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No. 18 Y si queda futuro que un episodio ya pasado fue de distinta manera a la realidad? en libertad, ¿a quién daña o a quién perjudica que ella crea en lo

No. 18. Paranoia

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Revista cultural de distribución gratuita por internet. No. 18 - enero 2013

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No. 18

Y s i q u e d a futuro que un episodio ya pasado fue de distinta

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Ilustración de portada: Vincent van Gogh, Cráneo fumando un cigarrillo, 1886.

Cita: Torcuato Luca de Tena, Los renglones torcidos de Dios.

Derechos Reservados. La pluma en la piedra , Toluca, México, No. 18, enero 2013.

La pluma en la piedra es una publicación mensual e independiente de distribución gratuita por

internet. Todos los artículos, ensayos, escritos literarios y obras publicadas son propiedad y

responsabilidad única y exclusiva del autor y pueden reproducirse citando la fuente.

http://laplumaenlapiedra.blogspot.com/

[email protected]

La pluma en la piedra

@PlumaenlaPiedra

La pluma en la piedra

Tenemos la fortuna —o el infortunio— de saludarlos nuevamente. El mundo no se

terminó, ni escribimos desde el infierno y seguimos sin saber si hay WiFi por tan

gloriosos lares. Sin embargo, agradecemos que en esta nueva era

pseudopostapocalíptica sigan leyéndonos y colaborándonos.

“Y si queda en libertad, ¿a quién daña o a quién perjudica que ella crea en lo futuro

que un episodio ya pasado fue de distinta manera a la realidad?”

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Colaboraron en esta edición

Fotografía

Karina Posadas Torrijos

Aldo Rosales

Moreliana Negrete

Sergio Fernando Palacio Pérez

José J. González

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Editorial

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Paranoia

Aracnofobia Aldo Rosales

Miedo al Temblor

Moreliana Negrete

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C o n v o c a t o r i a

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Creación literaria

A un amante despreciado Sergio Fernando Palacio Pérez

El caos engendra vida

José J. González

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La Galería

Piedras Karina Posadas Torrijos

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La pluma en la piedra

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S aludos a todos, sobrevivientes del fin del mundo. Con la

novedad de que seguimos dando vueltas, aunque ya sabíamos

de sobra que así pasaría. No vayan a creer que nos

escondimos en nuestros bunkers (entiéndase: el cuarto que

rentamos) con miles de provisiones (entiéndase: latas de atún) e

implorando por el perdón de nuestros pecados (entiéndase: viendo

todos los documentales sobre el fin del mundo). En vez de eso,

preferimos trabajar en este nuevo número, que gracias a nuestros

audaces colaboradores, quienes en vez de dejarse engañar por profecías

apocalípticas, continuaron con su obra creativa. Sin más preámbulos,

presentamos en este bonito número, dos narraciones que rozan la

paranoia: por un lado, está “Aracnofobia” de Aldo Rosales y, por el otro,

“Miedo al Temblor” de Moreliana Negrete.

En nuestra conocida Galería, podrá admirar una fotografía a color

de Karina Posadas Torrijos titulada: Piedras.

Y en Creación Literaria, tenemos el gusto de leer a Sergio Fernando

Palacio Pérez con “A un amante despreciado” y a José J. González con

“El caos engendra vida”.

Sin más por el momento y disculpándonos porque esta edición salió

un martes, ya que no pudimos dejar de jugar con lo que nos trajeron los

Reyes, quedamos de ustedes.

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Por Aldo Rosales

Aracnofobia

L aura se dio cuenta de que no estaba sola en su nuevo departamento justo cuando

entró al baño: ahí, sobre uno de los azulejos, tan perfectamente colocada que parecía

parte de la decoración, había una araña negra.

Cuando se asomó por la ventana y le gritó a los de la mudanza que regresaran, todos en la

calle, menos a los que ella llamaba, voltearon hacia el tercer piso del edificio de departamentos que

se hallaba en una calle tapizada de flores moradas; ya las jacarandas lloraban en otoño precoz.

Sintió vergüenza y metió rápidamente la cabeza para que no la siguieran lapidando con miradas,

como ceremonia de príncipe caído y repudiado por su pueblo; recordó entonces cuanto le

desagradaba que la miraran más de dos personas al mismo tiempo; sentía, aunque nunca lo dijo

abiertamente, que se burlaban de la pequeña cicatriz junto al labio. Caminó hacia la cocina para

mirar debajo de la tarja: cloro, suavizante de telas y una bolsa con yeso hecho piedra. Por ningún

lado se veía un insecticida.

Regresó al el baño y volvió a asomarse, esta vez con las manos aferradas al marco de la

puerta, como si la araña fuese en sí misma un universo negro, con su propia fuerza de gravedad.

Ahí seguía, posada justo en la mitad del mosaico. La regadera dejó escapar un par de gotas que se

hicieron un pequeño chorro. Sólo eso faltaba: una llave con incontinencia.

Laura volvió a la sala. Se sentó en la única silla que no tenía cajas o bolsas encima. Pensó en

llamarle a Paola: imposible, estaba de viaje con su nuevo amante; Jessica: haciendo el doctorado en

lenguas indígenas en una universidad del sur; Marco Antonio: seguramente aún con resaca, tirado

en el sillón de algún viejo o nuevo amigo; Marcela: hacía años que se había ido a Europa; Gisela:

peleadas por el asunto aquel del trabajo en equipo que hicieron en la universidad; su novio: no

existía. No se había detenido a pensar en ello, pero estaba más sola de lo que creía. Pensó en llamar

a alguno de sus nuevos vecinos, pero el edificio, desde que lo visitó para checar las condiciones del

departamento y negociar el precio, parecía vacío, o por lo menos poco lleno.

Para mis amigos Miguel e Iraìs;

felicidades por esa mudanza.

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Laura salió de su departamento luego de cerciorarse que, en la bolsa frontal de su sudadera

de los fines de semana, dos tallas más grandes que ella, tenía las llaves. Salió y se sentó a un lado de

la puerta a fumarse un cigarrillo mientras pensaba qué hacer; quizás el humo, por lo menos, haría

salir a alguno de los vecinos a recordarle a Laura que, aparte de fumar dentro del inmueble, en e l

número doscientos del paseo de los recuerdos, estaba prohibido: recibir visitas en la madrugada,

hacer ruido después de las diez de la noche, tener mascotas, obstruir los pasillos, subarrendar parte

del departamento, comerciar dentro de las casas, guardar sustancias corrosivas y/o explosivas,

modificar la vivienda sin previo consentimiento del dueño o dejar la basura fuera de los

contenedores dispuestos para tal uso. Nada: ningún vecino, ningún ruido siquiera. La tarde parecía

haberse tragado a todo el mundo.

Laura regresó a su departamento y volvió a asomarse al baño: ahí estaba la araña, como una

cuarteadura viva, aunque en realidad, el que estuviera viva, Laura no lo había comprobado, ni la

araña había dado muestras de ello. Laura caminó hacia atrás para no darle la espalda a aquella

criatura. Tropezó con un par de enormes bolsas negras para basura; del interior de ellas se escapó

un sonido de cristal roto. Sólo eso le faltaba: su primer día en su nuevo departamento y ya había

roto algo, quizás el espejo. Siete años de mala suerte que, por supuesto, empezaban con una araña

en casa. Intentó recordar si, entre las cosas que extrajo del baño de su anterior casa, había un poco

de insecticida. No recordaba, y mucho menos recordaba en qué caja o bolsa había puesto las

cremas, los desodorantes y el shampoo. Revisó muy por encima algunas de las cajas que estaban

apiladas en la pieza que algún día sería la sala-comedor: fotos, vasos, cobijas, libros, libros, libros,

zapatos, libros, zapatos, libros. Ninguna de las leyendas a los costados de las cajas brindaba alguna

pista. Podría arrojarle un zapato a la araña, pero corría el riesgo de no darle y el animal podría huir.

Quizás acercarse con un libro y arrojárselo, pero el problema de la puntería seguía siendo lo

inmediato. Además, el libro se mojaría en el charquillo que ya se había formado a causa de la fuga

en la regadera.

Por fin Laura se decidió a llamar a informes para pedir el número de algún exterminador,

pero cuando tomó el teléfono celular e intentó marcar, se dio cuenta que la recepción en el

departamento era nula. Respiró hondo para no arrojar el teléfono a alguna de las paredes. Volvió a

asomarse al baño: la araña seguía ahí, rompiendo abruptamente, con su diminuta negritud, el

blanco cegador del baño. Estuvo a punto de arrojarle la bandeja de agua que estaba bajo la gotera

en el fregadero, pero pensó que el agua sólo irritaría al animal y quizás atacara. Regresó entonces a

la pieza principal y volvió a sentarse. Se quitó los tenis porque estaba comenzando a ponerse tensa:

Aldo Rosales

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Aracnofobia

el tibio de la duela la relajó un poco. Luego volteó hacia abajo: nunca había reparado en ello, pero

sus dedos le parecían demasiado largos, y hasta feos. Se volvió a poner los tenis rápidamente

cuando recordó la araña. Pensó entonces en usar el teléfono del departamento. Luego de remover

innumerables cajas y bolsas, encontró lo que buscaba: su aparato telefónico. Dio vueltas alrededor

de la pieza buscando dónde conectarlo, pero al darse cuenta que la conexión estaba detrás de la

mesita de centro, incrustada justo entre el refrigerador y la lavadora, se dio por vencida.

Laura pensó que la dueña del departamento no tardaría en llegar a revisar si todo estaba bien.

Entonces le reclamaría por todo lo que había hallado durante la búsqueda de insecticida: goteras en

el baño, sarro en el inodoro, pintura leprosa en el cuarto de lavado y una araña en el baño que, por

supuesto, no debía ser la única. Repentinamente pensó en una posibilidad: la araña había llegado

entre sus pertenencias. Se levantó de la silla, sintiendo innumerables y minúsculos pasos por la piel.

Se sacudió nerviosamente la sudadera y el cabello. Nada: al parecer no había más arañas.

Laura estaba a punto de tomar su bolsa y salir a buscar ayuda cuando escuchó que alguien

llamaba a la puerta de entrada al edificio: no debía ser un vecino porque estaba tocando, y tampoco

podía ser algún amigo de algún inquilino porque no estaba usando el interfón. Tomó sus llaves y su

celular y bajó a prisa los escalones que daban hacia el acceso principal. A través del cristal grueso y

de figuras caprichosas, se veía la figura distorsionada de alguien. Aquella persona volvió a tocar

groseramente a la puerta mientras Laura buscaba la llave indicada para abrir: el cristal parecía a

punto de romperse por los golpes dados con una moneda. Por fin pudo abrir. Era un hombre de

aproximadamente cuarenta años, alto y de barba un tanto encanecida y bien recortada. Laura, antes

de siquiera tener oportunidad de contestar el saludo, se vio a sí misma reflejada en los ojos del

hombre que preguntaba por un tal Alfredo o Alfonso. Contestó que era nueva en el edificio y que

no conocía a nadie. El hombre, antes que Laura lo notara, ya estaba dentro, mirando hacia arriba de

las escaleras. Laura cerró la puerta con llave y ambos subieron, envueltos en un silencio largo, pero

no incómodo. Ella estuvo a punto de pedirle a aquel hombre que, antes de buscar a su amigo,

entrara a su departamento y matara a aquel animal. Lo único que pronunció antes de entrar y cerrar

la puerta tras de sí, fue una sonrisa nerviosa. Por un instante, volvió a sentirse como en la

universidad: incapaz de confiar en alguien.

Adentro nada había cambiado: las cajas seguían desperdigadas. Las goteras seguían

humedeciendo el sonido del departamento. La araña, quieta como un segundo de tragedia, se

negaba a irse. Laura volvió a sacudirse el cabello y la sudadera mientras se alejaba del baño. Por un

momento creyó sentir algo velludo que le caminaba por los pies, pero fueron sólo sus nervios. No

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Aldo Rosales

aguantaba más la situación: tomó la escoba que estaba en la cocina y se dirigió al baño. Justo

cuando iba a entrar, sonó el interfón: era Ángel. Laura bajó rápidamente a abrir la puerta. A través

del cristal de la entrada, Ángel se veía más alto. Las llaves, temblando en manos de Laura, parecían

una araña metálica de patas dispares. Por fin logró abrir. Luego que se abrazaron, y que ella le

preguntó cómo había dado con su nueva casa, subieron las escaleras. Laura, por un segundo, creyó

ver al hombre al que le había abierto la puerta, pero no estaba segura. Entró luego de ceder el paso

a Ángel.

Antes de siquiera invitarlo a tomar asiento, Laura le pidió a Ángel que fuera al baño y matara

a la araña. Él accedió curioso: no recordaba que su mejor amiga y ex novia tuviera miedo a las

arañas. Entró al baño. Su voz comenzó a tener eco: sus comentarios sonaban doblemente huecos

en la pequeña pieza del baño. “¿Pero, cuál araña?” preguntó Ángel dentro del cubo de la regadera,

mientras volteaba a todos lados y acercaba la vista a los huecos en el mosaico. Después de revisar

por cuarta vez todos los rincones del baño, él le dijo que quizás aquel bicho había desaparecido por

la ventana. Era posible. Laura se asomó al baño, siempre aferrada al brazo izquierdo de su amigo.

Salieron a la pieza principal. Ángel se sentó en una bolsa llena de ropa, luego de sacudirla

enérgicamente. Laura movía los pies rítmicamente mientras contaba, detalle a detalle, cómo había

sido su separación. No lo había pensado hasta que se lo contó a Ángel, pero quizás, después de

todo, Roberto la engañaba. Calló por un momento cuando escuchó unos pasos detenerse frente a

su puerta: el sonido de una moneda contra la puerta la hizo saltar. Era el hombre que había subido

a buscar a alguien. Laura no lo dejó terminar la petición: le dijo a Ángel que no tardaba, que sólo

iba a abrir la puerta de abajo. En el camino no dijeron nada, sólo se sonrieron cuando el hombre se

despidió luego de dar las gracias.

Cuando Laura regresó, Ángel miraba a contraluz un jarrón. Se sonrieron.

“¿Te acostumbras a estar sola?” preguntó Ángel mientras se abotonaba la camisa. Laura hizo

un gesto vago y se levantó del colchón que habían improvisado con bolsas llenas de ropa.

Compitieron para ver quién terminaba de vestirse primero. El castigo al perdedor: ir a buscar

comida y algo de beber. Como Laura usaba ropas de domingo, fue la vencedora. Ángel sonrió y

caminó hacia el baño. Antes de entrar le dijo a Laura que nunca lo olvidara si aquella araña asesina

lo devoraba. Ella le arrojó un oso de peluche.

El departamento comenzó a teñirse de sol moribundo justo cuando Ángel salió a pagar su

apuesta. Laura encendió las luces. Sobre ella y sus pertenencias cayó una luz sucia, que lastimaba:

habría que cambiar los focos. La ciudad se pintó los labios de luces frías y se colgó del cuello un

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Aracnofobia

collar de grillos y sirenas, luego se metió por las ventanas del departamento. Laura entró al baño. Se

miró en el espejo: sintió que sus párpados estaban más hinchados cada día. Sonrió. Cuando iba a

sentarse en el retrete, vio a la araña en el mismo sitio de la primera vez. Iba a gritar pero se

contuvo. Salió del departamento y fue hacia la puerta principal. Ángel se preocupó al verla ahí

afuera; ella le explicó lo que había pasado. Subieron juntos. Laura no rió de ninguno de los chistes

de Ángel: estaba nerviosa, y sintió que alguien la miraba desde arriba de las escaleras.

Al entrar al departamento, Ángel caminó directamente al baño. El resultado fue el mismo

que la primera vez. Nada. Absolutamente nada. Laura entró al baño: era cierto, no había araña.

Entonces le pidió a Ángel que saliera, pero que dejara la puerta abierta. Laura gritaba cosas a Ángel

sólo para cerciorarse que él seguía ahí, de espaldas al baño. Él, por su parte, luchaba para no reír.

Ella se sintió un poco avergonzada de tener que orinar en presencia de alguien, pero también le

gustó sentirse protegida.

Se sentaron a comer lo que Ángel había comprado: pizza y cerveza. Usaron la lavadora como

mesa. Laura daba bocados pequeños a pesar del hambre que sentía: su vientre estaba un poco más

flácido cada día. Luego, por un segundo, ambos callaron porque escucharon que alguien entraba

por la puerta principal y cruzaba frente a su puerta. Se miraron fijamente y luego rieron al mismo

tiempo por su silencio innecesario y adolescente. Laura estaba a punto de decir algo cuando

escucharon un grito que venía desde la parte alta del edificio. Se miraron como preguntándose si

aquello había sido cierto o sólo su imaginación, pero un segundo grito de auxilio los hizo moverse.

Ángel abrió la puerta unos centímetros, luego asomó la cara. El pasillo estaba oscuro, sólo se veía

una luz en la parte más alta de las escaleras, justo de donde habían venido los gritos. Iban a decirse

algo cuando otro grito atravesó la oscuridad. Ángel le dijo a Laura que se encerrara y que intentara

llamar a la policía, luego subió la escalera.

Laura se asomó un par de veces, pero la falta de luz la hizo sentirse nerviosa. Al ver esa

oscuridad tan espesa, recordó, sin saber por qué, que terminó con Ángel por una supuesta

infidelidad de él, que nunca, ninguno de los dos, pudo comprobar o desmentir del todo. Cerró la

puerta con llave y tomó como arma el jarrón que Ángel había estado mirando. De pronto se sintió

estúpida y débil por tener que depender de alguien más para matar a un pequeño insecto. Otra vez

Ángel tomaba el control de las cosas. Sin ese insecto, Laura no lo hubiera notado. Caminó en

reversa hacia el baño. Sus talones chocaron con el escalón que había que librar para entrar; el baño

era la única pieza más alta que el resto del departamento. Volteó instintivamente. Ahí, a un lado de

la regadera, había una mancha en el mosaico, algo como una cuarteadura negra, profunda, con

ramificaciones que parecían patas.

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Y o crecí bajo el miedo al Temblor. No sé tú, pero esos simulacros y una que

otra sacudida, leve, pero sacudida al fin, hacen que cualquier niño desarrolle

cierto temor al Temblor. No a cualquier temblor, sino al Temblor. Sí, ese

que dicen que será muy fuerte y que entre más tiempo pase, más

devastador.

Pero nadie por aquí lo entiende, ni jamás lo entenderá, porque ellos no crecieron bajo

el miedo al Temblor. Creen que por tener la fortuna de vivir en una ciudad donde casi no se

sienten, están a salvo de cualquier peligro. ¡Idiotas! Si alguno de ellos sobrevive, recordará el

día en que yo les dije sobre el Temblor y se mofaron de mí. Además lamentarán haberme

metido en este lugar, donde yo no debería de estar. Y peor aún, donde ni siquiera hay

señalamientos de emergencia. Así es como sucede en estas sociedades modernas.

Ultimadamente, ¿a quién le importa una bola de tarados, parias de la comunidad?

¿Yo? No, mi amigo, no se confunda. Si yo estoy aquí es por un error y por culpa de

aquellos idiotas de la oficina. Se les hacía muy chistoso jugarme bromas, sacudirme el

escritorio o mover las lámparas para que yo saliera en automático a la que debería ser la

zona segura. “No grito, no corro, no empujo”, decía al compás de mis pasos apresurados y

ésos… riendo, mofándose de mi miedo al Temblor.

Es cierto, yo ni siquiera había nacido cuando pasó el del 85, pero ese video que nos

pasaban en la escuela cada aniversario y los programas especiales que transmitían por la

televisión, hacen que cualquier persona sensata tome sus precauciones.

¡Ah, mi padre!, no se perdía ni un sólo reportaje y es que él sí estuvo allí; tuvo la

suerte de haberse quedado dormido y perder el autobús que lo llevaba todas las mañanas al

hospital general. No es que él trabajara allí, pero tenía una novia enfermera que trabajaba en

el turno de la noche. Mi padre pasaba por ella, desayunaban, la acompañaba a que tomara

su camión y él se iba al trabajo. Nunca se lo perdonó. Siempre creyó que si hubiera llegado

a tiempo, ella, tal vez, no habría desaparecido bajo los escombros.

Por Moreliana Negrete

Miedo al Temblor

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Por eso veía esos programas, porque esperaba que en alguna de las imágenes que cada

año pasaban, alcanzara a ver el rostro de su enfermera, confundida entre escombros y caos,

con un golpe en la cabeza que le hubiera hecho olvidar hasta su nombre y por eso nunca

la encontraron y ella jamás lo buscó y él no supo dónde más buscarla y no se sentaría cada

año a ver la televisión y habría sido feliz y yo no habría nacido, ni habría crecido con el

miedo al Temblor, ni estaría aquí, hablando contigo.

Y luego esos de la oficina, ahora ya no deben estar tan contentos con sus bromitas.

No que muy macho, González, que tú no necesitabas saber las salidas de emergencia, que

en cualquier momento eras muy capaz de agarrar tus chivas y salvar tú borracha existencia.

Porque hay que decir lo de cada quién, tú sólo vivías para trabajar y emborracharte,

¿acaso crees que no se te notaba en la mirada esa resignación, el miedo por no querer

cumplir tus sueños idiotas? Muy puesto para las bromitas, ¿verdad?, pero cuando te agarró

la de deveras, fuiste el primero en gritar como marica. ¿Qué no sabes que ante cualquier

percance, se debe mantener la calma? No corro, no grito, no empujo. Pañuelo en la mano.

Pisada firme.

No, mi amigo, si yo no quería que se murieran los demás, sólo ese idiota de González,

tan pesadito el cabrón. Quién se hubiera imaginado que tendría una crisis en medio del

incendio y no dejaría salir a Lupita, la secretaria; Carlos, el contador, y a Soco, la de atención

al cliente. Si será… y el muy tarado sigue con vida. Bueno, por lo menos tendrá esa cicatriz

en la cara que le recordará todas las mañanas, que nunca debe mofarse de quienes crecimos

con el miedo al Temblor.

Miedo al Temblor

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La Galería

Page 15: No. 18. Paranoia

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La Galería

A veces dicen que las piedras se mueven.

Piedras. Karina Posadas Torrijos, fotografía a color.

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Page 17: No. 18. Paranoia

L ágrimas vacías, igual que donde provienen,

mejillas pálidas, palmas terrosas,

corazones malditos, y rosas ensangrentadas,

espinas imaginarias en las sienes,

es así como miró la naturaleza de quien veo

en aquella ventana engañosa.

Ese portal que refleja todo como el agua,

salí de la habitación,

cuan amante despechado,

cuan vago sin camino,

cuan ebrio con botella en mano,

la zozobra me alimentaba,

me satisfacía de igual forma

que los buitres con la carroña,

que heroína en las venas, y

la ninfómana a sus naturaleza

depravada y espontánea

17

Por Sergio Fernando Palacio Pérez

A un amante despreciado

Page 18: No. 18. Paranoia

Así me quedé ciego, mis ojos negros

que no despertarían el interés de un cuervo,

y un alma derrotada qué sería escupida

por cualquier hijo del caído, o hermanos,

e inherente a lo indiferente a lo divino

luego el perro que todas las noches

lanzaba ladridos que erizaban me miró,

pero sólo lo ignoré, no me gruñó,

no intentó morderme,

sólo se quedaba quieto,

¿Un alma afín será?

fue un susurro que llegó a mi mente,

pero no se escuchó respuesta,

y el perro retrocedió

Es obvio que no le interesa una lápida

anónima, rota y sombra qué

pertenencia al difunto amante poeta

en quien un puñal fue clavado,

y la cicuta fue embutida,

Su asesino, yace en su cama frente a su arpa

Sin culpa, tan indolora, tan fría y soberbia

y cuya imagen de mi rostro

reposa en sus memorias olvidadas,

soslayando lo tácito del daño

y negando el hueco que llenaba

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A un amante despreciado

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T odo en el universo estuvo regido por el caos formante que a cada medida de tiempo

escapa de las manos del hombre, pues éste no tiene la capacidad para asir un grande

maravilloso secreto, secreto que las rocas comunican a las estrellas.

Todo en la luz estelar del cosmos se encuentra cambiando de una forma estable a

una esfera equidimencional y remota, ignota en cada una de sus ecuaciones y rupturas gráficas,

indecible en cada uno de sus ciento once ángulos llanos e infinitos

En los números llegamos a creer, pero en su formación nos percatamos que son el índice de

lo caótico y lo perfecto, gloriosa unidad pitagórica, bendito el ser destrozado por cronos, agradable

el negro y el blanco.

Cinco parejas pitagóricas nos dan razón del acto generador.

El caos mismo engendra muerte, pues la vida es la hermana plerómica de ella.

Nada crece en la caída del Dios, todo termina siendo en el estar.

Nos engañamos imaginando el sonido pálido de la resurrección, el derrumbamiento de las

catacumbas, las uvas ofrecidas a los campesinos, el pescado y pan: palabra que se multiplica para

que todos comamos de ella.

El tiempo se rectifica para encontrar su error tangencial que hizo al Hombre-Uno-Único

vagar por tres días en el desierto y contemplar la maravilla de las bestias que se sostienen sobre el

vacío.

¿Comprendemos?

No-comprendemos el inicio prolífico de lo que se desplaza en nuestro interior desorbitado.

Siempre hay algo oculto en nosotros que termina provocándonos náuseas: rogamos porque las

flores se vuelvan lilas.

Y luego nos hallamos de frente sin decirnos palabra, sin tocarnos las manos uno al otro.

Nos no-comprendemos. Conocemos y nos desconocemos porque esa es nuestra naturaleza

inmediata a la que podemos asirnos con gran facilidad.

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Por José J. González

El caos engendra vida

Para Dulce Reyes

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El caos engendra vida

Todas las demás cosas nos parecen lejanas y ajenas a la luz de nuestra consciencia, de esa

consciencia de la nada que se ubica en el coagulo de la hipotenusa tirada a la línea de una hoja a

punto de fuga impreciso.

La matriz oscura, devoradora de tormentas, se abre y se cierra, con pena, con vergüenza

dulce de ganas locas, agitada por ansias tremebundas, recostada sobre una manta de cometas

devorando falos cósmicos; la observamos y nos aglutinamos en nuestros carros-espejos.

Estructuras subterráneas de un hilo sostenido entre lo finito y lo infinito, lo acabado y lo

inacabado nos dan la enseñanza máxima del hombre que huye de las moscas del mercado.

La cuerda trenzada se aflige con el peso silbante de la agonía agotadora: un violín

desencadenado, una música suave y etérea que ha dejado de pertenecernos por instantes superfluos.

Matriz oscura, estructuras subterráneas, cuerda trenzada, suframos como los hijos de la carne

en que nos hemos convertido, arranquemos del seno de esa Gran Señora el jugo de sus lagrimales,

las orgías de sus noches piernísticas, la incandescencia de sus dedos inmoladores.

Suframos por el cosmos que se nos escapa suave y preciso como su movimiento lo amerita.

Oda cuadriculada e inmanente lámina crepuscular: crepúsculo azulado, rojo violento y

ahogado, elabora magistralmente el inicio del nuevo reptar silencioso, la nueva marejada de

movimientos solares.

Cada valor adquiere un sentido diferente en este nuevo orden roído por la imperiosa

necesidad de formular nuevas vías de condicionamiento eléctrico, teorías mecanicistas: ¡Palomas

descerebradas!

Inicia un nuevo ciclo: la luna se encuentra en la duodécima casa del sol, la habitación de

Saturno.

¡Saturno, devorador de niños! Hermosa canción.

¿Escuchas cómo crujen aquellos infantes, cómo alimentan a nuestro gran padre?

Oremos

Acústica desesperada.

Acústica que ha vivido sin el Dios.

Acústica: imagen planetaria del acto blanco y natural.

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Page 21: No. 18. Paranoia

José J. González

Sírvanos el triple nombramiento para comprender la luz que se asoma asustada en la pared de

sombras transhumanas que danzan oscuras y terribles la música del universo y cometas que se

lanzan hacia una curvatura abierta, tendida a lo no-enunciable.

Abrimos las manos suplicando la caída, la decapitación de los sonidos neuróticos y

carbonizados.

Bioformas aplastadas en la mano derecha de un ser caprichoso y oculto que sonríe

lamiéndose los labios con su larga lengua de serpiente, gritando su nombre tres veces innoble y

apartado a las hojas de las olas batientes de arroyos logográficos.

El chasquido de la saliva inmotivada fertiliza las mentes débiles de los hombres-serpientes.

Bioforma como el caballero azul en la más abstracta de sus representaciones, bioformas

como los ojos que miran crédulas grafías creyendo comprender, contentándose con reproducir

morfocopulationes jadeantes.

El ser, ese ser, marca un ritmo con el sonido de sus dedos al compás descompuesto de un

círculo sin centro fijo y siempre marino y opuesto que se construye y se deconstruye, volviendo

siempre a su lugar de génesis.

Un gran batir de alas que provienen de la línea lanzada a nivel perpendicular, viene a posarse

sobre las manos de aquel que ha caminado largo trecho saltando eones de Abismos, cargando

sobre sus brazos misericordiosos el cuerpo casi putrefacto de un niño de mejillas agusanadas,

rosadas como flores de campos estelares, como rosas tranquilas de jardines oníricos y perpetuos de

una felicidad rebosante de peces y agua abotagada en grandes estómagos de cerdos.

Aquella nube pasa lenta sobre maltrechos lentes de la marmota que explota expansivamente

en naturalezas muertas y agua oscura para el tigre.

Aquella nube que ves que avanza muerta sobre el manto de una madre virginal que se

zambulle pálidamente como energúmeno dentro de un gran frasco repleto de serpientes y

mónadas.

Uno y Cero a la vez.

Cantan las novas novias de nuevos niños.

Uno y Cero a la vez; surge el graznido desgarrador de una aleta oculta bajo la dentadura

agresiva de las hojas carmín.

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El caos engendra vida

Acústica desesperada.

Acústica que ha vivido en la muerte de Dios y los Dioses.

Acústica que penetra en la piel como el llanto solemne de quien ha visto una planta amar con

la pasión de los desposeídos.

Hela aquí sobre esta luz de concreto vil y observa cómo el tiempo se detiene para dar paso al

equilibrio del ave que ha venido a posarse sobre la gran nariz de las montañas, arrastrando con su

propio batir de alas la inmemorialidad del único número que no crea ni es creado. La longitud de

dicho pensamiento alcanza a dividirse en los pies que tiene el gusano hombre.

Me entiendo como lo que no logra entenderse bajo la suavidad de la metáfora.

El ser vuelve a mascullar con nuevos bríos para hablarnos de lo insensible de la naturaleza

brutal vegetal, sobre la savia vencedora de la electricidad latiente y perecedera, acaricia la suave piel

de los árboles de antaño: viejas mujeres con ojos de jóvenes vírgenes.

El flujo continuo de los mares nos trae el sonido del universo, la música que se entona más

allá de cualquier vórtice cóncavo, la melodía fluctuante de la misericordia encallada en los ojos del

agotado ahorcado a muerte.

Rosa instantánea, guía única del paso perdido de un navegante de estrellas trae a nuestras

manos la luz encarnizada del lobo que ha devorado el espacio habitado entre el silencio y el escape

algebraico del nombre divino que no ha sido escuchado por ave, pez u hombre en el transcurso de

las eternidades.

Esta vez, todo ocurre al contrario.

Esta vez, la escasez de vida se ve repleta de plantas.

Esta vez, he dicho tres veces la oración sin verbo modal.

La fosforescencia del cosmos cuando fluye leve y temeroso bajo la gran charola es un

arco-iris de no-colores, una formación imprecisa para todos los sentidos, para todo intento de

comprensión y retención.

La fosforescencia es una luz, una abrazadora imaginaria de fenómenos intermitentes,

contingentes, siempre contingentes que van y vienen como el ruido de cuatro jinetes a caballo.

Efecto doppler, ¿acaso conozco de ello?

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Page 23: No. 18. Paranoia

José J. González

Asomo las manos con los ojos en cada dedo para presenciar el detalle primario de un verano

atropellador que se gestó lento bajo la epidermis de una señora de sonrisa cancerosa.

Luz a oscuridad; lo opuesto resulta más provechoso para el simulacro de heridas

superficiales.

El Universo es una herida profunda en el costado de un ser primigenio que no se da cuenta

que su sangre se convierte en una galaxia inagotable. Esa sangre una y tantas veces vuelve de donde

emergió, para así dar paso al milagro de la hemorragia eterna.

Otorgamos un orden a lo que siempre ha estado en continuo movimiento, cambiando,

combinando, alterando y construyendo todo lo que le rodea, otorgándole un nuevo sentido a las

cosas, una forma no-forma tomada de figuras soñadas, siempre recreadas en la consciencia del

hombre, si es que esa es su verdadera nominalización.

Dios murió porque estaba completamente aburrido. Una enorme algarabía acompañó sus

cantos fúnebres; los siete grandes señores se revolcaron en su trono púrpura.

Lo que está arriba es como lo que está abajo.

La abeja que sale de su hogar clama a los astros su comprensión para y con ella, da vueltas

milenios enteros para venir a rendirse bajo el infortunio de los días de Plutón.

Ella se siente no-abeja. Su cuerpo diminuto ha venido a clavarse sobre la fría plancha de una

morgue cósmica; su cuerpo se ha transformado en una mezcla de sustancias licuadas.

Se tiene conmiseración a sí misma, se ve como una cosa tosca, sucia, sin otro fin que el de la

contaminación. Se siente hombre y tiene que cargar, como el camello, con el grande peso de un

desierto.

Tanto tú como yo somos espacios en blanco en una tabla negra, en un plano profundo y

estrellado, las líneas que componen este espacio son una vana y compleja arquitectura geométrica

que un Ser sin nombre creó un día cuando aún era un no-día; son fragmentos bajo una forma que

se despedaza con el choque lento del fósforo y el ácido; son trozos de ángulos llanos que se han

encajado en el relieve de alguna mesa, bajo las flores y llamas que día a día se multiplican hasta

llegar al infinito para así llenarlo todo con su materia abstracta y reluciente del más puro orden

ilógico de las cosas.

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Page 24: No. 18. Paranoia

El caos engendra vida

La madera en sí, sigue su curso a través del canal que se cruza a los pies del gran caminante

transmundo.

Hay razón para estallar cuantas veces se quiera, no hay límite establecido, todos lo sabemos

con calma, todos hemos viajado montados en brazos de una hormiga plutónica, nos hemos llenado

las manos con la tierra y el agua, provocando que el sol descubierto se ponga una gran máscara

blanca, albura, angelical y supraterrena.

La materia en sí cae y se corrompe bajo las figuras de una danza inflamable. ¡Quieta! Todos

queremos que esto termine de moverse y comience su lento retroceso a los caminos del aire, a las

vías del tren ubicado en el círculo, componiendo un pentágono azul, ¡no!, mejor rojo, pues este es

el color para la progenie invencible de camellos, leones y niños –edades y etapas para el orgánico

mutable siempre insatisfecho.

Autómatas redimidos componen nuevas alabanzas al universo, creen saber del Uno y el Cero,

del Uno y el Infinito, de lo Omega y lo Alpha.

Autómatas que juegan a cualquier cosa, menos a ser autómatas, fingen sorpresa, exaltación y

excitación con lo que no alcanzan a tomar.

Lo más lejano es siempre lo eterno.

Nosotros somos cercanos, somos hombres.

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5 líneas.

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disponibilidad del espacio.

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*Al enviar algún material, el colaborador comprende y acepta los propósitos culturales de esta

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cuartillas.

También puedes colaborar en:

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deberá incluir una ficha con el nombre del artista, el título y la información técnica de la

obra.

Todos los materiales deberán ser enviados a más tardar el 28 de enero de 2013 a la siguiente

dirección:

[email protected]

Page 27: No. 18. Paranoia

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