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111 R. S. Cohen and L. Laudan (eds.) , Physics, Philosophy and Psychoanalysis, 111-127. Copyright © 1983 by D. Reidel Publishing Company. LARRY LAUDAN LA DESAPARICIÓN DEL PROBLEMA DE LA DEMARCACIÓN * 1. INTRODUCCIÓN Vivimos en una sociedad que atesora la ciencia. 'Los expertos' científicos juegan un papel privilegiado en muchas de nuestras instituciones, recorriendo los tribunales de justicia y los pasillos del poder. En un nivel más elemental, la mayoría de nosotros nos esforzamos por formar nuestras creencias acerca del mundo natural con la imagen 'científica'. Si los científicos dicen que los continentes se mueven o que el universo tiene millones de años, generalmente les creemos, sin embargo sus aseveraciones podrían parecer contra intuitivas e inverosímiles. Igualmente, tendemos a aceptar que los científicos nos digan en que no creer. Si, por ejemplo, los científicos dicen que Velikovsky fue un loco [was a crank], que la historia bíblica de la creación es un sinsentido [hokum], que los OVNIS no existen, o que la acupuntura no sirve, entonces generalmente hacemos nuestro el desprecio del científico hacia estas cosas, reservando para ellas las sanciones sociales y desaprobaciones que sólo merecen los curanderos, charlatanes y estafadores. En suma, mucha de nuestra vida intelectual, y crecientemente, cada vez en mayores porciones, de nuestra vida social y política, descansan en la suposición de que nosotros (o, si no nosotros mismos, entonces alguien en quien confiamos para estos asuntos) podemos señalar la diferencia entre ciencia y sus falsificaciones. Por varias razones históricas y lógicas, en un regreso de más de dos milenios, hasta 'alguien' a quien volvemos para averiguar la diferencia, generalmente resulta ser un filósofo. En verdad, esto no debería ir tan lejos, para decir que por mucho tiempo, los filósofos han sido considerados los guardianes del estado científico. Ellos son los únicos que han supuesto, que son capaces de decir la diferencia entre la ciencia verdadera y la pseudociencia. En el esquema académico de cosas conocido, son específicamente los teóricos del conocimiento y los filósofos de la ciencia los acusados de arbitrar y legitimar las pretensiones de cualquier grupo al estatus 'científico'. Esta es una pequeña maravilla, dadas las circunstancias, en que la cuestión de la naturaleza de la ciencia surgió hace tanto en la filosofía Occidental. De Platón a Popper, los filósofos han procurado identificar aquellos rasgos epistémicos que separan a la ciencia de otros tipos de creencia y actividad. Sin embargo, parece bastante claro que la filosofía ha fallado en dar las respectivas bondades. Independientemente de las fuerzas específicas y las deficiencias

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explicacion de porque la demarcacion es un sincentido

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111 R. S. Cohen and L. Laudan (eds.) , Physics, Philosophy and Psychoanalysis, 111-127.

Copyright © 1983 by D. Reidel Publishing Company.

LARRY LAUDAN

LA DESAPARICIÓN DEL PROBLEMA DE LA DEMARCACIÓN *

1. INTRODUCCIÓN

Vivimos en una sociedad que atesora la ciencia. 'Los expertos' científicos juegan un papel privilegiado en muchas de nuestras instituciones, recorriendo los tribunales de justicia y los pasillos del poder. En un nivel más elemental, la mayoría de nosotros nos esforzamos por formar nuestras creencias acerca del mundo natural con la imagen 'científica'. Si los científicos dicen que los continentes se mueven o que el universo tiene millones de años, generalmente les creemos, sin embargo sus aseveraciones podrían parecer contra intuitivas e inverosímiles. Igualmente, tendemos a aceptar que los científicos nos digan en que no creer. Si, por ejemplo, los científicos dicen que Velikovsky fue un loco [was a crank], que la historia bíblica de la creación es un sinsentido [hokum], que los OVNIS no existen, o que la acupuntura no sirve, entonces generalmente hacemos nuestro el desprecio del científico hacia estas cosas, reservando para ellas las sanciones sociales y desaprobaciones que sólo merecen los curanderos, charlatanes y estafadores. En suma, mucha de nuestra vida intelectual, y crecientemente, cada vez en mayores porciones, de nuestra vida social y política, descansan en la suposición de que nosotros (o, si no nosotros mismos, entonces alguien en quien confiamos para estos asuntos) podemos señalar la diferencia entre ciencia y sus falsificaciones.

Por varias razones históricas y lógicas, en un regreso de más de dos milenios, hasta 'alguien' a quien volvemos para averiguar la diferencia, generalmente resulta ser un filósofo. En verdad, esto no debería ir tan lejos, para decir que por mucho tiempo, los filósofos han sido considerados los guardianes del estado científico. Ellos son los únicos que han supuesto, que son capaces de decir la diferencia entre la ciencia verdadera y la pseudociencia. En el esquema académico de cosas conocido, son específicamente los teóricos del conocimiento y los filósofos de la ciencia los acusados de arbitrar y legitimar las pretensiones de cualquier grupo al estatus 'científico'. Esta es una pequeña maravilla, dadas las circunstancias, en que la cuestión de la naturaleza de la ciencia surgió hace tanto en la filosofía Occidental. De Platón a Popper, los filósofos han procurado identificar aquellos rasgos epistémicos que separan a la ciencia de otros tipos de creencia y actividad.

Sin embargo, parece bastante claro que la filosofía ha fallado en dar las respectivas bondades. Independientemente de las fuerzas específicas y las deficiencias

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de los numerosos y bien conocidos esfuerzos en la demarcación (varios de los cuales serán analizados abajo), es probablemente justo decir que no hay ninguna línea de demarcación entre la ciencia y la no ciencia, o entre la ciencia y la pseudociencia, que tenga el asentimiento de la mayoría de los filósofos. Tampoco hay una que debiera ganar la aceptación de los filósofos o alguien así, pero, más de esto abajo.

¿Qué lecciones podemos obtener de los recurrentes fracasos de la filosofía en descubrir las características epistémicas que separan a la ciencia de otros sistemas de creencias? Aquellos fracasos evidentemente podrían ser previstos simplemente por nuestra empobrecida imaginación filosófica; es concebible, después de todo, la ciencia es realmente muy peculiar, y nosotros los filósofos aún no acabamos de dar con sus rasgos característicos. O bien, puede ser que simplemente no hay ningún rasgo epistémico que todas pero sólo las disciplinas que aceptamos como 'científicas' tengan común. Mi objetivo en este texto es hacer una breve excursión por la historia de la demarcación ciencia/no-ciencia para ver que luz nos puede arrojar sobre la posibilidad contemporánea en la búsqueda de un mecanismo de demarcación.

2. LA ANTIGUA TRADICIÓN DEMARCACIONISTA

Ya en tiempo de Parménides, los filósofos Occidentales pensaron lo importante de distinguir el conocimiento (episteme) de la mera opinión (doxa), la realidad de la apariencia, la verdad del error. En tiempo de Aristóteles, estas preocupaciones epistémicas vinieron a enfocarse en la pregunta por la naturaleza del conocimiento científico. En su muy influyente “Analítica posterior”, Aristóteles describió en detalle lo que estaba involucrado para lograr el conocimiento científico de algo. Para ser científico, dijo, hay que tratar con causas, hay que usar demostraciones lógicas, y hay que identificar los universales 'inherentes' en los datos con sentido. Pero sobre todo, para tener ciencia hay que tener certeza apodíctica. Éste último es el rasgo que, para Aristóteles, distinguió más claramente el modo científico de conocer. Lo que separa las ciencias de otras clases de creencia, es la infalibilidad de sus fundamentos y, gracias a la infalibilidad, la incorregibilidad de sus teorías constitutivas. Los primeros principios de la naturaleza son directamente intuidos por los sentidos; todo lo demás digno del nombre de ciencia se sigue en forma demostrable de estos primeros principios. Lo que caracteriza a la empresa entera es el grado de certeza que distingue lo más crucial de la mera opinión.

Pero Aristóteles a veces ofrecía un segundo criterio de demarcación, ortogonal1 a éste entre la ciencia y la opinión. Específicamente, él distinguió entre conocimientos (el tipo de conocimiento que poseen el artesano y el 1 Ortogonal adjetivo usado para nombrar lo que se encuentra en un ángulo de 90º. noción que, en los espacios euclídeos, equivale al concepto de perpendicularidad. En: http://definicion.de/ortogonal/#ixzz3jvotzxCW [nota mía]

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ingeniero) y lo que nosotros podríamos llamar 'saber-por qué' o comprensión demostrativa (que solo posee el científico). Un constructor de barcos, por ejemplo, sabe colocar las piezas de madera para hacer un navío; pero no tiene, y no necesita, una demostración silogística, causal, basada en los principios primarios o primeras causas de las cosas. Así, él tiene que saber que la madera, cuando ha sellado correctamente, flota; pero no tiene que ser capaz de demostrar en virtud de que principios y causas la madera tiene esta propiedad de la flotabilidad. En contraste, el científico está preocupado con lo que Aristóteles llama "el hecho razonado"; hasta que pueda demostrar por qué una cosa se comporta como lo hace, remontando atrás por sus causas a los primeros principios, él no tiene ningún conocimiento científico de la cosa.

Surgen del trabajo de Aristóteles, entonces, un par de criterios de demarcación. La ciencia se distingue de la opinión y la superstición por la certeza de sus principios; se separa de la artesanía por su comprensión de las primeras causas. Este juego de contrastes viene a dominar las discusiones de la naturaleza de la ciencia a lo largo de la tardía Edad Media y el Renacimiento, y así proporciona un telón de fondo crucial para la reexaminación de estos temas en el siglo XVII.

Es ilustrativo ver como esta aproximación funcionó en la práctica. Uno de los ejemplos más reveladores lo proporciona la astronomía pre moderna. En tiempo de Ptolemeo, los astrónomos matemáticos habían abandonado en gran parte la tradición (Aristotélica) de tratar de dar cuenta del movimiento planetario, y de las causas o esencias del material planetario. Como Duhem y otros han mostrado con gran detalle1, muchos astrónomos simplemente buscaron correlacionar movimientos planetarios, independientemente de cualquier suposición causal acerca de la esencia o los primeros principios del cielo. Inmediatamente, esto los regresó de científicos a artesanos.2 Para empeorar el asunto, los astrónomos usaron una técnica de post hoc para probar sus teorías. Más que derivar sus modelos de los primeros principios directamente-intuidos, ofrecieron construcciones hipotéticas de movimientos y posiciones planetarios, luego compararon las predicciones procedentes de sus modelos con las posiciones observadas de los cuerpos celestes. Este modo de probar teorías es, desde luego, sumamente falible y no demostrativo; y lo sabían al momento que ocurría. El punto central para nuestros propósitos es que, por abandonar un método demostrativo basado en primeros principios necesarios, los astrónomos se complacían con la mera opinión más que con el conocimiento, poniéndose fuera del territorio científico. Durante prácticamente toda la Edad Media, y verdaderamente hasta principios del siglo XVII, la visión predominante de la astronomía matemática era, por las razones indicadas, que ésta no calificaba como 'una ciencia'.

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(Vale la pena notar de pasada que la mayor parte del furor causado por el trabajo astronómico de Copérnico y Kepler fue resultado del hecho de que ellos trataban de hacer a la astronomía otra vez 'científica'.)

Más generalmente, el siglo XVII trajo un cambio muy profundo en las sensibilidades demarcacionistas. Para hacer una historia grande y fascinante excesivamente breve, podemos decir que la mayor parte del siglo XVII los pensadores aceptaron el primer criterio de demarcación de Aristóteles (a saber, entre ciencia infalible y opinión falible), pero rechazaron el segundo (entre conocimiento y comprensión). Por ejemplo, si vemos el trabajo de Galileo, Huygens o Newton, vemos un rechazo a preferir saber por qué a sólo conocer; los tres estuvieron dispuestos a considerar como completamente científicos, sistemas de creencias que no tenían ninguna declaración de comprensión conectada con causas primarias o esencias. Así Galileo declaró saber poco o nada acerca de las causas subyacentes responsables de la caída libre de los cuerpos, y en su propia ciencia de la cinemática rechazó categóricamente especular sobre tales asuntos. Pero Galileo creyó que aún podría sostener su pretensión de desarrollar 'una ciencia del movimiento' porque los resultados que alcanzó eran, así lo proclamó, infalibles y demostrativos. Asimismo Newton en “Principia” no era indiferente a la explicación causal, y libremente admitió que le gustaría saber las causas de los fenómenos gravitacionales; pero era enfático en que, aún sin un conocimiento de las causas de la gravedad, uno puede comprometerse con una explicación sofisticada y científica del comportamiento gravitacional de los cuerpos celestes. Como con Galileo, Newton consideró su explicación no causal como 'científica' debido a la certeza (declarada) de sus conclusiones. Como Newton dijo a sus lectores una y otra vez, él no se empeñó en hipótesis y conjeturas: él pretendió derivar sus teorías directamente de los fenómenos. Aquí otra vez, la infalibilidad de resultados, más que su derivabilidad de primeras causas, viene a ser la simple piedra de toque del estatus científico.

A pesar de las diferencias de opinión entre los pensadores de los siglos, XVII y XVIII hay amplio acuerdo en que el conocimiento científico es apodícticamente cierto. Y este consenso afecta la mayor parte de la habitual línea divisoria epistemológica del período. Por ejemplo, Bacon, Locke, Leibniz, Descartes, Newton y Kant están de acuerdo acerca de esta forma de caracterizar la ciencia.3 Ellos pueden discrepar acerca de cómo certificar con precisión la certeza del conocimiento, pero ninguno se pelea con la pretensión de que ciencia y conocimiento infalible están dentro de los mismos límites.

Como he mostrado en otra parte,4 esta influyente explicación finalmente y decisivamente llegó nítida en el siglo diecinueve con la aparición y eventual triunfo en epistemología de la perspectiva falibilística. Una vez que uno acepta que, como

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la mayoría de los pensadores creían a mediados del siglo XIX, que la ciencia no ofrece ninguna certeza apodíctica, que todas las teorías científicas son corregibles y pueden ser sujetas a serias enmiendas, entonces es más viable intentar distinguir la ciencia de la no ciencia de modo semejante a la distinción entre conocimiento y opinión. La verdadera, implicación inequívoca del falibilismo es que no hay ninguna diferencia entre conocimiento y opinión: en un marco fallibilista, la creencia científica resulta ser solamente una especie de opinión genérica. Varios filósofos de la ciencia del siglo XIX trataron de tomar un poco el asunto de este cambio de visión [volte-face] sugiriendo que las opiniones científicas fueran más probables o más confiables que las no científicas; pero aún ellos concedieron que era más posible hacer de la infalibilidad el sello del conocimiento científico.

Con la certeza como único instrumento de demarcación disponible, los filósofos y científicos del siglo diecinueve rápidamente forjaron otros instrumentos para hacer el trabajo. Pensadores tan distintos como Comte, Bain, Jevons, Helmholtz y Mach (por mencionar sólo algunos) empezaron a insistir en que lo que realmente separa a la ciencia de todo lo demás es su metodología. Ellos mantuvieron, algo llamado 'método científico'; aún si tal método no era infalible (la aceptación del falibilismo exigió tal concesión), ésta al menos era una técnica mejor que cualquier otra para probar pretensiones empíricas. Y si cometía errores, era suficientemente auto correctiva para descubrirlos y corregirlos pronto. Como un escritor señaló unos años más tarde: "si la ciencia nos extravía, más ciencia nos pondrá en lo correcto".5 Una necesidad agregada apenas en el siglo diecinueve no inventó la idea de una lógica de la pregunta científica; esta se remonta al menos hasta Aristóteles. Pero la nueva insistencia de este período está en el método falible el cual, con toda su falibilidad, es sin embargo superior a sus rivales no científicos.

Este esfuerzo por separar la ciencia de otras cosas requirió demostrar dos cosas. Primero, que varias actividades consideradas como ciencia utilizaban esencialmente el mismo repertorio de métodos (de ahí la importancia en este período de la llamada tesis de 'la unidad de método'); en segundo lugar, las credenciales epistémicas de este método debieron ser establecidas. A primera vista, este programa para identificar la ciencia con cierta técnica de pregunta no es algo tonto; de verdad, éste todavía subsiste en algunos círculos respetables aún en nuestro tiempo. Pero el siglo diecinueve no podía empezar a ceder en las dos exigencias mencionadas porque no había ningún acuerdo sobre lo que era el método científico. Algunos tomaron a éste como el Canon del razonamiento inductivo delineado por Herschel y Mill. Otros insistieron en que el principio metodológico básico de la ciencia fuera que sus teorías deben ser restringidas a entidades observables

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(la exigencia del siglo diecinueve de la 'vera causa').6 Aún otros, como Whewell y Peirce, rechazaron la búsqueda por verae causae totalmente y argumentaron que la única prueba metodológica decisiva de una teoría implicaba su capacidad para hacer satisfactoriamente predicciones sorprendentes.7 El acuerdo ausente sobre lo que 'el método científico' significó para, los demarcacionistas fue apenas una posición para argumentar persuasivamente que lo que hacía única a la ciencia era su método.

Este acercamiento también fue puesto en aprietos por un conjunto notorio de ambigüedades que rodean varios de sus componentes claves. Específicamente, muchas de las reglas metodológicas propuestas eran demasiado ambiguas para decir cuando estaban siendo seguidas y cuando violentadas. Así, reglas metodológicas comunes como "evitar hipótesis ad hoc", "postular teorías simples", "no inventar hipótesis", "y evitar entidades teóricas" implicó conceptos complejos que ni científicos ni filósofos del período estaban dispuestos a explicar. Para exacerbar aún más las cosas, lo que la mayoría de los filósofos de la ciencia del período ofreció para dar cuenta de 'el método científico' tenía poca semejanza con los métodos realmente usados por los científicos en su trabajo, un punto tratado con devastadora claridad por Pierre Duhem en 1908.8

Como uno puede ver, la situación antes de finales del siglo diecinueve era más que un poco irónica. Precisamente en la coyuntura cuando la ciencia comenzaba a tener un impacto decisivo sobre las vidas y las instituciones del hombre Occidental, precisamente en aquel tiempo cuando 'el cientificismo' (es decir, la creencia de que la ciencia y solo la ciencia tiene las respuestas a todas nuestras preguntas contestables) ganaba terreno, exactamente en aquel cuarto de siglo cuando los científicos libraban en serio la batalla con todas las formas de 'pseudocientíficos (como, médicos homeopáticos, espiritistas, frenólogos, geólogos bíblicos), científicos y filósofos se encontraron con las manos vacías. Excepto en el nivel retórico, no había más acuerdo general sobre lo que separaba la ciencia de lo demás.

Sorprendentemente (o, si uno esta cínicamente inclinado, muy previsiblemente), la ausencia de un criterio de demarcación plausible no detuvo el fin de siglo científicos y filósofos arengaron contra lo que ellos consideraron tonterías seudocientíficas (algo más de lo que sus colegas actuales se ven obstaculizados por una falta similar de acuerdo general); pero realmente hizo sus protestas menos convincentes que sus atrevidas denuncias 'de charlatanismo' que de otra manera podrían sugerir. Es cierto, desde luego, que aún había mucha discusión sobre 'el método científico'; e indudablemente muchos esperaban que los métodos de la ciencia pudieran jugar el papel demarcacionista anteriormente asignado a la certeza. Pero, dejando de lado el hecho de que el acuerdo carecía de precisión acerca de qué era el método científico, aún no había ninguna buena razón para preferir alguno de los ‘métodos científicos’ propuestos

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a cualquiera presuntamente 'no científico', ya que ninguno había logrado mostrar que cualquiera de los candidatos a 'métodos científicos' calificaba como conocimiento (en el sentido tradicional del término) o, más aun mínimamente, que tales métodos eran epistémicamente superiores a sus rivales.

3 UN INTERLUDIO2 METAFILOSÓFICO

Antes de ir a considerar y evaluar algunas ofertas demarcacionistas conocidas de nuestra propia época, tenemos que aventurarnos brevemente en ciertos preliminares meta-filosóficos. Específicamente, deberíamos hacer tres preguntas centrales: (1) ¿Qué condiciones de suficiencia debería satisfacer un criterio de demarcación propuesto? (2) ¿El criterio en consideración ofrece condiciones necesarias o suficientes, o ambas, para el estatus científico? (3) ¿Qué acciones o juicios están implicados en la pretensión de que una cierta creencia o actividad es 'científica' o es 'no científica'?

(1) Temprano en la historia del pensamiento fue inevitable que las caracterizaciones de 'ciencia' y 'conocimiento' fueran en gran parte convencionales y a priori. Después de todo, hasta tan tarde como el siglo XVII, había pocos ejemplos desarrollados de ciencias empíricas que podrían indicar o cuyas propiedades uno podría estudiar; en tales circunstancias, en que uno trabaja en gran parte desde el principio [ab initio], uno puede ser inflexible al legislar acerca de cómo un término como 'ciencia' o 'conocimiento' será usado. Pero como las ciencias se desarrollaron y prosperaron, los filósofos comenzaron a ver la tarea de formular un criterio de demarcación ya no como una tarea puramente convencional. Cualquier propuesta de línea divisoria entre la ciencia y la no ciencia tendría que ser (al menos en parte) explicativa y así sensible al modelo de uso existente. En consecuencia, si uno debe ofrecer hoy una definición de 'ciencia' que clasifique (digamos) las principales teorías de la física y la química como no científicas, uno habría fallado en reconstruir algunos casos paradigmáticos del empleo del término. Donde Platón o Aristóteles no tuvieron que preocuparse si algunas o aún la mayoría de las actividades intelectuales de su tiempo fallaran en satisfacer sus respectivas definiciones de 'ciencia', es inconcebible que encontráramos un criterio de demarcación satisfactorio que relegó al estatus no científico a gran número de actividades que consideramos científicas, o que admitió como ciencia actividades que nos parecen decididamente no científicas. En otras palabras, la búsqueda de un criterio de demarcación moderno implica un intento de explicitar los mecanismos de clasificación compartidos pero en gran parte implícitos con los cuales la mayoría de nosotros puede estar de acuerdo sobre casos paradigmáticos de científico y no científico. (Y me parece que hay gran cantidad de acuerdo en este nivel paradigmático, aun 2 Breve composición que ejecutaban los organistas entre las estrofas de una coral, y modernamente se ejecuta a modo de intermedio en la música instrumental.

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teniendo en cuenta la existencia de abundantes casos polémicos y problemáticos.) Un fracaso en hacer justicia a estas clasificaciones implícitas sería una desventaja grave para cualquier criterio de demarcación.

Pero esperamos más que esto de un criterio de demarcación filosóficamente significativo entre la ciencia y la no ciencia. Mínimamente, esperamos que un criterio de demarcación identifique las características epistémicas o metodológicas que separan las creencias científicas de las no científicas. Queremos saber, si algo, es especial acerca de las declaraciones del conocimiento y los modos de preguntar de las ciencias. Porque sin duda hay muchos aspectos en los cuales la ciencia se diferencia de la no ciencia (por ejemplo, los científicos pueden tener salarios más grandes, o saber más matemáticas que los no científicos), debemos insistir que cualquier instrumento de demarcación filosóficamente interesante debe distinguir temas científicos y no científicos de la forma que muestre mayor garantía epistémica o asiente evidencia tanto para la ciencia como para la no ciencia. Si resulta que no hay tal garantía, entonces la demarcación entre la ciencia y la no ciencia resultaría ser de poca o ninguna importancia filosófica.

Mínimamente, entonces, un criterio de demarcación filosófico debe ser una explicación adecuada de nuestras formas ordinarias de separar la ciencia de la no ciencia y éste debe mostrar diferencias epistémicamente significativas entre la ciencia y la no ciencia. Además, como hemos notado antes, el criterio debe tener la precisión suficiente para que podamos decir si varias actividades y creencias cuyo estatus estemos investigando lo satisfacen o no; de otra manera no es mejor que ningún criterio en absoluto.

(2) ¿Cuál será la estructura formal de un criterio de demarcación si debe lograr las tareas para las cuales es diseñado? Idealmente, debería especificar un conjunto de condiciones individualmente necesarias y conjuntamente suficientes para decidir si una actividad o conjunto de declaraciones es científico o no científico. Como se sabe, no ha sido fácil producir un conjunto de condiciones necesarias y suficientes para la ciencia. ¿Habría algo menos ambicioso para hacer el trabajo? Parece improbable. Suponga, por ejemplo, que alguien nos ofrece una caracterización que pretende ser una condición necesaria (pero no suficiente) para el estatus científico. Tal condición, de ser aceptable, nos permitiría identificar ciertas actividades como decididamente no científicas, pero no ayudaría a 'fijar nuestras creencias, porque no especificaría cuales sistemas eran en realidad científicos. Tendríamos que decir cosas como: "Bien, la física podría ser una ciencia (asumiendo que ésta cumple las condiciones necesarias indicadas), pero después nuevamente tal vez no, desde que condiciones necesarias pero no suficientes para la aplicación de un término no garantizan la aplicación del término.” Si, como Popper, queremos ser capaces de responder la pregunta, "¿cuándo debería una teoría ser considerada

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científica?"9, entonces, condiciones simplemente necesarias nunca nos permitirán responderla.

Por diferentes razones, condiciones simplemente suficientes son igualmente inadecuadas. Si sólo nos dicen: "satisfaga estas condiciones y usted será científico", nos dejarían sin la maquinaria para determinar que una cierta actividad o afirmación es no científica. El hecho que (digamos) la astrología falló en satisfacer un conjunto de condiciones simplemente suficientes para el estatus científico, la dejaría en una especie de zona de crepúsculo epistémico -posiblemente científica, posiblemente no. Aquí otra vez, no podemos construir una división relevante. De ahí, que si (en el espíritu de Popper) "deseamos distinguir entre ciencia y pseudociencia",10 las condiciones suficientes son inadecuadas. La importancia de estos asuntos aparentemente abstractos puede ser traída a cuento considerando algunos ejemplos de la vida real. La legislación reciente en varios estados americanos mandata la enseñanza de 'la ciencia de la creación' junto a la teoría de la evolución en las clases de ciencia del high school [la secundaria]. Los opositores a esta legislación han argumentado que la teoría de la evolución es ciencia auténtica, mientras la ciencia de la creación no lo es en absoluto. Tal juicio, nosotros somos capaces de hacer algunos paralelos todo el tiempo, no estarían respaldados por ningún criterio de demarcación que haya dado sólo condiciones necesarias o sólo suficientes para el estatus científico. Sin las condiciones tanto necesarias como suficientes, no estamos en posición de decir "esto es científico: pero aquello es no científico”. Un criterio de demarcación que falla en proporcionar ambos tipos de condiciones simplemente no realizará las tareas esperadas de él.

(3) Estrechamente relacionada con este punto hay una cuestión más amplia de los objetivos detrás de la formulación de un criterio de demarcación. Nadie puede ver la historia de los debates entre científicos y 'pseudocientíficos' sin notar que los criterios de demarcación típicamente son usados como máquinas de guerra en una polémica batalla entre campos rivales. De verdad, muchos de aquellos más estrechamente asociados con el tema de la demarcación claramente han tenido ocultas (y a veces no tan ocultas) agendas de varias clases. Es bien conocido, por ejemplo, que Aristóteles se ocupó de poner en aprietos a los practicantes de la medicina Hipocrática; y es notorio que los positivistas lógicos quisieron rechazar la metafísica y que Popper estaba en contra de Marx y Freud. En cada caso, ellos usaron un criterio de demarcación de su propia creación como mecanismo de descredito.

Precisamente porque un criterio de demarcación típicamente afirmará la superioridad epistémica de la ciencia sobre la no ciencia, la formulación de tal criterio resultará en la clasificación de las creencias en categorías tales como 'sano' y 'no sano', 'formal' y 'caprichoso', 'o razonable' e 'irrazonable’. Los filósofos no deberían esquivar la formulación de un criterio de demarcación

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simplemente porque éste tiene estas implicaciones críticas asociadas a él. Al contrario, la filosofía es la que mejor podría decirnos qué es razonable de creer y qué no lo es. Pero el carácter cargado de significado del término 'ciencia' (y sus afines) en nuestra cultura debería hacernos comprender que etiquetar una cierta actividad como 'científica' o 'no científica' tiene repercusiones sociales y políticas que van más allá de la tarea taxonómica de clasificar creencias en dos montones. Aunque la navaja con que se corta pueda ser en gran parte epistémica, el corte tiene consecuencias decididamente no-epistémicas. Precisamente porque un criterio de demarcación servirá como una explicación racional para tomar acciones prácticas que bien pueden tener una moralidad de gran alcance, consecuencias sociales y económicas, sería prudente insistir en que los argumentos a favor de cualquier criterio de demarcación que tengamos la intención de tomar en serio sean sobre todo convincentes.

Con estos preliminares fuera de curso, podemos regresar al examen de la historia reciente de la demarcación.

4. LA NUEVA TRADICIÓN DEMARCACIONISTA

Como hemos visto, había suficiente razón hacia 1900 para concluir que ni la certeza ni la producción según un conjunto privilegiado de reglas metodológicas, era adecuada para denominar la ciencia. Así las cosas, no debería sorprender que los filósofos de los años 1920 y los años 1930 añadierán un par de nuevas aristas al problema. Como es sabido, varios miembros prominentes del Círculo de Viena [Wiener Kreis] tuvieron un acercamiento sintáctico o lógico con el tema. Al parecer los positivistas lógicos razonaron que, si la epistemología y la metodología son incapaces de distinguir lo científico de lo no científico, entonces quizás la teoría del significado haría el trabajo. Una afirmación, sugirieron, era científica sólo si esta tenía un significado concluyente; y las declaraciones significativas eran aquellas que pudieran ser exhaustivamente verificadas. Como Popper una vez observo, los positivistas pensaron que "verificabilidad, sentido, y carácter científico coinciden."11

A pesar de sus muchas reformulaciones durante finales de los años 1920 y los años 1930 el verificacionismo disfrutaba de suertes diversas como una teoría del significado.12 Pero como una presunta demarcación entre lo científico y lo no científico, fue un desastre. No sólo eran muchas las afirmaciones no abiertas a la verificación exhaustiva en las ciencias (por ejemplo, todas las leyes universales), sino que la gran mayoría de los sistemas no científicos y seudocientíficos de creencias tienen componentes comprobables. Considere, por ejemplo, la tesis de que la Tierra es plana. Suscribir tal creencia en el siglo XX sería el colmo de la locura. Pero aún tal afirmación es

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verificable en el sentido que podemos especificar una clase de observaciones posibles que lo verificarían. En verdad, cada creencia que alguna vez ha sido rechazada como parte de la ciencia porque fue 'falsada' es (al menos parcialmente) verificable. Porque verificable, es entonces (según el criterio de los 'positivistas maduros") tanto significativo como científico.

Un segundo acercamiento de la misma época es el 'falsacionismo' de Karl Popper, el cual no resulta mejor. Aparte del hecho que éste abandona el ambiguo estatus científico de prácticamente cualquier declaración singular existencial, sin embargo bien apoyada (p.ej., la afirmación de que hay átomos, que hay un planeta más cercano al sol que la Tierra, que hay un eslabón perdido), esto tiene la consecuencia adversa de aceptar como 'científica' toda afirmación caprichosa que hace verificables aseveraciones falsas. Como que la tierra es plana, el creacionismo bíblico, defensores del laetrile* o las cajas de orgone**, devotos de Uri Geller, el Triángulo de las Bermudas, círculos que cuadran, Lysenkoistas, cocheros de los dioses, constructores de máquinas de movimiento perpetuo, buscadores de Pie Grandes, creyentes en el monstruo de Loch Ness, curanderos por fe, aficionados a la poliagua***, Rosacruces, que el mundo está a punto de acabarse, pregoneros del origen [primal screamers], zahoríes, magos, y astrólogos todos resultan ser científicos en el criterio de Popper -soló mientras están preparados para indicar alguna observación, sin embargo improbable, que (si esta llegara a pasar) haría que cambiaran su mente.

Uno podría responder a tales críticas diciendo que el estatus científico es un asunto de grado más que de clase. Las ciencias como la física y la química tienen un alto grado de testabilidad, se podría decir, mientras los sistemas que consideramos pseudocientíficos están mucho menos abiertos el escrutinio empírico. Serias dificultades técnicas enfrenta esta posición, para la única teoría articulada de los grados de testabilidad (de Popper) resulta imposible comparar los grados de testabilidad de dos teorías distintas excepto cuando una implica la otra. Ya que (¡una esperanza!) ninguna teoría 'científica' implica una 'pseudocientífica', las comparaciones relevantes no pueden ser hechas. Pero incluso si este problema pudiera ser vencido, y si nos fuera posible concluir (digamos) que la teoría general de la relatividad era más testable (y entonces por definición más científica) que la astrología, de esto seguiría qué la astrología era un poco menos digna de creencia qué la relatividad - para la testabilidad es algo semántico más que una noción epistémica, que no implica nada en absoluto sobre el mérito de la creencia.

Vale la pena detenernos un momento para considerar la importancia de esta diferencia. Dije antes que el cambio de la más antigua a la más reciente orientación demarcacionista podría ser descrito como un cambio de estrategia epistémica a estrategias sintácticas y semánticas. De hecho, el cambio es aún más significativo de lo que la forma de describir la transición sugiere. La preocupación central de la más antigua tradición

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había debido identificar aquellas ideas o teorías que eran dignas de creer. Para juzgar una declaración como científica se debía hacer un juicio retrospectivo sobre como aquella declaración había enfrentado el escrutinio empírico. Con los positivistas y Popper, sin embargo, este elemento retrospectivo se abandona totalmente. El estatus científico, en su análisis, no es un asunto de respaldo evidencial o mérito de la creencia, para todos los tipos de pretensiones mal fundadas es que sean testables y así científicas según la nueva visión.

El fracaso de la tradición demarcacionista más reciente por insistir en la necesidad de evaluaciones evidénciales retrospectivas para determinar el estatus científico da un paso considerable en socavar la utilidad práctica de la empresa demarcacionista, precisamente porque la mayoría de las creencias 'caprichosas' que uno podría inclinarse a rechazar resultan ser 'científicas' según los criterios falsacionistas o criterios (parciales) verificacionistas. La más antigua tradición demarcacionista, preocupada por la real garantía epistémica más que por la potencial escrutabilidad epistémica, nunca habría aceptado un sentido tan poco exigente de lo 'científico'. Más concretamente, la nueva tradición ha tenido que pagar un precio alto por sus reducidas expectativas. Sin ánimo de vincular el estatus científico con cualquier garantía evidencial, los demarcacionistas del siglo XX se han visto forzados a caracterizar las ideologías a que ellos se oponen (si el Marxismo, el psicoanálisis o el creacionismo) como no testables en principio. Muy de vez en cuando, esa etiqueta es apropiada. Pero la mayoría de las veces, "las nociones en cuestión pueden ser testadas, han sido sometidas a prueba, y han fracasado en la prueba. Pero tales fracasos no pueden impugnar su (nuevo) estatus científico: ¡Al contrario, en virtud del defecto la prueba epistémica a la cual están sometidas, estas nociones garantizan que satisfacen los criterios semánticos relevantes para el estatus científico! Así el nuevo demarcacionismo se revela como una gran maravilla chimuela, que ni sirve para explicar los usos paradigmáticos de 'científico' (y sus derivados) ni para realizar las tareas críticas de limpieza definitiva para las cuales fue inicialmente previsto.

Por estas, y muchas otras razones familiares en la literatura filosófica, ni el verificacionismo ni el falsacionismo prometen mucho para trazar una distinción útil entre lo científico y lo no científico.

¿Hay otros candidatos viables para explicar la distinción? Varios parecen esperar entre bastidores. Uno podría sugerir, por ejemplo, que las pretensiones científicas están bien probadas, mientras que las no científicas no lo están. O bien (un acercamiento tomado por Thagard),13 uno podría sostener que el conocimiento científico es el único en exhibir progreso o crecimiento. Algunos han sugerido que sólo las teorías científicas hacen predicciones sorprendentes que resultan verdaderas. Uno podría ir en la dirección pragmática y sostener

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que la ciencia es el depósito exclusivo del conocimiento útil y confiable. O, finalmente, uno podría proponer que la ciencia es la única forma de construir sistemas intelectuales los cuales proceden acumulativamente, con esta última opinión que abarca las primeras, o al menos conserva aquellas opiniones como casos restrictivos.14

Puedo mostrar fácilmente que ninguna de estas sugerencias puede ser una condición necesaria y suficiente para contar como 'ciencia', al menos no como se usa el término habitualmente. Y en la mayoría de los casos, estas aún no son viables como condiciones necesarias. Déjeme esbozar algunas razones por las que estas propuestas son tan poco prometedoras. Tome la exigencia de bien probado. Por desgracia, no tenemos ningún reporte viable de las circunstancias en las cuales una afirmación se puede considerar bien probada. Pero aún si lo tuviéramos, ¿es posible sugerir que todas las afirmaciones de los textos de ciencia (excepto revistas) han sido bien probadas y que ninguna de afirmación en áreas convencionalmente no científicas como teoría literaria, carpintería o estrategia del fútbol, están bien probadas? ¿Cuándo un científico presenta una conjetura aún no probada y que aún no estamos seguros de qué se consideraría una prueba robusta de ella, ha dejado el científico de hacer ciencia cuando discute su conjetura? Por otro lado, ¿está alguien preparado para decir que no tenemos ninguna evidencia convincente para afirmaciones 'no científicas' como que "Bacon no escribió las obras atribuidas a Shakespeare", "que un ensamble es más fuerte que una unión de silicón", o que "los despejes afuera del campo por lo general no son buscados"? ¿De verdad, no estamos facultados para decir que todas estas afirmaciones están mucho mejor respaldadas por evidencias que muchas de las suposiciones 'científicas' de (digamos) la cosmología o la psicología?

La razón de esta divergencia es simple de ver. Muchas, quizás la mayoría, de las partes de la ciencia son sumamente especulativas comparadas con muchas disciplinas no científicas. Parece buena razón, dado el registro histórico, para suponer que las teorías más científicas son falsas; dadas las circunstancias, ¿cómo puede ser plausible la afirmación de que la ciencia es el depósito de todas pero sólo de las teorías confiables o bien confirmadas?

Asimismo el progreso cognoscitivo no es exclusivo de las 'ciencias'. Muchas disciplinas (por ejemplo, crítica literaria, estrategia militar, y quizás aún la filosofía) pueden afirmar saber más sobre sus respectivos dominios de lo que sabían hace 50 o 100 años. En contraste, podemos señalar varias 'ciencias' que, durante ciertos períodos de su historia, mostraron poco o ningún progreso.15 El crecimiento cognoscitivo continuo, o aún esporádico, no parece, condición necesaria, ni suficiente para las actividades que consideramos científicas. Finalmente, considere el requerimiento de las transiciones acumulativas en las teorías como un criterio de demarcación. Como varios autores16 han mostrado, esto no lo

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hará todavía condición necesaria para separar el conocimiento científico, desde muchas teorías científicas -aún las así llamadas 'ciencias maduras’- no contienen a sus precursoras, ni aún como casos restrictivos.

No pretenderé ser capaz de demostrar que no hay ninguna reconstrucción filosófica concebible de nuestra distinción intuitiva entre lo científico y lo no científico. Aunque realmente, creo que estamos respaldados al decir que ninguno de los criterios que nos han ofrecido hasta ahora promete explicar la distinción.

Pero podemos ir más allá de esto, ya que hemos aprendido bastante sobre lo que pasa con la ciencia en nuestra cultura para ser capaces de decir con suficiente seguridad que no toda es cortada de la misma tela epistémica. Algunas teorías científicas están bien probadas; otras no lo están. Algunas ramas de la ciencia muestran actualmente altos niveles de crecimiento; otras no. Algunas teorías científicas han hecho multitud de predicciones acertadas sobre fenómenos sorprendentes; algunas han hecho pocas si es que han hecho alguna de tales predicciones. Algunas hipótesis científicas son ad hoc; otras no lo son. Algunas han logrado 'conciliar las inducciones; las otras no. (Comentarios similares se podrían hacer a varias teorías y disciplinas no científicas.) La evidente heterogeneidad epistémica de las actividades y creencias habitualmente consideradas como científicas debería alertarnos de la probable inutilidad de buscar una versión epistémica de un criterio de demarcación. Donde, aún después del análisis detallado, parece no haber certezas epistémicas, bien aconsejan no dar su existencia por sentado. Pero decir tanto es en efecto decir que el problema de la demarcación –el problema mismo que Popper llamó 'el problema central de la epistemología'– es falso, porque tal problema presupone la existencia solo de tales certezas.

En la afirmación que el problema de la demarcación entre ciencia y no ciencia es un pseudoproblema (al menos en lo que a la filosofía interesa), evidentemente no niego que hay cuestiones epistémicas y metodológicas cruciales que plantear acerca de las afirmaciones del conocimiento, si las clasificamos como científicas o no. Ni, peleo lo obvio, digo que nunca estamos facultados para argumentar que cierta parte de la ciencia está epistémicamente garantizada y que cierta parte de la pseudociencia no lo está. Sigue siendo tan importante como siempre lo fue hacer preguntas como: ¿Cuándo está bien confirmada una afirmación? ¿Cuándo podemos considerar una teoría como bien probada? ¿Qué caracteriza el progreso cognoscitivo? Pero una vez que tenemos respuestas a tales preguntas (¡y estamos todavía lejos de ese estado feliz!), habrá quedado poco para investigar qué es epistémicamente significativo.

Un punto final debe ser acentuado. Al argumentar que sigue siendo importante conservar una distinción entre el conocimiento confiable y el no confiable, no trato

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de resucitar la demarcación ciencia no ciencia bajo un nuevo aspecto.17 Sin embargo eventualmente ponemos la cuestión del conocimiento confiable, la clase de declaraciones incluidas en esa categoría incluirá muchas que comúnmente no son consideradas como 'científicas' y excluirá muchas que generalmente son consideradas 'científicas'. Esto, también, se sigue de la heterogeneidad epistémica de las ciencias.

5. CONCLUSIÓN

Por ciertos caprichos de la historia, un poco de la cual he aludido hasta aquí, hemos equiparado dos cuestiones muy distintas: ¿Qué hace a una creencia bien fundada (o heurísticamente fértil)? ¿Y qué hace a una creencia científica? El primer grupo de preguntas es filosóficamente interesante y posiblemente aún tratable; la segunda pregunta es tanto ininteresante como, a juzgar por su pasado diverso, intratable. Si enfrentáramos y diéramos cuenta desde el lado de la razón, deberíamos dejar fuera de nuestro vocabulario términos como 'pseudociencia' y 'no científico'; esas son sólo frases huecas que únicamente hacen emotivo el trabajo para nosotros. Como tal, están más acordes con la retórica de los políticos y los sociólogos escoceses del conocimiento que con la de los investigadores empíricos.18 En la medida en que nos concierne protegernos a nosotros y a nuestros muchachos del pecado cardinal de creer lo que queremos más que de lo que hay pruebas sustanciales (y seguramente es de lo que más formas de 'charlatanismo' resultan), entonces nuestro enfoque debería estar directamente sobre las cartas credenciales empíricas y conceptuales de las afirmaciones sobre el mundo. El estatus 'científico' de aquellas afirmaciones es totalmente irrelevante.

Universidad de Pittsburgh 1 Extracto de hueso de durazno vendido como cura para el cáncer pero considerado peligroso por la ciencia médica 1 Cajas donde se acumula la “energía orgónica” o cósmica con cualidades médicas y científicas según sus defensores 1 A finales de los 60 Nikolai Fedyakin “descubrió” una extraña forma de agua la llamó Polywater, Poliagua, o plástico de agua, su punto de ebullición era de 500º C, y de solidificación -40º C. se demostró que sólo era agua contaminada con cuarzo.

Notas

* Estoy agradecido a NSF y NEH por el apoyo a esta investigación. He obtenido gran utilidad de los comentarios de Adolfo Grünbaum, Ken Alpern y Andrés Lugg acerca de una versión más temprana de este Documento. 1 Ver sobre todo su Para Salvar los Fenómenos (Chicago: University of Chicago Press, 1969). 2 Este cambio en la orientación a menudo es acreditado al énfasis emergente acerca de la continuidad de las artes y las ciencias y a esfuerzos parecidos al de Bacon para hacer la ciencia 'útil'. Pero tal análisis seguramente confunde el agnosticismo sobre las primeras causas -que es lo que realmente está detrás del instrumentalismo de

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la astronomía medieval y del Renacimiento- con el utilitarista deseo de ser práctica. 3 Para abundante evidencia en favor de esta afirmación, ver los primeros capítulos de Laudan, Science and Hypothesis (Dordrecht: D. Reidel, 1981). 4 Ver especialmente el capítulo 8 de Science and Hypothesis. 5 E. V. Davis, writing in 1914. 6 Ver las discusiones acerca de este concepto por Kavaloski, Hodge, y R. Laudan 7 Para un recuento de la historia del concepto de predicciones sorprendentes, ver Laudan,

Science and Hypothesis, Chapters 8 and 10 8 Ver Duhem's classic Aim and Structure of Physical Theory (New York: Atheneum, 1962). 9 Karl Popper, Conjectures and Refutations (London: Routledge and Kegan Paul, 1963), p. 33. 10 Ibid. 11 Ibid. p. 40. 12 Para un muy breve recuento histórico, ver C. G. Hempel's classic, 'Problems and Changes in the Empiricist Criterion of Meaning,' Revue Internationale de Philosophie II (1950), 41-63. 13 Ver, por ejemplo, Paul Thagard, 'Resemblance, Correlation and Pseudo-Science,' in M. Hanen et al .• Science. Pseudo-Science and Society (Waterloo, Ont.: W. Laurier University Press, 1980), pp_ 17 -28. 14 Para proponentes de esta visión acumulativa ver, Popper, Conjectures and Refutations; Hilary Putnam, Meaning and the Moral Sciences (London: Routledge and Kegan Paul, 1978); Wladysiaw Krajewski, Correspondence Principle and Growth of Science (Dordrecht, Boston: D. Reidel, 1977); Heinz Post, 'Correspondence, Invariance and Heuristics,' Studies in History and Philosophy of Science 2 (1971), 213-55; and 1. Szumilewicz, 'Incommensurability and the Rationality of Science,' Brit. Jour. Phil. Sci. 28 (1977), 348ff. 15 Candidatos tentativos verosímiles: la acústica desde 1750 hasta 1780; anatomía humana desde 1900 hasta 1920; Astronomía cinemática de 1200 a 1500; Mecánica racional de 1910 hasta 1940. 16 Ver, entre otros: T. S. Kuhn, Structure of Scientific Revolutions (Chicago: University of Chicago Press, 1962); A. Griinbaum, 'Can a Theory Answer More Questions than One of Its Rivals?', Brit. Journ. Phil. Sci. 27 (1976), 1-23; 1. Laudan, 'Two Dogmas of Methodology,' Philosophy of Science 43 (1976),467 -72; 1. Laudan, 'A Confutation of Convergent Realism,' Philosophy of Science 48 (1981),19-49. 17 En un excelente estudio ['las Teorías de la Demarcación Entre Ciencia y Metafísica,' en Problemas en la Filosofía de la Ciencia (Ámsterdam: Holanda Norte, 1968), 40ff], William Bartley ha argumentado de modo similar que el problema de la demarcación (Popperiana) no es el problema central de la filosofía de la ciencia. La razón principal de Bartley de disminuir la importancia del criterio de demarcación es su convicción de que es menos importante si un sistema es empírico o que puede ser testado a que si un sistema es 'criticable'. Ya que él piensa que muchos sistemas no empíricos están sin embargo abiertos a la crítica, él argumenta que la demarcación entre la ciencia y la no ciencia es menos importante que la distinción entre lo revisable y lo no revisable. Aplaudo la insistencia de Bartley en que la distinción entre lo empírico / no empírico (o, lo que es para un Popperiano la misma cosa, lo científico/no-científico) no es central; pero no estoy convencido, como Bartley, que debiéramos asignar el lugar privilegiado a la dicotomía revisable/no-revisable. Estar dispuesto a cambiar la

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mente de alguien es un rasgo recomendable, pero no es claro para mí que tal revisabilidad dirige la cuestión epistémica central de lo bien fundado de nuestras creencias. 18 No puedo resistir golpear los esfuerzos de la llamada escuela de Edimburgo para rehacer la sociología del conocimiento en los que ella imagina ser 'la imagen científica'. Para un ejemplo típico del fracaso de aquel grupo conscientes de la falta de claridad de la noción de lo 'científicos', ver de David Knowledge and Social Imagery [El Conocimiento y la imaginería Social] (Londres: ¿Routledge y Kegan Paul, 1976), y mi crítica de ello, ' The Pseudo-Science of Science? ' [la pseudociencia de la ciencia] Phil. Soc. Sci. 11 (1981), 173-198.