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Georg Simmel
“La naturaleza sociológica del conflicto” Traducción de Vania Salles y María Luisa
Torregrosa. Este artículo se encuentra en inglés en: D. Levine. Georg Simmel on
individuality and social forms Pp. 70-95 Col. The heritage of sociology. University of
Chicago Press, 1971. (Selected Readings).
El conflicto como sociación
En principio, nunca se ha discutido la significación sociológica del conflicto (Kampf). Se
acepta que el conflicto causa o modifica a grupos con intereses, agrupaciones,
organizaciones. Por otra parte, al sentido común podría parecerle paradójico que uno se
pregunte si, independientemente de cualquier fenómeno que resulte del conflicto o que lo
acompañe, el propio conflicto es una forma de sociación.1 A primera vista parecería una
pregunta retórica. Si toda intersección entre los hombres es una sociación, entonces el
conflicto -en realidad una de las interacciones más vívidas que, además, no puede ser
llevada a cabo sólo por un individuo- ciertamente debe considerarse como una forma de
sociación. Y de hecho, factores de disociación -el odio, la envidia, la necesidad, el deseo-
son las causas del conflicto; éste aparece en virtud de ellos. Así, el conflicto está diseñado
para resolver dualismos divergentes; es una manera de alcanzar algún tipo de unidad,
incluso si ello sucede a través de la aniquilación de una de las partes en conflicto. A grosso
modo, se puede establecer un paralelo con el hecho de que los síntomas más violentos de
una enfermedad se dan precisamente en el esfuerzo que hace un organismo para liberarse
de los daños que ésta le causa.
Este fenómeno significa macho más que el trivial “sivis pacem pura bellum" (si quieres
paz, prepárate para la guerra); se trata de una generalidad, de la cual esta máxima es sólo
un caso especial. El conflicto mismo resuelve la tensión entre contristes. El hecho de que
su meta sea la paz es sólo una expresión, particularmente obvia, de su naturaleza: la síntesis
de elementos que operan tanto a favor, como en contra, el uno del otro. Esta naturaleza
aparece más claramente cuando uno se percata de que ambas formas de la relación - la
antitética y la convergente - se distinguen fundamentalmente de la mera indiferencia de dos
o más individuos o grupos. Ya sea que implique el rechazo o el fin de la sociación, la
1 Traducción de Adriana Sandoval
1
indiferencia es puramente negativa. En contraste con una negatividad pura tal, el conflicto
contiene algo positivo. Sus aspectos positivos y negativos, sin embargo, están integrados;
pueden separarse conceptualmente, pero no empíricamente.
La relevancia sociológica del conflicto
Los fenómenos sociales aparecen bajo una nueva luz cuando se los considera bajo el ángulo
de este carácter sociológicamente positivo del conflicto. Es evidente, entonces, que si las
relaciones entre los individuos (más que lo que el individuo en relación consigo mismo y
en sus relaciones con los objetos) constituyen el objeto de estudio de una ciencia especial,
la sociología, entonces los temas tradicionales de dicha ciencia sólo abarcan una
subdivisión de la misma: es más comprehensiva y se la define verdaderamente por un
principio. En un momento dado carecía como si sólo hubiera dos temas consistentes en la
ciencia del hombre: la unidad individual y la unida de individuos {sociedad); cualquier
tercera opción parecía estar lógicamente excluida. En esta concepción, el conflicto mismo
independientemente de sus contribuciones a dichas unidades sociales inmediatas –no tenía
cabida. Era un fenómeno aparte, y su asimilación al concepto de unidad hubiera sido tan
arbitraria como inútil, dado que el conflicto significa la negación de la unidad.
Una clasificación más comprehensiva de la ciencia de las relaciones entre los hombres
debería distinguir, parecería, las relaciones que constituyen una unidad, esto es, las
relaciones sociales en un sentido estricto, de aquéllas que contrarrestan la unión.2 Debe uno
observar, sin embargo, que, usualmente, ambas relaciones pueden encontrarse en cualquier
situación históricamente real. El individuo no alcanza la unidad de su personalidad
exclusivamente a través de una armonización exhaustiva, de acuerdo con normas lógicas,
objetivas, religiosas o éticas, del contenido de su personalidad. Por el contrario, la
contradicción y el conflicto no sólo preceden su unidad, sino que operan en cada momento
de su existencia, de tal suerte que probablemente no existe una unidad social en donde no
haya, inextricablemente entretejidas, corrientes convergentes y divergentes entre sus
miembros. Un grupo absolutamente centrípeto y armónico, una “unificación” pura
(“Vereinigung”) no sólo es empíricamente irreal sino que podría mostrar un proceso vital
real.
2
2
1ideal, sino que no podría mostrar un proceso vital real. La sociedad de santos que
Dante ve en la Rosa del Paraíso puede semejarse a un grupo tal, pero carece de cambios y
desarrollo; en tanto que la santa asamblea de los Padres de la Iglesia en la .... de Rafaél
muestra, si no un conflicto de hecho, al menos una diferenciación considerable de
temperamentos y direcciones de pensamiento, a partir de la cual fluye toda la vitalidad y la
estructura realmente orgánica del grupo. De la misma manera en que el universo necesita
"amor y odio", esto es fuerzas de atracción y repulsión, así también la sociedad, si ha de
alcanzar una cierta configuración, requiere de una razón cuantitativa entre armonía y
discordia, entre asociación y competencia, entre tendencias favorables y desfavorables. Pero
estos desacuerdos no son, de modo alguno, meras obligaciones sociológicas e instancias
negativas. La sociedad definida y actual no sólo resulta a partir de otras fuerzas sociales que
son positivas y sólo en la medida en que los factores negativos no la obstaculice. Esta
concepción común es bastante superficial: la sociedad tal como la conocemos, es el resultado
de las categorías de interacción, que así se manifiestan ambas como totalmente positivas.4
Unidad y discordia
Hay un malentendido según el cual uno de .... dos tipos de interacción destruye lo que el otro
construye, y lo que eventualmente queda en..... es resultado de la..... (cuando en realidad
debería designársele como el resultado de suma). Este malentendido probablemente se deriva
del significado doble del concepto de unidad. Designamos por "unidad" el.... y concordia de
individuos en interacción, en contraste con sus desacuerdos, separaciones e .... Pero también
llamamos "unidad" la síntesis total del grupo de personas, energías y formas, esto es, el....
último de dicho grupo, un todo que cubre tanto las relaciones unitarias estrictamente hablando
como las relaciones ..... Así damos cuenta del fenómeno de grupo que consideramos "unitario"
en términos de los componentes funcionales considerados específicamente unitarios; y, al
hacerlo, dejamos de lado el otro significado, de mayor amplitud, del término.
3
Esta imprecisión se incrementa por el significado doble correspondiente de
"desacuerdo" de "oposición". Dado que si el desacuerdo manifiesta el carácter negativo y
destructivo entre individuos particulares, ingenuamente concluímos que debe tener el mismo
efecto en el grupo total. Sin embargo, en realidad, algo que es negativo y dañino entre los
individuos si se le considera aisladamente y con una dirección particular como meta, no tiene
necesariamente el mismo efecto dentro de la relación total de estos individuos. Porque,
cuando consideremos el conflicto en conjunción con otras interacciones que no se afectan por
él, surge un panorama muy distinto. Los..... negativos y ..... desempeñan un papel
interesante ....itivo en este panorama más com....sivo, .... a la destrucción que pueden acarrear
en relaciones particulares. Esto es muy obvio en la competencia entre individuos dentro de
una unidad económica.
El conflicto como fuerza de integración dentro del grupo
Aquí, como en los casos más complejos, hay dos tipos opuestos. Primero, tenemos
grupos pequeños, tales como la pareja, que, no obstante, involucra un número limitado de
relaciones vitales entre sus miembros. Una cierta cantidad de desacuerdo, divergencia interna
y controversia externa, está orgánicamente ligada con los elementos mismos que, en última
instancia, mantienen unido al grupo; no se le puede separar de la unidad de la estructura
sociológica. Esto es cierto no sólo en los casos de evidente fracaso marital, sino también en los
matrimonios caracterizados por un modus vivendi que es soportable o se soporta. Tales
matrimonios no son "menos" matrimonios por la cantidad de conflicto que contienen; más
bien, a partir de tantos elementos, entre los cuales está esa cantidad inseparable de conflicto,
se han desarrollado en las unidades definidas y características que son. En segundo lugar, el
papel positivo e integrador del antagonismo se muestra en estructuras que sobresalen por la
agudeza y pureza cuidadosamente presentada de sus divisiones sociales y gradaciones. Así, el
sistema social de la India se basa no solo en la jerarquía, sino también directamente, en la
4
repulsión mutua entre castas. Las hostilidades no sólo impiden que las fronteras entre los
grupos desaparezcan gradualmente, de modo que estas hostilidades se cultivan
conscientemente para garantizar las condiciones existentes. Además, tienen una fertilidad
sociológica directa: a menudo les proporcionan a clases e individuos posiciones recíprocas que
no encontrarían. o no encontrarían de la misma manera, si las causas de hostilidad no
estuvieran acompañadas por el sentimiento y la expresión de hostilidad incluso si las mismas
causas objetivas de hostilidad estuvieran operando.
La desaparición de energía repulsiva (y, consideradas en aislamiento, destructivas) no
siempre da por resultado una vida social más plena y rica (de la misma manera que la
desaparición de ventajas no da por resultado una propiedad mayor) sino un fenómeno
diferente e irrealizable, como si el grupo estuviera privado de las fuerzas de cooperación,
afecto, ayuda mutua y armonía de intereses. Esto no sólo es cierto, en general, para la
competencia que determina la forma del grupo, las posiciones recíprocas de sus participantes
y las distancias entre ellos, de una manera tan pura como lo haría una matriz formal de
tensiones, de modo bastante independiente de sus resultados objetivos. Es también cierto
cuando el grupo se basa en las actitudes de sus miembros; por ejemplo, la oposición de un
miembro al personal asociado no es un factor social puramente negativo, al menos porque una
oposición tal es frecuentemente el único medio para hacer posible la vida con personas
realmente insoportables. Si no tuviéramos siquiera el poder y el derecho de rebelarnos en
contra de la tiranía, la arbitrariedad, los malos rumores, la falta de tacto, no podríamos tener
algún tipo de relación con personas cuyas personalidades tienen estas características. Nos
sentiríamos empujados a tomar medidas desesperadas -y éstas terminarían, de hecho, la
relación, pero tal vez no constituirían, un "conflicto". No sólo debido al hecho (aun cuando
ello no es esencial aquí) de que usualmente la opresión se incrementa si se la sufre en calma y
sin protestas, sino también porque la oposición nos da una satisfacción interna, distracción,
relajamiento, de la misma manera que lo hacen la humildad y paciencia bajo diferentes
condiciones psicológicas. Nuestra oposición nos hace sentir que no somos completamente
5
víctimas de las circunstancias. Nos permite probar, conscientemente, nuestra fuerza, y sólo así
inyecta vitalidad y reciprocidad a condiciones de las que, sin un correctivo tal, nos
retiraríamos a cualquier costo.
La oposición alcanza esta meta incluso cuando carece de un éxito perceptible, cuando
no se vuelve manifiesta, sino permanece puramente cubierta. Sin embargo, si bien casi no
tiene efectos prácticos, bien puede lograr un equilibrio interno (algunas veces, incluso, en
ambas partes de la relación), puede ejercer una influencia tranquilizadora, producir un
sentimiento de poder virtual y salvar así relaciones cuya continuación a menudo intriga al
observador. En tales casos, la oposición es un elemento en la relación misma; está
intrínsecamente entrelazado con las demás .... para la existencia de la relación. No es sólo un
medio para preservar la relación sino una de las funciones conocidas(?) que de hecho la
constituyen. En los casos en que las relaciones son puramente externas y al mismo tiempo
tienen poca significación práctica, esta función puede satisfacerse a través del conflicto en su
forma latente, esto es, mediante la aversión y sentimientos de enajenación y repulsión mutuas,
que, en un contacto más íntimo, independientemente de cómo .... se cambian inmediatamente
en un odio declarado y peleas.
Sin una aversión tal, no podríamos imaginar qué forma podría asumir la vida urbana
moderna, que hace que cada persona entre en innumerables contactos. Toda la organización
interna de la interacción urbana se basa en una jerarquía extremadamente compleja de
simpatías, indiferencias y aversiones tanto de corta como de larga vida. Y en este complejo, la
esfera de la indiferencia está relativamente limitada. Porque muestra actividad psicológica
responde casi a cada impresión que proviene de otra persona con un cierto sentimiento
determinado. La naturaleza subconsciente, ..... y cambiante de este sentimiento sólo parece
reducirla a indiferencia. De hecho, una indiferencia tal nos sería tan poco natural como
insoportable nos resultaría el carácter .... de innumerables estímulos
contradictorios. ...protegidos en contra de spots peligrosos típicos de la ciudad por la antipatía,
que es la fase preparatoria del antagonismo concreto y que engendra las distancias y
6
aversiones sin las cuales no podríamos llevar una vida urbana. El grado de combinación de
antipatías, el ..... de su aparición y desaparición, las formas en las que se satisface, todo ello,
junto con los elementos más literalmente unificadores, producen la forma metropolitana de
vida en su totalidad irresoluble; y lo que a primera vista aparece en ella como disociación, de
hecho es una de sus formas elementales de sociación.
Hegemogeneidad y heterogeneidad en las relaciones sociales
Las relaciones de conflicto en sí mismas no producen una estructura social, sino sólo
lo hacen al operar con fuerzas unificadoras. Sólo en una acción conjunta constituyen el grupo
como una unidad concreta y viva. En este sentido, el conflicto prácticamente no se diferencia
de cualquier otra forma de relación que la sociología abstracta a partir de la complejidad de la
vida real. No es probable que ni el amos ni la división de trabajo, ni la actitud común de dos
personas hacia una tercera, ni la amistad, ni la filiación partidaria, ni un orden jerárquico
superior ni la subordinación, por sí mismas, tiendan a producir o sostener permanentemente
un grupo real. En los casos en que esto parece ser así, no obstante, el proceso que recibe un
nombre de hecho contiene diversas formas distinguibles de relación. La naturaleza humana no
permite que un individuo se ate a otro sólo a través de un hilo, aún cuando el análisis
científico no se satisface sino hasta que ha determinado el poder cohesivo específico de
unidades elementales.
Sin embargo, esta actividad política es puramente subjetiva en un sentido más ..... y
aparentemente inverso del término: tal vez los lazos entre individuos son de hecho con
frecuencia bastante homogéneos, pero nuestra mente no puede captar su homogeneidad. Las
relaciones .... que son ricas y viven en numerosos contenidos distintos, nos pueden llevar a
percatarnos de esta misteriosa homogeneidad; y lo que tenemos que hacer es representarla
como la co-eficiencia de diversas fuerzas cohesivas que s modifican y restrinjen entre sí,
dando por resultado el panorama que la realidad objetiva alcanza a través de una vía mucho
más simple y consistente. Sin embargo, aun si quisiéramos, no podríamos seguirla con la
mente.
7
Los procesos dentro de los individuos son, después de todo, del mismo tipo. Son tan
complejos a cada momento y contienen una multitud tan amplia de oscilaciones abigarradas y
contradictorias, que designalos por uno de nuestros conceptos psicológicos siempre resulta
imperfecto y equivocado. Porque, tampoco los momentos de la vida individual están
conectados sólo por un hilo -esto es lo que el pensamiento analítico construye como la unidad
del alma, que le es inaccesible. Probablemente gran parte de lo que estamos forzados a
representarnos como sentimientos mezclados, compuestos por muchos el intelecto
calculador carece de un paradigma para esta unidad y debe construirlo así como el
resultado de varios elementos. Cuando nos atraen y repelen cosas al mismo tiempo, cuando
características nobles y bajas parecen mezcladas en una acción dada; cuando nuestro
sentimiento por una persona particular se compone de respeto, amistad, sentimientos
paternales, maternales, eróticos, o de valuaciones éticas y estéticas - entonces ciertamente
estos fenómenos en sí mismos, como procesos psicológicos reales, a menudo son
homogéneos. Solo que no podemos designarlos directamente. Por esta razón, a través de
diversas analogías, antecedentes de motivos, consecuencias externas, los organizamos en
un concierto de diversos elementos psicológicos.
Si esto es correcto, entonces, asimismo, relaciones aparentemente complejas entre diversos
individuos, a menudo deben ser, de hecho, unitarias. Por ejemplo, la distancia que
caracteriza la relación entre dos individuos asociados puede parecernos el resultado de un
afecto que debiera traer consigo una cercanía mayor entre ambos y de una repulsión que
debiera separarlos por completo, y, en la medida en que los dos sentimientos se restringen
entre si, el resultado es la distancia que observamos. Pero eso puede ser enteramente
erróneo. La disposición interna de la relación misma puede ser la de esas distancias
particulares; básicamente, la relación, por así decirlo, tiene una cierta temperatura que no
surge cuando ambas temperaturas tienen un balance y una está más alta que la otra. A
menudo interpretamos la cantidad de superioridad y sugestión que existe a dos personas
como producida por la fuerza de una de ellas, que al mito tiempo se ve disminuida por una
cierta debilidad. Si bien esta fuerza y debilidad de hecho pueden existir, a menudo su
8
separación no se vuelve manifiesta en la relación existente actual. Por el contrario, la
relación puede estar determinada por la naturaleza total de sus elementos, y analizamos su
carácter inmediato en sus dos factores sólo por una mirada retrospectiva.
Las relaciones eróticas ofrecen los ejemplos más frecuentes. Cuán a menudo nos parecen
mezcladas de amor, respeto, o falta de respeto; de amor y la armonía sentida entre los
individuos y, al mismo tiempo, su conciencia de complementarse entre sí a través de
características opuestas; de amor y una urgencia de dominar o la necesidad de dependencia.
Pero lo que el observador o el participante mismo divide así en dos tendencias
entremezcladas, en realidad puede ser sólo una. En la relación tal y como de hecho existe,
la personalidad total de uno actúa sobre el otro. La realidad de la relación no depende de la
reflexión de que si no existiera, sus participantes inspirarían en el otro al menos respeto o
simpatía (o sus contrarios). En varias ocasiones designamos tales relaciones como
sentimientos mixtos o relaciones contradictorios, porque construimos los efectos, las
cualidades que un individuo tendría sobre el otro como si estas cualidades ejercieran su
influencia aisladamente - que es precisamente lo que no sucede en la relación tal y como
existe. Aparte de esto, la “mezcla" de sentimientos y relaciones, incluso cuando tenemos
todo el derecho de hablar de ella, siempre es una expresión problemática. Utiliza un
simbolismo dudoso para transferir un proceso que se representa espacialmente en el muy
distinto reino de las condiciones psicológicas.
Esta, entonces, es probablemente la situación con respecto a la llamada mezcla de
corrientes convergentes y divergentes dentro de un grupo. Esto es, la estructura puede ser
sui generis, su forma y motivación pueden ser totalmente auto-conscientes, y sólo para
poder describirla y entenderla, juntamos, post factum, de entre dos tendencias, una monista,
la otra antagonista. O bien, estas dos de hecho existen, pero sólo, por así decirlo, antes de
que se originara la relación. En la relación misma, se fundieron en una unidad orgánica en
la que ninguna de las dos hace sentir su propio poder aislado.
Este hecho no nos debería hacer dejar de lado los numerosos casos en los que las
tendencias contradictorias realmente coexisten separadas y que puede reconocerse así, en
9
cualquier momento, en la situación general. En tanto que una forma especial de desarrollo
histórico, las relaciones muestran, algunas veces, en una etapa temprana, una unidad no
diferenciada de fuerzas convergentes y divergentes que sólo se separan después de una
manera totalmente clara. En las cortes de Europa Central encontramos, hasta el siglo
XVIII, cuerpos permanente de nobles que constituyen una especie de consejo para el
príncipe, y que viven como sus huéspedes, pero, al mismo tiempo, casi como un Estado,
representan a la nobleza y deben guardar sus intereses comunes con los del rey (cuya
administración frecuentemente sirven estos nobles) y la vigilancia de oposición de sus
propios derechos como un Estado existe en estos consejos no separadamente, lado a lado,
sino en una fusión íntima; y es muy probable que se haya pensado que la posición fuera
auto-consistente, independientemente de cuán incompatible nos parezca hoy en día. En la
Inglaterra de ese periodo, el parlamento de barones prácticamente no se distingue de un
consejo real amplio. La lealtad y la oposición crítica o partidaria están presentes en una
unidad en germen. En general, mientras el problema sea la cristalización de instituciones
cuya tarea es resolver el intrincado problema y crecientemente complejo, del equilibrio
dentro del grupo, a menudo no queda claro si la cooperación de fuerzas para el beneficio
del todo toma la forma de oposición, competencia y crítica, o de unidad y armonía
explícitas. Así, existe una fase inicial de in diferenciación que, vista desde una fase
posterior, diferenciada, parece ser lógicamente. contradictoria, pero que está totalmente en
línea con la etapa no desarrollada de la organización.
Las relaciones subjetivas o personales a menudo se desarrollan de una manera inversa,
porque, usualmente, en.1os periodos culturales tempranos es cuando el carácter decisivo de
la amistad o enemistad es relativamente grande. A la mitad del camino, las relaciones no
claras entre personas y relaciones que tienen sus-raíces en una conducta ambigua de
sentimientos cuyo resultado puede ser odio tanto como amor, o cuyo carácter
indiferenciado se traiciona algunas veces por una oscilación entre ambos - tales relaciones
se encuentran más frecuentemente en periodos maduros o muy maduros, que en aquellos
juveniles.
10
El antagonismo como un elemento en la sociación
Si bien el antagonismo en si mismo no produce sociación, es un elemento sociológico que
casi siempre está presente. Su papel puede incrementarse al infinito, esto es, al punto de
suprimir todos los elementos covergentes. Al considerar los fenómenos sociológicos, nos
encontramos con una jerarquía de relaciones. Esta jerarquía también puede construirse
desde el punto de vista de categorías éticas, aun cuando las categorías éticas no son, por lo
general, puntos de partida muy adecuados para el aislamiento conveniente y completo de
los elementos sociológicos. Los sentimientos de valor con los que se acompañan las
acciones de voluntades individuales caen en ciertas series. Pero la relación entre estas
series, por un lado, y las construcciones de formas de relación social de acuerdo con puntos
de vista conceptuales-objetivos, por el otro, son completamente fortuitas. A la ética,
concebida como un tipo de sociología, se la priva de su contenido más profundo y fino, a
saber, el comportamiento del alma individual en y para sí misma, que no incide de modo
alguno en sus relaciones externas: sus movimientos religiosos, que sirven exclusivamente a
su salvación o condenación; su devoción a los valores objetivos del conocimiento, belleza,
significación1 que trascienden todas las conexiones con otras personas. La mezcla de
relaciones armónicas y hostiles, sin embargo, es un caso en el que las series sociológicas y
éticas coinciden. Comienza con la acción de A para el beneficio de B, pasa al beneficio de
A a través de B, sin beneficiar a B pero tampoco sin dárselo, y finalmente se vuelve una
acción egoísta de A al costo de B. En la medida en que B respete todo esto, si bien
difícilmente de la misma manera y en la misma proporción, surgen innumerables mezclas
de convergencia y divergencia en las relaciones humanas.
Ciertamente, hay conflictos que parecen excluir todos los demás elementos - por ejemplo,
entre el ladrón o gamberro y su víctima. Si una pelea tal tiene como fin la aniquilación, se
acerca entonces al caso marginal de asesinato en donde la mezcla de elementos
unificadores es casi cero. Sin embargo, si hay alguna consideración, algún límite para la
violencia, ya existe un factor socializador, aun cuando sólo sea como una calificación de
violencia. Kant afirmó que cada guerra en la que los beligerantes no imponen algunas
restricciones en el uso de posibles medios de uno en relación con el otro, se convierte
necesariamente aún cuando sea solo por razones psicológicas en una guerra de exterminio.
11
Por que cuando las partes no se abstienen, por lo menos, del asesinato, de romper la palabra
instigar a la traición, destruyen esa confianza en el pensamiento del enemigo que es lo
único que permite la materialización de un tratado de paz después del fin de la guerra. Es
casi inevitable que un elemento de lo común se introduzca en el enemigo una vez que la
etapa de violencia abierta da lugar relación, aun cuando esta nueva relación pueda contener
una suma completamente de animosidad entre las dos partes. Después de conquistar Italia
en el siglo VI, los lombardos impusieron a los conquistados un tributo de un tercio del
producto de la tierra, y lo hicieron de tal manera que cada individuo, entre los
conquistadores, dependía del tributo que le pagaban individuos particulares entre los
conquistados. En esta situación, el odio del conquistado hacia su opresor puede ser tan
fuerte como durante la guerra, así no es que mayor, y los conquistadores deben enfrentarlo
con igual intensidad - ya sea debido a que el odio hacia quienes nos odian es una medida de
protección instintiva, o porque, como es bien sabido, usualmente odiamos a quienes les
hemos ocasionado sufrimiento. No obstante, la situación tenía un elemento de comunidad.
La circunstancia misma que había engendrado la animosidad -la participación forzada de
los lombardos en las empresas de los nativos - hizo, al mismo tiempo, que hubiera una
innegable convergencia de intereses. Divergencia y armonía se entretejieron
inextricablemente, y el contenido de la animosidad se desarrolló, de hecho, en el germen de
un elemento común futuro.
Este tipo formal de relación queda expuesta ampliamente en la esclavitud - en lugar de la
exterminación - del enemigo en prisión. Aun cuando la esclavitud a menudo representa el
extremo de una hostilidad interna absoluta, su aparición produce, no obstante, una
condición sociológica y con ella, frecuentemente, su propia atenuación. La agudización de
contrastes puede provocarse directamente para fines de su propia disminución y no, de
modo alguno como una medida violenta, en la expectativa de que el antagonismo, una vez
que llega un cierto límite, terminará debido al agotamiento o la percepción de su futilidad.
También puede ocurrir debido a la razón que hace que las monarquías se opongan a que los
príncipes sean líderes - como sucedió, por ejemplo, en el caso de Gustavus Vasa.
Ciertamente, la oposición se fortalece con esta política; elementos que de otra manera
quedarían fuera entran debido al nuevo equilibrio; pero, al mismo tiempo, la oposición, se
12
mantiene así, dentro de ciertos límites. Al fortalecer la deliberadamente en apariencia, el
gobierno de hecho lo debilita mediante esta medida conciliatoria.
Otro caso límite parece ser la lucha engendrada exclusivamente por el gusto mismo de la
lucha Si el conflicto se causa por un objeto, por la voluntad de controlar algo, por ira o
venganza, tal objeto deseado o estado de cosas balancea las condiciones que sujetan la
lucha a normas o restricciones que se aplican a ambos partidos beligerantes. Más aún, dado
que la lucha se centra en un propósito fuera de ella misma, se califica por el hecho de que,
en principio, cada meta puede alcanzarse a través de más de un medio. El deseo de
posesión o subyugación, incluso de la aniquilación del enemigo, puede satisfacerse a través
de combinaciones y eventos distintos a la pelea. Cuando el conflicto es meramente un
medio determinado por un propósito superior, no hay razón para restringirlo ni para
evitarlo, siempre que se le pueda sustituir por otras medidas que tienen la misma premisa
de éxito. Cuan-do, por otro lado, está determinado exclusivamente por sentimientos
subjetivos, cuando hay energías internas que pueden satisfacerse sólo mediante la pelea,
sustituir por otros medios es imposible; es su propio propósito y contenido y, por tanto, está
totalmente exento de la mezcla de otras formas de relación. Una pelea tal, por sí misma,
parece estar sugerida por un cierto impulso formal de hostilidad que algunas veces
demanda observación psicológica. Ahora debemos discutir sus diferentes formas.
La naturaleza primaria de la hostilidad
Los moralistas escepticos hablan de una enemistad natural entre los hombres. Para ellos,
homo homini lu pus (el hombre es un lobo para el hombre) y " en la desgracia de nuestros
mejores amigos hay algo que no nos desagrada del todo." Pero incluso la filosofía moral
diametralmente opuesta, que deriva la renuncia ética del ser de los fundamentos
trascendentales de nuestra naturaleza, no se aleja demasiado del mismo pesimismo. Porque,
después de todo, admite que la devoción al prójimo no puede encontrarse en la experiencia
y observación de nuestra voluntad. Empírica y racionalmente, el hombre es un egoista
puro, y cualquier desviación de este hecho natural puede ocurrir en nosotros, no por
naturaleza, sino solo a través de un deus ex machina de un ser metafísico. Por tanto, la
hostilidad natural como una forma o base de las relaciones humanas, aparece junto con su
13
otra base, la simpa-tía. El extraño vivo interés, por ejemplo, que la gente usualmente
muestra en el sufrimiento de los otros, sólo puede explicarse sobre la base de una mezcla de
estas dos motivaciones. Esta profunda antipatía está también sugerida por el fenómeno, no
del todo raro, del "espíritu de contradicción” (Widerspruchsgeist>. Se encuentra no sólo en
aquellos negadores-por-principio que son una molestia para su medio ambiente, amigos,
familias, comités, y entre el público del teatro. Este espíritu tampoco celebra sus triunfos en
el reino de la política, entre aquellos hombres de oposición cuyo tipo clásico describió
Macauley en la persona de Robert Ferguson: "Su hostilidad no era a la papería o al
protestantismo, al gobierno monárquico o al republicano a a casa de los Estuardos o a la
casa de Nassau, sino a cualquiera que estuviese establecido en ese momento." Estos casos,
que usualmente se consideran como tipos de "oposición pura", no tienen que serlo
necesariamente; ordinariamente, los oponentes se perciben a sí mismo como defensores de
derechos amenazados, como luchadores de lo que es objetivamente correcto, como
protectores caballerosos de la minoría.
Me parece que fenómenos de mucho menor impacto revelan más claramente un impulso
abstracto a la oposición - especialmente la callada tentación, a menudo casi desconocida, de
contradecir una afirmación o demanda, particularmente una categórica. Este instinto de
oposición surge con la inevitabilidad de un movimiento reflejo, incluso en elaciones
bastante armónicas, en personas muy conciliatorias. Se mezcla en la situación general, aun
cuando ello carezca de grandes efectos. Uno puede estar tentado de llamarlo un instinto de
protección - de la misma manera en que ciertos animales, sólo al ser tocados, usan
automáticamente su aparato agresivo y de protección. Pero esto probaría precisamente el
carácter primario y básico de la oposición. Significaría que el individuo, incluso cuando no
se le ataca, sino que sólo se ve confrontado por manifestaciones puramente objetivas de
otros individuos, no puede mantenerse a sí mismo excepto por los medios de oposición.
Querría decir que el primer instinto con el que el individuo se afirma, es la negación del
otro. Parece imposible negar un instinto a priori de lucha, especialmente si uno tiene en
mente las situaciones increíblemente insignificantes, incluso tontas, de los conflictos más
serios. Un historiador ingles informa que, no hace mucho, los partidos irlandeses, cuya
enemistad se desarrolló debido a una discusión en torno al color de una vaca, se pelearon
furiosamente a través de todo el país. Hace algunas décadas, ocurrieron graves rebeliones
14
en la India, como consecuencia de una disputa entre dos partidos que no sabían nada del
otro excepto que eran, respectivamente, el partido de la mano derecha y el de la izquierda.
Y esta trivialidad de las causas de conflictos tiene un paralelo en la conducta infantil en la
que usualmente terminan los conflictos. En la India, mahometanos e hindúes viven en una
constante enemistad latente que se documenta en el hecho de que los mahometanos se
abotonan la ropa hacia la derecha, mientras que los hindúes lo hacen hacia la izquierda; que
los mahometanos, en las comidas comunes, se sientan en un círculo y los hindúes en una
fila; que los mahometanos pobres usan un lado de una cierta hoja como plato, y los hindúes
la otra. En la hostilidad humana, causa y efecto son a menudo tan heterogéneos y
desproporcionados, que es difícil determinar si el punto en discusión es realmente la causa
del conflicto o meramente la consecuencia de una larga oposición. La imposibilidad de
asentar una base racional para la hostilidad nos enfrenta con esta incertidumbre en relación
con los numerosos detalles de los conflictos entre los partidos de los circos griego y
romano, entre los homousianos y los homoisianos, y las guerras de las rosas, y entre los
güelfos y los gibelinos. La impresión general es que los seres humanos no se aman entre sí
debido a detalles triviales tan nimios que los pueden llevar a un odio violento.
El carácter sugestivo de la hostilidad
Finalmente, hay otro fenómeno que me parece apuntar a una necesidad totalmente primaria
de la hostilidad. Se trata dé la temible facilidad con que se puede sugerir la hostilidad.
Usualmente, le es mucho más fácil a una persona común sembrarle a otra persona
desconfianza y sospechas hacia una tercera persona, previamente indiferente, de lo que le
es hacer lo propio con la confianza y simpatía. Es significativo que esta diferencia es
particularmente impactante con respecto a estos dos estados de ánimo favorables o
desfavorables y prejuicios, si están en sus inicios o se han desarrollado en un grado
mínimo. Porque, grados diferentes que conducen a una aplicación práctica, no se deciden
por tales inclinaciones pasajeras (las cuales, sin embargo, traicionan al instinto
fundamental), sino por consideraciones más conscientes. El mismo hecho fundamental se
muestra en otra versión, por así decirlo, a través de la circunstancia de que personas
bastante indiferentes pueden sugerir con éxito aquellos ligeros prejuicios que vuelan por
encima de la imagen de otro como sombras, m entras que sólo un individuo autoritario o
15
emocionalmente cerrado, logra fomentarnos el prejuicio favorable correspondiente. Sin
esta facilidad o irresponsabilidad con la que la persona común reacciona a sugerencias de
un tipo desfavorable, la aliquid haeret (inercia social, emocional) tal vez no sería tan
trágicamente cierta. La observación de ciertas antipatías, facciones, intrigas y peleas
abiertas, puede llevarlo a uno a considerar la hostilidad entre aquellas energías humanas
primarias que no son provocadas por la realidad externa de sus objetos sino que crean sus
propios objetos a partir de ellos mismos. Así, se ha dicho que el hombre no tiene una
religión porque crea en Dios, sino que cree en Dios porque tienen una religión, la cual es
un estado anímico. En general, probablemente se reconoce que el amor, especialmente en
la juventud, no es una mera reacción evocada por el objeto (como una sensación de color
evocada en nuestro aparato óptico) sino que, por el contrario, tenemos una necesidad de
amor y nosotros mismos asimos algún objeto que satisface esta necesidad - algunas veces
adjudicándole esas características que, corno hemos afirmado, evocan nuestro amor como
punto de partida.
El impulso a la hostilidad y su poder limitado
No hay nada que sugiera que todo esto no es también cierto del desarrollo de la emoción
opuesta (excepto para una calificaci6n, de la que hablaremos a continuación).No hay nada
que sugiera que el alma no tiene también una necesidad nata para odiar y luchar, y a
menudo esta necesidad por sí sola inyecta a los objetos que toma para sí sus cualidades
provoca-doras de odio. Esta interpretación del odio no es tan obvia como la del amor. La
razón probablemente es que la necesidad de amor, con su tremenda incidencia fisiológica
en la juventud, es tan palpablemente espontánea, esto es, tan palpablemente determinada
por el actor (amante) más que por el amado, que, en comparación, el impulso de odio se
encuentra sólo rara vez en las etapas de agudeza comparable que nos harían igualmente
conscientes de su carácter subjetivo y espontáneo.3
Suponiendo que de hecho existe un impulso formal de hostilidad como la contraparte de la
necesidad de simpatía, me parece que, históricamente, surge de uno de aquellos procesos de
3
16
destilación mediante los cuales los movimientos intra-individuales dejan un impulso
independiente como el residuo de las formas que les son comunes. Tan a menudo todos los
tipos de intereses conducen a conflictos sobre objetos particulares que, posiblemente como
un residuo de estos intereses conflictivos, un estado general de irritación, que en sí mismo
impulsa las manifestaciones de antagonismo, se ha vuelto parte del inventario hereditario
de nuestra especie. Es bien sabido que (por razones que hemos discutido a menudo) la
relación mutua entre grupos primitivos es casi siempre de hostilidad. Tal vez el ejemplo
más decisivo viene de los indios americanos, entre los cuales cada tribu era considerada, en
principio, en estado de guerra, a menos que hubiera firmado un tratado explícito de paz. No
debe olvidarse, sin embargo, que en las etapas primeras de la cultura, la guerra era casi la
única forma de contacto entre grupos ajenos. Mientras el comercio inter-territorial no
desarrolla, los viajes individuales son casi desconocidos y las comunidades intelectuales no
trascienden los límites del grupo, la guerra es la única relación sociológica entre los
distintos pueblos. En un estado tal, las relaciones de los miembros dentro del grupo entre sí
adoptan formas que son diametralmente opuestas a las interrelaciones entre los grupos.
Dentro del círculo cerrado, la hostilidad usualmente quiere decir el fin de las relaciones,
retiren o evitar el contacto y estas características negativas acompañan incluso la
apasionada interacción de una pelea abierta. En contraste, estos grupos, como unidades
totales, viven en una indiferencia mutua, lado a lado, en tanto haya paz, mientras que
adquieren una significación recíproca activp uno para el otro, sólo en la guerra. Por esta
razón, el mismo impulso hacia la expansión y la actuación, que dentro del grupo requiere
de una paz incondicional para la integración de intereses y para una interacción
desencadenada, puede aparecer al exterior como una tendencia hacia la guerra.
No importa cuánta autonomía psicológica uno esté dispuesto a conceder al impulso
antagonista, esta autonomía no basta para dar cuenta de todos los fenómenos que
involucran hostilidad. Porque, en primer lugar, incluso el impulso más espontáneo está
restringido en su independencia en la medida en que no se aplica a todos los objetos sino
sólo a aquellos que de alguna manera apelan a él. Aun cuando el hambre ciertamente se
origina en el sujeto sin que la actualice el objeto, no obstante, no ase piedras y madera, sino
sólo lo que es comestible. De manera semejante, el odio y el amor, asimismo,
17
independientemente de cuán poco sus puedan derivar de estímulos externos, no obstante,
parecen necesitar alguna estructura de apelación de sus objetos, con cuya cooperación dan
los fenómenos totales que van con sus nombres.
Por otra parte, me parece probable que, en general, debido a su carácter formal, el impulso
de hostilidad meramente se agrega como un refuerzo (como el pedal en el piano, por así
decirlo) a las controversias que se deben a causas concretas. Y cuando surge un conflicto
de: gusto puramente formal -por la lucha - esto es, de algo enteramente impersonal,
fundamentalmente indiferente hacia cualquier contenido, incluso hacia el adversario -
incluso ahí, el odio y la rabia en contra del enemigo como persona, y si es posible el interés
en el curso del conflicto debido a que tales emociones alimentan e incrementan su fuerza
psicológica. Es conveniente odiar al adversario con quien uno lucha (por cualquier razón),
así como es conveniente amar a una persona a la que uno está atado y con la que tiene que
llevarse. La verdad expresada por una canción popular de Berlín, “lo que uno hace a partir
del amor va doblemente bien” (Was_man aus Liebe tut, Das geht noch mal so gut"),
también funciona a partir del odio. El comportamiento mutuo entre gente sólo puede
entenderse al apreciar a adaptación interna que nos despierta sentimientos más adecuados a
una situación dada, ya sea para explotar o afirmar es a situación, o para soportarla o
ponerle fin. Mediante las conexiones psicológicas estos sentimientos producen las fuerzas
necesarias para ejecutar la tarea dada y paralizar las contracorrientes internas. Por tanto,
probablemente ningún conflicto serio dura un lapso de tiempo sin apoyarse sobre un
complejo de impulsos psicológicos, aun cuando este complejo sólo crezca gradualmente.
Esto tiene una gran significación sociológica: la pureza del conflicto en aras del mismo,
llega a verse entremezclada, en par-te, con intereses más objetivos, en parte, con impulsos
que pueden satisfacerse por otros medios distintos a la lucha y que en la práctica forma el
puente entre el conflicto y otras formas de interacción.
Juegos antagónicos
Sólo conozco un caso en el que la fascinación por la lucha y la victoria mismas - en otras
ocasiones sólo un elemento en los antagonismos sobre contenidos particulares - es la
motivación exclusiva: se trata del juego antagónico (Kampfspiel), más precisamente, el
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juego realizado sin premio a la victoria (dado que el premio quedaría fuera de ella). La
atracción puramente sociológica de convertirse en amo sobre el adversario de afirmarse
frente a él, se combina aquí, en el caso de los juegos de habilidad, con el gozo puramente
individual del movimiento más apropiado y exitoso; y en los casos de juegos de azar, el
destino nos favorece con una relación mística, armónica con los poderes más allá del área
de lo-individual y lo social. En cualquier caso, en su motivación sociológica, el juego
antagónico no contiene nada fuera de la lucha misma. La ficha sin valor que a menudo se
disputa tan apasionadamente como una moneda de oro, sugiere la forma natural de este
impulso, que incluso en a disputa en relación con el oro, excede en gran medida cualquier
interés material.
Pero hay algo más que resulta sobresaliente: percatar-se precisamente de este dualismo
completo presupone formas sociológicas-en el sentido más estricto de la palabra, a saber,
unificación. Uno se une para pelear, y uno pelea bajó el control mutuamente reconocido de
normas y reglas. Para repetir, estas unificaciones no entran en la motivación de la empresa
aun cuando a través de ella adopte una forma. Más bien constituyen la técnica sin la cual un
conflicto que excluye todas las justificaciones heterogéneas u objetivas, no podrán
materializarse...
El conflicto legal
Los principios de conflicto y unificación que reúnen los contrastes en un todo, se muestran
en este ejemplo con la pureza de un concepto casi abstracto. Se revela así como cada
principio alcanza todo su significado sociológico y efecto sólo a través del otro. La misma
forma que domina el juego antagónico también rige el conflicto legal, aun cuando ello no
suceda con la misma limpieza y aislamiento de los dos factores involucrados. Porque el
conflicto legal tiene un objeto, y la lucha puede terminarse satisfactoriamente a través de la
concesión voluntaria de dicho objeto. Esto no ocurre en las luchas por el gusto por la lucha.
En la mayoría de los casos, lo que se llama el gusto y la pasión por las luchas legales,
probablemente es algo bastante distinto, a saber, un fuerte sentimiento de justicia o la
imposibilidad de tener una interferencia actual o supuesta en la esfera legal con la que se
identifica el ego. La necedad y obstinación sin tregua con la que se atacan a muerte dos
19
partes en un juicio, difícilmente tiene, incluso de parte del acusado, el carácter de una
ofensiva, sino en un sentido más profundo, el de defensa, dado que lo que está en juego es
la autopreservación de la persona. Esta autopreservación es tan separable de las posesiones
y derechos de la persona, que cualquier invasión los destruye. Sólo resulta consistente
luchar con el poder de la existencia propia. Por tanto, probablemente es este impulso
individualista, más que el impulso sociológico para luchar, el que determina tales casos.
Sin embargo, con respecto a la forma del conflicto, la lucha legal de hecho es absoluta.
Esto es, de ambos lados, las opiniones se plantean con objetividad pura y con todos los
medios permitidos; el conflicto no se desvía o atenúa por circunstancias personales o en
cualquier otro sentido, extrañas. El conflicto legal es conflicto puro en la medida en que
nada se introduce en su acción total que no pertenezca al conflicto en cuanto tal y sirva su
propósito. En otro caso, incluso en las luchas más salvajes, es posible al menos algo
subjetivo, o algún mero giro del destino, o alguna interferencia de una tercera parte. En un
conflicto legal, todo ello se excluye por la objetividad con la que procede sólo la pelea y
nada más.
Esta eliminación de todo lo que no es conflicto puede, desde luego, conducir a un
formalismo que se vuelve independiente de cualquier contenido. Por un lado, tenemos una
triquiñuela legal. En ésta, no son los puntos objetivos los que se comparan; en lugar de ello,
los conceptos conducen una lucha totalmente abstracta. Por el conflicto se delega algunas
qué carecen de relación con a que habrá de decidirse. El hecho de que en culturas más altas
las disputas legales se lleven a cabo por consejos profesionales, ciertamente sirve a la clara
separación entre la controversia y todas las demás asociaciones que no tienen nada que ver
con ella. Pero si Otto el Grande decreta que una cuestión legal debe decidirse a través del
juicio del combate, sólo la mera forma - la ocurrencia de la lucha y la victoria mismas - se
salva del conflicto de intereses; sólo la forma es el elemento común a la lucha que habrá de
decidirse y a los individuos que lo decidirán.
Este caso expresa, exageradamente, o en caricatura, la reducción y restricción del conflicto
legal al mero elemento de la lucha misma. Es el tipo más inmisericorde de cuestionamiento
20
porque yace totalmente fuera del contraste subjetivo entre la calidad y la crueldad. Pero
precisamente debido a su objetividad pura se basa enteramente en la premisa de la unidad y
lo común entre las partes, y ello a un grado de severidad y profundidad que difícilmente
requiere otra situación. El conflicto legal descansa en una amplia base de unidades y
acuerdos entre los enemigos. La razón es que ambas partes están igualmente subordinadas a
la ley; reconocen mutuamente que la decisión habrá de hacerse sólo de acuerdo con el peso
objetivo de sus demandas; observan las formas que son inquebrantablemente válidas para
ambos,- y están concientes de que están rodeados, en su empresa, por un poder social que
es el único que le da significado y certeza a su empresa. Las partes en una negociación o
asunto comercial forman una unidad de la misma manera, incluso en un grado menor,
porque reconocen normas que las unen y les son obligatorias, independientemente de la
oposición de sus intereses. Las premisas comunes que excluyen lo personal del conflicto
legal tienen el carácter de objetividad pura a la que corresponde (por otra parte) la
inexorabilidad y el carácter agudo e incondicional del conflicto mismo. El conflicto legal
muestra, así, la interacción entre el dualismo y la unidad de las relaciones sociológicas, no
menos de lo que lo hacen los juegos antagónicos. La naturaleza extrema e incondicional del
conflicto aparece en el medio y en la base mismas de la unidad estricta de normas y
condiciones comunes.
Los conflictos en relación con las causas
Finalmente, este mismo fenómeno es característico de todos los conflictos en los que las
partes tienen intereses objetivos. En este caso, los intereses en conflicto y por tanto el
conflicto mismo, se diferencian de las personalidades involucradas. Aquí son posibles dos
cosas. El conflicto puede enfocarse a decisiones puramente objetivas y dejar fuera todos los
elementos personales, en un estado de paz. O, por el contrario, puede involucrar a las
personas precisamente en sus aspectos subjetivos sin, no obstante, conducir por ello a
cualquier alteración o falta de armonía entre los intereses objetivos coexistentes, comunes a
ambas partes. El segundo tipo sé caracteriza por la afirmación de Leibniz en el sentido de
que correría detrás de un enemigo mortal si pudiera aprender algo de él. Una actitud tal
puede, obviamente, suavizar y atenuar la hostilidad misma, pero su posible resultado
opuesto también debe notarse. La hostilidad que acompaña la solidaridad y la comprensión
21
en cuestiones objetivas es, de hecho, por así decirlo, clara y cierta en su justificación. La
conciencia de una diferenciación tal nos asegura que no fomentamos una antipatía personal
donde no tiene lugar. Pero la buena conciencia comprada con esta discriminación puede
conducir, bajo ciertas circunstancias, a la intensificación misma de la hostilidad. Porque
cuando la hostilidad se restrinje así a su centro real, que al mismo tiempo es la capa más
subjetiva de la personalidad, algunas veces nos abandonamos a más extensa y
apasionadamente, y con mayor concentración que cuando el impulso hostil lleva consigo
un lastre de animosidades secundarias en áreas que de hecho están meramente infectadas
por dicho centro.
En el caso en que la misma diferenciación limita inversamente el conflicto a intereses
impersonales, también hay dos posibilidades. Por un lado, puede ocurrir la eliminación de
amarguras e intensificaciones inútiles que son el precio que pagamos por personalizar las
controversias objetivas. Por otra parte, sin embargo, la conciencia de las partes de ser
meros representantes de demandas supraindividuales, de luchar no por si mismos sino por
una causa, puede darle al conflicto un radicalismo y carácter inmisericorde que encuentran
una analogía en el comportamiento general de algunas personas muy generosas y con una
inclinación muy idealista. Debido que carecen de consideración por ellos mismas, tampoco
la tienen para los demás están convencidos que tienen el derecho de volver a cualquier
persona una víctima de la idea por la que ellos se sacrifican. Un conflicto tal, que se pelea
con el vigor de la persona completa, aun cuando la victoria sólo beneficie a la causa, tiene
un carácter noble. Porque el individuo noble es totalmente personal pero sabe, no obstante,
cómo mantener su personalidad en reserva. Por ello la objetividad nos parece noble. Pero
una vez que esta diferenciación se ha alcanzado y el conflicto se ha objetivado, no está,
consistentemente, su-jeto a una segunda restricción, que de hecho sería una violación del
interés objetivo al que se ha restringido la pelea. Sobre la base de este acuerdo mutuo entre
ambas partes, según el cual cada uno de ellos sólo defiende sus demandas y su causa, al
renunciar a todas las consideraciones personales o egoistas, siguiendo su propia lógica
intrínseca, sin intensificarse ni moderarse por factores subjetivos.
22
El contraste entre unidad y antagonismo es tal vez más visible cuando ambas partes
realmente persiguen una meta idéntica - tal vez como la exploración de una verdad
científica. Aquí, cualquier sesión, cualquier renunciación educada de la exposición
inmisericorde del adversario, cualquier paz previa a la victoria totalmente decisiva,
traiciona la objetividad por la cual el carácter personal se ha eliminado de la lucha. Desde
Marx, la lucha social se ha desarrollado en esta forma, pese a diferencias infinitas en otros
sentidos Dado que se ha reconocido que ha reconocido que la condición es de trabajo está
determinadas por las condiciones objetivas y formas de producción independientemente de
los deseos y capacidades de individuos particulares, la amargura personal tanto de las
batallas generales locales ha decrecido grandemente. El empresario ya no es un vampiro o
un egoista condenable, como tampoco sufre el trabajador de avaricia pecadora bajo
cualquier circunstancia. Ambas partes ya han dejado de incidir sobre la conciencia del otro
con sus demandas mutuas y tácticas como actos de mera maldad personal. En Alemania,
esta objetivación comenzó más cerca de través de la teoría en la medida en que la
naturaleza personal e individualista del antagonismo fue superada por el carácter más
abstracto y general del movimiento histórico de clase. En Inglaterra, los sindicatos la
lanzaron y avanzó por la unidad rigurosamente supraindividual de sus acciones y las de las
correspondientes federaciones de empresarios. Sin embargo, la violencia de la batalla no ha
decrecido por eso. Por el contrario, se ha vuelto más aguda, concentrada y al mismo tiempo
más comprehensiva, debido a la conciencia del individuo que combate de que la lucha no
es sólo para él mismo, y a menudo de modo alguno para él, sino para una gran meta supra-
personal.
Un ejemplo interesante de esta correlación es el boicot de los trabajadores a las cervecerías
berlinensas en 1894. Esta fue una dc las luchas locales más violentas de décadas recientes,4
llevada a cabo con la mayor fuerza de ambas partes, pero sin un odio personal de parte de
los cerveceros a los líderes del negocio. De hecho, en medio de la pelea, dos líderes de las
dos partes publicaron sus opiniones sobre la lucha en el mismo periódico, ambas partes con
una presentación objetiva de los hechos, en la que concordaban, pero diferían, en línea con
sus respectivos partidos, en las consecuencias prácticas que habrían de extraerse de los
hechos. Aparece, así, que el conflicto puede excluir todos los factores subjetivos o
4
23
personales, reduciendo entonces cuantitativamente la hostilidad, engendrando respeto
mutuo y produciendo una comprensión sobre todas las cuestiones personales, así como el
reconocimiento del hecho de que ambas partes se conducen debido a necesidades
históricas. Al mismo tiempo, vemos que esta base común incrementa, en lugar de decrecer,
la intensidad, irreconciliabilidad y necia consistencia de la lucha.
El objetivo común de las partes conflictivas en las que se basa su lucha, puede mostrarse de
una manera menos noble que en los casos recién discutidos. Esto es cierto cuando la
característica común no es una norma objetiva, un interés que yace por encima del egoismo
de las partes en lucha, sino su secreta comprensión con respecto a un propósito egoista que
ambos comparten. Hasta cierto punto, esto fue cierto de los dos grandes partidos políticos
ingleses en el siglo XVIII. No había una oposición básica de convicciones políticas entre
ambos, dado que él problema de ambos era, igualmente, preservar el régimen aristócrata.
Lo extraño fue que los dos partidos que dominaban completamente el área de lucha
política, no obstante, no se combatían radicalmente entre si- porque tenían un pacto mutuo
de silencio en contra de algo que no era un partido político para nada. Los historiadores han
relacionado la corruptibilidad parlamentaria de ese periodo con esta extraña limitación de
la pelea. Nadie pensaba que era muy malo que un partido vendiera su convicción a favor
del partido de oposición porque la convicción de ese partido de oposición tenía una base,
más bien amplia, común, aun cuando oculta, y la lucha ea1izab en otra parte. La facilidad
de la corrupción mostraba que aquí, la restricción del antagonismo a través de una
característica común no hacía que el conflicto fuera más fundamental y objetivo. Por el
contrario, lo difuminaba y contaminaba su significado corno necesariamente determinado
por circunstancias objetivas.
En otros casos más puros, cuando la unidad es el punto de partida y la base de la relación, y
el conflicto surge en relación con esta unidad, la síntesis entre monismo y antagonismo de
la relación puede tener el resultado opuesto. Un conflicto de este tipo es usualmente más
apasionado y radical que cuando no se encuentra con una pertenencia previa y simultánea a
los partidos. Mientras que la antigua ley judaica permitía la bigamia, prohibía el
matrimonio con dos hermanas (aun cuando, después de la muerte de una, e viudo podía
24
casarse con su cuñada), porque esto hubiera hecho surgir, de manera especial, celos. En
otras palabras, esta ley simplemente supone como un hecho de la experiencia que el
antagonismo sobre la base de una relación familiar común es más fuerte que el que existe
entre extraños. El odio mutuo de estados vecino muy pequeños cuya visión general,
relaciones locales, e intereses son inevitablemente muy semejantes y a menudo incluso
coinciden, frecuentemente es mucho más apasionado e irreconciliable que entre grandes
naciones, que tanto espacil como objetivamente son completos extraños entre sí. Este fue el
destino de Grecia y la Italia post-romana, y un grado más intenso de esta manifestación
sacudió a Inglaterra después de la conquista normanda antes de que ambas razas se
fusionaran. Estas dos razas vivieron esparcidas en el mismo territorio; estaban ligadas por
intereses vitales en constante oposición y se unían por una idea nacional- y sin embargo,
íntimamente, eran completamente extrañas; carecían, en la línea de su carácter, de
entendimiento mutuo, y eran absolutamente hostiles entre sí en lo referente a sus intereses
de poder. Su odio recíproco, como se ha dicho correctamente, era más profundo de lo que
puede serlo entre grupos separados externa e internamente.
Algunos de los ejemplos más fuertes de tal odio son las relaciones entre la iglesia. Debido a
una fijación dogmática1 la menor divergencia llega a tener una irreconciliabilidad lógica -
si hay alguna desviación, es conceptualmente irrelevante que sea grande o pequeña. Un
caso que puede mencionarse son las controversias en torno a la confesión entre luteranos y
reformistas, especialmente en el siglo XVII.
Apenas había ocurrido la gran separación del catolicismo, cuando todo, se separó debido a
las cuestiones más triviales, en partes cuyas opiniones, en no pocas ocasiones, podrían
haberlos acercado más a los papistas que a otros miembros del grupo protestante. Y en
1875, en Berna, cuando hubo algunas dificultades en relación con el lugar en el que habrían
de celebrarse los servicios, el papa no permitió que se llevaran cabo en la iglesia isada por
los Viejos Católicos, sino en una iglesia reformada.
Cualidades comunes en contra de la membresía común en una estructura social más amplia,
como bases del conflicto
25
Dos tipos de lo común pueden ser las bases de antagonismos particularmente intensos: las
cualidades comunes y la membresía común dentro de una estructura social más amplia. El
primer caso se remonta simplemente al hecho de que somos seres discriminatorios
(Unterschiedswesen). Una hostilidad debe estimular la conciencia de una manera más
profunda y violenta, en la medida en que es mayor la semejanza entre las partes en relación
con el medio ambiente del cual surge la hostilidad. Cuando las actitudes son amistosas o
amorosas, éstas constituyen una excelente medida de protección del grupo, comparable a la
función de advertencia de dolor en el organismo. Porque es precisamente la percepción
aguda de la disonancia en relación con la armonía general prevaleciente la que, al mismo
tiempo, advierte a las partes que deben eliminar el terreno de conflicto a riesgo de que el
conflicto se introduzca de una manera semiconsciente y ponga en peligro la base- de la
relación misma. Pero cuando falta esta intención fundamental de llevarse bien bajo
cualquier circunstancia, la conciencia del antagonismo agudizará el antagonismo mismo.
Las personas que tienen muchas características en común a menudo hacen cosas peores o
"más peores" de las que se hacen completos extraños. Algunas veces lo hacen porque la
mayor área común que comparten han llegado a dar por hecho y, por tanto, lo que es
temporalmente diferente, más lo que les es común, determina sus posiciones mutuas.
Fundamentalmente, sin embargo, lo hacen porque hay poco que difiera entre ellos; de ahí
que el más ligero antagonismo tenga una significación relativa distinta de aquélla entre
extraños, quienes, para empezar, cuentan con todo tipo de diferencias mutuas. De ahí los
conflictos familiares por los que gente profundamente de acuerdo, algunas veces rompe. El
que lo hagan no siempre prueba que las fuerzas armonizadoras se hubieran debilitado de
antemano. Por el contrario, la ruptura puede resultar de una semejanza tan grande de
características, tendencias y convicciones, que la divergencia en relación con un punto muy
insignificante se hace sentir en un fuerte contraste como algo totalmente insoportable.
Confrontamos al extranjero, con quien, objetivamente no compartimos características ni
intereses amplios; mantenemos nuestras personalidades en reserva; y así, una diferencia
particular no involucra nuestras totalidades.
26
Por otra parte, conocemos a persona que es muy distinta a nosotros sólo en ciertos puntos
dentro de un contacto particular o dentro de una coincidencia de intereses particulares y,
por tanto, la ampliación del conflicto se limita sólo a estos puntos. Mientras más tenemos
en común con otro, en tanto que personas totales, sin embargo, más fácilmente se
involucrará con él nuestra totalidad en cada relación individual. De ahí la violencia
totalmente desproporcionada a la que la gente normalmente controlada puede llegar dentro
de sus relaciones con las personas que les son más cercanas. Toda la felicidad y
profundidad de la relación con otra persona con la que, por así decirlo, nos identificamos,
reside en el hecho de que no hay un solo contacto, una sola palabra1 una sola actividad o
dolor común que permanezca aislado, sino que siempre viste a toda el alma que se da por
completo en ella y es recibido en ella. Por tanto, si surge una disputa entre personas que
tienen una relación íntima, a menudo es pasionalmente expansiva y sugiere el esquema del
fatal "No tú" ("Du-überhaupt"). Las personas con este tipo de lazos están acostumbradas a
* en cualquier dirección * la totalidad de su ser y sentir. Por tanto, también dan acentos
conflictivos y, por así decirlo, una periferia en virtud de la cual crece su ocasión y la
significación objetiva de dicha ocasión, y arrastra personalidades totales en ello.
Conflicto en las relaciones íntimas
En el nivel más alto de cultivación espiritual es posible evitarlo, porque es característico, a
este nivel, combinar una devoción mutua completa con una diferenciación mutua completa.
Mientras que la pasión no diferenciada incluye la totalidad del individuo en la excitación,
de una parte o un elemento de esta, la persona cultivada no permite que tal parte o
elemento trascienda su dominio propio, claramente circunscrito. La cultivación da así a las
relaciones entre personas armónicas la ventaja de que se percaten, precisamente en el
momento del conflicto, de su naturaleza trivial, en comparación con la magnitud de las
fuerzas que las unifican.
Más aún, el sentido discriminatorio refinado, especial-mente de personas profundamente
sensibles, hace que las atracciones y antipatías sean más apasionadas si estos sentimientos
27
se contrastan con los del pasado. Esto es cierto en el caso de decisiones únicas e
irrevocables que se refieren a una relación dada, y debe distinguirse claramente de las
vacilaciones cotidianas dentro de una pertenencia mutua que se considera, en general, como
incuestionable. Algunas veces, entre hombres y mujeres, una versión fundamental, incluso
un sentimiento de odio - no en relación con ciertos particulares, sino la repulsión recíproca
de la persona total - es la primera etapa de una relación cuya segunda fase es amor
apasionado. Uno puede albergar la sospecha paradójica de que cuando los individuos están
destinados a una relación emocional mutua y cercana1 el surgimiento de la ase íntima está
guiada por un pragmatismo instintivo de modo que el sentimiento eventual alcanza su
intensidad más apasionada y se percata de lo que ha logrado por medio de un preludio
opuesto -un paso antes de correr, por así decirlo.
El fenómeno inverso muestra la misma forma: el odio más profundo nace a partir de un
amor roto. Aquí, sin embargo, no sólo es decisivo el sentido de discriminación, sino
también el rechazo de nuestro propio pasado - un rechazo incluido en tal cambio de
sentimiento. Tener que reconocer que un amor profundo - y no sólo un amor sexual - fue
un error, un fracaso de intuición (Instinkt), nos compromete de tal manera frente a nosotros
mismos, divide de tal modo la seguridad y unidad de nuestra auto-concepción, que
inevitablemente hacemos que el objeto de este sentimiento intolerable pague por ello.
Curbimos nuestra percepción secreta de nuestra propia responsabilidad por ello, con un
odio que nos facilita pasar la responsabilidad al otro.
Esta amargura particular que caracteriza los conflictos dentro de las relaciones cuya
naturaleza parecería implicar una armonía, es un tipo de intensificación positiva del
carácter plano a través de la cual las relaciones muestran su cercanía y fuerza -ante la
ausencia de diferencias. Pero este carácter plano no carece de excepciones. El que grupos
muy íntimos, tales como las parejas de casados que dominan, o al menos tocan el contenido
de la vida, no contengan ocasiones de conflicto, es absurdo. No es, de modo alguno, el
signo del afecto más auténtico y profundo el no caer en esas ocasiones sino, en lugar de
ello, prevenirlas a través de una anticipación de largo alcance, y cortarlas por lo sano en
cuanto aparezcan. Por el contrario, a menudo este comportamiento caracteriza actitudes
28
que, pese a ser afectivas, morales y leales, carecen, no obstante, de una devoción emocional
incondicional. Consciente de esta carencia, el individuo es á ansioso por mantener la
relación libre de cualquier sombra y compensar a su compañero por a través de una
amistad, auto control y consideración extremas. Otra función de este comportamiento es
apaciguar la conciencia propia en relación con su falta de autenticidad más o menos
evidente, que incluso el más sincero, o el más apasionado, no podrá transformar en
sinceridad - porque están en juego sentimientos que no son accesibles para la voluntad sino
que, como el destino, existen o no.
La inseguridad que sentimos en relación con la base de tales relaciones nos empuja, a
quienes deseamos preservar la relación a toda costa, a actos exagerados de altruismo, a
asegurar casi mecánicamente la relación a través de evitar, en principio, toda posibilidad de
conflicto. Cuando, por otra parte, estamos ciertos de la irrevocabilidad y generosidad sin
reservas de nuestro sentimiento, no requerimos de tal paz a cualquier costo. Sabemos que
ninguna crisis puede penetrar hasta el fundamento de la relación - siempre podremos volver
a encontrar al otro sobre este fundamento. El amor más fuerte puede resistir con mayor
facilidad un golpe y por tanto ni se le ocurre, como es característico de uno mas débil,
temer que las consecuencias de un golpe tal no puedan ser enfrentadas y, por tanto, las debe
evitar a todo costo. Así, aun cuando el conflicto entre personas con una relación íntima
puede tener un resultado más trágico que entre personas no tan íntimas, a la luz de las
circunstancias mencionadas, precisamente la relación más sólidamente fundada puede
arriesgarse en la no concordancia, mientras que una relación buena y moral, pero con raíces
menos profundas, sigue aparentemente un curso mucho más armonioso y privado de
conflictos.
Este sentido sociológico de discriminación y la acentuación del conflicto sobre la base de la
semejanza tiene un matiz especial en los casos en los que la separación de elementos
originalmente homogéneos tiene lugar deliberadamente.
Aquí, la separación no se sigue del conflicto sino, por el contrario, el conflicto de la
separación. Típico de esta situación es la manera en que el renegado odia y es odiado.
29
Rec4ordar el acuerdo previo tiene un efecto tan fuerte, que este nuevo contraste es
infinitamente más agudo y amargo que en el caso de no haber existido una relación previa.
Más aún, a menudo ambas partes se percatan de la diferencia con la nueva fase y recuerdan
la semejanza (y el carácter no ambiguo de esta diferencia es de la mayor importancia.) sólo
para permitir que crezca más al a de su lugar original y caracterizar cada punto que pueda
ser comparable. Este propósito de asegurar las dos posiciones respectivas transforma la
defección teórica o religiosa en la acusación recíproca de herejía con respecto a todas las
cuestiones morales personales, internas y externas - una acusación que no se sigue
necesariamente cuando ocurre la misma diferencia entre extraños. De hecho, la
degeneración de una diferencia en las condiciones hacia el odio y la pelea ocurre
ordinariamente sólo cuando hubo semejanzas esenciales y originales entre las partes. El
"respeto por el enemigo" (de una gran significación sociológica) usualmente está ausente
cuando ha surgido la hostilidad sobre la base de una solidaridad previa. Y cuando
suficientes semejanzas siguen haciendo posibles las confusiones y las fronteras borrosas,
los puntos de diferencia necesitan un énfasis no justificado por la cuestión, sino sólo por el
peligro de esa confusión. Esto sucedió, por ejemplo y en el caso del catolicismo en Berna,
mencionado antes. El catolicismo romano no necesita temer una amenaza a su identidad a
partir del contacto externo con una iglesia tan distinta como la reformada, sino más bien de
algo tan cercano como el Viejo Catolicismo.
El conflicto como una amenaza al grupo
Este ejemplo ya alude al segundo tipo que es relevante aquí, aun cuando en la practica
coincida más o menos con el primer.
Es el caso de la hostilidad cuya intensificación se basa en un sentimiento de pertenencia, de
unidad, que no siempre significa semejanza. La razón por la que tratamos separadamente
este tipo es que, en lugar de un sentido de discriminación, muestra un factor fundamental
muy diferente a saber, el fenómeno peculiar de odio social. Este odio se dirige en contra de
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un miembro del grupo, no por motivos personales, sino porque el miembro representa un
peligro para la preservación del grupo. En la medida en que el conflicto intra-grupo
involucra un peligro tal, las dos partes en conflicto se odian entre sí no sólo sobre una base
concreta que produjo el conflicto, sino también sobre la base sociológica del odio hacia el
enemigo del grupo mismo. Dado que este odio es mutuo y cada parte acusa a la otra de la
responsabilidad de la amenaza al todo, el antagonismo se agudiza, precisamente porque
ambas partes pertenecen a la misma unidad social.
En este caso, son características las situaciones que no conducen a un rompimiento
propiamente dicho del grupo. Porque una vez que se ha disuelto el grupo, hay un cierto
aflojamiento del facto; las diferencias personales se han descargado sociológicamente, la
espina de cualquier irritación nueva ha desaparecido. La tensión entre el antagonismo intra-
grupal y la continuación del grupo debe, por el contrario, conducir a un conflicto
continuado. De la misma manera en que es terrible estar en conflicto con una persona-a -la
que está uno ligado - externamente o, en los casos más trágicos, por un lazo interno - pero
de la cual uno no puede liberarse incluso si uno lo deseara, del mismo modo, la amargura
se intensifica igualmente cuando uno no desea abandonar al grupo porque uno siente esta
unidad como un valor objetivo, una amenaza que exige pelea y odio. De esta constelación
surge la violencia característica de los conflictos dentro de una facción política, un
sindicato, una familia, etc.
Aquí, el conflicto dentro del individuo puede ofrecer una analogía. En algunos casos, los
conflictos pueden apaciguarse por el sentimiento de que una lucha entre lo sensual y lo
ascético, lo egoista y lo moral, las tendencias prácticas y las intelectuales, no sólo es injusta
para una o ambas de estas en contraste - que no les permite una vida plena a ninguna de las
dos - sino que amenaza la unidad misma, el equilibrio, y la fuerza de todo el individuo.
Cuando, por el contrario, este sentimiento no basta para regular el conflicto, da un acento
amargo y desesperado - como si la lucha fuera por algo mucho más esencial que la cuestión
inmediata en discusión. La energía con la que cada una de las tendencias en conflicto desea
subyugar a la otra, se alimenta no sólo de su propio interés egoista, por así decirlo, sino del
interés mucho más comprehensivo en mantener el ego que es despedazado y destruido por
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el conflicto, a menos de que el conflicto termine en una victoria sin ambigüedades. De la
misma manera, el conflicto dentro de un grupo estrechamente entretejido a menudo crece
más allá del extremo que justifica la ocasión debido al interés del grupo en el momento;
porque, además, este conflicto se asocia con el sentimiento de que la discordia no sólo es
una cuestión de estas dos partes, sino del grupo como todo. Cada parte lucha, por así
decirlo, en nombre de todo el grupo y debe odiar su adversario no sólo al enemigo sino al
mismo tiempo al enemigo de la unidad sociológica superior.
Los celos
Finalmente, hay un hecho en virtud del cual la violencia más extrema de la excitación
antagónica se liga con la cercanía de la pertenencia. Este hecho, aun cuando de apariencia
bastante individual, tiene una significación sociológica más alta. Se trata de los celos. El
uso lingüístico es ambiguo en relación con este concepto; a menudo no lo distingue de la
envidia. Sin duda, ambos sentimientos son muy importantes en la conformación de las
condiciones humanas. En ambos casos, hay un valor en juego que una tercera parte, de
hecho o simbólicamente, nos impide alcanzar o preservar. Cuando se trata de alcanzar,
hablaremos de envidia; cuando se trata de preservar, de celos. Pero, desde luego, el uso de
definiciones es bastante irrelevante en tanto se puedan distinguir claramente los procesos
psicológico sociológicos. Es característico del individuo celoso pretender tener derecho a la
posesión, mientras que la envidia se refiere a lo deseable de lo que es negado, sin referencia
a la legitimidad de la pretensión. Para el individuo envidioso es irrelevante si el bien se le
niega porque alguien más lo posee o si incluso en el caso de que ese otro individuo
renunciara a él o lo perdiera, él llegara a obtener bien. Los celos, por el contrario, están
determinados en su dirección interna y color precisamente por el hecho de que se nos
impide la posesión porque está en las manos de alguien más y, si esto no fuera así,
nosotros seríamos de inmediato los poseedores. El sentimiento del individuo envidioso gira
más alrededor de la posesión, el de la persona celosa más alrededor del poseedor. Uno
puede envidiar la fama de alguien aún cuando uno carece de acceso a ella, pero uno está
celoso de un hombre famoso si uno piensa que se me e la fama mucho más que él. Lo que
amarga y molesta al individuo celoso es una cierta ficción del sentimiento -
independientemente de cuán injustificado o absurdo pueda ser - de que el otro le - ha
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robado, por así decirlo, la fama. Los celos, independientemente de la constelación
psicológica excepcional a partir de la cual haya surgido, es una sensación de un tipo
especifico poder que complementa internamente su situación típica.
A la mitad del camino en la línea entre los fenómenos de la envidia y los celos descritos
arriba, hay un tercero que puede designarse como a regañadientes ( Missgunst).
Mezquinidad " que es el deseo envidioso de un objeto, no porque nos resulte especialmente
deseable sino porque otro lo posee. Este tipo de sentimiento puede surgir de cualquiera de
dos extremos, y ambos terminarán por negar la propia posesión. Una forma es el mezquino
apasionado que prescinde del objeto o de hecho lo destruye, por no dejarlo en manos de
otro. La segunda forma es completa indiferencia o incluso aversión hacia el objeto,
acompañada por un sentimiento insoportable de pensar que el otro lo pose. Estas formas de
mezquindad están enmarañadas en cientos de grados y mezclas en el comportamiento
recíproco de los seres humanos. Cubren porciones considerables del amplia área de
problemas donde las relaciones de las personas con las cosas se revelan como causas o
efectos de sus relaciones entre Sí Porque aquí no se trata de desear dinero o poder, afecto o
posición social, a través de la competencia con otra persona o a través de sobrepasarlo o
eliminarlo, en cuyo caso estas actividades son técnicas, idénticas en su significado interno
de conquistar obstáculos físicos. Más bien en estas modificaciones de mezquindad a
regañadientes, el sentimiento que acompaña a tales relaciones externas y secundarias entre
las personas se desarrolla en formas sociológicas autónomas en donde el deseo por el
objeto se ha vuelto un mero contenido. El que esto sucede puede observarse en el hecho de
que el interés en el propósito objetivo ha sido descartado o, más bien, ha sido reducido al
material intrínsecamente irrelevante alrededor del cual cristaliza la relación personal.
Esta es la base general sobre la cual surge la significación de los celos para el problema que
nos atañe aquí, a saber, el conflicto. Más particularmente, esto sucede cuando el contenido
de los celos es una persona o la relación de un individuo dado con esa persona. De hecho,
me parece que el uso lingüístico no reconoce a los celos en relación con un objeto
puramente impersonal. Lo que nos concierne aquí es la relación entre un individuo celoso y
la persona por la cual sus celos se dirigen hacia un tercer individuo. La relación hacia ese
tercer individuo, en sí misma, tiene un carácter muy diferente, sociológicamente menos
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específico y complicado, así como formal. Porque la ira y el odio, el desprecio y la
crueldad en contra de si se construyen precisamente sobre la premisa de una pertenencia, de
una pretensión externa o interna, real o supuesta, al amor, la amistad, el reconocimiento, o
alguna unión de algún tipo. Ya sea que se sienta de un lado o de ambos, el antagonismo es
más intenso y extenso, mientras más incondicional es la unidad a partir de la cual se generó
y más apasionado el deseo de superarlo. La vacilación frecuente y aparente de la persona
celosa entre el amor y el odio quiere decir que estas dos caos (de las cuales la segunda
cubre a la primera en su extensión plena) mandan alternativamente sobre su percepción
más fuerte.
Aquí es muy importante recordar la condición indicada anteriormente, a saber, el derecho
que la persona celosa cree que tiene a la posesión psicológica o física, el amor o la
veneración de la persona que es el objeto de sus celos. Un hombre puede envidiar la
posesión de otro de una mujer, pero está celoso sólo si tiene alguna pretensión de poseerla.
Esta pretensión bien puede consistir exclusivamente de la mera pasión de su deseo, porque
es una característica humana el derivar un derecho a partir de ese deseo. El niño se excusa
al tomar algo prohibido diciendo que "lo quería mucho". En un duelo, el adúltero, si tiene
el más mínimo vestigio de conciencia, no apuntaría al esposo ofendido si no pensara que su
amor por la esposa del otro era un derecho, que defiende en contra del derecho meramente
legal del esposo. En todos los casos, el mero hecho de la posesión se considera el derecho a
la posesión.
El estudio que precede a la posesión, a saber, el deseo de ella, puede dar origen a un
derecho tal. De hecho, el doble significado de "pretender" - simple deseo y deseo con una
base legal - alude al hecho de que la voluntad gusta de incrementar el derecho de su fuerza
a través de la fuerza de su derecho. Ciertamente, precisamente debido a esta pretensión
legal, a menudo los celos son el espectáculo mas lastimoso; porque tener pretensiones
legales en sentimientos tales como el amor y la amistad es hacer un intento con medios
totalmente inadecuados. El nivel en el que uno puede operar sobre la base de cualquier
derecho, externo o interno, ni siquiera toca el nivel sobre el que yacen estos sentimientos.
Desear reforzarlos a través de un derecho, independientemente de cuán profundo y bien
adquirido en otros sentidos, es tan absurdo como si uno deseara ordenarle a un pájaro que
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ha escapado de una jaula que vuelva, cuando se ha ido más allá del alcance de la vista y el
oido. Esta inutilidad del derecho al amor produce el fenómeno característico de los celos,
esto es, un eventual aferrarse a las pruebas externas de sentimientos, que de hecho pueden
reforzarse mediante una apelación al deber. A través de esta satisfacción miserable y auto-
engaño los celos preservan el "cuerpo" de la relación - y lo hace como si hubiera asido en
41 una parte de su "alma".
La pretensión esgrimida por la persona celosa a menudo es -totalmente reconocida por la
otra parte. Como cualquier derecho entre personas, esta pretensión significa o produce una
especie de unidad. Es el contenido ideal o legal de un grupo, o una relación positiva de
algún tipo, o al menos su anticipación subjetiva. A esta unidad existente y continua se
añade su negación simultánea, y así se crea una situación madura para los celos.
Contrariamente a otras situaciones en donde la unidad y el antagonismo interactúan, en la
situación que conduce a los celos estas dos fuerzas no están distribuidas en áreas distintas al
mantenerse unidas y enfrentadas solamente en virtud de la personalidad total. Por el
contrario, hay la negación de la unidad misma que aun existe en alguna forma interna o
externa y es sentida al menos por una de las dos partes y existe, de hecho o idealmente. El
sentimiento de los celos interpone una amargura muy peculiar, enceguecedora,
irreconciliable, entre dos personas. Porque la separación entre ambas gira precisamente
alrededor del punto de su conexión, y el elemento negativo en la tensión entre ambas
alcanza así la agudeza mas alta posible así como el énfasis.
El control completo de la situación interna de esta conslación formal-sociológica explica el
rango extraño de hecho ilimitado, de motivos de los cuales puede nutrirse los celos. Explica
también porqué su desarrollo es a menudo incomprensible en lo que se refiere a su
contenido. Cuando la estructura misma de la relación o la psicología del individuo está
dispuesta hacia una síntesis tal de síntesis y antítesis, cualquier ocasión desarrollará las
consecuencias – y estas consecuencias, obviamente, serán más impactantes, mientras más
hayan ocurrido en el pasado. La persona celosa nunca puede ver más de una interpretación.
Así, los celos encuentran un instrumento completamente maleable en el hecho de que todas
las acciones humanas y palabras admiten varias interpretaciones de intenciones y actitudes.
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Los celos puede combinar el odio más apasionado con la continuación del amor mas
apasionado, y la permanencia de la unidad más íntima con la destrucción de ambas partes -
porque el individuo celoso destruye la relación tanto como esa relación lo invita a destruir a
su pareja. Así, los celos son tal vez ese fenómeno sociológico en donde la construcción del
antagonismo sobre la unidad alcanza su forma más radical; subjetivamente.
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NOTAS
2. "Vergesellscháftungsform”. “Vergesallschaftung”, se traducirá como "sociación". Sobre
el término y sus diversas traducciones, véase The Sociology of Georg Simmel, loc. cit., pp
1xiii-1xiv. Nota del traductor del alemán al inglés.
3. "Einheit" es tanto "unidad" como "unión" y Simmel usa el término indistintamente en
ambos sentidos. - Nota del traductor del alemán al inglés.
4. Esta es la instancia sociológica de un contraste entre dos concepciones de la vida mucho
más generales. Según la posición común, la vida siempre muestra dos partes en oposición.
Una de las representa el aspecto positivo de la vida, su contenido propiamente dicho, si no
es que su sustancia, en tanto que el significado mismo de la otra es el no-ser, que debe
restarse a los elementos positivos antes de que lleguen a constituir la vida. Esta es la
posición común de la relación entre la felicidad y el sufrimiento, el vicio y la virtud, la
fuerza y la inadecuación, el éxito y el fracaso - entre todos los con tenidos e interrupciones
posibles del curso de la vida. La concepción más alta indicada en relación con estos pares
contrastantes, me parece distinta: debemos concebir a todas estas diferenciaciones polares
como pertenecientes a una vida; debemos sentir el pulso de una vitalidad central incluso en
aquello que, visto desde el punto de vista de un ideal particular, no debería poseerlo y es
algo meramente negativo; debemos dejar que el significado total de nuestra existencia surja
a partir de ambas partes. En el contexto más comprehensivo de la vida, incluso aquello que
en tanto un solo elemento resulta perturbador y destructivo, totalmente positivo; no es un
hueco sino el cumplimiento de un papel especialmente diseñado para él Tal vez no nos sea
dado alcanzar y mucho menos preservar, la altura a partir de la cual todos los fenómenos
pueden percibirse como constituyentes de la unidad de la vida, aun cuando desde un punto
de vista objetivo o de valores, parezcan oponerse entre sí como signos positivos y
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negativos, contradicciones y eliminaciones mutuas. Estamos demasiado inclinados a pensar
y sentir que nuestro ser esencial, nuestra significación verdadera y última, es idéntica a una
de estas facciones. De acuerdo con nuestro sentimiento optimista o pesimista de la vida, un
de ellas nos parece superficial o accidental, como algo que debe eliminarse o restarse, a fin
de que emerga lo verdaderamente intrínseco y consistente de la vida. En todas partes
estamos sumergidos en este dualismo (que a continuación discutiremos en mayor detalle) -
tanto en lo más íntimo como en las áreas más comprehensivas de la vida, lo personal, lo
objetivo y lo social. Creemos que tenemos o somos, una unidad total compuesta de dos
partes opuestas lógica y objetivamente, e identificamos esta totalidad nuestra con una de
ellas, y sentimos que la otra es algo ajeno que no nos pertenece propiamente y que niega
nuestro ser central y comprehensivo. La vida se mueve constantemente entre estas dos
tendencias. Ya hemos descrito una. La otra deja que el todo realmente sea el todo. Aviva la
unidad, que después de todo se compone de ambos contrastes, en cada uno de estos
contrastes y en su intersección. Resulta más necesario afirmar el derecho de esta tendencia
secundaria con respecto al fenómeno sociológico del conflicto porque el conflicto nos
impresiona con su fuerza socialmente destructora así como con un hecho aparentemente
indiscutible.
5. Fundamentalmente, todas las relaciones con otras se distinguen de acuerdo con las
siguientes preguntas (aun cuando se den innumerables respuestas que van desde lo
claramente afirmativo hasta lo claramente negativo): (1) ¿Es la base psicológica de la
relación un impulso (del sujeto) que se desarrollaría incluso sin un impulso externo y que
buscaría por su cuenta un objeto adecuado, ya fuera encontrándole una forma adecuada o
haciendo que 10 fuera a través de la imaginación y necesidad? o (2) la base psicológica de
la relación consiste en la respuesta evocada por la naturaleza o acción de otra persona - y
entonces esta respuesta, igualmente desde luego, presupone la posibilidad de ser evocada;
pero esta posibilidad habría permanecido latente sin el estímulo y no se habría desarrollado
por sí misma en una necesidad. Las relaciones intelectuales y estéticas, simpáticas y
antipáticas, están sujetas a este contraste a partir del cual extraen las formas de su
desarrollo, intensidad y cambios.
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6. Escrito, supuestamente, poco después de 1900. Cf. The Sociology of Georg Simmel,
loc. cit., pp. lviii (8) y lxii, IV.
- Nota del traductor del alemán al inglés.
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