellos, los vampiriza; pero sólo los necesita para engullirlos y superarlos, para abo­lirlos y derogarlos en un despliegue infinito por definición. Pues bien, el Sur es ese límite per­manentemente abolido que forma parte de la re­presentación del Norte como lo que el viento (del norte) se llevó.

Pero si el Sur está (paradójicamente) presente en el Norte, también es cierto lo contrario: el in­vierno frío y húmedo del Norte es el infierno frío y húmedo del Sur (Hades), pozo oscuro del que procede la vida, si bien para vivir es necesa­rio advenir a la superficie y someterse, primero, a la pre-cocción solar, y, después, a la condimen­tación cultural y social (6). El principio del Sur es, por tanto, la Naturaleza (Physis).

El Norte necesita un comienzo y un fin abso­lutos, así como la expulsión de todo presupues­to implícito preconceptual. El Sur, bien al con­trario, requiere un presupuesto indeclinable e inexplicitable, irreductible a una aclaración dis­cursiva exhaustiva, pero que rechaza todo co­mienzo o todo fin absolutos (La Naturaleza). Y es este un presupuesto transgeográfico que, sin embargo, viene de Oriente. El único designio de los pobladores del Sur es capturar esta riqueza de la corriente inagotable de vida procedente del Norte sin despojarla de su encanto natural. Para acceder a ella es preciso renunciar por un mo­mento a la subjetividad, perder instantáneamen-

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te la conciencia y fundirse en un abrazo entu­siástico y místico con el ser. Al aspirar los perfu­menes de Oriente, es inevitable que la concien­cia sucumba, pero es también necesario conser­var el aroma exuberante en un recipiente mági­co que impida que su embriaguez se disuelva en el aire. Esta mágica caja de resonancia es la me­moria, una memoria impersonal, metasubjetiva, custodiada por la vanguardia de los ejércitos de sur: los poetas inspirados y mitólogos mistéri­cos, que repiten las ceremonias rituales del enigma para hacer retornar eternamente el Myt­hos. La retaguardia la configuran los filósofos, cuya tarea consiste en leer el mito en clave de lógos o, en otros términos, en transformar las respuestas sin pregunta de los mitopoetas en los problemas sin solución de los metafísicos. Aquellos mitos y estos discursos constituyen límites para el expansionismo nórdico porque, en ellos, a diferencia de lo que sucede en el Norte, la nada está dentro y no fuera del siste­ma: siempre hay lo intraducible, un sentido-de más (palabra indecible, vacío de ser), o un ser­de-más (vacío de sentido, objeto sin interpreta­ción).

El Sur se defiende del terrorismo del Norte eclipsándose en el misterio de una felicidad que consiste en repetir siempre la misma historia pa­ra celebrar cómo todo vuelve en cada recitación poética o en cada meditación filosófica. Los se­miólogos del Norte (incapaces de soportar el aburrimiento que implica la eterna repetición de lo mismo, envenenados por el síndrome moder­nizante de la búsqueda de novedades) se afanan en descubrir las diferencias. Y así encuentran que, en realidad, bajo la apariencia de Lo Mis­mo, proliferan versiones distintas y contradicto­rias, que es preciso unificar (y este es el objetivo del Código).

Una cierta anulación del Sujeto es constituti­va del principio del Sur, en el que todo (incluído el sujeto) forma parte del orden de la Naturale­za. Y el Norte no es sino la más genial de las in­venciones del Sur, el pretexto para su desplaza­miento ilimitado a una región del ser no recu­bierta por el sentido, el presentimiento de los demonios súcubos del Mediterráneo. Y el suje­to no es sino la más genial invención de la Natu­raleza, que se forja así un receptáculo en el que hacerse manifiesta, una memoria.

El problema de nuestros días es sencillamente éste: el Sur, determinado desde el principio co­mo un territorio Gane with the Wind, sólo pre­sente mediante la nostalgia del pasado o del por­venir, ha inventado una sofisticada estrategia para defenderse de las invasiones nórdicas, a sa­ber: la idea de que la Naturaleza es agotable y que, si continúan las conquistas, pronto ya no habrá nada que conquistar. El Sur es capaz de renunciar a su principio (la Naturaleza como fuente inagotable de ser) con tal de obtener una porción de supervivencia. En tal tesitura, el Nor­te se encuentra ante la alternativa de seguir

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avanzando hacia el precipicio (el abismo de sen­tido señalado por Husserl) o derrumbarse ante la escasez de ser. La euforia de los guerreros del Norte consistía en su convicción de que, por muy lejos que fueran, siempre habría un pedazo de naturaleza para conquistar. La paciencia de los ciudadanos del sur brotaba, al contrario, de su confianza en encontrar siempre una isla de Naturaleza incólume en la que resistir a las con­quistas. Actualmente, parece como si los últi­mos supervivientes sureños estuvieran refugia­dos en el último reducto de la phys;s. Los con­quistadores del Norte poseen medios sobrados para apoderarse de esa última región pero, si lo hacen, su propia Edad de Oro habrá terminado. En suma, también la subjetividad ha chocado contra su finitud, y ha hallado que es ella quien se encuentra amenazada por una radical posibi­lidad de no-ser. No se puede añadir ningún sig­nificante más al código, aunque queda sitio para uno. Si ese hueco se rellena, el código estallará por los aires arrastrando con él a todos los suje­tos y a toda la Naturaleza (el Norte se ve obliga­do a inventar tácticas endiabladas, como perdo­nar parte de la Deuda exterior del Sur para po­der seguir endeudándole).

El agotamiento de la Naturaleza refleja la fini­tud del Sujeto. Y la causa profunda de esta crisis ha de buscarse en que, por alguna razón, el Este ha dejado de suministrar aromas exóticos y el Oeste se ha superpoblado de fugitivos.

3. EL ESTE Y EL OESTE

Para continuar con nuestra figura, digamosque sucedió que al ver la debilidad manifiesta del príncipe del Norte, sus Semiólogos decidie­ron dar un golpe de Estado, tomar el poder y asesinarle. Así fue como el Sujeto fue expulsado de la representación y quedó solamente el códi­go. Inopinadamente, esta situación dio como re­sultado el fallecimiento de las verdades empíri­cas. Veamos cómo.

Wittgenstein escribió que «el sujeto pensante, representante, no existe», y también que «el su­jeto no pertenece al mundo, es un límite del mundo». Pues bien, el Este civilizado (o sea, el Noreste) es el mundo del que se ha expulsado al sujeto por una argucia semántica que vino del Este (Tarski), y que fue prologada y prolongada por Russell, Carnap, Frege y Godel. Incomple­tud formal, escala de metalenguajes o teoría de los tipos, los esfuerzos de los semiólogos siste­máticos se dirigieron a evitar las paradojas y, pa­ra ello, situaron en el núcleo de su doctrina un dogma central: la prohibición de la auto-alusión (ninguna proposición puede referirse a su pro­pio valor de verdad). Ningún individuo está au­torizado a decir la verdad sobre sí mismo, pero s;empre hay algún otro (que utiliza un metalen­guaje de rango superior o pertenece a un tipo más elevado en la escala jerárquica) que puede hacerlo. Nadie sabe su propio nombre, pero lo

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lleva inscrito en el cuerpo en una lengua que no está autorizado a traducir, y que sólo otro (su superior) puede descifrar. Con respecto a sí mis­mos, todos son ilustrados. Se forma así una pirá­mide parecida a la gerontocracia soviética (o a cualquier otra burocracia celeste), llamada con razón Nomenklatura: la administración política es el archivo, el nomenclator universal que con­tiene los nombres de cada individuo, sus códi­gos secretos (números de Godel) y el grado je­rárquico de sus tipos. Por un proceso de desa­rrollo, se puede llegar desde un individuo de ti­po 2000 a todos sus inferiores (a los cuales re­presenta ante un posible individuo de tipo 2001), hasta los individuos de tipo 0. Estos son aquellos que hablan directamente con la Natu­raleza. Pero las variedades que ella les cuenta, o bien son entidades psicológicas y, por tanto, es­tos individuos están condenados al silencio so­lipsista y su intercomunicación se prohibe para evitar contrasentidos, o bien han de ser estable­cidas por comparación con la opinión de un gru­po de individuos de tipo superior (el Comité Central, el Buró político, el Secretariado Unifi­cado, etc.). Russell, que estuvo cerca de soste­ner la primera opción, criticó con lucidez la se­gunda: conduce directamente a reconocer que las verdades empíricas dependen de la policía (7). Y por ello el Este es una combinación de so­lipsismo, Goulag y Estado Policial. Este es, ine­vitablemente, un modelo monolítico y monoló­gico que los lingüistas que llegaron del Este han configurado bajo el nombre de El Sistema del Emisor (y que Baudrillard llama «el terrorismo del Código», ya que en él no hay posibilidad más que de callar u otorgar (8)).

En la otra parte del mundo (el Sur), los filóso­fos perseguidores de las cosas mismas protago­nizaron una insurrección contra los metafísicos y abrieron en el Sujeto una enorme brecha, que algunos llamaron «el inconsciente», por la cual terminó escapándoseles toda la Naturaleza: para ellos ya no había cosas, ya no había ser, sino so­lamente interpretaciones. De manera inespera­da, esta posición acabó por cercenar el ideal de una comunidad de diálogo (ágora).

Gadamer escribió que «el ser que se com­prende es lenguaje»; pues bien, el Oeste civiliza­do (s;ve Noroeste) es el mundo del que se ha ex­pulsado a la Naturaleza por una argucia semánti­ca típicamente occidental. Esta argucia se llama «teoría de los Actos de Habla» y puede resumir­se como sigue. En el ágora, cada cual tiene el derecho y el deber de decir toda la verdad sobre sí mismo; es más, no puede evitarlo ya que to­das las proposiciones efectivamente enunc;adas son autoalusivas, dicen la verdad de lo que dicen y de quien las dice, dicen lo que hacen y hacen lo que dicen. No es solamente que al decir pala­bras («Prometo X») se hacen cosas (promesas), como mostraron Austin y Searle, sino que, se­gún sostienen Apel y Habermas, si no deseamos que el Oeste siga siendo el Far WUd West hob-

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bessiano de la ciudad sin ley, es necesario que sólo se hagan cosas con palabras (abandonando medios incivilizados como el trabajo o la gue­rra). Así pues, toda palabra es acción intersubje­tiva, el lenguaje no se refiere al mundo, sino que sirve para actuar sobre los demás. Hay, en­tonces, que garantizar una /dealesprechsituation en la que todos tengan igual a la palabra (y, por ende, a la acción), en la que todo el mundo vea transparentemente a todo el mundo y nadie ni nada pueda esconderse a la mirada democrática. En segundo lugar, hay que garantizar que todos los interlocutores pertenecen al mismo universo de discurso ( o sea, viven en el mismo mundo) y que poseen un mismo esquema conceptual ( o sea, son capaces de llegar a acuerdos universales sobre cómo es y debería ser el mundo en que vi­ven). Para ello, se cuenta con las virtudes con­certadas del Contrato Social y de la Razón Natu­ral, y con el auxilio filosófico de la Metafísica Descriptiva, la Gramática Normativa, la Pragmá­tica Universal y la Hermenéutica trascendental. Este es un modelo dialéctico y dialógico que re­presenta bien lo que podríamos llamar «La Nor­ma del Locutor» (ya que en él sólo se trata del modo más sibilino de obligar al alocutario a aceptar los presupuestos de mi conversación sin tener que responsabilizarme por ello (9)). Y esto es exactamente lo que Michel Foucault ha lla­mado una sociedad disciplinaria; es decir, una sociedad en la cual todo está movilizado contra la peligrosidad virtual de individuos que pudie­ran romper el pacto, no hacer lo que dicen (ha­cer) o no decir lo que hacen (al decir), indivi­duos no-idénticos que afirman haber escrito Waverley pero no son Walter Scott, que prome­ten sin decir «yo prometo» o dicen «yo prome­to» sin prometer. No se trata en absoluto de una comunidad de diálogo: la transparencia publicita­ria total no es un ideal, sino un hecho. La divulga­ción conjunta de los entresijos del Sistema del Emisor y de la Norma del Locutor, de la que se encargan los semiólogos y los hermeneutas, con­vierte el entubamiento audiovisual, por el que to­dos los ciudadanos occidentales se han convertido en propietarios de un panóptico, en la perversión autoerótica de un ojo que se mira a sí mismo, sin darse descanso, para no olvidar jamás cuál es su rostro, para disfrutar del poder de mirar sin ser vis­to y del placer de ser mirado sin ser visto.

4. EL TERCER MUNDO

El último rasgo de la geopolítica ( esa rama dela geografía fantástica) dominante que comenta­remos es la creciente y escandalosa disolución de las diferencias entre el Este y el Oeste. Esta pérdida de distinción (la sustitución de la opción tradicional «izquierda/derecha» por la más apo­calíptica «todo/nada») se presenta bajo dos figu­ras igualmente descorazonadoras: el aburri­miento universal o la catástrofe planetaria. El tercer mundo es la intersección del Este y el

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Oeste, mezcla abigarrada de Ghetto y Gulag a donde son exiliados todos aquellos que, en el Este, pretenden aludir a su propio valor de ver­dad y crear paradojas, y todos aquellos que, en el Oeste, pretenden aludir las reglas innatas o trascendentales de la Universalpragmatik. En otras palabras, el tercer mundo puede definirse como la suma de las diferencias que separan al Este del Oeste y viceversa. Sus pobladores son, ciertamente, autoalusivos, pero también paradó-

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jicos. Al autoaludirse, no se convierten en publi­cidad viva de sí mismos, de su identidad o del mentalenguaje capaz de expresar su verdad, sino que designan y hacen referencia exclusivamente a su diferencia. El Norte se desplaza hacia el Noroeste, donde el Sistema del Emisor se con­vierte en Hermenéutica trascendental; los vien­tos de Oriente que renovaban el aire del Sur ya sélo llevan el hedor de la pirámide burocrática de jerarquías metalingüísticas. El Norte se des-

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cubre así como una invención del Sur, y el Sur como una invención del Norte: ambos en el punto en que son incapaces de seguirse inven­tando mutuamente.

Entretanto, la suma de diferencias entre el Este y el Oeste sigue siendo inferior a uno, habi­tada por los analfabetos del código y los guerri­lleros semiológicos. Esto quiere decir que el ter­cer mundo no es ni siquiera uno, no es ni si­quiera un mundo. Y antes de que se convierta en uno (un este mundo u otro otro mundo), es preciso extraer las conclusiones que se imponen al pensamiento tras un recorrido cartográfico co­mo este. Porque el mapa de las orientaciones tópi­cas de las ideas abre al pensamiento contemporá­neo la tarea de pensar conjuntamente el hundi­miento de la Naturaleza y del Sujeto en lugar de convertirse en conservador (Platzhalter) de sus re­siduos, pensar la transgresión concertada de la No­menklatura y la Competencia Universal.

Un pensamiento que sea suma de diferencias con lo ya pensado pero que permanezca inferior a uno, que ya nunca más pueda volver a ser uno, y que, sin embargo, no sea, como hasta ahora, igual a cero. Si la lógica del discurso y la semió­tica del Emisor expresan una geopolítica, tam­bién es posible que una cierta geografía política (llámese mítica, delirada, poética o metafísica) sea la mejor gimnasia intelectual para el adies­tramiento en una lógica de la diferencia ey en una pragmática de la guerra (anti-) semántica.

NOTAS

(1) Ideas relativas a una Fenomenología pura y una filo­sofía fenomenológica, I (trad. cast. de J. Gaos), Ed. Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 114.

(2) « ... es el mundo espaciotemporal entero ... un meroser intencional por su sentido o un ser tal que tiene el mero sentido secundario y relativo de ser un ser para una con­ciencia», ibíd.

(3) Husserl, op. cit., p. 111.( 4) op. cit., p. 112.(5) p. 114.(6) Cfr. Marce! Detiene, Les jardins d'Adonis, Ed. Galli­

mard, París, 1972 (trad. cast. Ed. Akal), passin., y L'inven­tion de la Mythologie, ed. Gallimard, París 1981 (trad. cast. Ed. Península), Cap. IV.

(7) «De acuerdo con Neurath y Hempel, decir 'A es unhecho empírico' equivale a decir 'la proposición «A es un hecho empírico» es consistente con un cierto cuerpo de proposiciones previamente aceptadas'. En otro círculo cul­tural puede que se acepte otro cuerpo de proposiciones; de­bido a esto, Neurath está en el exilio. El se hace notar a sí mismo que la vida práctica reduce muy pronto la ambigüe­dad, y que nos vemos influidos por las opiniones del próji­mo. En otras palabras, la verdad empírica puede estar deter­minada por la policía» (Bertrand Russell. Significado y Ver­dad, trad. cast. Ed. Ariel, Barcelona, 1983, p. 149).

(8) J. Baudrillard, Crítica de la economía política del sig­no, trad. cast. Ed. Siglo XXI, México, 1974.

(9) Vid. los trabajos de Oswald Ducrot en Les mots dudiscours, Ed. de Minuit, París, 1980, Les échelles argumenta­tives, Minuit, 1980, y Dire et ne pas dire, Ed. Hermann, París, 1972 (trad. cast. de esta última obra en Ed. Anagrama).