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Ideología y poder en la consolidación, colapso y reconstitución del Estado Mochica delJequetepeque: El Proyecto Arqueológico San José de Moro (1991–2006)Author(s): Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado Y., Martín del Carpio P., Katiusha Bernuy Q.,Karim Ruiz R., Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B., Carole FraressoReviewed work(s):Source: Ñawpa Pacha: Journal of Andean Archaeology, No. 29 (2008), pp. 1-86Published by: Left Coast Press, Inc.Stable URL: http://www.jstor.org/stable/27977839 .Accessed: 30/03/2012 00:21
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http://www.jstor.org
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Ideolog?a y poder en la consolidaci?n, colapso y reconstituci?n
del Estado Mochica del Jequetepeque: El Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro (1991-2006)
Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado y., Mart?n del Carpio P., Katiuska Bernuy q., Karim Ruiz R., Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B. y Carole Fraresso
Para Don, Donna y Donnan
The nature of the ritual practices in San Jose de Moro (SJM) and their role in power strategies, over the roughly 1000
years of occupation of the site, have been the most important foci of scientific research of the San Jose de Moro
Archaeohgical Project (SJMAP) since 1991. This article describes the phases investigated during 16 years of study, reflecting on the methods applied and the results obtained, as well as on the hypotheses, interpretations, and reformu lations of our understanding of the peculiar nature of SJM as a regional ceremonial center, and as an elite cemetery in
the Jequetepeque Valley. Finally, it considers the evolution of complex societies on the north coast of Peru.
La naturaleza de las pr?cticas rituales en San Jos? de Moro (SJM) y su papel en Us estrategias de poder, a lo Urgo de
aproximadamente 1000 a?os de historia ocupacional del sitio, han sido los principales ejes de h investigaci?n cient?fica del Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro (PASJM) desde 1991. En este art?cuh se exponen las fases que atraves?
esta investigaci?n a lo largo de 16 a?os de estudio, reflexionando sobre los m?todos aplicados y los resultados obtenidos,
as? como sobre las hip?tesis, interpretaciones y reformulaciones de nuestro entendimiento de la peculiar naturalem de
SJM como centro ceremonial regional y cementerio de ?lite en el valle de Jequetepeque y, en ?ltima instancia, de h
evoluci?n de las sociedades complejas en la costa norte del Per?.
Desde 1991 el Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro ha venido investigando el desarrollo,
colapso y reconstituci?n de las sociedades complejas en la parte norte del valle de Jequetepeque (Figuras
1, 2, y 3); es decir, la larga y detallada sucesi?n de
procesos culturales por los que atraves? el sitio y la
regi?n a lo largo de las sucesivas ocupaciones Mochica,
Transicional, Lambayeque y Chim? (Figura 4). En
los diecis?is a?os de trabajo del proyecto, las inves
tigaciones han enfatizado las excavaciones estrati
gr?ficas conducidas en San Jos? de Moro, a trav?s de
las cuales se han estudiado m?ltiples aspectos de su
historia ocupacional, en particular las pr?cticas rituales y funerarias. A partir del a?o 2000 se am
pliaron las investigaciones a otros sitios arqueol?gicos en la regi?n, principalmente aquellos que fueron
Luis Jaime Castillo B., Mart?n del Carpio P., Katiusha Bernuy Q., Carlos Rengifo Ch., y Gabriel Prieto ., Programa Arqueol?gico San Jos? de Moro, Pontificia Universidad Cat?lica del Per?. Julio Rucabado Y., University of North Carolina at Chapel Hill, Depart
ment of Anthropology. Karim Ruiz R., Universidad Aut?noma de Barcelona. Carole Fraresso, Institut de Recherche sur les
Arch?omat?riaux. Universit? Michel de Montaigne de Bordeaux III.
?awpa Pacha 29
Figura 1. Mapa de la costa norte del Per? con la ubicaci?n de los principales sitios arqueol?gicos Mochicas, en la regi?n Mochica Sur y en las tres ?reas de desarrollo de la regi?n.
contempor?neos con las ocupaciones registradas en
San Jos? de Moro y que tuvieron funciones an?logas o complementarias. Este esfuerzo, sumado a los de
otros investigadores, ha permitido examinar aspectos
insospechados de las sociedades precolombinas que se desarrollaron en el valle de Jequetepeque y estudiar
los complejos procesos culturales que configuraron la regi?n.
2
Castillo et al: Ideolog?a y poder
Figura 2. Mapa del Valle de Jequetepeque con la ubicaci?n de los principales sitios ocupados durante los per?odos Mochica, Transicional, Lambayeque, y Chim?.
San Jos? de Moro (SJM), ciertamente, es un sitio
arqueol?gico singular tanto por la riqueza de los
artefactos y contextos que encontramos all?, como
por su disposici?n estratigr?fica. En ?l abunda
evidencia de su importancia como centro ceremo
nial regional al que acud?an personas de todo el valle
de Jequetepeque para celebrar rituales muy ela
borados, particularmente entierros de miembros de
la ?lite y rituales de culto a los ancestros (Castillo
2000a, 2004). Relacionados con la evidencia fune
raria, hemos encontrado artefactos y contextos que indican que existi? una producci?n masiva de chicha
y de alimentos que habr?an servido para darle sustento
a las poblaciones que asist?an y participaban en los
rituales. Coincidiendo con el colapso Mochica en
Jequetepeque (aproximadamente en el a?o 850 D.c.) se multiplican las evidencias de que SJM fue parte de
una red de interacci?n e intercambio que cubr?a
pr?cticamente todos los andes centrales, lo que explica la alta frecuencia, en las tumbas y otros contextos
ceremoniales, de artefactos provenientes de Caja marca, Chachapoyas, Ayacucho y la costa central y sur. Los ritos que se celebraban, que inclu?a una
versi?n de la "Ceremonia del Sacrificio" (Donnan
?awpa Pacha 29
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Figura 3. Plano de San Jos? de Moro con indicaci?n de los mont?culos y las ?reas excavadas entre 1991 y 2007.
1975), seguramente fueron escenificados alrededor
de la Huaca La Capilla, la estructura m?s grande del
sitio, que data de la ocupaci?n Mochica (Figura 3). El presupuesto car?cter regional de los rituales que se celebraban en SJM nos llev?, a partir del a?o 2000, a una ampliaci?n de la escala y el ?mbito de inves
tigaci?n, no s?lo con excavaciones de gran dimensi?n
en el sitio (Figura 3), sino con investigaciones de sitios
contempor?neos en el resto del valle y de otros
correspondientes con el per?odo Mochica Tard?o
(Figura 2). San Jos? de Moro es una extensa colina de apro
ximadamente 150 hect?reas de extensi?n formada
entre dos brazos del r?o Cham?n, 5 km al norte de la
ciudad de Chep?n, en el departamento de La Libertad
(Figuras 2 y 3). Su superficie se eleva aproxima damente siete metros sobre los terrenos de cultivo
que la circundan y, sobre ella, se encuentran nume
rosos mont?culos de diferente configuraci?n que fueron producidos por actividades dom?sticas, du
rante las ocupaciones Chim? y Lambayeque, y cere
moniales, durante las ocupaciones Mochica y Transicional (Figuras 3 y 4). Tanto los mont?culos
como las ?reas que los rodean presentan una densa
estratigraf?a que en algunos casos alcanza los ocho
metros de capas superpuestas correspondientes a casi
1000 a?os de ocupaci?n continua.
El valle medio y bajo del Jequetepeque es una de las regiones m?s estudiadas del Per?, tanto en su
arqueolog?a, como en su historia y geograf?a. Du
4
Castillo et al: Ideobg?a y poder
Influencias Estil?sticas
Estilos Estilos Dominates Derivados
Inca
Chim?
Lambayeque de otras
regiones
'Wall,
Cajamarca
I flirtili -8<
(Cajamarca) . E
m*
PERIODOS EN JEQUETEPEQUE
CHIMU-INCA
CHIMU
LAMBAYEQUE
Figura 4. Secuencia cronol?gica del Valle de Jequetepeque fases de la secuencia ocupacional de San Jos? de Moro.
rante el per?odo virreinal se estableci? all? una serie
de poblados sobre las bases de antiguos asentamientos
prehisp?nicos. San Pedro, Pacasmayo, Jequetepeque,
Guadalupe y Chep?n son mencionados en censos y visitas coloniales, as? como por los primeros ex
ploradores y viajeros. M?s a?n, poblados m?s pe
que?os como Pueblo Nuevo, Pacanga y Ch?rrepe tambi?n figuran en los documentos (Cock 1986;
Mart?nez de Compa??n 1978 [1782]; Ram?rez 2002;
Figura 2). De esta ?poca destaca el trabajo del padre
agustino Antonio de la Calancha, quien vivi? en el
monasterio de Guadalupe y report? una serie de
con ejemplares cer?micos representativos de los per?odos y
aspectos importantes acerca de la naturaleza, historia
y tradiciones del valle (Calancha 1974 [1638]). Las investigaciones arqueol?gicas en el valle de
Jequetepeque se iniciaron en la d?cada de los a?os
treinta, con los trabajos de Heinrich Ubbelohde
Doering (1983) y sus disc?pulos Hans Disselhoff (1958) y Wolfgang y Gisella Hecker (1990). En 1965 Paul Kosok incluy? vistas a?reas de los sitios arqueo
l?gicos m?s importantes del valle de Jequetepeque en su estudio sobre la vida, la tierra y el agua en el
Per?. Don ?scar Lostanau y don ?scar Rodr?guez Razetto, el primero por sus observaciones y trabajos
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?awpa Pacha 29
de preservaci?n, el segundo por su colecci?n y am
bos por el apoyo a los investigadores, contribuyeron al desarrollo de la arqueolog?a jequetepecana. En la
d?cada del setenta, a ra?z de la construcci?n de la
represa Gallito Ciego, Rogger Ravines (1982) hizo
un catastro de los sitios arqueol?gicos que iban a ser
afectados y se realizaron excavaciones en algunos de
ellos, como Monte Grande (Tellenbach 1986). En la
misma ?poca, David Chodoff condujo las primeras excavaciones estratigr?ficas en ?rea en SJM (Chodoff
1979). Una aproximaci?n complementaria, en la que se evalu? la relaci?n entre los recursos y los sitios
arqueol?gicos, fue el estudio de los sistemas de
irrigaci?n precolombinos hecho por Herbert Eling (1987), quien situ? el origen de los sistemas complejos de irrigaci?n en ?poca Mochica, anticipando la
complejidad organizativa del valle. Varios estudios
de los patrones de asentamiento se han llevado a cabo, entre los que destacan el de los esposos Hecker (1990)
y el que Tom Dillehay y Alan Kolata (Dillehay 2001) han realizado ?ltimamente para todo el valle. Los
trabajos de Christopher Donn?n han sido los m?s
extensos y sostenidos en el valle, con excavaciones en
Pacatnam?, La Mina, San Jos? de Moro, Dos Cabezas
y Mazanca (Donnan y Cock 1986, 1997; Narv?ez
1994; Donnan y Castillo 1992; Donnan 2001,
2006). En los ?ltimos a?os, las investigaciones se han
incrementado. Merecen destacarse los trabajos de
Carlos Elera en Pu?mape (1998), Carol Mackey en
el Algarrobal de Moro (1997) y Farf?n (2005), Wil liam Sapp en Cabur (2002), Edward Swenson en San
Ildefonso y otros sitios (2004), Marco Rosas en Cerro
Chep?n (2005), llana Johnson en Portachuelo de
Charcape (Johnson 2008), Scott Kremkau en
Talambo, entre otros (Figura 2). En el contexto de estas investigaciones, el
Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro (PASJM) se ha distinguido por ser un esfuerzo sostenido,
abocado al estudio de uno de los pocos sitios que combinan las funciones de cementerio y de centro
ceremonial y que a?n preservan amplios sectores
intactos. Las excavaciones en esta ?rea han producido, hasta la fecha, datos novedosos respecto a las pr?cticas rituales y funerarias de las sociedades Mochica,
Transicional y Lambayeque. La estratigraf?a del sitio
es singular no s?lo por su densidad, sino porque
contiene artefactos que permiten construir una
secuencia cronol?gica compleja y detallada de m?s
de mil a?os. Asimismo, desde el PASJM se han
propiciado investigaciones en otros sitios del valle,
incluyendo excavaciones en Portachuelo de Charcape
(Johnson 2008; Mauricio 2006), prospecciones intensivas en la parte norte del valle de Jequetepeque (Ruiz 2004) y exploraciones para ubicar fuentes de
arcillas y calcitas (Rohfritsch 2006). La investigaci?n arqueol?gica del valle de
Jequetepeque ha abordado todos los per?odos de
ocupaci?n y problemas tan diversos como las pr?cticas funerarias de individuos de diferente rango social
(Castillo y Donnan 1994a; Donley 2004), los pa trones de asentamiento (Dillehay 2001), la arquitec tura monumental (Donnan 2001), el desarrollo de
la tecnolog?a cer?mica (Rohfritsch 2006) o la iden
tidad de los metalurgistas (Fraresso 2007, 2008). A
diferencia de lo que ha ocurrido en otros valles de la
costa norte del Per?, en Jequetepeque las inves
tigaciones arqueol?gicas han sido realizadas por varios
grupos de investigaci?n y, por lo tanto, desde diversas
aproximaciones, metodolog?as y perspectivas. En los a?os que han trascurrido desde que se
iniciaron las investigaciones en San Jos? de Moro
muchas cosas han cambiado en el entorno social en
el que se realiza el proyecto, en el contexto de otras
investigaciones sobre la cultura Mochica y en nuestros
propios intereses de investigaci?n. La arqueolog?a de
la costa norte del Per? ha tenido, a partir del hallazgo y excavaci?n de las tumbas de Sip?n en 1987, un
desarrollo sorprendente. Decenas de excavaciones de
diferente magnitud, duraci?n y ?nfasis se han mul
tiplicado en toda la regi?n. Se han estudiado, por
ejemplo, los patrones de ocupaci?n a trav?s de
prospecciones intensivas pr?cticamente en todos los
valles de la costa norte; se ha triplicado el n?mero de
contextos funerarios registrados arqueol?gicamente; se han documentado miles de metros cuadrados de
estructuras y espacios habitacionales; y se han
expuesto m?s pinturas murales y relieves pol?cromos
que todos los que exist?an antes del inicio de este
desarrollo. Como consecuencia de esto, las publi caciones de art?culos, libros y tesis han aumentado
en n?mero y calidad. Nuestro conocimiento acerca
de las sociedades antiguas de la costa norte se ha
6
Castillo et al: Ideologia y poder
multiplicado hasta tal punto que podemos abordar con cierta seguridad temas como las evoluciones
regionales de los estados Mochicas o el papel de su
ideolog?a en la construcci?n de estrategias de poder, las formaciones pol?ticas y las estrategias de control y
legitimaci?n. Si bien una gran mayor?a de estos
trabajos se ha centrado en el estudio de esta sociedad
y el mayor ?nfasis ha sido dado a lo espectacular y
monumental, es decir, a los grandes templos deco
rados con pinturas murales (Uceda 2001; Franco et
al. 2003) y a las ricas tumbas de ?lite (Alva 2004; Donn?n 2001; Donn?n y Castillo 1992; Narv?ez
1994; Tello et al. 2003; Williams 2006), tambi?n se han multiplicado los estudios de comunidades rurales
(Billman 1996; Billman et al. 1999; Gummerman y Brice?o 2003), de la dieta (Gumerman 1991), de la
tecnolog?a y producci?n (Uceda y Armas 1997; Fraresso 2008; Carcedo 1998; Rengifo y Rojas 2008; Uceda y Rengifo 2006; Rohfritsch 2006), de los contextos dom?sticos (Uceda, en prensa), de la
cer?mica utilitaria (Gamarra y Gayoso 2008) y de la
demograf?a (Chapdelaine 2003). Muchas de las preguntas y objetivos que Chris
topher Donn?n y Luis Jaime Castillo se plantearon hace 16 a?os, al iniciarse el Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro, como, por ejemplo, el contexto
de la cer?mica de l?nea fina o las modalidades
funerarias de bota y c?mara en el per?odo Mochica
Tard?o, se absolvieron y resolvieron a medida que
progres? la investigaci?n (Castillo y Donnan 1994a) o fueron abordados y desarrollados cabalmente por otros proyectos, por ejemplo, a trav?s de los trabajos de Swenson (2004) y Rosas (2005). Pero casi inevitablemente las respuestas a las preguntas y las
soluciones a los problemas generaron nuevas
preguntas y nuevos problemas. Hay que se?alar,
finalmente, que este proyecto no se ha realizado al
margen de otros programas de investigaci?n abocados
en la comprensi?n de la evoluci?n de las sociedades
de la costa norte del Per?. En com?n con muchos de
estos esfuerzos est? el inter?s por contribuir a la
construcci?n de la identidad regional y nacional y con el desarrollo sostenible de las comunidades con
las que trabajamos. Esta comunidad de intereses
cient?ficos es particularmente m?s intensa con el
Proyecto Arqueol?gico Huaca de la Luna, con el que
hemos compartido experiencias, intereses, recursos
y alumnos. Formar a los estudiantes peruanos y
extranjeros en un ambiente internacional de coope
raci?n, as? como a los j?venes investigadores, ha sido
parte de la raz?n de ser de este proyecto desde que se
inici? y continuar? siendo uno de sus principales fines.
En las siguientes p?ginas se presenta un resumen
y recapitulaci?n de las fases por las que, en re
trospectiva, consideramos ha pasado el PASJM. Para
comprender su desarrollo es necesario recapitular en
los 16 a?os de trabajo los objetivos que nos trazamos
en cada fase del proyecto, los logros y hallazgos y los
cambios que todo esto gener? en el derrotero de la
investigaci?n. Conforme transcurrieron los a?os, la
complejidad del proyecto, la de los temas y preguntas
que se investigaron y la de los recursos humanos y materiales de los que se dispon?a fueron incre
ment?ndose sostenidamente. En esta recapitulaci?n se han omitido muchos detalles y nombres, hechos y
hallazgos que no por ello dejan de ser importantes.1 Sumando todo lo anterior, podemos concluir esta
introducci?n diciendo que trabajar en la arqueolog?a de la costa norte en esta ?poca ha sido, por decir lo
menos, afortunado y oportuno.
La Cer?mica de L?nea Fina, las Sacerdotisas de Moro y la Secuencia Ocupacional de
San Jos? de Moro (Temporadas 1991-1994)
El Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro empez? en 1991 con un objetivo muy limitado y concreto:
precisar cu?l era el contexto de la cer?mica de l?nea
fina de la fase Mochica Tard?o2 (Figura 5). Puesto
que presum?amos que una cer?mica tan ornamentada
y generalmente tan bien conservada deb?a provenir de contextos funerarios, cre?amos imprescindible documentar y explicar: el tipo y las complejidad de las tumbas que las hab?an contenido, las caracter?sticas
de los individuos enterrados en ellas y su relativa
escasez, puesto que la cer?mica de l?nea fina es rara
a?n en las m?s grandes colecciones de la costa norte.
Aunque el estilo Mochica Tard?o de l?nea fina
se confunde con frecuencia con el estilo pict?rico de
la cer?mica Mochica V de la secuencia de Larco
7
_?awpa Pacha
29_
Figura 5. Botellas de asa estribo de estilo Mochica Tard?o decoradas con dise?os en l?nea fina
excavadas en San Jos? de Moro.
8
Castillo et al: Ideologlay poder
(1948, 2001), no es en absoluto igual, ni se gener?
bajo las mismas condiciones (Figura 6). Las se
mejanzas se deben a que el estilo de l?nea fina Mochica
Tard?o, propio de Jequetepeque, se habr?a originado en una expansi?n de los estilos Mochica IV y V del
sur (Castillo 2001: 317-318, 2003: 89-103) y, por lo tanto, no tendr?a sus ra?ces en la escueta y poco decorada cer?mica Mochica Medio del norte,
caracter?stica de sitios como Sip?n, SJM y Pacatnam?
(Alva 2004; Castillo y Donnan 1994b; Ubbelohe
Doering 1983), donde la iconograf?a compleja en cer?mica es inexistente. Los temas iconogr?ficos m?s
frecuentes en la cer?mica de l?nea fina son las
Confrontaciones Rituales entre Divinidades (Figura
5), donde el dios de cara arrugada y cinturones de
serpientes (Ai Apaec) se enfrenta a dioses menores y animales antropomorfos; el Tema de la Mujer sobre
la Balsa de Totora (Figura 5), donde una divinidad femenina aparece navegando en una balsa que se
transfigura en una luna creciente (Cordy Collins
1977; Holmquist 1992; McClelland 1990); y el Tema del Entierro (Figura 7), donde se ilustra con gran detalle los rituales funerarios de un personaje de ?lite
dentro de un ata?d antropomorfo que es enterrado
en una gran tumba de c?mara (Donnan y McClelland
1979; Paulinyi 1998; Hill 1999). En el estilo de l?nea fina Mochica Tard?o predominan formas como las
botellas de cuerpo carenado y esf?rico con decoraci?n
9
Figura 7. Botella de asa estribo de estilo Mochica Tard?o, decorada con el Tema del Entierro, hallada en el Rasgo 15, un dep?sito subterr?neo que conten?a cer?mica utilitaria para la elaboraci?n de chicha (ver Figura 13).
pict?rica muy recargada. Muchos de los temas ico
nogr?ficos del estilo de l?nea fina se derivaron y, por lo tanto, son semejantes a sus contrapartes sure?os;
ejemplos de esto son las representaciones del Tema
de la Mujer sobre la Balsa de Totora o el Tema del Entierro (Donnan y McClelland 1979), pero en el estilo de l?nea fina se adaptaron a los c?nones norte?os
y se reinterpretaron sus elementos. Otros motivos, como el Tema de las Olas Antropomorfas (McClelland
1990), se desarrollaron independientemente en SJM,
por lo que presumimos que corresponden a narra
ciones mitol?gicas o actividades rituales propias de
Jequetepeque. Una diferencia iconogr?fica sustantiva
es que mientras en el sur figuran frecuentemente los
seres humanos actuando como corredores, sacerdotes
y guerreros, en la iconograf?a del norte pr?cticamente no figuran seres humanos naturales. Los actores son,
en casi todos los casos, seres mitol?gicos o animales
antropomorfos (Castillo 2003). Finalmente, una
caracter?stica importante es que el n?mero total de
piezas que corresponden al estilo de l?nea fina
Mochica Tard?o, tanto halladas en tumbas como en
asociaci?n con estructuras de uso ritual, es muy
peque?o. En las tumbas de ?lite de San Jos? de Moro,
incluso en las grandes c?maras funerarias que contienen decenas de ollas y cantaros, s?lo se encuen
tran una o dos botellas de este tipo. La homogeneidad estil?stica entre estas piezas, por otro lado, es muy
alta, por lo que Donnan y McClelland (1999) han
planteado que pr?cticamente todas las piezas pue den adscribirse a un n?mero reducido de artistas
(McClelland et al. 2007). Durante a?os, fuentes dispersas pero no com
probadas indicaban que la gran mayor?a de los
ceramios de l?nea fina proven?a de San Jos? de Moro
(Shimada 1990: 21). Inicialmente, en 1991, nos
propusimos estudiar de manera restringida lo poco
que parec?a quedar del sitio, luego de decenios de
10
Castillo et al: Ideologlay poder
intenso huaqueo, a fin de determinar los contextos
arqueol?gicos en los que se deposit? originalmente la cer?mica de l?nea fina. Adicionalmente, a partir de la densa estratigraf?a visible en los perfiles de los
pozos de huaqueros era evidente que el sitio ten?a una larga historia ocupacional, as? que nuestro
segundo objetivo fue caracterizar su secuencia a partir de excavaciones de perfiles estratigr?ficos (Castillo y Donnan 1994a).
Luego de dos temporadas de excavaciones en la
falda este de la Huaca La Capilla (Figura 3) pudimos resolver los dos interrogantes que nos hab?amos
planteado al inicio de la investigaci?n. Descubrimos,
por un lado, que el contexto de la cer?mica de l?nea fina eran grandes tumbas de c?mara de la ?lite. Las
botellas de l?nea fina aparecen junto a una gran cantidad de ofrendas funerarias (Figuras 8 y 9). Asimismo, un n?mero no menor de botellas de l?nea
fina se hall? en tumbas de bota del per?odo Mochica Tard?o, aunque de menor complejidad que las
11
?awpa Pacha 29
Figura 9. Tumba M-U 103, correspondiente a la Joven Sacerdotisa de Moro, excavada en 1992.
12
Castillo et ai: Ideohg?a y poder
anteriores, y, generalmente, junto a una gran cantidad
de c?ntaros, ollas y vasijas de cer?mica y otras ofrendas
como metales, cuentas y conchas (Figura 9). En los
?ltimos a?os hemos encontrado botellas de l?nea fina
en contextos inusuales como, por ejemplo, una
c?mara subterr?nea que funcion? como dep?sito de
vasijas de cer?mica para hacer chicha (Castillo 2003)
y dentro de paicas3 utilitarias (Bernuy 2005). Del
mismo modo, se han hallado fragmentos de cer?mica
con decoraci?n del estilo de l?nea fina en los rellenos
producto de acumulaciones de basura y en rellenos
intencionales para cubrir la arquitectura que sell? las
ocupaciones Mochica Tard?o. Esto nos sugiere que, adem?s de su uso como parte de la parafernalia funeraria de las tumbas de ?lite, las botellas de l?nea
fina fueron utilizadas en rituales asociados a la pro ducci?n y al consumo de chicha y, al parecer, fueron
tambi?n parte de la vida cotidiana de las ?lites.
Ahora bien, a?n cuando la casi totalidad de
botellas intactas ha aparecido en SJM, parecer?a que la cer?mica Mochica Tard?o de l?nea fina se distribuy? desde all? hacia otros sitios, donde habr?a sido usada
en rituales posiblemente asociados con los cultos de
SJM. Fragmentos de botellas decoradas en este estilo
han sido reportadas en Pacatnam? (McClelland
1997), Portachuelo de Charcape y San Idelfonso
(Johnson 2008; Mauricio 2006; Ruiz 2004; Swenson
2004) en el valle de Jequetepeque. Fuera del valle se
han encontrado en los valles de La Leche, en Batan
Grande (Shimada 1994: 244-245), en el valle de Chicama, en Mayal (Glenn Russell, comunicaci?n
personal 1999) y en la Huaca Cao Viejo (R?gulo Franco, comunicaci?n personal 2006; George Gumerman, comunicaci?n personal 2004). Shimada
(1994: 243-245) reporta el entierro de un individuo,
dispuesto en una extra?a posici?n muy flexionada, excavado en la Huaca Luc?a de Bat?n Grande, que conten?a asociaciones de cer?mica muy parecidas a
las que encontramos en entierros Mochica Tard?o
excavados en SJM. Una botella de asa estribo decorada
pobremente con dise?os de ara?as corresponde al
estilo de l?nea fina y ser?a, por lo tanto, el ?nico
ejemplar completo de este estilo excavado arqueo
l?gicamente fuera de SJM. En las dos primeras temporadas de campo, en
1991 y 1992, en codirecci?n con Christopher Donn?n,
descubrimos un importante n?mero de tumbas, en
tre ellas cinco grandes c?maras funerarias que con
ten?an algunos de los entierros m?s elaborados
encontrados en sitios Mochicas (Castillo y Donnan
1994a; Donnan 1995). Dos de ellas correspond?an a las mujeres Mochicas m?s importantes de su ?poca: las Sacerdotisas de San Jos? de Moro (Castillo 2005;
Donnan y Castillo 1992, 1994) (Figuras 8 y 9). Los
espectaculares ajuares funerarios de estos personajes se compon?an, entre otras cosas, de cientos de piezas de cer?mica, algunas de ellas de exquisita calidad
art?stica, as? como tambi?n de ata?des adornados con
grandes placas de cobre o de aleaci?n con base de
cobre, que emulaban la parafernalia usada por estas
mujeres durante las ceremonias rituales de sacrificios
humanos en las que participaban. El hallazgo de dos
tumbas de Sacerdotisas confirm? que durante la ?poca Mochica una de las m?s importantes funciones rituales
era asumida exclusivamente por mujeres, quienes heredaban y transmit?an estas funciones de una
generaci?n a la siguiente (Castillo y Holmquist 2000). En San Jos? de Moro se pueden distinguir
b?sicamente tres tipos de contextos funerarios carac
ter?sticos de la ocupaci?n Mochica: tumbas de fosa, tumbas de bota y c?maras funerarias (Castillo y
Donnan 1994a; Donnan 1995). Las tumbas de fosa
son las m?s simples y est?n formadas por una oquedad
alargada de contorno irregular y profundidad vari
able que contiene a un individuo y limitadas ofrendas.
Las fosas tienen generalmente una orientaci?n muy variable y son poco profundas, llegando a estar
pr?cticamente a nivel de la superficie, en asociaci?n
con pisos y capas de relleno (Donley 2004). Durante el
desarrollo Mochica este tipo de tumba estuvo asociado
con los estratos sociales m?s bajos, pero esta corres
pondencia var?a en los per?odos siguientes (Transicional
y Lambayeque), cuando esta modalidad funeraria se
vuelve predominante en San Jos? de Moro.
El segundo tipo de tumba, la tumba de bota, es
una modalidad peculiar de enterramiento que ha sido
reportado s?lo en el extremo norte de la costa
(Disselhoff 1971; Lumbreras 1987: 60; Makowski 1994; Ubbelohde-Doering 1983) y que en San Jos? de Moro es la forma m?s frecuente durante el per?odo
Mochica. Esta consiste en un pozo vertical de entrada, una c?mara lateral y, entre estos dos, un sello de ado
13
?awpa Pacha 29
bes (Figura 10). En la mayor?a de los casos, las tumbas
de bota han aparecido orientadas al suroeste y, en
menor n?mero, al este. El foso vertical tiene una
profundidad variable y una planta irregular, ovalada
o casi perfectamente rectangular. Las tumbas de bota
m?s ricas suelen ser las m?s profundas y las de planta m?s regular, con sellos de adobe m?s s?lidos y grandes
(Figuras 10 y 11). El foso culmina en uno o m?s
escalones que se excavaron en uno de sus lados y, desde ellos, se excav? la c?mara funeraria lateral
ubicada a continuaci?n del eje del foso. Para hacer la
c?mara abovedada de una tumba de bota, los
Mochicas buscaban un estrato de arena entre dos
capas duras de arcilla; all? era m?s sencillo excavar la
c?mara ya que los estratos de arcilla ofrec?an una
mayor solidez al piso y techo de la misma. Terminada
la excavaci?n de la tumba se introduc?a al individuo
con sus ofrendas. Generalmente, las tumbas de bota
tienen un solo ocupante, aunque se han documentado
casos donde m?ltiples adultos y/o ni?os han com
partido una tumba de este tipo (Ubbelohde-Doering 1983: 53-57). En SJM la mayor concentraci?n de
individuos en una tumba de bota se hall? en la tumba
M-U 314, donde dos mujeres adultas y dos ni?os
peque?os compart?an el espacio con 5 piezas de
cer?mica, cientos de crisoles, dos maquetas de
cer?mica, piruros y objetos de metal. Los individuos
enterrados en estas tumbas estaban en posici?n extendida dorsal en el mismo eje de la tumba,
envueltos en telas o esteras y, en algunos casos, dentro
de ata?des de ca?a muy semejantes a los docu
mentados en Pacatnam? (Ubbelohde-Doering 1983:
55-57; Donnan 1995: 131-132; Figura 12). Despu?s de depositar al individuo se rellen? tanto la
c?mara lateral como el pozo vertical con tierra o arena.
Excepcionalmente, hemos hallado individuos en
posiciones aberrantes en los fosos de acceso, a manera
de "guardianes" (Alva 2004). Las ofrendas asociadas
consisten, por lo general, en piezas de cer?mica y
crisoles, peque?as masas circulares de cobre frag mentadas y cuchillos doblados de metal, huesos de
cam?lidos, conchas de Spondylus sp., piruros de
diferentes materiales, artefactos de obsidiana y otros
objetos de adorno personal. Las ofrendas aparecen directamente sobre el piso de la c?mara rodeando al
individuo, en la boca y las manos. En algunos casos
Figura 10. Vista lateral de la tumba de bota M-U 725. Se indica la localizaci?n del foso vertical de
entrada, el sello de adobes y la c?mara funeraria. N?tese la estratigraf?a natural de capas de arcilla y arena en la que se dispuso la c?mara.
14
Castillo et al: Ideobgiay poder
Figura 11. Tumba M-U 1411, la tumba de bota Mochica Medio m?s grande excavada en SJM. N?tese el tama?o de la pared que sirvi? como sello de entrada, las dimensiones de la c?mara funeraria y su contenido.
15
?awpa Pacha 29
Figura 12. Impronta en arena de un ata?d de ca?as hallado en la tumba de bota Mochica Medio M-U 1062. N?tese el
parecido con los ata?des de ca?a usados en Pacatnam? (ver Donnan y McClelland 1997).
se ha podido determinar que las ofrendas aparecieron
ligeramente por encima del piso, sobre capas de arena
limpia con que se rellenaban y sellaban las tumbas, e
incluso en el relleno de los pozos verticales de acceso.
Podemos inferir que, en el primer caso, la colocaci?n
de ofrendas se produjo durante el entierro, acom
pa?ando al ata?d, mientras que, en el segundo, las
ofrendas se colocaron a medida que se iba rellenando
y sellando la tumba.
El tercer tipo de tumba, la gran c?mara funeraria
(Figuras 8 y 9), contiene los entierros m?s ricos y
complejos encontrados en SJM y son los ?nicos en
los que ha sido posible inferir una asociaci?n entre
los individuos enterrados y los personajes y actores
de las liturgias Mochicas (Donnan y Castillo 1992, 1994). Las c?maras constan de un gran foso rectan
gular de profundidad variable, pero siempre mayor a
los tres metros y orientadas al suroeste. En el interior
de este gran foso se construy? una habitaci?n o
c?mara rectangular con paredes de adobes y nichos
cuadrangulares. Este tipo de tumba, que se ha hallado
en San Jos? de Moro y Sip?n, parece corresponder a
un patr?n norte?o, puesto que en el sur las tumbas
de c?mara est?n divididas longitudinalmente por una
pared de adobes y sus nichos son pentagonales (Franco et al. 1999, 2001; Chauchat y Gutierrez
2002; Uceda 1997). En San Jos? de Moro las c?maras Mochicas estuvieron techadas en todos los casos, con
un sistema que consist?a en cuatro columnas u "hor
cones" colocados en las esquinas, dos vigas apoyadas en los horcones que atravesaban la c?mara por los
lados m?s largos y m?ltiples viguetas m?s ligeras
perpendiculares a las anteriores y que se apoyaban en ellas. Una vez que se termin? la construcci?n de
la c?mara, se rellen? parcialmente, sobre la parte techada, dejando un foso de acceso estrecho en el
16
Castillo et al: Ideolog?a y poder
lado norte de la tumba. El interior de las c?maras
funerarias en SJM parece haber estado dividido en
dos sectores: una antec?mara directamente debajo del
foso de entrada y la c?mara funeraria donde se
deposit? el ata?d del ocupante principal, sus ofrendas
y, en algunos casos, entierros adicionales. A?n cuando
podemos encontrar m?s de un cad?ver dentro de las
tumbas de c?mara, estas parecen haber correspondido a un solo individuo, que fue colocado dentro de un
ata?d de ca?a en el centro de la c?mara funeraria y con la orientaci?n del eje de la misma.
Es preciso se?alar que en SJM s?lo se han
registrado tumbas de c?mara Mochica para el per?odo Transicional, sin que hasta la fecha se haya registrado
alguna c?mara funeraria para el per?odo Mochica
Medio, ni en SJM ni en Pacatnam?. En Sip?n, que
corresponder?a tambi?n con el per?odo Mochica
Medio, s? se han encontrado tumbas de c?mara de
gran complejidad y riqueza (Alva 2004). Asimismo, se ha reportado este tipo de tumbas para el per?odo
Mochica Temprano en Dos Cabezas (Narv?ez 1994)
y La Mina (Donnan 2001). La cantidad de ofrendas
y su calidad relativa es mayor en las tumbas de c?mara
que en las tumbas de bota. En estos contextos hemos
encontrado maquetas de arcilla cruda, grandes piezas met?licas como m?scaras, tocados, cuchillos y copas; restos humanos, tanto completos como parciales;
millares de crisoles, conchas de Spondylus sp., puntas de obsidiana, collares y brazaletes hechos de cuentas
de piedras semi preciosas, piruros y otros imple mentos de textiler?a, restos ?seos de perros y llamas,
completos o parciales (Castillo 2005; Donnan y Castillo 1992, 1994). Sin embargo, a?n en las tumbas
de c?mara m?s ricas, las cuales pertenecieron a las
Sacerdotisas,4 s?lo se encontraron algunos pocos
ejemplares de gran calidad de la cer?mica del estilo
Mochica Tard?o de l?nea fina, junto a una gran cantidad de cer?mica de formas y estilos inusuales.
De las cinco c?maras funerarias Mochica Tard?o
excavadas en 1991 y 1992, una no conten?a ninguna
pieza de alta calidad (tumba M-U 102), dos c?maras
conten?an una botella decorada con l?nea fina pero de ejecuci?n muy pobre (tumbas M-U 26 y M-U 30; Donnan y McClelland 1999: Figura 5.5), y s?lo en las tumbas de las dos Sacerdotisas (tumbas M-U
41 y M-U 103) se hallaron verdaderos ejemplos
sobresalientes de este estilo cer?mico. La tumba de la
Joven Sacerdotisa (M-U 103; Figura 9) conten?a una
botella con la representaci?n del Tema del Entierro,
que apareci? boca abajo en un nicho en la esquina suroeste (Castillo 1996: 6-7). Tambi?n en la esquina suroeste de la tumba de la Sacerdotisa (M-U 41;
Figura 8), se hall? una botella con la representaci?n del Tema de la Mujer en la Balsa y la famosa copa de
la Sacerdotisa de Moro (Donnan y McClelland 1999:
Figura 5.21). Un aspecto peculiar de la cer?mica asociada a
las tumbas Mochica que excavamos en los primeros a?os fue la inusual presencia de artefactos con formas
y decoraciones muy diferentes a la cer?mica reportada en otros sitios Mochicas, particularmente con exca
vaciones llevadas a cabo en los valles de Chicama,
Moche, Vir? y Santa. Hab?a, por ejemplo, una gran cantidad de cer?mica reducida, decorada con dise?os
en relieve; botellas de cuerpos achatados (flasks) con
decoraciones en relieve en el cuello, c?ntaros con
cuerpos carenados, piezas de cuerpos m?ltiples, botellas cilindricas, as? como ollas con cuerpos cubiertos por bultos y cuellos-plataforma. Las formas
que esper?bamos encontrar, como los c?ntaros con
cuellos o los "floreros, las botellas modeladas y con
dise?os geom?tricos," t?picos de los entierros de la
Huaca de la Luna (Donnan y Mackey 1978) y de las colecciones del Museo Larco, brillaban por su
ausencia. Parad?jicamente, en vez de estas formas
apareci? por primera vez en contexto una importante cantidad de cer?mica pol?croma, tanto del estilo
Mochica Pol?cromo y copias hechas en SJM de formas
for?neas (Castillo 2000b) como de cer?mica im
portada de la costa central y sierra sur, de estilos Wari
(Conchopata, Chaquipampa, Vi?aque, Atareo), Nie
ver?a, Pachacamac y cer?mica Caj amarca en varios
estilos y formas (Figura 4). Las caracter?sticas de los estilos cer?micos que
aparecieron en las tumbas de SJM nos permitieron
distinguir diferencias con respecto a otros sitios
Mochicas investigados y dejaron entrever la peculiar naturaleza del sitio y del proceso de desarrollo cul
tural del valle de Jequetepeque. En primer lugar,
parec?a que la tradici?n cer?mica era radicalmente
distinta, pues no s?lo no aparec?an en SJM ceramios
de formas y decoraciones como los que caracterizaban
17
?awpa Pacha 29
a los sitios Mochica V (Bawden 2001; Lockard 2005; Shimada 1994), sino que apareci? cer?mica de formas
y decoraciones que no exist?an en absoluto en otros
sitios investigados. Esta diferenciaci?n era tambi?n
visible en la cer?mica m?s temprana, correspondiente a lo que ahora llamamos Mochica Medio y que entonces pens?bamos que pod?a ser el equivalente del per?odo Mochica III en la secuencia de Larco
(1948). En cualquier caso, la cer?mica del estilo
Mochica IV, la m?s ubicua en el sur, no exist?a en
SJM y, por lo tanto, pudimos concluir que en SJM se pod?a documentar un estilo y una secuencia
cer?mica diferente a la que exist?a en otros sitios
Mochica (Castillo y Donnan 1994b; Castillo ms.;
Figura 6). Pero no s?lo se trataba de San Jos? de Moro,
ya que la cer?mica de estilo Mochica IV pr?cticamente no aparece en sitios Mochicas al norte del valle de
Chicama.
La segunda conclusi?n se deriv? de la anterior y de la presencia notable de la cer?mica importada en
SJM. Las diferencias estil?sticas y formales de la
cer?mica de Jequetepeque habr?an resultado de un
proceso cultural independiente del que model? el
desarrollo de otras zonas Mochicas. Los ritmos de
desarrollo, es decir, cu?ndo se inici?, madur? y
colapso la sociedad Mochica en cada regi?n, habr?an
generado una temporalidad diferente, por lo que, por
ejemplo, el fen?meno Mochica en SJM pudo durar
m?s o menos que en otras zonas. Ciertamente, la gran
cantidad de cer?mica for?nea demostraba que SJM, m?s que cualquier otro sitio Mochica, se habr?a
incorporado a las redes culturales, econ?micas y de
interacci?n ideol?gica que se hab?an gestado durante
el Horizonte Medio con una enorme influencia del
fen?meno Wari y sus derivados. En base a estas
reflexiones, y al reconocimiento de diferencias muy marcadas y otras mucho m?s sutiles, llegamos a la
conclusi?n que, geopol?ticamente, as? como en la
organizaci?n pol?tica, debi? existir una divisi?n del
territorio Mochica en dos regiones, el Mochica Norte
y el Mochica Sur (Castillo y Donnan 1994b), inte
grados, eso s?, por v?nculos culturales y religiosos y
por las interacciones de sus ?lites. Estos v?nculos e
interacciones habr?an permitido que los fen?menos
regionales, a pesar de sus diferencias e independencia, formaran parte de un mismo fen?meno cultural.
Recientemente ha quedado en evidencia que, en
realidad, el valle de Jequetepeque tuvo durante
pr?cticamente todo el per?odo Mochica y el Transi
cional plena independencia en relaci?n con el resto
de la costa norte y que, por lo tanto, atraves? por un
proceso cultural singular, marcado por la indepen dencia de sus unidades componentes (poblados y
territorios), por la inexistencia de un centro pol?tico o capital y por el ?nfasis en el ritual y la ideolog?a como fuerza cohesionadora de unidades territoriales
y pol?ticas (Feinman y Marcus 1996) que, en todo lo
dem?s, eran independientes (Castillo, en prensa). Definir la secuencia ocupacional fue una de las
prioridades del proyecto desde que iniciamos los
trabajos en SJM. El sitio es, sin duda, uno de los m?s
singulares yacimientos arqueol?gicos de la costa norte
por su larga ocupaci?n y compleja estratigraf?a. La
mayor?a de los mont?culos que lo conforman consiste
en superposiciones continuas de capas de ocupaci?n
y capas de rellenos que, en algunos casos, alcanzan
hasta los ocho metros. Asociado con estas capas, pisos
y superficies de ocupaci?n aparece una gran cantidad
de material cultural, particularmente fragmentos de
cer?mica, que incluye elementos que f?cilmente
podemos reconocer y otros de formas y decoraciones
que resultan francamente desconocidos. Algunos de
los ejemplos m?s curiosos son la cer?mica negra
estampada, que evidentemente no era de filiaci?n
Lambayeque o Chim?, y la cer?mica de estilos Caja marca o pol?croma (Figura 4). Fue evidente, entonces,
que la historia ocupacional del sitio, documentada
en detalle y relacionada con artefactos tipos, tomar?a
m?s tiempo en ser definida. La dimensi?n cronol?gica de nuestra investigaci?n, en relaci?n con la evoluci?n
de los estilos y con los fen?menos que moldearon el
sitio y la regi?n, a la larga ha resultado un problema
que viene tomando los 16 a?os del proyecto, cada
vez mejor entendido, pero nunca resuelto (Castillo
ms.). Durante la primera fase la Dra. Alana Cordy Collins, Don y Donna McClelland, Ulla Holmquist, Marco Rosas, Carlos Wester y Carmela Zanelli fueron
fundamentales para el ?xito del proyecto.
18
Castillo et al: Ideolog?a y poder
Pr?cticas Ceremoniales y Contextos Rituales (Temporadas 1995 a 1997)
Entre 1995 y 1997 los trabajos arqueol?gicos en San
Jos? de Moro pasaron a una segunda fase en la que
priorizamos el estudio contextual de las pr?cticas funerarias y el papel que ?stas y otros aspectos de la
vida ritual tuvieron en la construcci?n de estrategias
ideol?gicas de poder en el valle de Jequetepeque. Las
excavaciones en SJM se centraron tanto en el per?odo Mochica Tard?o como en su colapso y en la recom
posici?n cultural del valle de Jequetepeque, per?odo
que denominamos "Transicional" (Rucabado y Castillo 2003; Figura 4). La direcci?n del PASJM estuvo, en esta fase, a cargo de Carol Mackey, quien excav? el complejo administrativo del Algarrobal de
Moro, el centro del poder Chim? en la parte norte
del valle (Mackey 2005), Andrew Nelson, quien enfatiz? el estudio biol?gico de las poblaciones y la
demograf?a (Nelson et al. 2000), y Luis Jaime Castillo.
Al iniciarse la segunda fase del proyecto, el
estudio de las pr?cticas funerarias era el componente
principal de la investigaci?n en SJM. A?n cuando se
hab?a excavado un n?mero considerable de tumbas
de bota y c?maras funerarias, subsist?an muchas dudas
respecto a su representatividad y al contexto general del sitio como entorno ritual en el que se hab?an
realizado las pr?cticas funerarias de ?lite. En los
primeros a?os nos hab?amos topado con entierros
un tanto extra?os, como tumbas Lambayeque con
individuos extendidos o tumbas que conten?an una
cantidad de cer?mica Caj amarca apreciable, al lado
de formas de una tradici?n coste?a indefinida
(Castillo y Donnan 1994a). El estudio del contexto
ritual asociado con las pr?cticas funerarias no hab?a
avanzado mucho en la primera fase, pues el ?rea
adyacente a la Huaca La Capilla, donde se hab?an
concentrado las excavaciones, no conten?a mucha
evidencia de actividades ceremoniales (Figura 3). En el estudio de las pr?cticas funerarias defini
mos como objetivo el diferenciar con mayor precisi?n las dimensiones sociales de las temporales, es decir, las diferencias que se deber?an al status de los in
dividuos, las cuales habr?an estado determinadas por el per?odo al que correspond?an las tumbas. Era
evidente que en SJM se hab?an enterrado individuos
de diversas clases, funciones y posiciones, miembros
de una organizaci?n social mucho m?s compleja de
lo que hab?amos previsto. Hab?a que establecer, por otro lado, las modalidades funerarias propias de cada
per?odo. Llegar a comprender los patrones culturales, las modalidades y formas que corresponden a cada
per?odo de ocupaci?n en un sitio tan complejo no es
cuesti?n ?nicamente de un buen dise?o de inves
tigaci?n. Descubrir las peculiaridades del pasado es
un proceso inductivo que inevitablemente toma
tiempo y perseverancia, ya que se tienen que "en
contrar," pr?cticamente por azar, suficientes ejemplos de cada fen?meno (en este caso, de cada tipo de
tumba) para poder caracterizar un per?odo cultural
y, dentro de ?l, definir las variaciones que se puedan deber al status o a la funci?n de los individuos.
Por otro lado, las pr?cticas funerarias no hab?an
sido la ?nica actividad en el sitio y posiblemente ni
siquiera fueron las actividades m?s habituales, dada
la relativamente baja densidad de tumbas para un
sito de tan extendida ocupaci?n.5 Las actividades
rituales que se habr?an celebrado como parte del culto
general a los ancestros, como una pr?ctica espec? ficamente relacionada con el acompa?amiento de un
entierro o como celebraciones estacionales y continuas,
parecer?an haber contribuido m?s significativamente en la formaci?n del sitio que los entierros por s? so
los. Hay que se?alar que los cementerios prehis
p?nicos estudiados en la costa norte del Per? han
sido descritos mayoritariamente en lo que concierne
a sus tumbas, conoci?ndose relativamente poco de lo
que suced?a en su entorno (ver, por ejemplo, Alva
2004; Donnan y Mackey 1978; Castillo 2005). Esto es muchas veces comprensible por la complejidad y costos que implica la excavaci?n funeraria y por las
necesarias consideraciones de seguridad, tanto para los hallazgos como para los investigadores. Se sobre
entiende, adem?s, que cualquier tumba que no excaven
los arque?logos ser?, eventualmente, destruida por los huaqueros. Puesto que en excavaciones de este
tipo el objetivo es ubicar el mayor n?mero de tumbas, la metodolog?a usual es ubicar una tumba y luego
"seguir" los alineamientos o agrupaciones que haya en los alrededores. Es posible, sin embargo, que en
algunos casos no haya gran cosa por estudiar, ya que los cementerios podr?an haber sido lugares m?s bien
19
?awpa Pacha 29
especializados, con poca o ninguna actividad ceremo
nial asociada a ellos, o que las actividades asociadas
(procesiones, ofrendas de flores o vegetales, danzas o
incluso sacrificios y libaciones) no dejaran huellas en
el registro arqueol?gico. En los casos en que el
contexto ha sido estudiado, las tumbas, particular mente las m?s ricas, se encontraron asociadas con
templos y espacios rituales, por ejemplo en Huaca
de la Luna (Tello et al. 2003; Uceda 2000) y en Huaca Cao Viejo (Franco et al. 1999; Williams 2006), o con banquetas asociadas a arquitectura dom?stica, por
ejemplo en Galindo (Bawden 2001). En el caso
espec?fico de SJM las actividades funerarias hab?an
estado acompa?adas de elaboradas ceremonias que
dejaron todo tipo de huellas y evidencia. En la
segunda parte del proyecto emprendimos el estudio
de este aspecto del ritual funerario (Castillo 2000a). En esta fase iniciamos el estudio de la distri
buci?n espacial de los entierros en el cementerio y de las connotaciones de estas distribuciones (Gold stein 1981). La distribuci?n de los diferentes tipos de tumbas y de las tumbas correspondientes a los
diferentes per?odos de ocupaci?n no era homog?nea. Por el contrario, tumbas del mismo tipo o del mismo
per?odo tend?an a estar concentradas o alineadas. Tal
fue el caso de las tumbas de c?mara, que aparecieron s?lo al pie de la Huaca La Capilla, o de alineamientos
de tumbas, como hab?a sido el caso del cementerio
H45CM1 de Pacatnam? (Donnan y Cock 1986,
1997). Como sucede con el estudio de otros aspectos de las pr?cticas funerarias, los patrones espaciales de
organizaci?n requer?an de una muestra suficien
temente representativa. Hemos ido abordando este
problema a medida que se fueron presentando las
circunstancias, es decir, conforme fue apareciendo suficiente evidencia como para poder establecer
generalizaciones. Los n?cleos y concentraciones de
tumbas que hemos encontrado, ya sean tumbas
simples alrededor de una tumba m?s compleja (Del
Carpio 2008), o alineaciones de tumbas (Castillo
2003), cambian en cada per?odo y nos indican que la organizaci?n espacial no s?lo estuvo determinada
por ejes temporales o de status. Parecer?a que otros
factores pudieron determinar la agrupaci?n y la
organizaci?n de las tumbas. La pertenencia a unidades
familiares, la participaci?n en rituales y cultos, las
funciones ceremoniales o de otra ?ndole (militares,
artesanos, campesinos y pescadores) y, en particular, el origen regional o local podr?an darnos pistas para
explicar algunos de los criterios de organizaci?n
espacial de las tumbas.
Si efectivamente existieron principios de organi zaci?n definidos en base a los criterios anteriores, entonces deber?amos detectar "marcadores de
afinidad" compartidos por las tumbas de un n?cleo,
que permitan diferenciarlos entre s?. Estos podr?an ser la inclusi?n de artefactos de una forma, estilo o
funci?n determinada (como los que aparecen con las
Sacerdotisas), de motivos iconogr?ficos o, simple mente, de cer?mica producida en una localidad y por tanto distinguible de aquella producida en otra
(Rohfritsch 2006). Durante esta fase del proyecto, mudamos las
excavaciones hacia el este de la Huaca La Capilla y nos concentramos en una antigua "cancha de f?tbol"
situada en la parte central del sitio. En ?poca Mochica
esta zona no estuvo asociada directamente con
ninguna estructura, sino que estaba m?s bien al pie de la mayor?a de los mont?culos, formando una
explanada donde se realizaban entierros de ?lite y rituales que implicaban el consumo de grandes cantidades de chicha. En la superficie actual de este
sector no hay ning?n indicio de lo que puede contener el subsuelo, ni existe suficiente contraste
como para hacer alguna prueba de detecci?n, as? que las decisiones sobre d?nde colocar unidades de exca
vaci?n fueron m?s bien aleatorias o se determinaron
por la proximidad a alg?n hallazgo realizado en una
unidad anterior. Nuestra estrategia de excavaci?n fue
definir unidades de excavaci?n, inicialmente de cinco
por cinco metros, que luego se ampliaron a unidades
de diez por diez metros de ?rea, en diferentes puntos del terreno a fin de definir el contenido, la estratigraf?a
y la secuencia ocupacional. A medida que se extend?a el ?rea excavada nos
percatamos de que la ocupaci?n del sitio a lo largo de su secuencia cultural no hab?a sido homog?nea. Las ocupaciones eran m?s densas en los mont?culos,
donde la estratigraf?a pod?a ser el doble que la que encontr?bamos en la cancha de f?tbol, incluyendo mucha m?s evidencia de actividades dom?sticas.
Adicionalmente, en las zonas llanas del sitio, las
20
Castillo et al: Ideolog?a y poder
ocupaciones parec?an concentrarse en n?cleos de
actividad, donde las evidencias de una u otra ocu
paci?n eran mayores. Esta falta de homogeneidad en
la dispersi?n de los elementos tambi?n caracteriza la
concentraci?n de tumbas. La Unidad 24, por ejem
plo, contuvo 24 tumbas Mochica Medio (Del Carpio
2008), mientras que la Unidad 17-20 no tuvo
ninguna. Esta tendencia a la concentraci?n de las
actividades funerarias no es exclusiva de los per?odos Mochica; en la Unidad 9 se excav? una gran cantidad
de tumbas Lambayeque, mientras que en otras
unidades eran pr?cticamente inexistentes.
El cambio en la estrategia y el progresivo cre
cimiento de las unidades de excavaci?n se debi? a la
constataci?n de una intensiva y continua actividad
natural y cultural asociada a los entierros. El origen de los materiales que formaron la densa deposici?n caracter?stica del sitio es un asunto que estamos
tratando de entender a partir de un estudio de la
geolog?a natural y cultural (Bustamante 2002). En
promedio, el sector de la "cancha de f?tbol" presenta tres metros de estratigraf?a entre el nivel actual y el
nivel est?ril; es decir, entre el presente y en el a?o
300 d.C, cuando SJM era una colina cubierta de
espinos y algarrobos, constantemente anegada, a
orillas del r?o Cham?n. Si asumimos que esa
estratigraf?a aparece en un ?rea de 30 hect?reas
(300,000 metros cuadrados), entonces el sitio est?
cubierto por casi un mill?n de metros c?bicos de
materiales. Considerando este volumen de sedi
mentos, una pregunta natural es de d?nde sali? todo
el material que fue cubriendo el sitio. Adem?s de la
descomposici?n del bosque, que fue formando un
suelo vegetal en la colina, tres parecen haber sido los
agentes externos que depositaron sedimentos y materiales en SJM: el acarreo e?lico (el polvo
transportado por el viento y "atrapado" por los
bosques), el acarreo fluvial (materiales transportados
por las infrecuentes, pero en ocasiones significativas, lluvias) y la actividad humana (materiales trans
portados para la construcci?n de estructuras arqui tect?nicas y muros, para el relleno y nivelaci?n de
pisos, y basura producida por actividad humana). De
estos, las actividades humanas, por ejemplo, las fies
tas y ceremonias que se escenificaron al pie y sobre
las huacas, si no fueron las que contribuyeron m?s,
fueron indudablemente las m?s significativas y diversificadas. Estas implicaron el transporte, el pro cesamiento y la producci?n de bienes, y el consumo
de alimentos en grandes cantidades, as? como la
construcci?n de una infraestructura de soporte. Las actividades relacionadas con la preparaci?n
y el consumo de alimentos y bebidas se hacen evi
dentes en la alta frecuencia de implementos cer?micos
utilitarios, enteros o fragmentados, particularmente de tres tipos: ollas, c?ntaros y grandes paicas. Frag mentos de ollas, c?ntaros y paicas de todo tama?o y forma son el componente m?s frecuente de la
fragmenter?a cer?mica recuperada en SJM en capas de ocupaci?n y relleno. Asimismo, un n?mero muy alto de artefactos se encuentra entero, dispuesto de
manera ordenada en n?cleos o alineados, en
semic?rculos o concentrados y en asociaci?n con capas
espec?ficas de ocupaci?n. Las ollas y los c?ntaros
aparecen en grandes cantidades en las capas de
ocupaci?n Mochicas y Transicionales, muchas veces
en n?cleos compuestos por varios ejemplares. Sus
formas var?an con el tiempo, aunque algunas de ellas, como las ollas de cuello plataforma, son muy
diagn?sticas para el per?odo Mochica Tard?o (Donnan
1997: 14; Castillo y Donnan 1994a: 105-108). Muchas veces encontramos conjuntos de ollas o
c?ntaros completos, boca arriba y en algunos casos
incluso tapados, lo que nos permite inferir que no
fueron desechados o abandonados, sino que fueron
cuidadosamente depositados de forma tal que
pudieran ser usados en una siguiente temporada de
fiestas y celebraciones. Concentraciones de este tipo son muy frecuentes en la capa estratigr?fica que separa la ocupaci?n Mochica Tard?o de la Transicional, lo
que nos ha llevado a pensar que fueron abandonadas
aproximadamente por la misma ?poca. Por la alta
concentraci?n de ollas y c?ntaros que encontramos
asociados con este estrato, hemos llamado a esta capa
estratigr?fica la "capa de fiesta," puesto que los
artefactos pertenecer?an a la parafernalia ritual aso
ciada con la preparaci?n de bebidas y comidas
necesarias para las actividades ceremoniales.
La segunda categor?a de recipientes cer?micos
que se encuentra con mayor frecuencia es las paicas,
que sirvieron para almacenar agua o granos y para fermentar y almacenar chicha. Sus tama?os son vari
21
?awpa Pacha 29
ables, fluct?an entre los 50 y 150 litros y sus formas
corresponden a dos grandes grupos: paicas sin cuello,
que son m?s frecuentes en los per?odos Mochica
Medio y Chim?, y paicas con cuellos cortos y evertidos, predominantes en el per?odo Mochica Tar
d?o. Las paicas se usaron semienterradas y recibieron
el calor lateralmente, seguramente para calentar su
contenido, m?s no para cocerlo.6 Es importante se?alar que a medida que el nivel del piso se elevaba, fruto de la acumulaci?n de desechos y de la construc
ci?n de nuevos pisos, las paicas pasaban de estar
semienterradas a estar totalmente bajo tierra. Si este
era el caso, se les colocaba un anillo de adobes sobre
las bocas, para reforzarlas y poder seguir us?ndolas,
ya no para calentar l?quidos sino, seguramente, como
dep?sitos. Las semejanzas entre los contextos arqueo
l?gicos de SJM y las chicher?as modernas son sorpren dentes, tanto en los artefactos que se usan para la
preparaci?n de la chicha como en su distribuci?n y la
organizaci?n del espacio productivo (Delibes y Barra
g?n 2008; Shimada 1994:221-224). La alta frecuencia
de paicas y ollas es muy importante para inferir que la poblaci?n atendida en SJM durante las actividades
ceremoniales era muy grande, mayor que la que
cualquier poblado pod?a aportar por s? solo al sitio.
La producci?n y el consumo de chicha, que fueron las actividades permanentes y continuas en el
sitio, estuvieron ?ntimamente relacionados con los
entierros y los rituales funerarios que, indepen dientemente de lo elaborado de las tumbas, habr?an
sido las actividades eventuales. Esta relaci?n es
evidente en el Rasgo 15 (Figura 13), un dep?sito o
repositorio subterr?neo en el que se almacenaron
diversos tipos de vasijas de cer?mica para hacer chicha.
El interior se subdivid?a en tres sectores en los cuales
se dispuso una variada gama de vasijas de cer?mica
de diferentes tama?os y formas (ollas, cuencos, c?ntaros y botellas). En el Rasgo 15, los usuarios
habr?an guardado sus utensilios y recipientes para utilizarlo cada vez que retornaban a SJM con motivo
de alg?n evento funerario o para actividades cere
moniales regionales (Castillo 2003). En el momento
Figura 13. Rasgo 15, dep?sito subterr?neo donde se hallaron c?ntaros, ollas, y otros artefactos para la preparaci?n de chicha.
22
Castillo et al: Ideolog?a y poder
de su abandono, el Rasgo 15 fue rellenado con barro
l?quido, sell?ndose su contenido en una masa s?lida
de arcilla. Una cuidadosa excavaci?n permiti? regis trar el contenido de este dep?sito y exponer, en
asociaci?n con el piso, una magn?fica botella de asa
estribo Mochica Tard?o de l?nea fina, decorada con
una intrincada representaci?n del Tema del Entierro
(Donnan y McClelland 1979), pero sospechosamente
fragmentada intencionalmente (Figura 7). Una pieza de esta calidad, que esperar?amos encontrar en la
tumba de un individuo de la ?lite, acent?a la pe culiaridad del Rasgo 15. Su presencia nos lleva a
pensar que no s?lo el consumo de la chicha fue parte
importante en los ritos conducidos en SJM, sino que la producci?n de la chicha, o de una chicha en par
ticular, se convirti? en una actividad ritual.
En contraste con la abundante evidencia de
actividades de preparaci?n y consumo de chicha y
comida, no hemos encontrado en SJM muchas
estructuras permanentes tales como almacenes, co
cinas o despensas, o incluso dormitorios y lugares
espec?ficos de consumo. La evidencia apunta a que, a
lo largo de su ocupaci?n, se constru?an o habilitaban
recintos temporales, en base a paredes ligeras de barro
y ca?as, y no recintos permanentes construidos con
materiales duraderos. La intrascendencia, en el
sentido de una deliberadamente corta duraci?n en el
tiempo, parece haber sido parte del car?cter especial de SJM y de los rituales que se escenificaban all?. La
limitada durabilidad de las estructuras contrasta con
el car?cter permanente de los sitios Mochicas monu
mentales m?s conocidos que capturaron las aporta ciones y las materializaron en capas sucesivas de
arquitectura monumental repleta de decoraci?n y
pintura. Tampoco son muy frecuentes, al menos en
la zona excavada, ?reas o espacios que puedan ser
calificados de manera inequ?voca como residencias o
unidades dom?sticas. La evidencia arquitect?nica y de organizaci?n del espacio nos lleva a pensar, enton
ces, que la presencia humana en SJM era intensiva
pero de corta duraci?n y que las actividades realizadas
en el sitio requer?an de mucha preparaci?n y generaban muchos desechos, pero no eran de car?cter permanente.
En s?ntesis, San Jos? de Moro parece haber
tenido la funci?n de albergar rituales de ?mbito re
gional, pero de duraci?n limitada. En otras palabras,
el sitio pudo haber sido una suerte de "campo ferial"
o centro ceremonial, cuya peculiaridad resid?a en que era intensamente ocupado por breves per?odos de
tiempo, para la celebraci?n de rituales estacionales o
para alg?n acontecimiento especial, como el entierro
de una persona notable. A SJM acud?a gente
proveniente de todo el valle de Jequetepeque y de
regiones aleda?as, trayendo consigo sus artefactos,
productos para la preparaci?n de chicha. Fuera de
"temporada," el sitio permanec?a pr?cticamente
desocupado, quiz? s?lo habitado o visitado por los
oficiantes religiosos. A SJM llegaban d?as antes de las
festividades y rituales las y los encargados de la
preparaci?n de la chicha, proced?an a desenterrar la
ollas y recipientes que hab?an dejado en el sitio en la
anterior visita y preparaban grandes cantidades de
chicha dej?ndola macerar. Como hemos visto, la
escala de la producci?n atestigua la naturaleza multi
tudinaria de los ritos. Es muy posible que diferentes
comunidades tuvieran en el centro ceremonial espacios
asignados a los que regresaban cada a?o y en los que
guardaban las vasijas para cocer la chicha y las paicas
para macerarlas (Delibes y Barrag?n 2008). La segunda fase del PASJM se propuso definir
las modalidades rituales y funerarias que se prac ticaron en el sitio. Como suele suceder, ca?mos en la
cuenta de que el fen?meno que estudi?bamos era a?n
m?s complejo de lo previsto. Las sociedades que hab?an usado el sitio eran socialmente m?s jerar
quizadas, econ?micamente m?s diversificadas, pol?ti camente m?s diferenciadas y, congruentemente, sus
artefactos, contextos, pr?cticas funerarias y actividades
rituales eran muy complejos y cambiantes en el tiempo. Por otro lado, la cantidad y calidad de la evidencia
nos anunciaba que el entorno regional era mucho
m?s determinante y din?mico en la definici?n del
sitio de lo que hab?amos previsto. La imagen de una
sociedad centralizada y dirigida por un una ?lite de
se?ores, sacerdotes y guerreros todopoderosos no se
aten?a con la naturaleza de nuestro datos. Finalmente, la historia ocupacional de SJM era mucho m?s
compleja que la que se hab?a reportado hasta entonces
en otros sitios Mochica estudiados, donde general mente se encuentra una gran homogeneidad en los
estilos y tipos de artefactos. Si bien entend?amos mejor las caracter?sticas del sitio y los fen?menos que all?
23
?awpa Pacha 29
hab?an ocurrido, a?n persist?an muchas dudas y era
evidente que el trabajo en un sitio tan complejo podr?a
proveernos de respuestas para estos interrogantes.
La Historia Ocupacional de San Jos? de Moro (1998 a 2001)
En la tercera fase del Proyecto Arqueol?gico San Jos? de Moro nos concentramos en la excavaci?n de
grandes ?reas en la parte central del sitio, zona que denominamos la "Cancha de F?tbol" (Figura 3). Decidimos trabajar exclusivamente en este sector
porque presentaba la mayor extensi?n de terreno
arqueol?gico no afectada por el huaqueo y porque all? se encontraba evidencia de todos los per?odos de
ocupaci?n del sitio, desde el per?odo Mochica Medio
hasta el per?odo Chim? (Castillo y Donnan 1994a). Si bien hasta la fecha no encontramos en esta zona
tumbas de c?mara Mochica Tard?o, como las que hab?amos ubicado al pie de la Huaca La Capilla en
1991 y 1992, encontramos una alta concentraci?n
de pisos de ocupaci?n y estructuras dedicadas a
diversos aspectos de los rituales celebrados en el sitio, as? como entierros simples y de ?lite que corresponden a las diversas fases de ocupaci?n.
El inicio de esta tercera fase estuvo marcado por una consideraci?n general respecto de la metodolog?a de investigaci?n y, en particular, de la escala de
excavaciones. Durante los primeros a?os del proyecto nos pregunt?bamos cu?l ser?a la escala correcta de
excavaci?n para poder contener adecuadamente los
fen?menos que estudi?bamos. D?nde, pero sobretodo
cu?nto, excavar en el sitio siempre fue una decisi?n
complicada que, m?s all? de las limitaciones
econ?micas o de tiempo, estuvo condicionada por nuestra percepci?n de la forma y extensi?n que deb?an
tener los fen?menos y de c?mo deb?an organizarse
espacialmente (Figura 14). Cuando inici?bamos las
investigaciones en SJM las unidades de excavaci?n
eran pozos de prueba de 2 por 2 metros, que, en el
mejor de los casos, nos daban una idea general de las
superposiciones culturales. A partir de 1996 am
pliamos las excavaciones a unidades de cinco por cinco
metros, lo que nos permit?a observar tumbas en su
totalidad y, en algunos casos, contextualizarlas con
otra evidencia. Finalmente, desde 1999, las unidades
de excavaci?n han tenido una extensi?n de 10 por 10 metros, una medida muy amplia pero que permite abarcar conjuntos funerarios y las relaciones entre
estos y los contextos ceremoniales. En unidades de
estas dimensiones ha sido posible documentar
simult?neamente hasta 20 tumbas, o espacios de
producci?n y almacenamiento de chicha. A partir de
la cuarta fase del proyecto, las excavaciones no se han
dado ya solamente por unidades de dimensiones
definidas, sino que la dimensi?n de las excavaciones
se ha ajustado a la extensi?n de los fen?menos y contextos que estudi?bamos. En un caso, por ejemplo, las excavaciones han abarcado todo un mont?culo de
30 por 25 metros (Unidad 35) y en otro, un recinto
funerario de aproximadamente 40 por 30 metros.
A partir de la tercera fase de la investigaci?n, las
excavaciones funerarias no fueron tan importantes como el estudio de los contextos ceremoniales que rodeaban a las tumbas, ni interesaban como fen?
menos aislados, sino m?s bien como concentraciones.
Despu?s de varios a?os de excavaciones de tumbas
ten?amos la certeza de que entend?amos la variabilidad
de las formas de tumbas; ahora, nos interesaban las
relaciones entre las tumbas que conformaban un
n?cleo y las relaciones entre los distintos n?cleos.
Ten?amos la certeza de que el sitio fue un centro
funerario para las ?lites precolombinas de Jeque tepeque; es decir, que las personas enterradas aqu?
proven?an de diferentes poblados y territorios del valle
(Castillo 2001, 2003). Los n?cleos, las concen
traciones y los alineamientos de tumbas deb?an
corresponder a estos poblados y territorios. Adicional
mente a los entierros ricos, el n?mero de entierros
de individuos pobres era tambi?n muy alto y presen taba una relaci?n m?s estrecha con la producci?n de
chicha y la "performance" ritual. El estudio de las
pr?cticas funerarias y de su distribuci?n en el sitio, en ?ltima instancia, deb?a informarnos acerca de los
criterios de organizaci?n de las comunidades en el
valle y de la evoluci?n en el tiempo de estas relaciones.
Las actividades que se hab?an realizado en SJM deb?an
haber contribuido al desarrollo cultural del valle e,
inversamente, este desarrollo deb?a reflejarse en la
evoluci?n de los patrones que encontr?bamos.
Para 1998 era evidente que la secuencia ocu
24
Castillo et al: Ideohglay poder
Unidad 3 2x2 metros
5x5 metros
Unidad 24 10 10 metros
Figura 14. Unidades de excavaci?n de diferentes dimensiones practicadas en SJM y que han determi nado la escala de la investigaci?n.
25
?awpa Pacha 29
pacional de SJM era una de las singularidades m?s
sorprendentes del sitio (Figura 4). Definido a partir de su cultura material, su iconograf?a y sus pr?cticas funerarias y ceremoniales, SJM es un sitio claramente
Mochica, pero a la vez es muy diferente de otros sitios
estudiados de la misma cultura, lo cual se refleja,
particularmente, en la forma de sus tumbas y en la
existencia de alfares cer?micos que usaban formas y decoraciones totalmente distintas. Estas diferencias
nos hab?an llevado a cuestionar la aplicabilidad de la
secuencia de Rafael Larco (Larco 1948; Castillo y Donnan 1994b) en el sitio y, por extensi?n, en el
valle de Jequetepeque y a plantear una secuencia
diferente de evoluci?n a nivel de la cer?mica (Figuras 4 y 6). Ahora bien, para 1994 numerosos in
vestigadores que trabajaban en diferentes valles de la
costa norte hab?an levantado dudas acerca de la
aplicabilidad de la secuencia de Larco al estudio de
toda la cer?mica Mochica y, por extensi?n, al uso de
esta secuencia en el estudio del desarrollo Mochica
(ver, por ejemplo, Kaulicke 1992; Klein 1967). Dados estos antecedentes, fue sorprendente cu?n
poca reacci?n hubo luego de la publicaci?n, en 1994,
del art?culo "Los Mochicas del Norte y los Mochicas
del Sur" (Castillo y Donnan 1994b). En este art?culo,
por primera vez y de manera directa, se cuestionaba
una ?nica secuencia de cinco fases como expresi?n de un fen?meno Mochica de naturaleza centralizada
y unitaria. Parec?a que los investigadores especia lizados en las culturas de la costa norte estuvieran
esperando una reformulaci?n del paradigma, parti cularmente una que incorporara los datos producidos desde 1987 y que diera sentido a las diferencias
regionales que se hab?an venido reportando. Sin
embargo, nos sorprendi? tambi?n cu?n poco con
secuentes fueron los investigadores en la aplicaci?n de la nueva formulaci?n, o cu?n casual se volvi?, por
ejemplo, el uso de t?rminos como Mochica Tard?o o
Temprano (Castillo ms.). Desde nuestro punto de vista, tras la secuencia
cer?mica formalmente distinta se ocultaba un proceso cultural radicalmente diferente al que se hab?a dado
en los valles del sur, sobre los cuales Larco (1948)
construy? su secuencia y que condujo a Willey
(1946), Strong (1948) y otros a plantear la existencia de un estado multivalle, basado en un aparato pol?tico
centralizado y coercitivo (Canziani 2003). El valle
de Jequetepeque habr?a tenido una historia diver
gente, en la que la centralizaci?n parec?a haber sido
m?s bien la excepci?n que la regla y en la que los
fen?menos pol?ticos parecer?an haber estado
condicionados por la necesidad de integrar, a trav?s
de las pr?cticas rituales, a territorios y poblados que,
por lo dem?s, habr?an gozado de un alt?simo grado de independencia. Este car?cter fluctuante de la
formaci?n pol?tica de Jequetepeque habr?a estado con
dicionado por la naturaleza redundante de su sistema
de irrigaci?n, en el que hasta 5 canales atend?an a
secciones del valle norte. Estos sistemas indepen dientes habr?an determinado una gran capacidad
productiva en cada regi?n del valle y, por lo tanto,
les habr?a permitido mantenerse independientes en
tre s? y al margen de cualquier intento de integraci?n. Fruto de esto, cada regi?n habr?a organizado su propia
estrategia defensiva, visible en sitios amurallados
como Cerro Chep?n (Rosas 2005; Figura 15) o San Ildefonso (Swenson 2004; Figura 16). Sin embargo tambi?n hemos encontrado evidencia de integraci?n
regional y de participaci?n coordinada en los grandes rituales y festivales que se celebraban en SJM. Toda
esta evidencia nos lleva a plantear un modelo singu lar de organizaci?n pol?tica al que llamamos "los
estados oportunistas." En este tipo de estados, la
integraci?n pol?tica, y por lo tanto la formaci?n de un
estado regional jequetepecano, fue un fen?meno tempo ralmente restringido y que se dio para aprovechar
oportunidades o en el marco de ocasiones ceremo
niales (Castillo, en prensa; Castillo y Uceda 2008). Es prioritario entender qu? sucedi? alrededor
del 850 D.C., antes y despu?s del colapso Mochica.
Por un lado, en el per?odo Mochica Medio se habr?an
gestado los primeros indicios y las direcciones de
desarrollo que conducir?an los procesos de formaci?n
de las peculiares condiciones del valle. Por otro lado, en el per?odo Transicional, tras el colapso Mochica, se dio un momento de independencia pol?tica que
permiti? que se activara una multitud de identidades
que hab?an permanecido ocultas o latentes. En esta
?poca se habr?an gestado nuevas alianzas, afinidades
y relaciones entre las comunidades de Jequetepeque
y las sociedades de otras regiones del Per?, que contri
buyeron a formar la peculiar identidad de esta ?poca.
26
Castillo et al: Ideologlay poder
Figura 15. Cerro Chep?n, sitio Mochica Tard?o ubicado tres km al sur de SJM, en la cima del cerro del mismo
nombre, posible centro pol?tico y administrativo regional. El sitio estuvo fuertemente amurallado y rodeado de terrazas
habitacionales. El ?rea amurallada excede las 10 hect?reas e incluye recintos ceremoniales y residencias de ?lite.
Figura 16. San Ildefonso, sitio Mochica Tard?o ubicado en la zona des?rtica aleda?a a la desembocadura del R?o
Cham?n, posiblemente uno de los centros pol?ticos locales. El sitio incluye tres l?neas de murallas defensivas, as? como
componentes ceremoniales, unidades residenciales y de almacenamiento.
27
?awpa Pacha 29
El estudio de estos nuevos y m?s complejos escenarios, donde m?ltiples actores culturales in
teractuaban en fen?menos que no s?lo estuvieron
determinados por el desarrollo independiente de los
valles de la costa, nos obligaron a adaptar los objetivos de la investigaci?n. El estudio del fen?meno Mochica
y de los otros fen?menos de la secuencia requer?an, en la pr?ctica, para ser documentados, de materiales
y contextos bastante espec?ficos que no resultaban
f?ciles de ubicar y que, en cualquier caso, s?lo ser?an
el resultado de muchos a?os continuos de investigaci?n. En t?rminos generales, entonces, podemos decir
que la tercera fase del proyecto se concentr? en el
perfeccionamiento de nuestro entendimiento de la
historia ocupacional del sitio. Para este fin fue
necesario definir con mucho detalle el desarrollo de
su cultura material para cada per?odo de ocupaci?n a
partir de su manifestaci?n en contextos funerarios y ceremoniales. Cuando la informaci?n contextual y
estratigr?fica consistentemente indicaba que habr?a
habido fases o subdivisiones al interior de los per?odos,
procedimos a segmentarlos y a intensificar su estudio,
tratando de definir las pr?cticas ceremoniales y rituales
que los caracterizaban. Es decir que el estudio de la
secuencia ocupacional dej? de ser una mera enu
meraci?n de formas caracter?sticas y de superpo siciones estratigr?ficas para convertirse en la base de
una concepci?n estructurada del desarrollo de las
sociedades en la regi?n. Una adecuada caracterizaci?n
de la secuencia deb?a conducirnos a una mejor
comprensi?n del proceso cultural e, inversamente,
entender el proceso que deb?a llevarnos a una mejor
comprensi?n de las peculiaridades de la cultura ma
terial. Las causas y condicionantes de los per?odos de
estabilidad y cambio de las adaptaciones y trans
formaciones son m?s importantes que los objetos que
diagn?sticamente los reflejan, pero establecen un
di?logo entre s?, de tal forma que no es posible entender uno sin el otro.
Entre los hallazgos m?s importantes realizados
en esta fase del proyecto destac? la tumba de c?mara
M-U 615 (Figuras 17 y 18) correspondiente a la fase
Figura 17. Vista general de la tumba de c?mara Transicional Temprana M-U 615.
28
Castillo et ai: Ideobgta y poder
Figura 18. Reconstrucci?n del contenido de la Tumba M-U 615.
Transicional Temprana, excavada entre 1998 y 1999
(Rucabado 2006, 2008; Rucabado y Castillo 2003). Estratigr?ficamente, esta c?mara funeraria estuvo
asociada a un estrato de ocupaci?n ubicado di
rectamente sobre capas Mochica Tard?o, pero por
debajo de capas Transicionales posteriores. Es decir
que corresponder?a al inicio del per?odo Transicional,
justo despu?s del final de la ocupaci?n Mochica Tard?o. La existencia de varias capas de ocupaci?n Transicionales sobre la tumba M-U 615 nos dio
indicios de que este per?odo pudo ser largo y
complejo. Eventualmente, como veremos m?s ade
lante, el per?odo Transicional se pudo dividir en al
menos dos fases, correspondientes a capas estrati
gr?ficas y estilos funerarios diferenciados.
La tumba M-U 615 es una estructura cuadran
gular subterr?nea, de aproximadamente 5.1 metros
de lado con un acceso formal por el noreste. La
estructura se encontraba dentro de un pozo cuadran
gular de aproximadamente 3 metros de profundidad,
que hab?a atravesado capas ocupacionales Mochica
Tard?o, Medio y estratos est?riles. El interior de la
c?mara estuvo dividido a partir de la creaci?n de tres
banquetas, una principal en la zona sur del recinto y dos laterales m?s peque?as en las esquinas noreste y noroeste (Figura 18). En cada esquina de la estructura
se hallaron los restos org?nicos de los postes, po siblemente con forma de horc?n, sobre los cuales
reposaban vigas longitudinales que cruzaban la
c?mara de norte a sur. Sobre estas dos vigas principales habr?a reposado un sistema de viguetas transversales
que formaban el techo de la c?mara. Poco despu?s
29
?awpa Pacha 29
de su abandono, la estructura funeraria sufri? modi
ficaciones, especialmente el colapso del techo sobre
la zona central de la c?mara. Esto debi? haber
ocurrido durante la fase Transicional Tard?a como
consecuencia de la construcci?n de una peque?a c?mara funeraria, la tumba M-U 613, exactamente
sobre la tumba M-U 615.
A diferencia de casi todas las otras tumbas
excavadas en SJM, la tumba M-U 615 es un ejemplo de una tumba m?ltiple de uso continuo y a la que
corresponder?an eventos funerarios sucesivos. Este
patr?n funerario es in?dito en las tradiciones del norte
del Per? y ciertamente no se deriva de una pr?ctica Mochica. En esta tumba se depositaron cuerpos y ofrendas funerarias en varias ocasiones, lo que implica
que ciertos individuos de la sociedad Transicional
entraban peri?dicamente a la c?mara para reorganizar la distribuci?n de los cuerpos y las ofrendas. Du
rante la excavaci?n registramos hasta cuatro niveles
superpuestos de deposici?n funeraria, cada uno
compuesto por un n?mero variable de asociaciones,
totalizando 208 piezas de cer?mica y de 20, 9, 19, y 9 individuos respectivamente. Asimismo, es probable
que cada uno de estos niveles no hubiera corres
pondido a un solo evento funerario, sino a una suerte
de fase de deposici?n; en caso contrario, deber?amos
asumir que hubo per?odos de gran mortandad en la
comunidad Transicional. El proceso de reacomodo
permiti? a los usuarios seguir utilizando la estructura
por un largo per?odo de tiempo, a?n cuando el
reacomodo trajo como resultado la desarticulaci?n
de muchos de los cuerpos, la separaci?n de las cabezas
de los miembros o del torso y de los individuos de
sus ofrendas. Los reacomodos debieron darse, en
tonces, tiempo despu?s de la muerte y deposici?n de
los individuos, cuando los cuerpos ya hab?an perdido
gran parte del tejido blando.
La composici?n de la poblaci?n funeraria de la
tumba M-U 615 es variada en edades y sexo. El
n?mero de individuos ascend?a a aproximadamente 58 pero podr?a ser m?s. Dada la mala conservaci?n
de los restos ?seos, no se logr? estimar el sexo o la
edad de varios de los individuos. Sin embargo, encontramos que la poblaci?n funeraria incluy? tanto
adultos como subadultos, inclusive neonatos, as?
como individuos masculinos y femeninos. La gran
mayor?a de los individuos, sin distinciones de sexo o
edad, fue colocada en posici?n extendida y orientada en el eje noreste-suroeste (con la cabeza hacia el sur
oeste). Otros fueron colocados en posici?n semi
flexionada lateral. La mayor?a de cuerpos fue
depositada sobre la banqueta principal, mientras que cinco individuos adultos y un neonato fueron
colocados cerca del ?rea de acceso a la tumba, entre
las banquetas laterales. Es importante mencionar que entre un nivel de deposici?n y otro se colocaron capas de tierra para nivelar las superficies y, posiblemente,
para atenuar la fetidez de los cuerpos descompuestos. Las asociaciones funerarias encontradas en la
tumba M-U 615 son muy variadas, destacando las
vasijas de cer?mica, collares y brazaletes hechos de
cuentas y pendientes de concha o piedra, piruros de
piedra y metal, as? como artefactos de cobre, m?scaras,
penachos, copas, cuchillos y placas de diversa forma.
La distribuci?n original de la cer?mica es dif?cil de
determinar puesto que el proceso de reubicaci?n trajo como consecuencia el apilamiento de vasijas de
cer?mica sobre las banquetas laterales. Sin embargo, es posible constatar que fue semejante a la distribuci?n
de ofrendas cer?micas en las tumbas Mochica Tard?o, donde la mayor?a de las ofrendas fue depositada
originalmente sobre la banqueta principal. Un grupo de vasijas dom?sticas (ollas y c?ntaros) fue colocado
cerca de la entrada, encima de los cinco individuos
adultos. En el segundo nivel de deposici?n, la
cer?mica continu? siendo colocada sobre la banqueta
principal. A partir de la tercera capa el n?mero de
ofrendas se redujo considerablemente y su disposici?n se hizo m?s variable.
La idea de construir un mausoleo colectivo
parece responder a la necesidad de la ?lite por legiti mar y mantener sus derechos y roles ceremoniales a
trav?s del uso de un espacio funerario familiar donde
se manifestar?an sus v?nculos de parentesco y sucesi?n, as? como su arraigo local. La necesidad de acentuar
las relaciones entre los individuos (parentesco y afinidad pol?tica) y entre ellos y el territorio (origen y pertenec?a) podr?a haber forzado la construcci?n
de mausoleos, como la tumba M-U 615, y a un tipo de pr?cticas funerarias singular, incluidas la aglome raci?n y la constante reubicaci?n de los cuerpos en
espacios peque?os. Asimismo, en las dos fases del
30
Castillo et ai: Ideolog?a y poder
per?odo Transicional, pero sobre todo en la fase tard?a, se incrementaron las c?maras funerarias con entierros
secundarios, lo que permitir?a inferir que hay un
intento de vincular y arraigar una poblaci?n y un
territorio, a trav?s de estrategias que incluso habr?an
llevado al desplazamiento de sus muertos y a su
reentierro en el nuevo territorio. Es probable que esta
manifestaci?n funeraria haya sido una adaptaci?n local de costumbres funerarias serranas (Topic y Topic 1992; Isbell 1997).
En este contexto resultaba novedosa la cer?mica
por la variedad y la diversidad de los estilos que
presenta, pero sobre todo por la ausencia de las
caracter?sticas m?s evidentes de la iconograf?a y el
arte Mochica (Figura 19). Las personas enterradas
en la tumba M-U 615, no habr?an sido Mochicas y habr?an rechazado en gran medida los c?nones de la
iconograf?a promovida por estos. Este distanciamiento
es visible en otros aspectos de las pr?cticas funerarias, como el uso de c?maras para entierros de numerosas
personas. Las c?maras Mochicas que hab?amos
encontrado eran muy diferentes por ser el resultado
de un solo evento funerario, por presentar nichos en
las paredes, por sus proporciones y, evidentemente,
por su contenido. Sin embargo, otros aspectos, como
la posici?n y orientaci?n de los cuerpos s? se
mantuvieron. El complejo juego de rechazos y
aceptaciones de la tradici?n Mochica result? m?s
parad?jico cuando se excavaron las capas m?s
profundas de la tumba M-U 615, donde encon
tramos, pegados al piso de la c?mara, los restos de los
primeros ocupantes de la c?mara. Estos estaban
ataviados con artefactos y adornos semejantes a los
que hab?amos encontrados en las tumbas de las
Sacerdotisas (Figuras 8 y 9). M?scaras, penachos y
copas de metal aparecen en esta tumba, marcando
una fuerte continuidad con la forma del entierro de
las Sacerdotisas Mochicas (Figura 20). Hasta que se descubri? la tumba M-U 615, no
hab?amos dado un ?nfasis especial al estudio del
per?odo Transicional, a?n cuando comenz?bamos a
intuir, desde que se inici? el proyecto, que se trataba
de una ocupaci?n muy compleja y diferente a la
ocupaci?n Mochica precedente (Rucabado y Castillo
2003). El per?odo Transicional es, por un lado, un
lapso de tiempo que abarca los 150 a?os que
transcurrieron entre el final de la hegemon?a Mochica
y el comienzo del estado Lambayeque en el valle de
Jequetepeque (Figura 4); por otro lado, es una
tradici?n cultural distinguible que se caracteriza por el rechazo de los c?nones Mochica y por la s?ntesis
de tradiciones de la costa y sierra del norte. Ori
ginalmente, hab?amos planteado que, al colapsar el
estado Mochica, y a lo largo del per?odo Transicional, no habr?a existido un poder pol?tico centralizado en
el valle de Jequetepeque. En este vac?o de poder, las
comunidades locales tuvieron la libertad de ejercer y exhibir sus propias preferencias culturales, art?sticas, socio-econ?micas y funerarias, lo que se reflej? en
una diversificaci?n estil?stica y en una multiplicaci?n de las identidades reflejadas en la cultura material
(Castillo 2000b, 2001, 2003). Actualmente, dada la
abundancia de informaci?n sobre el per?odo Transi
cional recuperada en SJM, y particularmente de su
fase Temprana (Figura 4), estamos replanteando y cuestionando nuestra concepci?n inicial de la organiza ci?n pol?tica del fen?meno Transicional. Es evidente
que hubo una mayor continuidad en ?mbitos del mane
jo ideol?gico del poder y que la organizaci?n social
present? una segmentaci?n tan compleja como la que hab?a existido en el Mochica Tard?o (Rucabado 2006).
Una peculiaridad del per?odo Transicional es la
presencia frecuente de cer?mica de estilos for?neos
en contextos funerarios y ceremoniales, particular mente de varias versiones del estilo Caj amarca y estilos
de las tradiciones Wari o asociadas a ella (Figuras 21
y 22). La evidencia de estas relaciones de larga distancia hab?a aparecido ya en los contextos fu
nerarios Mochica Tard?o, incluso en las tumbas de
las Sacerdotisas de Moro, pero mientras all? eran muy raras las piezas de estilos importados, en las tumbas y contextos del per?odo Transicional se multiplicaron hasta hacerse, en algunos casos, los estilos dominantes.
En el otro extremo de la historia ocupacional del sitio, en el per?odo Mochica Medio, las
excavaciones se concentraron en ?reas de densas
concentraciones de tumbas. El estudio de las
concentraciones funerarias, de sus distribuciones y diferencias relativas aportaron importante in
formaci?n para entender el desarrollo del valle de
Jequetepeque. Entre las temporadas del 2000 y 2002
hallamos una concentraci?n de casi 30 tumbas
31
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Figura 19. Vasijas de cer?mica de diversas formas y estilos halladas en la tumba M-U 615 que evidencian la variabilidad estil?stica t?pica del per?odo Transicional.
Castillo et al: Ideolog?a y poder
Figura 20. Mascaras funerarias asociadas con los niveles inferiores de la c?mara M U 615. N?tese el parecido con la m?scara funeraria de la Sacerdotisa Mochica hallada en la tumba M-U 41 (ver Donnan y Castillo 1994, L?mina XV-2).
33
Figura 21. Colecci?n de cer?mica de estilo Cajamarca o de influencia Cajamarca excavada en SJM.
Figura 22. Colecci?n de cer?mica de esrilo Wari o de influencia Wari excavada en SJM.
?atupa Pacha 29
Mochica Medio dispuestas una al lado de otra en un
?rea de excavaci?n de 250 metros cuadrados (Del
Carpio 2008; Figuras 23 y 24). Este hallazgo, su
mado a un numero semejante de tumbas del mismo
per?odo encontradas dispersa en diversos sectores de
excavaci?n, permiti? ahondar en el entendimiento
de los patrones funerarios durante el per?odo Mochica
Medio; de esta forma se determin? la posible exis
tencia de concentraciones que corresponder?an a
diferentes grupos, quiz?s originarios de diferentes
comunidades del valle de Jequetepeque o de otras
regiones.
Al realizar comparaciones con otros contextos
funerarios de la zona Mochica Norte se pudo con
firmar la contemporaneidad de estas tumbas con las
de Sip?n y Pacatnam? (Alva 2004; Donn?n y McClelland 1997). Las tumbas Mochica Medio halladas en SJM, sin embargo, son m?s simples que
aquellas encontradas en otros sitios, con excepci?n de la tumba de bota M-U 1411 (Figura 11). Por lo
general se trata de tumbas de bota peque?as y poco
profundas, que contienen a un individuo extendido
sobre su espalda con muy pocas asociaciones. A
diferencia de las tumbas de los per?odos siguientes,
Figura 23. Concentraci?n de tumbas Mochica Medio del Area 15-16.
36
Castillo et ai: Ideologia y poder
Figura 24. Concentraci?n de tumbas Mochica Medio del ?rea 24.
en el Mochica Medio s?lo se inclu?an una o dos
botellas o c?ntaros en cada tumba. La ventaja evidente
de ver las tumbas en grupos y concentraciones, dadas
las dimensiones de las unidades de excavaci?n, fixe el
poder confirmar que muchas veces grupos de perso nas compartieron la misma tradici?n funeraria, como
por ejemplo enterrarse con cuellos de grandes c?n
taros a manera de adornos y ofrendas, o tumbas que
compart?an una orientaci?n inusual. A primera vista,
los datos que recuperamos sobre el Mochica Medio
nos indicaban que hab?a sido un per?odo de marcada
fragmentaci?n, lo que se reflejaba en la coexistencia
de varios n?cleos diferenciados de tumbas en el sitio
y en sus pr?cticas funerarias que, si bien eran muy
semejantes en lo general, se distingu?an en aspectos
que pod?an resultar de gran importancia como las
37
?awpa Pacha 29
asociaciones, la localizaci?n y la orientaci?n de las
tumbas.
Adem?s de las observaciones de car?cter hori
zontal, es decir, de las correlaciones entre los diferentes
componentes y, por lo tanto, de su contemporaneidad e interacci?n, nos interesaba establecer de manera
precisa las relaciones verticales, es decir, de estrati
ficaci?n y superposici?n. No s?lo quer?amos saber
qu? hechos hab?an sucedido simult?neamente y qu? contextos se hab?an producido a la vez, sino que
quer?amos determinar cu?l hab?a sido el orden
correcto de los hechos. Para este fin era indispen sable tener un alto control sobre las superposiciones, las continuidades y discontinuidades, los procesos de
evoluci?n formal, etc. Generalmente, podemos estudiar la evoluci?n a partir de las variaciones
formales de objetos del mismo tipo, a trav?s de
tipolog?as y seriaciones, pero estos m?todos siempre nos dejan la duda de si las trasformaciones formales
no se derivan de condicionantes evolutivos sino de
factores sociales o fuentes de influencia externas. Una
forma de cer?mica determinada, por ejemplo, puede ser reemplazada por otra, o puede evolucionar hacia
otra. En el primer caso el proceso se genera de manera
ex?gena, mientras que en el segundo es el resultado
de un proceso interno. En San Jos? de Moro esta
reflexi?n, que resulta generalmente te?rica en sitios
con una historia ocupacional m?s corta y sencilla, se
torna complej?sima. A fin de precisar la historia ocupacional de SJM
hemos empleado tanto criterios de evoluci?n formal
como criterios estratigr?ficos. Nos percatamos que uno sin el otro, ? a veces m?s uno que el otro, pod?an ofrecernos una mejor imagen de la evoluci?n cul
tural en el sitio. En algunos casos fue posible ubicar
superposiciones estratigr?ficas significativas, que adem?s separaban per?odos distinguibles. En otros
casos la superposici?n por s? sola no nos ofrec?a la
resoluci?n que requer?amos para poder apreciar la
evoluci?n de un fen?meno. A la larga, adem?s, el
elemento m?s diagn?stico para estudiar la evoluci?n
cultural ha sido la cer?mica y, por lo tanto, el estudio
de la evoluci?n de los estilos cer?micos ha sido cr?tico, as? como su asignaci?n a pisos de ocupaci?n y tumbas.
Somos conscientes, sin embargo, de las limitaciones
que tiene la evoluci?n de los estilos de artefactos como
indicador de transformaciones sociales, as? que nuestra aplicaci?n de los criterios anteriores no ha
sido autom?tica e irreflexiva, sino que ha tratado de
ajustarse a otros indicadores. Por ejemplo, presu mimos que los cambios que separan el per?odo Mochica Tard?o del Transicional deben ser m?s
evidentes y de mayor magnitud que los que separan,
por ejemplo, las fases internas de cualquiera de estos
dos per?odos. En el primer caso deben registrarse abandonos de tradiciones y formas e incorporaciones de nuevos patrones, mientras que en el segundo caso
ser?n b?sicamente procesos graduales de evoluci?n
formal, como el que llev? a los c?ntaros t?picamente Gallinazo de cuello alto, recto y evertido a cuellos en
forma de "S," m?s t?picos del Mochica Medio.
Aplicando estos criterios hemos llegado a definir
una secuencia muy detallada de per?odos y fases (Figu ra 4). En su conjunto, estos per?odos y la compren si?n, todav?a parcial, de las razones y condicionantes, as? como las caracter?sticas y formas que tom? cada
momento, nos ha permitido formular una compleja historia de la ocupaci?n de San Jos? de Moro. En
esta historia, San Jos? de Moro se comenz? a ocupar durante el per?odo Mochica Medio, que presenta las
fases A y B. Luego siguen el per?odo Mochica Tard?o,
que aparece con las fases A, B, y C, seguido por el
per?odo Transicional, en sus fases A y B. Finalmente
el sitio fue ocupado por dos sociedades for?neas,
Lambayeque, en la que se pueden distinguir al menos
las fases culturales A y (Bernuy 2008) y Chim?, que ocup? algunas de las zonas m?s elevadas del sitio y cuando cambi? la naturaleza de SJM, convirti?ndose en un emplazamiento dedicado a la producci?n de
chicha (Prieto 2004; Prieto y Lena 2005). La tercera fase del proyecto se hab?a planteado
con el objetivo de perfeccionar nuestra comprensi?n de la historia ocupacional de San Jos? de Moro y por extensi?n del valle de Jequetepeque. Como se ha visto, el ?nfasis en este per?odo estuvo dado al estudio de
los per?odos Mochica Medio y Transicional. En
realidad, para esta fase, nuestra comprensi?n del
per?odo Mochica Tard?o, sobre todo en lo que respecta a las pr?cticas funerarias, ya estaba llegando a un nivel
de saturaci?n. Como veremos en la ?ltima secci?n,
el ?nfasis a partir de este momento fue entender los
aspectos m?s puntuales de las pr?cticas ceremoniales
38
Castillo et al: Ideolog?a y poder
anexas a los entierros. Al finalizar el tercer per?odo de investigaciones en SJM era evidente que muchas
de las conclusiones que hab?amos alcanzado, parti cularmente la rica historia ocupacional del sitio,
ten?an que ser refrendada fuera de ?l, en asenta
mientos contempor?neos.
Perspectivas Regionales y el Per?odo Transicional (2002 a 2006)
Luego de diez a?os de trabajos en SJM y teniendo una razonable certeza de las caracter?sticas del sitio y los artefactos que hallamos en ?l, de sus funciones
ceremoniales y funerarias, as? como de su compleja historia ocupacional, era posible y necesario contrastar
los resultados obtenidos, en primer lugar, con los
datos que exist?an para el valle de Jequetepeque, y en
?ltima instancia con el desarrollo de las sociedades
complejas de la costa norte. Ahora bien, extender
autom?ticamente a todo el Jequetepeque o a toda la
costa norte nuestras conclusiones respecto a la historia
ocupacional de SJM no era posible, a?n cuando es
pr?ctica com?n en la arqueolog?a peruana. Por
ejemplo, no ten?amos seguridad si el per?odo Tran
sicional, que en SJM es tan significativo, mostraba
las mismas caracter?sticas fuera del sitio, o incluso si
exist?a. Salvo una observaci?n de Wolfgang y Gisela
Hecker (1987) acerca de una peculiar cer?mica que llamaron Pacanga, el Transicional de SJM no hab?a
sido reportado en otros sitios o no hab?a sido distin
guido de otros componentes culturales. ?Es l?cito,
entonces, afirmar que el mismo proceso de des
estructuraci?n cultural, los intensos contactos con
sociedades de la sierras norte y central o el eclecticismo
estil?stico que siguen al colapso Mochica en SJM se
pueden aplicar a zonas aleda?as del Jequetepeque o a
otros valles? Tampoco ten?amos certeza si la cer?mica
de l?nea fina o los entierros de bota y c?mara, tan
caracter?sticos para la ocupaci?n Mochica de SJM, se daban de la misma manera en el resto del valle.
?Acaso estos objetos y contextos son expresiones de
una pr?ctica funeraria singular de SJM, o era este
sitio el ?nico repositorio de tumbas de ?lite, por lo
que este tipo de contextos y objetos cer?micos s?lo
aparecer?an all?? Para algunas de las fases culturales
descritas en SJM, las correlaciones locales y regionales eran evidentes. Por ejemplo, el per?odo Mochica Me
dio parec?a corresponder muy bien con la ocupaci?n descrita por Donnan y Cock para Pacatnam? (1986,
1997) e incluso parec?a corresponder con las tumbas
de Sip?n, que corresponder?an a esta fase (Del Carpio
2008). Sin embargo, a falta de un estudio regional, no sab?amos cu?l hab?a sido el ?mbito de extensi?n
de la ocupaci?n Mochica en esta ?poca, o cu?l era el
grado de proximidad e integraci?n entre los diferentes
centros. ?Hab?an estado todos los sitios Mochica
Medio integrados en una sola entidad pol?tica centralizada, o habr?an coexistido numerosas forma
ciones independientes que, sin embargo, habr?an
compartido un estilo de cer?mica?
Nuestra aproximaci?n al desarrollo de una
perspectiva regional difer?a de otras que part?an de
un examen general de los patrones de ocupaci?n (ver,
por ejemplo, Billman 1999; Dillehay 2001), puesto que se sustentaba en los trabajos previos de reco
nocimiento del valle (Hecker y Hecker 1990; Ra
vines 1982) sumado al estudio sistem?tico y sostenido
de un sitio con una rica estratigraf?a y una amplia
complejidad en manifestaciones culturales. Dado el
peculiar car?cter inductivo de nuestra investigaci?n,
que parti? de la especificidad de SJM para llegar a
comprender el desarrollo general de las sociedades
que hab?an habitado la costa norte, nuestro objetivo
regional estuvo dirigido a verificar la existencia,
extensi?n y condici?n de los patrones y la evidencia
que hab?amos encontrado en San Jos? de Moro, a
constatar la validez y aplicabilidad de la secuencia, a
determinar las interacciones entre las diferentes partes del valle y, por lo tanto, a reevaluar el papel del sitio
como centro ceremonial regional. Un conjunto de
cuestiones puntuales, como la existencia y extensi?n
de ciertos rasgos (tumbas de c?mara y bota o la
producci?n masiva de chicha), estilos cer?micos lo
cales t?picos (Mochica Tard?o de l?nea fina, Mochica
Tard?o pol?cromo o Mochica Medio con pintura
morada) o estilos importados (Wari, Cajamarca,
Chachapoyas o Niever?a), era de particular inter?s,
ya que su existencia y distribuci?n ayudar?a a entender
las din?micas al interior del valle durante la larga
ocupaci?n del sitio. Todo esto nos permitir?a pasar de una "historia ocupacional" para San Jos? de Moro,
39
?awpa Pacha 29
donde se daba prioridad a los artefactos, la estratigraf?a
y las secuencias, a una "historia regional," donde el
?nfasis estar?a puesto en los procesos que configuraron al valle de Jequetepeque a lo largo de los mil a?os en
que SJM estuvo activo.
Como consecuencia de esta ampliaci?n y de una
correlaci?n estrecha entre los hallazgos de SJM y la
evidencia cultural del resto del valle, quisimos abordar
la explicaci?n de una serie de procesos culturales
(or?genes, desarrollo, colapsos, alianzas, movimientos
e influencias) documentados en el sitio pero que por su naturaleza se deb?a extender a todo el valle y, en
general, a la costa norte. Por ejemplo, cre?amos que la ampliaci?n del estudio ayudar?a a entender las
tendencias de desarrollo que se expresan en la larga historia ocupacional de SJM, la naturaleza de la
organizaci?n pol?tica y productiva, la conformaci?n
de redes de abastecimiento de materias primas, de
producci?n y distribuci?n de productos como la
cer?mica o los metales. Por estas razones, a partir del
a?o 2001 el PASJM se convirti? en un programa de
investigaciones interdisciplinario y de escala regional. Si bien hemos seguido centrando nuestro esfuerzo
principal en San Jos? de Moro y en la parte norte del
valle de Jequetepeque, hemos intentado involucrar
en nuestra estrategia de investigaci?n otras aproxi maciones y, directamente o a trav?s de otros inves
tigadores, el estudio de otras ?reas del valle y otros
sitios (Figura 2). El a?o 2002 iniciamos una prospecci?n sis
tem?tica de la cadena de monta?as comprendidas entre los r?os Jequetepeque y Cham?n (cerros Farf?n,
Santa Catalina, Murci?lago, Charcape y San Idel
fonso; Ruiz 2004). Este estudio y la informaci?n
recogida por otros investigadores (Dillehay 2001;
Swenson 2004) revelaron aspectos insospechados en
los patrones de ocupaci?n prehisp?nicos, como la casi
completa inexistencia de sitios que contuvieran
cer?mica Transicional, en contraste con una abun
dancia de sitios correspondientes a las ocupaciones Mochicas, Lambayeque y Chim?. Algunos de los sitios
presentaban proporciones monumentales y recur
rentemente estaban rodeados de m?ltiples murallas
o ubicados en zonas inaccesibles y de f?cil defensa.
Nuestro primer esfuerzo fue caracterizarlos en t?r
minos de los materiales arqueol?gicos que conten?an,
compararlos con los materiales hallados en SJM y, en
funci?n de ello, situarlos en la secuencia ocupacional. En lo que respecta a la ocupaci?n Mochica, el
estudio de la distribuci?n de sitios en la zona inter
media del valle de Jequetepeque permiti? reconocer
sitios asociados con los per?odos Mochica Medio y
Tard?o, as? como sitios o zonas donde los materiales
de ambos per?odos aparecen mezclados como
consecuencia de una larga ocupaci?n (Figura 25). El
mapa que se revel? a medida que los sitios y su
cer?mica iban siendo reportados era muy indicativo
para documentar cu?ndo ocurri? la expansi?n Mochica hacia la zona norte del valle (t?cnicamente
correspondiente al valle del r?o Cham?n) y qu? ca
racter?stica hab?a tenido este proceso. La distribuci?n
de la cer?mica Mochica Medio, no s?lo en San Jos? de Moro sino en otros sitios de la parte norte,
confirm? que la ampliaci?n de valle hab?a sido un
fen?meno asociado con el per?odo Mochica Medio
y no con el Mochica Tard?o como se hab?a planteado
(Dillehay 2001). Una segunda peculiaridad es que los sitios donde aparece la cer?mica Mochica, tanto
del per?odo Medio como del Tard?o, est?n amu
rallados, lo que se?alar?a que este fue un tiempo de
competencia y conflicto interno. Parad?jicamente, los sitios Mochica Medio est?n amurallados, por lo
que parecer?a que la competencia y el conflicto que llevaron a la fragmentaci?n del valle se originaron cuando se dio la expansi?n del sistema de irrigaciones
y no fueron, como se hab?a supuesto, una conse
cuencia tard?a de la ampliaci?n (Swenson 2004). El estudio prospectivo del valle de Jequetepeque
ha continuado a fin de verificar una serie de hip?tesis alternativas acerca del establecimiento del estado
Mochica Temprano en la parte sur del valle (en lo
que actualmente es San Jos?, Pacasmayo y San Pedro)
y su posterior destrucci?n por efecto de un mega fen?meno El Ni?o (Michael Moseley, comunicaci?n
personal 2003). Este colapso habr?a originado la
necesidad de ampliar la frontera agr?cola hacia el
norte, es decir hacia la zona del valle de Cham?n en
las actuales jurisdicciones de Guadalupe, Chep?n y
Pacanga (Figura 26). En el 2003 decidimos estudiar un sitio Mochica
Tard?o de manera m?s intensiva a fin de verificar si
se cumpl?an los postulados de la cronolog?a pro
40
Castillo et ai: Ideobg?a y poder
Figura 25. Sitios Mochica Medio y Mochica Tard?o en la parte norte del Valle de Jequetepeque.
puesta y de entender la funci?n que estos sitios
tuvieron en las estrategias de control territorial en el
valle (Johnson 2008). Seleccionamos el sitio de
Portachuelo de Charcape, un asentamiento Mochica
Tard?o ubicado estrat?gicamente a un lado del abra
que corta los cerros de Charcape y que permitir?a controlar un acceso privilegiado entre el valle de
Cham?n y el mar. Antes de nuestras excavaciones, este sitio, as? como muchos otros sitios arqueol?gicos de la regi?n, hab?a sido parcialmente excavado por
Dillehay y Swenson (Figura 27). Nuestro trabajo se
limit? a excavar un sector muy peque?o del sitio
aleda?o a la zona excavada por los investigadores que nos antecedieron y a elaborar un mapa del sitio y sus
componentes. Las colecciones de cer?mica recu
peradas, particularmente una frecuencia muy alta de
ollas con "cuello plataforma" y c?ntaros con cuellos
decorados con la faz del "Rey de Asir?a" (Ubbelohde
Figura 26. Actuales jurisdicciones del Jequetepeque Norte Doering 1952) indicaban que la ocupaci?n princi
(Chaf?n, Guadalupe, Pueblo Nuevo, San Ildefonso, pal del sitio correspond?a a la fase Mochica Tard?a
Chep?n y Pacanga). (Castillo 2000b: 158-160; Figura 28). A esta
41
?awpa Pacha 29
Figura 27. Plano esquem?tico del sitio arqueol?gico de Portachuelo de Charcape con indicaci?n de los principales sectores registrados.
evidencia positiva se suma una consistente evidencia
negativa: pr?cticamente no se hall? evidencia de
cer?mica diagn?stica de otros per?odos Mochicas.
Respecto a su naturaleza y ubicaci?n, Charcape parece haber sido un sitio defensivo, ubicado en la parte des?rtica del valle, separado de otros asentamientos
por monta?as y murallas y compuesto de algunas residencias de ?lite y un par de edificios que bien
pudieron ser templos (Swenson 2004). Asociado a
estas estructuras aparecieron fragmentos de cer?mica
de l?nea fina. Tambi?n aparecieron muchas estructuras
donde encontramos grandes cantidades de recipientes de cer?mica utilizados para almacenamiento. El sitio,
por lo tanto, combin? funciones administrativas y residenciales con funciones ceremoniales en un es
pacio un tanto limitado; parece ser la versi?n reducida
de un peque?o asentamiento rural.
Otro de los sitios examinados, cerro Ciudadela
Pampa de Faci? (Figura 29), present? casi exclu
sivamente cer?mica de estilo Mochica Medio, predo minando c?ntaros grandes con cuellos decorados con
caras impresas. En este sitio no encontramos ollas de
cuello plataforma, que son la forma m?s frecuente
en sitios Mochica Tard?os. Finalmente, en cerro
Chep?n la cer?mica parece corresponder tanto con
ocupaciones Mochica Medio como Mochica Tard?o.
El panorama que se est? construyendo a partir de
estos estudios y su correlaci?n con SJM es el de una
historia regional mucho m?s fragmentaria, menos
centralizada e integrada de lo que hab?amos pre sumido. La existencia de centros ceremoniales re
gionales y de grandes asentamientos, como cerro
Chep?n, permitir?a presumir que s? hubo integraci?n y centralizaci?n, quiz? no de manera permanente,
pero s? por per?odos suficientemente largos como para
que se construyeran las murallas y residencias del sitio, o lo suficientemente frecuente como para que se diera
una concentraci?n tan densa de ocupaciones en San
42
1 ^^^^^^^^^^^^H^?^>:^ . V. ^^^^^^^^^^^^ ^^^^ ,?*-V - V^^^^B
Figura 28. Colecci?n de cer?mica de estilo Mochica Tard?o excavada en el sitio de Portachuelo de Charcape que incluye fragmentos de botellas de l?nea
fina y c?ntaros cara gollete.
?awpa Pacha 29
Figura 29. Cerro Catalina, Ciudadela Pampa de Faci?, sitio Mochica Medio ubicado al este de Pacatnam?, al pie del
cerro del mismo nombre, posible refugio asociado con las aldeas Mochicas aleda?as.
Jos? de Moro. El estudio de los sistemas de irrigaci?n
que acompa?aron a la expansi?n y que seguramente fueron su sustento est? dando luces a?n m?s detalladas
de la forma en que se desarroll? el valle de Jequete
peque (Castillo, en prensa; Figura 30). Como dijimos m?s arriba (Castillo y Uceda 2008), la configuraci?n pol?tica del estado Mochica de Jequetepeque tuvo
como factores m?s recurrentes la variabilidad y la
inestabilidad, lo que nos ha llevado a pensar que tuvo
un car?cter m?s oportunista que estructurado, m?s
contingente que planeado y, por tanto, debi? haber
sido mucho m?s d?bil, pero tambi?n m?s flexible.
El estudio regional que hemos emprendido nos
enfrent? con la paradoja de no entender si el
desarrollo que est?bamos documentando era una
singularidad del valle de Jequetepeque, o si, por el
contrario, era el comportamiento regular de la
sociedad Mochica en su per?odo final. Es decir, la
fragmentaci?n territorial y el faccionalismo pol?tico
podr?an bien haber sido la norma y no la excepci?n en las sociedades Mochica Tard?o. La ?nica forma de
resolver esta duda era emprender excavaciones en
otros sitios contempor?neos fuera del valle de
Jequetepeque. Adem?s de SJM dos sitios Mochica
Tard?o de grandes proporciones han sido estudiados
de manera intensiva: Galindo (Bawden 1996; Lock
ard 2005) y Pampa Grande (Shimada 1994). Cuando se excav? en ellos por primera vez, en los a?os setenta,
la arqueolog?a Mochica estaba en su infancia, por lo
que resultaba imposible comprender el papel que estos sitios tuvieron en el proceso final de esta socie
dad. Ambos sitios fueron excavados muchos a?os
antes de los descubrimientos de Sip?n (Alva 2004) y de la divisi?n de la sociedad Mochica en m?ltiples estados (Castillo y Donnan 1994b). Hoy, m?s de treinta a?os despu?s y luego de muchos y muy elaborados trabajos arqueol?gicos para este per?odo, resulta imperativo volver a estudiar esos sitios.
Los investigadores originales de Pampa Grande
hab?an planteado una serie de hip?tesis respecto a la
naturaleza del sitio, a la compleja estructura social
del per?odo Mochica Tard?o que se refleja en ?l, a su
formaci?n mediante una reducci?n forzosa de la
poblaci?n, a su car?cter de ciudad prisi?n para la
mayor?a de sus habitantes y a su colapso como efecto
de una suerte de revuelta social (Shimada 1994).
Investigar Pampa Grande, donde el fen?meno
Mochica Tard?o tiene una forma tan distinta, con
44
Casti?o et al: Ideologia y poder
Figura 30. Sistemas de irrigaci?n del valle de Jequetepeque desarrollados desde el per?odo Mochica Medio.
estructuras monumentales y cer?mica muy parecidas a las de Galindo y estando este sitio a tan corta
distancia de SJM, era un imperativo para entender
c?mo dos procesos aparentemente coet?neos pueden haberse dado con tanta diferencia. Establecer la
contemporaneidad entre estos dos sitios es, en s?
misma, una tarea muy dif?cil por la falta de infor
maci?n respecto a los estilos cer?micos de Pampa Grande y por la escasez de fechados de SJM. A?n
cuando tenemos algunos buenos fechados de Pampa Grande, no es posible simplemente trasladar estas
fechas a SJM, cuya historia ocupacional se inici? m?s
temprano, durante el Mochica Medio, y continu?
en uso, aparentemente, mucho despu?s de que Pampa Grande colapsara.
En Pampa Grande, ubicada a 60 km de SJM, en la parte media del valle de Chancay-Lambayeque, iniciamos en el 2004 una investigaci?n centrada en
la secci?n sureste del sitio, en la zona denominada
Piedemonte Sur (Shimada 1994). Esta secci?n no es
de car?cter monumental, a?n cuando incluye algunas
peque?as plataformas con rampas y recintos cere
moniales. M?s parecer?a que estuvo compuesta por
grandes espacios delimitados por murallas para uso
administrativo, productivo, de almacenamiento y de
residencia. Nuestro proyecto es concentrarnos en esta
secci?n por los siguientes a?os, tratando de completar un mapa integral y de excavar en ?reas escogidas por el tipo de configuraci?n arquitect?nica. Dentro de
estas ?reas estudiaremos los artefactos que se en
cuentren a fin de definir su asignaci?n cronol?gica y las funciones de las unidades arquitect?nicas. Resulta
imprescindible para entender el per?odo Mochica
Tard?o definir si existieron correlaciones entre SJM
y Pampa Grande. A estas alturas del trabajo, y despu?s de dos temporadas de excavaciones y mapeos conducidas por llana Johnson, parecer?a que los
componentes cer?micos son totalmente diferentes en
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?awpa Pacha 29
ambos sitios. La cer?mica Mochica es muy semejante a la que se encuentra en Galindo y difiere en formas
y estilos decorativos de la que encontramos en SJM. Asimismo, no se ha encontrado cer?mica de estilos
Wari o relacionados ni de filiaci?n Cajamarca, mientras que cer?mica de estilos y formas relacionadas
con Gallinazo aparecen con frecuencia. Estas obser
vaciones confirman los hallazgos de Shimada y la
misi?n del Museo Real de Ontario, pero no explican la naturaleza del sitio ni el car?cter discontinuo de la
presencia Mochica V en la regi?n. M?s trabajos se
requerir?n para abordar estos problemas. A la vez que emprendimos la investigaci?n re
gional del fen?meno Mochica, continuamos de
manera a?n m?s intensiva con las excavaciones en
SJM. Durante los ?ltimos a?os se han estudiado 15
unidades de excavaci?n, lo que hace un total de
aproximadamente 12,000 metros de superficies de
ocupaci?n, expuestos y registrados. Con una exten
si?n de esta magnitud ha sido posible documentar
muy detalladamente aspectos que ya conoc?amos del
sitio, como la producci?n y consumo de chicha, las
alineaciones y organizaci?n de las "paicas," la orga nizaci?n de los espacios funerarios, los procesos de
abandono del sitio en los tr?nsitos entre per?odos, la
reocupaci?n e intrusiones en el per?odo Lambayeque, la "capa de fiesta," etc. El estudio de horizontes de
ocupaci?n, donde se hacen coincidir capas de las
diversas unidades a fin de tener una idea espacial mente m?s amplia de la ocupaci?n y sus caracte
r?sticas, est? en curso, as? como el perfeccionamiento de los patrones funerarios con la adici?n de los
contextos encontrados en estos a?os.
Las excavaciones de tumbas pertenecientes al
per?odo Mochica Medio continuaron durante la
cuarta fase del proyecto confirm?ndose los patrones de alineamiento y agrupamiento. En la Unidad 24
se excavaron tumbas en las que se hab?an conservado
restos de los ata?des de ca?a (Del Carpio 2008; Fi
gura 12). Estos son muy semejantes a los ata?des que Donnan encontr? en Pacatnam?, cajas estrechas
hechas con ca?a y sogas al interior, en las cuales
estuvieron los cad?veres envueltos en telas (Donnan
y McClelland 1997). Una caracter?stica de las tumbas
Mochica Medio es que aparecen en concentraciones
o alineamientos, tal como Donnan los hall? en el
cementerio H45CM1 de Pacatnam? (Donnan y McClelland 1997). En San Jos? de Moro hemos
podido documentar al menos dos concentraciones
en las que destaca el entierro de un individuo
masculino adulto con muchas ofrendas, rodeado de
tumbas m?s simples con la misma orientaci?n (Del
Carpio 2008). Estos individuos presentaban un
tratamiento m?s elaborado que los entierros que los
rodeaban, incluyendo varias piezas de cer?mica
ornamentada y artefactos met?licos inusuales como
herramientas y un tocado. La tumba M-U 725 inclu?a
piezas met?licas de cobre dorado que formaban un
tocado con la efigie de un felino, as? como un
conjunto de doce herramientas l?ticas y met?licas
asociadas tecnol?gicamente a la etapa de los trabajos de decoraciones y acabados (Figuras 31 y 32). La
presencia de estos elementos resalta elocuentemente
el rol y la posici?n social del individuo as? como su
evidente especializaci?n productiva, pero tambi?n nos
ofrece la posibilidad de documentar la relaci?n
estrecha e inalienable entre los artesanos y sus
herramientas. Parecer?a que los metalurgistas tuvieron
en la sociedad Mochica Medio funciones fundamen
tales que los ligaban a las ?lites gobernantes en tanto
produc?an los artefactos a trav?s de los cuales se
materializaba la ideolog?a del poder (De Marrais et
al. 1996) y, en ?ltima instancia, la identidad del grupo
(Fraresso 2008). Nuestra aproximaci?n al problema de la iden
tidad ha tenido un recorrido peculiar. En primera instancia estudiamos la identidad a trav?s de criterios
estrictamente arqueol?gicos, fundamentalmente las
concentraciones de tumbas, donde supon?amos que individuos del mismo grupo compartir?an el mismo
espacio funerario; y a trav?s del estilo, puesto que asum?amos que las personas que compart?an las
mismas afinidades culturales y sociales tender?an a
realizar sus artefactos con las mismas formas y decoraciones. Estos criterios, lamentablemente, resultaron estrechos y nos aportaban s?lo un valor
cronol?gico a la definici?n de la identidad. Nuestra
segunda aproximaci?n fue a trav?s del estudio de los
materiales, es decir, de qu? materias se compon?an los artefactos. Artefactos hechos con los mismos
materiales deber?an haber sido producidos por las
mismas personas o talleres. Este estudio tampoco est?
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Castillo et al.: Ideolog?a y poder
Figura 31. Tumba de bota Mochica Medio M-U 725, perteneciente a un adulto masculino ataviado con un tocado de felino y asociado a herramientas de decoraci?n
metal?rgica.
siendo concluyente por s? mismo puesto que otra vez
constatamos que las materias primas, sean metales o
arcillas, fibras o tintes, eran productos que se pod?an
transportar desde largas distancias, se intercambiaban
u ofrec?an como muestras de lealtad o sumisi?n, e
incluso despu?s de haber sido usados una vez pod?an ser reutilizados o reciclados (Pernot 1998; Fraresso
2008), por lo que no necesariamente determinan un
origen especifico. Finalmente, hemos llegado a la
conclusi?n de que la aproximaci?n correcta al estudio
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?awpa Pacha 29
Figura 32. Tumba M-U 725, dibujo de planta.
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Castillo et al: Ideologia y poder
de la relaci?n entre artefactos e identidades est? dada
por la respuesta a la interrogante de c?mo se hizo el
artefacto y no s?lo con qu? materiales estuvieron
hechos (Figuras 33 y 34). La relaci?n objeto-materia/
objeto-funci?n parecer?a ser la aproximaci?n m?s
fruct?fera. Con este criterio, y luego de este largo
proceso, hacemos ahora la "lectura tecnol?gica" de
los artefactos met?licos (Fraresso 2008) y la cer?mica
(Rohfritsch 2006) a fin de determinar las "cadenas
productivas" que permitieron su fabricaci?n. Esta
aproximaci?n nos permitir? reconstruir los modos,
las habilidades, los procesos productivos y las cadenas
de abastecimiento de materiales que, en ?ltima
instancia, conformaron la(s) identidad(es) produc
tiva(s) de la sociedad Mochica.
Las investigaciones respecto del Mochica Tard?o
Figura 33. Reconstituci?n del tocado asociado al individuo de la tumba M-U 725. Observaci?n en microscop?a ?ptica de la superficie pulida en secci?n de una garra met?lica revelando restos de dorado por reemplazo electroqu?mico.
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Figura 34. Conjunto de herramientas para t?cnicas decorativas de orfebrer?a registradas en
la tumba M-U 725. a) Observaci?n en microscop?a ?ptica tras un ataque qu?mico de la muestra del cincel M7. Microestructura dendritica t?pica de vaciado, b) Observaci?n en
MEB. La forma alargada de los poros y de las dendritas, as? como la presencia de numerosas
l?neas de deslizamiento observadas al nivel del filo, indican que el cincel de cobre arsenical
(97.2% Cu y 2.8% As) fue elaborado a partir de un esbozo vaciado en un molde. Se
finaliz? la fabricaci?n martillando la parte activa para darle m?s dureza y resistencia.
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Castillo et al: Ideohgla y poder
en la cuarta fase del PASJM, si bien continuaron con
el estudio de las pr?cticas funerarias y ceremoniales, se centraron en la naturaleza de los pisos de ocupaci?n
y los entierros "informales." Los pisos y capas de
ocupaci?n Mochica Tard?o son f?cilmente distin
guibles de otras ocupaciones por su forma y por los
materiales que incluyen. Una serie de materiales muy
diagn?sticos, como se dijo m?s arriba, caracteriza a
esta ocupaci?n, adem?s de que en ambos extremos
del per?odo, es decir, en las capas estratigr?ficas que
separan el per?odo Mochica Tard?o del Mochica
Medio y del Transicional, encontramos cambios en
la composici?n del relleno. Estas capas son de
naturaleza m?s natural que cultural, es decir, fueron
el resultado de acarreo eolico o pluvial o de depo siciones de materiales org?nicos. Parecer?a que en los
momentos de tr?nsito el sitio no fue ocupado de
manera tan intensa y que el bosque de algarrobos
{Prosopis pallida) y otras especies end?micas se fue
apoderando del ?rea, produciendo capas de relleno
que mezclaron material de acarreo eolico con descom
Figura 35. Capa de Fiesta del ?rea 24. N?tese la el desgaste del piso arquitect?nico mezclado con
elementos constituyen evidencia de una intensa a
posici?n de materiales org?nicos. Ahora bien, estas
interfaces no son homog?neas en el sitio, y muchas
veces est?n entremezcladas con entierros y ocupa ciones menos intensas; en otras palabras, m?s que un
abandono, evidencian una disminuci?n en la inten
sidad de la ocupaci?n. En la interfaz entre el Mochica
Tard?o y el Transicional es donde se pudo confirmar
la presencia de lo que hab?amos venido llamando la
"capa de fiesta" (Castillo 2003; Figura 35). Parecer?a
que esta capa corresponde con un evento terminal,
justo antes del colapso de los Mochicas, en el que se
dejaron semienterradas ollas de tama?o mediano,
seguramente usadas para producir la chicha ritual, con el objetivo de volver a ellas en la pr?xima opor tunidad ceremonial. Si este fue el caso, la presencia tan frecuente de este tipo de materiales podr?a signi ficar que la disminuci?n en la intensidad de uso del
sitio por los Mochica Tard?o fue s?bita y terminante
y que las personas que enterraron las ollas en la "capa de fiesta" nunca pudieron regresar al sitio. Tambi?n
es posible que las ollas enterradas por ciertos grupos
presencia de paicas y ollas abandonadas, as? como una densa capa de sedimento org?nico. Estos
ctividad en el ?rea.
51
?awpa Pacha 29
y, por lo tanto, en ciertos sectores de SJM, no hayan sido reclamadas porque sus propietarios fueron, por
alguna raz?n, excluidos del sitio. Esto ser?a muy
congruente con un estado de guerra end?mica y enfrentamiento entre las poblaciones del valle, escenario que hipot?ticamente hemos postulado para el final del Mochica Tard?o (Castillo, en prensa).
En lo que respecta a los pisos de ocupaci?n, se
ha podido verificar que hubo momentos en los que las actividades ceremoniales se intensificaron, produ ci?ndose muchas m?s alteraciones en los pisos de
ocupaci?n, mientras que en otros la intensidad fue
menor (Figura 36). Parecer?a que la mayor intensidad
est? relacionada con la construcci?n de tumbas y con
rituales funerarios, mientras que en ausencia de
tumbas la actividad fue menor. No todas las tumbas
descubiertas en SJM para el per?odo Mochica Tard?o
fueron de individuos de la ?lite. Con frecuencia se
han encontrado cuerpos dispuestos en tumbas de fosa
muy superficiales, con muy pocas o ninguna asociaci?n. Estos restos, entre los que abundan los
ni?os peque?os y las mujeres, parecen corresponder con individuos de las clases bajas de la sociedad
Mochica. Hemos denominado a estos entierros
"informales" puesto que no se ajustan a los patrones funerarios de las ?lites Mochicas. Un estudio realizado
con una colecci?n de casi cincuenta de estos entierros
ha revelado que su adhesi?n a los criterios de orien
taci?n y posici?n del cuerpo son mucho m?s diversos
que los que encontramos en tumbas de bota (Donley 2004). Los entierros "informales" aparecen en las
capas de relleno adyacentes a los pisos donde se
preparaba y consum?a la chicha. Es de suponer que las personas enterradas en ellos corresponden a las
clases bajas de la sociedad Mochica por sus pobres asociaciones y poca preparaci?n de las tumbas. Dado
que estos entierros no presentaron ning?n caso de
"huesos a la deriva" (Nelson y Castillo 1997), supo nemos que estas personas participaron en las acti
vidades de servicio relacionadas con la preparaci?n de la chicha y que murieron durante las fiestas.
En la cuarta etapa de las excavaciones en SJM hemos dado m?s atenci?n al estudio del per?odo Transicional y en particular a sus pr?cticas funerarias.
Como dijimos antes, el ?nfasis en un per?odo o
aspecto en desmedro de otros es en parte producto
del azar, puesto que simplemente nos "encontramos"
con contextos muy significativos pertenecientes a
dicho per?odo; y en parte producto del dise?o, puesto
que a partir de un hallazgo fortuito, por ejemplo una
tumba Transicional, desarrollamos una estrategia para
poder abarcar otras manifestaciones del mismo
fen?meno. Nuestra intenci?n ?ltima es poder correla
cionar los fen?menos horizontalmente, con otros
contextos de la misma ?poca y, verticalmente, con
fen?menos que son sus antecedentes y consecuentes.
A partir del 2002 enfatizamos las exploraciones de la zona norte de la "Cancha de F?tbol," en un
?rea que previamente hab?a recibido poca atenci?n
del programa (Figura 3). En esta zona excavamos una
serie de ?reas que contuvieron evidencia notable de
las pr?cticas funerarias Transicionales, particular mente tumbas de c?mara de diversa forma y contenido (Figura 37). Estratigr?ficamente las tumbas
aparec?an en dos capas superpuestas. En la capa su
perior aparecieron tumbas peque?as de c?mara, de
forma cuadrada muy semejantes unas a las otras. En
la capa inferior encontramos c?maras m?s grandes y de formas m?s diversas con asociaciones singu larmente ricas. Hemos optado por considerar estas
diferencias estratigr?ficas y su correlaci?n con dife
rentes tipos de tumbas, como suficientemente signifi cativas como para confirmar la divisi?n del per?odo Transicional en dos momentos que llamamos las fases
A y (Figura 4). As?, el Transicional B, la fase tard?a, se asocia con tumbas peque?as y cuadradas, que inusualmente fueron en su mayor?a saqueadas o al
teradas en la antig?edad y en las que abunda la
cer?mica de estilo Cajamarca (Bernuy y Bernal 2008;
Figura 38). En este estilo lo t?pico son platos y cuencos, de base anular o tr?pode, con engobe y/o elaborados ?ntegramente con caol?n y decorados con
pintura de l?nea fina de motivos abstractos (Figura 21). En el Transicional A, la fase m?s temprana, las
tumbas tienen formas menos similares entre s?, con
un rango de tama?o que va desde c?maras de siete
por siete metros, con nichos en las paredes y sub
divisiones internas (Tumba M-U 1242; Figura 39), hasta c?maras cuadradas de cinco por cinco metros,
sin nichos y con m?ltiples individuos y reocupaciones (Tumba M-U 615). Las tumbas de la fase Transicional
A, quiz? por su proximidad temporal con el per?odo
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Castillo et al: Ideobg?ay poder
Area 26, Capa 8
Area 26, Capa 10
Figura 36. Capas 8 y 10 del ?rea 26. Se observa y compara la intensidad de la ocupaci?n y las caracter?sticas arqueol?gicas de las superficies de uso de la primera capa Mochica Tard?o
(Capa 8) y la ?ltima capa del per?odo Mochica Medio (Capa 10).
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?awpa Pacha 29
Figura 37. Plano del sector norte de la "Cancha de F?tbol" de SJM donde se observa la concentraci?n de tumbas de c?mara del per?odo Transicional junto a otras tumbas de fosa asociadas al mismo per?odo.
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Castillo et al: Ideobg?a y poder
Figura 38. C?mara Transicional Tard?o M-U 1217. N?tese los cr?neos humanos, los fragmentos de cer?mica y las
grandes lajas de piedra disturbadas al interior del recinto.
Mochica Tard?o, contienen m?s objetos verdadera
mente de tr?nsito, es decir, que combinan rasgos claramente Mochicas con caracter?sticas propias de
la cer?mica de los per?odos que se desarrollaron
subsecuentemente. Adem?s, aparecen otros artefactos
de tradici?n Mochica como crisoles, adornos de metal
y piruros, as? como cer?mica de estilo Cajamarca,
aunque en menor proporci?n que en la fase siguiente
(Bernuy y Bernal 2008). La diferenciaci?n del per?odo Transicional en
dos fases se ha confirmado estratigr?ficamente en una
serie de zonas del sitio. En algunas de las unidades
excavadas la presencia del per?odo Transicional fue
m?s bien leve y consisti? de superposiciones de pisos
muy desgastados. Cabr?a la posibilidad de que en la
zona norte se haya dado una ocupaci?n m?s intensa, o que se haya definido una suerte de recinto funerario,
donde la intensificaci?n de la ocupaci?n determin?
que pudi?ramos distinguir fases y no s?lo capas. La
idea de un recinto se sustenta en el hecho de que hemos encontrado el ?rea parcialmente circundada
por un muro s?lido de metro y medio de alto. Este
muro definir?a un espacio cuadrangular al interior
del cual se ubic? la mayor?a de las tumbas que describiremos a continuaci?n (Figura 40).
Durante la fase Transicional las tumbas caracte
r?sticas son c?maras peque?as, de aproximadamente dos por dos metros, con accesos ubicados general mente en la pared norte (Figura 41). La construcci?n
de las c?maras presenta marcadas diferencias, ya que en algunos casos las paredes estaban enlucidas,
mientras que en otros hab?an sido dejadas pr?cti camente sin tratamiento; en unas el piso era plano,
compuesto por una gruesa capa de barro fino, y en
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?awpa Pacha 29
Figura 39. Tumba de c?mara Transicional Temprano M-U 1242, la c?mara funeraria m?s grande excavada en SJM. N?tese la entrada alargada orientada al suroeste que conecta con el anexo interior. La antec?mara contiene la mayor?a
de ofrendas cer?micas e individuos sacrificados, mientras que en la c?mara se hall? el ata?d principal enchapado con
placas de cobre pero que sin embargo estaba vac?o.
otras era irregular y presentaba alineamientos de ado
bes sueltos. En todos los casos parece que estas tumbas
fueron semisubterr?neas, que estuvieron techadas y
que el ingreso a ellas se hac?a por un acceso en el
muro norte. Lo que resulta enigm?tico de estas
tumbas es que sus contenidos est?n mezclados e
incompletos, sus restos humanos est?n desarticulados
y alterados en sus posiciones, y que muchos objetos
y fragmentos han desaparecido de las tumbas. En
consecuencia, resulta muy importante tratar de
reconstruir y entender los sucesos que llevaron a las
tumbas Transicionales al estado en que las en
contramos. A?n cuando algunas de las c?maras han
aparecido completamente vac?as, dos parecen ser los
tipos de contenidos: a) las que contienen entierros
secundarios de huesos sueltos y ofrendas mayo
ritariamente fragmentadas, y b) las que contienen
restos ?seos humanos que claramente fueron pri marios y estuvieron articulados, pero que al momento
de hallarlas hab?an sido alteradas, not?ndose la falta
de numerosos huesos y la aparici?n de ofrendas rotas
y desperdigadas tanto dentro de las c?maras como
fuera de ellas. El primer caso es inusual para la costa,
a?n cuando en los complejos arqueol?gicos de Huaca
de la Luna y El Brujo se han encontrado evidencias
irrefutables de entierros donde parecer?a que los
huesos y las ofrendas hubieran sido extra?dos de
alguna tumba importante y llevados all? en sacos, con
la tierra que tuvieron asociados, para ser reenterrados
(Franco et al. 2001; Uceda 1997). Las c?maras
Transicionales del primer tipo son ejemplos de este
tratamiento y sus ocupantes provendr?an de lugares
56
Castillo et al: Ideologia y poder
Figura 40. Lado sur del muro perimetral que encierra la concentraci?n de tumbas Transicionales del sector norte de la "Cancha de F?tbol" de SJM, registrado en el ?rea 27.
alejados. En el estudio de este tipo de c?maras se
document? que los individuos estaban incompletos, que abundan los huesos largos y los cr?neos, mientras
que los huesos peque?os, sobre todo dedos, costillas
y v?rtebras, aparecieron en n?meros mucho m?s
bajos. Esta carencia de huesos peque?os nos hace
suponer que cuando los restos humanos fueron reti
rados de sus entierros primarios, se extrajeron s?lo
los huesos m?s grandes, dejando los peque?os en el
lugar. Si bien los entierros secundarios son mino
ritarios en la costa, la pr?ctica de los "huesos a la
deriva" es muy frecuente en los entierros Mochicas
(Nelson y Castillo 1997; Verano 2001). En esta
pr?ctica los restos ?seos de individuos Mochicas
aparecen fuera de su posici?n anat?mica debido a
que los cad?veres se trasladaban cuando ya su descom
posici?n estaba muy avanzada. El lugar donde mor?a
un individuo y el lugar en que era enterrado pod?an estar muy alejados y tambi?n pod?a transcurrir mucho
tiempo entre una situaci?n y otra. Ambas pr?cticas funerarias parecer?an haber estado ligadas con cultos
a los ancestros que habr?an requerido el traslado de
los restos de los mismos y su localizaci?n en SJM. El segundo tipo de tumbas de c?mara de la fase
Transicional B, las que aparecen alteradas y en
desorden, es a?n m?s inusual por las condiciones en
las que encontramos los artefactos y restos humanos.
La condici?n inusual es que fueron abiertas y alteradas
en alg?n momento entre el final del per?odo Tran
sicional y la ocupaci?n Lambayeque. Ubicarlas para alterarlas no debe haber sido una tarea dif?cil en
tonces, puesto que por su car?cter semisubterr?neo
deben haber sido bastante conspicuas. Dentro de ellas
lo que encontramos son restos humanos alterados,
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?awpa Pacha 29
Figura 41. C?mara Transicional Tard?o M-U 1311. N?tese el grado de alteraci?n de los restos humanos y las vasijas al interior de la c?mara.
movidos de lugar y muchas veces desmembrados. Las
asociaciones, mayoritariamente huesos de cam?lidos
y cer?mica, aparecieron alterados, rotos y en desorden,
dentro y fuera de las c?maras, a veces a varios metros
de la entrada. En el caso de las ofrendas parece no
faltar nada, al menos nada notorio. Estas tumbas
contuvieron muy pocos artefactos de metal, que apa recen fraccionados. En suma, las tumbas de c?mara
de este tipo parecen haber sido alteradas, desacra
lizadas y desfiguradas intencionalmente, lo que nos
lleva a plantearnos el porqu? de esta pr?ctica. La sustracci?n de elementos o restos no parece
haber sido el m?vil de la alteraci?n. Para explicar este inusual fen?meno pareciera necesario pregun tarnos acerca la construcci?n de las relaciones entre
los individuos y los territorios, en las formas de
generar la estructuraci?n del mundo, en su apro
piaci?n y en la legitimaci?n de derechos de propiedad a partir de ritos de ancestralidad. La alteraci?n de
estos contextos habr?a tenido el efecto inverso al de
los entierros secundarios, puesto que en este caso se
destru?an y se alteraban las tumbas seguramente para desmontar la legitimidad y la propiedad del territorio
que habr?a sido simb?licamente construida con los
contextos funerarios trasplantados. Es interesante
anotar que las dos variedades de tumbas de c?mara
del Transicional contienen frecuentemente mate
riales for?neos, particularmente cer?mica de estilo
Cajamarca y Vi?aque (Figuras 21 y 22). Sobre este
tipo de cer?mica se ha documentado el mayor n?mero
de marcas postcocci?n, pr?ctica muy inusual y que a
todas luces identifica al propietario y no al productor,
ya que aparece la misma marca sobre piezas de alfares
totalmente distintos (Figura 42). Todo esto nos hace
58
Castillo et al: Ideologia y poder
sospechar un posible origen serrano de las personas enterradas en las c?maras. Para una comunidad mi
grante, la afirmaci?n de legitimidad a partir de un
"traslado de ancestros" y de la implantaci?n de una
"comunidad funeraria" habr?a sido una estrategia coherente. Asimismo, para quien hubiera tratado de
erradicarlos del lugar, destruir los s?mbolos de su
legitimidad habr?a sido igualmente coherente.
Un ejemplo alternativo de tratamiento funerario
complejo durante la fase Transicional es la tumba
de fosa m?ltiple M-U 1221 (Rengifo 2004; Rengifo y Barrag?n 2005). Se trata de una tumba de fosa pro funda en la que se identificaron los cuerpos de seis
personas, asociadas con cr?neos humanos, ceramios,
piruros y artefactos en miniatura, en hueso, metal y
piedra (Figura 43). Lo que resulta peculiar de esta
tumba es la complejidad de la secuencia de enterra
miento de los siete ocupantes (Figura 44). Primero,
sobre una matriz recortada en un piso Mochica, se
colocaron dos mujeres, una al lado de la otra orientadas
hacia el suroeste; luego se depositaron, sobre las
anteriores, otros tres individuos, un hombre, una
mujer y un ni?o; finalmente, se coloc? sobre los restos
anteriores a un hombre adulto. Todo parece indicar
que entre cada deposici?n transcurri? un lapso de
tiempo prolongado, suficiente como para que los
?nicos restos fueran huesos. Adicionalmente, el
hombre adulto recibi? como ofrenda ocho cr?neos
humanos que se dispusieron alrededor de su cuerpo
y en el relleno de la tumba. De estos, s?lo uno
presentaba v?rtebras cervicales lo que hace presumir
que los otros fueron posiblemente extra?dos de otras
tumbas. Las asociaciones cer?micas son del mismo
tipo que las que aparecieron en las c?maras peque?as,
predominando la cer?mica de estilo Cajamarca y las
botellas negras t?picamente Transicionales. Adem?s,
apareci? una gran cantidad de piruros, restos mala
col?gicos, l?ticos, artefactos de metal y una concen
traci?n de limonita. Un estudio cuidadoso de estos
artefactos revela que en su conjunto ellos pudieron
Figura 42. Fragmentos de cer?mica con marcas post-cocci?n asociados al per?odo Transicional
y excavados en SJM.
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?awpa Pacha 29
Figura 43. Tumba Transicional M-U 1221, perteneciente a posibles Chamanas enterradas con varios de los artefactos
que habr?an usado en sus rituales. N?tese que adem?s de los 7 individuos enterrados, se adicionaron 8 cr?neos humanos como ofrendas.
tener una funci?n ritual asociada a actividades de
curander?a o chamanismo. Esta pudo ser la tumba
de uno o varios curanderos o curanderas que fueron
enterrados a lo largo de un extenso per?odo de tiempo. Cabe se?alar que la mayor?a de artefactos de posible uso cham?nico estuvo asociado con una mujer adulta
que fue la primera ocupante de la tumba. La tumba
M-U 1221 es inusualmente rica para ser una tumba
de fosa, pero su singularidad tambi?n reside en la
distribuci?n de algunos de sus elementos. Dos
aspectos singulares fueron el uso de algunos huesos
largos extra?dos de las primeras ocupantes y que fueron usados para crear un lecho sobre el que repos? el hombre adulto del ?ltimo evento funerario. As?
tambi?n se hall? una flauta de arcilla insertada en la
zona p?bica de una de las mujeres del segundo grupo.
Ambas pr?cticas no tienen antecedente en el registro
arqueol?gico de la costa norte.
Las modalidades funerarias propias de la fase
Transicional A son muy diferentes a las tumbas de la
fase Transicional B, seguramente porque se derivan
de procesos culturales y sociales donde el peso de la
entonces fenecida tradici?n Mochica y el reco
nocimiento o distanciamiento de ella parecen ser
fundamentales. Corresponde a este per?odo la tumba
M-U 615, discutida anteriormente, en la que en
contramos un patr?n funerario en el que m?ltiples individuos fueron enterrados en la misma c?mara a
trav?s de un proceso continuo de deposici?n (Ruca bado 2006, 2008). Algunas tumbas de fosa, simples en su contenido y disposici?n, tambi?n corresponden a la fase Transicional A, a?n cuando resulta dif?cil
60
Castillo et al: Ideolog?a y poder
Figura 44. Secuencia de deposici?n de la tumba M-U 1221 a partir de los dibujos de planta de cada uno de los niveles excavados.
61
?awpa Pacha 29
diferenciarlas de las que corresponden a la siguiente fase. Dos tumbas de c?mara excavadas en las
temporadas 2002 y 2004, las tumbas M-U 1045 y M-U 1242 respectivamente, destacan por su riqueza
y porque, a trav?s del estudio de sus formas y contenidos y del ritual que llev? a su elaboraci?n,
podemos advertir las caracter?sticas esenciales de esta
?poca de cambios fundamentales en la historia del
valle de Jequetepeque. La tumba M-U 1045 es uno de los contextos
funerarios m?s ricos y complejos excavados en San
Jos? de Moro (Figuras 45 y 46). Por su ubicaci?n
temporal, su forma, contenido y organizaci?n, esta
c?mara funeraria es una suerte de eslab?n entre las
tumbas de c?mara Mochicas Tard?as y las tumbas de
c?mara Transicionales. La c?mara M-U 1045 tiene
una planta rectangular, con banquetas laterales y un
acceso abierto en la pared norte, as? como cuatro
columnas que sosten?an un techo compuesto por vigas
y viguetas. En las paredes tiene nichos que contu
vieron gran cantidad y diversidad de asociaciones,
incluyendo maquetas, cer?mica de diversos estilos y
or?genes, huesos de cam?lidos, crisoles y artefactos
de uso ritual. Como sucedi? en el caso de las c?maras
Mochicas, algunos nichos aparecieron vac?os y no es
posible determinar si originalmente contuvieron ar
tefactos fabricados con materiales org?nicos, como
madera o textiles, que no han sobrevivido. La c?mara
parece haber sido construida para albergar los restos
de tres ocupantes principales, dos mujeres y un ni?o,
que se encontraron en ata?des dispuestos sobre el
piso. Adem?s de estos, aparecieron asociados, a ma
nera de ofrendas, dos hombres j?venes extendidos y orientados de la misma manera que los individuos
principales. Sobre las dem?s asociaciones, a manera
de ?ltimo aporte a la tumba, se coloc? un envoltorio
cuadrangular dentro del cual se hallaron cuatro ni?os
peque?os y las piernas de tres individuos adultos.
Formalmente, es decir, si s?lo consideramos su
estructura, la tumba M-U 1045 es muy semejante a
las c?maras Mochicas de las Sacerdotisas, excepto por el acceso y los nichos de la pared norte. Las dimen
Figura 45. Tumba de C?mara Transicional Temprano M-U 1045. N?tese la gran cantidad de cer?mica dispuesta en los nichos, sobre el piso y alrededor de los individuos principales colocados al centro de la tumba.
62
Castillo et ai: Ideobg?a y poder
Figura 46. Tumba M-U 1045, dibujo de planta.
siones, la division en una antec?mara y la c?mara
misma, el hecho de que haya tenido cuatro grandes columnas, la ubicaci?n y orientaci?n de los individuos
principales, la distribuci?n y organizaci?n de la
cer?mica (alrededor de 300 piezas) son factores que se?alan una serie de continuidades con el patr?n funerario de ?lite Mochica Tard?o. Estas semejanzas contrastan con las marcadas diferencias en el tipo y decoraci?n de la cer?mica. En esta tumba se encontr?
una numerosa colecci?n de cer?mica Cajamarca,
incluyendo platos, cuencos, cucharitas y c?ntaros
(Figura 47). En muchos casos encontramos dos
ejemplos casi id?nticos de cada pieza de cer?mica
Cajamarca, as? como marcas post-cocci?n con dise?os
complejos, que incluyen la panoplia emblem?tica
para San Jos? de Moro (Figura 48). Las piezas
duplicadas y las marcas post-cocci?n, caracter?sticas
de la cer?mica Cajamarca ya antes mencionada,
63
?awpa Pacha 29
Figura 48. Tumba M-U 1045. Vasija retrato con una marca post cocci?n, el dise?o corresponde a la panoplia de SJM.
64
Castillo et al: Ideohgla y poder
tambi?n se dieron en ceramios de otros tipos y
or?genes. La tumba M-U 1045 se ubica no s?lo
temporalmente en el tr?nsito que ocurre al final del
per?odo Mochica, sino que conceptualmente re?ne
rasgos de las dos tradiciones, adiciona una fuerte
influencia externa y sintetiza estas tradiciones dando
lugar a la peculiar identidad del per?odo Transicional.
Finalmente, cabe se?alar que si se pudiera reconocer
alguna identidad o funci?n de parte de los ocupantes,
mayoritariamente femeninos, es que se asocian a
artefactos de uso en actividades de curanderismo y
brujer?a. Esta atribuci?n, frecuente en tumbas com
plejas de San Jos? de Moro, es quiz? el elemento de
continuidad entre una ?poca y otra. En los albores
del per?odo Transicional, San Jos? de Moro sigui? siendo un centro ceremonial y de pr?cticas cham?
nicas independientemente de que en ese momento
no pareciera haber cristalizado una identidad cultural
singular o que una sociedad o grupo estuviera a cargo. El segundo contexto funerario notable de la fase
Transicional A es la tumba de c?mara M-U 1242
(Del Carpio y Delibes 2004; Figura 39). La c?mara tiene una planta rectangular de siete por siete metros,
lo que la convierte en la tumba m?s grande excavada
en San Jos? de Moro, definida por un muro de ado
bes con nichos amplios y bajos y estuvo dividida
longitudinalmente en dos partes con la "c?mara" y "antec?mara" funeraria en el lado este y el "anexo" en
la lado oeste. El acceso a la c?mara se hac?a por una
rampa ubicada al suroeste, que conduc?a a una
apertura en la pared sur. Dada la amplitud de la
c?mara el techo necesit? nueve columnas de madera
y un intricado sistema de vigas y viguetas. La c?mara
funeraria conten?a los restos de un ata?d rectangu
lar, originalmente hecho de madera enchapado con
placas de metal recortadas en forma de olas y escaleras.
Otras placas ten?an un intricado dise?o calado donde
se pod?a ver a una mujer ataviada con una falda y con el pelo trenzado, adornada con un tocado com
puesto por dos plumas de bordes aserrados, que lleva
una copa en la mano (Fraresso 2007; Vallet 2007;
Figura 49). Esta representaci?n corresponde exacta
mente con las im?genes cl?sicas de la Sacerdotisa
Mochica (Donnan y Castillo 1992). El ata?d, sin
embargo, estaba vac?o; su ocupante original hab?a
sido extra?do y su tapa, ornamentada con las placas en forma de la silueta de la Sacerdotisa, apareci?
apoyada contra la pared de la c?mara. La alteraci?n
de esta tumba, si bien no tan radical como la que encontramos en las tumbas de c?mara de la fase
Transicional B, indica un comportamiento que se
generalizar?a despu?s con la alteraci?n sistem?tica de
Figura 49. Tumba M-U 1242. Placa de cobre recortada que presenta el dise?o de la Sacerdotisa de Moro sosteniendo una copa, representaci?n que originalmente aparece en la cer?mica de l?nea fina del per?odo Mochica Tard?o.
65
?awpa Pacha 29
todos los contextos funerarios. ?Se escaparon de esta
destrucci?n las tumbas de c?mara de la fase Tran
sicional A porque no eran visibles, o la destrucci?n
no estuvo dirigida contra ellas?
A los pies de la c?mara y en un nivel un tanto
m?s bajo encontramos m?s de 10 individuos sentados
y echados sobre el piso y una concentraci?n de
cer?mica de diversos tipos y formas, en las que platos de estilo Cajamarca son las formas m?s frecuentes
(Figura 21). Todas estas evidencias defin?an un con
junto al que denominamos la "antec?mara" funeraria.
En esta secci?n de la tumba tambi?n encontramos
evidencias de alteraci?n intencional en la distribuci?n
de los artefactos, pero en este caso hab?a adem?s
evidencia de que agua y barro hab?an penetrado en
la tumba, alterando la posici?n de los restos ?seos y la cer?mica. Ambas alteraciones, la intencional y la
natural, parecen haber ocurrido algunos a?os despu?s de que la tumba fue clausurada. Asimismo, no hay razones para suponer que la sustracci?n del ocupante del ata?d no ocurri? a la vez que se alter? la "an
tec?mara."
La ?ltima secci?n, el "anexo," ocupaba la mitad
oeste de la tumba. En el "anexo" la mayor?a de las
asociaciones se encontr? en los nichos donde hallamos
grandes cantidades de botellas y platos de cer?mica,
crisoles, maquetas muy incompletas y restos de
cam?lidos. El aspecto m?s interesante de la dis
tribuci?n de los objetos hallados en los nichos de las
paredes norte y oeste del "anexo" fue que cada uno
de ellos contuvo vasijas de cer?mica de diferentes
estilos. En uno de los nichos aparecieron piezas de
clara inspiraci?n Mochica, pero con un tratamiento
menos acabado (estilo "Post Mochica," Figura 50). En el segundo encontramos dos botellas negras de
doble pico y puente decoradas con sapos modelados
y un personaje con tocado de cuatro cuernos (estilo "Proto Lambayeque," Figura 51). En el tercer nicho
encontramos una maqueta de arcilla cruda y una
concentraci?n de platos de estilo Cajamarca (Figura
52). Finalmente, delante de uno de los nichos, en el
relleno sobre el piso, apareci? una concentraci?n de
tres vasos de estilo Wari Vi?aque (Figura 53). Estas
tres magn?ficas piezas se suman a dos botellas
encontradas en la antec?mara que, en conjunto,
representan uno de los hallazgos m?s notables de
Figura 50. Tumba M-U 1242. Ejemplares de cer?mica post Mochica registrada como parte de las ofrendas cer?micas de la c?mara.
66
_Casti?o et al: Ideohg?a y poder _
Figura 51. Tumba M-U 1242. Colecci?n de cer?mica proto Lambayeque hallada en uno de los nichos de la c?mara.
Figura 52. Tumba M-U 1242. Colecci?n de platos Cajamarca hallada en uno de los nichos de la c?mara.
67
?awpa Pacha 29
Figura 53. Tumba M-U1242, nicho con cer?mica Wari Vi?aque al momento de su excavaci?n.
cer?mica Wari en la costa norte del Per? (Figura 54).
Estas piezas fueron fabricadas originalmente en alg?n
lugar del sur del Per? y transportadas a San Jos? de
Moro para acabar su recorrido en uno de los nichos
de la tumba M-U 1242. La excavaci?n de la tumba
M-U 1242 hasta ahora nos va revelando una gran continuidad de algunos rasgos Mochicas, como la
presencia de la imagen de la Sacerdotisa, pero en el
contexto de una composici?n muy cosmopolita que se refleja en los estilos cer?micos presentes. Estos
deben ser el reflejo de la compleja situaci?n pol?tica
y cultural que defini? al per?odo Transicional du
rante su fase A.
Adem?s de las excavaciones de contextos Mo
chicas y Transicionales, durante la cuarta fase del
proyecto se ha excavado una gran cantidad de
contextos perteneciente a la ocupaci?n Lambayeque
(Bernuy 2008; Nelson et al. 2000). Como se dijo antes, la presencia de la tradici?n Lambayeque en
SJM no se expresa en monumentos o edificios y es
un tanto dif?cil definir si alguno de los pisos excavados
corresponder?a con la llegada de esta tradici?n. Nos
inclinamos a pensar que la ocupaci?n Lambayeque
corresponde al inicio de la decadencia de SJM, cuando declina el sitio como centro ceremonial re
gional en beneficio de Pacatnam?, pero conservando
a?n un cierto prestigio y, consecuentemente,
recibiendo a?n entierros de cierta importancia. Se
trat?, por tanto, de una ocupaci?n menos intensa y
mayoritariamente compuesta por contextos fu
nerarios intrusivos. Las tumbas Lambayeque pare cer?an corresponder a dos tipos en base a los objetos
que contienen: a) las que presentan cer?mica Lamba
yeque cl?sica, muy semejante a la encontrada en Bat?n
Grande (Shimada 1995; Figuras 55 y 56) y b) las
que, aunque semejantes, no corresponden con el pa tr?n cl?sico, ni presentan las formas usuales como el
"Huaco Rey" o las botellas de base pedestal (Nelson et al. 2000; Figura 57). Nos inclinamos a pensar que las diferencias entre estas dos variedades funerarias
se deben a su ubicaci?n cronol?gica. Las tumbas que no corresponden al patr?n cl?sico parecen ser m?s
antiguas y en ellas la tradici?n Lambayeque Temprana se habr?an originado como una evoluci?n del Tran
sicional (Nelson et al. 2000). La segunda variedad,
m?s apegada a la norma Lambayeque, ser?a m?s mo
68
Figura 54. Tumba M-U1242, colecci?n cer?mica de influencia Wari registrada en esta c?mara funeraria.
derna y en estas tumbas podr?amos ver c?mo se
impone sobre el valle de Jequetepeque el control de
un estado expansivo for?neo. Esta divisi?n es tentativa
puesto que no podemos descartar que ambos tipos sean contempor?neos, expresando entonces diferentes
identidades, m?s o menos afines a la "civilizaci?n"
Lambayeque (Shimada et al. 2004). Recientemente,
sin embargo, esta concepci?n del fen?meno Lam
bayeque como intrusivo ha cambiado un tanto, ya
que hemos hallado una estructura de grandes
proporciones, que podr?a haber sido un palacio o
residencia de ?lite, en la zona sur de la "Cancha de
F?tbol." Esta estructura incluye pisos gruesos y
pulidos, paredes enlucidas y pintadas con dise?os
pol?cromos y una demarcaci?n de zonas de acti
vidades de almacenamiento y preparaci?n de
alimentos (Prieto y L?pez 2007; Figuras 58 y 59). A?n cuando est? todav?a en estudio, la presencia de
esta estructura nos revelar?a que la presencia Lam
bayeque pudo haber sido m?s intensa de lo que
esper?bamos. Finalmente, la ocupaci?n Chim? se ha loca
lizado ?nicamente en las zonas altas de las huacas
que rodean la "Cancha de F?tbol." Durante las
primeras temporadas (1991 y 1992) se perfilaron algunos pozos de huaqueros para determinar la
secuencia estratigr?fica de los mont?culos de SJM. En la parte superior de estos cortes estratigr?ficos se
document? una importante presencia de materiales
Chim? as? como algunos entierros. Posteriormente, en la temporada de campo del a?o 2000 se hizo una
trinchera en un mont?culo anexo a la Huaca Alta,
logr?ndose definir en las capas superiores una densa
estratigraf?a de capas dom?sticas de filiaci?n Chim?, en las que predominaba basura org?nica y utensilios
para la preparaci?n de alimentos. A partir del a?o 2004
69
?awpa Pacha 29
Figura 55. Tumba Lambayeque M-U 1209, un cl?sico ejemplo de esta tradici?n, con el individuo en posici?n flexionada y con una botella tipo "Huaco Rey."
se continuaron las excavaciones en este mont?culo, esta vez por medio de una gran ?rea de excavaci?n
(?rea 35) que ha llegado a tener m?s de 20 por 30 metros de extensi?n (Figura 60). El mont?culo tiene
una planta cuadrangular orientada al noreste en la
que se superponen 13 capas ocupacionales asociadas
al per?odo Chim?. Todas la capas de ocupaci?n pa recen corresponder a un centro especializado en la
producci?n de chicha, el cual contaba con ?reas
espec?ficas para cada fase de la producci?n (?reas de
preparaci?n, de maceramiento-expendio y de alma
cenamiento) (Prieto 2004; Prieto y Lena 2005;
Figuras 61 y 62). Aunque no es extra?a la producci?n de chicha en San Jos? de Moro, especialmente du
rante el per?odo Mochica Tard?o, ?sta siempre estuvo
asociada a ceremonias funerarias y actividades cere
moniales de car?cter regional (Castillo 2003). Durante
el per?odo Chim? la producci?n de chicha parece haber continuado en gran escala, a?n cuando SJM
ya no funcionaba como un cementerio ni como un
centro ceremonial de escala regional. Una posible explicaci?n del car?cter de este sector
del sitio se deriva de la lectura de los datos etnohis
t?ricos producidos durante los primeros a?os de la
conquista en el valle de Jequetepeque. En ellos se
menciona que los primeros espa?oles que llegaron a
esta regi?n observaron varias tabernas^ es decir, espacios destinados a la producci?n y distribuci?n de chicha
que, seg?n Ram?rez (2002), fueron centros de produc ci?n especializados, manejados y controlados por los
curacas o se?ores locales de los pueblos para pro veerse de ella y "pagar" as? sus deberes de reciprocidad
y redistribuci?n (Ram?rez 2002). Durante el per?odo Chim? SJM habr?a sido uno de los lugares en los
70
Casti?o et al: Ideobg?ay poder
Lambayeque Temprano
Figura 56. Secuencia de botellas tipo "Huaco Rey" procedentes de contextos funerarios excavados en SJM.
que se produc?a chicha en cantidades suficientemente
grandes como asegurar un suministro confiable. La
chicha, en el contexto de las interacciones establecidas
por el estado Chim?, debi? funcionar no s?lo como
medio de pago ritual, o como elemento de activaci?n
ceremonial, sino como agente de integraci?n social,
fundamental para establecer las alianzas estrat?gicas a partir de relaciones de parentesco (Castillo 2001,
2003). La proximidad entre SJM y el centro ad
ministrativo Chim? del Algarrobal del Moro (Mackey 1997) permitir?a inferir que existi? una relaci?n
funcional entre los dos sitios, siendo el primero el
espacio productivo y el segundo la sede administrativa
desde donde la ?lite Chim? debi? ejercer el poder.
La comparaci?n de los materiales asociados a ambos
ha permitido definir que son contempor?neos. Los
datos recuperados en el ?rea 35 no nos permiten establecer alg?n tipo de actividad dom?stica o de
habitaci?n, por lo que queda descartada alguna funci?n residencial. Con respecto al destino del
brebaje, dado que nuestros c?lculos nos permiten inferir que se produc?a continuamente m?s de 1000
litros de chicha (Prieto 2006), podemos inferir que ?sta fue utilizada en ceremonias de escala estatal, en
fiestas comunales y, seguramente, en ceremonias de
culto a los ancestros que hipot?ticamente se habr?an
realizado en las plazas del centro administrativo del
Algarrobal del Moro. El hecho que una bebida apa
71
?awpa Pacha 29
Figura 57. Tumba Lambayeque M-U 508, se observa al individuo principal en posici?n flexionada con un tumi sobre sus manos, as? como algunas vasijas registradas
como parte de
este contexto.
rentemente de consumo cotidiano (Camino 1987) fuera producida en centros especializados controlados
por el aparato estatal y al mismo tiempo fuera
consumida bajo condiciones especiales, cargadas de
un profundo simbolismo, le otorga un valor agregado
que el estado pudo manejar como parte del control
de ciertos bienes en su af?n por ostentar y mantener
la legitimidad y el orden impuesto (Baines y Yoffee 1998). Al parecer, durante el per?odo Chim?, esta
estrategia fue parte de una compleja red de abaste
cimiento de productos claves como, por ejemplo, la
cer?mica fina, los textiles, los objetos de metal, etc.,
los cuales fueron controlados por el estado y consu
midos en situaciones especiales. Por el momento nos falta definir cu?l fue el
sistema de aprovisionamiento utilizado para obtener
las materias primas y las vasijas necesarias para la
producci?n. El descubrimiento de hornos para hacer
paicas en el sitio de Farf?n (Mackey 2005) indicar?a
que el mismo estado fue el encargado de fabricar y distribuir los utensilios necesarios para la producci?n de chicha, logrando al mismo tiempo la estandari
zaci?n en las medidas de almacenamiento (Prieto
2006). En asociaci?n con las vasijas de preparaci?n y maceraci?n de chicha se ha hallado una vasta cantidad
de utensilios de madera y textiles, as? como restos
vegetales en muy buen estado de conservaci?n que, en conjunto, habr?an sido parte del mismo proceso
productivo. Si bien es cierto SJM no fue m?s un centro ce
72
Castillo et al: Ideobglay poder
Figura 58. Residencia de ?lite Lambayeque excavada en la Unidad 35 de SJM. La vista corresponde a la parte centrai,
posiblemente la cocina y ?rea domestica de la residencia.
Figura 59. Mural pol?cromo que decoraba una de las paredes del sector norte de la residencia de ?lite Lambayeque, que habr?a correspondido con el ?rea p?blica de este conjunto.
73
?awpa Pacha 29
Figura 60. ?rea 35, Capa 7, correspondiente a la ocupaci?n Chim? Tard?o de SJM.
remonial de escala regional, no estuvo excluido de la
vida pol?tica, productiva y ceremonial del valle.
Probablemente la construcci?n del centro adminis
trativo del Algarrobal del Moro y del centro de
producci?n de chicha indicar?a que el prestigio del
sitio no se perdi? y que, por el contrario, los nuevos
grupos que ostentaron el poder reconocieron el peso de su rica historia ocupacional, la cual debi? seguir
vigente por muchos a?os m?s en la memoria colectiva
de los pobladores del valle de Jequetepeque.
Conclusiones y Direcciones
Luego de 15 a?os de trabajos en San Jos? de Moro las preguntas que nos hacen con m?s frecuencia son
si continuaremos los trabajos en el sitio y por cu?nto
tiempo. Si bien no se concibi? as? en su inicio, el
PASJM se ha convertido en un programa regional de
investigaci?n, de largo plazo y de car?cter multi
disciplinario. En principio, el centro de la investi
gaci?n es el sitio, pero a partir de ?l y de las proble m?ticas que se desprenden de su investigaci?n nos
hemos visto obligados a abarcar otras zonas del valle
de Jequetepeque e incluso Pampa Grande en el valle
de Chancay. Adem?s, hemos estado en continuo
di?logo con otras investigaciones de larga duraci?n,
particularmente los proyectos Sip?n, Huaca de la
Luna, El Brujo y Dos Cabezas, con quienes hemos
compartido recursos, datos e ideas, en un di?logo de
provecho para todos. Concordamos con otros colegas en que una investigaci?n arqueol?gica debe proponer una dimensi?n regional de an?lisis, pero ?sta no debe
excluir el que se enfatice el estudio intensivo de sitios
claves, ni creemos que cada programa de investigaci?n deba cubrir toda una regi?n. El grado de desarrollo
de la arqueolog?a de la costa norte nos obliga a com
plementar nuestras estrategias y a comparar nuestros
hallazgos y sus interpretaciones con los de otros pro
gramas, no por razones altruistas, sino para cumplir con los objetivos que nos trazamos.
Como dijimos en la introducci?n, un com
74
Casti?o et al: Ideologia y poder
Figura 61. Area 35, Capa 13, correspondiente con un ?rea de producci?n masiva de chicha durante el per?odo Chim?.
promiso de muchos a?os en un sitio reviste ciertos
riesgos y ventajas. Los riesgos m?s evidentes son que se relativice el desarrollo de una regi?n a partir de los
hallazgos de sitios excepcionales, que, como SJM y
Pampa Grande, pueden ser peculiares en su natu
raleza. Somos concientes de que muchos de los
contextos hallados en San Jos? de Moro, como la
cer?mica Wari o Caj amarca, o las tumbas Transi
cionales de c?mara, son muy singulares y no parecen
repetirse fuera del sitio. Otros aspectos, como la
secuencia ocupacional y su correlato en la secuencia
de evoluci?n de la cer?mica, no deber?an tener este
car?cter singular ya que deber?an describir con
precisi?n lo que sucedi? en la regi?n. Disparidades en las secuencias de ocupaci?n o evoluci?n, es decir, el que la misma secuencia de per?odo y fases no se
encuentre en otros sitios de la misma regi?n, plantea situaciones inesperadas que deber?n llevarnos a un
reevaluaci?n de los paradigmas que usamos. En la
arqueolog?a andina tendemos a descartar las in
terpretaciones que no concuerdan con nuestros
hallazgos, desconociendo la calidad de los proyectos
que generaron estos datos contrarios, cuando su
mayor riqueza potencial est? en su singularidad y diferencia. Tratar de contestar a la pregunta de por
qu? algo sucede de manera diferente en la misma
?poca y bajo condiciones muy semejantes, nos lleva
a abordar el tema de los desarrollos alternativos pero concurrentes. As?, por ejemplo, una gran paradoja de la arqueolog?a del norte del Jequetepeque es el
definir por qu? no aparece m?s evidencia del per?odo Transicional fuera de San Jos? de Moro. Creemos
que el avance m?s importante de la arqueolog?a Mochica en los ?ltimos a?os se debe a esta pre
disposici?n de asumir un paradigma m?s flexible, donde muchas cosas son posibles a la vez, donde el
75
?awpa Pacha 29
Figura 62. Paica Chim? hallada en el ?rea 35 cuya capacidad exced?a los 400 litros de almacenamiento.
desarrollo tom? formas y direcciones impredecibles (Castillo y Uceda 2008; Quilter 2001, 2002). Los
arque?logos que trabajamos en la costa norte del Per?
nos hemos acostumbrado a sorprendernos y tratamos
de entender, no de predecir. Las ventajas de un proyecto de larga duraci?n
son muchas. Los trabajos arqueol?gicos en San Jos? de Moro han permitido ampliar la frontera de nuestro
conocimiento sobre las sociedades de la costa norte
de manera notable, particularmente porque muchos
de los hallazgos y los procesos culturales de los que se
derivan son originales. Por ejemplo, nos han llevado
a plantear la naturaleza fragmentaria de la sociedad
Mochica, en la que cada regi?n vivi? su propio desarrollo, con una coordinaci?n muy limitada con
las otras. Esto ha devenido en que tengamos que reconocer, primero, las particularidades de cada re
gi?n, sus propios patrones arquitect?nicos y fune
rarios, su propia cronolog?a y secuencia cer?mica, y su propio y peculiar desarrollo en irrigaci?n y
metalurgia. Ahora bien, si todo es tan "propio" y sin
gular, ?d?nde reside entonces lo Mochica, lo com?n,
lo que mantuvo interconectadas a las distintas
sociedades de la costa norte, lo que en ultima instancia
evit? su "deriva cultural"? Parecer?a que, tal como
Christopher Donn?n ha venido arguyendo desde hace
varios a?os, la "goma" que mantuvo unidos a todos
los Mochicas fue una religi?n de ?lite, controlada y
propiciada por los estados, un conjunto de pr?cticas ceremoniales comunes, donde las ?lites ten?an el
protagonismo en la representaci?n y teatralizaci?n
de los mitos que aseguraban la continuidad de la
sociedad. Puesto que es presumible que las fuentes
de poder econ?mico y pol?tico fueran d?biles o poco
desarrolladas, parecer?a que los Mochicas fundaron
su poder en una peculiar combinaci?n de coerci?n e
ideolog?a. Pero esta afirmaci?n general tiene que ser
adaptada a las condiciones y formas que adquiri? en
cada regi?n. San Jos? de Moro s?lo fue la sede de un centro
de influencia que integr? el norte del valle de
Jequetepeque y, quiz? en algunos momentos, tambi?n
76
Castillo et al.: Ideolog?a y poder
a la parte sur. No pretendemos convertir a SJM en
un centro ceremonial comparable con Pampa Grande
o con los complejos de la Huaca de la Luna o El
Brujo. S? creemos que SJM, durante los per?odos Mochica Tard?o y Transicional, tuvo m?s influencia,
al menos en su ?rea, que los grandes centros cere
moniales con templos monumentales y grandes urbes.
Ahora bien, en su singularidad y relativa peque?a escala, SJM ha presentado evidencia de una actividad
que no se ha visto en los otros sitios. Ninguna otra
zona o sitio de la costa norte de su tiempo ha
producido un n?mero mayor de cer?mica de estilos
Wari y derivado, o Cajamarca. En ning?n otro sitio
se ha hallado un n?mero tan considerable de botellas
del estilo Mochica Tard?o de l?nea fina. En ning?n otro sitio, a?n, se han encontrado tumbas de Sa
cerdotisas tan claramente identificadas con el ritual
del Sacrificio. A esto hay que sumar que pocos sitios
de la costa norte tienen la densidad y complejidad
estratigr?fica que hemos encontrado en San Jos? de
Moro, ni presentan la variedad tan grande de tumbas,
cer?mica y otros materiales ordenados cronol?gica mente en superposiciones f?cilmente distinguibles.
Pero San Jos? de Moro es, ante todo, un sitio
que nos habla elocuentemente del fin de los
Mochicas, de su largo proceso de languidecimiento
y de su reconstituci?n durante el Transicional. Este
es un proceso que las capas ocupacionales y los
contextos de San Jos? de Moro ilustran vivamente, en el que es posible ver los cambios sutiles en el estilo
cer?mico, y en el que hablar de influencias significa medir transformaciones en las formas, colores e iconos
que se usaban o dejaban de usar. Lo que todo este
proceso nos dice es que el final de Moche fue en
esencia una crisis de identidad, una p?rdida de
confianza en el liderazgo, una paulatina trans
formaci?n de las esferas del poder. No est? claro si
las ?lites Mochicas al final sucumbieron o simple mente se transformaron; lo cierto es que sin duda el
registro arqueol?gico nos expone un abandono de
patrones idiosincr?ticamente Mochica, del cese de la
construcci?n de tumbas y de la fabricaci?n de objetos
lit?rgicos Mochicas. En el per?odo Transicional, si
bien constatamos algunas continuidades, lo que
aparece de forma m?s evidente es un deliberado
distanciamiento y distinci?n del pasado Mochica.
Sin embargo, no todo es, ni puede ser, inductivo
y aleatorio. Los trabajos que hemos realizado hasta
ahora nos han planteado una larga serie de preguntas
respecto al origen, desarrollo, colapso y reconstituci?n
de las sociedades complejas en el valle de Jequetepeque
que no se han contestado en San Jos? de Moro, ni se
contestar?n all?. Es en este ?mbito donde el dise?o
de la investigaci?n es m?s relevante y donde el trabajo concertado con otros programas de investigaci?n es
imprescindible. Excavar adecuadamente Pampa Grande y publicar documentaci?n copiosa de sus
contextos y hallazgos es imprescindible. Entender
mejor los fen?menos de colapso en las diferentes
regiones de la costa norte es tambi?n esencial para
poder dilucidar lo que sucedi? en San Jos? de Moro.
Creemos que, por ejemplo, los artistas que trajeron a
San Jos? de Moro la decoraci?n de l?nea fina huyeron del valle de Moche o Chicama, pero no sabemos
cu?les fueron las condiciones que los llevaron a ver
como ventajoso el mudar su operaci?n a una regi?n
ignota y posiblemente m?s pobre (Castillo 2001). Yendo incluso m?s all?, es importante tratar de
entender cu?les fueron las estrategias de las sociedades
Wari en su interacci?n con sociedades costeras y de
la costa norte en particular. Todas estas preguntas sin contestar y las l?neas
que nos conducen hacia otros campos de investigaci?n
y regiones geogr?ficas justifican la continuaci?n de
los trabajos en San Jos? de Moro, el tratar de preservar
para generaciones futuras contextos intactos y el
publicar sistem?ticamente los resultados del Pro
grama. Tambi?n nos fuerzan a adaptarnos a los vientos
que soplan en la arqueolog?a peruana, con regu laciones excesivas e innecesarias, donde el trabajo en
colaboraci?n es una necesidad, donde el compromiso con el desarrollo sostenible de las comunidades donde
estamos afincados es insoslayable y donde el com
promiso con la formaci?n de nuevas generaciones de arque?logos es esencial para que el esfuerzo no
caduque en s? mismo. Creemos que todav?a no hemos
visto lo mejor que San Jos? de Moro tiene para darnos
y que la arqueolog?a de la costa norte del Per?, incluso
considerando la espectacularidad de los hallazgos de
los ?ltimos veinte a?os, tiene a?n secretos por develar.
77
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Agradecimientos
Alcanzar 16 a?os de investigaci?n cient?fica en San
Jos? de Moro ha sido consecuencia de la perseverancia de todas y cada una de las personas e instituciones
involucradas, que hasta hoy en d?a mantienen un
cercano v?nculo con las actividades del Programa, con
sus objetivos y direcciones que va tomando con el
paso del tiempo. En este devenir hubo personas e
instituciones que de uno u otro modo aportaron a
esta causa, llegando a formar parte de un equipo
multidisciplinario e internacional en un marco de
cooperaci?n cient?fico-acad?mica.
Entre estas instituciones queremos destacar la
participaci?n de la Pontificia Universidad Cat?lica
del Per?, a trav?s de su Direcci?n Acad?mica de
Investigaci?n y su Direcci?n de Relaciones Inter
nacionales y Cooperaci?n. Tambi?n agradecemos a
instituciones como el Patronato de las Huacas de
Moche, la Fundaci?n Backus, la Fundaci?n Bruno
de Fresno, el Maya Research Program, y a la Uni
versidad de California, Los Angeles. Finalmente, queremos expresar nuestra gratitud
a personas cuya generosa participaci?n ha permitido el desarrollo arm?nico y sostenido de nuestras
actividades, que tambi?n consideramos como suyas. Entre ellas reconocemos los aportes de Christopher Donn?n, Alana Cordy-Collins, Don y Donna
McClelland, Carol Mackey y Andrew Nelson. As?
tambi?n nuestro agradecimieto al personal del
Proyecto Arqueol?gico Huacas del Sol y de la Luna, a sus directores Santiago Uceda y Ricardo Morales, a
la familia Ibarrola en San Jos? de Moro, en especial a
Ricardo y Julio Ibarrola, y a todos los arque?logos y m?s de cien estudiantes peruanos y extranjeros que han participado en las distintas temporadas de
excavaci?n y en los trabajos de an?lisis en los
laboratorios de la PUCP en Lima. Muchos quedan ausentes en este agradecimiento, pero no en nuestra
gratitud. Todos los gr?ficos, fotos y dibujos corresponden
al archivo del Programa Arqueol?gico San Jos? de
Moro.
Notas
1 La direcci?n y concepci?n del proyecto ha pasado por tres fases. En su primera fase, entre 1991 y 1994, el proyecto fue
dirigido por Christopher . Donn?n y Luis Jaime Castillo. En la segunda fase, entre 1994 y 1997, la codirecci?n del
proyecto estuvo en manos de Carol Mackey, Andrew Nelson
y Luis Jaime Castillo. Desde 1998 el proyecto ha sido dirigido por Luis Jaime Castillo, en colaboraci?n con los coautores
del presente trabajo. 2 El t?rmino "Moche Fineline Art" fue desarrollado por Donnan
y McClelland (1979, 1999) para distinguir un estilo pict?rico de decoraci?n que se basa en l?neas extremadamente finas y
dise?os escenogr?ficos complejos, de representaciones
pict?ricas que enfatizan el uso de ?reas de color y dise?os
geom?tricos. El estilo de l?nea fina se origin? en la fase III de la cer?mica Mochica del Sur y lleg? a su m?xima expresi?n en el estilo Mochica IV pict?rico. La vanante Mochica Tard?o
de l?nea fina corresponde a la tradici?n norte?a y tiene su
m?xima expresi?n en las botellas pict?ricas de SJM decoradas
con dise?os muy abigarrados y peque?os que crean una
verdadera forma de "horror al vac?o" (ver tambi?n McClelland
et al. 2007). 3 El t?rmino "paica," que se emplea localmente para describir a
un gran recipiente de cer?mica utilizado para la fermentaci?n
de la chicha, y como sin?nimo de porr?n o tinaja, se deriva
del t?rmino Mochica "paiy?k." 4 Una discusi?n m?s detallada sobre las tumbas de las dos
Sacerdotisas Mochica Tard?o, as? como de otras tres tumbas
complejas de mujeres, se puede encontrar en Castillo 2005. 5 Esta afirmaci?n no es antojadiza si consideramos que, por
cada 100 metros cuadrados de ?rea excavada, s?lo encontramos,
en promedio, 10 tumbas correspondientes a los per?odos Mochica Medio y Tard?o (aprox. 500 a 850 D.c), es decir, una tumba cada 35 a?os. En contraste, la evidencia de
actividades ceremoniales en esos mismos 350 a?os es continua. 6 Los restos de quema encontrados en las paredes externas de
estas paicas hacia la mitad de la vasija refuerzan esta teor?a.
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