MARTINEZ Documentos y Discursos

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    Jos Luis Martinez C.adems de los ayudantes Lorena Vzquez, Mara Ins Lpez yAndrs Charrier (estudiantes de Antropologa de la UniversidadAcademia de Humanismo Cristiano).

    DOCUMENTOS Y DISCURSOSUN REFLEXIN DESDE L ETNOHISTORI

    El EditorEsta es la primera de una serie de reflexiones y debates con lasque el Taller deAnlisis del discurso en Etnohistoria , del rea deHistoriografa del Departamento de Ciencias Histricas inicia suprimer ciclo anual de reuniones. Una primera advertencia me parecenecesaria. Tal como su ttulo lo indica, el Taller tiene por objetivo

    estudiar los procedimientos que sustentan el quehacer etnohistrico,los supuestos y los marcos de representacin que, ms all de loexplicitado por cada estudioso, permiten que, efectivamente, sterealice su investigacin y elabore su texto. As, no sern objeto denuestra atencin colectiva las posiciones tericas de tal o cualhistoriador o etnohistoriador, o si sus resultados son ms o menosaportadores al desarrollo de la historiografa; sino que intentaremosgenerar una mirada ms amplia, que nos involucre a todos en cuantoprofesionales de un campo disciplinario, iniciados y novicios, comosujetos que comparten ciertas practicas comunes, ciertos supuestosbsicos que estn ms all de nuestras respectivas posicionestericas. De antemano pido disculpas si, en el transcurso de estaconversacin, hago determinadas generalizaciones que, en otrocontexto pudieran parecer problemticas o demasiado esquemticaso tajantes pero que, aqu, permiten tomar una cierta distancia yfacilitan el debate.

    Apenas ledo el ttulo de esta primera charla, se advierte loambicioso del tema, su excesi va amplitud y las dificultades quedeberan surgir a cada paso a quien, en una sola y breve exposicin,intentase abordar, primero, el problema de la relacin entre losdocumentos y los discursos, para continuar, en segundo lugar,con la empresa de revisar la construccin de un relato, el histrico

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    y, ms aun, intentar aterr izarlo en la etnohistoria. Esto de por siya ameritara un taller especial, por lo que me parece necesarioacotar de inmediato los reducidos mrgenes de esta exposicin:la de ser, nicamente, el punto de inicio de un anlisis y un debateque espera ser mucho ms amplio y que ir repitindose l simismo, volviendo una y otra vez a los mismos lemas y a simi Iaresproblemas, a lo largo de las distintas charlas de este Taller.

    En lo personal, esta charla es un paso ms en una lnea detrabajo e investigacin (de reflexin y cuestionamiento ms bien),iniciada hace algunos aos y que se ha ido expresando en distintosplanos. No ha sido un camino fcil. Ha estado entorpecido por mispropias carencias, incapacidades y obstculos, asi como por lasdificultades de transitar por un camino difcil que -a ratos- parecieraalejarse de la etnohistoria y que, cada vez con mayor fuerza, meobliga a replantear mi propio quehacer como investigador.Se trata, en definitiva, de una bsqueda muy personal que buscasimplemente exteriorizar una reflexin (y sus angustias) y generarun debate en nuestro pequeo mundo acadmico, en tomo a temasy prcticas que me parecen importantes en el quehacer de laetnohistoria actual. En pocas palabras, se trata de reflexionar (o deintentarlo, al menos), sobre la etnohistoria y -de paso, asi como decontrabando- tambin sobre la historia. Ms que buscar lo que yasabemos y, por consiguiente, perfilar lo que aun nos falta porconocer, saber o comprender, me interesa interrogamos sobre cmosabemos lo que creemos saber y, ms aun, cmo lo decimos.

    Postulo como hiptesis que organizan este trabajo, primero:que hay una relacin entre la forma como un determinado grupode estudiosos concibe los documentos con los cuales trabaja y la

    . Io rma que adquiere el discurso de ese quehacer. Segundo, quese discurso ejerce un efecto de poder (Foucault) que permiteque determinadas personas hablen y excluye a otras. Tercero,que ambas situaciones se encuentran en la formacin de la prctica

    de la etnohistoria andina, que la hacen diferente de otras reas deestudios etnohistricos, particularmente los de la regin fronterizadel sur de Chi le y que ms que una disciplina, lo que tenemos es un espacio de discursividad .

    DOCUMENTOSEn el Congreso de Etnohistoria efectuado en El Quisco, en

    992 en todas las mesas y debates participaron por igualhistoriadores, antroplogos y aun arquelogos. Aunque la granmayora de los allf presentes han hecho de la elnohistoria casi unproyecto de vida, pocos eran quienes tenan una acreditacin formalcomo etnohistoriadores (me refiero a una de tipo acadmico). Unarpida revisin a los dos congresos anteriores, en Buenos Aires yCoroico, muestra que all tambin se produjo esa misma situacin.Me parece que nos encontramos frente a una prctica que dibujalos bordes de nuestro campo disciplinario y que guarda profundarelacin con la reflexin que quiero compartir. Hay un texto deMurra que, pienso, tiene que ver con esta condicin de laetnomstoria:

    La etnohistoria ya no necesita mantenerse dentro de unadefinicin tcnica: el uso de las fuentes de archivo para elestudio de grupos t ni cos no-europeos. La pista original puedeprovenir de una fuente escrita, como una visita, pero prontoel estudio se convierte en el esfuerzo coordinado de variastcticas de investigacin que por mucho tiempo se hanejercido separadamente (Murra 1975: 304-305).Mi propuesta es que es a partir de esta proposicin de JohnMurra (respecto de que los estudios sobre las sociedades

    andinas deban enfrentarse multidisciplinariamente en raznde la unidad de nuestro objeto de estudio), que se abri unespacio en el que confluyen, por una parte, metodologas y

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    aproximaciones diferentes (las de la antropologa, la historiay la arqueologa, al menos), pero, por otra parte y mucho msimportante an, se cre un espacio donde los bordes de losdiscursos (con los cuales cada una de esas disciplinas habaabordado individualmente y con anterioridad estos estudios),se tornan difusos, asi como tambin ocurre con el concepto de documento o fuentes .

    P ero, porque se trata siempre de utilizar el inerte testimonioe introducirlo en una reconstruccin re-creadora y dinmica,la historia de lahistoriografa aparece, en cierto sentido, comola historia de los avatares y fluctuaciones del valor asignadoal testimonio ( Aranbar 1963: 102, el nfasis esmoEs decir,del documento como uncontinente deinformacionesque deben serextradas (conmayor omenor habilidad), para obtenerun conocimiento sobre algo que, siempre, est ms all de l. Eneste contexto, y ya estamos adentrndons en el problema de estacharla, los documentos-fuentes en tanto textos y discurso onarracin son secundarios alinters del investigador y 10 primordiales 10 que ellos nos pueden decir , o nos permiten saber.En esta perspectiva, las afirmaciones, por ejemplo, de Wedin

    respecto de que los resultados de los estudios sobre 10 inkaico dependen, naturalmente, de la progresiva publicacin de fuentes(1966: 19), se entienden en cuanto los documentos son percibido scomo un medio o una herramienta que nos permite desplazamosms all de ellos, para alcanzar una realidad de la que son eltestimonio (en este caso, la sociedad inkaica). Una de lasconelusionesque parecenimponerse de esta forma de aproximacin,es la de que, en tanto que reflejos ms o menos directos de unarealidad de laque (supuestamente) son resultado y expresin a lavez, los documentos determinan loslmites denuestro conocimientode la realidad estudiada. La posicin que asume a los documentoscomo recipiente, conlleva tambin otro tipo de consecuencias: lade permitir nicamente determinadas formas del conocimiento, quese desprenden d e esa relacin directa, positiva, entre documento yrealidad. Tiene raznGalinier cuando, refirindose a laetnohistoriamesoamericana, seala que:

    De all que me parezca vlido iniciar este ciclo con elproblema de la relacin o las relaciones que, se postula, existen ose asumen,entre los documentos y los discursos. A qu me refierocon discursos y por qu reflexionar sobre los documentos? Dequ documentos y de cules discursos se est hablando?De 10 que se trata aqu, me parece, es de explorar los vnculos,

    las relaciones que los etnohistoriadores asumimos existen entreun determinado documento o un conjunto de ellos y la realidadque parecieran referir, por una parte y, por otra, las relacionesque ello plantea para la elaboracin de nuestra propia narracinhistrica.Aqu se impone, de inmediato, una precisin. No se trata-como pudiera suponerse- de continuar bajo otro lenguaje (mscomplicado y hermtico), la vieja y tradicional crticaheurstica, o de revisar nuestros criterios de veracidad de la

    informacin y autoridad del autor para, a partir de ellosestablecer si una fuente es utilizable o no y cmo 10 es. Esaprctica se establece a partir de un procedimiento que ha sidobsico para la construccin de la historiografa: el criterio queconcibe al documento como una fuente o como un recipientedel que se puede beber una determinada realidad . Enpalabras de Aranbar: En Nue vaEspaa, la gran cantidadde documentos disponiblesen los idiomas indgenas (catecismos, doctrinas, testamentos,etc.), hizo que la etnohistoria mesoamercansta pudieraara esto, propongo que discutamos los textos de White (1992 a y b) YdeBarthes (1972, 1990) YFoucault (1980).13

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    construirse mecnicamente, de manera acumulativa, instaladasobre ese notable yacimiento lingstico, 10 que justifica sutinte indgena . Esto nos recuerda que, en esta provincia delamericanismo, el tipo de material ha condicionado la temticae impuesto tal vez niveles desiguales de orm liz cin de losdatos (1993: 4, ms, nfasis mo).Creo que son precisamente estos procedimientos y

    presupuestos los que -igualmente- estn detrs de la gran revolucinde las fuentes en la que se sustenta el actual desarrollo de laetnohistoria andina. Todos estamos familiarizados con la rupturaque significaron los trabajos deMurra sobre las visitas como fuentespara el estudio de las sociedades campesinas de los Andes. En buscade alcanzar la voz andina, ausente en las crnicas y otros relatoscargados de intencionalidad e ideologizacin europeas, serevaloraron y explotaron nuevas fuentes: aquellas escritas porhombres andinos que hablaban de si mismos, o las burocrticasentre las cuales los testimonios directos de los habitantes delTawantinsuyu permitan una aproximacin a un relato distinto delespaoF.

    Si se busca recuperar una voz excluda es porque se asumeque ella puede estar presente, ms o menos directamente, ms omenos sometidamente, en un cierto conjunto de documentos y queellos son, por lo tanto, el continente, la fuente de la cual podemosrecuperarla. Con ello no estoy criticando esta aproximacin, sinonicamente explicitndola para que podamos reflexionar msclaramente acerca de ella.

    As, este supuesto permiti el surgimiento de, al menos, una.prctica y una metfora: una prctica, la de que en determinadosdocumentos es posible realizar una suerte de encuesta etnogrfica ,

    y una metfora, la de que los documentos son una especie de veloimpuesto por el traspaso de un relato oral efectuado con vocesandinas a un texto escrito resultado de una traduccin y de unareduccin a categoras reconocibles por los hombres europeos yque se debe despejar o descorrer para acceder al relato andino ensu verdadera expresin. Se trata de una estrategia que me parecevlida para determinados casos muy especficos en los cuales lasfuentes efecti vamente parecen autorizar esta pesquisa etnogrfica.Pero ocurre que las visitas tan ricas en Uormacin como las deHunuco y Chucuito son escasas y los emohistoriadores hemosseguido aplicando los mismos principios etnogrficos a otrostextos, lo que ya no resulta tan claro y directo. De hecho, cuantoms nos alejamos del centro poltico y social de los Andes y nosaproximamos a la periferia de 10 que fuera el Tawantinsuyu, lacalidad de las fuentes parece disminuir, la voz indgena se diluye,la variedad de documentos usados es mayor y, sin embargo, secontina con el mismo principio prctico de realizar una encuestaetnogrfica y de traspasar cual velo los documentos, asumindoloscomo una herramienta para pasar ms all, hacia el otro lado delespejo como dira Wachtel (1976: 24). El supuesto epistemolgicocontina siendo el mismo y se encuentra tanto en trabajos queemplean nicamente fuentes documentales, como en aquellos querecurren tambin a materiales arqueolgicos (Hyslop 1979).

    M urta 1 97 5. En esta misma lnea deben entenderse los trabajos de Pease(1 97R E l Y b, .1986) .

    Antes de continuar, permtaseme una nota de cautela. Esevidente que, a estas alturas, la etnohistoria andina utiliza muchos. gneros distintos de documentos, con disimiles grados de relacincon las sociedades indgenas, de manera que el problema no esfcil, en cuanto no hay una nica forma de aproximacin a esasfuentes que son diferentes. Se trata de un problema de difcilabordaje en parte, tambin, porque es extremadamente difcilencontrar en los diversos trabajos de etnohistoria una explicitacinde la posicin de cada autor al respecto. A pesar de ello, la prcticacolectiva de la etnohistoria andina pareciera funcionar dentro de

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    ciertos marcos o formas generales de un quehacer que, hoy porhoy, se podra suponer disciplinario en cuanto posee determinadascaractersticas comunes, como sta que estamos intentando explorar.Una aproximacin similar parece actuar asimismo al interiorde esa otra rea de estudios etnohistr icos que constituyen lasinvestigaciones sobre la relacin mapuche-hispana. A diferenciade ocurrido en Mesoamrica, donde la abundancia de textos

    escritos en lenguas originales condicion un tinte indigensta delos estudios etnohistricos, y de los Andes, donde es precisamentela bsqueda de fuentes con voz indgena la que marca el desarrollode la etnohistoria en los ltimos 30 aos, en los estudios fronterizosse ha continuado en general trabajando con las fuentes ms clsicashispanas (particularmente con las crnicas), lo que ha determinadola existencia de un tipo de discurso o relato etnohistrico en el quela palabra indgena aparece como ms distante.

    En los tres casos, sin embargo, a pesar de las diferenciastemticas, geogrficas y documentales, un mismo principio parecepresidir u organizar la prctica etnohistrica: en tanto que ciertosdocumentos son una expresin directa de una realidad social, son lapuerta o el instrumento a travs de los cuales es posible acceder a l osdatos que nos informan de la vida de esa sociedad. Se trata de unaposicin que, recurriendo a la lingstica saussureana, podramosllamar trascendente , en el sentido de que los documentos o lostextos no son estudiados en cuanto a sus mecanismos internos deproduccin de sentidos, sino para alcanzar un conocimiento que est-siempre- ms all de ellos.

    Una perspectiva alternativa ha venido desarrollndose confuerza en los ltimos 25 aos. Salvando las diferencias temticaso formales que puedan encontrarse, ella se sustenta en el intentode reposicionar, como primer paso, a los documentos en el centrode nuestro anlisis, asumiendo que stos son creadores de sentido,antes que reflejos o recipientes de una realidad. Que lo que

    tenemos ante nosotros es sobre todo, una compleja operacin deproduccin de significacin. Es una posicin que podrasintetizarse con la imagen del documento-monumento quepopularizara Foucault y que desarroll particularmente White(1992). Llevada a un extremo (y si seguimos a Barthes) , estaperspectiva nos lleva a postular no slo que los documentos estnen una cierta relacin entre unos y otros (lo que Barthes llama la red y el volmen de los relatos), sino de que esa relacincontribuye a condicionar/determinar (habr que precisarlo ennuestras discusiones) los elementos de la narracin que all seencuentran. Dicho de otra manera, que las informaciones que esposible extraer de un documento cualquiera no son una simplerelacin realista de lo visto o vivido por quien escribe, sino deque la produccin de sentido est en relacin al tipo documentalque le sirve de soporte.

    Detrs de todo anlisis histrico, hay una confluencia entrela lectura que se hace de un texto (la manera, si se quiere, porla cual es posible extraer determinados datos de carcter histrico),y el tipo de existencia que se le otorga al documento como tal.Sin embargo, se trata de una situacin no siempre asumida y queusualmente no suele provocar una reflexin entre losinvestigadores, al menos no explcita.

    A lo que me refiero es que creo que la informacin no puedeser desprendida del contexto textual al interior del cual ha sidoorganizada, cuestin que a la crtica documental ms clsica pareceno interesarle. La produccin de sentido de un determinado textoest asimismo en estrecha relacin con los mecanismos lingsticosy semnticos a partir de los cuales se genera ese sentido y, en esamedida, los enunciados aparecen organizados de una determinadamanera, que resulta no arbitraria. Y es esa segunda red de

    I 171990: 351.

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    andino, el dato que all aparece se asume, casi de inmediato, comoun dato de la realidad i ndgena. Y no es cuestionado o sufremuy poca revisin. A 10 ms, la discusin se centra en si esainformacin est organizada bajo los criterios de un pensamientomtico o es resultado de una experiencia (la categorizacin, yaclsica, de Rowe, sobre los inkas mticos y los histricosapunta tambin a e sto). Pero en tanto que pensamiento mtico, esasumido y no entra en los mecanismos de verificacin a los quesometemos el dato europeo. Me parece que aqu est implcita,en este tipo de informacin, esta representacin de la informacincomo una fotografa a la que me refer inicialmente.

    Hay un segundo procedimiento que tambin quisiera plantearcomo una de nuestras tareas de reflexin y discusin, puesto quees igualmente percibible en los procedimientos de la etnohistoriasobre los documentos y que me parece tambin extensible a otrasaproximaciones histricas. Me refiero a que -paralelamente y enla medida de la aproximacin antropolgica de la etnohistoria-hemos ido .elaborando una serie de elementos, conceptos ycategoras que permiten entender y explicar la vida de las sociedadesandinas, entendiendo que su propio relato est sometido a ciertosprocedimientos socialmente normados de descripcin. Cuando noshablan de Pachacuti, sabemos que es tanto el nombre de un Inkacomo una categora que expresa las posibilidades de cambio deun mundo. Cuando hablamos de Hanan y Urin Cuzco nosremitimos de inmediato a la idea de la dualidad, y lo leemos as.Nuestro gran vaco es que an no logramos saber a quprocedimientos de significacin estaba sometido el relato espaolsobre los Andes. Si se quiere plantear de otra manera: no sabemosa qu procedimientos de significacin est sometido cualquierdocumento. Y creo que -en este campo- hay importantsimosavances en otras disciplinas, particularmente desde la Literatura.Siento que estamos singularmente hurfanos de herramientas paraentender si esos mismos procedimientos usados para referirse a las

    significantes, de sentidos y smbolos, la que me parece ausente enmuchos de los anlisis documentales que efectuamos comoetnohistoriadores y sobre los cuales la crtica histrica, tal como ladescrib inicialmente, no parece suficiente.

    Con sto no pretendo rechazar los intentos ms tradicionalesde continuar abordando los documentos como recipientes, sinode sealar la existencia de otros problemas, de otras miradas yaproximaciones que ellos no consideran y que me parecen unpaso previo al intentar realizar un anlisis historiogrfico,

    El segundo nivel que tiene esta relacin y aproximacin alos documentos, es el de intentar percibir cul es el carcter o lacondicin en la que est la informacin en un documento. De unau otra manera, tengo la impresin de que como resultado de unavisin positivista del siglo XIX, se sigue aceptando y trabajandocomo si los documentos fuesen una suerte de fotografa, unatranscripcin ms o menos directa de la realidad (Barthes 1972).

    En la etnohistoria esto es particularmente claro. Hemos idodesarrollando un conjunto de estrategias y mtodos que pretenden filtrar la informacin hispana , separndola de la andina .Hemos asumido que la informacin hispana transforma y cubre loque estara detrs , aquello que sera precisamente la voz andina .Entonces, hay criterios de veracidad, criterios de traduccin (enqu medida el aparato ideolgico europeo transform lainformacin indgena), criterios de contigidad (cundo un dato

    1 1 ex tensib le o apl icab le en otr as situaciones), criterios de autoridad(sobre lodo pO el grado de conocimiento del autor), para trabajar1 1 1 purtc hi~p\niclI de III~crnicns.

    Pero en cunnlu upnrccc uqucllo que suponemos es resultadoc l l 1 1 1 n~c )It lci )n de infonnucin an dina, de un in for rnantc

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    frontera se haimpuesto y en los cuales elempleo de las crnicaspor sobre las fuentes de otro tipo (como las burocrticas) esevidente. Aqu el paradigma que seha impuesto es, precisamenteel contrario, el de la ruptura. Creo igualmente que, trabajandoesencialmente con crnicas, esos estudios tampoco han sidocapaces de generar su propio lenguaje, y utilizan todava unlenguaje que es marcadamento etnocntrico, o eurocntrico.

    De una u otra manera tengo la impresin de que en losestudios sobre el rea mapuche, o meridional, no hay o no hahabido, o no s si decido as, la posibilidad de generar un discursoetnohistrico en los trminos como lo conocemos paraMesoamrica o los Andes, en la misma medida en que losdocumentos que se han usado no han sustentado la posibilidaddel surgimiento de un discurso de ese tipo.Pienso que stos pueden ser algunos de los puntos de partidade nuestra reflexin y de nuestro anlisis.

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    El desarrollo de este trabajo fue posible gracias al aporte de los proyectosFONDECYT W 1960774 y DIO S9620

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