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Gerardo Morales Jasso Revista Electrónica Nova Scientia La categoría “ambiente”. Una reflexión epistemológica sobre su uso y su estandarización en las ciencias ambientales The category of “environment”. An epistemological reflextion about their use and their standardization in Environmental Sciences Gerardo Morales-Jasso Instituto Nacional de Antropología e Historia, San Luis Potosí México E-mail: [email protected] © Universidad De La Salle Bajío (México)

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Gerardo Morales Jasso

Revista Electrónica Nova Scientia

La categoría “ambiente”. Una reflexión

epistemológica sobre su uso y su

estandarización en las ciencias ambientales

The category of “environment”. An

epistemological reflextion about their use and

their standardization in Environmental Sciences

Gerardo Morales-Jasso

Instituto Nacional de Antropología e Historia, San Luis Potosí

México

E-mail: [email protected]

© Universidad De La Salle Bajío (México)

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Nova Scientia ISSN 2007 – 0705, N°17 Vol. 8 (2), 2016. pp: 579 - 613

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Resumen

En el presente artículo se analizan tres significados de “ambiente” y se plantean las tensiones

epistémicas que implican dos de ellos. La meta es proponer la adopción de uno de los

significados para su uso en las ciencias ambientales y con esto disminuir las tensiones

epistémicas de su polisemia. Para hacerlo, el artículo distingue “ambiente” de categorías como

hábitat, naturaleza, ecosistema. Luego de lo cual, a través de una argumentación epistemológica,

se genera una propuesta para las ciencias ambientales en la que ambiente es redefinido en un

sentido sistémico. Tal redefinición se propone el cuestionamiento de ideas dualistas que generan

tensiones que sólo pueden ser resueltas con base en paradigmas que superen el disyuntivismo

mecanicista propio de la epistemología dualista que tienen las ciencias sociales y las ciencias

naturales.

Palabras Clave: medio, ambiente, dualismo, complejidad, epistemología.

Recepción: 12-07-2016 Aceptación: 31-10-2016

Abstract

The present article analyzes three meanings about “environment” and shows the ephistemic

tensions implied by two of them. The goal is to propose the adoption of one of those meanings

into the environmental sciences and with this, decrease the epistemic tensions of their polysemy.

In order to do so, the article differentiates among "environment" and categories such as habitat,

nature and ecosystem. In which, through an epistemological argumentation, it generates a

proposal for the environmental science where environment is redefined in a systemic sense. Such

redefinition proposes the questioning of dualist ideas that generate tensions that can only be

resolved basing on paradigms which exceed the mechanistic disyunctivism proper of the dualistic

epistemology that have the social sciences and the natural sciences.

Keywords: milieu, environment, dualism, complexity, epistemology.

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Introducción

Debido a que diferentes concepciones pueden dar lugar a diferentes diseños de investigación, en

este artículo se explicitarán las implicaciones epistemológicas de tres distintas concepciones de

“ambiente”. Para esto se presupone una epistemología sistémica en la que la observación que

hacemos del mundo y la forma en que realizamos distinciones de los elementos de la realidad

está relacionada con el lenguaje y el aparato conceptual en uso (Lezama 2004, 68).

El caso de /ambiente/ es representativo al respecto, por ser un término impreciso, difuso

y que tiene diversas interpretaciones; características que según Erik Swyngedouw, Maria Kaïka y

Esteban Castro (2002), facilitan que continúe siendo usado. Tal polisemia genera, demasiado a

menudo, que en los diálogos que sobre el ambiente se establecen, académicos con distinta matriz

disciplinar1 no consigan hablar de lo mismo (Bachelard 1973, 133), lo cual resulta ser un

impedimento para el desarrollo de las investigaciones que se centran en el emergente tema de lo

ambiental.2

El objetivo principal en este artículo será el ambiente, en el sentido de una propuesta que

busca deslindar algunos significados atribuidos a este significante en el marco de una matriz

disciplinaria compleja. Se presupone que cualquier intento por unir saberes y conocimientos en el

sentido del diálogo habría de empezar “con el cuidadoso y tentativo sopesar y comparar los

términos usados por estas. Lo que es esencial para cualquier posible entendimiento” (Tellenbach

y Kimura 1989, 162). Esto es sumamente pertinente en ciencias ambientales, ya que éstas se

practican por académicos formados en distintas disciplinas, con diferentes bagajes, marcos

teóricos y metodológicos; incluso con distintas axiologías; lo que ayuda a comprender por qué las

ciencias ambientales son “un campo […] vagamente definido en términos epistemológicos”

(Bocco y Urquijo 2013, 93) en el que “desde hace muchos años se necesita la revisión de

conceptos que fundamentan las teorías” (Adrián Figueroa 2003, 113).

1 La matriz disciplinar sería uno de los sentidos que Thomas Kuhn dio a paradigma en la primera edición de La

estructura de las Revoluciones Científicas (2006), aunque después limitó los paradigmas a los ejemplares de una

matriz disciplinar (Kuhn 1993). 2 Participan en la dificultad de lograr un diálogo entre las mismas ciencias ambientales que existen distntas

aproximaciones, desde las ligadas a las ciencias naturales –ingenierías, ecología– hasta las ligadas a las ciencias

sociales y las humanidades –antropología, ética– (Bocco y Urquijo 2013, 84).

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Metodología

Para lograr el objetivo, se recurre a autores de distintas ciencias ambientales, pero la historia

ambiental se tomará a modo de ejemplar de las ciencias ambientales (Bocco y Urquijo 2013, 84),

aunque recurriendo, en menor medida, también a académicos adscritos a otras ciencias

ambientales.3

Primeramente, se dará una definición provisional de ambiente a ser comparada con otras

categorías similares. Posteriormente, se distinguirán tres significados de ambiente, para al final

compararlos con base en la epistemología que los respalda y proponer el de la epistemología

convergente con las ciencias ambientales adscritas a una matriz disciplinaria sistémica –más

adelante se enuncian algunos autores sistémicos–. Es decir, en este artículo se abducirán varias

tensiones del concepto ambiente, luego a través de un axioma (en la historia ambiental debe

usarse cierto significado de ambiente), se deducirá la validez de tal axioma en el caso de la

historia ambiental para inducir la deducción a un campo más amplio (lo mismo que en historia

ambiental, habría de aplicar en las demás ciencias ambientales).

Ambiente como distinto a territorio, hábitat, naturaleza, ecosistema y paisaje.

El ambiente es definido en la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente

(LGEEPA) como “El conjunto de elementos naturales y artificiales o inducidos por el hombre

que hacen posible la existencia y desarrollo de los seres humanos y demás organismos vivos que

interactúan en un espacio y tiempo determinados.” (Ley General del Equilibrio Ecológico y

Protección al Ambiente 2014, artículo 2)

A pesar de que esta definición, como veremos más adelante, está mucho más avanzada

que otras concepciones de ambiente en uso, en este texto se persigue generar una definición de

ambiente aún más operativa desde una matriz disciplinaria sistémica. Primeramente, como “las

palabras son centrales para diferenciar concepciones propias del mundo” (Barrera 2011, 122),

3 Teniendo en cuenta que quedan distintas discusiones epistemológicas sobre la naturaleza de las ciencias

ambientales y que entre las cosas que quedan claras respecto a éstas es que no son ni ciencias sociales, ni ciencias

naturales, a inclusión de este artículo en esta revista facilitará su visión por parte de colectivos de pensamiento de

tres áreas del conocimiento: ciencias ambientales, ciencias sociales y ciencias naturales. No obstante, se parte de una

definición general de ciencia a tomar en cuenta: “Ciencia es el empeño secular ya, de agrupar por medio del

pensamiento sistemático los fenómenos perceptibles de este mundo en una asociación lo más amplia posible. Dicho

esquemáticamente, es intentar una reconstrucción posterior de la existencia a través del proceso de

conceptualización.” (Einstein, 2000, 149, 150)

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será necesario deslindar algunos significantes que pueden ser confundidos con el de ambiente,

como lo son naturaleza, ecosistema, paisaje, hábitat y territorio.

Naturaleza implica una tensión importante, tal como lo refiere Julio Montané (1980, 17),

quien indica que la humanidad forma parte de la naturaleza y media entre su ser biológico y la

naturaleza que le es exterior a él. Sin embargo, la naturaleza generalmente se concibe como una

otredad al considerársele como el medio no humano y no humanizado, lo que implica algo casi

inexistente en nuestro mundo (Serrano, Bruzzi y Toscano 2012, 27, 28; Urquijo y Barrera 2009,

234), lo que no significa que la naturaleza como entidad no exista; ya que forman parte de ella

procesos como la fotosíntesis, la gravedad, los ciclos de nitrógeno y carbono, así como el ADN

(Urquijo y Barrera 2009, 229; Galochet 2009, 9); que aunque sean modificados antrópicamente

continúan llevándose a cabo.

La categoría de naturaleza es la más problemática, pues “uno de los esquemas de

representación de la realidad con más arraigo en la sociedad contemporánea (al menos en la

tradición cultural de Occidente)” es la concepción antropocéntrica que divide al mundo en dos

grandes dominios: lo cultural y lo natural. Separación que sirve para fundamentar el

individualismo de la lógica capitalista y la idea de que la economía puede funcionar de forma

independiente y aislada del funcionamiento de la biosfera (Hernández y Toro 2012, 92). Así que,

a través de este esquema, lo natural se opone a lo social, a pesar de que lo social no es

sobrenatural. Por lo tanto, desde una epistemología dualista lo natural es lo no antrópico, desde

una epistemología sistémica lo social es emergente de lo natural, por lo que tenemos dos

significados antitéticos de “natural”: natural como antónimo de cultural y natural como el sistema

que permite la emergencia de lo cultural (Marín s/f, 53). Las investigaciones sistémicas coinciden

con la postura de Bárbara Adam, quen menciona que “Desde una perspectiva temporal, no existe

la dualidad naturaleza-cultura” (González y Toledo 2011, 37), que es una distinción arbitraria y

difícil de realizar tajantemente, ya que “no puede haber personas fuera de la naturaleza; solo

puede haber personas que piensan que están fuera de la naturaleza.” (Cronon 1990, 11-14)

Incluso las poblaciones ecológicas que formamos los humanos constituyen comunidades al tener

interacciones con microorganismos y animales. Desde una epistemología sistémica nosotros

mismos como seres culturales, no somos entidades extranaturales, sino que somos emergencias

de lo natural; por lo que somos también integrantes de la naturaleza (Vargas 2002).

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Así que, la abstracción de la oposición cultura/naturaleza es operativa al destacar las

modificaciones antrópicas, pero pierde operatividad en los casos concretos, los cuales se

encuentran en un espectro que va desde lo que carece de interacción con el humano a lo

contaminado, pasando por el humano mismo y lo domesticado. Por lo tanto, el concepto

“naturaleza” conlleva distintas tensiones difíciles de resolver, las cuales implican una realidad

extremadamente compleja y diversa, por lo tanto, significados también diversos que dependerán

del marco subjetivo específico que guíe la percepción social (Lezama 2004, 28; Figueroa 2003,

21-45; Pádua 2010, 86). Una forma de disminuir tales tensiones la usan Ely Bergo de Carvalho y

Arthur Soffiati, quienes en vez de referirse a la sociedad, se refieren a la “antroposociedad”

(Carvalho 2010, 5; Carvalho 2002, 167 y Soffiati 2013a), que aunque parece redundante, implica

que la humanidad no es la única que puede atribuirse el ser una sociedad, pues hay otras

sociedades además de la humana. Existen también sistemas sociales naturales (enjambres,

manadas) y sistemas sociales artificiales (computacionales) tienen vidas sociales (asociaciones) a

través de sus poblaciones o comunidades (Maldonado 2009, 151-154; Hobsbawm 1998, 177;

Miramontes 1999, 85, 91, 92; Toledo 2016). Así que, al ser la ciencia, a decir de Arturo

Rosenblueth, “un modelo de la naturaleza” (Pérez 1998, 209), las ciencias ambientales hacen su

modelo al reunir a las dos naturalezas: la naturaleza que se ha nombrado disyuntivamente como

tal y la naturaleza antroposocial a la manera de la tercera cultura propuesta por C. P. Snow

(1959).

La categoría de ecosistemas se refiere a unidades funcionales que están constituidos por

sus componentes bióticos y abióticos y las interacciones y procesos dinámicos que se dan entre

ellos, así que implica una división biofísica de la realidad que se basa en el dualismo disyuntivo

de la modernidad (Urquijo y Barrera 2009, 231 y Vargas 2002). Sus componentes inorgánicos y

orgánicos son relacionados a través de cadenas tróficas en las que se disipa energía: las plantas

utilizan la radiación solar para producir sustancias orgánicas a través de la fotosíntesis, la fauna

se nutre de ellas y en cada eslabón se pierde entre 80 y 90% de energía en la forma de calor

(Serrano 2012, 28, 29).

La inclusión de la categoría ecosistema permite solucionar la polisemia de lo natural

porque requiere de separar la naturaleza antrópica de la naturaleza no antrópica. De modo que se

pueda decir que toda antroposociedad produce su propia y selecta perspectiva de la naturaleza, ya

se hable de la naturaleza en general (que incluye al humano) o específicamente de la naturaleza

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no antrópica (Lezama 2004, 46).4 En tanto que hablar de ecosistema implica hablar de un sentido

más restringido de lo natural.

Paisaje es una categoría clave en la geografía (Trinca 2006, 113), pero no es evidente

otorgarle una definición satisfactoria, pues implica una sensibilidad que surgió poco después de

la caída de la dinastía Han en China, pero que no fue sino hasta doce siglos después que surgió

esta sensibilidad en Europa (Berque 1997, 11-18; Urquijo y Barrera 2009, 235, 237-239; Cano

2012, 118, 130).5 Humboldt, prefería no descomponer en sus diversos elementos el paisaje “pues

el carácter paisajístico dependía en sí de la simultaneidad de ideas y de sentimientos que movían

al observador”. Pero la modernidad lo fragmentó en paisaje natural y paisaje humanizado “en

aras de la particularización y la superespecialización” (Urquijo y Barrera 2009, 239, 241) de la

geografía humana y la geografía física. No obstante, el paisaje no puede ser reducido a paisaje

natural o paisaje humanizado fruto de esta disociación (Trinca 2006, 117; Cano 2012, 118), ya

que que para que la naturaleza se convierta en algo agradable de mirar es porque es mirada como

paisaje (Berque 1997, 11-18).

En alemán se vincula el paisaje al Landschaft y en lenguas latinas se remonta a país

(Urquijo y Barrera 2009, 233;), que en el francés pays expresa una unidad geográfico-histórica

reconocible que contiene relaciones de semejanzas, como la climática y la ecológica; de

vecindad, de costumbres, modo de hablar y recuerdos semejantes; está en función de una escala

humana que puede ser recorrida a pie, cuyo tamaño es superior al del pueblo –el paisaje abarca lo

visible desde un punto de él y por lo tanto, es convergente con la definición de matria de la

microhistoria mexicana–, pero es menor que la región (Faucher 2002, 282, 283, 288; Claval,

1998, 15; Urquijo y Barrera 2009, 233).

El paisaje es una unidad física que puede tener diversos significados ya que es una forma

de experimentar el espacio que no pretende ser neutra, sino que se sabe que es producto de las

relaciones sociales y su relacionarse con la realidad material (Cano 2012, 129, 134; Urquijo y

Barrera 2009, 233), por lo tanto, no sólo se refiere a los objetos y seres vivos que contiene, sino a

4 Galochet (2009, 17) aborda la historia del uso de ecología en Francia, desde un dualismo que no consideraba al

hombre como parte del ecosistema, hasta una aproximación sistémica que no ha tenido tanta aceptación como la

dualista. Existe otra historia del concepto en Figueroa 2003, 56-58. 5 Urquijo y Barrera (2009, 236, 237) destacan la similaridad del concepto chino para paisaje: shanshui con el altepetl

nahua, el yucunduta mixteco, el chuchu tsipi totonaco y en dehe nttoehe otomí; con lo que apuntan a la existencia de

la sensibilidad paisajística en tales culturas, además de la china y la europea renacentista. Además, abordan la

historia del paisaje en la modernidad (237-247), por lo que tanto Urquijo y Barrera 2009, Cano 2012 y Berque 1997

abordan parte de la historia de la categoría paisaje.

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los significados que están en función de la localización del observador; de modo que un mismo

ecosistema puede dar origen a distintos paisajes (Trinca 2006, 114-116). Así que el paisaje es una

forma de organización del espacio que es cuestión de perspectiva y percepción (Cano 2012, 119,

120, 126), implica contenido espiritual, estético, subjetivo y emocional que le es atribuido al

espacio medible (Barrera 2011, 123, 124; Cano 2012, 126. 134), pues se relaciona con una

cosmovisión que guía el comportamiento humano (Urquijo y Barrera, 2009, 232). El paisaje se

define a través de lo visible, mas no se reduce a lo visible (Trinca 2006, 115); implica también a

la memoria y al tiempo pasado, pues está conformado diferencialmente al sufrir del tiempo

adiciones, remplazos y eliminaciones de sus componentes conforme pasa el tiempo (Trinca 2006,

115). De allí que “cualquier estudio de paisaje es sólo parcialmente comprensible sin su historia

social” (Urquijo y Barrera 2009, 231).

Como se puede ver, aunque el paisaje encarnó una unión de lo social y lo natural en un

primer momento, luego la modernidad separó sus componentes, y posteriormente, los geógrafos

retornaron al paisaje definido como la unidad espacio-temporal en la cual los elementos de la

naturaleza y la cultura convergen en una sólida, pero inestable comunión (Urquijo y Barrera

2009, 230, 231). El paisaje encarna la tensión entre objetivo y subjetivo, ya que es más que mero

lugar físico; entre cercano y lejano, ya que se encuentra entre lo observado y la práctica de lo

habitado; entre referente y signo, pues es medio físico y también una representación del mismo –

ya que la manera de mirar organiza el espacio y sus contenidos, con lo que hace emerger al

referente para la comprensión del observador– (Cano 2012, 118-124, 128); con lo que el paisaje

ha colaborado en diluir la dualidad sociedad-naturaleza a través de una interacción dinámica

(Berque 1997, 18-21; Urquijo y Barrera 2009, 240, 241).

Otra categoría que no significa lo mismo que ambiente es hábitat, que en biología se

define como el lugar en el que vive un organismo, una población e incluso una comunidad biótica

y así se liga con el nicho ecológico,6 que implica el lugar del organismo o población en la cadena

trófica. Así que el hábitat expresa el espacio físico en el cual una especie vive y se reproduce, el

hombre incluso; pero para apropiarse del espacio en el que vive y se reproduce, el hombre

incluye una dimensión política que se comprende a través de la categoría territorio, que se

6 Mientras las especies no humanas tienen nichos ecológicos claros, los seres humanos no; lo que hace que se

diferencie la ecología humana de la de otras especies. Entre otras cosas, no tenemos una función clara en la cadena

trófica, nuestra demografía es socialmente consciente ya que la cultura y la política generan mecanismos de control

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relaciona con el hábitat de la especie en cuestión (Agudelo 2005, 40-42). Territorio es una

categoría geográfica cuyo significado expresa el espacio físico en el que una población, sea

humana o animal ejerce control o dominio, por lo que el territorio es el lugar donde se producen

condiciones materiales y sociales de existencia mediante confrontaciones; por eso es también una

categoría política en las que se involucra el poder y por lo tanto, la resistencia. En esta dimensión

geográfico-política, un territorio es un espacio que se construye socialmente, el cual es producto

de las relaciones de poder. Así que, las territorialidades son construidas y destruidas a través de

reordenamientos sociales (Padilla, 2012a, 21, 23, 25-29, 121, 122; Altschuler, 2013, 66-71;

Urquijo y Barrera 2009, 231) que no se limitan necesariemante a la extensión de un paisaje o un

ecosistema, pues a través de hechos jurídicos el humano establece los límites del territorio que

pretende propio y controla el acceso a sus dominios tanto de otros grupos de su misma especie

como de otras especies. Ya sea como personas físicas o como personas jurídicas –cámaras de

comercio, municipios, estados, departamentos y países– (Agudelo 2005 42, 43), expanden o

contraen su jurisdicción territorial a través de apropiaciones y expropiaciones con distinto origen

–anexiones, compras, cesiones, ocupasiones militares, etcétera– (Padilla, 2012a, 25-29).

Una vez definidos hábitat, paisaje, territorio, naturaleza y ecosistema, se podrán

encontrar varias similitudes entre ambiente y estas categorías descritas brevemente. Sin embargo,

no puede ser confundido con estos debido a sus especificidades. Por ejemplo, el ambiente es,

como el territorio atravesado por relaciones de poder; y, como se verá paisaje y ambiente tienen

varias similitudes, pero a pesar de las mismas, conllevan algunas diferencias que los hacen

inconmensurables.7

Tres distintos significados bajo un único significante: ambiente

David Arnold asegura que tal y como lo usamos hoy, el término “ambiente” o “medio”, es

relativamente reciente (Arnold 2000, 16).8 Al ser “un constructo histórico-social” es un concepto

debatido y ambiguo que está “codificado axiológicamente para el cambio”, por lo que es una

categoría “inevitablemente” sujeta “a interpretaciones diversas” (Aguilar y Torres 2005, 12, 14).

En otras palabras, no existe una visión homogénea sobre lo que es el ambiente (Lezama 2004,

demográfico, y por último, la territorialidad humana no está determinada a ciertos ecosistemas y ecotonos, sino que

los traspasa (Agudelo 2005, 42). 7 Para una explicación epistemológica del concepto de inconmensurabilidad tanto de Thomas Kuhn como de Paul

Feyerabend, véase Dieguéz, (2005, 198-209).

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23). Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “ambiente” proviene del

latín ambiens, que hace referencia a lo que rodea o cerca. También tiene la acepción de

atmósfera, que implica las condiciones sociales, físicas, económicas de un lugar, es decir, las

condiciones externas (Real Academia Española 2014). Como su uso corresponde al alemán

Unwelt, al francés milieu y al inglés environment –que se deriva de milieu–, su uso también se

refiere a fenómenos físicos y biológicos de la Tierra (Glacken, 1997, xiv; Bocco y Urquijo 2013,

84), por lo que inicialmente, en tanto noción (Agudelo 2005, 40), medio y ambiente implicarían

el entorno no humano, es decir, una otredad objetivada que a la vez se volvió producto de la

intervención antrópica (Urquijo y Barrera 2009, 234, 239, 242; Galochet 2009, 8).

Pero una vez que se realiza un análisis más profundo surgen tres grandes acepciones de

ambiente que se diferencian mediante los subíndices 1, 2 y 3. 1) Una primera acepción, que es la

definición más general y común es ambiente1, que parcialmente comparte su campo semántico

con medio, hábitat, derredor, arena, campo, escenario, contexto, atmósfera, entorno, territorio y

locus. Esta se puede definir como el lugar que nos rodea, con sus circunstancias físicas, químicas,

biológicas, antroposociales, lo que incluye las culturales y por lo tanto, las económicas y

políticas; es una categoría que apunta a la otredad exterior que rodea a lo humano y por lo tanto,

expresa la separación moderna entre lo interno y lo externo, entre individuos y su entorno, que se

apoya en la disyunción cartesiana entre mente y cuerpo, entre sujeto y objeto. De manera que esta

ascepción de ambiente es convergente con el uso popular que tiene el término; es decir, el sentido

restringido de ambiente (Aguilar y Torres 2005, 14; Arnold 2000, 11; Toscano y Bruzzi 2012,

479; Lezama 2004, 208; Serrano, Bruzzi y Toscano 2012, 26; Serna y Pons 2005, 181). Al

referirse al entorno, ambiente1 está en función de lo que no es el sujeto. Por lo tanto, si se usa

para referirse a la relación humana con el ambiente se habla de entorno (Lezama 2004, 123 y

Rodríguez, 2013, 167), lo que tácitamente significa que no nos consideraríamos parte de éste, por

lo tanto, somos exteriores al ambiente. Así que el uso de ambiente1 pone el pensamiento en

tensión con el dualismo o lo atrapa en él. Lo que también puede suceder incluso en afirmaciones

sistémicas como la que sostiene que “la mayoría de las enfermedades son una reacción a un

ambiente psíquica o emocionalmente perturbado” (Martínez 1993, 164), en donde el significado

se limita a lo circundante.

8 Marc Galochet (2009, 9-26) rastrea la emergencia y evolución del environnement en la geografía francesa a los

largo del siglo XX, con lo que hace una colaboración a la historia conceptual de éste.

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2) Ambiente2 es naturaleza modificada por la acción humana a través del tiempo (Bocco

y Urquijo 2013, 83), una definición que se basa en la distinción aristotélica entre los objetos

naturales y los creados por el hombre. Bajo esta perspectiva, el ambiente se distingue de la

naturaleza de la misma forma en que se separa la naturaleza artificial que incluye “las

transformaciones resultantes de las actividades humanas” de la naturaleza original. Por lo que el

ambiente2 es naturaleza artificial o “segunda naturaleza” montada sobre la naturaleza original

como resultado de las intervenciones de los humanos en la naturaleza. De manera que quienes así

lo describen oponen, mediante una transformación antrópica, la naturaleza al ambiente (Aguilar y

Torres 2005, 12, 14; O’Gorman 2002, 30, 36, 52; Stewart 1998, 355; Glacken, 2006, 3; Worster

2000b, 45; Merchant 1989, 11; Soffiati 2003b y Castro 2013). Aunque aún se recurre a ésta, es

una categoría de transición entre paradigmas o ejemplares epistemológicos vinculados a

ambiente1 y ambiente3. Además, existen otros conceptos que implican esta acepción de

coproducción naturaleza no antrópica-antroposociedad que resultan más adecuados como lo son

silvosistema e hidrosistema (Galochet 2009, 20-23).

3) El significado de ambiente3 no puede ser circunscrito o nombrado dentro de los

cánones dualistas de la racionalidad moderna, pues es una categoría que nace de una ruptura

epistemológica, ya que trata del encuentro de lo humano con lo no humano, por lo que, a decir de

Enrique Leff, quien es filósofo ambiental y ecólogo político, no es el medio que circunda a las

especies. No es, pues, un factor extracultural (en la práctica, esta concepción niega el significado

de ambiente1), sino una emergencia que se remite a una racionalidad. Ambiente3 es la

articulación no dualista “entre sociedad y naturaleza, entre ciencias sociales y ciencias naturales”

(Leff 2006, 27; Leff 2002, 333, 336). Aunque, derivado de las ideas mencionadas anteriormente,

habríamos de cambiar la definición anterior por: la articulación no dualista entre antroposociedad

y naturaleza no antrópica y por lo tanto, entre las ciencias sociales y las naturales (Aguilar y

Torres 2005, 12, 14; Lezama 2004, 14; Worster 1998, 293; Worster 2000a, 13).

Al provenir de una racionalidad compleja que “interrelaciona los procesos ónticos,

ontológicos y epistemológicos, lo real y lo simbólico”, ambiente3, irrumpe como otredad para la

racionalización dualista y resignifica las perspectivas sobre lo real. En síntesis, critica y escapa a

la epistemología dualista (Leff 2002, 327, 334, 335; Leff 2006, 14, 36; Leff 2005, 16; Bocco y

Urquijo 2013, 78, 79). Por eso y por articular síntomas de la disyunción dualista, como son

antroposociedad/ naturaleza no antrópica y a las ramas del conocimiento que las estudian por

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separado –ciencias sociales y naturales–, ambiente3 es una categoría compleja que implica un

sistema abierto que articula las aproximaciones naturalistas y sociales de modo que en el

ambiente, “el hombre y la naturaleza son indisociables” (Galochet 2009, 8, 9, 13, 15, 18, 24, 25).

Aun si se tomara a un hombre o un conjunto de hombres como “sujeto” y al resto del

mundo como lo que le circunda; por su autooganización interior y la disipación de entropía al

exterior debido al intercambio de masa, energía e información entre sujeto y entorno; el sujeto

habría de ser tratado como sistema abierto, que es auto-eco-organizador por los intercambios e

interrelaciones hacia adentro y hacia afuera (Wagensberg, 1998, 49, 149; Foladori 2005, 132;

Bertalanffy 1981, 40, 41 y García 2013, 49). En este sentido, ambiente3 no sería continente, sino

que al integrar contenido y continente, enlazaría lo interno y lo externo, la res cogitans y la res

extensa, es decir, ambiente3 incluye al sujeto, al ambiente1 antroposocial y al ambiente1 natural

no antrópico en interacción y es la consecuencia de epistemología sistémica de la aceptación de la

existencia del ambiente2.

Ya lo dijo recientemente Guillermo Castro (2015b): “El ambiente es el producto [he de

recalcar que producto no es suma] –previsto o imprevisto– de las interacciones entre sistemas

naturales y sistemas sociales a lo largo del tiempo.” Este cambio de significado de /ambiente/ se

liga a una ruptura epistemológica en la que ya no se entiende al ambiente como lo externo al

sistema, sino la totalidad resultante de la relación sistema-entorno, y así como los sistemas

pueden tratarse como subsistemas de otros sistemas, el ambiente3 es un recorte de la realidad que

tras su frontera, que es permeable, tiene su propio entorno o afuera (Wagensberg, 1998, 46, 47).

Hacer equivaler al sujeto a un sistema presenta similitudes con el cuerpo grotesco

(lejano a la res extensa cartesiana) que rescata Bajtin (1987, 30), en donde el cuerpo es abierto,

traspasa sus propios límites y está enredado con su mundo a través de “el coito, el embarazo, el

alumbramiento, la agonía, la comida, la bebida y la satisfacción de las necesidades naturales”. Sin

vínculo con la concepción grotesca y más bien, ligado a la filosofía marxista, la cual reclama la

fundamentalidad de que “nuestra unidad de análisis, de percepción, no sea la individualidad de la

existencia dual”, porque lo sustancial “son las relaciones que se establecen entre las diversas

existencias duales”; Juan Carlos Marín (s/f, 34-37, 58) indica que el cuerpo termina “más allá del

perímetro de la piel”, pues allí “hay un entorno indispensable”. Esta afirmación no implica una

vuelta a la indiferenciación psicogenética, sino la toma de consciencia de la exageración de la

diferenciación entre interior y exterior. Tal como lo que recalca Luis Fernando Macías García

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(2010, 70) al recalcar que en los cambios entre observador y la realidad externa a él son tales que

las fronteras que los separan son cada vez menos visibles. En este párrafo se ha de notar que las

primeras dos, son lecturas complejas de autores que no son propiamente complejos pero que

pudieron trascender a su manera el dualismo, mientras que la tercera es ya de un autor influido

por la epistemología compleja.

Estas perspectivas se vinculan a las prehensiones, concepto que surge de Alfred North

Whitehead, las cuales “absorben de algún modo en su ser lo que está fuera de ellas”. Una planta

prehende la luz solar. Por su parte, la limadura de hierro prehende o capta el campo magnético en

que se encuentra y con esto “convierte ese campo en un modo de su propio comportamiento y

responde a él” (Collingwood 2006, 238). El concepto de sistema abierto, que implica “la

presencia consustancial del ambiente, es decir, la interdependencia sistema eco-sistema”, permite

escapar de la disyunción y de la anulación del sujeto y del objeto. Así que no se puede

comprender ningún sistema abierto, más que en su interacción con su entorno, “que le es a la vez

íntimo y extraño y es parte de sí mismo siendo, al mismo tiempo, exterior” (Morin, 2007, 45, 69).

Para ambiente3, el sistema se extiende a un segmento del entorno. Puesto que el

ambiente está constituido y constituye un acoplamiento de sistemas superiores e inferiores, de

modo que a diversas escalas el ambiente es biótico, abiótico y cultural, y ya que todo sistema no

sólo es afectado por lo que lo rodea, también lo integra, lo metaboliza y establece diversas

relaciones con su entorno: el ambiente es un recorte espaciotemporal de tipo sistémico que no se

refiere únicamente a la dimensión espacial externa al sistema, sino que incluye al sistema mismo.

De este modo, un individuo es sistema y ambiente a la vez, ya que forma parte del ambiente de

otros individuos y de otras entidades, que a su vez forman parte del ambiente del primero. En

otras palabras, la humanidad es un subsistema que al crecer fuerza el sistema ambiente que a su

vez conforma (Valdivielso, 2008, 303). El ambiente nos rodea a los humanos y los humanos nos

rodeamos entre nosotros; nosotros somos ambiente al constituirlo y que nos constituya. Así,

ambiente3, al integrar antroposociedad y naturaleza no antrópica no plantea a lo ambiental en el

afuera de lo social, sino que coloca a lo social como subsistema de lo ambiental. De esta manera,

la epistemología compleja da mayor solidez al sentido de ambiente3.

En síntesis, ambiente1 es una definición dualista al oponer una entidad a su entorno,

ambiente2 es la definición que se vincula con lo artificial y ambiente3 es la definición

interaccionista. Cada definición de ambiente tiene distintas implicaciones. Para las tres

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definiciones se puede decir que “el cambio ambiental es controlado tanto por factores biofísicos y

sociales como por las sinergias entre ellos”. Sólo para ambiente2 y ambiente3 se puede indicar

que el ambiente incluye tanto a lo natural no antrópico como a lo antroposocial, por lo que el

ambiente es un “continuum socialnatural o naturalsocial que varía histórica y geográficamente”

(Aguilar y Torres 2005, 15, 18), puesto que, tanto en lo urbano como en lo rural, naturaleza y

cultura “se hallan tan entremezcladas que sería tonto (e históricamente erróneo) tratar de

separarlas” (Arnold 2000, 171). Sólo ambiente3 trasciende a la definición de ambiente como el

telón de fondo del teatro humano e integra al fondo mismo como uno de los actores principales

(Hughes 2008, 323). Por esta razón, cuando se afirma que, en la actualidad, “los procesos

imperantes son la globalización de los fenómenos sociales y ambientales”, los cuales, además,

están interrelacionados (Lugo e Inbar 2002, 18, 19), se está haciendo referencia explícita al

ambiente1, aunque implícitamente se está construyendo una tensión entre ambiente1 y ambiente3.

Así pasa también si se sostiene, como algunos marxistas, que “la relación del ser humano con su

ambiente es dialéctica”, de modo que “no sólo transforma el medio, sino que, al hacerlo, se

transforma a sí mismo en sus propias relaciones interespecíficas”, donde se está acudiendo al

concepto de ambiente1. Pero, a su vez, se genera una tensión que transforma el significado de

ambiente1 y lo dirige a la categoría de ambiente3 (Foladori, 2005, 123).

También existen otras formas de referirse a lo ambiental que son un tanto problemáticas

por su abstracción disyuntiva. Una hace abstracciones del ambiente en “ambiente físico” y

“ambiente natural” (Merchant 1989, 42; Kahn 2005, 9; Arnold 2000, 11; Glacken 1997, viii, xi,

xiv; Arnold 2000, 11; Pádua 2010, 85, 86), los cuales se acostumbran usar intercambiablemente

para distinguirlos del ambiente humano o cultural. Así planteados, estos son fracciones del

ambiente1, pero debido a la inclusión del ambiente humano, ya sea como naturaleza modificada

por el hombre o como barrio, vecindario o ciudad resulta que al hablar del ambiente natural para

distinguirlo del ambiente humano, se acepta implícitamente la definición ambiente2 incluso

cuandose usa una definición de ambiente1. Empero, esta forma de partir el ambiente no puede

implicar al ambiente3, pues éste considera que el ambiente físico es la base del ambiente natural

no antrópico y del ambiente humano que son particiones de un sistema interrelacionado que

abarca seres vivos, agua, suelo, aire y sus relaciones. En otras palabras, la antroposociedad y la

naturaleza no antrópica conforman el ambiente3, algo que no puede afirmarse del ambiente1 y no

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totalmente del ambiente2. Pero, son precisamente las reflexiones sobre ambos significados y sus

tensiones las que permiten la construcción de ambiente3 (Guzmán y Bolio 2010, 52, 53).

Un ejemplo de estas tensiones se encuentra en el concepto “socioambiental” (Aguilar y

Torres 2005, 13; Gallini 2004, 9; Swyngedow, Kaïka y Castro 2002), que tiene sentido al pensar

la antroposociedad como factor en la construcción del ambiente, es decir, bajo la definición de

ambiente1, y, aunque se vuelve redundante bajo la definición de ambiente2 y pierde totalmente el

sentido si se acepta la definición de ambiente3, pues en éste se concibe el ambiente como una

síntesis de lo natural no antrópico y lo antroposocial, entendido lo antroposocial como incluyente

de lo económico y lo político, por lo que lo que la aceptación de la definición de ambiente3 hace

innecesario el concepto de socioambiental.

Actualmente aún algunos científicos ambientales hablan de lo “socioambiental”,9 pero

también (especialmente en español) de lo “medioambiental”10 término ambiguo que se liga al de

hábitat natural y por lo tanto, a territorio (Rodríguez 2013, 167, 168). Por ejemplo, Grove habla

de environmental history, pero en el capítulo que forma parte del libro Formas de hacer historia,

se le traduce por historia medioambiental (Grove 2003, 301-323). Incluso en la “Encuesta

internacional: El estado de la historia”, realizada por Carlos Barros de 1999 a 2001, la mayoría de

los historiadores encuestados definieron su disciplina como “la ciencia de los hombres y de las

mujeres en el tiempo y en el medio ambiente” (Aguilar y Torres 2005, 19), como si medio

ambiente fuera el equivalente de espacio. El problema con medio ambiente, es que “medio” es

una categoría que puede significar ambiente, mitad, promedio o recurso; tiene cuatro posibles

definiciones implícitas: una es redundante –como decir: mas sin embargo– y enfatiza la

9 Por ejemplo, Guillermo Castro Herrera (2000, 46) menciona que “la dimensión socioambiental de la crisis en

América Latina resulta tanto de las limitaciones que su inserción en el mercado mundial le impone para dar respuesta

a sus problemas sociales, como del ritmo y la escala que esa inserción ha llegado a imponer a la explotación de sus

recursos naturales”. Otros ejemplos se encuentran en Leff (2006, 9) y Micheline Cariño, Lorella Castorena y Antonio

Ortega (2013, 24). Otros ejemplos descollantes serían la mesa “Disputas por el espacio en las relaciones

socioambientales” del VII Simposio de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental (del nombre

de la sociedad se podría derivar su rechazo a la primera definición), así como de la página de la tercera edición del

evento: http://www.upo.es/simposiohistoriambiental/inicio.htm. 10 Por ejemplo, Stefania Gallini (2002, 1,2) indica que “En muchos casos, el diagnóstico severo tiene fundamento y

corresponde a lo que el historiador alemán Joachim Radkau denuncia como el "camuflaje de etiquetado". La

presentación (o la mercantilización) de trabajos como investigaciones medioambientales que, sin embargo, no serían

tan nuevos si los presentaran bajo otro nombre.”

”Pero en los estantes de la producción historiográfica hay también obras que legítimamente se califican como

medioambientales, y su crecido número y calidad hace aunque hoy ya no sea cuestionable la existencia de la historia

ambiental como campo del saber histórico, tal como lo hacía en 1988 el historiador italiano Alberto Caracciolo,

quien, al preguntarse "Qué es la historia ambiental", sentenciaba que o no existía o, si existía, tartamudeaba”. Otros

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separación entre humanos y el resto del mundo –como lo hacen Edgardo Datri y Myriam Ortiz,

quienes en un texto de epistemología afirman su preocupación por “el impacto de la abrupta

expansión de la ciencia y sus aplicaciones sobre la sociedad y el medio ambiente”– (Datri y Ortiz

2004, 243), otra es una definición irónica (pues queda la mitad), otra es inútil a menos que se

precise un enfoque estadístico (promedio) y la última (recurso) es utilitarista, pues plantea que el

ambiente sirve para un fin (González y Toledo 2011, 25 y Camus 2001, 13, 14). La inutilidad de

la redundante y de las otras dos, deja a medio ambiente como una categoría que forma parte de la

racionalidad instrumental.

Pero, dejemos provisionalmente de lado otras categorías que comparten campos

semánticos con ambiente y analicemos a mayor profundidad los tres sentidos de ambiente

mencionados mediante la caracterización de ambiente1 como un concepto dualista, la de

ambiente2 como una categoría histórica de carga dualista y de ambiente3 como una categoría

sistémica.

El dualismo es disyuntivo y mecanicista por lo tanto, es excluyente, simplificador y

unilineal. Tiene su origen moderno en René Descartes, Isaac Newton y Francis Bacon. Por otro

lado, el sistemismo se remonta a la cibernética de Norbert Wiener y William Ross Ashby, a

Heinz von Foerster, Gregory Bateson y a Ludwig von Bertalanffy. El sistemismo concibe el

universo como complejo, no como formado por mecanismos, sino por sistemas formados de

sistemas, que a su vez dan lugar a sistemas emergentes, tal como las estructuras disipativas que

encuentra Ilya Prigogine (Martínez 1993, 111-115, 151; Wagensberg, 1998, 31-33, 35, 37, 42,

44, 45, 64, 83, 135; Cocho 1999, 45; Hernández 2010, 89, 90).

De la epistemología dualista a la teoría de sistemas. Del significado de ambiente1 a

ambiente3

Antes de ampliar sobre la pertenencia de ambiente1 al dualismo y la convergencia de ambiente3

con el sistemismo, intentaré marcar sus diferencias mediante ejemplos: Tomando en cuenta las

enseñanzas semióticas de “La traición de las imágenes” de René Magritte11, considérese las

siguientes imágenes. La imagen 1, que puede ser descompuesta en dos conjuntos con cierto grado

ejemplos se encuentran en Camus 2001, 1; Castro 2000, 55; Padilla Calderón 2012b, 100; Cariño, Lorella y Ortega,

2013, 24 y Rodríguez 2013, 167, 168. 11 En su cuadro “La traición de las imágenes” se muestra el texto “Esto no es una pipa”, pero se distingue la figura de

una pipa. No mintió el autor, pues aunque pareciera una pipa, no se podía hacer con la pintura lo que se hace con una

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de iconicidad: el individuo (marcado con la letra a) y su ambiente (marcado con la letra b).

Respondiendo tal representación a ambiente1.

Imagen 1 Fotografía del Lic. Erick Osbaldo Oñate Ramírez

Ahora tómese en cuenta la imagen 2. Lo que vemos es una representación de células

(todas las cuales son selectivamente permeables a través de la membrana plasmática) cuyo

espacio intersticial está formado por los metabolitos que forman parte de la matriz extracelular

(péptidos, hormonas, agua, otras moléculas con su respectiva ionicidad, molaridad y temperatura)

que no solo fluye extracelularmente, sino que entra y sale de las células, pues como todo otro

sistema, los límites de la célula son dinámicos, lo que hace que sean un tanto vagos y sea difícil

decir qué pertenece a la célula y qué no, a pesar de que tal vaguedad es limitada por la clausura

operacional de la célula (Pérez 1998, 210; Bertalanffy 1981, 47; Maturana y Varela 1999, 112-

117, 140, 142, 172, 173).

pipa. La imagen tenía iconicidad para con la pipa, pero por más que la pintura de Magritte o una fotografía de buena

calidad evoque una pipa, no puede ser una pipa, puesto que no se puede fumar en ella como en una pipa.

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Imagen 1 obtenida de http://kerchak.com/propoleos-abeja-contra-cancer-prostata/ gracias a Jessica

Herrera Montelongo

El ícono de la célula marcada con la letra a representa a una célula para la cual la matriz

extracelular y las demás células forman su entorno, incluso la célula b. De modo que bajo la

lectura dada a la imagen 1 podemos decir: “La célula b se encuentra en el ambiente de la célula

a”. Sin embargo, para la célula b, la célula a es parte de su entorno. En otras palabras, si dejamos

de considerar a la célula a como el sujeto del enunciado y consideramos a la célula b como el

sujeto del mismo, tendremos que la célula a, otrora sujeto del enunciado, se convierte en parte del

entorno de la célula b y, por lo tanto, en parte del entorno. Lo mismo aplica para cualquiera de las

células de la imagen que no están nombradas. Bajo esta concepción, la relación entidad-entorno

es análoga a la de la relación sujeto-predicado que existe del enunciado “Alejandro dio de comer

a Chris, Mateo y Ananda” al enunciado “Chris, Mateo y Ananda comieron lo que les llevó

Alejandro”. Ambas oraciones describen un mismo suceso, aunque su protagonista sea diferente;

la inversión no sólo es posible, sino necesaria. A través de estos ejemplos entra en una ligera

crisis la concepción rígida de sujeto-entorno caracterizada por la lectura dada a la imagen 1 a

través de ambiente1.

Por último, obsérvese la imagen número 3: en ésta un grupo de personas se encuentran

en un lugar. Si derivamos la interpretación de esta tercera imagen de la interpretación de la

imagen 1, entonces tenemos a unos sujetos y su entorno, el cual forma una especie de telón de

fondo de los actores humanos. Pero si derivamos su interpretación de la realizada en la imagen 2,

entonces, tenemos que los sujetos, los animales, los árboles, el pasto, el aire, los microbios

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invisibles para la cámara, la reja, las bicicletas, los fotones que permitieron la visión y captura del

instante, los insectos que allí estaban, aunque no fueron captados por la lente, la tierra y el

oxígeno, así como los demás sujetos allí presentes; cada uno de estos forma parte recíproca del

entorno de los demás. Incluso, por ejemplo, los humanos forman parte del entorno del insecto. De

igual forma, si la fotografía no hubiera captado al niño con la bici, porque éste no hubiera

formado parte del evento fotografiado, entonces, el ambiente de los fotografiados habría mutado.

Esta última lectura es una de sistema abierto que relativiza la diferenciación adentro-afuera

característica del significado dualista de ambiente, al plantear como intercambiables a sujeto y

entorno por considerar la distinción como un mero formalismo.

Imagen 3 Fotografía de Erick Osbaldo Oñate Ramírez

Si bien la lectura dada en la imagen 1 es convencional y ambiente se vuelve un término

controvertido y problemático en la lectura de las imágenes 2 y 3,12 estas últimas dos lecturas

revelan la arbitraria demarcación entre sujeto y entorno, y a su vez, permite la entrada de

ambiente3 que abarca, tanto lo natural como lo social, en toda la intercambiabilidad que tienen

según el enunciado que estemos formando. Tal significación de ambiente implicaría que un

sistema a actúa como parte del ambiente de un sistema b, el cual a su vez forma parte del

ambiente del sistema a. Esto es convergente con la definición de von Foerster de ambiente como

la representación de las relaciones entre objetos y eventos, siendo que objetos y eventos no son

experiencias primitivas, sino que son representaciones de relaciones (Foerster 1991, 69).

12 La interpretación plasmada de la imagen 2 y el enunciado reiterado, son lecturas que permiten la transición de

ambiente1 a una mejor comprensión de ambiente3. Nóese que no es correspondiente a ambiente2, sino a ambiente3.

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¿Pierde validez el significado de /ambiente/ al cambiar desde un origen dualista hasta un

significado sistémico? Según Bachelard, “El lenguaje de la ciencia está en un estado de

revolución semántica permanente.” Así que ni los significados ni los datos científicos han sido

inequívocamente estables: El péndulo ya no se considera una piedra que cae, como en tiempos de

Aristóteles. El oxígeno ya no se piensa como aire desflogistado. En el electromagnetismo hubo

una ruptura con el sentido común del uso de la palabra “condensador”, ya que un condensador

eléctrico no condensa la electricidad. Cuando una palabra del antiguo código científico se

entrecomilla implica un cambio de significado que afecta la construcción de la experiencia

(Bachelard 1973, 52, 229, 230, 231). De allí que “evaporación”, “gota”, “temperatura” sean

términos que por su redefinición son inconmensurables entre la física clásica y la física nuclear,

de modo que su significado en una matriz disciplinaria no tiene sentido en la otra (Kuhn 2006,

227; Bourdieu 2003, 46).13 Por otro lado, con las colaboraciones de Einstein a la teoría de la

relatividad se tuvo que pasar de un significado de espacio funcional a la física newtoniana “como

algo que existe objetivamente, con independencia de las cosas”, necesariamente plano, isotrópico

y con presencia de materia que para Einstein es propio “del pensamiento precientífico”, a un

sentido relativo de espacio en el que existen “un número infinito de espacios en mutuo

movimiento” (Einstein 2000, 95; Kuhn 2006, 266; Feyerabend 1989, 123, 124).

Al igual que /ambiente/ cada uno de estos significantes ya existía, pero se usaron para

expresar nuevas realidades ligadas a realidades y signos conocidos (aún si se hubiera recurrido a

un neologismo, habría que explicarlo recurriendo a los códigos conocidos). Como no existe un

lenguaje absoluto, neutral y objetivo al que aspirar, esta experiencia semiótica en la que el

lenguaje científico toma distancia del lenguaje ordinario, y/o del de una matriz disciplinaria

previa, es una necesidad de las revoluciones científicas que conlleva tensiones e inercias. Por lo

mismo, es uno de los primeros impedimentos para introducir nuevas ideas en un marco teórico

convencional con sus respectivos significantes y significados convencionales (Martínez 1993,

103, 104, 126; Kuhn 2006, 235, 261, 291, 294).

El científico ambiental se enfrenta a este problema semiótico y a la vez epistemológico

precisamente por las categorías que requiere usar para estudiar la realidad ambiental. Lo que es

13 Paisaje, una categoría abordada aquí, también ha sido una categoría cuyo significado ha mutado a través de los

siglos (Urquijo y Barrera 2009, 233, 234), “y, por lo tanto, su uso como herramienta analítica debería cambiar […],

los conceptos ‘envejecen’ y hay que remplazarlos y de mantenerlos, como es el caso que nos ocupa, debemos estar

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razón suficiente como para examinar las categorías que usa y someterlos a la crítica,

especialmente, “cuando funcionan delicadamente, sutilmente.” (Bachelard 1973, 110; Wallerstein

2004, 64)

Con las ciencias ambientales, surgió la necesidad de aceptar un nuevo sistema de

categorías sobre los fenómenos, por lo que habría que coincidir con el nominalista anticuado en

que “nuestros sistemas de clasificación son productos de la mente humana”, pero también con el

nominalismo trascendental kuhniano en que estos sistemas de clasificación pueden “alterarse

radicalmente” por la interacción en el mundo. Thomas S. Kuhn ha mostrado que

Las categorías han sido alteradas y pueden ser alteradas de nuevo. Difícilmente podremos

evitar aproximarnos a la naturaleza con nuestras categorías, problemas, sistemas de

análisis, métodos de tecnología y de aprendizaje presentes.

Así que habría que tener en cuenta que partimos de un realismo ingenuo cuando

pensamos como si de hecho estuviéramos usando clases naturales, verdaderos principios

de ordenación. No obstante, en el curso de la reflexión histórica nos percatamos de que las

investigaciones más preciadas pueden llegar a ser reemplazadas. […] En resumen, la idea

es la siguiente: investigamos la naturaleza como si estuviera ordenada en las clases

naturales que emiten nuestras ciencias actuales, pero al mismo tiempo sostenemos que

estos mismos esquemas constituyen sólo un suceso histórico. Es más, no hay un concepto

de la representación correcta y última del mundo (Hacking 1996, 133, 134).

Basada en nuevos presupuestos epistemológicos, la estructura conceptual de la teoría

científica también se enfrenta al cambio. Aunque esto implica la eliminación de algunos

conceptos y sus usos, así como la introducción de nuevos conceptos, “en su mayor parte, los

viejos conceptos son conservados en forma modificada y las viejas observaciones son

conservadas con nuevos significados” (Brown 1998, 181). Por lo tanto, la categoría ambiente3

sólo supera algunas críticas hechas a categorías anteriores. Rebaraja y recombina las ideas que ya

tenemos dando lugar a una noción no totalmente nueva ex nihilo, sino que es la modificación de

las nociones asociadas a ambiente1 y ambiente2 a través de una epistemología diferente a la que

respalda el uso de tales significados, que se vinculan a conceptos anteriores, pero que se

conservan todavía en nuestra trama conceptual. Al tener ambiente, un significado distinto con

conscientes que su contenido ya no es el mismo del momento de su creación y que se debe cambiar.” (Trinca 2006,

117)

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ambiente3, genera nuevas experiencias (la experiencia nueva replantea la experiencia antigua; sin

esto, no existe experiencia nueva).

Aunque ambiente1 ayudó a formar a ambiente3, su uso dentro de una disciplina que se

está desprendiendo de sus influencias dualistas es perjudicial (Bateson 2006, 200; Bachelard

1973, 145) al no fomentar la comprensión de lo ambiental en toda su complejidad. La distinción

entre interno y externo continúa en la complejidad, pero es modificada, ya que “no está claro qué

sea lo exterior y qué lo interior, puesto que eso que llamamos realidad sólo se puede captar a

partir de unas categorías y dispositivos interiorizados” (Serna y Pons 2005, 181). Así que, ¿es

válido hacer referencia al “hombre y su ambiente”, o afirmar que los problemas ambientales no

pueden ser analizados “en relación con los procesos económicos, demográficos, urbanos y

sociopolíticos”? (Lezama 2001, 208) Si bien estas concepciones pueden ser fácilmente

identificadas con ambiente1 y ambiente2; al concebir la antroposociedad como un subsistema de

lo ambiental, sólo tiene sentido indicar que la antroposociedad puede producir daños al ambiente

en el sentido en que la enfermedad de un órgano del cuerpo afecta al cuerpo en su conjunto

(Serrano, Bruzzi y Toscano 2012, 21, 22; Castro 2015b). Sólo en ese sentido puede leerse desde

ambiente3, y no desde ambiente1 que, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear una

antroposociedad diferente (Castro 2015a). Dicho planteamiento es afín a la propuesta sistémica

de eliminar el dualismo sujeto/objeto e implica elaborar investigaciones en las que el académico

renuncie a considerarse fuera del sistema investigado y que al integrarse a él como un subsistema

más, acepte que co-construye el sistema del que también es partícipe (Ortiz, Duval, Andrade,

Espinoza y Madrigal 2011, 138, 139; Pakman 1991, 26).

En resumen, la categoría de “ambiente”, planteada como ambiente3 expande la visión de

la ciencia no desde una epistemología dualista, donde sería contradictoria, sino afín a la

complejidad. Esta categoría supone un distanciamiento respecto de los códigos ordinarios, (lo que

equívocamente se conoce como lenguaje ordinario), que en este caso está ligada a los paradigmas

dualistas. Por esta razón, y con el fin de evitar confusiones, para las perspectivas complejas surge

la alternativa de dejar de usar ambiente1 y sustituirlo por entorno, así como dejar de usar

ambiente2 y sustituirlo por naturaleza antropizada. Es decir, el significante /ambiente/ no mutó

con la complejidad, pero sí cambió su significado y su referente, lo que supone tensiones

epistemológicas cuando en las ciencias ambientales es usado ambiente1, que es la concepción

dualista de ambiente.

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Conclusiones

Si el científico ambiental usa sin crítica alguna la categoría ambiente, puede llegar a validar

implícitamente el dualismo como forma de conocer el ambiente y continuar la oposición

humanidad/naturaleza no antrópica, pero si lo critica encontrará que el uso de ambiente1 en una

afirmación como las de las ciencias ambientales genera una tensión epistemológica que sólo se

puede resolver con la carga teórica que está vinculada a ambiente3. La cual implica que los

científicos ambientales hayan realizado una síntesis de las ramas dualistas del árbol del

conocimiento: las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades de modo que tengan

en cuenta lo natural no antrópico tanto como lo antrposocial. Pero de hacerse así, sería una

contradicción entender ambiente como ambiente1. Si utilizan socioambiente, también sería

contradictorio llamarse científico ambiental, ya que en todo caso quienes usan este concepto

coherentemente podrían autonombrarse científicos socioambientales y reproducir el significado

de ambiente1 y a la vez abogar por la inclusión de lo antroposocial. En síntesis, dentro de la

complejidad, algunas convenciones semióticas utilizadas en ciertas enunciaciones no

necesariamente serían válidas, pues todo indica que utilizar “medioambiente”, “socioambiente”,

“ambiente2”, “ambiente1”, así como “ambiente físico” y “ambiente natural” estaría

contraindicado por el dualismo que implica su uso y la falta de coherencia epistémica que

causaría. Por lo que el uso correcto de ambiente dentro de las ciencias ambientales sería el de

ambiente3, que es una versión nueva de una vieja categoría, posicionada en una matriz

disciplinaria compleja (Brown 1998, 158). Sin embargo, ¿qué pasa si se busca hacer referencia al

ambiente1? En ese caso, se podría sustituir por entorno para evitar la polisemia de ambiente.

Obviamente, esta pequeña innovación resulta tan destructiva como constructiva, pues exige el

rechazo del dualismo que permea aún entre los estudios de ciencias naturales y de ciencias

sociales (Kuhn 1993, 232).

Esto significa que, como las ciencias ambientales implican una superación del dualismo

y una epistemología sistémica que va más allá de un simple énfasis ambiental (Bocco y Urquijo

2013, 76), pues implica el cambio teórico profundo de una propuesta de síntesis: un cambio

epistemológico. A través del cual, el investigador deberá cuestionar si existen otros conceptos y

categorías que se arraigan en el dualismo. Será útil que el investigador se pregunte si hace

referencia a otros significados epistemológicamente inconsistentes con el significado que le da a

ambiente. Pero, aunque el investigador requerirá hacerse esta pregunta una y otra vez, no podrá

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responderla a menos que sea consciente de la epistemología que utiliza. Una vez que lo ha hecho,

deberá ubicar las categorías que no corresponden a su epistemología, de modo que para no

oscurecer lo que desea significar, los ha de abandonar y sustituir por otros; con lo que ha de

“efectuar ajustes sucesivos de vocabulario” (Galochet 2009, 16).14 Esto implica el abandono de

metáforas mecanicistas y la revisión de categorías que están en uso como “mecanismo”, que

implica unilinealidad y determinismo (Foladori, 2005, 129); “sobredeterminación”, que es usado

por el marxismo a pesar del rechazo de influencias mecanicistas (Foladori, 2005, 118, 127, 131,

132); “capital cultural” y “capital social” como metáforas economicistas que quedan como

remanentes del dualismo en la sociología de Pierre Bourdieu, quien intentó romper dualismos con

categorías como “habitus” y “campo” (Rojas y Pérez-Rincón 2013, 47; Collado 2005, 36); así

como el concepto “recurso” (Autor 2016) que es una de las expresiones dualistas más refinadas e

interiorizadas de las culturas occidentales modernas (Cariño 2003, 40) y a la vez uno de los

conceptos en los que se han apoyado las ciencias ambientales, las cuales critican el

instrumentalismo, el dualismo, el disyuntivismo, el mecanicismo y todas las bases teórico-

epistemológicas del concepto recurso natural.

Así que, habiendo sugerido inductivamente desde la historia ambiental que las ciencias

ambientales podrían cambiar el significado que dan a ambiente para asumir el de ambiente3,

quedaría por corroborar esta teoría deductivamente por posteriores investigaciones realizadas

desde cualquiera de las ciencias ambientales. También quedaría preguntarnos ¿incluyen las

demás ciencias ambientales a lo natural no antrópico y lo antroposocial y a su vez se definen

desde ambiente1? O bien, ¿incluyen las demás ciencias ambientales las relaciones mutuas entre

antroposociedad y naturaleza no antrópica pero se definen desde ambiente3? Responder estas

preguntas y las consecuencias observacionales de las tensiones que generen en las demás ciencias

ambientales nos permitirá realizar una transición de la polisemia de ambiente reinante a

ambiente3, lo que implicará un cambio de matriz disciplinaria y de sus correspondientes

14 Paul K. Feyerabend (1989) muestra que esto no es algo que esté fuera de lo común en la ciencia. Para llegar a la

teoría newtoniana fue necesario dejar atrás concepciones aristotélicas. A su vez, para poder generar la teoría de la

relatividad general, fue necesario cambiar los significados de espacio, tiempo y masa, cuyos significados

newtonianos mantenían la física atrapada en un esquema preeinsteniano. Por lo que la práctica científica no

comprueba las reglas empiristas que plantean que la reducción y la explicación deben darse por deducción y que los

significados de los términos (observacionales) son invariables tanto respecto a la reducción como a la explicación.

Por lo tanto, el caso propuesto en el presente artículo tiene mucho en común con los que plantea Feyerabend para la

física en Límites de la ciencia, ya que las diferencias se explican también por inconmensurabilidad.

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paradigmas, que a su vez permitirán eficientar el diálogo entre los diversos profesionales de lo

ambiental.

No obstante, los cambios aquí señalados no pueden ser sólo realizados como

consecuencia inmediata de la solución de tensiones aquí propuesta, es decir, no basta la lógica y

la reflexividad (Autor y Herrera 2015-2016, 89, 90) para generar un cambio de matriz

disciplinaria en los colectivos de pensamiento; lo cual es algo que ya enseñaron tanto el físico

Thomas Kuhn como el matemático Imre Lakatos (Klimovsky 1997, 355-380), incluso, antes que

ellos, el médico Ludwig Fleck (1986). El cambio aquí esbozado, si acaso sucediera, tiene que ver

también con el horizonte de expectativas de los colectivos de pensamiento que abordan lo

ambiental, ya sea desde las ciencias sociales, desde las ciencias naturales o propiamente desde las

ciencias ambientales. El diagnóstico epistemológico aquí establecido, así como la alternativa

propuesta que podría solucionar las tensiones encontradas, son solo una alternativa. En la

práctica, será el colectivo mismo de las ciencias ambientales el que vire a la complejidad

explícitamente y solucione las tensiones que genera el dualismo en las ciencias ambientales o

siga apuntando a la complejidad parcial y tácitamente mientras se permanece parcialmente en el

dualismo. Aunque los estudios epistemológicos pueden colaborar en lo anterior, será

principalmente la práctica de la investigación ambiental la que realmente apunte a lidiar con las

tensiones de una forma o de otra.

Agradecimientos

Agradezco a la doctora María Eugenia Gonzalez Ávila por sus comentarios a un borrador de este

texto. Agradezco también a la médico estomatóloga Jessica Herrera Montelongo por orientarme

en la redacción de los párrafos que analizan la imagen de las células.

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