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Publicado en Javier Franzé (coord.) (2014), Democracia: ¿consenso o conflicto? Agonismo y teoría deliberativa en la política contemporánea, Madrid: Catarata, pp. 63-90 - 1 - HABERMAS Y MOUFFE: LA DEMOCRACIA ENTRE CONSENSO Y CONFLICTO Julián González Introducción Existe una disyuntiva que, en cierta forma, constituye una partición paradigmática dentro del pensamiento político contemporáneo. Según esto, lo político ha de comprenderse bien desde una arista consensual o bien desde su costado más conflictivista. Dicha división representa una especie de sentido común que impregna buena parte del actual imaginario de la teoría política. Puede aventurarse que esta visión sedimentada remite respectivamente a Carl Schmitt y Hannah Arendt. Estos dos autores, de enorme influencia para el pensamiento político contemporáneo, delinearon respuestas propias a la intrincada pregunta sobre la naturaleza específica del dominio político. Dicho de una manera excesivamente esquemática, en tanto los arendtianos ven en lo político un espacio de libertad y deliberaciones públicas, los schmittianos lo consideran como un espacio de poder, conflicto y antagonismo. El primero de estos movimientos teóricos pone el acento en el rasgo asociativo de la acción política, mientras que el segundo apunta al momento disociativo de este tipo de acción. (Marchat, 2009: 59) A caballo de tal partición conceptual, la tendencia mayoritaria de la literatura política replica este tipo de enfoques disyuntivos. El caso de las teorías contemporáneas de la democracia no puede permanecer al margen del dilema. De allí que las lecturas maniqueas también en este rubro sean más bien la norma que la excepción. Una de estas interpretaciones, que constituye el objeto de este trabajo, es aquella que contrapone de manera automática los programas democráticos de Jürgen Habermas y de Chantal Mouffe y los presenta como perspectivas teóricas absolutamente irreconciliables, rivales y excluyentes. En efecto, estos planteos son encasillados habitualmente como los dos polos extremos de la escala consensualista/conflictivista de enfoques democráticos contemporáneos. De acuerdo con esta lectura, mientras que Habermas representa el primero de estos polos, Mouffe ocupa el punto opuesto de la gradación 1 .

Habermas y Mouffe. La Democracia Entre Consenso y Conflicto. Version Final

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  • Publicado en Javier Franz (coord.) (2014), Democracia: consenso o conflicto? Agonismo y teora

    deliberativa en la poltica contempornea, Madrid: Catarata, pp. 63-90

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    HABERMAS Y MOUFFE:

    LA DEMOCRACIA ENTRE CONSENSO Y CONFLICTO

    Julin Gonzlez

    Introduccin

    Existe una disyuntiva que, en cierta forma, constituye una particin paradigmtica

    dentro del pensamiento poltico contemporneo. Segn esto, lo poltico ha de

    comprenderse bien desde una arista consensual o bien desde su costado ms

    conflictivista. Dicha divisin representa una especie de sentido comn que impregna

    buena parte del actual imaginario de la teora poltica. Puede aventurarse que esta visin

    sedimentada remite respectivamente a Carl Schmitt y Hannah Arendt. Estos dos autores,

    de enorme influencia para el pensamiento poltico contemporneo, delinearon

    respuestas propias a la intrincada pregunta sobre la naturaleza especfica del dominio

    poltico. Dicho de una manera excesivamente esquemtica, en tanto los arendtianos ven

    en lo poltico un espacio de libertad y deliberaciones pblicas, los schmittianos lo

    consideran como un espacio de poder, conflicto y antagonismo. El primero de estos

    movimientos tericos pone el acento en el rasgo asociativo de la accin poltica,

    mientras que el segundo apunta al momento disociativo de este tipo de accin.

    (Marchat, 2009: 59)

    A caballo de tal particin conceptual, la tendencia mayoritaria de la literatura

    poltica replica este tipo de enfoques disyuntivos. El caso de las teoras contemporneas

    de la democracia no puede permanecer al margen del dilema. De all que las lecturas

    maniqueas tambin en este rubro sean ms bien la norma que la excepcin. Una de estas

    interpretaciones, que constituye el objeto de este trabajo, es aquella que contrapone de

    manera automtica los programas democrticos de Jrgen Habermas y de Chantal

    Mouffe y los presenta como perspectivas tericas absolutamente irreconciliables, rivales

    y excluyentes. En efecto, estos planteos son encasillados habitualmente como los dos

    polos extremos de la escala consensualista/conflictivista de enfoques democrticos

    contemporneos. De acuerdo con esta lectura, mientras que Habermas representa el

    primero de estos polos, Mouffe ocupa el punto opuesto de la gradacin1.

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    No obstante, frente al dualismo que divide al pensamiento poltico entre

    aproximaciones consensualistas y conflictivistas, inmediatamente surge un interrogante

    crucial: Estaremos obligados a tomar partido en esa antigua querella? (Rinesi, 2005:

    16). La respuesta que aqu defenderemos es decididamente negativa. En este sentido, si

    bien el conflicto representa un elemento constitutivo y esencial de este campo de

    anlisis, dicha dimensin conflictual no puede agotar por s misma el espacio poltico;

    esto es, no podra haber poltica all donde slo existiera divisin y antagonismo. Desde

    esta mirada, la idea de conflicto slo adquiere sentido en referencia a un cierto orden

    consensual a partir del cual el desarreglo, la contingencia y el antagonismo adquieren

    significacin. De all que las nociones de consenso y conflicto constituyan las dos

    partes de una unidad inseparable, y que no puedan pensarse, en consecuencia, sino en su

    mutua relacin (Rinesi, 2005: 23).

    Esta intuicin general, que procura dar cuenta de la naturaleza dual que reviste el

    dominio poltico, se encuentra en el trasfondo de todo lo que aqu sostendremos.

    Concretamente, en este trabajo proponemos desafiar la referida dicotoma entre

    consensualismo y conflictivismo a partir de un estudio conciliador de los enfoques de la

    democracia deliberativa habermasiana y del pluralismo agonstico mouffeano; en tanto,

    segn buena parte de la literatura especializada, ellos seran los representantes ms

    destacados de cada una de estas posiciones dentro del pensamiento democrtico

    contemporneo. Desafiando parcialmente aquella interpretacin mayoritaria,

    intentaremos mostrar la convergencia de los enfoques de Habermas y de Mouffe en la

    aceptacin del papel clave que, sobre un trasfondo consensual ineludible, juegan la

    conflictividad y la incertidumbre en la formulacin de sus propuestas democrticas. En

    esta lnea, nuestra hiptesis fundamental postular que estos dos programas analticos

    incorporan ciertos conceptos del consenso y del conflicto como figuras co-originarias

    del pensamiento poltico, en general, y de sus proyectos democrticos, en particular. No

    ensayaremos aqu una descripcin detallada de las formas institucionales especficas en

    las que quedara materializado uno y otro modelo. Por el contrario, el principal objetivo

    de este trabajo ser analizar el andamiaje terico ms profundo que fundamenta cada

    uno de estos proyectos democrticos.

    Ya desde este momento preliminar, cabe aclarar que nuestro propsito no es

    cancelar o negar la multiplicidad de diferencias que distancian a las comprensiones de la

    democracia deliberativa del pluralismo agonstico, ni tampoco postular una coincidencia

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    absoluta entre ambos planteos. En efecto, debe reconocerse que existen numerosos

    aspectos que persisten como divergencias irreconciliables entre ellos. As, por ejemplo,

    el valor epistemolgico que Habermas requiere para su concepcin de la democracia no

    encuentra ningn equivalente en el modelo de Mouffe. La idea de que toda identidad

    poltica se define a partir de una exterioridad que se vuelve constitutiva para dicha

    conformacin identitaria, est totalmente ausente en Habermas. El esfuerzo cardinal que

    este ltimo coloca en la bsqueda de una racionalidad comunicativa, por ms escptica

    y contingente que esta sea, no aparece siquiera insinuado en la pensadora belga. El

    contextualismo tico del que parte ella contrasta claramente con el universalismo moral

    por el que aboga l. No obstante, consideramos que ninguna de estas particularidades

    anula la posibilidad de cotejar conciliatoriamente estos dos modelos democrticos a

    partir de la identificacin de ciertas lneas de convergencia que, por lo general,

    permanecen soslayadas o inadvertidas para buena parte de la literatura especializada.

    A fin de dar sustento a nuestra hiptesis, repasaremos algunos puntos centrales en

    los que vienen a coincidir los planteos de Habermas y de Mouffe2. En primer lugar, y

    adoptando el entramado filosfico del segundo Wittgenstein, resaltaremos la

    equivalente comprensin lingstica del mundo a la que adscriben los dos autores. En

    segundo lugar, y rebatiendo la crtica que Mouffe apunta contra la democracia

    deliberativa por la supuesta negacin del conflicto, diferenciaremos entre varios niveles

    analticos en los que el antagonismo es reconocido y asumido por la concepcin

    habermasiana. En tercer lugar, analizaremos cmo el enfoque agonstico mouffeano

    acepta un suelo consensual mnimo que, aunque conflictivo, precario y contingente,

    permite discernir parmetros de legitimidad comunes a una forma de vida, a la luz de

    los cuales una comunidad poltica puede autocomprenderse como democrtica. En el

    apartado final, subrayaremos el hecho de que tanto el consenso como el conflicto

    resultan categoras necesarias e irreductibles para ambos planteos democrtico.

    El trasfondo wittgensteniano, o los parecidos de familia entre Habermas y

    Mouffe

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    Un primer aspecto de convergencia entre Habermas y Mouffe debe rastrearse en

    la anloga comprensin lingstica del mundo que asumen ambos autores. En tal

    sentido, la perspectiva lingstico-filosfica adoptada por Ludwig Wittgenstein, a partir

    de sus Investigaciones filosficas, puede servir como un aglutinante decisivo. Tal vez el

    aspecto ms revolucionario del pensamiento wittgensteniano, sea el hecho de que por

    primera vez la filosofa pudo desembarazarse de la bsqueda de entidades abstractas,

    esenciales e inmutables. Contra la tradicional empresa filosfica, abocada a la bsqueda

    de entidades universales y el consiguiente esfuerzo por alcanzar unicidad y generalidad

    en los significados, Wittgenstein arremete una concepcin del lenguaje segn la cual el

    significado de las palabras remite al uso que de ellas se haga en la multiplicidad de los

    juegos de lenguaje. El abandono de la bsqueda de referencias inmutables y universales

    empuja a la filosofa a habrselas con el lenguaje ordinario que est en orden tal como

    est (Wittgenstein, 2004: 98). Por ello, segn la recomendacin wittgensteniana, la

    filosofa debera dar la espalda a los problemas ontolgicos, que indagan por el

    verdadero ser de los entes, para concentrarse en las cuestiones semnticas: Cuando los

    filsofos usan una palabra (), siempre se han de preguntar: Se usa efectivamente esta

    palabra de este modo en el lenguaje que tiene en su tierra natal? (Wittgenstein, 2004:

    116).

    Este tipo de renuncia a la bsqueda de contenidos esenciales se encarna en el

    rechazo que Habermas exhibe ante toda forma metafsica de pensamiento filosfico. En

    su contra, el autor alemn propondr un tipo de pensamiento postmetafsico como

    superador de aquellas doctrinas que terminan encerradas en la filosofa del sujeto.

    Desde su perspectiva, la herencia de la metafsica, que se haba presentado como ciencia

    de lo universal, de lo inmutable y de lo necesario, pesa todava sobre la teora de la

    conciencia y la mantiene preocupada en encontrar las condiciones subjetivas necesarias

    para la objetividad de los juicios sintticos universales. (Habermas, 1990: 23). En el

    caso de Mouffe, el rechazo del esencialismo filosfico se materializa en la crtica al

    concepto marxista de clase como sujeto privilegiado de la historia. En este punto la

    pensadora belga reconoce el aporte crtico del ltimo Wittgenstein como impulso

    decisivo en el abandono del concepto racionalista de sujeto unitario (Mouffe, 1999a:

    31). As, su enfoque confluye con varias corrientes del pensamiento contemporneo

    que de Heidegger a Wittgenstein- han insistido en la imposibilidad de fijar significados

    ltimos (Laclau y Mouffe, 1989: 128).

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    Ahora bien, cuando se considera la propuesta wittgensteniana sobre el trasfondo

    de las alternativas filosficas tradicionales, entonces cabra interpretarla como una

    tentativa de superar la oposicin entre el idealismo trascendental y el naturalismo

    (Wellmer, 1996: 264). Mientras que el realista sostiene que el mundo est all, haya o

    no lenguaje, el idealista extremo afirma que algo es slo en la medida que podemos

    asociarlo con alguna idea mental previa. A partir de Wittgenstein el mundo es

    autnomo, pero las posibilidades del mundo no lo son. El mundo vive una vida propia,

    pero slo dentro del andamiaje lgico de mi lenguaje (Hacking, 1979: 110). Desde

    luego, Wittgenstein no negar la existencia del mundo exterior. Sin embargo, asume esa

    existencia dentro del giro lingstico. Pues, el acceso a ese mundo se realiza de una

    manera indirecta ya que el lenguaje mismo es el vehculo del pensamiento

    (Wittgenstein, 2004: 329). Esta comprensin de la realidad como algo ya siempre

    imbuido de lenguaje, es adoptada tanto por Habermas como por Mouffe.

    Habermas, en esta lnea, postula que nuestra capacidad de conocimiento no puede

    analizarse con independencia de nuestra capacidad lingstica: Lenguaje y realidad

    estn mutuamente entreverados de un modo para nosotros insoluble. Toda experiencia

    est impregnada de lenguaje, de modo que resulta imposible un acceso a la realidad que

    no est filtrado lingsticamente (Habermas, 2007: 40). En este sentido, las posturas

    idealista y realista quedan igualmente rechazadas: Dado que nuestro contacto con el

    mundo est mediado lingsticamente, el mundo se sustrae tanto a un acceso directo de

    los sentidos como a una constitucin inmediata a travs de las formas de la intuicin

    (Habermas, 2003: 44). Mouffe, por su parte, sostiene que todo objeto se constituye

    como objeto discursivo, en la medida en que ningn objeto se da al margen de toda

    superficie discursiva de emergencia (Laclau y Mouffe, 1987: 121). Esa discursividad

    no implica negar el mundo de objetos externo, sino la afirmacin de que ellos puedan

    constituirse como objetos al margen de toda condicin discursiva de emergencia

    (Laclau y Mouffe, 1987: 123). Con ello, Mouffe reafirma la idea de que cualquier

    atribucin de sentido necesariamente pasa por el filtro del lenguaje: Lo discursivo no

    es, por consiguiente un objeto entre otros objetos () sino un horizonte terico

    (Laclau y Mouffe, 1993: 119).

    Por tanto, puede sostenerse que tanto Habermas como Mouffe comparten esa

    fundamental intuicin wittgensteniana segn la cual el lenguaje mismo se constituye en

    el vehculo que posibilita el pensamiento. Sin embargo, resulta importante resaltar el

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    carcter social que reviste dicho presupuesto lingstico. En efecto, el concepto

    wittgensteniano de juego de lenguaje ilustra la naturaleza convencional de las normas

    que rigen el lenguaje. Con ello, el lingista viens echaba por tierra la idea de una

    gramtica universal e inmutable que, tal como pretenda la filosofa tradicional, fuese

    capaz de regular, de una vez y para siempre, la totalidad de los juegos lingsticos.

    En este contexto, una de las analogas ldicas que propone Wittgenstein es la del

    juego de ajedrez. Segn esto, una palabra funciona al modo que lo hace una pieza en el

    tablero. (Wittgenstein, 2004: 108) Dicha figura puede efectuar una variedad de

    movimientos de acuerdo a las reglas que por convencin ordenan ese juego. El

    aprendizaje de un determinado lenguaje refiere, por tanto, al adiestramiento del

    individuo en un juego lingstico especfico que se logra a partir de la observacin de la

    repeticin de conductas en otros individuos. (Wittgenstein, 2004: 54) Por tanto, para

    que pueda haber algo as como un juego, debe existir cierta regularidad en los

    comportamientos. Con ello, se destaca el hecho de que las reglas del lenguaje dependen

    de una forma de vida especfica: La expresin juego de lenguaje debe poner de

    relieve aqu que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de

    vida (Wittgenstein, 2004: 23).

    Aqu, los planteos de Habermas y Mouffe se entrecruzan nuevamente y adquieren

    ciertos aires de familia wittgenstenianos. Habermas, postula que los sujetos solo

    pueden dirigirse lingsticamente al mundo desde el horizonte de su propio mundo de

    vida y, por tanto, no hay referencia al mundo que est absolutamente libre de

    contexto (Habermas, 2003: 32). Habermas entiende que existe una equivalencia

    fundamental entre el dogmatismo de esas suposiciones y habilidades de fondo

    cotidianas que Wittgenstein engloba bajo el rtulo de formas de vida, y el concepto

    de mundo de la vida que l adopta y que se presenta con la autoevidencia de un

    trasfondo pre-reflexivo. (Habermas, 1999: 430) El planteo de Mouffe, por su parte,

    concuerda en que resulta imposible que exista algn tipo de entendimiento sin un

    acuerdo superpuesto que asegure la intersubjetividad del lenguaje usado. (Mouffe,

    1999a: 195) Por ello, el seguimiento de reglas o de procedimientos siempre implican

    compromisos ticos sustanciales. Por esta razn, no pueden operar adecuadamente si no

    se encuentran sustentados por formas de vida especficas (Mouffe, 2003: 83).

    Llegados a este punto, cabe llamar la atencin sobre dos cuestiones que distinguen

    a los enfoques lingsticos de Habermas y de Mouffe. En efecto, an cuando ambos

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    autores participan del supuesto segn el cual el horizonte lingstico del mundo un

    horizonte que nace ya siempre imbuido del particularismo de las distintas formas de

    vida-, constituye el elemento fundamental que estructura todo pensamiento, queda claro

    que sus respectivas comprensiones focalizan sobre aspectos diferenciales de la

    interaccin comunicativa. En primer lugar, en el caso de Mouffe existe un acento

    predominante en la dimensin contextual del lenguaje como modelador de una forma de

    vida. A diferencia de la politloga belga, Habermas considera que si bien la traduccin

    entre diferentes mundos de la vida resulta de por s problemtica, no ofrece razn

    alguna para sostener un teorema de la inconmensurabilidad (Habermas, 2003: 33).

    Desde la mirada habermasiana, los participantes en la comunicacin son capaces de

    descentrarse de sus propias perspectivas y ponerse de acuerdo ms all de las

    fronteras de esos horizontes vitales. De all que su programa reconstructivo de la

    racionalidad comunicativa, se presente como un planteo normativo universalizable. Para

    Mouffe, por el contrario, no existe ningn elemento de racionalidad universal que

    permita decidir sobre la validez de las diferentes formas de vida.

    Un segundo aspecto diferenciador tiene que ver con la distancia existente entre los

    abordajes con que cada uno de estos autores se aproxima hacia la interaccin lingstica.

    Indudablemente, la centralidad que la posicin deliberativa concede al uso del lenguaje

    como orientado al consenso le confiere un matiz especfico que no se encuentra en la

    propuesta agonstica. Al contrario, esta ltima perspectiva pone el foco

    fundamentalmente en el aspecto diferencial, la disputa hegemnica, el poder y el

    conflicto que encierra todo discurso. A la postre, tal divergencia en las comprensiones

    del terreno lingstico derivar en dos programas democrticos con caractersticas

    particulares. En este sentido, podra suponerse que el consensualismo y conflictivismo

    de una y otra concepcin reaparece en la escena del debate. Desde nuestra ptica, sin

    embargo, esta divergencia en la priorizacin de los elementos consensuales o

    conflictivistas de la interaccin comunicativa muchas veces ha llevado a lecturas

    desproporcionadas, segn las cuales el modelo deliberativo terminara negando el

    conflicto mientras que el modelo agonstico desconocera por completo el rol del

    consenso. Los dos apartados siguientes estn destinados a desmentir este tipo de

    interpretaciones que acaban por hipostasiar el respectivo consensualismo y

    conflictivismo de las propuestas de Habermas y de Mouffe.

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    El tratamiento del conflicto en el enfoque de Habermas

    Segn Habermas, la orientacin al entendimiento es inmanente como telos al

    lenguaje humano (Habermas, 1999: 369). De all que, en oposicin a la racionalidad

    estratgica, la racionalidad comunicativa constituya la forma ms bsica y originaria de

    interaccin. La transposicin de este supuesto al esquema democrtico permite inferir

    que la bsqueda del consenso es la premisa cardinal que orienta toda la empresa

    democrtico-deliberativa. Sin embargo, una vez aceptado este trasfondo consensualista,

    cabe advertir sobre una confusin idiomtica que sobreviene a partir de las expresiones

    alemanas Verstndigung y Einverstndnis, traducidas indistintamente como

    entendimiento o consenso. (Cooke, 1997) De hecho, puede sostenerse que dicha

    confusin ha acarreado importantes malentendidos para la interpretacin de la propuesta

    deliberativa. El propio Habermas reconoce esta ambigedad idiomtica: En alemn la

    expresin Verstndigung (entendimiento) es multvoca. Tiene el significado mnimo de

    que los sujetos entienden idnticamente una expresin lingstica, y el significado

    mximo de que se da entre ambos una concordancia acerca de la rectitud de una emisin

    por referencia a un trasfondo normativo que ambos reconocen (Habermas, 1997: 301).

    Sin dudas, en el programa habermasiano ambos sentidos de la expresin

    entendimiento/consenso quedan relacionados de forma prcticamente indisoluble. No

    obstante, la referida diferenciacin entre un sentido mnimo y uno mximo implica

    aceptar que el desarrollo habitual del proceso de la comunicacin se mueve dentro de

    una escala que va desde el entendimiento simultneo y aproblemtico hasta el ideal de

    un consenso plenamente racional. Con ello, se abren las puertas para una interpretacin

    ms compleja de la bsqueda del consenso bsqueda que, ciertamente, constituye la

    premisa que informa al modelo deliberativo-, as como de la incorporacin del conflicto

    y la contingencia en tanto los elementos que dinamitan la posibilidad de pensar la

    comunicacin como un proceso completamente trasparente y racional. A continuacin,

    abordaremos la manera en que Habermas reconoce y acepta estos elementos. Para ello,

    nos valdremos de una serie de argumentos crticos que Mouffe esgrime frente al

    enfoque deliberativo por lo que ella considera como una negacin del conflicto. A partir

    de la contestacin de dicha objecin, podremos visualizar el antagonismo y la

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    contingencia como supuestos necesarios e irreductibles del programa habermasiano. A

    tal fin, desglosaremos la crtica mouffeana en diferentes niveles analticos en los que es

    posible identificar y reconocer la conflictividad.

    En un primer horizonte de anlisis, el antagonismo aparece como un elemento

    emprico que atraviesa las rutinas de la interaccin social. Desde la mirada de Mouffe,

    el enfoque deliberativo, al focalizar el anlisis exclusivamente sobre un tipo de lenguaje

    orientado al entendimiento, terminara desfigurando las operaciones habituales de la

    comunicacin, que transcurren ms bien por los canales de una accin estratgica y se

    orientan al propio xito de los sujetos. Por ello, segn afirma, el modelo de consenso

    que informa a la democracia deliberativa resulta incapaz de aprehender la dinmica de

    la poltica democrtica () y es lo que se encuentra en el origen de su equivocado

    nfasis en el consenso y lo que sostiene su creencia de que el antagonismo puede ser

    erradicado (Mouffe, 2003: 24-25). Sin embargo, esta objecin pierde validez cuando se

    avizora la deliberacin y el discurso, precisamente, como los mbitos en los que se

    ponen en disputa aquellas unidades de sentido que se han vuelto problemticas y han

    entrado en conflicto. Segn esto, el discurso no solo que garantiza sino que fomenta y

    acelera la pluralizacin de formas de vida y la individualizacin de estilos de vida.

    Cuanto ms discurso, tanta ms contradiccin y diferencia (Habermas, 1990: 181).

    La contestacin al tipo de crtica empirista recin apuntada puede ser formulada,

    por tanto, como una doble negacin: por un lado, la del rol asignado al discurso como la

    instancia exclusiva de mediacin de los conflictos sociales; por otro, la de la garanta de

    obtencin de resultados consensuales para todos los casos en los que interviene dicho

    procedimiento. En cuanto a la primera cuestin, cabe decir que los presupuestos

    pragmticos de la comunicacin que Habermas reconstruye en su modelo no gozan de

    una fuerza determinante para regular toda disputa. En efecto, el discurso se presenta

    slo como una de las mltiples salidas posibles ante la ruptura del entendimiento

    acrtico propio del mundo de la vida. Pues, sera absurdo pretender que el discurso

    pudiera regular todos los tipos de conflictos que emergen en la prctica. De hecho,

    Habermas afirma que el discurso constituye un mecanismo excepcional y poco probable

    en las prcticas comunicativas.

    La segunda negacin antes referida, rechaza la premisa segn la cual una vez que

    se ha iniciado un procedimiento discursivo su resultado necesario es el de la formacin

    de un consenso. Cualquier circunstancia fctica puede verse alterada durante el

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    transcurso de la deliberacin y convencer a los implicados de que el discurso no

    representa la metodologa propicia para dirimir sus conflictos. Asimismo, existen temas

    extremadamente sensibles sobre los cuales los implicados difcilmente podran arribar a

    consensos. Por ejemplo, en el caso de controversias sobre temas existenciales surgidas

    a partir de distintas visiones del mundo ni siquiera la ms racional conducta discursiva

    conducir al consenso. En el caso de esas disputas sobre autocompresin tica, () es

    razonable esperar un desacuerdo permanente3 (Habermas, 2001: 43).

    No obstante, desde la perspectiva crtica de Mouffe, puede sostenerse que existe

    un segundo horizonte de reconocimiento del conflicto que permanecera oculto en el

    enfoque deliberativo. Dicha ceguera se asocia a la comprensin del antagonismo como

    un componente meramente emprico y no como un elemento ontolgico y constitutivo

    de la realidad social. En este sentido, Mouffe concede que los defensores de la

    perspectiva habermasiana no niegan que habr, por supuesto, obstculos a la

    realizacin del discurso ideal, pero esos obstculos se conciben como obstculos

    empricos (Mouffe, 2003: 64). De acuerdo con la interpretacin mouffeana, la brecha

    entre la idealidad y la imperfecta realidad comunicativa aparece en el modelo

    deliberativo como eventual y probabilstica. Por el contrario, segn Mouffe, dicho

    estado ideal constituye una imposibilidad conceptual irreductible: Considerar posible

    que pueda llegar a existir una resolucin final de los conflictos () lejos de

    proporcionarnos el horizonte necesario para el proyecto democrtico es algo que lo pone

    en riesgo. De hecho, esa ilusin conlleva implcitamente el deseo de una sociedad

    reconciliada (Mouffe, 2003: 48).

    Ahora bien, parece desacertado atribuir al programa habermasiano la idea de un

    acuerdo definitivo como punto final de una sociedad reconciliada tal como lo hace

    Mouffe. Pues, al contrario de postular la meta de encontrar una sociedad racional,

    transparente y libre de coerciones y violencia, Habermas insiste en la imposibilidad

    conceptual de erradicar el conflicto de las interacciones entre los hombres4 (Trucco,

    2010: 134). Segn Habermas, las presuposiciones idealizantes que l reconstruye en la

    imagen de una situacin ideal de habla5, no pueden hipostatizarse convirtindolas en

    un ideal de un estado futuro caracterizado por un acuerdo definitivo (Habermas, 1990:

    185). De hecho, este autor rechaza categricamente la posibilidad de convertir esa

    proyeccin intuitiva de los argumentantes en un modelo programtico de sociedad: No

    hay nada que me ponga ms nervioso que esa suposicin (), de que la teora de la

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    deliberativa en la poltica contempornea, Madrid: Catarata, pp. 63-90

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    accin comunicativa, () proyecta o a lo menos sugiere una utopa racionalista de la

    sociedad. Ni considero un ideal una sociedad que se haya vuelto del todo transparente,

    ni pretendo sugerir ideal alguno (Habermas, 1997: 419).

    Cabe en este punto destacar el supuesto falibilista que, segn la visin

    habermasiana, condiciona todo acuerdo fctico y hace imposible conseguir consensos

    definitivos y plenamente racionales. En tanto agentes que habitamos un tiempo y un

    espacio finito actuamos siempre ms ac de aquel horizonte normativo ideal que slo

    podemos concebir como una reconstruccin hipottica. En el esquema deliberativo, por

    tanto, la brecha entre todo consenso actual y el ideal de un consenso plenamente

    razonable es ontolgicamente irreductible6 (Rummens, 2008: 403). Desde lo profundo

    de esa cesura que separa la idealidad y la realidad de la comunicacin, emerge una

    conflictividad y una contingencia que atraviesa toda configuracin social.

    Un ltimo nivel de reconocimiento del antagonismo implicara aceptar la

    imposibilidad de contar con un fundamento ltimo que, desde un plano terico-

    filosfico, fuera capaz de establecer el sentido incuestionable de la crtica social. En

    efecto, an cuando la situacin ideal de habla postulada por Habermas se considere

    como un estado social ontolgicamente imposible, todava podra objetarse que las

    idealizaciones reconstruidas en aquella situacin ideal quedan ellas mismas excluidas de

    la discusin.

    Por ms delgado que sea ese campo de conocimiento reconstructivo, recaera

    sobre l la sospecha de ser el fundamento ltimo de la validez de la crtica y la garanta

    final de un orden social legtimo. En esta lnea, dentro del planteo mouffeano, ese

    reconocimiento de la imposibilidad de contar con tal fundamento ltimo representa otra

    forma de nombrar el antagonismo: [] es necesario reconocer la dimensin de lo

    poltico como la posibilidad siempre presente del antagonismo; y esto requiere, por otra

    parte, aceptar la inexistencia en todo orden de un fundamento final (Mouffe, 2011: 83).

    Segn esto, podra pensarse que el programa habermasiano permanecera apegado a una

    forma de pensamiento metafsico; es decir, a la bsqueda de un fundamento ltimo que

    se constituya en el fundamento de todos los seres nticos. (Marchart, 2009: 40)

    Sin embargo, todava para esta dimensin nuclear del problema del antagonismo,

    existen argumentos que permiten ensayar una defensa del modelo desarrollado por

    Habermas. El debate suscitado entre este ltimo y Karl-Otto Apel sobre la posibilidad y

    necesidad de una fundamentacin filosfica ltima nos sirve como base para sostener la

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    carga de la prueba. Apel, a diferencia de Habermas, acenta explcitamente el carcter

    trascendental de los presupuestos pragmticos del habla. Su enfoque afirma que las

    reglas del juego de lenguaje de la argumentacin filosfica constituyen los fundamentos

    irrebasables de la razn crtica y que, por lo tanto, no pueden pensarse como un juego

    entre otros, histrico y contingente, sino que deben ser presupuestos a priori cada vez

    que se pretenda validez universal para los actos de habla. (Michelini, 1998: 111) Apel,

    sostiene que si es posible mostrar la existencia de tales presupuestos, inevitables en toda

    pretensin argumentativa, entonces tambin es posible una fundamentacin ltima

    pragmtico-trascendental de la filosofa (Apel, 1991: 38). Segn esto, el saber que

    concierne a las reglas de toda argumentacin constituye un supuesto necesario para toda

    reflexin terica y prctica, y por tanto, representa un conocimiento trascendental a

    priori no falible.

    La pretensin filosfica apeliana resulta excesivamente ambiciosa a los ojos de

    Habermas. Por el contrario, la pragmtica habermasiana renuncia al requisito

    trascendental a priori que persigue Apel ya que, en tanto conocimiento reconstructivo,

    tiene su punto de anclaje en el anlisis de los procesos comunicativos como aspectos de

    la experiencia. (Habermas, 1997: 322) Si, por un lado, la regla de argumentacin de los

    hablantes competentes es para ellos un saber a priori, en tanto es un saber preterico e

    inevitable (know how); por otro lado, la reconstruccin de ese saber en trminos de una

    pragmtica del lenguaje (know that) exige constataciones experimentales respecto de las

    conductas fcticas de los sujetos. De all que las normas argumentativas se postulan

    como reconstrucciones hipotticas que deberan poder ser contrastadas con intuiciones

    de hablantes, que cubran un espectro cultural lo ms amplio posible (Habermas, 1999:

    193). Esta deduccin hipottica no puede aspirar al status de una fundamentacin

    ltima, y () ni siquiera cabe alimentar una pretensin tan ambiciosa (Habermas,

    1985: 61). Desde la ptica de Habermas, a pesar de los innumerables intentos que se

    han ensayado, ningn proyecto filosfico ha podido nunca dar con un fundamento tal.

    En los epitafios de esas derrotas filosficas se manifiesta del poder de la historia frente

    a la pretensin trascendental y los intereses de la razn (Habermas, 1985: 132).

    As, an cuando este autor considere que el tema fundamental del pensamiento

    filosfico sigue siendo la razn y, consecuentemente, haga tantos esfuerzos por

    rescatar sus huellas a partir de las comunicaciones orientadas a entendernos-, sta ha de

    hacerse valer sin las garantas de un fundamento ltimo y en las condiciones de su

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    origen accidental. De all que su concepto de razn comunicativa se repute como

    demasiado dbil porque destierra todo contenido al mbito de lo contingente e incluso

    permite pensar a la razn misma como contingentemente surgida (Habermas, 1990:

    156). De esta manera, Habermas parece liberar su programa filosfico de las ltimas

    amarras que lo sujetan a la certidumbre de un saber concluyente o fundamental. Con

    todo, puede pensarse que ste constituye el nivel ms profundo de reconocimiento del

    antagonismo y la contingencia.

    El tratamiento del consenso en el enfoque de Mouffe

    Por qu deberamos leer hoy a Carl Schmitt?. Con este interrogante Mouffe

    inicia la introduccin de su compilacin de artculos titulada El desafo de Carl Schmitt

    (1999b). La pregunta que plantea Mouffe no tiene nada de inocente si se atiende a la

    centralidad que el jurista alemn ocupa en la estructura argumentativa de su

    pensamiento poltico. En efecto, volver la mirada a un autor como Schmitt, puede ser

    reputado hoy como polticamente incorrecto o, ms an, como democrticamente

    inconsistente. Sin embargo, segn Mouffe, el mrito de Schmitt estriba en haber

    llamado la atencin sobre la naturaleza excluyente de toda formacin poltica, incluso

    de una comunidad democrtica. Ahora bien, aceptada esta exclusin constitutiva,

    inmediatamente habremos de levantar ciertos reparos para no caer en los esquemas

    totalitarios a los que nos arrastra el razonamiento schmittiano. Esto nos obliga a indagar

    por el necesario orden por ms precario y contingente que este sea- al que habremos de

    apelar para identificar a un rgimen poltico como un rgimen poltico democrtico.

    Desde esta arista, an un planteo como el de Mouffe tal vez, el enfoque

    contemporneo ms conflictivista del espectro democrtico- habr de invocar ciertas

    figuras consensuales mnimas a partir de las cuales desplegar su proyecto agonstico.

    Mostrar tal entramado consensual que subyace al pensamiento mouffeano es el objetivo

    central de este apartado.

    El propsito de la reflexin de Schmitt es hallar un criterio especfico que asegure

    la autonoma de lo poltico frente a otros mbitos sociales. Segn su clsica

    formulacin, la distincin poltica especfica, aquella a la que pueden reconducirse

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    todas las acciones y motivos polticos, es la distincin de amigo y enemigo (Schmitt,

    2002: 56). Esta definicin asume la exclusin como condicin de posibilidad de toda

    comunidad poltica. En este esquema, no es posible establecer ningn lazo entre

    nosotros sin la identificacin de un ellos; es decir, un enemigo poltico: Al

    subrayar que la identidad de una comunidad poltica democrtica depende de la

    posibilidad de trazar una frontera entre nosotros y ellos, Schmitt destaca el hecho de

    que la democracia siempre implica relaciones de inclusin/exclusin. () Uno de los

    principales problemas del liberalismo, y uno de los que pueden poner en peligro la

    democracia, es precisamente su incapacidad para concebir esta frontera (Mouffe, 2003:

    59-60).

    As, Schmitt y Mouffe vienen a coincidir en la trinchera de una guerra intelectual

    que se libra contra una versin del liberalismo que pretende borrar las huellas

    excluyentes de su origen poltico a partir de la ficcin de una inclusividad absoluta. No

    obstante, una vez que nos hemos valido de estos argumentos schmittianos resulta

    dificultoso soltar los lastres antidemocrticos de su pensamiento. La comprensin

    schmittiana del pueblo como una unidad sustancialmente homognea, se opone al

    pluralismo inherente a las sociedades contemporneas. De all que, conciliar esta

    perspectiva con un proyecto democrtico como el defendido por Mouffe no resulta una

    tarea sencilla. Tal como la misma autora lo expresa: Encuentro en alguien como

    Schmitt un desafo. En este sentido, l es mi adversario favorito porque parto desde

    algunas pocas premisas que comparto con Schmitt, y en algn punto tomo la direccin

    opuesta7 (Mouffe, 1999c: 171-172). En esta lnea, Mouffe sostendr que el

    antagonismo puede ser juzgado positivamente slo cuando se lo incorpora al interior de

    la unidad poltica, ya que de ese modo es posible contrarrestar las tendencias

    totalizantes del pensamiento schmittiano. (Mouffe, 2003: 71)

    Uno de los supuestos fundamentales que Mouffe rehabilita a partir de Schmitt es

    la definicin lo poltico como el horizonte ontolgico en el que el antagonismo instituye

    las prcticas sociales. (Mouffe, 2003; 2007) Sin embargo, la autora belga utiliza la

    categora antagonismo en varios sentidos diferentes: A veces se refiere a l en el

    sentido de una condicin cuasi-trascendental, esto es, de condiciones simultneas de

    posibilidad e imposibilidad de la democracia. En otras ocasiones Mouffe lo interpreta

    como un componente poltico ontolgico que puede ser domesticado pero no erradicado

    (). Incluso habla del potencial antagnico presente en las relaciones humanas, lo

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    cual genera ms confusin dado que si es algo simplemente potencial () entonces no

    tiene un estatuto ontolgico sino que es una simple posibilidad8 (Arditi, 2008: 10).

    Segn esto, es posible inferir entonces que slo en determinados contextos la autora

    utiliza este concepto en su acepcin ontolgica. En otros mbitos, en cambio, lo utiliza

    para sealar un elemento emprico potencial que amenaza la existencia del orden

    poltico democrtico.

    Puede suponerse entonces que es en este segundo nivel de anlisis que Mouffe

    estructura su propuesta agonstica como un intento por domesticar el antagonismo.

    Dicha domesticacin, por otra parte, resulta siempre parcial y precaria ya que no anula

    la persistencia del antagonismo como superficie ontolgica irreductible. As, la

    recuperacin mouffeana del pensamiento de Schmitt conjuga las ideas de antagonismo

    y agonismo: Podramos decir que la tarea de la democracia es transformar el

    antagonismo en agonismo. () El modelo adversarial () nos ayuda a concebir como

    puede domesticarse la dimensin antagnica, gracias al establecimiento de

    instituciones y prcticas a travs de las cuales el antagonismo potencial pueda

    desarrollarse de modo agonista (Mouffe, 2007: 27). Esas instituciones y prcticas

    proporcionan los canales que encauzan las voces disidentes y permiten percibir al otro,

    no como un enemigo a destruir, sino como un adversario; esto es, como alguien cuyas

    ideas combatimos pero cuyo derecho a defender dichas ideas no ponemos en duda

    (Mouffe, 2003: 114).

    Segn esto, el campo democrtico queda configurado por la aceptacin de la

    conflictividad poltica como una conflictividad de tipo agonstica: El conflicto, para ser

    aceptado como legtimo debe adoptar una forma que no destruya la asociacin poltica.

    Esto significa que debe existir algn tipo de vnculo comn entre las partes () que,

    aunque en conflicto, se perciben a s mismas como pertenecientes a la misma asociacin

    poltica, compartiendo un espacio simblico comn (Mouffe, 2007: 26-27). La

    pertenencia a este espacio simblico depende de la aceptacin de los valores tico-

    polticos que definen la forma de vida democrtica: la libertad y la igualdad. (Mouffe,

    1999a: 80)

    Sin embargo, el rasgo particular del pluralismo agonstico mouffeano es que las

    ideas de libertad e igualdad se conciben como el terreno en el que se pone en juego una

    disputa discursiva constante. Sus significados nunca puede ser fijados completamente

    ya que siempre subsiste una lucha adversarial por hegemonizarlos: una democracia

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    pluralista exige cierta cantidad de consenso y requiere lealtad a los valores que

    constituyen sus principios tico-polticos. Sin embargo, dado que estos principios

    tico-polticos slo pueden existir mediante un gran nmero de interpretaciones

    diferentes y conflictivas, tal consenso ser forzosamente un consenso conflictivo

    (Mouffe, 2003: 116). Esto parece conducirnos a un atolladero. Si, por un lado, el orden

    democrtico se define por la sujecin a la libertad y la igualdad; por otro, lo propio de la

    propuesta agonstica reside en la apertura a sus mltiples interpretaciones conflictivas.

    Por tanto, cun abiertos pueden estar los significados de esas categoras para que

    todava podamos reconocerlas como el marco definitorio del rgimen democrtico?

    Dicho de otro modo, cmo puede trazarse un lmite preciso entre el nosotros

    democrtico y el ellos no democrtico?

    Segn reconoce Mouffe, no existe una garanta a priori que permita dar

    respuestas a estas cuestiones: Estamos exactamente en el campo de los juegos de

    lenguaje de Wittgenstein: a lo ms que podemos acercarnos es a encontrar family

    ressemblances (Laclau y Mouffe, 1987: 202). Esta invocacin wittgensteniana nos da

    una pista sobre cmo podra conjugarse la inestabilidad constitutiva de los valores de la

    libertad y la igualdad con algunas sujeciones parciales que permitan dar una cierta

    inteligibilidad y continuidad de sus sentidos. En efecto, el concepto de juego de

    lenguaje desarrollado por Wittgenstein es capaz de dar cuenta de la doble lgica de

    fijacin/apertura que opera en todo sistema discursivo. Segn esto, cualquier trmino

    admite una variedad de acepciones o interpretaciones, tantas como as lo permitan las

    reglas del juego de lenguaje en el que la palabra se inserta. Por cada apertura de

    significacin, posibilitada por la ausencia de una gramtica nica y estable, disponemos

    de una gama de sentidos sedimentados en nuestra forma de vida. Con ello, se descubre

    una cierta regularidad que ordena la dispersin de las prcticas especficas.

    Esta operacin, inherente a todo lenguaje, permite dar cuenta de lo nuevo sin

    renunciar a la inteligibilidad9 (Norval, 2007: 106). Pues, ninguna ruptura semntica

    podra ser tan radical como para perder la referencia del horizonte de significaciones

    sedimentadas que se enlazan a ella. A partir de ello, puede sostenerse que el terreno

    simblico que define al orden democrtico implica que las posiciones agonsticas estn

    situadas en un campo discursivo continuo, antes que fracturado. Los adversarios

    democrticos participan de un mismo espacio simblico slo si su referencia compartida

    al ncleo valorativo de libertad e igualdad es entendida por todas las partes como una

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    referencia comn. Esto presupone un solapamiento discursivo mnimo entre las

    posiciones adversariales en el sentido de una comprensin al menos parcialmente

    compartida y, por tanto, debatible del significado de esos valores10 (Rummens, 2009:

    383). Mouffe, en esta misma lnea, sostiene que en el interior de toda comunidad

    poltica existen criterios para dirimir y separar lo aceptable de lo inaceptable: Siempre

    es posible distinguir entre lo justo y lo injusto, lo legtimo y lo ilegtimo (). De aqu el

    error de un cierto tipo de posmodernismo apocalptico que quisiera hacernos creer que

    nos hallamos en los umbrales de una poca radicalmente nueva, caracterizada por la

    deriva, la diseminacin y el juego incontrolable de las significaciones (Mouffe, 1999a:

    34-35).

    En este esquema mouffeano, por tanto, una vez que hemos reconocido con

    Schmitt- la imposibilidad de un consenso plenamente inclusivo, debemos aceptar con

    Wittgenstein- la existencia de un tipo de racionalidad contextual y precaria, que

    instituye los parmetros de lo socialmente aceptable o condenable. No existe ningn

    criterio externo a la propia comunidad que dicte tales regulaciones y, sin embargo, ellas

    estn ya siempre presentes en nuestra forma de vida. Imperceptiblemente nos atraviesan

    y prescriben las jugadas que tenemos permitido realizar con el lenguaje y, por

    consiguiente, con los valores tico-polticos que definen nuestros sistemas

    democrticos. En definitiva, en este planteo persiste la referencia a un consenso que

    aunque conflictivo y contingente- provee las razones compartidas que garantizan la

    existencia del orden democrtico. Sin ellas, el entendimiento resultaran una quimera;

    no existira juego de lenguaje alguno sino una catica dispersin de sentidos que

    aniquilara toda posibilidad de discurso y, por ende, de cualquier tipo de formacin

    social y poltica.

    El pensamiento democrtico entre consenso y conflicto

    Un problema cardinal ha atravesado las pginas de este trabajo. Es el de la propia

    autocomprensin del pensamiento poltico. Se trata de la pregunta por el conjunto de

    rasgos determinantes que permiten diferenciar el dominio especfico de esta rea

    disciplinar de otros mbitos de conocimiento, a partir de la descripcin de sus atributos

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    definitorios. En este cuadro, puede constatarse un desmembramiento entre, por un lado,

    un conjunto de enfoques que conciben lo poltico como un terreno eminentemente

    conflictivo; y, por otro lado, aquellos enfoques que lo consideran como una superficie

    prioritariamente consensual. Estos ltimos visualizan las prcticas polticas como

    tendientes a establecer una asociacin intersubjetiva capaz de ordenar la vida en comn,

    mientras que los primeros conciben esas mismas prcticas como imbuidas por un rasgo

    disociativo que impide la concertacin y estabilizacin del entramado social. Por

    momentos, la divergencia terica entre unos y otros resulta tan marcada que acaba

    persuadindonos de la imposibilidad de pensar lo poltico como un todo, a la vez

    conflictivo y consensual. Cediendo ante tal tendencia, tambin en el pensamiento

    democrtico contemporneo, a menudo prevalece una mirada que se aproxima a esta

    superficie analtica desde el prisma exclusivo de una de estas dos dimensiones.

    Dentro de este margo general, nuestra indagacin se focaliz en las consecuencias

    que, desde aquella lectura maniquea, se derivan para el abordaje de los enfoques

    democrticos de Jrgen Habermas y de Chantal Mouffe. Especficamente, aqu hemos

    procurado evaluar crticamente la pertinencia de una perspectiva generalizada que

    presenta a estos dos modelos democrticos como absolutamente incompatibles y

    mutuamente excluyentes. Segn tales comprensiones, en tanto la propuesta deliberativa

    estara imbuida por un pensamiento extremadamente consensualista, en el pluralismo

    agonstico dominara el costado netamente conflictivista. De all que, por lo general, los

    estudios que se aproximan a estas dos teoras con propsitos comparativos permanecen

    apegados a una visin de completa rivalidad e inconmensurabilidad.

    En efecto, en la mayor parte de estos trabajos se echa en falta un examen ms

    detallado y preciso sobre lo que cada uno de estos modelos democrticos entiende por

    consenso y por conflicto, los alcances que tienen estas categoras y las implicaciones

    prcticas que de ellas se siguen para cada una de estas comprensiones. Precisamente,

    sobre estos tpicos hemos intentado aportar algunos elementos de anlisis que permitan

    complejizar la empresa comparativa de los planteos deliberativo y agonstico y, al

    mismo tiempo, trazar ciertas lneas de convergencia entre ambos. A la luz de la

    reconstruccin de tales categoras hemos argumentado que ciertos sentidos del consenso

    y del conflicto son asumidos por Habermas y por Mouffe como condiciones ineludibles

    para pensar la democracia moderna.

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    Segn observamos, estas dos categoras aparecen constitutivamente acopladas a

    las compresiones deliberativa y agonstica. En su sentido ms profundo, el conflicto se

    entiende aqu como la aceptacin de la ausencia de fundamentos ltimos o trascendentes

    en los que anclar de manera segura y definitiva el orden social. Sin embargo, una vez

    aceptada esa indeterminacin esencial de fundamentos, en ambos enfoques queda en pi

    una forma de entendimiento que proviene desde las prcticas comunicativas rutinarias e

    inmanentes a nuestras formas de vida. Dicho de otro modo, en nuestros horizontes

    vitales existen una cierta cantidad de consensos, que sirven como barreras pragmticas

    ante la infinita dispersin de los sentidos sociales. Esto ltimo, por su parte, representa

    una acepcin de la idea de consenso que se replica tambin en los dos programas

    tericos analizados.

    En este punto, una vez ms, cabe volver la mirada hacia la disyuntiva entre

    consensualismo y conflictivismo que polariza al pensamiento poltico. Pues, para el

    caso de las propuestas democrticas de Habermas y de Mouffe, y a la luz del

    solapamiento entre las comprensiones del consenso y del conflicto que aqu hemos

    registrado, puede decirse que aquella dicotoma, sino desaparece, al menos, queda

    profundamente desdibujada. Para estos dos autores, resulta imposible concebir la

    democracia sin la aprehensin conjunta y simultnea de las dimensiones consensuales y

    conflictivas que constituyen nuestras prcticas sociales. Pues, la condicin de

    posibilidad para una forma de pensamiento radicalmente democrtico tal como el que

    ellos proponen reside, precisamente, en aquella superposicin.

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    *

    Una versin preliminar de este trabajo fue presentado en el XI Congreso Nacional de Ciencia Poltica de

    la Sociedad Argentina de Anlisis Poltico (Paran, del 17 al 20 de julio de 2013). 1 Entre los numerosos trabajos que bosquejan este panorama de oposicin e inconmensurabilidad terica

    entre la democracia deliberativa y el pluralismo agonstico, vase: Norval, 2007; Jezierska, 2011; Erman,

  • Publicado en Javier Franz (coord.) (2014), Democracia: consenso o conflicto? Agonismo y teora

    deliberativa en la poltica contempornea, Madrid: Catarata, pp. 63-90

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    2009; Grszl, 2009; Brady, 2004; Knops, 2007; Schaap, 2006; Hillier, 2003; Purcell, 2009. En general,

    todos ellos parten desde una visin consensualista o conflictivista del dominio poltico y, desde esa

    condicin fundamental, postulan la superioridad tanto sea del modelo habermasiano como del mouffeano.

    Tal como observaremos ms adelante, la propia Mouffe es una de las autoras que ms ha contribuido a

    expandir esa imagen de rivalidad entre su propuesta agonstica y el enfoque deliberativo. 2 Estos puntos constituyen una sntesis excesivamente abreviada de un proyecto de tesis doctoral mucho

    ms amplio. Debido a la extensin del presente trabajo resulta imposible analizarlos en detalle. Por ello,

    en lo que sigue, enunciaremos algunos rasgos generales de cada uno de ellos. 3 Traduccin propia.

    4 Traduccin propia.

    5 Esta nocin opera como un supuesto que determina que aquel consenso que pudiera haberse logrado

    bajo ciertas condiciones ideales, debera considerarse per se como un consenso racional. (Habermas,

    1997: 105, 153; 1999: 46) Habermas, reconstruye estas condiciones ideales a partir del anlisis de aquello

    que, con carcter inevitable, todo argumentante debe asumir cada vez que ingresa sin reservas en un

    dilogo argumentativo. Especficamente, los implicados en un discurso de este tipo, debern aceptar que

    sern objeto de discusin slo las pretensiones de validez problematizadas, que no habr limitacin

    alguna respecto de participantes, temas y contribuciones y que no se ejercer coaccin alguna, como no

    sea la del mejor argumento. 6 Traduccin propia.

    7 Traduccin propia.

    8 Traduccin propia.

    9 Traduccin propia.

    10 Traduccin propia.