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34 34 34 34 34 Revista Casa de las Américas No. 269 octubre-diciembre/2012 pp. 34-65 HECHOS/IDEAS H a sido un interés común a los autores de definiciones o for- mulaciones teóricas sobre las comunidades nacionales, enu- merar lo que se ha dado en llamar propiedades, premisas, o rasgos que contribuyen supuestamente a impartirles cohesión a los procesos de formación nacional. El modus operandi de los estu- diosos que han avanzado definiciones sicológicas y/o sociológicas de las nacionalidades ha consistido con frecuencia en enunciar, como una petición de principios, los pretendidos requerimientos para la formación de las comunidades nacionales. De ese modo se ha ins- tituido una variedad de propiedades cuya aparición debía sentar las bases para la constitución de las nacionalidades y las naciones. De hecho, estas definiciones han sido en pocas ocasiones el re- sultado de investigaciones históricas comparativas de procesos de formación nacional, realizadas en fuentes documentales primarias y JORGE IBARRA CUESTA La identidad prenacional y el patriotismo criollo de los siglos XVII y XVIII: ¿premisas históricas lógicas de las Juntas autonomistas y del independentismo americano del XIX? * * Debo agradecer a los colegas Sergio Guerra Vilaboy y Alberto Prieto las ob- servaciones que le hicieron a este tex- to, con la mayoría de las cuales estuve de acuerdo.

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HECHOS/IDEAS

Ha sido un interés común a los autores de definiciones o for-mulaciones teóricas sobre las comunidades nacionales, enu-merar lo que se ha dado en llamar propiedades, premisas, o

rasgos que contribuyen supuestamente a impartirles cohesión a losprocesos de formación nacional. El modus operandi de los estu-diosos que han avanzado definiciones sicológicas y/o sociológicasde las nacionalidades ha consistido con frecuencia en enunciar, comouna petición de principios, los pretendidos requerimientos para laformación de las comunidades nacionales. De ese modo se ha ins-tituido una variedad de propiedades cuya aparición debía sentar lasbases para la constitución de las nacionalidades y las naciones.

De hecho, estas definiciones han sido en pocas ocasiones el re-sultado de investigaciones históricas comparativas de procesos deformación nacional, realizadas en fuentes documentales primarias y

JORGE IBARRA CUESTA

La identidad prenacional y el patriotismocriollo de los siglos XVII y XVIII:¿premisas históricas lógicas de las Juntasautonomistas y del independentismoamericano del XIX?*

* Debo agradecer a los colegas SergioGuerra Vilaboy y Alberto Prieto las ob-servaciones que le hicieron a este tex-to, con la mayoría de las cuales estuvede acuerdo.

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seriales. Con frecuencia se exponen principios cuyarealización supone la existencia de leyes universa-les de formación de las comunidades nacionales,consustanciales a los más diversos procesos histó-ricos. De ahí que se parta de una definición o de unenunciado a priori sobre la nacionalidad o la nación,el cual debe ser «aplicado» o «comprobado» en larealidad histórica. En la medida en que supuestamentese constata, en una coyuntura determinada, la pre-sencia de cualquiera de los requisitos referidos dapor sentado su validez para el proceso de formaciónnacional estudiado. El procedimiento de partir de su-puestos fijos e invariables implica con frecuencia unénfasis excesivo en los hechos que se acompañancomo evidencias, con independencia de la impor-tancia que puedan tener en la evolución de la tramahistórica de la que se entiende que forman parte.

Otra cuestión problemática la constituye el esta-do de incertidumbre y los debates terminológicosreferidos a las propiedades a las que se les atribuyeun carácter nacional. El historiador Pierre Vilar notuvo reparos en aseverar, a propósito de las razas,etnias, tribus, nacionalidades, naciones y Estados:

He aquí una serie de palabras familiares cuyocontenido, en principio, conoce todo el mundo,pero cuyas definiciones sociológicas, sin embargo,son a menudo inexistentes o controvertidas, mien-tras que los historiadores, los periodistas y, conmás motivo, en el lenguaje corriente, se las em-plea fácilmente, y sin preocuparse por la preci-sión, dando a entender que algunos términos sonsinónimos cuando no lo son, y los utilizan de for-ma anacrónica [...].1

Con demasiada frecuencia los criterios para iden-tificar las llamadas propiedades de las nacionalida-des y las naciones resultan sumamente variables yambiguos. Las premisas para la constitución de lasformaciones nacionales formuladas en la bibliogra-fía teórica de las nacionalidades han obedecido porlo general a procesos de abstracción a partir deevidencias dispersas o inconexas.

El numeroso inventario de definiciones aportadopor los estudiosos ha traído a la consideración delos historiadores una variedad de condicionamien-tos probables del proceso de formación de las na-cionalidades y las naciones. La diversidad de re-querimientos para la constitución de las formacionesnacionales, en tanto son parte con frecuencia delarsenal conceptual de los historiadores, ha pautadoel curso de distintas investigaciones. Cuando no sehan intentado aplicar rígidamente determinados su-puestos, estos han constituido indicios que han en-caminado las investigaciones y llamado la atenciónsobre diversos hechos y procesos históricos, igno-rados o insuficientemente conocidos.

En distintas formulaciones conceptuales acercade las nacionalidades, ya fuesen de inspiración po-sitivista, hegeliana o marxista, apenas hallamos re-ferencias o valoraciones circunstanciadas del papelque pudieron desempeñar los conflictos y las lu-chas sociales en la formación de las identidadesprenacionales y nacionales. Lo más curioso es queen algunos estudios marxistas sobre el hecho na-cional, a pesar de tener como postulado fundamentalde la historia la lucha de clases, no se han relacio-nado los conflictos políticos y sociales como unapremisa o una condición esencial para la constitu-ción de las nacionalidades, ni se ha planteado queestos diferendos pudiesen contribuir de algún modoa los procesos de formación nacional. En ese impor-tante aspecto las definiciones aportadas en algunos

1 Pierre Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis his-tórico, Barcelona, Editorial Crítica, 1982, p. 145.

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estudios marxistas no se han distinguido de las for-mulaciones de la historiografía de aliento positivistao hegeliano. La conceptualización marxista de lanación, desde la célebre definición de Stalin, de1934, se ha limitado a consignar como rasgos de lanación «una comunidad estable, históricamenteconstituida, de lengua, de territorio, de vida eco-nómica y de formación síquica, que se traduce enuna comunidad de cultura».2 Esta definición no in-cluía entre las premisas de la nacionalidad las pecu-liaridades de la «conciencia nacional», ni de «lossentimientos nacionales» propios de distintas clasesy estratos etnosociales como factores de relevan-cia histórica. No se tenía en cuenta tampoco, comollevamos dicho, la posibilidad de que los conflictossociales contribuyesen a la evolución de los proce-sos de formación nacional.

I

He referido abreviadamente algunas vicisitudes delas formulaciones más conocidas en torno a la for-mación de la nacionalidad porque están relaciona-das con mis investigaciones de los últimos quinceaños acerca del proceso de formación de la identi-dad y el sentimiento de patria en las Antillas hispa-noparlantes y en Venezuela.3

Con independencia de los criterios que me pudehaber formado sobre los rasgos y premisas que losinvestigadores habían definido como decisivos, el

estudio comparativo del proceso histórico de lasposesiones coloniales antillanas me condujo por otrocamino. En el curso de la investigación se hizo evi-dente que apenas existían testimonios que pudieranfundamentar historiográficamente categorías tanamplias e imprecisas como una sicología común ouna comunidad de cultura, requerimientos esencia-les para el proceso de formación de acuerdo convarias de las definiciones referidas. Los numerososlegajos y expedientes consultados reflejaban antetodo la actitud de oposición reiterada del patricia-do terrateniente y las comunidades criollas a las dis-posiciones del poder colonial durante los siglos XVII

y XVIII. Las identidades prenacionales caribeñasestudiadas se perfilaban en la documentación con-sultada a través de una diversidad de conflictos yacomodos, divergencias y acercamientos entre loscriollos y las autoridades coloniales.4 Tanto los di-ferendos como las avenencias reflejaban los intere-ses diversos de los patriciados y las comunidadescriollas con respecto al poder colonial. De esasconductas se derivaba una conciencia de los inte-reses propios entre los criollos. Los antagonismosiban acompañados por un conjunto de sentimien-tos autóctonos y actitudes de patriotismo local. Dehecho, la expresión de una autoconciencia en loscriollos, frente al otro colonial, tomó forma en los liti-gios contra las autoridades españolas. La implemen-tación por la metrópoli de un conjunto de mecanis-mos de subordinación de los sujetos coloniales yde apropiación de sus excedentes, suscitó una re-sistencia secular por parte de los criollos. No se2 Ob. cit. (en n. 1), p. 182.

3 Un primer libro en el que trato el tema del proceso deformación nacional en las Antillas está en fase de ediciónen República Dominicana. [Jorge Ibarra Cuesta: De súbdi-tos a ciudadanos. El proceso de formación de las comuni-dades criollas del Caribe hispánico (Puerto Rico, SantoDomingo y Cuba. Siglos XVII-XIX), Santo Domingo, Ar-chivo General de la Nación, vol. CXLVIII, 2012.]

4 En el presente ensayo se entienden por autoridades co-loniales, monárquicas o regias, a los virreyes, capitanesgenerales, gobernadores, intendentes del Ejército y laReal Hacienda, presidentes y oidores de Audiencia, ofi-ciales reales, comandantes de la Marina, directores deestancos y obispos.

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disputaba tan solo en torno a intereses económico-corporativos contrapuestos, sino a la hegemoníapolítica y cultural de las comunidades criollas.

La investigación supuso desde un primer momen-to la reconstitución de los conflictos, solidaridadesy acuerdos de los criollos de diversa procedenciaétnica con el poder colonial. En ese orden, el con-flicto, padre de todas las cosas, según Heráclito,aparecía ante nuestros ojos como el progenitor dela identidad antillana. La sucesión de diferendosseculares en Puerto Rico, Santo Domingo, Cuba yVenezuela en el período estudiado, contribuyó de-cisivamente a la formación de una conciencia depatria local en el Caribe hispánico. Desde esa pers-pectiva, la patria tenía como centro la jurisdicciónen la cual se ejercía el poder de los cabildos de lasdistintas ciudades.

Si bien la investigación permitió acceder a una ricadocumentación de las disputas que tenían lugar entrelos cabildos y las comunidades criollas, por una par-te, y las autoridades coloniales, por otra, en los si-glos XVII y XVIII no se pudo encontrar nada parecidoen lo referente al discurso y las representaciones quese hacían de sí mismas las personalidades más re-presentativas de los patriciados criollos.5 Los docu-

mentos consultados apenas dejaban ver de maneradifusa vestigios de los rituales, del sistema de valoresy manifestaciones ideológicas del patriciado criollo yde las autoridades españolas. Los escasos testimo-nios escritos por la «gente sin historia» (esclavos,personas libres «de color» y campesinos...) que sehan conservado en los archivos de las posesionesespañolas del Caribe, apenas permiten reconstituirlas maneras de pensar y sentir de las comunidadesa las que pertenecían. Solo a través de la documen-tación acopiada por la administración colonial pudeasomarme a su vida cotidiana y a ciertas actitudesque observaban ante el patriciado criollo y las auto-ridades coloniales. Afortunadamente, las actas de loscabildos caribeños estudiados, la documentaciónadministrativa, las disposiciones de la Corona y losnumerosos expedientes de la Audiencia de SantoDomingo y del Consejo de Indias, proporcionan uncúmulo de evidencias suficiente para reconstituir en

5 En los últimos veinticinco años las investigaciones so-bre los cabildos criollos en la época colonial han contri-buido a sentar las bases para el estudio del proceso deformación nacional de América en los siglos XVII, XVIII yXIX. Véase: Pedro Manuel Arcaya: El cabildo de Cara-cas. Período de la colonia (1558-1700), Caracas, Bi-blioteca de la Academia Nacional de la Historia, 2008;Gilberto Quintero: El Teniente Justicia Mayor en laadministración colonial venezolana: Aproximación asu estudio histórico jurídico, Caracas, Biblioteca de laAcademia Nacional de la Historia, 1996; Victoria Gonzá-lez Muñoz: Cabildos y grupos de poder en Yucatán (si-glo XVII), Sevilla, V Centenario del Descubrimiento deAmérica, 1994; Ana Isabel Martínez Ortega: Estructura y

configuración socioeconómica de los cabildos de Yuca-tán en el siglo XVIII, Sevilla, V Centenario del Descubri-miento de América, 1993; José Luis Melgarejo Vivanco:Raíces del Municipio Mexicano, Xalapa, Biblioteca Uni-versitaria Veracruzana, 1988; Guadalupe Nava Otero: Ca-bildo y Ayuntamientos de la Nueva España en 1808,México, Editorial Secretaría de Educación Pública, 1973;Genaro Rodríguez Morel: Cartas del cabildo de la ciu-dad de Santo Domingo en el siglo XVI, Santo Domingo,Patronato de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, 1999;Rodríguez Morel: Cartas del cabildo de Santo Domingoen el siglo XVII, Santo Domingo, Archivo General de laNación XXXIV, Academia Dominicana de la Historia, vol.LXXX, 2007; Aída Caro Costas: El cabildo o régimenmunicipal puertorriqueño en el siglo XVIII, San Juan,Instituto de la Cultura Puertorriqueña, 1965-1974; LuisRamos Gómez: «El enfrentamiento entre grupos de poderlocal por el dominio del cabildo de Quito», en RevistaComplutense de Historia de América, vol. 3, 2005; JuliánB. Ruiz Rivera: «Retos y respuestas del municipio de Carta-gena de Indias en el siglo XVII», en Temas Americanis-tas, No. 19, 2009; José Luis Caño Ortigosa: «Fuentes

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grandes líneas generales la conflictividad en el con-texto colonial.

La historia comparativa de las comunidades anti-llanas en el curso de tres siglos nos permite entreverpor qué lo que sucedió en unas sociedades no acon-teció en otras. Las comparaciones revelan tanto pro-cesos históricos paralelos, como trayectorias dispa-res de distintas sociedades. De manera parecidapermiten establecer el advenimiento de determina-dos hechos o tendencias en diferentes sociedades,cuáles se adelantan o se atrasan en el orden de suaparición y la significación que tiene su presencia endiversos procesos de formación nacional.

El estudio comparativo de comunidades vecinas,emparentadas institucionalmente y relacionadas his-tóricamente entre sí, contribuyó a valorar la inci-dencia diversa que tuvieron los condicionamientosgeográficos en las posesiones coloniales caribeñasy la manera en que modelaban de diferente modo

su evolución. La posición geográfica del Mar Cari-be con respecto a Europa y la ubicación distintaque ocupaban las colonias hispánicas con relacióna las corrientes marinas y las rutas marítimas delNuevo Mundo influyeron sensiblemente en su des-tino histórico.

La manera en que se articularon formacionessociales esclavistas en la región y el impacto quetuvo en ellas el predominio de economías de plan-taciones, de haciendas ganaderas o de produccióncampesina en la evolución de las distintas regionescaribeñas, desempeñaron un papel decisivo en eltrazado de la desigual trayectoria histórica y con-formación social de las posesiones hispánicas en elCaribe. La introducción de los últimos avances tec-nológicos y productivos y el nivel de desarrollo delas relaciones mercantiles, revelarían hasta qué puntoel desarrollo de las fuerzas productivas pudo habercontribuido, de acuerdo con tesis conocidas de lamodernidad, a la consolidación del proceso de for-mación nacional en las posesiones coloniales obje-to de nuestra investigación.

Otro asunto sujeto a comparación fue el trato di-ferente a los esclavos, a las castas de pardos y mo-renos libres y al campesinado, en las regiones cari-beñas donde predominaban economías de plantacióno de haciendas. El hecho de que la producción agro-pecuaria estuviera dirigida hacia el mercado exterioro al interno, determinaba el ritmo de crecimiento eco-nómico y demográfico de las posesiones coloniales.En ese orden de cosas pudiéramos preguntarnos sifue la vinculación a los mercados internacionales unavariable decisiva en la movilización de las distintascomunidades criollas frente al poder colonial en elsiglo XIX. De manera parecida, las correlaciones de-mográficas entre los distintos estamentos étnicos ysociales, en tanto su balance constituyó un factorpermanente de inquietud y preocupación por parte

documentales para el estudio del Cabildo de Guanajuato.1656-1770», en Temas Americanistas, No. 23, 2009; Rein-hardt Liehr: «Ayuntamiento y oligarquía de la ciudad dePuebla a fines de la Colonia (1787-1810)», en JahrbuchfürGeschichte Von Staat Wirtschaft und Gesellschaft Latei-namerikas, No. 7, 1970; María Andrea Nicoletti: «El Ca-bildo de Buenos Aires: las bases para la confrontación deuna mentalidad», Quinto Centenario, vol. 13, 1987; AnaMaría Lovandi: «La conspiración del Silencio. Etnografíahistórica de los cabildos del Tucumán colonial», en Jahr-buchfür Geschichte Von Staat Wirtschaft und Gesells-chaft Lateinamerikas, No. 41, 2004; Adam Szasdi: «Lamunicipalidad de San Germán en Puerto Rico, 1798-1808»,en Journal of Inter-american Studies (1959); Ann Twinam:«Enterprise and elites in Eighteenth-Century Medellin», enHispanic American Historical Review, vol. 59, No. 3, agostode 1979; José M. Ramos Mejía, Juan Agustín García y JorgeBasadre: Antecedentes de la historia social latinoame-ricana, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2009,pp. 70-86; Julio Alemparte: El cabildo en Chile colonial,Santiago de Chile, Ed. Andrés Bello, 1966.

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de las autoridades y de los patriciados caribeños,fue objeto de nuestra atención.

Otra cuestión a dilucidar fue cómo la desigual po-lítica colonial de España con relación a cada una desus posesiones en el Caribe, influyó en su evoluciónhistórica. La «España Boba», que se desentendía deldestino de Santo Domingo frente a los franceses y dela protección de Puerto Rico y de la región centro-riental de Cuba, de cara al contrabando, no parecíaser la misma que privilegiaba y distinguía a la regiónoccidental de Cuba con toda suerte de concesioneseconómicas, honores y protección militar. ¿En quésentido pudo la mayor intensidad de la guerra fron-teriza con los ocupantes franceses de Santo Domin-go determinar una atenuación de las contradiccionesdel patriciado criollo con el poder colonial español?Cuba y Puerto Rico no tuvieron ocupantes extranjerosen sus territorios por períodos prolongados, como SantoDomingo, por lo que sus diferendos se desarrolla-ban la mayor parte del tiempo frente a las autorida-des coloniales españolas.

La documentación relativa a los patriciados y loscabildos antillanos a lo largo de los siglos XVII yXVIII, sugería otras preguntas de mayor calado his-tórico: ¿De qué modo y con qué frecuencia e inten-sidad se manifestaban en las Antillas las pugnas en-tre las comunidades criollas y las autoridades enrelación con la tributación, la prohibición de comer-ciar con el extranjero y las interferencias continuasde los gobernadores en las atribuciones jurisdic-cionales de los cabildos criollos? ¿Cómo se evadíala excesiva tributación que pesaba sobre las comu-nidades indianas? ¿De qué modo la represión delpoder colonial a las manifestaciones culturales au-tóctonas y a la religiosidad popular de las comuni-dades criollas contribuía a la formación de senti-mientos patrios? ¿Qué razones alentaban a la Coronaa diseñar políticas coloniales distintas para cada una

de sus posesiones antillanas? ¿En qué sentido lasprohibiciones y severas sanciones a los amanceba-mientos, así como la interposición omnisciente de laIglesia y el Estado colonial en las relaciones de gé-nero, enfrentó a los criollos con las autoridades? Fac-tores de difícil ponderación, cuya repetición a lo lar-go del período colonial revela en todas partes laconciencia negativa que tenían las comunidades ca-ribeñas de sí mismas, en tanto se sentían definidaspor oposición a aquello que sabían que no eran. Entodo caso, estas actitudes definieron una concienciade los intereses y sentimientos propios frente al Es-tado colonial: una identidad prenacional, el patriotis-mo criollo local que se manifestó en los siglos XVII yXVIII en torno al poder jurisdiccional de los cabildosantillanos, las llamadas patrias locales o patrias chi-cas, que no abarcaban todo el territorio. La con-ciencia que se forme en torno a las patrias localesserá, por consiguiente, una conciencia criolla localis-ta, no una conciencia nacional.

Los resultados de la investigación tendían a pun-tualizar cómo el patriotismo local, prenacional, des-brozó el camino a los movimientos orientados a cons-tituir Estados independientes y soberanos, por muynotables que pudieran ser sus diferencias en las dis-tintas comunidades caribeñas. Tales evidencias nodaban cuenta de que el patriotismo de tipo antiguo,el local, fuera de la misma naturaleza que el moder-no, el nacionalismo, ni que uno debía conducir al otrode manera lógica e inevitable. Lo evidente era que elpatriotismo local antiguo de los patriciados y las co-munidades criollas, circunscrito a sus jurisdicciones,no se bastó, ni pudo por sí solo, sin la incidencia deotros hechos decisivos, en el curso de la segundamitad del siglo XVIII y principios del XIX, evolucionarhacia actitudes nacionales. La nación y el Estadonacional son el resultado de una larga prehistoria, lacual no implica ni prefigura, de ningún modo, el mito

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nacionalista de un destino lineal, ascendente, del crio-llismo. La toma de conciencia de los patriciados ylas comunidades criollas de las posibilidades objeti-vas de cambiar el curso de su historia y de constituirEstados nacionales solo comenzaría a adquirir formaen las posesiones caribeñas estudiadas en la segun-da década del siglo XIX.

El estudio se propuso denotar también las varia-ciones del patriotismo en las distintas posesionescoloniales del Caribe en el transcurso del tiempo.No hubo solo uno, sino varios. El patriotismo delpatriciado terrateniente no era el mismo que el de laclase media urbana blanca, ni el de las castas de par-dos y morenos, o el del campesinado blanco de ori-gen canario. El de las clases subalternas coexistiócon el de los patricios desde tiempos remotos. Lasluchas del patriotismo criollo, primero, y del nacio-nalismo, después, propiciaron la formación de lascambiantes identidades caribeñas en el curso de tressiglos de lenta gestación.

II

Los aspectos más relevantes de la investigación es-tuvieron relacionados con la forma en que los desa-cuerdos y avenencias coloniales intervinieron en lamanera de ser del criollo a lo largo de los siglos XVII

y XVIII. Las querellas legales y la franca desobedien-cia a las disposiciones oficiales constituían los he-chos más frecuentes y reiterados en las posesio-nes coloniales caribeñas. Tanto los momentos deresistencia y disensión, como los de acomodo y en-tendimiento, tendían a consolidar la identidad prena-cional de las comunidades criollas. Incluso los mo-mentos en los que las partes llegaban a arreglosestables eran expresión de la existencia de entidadesque representaban intereses distintos. Desde que te-nían lugar diferendos y negociaciones que se prolon-

gaban por largos períodos, se estaba forjando unarelación cambiante en la que el balance alcanzado sedistinguía por la precariedad. El equilibrio consegui-do en el siglo XVII fue resultado en gran medida de losesfuerzos de la dinastía habsburga –debilitada por lasguerras europeas– encaminados a evitar agudas con-frontaciones en el Mar Caribe. En ese sentido, la in-vestigación acredita la afirmación avanzada por JohnLynch acerca de que «la América española adquirióuna identidad propia durante el siglo XVII y llegó a servirtualmente autónoma a causa de la debilidad de laautoridad metropolitana».6

Como es sabido, el ascenso de la dinastía bor-bónica al trono de España en el siglo XVIII significóuna alteración de las relaciones de poder en el Nue-vo Mundo. En virtud del estado de guerra en quevivieron las posesiones hispánicas caribeñas bajoel gobierno de los austrias, en tanto plazas fuertesde la frontera imperial, para los borbones constitu-yó una necesidad de primer orden su militarización.La nueva política colonial se distinguió por la cen-tralización política y administrativa, el rearme ydisciplinamiento de las sociedades caribeñas. La im-plantación de los tenientes gobernadores, porencima del poder de los cabildos, recrudeció losdiferendos coloniales en el curso del siglo XVIII y laprimera mitad del XIX.

La documentación recogida en las actas capitu-lares, en la Audiencia de Santo Domingo y en elConsejo de Indias mostró los numerosos litigios queestablecieron los cabildos y las comunidades crio-llas contra las autoridades coloniales y las deman-das que formulaban ante la metrópoli. El relevogeneracional de los notables que se sucedían en ladirección de la entidad capitular propició histórica-

6 John Lynch: Las revoluciones hispanoamericanas(1808-1826), Madrid, Alianza Editorial, 1976.

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mente la continuidad del patriciado terrateniente alfrente del poder local durante los siglos XVII y XVIII.«Los padres de la patria», como se llamaban confrecuencia en la época los integrantes de la oligarquíapatricia que dominaba los cabildos, concentraban ensus manos el poder político, económico, judicial,eclesiástico y militar a escala local. El vínculo trans-histórico que se estableció entre las distintas gene-raciones de regidores y alcaldes estuvo dado, entreotras cosas, por la actitud que observaban en re-presentación de los intereses del patriciado y lascomunidades criollas. El sentimiento de pertenen-cia participativa de ese patriciado en torno a loscabildos se expresaba en la mentalidad localista.La documentación consultada acredita las actitu-des de patrocinio de los intereses criollos localesque asumían los cabildos ante los abusos del fisco yla represión política, cultural y religiosa que ejer-cían las autoridades coloniales. Los acuerdos y dis-posiciones de los cabildos avalan también lasactitudes autoritarias y/o paternalistas que adopta-ban de modo alternativo con relación a los escla-vos y las castas de pardos y morenos criollos.

De hecho, el cabildo constituyó el órgano depoder local a través del cual el patriciado caribeñodesplegó su hegemonía política e ideológica conrespecto a las clases y estamentos subalternos delas comunidades criollas. De ese modo, el patricia-do devino el sujeto protagónico del proceso de for-mación nacional en los siglos XVII y XVIII.

Las actitudes de patriotismo local se expresabantambién en las protestas y reparos formulados porlos estamentos subalternos criollos, cuyos intereseseran objetivamente opuestos a los de las autorida-des coloniales. Los testimonios de la época dan cuen-ta del surgimiento de actitudes patrióticas en los es-tamentos de pardos y morenos que formaban partede las milicias de color. Los cuerpos armados colo-

niales constituyeron entidades históricas, estableci-das territorialmente y dotadas de una organizacióninstitucional de prolongada existencia durante el pe-ríodo colonial. Su defensa del territorio insular con-tra las acometidas de las potencias rivales de Espa-ña y los ataques de corsarios y piratas, contribuyópoderosamente a la formación de sentimientos pa-trióticos entre sus miembros. Las posibilidades depromoción que abrían las milicias de color para lasfamilias de negros y mulatos criollos favorecieron suparcial integración en las comunidades criollas en dis-tintos períodos históricos. Su defensa de las patriaslocales de los ataques y asaltos enemigos, a la parque los criollos blancos, los hacía acreedores de cier-to reconocimiento por parte de estos. Lo mismo po-día decirse del artesanado, integrado predominan-temente por «gente de color», negros y mulatoslibres, cuyos aportes a la economía local eran car-dinales para la subsistencia de las villas y pobla-dos. Un conjunto de evidencias en las posesionescoloniales caribeñas da cuenta de la identificacióntemprana de las comunidades de pardos y morenoslibres en sus distintas patrias locales. Asimismo, lasconspiraciones de la gente libre de color, en las quese involucraban milicianos pardos y morenos desdela segunda mitad del siglo XVIII, evidenciaban su tomade conciencia étnica y patriótica.

La participación activa de los estamentos subal-ternos «de color» libres y esclavos en los contra-bandos que organizaba el patriciado, en franca vio-lación de las disposiciones de las autoridadescoloniales, contribuía de manera parecida a su inte-gración en las comunidades criollas blancas. La re-sistencia de «los estamentos de color» a la tributa-ción, los identificaba con los criollos blancos en elrechazo a las arbitrariedades del fisco español.

De manera paralela a los vínculos de solidaridadexistentes entre los criollos blancos y negros en las

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posesiones hispánicas del Caribe, se fue formandolentamente una conciencia de estrato étnico margi-nado entre los pardos y morenos por encima de lossentimientos comunitarios locales. La conciencia degrupo segregado en los estamentos de color se en-raizó más en aquellas regiones donde la explota-ción era más intensa. La separación entre blancos ynegros era más aguda en el área de plantacionesdel occidente de Cuba que en las otras zonas cari-beñas apartadas en gran medida del comercio conla metrópoli. El trato diferente a «la gente de color»libre por parte de las autoridades y del patriciado,promovió diversas actitudes en las Antillas hispáni-cas. En La Habana, la rígida compartimentación y eltrato diferenciado de las autoridades españolas yde los propietarios de plantaciones con los negrosy mulatos criollos, acentuaban su sentimiento y con-ciencia de grupo marginado.

III

La andadura despaciosa de los litigios y disputaslegales de todo tipo entre los criollos y las autorida-des coloniales en las Antillas hispánicas durante lossiglos XVII y XVIII, pudiera hacernos pensar en loque Fernand Braudel describe como un prolongadoy pesado acontecer en el tiempo. En todo caso, lotedioso no guarda relación con las agitadas y estre-mecidas aguas del Mar Caribe, ni con las inéditasocurrencias y lances en los que se involucraban ha-bitualmente sus naturales. De ahí la actitud expec-tante del antillano ante lo azaroso, lo impensado oinesperado. Por eso cuando Braudel concibe «lalarga duración» como «una enorme superficie de aguacasi estancada» o como «la permanencia de lo se-mejante, una repetición monótona de reflejos fáci-les de prever, pues son siempre o casi siempre lomismo», no podemos menos que pensar en una his-

toria ajena al discontinuo y variable acontecer cari-beño. Si bien la repetición de los diferendos crio-llos con la metrópoli se identifica en ocasiones conuna historia aburrida, signada por interminablesprocesos judiciales dilucidados en la Real Audienciade Santo Domingo o en el Consejo de Indias, nohay nada más accidentado que las peripecias o con-tingencias que perturbaban el ritmo de vida normalde las posesiones hispánicas del Caribe en los pri-meros siglos de la colonización.

Por lo general, los acontecimientos imprevistos quesacuden a los vecindarios criollos tienen su punto departida en el exterior. De ahí la incidencia repenti-na de invasiones extranjeras que sufren las comu-nidades antillanas, asaltos armados, saqueos, in-cendios de ciudades, aniquilación de poblaciones ysecuestro de sus mujeres, hundimiento de navíos,captura o asesinato de sus tripulaciones, ciclones,prolongadas sequías, terremotos, epidemias, cam-bios súbitos en la política colonial, interrupciones deltráfico marítimo con España durante prolongados pe-ríodos, alteraciones bruscas en la demanda y en losprecios de las cosechas de los que vive la región: lacaña de azúcar, el café, el tabaco, el cacao... Claroestá, el origen de estos hechos tumultuosos es ajenoa la evolución interna de las comunidades insulares.No se han cuantificado los desastres de la naturalezani los incontables naufragios y enfrentamientos béli-cos y navales en el Mar de las Antillas. Se trata dehechos sociales totales, sucesos que irrumpíande improviso desde el exterior y afectaban a todas ycada una de las instancias de la sociedad.

Los desórdenes provocados por la irrupción dehechos originados por condicionamientos distantesno suscitaron de inmediato cambios en los funda-mentos de las sociedades caribeñas. Las mutacio-nes históricas tendrán efecto no como consecuen-cia directa de sucesos procedentes del exterior, sino

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de desajustes en las relaciones sociales internas.En determinadas coyunturas alteraron la marchanormal de los vínculos entre los criollos y las auto-ridades, pero el cambio de las relaciones de podersolo podía ser resultado de las luchas que teníanlugar en el seno de las sociedades mismas.

Los conflictos que se libraron por los criollos enel contexto de una estrategia de defensa de sus fue-ros regionales y de reivindicación de sus interesescorporativos en los siglos XVII y XVIII, se transfor-marían en las luchas y movilizaciones por la consti-tución de un Estado nacional en el siglo XIX. De unaguerra defensiva de posiciones se pasará a una guerraofensiva de movimientos, de acuerdo con la termi-nología gramsciana. Los enfrentamientos con las au-toridades en esos siglos no tendían a subvertir lasrelaciones de dominio colonial, ni eran luchas por elpoder; estaban destinados únicamente a delimitarlas relaciones de dominio, el balance de fuerzas con-tendientes, hasta dónde llegaban los poderes juris-diccionales de las partes en pugna. Las disputas quese replican una y otra vez no se proponen alterarlas estructuras que las originan, sino redefinir la es-fera de poder y el espacio que ocupan sujetos his-tóricos con intereses y poderes distintos.

Las transacciones y arreglos, políticos y legales,así como la renuencia a manifestarse en un sentidoque agravase las contradicciones, expresaban lavoluntad de las partes de que las divergencias semantuviesen dentro de ciertos límites. Para el patri-ciado terrateniente caribeño se trataba, ante todo,de disponer de sus ingresos y de preservar la di-rección política y moral de sus patrias locales.

IV

A mi modo de ver, las «identidades prenacionales»se encontraban plenamente constituidas y precisa-

das en las posesiones hispánicas del Caribe demediados del siglo XVIII. El patriotismo criollo seformó en esos siglos no solo contra las disposicio-nes oficiales de la Corona, sino frente a las agresionese invasiones de las potencias rivales de España.Obviar todo patriotismo o identidad prenacional enlos criollos de los primeros siglos de vida coloniales olvidar las violentas pasiones y el antagonismo,hosco y brutal, que se manifestaban en los ahorca-mientos y decapitaciones de todo género de ex-tranjeros que merodeaban las aguas del Caribe, eseMare Nostrum de España. La animadversión y elrencor contra el otro europeo revestían un carácterprimario. Cuando los bucaneros, piratas y corsa-rios extranjeros venían en son de paz a comerciar,contribuyendo a mitigar las penurias y carestías quesufrían los vecindarios criollos en razón del sistematributario y de las prohibiciones comerciales impues-tas por la metrópoli, eran admitidos con toda lacautela y el recelo imaginables. Cuando se ignora-ba en qué disposición venían o se sospechaba quese acercaban en actitud beligerante, la guerra era amuerte y no se podía esperar piedad o compasión.En todo caso, les correspondía a los criollos, antesque a los funcionarios coloniales, enfrentarlos conlas armas en la mano.

Esas eran las actitudes que definían la identidadprenacional, el patriotismo criollo, de los patricia-dos antillanos. Acaso podían constatarse determi-nadas diferencias en cuanto al proceder del patri-ciado de la región occidental de Cuba con relaciónal de los patriciados de las otras posesiones cari-beñas objeto del presente estudio. Si bien el haba-nero tendía a resolver sus diferendos con las auto-ridades por medios pacíficos, negociaciones odiversos subterfugios, los otros, cuando no apela-ban a vías legales, recurrían a la desobediencia abier-ta o a actitudes sesgadas por la violencia.

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V

En el ámbito historiográfico caribeño se sigue de-batiendo el atraso de Cuba, Puerto Rico y SantoDomingo en incorporarse al movimiento indepen-dentista americano. Entre los condicionamientoshistóricos del rezago se ha insistido en factores1) geográficos (la cercanía de las Antillas a Españacon relación al continente americano y constituirbases enclavadas en las fronteras del poder navalde España en el Mar Caribe), 2) militares (el hechode constituir plazas fuertes del dominio colonial es-pañol con grandes concentraciones de tropas en elárea), 3) demográficos (los reducidos vecindariosantillanos con respecto a las grandes masas de po-blación del continente americano) y 4) políticos (loslazos que se crearon entre las comunidades antilla-nas y el poder colonial durante dos siglos de la guerraque libraron contra las naciones europeas en el MarCaribe).

Si bien los criollos se beneficiaron del comercioclandestino con las potencias europeas, debierondefender los territorios insulares a sangre y fuegocontra las incursiones bélicas de los extranjerosenemigos, para lo que necesitaron siempre del apo-yo de la metrópoli. Ese hecho influyó poderosa-mente en la renuencia de los patriciados antillanos aconstituir Juntas como en España y en América, conposterioridad al apresamiento de los monarcas es-pañoles por Napoleón y a la invasión francesa a laPenínsula Ibérica.

Por último, la progresiva formación de una eco-nomía esclavista de plantaciones en Cuba y PuertoRico contribuyó al retraimiento de su patriciado delindependentismo. La revolución antiesclavista hai-tiana y el desbalance de poder que originó en elSanto Domingo español disuadieron también a losdominicanos de emprender una revolución indepen-

dentista. Estos factores se resumen en el temor delos patriciados a que la lucha por la independenciaprovocase sublevaciones de esclavos y de «gentede color».

A pesar de la gravitación de estos condiciona-mientos en el retraso antillano de abrazar las lu-chas independentistas, no faltaron conspiracionesy planes revolucionarios en la primera mitad delXIX por emancipar a las islas del dominio colonial.Entre estas se destacan en Cuba la conjura deRomán de la Luz y Juan Francisco Bassave, deoctubre de 1810, y la conspiración abolicionistade José Antonio Aponte (1812). En Puerto Rico,se destaca la conspiración del patriciado y delcabildo de San Germán, posiblemente la más ra-dical y donde se expresó de manera más cabal elrepudio al poder colonial español. El patriciadodominicano, en virtud de sus propios esfuerzos,concertó con el gobernador de Puerto Rico la li-beración de su patria de un ejército francés deocupación al mando del general Ferrand. Ese ejér-cito se proponía recuperar la parte francesa de laisla, después de la Revolución Haitiana. La de-rrota y expulsión de las tropas francesas de SantoDomingo en julio de 1809, por fuerzas criollas almando del patricio dominicano Juan Sánchez Ra-mírez, con ayuda de la armada inglesa, creó lascondiciones para que la Junta Central española lodesignase gobernador de la Isla y accediese a lasprincipales demandas corporativas del patriciadodominicano. La sola enumeración de estos hechosacusa la presencia de un patriotismo criollo y unaidentidad prenacional resultado del diferendo secu-lar de las comunidades antillanas con el podercolonial en defensa de sus intereses. Significativa-mente, en Santo Domingo, donde las autoridadesmetropolitanas habían accedido a una parte im-portante de las demandas políticas y económicas

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del patriciado terrateniente, no se constituyeron Jun-tas, a diferencia de lo que sucedió en el continenteamericano. El patriciado criollo se dio por satisfe-cho con las nuevas relaciones que se establecieroncon la metrópoli, por lo que no se propuso suplan-tar a las autoridades españolas que sustituyeron aSánchez Ramírez al mando de la Isla con motivode su fallecimiento. Otro factor que contribuyó aque Santo Domingo se mantuviese bajo la tutelaespañola de 1808 a 1822 fue el temor a nuevasinvasiones de su territorio por Haití, como las pro-tagonizadas por Toussaint Louverture en 1801 yDessalines en 1805. No por eso las corrientes li-bertarias que atravesaban el Continente dejaron desentirse. Durante el gobierno de Sánchez Ramírezy de los capitanes generales españoles que le suce-dieron en el poder, entre 1808 y 1822, se produje-ron varias conspiraciones independentistas quefueron reprimidas sin contemplaciones.

Las demandas de un sector minoritario de la cla-se de plantaciones de constituir Juntas en Cuba yPuerto Rico no prosperaron a causa de la oposi-ción de las autoridades coloniales y de las Juntasespañolas. La oligarquía plantacionista criolla y es-pañola se alineó en última instancia con el podercolonial, frente a los proyectos juntistas del conti-nente americano. Los hechos referidos contribuye-ron decisivamente a que en las Antillas hispánicasno llegaran a constituirse Juntas.

Si bien las Juntas peninsulares se instituyeron paraorganizar la resistencia política y militar a la ocupa-ción extranjera, las americanas se crearon, en últi-ma instancia, para remplazar a las autoridades co-loniales en el poder por los patriciados y lasemergentes clases medias criollas. De ahí surge unconjunto de interrogantes sobre el rezago del inde-pendentismo antillano y el carácter precursor de losmovimientos que transitaron en el continente ame-

ricano desde posiciones autonómicas a independen-tistas. A nuestro modo de ver, el estudio del proce-so de formación nacional de los dominios hispáni-cos del Caribe y del Continente, demanda que setengan en cuenta las relaciones de poder colonialen América a lo largo de los siglos y la crisis coyun-tural de la monarquía hispánica en las dos primerasdécadas del siglo XIX. Por ello resulta imprescindi-ble la crítica a los estudios históricos nacionalistastradicionales que se desentendían de la trascendenciadel colapso de la monarquía española y a las corrien-tes revisionistas de la historiografía europea querehúsan valorar la importancia del diferendo secu-lar de las autoridades coloniales con los patriciadosy las comunidades americanas en la conformacióndel movimiento independentista.

VI

Si bien los factores referidos condicionaron el atra-so de las Antillas hispánicas en las luchas por laemancipación del poder colonial, la enconada dis-puta que se generó en el continente americano entorno a la constitución de Juntas criollas en el sigloXIX condujo a las guerras de independencia y a laconstitución de Estados nacionales. La precipitadatransición que tuvo lugar en Caracas, Buenos Airesy en otras ciudades insurgentes del Continente des-de posiciones autonomistas a independentistas, re-vela que no existían los estrechos vínculos con elpoder colonial presentes en las Antillas, ni unasaprensiones tan acentuadas con relación a la ame-naza que representaba la presencia de Inglaterra yFrancia en el Mar Caribe.

Las regiones insurgentes contra el poder colo-nial se diferenciaron también del Virreinato del Perú,que en tanto poder intermediario colonial de Espa-ña subordinó económicamente a Chile, Ecuador y

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Buenos Aires.7 En el curso de las guerras indepen-dentistas, el virreinato peruano devino baluarte mili-tar de la metrópoli española, desde el cual se despa-chaban las tropas coloniales contra los ejércitosindependentistas de Buenos Aires, Chile y Venezue-la. La oligarquía comercial y minera peruana man-tendría una estrecha alianza con el poder colonialespañol hasta la década de 1820.

VII

La conmemoración del Bicentenario del inicio delas luchas por la Independencia ha incitado los másvariados debates entre los historiadores en torno auna diversidad de temas. A mi modo de ver, losmás trascendentes son los relacionados con las cau-sas europeas y americanas del movimiento inde-pendentista. Las distintas perspectivas no obede-cen tan solo a una división en torno a corrientes depensamiento histórico, sino a criterios heredados porla historiografía de los partidarios de la metrópolicolonial española y de los prosélitos de la indepen-dencia americana en el siglo XIX. Las explicacionesmás frecuentes entre los simpatizantes del absolu-tismo y el liberalismo en España, le atribuían la in-dependencia de América, exclusivamente, al secues-tro de los monarcas borbones por Napoleón y a lainvasión de la Península Ibérica por los ejércitosfranceses. En cambio, para la clase política y la in-

telectualidad americana estaba claro que la libera-ción del dominio español se debía fundamentalmentea la identificación de los americanos con sus patriasde origen, refiriendo apenas los hechos que con-mocionaron a España en 1808. Si bien historiado-res como Tulio Halperin Donghi, John Lynch yManfred Kossok habían intentado relacionar la his-toria de las crisis europeas –desde la RevoluciónFrancesa hasta la invasión de España por Napo-león– con las luchas por las independencias ameri-canas, la celebración del Bicentenario ha contribui-do a que una corriente historiográfica revisionistarevalorice la problemática. Las investigaciones delfundador de la nueva corriente revisionista sobre elBicentenario, François-Xavier Guerra, han privile-giado el análisis de la coyuntura política metropoli-tana y obviado en gran medida el estudio de losprocesos de formación nacional americanos. Enotras palabras, han realzado sus «causas cerca-nas y externas» en detrimento de sus «causas le-janas e internas». Todo ello estaría justificado, segúnGuerra, porque las revoluciones independentistasno pueden circunscribirse a cambios sociales y eco-nómicos. Lo que no estaría mal, si no fuera porqueen sus estudios más recientes apenas nos encontra-mos con explicaciones referidas a lo social o a loeconómico.

Los estudios que se remontan al pasado en elque se fraguó la identidad prenacional, el patriotis-mo criollo, son eludidos en tanto los historiadoresrevisionistas dan por sentado que suponen explica-ciones teleológicas que reconstruyen el pasado enfunción de su punto de llegada: el logro de la inde-pendencia.8 Las contradicciones sociales e institu-

7 Hernán Ramírez Necochea: Antecedentes económicosde la independencia de Chile, Santiago de Chile, Edi-torial Universitaria, 1958, pp. 65-66, 68-69; y HeraclioBonilla Mayta: «La experiencia del Perú con las Juntasy la naturaleza de la participación política de la pobla-ción nativa», Ponencia presentada al Coloquio Inter-nacional Bicentenario de la Independencia de la Amé-rica Andina: Las primeras Juntas doscientos añosdespués. Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 21al 23 de julio de 2008.

8 François-Xavier Guerra: «Lógicas y ritmos de las revolu-ciones hispánicas», en Guerra (dir.): Revoluciones hispá-nicas. Independencias americanas y liberalismo espa-ñol, Madrid, Editorial Complutense, 1995, p. 15, nota 1;

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cionales que le impartieron sentido de manera sos-tenida a la historia de América en los siglos XVII yXVIII aparecen en la obra de Guerra solo como ten-siones discontinuas y esporádicas determinadas pordecisiones individuales,

[p]ero lo que hasta ahora eran tensiones diver-sas sin unidad de espacio y tiempo, ya que resul-taban esencialmente de decisiones particulares,se transforma ahora en un tema único –el de losderechos de América– por la aparición de unapolítica fundada en la representación.9

Lo que parece obvio, empero, es que sin unaidentidad y conciencia de los intereses propios for-jadas en el transcurso de los siglos por los patricia-dos criollos frente a los designios de las autorida-des coloniales, no era concebible que se propusieranla constitución de Juntas que remplazaran a las re-presentantes de la monarquía, ni se aprestasen, en lamedida en que se agudizaban los conflictos con es-tas, a proclamar la Independencia. La aspiracióncriolla a constituir Juntas suponía el desplazamientodel poder de las autoridades monárquicas en Amé-rica. Para los patriciados criollos no se trataba tansolo de consolidar la hegemonía en sus patrias deorigen frente a las autoridades regias, ante la desa-

parición de la monarquía, sino de enfrentar la ame-naza de dominio por los ejércitos de Francia o In-glaterra del continente americano, ante la inminen-cia de la ocupación militar francesa de la PenínsulaIbérica. Los patriciados americanos formaron suidentidad cultural y política no solo resistiendo lasdisposiciones del poder colonial español, sino de-fendiendo por tres siglos su comunidad territorialfrente a las intimidaciones e invasiones de las po-tencias europeas rivales de España.

La perspectiva histórica eurocéntrica y coyuntu-ral de François-Xavier Guerra soslaya deliberada-mente el análisis de los siglos XVII y XVIII, un perío-do crucial para la historia de Europa, pero tambiénpara la de América. De acuerdo con su punto devista, las independencias americanas fueron antetodo el resultado de rupturas o mutaciones políti-cas y culturales que tuvieron efecto en el corto pla-zo como resultado de los sucesos en España entre1808 y 1810. La relevancia de la historia de lasrelaciones de poder coloniales se fundamenta nosolo en breves períodos históricos, sino, ante todo,en la larga duración. La nueva corriente revisionistadesconoce el peso que tuvo la secular defensa de lospatriciados y las comunidades americanas de susprerrogativas, así como su resistencia a la carga querepresentaban los mecanismos de dominio colonial.La prolongada historia de las relaciones de podercolonial es relegada en nombre del estudio coyun-tural de la crisis de la monarquía española por lainvasión napoleónica, a la cual se le atribuye la cau-sa primordial de la independencia.10 De ese modo,

Guerra y Mónica Quijada (eds.): «Identidades e inde-pendencia», Munster, Hamburg, AHILA-Asociación deHistoriadores Latinoamericanistas Europeos, 1994, p. 93;Guerra: «L’etat et les communautes: comment inventerun empire?», en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, BAC-Biblioteca de Autores del Centro, 2005 (puesto en líneael 14 de febrero de 2005); y Guerra: México, del AntiguoRégimen a la Revolución, México, Fondo de CulturaEconómica, 2a. ed., 1990.

9 François-Xavier Guerra: «Identidad y soberanía: una rela-ción compleja», en Guerra (dir.): Ob. cit. (en n. 8), p. 226.

10 François-Xavier Guerra: Modernidad e independencias.Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid,Ediciones Encuentro, 2009, pp. 148-152; y «Lógicas yritmos de las revoluciones hispánicas», en Guerra (dir.):Ob. cit. (en n. 8), pp. 13-19.

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tiende a proscribirse la idea de que los americanospudieran haber forjado paulatinamente una historiadistinta a la de la metrópoli y de que ellos pudieranser en alguna medida los gestores de su propia evo-lución. Por eso si los americanos terminan separán-dose de España es solo porque como súbditos fie-les de la monarquía se sienten preteridos por lasJuntas metropolitanas y se percatan de que el ejér-cito francés está a punto de vencer a la resistenciapeninsular.

VIII

Claro está, entre 1808 y 1810 no habían sido defi-nidos por los patriciados americanos una convic-ción ni un proyecto independentista. Los adelanta-dos de esas ideas constituían una minoría activa quea duras penas había logrado atraer a su causa a unexiguo número de sus compatriotas. Antes de la in-vasión napoleónica a la Península Ibérica o a raízde esta, precursores como el neogranadino Anto-nio Nariño y los venezolanos Manuel Gual, JoséMaría España y Francisco de Miranda, influidos porel ejemplo de la Revolución Francesa y de las trececolonias inglesas de Norteamérica, se adelantabana su época para reclamar la independencia del con-tinente americano. Por su parte, Simón Bolívar, encompañía de su maestro Simón Rodríguez, juraba el15 de agosto de 1805 en el Monte Sacro consagrarsu vida a la lucha por la Independencia. De maneraparecida, el libertador de Chile, Bernardo O’Higgins,se había comprometido con Miranda a luchar porla emancipación de América. A fines del siglo XVIII,jesuitas americanos desterrados o perseguidos,como Servando Teresa de Mier, Juan José Godoyy Juan Pablo Viscardo y Guzmán se habían pronun-ciado contra el dominio colonial español. Desdeentonces, la divulgación de las ideas de los jesuitas

desafectas al régimen colonial había calado en de-terminados medios americanos.11

La activa labor conspirativa de Miranda y deotros precursores podía muy bien presagiar que unmovimiento de mayores dimensiones se venía ges-tando insensiblemente en el Nuevo Mundo, auncuando François-Xavier Guerra considere estosantecedentes «tanto una referencia mítica, como unaexcepción».12 No deja de ser significativo, sin em-bargo, que figuras preminentes del movimiento in-

11 De acuerdo con Carmen Bohórquez, entre los conspira-dores jesuitas del Nuevo Mundo deben incluirse losnombres de Francisco Xavier Clavijero y el abate JuanIgnacio Molina, así como algunos franciscanos y miem-bros del bajo clero que tenían contacto con todos losestratos de la población a lo largo del Continente, yquienes contribuyeron a consolidar la conciencia de laidentidad americana en muchos patriotas. Ahora bien,según la colega venezolana, fue la elite criolla la quehegemonizó la difusión de las ideas independentistas,iniciándose el proselitismo libertario de manera másconciente con actores tales como José Antonio Rojas(1732-1816) en Santiago de Chile; Antonio Nariño (1765-1823) y Pedro Fermín de Vargas (1762-1830) en SantaFe de Bogotá; José Baquijano y Carrillo (1751-1818) eHipólito Unanue (1755-1833) en Lima; Eugenio de San-ta Cruz y Espejo (1747-1795) en Quito; Manuel Belgra-no (1770-1820) en Buenos Aires; José Félix Ribas (1775-1815) y Miguel José Sanz (1756-1814) en Caracas, ymuchos más que habría también que mencionar comoprecursores de lo que luego será una campaña conti-nental por la independencia, de la que Miranda será elgran iniciador y Bolívar la figura señera. [Carmen Bo-hórquez: «La tradición republicana. Desde los planesmonárquicos hasta la consolidación del ideal y la prác-tica republicanas en Iberoamérica», en Arturo AndrésRoig (ed.): El pensamiento social y político iberoame-ricano del siglo XIX, Madrid, Editorial Trotta / ISIC,Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, 22, 2000,pp. 65-86.]

12 François-Xavier Guerra: Modernidad e independen-cias..., ob. cit. (en n. 10), p. 60.

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dependentista hubieran abrazado el ideal emanci-pador antes de que se desintegrara la monarquíaespañola y Napoleón invadiese la Península Ibéri-ca. Sobre todo si se trata de las personalidades queconducirían las luchas contra el colonialismo espa-ñol. La emergencia de una nueva generación patri-cia y de una clase media ilustrada, proveniente deun sector venido a menos del patriciado terrate-niente, le estaba impartiendo una nueva dinámica alas posesiones coloniales americanas. Si bien unaspocas golondrinas no hacen verano, sin dudas loanuncian. El proyecto independentista de los pre-cursores Miranda, Bolívar, Nariño y O’Higgins notuvo el carácter mítico ni excepcional que le atribu-yó Guerra, en tanto resultó ser el proyecto funda-dor de los adelantados de la Independencia deAmérica.

Claro está, la prédica y los actos de los precur-sores no crearon en un principio las condicionesgenerales para el inicio de las gestas independentis-tas americanas. Los patriciados americanos se li-mitaban antes de 1808 a transgredir las disposicio-nes oficiales que afectaban sus intereses y a defendersus prerrogativas regionales, sin proponerse eman-cipar sus patrias del dominio colonial. De la mismamanera, ni el colapso de la monarquía ni la invasiónfrancesa fueron «las causas principales» de las in-dependencias americanas, sino los factores deto-nantes que propiciaron la crisis del sistema colonialy desencadenaron el proceso revolucionario. Solola identidad prenacional americana, la concienciade la existencia de unos intereses propios, diferen-ciados de los de las autoridades monárquicas en eltranscurso de los siglos, podían haberle impartidosostén e impulso al proceso que condujo a la Inde-pendencia de América.

Firme en su propósito de restarle importancia alos antecedentes históricos de las luchas emancipa-

doras americanas, François-Xavier Guerra recha-za la idea de que los movimientos sociales y las gran-des insurrecciones incas de la segunda mitad delsiglo XVIII pudieran tener alguna relación con losprolegómenos de la Independencia. De ahí que novacile en criticar el hecho de que «historiadores pro-fesionales actuales» se hayan propuesto «la bús-queda obsesiva de los “precursores” y la asimila-ción de las revueltas y rebeliones del antiguo régimen,como la de Túpac Amaru o la de los Comunerosdel Socorro a los prolegómenos de la independen-cia».13 Lo más curioso es que difícilmente se halleun historiador profesional actual que le atribuya alos dirigentes de las protestas y rebeliones popula-res de la segunda mitad del siglo XVIII un propósitoindependentista, por la simple razón de que la do-cumentación y las evidencias existentes no autori-zan que se piense tal cosa. Ningún historiador serioconocido le ha atribuido a los movimientos socialesdel siglo XVIII la causa de las gestas independentis-tas. Ahora bien, lo que resulta sorprendente es queGuerra haya pretendido cortar por lo sano todovínculo histórico y social entre las grandes subleva-ciones de las comunidades incas y campesinas contrael poder colonial y las guerras por la Independen-cia. En ese sentido, me gustaría invocar los criteriosde un estudioso de las rebeliones de Túpac Amaruy de Túpac Katari (1765-1783), como Brian Ham-met, con relación a esos movimientos, de los queconsidera que se gestaron en «la larga duración»,en tanto no nacieron de «la nada, ni tampoco decausas simplemente inmediatas».14 La prolongación

13 François-Xavier Guerra: «Lógicas y ritmos de las revo-luciones hispánicas», en Guerra (dir.): Ob. cit. (en n. 8),p. 15 y nota 3.

14 Brian R. Hammet: «Las rebeliones y revoluciones ibero-americanas en la época de la independencia. Una tenta-tiva de tipología», en Guerra (dir.): Ob. cit. (en n. 8), p. 49.

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de las profundas tensiones que se manifestaron enlas rebeliones sociales del XVIII se evidenció en lasguerras independentistas. El mismo Hammet se en-cargó de destacar los vínculos subterráneos exis-tentes entre estos movimientos:

No fueron esencialmente ni movimientos a favorde la Independencia ni precursores de las luchas dela década de 1810. Sin embargo, encapsularon lasprofundas tensiones sociales, políticas y cultura-les dentro de los territorios americanos. Repre-sentaron alianzas multi-étnicas, que se manifes-taron por primera vez en esta época, peroaparecieron de nuevo y con mayor impacto du-rante la década de 1810.15

De ahí que Hammet destaque cómo poderosascorrientes sociales revelaron durante la segundamitad del siglo XVIII «la amplia hostilidad hacia lapolítica gubernamental, que abarcaba distintos grupossociales y tendieron a extender la protesta más alláde lo anti-fiscal para abarcar una gama de injusti-cias».16

No era preciso entonces que los dirigentes deesas protestas de larga duración fueran indepen-dentistas para que se evidenciara la estrecha rela-ción de los primeros movimientos sociales de en-vergadura con las luchas emancipadoras contraEspaña. Las rebeliones sociales del siglo XVIII crearonobjetivamente, sin proponérselo sus dirigentes, con-diciones favorables entre las masas para las luchasindependentistas contra la metrópoli, aun cuandopuedan haber disuadido a las oligarquías mineras yazucareras de lo contrario. De hecho, estas rebe-liones pasaron desde entonces a formar parte de

las tradiciones de rebeldía de la población campe-sina e indígena contra las imposiciones del podercolonial. De manera parecida, constituyeron las pri-meras manifestaciones de importancia de la crisisque atravesaba el poder colonial en América. Nopuede estudiarse la independencia sin tener en cuen-ta las protestas y rebeliones sociales del XVIII, mo-vimientos que constituyeron fuentes de inspiracióntreinta y cinco años después para los indígenas ymestizos que participaron en la sublevación de lasierra peruana. Es difícil concebir que los insurgen-tes de la rebelión de 1813 que tuvo su origen enCusco y terminó demandando la Independencia, notuvieran en sus recuerdos las sublevaciones dela década de 1780, de Túpac Amaru y de TúpacKatari.17 El propósito de separar a los movimien-tos de protesta social del siglo XVIII en el continenteamericano de la revolución independentista respon-de con frecuencia a una agenda ideológica que bus-ca diluir el contenido histórico y social de los movi-mientos independentistas.

IX

El proyecto de preminencia regional, que implicaba laconstitución de Juntas americanas en 1808, no res-pondió a un designio independentista de los patricia-dos y las comunidades criollas. Las Juntas tuvieronpor objeto en sus orígenes el gobierno autónomo porlos criollos de los dominios de España en América y larealización de algunas de sus demandas reformistaspor las autoridades metropolitanas. El desiderátumautonómico de los criollos representaba de hecho unaruptura con el tipo de relaciones que la metrópoli les

15 Ob. cit. (en n. 14), p. 54.16 Idem.

17 Sergio Guerra Vilaboy: El dilema de la Independen-cia, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2007,pp. 90-91.

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impuso por más de tres siglos a sus posesiones co-loniales. Eso lo entendieron muy bien las Juntas es-pañolas, razón por la cual decidieron apuntalar alas autoridades monárquicas en América para go-bernar por medio de ellas, alentando y/o respal-dando la represión que desataron contra las aspi-raciones juntistas de los criollos.

Los temores y suspicacias de las autoridadesregias y de las Juntas peninsulares, en relación conla pretensión americana de constituir Juntas en elNuevo Mundo entre 1808 y 1810, tenían un fun-damento real en la acusada diferencia de intereses,sentimientos y criterios que separaban a los criollosde la metrópoli. La negativa de las Juntas liberalesespañolas y de las autoridades coloniales a los pro-yectos juntistas americanos y a la concesión deigualdad de representación en las Cortes de Cádiz,reflejaba la conciencia que tenían del peligro que re-presentaba el acceso de los criollos a posiciones rec-toras en los dominios ultramarinos de la metrópo-li.18 Estas aprensiones se manifestaron no solo enlos distintos virreinatos y provincias del Continente,sino en las Antillas hispánicas, donde la amenaza-dora presencia de las potencias europeas se habíahecho sentir con más intensidad.

La percepción de las autoridades sobre los an-tagonismos que habían dividido históricamente a losamericanos y a la metrópoli, constituye un testimo-

nio irrefutable de las rivalidades existentes en elNuevo Mundo a principios del siglo XIX. La luchapor la hegemonía que se libró entre los criollos y lasautoridades de 1808 a 1810 reflejó, de manera másdiáfana que ningún pronunciamiento de defensa oacatamiento a Fernando VII, el eje en torno al cualtranscurría la historia americana. Los proyectos deconstituir Juntas criollas por el patriciado y la clasemedia ilustrada criolla provocaron una despropor-cionada represión por parte de las autoridades colo-niales en algunas de las principales ciudades del Con-tinente. No pensamos que la reconstitución deldiscurso de las partes en pugna pueda acercarse mása esos años convulsos que la simple enumeraciónde los conflictos que tuvieron lugar entre ellas.

Un breve recuento de la forma en que se consti-tuyeron las Juntas en las diferentes regiones deAmérica entre 1808 y 1810 pudiera revelar una seriede actitudes comunes y disímiles en los distintosgrupos y estamentos que tomaron parte en su fun-dación, que nos permitan evaluar las tendencias quelos alentaron durante esos años. El primer proyec-to criollo de formar una Junta que tuvo lugar en LaHabana encontró la oposición de las autoridadesde la Comandancia de la Marina, la Intendencia delEjército y de la mayoría de los plantadores y co-merciantes, españoles y criollos, de la ciudad. LaJunta Central española reconvino entonces al Ca-pitán general de la Isla, marqués de Someruelos,con motivo del proyecto juntista, en oficio «reser-vadísimo» del 15 de julio de 1809, previniéndoleque en adelante evitase «novedades y aberracionesde esta especie y cuantas puedan ser contrarias a lacausa pública y a los vínculos de unión y enlace quetanto conviene mantener». A lo que añadía:

Semejante medida hubiera sido siempre perju-dicial a Vuestro servicio y contraria al orden y

18 José Antonio Piqueras aporta al análisis de la confron-tación entre el liberalismo español y los patriciadosamericanos la valoración de un conjunto de actitudesde las Juntas peninsulares con respecto a las aspira-ciones criollas de crear Juntas en el Nuevo Mundo.Así, el temor de las Juntas españolas a que los america-nos constituyesen las suyas se basaba en que en elcaso de las colonias podía tener un significado y undestino más grave. (Piqueras: Bicentenarios de Liber-tad. La fragua de la política en España y las Améri-cas, Barcelona, Ediciones Península, 2010, p. 203.)

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sistema establecido que conviene mantener sinvariaciones, que en las colonias solo podían dic-tar el capricho o espíritu de novedad, ya que nofuesen la intriga y miras ambiciosas.19

En agosto de 1808, el obispo criollo de San Juande Puerto Rico, Juan Alejo de Arizmendi y la Torre,presentó un proyecto de Junta con el apoyo delpatriciado criollo del cabildo de la ciudad. El Go-bernador Toribio Montes se dirigió a la Junta Cen-tral presentando la solicitud. Al parecer la respuestafue negativa, pues no se volvió a tratar el asunto. Deacuerdo con el historiador José Antonio Piqueras,los comisionados de la Junta de Sevilla, Juan de Jáure-gui y Joaquín Rabat, probablemente intervinieron enla desaprobación del proyecto de la junta puertorri-queña por las autoridades metropolitanas.20 En lasAntillas hispánicas no se presentaron proyectos deJuntas después de la negativa de la Junta Centralmetropolitana a que se constituyeran en América. EnSanto Domingo, la Junta Central peninsular habíadesignado al patricio Juan Sánchez Ramírez comogobernador, en razón del papel que protagonizó alfrente del ejército criollo que liberó a su patria deldominio francés, por lo que los dominicanos no con-sideraron preciso constituir Juntas. En Cuba y Puer-to Rico, la estrecha unidad económica forjada entrela oligarquía plantacionista azucarera y la metrópoli,determinó que no se presentaran nuevos proyectosjuntistas a las autoridades peninsulares.

X

La primera de las confrontaciones violentas que tuvie-ron lugar en el Continente reveló la notable unidad de

propósitos y el empeño inalterable de los america-nos en cuanto a la constitución de Juntas, con inde-pendencia de cuál pudiera ser el criterio de la JuntaCentral peninsular. Una reunión que se efectuaba enel Cabildo de Ciudad México para discutir la funda-ción de una Junta de Gobierno criolla, fue disueltaviolentamente por fuerzas del cuerpo de voluntariosde Fernando VII, en su mayoría empleados españo-les de almacenes, dirigidas por el comerciante yhacendado azucarero vasco Gabriel de Yermo. Elvirrey José de Iturragaray fue deportado por coaus-piciar con el patriciado la constitución de la Junta ysus principales gestores criollos encarcelados, entreellos el cura peruano Melchor de Talamantes y Fran-cisco Primo de Verdad y Ramos, quienes fallecie-ron en prisión días después. El golpe militar fue pa-trocinado por la Real Audiencia de Nueva España,el Tribunal de la Inquisición y grandes comerciantesy propietarios de minas españoles.

Otro tanto sucedió en Caracas cuando las auto-ridades conocieron el diseño juntista del patriciadomantuano. La misiva dirigida al gobernador de Ve-nezuela, general Juan de Casas, exponiéndole lanecesidad de constituir una Junta de Gobierno enCaracas, el 28 de noviembre de 1808, provocó elencarcelamiento o la prisión domiciliaria de los prin-cipales propietarios criollos, encabezados por Anto-nio Fernández de León, marqués de Casa León.

En el Alto Perú el movimiento tomó otro cariz. EnChuquisaca, centro de una poderosa oligarquía mi-nera, estalló el 25 de mayo de 1809 un levanta-miento popular incitado por los estudiantes de laUniversidad de Charcas, sectores del patriciado yde la clase media criolla. El movimiento destituyó alpresidente de la Audiencia, Ramón García Pizarro,y constituyó una Junta de Gobierno. Fuerzas delejército realista, enviadas desde Buenos Aires porel virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de

19 Ob. cit. (en n. 18).20 Ibíd., p. 266.

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Cisneros, ocuparon Chuquisaca y disolvieron laJunta de Gobierno criolla.

Dos meses después de estos hechos brotó en LaPaz otro movimiento contra las autoridades españo-las, demandando el establecimiento de «la Junta Tui-tiva de los derechos del rey y del pueblo», que seríapresidida por el militar mestizo Pedro Domingo Mu-rillo y el cura José Antonio Medina. Los miembrosde la Junta depusieron de sus cargos a las autoridadescoloniales, entre ellos al gobernador, al intendente yal obispo. Como en otros casos, demandaron la res-titución de Fernando VII en el trono, pero en estaocasión se quemaron las listas de deudores a la RealHacienda, se eliminó la alcabala que debían pagarlos incas y se adoptaron medidas de beneficio popu-lar. Ante el sesgo que tomaban los acontecimientos,el virrey del Perú, José Fernando Abascal, envió tro-pas hacia La Paz y Quito en noviembre de 1809,con órdenes perentorias de reprimir violentamente alos criollos. La fuerza militar asesinó a decenas depersonas comprometidas con el movimiento juntista,empezando por su dirigente, Pedro Domingo Muri-llo, quien fue ahorcado con otros ocho compatrio-tas. Un buen número de seguidores del movimientodebieron exiliarse para preservar sus vidas.21

El 10 de agosto de 1809 el patriciado y la clasemedia ilustrada de Quito, con el apoyo del cuerpode milicias criollas, destituyeron al presidente de laAudiencia, conde Ruiz de Castillas y al resto de lasautoridades españolas. En su lugar establecieron unaJunta de Gobierno que proclamó los derechos deFernando VII. Ante el avance de las tropas perua-nas enviadas por el virrey Abascal, del Perú, paraliquidar el movimiento, la Junta fue revocada porsus propios organizadores. Su presidente, marquésde Selva Alegre, fue apresado con su familia, pero

las medidas represivas recayeron fundamentalmentesobre la tendencia radical del movimiento quiteño.Cerca de sesenta patriotas fueron encarcelados. El2 de agosto de 1810, en ocasión de un supuestointento de liberación de los juntistas, un batallónperuano, encargado de su custodia, asesinó a losprisioneros. Entre ellos se encontraban los repre-sentantes de la tendencia ilustrada, Manuel Rodrí-guez de Quiroga, Juan de Dios Morales y José LuisRiofrío. Tras la masacre de los presos, las tropasperuanas asesinaron a decenas de ciudadanos iner-mes, saquearon tiendas y cometieron todo génerode violencias contra la población.22

La forma despótica con que fueron reprimidaslas tentativas criollas de constituir Juntas en CiudadMéxico, Caracas, Chuquisaca, La Paz y Quito en-tre 1808 y 1810, creó las condiciones para el esta-llido de las guerras de Independencia y su propa-gación a todo el Continente, más que ningún discursopatriótico. Los patricios y la intelectualidad criollaque intentaron constituir Juntas fueron reprimidospor las autoridades regias, con la aprobación de lasJuntas peninsulares, como si fueran vasallos rebe-lados contra el rey.

En ese contexto, la disposición de la Junta penin-sular otorgándoles a los americanos representaciónen las Cortes de Cádiz, como una merced, constitu-yó una afrenta más, sobre todo si se tiene en cuentaque les fue negada la igualdad que se les prometía:fueron electos treinta y seis diputados peninsulares ysolo nueve americanos y filipinos. Las Juntas de lapenínsula, integradas fundamentalmente por libera-les, consideraron que las americanas tendían a insti-tuirse como poderes autonómicos que terminarían

21 Guerra Vilaboy: Ob. cit. (en n. 17), pp. 35-36.

22 Jorge Núñez Sánchez: El Ecuador en la historia, SantoDomingo, Archivo General de la Nación, vol. CLIII, 2012,pp. 119-126.

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eventualmente por separarse de la metrópoli. Ante esadisyuntiva, el liberalismo constitucional español ofre-ció a cambio la elección de diputados americanos aCortes, en condiciones de desigualdad manifiesta.

La primera y la segunda oleada de Juntas que sepretendieron fundar entre 1808 y 1809 evidencia-ron la existencia de una correlación de fuerzas des-favorable a los patriciados. Los proyectos juntistasno contaron con el respaldo de contingentes crio-llos armados, capaces de enfrentarse a las fuerzasorganizadas por los propietarios españoles deMéxico, ni de vencer al ejército del Virreinato delPerú, baluarte del colonialismo español en Améri-ca. En cada lugar del continente americano dondefracasaron los intentos de constituir Juntas, las au-toridades actuaron implacablemente, encarcelando,deportando y/o asesinando a los criollos.

XI

La tercera oleada de Juntas constituidas a partirde 1810 implicó un viraje decisivo en las relaciones depoder. Estas no solo procedieron a destituir y ex-pulsar del Continente a las autoridades españolas,sino que rompieron relaciones con la Regencia quehabía sustituido en la península a la Junta de Sevilla.Ese año se fundaron Juntas autónomas en Caracas(19 de abril), Cartagena (22 de mayo), Buenos Ai-res (25 de mayo), Santa Fe de Bogotá (20 de ju-lio), Santiago de Chile (18 de septiembre), y Quito(19 de septiembre). En 1811 se constituyó una Juntaautónoma en Asunción (14 de mayo).

A pesar de haber actuado con firmeza, las de-claraciones de las recién creadas Juntas revelabanciertos matices en lo que se refería al monarca de-puesto, Fernando VII. La de Caracas se denomi-nó, de manera significativa, «Junta Conservadorade los Derechos de Fernando VII». Una proclama

publicada en la Gaceta de Caracas del 27 de abrilde 1810 señalaba que «Venezuela se ha declaradoindependiente no de la Madre Patria, no del Sobe-rano, sino de la Regencia, cuya legitimidad está encuestión aun en la España misma».23 En términosparecidos a los de la Junta de Caracas se pronun-ciaron, después de su constitución en 1810, las otrasdel Nuevo Mundo.

No tardó en manifestarse una corriente de opo-sición al modus vivendi que la Junta de Caracasdecretó con respecto a la eventualidad de la res-tauración de Fernando VII. Francisco de Miranda,quien varias veces se pronunció en el Congreso deCaracas contra el reconocimiento de derechos almonarca depuesto, declaró el 3 de julio de 1811:«No podemos proclamar nuestra fidelidad a Fer-nando VII y a la vez pretender que nos reconozcanlas potencias extranjeras. Solo siendo independien-tes nos ganaremos el respeto y el apoyo de otrosEstados».24 La presión ejercida por Miranda, Bolí-var, Ribas y otros patriotas, representativos de unanueva generación de mantuanos ilustrados que setornaría hegemónica, determinó que el 5 de julio de1811 se declarase la independencia de Venezuela.En Cartagena de Indias, ese mismo año, los jóve-nes de la clase media y los negros y mulatos libresde la ciudad, con el concurso de un batallón de mi-licias «de color», le impusieron a la Junta patriciaque gobernaba la ciudad la Independencia y la rup-tura de todo tipo de lazos con España.

23 François-Xavier Guerra: «Lógicas y ritmos de las revo-luciones hispánicas», en Guerra (dir.): Ob. cit. (en n. 8),p. 15, n. 3.

24 Guerra Vilaboy: Jugar con fuego. Guerra social y uto-pía en la independencia de América Latina, PremioExtraordinario por el Bicentenario de la emancipaciónhispanoamericana 2010, La Habana, Fondo EditorialCasa de las Américas, 2010, pp. 57-63, 89-90.

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El resultado de los primeros proyectos autonó-micos en Nueva Granada fue la constitución, el 20de julio de 1810, de una Junta de Gobierno en SantaFe de Bogotá, que pocos meses después desco-noció al Consejo de Regencia de España. El 14 yel 15 de agosto de 1810, una protesta orquestadapor los artesanos de Bogotá promovió la destitu-ción y expulsión del virrey, Antonio Amar y Bor-bón, de la Junta de Gobierno de Nueva Granada.

El 19 de enero de 1811, una asamblea de notablespromovida por el patriciado terrateniente, reconocíalos derechos de Fernando VII y los privilegios dela Iglesia en el Reinado de Cundinamarca. Se de-signó a José Tadeo Lozano como presidente y vi-cerregente del rey. Frente al gobierno monárquicode Lozano, se vertebró una tendencia partidaria dela Independencia, dirigida por Antonio Nariño. Estehabía pasado parte de su vida en la cárcel por susactividades revolucionarias e independentistas de1794 a 1803, y de 1809 a 1810. Su actividad pro-pagandista entre los artesanos de la ciudad contri-buyó al derrocamiento del gobierno de Lozano y ala derogación de la constitución monárquica impues-ta por el patriciado terrateniente. El 23 de septiem-bre de 1811 Nariño fue designado presidente deCundinamarca. Los objetivos principales de su ac-tividad revolucionaria se cumplieron en el curso deesos agitados años: expulsar a las autoridades co-loniales, desarraigar al movimiento juntista de todatendencia monárquica y romper con la Regencia.25

El 12 de agosto de 1806, las milicias criollas deBuenos Aires se enfrentaron a las tropas invasorasinglesas que habían ocupado la ciudad desde el 25de junio y consiguieron su rendición. El virrey Ra-fael de Sobremonte, que había huido ante los inva-sores ingleses, fue destituido el 10 de febrero de1807 por una Junta de Guerra, con respaldo de lasvictoriosas milicias criollas, al mando de Corneliode Saavedra y Juan Martín de Pueyrredón. Unasegunda invasión británica, encabezada por el ge-neral Whitelocke, fue derrotada el 5 de julio de 1807por el virrey interino Liniers, apoyado por las mili-cias criollas. De acuerdo con Tulio Halperin Donghi,la legalidad no se rompió ni se constituyó una Juntacriolla que desplazara del poder a las autoridadescoloniales, «pero el régimen colonial estaba deshe-cho: son las milicias criollas las que hacen la ley y laAudiencia ha tenido que inclinarse ante su volun-tad».26 En Buenos Aires, ciudad puerto mercantil,el cabildo se caracterizaba por un ligero predomi-nio de los comerciantes españoles sobre los crio-llos de la clase media y patricia. En sustitución deLiniers, Baltasar Hidalgo de Cisneros es nombradovirrey del Río de la Plata en 1809 por la Junta deSevilla. Los criollos en el cabildo y en las miliciasno aceptan que una autoridad designada por lametrópoli se superponga a sus instituciones repre-sentativas. En el cabildo de Buenos Aires la correla-ción de fuerzas entre los capitulares españoles y loscriollos era muy pareja, pues nueve –de los cualesocho eran criollos– se pronunciaron por la separa-ción de Cisneros de su cargo, mientras diez –de loscuales nueve eran peninsulares– votaron a su fa-

25 Guerra Vilaboy: Ob. cit. (en n. 17), pp. 62-68; y AmparoMurillo Posada: «Nueva Granada 1808-1812: entreautonomías, tradiciones y novedades», en Repensarla Independencia de América Latina desde el Cari-be, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2009,pp. 186-196.

26 Tulio Halperin Donghi: Historia contemporánea deAmérica Latina, La Habana, Edición Revolucionaria,1990, pp. 92-93; y Revolución y guerra: formación deuna elite en la argentina criolla, Buenos Aires, SigloXXI, 1972.

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vor.27 Finalmente, a instancias de Cornelio Saave-dra, regidor y coronel del Regimiento de Patriciosde las milicias criollas, los capitulares bonaerensesacordaron convocar una reunión a cabildo abiertopara decidir, después de tres días de agitadas dis-cusiones, la deposición del virrey Cisneros. Deacuerdo con Ramos Mejía, el protagonista princi-pal de estas jornadas fue la multitud bonaerense,que arrastró tras sí a las milicias criollas y luego leimpuso al cabildo dominado por comerciantes yfuncionarios, el 25 de mayo de 1810, la constitu-ción de una Junta Provisional Gubernativa de lasProvincias Unidas, como se conocía a la Argentinaentonces.28 Las primeras medidas que tomó la Jun-ta Provisional fueron: desconocer la autoridad de laRegencia y de las Cortes, enviar misiones diplomá-ticas al exterior en representación de las ProvinciasUnidas y organizar un ejército. De igual manera quela Junta de Caracas, la de Buenos Aires anunció enun primer momento que se constituía en depositariade los derechos y la autoridad de Fernando VII.

La constitución de Juntas en decenas de ciuda-des en el Continente estimularía una corriente fede-ralista opuesta al gobierno de las Juntas instituidasen las capitales o en las ciudades principales. A partirde entonces el regionalismo se manifestará con granfuerza en Venezuela, Nueva Granada y el Río de laPlata. Particularmente intensas fueron las contra-dicciones regionales de la Junta de Caracas con lospatriciados de Maracaibo y Coro. Los cabildos deestas ciudades, bien porque contaban con un nú-

mero importante de regidores españoles, por susrelaciones históricas de rivalidad con la capital opor su temor a rebeliones de esclavos, sostuvieronrelaciones con la Regencia y enviaron diputados alas Cortes de Cádiz a contrapelo de Caracas. Debesubrayarse que los diferendos de estas ciudades conel cabildo de Caracas habían sido particularmenteintensos en el siglo XVII. De la misma manera, losconflictos de Santa Fe, Corrientes, Paraguay, Cór-doba, Tucumán y la provincia de la Banda Orientaldel Uruguay con Buenos Aires evidenciaban que lanación estaba lejos de haberse constituido cuandola Junta bonaerense se consolidó en el poder enmayo de 1810.

Las razones de la constitución de Juntas por elpatriciado chileno fueron de orden político. El go-bernador García Carrasco se había inmiscuido enlas elecciones de alcaldes y enfrentado con el ca-bildo de Santiago de Chile y la Junta de Valparaíso.En Santiago estallaron disturbios y protestas contralas autoridades por el apresamiento de tres impor-tantes personalidades del patriciado. El 16 de juliode 1810 la Audiencia y el Cabildo de Santiago de-pusieron a García Carrasco y lo sustituyeron porMateo Toro Zambrano, conde de la Conquista, unpatricio criollo de la capital. La Junta Central pe-ninsular se apresuró entonces a nombrar un nuevogobernador, para remplazar al que habían nom-brado los criollos. Los regidores de Santiago deChile, en Cabildo abierto, no reconocieron al nue-vo gobernador y decidieron, el 18 de septiembrede 1810, constituir una Junta criolla.29

En la Nueva España los acontecimientos tomaronun cauce distinto al de las Juntas constituidas por loscabildos e impulsadas enérgicamente en ocasionespor una juventud independentista o por los estamen-

27 María Andrea Nicoletti: «El Cabildo de Buenos Aires:Las bases para la confrontación de una mentalidad»,en Quinto Centenario, vol. 13, 1987.

28 José M. Ramos Mejía, Juan Agustín García y JorgeBasadre: Antecedentes de la historia social latinoa-mericana, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho,2009, pp. 70-86. 29 Guerra Vilaboy: Ob. cit. (en n. 17), pp. 97-103.

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tos subalternos de las principales ciudades sudame-ricanas. Desde un primer momento, el proceso re-volucionario novohispano asumió las característicasde una insurrección campesina de extrema violencia.En sus primeras proclamas, Miguel Hidalgo, un sa-cerdote ilustrado, daba vivas a Fernando VII y a laVirgen de Guadalupe. El movimiento se propuso darlecontinuidad a la proyectada Junta de 1808, brutal-mente reprimida en Ciudad México, y satisfacer rei-vindicaciones tradicionales de los indios y los cam-pesinos.

Un sector de la clase terrateniente y de la oficiali-dad del ejército realista se unió a Hidalgo, pero en lamedida en que se radicalizaban los decretos revolu-cionarios favoreciendo a los campesinos, comenza-ron a alejarse del movimiento. Las principales de-mandas rurales que Hidalgo hizo suyas fueron lasupresión del tributo indígena, la devolución de lastierras comunales, la abolición de la esclavitud y lasupresión de estancos y gravámenes. Desde que tu-vieron lugar los primeros alzamientos campesinos enel bajío, proclamó que su principal objetivo era li-brarse de los españoles (los gachupines, como losllamaba), y expulsarlos de la Nueva España: «ponera los gachupines en su madre patria». Se trataba,ante todo, agregaba Hidalgo en otra alocución,

de quitar el mando y el poder de las manos de loseuropeos: este es todo el objeto de nuestra em-presa, para la que estamos autorizados por la vozcomún de la nación y por los sentimientos que seabrigan en los corazones de todos los criollos.30

De la misma manera que Hidalgo, su sucesor enla dirección del movimiento revolucionario, el curamestizo José María Morelos, acentuó el rechazode los criollos a los gachupines y tomó medidas afavor del campesinado y las comunidades indias.Para el historiador mexicano Marcos AntonioLandavazo, autor de una importante investiga-ción sobre el mito de Fernando VII, la cúpuladel movimiento revolucionario, a diferencia de losdirigentes intermedios, invocaba la figura del mo-narca español con propósitos independentistas.«Para líderes como Hidalgo y Morelos», nos diceLandavazo, «quienes se deslindaron de la figura deFernando y solo la utilizaban en efecto como unamáscara, posiblemente no había tal conciliación ysolo indicaba eso una máscara».31

Los congresos fundados por el movimiento re-volucionario de Hidalgo y Morelos decretaron fi-nalmente en Chilpancingo, el 6 de noviembre de1813, y en Apatzingán, el 22 de octubre de 1814,la independencia de la patria.

El papel de la clase media ilustrada junto a unanueva generación patricia en la radicalización delproceso hacia la Independencia y en la moviliza-ción de los estamentos subalternos de los dominiosespañoles en el Nuevo Mundo, es un tema pen-diente de la historiografía americana. Lo que pare-ce obvio es que sus personalidades más represen-tativas sobrepasaron el designio limitado delpatriciado terrateniente, a partir del cual se han cir-cunscrito los alcances del movimiento revoluciona-rio independentista.32

30 Marco Antonio Landavazo: La máscara de FernandoVII. Discurso e imaginarios monárquicos en una épo-ca de crisis. Nueva España, 1808-1822, México, Uni-versidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2011,pp. 143-144.

31 Ibíd., pp. 161-162, 168-169, 252.32 En qué sentido pudieron contribuir a la movilización de

los estamentos subalternos de la sociedad y a la radi-calización del movimiento hacia la Independencia figu-ras como Hidalgo, Morelos, Artigas, Ribas, Moreno,

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Varias Juntas americanas se demoraron unosaños en romper los lazos con la metrópoli. Las deAsunción y Bogotá declararon la Independencia en1813. Hubo situaciones, como las de Buenos Ai-res, en las que los conflictos sociales y regionalesaplazaron la ruptura con Fernando VII. El Acta deIndependencia de las Provincias Unidas de Suda-mérica fue adoptada el 9 de julio de 1816. Deacuerdo con autores representativos de la corrien-te historiográfica marxista, el independentismo delas principales personalidades de Buenos Aires (Bel-grano, Rivadavia y San Martín), no debe ponerseen tela de juicio.33 La decisión de proclamar la in-dependencia en 1816 fue precipitada, entre otrascosas, por la misiva que San Martín dirigió a variosdiputados del Congreso de Tucumán:

¡Hasta cuándo esperamos para declarar nues-tra independencia! ¿No le parece una cosa bienridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cu-carda nacional, y por último, hacer la guerra alsoberano de quien en el día se cree depende-mos? ¿Qué nos falta más que decirlo?34

Santiago de Chile alcanzó por fin su indepen-dencia en 1818. El Virreinato del Perú, que actuó

como el centro del dominio colonial español en-viando tropas contra las ciudades americanas don-de se constituían Juntas, no alcanzó la independen-cia hasta 1821.

A nuestro modo de ver, el patriotismo criollo delpatriciado y de las clases medias ilustradas no fue unfactor concurrente más al comienzo de las guerrasindependentistas.35 En la medida en que el patriotis-mo y la conciencia de los intereses propios de loscriollos se enfrentó a los designios excluyentes de lasJuntas españolas y de las autoridades coloniales,contribuyó a que las comunidades criollas tomasenla decisión de insurgir contra el poder colonial y pro-clamar la Independencia. No era preciso que exis-tiera una conciencia nacionalista, ni un designio deconstituir Estados nacionales con anterioridad a 1810,para que el patriotismo de los americanos, enfrenta-do a las autoridades metropolitanas que se oponíana sus aspiraciones autonómicas, derivase hacia la lu-cha por la Independencia.

El itinerario recorrido desde las posiciones auto-nómicas a las independentistas en muchas regionesde América pareció justificar que las autoridadesespañolas bautizaran las declaraciones de los patri-cios criollos, proclamando su lealtad al monarcadepuesto, como «la máscara de Fernando VII». Deacuerdo con esta versión sesgada, desde un primermomento los criollos se propusieron aparentar antelas autoridades una fidelidad inalterable al monarca

Monteagudo, Nariño, los hermanos Gutiérrez de Carta-gena, San Martín, Miranda y el propio Bolívar, es untema que demanda investigaciones más amplias delas que hasta ahora se han efectuado. Ver ManfredKossok: La revolución en la historia de América Lati-na. Estudios comparativos, La Habana, Editorial de Cien-cias Sociales, 1989, pp. 219-255; Guerra Vilaboy: Ob. cit.(en n. 24); y Heraclio Bonilla Mayta: «El 20 de Julioaquel...», en Anuario Colombiano de historia social yde la cultura, vol. XXXVII, No. 1, 2010, pp. 85-119.

33 Leonardo Paso: Rivadavia y la Línea de Mayo, Bue-nos Aires, Editorial Fundamentos, 1960, pp. 155-174.

34 Guerra Vilaboy: Ob. cit. (en n. 24), p. 97.

35 José Carlos Chiaramonte: Nación y Estado en Ibero-américa. El lenguaje político en tiempos de las in-dependencias, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2004,p. 95; «Formas de la identidad en el Río de la Plataluego de 1810», en Boletín del Instituto de HistoriaArgentina y Americana Dr. E. Ravignani, No. 1, 1er.semestre de 1989, pp. 71-92; y «La formación de losEstados nacionales en Iberoamérica», en Boletín delInstituto de Historia Argentina y Americana Dr. E.Ravignani, No. 15, 1er. semestre de 1997.

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borbón, cuando en realidad su finalidad última ha-bía sido romper sus lazos con la monarquía y con-seguir la Independencia.36 Como se desprende delrelato de los hechos que condujeron a la constitu-ción de Juntas en 1808 y 1809, no fue esa la posiciónoriginal del patriciado autonomista que auspició losproyectos juntistas, independientemente de que conposterioridad a 1810 muchos se declarasen parti-darios de la constitución de Estados nacionales.

XII

El retorno de Fernando VII al trono en 1814 nodetuvo el proceso revolucionario que los inde-pendentistas americanos iniciaron contra la Regen-cia, como era de esperar si estos hubieran deseadorealmente la integración definitiva de las patrias ame-ricanas en la monarquía, sino que aceleró la luchapor la Independencia y la constitución de Estadosnacionales. Los insurgentes no trataron de restau-rar las antiguas relaciones de dependencia con elrey, restablecer las antiguas autoridades colonialesy volver al regazo monárquico. Si algunos súbditostenían derecho a ser llamados a los brazos de lamonarquía eran los miembros de las Juntas ameri-canas, que se declararon partidarios del retorno deFernando VII al poder, mientras duró la ocupaciónfrancesa de la península. El rey borbón, ante la in-

diferencia de las Juntas americanas por su regresoal trono, reforzó el ejército de ocupación colonial,enviando varias expediciones armadas con veinti-séis mil soldados de línea. Si bien los dominios ame-ricanos de España adoptaron actitudes diversasfrente al monarca depuesto –las regiones leales a lametrópoli optaron por las vías reformistas y auto-nomistas, mientras las insurgentes prosiguieron conmás ánimo la lucha por la Independencia–, el pro-ceso en su conjunto no se detuvo y marchó irrevo-cablemente hacia la Independencia y la constituciónde Estados nacionales en el Nuevo Mundo. Lo únicoque puede explicar entonces la continuación delcamino que se emprendió hacia la independenciaes la identidad prenacional y la conciencia de inte-reses diferenciados, propios de los americanos, fac-tores que, en las condiciones críticas que atravesa-ba la península, les dieron sustento a las posicionesautonomistas y confirmaron definitivamente la ra-zón de ser de las actitudes independentistas y repu-blicanas en las regiones insurreccionadas contra elpoder colonial.37

36 A ese respecto son importantes las observaciones críti-cas de Piqueras sobre las tesis de François-Xavier Guerra:«Si las provincias americanas eran parte constitutivade la monarquía al modo de los reinos de Galicia o deMurcia lo eran de la Corona de Castilla, tesis antiguaque en nuestros días rescata Guerra, las causas de laruptura excluyen la liberación de un dominio inexisten-te y obedecen a discrepancias mal gestionadas por laJunta Central, la Regencia, las Cortes, las elites hispa-noamericanas o algunos alucinados novohispanos».[Piqueras: Ob. cit. (en n. 18), p. 194.]

37 La crítica de François-Xavier Guerra a los posibles an-tecedentes identitarios de las naciones latinoamerica-nas como causa motriz de la independencia americanase extendía a las definiciones de Eric Hobsbawm sobrelas identidades prenacionales o lo que el historiadorbritánico llamaba «el protonacionalismo». Ese vendríaa ser, alegaba Guerra, «el presupuesto implícito de laobra de Eric Hobsbawm, Nations and nationalism since1780...». Para muchos autores, argumentaba Guerra, «[l]arelación entre la identidad cultural y la aspiración alejercicio de la soberanía aparece como una evidenciaque no necesita justificación». Acto seguido ampliabasus criterios al respecto: «[e]sto explica que puedanexistir comunidades humanas con una identidad cultu-ral muy marcada, como Galicia y Andalucía en España,sin que esto las lleve a la búsqueda de la independen-cia». Ahora bien, la existencia de una identidad cultural

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Si bien los aportes más positivos e innovadoresde François-Xavier Guerra y Antonio Annino se en-cuentran precisamente en sus investigaciones sobrela esfera pública, la instauración de la Constituciónde 1812 y su incidencia en la difusión del pensamientoliberal y reformista en América, su pretensión de con-ferirle un papel relevante al liberalismo con relación alas ideas revolucionarias del independentismo boli-variano, empañan sus juicios sobre el proceso his-

tórico en su conjunto.38 En ese sentido, se les hacensurado el intento de atribuirles un carácter he-gemónico a las ideas liberales y constitucionalistasespañolas en el proceso de liberación nacional ame-ricano. Los críticos latinoamericanos de la obra deGuerra han aclarado que desde 1810 los caminosdel independentismo, influidos por el ejemplo de lasrevoluciones francesa y norteamericana, y los del re-formismo criollo, ganado por las ideas del liberalis-mo constitucionalista español, fueron divergentes,aunque en determinados momentos pudieran coinci-dir. La bifurcación del movimiento fue determinadapor las gestas independentistas que no tardaron enarrastrar tras sí a todo el Continente.39

en una comunidad determinada, se encuentra objetiva-mente unida a los proyectos de fundar un Estado na-cional, favoreciendo o propiciando su constitución. Lasidentidades culturales formadas en torno a la comuni-dad de lengua, territorio, cultura, religión y costum-bres, cuando se movilizan o activan alrededor de laaspiración a la soberanía política, contribuyen eficaz-mente a la constitución del Estado nación. El designiode alcanzar la soberanía política de una comunidad seencuentra correlacionado históricamente con la identi-dad cultural de esa comunidad y no puede separarsede esta. En la medida en que los rasgos de la identidadcultural de una comunidad histórica tienen una fuerteconnotación, coadyuvan a la realización de los pro-yectos tendientes a constituir Estados nacionales. Elhecho de que existan comunidades nacionales, adscri-tas a Estados multinacionales que no aspiran a la inde-pendencia, como en el caso de España, no implica quelas identidades prenacionales no signifiquen un factorpropulsor que mueva hacia la independencia en otroscontextos históricos. Guerra se las arregló para criticara Hobsbawm por su tratamiento de las identidades pre-nacionales, aun cuando el historiador británico habíaaclarado en su obra que «...el protonacionalismo don-de existía, hacía la tarea del nacionalismo más fácil, pormuy grandes que fueran las diferencias entre los dos,en tanto que los sentimientos y símbolos vivientes delprotonacionalismo podían ser movilizados en pro deuna causa moderna o de un Estado moderno. Pero estodista de decir que los dos fueran lo mismo, o incluso quelo uno debía conducir inevitablemente a lo otro. Porquees evidente que el protonacionalismo solo no es sufi-ciente claramente para formar nacionalidades, nacio-

nes y mucho menos Estados». [François-Xavier Gue-rra: «Identidad y soberanía: una relación compleja», enGuerra (dir.): Ob. cit. (en n. 8), pp. 207 y 208; y EricHobsbawm: Nations and nationalism since 1780. Pro-gramme, myth and reality, Cambridge, Cambridge Uni-versity Press, 1992, p. 6.]

38 François-Xavier Guerra: Modernidad e independen-cias..., ob. cit. (en n. 10), p. 70.

39 La orientación historiográfica de Guerra ha sido criticadarecientemente por varios historiadores latinoamericanos(Medófilo Medina Pineda: «En el Bicentenario: consi-deraciones en torno al paradigma de François-XavierGuerra sobre las “revoluciones hispánicas”», en Anua-rio Colombiano de historia social y de la cultura,vol. 37, No. 1, 2010, pp. 149-188; Luis Fernando Gra-nados: «Independencia sin insurgentes. El bicentena-rio y la historiografía de nuestros días», en Desacatos,No. 34, sept.-dic. de 2010, pp. 11-26; Elías Palti: «Revi-sión y Revolución. Rupturas y continuidades en la his-toria y la historiografía», en Historia Mexicana, vol.LVIII, No. 3, 2009, pp. 1189-1194; Gilberto QuinteroLugo: «El tema de la Independencia en la historiografíaamericana. Temas y problemas», en Procesos Históri-cos, No. 20, ene.-jul. de 2011; y Heraclio Bonilla Mayta:«El 20 de Julio aquel...», en Anuario Colombiano dehistoria social y de la cultura, vol. XXXVII, No. 1,2010, pp. 85-119).

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Los condicionamientos internos que llevaron alos patriciados, a las clases medias ilustradas y a lascomunidades criollas a remplazar desde 1810 a lasautoridades regias por Juntas, se repiten en casitodas las ciudades principales del continente ame-ricano. En Buenos Aires, Caracas, Quito, Santa Fede Bogotá, Santiago de Chile, Cartagena, Chuqui-saca, el Cusco y en otras ciudades importantes, elpatriciado de los cabildos dispuso de la colabora-ción activa de la clase media ilustrada y de estamen-tos subalternos, o bien fue inducido enérgicamentepor estos sectores a remover las autoridades yemprender el camino de la Independencia. En to-dos los casos, los elementos que promueven e im-pulsan en ocasiones el movimiento hacia la rupturaabrupta con las autoridades coloniales y con lametrópoli son jóvenes estudiantes y profesionales,gente libre «de color» y mestizos, comunidades in-dígenas, artesanado urbano, bajo clero, milicias crio-llas, en fin, los vecindarios de las ciudades colonia-les. Lo más trascendente es que la crisis de poderen la península es aprovechada por los americanospara un ajuste de cuentas con las autoridades colo-niales y con las Juntas españolas. En la primera y lasegunda oleada de Juntas, entre 1808 y 1809, lospatriciados y la clase media ilustrada se propusie-ron asumir el poder local en algunas de las princi-pales ciudades del Continente, lo que consiguieronen la tercera oleada, a partir de 1810. Las «causasinternas» o, para emplear una terminología másapropiada, el condicionamiento interno del movi-miento hacia la autonomía americana, delineó unaactitud común en los grupos y clases que cuestio-naban a las autoridades coloniales. Por muy diver-sos que pudieran ser los sujetos coloniales que pro-tagonizaron en cada ciudad la destitución de lasautoridades monárquicas y proclamaron la decla-ración de la Independencia con posterioridad, por

muy disímiles que fueran las actitudes que asumie-ron, evidenciaron en el curso de los acontecimien-tos una voluntad común de subvertir las relacionesde dominio colonial.

En las regiones «leales» que enviaron diputadosa las Cortes y adoptaron los principios de la Cons-titución de 1812, se manifestó la aspiración de lospatriciados de conservar sus prerrogativas y pode-res autonómicos. El núcleo de fidelidad al podercolonial se concentró en los tres emporios de ri-queza del Nuevo Mundo: la plata de Perú y NuevaEspaña, y el azúcar de Cuba. Desde principios delsiglo XIX hasta la década de 1820, las oligarquíasmineras peruanas y novohispanas se alinearon conel poder colonial frente a todo intento separatista, ala vez que la oligarquía azucarera habanera se mos-tró fiel a la metrópoli hasta el fin del dominio colo-nial en 1898.40 En esas regiones el liberalismo es-pañol llegaría a acuerdos importantes con lasoligarquías criollas reformistas en el decenio de1810, pero el movimiento que arrastraba al Conti-nente hacia la independencia de España se mostró

40 La Nueva España representaba el 46 % de las exporta-ciones totales a la metrópoli y casi el 58 % del metálicoenviado. El virreinato peruano, de acuerdo con las ci-fras aportadas por Canga Argüelles, era la segundacolonia en importancia económica, y el Río de la Platase ubicaba en tercer lugar en cuanto al peso del metáli-co enviado a España. En cuanto a la exportación demercancías, La Habana ocupaba junto con la NuevaEspaña el segundo lugar. Si se tenía en cuenta, contodas las precauciones del caso, la capacidad expor-tadora por habitante, esta sería de 5,6 duros por habitan-te en la Nueva España, de 7 duros en el Río de la Plata yde unos 11 duros en La Habana. (Juan Carlos Garava-glia: «La cuestión colonial», en Nuevo Mundo MundosNuevos, Debates, 2005, <http://nuevomundo.revues.org/441>.)

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más poderoso y determinó el remplazo de las auto-ridades coloniales.

La caducidad del sistema colonial se hizo tanevidente tras los golpes que le asestaron al bastiónmilitar colonialista del Perú los ejércitos patriotasde San Martín en 1820, que un alto oficial criollodel ejército realista, Agustín de Iturbide, se sintióestimulado a decretar la separación de la NuevaEspaña de la metrópoli. Iturbide se había distingui-do en las filas realistas por combatir a la insurgenciaindependentista. Ahora bien, cuando se rebelócontra España no le faltó el concurso de VicenteGuerrero, que continuaba alzado en armas, haciendobuenos los principios que enarboló el movimientorevolucionario de Hidalgo y Morelos.

En Cuba y en Puerto Rico, las ideas liberalesconquistaron a una nueva generación reformistaprocedente de la clase de plantaciones en las déca-das de 1810 y 1820, pero las instituciones que elliberalismo español toleraba en las Antillas (prensa,asociaciones culturales y recreativas) eran irrecon-ciliables con los poderes omnímodos conferidosdesde 1830 a los capitanes generales. Esa es la ra-zón por la que en 1836 las Cortes españolas prohi-bieron a los diputados cubanos electos que acce-dieran a los escaños que les correspondían en elalto cuerpo legislativo del reino.41 Se considerabaque las libertades de la metrópoli no eran conve-nientes para las colonias. No obstante, en los in-tersticios de la vigilada y censurada esfera públicacolonial, el patriciado terrateniente venido a menos yla clase media ilustrada de las regiones insulares apar-tadas prepararon calladamente las condiciones parainsurgir contra el poder colonial en 1868.

XIII

El estudio particular de los condicionamientos inter-nos que condujeron a los patriciados y a las clasesmedias ilustradas americanas a promover proyectosjuntistas, revela patrones de conducta análogos, comoresultado de una historia secular común de desacuer-dos con el poder colonial. Son precisamente esasactitudes paralelas detectadas a lo largo y ancho delos dominios de España en el Nuevo Mundo las quenos permiten acceder a una visión de conjunto delproceso histórico de las independencias. No parecehaber sido un pretexto nacido de las circunstancias, larazón por la que en la mayor parte de las declaracio-nes de Independencia y en los manifiestos patrióti-cos en donde se expresaba la voluntad de constituirEstados nacionales aparecieran referencias al hechode que España había oprimido a sus colonias pormás de tres siglos. Se invocaba también una tradi-ción de resistencia que se remontaba en el tiempo ala disconformidad original de los americanos con lasprohibiciones enderezadas a que detentasen posi-ciones rectoras en la administración colonial y a co-merciar con el extranjero. No se trata, como argu-mentan hoy día los discípulos de François-XavierGuerra, de invenciones de última hora destinadas ajustificar la insurgencia contra el poder colonial, sinode hechos que conocían los americanos desde quetenían uso de razón. Desde el siglo XVI los colonosamericanos habían sido víctimas de todo tipo deproscripciones en las posesiones coloniales españo-las. Las protestas que originaron estos agraviosrecorrieron la historia colonial americana desdesus comienzos hasta la invasión napoleónica, por loque no resulta verosímil que los promotores de lasJuntas criollas y de la constitución de Estados nacio-nales desconocieran las tradiciones que habían nu-trido su patriotismo a través de la historia.

41 Josep M. Fradera: Gobernar colonias, Barcelona, Edi-torial Península, 1999, pp. 51-95.

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La idea de que solo una visión global y coyunturalde la crisis de la monarquía española puede contri-buir al estudio pormenorizado de las causas de laIndependencia resulta a todas luces insuficiente. Lostestimonios y evidencias aportados por los estudiosrevisionistas sobre las coincidencias que se obser-van en los pronunciamientos de solidaridad en todaslas regiones de América con el destino de FernandoVII y la monarquía, eluden el análisis particularizadode las luchas por el poder entre criollos y autorida-des coloniales que se desataron en América entre1808 y 1810, y que le impartieron continuidad y unnuevo carácter a los diferendos de los primeros si-glos de vida colonial. Resulta muy difícil conciliar losproyectos juntistas criollos interesados en suprimirlas autoridades monárquicas del escenario del Nue-vo Mundo, con el «patriotismo hispánico unánime yexaltado» que François-Xavier Guerra les atribuía alos americanos durante esos años. En realidad, loscriollos se alineaban en España por la Junta Centralcontra el ejército francés, pero en el Nuevo Mundosu patriotismo los llevaba de la mano a tomar partidopor sus intereses históricos opuestos, en diversamedida, a los de las autoridades monárquicas en cadadominio americano. Fue precisamente la reivindica-ción de la autonomía local por los patriciados y lascomunidades criollas, así como el propósito de apartarprogresivamente a las autoridades monárquicas enAmérica, la expresión más acabada de la identidad ydel patriotismo criollo que comenzó a fraguarse en lamayoría de las regiones americanas desde principiosdel siglo XVII. Abolidas las autoridades de las quehabía dispuesto la monarquía para ejercer el poderen América, el deseado Fernando VII quedaba re-ducido a una figura decorativa, en tanto las Juntas seaprestaban a asumir las funciones y prerrogativaspropias de la administración colonial. De hecho, lasupresión de los virreyes, capitanes generales, inten-

dentes, oficiales reales, oidores de la Audiencia yotros funcionarios coloniales, equivalía a cortarle lasmanos a la monarquía en sus dominios de América,aun cuando se siguiera declarando fidelidad a unmonarca prisionero de Napoleón Bonaparte, conrespecto al cual todos estaban conformes entre 1808y 1814 en que no regresaría al trono.

XIV

No se han estudiado con detenimiento los proyec-tos independentistas de restaurar el poder del mo-narca con el objeto de que tutelase una confedera-ción de naciones independientes. Como biendestaca un perspicaz historiador español, en estosproyectos no había trazas de un designio de regre-so al antiguo régimen colonial, ni de constituir go-biernos autonómicos dependientes de las autorida-des metropolitanas en las naciones emancipadas.42

Ahora bien, el deseo de que se restaurase la mo-narquía en España por parte de algunos autores deproyectos americanos no fue considerado por laRegencia, las Cortes de Cádiz ni por el propio

42 José Antonio Piqueras ha señalado, a propósito de lasactitudes políticas de las regiones de América rebela-das contra el poder colonial después de 1810 y losproyectos de establecer una confederación de nacio-nes americanas independientes: «[e]n ninguna parteencontramos atisbos de autonomía, sino revolucionesde independencia que dejan abierta una angosta vía ala confederación en unos casos, en otras a una simpleunión dinástica de Estados soberanos, entre los quepodía estar España. La emancipación política de lasciudades y los territorios comporta la emancipaciónpolítica del público, el reconocimiento del ciudadano yde sus derechos, suerte que es definida por los nuevosrepresentantes del pueblo, de los pueblos, pronto delas naciones en construcción, sin participación de lametrópolis». [Piqueras: Ob. cit. (en n. 18), pp. 330-331.]

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monarca, una vez restaurado en el trono. En ningúnmomento el liberalismo ni el absolutismo monárquicoconsideraron la posibilidad de un entendimiento conlas Juntas americanas. En el Nuevo Mundo el ab-solutismo fernandista significaba la reconquista y elrestablecimiento del poder colonial. Uno de lospocos liberales españoles que valoró favorablementela posibilidad de reconocer a las Juntas, o sea, losgobiernos autonómicos americanos, José MaríaBlanco White, lo hizo solo pensando que pudieranser un antídoto contra las revoluciones de indepen-dencia.43

No fue, por consiguiente, la desintegración de lamonarquía, «la causa principal» ni «la condiciónnecesaria para la independencia», sino el factor quedesencadenó la crisis de las relaciones de podercoloniales, contribuyendo a que se agudizaran lascontradicciones internas en el Nuevo Mundo. El con-dicionamiento histórico efectivo, el factor históricorecurrente que condujo a la independencia fue elenfrentamiento entre la intransigencia colonialista delabsolutismo y del liberalismo español, con el pa-triotismo y la conciencia de los intereses localesde los americanos.44

Las recomendaciones revisionistas de método entorno a la necesidad de una visión global de la co-yuntura política española han permitido tan solodistinguir a unos súbditos americanos de la monar-quía española protestando contra la ocupación fran-cesa y la discriminación que sufrieron por parte delas Juntas españolas en los años 1808-1810. Enresumen, la visión de conjunto de la crisis monár-quica los ha llevado a considerar como trascenden-tes solo el reflejo de las causas europeas en el dis-curso de los americanos, prestándoles apenasatención a las causas americanas de las guerras deIndependencia.45

La visión global de la coyuntura política y militarproyectada desde la Península Ibérica por François-Xavier Guerra dificultó el examen de la diversidadde actores sociales americanos y su designio co-mún de librarse en la medida de lo posible de lasautoridades monárquicas en el Nuevo Mundo. Los

43 José M. Portillo Valdés: Crisis atlántica. Autonomía eindependencia en la crisis de la monarquía hispana,Madrid, Editorial Ambos Mundos, 2006, pp. 200-201.

44 Jorge I. Domínguez argumenta que la grave crisis inter-nacional que socavó a la monarquía española a princi-pios del siglo XVII, la Guerra de Sucesión española, queenfrentó a los reinos de Aragón, Cataluña y Valenciacon la Corona de Castilla, no alentó la emancipación deAmérica, pues «ni siquiera una guerra internacionalque desafía la legitimidad imperial –por ejemplo, la Guerrade Sucesión española– es condición necesaria, ni sufi-ciente para la insurrección política. Es una condiciónque permite que puedan acelerarse los cambios subya-centes iniciados por otras causas». En cambio, cuandolos reyes españoles abdicaron ante Napoleón y los

ejércitos franceses invadieron España, se aceleró lacrisis del sistema colonial español. En lo que a eso serefiere, Domínguez razona de la siguiente manera: «Elnuevo desafío externo de la guerra a la legitimidad delsistema fue especialmente poderoso en las colonias oentre individuos que habían sufrido cambios conside-rables en su posición social, política o económica. Seformaron grupos de elites para aprovechar la oportuni-dad de plantear nuevos desafíos internos al gobierno.El elemento clave es que otros factores habían interve-nido desde la Guerra de Sucesión española hasta lasguerras napoleónicas antes de que ocurriesen estosdesafíos de los grupos coloniales internos y estallarala independencia» (Domínguez: Insurrección o leal-tad. La desintegración del imperio español en Amé-rica, México, Fondo de Cultura Económica, 1985,pp. 154-157).

45 François-Xavier Guerra: Modernidad e independen-cias..., ob. cit. (en n. 10), pp. 148-152; y «Lógicas yritmos de las revoluciones hispánicas», en Revolucio-nes hispánicas…, ob. cit. (en n. 8), pp. 13-19.

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sujetos políticos de las clases subalternas no pare-cen haberse interesado en que los reconocieransúbditos de la monarquía en igualdad de condicio-nes que los aragoneses, catalanes o vascos, sino enquitarse de encima los pesados mecanismos deldominio colonial español: tributo indígena, sistemade castas, tierras comunales expropiadas, régimenesclavista negro y de servidumbre indígena, supre-sión de estancos y gravámenes. La juventud ilustra-da, inspirada por los ejemplos de las revolucionesfrancesa y de las trece colonias inglesas, tampocoparece haberse mostrado preocupada por cuestio-nes de estatus en la jerarquía monárquica, sino en-tusiasmada ante la posibilidad de emprender la rea-lización de algunos de los proyectos modernistasde principios del siglo XIX. En cuanto a los patri-cios, parece estar claro que la invasión de la penín-sula por el ejército del Gran Corso significó la opor-tunidad de constituir Juntas y asumir el poder local,redimiéndose de las autoridades monárquicas enAmérica y de las disposiciones de las Juntas espa-ñolas que los trataban como segundones. Espolea-das por la fuerte presión que ejercían las clasesmedias y los estamentos subalternos, y enfrentadasa las hostilidades que les declaró la Regencia en1810, las Juntas americanas dieron los pasos deci-sivos hacia la Independencia en Caracas, BuenosAires y otras ciudades principales del Continente.Hasta qué punto no era genuina la pregonada fide-lidad de los patriciados insurgentes a Fernando VII,lo evidencia la negativa a gestionar su reintegraciónen la monarquía con el regreso al poder del monar-ca borbón.

Se puede discutir también si las revoluciones in-dependentistas representaron cambios en el modode vida de los estamentos subalternos y en las rela-ciones sociales de subordinación a la que estos es-

taban sujetos. Lo que no puede negarse es que laIndependencia significó el fin de las relaciones dedominio colonial y la liquidación de las formas deabsorción del excedente por la metrópoli españo-la. En ese sentido, el movimiento hacia la Indepen-dencia tuvo objetivamente un carácter anticolonial.De la misma manera, la constitución de Juntas ame-ricanas tuvo tal grado de consenso continental quehace pensar en una tendencia común a la autono-mía de comunidades muy distantes unas de otras,pero análogas institucionalmente. La sincronía conque se fundaron esas Juntas nos refiere, ante todo,al hecho que las motivó: el desplome de la monar-quía española. Ahora bien, su irradiación a granparte del Continente y la forma con que concibie-ron desplazar a las autoridades españolas y decla-rar la independencia, unos pocos años después, nospermiten reconocer un imaginario común a socie-dades diversas culturalmente, alejadas geográfica-mente entre sí y con una estructura institucional se-mejante. Ese imaginario no brotó de la nada. Seformó como resultado de unas comunidades queresistieron el peso de los mecanismos de dominiocolonial a lo largo del tiempo. La crisis de la mo-narquía española fue la coyuntura que las hizo con-cebir la oportunidad de librarse de la carga quehabían soportado contra su voluntad o consiguien-do pequeñas ventajas pírricas en sus pleitos y de-mandas ante las instancias legales rectoras de lametrópoli. Esa fue la razón histórica por la que, enúltima instancia, las comunidades criollas decidie-ron librarse del dominio colonial. Es por eso que lareconstitución del imaginario patriótico americanocreado al calor del diferendo histórico con el podercolonial, nos permite rebatir la afirmación hegelianade que la historia de América no era sino «eco ysombra» de la historia de Europa. c

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Estas reflexiones parten de una pregunta: ¿por qué para escri-bir poesía en español hay que empezar expulsando al españoldel lenguaje poético? Documentando y explorando tal cues-

tión, solo en apariencia paradójica o irónica, se busca aquí susten-tar una hipótesis: hay una tradición poética atlántica que no se resig-na a la representación configurada por la lengua natural y hace desu expulsión el acto poético por excelencia.

Pienso que hoy podemos asumir, sin alarma, que no solo conta-mos con veinte literaturas nacionales, a un nivel; y a otro nivel conuna literatura latinoamericana, una española, y varias literaturas pe-ninsulares en otras lenguas; y todavía en otro plano, contamos conuna interactividad trasatlántica, donde la comunicación, por un lado,y la textualidad, por otro, se suceden y alternan. Un espacio crea alotro y este a otro más, de manera inclusiva y compartimental. Así,la presuposición crítica y la actualidad creativa de este poliglotismose reconfigura de acuerdo a su capacidad crítica del presente. Esalengua plural (que media entre lenguas originales, peninsulares yamericanas) es el piso en construcción de la cultura trasatlántica enla que hemos sido formados. Esta es una lengua puesta al día por laliteratura, por la genealogía de una conversación que únicamentepuede darse como un evento actual. Se escribe en el presente, en laorilla incierta de la lengua misma, pero se lee en el futuro, proyectan-

JULIO ORTEGA

El algoritmo barroco(Literatura atlántica y crítica del lenguaje)(Literatura atlántica y crítica del lenguaje)(Literatura atlántica y crítica del lenguaje)(Literatura atlántica y crítica del lenguaje)(Literatura atlántica y crítica del lenguaje)

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do espacios. Si la literatura es una puesta en crisisdel tiempo presente, sus apelaciones tienen que vercon la futuridad, una palabra que finalmente ha en-trado al diccionario de la Real Academia. Cada es-critor que renueva el espacio poético en español ycada encrucijada decidida por la poesía, son apues-tas radicales por recomenzar los debates de un diá-logo bien planteado.

Diré algo sobre estas fracturas, donde la veraci-dad es la materia emotiva del discurso que desen-cadena la poesía, cuyo proceso de construcciónlevanta el habitus de la crítica en tránsito. Morar,recordó Heidegger, es habitar pero al mismo tiempoconstruir esa morada. No se trata, sin embargo, delser sino del tránsito de estar. Tampoco del origensino del proceso. Creo que la poesía tiene esa fun-ción o esa vocación: hacer lugar. Empieza, por lomismo, verificando el horizonte de su certidumbreverbal.

De la tradición cada nuevo escritor retoma unautor ejercitado en renovar las formas. No lo ago-bia ninguna ansiedad de influencias, no inventa asus precursores; despliega un proceso abierto: in-venta a sus lectores. Nuestros grandes poetas hansido los de mayor inventiva. De modo que la tradi-ción no es, en español, un museo ni un archivo, ysolo es una morada porque está siempre en cons-trucción. Se trata de un espacio dentro de otro, deuna figura acotada que se concibe desde otra, quela incluye. En un primer enmarcamiento, por ejem-plo, a los peruanos nos ha tocado no solo ser lec-tores sino practicantes de Vallejo, de modo quenuestra noción de la poesía es la de una demandasuperior a nuestras fuerzas. Con Vallejo, inevitable-mente, tenemos que volver a la lengua (cuestiona lagramaticalidad de un mundo mal articulado), al ha-bla actual (introduce la variación expresiva, inme-diata y abrupta), y al espacio de reinscripción (frac-

tura los protocolos consagrados), y, así, el lectorreorganiza la distancia que hay entre las funcionesde la lengua natural y el lenguaje forjado por la poe-sía. Uno, por lo mismo, concluye que con Vallejo lalengua natural no solo es puesta en crisis sino inclu-so tachada como idioma común. Es descontada entanto mapa del mundo y en tanto sistema comuni-cativo por una escritura que se produce, más cier-ta, en la materia emotiva del lenguaje que es el poe-ma. Vale la pena recordar que en la mentalidadandina, un espacio («cancha») postula otro espa-cio, al que incluye («cancha-cancha»), alterno ycomplementario, desplegado como su conceptua-lización. Alto y bajo, dentro y fuera, serial y dife-rencial, este modelo –explorado y postulado por elquechua/español de la obra de José María Argue-das– anuda, desata y redistribuye funciones y signi-ficaciones cuyo proceso articulatorio es una figuradialógica.

Hace poco en Madrid alguien dijo, de un perso-naje político, que era «gallego en el peor sentido dela palabra gallego». Me llamó la atención esta de-claración pesimista no en los gallegos, que inventa-ron buena parte de la intimidad del español moder-no, sino en el lenguaje común, que subdivide aEspaña estereotípicamente y convierte al otro enuna caricatura. Es una declaración que demuestra unatipología antimoderna, probablemente característi-ca del siglo XVIII. El escritor Javier Marías, a pro-pósito de esta frase, muy debatida, recordó en sucolumna de «El Semanal», de El País, que en Es-paña se dice que los catalanes son ahorrativos, losandaluces relajados, los castellanos rotundos, et-cétera, y concluyó que ello es una demostracióndel humor español.

Pensé, por mi parte, que la atribución a la culturapopular de una sabiduría mundana se remonta alrefranero, pero también al malentendido: los refranes

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de Sancho, en la irónica versión cervantina, prue-ban, más bien, que a veces lo que pasa por munda-nidad popular puede ser estereotipo, y, peor aún,prejuicio, cuya licencia es una suerte de «agujeronegro» del lenguaje. Este uso del lugar común pro-duce un habla profusa, tautológica y reificada, quedeja de ser parte del pensamiento y se revela comoosatura ideológica. En cada uno de nuestros paísesesta servidumbre de la lengua no ha hecho sinoacrecentarse. Aun cuando los signos de la moderni-zación mejoraban la tecnología comunicativa, el ac-ceso educativo y los derechos civiles, el lenguajeacusaba el costo menos cuantificable pero no me-nos elocuente, el de la regresión del lugar del otro.Lo demuestra la prensa amarilla, la televisión decotilleo, la radio energúmena, y la creciente violen-cia del espacio comunicativo en Internet. La faltade regulaciones y responsabilidades en la ideolo-gía del mercado, irónicamente, intensificó la vio-lencia de los poderes reciclados y la mala distribu-ción informativa.

La solución tampoco pasa por imponerle al Dic-cionario de la RAE la eliminación de la acepcióninsultante de «gallego». En la edición en línea, esediccionario consigna una sola acepción derogativa:«5. adj. C. Rica. tonto (falto de entendimiento orazón)». Advierte la entrada que ha sido «enmen-dada». Y ya una nota explica que este Diccionariono refrenda el sentido discriminador de algunos tér-minos sino que se limita a consignar ciertos usos.Me temo que los diccionarios del español termina-rán siendo los de una lengua que reconoceremospero que no hablaremos. O que hablan los extran-jeros. Julio Cortázar, que fue extraordinariamentesensible a las connotaciones del habla, dijo que eldiccionario era un «cementerio» donde cada nom-bre difunto tenía su definición como lápida. No setrata, claro, de los diccionarios, sino de la pesa-

dumbre ideológica que transparentan. Tal vez elmejor sería aquel que lo incluyera todo, y no soloen la gruesa celebración de humor grotesco deCamilo José Cela. En ese diccionario ideológicoverificaríamos: «Hombre libre: ciudadano que ejer-ce sus derechos»; «Mujer libre: descarriada».

El español probablemente sea la lengua con máscarga de tradición autoritaria, con más peso de ideo-logía conservadora, y con mayor incidencia de laspestes ideológicas del machismo, el racismo y la xe-nofobia. En el uso, estamos eximidos de dar la fuentede verificación: su validación tiene al yo como cen-tro de autoridad («Porque lo digo yo», anuncia unpuño en la mesa). Subyace a esta producción lanoción de que la identidad se construye en contra ya costa del otro, y no necesariamente en el diálogo.Aparentemente, está demostrado que las lenguasson más complejas (herméticas) en su área de ori-gen y más sintéticas (comunicativas) cuanto más seexpanden. El español se formó como una magníficasuma de regionalismos peninsulares (la patronímicay la toponimia son derivaciones y marcas fascinan-tes), donde dejan huella el gallego, el vascuence, elcatalán, y, pronto, el árabe, el hebreo, sus deriva-dos mutuos, y, enseguida, el inquietante repertorioamericano, cuyo despliegue será la materia quealiente en el barroco. Lo ultramarino siempre des-mintió a lo ultramontano en esta lengua, tan históri-ca que solo en la literatura es plenamente nuestra.

Cabe ahora adelantar que este linaje autoritariose podría entender a partir del hecho de que el es-pañol es una de las pocas lenguas que no pasó porla Reforma. Más bien, racionalizó la Contrarrefor-ma: justificó la expulsión de árabes y judíos, y muyprobablemente fue víctima de su propio nacimientomoderno en la violencia. El recientemente descu-bierto Juicio de Colón así lo demuestra: la violenciaocupa la subjetividad y devora al sujeto colonial y a

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su empresa. Es una lengua que ha vivido casi toda suvida bajo imperios absolutistas y una religión pro-veedora de buena conciencia. El español fue másbien impermeable, a pesar de algunos casos ilus-tres y trágicos, y rehusó la modernización del sigloXVIII. Fuera de breves momentos liberales o repu-blicanos, padeció la extraordinaria arbitrariedad desus dictaduras. Entre la república democratizadoray el autoritarismo, prefirió a este. Hay que recordarque los últimos treinta años son el período más lar-go que ha vivido España, y por lo tanto la lenguaespañola, de libertades civiles y autocríticas. Poreso, la metáfora de la tipología regional de las iden-tidades como práctica deportiva corresponde, másbien, al mal humor, y a un uso de la lengua que noha conocido la autocrítica.

Recordemos que casi todos los grandes escrito-res españoles han padecido la cárcel o el destierropor su uso del español. San Juan de la Cruz y frayLuis de León estuvieron presos por haber traducidopasajes de la Biblia o por sostener que la Biblia, des-pués de todo escrita por Dios, podía tener una tra-ducción mejorada de la vulgata. En el expediente deljuicio a fray Luis de León, su acusador (un colega deSalamanca) lo llama «el hebreo fray Luis de León».La historia de la traducción y los traductores es unsensible capítulo de la modernidad cautelada del len-guaje español. Las ordenanzas que regulan el traba-jo de los traductores en el Nuevo Mundo revelan lasuspicacia sobre su función, y el problema más inter-no de un sistema de validación que carecía de otrasverificaciones más allá de la autoridad, la fe y la cen-sura. La gran traductora mexicana de la conquista,doña Marina, la Malinche, en lugar de ser consagra-da por la historia como una heroína de lo modernofue descartada como traidora. Desde el siglo XIX sunombre designa el favor por lo extranjero. Y «Loshijos de la Malinche», en el famoso ensayo de Octa-

vio Paz, no son los nuevos sujetos bilingües (media-dores del futuro), sino los hijos de una violación (con-denados de origen).

¿Cómo escribir, entonces, desde la tradición an-timoderna y la prohibición autoritaria? Solamenteescribiendo mejor, replegando el lenguaje sobre símismo, explorando la materialidad de los signos,cifrando en la hipérbole los términos contrarios.Pero, antes, es preciso abandonar la dicción y laprosodia protocolares. El escritor tendrá que re-construir el territorio de la lengua como un espacioimaginario más grande que el lenguaje literal y me-nos asertivo que el discurso de autoridades.

Garcilaso de la Vega se mudó al italiano. Gón-gora se afincó en el latín. Cervantes buscó su pro-pio idioma en el género de la novela como el primerespacio relativista del lenguaje dominante. Garcila-so se inscribe en la gran tradición que formaliza elHumanismo, el petrarquismo, que actualizó a losclásicos, bebió de Dante y Cavalcanti, asumió elneoplatonismo y forjó el dolce stil novo. Con Gar-cilaso tenemos el extraordinario ejemplo del primerespañol internacional, ya no regional sino abierto almundo, capaz de renovar radicalmente la poesíacastellana.

Desde la poesía, pero también desde la crítica,Petrarca había inventado la filología como el artede restituir la memoria literaria del lenguaje. Llama-mos hoy «nostalgia crítica» a su modelo de lectura:al restaurar manuscritos de la Antigüedad clásica,que en la Edad Media habían sido descartadoscomo paganos –se usaban los textos clásicos comomaterial de relleno para la encuadernación de loslibros–, rescató la memoria contra la arbitrariedadde la historia, para la inteligencia humanista. Esta-bleció la retórica de Quintiliano, un hispano-roma-no, adelantado del paradigma de la mezcla, del es-pañol ganado desde el Humanismo. De los papeles

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de Quintiliano dice Petrarca que estaban «mengua-dos y lacerados». Su labor es reconstruir la memo-ria no como texto fundador ni como objeto feti-chista, sino como una fuente del porvenir. Y reunir yestablecer los textos clásicos se hace más urgenteen una época aciaga y mercantil, que detestaba.Curiosamente, Petrarca le escribe cartas a los clá-sicos y les dice: ustedes vivieron en una época mag-nífica, en cambio yo vivo rodeado de comerciantesy farsantes. Este es el otro acto humanista que la lite-ratura instaura contra la barbarie autoritaria: la con-versación, que su amigo Bocaccio convierte en dis-positivo del relato. Escritor es aquel que convocalas voces del tiempo en el diálogo constitutivo de lacomunidad de la letra. Garcilaso, en esa escena,conversa con Petrarca; y Boscán proseguirá la conver-sación del malogrado amigo, comentándolo comosi le tomara la palabra. El Inca Garcilaso retomará,a su vez, esa conversación para dialogar con LeónHebreo y con las cartas de Petrarca; y otro tantohará Rubén Darío, devolviéndole la palabra a Gar-cilaso. Alfonso Reyes nos demuestra, luego, que laliteratura es una conversación dentro de otra con-versación; y Borges, que uno no deja de conversarcon Cervantes.

El Inca Garcilaso de la Vega, que eligió su nom-bre para honrar a su pariente, el príncipe de lospoetas, no solo a su padre, tuvo en su bibliotecavarios libros de Petrarca. En otra parte he tratadola importancia de esa filiación, a propósito de laescena filológica central de sus Comentarios rea-les. Cuenta allí que un fraile prominente de la cate-dral de Sevilla ha recuperado del incendio de Cá-diz por la invasión inglesa, los manuscritos delhistoriador peruano, el padre Valera. Recibió, nosdice, los papeles «rotos y menguados», exactamentecomo Petrarca. Evidentemente, reapropia este prin-cipio de valor de los textos salvados de las fauces

de la historia, de su bárbara violencia, para cons-truir la memoria, su Libro, que en este caso será unmodelo del mestizaje. El Inca Garcilaso se propo-ne, además, dar ejemplo: las semillas de Españacrecen en Indias en gran abundancia, nos dice, por-que Indias es de una fertilidad extraordinaria gra-cias a la tierra, que recibe estas semillas y produceunos frutos deliciosos y gigantescos. Cuenta que havisto un rábano que no podían abrazar varios hom-bres, y que probó de ese rábano. Este modelo deuna naturaleza no acabada –como pensaba la reli-gión medieval–, sino en proceso de hacerse, se hacemejor gracias a la mezcla. Porque la mezcla va aser el espacio de modernidad que América introdu-ce en el español. No la ortodoxia, no el monólogo,no el autoritarismo, sino la tolerancia, la apertura yla novedad de un principio de articulaciones, quees capaz de re-espacializar el mundo con el lengua-je. Este paradigma de la mezcla se transforma enun modelo cultural, porque la mezcla va a ser tam-bién producto del sistema del intercambio, y la cons-trucción de la esfera pública. El mestizaje no es so-lamente étnico sino, sobre todo, cultural. Es unsistema de información que articula una nueva lec-tura del pasado para contradecir el presente de vio-lencia y postular un porvenir más democrático, di-ríamos hoy, más abierto e inclusivo. También poreso Cervantes quiso ir dos veces a Indias, porqueentendía que en América el español estaría libre dela prohibición y la censura de España. Si mundosignifica limpio, Nuevo Mundo significó el lenguajede lo nuevo como nueva limpidez.

Góngora, lo sabemos, acude al latín para forjarla sintaxis que hoy celebramos como barroca. Elbarroco aparece justamente como un fenómeno nue-vo de la percepción: alterno a la perspectiva geomé-trica, la figuración circular del barroco ya no privile-gia la racionalidad del sujeto que controla el campo

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de la mirada, sino que suscita la materialidad de lainmanencia, la mirada incorporadora, que es partede ese mundo haciéndose en los sentidos. Es la exu-berancia del Nuevo Mundo lo que excede el campode la mirada, y privilegia la función del conocimientoy la experiencia. Pero el barroco no existiría sin eloro, la plata, los pájaros, el chocolate, la piña, el ta-baco, las raíces y los frutos que dejan su traza en elespacio de la representación y en la sintaxis de lasincorporaciones. Cuando Colón, en su Diario, diceque ha visto en una isla del Caribe el árbol frondosoque llama palma, acude a un oxímoron para descri-birlo: nos dice que era de una «disformidad fermo-sa»; las palabras no le sirven para describir este ár-bol que se sale del campo de la visión; sus ramas yhojas no pueden ser controladas por la perspectiva.Es, nos dice, hermosamente horrible. Se trata de laprimera semilla del barroco.

Esta ampliación de la mirada produce una re-presentación del mundo como materia gozosa. Elsujeto de la posesión, cuyo conocimiento pasa porel saber de ver y probar, emerge en los cronistas,sobre todo en los que recorren el Caribe. Una yotra vez testimonian: «yo comí de la piña», «yo probéde esta fruta». Oviedo se burlaba de Petro Mártir,quien nunca había estado en Indias y no había co-mido una piña. El erudito encargaba piñas pero to-das le llegaban mal. La piña fue el emblema del ba-rroco, el recreo de la naturaleza como artíficebarroquizante. En cambio, Felipe II, quien tenía unacuriosidad callada por este fruto, recibió una piña,la puso en su mesa, la contempló, y decidió no pro-barla. Gracias a la religión, no necesitaba conocernada nuevo, y debe haber temido que fuera un pro-ducto del demonio.

Góngora vuelve del latín con una nueva sintaxis.Ya no es la sintaxis acumulativa y expansiva, sinouna sincrética, donde las palabras mismas adquie-

ren una suerte de tensión, sensorialidad, exotismo ymaterialidad que no habían tenido. Es probable queGóngora tampoco hubiera forjado esa nueva sin-taxis sin el espacio alterno de las Indias. Si el latín lepermite la tersa concentración de la materia poéti-ca, Indias interpola entre los viejos nombres losnuevos objetos. Góngora cita varias veces a las In-dias en sus poemas, pero, como observó AlfonsoReyes, más allá de las referencias puntuales: en supoesía asoma el Nuevo Mundo en la sensorialidaddel exotismo.

Quien más remite a las Indias y está más alerta asus noticias es Cervantes, el escritor del Siglo deOro que pone a prueba su lenguaje desde nuevosespacios críticos de la lengua. La novela le permiteinterpolar lugares alternos, y el teatro, barajar lostiempos (México y Sevilla) como espacios simultá-neos. Había leído los Comentarios reales del IncaGarcilaso, cuyos escenarios parece glosar en elPersiles. Pero, sobre todo, su experiencia de cau-tivo de otras gentes y lenguas, y hasta su mismacondición social y origen converso, deben haberlehecho concebir el espacio de las Indias más comoalterno que ajeno. No solo porque dos veces in-tentó mudarse a América sino porque sabía que lamezcla era la metáfora más creativa, por más mo-derna, de un pensamiento erasmista, tan críticocomo relativista.

En el Quijote, uno de los personajes más fasci-nantes es Ricote, un moro que vuelve a España dis-frazado y dice que ha recorrido el mundo. Don Qui-jote le pregunta cuál es el lugar donde mejor se hasentido, y Ricote dice que Alemania. Esta es una delas mejores ironías de Cervantes. Don Quijote le pre-gunta por qué, y Ricote contesta que allí uno puedeopinar lo que quiera y a nadie le importa. Irónica-mente, los espacios interpolados cotejan las prohibi-ciones españolas. Además, el nombre Ricote es el

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de un pueblo murciano que fue fecundo gracias altrabajo de los árabes. Por lo demás, el Quijote essiempre otro Quijote, como demostró diligente-mente Pierre Menard. Y entre esas lecturas, la deCarlos Fuentes, el narrador de mayor inventiva cer-vantina entre los escritores de vocación atlántica, nosdevuelve al principio: leer el proyecto quijotesco decambiar el lenguaje para cambiar el mundo.

Cervantes no podría haber ignorado la cuestióndel lenguaje español. En la segunda parte, DonQuijote llega a Barcelona y va a conocer a su ma-dre, la imprenta. Nos dice Cervantes que en la puer-ta se lee: «Aquí se imprimen libros». La ironía no senos escapa: «aquí» está de más, no se los imprimenen otra parte; «se imprimen» está igualmente de más,porque no se dibujan o copian, se imprimen; y «li-bros» sale sobrando porque de ellos se trata. Laironía alcanza a cierta tendencia redundante y peri-frástica de la lengua española. ¿Hay otro nombrepara este lugar? «Imprenta», naturalmente. PeroCervantes no lo usa, deliberadamente, para ilustrarsu irónica crítica del lenguaje. Se ha repetido queSancho representa el refranero y su sabiduría po-pular, pero tenemos que reconocer que muchasveces también representa la redundancia y lo lite-ral. Tal vez la saturación sentenciosa del sentido co-mún, que es una comedia del habla en Sancho, seatambién una sutil crítica del uso y sobreabuso de laprofusión y perífrasis de una lengua que termina per-diendo a sus referentes en el circunloquio. CuandoDon Quijote es condenado, después de una derrota,a volver a su pueblo, sabe que no puede haber peorcastigo que ese, volver al pueblo natal, volver a laMancha, cuyo nombre lo dice mejor el olvido. Lamancha viene de la palabra árabe para «lugar seco»,y lo seco es lo literal: la repetición, esa claustrofobiadel lenguaje. La pesadumbre de la lengua literal radi-ca en que refrenda y confirma las evidencias, porque

es incapaz de imaginar su transformación. La refe-rencialidad cruda y elemental no trabaja para cons-truir la morada de un lenguaje capaz de rehabitar elmundo. Por eso, cuando vuelven Don Quijote y San-cho, muy melancólicos, a su pueblo, el amo le dice asu escudero: «¿y si nos hiciéramos pastores?». Estoes, ¿y si nos cambiáramos de libro y nos metiéramosen una novela pastoril? Seguirían en el discurso abiertopor el relato y no tendrían que regresar a la Mancha.Otra irónica refutación cervantina del lenguaje sinhorizonte.

No menos importante para esta lectura del Qui-jote es que, a pesar de su humilde género, vienedirectamente del mundo humanista, de la tradicióncrítica de Petrarca. Solo que siendo una comediade la letra, Cervantes debe situar la novela en elmercado, donde compra un manuscrito, por amora los papeles menguados y rotos, que está en árabey debe hacer traducir. Si bien la novela hace estetraslado irónico y propiamente novelesco, tiene unpropósito que es fundamental al humanista: enseñara leer, demostrar que el lenguaje leído acrecientanuestra humanidad, y humaniza también el espaciosiempre contrario, hecho por la «prosa del mun-do». Por eso, creo que el héroe de la novela esSancho Panza, el hombre analfabeto. La novela debeenseñarle a leer a Sancho, a través de un maestrotan loco que ha asumido el mundo imaginario comoliteral. Y, al final de la novela, vemos que Sancho haaprendido a leer. Lo demuestra con elocuencia enel episodio de la Ínsula, cuando como supuestogobernador lee cada caso que juzga como si se tra-tara de una novela italiana. Revela ser un buen lec-tor analítico: juzga, decide, y no se equivoca. San-cho ha aprendido a leer, y Don Quijote le encomiasu sabiduría. Por eso cuando están volviendo a supueblo, esta posibilidad de seguir en el discurso,aunque sea en una novela pastoril, es una proyec-

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ción de otro espacio alterno y salvaticio, ya que loliteral, como sabemos, representa lo muerto.

Pero, volviendo a la poesía, debemos conside-rar el caso de Rubén Darío, cuya obra, siendo mo-dernista, no solo ocurre en un lenguaje paralelo alde la lengua general, sino que su arte es la perma-nente sustitución de un lenguaje por otro. Es, dehecho, el primer lenguaje poético que libera al es-pañol de su tradición naturalista.

Darío, no sin escándalo, abandonó el español yse pasó al francés. Pero no se trataba de mero «ga-licismo», sino que fue a la poesía simbolista france-sa para recuperar su música, y volver, luego, al es-pañol y ensayar todas las formas de su tradiciónmétrica, desde la Edad Media hasta su desangela-do presente. No solamente fue el más grande poe-ta de la lengua sino el poeta que más formas prosó-dicas del español utilizó. Darío, naturalmente, volvióa Garcilaso. Garcilaso había descubierto la natura-leza sonora de la lengua española, que como handicho algunos poetas es la más próxima al latín. Elespañol tiene un sonido vocálico, absorto y resonan-te, que Darío exploró mejor que nadie. Desterradoen una isla del Danubio, el poeta Garcilaso habíaescrito: «Danubio, río divino». Rubén Darío escri-bió: «Juventud, divino tesoro», que es exactamentela misma fórmula apelativa, pero, sobre todo, es lamisma celebración de la calidad sonora del espa-ñol, en ambos versos de sutil juego vocálico simé-trico, reverberante en uno, abismado en el otro.

Borges, lo sabemos, se fue al inglés, y volvió demejor humor, sucinto y lacónico. El hecho es que sinel inglés no sería el mismo. Encontró en el inglés unaconcisión, diríamos, elocuente de la frase capaz delsobrentendido y el sesgo irónico, así como una esté-tica del fragmento y la agudeza. Una especie de mini-malismo avant la lettre, que le permitió hacer quela inteligencia y la emoción formaran parte de la mis-

ma expresión. Cervantino de modo decisivo, su«Pierre Menard, autor del Quijote» postula una teoríacrítica basada plenamente en la lectura operativa, li-berada del fantasma biográfico. Menard escribe elmismo Quijote porque entiende que es otro Quijo-te, el suyo, rescrito al ser leído. Borges implica enesa operación la noción actual de que clásico es ellibro que se actualiza en el presente de nuestra lectu-ra, vivo en el tiempo del lenguaje. La tesis postuladase sostiene en la idea de que la naturaleza humana,más que parecida a los sueños, se parece al lengua-je, del que estamos hechos, desde que aprendemosa leer hasta que nos abandona. Una broma cervanti-na sobre el lenguaje es la que hizo cuando declaróque de chico había leído el Quijote primero en inglésy solo después en español. Algunos críticos dieron labroma por literal y, sin ironía, dedujeron la supersti-ción moderna de que siendo bilingües adoptamos lalengua de prestigio. Menos predecible es recordarque Borges adapta los juegos verbales de paradojabarroca. En este caso, bastaba recordar que Byron,quien escribió su Don Juan para combatir el aburri-miento del inglés de su tiempo, había dicho queShakespeare se lee mejor en italiano.

Otros poetas, como César Moro, escribieron enfrancés. También Vallejo introdujo algunos rasgosdel francés en su poesía. De un lugar lleno de gentese dice en francés que está «lleno de mundo». Entanto hablante nuevo del francés, al igual que CésarMoro, Vallejo gustaba de esas paradojas de humorinvoluntario que suscitan las lenguas al cruzarse. Enun poema de España, aparta de mí este cáliz, de-dicado a la Guerra Civil española, Vallejo canta lamuerte de un miliciano, y concluye: «Su cadáver es-taba lleno de mundo». Era un muerto de una dimen-sión cósmica.

Vallejo fue quien más radicalmente puso en dudael uso de la lengua española. Quiero escribir, dijo,

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pero me atollo, porque no hay cifra hablada que nollegue a bruma y no hay pirámide escrita sin cogo-llo. Esto es, tengo mucho que decir pero no puedoescribirlo porque para hacerlo tendría que usar ellenguaje, que es sucesivo y requiere de un orden;además, escribir un poema exige un centro y unaunidad verbal. Esa condena del poema a la natura-leza del lenguaje, le impide escribir. ¿Cómo escribirsin utilizar el lenguaje? Escribiendo mal, respondeen Trilce, desde los bordes de la incongruencia y elpatetismo. Y se propone, en consecuencia, una poéti-ca de la tachadura: borra las conexiones referencialesy produce un habla orgánica y desnuda, de crudaemotividad, con la que levanta una aguda crítica dela representación, esto es, de la pérdida material delmundo en el lenguaje. En esta poesía extremada,el lenguaje español se piensa a sí mismo residual-mente y, al mismo tiempo, forjándose como imagenviva del mundo.

Lorca había explorado las formas leves y circula-res del poema arábigo, donde fluye el habla comotiempo verbal y traza arabesca en su corriente. Y enPoeta en Nueva York demostró su honda coinci-dencia con Vallejo al propiciar la fuerza orgánica delhabla frente a la escritura. Aleixandre acudió al len-guaje asociativo del sueño en el escenario freudiano.Ociosamente, sus críticos creyeron que era mejor supoesía «comunicativa», cuando es superior la quedisputa la racionalidad de una comunicación sobre-codificada. Nicanor Parra abrevó de las matemáti-cas y la filosofía inglesa del lenguaje para desmontarla lírica como derroche expresivo y recobrar la iro-nía de la dicción popular como saber común. JoséLezama Lima regresó a las fuentes del barroco paraconvertir al poema en el espacio ceremonial de unlenguaje que se debe a la fecundidad de la imagen.Carlos Germán Belli ha forjado un barroquismo he-cho de tecnicismos, habla coloquial y formas clási-

cas cuyo claroscuro es escena del deseo. LorenzoGarcía Vega ha trazado variaciones extremas de aso-ciacionismo figurativo y a la vez geométrico, dondeel lenguaje es una red en el vacío, una impecable sus-titución prodigiosa del mundo. ¿Y cómo no interro-gar la composición rutilante de Jorge Eduardo Eiel-son, cuya lengua española viene de la plástica, delarte performativo, que otorga a las palabras una fi-guración creativa de nuevo rango, de esplendor ob-jetivo y libertad sin tregua?

José-Miguel Ullán abre las palabras por dentropara dibujarlas como otro idioma, más libre y lúdico,capaz de rehacer la misma escritura del mundo comouna exposición universal de los poderes del grafis-mo. Julia Castillo pule sus poemas como huesos sintiempo, conjuros grabados en la geografía verbaldespejada, gracias a lo oscuro cifrado. Reina Ma-ría Rodríguez trama la fluidez circular del habla comoun mapa del mundo afectivo; Juan Carlos Flores sedebe al genio del arte de la sorpresa aleatoria, ca-paz de darle forma a la incertidumbre; Arturo Ca-rrera, al ritual barroco inherente al habla que noshabita; Coral Bracho, al poema como instrumentogenerativo sin explicaciones, evento puro. Estospoetas, entre varios otros, han demostrado la in-sondable creatividad del español cernido por elcoloquio y abierto por la textualidad, capaz de de-cirlo todo de nuevo en un despliegue de combina-torias, tramas y entramados de la voz, la imagen, elgrafismo, y la acción poética de una escritura enpos de un referente de liberaciones mutuas y espa-cios en construcción. La poesía, por lo demás, noha cejado de buscar la reverberación del habla tem-poral, cuyo modelo latino de vivacidad oral y cuyaestirpe angloamericana de inmediatez apelativa, sehan hecho pauta de enunciación, duración emotivay agudeza dialógica desde la fresca dicción de Er-nesto Cardenal, la transparente imagen de Claribel

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Alegría, el coloquio introspectivo de FernándezRetamar, la entrañable melancolía de Juan Gelman,la noble claridad de José Emilio Pacheco, el bríogozoso de Antonio Cisneros, y el barroco callejerode Roger Santiváñez...

En la novela, Juan Goytisolo ha reivindicado una yotra vez la narrativa de invención, que no ha dejadode ensayar, poniendo en entredicho las representa-ciones dominantes, el casticismo anacrónico, y la tri-vialización del mercado literario. Julián Ríos es quienmás lejos llevó el desmontaje de la lengua narrativaespañola, en una práctica de ruptura hecha con ingenioy humor, cuyas consecuencias subversoras compro-bamos hoy en la última novela española, de voca-ción trasatlántica, gracias a Borges, y posnacional,gracias a Goytisolo. Diamela Eltit, por su parte, haexplorado espacios marginales donde la palabra delos otros cuestiona la ocupación de lo público, ha-ciendo del espacio literario una restitución de empla-zamientos a la vez poética y política, esto es, dialógi-ca. En ninguna literatura como la chilena de este siglose disputa la inteligibilidad del espacio como lugar(drama fantasmático de las clases), pérdida (casasarruinadas por la historia), desértico (descentrado yvaciado), y deshabitado (ocupado por el mercado).El espacio se torna político: la evidencia del malestarirresoluble de la comunidad extraviada por los po-deres sin turno.

Fue un narrador peruano de poderosa persua-sión poética, José María Arguedas (1911-1969),quien al hacer hablar al español desde el quechuademostraría que las lenguas regionales tienen toda-vía mucho que hacer no solo en los valores de supropia independencia sino en el espacio cultural de lacompatibilidad, esa capacidad de articulación dela cultura andina y la lengua quechua, cuya sintaxisse despliega creando el espacio de una epistemo-logía de trama aleatoria. Propongo designar a esta

sintaxis incorporatriz como un algoritmo barroco.Un principio de apropiación y desplazamiento queno borra los términos sumados, sino que negocia ellugar de cada forma en la dinámica de su ocurren-cia, desplegada hacia el futuro.

Ante el dilema de en qué lengua escribir, Argue-das optó por hacerlo en un español dentro del cualresuena el quechua como matriz, traducción, sus-trato y proyecto bilingüe. No es la suya una lenguamixta sino una lengua interpolada, donde la mezclaes una huella pero sobre todo un espacio en cons-trucción o, mejor aún, un espacio en invención. EnLos ríos profundos (1968), como Cervantes en elQuijote, Arguedas cuenta el aprendizaje que haceel hablante de una nueva lengua para ejercer la suyapropia. La comunicación plena del mundo naturales el modelo de su lengua quechua, y la comunica-ción conflictiva de su mundo social es la jerarquizaciónque impone el español, al que confronta, asedia yhace suyo. Si en el Perú un hombre no puede ha-blar libremente con otro, dadas las extraordinariasestratificaciones arcaicas, en el trayecto de los con-flictos ocurre que el español aprende quechua y elquechua habla español. La novela, se diría, estáescrita en un idioma que nadie habla: no está escritasolo en español, pero tampoco únicamente en que-chua. Está contada en un español enunciado desdeel quechua. Es, así, un lenguaje poético que inventaa su lector futuro. Porque es el idioma que los pe-ruanos hablaríamos si fuésemos bilingües. Una co-munidad políglota ocupa el futuro como su origen.

¿Qué tienen en común el quechua y el catalán,el aymara y el gallego, el guaraní y el vascuence, elmapuche y el bable? El español, digo yo, como len-gua mediadora. Las lenguas que promedian con elespañol pueden atravesar su genealogía autoritariay, liberándolo de la burocracia y los poderes res-trictivos, pueden recobrar su horizonte crítico en el

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plurilingüismo que nos suma. Nada sería menos mo-derno que condenarnos al monolingüismo. La lite-ratura que hace esta varia familia, a pesar de trau-mas y trampas del pasado que insiste en repetirse,es ya una comunidad futura. En la historia culturaliberoamericana, la literatura ha sido siempre unautopía comunicativa.

En el siglo XIX, la filología había sido la disciplinaque acompañó al Estado nacional. Gracias a ella,cada país europeo encontró un texto fundador paradarse lugar en los orígenes de la formación del Es-tado. Andrés Bello nos devolvió el Cantar del MíoCid, del que fue uno de sus primeros editores aler-tas. Desde Londres, donde tuvo como interlocutora Blanco White, pensó que los latinoamericanosnecesitábamos que España tuviese un texto funda-dor para que fuese una civilización moderna y nues-tro punto de referencia. El cantar del Cid había sidoconsiderado un texto bárbaro, pero Bello demos-tró lo contrario: era la trama de una métrica refina-da, que venía de la memoria culta del Romance.Que la filología pudiese ser una historia verbal delporvenir no es menor proeza del humanismo polí-glota de Bello, Darío, Reyes y Borges, que en losnombres vieron no solo el objeto sino su escenario, nosolamente el sujeto sino su libertad. Borges practi-có una historia posterior de la lengua, no la de losorígenes, que son otro discurso, sino la de la simul-tánea concurrencia del lenguaje, que Octavio Pazconcebía como la ciudadanía contemporánea. Bor-ges, se diría, ha des-fundado los orígenes españo-les, liberando a su literatura más viva de las obliga-ciones regionales, las hablas topológicas, y lasbiografías que sustituyen a la obra. No en vano losnarradores y poetas de este siglo español han he-cho suya la inteligencia inventiva del operativo des-constructor borgiano, y buscan hacerlo todo denuevo.

Alfonso Reyes debe haber ejercitado la primeragran suma atlantista, pero no como una mera enci-clopedia niveladora sino como una permanente dife-rencia, hecha del lado del futuro, que en su prédicasiempre es liberal y, a veces, prudentemente radical.Por eso dijo que Fernando de los Ríos, al salir de lacárcel, lucía una sonrisa «más liberal que española».La sonrisa, advirtió, no requiere discurso. Reyes noshizo conversar con griegos y latinos para mejorarnosla actualidad. Pero hoy podemos apreciar mejor sutrabajo precursor por hacer de Brasil parte de la fi-gura americana de las sumas modernas, a pesar deque le tocó la turbamulta conservadora que llegó atachar su embajada de «comunista». Escribió crónicas,cuentos y poemas, incluso artículos de información bá-sica, durante su laborioso plazo de diplomático afin-cado en Río de Janeiro. Ese asombro gozoso prece-de a los trabajos de Emir Rodríguez Monegal porhacer de la literatura brasileña contemporánea una orillasin fronteras, de tránsito mutuo y mutua inteligencia.Paralelos son los trabajos de Haroldo de Campospor convertir la traducción en otra forma de conver-sación celebratoria. La discusión brasileña sobre ellugar de Gregório de Matos en esa literatura (si co-rrespondía al siglo XVII o se debía a su descubrimien-to moderno) la zanjó Haroldo postulando un comien-zo textual: el barroco como un desplazamiento delorigen. Gran traductor de todas las lenguas que qui-so leer, asumió el presente como un tiempo sin co-mienzo ni final, como una pura geotextualidad polí-glota y feliz. Coincidió, a sabiendas, con LezamaLima, otro enciclopedista antienciclopédico, con sutesis de que el modo de representación americana sedebe al barroco, a la plena madurez de esta lengua.

Quisiera argumentar que la cultura brasileña, des-de la poética de la Antropofagia modernista y lassagas de la migración de Nélida Piñon y MoacyrScliar, hasta la destreza de su actual poesía, de va-

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sos comunicantes con la hispanoamericana, ha idoconstruyendo lo que será uno de los horizontes lite-rarios de este siglo: el dialogismo español/portugués,ese otro bilingüismo en marcha, cuya fuerza políticay vocación multilingüe bien pueden levantar uno delos espacios literarios del futuro, que entre noso-tros es siempre la parte salvada de la historia. Dadala globalización del mercado y sus servidumbres, eseterritorio cultural se afirma como promesa compati-ble. A la hipótesis en construcción de un algoritmobarroco, la lección brasileña agrega su horizonteantitraumático y su tradición de futuro. Brasil seráel espacio americano que en este siglo pruebe laexistencia de la América Latina.

No hace sino confirmar estas correspondenciasde espacios en construcción interpolada, el hecho deque el extremo inclusivo, esa figura de la retórica queprodiga la lectura atlántica, esté también en juego,este siglo, en Cuba. Uno de los países más peque-ños de la humanidad del español, donde todas lasfases de lo moderno fueron ensayadas, se debe porentero a su cultura histórica y artística, que es parale-la a la brasileña (excepcionalistas, barrocas, hechasde la mezcla, atlántica una, lusitánica la otra); y cuyaalegoría literaria está animada por la misma certidum-bre poética del futuro que alienta en la generación deOrígenes y la del Modernismo brasileño. Esos po-los de corriente alterna se nos aparecen como dosespacios de textualidad prodigiosa, incluyentes deÁfrica y Asia; y, contra los pronósticos ideológicos,decisivos a la hora de compartir las apuestas del len-guaje más crítico, el más creativo.

Montaigne se había mostrado deseoso de parti-cipar en esta conversación trasatlántica. Pensabaque el descubrimiento del Nuevo Mundo era unaaventura humana mayor, y contrató a unos marinerosque habían estado en el Caribe para que le narraransu odisea. Pero concluyó que eran malos informan-

tes y peores conversadores. Melancólicamente, seimaginó conversando con Platón.

Escribió Montaigne lo siguiente:

siento que Licurgo y Platón no los hayan conoci-do [a estos pueblos americanos] porque esas na-ciones sobrepasan las pinturas de la Edad de Oro[...]. Es un pueblo, diría yo a Platón, en el cualno hay ricos ni pobres [...]. Las palabras mismasque significan la mentira, la envidia [...] les sondesconocidas.

Es extraordinario que pensara que al revés delos idiomas europeos, donde estas palabras le re-sultaban prominentes, fuesen desconocidas en loslenguajes americanos. En esa alteridad atlántica veíauna conversación por hacerse.

Quisiera proponer que pensemos la literatura tra-satlántica como el intento de reconstruir la plazapública de los idiomas comunes, desde la perspec-tiva de un humanismo internacional y a partir delmodelo de la mezcla, que sigue siendo el principio mo-derno por excelencia. Esta construcción de espa-cios inclusivos pasa por el cuestionamiento radicaldel lenguaje autoritario, para retomar en su plenaactualidad dialógica la civilización de la voz desnu-da, que postulaba Levinas como la certidumbre éti-ca. La crítica del lenguaje, que es nuestra genealo-gía del futuro, nos permitirá conjurar el monstruoideológico que asola nuestra lengua.

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