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Madrid, Francisco, La Guinea incógnita vergüenza y escándalo colonial (Madrid: Editorial Espana, 1933)

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Madrid, Francisco, La Guinea incógnita vergüenza y escándalo colonial (Madrid: Editorial Espana, 1933) INCOMPLETO! http://historiasdelcolonialismoenguinea.blogspot.de/2013/01/7-almoneda-de-negros-francisco-madrid.html

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L/\ LoUJNJo;A JNLOGtU 11\ 1 S

no. Hasta ahora tan sólo ha podido irrumpir en la Re­pública de Liberia-que copió su Constitución y bajo su amparo moral vi-ve-para salvaguardar Jos 35.000

kilómetros cuadrados de explotación de caucho de la Empresa norteamericana "Firestone". Los cuatro paí­ses han hecho en muchas ocasiones ofrecimientos de compra. El traspaso hubiera sido excelente. El Reino Unido. en 1843. entregaba a Isabel II 60.000 libras es­terlinas. No hubo arreglo porque los políticos hones­tos se opusie,ron, pero los ingleses se apoderaron de Fernando Poo, construyendo la capitalidad de Ciaren­ce City-que más tarde ha sido, ¡sarcasmo del los sar­casmos!, Santa Isabel, en honor de la liviana Isa­bel II-; los franceses han irrumpido en muchas oca­siones en los territorios continentales, y merced a ese desdichado Tratado Delcassé-León y Castillo qu~da­ron convertidos en 24.000 kilómetros cuadrados los 200.000 kilómetros cuadrados que ya tenía España ... ~p~ña ~l}C!!_a_pusi_~!9- en yenta el traspaso de e§!Rs últimas cQ}Jmias._CJJ.alsm.ier nación daría unos cuantos m~de libras esterlinas. ~d.;7no~r-ar el interés que nuestras colonias des­piertan, baste decir que Jos administradores del Gabon tienen la orden de enviar mensualm.enté un informe sob.re Jos nuevos capitales que se invierten, el aumen­to de producción, la organización económica, en ge­neral, de la Guinea continental y de la isla Fernan­dina, así como también todos los progresos comercia­les de la misma. al Ministerio de Colonias de la ve­cina República. Lo que la Dirección general de Ma­rruecos y Colonias .de España no reclama a Jos gober-

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para m<!nual de escuela de párvulos. Tan sólo ha ha­bido un hombre que ha escrito cosas profundas y ati­nadas sobre la politica colonial de Espai1a. Un fun­cionario que se llamaba en vida sci-,or Del Río Joan, y que pensó organizar la vida colonial de una manera inteligente. Por eso no le hicieron caso los ministros. Todo lo demás es cursi, vago, lamentable y relamido. Los colonistas auténticos se han visto derrotados por el vendaval -de los ineptos. Era natural que esto suce­diera así. No era posible que fuese de otro modo. Si la estructuración de España está todavía por hacer, no era posible que la obra colonial fuese bien. ¿ Dón­de se ha visto que una fábrica mal dirigida, mal orga­nizada, tenga una sección perfecta? Si el país, la me­trópoli, estaba mal, no era posible que la Colonia es­

tUV"l.ese bien. Espafl.a no ha tenido colonistas, ni eolonizadores

auténticos. Cuando alguien ha lanzado una idea cier­ta, hija de largas y concienzudas meditaciones, todos 1011 incapaces se han lanzado sobre su autor cubriendo con sus gritos hist~ricos la voz honesta. Se ha prefe­rido más al hambre que improvisa. ¡Ah, sí 1 En esto hemos sido maestros. Al improvisador, al que de la no­che a la mañana nacfa con un plan colonial, se le ha­da mb caso que a1 que estudiaba antes de decidir. En materia de colonización hemos sido unos grandes y geniales improvisadores. En Espafia todo ha sido improvisación. Todos los colonizadores, han sido siem­pres unos recién llegados. Todos los que han ido aili han sido ranas o dictadorzuelos. En setenta y tres años, Eapafia 'ha enviado ochenta y un ·gobernadores

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generales. Ha habido épocas que en un año se han en­viado cuatro gobernadores geaerales (1879-93-97-906-

09) o tres (1865-70-71-87-90-99-902-04-07) y casi todos los demás han ido por temporadas de un año, excep­ción hecha de los dos últimos gobernadores g,enerales, señores Barrera y Núñcz del Prado. D. Angel Barre­ra estuvo al frente de la labor colonial desde el año 1914 hasta daño 1925 y desde el año 1926 hasta la caí­da de la dictadura estuvo el general Núñez del Prado. Estos son los responsables principales, porque han es­tado largos años dirigiendo la colonización española, y han dejado, tanto l:a: isla de Fernando Poo como la Guinea continental, en el estado lamentable de hoy. Los dos generales son responsables del estado actual de la colonia. Los colonistas españoles han sido de salón, los torneos P'arlarnentarios habidos, dignos de una fi·esta mayor. No ha habido quien estudiara en serio la labor colonial. N o pueden decir los ministros de la monarquía que una oposición republicana les puso trabas para que afirmasen una política beneficio-· sa en esta zona de las actividades nacionales. La res­ponsabilidad es de los ministros y de los gobernadores generales que allí fueron ~on un plan colonial debajo del brazo. Y todos se volvieron con él, excepción he­cha del señor Núñez del Prado. Pero los unos y los otros nos pusieron en ridículo ..

España no supo crear funcionarios coloniales. Es­paña no tuvo un mal Instituto colonial. En cambio, Alemania, sin colonias, por convencida de que un día u otro conseguirá un mandato de la Sociedad de Na­ciones, sostiene unos magníficos Institu.toa c:oloW.a-

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' L.:s donde: l~ucs;:ros rncu.1cos van a estudiar la tri­panosom;v.sis ... España envió a las colonias funcio­•lar;os ineptos, incapaces en su mayor parte. Cuan­do no, han ido allí a rectificar una conducta pri­vada que aquí era condenable, o fué condenada, y allí se haría olvidar. Hubien1 bastado enviar a los Institu­tos coloniales de Francia, Inglaterra, Alemania o Italia unos cuantos hombres bien dispuestos para que Espa­ña tuviese excelentes funcionarios especializados. De esta manera se hubiera aprendido lo bueno y lo malo de las colonizaciones para aplicarlo a estos últimos residuos del viejo imperio español. Lo graves es que, a lo mejor, se hubiera aplicado tan sólo lo malo. Se ha ido siempre a la buena de Dios, al buen tun-tun ... ¡Pobre país éste! Los funcionarios llegaban a estas tierras coloniales sin preparación ninguna. De mal humor. Como si viniesen a ·cumplir una condena. Y cobraban el sueldo triple, horas extraordinarias, bene­ficios. Cada dos años el Estado les pagaba el viaje, en primera clase, de ida y vuelta, con sus familias, por numerosas que fuesen, para que pasaran seis meses de vacaciones en España y continuaban cobl'léllldo en la Península el sueldo "triple. Esto no lo ha hecho, no lo hace ningún país colonizador del mundo. En España sí, porque aquí todo el mundo ha trabajado para el Estado monárquico.

La Constitución de 1876 advertía que las colonias serían regidas por leyes. especiales. Como que la mo­narquía no tuvo tiempo de hacerlas en cincuenta y cinco añ.os, las colonias se regían por todos los códi­gos, reglamentos, d~cretos, reales 6rdenes, leyes, etcé-

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dades tropicales. i-'u.¿s b:en: de 10 qt:<::: carece princi­palmente es de ese Incclicamento. Se necesitarían, por lo menos, diez o quince gran1os diarios para realizar una política de sanidad efectiva y productiva. ¿Saben ustedes de cuántos gramos se puede echar •mano men­sualmente en el hospital de Bata? Pues de unos 50 ó 70 gramos. Con esta cantidad no es posible llegar a extinguir o a disminuir en grado sumo las enferme­dades tropicales más graves : el pian, la mabara y los derivados de esas enfermedades. ¿Que es caro? Evi­dentemente, pero el Estado debe tener en cuenta que la colonización no es una explotación unilateral. A cambio de una civilización superior se explotan las riquezas naturales de un país que no ·es el suyo. El Estado con'Sigue de una tierra extraña riquezas agrí­colas, minerales o forestales, y a su vez él aporta al indígena una educación, un saneamiento y un perfec­cionamiento del vivir. Ahora bien; España, en cues­tiones de colonización, pasa de la tiranía absurda al sentimentalismo franciscano. La España monárquica, rapaz, ignorante, inmoral y cruel, llega la política de sanidad y se siente paradójicamente franciscana. Mientras en las vecinas colonias los indígenas tribu­tan por la política de sanidad realizada por Francia e Inglaterra y se ven obligados a comprar los medi­camentos, España, de un romanticismo-absurdo, loén­·trega todo gratis. Los indígenas no pagan por- hospi­talización, excepción hecha de los braceros contrata­dos, a quienes los patronos -cumplen la estancia de sus obreros con dos pesetas diarias. Los indígenas tienen gratis, completamente gratis, los medica%1lentos. Los

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indígenas de Gabón pagan 60 francos anuales por im­puesto de sanidad; los de Libreville, 100 francos, y los del Camerón, 150. Aparte compran las medicinas, ya con moneda contante y sonante, ya con trabajo (ade­más de quince días anuales de prestación personal for­zosa). En Guinea, los indígenas no pagan ni hospita­les ni medicamentos. ¿Estado generoso España? Es ahora cuando aparece lo dadivoso del país. Ante el desgraciado se siente generoso y no quiere saber ni de dónde vienen los enfermos. Hay acogimiento para todos, aun cuando tengan que dormir en una misma cama tres enfermos y uno de ellos sea un leproso car­comido y asqueroso.

Pero la generosidad, que es la demostración del bello corazón de España, es un grave mal político y admi­nistrativo. Y la administración de la Hacienda colo­nial lo agrava con su rapacidad. Como hemos dicho, el Ayuntamiento de Bata había organizado el cobro del impuesto de la cédula personal. Para s·er atendido en el hospital era precisa la cédula, que daba carta de naturaleza al enfermo. Los enfermos de cualquier poblado podían ir al hospital y ser atendidos com­pletamente gratis, con tal de que llevaran su cédula personal. El Estado se quedó con el cobro de este im­puesto, y como que no lo cobra, el desbarajuste sani­tario ha aumentado. ¿Por qué? ¿ Cómo? El indígena es el correo más rápido del murtdo. No hay Morse más veloz que la de los partes que se dan los indígenas entre sí. No hace muchos años, cuando llegaba el bar­co de España a Santa Isabel o a la Guinea continen­tal, los "hu-u-hu" de los indígenas playeros iban pa-

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viejo es una reunión, unas tiendas de nipa y bambú. En esas cabañas de nipa viven los ·enfermos. Mientras tanto el hospital de Río Benito, grande, enorme y majestuoso, se exhibe vacío a la otra parte del río, donde el general Núñez ordenó construirlo, así co­mo la estación de radio, a 46 kilómetros de Bata, la capital de Guinea continental, que es donde reside el núcleo más importante de la industria colonial. La improvisación, las genialidades del general Núñez del Prado tienen la culpa de esta fantasía. Una noche, su imaginación calenturienta le hizo adivinar, en Río Benito, la capital del Continente y en medio de una plaza, una estatua ·como la del general Barrera en

Santa Isabel, con su busto heroico.

España tiene .mucho cuidado con la enfermedad del sueño, mucho cuidado; tanto, que n·o se preocupa de ella. Es decir, sí; cada año, el director de Sanidad del puerto de Cádiz, D. Antonio Vila, va al Instituto Co· loriial de Hamburg~, subvencionado por el Estado, para estudiar tripanosimiasis. El doctor Vila ·está muy enterado. Y ·una vez hechos estos estudios, vuelve a eu puesto sanitario de Cádiz, donde no hay más sue­ño que el de los que se tumban a dormir de cara al sol. Donde debería ir es . a la Guinea, ¿no? Pues se queda en Cádiz. Esto es lo lógico, dentro de la más perfecta, metódica y admirable paradoja.

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La Guinea española no es un país habitable para el bracero blanco. Pero no lo es porque tampoco se le pone en condiciones para que lo sea. También se de­cía en el siglo pasado que no lo eran Cuba y Filipi­nas; también se creía que no les sería posible a los blancos convivir largos años en aquellos países y, sin embargo, la dictadura sanitaria de los Estados Unidos al entrar en Cuba y Filipinas, hizo que las islas fue­ran habitables y confortables. También en el pasado siglo todos los que volvían de Cuba y Filipinas lle­gaban maltrechos y enfermos; también, aun cuando regresasen ricos y bien portados, volvían con las taras incurables de una vida de trabajo excesivo o de rela­jo alcohólico.

La Guinea continental tiene habitabilidad posible en cuanto la política de sanidad sea una imposición, en cuanto s·e persigan duramente los parásitos y los focos de inf·ección, los enfermos contagiosos, la ex­tensión de la lepra. Hay que acabar todo esto de una manera radical. Y para ello es preciso que se gaste el dinero necesario. Si España qui•ere continuar en las colonias., que haga esta política primordial. De lo con­trario, si no lo puede hacer, si no se cree con capaci­dad para hacerlo, que venda sus derechos a los Es­tados Unidos o a Francia, que están deseosos de po~ seer el coto de la soberanía española en ·A frica. Es mejor esto que mantener la indignidad monárquica.

No hay hospitales e.p la Guinea. No los hay, como hemos visto, en Santa Isabel, donde no existe cabida suficiente para la población enrerma; no los hay en Bata; no los hay en Río Benito, donde el hospital

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Es preciso evitar la lucha por la "iguala". Los mé­dicos, además de tener el sueldo triple, seis meses de vacaciones cada dos años en la Península, con el mismo sueldo y los viajes pagados por cuenta del Estado en primera clase, llegan a Fernando Poo dis­puestos a obtener "igualas". No creo que todos ellos lo supediten a la obtención de la iguala; pero sí es de ver que existen casos de oprobiosa coacción para obtener las "igualas" de otros compañeros. Esto ni se puede tolerar ni se puede consentir. El funciona­rio del Estado debe consagrarse a la obra del Esta­do, que es, en este caso, una obra apostólica, evan­gélica, proselítica y nobilísima. Si no se cree bien pagado, que reclame más sueldo o sobresueldo al Es­tado; pero, por regla general, el funcionario colonial español está mucho mejor pagado que el de Francia.

Tampoco es posible creer que d Estado puede cu­brir con largueza la vida de los que quisieran vivir gratis.

La lucha por la "iguala" deshonra a quien la ejer­ce. El médico funcionario pertenece al Estado. El sueldo triple, vacaciones bianuales de seis meses, los viajes en primera para él y toda su familia por cuen­ta del Estado, no es una mala colocación. Encima de esto, intentar vivir con más gaj-es, es exagerado. Se­rá remunerativo, pero no es honorable. El director del hospital tendrá más atención por los braceros de los colonos de los que tiene "iguala" que con los de los colonos que no $On clientes; verá de poner dificul­tades a los que no le han dado la "iguala" cuando se trata de enviar braceros a la isla, etc., etc. Todo ello

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ALMONEDA DE NEGROS

Un amigo me cuenta la repugnancia de la tra­ta de negros. Es hombre rudo y franco. Dice la ver­dad. No esconde su vida. La expone al comentario público con la misma franqueza con que la película se deposita en la pantalla. Este hombre dice dónde em­pieza y dónde acaba el mercado de negros. Cómo y de qué manera se produce la trata de negros.

¿Trata de negros? "V amos, vamos, un poco de serie­dad... Eso pasó ya." Tiempos bonachones de "La ca­baña del tío Tom". Lejanas horas de las reuniones aristocráticas en casa del duque de Alba, cuando los señores feudales consideraban horrorosa y anticató­lica la liberación de los negros." ¡Estos periodistas! ¡Estos reporteros! Siempre a la caza de lo sensacio­nal, aun cuando sea perjudicando a su patria. Va­mos, vamos... Páginas de un libro de Albert Lon­dres ... No está bien, no exageremos ... Deben ustedes tener un poco más de cuidado, de atención ... ¿Trata de negros? P.ero ¿de dónde sacan ustedes estas cosas, hombres de Dios, bienaventurados e inocentes ... ? ¿En

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tras, doradas, de oro viejo, ochocentista ... ¿Qué dice esta plaquita? Esta plaquita dice simplemente: "22

marzo 1873. Queda abolida la esclavitud."

¿Entonces? Si el palacio está abierto, si la Cámara se llena de diputados, si en el banco azul hay unos hombres que gobiernan, si hay un presidente que diri­ge el orden de las discusiones, si en la calle hay unos diarios que recogen las denuncias que se hacen coti­dianamente por los señores diputados, ¿cómo es po­sible que exista trata de negros? Pero aun hay más, aun hay más. Por encima del Congreso de los Dipu­tados, allá, junto al lago de Ginebra, se levanta un pa­lacio internacional que tiene un frontispicio impo­nente: Société des Nations.-Ligue of the Nations, Unos profesores morales, unos políticos conocidos, unas damas preocupadas siguen con interés los dere­chos y los deberes de los hombres ... ¿No se ha habla­do de esto? V amos a ver qué hay de verdad. ¿ Explo­tación del hombre? ¡Naturalmente 1 Del hombre por el hombre. Del hombre por el Estado ... Sí, es cierto; la explotación del hombre exist·e. Lo mismo en Italia que en el Uruguay; lo mismo en Rusia que en la India; lo mismo en Francia que en el Canadá ... Explotación humana o inhumana, absurda o racionalizada. Pero existe. Junto al palacio de la Ligue of the Nations.­Société des Nations, otro palacio, titulado Bureau In­ternatJ'onal du Travail, se preocupa de minorar esa explotación, de humanizarla. ¿Trata de negros? Un

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IIo.bla un hombre indignado y dice: \ -No se debe esconder la verdad H 1 , , . · ... ay que anzarla

a la vza pubh_ca y que el país se entere de lo que se hace en la Guznea,, en su nombre, envileciendo la His­toria. Es preciso evitar que España continúe la histo­ria vergonzosa heredada de la monarquía. No debe es­perarse a que los hechos sean obstáculo para buscar la solución. Es necesario que el Estado, anticipándo­se, allane el camino. Es preciso evitar que España em­piece a preocuparse de sus colonias el día que hubiese un levantamiento de negros en la Guinea continen­tal; es preciso que España no tiemble como una his­térica cuando se le dice que van a enviarse a la Gui­nea unos cuantos deportados y entonces piense, nada más que entonces y por unas horas, en lo que son o pueden ser sus colonias. Allí hay un puñado de espa­ñoles que con mejores o peores instintos han creado una riqueza, y esa riqueza debe servir para que el país se beneficie de ella. Allí hay un puñado de españoles que no pueden estar vivi·endo de milagro.

Y habla con rudeza y valentía, con la verdad a cues­tas, el aventurero colonial. Se llama Alfredo. y es hombre tenaz y claro :

-Mire Ufited, amigo; la mayor parte de los que ve-

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nimos a la Guinea venimos por desesperación y por ambición. Queremos hacer en diez años la fortuna que tardaríamos veinticinco o treinta en la Península. Aquí se viene a trabajar y a hacer trabajar. Dormir a la bartola, creer que esto es un veraneo, es morir, envilecerse, "ennegrecerse". Aquí se viene a sufrir molestia grande durante un decenio. Después, que talle el que siga. Se le deja el negocio a otro, se le da un tanto por ciento de los beneficios, y ¡hala 1, a vivir de renta en Madrid, París o donde sea. Los negros si­guen trabajando en la finca, sacando el cacao de los árboles, que parece no se agotarán nunca. Nosotros somos gente que dejamos en el muelle la vergüenza. Hay excepciones. No sirven para la vida colonial. A esa gente les convendría más trabajar en otras tie­rras, no haberse movido de su cuna. La mayor parte de los que llegamos aquí nos hemos dejado el corazón en el camarote del barco. Y cuando estamos en el puer­to hemos empezado a situarnos entre las aves de ra­piña. Ahora., que aquí, como en todo, hay clases. Hay los hombres de presa que venimos a trabajar como los demás, y que el contacto con la vida dura nos hace secos y entecos de espíritu. Y los que llegan aquí con unos miles de pesetas y un espíritu de prestamista hebreo dis.puesto a quedarse con todo. Hay clases. Los que venimos a crear riqueza y los que vienen a aprovecharse de la riqueza creada a fuerza de sudor y de dolor ... Es de-cir, la mayor parte somos unos aventureros. Ahora bien: entre los aventureros taro­biEn hay clases; unos, los que trabajamos; otros, los que vienen a explotar la riqueza adquirida. Estos me-

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recen menos consideración, menos piedad que los otros. Por lo menos, los aventureros como yo, hemos dejado caer alguna que otra vez la cuchilla en la tie­rra para limpiarla de la hierba que crece a la vista del caminante. Antes nos daba el Gobierno dos hectáreas, dos braceros y un duro diario para cultivar la tierra. Después ya tuvimos que pagar al Fisco unas monedas por hectárea que pedíamos como concesión. Eran los tiempos heroicos. Sin médicos, casi sin comida, sin agua potable, alimentándonos de conservas cuando las había, probando el pan de vez en cuando, sacrificando los domingos al trabajo, en vez de santificarlos, como dice que debemos hacer la religión católica ... Y si la tierra era buena y la Naturaleza generosa, recogíamos el cacao que surgía por milagro de los troncos plan­tados. Peor si la tierra era mala, si estaba lejos de la playa, si no era posible mantener el cultivo. La fortu­na entonces no era fácil. Aquí hay hombre honrado que ha enterrado lo mejor de su vida para crear una finca, a veces no la ha visto rica y espléndida porque se ha muerto antes, a veces ha llegado a viejo y al trasladarse 'a la patria ha perdido lo importante de su existencia ... aquel ajetreo que le daba vida. Aquí nos tiene usted. La goma o el melongo, el azote faraó· nico como política colonial. Hay que hacer trabajar a esta gente que no quiere trabajar, que no tiene ape­tito de trabajar. Hay qu·e acostumbrarla a las necesi· dades de la civilización, de la perversión y del vicio, para que sienta la necesidad de ganarse la vida, de te· ner dinero para adquirir cosas vanas, inútiles, super· fluaa, a veces perjudiciales, letales... La taberna es

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más importante que la escuela. Cuando el bubi em­pieza a sentir el gusto del coñac en su gañote, acaso es cuando puede e·mpezar a sentir la necesidad de tra­bajar. Con las monedas puede adquirir la bebida.

-¿Pero no está prohibida la v·enta de alcoholes? -Sí, señor, está prohibida. Pero prohibir no quiere

decir que no se venda coñac. En Santa Isabel hay tabernas para negros. En el continente llega el coñac, pasa por la Aduana, y se da a los negros. Los que más coñac gastan son los reclutadores.

-¿Los comerciantes de hombres? -Sí, señor, los tratantes de negros ... Pero, vayamos

por partes ... , porque si no, no llegaríamos a entender­nos. Le estaba hablando a usted de los dos tipos de hombres que llegan a la colonia. Dejemos aparte los hombres buenos que, iluminados por las descripciones fantásti·cas de Fernando Poo, acuciados por la nece­sidad, llevados por el viento que aquel día marcaba hacia estas latitudes, llegan al puerto de Santa Isabel y tienen necesidad de abrirse camino. Estos hombres son pocos. El ejemplo de ellos es un catalán que se llama Potáu, a quienes los catalanes han conferido el cargo benemérito y honorario de "cónsul de Catalu­ña". Potáu es un hombre que embarcó en Barcelona el mismo día que surgieron los primeros incidentes de la Semana trágica del año 1909. Entonces era un mo­zalbete bien dispuesto para el trabajo, generoso y em­prendedor. Llegó, tras mil peripecias-entonces em­barcarse en un barco de la Trasatlántica era jugarse la vida a cara o cruz-, y ya en la tierra empezó a la­brar su porvenir. Pasó un año, otro, otro ... Su facto-

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ría era modesta y humilde. Tenía que vivir del crédi­to, rehacer paso a paso la fortuna empezada porque las cosechas no nacían todo lo florecientes que era de esperar de una tierra bendita ... Luchaba con la falta de medios, con la escasez de asistencias, con las hi­potecas que le vencían, con los créditos que se acaba­ban. Pero a fuerza de voluntad, de resistencia en los empujones, de honestidad en su vivir, de muchas lá­grimas vertidas en el silencio, Potáu y su socio Do­menee llegaron a conseguir una finca. Pero una obra así son pocos los que pueden realizarla. No hay pa­ciencia, ni honradez para resistir tanto tiempo el malestar, la desgracia, la desilusión... Hay que te­ner un pecho de toro como el que tiene ese tarra­conense adusto y humano, sencillo y pulcro ... Es­to es la excepción. Los demás, la mayor parte, he­mos llegado aquí con espíritu de cuervo, con ambi­ción de urraca. ¿Para qué vamos a ·engañarnos? La vida dura nos ha enmohecido el espíritu, nos ha es­tratificado el corazón. Pero esos que han llegado aquí con dinero para prestarlo al pequeño finquero, para enredarle en papeles, para hipotecarle las fincas, para sacarle a subasta la riqueza y quedarse por una nona­da el fruto de tanto sudor, ésos no merecen el apre­cio de las gentes. Un hombre, trabaja y lucha, tiene braceros, los necesita... El bracero se ha encarecido. Lo han encareci-do, mejor dicho, porque es un medio de quedarse con la riqueza de los propietarios pe­queños... El prestamista ofrece dinero. A cambio de que le firme un documento quedándosele la cosecha a bajo precio. El pequeño propietario está ahogado.

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No tiene más remedio. Finca sin braceros es como molino sin agua. Firma lo que sea. Después el cacao pasa a papeleo y a ser propiedad del usurero ... Los pequeños propietarios desaparecen. Se han creado mu­chas fortunas sobre la sangre de los blancos también ...

-Lo que no llego a entender es el comercio de hom­bres.

-Va usted a saberlo claramente. Yo también he sido traficante de hombres como la mayoría. En estas latitudes hay que hacer de todo.

Dice estas palabras sin darle importancia Alfredo. traza en el aire, con la mano derecha en alto, una rú­brica acrobática. Y luego habla, habla, habla, habla ... Pasa en el diálogo la imagen viva de lo que se ha sufrido:

-Desde hace años se oye la misma cantinela: la raza bubi (es decir, los pobladores de la isla de Fer­nando Poo) se acaba. Los bubis, depauperados, van decreciendo espantosamente. La mabara, el pian, la tripanosomiasis, la filariosis, etc., van acabando con esta raza. Ello hace que la isla de Fernando Poo no tenga bastantes braceros, o sea trabajadores para las fincas en explotación. Tienen que recurrir a la Guinea continental. Cuando existía el mercado de carne ne­gra de la República de Liberia, la isla fernandina no sentía la crisis de braceros para trabajar sus tierras, pues los podían sacar todos o casi todos ellos de Mon­rovia, pero los ganapanes liberianos hicieron' imposi­ble el mercado. La mayor parte de los ministros, de los altos funcionarios, de los burócratas, s·e servían de esta exportación de braceros para explotar a sus

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conciudadanos. La trata de negros era evidente y cri­minal. ¿Por qué no decirlo? En la vida hay que hacer de todo, y si no es posible ser honrado siempre, serlo a ratos ... Siempre se nos tendrá en cuenta. El pobre bracero se quedaba reducido a la nada ante la apeten­cia de los burócratas y funcionarios monrovianos. En esto, los blancos no intervenían casi para nada. O si intervenían es que iban a medias con los liberianos. La Sociedad de Naciones puso fin a la perniciosa la­bor, cortando de cuajo el comercio de negros. Por entonces, los delegados españoles en la Sociedad de Naciones se divertían en el Kursaal ginebrino y cul­tivaban la amistad de los primeros ministros para que dejasen en paz la figura grotesca de Primo de Rivera. Los delegados de España en la Sociedad de Naciones eran, en su mayor parte, algo bufo y trágico. Ignora­ban todos los problemas de España y nada importá­banles los intereses de los españoles ni los de la Pen­ínsula, ni los que se agitaban en los restos coloniales. ¿Qué clase de relaciones podía haber entre la Repú­blica de Liberia y la Guinea continental? Antes que nada, ¿dónde estaba la República de Liberia? Los al­dabonazos de las Cámaras Agrícolas de la Guinea en el Ministerio de Estado se daban en una casa vacía. El señor Quiñones de León lucía un chaquet ridículo y sus mofletes se sonreían cada vez que el zorro de Arístides Briand le pedí·a un· cenicero para echar sus históricos "bouts de magot". Los intereses de las co· lonias españolas no se hicieron sentir en Ginebra. La Sociedad de Naciones cortó toda relación de la Repú­blica liberiana con Fernando Poo, y las fincas de la

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isla ubérrima-que nada tiene que envidiar a Sumatra o a Ceylán en cuanto a naturaleza pródiga-quedaron sin brazos. Lo importante hubiera sido que los dele­gados españoles interviniesen en la Comisión interna­cional de inspección, que se encauzasen, organizasen, controlasen las emigraciones de liberianos a Fernan­do Poo, con lo cual se beneficiaban los negros, que preferían trabajar en la isla, porque ganaban mucho más y más hubieran ganado, porque no se les esquil­maba el jornal, y los finqueros españoles, que queda­ban garantizados en cuanto a mano de obra. Pero los delegados españoles fumaban cigarrillos en las terra­zas de los hoteles que dan al lago Leman, y hablaban de las queriditas rubias que acababan de conocer en el Kursaal. Esto era mucho más interesante que pensar en los intereses de España por allá, hacia Fernando Poo. Los altos dignatarios de la República de Liberia vieron cortada buena parte de sus ingresos, pues co­braban por cada bracero que enviaban a Fernando Poo setecientas y mil pesetas. Los finqueros pagaban, además de esta prima, que se repartían entre el reclu­tador, el cónsul de Liberia, algún ministro, algún in­termediario más, el pasaje del obrero. Este llegaba a Fernando Poo. Del anticipo misérrimo que le habían hecho, tenía que pagar impuestos, derechos de contra­ta, documentaciones ... Y a la hora de cobrar percibía tan sólo la mitad del sueldo, que venía a ser el de se­senta pesetas mensuales-cobraba, por lo tanto, trein­ta-, más la manutención. Las otras treinta pesetas in­gresaban en curaduría y Caja de previsión y ahorro del negro en la Guinea española. Al acabar la campa-

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ña, o sea el contrato de dos años, percibía el resto de lo que se le había guardado, mas como la cuestión era esquilmar el ahorro, quien fuera-los funcionarios liberianos, los reclutadores-, les hacían el cambio de las pesetas en libras esterlinas o dólares, mejor libras, que es la moneda "nacional" de la República de Li­beria, y lo fijaban a un tipo superior, con lo cual tam­bién se guardaban una parte del jornal del negro. Si éste quería reengancharse, las autoridades no le deja­ban. El finquero se hubiese ahorrado el dinero del pa­saje de ida y vuelta y todo el trámite burocrático, que siempre deja residuos. Pero esto a la organización burocrática de Liberia no le convenía y obligaba a que los braceros monrovianos volvieran a su tierra para conseguir otras setecientas o mil pesetas por bracero como prima de enganche. ¿ Cómo se efectúa el enganche? Existe el redutador. El reclutador es el personaje central de la trata. Los hay de dos clases, el que vive única y exclusivamente del comercio de negros, y el que, finquero humilde, trabaja por cuen­ta, de casas fijas y se gana unas pesetejas, que emplea en la finca, que a fuerza de sudores consigue levan­tar. El reclutador profesional busca braceros. En la República de Liberia se entiende con los ministros, con los altos funcionarios y con los jefes de poblado. Por cada bracero que conseguía-los liberianos son los negros más fuertes y más aptos de todo el Occiden­te africano-pagaba al jefe una cantidad. Esta era de cien o doscientas pesetas. Más tarde, los funcionarios, para consentir la salida del compatriota, cobraban cin· cuenta o cien pesetas. Y el reclutador, ¿qué menos iba

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a ganar que cien o doscientas pesetas más por cada individuo? De manera que un negro que salia del po­blado costaba al finquero de Fernando Poo de cuatro­cientas a quinientas pesetas. Además, cada negro ad­quiría una mujer, y para ello necesitaba trescientas pesetas más. Con estas trescientas pesetas, que dejaba en arras a la familia de la novia o al jefe del poblado, ya eran setecientas u ochocientas pesetas las que de­bía adelantar el finquero. Para un equipo de veinte hombres debía desembolsar dieciséis mil pesetas. Po­cos eran los propietarios que podían disponer de can­tidad semejante. Nacía aquí la usura.

Cuando se acabó el trato de negros con la Repúbli­ca de Liberia, todos los ojos de los finqueros fernan­dinos se pusieron en la mancha cuadrada de la Gui­nea continental. De los bosques selváticos tenía que salir entonces la mano de obra. Había que caer sobre el pamúe, sobre el benga, sobre el bantu, fuese como fuese ... La continua recolecta del cacao, la necesidad de "chapear", minuto tras minuto, decidió a los fin­queros a buscar en la Guinea continental la mano de obra que precisaba. Hízose e~sto, como todo, anárqui­camente. Mal podía la colonia ser una excepción de la metrópoli. Mientras Espafia fuese un foco de des­organización catastral, no podía la colonia ser un de­chado de organización. ¿Convenía que as{ fuese? l Acaso le intereuba a alguien? A la mayor parte de los finqueros ricos de la isla de Fernando Poo, a los que te dedicaban a la compra de cacao, conven(a que la mano de obra no se organizara. Si hubiera existido por cuenta del Estado una especie de delegación o

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bolsa del trabajo, es evidente que por mal que se lle­vase hubiera habido, posiblemente, mano de obra para todos. Pero no convenía esto a la iniciativa privada. Las curadurías hubieran podido ser ese centro de con­tratadón, puesto que, en realidad, lo eran, lo son ya; pero a la mayor parte de los finqueros les interesaba muchí-simo que el Estado no tuviera nada bien orga­nizado. Lo que importaba era pescar a río revuelto. Claro está que, por otra parte, el Estado, incapacita­do, inmoralizado, abandonaba las funciones colonia­les, que no le producían inmediatamente un beneficio tributario. Era mucha pejiguera preocuparse de todo eso. Además, en la Dirección general de Marruecos y Colonias nadie sabía nada de colonización, y casi igno­raban hacia dónde estaba eso de la Guinea. Dejnron que la iniciativa privada se preocupase de buscar los trabajadores donde fuese y como fuese. Ya se apaña­dan. Los cuer-vos de la isla se fregoteaban las manos de satisfacción. La unión habida entre todos para bus­car braceros a repartir por el porcentaje de hectárea cultivada o por cultivar, echóse al agua. Los ricos iban a ser los amos. Los ricos tenían sus reclutadores, que entraban en el bosque, que se en·tendían con los .. kukuman" de los poblados y que realizaban la leva de los braceros. Convenía encarecerlos para que no llegasen a todos los finqueros. Entonces, los finqueros pobres tendr(an que recurrir a los grandes, y éstos les exigirían, a cambio de braceros, que les traspasasen la venta de la eoaecha de cacao a precios irrisorios. Te­ner braceroa de sobra era un doble negocio: explota­ci6n de la mano de obra, explotaci6n del pequeño pro-

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pietario. Como le he dicho, había dos clases de bra­ceros.

No hay que confundir a las gentes en el mismo saco. Había, hay, mejor dicho, dos clases de recluta­dores: los que pertenecen a casas determinadas y los que operábam.os por nuestra cuenta y riesgo. Los re­clutadores de las fincas de la isla, casi nada tienen que ver con los sujetos presidiables y desalma,dos, como yo, que íbamos en busca de brazos por los po· blados indígenas, al buen tuntún; a la que salta, lie­bre. Los reclutadores de las casas son algo así como agentes ·comerciales, agentes de colocaciones, que por un módico precio buscan braceros entre sus vecinos, y viven del laboreo de sus fincas pequeñas y logran un pequeño beneficio con la recluta que realizan con bastante moralidad y con bastante difi·cultad. Los re­clutadores libres operábamos por su cuenta. Ibamos a nuestro negocio. Operábamos sobre el mejor postor. Falseábamos, si era predso, carnets de identidad, ha­cíamos "el pase" de la curaduría al hospital y del hos­pital a la curaduría. Envilecíamos el trabajo, pero ga­nábamos muy buenos duros. Esos reclutadores no de­berían estar permitidos. Lo digo ahora que ya no lo soy. Y, sin embargo, los que en mejores relaciones es­tábamos con los "kukumanes", con los curadores, a quienes vociferábamos e insultábamo·s, y son los que en reuniones entre personas· decentes llevábamos la voz cantante y trepidante contra las autoridades. Nos tenían miedo. En una zona como esa puede mucho más el que en lugar de un título académico lleva un buen certificado de penales. Los reclutadores libres

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dábamos alcohol al indígena. ¿Que no es posible? ¿Que el Estado tiene prohibida la venta y el regalo del alcohol al indígena? Ya lo sé. También lo está en los Estados Unidos y todo el mundo sabe que se encuentran por las calles muchos borrachos. En la Guinea continental los rcclutadores facilitábamos co­ñac al indígena. ¿Que no puede ser? Pues es muy fácil de comprobar si se empeñan las autoridades en quererlo saber. Basta con acercarse a los libros de la Aduana en Bata y en Kogo y leer la entrada de las caJas de coñac. Por mucho coñac que se beba en Bata, a pesar de que se beba mucho, ¿pueden gastarse de 2.000 a 6.000 botellas mensuales para una población de 1.500 blancos residentes en los 24.000 kilómetros? Las cifras son verídicas y elocuentes. ¿Adónde va ese coñac? Va a parar a los poblados indígenas, don·

de empiezan a viciarse ...

Todo cuanto nos decía el aventurero, rayano en un cinismo in.comprensible por lo infantil, era pálido con lo que más tarde supimos. Evidentemente, los blan­cos, en su deseo de explotar al negro., llegaban inclu­sive a preparar un desastre futuro. Pero como que era futuro y ellos confiaban no estar en el trópico cuando llegase, les eTa igual que en e·l torpe y siniestro juego peligrara la vida de los futuros ·coloniales. Y en la partida, por ahora, perdían los negros, pero la iban a ganar en definí ti va.

Pero aun hay más. Los "kukumanes" son cautos y

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astutos. No están conformes en estos tiempos con los dineros que les facilitarán a su vez el comercio de mujeres, con los dineros que les darán autoridad, con las botellas de coñac que darán facilidad a su gaño­te, ahora ya quieren pólvora... ¡Pólvora! ¡Ya piden pólvora! Como se acercaron al gobernador general D. Gustavo Sostoa y le pidieron con muy buenos mo­dales y con ce·rtera picardía armas para defenderse de los animales dañinos. La autoridad española, per­sona inteligente y señoril, fina y perspicaz, les dió por toda contestación una sonrisa. Los habitantes de la Guinea continental y de la isla no han necesitado nunca armas de fuego. Les han bastado las lanzas o un repleto carcaj de piel de antílope para defen­derse. Cuando el gorila ha rondado por sus poblados, los negros se han apartado del paso del hombre del bosque y los elefantes han sido inofensivos para ellos mientras no les han molestado. Ahora el indígena quería cambiar la ballesta por el fusil, por la reming­ton, por el rifle ... ¿De dónde había sacado esos ins­tintos de modernidad? Ahora el indígena tenía pól­vora. Se la había facilitado el reclutador, que pocos intereses dejará en la colonia, y que el día que reúna unas pesetejas abandonará la Guinea y se instalará en su pueblo natal, poniendo un tabernucho o una casa equívoca. Una fortuna hecha sobre el ébano vivo, y a campar por otras tierras. ¿Qué le importa a él que los indígenas un día se levanten, como otras tribus, con­tra el "blanco opresor" y haga una sarracina? El re­clutador estará lejos del peligro. Nada hay más terri­ble que un hombre sometido durante muchos años en

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el momento de su liberación. En un medio civilizado, el hombre, en posesión de su plena autoridad, tiene suficiente serenidad para n~ arrebatarse y obrar con seV~kia, pe,ro a una raza primitiva e intuitiva váyasele con remilgos. Harían tabla rasa de todo.

Este es uno de los mayores peligros de la colonia. El negro tiene pólvora en su mano. Se la ha dado el blanco. Los blancos que tienen alma de negrero. Cuan­do la fatalidad histórica de la. rebelión se cumpla, se sabe a quién culpar: al propio blanco, que ha buscado o habrá buscado la muerte de sus prójimos. El Esta­do no habrá sabido evitarlo.

En esta conquista por el bracero se llega, por lo tanto, como se puede ver por estos hechos, a las más viles acciones. Los "kukumanes" son listos. Saben adular y excitar los intereses de los blancos. Llegará un día en que los mismos blancos les darán escopetas, con la excusa de que son piezas de trapero, pero la maña y la paciencia del negro es extraordinaria, y un arma que no sirve para nada entre los dedos de un blanco, en manos de un negro puede llegar a ser útil, utilísima.

¿Dónde empieza y dónde acaba la trata de negros? La leva se realiza de la siguiente manera. El reclu­

tador-hombre de presa, espíritu presidiable-, se in· terna en el bosque. Antes que al Estado. y sin acaso, mucho antes que a las Misiones, el negro conoce al reclutador. El reclutador busca por los caminos pa·

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múes, por la selva virgen, abriendo trocha, haciéndose camino, poblados ignorados por el Estado. Y en un lenguaje mitad pamúe, mitad broock-inglish, se en­tiende con el "kukuman", que es el alcalde del pueblo, el jefe de la tribu, el dueño de todo.

-¿Tienes hombres para que vayan a trabajar a la isla de Fernando Poo?

-No-contesta categóricamente el "kukuman". Otro diría, ambolo ("adiós"), y seguiría su camino.

El reclutador sabe que "hay que trabajar" al "kuku­man". Unos collarcitos, unas chucherías, un puñado de sal. ..

-Mira, "kukuman", yo necesito hombres; tú, dinero, sal y muchas de las cosas de mi factoría: ropas, cu­bos, lámparas, sombreros, et·c.

Nacía el forcejeo. El "kukuman" acababa por ceder. El dinero le tentaba. El "kukurnan" llamaba a todos los jóvenes que querían mininga, mamí. Se avanzaban unos cuantos. Se le entregaban trescientas pesetas, tipo medio del pago de una mujeT, que no es que se compre, sino que es algo así como las arras del ma­trimonio indígena. Estas trescientas pesetas se le des­contaban, naturalmente, del sueldo que iba a ganar a la finca donde trabajaría durante dos años por un jor­nal de sesenta pesetas mensuales, más la comida; una comida que consiste en ·tres kilogramos y medio de arroz semanales, seiscientos treinta gramos de aceite de palma y un kilogramo cuatrocientos gramos de pes­cado seco; un pescado seco que a la larga produce horribles llagas.

Algunos terratenientes de la Guinea continental

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decidieron, a principios de 1932, dar a sus braceros carne fresca, "no por humanidad, como me dijo sin­ceramente un agricultor, sino por espíritu comercial, para que los braceros no se le vayan a otras fincas". De ese jornal de sesenta pesetas se le descontarán las trescientas pesetas de la mujer. Esas trescientas pesetas generalmente suele quedárselas el jefe del po­blado, que la mayor parte de las veces se queda con las trescientas pesetas y con la mujer, que no va a la isla con el marido., sino que se queda en el poblado y sigue siendo tan mujer del "kukuman" como antes del acto de marras ...

Así nace la trata de negros.

El reclutador se llevaba del poblado cinco o seis muchachos. Había dejado por cada uno de ellos tres­cientas ·pesetas por la mujer, cien pesetas que le en­tregaba al jefe y chucherías que repartía entre los familiares del bracero. Al reclutador le quedarían lim­pias doscientas o trescientas pesetas por bracero.

El reclutador cogía los negros de los poblados. O bien los dirigía, solos o con la mujer, camino de Ba­ta y quedaban en el patio de Curaduría. Allá llegaban los negros con la carga de sus camastros, sus luces de acetileno, sus menesteres indispensables y, a ve­ces, como un bulto más, la mujer, destrozada y en­vejecida a los veintidós años de edad. Allá, en el pa­tio, se hacinaban hasta la hora de la partida hacia la isla. Sentábanse alrededor del patio, en el suelo; per-

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manecían horas en cuclillas fumando hojas de taba­co que producían un hedor insoportable y duro. Al lado de aquel humo y de aquel hedor, las tagarninas de España, los napolitanos, podían parecer suave ta­baco egipcio. Se mezclaban los negros y discutían por un rincón más cercano a la pared. Había muchas discusiones entre ellos. Al paso de un blanco con cier­ta autoridad callaban sigilosamente, con miedo a ver­se metidos en cualquier redada y miraban de reojo. En Curaduría se les extendían unas cartillas-contra­to de trabajo que serían su salvaguardia durante el tiempo que durase el compromiso. Curaduría no pro­viene del verbo curar, como a primera vista parece; debe provenir de "procuraduría", o sea de servir de "procurador" de los negros. En Curaduría se les pre­guntaba cómo se llamaban y de qué poblado venían. Los reclutadores, admirables ardillas, lo llevaban todo listo y reglamentado. De Curaduría tenían que _pasar al hospital; en el hospital debían darles un certifica­do de salud excelente, analizándoles la sangre, por si había en ella tri panisomas y ver si estaban en buen estado para poder resistir la campaña de dos años que iban a cumplir ... Pero al reclutador po<:o le importa la salud del bracero; lo interesante para él es la ga­nancia inmediata, la venta del hombre a los finqueros de la isla. Y había reclutador de esta naturaleza, con espíritu de cuervo, que al salir de Curaduría con el carnet-contrato para pasar al hospital (y allí, una vez analizada la sangre y hecha la inspección médica que constara en el carnet, el valimiento del individuo) ha dado el cambiazo, y en vez de llegar los verdaderos

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braceros al hospital-unos bra·ceros con evidentes se­ñales de pian u otras enfermedades tropicales-, han ido otros supuestos braceros, que eran el boy y el marmitón, y el cocinero de ese reclutador y que se han hecho pasar por aquéllos. El servicio sanitario ha dado como buenos aquellos hombres, y al salir del hospital ha vuelto a producirse el cambiazo. Del pa­tio de la Curaduría-un patio de vecindad franca­mente trágico-han pasado a la ballenera, y de la ba­llenera, a la cubierta del vapor que les ha llevado a la Curaduría de Santa Isabel, y de aquí, al bosque.

Noche en el trópico. Ambiente denso. Playa suave y sensual. U na palmera se inclina hacia el mar como queriendo que la espuma rizada humedezca la arista de sus ramas.

Luna brillante y redonda; luna de febrero, clara y pura. Luna obesa, burguesa, oronda, beatífica. La luna en el trópico tiene sensualidad e infantilismo. No guiña el ojo como la luna inocentemente maliciosa y ochocentista del bueno de Willette. La luna en el trópico no sabe de "vals~s brunes", ignora qué es el "claire de la lune", de Montparnasse. La luna es sen­sual. Da al cuero de las negras un brillo de acero. Es ébano ripolinado. La ·piel acauchutada de las negras, bajo la luz de la luna, tiene un atractivo más. La pla· t~ de la luna y el ébano de la carne negra. Conjun­Cl6n se~s~al. P~ro est~ sensualidad de las negras no es nl m1St1ca, m complicada, ni prostibularia, ni aler·

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ta. El amor en el trópico es una atención más. No importa. La negra se somete bondadosamente al amor sin darle importancia. Se vive aún en el período del amor huésped, del amor hospitalario. En Corisco, los padres educan a sus hijas para la función del amor. En la tierra guinea el amor sexual no tiene trascen­dencia humana. El blanco, que a su llegada repele el contacto de la negra, va acostumbrando sus ojos al perfecto torneado del cuerpo, cintura para abajo, de los negras; y su paladar, al wisky. Sensualidad tro­pical. Por eso la luna aquí tiene cara de tonta. Por­que aquí no hay cuernos en la luna; porque aquí los cuernos de la luna son inocentes y no guardan mala intención. La luna tiene cara de luna. Y cuando la luna agudiza su perfil y semeja la rabanada de un melón de Villaconejos, tampoco esconde el patrona­je de los maridos defraudados de fidelidad. Noche en el trópico. Calma, encanto, sUavidad, nubes de tarje­ta postal. Plateado en las aristas palmeras.

Hora de amor. Los negros han hecho creer a las negras que los dioses castigan a las mujeres que ha­cen el amor de día. Garantía de castidad. De día, el negro está en el bosque trabajando en la razzias de árboles que realiza el blanco, o cubriendo de sudor la carretera nu~va, o abriendo trocha en el intermi­nable y obscuro ·espesor de la selva virgen.· Queda sola la mujer en el hogar. Puede hacer lo que quie­ra. Y el negro advierte a su compañera que hacer el amor de día está castigado por los dioses. La mujer teme el castigo. No se deja convencer por el blanco ni por el negro. Llega de noche el marido. Y enton~

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ces la mujer puede ha·cer el amor. No es una cue1.

ti6n de celos. Es una cuestión de moneda. El ma. rido deja que la negra haga el amor con quien quiera,. blanco o negro, benga a bantú. Lo que pasa es que quiere saberlo. Saberlo y cobrar. Antes, todo esto te­nía un tono de hoRpitalidad sabrosa. Cena y lecho; amistad y amor pasajero para el que cruzaba los p0•

blados y las selvas. Pero ahora los blancos han so­liviantado el instinto de compra y venta del amor. Se paga y se cobra. Antes esto no tenía la menor im­portancia. El espíritu prostituido de Occidente ha llegado a las tierras casi vírgenes de la Guinea ...

Playa de Bata. Hacinados están los negros entre paqueterias y bultos. Se van para la isla de Fernando Poo. El reclutador les ha conquistado la voluntad. Buen trabajo, buen pago, buena mujer ... Tabernas para negros un poco alejadas del centro de Santa Isa· bel. 11AlH no ea como aqui, que tenéis que beber a escondidas... Buen cofiac para el gaftote fuerte ... " -les dicen-. Allá van loa negro& a cruzar la1 cien· to treinta millas. El ñe-ñe-nec-gua-gus-gua de aua len· cu•• vern,culaa, de ese esquemático pichinglis-pa· labra que ae reduce al aevero !peack english euro· peo-llena el ambiente. Van cargado• de bultoa: 16m· paraa, un colch6n, aacoa con comida o enaerea abaur· doa, gorraa del ej6rcito germinico 1914., acordeone1 que mal auenan, ¡ultarru aonora1 y preclo~aa, fabrl· cadu con cafta1 y calabua1 ... Suben por la escalerl· lla que bandea junto a la coraza met,llca del barco; el arua 1e a¡lta vivamente en la nocbe. La luna 1c

bafta en el fondo del mar y al¡tln delffn que aale de

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noche muestra el acero de su piel, limpio y terso. Los negros le tienen miedo al agua, al agua y a sus habitantes ... Las barcazas que los pasan -de la playa al barco, anclado a milla y media de distancia, van repletas de bultos y negros ... Unas muchachas, si no guapas por lo menos tolerables, se agarran a los ma­deros que sirven de asiento. Allá van los rebaños de negros. "¡Eh! ¡Hop! ¡Vamos! ¡Vivo! ¡Largo!" Oyen tan sólo gritos y exabruptos, blasfemias y negacio­nes. Poco hablan. Sus frases quedan a medio decir en el aire. Y se encaraman a la escalerilla, con un salto simiesco y bailotean sobre los escaloncillos, y cuando alcanzan la cubierta, el gesto adusto y el brazo estirado de un marinero les señala dónde está su sitio. Sobre cubierta. 1 Hala 1 Junto a unas vacas que servirán de comida en el viaje de vuelta. Y los negros se amontonan. Sobre las maderas envejecidas, suaves por el roce del agua, húmedas aun del último baldeo, los negros acicalan su espacio. Se acercan a la barandilla y miran el mar. El mar que es negro, negro y espeso, porque la luna se ha borrado del cie· lo. Va a llover. Un airecito tibio ,parece indicarlo. Y suben los negros. Se arriman los unos a los otros. Van viejos., van jóvenes, van nifiitas. Y un negro con una guitarra pamúe se aposenta bajo la casetilla tele· gráfica del puente y empieza a desenrollar un ritmo lejano, lejano, de Nigeria, que recuerda los vaive· nes de los vientres de las mujeres de Lagos, las más hermosas del Occidente africano.

En la resquebrajada máquina del piano eléctrico suena una especie de tango cretino. Juegan al domin6

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el curita y el capitán, vasco, vociferador y lleno de vacío. Un gramófono suelta al aire una canción ame­ricana. Hay una especie de mundo divertido y dis­tinguido. Allá en la cabina telegráfica, un oficial, es­tampa viva del "Oseíto" cre~do por Martínez de León, cuenta por enésima vez un chiste chungón y opti­mista. Se beben ,cotelitos, harto inocentes, prepara­dos por un barman que confundió la profesión ca­glióstrica con el simple sacarle lustre a los zapatos. Van aburridas unas cuantas personas. Otras llevan la pasión de regresar a la Península y gastar en seis meses los fondos recogidos en dos años de torturas. El espectáculo es poco divertido. Gentes de más y

de menos. Baratito todo ello. Tan baratito en el or­den psicológico, que no vale la pena de citarlo ... Ni tienen interés como friso de un mundo superficial -del tipo viajero de un gran transatlántico-ni po­seen el alma candente de los viajeros de tercera. Tie­nen espíritu de quiero y no puedo. Viajeros de se­gunda. Escaso valor humano. En ,cambio, allá en la cubierta, cuerpo al aire, desnudos, recibiendo la ca­ricia de la luna espléndida y sosona, están los reba­ños de negros. Hay un negro alto, enjuto, con barbi­lla, el .pecho al aire, envueltas las vergüenzas en un paño rojo, con unas piernas musculosas y los brazos tendidos. Parece un cristo. Un cristo pintado de ne­gro. Tiene los brazos abiertos y respira fuerte. Jun­to a éste, una niña regordeta, durmiendo sobre el vientre. Unos negros fuertes se han acurrucado en el pasillo entre cubos. Les empujan los mozos del bar­co. Estos criados, estos servidores de poco pelo, que

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cuando pasan junto a un pamúe se consideran su­periores a ellos.

Cubierta del barco. Bajo el dosel celeste los negros se tumban. Son tantos y forman tal piña, que el piso de la cubierta no se adivina. Se ven negros estira­dos, otros hechos un ovillo. 1'/Iujeres en cuclillas. Mu­gre humana. Allá van los negros. Allá van. Sin con­templación. Sin humanidad. Mercado de negros. De esta tierra salieron los pobladores de América. De esta tierra, los criados y los trabajadores de los blan­cos. De esta tierra, millón y medio de seres huma­nos que iban a conocer tierras vírgenes del conti­nente colombino. Ahora no atraviesan el Océano. Van a Fernando Poo. A cultivar el cacao. A trabajar pe­nosamente. El melongo o la goma les dará razón de la superioridad blanca. ¿Son vagos? Y han de tra­bajar. Han costado mucho dinero a los blancos. El barco en esta noche caliginosa cruza la calma del mar. El guitarreo de un pamúe se deja oír hora tras hora. ¿Qué debe cantar? Parece algo muy meloso, muy tierno, muy triste, muy aburrido. Duermen ha­cinados los negros. A pagóse la luz tenue de una bom­billa eléctrica. La luna les lanza el foco de su re­flector. Todos ellos duenrien pesadamente. Concen­trándose en el sueño como no queriendo darse cuen­ta de que atraviesan el mar. Al amanecer, el temblor del frío inicial de toda aurora les obliga a recogerse. Hacen gestos de tiritar. Se, abrazan los unos a los otros, se encogen., se entrelazan aun más. Hay una negra de catorce años, de ancha cara expresiva, que duerme con los ojos entreabiertos y parece que sueña.

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Amanece. Se divisa Fernando Poo. Las casillas ofi­ciales. Las puntas pseudogóticas de Santa Isabel... Trabajo para dos años ... Acaso la fatiga ... Acaso la muerte ... ¿Acaso? Escriba usted una definitiva afir­mación.

Primero, los jefes de poblado se conformaban con chucherías o puñados de sal. Más tarde, cuando co­nocieron el valor del dinero, pedían pesetas claras y rutilantes. Ahora piden chucherías, pesetas y pól­vora. ¿Qué pedirán luego? La voluntad de los "ku­kumanes" no se doblega fácilmente. Hay que untar­les largo, pródigamente.

La raza negra no es una raza torpe. Creer que los negros son unos pobres diablos es absurdo. Eso lo pueden creer los misioneros (y no lo creen, 1 qué va 1), que les tratan de "chicos grandes". El negro es un espíritu fino, cauto, vivo, adulador-tiene muy agudizado este instinto-, rapaz y astuto. El negro es hombre que mientras está sometido, sabe aguar­dar su hora. En el fondo, el negro desprecia al blan· co y le compadece. El n:gro no es tan tonto como ·creen loa pobres blancos mediocres. El negro tiene un conce-pto moral de la vida completamente dis­tinto al nuestro. Para él, la mayor parte de nuea­traa. preocupaciones, de nuestras aficiones, de nuea­troe cleuoa, no tienen ·la menor importancia. Lea ha­cen ¡racia y noa las explotan. El problema sexual para el ne¡ro no exi1te. Loa choca que la mayor par-

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te de los blancos lleguen ansiosos de "poseer mujer". Para ellos, la mujer es una cosa. La consideran lo mismo como en el famoso concilio en que se deci­dió que la mujer no tenía alma ...

Los "kukumanes" saben atizar el interés de los blan­cos. Y los blancos, tan listos, tan inteligentes, se de­jan engañar por los negros. A los pamúes no les gus­ta el trabajo. No les interesa. La Naturaleza es pró­diga y les da cuanto necesitan. El sistema social les permitiría vivir sin hacer nada. Se unen a una mu­jer y ésta es la que va a trabajar al bosque. Ellos o la acompañan para ver cómo labora la hembra, o se quedan fumando hojas de tabaco en la Casa de la Palabra, que es algo así como el Casino, el Juzga­do y el Municipio reunido. La yuca les alimenta ex­traordinariamente. La papaya, el plátano, la caña de azúcar, el contriti-algo así como un té tropical-lo tienen a la mano. N o han de hacer ningún esfuerzo. En el interior de la Guinea los negros llegan a pre­parar una especie de chocolate rústico con el cacao que nace silvestremente. La palmera les da aceite y un alcohol mucho más fuerte que el vodka, denomi­nado topé. Se hacen casas de nipa y bambú, que cada dos o tres años cambian por una nueva, levantada un poco más lejos. ¿Son nómadas las tribus? Sí y no. La mayor ambición de un pamúe es ser jefe de poblado. En cuanto se casa y tiene una mujer o dos y algunos familiares a sus órdenes, forma un pobla­do. Se interna en el bosque, cuanto más lejos, mejor, para que no le molesten los blancos. Allí ejerce su máxima autoridad y vive sin hacer nada. Todos tra-

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bajan para él. El, a veces, se dedica, más que por necesidad por deporte, a la caza o a la pesca.

Mientras el bosque está cercano, toman de él todo lo que necesitan. Pero los árboles que cercenan des­aparecen. Es preciso caminar ya un poco más para hallar lo que les impone el consumo diario. Han pa­sado dos o tres años. La casa de nipa y bambú se ha deteriorado. ¿Para qué arreglarla? Se hace una 'llueva un poco más hacia el interior. Así ni tienen que caminar tanto para buscar lo que quieren ni vi­ven tan descubiertos. Y hacen el nuevo poblado más hacia la derecha o más hacia la izquierda, según les convenga. De ahí esta especie de nomadismo tro­pical.

Todos los países civilizados, por llamarles así, crean necesidades a los indígenas para que se vean preci­sados a trabajar o a llevarles riqueza natural. El Rei­no' Unido, generalmente, tiene por sistema de colo­nización el montar unas factorías y esperar a que los negros les lleven las pieles de los animales, las cosechas, etc. En el mostrador de las factorías se les cambia por .dinero o por objetos, y en paz. Pero esto puede hacerlo el Reino Unido, porque en sus colonias, Nigeria, por ejemplo, el negro es traba· jador y ya está enlazado a la civilización occiden­tal. Pero el pamúe ni tiene noción de la civilización ni le interesa. Vive mucho mejor tal cual. La facto· ría es el principio de toda civilización. La exposi· ción ·de elotes-ridículos y pintorescos~, algo así co­mo unas enaguas absurdas y de sombreros raros ena· mora a los negros. Y lleva de sus fincas pieles de

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mono, de serpientes o de leopardos para cambiarlas por un traje ·de payaso o unos puños de celuloide. Paseando por la Guinea se encuentran todavía mu­chos negros luciendo gorras de soldado del ejército alemán de la anteguerra 1914 y muchos negros con pimpantes uniformes. Font de Rubinat, un muchacho inteligente y despierto, vendió a unos negros un stock de smokings de saldo. Y no se sabe cómo, llegó en cierta ocasión a la isla de Fernando Poo un vestuario de una sastrería teatral y hubo un negro que chapea­ba vestido de torero o de Don Quijote.

Los "kukumanes" cada día piden más cosas para con­sentir la exportación del negro de la Guinea Conti­nental a la isla de Fernando Poo. Esto es caer en el mismo vicio de origen de la relación entre la Repú­blica de Liberia y la Guinea continental. El Estado no evita que el bracero sea granjería de todos los bastardos intereses. El reclutador y el kukuman de­jan nacer y crecer la trata de negros. Se benefician ellos y perjudican al agricultor, tanto al de la isla como al del Continente. Al de la isla, .porque enca­recer la mano de obra, es someterlo a la usura; al del Continente, porque generalmente el reclutador no se interna en el bosque en busca de negros,· sino que va a los poblados de fácil acceso y los vacía. Si el Es­tado no mantuviera una neutralid-ad absurda y ficti­cia, esta falta de brazos no ocurriría, porque abriría caminos y pistas para conocer de verdad toda la Gui-

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nea-no hay que olvidar que la Guinea tiene 24.000

kilómetros cuadrados y España conoce tan sólo has­ta ahora 6.000-, y entonces los 90.000 ó 100.000 ha­bitantes de la colonia continental podrían repartirse convenientemente y no perjudicar a ningún agricul­tor colonial. Pero el Estado ha sido la esfinge fa­raónica. Tanto le importaba el nacimiento en su te­rritorio de la trata de negros como que los agriculto­res se zajasen entre sí.

De ahí, en buena parte, el odio estúpido de los co­loniales de la isla y los de la Guinea continental, que el Estado amamantó y dejó crecer porque divididos los intereses siempre son menos peligrosos. La mo­narquía ha sido responsable hasta de eso: de que las relaciones de quienes tienen los mismos intereses-los agrícolas y los rectores de la ex·plotación forestal­se hayan contrapuesto, llevando a las zonas financie­ras de España el descrédito y el temor de que la ver­dadera riqueza colonial no sea más que un truco a lo "Dogodoo-Ton ka".

Los intereses de los coloniales son encontrados por la trata de negros que se realiza. De esa trata de ne· gros como de las diferencias de lo10 colonos., no hay otro culpable que la inexistencia del Estado monár· quico. El Estado monárquico ha estado ausente en todo momento de la vida colonial. Por una parte, si el Eatado hubiera hocho acto de presencia, estarían organizadaa debidamente las colonias. No faltarían

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por conocer 18.000 kilómetros cuadrados de los 24.000

que tiene la Guinea continental, ni habría tan sólo 500 kilómetros de pista en toda la colonia. No se hu­biera consentido el establecimiento del reclutador, eje de la trata de negros, porque los intereses de los co­lonos de la Guinea y de. Fernando Poo hubieran po­dido hallar buena relación entre sí, con la autoridad del Estado. Pero el Estado monárquico-teocrático de­jó crecer el mercado de negros, y dejó crecer y am­paró la existencia del reclutador y hasta la misma au­toridad llegó a percibir unos beneficios módicos por cada bracero que de esa manera indigna se llevaban de la Guinea continental hacia las fincas ubérrimas de la isla fernandina.

Cuando los colonos ·continentales protestaron de la manera como se realizaba la contratación de negros, el Estado se cruzó de brazos y pensó que debía ser una cuestión de competencia industrial. ¿Para qué preocuparse? ¡ Que se apañen! Y los colonos, en lu­gar de buscar la solución entre ellos, lo que hicieron fué pelearse como mujerzuelas y llegar a la Penín­sula dando malos antecedentes de las riquezas colo­niales. Los de la isla advertían que la Guinea conti­nental era un bluff indecoroso y que todo era cues­tión de inflación financiera; los de la Guinea conti­nental decían que la isla de Fernando Poo ya estaba agotada agrícolamente. Ni una cosa ni otra es ver­dad. En la isla de Fernando Poo tan solamente hay en explotación el 10 por lOO de los 2.000 kilómetros cuadrados, y en la Guinea continental existe hoy en día una riqueza forestal y agrícola tan considerable,

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que bien puede decirse que si el Estado coopera, Es­paña no tendrá necesidad de importar madera, por­que le será suficiente con la de su colonia-cien mil toneladas anuales pueden recibir los puertos espa­ñoles-, ni tampoco café, cuyas plantaciones de Ro­busta y Liberia son excelentes, así como la gran can­tidad de fruta que puede exportarse-plátanos y pi­ñas, entre otras clases-, cuando los barcos que reali­cen la travesía a Fernando Poo lleven cámaras iso­térmicas (como muchos barcos alemanes e ingleses que se aprovisionan en Santa Isabel de frutas y ca­cao), y pueda llegar la fruta en buen estado a los puertos de España a precios verdaderamente invero­símiles. La isla es de una mayor riqueza agrícola, pero hay que explotarla debidamente ...

Pero sigamos la pista del reclutador. Sigamos la pista del espíritu presidiable ... El Estado debe su­primir al reclutador. Debe expulsarlo de la colonia. Debería meterlo en la cárcel. Pero ya que no se ha establecido, la delincuencia debe arrancarse de cuajo, y aun cuando se haya hecho finquero, a su decir, o haya montado el tingladillo de una factoría, donde se da de beber a los indígenas y se les arracima para enviarlos a la isla, en pésimas condiciones, se le debe expulsar de la colonia y encargarse del papel de re­clutador el Estado o las Cámaras Agrícolas, cuando éstas estén integradas únicamente por personas de entera solvencia. La solución: la Bolsa de Trabajo o

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LA GUINEA INCóGNITA lOS

la Lonja de Contratación bajo la fiscalización del Es­tado. La República no puede envilecerse como la mo­narquía con la tolerancia de una trata de negros don­de quien pone más esfuerzo, que es el bracero, gana una miseria y enferma, mientras que los reclutadores ganan mucho dinero, cómodamente, manteniendo un comercio nefando. Y hay que advertir que no tan sólo son blancos los que ejercen esa infame trata, sino que, éOriio en Liberia, también hay bubis y pamúes, más o menos emancipados, que explotan, al par que a la mu­

jer, obligándola a una prostitución galante y hospita­

laria, que a ellas les agrada y satisface, y a ellos les

enriquece, la vida y el esfuerzo de sus hermanos de

sangre.

Hay que acabar con el chalaneo humano. Hay que

organizar la vida colonial. Hay que expulsar ·a los

reclutadores de la Guinea continental-alguno de

ellos halla en el pecado la penitencia, y un blanco

hemos conocido que· ha: adquirido la lepra debido a la

frecuentación con los negros del bosque-y hay que

adecentar la vida sanitaria del negro. No es posible

mantener por más tiempo la supuesta neutralidad del Estado. La monarquía podía hacerlo, y, acaso, le con­venía hacerlo. Algunos de sus altos funcionarios ha­llaban pingües beneficios en la riqueza colonial sin haber puesto un céntimo en aquellas explotaciones. Pero la República es decencia y honestidad; es ca­pacidad y autoridad, y no hay que mantener por más tiempo aquel estado caótico y vil.

Esa supuesta neutralidad del Estado cuando los

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agricultores protestaron de la trata, fomentó la injus­ticia del tráfico.

¿Dónde empieza y dónde acaba la trata del negro? Acaso se dé la sensación de que todos los blancos son una cuadrilla de bandidos, y los negros unas dulces e inefables criaturas. Hay que tener en cuenta que exis­ten tres clases de relaciones a estudiar en la colonia: la de los blancos entre sí, la de los blancos y los ne­gros y la de los negros en comunidad.

La relación entre los blancos y los negros está sub­dividida entre la que tienen las autoridades y los in­dígenas; los agricultores y los braceros y los brace­ros y sus reclutadores. La explotación de los negros la hacen los reclutadores de la calaña expuesta. Los agricultores no explotan al negro en el sentido abu­sivo de la trata. Le hacen trabajar con exceso, que no es lo mismo. El jornal del negro viene a ser el de dos pesetas o dos pesetas cincuenta céntimos diarias. A esto debe sumarse el coste total de la comida que se les da, que debe ser el de una peseta con veinticinco céntimos. Además, el agricultor les paga la casa Y les da camastro. Por otra: parte, el agricultor paga una iguala a cualquier médico de Santa Isabel para que atienda en todo momento a los braceros. Hay fin· cas donde existe enfermería particular. Cuando los braceros deben ir al hospital, el agricultor o terra· teniente de las explotaciones forestales paga dos pe· setas por día y por individuo a la Caja de Sanidad. Teniendo en cuenta que el agricultor debe pagar to· dos los gastos de los pasajes y las primas a los reclu· tadores, el finquero tiene que amortizar en dos años

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estos gastos. El jornal de cada bracero viene a cos­tarle, teniendo en cuenta las bajas por enfermedad, los braceros que se niegan a trabajar, los que huyen en el Continente, etc., etc., de unas cinco a seis pe­setas diarias.

Es más: por la cuenta que les tiene, puesto que el bracero va escaso y hacen correr la voz de lo que son fincas malas y fincas buenas, los explotadores de la ri­queza de la tierra procuran que los braceros se hallen bien.

-¿Entonces, la explotación del negro está en la contrata tan sólo ?-se preguntará.

-En buena parte, sí. La relación de los blancos y los negros está sub­

dividida en tres clases. La de las autoridades y los indígenas; l:a de los reclutadores y los braceros, y la de los agricultores y los braceros. ¿Qué es actualmen­te la relación de las autoridades y los indígenas? Ofi­cialmente, el indígena con quien tiene que ver más es con el curador y el médico. El curador es su pro­curador, su representante oficial, su caja de ahorros. El curador sigue la vida del indígena desde que sale del poblado, acude a Curaduría, pasa al hospital, vuel­ve a Curaduría, con la garantía de que es apto para el trabajo; pasa a la cubierta del barco que le llevará a la isla para trabajar en l:a finca que se le haya indica­do; cuidará cada mes de hacer ingresar en Curaduría la mitad de los honorarios del indígena, paTa que al acabar la campaña de dos años se halle con una buena cantidad para hacer de ella lo que le apetezca; le se­guirá en sus enfermedades, y en la inspección sobre

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la manera de trabajar, y cuando haya terminado su contrato le cuidará hasta que vuelva a su punto de origen. ¿Se llevan bien el curador y el indígena? ¿El curador es hombre que atiende más a las amistades blancas que recoja, en un núcleo tan reducido social­mente como es el de la Guinea, o bien cumple su co­metido honestamente, conocedor a fondo de lo que su papel representa en la obra colonizadora? ¿Se ha dado cuenta de que la justicia que él haga será la huella que marcará mejor el alma primitiva de los ne­gros, que serán más o menos razonables y comprensi­vos en un futuro fatal? Los blancos se quejan de los curadores, sea porque hacen favores a los finqueros pequeños, dándoles facilidades cuando un mes, o dos, o tres-¡ vaya usted a saber!-, no pueden pagar las mitades de los sueldos y piden prórrogas hasta tanto no perciban créditos o .pagos de la Península. Los finqueros grandes, las grandes firmas, se quejan de que a ellos se les haga pagar con puntualidad y a los demás se les dé aquel margen de tolerancia. El cura­dor, a juicio de muchos., sabe lo que se hace en este sentido. No hallando mejor crítica, opinan que unos beben un poco demasiado o que el roce de la colonia les ha ennegrecido. Lo cierto es que el curador pare­ce que tiene mal talante entre los blancos. ¿Qué di­cen los indígenas de los curadores? Opinan unos que el curador les trata con demasiada sequedad, con de­masiada dureza. Pero, por regla general, confiesan que son honestos en el trato y que las cuentas están siem­pre limpias de toda mancha irregular.

¿y con el médico? ¿Qué relaci6n tiene el indígena

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con el médico? La conocemos ya. Es la lucha de la pasividad africana con el deseo del médico, esta lu­cha del médico con el enfermo que le tiene horror a la hospitalización, y que huye del hospital, que no se deja curar pausadamente, porque confía más en las curas rápidas y milagreras de los inyectables que no en los tratamientos latos y densos. ¿Y con la guardia colonial? ¿Qué relación tiene el indígena con la guardia colonial?

La guardia colonial está formada por cabos de la Guardia civil y por indígenas. En la guardia colonial hubo siempre desmanes lamentables. Ahí estaba el ver­dadero espíritu madorrutón y conquistador de siem­pre. Ha habido cabo de la guardia colonial que se ha convertido en un dictador del poblado y se ha hecho servir por los soldados indígenas como un pachá, sin tener en cuenta para qué está allí España, y ha hecho correr el melongo más de la cuenta. ¡El melongo 1 Lo ha elevado a J,a categoría de insignia colonial. Los es­tacazos y las palizas han producido horror en el po­blado. Estos cabos de la guardia colonial han sido ver­daderos negreros. Los ha habido que se han puesto de acuerdo con los reclutadores para arrancar braceros a tanto por hombre, y los ha habido también que un buen día han abandonado el puesto de la guardia co­lonial para continuar dedicándose a 1a recluta de ne­gros y ejercer la trata en mayor ~scala. Estamos ha­blando con entera sinceridad, sin importarnos más que un deseo, y es de que España no pase por la ver­güenza de perder este trozo de colonia que le queda, con la misma tristeza que perdió un día Cuba y Fili-

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pinas. Hay mujeres de los cabos de la guardia colo­nial que se han creído que la guardia colonial son criados suyos. Hay que verlas mandando a los solda­dos negros, de uniforme, ir por leña al bosque, coci­nar y lavar la ropa. Ha habido cabo de la guardia co­lonial que ha hecho del poblado un harem. Pero, a su vez, ha habido cabo de la guardia colonial humano, que ha sido un buen hombre y ha practicado la polí­tica del orden y de la autoridad. Han sido los menos. En medio de la Dictadura, en medio del imperio del orden tiránico, los cabos de la guardia colonial han sido pequeños tiranos que han sometido a su capri­cho y antojo a los poblados y que no han tenido la noción de lo que representaban allí. Se han creído que el indígena era cri:ado suyo, se han creído que los sol­dados coloniales eran asistentes que el Estado les po­nía a sus órdenes para que vivieran bien. Estúpido ca­ciquismo, innecesario y perjudicial de la guardia to· lonial, que desconcierta e indigna.

El indígena, además de tratar con el curador, con el médico, con el cabo de la guardia colonial, trata con el maestro. Eso de que trata con el ·maestro es un decir. Hay seis plazas de maestro en el Continente. Ahora bien: esas plazas existen tan sólo en el presu· puesto, porque como qu•iera que no existen edificios para escuelas, los maestros no se han molestado en ir a tomar posesión de sus cargos. A lo mejor los to· bran desde Santa lsl!bel o desde Madrid. Pero, en fin, vayamos a la relación del indígena con esta otra au· toridad que es el maestro. Si éste es misionero, apren· de malejamente el castellano. Sabe decir "buenos dí·as"

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cuando es por la noche, y "buenas tardes" cuando es por la mañana. No sabe apenas el castellano para po­derlo hablar, a diferencia de los del Gabón o el Ca­merón, que hablan correctéllllente el francés; si es un profesor indígena "amaestrado" en las escuelas misio­nales, les enseña a rezar el "Padrenuestro" y el "Ave­maría", que dicen de carretilla, sin saber qué es lo que quiere decir, ignorando el contenido espiritual que puede haber en la plegaria, y cuyo tonillo también aprenden para decir "buenos días" o "ambolo" ... Bien conoce el lector ese tonillo cancionero de los mona­guillos; pues bien, ese tonillo lo habían importado los catequistas al bosque virgen de la Guinea. Los indí­genas de Fernando Poo salen de la escuela conocien­do con más o menos certidumbre los afluentes al río Ebro o al Guadalquivir, pero ignorando totalmente los ríos del Continente y habiéndose acostumbrado a hablar en un castellano escaso y rupestre. Si van a la escuela oficial, aprenden un castellano correcto y en­revesado y saben escribir con bastante claridad. Pero poco puede haber infl.uído en el alma del negro la en­señanza del Estado, porque hasta ahora, por desidia, la había puesto en manos de las Misiones, y éstos ha­bían hecho del negro, más que un estudiante, un ca­tecúmeno.

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8

¡AH! PERO ¿HAY JUSTICIA?

Lla Justicia. El negro es un querellante perpetuo. A sus pleitos les llaman "palabras". "Tener palabra" quiere decir tener una cuestión a solventar. En cada poblado, lo más típico, lo más castizo es la Casa de la Palabra. ¡La Casa de la Palabra! Es un techado de 1ipa cubierto por los lados y descubierto por su parte nterior y posterior. Allí los negros, sentados sobre l banco adosado a la leve pared de bambú o de nipa, tsan horas y horas hablando., discutiendo, solventan­' sus querellas. Esto de solventar sus querellas es

decir. El negro no resuelve jamás una cuestión. en llegando las Navidades, que es cuando terminan pleitos. Temen a las Navidades, que les quitarían

cidad en el caso de mantener rencores. Pero p~sa­iU "treve des confiseurs" (como se ve, las costum-indígenas tienen también arraigo en nuestras la­

les civilizadas) surge de nuevo la palabra o el o, y continúa por los días de los días. y "palabra" o "pleito" que sigue su curso desde

años. Desde que gobernaba, por ejemplo, la co-

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Jonia, el bigote acaracolado y oficinístico de,¡ general ~. Barrera. La "palabra" de.: un pamúc atra·vi<;sa genera­ciones. Los pleitos indígenas siguen su curso normal. Esto indica el espíritu leguleyo de la raza. Con su "pichinglis"-su "brock-inglish", para usar el voca-blo correcto--amartilleador y tenaz, los pamúes pasan horas y horas discutiendo sus diferencias. Siempre suelen ser cuestión de mujer o de propiedad. Y J hala que te hala 1 U na hora, dos, tres ... Llega el anochecer al poblado, se acuestan los indígenas, y al día siguien-te se levantan a punta de alba, acompañan a sus mu-jeres al bosque, trabaja ella, carga ella, y al llegar al poblado, cuando el sol todavía está en lo alto, el in­dígena vuelve a su xau-xau, en el miSTnO lugar en que lo dejó el día anterior. Los pamúes tienen más resis­tencia que los árabes para el xau-xau. Horas y horas. Gentes sin cultura alguna, no pueden moverse, pues, en el contorno de su conversación más que a base de las ideas que se les ocurran. N o pueden pasar al co­mentario de un libro leído, no pueden recurrir a la cita histórica o a la exposición de una teoría que Úls venga a dar la razón y que sea de un sabio o de un doctrinario. Esto demuestra el valor efectivo del diá-logo pamúe.

La "Casa de la Palabra" está casi siempre llena de gente. Al pasar por la pista, desde que los .poblados están cerca de la carretera-un excelente acierto del general Núñez del Prado para atraer al in-dígena a la civilización-, lo primero qu se ve como signo de po­blado es la construcción sie-mpre igual y simple de la "Casa de la Palabra". La justicia la eJerce, gen~ral-

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mente, el "kukuman''. Orden y Justicia. El poder gu­~mativo y el poder judicial reunido. Un poco de ti­

ranía y otro poco de caciquismo. Esta justicia ir.dí­

gena hay que respetarla en su fondo y variarla en su forma. Evitar los desatinos de los "kukumanes". ¿ Exis­ten? Evidenternente. No en vano se ejerce el poder de una manera indiscutible y majestuosa.

Pero la justicia entre el blanco y el negro la tiene el blanco. Hay que añadir que la tiene el blanco y el negro, porque aquel estudiante moreno, amigo de nuestra peña de café, aquel famoso y simpático Teó­filo Dougan, que siguió la carrera de abogado en la Universidad de Barcelona, y que tan popular era en nuestro mundo joven, es hoy el secretario del Juzga­do municipal, y ejerce con seriedad y tino su misión. Dougan pertenece a una familia indígena emancipa­da. Como los Jones, los Dougan son familias de espí­ritu blanco, y acaso ya ni se dan cuenta del color de su piel. La justicia entre blancos y negros es llevada con bastante discrección y tacto. ¿Es que la justicia es aquí un hecho claro y rutilante? No. Pero en esto. como en todo, la colonia no iba a ser una excepción de la metrópoli. Mientras el país esté desorganizado, mantenga, en parte, porque no hay más remedio, al parecer, la inmoralidad de cierta burocracia y la in­capacidad de ciertas organizaciones, no vamos a pre­tender que la colonia sea un dechado de perfecciones y la metrópoli mantenga los mismos vicios de ayer.

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La colonia no es mas que un rc:·lcJO de la metrópoli. Esto es todo. Y tanto los hombres de España como los de la colonia, harán bien de darse cuenta de este aserto.

La justicia es, como hemos dicho, clara y rutilan­te ... hasta que deja de serlo. En el choque de intere­ses desde tiempo inmemorial, siempre se daba la ra­zón al blanco, en perjuicio del negro. Ahora se ha dado algunas veces la razón al negro, aun sin atisbar que la tuviera del todo, para calmar la sed de justicia

que tenía. En nuestras manos hemos tenido las pruebas de

hechos horribles. Sigamos el hilo de las relaciones entre blancos y negros. Hemos visto cuáles eran las relaciones de los negros con las autoridades, hemos visto, en parte también, las relaciones de los braceros con los reclutadores. Ahí empezaba la verdadera trata de negros. Vamos a continuar el camino señalado ...

El trato del reclutador y del bracero es, hoy por hoy, la cuestión capitalísima a resolver. Mientras el Estado no ponga la mano sobre el gañote de esos re­clutadores de aventura., mientras el Estado no evite el encarecimiento del bracero para que se aprovechen los grandes propietarios, mientras el comercio de carne humana sea un hecho en la colonia, no se podrá decir que la República-el espíritu de justicia-haya llegado a la colonia. Esta frase de "que llegue la Re­pública a la colonia" ha hecho suerte en la Guinea; pero la usan mal la mayor parte de los que la pro­nuncian a gritos, aunque estos gritos estén dados con la mayor buena fe y honesta sinceric;lad. El Estado

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debe suplantar al reclutador. Si las intervenciones del ilustre Salvador de Madariaga y del profesor J\.lanuel Pedroso en la Sociedad de las Naciones consiguen que la Guinea pueda volver a tener braceros de la Re­pública de Liberia, controlados debidamente por un Comité Internacional, si se quiere, y con la mayor garantía posible, el reclutador perecerá, porque el ex­ceso de braceros disponibles liquidará a la vez la ne­cesidad de obreros y la querella entre los colonos de la isla y el Continente, que tanto ha perjudicado a unos y otros. Pero si Salvador de Madariaga y Manuel Pe­droso, sutiles, hábiles, inteligentes y enterados no lo­gran arrancar la prohibición de que salgan hombr·es de la República de Liberia y los colonos de la isla fer­nandina siguen necesitando al pamúe, el Estado debe suplantar inmediatamente la obra asquerosa del reclu­tador libre y tabernario para imponer su misión civi­lizadora y, para no emplear las grandes palabras sim­plemente, justiciera.

Como ya hemos dicho en capítulos anteriores, hoy el }efe de los indígenas no se conforma con el al­cohol, quiere y tiene pólvora. Y., a<}.emás, llegan a sus manos periódicos escritos en "brockinglish", que leen los más avispados del poblado, catequistas inclusive, y en los que s·e les habla de echar al blanco, de suble­varse y de poseer íntegras todas las riquezas de su tierra natal. Estos periódicos, folletitos, papeles dac­tilografiados, que llegan de las sociedades secretas de los negros de los Estados Unidos de América del Nor­te, van inundando, poco a poco, el Senegal, la costa de Oro, la costa de Marfil, el Camerón, el Gabón, el Con-

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go belga, etc. Llegan a Monrovia y de allí salen, no sé cómo, o si se sabe no se quiere o no se ha querido sa­ber, para los poblados de la Guinea. Y ya veremos el día que se dé la voz de la sublevación qué es lo que va a pasar. Acaso entonces ernpiece a acuciar en la Península el interés por esas tierras vírgenes hasta hace poco faltas de todo principio exacto de autori­dad y de todo tino de civilización.

Estas hojas clandestinas, que están proyectando una posibilidad de tragedia en la Guinea, van de mano en mano. Crearán ambiente. ¿Va a ser necesario, como en Marruecos, un Barranco del Lobo, un desastre de Annual, para que España se interese, demasiado tar­de y demasiado costoso, de los últimos trozos africa­

nos de su soberanía? Parece que el sino colonial de España sea producir

desastres para organizar, más tarde, benéficas corridas de toros que evidencian un patriotis'IDO que necesita del crimen o del asesinato, de la sublevación o de la~ guerra para hacerse sensible y patente.

Esto está perdiendo el tono de un reportaje. Es de­masiada crítica. Sería mejor el trazo cinematográfi­co. Perdón ... Huye la pluma hacia el comentario en vez de mantenerse en lo exclusivam,ente episódico, que por sí solo es documentalmente ejemplar ... Visión de Guinea, siniestra, dolorosa. Virgen tierra, grata de hospitalidad y paisaje. Panorama recién nacido ... Per­files blancos en la selva. Negros que surgen admiran-

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do al seml'jan te' d~:si g u al. Sorpresa de civilización. Balbuceo de amenazas._. Mezcla de costumbres. Mes­tizaje de relaciones_ .. Buitres del Occidente contra astucias certeras de espíritus primitivos. Sigamos en el tinglado de la lucha ...

Hoy por hoy el patrono tiene necesidad del brace­ro. Le conviene cuidarle, porque si no se escapa. Y cuando el agricultor o el explotador de las concesio­nes forestales acude al curador para decirle que si a él se le obliga a cumplir punto por punto todo el con­trato, cómo se castigará al negro que no lo cumpla, el curador se encoge de hombros y le advierte que no tiene ni autoridad moral ni material para obligar a que aquel negro trabaje, que le ha costado al agricul­tor setecientas u ochocientas pesetas antes de empezar su labor en la finca. Así están las cosas. Antes corda la "goma", el látigo, con dureza. Ahora esto ya no es tan corriente. De todas maneras, si el patrono no pro­duce sensación de autoridad, el bracero no quiere tra­bajar. El negro es más astuto y más inteligente de lo que la mayoría de los blancos suponen. El negro, en realidad, es un sér superior al blanco. La civilización y cultura del blanco la suple con el instinto y el in­genio. Tienen los sentidos infinitamente más desarro­llados que los blancos.

Al negro le gusta explotar al blanco y robarle lo que pueda. El blanco que va a la Guinea a buscar for­tuna en poco tiempo, aun cuando este tiempo, por ra-

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124 FRANCISCO MADRID

zones de la vida, vaya dilatándose, quiere que todos tengan el mismo ritmo, el mismo tres por cuatro que él lleva en su voluntad y firmeza. "Ante la pereza del negro-dicen-no bastan las palabras exhortándoles al trabajo, es necesario el grito, y, a veces, el signo de la fusta cruzando el aire y cayendo violentamente so­bre el cuerpo del negro." "Entonces-añaden-no tan sólo trabaja aquél., sino que trabajan todos los de su alrededor."

-Vaya usted a un caballo y dígale con buenas pala­bras que arree cuando no quiere, y va usted a ver lo que saca-decíame un colono para justificarse. Ahora bien -añadía-. Yo no soy de los que pegan por pegar. Jamás lo he hecho. Ni el negro se deja. Estos hombres saben cuándo el blanco tiene razón en pegarle. En­tonces se callan. No cometa usted una injusticia con un negro, porque se acordará toda la vida. Al ne­gro, cuando le pegan con razón, lo comprende y no

protesta. -¿Pero usted cree que es necesario pegar al negro? -Siga usted en la colonia y se convencerá.

Unos días después de este diálogo, yendo camino de una magnífica finca de café del río Ekuko, formi­dable obra de desbosque y de trabajo, al pasar por un poblado vimos caer cerca de nosotros, en un ataque, al parecer epiléptico, un muchacho de diez o doce años. Los negros se apartaron del accidentado y se

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{ucroi; h.Jt:.:CJ !.us c..Jsas. Los Llancos Uc la caravana nos

•ccrc.amo;:,. -¿Qué pasa? -;Oh, no toquéis !-dijeron en pamué-. Si lo tocáis

MI moriréis vosotros y él. El chiquillo empeoraba. El sol caía fuerte. Los

w.nc:os Je socorrimos, mientras uno de la caravana empezó a decir a los negros que lo llevaran al hospi­t.I más próximo--a dos kilómetros estaba el de Bata-. y que allí le curarían. Los hombres del pobla­do .e negaban a conducirlo.

Les horrorizaba tocar al enfermo. Eran inútiles to-cfu lo palabras. Hasta la madre, a pesar de que la

J1,evaJDOS casi a rastras cerca de su hijo, no quería to­carle. Los hombres del poblado, con los brazos cru­zacfol, fumando sus pipas de barro, miraban desde le­

jos la escena, y sin intención de llevar a aquel niño

al hospital. Había pasado un cuarto de hora y todo era inútil.

Aquel niño podía morir allí. Finalmente, uno de la ca: ravana, conocedor del ambiente, empezó a repartir bofetadas entre todos los hombres del poblad()----'diez o doce-, a echarles las pipas al aire y a darles pata­das violentas sobre la barriga... Al instante las mu­jeres huyeron hacia el bosque, dando gritos, pero los bombres agarraron dos palos y una sábana, formando una parihuela, cargaron a la víctima y echaron a an­far por el camino indígena hacia el hospital, sin chis­ar palabra. -¿Ve usted ?-decía el que acababa de repartir las tfetadas-. Si no me excedo y les arreo estos ben6-

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126 FRANCISCO MADRTD

ficos guantazos, el chico se mucre. ¿Qué importan estas bofetadas si se salva la vida de un chico?

-Pero ellos, ¿qué le decían a usted, justificando su pasividad.

-Nada. Palabras. Palabras. Unos que no lo podían tocar porque no eran de la familia; otros que no es­taba el "kukuman" en el pueblo y hasta que no viniese no podían hacer nada. Su madre que el padre no esta­ba. Aquél que tenía trabajo y necesitaba ir al bos­que a buscar yuca... Total, que el chico se hubiera muerto. Y ahora esté usted seguro de que me agrade­cen las bofetadas, y que si les pregunta usted por qué les he pegado, le contestarán a usted: Por tener mala cabesa. Es decir, que se dan cuenta de cuando se les pega con razón.

-¿:Y se conforman? -Sí. Y a veces lo estiman y lo recuerdan con cari-

ño. Puede usted estar seguro de que ahora, siempre que haya un enfenno en el poblado, lo agarran en se­guida y lo llevarán por temor que otro blanco, al en­terarse, no les arree unos tortazos.

La mayor parte de los agricultores procuran tra­tar al negro lo mejor qu·e pueden. Los jornales no llegan a cinco pesetas, generalmente, contando la ali­mentaci6n inclusive. Al obrero español le producirá la impresi6n de que se explota al negro con ese es­caso jornal. Estamos ante una raza que no necesita crecidos jornales, y la moneda tiene aquí una capa-

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cidad de cu:-.l.i-.!-~1. ~...J.pLrior a la que pueda tener

Europa.

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Lo que sucede e:; que aquí como en la metrópoli, la ausencia dd Estado ha motivado una explotación del hombre totalmente criminal. La mayor parte de los agricultores tratan bien a los braceros; sí, esto es cierto. Pero otros los han explotado villanalllente, haciéndoles trabajar doce y catorce horas diarias, dán­doles escasa y mala ali·mentación y no consi-derán­les hombres, sino bestias. Si el Estado hubiera inter­venido directa y eficazmente, hubiera logrado qúe los finqueros dieran un aposento más limpio al negro. Hubiera costado un poco más la cq_nstrucción, pero por lo menos el negro hubiera hallado una satisfac­ción superior en su vida de bracero que su anterior existencia de bosquimano. No se vería tan explotado en sus contratos por el funcionario y el reclutador; no se vería tan mal tratado por los averiados instin­tos de los que iban a producir una rápida riqueza ... Pero la culpa de esa explotación salvaje es del Es­tado, que dejaba abierto el campo a toda injusticia.

El obrero negro hubiera podido estar mejor por

poco esfuerzo fiscal que se hubiera implantado, pero

el Estado monárquico no lo quiso así. Cabe el recur­

so de conformarse pensando que tampoco tenía pie­

dad para los parias de Extremadura, de Anc!alucía, de las tristes Hurdes hispanas ...

Hay otra clase de indígenas : los propietarios, los

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l'RANCISCO MADRID

que tienen tierras, los que tienen fincas. Estos, ¿qué clase de relaciones tienen con los blancos?

Y ahí surge también otra "trata de negros". Una trata de negros que también la sufren los blancos. Y de ésta vamos a tratar con sincera emoción, porque una injusticia entre blancos puede solventarse por las buenas o por las malas. Pero un robo a mansalva a un indígena pobre es, sinceramente hablando, un lamentable robo que debería castigarse con rigurosí­simas penas, no establecidas todavía en las leyes y que será necesario estipular para la colonia que nos queda, si es que España quiere seguir ocupándose de

ella.

-¿Y dice usted ... ? -Aquí tiene usted los papeles. Léalos usted. Y al

acabar su lectura, pDnga el comentario que quiera.

-Vamos a ver.

Este indígena tiene una finquita. Esta finquita fun­ciona a fuerza de sacrificio y de voluntad. Esta fin­quita produce poco, pero va sirviendo para emanci­parse, para no ser bracero toda la vida. El indígena quiere tener mujer. Tener mujeres, a ser posible. Cuantas más mujeres tiene el indígena, más fortuna posee. La poligamia no es un delito, es un hecho na­tural y vulgar como el matrimonio en nuestro occi-

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dente europeo. Las mujeres trabajan para el hombre. O por el hombre. Este indígena no tiene dinero pa­ra pagar braceros, para pagar la cuenta de la factoría; ... ¡.,e;:rc:s, utl:Hsilios, etc. Desde no hace mucho, la Ha­cienda ha descubierto una nueva fuente de ingresos. Se trata de hacer pagar contribución a los terrenos que aun se encuentran concedidos con título provi­sional antes de los cinco años. La inmensa mayoría de estos terrenos concedidos a título provisional y que no pagan contribución, pertenecen a indígenas que se han querido emancipar. Los funcionarios de Hacienda que descubren a los que no pagan esa con­tribución, que no pueden pagar porque el coste de una finca pequeña no da para que puedan atender al Fisco hasta que no cosechen largamente y se libren de los créditos abiertos, esos funcionarios de la Ha­cienda colonial, dignos y honorables, merecen todos los respetos. Ellos obligan a que tributen los peque­ños propietarios indígenas que no pagan contribución de su título provisional. Claro está que aquí salta la pregunta inocente: ¿Es que esos dignos y honorables funcionarios denunciarán a esos pobres propietarios si es que no tuvieran una participación en la denun­cia ... ? Vaya usted a saber. Lo cierto es que, despo­jando al pequeño propietario indígena de su finquita, se logra exactamente todo lo contrario de lo que _s.e propone la colonización y en lo que establecen· todas las disposiciones oficiales desde las leyes de Indias hasta nuestros días, o sea: emancipar al indígena. Claro que la Hacienda logra un ingreso más; pero en de­trimento del papel colonizador del Estado. Así se

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perdió Cuba y Filipinas. Vamos a dcja1· seca la ubre que se ofrece rebosante y óptima .

.. . Este indígena tiene una finquita. Necesita dine­ro. Va a Santa Isabel a buscarlo. En Santa Isabel, con la excusa de la factoría en grande, con la garantía de unas fincas baladíes, hay quien desea absorber la compra de cacao. Y el finquero indígena cae en sus brazos. Necesita unas monedas. Conforme. Las ten­drá. Basta firmar un papelito. El finquero indígena no sabe firmar ni leer, ni sabe castellano. Pero para eso están los papeles y los contratos; para eso está lo de leérselo traducido en "pichinglis". El finquero lo escucha. Asiente, cobra unas monedas y pone sobre el papel de barba sus signos digitales. El hombre ha firmado su sentencia de muerte. Al poco tiempo se le presentan para cobrar el préstamo. No tiene dine­ro. Se provoca la subasta. El negro le tiene horror a la justicia. Teme ir a la cárcel. Entramparse más. La finca pasa por este nobiHsimo procedimiento coloni­zador a manos del vulgar usurero. Otras veces es una mujer a quien se engaña. ¿Cómo era posible que así se pensara colonizar? ¿Cómo era posible que de esta manera se mantuviera en alto el prestigio de la raza blanca y se viera en el europeo al hombre superior del cual se tiene que aprender?

Esto no quiere decir que así sean o hayan sido to­dos los prestamistas. Esto no quiere decir que todos los españoles que llegaban al espigón de Santa Isa-

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LA GUINEA INCóGNITA 131

bel tengan el pi"Opósito de ser salteadores de fortu­nas y de pequeñas riquezas, pero esto se extiende. El ambiente excita al desenfreno en la codicia; el am­biente coopera a fomentar las más bajas pasiones. Si los que llegaban se daban cuenta de que no había res­ponsabilidad para el vulgar delincuente-delincuencia al fin y al cabo amparada en un Código que no podía imperar en la colonia, ya que ésta debía regirse por leyes especiales que no fueron escritas nunca por pe­reza, por ignorancia, por dejación y por incapaci­dad-, y además veían cómo era respetado y hasta temido quien amasaba así una fortuna, ¿qué de par­ticular tenía que los demás quisieran imitarle? El rico iba minando las conciencias, iba engrasando los dien­tes de la máquina burocrática. Aquí una moneda de plata, allá un billetito, más allá el sobresueldecito clandestino, que ayuda a malvivir y que deshonra. Y mientras tanto, el que había llegado con el afán de hacer una fortüna rápida, pero trabajando, se hallaba postergado por el que venía con el propósito indesea­ble de apoderarse de las fincas ya labradas, de la ri­queza ya hecha. ¡La usura 1 Una usura encubierta con sombra de proteccionismo y bondad; una usura con la capa beatífica de la colaboración ...

Y a todo esto lo absurdo, lo francamente absurdo. No había un Banco de crédito, sino un Banco de giro. Y este Banco de giro 'es un Banco extranjero. Es­paña, aun hoy, en estos días, no tielle una entidad bancaria propia,, española. Fantástico. Esto se dice y no se cree. España, en este trozo de su soberanía colonial, no tiene una mala sucursal, un corresponsal

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siquiera del Banco oc .l:!.spana, 111 nmguna de las ca­sas bancarias creadas al lado del Gobierno o con el amparo de éste; el Hipotecario, el Local, el Exterior, etcétera, etc., no han enviado allí una cámara acora­zada y los empleados necesarios para que detrás de una ventanilla se sirvan para girar los créditos entre la Península y la colonia. Y ¡cuántas vergüenzas no se hubieran evitado si el indígena hubiera podido re­currir a la formalidad de un Banco, en vez de pasar por el despacho del usurero en cuestión 1

Esta es otra manera de estafar al negro, de hacer "trata de negros". Esta es otra manera de hacer for­tuna. ¡ Pobre indígena el que caía en las garras de un tipejo así! ¡Y qué pánico a la justicia de entonces 1 Es preciso, pues, subsanar todo esto. Es preciso lavar las culpas de la monarquía. Porq~e el negro ignora qué cosa es monarquía española, República española. Allí no están representadas las formas de Gobierno, sino el Estado español. Allí no hay más personalidad que el prestigio de la raza y de la Nación. No hay que precisar con que allí debe llegar la República. Allí lo que debe llegar es la acción del Estado, que hasta ahora permanecía ausente. Y el espíritu del Estado que debe llegar allí es el de un Estado del siglo XX, que a cambio de la explotación de las riquezas natura­les del suelo, facilite al indígena el medio de supe­rar su vida y le dé el aguijoneo de una vida mejor.

España no había llegado todavía a la colonia. Ha­bia llegado todo el proceso catastrófico de un régi­men depauperado y envilecido. En este momento es

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hora de posibilidad. Si no se hace ahora, no se hará nunca.

El negro lo espera. También lo espera el blanco; el blanco que ha ido a hacer fortuna trabajando. Los dos lo esperan. ¡Y ay si no se hace!

El problema de la justicia en la última colonia de España es, como se ha visto, un desbarajuste. Por no existir las leyes necesarias para la buena aplicación de la justicia, ciertos blancos cometen muchas trope­lías con los negros, tanto braceros como propietarios. Y por no existir leyes coloniales cuando los negros delinquen, tampoco se les castiga como se debiera. Hasta hace poco, como que no había escala de casti­gos, los negros tenían una sola y única pena: la de la muerte. Por todo lo mismo, cuando robaba un pan como cuando violaba una criaturita o cuando se ne­gaba a obedecer a algún cabo de la guardia colonial. Corría de boca en boca una frase feroz y sanguinaria. Cuando un negro no obedecía y un disparo le dejaba en el sitio, se decía:

-¡No están contados 1 Y porque no estaban contados-en un Censó-los ne­

gros perecían en las márgenes de los ríos, en las pla­zas de los poblados y en las espesuras de la selva vir­gen. Los negros no estaban contados, no había Regis­tro civil, ·no importaba su desaparición. Un tiro. Y ¡adiós! En paz~ La justicia era ésta. La única justi­cia que el Estado monárquico había llevado a la Gui-

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nea era ésta: Ja peuct ue 1nucrte. No había otra. En realidad, el Estado teocrático y monárquico no se ha­

bía preocupado mucho de ese desmoche de las razas negras. Ni las IVIisiones, esas benéficas lVIisiones que comerciaban con el cacao y la supuesta enseñanza, se levantaron nunca contra esa vesania del Estado. Para los negros, la pena de muerte, por lo que fuere ...

Entonces, claro está, surge la pregunta necesaria: ¿Qué hacer? Claro, claro, ¿qué hacer? Pero esa pre­gunta debíanla contestar los africanistas y nuestros colonistas de sala y alcoba. El negro no conocía otra relación que ese Juzgado de primera instancia de Santa Isabel y se perdía en los artículos de unos Có­digos poco prácticos para la justicia clara y rotunda de las colonias. Es más: en su incertidumbre, en su ignorancia, en su mediocridad, el Estado español, des­conociendo hasta las distancias, había colocado la Aa­diencia que entendía en los asuntos de la colonia en la de las islas Canarias. A tres mil millas de distan­cia debían dirimirse las cuestiones entre indígenas o entre éstos y los bla~cos. De todo ello padecía la justicia. Por de pronto, para el negro no es un cas­tigo la cárcel. Sí al bubi o al pamúe no les gusta el trabajo, meterlo en un presidio, darle de comer y de­jarle dormir es una renta. El negro se creería pre­miado por el Gobierno por su "acción". Sería capaz, al salir de presidio, de repetir la suerte para conti­nuar viviendo a costa del Estado. Por otra parte, los pleitos no pueden -dirimirse en Tenerife o Las Pal­mas, porque la justicia colonial es una cosa singular, "particularista", que nada tiene que ver con la jus-

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ticía a nuestro uso. Conociendo el <:anbic:nte colonial, causa risa qt!e la just:.cia tenga que distribuirse des­de el archipiélago canario.

¿ Có:no, pues, distrilJuir y producir la justicia? Eso ya no es cosa del repórter. Es cosa de los colonistas.

-Mire usted-:rr..e dice un colonizaclor auténtico-, visitando cualquier colonia francesa o inglesa, se des­cubre cómo han logrado producir esa justicia, que en nuestra colonia ha ido de la pena de muerte a la bon­dad más sentimental y enternecedora ... Porque en Es­paña no hay términos medios. De la pena de muerte a todo pasto, hemos pasado ahora, desde el 14 de abril, a una política de blanca mano, que convertiría en gestos tirados y tiesos las inclinaciones de un mi­nueto. Ahora ya no se pega al negro, aunque éste abo­fetee a un blanco. Un negro que violó a una niña de cinco años (y que en una colonia inglesa o francesa hubiera sido quemado vivo para escarmiento de los demás), pasó a ser el "planchador" del juez de San­ta Isabel, que debía condenarle ... En cualquier colo­nia francesa o inglesa lo primero que se ha hecho ha sido crear poblados, dar vida urbana a las colo­nias, poner al frente de cada poblado a un botuko o un kukuman y hacer responsable a éste de los des­manes del villorrio ; pero al lado de esto le han dado autoridad y le han rodeado de todo boato. Mientras no existen poblados-la política del general Núñez del Prado en este aparte era una cosa de sentido co­mún-no habrá medio de organizar la colonia. Una vez creados los núcleos municipales, creada una red de comunicaciones, formando un cuadro de autorida-

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des, éstaa podrán cntr<: !>Í ser los rq,¿,rti,lrJrt'> rlt <:q

justicia. Cuatro jef<:s de pobl<:dos vr.:cinrJ:> rlt\1c:rán repartir la justicia en el poblado donrlr" h'; h:.1ya co­metido un delito. Ello realizado con la mayür r.oletn­nidad, como conviene al boato y esple;ndor de la }u&­

ticia y siempre bajo el ojo superviE>or del delegado del Gobierno. Esto crearía, en efecto, una justicia co­lonial que ahora no existe. ¿Qué castigos deberían darse? Desde luego, el trabajo forzado. Para el ne­gro trabajar es un martirio. Pues ése. Abrir carrete­rras, hacer trocha, desboscar, cuidar de las grandea obras que debe realizar el Estado, si quiere que au última colonia le dé provecho. Y condenarlo a muu­te cuando el caso sea grave, como es el de la viola­ción que he contado. La pena de muerte en la colonia no puede extinguirse ... Estamos diciendo que el ne­gro es un niño grande, y el niño grande crea socie­dades secretas que organizan asesinatos, robos en cua­drilla y que realizan determinados actos de antropo­fagia para sus operaciones religiosas. Lo que sucede es que. aquí desconocemos la verdadera vida del in­dígena y preferimos vivir del tópico creado : "El ne­gro et un niño grande". "Es un sér inferior", etc., etc. Bien ea verdad que eato, cuando se trata del bubi, del pamúe o del annobense, es cierto ... Los adminis­tradores franceses e ingleses estudian de cerca to­das las costumbres de los indígenas y saben la mis­teriosa Y verdadera vida del negro con sus sectas cri­míl1alft. Pero aquí no ee sabe nada de· nada.

No bay juticia. Ea cierto. Es necesario crearla. No • poaible. deade luego, mantener aquel estado cri.

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minal que hac1a paga• ... uu Jd n1ucrte cualquier falta, por leve que fuere, si aquel día el cabo de la guardia colonial estaba de mal humor. Pero tampoco es po­sible dejar impunes los delitos de los indígenas (y mucho menos los de los blancos). La justicia, en la colonia, necesita de una rectitud y de una severidad categóricas. Al blanco le debe estar prohibido, pero de una manera mucho más firme que en la Península, explotar al inferior. Al negro se le debe castigar de una manera ejemplar. Pero hay que tener presente muchas y poderosas razones. Si al negro se le consi­dera menor de edad para su vida de relación, ¿cómo se le va a castigar como un mayor de edad?, se pue­de preguntar. Pues ahí está la labor de los juristas coloniales. Hallar unas tablas de la ley concisas y -tateg6ricas que tengan un uso práctico y determina­do. Vivir con la jurisprudencia actual es un absurdo. No vive ninguna colonia en el mundo, excepción he­cha de la que España tiene en el golfo de Guinea.

De continuar como hasta ahora, ún día, dejo adver­todo todo lo que tiene que suceder, fatalmente y lo habré previstQ inútilmente, la población negra acu­chillará a todos los blancos.

Por cierto que antes de terminar este capítulo so­bre la justicia me place añadir como apéndice la pro­testa que suacit6 mi campañ.a eri favor de ·una justi­cia colonial ... ¡Ah, los coloniales· son muy suscepti­bles 1 Los coloniales son muy finos en su epidermis.

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13M

No se molestaron en da1·mc l2s g¡·a.:.ias ponJ.L:c: había advertido a los españoles que el Estado tenia aban­donados a los que allí fueron en busca de beneficio particular, pero a crear, en definitiva, riqueza colo­nial y por ende riqueza nacional; no se molestaron en agradecerme que expusiera la desorganización bu­rocrática del Estado ni los sacrificios que llevaban; en cambio, a la hora de la crítica se pusieron de pun­titas para defender a un juez de Santa Isabel por ha­ber dicho que a un negro que violó a una niña de cinco años le convirtió en su "planchador". ¿Pero el hecho es cierto? Si el hecho es cierto, para qué la pro­testa. Una protesta que todo el mundo sabe cómo se hace. Un paniaguado del juez recorre las casas co­merciales de la población. ¿Cómo va una casa comer­cial a indisponerse con el juez negándole una firma? Claro, todas firman. Y apresuradamente, después de haberlo hecho, todas, casi todas, la mayor parte de ellas envían una ~arta o un aviso confidencial al pe­dodista, diciendo: "Perdone usted, mi querido ami­

go, que haya firmado ese documento de adhesión al juez ... Usted tiene toda la razón; pero cualquiera se indispone con un juez que le tiene que fallar todoa los asuntos de la colonia. Ya sabe usted que le que· remos y que le estamos agradecidos. Al fin y al cabo es usted el único periodista honrado que ha ido a la Guinea sin pedir nada a nadie y con el deseo de que· rer realizar una excelente política colonial. .. " Pero, claro está, el periodista está de vuelta, de esto y de otras muchas cosas ... Por ejemplo, de la dignidad y

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Ei:A INCóGNITA 139

Misiones realizan su papel

tedado tranquilo es el perio­lo debidamente con su deber. carnes cada vez que presume ~ral.:J.e Marruecos y Colonias Península ... No tenga miedo, >... Ya le recomendaremos ... a recomendación y la adula-

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g

IL SUAVg NUGOCIO UU LAS MI­SIONES

til no lndia:narJS, hl:lrfa refr el e•treplto11o autobombo t!t lall ¡,ui.Jiicacionc:lil, folleto• y perlódicoi de la11 Ml­•i"nu. Part..:t 'lile IJS colonia eu~ ha htcho Rraci~11 a 1• Mi11i6n. Pín~cc: que nitlla ha hc:cho el }~~:~tado. Cu11l n1dM hit hc::..:ho el l~~:~tado; pero, por lo meno~:~, lo poco re11i~•do ha ~:~ido mayonntmte dt~tintere11ado que cuan­to han lu:clw lí:lll Mi11lonelil. Por lo menoa, el E1tado U)'~tñul hit dado "ratultamente, lo da todavía, lo11 me .. dic~tmeutoN a loN hHHgenaM y el c~ddo de ello11 en loa ho•¡dt~tltlll, '1"" cuando no dependen de ninguna finca t¡unhién n ~ratulto, pero la11 Mlliionell lo lH\0 cobra­tlo todo. llan l"vantado uua lgle11la en Santa babel •¡u e c::11 un montón de mal iUIIto. Pue• blon: loa 11nlftol de Mh1lón", con el truco do quo 11ju1aban a chapoar" (por ~•ten11l6n, chapear quloro declr tamblin traba· jiu), ln haclan llevar la arena, la cal, la plodra. loe l•drilloa. 11-Vamo11, nlñoll. vamoll a jui(u~ a trabajar ... ¡Halal A ver quién pone mAl ladrllloa hoy ... ¡Uyl 1 VAlilmt~ Santa haboll :Poro qua mal juc¡a1 ... No.

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142 FRANCISCO MADRID ;,

no se ponen así los ladrillos ... De esta manera, ve~ .. · j Hala!, ¡hala 1 ¡A encalar! V amos, vamos a ver cuan-tos carros de arena subís, niño Andrés. Pedro ha traí-do dos y tú uno ... ¡Vamos, vamos! ¡A prisa! A ver si subís cinco carros de arena y dos de cal... Al que ven-ga más pronto, una estampita." El jornal, una estam-pita ... Una estampita dorada y chillona. ¡Buen jor-nal!

La mayor parte de la mano de obra les ha salido gratis. Obligaron a los poblados a que contribuyeran, exigiéndoles cantidades, amenazándoles con castigos horribles en el otro mundo en el caso de que no die­ran dinero para la edificación de la Casa de Dios. Los mismos blancos contribuyeron a regañadientes. ¡Ay del funcionario que no lo hiciera! ¡Ay del industrial! 1 Cuando llegara una "palabra"-pleito-la Iglesia pondría toda su influencia en perjudicar al hereje! Así se ha levantado la Catedral de Santa Isabel; así se ha hecho un palacete al Obispo, mejor que la Casa del Gobierno ; así han pedido al Estado subvenciones que llegaron a la cifra de 50.000 pesetas y el terreno. Son unos truquistas. En sus publicaciones hablan del salvajismo de los indígenas. ¡Pobres bubis 1 ¡Pobres pamúes 1 1 Pobres bengas 1 Ellos, generalmente tan pa· cíficos, tan buenos, tan inocentes ... Pueden los indus· triales cruzar la isla y el continente sin temor a un asalto; pueden, al llegar a cualquier poblado, pedir mesa y cama. Es más: por su hospitalidad, incluso, acaso, pueda encontrar agradable compañía-esto de agradable ea un decir-para pasar mejor la luna ... Pues bien; no hay necesidad de llevar una pistola, un

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~A GUINEA INCOGN!l'A 1-lj

arma cualquiera ... A esta gente les llaman salvajes ~ara maravillar a las beatonas de las cabezas de par­tido, que cuando ven a un negro semidesnudo le creen un traganiños, un antropófago. Lo curioso es que no hacen más que pedir, que no hacen más que implo­rar ... ¡Son unos pobres! Y entre las cosechas, la Gran­ja Agrícola, las subvenciones del Estado, las peticio­nes de dinero, las colectas siempre abiertas, recaudan más de medio miiión de pesetas al año y su capital pasa de los cuarenta millones de pesetas. ¡Pobres! ¡Y toda­vía hay gentes que les lloran y les compadecen! La me­jor mesa de Santa Isabel es la del Obispo ... puede in­terrumpir cualquier ingenuo.

-Sí, sí. Usted me dirá todo esto; pero. al fin y al cabo, en materia de cultura ...

-Son unos farsantes. Han hecho un mapa de la Guinea continental. Lo han anunciado y lo venden como una obra del Vicariato Apostólico de Fernando Poo. Hasta en esto engañan. El mapa del Vicariato no es más que una copia vil del mapa de V on Moissel, editado en 1913 en Alemania. Cotéjelo y lo compro­bará. No han hecho más que poner nombres del San­toral: San Francisco, San Javier, etc., donde había los nombres indígenas de los poblados. Hasta hace seis o siete años no se aventuraron por el continente.

En esto han engañado, como en todo, a sus creyen­te&. Hacen correr que han estado diez y yeinte ·años en los bosques indígenas del continente. No es cier­to. Ni uno de ellos se atrevió a ir por allí hasta que hubo pistas y carreteras. A este propósito voy a con­tar un sucedido. En el año 1929, de vacaciones, un

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Ex posicione" vLsLtar las 1 1

-- --- ~ ·~ ... "'"""u'~ <>: l sería su asombro a u S lla . C u a no nta

e .Uarcdona y cvl . a d Padre A ... -, que co • llcsculnir a un utis¡ouc:.:ro- .. ·nos visi-- .. aventuras a los sencl ba "sus cspdu7.nantcs A 1 hombre bar-t<.wtcs. Era divcL·tiuo y grotesco. que . . !Judo tlccía que "a veces, metidos en el lntenor de la selva virgen, tenían que comer culebras y sapos para poder alimentarse". Basta conocerles para saber que se han alimentado de las mejores compotas Y latas de conserva. Después mostraba al público una piel de ga­bial, que no ha vivido nunca en ninguna colonia es­pañola. Aquello era siniestro. Las pobres gentes se maravillaban de la entereza de esos misioneros que no han hecho nada de cuanto propalan.

-Bien, sí; pero han enseñado el castellano a los negros, y esto es ya una labor meritoria. El idioma de Cervantes, Santa Teresa ... -ha dicho alguien que está cerca de ~í.

-Otra farsa. Sí, sí; otra farsa ... Ellos dicen que han enseñado a hablar el castellano a los indígenas. Primero, cónstate, y es una vergüenza, que en tierra de soberanía española, los españoles que llegan tienen que someterse a aprender el ubrock-inglish" el pichinglis, como dicen vulgarmente, interpretando así la corrien­te pregunta ''speack inglish". El ubrock-inglish" es una perversión del inglés. Se habla en toda la costa africana donde los ingleses han puesto el pie. Es un inglés convertido en argot. Pues bien: los españoles que llegamos hemos de aprender el pichinglis para en· tendernos con los indígenas, a quienes venimos-es un decir-a traer nuestra civilización y nuestra cul·

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tura a cambio de explotar las riquezas de su suelo. Y ¿qué cultura podemos darles, qué enseñanza podemos ofrecerles si nos hemos de someter a su argot, que ni siquiera es idioma. Si, por lo menos, fuera inglés, po­dríamos enseñarles nuestro valor espiritual a través del idioma de Shakespeare. Los misioneros están en la colonia desde el año 1883. Pues bien: desde ese año han tenido el monopolio de la enseñanza, por lo me­nos de hecho. ¡No han desterrado el pichinglis/ No han enseñado el castellano a los indígenas sino en un porcentaje que no alcanza el 4 por 100. Pero aun hay más, y es que ese 4 por 100 que habla el castellano no lo sabe. Hay, ciertamente, cien indígenas que hablan el castellano más o menos correctamente. El castellano de los indígenas es, por regla general, el mismo que puede balbucir un niño de tres años. No sabe lo que es conjugar un verbo, ni analizaría una frase cualquiera en castellano. Tiene del idioma el sentido de unas pa­labras. Sabe decir "Buenas tardes", "Buenos días", "Nada", "Sí" y "No". Cuando habla expone una depau­peración idiomática: "Mi tener mala cabesa", "Yo que· rer casar", "No estar bueno". A un hombre bajo le Uaman "hombre corto". Y cuando se les pregunta por una distancia, pq,r el precio de una cosa, no sabe más que decir: "Como media hora, "Como aeis pe1etaa". A loa duros les llaman "dollara". No hay mú. Eate ee el eaatellano que corrientemente aalen aprendiendo de eau covachas inmunda& que son lu eacuclaa cat61i­eaa. Construidas sin que lea cueate un céntimo, obli· ¡ando a trabajar ¡ratuitamente a la• ¡entes del po­blado, y tom4ndolea, a vecea, la nipa de aua techadoa

10

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J:RANUSCO MAllRIIl

J1ara no molestarse t•n ir a uusc~,r al bo::;qu: la~ llilJ .. meras ... y aun le voy a decir más. Esta cnscna~~a q~t dan tambien la cobran. No les basta la su.bventlor¡ de¡ Estado, el dinero que les da para matenal, el <ltr¡tro que ingresa en la Orden para que se mantenga la Obr misional, además al pobre indígena le sacan los tuar~ tos para que el niiio aprenda esas pocas palabras tas. tellanas y a rezar y a cantar ... El dmero que les p gaba el Estado para l~accr maestros indígenas les se:: vla para hacer catequistas. Cada maestro indígena q salía de la Misión, en vez de educar hacía cateques~e Y todo iba convirtiéndose en influencia y dinero t

iba engrosando el fondo de la Misión. Pero aun ~ue mb... ay

-¿Qué dice usted? -Digo-cuenta el colonial, sincero e indignado-.

que las Misiones tenían, si no de derecho, de hecho• el monopolio de la enseñanza en la Guinea español~ tanto en la isla como en el continente. Se Jo voy

1 justificar a usted. Hace cuarenta y nueve años que los misioneros están en la Guinea. Cada vez que el E¡.

tado ha intentado iniciar su labor de enseñanza, las Misiones han trabajado arteramente para destrozar el Intento civil del Estado. Unas veces apoyándose e.o

doi'la Maria Cristina, que les amparaba en todo y JlOI

todo; otras, desacreditando al pobre maestro que se atrevla a levantar una escuela frente a la suya ... Ezis· te uno de caos pobru héroes an6nimos, cuyo noom11 o1Yid6ae ya, don Antonio Borges, que fué una victi1111 de loa mlaloneroa. Cuando los misioneros llegaron a l1

lala de Fernando Poo, aubvencionados largi!Dente JlOI

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LA GUINEA INCOGNITA 147

el Estado, viajando gratuitamente y con toda como­didad, hallaron que desde el año 1879, o sea desde ha­cía cinco afios antes, don Antonio Borges dirigía la única Bacuela Oficial del Estado, edificada exactamen­te donde actualmente se levanta la escuela de las Mi­aiones, en la plaza de España. Los misioneros advir­tieron el peligro de que allí hubiese alguien más que ellos que el día de mañana pudiera demostrar su obra de cultura y le declararon la guerra. Aquel pobre don Antonio Borges, lo sé por mi padre, que fué uno de los primeros colonizadores de la isla, de los que cono­cieron aquellos tiempos en que el Estado favorecía a los agricultores atrevidos dándoles dos hectáreas de tierra, dos braceros y un duro diario para poder tra­bajar; aquel pobre don Antonio Borges se halló de golpe y porrazo combatido y ofendido. Lo mejor que podía hacer era marcharse. Se lo había dicho con di­plomacia baturra don Antonio Cano, el gobernador general. Pero don Antonio Borges hacia cinco aiios que luchaba para dar instrucción sabia y civil a los negros indígenas y no quería abandonar tan pronto la partida. Salió de Es pafia hacia varios años; trabajó duramente, tenazmente, hasta conseguir encauzar la educación indígena, y no iba a amilanarse por un ata­que. Adc:un4s, don Antonio Borges era hombn! civil y tenia confianza-¡lamentable errorl-de que el Es­tado le defenderla. "Al fin y al cabo, debi6 decine, yo aquí represento al Estado. Y la enscl'iansa del Es­tado es algo fundamental en la coloniaaci6n de un pals." Ignoraba el pobre hombre dos cosas: una. que las Misiones tenían mucho interb ea poseer el -

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, ...... ,._,,, "' ' .. " ,_.,.,. ,,: .. · .,.,..

~~::~~::;:::::~::;i:~:i:/:;: ;~~:::,:~::·E.::/:·.~ vr:z rlt: diKr~utír lf.,a r],;rt:f.htJI dtl E .. tat)Q tn la VJ 'A·i-~ r.it>n y k• cntrc¡:aban fJídlmento trl'lo ¡,, ~ut ll(llll¡.~ }¡;1 n, pr1 rr¡uc era una manera <le "'' ~'Jfflf•lica~r.t la •~<i <.fJI<mial y rlar aalirla a un r•rr,l,lcrna cr,lr.1111al que le: cr:t difícil. "Ahí ti nada, cuidar rlc unaa tierraa kj¡ naa, in1anaa y [Jobrea, al parccu ''al <lccír de las Ctll tea ... ¡Bah! ¡Bah 1 Majareta& rlchen ~tar II'JI r¡ue 'JIIíc rr:n ir alLL. Sí, d ... Que lt lo '!Utrlcn toM. Ilaa!o, •atí~faccirín a la reina madre, que le• ayudaba, 7110¡

limpiamos un trabajo ímprobo, pnarlo, P""' a¡rad¡

hlc y mole~to." Eato era el Eatado )Jara la1 v,i®iai De nto ee aprovecharon Ju Miaionu. CIWido do. Antonio Borgn ae dirigió en una inatancía al -tro de Inetrucci6n, o al de Eatado, o al pre1idtnt.t dti Conaejo de Miniatro11, o al que fuera, el hombre aeyé en la juatieia, el derecho, etc., etc. Ea decir, en tt..dal aquella& abatraccionea líricu en que nada mil fiUtda¡ creer loa profnoru. La reina madre dispuso qut a lea diera la razón a loa miaioneroa, y el minittr~ di Ultramar, para orillar conftictoa, procuró comtnctr a laa Miaionea para que dejaran que el pobre don Arr tonio Borgea también diera claaea en eliiiÍIIIIO tdjj.

cío, con el Padre miaíonero encargado de la~ catequitta. Pero loa índígenu preferían a don Autooíl Bor¡u, y ante Cita irreverencia de loa negros, lol mí­tioneroa cortaron por lo uno y advirtieron al Gobia'· no de Madrid que no cataban díepueatol a tolmr iDo

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~ LA GUI.EA J•Célli.ITA 149

............ O eU... o el ~~eñor Borgea. El re~uudo del et, la inlluen~ia de Jo. mitionero. Hijos del ~ María era valimiento auperior al del pobre

o, a quien e~baron del viejo caaerón para darle .en ucuela, que duró muy poco tiempo. No duró mát qu lo '1ue loa miaionero. quiaieron que durue, por­que advertían a los indígenaa que ~udir a la ~uela dtl mae1tro Borgea era tanto 1:01110 perder la gloria dtl Cielo. Convenía eate recuerdo a aquellot tiempoa de 1884, en que eataba todavía mú ~tuado que aho­ra el dac:onocimiento de la Guinea m la metrópoli. Los lllitionero. ae adueñaron de todo lo que podían. lle quedaron con una de ta. mejorea fincu de cacao, la de Banapá, y tienen el impudor de dec:ir que c:oDS­!rllyeron loe poblados de Builé, La Concepción. et­útera, etc:., que loa indígenaa tenían coastruidot. Lo que ae hizo c:on don Antonio Borge• lo hu hec:bo, IIIUiivamente, c:on todos loa mantroa que acudieron a la Guinea c:on el ánimo de ganarse el pan boar.¡da. mente y de enteñar al indígena. Y c:laro, ahora ellol, con majntuota pedanteria, e•c:laman: "-¡Si no fue­ra por lu Mi1ionn lol indf¡cnaa no labrian el cu­tellano l" ... ¡Aquel caateUano que aaben loa iDdigellal y que no quiere dec:ir nada 1 Evidentemente, tieJial-ra.. z6n; la mayor parte de eae caateUano abaurdo que a­bal loa indí¡enaa Jo han aprendido en 1u lli~ pero ea porque lu Milionn, para mantener y IUIDCil·

tar lal~abveuc:ione• del Eltado, no dejaban qae la m­ldmu ricial te ntableclera dignamente. "O eUot. o DetOtrOI"-esc:lamabm- Y, naturalmente, la monu-_ 411fa teQCritic:CMDllitar que clomiaaba Elpda delde la

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-•ación, se sometía al c;,pricho y voluntad •ional. La monarquía complacía a las Misiones de este modo y se amparab:~ en la Península para tener a su lado la masa católica del país. De ahí la consubstancia. lidad de la monarquía con el catolicismo. Reunión de intereses. Tuvieron que llegar tiempos recientes para que algunos maestros pudieran convivir con las Misio. ncs, pero en una situación tan deprimente, tan fran. camcnte miserable, que mejor es no reseñarlo. No hay que olvidar que en el año 1888 una disposición guber. namental les daba la exclusiva de la enseñanza.

Hay una pausa. El hombre ha mantenido su indig. nación durante el relato interesante. Y sigue:

-Ya le he dicho que si fuera a contarle todas las cosas absurdas de la Misión se horrorizaría usted. Mu. cho antes que ellos llegaron a la colonia los protes. tantea, que en el año 1840 empezaron su labor, inten. aificada durante el período inglés de Clarence City, y mantenida en los diez primeros años. El Estado in. tcrrumpi6 su labor. Los metodistas eran, y son, mu­

cho más inteligentes, más hábiles colonizadores que loa católicos, que imponían a unos espíritus simples y aencllloa como el de los negros, cargados de fetichis­mos infantiles, otros fetichismos más tétricos y dra­máticos. Los metodistas fueron expulsados de las co­

lonias, y no volvieron a ellas hasta el año 1870. Los metodiataa han vivido sometidos al capricho de las

Miaionea, que en cuanto avanzaban unos pasos en pro de una nueva civilización les atacaban en secreto. Hace afloa que loa haussas han pedido levantar una meaqulta y no lea han dejado. Tampoco fué posible

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!.A GUINEA INCOGNlTA 151

unagoga, ni la iglesia protestante. Ante el bu'!li y el pamúc tiene más autoridad la moral del metodista que la del católico. En Bata, los metodistas tienen una escuela magníficamente edificada, que, comparada con las chozas de nuestras escuelas, es un palacio for­midable. Por otra parte, justo es consignar que en el presupuesto constan dos escuelas, una para niños y otra para niñas en Bata, y ni están edificadas esas es­cuelas, ni se pasean por Bata los maestros. No obstan­te, cobran magníficos sueldos triples unos maestros que no han estado nunca en la Guinea continental. Los metodistas, además, han procurado que sus ser­vicios médicos estén perfeccionados y gratuitos, como los del Estado español. Los mli.sioneros españoles no dan nada gratis. Su Escuela de Artes y Oficios no es tal escuela de Artes y Oficios, sino dos talleres en donde los indígenas trabajan gratuitamente con la ex­cusa de perfeccionarles en su labor. Y ¡cómo cosechan cacao! No tan sólo se quedan con el suyo, sino c¡ue se hacen traer por los indígenas sometidos a su fetichis­mo. "La Virgen llora, hijos; la Virgen llora porque no habéis traído cacao ... ¡Oh 1 ¡Oh 1 ¡Qué puede pasar~ ¡Qué puede pasar 1 ¡Qué malos castigos os enviará el Cielo porque no habéis traído cacao 1" Y ahí tenías a los indígenas coriendo al campo a conseguir cacao para la Virgen... Y cuando habían reunido algunos hectokilos, la Virgen dejaba de llorar ... hasta el día si­guiente.

Yo soy un hombre práctico. A m[ me importaría poco que hubiesen hecho lo que hubiesen querid~ cOA tal de que su labor hubiera tenido alguna eficae1a fa-

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'" '"'"'"'"~ vorable a los design-ios de Es~n~ad:\'-:~:sp;s:l:~\:. ~ ccr creyentes de t:olpc Y porrQz hom'.;rcs. En e\ alma~ genas. PrimC'ro h<ly q·.\C hacerloseli ros sobrcnaturalea

:: ~oes !~~i~n~:jsc~~o~m~n~~·\~o~~re ginteligente es m:" difícil. Los bubis, los pamúes. los bcngas. \os c.ons. queiios. los annoboneses, etc., etc., co~o- todati las n-zas primitivas, tienen sus religiones fact\es Y st~da­rizadas. Un dios bueno y un dios malo. Su Dtos y su Satanás. Ellos atienden más al dios malo para que no les haga daño, porque saben que el dios bueno no les perjudicará. Pues bien: los misioneros no han he-cho más que cambiar el fetiche. No es a N'Bu-N'Bena quien ahora consideran el elemento bueno, sino a Dios; no es a N'Bu-N gui, sino a Satanás a quien temen y aca-so adoren en silencio ... Pero para demostrarle que me conformo con poco, voy a darle un dato, uno solo, pan evidenciar el fracaso misional. Las Misiones estáB aquí desde el año 1883. Desde esa fecha hasta ahora lo han tenido todo a su favor: la Casa Real, la sumi­sión de los gobernadores generales, el temor de la a.­lonia blanca, el pánico de las razas indígenas, etc. Todo ha sido para ellos autoridad y respeto, tlli!lldo DD,

miedo. Pues bien: ni en las escuelas de niños, lli m las de niñas, han podido desterrar las eostuii!bns lit estas gentes. Los "niños de Misión"-los ha habido lit treinta años-han salido de la escuela para realizar~

poligamia, y con ella un buen negocio, porque elat­gro explota a la mujer con la que vive, y las niií3s han salido cantando las oraciones religiosas. pero dis­puestas a aceptar la poliandria en cada esquina. il

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LA GUINEA INCóGNITA 153

friiiSO 110 puede ser más evidente ni más ~otundo. W _...,as de la monogamia no han serv¡do para aada. JI 'IIIO solo de los "niños de Misión" ha acep­tado ~rácticas de la moral católica. ¿Está claro o

00 el fracaso misional? Si en cuarenta y nueve años

00 ban terminado con la poligamia y la explotación de las mujeres por sus maridos, ¿no se demuestra el fracaso de los que han tenido en su mano el monopo­lio de la enseñanza, y, por lo tanto, de la civiliza­

ción? -Supongo que ya no tiene usted que decir. nada

más de las Misiones ... -pregunté asustado. -¿Cómo que no? Más, mucho más ... Pero, como ya:

le tengo dicho, soy hombre práctico. Creo pertinente acabar con todo el influjo misional. Si el catolicismo español quiere mantenerles, que lo haga; pero el Es­li!do es laico. Por lo tanto, que se aparte de la lucha JID1I conquistar el alma del indígena. Lo importante es la enseñanza oficial, lo interesante es que loá maca:. tras que están en el presupuesto estén también en la realidad actuando, porque ya he dicho que hay c:uatro o cinco maestros destinados a Bata que cobran sin es­M en Bata ni en Santa IsabeL A lo mejor están toda­ria en España. Pero que no vayan. porque tampoco $e

11m edificado las escuelas. El Estado laico, profeiiORB laicos completamente. La catequesis fuera de la es.-: cuela. O bien: si se subvenciona a los cat6licot1, que se &Ubvencione también a los metodistas... Desigual­dades, no. Bastante las beJnos sufrido los simplellien­~ cristiano& en la colonia. Mientras todo lo ~ R"

l:ll9iaba a la Jliai6D no pagaba Aduana~ Di tnftlpOr-

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......._ •• A GUONEA 'NEOUNOU ~orila..l•- I>S Vaciladas todas las obras del Estado Por la conf · ·

aab(an los chismea de vecindad de . Santa. Isabcics~o~~ IDinaban sobre las conciencias de todos, sabían 1~ que

Penaaba hacer el Gobierno. Su periódico ha sido du­rante muchos afios el único valor editorial de la Gui­aea. Si usted lee un ejemplar le dará idea de la men­t~ate.r: de sus redactores. Pedantes, insufribles y có­aücos. El Padre Claret no dejó buenos discípulos. No dej6 gente lista. Los más de la colonia, los que quie­ren estar bien con todo el mundo, los que dicen que .. no 10n monárquicos ni republicanos", los que van a la euya, Jos que van a comerciar y hacer fortuna en poco tiempo, todo Jo más que se atreven a decir, para diKulparJes, es que "son unos pobres ignorantes". Esta ea toda Ja disculpa que hallan a la obra desastrosa lle­vada a cabo por las Misiones. Todas las indígenas que han puado por la Misión, cuando han salido de ella han puado a vivir el régimen tradicional de sus fa­miliu ... ¡Ah,. hombre r 1 Se me olvidaba! ¡Se me ol­vidaba lo principal f ¿No ha leído usted en alguna oca­ai6n que loa misioneros tienen abierta una suscripción para redimir esclavos? Mejor aún, esclavas. Esta sus­cripción es una supercheria más para hacer dinero. Como u.be el lector, cuando los braceros se contratan del continente para la isla o en la isla misma, piden un anticipo de trescientas pesetas sobre su jornal para "'poder comprar mujer ... Esto de comprar mujer es un decir. En nuestro pafs, que creemos que está perfec­tamente civilizado, también existe esa costumbre de u~~ mujer•• u 'IJlombre". No es más que la cues­b6n de mteresea de todo contrato matrimonial. EJ

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FllANt"ISCO Ml\1>1<11>

bracero, o sea el tr,,¡,., ja<l<JI" ... ut •cga las trescic pcactas a la filmi lia •k. ¡,, n1ujcr. y ésta pasa, tras formalidad illll.tlol"i<l. a sn la esposa del que ha dado las trcscicnlils pc~l't<~s. Pero estas pesetas no están m{Js que en arrag. pon1uc en el c<Jso de que ese matri. monio se scpílrc, por lo que sea, porque a la mujer no le place el comportamiento de sn marido, porque pre. ficrcn otro hombre, entonces el marido abandonado vuelve a percibir las trescientas pesetas. De manera que las trescientas pesetas no las pierde nunca. Abo. ra bien: de esta costumbre, variante de los intereses de nuestros contratos •matrimoniales, los misioneros han sacado la leyenda de la trata de mujeres y de la suscripción para emancipar esclavas. No hay tal. Cuan. do algún bracero de su finca, cuando algún "niño de Misión", ya mayorcito, quiere casarse, los misioneros "le compran la mujer" y él les devuelve las trascien­tas pesetas con el fruto de su trabajo en el campo. Es decir, que los misioneros siguen, como usted ve, ha­ciendo negocio de todo. Sacan las trescientas pesetas a las familias cat61icas de la Penfnsula haciéndoles creer que asi se redimen esclavas, y lo único que ha­cen es adelantar esas pesetas a sus braceros, rescatán­dolas con el trabajo del otro. De forma que al bracero le cuesta trescientas pesetas y ellos ganan seiscientas.

-De todas maneras, amigo mío, hay cosas que de· ben respetarse, y una de ellas es el tributo de sangre que han prestado para civilizar a esas gentes.

-¿Tl'ibuto de sangre? En cuarenta y nueve afios han muerto en la Guinea 192 misioneros. No llega a dos por año. Vea el tributo de los que han ido allí

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a trabajar y es mucho más crecido. Además, que digan las enfermedades y se verá que muchos de ellos han muerto por enfermedades que nada tienen que ver con el clima. De esos muertos, 16 estaban entre los cincuenta y sesenta años. No se puede decir que el tributo de sangre se deba a la vida de privaciones, porque no se han privado de nada. Por otra parte, otro de los trucos de la propaganda misional es la cuestión de la lepra. ¡Ah, la lepra 1 ¿Cuántas foto­grafías no habrá usted visto de un misionero acari­ciando la cabeza de un leproso o dándole los auxi­lios espirituales? La mayor parte de estos supuestos leprosos son sifilíticos tropicales, y a veces no son ni esto. Además, la lepra se contagia con un intenso contacto, pero no en un instante. No es cierta esa perseverancia de los misioneros con los leprosos. Pa­rece que llegan a la colonia y solicitan un leproso para retratarse a su lado, como los turistas que pa­san por Venecia se retratan dentro de una góndola o en la plaza de San Marcos rodeado de palomitas. La enseña turística de la Guinea, al parecer, es la lepra. No hablemos de los bautizos. Como quiera que todavía no existe Registro civil en la colonia para la población indígena, hay negro que se ha bautizado tres veces, y se ha llamado sucesivamente Andrés, J~ y Pablo ... , y es alguna ingenua vieja vizcaínala que ha pagado el mismo bautizo ochenta veces.

-Es usted implacable ... Las Misiones no sori ex­clusivas de España; Francia e Inglaterra también tie­nen Misiones ...

-Pero las Misiones de Inglaterra y de Francia son

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, Misiones patrióticas, son fundamentalmente france­sas y fundamcntalmt:nte británicas. Son avanza~as ~e los intereses nacionales e imperiales; aparte de mflu1r en los indígenas con las leyendas religiosas, enseñan a respetar el poderío del Estado; les cantan las glo­rias guerreras, que más que entusiasmar, atemorizan a los pobladores indígenas. En realidad, por encima de la obra ecuménica hacen una obra nacional. Pero las Misiones españolas en la Guinea no son nada más que Misiones. Lo de España les importa un cuento. Se dicen representantes del Estado para que el Es­tado las subvencione, las defienda, las mantenga y las proteja; pero ellas no han hecho nada para el Estado en favor del Estado ... Le he dado ·a usted una some: ra idea de la labor de las Misiones. Se podría escri­bir un libro, dos, tres, sobre las desconsideraciones, las explotaciones, las ignorancias, las estafas come­tidas por las Misiones. Y cuando alboreó la Repúbli­ca y cuando el morado dió dignidad a la bandera na­cional, los hombres de la colonia esperaron que las Mfsiones dejarían de tener aquel poderío,, aquella in­fluenda, aquella superioridad ... No; las Misiones si­guen hoy en día disfrutando de los beneficios, de los bienestares, de las mejoras y de los monopolios ob­tenidos bajo la Monarquía. Cerca de quien es gober­nador interino se caracolea el espíritu de un pariente del dictador que, tras haber estafado unos millones a una Compañía ferroviaria, en lugar de caer en pre­sidio, aqui fué d·eportado; y en la colonia, sirviendo a las Mision~s y al militarismo, se ha hecho el amo ... España es un país de pícaros... Allí tiene usted c:er·

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LA GUINEA INCóGNITA 159

ca del gobernador general interino, la figura vulgar de un estafador, azafata de las Misiones, haciendo y

deshaciendo en la vida colonial. España es una Re­pública de trabajadores de todas clases ... En efecto ... En la Guinea España sigue siendo Estado de pícaros y vagabundos ... Un antiguo policía de la banda de Brabo Portillo, ex gobernador civil de la Dictadura, premio ofrecido por Martínez Anido a los buenos servicios prestados a la causa teocráticomilitar; un estafador vulgar, ladronzuelo y vicioso de esquinas, sirviendo de consejero; un Obispo taimado y cauto, que dicta ór­denes desde el palacio ... Magnífico. ¡Viva España! Sí, la España de la bandera bicolor... Los funcionarios de la colonia, al saber el asesinato de D. Gustavo de Sostoa., celebraron la noticia con un banquete. En las listas de pésame se hallaban inscripciones como és­tas: "Me alegro." "¡Ole los tíos!" Es que D. Gustavo de Sostoa imponía -el orden republicano a los fun­cionarios monárquicos. No se ha hecho un expedien­te ·a los del banquete; no se ha averiguado quiénes eran los autores de aquellas frases ... ¿Para qué? Es que D. Gustavo de Sostoa era un funcionario de la República que había ido a perturbar la dulce explo­tación que tenían organizada los funcionarios inmo­rales, los misioneros rapaces, los finqueros explota­dores, los ·embaucadores de negros, los tratantes de carne h\llll1Jana, los ladronzuelos de las Administra­ciones públicas, los piratuelos que llegaban para me­rodear, los usureros ... Pero 1 hombre! Este D. Gus­tavo, ¿qué se había creído ... ? Aquí se vivía tan rica­mente ... Los de la guardia colonial eran reyezuelos;

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--los sanitarios, en ~>u mayor parte, ricos tipos.·· Y P~ encima <.le todos, la cntz de la catcural veraniega dt Santa hahcl, ridículo gótico de cemento armado, dan. <.lo a to1lo aquello el aire ue una cosa seria que se hacía en el nomLrc de Dios Paure Todopoderoso ...

Pi ntorcsco, ¿no? __ ¡Y asqueroso 1

-Y ... -Dejemos ya las Misiones. -No sin antes decirle a usted cómo han tergiver.

sado el valor de las palabras. De pronto, se encuen. tra en un bosque un indígena con una cruz en el pecho. Usted sabe, naturalmente, que los misionero tienen abiertas suscripciones en la Península pars comprar trajes y emblemas católi~os para los salva· a f . 'á . y d ]es a ncanos o .ast ttcos. uste pregunta, por ejempl .

"¿Quién te ha dado esa cruz?" El indígena, entonc:s· sonriente, exclamará: "M·e regalado Padre ... " Perfec: to. Usted considerará que ha sido un obsequio y se­guirá su camino ; pero va con usted alguien que sabe loa trucos de la Guinea, y pregunta: .. ¿Y, tú qué le has regalado?" Y entonces el indígena contesta: "Dos pesetas." De manera que las Misiones no comercian no venden, regalan, pero a su vez obligan a que les re~ galen algo también: efectivo metálico. Decididamen­te son unos románticos. Y aa{ regalan los elotes, zapa· tos, rosarios, enaguas, sombreros, sombrillas, polvos, collares, crucifijos, latas de conservas, billetes de tran· vtaa, faroles, etc., etc ... 1 Beatificas Misiones ... ! Nue· vas ftorec:illaa franciscanas. El Padre Claret, el de las vocales abiertas, el conpinche de la monja de las lla·

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llán de á en sus paseoS 1uito de Asís Y n el Claret glo· t capital fernan

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10

NOS QUE TOD• ClONARlO

sombrean el largo )ierno general de 1 'Jlfo de Guinea. E ) de Sostoa, ha te iodista a un alm1 coloniales. ~1 in

'el gobernador g ivocado el menú

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se ha conoc1oo en la carrera coüsular con el mote de· el Impasible.

Sirven los criados negros. 1\riientras pa:san el ser­vicio, naturalmente, ni D. Gustavo de Sostoa habla ni el periodista se atreve a preguntar. Cuando en el amplio comedor de la residencia oficial restan las tres personas, la charla adquiere un 1nedio tono con­fidencial y discreto. Don Gustavo de Sostoa no hace mucho tiempo que llegó a la colonia. Procedía de otras tierras calientes y el clima le respeta. Tam­bién le respetan los habitantes de estas tierras, que llegaron aquí para crear fortunas rápidas y desarro­llaron, al par que una actividad efectiva y muchas veces provechosa, no siempre, ni tampoco la mayor parte de las veces, un espíritu de cotilleo y crítica ridículo y provinciano. El colonial ha venido a estas tierras con el deseo de hacer fortuna crecida y rá­pida y volverse a las tierras occidentales a vivir de una buena renta. El funcionario se ha sabido aquí mucho mejor· pagado que en la metrópoli y con más seguridades para su futuro oficial. Hay una pugna entre coloniales, natural en toda competencia comer­cial. Hay una pugna entre los coloniales y los fun­cionarios, porque éstos consideran a aquéllos aves de rapiña, y aquéllos a éstos, vagos honorarios. Toda la cosa minúscula y mequetrefe de un pueblo durmien­te se halla en esta breve zona que representa la liqui­dación forzosa de aquel gran caudal que Esp~ña tuvo en el imperio colonial que fué desapareciendo a lo largo del siglo XIX ... Diretes, simplezas, soplonerías, murmuraciones ... Cuando uno desembarca por primera

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LA GUl'!\iEA I :--;"Ló~..::-,¡1 :."'A

·\·cz en el sedicente puerto de Santa L.~ .. a~-':..:1) :~.,.;--..-.._-

dos Jos hombres y des¡c::-c:cia a todas i<1s n1njcrcc~- ¡ l'd

es el comentario desfavorable oído a unos y a otros en

el barco durante la travesi~! Después rectifica. La gen­

te es honorable y digna, y una mínima parte perju­dica el espíritu totalista de la colonia. Pero en las trizas de la conversación se pierden las energías ne­cesarias para una actividad conjunta.

A la IIegada de D. Gustavo de Sostoa la colonia se dividía y subdividía en clanes grotescos y chismo­

sos. Este era esto; aquél, lo de más allá ... Esta auto­ridad había favorecido un bando; aquella otra auto­ridad, una firma comercial; el gobernador general X estaba más por la isla que por el Continente; el go­bernador general Z tenía más cariño al Continente

que a la isla ... "No se fíe usted de éste, que no ha sido republicano en su vida ... " "Vaya usted con cui­dad~, con aquél, que estaba entendido con aquel je­fe.·· , etc., etc. Don Gustavo de Sos to-a no tuvo un instante de debilidad y cerró el despacho a toda so­plonería, a toda mentecatez. Su despacho estaba abier-to nada más que para atender los intereses en activo de la colonia. El que trabajaba y necesitaba ayuda; el técnico que precisaba apoyo; la Comisión que se

brindaba a una labor interesante.- En cuanto se que­ría traspasar los límites más esenciales de toda re-­lación oficial, D. Gustavo de Sostoa cerraba el paso

a lo que consideraba únicamente propio de su juris­

dicción. Para evitar peñas y reuniones, D. Gustavo de Sostoa abandonó la residencia oficial de Santa Isabel

y se trasladaba todos los días a lo alto de Basilé. Es-

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LA GUINEA INCóGNITA 167

de hallarla no hace mucho tiempo. En un año, las relaciones de los coloniales se habían favorecido. Todos eran unos y todos trabajaban en pro común. Lo mismo los hombres que laboraban en la Guinea continental que los que explotaban la isla de Fernando Poo; lo mismo los de Kogo que los de Bata; los de Eureka que los de Santa Isabel, se hallaban reunidos para un fin común. Las recientes reuniones de los co­lonistas, celebradas en Madrid, el plan inteligente y eficaz que había sido presentado a la buena inspección de los Sres. Ramos y Duque; el sentido común del estudio sobre el presupuesto colonial y la estructur·a­ción que debía darse a la explotación y pacificación de la Guinea española, no era debido más que al re• sultado de la obra noble e inteligente de D. Gustavo de Sostoa, que, huyendo de todo plan, de todo cotilleo, de toda barata observación, hizo sentir a los coloniales la necesidad de reunirse y laborar dignamente., y a todos los funcionarios de que en la Guinea eran algo más que la máquina administrativa del Estado, sino representantes del espíritu del nuevo Estado.

]an1ás había habido en las últimas posesiones espa­ñolas del Golfo de Guinea una compenetración, una unidad, un sentido vivo de la armonía como en estos meses, poco después de la iniciada política vigilante y cauta de D. Gustavo de Sostoa, que daba medios a todos los coloniales para que pudieran mostrar el va­lor de su actividad creadora, y al Estado le nimbaba con el ·papel protecto y previsor que necesita para que au obra sea competente, obligando a los funciona-

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"'" """""'"0 """"~ nu!l a una actividad eficaz y limitando el número~ •

bu<ómta. a '" vo<dadm• nomldadoo do la culun;,,, ~

Don Gustavo de Sostoa, una vez que ha terminado la eomida, ha invitado al periodista a pasar a la galeria exterior. Allí se sirve un buen café fernandino-mez­cla de Liberia y Robusta-, y un buen cigarro haba­no finiquitan la invitación. Don Gustavo de Sostoa ha­bla en esta callada primera hora de la tarde. Silencio­sa la plaza ridícula y provinciana. El monumento a uno de los más lamentables gobernadores generalea que tuvo la colonia recuerda que en la vida política anterior España glorificaba a quien peor le servía. Mo­numento en Las Palmas a Le6n y Castillo, que cam­bi6 en el Tratado de París la riqueza del Gab6n por las arenosidades tristes de Río de Oro; monumento a este general Barrera, que pas6 la vida colonial dor­mitando sobre la mesa y abandonando toda buena obra colonial... Las ftechas g6ticas de la catedral fernan­dina impresionan por lo cursis en este paisaje afri­cano y añti-ille de France. Atraviesa una negra. Pasa un soldado colonial. Cruza un autocami6n, que se de­tiene .a la puerta de la factoría de John Holt. Un blanco sale del palacio del obispo ... Allá a lo lejos interrum· pe la línea del horizonte la mancha obscura del casco del "Buenos Aires", y, más hacia arriba, la gris cubier­ta del "C6novaa del Caatillo" ... La convenaci6n gira al­rededor &Ita vida de la colonia. Van cruzando todos loa temaa: bi.U'ocraeia técnica, juaticia colonial, obras

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públicas, organismos de enlace, simplificación de los expedientes, organización de la sanidad, adecenta­miento moral del indígena, negación de la existencia a los aventureros y tratantes de hombres, elevación de los coloniales, razón de ser de la colonia ... Este don Gustavo de Sostoa, de finas maneras, de palabras cla­ras, de conceptos trabados, de razonamientos lógicos, de exacta visión, parecía haber vivido toda su existen­cia en esta tierra. No se le escapaba un detalle, no le huía a un problema, no dejaba de afrontar un conflic­to, no escapaba a un deber. ¿Funcionario? No era tal, en el sentido estricto de la palabra Era bastante más, era simpl~nte un político colonizador. Don Gustavo de Sostoa iba desparramando en la conversación sus ideas claras y netas, precisas y exacl:as sobre las rea­lidades de la colonia española, lo (fUe era, lo que de­bia ser, lo que podía ser y lo que no había sido. Pero de sus labios finos no apareció nunca la queja .o la crí­tica contra sus antecesores. Dejaba en el aire lo que no se había hecho. El interlocutor podía comprenderlo si no era quedo de entendimiento. Pasó una hora, dos, tres ... El periodista salió del Gobierno general dicién­dole estas palabras:

-Sefior gobernador: los periodistas, escasos, pero todos los que han pasado por la Guinea,. al dejar en las cuartillas sus impresiones, han colocado a modo de epilogo un artículo de elogio al gobernador de úttno. Era un elogio obligado. Pareda, incluso, pagado a tanto la Unea. Quiero romper con esta costumbre y, aun cuando usted lo merece, no escribiré su elogio. Si en un tiempo lejano pubüeo un libro sobre las co-

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sas c¡ue he visto r <¡lll. he a<livina<lo, .,ltar~. Acabo dl· convL'II<:t'Illl<' 1h· q\lc en ustc~·- tiene uno de los homl•IL'~' ,n.is < l1 ~nos y múa capacel.

El periodista, en t->us crónicas, no hahló para nada de J>. Gustavo So~;toa; hoy, ante la realidad dolorota, se ve en la precisión de dedicar la primera parte de IUI

impresiones guineas a la gran figura colonial dramá­ticamente dcsaparecirla que había sabido llevar al car­go el alto rango representativo, moral y material, que ninguno de sus antecesores supo darle; los unos por sus nimiedades políticas; los otros por su corta men­talidad; los de más allá por las pasioncillas de que ae rodeaban y las debilidades afectivas.

Asesinado cae D. Gustavo de Sostoa por la mano de un desesperado que no hace muchos meses clamaba pan desde el fondo de una barquichuela, mientras veia enfilar hacia España, y, ya de vuelta, la proa de un transatlántico, al que no le dejaron subir por ridículos temores higiénicos... ¡Si la sangre de D. Gustavo de Sostoa fuera fructifera porque el Estado pusiera su pasión y su interés por la tierra que le resta en su pa­pel colonizador, no· hubiera sido derramada en balde 1

.........

Antes de abandonar los territorios españoles del Golfo de Guinea, el periodista fué a despedirse del gobernador general, D. Gustavo de Sostoa.

-¿Qué le ha parecido a usted todo esto? El periodista dió opiniones, apuntó recelos., expuso

panoramas. Don Gustavo de Sostoa sonreia. Le intere·

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loniales.

LA. GUINEA JNCOtiNITA 1 j 1

decía el periodista. como le interesaba cían los que iban a manifestarle noticias co-

-Estoy trabajando-dijo-en una gran labor. Me place, porque soy de los que por donde pasan les gus­ta dejar estela. Creo que terminaré por dejar encauza­da una obra. No digo si triunfaré o no, porque en el mundo 1011 triunfos, como los fracasos, son siempre relativos. Lo que sí sé es que en el caso de que tuviera que ll'D8rcharme de aquí, quien viniera a ocupar este puesto no hallaría los cajones vacíos como los hallé yo. Habría dejado el enlace, los organismos, las jun­tas necesarias para que la política colonial tuviera su continuidad. El mayor mal de España es que al llegar a cualquier cargo todos llevan aprendida una lección nueva y todos quieren hacer lo contrario que su ante­cesor, sospechando que así se acierta. No hay tal. Hay que saber des triar lo bueno de lo malo. Y o creo que he eabido apreciar lo que tenía este antecesor o aquel otro. Trabajaré lo que pueda. Con la mayor voluntad y mejor destino. Le debo a la República gratitud por haberme deparado ocasión de ser útil. Y o no tenía que aer nunca gobernador general de la Guinea. Había pedido mi traslado a Filipinas, pero, estando en Ma­drid, aupe que quien estaba destinado a la Guinea no queda venir: me ofrecí al Sr. C'novas para hacer la permuta necesaria, y aqui estoy. He venido poi' pla­cer y porque me gusta Africa. Como que el puesto lo he pedido yo, debo justificar mi interés con la obra que he emprendido.

Y al decir eataa palabra• no podía sospechar nunca

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vi~~ la manera ~niestra ~ue ha ocurrí~ e~ hi tam, b única i~~ ~ue ondea el pabellón español e: f ~tmilferio ael ~ur.

Con ~ muerte ae D. Gustavo de Sostoa b Gairt;

e1~año~ ~erde el primer gobernador general f1Jt

ha tenido. Era de suponer que Jos coloni~es s~p1~ a~rtciar su obra y pondrían sobre el peder.21 ~ ~

p~za de España de Santa Isabel el recuerdo q~e :De·

rece quien perdió ~ vida cumpliendo con 1J!j deftr

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TóPICOS COLONIALES

la palmeras tienen el cuerpo de galgo. En la playa K Bala, las palmeras evidencian que ya 1e eati m6l m Africa que en la isla fernandina. Aaf como pan • .iejo continental Francia o Inglaterra IOD m6a Emvpa qae Alemania, que 1e mece entre UD placer ~~bao y aaa inc6gnita asiática. para los coloniales bay plaáoaa africana&. ¿Santa babel? SI. a Afrtca: pero IIIÍI Bata o Kogo, o lUo Benito ... Pua Foat de llliaat, catalú aaandpado, ea mú Africa tu lejao rida ele F.bebiyia ...

p,., ·' .

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TóPICOS COLONIALES

Las palmeras tienen el cuerpo de galgo. En la playa de Bata, las palmeras evidencian que ya se está más en Africa que en la isla fernandina. Así como para un viejo continental Francia o Inglaterra son más Europa que Alemania, que se mece entre un placer latino y una incógnita asiática, para los coloniales hay gradaciones africanas. ¿Santa Isabel? Sí., es A frica; pero más Bata o Kogo, o Río Benito ... Para Font de Rubinat, catalán emancipado, es más Africa su lejano rincón de Ebebiyin ...

Para el colono que ha ido familiarizándose con el ambiente, para el que ha ido "ennegreciéndose"-en esta palabra se valoriza al hombre que ha acabado por tener sexual intimidad con las negras y a ella se ha habituado y complacido-, lo importante es "vivir Africa". Como decíamos, en Europa, para encontrar esta frase, deberíamos conocer el concepto que de Eu­ropa tiene cada individuo y saber qué es lo que en­tienden por característico del viejo Continente, o la

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174 FRANCISCO MAIHIIll

11cnaibilidad francesa, o d motivo científico germán{. co, o el conjunto arbitrario balcánico, cte., etc. "Vi. vir Europa" sería, para un estudiante empollón, la

Universidad de Oxford o el laboratorio alemán; "vi­vir Europa", para un romántico, será tal vez la rive. gauchc, el canal veneciano o el vals vienés ... Para un colono, "vivir Africa" ea deaboacar, abrir trocha, ha. llarae frente al bosque virgen, confundirse con El, aea. bar por conocer el ruido de una manada de monos y conocer la hora por el paso del sol. Someterse a una vida virgen, huída de las complicaciones civi­lizadas y de las comodidades modernas. Ir a pie me­jor que ir en bicicleta, ir en bicicleta mejor que lr en moto, ir en moto mejor que en autocamión ... Lo que se ignora detrás de cada árbol mejor que el ca­mino pamúe, Este mejor que la pista, la pista mejor que la carretera de cemento. "Vivir Afrlc:a" ea re· troceder unoa siglos. Hallarse como los primeros po· bladorea de estas tierraa. Saber de la misma emoción que en 1472 aintl6 Fernando Poo, cuando di6 su nom· bre a esta iala venturoaa. Saber de la aventura, em· preaa de loa portugueses conqulatadorea, que desde el alglo XV exploraron lu coataa occ:identalea desde Ceuta haata cabo Buena Eaperanza, hasta que en 1885 las grandea potencial, aprovechándose de la marcada decadencia portuguesa, lea ech6 de tod11 aua colo· niaa. "Vivir Africa". "Esto o aquello ea ináa Africa", he aqu( laa fraaea que deapuntan de loa labloa colo· noe. M uchoa de elloa no ae han conformado con cul· dar el huerto, aino que ae han lanzado a la vida in· d(gena con verdadero amor. Prefieren a la excurai6n

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LA GUINEA INCóGNITA 175

por París o Viena el paseo que les llevara hasta Kano, y de Kano al Tchad. Sienten más el trópico y la tie­rra mórbida y calenturienta del centro africano y ha­blan de cruzar de Oeste a Este el Continente tan mis­terioso como cuando lo describiera Stanlev en su bus­ca de Levingstone, para conocer la multiplicidad de razas que lo pueblan. "Vivir Africa". El paso por Eu­ropa en sus vacaciones les importa poco. La mayor parte de ellos se dedican a la vida afectada de los cabarets. Pero en cuanto les hablan del paisaje o de la vida, surge en ellos el africanismo, el ennegrecido.

Pero hay una frase que, igual que en España, une a los blancos de esta tierr_a y de aquélla. Es la frase que condensa una fortuita época de grandeza económica, una casual riqueza que pasó y que no se supo aprove­char ni encauzar. Esta frase es la siguiente: "Durante la guerra ... " ¡Ah, sí! Durante la guerra también la isla de Fernando Poo conoció horas magníficas de esplen­dor. También en aquellos años entraron a millones las monedas de plata y oro y se crearon fortunas en un parpadeo. También en aquellos momentos lo que para otras tierras era tristeza, dramatismo, para la colo­nia, al igual que en la metrópoli, era la hora de las vacas rollizas. La internación de los alemanes y los indígenas del Camerón, entonces bajo la soberanía alemana, superpobló la isla fernandida en unas ho­ras. Veintidós mil hombres pasaron a vivir a la isla atlántica y llevaban el dinero a capazos. Nada tenían

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randes potencias, lencia portuguesé "Vivir Africa''. '' :uí las frases que \ifnrhnC! ,1~ o11,..,.. •

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PRANCJSCO MADRID

en el Camerón; llegaban hambientos, necesitados de todo y deaconocedores de la moneda española. La ma­yor parte de los honestos comerciantes españoles ae aprovecharon miserablemente de eate desconocimien­to. Entraban los alemanes en sus tiendas y entrega­ban un billete de 25 ó 50 pesetas, y a cambio de esta cantidad les entregaban una botella de anís o un ki­logramo de chorizo. "A veces, una copa de coñac lea costaba cien pesetas"-me dicen-. A su llegada en el año 1916 dejaron extenuadas las tiendas españolas. Como ai hubiera pasado ese ejército de hormigas ro­jas que de vez en cuando cruzan el hogar y se comen todo lo que hallan a su paso, los internados, hambrien­tos de todo, quisieron proveerse de todo. En dos años entraron en la isla fernandina 13 millones de pesetas. Eato, unido a su riqueza agrícola, hizo que la gente ae alocara y aospechara que aquel maná iba a durar toda la vida. N o se canalizó la riqueza. La anarquía burguesa de este siglo, heredada del pasado, negaba toda intervención al Eatado para la organización de la nueva riqueza adquirida. Entre algunos ganaron los 13 millone1 de peaetas, pero se perdieron colectiva­mente, no aprovechándose para que la colonia pasara a aer un modelo de perfección.

Poco importan lae inmoralidades o los crímenes de lae clvilizacionea iniciales si con elloa el mundo pue­de pro¡reaar. Pero eeas inmoralidadea de nuestros ho­neetoe comerciantes, que se hartaron de ganar dinero, no eirvl6 ni para ealvarlea a 'elloa miemos de la rique­za que de manera r'pida habfan ¡anado.

A•l ahora todavfa hemoe hallado a coloniales de

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C'lta naturalc~n que noR han dicho con un cf•mir:o ain·

de mC'Iancolla: -En los ai\os de la guerra toc:lav{a se podfn vivir en

la i1la. Aquello aatiRfada al critico má11 tremendo. Aquello era encantador. La gente entraba en J;¡ tien­da, ae llevaba un paquete de cigarrillo" y no se pre­ocupaba del cambio. Entonces todnvía se podía co­merciar. Ahora loa beneficios no son más que calderi­lla. Eran otros tiempos. La gente no le daba valor al dinero. Compraba mcrcancfas por valor de mil pese­tal y ae convertían en treinta o cuarenta mil pesetaa de ¡anancia. Eao era comercio.

Para otros, ya ni la isla fernandina, ni la Guinea continental tienen el encanto de hace diez aflos.

-Eato proapera demasiado-dicen-. Ahora ya pue­de venir aquf cualquier quidam. Antea, cuando dea­embarcabu, tenfaa que aubir a pie la cuesta de las fie­btll. Cuando lle¡abaa arriba, ya eatabaa enfermo. En­toncea era una aatiafacct6n venir ac4. Ahora todo ea cómodo. Hay caaaa en laa que ae ·fabrica hielo y e lec· trlcldad. Antea no podfaa aallr de noche, porque no tenfaa otra luz que la de laa eatrellaa. Ahora haata hay ca111 de cemento. Eato empieza a no tener 1nteda. Hay carreteraa, hay fondaa ... ¡Un aaco 1 La clvlUn· cl6n ae noa come. Haata cuando te ponea enfermo pue­dea lle¡ar a curarte, porque hay m•dico que lle¡a tar· de, pero lle¡a, y botica donde hay de todo ... 1 Un aaco 1

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Y entre otra• de las frasea que corren de boca en boca hay ésta: "Vivir de milagro." Realmente, la vida colonial está salpicada de caaualidadea. Empiriamo. Aqui &e vive de milagro. No Be Babe nunca lo que le puede ocurrir a uno cuando Bale de viaje. A pcaar de las críticas de ese "ennegrecido", que ya conlidera esto una Castellana o un paseo de Gracia, esto sigue tan absurdo y descuidado como en aquellos tiempos.

-Vivir de milagro. Sí, señor; se vive de milagro -nos dicen-. Venga usted. Le voy a llevar por esaa pista• abiertas en la isla o ·en el continente. Y ya me dirá usted si ae puede vivir con tranquilidad. A vece• quiere usted ir de Santa Iaabel hasta el final de la carretera, cuando ya es pista, y el barro le hunde el autocamión en la carretera. No hay más remedio que sogar, o aea descender del auto, y empujar, junto con loa negro• indígenas que le quieran ayudar. Decimos que le quieran ayudar, porque antes el negro ni lo penaaba. Consideraba un honor y hasta una obligación ayudar a un blanco. Pero ahora, la raza blanca ha des­cendido tanto ante aua ojos por las excentricidades y laa bobada• hecha&, que el negro no ayuda más que cuando le viene bien o cuando ae le paga. Y hay que tener en cuenta que la unidad monetaria para todo ee una peaetL No le d6 uated a un indígena doa realee en calderilla, porque te loa rechaza con gran dignidad.

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P.ara ello:.. ·-

le digo a usted nada si tiene usted que ir en una lan­cha de Santa IsaLel a La Concepción o San Cario&. Lu lanchas costeras tardan a veces veintitrés horas por hacer un recorrido que cuando esté terminada esa dichota carretera tiene que hacer en poco más de una bora. Son 55 kilómetros lo que separan los dos núcleos de la isla a Santa Isabel-San Carlos. Para subir al pico hay que enviar por delante tres braceros dos o tres díal ante• para que desbosquen, hagan trocha, y en­toncea marchar hacia adelante. Y, sin embargo, ai su­piera 111ted que eatoy convencido de que el día que se unee eato la mano de obra blanca podrá trabajar des­de 700 metro. aobre el nivel del mar para arriba. Y el pico alcanza 2.800 metros de altura. El clima, de los 600 para arriba, e• mucho más benigno que en Cuba, y alli han trabajado los blancos y trabajan después de la ejemplarí•ima campaña aanitaria que llevaron a cabo loa estadounidenses. Bien sabe usted que de los 2.000 kilómetroa cuadrados de la isla hay tan sólo en es.plotaci6n u11 10 6 un 15 por 100. Le falta a la isla mucho que explotar, eatán por hacer muchas fincas. La parte de Moka y de Eureka tiene buenos pastos y allí no ha llegado la mo•ca "tsé-tsé", o si ha llegado ha sido en reducido número. De llevarse a cabo una verdadera campaiia unitaria, el peligro del tripano­IOIDa podría de•aparecer, y desaparecido éste sería posible el mantenimiento de caballerías, que no pueden enviarae por el peligro de la mosca. Se dedican to. colonialea al monocultivo de cacao. Es Jo qae _.. produce y con menos esfuerzo, e:lfcepci6n hecha de

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FRANCISCO MADRID

los plátanos, que todavía están por explotar debida­mente. Pero el cacao se produce bueno y en abundan­cia en la zona playera. A equis metros de altura sobre el nivel del mar el cacao no se produce con la rique­za vitamínica que en la zona playera. Pero la tierra de la isla fernandina es ubérrima, generosa y varia. Que­da mucho por explotar, quedan muchos cultivos por probar. Lo que pasa es que el Estado no tiene una ex­celente granja agrícola; lo que pasa es que el Estado ofrece tan sólo anualmente la misérrima cantidad de cinco mil pesetas para el servicio agronómico. ¿Qué se puede hacer, probar, ensayar con esa cantidad? Nada, absolutamente nada. Tienen razón en quejarse los isleños. El Estado debería ser el aleccionador, el dirigente. Una parte de los impuestos que colecta de­bería distribuirse para mantener un perfecto servicio agronómico que instruyera a los colonos. Claro está que los funcionarios deberían tener la exacta noción de que son funcionarios del Estado, que viven de los contribuyentes y que a ellos les deben su razón de vida. Generalmente, el funcionario se cree dueño y señor de todas las cosas de la isla y debería compren­der que de no existir la riqueza privada de los colo­niales su existencia en la isla sería inútil. No ha sido el Estado quien ha creado la riqueza actual, no han sido los sucesivos gobernadores generales que, con su in­capacidad, como Barrera; sus genialidades y frivoli­dades, como el Sr. Núñez del Prado; su obtusa inteli­gencia, con el Sr. Saavedra, han hecho productiva la isla: han sido los que con fines industriales y rapaces han ido a ella.

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LA GUINEA INLOuNlTA lf\1

-Tengo la teoría-sigue diciendo un aventurero de estas latitudes que se llamaba Jorge del Tajo-de que los crÍIDenes y las inmoralidades son necesarias para la civilización. Sin aventureros, sin asesinos, sin la­drones, el mundo no sería lo que es. No hubiera llegado a ser nada. Si se han podido hacer muchas cosas ha aido por la violencia y la brutalidad. La humildad, la resignación, la renunciación han sido, y son, actitudes negativas. Sin esclavitud no hubiera sido posible la evolución del mundo, ni la creación de las bellezas arquitectónicas y monumentales de los egipcios y de los griegos. Mientras los barcos que se echaban a la mar necesitaban remeros, eran precisos los galeotes. Cuando apareció la máquina de vapor se aminoró la crueldad de la vida para los que no sabían de la luz del día. Quedaron tan sólo los maquinistas de hoy, pero un día u otro se resolverá para los últi-11101 trabajadores de hoy esta crueldad del horno de carbón de hoy. Depende de un invento que se produz­ca para la automaticidad del aprovisionamiento de las máquinas. La esclavitud fué necesaria para poblar América. Mientras se rescataban cautivos en Oriente, en las costas africanas comenzaba el comercio de hom­brea, que todavía sigue hoy, perfeccionado, para lle­varlos a América. Los Estados son negreros. En el Tratado de Utrech, firmado entre Felipe V y la reina Ana Elisabeth, se concertó un privilegio para pr«?veer de esclavos las principales posesiones de América. Carlos V entregó a un comerciante flamenco el privi­gio de importar 4.000 esclavos a América. Por bula pontificia, la Iglesia debía creer que los negros eran

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FRANCISCO MADRID

cosas "y que no tenfan alma", autoriz6 un mercado de negros en Portugal. Los duques de Leicester y Wax­wick fueron negreros con el consentimiento de la dul­ce reina de Inglaterra. Todo el mundo ha comerciado más o menos con carne de negro.

-Pero todo esto, ¿qué tiene que ver con lo que es­tamos hablando? Usted, querido Jorge. es un hom­bre que no razona, discurre solamente como una ser­pentina. Concrete usted ...

-Todo esto viene a cuento para decirle que los fun­

cionarios del Estado deben tratar a los coloniales no como si fuesen unos bandidos, no como si fuesen unos menores de edad, no como gentes indeseables, sino co­mo unos a portadores de riqueza al patrimonio nacional. La riquen que ellos colectan les permite cobrar tri­ple sueldo; ia labor de los coloniales les permite tam­bién ¡oar del beneficio general. Los funcionarios de­ben trabajar para el Estado y, por ende. para los par­ticulares. Y ahora da la sensaci6n de que los colonia­les somos los que hemos de trabajar para los funciona­rios, y aun debemos rendirles gracias por su asisten­cia cuando se dignan dárnosla.

-.Y esto de los funcionarios, ¿qué tiene que ver coa lo que anteriormente hablábamos del servicio agro­

n6mico? -Pues tiene que ver, que el servicio agroa6mico,

como todos los demás servicios del Estado. elfi ümdooado ...

-Lo debeD. estar. porque. como usted ha dicho. el Bstado eDÑ 5.000 pesetas u.uales.

-Ea parte poi" esto.

'

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1 LA GUINEA INCOüNlTA 183

-Entonces usted acusa de malo al servicio agro­

nómico. -Yo no acuso de malo al serv1c1o agronómico en

particular, sino que acuso, en general, de pésimos a todos los servicios del Estado. La sanidad, la ense­ñanza, la burocracia, la justicia, las obras públicas ...

-Precisamente de obras públicas no habíamos ha­

blado tod;lvía. -Habíamos empezado a hablar. Ya le dije a usted

que se vive de milagro al salir de la carretera o a la pista, tanto en la isla como en el continente. Los puen­tes se hunden antes de entrar o al haber pasado; las pistas quedan interrumpidas por el mágico telón del bosque virgen, los edificios oficiales no tienen consis­tencia. No hay, a los años mil de colonización, una buena red de pistas siquiera ...

Efectivamente, salir a conocer el continente o la isla. alejarse de los núcleos poblados, es tanto como jugarse la cabeza. Hasta la llegada del gobernador ge­neral Sr. Núñez del Prado el continente había estado en completo abandono. El espíritu novelero del señor Núñez del Prado hizo que se interesara por el progre­lO de la Guinea continental. El hombre interesóse de buena fe por la colonia, le expusieron planes de ex­plotación, obras que se debían realizar, e inmediata­mente, con el afán de los emprendedores, que cada día descubren un Mediterráneo, dispuso que se iniciara la obra de abrir caminos y de intentar conocer el has-

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ta enton~el misterio del bosque virgen. Le advirtieron que el ~aste de las carreteras era aquí mucho más caro que en Europa, como así es en realidad. El taquíme­tro no es servible en todo instante. El bosque es un tel6n continuo. Hay que seguir los zigzagueos del camino pamúe y allí abrir el camino que más tarde puede ser pista y remotamente después carretera. Pero así como en nuestras tierras peninsulares el ingenie­ro puede ver el horizonte y trabajar cómodamente y con eficacia inicial, en esta tierra virgen es algo ver­daderamente difícil.

-En Espaiía-nos decía persona perita en la mate­ria-el trazado de una carretera se proyecta fácilmen­te. Aquf el trazado de una pista es mucho más costo­lO. El ingeniero ae encuentra ante sí con el tel6n ma­ravilloso y frondoso del bosque, un bosque espeso y cerrado que impide trabajar con el taquímetro. Loa barrancot, los rfos, las colinas, todo está cubierto por la selva, y la diferente altura de la vegetación impide enterarse de la topografía del terreno, ni aun visto detde una alturL El preciso abrir trocha. Unos ma­cheterot la abren con mayor o menor fortuna, bajo la cttreccl6n 4e un tfcnlco. Unas trochas transversales pueden completar el escaso estudio. Si se encuentra un rfo y el punto de paso es malo, no hay más reme­ello. es preciso remontar el camino basta hallar buen camino. E1te trabajo es pesado, doloroso, fatigoso. SI 1e hace ee por amor a la carretera o por amor a la lftfttun. Pero loe Ingeniera.. ad~ de Hta labor IIDproha. 4e eete trabajo penoetaimo y agotador. tie­nen que luchar con elfantuma de la burocracia, coa

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LA GUIN.t;A HIC6GNITA 185

el papeleo multiforme y tanto o más agotador que el mismo trabajo sobre el terreno. El expediente es tan espeso y misterioso como el bosque para el ingeni<.:ro. Supongamos que al hacerse un considerable desmo­che se ha estudiado un camino de 25 ó 30 kilómetros. Hay que regresar al punto de partida, proyectar y confeccionar el proyecto y enviarlo a la Dirección ge­neral de Marruecos y Colonias para su aprobación. En la Dirección se estudia y se aprueba, en el mejor de Jos casos. Hay que llenar los trámites y empezar su construcción... Han pasado unos meses. ¿Qué ha su­cedido en este tiempo? Que aquella trocha por donde se había estudiado la construcción del camino se ha cerrado. Ni estacas ni banderolas son visibles. El pro­yecto ha seguido el admirable trámite burocrático preciso. Ha ido de Obras públicas a la oficina del Sub­gobierno, de aquí al Gobierno de Santa Isabel, de San­ta Isabel a Madrid. de Madrid, sección por sección, negociado por negociado, jefatura por jefatura, ofici­Da por oficina, y después, al cabo de un año o de dos., ha sido devuelto admirablemente encuadernado en pa­pel de barba, perfectamente cosido y con más de cua­renta firmas. El proyecto está en regla con la buro­cracia, con los detallitos, con los informes de todos los que no debieran informar, porque no han estado en el continente o en la isla, y., por lo tanto, informan en barbecho; pero, en fin, el expediente está de acuer­do eon la ley y sus preceptos. Lo que ya no está de acuerdo con la realidad es el proyecto, que vuelve cuando el telón del bosque virgen, espeao. fantástico, ub&rimo, ha vuelto a caer sobre la trocha abierta. Hay

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""'ANClliCO MADBID

t)llt volverla a abrir. Y una de doa: o el ingeniero quie­re: trabajar y engaña a la Dirección para hacer algo, pour le bon moti!, y abre de nuevo la trocha por el sitio aproximativo al anterior, o se propone retozar con la burocracia y el expedienteo y vuelve a enviar un nuevo vroyecto para que, e11tando de acuerdo con la ley y el papeleo, no lo esté nunca con la realidad, y, por lo tanto, la carretera o la pista, que es lo importante, no Me haga nunca. El ingeniero opta la mayor parte de las veces por hacer algo, siquiera, por abrir un nue­vo camino y echar adelante aun cuando la trocha &ea distinta. Por lo menos. asi se hace algo. Y ya no en­cuentra por delante el buen camino y debe volver para atráiJ o encuentra uno mejor y gana tiempo. Pero todo ello es hijo de la casualidad, como antes, como lo serfa siempre. E•to se complica con la relación de Obras públicas y Hacienda. Le habrán dicho a usted que el dinero no hace feliz a loa indígenas. Los indí­gena• no quieren trabajar. ¿Para qué? La vida les es fácil y ubérrima en el bosque. No les tienta el dinero. El ideal de loa indígenas es ser jefe de poblado. Esto lea ea fácil. Tienen mujer, y con unos familiares su­yo• o do la mujer se establecen en un punto cualquie­ra del boaque. Deaboacan pegándole fuego a lo que mo­lesta, luego plantan la yuca y construyen las casas mb necesarias y la Casa de la Palabra, casino del pueblo, juzgado liberal, etc., etc. Las mujeres van a buacar al bosque la yuca, el mango, la papaya, etcéte· ra, etc,, que le preciaan para su alimentación. El hom· bre 11 cledica a no hacer nada, a la vida fácil y muelle. A lo. doa doa. la1 cuae de nipa liC habrán derrumba-

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do o podrido. El indl"cna no se molc8ta en ff~haccrlaa. Lea hace conNtruir de nuevo unas hectárea" má~ aden­tro del boaque, y a vivir feliz. Su vida, un tanto n6-auda a la par que contemplativa, el agradable y per­durable. Odia la carretera, porque la gente lea invade 11 poblado y lea acucia al trabajo. Para hacerle• tra­bejar e1 pred1o crearlee neceeidadea. Las factorías en medio del bosque es la primera relación que con la dvfJJ.zaci6n tienen. Antea que loe misioneros ha lle­lado el Ñctor. Monta su tiendecita, pone al sol cua­tro Yettldoa de mujer~ aei• collarea y algunaa chuche· rfu, timbrea e16etrlcoa, juguetes mecánicoa, o lo que aea, y el lndf¡ena ae pasa horaa y horas contemplando aquello• objetoa, que empieza a codiciar. Lleva al fac­tor cacao aalvaje o dinero ... ai lo tiene. Esto ea lo que le obll1a a trabajar al no ea jefe de poblado. Si ea jefe de poblado ya ea otra coaa. Entonces hace trabajar a lot demia familtarea. O vende alguna de aua mujeres o 1u ••plota en una proatituci6n ho1pitalaria y pri· mltlva y que nada tiene que ver con nueatra moral al uto. Para el lndf¡cna la mujer ea una coaa de au pro­piedad, y, por lo tanto, puede explotarse. Loa pobla· cloa loa permiten aer duefloa de loa aúbditoa y vivir a aua eapaldaa. Be calcula la riqueza de cada indf¡ena por el mayor número de mujeret que poHa ... -El motivo do nueatra converaaci6n ea explicar loa

mtorpeclmlentoa que tienen loa de Obru pdbUcaa para pro¡reaar en tu labor de facUltar lat comunica· clone• en la colonia ...

-Evidentemente, y perdone uated que haya hufdo el teiDL

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188 FRANCISCO MADRID

Le habrán dicho a usted que el dinero no hace fe­liz a los indígenas. Los indígenas no quieren trabajar. Hay que acuciar les en algún interés. Pues bien: los que trabajan en obras públicas se han visto obligados a trabajar por la Guardia colonial, y cuando han acep­tado de buen grado el trabajo del Estado se han mar­chado aburridos y teniendo un concepto lamentable de la seriedad del Estado.

-No comprendo. -Verá usted. Vamos a dividir en dos las maneras

de hacer trabajar al indígena. La civil y la militar. En la civil...

Nos han contado que existe desde hace años una pugna absurda entre el poder de la Guardia colonial y la labor de Obras públicas. Bajo la Monarquía se encargó de la construcción de pistas la Guardia colo­nial. La Guardia colonial, los jefes y oficiales de ella eran provenientes de la Guardia civil, realizaban su obra, técnicamente al tun-tun; políticamente, de una manera dictatorial. ¿Que el negro no quería trabajar por las buenas? Pues trabajaba por las malas. Este procedimiento era agarrar a los braceros de los po­blados, llevarles camino adelante, a la fuerza, y en caso de resistencia, atados y molidos a palos. Así les llevaban, a veces, 40 kilómetros de sus poblados. El indígena protestaba. N o había protestas. La fuerza es­taba en el melongo o en el látigo del cabo o el sargen­to, que arreaban duramente a quien se resistiera y car-

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LA GUINEA INCóGNITA 189

gaban sobre Ls c~lJ:.Jldas de ébano el brinco de un la­tigazo. La Guardia colonial imponía pánico. La liber­tad civil no es un hecho para el indígena. Se le trata, como a un esclavo. El espíritu del cabo o el sargento de la Guardia colonial ha sido, por regla general, éste, salvando, desde luego, las excepciones, contaclí­simas, que pueda haber. Por este procedimiento radi­cal se abrieron algunas pistas. Esto tenía una venta­ja: la de hacer trabajar al negro; tenía dos inconve­nientes, uno de orden moral: que el negro incubaba un odio feroz al blanco, porque le arrancaba de su casa para hacerle trabajar gratis, y se lo llevaba lejos, sin darle por explicación otra cosa que un puñetazo en el rostro o un latigazo en la espalda, ya que además había jefes que hacían trabajar a los negros en su servicio particular. Otro inconveniente y éste de orden técnico. Con el procedimiento de la Guardia colonial se hacían, claro, carreteras, pero se hacían mal. A pe­sar de que en la Guardia colonial había carpinteros, albañiles, aserradores, etc., no había ingenieros, y ello daba al traste con la obra realizada. A los pocos días las pistas se hundían, se descalabraban los puentes de madera y el camino quedaba de nuevo intransitable. ¿Que ahora también ocurre?

Sí, ahora también. Pero ahora se debe además a otros factores. Helos aquí. Uno de ellos es la falta de mano de obra. Los indígenas no quieren trabajar para el Estado, y no quieren trabajar para el Estado por­que, según ellos, el Estado les engaña y les estafa. Desde su punto de vista tienen razón. Ellos están acostumbrados a cobrar cada primer domingo de mes,

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~- ~ Le habrán dicho a usted que el dinero no hace fe­

liz a los indígenas. Los indígenas no quieren trabajar. Hay que acuciar les en algún interés. Pues bien: los que trabajan en obras públicas se han visto obligados a trabajar por la Guardia colonial, y cuando han acep­tado de buen grado el trabajo del Estado se han mar­chado aburridos y teniendo un concepto lamentable de la seriedad del Estado.

-No comprendo. -Verá usted. Vamos a dividir en dos las maneras

de hacer trabajar al indígena. La civil y la militar. En la civil...

Nos han contado que existe desde hace años una pugna absurda entre el poder de la Guardia colonial y la labor de Obras públicas. Bajo la Monarquía se encargó de la construcción de pistas la Guardia colo­nial. La Guardia colonial, los jefes y oficiales de ella eran provenientes de la Guardia civil, realizaban su obra, técnicamente al tun-tun; políticamente, de una manera dictatorial. ¿Que el negro no quería trabajar por las buenas? Pues trabajaba por las malas. Este procedimiento era agarrar a los braceros de los po­blados, llevarles camino adelante, a la fuerza, y en caso de resistencia, atados y molidos a palos. Así les llevaban, a veces, 40 kilómetros de sus poblados. El indígena protestaba. No había protestas. La fuerza es­taba en el melongo o en el látigo del cabo o el sargen­to, que arreaban duramente a quien se resistiera y car-

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LA GUINEA INCOGNITA 189

gaban sobre las espaldas de ébano el brinco uc un la­tigazo. La Guardia colonial imponía pánico. La liber­tad civil no es un hecho para el indígena. Se le trata. c:omo a un esclavo. El espíritu del cabo o el sargento de la Guardia colonial ha sido, por regla general, &te, salvando, desde luego, las excepciones, contadí­aimas, que pueda haber. Por este procedimiento radi­c:al se abrieron algunas pistas. Esto tenía una venta­ja: la de hacer trabajar al negro; tenía dos inconve­nientes, uno de orden moral: que el negro incubaba un odDo feroz al blanco, porque le arrancaba de su casa para hacerle trabajar gratis, y se lo llevaba lejos, sin darle por explicaci6n otra cosa que un puñetazo en el rOBtro o un latigazo en la espalda, ya que además bahía jefes que hacían trabajar a los negros en su aerricio particular. Otro inconveniente y éste de orden técD.ico. Con el procedimiento de la Guardia colonial 1e hacían, claro, carreteras, pero se hacían mal. A pe­ur de que en la Guardia colonial había carpinteros, aJhañiles, aserradores, etc., no había ingenieros, y ello daba al traate con la obra realizada. A los pocos días las pistu .e hundían, ae descalabraban los puentes de madera y el camino quedaba de nuevo intransitable. ¿ Qae ahora también oc:urre?

Si. ahora también. Pero ahora se debe además a otros fad.ores. Helos aquí. Uno de ellota es la falta de IDiliO de obra. Lo. indígenas no quieren trabajar para el s.tado, y no quieren trabajar para el Estado por· qae. •cún eUoa, el E.tado les engaJla y les e1tafL Dade su punto de viRa tienen raz6n. Ellos estú ~ a c.obnr eada primer domínco de 111ft,

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que es cuando en las fincas o en las explotaciones fo­restales los coloniales pagan al bracero. Pero como quiera que el Estado español tiene para las colonias el mismo organismo burocrático, la misma mecánica expedienta! que para la Península, no es posible pa­gar al bracero al mes de su trabajo cumplido. Es pre­ciso hacer a final de mes unas listas de personal, en­viarlas a la Delegación de Hacienda de Santa Isabel, que ésta las examine y que esté en posesión de las órdenes de gasto y pago llegadas de la Dirección ge­neral de Marruecos y Colonias, que, como se sabe, está radicada en Madrid, y entonces puede librarse la can­tidad a que ascienda la cuenta mensual, pero mientrm; se reexpide al continente y se paga transcurren, por lo menos, dos meses, en cuyo tiempo están sin cobrar los trabajadores indígenas. Los hay que se cansan y se van. ¿Qué autoridad tiene el ingeniero para rete­nerlos en sus puestos si no cobran? Se podría ejercer la coacción de la fuerza material, pero sería excesivo. Después de no cobrar obligarles a trabajar., es duro. El problema se complica más con las llamadas órde­nes de gasto y pago, que tienen que ser pedidas a Ma­drid y.enviadas desde allí. Esto, unido a la recluta di­fícil, hace que se empiecen las obras del presupuesto de un año en junio del mismo, perdiéndose tiempo. Y lo enorme de todo esto es que hay un 80 por 100 de braceros que abandonan el puesto en la carretera y prefieren irse a su poblado sin cobrar a esperar el co­bro, que tarda tanto tiempo. Todo esto motivó el ex­pediente o proceso, no sé cómo estará el asunto, de llll notable ingeniero de Obras p6blicas que por ser un

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I'JI

bombre honesto se ha visto envuelto en un larn,.,nt;~l,J"

proceso. Don Luis Martínez, ingeniero, cncontrrJ,, LIIJ

buen día que tenía en su caja 27.000 pesetas, proccrlr·n­

tel del fondo que se iba acumulando de Jos jornales

de los braceros que, cansados de la tardanza en co­brar, se marchaban a sus poblados. Pas6 un año, dos .. Nadie reclamaba aquel dinero. Ningún obrero. Otro men01 honorable que él, lo que hubiera hecho en últi­mo tfrmino era quedárselo. Nadie tenía que pedirle cuentu del miamo, pues los jornales se pagan por n6-mína. Ahora bien: el Sr. Martínez, en lugar de que­dú~elo o de remitirlo a Hacienda, pensando en que 21.000 peaetaa impagables en el fondo de Hacienda dcupareeerlan en cualquier cajón, lo que hizo fué conttrulr una caaa para Obras públicas en Bata. Todo ee bbo a nombre del Eatado, nada restó para si. Esta casa y oficina para Obras pública& eatá valorada ac­tualmente en 60.000 peaetaa, o aea en más del doble de IU valor. y el Eatado ae aprovechó de la casa desde el primer instante; pero ahora llega el momento pin­toretco del caso. Al hacer el Sr. Mardnez la declara­cl6n de que ae habla conatrufdo empleando el fondo de lmpa¡ablet, ha aldo procesado por infracción del llealammto, uaurpaci6n de peraonalidad, etc., etc. La leccl6n para cualquier ingeniero ·en caao parecido será. pun, el 4e queclarae el dinero y rendir una nómina fal­tificadL 1 Ejemplar leccl6n, en la que un' vez má8 la ley moral y la eacrlta viven cruzadas 1 Los trámites burocr,tlcoa no ton para complicar las coaaa, aino an­tn al contrario, para eimpllftcarlas. Una burocracia que al"e 4nlcamente para moleatar, no e1 b111'0Uada,

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es empleomanía. El Estado debe tender a facilitar las relaciones, no a cntorpcccrlas. Además, ahora se ha complicado con el encarecimiento de la mano de obra.

-¿Cómo ?-pregunté al enterarme. -Sí, señor. La República ha prohibido la presta-

ción personal. -Me parece bien. La que ejerzan los indígenas entre culatazos de la

Guardia colonial, desde luego está bien que se acabe; pero una cosa es la prestación personal abusiva y otra la necesaria prestación personal, que se impone en todas las colonias y en muchos países. Rusia, por ejemplo, que hoy por hoy es la meta avanzadísima de todos los revolucionarios. La prestación personal no puede suprimirse, so pena de que el Estado sea magníficamente rico y se pueda pasar sin ella. En los 24.000 kilómetros del continente hay 500 kiló­metros de pistas. Estas han sido abiertas durante el mando del general Núñez del Prado; antes no los había y se iba por el camino pamúe, o cuando no, cos­teando. De estos 500 kilómetros de pista 250 se hicie­ron por prestación personal; los restantes, pagándose los jornales al tipo medio que en las fincas continen­tales. La prestación personal se emplea en Nigeria, se emplea en el Gabón y en el Camerón. Es un hecho ne­cesario y obligado. La ·explicación se encuentra, entre otras razones, en que., por ejemplo, la comunicación facilita la creación de las relaciones entre los hombres del bosque y los blancos y debería servir para el au­mento del conocimiento de la civilización y de la cul-

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El error de Espaíía ha sido no querer tener nunca una cota bien organizada, dejándose llevar por un vai­v~n de tiranfa y anarquia que marca toda la función del Ettado en Eapaña. Se ha querido vivir ignorán­dolo todo e improviaándolo todo. Se ha creído poder ae"ir para todo en cuanto uno o unos cuanto• ae lo han propueato. La política internacional-que todavia ai¡ue en manos de la burocracia monárquica y feudal, eat6liea, apostólica y romana-, no ha servido nada mú que para evidenciar la incapacidad estatal de auettroa hombre• y para hacer aobrcaalir a unos cuan· to1 marquetitol en Ia1 exquititecea matemáticas del tan1o o 1u ¡racial del v.ala de invernadero. Pero para nada mú. No han pa18do enterándote de lat co1a1. La mi11111 bajeza etpiritual de lot cort·eaanot que cayeron en relajo en Bayona y en Burdeo1 la han continuado manteniendo e101 aríttocratillu metido• en la diplo­macia, que en lu¡ar de talva¡uardar loa interetel de Etpalla en el Extranjero defendfan ante1 lo de lo• paftet donde retidfan aflo1 ha. Lo• Merry del V al, lo• Quiftonet de León ton lo• ejemplare1 de etta raza ca· nina que Elpafta tenia en el Extranjero. El Mlnltte• rio de Ettado ti¡ue en mano• de eta burocracia la· mentable, cuni, horrorotamente curti y malvada. 1 Y lt aun fuete una diplomacia lntell¡ente, capacltadal Pero tu lntell¡encla etú de· acuerdo con el cretlni1-

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194 FRANCISCO MADRID

mo de un nudo de corbata excelentemente conseguido. Los restos de las colonias, esa Guinea española que en el año 1843 los ingleses quisieron comprar a Espa­ña en 60.000 libras esterlinas, y que actualmente tiene el interés de Francia; esa Guinea, meta final de la co­lonización hispánica, no ha tenido jamás cuidado al­guno de nuestros colonistas oficiales. La dirección po­lítica de las colonias, terminado el Ministerio de Ul­tramar, porque no tenía nada que gerentar como no fuesen las tiendas de ultramarinos, pasó a depender de una Sección del Ministerio de Estado. Esta Sec­ción colonial fué un desastre de organización, de po­lítica y de orientación. No sabían nada de nada. Co­braban unos magníficos sueldos y pasaban el trabajo a quien lo quería. El Estado debería haber tenido bajo su vigilancia la intensificación de las Misiones. Pues bien: éstas, que contaban con el apoyo decidido y fran­co de la reina María Cristina, iban usurpando al Esta­do las funciones esenciales. Y el Estado, en vez de ad­vertir el peligro que aquello representaba, estaba en­cantado y satisfecho de que unos frailes se decidie­ran a fincarse en las lejanas tierras y a cuidarse de todo lo que el Estado no tenía interés en conocer ... Las Misiones no hacían las cosas gratis, por amor, sino con aquellos fines utilitarios que hemos conocido.

La política colonial del Ministerio de Estado fué un desastre. No se hizo nada, nada absolutamente. Hace tres o cuatro años que empezó a notarse en el resto colonial que el ~stado pensaba hacer algo, y cuando se decidió lo hizo tan mal, tan horrorosamente mal, que mejor hubiera sido que no hubiera hecho n~da.

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LA GUINEA INCóGNITA 195

Un buen día se creó la Dirección general de Marrue­cos y Colonias para darle un carguito al conde de Jor­dana. La manía de centralizar, de complicar, de unir del Estado español estaba substantivamente eviden­ciada con el designio de la Dirección general de Ma­rruecos y Colonias. ¿Por qué mezclar las dos políti­cas? Se comprende la unidad del Ministerio de Colo­nias en Francia, en Inglaterra; pero precisamente, tan­to en la vecina República como en la monarquía par­lamentaria, los altos jefes de las colonias tienen una independencia total en cuanto a su gestión. En Espa­ña ocurrían cosas peregrinas. El Estado daba plena independencia al Alto Comisario en Marruecos, pero controlaba, dirigía, encauzaba y ponía trabas a todas las iniciativas que partían desde la Guinea española. Lo pintoresco era que la burocracia de la Dirección general de Marruecos y Colonias, que no conocía el terreno, que lo ignoraba todo, que estaba a cuatro mil millas de la Guinea, creía conocer los acuerdos que debían tomarse y decidía las medidas, tanto progresi­vas como regresivas en toda clase de asuntos. Se de­cidía el plan sanitario a seguir por médicos que no tan sólo no habían estado nunca en las colonias, y, por lo tanto, ignoraban las enfermedades que se producían y el tratamiento a seguir para su curación, sino tam­bién la clase de medicamentos que debían enviarse. Si había algún director de Obras públicas, algún jefe de curaduría, algún hombre sensato que, después de unos años de vivir en la Guinea, se decidía a ofrecer el resultado de sus investigaciones para convertirlos en soluciones eficaces, en la Dirección general de Ma-

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rruccos y Colonias, acaso bien enterados de los asun-, tos de Marruecos, pero ignorantes, total y ampliamen-te de los asuntos de la Guinea, se lo tomaban a risa, metían los papeles en los cajones ministrales y se­guían la rutina de un Saavedra o la audacia de un conde de Jordana, uno de los hombres que más direc­tamente han delinquido en la actuación colonial.

Basta darse cuenta de lo que ocurre actualmente para comprender cómo y de qué manera se perdieron las colonias penúltimas de Cuba y Filipinas. Las que nos restan, un día u otro, fatalmente, las perderemos. Es tétrico y francamente grotesco el desarrollo de esas colonias por lo que se refiere al régimen político y colonista. La obra de explotación de la naturaleza confiada a la iniciativa privada, a pesar de las trabas puestas en una parte y de las excesivas facilidades de otra, ha podido lograr un saneado ingreso a la renta pública. La Hacienda pública está cuidando ahora, como cuid6 en Filipinas y en Cuba, con su ridículo pa­peleo, expedienteo, su centralización en Madrid, de que nos quedemos sin colonias.

Lo primero que tiene que hacer un buen ministro de Hacienda, si no quiere ser uno de los responsa­bles de este desastre que se avecina, que anuncia­mos, desde luego, ahora, para muy pronto, es aca­bar con las trabazones, las magníficas marqueterías del expedienteo y comprender que las soluciones deben dane aobre el terreno y no a cuatro mil millas de dis­tancia por gentes que ignoran incluso que Fernando Poo ea una iala.

La primera impresión que halla el viajero es de

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LA GUINEA INCOGNITA 197

desastre, de incapacidad, de avaricia, de incompren­sión de que todavía subsiste el espíritu centralista, trágico y demoledor de la monarquía española.

A pesar del delegado de la República, a pesar de que algunos funcionarios de la colonia seguían in­crustados en sus puestos, nos referimos al de la isla; a pesar de las impre,meditaciones, la colonia, la parte sana, o la parte más sana de la colonia, creía que la República iba a rectificar la conducta. En parte la rec­tificó enviando un gobernador general civil, D. Gus­tavo de Sostoa, hombre que sufrió en Marruecos las iras del dictadorcillo Primo de Rivera durante la cam­paña marroquí de 1925, y que en la carrera consular conocían todos con el sobrenombre de "El Honesto". La República podía crear esa política colonial que no tuvo la monarquía. Pero as~sinaron al hombre. Cayó vilmente asesinado Gustavo de Sostoa, y los funcio­narios que la Monarquía había enviado, al saber su muerte la celebraron con wn banquete ... ¡El espíritu de la República había caído asesinado en la isla de Annobón!

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JEREMIADAS CERCA DEL DESIERTO

El Eatado ha sido grande y miserable. Durante mu­daol llos ha aceptado de la Guinea lo~ millones que le eatraban en concepto tributario. No le ha interesa­do llber c:6mo se obtenían los tres. cuatro, cinco, seis llliDoaea que sucesivamente iban engrosando el patri­..UO metropolitano. No le importaba saber si aque­a. biiDcoe que ingresaban ese dinero lo consegufan eaplotaDdo a los negros o si lo aprovechaban de ri­...- obtea.ida de manera fraudulenta, saltándose impádie.aaae&te los escasos Reglamentos coloniales. pero eacr-do larpmente los ejes de la burocracia -...u.I. que aigae_ ayer como hoy, siendo la directi­w po1ftica ele la co1oDia. Bien esti que no se dude de la ..._..tidad del director geDeni de Marruecos y 'A.!=i• pero tieDe a su ürededor la 1Dilma baro­aacia. iafectllda del mismo c:ro-cro que aates del ad-­weirittlto repabllcuo. No es posible mantener aaa ...._._. obtusa. aaa hwoc:rada que no tieae prisa. -lwoaada qae • regodea ea el trabajo de ~

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FRANCISCO MADRID

y que ha nacido de favoritismo y de las salas de Mientras en la isla y en el continente de la Guinea, lo último que le queda a España para demostrar que es una nación mayor de edad, unos hombres blancos, bien o mal, mejor o peor, inteligente o torpemente realizan el milagro de hacer rendir riqueza a los 24.000 kilómetros del continente y a los 2.000 de la isla fernandina, una burocracia senil y vejatoria pone trabas a todo lo que es iniciativa privada.

Nadie ignora que el imperio colonial de Africa del Norte lo debe Francia al general Lyautey, y, sin em­bargo, cuando el Gobierno creyó pertinente cambiar­lo así lo hizo ; pero mientras el mariscal Lyautey es­tuvo al frente de la política colonizadora, su autori­dad fué amplia y total. Es preciso que se convenzan de que la configuraci6n de la nueva España no es pro­picia a la centralizaci6n totalista de todos los servi­cios; es preciao que se convenzan de que los médicos que deben orientar, los ingenieros que deben cuidar de las carreteras y pistas, que los maestros que deben enseiiar, no pueden nacer por generaci6n eapontánea en la Puerta del Sol.

Si el Gobierno ha de poner entera confianza en el gobernador general de la Guinea españ.ola, debe darle amplias facultades. Toda la responsabilidad, pero tam· bién toda la autoridad. A pesar de los en~rmes defec· toa del general Núñez del Prado: a pesar de sus fla· quezas~ de aus debilidadea, de sus cambios de criterio, 1i 110 hubiera 1ido conatantemente controlado por la Direcci6a • general de Marruecos y Colonias, acaso la obra del ¡eneral hubiera podido ser mejor orientada

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vez a -.. en tiempo de la Dictadura, entregó veinte millones de pesetas a una Sociedad para las obras que debían ur­banizar, aanear, hermosear el resto colonial, y esta de­cisión. que tan sólo por encima se adivina que es uno de loe negocios más inmorales de la Dictadura, mucho más que los saltos del Alberche, que el ferrocarril Me­diterráneo-Cantábrico, mucho más que otros mil asun­tejOI, y que por su mala administración, por su inca­pacidad técnica, por su desconocimiento de las obras colonialea, ha acabado los veinte millones sin termi­nar ninguna, absolutamente ninguna de las obras de consideración empezada•. Y así se ve que en pleno si­Jlo XX todavía no se puede ir de San Carlos a Santa lubel por tierra, que no hay carretera& ni por el in­terior ni por la zona playera, ni escuelas de las treinta que funcionaban hace tre1 aftoa con el Patronato, ni botpitale1 que tengan utilidad ... Se han gastado vein­te millone1, ha quebrado o ha hecho suspensión de pa¡01, o vive ango1tamente, que para el caso ea lo IDÍimo, la entidad conce1ionaría de la1 obras no ha 1ido un ne¡oc:io para nadie, o acuo 16lo para la buro­cracia inmoral, y la colonia 1i¡ue como ante1, 1ln ca­rreteru, 1ln ho1pitale1 que puedan funcionar con to­dollol adelantol que la vida moderna exi¡e, 1in me­diol de eomunicacl6n, 1in e1cuelu, •in nada, abiOlu­tamente na4a prctleo. Una e1taei6n de radio a 45 ki-

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16 ••rr.. .te Batay Ja ca: k * ,.~ may de tal ,_. mri#Jo. aJ núc ......... f0fq11e la

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continente, que recí­r4e, y que a Yeca no ~'ial del continente, no dejan expedito cJ

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''CON LA DICTADURA HE M O S TO­PADO ... "

La Dictadura, mejor que el proceso político de un tirano, es el proceso patológico de un enfermo, de un pobre loco que unió su suerte aventurera a la de la dinastía, enferma y depauperada. Primo de Rivera era un loco. Su manía de grandezas le hizo ver las cosas como no eran. Toda su política, al igual que la de sus colaboradores, seducidos por la visión neurasténicc: de una España superior a las posibilidades histórica! que le pueden -estar reservadas, era la de elevar lo! valores materiales y utilitarios del país. El plan Gua dalhorce, el papel que se creía que representaba en e mundo el valor España, aquel famoso y fantástico su perávit que le hizo desempeñar los pequeños présta moa de los pobres ; las absurdas teorías financieras d Calvo Sotelo, etc., etc., eran producto de visiones re 1áceaa de los gobernantes. El único gobernante que n 1oñaba era el general Martínez Anido, que tenía e 1ua manos la Policía y la organizaba y sometía par IU exclusivo dominio y uso particular.

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¿•1<t •·•<ANCJ:;CO MADRID -........

E~a locura llegó también a la colonia de la Guinea ~ española con el general Núñez del Prado, que tenía cada mañana una idea genial a desarrollar. Resérven-se los países de estos hombres que todo lo improvi-san en un santiamén, que no tienen dificultades para ningún plan y que hallan comodidad y facilidad para cualquier idea. ¡Bienaventurado el país que no tiene políticos geniales! 1 Bienaventurados los que no ha-llan eco cuando quieren resolver las cosas en tres me-ses y creen que saltándose a la torera, castizamente, los exactos obstáculos tradicionales de la burocracia, que no hay que confundir con los de la empleomanía, pueden realizar con más firmeza los planes que se les antojan 1 El general Núñez del Prado era uno de estos hombres. Llegó a la Guinea sin saber nada de la obra que debía realizarse, y a los tres meses tenía la convicción de que sabía más que los demás y que en la Historia de España había sido necesario que llegase él para que se hiciera algo positivo en bien del resto colonial. Todo era fácil. Facilísimo. Hombre de pa­labra sugeridora, halló eco en ese pobre histérico del dictador y también impresionó al mediocre mundo de provincias con las riquezas exuberantes del suelo gui­neo. Al general Primo de Rivera le mareaba tanto el perfume de un buen chato de manzanilla como una conversación de millones. Y el general Núñez del Prado le hablaba de millones de cacao, de millones de café, de billones de toneladas madereras... Pare-cía mentira que los políticos de la Monarquía pseu­doconttitucional no hubieran puesto en valor acti-vo toda aquella riqueza que acababa de descubrir el

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general N1ítkz del Prado con t>Ólo lkgar y oler el contriti que nace modc:;tamente en la~t cunetas de Ja1 pistas. Y como que 11oe necesitaba un capital para elevar todo aquello, el general Primo de Rivera lla­m6 a tu ministro de Hacienda y le pidió veinticinco millonee de pesetas. 1 Jubileo 1 ¡Veinticinco millones de pe1eta11 Ningún Gobierno loa había dado nunca para la colonia. Ningún Gobierno, posiblemente, los volver' a dar. Con veinticinco millones de pesetas el ¡eneral Núñez del Prado iba a hacer la colonia mo­delo. No iba a copiar ni de los ingleses en Nigeria, ni de lo• franceces en el Camerón o en el Gabón, ni de loa belgas en el Congo. El general Núñez del Pra­do, una buena maí'lana, al amanecer en Basilé, te­niendo a sua pies la magnífica vista de la bahía de Santa babel, el horizonte limpio, el cielo azul, la vegetación aenaualmente verde de loa cacaotales, aca­baba de descubrir un nuevo sistema de colonización. 1 La envidia que le iban a tener los Ministerio& de Coloniu del Reino Unido, de la República francesa y de B6lgica 1 Y efectivamente, con veinticinco mi­llone. de peaetas y las idea1 geniales que le acudian a la mente, el general Núñez del Prado empezó la colonización moderna, nueva, reluciente, impoluta.

Pero por entonces ,cataba en la Dirección general de Marrueco• y Colonial el general ] ordana. Y el conde de J ordana, que podia entender mucho en la• cue.tionea marroqufea, pero que no sabía nada de la Guinea. quilo mangonear por IU cuenta y rietgo en aquel aauntejo. Habfa veinticinco millones de pele­tu. Habla una eolonizaci6n a realizar. No era poli·

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LUO FRANCISCO MADRID

hk que la Dirección general de Marruecos y Colonias quedase huérfana en aquel vasto plan de coloniza­ción, porque, en este caso, ¿qué responsabilidad po­día tener si no mediaba la alta autoridad de la má­quina borucr-ática de la Dirección general de Ma­rruecos y Colonias? N o era posible darle el crédi­to de veinticinco millones de pesetas sin que las co­sas marcharan por el curso normal y untuoso de la Dirección general de Marruecos y Colonias. Y los sueños augustos, cesáreos del general Núñez del Pra­do, tuvieron un desagradable despertar. El había lle­vado la gallina de los huevos de oro; él era el des­cubridor de la riqueza guinea, pero el trámite buro­crático, la jerarquía del conde de Jordana le tapona­ba el libre juego de la colonización ideada por él allá en lo alto de Basilé.

Según unos, la manera de invertir los veinticinco millones de pesetas se hizo al antojo y capricho del conde de J ordana; según otros, con el consentimien­to del general Núñez del Prado, que realizó a pro­pósito viaje a la banal y viciosa Corte de Espafia. Lo cierto es que esos veinticinco millones de pese­tu. como todos los negocios de la Dictadura, fueron impúdicamente malversados en obras que no venían a cuento para nada, que no han sido terminadas . y que, desgraciadamente, no han tenido finalidad prác­tica alguna ... Muchos salvan la responsabilidad del general Nú~ez del Prado. "En el fondo es un buen hombre", dicen de él. Parece ser que asi es. Por lo menos eu concluai6n saco yo tambi~n de su honea­tidad. Hombre simple, milltarote de buen cufio, sin

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LA GUINEA lNCOí.óNlTA 207

grandes trastornos intelectuales, honesto. Esta es la impresión que generalmente dan de él la casi tota­lidad de los que le conocieron. Excepción hecha de la secta que vivió a la sombra del predecesor, el ge­neral Barrera. Pero por regla general la impresión del general Núñez del Prado viene a ser la de un alucinado por las grandezas de la tierra sin precau­ciones de estudio.

Lo cierto es que hasta hay quien cuenta el mohín de disgusto que puso el general cuando supo que la mayor parte de esos veinticinco millones de pesetas iban a ir a manos de una entidad recientemente cons­tituida-como todas las Sociedades que se constitu­yeron bajo el dominio de la Dictadura-para someter­le a patrón y corte del Real decreto que les entrega­ría los millones destinados a convertir en vergel flo­rido la tierra virgen de la Guinea. Aseguran muchos que el general estaba dispuesto a entregarle las obras a una Sociedad inglesa que tenia larga práctica en obras coloniales. Con el truco desgastado, vilipendio­lO, inmoralisimo, de que habia que entregarlo a Es­pafia y a los eapafioles, lo cierto es que quien se en­cargó de eaaa obras ha hecho el desastre vergonzo-10 de malgaatar veinte millonea de pesetas sin que en la actualidad se haya sacado provecho de ellos. Desde tiempo lejano la aspiración de loa coloniales, ul como también de los valorea técnicos positivoa que han cruzado por la Guinea, era un ferrocarril de circunvalación que uniera Santa Isabel-San Car­los-La Concepci6n-Santa Iaabel. No es que La Con­cepción sea un poblado; pero facilitaba este viaje de

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circunvalación el que se crearan fincas en el inte­rior de la isla y se facilitara el transporte, que en­tonces era costosísimo y penosísimo. Funcionaban unos pocos kilómetros del ferrocarril de Santa Isa­bel. Lo curioso es que este absurdo ferrocarril, ar­bitrario e infantil, era la única línea ferroviaria bajo soberanía española que ganaba dinero, pues cubier­tos los gastos, dejaba un beneficio líquido de 4.000 a 4.500 pesetas anuales. Pues bien; lo primero que se hizo para llevar a cabo el plan de Núñez del Pra­do, pero ya sometido al capricho y voluntad del con­de de J ordana, si es que no obraba por razones más tenebrosas que en su momento la República debie­ra haber juzgado de una manera categórica y radical, la obra transformadora se operó de manera distinta a la del general gobernador. Este, a pesar de sus ilu­siones excesivas, de sus fantasías colonizadoras, por lo menos ~onocía el terreno que pisaba, tenía una idea, vaga, pero idea al fin, de lo que era la isla de Fernando Poo y la Guinea continental Como decía­moa, lo primero que se hizo . para llevar a cabo el plan Núñez del Prado, fué levantar la vía de aquel ferrocarril y realizar el primer trozo de carretera hacia San Carlos. Fácil era la obra en aquel momen­to, porque la part~ de desbosque de dirección ya es­taba hecha. Levantaron los rieles, apisonaron y ya hubo el primer tramo realizado. A loa pocos kiló­metros se acabó el empuje. Y hoy 1u gentes de la iala te han quedado sin ferrocarril y con una carre­tera que lo ea haata el kilómetro 17, y después si­gue aiendo una pista que en la época de lluvias se

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¡Bah 1 Lo de la carretera de San Carlos será un hecho aislado ...

Como decíamos, la carretera de Santa Isabel a San Carlos, que tenía que cubrir una distancia de 50 kiló­metros, ha quedado reducida a un trozo de carrete­ra-"de firmes especiales"-, de cierto artificio en al­gunos trozos, que la misma Dirección de Obras pú­blicas se vió obligada a rectificar por la inmoralidad que significaba el relajo de no hacer caso de las ór­denes y compromisos contractuales. que va de Santa babel a la finca de Potáu y Domenech, y que no pasa de allí más que para convertirse en una desdichada piata fácilmente hundible en época de lluvias. Aque­lla carretera se llevó unos cuantos millones de pe­aetas. Hay quien dice que cada kilómetro sale por 50.000 peaetas. Y eso que se hallaron fácil el trazado, porque no hicieron más que seguir el curso de aquel viejo ferrocarril.

Eate es uno de los casoa que merecían la obser­vación detenida de un inapector de la República. Por otra parte, los millones se fueron evaporando. Se le­vantaron hoapitales inútilea, como el de Río Benito,.

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que fué una idea genial del Sr. Núñez del Prado. El Sr. Núñez del Prado pasó al continente. Le sedujo la riqueza en disponibilidad de la colonia y en se­guida fué un entusiasta de sus futuras grandezas. Había por qué impresionarse con las riquezas de la Guinea continental. Son ciertas y enormes. Las ex­plotaciones forestales-a las que vamos a dedicar nues­tra atención-son realmente algo de un valor incon­mensurable. La obra de un notable espíritu coloniza­dor y emprendedor, D. Alfonso Pérez Andújar, ha hecho factible que España pase de ser un país im­portador de madera-más de 300 mrillones de pesetas al año--a ser un país exportador. La madera de la Guinea continental será la gallina de los huevos de oro de la colonia. Pero ya llegará esto por sus pasos contados. El Sr. Núñ·ez del Prado pasó el continente y también descubrió debajo del uniforme su alma de genialísimo colonizador. Todo aquello estaba mal. Ba­ta no podía ser, en manera alguna, la capital del con­tinente. No podia ser puerto por sus bancos y su playa. Costaría muchos millones. En cambio, Río Be­nito, en el centro de la playa de la colonia, con su plaza magnifica y pintorescamente africana, podía ser la capital del continente. No se daba cuenta de que Río Benito tampoco podía ser el puerto del conti­nente, a pesar de estar en el centro de la colonia, por­que era necesaria una obra de dragado que hubiera acabado con el patrimonio colonial y metropolitano, aet como también la manutención cotidiana del dre­naje para evitar el banco de arena que producía la corriente seria de un coste excesivo. Le advirtieron

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que el puerto natural del continente era Kogo, don­de con una pequeña cifra podía construirse el puer­to natural, adonde podría llegar un ferrocarril de Asok a Kogo, haciendo navegable el Río Benito-lim­pio de rápidos desde la frontera Gabán-Guinea hasta Asok, cerca de 40 kilómetros de perfecta navegación, más el ferrocarril Asok-Kogo, lo cual no tan sólo fa­cilitaría la corriente emigratoria hacia el bosque vir­gen-, actualmente tan virgen como hace trescientos años para los ojos del blanco, sino que también haría conocer las riquezas que conservan las entrañas de esta tierra, que empieza ahora a estar en explotación parcial. Pero para el Sr. Núñez del Prado la idea de capitalizar Río Benito era lo más importante, y todo lo demás secundario. Había· que crear una ciudad. Y empezó por levantar el hospital e instalar la estación de radio--negocio que clama al cielo--. Pero en vez de hacerlo a la derecha del río, donde existe la por­c.i6D de casas, el poblado, las Sltcursales de las Socie­dades explotadoras de las riquezas, hizo edificar los dos edificios, el hospital y la estación radiotelegráfica, a la izquierda. Lejos del poblado de Río Benito. Para ir al hospital o a la radio, los de Río Benito deben atravesar el río con la motora de Obras públicas, que paaa tan sólo cuatro veces al d~ y que en cuanto lllbe la marea, le es difícil el traslado. Y lejos de Ba­ta. porque dillta 45 kilómetros. Bata es hoy por hoy el verdackro núcleo colonial del continente. Pero es­._ 45 kilómetros a veces no pueden hacerse en un día a cauaa de laa 10areu_ que hacen imposible el palO del camión que va a buscar los radios por la p¡..

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Ll2 Fl~ANCISCO MADRID

ta de la playa-único camino existente hoy-, y a más a más, la dilicultad de atravesar el río Ekuko, en una lamentable balsa que un genio de sobrestante ha querido diferenciar de las demás balsas lógicas, bue­nas y tradicionales de todos los demás ríos del con­tinente. Es decir, que el Sr. Núfiez del Prado empezó la casa por la ventana. Antes de hacer la capital en Río Benito, puso un gran hospital, que debe costar dos millones de pesetas, que no está terminado y que no sirve para nada; y una estación de radio, que tam­poco sirve para mucho, puesto que los radios llegan a Bata con seis o siete fechas de retraso. a veces.

Esta idea de convertir en capital a Río Benito le hizo ver al revés los demás asuntos del continente. Y su buena voluntad-que la tuvo, y extraordinaria­chocó con sus genialidades y sus improvisaciones frí­volas.

Todo lo del continente lo vió a través de ese pris­ma y lo sacrificó a su propósito, que ha fracasado y que ya es difícil que vuelva a prosperar. Mérito tuvo su obra en favor de las pistas que hicieron factible el recorrido del continente; mérito su preocupaci6n en sanear la vida social, en elevar la moral del colo­no del continente que hasta entonces se veía menos­preciado y que vivía en situación precaria al lado del colono de la isla, que tenía centralizados todos los servicios y cumplidas parte de sus atenciones por laa autoridades. Es en el continente donde más gen­te· ha quedado agradecida al general, no sin dejar de reconocer que tenia tambiEn muchos pájaros en la ca­ben ...

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,.,--Pero a lo que íbamos. Los millones fueron malgas­

tados, invirtiéndose de una manera absurua e ilógica por todas partes. La primera vez que el Estado sintió la grandeza de la colonia, lo hizo con locura inscn­aata. Puso a disposición, no sabemos de quién, vein­ticinco millones de pesetas que casi desaparecieron en un santiamén. Los de la colonia dicen que el ge­neral Jordana, entonces Director general de Marrue­cos y Colonias, fué el responsable de cuanto ocurrió. Los de otros bandos acusan al general Núñez del Prado. ¿Quién tiene la culpa? Preciso sería que la Co­misión de Responsabilidades no olvidara que los di­neros de la Nación no pueden. perderse impunemente.

Miseria y grandeza de este pobre país, que vive avariciosamente y que el día que se dispone a echar la casa por la 'Ventana invierte en un abrir y cerrar de ojos el patrimonio que tantas veces ha acariciado sin querer malgastar. Años y años la colonia ha pe­dido que les cediera unas monedas para sanear la isla, para darle por lo menos la silueta de país que iban a civilizar blancos; años y años el Estado se hizo el sordo. Y el día que el general Primo de Rivera dispuso el gasto liberal, unos millones de pesetas que se enviaron quedaron evaporados por. arte de magia en un instante. Los prestidigitadores fueron inmora­les. Quisieron cambiar el dinero por obras. Y sólo malas las hicieron. Ahora la colonia va a pagar las culpas de la irresponsabilidad propia de todo poder tir,nico.

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RIQUEZA

La Guinea continental tiene en madera una rique­za considerable. Los accionistas de las grandes Com­pañías explotadoras de las tierras de la pequeña por­ción del Continente africano que están bajo la sobe­ranía española pueden estar confiados. No hay esta­fa. No hay engañifa. La riqueza de la Guinea, toda, no es un bluff. Es algo positivo y considerable. La madera, el aceite de palma, el café, el cacao, el apok -una especie de miraguano-, la piña, el plátano, el coco, gran variedad de cereales y de frutas, se dan en esta zona ubérrima y espléndida. No es la tierra, es elaol y el agua lo que conjuntamente puede ofrecer magnífica vitalidad a la depreciada vida económica de España. Desde tiempo inmemorial que vivimos ba­jo el embuste oficial menos discreto. Nos agrada en­gañarnos a nosotros mismos. Hemos creído que -Es­paña es un país rico, cuando es un país pobre; he­mos creído que en España teníamos de todo, cuando nos faltaba de todo. Los 24.000 kilómetros cuadrados de la Guinea continental y los 2.000 de la isla fer­nandina pueden producir en la balanza comercial de

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nues~ país el milagro que se precisa para que la econGmia nacional se sah·e. Entre la isla fen>andi­aa y la Guinea continental. bien dirigido el es­fuerzo contiguo. &spaii.a puede dejar de ser impor­tadora de madera. de café y de manteca de cacao. Es­paña paga al Enranjero anualmente 300 millones de pesetas por lllllldera. cuando en su última colonia pue­de hallar la que necesita y aun exportar la que le sobra. España imPorta anualmente 20 millones de ki­logramos de café. cuando entre Fernando Poo y la Guinea continental pueden ofrecerle esta cifra ne­cesaria para cnbrir sus necesidades. España importa al aiio 75 millones de pesetas de manteca de cacao, y aeando la industria transfonnado.-a, con el cacao que le sobra del capo formado, y aun sin necesidad de c:nar cupo, podri abastecerse de manteca de cacao y surtir el mercado con el cacao necesario. Esto podría bal:er :EspaDa en el término de diez años, si organi­a:an sn vida económica de una manera seria y eficien­le.. Y esiD es lo que se cita por ser lo que más se ve da la c;oJaaia. t-que empe:zaado a estudiar otros cnl­tiwa. ....._., ea serio, liO como hasta ahora, el ser­riGD ~ c:ri:andO un Cuerpo de técnicos que estudiua ·ea el EKtranjero antes de pasar a la Gui­nea 1aB pmc:edimientos coloniale:s, se llegarla a apro­vechar de tal llllllllera la tierra de la Guinea, que la colaaia salvaría a Espaiia de su medioc~:e balanza c:o­llllll'l::ial.

.Ad:aaJmente las dos ten:eta1 partes de la madera que ae arnuu:a del suelo guineo pasa al Ext:ran;· Ea IDglatena estiman mucho_ e¡....¡,.... ~-·~ . ,

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LA. GUINEA 1NC'OCiN1TA. 217

,·Alt y lo que significa. La mayor parte de los trana· Atl.linticos modernos que lanzan los astilleros de Fran· cia cst.in construidos con maderas-corrientes y fi· nas-de las colonias de la A. E. F., o sea del Gabón, colindante a nuestras posesiones. España podría Ue­~ar a obtener una primera plaza en el mercado in· ternacional del aceite de palma, pues su producción es intensísima, y todavía no se ha empezado a fondo dicha explotación. No hablemos de las frutas que por carecer de barcos fruteros no conocemos. España no tiene fruta buena y barata porque no quiere. Cuando se sabe que el plátano podría llegar a costar, de la me· jor calidad, cinco céntimos pieza. y cuando se ven pudrirse en las tierras de la Guinea las piñas que se abandonan, cuando en España cuestan doce pesetas, se horroriza uno de la incompetencia, de la imprepa· ración y del desastre que ha sido bajo la Monarquía española la colonización y la explotación de la ri· queza colonial.

El okume es una madera extraordinariamente bue­na. Tiene las ventajas de· toda madera precisa para la industria: vistosidad y firmeza. Existe el palo-hie­rro, que serviría admirablemente para poates; existe el éhano en gran cantidad, lo que abarataría esa cla­se, pudiendo const;ruirse muebles de lujo a precios barat[simos; existen árboles autóctonos. de la misma calidad que el roble, el nogal, etc., ett:. Pero hasta ahora la existencia de okume es inagotable, y por mucho que se arranque, más nace alrededor del ár­bol recién cortado. En el ~ercado internacional, cen­tralizado en Hamburgo hasta ahora, cuando los colo-

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nos continentales de la Guinea están realizando una obra meritísima para abrir un mercado de madera en España, ha sufrido en estos últimos tiempos depre­sión considerable el valor de la madera, y, sin embar­go, esa depresión, que significa rebaja, no ha llegado a notarse en el mercado español. Todo esto quiere de­cir la lamentable organización de nuestra industria, que ni siquiera aprovecha, hasta ahora, una nueva ri­queza. La madera de la colonia española, rica, esplén­dida, bella, fuerte, considerable y con posibilidad de cubrir todas las peticiones que se hagan, debería es­tar repartida por las industrias de España, si se quie­re cooperar al plan de renacimiento que intenta por primera vez y de una manera formal la República.

El afán de estas gentes que trabajan en tierra le­jana, sufriendo las mil molestias de toda coloniza­ción, quedaría compensado. Y el intento del capitalis­mo, fácilmente liquidado. No hay bluff, no hay en­gaño, no hay estafa. Es una obra cierta y auténtica. Hay números que no mienten, y están en lo que in­gresa la Aduana española por tonelada de madera. El derecho de entrada en el Extranjero es el de cinco pe­aetas por tonelada de okume, y en España, el de 2,50 pesetas; el de las maderas finas, cinco pesetas en Es­paña y 20 en el Extranjero. Este año entrarán en Es­paña 80.000 toneladas de okume. El pasado entraron 70.000 toneladas. El aumento irá siendo más conside­rable a medida que se vayan dando cuenta los indus­triales del ramo de construcción que el okume puede cumplir exactamente que otras maderas las .finalida­des propuestas.

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LA ~UINEA JNC60NITA

Al lado de la explotación forestal •e hallan l<ta fin­

cas de aceite de palma, laa grande. y magnífica!! f.nca" de café, un rico y magnífico café de Liheria y Robua­t:a. que empieza a prosperar bellamente, y que dentri'J de poco rendirá debidamente para ir aumentando la cifra de exportación. El Estado no debe preocuparac tan sólo en aumentar au cifra de ingreaos. Esto, en realidad, no ea la obra objetiva de ningún Eatado. Lo importante ea favOTec:er el deaarrollo de la riqueza, Y tra. él, el Estado irá aaneando la deuda y valorizan­do la vida económica. El cultivo del café es mucho máa tardo y costoso que el del cacao. Hay que ayudar al café naciente para que pueda competir con el ex­tranjero. De la misma manera que el Estado ha prott· gido la cosecha del cacao con un proteuionismo ce· rrado, y a nuestro juicio modesto ba hecho bien, debe hacerlo con el café. El café no puede pa¡ar Jo. one· rosos derubos de entrada que actualmente N pncj... ben. Se trata de una matería nueva que entra en eJ mercado espaftol y que a precúo que tm¡a !acilídad de colocaá6n.

Nadie ignora que esíste un '"dumpin(' de ca!i br• lild.o y que de JDODJento podrá balefidar aJ COMumi· clor r pero que an"'IÍÍIUá a baeft JIÚf:Det'O 4e unwtd .. tea. El café eJe la l.la lenua4ífta y el de la Guinea CODtÍfteatal no pueden umpetir eon b ul& estran .. jero., y para eDo a pred~ que eJ Eftado intnnnp de manera 4írecta y proteuion~ lA í•la ck J7nnan­do Poo y JI Gaiaa coatiMmal mneun tuu. de fa-

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DIALOGO FINAL

Fernando Reila lanza una carcajada estruendosa. -¿Qué hace usted, amigo? ---¿Cómo?

-Pregunto que qué hace usted. -No entiendo ... -Está usted divagando ... -¿Yo? -Sí, usted ... -Sigo sin entender ... -Pues que ha caído usted en el garlito ... Le ha ten-

tado la idea de hacer un poco de colonización como a todo el que llega por primera vez o como el que vive aquí largo tiempo. Se queja uat·ed de que todos tienen au plan, au "ideíca", au "genialidad", y lanza usted su libro hacia la pedanterla de los maestritoa colonis­taa ... No haga uated esto. Deje los datos al air·e. La lecci6n que la cojan loe que quieran, y la intención loa que le conozcan.

-Ea verdad. Perdone usted, amigo. No me había dado cuenta que no aoy máa que un report-ero.

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-Y ya es bastante. -Es cierto. -Si logra usted que la gente se fije en su proyec-

ción, se darán cuenta del desamparo de todo esto ... Ha pasado el tiempo. Las cosas coloniales no se

resuelven. Van de mal en peor. El Estado sigue sien­do nulo para las colonias; para sus ciudadanos; para sus súbditos. Los colonistas no hallan en el Estado el amparo que debieran a sus iniciativas particulares.. Se les esquilman las peticiones que tienen hechas. No son culpables de ello los que dirigen la funcióu colonial Son responsables los funcionarios, elloOS fuu­cionarios torpes, cretinos. i.nmoralizados, que siguen vi riendo en el ambiente de la otra época; de la época en que no se hacía nada. Las colonias perecen de in­actividad. No se hace nada. Se vive sometido al ca­pricbo absurdo de un gobernador general inb:rino, falto de toda autoridad, moral y material; se vive ~ metido a la voluntad de un hombre que fué aDí a pargar culpas que debiera haber pagado con el pre­lidio. Ea IDiiiiGII de picaros y de bandidos, de es­tafadGrn y de ÍDcapaces. está la vida coloniaL Se ~ que los hombrea houestoa no quieran en­cargane de la función coloniaL El Estado ao se da

cuenta del grave daíio que está haciendo a los inte­rae• de Eapaü.a en la colonia; al esfuerzo de la ini­ciativa particular, a la bondad de los hombres que b.a eotrado ca el bollque pan descubrir laa riqauas apieo._ y foreatalea de laa 6ltimaa llll1leBtras de aa Imperio colooial. El oegro tampoco baDa bondad eu ..... maÜD. l Para cúndo entoacca? Laa geutea

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L..AVU&"I!;.A~TA

se ríen ... ¡Bah! ¡Qué van a protestar l01 negrc»l También se decía eso de loa rifciiGa ... Y IJ.egari un día. fatalmente, de5graciadameDte, en que 1011 DOVm·

tao cien mil negrO& del continente iaiciarán UD ata­

que ainíestro y horrible, y eDtooces todo& aclama­

rán: "¡ Quién tenía qne presumir tal despropó5ito !" Lo malo es que no habri r~lidades para 1m que están entreniéodolo todo, para los qnc estáo fal­tando a los más elementales deberes ...

-Sin dinero DO barin Dada loa negru¡ ... -¿y nsted qué sabe si lo tieaeD? -¿Para compr.v armas?

-Para ~ las -que quieran. .. Fijae as-ted que la III8Íieda eapaDoJa es la que cirada por la

Guinea. Loa negros - loa duros. .No quiere~~ pa­peL No les hace gmá.a. Qaieren las dnrns. Y lo&

dlirOS que obtienen los guardaD cuidadosamente bajo tierra. No los gastan. Cada año el Estado se ve obli­gado a enviar medio miDón de pesetas en plata, y ese dinero no vuelve a la Penúmula; queda entenado en los bosques rirgents de la ·Guinea. en las.. áa:r:as laí­medaa de FemaDdO P0o. Si el Esaado ~&ido previsor, CGD la cRacién de un BliKO co1oaiaJ Jmláe... ra creado ana --=da coJaaial, a.m ha becbo Frm­cia e Ing1atsra en llllldas de sus colcmia:s. y a ClaS

~ Jea Jmbiera dado DD valor c:aomniaJ y ¡ric­

tico. pero sin que tmrier.m la niDrial::ióa de la -

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neda metropolitana. Los negros tendrán armas con el dinero contante y sonante de España.

-Es usted un atroz pesimista ... -Es que lo soy porque conozco a fondo la propa-

ganda que va tejiéndosc entre los jefes de tribus; la propaganda anticolonista de los Soviets, que también llega acá retransmitida desde el Camer6n y desde Nigeria ... Será horrible, será horrible ...

El vino corre a ríos. En las tabernas de negros de Santa Isabel se vende de todo. Los negros están muy contentos con las autoridades interinas. Nunca les habian dejado beber tan a gusto. No importa que el Estado ae desacredite. ¿Y qué? Ya no se trata de la monarquía. Es la República, y la República para esos funcionarios de la monarquia significa juerga y es­cándalo. Se vende vino, se reparte coñac en el Conti­nente. Las autoridades no tienen respeto al Estado. Loa negros están encantados. Han visto que se puede matar impunemente al gobernador general y que es un blanco quien mat6 sin que le hayan ejecutado in­mediatamente... 1 Ah, entonces "negro también po­der matar"] Los negros contestan mal a los blan­coa. Se rebelan contra la autoridad del Estado. El vino corre a chorros. Cuando lleguen las autoridades ofectlvu, éatu interina• habrán dejado la semilla de la lnaurrecci6n. Perfecto. Eapaf'la no sabe nada de nada. l¡ual que en el aiglo XIX. Como cuando Cuba, c:omo e: u ando Filipinaa ...

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LA GUIN~A INCOGNITA

Es noche de sábado. La Banda colonial ejecuta en )a plaza de Santa Isabel unas piececi.llas musicales. Y acaba con la "maringa", el baile autóctono. Los negros se lanzan a bailarlo. Las muchachas pasean mientras los negros a su alrededor van tejiendo la fantasía de unos pasos de•sarnoso que brinca acuciado por el es­cozor o que se regodea admirando con cierta procaci­dad las redondeces de una negra que quiere poseer. La "maringa" no acaba nunca. Es larga, incolora, pe­sada, amazacotada ... Y el baile es algo así como un San Vito de ébano. La luna, en lo alto, sigue tan boba. En un rincón una negra ofrece sus ternuras venústi­cas a un blanco necesitado. También ha llegado a Fer­nando Poo, con la civilización de los blancos, el saber mercar con las porquerías del sexo. Y se evapora todo el encanto de aquella merced con que hace unos años las negras ofrecían sus gracias a los huéspedes seño­riales y aventureros. Las doce. Apagáronse las luces. Caminan las sombras de algunos conocedores del pla­no de la ciudad a obscuras. Todo es silencio en la co­lonial Santa Isabel. Algún ronquido de negro que duerme tras la puerta abierta de alguna factoría. Aca­so una canción lejana. Es el bueno de Papá Castro que se va a dormir ...

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1 N D 1 CE

Pé.ginas.

JNTENCION ..................... · · · · · · · · · · · · · · ·. 11

l.-frivolidades administrativas ...... ···· .. ···... 17 2.-Política antisanifaria......................... 25 3.-Lepra en la caJie............................. 31 4.-Hora de consulta...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 5.-Hospital colonial............. . . . . . . . . . . . . . . . . 51 6.-Un aventurero............................... 61 7.-Aimoneda de negros......................... 75 8.-iAh! Pero ¿hay justicia?...................... 117 9.-EI suave negocio de las Misiones.............. 141

10.-Nada menos que todo un funcionario.......... 163 1 l.-Tópicos coloniales·· .. · · · · · · . · . · . · . . . . . . . . . . . . 173 12.-Jeremíadas cerca del desierto................. 199 13.-tCon la Dictadura hemos topado ... t.. . . . . . . . . . . 203

14.-Riqueza. · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·.. 215 15.-Diálogo final ................... ······ .. ·.... 221