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N.º 886 - Junio de 2012 Nuevas tecnologías y guerra REVISTA INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA Revista fundada en 1869 y publicada por el Comité Internacional de la Cruz Roja Ginebra

INTERNATIONAL REVIEW OF THE RED CROSS. Nuevas tecnologías y guerra · 2016. 10. 20. · Entrevista a Peter Singer Director de la 21st Century Defense Initiative, Brookings Institution

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  • www.cicr.org/spa/resources/international-review/

    ISSN: 0250-569X 2015

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    N.º 886 - Junio de 2012

    REVISTA INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA

    Nuevas tecnologías y guerra

    Nuevas tecnologías y guerra

    REVISTA INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA

    REVISTA INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJAN.º 886 - Junio de 2012

    Revista fundada en 1869 y publicada por el Comité Internacional de la Cruz Roja Ginebra

    Misión de la International Review of the Red Cross

    Comité Internacional de la Cruz Roja

    Miembros del ComitéPresidente: Jakob KellenbergerVicepresidente: Olivier VodozVicepresidenta permanente: Christine Beerli

    Bruno Sta�elbach

    Claude Le CoultreYves SandozRolf Soiron

    Daniel �ürerAndré von Moos

    La International Review of the Red Cross se publi-ca en inglés cuatro veces al año, en marzo, junio, septiembre y diciembre.

    La Selección de artículos de la Revista en español, de publicación anual, recoge artículos seleccio-nados de la versión en inglés.

    En la página Web del CICR, www.cicr.org, se publican todos los artículos en su versión original (principalmente en inglés), así como la traducción en español de los artículos seleccionados.

    La International Review of the Red Cross es una publicación periódica del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), especializada en derecho internacional humanitario. Procura promover el conocimiento, el examen crítico y el desarrollo de esta rama del derecho, propiciar el análisis sobre la acción humanitaria en tiempo de conflicto armado y otras situaciones de violencia armada, y contribuir a prevenir violaciones de las normas que protegen los derechos y los valores fundamentales. Es, además, un foro para el análisis de las causas y las características de los conflictos, a fin de facilitar la comprensión de los problemas humanitarios que éstos ocasionan. También proporciona información sobre las cuestiones que interesan al Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y, en especial, sobre la doctrina y las actividades del Comité Internacional de la Cruz Roja.

    El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), organización imparcial, neutral e independiente, tiene la misión exclusivamente humanitaria de proteger la vida y la

    situaciones de violencia, así como de prestarles asistencia.El CICR se esfuerza asimismo en prevenir el sufrimiento mediante la promoción y el fortalecimiento del derecho y de los principios humanitarios universales. Fundado en 1863, el CICR dio origen a los Convenios de Ginebra y al Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, cuyas actividades internacionales

    violencia dirige y coordina.

    Presentación de manuscritos

    El texto puede redactarse en español, francés o inglés. Los originales en español serán traduci-dos al inglés para su publicación en la Internatio-nal Review of the Red Cross.

    Los artículos no deben haber sido publicados previamente, ni presentados a otra publicación. Son revisados por un grupo de expertos, y la decisión sobre su publicación corres-ponde al Redactor jefe. La IRRC se reserva el derecho de los textos. La decisión de aceptar, rechazar o revisar un artículo se comuni-cará al autor dentro de las cuatro semanas siguientes a la recepción del texto. En ningún caso se devolverán los manuscritos a los autores.

    Los manuscritos pueden enviarse [email protected] o a la delegación del CICR más cercana.

    Formato del manuscritoLos artículos pueden tener una extensión de entre 5.000 y 10.000 palabras. Se puede publicar contribuciones más cortas en la sección "Notas y comentarios".

    Podrá encontrar más indicaciones sobre la presentación de artículos en www.cicr.org/spa/resources/international-review/

    © CICRPara reimprimir un texto publicado en la International Review of the Red Cross, se debe solicitar autorización al Redactor jefe. La solicitud debe remitirse al Equipo de Redacción.

    Suscripciones

    Equipo de RedacciónRedactor jefe: Vincent BernardAsistente de redacción: Elvina PotheletAsistente de edición: Claire Franc AbbasAsesor especial sobre nuevas tecnologías y guerra: Raymond SmithEditor de reseñas: Jamie A. Williamson

    Edición en españolTraducción: Julieta Barba, Alicia Bermolén, Julia Bucci, Paula Krajnc.Revisión: Paula Krajnc, Margarita Polo. Lecturas de prueba: María Martha Ambrosoni, Paula Krajnc, Margarita Polo.Producción: Gabriela Melamedo� Diagramación: Estudio DeNuñezPublicado en agosto de 2015por el Centro de Apoyo en Comunicación para América y el Caribe, Buenos Aires, ArgentinaComité Internacional de la Cruz Roja19, avenue de la Paix CH-1202 Ginebra, SuizaTeléfono: (++41 22) 734 60 01Fax: (++41 22) 733 20 57 Correo electrónico: [email protected] de portada: Residentes afganos miran un robot en una operación de control callejero en la provincia de Logar. © Umit Bktas, Reuteur

    La International Review of the Red Cross sedistribuye entre instituciones y organizaciones seleccionadas. Toda distribución adicional estará sujeta a la disponibilidad.

    Las solicitudes de suscripción deben enviarse a: Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)Centro de Apoyo en Comunicación para América Latina y el [email protected]

    La Redacción de la International Review of the Red Cross (IRRC) invita a los lectores a hacerle llegar artículos sobre temas relacionados con la acción, la política o el derecho humanitarios. En general, cada número de la IRRC se dedica a un tema en particular, que selecciona el Consejo Editorial. Esos temas se presentan en el documento "Temas de los próximos números de la International Review of the Red Cross", disponible en www.cicr.org/spa/ resources/international-review/. Se dará prioridad a los artículos que se relacionen con esos temas.

    Nuevas tecnologías y guerraEntrevista a Peter SingerDirector de la 21st Century Defense Initiative, Brookings InstitutionSurgimiento de nuevas capacidades de combate: los avances tecnológicos contemporáneos y los desafíos jurídicos y técnicos que plantea el examen previsto en el artículo 36 del Protocolo IAlan Backstrom e Ian HendersonFuera de mi nube: guerra cibernética, derecho internacional humanitario y protección de la población civilCordula Droege¿La caja de Pandora? Ataques con drones: perspectiva desde el jus ad bellum, el jus in bello y el derecho internacional de los derechos humanosStuart Casey-Maslen

    Redactor jefeVincent Bernard, CICR

    Consejo editorial Rashid Hamad Al AneziUniversidad de Kuwait, Kuwait Annette BeckerUniversidad de París-Oeste Nanterre La Défense, Francia Françoise Bouchet-SaulnierMédicos sin Fronteras, París, Francia Alain DélétrozInternational Crisis Group, Bruselas, Bélgica Helen DurhamCruz Roja Australiana, Melbourne, Australia Mykola M. Gnatovskyy Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev, Ucrania Bing Bing JiaUniversidad Tsinghua, Beijing, ChinaAbdul Aziz Kébé Universidad Cheikh Anta Diop, Dakar, SenegalElizabeth SalmónPonti�cia Universidad Católica del Perú, Lima, Perú Marco SassòliUniveridad de Ginebra, Suiza Yuval ShanyUniversidad Hebrea, Jerusalén, Israel Hugo SlimUniversidad de Oxford, Reino UnidoGary D. SolisUniversidad de Georgetown, Washington DC, Estados Unidos Nandini SundarUniversidad Delhi, Nueva Delhi, India Fiona TerryInvestigadora independiente sobre acción humanitaria, Australia Peter WalkerCentro Internacional Feinstein, Universidad Tu�s, Boston, Estados Unidos

    Christiane AugsburgerPaolo BernasconiFrançois BugnionBernard G. R. DanielPaola GhillaniJuerg Kesselring

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    ISSN: 0250-569X 2015

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    N.º 886 - Junio de 2012

    REVISTA INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA

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    REVISTA INTERNACIONAL DE LA CRUZ ROJA

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    Revista fundada en 1869 y publicada por el Comité Internacional de la Cruz Roja Ginebra

    Misión de la International Review of the Red Cross

    Comité Internacional de la Cruz Roja

    Miembros del ComitéPresidente: Jakob KellenbergerVicepresidente: Olivier VodozVicepresidenta permanente: Christine Beerli

    Bruno Sta�elbach

    Claude Le CoultreYves SandozRolf Soiron

    Daniel �ürerAndré von Moos

    La International Review of the Red Cross se publi-ca en inglés cuatro veces al año, en marzo, junio, septiembre y diciembre.

    La Selección de artículos de la Revista en español, de publicación anual, recoge artículos seleccio-nados de la versión en inglés.

    En la página Web del CICR, www.cicr.org, se publican todos los artículos en su versión original (principalmente en inglés), así como la traducción en español de los artículos seleccionados.

    La International Review of the Red Cross es una publicación periódica del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), especializada en derecho internacional humanitario. Procura promover el conocimiento, el examen crítico y el desarrollo de esta rama del derecho, propiciar el análisis sobre la acción humanitaria en tiempo de conflicto armado y otras situaciones de violencia armada, y contribuir a prevenir violaciones de las normas que protegen los derechos y los valores fundamentales. Es, además, un foro para el análisis de las causas y las características de los conflictos, a fin de facilitar la comprensión de los problemas humanitarios que éstos ocasionan. También proporciona información sobre las cuestiones que interesan al Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y, en especial, sobre la doctrina y las actividades del Comité Internacional de la Cruz Roja.

    El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), organización imparcial, neutral e independiente, tiene la misión exclusivamente humanitaria de proteger la vida y la

    situaciones de violencia, así como de prestarles asistencia.El CICR se esfuerza asimismo en prevenir el sufrimiento mediante la promoción y el fortalecimiento del derecho y de los principios humanitarios universales. Fundado en 1863, el CICR dio origen a los Convenios de Ginebra y al Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, cuyas actividades internacionales

    violencia dirige y coordina.

    Presentación de manuscritos

    El texto puede redactarse en español, francés o inglés. Los originales en español serán traduci-dos al inglés para su publicación en la Internatio-nal Review of the Red Cross.

    Los artículos no deben haber sido publicados previamente, ni presentados a otra publicación. Son revisados por un grupo de expertos, y la decisión sobre su publicación corres-ponde al Redactor jefe. La IRRC se reserva el derecho de los textos. La decisión de aceptar, rechazar o revisar un artículo se comuni-cará al autor dentro de las cuatro semanas siguientes a la recepción del texto. En ningún caso se devolverán los manuscritos a los autores.

    Los manuscritos pueden enviarse [email protected] o a la delegación del CICR más cercana.

    Formato del manuscritoLos artículos pueden tener una extensión de entre 5.000 y 10.000 palabras. Se puede publicar contribuciones más cortas en la sección "Notas y comentarios".

    Podrá encontrar más indicaciones sobre la presentación de artículos en www.cicr.org/spa/resources/international-review/

    © CICRPara reimprimir un texto publicado en la International Review of the Red Cross, se debe solicitar autorización al Redactor jefe. La solicitud debe remitirse al Equipo de Redacción.

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    Equipo de RedacciónRedactor jefe: Vincent BernardAsistente de redacción: Elvina PotheletAsistente de edición: Claire Franc AbbasAsesor especial sobre nuevas tecnologías y guerra: Raymond SmithEditor de reseñas: Jamie A. Williamson

    Edición en españolTraducción: Julieta Barba, Alicia Bermolén, Julia Bucci, Paula Krajnc.Revisión: Paula Krajnc, Margarita Polo. Lecturas de prueba: María Martha Ambrosoni, Paula Krajnc, Margarita Polo.Producción: Gabriela Melamedo� Diagramación: Estudio DeNuñezPublicado en agosto de 2015por el Centro de Apoyo en Comunicación para América y el Caribe, Buenos Aires, ArgentinaComité Internacional de la Cruz Roja19, avenue de la Paix CH-1202 Ginebra, SuizaTeléfono: (++41 22) 734 60 01Fax: (++41 22) 733 20 57 Correo electrónico: [email protected] de portada: Residentes afganos miran un robot en una operación de control callejero en la provincia de Logar. © Umit Bktas, Reuteur

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    La Redacción de la International Review of the Red Cross (IRRC) invita a los lectores a hacerle llegar artículos sobre temas relacionados con la acción, la política o el derecho humanitarios. En general, cada número de la IRRC se dedica a un tema en particular, que selecciona el Consejo Editorial. Esos temas se presentan en el documento "Temas de los próximos números de la International Review of the Red Cross", disponible en www.cicr.org/spa/ resources/international-review/. Se dará prioridad a los artículos que se relacionen con esos temas.

    Nuevas tecnologías y guerraEntrevista a Peter SingerDirector de la 21st Century Defense Initiative, Brookings InstitutionSurgimiento de nuevas capacidades de combate: los avances tecnológicos contemporáneos y los desafíos jurídicos y técnicos que plantea el examen previsto en el artículo 36 del Protocolo IAlan Backstrom e Ian HendersonFuera de mi nube: guerra cibernética, derecho internacional humanitario y protección de la población civilCordula Droege¿La caja de Pandora? Ataques con drones: perspectiva desde el jus ad bellum, el jus in bello y el derecho internacional de los derechos humanosStuart Casey-Maslen

    Redactor jefeVincent Bernard, CICR

    Consejo editorial Rashid Hamad Al AneziUniversidad de Kuwait, Kuwait Annette BeckerUniversidad de París-Oeste Nanterre La Défense, Francia Françoise Bouchet-SaulnierMédicos sin Fronteras, París, Francia Alain DélétrozInternational Crisis Group, Bruselas, Bélgica Helen DurhamCruz Roja Australiana, Melbourne, Australia Mykola M. Gnatovskyy Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev, Ucrania Bing Bing JiaUniversidad Tsinghua, Beijing, ChinaAbdul Aziz Kébé Universidad Cheikh Anta Diop, Dakar, SenegalElizabeth SalmónPonti�cia Universidad Católica del Perú, Lima, Perú Marco SassòliUniveridad de Ginebra, Suiza Yuval ShanyUniversidad Hebrea, Jerusalén, Israel Hugo SlimUniversidad de Oxford, Reino UnidoGary D. SolisUniversidad de Georgetown, Washington DC, Estados Unidos Nandini SundarUniversidad Delhi, Nueva Delhi, India Fiona TerryInvestigadora independiente sobre acción humanitaria, Australia Peter WalkerCentro Internacional Feinstein, Universidad Tu�s, Boston, Estados Unidos

    Christiane AugsburgerPaolo BernasconiFrançois BugnionBernard G. R. DanielPaola GhillaniJuerg Kesselring

  • Junio de 2012, N.º 886 de la versión original

    Nuevas tecnologías y guerra

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    ÍNDICE

    Nuevas tecnologías y guerra

    5 EditorialVincent Bernard, redactor jefe

    15 Entrevista a Peter SingerDirector de la 21st Century Defense Initiative, Brookings Institution

  • 3

    Los artículos publicados en la International Review of the Red Cross reflejan las opiniones de los respectivos autores, y no necesariamente las del CICR o las de la Redacción. Sólo los artículos firmados por el CICR pueden serle atribuidos.

    Junio de 2012, N.º 886 de la versión original

    Artículos

    31 Surgimiento de nuevas capacidades de combate: los avances tecnológicos contemporáneos y los desafíos jurídicos y técnicos que plantea el examen previsto en el artículo 36 del Protocolo I

    Alan Backstrom e Ian Henderson69 Fuera de mi nube: guerra cibernética, derecho internacional humanitario y protección de la población civil

    Cordula Droege121 ¿La caja de Pandora? Ataques con drones: perspectiva desde el jus ad bellum, el jus in bello y el derecho internacional de los derechos humanos

    Stuart Casey-Maslen

  • Junio de 2012, n.º 886 de la versión original

    En la mitología griega, el mito de Ícaro ilustra el deseo del ser humano de ir siempre más lejos, a riesgo de chocar con los límites de su condición. Evoca también la ambivalencia de nuestra sed de conocimiento y progreso. Cuando Ícaro y su padre Dédalo buscan huir de su enemigo en Creta, para llegar a Grecia, este último tiene la idea de fabricar alas semejantes a las de los pájaros, confeccionadas con cera y plumas. Embriagado por el vuelo, Ícaro olvida los consejos de prudencia que le había dado su padre y se acerca demasiado al sol. El calor derrite la cera de sus alas artificiales, que se deshacen, e Ícaro muere al caer al mar.

    El primer vuelo exitoso de un aparato a motor se atribuye a los hermanos Wright. Su avión, el Flyer, recorrió algunos cientos de metros el 17 de diciembre de 1903; permaneció en el aire menos de un minuto. El invento del avión abre entonces inmensas posibilidades: la promesa de eliminar las distancias entre los continentes, los países y los hombres, al facilitar los intercambios comerciales, el conocimiento del mundo, así como la comprensión y la solidaridad entre los pueblos.

    La humanidad necesitó milenios para realizar el sueño de Ícaro, pero bastaron sólo diez años para perfeccionar suficientemente el invento y utilizarlo con fines militares, lo que provocó incalculables sufrimientos humanos. El primer bombardeo aéreo habría tenido lugar el 1 de noviembre de 1911 durante la guerra ítalo-turca en Tripolitania1. El 5 de octubre de 1914, un avión francés abatió un avión alemán en el primer duelo aéreo de la historia. La combinación de las nuevas tecnologías permitió, en poco tiempo, perfeccionar la técnica del bombardeo, y, en las décadas siguientes, lluvias de bombas incendiarias destruyeron ciudades enteras: Guernica, Coventry, Dresde, Tokio... El sueño de Ícaro estuvo a punto de provocar la caída de toda la humanidad, cuando los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki iniciaron la era nuclear. Poco más de un siglo después del despegue del Flyer, drones piloteados desde una distancia de miles de kilómetros sueltan su carga mortal en Afganistán, Pakistán o Yemen. También se hace posible, técnicamente, darles la capacidad de decidir de manera autónoma cuándo utilizar sus armas.

    Hasta hace poco tiempo, sólo algunas generaciones atrás, un ser humano podía esperar ser testigo, en el transcurso de toda su vida, de uno o tal vez dos cambios técnicos que afectaran directamente su cotidianeidad. Pero los progresos científicos y técnicos no siguen una curva lineal, sino una curva exponencial. Sin duda, hemos llegado al punto en que esta curva se convierte en una línea ascendente, casi vertical. Cada día, la ciencia tiene más influencia en las sociedades, incluso en 1 Sven Lindqvist, Une histoire du bombardement, La Découverte, París, 2012, p. 14.

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    EDITORIAL

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    Editorial

    las más alejadas de los centros de innovación. Sin embargo, la observación del autor de ciencia ficción Isaac Asimov es más actual que nunca: “El aspecto más triste de nuestra vida moderna es que la ciencia acumula conocimientos más rápidamente de lo que la sociedad acumula sabiduría”2.

    Los fulgurantes progresos científicos y técnicos de las últimas décadas permitieron la aparición de medios y métodos de guerra inéditos. Algunas de estas nuevas tecnologías (como los drones de observación o de combate) ya se utilizan, mientras que otras (nanotecnologías, robots de combate o armas láser, por ejemplo) están aún en etapa experimental o de desarrollo. Además de los espacios terrestres, marítimos y aéreos, los grandes ejércitos reconocen la necesidad de disponer de capacidad militar en “el espacio cibernético”3.

    Estos desarrollos dejan entrever la posibilidad de una nueva ruptura en la manera de conducir la guerra o de utilizar la fuerza fuera del marco de un conflicto armado. En efecto, algunas tecnologías no sólo constituyen una prolongación de las tecnologías anteriores (un avión más rápido, un explosivo más potente): su aparición puede modificar profundamente la manera de hacer la guerra, e incluso trastocar las relaciones de fuerza en la escena internacional. De esta forma, el control de la guerra mecanizada y la táctica de la “blitzkrieg” dieron una ventaja decisiva a Alemania, al principio de la Segunda Guerra Mundial.

    Es difícil delimitar con precisión los medios y métodos que abarca exac-tamente la expresión “nuevas tecnologías”. Sin embargo, es objeto de debates apasionados en los que participan filósofos, juristas y militares. Asimismo, parece vano determinar con precisión una fecha a partir de la cual una técnica puede ser considerada como “nueva”, ya que los progresos de la ciencia y la técnica están, por definición, en evolución constante. Aquí se trata más bien de intentar distinguir tendencias generales que caracterizan cierto número de innovaciones tecnoló-gicas, relativas a la conducción de la guerra —y al uso de la fuerza de manera más general— estos últimos años. ¿Qué es lo que distingue los drones, los sistemas de armas automatizados, las armas nanotecnológicas o incluso la guerra cibernética de los medios y métodos de guerra “tradicionales” utilizados hasta ahora? Para circunscribir mejor el campo de estudio, la International Review of the Red Cross ha decidido analizar más particularmente las innovaciones tecnológicas que se inscriben en una o varias de las tres tendencias siguientes: primeramente, la tendencia a la automatización de los sistemas de armas (ofensivos tanto como defensivos) y, por consiguiente, la delegación de un número creciente de tareas a la máquina. En segundo lugar, los progresos en cuanto a la precisión, la persistencia4 y

    2 Isaac Asimov y Jason A. Shulman, Isaac Asimov’s Book of Science and Nature Quotations, Blue Cliff Editions, Weidenfeld & Nicolson, Nueva York, 1988, p. 281.

    3 Estados Unidos de América dispone de un cibercomando operativo desde mayo de 2010. V. U.S. Department of Defense, “U.S. Cyber Command Fact Sheet”, U.S. Department of Defense Office of Public Affairs, 25 de mayo de 2010, disponible en: http://www.defense.gov/home/features/2010/0410_cybersec/docs/cyberfactsheet%20updated%20replaces%20may%2021%20fact%20sheet.pdf (consultado en julio de 2012)

    4 Por ejemplo, algunos drones tienen la capacidad de permanecer más tiempo en vuelo que los aviones, lo que permite la vigilancia prolongada de una zona.

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    http://www.defense.gov/home/features/2010/0410_cybersec/docs/cyberfactsheet%20updated%20replaces%20may%2021%20fact%20sheet.pdf

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    Junio de 2012, n.º 886 de la versión original

    el alcance de los sistemas de armas. En tercer lugar, la capacidad de utilizar cada vez menos fuerza física y/o cinética para efectos equivalentes y hasta más importantes.

    Tecnologías que hasta ayer pertenecían a la ciencia ficción podrían provocar mañana catástrofes humanitarias inéditas, como accidentes tecnológicos de magnitud o la parálisis de sistemas de salud o de abastecimiento de un país, por la destrucción de las redes informáticas en el marco de una ciberguerra. Otros desarrollos recientes permitirían, sin embargo, no sólo limitar pérdidas civiles sino también preservar la vida de los combatientes. Algunas tecnologías mejoran también la precisión de las armas o facilitan la recolección de información sobre la naturaleza del objetivo. Además, el estudio de las “nuevas tecnologías” y de la guerra no se limita sólo a las aplicaciones militares, sino que abarca también nuevos medios a disposición de los organismos humanitarios, los periodistas y también los tribunales: las tecnologías de la comunicación y de la información permiten alertar al mundo sobre violaciones del derecho, movilizar voluntarios o también comunicarse directamente con las víctimas de conflictos. Los avances en materia de cartografía e imágenes satelitales, así como de intervención quirúrgica a distancia, también pueden facilitar la acción humanitaria.

    ¿Cómo comprender la aceleración de los desarrollos tecnológicos de la guerra? ¿Se debe ver en ellos un progreso ineludible y simplemente prepararse para afrontar las consecuencias de su empleo? El filósofo alemán Hans Jonas hace referencia a los riesgos inéditos planteados por la física nuclear o la genética: “La práctica colectiva que hemos adoptado gracias a la tecnología de punta aún es tierra virgen para la teoría ética… ¿Qué puede servir como brújula? ¡La anticipación de la amenaza misma!5”

    El desarrollo de nuevos medios y métodos de guerra no sólo debe ir acom-pañado de una reflexión ética. Se lo debe inscribir también dentro de un marco jurídico. En virtud del derecho internacional humanitario, los Estados tienen la obligación de verificar la compatibilidad con el derecho internacional del empleo de armas, medios o métodos de guerra nuevos, desde las etapas del estudio, el desarrollo, la adquisición o la adopción6. Muchos medios o métodos de guerra ya fueron prohibidos, o su utilización fue reglamentada en el transcurso de la historia. Las armas láser cegadoras fueron proscritas en 19957, incluso antes de su aparición en los campos de batalla.

    Si bien la ciencia permite la automatización de un número creciente de tareas en el marco de la conducción de las hostilidades, la evaluación de su licitud con arreglo al derecho internacional humanitario sigue siendo una tarea humana. Ahora bien, algunas características de esas nuevas tecnologías plantean cuestiones

    5 Hans Jonas, Le principe responsabilité : Une éthique pour la civilisation technologique, Édition du Cerf, París, 1990, Prefacio, p. 13

    6 Artículo 36 del Protocolo adicional de los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales (Protocolo adicional I), 8 de junio de 1977.

    7 Protocolo sobre armas láser cegadoras (Protocolo IV de la Convención sobre Prohibiciones o Restriccio-nes del Empleo de Ciertas Armas Convencionales que puedan considerarse excesivamente nocivas o de efectos indiscriminados, de 1980), ), Ginebra, 13 de octubre de 1995.

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    Editorial

    totalmente inéditas que hacen más compleja la evaluación de la licitud de un ataque. En primer lugar, la posibilidad de ver máquinas cometiendo actos de violencia programados implica delegar nuestra capacidad de juicio, elemento esencial para la atribución de la responsabilidad. Luego, nuestro recurso creciente (y hasta nuestra dependencia) de la tecnología conlleva ineludiblemente una mayor vulnerabilidad con respecto a incertidumbres y riesgos de mal funcionamiento de orden técnico. ¿En qué medida se puede tomar en cuenta la extensión —aún incierta— de las consecuencias de la utilización de armas nanotecnológicas? ¿Qué nivel de incerti-dumbre es jurídicamente “aceptable”?

    Por otra parte, el recurso creciente a la tecnología en la conducción de las hostilidades plantea cuestiones complejas en materia de responsabilidad, habida cuenta del número de personas —civiles y militares— que participan en el proceso que va del diseño al empleo del arma en cuestión. ¿A quién debe atribuirse la responsabilidad de un ataque ilegal por parte de un robot? ¿Cómo adaptar los procesos de determinación de los hechos al carácter cada vez más técnico de la guerra? ¿Una falla técnica comprobada absuelve de culpa al operador? En ese caso, ¿se puede considerar responsable a quien diseñó la máquina?

    En la apertura de este número, Peter Singer, reconocido experto de las nuevas tecnologías de guerra y autor de Wired for War8, plantea los términos del debate en la entrevista que le realizamos. Luego, varios expertos en materia ética, jurídica, científica y militar reflexionan sobre los desarrollos tecnológicos contem-poráneos y sus consecuencias, así como sobre las cuestiones que suscitan en materia de acción y derecho humanitario. Algunas de estas contribuciones ilustran sensibi-lidades nacionales diferentes, y la International Review solicitó particularmente las perspectivas de China y Estados Unidos sobre la “guerra cibernética”.

    Estas contribuciones reflejan la profunda ambivalencia de estas “nuevas tecnologías”, por lo que respecta a efectos sobre la guerra y sus consecuencias. En las líneas que siguen, subrayamos algunas de las principales cuestiones y paradojas que suscitan esas nuevas tecnologías y que serán debatidas en este número de la International Review.

    La noción tradicional de guerra pierde claridad

    Al igual que nuestras sociedades, las guerras evolucionan por efecto de las nuevas tecnologías. Para los pocos países que las poseen, la principal evolución sin duda es la posibilidad de cometer actos de guerra sin por eso movilizar cons-criptos, ocupar territorios y llevar adelante amplias operaciones terrestres, como en las grandes guerras del siglo XX. Sin embargo, el desarrollo de algunas tecnologías no deja de ser extremadamente complejo y costoso. Son pocos los países que hoy tienen la capacidad de desarrollar nuevas tecnologías y de conducir operaciones a distancia.

    8 Peter W. Singer, Wired for War: The Robotics Revolution and Conflict in the 21st Century, Penguin Books, Nueva York, 2009.

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    Junio de 2012, n.º 886 de la versión original

    Por otra parte, esos métodos de guerra no cambian fundamentalmente la cruel escalada de violencia que caracteriza tan a menudo los conflictos llamados “asimétricos” en los que se oponen fuerzas convencionales a grupos armados no estatales. El empleo de drones comandados a miles de kilómetros permite alcanzar un enemigo incapaz de reaccionar al ataque; por consiguiente, este último intentará compensar su impotencia atacando en forma deliberada a la población civil.

    Contrariamente a lo que suele afirmarse, lejos de ser inconscientes de esas guerras lejanas, las poblaciones de los países que llevan adelante este tipo de guerras “high-tech” están mucho mejor informadas que en otros tiempos. Sin embargo, el enemigo lejano suele ser percibido, ante todo, como un criminal y no como un beli-gerante, cuyos derechos y obligaciones estarían regidos por el derecho humanitario.

    Es posible que algunas nuevas tecnologías (como los drones, por ejemplo) posibiliten que el empleo de la fuerza en el territorio de Estados no beligerantes sea menos problemático, lo que deja sin objeto las cuestiones de protección de las fuerzas militares y elimina también las medidas tradicionales de disuasión de ataque al enemigo fuera de la zona de combate. Este obstáculo, que al principio parece más débil, podría dar la impresión de que el campo de batalla es “global”. Es esencial recordar que los ataques conducidos con drones fuera de una situación de conflicto armado no están regidos por el derecho humanitario (que permite el uso de fuerza letal contra los combatientes, al menos en ciertas condiciones), sino por el derecho internacional de los derechos humanos (que limita mucho más estricta-mente las instancias en las que está autorizado el uso de fuerza letal).

    Los efectos de algunas nuevas tecnologías deberían suscitar una reflexión sobre lo que se entiende por “uso de la fuerza armada” como umbral de aplicación del derecho humanitario (jus in bello), particularmente en el contexto de un ataque cibernético9. Lo mismo ocurre con la noción de “acto de agresión”, que activa el derecho de legítima defensa conforme a la Carta de las Naciones Unidas (jus ad bellum). Los golpes bajos y los ataques cibernéticos a los que se entregan los Estados parecen corresponder más al sabotaje o al espionaje que a los conflictos armados. Por consiguiente, ¿no serían más apropiadas en tales situaciones las normas que regulan (poco y mal, por lo demás) el espionaje y otros actos hostiles que están por debajo del umbral de aplicación del derecho internacional humanitario?

    Los conflictos recientes demuestran claramente que el despliegue de tropas y medios militares consecuentes sigue siendo esencial cuando el objetivo de una operación es controlar el territorio. Sin embargo, algunas nuevas tecnologías permiten a los que las controlan golpear a su enemigo con efectos destructivos considerables —tanto en el mundo real como en el virtual— sin desplegar tropas. Un ataque cibernético no implica la invasión del territorio del adversario sino, si se quiere, de su espacio virtual. Debemos repensar estos conceptos e imágenes de la guerra “tradicional” para evitar la confusión de las categorías jurídicas existentes de conflictos armados (internacionales y no internacionales), a riesgo de un debilita-miento de la protección que el derecho humanitario confiere a las víctimas.

    9 V. el artículo de Cordula Droege en el presente número.

  • 10

    Editorial

    Alcance, precisión y distancia moral

    Si bien, durante mucho tiempo, se logró aumentar el alcance de un arma en detrimento de su precisión, el uso de drones, de robots armados o de la cibernética hoy permite reconciliar estas dos características. El aumento del alcance de ciertas armas nuevas evita exponer directamente las tropas al fuego del adversario. La precisión de las armas permite, sobre todo, disminuir las cargas necesarias para la destrucción del objetivo militar y reducir lo máximo posible los daños colaterales. De todos modos, suelen requerir un alto grado de precisión de la información, que es difícil recoger a la distancia.

    Por ello, el recurso a los drones o a los robots resulta particularmente adaptado al uso de la fuerza por parte de los países interesados en preservar la vida de sus soldados. Por otra parte, mantener a los operadores de estas nuevas armas alejados del campo de batalla, en un entorno familiar, reduciría de manera nada despreciable su exposición al estrés o al miedo, por lo que disminuirían también los errores vinculados con factores emocionales. En cambio, el aumento de la distancia física entre la ubicación del operador y su objetivo aumentaría al mismo tiempo la distancia moral entre las partes en conflicto. Por ende, la multiplicación de los ataques conducidos desde drones piloteados a distancia alimenta un debate sobre la llamada “PlayStation mentality10”, que afectaría el juicio moral de los operadores de drones y agravaría el fenómeno criminógeno de “deshumanización” del enemigo en tiempo de guerra. Sin embargo, la existencia de tal fenómeno ha sido puesta en entredicho. Los operadores de drones podrían estar de hecho más expuestos moralmente que los artilleros o los pilotos de bombarderos, como consecuencia de la observación prolongada de sus objetivos y los daños causados por los ataques.

    Esto suscita también la cuestión de la visión que se forman los jugadores de videojuegos sobre la realidad de las guerras modernas: la mayoría de las veces es la de un mundo sin ley, donde están permitidos todos los golpes con tal de vencer al enemigo. En colaboración con varias Sociedades Nacionales de la Cruz Roja, el CICR inició un diálogo con los jugadores, los diseñadores y los productores de juegos de vídeo, con el objetivo de producir juegos que integren el derecho apli-cable en tiempo de conflicto armado y en los que se presenten a los jugadores los mismos dilemas que los que enfrentan los combatientes en los campos de batalla contemporáneos.

    Algunos observadores ven en el desarrollo de sistemas de armas autó-nomos la posibilidad de hacer respetar mejor el derecho internacional humanitario en el campo de batalla. Un robot no conoce la fatiga ni el estrés, ni los prejuicios,

    10 Philip Alston describe de esta forma el problema de la “PlayStation mentality”: “Los jóvenes militares que se han educado con los videojuegos van a matar ahora a personas verdaderas a distancia, usando un joystick. Alejada de las consecuencias humanas de sus acciones, ¿qué valor dará al derecho a la vida esta generación de combatientes? ¿De qué forma los comandantes y los políticos podrían quedar al resguardo de la naturaleza antiséptica de los ataques letales conducidos por drones? ¿Matar será una opción más atractiva que capturar? ¿Las normas que rigen la obtención de información justificarán una ficha de muer-tes? ¿Aumentará el número de muertes colaterales de civiles aceptables?” V. Philip Alston e Hina Shamsi, “A Killer above the law”, en The Guardian, 2 de agosto de 2010.

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    ni el odio, que son causas de crímenes en tiempo de conflicto. Sin embargo, por el momento, parece extremadamente difícil, desde un punto de vista técnico, dotar a estas armas de capacidad de distinción. En el presente número, Peter Singer dice: “Una computadora tiene exactamente la misma mirada de una mujer de 80 años en silla de ruedas que de un tanque T-80. Ambos solo son ceros y unos”. Si bien los sistemas de armas íntegramente autónomos no se emplean en la actualidad, algunos comentaristas ya reclaman una prohibición total de las armas autónomas11. El CICR, por su parte, subraya que con el despliegue de estos sistemas “se plantea una serie de cuestiones fundamentales de orden jurídico, ético y social que es nece-sario examinar antes de que esos sistemas se desarrollen o se desplieguen”12. ¿Hasta qué punto el hombre puede quedar fuera del proceso de decisión de utilizar o no la fuerza letal?

    El daño

    Los avances en materia de precisión de la determinación del objetivo deben ponerse en paralelo con una tendencia inversa, que es la dificultad de limitar en el tiempo y en el espacio los efectos de algunas armas nuevas. Por cierto, esta tendencia no es nueva: se conocen, por ejemplo, los efectos indiscriminados del arma atómica, que se extienden mucho más allá del punto de impacto. Pero la introducción de nanotecnologías en los sistemas de armas o el recurso a ataques cibernéticos vuelve a plantear estas cuestiones. ¿Cómo tomar en cuenta, en el cálculo de la proporcionalidad, los efectos en el tiempo y en el espacio, de la utili-zación de nanotecnologías cuando aún son ampliamente desconocidas? ¿A partir de qué grado de incertidumbre científica se puede considerar que una utilización de esos materiales sería contraria al principio de precaución? ¿Se puede medir el impacto que un ataque lanzado en el mundo virtual puede tener en el mundo real? En efecto, considerando todas estas incógnitas, las incidencias que no eran “previsibles”13 son cada vez más numerosas.

    Por otra parte, algunos nuevos medios o métodos de guerra, como las armas a microondas o los ataques cibernéticos, apuntan a menudo a la destrucción de información. ¿La información se debería considerar hoy como “bien de carácter civil” en el sentido del derecho internacional humanitario, y su destrucción, como un daño a un bien de carácter civil? En efecto, hoy solo se toman en cuenta los daños físicos para definir el daño sufrido. En un mundo cada vez más dependiente

    11 V. el artículo de Peter Asaro en este número y también Noel Sharkey, “The evitability of autonomous robot warfare”, en International Review of the Red Cross, vol. 94, N.° 886, 2012, pp. 787-799.

    12 CICR, “El derecho internacional humanitario y los desafíos de los conflictos armados contemporáneos”, Informe de la XXXI Conferencia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, Ginebra, 28 de noviembre–1 de diciembre de 2011, p. 45, disponible en: https://www.icrc.org/spa/assets/files/red-cross-crescent-movement/31st-international-conference/31-int-conference-ihl-challenges-report-11-5-1-2-es.pdf (consultado en julio de 2012).

    13 Según los artículos 51(5) (b) y 57(2)(a)(iii) del Protocolo adicional I de 1977, se considera que los ata-ques son indiscriminados “cuando sea de prever que causarán incidentalmente muertos y heridos entre la población civil, o daños a bienes de carácter civil, o ambas cosas, que serían excesivos en relación con la ventaja militar concreta y directa prevista” (el subrayado es nuestro).

    https://www.icrc.org/spa/assets/files/red-crosscrescent-movement/31st-international-conference/31-int-conference-ihl-challenges-report-11-5-1-2-es.pdf

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    Editorial

    de la información, la destrucción de los datos bancarios o médicos de los ciuda-danos de un país tendría consecuencias dramáticas, lo que para algunos exige una redefinición de la noción de bien de carácter civil protegido. La posición del CICR en este debate pretende ser clara y pragmática: “Si los medios y los métodos de la ciberguerra producen los mismos efectos en el mundo real que las armas conven-cionales (destrucción, perturbación, daños/perjuicios, heridos, muertos), deben estar regidos por las mismas normas que las armas convencionales”14.

    La información y la transparencia

    Las innovaciones tecnológicas que observamos estas últimas décadas parecen apuntar hacia dos conclusiones contrarias en materia de acceso a la infor-mación y de transparencia. Por un lado, reina aún cierta opacidad en torno a las consecuencias humanitarias reales o posibles del uso de ciertas “nuevas armas”. Si se las despliega en el marco de operaciones secretas, el público sólo tendrá poco conocimiento sobre el impacto de esas armas.

    Por otra parte, el empleo de nuevas tecnologías permite filmar o registrar las operaciones militares y revelar posibles crímenes de guerra. Pueden hacerlo los mismos ejércitos (particularmente con el objetivo de producir un “informe poste-rior a la acción”) u organizaciones no gubernamentales. Por ejemplo, la utilización de imágenes satelitales ya permitió investigar posibles violaciones del derecho en el contexto de la franja de Gaza, Georgia, Sudán o Sri Lanka, por ejemplo15. Estos últimos años, también se han descubierto muchos crímenes en videos grabados por los mismos soldados.

    Finalmente, el progreso técnico siempre ha permitido mejoras en los ámbitos médico y humanitario. Hoy en día, la utilización de nuevas tecnologías de comunicación o de geolocalización puede facilitar la identificación de las necesidades, el restablecimiento del contacto entre familiares luego de una crisis y también seguir los desplazamientos de población en las regiones más alejadas16.

    Nuestras responsabilidades

    La tecnología permite al hombre delegar algunas tareas e incluso a veces le evita cometer errores, pero no lo autoriza en absoluto a delegar su responsabilidad moral y jurídica de respetar las normas del derecho aplicable. Sin embargo, el empleo de nuevas tecnologías en la conducción de la guerra puede hacer más compleja la atribución de la responsabilidad en casos de violaciones del derecho internacional humanitario, por dos motivos. Primeramente, algunas nuevas tecnologías conllevan

    14 Cordula Droege, CICR, citada por Pierre Alonso en “Dans cyberguerre il y a guerre”, OWNI, 29 de no-viembre de 2012, disponible en: http://owni.fr/2012/11/29/dans-cyberguerre-il-y-a-guerre/ (consultado en noviembre de 2012).

    15 V. el artículo de Joshua Lyons en este número.16 V., por ejemplo el artículo de Patrick Meier, “Las nuevas tecnologías de la información y su impacto en el

    sector humanitario”, en International Review of the Red Cross, N.° 884, diciembre de 2011. Disponible en https://www.icrc.org/spa/assets/files/review/2011/irrc-884-meier.pdf.

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    dificultades de orden técnico para identificar a los responsables. El mejor ejemplo de la complicación del proceso de identificación y las capacidades cada vez más técnicas que requiere, es, sin duda, el recurso a la ciberguerra. Una de las características de los ataques en el ciberespacio es, en efecto, su carácter anónimo y la dificultad de localizar su origen. De la misma manera, la automatización de algunas secuencias de tiros de misiles dirigidas por computadoras debilita la noción de responsabilidad. En segundo lugar, la delegación de algunas tareas militares a máquinas “inteligentes” aumenta el número de personas que potencialmente participan en el proceso de realización, adquisición y utilización de la máquina, lo que complica la cadena de responsabilidades. Al ampliar nuestro punto de vista más allá del ámbito de aplicación del derecho en tiempo de conflicto, la responsabilidad no deberá buscarse solamente por el lado de la cadena de mando militar o de los combatientes que utilizan o utilizarán esas armas en el campo de batalla. La responsabilidad recae también en los científicos y los fabricantes que desarrollan estas nuevas tecnologías, así como en las autoridades políticas y las empresas que las financian.

    Los Estados tienen la obligación de velar por que el empleo de armas, medios y métodos de guerra nuevos se atenga a las normas del derecho humani-tario. Sin embargo, la sociedad civil también tiene un papel importante. En efecto, al informar sobre las consecuencias humanitarias de las armas y al suscitar un debate sobre la licitud, participa en la formación de una verdadera “conciencia pública” internacional, como la que se menciona en la “cláusula de Martens”:

    “En los casos no previstos en el presente Protocolo o en otros acuerdos inter-nacionales, las personas civiles y los combatientes quedan bajo la protección y el imperio de los principios del derecho de gentes derivados de los usos esta-blecidos, de los principios de humanidad y de los dictados de la conciencia pública”17.

    La Corte Internacional de Justicia insistió, por lo demás, en la importancia de esta cláusula, en el marco de su opinión consultiva sobre la Licitud de la amenaza o el empleo de armas nucleares18.

    Desde hace muchos años, el CICR, acompañado hoy por numerosas organizaciones no gubernamentales, contribuye a la formación de esta “conciencia pública”. Frente a la evolución constante y rápida de las armas, el CICR publicó una Guía para el examen jurídico de las armas, los medios y los métodos de guerra

    17 Art. 1(2) del Protocolo adicional I de 1977. V. también el preámbulo de la Convención (IV) de La Haya de 1907 relativa a las leyes y costumbres de la guerra terrestre y el preámbulo de la Convención (II) de La Haya de 1899.

    18 La Corte Internacional de Justicia (CIJ) estimó que la cláusula de Martens “sin duda sigue existiendo y siendo aplicable” (párr. 87) y que “demostró ser un medio eficaz para hacer frente a la rápida evolución de las técnicas militares” (párr. 78). La CIJ recordó también que la cláusula de Martens representa “la expresión del derecho consuetudinario preexistente” (párr. 84). V. CIJ, Licéité de la menace ou de l’emploi d’armes nucléaires, Opinión consultiva, La Haya, 8 de julio de 1996.

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    Editorial

    nuevos 19 y contribuye activamente al desarrollo de nuevas normas internacionales que enmarcan el empleo de las armas. El tratado más reciente, hasta la fecha, es la Convención sobre Municiones en Racimo, del 30 de mayo de 2008.

    ***

    “La Ciencia encuentra, la Industria aplica, el Hombre se adapta”: contra-riamente a lo que afirmaba el eslogan de la Exposición Universal de Chicago de 1933, no estamos condenados a sufrir el desarrollo tecnológico como testigos impotentes. La evolución científica y tecnológica no significa necesariamente “progreso”, y la decisión de dar a un invento una aplicación militar debe dar lugar a un estudio profundo de sus efectos, incluidas las consecuencias positivas y nega-tivas. Análogamente, cada decisión de producir, adquirir y finalmente utilizar tal o cual innovación tecnológica con fines militares conlleva una responsabilidad política y social muy importante, sobre todo cuando tiene repercusiones directas sobre vidas humanas. Las consecuencias de los conflictos armados no son virtuales. El debate en el seno de la sociedad civil y en las comunidades científica, militar y política que suscita el uso de algunas nuevas tecnologías debería considerarse un hecho positivo: es una prueba del cuestionamiento de la compatibilidad de esas nuevas armas con nuestros principios jurídicos y morales.

    Así como los hermanos Wright no vislumbraban, sin duda, el pleno potencial del avión, las posibilidades militares que pronto ofrecerían las nuevas tecnologías —y las combinaciones inéditas de nuevas tecnologías— son todavía ampliamente desconocidas. Sin embargo, es esencial anticipar las consecuencias que su uso podría acarrear. El Comité internacional de la Cruz Roja, presente en los conflictos del mundo desde hace un siglo y medio, lamentablemente puede dar testimonio de ello: contrariamente a las ilusiones de un “progreso” sin fin que alimentaban los hombres de principios del siglo XX, la historia ha demostrado que la ciencia no puede anteponerse a sus consecuencias.

    Vincent BernardRedactor jefe

    19 CICR, Guía para el examen jurídico de las armas, los medios y los métodos de guerra nuevos, CICR, Ginebra, 2007, disponible en: https://www.icrc.org/spa/assets/files/other/icrc_003_0902.pdf (consultado en julio de 2012). V. también Kathleen Lawand, “Reviewing the legality of new weapons, means and methods of warfare”, en International Review of the Red Cross, vol. 88, N.° 864, 2006, pp. 925-930.

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    Entrevista a Peter W. Singer*Director de la 21st Century Defense Initiative, Brookings Institution

    Peter W. Singer es el director de la 21st Century Defense Initiative en la Brookings Institution, con sede en Washington, D.C. Es autor de tres libros premiados: Corporate Warriors: The Rise of the Privatized Military Industry, Children at War y Wired for War: The Robotics Revolution and Conflict in the 21st Century1. Fue asesor en instituciones tan diversas como el ejército de Estados Unidos, el FBI y organizaciones de defensa de los derechos humanos.

    En esta entrevista, Peter Singer explica en qué medida y de qué manera las nuevas tecnologías cambian nuestra forma de concebir y conducir la guerra, así como el impacto que tendrán en el trabajo de los actores humanitarios. Expone su visión del futuro y analiza los desafíos éticos y jurídicos que plantea el acceso a nuevas tecnologías de punta, así como las oportunidades que estas ofrecen.

    ***

    Cuéntenos un poco de su trayectoria personal. ¿Cómo y por qué llegó a trabajar sobre este tema? Como escribí en la introducción de mi libro Wired for War, cuando pienso en mi infancia, mis juegos de aquel entonces mezclaban ciertos elementos y frag-mentos de la historia militar de mi familia y la ciencia ficción. Al igual que muchos

    1 V. Peter W. Singer, Corporate Warriors: The Rise of the Privatized Military Industry, edición actualizada, Cornell University Press, Nueva York, 2007; Children at War, University of California Press, Berkeley C. A., 2006; y Wired for War: The Robotics Revolution and Conflict in the 21st Century, Penguin Books, Nueva York, 2009.

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    * Esta entrevista fue realizada en Washington D. C. el 29 de abril de 2012 por Vincent Bernard, redactor jefe de la International Review of the Red Cross, Mariya Nikolova, asistente de redacción, y Mark Silverman, encargado de asuntos públicos y de relaciones con el Congreso en la delegación del CICR en Washington.

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    Entrevista a Peter W. Singer

    otros niños, cuando encontraba un palo, lo transformaba en cuestión de segundos en una ametralladora con la que iba a defender el barrio de los nazis o en un sable láser con el que iba a vencer a Darth Vader. Recuerdo que tomaba las viejas medallas de mi abuelo y me las abrochaba en el pijama, o un modelo del jet que mi tío había pilotado en Vietnam y que yo usaba para proteger mis construcciones de Lego. Pero, además, como en el caso de muchos otros niños, esos recuerdos están poblados de artefactos de ciencia ficción: sí, a veces me abrochaba en la camiseta del pijama las medallas que había ganado mi abuelo durante la Segunda Guerra Mundial, pero cuando me metía en la cama, me cubría con las sábanas de la Guerra de las Galaxias. En su libro Seis ejércitos en Normandía2, el escritor John Keegan dice: “Crecí en ese clima de historia militar y guerra, no queda bien decirlo, pero es la realidad”. Pienso que en mi caso hay algo de eso. Pero que no haya confusiones: los contactos que más tarde tuve con el lado real de la guerra me llevaron a modificar mi visión de las cosas. Recuerdo haber ido a Bosnia como miembro de un equipo de investigadores de las Naciones Unidas, llegar a Mostar y tener la impresión de que las imágenes de los viejos libros de mi abuelo cobraban vida. Sin embargo, las viejas fotos del libro de mi abuelo no restituían el olor, los sentimientos y las emociones que impregnan el aire en medio de una guerra de verdad... Cuando leemos un libro, no necesitamos preguntarnos dónde pondremos el pie para evitar las minas terres-tres ni tratar de caminar por donde camina la población local para evitar pisar una. Lo que quiero decir es que a mí me moldeó el imaginario histórico de la guerra en el que crecí, como a muchos otros, pero luego este se vio matizado por las experiencias del mundo real. La otra fuerza transformadora viene del hecho de que soy un académico que trabaja sobre políticas públicas y siempre me ha asombrado la distancia que existe entre la manera en la que pensamos que funciona el mundo y su modo de funcionamiento real. Ese es un elmento constante en mis investigaciones. Por ejemplo, cuando estaba en Bosnia, di con una empresa estadounidense que trabajaba como empresa militar privada. Esa noción aún no existía en nuestros estudios sobre guerra y política y, sin embargo, esa empresa existía efectivamente. Cuando propuse escribir una tesis al respecto, un profesor de Harvard me dijo que si se me ocurría hacer una investigación sobre una idea tan imaginativa, era mejor que dejara la universidad y me dedicara a escribir guiones. Finalmente, esa tesis se convirtió en mi libro Corporate Warriors (Contratistas de la guerra) y, desde entonces, todos hemos visto los problemas que ha planteado la presencia de actores no estatales (empresas) en el campo de batalla. Análogamente, mientras investigaba sobre los ejércitos privados, tuve que estudiar el caso de África Occidental, donde asistimos a un tipo de guerra que nunca nadie imaginó que pudiera existir. Por un lado, había un Gobierno que contrataba a una empresa privada para que le sirviera de ejército y, por otro, una empresa que combatía una fuerza rebelde compuesta esencialmente por niños secuestrados. Ninguno de estos dos aspectos cuadraba con el esquema de pensamiento que se

    2 V. John Keegan, Six armées en Normandie. Du jour J à la libération de Paris, 6 juin-25août 1944, Albin Michel, París, 2004 [trad. esp.: Seis ejércitos en Normandía: del día D a la liberación de París, Crítica, Barcelona, 2009].

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    aplicaba antes a la guerra y, sin embargo, existían efectivamente. Esa fue la génesis de mi siguiente libro, Children at War (Los niños de la guerra). Una vez más, me encontré con una profesora que me dijo que no creía en la existencia de los niños soldados. Hoy, por supuesto, esa reacción puede parecer tonta, pero así se pensaba a principios de los años 1990. Mi último libro retomó la idea de estudiar a los nuevos actores, pero también intentó abrirle los ojos al público. Allí examino la robótica y las repercu-siones bien reales que ha tenido en los combates y, fuera del campo de batalla, en las cuestiones políticas y éticas. Las experiencias que he tenido con este libro se parecen mucho a las que había tenido con la tesis y el primer libro. Los altos mandos de la Defensa, que desconocían que sus militares usaban esta tecnología, y las organiza-ciones humanitarias, que siguen considerándola una tecnología de ciencia ficción: ambos tienen ambos una reacción que podría resumirse en la expresión “demasiado pobre, demasiado tarde”.

    ¿Qué aportan esas nuevas tecnologías en el campo de batalla? ¿En qué cambia la robótica nuestra percepción actual de la guerra? Existe esa idea —a veces dentro mismo de los servicios de defensa— de que se trata de una “tecnología revolucionaria” y suele malinterpretarse el sentido del adjetivo. Una tecnología revolucionaria es una tecnología que transforma las cosas al punto de provocar un quiebre en la historia. Como la pólvora, la máquina de vapor o la bomba atómica. Pero quiero ser claro: estas tecnologías no resuelven todos los problemas de la guerra. A menudo se habla de ellas como si fueran la solución milagrosa. Donald Rumsfeld, por ejemplo, decía acerca de la tecnología de las redes informáticas que podría “disipar la neblina de la guerra”. A menudo, la comunidad humanitaria describe las nuevas tecnologías de la misma manera, como si estas pudieran volver la guerra menos peligrosa y más limpia. Esto no es ninguna novedad. En 1621, el poeta John Donne predecía que, con los cañones, las guerras “terminarían más rápi-damente que en el pasado y evitarían que se derramara tanta sangre”3. Pero hemos visto que, al perfeccionarse, los cañones no volvieron las guerras menos sangrientas ni menos costosas. Y esa manera de pensar persiste en la actualidad: muchos hablan de los robots como si fueran a resolver los problemas éticos de la guerra. Las tecnologías revolucionarias son un punto de inflexión no porque resuelvan todos los problemas, sino porque nos obligan a hacernos preguntas que, una generación atrás, eran inimaginables a escala del individuo, la organización o la nación. Algunas de esas preguntas tienen que ver con lo que era posible hace una generación en comparación con lo que es posible hoy. Hace muy poco, conversaba con un general de división sobre la capacidad que hoy tenemos de observar de cerca lo que sucede en el teatro de operaciones, pero gracias a un avión que despegó a unos 11.000 kilómetros de allí. Cuando era un joven oficial, él jamás pensó que tendría esa capacidad, y hoy dirige toda una división gracias a ella. Comprobamos que se abren nuevas posibilidades para los 3 John Donne, Sermón CXVII, pronunciado en la catedral St. Paul el día de Navidad de 1621, Juan i.8.

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    actores humanitarios y que las organizaciones no gubernamentales (ONG) podrían tener esa misma capacidad para observar y establecer la existencia de crímenes sin tener que poner a nadie en peligro. Sin embargo, las tecnologías revolucionarias también nos llevan a interro-garnos sobre lo que es justo y a hacernos preguntas que eran inconcebibles en el pasado, preguntas sobre el bien y el mal nunca antes exploradas. Hoy, un general puede observar lo que sucede en el campo de batalla situado a 11.000 kilómetros de donde está, pero ¿qué incidencia tiene esto en la estructura de su unidad, su táctica, su doctrina, los casos y los lugares donde emplea la fuerza, las reglas que aplica en tal o cual situación? Del mismo modo, si bien, para una organización humanitaria, el hecho de poder observar a la distancia las atrocidades cometidas en un campo de batalla puede ser una clara ventaja, esa capacidad también plantea múltiples cues-tiones, por ejemplo sobre el deber de actuar que tienen aquellos que observan o sobre el hecho de si la noción de guerra “sin pérdidas” también se aplica mutatis mutandis a las operaciones humanitarias, y sobre si la posibilidad de reducir los riesgos para los trabajadores humanitarios al mirar simplemente de lejos no va de la mano de cierta desvalorización de la vida de aquellos que se encuentran en el terreno. Por eso considero que ciertas tecnologías constituyen un punto de inflexión, y la robótica entra en esa categoría. Cuando le pregunté a varias personas en el terreno en qué avances históricos les hacía pensar la robótica hoy, sus respuestas fueron reveladoras. Los ingenieros me respondieron que los sistemas sin piloto, o la robótica, les recordaban el coche sin caballos de 1910. Incluso los términos empleados para describirlos —coche “sin caballos” y sistemas “sin piloto”— demuestran que aún nos gusta tratar de entender algo por lo que no es, más que por lo que es en realidad. Si elegimos hacer un paralelismo entre el coche “sin caballos” y la robótica, también podemos ver qué impacto puede terminar teniendo la robótica en nuestra sociedad, la conducción de la guerra y las cuestiones de derecho. Antes del coche sin caballos, por ejemplo, no existía un “código de tránsito”. Otros —como Bill Gates, el fundador de Microsoft, por ejemplo— establecen un paralelismo con la computadora de 1980. En aquella época, la computadora era un artefacto enorme que solo podía realizar un conjunto limitado de funciones. Fue desarrollada por el ejército, que era el principal cliente del mercado y el principal investigador en esa área. Hoy en día, las computadoras están en todos lados, a tal punto que ya ni siquiera se las llama “computadoras”. El auto que conduzco cuenta con más de cien. Ahí también, si elegimos establecer ese paralelismo, debemos tomar en consideración todas las consecuencias que tuvo el ingreso en la era infor-mática. ¿Quién hubiera imaginado, en 1980, que una computadora podía dar lugar a cosas como la ciberguerra o a graves ataques contra la vida privada? El último paralelismo, que inquieta a algunos científicos, es con la bomba atómica de los años 1940. El paralelo, dicen ellos, reside en que, al igual que la física nuclear en los años 1940, la robótica y la inteligencia artificial son tan de avanzada hoy que atraen a los cerebros más brillantes. Cuando alguien quería trabajar como científico en lo que era importante en los años 1940, se orientaba hacia la física nuclear. En la actualidad, se orientan hacia la robótica y la inteligencia artificial.

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    Pero los científicos, al igual que otras personas, también se preocupan por lo que todo eso significa. Los científicos de hoy temen que se reproduzca lo que pasó con los cerebros que estuvieron detrás del proyecto “Manhattan”4 y que, después de haber creado esa tecnología (la bomba atómica) que representó un quiebre, se vieron totalmente superados por su invento. Paradójicamente, muchos de los que construyeron la bomba atómica fueron más tarde los fundadores del movimiento moderno de limi-tación de armamentos. Pero el genio ya había salido de la lámpara. Aquí podrían establecerse evidentes paralelismos con la robótica. Solo que, en este caso, el genio podría literalmente escaparse solo de la lámpara.

    Usted dice en su libro que, a pesar de todo, siguen siendo los seres humanos los que hacen la guerra por cuenta de otros seres humanos. La guerra sigue siendo sinónimo de sufrimiento humano, pérdida de vidas humanas y consecuencias para los seres humanos. ¿En qué va a cambiar la robótica la manera en que se decide recurrir a la guerra o la manera en que se conduce la guerra? La robótica incide en la psicología y los aspectos políticos de la guerra. Pero cualquiera sea la tecnología empleada, la guerra es una empresa humana. Y eso sigue siendo cierto hoy, aun con esta tecnología de avanzada. La tecnología influye en la mirada que nosotros, el público, y sobre todo nuestros dirigentes, tenemos de la guerra, en nuestra manera de interpretarla, de decidir cuándo se justifica y cuándo no, y en la manera de evaluar sus costos, probables o reales. En mi opinión, esa incidencia hoy se ve más en la relación entre la tecno-logía de la robótica, las democracias y la guerra. La mayoría de las democracias no conocen más la conscripción. No hay más declaraciones de guerra. Por ejemplo, la última vez que el Congreso de Estados Unidos declaró oficialmente la guerra fue en 1942, contra las potencias menores del Eje. Ya no compramos más bonos de guerra y tampoco pagamos impuestos de guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los habitantes de Estados Unidos compraron a título individual —dicho en otras palabras, invirtieron personalmente— más de 180.000 millones de dólares en bonos de guerra. En realidad, se comprometían tanto en el esfuerzo de guerra que si uno reunía más de 200.000 dólares podía elegir el nombre de su buque. Durante estos diez últimos años de guerra, en cambio, los ciudadanos estadouni-denses compraron cero dólares en bonos de guerra y, en vez de pagar un impuesto de guerra, el 4 % de los más ricos obtuvo reducciones fiscales. Y ahora contamos con una tecnología que nos permite realizar operaciones que en el pasado asimilá-bamos a actos de guerra sin tener que preocuparnos por el costo político que puede tener el hecho de enviar a nuestros hijos e hijas a un país lejano a poner en riesgo sus vidas. Entonces, las barreras de la guerra ya estaban bajando en nuestras socie-dades antes de la llegada de esta tecnología. Sin embargo, esta podría reducirlas

    4 Nota del redactor: el proyecto “Manhattan” es el nombre en clave de un proyecto secreto de investigación y desarrollo del Gobierno de Estados Unidos que desarrolló la primera bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial.

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    Entrevista a Peter W. Singer

    a cero. No se trata solo de una noción de teoría política. Se trata de nuestros más antiguos ideales acerca de cómo las democracias son mejores, más honorables, más reflexivas en lo que respecta a la guerra. Se trata de la relación entre la sociedad y sus guerras. Podemos verlo hoy mismo en diversas operaciones. Por ejemplo, en el interior de Pakistán, se perpetraron más de 350 ataques que no fueron votados por el Congreso. Los ataques no fueron realizados por el ejército de Estados Unidos, sino por operaciones secretas de los servicios de inteligencia y no tienen el grado de transparencia que tendría una acción militar. Así pues, es posible llevar a cabo una operación de una escala aproximadamente ocho veces superior a la del comienzo de las hostilidades en Kosovo sin que nadie la conciba como una “guerra”. Que no se me malinterprete: yo apruebo el objetivo de muchas de esas operaciones, pero me preocupan los efectos que la tecnología puede tener en nuestra manera de hablar de la guerra y, por ende, de conceptualizarla y avalarla. Hoy también observamos que esta tendencia —y, en mi opinión, esto cambia realmente las cosas— también tiene incidencia en las operaciones militares que se realizan a la vista de todos. La campaña de Libia es un excelente ejemplo en ese sentido. En Estados Unidos, la autorización que necesitaba el ejército para usar la fuerza a plena luz del día estaba regida por la resolución sobre poderes de guerra (War Powers Resolution), según la cual a veces existen situaciones de urgencia en las que el presidente tiene que poder desplegar las fuerzas, pero establece también que este debe obtener la aprobación del Congreso dentro de un plazo de 60 días. Es una ley posterior a la guerra de Vietnam, concebida para que no vuelvan a repetirse incidentes como los del golfo de Tonkín. Sin embargo, una vez transcurridos los 60 días, el poder ejecutivo esgrimió el siguiente razonamiento: “No necesitamos auto-rización porque esto no implica ningún riesgo para los soldados estadounidenses, ni siquiera una amenaza de peligro”. En suma, el argumento era el siguiente: ya no hay personal en peligro, así que no tenemos que cumplir con las disposiciones de esa resolución. No obstante, seguían teniendo lugar actos que antes solíamos considerar como actos de guerra. Se seguía haciendo volar cosas y personas por el aire. En ese estadio de la operación, se había empezado a utilizar sistemas sin piloto y, pasado ese plazo de 60 días, se efectuaron 146 ataques aéreos con sistemas de clase Predator/Reaper, el último de los cuales puso fin a la vida de Gadafi. Aquí también, que quede claro: yo aprobé esa operación, no sentía ninguna simpatía por Gadafi. Lo que me molesta es que, mientras que nuestra intención era hacer lo que tradicionalmente hubiéramos llamado una “guerra”, los tres poderes y, más allá de ellos, los medios de comunicación y el público en general tenían una percepción muy distinta de las cosas. Estamos sentando precedentes con graves consecuencias sin preguntarnos adónde nos llevarán en el futuro. En otras palabras, consideramos que ya no tenemos que seguir los antiguos procedimientos de autorización porque ahora disponemos de esta nueva tecno-logía. Eso cambia nuestra manera de concebir la guerra. Antes, en una democracia, la guerra era sinónimo de personas en peligro, heridos y muertos en el campo de batalla. Hoy la tecnología nos permite disociar la guerra de sus consecuencias o, al

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    menos, nos lleva a pensar que estas dos pueden separarse, lo cual modifica nuestra manera de reflexionar acerca de la guerra. Esto no solo se aplica a los sistemas sin piloto y a la robótica. También incumbe a muchas otras nuevas tecnologías. Las técnicas cibernéticas son un muy buen ejemplo de esto. Los militares pueden emprender operaciones que en el pasado podrían haber sido interpretadas como actos de guerra, pero que ellos no consideran como tales, ya sea porque no ponen a nadie en peligro, ya sea porque se desarrollan con demasiada rápidez —o demasiada lentitud, si pensamos en ciertos tipos de sabotaje informático— para cuadrar con nuestra concepción tradicional de la guerra.

    ¿Esto que dice también se aplica a la manera en que los actores armados no estatales hoy conducen la guerra? Por un lado, podemos decir que pocos actores armados no estatales tienen actualmente los recursos suficientes para desplegar drones y lanzar más de 300 ataques en pocos meses. Por otro, también podemos decir que la proliferación de las nuevas tecnologías está “democratizando” la guerra al poner las armas a disposición de todos. ¿Qué tendencias se esbozan para el futuro? En primer lugar, se está produciendo, sin lugar a dudas, una reducción de las barreras para la guerra, no únicamente para los Estados, también para otros actores muy diversos. Y esto no solo atañe a las tecnologías más perfeccionadas. El AK-47 lo ilustra muy bien: una tecnología relativamente simple puede significar un inmenso avance en el sentido de que un niño soldado que utiliza un AK-47 tiene de pronto la fuerza de fuego de un regimiento de la época napoleónica. Quizá no sea tan profesional, pero puede causar los mismos daños y las mismas muertes a su alrededor, y todo gracias a un AK-47 que aprendió a manipular en media hora. De modo que la “democratización” de la guerra no reside única y necesariamente en la disponibilidad de la tecnología de punta, sino simplemente en el hecho de que algunas tecnologías son accesibles para todos. En segundo lugar, hoy observamos efectivamente que muy diversos actores tienen acceso a las nuevas tecnologías de punta, en particular porque estas se han vuelto más abordables y fáciles de utilizar. La gama de actores no estatales que utiliza la robótica ya va de los grupos de activistas y cuasi terroristas a las orga-nizaciones criminales, pasado por los grupos de autodefensa (también conocidos con el nombre de “milicias de frontera”) los grupos de medios de comunicación e incluso los agentes inmobiliarios. Todos han empezado a usar la robótica, y cuando se llega al punto en que es posible pilotar un microdron gracias a una aplicación de iPhone —lo que hoy es posible—, de pronto esa tecnología se vuelve muy accesible. Lo mismo sucede con las tecnologías informáticas y las cibercapacidades. Al mismo tiempo, no hay que exagerar los riesgos y los temores que ya agitan el universo de los internautas y que han llevado a hablar de “ciberterrorismo”. Aún no hemos visto producirse un ciberataque terrorista a gran escala ni una ciberope-ración militar a gran escala. En efecto, desde el punto de vista de los terroristas en particular, la conducción de una ciberoperación eficaz, para tomar el ejemplo de

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    Stuxnet, requiere no solo competencias informáticas, sino también un esfuerzo de inteligencia bastante significativo y capaz, combinado con competencias en nume-rosas áreas diferentes. Tomemos el ejemplo de Stuxnet. No se trataba solo de acceder ilegal-mente a una red informática iraní, sino también de diseñar un malware (programa informático “malicioso”) bastante sofisticado dirigido contra sistemas específicos fabricados por Siemens y que funcionaban en una central nuclear específica. ¿Cómo funcionan estos sistemas? ¿Cuántos hay? ¿Cómo violar el ingreso en esos sistemas? Solo un equipo compuesto por especialistas en inteligencia e ingenieros pudo responder a estas preguntas. Para ello, hubo que reunir competencias muy diversas. No es el tipo de cosa que puedan hacer dos adolescentes de 14 años tomando Red Bull, ni que puedan idear dos aprendices de terroristas escondidos en un departamento de Hamburgo. Por eso, me temo que a veces la histeria y el ruido mediático nos orientan hacia cuestiones que tal vez no requieren una extremada atención, ni de los círculos políticos ni de los especialistas de la acción humanitaria.

    Volvamos a la cuestión de la reducción a cero de los costos de la guerra. Si consideramos el compromiso de sus fuerzas en el mundo, Estados Unidos puede decidir pasar a la acción si otro país no tiene “la capacidad o la voluntad” de reaccionar contra un peligro que representa una amenaza para él. Los ataques con drones en Pakistán, Yemen y Somalia se explicaron a través de ese razonamiento. ¿Qué ocurriría si otro país decidiera que Estados Unidos no tiene “la capacidad o la voluntad”? Esos ataques con drones representan un verdadero problema para la comunidad humanitaria, pues combinan táctica y tecnología. Tomemos el caso del ataque de Estados Unidos a Yemen que terminó con la vida de Al Awlaki; caso particularmente cuestionado porque involucró a un ciudadano de Estados Unidos. ¿Qué fue lo que contrarió a la comunidad humanitaria? ¿El hecho de que el ataque fuera realizado por un dron o el ataque en sí mismo? En otras palabras, ¿qué dirían los que se quejan de los “ataques con drones” si se hubiese utilizado un F-16 con un piloto en vez de un Reaper MQ9? ¿Les parecería más aceptable? Por supuesto que no. La tecnología influye en las consideraciones políticas y las decisiones que se toman, pero las cuestiones de derecho no dependen de la tecnología en sí. Por lo general, es la acción en sí misma y el peso que le damos lo que determina si un acto es lícito o no. Análogamente, puede haber una confusión entre el uso de la tecnología en las zonas donde se ha declarado la guerra y su empleo fuera de esas zonas. Por ejemplo, a veces se nos pregunta sobre el uso militar que hace Estados Unidos de esos sistemas, pero, en realidad, las preguntas apuntan a los “ataques con drones” en Pakistán. El uso militar que hace Estados Unidos de esos sistemas no es espe-cialmente problemático desde el punto de vista del derecho humanitario. Este tiene lugar dentro de las zonas de guerra y se inscribe en una cadena de mando bastante transparente. Existe una obligación de rendir cuentas, una jerarquía que reacciona

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    cuando las cosas salen mal, informes que se entregan a los niveles superiores y un sistema judicial al que puede someterse el caso. Las cuestiones relativas a los blancos, en especial, son mucho más fáciles de resolver en una zona de guerra transparente. La fuerza propulsora es la acción y no la identidad; esa es la clave para mí. No hace falta conocer el nombre del tirador para ser un blanco en una zona de guerra. Si un francotirador nos dispara, el hecho de que pensemos que fue Albert o Ahmed quien disparó no tiene importancia, lo importante es el hecho de que nos disparó. Pero cuando cruzamos la frontera para entrar, supongamos, en Pakistán, y la operación ya no se inscribe en el marco del sistema militar, con sus tropas de apoyo en tierra, una cadena de mando clara y un sistema de justicia militar, sino que es conducida a partir de informaciones de civiles y la elección de los blancos no está basada en un plan de acción, sino más bien en la percepción de una identidad y una probable amenaza, las cosas se complican. Así, todos los aspectos de nuestra operación, desde la autorización que recibimos hasta las consecuencias judiciales en caso de error (o, a decir verdad, la ausencia de consecuencias judiciales en la práctica), están sometidos a reglas fundamentalmente diferentes cuando la operación realizada con la ayuda de drones robóticos deja de ser una acción militar en una zona de guerra para volverse una operación secreta del otro lado de la frontera. Algunos dirán que las cosas no tendrían que ser así, pero, por supuesto, esa es la diferencia entre lo que es y lo que tendría que ser.

    ¿Las nuevas tecnologías pueden ser útiles para la comunidad humanitaria? Podemos establecer ciertos paralelismos entre el ámbito humanitario y el ámbito militar en lo que respecta al potencial de las nuevas tecnologías y los problemas que estas pueden conllevar. La tecnología brinda medios a la comunidad humanitaria que hace solo una generación eran inimaginables, pero también les plantea problemas que no hubiéramos podido contemplar hace apenas una gene-ración. Medios inimaginables, por ejemplo, para detectar los crímenes de guerra y establecer su existencia. Si alguien que hoy cometiera un genocidio tendría muy pocas probabilidades de escapar sin que el mundo lo supiera. Análogamente, tanto las pequeñas organizaciones como las grandes tienen los medios para recoger información sobre las catástrofes naturales, actuar en consecuencia y localizar a las poblaciones que necesitan ayuda. Comparemos las acciones realizadas después del tsunami de 2004 y el terremoto en Haití en 2010. A solo unos años después del tsunami, las organizaciones humanitarias eran capaces de intercambiar información para localizar a las personas y determinar el tipo de ayuda que necesitaban gracias a Twitter, a la cartografía de crisis y a los drones. Esas herramientas son asombrosas. Al mismo tiempo, hoy se plantean cuestiones fundamentales que no se planteaban antes: ¿con qué tipos de medios debería contar un actor humanitario no gubernamental? ¿Debería tener el equivalente de su propia fuerza aérea? ¿Qué reglas deberían regir su funcionamiento? También se plantean otras preguntas relativas a la vida privada, la propiedad o la gestión de la información. Y, sobre todo, esos

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    medios despiertan en ciertos casos falsas esperanzas, tanto entre los actores huma-nitarios como entre los militares, algunos de los cuales ven la robótica como una solución tecnológica milagrosa. Algunos, por ejemplo, esgrimen que el despliegue de drones de vigilancia en Sudán o en Siria impediría los crímenes de guerra. Ya sabemos los horrores que se cometen en Darfur o en Damasco. Puede ser que hoy tengamos una idea más clara de ellos y que esto provoque una multiplicación de las reacciones en Twitter, pero ¿acaso eso cambia la realidad en el terreno? Pensémoslo desde esta perspectiva: Henry Dunant no imaginaba un mundo donde el CICR tuviera que reflexionar sobre aparatos voladores sin conductor, que cruzan las fronteras para lanzar cohetes que siempre dan en el blanco porque están guiados por un haz de luz amplificado. En su época, la organización ni siquiera estaba preparada para tener que abordar cosas como los submarinos. Las cuestiones sobre las que la organización tendrá que reflexionar en el futuro serán muy dife-rentes de las que hoy le preocupan.

    ¿Qué tipos de consecuencias humanitarias podrían tener estas nuevas tecnologías? Cuando hablamos de consecuencias humanitarias, la gran dificultad es establecer la diferencia entre las tecnologías actuales y las que están empezando a aparecer. Por ejemplo, algunos afirman que los drones no pueden tomar prisioneros. Ahora bien, durante la guerra del Golfo de 1991, la marina de Estados Unidos utili-zaba un dron Pioneer para localizar blancos contra los que debía disparar la arti-llería naval. A los iraquíes no se les escapó el hecho de que cada vez que ese pequeño y ruidoso avión con hélices volaba por encima de ellos, dos minutos después se desataban todas las fuerzas del infierno. El dron realizaba una exploración para un buque de guerra que databa de la Segunda Guerra Mundial y que disparaba obuses de 16 pulgadas capaces de arrasar con todo en un radio del tamaño de un campo de fútbol. Los iraquíes entendieron que ese pequeño dron era de mal augurio cuando se acercaba a ellos, y la vez siguiente que este los sobrevoló, muchos de ellos se quitaron los uniformes y agitaron camisetas blancas. Fue la primera vez en la historia que un grupo de seres humanos se rindió ante un robot. Este episodio se produjo en 1991. Detrás de las tecnologías remotas como el Pioneer y gran parte de la robótica, hoy todavía hay un hombre. Y estas ya tienen consecuencias generalizadas, aunque se trate de la primera generación de esta tecnología. No es necesario esperar a que la tecnología se vuelva totalmente autónoma en un mundo imaginario al estilo Terminator para que la robótica tenga una incidencia en la decisión de dónde y cuándo recurrir a la guerra. Eso ya está ocurriendo hoy en Pakistán y Libia. Pero, a menudo, o bien confundimos las cosas, o bien ignoramos cuestiones aún más importantes, mientras que la tecnología no deja de ganar autonomía e inteligencia. En la actualidad, las preguntas giran en torno al uso de drones fuera de las zonas de guerra, en torno al hecho de que esos ataques son teledirigidos y a las pérdidas civiles que ocasionan. Poco a poco, sin embargo, el debate se está orientando cada vez más hacia los sistemas capaces de tomar decisiones autónomas; el punto de interfaz entre el

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    hombre y estas máquinas no se sitúa en el momento de la batalla, sino más bien en los días, las semanas o incluso los años que la preceden, cuando alguien programa el sistema. Por ejemplo, ya existen sistemas de adquisición de objetivos, ya tenemos aviones que no solo pueden despegar y aterrizar solos, sino que también pueden volar con total autonomía durante ciertas partes de la misión. En el futuro, podríamos tener un sistema autónomo capaz de transformar una ametralladora calibre 50 en un fusil de francotirador. Sin embargo, en el estadio actual, nuestra inteligencia artificial no es capaz de distinguir una manzana de un tomate, cuando cualquier niño de dos años sabe distinguirlos. ¿Y qué hay de la inteligencia afectiva? Una computadora tiene exactamente la misma mirada de una mujer de 80 años en silla de ruedas que de un tanque T-80. Ambos solo son ceros y unos. Por lo tanto, segmentos enteros de la experiencia humana de la guerra corren el riesgo de ser transfe-ridos, modificados o desplazados a medida que la tecnología adquiere mayores capacidades. Cuando recorrí las organizaciones humanitarias para entrevistarlas para mi libro, hace cuatro años, ninguna estaba preparada o dispuesta a hablar de tecno-logías como el Predator. Hoy se da el mismo fenómeno con la evolución actual de las tecnologías. La comunidad humanitaria reacciona tarde a cosas que ya existen y que ya se están usando. Y esto reduce su influencia, porque han esperado demasiado para tomarlas en consideración. La tecnología siguiente ya se asoma. Y es difícil culparlos. Suceden tantas otras cosas en el mundo que reflexionar sobre la robótica parece una pérdida de tiempo. Una vez más, la tecnología de la que hablamos hoy no es en absoluto teórica, no se está desarrollando en laboratorios secretos en el desierto de los que nadie conoce la existencia, sino que existe efectiva-mente y podemos leer artículos al respecto en la revista Wired5 u oír hablar de ella en el noticiero y, sin embargo, nos quedamos atrás. Sin duda, están los documentos clasificados como “secreto de defensa” en diversas áreas, pero una gran parte de los trabajos es pública. Actualmente, estoy trabajando en un proyecto que se propone identificar las tecnologías que, si bien hoy están en un estado embrionario, en el futuro introducirán un gran cambio. En otras palabras, las tecnologías que hoy son lo que el Predator fue en 1995. Y no olvidemos que los vuelos del Predator eran públicos en 1995. No eran un secreto.

    ¿Qué puede hacer la sociedad civil internacional, y la comunidad humanitaria en particular, para responder mejor a los desafíos que menciona? ¿Cómo podemos anticiparnos a ellos? Escribí un artículo titulado “The Ethics of Killer Apps: Why is it so hard to talk about Science, Ethics and War”6 (La ética del asesino y sus aplicaciones: ¿por qué es tan difícil hablar de ciencia, ética y guerra?). Allí enumero las dificultades que plantean las nuevas tecnologías y hago referencia a una dificultad mayor que es la de

    5 Disponible en: http://www.wired.com/magazine/ (consultado en junio de 2012).6 Peter W. Singer, “The Ethics of Killer Apps: Why is it so hard to talk about Science, Ethics and War”, en

    Journal of Military Ethics, Vol. 9, N.° 4, 2010, pp. 299-312.

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    pasar de un área a otra. Solemos quedarnos en nuestra propia área de especialidad, rodeados de personas que piensan como nosotros, que hablan nuestro idioma, que escriben y leen revistas especializadas solo de su área y nos premiamos mutuamente por ello. El resultado es que pasar de un área a otra se ha vuelto en gran medida como pasar de un país a otro, de una cultura a otra. Si usted habla el idioma del derecho humanitario y se introduce en el mundo de la ciencia, es como si todo el mundo le hablara en finlandés. A su vez, cuando el científico intenta leer, escribir o hablar con alguien que pertenece al mundo del derecho humanitario, es como si todos le hablaran en portugués. Y no solo los idiomas son diferentes, sino que hay una incapacidad fundamental para comprenderse. En el fondo, como me explicó una de las personas a las que entrevisté, el científico rara vez entablará una discu-sión filosófica sobre la evolución de las nuevas tecnologías, porque entonces debería “ponerse la gorra de filósofo” y él “no tiene esa gorra”. Análogamente, podemos leer toneladas de artículos del ámbito del derecho internacional sobre cuestiones como los drones, escritos por personas que jamás vieron un dron y que tampoco jamás intentaron hablar con alguien que piloteó, diseñó o hizo funcionar un dron. Existe, entonces, una incapacidad para comunicarnos; y ese es el mayor problema, en mi opinión. Para el proyecto del que hablaba antes, estamos entrevistando a científicos de alto nivel, directores de laboratorios militares, futurólogos, empleados de Google y otras empresas semejantes, y les hacemos la siguiente pregunta