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Del cerebro Preprogramado a la capacidad de esculpir nuestro propio cerebro: la Autoprogramación cerebral como clave de la Neurofelicidad Manuela Martínez Ortiz Una cuestión que siempre ha preocupado a los pensadores de todos los tiempos y que aún sigue siendo un tema de debate en la actualidad es la dualidad determinismo-libre albedrío. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestra voluntad, de nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras conductas o si simplemente obedecemos un programa que ha sido diseñado antes de que naciéramos y tomáramos consciencia de nosotros mismos? Y, siguiendo en esta misma dualidad, podemos, también, preguntarnos ¿hasta qué punto el que seamos o no seamos felices en nuestra vida depende de nuestros genes y de lo que nos ha ido ocurriendo, sin que nosotros tuviéramos ningún control sobre nuestras experiencias, o, por el contrario, nuestra felicidad depende de nosotros a partir de cierta etapa de nuestra vida? Esta cuestión para la neurociencia actual es la siguiente: ¿Hasta qué punto mi cerebro me viene ya preprogramado y yo soy el cuerpo que lo porta o si, por el contrario, yo tengo la posibilidad de ir autoprogramándolo a lo largo de mi vida siguiendo mis deseos e intereses? Es decir, ¿está en mis manos poder autoprogramar mi cerebro para ser feliz? El etólogo Irenäus Eibl- Eibesfeldt (1928-), discípulo de Konrad Lorenz y fundador de la Etología humana, publicó su libro El hombre preprogramado. Lo hereditario como factor determinante en el comportamiento humano (1977) en el que busca probar que el ser humano nace dotado de preprogramaciones cerebrales, es decir, que no

MANUELA MARTÍNEZ ORTIZmanuelamartinez-ortiz.com/wp-content/uploads/2016/03/Del-cerebro... · 1998 con motivo de un seminario que organicé en la Universidad Internacional Ménendez

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Del cerebro Preprogramado a la capacidad de esculpir nuestro propio cerebro:

la Autoprogramación cerebral como clave de la Neurofelicidad

Manuela Martínez Ortiz

Una cuestión que siempre ha preocupado a los pensadores de todos los tiempos y que

aún sigue siendo un tema de debate en la actualidad es la dualidad determinismo-libre

albedrío. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestra voluntad, de nuestros

pensamientos, nuestras emociones y nuestras conductas o si simplemente obedecemos

un programa que ha sido diseñado antes de que naciéramos y tomáramos consciencia de

nosotros mismos? Y, siguiendo en esta misma dualidad, podemos, también,

preguntarnos ¿hasta qué punto el que seamos o no seamos felices en nuestra vida

depende de nuestros genes y de lo que nos ha ido ocurriendo, sin que nosotros

tuviéramos ningún control sobre nuestras experiencias, o, por el contrario, nuestra

felicidad depende de nosotros a partir de cierta etapa de nuestra vida?

Esta cuestión para la neurociencia actual es la siguiente: ¿Hasta qué punto mi

cerebro me viene ya preprogramado y yo soy el cuerpo que lo porta o si, por el

contrario, yo tengo la posibilidad de ir autoprogramándolo a lo largo de mi vida

siguiendo mis deseos e intereses? Es decir, ¿está en mis manos poder autoprogramar mi

cerebro para ser feliz?

El etólogo Irenäus Eibl-

Eibesfeldt (1928-), discípulo de

Konrad Lorenz y fundador de la

Etología humana, publicó su libro

El hombre preprogramado. Lo

hereditario como factor

determinante en el comportamiento

humano (1977) en el que busca

probar que el ser humano nace dotado de preprogramaciones cerebrales, es decir, que no

puede ser conformado con igual facilidad en todas las direcciones por la influencia del

ambiente, sino que, por su propia construcción natural, opone a la modificabilidad

ciertas resistencias. Por ejemplo, podemos aprender a hablar pero nunca podremos

aprender a reconocer sonidos que están fuera de nuestro espectro audible. Además, los

estímulos ambientales que son relevantes para nuestra supervivencia, así como las

respuestas conductuales que generamos ante los mismos, están preprogramados en

nuestro cerebro.

Sin embargo, nuestro universal

neurocientífico Santiago Ramón y Cajal (1854-

1934), Premio Nobel de Medicina en 1906, afirmó

con su célebre frase “Todo ser humano puede ser,

si se lo propone, el escultor de su propio cerebro”

que sí podemos autoprogramar nuestro cerebro.

Ramón y Cajal nos anima, pues, a que trabajemos

en el diseño de nuestro cerebro, en su

programación, a que hagamos una obra de arte con

él, eso sí, con voluntad y determinación.

Pero ¿es eso cierto? Dispongo de ese libre albedrío para

hacer de mi lo que yo desee, para ser o no ser feliz o, por el

contrario, estoy en cierta medida determinada por mis genes

y su interacción con el entorno en el que me desarrollo?

Nuestro gran pensador José Ortega y Gasset (1983-1955) nos

dijo: “Yo soy yo y mi circunstancia” Es decir, mi ser depende

de mi naturaleza original (¿genotipo?) en interacción con un

ambiente concreto en el que me he desarrollado. ¿Dónde está,

en este caso, mi libertad, mi capacidad de elegir, de

autoprogramar mi cerebro?

En una conversación que mantuve en

1998 con motivo de un seminario que

organicé en la Universidad Internacional

Ménendez Pelayo sobre Genética y

Conducta, el profesor Robert Plomin

(1948-), un experto mundial en Genética

de la conducta, me dijo que lo mejor que

podíamos hacer con nuestros hijos era

jugar y divertirnos con ellos, ya que los genes que habían heredado eran los que les iban

a guiar a lo largo de la vida, haciendo que fueran ellos mismos lo que escogieran

aquello, el ambiente, que se adecuaba a su naturaleza genética. El profesor Plomin ha

demostrado la importancia del medio ambiente no compartido, un término que acuñó

para referirse a las causas ambientales por las que los niños que crecen en una misma

familia son tan diferentes. Es decir, los niños eligen su ambiente en función de su

información genética. En la concepción de Ortega y Gasset, los niños eligen su

circunstancia. Obviamente, esta conclusión que el profesor Plomin compartió conmigo

contrasta con los grandes esfuerzos que hacen muchos padres, los profesionales de la

enseñanza y los estados para ofrecer la mejor educación a sus niños, tanto a nivel de

conocimiento como, incluso, a nivel de control de las emociones. De hecho, en la

actualidad poco a poco se está introduciendo en las escuelas la enseñanza de la

Felicidad con el objetivo de proporcionarles a los niños herramientas para que puedan

afrontar las experiencias, es decir, el ambiente, que vayan teniendo a lo largo de su vida.

Con esta nueva enseñanza en la educación de nuestros hijos nos estamos saltando el

genotipo y el ambiente, la circunstancia, como determinante de ser o no ser feliz. En

ellas se enseña a los niños y jóvenes que el mero pensamiento produce neuroplasticidad

y que ésta permite, a través de un entrenamiento mental adecuado, que nuestro perfil

emocional pueda cambiar y afectar de forma positiva a nuestra vida.

Pero ¿tenía razón el profesor Plomin?. ¿Nos va aportando la neurociencia

conocimientos que nos guíen de una forma correcta para saber qué hacer con nuestros

hijos y también con nosotros mismos a lo largo de nuestra vida? Es decir, ¿debemos

entregarnos a nosotros mismos, a “lo que parece que somos” o, como nos sugirió

Ramón y Cajal, podemos trabajar para esculpir nuestro cerebro? y ¿podemos hacerlo a

cualquier edad?

En fin, muchas preguntas, muchas informaciones aparentemente opuestas y

pocas respuestas, de momento. Por ello, voy a dedicar este artículo a encontrar y

compartir algunas respuestas que nos puedan ayudar en la disyuntiva sobre si tenemos

que aceptar la naturaleza de nuestro ser con la que hemos llegado a este planeta o si,

voluntaria y conscientemente, podemos hacer con nosotros mismos una obra de arte a

nuestro gusto. Con ello, podremos decir que somos felices porque hemos nacido con

esta capacidad y que el ambiente en el que nos hemos desarrollo ha influido

favorablemente, o, por el contrario, que somos felices porque trabajamos

constantemente en la consecución de nuestra felicidad.

En cuanto a lo genes, ya no hay duda de que cada uno de nosotros es el resultado de la

información genética contenida en los 23 cromosomas (un juego) que aporta un

progenitor y los otros 23 (otro juego) que aporta el otro progenitor. Sabemos que, en

realidad, tenemos información genética de más, ya que con un solo juego tendríamos la

necesaria para

desarrollarnos y

mantener nuestra vida.

Pero la evolución quiere

que haya mucha

variación donde poder

elegir y es, por este

motivo, por lo que

tenemos dos juegos que

posibilita infinidad de

diferentes combinaciones genotípicas y sus posibles fenotipos. De lo contrario, si

tuviéramos un solo juego, las posibilidades de variación genética serían muy reducidas

y, con ello, el fenotipo sobre el que poder elegir para la reproducción y la selección.

Bien, aceptamos el genotipo que hemos heredado y el fenotipo asociado con el mismo.

Pero ¿es acaso esta relación determinista? Hasta donde sabemos en la actualidad, pocos

aspectos del fenotipo son “determinados” por el genotipo. Más bien al contrario, la

mayoría de los genotipos “predisponen” a ciertos fenotipos, pero es la interacción con la

influencia del ambiente lo que acaba “esculpiendo” el fenotipo final. De hecho, la

mayoría de los genotipos tienen la denominada “norma de reacción”, que se refiere a los

posibles fenotipos que un mismo genotipo puede dar lugar en función de los posibles

ambientes en los que podría desarrollarse.

Entonces, ya hemos empezado a vislumbrar una posibilidad de seguir la recomendación

de Ramón y Cajal sobre la posibilidad de esculpir nuestro propio cerebro. Porque

¿acaso la formación del cerebro, su desarrollo y funcionamiento no son el resultado de

la guía escrita en el genotipo en interacción con el ambiente? Sin embargo, seguimos

con la misma pregunta ¿cómo puedo trabajar yo, conscientemente, para esculpir mi

propio cerebro, cómo puedo ser yo el protagonista de mi propio producto final?

¿Qué nos dice la genética en la actualidad?: que si bien no podemos alterar la

información contenida en los genes si podemos influir en la utilización que hacemos de

esta información, lo que ha dado lugar a la recientemente denominada ciencia de la

Epigenética, acuñada por Conrad H. Waddington en 1953. ¿Quiere decir que el

ambiente e incluso yo misma puedo influir en el uso que hago de mi información

genética? Parece que si. En la actualidad la epigenética nos está revelando cómo la

información genética contenida en el ADN de cada individuo es traducida, utilizada, de

forma diferente según nuestras propias experiencias. Pero seguimos haciéndonos la

pregunta original: ¿aún sabiendo ya que no estoy determinada genéticamente y que

puedo utilizar mi información genética de forma diferente según mis experiencias, acaso

controlo yo estas experiencias?

¿Qué

relación guarda la genética con el cerebro? Muy sencillo, el cerebro es el resultado en su

estructura y su función de la actividad de nuestros genes. Es a partir de las instrucciones

que ellos contienen como fabricamos los materiales estructurales y funcionales

necesarios para todo nuestro cuerpo y su actividad. Entonces ¿podemos activar en

mayor o menor medida, y de forma específica, nuestros genes para “esculpir” nuestro

cerebro a lo largo de nuestra vida?¿A partir de cuando? ¿Desde la formación del cigoto?

obviamente no. ¿Desde cuando? Quizás como nos dice el profesor Plomin: desde que

vamos eligiendo nuestro ambiente, ese que va a interactuar con nuestros genes para

influir en el producto final: nosotros. y ¿Cómo? ¿Es necesaria mi consciencia, mi

voluntad, o vamos eligiendo el ambiente de forma automática, preprogramada? ¿Dónde

está mi libertad en esta nueva ciencia de la epigenética? ¿Dónde está mi capacidad de

autoesculpir mi propio cerebro? Y ¿dónde está mi libertad de elegir que quiero ser

feliz?

¿Qué significa “esculpir nuestro propio cerebro”? Mejor aclaremos este concepto antes

de seguir. Para ello es necesario que pasemos ahora al mismo cerebro en cuanto a

neuronas, sinapsis, redes neuronales y funciones. Sabemos que nacemos con muchas

más neuronas de las que acabaremos teniendo cuando nuestro cerebro se haya

desarrollado totalmente. Además, durante la ontogenia tiene lugar la reducción de las

sinapsis o conexiones entre las neuronas, especialmente entre aquellas cuyas conexiones

son relativamente inactivas, proceso que continua hasta la adolescencia. Esta reducción

en las sinapsis no utilizadas y la mejora de la conducción en las neuronas activas da

lugar a un cambio en la estructura del lóbulo frontal y el consiguiente aumento en la

eficacia de su funcionamiento. Este proceso ocurre sobretodo entre los 7 y 16 años y es

dependiente del uso que se le de a las neuronas y a sus sinapsis.

De tal manera que ya sabemos que nacemos con una estructura cerebral provisional y

que es la utilización que hagamos de este programa lo que va a ir esculpiendo su forma.

Pero ¿ya interviene en este proceso escultor mi voluntad, mi libertad? No del todo. El

desarrollo del cerebro está regulado por los genes, que interactúan con las experiencias

de la vida, especialmente durante la infancia temprana. La organización y la capacidad

funcional del cerebro humano depende de un juego extraordinario y una secuencia de

desarrollo y de experiencias ambientales que influyen en la expresión del genoma.

Podemos considerar que existen tres tipos de procesos en el desarrollo del cerebro: 1-El

proceso determinado por los

genes, 2-El proceso que necesita

de experiencias específicas para

llevarse a cabo, y 3-El proceso

que depende totalmente de las

experiencias.

En el primer caso, los genes

determinan las conexiones

sinápticas con las que nacemos y cuáles de ellas sobreviven a los primeros años y cuales

no está regulado por el ambiente, es decir, por la información que recibe el cerebro. De

tal manera que existe un proceso de competición sobre qué neuronas y sinapsis

sobrevivirán. Las conexiones sinápticas que no se usan desaparecen gradualmente. Si

ciertas áreas cerebrales están hiperactivas en relación a otras, en estas ultimas se

producirá una reducción de las sinapsis. En el segundo caso, ciertos procesos del

desarrollo cerebral necesitan de una estimulación ambiental específica. La naturaleza de

estos estímulos ambientales está genéticamente determinada. Si estos estímulos no

tienen lugar, por ejemplo, el niño no es estimulado por sus cuidadores (cogerles,

hablarles, respuesta con la mirada, etc) ello dará lugar a la eliminación de determinadas

conexiones sinápticas genéticamente establecidas y, con ello, a permanentes déficits

cognitivos. Finalmente, otro fenómeno consiste en que nuevas conexiones pueden

formarse si se reciben determinados estímulos ambientales. De tal manera que hay una

serie de conexiones sinápticas cuyo desarrollo es dependiente de estímulos ambientales

en un periodo determinado del desarrollo. Así, el cerebro no solo codifica información y

controla las respuestas conductuales, sino que también es cambiado o modificado

estructuralmente por la experiencia. Los cerebros humanos evolucionaron para que los

moldease la experiencia, especialmente las experiencias tempranas. De hecho, hay

periodos críticos para la organización y estructura del cerebro y su respuesta a estímulos

específicos, jugando la experiencia juega un papel muy importante en el desarrollo de la

corteza cerebral.

Sn embargo, la última revolución en la neurociencia nos dice que el cerebro, tanto en su

estructura como en su actividad, no es algo fijo que no se puede modificar sino que, por

el contrario, es muy moldeable, lo que se denomina neuroplasticidad. Si bien como

hemos visto más arriba, ya sabíamos que el cerebro se iba formando durante el

desarrollo en la infancia, hoy sabemos que también se puede modificar a lo largo de

toda la vida. En otras palabras, ahora sabemos que el cerebro no es “hard-wired” sino

que es “soft-wired” por las experiencias que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida,

más allá de la infancia. Así, el cerebro está cambiando continuamente. La plasticidad

neuronal o neuroplasticidad es la capacidad que tiene el cerebro para formar nuevas

conexiones nerviosas, a lo largo de toda la vida, en respuesta a la información nueva, a

la estimulación sensorial, al desarrollo, a la disfunción o al daño. La neuroplasticidad es

conocida como la “renovación del cableado cerebral”. Entonces, siguiendo con nuestra

pregunta: ¿puedo esculpir mi cerebro voluntariamente, en cualquier etapa de mi vida

cuando ya se ha desarrollado? y ¿cómo?

La principal forma en que nuestro cerebro se desarrolla a lo largo de toda nuestra vida

es por la generación de conexiones sinápticas. Cada segundo se producen miles de

nuevas conexiones sinápticas, formando nuevas redes neuronales o fortaleciendo otras

ya existentes. Por esta razón, cada segundo que pasa nuestro cerebro es literalmente

diferente. Hoy sabemos que: 1) Los seres humanos podemos crear nuevas neuronas a lo

largo de toda la vida, que 2) Podemos crear nuevos circuitos (conexiones) entre

neuronas, que 3) Podemos reactivar circuitos antiguos, y que 4) Podemos eliminar

circuitos.

La capacidad para crear nuevas neuronas puede incrementarse mediante el esfuerzo

mental. Los efectos son específicos: dependiendo de la naturaleza de la actividad mental

las neuronas nuevas se multiplican con especial intensidad en distintas zonas cerebrales.

Las nuevas neuronas van a parar a las zonas del cerebro que más utilizamos. En un

estudio llevado a cabo por Eleanor Maguire en 2000, en la Universidad de Londres,

sobre el cerebro de los

taxistas de Londres se pudo

comprobar mediante scaners

cerebrales que el tamaño, y

consiguientemente el número

de neuronas del hipocampo,

era mayor en los taxistas que

habían superado la prueba

para obtener la licencia (The

Knowledge y consiste en

memorizar 25.000 calles y miles de lugares). En el estudio los aspirantes que habían

superado la prueba tenían un hipocampo posterior significativamente mayor. El

aprendizaje medio es de 3 a 4 años y solo la mitad de los aspirantes aprueba. En

conclusión, en este estudio se demostró que el cerebro cambia de forma según las áreas

que más utilizamos, según nuestra actividad mental.

Luego, ya empezamos a darle la razón a Ramón y Cajal: ya hemos demostrado que

podemos modificar nuestro cerebro con nuestra voluntad. El cerebro cambia

constantemente por efecto del entrenamiento y la experiencia, y la plasticidad continua

toda la vida, si bien con menor vigor que en los primeros años. Nunca es tarde para

aprender.

Pero ¿cómo se produce este cambio voluntario en nuestro cerebro? Donald Hebb (1904-

1985) nos lo explicó de la siguiente manera: tras unas pocas descargas simultáneas las

neuronas tienden a unirse más y más. La sinapsis de dos neuronas que se descargan

reiteradamente de forma conjunta sufre cambios bioquímicos (denominados

potenciación a largo plazo), de tal forma que cuando una de sus membranas se activa o

desactiva, la otra también lo hace. En pocas palabras, se han asociado y esto garantiza

que en el futuro se activen mucho más veces que antes, porque no sólo dependerán de

su propia estimulación, sino también de la activación de las nuevas neuronas que

conforman la red. Este fenómeno, de suma importancia, fue denominado: “aprendizaje

Hebbiano”, que es la base del aprendizaje y la memorización. Según la Ley de Hebb

“cuando un axón de una célula A está suficientemente cerca de una célula B, como para

excitarla, y participa repetida o persistentemente en su disparo, ocurre algún proceso de

crecimiento o cambio metabólico, en una o en ambas células, de modo tal que la

eficacia de A, como una e las células que hacen dispara a B, aumenta. Esta regla de

Hebb provee el algoritmo básico del aprendizaje mediante redes neuronales artificiales.

Se sabe ahora, que la genética es responsable del 10 % de las redes hebbianas, pero que

el 90% restante se forma bajo el influjo de otros dos factores que, a diferencia del

primero, pueden ser variados por la voluntad: las experiencias de vida, y los

conocimientos adquiridos. De tal manera que las redes neuronales pueden ser cambiadas

a voluntad. Seguimos, pues, dándole forma a la recomendación de Santiago Ramón y

Cajal.

La neuroplasticidad puede ser positiva o negativa. La positiva se encarga de crear y

ampliar las redes Hebbianas. Por el contrario, la neuroplasticidad negativa se encarga de

eliminar aquellas redes que no se utilizan. De tal manera que para que la

neuroplasticidad o neuromodelación sea posible, debe producirse tanto la formación de

nuevas redes Hebbianas como el fenómeno inverso, o sea que si una red Hebbiana no se

usa, debe ir, poco a poco perdiendo sus neuronas que la componen, hasta desaparecer.

Neuroplasticidad

Positiva Negativa

Crea y amplia nuevas redes

Suprime redes inactivas o

poco activas

En la actualidad sabemos que la formación de nuevas redes hebbianas depende de una

estructura cerebral modular conocida como corteza prefrontal. Tambien sabemos que

podemos utilizar la corteza prefrontal, de forma voluntaria, para producir los dos tipos

de neuroplasticidad mencionados: la positiva y la negativa. De tal manera que son los

lóbulos prefrontales los que constituyen la base de la neuromodelación consciente de

nuestras redes Hebbianas. Ellos nos permiten una capacidad única en la naturaleza: el

poder decidir nuestro propio destino.

Parece, pues, que ya hemos llegado a descubrir cómo poder seguir el consejo, o más

bien la afirmación, de Ramón y Cajal: utilizando nuestra corteza prefrontal, de forma

consciente y voluntaria, podemos crear nuestras redes hebbianas. Es así, como

disponemos del privilegio de tener una vía de escape al cerebro preprogramado. Gracias

a ello podemos elegir qué cosas de la cultura tomaremos, y qué experiencias viviremos,

para remodelar nuestras viejas redes Hebbianas, (las que ya no nos agradan), y crear

nuevas redes (que sí nos agraden), con el fin de que nuestro proyecto de ser humano

pueda concretarse exitosamente.

Sabemos que la corteza prefrontal es la parte del cerebro que se desarrolla más

tardíamente (más o menos completa su maduración a los 25 años, de ahí el concepto de

mayoría de edad). Es desde ella desde la que vemos y nos comportamos en el mundo,

hacemos planes y proyectos, y entendemos nuestra vida.

Lóbulos prefrontales

Crea nuevas redes

Neuroplasticidad consciente

Remodela viejas redes

Suprime viejas redes

Parece que ya hemos encontrado la respuesta a nuestra pregunta inicial: ¿puedo

autoprogramar mi cerebro para ser feliz? ¿puedo esculpir mi propio cerebro, si me lo

propongo, para que su funcionamiento me produzca la sensación de felicidad? Si, es

posible. Tan solo necesito utilizar mi corteza prefrontal para desarrollar nuevas redes

neuronales y eliminar o amortiguar otras con la finalidad de que las primeras aumenten

mi felicidad y las segundas dejen de impedírmela.

Muchas preguntas, cada vez más. Nuevas informaciones científicas hacen que vayan

cayendo dogmas como que los genes son inmutables, que las neuronas no se reproducen

en la vida adulta, etc. Pero ¿cómo ir incorporando la caída de dogmas, las nuevas

informaciones científicas con la verdad sobre mi misma, sobre mi capacidad real de ser

quien quiero ser y no solo quien parece que soy?

Es obvio que a la conclusión que lleguemos servirá para guiarnos en la edad adulta

cuando tenemos la posibilidad de autodirigirnos, pero esta conclusión también es

fundamental para padres, educadores y la sociedad en general sobre cómo debemos

relacionarnos los adultos con los nuevos individuos que van llegando a nuestro planeta.

Y algo también muy importante: ¿qué queremos hacer con los nuevos individuos que

llegan? ¿queremos hacer personas libres, felices, o preferimos hacer esclavos, personas

temerosas, obedientes y desgraciadas?

En mi opinión, la ciencia nos va aportando conocimientos sobre las posibilidades de la

naturaleza humana, los mecanismos sobre los que podemos trabajar para moldearla.

Pero, la finalidad de este conocimiento, su utilización, no nos lo da la ciencia sino la

cultura social. Es importante, necesario, que sepamos lo que queremos ofrecer a

nuestros descendientes y después, solo después, utilizaremos las herramientas que la

ciencia nos aporta.

Pero ¿acaso no influyen los conocimientos científicos en nuestras expectativas? ¿no ha

sido el descubrimiento de la epigenética, la neuroplasticidad, que las neuronas se

dividen en la vida adulta, lo que nos ha hecho más libres, lo que ha aumentado nuestras

expectativas sobre nosotros mismos y sobre la influencia que podemos ejercer sobre

nuestra propia vida, nuestra propia felicidad? Y ¿no es esta libertad recién descubierta la

que nos hace ser más responsables del cerebro que hemos acabado esculpiendo y

disminuye la posibilidad de culpabilizar a otros del producto final que hemos llegado a

ser? Así pues, tenemos que admitir que cada uno de nosotros es único y participa de su

propia evolución pudiendo, incluso, modificar su evolución a través del esfuerzo

consciente.

Mas queda una última pregunta que daría lugar a un nuevo artículo: ¿quién elige lo que

quiero hacer con mi libertad, con mi capacidad de esculpir mi cerebro? ¿quién decide lo

que me gusta o lo que no me gusta, a qué quiero dedicar mi vida? Como vemos, toda la

libertad ganada con la epigenética y la neuroplasticidad no nos responde a qué quiero

hacer con mi libertad? ¿Cómo controlo mi voluntad?

Como dijo el escritor Hermann Hess (1877-1962) en su

Demian: “¿Cómo explicas lo de la voluntad? -pregunté-.

Dices que no tenemos libre albedrío, pero también aseguras

que uno no tiene más que concentrar su voluntad sobre un

objetivo para conseguirlo. Ahí hay una contradicción. Si no

soy dueño y señor de mi voluntad, tampoco puedo

concentrarla libremente sobre esto o aquello”

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