GONE - Michael Grant- Libro #1 › uploads › 5 › 5 › 8 › 2 › ... · 2018-08-31 · PaolaS vane dhampir Correctoras de Estilo rossmary tEtE ANGIE_VASA Andy Parth Haushiinka

GONE - Michael Grant- Libro #1

Foro Purple Rose 0


Foro Purple Rose 1

Del autor: Michael Grant is the co-creator and co-author of th e Animorphs and the Everworld book series,[1] and also the creator and author of the Gone series. Michael was raised in a military family, at tending ten schools in five states, as well as three schools in France. As an adult, he became a writer in part because "it was one of the few jobs that wouldn't tie him down to a specific location."[2] According to the b ack flap of one of his books: "He lives in California with his wife, Kathe rine Applegate, and their two children, and far too many pets."[3] He current ly lives in Irvine, California[4]. Traducción. Michael Grant is the co-creator and co-author of th e Animorphs and the Everworld book series,and also the creator and auth or of the Gone series. Michael was raised in a military family, attending ten schools in five states, as well as three schools in France. As an a dult, he became a writer in part because "it was one of the few jobs that wo uldn't tie him down to a specific location." According to the back flap of o ne of his books: "He lives in California with his wife, Katherine Appleg ate, and their two children, and far too many pets."He currently lives in Irvine, California.


Foro Purple Rose 2

AGRADECIMIENTO AL GRUPO DE

Traductoras

Ckony Dani Liseth_Johanna18 Rockwood dark_heaven Mau CyeLy DiviNNa abril_tonks naoru Sharli Merygold Bookadict Ate-chan Pilar Sookie2125 PaolaS vane dhampir

Correctoras de Estilo

rossmary tEtE ANGIE_VASA Andy Parth Haushiinka kuami Luna Black


Foro Purple Rose 3


Foro Purple Rose 4

SINOPSIS

En un abrir y cerrar de ojos, todos desaparecen. Se van.

Excepto los jóvenes, adolescentes, escolares y niño s pequeños. Pero

ningún adulto. Ni profesores, ni policías, ni médic os, ni padres. Así como,

de repente, no hay teléfonos ni Internet, ni televi sión. No hay forma de

conseguir ayuda. Ningún modo de entender que ha pas ado.

El hambre amenaza, los bravucones gobiernan. Una cr iatura siniestra

está al asecho. Los animales están cambiando. Y los adolescentes

mismos están cambiando, desarrollando nuevos talent os -poderes

inimaginables, poderosos, mortales- que se hacen má s poderosos con

cada día que transcurre.

Este nuevo mundo es aterrador. Los bandos están sie ndo escogidos, la

lucha está Tomando forma. Los pueblerinos contra lo s niños ricos.

Matones contra débiles. El tiempo se agota: en tu c umpleaños

desaparecerás como todos los demás...


Foro Purple Rose 5

CAPITULO 1

299 HORAS, 54 MINUTOS.

Un minuto el profesor estaba hablando sobre la guer ra civil.

Al siguiente minuto se había ido.

Allí.

Ido.

Ningún - poof. Ningún destello de luz. Ninguna expl osión.

Sam Temple estaba sentado en el tercer periodo de l a clase de historia mirando fija e inexpresivamente a la pizarra, pero muy lejos en su cabeza. En su cabeza el estaba abajo en la playa, él y Quin n. Abajo en la playa con sus tablas, gritando, preparándose para la prim era zambullida en las heladas aguas del pacífico.

En el momento en que él pensó que se estaba imagina ndo eso, el profesor desapareció. Por un momento el pensó que h abía vuelto a soñar despierto.

Sam se giró hacia Mary Terrafino, quien estaba sent ada justo a su izquierda- ¿Tú viste eso, correcto?

Mary estaba mirando duramente al lugar donde el pro fesor había estado.

- Uhmm, ¿Donde está Mr. Trentakle?,- ese era Quinn Gaither, su mejor, tal vez solo, amigo, Quinn sentado a la derecha detrás de Sam. Los dos eran sus asientos favoritos al lado de la ventana porque a veces si escoges el ángulo correcto, en realidad puedes ver una lonja d iminuta de agua espumosa entre el edificio de la escuela y las casa s de más allá.

- Se debe haberse ido,- dijo Mary, no sonando como si de verdad lo creyera.

Edilio, el nuevo chico que Sam encontró potencialme nte interesante, dijo

-No, hombre. Desapareció. El hizo una cosa con los dedos que era una buena demostración del concepto.

Los chicos se miraban fijamente los unos a los otro s, estirando sus cuellos de esta forma y de la otra, con una risita tonta y nerviosa. Ninguno estaba asustado. Ninguno estaba llorando. T odas las cosas parecían un tipo de diversión.


Foro Purple Rose 6

- ¿Mr. Trentakle desapareció?- dijo Quinn, con una sorpresiva risa tonta en su voz.

- Hey,- alguien dijo, ¿Donde está Josh?

Cabezas giraron para ver.

- ¿Él estaba aquí hoy día?

- Si, el estaba aquí. El estaba justo aquí al lado mío,- Sam reconoció la voz. Bette. Una alterada Bette.

- El simplemente, ustedes saben, desapareció,- dij o Bette. Justo como Mr. Trentakle.

La puerta del pasillo se abrió. Cada ojo mirando ha cia allí. Mr. Trentakle iba a intervenir, quizás con Josh, y explicar cómo él pudo hacer ese truco de magia, y luego volver a hablarnos en su excitada , cansada voz sobre la Guerra civil que nadie preocupaba.

Pero no era Mr. Trentakle. Era Astrid Ellison, cono cida como Astrid la genio, porque ella era… bueno, ella era una genio. Astrid estaba en todas las clases avanzadas que tenía la escuela. En algun as clases ella estaba Tomando cursos online de la universidad.

Astrid tenía el cabello rubio que le llegaba hasta los hombros, y le gustaba llevar blusas blancas almidonadas de manga corta que nunca fracasaban en atrapar el ojo de Sam. Astrid estaba fuera de su liga, Sam sabía eso. Pero no había ninguna ley sobre pensar s obre ella.

- ¿Donde está su profesor?,- Astrid preguntó.

Hubo un encogimiento colectivo.

- El desapareció,- dijo Quinn, como si tal vez fue ra divertido.

- ¿No está afuera en el pasillo?, - Mary preguntó.

Astrid sacudió su cabeza.

- Algo raro está ocurriendo. Mi grupo de estudios d e matemáticas… había tres de nosotros, más la profesora. Todos simplemen te desaparecieron.

-¿Qué?, - dijo Sam.

Astrid miró directamente hacia él. Él no podía apar tar la mirada como el normalmente hacía, porque su mirada fija no era pro vocativa, escéptica


Foro Purple Rose 7

como usualmente era: estaba asustada. Sus normalmen te agudos, perspicaces ojos azules estaban como platos, mostra ndo mucho de la parte blanca.

- Ellos se han ido, simplemente… desaparecieron.

- ¿Qué sobre su profesora?- dijo Edilio.

- Ella se fue, también, - dijo Astrid.

- ¿Ido?

- Desapareció,- dijo Quinn, no riendo mucho ahora, empezando a pensar que quizás no fuera una broma después del todo.

Sam escuchó un sonido. Más de uno, en realidad. Lej anas alarmas de autos, venían de la ciudad. Él se levantó, sintiénd ose tímido, como si realmente este no fuera el lugar para actuar de esa manera, y caminó con las piernas tiesas hasta la puerta. Astrid se alejó entonces el pudo pasar por delante de ella. Él pudo oler su shampoo cuando el pasó por ahí.

Sam miró hacia la izquierda, hacia abajo a la habit ación 211, la sala donde el grupo de matemáticas de Astrid estaban reunidas. La siguiente puerta, 213, un chico asomó su cabeza. El tenía una expresi ón medio asustado, medio mareado, como alguien que está en una montaña rusa.

La otra dirección, abajo a la 207, chicos estaban r iendo muy alto. Desquiciadamente alto. Chicos de quinto grado. A tr avés del pasillo, salón 208, tres chicos de sexto grado repentinament e aparecieron en el pasillo y se detuvieron. Ellos miraban fijamente a Sam, como si él les fuera a decir algo.

Perdido Beach School era una pequeña ciudad escuela (internado), con todos desde el Kindergarden hasta noveno grado esta ban todos en un edificio, Elementary y Middle School juntos. High S chool estaba a una hora de conducción lejos de San Luis.

Sam caminó hacia la sala de clases de Astrid. Ella y Quinn estaban justo detrás de él.

La sala de clases estaba vacía. Sillas de escritori os, la silla del profesor, todo vacío. Libros de matemáticas estaban abiertos en tres de los escritorios. Notebooks, también. Los computadores, una fila de seis viejos macs, todos parpadeaban imágenes blancas.

En la pizarra claramente se podía ver - Polin.


Foro Purple Rose 8

- Ella estaba escribiendo polinomio,- Astrid dijo en un susurro como los que se ocupan para hablar en la iglesia.

- Yeah, yo iba a suponer eso,- dijo Sam secamente. - Yo tuve un polinomio una vez,- dijo Quinn- Mi d octor lo removió. Astrid ignoró la tentativa débil de humor- Ella de sapareció en la mitad de escribir la ´o´. Yo estaba mirando directamente hac ia ella. Sam se movió levemente, reflexionando. Un trozo de tiza estaba en el piso, justo ahí habría caído si alguien hubiera est ado escribiendo la palabra - polinomio- - lo que sea que quiera decir- y había desaparecido antes de terminar de escribir la - o. - Esto no es normal,- dijo Quinn. Quinn era más al to que Sam, más fuerte, al menos igual de bueno surfeando. Pero Qui nn, con su mitad loca mitad alegre tendencia de vestir en lo que solo pod ía llamarse disfraz- hoy usaba shorts sueltos, botas de desecho del ejér cito, una pollera de golf rosada, y un sombrero gris que él había encont rado en el ático de su abuelo- puesto de forma extraña- las vibración del chico enajenó a unos y asustó a los otros. Quinn era su propia pandilla, q uizás ese es el porqué de que Quinn y Sam conectaron. Sam siempre mantuvo un perfil bajo. El llevaba jean s y camisetas sencillas, nada que atrajera la atención hacia él. El había pasado la mayor parte de su vida en Perdido Beach, asistiendo a la escuela, y todo el mundo conocía quien era él, pero pocas personas est aban seguras de que era él. El era un surfista que no salía con otr os surfistas. Él era brillante, pero no un cerebrito. Él era guapo, pero no lo que las chicas llamarían como caliente. La única cosa que la mayoría de los chicos sabía de l carácter de Sam era que lo llamaba Sam el autobús. Él se había ganado e se apodo cuando estaba en séptimo grado. La clase estaba de camino a un viaje de curso cuando el conductor del autobús sufrió un ataque ca rdiaco. Ellos habían estado conduciendo por la carretera. Sam sacó al ho mbre fuera de su asiento, dirigiendo el bus a un lado del camino, ll evándolos seguramente a una parada, y con calma llamó al 911 del móvil de l conductor. Si él hubiera vacilado por incluso un segundo, el b us se habría caído por el acantilado y sumergido en el océano.


Foro Purple Rose 9

Su foto salió en el periódico. - Los otros dos chicos, incluida la profesora, se h an ido. Todos excepto Astrid,- dijo Sam- Eso definitivamente no es norm al. Trató de no decir su nombre cuando habló pero falló. Ella tenía ese e fecto sobre él. - Yeah. Tiempo de silencio aquí, hermano,- dijo Qu inn- Okay, estoy listo para despertarme ahora. Por un segundo, Quinn no estaba bromeando. Alguien gritó. Los tres tropezaron dentro del pasillo, que ahora e staba lleno de chicos. Una niña de sexto grado llamada Beca era la única q ue estaba gritando. Ella estaba sosteniendo su móvil- No hay ninguna r espuesta. No hay ninguna respuesta,- ella lloró- No hay nada. Por un momento todos se congelaron. Entonces un cru jido y un ruido, seguido por el sonido de docenas de dedos perforand o docenas de teclados. - Esto no hace nada. - Mi mamá debería estar en casa, ella debería poder contestar. Esto ni siquiera está sonando. - Oh, mi Dios: no hay Internet, tampoco. Tengo seña l, pero no hace nada. - Tengo tres barras. - Yo también, pero no están ahí. Algunos comenzar on a lamentarse, un espeluznante sonido. Todos hablaron a la vez, la charla se intensificaba a gritos. - Trata al 911,- una aterrada voz demandó. - A quien crees que llamé, ¿Numbnuts? - ¿No hay 911? - No hay nada. Probé con la mitad de mis marcadas r ápidas, y no hay nada.


Foro Purple Rose 10

El pasillo estaba lleno de chicos como si estuviera n durante el cambio de clase. Pero las personas no se precipitaban a sus p róximas clases, jugaba alrededor, o giraba los candados de sus lock ers. No había ninguna dirección. Las personas solo se quedaban ah í, como ganado esperando una estampida. La campana sonó, tan fuerte como una explosión. La gente se estremeció, como si nunca la hubieran escuchado ant es. - ¿Qué vamos a hacer?- más de una voz preguntó. - Debe haber alguien en la oficina,- una voz gritó - La campana sonó. - Están programadas, idiota. Eso venía de Howard. Howard era un pequeño gusano, pero Orc era el adulador número uno , y Orc era un matón que fruncía el ceño a los de octavo grado, un a montaña de grasa y músculo que asustaba incluso a los de novenos grado . Nadie llamó a Howard. Cualquier insulto sobre Howard era un ataqu e sobre Orc. - Ellos tienen una televisión en el salón de maestr os,- dijo Astrid. Sam y Astrid, con Quinn corriendo después de ellos, avanzaron hacia el salón. Ellos volaron bajo las escaleras, bajo la pl anta baja, donde había menos salas de clases, menos chicos. Sam puso su ma no sobre la puerta del salón de profesores, ellos se congelaron. - Nosotros no se supone que entremos ahí,- dijo As trid. - ¿Te preocupas?- dijo Quinn. Sam empujó para abrir la puerta. Los profesores ten ían un refrigerador. Un cartón de yogurt estaba en el piso, el viscoso c ontenido estaba derramado sobre la raída alfombra. La televisión es taba encendida, sin imágenes, sólo estática. Sam buscó el control remoto. ¿Dónde estaba? Quinn lo encontró. Comenzó a correr a través de los canales. Nada, Nad a y Nada. - No hay cable,- dijo Sam, consciente que era la c osa más estúpida que podía decir.


Foro Purple Rose 11

Astrid alcanzó la parte de atrás del televisor y de satornilló el cable coaxial. La imagen parpadeó y el tipo de estática c ambió un poco, pero como Quinn cambiaba los canales seguía habiendo nad a, nada y nada. - Tú siempre puedes poner el canal nueve,- dijo Qu inn- Incluso sin cable. Astrid dijo, - Profesores, algunos de los chicos, c able, transmisiones, móviles, ¿todo se fue al mismo tiempo?- frunció el ceño, tratando de hacerlo funcionar. Sam y Quinn esperaron, como si e lla pudiera tener una respuesta. Como si ella fuera a decir, - Oh, seguro, ahora ent iendo. Ella era Astrid la genio, después de todo. Pero todo lo que ella dijo fue, - Esto no tiene ningún sentido. Sam levantó el receptor del teléfono de la pared, u na línea de comunicaciones - No hay señal de marcado. ¿Hay alguna radio aquí? - No había. La puerta se cerró de golpe y se apresura ron dos chicos, niños de quinto grado, sus caras salvajes, excitadas- So mos los dueños de la escuela!- uno gritó, y el otro dio un ululato de r espuesta. - Nosotros vamos a abrir la máquina de dulces,- el primero anunció. - Eso tal vez no sea una buena idea,- dijo Sam. - Tú no puedes decirnos lo que debemos hacer. Bel igerante, pero no seguro de sí mismo, no seguro de que él tenía la ra zón. - Están en lo correcto, pequeño amigo. Pero mira, c omo todos nosotros intentamos y nos mantenemos juntos antes de que nos otros sepamos que vamos a hacer,- Dijo Sam. - Tú mantente junto,- gritó el niño. El otro ululó de nuevo, y los dos se fueron. - Yo creo que podría estar mal preguntarles si me t raerían un twix,- Sam murmuró. - Quince,- dijo Astrid.


Foro Purple Rose 12

- No, hombre, ellos eran, como diez,- dijo Quinn. - No ellos. Los chicos de mi clase. Jink and Michae l. Ambos eran un zumbido para las matemáticas, mejores que yo, pero ellos tenían LDs- problemas de aprendizaje, dislexia- los mantuvo atr asados. Pero ambos eran un poco mayores. Yo era la única con catorce a ños. - Yo creo que quizás Josh tenía quince, en nuestra clase,- dijo Sam. - ¿Entonces?- - Entonces él tenía quince años, Quinn. El simpleme nte… simplemente desapareció. En un parpadeo él se había ido. - De ninguna manera,- dijo Quinn, sacudiendo su ca beza- Cada adulto y chicos mayores de toda la escuela simplemente ¿desa parecieron? Eso no tiene sentido. - No es solamente la escuela,- dijo Astrid. - ¿Qué?- Quinn le llamó la atención a ella. - ¿Los teléfonos y la televisión?- dijo Astrid. - No, no, no, no, no,- dijo Quinn. Él estaba sacud iendo su cabeza, medio sonriendo, como si le hubieran contado un mal chist e. - Mi mamá,- dijo Sam. - Hombre, detén esto,- dijo Quinn- ¿Todo bien? Es to no es divertido. Por primera vez Sam se sintió al borde del pánico, como un cosquilleo en la base columna. Su corazón estaba martilleando en si pecho, trabajando como si él estuviera corriendo. San tragó fuertemente. Aspiró el aire, incapaz de T omar más que unos pocos alientos suaves. Miró la cara de su amigo. Nu nca había visto a Quinn así de asustado. Los ojos de Quinn estaban os curos, pero su boca temblaba, y una mancha rosada se acercaba a su cuel lo. Astrid estaba


Foro Purple Rose 13

manteniendo la calma, pensando, frunciendo el ceño, concentrada, tratando de darle sentido a todo esto. - Nosotros tenemos que comprobarlo,- dijo Sam. Quinn dejó salir un resoplido sollozante. Él ya se estaba moviendo, dándose la vuelta. Sam agarró su hombro. - Suéltame, hermano,- dijo Quinn secamente- Tengo que ir a casa. Tengo que ver. - Todos tenemos que ir a ver,- dijo Sam- Pero vam os a ir juntos. Quinn comenzó a escaparse, pero Sam estrechó su apr etón- Quinn. Juntos. Vamos, hombre, esto es como una aniquilació n, ¿entiendes? Tú te estás apresurando, ¿qué vas a hacer?- - Tú no intentes estar muy ocupado,- Quinn murmuró . - Estas en lo correcto. Mantienes tu cabeza derecha pensando en un ciclo giratorio. ¿Cierto? Nadar hacia la luz del día - Surfear ¿metafóricamente?- Astrid preguntó. Quinn detuvo su resistencia. Él se estremeció- Oka y, Yeah. Tienes razón. Juntos. Pero mi casa primero. Esto es un desastre. Esto es tan desastroso. - Astrid?- Sam preguntó, no muy seguro de ella, no seguro del todo si ella quería ir con él y Quinn. Se sentía presumido preguntarle a ella, y equivocado no preguntar. Ella miró a Sam, como si ella estuviera esperando e ncontrar algo en su cara. San repentinamente comprendió que Astrid el g enio no sabía que iba a hacer, o donde ir, cualquier cosa mejor de lo que él dijo. Eso se veía imposible. Desde el vestíbulo ellos oyeron un aumen to cacofónico de voces. Fuerte, asustado, algunos balbuceos, como si fueran a estar bien mientras ellos no dejaran de hablar. Algunas voces eran simplemente salvajes. No era un buen sonido. Era espantoso abso lutamente todo sobre eso, ese sonido.


Foro Purple Rose 14

- Ven con nosotros, Astrid, ¿Okay?- dijo Sam- Est aremos seguros si estamos juntos. Astrid se estremeció en la palabra - seguros. Pero ella cabeceó. La escuela era peligrosa en este momento. Las perso nas asustadas pueden hacer cosas aterradoras a veces, incluso niñ os. Sam sabía esto por una experiencia personal. El miedo puede ser pe ligroso. El temor puede hacer que las personas hagan daño. Y eso no e ra nada pero el miedo controla locamente los pensamientos de la esc uela. La vida en Perdido Beach había cambiado. Algo grand e y terrible había ocurrido. Sam esperó que él no fuera la causa.


Foro Purple Rose 15

CAPITULO 2

298 HORAS, 38 MINUTOS. Los chicos los hacían salir de la escuela, solos o en pequeños grupos. Algunas niñas caminaban en tríos, abrazándose unas a otras, derramando lágrimas bajo sus caras. Algunos chicos caminaban encorvados, abatidos como si el cielo pudiera caers e sobre ellos, sin abrazar a nadie. Muchos de ellos lloraban, también. Sam pensó rápidamente en los videos de noticias que él había visto de tiroteos en escuelas. Esto se sentía como aquello. Los niños estaban desconcertados, asustados, histéricos, o escondiend o la histeria detrás de la risa y las demostraciones valientes de alboro tos. Hermanos y hermanas estaban juntos. Los amigos esta ban juntos. Algunos de los niños realmente pequeños, los del Ki ndergarden, los de primer grado, vagaban sobre los jardines, sin verda deramente ir a algún lado. Ellos no tenían la edad suficiente como para conocer el camino a casa. Preescolares en Perdido Beach sobre todo iban a la guardería de Barbara, un edificio del centro decorado con aplica ciones descoloridas de dibujos animados. Estaba al lado de la tienda Ac e Hardware atravesando la plaza desde el McDonald. Sam se preguntaba si ellos estaría bien, los pequeñ os estarían abajo en Barbara probablemente. No era su responsabilidad. P ero el tenía que decir algo. - ¿Qué hay sobre todos esos niños pequeños?- dijo Sam. Ellos podrían vagar por la calle y podrían atropellarlos. Quinn se detuvo y miró fijamente. No a los niños pe queños, pero calle abajo- ¿Tú ves algún auto en movimiento?- La luz de freno cambió de roja a verde. No había au tos esperando para salir. El sonido de las alarmas de los autos era má s fuerte ahora, quizás tres o cuatro alarmas diferentes. Quizás más.


Foro Purple Rose 16

- Primero pensemos en nuestros padres,- dijo Astri d- Esto no es como si no hubiera ningún adulto en ningún lado. Ella no se veía segura sobre eso, entonces ella lo enmendó- Quiero decir, es im probable que no haya ningún adulto. - Yeah,- Sam estuvo de acuerdo- Debe haber adulto s. ¿Correcto?- - Mi mamá más probablemente está en casa o jugando tenis,- dijo Astrid- A menos que ella tengo una cita o algo. Mi mamá o P apá estarán con mi hermano pequeño. Mi papá está en el trabajo. El tra baja en PBNP. PBNP era la planta nuclear de Perdido Beach. La cen tral eléctrica estaba solamente a diez millas de la escuela. Nadie en la ciudad pensó en ello mucho más, pero hace mucho tiempo atrás, en los nov entas, hubo un accidente. Un extraño accidente, lo llamaron. Una c oincidencia de - una vez en un millón de años. Nada de qué preocuparse. La gente decía que ese era el porqué Perdido Beach era todavía una pequeña ciudad, porque esto jamás se convirtió en a lgo realmente grande como Santa Barbará abajo en la costa. El apo do para Perdido Beach era el callejón radioactivo. No mucha gente s e quería mudar a un lugar llamado el callejón radioactivo, aún cuando t odas las consecuencias radioactivas hubieran sido limpiadas. Los tres, con Quinn unos pasos adelante, caminando rápidamente sobre sus largas piernas, bajando por Sheridan Avenue y d oblando a la derecha en Alameda. En la esquina de Sheridan Avenue y Alameda había un auto con el motor corriendo. El coche había chocado a un SUV que esta ba estacionado, un Toyota. La alarme del Toyota vino y se fue, chillan do un minuto, luego callando. La bolsa de aire en el Toyota estaba desplegada: re ngueaba, blancos globos desinflados se inclinaban sobre el volante y el tablero de mandos. No había nadie en el SUV. El vapor venía de debajo del arrugado capó del auto. Sam notó algo, pero no lo quería decir en voz alta.


Foro Purple Rose 17

Astrid dijo aquello: - Las puertas todavía están ce rradas. ¿Ven las perillas? Si alguien estuvo dentro y consiguió sali r, las puertas deberían estar desbloqueadas. - Alguien estaba conduciendo y parpadeó hacia fuera ,- dijo Quinn. No lo estaba diciendo como si debiéramos estar divertidos . Lo gracioso había terminado. La casa de Quinn estaba solamente a dos cuadras baj ando por Alameda. Quinn estaba intentado mantenerse, tratando de esta r despreocupado. Tratando de mantener su actuación del Quinn Cool. P ero de repente, Quinn comenzó a correr. Sam y Astrid corrieron también, pero Quinn era más rápido. Su sombrero se cayó de su cabeza. Sam se inclinó y lo recogió. Pero al tiempo que ellos lo alcanzaron, Quinn se ha bía lanzado para abrir la puerta principal y estaba adentro. Sam y Astrid fueron rápidamente a la cocina y se detuvieron. - ¡Mamá! ¡Papá!. ¡Mamá! ¡Hey! Quinn estaba escaleras arriba, gritando. Su voz se volvía más fuerte con cada grito. Más fuerte y más rápida, y el sollozo e ra más claro, más difícil para Sam y Astrid pretender que no lo oían. Quinn vino tirando abajo la escalera, todavía grita ndo por su familia, obteniendo solo silencio como respuesta. Él todavía tenía sus gafas puestas, entonces Sam no pudo ver los ojos de su amigo. Pero las lágrimas corrían por las mejilla s de Quinn, y las lágrimas estaban en su irregular voz, y Sam pudo pr ácticamente sentir el nudo en la garganta de Quinn porque el mismo nudo e staba en su propia garganta. El no sabía qué hacer para ayudarlo. Sam dejó el sombrero de colección de Quinn en la me sa de la cocina. Quinn se detuvo en la cocina. El estaba respirando con dificultad- Ella no está aquí, Hombre. Ella no está aquí. Los teléfonos están muertos. ¿Ella dejó una nota o algo? ¿Viste alguna nota? Busca una nota. Astrid chasqueó un interruptor- La energía sigue f uncionando.


Foro Purple Rose 18

- ¿Que si ellos estuvieran muertos?- Quinn pregunt ó- Esto no puede estar sucediendo. Esto es solamente alguna clase de pesadilla o algo. Esto… esto no es incluso posible. Quinn recogió e l teléfono, apretando el botón de hablar nuevamente y puso el teléfono en su oreja otra vez, entonces marcó, presionando los botones con su dedo índice y balbuceando todo el tiempo. Finalmente, el bajó el teléfono y lo miró fijamente . Miraba fijamente al teléfono como si él esperara que fuera a sonar en c ualquier momento. San estaba desesperado por ir a su propia casa. Des esperado y con miedo, esperando saber y asustado por el saber. Per o él no podía arrastrar a Quinn. Si él hiciera a su amigo dejar l a casa ahora, parecería como que le está diciendo a Quinn que se rindiera, porque sus padres se habían ido. - Tuve una pelea con mi padre anoche,- dijo Quinn. - No comiences a pensar de esa forma,- dijo Astrid - Una cosa que nosotros sabemos: tú no causaste esto. Ninguno de n osotros causó esto. Ella puso su mano en el hombro de Quinn, y era como si esa fuera la señal para finalmente desmoronarse. Él sollozó abie rtamente, sacándose sus gafas, y las dejó caer sobre los azulejos del p iso. - Esto va a ir bien,- dijo Astrid. Ella sonaba com o si ella estuviera tratando de convencer a Quinn, pero también a ella misma. - Si,- dijo Sam, sin creérselo- Desde luego esto es. Esto es simplemente algo… - Él no podía pensar en cómo terminar la oración. - Quizás fue Dios,- dijo Quinn, mirando hacia arri ba, de pronto esperanzado. Sus ojos estaban rojos y repentinament e el miró fijo, energía maniaca- Fue Dios. - Tal vez,- dijo Sam. - Podría ser, ¿cierto? En...entonces…entonces…,- Q uinn captó el mismo, ahogando abajo el tartamudeo de pánico- Entonces e sto va a estar bien. El pensamiento de una explicación, cualquier explic ación, no importa


Foro Purple Rose 19

cuán débil, parecía ayudar- Duh, por supuesto que esto va a ir bien. Esto totalmente va a ir bien. - La casa de Astrid es la siguiente,- dijo Sam- E lla es la más cercana. - ¿Tú sabes donde vivo?,- Astrid preguntó. Este no era un buen tiempo para admitir que él la h abía seguido a su casa una vez, con la intención de tratar de caminar con ella, quizás preguntarle si quería ir al cine, pero había perdido los nervio s. Sam se encogió- Yo probablemente te va una vez. Fue una caminata de diez minutos a la casa de Astri d, de dos plantas, tipo de nueva casa con piscina en la parte de atrás . Astrid no era rica, pero su casa era mucho más bonita que la de Sam. Es to recordó a Sam a la casa en que solía vivir antes de que su padrastr o se fuera. Su padrastro no había sido rico, tampoco, pero tenía u n buen trabajo. Sam se sintió raro estando en la casa de Astrid. To do se veía lindo y un poco lujoso. Pero todo estaba puesto en su sitio. N o había nada fuera que pudiese estar roto. Las mesas tenían pequeños almoh adones de plástico en las esquinas. Los enchufes eléctricos tenían cub iertas a prueba de niños. En la cocina los cuchillos estaban en un arm ario de cristal delantero con una cerradura a prueba de niños en la manija. Había perillas anti-niños en la estufa. Astrid lo notó mirando- No es para mí,- ella reco rtó- Es por el pequeño Pete. - Lo sé. Él es… - El no sabía la palabra correcta. - Él es autista,- dijo Astrid muy despreocupadamen te, como si no fuera la gran cosa- Bueno, no hay nadie aquí,- ella anunci ó. Su tono decía que ella había esperado esto, y que estaba bien. - ¿Dónde está tu hermano?- Sam preguntó. Astrid gritó de nuevo, algo que él no sabía que ell a pudiera hacer- No lo sé, ¿de acuerdo? No sé donde está. Ella cubrió su b oca con una mano.


Foro Purple Rose 20

- Llámalo,- Quinn sugirió en un extraño, articulad o con cuidado, formal tono de voz. El estaba avergonzado por volverse loc o. Pero al mismo tiempo, el todavía estaba bastante asustado. - ¿Llamarlo? El no contestará,- Astrid dijo apreta ndo los dientes- El es autista. Gravemente. El no… El no se relaciona. Él no responderá, ¿está bien? Yo puedo gritar su nombre todo el día. - Está bien, Astrid. Nosotros vamos a asegurarnos,- dijo Sam- Si él está aquí, nosotros lo encontraremos. Astrid cabeceó y escondió las lágrimas. Ellos busca ron en la casa pulgada por pulgada. Bajo las camas. En los armario s. Ellos fueron a través de la calle a la casa de una señora quien a veces cuidaba del pequeño Pete. No había nadie en esa cas a, tampoco. Ellos buscaron en cada habitación. Sam se sentía como un ladrón. - Él debería estar con mi mamá, o quizás mi papá lo llevó a la planta con él. Él hacía esto cuando no había nadie que lo cuid ara. Sam escuchó desesperación en su voz. Tal vez había pasado media hora desde la repentina desaparición. Quinn seguía raro. Astrid parecía deshacerse. Todavía no era la hora de comer pero Sam se preguntaba sobre la noche. Los días era n cortos, era 10 de noviembre, casi acción de gracias. Días cortos, noc hes largas. - Vamos a seguir moviéndonos,- dijo Sam- No te pr eocupes sobre pequeño Pete. Nosotros lo encontraremos. - ¿Eso quería decir un reaseguramiento pro forma o un compromiso específico?- Astrid preguntó. - ¿Perdón?- - No, yo lo siento. Quiero decir, ¿tú me quieres ay udar a encontrar a Pete?- Astrid preguntó. - Seguro. Sam quería agregar que la quería ayudar en todas partes, en cualquier momento, siempre, pero esa era solamente su miedosa conversación, haciendo que él quiera charlar. En ca mbio, él comenzó a caminar hacia su propia casa, sabiendo ahora más al lá de las dudas de lo


Foro Purple Rose 21

que él encontraría, pero necesitaba revisar, de tod as formas, y comprobar algo más, también. Necesitando ver si él estaba loc o. Necesitando ver si había todavía alguien ahí. Esto era toda una locura. Pero para Sam, la locura había comenzado mucho ante s. Para la centésima vez Lana estiró su cabeza para mi rar atrás y chequear a su perro. - Él está bien. Deja de preocuparte,- dijo el abue lo Luke. - Él podría saltar. - Él es un tonto, está bien. Pero no pienso que pud iera saltar. - No es tonto. Él es un perro muy brillante. Lana Arwen Lazar estaba en el asiento delantero abollado, alguna vez rojo cami ón recolector de su abuelo. Patrick, su labrador amarillo, estaba en la parte de atrás, sus orejas se movían con la brisa, y su lengua colgaba hacia fuera. Patrick lleva ese nombre por Patrick Star, el no mu y brillante personaje de Bob esponja. Ella había querido llevarlo en la p arte de adelante con ella. Él abuelo Luke se lo había prohibido. Su abuelo prendió la radio. Música country. Él era viejo, el abuelo Luke. Un montón de niños te nían el tipo de abuelos jóvenes. De hecho, los otros abuelos de Lana, sus a buelos de Las Vegas, eran mucho más jóvenes. Pero el abuelo Luke era vie jo en la arrugado-encima-de-cuero tipo de forma. Su cara y manos eran marrón oscuro, en parte por el sol, en parte porque él era un indio C humash. Él llevaba un sombrero de paja tipo Cowboy manchado en sudor y ga fas de sol oscuras. - ¿Qué se supone que voy a hacer el resto del día?- Lana preguntó. El abuelo Luke viró bruscamente para evitar un bach e- Haz lo que te dé la gana. - Tú no tienes televisión o DVD o Internet o algo.


Foro Purple Rose 22

Él tan llamado rancho del abuelo Luke era tan aisla do, y él anciano en si mismo era tan barato, su único pedazo de tecnología era una radio antigua que sólo parecía recoger la estación religi osa. - Tú trajiste algunos libros, ¿No es cierto? O tú p uedes sacar el estiércol del establo. O puedes subir la colina. Él apunto a la colina con su barbilla- Hay vistas agradables allí arriba. - Vi a un coyote subir la colina. - Los coyotes son inofensivos. Sobre todo. Él viejo hermano coyote es muy listo para ir ensuciando humanos. Él pronunci ó coyote - Kie-oat. - He sido pegada aquí una semana,- dijo Lana- ¿No es bastante tiempo? ¿Cuánto tiempo se supone que debería quedarme ahí? Me quiero ir a casa. El viejo hombre ni siquiera levantó la vista hacia ella- Su papá la atrapó sacando vodka fuera de casa para algún punk. - Tony no es un punk,- Lana tiró de vuelta. Él abuelo Luke apagó la radio y cambió a su voz de profesor- Un chico quien utiliza a una chica de ese modo, llevándola a l medio de sus problemas, eso es un punk. - Y si no lo hubiera cogido para él, él habría inte ntado usar una ID falsa y quizás meterse en problemas. - No quizás sobre eso. Un chico de quince años bebi endo alcohol, él va a encontrar problemas. Yo comencé a beber cuando tení a tu edad, catorce. Treinta años de mi vida los gasté en una botella. S obrio ahora por treinta y un años, seis meses, cinco días, gracias a Dios p or eso y a tu abuela, descanse su alma. Volvió a encender la radio. - Además, la licorería más cercana queda en Perdido Beach a diez millas de aquí. Él abuelo Luke rió- Si. Eso ayuda, también. Al menos el tenía sentido del humor.


Foro Purple Rose 23

El camión saltaba como loco a lo largo del borde de un barranco que tenía cien pies hacia abajo, bajando más arena y Ar temisa, pinos mal desarrollados, cornejos, y hierbas secas. Algunas v eces por año, el abuelo Luke le había dicho, que llovía, y entonces el agua podría bajar precipitadamente el barranco, a veces en un torrent e repentino. Era difícil de imaginar eso si ella miraba fijament e la larga cuesta abajo. Luego, sin una advertencia, el camión se salió del camino. Lana miró fijamente al asiento vacío donde el abuelo había es tado sentado un segundo atrás. Él se había ido. Él camión seguía directamente haci a abajo. Lana dio sacudidas contra el cinturón de seguridad. El cami ón recogió velocidad. Chocando con fuerza contra una árbol joven y lo rom pió. Bajo el camión entró una nube de polvo, saltando co n mucha fuerza, Lana golpeó el techo del camión, sus hombros se gol pearon contra la ventana. Sus dientes se agitaron. Ella se agarró po r la rueda, pero esto tiraba insanamente y de repente el camión cayó. Una y otra y otra vez. Ella estaba fuera de su cinturón de seguridad, sacu diéndose alrededor desvalidamente dentro de la cabina. El volante la g olpeaba como un agitador en una lavadora. El parabrisas quebró su h ombro, la palanca de cambio parecía un palo a través de su cara, el espe jo retrovisor había destrozado la parte de atrás de su cabeza. Él camión se detuvo. Lana estaba boca abajo, su cue rpo doblado imposiblemente, piernas y brazos en cualquier sitio . El polvo ahogaba sus pulmones. Su boca estaba llena de sangre. Uno d e sus ojos estaba bloqueado, incapaz de ver. Lo que ella podía ver con su ojo bueno era imposibl e de tener sentido al principio. Ella estaba al revés, mirando al pedazo de cactus que parecía estar creciendo perpendicularmente hacia ella. Ella tenía que salir. Ella se orientó lo mejor que pudo y alcanzó la puerta. Su brazo derecho no lo podía mover. Ella lo miró y gritó. Su antebrazo derecho, desde e l codo hasta la muñeca, no formaba una línea recta. Estaba doblado en un ángulo como


Foro Purple Rose 24

una aplanada - V. Estaba girado de un modo que su p alma estaba hacia arriba. Los finales dentados de la fractura amenaza ban con atravesar su carne. Ella entró en pánico. El dolor era tan terrible, su s ojos se cerraron en su cabeza y ella salió. Pero no por mucho. No el tiemp o suficiente. Cuando se despertó, el dolor en su brazo y en su pi erna izquierda y espalda y cabeza y cuello hacían subir a su estómag o. Vomitó sobre lo que había sido el techo andrajoso del camión. - Ayúdenme,- gruñó- Ayuda. ¡Alguien ayuda! Pero incluso en su agonía sabía que aquí no había n adie que la pudiera ayudar. Ellos estaban a millas en Perdido Beach, do nde ella viviría hasta hace un año atrás cuando su gente se mudó a Las Veg as. Este camino no conducía a ninguna parte excepto al rancho. Quizás una vez por semana alguien más podría venir desde calle abajo, un moch ilero perdido o la vieja señora quien jugaba damas con el abuelo Luke. - Me voy a morir,- Lana dijo a nadie. Pero no se iba a morir todavía, y el dolor no se ib a. Tenía que escaparse del camión. Patrick. ¿Qué le sucedió a Patrick? Ella gruñó su nombre, pero no había nada. El parab risas estaba estrellado y deformado, pero no podía patearlo fuer a con su única pierna buena. La única forma era la ventana del lado del conductor, que estaba detrás de ella. Esta segura que el mero acto de dar se la vuelta sería insoportable. Luego, estaba Patrick, poniendo su negra nariz en l a de ella, jadeando, gimoteando, deseoso. - Buen chico,- le dijo. Patrick meneó su cola. Patrick no era ningún perro de ficción del que de r epente aprendió a ser inteligente y heroico. Él no tiró a Lana desde los restos que echaban


Foro Purple Rose 25

vapor. Pero se quedó con ella cuando pasaba una ho ra de infierno avanzando lentamente hacia la arena. Ella descansó su cabeza protegida del sol en una Ar temisa. Patrick lamió la sangre de su cara. Con su mano buena Lana detalló sus heridas. Un ojo estaba cubierto de sangre de una incisión en su frente. Una pierna est aba rota, o al menos torcida más allá del uso. Algo dolía dentro de su b aja espalda, bajo de donde se encontraban los riñones. Su labio superior estaba entumecido. Ella escupió un sangriento pedazo de un diente roto . Lo peor por lejos era el horripilante lío de su bra zo derecho. Ella no podía mirarlo. La tentativa de mirarlo fue inmediatamente abandonada: el dolor no podía ser aguantado. Pasó hacia fuera otra vez y vino mucho más tarde. E l sol era despiadado. Patrick estaba enrollado al lado de ella. Y encima en el cielo, media docena de buitres, con sus amplias alas negras exte ndidas, rodeaban, esperando.


Foro Purple Rose 26

CAPITULO 3

298 HORAS, 05 MINUTOS. - Ese camión,- dijo Sam, señalándolo- Otro choque . Un camión FedEx había arado por un seto y había cortado de golpe un árbol de olmo en la yarda delantera de alguien. El motor funcionaba vag amente. Ellos corrieron hacia dos niños, uno de cuarto grad o y su hermana pequeña, jugando un juego indiferente de coger en t ruco en su jardín delantero - Nuestra mamá no está en casa,- dijo el mayor- Se suponía que tenía que ir a mi clase de piano esta tarde. Pero yo no s é cómo llegar allá. - Y yo tengo clases de tap. Íbamos a conseguir nues tros trajes para el recital,- dijo la menor- Yo voy a ser la mariquit a. - ¿Tú sabes cómo llegar a la plaza? ¿Tú sabes, como andar en la ciudad?- Dijo Sam. - Yo creo. - Tú deberías ir allí. - Se supone que yo no debo salir de casa,- la más pequeña dijo. - Nuestra abuela vive en Laguna Beach,- dijo el de cuarto grado- Ella puede venir con nosotros. Pero no podemos llamarla por teléfono. El teléfono no funciona. - Lo sé. Tal vez vallan a esperar abajo en la plaza , ¿está bien?- cuando el niño miró fijamente a él, Sam dijo, - Hey, no te di sgustes tanto, ¿Okay? ¿Tienes algunas galletas o helado en la casa?- - Eso creo. - Bueno, allí no hay nadie diciéndote que no te com as una galleta, ¿o sí? Tu gente aparecerá pronto, pienso. Pero por el mome nto come una galleta, y luego baja a la plaza.


Foro Purple Rose 27

- ¿Esa es tú solución? ¿Tener una galleta?- Astrid preguntó. - No, mi solución es correr hasta la playa y escond ernos hasta que todo esto termine,- dijo Sam- Pero una galleta nunca h ace daño. Ellos siguieron moviéndose, Sam y Quinn y Astrid. L a casa de Sam estaba al este del centro de la ciudad. Él y su mam á compartían una pequeña, apretada de mirar cada de un ambiente con un diminuto, patio trasero cercado y una no verdadera yarda delantera, solamente acera. La madre de Sam no ganaba mucho dinero trabajando como una enfermera nocturna en la coates Academy. El padre de Sam esta ba fuera de este cuadro, siempre lo había estado. Él era un misterio en la vida de Sam. Y el año pasado su padrastro se había largado, también. - Esto eso,- dijo Sam- Nosotros no creemos en luc irse mostrando una gran casa y todo. - Bueno, tú vives cerca de la ciudad. Dijo Astrid , señalando la única ventaja de esta casa o de esta vecindad. - Si. A dos minutos caminando. Menos si cortara por el patio de la casa donde la pandilla de motoristas viven. - ¿Pandilla de motoristas?- dijo Astrid. - No toda la pandilla, realmente, solamente Killer y su novia cómplice. Astrid frunció el seño, y Sam dijo, - Perdón. Mala broma. Este no es un buen vecindario. Ahora que él estaba aquí, Sam no quería entrar. Su madre no estaría ahí. Y había algo en su casa que tal vez Quinn, y especi almente Astrid, no deberían ver. Les mostró el camino por los tres de cara al sol, d e madera pintados de color gris escalones que crujían cuando tú dabas un paso sobre ellos. El porche era estrecho, y un par de meses atrás alguie n había robado la mecedora que su mamá había puesto ahí entonces ella podría sentarse y mecerse en la tarde antes de que ella se fuera al t rabajo. Ahora ellos tenían que alargar sillas de la cocina.


Foro Purple Rose 28

Ese era siempre el mejor momento del día para ellos , el comienzo del día de trabajo para su madre, y el término para Sam. Sa m podía venir a casa desde la escuela, y su madre podría estar despierta , habiendo dormido la mayor parte del día. Ella debería tener una taza de té, y Sam tendría una soda o quizás un jugo. Ella podría preguntarle cómo le había ido en la escuela, y él no le contaría mucho, pero era lindo pensar sobre como él podía decirle a ella lo que quisiera. Sam abrió la puerta. Dentro estaba en silencio, exc epto por el refrigerador. El compresor arriba de él era viejo y ruidoso. La última vez que ellos habían hablado afuera en el porche, pies encima sobre el pasamano, su madre se preguntaba si ellos deberían conseguir a alguien que arreglara el compresor, o si sería más barato s implemente conseguir un refrigerador de segunda mano. Y como ellos lo tr aerían a la casa sin un camión. - ¿Mamá?- dijo Sam al espacio vacío del cuarto fam iliar. No hubo respuesta. - Tal vez ella haya subido a la colina,- dijo Quin n- Arriba en la colina- era la frase pueblerina para coates Academy, el interna do privado. La colina era más como una montaña. - No,- dijo Sam- Ella se fue como los otros. La estufa estaba prendida. Un pan frito estaba quem ado. No había nada en el pan. Sam giró la comida. - Esto se va a volver un problema en toda la ciudad ,- el dijo. Astrid dijo, - Si, estufas encendidas, autos corrie ndo. Alguien necesita ir alrededor y asegurarse de que las cosas están apaga das y los niños pequeños estén con alguien. Y hay pastillas, y alco hol, y algunas personas probablemente tiene armas. - En este vecindario algunas personas tienen artill ería,- dijo Sam. - Tiene que ser Dios,- dijo Quinn- ¿Quiero decir, quien más, correcto? Nadie más puedo hacer esto. ¿Simplemente hacer que todos los adultos desaparecieran?-


Foro Purple Rose 29

- Todos los con quince años o más,- Astrid lo corr igió- Con quince años uno no es un adulto. Créeme, yo estaba en una clase con ellos. Ella vagó con vacilación por la sala de estar, como si e lla estuviera buscando algo- ¿Puedo usar el baño, Sam?- El cabeceó de mala gana. Él estaba mortificado por tenerla a ella aquí. Ni Sam ni su Madre eran realmente dueños de casa. El l ugar estaba más o menos limpio, pero no como la casa de Astrid. Astrid cerró la puerta del baño. Sam escuchó el son ido de agua corriendo. - ¿Qué vamos a hacer nosotros?- Quinn preguntó- E sto es lo que no consigo. ¿Qué hicimos para que Dios nos meara fuera ?- Sam abrió el refrigerador. Él miró fijamente a la c omida que había ahí. Leche. Un par de sodas. La mitad de un pequeño meló n ubicado en un reducido espacio sobre un plato. Huevos. Manzanas. Y limones para el té de su madre. Lo usual. - Quiero decir, nosotros hicimos algo para merecer esto, ¿cierto?- dijo Quinn- Dios no hace cosas como esta sin tener una razón. - Yo no creo que fuera Dios,- dijo Sam. - Tío. Tiene que ser. Astrid estaba de vuelta- Tal vez Quinn tiene razón - No hay nada, tu sabes, normal, que pueda hacer esto,- ella dijo- ¿Esta ahí? Esto no tiene ningún sentido. No es posible y ya sucedió. - A veces pasan cosas imposibles,- dijo Sam. - No, no ocurren,- Astrid argumentó- El universo tiene leyes. Todas las cosas que nosotros aprendemos en clase de ciencias. Tú sabes, como las leyes del movimiento, o nada puedo ir más rápid o que la velocidad de la luz. O gravedad. No ocurren cosas imposibles. Es as son imposibles de explicar. Astrid mordió su labio- Perdón. Este n o es realmente mi momento de conferencia, ¿lo es?- Sam vaciló. Si él les mostrara, cruzado la línea, é l no sería capaz de hacerlos olvidarlo. Ellos se deberían mantener con él si les digiera todo.


Foro Purple Rose 30

Ellos lo mirarían de manera diferente. Ellos se vol verían raros, como él era. - Me voy a ir a cambiar la camisa, ¿Okay? A mi habi tación. Estaré de regreso justo aquí. Hay cosas para beber en el refr igerador. Sigan adelante- Él cerró la puerta de su habitación tras de él. Él odiaba su habitación. La ventana abierta hacia un callejón y el cristal era del tipo translúcido en la que tú realmente no podías ver hacia fuera. La habi tación era sombría aún en los días soleados. En la noche era tan oscur a. San odiaba la oscuridad. Su madre lo hacía cerrar l a casa de noche cuando ella se iba a trabajar- Tú eres el hombre d e la casa ahora,- ella le diría, - Pero todavía, yo me sentiría mejor si sé q ue tú tienes la puerta cerrada. A él no le gustaba cuando ella decía eso, sobre él siendo el hombre de la casa. El hombre de la casa ahora. Ahora. Quizás ella no quería realmente decir nada como eso . ¿Pero como ella no podía? Esto fue hace ocho meses desde que su padras tro había huido de su vieja casa. Seis meses desde que Sam y su madre se habían mudado a este lamentable chalé en este decrépito vecindario y su madre había estado forzada a Tomar un mal pagado con horas malí simas. Dos noches atrás había habido una tormenta eléctric a y las luces se habían ido por un rato. Él había estado en la total oscuridad, excepto por los flashes de luz de los relámpagos que giraba las cosas familiares en su espeluznante habitación. Él había logrado dormirse un momento, pero un enorm e ruido de un relámpago lo había despertado. Él había salido de u na pesadilla aterradora a la total oscuridad en su casa vacía. La combinación había sido mucho. Él había gritado p or su madre. Un gran, resistente niño como él, catorce años, casi q uince, gritando -


Foro Purple Rose 31

mamá- en la oscuridad. Él había extendido su mano, empujando en la oscuridad. Y luego… luz. Había aparecido no exactamente sobre todo su armari o. Él podría ser del tipo de encerrándose en el armario con la puerta ce rrada. Pero cuando el trató de cerrar la puerta de todas las formas, la l uz simplemente había pasado a través de ella. Como si la puerta ni siqui era estuviese ahí. Entonces la puerta se había cerrado, no de todas fo rmas. Él había colgado algunas camisas por accidente encima de la puerta para obstruir más la luz, pero el engaño no iba a durar mucho. Ev entualmente su madre podría ver… bueno, cuando ella regresara, ell a podría. Él empujó para abrir la puerta del armario. El camu flaje desapareció. Estaba todavía allí. La luz era pequeña, pero penetrante. Y se cernía ah í, sin moverse, sin ataduras, sin cuerdas. Sin una lámpara o una ampoll eta, simplemente una diminuta bola de pura energía. Era imposible. Era algo que no podía existir. Y aqu í estaba. La luz había simplemente aparecido cuando Sam la había necesitad o, y no se había ido. La tocó, pero no realmente. Sus dedos simplemente p asaban a través de ella, sintiendo sólo un aumento de calor, no más ca liente que agua de baño. - Si, Sam,- el susurró para él mismo, - todavía aq uí. Astrid y Quinn pensaban que hoy día era el comienzo , pero Sam sabía mejor. La vida normal había comenzado a cambiar hac e ocho meses. Luego, normalidad nuevamente. Y luego, esa luz. Catorce años de normalidad para Sam. Luego la norma lidad había comenzado a escabullirse de su vía. Hoy, lo normal se había estrellado y quemado. - ¿Sam?-


Foro Purple Rose 32

Esa era Astrid llamándolo de la sala de estar. Él m iro hacia la entrada, deseoso de que ella entrara y viera. Él hizo todo l o posible por ocultar la luz de nuevo, y volver a su compañía. - Tu madre estaba escribiendo en su laptop,- dijo Astrid. - Probablemente comprobando el mail. Pero cuando él se sentó en la mesa y miró a la imagen, estaba abierta en un docum ento en Word, no el navegador. Era un diario. Solo tres párrafos en la página. Ocurrió de nuevo la noche pasada. Yo deseo poder co ger eso para G. Pero ella podría pensar que yo estoy loca. Podría p erder mi empleo. Ella podría pensar que yo estoy en drogas. Si tuviera un a forma de cámaras por todas partes, podría conseguir alguna prueba. P ero yo no tengo pruebas, y la - madre- de C es rica y generosa con CA. Yo abriría la puerta. Aún si le digo a alguien toda la verdad, el los solo me pondrían como una madre crispada. Antes o después, C o uno de los otros harán algo se rio. Alguien podría resultar herido. Justo como S con T. Tal vez pueda confrontar a C. No pienso que él valla a confesar. ¿Podría hacer algun a diferencia si él supiera todo? Sam miró fijamente a la página. No había sido guard ada. Sam buco a través del escritorio del computador y encontró una carpeta etiquetada - diario. Hizo clic sobre ella. Estaba protegida con contraseña. Si su madre había guardado esta página final, esta también habr ía sido bajo contraseña. - ¨CA¨ era fácil. Coates Academy. Y ¨G¨ era prob ablemente la directora de la institución, Grace- S,- también, era fácil: Sam. ¿Pero quién era ¨C¨? Una línea parecía vibrar cuando él la miraba fijame nte: - Justo como ¨S¨ con ¨S¨ Astrid estaba leyendo sobre su hombro. Ella estaba tratando ser sutil, pero definitivamente estaba echando una ojeada. Él cerró la laptop.


Foro Purple Rose 33

- Vamos. - ¿Dónde?- Quinn preguntó. - A cualquier parte pero aquí,- dijo Sam.


Foro Purple Rose 34

CAPITULO 4

297 HORAS, 40 MINUTOS - Vayamos directo a la plaza- dijo Sam. cerró la p uerta de su casa tras él, la aseguro y puso la llave en el bolsillo de su pan talón. - ¿Por qué?- pregunto Quinn. - Es donde la gente iría- dijo Astrid- ¿No hay ot ro lugar, o si? A menos que regresen a la escuela. Si alguien sabe algo, o hay algún adulto, allá es donde estarían- Perdido Beach ocupaba un promontorio al suroeste de la carretera a la costa. En el lado norte de la carretera las colinas aumentaban, con parches marrones y verde seco, formando una serie d e cordilleras que desembocaban en mar noroeste y suroeste de la ciuda d, delimitándola a solo ese espacio, confinándolo a ese claro. Había aproximadamente tres mil residentes en Perdid o Beach— muchos menos ahora. El centro comercial más cercano estaba en San Luis. El centro comercial más importante estaba a veinte mil las costa abajo. Al norte, en la costa, las montañas estaban tan juntas y cerca al mar que no había espacio para construir, a excepción de la est recha franja en donde estaba la planta de energía nuclear. Más allá estab a el parque nacional, un bosque de antiguas secuoyas. Perdido Beach seguía siendo una pequeña y somnolie nta ciudad, con árboles en línea por las calles y la mayoría antigu os, con el estilo español y los tejados teñidos de naranja o con antiguos est ilos. La mayoría de las personas tenían un césped muy bien cuidado y de un hermoso verde. La mayoría tenía también un jardín rodeado de vallas. En el pequeño centro de la ciudad, llamado La Plaza, había palmas y abun dantes espacios de parqueo. Perdido Beach tenía un Hotel Resort al sur de la cu idad, una academia arriba, en las colinas, y la planta de energía, per o aparte de eso, solo habían unos cuantos negocios: La Ferretería Ace, el McDonald`s, una cafetería llamada Bean There, una tienda de sándwic hes subterránea, un par de tiendas comunes, una tienda de comestibles y una estación de Chevron en la carretera.


Foro Purple Rose 35

Por donde caminaban, Sam, Astrid y Quinn encontraba n chicos y chicas caminando por la plaza. Era como si todos los niños de la ciudad se hubieran puesto de acuerdo para reunirse. Volverse fuertes en número. O tal vez se trataba simplemente del impacto de la so ledad en sus hogares, que de pronto ya no eran sus hogares. Media manzana mas allá, Sam olio humo y vio niños c orriendo. La plaza era un pequeño espacio abierto, una clase de parque con terrenos de verde césped y una fuente justo en el c entro que casi nunca funcionaba. Había bancas y aceras de ladrillo y can ecas de basura. En la parte superior de la plaza, estaba la modesta entra da a la ciudad y una iglesia, cada una a un lado. Las tiendas rodeaban l a plaza, algunas de ellas cerradas desde siempre. Sobre algunos de los negocios había apartamentos. El humo provenía de una ventana de un apartamento ubicado justo encima de una floristería fuera de se rvicio y una desaseada agencia de seguros. Cuando Sam se detuvo jadeante, un chorro de llamas anaranjadas estallo en una ventana superior. Docenas de niños estaba de pie allí, observando. Un a muchedumbre que lucía demasiado extraña para Sam, hasta que se dio cuenta porque era tan extraña. No había adultos, solo niños. - ¿Hay alguien allá adentro?- llamo Astrid. Nadie respondió. - El fuego podría extenderse- dijo Sam. - No hay 911- dijo alguien más. - Si se extiende podría quemar más de la mitad de l a ciudad- - Ven algún bombero por aquí’- dijo alguien encogi éndose de hombros. La guardería compartía una pared con la ferretería, y ambos estaban a tan solo una estrecha callejuela del edificio en llamas . Sam se dio cuenta que tenían tiempo para sacar a los niños de la guarderí a si actuaban rápido, pero la ferretería era algo que no podían dejar per der. Tenía que haber al menos cuarenta niños simplemente parados allí, como espectadores nada más. Nadie parecía estar a punto de hacer algo.


Foro Purple Rose 36

- Genial- dijo Sam. El agarro a dos niños que más o menos conocía- Ustedes vayan a la guardería, díganles que evacuen a los niños de allí. Los niños se lo quedaron viendo, sin moverse. - Ahora, ¡Vayan y hagan lo que les digo!- dijo él. Y ellos se echaron a correr. Sam señalo a dos niños más- Tú y tú, vayan a la fe rretería y traigan las mangueras más largas que encuentres. Y una rociador a también. Creo que hay un grifo en esa callejuela. Empiecen a roci ar agua al lado de la tienda y en el techo. Estos dos también se quedaron en blanco- Amigos, n o es para mañana. Ahora, Ahora, vayan! Quinn?, será mejor que vayas c on ellos necesitamos empapar la ferretería— allá es donde el viento va a llevar el fuego más adelante, pronto. Quinn vacilo. La gente no lo estaba entendiendo. Co mo es que no se daban cuenta que había que hacer algo, no quedarse allí observando el incendio nada más. Se puso en frente de la multitud, y con voz fuerte, dijo- Hey, escuchen, este no es el canal Disney, no podemos simplemente quedarnos a ver. No hay adultos. No hay departamento de bomberos. Nosot ros somos el departamento de bomberos. Edilio estaba ahí. El dijo- Sam esta en lo correct o. Que necesitas, Sam? Estoy contigo. - Bien. Quinn? Las mangueras de la ferretería, Edil io? Traigamos las mangueras más grandes de la estación de bomberos- - Deben ser muy pesadas. Voy a necesitar algunos ch icos fuertes- - Tú, tú y tú- dijo Sam, tocando en el hombro a ca da persona, girándolos, y mandándolos a la acción- ¡Vamos, tú y tu, vayan! - Y luego, se escucho un gemido. Sam se congelo.


Foro Purple Rose 37

- Hay alguien allá adentro- dijo una chica. - Silencio- susurro Sam y todos se quedaron callad os, escuchando el rugido y crepitar del fuego y las alarmas de los au tos a lo lejos, y luego, un sollozo- ¿Mami?- De nuevo- ¿Mami?- Alguien imito la vocecita- Mami, estoy asustado- Era Orc, encontrando la situación graciosa. Los dem ás chicos se alejaron del. - ¿Qué?- demando él. Howard, que nunca estaba lejos de él, sonrió con de sprecio - No se preocupen, el autobús Sam va a salvarnos a todos, no, Sam?- - Edilio, vete- dijo Sam calmadamente- trae todo lo que puedas- - Chico, no puedes ir allá arriba- dijo Edilio- e llos deben tener tanques de aire y esas cosas en la estación de bomberos, esper a, lo traeré todo- el ya estaba corriendo, conduciendo a su banda de chic os fuertes con él. - ¡Hey! por allá- grito Sam- Chico, ¿Puedes acerc arte a la puerta o a la ventana?- El se quedo quieto, rascándose la nuca. Había seis ventanas en frente de las escaleras del edificio, una en la callejuela. L a última ventana del lado izquierdo era donde estaba el fuego, pero ahora el humo estaba saliendo de una segunda ventana. El incendio se estaba exten diendo. - Si vas a ir allá dentro, envuelve esto alrededor de tu cara- de alguna forma Astrid había llegado con una prenda húmeda en sus manos, tal vez alguien se la había prestado y ella la había empapa do. - ¿Dije que iba a ir allá adentro?- pregunto Sam. - No te lastimes- dijo Astrid.


Foro Purple Rose 38

- Buen consejo- dijo Sam secamente y envolvió la p renda húmeda alrededor de su rostro, por encima de su boca y su nariz. Ella puso una mano sobre su brazo- Escucha, Sam, n o es el fuego lo que mata a las personas, es el humo. Se respiras demasi ado humo, tus pulmones se hincharan, se llenaran de líquido - ¿Que tanto en demasiado?- pregunto él con la voz interrumpida por la prenda. Ella sonrió - No lo sé todo, Sam- Sam quería tomar su mano. El estaba asustado, neces itaba a alguien que le diera algo de coraje. El quería Tomar su mano. P ero no era el momento. Así que esbozo una sonrisa vacilante y dijo- Aquí voy. - Hazlo, ¡Sam!- grito una voz para estimularlo. Ha bía un confuso coro de aclamaciones proveniente de la muchedumbre. La entrada al edificio no tenia seguro. Adentro hab ía buzones, una puerta trasera hacia la floristería y una oscura, estrecha escalera. Sam casi había llegado a la parte superior de las e scaleras antes de correr a través de una opaca pared de humo. La pren da húmeda no hizo nada. Una sola bocanada y el estaba sobre sus rodil las, sofocándose y con nauseas. Las lágrimas llenaron sus ojos, escoci éndolos. El se agacho más y Tomo aire- niño, ¿puedes oírme? - jadeo- grita, necesito escucharte. El - Mami- fue débil esta vez. Desde el fondo del pasillo a la izquierda, a medio camino al otro lado del edificio. Tal vez el niño podía saltar por la ventana y caer en los brazos de alguien, se dijo Sa m a sí mismo. Sería estúpido arriesgar su vida si la niña podía simplem ente saltar. El hedor del humo era intolerable, atroz, estaba po r todas partes. Había acidez en el, como el humo, combinado con leche cua jada.


Foro Purple Rose 39

Sam se mantuvo sobre sus rodillas y se arrastro por el pasillo. Era extraño. Misterioso. El cutre pasillo por debajo de él parecía tan normal: un viejo patrón oriental, algunos bordes desperfect os, y una cucaracha muerta. Y la bombilla sobre su cabeza estaba encend ida, filtrando una pálida luz a través del ominoso gris. El humo estaba esparciéndose poco a poco, presionan do sobre él, forzándolo a encontrar el aire poco a poco. Tenían que haber por lo menos seis o siete apartame ntos. No había forma de saber cuál era el correcto, la niña ya no estaba gritando. Pero el apartamento en llamas era probablemente el que tení a a su derecha. El humo estaba saliendo por debajo de esa puerta, dens o, rápido, y furioso como el arroyo de una montaña. El tenia segundos, n o minutos. El rodo sobre su espalda. El humo que salía por deb ajo de la puerta era como agua cayendo en reversa, como una cascada haci a arriba. El golpeo la puerta, pero no fue bueno. El seguro esta ba puesto; todo lo que hizo su golpe fue tambalear la puerta. Para abrirla , tenía que ponerse de pie, fuerte ante ese mortífero humo. El estaba asustado. Y enojado, también. ¿Dónde esta ban las personas que se suponía, debían estar haciendo esto? ¿Dónde estaban los adultos? ¿Porque esto dependía de él? El era solo u n chico. ¿Y porque no había alguien más lo suficientemente estúpido y demente que se escabullera en un edificio en llamas? El estaba enojado con todos y, si Quinn tenía razón , y todo esto era obra de Dios, entonces también estaba enojado con Dios. Pero si era el causante de todo esto, entonces no h abía nadie más con quien enojarse, sino consigo mismo. Sam todo el aire que pudo, se puso de pie, y se est rello contra la puerta, todo en un frenético movimiento. Nada. Lo intento de nuevo. Nada. Y de nuevo, y tenía que respirar ahora, tenía que h acerlo, pero el humo estaba por todas partes, en su nariz, sus ojos, ceg ándolo. Lo intento de nuevo y la puerta se abrió, él cayo dándose de bruc es con el piso.


Foro Purple Rose 40

El humo atrapado en la habitación salió por el pasi llo, explotando como un león que escapa de su jaula. Por unos pocos segu ndos, hubo una capa de aire respirable al nivel del suelo, y Sam T omo una bocanada. Él tenía que pelear para evitar la tos. Si lo hacía, i ba a morir, lo sabía. Y por un segundo, estuvo parcialmente claro en el a partamento. Como una abertura en las nubes que te da una pequeña mue stra de un claro cielo azul justo antes de dibujar la oscura cortina de nuevo. El niño estaba en el piso, jadeando, tosiendo, no e ra un niño, sino solo una pequeña niña, de cinco años tal vez. - Estoy aquí- dijo Sam con voz estrangulada. El debía lucir terrorífico. Una gran forma envuelta en humo, con la cara cubierta, con hollín en s cabello, y con manchas en su cara. El debía lucir como un monstruo. Esa era la única e xplicación. Porque la niña, la horrorizada y llena de pánico, pequeña niñ a, alzo ambas manos, con las palmas hacia afuera, y desde esa regordetas manitos se vino una ráfaga, una explosión, una lluvia de llamas. Llamas. Saliendo de sus manos. ¡Llamas! Directo a él. La explosión por poco alcanza a Sam. Paso su cabeza con un zumbido y golpeo la pared detrás de él. Era como Napalm, gaso lina gelatinosa, fuego liquido que se pego en la pared que había gol peado y la quemo con una loca intensidad. Por un segundo el solo pudo quedarse de pie, congel ado por el asombro. Demente. Imposible.


Foro Purple Rose 41

La pequeña grito aterrorizada y alzo sus manos de n uevo. Esta vez ella no fallaría. Esta vez ella lo mataría. No pienses, solo reacciona. Sam extendió sus manos, con las palmas hacia afuera. Hubo un destello de luz, brillante co mo una estrella en explosión. La niña cayó de espaldas. Sam se arrastro hacia ella, temblando, con su estom ago apretado, queriendo gritar, pensando, no, no, no, no. Él ahueco a la niña en sus brazos, con miedo de que se despertara, pero además con miedo de que no lo hiciera. Se puso de p ie. A pared a su derecha se derrumbo con un sonido como de cartón despedazándose. El yeso se estaba cayendo, reveland o la estructura de la pared. El incendio estaba dentro de ella. Una explosión de calor como si se abriera un horno hizo trastabillar a Sam. Astrid había dicho que el fuego no era el que mataba a la gente, bueno, ella no había visto este fuego, o supuesto q ue una pequeña niña podía disparar llamas de sus manos. Sam sostuvo a la pequeña en sus brazos. Había fuego tras él y a su derecha, tostándole las pestañas y la piel. Había una ventana adelante. Él se tropezó. Bajo a la niña como un saco de tierr a y tiro de la ventana con ambas manos. El humo lo rodeo, el fuego estaba persiguiendo, cazando, su nuevo recurso de oxigeno. Sam busco en la oscuridad a la niña. Y la encontró, la levanto, y allí, milagrosamente, había un par de manos esperando par a Tomar a la niña. Sam colapso contra el umbral con la mitad de su cue rpo colgando fuera de la ventana, alguien lo agarro, lo arrastro, y lo deslizo por la escalera de aluminio. Su cabeza se golpeo con los barrotes, per o no le importo ni un


Foro Purple Rose 42

poco, porque allá afuera había luz y aire, y de sos layo y con sus ojos llorosos él podía ver el cielo azul. Edilio y un chico llamado Joel pusieron a Sam en la acera, maltratándolo un poco. Alguien lo roció con una manguera. Acaso ellos creí an que el estaba en llamas? ¿Estaba él en llamas? El abrió su boca, y engullo con avaricia la fría ag ua. Lavando su cara. Pero no pudo detener las consecuencias. Flotó. Flot ó sobre su espalda en un apacible oleaje. Su madre estaba allí. Ella estaba sentada en el agu a, justo al lado suyo. Con su barbilla reposando sobre las rodillas. Ella no lo estaba mirando a él. - ¿Qué?- le dijo él. - Olía como a pollo frito- dijo ella. -¿Qué?- dijo. Ella se estiro y lo abofeteo con fuerza en a cara. Sus ojos se abrieron de repente. - Lo siento- dijo Astrid- necesitaba despertarte- Ella se arrodillo a su lado y puso algo sobre su bo ca. Una máscara plástica. Oxigeno. El tosió y Tomo una bocanada. Sam se saco la máscar a y vomito en la acera, como un borracho en una callejuela. Astrid aparto la mirada discretamente. El estaría a vergonzado luego. Ahora estaba encantado de ser capaz de vomitar.


Foro Purple Rose 43

Sam Tomo otra bocanada. Quinn sostenía la manguera de jardín. Edilio estaba tratando de enganchar una de las mangueras d e incendios más grande al hidratante. Hubo un goteo, y luego, Edili o manejo la larga manguera y abrió el hidratante al máximo, hubo un e norme chorro de agua. Los chicos al otro lado, tenían que luchar co n la manguera como si se tratara de un Pitón. Eso hubiera sido gracioso e n otro momento. Sam se sentó. Todavía no podía hablar. El se giro hacia donde había docenas de chicos rode ando arrodillados a la pequeña iniciadora-del-incendio. Ella está toda negra, cubierta de hollín. En un lado de su cabeza ya no había cabello , se había quemado. Y en el otro lado, una de esas colitas de las niñas s ujetada por una liga rosa. Sam lo sabía por la forma reverencial en que los ch icos rodeaban a la niña. Lo sabía. Pero de todas formas tenía que preguntar. Su voz fue un suave susurro. Astrid meneo la cabeza- Lo siento, Sam- dijo ella . Sam se giro. - Sus padres probablemente tenían encendida la estu fa cuando desaparecieron- dijo Astrid- eso podría haber cau sado el incendio. O tal vez un cigarrillo. No, pensó Sam. No era eso. La pequeña tenía el poder. Ella tenía el poder que Sam tenia, o algo parecido. El poder que él había usado en medio del pánico par a crear una luz imposible. El poder que había usado una vez y con el que casi había matado a alguien. El poder que acababa de usar de nuevo, condenando a la persona, que tan arduamente, había intentado salvar.


Foro Purple Rose 44

El no era el único. No era el único bicho raro. Hab ía—o había habido— al menos uno más. De alguna forma, esa conclusión no era para nada re confortante.


Foro Purple Rose 45

CAPITULO 5

LA NOCHE LLEGO A PERDIDO BEACH. Las luces de la calle se encendieron automáticament e, haciendo poco para hacer retroceder a la oscuridad, pero logrando mucho a la hora de poner a raya a las profundas sombras en las aterror izadas caras. Cerca de 100 niños se encontraban en la plaza. Todo s parecían tener una barra de caramelo y una soda. La pequeña tienda, qu e vendía en su mayoría cerveza y snacks, había sido saqueada. Sam Tomo un Payday y una Dr. Pepper. Los Reeses, los Twix y los Snikers ya se habían terminado para cuando llegaron. Había dejado 2 dóla res sobre el mostrador como pago. El dinero estaba desaparecido a los pocos segundos. El edificio de departamentos ya se había quemado po r la mitad antes de que el fuego se hubiera quedado sin energía. El tec ho había colapsado. La mitad del piso de arriba ya no se encontraba all í. La planta baja parecía que lograría sobrevivir a pesar de que las ventanas de la tienda estaban quemadas por el humo del lado de adentro. E l humo se elevaba ahora en finos hilos, no nubes, y el olor del mismo estaba en todos lados. Solo la zona de ferretería y de la guardería había logrado salvarse. El cuerpo de la pequeña niña yacía al costado del c amino. Alguien había puesto una sabana sobre ella. Sam estaba agradecido por ello. Sam y Quinn se sentaron en el pasto, de frente al c entro de la plaza, cerca de la fuente muerta. Quinn se balanceaba hacia atrá s y hacia adelante, abrazando sus rodillas. Hiperactiva Bette se acerco y se paro con incomodid ad enfrente de Sam. Tenía a su hermano pequeño con ella. – Sam, ¿crees que sería seguro ir a mi casa? Tenemos que recuperar algo. Sam se encogió de hombros- Bette, yo no sé más de lo que tú sabes. Bette asintió pensativa y se alejo. Todos los bancos del parque estaban ocupados. Algun as pequeñas unidades familiares habían colocado sabanas sobre l os bancos, imitando tiendas de campaña. Muchos niños habían vuelto a su s hogares vacíos,


Foro Purple Rose 46

pero otros necesitaban tener gente a su alrededor. Algunos encontraban confort en las multitudes. Otros simplemente necesi taban saber que estaba sucediendo. Dos niños que Sam no conocía, probablemente de 5to. Grado, se arrimaron y preguntaron - ¿Tu sabes lo que va a suceder? Sam sacudió su cabeza - No, chicos, no lo sé. - Bueno, ¿Qué deberíamos hacer?- - ¿Supongo que simplemente pasear por un rato, sabe s?- - ¿A quedarnos por aquí cerca, te refieres?- - O sino ir a tu casa. Dormir en tu propia cama. Lo que sientas que sea lo correcto. - No estamos asustados ni nada por el estilo. - ¿No lo están?- Sam pregunto con la duda reflejad a en su voz- Yo estoy tan asustado que moje mis pantalones. Uno de los niños gruño - No, tú no lo hiciste. - Nah, tienes razón. Pero no está mal tener miedo, muchacho. Todos los que están aquí tienen miedo. Estaba pasando muy seguido. Niños yendo hacia Sam, formulándole preguntas para las cuales no tenía respuesta. Deseo que se detuvieran. Orc y sus amigos habían sacado sillas de playa de l a ferretería y se habían instalado en lo que alguna vez había sido el cruce más transitado


Foro Purple Rose 47

de Perdido Beach. Estaban justo debajo del semáforo , que continuaba cambiando de verde a amarillo y luego a rojo. Howard había ido a alentar a algunos aduladores de menor rango que habían encendido un fuego y estaban tratando de con seguir que se convirtiera en una pequeña fogata. Los amigos de Or c habían conseguido un par de hachas de mangos de madera y bates de béi sbol de madera de la ferretería y trataban con poco éxito quemarlos. También se habían llevado bates de metal y martillo s pequeños. Aquellos se los quedaron. Sam no quiso tocar el tema de la pequeña niña, la f orma en que estaba simplemente tirada allí. Si él la nombraba, entonce s se convertiría en su trabajo hacer algo. Cavar una fosa y enterrarla. El leer la Biblia o decir unas palabras. Ni siquiera sabía su nombre. Nadie p arecía saberlo. - No puedo encontrarlo. Era Astrid, reapareciendo después de una ausencia de por lo menos una hora. Había ido a la c aza de su hermano pequeño- Petey no está por aquí. Nadie lo ha visto - Sam le alcanzo un refresco- Aquí. Lo he pagado. O eso intente, de todos modos- - Normalmente no bebo estas cosas. - ¿Puedes ver algún ¨normalmente¨ por aquí?- Quin n se quejo. Quinn no la miro. Sus ojos estaban inquietos, pasan do de persona a persona, de cosa a cosa, como un pájaro nervioso, n unca haciendo contacto visual directo. Parecía extrañamente desnu do sin sus matices y su sombrero. Sam estaba preocupado por él. De entre ellos dos, S am era quien por lo general era demasiado serio. Astrid dejó pasar la rudeza de Quinn y le dijo: - G racias, Sam. Ella Tomo la lata, pero no se sentó- Los niños están diciend o que es algún tipo de maniobra militar que ha ido mal. O terroristas. O a liens. O Dios. Montones de teorías. Y ninguna respuesta.


Foro Purple Rose 48

- ¿Siquiera crees en Dios?- Quinn demando. Solo es taba buscando discutir. - Sí, lo hago- , dijo Astrid- Aunque yo no creo en la clase de Dios que hace que la gente desaparezca sin ninguna razón. Di os se supone que es el amor. Esto no se ve como el amor. - Parece ser el peor día de campo en el mundo,- di jo Sam. - Creo que eso es lo que se llama humor negro,- di jo Astrid. Al darse cuenta de Sam y Quinn tenían los ojos en blanco, di jo, - Lo siento, tengo esta tendencia molesta de analizar todo lo que dice la gente. Ustedes se acostumbrarán a ello o decidirán que no me soportan - - Me estoy inclinando hacia la segunda opción- , mu rmuró Quinn. Sam dijo: - ¿Qué es humor negro?- - Gallows, como en lo que cuelgan de las personas. A veces, cuando la gente está nerviosa o asustada, hacen bromas. Luego , agregó, un poco con tristeza: - Por supuesto, también algunas perso nas, cuando están nerviosos o con miedo, a su vez son pedantes. Y si no saben lo que significa pedante, he aquí una pista: en el diccion ario, yo soy la ilustración que utilizan. Sam se echó a reír. Un niño pequeño de no más de cinco años y con un os o de peluche de color gris con un solo ojo se acercó- ¿Sabes dónde está mi mamá?- - No, pequeño hombre, lo siento- , dijo Sam. - ¿Puedes llamarla por teléfono?- Le temblaba la v oz. - Los teléfonos no funcionan- , dijo Sam. - Nada funciona- , espetó Quinn- Nada funciona y t odos estamos solos aquí. - ¿Sabes lo que apuesto?- Sam preguntó al niño- A puesto a que tienen galletas en la guardería, que está justo cruzando l a calle. ¿La ves? -


Foro Purple Rose 49

- Se supone que no debo cruzar la calle. - Está bien. Voy a mirarte mientras lo haces, ¿de a cuerdo? - El niño ahogó un sollozo, y luego se alejó hacia la guardería, agarrándose a su osito. Astrid dijo: - Los niños vienen hacia ti, Sam. Está n esperando que tú hagas algo. - ¿Hacer qué? Todo lo que puedo hacer es sugerir qu e coman una galleta - , dijo Sam, con mucho calor en su tono. - Sálvalos, Sam- , dijo Quinn amargamente. Sálvalo s a todos. - Están todos asustados, como nosotros- Astrid dijo - No hay nadie a cargo, nadie diciéndole a la gente qué hacer. Tiene n la sensación de que eres un líder, Sam. Te admiran- - Yo no soy un líder de nada. Estoy tan asustado co mo ellos. Estoy tan perdido como ellos lo están. - Tú sabías qué hacer cuando el apartamento se esta ba quemando- , dijo Astrid. Sam se puso de pie. Era energía nerviosa, pero el m ovimiento atrajo la mirada de decenas de niños que estaban cerca. Todos mirándolo, esperando que hiciera algo. Sam sintió un nudo en e l estómago. Incluso Quinn le miraba expectante. Sam maldijo en voz baja. Luego, en voz lo suficient emente alta como para llegar a los que se encontraban en un radio de unos pocos metros, dijo, - Mira, todo lo que tenemos que hacer es esperar. Alg uien va a averiguar lo que está pasando y vendrá a buscarnos, ¿de acuerdo? Así que todo el mundo se comprometerá a no hacer nada loco, ayudánd ose unos a otros y tratara de ser valiente. Para sorpresa de Sam, se oyeron varias voces repiti endo lo que había dicho, pasándolo como si fuera una observación bril lante. - A lo único que debemos temer es al miedo mismo,- Astrid susurró.


Foro Purple Rose 50

- ¿Qué?- - Es lo que el presidente Roosevelt dijo al país du rante la Gran Depresión- , explico Astrid. - Tú sabes,- dijo Quinn, - Lo único bueno de todo esto es que logre perderme la clase de historia. Ahora, la clase de h istoria me está siguiendo. Sam se echó a reír. No mucho, pero era un alivio sa ber que Quinn tenía aún su sentido del humor. - Tengo que encontrar a mi hermano- , dijo Astrid. - ¿Dónde más podría estar?- Preguntó Sam. Astrid se encogió de hombros. Parecía tener frío co n su blusa. Sam deseo tener una chaqueta que ofrecerle- Con mis pa dres en algún lugar. Los lugares más probables son que donde trabaja mi papá, o bien donde mi mamá juega al tenis, el Acantilado- El Acantilado era un complejo hotelero, justo por e ncima de la playa de surf favorita de Sam. Nunca había estado en el inte rior o incluso en el terreno. - Creo que en el Acantilado es más probable- , dijo Astrid. No me gusta preguntar, pero, ¿vendrían conmigo?- - ¿Ahora? - Preguntó Quinn, incrédulo- ¿En la noch e?- Sam se encogió de hombros - Mejor que estar sentado aquí, Quinn. Tal vez ell os tengan televisión. Quinn suspiró - He oído que la comida es excelente en ese hotel. Servicio óptimo. Alzo una mano, y Sam lo ayudo a ponerse de pie. Pasaron a través de la acurrucada multitud. Los niñ os llamaban a Sam para preguntarle qué estaba pasando, le preguntaban qué debían hacer. Y contestaba cosas como esta: - Esperen. Todo va a es tar bien.


Foro Purple Rose 51

Simplemente disfruten de las vacaciones, hombres. D isfruten de sus barras de chocolate mientras puedan. Sus padres vol verán pronto y se las quitaran. Los niños no se reían ni decían - Gracias- , como s i se les hubiera dado algo. Escucho su nombre repetirse. Escucho fragmentos de conversaciones- Yo estaba en el autobús en ese momento. O, - Amigo, corrió directamente dentro de ese edificio. O, - Mira, él dijo que to do iba a estar bien. El nudo en el estómago se hacía más doloroso. Sería un alivio para caminar en medio de la noche. Quería alejarse de to dos esos rostros asustados mirándolo, esperando algo de él. Caminaron cerca del campamento de intersección de O rc. El patético fuego andaban bien, derritiendo la pista por debajo de las brasas. Un paquete con seis de cerveza Coors descansaba en un refrigerador lleno de hielo. Uno de los amigos de Orc, un chico con ca ra de bebé grande y de rostro lampiño llamado Cookie se veía verde y ma reado. - Hey ¿Dónde piensan ustedes que están yendo? - H oward demando a medida que se acercaron. - A dar un paseo- , dijo Sam. - ¿Dos surfistas tontos y una genio?- Así es. Vamos a enseñarle a Astrid a hacer surf. ¿T ienes algún problema con eso? - Howard se rió y miró a Sam de arriba a abajo. - ¿Crees que eres el hombre?, ¿No, Sam? Autobús Esc olar Sam. Gran cosa. A mí no me impresionas - Es una pena, porque he vivido toda mi vida con la esperanza de lograr impresionarte, Howard,- dijo Sam. La cara de Howard era la de una persona astuta


Foro Purple Rose 52

- Necesitas traernos algo. - ¿De qué estás hablando?- - Yo no quiero que los sentimientos de Orc salgan h eridos- , dijo Howard- Así que piensen que lo que sea que vayan a buscar, ustedes deben traer algunos para él. Orc estaba tirado en una silla saqueada, las pierna s separadas, prestando poca atención. Sus ojos nunca muy centrados estaban distraídos. Sin embargo, gruñó: - Sí. En el momento en que hablo, v arios de su equipo descubrieron tener gran interés en el grupo de Sam. Uno de ellos, Panda, un chico alto y delgado apodado así por sus oscuros ojos cercados, golpeó su bate de metal en el piso, amenazante. - Así que eres un gran héroe o algo así, ¿Eh?- Pan da dijo. - Estas repitiendo esa línea,- dijo Sam. - No, no, no Sammy, el no cree que es mejor que el resto de nosotros- , dijo Howard con burla. Hizo una parodia en bruto de Sam en el fuego- Tu encuentras una manguera, salvas a los niños, haces esto, haces lo otro; yo estoy a cargo aquí, yo soy... Sam Sam, el hombre Surfer. - Vamos a irnos ahora- , dijo Sam. - Ah ah ah- , dijo Howard, y señaló hacia arriba ha ciendo referencia al semáforo. Espera hasta que se ponga en verde- Durante unos pocos segundos Sam considero si deberí a resolver esa pelea ahora, o evitarla. Luego, la luz cambió y How ard se echó a reír y les indicó que prosiguieran.


Foro Purple Rose 53

CAPITULO 6

290 HORAS, 07 MINUTOS Nadie hablo por varias cuadras.

Las calles crecieron vacías y más oscuras mientras ellos se seguían la carretera de la playa.

- El océano suena extraño- observo Quinn.

- Llano- estuvo de acuerdo Sam. El sentía como si lo estuviesen observando a pesar de que estaba a fuera de la vist a de la plaza.

- Muy plano, hermano- dijo Quinn- Vidrioso. Pero no hay frente de baja presión justo ahí. Se supone que es un oleaje de pe ríodo largo. En cambio, suena como un lago

- Lo que sea no siempre está bien- dijo Sam. El es cucho atentamente. Quinn era mejor leyendo las condiciones. Algunas co sas sonaban como si fueran extrañas dentro del ritmo, pero Sam no es taba seguro.

Las luces brillaban aquí y allá, de las casas que e staban a la izquierda, de las farolas, pero todo era mucho más oscuro que lo normal. Todavía era temprano en la noche, apenas hora de la cena. Las c asas deberían haber estado iluminadas. En cambio, las únicas luces eran las de los temporizadores de los que quedan en todo el día. En una casa, la luz azul de TV parpadeó. Sam se asomó en la ventana y vio a dos niños comiendo papas fritas y mirando a la estática.

Todos los pequeños ruidos de fondo, tos los pequeño s sonidos que apenas registraba- los teléfonos sonando, el sonido de los autos, voces- se habían ido. Podían escuchar cada paso que daban. Cada respiro que Tomaban. Cuando un perro estalló en un frenético la drido, todos saltaron.

- ¿Quien va a alimentar a ese perro?- pregunto Qui nn.

Nadie supo la respuesta a eso. Habría perros y gato s por todo el pueblo. Y también habría bebes solos en casas en este momen to. Todo era demasiado. Demasiado para pensar.

Sam miró hacia los cerros, miró a cerrar las luces de la ciudad. A veces, si había la luz del estadio del campo athletis ence ndido, se podía ver una


Foro Purple Rose 54

luz lejana un brillo de la Coastes Academy. Pero no esta noche. Sólo había oscuridad en esa dirección.

Una parte de Sam se negaba a creer que su madre se había ido. Una parte de él quería creer que ella estaba ahí arriba, en e l trabajo, como cualquier otra noche.

- Las estrellas todavía están allí- dijo Astrid. D espués agrego, - Esperen. No. Las estrellas están arriba, pero no las que tie nen que estar encima del horizonte. Creo que Venus debería estar casi en el ajuste. No está.

Los tres pararon y miraron hacia el océano. Parados ahí lo único que escuchamos fueron lo raro, placido, y el regular go lpeteo de las olas.

- Esto suena bizarro, pero el horizonte se ve más g rande de lo que debería- dijo Astrid.

- ¿Alguien vio cuando cayó el sol?- pregunto Sam.

Nadie lo hizo.

- Sigamos moviéndonos- dijo Sam- Deberíamos haber traído bicicletas o patinetas.

- ¿Por qué no un auto?- pregunto Quinn.

- ¿Sabes cómo manejar?- pregunto Sam.

- He visto como se hace.

- Yo vi operaciones de corazón en la tv, también,- dijo Astrid- Eso no quiere decir que voy a tratar hacer una.

Quinn dijo, - ¿Vos ves cirugías de corazón en la tv ? eso explica mucho Astrid.

Seguimos un camino lejos de la costa hasta Clifftop . El cartel de neón del complejo (hotel), situado en la carretera entre los setos cuidadosamente recortados, se encendió. La gran entrada del frente estaba iluminada como en Navidad- el complejo había colgado hilos de abrir y cerrar luces blancas temprano.

Un auto estaba vacío, con una de las puertas abiert as, un carro de botones con valijas estaba cerca.

Ellos aprovecharon cuando las puertas automáticas d el hotel se abrieron del todo para entrar.


Foro Purple Rose 55

El vestíbulo era abierto y aireado, con un contador pulido de madera clara con una curva de unos diez metros, un piso de baldo sas brillantes acentos de bronce que llevaban a un bar más sombrío . Uno de los ascensores estaba abierto, esperando.

- No veo a nadie- dijo Quinn en un tenue susurro.

- No- estuvo de acurdo Sam. Había una tele en el b ar con nada en ella. Nadie en frente del escritorio principal o en el de l conserje, nadie en el vestíbulo, nadie en el bar. Sus pasos hacían eco en las baldosas.

- La pista de tenis es por aquí- dijo Astrid, y le s indico el camino- Es donde mi mama y el pequeño Peter donde deberían est ar.

La pista de tenis estaba iluminada. No había sonido s de pelotas golpeadas por raquetas. No había ningún sonido.

Todos vieron lo mismo al mismo tiempo.

Cortando la parte más alejada de la pista de tenis atravesando los jardines bien atendidos, cortando a través de la pi scina también, había una barrera.

Una pared.

Que brillaba muy suavemente.

No se veía opaco, pero cualquiera sea la luz que en traba era lechosa, indistinta, y no más brillante que su entorno. La p ared era ligeramente reflectaba, era como mirar a una ventana de vidrio esmerilado. No emitió ningún sonido. No vibraba. Parecía casi que tragaba todo sonido.

Podía ser solo una membrana, pensó Sam. Sólo un mil ímetro de grosor. Algo que podría empujar con el dedo y hacer pop com o un globo. Que incluso podría ser nada más que una ilusión. Pero s u instinto, su miedo, la sensación en la boca del estómago, le decían que estaba mirando una pared. Ninguna ilusión, ni cortinas, pero si una pa red.

La barrera se acercó, pero finalmente, más arriba, las estrellas, volvieron a aparecer.

- ¿Qué es eso?- pregunto Quinn. Había temor en su tono de voz.

Astrid solo sacudió su cabeza.

- ¿Qué es eso?- Quinn repitió con más urgencia.


Foro Purple Rose 56

Se acercaron a la barrera con paso lento, listos pa ra correr, pero necesitaban estar más cerca.

Entraron en el recinto de la cadena de enlace y cru zaron la pista de tenis. La barrera cortaba a la derecha a través de la red. La red iniciaba desde un poste vertical y terminaba en el vacío brillante de la barrera.

Sam se puso cerca de la red. Se mantuvo firme en su lugar. No importa lo mucho que arrancó, no más red llegó a través de la barrera.

- Cuidado- , dijo Astrid susurrando.

Quinn se dejó caer hacia atrás, dejando que Sam Tom ar la iniciativa- Ella tiene razón, hermano, cuidado.

Sam estaba a unos metros de distancia de la barrera , con la mano estirada. Dudó. Vio a una pelota de tenis verde en el suelo y la recogió.

Tiró la pelota hacia la barrera.

Reboto, volviendo.

Agarro la pelota del rebote y la mira. No hay marca s. Ninguna señal de lo que había hecho.

Tomó los últimos tres pasos y, esta vez, sin vacila r, apretó la punta de los dedos contra la barrera.

- Aaah. Saco la mano y la miró.

- ¿Qué?- Quinn gritó.

- Me quemó. Oh, hombre. Eso me dolió. Sam sacudió la mano para que el dolor pasara.

- Déjame ver eso- dijo Astrid.

Sam extendió su mano- Se siente bien ahora.

- No veo ninguna maca de quemazón,- dijo Astrid, d ándole vuelta la mano con la suyas.

- No- estuvo de acuerdo Sam- Pero, confía en mí, tú no quieres tocar esa cosa.

Incluso ahora, incluso con todas las cosas que pasa ron, el registro algún pequeño tipo de choque eléctrico. Su mano estaba fr ía. A él le gustaba.


Foro Purple Rose 57

Quinn Tomo una silla y se sentó en uno de los márge nes. Era de un substancial hierro forjado. Quinn la levanto alto, la mantuvo en frente de él y la golpeo las piernas de la barrera.

La barrera no cedió.

Quinn la golpeo de nuevo, incluso más fuerte, tan d uro que retrocedió como efecto.

De pronto Quinn estaba gritando, maldiciendo y golp eando a la silla una y otra y otra vez contra la barrera.

Sam no podía pasar lo suficientemente cerca para de tenerlo sin ser golpeado. Puso una mano en el brazo de Astrid

- vamos con él a quitar eso-

Otra vez y otra vez Quinn lanzo la silla contra la barrera. Pero no había ninguna marca.

Finalmente Quinn dejo caer la silla, se sentó en el asfalto, puso su cabeza en sus manos y comenzó a gritar.

Las luces se encendieron dentro del McDonals cuando Albert Hillsborought caminaba dentro. Una alarma de humo s onó. Unos separados beep, beep, bepp sonaban en urgencia de a tención entre el sonido alto y enojado de la alarma.

Los niños se habían metido detrás del mostrador y c omían galletas y pasteles danish desde la vitrina. Una caja de jugue tes, Alberto todavía no se daba cuenta todavía que estaba abierta, los jugu etes dispersos. No habían papas en la freidora pero si muchas en el pi so.

Sintiéndose seguro de sí mismo, Albert comino al re dedor de la puerta de la cocina y tiro para abrirla. Estaba cerrada. Ento nces el salió y volvió al mostrador.

Sintió algo raro en algo, en la parte de detrás del mostrador

Una cesta para freír, papas tostadas en el resto de aceite caliente. Albert encontró una toalla también, Tomo la cesta y la ale jo del aceite. La engancho en una parte donde el aceite que tenía den tro se escurrió adecuadamente.

Las papas habían sido cocinadas esa mañana.


Foro Purple Rose 58

- Yo supongo que ya deben estar hechas- se dijo a sí mismo.

El temporizador continúo haciendo beep. Le Tomo un segundo pero lo encontró el botón correcto y lo presiono.

Matando ese ruido. Había unas pequeñas galletas, ne gras estaban en la parrilla. Las hamburguesas, como las papas, habían estado listas hace alrededor de diez horas.

Albert encontró una espátula, Tomo las hamburguesas y las tiro a la basura. Las hamburguesas hace un largo rato tiraban humo, pero nadie estaba allí para apagar la alarma de humo. Le Tomo unos segundos a Albert pensar en cómo subir sin aterrizar en aquell a parrilla caliente y así poder oprimir el botón de apagado.

El silencio lo aliviaría.

- Así es mejor. Albert bajo. El se pregunto que si debía apagar la freidora y la parrilla. Esa debía ser la forma más segura de hacer las cosas. Apago todo y salió. Afuera en la oscuridad de la plaza, h abía niños reunidos, asustados, esperando algún tipo de rescate que se d emoraba mucho en llegar. Pero a él realmente no le interesaba saber nada de allá afuera.

Albert tenia catorce años, era el más joven de seis hermanos, el más pequeño también. Sus tres hermanos y sus dos herman as tenían edades que estaban entre los quince y los veintisiete. Alb ert tenía muy bien organizada su casa: nada fuera de su sitio. La sill a de ruedas de su mama estaba vacía. El sofá donde ella normalmente estaba mintiendo, viendo tv, comiendo y quejándose del dolor que sentía en l a parte de atrás de su abdomen, tenía su frazada, nada más.

Fue extraño para el estar solo, incluso por un mome nto Solo sin tener una hermana mandona que le dijera que hacer. El no podía recordar el tiempo en el cual no era mangoneado.

Ahora Albert caminaba hacia la cocina del McDonals mas solo de lo que jamás pudo haber imaginado.

El encontró el refrigerador andando. Tiro del mango y la puerta se abrió, con un suspiro su aliento se vio a causa del frio.

Adentro había bastidores de metal y cada caja de ha mburguesas, nuggets de pollo, tiras de pollo, papas fritas, tod as claramente identificadas. Un número pequeño de cajas de salchi chas en su mayoría todas eran de hamburguesas.


Foro Purple Rose 59

El camino dentro del gran refrigerador no tan frio ni prístino, la verdad era interesante. Había contenedores plásticos con salsa de Tomate, bolsas de lechuga rallada, grandes tubos de combos. Salsa de Mac, mayonesa y queso; además de pilas y pilas de queso amarrillo.

El encontró una pequeña sala adornada con carteles sobre la seguridad y la maniobra de Heimlich, todos en inglés y en españ ol. Los productos secos alrededor de las murallas de la salita: cajas gigantes de copas de papel y cajas con envolturas de papel. También habí a cilindros de metal con bebidas línea Coca-cola. Atrás, cerca de la pue rta trasera, había altos bastidores de bollos y panecillos. Todo tenía un lu gar, todo estaba organizado. Todo estaba limpio aunque con un brillo grasoso.

En algún momento, realmente él no se dio cuenta cua l momento exactamente, Albert había parado viendo justamente algo muy interesante y comenzó a ver el inventario. El estab a mentalmente trasladado lejos de los ingredientes de los combos, los sándwiches de pollo y los panqueques de huevo.

La hermana de Albert, Rowena, le había enseñado a c ocinar. Con su mama incapacitada, los niños siempre tenían que val erse por sí mismos. Rowena había sido la cocinera no oficial hasta que Albert cumplió doce años y la tarea fue encomendada a él.

El podía hacer frijoles rojos con arroz el plato fa vorito de su madre. El podía hacer hot dogs. Podía hacer tostadas a la fra ncesa con tocino. Nunca admitió a Rowena en su tarea, porque a él le encantaba cocinar. Eso era mucho mejor que hacer la limpieza, pero, de safortunadamente, él tenía que seguir haciéndola a pesar de ser ahora el responsable de la cena los viernes y sábados.

El manager del lugar tenía una pequeña oficina. La puerta estaba entre abierta. Dentro había una mesa de hacinamiento, par ecía seguro, un teléfono, un computador y la estantería de la pared esforzándose bajo el peso del severo operador manual. El escucho un soni do: voces y alguien golpear en un dispensador, después disculpas. Dos s éptimos grados inclinado desde el mostrador, la mirada fija en el menú como si estuvieran esperando para ordenar. Albert vacilo pe ro no por mucho tiempo. El podía hacerlo, se dijo sorprendido por s u pensamiento.

- Bienvenidos a McDonals- dijo Albert- ¿Puedo ayud arlos?

- Esta abierto


Foro Purple Rose 60

- ¿Que desearían?- Los niños se encogieron de hombros - dos combos num ero uno- Albert prendió la consola del computador. Había un laberinto de códigos de colores. Que había que esperar. - ¿Que desean para beber? me refiero a bebidas – - ¿Una soda de naranja?- en camino- dijo Albert. El encontró hamguesas en el refrigerador en un cajón debajo de la parrill a hicieron un satisfactorio sonido cuando las dejo en la parrilla . Vio un sombrero de papel descalzando en una plataforma y se lo puso. Mientras las hamburguesas chisporroteaban en la par rilla, abrió un grueso manual y busco en el índice papas fritas.


Foro Purple Rose 61

CAPITULO 7

289 HORAS, 45 MINUTOS Lana estaba recostada en la oscuridad, viendo las e strellas. Ya no podía ver a los buitres, pero sabía que no es taban lejos. Algunos habían intentado acercarse, pero Patrick los había espantado. Estaba segura de que todavía estaban cerca. Tenía miedo. Miedo de morir. Temía no poder ver más a su mamá ni a su papá. Su papá y su mamá, quienes probablemente ni s aben que se ha perdido. Llamaban al abuelo Luke todas las noches, hablaban con ella, y le decían que la amaban pero… no le permitían regre sar a casa. - Queremos que estés fuera de la ciudad por un tiem po, cariño- había dicho su madre - Que tengas tiempo para pensar y de spejar tu mente- Lana ardía con la rabia que sentía hacia sus padres . En especial hacia su madre. Si se lo permitía, la rabia quemaría tanto q ue casi podría hacerle olvidar su dolor. Pero no por completo. Ni por mucho. El dolor era su mundo ahora. El dolor y el miedo. Se preguntara como lucía ahora. Nunca había sido li nda, de verdad- sus ojos, le parecía, eran demasiado pequeños, su cabel lo oscuro demasiado liso como para hacer algo con el que dejarlo suelto . Pero ahora, con su cara llena de moretones, cortada y bañada en sangre , probablemente se veía como alguien sacado de una película de terror. ¿Dónde estaba el abuelo Luke? Apenas podía recordar los segundos antes de chocar, y el accidente en sí tampoco era u na memoria clara. Imágenes confusas mientras daba vueltas y su cuerpo era golpeado. Era confuso. No tenía sentido. Su abuelo había desa parecido de la camioneta: en un minuto estaba ahí, y al siguiente no. Ella no tenía memoria de la puerta abriéndose y cerrándose, y ¿po r qué el anciano habría saltado? Loco.


Foro Purple Rose 62

Imposible. Estaba segura de una cosa: no hubo advertencia algu na por parte de su abuelo. Desapareció en un instante y al siguiente, ella estaba cayendo por el barranco. Lana estaba sedienta. El lugar más cercano que cono cía donde podría Tomar algo era el rancho. Y estaría a no menos de u na milla de distancia. Si pudiera pararse y lograr caminar…pero aún de día , y saludable, la subida hubiera sido casi imposible. Levantó su cabeza palpitante y la torció hasta tene r en su campo de visión a la camioneta. Estaba a unos pocos metros, llantas arriba, recortada a la luz de las estrellas. Algo paso rápido por su cuello. Patrick se paró, at ento a algún sonido bajo. - No dejes que me pase algo, muchacho- le rogó. Patrick ladró, de la manera que hacía cuando quería jugar. - No tengo comida para ti, muchacho- dijo - No sé qué pasará con nosotros- Patrick volvió a echarse, con las patitas en la cab eza. - Apuesto a que mamá está feliz- dijo Lana - realm ente feliz de haberme traído para acá- No hubiese notado unos ojos brillando en la oscurid ad si Patrick no se hubiese parado repentinamente, y no se hubiese pues to a gruñir como nunca lo había hecho. - ¿Qué pasa, muchacho?- Unos ojos verdes, agazapados, sin cuerpo. La miraba n fijo. Parpadearon lentamente y se volvieron a abrir. Patrick ladraba como loco ahora, haciendo cabriolas hacia adelante y hacia atrás.


Foro Purple Rose 63

El puma (León de montaña) gruñó. Era un ronco y pro fundo gruñido. - ¡Vete, déjame en paz!- Su voz era patética- débi l, y consciente de su propia debilidad. Patrick corrió hacia Lana, encontrando coraje nueva mente, enfrentó al puma. En un parpadeo la batalla comenzó, una explosión de gruñidos caninos y felinos, profundos, terribles sonidos. En medio min uto se acabó, los ojos brillantes del puma reaparecieron lejos. Parpadearo n una vez, miraron fijo y desaparecieron. Patrick regresó lentamente, se dejó caer pesadament e al lado de Lana. - Buen chico, buen chico- arrulló Lana - espantast e a ese viejo león, ¿no es así, muchacho? Oh, mi buen perro. Buen chico- Patrick movió su cola lentamente. - ¿Te hirió, muchacho?, ¿Te lastimó, mi buen muchac ho?- Lana usó su mano buena para pasarla por el pelo de su perro. Es taba mojado, pegajoso al tacto. Podría ser sangre. Investigó y P atrick chilló con dolor. Entonces sintió como fluía. Había un corte profundo en el cuello de Patrick. La sangre salía con cado latido, drenando la vida del perro. - No, no, no- lloró Lana - No puedes morir. No pue des morir- Si él moría, se quedaría sola en el desierto, sin p oder moverse. Sola. El puma volvería. Y después los buitres. No. No. Eso no pasaría. No.


Foro Purple Rose 64

El miedo era demasiado como para contenerlo. No pod ía ser razonado, no podía resistirlo. Lana gritó con terror. - Mami. Mami. Mami. ¡Quiero a mi mamá! Ayuda. ¡Algu ien ayúdeme!. ¡Mami, lo siento, lo siento, quiero regresar a casa , quiero regresar a casa!- Lloraba y murmuraba, el dolor, la soledad y el mied o se sentían mejor que la agonía de su cuerpo golpeado. Tanto que le sacó el aire de los pulmones. Estaba sola. Sufriendo sola. Y pronto los dientes d el puma… Patrick tenía que vivir. Tenía que vivir. Era todo lo que ella tenía. Acurrucó a su perro tan cerca de ella como el dolor se lo permitió. Colocó su mano en la herida, y presionó tan fuerte como se atrevió. Ella pararía la sangre. Ella lo sostendría y detendría que su vida se le es capara. Ella mantendría la vida dentro de él y no moriría. Pero la sangre todavía corría por sus dedos. Siguió sosteniéndolo, y se concentró en mantenerse despierta para mantener a su amigo vivo. - Buen chico- susurró a través de sus labios resec os. Luchó por quedarse despierta. Pero la sed y el hamb re, el dolor y el miedo, la soledad y el horror eran mucho para ella. Después de un largo tiempo Lana se durmió. Y su mano se deslizó del cuello del perro. Sam, Quinn y Astrid pasaron la mayor parte de la no che buscando al pequeño Pete. Astrid encontró como acceder a la seg uridad del Hotel y hacer una tarjeta que funcionara para todas las pue rtas.


Foro Purple Rose 65

Revisaron cada habitación. No encontraron al herman o de Astrid ni a ninguna otra persona. Llegaron al pasillo, en la última habitación. Había una barrera en medio. Era como si alguien colocara una pared ahí atravesa da. - Atraviesa la TV- dijo Quinn. Levantó el control remoto y le dio al botón rojo. Nada. Astrid dijo - Me gustaría saber que hay detrás de l a barrera. ¿Del otro lado estará medio televisor prendido? - Si es así, me gustaría saber si los Lakers ganar on- dijo Quinn, pero nadie, incluido él, estaba de humor para reírse. - Tu hermano está más seguro al otro lado Astrid- dijo Sam, luego añadió, - Sin tu mamá, probablemente- - Eso no lo sé- respondió rudamente Astrid - Debo asumir que está solo y sin ayuda, y que soy la única que puede hacer algo para ayudarle- Cruzó los brazos sobre su pecho y se abrazó a sí mi sma. Luego dijo - Lo siento, eso sonó como si estuviera enojada contigo- - No. Simplemente sonaste enojada. No conmigo- dij o Sam - No podemos hacer más hoy. Es casi medianoche. Pienso que deber íamos regresar a esa habitación grande que vimos- Astrid solo asintió, y Quinn lucía como si fuera a derrumbarse en cualquier momento. Encontraron la habitación. Tenía un balcón que daba al mar. A la izquierda la barrera bloqueaba la vista. Pasaba por el océano, tan lejos como llegaban a ver. Era como una pared que se exte ndía desde el hotel mismo, una pared sin fin. La suite tenía una cama tamaño King y dos pequeñas, todas bastante afelpadas. Había un mini-refrigerador que contenía, licor, cerveza, soda, fruta seca, Snickers, una barra de Toblerone y otra s cosas más.


Foro Purple Rose 66

- El cuarto de los chicos- dijo Quinn y se desplom ó en una de las camas pequeñas, boca abajo. En pocos segundos, se durmió. Sam y Astrid estuvieron en el balcón un rato, parti endo el Toblerone. Ninguno de ellos dijo nada por un tiempo. - ¿Qué crees que sea esto?- dijo Sam finalmente. N o necesitaba explicar a que ‘esto’ se refería. - Algunas veces pienso que es un sueño- dijo Astri d - Es tan raro que nadie haya venido. Quiero decir, el lugar debería e star lleno de soldados y científicos y reporteros. De la nada una pared ap arece y la mayoría de la gente del pueblo desaparece y aún así ¿no hay camio netas con reporteros?- Sam ya había llegado a una conclusión sombría acerc a de esto. Se preguntaba si Astrid no lo había hecho ya. Claro que sí- No pienso que sólo sea una pared que nos aísle por el sur, ¿sabes? Pienso que puede ser un círculo. Que esté p or todo nuestro alrededor. Podríamos estar bloqueados por todas par tes. Es más, como nadie ha venido a rescatarnos, creo que eso es más que probable. ¿No te parece?- - Sí. Estamos en una trampa. Pero, ¿por qué?, y ¿po r que desaparecieron todos los que tienes más de 14 años?- - No lo sé- Sam dejó que el silencio se prolongara. No queriend o preguntar la siguiente pregunta en su mente, no estaba seguro si quería contestarla. Finalmente dijo - ¿Qué pasa cuando los chicos cumpl en 15?- Astrid volteó sus ojos azules hacia él, y él encont ró su mirada. - ¿Cuando es tu cumpleaños Sam? - El 22 de noviembre- dijo él - Sólo 5 días antes de Día de Gracias. Doce días a partir de hoy. No, sólo once porque ya es me dianoche, ¿no? ¿Y tú?- - En marzo


Foro Purple Rose 67

- Me gusta más Marzo. O Julio, o Agosto. Primera ve z que deseo ser más joven- Para que ella no lo viera como lo estaba viendo aho ra, ni sentiría lástima por él, dijo - ¿Piensas que todavía están vivos en algún lugar? - Sí- - ¿Piensas eso porque de verdad lo crees, o porque deseas que lo estén? - Sí- dijo y sonrió - Sam- - Dime- - Yo estaba ese día en el autobús ¿Recuerdas? - Vagamente- dijo y se rió - Mis quince minutos de fama - Eras el más valiente y cool que había conocido. T odo el mundo lo pensó. Fuiste el héroe de toda le escuela. Y despué s, no sé. Fue como si te…desaparecieras- Eso le molestaba un poco. Él no se había desapareci do, ¿verdad? - Bueno, no todos los días un conductor le da un ataq ue cardíaco- dijo Sam. Astrid rió- Eres unas de esas personas, creo. Que vive su vida con normalidad sin ser notado casi. Y entonces algo sal e mal y ahí estás. Te levantas y haces lo que tienes que hacer. Como hoy con el fuego- - Bueno, siendo honesto, prefiero la primera parte. La parte en la que vivo mi vida- Astrid asintió, como si entendiera, pero después di jo - Eso no va a pasar esta vez- Sam bajó la cabeza y miró al césped debajo. Una lag artija se movía por el camino de piedra. Rápido, lento, rápido y luego des apareció- Mira, no esperes mucho de mí, ¿okey?-


Foro Purple Rose 68

- Okey, Sam- dijo ella, pero como si no lo pensara de verdad - mañana descubriremos qué está pasando- - Y encontraremos a tu hermano- - Y encontraremos a mi hermano- Ella se dio la vuelta. Sam se quedó en el balcón. N o podía escuchar las olas. Había muy poca briza. Pero podía oler flores que estaban abajo en el césped. Y el olor salado del Pacífico no había camb ado. Le había contado a Astrid que estaba asustado, y lo estaba. Pero tam bién estaban otros sentimientos. El vacio de la callada noche cayó sob re él. Estaba solo. Aún estando con Astrid y Quinn, estaba solo. Sabía algo que ellos no. El cambio era tan grande que su mente no conseguía aceptarlo del todo. Todo tenía conexión, de eso estaba seguro. Lo que l e había hecho a su padrastro, lo que había hecho en su cuarto, lo que había pasado con la pequeña lanzallamas con trenzas, la desaparición de todos los que tenían más de 14 años, y esta barrera impermeable e imposi ble- todas estas cosas eran piezas del mismo rompecabezas. Y el diario de su madre, eso también. Estaba asustado, abrumado, solo. Pero menos solo de lo que había estado durante estos últimos meses. La pequeña que comenzó el fuego era una prueba, él no era el único con poderes. No era el único raro. Levantó sus manos y vio sus las palmas. Piel rosada , llena de callos de tanto encerar su tabla, una línea de vida, una líne a del destino. Como cualquier otra. ¿Cómo? ¿Cómo pasó eso? ¿Qué fue lo que pasó? Y si él no era el único raro, ¿Significaba eso que no era el único responsable de esta catástrofe? Extendió sus manos, con las palmas hacia arriba, ac ercándolas a la barrera como si fuera a tocarla.


Foro Purple Rose 69

En estado de pánico podía crear luz. En estado de pánico podía quemar la mano de un homb re. Pero seguramente él no habría hecho esto. Ese pensamiento le trajo un poco de alivio. No, él no había hecho esto. Pero aún así, algo o alguien sí.


Foro Purple Rose 70

CAPITULO 8

287 HORAS, 27 MINUTOS. - Quédate quieta, estoy intentando cambiarte el pañ al,- dijo Mary Terrafino al niño. - No es un pañal,- dijo la niña pequeña- Los paña les son para los bebés. Son mis pantalones de aprendiz. - Oh, lo siento,- dijo Mary - No lo sabía. Ella terminó se subirle los pantalones de entrenami ento y sonrió, pero la pequeña niña colapsó en lágrimas. - Mi mamá siempre me ponía los pantalones de aprend iz. - Lo sé, cielo,- dijo Mary- Pero esta noche lo es toy haciendo yo, ¿Okay?- Mary quería llorar. Ella no quería volver a llorar más. La noche había caído. Ella y su hermano de nueve años, John, había n repartido el último pececito de queso cheddar goldfish. Ellos tuvieron que repartir todas las cajas de jugo. Ellos casi no tenían pañales. La gua rdería de Barbará no fue instalada para el cuidado de noche. Ellos solo tenían un suministro limitado de pañales a mano. Había veintiocho niños a lo largo de las dos habita ciones. Cuidando de ellos estaban Mary y John y una niña de diez años l lamada Eloise, como en los libros, quien mayormente mantenía un ojo sob re su hermano de cuatro años. Eloise era uno de los justamente respo nsables. Un par de otros niños, abrumados, no sabiendo cómo adaptarse, habían simplemente dejado a sus hermanos sin ni siquiera h acer un intento de quedarse y ayudar. Mary y John prepararon la leche y llenaron los bibe rones. Ellos habían hecho - comidas- o lo que sea que fuera en la guar dería e independientemente que John logró gorronearse encim a. Ellos leyeron libros con dibujos en voz alta. Ellos pusieron el C D de Raffi una y otra vez.


Foro Purple Rose 71

Mary había dicho las palabras - No te preocupes, to do va a estar bien- un millón de veces. Ella había abrazado a cada niño un a y otra vez, entonces eso lucía como si ella estuviera en una fábrica de repartición de abrazos. Todavía, los niños lloraban por sus mamás. Todavía, ellos preguntaban, - ¿Cuándo mi mamá va a venir? ¿Porqué ella no está aquí? ¿Dónde está ella?- Ellos exigían en irritables, voces asustada s, - Quiero a mi mamá. Me quiero ir a casa. Ahora. Mary estaba temblando de agotamiento. Ella cayó en la mecedora y miró fijamente la habita ción. Cunas. Esterillas en el piso. Diminutos cuerpos acurrucados de esta m anera y de la otra. La mayoría dormidos. Excepto por una niña de dos añ os quien no dejaba de llorar. Y el bebé quien divagaba dentro y fuera de lloriqueos adecuados. Su hermano, John, estaba luchando por hacerlo dormi r, sus rizos boteaban cuando el se sacudía dirigiéndose solo par a hacerlos ir moviéndose más abajo… más abajo. Él estaba caído en la silla, meciendo una cuna provisional que era realmente solo un plás tico largo plantado liberado de la ferretería. Ella capturó su ojo y di jo, - Estoy tan orgullosa de ti, John. Él sonrió con su más dulce sonrisa, y Mary casi se deshizo. Su labio tembló. Lágrimas brotaron de sus ojos. Había un nud o en su garganta y le dolía el pecho. - Tengo que ir a hacer pipí,- dijo una voz. Mary localizó la fuente- Venga, Cassie, vallamos,- dijo ella. El baño estaba justamente fuera de la habitación principal. Ella le enseñó el camino, entonces ella esperó, apoyándose contra la pared. Después, ella limpió el pequeño trasero de la niña. - Mi mamá siempre hacía eso,- dijo Cassie. - Lo sé, cariño. - Mi mamá siempre me llamaba de ese modo. - ¿Cariño? Oh. ¿Te gustaría que yo te llamara de ot ra manera?-


Foro Purple Rose 72

- No. Pero yo sólo quiero saber cuándo va a venir m i mamá. La extraño. Yo siempre le daba un abrazo y ella me besaba. - Lo sé. Pero hasta que ella vuelva, ¿Puedo yo dart e un beso?- - No. Sólo mi mamá. - Okay, cariño. Volvamos a la cama. De vuelta en la habitación principal Mary fue hacia John - Hey, hermano. Ella despeinó sus rizos rojos- Nosotros movamos algunas cosas. Tendremos problemas en la mañana. Yo tengo que ir a ver que puedo reunir. ¿Podrás aguantar aquí por un rato ?- - Si. Claro, puedo limpiar algunos traseros- Mary salió a la noche hacia la en gran medida silen ciosa plaza. Algunos niños estaban durmiendo en bancas. Algunos agrupado s en pequeños grupos alrededor de linternas. Ella descubrió a How ard paseando a lo largo con una mountain dew en una mano y un bate de baseball en la otra. - ¿Has visto a Sam?- preguntó Mary. - ¿Qué quieres con Sam?- - Yo no puedo cuidar a todos esos pequeños con simp lemente John para ayudarme. Howard se encogió - ¿Quién te preguntó?- Eso fue demasiado. Mary era alta y fuerte. Howard, aunque un muchacho, era más pequeño. Mary cogió dos pasos hacia él, pon iendo su cara directamente con la de él - Escucha, pequeño gusano. Si yo no cuido a esos n iños, ellos podrían morir. ¿Tú entiendes eso? Hay bebés ahí quienes nec esitan ser


Foro Purple Rose 73

alimentados y mudados, y parezco ser la única que l o hace. Y hay probablemente más niños pequeños todavía en sus cas as, absolutamente solos, sin saber que está ocurriendo, sin saber cómo alimentarse, muertos de miedo. Howard se alejó un paso, tentativamente levantó el bate, luego lo dejó caer. - ¿Qué se supone que haga yo?- Él lloriqueó. - ¿Tú? Nada. ¿Dónde está Sam?- - Él salió. - ¿Qué quieres decir con, él salió?- - Quiero decir que él, Quinn y Astrid salieron. Mary parpadeó, sintiéndose estúpida y lenta - ¿Quién está a cargo?- - Tú solamente piensas que ¿porque Sam le gusta jug ar a ser el gran héroe cada par de años lo hace a él el hombre a car go?- Mary había estado en el bus dos años atrás cuando e l conductor, Mr. Colombo, había sufrido un ataque cardiaco. Ella hab ía tenido la cabeza en un libro, sin prestar atención, pero ella había lev antado la vista cuando sintió al bus virar. Pero al tiempo que ella se hab ía concentrado, Sam estaba guiando al bus a un lado del camino. En los dos años que siguieron, Sam había sido tan s ilencioso y tan modesto y tan no involucrado en la vida social de l a escuela que Mary casi había olvidado ese momento de heroísmo. La may oría de la gente lo hizo. Y ahora ella ni siquiera se había sorprendido cuand o fue Sam quien se había acercado al fuego. Y ella de algún modo había asumido que si alguien iba a estar a cargo, podría ser Sam. Ella s e encontró enojada con él por no estar aquí ahora: ella necesitaba ayuda. - Ve a traer a Orc,- dijo Mary.


Foro Purple Rose 74

- Yo no le digo a Orc que hacer, perra. - ¿Disculpa?- ella chasqueó- ¿Qué me acabas de ll amar? Howard tragó- No significó nada, Mary. - ¿Dónde está Orc?- - Yo pienso que él está durmiendo. - Despiértalo. Yo necesito alguna ayuda. No puedo p ermanecer despierta más tiempo. Necesito al menos dos niños que tengan experiencia cuidando niños. Y luego necesito pañales y biberone s y chupetes y cheerios y mucha leche. - ¿Porqué yo voy a hacer todo eso?- Mary no tenía una respuesta- No lo sé, Howard,- d ijo ella- ¿Tal vez porque tú no eres un completo cretino? ¿Quizás porq ue eres un ser humano decente?- Eso le ganó una mirada escéptica y un resoplido bur lón. - Mira, los niños harán lo que Orc diga,- dijo Mar y- A ellos él les asusta. Todo lo que estoy pidiendo es que Orc actúe como Or c. Howard pensó sobre esto. Mary casi pudo ver las rue das hilando en su cabeza. - Olvídalo,- dijo ella- Yo hablaré con Sam cuando regrese. - Si, él es el gran héroe, ¿o no?- dijo Howard, go teando sarcasmo- Pero hey, ¿Dónde está el? ¿Lo ves por aquí? Yo no lo veo por aquí. - ¿Tu vas a ayudar o no? Tengo que regresar. - Bien. Conseguiré tus cosas, Mary. Pero será mejor que tú te acuerde quien te ayudó. Tú estás trabajando para Orc y para mí. - Yo estoy cuidando a niños pequeños,- dijo Mary- Si yo estoy trabajando para alguien, es para ellos.


Foro Purple Rose 75

- Como digo, tú recordaras quien estuvo ahí cuando lo necesitaste. Howard se dio la vuelta sobre sus talones y se fue de una forma decidida y arrogante. - Dos niñeras y comida,- Mary llamó después de él. Mary volvió a la guardería. Tres niños estaban llor ando, y se estaba extendiendo. John estaba asombrosamente desde una c una hasta la estera del piso. - Estoy de vuelta,- dijo Mary- Consigue algún sue ño, John. John simplemente se desplomó. Él estaba roncando an tes de que golpeara el piso. - Esta bien,- Mary cogió al primer niño llorando- Todo va a estar bien.


Foro Purple Rose 76

CAPITULO 9

277 HORAS, 06 MINUTOS. Sam durmió en sus ropas y despertó muy temprano. Él había pasado la noche en el sillón en la larga h abitación principal de la suite del hotel. Él sabía por las acampadas en la p laya que Quinn hablaba dormido. Él parpadeó y vio a Astrid, una delgada so mbra contra el sol. Ella estaba de pie en frente de la ventana pero mir ando hacia él. Él rápidamente secó si boca en la almohada. - Disculpa, el sueño babea. - Yo no quería despertarte, pero mira esto. El sol de la mañana se levantaba detrás de la ciuda d, arriba desde detrás del puente. Rayos de luz brillaban y bailaban en el agua luciendo incapaces de tocar el gris decolorado de la barrera . Se curvaron lejos fuera del mar, una pared naciente desde el océano. - ¿Cómo de grande es eso?- San se preguntó en voz alta. Astrid dijo, - Yo debería ser capaz de calcularlo. Tú mides la base de la pared a un punto, luego calcula el ángulo y… no imp orta. Esto tiene que ser por lo menos un par de cientos de pies de altur a. Nosotros somos tres historias encima y estamos en ninguna parte ce rca de la cima. Si es que hay una cima. - ¿Qué quieres decir con si es que hay una cima?- - No estoy segura. No Tomes nada yo lo digo enserio : Yo solo digo mis pensamientos en voz alta. - Entonces piensa en voz alta lo suficiente para qu e yo escuche,- dijo Sam. Astrid se encogió- Okay. No puede haber una cima. Esto no puede ser una pared, debe ser una cúpula. - Pero yo veo el cielo,- argumentó Sam- Yo veo la s nubes. Se están moviendo.


Foro Purple Rose 77

- Cierto. Bueno, imagina esto: Tú estás sosteniendo un pedazo de vidrio negro en tu mano. Como unas grandes, gafas de sol r ealmente oscuras. Tú los inclinas hacia un lado, es opaco. Tú los inc linas hacia otro lado, son reflectantes. Tú bizqueas muy duro para mirar d irectamente a ello y casi piensas que puedes ver algunas luces viniendo atravesándolos. Todo depende del ángulo y el… - - ¿Tú escuchaste eso?- Quinn preguntó. Él había ll egado sin aviso, rascándose indiscretamente. Sam escuchó con esfuerzo- Un motor. No muy lejos, tampoco. Ellos corrieron por la habitación, tirándose bajo l as escaleras, explotando a través de las puertas dobles en el terreno del ho tel. Doblando la esquina, atrás de las canchas de tenis. - Es Edilio. El chico nuevo,- dijo Sam. Edilio Escobar estaba sentado en la cajuela abierta de una pequeña retroexcavadora amarilla. Como ellos miraron, él ma niobró cerca de la barrera y bajó la pala. Esto mordía por la hierba y vino con una paletada de suciedad. - Él trata de cavar su salida,- dijo Quinn. Él rom pió a correr y brincó impulsivamente sobre la retroexcavadora al lado de Edilio. Edilio saltó con un pie en el aire, pero aterrizó sonriendo abie rtamente. Edilio paró el motor- Hey, chicos. Supongo que ust edes habrán notado esto, ¿Huh?- Él estiró el pulgar hacia la barrera- Por cierto, no toquen eso. Sam cabeceó con arrepentimiento - Si. Nosotros entendimos eso. Edilio prendió el motor y cavó tres veces más. Lueg o, él saltó hacia abajo, recogió una pala, y curioseó a través de las últimas pulgadas de suciedad entre el agujero y la barrera.


Foro Purple Rose 78

La barrera continuaba, aún bajo tierra. Trabajando juntos, Edilio, Sam, y Quinn cavaron cinco pies hacia abajo con la retroex cavadora y la pala. Ellos no encontraron el término de la barrera. Pero Sam no quería detenerse. Tenía que tener un fi n. Tenía que tener. Él estaba golpeando piedras, incapaz de conseguir de l a pala una mordida profunda. Cada vez que llenaba la pala era más lige ra que la vez anterior. - Quizás una taladro. O a las menos algunas púas pa ra romper aquí. Sólo luego, no escuchando respuesta, hizo que compr endiera que él era el único que seguía cavando. Los otros estaban de p ie, mirando hacia abajo a él. - Si, quizás,- dijo Edilio finalmente. Él se incli nó hacia abajo para darle a Sam una mano para salir del hoyo. Sam subió, sacudió su pala aparte, y golpeó la suci edad de sus jeans- Es una buena idea, Edilio. - Como lo que hiciste en el fuego, hombre,- dijo E dilio- Tú salvaste a la ferretería y a la guardería. Sam no quería pensar sobre lo que él había salvado o no salvado- Podría no haber salvado nada, incluyendo mi propio trasero , sin ti, Edilio. Y Quinn y Astrid,- el añadió al último momento. Quinn dio una dura mirada a Edilio- Entonces ¿Porq ué estas aquí?- el preguntó. Edilio suspiró y apoyó su pala contra la barrera. É l se limpió el sudor de su cara y miró alrededor de la tierra bien cuidada- Mi mamá trabaja aquí,- dijo Edilio. Quinn sonrió un poco con satisfacción- ¿Es ella, c omo, la gerente?- - Ella hace el trabajo doméstico,- Dijo Edilio uni formemente. - ¿Si? ¿Dónde vives?- Quinn preguntó. Edilio apuntó a la barrera- Ahí. Sobre dos millas bajando la carretera. Nosotros tenemos un remolque. Mi papá, mis dos herm anos pequeños. Ellos tienen un virus, entonces mi mamá los mantien e en casa. Álvaro, mi hermano mayor está en Afganistán.


Foro Purple Rose 79

- ¿Él está en el ejército?- - Fuerzas especiales,- Edilio sonrió abiertamente- La elite. Él no era un gran chico, pero él estaba de pie tan derechamente, que no se veía bajo. Sus ojos eran oscuros, luciendo casi sin blanco, apacibles pero no temerosos. Él tenía callosas, manos llenas de cicatrices que lucían como si pertenecieran a otro cuerpo. Él sost uvo sus brazos ligeramente fuera de su tronco, las manos giradas c on la palma adelante solo un poco, como si se preparara para coger algo. Él parecía a la vez completamente inmóvil y preparado para saltar a la acción. - Eso es estúpido cuando tú piensas sobre eso. Las personas en el otro lado de la barrera, ellos saben que está sucediendo ,- dijo Quinn- Quiero decir, no es como si ellos no han notado que repent inamente estamos detrás de esta pared. - ¿Entonces?- Sam preguntó. - Entonces ellos tienen mejor equipamiento y cosas que pueden hacer, ¿cierto? Ellos pueden cavar mucho más profundo, lle gar bajo la barrera. O ir alrededor de ella. O volar sobre ella. Esta es una pérdida de tiempo aquí. - Nosotros no sabemos cuán abajo o cuan alto se ext iende la barrera,- dijo Astrid- Esto parece como que termina a unos c uantos cientos de pies hacia arriba, pero tal vez es una ilusión ópti ca. - Sobre, bajo, alrededor, o por,- dijo Edilio- Ti ene que haber algo forma. - Del mismo modo cuando tu gente viene de la fronte ra de México, ¿Huh?- dijo Quinn. Sam y Astrid ambos le dieron miradas sobresaltadas a Quinn. Edilio se paró incluso más derecho, a pesar de ser seis pulgadas más bajo que Quinn, parecía como si lo estuviera mirand o hacia abajo. En una calmada, tranquila voz Edilio dijo, - Honduras es d e donde viene mi gente. Ellos tuvieron que venirse todo el camino por Méxic o antes de que aún alcanzaran la frontera. Mi mamá trabaja de criada. Mi papá es obrero del campo. Nosotros vivimos en un remolque y conducimos una vieja


Foro Purple Rose 80

batidora. Yo todavía tengo un poco de acento porque aprendí español antes de aprender ingles. ¿Algo más que necesites s aber, hombre?- Quinn dijo, - Yo no estaba tratando de comenzar nad a, amigo. - Este bien,- dijo Edilio. Eso no era una amenaza, no realmente. Y en cualquie r caso, Quinn tenía veinte libras sobre Edilio. Pero fue Quinn quien di o paso hacia atrás. - Nosotros nos tenemos que ir,- dijo Sam. A Edilio , el explicó, - Nosotros estamos buscando al hermano pequeño de Astrid. Él e s… el necesita a alguien que lo cuide. Astrid piensa que quizás él e sté arriba en la central eléctrica. - Mi papá es un ingeniero ahí,- Astrid explicó- P ero son diez millas desde aquí. Sam vaciló antes de preguntar a Edilio si se unía. Podría molestar a Quinn. Quinn no estaba actuando como él, lo que no era realmente extraño, considerando lo que estaba pasando, pero S am lo encontraba inquietante. Edilio, por otra parte, había mantenid o su cabeza unida en el fuego. El podría redoblar. Astrid hizo la decisión por él- ¿Edilio? ¿Te gusta ría venir con nosotros?- Ahora Sam estaba un poco fastidiado. ¿Astrid había pensado que Sam no podía hacerse cargo de las cosas? ¿Ella necesitaba a Edilio? Astrid puso los ojos en blanco hacia Sam- Yo pensé que podría cortar la persecución y evitar más posturas masculinas. - Yo no estaba en una postura,- Sam se quejó. - ¿Cómo estaban pensando viajar?- Preguntó Edilio. - Yo no pienso que nosotros deberíamos intentar con ducir un coche, si es lo que quieres decir,- dijo Sam. - Yo quizás tenga algo. No un auto, pero mejor que caminar diez millas. Edilio los condujo a una puerta de garaje oculta le jos de los alrededores de la parte trasera del vestuario. Él levantó la pu erta del garaje, revelando dos carritos de golf con el logo de Clifftop resort en los costados- Los encargados de mantenimiento y los tipos de segurida d los usan para ir


Foro Purple Rose 81

por los alrededores y acercarse al campo de golf de l otro lado de la carretera. - ¿Has conducido uno de esos antes?- Sam preguntó. - Si. Mi papá a veces Tomaba un turno al campo de g olf. Encargado de mantenimiento. Yo voy con él, para echarle una mano . Eso simplificaba la decisión. Aún Quinn tenía que v er la lógica- Okay,- dijo Quinn de mala gana- Tú conduces. Sam dijo, - Podemos intentar el camino directo a la carretera. Es el primer intento. - Tú estás evitando el centro de la ciudad,- dijo Astrid- No quieres niños viniendo hacia ti, preguntándote lo que ellos deber ían hacer. - ¿Tú quieres llegar a PBNP?- Sam preguntó- ¿O tú quieres verme permanecer alrededor diciendo a las personas que la única cosa de la que tienen que tener miedo es del propio miedo?- Astrid rió, y era, en la opinión de Sam, probableme nte el sonido más dulce que alguna vez hubiera escuchado. - Tú recuerdas,- dijo Astrid. - Si. Recuerdo. Roosevelt. La gran depresión. A vec es, si yo realmente estrujo mi cerebro, yo puedo incluso multiplicar. - Humor defensivo,- Astrid le Tomó el pelo. Ellos condujeron a través del aparcamiento en el ca mino. Allí ellos Tomaron una vuelta cerrada sobre una angosta, secci ón recién pavimentada. El carrito de golf redujo la marcha ye ndo cuesta arriba a apenas mayor velocidad que ir caminando. Ellos pron to vieron que el camino moría en la barrera. Ellos se detuvieron y m iraron fijamente de forma solemne la abrupta terminación del pavimento. - Es como la caricatura del corre caminos,- dijo Q uinn- Si tú pintas un túnel en ello, nosotros podríamos atravesarlo, pero por las artimañas del coyote podríamos chocar contra eso.


Foro Purple Rose 82

- Okay. Volvamos por el camino de roca entonces, pe ro corta por las calles traseras de la carretera- no vallas cerca de la plaza,- dijo Sam- Necesitamos encontrar pronto al pequeño Pete. No qu iero tener que detenerme y hablar a un manojo de niños. - Si, súmale que nosotros no queremos que nadie nos robe el carrito,- dijo Edilio. - Si. Eso también,- admitió Sam. - Detente,- gritó Astrid, y Edilio frenó de golpe. Astrid saltó fuera de su asiento y volvió corriendo hacia algo blanco al borde del camino. Ella se arrodillo y recogió una r amita. - Es una gaviota,- dijo Sam, perplejo ante demostr ación de Astrid- Tal vez golpeó la barrera, ¿Huh?- - Quizás. Pero mira esto. Ella empujó la pata del pájaro con la ramita, levantándola. - ¿Si?- - Es palmeada, desde luego. Como debe ser. Pero mir a la forma en que los dedos del pie se extienden hacia fuera. Mira la s uñas. Son garras. Como un ave de presa. Como un halcón o un águila. - ¿Estás segura de que es una gaviota normal?- - Me gustan las aves,- ella explicó- Eso no es no rmal. Las gaviotas no necesitan garras. De manera que ellas no tienen gar ras. - Entonces es una ave rara,- dijo Quinn- ¿Podemos seguir adelante ahora?- Astrid se levantó- Esto no es normal. Quinn soltó una risotada- Astrid, nosotros no esta mos ni siquiera en la misma zona horaria como normal. ¿Eso es por lo que te estás preocupando? ¿Los dedos de las patas de las aves?-


Foro Purple Rose 83

- La ave es de una forma u otra una rareza solitari a, una mutación aleatoria,- dijo Astrid, - O es una nueva especie entera que apareció repentinamente. Desarrollada. - De nuevo ¿tengo que seguir con el - entonces que- ?- dijo Quinn. Astrid estaba al borde de decir algo. Entonces ella sacudió su cabeza un poco, diciéndose a sí misma que no- No importa, Qu inn. Como tú dices, nosotros tenemos un largo camino a la normalidad. Ellos se subieron otra vez y salieron a veinte mill as por hora. Doblaron en la tercera y recortaron, distanciándolos de la ciud ad, y subieron por la cuarta, que estaba tranquila, sombría, decididament e lamentable, más vieja que la calle residencial cerca de la casa de Sam. Los únicos autos que ellos vieron estaban aparcados o chocados. Las únicas personas que vieron fueron un par de niños a travesando la calle detrás de ellos. Escucharon sonidos de TV viniendo desde una casa, pero rápidamente determinaron que era un DVD. - Al menos la electricidad todavía funciona,- dijo Quinn- Ellos no se han llevado nuestros DVDS. Los mp3 todavía trabajan, ta mbién, aún sin acceso a Internet. Nosotros todavía tenemos música. - Ellos,- Astrid hizo notar- Nosotros hemos pasad o de DIOS a ELLOS. Ellos alcanzaron la carretera y se detuvieron. - Bueno. Esto es espeluznante,- dijo Quinn. En el medio de la carretera había un tractor-traile r UPS volcado. El remolque se había liberado y estaba sobre su lado c omo un juguete desechado. El tractor, la parte del camión, estaba todavía derecho, pero fuera del camino. Había un sebring convertible apl astado contra el frente. El convertible no había salido bien. El impacto fue frontal. El auto estaba estrujado a aproximadamente la mitad de su longitud habitual. Y se había quemado. - Los conductores desaparecieron, el conductor del auto y el conductor del camión,- dijo Quinn. - Al menos nadie salió herido,- dijo Edilio.


Foro Purple Rose 84

- A menos de que hubiera un niño en el auto,- indi có Astrid. Nadie sugirió revisar. Nadie habría sobrevivido a e se choque o al fuego que lo siguió. Ninguno de ellos quería ver si había algún cuerpo pequeño en el asiento trasero. La carretera tenía cuatro callejuelas, dos iban muy lejos, son división, pero con una vuelta de vereda en el medio. Siempre había tráfico. Aún en medio de la noche había tráfico. Ahora, sólo silenc io y vacío. Edilio rió con una voz temblorosa- Yo sigo esperan do que algún viejo camión grande nos barra, atropellándonos. - Eso casi sería un alivio,- Quinn murmuró. Edilio dio un paso sobre el pedal, el motor eléctri co zumbó, y ellos partieron fácilmente sobre la carretera, bordeando el volcado remolque UPS. Fue una misteriosa experiencia. Ellos iban más desp acio que un gran ciclista sobre una carretera donde nadie alguna vez viajó a menos de 60 millas por hora. Ellos se arrastraron por una tiend a muffler y jiffy lube, por delante de un desproporcionadamente bajo edific io de oficinas ocupado por un abogado y un contador. En varios lug ares autos desde la carretera se habían estrellado contra coches aparca dos. Un convertible estaba todo dentro de la tintorería. Esto había sac ado todo el vidrio de la ventana. La ropa en bolsas de plástico estaba espar cida a través de la cubierta del coche y en el asiento del pasajero. Ellos mantenían un silencio como de cementerio mien tras conducían. El único sonido venía desde el caucho suave cansado y el zumbido tirante del motor eléctrico. La ciudad estaba a su izquierda. A la derecha la ti erra se elevaba bruscamente en un alto puente. El puente surgía enc ima de Perdido Beach, es su propio tipo de pared. El pensamiento n unca se le había ocurrido a Sam tan convincentemente antes que Perdi do beach ya fue saltada por barreras, por montañas al norte y al es te, por el océano al sur y al oeste. Este camino, esta silenciosa, y vacío c amino, era simplemente el único camino para salir.


Foro Purple Rose 85

Delante estaba la estación chevron Sam pensó que v io un movimiento allí. - ¿Qué piensan chicos?- el preguntó. - Tal vez ellos tengan comida. Es un mini-supermerc ado, ¿cierto?- dijo Quinn- Tengo hambre. - Deberíamos seguirnos yendo,- dijo Astrid. - ¿Edilio?- Sam presionó. Él se encogió- No quiero ser paranoico. Pero, homb re, ¿Quién sabe?- Sam dijo, - adivino que voto por seguir nuestro cam ino. Edilio cabeceó y fácilmente dirigió el carrito de g olf al lado izquierdo del camino. - Si hay niños ahí, nosotros sonreímos y decimos qu e estamos apurados,- dijo Sam. - Sí, señor,- dijo Quinn. - No digas eso, hermano. Nosotros votamos,- dijo S am. - Si. Cierto. Claramente había gente en la estación Chevron. Una leve brisa llevó una bolsa rasgada de doritos carretera abajo hacia ello s, una roja y dorada rodadora. Cuando el carrito de golf se acercó, un n iño, luego otro, apretó el paso en el camino. Cookie era el primero. Al seg undo niño Sam no lo reconoció. - Que pasa, Cookie,- Sam lo llamó cuando ellos ava nzaron dentro veinte yardas. - ¿Que pasa Sam?- Cookie respondió. - Estamos buscando al hermano pequeño de Astrid, ho mbre.


Foro Purple Rose 86

- Hazte a un lado,- dijo Cookie. Él estaba llevand o un bate metálico de Baseball. El otro niño al lado suyo tenía un mazo d e croquet con rayas verdes. - No, hombre, nosotros estamos en una misión, te ll evaremos más tarde,- dijo Sam. Él se agitó, y Edilio apretó su pie en el pedal. Ellos estaban dentro de un par de pies y pronto los pasarían. - Deténgalos,- una voz gritó desde la estación Che vron. Howard estaba corriendo y a su lado, Orc. Cookie dio un paso en f rente del carrito. - No te detengas,- Sam siseó. - Hombre, mira,- Edilio advirtió a Cookie. Cookie saltó a un lado en el último segundo. El otr o niño balanceó su mazo con fuerza. El eje de madera golpeó con fuerza al poste de acero que sujetaba al toldo del carrito. La cabeza del ma zo se separó y por poco le saca la cabeza a Quinn. Luego de que los pasaran y Quinn gritara de vuelta, - Hey, tú casi golpeas mi cabeza, idiota. Ellos estaban tal vez a treinta pies de distancia y separándose cuando Orc gritó, - Atrápenlos, ustedes idiotas. Cookie era un chico grande, no rápido. Pero el otro chico, el que estaba sosteniendo el mazo roto, era más pequeño y más ráp ido. Él rompió en una carrera. Howard y Orc estaba acercándose, corri endo plenamente hacia fuera, pero Orc era pesado y lento y Howard s e separó de él. El chico con el mazo fue hacia ellos, - Ustedes mej or se detienen,- el dijo, jadeando, corriendo al lado de ellos. - No pienso lo mismo,- dijo Sam. - Tío, te apuñalaré con este palo,- el chico lo am enazó, pero él estaba jadeando fuertemente. Él hizo una débil puñalada co n el final triturado del mazo.


Foro Purple Rose 87

Sam lo agarró y lo torció fuera de sus manos. El ch ico saltó y se extendió. Sam sacudió el palo a un lado con desprec io. Howard casi nos alcanza, viniendo directamente detr ás del carrito. Astrid y Quinn miraban con calma como Howard bombeaba con fuerza, sus delgados brazos como un molino de viento. Ellos ech aron un vistazo hacia atrás y comprendieron que Orc no iba a ir a a traparlos. - Howard, ¿Qué crees que estás haciendo, hombre?- Quinn preguntó en una voz perfectamente razonable- Pareces un perro persiguiendo a un camión. ¿Qué vas a hacer si nos atrapas?- Howard captó el punto y bajo la velocidad. Edilio dijo, - Esto es una persecución lenta, hombr e. Tal vez aparezca en las noticias. Eso consiguió una risa nerviosa. Cinco minutos después, nadie estaba riendo- Hay un camión viniendo rápido,- dijo Astrid- Necesitamos seguir. - Ellos no nos echaran abajo,- dijo Quinn- Aún Or c no es tan loco. - Ellos podrían o no echarnos abajo,- dijo Astrid, - pero ese es un chico de catorce años conduciendo una hummer. ¿Tú realmen te quieres estar en el camino?- Quinn cabeceó- Nosotros estamos para un bombardeo. Delante estaba la estación chevron. Sam pensó que v io un movimiento allí. - ¿Qué piensan chicos?- el preguntó. - Tal vez ellos tengan comida. Es un mini-supermerc ado, ¿cierto?- dijo Quinn- Tengo hambre. - Deberíamos seguirnos yendo,- dijo Astrid. - ¿Edilio?- Sam presionó.


Foro Purple Rose 88

Él se encogió- No quiero ser paranoico. Pero, homb re, ¿Quién sabe?- Sam dijo, - adivino que voto por seguir nuestro cam ino. Edilio cabeceó y fácilmente dirigió el carrito de g olf al lado izquierdo del camino. - Si hay niños ahí, nosotros sonreímos y decimos qu e estamos apurados,- dijo Sam. - Sí, señor,- dijo Quinn. - No digas eso, hermano. Nosotros votamos,- dijo S am. - Si. Cierto. Claramente había gente en la estación Chevron. Una leve brisa llevó una bolsa rasgada de doritos carretera abajo hacia ello s, una roja y dorada rodadora .Cuando el carrito de golf se acercó, un niño, luego otro, apretó el paso en el camino. Cookie era el primero. Al seg undo niño Sam no lo reconoció. - Que pasa, Cookie,- Sam lo llamó cuando ellos ava nzaron dentro veinte yardas. - ¿Que pasa Sam?- Cookie respondió. - Estamos buscando al hermano pequeño de Astrid, ho mbre. - Hazte a un lado,- dijo Cookie. Él estaba llevand o un bate metálico de baseball. El otro niño al lado suyo tenía un mazo d e croquet con rayas verdes. - No, hombre, nosotros estamos en una misión, te ll evaremos más tarde,- dijo Sam. Él se agitó, y Edilio apretó su pie en el pedal. Ellos estaban dentro de un par de pies y pronto los pasarían. - Deténgalos,- una voz gritó desde la estación Che vron. Howard estaba corriendo y a su lado, Orc. Cookie dio un paso en f rente del carrito. - No te detengas,- Sam siseó.


Foro Purple Rose 89

- Hombre, mira,- Edilio advirtió a Cookie. Cookie saltó a un lado en el último segundo. El otr o niño balanceó su mazo con fuerza. El eje de madera golpeó con fuerza al poste de acero que sujetaba al toldo del carrito. La cabeza del ma zo se separó y por poco le saca la cabeza a Quinn. Luego de que los pasaran y Quinn gritara de vuelta, - Hey, tú casi golpeas mi cabeza, idiota. Ellos estaban tal vez a treinta pies de distancia y separándose cuando Orc gritó, - Atrápenlos, ustedes idiotas. Cookie era un chico grande, no rápido. Pero el otro chico, el que estaba sosteniendo el mazo roto, era más pequeño y más ráp ido. Él rompió en una carrera. Howard y Orc estaba acercándose, corri endo plenamente hacia fuera, pero Orc era pesado y lento y Howard s e separó de él. El chico con el mazo fue hacia ellos, - Ustedes mej or se detienen,- el dijo, jadeando, corriendo al lado de ellos. - No pienso lo mismo,- dijo Sam. - Tío, te apuñalaré con este palo,- el chico lo am enazó, pero él estaba jadeando fuertemente. Él hizo una débil puñalada co n el final triturado del mazo. Sam lo agarró y lo torció fuera de sus manos. El ch ico saltó y se extendió. Sam sacudió el palo a un lado con desprec io. Howard casi nos alcanza, viniendo directamente detr ás del carrito. Astrid y Quinn miraban con calma como Howard bombeaba con fuerza, sus delgados brazos como un molino de viento. Ellos ech aron un vistazo hacia atrás y comprendieron que Orc no iba a ir a a traparlos. - Howard, ¿Qué crees que estás haciendo, hombre?- Quinn preguntó en una voz perfectamente razonable- Pareces un perro persiguiendo a un camión. ¿Qué vas a hacer si nos atrapas?- Howard captó el punto y bajo la velocidad.


Foro Purple Rose 90

Edilio dijo, - Esto es una persecución lenta, hombr e. Tal vez aparezca en las noticias. Eso consiguió una risa nerviosa. Cinco minutos después, nadie estaba riendo- Hay un camión viniendo rápido,- dijo Astrid- Necesitamos seguir. - Ellos no nos echaran abajo,- dijo Quinn- Aún Or c no es tan loco. - Ellos podrían o no echarnos abajo,- dijo Astrid, - pero ese es un chico de catorce años conduciendo una hummer. ¿Tú realmen te quieres estar en el camino?- Quinn cabeceó- Nosotros estamos para un bombardeo.


Foro Purple Rose 91

CAPITULO 10

274 HORAS, 27 MINUTOS La parte de atrás de la Hummer se movía a uno y otr o lado del camino, pero no había manera de fingir que no iba a atrapar los. - ¿Seguimos adelante o salimos?- Edilio preguntó. Los nudillos de sus manos estaban blancos. - Ellos van a patearnos el trasero ahora- , gritó Q uinn- Deberíamos haberlos dejado solos, pero no. La Hummer acortó la distancia con una velocidad sor prendente. - Ellos van a atacarnos- , Astrid gritó. Quinn se bajó del carro y salió corriendo. La Humme r se estremeció al detenerse. Cookie y el niño saltaron y se fueron de spués de Quinn. - Detente- , dijo Sam-. Saltó y corrió a la ayuda d e Quinn. Quinn intentó saltar la zanja al lado de la carrete ra, pero aterrizó mal. Los dos matones se encontraban ante él antes de que pud iera recuperarse. A Cookie la golpearon en la espalda con el puño. Sam salto hacía Cookie. La agarró por el hueco de u n brazo y tiró de ella hacia adelante con su impulso. Cookie cayó mal en su vientre, y Sam quedo libre. C ookie había bajado su bate y empezado a golpear a Quinn con los puños, y Sam se lanzó por ella. Mallet, Edilio y Quinn tuvieron una breve pel ea, que dejó a Edilio con un ojo morado y de pie a Quinn y el otro chico abaj o. Pero no había dado tiempo a que Orc y Howard bajarán del camión. Orc giró su bate y Edilio lo atrapo detrás de las r odillas. Edilio cayó como un saco de cemento. Cookie agarro el bate, Sam corrió a meterse entre O rc y Edilio. - Yo no quiero pelear contigo- , gritó Sam.


Foro Purple Rose 92

- Sé que no quiere pelear conmigo. Orc dijo con c onfianza- Nadie quiere luchar contra mí. Astrid llegó caminando aquí- Todos paren- , gritó. Sus puños cerrados. Hubo lágrimas en los ojos. Pero ella estaba enojada , no triste- No necesitamos esta mierda. Howard se deslizó entre Orc y Astrid- Cálmate, Ast rid, mi hombre Orc, tiene que enseñarle una lección- - ¿Calmarme?- Astrid replicó- No me digas que me calme tú... invertebrado. - Astrid, permanece lejos de él,- dijo Sam-. Edili o trató de mantenerse firme, pero apenas podía mantenerse en absoluto. Sorprendentemente, Orc, dijo, - Hey. Que hable Astr id- Bombeado por la adrenalina, Sam casi no lo escuchó. Pero luego que proceso lo que había dicho Orc mantuvo la boca cerr ada. Astrid respiró hondo. Su cabello volaba en el aire. Tenía la cara roja. Por último, luchando por la calma, dijo, - No estamos b uscando una pelea. - Habla por ti misma,- Cookie murmuró. - Esto es una locura- , dijo Astrid- Estamos busca ndo a mi hermano. Los ojos rasgados de Orc se estrecharon aún más- ¿ El retardado?- - El es autista- , Astrid lo corrigió. -- Sí. El pequeño retardado- , Orc se burló, pero n o te enojes. - Deberías haber parado, Sammy. Howard hizo un so nido tsk tsk, moviendo la cabeza tristemente. - ¿Eso es lo que he dicho, y yo soy el que termina siendo aplastado? Quinn señaló salvajemente, enfadado con Sam.


Foro Purple Rose 93

Howard asintió con la cabeza hacia Quinn, divertido - Tú debías haber escuchado a tu hermano allí, Sam. Te lo dije anoche , tienes que cuidar a mi hombre Orc. - ¿Cuidar de él? ¿Qué significa eso? - Astrid exigi do. Howard dirigió una mirada fría sobre ella- Hay que mostrar un poco de respeto al Capitán Orc, eso es lo que quiero decir. - ¿Capitán?- Sam resistió el impulso de reír. Howard se acercó, valiente con el derecho de defend er a Orc de pie detrás de él. –- Sí. Capitán. Alguien tuvo que inte rvenir y hacerse cargo, ¿verdad? Que estabas ocupado, creo que, tal vez el surf o lo que sea, por lo que el capitán Orc se ofreció para hacerse cargo . - ¿A cargo de qué?- Preguntó Quinn. - De detener todo esto, eso es. - Sí,- Orc estuvo de acuerdo. - Los niños están por reventar todo, hablan lo que quieren- , dijo Howard. - Sí. - Y todos los que se comen los mocos, todos los niñ os correteando alrededor, no había nadie que se los impidiera, ni que hiciera que dejaran de llorar o cambiara los pañales. Orc se aseguró de que fueron atendidos. Howard esbozó una gran sonrisa- Los consoló. O por lo menos se aseguró de que alguien lo hiciera- - Así es,- Orc dijo, como si fuera la primera vez que había oído que había sido de esa manera. - Nadie quería poner las cosas bajo control, de man era que Orc lo hizo- , dijo Howard- Y así, él es el capitán ahora, hasta que los adultos vuelvan. - Sólo que no van a regresar- , dijo Orc. - Eso es totalmente correcto- , dijo Howard- Lo qu e el capitán diga.


Foro Purple Rose 94

Sam miró a Astrid. La verdad era que alguien tenía que conseguir que la gente dejara de actuar como locos. Orc no hubiera s ido la mejor opción de Sam para ese trabajo. Pero no quería hacerlo él mismo. - Sólo queremos ir a buscar al pequeño Pete- , dijo Sam, finalmente, tras tragar su enojo. - ¿Sí?- Si tú estás buscando algo, es mejor que va yas más despacio- , dijo Howard con una sonrisa. - Tú quieres que el carro de golf- , dijo Sam. - Eso es lo que estoy diciendo, Sammy- , dijo Howar d, extendiendo las manos en un gesto de conciliación. - Es, al igual, que la gente paga impuestos, ¿no?- , Dijo Mallet. - Exactamente- , dijo Howard- Es un impuesto. - ¿Quién eres tú?- Astrid desafió Mallet- Nunca t e he visto en la escuela. - Voy a otra Academia. Sam dijo: - Mi mamá, es enfermera allí. - Ya no iré más. El chico dijo. - ¿Por qué estudiar aquí?- Astrid pregunto. - No me llevo bien con los niños allí. Mallet trató de lanzar la línea de frente como si fuera una broma, pero el efecto fue socavado por el miedo en sus ojos. - ¿Hay adultos allí?- Preguntó Sam esperanzado. - Oh- , dijo Howard- Sammy quiere ver a su mamá. - Toma el carrito de golf- , dijo Sam. - No pierdas tu tiempo tratando de verme del todo m al a mí. Mira, yo te conozco, hombre- , dijo Howard- El autobús escolar Sam. Sr. Bombero.


Foro Purple Rose 95

Vas a ser todo un héroe, pero luego desapareces. ¿N o? Vienes y te vas, y todo el mundo anoche preguntando, ¿dónde está Sam? ¿Dónde está Sam? - Y yo tenía que decir,- Bueno, chicos, Sam s e encuentra fuera con Astrid la genio porque Sam puede salir con la gente común como nosotros. Sam tiene que irse con su novia la rubia caliente. - Ella no es mi novia- , dijo Sam, y al instante se arrepintió. Howard se echó a reír, encantado de haberlo provoca do- Mira, Sam, que siempre tiene que estar en su pequeño mundo, muy bu eno para todos, mientras que yo y el capitán Orc y nuestros muchach os, siempre vamos a estará aquí. Sam podía sentir las miradas de Astrid y Quinn, esp erando a que negara lo que Howard estaba diciendo. Pero ese era el punt o. Sam había sentido las expectativas de muchos niños en la plaza, como dijo Howard. Y todo lo que quería hacer era huir. Había saltado a la op ortunidad de irse con Astrid. - Estoy aburrido con esto,- Orc gruñó. Howard sonrió- Está bien, Sam. Tú puedes ir a enco ntrar al pequeño retardado, pero cuando vuelvas, será mejor que teng as un lindo regalo para el capitán. El capitán corre por la ZJDP, homb re- - ¿La qué?- Astrid preguntó. Howard estaba claramente encantado de que le pregun taran- Se me ocurrió a mí mismo. ZJDP. Escrito Z-J-D-P. La zona joven de paseo donde no hay nada más que niños. Howard rió- No te preocupes, Astrid, es sólo una Z JDP. ¿Entiendes? Es sólo una ZJDP. El sol caliente le daba en la cara. Lana abrió los ojos. Ominosas formas aladas flotaban encima de ella, cruzó el sol, flota ndo hacia atrás. Los buitres miraban y esperaban, segura de una comida. Su lengua estaba hinchada de modo que si llenaba la boca, sentiría náuseas. Sus labios estaban agrietados. Ella se est aba muriendo.


Foro Purple Rose 96

Miró a su alrededor buscando el cuerpo de su pobre perro. Debería haber estado allí junto a ella. Pero no había cuerpo. Ella escuchó un ladrido muy familiar. ¿Patrick? Llegó saltando sobre ella, emocionado, instando a v enir a jugar. Ella levantó un brazo bueno y le tocó el cuello a P atrick. Su piel estaba manchada de sangre seca. Se investigó si la picadur a había sido mortal. La herida estaba cerrada. Todavía había una costra en el sitio, pero ya no existía el sangrado, y a juzgar por el comportamien to de Patrick, nunca se había sentido mejor. ¿Había soñado todo? No, la sangre seca era la prueb a. Se esforzaba por recordar sus últimos momentos cons cientes de la noche. Si hubiera rezado Esto sería, un milagro Ell a no recordaba haber hecho eso, ella no era la persona que pensaba acerc a de la oración. ¿Había causado esto? ¿De alguna manera había sanado Patrick? Ella casi se rió. Estaba delirando. Estaba perdiend o la cabeza. Imaginando cosas. Loca por el dolor y la sed y el hambre. Loca. Olía a algo asqueroso. Empalagoso y asqueroso. Miró su brazo derecho roto. La carne, especialmente la tensa, estaba estirada apenas contenía sus huesos del brazo roto, estaba oscuro, negro, y tiraba a verde. El olor era horrible. Lana respiró hondo varias veces, temblorosa, la luc ha contra el recrudecimiento del terrorismo. Había oído hablar d e la gangrena. Pasaba cuando moría la carne la circulación se cortaba. Su brazo se estaba muriendo. El olor era el olor a carne humana podrid a.


Foro Purple Rose 97

Un buitre revoloteaba a un aterrizaje a sólo unos m etros de distancia. Se la quedó mirando con ojos saltones y que se balance aba el cuello sin plumas. El buitre conocía el olor, también. Patrick regreso dando brincos, ladridos, y el buitr e a regañadientes agitó a la distancia. - No llegaran a mí,- Lana dijo con voz ronca, pero la debilidad de su propia voz sólo la asustó más. Pero Patrick, estaba sano después de una herida apa rentemente mortal. Lana puso su mano izquierda en la carne justo debaj o del hueso en el brazo derecho. La carne estaba caliente al tacto. S e sentía hinchada por debajo de la costra de sangre seca. Cerró los ojos y se concentro en el pensamiento de lo que sucedió a Patrick, yo lo quiero ahora para mí. No quiero mori r. No quiero morir. Pensaba en su casa. En su habitación. Carteles en l as paredes, un atrapa sueños colgado delante de una ventana, animales de peluche olvidados en el cesto de mimbre, un armario lleno de prendas de vestir, su colección de abanicos de Asia, que todos creían que era raro. Ella ya no estaba enojada con sus padres. Ella sólo los echaba de menos. Ella quería a su madre más que nada. Y a su padre, también. Él sabría cómo salvarla. Soñaba sueños febriles, las imágenes la hicieron ja dear y provocó que su corazón latiera como un martillo neumático. Se sintió flotando sobre una delgada corteza de la tierra. La tierra era como la piel de un globo. A continuación, un espaci o abierto, lleno de remolinos de nubes y aviones en una repentina llama . Y más abajo todavía, un monstruo, algo de su infancia, el monst ruo que había sorprendido a menudo su sueño. Era tallado de piedra viva, tosca y lenta, una best ia astuta con ardor en los ojos negros.


Foro Purple Rose 98

Y dentro de esa bestia terrible, un corazón. Sólo e ste corazón ardía verde, no rojo. Y ese corazón era como un huevo, rajado, a bierto para que brillara. Se despertó sobresaltada por el sonido de su propio grito. Se sentó, como siempre lo hacía cuando despierta de una pesadilla en su propia cama. Se sentó. El dolor fue terrible. Golpeó la cabeza, la espalda , ella... Ella miró su brazo derecho. Durante un tiempo se olvidó de respirar. ¿Has olvid ado incluso el dolor en la cabeza y la espalda y la pierna? ¿Has olvidad o a todos? Debido a que había desaparecido el dolor en los brazos. Su brazo derecho. Del codo a la muñeca formaba una línea recta de nuevo. La gangrena se había ido también. El olor de la mue rte se había ido. Su brazo tenía todavía una costra de sangre seca, p ero no era nada, absolutamente nada comparado con lo que había estad o allí, nada parecido a lo que había sido. Temblando, levantó su brazo derecho. Se movía. Poco a poco, apretó el puño derecho. Los dedos se unieron. No era posible. No era posible. Lo que estaba viend o no podía ser. Pero el dolor no mentía. Y el dolor punzante en el brazo ya no era más que un latido sordo. Lana puso su mano izquierda sobre su pierna rota.


Foro Purple Rose 99

No fue rápido. Le Tomó mucho tiempo y estaba muy dé bil de la sed y el hambre. Pero ella siguió su mano hasta que, una hor a más tarde, hizo lo que se temía que nunca volvería a hacer: Lana Arwen Lazar se puso de pie. Había dos buitres en lo alto de la camioneta que al verla se marcharon. Lana dijo: - Supongo que esperaron para nada.


Foro Purple Rose 100

CAPITULO 11

273 HORAS, 39 MINUTOS. Sam, Quinn, Edilio y Astrid se movieron a pie con i nsultos y risas siguiéndolos. -Quinn, Edilio, ¿están bien chicos? pregunto Astrid Al lado de un gran moretón probablemente lo tengo e n el medio en la parte de atrás respondió Quinn seguro. Al lado está hecho. Tengo un golpe por ninguna razón, estoy prefecto. Genial gra n plan, brah. Estamos lejos del carro de golf y nos golpearon hasta humil larnos Sam dejo atrás el deseo de gritarle a su amigo. Qui nn no estaba equivocado. Sam voto por ignorar esta barricada y e llos tuvieron que pagar un precio. Howard estaba picado. Era como el gusano de piel pelada y se muestra al mundo lo que Sam era en real idad. No era para pensar que era demasiado bueno para todo el mundo, pero sobre el no quieren intensificar nada. Sam tenía sus razones, p ero justo ahora ellos no estaban interesados en lo que significaba la que madura por eso el estaba avergonzado delante de sus amigos. -Yo voy a estar bien no es gran cosa Edilio le dijo a Astrid si me mantengo caminando eso se irá lejos. -Oh si, genial, serás un gran hombre, Edilio. Quinn lo alabo tal vez tú disfrutes el golpe. Yo no. yo no disfruto los golpe s. ¿Y ahora se supone que debemos caminar todo el camino hasta la planta de poder? porque no podemos buscar otro tipo que probablemente no en tienda siquiera su significado De nuevo Sam resistió de hacer surgir su enojo. Lig eramente el pudo decir hermano, nadie aquí va a hacer que tu vengas -¿Tú dices que no puedo? Quinn dio dos pasos rápido s y Tomo el hombro de Sam estás diciendo que quieres que me mar che, brah -No, hombre eres mi mejor amigo -Tu único amigo



-Sí, eso es verdad admitió Sam -Todo lo que estoy viendo es, ¿quién morirá y te ha rá rey? Quinn pregunto tu estas actuando como si fueras el jefe a quí. ¿Qué va a pasar? ¿Como viene, estoy Tomando órdenes de ti? -Tú no estás tomando ordenes dijo Sam enojado yo no quiero que nadie Tome ordenes de mi. Si yo quiero que la gente me ha ga caso debería estar en el pueblo diciéndole a la gente que hacer con una voz más calmada Sam dijo: tú puedes estar a cargo, Quinn. -Yo nunca dije que quería estar a cargo, Quinn reso plo. Pero el estaba corriendo fuera del regimiento. Lanzo una mirada os cura a Edilio, con cuidado miro a Astrid es esto muy extraño, brah. So líamos ser tú y yo, ¿bien? -Si respondió Sam con una voz al borde de las lágri mas. Quinn dijo, yo solo quiero Tomar nuestras tablas para la playa. Yo quiero que todo vuelva atrás como antes el comenzó a gritar llorand o ¿donde están todos? ¿Porque no vuelven con nosotros? ¿Dónde está n mis padres? Ellos comenzaron a caminar de nuevo, Edilio cojeand o un poco, Quinn cayó en el inicio del silencio. Sam caminaba al lad o de Astrid auto consciente de su presencia. -Tu manipulaste a Orc allá atrás dijo gracias -Fui su tutor en matemáticas ella hizo una irónica sonrisa, él es una pequeña intimidación para mí. Aunque no podemos con tar mucho de eso Ellos caminaron en el medio hacia abajo de la carre tera. Era extraño ver las líneas amarrillas abajo de sus pies, extraño. -Faullot Alley Youth Zone dijo Astrid -Sí, supongo que pronto eso será pegado, eh -Tal vez, tal vez esto no es solo una broma dijo As trid tal vez es algo about Fallout Alley Sam la miro fríamente tu quieres decir que tal vez es un accidente en la planta nuclear



Ella se encogió de hombros yo no estoy segura, pero creo que significa algo -¿pero crees que puede estar conectado? como cuando la plata crece o algo -El poder sigue. Perdido Beach Toma todo ese poder desde la planta. Las luces siguen encendidas. Es un camino o el otro, la planta sigue andando Edilio paro Hey chicos. ¿Por qué estamos caminando? -Porque ese tal Orc y ese Howard destrozaron nuestr o auto de golf dijo Quinn Lo dudo dijo Edilio, y señalo a un auto que se habí a salido de la carretera y había llegado a parar en un pequeño lago. Allí ha bía un porta bicicletas arriba con dos bicicletas. -Me siento mal por Tomar las bicicletas de otros di jo Astrid Súbete dijo Quinn no recibiste la noticia: hay una totalmente nueva palabra. Es rápido Astrid subió a una pequeña gaviota flotante, que es taba no muy lejos de ellos. Si, Quinn yo hice la noticia Tomaron las bicicletas y se subieron en ellas, Quin n sujetó el manillar de Edilio, Astrid el de Sam. El cabello de ella voló e n su cara, molestándolo un poco. El camino que siguieron no llevaba a la pl anta de poder. Tuvieron que rodear el otro camino. Allí había una impresionante piedra de cuartel al final, y una roja y despojada puerta, como las vías férreas, bajo las barras para pasar, anduvieron alrededor de él. Las paredes heridas y delicadas, de vidrio con flores silvestr es de color amarrilla. Allí no había ni clientes, ni trabajadores cerca de la planta. Estaba rodeado por miles de áreas vacías por todas partes. Había p arcelas y laderas empinadas, pocos árboles, los prados y arroyos seco s. Eventualmente el camino viro hacia abajo a hacia la costa. La vista estaba impresionante, pero el surf, normalmente explosivo, estaba suave, domesticado. El camino subía y bajaba, a herida de si mismo acoplan do el tiempo,



comenzaban parcelas, y luego se abría a un nuevo pa norama con el océano. -Hay otra puerta de seguridad más adelante,- dijo A strid -Si hay un guardia allá, yo voy a besarlo,- dijo Qu inn -Todos están constantemente mirando y patrullando,- dijo Astrid. Tienen casi un ejército armado para proteger la planta -No más - dijo Sam Llegaron a una valla metálica coronada con alambres de púas. La valla se extendía abajo de las rocas en la izquierda, y desa parecía arriba en las colinas de la derecha. Había un mucho más serio cue rpo de guardia allí, tal vez una fortaleza. Se veía como si pudiera mane jar un gran ataque. La puerta era una alta sección con un eslabón de una c adena que se podía deshacer al presionar un botón. Ellos dejaron de pe dalear y se quedaron mirando el obstáculo. -¿Como entraremos? -pregunto Astrid -Alguien escalara la puerta - dijo Sam ¿Piedra, pap el o tijeras? Los tres chicos hicieron roca, pape o tijeras y Sam perdió. -¿Creíste que haríamos papel? Vamos- se burlo Quin n todos sabemos que tu harás tijeras en el primer round Sam escalo la hilera de cadenas rápido, pero el ala mbre de espinas lo hizo parar. Se saco la camisa y la envolvió en los alambres más problemáticos. Cuidadosamente abrió las piernas y g rito cuando el alambre le pincho el muslo. Después el estaba dentr o. Abandono al grupo y dejo su camisa en los alambres. El entro en el cu artel. El aire acondicionado estaba prendido a full, haciendo que el instantáneamente se lamentara de haber dejado su camisa. Un banco de monitores a color mostraba el camino que ellos debían bajar, así como una amplia rotación de escenas de la puerta de: el océano, las rocas y las montañas. También mostro la ficha de acceso de varias puertas para pr oteger la planta. En el baño el encontró una tarjeta electrónica con un cor dón, para Tomarla. Algún chico la debió haber usado cuando desapareció . Sam Tomo el hilo



y lo coloco en su cuello. En un closet de la pieza principal el encontró uniformes grises-verdes al estilo militar, de talla s muy largas. Se nuevo la pared estaba cerrada con armas y pistolas. El cuart o olía a aceite y azufre. El miro durante un largo rato las armas. Ar mas automáticas versus bates de baseball. -No vallas por ese camino - se dijo Sam Dejo el arma en el closet y cerró la puerta definit ivamente. Pero su mano descanso al cabo de un rato. Después el sacudió su cabeza. No, el no ha llegado a tal punto. No aun. La fuerza de la tentac ión le daba nauseas. ¿Que era el significado de lo que considera hace un momento? El oprimió el botón para abrir la puerta. -¿Porque demoraste tanto? - dijo Quinn supliciadame nte. -Estaba viendo por los alrededores si encontraba un a camisa La planta de energía estaba en perfecto aislamiento , un vasto completo de la imposición de un almacén con edificios domina ndo por dos inmensas cúpulas de concreto. Toda su vida Sam habí a oído sobre la planta de poder. Lo hablaban casi todas las persona s en lost beach que trabajaban allí. Mientras crecía el oía sobre los s ucesos recientes allí. Y él no estaba asustado del poder nuclear, reamente. Per o ahora, viendo la actual planta--Brillante, bestia agazapada sobre el mar Y bajo las montañas--hizo que estuviera nervioso -Puedes encontrar cosas en todas las casas de long beach sobre esto Dijo Sam Pero nunca la había visto. Es enorme -Lo mismo me paso cuando fui a Roma y vi e Saint Pe ter, es realmente una gran catedral dijo Quinn Es como tú sabes, te s ientes pequeño viéndola. Como si tal vez te pudieras tener ir quil la hacia abajo, solo para estar a salvo -Estúpida pregunta, bueno, pero no nos vamos a pone r radio-activos, ¿estamos? - pregunto Edilio - Esto no es Chernóbil dijo áspera Astrid • Ellos nunca contaminarían las torres • Por eso hay dos cúpulas. Los reactores deben esta r abajo de las torres contaminadas entonces algo pasa, el gas radi oactivo o el vapor está contaminando dentro.



Quinn golpeo a Edilio amistosamente - Y eso, es el porqué no nos vamos a preocupar de e so. Excepto, huh, ellos llaman a esta área Fallout Alley 1. ¿Me pregunto porque? Quinn y Sam conocían la historia, pero para benefic io de Edilio, Astrid señalo a las cúpulas más lejanas a las dos copulas. - Ven como el color es diferente, ¿Una de las bóve das es nueva? La bóveda de arriba todavía esta golpeada por el meteo rito. Al rededor de quince años atrás. Pero ¿cuáles son las posibilidad es de que ocurra de nuevo? -¿Cuáles eran las posibilidades de que ocurriera al guna vez? - murmuro Quinn -¿Un meteorito? - dijo Edilio y miro hacia el cielo . El sol estaba en su punto más alto y haciendo solución al agua. -Un pequeño meteorito a alta velocidad, - dijo Astr id. Golpeó el recipiente de contención y lo hizo estallar. Vaporizándolo. Al canzó el reactor y sólo se mantuvo. En realidad, fue bueno que se moviera t an rápido. Sam vio la foto en su cabeza. Se podría imaginar la gran roca espacial a una velocidad de vértigo por imposible, detrás de e lla fuego, destruyendo la cúpula de hormigón. -¿Por qué es bueno que fuera tan rápido? preguntó S am -Porque perforó en la tierra y llevaba un noventa p or ciento de combustible de uranio hacia abajo. Así que básicame nte llenaron el agujero, pavimentaron más, y reconstruyeron el reac tor. -Escuché que un hombre fue asesinado. Dijo Sam-. Astrid asintió. - Uno de los ingenieros. Supongo que estaba trabaja ndo en la zona del reactor. 1 En español es algo como callejón de la zona de precipitación de los jóvenes pero como estaba con mayúsculas en el libro podría ser una

carretera o algo así, no entendí a que se refería Astrid, me quede atrás en el libro y no comprendo mucho lo que pasa



- ¿Me estás diciendo que hay un Brunch 2 de uranio bajo tierra y nadie debe pensar que es peligroso? - Edilio dijo escépti co. - Un Brunch de uranio y de los huesos de un amigo- Quinn dijo. Bienvenido a Lost Beach, donde nuestro lema es: ¿Ra diación? ¿Qué radiación? Astrid abrió el camino. Había visitado la planta mu chas veces con su padre. Se encontró una puerta con acceso restringid o al lado de la losa del edificio de la turbina. Sam paso la Ficha de Ac ceso en el tiro, y la puerta se abrió. En el interior encontraron un espa cio cavernoso con un alto sustentes en la supresión de vigas entrelazada s y un piso de cemento pintado. Había cuatro motores masivos, cada uno más grande que una locomotora. El ruido era increíble. -Estas son las turbinas, dijo Astrid sobre el aulli do del huracán. Las cajas de uranio hacen una reacción que calienta vapor de agua el cual hace brujas, brujas que vienen aquí, hacen girar las tur binas y generan electricidad. -¿Entonces, estás diciendo que no implica hámster g igantes en una rueda? Quinn gritó. Yo estaba mal informado. -Creo que es mejor buscar primero aquí, gritó Sam. Miró a Quinn. Quinn realizó una lánguida de saludo, burlándose. S e propagaron a través de la sala de turbinas. Astrid recordó que e l Pequeño Pete normalmente no vendría si lo llamaran. La única man era de encontrarlo es buscar en cada rincón, cada espacio en el que un niño podía pararse, sentarse, o esconderse. El Pequeño Pete no estaba e n la sala de turbinas. Por último, Astrid señaló para seguir adelante. Des pués de pasar por dos conjuntos de puertas, se podía oír al hablar normal de nuevo. -Vamos a ir a la sala de control, Astrid sugirió, y marcó el camino por un pasillo oscuro y en una fachada electrónica de futu ro cubría la sala de control. Se veía como una serie de lanzaderas espac iales de la NASA, con las viejas computadoras de la escuela, monitores pa rpadeantes, y los paneles de formas demasiado diferentes con demasiad as luces

2 Mezcla de desayuno y almuerzo, o sea un desayuno tardío lo deje así porque en español ninguna palabra queda bien.



incandescentes, conmutadores y antiguos puertos de datos. Allí, sentado en el piso de sala de control, balanceándose un poc o hacia atrás y adelante, jugando un juego de video de mano silenci ado, estaba el Pequeño Pete. Pero entonces ella con una sonrisa fo rzada y se dirigió a él. -Peter, Astrid dijo con voz calmada. Como nunca hab ía estado ausente, como si hubieran estado juntos todo el tiempo y no había nada raro en verlo solo en el centro de una sala de control de l a planta nuclear jugando Pokemon en la Game Boy. -Gracias a Dios que no estaba con los reactores, di jo Quinn. Yo iba a decir una gran N - O a la búsqueda en ese lugar. Edilio asintió en acuerdo. El pequeño Pete tenía cu atro años, rubio, como su hermana mayor, pero pecoso y casi femenino, era tan bonito. No parecía en absoluto lento o estúpido, de hecho, si no lo sabía mejor, habrías pensado que era un normal, probablemente in teligente, niño. Pero cuando Astrid lo abrazó, parecía apenas darse cuenta. Sólo después de casi un minuto levanto una mano desde el juego d e video y le toco el pelo de una manera abstracta. -¿Comiste algo? Astrid preguntó. Luego revisó la pr egunta. ¿Hambre? Tenía una manera particular de hablar con El Pequeñ o Pete cuando quería su atención. Ella sostuvo su rostro con las manos, con cuidado bloqueo su visión periférica, la mitad cubriendo su s orejas. Ella puso su cara cerca a la suya y habló calmadamente pero con lentitud, con enunciación cuidadosa. -¿Hambre? repitió lentamente pero con firmeza. El Pequeño Pete parpadeó. Él asintió con la cabeza. -Muy bien, dijo Astrid. Edilio fue la inspección de la fachada electrónica de futuro que cubría la mayor parte de la pared. Él frunció el ceño y arrug o su frente. Todo parece que es normal, informó.



Quinn se burló. Lo siento, ¿eres un ingeniero nucle ar, así como un controlador de carrito de golf? -Estoy mirando las lecturas, hombre. ¿Me imagino qu e el verde es bueno, verdad? Se acercó a una mesa curva baja que tenia a poyada tres monitores de ordenadores antes tres sillas giratori as maltratadas. -Ni siquiera puedo leer estas cosa, Edilio admitió, mirando de cerca a un monitor- -Se trata de números y símbolos. -Me voy a la sala de descanso para encontrar algo d e comida para Peter, Astrid anunció. Empezó a alejarse, pero El pequeño Pete empezó a lloriquear. Era el sonido que un cachorro hace cuan do quiere algo. Astrid miró suplicante a Sam. La mayoría del tiempo no se da cuenta que estoy alrededor. Odio salir cuando él relaciona. -Voy a buscar la comida. Sam dijo. ¿Qué le gusta? -El chocolate nunca fue negado. Él... Ella empezó a decir más, pero se contuvo. -Voy a buscar algo, dijo Sam-. Edilio se había trasladado a lo que parecía ser la pieza más a la fecha -de los equipos en la sala, una pantalla de plasma mont ada en la pared. Quinn estaba mirando la pantalla también, girando l entamente en una de las sillas de ingeniero. A ver si puedes conseguir otro canal, que uno es aburrido. -Es un mapa. Edilio dijo. Es Perdido Beach. Hay alg unas pequeñas ciudades de detrás de las colinas. Va por todo el c amino a San Luis. El mapa brillaba azul claro, blanco y rosa, con los ojos de un toro rojo en el centro. -El rosa es el patrón de precipitación en el caso d e que haya alguna vez una liberación, dijo Astrid. El rojo es el área inm ediata donde la radiación sería intensa. Se pone de datos sobre los patrones de viento, los contornos de la tierra, la corriente en chorro, tod o eso, y se lo ajusta. - ¿El rojo y rosa, que es el peligro? Edilio pregun tó.



-Sí. Esa es la nube donde las consecuencias estaría n por encima de los niveles aceptables. -Eso es un montón de tierra, dijo Edilio. -Pero es raro, dijo Astrid. Ella guía al Pequeño Pe te a sus pies y se acercó al mapa. Nunca he visto que se viera así. Por lo ge neral la pluma de tierra va, ya sabes, de los vientos dominantes procedentes del océano. A veces la pluma se extiende a todo el camino hasta Santa B árbara. O bien a través del parque nacional, según el clima. El círculo del patrón de color de rosa era perfecto , de la zona roja era como el ojo de un toro dentro de ese círculo exteri or. -El equipo no está recibiendo los datos meteorológi cos vía satélite, dijo Astrid. Así que debe haber vuelto a su configuració n predeterminada, la bruja es este círculo rojo con un diez millas de ra dio, y el círculo rosa de unas cien de millas de radio. Sam miró el mapa, al principio no tenía sentido. Lu ego empezó a localizar la ciudad, las playas que conocían, otras caracterí sticas. -La ciudad entera está dentro de la zona roja, dijo Sam-. Astrid asintió. -La zona roja llega hasta el extremo sur de la ciud ad. -Sí. Sam la miro para descubrir si había visto lo que él vio. Esto corre derecho a través de Clifton. -Sí, dijo lentamente. Lo hace. -¿Estás pensando...? -Sí, dijo Astrid. Estoy pensando que es una coincid encia bastante sorprendente que el muro parece alinearse con el bo rde de la zona de peligro. Luego añadió: Al menos lo que conocemos de la barrera. No sabemos si incluye el acceso a toda la mancha roja. -¿Significa esto que ha habido algún tipo de fuga d e radiación?



Astrid sacudió la cabeza. No lo creo. Si habría rad iación las alarmas deberían oírse por todo el lugar. Pero lo extraño e s que es como causa y efecto, sólo hacia atrás. El FAYZ es lo que cortó l os datos meteorológicos, que hizo que el equipo detecto el p rimer FAYZ, entonces el mapa va a por defecto. Entonces, ¿por qué la bar rera FAYZ está siguiendo un mapa cuyas líneas ha causado? Sam sacudió la cabeza y sonrió con un poco de pena. Debo de estar cansado. Me has perdido. Encontraré algo de comida. Se dirigió por el pasillo en la dirección que Astrid le había indicad o. Cuando volvió a mirar atrás estaba de pie, mirando el mapa, con una hermética, sombría expresión en su rostro. Se dio c uenta de Sam estaba mirando. Nuestros ojos se encontraron. Ella se estr emeció, al igual que si la hubiera cogido haciendo algo. Puso un brazo prot ector alrededor de El pequeño Pete, que había enterrado escondiendo la ca ra de nuevo en su juego. Astrid parpadeó, miró, respiró profundamente inestable, y deliberadamente se alejó.



CAPITULO 12

272 HORAS, 47 MINUTOS.

- Café. Dijo Mary como si la palabra significara algo magico- Café. Eso es lo que necesito. Ella estaba hacinada, en la estrecha sala de profes ores en la guardería de Bárbara, buscando en el refrigerador por algo, cual quier cosa, para alimentar a una niña que se negó a comer. Casi habí a caído dentro de la nevera, estaba tan cansada, y entonces vio a la caf etera. Era lo que hacía su mamá cuando estaba cansada. Era lo que todo el mundo hacia cuando estaban cansados. En respuesta a la desesperación de María, tarde en la noche el motivo a ir por ayuda, Howard había suministrado a la guardería con una caja de pañales. Fueron Huggies para recién nacidos. Inútil . Él había enviado más de dos litros de leche y una media docena de bolsas de patatas fritas y Goldfish. Y que había enviado Panda, quien resultó ser peor que inútil. María lo había escuchado amenazando con golpear a u n niño llorando de tres años de edad y lo había espantado fuera del ed ificio. Pero las gemelas, Ana y Emma, había venido por su c uenta para ayudar. No fue suficiente gente, no por un tiro largo, pero María había sido capaz de conseguir dos horas de sueño. Pero entonces, cuando se despertó por la mañana -no , era la tarde, no no era, ella había perdido la pista. Estaba tan aturdi da, no sólo no tenía idea de qué hora era, en los primeros segundos no tenía idea de dónde estaba. María nunca había hecho café antes, pero había vist o hacerlo. Con los ojos vidriosos trató de averiguar como se hacía. Hu bo una primicia. Había filtros. Su primer esfuerzo fue una larga espera para nada. Sólo después de estar sentada y mirando fijamente en un estado de coma, m inutos después se dio cuenta que había olvidado poner el agua en la m áquina. Cuando puso



el agua, estalló en un chorro de vapor. Pero despué s de cinco minutos que había una olla de café aromático. Se sirvió una taza y Tomó un tentativo sorbo. Era m uy caliente y muy amargo. Ella no tenía leche de sobra, pero todavía tenía algo de azúcar. Empezó con dos cucharadas grandes. Esta mejor. No bien pero mejor. Ella llevó la copa de nuevo en la sala principal. A l menos seis niños estaban llorando. Era necesario cambiarles los paña les. Los niños más pequeños necesitan ser alimentados. Otra vez. Una niña tres años de pelo rubio ralo vio a María y salió corriendo. Sin pensarlo, María se agachó. El café se derramo sobre el cuello de la niña y el hombro. La niña grito. María gritó en el miedo- ¡Oh, Dios! Josh vino corriendo- ¿Qué pasó?- La niña gritó. María se quedó inmóvil. - ¿Qué debemos hacer?- Josh gritó. Ana entró corriendo, con un bebé en sus brazos- ¡O h, Dios mío, ¿qué pasó?- La niña gritó y gritó. María cuidadosamente puso la taza de café en el mos trador. Entonces, salió corriendo de la habitación y de la escuela. Corrió llorando a su casa a dos cuadras de distanci a. Buscó la puerta abierta. Apenas podía ver a través de sus lágrimas. Profundos sollozos sacudieron todo su cuerpo.



Hacía frío y el silencio en el interior. Todo estab a como siempre. Sólo tan tranquila, tan tranquila que su llanto sonaba como duros, sonidos de animales. María se tranquilizó a sí misma- Va a estar bien, todo estará bien. La misma mentira que había estado diciendo a los niños . Ella calló los sollozos. María se sentó a la mesa de la cocina. Apoyó la cab eza en los brazos, con la intención de llorar un poco más, en voz baja. Pe ro el tiempo para las lágrimas, había pasado. Durante un rato acabo de escuchar el sonido de su p ropia respiración. Miró a la veta de la madera de la mesa. El agotamie nto la hizo girar. Es imposible creer que su madre y su padre no estab an en casa. ¿Dónde estaban? ¿Dónde estaban todos? Su dormitorio, su cama estaban solo subiendo las es caleras. Ella no podía hacerlo. Ella no podía ir a dormir. S i lo hiciese, ella no se despierta por horas y horas. Los niños la necesitaban. Su hermano, pobre Josh, s e hizo cargo mientras ella se asustó. María abrió el congelador. El dulce helado de Ben & Jerry's de postre. DoveBars. Podía comer y luego ella se sentiría mejo r. Si ella comenzaba, no se detendría. Si ella empezab a a comer cuando se sentía así, ella no se detendría hasta que la vergü enza fue tan grande, ella misma se forzaría para vomitar todo. María sufría de bulimia desde que tenía diez años. Comer en exceso seguido de una purga, una y otra vez en un ciclo de aceleración de la disminución de los rendimientos, que había dejado d e cuarenta libras de sobrepeso en un punto, y sus dientes en bruto y des colorida por el ácido del estómago.



Ella había sido lo suficientemente lista como para ocultarlo durante mucho tiempo, pero sus padres la habían descubierto con el tiempo. Entonces habían llegado los terapeutas y un campo e special y cuando ninguno de ellos me ayudó, tenía que recibir la bot ella de su gabinete de medicina. Ella estaba mejor ahora con el Prozac. Su alimentac ión estaba bajo control. Ella no vomitaría más. Había perdido algo de peso extra. ¿Pero por qué no comer ahora? ¿Por qué no? El aire frío del congelador flotaba sobre ella. El helado, el chocolate, ahí estaba. No le haría daño. No sólo una vez. No ahora , cuando ella tenía miedo a la muerte y estaba sola y tan cansada. Sólo una DoverBar. Ella lo sacó de la caja con torpeza, los dedos ansi osos rasgaron el envoltorio. Fue a su boca en un instante, tan bueno , tan frío, el chocolate se derretía en su lengua. La cubierta hizo crunch m ientras ella la mordió, el suave y delicioso helado de vainilla en su inter ior. Se comió todo. Comió como un lobo. María Tomó el Ben & Jerry, y ahora estaba empezando a llorar otra vez, mientras lo puso en el microondas y para que se sua vizara durante veinte segundos. Ella quería en nasal, ella quería que fue ra como la sopa de chocolate frío. Quería Tomársela. El microondas sonó. Ella agarro una cuchara, una grande, una cuchara de sopa. Levantó la tapa del helados y saca media cucharada de rico cho colate que vierte en su garganta, la cebada de probarla en su afán. Ella estaba llorando y comiendo, las manos tembland o, moviendo la cuchara. Lamió la tapa. Basta, se auto dijo.



Sacó dos grandes bolsas de basura de plástico, de l as negras grandes. Sistemáticamente llenó uno con todo lo que podría a limentar a los niños: galletas saladas, mantequilla de maní, miel, Rice C hex, Nutri-Granos bar, castañas de cajú. La segunda bolsa la llevo arriba. Apilo en ella fun das de almohada y sábanas, papel higiénico, toallas - especialmente t oallas porque podrían ser sustituidas por los pañales. Ella encontró la botella de Prozac. La abrió y en l a punta en la mano vertió las pastillas, eran de color verde y naranja , obaladas. Se metió una y se la tragó con el agua que busco en la bolsa con la mano. Sólo quedaban dos pastillas. Arrastro las dos bolsas a la puerta principal. Luego volvió a subir a su cuarto de baño. Con mucho cuidado, cerró la puerta detrás de ella. Se arrodilló delante de la taza del baño, levanto l a tapa, y se metió los dedo en la garganta hasta que el reflejo nauseoso o bligó a la comida a salir de su esTomago. Cuando terminó ella cepillo sus dientes. Volvió a l a planta baja. Se apoderó de las bolsas y empezó a arrastrarlas a la guardería. - Supongo que el Pequeño Pete no puede equilibrar l os manillares de la bicicleta. Sam le dijo a Astrid. - No, el no puede,- confirmo Astrid. - Esta bien, entonces, estaremos a pie. ¿Son como q ue, las cuatro? Tal vez será mejor que nos quedemos aquí en la noche, c omenzaremos en la mañana. Auto-consciente de quejas anteriores de Q uinn, dijo Sam - ¿Qué te parece, Quinn? ¿Quedarnos o irnos?- Quinn se encogió de hombros- Estoy agotado. Además , tienen una máquina de dulces.



En la oficina del gerente de la planta había un sof á, que Astrid podría compartir con el Pequeño Pete. Ella ofreció a Edili o los todavía-rígidos, amortiguadores traseros. Sam y Quinn buscaron en la instalación hasta que ll egaron a la enfermería. Había allí camillas, camas de hospital con ruedas. Quinn se echó a reír- Surf arriba, hermano. Sam vacilo. Pero después Quinn se echo a correr, ib a a la camilla a velocidad, salto a bordo, y incluso logro ponerse d e pie antes de chocar contra un muro - Okay- dijo Sam - yo puedo hacer eso- Ellos tenían unos pocos minutos en la camilla surfe ando entre las abandonadas paredes del camino. Y Sam descubrió que podía seguir riendo. Habían pas ado millones de años desde que Sam surfeo con Quinn. Un millón de a ños. Sam y Quinn aparcaron sus camillas en la sala de co ntrol. No entendían realmente algo del control, pero creían que debían ir allí. Se encontraron con que Edilio estaba rodando cinco trajes de radiación, como trajes espaciales, cada uno con una capucha, u na máscara de gas y un pequeño tubo de oxigeno. - Lindo Edilio- dijo Quinn - por si acaso?- Edilio lo miro inconforme - Sí, por si acaso- Cuando Quinn sonrió, Edilio dijo - tú no crees que todo lo que pasa es por este lugar Mira al mapa, hombre. Rojos ojos de toro van solo a la derecha de dónde va el barril? ¿Tal vez ese chico H oward lo tiene correcto, que crees? Fallout Alley Youth Zone? Es u na muy hermosa gran coincidencia- Astrid, de pronto, dijo - la radiación no ocurre po rque los barriles aparecen o la gente desaparece- - Son cosas muertas, verdad?- dijo Edilio.



Quinn suspiro y empujo su camilla a una esquina osc ura, aburrido de la discusión. Sam espero a oír la respuesta de Astrid. - La radiación puede matarte- agrego Astrid - eso p uede matarte rápidamente, eso puede matarte lentamente, te puede dar cáncer, o solamente te puede hacer enfermar, o no te puede ha cer nada. Y también puede hacerte mutaciones- - Mutaciones como que una gaviota de pronto tenga t alones de halcón- dijo Edilio. - Sí, pero Toma un largo, largo tiempo. No en la no che- Ella se puso de pie y Tomo la mano del pequeño Pete - Tengo que lle varlo a la cama- y por sobre su hombro agrego - No te preocupes, tú no mutaras en la noche, Edilio- Sam se estiro en su camilla. El salón de control te nía una luz opaca que alumbraba un poco, pero no quitaba la oscuridad. As trid encontró los interruptores. Los monitores y el LCD lecturas bril laban. Sam pensaba en que deberían poner más luces encendi das. Él dudaba si podría ser capaz de dormir. Su estado le recordaba la última vez que surfeo con Quinn. El día después de Halloween. El solo tenía un temprano sol de noviembre, pero en su memoria el tenía bien brillante, cada piedra y cada ave y el esquema de la arena dorada. En su memoria guardaba las maravillosas olas, casi como cosas vivas, azules, verdes y blanc as, llamándole, desafiándole a que dejara sus temores y fuera a jug ar. Después la escena cambio y su madre estaba en el bo rde del acantilado, sonriendo y agitándolo hacia abajo. Él recordó esos días. Ella estaba siempre dormida en las horas de la mañana cuando sa lía a surfear. Pero ese día ella fue a verlo. A ella le gustaba usar su azul y blanca falda envol vente con una blusa blanca. Su cabello, mucho más claro que el de él, s oplo la brisa, y se vio tan frágil y vulnerable parada allí. El quería grit arle a ella que diera un oasis atrás. Pero ella no podría escucharle.



Él, le grito a ella, pero ella no pudo oírle. El despertó de pronto del recuerdo que se había con vertido en un sueño. Allí no había ventanas, no había caminos que ver si era de día o de noche a fuera. Pero nadie estaba despierto. El se deslizo fuera de su camilla y se quedo parado , cuidadoso de no hacer ruido. Miro hacia los otros. Quinn estaba en silencio, no hablando-durmiendo: Edilio roncaba en los cojines que Astrid le había dado; Astrid estaba acurrucada en una esquina del sofá de la ofi cina; Y el pequeño Pete en el otro lado. Su segunda noche sin padres. La primera noche en un hotel, y ahora aquí, en esta planta nuclear de poder. ¿Donde la noche de mañana? Sam no quería irse de vuelta al living de su casa, él quería que su madre volviera, pero no su casa. En la mesa de la oficina del manager de la planta n uclear Sam encontró un iPod. El no era optimista sobre la música que el manager escuchaba, quien, a juzgar por la foto de su escritorio, tenía sesenta años. Pero el no pensó que quería irse a dormir. El sigilosamente en silencio el pudo cruzar la ofic ina, hasta casi el cepillo de mano de Astrid. Alrededor de la mesa, desplazo l a silla, siempre muy sigilosamente, apoyándola lejos del estante de trof eos- golf, en su mayoría. Un repentino movimiento en su pie, una rata. El sal to hacia atrás y golpeo el estante-de vidrio de trofeos. Ese fue un tremendo golpe. Los ojos del pequeño Pete se abrieron

- Lo siento,- dijo Sam, pero antes de que pudiera hablar otra silaba, el pequeño Pete empezó a chillar. Era un sonido primit ivo. Un ensordecedor, insistente, repetitivo sonido de páni co.



- Está bien,- dijo Sam – esta….Su garganta ahogo y incauto cualquier sonido. El no podía hablar.

No podía respirar.

Sam agarro su garganta. Sintió manos invisibles alr ededor de su cuello, dedos de acero estrangulando su aire. El golpeo los dedos, y todo mientras el pequeño pete chillaba y agitaba los bra zos como un pájaro tratando de volar.

El pequeño pete grito.

Edilio y Quinn estaban levantados y corriendo.

Sam sintió sangre en sus ojos, oscureciendo su visi ón. Su corazón latía rápido. Sus pulmones convulsionaron, sorbiendo nada .

- Petey, Petey, está bien,- dijo Astrid, calmando a su hermano, acariciando su cabeza, sosteniéndolo contra ella. S us ojos estaban desesperados con miedo- el asiento de la ventana, Petey. El asiento de la ventana, el asiento de la ventana.

Sam se tambaleo en el escritorio

Astrid fue a tientas hacia el Game Boy del pequeño pete. Ella lo encendió.

- Que está pasando- Quinn grito.

- El escucho un sonido alto,- Astrid grito- lo as usto. Cuando él tiene miedo, el se vuelve loco. Está bien, Petey, está bi en, estoy aquí. Aquí está tu juego.

Sam quería gritar que no estaba bien, que él se est aba asfixiando, pero él no podía hacer un sonido. Su cabeza estaba nadando.

- Hey, Sam, ¿Qué estás haciendo? Quinn demando

- ¡Se está asfixiando!- Edilio dijo

- ¿no puedes callar a ese estúpido niño?- Quinn gr ito

- el no se detendrá hasta que todos se calmen,- As trid dijo a través de dientes apretado- el asiento de la ventana, Petey, ve a tu asiento de la ventana-

Sam cayó en una rodilla

Esto era una locura



Iba a morir

El miedo tuvo un agarre en el

Su mundo se estaba haciendo negro

Sus manos, con la palma afuera, empujaban a nada

De repente hubo un brillante destello de luz

Era como si una pequeña estrella se hubiera vuelto una supernova en la oficina del gerente de planta.

Sam cayo, inconsciente

El estaba consiente otra vez diez segundos después, en su espalda, las caras preocupadas de Quinn y Edilio lo estaban mira ndo.

El pequeño pete estaba en silencio. Sus muy bonitos ojos estaban pegados a su video juego.

- ¿Está vivo?- Quinn pregunto en una voz muy lejan a

Sam inhalo, rápido y repentino. Después otra inhala ción.

- Estoy bien- Sam dijo con tono áspero

- ¿Está bien?- Astrid pregunto con una voz afilada con pánico, pero controlada para evitar molestar otra vez al pequeño pete.

- ¿De dónde vino esa luz?- Edilio demando- ¿Usted es vieron eso?-

- Tipo: ellos vieron eso en la luna- los ojos de Q uinn estaban muy abiertos

- Nosotros nos vamos de este lugar,- dijo Edilio

- ¿Dónde podemos? - Astrid dijo

Edilio la corto

- No me importa. Fuera de este lugar.

- en eso tienes razón- dijo Quinn. El se estiro y ayudo a Sam a ponerse de pie

La cabeza de Sam todavía estaba dando vueltas, sus piernas tambaleantes. No había punto en resistirse, el páni co estaba en cada cara alrededor de él. Este no era el momento para discut ir o explicar.



El no confiaba en sí mismo para hablar, solo apunto hacia la puerta y asintió.

Ellos corrieron.



CAPITULO 13 No tomaron nada con ellos, solo corrieron, con Quin n dirigiendo y Edilio agrupado con Astrid y el pequeño Pete y Sam mareado detrás. Corrieron jadeando hasta que pasaron la puerta prin cipal. Se detuvieron, se inclinaron, descansando sus manos en sus rodilla s. La planta de poder pareció una cosa viva y respirante en la noch e. Estaba iluminada por cien focos, que solo hacían que las villas que estaban sobre ellas parecieran más oscuras. - Está bien. ¿Qué era eso?- Quinn demando en saber - ¿Qué era eso?- - Petey entro en pánico- Astrid dijo - Si entiendo esa parte- Quinn dijo - ¿qué hay de la luz que se fue?- - No se- Sam se las arreglo para decir con tono ás pero.

- ¿Con que te estabas asfixiando brah??-

- Yo solo me estaba asfixiando- dijo Sam

- ¿Solo asfixiándote? ¿Solo asfixiándote de aire?-

- No sé, tal vez….tal vez estaba caminando dormido o algo y agarre algo para comer y me atragante- era débil y la mirada d e descreencia de Quinn era un espejo de la de Edilio, y ellos no la estaban comprando.

- Probablemente fue eso- Astrid dijo

Era tan inesperado, que incluso Sam no podía escond er la mirada de sorpresa - ¿Qué más podía causar que se asfixiara?- Astrid pregunto- y la luz debió ser un sistema de alarma que se apago- - Sin querer ofender Astrid, pero de ninguna manera - Edilio dijo. El puso sus manos en sus caderas. Se cuadro frente a Sam, y dijo, - hombre, es hora de que nos empieces a decir la verdad. Te resp eto, hombre. ¿Pero cómo voy a respetarte si nos mientes?- Sam fue atrapado con la guardia baja. Era la primer a vez que el, o cualquiera de ellos veía a Edilio molesto



- ¿Qué quieres decir?- Sam se estanco. - Algo está pasando, hombre, y es sobre ti ¿Está bi en?- Edilio dijo - ¿esa luz justo ahora? Yo vi esa luz antes. Yo la vi ante s de sacarte de esa ventana de ese edificio- La cabeza de Quinn se giro - ¿Qué? ¿Qué estás diciendo?- Edilio, dijo - La pared y la gente desapareciendo no es todo. Hay otras cosas raras pa sando. Algo está pasando contigo Sam. Y con Astrid también, desde qu e ella trato de cubrirte tan rápido ahora- Sam estaba sorprendido de darse cuenta que Edilio tenía razón: Astrid también sabía algo. No e ra el único que tenia secretos. Sintió una ola de alivio. No tenía que es tar solo en esto. - Esta bien- Sam tomo una gran inhalación y trato de organizar sus pensamientos antes de sacarlo todo. - Primero, no sé lo que es ¿está bien?- Sam dijo q uietamente - no sé de donde viene. No sé cómo pasa. No sé nada sobre ello excepto que algunas veces…es esta…..hay esta luz- - ¿De qué estás hablando, brah?- Quinn demando. Sa m sostuvo sus manos, volteándolas hacia su amigo- yo puedo….amig o, yo se que suena como si estuviera loco, pero algunas veces es ta luz solo viene disparada de mis mano- Quinn grito una risa - no, hombre, eso no suena loc o, loco es que tu digas que eres mejor que yo haciendo un rizo. Esto es una enfermedad mental. Esto es fuera del gancho. Déjame verte hace rlo- - No sé cómo- Sam confeso- ha pasado cuatro veces , pero no puedo hacer que pase cuatro veces que disparas rayos de t us manos- Quinn estaba entre la línea de reír y gritar- te h conoc ido, como, la mitad de tu vida, ¿y ahora eres linterna verde? Cierto- - Es verdad- Astrid dijo - Bola. Si es verdad, entonces hazlo, muéstrame-



Sam dijo- estoy tratando de decirte que nada mas p aso cuando tengo pánico o algo. Yo no hago que pase. Solo pasa- Edilio dijo- acabas de decir cuatro veces. Yo vi la luz en el fuego. Lo acabo de ver ahora. ¿Qué hay de las otras dos veces ? - La vez anterior fue en mi casa. Hizo….quiero deci r yo….yo hice……esta luz. Como una bombilla. Estaba oscuro y tuve una pe sadilla- el encontró los ojos de Astrid y de repente otra bombilla se ap ago- tu lo viste- él la acuso- tu viste la luz en mi cuarto. Tú has sabido todo este tiempo- - si- Astrid admitió. Yo he sabido desde el primer día. Y he sabido lo de Petey más tiempo- Edilio todavía quería los establecimientos básicos - el incendio, aquí, esta cosa de la bombilla, esas son tres- - La primera vez fue Tom- dijo Sam. El nombre no s ignificaba nada para Edilio, pero lo hacía para Quinn - ¿Tu padrastro?- quien demando afiladamente- ex padrastro quiero decir- - Si- Quinn miraba duramente a Sam - Brah, ¿tú no estás diciendo lo que suena que está s diciendo verdad? - Yo pensé que él estaba tratando de a mi mama- Sa m dijo- yo pensé….yo estaba dormido, desperté, baje las escale ras, los dos estaban en la cocina gritando, yo veo a Tom con un cuchillo , y está este rayo de luz saliendo de mis manos- Sam sintió lágrimas escociendo sus ojos. Le sorpren dió. El no se sentía triste, si nada, el se sentía aliviado, el no le ha bía dicho a nadie sobre esto antes. Esto era un peso que se quitaba de los hombros. Pero al mismo tiempo, el registró la manera en que Quinn se alejo un paso, poniendo distancia entre ellos.



- Mi mama sabia, por supuesto. Ella cubrió el cuart o de emergencia. Tom estaba gritando que yo le había disparado. Los doct ores vieron una quemada, así que ellos sabían que no era un disparo . Mi mama les dijo una mentira sobre Tom cayendo en la estufa. - Ella tuvo que escoger entre protegerte o apoyar a su esposo- dijo Astrid - Sí, y Tom se dio cuenta, una vez que el dolor est uvo bajo control, se dio cuenta que iba a terminar en custodia psiquiátrica si él seguía hablando que su hijastro le disparo luz a él- - ¿T u quemaste la mano de tu hermanastro?- Quin p reguntó, su tono agudo. - Whoa, espera. ¿Hiciste qué? Edilio demando. Era s u turno para estar sorprendido. Quinn dijo, - su padrastro termino con un gancho, h ombre, ellos tuvieron que cortar su mano, como aquí- el hizo una acción de cortar en su antebrazo- yo lo vi, hace como una semana, en san Luis. El tiene uno de esos anchos ahora, con, como, dos pinzas o lo que s ea. El estaba comprando cigarrillos y dándole dinero al empleado con su gancho- él lo pantomizo. Usando dos dedos para las pinzas del bra zo protésico. - ¿Así que eres algún tipo de monstruo?- Quinn pre gunto. Todavía parecía indeciso si estaba molesto o lo encontraba gracioso. - Yo no soy el único- Sam dijo defensivamente- es a chica en el incendio. Yo creo que comenzó el fuego. Cuando ella me vio. E lla entro en pánico. Era como si fuego líquido saliera de sus manos. Edilio dijo - Así que disparaste de vuelta. Tu le hiciste esa c osa a ella- Sam podía nada más ver el perfil de su rostro en la oscuridad - Eso es lo que ha estado molestándote. Tú crees qu e la heriste-



- Yo no sé cómo controlarlo. No le dio que venga. Y o no sé cómo hacerlo que se vaya. Yo solo estoy agradecido que no herí a l pequeño pete. Me estaba asfixiando. Quinn y Edilio voltearon su atención al pequeño chi co ahora. El pequeño pete froto el sueño de sus ojos y los miro, indifer ente a ellos, tal vez incluso inconsciente de que ellos existían. Tal vez preguntándose porque estaba en el aire húmedo de la noche afuera de una planta de poder nuclear. Tal vez no preguntándose nada. - el también es uno- Quinn acuso - un monstruo- - el no sabe lo que está haciendo- Astrid dijo - eso no es exactamente tranquilizador- Quinn golp eo- ¿Cuál es su truco? ¿El dispara misiles fuera de su trasero o al go? Astrid aliso el cabello de su hermano hacia abajo c on su mano y dejo a sus dedos trazar un lado de su cara - asiento de l a ventana- , ella susurro, después a los otros - asiento de la venta na es una frase desencadenadora. Le ayuda a encontrar un sitio calm ado. Es el asiento de la ventana de mi cuarto. - Asiento de la ventana- el pequeño pete dijo ines peradamente. - El habla- dijo Edilio - El puede- dijo Astrid - pero no lo hace mucho- - El habla. Genial. ¿Qué mas hace?- Quinn demando intencionadamente - El parece ser capaz de hacer muchas cosas. La may oría del tiempo estamos bien, los dos solos. La mayoría ni siquiera me nota, pero una vez yo estaba haciendo su terapia, trabajando con su li bro de dibujos con el que trabajamos a veces. Yo le muestro un dibujo y t rato de que diga una palabra, no sé, creo que yo estaba de mal humor ese día supongo que fue muy ruda al Tomar su mano y poner su dedo en la pin tura como se debe. El se molesto, y después ya yo no estaba ahí, un se gundo yo estaba en su cuarto y de repente estaba en el mío- Hubo un silencio muerto en que los cuatro miraron a l pequeño pete.



Entonces tal vez pueda devolvernos y traer a nuestr os padres. Callo el silencio. Los cinco estuvieron en medio de la carretera, el zumbido, una planta de poder encendida tras ellos, y un oscuro camino descendiendo adelante. - Yo sigo esperando que te rías, Sam- Quinn dijo a Sam - tú sabes decir: te tengo. Dime que todo el algún truco. Dime que me estás haciendo el tonto- - Estamos en un nuevo mundo- Astrid dijo - miren, yo he sabido sobre petey por un tiempo. Yo trate de creer que era algú n tipo de milagro. Como tu Quinn, yo quería creer que era la voluntad de dios - ¿Qué lo está haciendo?- Edilio pregunto- quiero decir tú estás diciendo que estas cosas estaban pasando antes del Fays- - miren se supone que soy inteligente, pero eso no quiere decir que entiende algo de esto- Astrid admitió- todo lo qu e se debajo de las leyes de la biología y la física, nada de esto es posible . El cuerpo humano no tiene ningún órgano que genere luz. Y lo que hizo p etey, ¿la habilidad de mover cosas de un lugar a otro? Los científicos han encontrado la forma de hacerlo con unos pocos átomos. No enteros seres humanos. Tomaría más energía que lo que toda la planta de poder prod uce, lo que quiere decir que, básicamente que las leyes de la física d eben ser volver a escritas- - ¿Cómo reescribes las leyes de la física?- Sam se pregunto. Astrid levanto sus manos - yo apenas puedo seguir las AP d e física. Para entender esto, tú debes ser Einstein o heisenberg o feynman, en ese nivel. Yo solo sé que cosas imposibles no pasan. As í que o esto no está pasando o de alguna manera las reglas han sido camb iadas- - Como si alguien hubiera jaqueado el universo- Qu inn dijo - Exactamente- Astrid se sorprendió de que Quinn h ubiera entendido- como si alguien hubiera hackeado el universo y algu ien hubiera vuelto a escribir el software.



- Nada mas quedan chicos, hay una gran pared, y mi mejor amigo es un chico mágico de repente- Quinn dijo - figúrense, e stá bien, al menos lo que sea, yo todavía tengo a mi brah, todavía tengo a mi mejor amigo. Sam dijo, - Yo todavía soy tu amigo, Quinn- Quinn suspiro - Sí, bueno ¿no es exactamente lo mismo verdad? - Probablemente hay otros- Astrid dijo- otros com o Sam y petey y la pequeña chica que murió- - Nosotros tenemos que mantener esto en secreto- E dilio dijo - no podemos estar diciéndole a nadie. A las personas no les gustan las personas que piensan que son mejores que ellos. Si los chicos regulares se enteran de esto, va a haber problemas- - Tal vez no- Astrid dijo esperanzadamente - Tú eres inteligente, Astrid pero si tú piensas qu e las personas van a estar felices con esto, tu no las conoces- Edilio dijo - Bueno, yo no seré el que hable sobre ello- dijo Quinn Astrid dijo - bueno, yo creo que Edilio probablemen te tiene la razón. Al menos por ahora. Y especialmente no podemos dejar q ue nadie se dé cuenta de petey. - Yo no voy a decir nada- Emilio confirmo - Chicos, ya es suficiente- dijo Sam Empezaron a caminar hacia el pueblo distante. Camin aron en silencio. Al principio, se agruparon juntos. Después Quinn se mo vió hacia el frente y Edilio hacia un lado. Astrid estaba con el pequeño pete Sam se dejo quedar atrás. El quería quietud. El que ría privacidad. Parte de él le hubiera gustado quedarse atrás y atrás has ta que los otros se olvidaran de el



Pero el estaba atado por estas cuatro personas ahor a. Sabían lo que él era. Sabían su secreto. Y no se habían volteado con tra él. El sonido de Quinn cantando - Tres pequeños pájaros- vino sonando atrás, Sam a puro su paso para alcanzar a sus amigos.



CAPITULO 14

255 horas, 42 minutos. Sam, Astrid, Quinn y Edilio se arrojaron sobre el c ésped de la plaza, exhaustos. Pequeño Pete continuo de pie, jugando a su juego, sin darse cuenta, como si en toda la noche, diez millas camin adas fueran solo un paseo. El sol salía destacando las montañas detrás de ellos y alumbrando el océano demasiado tranquilo. El césped estaba húmedo por el rocío que empapó dir ectamente la camisa de Sam. Pensó, que él nunca sería capaz de d ormir ahí. Y luego estaba dormido. Se despertó con el sol en los ojos. Parpadeó y se s entó. El rocío había quemado, y ahora él césped se estaba chamuscando en el calor. Había muchos niños alrededor. Pero él no veía a sus amigo s. Tal vez ellos habían ido a buscar comida. Él mismo estaba hambrie nto. Cuando se puso de pie se dio cuenta de que la multi tud se estaba moviendo, toda en una dirección, hacia la iglesia. Se unió al movimiento. Una chica que conocía camina ba por ahí. Preguntó que estaba sucediendo. Ella se encogió- Solamente sigo a todos los demás. San siguió el movimiento hasta que la multitud come nzó a coagularse. Entonces salta sobre la parte de atrás de un banco del parque, balanceándose precariamente pero capaz de ver sobre las cabezas de todos. Cuatro autos estaban bajando por Alameda Avenue. Co ndujeron a paso majestuoso, como un desfile. Agregando a la impresi ón, el tercer auto en línea era un convertible con la cubierta bajada. To dos los cuatro autos eran oscuros, poderosos, y caros vehículos. El últi mo auto en línea era un SUV negro. Ellos condujeron con sus luces prendi das. - ¿Es alguien viniendo a rescatarnos?- uno de quin to grado llamó hacia Sam. - No veo ningún auto de policía, entonces lo dudo. Deberías quedarte atrás, hombre.



- ¿Son los alienígenas?- - Creo que si fueran los alienígenas, estaríamos vi endo naves espaciales, no BMWs. La procesión o desfile o la escolta o lo que sea qu e conducían subiendo junto a la cuneta hacia el límite de la plaza, just o a través de la calle desde el ayuntamiento, y se detuvieron. Niños salieron de cada coche. Ellos vestían pantalo nes negros y camisetas blancas. Las chicas vestían faldas plisad as negras y en combinación calcetas largas sobre la rodilla. Los c hicos y las chicas tenían unas chaquetas en un suave tono rojo, con un escudo grande cosido sobre el corazón. Ambos vestían diferentes c orbatas rayadas rojas, negras, y doradas. Él escudo destacaba ornamentadas letras - C- y - A - en hilo de oro sobre un fondo que mostraba un águila real y un león de m ontaña. Bajo el escudo estaba el lema en latín de la academia Coate s: Ad augusta, per augusta. Altos sitios por caminos estrechos. - Ellos son todos los niños de Coates. Era Astrid . Ella y pequeño Pete permanecían de pie con Edilio. Sam bajo de un salto para estar a su lado. - Una demostración bien ensayada,- dijo Astrid, co mo si estuviera leyendo la mente de Sam. Mientras los chicos de Coates salían trepando de su s autos, la multitud realmente retrocedió un paso. Siempre ha habido una rivalidad entre los chicos de la ciudad, que pensaban que de ellos mism o como chicos normales, y los chicos de Coates, quienes tendían a ser ricos y, aunque la academia intentaba disfrazar el hecho, extraños. Coates era el sitio donde los padres ricos te envia ban cuando otras escuelas te encontraban - difícil. Los niños de Coates hicieron cola, sin surcos en su equipo en su orden y precisión, pero ellos lo habían practicado. - Casi militar,- dijo Astrid en una baja, discreta voz.



Entonces un chico, vistiendo un suéter cuello en v amarillo brillante a cambio de su chaqueta, se levantó del convertible. Él sonrió abiertamente avergonzado y se subió ágilmente al asiento trasero dentro del camión. El daba un poco de onda de desaprobación, como si no p udiera creer lo que estaba asiendo. Él era hermoso, aún Sam se dio cuenta de ello. Tení a cabello y ojos oscuros, sin mucha diferencia del propio Sam. Pero la cara de ese chico parecía brillar con una luz interior. Él irradiaba confianza, se controlaba para parecer sinceramente modesto aún estando solo. - Hola a todos,- él dijo- Soy Caine Soren. Ustede s probablemente entiendan eso yo… nosotros… somos de la academia Co ates. Eso o todos nosotros tenemos el mismo mal gusto en ropa. Había un poco de risa desde la multitud. - Una broma de desaprobación para que nos aflojemos ,- dijo Astrid, continuando su comentario susurrado. Fuera de la esquina de su ojo, Sam notó a Mallet. É l chico estaba apartándose, poniéndose en cuclillas, actuando como si estuviera intentando esconderse. Mallet era un chico de Coate s. ¿Qué podría decir? ¿Qué no se había ido con los chicos de Coate s? Algo como eso. - Se que hay una tradicional rivalidad entre los ni ños de la academia coates y niños de perdido beach,- dijo Caine- Bue no, esos eran en los antiguos días. Todos estamos en esto. Todos tenemos los mismos problemas ahora. Y deberíamos trabajar juntos para lidiar con nuestros problemas, ¿no lo creen?- Hubo cabeceos en respuesta. Su voz era clara y solo un poco más alta, tal vez, que la de Sam, pero fuerte y determinada. Tenía una forma de mirar a la multitud ante él que lo hacía ver como si estuviera enfrentando los ojos de cada persona, viendo a cada persona de forma individual. - ¿Sabes lo que está sucediendo?- una voz preguntó .



Caine sacudió su cabeza- No. No creo que sea proba ble que nosotros sepamos más que ustedes. Todos los de quince años y más desaparecieron. Y esta la muralla, la barrera. - Nosotros la llamamos FAYZ,- Howard dijo con firm eza. - ¿La fase?- Caine pareció interesado. - F-A-Y-Z. Fallout Alley Youth Zone. Caine lo consideró por un momento, entonces se rió - Eso es excelente. ¿Ustedes salieron con eso?- - Si. - Es vital mantener el sentido del humor cuando el mundo se ha convertido en un muy extraño lugar. ¿Cuál es tu nom bre?- - Howard. Soy el chico número uno del capitán. Capi tán Orc. Una onda incómoda atravesó a la multitud. Caine lo notó de inmediato - Espero que tú y el capitán Orc me incluirán y a c ualquiera que quiera sentarse y hablar sobre nuestros planes para el fut uro. Porque nosotros tenemos un plan para el futuro. Enfatizó la últim a oración con un movimiento cortante, como si él estuviera eliminand o el pasado. - Quiero a mi mamá,- un niño pequeño gritó repenti namente. Cada voz se calló. El niño había dicho lo que todos estaban sintiendo. Caine bajó de un salto del auto y fue donde el niño . Él se puso de rodillas y Tomó las manos del niño entre las suyas. Le pregu ntó el nombre al niño, y se presentó al el mismo- Todos queremos a nuestros padres de regreso,- dijo dulcemente, pero lo suficientemente fuerte para ser escuchado por los que estaban más cerca- Todos que remos eso. Y creo que sucederá. Creo que veremos a nuestras mamás y p apás, hermanos y hermanas mayores, incluso a nuestros maestros otra vez. Yo creo eso. ¿Tú lo crees, también?- - Si. El niño pequeño sollozó.



Caine lo envolvió en un abrazo y dijo, - se fuerte. Se fuerte por tu madre, pequeñito. - Él es bueno,- dijo Astrid- Es más que bueno. Entonces Caine se levantó. Las personas habían form ado un círculo a su alrededor, cerca pero respetuoso- Todos debemos se r fuertes. Todos tenemos que pasar por esto. Si trabajamos juntos pa ra elegir buenos líderes y hacemos bien las cosas, lo lograremos. Toda la multitud de niños de pie parecían un poco m ás altos. Había miradas de determinación en sus caras que habían es tado asustados y cansados. Sam estaba hipnotizado por la actuación. En solo un os pocos minutos, Caine había infundido esperanza dentro del asustado , manojo de niños desanimados. Astrid también se veía hipnotizada, aunque Sam pens ará que él descubrió el fresco destello de escepticismo en sus ojos. Sam era escéptico consigo mismo. Desconfiaba de dem ostraciones ensayadas. Desconfiaba del encanto. Pero era difíci l no pensar que Caine al menos estaba intentando acercarse a los chicos d e perdido beach. Era difícil no creer en él, al menos un poco. Y si Cain e de verdad tenía un plan, ¿no debería ser una cosa buena? Nadie más par ecía tener una pista. Caine levantó su voz otra vez- Si todos están de a cuerdo, me gustaría Tomar prestada su iglesia. Me gustaría sentarme con sus líderes, en presencia de nuestro señor, y discutir mi plan, y t odos los cambios que quieran hacer. ¿Hay tal vez, oh, una docena de pers onas que puedan hablar por ustedes?- - Yo,- dijo Orc, levantando sus hombros. Él todaví a llevaba su bate de baseball de aluminio. Y había adquirido un caso de policía, unos de los negros cascos que los polis de perdido beach usaban cuando patrullaban en bicicletas. Caine se encargó del matón mirándolo fijamente- Tú debes ser el capitán Orc.



- Si. Ese soy yo. Caine estiró su mano- Un honor conocerlo, capitán. La boca de Orc se abrió de golpe. Él vaciló. Sam pe nsó que era probablemente la primera vez en la turbulenta vida de Orc que alguien le había dicho que estaba honrado de conocerlo. Y prob ablemente la primera vez que alguien le había ofrecido un apretó n de manos. Orc estaba claramente confundido. Él le echó un vistazo a Howard. Howard estaba mirando de Orc a Caine, dimensionando la situación- Él está pagando tu apoyo, capitán. Dijo Howard. Orc gruñó, cambiando el bate de la mano derecha hac ia la izquierda, y estiró su gruesa manaza. Caine la agarró con ambas manos y miró solemnemente a Orc a los ojos mientras sacudían sus manos. - Sin problemas,- Astrid dijo bajo su aliento. Todavía manteniendo la mano de Orc en las suyas, Ca ine desafió, - Ahora, ¿quién más hablará por perdido beach?- Inestable Bette dijo, - Sam Temple estuvo dentro de un edificio ardiendo para rescatar a una niña pequeña. Él puede hablar p or mí, de todas formas. Hubo un murmullo de acuerdo. - Si, Sam es un héroe de verdad,- dijo una voz. - Él pudo haber muerto,- otra voz confirmó. - Si, Sam es el chico. La sonrisa de Caine vino y desapareció tan rápidame nte, que Sam no estaba seguro si había ocurrido. Por ese milisegund o pareció de triunfo. Caine caminó derecho hacia Sam, descubierto y direc tamente, mano extendida. - Probablemente haya personas mejores que yo,- dij o Sam, retrocediendo.



Pero Caine agarró su codo y lo movió hasta darle un apretón de manos- Sam, ¿verdad? Suena como si de verdad fueras un hér oe. ¿Estás relacionado con nuestra enfermera de la escuela, Co nnie Temple?- - Ella es mi madre. - No estoy sorprendido que ella tenga un hijo valie nte,- Caine dijo con profundo sentimiento- Ella es una mujer muy buena. Veo que eres humilde así como valiente, Sam, pero yo… estoy pidi endo tu ayuda. Necesito tu ayuda. Con la mención de su madre, todo cayó en su lugar. Caine- C. ¿Cuáles eran las probabilidades que - C- era otro chico de Coates? Tarde o temprano, C o uno de los otros harán algo g rave. Alguien resultará herido. Justo como S con T. - Okay,- dijo Sam- Si es lo que quiere la gente. Algunos otros nombres fueron mencionados, y Sam ind iferente, pero lealmente, nombró a Quinn. Los ojos de Caine parpadearon de Sam a Quinn, y sol o por un milisegundo destelló una cínica, mirada de reconoci miento. Pero se había ido en un latido de corazón, reemplazado por la pra cticada expresión de humildad y resolución. - Entonces entremos juntos,- dijo Caine. Se dio la vuelta y marchó útilmente los escalones de la iglesia. El resto hic ieron fila detrás de él. Una de las niñas de Coates, de ojos negros, muy lin da, detuvo a Sam y levantó su mano. Sam la Tomó. - Soy Diana,- ella dijo, sin soltar su mano- Dian a Ladris. - Sam Temple. Sus ojos medianoche encontraron los suyos y él quis o mirar lejos, sintiéndose torpe, pero de algún modo no podía.



- Ah,- dijo ella, como si alguien le hubiera dicho algo fascinante. Entonces ella lo dejó ir y sonrió con satisfacción- Bueno, bueno. Será mejor que entremos. No queremos al líder intrépido sin seguidores. Era un iglesia católica, construida cientos de años atrás por el hombre rico que había poseído la fábrica de conservas que ahora estaba oxidada y abandonada, una monstruosidad plateada de la mari na. Con inmensos dolores, media docena de estatuas de s antos, y maravillosos bancos de iglesia muy gastados de made ra, la iglesia era mucho más magnifica que lo que la pequeña ciudad de perdido beach merecía. De las seis más altas ventanas, tres conse rvaban su cristal pintado original de la representación de Jesús en v arias parábolas. Las otras tres se habían perdido con el tiempo o vándal os, o el tiempo, o los terremotos, y habían sido reemplazadas con baratos, de modelos abstractos vidrios pintados. Cuando Astrid entró a la iglesia bajó una rodilla e hizo el signo de la cruz mientras miraba hacia arriba al intimidantemente la rgo crucifijo encima del altar. - ¿Aquí es donde tú vas a la iglesia?- Sam pregunt ó en un susurro. - Si. ¿Y tú?- Él sacudió su cabeza. Esta era la primera vez que S am entraba. Su madre una judía no observadora, nadie hablaba sobre lo qu e fue su padre, y el mismo Sam tenía solo un vago interés en la religión . La iglesia lo hacía sentirse pequeño y definitivamente fuera de lugar. Caine se había movido con seguridad hacia el altar. Él altar en sí mismo no era muy magnífico, simplemente un pálido rectáng ulo de mármol sobre tres patas marrones alfombradas. Caine no fue a la plataforma levantada pasada de moda, pero estaba de pie sobre el segundo de los tres escalones. En todo, quince chicos estaban ahí, incluyendo a Sa m Temple, Quinn, Astrid y el pequeño Pete, Albert Hillsborough, y Ma ry Terrafino; Elwood Booker, el mejor atleta de noveno grado, y su novia , Dahra Baidoo; Orc, cuyo verdadero nombre se rumoreaba que era Charles Merriman; Howard Bassem; y Cookie, cuto verdadero nombre era Tony Gi lder.



De la academia Coates, además de Caine Soren, estab a Drake Merwin, un sonriente, travieso, chico de mirada austera con de sgreñado, cabello color arena; Diana Ladris; y un niño de mirada perd ida de quinto grado con grandes lentes y cabellera rubia presentado por Caine como Jack el computador. Todos los niños de perdido Beach se sentaron en los bancos de la iglesia. Jack el computador se sentó tan lejos a un lado como él pudo. Drake Merwin seguía sonriendo con satisfacción, bra zos cruzados a través de su pecho, a la izquierda de Caine, y Dian a Ladris miraba a la multitud desde la derecha de Caine. Esto otra vez le trajo a casa a Sam que los chicos de Coates habían ensayado todo sobre esta mañana, desde el desfile d e autos organizado –que debe haber Tomado horas de práctica de conducir por el maestro- hasta esta presentación. Ellos deben haber comenzad o con la planificación y la práctica justo después de que el FAYZ llegara. Ese era un pensamiento problemático. Después que todas fueron hechas, Caine se movió ráp idamente para explicar su plan. - Necesitamos trabajar juntos,- anunció- Creo que deberíamos organizar las cosas que no están destruidas, y los problemas podrán ser manejados. Pienso que nuestro objetivo debería ser de mantención. Entonces una vez que la barrera se venga abajo, y u na vez que las personas desaparecidas regresen, ellos encontrarán que nosotros hemos hecho un muy buen trabajo manteniendo las cosas jun tas. - El capitán ya está manteniendo,- dijo Howard. - Él obviamente ha hecho un excelente trabajo,- Ca ine coincidió, bajando los escalones y hacia Orc él habló- Pero esto es u na carga. ¿Por qué el capitán Orc debería hacer todo el trabajo? Creo que necesitamos un sistema, y pienso que necesitamos un plan. Capitán Orc,- él se dirigió directamente al matón, - estoy seguro que no quiere s tener que asignar la comida y cuidar a los enfermos y mantener a la guar dería funcionando, y leer todas las cosas que tendrías que leer, y escri bir todas las cosas que tendrías que escribir, en función de establecer un sistema aquí en perdido beach.



Astrid susurró, - Él cree que Orc es casi analfabet o. Orc echó un vistazo hacia Howard, que se veía hipno tizado por Caine. Orc se encogió. Como Astrid dijo, la mención de lee r y escribir lo puso incómodo. - Exactamente,- dijo Caine como si el encogimiento de Orc significara que estaba de acuerdo. Él regresó a la primera etap a y se dirigió a todo el grupo- Parece que tenemos una fuente confiable de electricidad. Pero la comunicación esta caída. Mi amigo Jack el computado r piensa que podemos conseguir que lo celulares funcionen. Hub o un murmullo de excitación, y Caine levantó sus manos- Yo no quise decir que nosotros podríamos llamar a nadie de afuera… ¿Cuál fue el br illante término de Howard? ¿FAYZ? Pero al menos podremos comunicarnos entre nosotros. Los ojos se giraron hacia Jack el computador, que t ragó y movió su cabeza en un sí, subió sus gafas y se ruborizó. - Eso Tomará un tiempo, pero juntos lo lograremos,- dijo Caine. Él enfatizó su certeza azotando su puño derecho contra su palma izquierda- Además de un sheriff asegurarnos de que las reglas están siendo seguidas, un trabajo que pienso que Drake Merwin es tá calificado para hacer ya que su padre es un teniente en patrullaje de carreteras, necesitaremos un jefe de bomberos para manejar caso s de urgencia, y yo propongo a Sam Temple. Basado en lo que la gente di jo más temprano sobre su valiente acción en el fuego, pienso que es una obvia opción, ¿no lo creen?- Hubo cabeceos y murmullos de aprobación. - El te nombra como nuevo miembro,- susurró Astrid - Él sabe que tu eres su competencia. - No confías en él,- Sam susurró de vuelta. No era una pregunta. - Es un manipulador,- dijo Astrid- No quiere deci r que él sea malo. El puede ser bueno.



Mary dijo, - Sam salvó la ferretería y la guardería . Y él casi salvó a esa niña pequeña. Hablando de ella, alguien tiene que e nterrarla. - Exactamente,- dijo Caine- Bien dispuesto, no te ndremos que afrontar esa necesidad otra vez, pero alguien tiene que ente rrar a los muertos. Tal como alguien tiene que ayudar a las personas que se enferman o se hieren. Y alguien tiene que cuidar a los niños pequ eños. Dahra Baidoo levantó la voz y dijo, - Mary ha estad o totalmente cuidando de los prees- quiero decir, preescolares,- ella ex plicó- Ella y su hermano, John. - Pero necesitamos ayuda,- Mary dijo rápidamente- No estamos consiguiendo dormir. Nos faltan pañales y comida y- -ella suspiró- - todo. John y yo conocemos ahora a los niños, y podemos ma ntener las cosas en movimiento, pero necesitamos ayuda. Necesitamos mucha ayuda. Caine tenía los ojos empañados, casi como si él pud iera soltar una lágrima. Caminó velozmente hacia Mary, un pie detrá s de otro, y puso su brazo alrededor de ella- Que noble persona eres, M ary. Tú y tu hermano se les dará el poder de reclutar… ¿Cuántas personas se necesitan para cuidar a los pequeños?- Mary calculó en su cabeza- Nosotros dos y cuatro m ás, tal vez,- dijo. Entonces, ganando confianza, dijo, - En realidad, n ecesitamos a cuatro en la mañana, cuatro en la tarde y cuatro en la noche. Y necesitamos pañales y leche. Y necesitamos a personas que nos t raigan cosas, como comida. Caine cabeceó- Los más pequeños son nuestra mayor responsabilidad. Mary y John, ustedes tienen absoluta autoridad de r eclutar a todas las personas que necesiten, y pedir cualquier suministr o que deseen. Si alguien discute, Drake y su gente, incluyendo al ca pitán Orc, se aseguraran de que consigan lo que necesiten. Mary se veía abrumada y agradecida. Howard no. - ¿Sabes que, ahora? Lo dejé ir antes, pero ¿estás diciendo que Orc trabajará para ese tipo?- Él hizo movió bruscament e un pulgar hacia



Drake, que simplemente sonrió como un tiburón- Nos otros no trabajamos para nadie, o bajo alguien, o siguiendo las órdenes de alguien. Sam vio una fría mirada furiosa aparecer en la herm osa cara de Caine, entonces desapareció tan rápidamente como había lle gado. Orc debió haberlo visto también, porque se puso de pie, y Coo kie junto a él. Ambos agarraron sus bates. Drake, todavía sonriendo, se p aró entre ellos y Caine. La pelea estaba comenzando, repentina como u n tornado. Diana Ladris, de una extraña manera, miraba estrech amente a Sam, como si fuera indiferente a Orc. Caine suspiró, levantó sus manos, y usó ambas palma s alisar la parte de atrás de su cabello. Allí vino un estruendo, subiendo a través del piso y las bancas de iglesia. Un pequeño temblor, menor, nada que Sam, como la ma yoría de los californianos, hubiera sentido antes. Todos saltaron sobre sus pies, todos sabían que ten ías que hacer en un terremoto. Pero luego vino un sonido desgarrarte, acero y made ra torciéndose, y el crucifijo se separó de la pared. Se desgarró librem ente de los tornillos que lo mantenían en su sitio, como si un gigante in visible lo hubiera dado un tirón. Nadie se movió. Una lluvia de yeso y guijarros cayeron en el altar. Se sintió como un árbol aserruchado. Cuando eso cayó, Caine dejó caer sus m anos a sus costados. Su cara era adusta, dura, y furiosa. El crucifijo, de al menos doce pies de alto, cayó d e golpe con mucha fuerza sobre el banco de la primera fila. El impact o fue tan ruidoso y repentino como el destrozo de un auto. Orc y Howard saltaron a un lado. Cookie fue muy len to. La barra horizontal de la cruz cayó en su hombro derecho.



Él estaba en el piso y una macha roja se estaba ext endiendo. Todo esto sucedió en el espacio de unos pocos latid os de corazón. Tan rápido que lo niños que saltaron sobre sus pies no tuvieron oportunidad de salir disparados. - ¡Ayúdenme, ayúdenme!- Cookie lloró. Él bramaba desde el piso. Sangre se filtraba por lo s bordes de su camiseta. Esto se reunió sobre las baldosas del pis o. Elwood empujó la cruz lejos de él, y Cookie grito. Caine no se había movido. Drake Merwin mantuvo su f ría mirada fija en Orc, sus brazos seguían cruzados, viéndose indifere nte. Diana Ladris mantenía su objetivo en Sam. La sonris a satisfecha de conocimiento en su cara no dudó. Astrid agarró el brazo de Sam y susurró, - Salgamos de aquí. Tenemos que hablar. Diana vio eso también. - ¡Ahhh, ahhhh, ayúdenme, oh hombre, estoy herido!- Cookie lloró. Orc y Howard no hicieron ningún movimiento para ayu dar a su camarada caído. Caine, perfectamente tranquilo, dijo, - Esto es ter rible. ¿Alguien sabe primeros auxilios? ¿Sam? Tu madre era enfermera. Pequeño Pete, que estaba sentado en silencio y quie to como una roca, comenzó a mecerse rápido y más rápido. Sus manos se agitaban como si estuviera protegiéndose de un ataque de abejas. - Tengo que sacarlo de aquí, esta temblando,- dijo Astrid, y atrapó a pequeño Pete- Asiento de la ventana, Petey, asient o de la ventana. - No soy un enfermero,- Sam desembuchó- Yo no sé… -



Fue Dahra Baidoo quien lo sacó de su trance sin sen tido arrodillándose al lado de un herido, brameante Cookie - Se algo de primeros auxilios. Elwood, ayúdame. - Creo que tenemos a nuestra nueva enfermera,- dij o Caine, sonando no más agitado o preocupado que el director de la escu ela anunciando los nombres de la lista de honor. Diana se volteó, vagando al lado de Caine, y suspir ando algo en su oído. Los oscuros ojos de Caine barrieron a través de los niños en shock, evaluándolos en una vuelta. Él formó una sonrisa de snuda, y cabeceó imperceptiblemente a Diana. - Este encuentro se suspende hasta que podamos ayud ar a nuestro herido amigo… ¿Cuál es su nombre? ¿Cookie?- La voz de Cookie era incluso más urgente, pidiendo ayuda, al borde de la histeria- Esto realmente duele, duele realmente ma l, oh, dios. Caine seguido de Drake y Diana bajaron por el pasil lo, pasando a Sam, siguiendo a Astrid y pequeño Pete desde la iglesia. Drake se detuvo a medio camino, dándose vuelta, y h ablando por primera vez. En una divertida voz dijo, - Oh, um, ¿Capitán Orc? Ten a tu gente –los que no está heridos- formados afuera. Vamos a r esolver tus… um, servicios. Con una sonrisa que era casi un gruñido, Drake agre gó alegre, - Más tarde.



CAPITULO 15

251 HORAS, 32 MINUTOS. Jack fue lento en darse cuenta que debía seguir a C aine y al resto fuera de la iglesia. Salto muy velozmente y se golpeo con tra el banco, haciendo un sonido que llamo la atención del callado chico q ue Caine había llamado un héroe.

- Lo siento- dijo Jack.

Jack camino rápidamente afuera. Al principio no pud o ver a ninguno de los chicos Coates. Mucha gente estaba fuera de la i glesia, dando vueltas, hablando de lo que había sucedido adentro. Los soll ozos de dolor de Cookies solo eran un pequeño y amortiguado sonido.

Jack diviso a la chica rubia que había visto adentr o, y a su hermano menor.

- Disculpa, sabes a donde fueron Caine y los demás? -

La chica, él no recordaba su nombre, lo miro a los ojos- Esta en el ayuntamiento. ¿En donde más estaría nuestro nuevo l íder?-

A menudo Jack extrañaba el matiz con el que hablaba n las personas. Pero él no extrañaba su frio sarcasmo.

- Lamento molestarte- empujo sus lentes atrás sobr e su nariz y trato de sonreír al mismo tiempo. Balanceo su cabeza y miro alrededor en busca del ayuntamiento.

- Está justo allí- menciono la chica. Y luego dijo , - Mi nombre es Astrid. ¿De verdad crees que puedas hacer funcionar los tel éfonos?-

- Claro. Llevara algo de tiempo, sin embargo. La se ñal va desde tu celular a la torre, ¿cierto?- su tono fue condescendiente e hizo sus manos en forma de torre con rayos irradiando desde ella- Lu ego, se envía a un satélite, y después baja por una ruta. Pero no pode mos enviar señales al satélite ahora, así que–.

Fue interrumpido por un impresionante y fuerte soll ozo de dolor desde el interior de la iglesia, que lo hizo estremecer.

- ¿Como sabes que no podemos alcanzar el satélite?- pregunto Astrid.



Pestañeo con sorpresa, e hizo la cara petulante que usaba cada vez que alguien cuestionaba su experiencia tecnológica- Du do que puedas entenderlo-

Astrid dijo- Pruébame, chico-

Para sorpresa de Jack, ella parecía seguir cada cos a que decía. Así que explico cómo podía reprogramar algunos ordenadores para servir con rutas para el sistema telefónico- No sería rápido. Es decir, no podría manejar más de, digamos, una docena de llamadas sim ultáneamente, pero debería funcionar en un nivel básico-

El hermano menor de Astrid parecía estar observando las manos de Jack, que ahora mismo él estaba retorciendo nerviosamente . Jack se ponía ansioso lejos de Caine. Antes de que ellos hubiesen venido desde la Academia Coates, Drake Merwin les había advertido a todos que debían mantener el contacto con los chicos de Perdido Beac h a un mínimo-

Una advertencia de Drake era cosa seria.

- Bueno, mejor me voy- dijo Jack.

Astrid lo detuvo- Estas en lo de los computadores-

- Sí, soy algo así como un chico de alta tecnología -

- ¿Qué edad tienes?-

- Doce-

- Eso es ser joven para tener tantas habilidades-

Él rio disimuladamente

- Nada de lo que he dicho es difícil de hacer. No e s algo que la mayoría pueda hacer, pero no es difícil para mí -

Jack nunca había sido tímido cuando de sus habilida des se trataba. El había obtenido su primer computador real para su cu arta navidad. Sus padres aun contaban la historia de cómo él había pa sado catorce horas en la maquina ese primer día, deteniéndose solo par a comer barras nutritivas o Tomar de las cajitas de jugo-

Para cuando tenía cinco años podía instalar program as fácilmente y navegar en la web. Cuando tenía seis sus padres se dirigían a él en cuanto a problemas con el computador. A los ocho, t enía su propia



página web y actuaba como su soporte de tecnología no oficial de la escuela.

Cuando tenía nueve, Jack había hackeado en el siste ma de su departamento de policía local para borrar una multa de velocidad de un amigo de su padre.

Sus propios padres lo descubrieron y entraron en pá nico. El siguiente semestre estaba en la academia Coates, que era cono cida como un lugar para enviar a inteligente y difíciles chicos.

Pero Jack no era un problema, y se resintió. En cua lquier caso, no lo ayudaba mantenerse fuera de problemas. Por el contr ario, había chicos en Coates que los padres de Jack hubiesen llamado m alas influencias. Algunos de ellos, realmente malas influencias.

Y algunos solo eran malos.

- Entonces, que sería difícil para ti, Jack?- preg unto Astrid.

- Casi nada- respondió honestamente- pero lo que quiero hacer es conseguir algo de internet en funcionamiento. Aquí en… en lo que sea que es esto-

- Parece que lo llamaremos el FAYZ-

- Si, aquí en el FAYZ. Es decir, estimo que hay dos cientos veinticinco computadores decentes, basado en el número de hogar es y negocios. La superficie terrestre es algo pequeño, por lo que se ría bastante fácil configurar el Wi-Fi. Sencillo. Y si tuviera un par de viejos G5s para trabajar con eso, pienso que podría levantar un sis tema local limitado.

Sonrió felizmente con el pensamiento.

- Eso sería fantástico. Así que, dime, como bebería llamarte ¿Computadora Jack?-

- Así me llaman todos. O algunas veces solo Jack-

- De acuerdo, Jack. ¿Qué está haciendo Caine?

Jack fue atrapado con la guardia baja

- ¿Qué?-

- ¿Que es lo que hace? Eres un chico listo, debes t ener alguna idea-



Jack quería irse, pero no podía descubrir cómo hace rlo. Astrid se movió y puso una mano sobre su brazo. El se quedo mirando l a mano.

- Se que busca algo- dijo Astrid. Su hermano menor enseño sus ojos como plato a Jack

- ¿Sabes que pienso?

Jack meneo la cabeza lentamente.

- Creo que eres una persona agradable- dijo Astrid - Creo que eres muy listo, así que la gente no te trata muy bien. Tiene n miedo de tu talento, e intentan usarte-

Jack se atrapo a si mismo cabeceando en acuerdo.

- Pero no creo que ese chico Drake es agradable. ¿N o lo es, cierto?-

Jack se quedo muy quieto. El no quería regalar nada . No era tan rápido entendiendo a las personas como lo era con las maqu inas. La mayoría de las personas no eran tan interesantes.

- ¿Es un tirano, no? Drake, quiero decir.

Jack se encogió de hombros.

- Eso pensé, y ¿Caine?-

Cuando Jack no respondió, Astrid dejo la pregunta e n el aire. Jack inspiro y trato de mirar a otro lado. Pero no era s encillo.

- Caine- repitió Astrid - ¿Hay algo raro con él, c ierto?-

La resistencia del computador Jack se derrumbo. Per o no su precaución. El bajo su voz al punto de ser un susurro - él pued o hacer cosas- dijo Jack - él puede-

- Jack, allí estas-

Astrid y él saltaron. Era Diana Ladris. Ella se gir o cordialmente hacia Astrid- Espero que tu hermano este bien. La forma en que salieron corriendo de allí, pensé que tal vez estaba enfermo -

- No. esta muy bien-

- Tiene suerte de tenerte- dijo Diana. Mientras lo decía, Tomo las manos de Astrid en las suyas, como si estuviese determina da a batir las manos. Pero Jack lo sabía bien.



Astrid empujo lejos su mano.

Diana tenía una linda sonrisa, pero no la uso en es te momento. Jack se pregunto se Diana había sido capaz de terminar con Astrid. Probablemente no; usualmente le Tomaba más tiempo l eer el nivel de poder de una persona-

El ánimo de confrontación fue roto por el sonido de un motor diesel. Era un chico que lucía como si fuera mexicano, conducie ndo una retroexcavadora por la calle.

- ¿Quién es ese?- preguntó Diana.

- Edilio- dio Astrid.

- ¿Qué está haciendo?-

El chico en la retroexcavadora empezó a cavar una z anja, justo en el césped de a plaza, cerca de la calle donde el cuerp o de la pequeña niña yacía sobre la acera, siendo evitado por todos.

- ¿Que está haciendo?- repitió Diana.

- Pienso que esta enterrando el cuerpo- dijo suave mente Astrid.

Diana frunció el ceño- Caine no le dijo que lo hic iera-

- Que importa eso- pregunto Astrid - Necesitaba se r terminado. De hecho, creo que iré a ver si necesita ayuda, ya sab en, si creen que eso estaría bien para Caine.

Diana no sonrió. No gruñó, tampoco, y Jack la había visto hacer eso más de una ocasión- Pareces una chica agradable, Astri d- dijo Diana - apuesto a que eres como del tipo de cerebritos esti lo Lisa Simpson, llena de ideas grandiosas y preocupada por salvar el plan eta o lo que sea. Pero las cosas han cambiado. Esta no es tu antigua vida más, es como… ¿sabes cómo es? Es como que solías vivir en un boni to barrio, y ahora vives es uno muy complicado. No luces difícil, Astr id-

- ¿Que lo causo? El FAYZ. ¿Lo sabes?- demando Astr id, negándose a ser intimidada.

Diana rió- Extraterrestres. Dios. Un repentino cam bio en el espacio y el tiempo. Oí que alguien te llamaba Astrid la Genio, así que probablemente has pensado en explicaciones que ni siquiera puedo sospechar. No importa. Pasó. Y aquí estamos.



- ¿Que quiere Caine?- pregunto Astrid.

Jack no podía creer que Astrid no se hubiese marchi tado por la confianza en el rostro de Diana. La mayoría lo hacía. La mayo ría no podían pararse en frente de ella. Si lo hacían, lo sentían.

Jack vio un destello de apreciación en los oscuros ojos de Diana.

- ¿Que quiere Caine? El quiere lo que quiere. Y lo obtendrá- dijo Diana - Ahora, corre al funeral por allá. Aléjate de mi cam ino, y cuida de tu hermano. Jack?-

El sonido de su propio nombre lo saco de su trance- Si?-

- Ven-

Jack camino tras de Diana, apenado por su instantán ea obediencia de perro faldero.

Fueron hasta el ayuntamiento. Caine, para sorpresa de cualquiera que lo conociera, había Tomado la oficina del Alcalde. Est aba tras un gran escritorio caoba, meciéndose lentamente de lado a l ado en una muy grande silla de cuero.

- ¿A dónde fuiste?- pregunto Caine.

- Fui por Jack-

Los ojos de Caine pestañearon- Y donde estaba el C omputador Jack?-

Diana dijo: - En ningún lado, estaba vagando, perdi do-

Ella lo estaba cubriendo, Jack se quedo impresionad o por ese hecho.

- Fui por esa chica- dijo Diana - la rubia con el hermano raro-

- ¿Y?-

- La llaman Astrid la Genio. Creo que tiene algo qu e ver con ese chico, el del incendio-

- Su nombre es Sam- le recordó Caine.

- Creo que Astrid es alguien de quien debemos estar pendientes-

- ¿La leíste?- le pregunto Caine.

- Obtuve una lectura parcial, así que no estoy segu ra-



Caine junto sus manos con exasperación- Porque est oy rogando por información? Solo dime-

- Esta en más o menos dos barras-

- ¿Alguna idea de cuáles pueden ser sus poderes? ¿E ncenderá? ¿Súper veloz? ¿Camaleónica? No otra Dekka, espero. Ella fu e difícil, y esperemos que no fuera Lectora como tú, Diana-

Diana meneo la cabeza

- Ni idea. Ni siquiera estoy segura de que sea de d os barras-

Caine se giró. Luego suspiro como si es peso del mu ndo estuviera sobre sus hombros- Ponla en la lista, Jack. Astrid la Ge nio. Dos barras. Con una marca de interrogante-

Jack saco su PDA. Ya no obtenía internet, por supue sto, pero sus otras funciones aun servían. Presiono el código de seguri dad y abrió el archivo.

La lista se abrió. Había veintiocho nombres en ella , todos era chicos de Coates. En la columna después de cada nombre había un número: uno, dos o tres. El único nombre que tenía un cuatro al lado era: Caine Soren.

Jack se concentro en ingresar la información.

Astrid. Dos barras. Marca de interrogación.

Él trato de no pensar en lo que significaba para la rubia chica.

- Eso estuvo mejor de lo que pensé- le dijo Caine a Diana- Predije que habría un local problemático con el que tendríamos que lidiar. Y dije que habría un líder natural. Tenemos al problemático tr abajando para nosotros, y mantenemos los ojos sobre el líder hast a que estemos listos para lidiar con él-

- Lo tendré vigilado- dijo Diana- Es lindo-

- ¿Tuviste una lectura de él?-

Jack había visto a Diana tomar la mano de Sam. Así que estaba asombrado cuando Diana dijo

- No, no tuve la oportunidad-



Jack frunció el ceño, inseguro de si debía recordár selo a Diana. Pero eso era estúpido. Por supuesto que Diana sabría si habí a obtenido una lectura de Sam o no.

- Hazlo lo más pronto posible- dijo Caine- ¿Viste la forma en que todos lo miran? Y cuando pregunte por los nominados, el s uyo fue el primer nombre en ser mencionado. No me gusta, que sea hijo de la Enfermera del Templo. Es una mala coincidencia. Consigue una lectura de él. Si tiene el poder, puede que no podamos esperar a lidi ar con él.

Lana estaba curada.

Pero estaba débil. Hambrienta. Sedienta.

La sed era la peor cosa. No estaba segura de poder afrontarlo.

Pero había atravesado el infierno y sobrevivido. Y eso le dio alguna razón para mantener la esperanza.

El sol ya había salido pero aun no la tocaba con su s rayos. El barranco estaba a la sombra. Lana sabía que su mejor oportun idad era lograr regresar al rancho antes de que el suelo estuviese tan caliente como un pastel fresco, recién salido del horno.

- No empieces a pensar en comida- dijo. Se sintió alentada al saber que aun tenia voz.

Intento subir de regreso en el camino, pero dos ras padas rodillas y dos palmas desgastadas después, admitió que no sucederí a. Ni siquiera Patrick podría hacer la subida. Era demasiado empin ado.

Esa izquierda siguiendo el barranco hasta que, espe ranzadoramente, la llevara a algún lugar. No era una caminata sencilla . En la mayoría de los lugares el suelo estaba duro, pero en otros se moví a y deslizaba, aterrizando en sus manos y rodillas.

Cada vez que se caía, era más difícil recuperarse y seguir. Patrick estaba jadeando fuertemente, tan cansado como ella.

- Estamos juntos en esto, no, chico?- dijo ella.

Sus piernas eran rasgadas, las rocas magullaban sus pies. En algunos lugares había espesos arbustos espinosos que tenían que ser circunvalados. En algunas partes, los arbustos no s e podía evitar, y ella tenía que trabajar en su camino con precaución que era una pérdida de



tiempo, acumulando rasguños que quemaban como fuego en sus desnudas piernas.

Pero una vez lo atravesó puso sus manos sobre los r asguños, y el dolor bajó. Después de diez minutos más o menos, no había señal de ellos.

Era milagroso. Lana estaba convencida de eso. Ella sabía que no tenía el poder personal de curar perros o personas. No lo ha bía hecho antes. Pero como había surgido el milagro, ella no lo sabí a. Su mente estaba en asuntos más urgentes: como escalar la repentina sub ida, o atravesar el zarzoso camino, o donde, donde en este seco paisaje podía encontrar agua o comida.

Deseaba haber prestado más atención a la puesta de la tierra mientras conducía hacia y desde el rancho. ¿Este barranco se dirigía al rancho, o viraba atrás? ¿Estaba por llegar? ¿Estaba ahora vag ando ciegamente a través del verdadero desierto? ¿Alguien la estaba b uscando?

Las paredes del barranco ya no eran tan altas, pero estaban tan empinadas y cerca. El barranco se estaba estrechand o. Eso tenía que ser buenas noticias. Si se estaba estrechando y haciénd ose menos profundo, ¿no significaba eso que ella se estaba acercando al final?

Tenía los ojos puestos en el piso, verificando si h abía culebras, cuando Patrick se detuvo, aun agotado.

- ¿Que sucede, chico?- pero ella vio de que se tra taba. Había una pared a través del barranco. Esa pared crecía imposiblement e alta, mucho más alta que el mismo barranco, una barrera hecha de… d e nada que ella hubiese visto antes.

Su lado puro, combinado con su completa rareza en e ste lugar, hizo que el miedo la golpeara. Pero no parecía estar haciend o nada. Era solo una pared. Era traslucida, como leche aguada. Brillaba solo un poco, como si puede ser un efecto de video. Eras absurdo. Imposib le. Una pared en donde ninguna pared tenía algo que hacer.

Ella se acercó, pero Patrick se rehusó a seguirla.

- Tenemos que ver que es, chico- urgió ella.

Patrick no estuvo de acuerdo. Él no tenía interés e n ver lo que era. Un poco más cerca, pudo el casi imperceptible reflejo de sí misma.



- Probablemente una cosa buena es que no puedo verm e mejor- murmuro. Su cabello estaba cubierto con sangre seca . Sabía que estaba mugrienta. Podía ver que su ripa estaba rasgada, y no de una forma artística y de moda, solo rasgadas en cintas en alg unos lugares.

Lana cubrió el último pie de distancia con la barre ra y la toco un dedo.

- ¡Ahh!-

Aulló y retiro su dedo. Antes del estruendo, ella l o hubiese descrito como chamuscarte. Ahora tenía mayores estándares de lo q ue contaba como verdadero dolor. Pero no tocaría la pared de nuevo.

- ¿Alguna clase de valla eléctrica?- le pregunto a Patrick- ¿Que está haciendo aquí?-

No había opción ahora más que tratar de escalar el costado del barranco. El problema es que Lana estaba casi que segura que el rancho estaba a su derecha, y ese lado era imposible de subir. Ella necesitaría una cuerda y pitones.

Se figuro que podría logar subir el lado derecho, r odeando el costado y escalando la saliente. Pero entonces, a menos de qu e estuviese completamente volteada, estaría poniendo el barranc o entre ella y el rancho.

La constante alternativa era ir directo por donde h abía venido. Había Tomando la mitad del día llegar tan lejos. El día s e acabaría antes de que lograra llegar a su punto de inicio. Moriría de vue lta en donde había empezado.

- Vamos, Patrick, salgamos de aquí-

Tomo lo que se sintió como una hora escalar la lade ra a mano derecha. Todo mientras la silencia y malsana mirada de la pa red que Lana consideraba que era una cosa viva, una enorme fuerz a malévola determinada a detenerla.

Cuando finalmente alcanzo la cima, pestañeo y entre cerró sus ojos para escanear de derecha a izquierda, todo el camino. Ah í fue cuando casi cayó hecha pedazos. No había señal de la carretera. Solo una escarpada cresta a no más de una milla de suelo plano antes d e que tuviera que volver a escalar.

Y esa pared imposible. Esa imposible pared de no-pu edes-estar allí.



Un camino bloqueado por el barranco, el otro por la s montañas, el tercero por la pared que yacía a través del paisaje como si hubiese sido retirado del cielo.

El único camino abierto era por el que había venido , devuelta por la estrecha franja de plano suelo que seguía el barran co.

Cubrió sus ojos y pestañeo bajo la luz del sol.

- Espera- le dijo a Patrick, - Hay algo allí-

Acomodado contra la barrera, no muy lejos del pie d e la montaña. ¿Era realmente un verde camino brillando en las calurosa s y altas olas? Tenía que ser un espejismo.

- Que crees Patrick?-

Patrick era indiferente. El espíritu había desapare cido del perro. El no estaba en mejor forma de lo que estaba ella.

- Supongo que un espejismo es todo lo que tenemos- dijo Lana.

Salieron juntos. Al menos era más fácil que la esca lada del barranco. Pero el sol era como un martillo ahora, golpeando e n la no protegida cabeza de Lana. Ella podía sentir a su cuerpo rendi rse mientras su espíritu era torturado por la duda. Estaba cazando un espejismo con lo último de su fuerza. Moriría siguiendo un estúpido espejismo.

Pero el verde camino no desapareció. Se hacía grand e lentamente mientras ellos acortaban la distancia. La concienci a de Lana era una vela parpadeante ahora. Arriba y abajo. Alerta por unos segundos, luego perdida en un sueño sin forma.

Lana se tambaleo, con los pies pesados, medio ciega por el implacable resplandor del sol, cuando se dio cuenta que su pie se había detenido del polvo a la hierba.

Era un minúsculo césped, doce pies por doce pies. E n el centro había un rociador que iba de atrás para adelante. No estaba encendido, pero una manguera salía del rociador. La manguera salía alre dedor de una pequeña cabina de madera sin ventanilla.

No era una cabina exactamente, no más grande que un a habitación sencilla. Tras la cabina había una medio destartala da choza de madera. Y un molino, realmente solo un propulsor de avión pue sto encima de una destartalada torre de veinte pies de alto.



Lana tambaleo hacia la choza, siguiéndole a su fuen te. Venia de un tanque de acero, una vez pintado y ahora arenoso, e n una plataforma de ferrocarril debajo de un improvisado molino. Una ox idada tubería sobresalía del suelo por debajo del molino. Había v álvulas y tubería de conexión. La manguera venia de un grifo soldado al final del tanque.

- Es un pozo, Patrick-

Lana se dejo caer con débiles dedos a la conexión d e la manguera.

Se soltó.

Ella retorció el pomo y se abrió. Agua, caliente y oliendo a minerales y oxido, saliendo a chorros.

Lana bebió. Patrick también.

Ella dejo el agua correr por su rostro. Le dejo lav ar la sangre en su cara. Le dejo ablandar la corteza de su cabello.

Pero ella no había venido tan lejos para dejar a su salvación irse por un placer momentáneo. Ella volvió a girar el pomo, cer rándolo. La última gota se estremeció en los abrasivos labios, y ella la Tomo en la punta del dedo y la usó para limpiar la corteza de su ensangr entado ojo.

Luego, por primera vez en nunca jamás, ella rió- A un no estamos muerte, cierto, Patrick?- dijo Lana - Aun no.



CAPITULO 16

17 HORAS, 12 MINUTOS. - Tienes que hervir el agua primero. Luego pones la pasta,- dijo Quinn. - ¿Cómo sabes eso?- Sam tenía el ceño fruncido, gir ando una caja azul de Rotini tratando de leer las instrucciones. - Debido a que he visto a mi madre hacerlo como un millón de veces. El agua tiene que empezar a hervir primero. Sam y Quinn contemplaron la olla grande de agua en la hornalla. - Si la miras nunca hierve, dijo Edilio. Sam y Quinn, desviaron la mirada. Edilio se rió. - Es sólo un decir. No es realmente cierto. - Ya lo sabía,- dijo Sam. Luego se echó a reír. - D e acuerdo, no lo sabía. - Quizás puedas arreglarlo con tus manos mágicas,- sugirió Quinn. Sam no le hizo caso. Encontró las burlas de Quinn sobre ese tema molestas. El refugio era como la unión de dos cubos. Abajo es taba el garaje que albergaba el camión de bomberos y la ambulancia. El segundo piso era la vivienda, una gran sala que abarcaba una cocina, un a mesa rectangular, y un par descolocados sofás. Una puerta conducía a un a habitación separada, alineada con estrechas literas, con espac io para seis personas. La sala principal era casi pero no del todo alegre. Había fotos de los bomberos, algunos con formal rigidez, otros haciend o el tonto con sus amigos. Había cartas de agradecimiento de varias pe rsonas, incluyendo las cartas ilustradas de la primera visita de prime r grado que comenzaba con lo de - Querido bombero. Aunque la ortografía e ra a veces jeroglífico. Había una gran mesa redonda que aún mostraba los re stos de una partida de póquer abruptamente abandonada: cartas e n el suelo, chips, cigarrillos en los ceniceros. Cuando tres de ellos regresaron por primera vez, aunque entonces lo habían limpiado.



Y había una sorprendentemente bien surtida despensa : frascos de salsa de tomate, latas de sopa, cajas de pasta. Había una lata lacada en rojo con galletas hechas en casa, ahora bastante añejas, pero aun comestibles si se las colocaba en el microondas dur ante quince segundos. Sam había aceptado la misión como encarga do. No porque quisiera, sino porque otras muchas personas parecía n querer que lo hiciera. Esperaba que nadie le pidiera hacer nada, porque de spués de tres días en el cuartel de bomberos ninguno de ellos todavía ape nas sabía cómo arrancar el camión de bomberos, por no hablar de ma nejar la unidad o hacer algo con ella. La única vez que un niño había llegado corriendo gr itando - fuego- Sam, Quinn, y Edilio habían arrastrado la manguera seis bloques, sólo para descubrir que el hermano del niño había calentado u na lata en el microondas. El humo era sólo se había quemado un ho rno microondas. Pero, por otro lado, sabían positivamente dónde enc ontrar todos los suministros de emergencia en la ambulancia. Y había n practicado con la manguera de boca grande fuera, de modo que podrían ser más rápidos y más eficientes de lo que Edilio había sido la prime ra vez. Y tenían completamente dominado resbalar por la bar ra de bombero. - ¿Nos quedamos sin pan?- dijo Edilio. - No necesitamos pan si comemos pasta,- dijo Sam. - Los dos tienen hidratos de carbono. - ¿Quién está hablando de nutrición? Se supone que debe haber pan en la comida. - Pensé que tu gente comía tortillas,- dijo Quinn. - Las tortillas son pan. - Bueno, no tenemos pan. Dijo Sam. - No de ninguna clase. - En una semana o más, nadie va a tener pan? Quinn señaló. - El pan tiene que ser fresco, sabes. Se pone mohoso después de un tiempo.



Tres días habían pasado desde que Caine y su pandil la se habían aparecido en la ciudad y básicamente se habían apod erado de ella. Tres días sin que nadie llegara a rescatarlos. Tres días de profunda depresión. Tres días de la aceptación creciente de que, por ah ora, al menos, esta era la vida. Y los propios FAYZ - todo el mundo los llamaba así ahora - tenia 5 días. Cinco días sin los adultos. Cinco días sin madres, padres, hermanos mayores y h ermanas, profesores, policías, empleados de comercio, pediat ras, dentistas, autoridades eclesiásticas. Cinco días sin televisió n, Internet o teléfonos. Caine había sido bienvenido en un principio. La gen te quería saber que alguien estaba a cargo. La gente quería respuestas. La gente quería reglas. Caine era muy bueno en cuanto a establecer su autoridad. Cada vez que Sam había tratado con él, quedó impresionad o por la forma en que Caine podría actuar con completa confianza, com o si hubiera nacido para el trabajo. Pero ya en sólo tres días, las dud as también habían aparecido. Las dudas se centraban en Caine y Diana, pero más a ún en Drake Merwin. Algunos niños argumentaron que se necesitaba a algu ien que infundiera un poco de miedo para asegurarse de que se cumplier an las normas. Otros niños estuvieron de acuerdo con eso, pero señ alaron que Drake asustaba más que un poco. Los niños que desafiaron Drake o a cualquiera de su s llamados alguaciles habían sido abofeteados, golpeados, empu jados, dejados inconscientes, o, en un caso, arrastrado a un cuart o de baño y sostenido cabeza abajo sobre la taza de un inodoro. El miedo hacia Drake estaba sustituyendo el miedo a lo desconocido. - Yo puedo hacer tortillas frescas, - dijo Edilio. - Solo necesito harina, un poco de manteca, sal y polvo de hornear. Tenemos to do lo necesario aquí. - Guárdalo para la noche de tacos, - dijo Quinn. To mó la pasta de la mano de Sam y la tiro en la olla. Edilio frunció el ceño. - ¿Oyes algo?



Sam y Quinn se congelaron. El sonido más fuerte era el del agua hirviendo. Entonces todos lo escucharon. Una voz, llorando. Sam dio tres pasos hacia la barra de bomberos, envo lvió sus piernas y brazos alrededor de él, y se dejó caer por el aguje ro en el suelo a la tierra en el garaje llamativamente encendido de abajo. El garaje estaba abierto al aire de la noche. Algui en, una niña, a juzgar por el pelo rojizo largo se desplomó en el umbral, pareciendo estar tratando de arrastrarse, moviéndose, pero en realid ad sin llegar a ninguna parte. Tres figuras avanzaron por el camino de la calle. - Ayuda,- la joven declaró en voz baja. Sam se arro dilló a su lado. Se encontró en estado de shock. - ¿Bette? El lado izquierdo de Bouncing Bette estab a cubierto de sangre. Tenía un corte por encima de su mejilla. Estaba jad eando, como si hubiera corriendo una maratón y hubiera tratando ll egar a la línea de meta con su última gota de energía. - Bette, ¿qué sucedió? - Están tratando de atraparme,- Bette gritó, y se a garró al brazo de Sam. Las tres figuras oscuras se acercaron al borde del círculo de luz. Uno de ellos era claramente Orc. No había nadie más tan grande. Edilio y Quinn se acercaron a la puerta de garaje mientras Sam se desvinculaba de lo s dedos de Bette y tomaba posición junto a Edilio. - ¿Quieren que los golpee?, lo hare. - Orco gritó. - ¿Qué está sucediendo aquí?- Sam exigió. Entrecerr ó los ojos y reconoció a los otros dos muchachos, un chico llama do Karl, estudiante de séptimo grado de la escuela, y Chaz, uno de los alumnos de octavo. Los tres estaban armados con bates de aluminio.



- Esto no es asunto tuyo.Chaz dijo. - Estamos trata ndo con algo aquí. - ¿Tratando con qué? Orc, ¿Le pegaste a Bette? - Ella estaba rompiendo las reglas,- dijo Orc. - ¿Golpeaste a una chica, hombre?- Edilio dijo, ind ignado. - Cállate, espalda mojada,- contesto Orc. - ¿Dónde está Howard? - Preguntó Sam, sólo para hac er tiempo mientras trataba de averiguar qué hacer. Había perdido una p elea con Orc ya. Orc tomó la pregunta como un insulto. - No necesito a Howard para encargarme de ti, Sam. - Orc se acercó hasta Sam, s e detuvo a unos centímetros de distancia, y puso su bate en el homb ro como si estuviera listo para batear. Al igual que un bateador listo p ara la recta siguiente. Sólo que esta estaba más cerca de una bola T: la ca beza de Sam era imposible evitarla. - Muévete, Sam.Orc ordeno. - Bueno, no voy a volver a hacer esto otra vez,- di jo Quinn. - Deja que se quede con ella, Sam. - No hay deja, - dijo Orc. - Hago lo que quiero. Sam notó movimiento detrás de Orc. Había gente vini endo por la calle, veinte o más chicos. Orc lo noto también, y miró ha cia atrás. - Ellos no van a salvarte,- dijo Orc, balanceando e l bate. Sam se agachó. El bate paso encima de su cabeza, y Orc dio un medio giro por el impulso. Sam cayó al perder el equilibr io, pero Edilio estaba listo. Soltó un rugido y embistió contra Orc. Edili o sería tal vez la mitad del tamaño de Orc, pero Orc fue derribado. Estaba t umbado sobre el hormigón. Chaz fue detrás de Edilio, tratando de sacarlo de e ncima de Orc. La multitud de chicos que habían venido corriendo por la calle seguían



avanzando. Había voces airadas y amenazas, todas de stinadas a Orco. Gritaban, Sam lo noto, pero nadie exactamente saltó a la desigual lucha. Una voz corto el ruido. - Que nadie se mueva.Dijo Drake. Orc empujo a Edilio y se puso de pie. Empezó a darl e patadas, usando sus zapatillas Nike talla cuarenta y cuatro para ha cerlo. Sam saltó para ayudar a su amigo, pero Drake fue más rápido. Se pa ró detrás de Orc, lo agarró por los cabellos, tiró la cabeza hacia atrás , y golpeó con su codo la cara de 0rc. La sangre comenzó a derramarse de la nariz de este último, junto con un grito de rabia. Drake le golpeó de nuevo y libero a Orc dejándolo caer en el cemento. - ¿Qué parte de 'que nadie se mueva' no entendiste, Orc? - Preguntó Drake. Orc se puso de rodillas y fue hacia Drake, como un jugador de rugby. Drake hizo a un lado, ágil como un torero. Estiró s u mano y le dijo a Chaz, - Dame eso. Chaz le entregó el bate. Drake golpeó a Orc en las costillas con un golpe co rto, con la punta más fina del bate, después otra vez en los riñones y de nuevo en el costado de la cabeza. Cada golpe fue medido, exacto, efectivo. Orco giró sobre su espalda, indefenso, expuesto. Drake empujó el extre mo grueso del bate contra su garganta. - Amigo. Realmente necesitas aprender a escuchar cu ando alguien habla. Luego se echó a reír, dio un paso atrás, giro el ba te en el aire, lo atrapó, lo apoyó en su hombro. Y sonrió a Sam. - Ahora, porque no me cuentas lo que está sucediend o, Sr. Jefe de Bomberos. Sam había ido en contra de matones antes. Pero nunc a había visto a nadie como Drake Merwin. Orc pesaba más que Drake p or al menos



catorce kilos, pero este se había ocupado de él com o si fuera un pequeño juguete de acción. Sam señaló Bette, todavía preocupado. - Creo Orco l a golpeó. - Sí. ¿Y qué? - Así que no iba a dejar que lo hiciera de nuevo,- dijo Sam con toda la calma que pudo. -No me parecía como que te estuvieras preparando pa ra hacer algo. Me pareció que estabas a punto de ser golpeado en la c abeza y separarla de tus hombros,- dijo Drake. - Bette no estaba haciendo nada malo,- grito una es tridente y joven voz desde la multitud. Sin mirar atrás, Drake dijo: - Cállate.Señaló a Cha z. - Tu. Explica de qué se trata, Chaz era un muchacho de aspecto deportivo con pelo rubio casi hasta los hombros y gafas de moda. Llevaba el Unifo rme de Coates, sucio y desaliñado por los muchos días seguidos de uso. - Esa chica estaba haciendo algo.Señaló a Bette. - Ella estaba usando sus poderes. Sam sintió un escalofrío correr por su columna vert ebral. Poderes, había dicho. Como si fuera algo que uno me nciona en una conversación informal. Como si fuera una cosa común que todos conocían. Drake sonrió. - ¿Qué quieres decir, Chaz? La forma en que lo dijoe era una inequívoca amenaza. - Nada.Chaz dijo rápidamente. - Estaba haciendo un truco de magia,- gritó una voz . No intentaba herir a nadie. - Le dije que se detuviera.Orc se había puesto nuev amente de pie, mirando con odio disimulado, pero también con ciert a cautela, a Drake.



- Orc es un ayudante del sheriff,- dijo Drake razon ablemente. - Así que cuando le dice a alguien que deje de hacer algo mal o, tienen que parar. Si esta chica se negó a obedecer, supongo que ella obt uvo lo que merecía. - No tienes derecho a golpear a la gente, dijo Sam. - Drake puso una sonrisa de tiburón: demasiados dient es, demasiado poco humor. - Alguien tiene que hacer que la gente escuche a lo s machos. ¿No?. - ¿Hay alguna reglas en contra de hacer trucos de m agia?- Edilio preguntó. - Sí,- dijo Drake. - Pero supongo que algunas perso nas no lo sabían. ¿Chaz? - Entregalé el jefe de la estación la última copia de las reglas. Sam aceptó un arrugado, doblado pedazo de papel sin mirarlo. - Aquí tienes,- dijo Drake. - Ahora ya sabes las re glas. - Nadie está haciendo magia por aquí,- dijo Quinn, conciliador. - Entonces mi trabajo está hecho.Dijo Drake, y se r ió de su propio ingenio. Arrojó el bate de béisbol a Chaz. - De acu erdo. Que todo el mundo se vaya a casa. - ¡Bette se quedara aquí un rato!- Dijo Sam. - Como quieras. - Drake se llevo a Orco y a los otr os con él. La multitud se separó. Sam se arrodilló al lado de Bette. - Vamos a vendar te. - ¿Qué es eso de trucos de magia?- Quinn le pregunt ó. Bette sacudió la cabeza. - No era nada. - Ella hizo bolitas de luz salir de sus manos, una voz joven dijo.Fue un truco fascinante. - Bueno, muchachos todos han oído lo que dijo Drake : ¡Todos fuera de aquí!,- dijo Quinn en voz alta. - Todos ustedes váy anse a casa.



Sam, Quinn, y Edilio llevaron dentro a Bette y la s entaron en la ambulancia. Edilio utilizo las Toallitas estériles para limpiar la sangre de su ca ra, aplicarle una crema con antibiótico, y utilizó dos vendas estilo maripo sa para cerrar la herida. - Puedes pasar aquí la noche, Bette,- dijo Sam. - No, tengo que volver a casa, mi hermano me necesi ta,- dijo Bette. - Pero, gracias. - Esbozó una sonrisa para Edilio. - Lo sie nto, solo conseguí que te dieran una patada. Edilio se encogió de hombros, avergonzado. - No fue gran cosa. Sam se fue a acompañar a Bette a casa. Quinn y Edil io subieron penosamente escaleras arriba. Quinn se fue a la olla y utilizo la espumadera para escurrir algunas piezas de rotini. Probo una. - Parece papilla, hombre. - Se pasó de cocción, acordó Edilio, mirando sobre su hombro. Quinn dijo, ¿Cereales? Se sirvió y empezó a tararea r para sí mismo decidido a no entrar en una conversación con Edilio . Se estaba haciendo tan complicado que apenas podía soportarlo. Su aleg ría. Su competencia en casi todo. Y justo ahora, la forma en que se hab ía lanzado contra Orc como una especie de comando mexicano. Fue una estup idez, pensaba Quinn, estúpido ir contra un tipo como Orco. Era ta n malo lo que había sucedido a Bette, pero ¿cuál era el punto de ir con tra alguien a quien no puedes vencer? Si Drake no hubiera venido, Edilio t endría suerte si aun fuera capaz de caminar en estos momentos. Pensando en ello. . . Sam regresó. Asintió con la cabeza a Edilio y apena s miró a Quinn. Quinn apretó los dientes. Perfecto. Ahora Sam estab a enfadado con él por no haberse hecho golpear en la cabeza. Como Sam era un gran héroe. Quinn podía recordar muchas veces cuando Sam había surfeado olas que sobrepasaban a Quinn. Muchas veces. - La p asta no sobrevivió,- dijo Quinn.



- Lleve a casa a Bette. Espero que esté bien,- dijo Sam. - Dijo que lo estaba. - Bette tiene lo que tú tienes, ¿no? - dijo Quinn c uando Sam se sentó y se concentro en su propio tazón de cereales. - Sí. Tal vez menos, supongo. Me dijo todo lo que p uede hacer es que sus manos provoquen una especie de resplandor. - Así que aun no ha quemado el brazo de alguien, ¿e h? - Quinn estaba cansado de la manera en que Sam le miraba con una m ezcla de compasión y desprecio. Estaba cansado de ser dejado de lado sólo porque tenía algo de sentido común y preocuparse po r sus propios asuntos. Sam miró hacia arriba, los ojos entornados, como si estuviera por empezar a discutir. Pero apretó los labios en una l ínea sombría y empujó a su comida lejos sin decir nada. Quinn dijo. - Esto es por qué no puedes decírselo a nadie. La gente pensará que eres un monstruo. Y ya sabes lo que suc ede con los monstruos. - Bette no es un monstruo,- dijo Sam en su calma fo rzada, apretando los dientes mientras lo hacía. - Simplemente una chica de la escuela. - No seas estúpido, Sam,- dijo Quinn. - Bette, el P equeño Pete, la niña en el camión, tú. Si hay cuatro de ustedes, hay más. A la gente normal no le va a gustar eso. La gente normal va a pensar que so is peligrosos o lo que sea. - ¿Es eso lo que piensas tú, Quinn? - Preguntó Sam en voz baja. Pero aún así evito mirar a Quinn a los ojos. Sam encontró la hoja de normas en su bolsillo trasero, la desdobló y la extendió sobre l a mesa. Quinn dijo. - Sólo estoy diciendo que mires a tu al rededor, hombre. Los chicos tienen suficiente con estar asustados por có mo son las personas normales. - ¿Quieres dejar de decir 'gente normal' de esa man era? - Sam exploto.



Edilio, siempre el mediador entre Sam y Quinn, dijo : - Lean las normas, chicos. Sam suspiró. Aplanó el papel con cuidado, echó un v istazo a la página, e hizo un ruido grosero. - Número uno dice 'Caine es el alcalde de Perdido Beach y toda la zona conocida como la FAYZ. Edilio resopló. - No es demasiado engreído ¿no? - Número dos, Drake es nombrado sheriff y tiene el poder para hacer cumplir las normas. Número tres, yo soy el jefe de bomberos y el responsable de responder a las emergencias. Grandioso. Suerte para mí. Miró hacia arriba y agregó, - Suertudos nosotros. - Bonito detalle por tu parte acordarte la gente pe queña, Quinn tiró. - Número cuatro, nadie puede entrar en ninguna tien da y quitar nada sin el permiso del alcalde o el sheriff. Quinn dijo. -¿Tienen algún problema con eso? La gen te no puede estar sólo saqueando cosas todo el tiempo, agarrando lo q ue sea. - Ningún problema con eso,- Sam aceptó de mala gana . -Los mandamientos dicen que todos tenemos que ayudar a l a Madre María en la guardería, y facilitarle lo que ella pida, y ayu darla en cualquier momento que considere necesario. Bien, lo suficient emente justo. Seis: no matarás. - ¿De veras? - preguntó Quinn. Sam esbozo una leve sonrisa, de la forma en que lo hacía cuando estaba cansado de estar enojado y esperaba que todos los d emás también lo estuvieran. - Una broma,- dijo Sam. - Está bien, deja de hacer el tonto y acaben de lee r esa cosa.



- Solo estoy tratando de mantener algo sentido del humor mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor,- dijo Sam. - Seis: todos tenemos que ayudar en tareas como búsqueda de casas o lo que sea. Siete: Todos debemos informar a Drake sobre cualqui er mala conducta. - Así que se supone que todos debemos ser informado res,- dijo Edilio. - No te preocupes, no hay policías de inmigración, nada de Migra, Quinn dijo. - Y, de todos modos, si alguien puede averigu ar cómo enviarte de regreso a México, volveremos contigo. - Honduras,- dijo Edilio. - No México. Te lo digo c omo por décima vez. - Número ocho, aquí está. Lo leeré tal cual está es crito,- dijo Sam. - La gente no realizara trucos de magia o cualquier otra acción que cause temor o preocupación. - ¿Qué se supone que es eso? preguntó Quinn. - Significa que Caine evidentemente sabe sobre el p oder. - Gran sorpresa. Edilio asintió con la cabeza sobre su plato de cereal. - Los chicos hablando como si fuera un acto de Dios. Siempre he dicho que Caine tiene El Poder. La gente que dice Caine e s como un brujo. Ya sabes, como un mago. Quinn dijo: - No, hombre, si tuviera el poder, no e staríamos teniendo a Orco y a Drake tratando de que las personas dejen d e usarlo. - Claro que sí, Quinn. Dijo Sam. - Si quisiera ser el único en tenerlo. -¿Un poco paranoico? - Número nueve. Sam continuó la lectura. - Estamos en un estado de emergencia, durante esta crisis no se debe criticar , ridiculizar, o impedir a cualquiera de las personas el ejercicio de sus func iones oficiales. Quinn se encogió de hombros. - Bueno, estamos tenie ndo una crisis, ¿verdad? Si esta no es una crisis, no sé lo que ser ía.



- Así que de repente no se nos permite decir nada. Sam estaba moviendo la cabeza con incredulidad. El intento de reconcili ación había terminado. Sam estaba de vuelta decepcionado por Quinn. - Mira, es como en la escuela, ¿no? - Quinn argumen tó. - No puedes discutirle a los profesores. No a la cara, de todos modos. - Entonces, realmente te gustara el número diez, Qu inn: El sheriff puede decidir que las normas anteriores son insuficientes para cubrir algunas situaciones de emergencia. En esos casos, el sherif f puede formular cualquier norma necesaria para mantener el orden y proteger a la gente. - Formular. Quinn resopló. -Suena como si Astrid le s hubiera ayudado a escribirlo. Sam empujó el papel. - No. No es el estilo de Astri d. Dobló las manos, las puso sobre la mesa, y anunció. - Esto está mal. La mirada de preocupación Edilio reflejaba la de Sa m. - Sí, hombre, esto no está bien. Esto ya es decir que Caine y Drake pu eden hacer lo que quieran, cuando quieran. - A eso es a lo que se reduce. Sam estuvo de acuerd o. - Y está haciendo que la gente empiecen a sospechar unos de otros, de latándose entre ellos. Quinn se echó a reír. - No lo entienden, eh. La gen te ya es sospechosa. No se trata de tiempos normales, ¿de acuerdo? Estam os aislados, no tenemos los adultos de cualquier tipo, ni a la poli cía o a los maestros o los padres, y sin ánimo de ofender, pero tenemos a algunos de nosotros, como mutando o lo que sea. Actúan como si esperaran que todo siguiera como si nada hubiera sucedido, como si no hubiera F AYZ. Sam había acabado con su acto de paciencia. - Y te estás comportando como si pensaras que Bette merecía la paliza. ¿Por qué no estás cabreado, Quinn? ¿Por qué estás de acuerdo con la i dea de que una chica que conocemos, una chica que no hace daño a n adie, sea golpeada por Orco. - ¡Oh! ¿Ahí es a donde te diriges? ¿Como si fuera c ulpa mía? - Quinn se puso de pie y empujó la silla hacia atrás. - Mira, Sam, no estoy diciendo que sea correcto darle una paliza, ¿de acuerdo? Per o, ¿qué esperas?



Quiero decir, los chicos son molestados por llevar la ropa equivocada o apestar en los deportes o lo que sea. Y es entonces cuando hay maestros y padres alrededor. Eso es solo la vida cotidiana. ¿Crees que ahora, tan desordenadas como están las cosas, los niños van a estar pensando, ah, Sam puede disparar bolas de fuego con sus ojos o lo que sea, y es tan guay. No, eso no lo que sucederá. Para sorpresa de Quinn, y más aún para Sam. Edilio dijo, - Tiene razón. Si hay más personas, ya sabes, como tú y Bette, va a haber problemas. Algunas personas con el poder, algunas p ersonas sin él. Estoy acostumbrado a ser un ciudadano de segunda cl ase. Echó una mirada oscura a Quinn, el cual la ignoro. - Pero ot ras personas van a estar celosas, van a tener miedo y, de todos modos, todos están sobresaltados, por lo que van a estar buscando algu ien a quien culpar. En español, decimos cabeza de turco (NdT: en españo l original). Significa a alguien a quien se le culpa de todos los problema s. - Chivo expiatorio. Quinn tradujo. Edilio asintió. - Sí, eso es. ¿Un chivo expiatorio? Quinn extendió las manos en una expresión de inocen cia agraviada. - ¿Qué he estado diciendo? Esa es la manera que es: s i eres diferente, serás una víctima. Intentas y actúas como si fueras , Sam, todo según la ética, pero aun no has comprendido la situación. Lo peor que nos pasó a nosotros en ese entonces fue meternos en problemas, suspender ed. física o conseguir una «F» o lo que sea. Mete la pa ta ahora y conseguirás un bate de béisbol en la cabeza. Siempre hubo maton es, pero los adultos aún estaban a cargo. ¿Ahora? Ahora los matones domi nan. Un juego diferente, hermano, un juego completamente diferent e. Ahora jugamos según las reglas de ellos.



CAPITULO 17

169 HORAS 18 MINUTOS.

- Necesito más pastillas- grito Cookie con una voz que hizo que Dahra Baidoo se despertó más consternada que nunca y se e mpezó a sonrojar.

- Es muy pronto- dijo Dahra por la vez un millón en los últimos tres días.

- ¡Denme las pastillas!- grito Cookie- esto duele, duele mucho.

Dahra puso sus manos en sus orejas y trato de encon trarle sentido al texto que tenía en frente. Era probable que debiera ser fácil figurarse que es lo que tendría que hacer si es que tuviera inter net. Ella podría meterse en Google y buscar - Vicodin- y - Sobredosis. Era más difícil obtener la respuesta por el truco, oído-de-perro referencias d e mesa de médico, alguien tenía que llevarla a la única oficina de do ctor en Perdido Beach.

El problema, en medio de otras cosas, era que estab a jugando mezcla-y-prueba con todo desde Advil hasta Vicodin a Tylenol con codeína. No había nada en el libro sobre cómo controlar el dolo r mezclando juntos un poco de esto y un poco de aquello y no obtener nada .

El novio de Dahra, Elwood, había caído en una silla , quedando out. El había sido un amigo de confianza, desde lejos volví a para estar en su compañía. Y el siempre la ayudaba a poner el ascens or orinal cuando era necesario.

Pero esos eran los límites de su novio. El no podía limpiar orinal, el no podía mantener sujeto el embudo cuando el necesitab a hacer pis.

Dahra tenía hecho eso. En los 3 días ella de pronto se convirtió en una persona responsable para su sórdido, oscuro, sin ve ntanas, sin alegría, subterráneo reinado de misterio, Dahra había hecho todas las cosas que ella jamás creyó poder hacer. Cosas que estaba segu ra que no quería hacer, incluyendo darle a un diabético siete-años-d e-edad las inyecciones de insulina.

Algo toco la puerta y Dahra se dio vuelta lejos del escritorio y del círculo de luz y sus casi demasiado usados libros.

Mary Terrafino estaba allí con una niña que se veía de tal vez unos cuatro años.



- hola Mary- dijo Dahra- ¿Que tenemos aquí?

- lamento interrumpirte-dijo Mary- se cuan ocupada estas. Pero ella tiene algún tipo de dolor de estomago.

Las dos chicas se abrazaron. Ninguna conocía a la o tra bien antes del FAYZ, pero ahora eran como hermanas.

Dahra bajo sus ojos hasta el nivel de la niña peque ña- hola linda. ¿Cómo te llamas?

- Ashley

- Okay, Ashley, vamos a ver tu temperatura y a ver qué te pasa. ¿Puedes venir y sentarte en la mesa?

Dahra envolvió un termómetro eléctrico de una bolsa plástica y lo coloco en la boca de la niña pequeña.

- Tienes que moverte hacia abajo. Dijo Mary y sonri ó.

Cookie gritó de repente, tan alto y tan observante que Ashley casi se traga el termómetro.

- Estoy corriendo por más píldoras- dijo Dahra- No sé qué voy a hacer. Nosotros tenemos que salir de la oficina del doctor y a veces obtener algunos medicamentos que la gente busca cuando está n haciendo las compras para la casa. Pero el está con mucho dolor.

- ¿Nos dará eso algo mejor? sus hombros ¿Entiendo?

- No,- dijo Dahra- No vamos a obtener nada mejor. T odo lo que puedo hacer es mantenlo limpio- Ella examino el termómetr o- noventa y ocho punto nueve. Eso es bueno tiene la temperatura norm al. Llévala de vuelta y déjame revisar por algo. Yo voy hacerle algo a tu barriguita. Eso significa que te voy a hacer algo de cosquillas.

- ¿Tú me vas a dar un tiro?- pregunto la pequeña ni ña.

- No, linda. Yo solo quiero hacerle esto a tú guati ta- Dahra presiono con las yemas de sus dedos, muy debajo del vientre de l a pequeña niña y después paro de pronto- ¿Te dolió?

- Hizo cosquillas.



-¿Qué estas revisando?- pregunto Mary.

- Apendicitis- Dahra se encogió de hombros- Es todo lo que se, Mary. Cuando miro un dolor de estomago. Lo obtuve todo de la constipación al cáncer de estomago. Tal vez necesite hacer popo. S e volvió a la niña pequeña- ¿hiciste popo hoy?

- No lo creo.

- Llévala al baño- Dijo Mary

- Haz que beba algo de agua.

Mary movió su mano- Tu sabes que no eres una doctor a. Pero es bueno tenerte.

Dahra suspiro- Estoy tratando de leer ese libro. Pe ro lo único que hace es asustarme, quiero decir, hay un millón de enfermeda des que nunca en la vida había oído o pensado en ellas.

- Sí, me lo imagino.

Mary estaba de pie. Dahra se preguntaba si quedaba algo más.

- Escucha, uhm, yo sé que esto es totalmente extrañ o- dijo Mary bajando su voz a un nivel confidencial- Pero tengo algo que decirte...

- No le he dicho a nadie que hay aquí- dijo Dahra u n poco tiesa.

- Lo sé, lo siento. No es... Quiero decir, es algo embarazoso.

- Mary yo estoy súper embarazosa. Yo estoy en medio de una discusión humillante ahora, asique nada de lo que me digas va a molestarme.

Mary asintió con la cabeza. Jugó con sus dedos y di jo en forma de carrera- Mira, yo Tome Prozac.

- ¿Para qué?

- Solo un poco, tú sabes, algunas cuestiones. La co sa es, yo corrí fuera Yo sé que no es muy importante lo que estas asiendo - miro a Cookie- es solo, cuando yo no tenía las píldoras, Tome... ell a respiro con fuerza e hizo una seña que fue incluso sentimental.



- No hay problema- dijo Dahra. Ella quería presiona r por mas información, pero su instinto le decía que no lo hiciera- déjame ver que es lo que tengo. ¿Sabes cuan fuerte es la píldora que Tomaste ?

- Cuarenta kilogramos, una vez al día.

- Tengo que ir al baño- Cookie gimió lastimosamente .

Dahra fue al estante donde ella guardaba los medica mentos. En alguna parte de la larga farmacia blanca, tenia botellas, medicinas y algunos paquetes Tomados de la oficina del doctor.

Elwood despertó con un bufido- Oh. Hombre. Me siend o dormido.

- Hola Elwood- dijo Mary

- Uh-huh- dijo Elwood, y descansó su cabeza en su m ano y siento volver a dormir.

- El es lindo al estar contigo- dijo Mary.

- El es inútil- dijo Dahra. Pero luego cedió- Pero al menos el está aquí. Supongo que puedo darte veinte miligramos de píldor as y dejará que tomes dos- Ella saco las capsulas a su mano- Esto e s suficiente por una semana. Lo siento, no tengo un frasco o algo.

Mary Tomo las píldoras gratificada.

- Eres una buena persona Dahra. Cuando todo esto te rmine algún día, tú sabes, cuando crezcamos, tú puedes ser doctora.

Dahra sonrió amargamente- Después de esto, Mary, es a será la última cosa que querré ser.

Las puertas del hospital se abrieron de pronto. Amb as chicas se voltearon duras al ver Bette Rebotes. Ella se escal ono con su mano derecha presionada de nuevo en su cabeza. Me duele la cabeza- dijo Bette. Ella era pésima comprendiendo. Ella hablaba con notable escándalo. Su brazo restante parecía sin vida, como cojo a su lado, Su pierna restante arrastraba mientras se acercaba lig eros pasos más cerca.

Dahra corrió a agarra a Bette antes que colapsara.

- Elwood, despierta- pidió Dahra.



Dahra, Elwood y Mary medio arrastrando, medio carga ndo a Bette la llevaron a la cama donde Ashley estaba siendo exami nada.

-Tengo que hacer popo ahora- dijo Ashley.

- Oh, Dios, ¡Necesito mas píldoras!- aulló Coockie.

- ¡Cállense!- grito Dahra. Puso sus manos sobre sus oídos y mantuvo sus ojos cerrados- todos cállense.

Bette estaba en la mesa ahora, esperando- lo siento - salió- mm shrree

- No quise decirte eso, Bette- se disculpo Dahra- S olo túmbate de nuevo- Dahra le vio a su cara y le dijo a Elwood- trae el libro.

Ella coloco - Physical Desk Reference- abirtió en el estomago de Bette y comenzó a buscar en el índice. - mm la cabeza me duele- bette dijo. Ella levanto su brazo bueno y se toco la hinchazón sangrienta en un lado de su cabez a. - ¿Alguien te golpeo, bette?- Elwood pregunto. Bette parecía confundida por la pregunta. Ella se s orprendió como si la pregunta no tuviera sentido. Ella ronroneo en olor. - Un lado de su cabeza no está trabajando bien- Da hra dijo - Mira la manera en que su boca está abierta. Y sus ojos. No concuerdan- - La cabeza me duele mucho- bette ronroneo - Yo creo que está diciendo que su cabeza le duele- Mary dijo- ¿Qué hacemos?- - No lo sé, ¿Qué tal si abro su cabeza y veo si pue do arreglarlo?- Dahra estaba chillando - después solo le hare una rápida cirugía a Cookie. No hay problema. Quiero decir yo tengo este estúpido l ibro- ella levanto el libro y lo tiro a través el cuarto. Este se deslizo a través del piso de linóleo pulido. Dahra trato e Tomar varias inhalaciones profundas. La pequeña niña, Ashley, estaba llorando. Mary estaba mirando a Dahr a como si ella



hubiera perdido la cabeza. Cookie estaba alterando entre llorar por pastillas y llorando porque necesitaba hacer pis. - Cui mm her no- bette dijo. Ella agarro el brazo de mary- mmm il buh- La cara de bette se retorció de dolor. Y después su s rasgos se relajaron. - Bette- Dahra dijo - Bette. Uh-uh, no hagas esto, bette- - Bette- Dahra susurro Ella puso dos dedos en la garganta de bette - ¿Qué dijo?- Elwood pregunto Mary respondió - yo creo que ella nos estaba pidie ndo que cuidáramos de su hermano- Dahra levanto sus dedos de la garganta de bette. El la acaricio su rostro una vez, un lento adiós - ¿Ella está?… - mary no podía terminar la pregunta - Si- Dahra susurro - probablemente también estab a sangrando dentro de su cabeza, no solo afuera. Quien quiera que la g olpeo en la cabeza la mato. Elwood, ve a encontrar a Edilio en la estació n de bomberos. Dile que tenemos que enterrar a bette- - Ella está con dios ahora- mary dijo - No estoy segura que haya un dios en la FAYS- Dah ra dijo Ellas sepultaron a bette al lado del arranque de fu ego en la plaza a la una de la mañana al siguiente día. No había espacio par a mantener cuerpos muertos, y ninguna forma de preparar a los cuerpos para una sepultura. Edilio cabo el hoyo con su retroexcavadora. El soni do de eso, el esfuerzo del motor, los movimientos de la pala, eran terribl emente altos y terriblemente fuera de lugar.



Sam estaba allí solo con Astrid y el pequeño pete; mary; albert, que venía desde el McDonald; Elwood, quien estaba allí por da hra, quien estaba con cookie; las gemelas Anna y Emma. El pequeño hermano de Bette estaba también, nueve años de edad, estaba con el brazo de mary alrededor del. Quinn opto por no ir. Sam y Edilio tuvieron que cargar el cuerpo de Bette unos pocos pies hasta la iglesia de la plaza. Ellos no podían imaginarlo de una manera más gentil o más digna que enterrar a bette en el hoyo, entonces al final ello s solo la enterraron. Ella hizo el sonido como el caer de una mochila. - Debemos decir algo- sugestiono Anna- tal vez cosa s que recordemos de bette. Entonces lo hicieron, contaron cortas histor ias sobre cómo podían recordarla. Nadie había sido muy buen amigo de ella . Astrid comenzó su oración al padre- Padre nuestro q ue estás en el cielo, santificado sea tu nombre- el pequeño pete lo dijo junto con ella. Eran más palabras de las que cualquiera alguna vez lo hu biera oído hablar. Los otros, todos pero Sam, lo disfrutaba. Después cada uno con una pala coloco tierra sobre e lla y luego Edilio uso su retro excavadora para terminar el trabajo. - Le hare una cruz mañana - dijo Edilio cuando acab o. La ceremonia había terminado, Orc y Howard parecían dos fantasmas en el aviso, mirando. Ninguno hablaba al otro. Ellos s e fuero después de unos minutos. - No debí haberla dejado ir a casa- dijo Sam a Astr id- tú no eres un doctor. No había gorma que supieras de su hemorragia intern a. Y, de todas formas, ¿Que pudiste haber hecho? la pegunta es, ¿q ue harás ahora? - Que quieres hacer- pegunto Sam - Orc asesino a Bette- dijo segura- no se, él no lo quiso hacer, pero ella está muerta. - Si él la mato. ¿Entonces qué quieres hacer?



- Al menos podemos exigirle a Orc que haga algo. - ¿Pedirle que?-dijo Sam- el cierre de su chaqueta. Era genial- ¿Quieres ir a exigir justicia para Caine? - ¿Pregunta retorica?- comento Astrid - ¿Quiere decir eso que es una pregunta en la que y o no espero que la respondas? Astrid asintió con la cabeza. Después de eso no hub o nada que decir por un rato. Mary y las gemelas, se llevaron al hermano pequeño de bette a la guardería.

Elwood hablaba, se dirigía a alguien no muy en part ícula- yo no sé si dahra pueda mantener esto mucho tiempo- después el se encogió de hombros y camino de vuelta al hospital.

Edilio venía con Sam y Astrid- Esto simplemente no puede estar pasando-dijo- ¿me oyes? tenemos que ir, ¿dónde para esto? la gente no puede ir superando así uno al otro, ellos mueren

- ¿Tienes una sugerencia?- pregunto Sam fríamente.

- ¿Yo? Yo soy el mojado, ¿recuerdas? no yo vengo de por aquí, yo nunca conocí a esta gente. Yo no soy el más grande genio y yo no soy el con esa cosa de oder, hombre- dio una patada a la tierr a, duro, como si él quería herir a alguien. Se veía como si quisiera de cir algo, pero se mordió el labio, y se fue rápido por su camino.

- Sam dijo- Caine tiene a Drake y Orc, panda y chaz , y yo oí que mallet tiene hecho algo con ellos. Y tal vez con una docen a de chicos.

- ¿Estas preocupado por eso?- le pregunto Astrid.

- Sí, Astrid, lo estoy.

- Okay- dijo ella- pero… pero estabas asustado para ir a un edificio quemado, también.

- Tu no entiendes esto, ¿verdad?- demando Sam con s uficiente fuerza que Astrid retrocedió un paso atrás- yo se que tu q uieres, okay? Yo se que tu y un montón de gente lo quiere. Tú quieres c onvertirme en un anti-caine. A ti no te gusta la forma en que él hace las cosas y tú quieres que



yo vaya a echarlo. Bien, aquí esta lo que tú no sab es: tal vez puedo hacer todo eso, yo podría ser mejor que él.

- Estas equivocado en eso Sam. tu estas...

- Esa noche cuando por primera vez use el poder, cu ando dañe a mi padrastro ¿Cómo crees que me sentí?

- Triste. Obvio- Astrid miro su cara como si la re spuesta estuviera en ella - asustada, tal vez.

- Si, todo eso. Y una cosa más- el levanto su mano a centímetros de su nariz y apretó los dedos en un puño. Me sentí incl uso una especie de oleada, Astrid. Una oleada y pensé, oh Dios Mío, mi ra los poderes que tengo. Mira lo que puedo ser. Una enorme oleada loc a.

- Corrompedores de poder- dijo Astrid suavemente.

- Si- dijo Sam sarcástico- he oído eso.

- Corrompedores de poder, corrompedores de poder ab soluto. Olvide quien lo dijo.

- Cometí un montón de errores, Astrid. Yo no quería hacer esos errores. Yo no quería ser ese chico. Yo no quería se Caine, yo quiero hacer.... el extendió los brazos en un gesto de ayuda, yo solo q uería ir a surfear.



CAPÍTULO 18

164 HORAS, 32 MINUTOS Albert se fue del funeral y cruzo la plaza hacia el McDonald’s. Deseaba tener alguien con quien hablar. Quizá, si prendía l as luces alguien entraría por una hamburguesa tardía. Pero la pequeña multitud desapareció antes de que a briera la puerta principal del McDonald’s –su McDonald’s- y la plaza quedo silenciosa a excepción del leve zumbido de las luces al titilar. Albert se quedó ahí con sus llaves en una mano, y e l delantal McDonald’s de trabajo en la otra- se la había quitado por resp eto a los muertos- y dejo que la tristeza y la aprensión le recorrieran. Era por naturaleza una persona optimista, pero ir al funeral de una chica asesinada por unos matones…eso no era algo que levantara el ánimo. Albert había disfrutado estar solo desde el FAYZ. S e preocupaba por sus hermanos y hermanas. Extrañaba a su mama. Pero paso de ser el más joven de seis, la víctima, sobreexplotado y poco ap reciado hijo pequeño, a ser una persona responsable y respetada en esta n ueva comunidad. Ninguna de las cosas anteriores cambia el hecho de que ahora, con el olor a tierra recién escavada en la nariz e inquiet antes vacios en su cabeza, le hubiera encantado estar viendo uno de lo s grotescos programas de crímenes favoritos de su madre y roban do palomitas del bol en su regazo. Lo importante de los FAYZ- el porqué, el cuándo y e l donde- no le importaban a Albert mucho. Era una persona práctica y, de todas maneras, esas cosas eran para que alguien como Astr id las pensara. En cuanto a los eventos de esta noche, el asesinato de Bette, les correspondía a Sam y a Caine y a esos chicos resolv erlo. Lo que le preocupaba a Albert era algo diferente: n adie estaba trabajando. Nadie además de Mary y Danhra y en ocas iones Edilio. El resto estaba o desanimado o vagueando o peleando o sino, sentados jugando videojuegos o viendo DVD´s. Todos esos eran como ratas viviendo en una casa abandonada: comían lo que enco ntraran, desordenaban lo que quisieran, y dejaban las cosas más sucias que como las encontraron.



No funcionaría por mucho. Todo el mundo estaba pasa ndo el tiempo. Pero si matar el tiempo era todo lo que hacían, el tiempo los terminaría matando a ellos al final. Albert creía en eso. Lo sabía. Pero no podía explic árselo a nadie y hacer que escucharan. No podía hablar como el confiado Ca ine, o la sabelotodo de Astrid. Cuando Albert hablaba, la gente no escuc haba como lo hacían cuando era Sam el que hablaba. Necesitaba de las palabras de alguien más para expl icar lo que sus instintos le decían que era correcto. Albert metió sus llaves en el bolsillo y caminó cal le abajo con pasos decididos que resonaban a través de las tiendas. Lo inteligente sería dirigirse a casa, dormir unas horas. Faltaban poco para el amanecer. Pero el no iba a dormir, sabía eso. Sam, Caine, Astrid y Jack Computadora, todos ellos sabían hacer lo suyo, sabían lo que sab ían, pero esto era cosa de Albert. - No podemos ser ratas,- murmuró para sí - Tenemos que ser… - Pero aún intentando explicárselo a sí mismo, no encontraba l as palabras apropiadas. La biblioteca del condado de Perdido Beach, no era un lugar para nada impresionante. Era polvorienta, triste, de techo ba jo y le pego un olor a moho en cuanto abrió la puerta. Nunca antes había e ntrado y le sorprendió encontrarla abierta con las luces fluore scentes titilando y zumbando todavía. Albert miró alrededor y rió - Nadie ha estado aquí desde los FAYZ- le dijo a la pila de papeles amarillos. Miró en la dirección del viejo escritorio de la lib rera. Nunca se sabía en dónde podría estar escondida una barra de dulce. En contró una caja de mentitas. Parecían haber estado ahí un largo tiempo , destinadas a ser obsequiadas a niños que nunca vinieron. Metió una a su boca y comenzó a caminar de a poco. Sabía que debía saber algo, pero no sabía el qué. La mayoría de los libros parecían haber estado ahí, sin ser tocados, desde antes que Albert naciera.



Encontró un par de enciclopedias- como Wikipedia, p ero en papel y bastantes gruesas- se dejo caer en la alfombra y ab rió el primer libro. No sabía que buscaba, pero sí sabía por dónde empezar. Pasó las hojas hasta la - T- y buscó el significado de - trabajo. Había dos connotaciones debajo. Una de ellas se refería a trabajo en lo fís ico. La otra hablaba del trabajo como - la actividad necesaria para la sobre vivencia de la sociedad- - Sí- dijo Albert- De eso estoy hablando- Comenzó a leer. Saltó de significado en significado , entendiendo solo una parte de lo que estaba leyendo, pero entendiend o lo suficiente para seguir otra entrada y luego la siguiente. Era como seguir hiperlinks, solo que mucho más lento y más levantadas. - Trabajo- llevaba a - labor- , la cual lo llevo a - productividad- que lo dirigió a alguien llamado - Karl Marx- , que conducía a otro tipo viejo llama do - Adam Smith. Albert nunca fue un estudiante aplicado, pero enton ces lo que había aprendido en la escuela no importaba mucho desde su punto de vista. Esto sí importaba. Todo importaba ahora. Albert se durmió y despertó con la sensación de que alguien lo observaba. Giró, se levantó de un salto, y suspiró con gran al ivio al darse cuenta de que era solo un gato. El gato era atigrado de color amarillo, medio gordo y, muy probablemente, viejo. Tenía un collar rosa, y la placa era en forma de corazón. Estaba parado ahí en medio, totalmente confiado como si el lugar le perteneciera. El gato lo miró con sus ojos verdes. Su cola se movió. - Hola, gatito- , dijo Albert. El gato desapareció. Se esfumó. Albert retrocedió en estado de shock, de repente su rostro ardiendo de dolor. El gato estaba sobre él, en su cara, clavánd ole sus garras afiladas



en la cabeza. El gato gruñó, los dientes afilados e xpuestos por un gesto salvaje a milímetros de los ojos de Albert. Albert gritó para pedir ayuda, le gritó al gato. El gato le clavó aún más las garras. Albert todavía tenía un volumen de la encic lopedia junto a su mano derecha- el - S. Se golpeó a sí mismo en la ca beza. El gato desapareció. El libro tumbó a Albert estúpi damente. Y ahora el gato estaba al otro lado de la habitació n, sentado plácidamente sobre el escritorio de la bibliotecaria. No era posible. Nada se movía así de rápido. Nada. Albert soltó un suspiro tembloroso y comenzó a cami nar hacia la puerta que daba a la calle. Sin que los ojos de Albert notaran movimiento algun o, el gato saltó del escritorio a la parte de atrás del cuello de Albert . Se cernía sobre él como un loco, arañando, arrancando, desgarrando, gruñend o. Una vez más, Albert abanicó el pesado libro y nueva mente el golpe fue a dar en su propia piel, porque el gato estaba apertr echado encima de una repisa, viendo a Albert, burlándose de él con sus f ríos ojos verdes llenos de desprecio. Lo iba a atacar una vez más. Por instinto, Albert levantó el libro para proteger su cara. Sintió al libro vibrar violentamente entre sus mano s. La cara del gato, distorsionada por la rabia estaba a una pulgada de la de Albert. Pero el libro seguía en su lugar. Y el gato estaba en el libro. No, atravesando el libro. Albert observó con shock como los ojos del gato se oscurecían y su alma animal se liberaba.



Lanzó la enciclopedia al piso. El libro, el pesado y empastado volumen azul, secci onaba al gato justo en las patas delanteras. Era como si alguien hubiese c ortado al gato por la mitad y lo hubiesen cosido al libro. La parte trase ra del gato sobresalía de la tapa posterior. Albert estaba respirando agitadamente tanto por ter ror como por cansancio. Eso que estaba en el suelo, esa cosa era absurda. La manera en que se había movido el gato, nada lógica. - Es una pesadilla. Estás teniendo una pesadilla- , se dijo a sí mismo. Pero si era un sueño era uno bastante vívido. Segur o que el olor a moho no lo pudo haber imaginado. Seguro que tampoco pudo haber imaginado la vejiga y los intestinos del gato vaciarse hasta la muerte. Albert recordó haber visto el bolso de la bibliotec aria en su escritorio. Con manos temblorosas vació el contenido en el escr itorio: lápiz labial, billetera, polvo compacto, un celular. Levantó la enciclopedia. Estaba pesada. El peso del que el gato le agregaba al libro tendría que ser unas veinte libra s. Y el gato-dentro-del-libro lo hacía demasiado grueso, muy grande para qu e entrara cómodamente en el bolso. Pero tenía que mostrárselo a alguien. Esto era algo increíble. Imposible. Pero era real. Albert necesitaba que alguien más le dijera que era cierto, alguien que le confirmara que no estaba soñando o q ue se estaba volviendo loco. Caine no. ¿Sam? El debería estar en la estación de bomberos, pero esto no era el área de Sam, era la de Astrid. Dos minuto s después estaba en el pórtico de Astrid. Astrid abrió la puerta con cautela justo después de ver por la mirilla. - ¿Albert? Ya es mediano— Oh, por Dios, ¿qué te pas ó en la cara?-



- Me vendrían bien una curitas- , dijo Albert. Se o lvido de cómo debería lucir en estos momentos. Se le había olvidado el do lor- Sí. Me vendría bien un poco de ayuda. Pero esa no es la razón por la que vine- - Entonces… - - Astrid necesito… - Justo ahora las palabras le fallan. Ahora que es taba a salvo en el porche de Astrid el miedo lo alcanzó y por un minuto no pudo formar una palabra o hacer algún sonido. Astrid lo condujo adentro y cerró la puerta. - Necesito… - , lo intentó de nuevo y una vez más no pudo decir más. Con voz estrangulada dijo, - Solo velo- Puso el gato y el libro en la manta Oriental. Astrid se quedó inmóvil. - Ocurrió tan rápido. Esa cosa me atacó. Ni siquier a podía verlo moverse. Estaba en un lugar, ¿sabes? Y luego estaba sobre mí , quiero decir, no saltó Astrid. Simplemente…se aparecía- Astrid se arrodilló para halar levemente el libro. Intentaba abrir el libro, pero el cadáver del gato sostenía cada hoja y las m antenía unidas. No era como si el gato hubiese hecho un hueco: era como si el gato se hubiera con el papel. - ¿Qué es eso Astrid?- , rogó Albert. Ella no dijo nada solo observó. Albert casi podía v er las tuercas dando vueltas en su cerebro. Pero no le dio ninguna respu esta., y luego de un rato Albert aceptó que ninguna vendría. No había ex plicación para algo que no podía pasar. Pero ella lo había visto, lo imposible. Él no estab a loco. Luego de lo que pareció un muy largo tiempo, Astrid susurró, - Ven Albert, hagamos algo con esos rasguños.



Lana estaba recostada en la cueva escuchando los mi steriosos sonidos del desierto. Algo hizo un bajo y rápido sonido, co mo el que se hace al pasar la mano pon una seda. Algo más emitía rápidas repercusiones, un pequeño insecto tamborileaba disminuía por unos seg undos hasta detenerse por completo, para luego comenzar otra ve z. El molino rechinaba furiosamente. No por mucho, sin patrón alguno. No había brisa, solo susurros que rodaban las palas un cuarto…chirrido…o media vuelta…chirrido, chirrido…o apenas un roce qu e las hacía sonar como un pichón. Contrario a lo demás estaba los ronquidos reconfort antes de Patrick. El roncaba y se detenía, volvía a roncar y entonces da ba un ladrido bajito que a Lana ya le parecía familiar. El cuerpo de Lana estaba bien. Sus heridas se había n curada milagrosamente. Se había lavado la sangre. Tomó agu a, comió y se abrigó. Pero el cerebro de Lana era una máquina con acelera ción vertiginosa. Lo pensaba una y otra vez, nadando en recuerdos de dol or, memorias de terroríficas, flashes del asiento vacío de su abuel o, la caída por el barranco, los buitres, el león. Pero por más espeluznantes que fueran esas imágenes , eran solo pinturas frescas esparcidas otras más importantes. Las imágenes que permanecían eran de cuando estaba en casa. En la es cuela. El centro comercial. El carro de su papá y la van de su mamá. La piscina pública. El titilante y fantasioso cielo de Las Vegas visible d esde la ventana de su cuarto. Tomándolas todas a la vez, las imágenes revoloteand o y revoloteando por su cabeza, traía consigo la rabia. Ella debería estar en su casa, no allí. Debería est ar en su cuarto. Ella debería estar con sus amigos. No ella sola. No debería estar sola escuchando ruidos misteriosos , chirridos ni ronquidos.



Si hubiese sido un poco más cuidadosa… había intent ado meter la botella de Vodka en su bolso, el lindo que tenía la s perlas que tanto le gustaban. El bolso era muy pequeño, pero el único l o suficientemente grande era el de la escuela, y no quería llevárselo porque no combinaba con su ropa. Por eso la habían atrapado. Por una cuestión de mod a, por querer lucir cool. Y ahora… Una ola de furia hacia su madre le recorrió. Parecí a que podía ahogarse en toda esa rabia. Su madre, a ella le echaba la culpa. Su padre solo hacía lo que su mamá le decía que hiciera. El tenía que respaldarla, más aún siendo él el más agradable de los dos, no tan estricto y mandón como su madre. ¿Y qué si le había dado una botella de Vodka a Tony?, ni que hubiese estado conduciendo un auto. La madre de Lana no entendía Las Vegas. Las Vegas n o era Perdido Beach. La presionaban en Las Vegas. Era una ciudad, no un pueblo y no cualquier ciudad. Los chicos crecían rápido en Vega s. Se les exigía a todos, a los de 7mo. Año a los de 8vo y aún más par a una cursante de 9no. Su estúpida madre. Era su culpa. Aunque era un poco difícil culpar a su madre blanca e intimidante pared en el desierto. Era bastante difícil culparla de es o. Quizá eran Aliens y en estos momentos unos monstruo s horribles estaban persiguiendo a su madre y a su padre por la s calles de Las Vegas, como en esa película, La Guerra de Los Mundo s, quizá. Lana encontró ese pensamiento extrañamente reconfor tante. Al menos ella no estaba siendo perseguida por aliens y gigan tescos trípodes. Quizá la pared era una especie de defensa contra los alie ns. Quizá estaría segura en este lado de la pared.



La botella de Vodka no fue la única vez que ella ro bó algo para Tony. Lana había agarrado una Xanax de su madre para él. Y había robado una botella de vino una vez. Ella no era tonta: nunca pensó que Tony la quería. Ella sabía que la estaba utilizando. Pero ella lo estaba utilizando a él, a su manera. Tony tenía algo de status en la escuela, y algo de eso h abía sido transferido a ella. Patrick ladró y levantó su cabeza repentinamente. - ¿Qué pasa, muchacho?- Rodó fuera del catre, se agachó en silencio y llena de miedo en la oscura cabina. Algo estaba allá afuera. Lo escuchaba moverse. Soni dos débiles de pisadas en el suelo. Patrick se paró de manera extraña, en cámara lenta. Su pelaje estaba erizado. Estaba viendo fijamente hacia la puerta. Se escucharon arañazos, exactamente la clase de son ido que haría un perro intentando entrar. Y entonces Lana escuchó, o pensó escuchar, en un su surro - Sal- Patrick debería estar ladrando, pero no lo hacía. E staba rígido. Respirando muy pesadamente, viendo fijo. - Estás imaginándote cosas- , dijo Lana tratando de convencerse a sí misma. - Sal- , el susurro se oyó de nuevo. Lana quería hacer pis. Con urgencia y no había nada parecido a un baño en la cabina. - ¿Hay alguien ahí?- , chilló Lana. No hubo respuesta. Quizá fue su imaginación. Quizá fue el viento.



Subió hasta la puerta y escuchó atentamente. Nada. Miró a Patrick. Su perro seguía agitado, pero estaba un poco más relaj ado. La amenaza- cualquiera que fuera- ya se había ido. Lana abrió la puerta un poco. Nada. Nada que ella p udiera ver, y Patrick ya no estaba preocupado. No había otra opción, tení a que salir al retrete. Patrick caminaba junto a ella. El retrete era una simple caja vertical, sin decora r, sin arreglar no olía tan mal y estaba relativamente limpia. No había luz, po r supuesto, así que tuvo que tocar todo para ubicar el excusado y el pa pel higiénico. Momentos después comenzó a reírse. Era, después de todo, algo gracioso orinar en un retrete mientras tu perro cui daba. El camino de regreso fue un poco más lento. Lana se detuvo un momento y levantó la vista hacia las estrellas. La luna ya estaba bajando sobre el horizonte. Y las estrellas…bueno, las estrellas luc ían raras. Pero no estaba muy segura de por qué pensaba eso. Continuó su caminata a la cabina y se detuvo en sec o. Entre ella y la puerta principal estaba un coyote. Pero este coyote no era como ninguno de los que su abuelo le había enseñado. Ninguno de ellos era tan grande como Patrick. Este animal era del tamaño de un lobo . Patrick no lo había escuchado acercarse y ahora luc ía demasiado en shock para reaccionar. Patrick, el que había luchad o contra un león de montaña, ahora parecía intimidado e inseguro. El abuelo de Lana le había enseñado acerca de los a nimales del desierto: el coyote que debía ser respetado pero no temido; l os lagartos que te distraerían con su gran velocidad; el venado que pa recía más bien una rata alargada que a Bambi; los burros salvajes tan diferentes de sus hermanos domesticados; y las serpientes que no eran ninguna amenaza, siempre y cuando llevaras botas y mantuvieras los o jos abiertos. - Shoo- , gritó Lana, moviendo las manos como su ab uelo le enseño a hacer en caso de encontrarse muy cerca de un coyote . El coyote no se movió.



Todo lo contrario ladró fuerte, lo que causó que La na retrocediera un poco. Por el rabillo del ojo vio sombras oscuras ac ercándose a ella, tres o cuatro. Patrick reaccionó. Gruñó amenazadoramente, mostró l os dientes y levantó las orejas. Pero el coyote no se movió y su s amigos se estaban acercando con rapidez. A Lana le habían enseñado que los coyotes no eran p eligrosos para los humanos, pero ahora de ninguna manera creería eso. Rodó hacia la derecha, pensando que podría burlar al coyote, pero el animal era demasiado rápido para ser engañado. - Patrcik, acábalo- , imploró Pero Patrick, no salía al ataque solo montaba un sh ow y en segundos los demás coyotes llegarían y entonces…bueno, ¿quién sa bía qué pasaría después? Lana no tenía otra opción: tenía que llegar a la ca bina. Tenía que llegar o moriría. Gritó tan fuerte como pudo y corrió directo hacia e l coyote delante de ella. El animal retrocedió con sorpresa. Hubo un flash de color pequeño y oscuro y el coyote aulló de dolor. Lana lo pasó segundos después. Diez pasos para lleg ar a la cabina. Diez, nueve, ocho, siete, seis… Patrick la dejó atrás, se asustó y entró corriendo. Lana le pisaba los talones, se giró, y azotó la pue rta sin detenerse. Se paró, dio la vuelta, corrió hacia la puerta y se la nzó contra ella. Pero los coyotes no insistieron. Tenían otros probl emas. Escuchó gruñidos bajos, chillidos de dolor y rabia.



Después de un tiempo los gruñidos disminuyeron y fi nalmente se detuvieron. Un nuevo coyote aulló, aulló a la luna. Y entonces, silencio. En la mañana, con los rayos del sol y todos los ter rores de la noche extinguidos, Lana encontró el coyote muerto a cien pies de la puerta. Todavía atada a él estaba la mitad de una serpiente con una larga cabeza en forma de diamante. Su cuerpo había sido cortado a la mitad, pero no antes de que el veneno de la serpiente corriera por la sangre del coyote. Observó la cabeza de la serpiente por un largo mome nto. Era una sin lugar a dudas. Y aún así ella estaba segura de habe rla visto volar. Lana apartó ese pensamiento de su mente. Y con eso descartó el susurro que había escuchado, porque serpientes voladoras y coyotes del tamaño del Gran Danes que susurran, bueno, nada de eso era posible. Existía una palabra para las personas que creían en lo imposibl e: locos. - Supongo que el abuelo no era tan experto en la vi da del desierto después de todo- , le dijo a Patrick.



CAPITULO 19 - No te tiene que agradar el tío, hermano, pero est as haciendo cosas buenas. Quinn estaba en la pose para llamar a la puerta de su tercera casa esta mañana. Estaban Sam, Quinn y una niña coa tes, llamada Brooke. Eran el - tercer equipo de búsqueda. Era el octavo día del FAYZ. El quinto día desde que Caine se había mudado y Tomado el control. El segundo día desde qu e Sam había besado a Astrid al lado de una tumba recién cavada. Caine había organizado diez equipos de búsqueda par a que se movieran por la ciudad, cada una cubriendo un bloque perpend icularmente para empezar. La idea era ir dentro de cada casa de las cuatro calles que conformaban el bloque. Ellos tenían que asegurarse la estufa, el aire acondicionado, la televisión, las luces interiores estuvieran apagadas y las del porche estuvieran encendidas. Tuvieron que apagar sistemas de regado automático y calentadores de agua caliente. Si ellos no podían ingeniárselas con eso, lo agrega rían a la lista para que Edilio continuara. Edilio siempre parecía capaz de entender cosas mecánicas. Estaba corriendo alrededor de Perdido Be ach con un cinturón de herramientas y dos niños de Coates como - ayudan tes. Los equipos de búsqueda también estaban buscando ni ños perdidos, bebes que pudieran haber sido abandonados, quizás a trapados en sus cunas. Y mascotas, también. En cada casa ellos hacen una lista de cosas útiles, como computadores, y cualquier cosa peligrosa como armas o drogas. Ano taban cuanta comida había y recogían todas las medicinas que ser ían enviadas a Dahra. Pañales y fórmula (leche) iban para la guard ería. Era un buen plan. Era una buena idea. Caine tenía algunas buenas ideas, sin preguntas. Ca ine le había encomendado a computador Jack que inventara un sist ema de comunicación de emergencia. Computador Jack tenía l a idea de volver a la vieja escuela: El había instalado radios de onda corta en el ayuntamiento, la estación de bomberos, la guardería , y la casa abandonada que Drake usaba para él y otros de sus a lguaciles.



Pero Caine no había Tomado acciones contra Orc. Sam había ido a él para exigir acciones. - ¿Qué se supone que haga?- Caine había preguntado consecuentemente. - Bette estaba rompiendo las reglas, y Orc es un al guacil. Fue una tragedia para todos los involucrados. Orc se siente muy mal. Entonces Orc seguía rondando las calles de Perdido Beach. Por todo lo que Sam sabía, la sangre de Bette todavía estaba en el bate del matón. Y ahora el miedo de esos tan-llamados alguaciles esta ba amplificado diez veces más. - Simplemente ve a terminar con todo esto,- dijo S am. No iba a entrar en una discusión de Caine en frente de Brooke. Él asum ía que la niña de diez años era una espía. En cualquier caso, él estaba de un humor asqueroso porque una de las casas que iban a visitar más tard e era la suya. Quinn golpeó. Tocó el timbre- Nada,- él intentó c on la puerta. Estaba cerrada- Trae el martillo,- dijo Quinn. Cada equipo de búsqueda tiene un carro, cualquier c osa sacada de la ferretería o Tomada prestada del patio de alguien. Ellos acarrearon un pesado mazo al carro. Les llevó dos horas lidiar con las primeras dos cas as. Iba a pasar un rato antes de que cada casa en Perdido Beach hubiera sid o revisada y más o menos a salvo. - ¿Quieres hacer el martillo?- preguntó Sam, difir iendo con Quinn. - Vivo por el martillo, hermano. Quinn levantó el martillo y lo balanceo contra la p uerta, justo debajo del pomo de la puerta. La madera se astilló, y Quinn em pujó la puerta. El olor los golpeo duro. - Oh, hombre, ¿Qué murió aquí?- dijo Quinn, como s i eso fuera una broma.



La broma cayó. Junto dentro de la puerta, en el piso de madera dur a había un chupete de bebé. Los tres lo miraron fijamente. - No, no, no. No puedo hacer esto,- dijo Brooke. Los tres se quedaron en el porche, nadie dispuesto a entrar. Pero nadie estaba dispuesto a cerrar la puerta y solo marchars e, tampoco. Las manos de Brooke estaban temblando tan mal, que Sam las alcanzó y las sostuvo en las suyas- Esta bien,- dijo- Tú n o tienes que entrar. Ella era gordita, pecosa, con pelo rojizo pajoso. V estía el uniforme de Coates y la hacía lucir, mayor hasta ese momento, c asi como un código. Ella nunca bromeó o jugó a su alrededor, solo hizo lo que se suponía tenía que hacer, seguir la guía de Sam. - Es solo que, después de Coates…,- dijo Brooke. - ¿Qué sobre Coates?- preguntó Sam. Brooke se ruborizó- Nada. Solo, tú sabes, todos lo s adultos desapareciendo. Entonces, sintiendo como que tení a que explicar un poco más, dijo, - Es, como, que no quiero ver más c osas espeluznantes, ¿Estás bien?- Sam le dio una mirada significativa a Quinn, pero Q uinn solo se encogió y dijo, - Hay, como, un pequeño niño muerto allí. No tenemos que entrar para saber eso. Sam gritó, - ¿Hay alguien allí?- tan fuerte como p udo. Luego a Quinn, - No podemos solo ignorar esto. - Tal vez podríamos simplemente reportar esto a Cai ne,- dijo Quinn. - No lo veo yendo de casa en casa,- soltó Sam- Es ta sentado sobre su trasero actuando como su él fuera el emperador de P erdido Beach. Cuando nadie Tomó el cebo, Sam dijo, - Denme una de esas grandes bolsas de basura.



Quinn despegó una. Diez minutos después Sam lo había hecho. Arrastró l a bolsa con el lamentable contenido a través de la alfombra a la p uerta principal. Él la cerró con un cordón y la llevó hasta el carro. - Como sacar la basura,- Sam le dijo a nadie. Sus manos estaban temblando. Se sentía tan enfadado, quería lastimar a alguien. Se sentía lo suficientemente furioso que si él pudiera poner sus manos en el que sea que haya causado todo esto, lo habría estrangulado hasta matarlo. Mayoritariamente Sam estaba furioso consigo mismo. Él nunca conoció de verdad a esta familia. Solo hubo un padre en cas a, su madre y varios novios. Y el niño pequeño. Con la familia no eran a migos, ni siquiera conocidos, pero aún así, él podría haber pensado en comprobar al bebé. Ese debió haber sido su primer pensamiento. Él debi ó haber recordado, pero no lo hizo. Sin voltear la vista hacia Quinn y Brooke, Sam dijo , - Abran algunas ventanas. Dejen entrar un poco de aire. Podemos vol ver cuando no estés tan… cuando el olor se halla ido. - Hermano, no voy a entrar ahí,- dijo Quinn. Sam rápidamente acortó la distancia entre ellos dos . Viendo su cara, Quinn retrocedió un paso- Yo recogí al bebé y lo m etí a una bolsa de basura, ¿correcto? Entonces entra ahí y abre las ve ntanas. Hazlo. - Hombre, de verdad necesitas hacerte a un lado,- dijo Quinn- No recibo órdenes de ti. - No, tu recibes órdenes de Caine,- dijo Sam. Quinn sacó su mano, casi burlándose- Discúlpame, ¿ te estoy molestando? ¿Por qué no solamente quemas mi mano, c hico mágico’- Sam y Quinn habían tenido muchas peleas en todos es tos años. Pero desde que llegó el FAYZ, especialmente desde que Sa m le había dicho a Quinn la verdad sobre él, simples desacuerdos se vo lvían rápidamente tóxicos. Ahora sus caras estaban frente a frente co mo si ambos debieran comenzar a balancearse. Sam estaba lo suficientemen te enojado.



Brooke dijo, - Y lo haré, Sam. Sam, con su cara a unas pocas pulgadas de la de Qui nn dijo, - No quiero que esto sea de esta forma entre nosotros. Quinn relajó sus músculos. Forzó una gran sonrisa- No es gran cosa, hermano. Para Brooke, Sam dijo, - Abre las ventanas. Entonce s ve a decirle a Edilio que cabe otro hoyo. Iré a hacerlo a mi casa. Sería bueno si tú pudieras empujar el carro ciudad abajo. Pero si no puedes lo entenderé. Sin otra palabra para Quinn salió violentamente per o se detuvo casi al final de la acera- Brooke, ve si puedes encontrar una foto de él y su mamá, ¿Estás bien? No quiero que él sea enterrado s olo. Él podría tener… - Él no podía decir nada más. Con los ojos medios cie gos por inesperadas lágrimas, se marchó calle abajo y se tropezó con lo s escalones de su propia casa, la casa que él odiaba, y cerró de golp e la puerta detrás de él. Le Tomó un rato antes de que se diera cuenta de que la laptop de su madre se había ido. Fue hacia la mesa. Tocó la superficie de la mesa, j usto donde la laptop había estado, como para asegurarse a sí mismo que n o estaba imaginando cosas. Entonces notó los cajones abiertos. Los gabinetes a biertos. La comida no había sido Tomada, solo lanzada alrededor, algo de eso terminó sobre el piso. Salió disparado hacia su habitación. La luz seguía ahí. Su débil tentativa de camuflaje había sido derribada. Alguien sabía. Alguien la había visto. Pero no terminaba ahí. En la habitación de su madre los cajones y el armario habían sido registrados.



Su madre mantenía una cerrada con llave, plana, caj a de metal gris en su armario. Sam lo sabía porque ella se la había señalado en má s de una ocasión- Si algo me llegara a suceder, ahí es donde está mi tes tamento. Ella estaba muy seria, pero luego había dicho, - Tú sabes, en caso de que sea golpeada por un bus. - No tenemos buses en Perdido Beach,- él había ind icado. - Hmm. Supongo que eso explica porque ellos nunca l legan a tiempo. Ella había dicho, y luego se rió y lo enganchó en u n abrazo. Sosteniéndola en alto hacia él ella había susurrado , - Sam, tu certificado de nacimiento esta aquí, también. - Está bien. - Cuando quieras si tú quieres verlo. Él se puso rígido contra su abrazo. Le estaba ofreciendo la oportunidad de saber que de cía en su certificado de nacimiento. Debía haber tres nombres catalogados : él suyo, de su madre, y de su padre. - Tal vez. Tal vez no,- había dicho. Ello lo sostuvo fuertemente, pero él gentilmente se soltó y se mantuvo de pie aparte de ella. Él entonces quiso decir algo. P ara disculparse por lo que le había ocurrido a Tom. Para preguntarle si él también, de algún modo, había espantado a su verdadero padre. Pero él tenía una vida con secretos. Y aún cuando s u madre le había hecho la oferta, Sam sabía que ella no quería que e l violara el código de confidencialidad. Por meses Sam había sabido sobre la caja. Sabido do nde él podía encontrar la llave. Ahora la caja se había ido. Él tenía muy pocas dudas sobre quien la había Tomad o, quién había registrado su casa. Por ahora, Caine sabía que Sam tenía el poder.



Recogió su bicicleta. Justo ahora él quería desespe radamente estar con Astrid. Ella podía darle sentido a todo. La mayor parte de los niños ahora montaban en bicic letas –no siempre las suyas- o patinetas. Solo los preescolares camin aban. Y cuando cruzó por la plaza en su camino hacia la casa de Astrid h abía una procesión de ellos caminando derecho a través de la calle. El hermano John era el líder. La mamá Mary estaba e mpujando un cochecito de dos asientos. Algunas niñas con el uni forme de Coates estaban cargando a un niño pequeño en sus caderas. Los otros dos niños, reclutados por el día, estaban guiando a la fila de treinta o algo así de preescolares. Ellos estaban serios para un grupo de niños pequeños pero había al menos algunos haciendo payasadas, lo suficiente para que Mary tuviera que gritar, - Julia y Zosia, regresen a la fila. Las gemelas, Emma y Anna, los llevaban en la parte de atrás. Sam las conocía bastante bien, saliendo en realidad a una c ita con Anna una vez. Emma tenía un solo cochecito, y Anna estaba empujan do un carrito de supermercado de Ralph cargada de bocadillos, pañale s y botellas de bebé. Sam se detuvo y esperó que ellos cruzaran la calle. Ellos pararon en el cruce peatonal, lo que, él supuso, era una buena co sa. Mejor para los preescolares para aprender a cruzar la calle como s i ahí hubiera tráfico. Algunos niños habían estado conduciendo, a menudo c on malos resultados. Caine tenía reglas en eso también, ahor a: nadie tenía permiso para conducir, a excepción de algunas personas de C aine y Edilio, que teóricamente tenía que conducir la ambulancia o el camión de bomberos. Si él alguna vez descubría como. - ¿Qué pasa, Anna?- Sam dijo correctamente. - Hola, Sam. ¿Dónde has estado?- Él se encogió- Estación de bomberos. Yo vivo de al guna manera ahí ahora. Anna apuntó a los pequeños marchando delante de ell a- Cuido bebés.



- Que lata,- dijo Sam. - Está bien. No me importa. - Y ella es buena en esto, también,- Mary respondi ó alentadoramente. - Puedo cambiar un pañal en menos de sesenta segund os,- dijo Anna con una sonrisa- Menos, si él es número uno. - Chicos ¿hacia dónde van todos ustedes?- - A la playa. Vamos de picnic. - Bueno. Nos vemos después,- dijo Sam. Anna agitó una mano por sobre su hombro cual ella p asó por delante de él. - Hey, deséanos a Anna y a mi feliz cumpleaños, Sam ,- Emma contestó. - Feliz cumpleaños a las dos,- dijo Sam. Él se par ó en los de la bicicleta y Tomó velocidad, dirigiéndose donde Astrid. Se sentía un poco mal recordando su cita con Anna. Ella era una linda chica. Pero él no estaba del todo interesado en sal ir entonces, esa era la verdad. Él solo había salido porque sentía como si fuera necesario. Él no quería que los niños pensaran que era un idiota. Y su madre seguía preguntando sobre si él salía, entonces él había ll evado a Anna a ver una película. Él recordaba la película, de hecho: stard ust. Su madre los había llevado. Era su noche libre. Su madre los había llevado al teatro y los había recogido después. Él y Anna había ido a California Pizza Kitchen y dividieron una pizza de pollo barbacoa. ¿Cumpleaños? Sam movió bruscamente la bicicleta en una afilada v uelta y aporreó los pedales devuelta, devuelta hacia donde había pasado a los preescolares. No le Tomó mucho alcanzarlos. Ellos justo estaban llegando a la playa, todos los niños pequeños hacían pinitos sobre el bajo dique marino, riendo ahora cu ando se sacaron sus zapatos y corrieron en la arena y mamá Mary, sonand o justo con un



profesor, gritó, - Agarra tus zapatos, no los pierd as, Alex, recoge tus zapatos y llévalos. Anna y Emma habían aparcado el carrito de supermerc ado lleno de bocadillos, pañales y botellas. Emma desabrochando su carga del cochecito. - Revisa el pañal,- Mamá Mary le recordó, y Emma l o hizo. Sam arrojó al suelo su bicicleta y corrió, jadeando , hacia Anna. - ¿Qué pasa, Sam?- - ¿Qué cumpleaños?- jadeó. - ¿Qué?- - ¿Qué cumpleaños, Anna?- Le llevó un rato absorber su miedo. Le Tomó un rato para que la razón de su miedo se aclarara. - Quince,- dijo Anna en un susurro. - ¿Por qué importa?- preguntó Emma, sintiendo el e stado de ánimo de su gemela- Eso no quiere decir nada. - No lo hace,- Anna susurró. - Probablemente tienes razón,- dijo Sam. - Oh, mi Dios,- dijo Anna- ¿Vamos a desaparecer?- - ¿Cuándo nacieron?- Sam preguntó- ¿A qué hora?- Las gemelas intercambiaron miradas asustadas- No l o sabemos. - Sabes que, nadie ha desaparecido desde ese primer día, entonces es probable… - Emma desapareció.



Anna gritó. Los otros chicos mayores se dieron cuenta, los pequ eños, también. - Oh, ¡mi Dios!- lloró Anna- Emma. Emma. ¡Oh, Dio s!- Ella agarró las manos de Sam y él las sostuvo suave mente. Los preescolares, algunos de ellos, captaron el mie do. Mamá Mary vino- ¿Qué está pasando? Estas asustando a los niños. ¿Dó nde está Emma?- Anna solo seguía diciendo, - Oh, mi Dios,- y dicie ndo el nombre de su hermana. - ¿Dónde está Emma?- Mary pidió de nuevo- ¿Qué es tá pasando?- Sam no quería explicar. Anna lo estaba lastimando c on la presión de sus dedos cavando en la parte de atrás de sus manos. Lo s ojos de Anna era enormes, agujeros mirándolo fijamente. - ¿Con cuanta diferencia nacieron?- preguntó Sam. Anna solo lo miró blanca de horror. Sam redujo su voz a un urgente susurro- ¿Con cuant a diferencia nacieron, Anna?- - Seis minutos,- ella susurro. - Sostén mis manos, Sam,- ella dijo- No me dejes ir, Sam. - No quiero, Anna, no quiero dejarte ir,- dijo Sam . - ¿Qué va a suceder, Sam?’- - No lo sé, Anna. - ¿Iremos a donde están nuestros padres?- - No lo sé, Anna. - ¿Me voy a morir?-



- No, Anna. No vas a morir. - No me sueltes, Sam. Mary ahora estaba ahí, un bebé en su cadera. John e staba ahí. Los preescolares, algunos de ellos, mirando con ser ias, miradas preocupadas en sus caras. - No quiero morir,- repitió Anna- Yo… yo no sé co mo es. - Está bien, Anna. Anna sonrió- Fue una linda cita. Cuando salimos. - Lo fue. Por una fracción de segundo era como si Anna estuvi era borrosa. Muy rápido para ser real. Ella estaba borrosa, y Sam po día casi jurar que ella le estaba sonriendo. Y sus dedos apretaban nada. Por un terrible largo m omento nadie se movió o dijo nada. Los pequeños no gritaron. Los mayores solo miraron fijamente. Las puntas de los dedos de Sam seguían recordando l a sensación de las manos de Anna. Él miró fijamente el lugar donde su cara había esta do. El todavía podía ver sus ojos suplicantes. Incapaces de detenerlo, el estiró una manos hacia e l lugar que ella había ocupado. Buscando por una cara que no hace mucho ha bía estado ahí. Alguien sollozó. Alguien gritó, otras voces luego, los preescolares comenzaron a llorar. Sam se sentía enfermo. Cuando su maestro había desa parecido no lo había estado esperando. Estaba vez lo había visto v enir, como un monstruo pesadilla en cámara lenta. Esta vez lo hab ía visto venir, como



quedarse parado en las vías del ferrocarril, incapa z de saltar hacia un lado.



CAPITULO 20

131 HORAS, 03 MINUTOS. - Acaba de suceder. Drake anuncio. Caine estaba sentado en su silla de cuero grande, l a que había pertenecido al alcalde de Perdido Beach. Lo hacía p arecer pequeño. Le daba un aspecto muy joven. Y para empeorar las cosa s, él se masticaba la uña del pulgar, por lo que parecía que se chupab a el dedo. Diana estaba en el sofá, tumbada leyendo una revist a y apenas prestaba atención. - ¿Qué pasó?- - Las dos chicas que me estaban siguiendo. Ambas ac aban de dar el gran salto. Lo llevaron a cabo como el idiota de Quinn, dijo. Caine tiró a sus pies. - Así como yo predije. Al igual que como he dicho. Caine no parece estar feliz de haber tenido la razón. Él salió de detrás de su escritorio y de Drake y con gran placer, le arrebató la revista a D iana de la mano y la arrojó por la habitación. - ¿Crees que tal vez podrías prestar atención?- Diana suspiró y se incorporó lentamente, rozó una p elusa de su blusa. - No te molestes conmigo, Caine- , advirtió. - Yo no soy el que dijo que teníamos que empezar a recoger los certificados de nacimiento. Drake había hecho tiempo para que Diana saliera, y dejar su archivo al día siguiente de que la FAYZ vino. Sin embargo, su expe diente se había perdido para entonces. En su lugar había dejado el archivo de Drake abierto sobre la documentación en el escritorio y d ibujado una pequeña cara sonriente al lado de la palabra- sádico. Drake ya era su enemigo. Pero después de eso, Diana Hatting se había convertido en una ocupación de tiempo completo. Par a disgusto de



Drake, Caine aceptó volver a hablar con Diana. –- S í. Esa fue una buena idea. - Sam, el chico de Diana estaba allí. Dijo Drake. Diana no respondió a la provocación. - Era la mano de la niña lo que escuchaste- , agreg ó Drake. - La derecha, mirando a los ojos. Mira, la primera va y todos sab en lo que viene en ese punto. La segunda niña, ella era una llorona, no de jaba de llorar sobre ella. Yo estaba demasiado lejos para oír lo que dij o, pero se notaba que estaba básicamente mojándose a sí misma. - Sadismo- , dijo Diana. - El goce del dolor de otr a persona. Drake extendió su sonrisa de tiburón. - Las palabra s no me asustan. - No serías un psicópata si lo hicieran, Drake. - Ya basta, ustedes dos- , dijo Caine. Se dejó caer en la silla de gran tamaño y comenzó a morder el dedo de nuevo. - Es el decimoséptimo del mes de noviembre. Tengo cinco días para averiguar c ómo vencer esto. - Cinco días- , se escucho el eco de Drake. - Yo no sé que podamos hacer, Caine- , dijo Drake. Él envió a Diana una mirada que dijo que sabía exactamente lo que haría si no estaba Caine alrededor. Jack el de las computadoras irrumpió en la habitaci ón con su habitual nerviosismo, con los ojos saltones, llevando un ord enador portátil abierto. - ¿Qué?- Caine gruñó. - Entre- , Jack dijo con orgullo. Cuando vio que se quedaron en blanco, dijo, - la computadora portátil de la Enfermera Tem ple. Caine parecía perplejo. - ¿Qué? Oh. Genial. Tengo problemas mayores. Dásel a a Diana. Y sal.



Jack le entregó el ordenador portátil a Diana y se escabulló de la habitación. - Gusano miedoso, ¿no?- Dijo Drake. - No te metas con él. Es útil- , Caine, advirtió. - Drake, ¿Qué viste exactamente cuando la chica... desapareció?- - La primera no, yo estaba mirando a la derecha de ella cuando ocurrió. La segunda, mantuve mis ojos en ella. Un minuto all í, el próximo ya no estaba. - ¿Cerca de diecisiete años?- Drake se encogió de hombros. - Tan cerca, de todos modos. Caine cerró su mano sobre el escritorio. - Yo no qu iero lo suficientemente cerca, idiota- , gritó. - Estoy tratando de entende r esto, tú lo sabes, no soy sólo yo, Drake. Todos nos hacemos mayores, Estarás allí algún día también, esperando a desaparecer. - Abril duodécimo, a sólo un minuto después de la m edianoche, Drake- , Diana dijo: - No es que me haya aprendido de memori a la fecha exacta, hora y minuto o... Se quedó en silencio, leyendo la pantalla del ordenador. - ¿Qué?- Caine preguntó. Diana no le hizo caso, pero estaba claro que había encontrado algo de gran interés en el diario de Connie Temple. Diana s e levantó con la gracia rápida y felina y abrió el archivador. Sacó la caja de metal gris y la puso sobre la mesa casi con reverencia a Caine. - ¿Nadie lo ha abierto todavía?- -Preguntó ella. - Yo estaba más interesado en la computadora portát il de la Enfermera Temple- , dijo Caine. - ¿Por qué?- - Se útil, Drake- , Diana ordeno. - Rompe este bloq ueo. Drake tomó un abrecartas, introdujo la hoja en la c erradura barata, y retorcida. El bloqueo se rompió.



Diana abrió la caja. - Esto parece un testamento. Y , ah, esto es interesante, un recorte de periódico sobre la cosa de autobús escolar que todos hemos oído hablar. ... Y aquí está. Levantó una carpeta de plástico que protegía el elaboradamente impreso certificado de nacimiento. Ella lo miró y comenzó a reír. - Eso es suficiente Diana- , Caine, advirtió. Se le vantó de un salto y tiró de la partida de nacimiento de su mano. Se quedó miran do, con el ceño fruncido. Luego se sentó duro, como si fuera una ma rioneta, y alguien hubiera cortado la cuerda. - Noviembre vigésimo segundo- , dijo Diana, sonrien do maliciosamente. - Coincidencia- , dijo Caine. - Él es tres minutos mayor que tú. - Es una coincidencia. No nos parecemos. - ¿Cuál es la palabra para los gemelos que no son i dénticos?- Diana se llevó un dedo a la boca, como una parodia de pensam iento profundo. - Oh, sí, gemelos fraternos. El vientre de la misma, los mismos padres, los huevos diferentes. Caine parecía que iba a desmayarse. Drake nunca lo había visto así. - Es imposible. - Ninguno de ustedes conoce a su verdadero padre- , dijo Diana. Ahora estaba jugando bien, intentando ser lo más cerca po sible a simpática como ella nunca logró ser. - ¿Y cuántas veces me ha s dicho que no te pareces nada a tus padres Caine?- - No tiene sentido- , Caine respiraba. Tomó la mano de Diana y después de un momento de duda, la soltó. - ¿De qué están hablando?- Drake exigió. No le gus ta ser la persona que no hace la broma. Pero ninguno de los dos le hizo c aso. - Está en el diario, también- , dijo Diana. - La En fermera Temple. Ella sabía que eras un mutante. Ella sospechaba que había algú n tipo de poder



imposible, y era obvio que en algunos de los otros, también. Se sospecha que hay un medio de causar una docena de heridos do nde nadie podía imaginar una causa. Drake ladró una risa, poniéndose al día. - ¿Estás d iciendo que tú madre era la Enfermera Temple Caine?- La cara de Caine ardía en furia repentina. - Cállat e, Drake. - Dos muchachos nacidos en noviembre vigésimo segun do- , dijo Diana. - Uno se queda con su madre. Uno de ellos es quitado, adoptado por otra familia. - ¿Ella era tu madre y ella te regalo y se quedo a Sam?- Drake dijo riendo gozando de la humillación de Caine. Caine giró lejos de Diana y extendió las manos con las palmas hacia fuera, hacia Drake. - Error- , dijo Diana, pensó qu e si estaba hablando con Drake o Caine no estaba claro. Algo se estrelló en el pecho de Drake. Era como ser atropellado por un camión. Él se levantó de sus pies y fue arrojado co ntra la pared. Se estrelló con un par de láminas enmarcadas y cayó en un montón. Se obligó a quitárselas de encima. Quería saltar e ir a por Caine, acabar con él rápido antes de que el monstruo pudiera golp earlo de nuevo. Pero Caine estaba allí, sobre él, con la cara roja, y lo s dientes brillando, mirándolo como un perro rabioso. - Recuerda quién es el jefe, Drake- , dijo Caine, c on su voz baja, gutural, como la de un animal. Drake asintió con la cabeza, igual. Por ahora. - Vete de aquí- , Caine ordeno. - Tenemos trabajo q ue hacer. Astrid estaba en el porche delantero con el pequeño Pete. Era el mejor lugar para tomar el sol. Ella se sentó en la mecedo ra de mimbre blanco con los pies apoyados en la barandilla. Sus piernas desnudas parecían llamas blancas en la luz del sol. Ella siempre habí a sido clara y nunca fue el tipo de persona que se obsesionó con un broncead o, pero sentía la necesidad de la luz del sol hoy. Los días con el pe queño Pete tendían a



ser gastado en el interior. Y después de un par de días la casa estaba convirtiendo en una prisión. Se preguntó si así era cómo su madre se había senti do. Se explicaba por qué su madre se había ido de su gasto de cada día y cada noche para dedicarse al pequeño Pete encontrando cualquier exc usa para deshacerse de él. La calle en que vivía Astrid había cambiado de mane ra pequeña desde que apareció la Fayz. Los coches SAT no se movían. Nunca hubo ningún tráfico. El césped fue creciendo. Las flores que el Sr. Massilio siempre mantenía tan hermosas se estaban desvaneciendo, coj eando por la falta de atención. Las banderas estaban en un par de buzo nes de correo, en espera de un cartero que nunca viene. Había un para guas abierto que soplaba con indiferencia por la calle, moviéndose d e una pulgada o dos a la vez. A un par de casas de distancia un animal sa lvaje o tal vez sólo un animal hambriento, revolcó la basura y vertió enneg recidas cáscaras de plátano, los periódicos empapados y huesos de pollo por el sendero. Astrid vio a Sam pedaleando con furia en su bicicle ta. Había dicho que iría para llevarla a la tienda y ella había estado esperándolo con una incómoda mezcla de emociones. Ella quería verlo y e staba nerviosa. Besarse había sido definitivamente un error. A menos que no lo fuera. San lanzó su bicicleta en el jardín y subió las esc aleras. - Hola, Sam. Estaba claro que estaba molesto. Ella bajó las piernas y se sentó delante. - Anna y Emma sólo desaparecieron. - ¿Qué?- - Yo estaba allí de pie, observando. Estaba sosteni endo la mano de Anna cuando sucedió. Astrid se levantó y sin pensarlo se abrazó a Sam co mo lo hizo cuando estaba tratando de consolar al pequeño Pete.



Pero a diferencia del pequeño Pete, Sam respondió a su contacto con torpeza por abrazar su espalda. Por un momento, su cara estaba en su pelo y oyó su respiración entrecortada cerca de la oreja. Y parecía que podría hacerlo de nuevo, lo beso, pero entonces, am bos a la vez, se apartaron. - Estaba asustada- , dijo Sam-. - Anna, quiero deci r. Vio a Emma desaparecer, nacieron con sólo seis minutos de dife rencia. Así, Emma desapareció primero. Entonces, Anna, estaba esperan do. Sabiendo lo que iba a pasar. - ¡Qué horrible! Sam, entra- Miró a su hermano. Es taba jugando con su juego, como de costumbre. Astrid llevó a Sam a la cocina y le sirvió un vaso de agua. Se bebió la mitad en un solo trago. - Tengo cinco días- , Sam dijo con preocupación. - Cinco. Días. Ni siquiera una semana. - No lo sabemos con seguridad. - No, ¿de acuerdo? Simplemente no lo hagas. No me c uentes una historia acerca de cómo todo va a estar bien. - Muy bien. Astrid dijo. - Tienes razón. De alguna manera, los quince años están en esta línea, y cuando llegue a ella, p uf se acabo. Esa confirmación parecía calmarlo. Sólo necesitaba tener la verdad, establecerla claramente, sin evasivas. Se le ocurri ó a Astrid que se trataba de una forma en que podría ayudar a Sam, no sólo ahora, sino en el futuro. Si tuvieran un futuro. - Yo estaba evitándolo. No pensaba en ello. Me conv encí a mí mismo de que no iba a suceder. Logró una sonrisa irónica. A l parecer, para su beneficio. Podía ver sus propios temores reflejados en ella y ahora estaba tratando de comprimirse hacia abajo. - En el lado p ositivo, eso quiere decir que no tenemos que preocuparnos de lo deprime nte que va a ser Acción de Gracias aquí en la FAYZ.



- No puede ser, debe haber una manera de derrotarlo - , dijo Astrid con cautela. Miró a su suerte, como si tal vez hubiera una respuesta. Sacudió la cabeza, por lo que, dijo, - Nadie, incluso busca ndo una manera de salir de la FAYZ. Puede haber una manera de escapar. Por lo que sabemos, hay una gran, gran puerta abierta en la barrera. Ta l vez hacia el mar. Tal vez en el desierto o en el parque nacional. Nadie t iene ni siquiera idea. Astrid resistió el impulso del sentimiento de - aga rrar a un clavo ardiendo. En cambio, dijo, - Si hubiera una salida que habría que encontrarla y el mundo entero debe saber lo que ha sucedido. Perdido Beach, la planta de energía, la carretera bloqueada de repente no es como si el mundo no se hubiera dado cuenta. Y tiene n más gente y más recursos que nosotros. Deben tener la mitad de los científicos en el mundo trabajando en ello. Pero aquí estamos todavía . - Lo sé. Sé todo eso. Estaba más tranquilo y se se ntó en uno de los taburetes que se alineaban en el mostrador de la co cina. Se pasó una mano sobre la superficie de granito liso como si ap reciara la frescura de la piedra. - He estado pensando. Astrid. ¿Qué pasa con un huevo?- - Uhm. Estoy fuera del huevo. - No, quiero decir, pensando en un huevo. El pollo bebé busca la forma de salir del huevo, ¿no? Sin embargo, si intenta penet rar en el huevo, todo se deshace. Hizo como desmoronando algo con los de dos para ilustrar. Al no responder, se dejó caer y dijo, - tenía mucho sentido cuando estaba pensando en ello. - En realidad, tiene una cierta cantidad de sentido - , dijo. Era evidente que estaba desconcertado. Sus ojos bri llaron de manera que le gustaba, y él sonrió desequilibradamente. - Pare ces sorprendida - , dijo. - Lo estoy, un poco. Se puede llegar a ser una anal ogía adecuada. - Sueles decir analogía adecuada para recordarme qu e eres más inteligente que yo- , bromeó. Sus ojos se encontrar on. Entonces, desvió la mirada, sonriendo con vergüenza. - Yo no lo siento, ya sabes- , dijo. - Quiero decir , momento equivocado, lugar equivocado, y todo, pero todavía no estoy arr epentido.



- ¿Quieres decir...?- - Sí. - No, yo tampoco- , dijo Astrid. - Um, era mi prime ra vez. Ya sabes, si no cuentas cuando me besó Alfred Slavin en el primer g rado. - ¿La primera vez?- - Bueno. Si. ¿Tú?- Sacudió la cabeza y se estremeció con pesar. Luego dijo: - Pero fue la primera vez que quise. Un cómodo silencio cayó entre ellos. Entonces, Astrid dijo: - Sam, lo de la cáscara de h uevo: lo que estás diciendo es que si la gente tratara de penetrar la pared de barrera, podía ser peligroso para nosotros. Y la gente de fuera po dría haberlo averiguado. Puede ser que sólo podemos seguramente romper la barrera y salir. Tal vez el mundo entero está esperando, mi rando, esperando que haremos para aprender a salir del cascarón. Abrió el armario encima de ella y saco una media bolsa vacía de galletas. Los colocó sobre el mostrador y tomó una. - Es una buena teoría, pero t e das cuenta de que aún no es probable. - Lo sé. Pero no sólo quieres sentarte aquí y esper ar a que el reloj marque abajo si hay una manera de salir de la FAYZ. - ¿Qué es lo que quieres hacer?- Se encogió de hombros. Tenía una manera de hacerlo, una manera que no expresó duda o incertidumbre, pero era más como una persona fuera del desprendimiento de una pesada carga, liberándos e a sí mismo a actuar. - Quiero comenzar a raíz de la barrera y ve r si de casualidad es una gran puerta. Tal vez caminas a través de esa pu erta y todo el mundo está ahí, ¿sabes? Mi mamá, tus padres, Anna y Emma. - Los profesores- , Astrid susurro. - No arruines una foto feliz- , dijo Sam.



- ¿Qué pasa si encuentras una puerta, Sam? Vas a tr avés de ella. Y una vez que lo haces, no puede ser un camino de vuelta. - Astrid, en cinco días, me iré. Desapareceré. Cava re mi tumba. - Hay que pensar en ti mismo- , dijo Astrid sin inf lexión. Sam la miro afectado. - No creo que sea justo… - Lo que había estado a punto de decir se perdió porq ue en ese momento había dos ruidos en rápida sucesión. El primero fue un golpe de fuera. El segundo fue el chirrido del pequeño Pete. Astrid co rrió hacia la puerta, irrumpió a través de ella y encontró al pequeño Pet e hecho un ovillo, temblando, gritando, listo para lanzar un desglose a gran escala. Había una roca en el entarimado al lado de él. Y en la acera, riendo, estaba Panda, un niño llamad o Chris Coates y Quinn. Panda y Chris celebraban con bates de béisbo l. Chris estaba también con una bolsa de basura blanca. Dentro de l a bolsa, apenas visible, estaba el logotipo de un nuevo modelo de r eproductor de juego. - ¿Sabes que lanzaste una piedra a mi hermano?- As trid gritó, sin miedo en su indignación. Se dejó caer de rodillas junto a l pequeño Pete. Sam estaba a medio camino entre el césped, moviéndo se con paso decidido. - ¿Qué hiciste, Panda?- - Estaba viéndome- , dijo Panda. - Panda metió la pata, Sam- , dijo Quinn. Colocándo se entre Sam y Panda. - Lanzar una piedra a un niño indefenso ¿es meter l a pata?- Sam exigió. - ¿Y qué haces con este colgante, de todos modos?- - ¿A quién llamas canalla?- Panda pregunto. Tomó u n mayor control sobre su bate de béisbol, pero no le gusto lo que l e dijo y empezó a hacer movimientos de balanceo.



- ¿A quién llamo canalla? A cualquier persona que t ira una piedra a un niño pequeño- , dijo Sam, sin echarse para atrás. Quinn levantó las manos, tocando el pacificador. - Mira, toma un respiro, brah. Estábamos en una pequeña misión de la Madre M aría. Se dirigió a Panda y lo envió a buscar un oso de peluche a un ch ico pequeño, ¿vale? Que estábamos haciendo algo bueno. - ¿Hacer el bien robando el material de alguien?- Sam señaló a la bolsa de basura en las garras de Chris. - Y en el camino de regreso, ¿se calculó tirar una piedra y golpear a un chico autista?- - Hey, cálmate- , dijo Quinn. - Estamos llevando el juego a María para que ella tenga algo que ofrecer a los niños. El pequeño Pete estaba gritando en el oído de Astri d ahora, así que no podía escuchar todo lo que se dijo, sólo fragmentos de palabras airadas entre un Quinn cada vez más malhumorado y un Sam fr íamente furioso. Entonces Sam giró sobre sus talones y salió de nuev o hacia ella y Quinn le mostro el dedo a la espalda y se alejó por la ca lle con Panda y el niño Coates. Sam se echó violentamente en una silla del porche. Para los diez minutos que tardó Astrid en calmar a su hermano pequeño y r epreguntar a su juego de vídeo, Sam sólo hervía. - Se está convirtiendo en un inútil. Lo que es peor que inútil - , dijo Sam-. A continuación, dijo, - Vamos a superarlo. - ¿Quieres decir tú y Quinn?- - Sí. Astrid considero simplemente mantener la boca cerra da, no empujarlo. Pero esta era una charla que tenía que tener con Sa m tarde o temprano. - No creo que vaya a superarlo. - Tú no lo sabes. - Él está celoso de ti.



- Bueno, por supuesto, soy tan terriblemente guapo- , dijo Sam-, tratando de hacer una broma de él - Él es un tipo de persona, tú eres otro. Cuando la vida se va con normalidad, tú eres algo de lo mismo. Pero cuando l a vida se vuelve extraña y aterradora, cuando hay una crisis, de rep ente son personas completamente diferentes. No es culpa de Quinn, de verdad, pero no es valiente. Él no es fuerte. Tu lo eres. ¿Todavía quieres que sea el gran héroe?- - Quiero que seas quien eres. Ella se quedó junto al pequeño Pete, pero llegó a tomar la mano de Sam. - Sam, las cosas van a empeorar. Ahora todo el mundo está en una especie de estado de shoc k. Tienen miedo. Pero ni siquiera se han dado cuenta de lo asustados que deberían ser. Tarde o temprano, la planta de energía fallará. Cua ndo estemos sentados en la oscuridad, con hambre, desesperación, ¿quién va a estar a cargo? ¿Caine? ¿Orc? ¿Drake? - Bueno- , dijo secamente- , hacen que todo suene c omo un montón de diversión. - Está bien, dejaré de molestar. Astrid dijo, sint iendo que tenía que retroceder. Era pedir lo imposible de este muchacho que apenas conocía. Pero ella sabía que era lo correcto. Ella creía en él. Ella sabía que él tenía un destino. Se preguntaba por qué. No era lógico, la verdad. El la no creía en el destino. Toda su vida Astrid se había basado en su cerebro, en su comprensión de los hechos. Ahora una parte de ella apenas sabía que existía, algunos enterradas, abandonadas partes de su mente estaban surgiendo en buenas razones, sólo era un instinto q ue le empujaba a empujarlo. Pero ella estaba segura. Segura. Astrid volvió su rostro hacia el pequeño Pete para que Sam no viera el ceño de preocupación en su rostro, pero ella no le soltaba la mano.



Estaba segura. Al igual que ella respondía el resul tado de dos más dos. Eso seguro. Se soltó de su mano. Tomó una respiración profunda, inestable. Y ahora no estaba segura en absoluto. Su ceño se profundizo . - Vamos a ir a buscar la tienda de comestibles- , dijo Astrid. Él estaba en otra parte, preocupado, así que no se dio cuenta de la manera en que Astrid miró sus propias manos. Con su rostro crispado de concentración. Se limpió las palmas en sus pantalon es cortos. - Sí- , dijo. - Mejor ir mientras podamos.



CAPITULO 21

129 HORAS, 34 MINUTOS - Muéstrame la lista- , Howard exigió. Estaba fuera de la puerta de entrada de comestibles de Ralph, sentado en una silla de ja rdín, con los pies apoyados en una silla de segunda. Tenía un pequeño combo TV / DVD con Spider Man 3. Apenas levantó la vista cuando se acercaron. - No tengo una lista- , dijo Astrid. Howard se encogió de hombros. - Se necesita una lis ta. Nadie entra sin una lista. Sam dijo: - Bueno, ¿tiene usted un trozo de papel y un lápiz?- - Es justo lo que te iba a dar Sam- , dijo Howard. Sacó un cuaderno de espiral del bolsillo de una chaqueta de cuero mal a justada y se la entregó a Astrid. Ella escribió y se la entregó a Howard. - Puedes tener todo el material fresco, así como el producto que deseas. Todo va a ir mal. El helado se ha terminado, pero p odría haber algunas paletas de hielo. Miró al pequeño Pete. ¿Te gustan las paletas de hielo, Petardo?- - Vayamos por eso- , dijo Sam. - Si quieres cosas enlatadas, como, pasta o lo que sea, tienes que conseguir permisos especiales de Caine o uno de los comisarios. - ¿De qué estás hablando?- Astrid exigió. - Estoy hablando de que puedes tener la lechuga, lo s huevos, la leche y la gastronomía, porque es lo que va a expirar en breve , pero estamos ahorrando las cosas como la sopa en lata o lo que s ea que no se estropee. Astrid admitió, - Está bien, eso tiene sentido, cre o.



- De igual manera los productos de papel. Todo el m undo recibe un rollo de papel higiénico. Así se hace hasta la última vez . Echó un vistazo a la lista otra vez. - ¿Tampones? ¿De qué tamaño?- - Cállate- , dijo Sam. Howard se echó a reír. - Adelante toma todo lo que quieras. Pero voy a comprobar todo a la salida, y si no está bien, voy a hacer que lo regreses. La tienda era un desastre. Antes de que Caine hubie ra puesto un guardia, habían sido saqueados casi todos los bocadillos. Y los niños que lo habían saqueado, no habían sido limpios o tenido cu idado. Había frascos de mayonesa rotos, rompieron los cristales de las p uertas en el congelador. Había moscas por todas partes. El lugar había empez ado a oler a basura. Algunas de las luces del techo se habían apagado, d ejando a los bolsillos de las tinieblas. Los carteles de colores brillante s aún colgaban sobre sus cabezas promocionando ofertas especiales y las reducciones de precios. Sam tomó un carro y Astrid levantó al pequeño Pete en el asiento. Las pocas flores en la esquina de la floristería te nían cara de cansancio. Una docena de globos de Mylar con - Feliz Cumpleaño s- o mensajes de Acción de Gracias en ellos aún flotaban, pero iban perdiendo altura. - Tal vez debería buscar un pavo- , Astrid dijo, mi rando a la pantalla de Acción de Gracias-relacionados con la alimentación: la calabaza, mezcla de pastel, carne picada, salsa de arándano, rociado res de pavo, relleno. - ¿Sabes cómo cocinar un pavo?- - No puedo encontrar las instrucciones en línea. E lla suspiró. - O… tal vez tengan un libro de cocina de todo. - Creo que sin salsa de arándanos. - Nada en conserva.



Sam caminaba adelante en la sección de productos, l uego se detuvo, dándose cuenta de que Astrid seguía mirando a la pa ntalla de temporada. Estaba llorando. - Hey, ¿qué te pasa?- Astrid cepillo sus lágrimas, pero venían más. - La compra de alimentos siempre fue algo que hacíamos los tres, mi mamá y P etey y yo. Hace un tiempo cada semana, cuando podíamos hablar. Tú sabe s, con una especie de lentitud mientras decidíamos qué comer y hablar de otras cosas, también. Sólo por casualidad. Nunca he estad o aquí, sin mi mamá antes. - Yo tampoco. - Se siente raro. Se ve igual, pero no lo es. - Nada será lo mismo nunca más- , dijo Sam. - Pero la gente todavía necesita comer. Eso le valió una sonrisa reticente de Astrid, - Est á bien. Vamos a la tienda. Tomaron la lechuga, las zanahorias y las patatas. S am se fue detrás del mostrador para levantar un par de filetes y envolve rlos en papel. Había moscas de espesor en algunos cortes de carne que ha bían sido dejados de lado cuando los carniceros desaparecieron. Pero la carne desde el interior del caso parecía intacta. - ¿Algo más, señora?- , Preguntó. - Bueno, ya que nadie más está tomándolo, también p odría tener ese asado. Sam se inclinó para mirar en la pantalla. - Está bi en, me rindo. ¿Cuál es el asado?- - Lo más importante allí. Ella golpeó el cristal. - Puedo ponerlo en el congelador.



- Por supuesto. El asado. Sam lo sacó y lo dejó en una hoja de papel encerado de carnicero. - ¿Te das cuenta que son como, doce dólares la libr a o lo que sea?- - Ponlo en mi cuenta. Se trasladaron a la sección de lácteos. Y se encont raron con Panda, de pie, nervioso y jugando con su bate en la mano. - ¿Tú otra vez?- Sam se rompió. Panda no respondió. Astrid dio un grito. Sam se volvió, vio sólo un destello de Drake Merwin antes de que algo golpeara un lado su cabeza. Se tambaleó en un estan te del queso parmesano, golpeando las botellas de color verde en todas partes. Vio a un bate intercambiándose entre parejas, trató de impedirlo, pero su cabeza giraba y sus ojos no se centraban. Sus rodillas se desplomaron y cayó al suelo. Como de lejos vio a los niños moviéndose rápidament e, cuatro o cinco, tal vez. Dos agarraron a Astrid y alzó las manos de trás de ella. Escucho una voz de niña, una que Sam no reconoció h asta que oyó a Panda decir, - Diana. - La bolsa de las manos- , dijo Diana. Sam se resistió, pero él no tenía control de sus mú sculos. Algo había salido por encima de su mano izquierda, luego la de recha. Dedos fuertes lo mantenían de forma segura. Cuando él pudo centrarse, por fin, miraba estúpidam ente lo que le habían hecho. Tenía las muñecas atadas con una corbata de plástico. Y alrededor de cada mano estaba un globo desinflado d e Mylar, sujetándolo en su lugar.



Diana se arrodilló, quedando su rostro a su nivel. - Es Mylar. Se trata de una superficie reflectante. Así que no intentes enc ender tu mojo, Sam: que te lastimaras tus propias manos. - ¿Qué estás haciendo?- Sam estaba confuso. - Tu hermano quiere tener una buena conversación co ntigo. Eso no tenía sentido y Sam no estaba seguro de que había oído bien. La única persona que alguna vez llamó - hermano- era Quinn. - Vamos Astrid vete- , dijo Sam. Caine puso los ojos como platos. Enseñó los dientes , furioso, y de pronto Sam estaba volando por la habitación. Volando como si hubiera sido atacado por una catapu lta. El gimnasio giraba a su alrededor. Él golpeó el aro de baloncesto, rompiendo la cabeza en el cristal. Se quedó por un momento en el aro y luego cayó sobre s u espalda. Fue arrastrado por unas manos invisibles de fuerza terrible, como si hubiera sido arrastrado de nuevo por un tornado. Él vino a descansar a los pies de Caine. Era lento volver esta vez. El flujo de la nariz se había unido por un hilo de sangre de la frente. - Varios de nosotros nos dedic amos a extraños poderes, a partir de hace unos meses- , dijo Caine de modo coloquial, - Fuimos como un club secreto. Federico, Andrew, Dekk a, Brianna, algunos otros. Hemos trabajado juntos para desarrol larlos. Alentados sí. Véase, esa es la diferencia entre las personas como Coates y Townies. En un internado es difícil guardar secretos. Pero pron to quedó claro que mis poderes eran de un orden completamente diferente. ¿ Lo que te he hecho a ti? Nadie más podría hacerlo. - Sí, eso estaba cool- , dijo Sam con el desafío in estable. - ¿Puedes hacerlo de nuevo?- - Estás hostigándolo. Diana dijo entrando en la ha bitación y, obviamente, no contenta con lo que estaba viendo.



- Está tratando de demostrar que es difícil- , Cain e se rompió. - Sí. Y está demostrado. Muévete. - Mira cómo me hablas, Diana- , Caine chillo. Diana paseando al lado de Caine. Cruzó los brazos s obre el pecho y sacudió la cabeza a Sam con consternación fingida. - Bueno, te ves muy mal, Sam. - Va a parecer peor- , Caine amenazo. Diana suspiró. - Este es el trato, Sam. Caine quier e alguna respuesta tuya. - ¿Por qué no pedírselas a Quinn?- - Porque él no sabe las respuestas, pero sí, así qu e aquí está la cosa: si no respondes a las preguntas rápidamente, Drake va a comenzar a golpear a Astrid. Y para que lo sepas: Drake está e nfermo de la cabeza. No estoy diciendo esto para asustarte, lo digo porq ue es verdad. Soy una chica mala, Caine tiene delirios de grandeza, pero Drake está mal de la cabeza. Podía matarla, Sam. Y él va a empezar en ci nco minutos, a menos que vuelva y le diga que no. Por lo tanto, tic-tac. Sam sintió una ingestión de sangre y bilis. - ¿Qué preguntas?- Diana puso los ojos en blanco y se volvió a Caine. - ¿Ves que era fácil?- Sorprendentemente, Caine acepto lo que dijo Diana. No había amenazas, no ataques a ella, sólo se veía que hervía en resen timiento y aceptación. Está enamorado de ella, Sam se dio cuenta con un ch oque. Las veces en que los había visto juntos nunca había habido ningú n signo externo de afecto, pero no había otra respuesta posible. Caine dijo: - Cuéntame de tu padre. Sam se encogió de hombros una decisión dolorosa que le provoco una mueca de dolor. - Él no era parte de mi vida. Todo lo que sé es que a mi mamá no le gustaba hablar de él. - Tu madre. La Enfermera Temple.



- Sí. - El nombre en tu certificado de nacimiento, donde se tiene el nombre del padre dice: ¿Taegan Smith?- - Muy bien. - Taegan. Un nombre muy poco común. Muy raro. - ¿Y qué?- - Considerando que 'Smith' es muy común. Es un nomb re que un hombre podría usar si quería ocultar su verdadero nombre. - Mira, estoy contestando a tus preguntas, deja ir a Astrid. - Taegan. Caine repitió. - Allí mismo, en el certi ficado de nacimiento. Madre: Constanza Temple. Padre: Taegan Smith. Fecha de nacimiento: noviembre, vigésimo segundo. Hora del nacimiento: 1 0:12 P.M. Sierra Vista Regional Medical. - Así que ahora puedo hacer mi horóscopo. - ¿No estás interesados en todo esto?- Sam suspiró. - Estoy interesado en lo que está pasa ndo. ¿Por qué ocurrió la FAYZ? ¿Cómo hacemos que se detenga, o cómo escap amos de ella? En la gran lista de cosas por las cuales preocuparm e, mi padre biológico, que nunca conocí, que no era nada para mí, va al fi nal en la lista. - Desaparecerás en cinco días, Sam. ¿Te interesas e so?- - Deja ir a Astrid. Diana dijo: - Vamos, Caine. Déjalo ya. Caine sonrió. - Estoy muy interesado en la cuestión de la desaparición. ¿Sabes por qué? Porque yo no quiero morir. Y no qui ero que de repente me encuentre en el nuevo mundo. Me gusta estar aquí en la FAYZ. - ¿Es eso lo que crees que sucede? ¿Qué saltamos a un nuevo mundo?-



- Estoy haciendo las preguntas. Caine se rompió. - Deja ir a Astrid. - El punto es- , Caine continuó, - compartimos algo en común tú y yo, Sam. Hemos nacido a sólo tres minutos de diferencia . Sam sintió un hormigueo subir su columna vertebral. - Tres minutos- , dijo Caine, acercándose. - Tú pri mero. Y luego yo. - No- , dijo Sam-. - No puede ser. - Si puede- , dijo Caine. - Así es. Y tú eres... mi hermano. La puerta se abrió de golpe. Drake Merwin entro enc añonado en la habitación. Estaba buscando algo. - ¿Está aquí?- - ¿Quién?- Diana exigió. - ¿Quién te crees? La rubia y su hermano el retarda do. - La dejaron escapar. Estaban en la habitación conm igo. La niña empezó a molestarme, así que le pegaba. Luego desapareció. Se fue. Caine le lanzó una mirada asesina a Diana. Diana di jo: - No. Es meses antes de la inflexión de quince años. Y, de todos m odos, su hermano pequeño es de cuatro. - Entonces, ¿cómo?- Caine frunció el ceño. - ¿Pued e ser el poder?- Diana sacudió la cabeza. - He leído a Astrid de nue vo en el camino. Ella esta apenas en dos bares. De ninguna manera. Dos pe rsonas ¿tele transportarse?- El color desapareció del rostro de Caine. - ¿El ret ardado?- - El es autista, vive como en su propio mundo- , Di ana protestó. - ¿Lo has leído a él?-



- Es un niño autista, ¿para qué lo leo?- Caine se volvió a Sam. - ¿Qué sabes de esto?- Él l evantó la mano, con una amenaza. La coloco a pulgadas del rostro de Sam , él gritó, - ¿Qué sabes?- - Bueno. Yo sé que me gusta verte con miedo, Caine. El puño invisible dejo a Sam tendido sobre su espal da. Diana, por primera vez, se mostró preocupada. Su ha bitual sonrisa se había ido. - La única vez que vimos a alguien tele transportarse fue de Taylor, hasta Coates. Y ella sólo podía ir en una h abitación. Ella era un tres. Si este muchacho puede tele transportarse a s í mismo y su hermana a través de las paredes... - Podría ser un cuatro- , Caine dijo en voz baja. - Sí- , dijo Diana. - Podría ser un cuatro. Cuando dijo la palabra - cuatro- , miró directamente a Sam. - Él podría ser incluso má s. Caine dijo: - Orc, Howard: bloqueen a Sam, atenlo p ara que no pueda conseguir quitarse el Mylar de las manos, a continu ación, pidan ayuda a Freddie. Lo ha hecho antes de enyesar, sabe qué hac er. Consigue todo lo que necesite de la ferretería. Agarró a Drake por el hombro. - Encuentra a Astrid y a ese chico. - ¿Cómo los voy a detener si sólo puede desaparecer cada vez que quieran?- - Yo no he dicho atraparlos- , dijo Caine. - Toma u n arma de fuego, Drake. Dispárale a los dos antes de que te vean. Sam corrió hacia Caine y chocó contra él antes de q ue pudiera reaccionar. El impulso los llevó a ambos al suelo. Sam golpeo a Caine en la nariz. Caine tardó en recuperarse, pero Drake y Orc luchaban con Sam y le dieron una patada que lo lanzó fuera de Caine. Sam gemía de dolor. - No se puede matar a la gente, Caine. ¿Estás loco?-



- Golpeaste mi nariz- , dijo Caine. - Estás jodido, Caine. Necesitas ayuda. Estás loco. - Sí- , dijo Caine, tocando su nariz y haciendo una mueca de dolor. - Eso es lo que me dicen. Es lo que la enfermera Temple.. . mamá... me dijo. Sólo que con mucho gusto tengo que mantenerte cerca Sam. Necesito verte parpadear, encontrar la manera de evitar que me suceda a mí. Orc, toma a este héroe y llévatelo. Drake: vete. - Si le haces daño a ellos, Drake, te voy a cazar y matar a ti- , gritó Sam. - No gasten su aliento- , dijo Diana. - No culpes a Drake. Tu novia está tan bien como muerta.



CAPÍTULO 22

128 HORAS, 32 MINUTOS Astrid quería gritarle a Drake y Diana, quería acus arlos, demandarles para saber qué tipo de seres humanos sin valor utilizó l a FAIZ como una excusa para la violencia. Pero ella tenía que mantener al pequeño Pete calmad o. Esa era su mayor prioridad, su hermano. Su negro, sin ayuda y sin am or hermano. Ella lo resentía. Él la había convertido en una mad re a los catorce. No estaba bien, este debería ser su tiempo para brilla r, para ser audaz. Este era el tiempo para usar su intelecto, ese supuestam ente genial regalo. En vez de eso, ella era una niñera. A Astrid y al pequeño Pete se les mostró, con corte sía fingida, un salón de clases. No era uno de las clases de Astrid pero podía muy bien haber sido. Todo era dolorosamente familiar: libros abier tos en los escritorios, paredes adornadas con trabajo de arte y proyectos d e los estudiantes. - Siéntate. Lee un libro, si quieres- Diana dijo. - Yo sé que a ti te gusta ese tipo de cosas- Astrid sopesó uno de los libros. - Sí, matemática d e cuarto grado. Yo amo ese tipo de cosas- - Sabes, yo te tengo mucha aversión- Diana dijo. Draque se inclinó hacia una pared y sonrió. - Por supuesto que me tienes aversión- Astrid dijo . - Te hago sentir inferior- Los ojos de Diana brillaron - Yo no me siento infer ior hacia nadie- - ¿De verdad? Porque usualmente una persona que hac e cosas malas reconoce que hay algo un poquito mal con ellos. ¿Sa bes? Incluso si lo suprimen, ellos saben que son enfermos por dentro-



- Sí- Diana dijo lacónicamente. - Yo me siento mal sobre eso. Mi malo corazón y todo eso. Dame tu mano- - ¿Qué?- - Prometo no infectarte con mi maldad. Dame tu mano - - No- - Drake has que me de la mano- Drake vino desde la pared. Astrid sacó su mano. Diana la tomó en la de ella y la sostuvo. - Tú lees a la gente- Astrid dijo. - Yo debería ha berme dado cuenta antes. Tú tienes el poder, ¿verdad?- ella miró a Diana co mo si estuviera mirando un espécimen en un laboratorio. - Sip- Diana dijo, liberándola - Yo leo a la gente pero no te preocupes, yo solo leo los niveles de poder, no tus pequeños pens amientos secretos sobre cuanto quieres besarte con Sam Temple- Astrid se sonrojó, a pesar de ella. Diana se rió de ella. - Oh, por favor, eso es obvio. El es lindo, valient e, es listo, pero no tan listo como tú. El es perfecto- - El es un amigo- Astrid dijo. - Uh-huh. Bueno, nosotros estamos por averiguar cua n buen amigo es él. Él sabe que te tenemos. Si él no le dice Caine toda s las cosas que Caine quiere saber, y no hace todas las cosas que Caine l e diga que haga, Drake aquí va a herirte- Astrid por dentro se volvió gelatina. - ¿Qué?-



Diana suspiró. - Bueno, por eso es que mantenemos a Drake en los alrededores. El disfruta hiriendo a la gente. No lo mantenemos en los alrededores por sus habilidades conversacionales- Drake parecía como si prefiriera dispararle a Diana . Sus estrechos ojos de lagarto se estrecharon más. Diana no se perdió s u expresión. - Anda, y levanta una mano contra mí, Drake- Diana se burló - Caine te mataría- para Astrid, ella dijo, - mejor que te co mportes, ahora él está todo irritado. Diana se fue. Astrid sintió los ojos de Drake en ella pero ella n o podía mirarlo. Ella mantuvo su mirada abajo en el libro de matemáticas .Después miró a su hermano, que estaba sentado mirando su estúpido jue go, incapaz, reacio, sin importarle. Astrid se sentía avergonzada de su propio miedo. Av ergonzada de que no podía mirar al matón que estaba inclinado insociabl emente contra la pared. Ella no tenía dudas que Sam haría lo mejor para sal varla. Pero Caine podría preguntar por algo que Sam no podría darle. Ella necesitaba pensar. Ella necesitaba pensar en u n plan. Ella estaba asustada, ella siempre había estado asustada de la violencia física. Ella estaba asustada del vacío que ella sentía en D rake Merwin. Ella movió rápidamente su escritorio al lado del pe queño Pete y puso una mano en su hombro. Ninguna reacción. El sabía que e lla estaba ahí, pero él no mostraba nada, absorbido en su juego. Todavía sin mirar a Drake, Astrid dijo - ¿No te mol esta que Diana te trate como un animal salvaje que mantiene en una correa?- Drake dijo - ¿No te molesta ir a todos lados con es e retardado? ¿Tener a un pequeño retardado prácticamente pegado a ti?- - Él no es un retardado- Astrid dijo lisamente - Oh, ¿esa no la palabra correcta? ¿Retardado?-



- El es autista- - Retardado- Drake insistió. Astrid lo miró. Se obligó a encontrar su mirada. - Retardado es una palabra que las personas ya no usan. Cuando ellos l a usaban lo hacían para describir una discapacidad de inteligencia. Pe te no está intelectualmente dañado de esa manera, el al menos tiene un normal IQ, y puede tener un IQ más alto del normal. Así que esa palabra no aplica- - ¿Si? Huh. Porque a mí me gusta la palabra retarda do. De hecho, me gusta que lo digas. Retardado- Astrid sintió que el temor venía con más fuerza. No había ni una pequeña duda que lo que él quería era herirla. Ella sostuvo su mirada por un momento pero luego miró abajo. - No- Astrid susurró. Drake se paseó a través del cuarto. Él no estaba ca rgando un arma. Él no necesitaba. Él colocó sus puños en su escritorio y se inclinó. - Retardado- Drake dijo - Dilo, mi hermano es un r etardado. Astrid no confiaba en ella para hablar. Ella estaba aguantando las lágrimas. Ella quería creer que era valiente, pero ahora, con los puños del matón a pulgadas de ella, ella sabía que no lo era. - Mi hermano… vamos, dilo conmigo... Mi… Dilo- La bofetada, que ella apenas registro a su mano mov iéndose. Su cara ardía. - Dilo... mi… - - Mi- ella susurró. - Más fuerte, yo quiero que el pequeño retardado lo oiga. Mi hermano es un retardado- La segunda bofetada fue tan fuerte que casi se cayó de la silla.



- Puedes decirlo mientras tu cara todavía es bonita , puedes decirlo después de que la destroce—tu elección. Mi hermano es un retardado- - Mi hermano es un retardado- Astrid dijo con su v oz temblando. Drake se rió encantado y cruzó hacia el pequeño Pet e, quien había mirado hacia arriba de su video juego y parecía que casi registraba lo que estaba pasando. Drake puso su cara en el espacio de l pequeño Pete y con una mano haló a Astrid por el cabello para que su boca estuviera cerca de la oreja del pequeño Pete y dijo, - una ve z más, bien y alto. Él empujó la cara de Astrid hacia un lado de la cabeza del pequeño Pete y gritó, - Mi hermano es—- Y Astrid cayó en su cama. Su cama. Su cuarto. El pequeño Pete estaba en el asiento de la ventana, sentado con las piernas cruzadas en el banco, con el video juego en su mano. Astrid supo inmediatamente lo que había pasado. Per o todavía era posible desorientarte. Un segundo en la escuela, el siguiente en su cuarto. Ella no podía mirarlo. Su cara ardía de las bofetad as, pero aun más de la vergüenza. - Gracias Petey- ella susurró. Orc arrastró a Sam del gimnasio a la sala de pesas. Howard miró a su alrededor, teniendo en cuenta lo q ue debía hacer. - Howard, hombre, no puedes seguir con esto,- decl aró Sam. No puedes estar de acuerdo con Caine para matar a A strid y Litle Pete. - Orc, incluso tú no puedes estar bien con esto. No tenías intención de matar a Bette. Esta es la manera de pasarse de la l ínea. - Sí, es pasarse de la línea,- admitió Howard, pre ocupado, su boca torcida burlonamente a un lado.



- Tienes que ayudarme, déjame ir detrás de Drake. - No lo creo, Sammy. Mira, yo he visto qué tipo de cosas Drake puede hacer. Y ambos hemos visto qué tipo de cosas Caine puede hacer - - Para Orc,- Howard dijo: - Vamos a ponerlo aquí e n este banco. Cara arriba. Vamos a atar las piernas a la posición vert ical aquí. Orc levantó a Sam y lo arrojó en el banco de pesas. - Orc, esto va a ser asesinato a sangre fría,- dij o Sam. - Yo no, hombre,- dijo Orc. - Estoy sólo atándote. - Drake va a asesinar a Astrid. Ella te ayudó a pas ar matemáticas. Tu puedes Impedirlo, Orc. - Se suponía que ella no tenía que contarle a nadie eso,- Orc se quejó. - De todos modos, no hay más clases de matemáticas. Ellos utilizaron una cuerda para sujetar sus tobill os a las patas del banco. Le ataron otra cuerda alrededor de su cintura. - Muy bien, ahora viene la parte buena,- dijo Howa rd. - Nosotros cargamos algo de peso sobre la barra. Atamos las ma nos de Sam a ella y se descarga en la diapositiva, ¿verdad? El estará o cupado manteniendo la barra arriba apartada de su cuello. Orc fue lento para comprender, por lo que Howard le mostró. Entonces Orc apiló placas de peso sobre la barra. - ¿Puedes hacer pesas, Sam? - Preguntó Howard. - Di je que puse dos cuarenta y cinco en cada extremo, ¿verdad? Con la b arra, eso lo hace doscientos kilos. - De ninguna manera soportará doscientos,- Orc opi nó. - Creo que tienes razón, Orc. Pienso que va a estar ocupado sólo manteniendo esa barra de ahogarlo.



- Esto no es correcto, Howard- dijo Sam- - Tu sabe s que no es correcto. No haces cosas como esta, cualquiera de ustedes. So lo eres abusador, no asesinos a sangre fría. Howard suspiró. - Sammy, es un mundo completamente diferente, ¿no lo has notado? Es la FAYZ, hombre. Orc redujo el peso. La barra descansaba en la muñec a envuelta de Sam, que presionaba su manzana de Adán. La empujó hacia arriba con todas sus fuerzas, pero ni en su mejor día no podía levan tar doscientas libras. Todo lo que podía hacer era mantener suficiente pre sión para mantenerla levantada para seguir respirando. Orc rió y dijo, - ¡Vamos, hombre, es mejor volver a Caine antes de que nos perdamos más diversión!- Howard siguió a Orc, pero se detuvo en la puerta. - Es un poco raro, Sam. La primera noche, hombre, sin embargo, ‘el viejo au tobús escolar Sam, él va a estar corriendo las cosas pronto, si no miramo s hacia fuera.’ Todo el mundo estaba buscándote a ti. Sabes eso. Pero no, d emasiado fresco para jugar de esa manera. Te fuiste sin decir una p alabra a nadie, te fuiste con Astrid. Se echó a reír. - Por supuesto, ella está caliente, ¿no? Y ahora Caine está persiguiendo el FAYZ y Drake va a quitarte a tu novia. Sam luchó contra el peso, pero no había manera de l evantarlo. Incluso si hubiera tenido un buen ángulo en ella, no podría ha ber sopesado. Pero Howard, con toda su inteligencia, había pasado por alto una cosa: en esta posición, Sam podría alcanzar el Mylar con los dientes. Él trató de rasgar el tejido, pero el trabajo era l ento y no tenía tiempo. No tenía ninguna duda de que el pequeño Pete se había teletransportado a sí mismo y Astrid a su casa. Drake los encontrará allí . Sam trató de obtener el Mylar entre los dientes, pe ro era resbaladizo y difícil. Y cuando él se centró en eso, perdió su co ncentración de mantener fuera el peso sobre su cuello. La barra apretó sus nudillos en la garganta. La emp ujó hacia arriba, pero ya tenía los brazos acalambrados. Sus músculos se e staban debilitando. Él podría rasgar el Mylar y liberar sus manos, o po dría mantener la barra de ahogarlo. Era imposible hacer ambas cosas.



Y aunque si el liberaba sus manos, ¿Y entonces qué? No era como Caine. No tenía control de sus poderes. Podría romper el M ylar y luego no sería capaz de hacer nada. La barra se deslizó hacia bajo. Tenía el Mylar entre los dientes. Lo mordió, tratando de hacer un pequeño agujero que podría agrandar. Ahora, Drake estaría fuera de la escuela y en movim iento. ¿Tendría que parar en alguna parte primero para recuperar el arm a? Astrid sabría que iban a ir detrás de ella. Ella sa be que sería peligroso quedarse en su casa. ¿Se moverá lo suficientemente rápido? ¿Y dónde podría ir? Sam sintió el rechinar de dientes con diente. Había hecho un agujero. Pero él estaba sin aliento. Apenas se dio cuenta de la apertura de la puerta. Los pasos rápidos en la alfombra y el sonido y la c aída de una de las placas de peso deslizándose de la barra. Sam respir ó hondo. - Espera, Hermano. Quinn deslizó el resto de los pesos de la barra. Con los brazos temblando, Sam empujó la barra fuera de su cuello. - Yo no sabía que iban a hacer esto, hermano, no lo sabía, hombre, dijo Quinn. Estaba pálido. Como si él nunca hubiera vist o el sol. - Tienes que creerme, Sam. Él estaba trabajando en las cuerdas y la hinchada. Sam sabía.



- Juro por Dios, yo no lo sabía. - Tengo que llegar a Astrid antes que lo haga Drake - , dijo Sam. - Lo sé. Lo sé. Esto es un desastre. Con las piernas libres, Sam se paró. - ¿Es este otr o truco? ¿Van a seguirme hacia Astrid?- - No, hombre van a darme una paliza si descubren qu e te dejo ir. Quinn extendió las manos, suplicando. - Tienes que llevarme contigo. - ¿Cómo voy a confiar en ti, Quinn? . - Si me dejas aquí, ¿qué te parece que Caine va a h acerme?- Sam no tenía tiempo para discusiones. Se decidió rá pidamente. - Es mejor que reses que Astrid no se lastime, Quinn. Si estás haciendo esto para entregarme, es mejor que te asegures de que es toy muerto. Quinn se lamió los labios nerviosamente. - No tiene s que amenazarme, Hermano. - No me llames hermano, dijo Sam. - Yo no soy tu hermano.



CAPITULO 23

128 HORAS, 22 MINUTOS Astrid sintió una oleada de alivio seguida por una ola más fuerte de odio hacia sí misma. Había dejado a Drake aterrorizarla. Ella había llamado al Pequeño Pete un retardado. Sus manos temblaban. Ella había traicionado a su he rmano. Lo odiaba por ser lo que era, por ser tan necesitado y lo hab ía traicionado para salvarse a sí misma. Y ahora estaba mucho más enoja da con ella de lo que había estado en él. Pero ahora tenía que pensar. Rápido. ¿Qué hacer? Drake la atraparía de nuevo. Seguramente Caine o aq uella malvada criatura Diana averiguarían qué había ocurrido. Se necesitarían unos pocos segundos para que Drake informara sobre ellos . Unos segundos más para Caine para darse cuenta de lo que había su cedido. Si Diana realmente podía leer el poder en las personas, ella sabría que no había sido Astrid la que los había teletransportado. Ella sabría que había sido el Pequeño Pete. Ella y Pete se tenían que ir. Ahora. ¿Pero dónde? A algún lugar donde Drake no los buscaría. En algún lugar de Sam sí lo hiciera. Si él lograba escapar. Si estaba vivo. Su cerebro se movía en cámara lenta, girando en cír culos, incapaz de concentrarse. Ella seguía viendo esa terrible, enferma cara, sint iendo una sensación de malestar de picadura aguda en su mano, la forma en que el calor de ella se quedaba y se unía con el rubor en caliente de la vergüenza. - Piensa, idiota. Se regañó a sí misma - Piensa. Es todo en lo que eres buena- Ellos no podían pasar por la ciudad. No podían cons eguir un coche - era demasiado tarde para comenzar a enseñarse a sí mism a como conducir.



Su mente era una cámara fuera de foco, zumbando y g irando y volviendo una y otra vez hacia el momento en el que el miedo se hizo cargo, cuando no pudo resistir más, cuando traicionó a su hermano . Una y otra vez un lazo en su cabeza desempeñado las palabras - Mi her mano es un retrasado mental. Clifltop. La habitación que habían compartido aquella primera noche. Si. Sam se daría cuenta. Pero, Quinn había estado a llí, también. Podrían llegar a la misma conclusión. Astrid vaciló. No había tiempo para dudas. Drake no dudaría. Por ahora, ya estaba probablemente tras ellos. Ya estaba en ca mino. Ella no podía enfrentarse a él de nuevo. - Petey, tenemos que irnos. Astrid le agarró la m ano y lo llevó detrás de ella. Por las escaleras. No había tiempo para deten erse para nada. Nada de tiempo. A la puerta principal. No. La puerta de atrás era m ejor. Caminaron - El Pequeño Pete rara vez podía ser indu cido a correr- a través del patio trasero. La valla de madera natura l era bastante baja, pero aún así era agotador y consumía mucho tiempo p ara Pete el escalarla. Corrieron por el patio del vecino. - No te acerques a la calle- , se dijo a sí misma. Llegaron tan lejos como podían, patio a patio. A co ntinuación, esquivó a las calle cuando bloqueaban su camino, y luego de v uelta a los astilleros y los callejones de nuevo. No vieron a nadie. Pero no había manera de saber si estaban siendo vigilados. Llegaron a la colina que marcaba el límite de la ci udad y el comienzo de los terrenos de Clifitop. Corrieron a través de los arbustos aferrándose a



la arena. Astrid arrastro al Pequeño Pete, desesper ado por moverse rápidamente, pero con miedo de hacer algo que lo pu diera molestar. Clifftop no había cambiado. La barrera todavía esta ba allí. El vestíbulo estaba limpio, aún brillante, aún vacío. Astrid tenía la llave electrónica que habían hecho en esa primera noche. Ella encontró la suite, abrió la puerta, y se despl omó en el interior sobre la cama. Estuvo allí, jadeando, mirando hacia el techo en bl anco. La cama era suave. El aire acondicionado zumbaba. Podía explicar las palabras que Drake había puesto en su boca. Eran palabras sin sentido, palabras de lujuria. Al Peque ño Pete no le importaba. Pero no podía explicar el miedo. La avergonzaba. Puso una mano fría sobre su cara, para ver si realm ente estaba tan caliente como en su imaginación. - ¿A dónde vamos, Sam?- Quinn preguntó ansiosament e. Se movían a un ritmo fácil, no a todo correr, sino a un paso que p odían sostener. Sam estaba llevándolo directamente a través de la c iudad, directamente a través de la plaza, indiferente a la persecución. - ¿Vamos a encontrar Astrid antes que Drake lo haga ? Dijo Sam. - Vamos a ir fijarnos en su casa. - No. Lo bueno de que sea un genio es que uno no ti ene que preocuparse porque haga algo estúpido. Ella sabrá que tiene que salir de su casa. - - ¿Dónde iría?- Sam pensó por un momento. - ¿A la planta de energía ? - ¿La planta de energía?- - Sí, así que vamos a tomar un barco y dirigirnos h acia la costa.



- Está bien, pero, brah -. Quiero decir, amigo, ¿no deberíamos ser un poco más astutos en lugar de correr a través del pu eblo? - Sam no le contestó. Parte de la razón por la que ib a en una línea recta en lugar de más secretamente era que esperaba poder re coger a Edilio en la estación de bomberos. La otra era que necesitaba sa ber si Quinn lo traicionaría a la primera oportunidad que tuviera. Y hubo una cuestión de táctica que Sam entendido in tuitivamente: Caine tenía más poder, por lo que Sam se necesita más vel ocidad. Cuanto más tiempo dejaran seguir el juego, lo más probable era que Caine fuera a ganar. Llegaron a la estación de bomberos. Edilio estaba s entado en la cabina del camión de bomberos con el motor en marcha. Vio a Sam y Quinn y se asomó por la ventana. - Buen tiempo, hombre, voy a probarlo, acércate. . . Guardó silencio cuando vio la sangre corriendo por la cara de Sam. - Edilio. ¡Vamos! Tenemos que irnos. - Está bien, hombre, Solo déjame agarrar-- - No. Quiero decir ahora mismo. Drake está buscando a Astrid. Él la quiere matar. - Edilio saltó del camión de bomberos. - ¿A dónde?- - Al puerto. Vamos a tomar un barco. Creo Astrid se dirige a la planta de energía. - Los tres de ellos corrieron hacia el puerto. Sam sa bía que Orc y Howard estaban en la escuela con Caine. Drake estaba en ca mino a la casa de Astrid. Eso dejaría a algunos matones todavía suelt os, pero Sam no estaba demasiado preocupado por ninguno de ellos. Vieron al niño de Mallet y Coates descansando sobre las escaleras del Ayuntamiento. Ninguno de ellos los desafió cuando p asaron. El puerto no era grande, sólo tenía alrededor de 40 pasos, cerca de la mitad de ellos llenos. Había un muelle seco, y el r uidos, oxidado, almacén



de estaño que había sido una fábrica de conservas a hora se encontraba convertido en un taller de reparación de barcos. Un a gran cantidad de botes estaban fuera del agua en los bloques, tambal eándose con un fuerte viento que parecía que podría derribarlos. No había nadie allí. Nadie estaba bloqueando su cam ino. - ¿Qué tomaremos?- Sam se preguntó. Había llegado a su primera meta, pero él no sabía nada de barcos. Miró a Edilio y ob tuvo un encogimiento de hombros. - Está bien, algo que llevará a gente viva. Lancha. Con un tanque lleno de gasolina. Quinn, fíjate los barcos de la derecha, E dilio, los de la izquierda. Quinn ve al final del muelle y haz el trabajo de vu elta. ¡Vamos! - Se separaron y empezaron a trabajar a lo largo de s u camino, saltando en cada probable barco, en busca de llaves, tratando d e averiguar cómo revisar el gas como mientras el tiempo se acababa. En el ojo de su mente, Sam veía a Drake buscar la casa de Astrid. Una pist ola en su mano. Sería ralentizado un poco por el miedo de que Astrid y el Pequeño Pete simplemente se teletransportarán de nuevo. Drake no sabría que el Pequeño Pete no estaba realmente en control de sus poderes, por lo que trataría de ser cauteloso, sería paciente. Eso era bueno. A mayor incertidumbre de Drake, más lento iría. De repente, un motor rugió a la vida. Sam dio un sa lto al muelle desde el barco que había estado explorando. Corrió de vuelta por el muelle y se encontró a Quinn sentado orgullosamente en una Bost on Whaler, una lancha abierta. - Ella tiene gasolina de sobra- dijo Quinn sobre e l lento traqueteo del motor. - Buen trabajo, hombre,- dijo Sam. Saltó a la barc a junto a Quinn. - Edilio, desata la lancha- Edilio azotado las cuerdas frente a las grapas y sa ltó dentro - Tengo que advertirte, hombre, me mareo en el mar. - No es nuestro mayor problema, ¿eh?- Dijo Sam.



- Lo encendí, pero no sé cómo manejarlo- , dijo Qui nn. - Yo tampoco- , admitió Sam. - Pero creo que voy a aprender. - Hey Hey. Era la voz en auge de Orc. - ¿No te alej as? Orc, Howard, y Panda se encontraban en el extremo d el muelle. - Mallet, dijo Sam. - Él nos vio. Debe de haberles dicho- Los tres matones empezaron a correr. Sam miró frenéticamente a los mandos. El motor esta ba resoplando. El barco, sin amarras, se alejaba del muelle, pero dem asiado lentamente. Incluso Orc fácilmente podía saltar la brecha. - Corta el flujo- , Edilio, dijo, señalando a una p alanca roja. - Eso hace que se apague- - Sí. Espera. - Sam trasladó el acelerador hasta una muesca. El bar co se lanzó hacia delante y se estrelló contra un pilote. Sam fue cas i tirado pero no del todo. Edilio arrebató a la barandilla y esperaron l o peor. Quinn se dejó caer en la proa. El barco raspó un poco el pilote y casi por acciden te terminó dirigido hacia aguas abiertas. - Es posible que desees tomarte las cosas con calma al principio,- dijo Edilio. - Páralo, paren ese barco,- Orco gritó sin aliento , golpeando el muelle. - Golpeare tu estúpida cabeza- Sam-o al menos eso esperaba- se dirigió a la direcc ión correcta y resoplo lentamente. No había manera de que Orc pudiera salvar la distan cia ahora. - Caine te va a matar- , gritó Panda.



- Quinn, traidor- , gritó Howard. - Diles que yo te hice hacerlo- , dijo Sam. - ¿Qué?- - Hazlo- , dijo Sam entre dientes. Quinn se puso de pie, junto sus manos y gritó: - Él me obligó a hacerlo- - Ahora diles que vamos a la planta de energía. - Oye, ¿seguro?- - Hazlo- , Sam insistió. - Y señala. - Nos dirigimos a la planta de energía- , gritó Qui nn. Señaló hacia el norte. Sam liberó volante, giró, y aterrizó un gancho de z urda en el rostro de Quinn. Quinn cayó de nuevo. - ¡Qué demonios! - - Tenía que hacer que se vea real- , dijo Sam. No e ra una disculpa. El barco estaba en el mar adentro ahora. Sam levant ó la mano, medio brazo extendido por encima de su cabeza, movió el a celerador hasta otra muesca, y se dirigió al norte hacia la planta de en ergía. - ¿Cuál es el juego?- Edilio preguntó. Se quedó mu y atrás de Sam, en caso de que este decidiera darle un puñetazo a él a hora. - Ella no estará en la planta- , dijo Sam. - Estará en Clifftop. Sólo vamos al norte, mientras Orc nos este mirando- - Me mentiste- , acusó Quinn. Estaba jugando con su barbilla, asegurándose de que su mandíbula todavía estaba ent era. - Sí. - No confiaste en mí.



Orco, Howard, y Panda desaparecieron de la vista, p resumiblemente volviendo de nuevo a la ciudad para informar a Cain e. Tan pronto como estaba seguro de que se fueron, Sam giró la rueda, empujó el acelerador a fondo, y se dirigió hacia el sur. Drake vivía en una casa vacía junto a la plaza. Est aba a menos de un minuto a pie de distancia del ayuntamiento. Alguna vez había pertenecido a un hombre que vivía solo. Era pequeña, sólo dos h abitaciones, muy limpia, muy organizado, la manera en que a Drake le gustaban las cosas. El tipo, el dueño de casa, Drake olvidó su nombre, había sido propietario de un arma de fuego. Tres armas en total, una escop eta de calibre veinte, un rifle de caza de treinta y seis con mira y un nu eve milímetros Glock semiautomatica. Drake mantenía las tres pistolas ca rgadas todo el tiempo. Estas estaban en la mesa del comedor, una m uestra, como algo que se miraba con amor. Ahora, levantó el rifle. La acción fue tan suave co mo el vidrio pulido a un alto brillo. Olía a acero y petróleo. No estaba seg uro de llevar el rifle porque él nunca había disparado un arma larga antes . No tenía ni idea real de cómo utilizar la escopeta. ¿Pero qué tan di fícil podía ser? Se deslizó en la correa de cuero y probó sus hombro s por la libertad de movimiento. El rifle era pesado, y un poco largo. La goma de amortiguación trasera bajó a la parte po sterior de su muslo. Pero podía manejarlo. Luego se echó la pistola. Apretó el entrecruzado ag arre y envolvió su dedo en el gatillo. Drake amaba la sensación de un arma en su mano. Su padre le había enseñado a disparar, utilizando su p istola de servicio. Drake todavía recordaba su primera vez. El clic de la carga de los depósitos. Deslizando el cartucho en la culata de l a pistola. El quitar el seguro. Al hacer clic hacia la seguridad Click. Seguridad. Click. Mortal.



Recordó la manera en que su padre le había enseñado a agarrar la parte de atrás con firmeza, pero no demasiado apretado. A descansar su mano derecha en la palma de la izquierda y a mirar cuida dosamente, a su vez, su cuerpo de lado para presentar un blanco más pequ eño, si alguien estaba disparando de vuelta. Su padre había tenido que gritar porque los dos estaban usando protección para sus oídos. - Si estas disparando a un blanco, tienes que centr ar la mira en lo que este inmediatamente detrás del mismo. Elevarlo hast a el lugar justo debajo de tu objetivo. Deja salir el aire lentament e y aprieta. Su primer tiró, el retroceso, la forma en la pistol a dio un salto de seis pulgadas, el olor de la pólvora, todo era tan claro en la mente de Drake como cualquier memoria que tenía. Su primer disparo no había detectado el blanco. Lo mismo con el segundo, porque, después de sentir el retroceso de la primera vez, se había quedado nervioso por la antic ipación. El tercer disparo había alcanzado el objetivo, pero sólo un trozo de la esquina inferior. Se había disparado una caja de municiones el primer día y al final del día había logrado golpear lo que pretendía alcanzar. - ¿Qué pasa si no le estoy tirando a un blanco?- h abía pedido a su padre. - ¿Qué hago si estoy disparando a una persona?- - No dispares a una persona- , su padre le había di cho. Pero luego cedió, aliviado, sin duda, al encontrar algo que pudiera c ompartir con su inquietante hijo. - Diferentes personas te dirán di ferentes técnicas. Pero si soy yo, digamos que hago una parada táctica y cr eo que veo a los ciudadanos sacar un arma. ¿Y estoy pensando que pue do tener que hacer un disparo rápido? Simplemente apunto. Apunto como si el cañón fuera de calibre seis. Apuntas y si tienes que disp arar, tiras la mitad de las balas, bang, bang, bang, bang. - ¿Por qué disparar tantas veces?- - Porque si tienes que disparar, disparas a matar. En una situación como esa, no estás apuntando con cuidado a su cabeza o a su corazón, estás



señalando el centro de masa y estás esperando tener un disparo con suerte, pero si no lo haces, si todo lo que lastima s es el hombro o el vientre la velocidad pura de los disparos seguros c onseguirá derribarlo. Drake no creía que fuera a tomar seis tiros el mata r a Astrid. Recordó con gran detalle, en cámara lenta-la época en que había disparado a Holden, hijo del vecino al que le gusta ba venir a molestarlo. Esa había sido una bala en el muslo, con un arma de fuego de bajo calibre-y aún, el niño estuvo a punto de morir. Ese - accidente- había dejado a Drake en Coates. Llevaba una Glock nueve milímetros ahora, menos pot ente que la calibre cuarenta de su padre, Smith 8: Wesson, pero mucho m ás una pistola que aquella que había utilizado en Holden. Un disparo lo haría. Uno para la estirada rubia, un o para el retardado. Eso sería genial. Volvería, daría su informe a Caine, y diría, - dos objetivos, dos disparos. Eso haría desaparecer la sonrisa de la cara de Diana. La casa de Astrid no estaba lejos. Pero el truco se ría lograr a ella antes de que su hermano pequeño utilizara el poder para v olver a desaparecer. Drake odiaba el poder. Sólo había una razón por la que Caine y no Drake dirigía: Los poderes de Caine. Pero Caine entendía que los niños con poderes tenía n que ser controlados. Y una vez Caine y Diana tuvieran todos los monstruos bajo control, ¿Que iba a detener a Drake de usar su magi a de nueve milímetros para obtener todo para sí mismo?- Primero lo primero. Contempló la casa de Astrid en la mitad de la cuadr a. En busca de cualquier signo sobre en qué habitación podría esta r ella. Se arrastró hacia la parte posterior y hasta en el porche trasero. La puerta estaba cerrada. Cualquier persona que bloqueara la puerta trasera bloquearía la puerta de entrada. Pero tal vez no la s ventanas. Saltó arriba sobre la barandilla y se asomó para obtener una vis ión de la ventana. Se deslizó con facilidad. No era una cosa fácil conseg uir entrar a través de la ventana sin hacer mucho ruido.



Le tomó diez minutos para pasar por cada habitación de la casa, buscar en todos los armarios, debajo de cada cama, detrás de cada cortina, incluso mirar en los espacios del ático. Sintió un momento de pánico entonces. Astrid podía estar en cualquier lugar. Se vería como un tonto si no la encontraba. ¿Dónde iría? Revisó el garaje. No había nada. Ni coches. Ciertam ente ninguna Astrid. Pero había una cortadora de césped, y donde había u na cortadora de césped, habría. . . Sí, una lata de combustible. Se preguntó qué pasaría si Astrid y el retardado má gicamente se aparecían en un edificio en llamas. Drake abrió el recipiente, fue a la cocina, y comen zó a derramar gasolina a través de los cuartos, en la sala de estar, un to que para las cortinas, el comedor, la mesa, y otro poco a modo de bienvenida en las cortinas del frente. No podía encontrar un fosforo. Arrancó un trozo de toalla de papel y la encendió en la estufa. Tiró el papel sobre la mesa del comedor y salió por la puerta principal, sin molestarse en cerrarla. - Ese será un lugar donde no será capaz de ocultars e- , dijo. Corrió de nuevo a la plaza y a las escaleras de la iglesia. La iglesia tenía un campanario. No era muy alto, pero le daría una p erspectiva bastante buena. Subió la escalera de caracol. Empujó una escotilla y subió a un hacinamiento, el espacio lleno de polvo y telarañas dominado por una campana. Cuidadosamente evitó tocar la campana, el sonido lo delataría. Las ventanas estaban cerradas, cubiertas con respir aderos en ángulo que permitían el flujo de aire a través de resonanc ia y el sonido, pero sólo le permitía ver hacia abajo. Utilizó la culata del rifle para tirar la primera de ventilación hacia fuera. Esta cayó al suelo.



Los niños en la plaza levantaron la vista. Los deja ría. También destruyó las otras tres rejillas de ventilación que cayeron ruidosamente. Ahora tenía una vista sin restricciones en todas direccio nes de los tejados de color naranja de Perdido Beach. Empezó desde la casa de Astrid, que ya estaba comen zando humear. Él trabajó a su manera metódica, como un cazador busca ndo cualquier movimiento. Cada vez que veía a alguien caminando o corriendo o en bicicleta, echó un vistazo a ellos a través del ámb ito de aplicación de rifle, alineándolos en la mira. Se sentía como Dios. Todo lo que tenía que hacer er a apretar el gatillo. Pero ninguna de las formas en movimiento era Astrid . No había forma de confundir su pelo rubio. No. No A strid. Entonces, justo cuando estaba dando por vencido, vi o a un frenesí de actividad en el puerto. Hizo girar la mira, y de pr onto Sam Templo estaba claro en el círculo brillante. Por un momento estab a apuntando a su pecho. Pero luego ya no estaba. Había saltado a un bote. Imposible. Caine tenía a Sam en la escuela. ¿Cómo h abía salido? Edilio y Quinn estaban en el barco también, alejánd ose. Drake podía ver la agitación del agua del motor. Quinn. Así es como Sam había escapado. Tenía que se rlo. Drake tendría que tener una buena charla con Quinn. En el muelle se podía distinguir a Orc agitando un palo, gritando, incapaz de hacer na da. El barco aceleró y se dirigió hacia el norte, dejando una estela blanc a como una flecha en el agua. No había duda de Sam trataría de encontrar Astrid. Y se dirigía hacia el norte. La planta de energía. Eso tenía que ser. Drake maldijo y, de nuevo, por un momento, sintió e l miedo casi desesperado de fallarle a Caine. Él no estaba preoc upado por lo que Caine le hiciera a él - después de todo, Caine lo n ecesitaba- pero sabía que si él no podía llevar a cabo órdenes de Caine, Diana se reiría.



Drake dejó el rifle. ¿Cómo podía llegar a la planta de energía antes que Sam? No había manera. Incluso si él tenía un barco sería complicado ponerse alcanzarlo.¿ Un coche? Quizá. Pero él no sabía el c amino, y el viaje en barco sería más directo. Eso podría tomarle tiempo para bajar al puerto y. . . Pero, espera. Espera un minuto. La lancha estaba dando un giro de 180º. - ¿No eres listo, Sam? - Drake susurró. - Pero no lo suficientemente inteligente. A través de la mira alcanzó a ver el rostro de Sam cuando se encontraba al volante, el viento en su cara, tras haber escapa do de Caine, después de haber engañado a Orc, y ahora todos engreídos y seg uro de sí mismo mientras corría hacia el sur. No había manera de disparar desde esa distancia. Dr ake lo sabía. Pasó la vista de la pistola al sur y se detuvo en l a barrera. Sam no tendría que ir muy lejos en esa dirección. ¿La playa en la parte inferior de los acantilados? Si estaba allí abajo, Drake nunca podría llegar a ella antes de que Sam l legara allí en la lancha. Si estaba allí, el juego había terminado. P ero si no. Si ella estuviera, digamos, en el hotel Clifftop , entonces , él tenía una oportunidad si se movía rápido. ¿Cuán genial sería dispararle desde donde Sam Templ e pudiera verlo?



CAPÍTULO 24

127 HORAS, 45 MINUTOS Astrid casi no se percata de la lancha. Había ido h acia la ventana solo para descorrer las cortinas. Pero de entre la esqui na de su ojo vio un lancha a motor allí afuera, la única cosa en el agu a. Por un breve momento ella se preguntó si eran adult os, alguien viniendo a rescatarlos del FAYZ. Pero no, si el rescate esta ba viniendo desde fuera del FAYZ, no podría ser una sola lancha abierta. Y, de todos modos, Astrid estaba convencida, que na die iba a venir. No ahora. Probablemente nunca. Entrecerró los ojos pero no podía decir quien estab a en la lancha. Si solo tuviera binoculares. Se veía como si hubiera tres p ersonas. Tal vez cuatro. Ella no podía decir. Pero la lancha se apre suraba más cerca. Se agachó para ver que estaba todavía disponible en el refrigerador-minibar. Durante su última estadía ella, Sam y Quin n casi habían vaciado todo. Todo lo que quedaba para comer eran algunas c astañas de cayú. Ella necesitaba alimentar a pequeño Pete más tempra no que tarde. Antes que quien sea que este en la lancha llegue aquí. - Vamos, Petey,- dijo, orientándolo a sentarse des de el final de la cama. - Vamos, iremos a conseguir algo de comida. ¿Munchy m unchy? Ellos podrían dirigirse al restaurante de Clifftop y probablemente encontrar algo ahí, tal vez cocinar una emparedado de pollo o algo, o al menos encontrar algún yogurt o lo que sea. O ellos podrían ponerse a salvo y simplemente vaciar los minibares de las otr as habitaciones. Abrió la puerta. Miró hacia el pasillo. Estaba vací o. - Las barras de caramelo eso es,- dijo, dándose cu enta de que ella no solamente no tenía la valentía de ir al restaurante . La habitación siguiente tenía un minibar pero sin l lave para abrir.



Intentó en tres habitaciones más antes de comprende r que ella simplemente había sido afortunada esa primera noche . Los refrigeradores estaban todos cerrados con llave. Pero, espera, tal vez todas las llaves eran interca mbiables. - Vamos volvamos a nuestro cuarto,- ella dijo. - Munchy munchy,- se quejó pequeño Pete. - Munchy munchy,- confirmó Astrid. - Vamos, Petey. Fuera otra vez en el pasillo y entonces oyeron el d ing de una elevador. Los suaves motores eléctricos abrieron la puerta. ¿Ese era Sam? Ella se congeló, suspendida entre el miedo y la esperanza. El miedo ganó. El elevador estaba al final del corredor y alrededo r de una curva. Ella tenía segundos. - Vamos,- ella siseó, y empujó a pequeño Pete haci a delante. Con dedos temblorosos deslizó la tarjeta de acceso dentro y f uera de la ranura. Demasiado rápido. Tenía que hacerlo más lento. Otra vez. Todavía no había luz verde. Una vez más y ahora ella podía esc uchar a la puerta del elevador cerrarse. Era él. Repentinamente sabía que era Drake. - Ave maría, llena eres de gracia, el señor es cont igo. Era la única plegaría en la que podía pensar. Intentó con la llave otra vez. La luz parpadeó a ve rde. Giró el picaporte. Él estaba ahí. Al final del pasillo. De pie ahí con un rifle sobre su hombro y una pistola en su mano.



Astrid casi colapsó. Drake sonrió abiertamente. Levantó la pistola y apuntó. Astrid empujó a pequeño Pete dentro de la habitació n y cayó después de él. Astrid cerró de golpe la puerta y lanzó el cerrojo. Luego ella agregó el cerrojo de seguridad. Un sonido extremadamente ruidoso. La puerta tenía un agujero del tamaño de una moneda de diez centavos, con el metal fruncido hacia fuera. Otra explosión y el picaporte de la puerta colgaban medio hacia fuera. Pequeño Pete podía salvarlos. Él podía. Él tenía el poder. Pero permanecía tranquilo, todavía abstraído. Inútil. El balcón. Era la única manera. - Petey, ¡Vamos!- ella chirrió. - Munchy, munchy,- él discutió. Drake golpeó ruidosamente contra la puerta, pero pe rmanecía cerrada. El inanimado pestillo seguía en su lugar. Él disparó una y otra vez, frustrado, volando lejos al inanimado pestillo. Él estaba frenético que ella y Petey pudieran telet ransportarse otra vez. Ella tenía que hacerle creer que eso había sucedido . Arrastró a pequeño Pete al balcón, abrió la puerta, miró hacia abajo. El piso estaba muy lejos. Muy muy lejos. Pero había un balcón directamente debajo de ellos.



Astrid subió sobre la baranda, asustada de morir, t emblando, pero sin otra alternativa. ¿Cómo podía conseguir que pequeño Pete la siguiera? Él ahora estaba obsesionado con la comida. - Game boy,- ella siseó, y empujó el juguete más c erca de su cara. - Vamos, Petey, vamos, game boy. Guió a su hermano hacia arriba, poniendo su mano en la baranda, solo una mano porque ahora él estaba en su juego otra ve z, perdido en su estúpido juego, demasiado tranquilo para usar su po der, demasiado impredecible. - Vendita eres entre todas las mujeres, y vendito e s el fruto de tu vientre, Jesús,- ella sollozó. Esto no iba a funcionar. Ella podría hacerlo, pero ¿cómo podría conseguir que su hermano lo hiciera? Él era pequeño. Ella podía balancearlo. Podía soste nerlo por los segundos que esto tomaría. - Santa maría, madre de Dios… - Agarró la baranda con su mano izquierda, agarró la cintura de pequeño Pete con su mano derecha, y lo tiró con fuerza desd e la baranda. El calló. Ella lo atrapó, sosteniéndolo con la punta de sus d edos, y entonces él estaba cayendo. Él cayó de golpe sobre la silla de pórtico abajo. Había caído fuerte. Él estaba conmocionado. Astrid escuchó a Drake chocando contra la puerta ot ra vez y escuchó el sonido de fragmentación cuando el inanimado pestill o cedió. Ahora solo la frágil cadena permanecía cerrando y él podía pas ar por eso en un latido de corazón. - …ruega por nosotros pecadores ahora… - Ella cayó y casi encima de pequeño Pete. Sin tiempo por el afilado dolor en su pierna, sin tiempo para la sangre y la carne raspada, solamente



tiempo de agarra a pequeño Pete, abrazarlo, sostene rlo cerca, y retirarse hacia atrás con la puerta corrediza del balcón. - Asiento de la ventana, asiento de la ventana, beb é, asiento de la ventana,- ella susurró, su boca presionando contra su oreja. Escuchó a Drake en la habitación de arriba. Lo escuchó deslizar la puerta de arriba y caminar e n el balcón. Ellos estaban fuera de vista. A menos que él se rec linara lo suficiente. Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, ella terminó la plegaría silenciosamente y agarró bien a su hermano. Amén. Ella escuchó a Drake maldecir con furia. Ellos lo habían hecho. Él pensó que ellos habían de saparecido. Gracias a ti, Dios, Astrid rezó silenciosamente. Y entonces, pequeño Pete comenzó a gemir. Su juego había fallado cuando ella lo había dejado caer del balcón. La parte de atrás estaba abierta. Una de las baterías había saltado lejos. Y ahora pe queño Pete estaba tratando de hacerlo funcionar y no la lograba. Astrid casi solloza en voz alta. Drake paró de maldecir. Miró hacia arriba y ahí estaba, muy reclinado sobre la baranda. La sonrisa de tiburón era amplia. La pistola estaba en su mano, pero no podía obtener el ángulo en ellos, entonces balanceó una pierna sobre la baranda, de r odillas justo como Astrid había hecho, y ahora él podía verlos bastant e claramente. Él apuntó.



Él rió. Y entonces rugió de dolor y cayó. Astrid se lanzó de un salto hacia la baranda. Drake estaba sobre el césped de abajo, repantigado sobre su espalda, inco nsciente, yaciendo sobre su rifle con la pistola a su lado. - Astrid,- dijo Sam. Él estaba a su lado, todavía sosteniendo la lámpara de mesa que había usado para hacer pedazos la mano de Drake, apoyado sobre la baranda. - Sam. - ¿Estás bien?- - Tan pronto como consiga la batería de Petey lo es taré. Ese estúpido sonido, y ella casi rió. - Tengo una lancha abajo en la playa. - ¿Dónde vamos?- - ¿Cómo que aquí no?-



CAPÍTULO 25

127 HORAS, 42 MINUTOS. Habían pasado dos días desde que Lana había sobrevi vido a los coyotes. Los coyotes que hablaban. Dos días desde que su vid a había sido salvada por una serpiente. Una serpiente voladora. El mundo se había vuelto loco. Lana había regado el césped esa mañana, cuidadoso a l mantener una mirada vigilante en busca de coyotes y serpientes. Ella había prestado especial atención a cualquier ladrido, gruñido o co ntracción de Patrick. Él era su sistema de alerta inmediata. Ellos habían si do dueña y mascota en los viejos tiempos, o tal vez, se podría decir, ami gos. Pero ahora eran un equipo. Eran compañeros en un juego de supervivenci a: los sentidos de Patrick, el cerebro de ella. Era algo estúpido para hacer, regar el césped, desd e que no podía estar segura que había suficiente agua para ella. Pero el hombre que había poseído esta morada desértica en ruinas había amado los pocos metros cuadrados de césped. Era un acto de desafío contra el desierto. Desafío, aun cuando él había escogido vivir aquí afuera en m edio de la nada. De cualquier forma, en un mundo loco, ¿por qué no d ebería ella ser loca, también? El hombre que poseía la cabaña se llamaba Jim Brown . Ella lo descubrió por unos papeles dentro del escritorio. No había fo tografía de él, pero tan solo tenía cuarenta y ocho años, un poco muy joven, pensó Lana, para dejar la civilización y convertirse en un ermitaño. El cobertizo tras la cabaña estaba apilado hasta el techo con raciones de supervivencia. Nada fresco, pero suficientes gallet as en lata, mantequilla de maní en conserva, melocotones, coctel de fruta, chile, y muchas comidas al estilo militar listas para ser comidas p or Lana y Patrick por lo menos en un año. Tal vez más. No había teléfono. Ni televisión o cualquier cosa e lectrónica. Ni aire acondicionado para ralentizar en el brutal calor de la tarde. No había electricidad en absoluto. Las únicas cosas mecánica s eran el molino de



viento que encendía la bomba que traía el agua desd e abajo, y una piedra de amolar que se accionaba con el pie, que era usad a para afinar picos, palas, sierras y martillos. También había evidencia de un auto o camión. Marcas de neumáticos estaban distribuidas a través de la arena desde una especie de cochera que se hundía contra el lado de la casa. Había lata s de aceite vacías y dos tanques de acero rojos de veinticinco galones que o lían como si estuviera llenos de gasolina. En la parte de atrás había una pila de cuerdas de f errocarril, pulcramente formadas en una pila cuadrada. A lado de esto, habí a una pequeña pila de trastos viejos, muchos de los cuales estaban marcad os por las uñas. El ermitaño Jim, como Lana pensaba, debía estar fue ra. Quizá se había ido para siempre. Tal vez lo que le había sucedido a su abuelo le había pasado a él, y ahora ella era la única persona viva que quedaba en todo el mundo. Ella no quería estar allí si él regresaba. No había forma de saber si se podía confiar en un hombre que vivía en un abrasado r valle entre colinas polvorienta al final de ningún camino, y tenía un c ésped tan exuberante como ese. Lana terminó de regar el césped y roció a Patrick j uguetonamente con la manguera antes de apagarla. - ¿Quieres algo de chile, chico?- le preguntó al p erro. Ella se dirigió camino a adentro. Era un horno en l a cabaña, tan caliente, que empezó a sudar incluso antes de que limpiara la vieja basura, pero Lana no pensó en complicarse por algo tan mínimo. N o después de lo que había soportado. ¿Calor? Gran cosa. Ella tenía agua, comida, y todos sus huesos estaban intactos, que era como le gustaba que estuvieran. El chile venía en una gran lata. Sin refrigeración, tuvieron que comerlo rápido antes de que se dañara, así que era chile, c omida tras comida, hasta que se acabara. Pero al menos había coctel de fruta para el postre. Mañana, tal vez ella abriría una de las enormes lat as de pudding de vainilla y solo comer pudding por un par de días.



No había estufa, solo un quemador de estufa. No hab ía fregadero. Había una sola silla y una mesa, y un incómodo catre cont ra la pared. La característica decoración era una curtida alfombra Persa en el centro de la única habitación. El mejor asiento en la casa er a un maloliente pero cómodo sillón La-Z-Boy que estaba sobre la alfombra . Estaba atascado en la posición reclinable, pero eso estaba bien par a Lana. Para ella todo era reclinarse y tomar las cosas fácilmente. La única cosa que hacer era leer. El ermitaño Jim t enía exactamente treinta y ocho libros. Ella había hecho un inventar io de ellos. Eran bastante recientes novelas de Patrick O´Brian, Dan Simmons, Stephen King, y Dennis Lehane, y algunos libros que ella su puso que era filosofía de algunos autores como Thoreau. Había clásicos cuy os nombres resultaban familiares para ella: Oliver Twist, The Sea Wolf, The Big Sleep, Ivanhoe. Nada la había emocionado con exactitud, no había li bros de JK Rowling o de Meg Cabot, nada para chicos en absoluto. Pero al paso del primer día ella se había leído todo Orgullo y Prejuicio Y ahor a se estaba empezando The sea Wolf. Tampoco era un libro sencillo. Pero L ana no tenía más que tiempo en sus manos. - No podemos quedarnos aquí, Patrick- dijo ella cu ando el perro atacaba su bol de chile, - Tarde o temprano tendremos que i rnos. Mis amigos estarán preocupados. Todos lo estarán. Incluso Papá y Mamá. Ellos deben pensar que estamos muertos- Pero incluso mientras lo decía, Lana tenía sus duda s. No había mucho que hacer una vez que ella había hecho inventario d e los comestibles, así que pasaba la mayor parte del tiempo sentada en su sillón de madera, leyendo, u observando el desértico paisaje. Ella po nía la silla en el marco de la puerta en donde tenía algo de sombra y mirada a través del césped y las colinas alrededor. Se había vuelto una maestr a en el truco de leer un parágrafo en determinado tiempo, revisando cualquie r peligro en el área, observando a Patrick en busca de cualquier señal de advertencia, y luego regresando al libro para otro parágrafo. Después de un rato el interminable vacio tuvo un co sto en su nuca fuerte sentido del optimismo.



La barrera aún estaba allí, estaba tras la cabaña, no en su campo de visión a menos que saliera de la cabaña. Lana cargó una pequeña copa de agua hasta la puerta , con la intención de tomársela mientras echaba otro vistazo al césped y de repente allí estaba Patrick, corriendo hacia ella. Su pelaje est aba arriba. Sacudía su cabeza como si estuviera teniendo un ataque. - ¡Entra!- gritó Lana. Ella mantuvo la puerta abierta. Patrick entró a tro mpicones. Ella cerró la puerta y trabó el cerrojo. Patrick golpeó la alfombra, patinó, rodó dos veces, y se quedó sentado. Había algo en su boca, algo vivo. Lana se acercó cuidadosamente, se arrodilló para ve r. - ¿Un sapo caliente? ¿Es eso lo que tienes? ¿Me asu staste a morir por un sapo caliente?- ella sintió a su corazón golpear p esadamente mientras se reiniciaba. - Escupe esa cosa. Demonios, Patrick, c uento contigo ¿y tú te asustas por un sapo caliente?- Patrick no quería dejar su premio. Lana decidió dej arlo tenerlo. Ya estaba muerto, de todas formas, y ella supuso que Patrick también tenía derecho a su propia versión de locura. - Llévalo afuera y puedes conservarlo- dijo. Ella fue directo a la puerta pero primero se arrodilló para acomodar la alfombra . Luego se dio cuenta del portoncillo en el suelo. Lana removió mas la alfombra, enrollándola encima d el sillón La-Z-Boy. Jadeó, insegura de si quería ver lo que estaba bajo esa tarima. Quizá el ermitaño Jim era el Asesino en Serie Jim. Pero no era como si tuviera otra cosa que hacer. Em pujó el reclinable y enrolló la alfombra. Había un anillo de acero empot rado. Ella lo jaló. Yaciendo en el espacio de abajo estaban cuidadosame nte apilados unos ladrillos de metal, cada uno de aproximadamente sei s u ocho pulgadas de largo, y la mitad de ancho, y la tercera parte d e espesor.



No había pregunta en la mente de Lana de que eran. - Oro, Patrick. Oro. Las barras de oro eran pesadas, veinte libras o más , pero ella levanto lo suficiente para ver el alcance de la pila. La mejor estimación era que hubiera catorce en total, cada una de al menos vein te libras. Lana no tenía idea de cuánto costaba el oro, pero s abía lo que un par de aretes de oro costaban. - Esos son muchos aretes- dijo. Patrick miró al hoyo con perplejidad. - ¿Sabes lo que esto significa, Patrick? ¿Todo el o ro que hay aquí y esos picos y palas allá afuera? El ermitaño Jim es un mi nero de oro. Ella corrió hacia afuera al lado en donde el ermita ño Jim había estacionado su camión antes. Patrick salto, esperan do por un juego. Algunas veces ella lanzaba una rota hacha de mango para que el la devolviera, pero hoy Patrick sería decepcionado. Por primera vez, Lana siguió cuidadosamente las mar cas de neumáticos. Se estaban deshaciendo, pero aun eran visibles. A c ien pies de las casa, se dividían. Algunas marcas, las más viejas, parecí an, llevar a una dirección, al sureste, probablemente hacia Perdido Beach. Algunas, las más frescas, llevaban a la base de la cresta hacia el norte. Perdido Beach, creía ella, podría estar a quince o veinte millas mas allá, una muy larga caminata en aquel calor. Pero si la m ina estaba en la base de la cresta, no lucía siquiera como una decima de esa distancia. El ermitaño Jim podría estar allí. Si lo estaba, tambi én estaría su camión. Si no estaba allí, su camión podría estar allí, de tod as formas. Lana sintió una profunda aversión a la idea de aven turarse en lo salvaje de nuevo. Había estado muy, muy cerca de morir la ú ltima vez. Y los coyotes podrían estar aun por ahí, esperando pacien temente. ¿Pero las millas a la mina? Ella podía hacer eso.



Llenó una jarra plástica con agua, se llenó a sí mi sma con agua y se aseguró de Patrick también estuviera hidratado. Lle no sus bolsillos con CLPC―comida lista para consumir ―y empaco más en una toalla que envolvió para forma una pequeña bolsa. Se untó con protector solar del kit de medicina. - Vamos a dar un paseo, Patrick. Edilio sonrió cuando Astrid llevó su silla al lado derecho del Boston Whaler. – Gracias a Dios. Ahora al menos tenemos un a persona lista en este bote- Edilio y Quinn desatracaron el bote de la arena, de regreso en el suave oleaje. Subieron a bordo, luego arrastraron sus pie rnas para limpiar la arena que se aferraba. Sam dirigió el bote al mar, hacia la barrera. Esper aba que Drake estuviera muerto o al menos muy mal herido. Pero no estaba se guro y quería estar bien lejos antes de que el psicópata empezara a dis pararles. A Sam se le ocurrió que nunca antes en su vida habí a deseado que alguien estuviera muerto. Ocho días habían pasado d esde la venida del FAYZ. Ocho días y él no había visto suficiente locu ra para toda una vida. Y ahora estaba fantaseando con un chico muerto. Una vez que piso el acelerador y estuvo lejos del a lcance de cualquier bala, empezó a sentirse mejor. Esto estaba tan cerc a como cuando Sam había venido antes del FAYZ. Las olas eran imprevis iblemente pequeñas, pero el muelle aterrizaba en ellas con sorprendente fuerza que se trasladaba sobre sus piernas, sacudía sus dientes, y traía una sonrisa a sus labios. El rocío de sal estaba volando, y para Sam era difícil ser severo cuando el rocío estaba azotando su cara. - Gracias, Edilio. Y para ti también Quinn- dijo S am. Aun estaba furioso con Quinn, pero ellos estaban ―literalmente ―en el mismo bote ahora. - Veré cuanto me quieres agradecer cuando me lance de este bote- dijo Edilio. Se veía algo verde. Sam se recordó a si mismo mantener una distancia pr udencial de la barrera del FAYZ, pero al mismo tiempo quería mante nerse cerca. Aun



había la tentadora posibilidad de una brecha, una p uerta, algo a través de lo cual todos podían pasar y decir adiós a esta loc ura. Lejos al norte él podía ver los acantilados que mar caban la entrada ocupada por la planta de energía. Más allá de ella, como una mancha en la niebla, los limites de las, al menos media docen a de islas privadas. Astrid había desenterrado los chalecos salvavidas y estaba acomodándole uno al pequeño Pete. Edilio aceptó uno también, pero Quinn se negó. Astrid también encontró un pequeño refrigerador lle no de cálidas sodas, algo de pan, y los restos de mantequilla de maní y emparedados de jalea. - No vamos a morir de hambre- dijo Astrid. - Al me nos no de inmediato- La barrera estaba justa a su derecha, una terrible, majestuosa, pared blanca. Las olas golpeaban contra ella, un sonido i mpaciente. El agua también quería escapar. Sam era un pez en un acuario y la pared del FAYZ er a un lado del tanque. Era el mismo semi-traslúcido misterio que había en la tierra. Él navegó alrededor hasta que estuvo lo suficientem ente lejos del Acantilado que no era más grande que un LEGO encara mado en una estrecha franja de arena. Perdido Beach era como un a pintura al oleo, puntos y salpicaduras de color que sugerían un pueb lo sin proveer ningún detalle. - Voy a intentar algo- anunció él. Sam apagó el motor y dejó que el bote se revolviera . El bote parecía querer ir a la deriva por la pared. Había una corri ente, una leve, pero clara. La corriente perseguía por el lado de la par ed dirigiéndose lejos de la arena, siguiendo la larga curva aun más lejos de l mar. - ¿Tenemos un ancla?- preguntó Sam. La respuesta fue un rechinante sonido. Sam miró a l o lejos cuando Edilio desistía de su almuerzo. - Olvídenlo- dijo Sam. - Revisaré-



No había ancla. Pero él notó que Astrid estaba haci endo mantequilla de maní y emparedados de jalea. Ella le dio uno a Sam. Él no se había dado cuenta de que estaba hambriento . Metió la mitad del emparedado en su boca - Esto por lo que te llaman A strid la Genio- masculló a través de la mantequilla de maní. - Chico, no hables de comida- gruñó Edilio. Sam revisó su pequeño bote. No había ancla por ning una parte, pero había algunos parachoques plásticos, que el cernió a un lado en caso de que chocaran contra la barrera. Y allí había una bo bina de nylon azul y blanco. Ato un extremo de forma segura a una cornam usa y el otro extremo alrededor de su tobillo. Se despojó de su c amiseta y se quito los zapatos, quedándose en shorts. Hurgando en una de l as bodegas, encontró un largo destornillador. - ¿Que estás haciendo?- preguntó Quinn. Sam lo ignoró. - Edilio, amigo, ¿vas a vivir?- - Espero que no- dijo Edilio, a través de sus dien tes apretados. - Voy a bucear, veré si puedo llegar debajo de la b arrera- Astrid miro escépticamente, preocupada, pero Sam pu do ver que ella estaba en su propiamente, preocupada. Probablemente tratando de enfrentar el tiro casi consiguiéndolo. Quinn dijo, - te ayudaré si te quedas atascado arri ba- Sam se giró, sin estar listo para hablar con Quinn. Inseguro de si alguna vez estaría listo para hablar con Quinn. Luego clav ó desde el lado. El agua era una amiga bienvenida. Fría, una sacudid a, pero bienvenida. Se rió al probar la sal. Tomó un par de profundas respiraciones, mantuvo la última, y se sumergió. Nadó con poderosas patadas y su mando lib re mientras la otra sostenía el destornillador para defenderse de la pa red del FAYZ. No tenía



deseos de ser empujado contra ella. Tocarla con un dedo había dolido. Descansar un hombro o recostarse contra ella no ser ía placentero. Él fue abajo y abajo. Deseaba haberse provisto un e quipo de buceo o al menos una máscara y aletas de mar, pero no había es tado ni un poco preocupado por ello en el momento. El agua era bast ante clara, pero aun así, la visibilidad se reducía por la sombra de la barrera. Cuando él alcanzó el fin de su aire golpeó la barre ra. El destornillador no tocó nada, y sintió un momentáneo aumento de evitac ión que desapareció cuando su siguiente golpe se quedó muer to contra la solida resistencia. Se disparó hacia la superficie y jadeó por aire. La barrera se extendía al menos a veinte pies bajo la superficie. Si había un fondo para ella, tenía que encontrarlo usando un tanque de oxígeno y aletas. El bote se estaba meciendo contra la barrera, a cin cuenta pies. Él escucho el inconfundible chasquido y pff cuando Ast rid abrió una CocaCola para el pequeño Pete. Quinn se sentaba en la proa y tendía la cuerda, y Edilio aun lucía como si fuera a exhalar una parte de su hígado. Sam nadó hacia el bote, tomándose su tiempo, disfru tando el agua sobre su piel demasiado para sentirse decepcionado por no encontrar la salida del FAYZ. Escuchó el sonido del motor y el impacto de las ola s antes de que viera el bote. Pateó rápido para estirar su cabeza sobre el agua lo suficiente para ver. - Hey- , gritó. Quinn había oído el motor al mismo tiempo, - Un bot e se acerca. Rápido. Quinn gritó. - ¿De dónde?- - Del pueblo- reportó Quinn.



- Rápido- repitió él.



CAPÍTULO 26

126 HORAS, 10 MINUTOS Sam nadó tan rápido como pudo y pronto tuvo a su al cance la borda del Boston Whaler. Quinn tiró de él a bordo. Hacia arri ba, rodando y cayendo sobre cubierta. Estuvo de pie en un parpadeo y vio la gran lancha, la clase que llaman bote cigarro, viniendo hacia ellos a menos de una m illa de distancia. El bote lanzó una ola enorme. Al volante iba un muchac ho que Sam no podía reconocer a tanta distancia. Parados ahí sost eniéndose como si su vida dependiera de ello, estaban Howard y Orc. Pero no Drake. - No podemos huir de ellos,- dijo Quinn. La adrenalina debió haber calmado el estomago de Ed ilio - Quizás, hombre, pero no sabremos hasta que lo intentemos- - No, Quinn tiene razón,- dijo Sam. - Astrid, agar ra al pequeño Pete- Edilio enrolló la soga suelta rápidamente. No podía n dejarla en el agua o atascaría el propulsor. Tan pronto como la soga estuvo dentro del bote, Sam empujó hacia atrás la palanca y aumentó rápidamente de velocidad, circ ulando cerca de la barrera. El barco de Orc viró para seguirlos. Astrid, abrazando fuertemente a su hermano Pete, mi ró a un lado y gritó, - Nos está persiguiendo, no intenta interceptarnos- Le llevó un tiempo entender lo que ella quería deci r. El otro bote pudo girar en un ángulo determinado e interceptarlos fác ilmente. Pero el conductor no había pensado en eso. Casi muy tarde, el conductor de la lancha viró a la derecha tratando de hacerlo al mismo tiempo que Sam, pero el giro fue t orpe y la velocidad era demasiada. El bote cigarro se deslizo hacia la barrera con un sorprendente y estruendoso golpe. Y entonces, el bo te cigarro surgió de nuevo dejando atrás al Whaler. - Sujétense,- advirtió Sam.



La ola producto del giro del bote cigarro barrió al Whaler y lo estrelló contra la barrera. Sam se tambaleó, pero siguió de pie, sus pies descalzos luchando por tracción en el piso mojado d e la borda. El Boston Whaler dejó de moverse, y en cuanto el pr opulsor encontró agua de nuevo, fue ganando velocidad. Pasaron a gra n velocidad a la derecha del bote cigarro, tan cerca que Sam podía e stirarse un poco y chocar las cinco con Howard. Ahora el Whaler estaba alejándose, balanceándose de ola en ola, con la barrera ondeando a la derecha, alejándose de tierra firme. Pero la lancha era más rápida, y ahora que el condu ctor se había recuperado, venía rugiendo detrás de Sam, - Detente, idiota- , Orc le gritó a Sam. Sam ignoró la orden. Su mente trabajaba al máximo. ¿Cómo podía salirse de esta? Su bote era el más lento. Era más ligero, pero lento. Y la lancha era mucho más grande, más pesada, tanto así que pod ía pasar por encima del Boston Whaler. - Detente o te aplastaremos,- gritó Orc otra vez. - No seas estúpido, Sammy,- gritó Howard un poco m ás bajo, apenas audible entre el sonido de motores y la corriente d e agua. Astrid estaba a su lado de repente - Sam, ¿puedes h acer algo?- - Quizás. Tengo una idea- En un susurro ella dijo - ¿Estás hablando de…?- - No sé cómo hacer eso, Astrid, simplemente sucede. Y este no es precisamente el momento para consultar a Yoda sobre cómo usar mi poder- Edilio estaba con ellos ahora. - ¿Tienes un plan, S am?- - No uno bueno.



Sam levantó el radio al lado de la palanca. Le dio al botón. - Habla Sam, ¿Me escuchan? Cambio- Levantando la mirada, vio la sorpresa en la cara de Howard. Sí, estaban escuchando. Howard levantó su radio y frunció el ce ño. Sam presionó el botón. - Tienes que mantener pulsad o el botón Howard,- dijo Sam. - Cuando termines dices ‘cambio’ y dejas de presionar el botón. Cambio- - Tienes que detenerte,- dijo Howard, su voz endur ecida por el pequeño receptor - Oh, cambio- - No creo que vayamos a hacer eso, Howard. Drake in tentó matar a Astrid. Orc y tú casi me matan. Cambio- Eso mantuvo a Howard ocupado unos minutos inventand o una mentira creíble. - Está bien, Sammy, Caine cambió de opinió n. Dice que si se comportan, los dejará libres. Cambio- - Claro. Les creo ciegamente,- dijo Sam. Sam llevó a su barco aún más cerca de la barrera. E staba tan cerca, que podía tocarla. Presionó el botón nuevamente - Si intentas aplastar me, puede que choques contra la barrera,- advirtió Sam. - Cambio . Hubo silencio. Y entonces, una nueva voz, baja pero audible. Tenía que provenir de otra radio abordo. - Atrápenlo,- orden ó la voz. - Atrápenlo o no regresen. Caine. Estaba usando la radio que utilizaba para ma ntenerse en contacto con Drake, la guardería y la estación de bomberos. Howard dijo. - Ey, Caine, tienen a Astrid y al retr asado. Y a Quinn. - ¿Qué? Repítelo: ¿Astrid está ahí con ellos?-



Fue Sam el que le contestó, saboreando el momento, aún cuando era muy probable que el triunfo durara poco. - Así es C aine. Tu mascota sicótica te falló- - Tráiganlos a todos,- ordenó Caine. - ¿Y si usan el poder?- chilló Howard. - Si pudieran usarlo, ya lo hubieran hecho- dijo C aine con una sonrisa que se sintió a través de las ondas de recepción. - Sin escusas: captúrenlos. Caine fuera. Astrid dijo, - Sam, si puedes hacerlo, necesitas ha cerlo ahora- - ¿Hacer qué?- demandó Edilio. - Oh. ¿La cosa esa? - El radio chilló otra vez. Howard dijo, - Tienes has ta que cuente diez, Sammy. Si no, te golpearemos y te aplastaremos. No tiene porqué ser así, pero no tenemos otra opción. Así que…diez- - Edilio, tú, Astrid y el pequeño Pete al suelo en la cubierta. Quinn, tu también. - Nueve- Edilio arrastró a Astrid con él, acostándose en el piso de cubierta con el pequeño Pete en medio. - Ocho- - Será mejor que sea un buen plan, hermano,- dijo Quinn. Pero fue junto a Astrid. - Siete. Seis- La proa del bote cigarro se acercaba a la popa del Whaler, una gran cuchilla roja, subiendo y bajando, cortando su cami no hacia ellos. El sonido de los tres motores rebotaba contra la barre ra, amplificando el sonido. - Cinco.



Tenía un plan. Pero era suicida. - Cuatro- - ¿Están preparados?- - ¿Preparados para qué?- - Tres- - Nos golpeará- - ¿Ese es tu plan?,- chilló Quinn. - Dos- - Así es,- dijo Sam. - Uno- Sam escuchó acelerar a los dos motores del bote cig arro. La punta roja de la proa saltando hacia adelante. Era como si alg uien le hubiese atado un cohete en la parte trasera. Sam llevó la palanca del Whaler a neutro y maniobró para que el lado derecho del bote rozara la pared FAYZ. El Whaler redujo velocidad repentinamente. - ¡Sujétense!- Se arrodilló un poco, con las rodillas en el suelo mojado de la borda, sujetando con una mano el timón y girándolo a la de recha, luego lo estabilizó. Se cubrió la cara con un brazo, gritand o para no perder voluntad. El Boston Whaler desaceleró. La lancha no.



La gran, elevada y afilada proa se montó sobre part e del lado derecho de la popa del Boston Whaler. Hubo un chirrido al partirse la fibra de vidrio. El impacto alejó a Sam del timón. La parte trasera del Whaler se sumergió, y d e pronto, los cinco a bordo y el resto del bote estaban bajo el agua. Sam estaba gritando, gritando y luchando para evitar ser absorbido por l os propulsores que arremolinaban el agua a milímetros de su cabeza. La lancha tapaba al sol, de rojo oscuro y blanco lí vido, un cuchillo atravesando el pequeño barco. Los grandes motores g emelos rugieron. Pero el bote cigarro no aplastó por completo al más pequeño. Por el contrario, al golpear al Whaler a cierto ángulo, el bote cigarro salió disparado como un carro de acrobacias al chocar con tra una rampa. Giró en el aire, y estrelló la parte frontal contra la b arrera, rompiendo su parabrisas y comprimiendo su pasamano. El bote cigarro chocó fuerte contra el agua, de cos tado, a unos veinte pies por delante del Boston Whaler. Aterrizó tambal eándose, sumergiéndose tan hondo que Sam pensó que se quedar ía ahí, pero entonces salió a la superficie cual submarino y se enderezó. El Whaler recibió un golpe fuerte. La proa fue apla stada, las barandas del lado izquierdo ya no estaban, el motor estaba golpe ado pero todavía pegado al bote. Una gran piedra rompió la fibra de vidrio en la proa. Unos treinta centímetros de agua llenaban la borda. La c aja de comandos estaba colgando de un lado, junto con el timón y la palanca. Al motor lo alcanzó el agua y se ahogó. Pero Sam no estaba herido. - ¡Astrid!,- gritó él, aterrorizado al no verla de inmediato. El pequeño Pete estaba solo, mirándolo todo, casi parecía conscient e de lo ocurrido. Quinn y Edilio reaccionaron al instante y se acerca ron a la parte de atrás. Habían divisado la mano de Astrid agarrando fuerte la baranda. La sacaron del agua y la subieron al bote, mojada hast a la mitad y sangrando por una corte en la pierna. - ¿Se encuentra bien?-



Edilio asintió, demasiado sofocado como para hablar . Sam giró la llave con esperanza. El gran motor Merc ury rugió. La palanca estaba rígida, atascada, pero al impulsarla con tod a su fuerza podía moverla hacia delante. El timón ladeado todavía gir aba. El bote cigarro estaba a pocos metros, atascado. Or c estaba en el agua, gritando de rabia. Howard se movía de lado a lado, buscando un chaleco salvavidas, mientras el conductor intentaba prender el motor. Desafortunadamente, los motores no sufrieron ningún daño. Era ahora o nunca. Con movimientos frenéticos, Sam desató la soga de s u tobillo y agarro el extremo con los dientes. Saltó al agua y nadó a tra vés del corto espacio entre el Whaler y la lancha. - Esta nadando hacia acá. Su bote se está hundiendo ,- el conductor de la lancha gritó, malinterpretando las cosas. Pero Howard era más astuto. - Está planeando algo- Sam se sumergió. Tenía que ser ahora, antes de que el conductor lograra arrancar el motor. Si esos propulsores comenzaban a girar sería demasiado tarde, y había una gran posibilidad de qu e Sam perdiera sus dedos, incluso una mano completa. Luchando por no salir a flote, Sam se mantuvo dentr o del agua, tratando ver a través de la picazón, intentando encontrar co n sus dedos…ahí estaba. Un propulsor. Ató la soga a la hélice derecha tan fuerte como pud o. Luego se dirigió a la derecha soltando el poco aire que le quedaba par a mantenerse sumergido. Escuchó el click del suiche , la llave al girar. Un giro más del conductor del bote y… El motor comenzó a encender. San se retiró por mied o.



Ambos propulsores vibraron y rotaron. Luego la héli ce derecha se estancó y la izquierda giro un poco y se detuvo. Con la poca fuerza que le quedaba Sam ató la soga a l propulsor izquierdo, se impulsó pateando la proa y salió a la superficie a pocos metros para tomar aire rápidamente. Escuchó a los motores encender y atascarse nuevamen te. El conductor se daba cuenta ahora de lo ocurrido, y Howard estaba en la popa gritando amenazas airadamente. Sam dio vuelta y empezó a nadar con fuerza hacia el Whaler, que estaba rebotando contra la barrera. - Sam. Era Astrid la que gritaba. - Detrás de ti. No vio venir el golpe. La cabeza de Sam giraba. No podía concentrarse. Los músculos de sus brazos y piernas estaban inertes. Le había pasado antes. Era exactamente igual a la v ez que se calló de la tabla de surf y regresó hacia él golpeándolo en la cabeza. Un rincón de su mente sabía qué hacer: evitar el pánico, tomarse un os minutos para aclarar su mente. Sólo que esta vez no era una tabla de surf. Un segu ndo golpe impactó a su lado, evadiendo su cabeza y dándole en el cuello . El dolor intenso ayudó a Sam a enfocarse. Vio a Howard levantar el arpón de aluminio para un tercer golpe, esta vez Sam lo evadió con facilidad. Mientras el arpón golp eaba el agua Sam se lanzó, apoyando todo su peso en el. Howard perdió el equilibrio y Sam haló. Howard lo s oltó y chocó de pecho contra uno de los motores. Una vez más, Sam se dirigió hacia el Whaler, pero m uy tarde. Orc estaba sobre él, y mientras una mano sujetaba el cuello de Sam, la otra lo golpeaba.



El puño de Orc chocó contra el agua antes de golpea r la nariz de Sam, estaba amortiguado, pero el impacto fue igual de pa smoso. Sam se encogió en un ovillo y empujó sus piernas ta n fuerte como pudo contra en el plexo solar de Orc. Su golpe fue amort iguado por el agua, pero impulsó a Sam hacia delante y a Orc hacia atrá s. Sam era el que mejor nadaba, pero Orc era el más fu erte. Cuando Sam intentó escapar, Orc lo sujetó de la liga del short con fuerza. Howard estaba de pie nuevamente, gritando, dándole ánimo y elogiando a Orc. La pelea era justo debajo de la proa despedaza da del Whaler. Sam dio un salto mortal hacia atrás, pegó sus pies desc alzos contra el marco y se sumergió dentro del agua. Esperaba que cuando la cabeza de Orc estuviera dentro del agua, se asustara y lo dejara ir. Funcionó, y Sam pudo soltarse. Libre, pero atrapado entre la pared de FAYZ y la proa del barco. La cara de Orc era una aterrorizante máscara de rab ia. Fue directo hacia Sam, y Sam no tuvo otra opción. Esperó a Orc, agarr ó su camisa cuando se acercó a él furioso, dio la vuelta y, utilizando la fuerza de Orc en su contra, lo estrelló de cara contra la pared FAYZ. Orc gritó. Se agito como loco y gritó otra vez. Sam se alejó, usando el cuerpo de Orc para impulsar se. El impulso hizo que Orc se golpeara de lado contra la barrera y gri tó como un toro moribundo. Sam nadó, enganchó un brazo en la borda y se aferró con fuerza. - Edilio. Vámonos- Edilio jaló de la palanca mientras Sam, con la ayud a de Quinn y Astrid, subió a bordo. Orc lanzaba maldiciones ahogadas e ininteligibles. Howard estaba acercándose a él, el conductor estaba paralizado, s in saber qué hacer.



La soga estaba atada con firmeza en la cornamusa d e cubierta. La cornamusa no resistiría pero un buen jalón podría a cabar, al menos, con uno de los propulsores atascados. Edilio alejó al Whaler de la barrera y dijo: - Pend iente de la soga, Sam. El aviso fue a tiempo, porque justo entonces la hol gura de la soga desapareció y salió por encima del agua. La soga se tensó, casi arrancando el brazo de Sam en el proceso. El Whaler se tambaleó por el impacto. La cornamusa se despegó de la cubierta. Pero los propulsores del bote cigarro era n inservibles ahora. - Okey, eso fue una locura,- dijo Edilio riendo. - ¿Supongo que ya no estás mareado?- La radio volvió a la vida, la voz de Howard baja y asustada ahora, chillona. - Habla Howard. Se escaparon- La voz débil proveniente de la costa respondió, - ¿ Por qué eso no me sorprende?- Entonces, Howard habló de nuevo, - Nuestro bote no funciona- - Sam,- dijo Caine. - Si me puedes escuchar, herma no, espero que sepas que te mataré- - ¿Hermano? ¿Por qué te está llamando hermano?- , p reguntó Astrid. - Es una larga historia- Sam sonrió. Tendrían tiempo suficiente para contar historias. Lo habían logrado. Lograron escapar. Pero era una victoria va na. No podían regresar a casa ahora. - Okey,- dijo Sam. - Es escape o nada. Fijó la caña del timón en un curso que seguía la la rga y curva barrera. Astrid encontró un pote cortado por la mitad y come nzó con la larga labor de sacar el agua del bote.





CAPITULO 27

125 HORAS, 57 MINUTOS. Le tomo a Lana mucho más tiempo de lo que esperaba llegar al final de las pistas de los neumáticos. Lo que parecía una mi lla para la mayoría, en realidad habían sido tres. Y llevar el agua y la co mida en el calor abrasador, no lo había hecho más fácil. Era tarde en el momento en que arrastró los pies ca nsados en torno a un afloramiento de la cresta. Allí, delante de sus ojo s asombrados, era lo que se parecía mucho a un pueblo minero abandonado. Deb e haber sido un campo una vez: Había una docena de edificios mezcla dos en las estrechas y empinadas paredes de pliegues de la cre sta. Los edificios eran casi indistinguibles el uno del otro ahora, si mples conjuntos de palos de color gris, pero una vez pudo haber sido u na especie de calle, de no más de media cuadra de largo. Era un lugar fantasmal, silencioso, triste, con ven tanas sin cristales y algunos destrozados como los ojos tristes mirando h acia abajo de ella. Detrás de los escombros de la calle principal, fuer a de la vista de los transeúntes ocasionales, aunque por qué alguien iba a llegar a este desolado lugar desagradable, Lana no podía ni imagi nar, había una estructura más resistente. Construida con la misma madera gris, pero aún estaba en posición vertical y cubierta con un t echo de hojalata. Esta estructura era del tamaño de un garaje para tres co ches. Las pistas conducían allí. - Vamos, muchacho- , dijo Lana. Patrick corrió por delante, inhalando en una maleza cerca de la puerta del cobertizo, y regresó, con la cola elevada. - Por lo tanto, no hay nadie dentro- , aseguró Lana a sí misma. - Si Orc estuviera allí habría ladrado. Abrió la puerta, no queriendo colarse como una chic a en una película de terror. La luz del sol llegó a través de docenas de agujero s y costuras en el techo de hojalata y en la madera. Sin embargo, esta ba oscuro.



El camión estaba allí. Más reciente que los camione s de su abuelo, con una cama más. - ¿Hola? ¿Hola?- Ella esperó. Entonces, - ¿Hola?- Revisó los primeros camiones. El tanque estaba medi o lleno. Las llaves no estaban en ninguna parte. Buscó en cada centímet ro cuadrado de la camioneta y, nada. Frustrada, Lana inició la búsqueda en el resto de l a cabaña. Era sobre todo maquinaria. Lo que parecía una trituradora de piedra. Algo que parecía una tina con chorros de calor situada debaj o. Un tanque de gas líquido de petróleo que estaba sentado en un rincón . - Está bien. O bien encontramos las llaves y, proba blemente, nos matamos conduciendo- , Lana se volvió a un Patrick atento. - O podemos caminar kilómetros sin embargo, muchos a través del calor de Perdido Beach y quizás morir de sed. Patrick ladró. - Estoy de acuerdo. Vamos a seguir buscando las lla ves. Además de la puerta de doble altura en la parte del antera de la nave, había una pequeña puerta en la parte posterior. A t ravés de este Lana encontró un camino trillado a través de varias horr ibles rocas apiladas más allá de un cementerio de máquinas de acero oxid ado, y terminó en un entramado de madera con apertura en el suelo. Su boca parecía sorprendida de encontrar la montaña, un cuadrado ne gro tortuoso de apoyo con dos vigas rotas que formaban irregulares dientes de conejo. Un tren de vía estrecha conducía a la mina. - No creo que queramos ir allí- , dijo Lana. Patrick se trasladó con precaución cerca de la aber tura. Con sus pelos de punta se acercó y gruñó. Pero él no estaba rugiendo en la apertura.



Lana escuchó la prisa de los pies acolchados. Por e l lado de la montaña, como una avalancha en silencio, corrió una manada d e coyotes, tal vez dos docenas de ellos, tal vez más. Ellos corrían por la montaña con una velocidad sorp rendente. Y al llegar Lana los oía susurrar en tensión, las v oces guturales, - Comida... alimento. - No- , Lana dijo a sí misma. No. Ella tenía que estar imaginándolo. Lana sintió un disparo de pánico al mirar sobre el hombro de vuelta en la choza ahora muy por debajo de ella. El ala derecha de la manada ya estaba compitiendo por acercarse. - Patrick- , le gritó, y corrió hacia la entrada de la mina. En el instante en que estaban por encima del umbral de la mina, la temperatura bajó veinte grados. Era como entrar en el aire acondicionado. No había luz, pero con lo que venía de fuera, los ojos de Lana no tenían tiempo para adaptarse. Había un olor terrible. Algo dulce y empalagoso. Patrick volvió a enfrentar a los coyotes y cerdos. Los coyotes hervían alrededor de la entrada a la mina, pero se detuvo a llí. Lana, medio ciega, a tientas en la oscuridad buscab a algo, cualquier cosa. Ella encontró rocas tan grandes como el puño de un hombre. Las comenzó a lanzar, no al objetivo, sólo frenéticamen te arrojando las rocas de los coyotes. - Vete. Shoo. ¡Fuera de aquí!- Ninguno de los misiles de Lana conecto con un objet ivo. Los coyotes los esquivaron con delicadeza, sin esfuerzo, como si es tuvieran jugando a un juego no muy difícil. Se dividieron formando un carril. Un coyote, no el mayor, pero por mucho, si el más feo, caminó con la cabeza alta a t ravés de la manada.



Una de sus orejas de gran tamaño tenía la mitad arr ancada, tenía sarna, que dejó al descubierto los parches de piel que apa recían en el costado de su agudo hocico, y los dientes en el lado izquie rdo de su boca fueron parcialmente expuestos por algunas lesiones, hace t iempo que había dado a su lado un gruñido permanente. El coyote líder le gruñó a ella. Ella se sobresaltó, pero planteo una gran roca con amenaza. - No te acerques- , Lana, advirtió. - Ningún ser humano aquí. La voz era confusa, como arrastrando las botas en la tierra húmeda, pero de tono alto. Durante varios segundos de duración Lana lo miró fi jamente. No era posible. Pero sonaba como si la voz hubiera venido del coyote. - ¿Qué?- - Sal- , dijo el coyote. Esta vez era inconfundible . Había visto el movimiento de su hocico, llamó la lucha de la lengu a detrás de los dientes afilados. - No puedes hablar- , dijo Lana. - Esto no es real. - Sal. - Me vas a matar- , dijo Lana. - Sí. Sal, muerte rápida. Espera, muerte lenta. - Puede hablar- , dijo Lana, sintiéndose como si es tuviera loca, realmente loca ahora. El coyote no respondió. Lana se detuvo. - ¿Por qué no puedo permanecer en l a mina?- - Ningún ser humano aquí. - ¿Por qué?-



- Sal. - Vamos, Patrick- , Lana, dijo en un susurro temblo roso. Ella comenzó a alejarse del líder de la manada coyote, entrando en la profunda oscuridad. Golpeo algo con su pie. Miró hacia abajo y vio rápi damente una pierna asomando de los monos cubiertos de sangre. Había en contrado la fuente del olor. El ermitaño Jim había muerto hacía mucho tiempo. Saltó hacia atrás sobre el cuerpo, poniéndose entre ella y el coyote. - Ustedes lo mataron- , Lana acuso. - Sí. - ¿Por qué?- Vio a un farol, sólo una linterna de errores cuadrados, de verdad. Se inclinó rápidamente y la recogió. - Ningún ser humano aquí. El coyote ladró una orden a su manada y entró en la cueva y saltó por encima del cuerpo. Lana y Patrick se volvieron y co rrieron. Lana a tientas con la luz mientras corría, trataba de encontrar un interruptor. La oscuridad era total con rapidez. Un dolor agudo en el tobillo, casi la llevó hacia a bajo, pero tropezó. Ella encontró el interruptor y de pronto el pozo de la m ina fue bañado por una luz extraña que reveló que sólo rocas dentadas y vi gas de madera. Las sombras eran como la uña de los dedos de cierre a s u alrededor. Los coyotes, sorprendidos por la luz, mientras cayó de espaldas. Sus ojos brillaban. Sus dientes eran tenues sonrisas bl ancas. Y luego vinieron por ella. Un tornillo de mandíbula cerrada estaba alrededor d el músculo de la pantorrilla y se cayó en un montón. Los coyotes se lanzaron sobre ella. Su hedor estaba en su nariz, su peso martillaba hac ia abajo.



Ella luchó para levantarse sobre los codos. Un segu ndo tornillo se cerró por encima de su brazo y se quedó, sabiendo que nun ca obtendría una copia de seguridad. Oyó los aterrorizados ladridos de Patrick, mucho más profundos y más fuertes que los ladridos emocio nados del coyote. Todos a la vez saltaron sobre ella. Lanzó un grito de sorpresa y cabriolas y retorció la cabeza a la izquierda y la derecha. Lana estaba sangrando de una docena de mordeduras e n un círculo misterioso de luz de la linterna. El jefe de la manada gruñía y los coyotes se calmar on al menos un poco, aunque era evidente que algo los había asustado, y todavía estaban asustados. Los coyotes se movieron, nerviosos, inqu ietos. Todas las orejas tiesas y se volvieron hacia las sombras más abajo en el eje. Como escucharan algo. Lana se esforzó por escuchar lo que oyeron, pero el roce de sollozos de su propia respiración era demasiado fuerte. Su cora zón latía como un martillo, como si se fuera a romper las costillas c on sus golpes. Los coyotes ya no la atacaban. Algo había cambiado. Algo en el aire. Algo en su mente insondable canina. Ella había pasado de ser la presa de prisioneros. El jefe de la manada coyote se acercó lentamente a su nariz. - Camina, humano. Ella se inclinó y puso su mano contra la peor de la s heridas por mordedura. El dolor menguo conforme la curación emp ezó. Pero seguía siendo teniendo el drenaje de sangre de una docena de pequeñas punciones cuando se puso de pie y caminó m ás profundo en la cueva cercana, más profundo, con Patrick quedándose y los coyotes que venían detrás. Bajaron y bajaron. Salieron corriendo de la vía del tren y entraron en lo que parecía una nueva sección del túnel. Aquí, la m adera utilizada para apuntalar el techo estaba todavía verde, las cabeza s de los clavos aún



brillaban. El suelo del eje estaba menos lleno de r oca desmoronada y décadas de polvo. Aquí fue donde el ermitaño Jim había estado trabaja ndo, excavando hacia abajo, después de la costura de metal de color amar illo brillante. Mientras caminaba Lana tuvo miedo de una manera nue va. Ella había tenido que soportar el pánico, la asfixia al miedo a la muerte. Esto era diferente. Esta nueva sensación volvió sus músculos de gelatina, parecía a la savia el calor de su sangre y sus arterias se llenaban con agua helada y el estómago con la bilis. Tenía frío. Frío todo el camino. Sus pies pesaba cien libras cada uno, los músculos eran insuficientes para ellos y desplazaban hacia adelante. Cada rincón de su cerebro daba voces. - ¡Corre, cor re, corre!- Pero ella no podía correr, no podía físicamente hacerlo. La ú nica manera de avanzar era como si no fuera más que un dibujo más y no fuera parte de ella. Patrick finalmente no aguantó más. Se dio media vue lta y corrió, con desprecio más rápido que los perros salvajes. Quería llamarlo. Pero ningún sonido salió de sus la bios sin fuerzas. Más y más. Más frío y más frío. La linterna se debilitó y atenuó cuando Lana se dio cuenta de que las paredes de la cueva brillaban de un verde tenue. Estaba cerca ahora. Lo estaba. Lo que fuera que era, estaba cerca. La linterna se cayó de sus dedos entumecidos.



Sus ojos se pusieron en blanco en su cabeza y ella cayó de rodillas, indiferente a, sin darse cuenta siquiera de que el dolor como las rótulas aterrizaron en piedras afiladas. De rodillas, con los ojos ciegos, Lana esperó. Una voz estalló dentro de su cabeza. Su espalda se arqueó en el espasmo y se cayó de lado. Cada terminación nerviosa, cada célula de su cuerpo, gritó de dolor. El dolor era como si fuera de ser h ervida viva. ¿Cuánto tiempo duró?, ella nunca lo supo. Las palabras exactas que escuchó, si es que las pal abras habían sido dichas, nunca las recordó Ella se despertó después, tras haber sido sacado a rastras de la cueva por dos de los coyotes. Se arrastró fuera de la cueva en la noche. Y allí esperó pacientemente a vivir o morir.



CAPITULO 28

123 HORAS, 52 MINUTOS. Sam, Edilio, Quinn, Astrid, y pequeño Pete siguiero n la pared del FAYZ hacia fuera del mar. La curva de la barrera los lle vó lejos de la tierra, luego de vuela hacia ella. No había huecos en la pared. No había una idea fáci l de escape. El sol se estaba poniendo cuando ellos viajaron hac ia el norte de un puñado de diminutas islas privadas. Una de esas islas tenía un hermoso yate blanco estr ellado en frente. Sam consideró detenerse para conseguir un vistazo más d e cerca pero decidió en contra de ello. Él estaba determinado a inspecci onar toda la pared del FAYZ. Si él iba a estar atrapado como un pez dorado en una pecera, él quería ver toda la pecera. La pared del FAYZ encontraba la orilla en medio del parque nacional Stefano Rey, teniendo inscrito un largo semicírculo en la cara del mar misteriosamente apacible. El litoral era imposible, una fortaleza de roca den tada y barrancos tocados con la luz dorada del sol poniente. - Es hermoso,- dijo Astrid. - Yo preferiría uno feo y un lugar para desembarcar ,- dijo Sam. El oleaje todavía estaba dócil, pero lo tomaría muy poco a las rocas para rasgar un agujero en el casco el ya estropeado Bost on Whaler. Ellos se dirigieron hacia el sur, arrastrándose sol os, esperando por un lugar para introducirse antes de que el tanque de g as se quedara vacío y cayera la noche. Finalmente ellos descubrieron un minúsculo banco de arena, en forma de V, no más de doce pies de ancho y seis de profundid ad. Sam supuso que él podría, con suerte, poner el barco ahí y en la p laya. Pero el bote podría



no sobrevivir por mucho, y ellos estarían a pie, si n un mapa, en el fondo de una roca de setenta pies. - ¿Cómo se ve el gas, Edilio?- Edilio metió una varilla dentro del tanque y la emp ujó hacia fuera. No mucho. Tal vez una pulgada. - Está bien. Bueno, imagino que esto es todo, enton ces. Apretar sus vidas en la cubierta. Sam empujó al acelerador hacia delante y fue en pos directamente de la pequeña playa. Él tenía que mantener velocidad o la torpe oleada los empujaría hacia las rocas que se apiñaban a ambos l ados. El bote trepó por la tierra. El impacto sacudió a A strid, pero Edilio agarró su mano antes que ella cayera. Los cuatro rápidamen te salieron en desorden. Pequeño Pete no podía inducir a escaparse , o siquiera de agradecer su existencia. Entonces Sam, temeroso que en cualquier momento pequeño Pete enloquecerse y estrangularlo, o teletransportarlo, o al menos comenzar a chillar, llevó al chico en ti erra. Edilio tomó el kit de emergencias del bote con él, que implicaba un poco más que unas vendas adhesivas, un libro de equivale ncias, dos bengalas de emergencias, y un diminuto compás. - ¿Cómo lograremos que pequeño Pete suba el barranc o?’- Preguntó Sam en voz alta. - No es muy difícil escalar, pero… - - El puede escalar,- dijo Astrid. - El a veces tre pa árboles. Cuando él quiere. Sam y Edilio tenían idénticas expresiones de duda. - El puede,- dijo Astrid. - Solo necesito recordar las palabras desencadenantes. Algo sobre un gato. - Está bien. - El una vez siguió a un gato que se subió a un árb ol.



- No sé si todavía hay incremento de marea,- dijo Quinn. - Pero si la hay, esta playa pronto va a estar bajo el agua. - Charlie Tuna,- dijo Astrid. Los tres chicos la miraron fijamente. - El gato,- ella explicó. - Su nombre era Charlie Tuna. Ella se arrodilló al lado de pequeño Pete. - Petey. ¿Charlie Tuna? ¿Char lie Tuna? ¿Recuerdas?- - Esto no es tan descabellado,- Quinn murmuró bajo su aliento. San dijo, - Esta bien, como sobre Edilio, tu vas pr imero, entonces Astrid y pequeño Pete te seguirán. Quinn y yo iremos al últi mo en el caso de que P. P se resbale. Esto produjo que Astrid tuviera razón, pequeño Pete podía escalar. De hecho, el casi pasa a Astrid en el camino de subida . A pesar de todo, les tomó hasta que la oscuridad avanzó llegar a la cima del barranco. Por el tiempo que ellos finalmente se derrumbaron en una c ama de pasto y agujas de pino dejado de elevados árboles, ellos ne cesitaban cada una de las bandas adhesivas que Edilio había traído. - Supongo que dormiremos aquí,- dijo Sam. - Está cálido afuera,- dijo Astrid. - Esta oscuro,- dijo Sam. - Anda a encender un fuego,- dijo Astrid. - Mantén lejos a los osos, ¿huh?- agregó Edilio ne rviosamente. - Eso es un mito, desafortunadamente,- dijo Astrid . - Animales salvajes ven fuego todo el tiempo. Ellos no están especialme nte asustados de eso. Edilio sacudió su cabeza tristemente. - A veces, As trid, tu sabiendo todo no es realmente una ayuda.



- Lo entiendo,- dijo Astrid. - Lo que quise decir era que lo osos, como todos los animales salvajes, están aterrados del fu ego. - Si. Demasiado tarde. Edilio miró dentro de las sombras mas-negro-que-negro bajo los árboles. Astrid y Edilio vieron a pequeño Pete mientras Sam y Quinn buscaban leña. Quinn, nervioso por más de una razón, dijo. - No es toy acosándote ni nada, pero hermano, si tú realmente tienes algún ti po de magia, tienes que ir descubriendo como usarla. - Lo sé,- dijo Sam. - Créeme, si yo supiera como e ncender una luz, lo haría. - Si. Tú siempre has estado asustado de la oscurida d. Después de un rato Sam dijo, - No creo que tú supie ras eso. - No es gran cosa. Todo el mundo está asustado de a lgo,- dijo Quinn suavemente. - ¿Tu de que estas asustado?- - ¿Yo?- Quinn hizo una pausa, sosteniendo su pocas ramitas de leña, y reflexionó. - Supongo que estoy asustado de no ser nadie. Un gran gran… nadie. Ellos recolectaron suficiente leña y suficientes ag ujas de pino para encender y pronto ellos tenían un jovial, ahumado, fuego ardiendo. Edilio miró fijamente hacia las llamas, - Esto está mejor, incluso si esto no espanta a ningún oso. La ventaja, es que no esto y más en un bote. Me gusta la tierra sólida. La calidez del fuego era innecesaria, pero Sam la d isfrutaba de todos modos. La luz anaranjada reflectaba sin vivacidad d esde los troncos de los árboles y ramas que hacían a la noche inclusive más oscura. Pero mientras el fuego ardía, ellos podrían pretender es tar a salvo.



- ¿Alguien se sabe alguna historia de fantasmas par a contar?- preguntó Edilio, medio bromeando. - ¿Sabes lo que me gustaría?- Preguntó Astrid. - S ’mores . Estuve en un campamento una vez. Era un campamento pasado de mod a con pescas y equitación y esas horribles canciones a lo largo de l fuego. Y s’mores. No me gustaban esos entonces, mayormente porque no que ría estar en un campamento. Pero ahora… - Sam la miró detenidamente a través de las llamas. L as blusas de un blanco almidonado de los pre-FAYZ habían cedido el paso a camisetas. Y él ya no estaba completamente intimidado por ella, y ahora que ha estado de un lado para otro con ella. Pero ella seguía tan hermosa que a veces tenía que apartar la vista. Y el hecho que la haya besado quería decir que ahora cada pensamiento de ella venía con una inunda ción de abrumadoras memorias, esencias, sensaciones, sabore s. El no había podido estarse quieto y mordió su labio , usando el dolor de abstenerse de pensar más sobre Astrid, su camiseta, su cabello y piel. - No es el momento, ni el lugar,- él murmuró bajo su aliento. Pequeño Pete se sentó, piernas cruzadas, y miró fij amente dentro del fuego. Sam se preguntaba que estaba sucediendo en s u cabeza. Se preguntaba que poder estaba oculto detrás de esos i nocentes ojos. - Hambre,- dijo pequeño Pete. - Munchy, munchy. Astrid le dio un abrazo. - Lo sé, pequeño hermano. Mañana conseguiremos comida. Uno por uno comenzó a sentir sus párpados realmente pesados. Uno por uno se acostó plácidamente, cayendo en silencio, do rmidos. Sam fue el último. El fuego estaba muriendo. La oscuridad se e staba moviendo desde todas direcciones. Él se sentó de piernas cruzadas, tonterías-cruzan d e un lado para otro ellos lo llamaron cuando estaba en kindergarten, gi rando sus manos alrededor, palmas hacia arriba, y las puso sobre su s rodillas. ¿Cómo? ¿Cómo ocurrió esto?



¿Cómo le había pasado esto a él? ¿Cómo podía controlarlo, hacerlo funcionar bajo una orden? Cerró sus ojos e intentó recordar el pánico que hab ía sentido siempre que había creado luz. No era difícil recordar la em oción, pero era imposible sentirla. Tan en silencio como pudo, salió a hurtadillas del fuego. La oscuridad bajo los árboles podría ocultar miles de terrores. Caminó hacia su miedo. Agujas de pino crujían bajo sus pies. Caminó hasta que solo pudo distinguir el débil brillo de las ascuas de fuego d etrás de él y ya no podía oler humo lleno de pinos. Levantó sus manos, de la forma que había visto a Ca ine hacerlo, palmas hacia fuera, como si le estuviera señalando a algui en que se detuviera, o de otro modo como si él fuera un pastor bendiciendo a sus fieles. El desenterró el miedo de esa pesadilla en su cuart o, el pánico cuando pequeño Pete lo estaba ahogando, la repentina reacc ión cuando él iniciador del fuego trató de matarlo. Nada. Esto no iba a funcionar. Él no podía simular el miedo, y tratando de asustarse a sí mismo con un oscuro bosque no estaba funcionando, tampoco. Él dio vueltas. Una nariz detrás de él. - No está funcionando, ¿no es así?- dijo Astrid. - Casi lo hice, casi me asustas lo suficiente para hacer que ocurra,- dijo Sam. Astrid vino más cerca. - Tengo una cosa terrible qu e contarte. - ¿Una cosa terrible?- - Traicioné a Petey. Drake. Él quería que lo llamar a por un nombre. Ella estaba torciendo sus dedos tan fuerte, que lucía do loroso.



Sam tomó sus manos en la suyas. - ¿Qué hizo él?- - Nada. Solo… - - ¿Solo qué?- - Me abofeteó un par de veces, no fue tan malo, per o…- - ¿El te golpeó?- Se sentía como si él hubiera tra gado ácido. - ¿El te golpeó?- Astrid cabeceó. Ella trató de explicar, pero su voz la traicionó. Entonces ella apuntó a un lado de su cara, al lugar donde la mano de Drake la había golpeado con suficiente fuerza para sacudir con fue rza su cabeza hacia los lados. Ella se estabilizó y trató otra vez. - N o gran cosa. Pero estaba asustada, Sam, estaba tan asustada. Ella dio unos pasos más adelante, esperando que tal vez él pusiera sus brazos alreded or de ella. Sam retrocedió un paso. - Espero que este muerto,- dijo. - Espero que este muerto, porque si no lo está, lo mataré. - Sam. Sus puños estaban cerrados. Sentía como su cerebro hirviendo dentro de su cráneo. Su respiración se volvía superficial y d ura. - Sam,- susurró Astrid. - Inténtalo ahora. Él la miró fijamente, sin comprender. - Ahora,- ella gritó. Sam levantó sus manos, palmas hacia fuera, apuntand o hacia a un árbol. - ¡Aaaaahhhh!- el gritó, y rayos de brillante, luz teñida de verde salieron disparados de sus manos. Dejó caer sus manos a sus costados, jadeando, asomb radas por lo que acababa de hacer. El árbol estaba quemado por ambos lados. Cayó,



lentamente al principio, luego rápido, y se estrell ó pesadamente en un pedazo de arbusto espinoso. Astrid apareció a su lado y deslizó sus brazos a su alrededor. Él sintió sus lágrimas en la parte de atrás de su cuello, su respiración en su oreja. - Lo siento, Sam. - ¿Disculpa?- - No puedes convocar al miedo siempre que lo necesi tes, Sam. Pero la rabia es miedo enfocado hacia el exterior. La rabie es fácil. - ¿Me manipulaste?- Él desenrolló sus brazos y vol teó su cara hacia la de ella. - Eso sucedió con Drake, justamente como te dije,- dijo Astrid. - Pero yo no te iba a decir hasta que te viera aquí intentand o. Tú sigues diciendo que el miedo hace funcionar al poder. Entonces, pen sé…- - Si. Él se sintió extrañamente derrotado. El sim plemente había tenido, por primera vez, la intención de dejar a la luz ven ir. Pero se sentía triste, no alegre. - Entonces, tengo que estar molesto, no asustado. Tengo que querer lastimar a la gente. - Aprenderás como controlarlo,- dijo Astrid. - Te volverás mejor en eso, entonces podrás usar el poder sin tener que sentir nada. - Bueno, ¿no será un día feliz?- dijo Sam con amar go sarcasmo. - Seré capaz de quemar a alguien sin sentir nada. - Disculpa, Sam. De verdad. Lo siento por ti, quier o decir, siento que esto tenga que ocurrir. Tienes razón al estar asustado d el poder. Pero la verdad es, necesitamos que tengas este poder. Ellos permanecieron de pie, distanciados unos del o tro por solo unos pies de distancia. La mente de Sam estaba muy lejos , interpretando recuerdos desde la vez que parecía ser hace un mill ón de años atrás. Un millón de años, o tal vez ocho días.



- Lo siento,- susurró Astrid otra vez y enroscó su s brazos detrás de él para empujarlo contra ella. El descansó su barbilla en su cabeza, mirando tras de ella, viendo el fuego, viendo la oscuridad por todas partes, la osc uridad que lo había asustado desde que era un bebé. - A veces tienes que coger la ola. A veces la ola t e coge a ti,- él dijo al último. - Es el FAYZ, Sam. No eres tú: es solo el FAYZ.



CAPITULO 29

113 HORAS, 33 MINUTOS El pie de Lana se había enganchado a una raíz hacié ndola caer sobre sus manos y rodillas. Patrick echó un vistazo, pero man tuvo su distancia. Nip, el coyote que era el torturador personal de La na, tiro sus mandíbulas hacia ella. - Me estoy levantando. Me estoy levantando. Lana m urmuró. Sus manos estaban raspadas. Otra vez. Sus rodillas estaban llenas de sangre. Otra vez. La manada estaba en el frente, pasando a través de arbustos, saltando zanjas, deteniéndose a oler agujeros para, a contin uación, seguir adelante. Lana no podía mantener el ritmo. No importaba lo rá pido que corriera, los coyotes siempre estaban por delante de ella, y cuan do se quedaba atrás, Nip echaría un mordisco a sus talones, y en ocasion es la haría sangrar. Nip era un coyote de bajo ranking, deseoso de proba rse a sí mismo al Jefe de la Jauría. Pero él no era vicioso, no como algunos de ellos, así que no rasgaría y desgarraría con sus dientes, sino que solo gruñiría. Pero cuando ella retrasaba a la Jauría con su lento y torpe caminar humano, entonces el líder gruñiría a Nip y lo desaf iaría mientras que Nip gemía y se rebajaba en status, inferior incluso al de Lana. Era un perro grande y fuerte, pero limitado, junto con su movimiento de cola, con la lengua fuera, lo que los coyotes efici entes parecían encontrar despreciable. Los coyotes eran cazadores solitarios, capturaban c onejos, incluso las más rápidas ardillas. Patrick fue abandonado a su s uerte, y desde que era mucho más lento, iba con hambre.



A Lana se le había ofrecido una de las presas matad as por el Líder a medio comer, todavía media viva liebre, pero ella n o tenía hambre. Aún. Casi se había olvidado de que nada de esto era posi ble. Increíble lo rápido que había llegado a aceptar un mundo definido por una barrera gigante. Absurdo que sabía que podía curar con un toque. Ridículo que había aceptado el hecho de que el líde r de la manada pudiera hablar. En las palabras. En Inglés, sin emb argo legible. Locura. Demencia. Pero lo que había ocurrido en la mina, allí donde l a oscuridad se escondía hirviente, lejos del sol, lejos del mundo de la raz ón, había matado a cualquier duda que permaneciera en Lana: el mundo s e había vuelto loco. Ella se había vuelto loca. La tarea de Lana ahora era sobrevivir, no analizar o comprender, simplemente sobrevivir. Sus zapatos ya estaban empezando a destrozarse. Su tela estaba rota en varios lugares. Estaba sucia porque había tenido qu e orinar y defecar al aire libre, como un perro. Sus piernas y las manos en varias ocasiones habían sido desgarradas por las afiladas rocas, cortadas por las espinas, a puñaladas por los mosquitos. Incluso había sido mordida por un mapach e acorralado. Pero nunca las heridas duraban mucho tiempo. Dolían, sie mpre hacían daño, pero Lana las sanaba. Se habían quedado toda la noche, los coyotes, persi guiendo a la siguiente comida. Había sido tan sólo doce horas, pero ya parecía una eternidad. - Soy humana. se dijo. - Soy más inteligente que él. Soy superior. Soy humana. Pero aquí en el medio silvestre, en la noche del de sierto oscuro, ella no era superior. Ella era más lenta y más torpe y más débil. Para mantener el



ánimo arriba, Lana habló con Patrick, o con su madr e. Eso, también, era demente. - Realmente disfruto de mi tiempo aquí, mamá- , dij o Lana. Estoy perdiendo un poco de peso. La dieta del coyote. No coma nada y corra todo el tiempo. Lana cayó en un hoyo y sintió que su tobillo girar y romperse. El dolor era insoportable. Pero el dolor iba a durar sólo un minuto. El agotamiento era mucho más profundo, la desespera ción más dolorosa. El líder apareció, mirándola desde un saliente roco so. - Corre más rápido- ordenó. - ¿Por qué me mantienen prisionera?- preguntó ella . - Mátenme o déjenme ir… - - La Oscuridad dice No Matar- Líder dijo en su tor turada e inhumana voz aguda. Ella no le preguntó qué quería decir con La Oscurid ad. Había oído su voz en su cabeza. Es una cicatriz en su alma, una cicat riz que su poder de curación no podía tocar. - Sólo estoy haciéndolos ir más lento,- Lana sollo zó. - Déjenme aquí. ¿Por qué quieren que vaya con ustedes? - - La Oscuridad dice: Tú enseñas. El líder aprende. - ¿Aprender qué?- -gritó-. - ¿Sobre qué estás habl ando?- El Jefe de la manada saltó a ella, tocó el piso con la espalda, y se acercó a ella con sus dientes al descubierto por encima de su garganta expuesta. - Haz de matar a los seres humanos. Reuni r a todas las manadas. El Líder será el Líder de todos. Matar a l os humanos- - ¿Matar a todos los humanos? ¿Por qué?- EL Líder estaba salivando. Una larga cadena de baba cayó de su hocico en su mejilla. - Odiar humanos. Humanos matar coyot es.



- Manténganse alejados de las ciudades y nadie mata ra coyotes. Lana argumentó. - Todo para el coyote. Todos para el Líder. Ningún ser humano. Con su tensa, mundana voz, el líder realmente despotrico p or mucho tiempo, pero la furia y el odio vino a través de muy pocas palabras. Ella no sabía como un coyote en sano juicio podía soñar, si habla ra, pero no había duda en su mente que éste era un coyote loco. Los animales no tenían ideas grandiosas sobre elimi nar a toda una especie. Ese pensamiento no había llegado de él. Los animales pensaban acerca de la comida y la supe rvivencia y la procreación, si pensaban en algo. La cosa en la cueva. La Oscuridad. El líder era su víctima, así como su siervo. La oscuridad lo había llenado con malvada ambición. Pero no había sido capaz de enseñarle la manera de engañar a los human os. Cuando Lana se había presentado en la mina de oro, la oscuridad se había aprovechado con la intención de usarla. Hay límites para el poder de la oscuridad, no impor taba lo terrible que fuese. Era necesario utilizar a los coyotes -y a La na- para llevar a cabo su voluntad. Y había límites a lo que sabía la oscurid ad, también. Ella sabía lo que tenía que hacer. - Adelante, mátame- , dijo Lana. Ella arqueó su cue llo. Presentándolo ante él, desafiante. - Adelante. Una mordida rápida y todo habría terminado. Dejaría que la herida sangrara. No la curaría, sino que dejaría ir la san gre de arterias como la arena en el desierto. En ese momento, parte de Lana no estaba segura de s i estaba echando un farol. La oscuridad había abierto una puerta en su mente, una puerta a algo casi tan aterradora como la oscuridad en sí. - Adelante. Desafió al coyote. - Adelante, mátame.



El Líder elevo su cabeza. Soltó un ansioso y suelto gemido. Nunca había cogido una presa indefensa que no luchara por la vi da. Estaba trabajando. Lana empujó el hocico húmedo del Líder a la distancia. Se puso de pie, su tobillo aun doliendo. - ¡Si vas a matarme, mátame!- Los ojos color café y amarillo del líder quemaron e n ella, pero no dio marcha atrás. - Yo no tengo miedo de ti. El Líder se estremeció. Pero luego sus ojos fueron a Patrick, y de nuevo a ella, con una sonrisa de lado astuta. - Matar al pe rro. Era el turno de Lana de flaquear. Pero ella sabía p or instinto que no podía mostrar debilidad. - Adelante. Mátalo. Entonces no tendrás manera de amenazarme. Una vez más la cara llena de cicatrices del coyote mostró confusión. La idea era complicada. Era un pensamiento con más de un movimiento, como intentar jugar al ajedrez y anticipar lo que o curriría dos o tres movimientos más adelante. Su corazón dio un vuelco. Sí, eran más fuertes y más rápidos. Pero ella era u n ser humano, con un cerebro humano. Los coyotes han cambiado en algunos aspectos de lo que habían sido: algunos tenían hocicos y las lenguas que hablaban, y eran más grandes de lo que deberían, más fuertes de lo que deberían haber sido, incluso más inteligentes de lo que tenían derecho a ser. Pe ro todavía eran coyotes, aun simples, impulsados por el hambre, por el deseo de un compañero, por una necesidad de un lugar dentro de la manada. Y la oscuridad no había enseñado a mentir o a evita r la verdad. - La Oscuridad dice que tú enseñas. El líder dijo, recurriendo a un territorio familiar. - Bien- , dijo Lana, su cerebro zumbando, tratando de decidir dónde llevar la conversación. Buscando la ventaja.



- Deja a mi perro tranquilo. Y consigue algo de com ida decente. Algunos alimentos que los seres humanos coman, no medios su cios masticados conejos. Y a continuación, enseñare. - No hay comida humana aquí. Eso es cierto, tu sucio, sarnoso animal, Lana pensó mientras el siguiente movimiento cayó en su lugar. Ningún alimento humano aquí. - Me di cuenta- , dijo, de bajada del triunfo en su voz, manteniendo la cara cuidadosamente neutral, sin delatar nada. - Así que me llevaras al lugar donde la hierba crece. Sabes lo que estoy hablando. El lugar donde el parche de color verde crece en el desierto. Llévame allí, o llévame de nuevo a la oscuridad y dile a la oscuridad que no p uedes controlarme. Al líder no le gustó, y expresó su frustración, no en el lenguaje humano, pero en una serie de furiosos ladridos que redujero n el resto de la manada a merodeadores ansiosa. Giro lejos de ella en una pantomima de frustración, incapaz de controlarse u ocultar sus más simples emociones. - ¿Ves, mamá?- Lana le susurró mientras apretaba s us manos sanadoras en el tobillo. - A veces, el desafío es una buena c osa. Por último, sin una palabra. El Líder fue trotando hacia el noreste. Se movió, y la manada lo comenzó a seguir, pero poco a poco, a un ritmo que Lana podría igualar. Patrick se puso a caminar junto a su amo. - Ellos son más listos que tú, muchacho. Lana le s usurró a su perro. - Pero no son más inteligentes que yo. - Despiértate, Jack. Computadora Jack se había quedado dormido en el tec lado. Pasaba las noches en el ayuntamiento, trabajando para cumplir su promesa de reunir a un primitivo sistema de teléfonos celulares. Lo q ue no era fácil, pero si muy divertido. Y apartaba su mente otras cosas.



Era Diana quien lo había despertado, sacudiéndole e l hombro. - Oh, ¡hola!- Computadora Jack- dijo. - ¿El rostro del teclado de la computadora? No es u n gran aspecto para ti. Jack sintió su rostro y se ruborizó. Había huellas de teclas en su mejilla. - Gran día a día de hoy- , dijo Diana, moviéndose p or la habitación a la pequeña nevera. Sacó un refresco, lo abrió, levantó la cortina de la ventana, y bebieron, mientras miraban a la plaza. Computadora Jack ajustó sus gafas. Un lado estaba u n poco torcido. - ¿Es un gran día? ¿Por qué?- Diana se echó a reír a su manera. - Nos vamos a casa para una visita. - ¿Casa?- Tomó unos segundos para hacer el clic - ¿Quieres decir a Coates?- - Vamos, Jack, dilo, estas emocionado. - ¿Por qué vamos a Coates?- Diana se le acercó y le puso la mano en la mejilla. - Así de inteligente. Y sin embargo. Tan lento a ve ces. ¿Nunca leíste esa lista que te dio Caine? ¿Te acuerdas de Andrew? Es su alegre amigo. Tenemos que llegar allí antes de la hora del juicio final- - ¿Tengo que ir? Tengo todo este trabajo que hacer. .. - El Intrépido Líder tiene un plan que lo incluye a usted. Diana dijo. Ella extendió sus manos, dramática, como si fuera u n mago que revela la razón de una ilusión. - Vamos a filmar el gran mome nto. Jack estaba a la vez asustado y excitado por la ide a. Amaba cualquier cosa relacionada con la tecnología, especialmente c uando se le daba la



oportunidad de mostrar sus conocimientos técnicos. Pero, como todos, había oído lo que había pasado con las mellizas, An a y Emma. Él no quería ver a nadie morir o desaparecer, o lo que fu era que les hicieron. Sin embargo… sería fascinante. - Cuanto más cámaras, mejor- Jack reflexionó en vo z alta, ya estaba trabajando en el problema, ya imaginando el diseño. - Si ocurre en un instante, tendremos suerte para conseguir un tiro e n el momento preciso. Video digital, no habilidades. Tan caro y de alta c omo Drake pueda conseguir. Cada uno tiene que tener un trípode. Y v amos a necesitar mucha luz. Sería mejor si tuviéramos un fondo simpl e, ya sabes, como una pared blanca o algo así. No, espera, tal vez no blanca, tal vez verde, de esa manera puedo cambiarlo. También…. Se detuvo a sí mismo avergonzado de que se había dejado llevar, y no le gustaba lo que estaba a punto de decir. - Además, ¿qué?- - Mira, no quiero que Andrew salga lastimado. - ¿También que, Jack?- Diana presiono. - Bueno, ¿y si Andrew no quiere que te quedes ahí p arado? ¿Y si se mueve? ¿O trata de escapar?- La expresión de Diana era difícil de leer. - ¿Lo qu ieres atado, Jack?- Jack apartó la mirada. No había querido decir eso. No exactamente. Andrew era bastante agradable… para ser un matón. - Yo no dije que lo quisiera atado,- Jack dijo, ha ciendo hincapié en la palabra ‘quisiera’. - Pero si se sale del marco de donde estarán las cámaras…. Diana dijo: - Tú sabes, Jack, a veces me preocupas. Computadora Jack sintió una oleada arrastrarse hast a su cuello. - No es mi culpa- , dijo con vehemencia. - ¿Qué se supone q ue voy a hacer? Y, de todos modos, ¿quién crees que eres? Haces todo lo q ue dice Caine, lo mismo que yo.



Estaba como enojado por haberse enojado delante de Diana. El se tendió, en espera de su respuesta mordaz. Pero ella contest ó en voz baja - Yo sé lo que soy, Jack. Yo no soy una persona muy agradab le. Acercó una silla rodante y se sentó junto a él. Tan cerca que su pro ximidad le hacía sentirse incómodo. Jack sólo recientemente ha comen zado a notar a las niñas. Y Diana era hermosa. - ¿Sabes por qué mi padre me envió a Coates?- preg untó Diana. Jack sacudió la cabeza. - Cuando yo tenía diez años, Jack, más joven que tú , me enteré que mi padre tenía una amante. ¿Sabes lo que es una amante , Jack?- Él lo sabía. O por lo menos pensaba que lo sabía. - Así que le dije a mi madre acerca de la señora. Y o estaba enojada con mi padre porque él no me compraría un caballo. Mi m amá se asustó. Gran escena entre mi mamá y mi papa. Muchos gritos. Mi m amá iba a conseguir el divorcio. - ¿Se divorciaron?- - No. No hubo tiempo. Al día siguiente mi mamá se r esbaló y se cayó por la escalera muy grande que tenemos. Ella no murió, pero ella no puede realmente hacer nada ya. Ella imito a una persona q ue apenas podía sostener la cabeza. - Ella tiene una enfermera a ti empo completa, sólo tiene que estar allí en su habitación. - Lo siento- , dijo. - Sí. Dio unas palmadas en conjunto, marcando el f in de compartir el tiempo. - Vamos. Arma tu bolso. Al Intrépido líder no le gusta esperar. Jack obedeció. Comenzó a guardar pequeñas herramien tas, una unidad flash, una caja de jugo, en su bolso de Hogwarts. - No quiere decir que seas mala sólo porque tu mamá se lesionó en un accidente,- Jack dijo. Diana hizo un guiño. - Le dije a la policía a mi pa pá lo hizo. Yo les dije que lo vi empujarla. Lo arrestaron, estuvo en todas las noticias. Arruine su



negocio. Los policías finalmente se dieron cuenta q ue estaba mintiendo. Papá me envió a la Academia Coates, al final. - Supongo que eso es peor que lo que hice para ser enviado a Coates. Jack admitió. - Y eso es sólo una parte de la historia. Lo que es toy diciendo es que no pareces una mala persona, Jack. Y tengo la sensació n de que más adelante, cuando te des cuenta de lo que está pasan do, te vas a sentir mal por ello. Tú sabes, culpable. Dejó de embalar, se quedó con un conjunto de auricu lares colgando. - ¿Que quieres decir?- ¿Qué quiere decir sobre lo que está pasando?- - Vamos, Jack. ¿La lista que conservas para Caine? ¿Todos los fenómenos? Sabes de lo que trata de la lista. Sabes lo que va a pasar a los monstruos. - Yo no estoy haciendo nada, sólo estoy guardando l a lista para ti y Caine. - Pero ¿cómo te sentirás entonces?- Preguntó Diana . - ¿Que quieres decir?- - No seas deliberadamente obtuso, Jack. ¿Cómo te se ntirás cuando Caine comience a descender por la lista?- - No es mi culpa. Jack dijo desesperadamente. - Eres del tipo de sueño profundo, Jack. Justo ahor a, mientras estabas durmiendo. Yo sostuve tu pequeña mano regordeta. Pr obablemente, lo más cerca que nunca llegaras a tomar las manos de u na chica. Suponiendo que incluso te gusten las niñas. Jack sabía lo que ella iba a decir a continuación. Ella vio a su miedo y sonrió triunfante. - Entonces, ¿qué es, Jack? ¿Cuál es tu poder?- Sacudió la cabeza, sin atreverse a hablar.



- No has añadido su nombre a la lista, Jack. Me pre gunto… ¿por qué? Tú sabes que Caine utiliza monstruos que son leales a él. Tú sabes que mientras seas completamente leal todo irá bien. Ella se inclinó tan cerca que respiraba su exhalaci ón. - Tú juegas a dos bandos, Jack. Tú solías ser un na da. Que significa que tus poderes están en desarrollo. Lo que significa, la gran sorpresa, que la gente puede adquirir el poder mas tarde. ¿No es así ?- Él asintió con la cabeza. - Y no te tomaste la molestia de decirnos. Me pregu nto lo que eso significa en términos de lealtad- - Soy totalmente leal- , Computadora Jack soltó. - Soy totalmente leal. Tú no tienes que preocuparte por mí. - ¿Qué es lo que puedes hacer?- Jack cruzó la habitación con temblorosas piernas. S in alerta, su vida se había convertido de repente en algo peligroso. Abri ó el armario. Sacó una silla. La silla era de acero, sin adornos, pero muy sólida. A excepción de la parte de atrás de la silla en la barra metálica se había comprimido hasta que se formó la impresión perfecta de los dedos. Co mo si estuviera hecha de arcilla, no de acero. Oyó el agudo y súbito grito de Diana. - Me aplastó el dedo,- Jack explicó. - Me dolió mu cho. Cogí la silla mientras yo estaba gritando y saltando alrededor. Diana examino el metal, la silueta de sus manos con los dedos. - Bueno... Eres más fuerte de lo que pareces, ¿no?- - No le digas a Caine,- Jack declaró. - ¿Qué crees que te haríamos?- Preguntó Diana.



Jack estaba aterrorizado ahora. Aterrorizado de est a chica imposible que no parecía tener sentido. De repente, él sabía la r espuesta. Tenía una manera de hacerla retroceder. - Yo sé que hiciste una lectura de Sam Temple. Te v i acusarlo. Le dijiste a Caine que no lo hiciste, pero no fue así. El es un 4, ¿no? Sam, quiero decir. Caine perdería si él supiera que había otro nivel cuatro por ahí. Diana ni siquiera dudo. - Sí. Sam es un cuatro. Y C aine se asustaría. Sin embargo, Jack: ¿tu palabra contra la mía? ¿A quién crees que Caine creería?- Jack no tenía nada más. Ninguna amenaza. Su volunta d se desmoronó. - No dejes que me lastime- , susurró. Diana se detuvo. - Él lo hará. Te pondrá en la list a. A menos que te protejan. ¿Me estás pidiendo que te proteja?- Jack vio un rayo de esperanza en su oscuridad perso nal. - Sí. Sí. - Dilo. - Por favor protégeme. Los ojos de Diana parecieron derretirse, desde hela dos a casi caliente. Ella sonrió. - Te protegeré, Jack. Pero aquí está l a cosa. A partir de ahora me perteneces. Siempre te pida que hagas algo, Jack , vas a hacerlo, sin hacer preguntas. Y no le dirás a nadie acerca de tu poder, o acerca de nuestro trato. Él asintió con la cabeza de nuevo. - Tú me perteneces, Jack. No a Caine. No a Drake. A mí. Mi pequeño Hulk personal. Y si alguna vez te necesito…. - Lo que quieras, lo hare- Diana le dio un beso en la mejilla, sellando el acu erdo. Y ella sopló en su oído: - Yo sé que lo harás, Jack. Ahora, vamos.



CAPÍTULO 30

108 HORAS, 12 MINUTOS Quinn estaba cantando una canción. Las notas eran u na especie de sombrío homenaje al surf. - Es alegre. Comento Astrid, secamente. Quinn dijo: - Es Weezer. Sam y yo los vimos en Sant a Bárbara. Weezer. Jack Johnson. Surfistas como insectos. Concierto im presionante. - Nunca había escuchado sobre ellos- dijo Astrid. - Bandas surfistas. Dijo Sam. - Bueno, Weezer no t anto. Ellos son más ska-punk. Pero Jack Johnson, probablemente te gusta ría. Ellos estaban saliendo del Stefano Rey National Par k, cuesta abajo, bajando por el lado seco de la cresta. Los árboles eran más pequeños y escasos, mezclándose con el alto césped. Esa mañana habían tropezado en el camping. Los osos habían tenido un montón de comida allí, los cinco de ellos habían so brevivido lo suficiente como para comer el desayuno. Ahora tenían mochilas, comida y sacos de dormir de personas desconocidas. Edilio y Sam tenía n, cada uno, un buen cuchillo, y Quinn había sido encargado de llev ar las linternas y baterías que habían encontrado. La comida había mejorado el estado de ánimo de todo s un poco. Pequeño Pete había llegado muy cerca de empezar a s onreír de verdad. Caminaban con la barrera a su izquierda. Era una es peluznante experiencia. Los árboles estaban cortados, a menudo , por la mitad por la barrera, con sus ramas extendiéndose hacia ella y d esapareciendo. O bien sobresaliendo sobre ella. Las ramas que llegab an fuera de la barrera no caían, pero estaban, claramente, agonizantes. La s hojas estaban mustias, agonizando, al parecer, por la nutrición. De vez en cuando, Sam echaba un vistazo a algún bar ranco a un grupo detrás de la roca, siempre buscando un lugar en el que la barrera no estuviese. Pero pronto empezó a parecer inútil. La barrera aparecía en



cada zanja, en cada alcantarilla. Envolvía cada roc a, cortándose con cada arbusto. No fallaba. No terminaba. El trabajo de la barrera era, como Astrid había com entado, impecable. - ¿Qué tipo de música te gusta?- preguntó Sam. - Déjame adivinar- interrumpió Quinn - Clásica. Y Jazz. Extendió la palabra ‘jazz’ de forma cómica. - Verdaderamente… - - Serpiente. Gritó Edilio. Bailó hacia atrás, trop ezó, y cayó, se recuperó y miró avergonzado. - Hay una serpiente ahí. - Déjame ver. -dijo Astrid con entusiasmo. Ella se acercó con cautela, mientras que Sam y Quinn permanecieron de pie, aún con más cautela, lejos. - No me gustan las serpientes. - admitió Edilio. Sam sonrió burlonamente. - Sí, más o menos lo sé por la manera tan graciosa en la que te moviste. sacudió un poco de suciedad y ojos muertas de la es palda de Edilio. - Deberían ver esto. Les llamó Astrid urgentemente . - Mírenlo. -dijo Edilio. - Yo ya lo vi una vez. Un a mirada a esa serpiente es todo lo que necesito. - No es una serpiente- dijo Astrid. - Al menos no es sólo una serpiente. Debe ser bastante fuerte, está bajando por un hoyo. Sam se acercó a regañadientes. Él, en realidad, no quería ver a la serpiente. Pero tampoco quería parecer un cobarde.



- Simplemente no le asustes- dijo Astrid. - Puede ser capaz de volar. Al menos vuelos cortos. Sam se quedó inmóvil. - ¿Perdón?- - Sólo por si acaso. Sam se aproximó. Y allí estaba. Al principio, él só lo vio la cabeza triangular mirando a hurtadillas desde el agujero r eforzado por las hojas caídas. - ¿Es una serpiente cascabel?- - Nada de eso. -dijo Astrid. - Ven por detrás de m í. Cuando Sam estuvo colocado, ella dijo: - Mira. Unas seis pulgadas por debajo de su cabeza. - ¿Qué es eso?- hojas de piel correosa, no cubiert as por escamas, pero grises y arrugadas cubiertas con lo que parecían se r venas rosas, colgaban planas sobre el cuerpo de la serpiente. - Parecen alas vestigiales. -dijo Astrid. - Las serpientes no tienen alas. - dijo Sam. - No solían. -dijo, sombríamente. Luego se echaron, despacio, hacia atrás. Se reunier on con Edilio, Quinn y Pequeño Pete, quien estaba mirando fijamente hacia el cielo, como si estuviese esperando algo de esa dirección. - ¿Qué era eso?- preguntó Quinn. - Una serpiente cascabel con alas. -dijo Sam. - Ah. Eso es bueno, porque estaba pensando que no t eníamos suficiente para estar preocupados. - dijo Quinn. - No estoy sorprendida- dijo Astrid. Cuando los ot ros se le quedaron mirando, ella se explicó. - Quiero decir, es obvio que esto es algún tipo de



mutación acelerada por el trabajo de FAYZ. De hecho , dados Petey y Sam y los otros, la mutación debe haber precedido a la FAYZ. Pero sospecho que la FAYZ está acelerando el proceso. Nosotros vi mos la gaviota que había mutado. Después está el gato tele-transportad or de Albert. Ahora esto. - Vamos a movernos. -dijo Sam, principalmente porqu e no estaban en posición de deprimirse. Todos caminaron ahora con m ás cuidado, los ojos abajo, muy conscientes de dónde podían pisar. Pararon para comer cuando Pequeño Pete se comenzó a perder y realizó una huelga de brazos cruzados. Sam ayudó a hacer la comida, A continuación, tomó su lata de melocotones y su Powe r Bar y se sentó solo, a cierta distancia de los demás. Necesitaba p ensar. Todos le estaban esperando para comenzar con un plan, él pod ía sentirlo. Ellos todavía estaban un poco por encima del valle, a la intemperie sin sombra. El suelo era rocoso. El sol pegaba fuerte. Parecía que en el camino no había ningún lugar donde protegerse de él . Sólo la barrera extendiéndose más y más, para siempre jamás. Desde esa altura tendría que haber sido capaz de ver por encima de ella, per o Astrid estaba en lo correcto: no importaba dónde estuvieran, la barrera era igual de alta, igual de impenetrable. Brillaba un poco bajo la luz del sol, pero la barre ra no cambiaba, de día o de noche. Siempre era el mismo brillo gris y débil. Era lo suficientemente reflectante como para que a veces creyeses ver una apertura en ella, árboles extendiéndose más allá de la barrera, o un rasgo de la tierra que parecía pasar a través de un agujero en la barrera. Pero esto era siempre una ilusión óptica, un truco de la luz. Él sintió más que oyó a Astrid acercarse a él por d etrás. - Es una esfera, ¿cierto?- dijo él. - Que recorre todo el camino que nos rodea. Todo camino bajo y sobre nosotros. - Creo que sí. - dijo ella. - ¿Por qué vemos las estrellas de noche? ¿Por qué p odemos ver el sol?-



- No estoy segura de que estemos viendo el sol. - d ijo Astrid. - Puede ser una ilusión. Puede ser algún tipo de reflejo. Ella pisó deliberadamente una ramita y la partió por la mitad. - Realmente no lo sé. - Odias decir ‘no lo sé’, ¿no?- Astrid rió. - Lo has notado. Sam suspiró y bajó la cabeza. - Esto es una pérdida de tiempo, ¿no? Quiero decir, intentar encontrar una puerta. Intentar encontrar una salida. - No puede haber una salida. -confirmó Astrid. - ¿Está todavía el mundo ahí? Quiero decir, al otro lado de la barrera. Ella se sentó a su lado, lo suficiente cerca como p ara acompañarle, pero no para tocarle. - He estado pensando mucho sobre esto. Me gustó tu idea de huevo. Pero, si te digo la verdad, Sam, no creo que la bar rera sea sólo una pared. Una pared no explica lo que nos está pasando. A ti y a Petey y los pájaros y el gato de Albert y las serpientes. Y no explica por qué todo el mundo mayor de catorce años desaparece a la vez. Y se man tienen desaparecidas. - ¿Qué podría explicar todo eso?- levantó una mano . - Espera, no quiero hacértelo decir otra vez: no lo sabes. - ¿Recuerdas cuando Quinn dijo que alguien manipuló el universo?- - ¿Ahora estás cogiendo tus ideas de Quinn? ¿Qué te sucedió para que fueses un genio?- Ella ignoró la pulla. - El universo tiene ciertas reglas. Como el sistema software de un ordenador. Nada de lo que estamos viendo puede esta r sucediendo en el



software de nuestro universo. La forma en la que Ca ine puede mover las cosas con la mente. La forma en la que tú puedes ha cer luz con tus manos. No sólo son mutaciones: son violaciones de l as leyes de la naturaleza. A menos, las leyes de la naturaleza com o nosotros las entendemos. - Sí, ¿entonces?- - Entonces… - ella sacudió su cabeza con pesar, sin creer sus propias palabras al decirlas. - Entonces, creo que signific a que… nosotros no estamos en el universo más antiguo. Sam la miró fijamente. - Sólo hay un universo. - La teoría de los universos múltiples ha estado ro ndando durante mucho tiempo. - dijo Astrid. - Pero quizás algo ha ocurri do algo que ha cambiado las reglas del antiguo universo. Sólo un poco, sólo una pequeña área. Pero el efecto se extendió, y en cierto punto empez ó a ser imposible para el universo contener esta nueva realidad. Un nuevo universo fue creado. Un universo muy pequeño. Ella tomó profundamente a ire, un sonido de alivio, como si se hubiese quitado de encima una pe sada carga. - Pero, ¿sabes qué, Sam? Soy lista, pero no exactamente Ste phen Hawking. - Como si alguien instaló un virus en el software d el antiguo universo. - Correcto. Empezó pequeño. Algunos cambios en indi viduos. Petey. Tú. Caine. Niños más que adultos porque están menos des arrollados, son fáciles de alterar. Entonces, en esa mañana, algo o currió que inclinó la balanza. O, quizás, varias cosas. - ¿Cómo vamos a atravesar la barrera, Astrid?- Ella colocó su mano sobre la suya. - Sam, no estoy segura de que sea ‘atravesable’. Cu ando digo que estamos en un universo diferente, quiero decir que nosotros quizá no tengamos ningún punto de contacto con el antiguo un iverso. Quizá somos como burbujas de jabón que pueden moverse jun tas y unirse.



Pero quizá somos como burbujas de jabón a un billón de millas de distancia. - Entonces, ¿qué hay al otro lado de la barrera?- - Nada. dijo ella. - No hay otro lado. La barrera puede ser el final de todo esto, aquí, en este nuevo universo. - Me estás deprimiendo. dijo él, intentando y falla ndo al intentar sonar animado. Ella entrelazó sus dedos con los de él. - Podría equivocarme. - Supongo que averiguaría en… ¿qué día es hoy? En m enos de una semana. Astrid no tenía una respuesta para eso. Se sentaron juntos y miraron fija y largamente el desierto. En la distancia, un solit ario coyote trotaba, con la nariz baja para captar la esencia de alguna pres a. Un par de águilas describían perezosos círculos en el cielo. Pasado un tiempo, Sam se volvió hacia Astrid y enco ntró sus labios esperando. Se sentía fácil y natural. Tan fácil y n atural como algo que podía hacerle sentir que el corazón de Sam amenazas e con salir de su pecho. Ellos se separaron, sin decir nada. Se apoyaron el uno contra el otro, ambos deleitándose con ese simple contacto. - ¿Sabes qué?- dijo Sam al final. - ¿Qué?- - No puedo pasar los próximos cuatro días en perman ente arrastro. -dijo Sam. Astrid cabeceó, un movimiento que él más sintió que vio. - Me haces valiente, ¿lo sabes?- dijo Sam.



- Estaba pensando que no quiero que seas más valien te- dijo Astrid. - Quiero que estés conmigo. Quiero que estés a salvo y no buscando problemas, sólo estar conmigo, estar cerca de mí. - Muy tarde. - dijo forzadamente. - Si yo no estoy atento, ¿qué les pasará a ti y a Pequeño Pete?- - Podemos cuidar de nosotros mismos. -mintió. - Estoy muy confundido, ¿lo sabes?- dijo Sam. - Bueno, no eres tan listo como yo, por lo que eres fácil de confundir. Él sonrió. Después se puso serio de nuevo. Acarició su pelo con una mano. - La cosa es, Astrid, que puedo pasar el tiempo ten iendo miedo, intentando encontrar una forma de escapar. O puedo pasar el tiempo de pie. Quizás, después, si desaparezco, quizá, al fin al, tú y Pequeño Pete… - - Podríamos… - empezó ella. - Nah. No podríamos. No podríamos escondernos en el bosque a comer comida deshidratada de camping. No podemos ocultarn os. Los labios de Astrid temblaron y rozó una lágrima q ue se acababa de formar. - Tenemos que volver. Al menos, yo. Tengo que levan tarme. Como para ilustrar el punto, se incorporó. Cogió la mano de Astrid y la levantó, colocándola a su lado. Juntos, caminaron h acia los otros. - Edilio. Quinn. He cometido un montón de errores. Y, quizás, esté cometiendo ahora otro, también. Pero estoy cansado de evitar una pelea. Y estoy cansado de intentar huir. Me preocupa ver q ue voy a terminar consiguiendo verlos a todos muertos. Por lo que ser án ustedes mismos los que decidirán si quieren venir conmigo. Pero yo tengo que volver a Perdido Beach.



- ¿Vamos a luchar contra Caine?- preguntó, alarmad o, Quinn. - A su tiempo. -dijo Edilio. - Bienvenidos McDonald’s. -dijo Albert. - ¿Cómo pu edo ayudarlos?- - Hey, Albert. - dijo Mary. Miró por encima de su m enú, el cual tenía un número de artículos cubiertos con cinta adhesiva so bre el papel negro. Las ensaladas habían desaparecido rápidamente. Los batidos de leche se habían ido porque la máquina se había descompuesto. Albert esperó pacientemente y sonrió a la pequeña n iña que estaba con Mary. Mary lo notó y dijo: - Oh, lo siento, debí presentarlos. Es Isabella. Is abella, él es Albert. - Bienvenida a McDonald’s. - dijo Albert. - Isabella es nueva. Un equipo de búsqueda la acaba de encontrar y traer aquí- - Mi mamá y mi papá se fueron. - dijo Isabella. - Lo sé. Mis padres también se fueron. -replicó Al bert. - Quiero un Big Mac y unos Biggie fritos para mí. -dijo Mary. - Y un menú de niños para Isabella. - ¿Nuggets de pollo o hamburguesa?- - Nuggets. - ¿Y querrás el Big Mac con panecillo bagel, un pan ecillo muffin inglés o en gofre?- - ¿Gofre?- Albert se encogió de hombros. - Lo siento, Mary, pero no hay pan fresco en ningún lugar. Estoy empleando todos los congelados para conseguir panec illos. Y, por supuesto, no hay lechuga, aunque esto ya lo sabes.



- ¿Aún tienes salsa especial?- - Tengo sobre cincuenta galones de salsa Big Mac. E igual con los pepinillos, soy el mejor para siempre. Déjame recom endarte algo. El panecillo bagel. - Bagel, entonces. Albert dejó caer una cesta de patatas fritas en ace ite caliente. Después el pedido de nuggets en una segunda cesta. Pegó a dos temporizadores. Se movió con agilidad hacia la parrilla y les dio vuel ta a tres hamburguesas. Él expuso el panecillo, con un chorro de salsa, sal picada de cebolla, colocó dos rodajas de pepinillos en el centro del p anecillo superior. Él esperó y vio a Mary intentando animar a Isabella en el comedor. La pequeña niña estaba seria y parecía estar al borde de las lágrimas. Albert volcó la carne y colocó las hamburguesas atr apadas en el lugar de cocina rápida. El temporizador de fritura sonó. Levantó la cesta, la sacudió para quitar el aceite sobrante, y lanzó las patatas en el cubo. Un rápido pase con el salero. Después fueron los nuggets. Albert disfrutaba de los movimientos de ballet que había practicado y perfeccionado durante los últimos… ¿cuántos días ha cían? ¿Ocho? ¿Nueve? Nueve días llevando el McDonald’s. - Genial. Dijo Albert con tranquila satisfacción. Desde el incidente, todo el mundo se refería ahora a él como ‘el gato de Albert’, Albert se había quedado en, o al menos cer ca, el McDonald’s. No había sobrenaturales y tele-transportables gatos en el McDonald’s. Él recopiló el pedido en dos bandejas y lo llevó ha sta la única mesa ocupada. - Gracias. Dijo Mary con gratitud.



- Estamos fuera de la promoción normal. Dijo Alber t. - Pero tengo algunos juguetes, sabes, pequeños cachivaches de Ra lph o algo así. Por lo que hay un juguete en el Happy Meal. Pero no es de los normales. Isabella sacó una diminuta muñeca de plástico con u n brillante pelo rosa de su caja. No sonrió. Pero ella sostuvo en su mano la muñeca. - Así que, ¿cuánto tiempo podrás mantener abierto e ste lugar?- preguntó Mary. - Bueno, tengo muchas hamburguesas. El día de FAYZ había un camión de reparto viniendo. Debiste verlo empotrado en esa vieja casa, detrás del lugar silencioso, ¿cierto? De todos modos, cuando l legué el motor estaba en marcha, por lo que la unidad de refrigerado tamb ién. Tengo mi despensa llena. Además, tengo hamburguesas escondid as en congeladores por toda la ciudad. Él cabeceó con sa tisfacción. - Tengo dieciséis mil, doscientas ocho hamburguesas, inclui dos cuartos de libra. Estoy vendiendo unas doscientas cincuenta al día. A sí que estoy bien por dos meses, más o menos. Las patatas fritas se agota rán pronto. - Entonces, ¿qué?- Albert vaciló, como si no estuviese seguro de sí de bería entrar en ello, pero después, contento de tener a alguien con quien compartir sus preocupaciones, dijo: - Mira, no podemos vivir para siempre con la comida que tenemos. Quiero decir, de acuerdo, tenemos toda la comida aquí, tod a la comida en la tienda de comestibles, y un grupo de comida en toda s las casas diferentes, ¿correcto?- - Es mucha comida. Siéntate con nosotras, Albert. Él estaba incómodo haciendo eso. - El manual dice que no nos sentemos con los client es. Pero supongo que puedo tomarme un descanso y sentarme en la mesa de al lado. Mary sonrió. - Estás en ello.



Albert cabeceó. - Cuando la FAYZ caiga, quiero que el gerente de la zona venga aquí y diga: ‘Wow, buen trabajo, Albert’. - Es más que un buen trabajo. Haces a la gente pens ar que tal vez haya una esperanza, ¿sabes?- - Gracias, Mary, es genial que digas eso. pensó qu e era la cosa más buena que le había dicho nadie nunca y le provocó c ierto rubor. Muchos niños habían ido y quejado de que no tenía exactame nte lo que querían. - Pero, ¿estás preocupado por lo que pasará?- apun tó Mary. - Hay mucha comida ahora. Pero ya hay escasez. Ya c asi no puedes encontrar una barra de golosinas o de patatas. Las bebidas no dudarán mucho más. Y, finalmente, nosotros terminaremos con todo. - ¿Cuánto falta para ese finalmente?- - No lo sé. Pero bastante pronto la gente empezará a luchar por la comida. Estamos usando la comida. No estamos cultivándola o haciendo o creando nuevas cosas. Mary había tomado dos mordiscos de su Big Mac. - ¿Sabe Caine esto?- - Ya se lo he dicho. Pero él tiene la mente en otra s cosas. - Esta es la clase de problemas importantes. Dijo Mary. Albert no quería hablar sobre cosas tristes, no mie ntras alguien estaba disfrutando de su comida. Pero Mary era la única qu e estaba preguntando, y en lo referente a Albert, Mary era u na santa, al igual que los de la iglesia. Se encogió de hombros y dijo: - Sólo estoy tratando de hacer lo mío aquí. - ¿Podemos producir alimentos?- se preguntó Mary e n voz alta.



- Supongo que Caine o… cualquiera. dijo Albert cau telosamente. Mary cabeceó. - ¿Sabes qué, Albert? Realmente no me importa quién esté llevando a cabo las cosas, pero tengo que proteger a mis niños . - Y yo tengo este lugar. Agregó Albert. - Y Dahra tiene el hospital. Añadió Mary. - Y Sam solía tener la primera estación. - Sí. Era un momento extraño para Albert. Admiraba a Mary , pensaba que era la persona más que él había conocido desde su madre , y quería confiar en Mary. Pero no estaba seguro de poder. Estaba pre ocupado por lo que estaba sucediendo en Perdido Beach. Pero, ¿y si Mar y se sentía diferente? ¿Qué si le contaba a Drake que Albert se estaba quejando, sin querer? Drake podría ordenarle cerrar. Y Albert no sabía qu é haría si perdía el restaurante. El trabajo le había impedido pensar mu cho en lo que estaba pasando. Y por primera vez en su vida, Albert era u na persona importante. En el colegio era un chico más. Ahora e ra Albert Hillsborough: un hombre de negocios. Considerando todas esas cosas, Albert quería a Drak e y a Caine fuera. Pero la única persona que podía reforzar y ejecutar las cosas se había ido a algún lugar, una persona en búsqueda. - ¿Cómo está la hamburguesa?- le preguntó a Mary. - ¿Sabes qué?- ella sonrió y lamió el kétchup de s u dedo. - Pienso, de verdad, que está mejor con este tipo de panecillo.



CAPITULO 31

100 HORAS, 13 MINUTOS Manejaron con una lentitud exasperante desde la pla ya Perdido hasta Coates. Panda al volante, aún más nervioso de lo us ual, aterrorizado, le parecía a Jack. Estaba oscuro, y Panda continuaba d iciendo que nunca había manejado a oscuras. Le había tomado cinco min utos solo encontrar las luces y entender cómo funcionaban. Caine estaba sentado a su lado, mordisqueándose el pulgar, silencioso, pero preocupado. Había interrogado a Jack repetidas veces sobre el procedimiento de grabar la gran salida de Andrew. D e alguna manera, lo que había comenzado como una idea de Caine, había t erminado como responsabilidad de Jack. Si funcionaba, Caine la re clamaría como suya. Pero si fallaba, Jack de seguro tomaría la culpa. Diana, sentada a la par de Jack, por primera vez, n o tenía mucho que decir. Drake sostenía un arma, una automática, más gris que negra, en su regazo. Jack nunca había visto un arma de cerca. Claramente , nunca había visto un arma en las manos de un chico que él pensaba, es taba probablemente loco. Drake no podía dejar el arma. Seguía poniendo y quitándole el seguro. Bajaba la ventana y apuntaba a señales de a lto mientras pasaban, pero no disparaba. - ¿Sabes cómo disparar esa cosa? ¿O te vas a dispar ar en el pie?- Diana finalmente preguntó. - No la va a disparar,- Caine saltó antes que Drak e pudiera responder. - Solo es un accesorio. Queremos que Andrew se compor te. Y sabes cuán difícil puede ser eso. El arma mantiene a las perso nas calmadas. - Si, lo sé, me hace sentir tan calmada,- dijo Dia na. - Cállate, Diana,- dijo Drake. Diana se rió con su voz arrastrada y se mantuvo cal lada de nuevo.



Jack estaba sudando, aunque era una noche fresca y Caine tenía las ventanas abajo. Sintió como si fuera a vomitar. Con sideró decir que estaba demasiado enfermo para ir, pero sabía que Ca ine no lo dejaría quedarse en casa. Se había sentido cada vez peor to do el día mientras se daba prisa en montar el equipo que necesitarían. Ha bía pasado el día con Drake, buscando cámaras y trípodes en las casas. Ja ck había tenido suficiente de Drake Merwin para durarle una vida. Se acercaron a la verja. Era impresionante, dos lad os de hierro forjado ornamentalmente, veinte pies de alto y colgando de pilares de piedra que eran más altos aún. El lema de los Coates, ‘Ad augu sta, per angusta’, estaba escrito en dos placas de un matiz dorado que se unían cuando las verjas se cerraban. - Toca la bocina. Quien sea que está encargado debe estar dormido,- Caine ordenó. Panda tocó la bocina. Cuando no hubo respuesta, la sostuvo por varios segundos. El sonido era bajo, tragado por los árbol es. - Drake. dijo Caine. Drake salió del auto, arma en mano, y avanzó hasta la verja. La abrió y entró al puesto del guarda. Salió unos segundos des pués y se subió al auto. - No hay nadie ahí. Caine frunció el ceño en el espejo retrovisor, - No es típico de Benno. Benno sigue órdenes. Benno era el matón que Caine había dejado a cargo e n Coates. A Jack nunca le había caído bien ‘a nadie le caía bien’ pe ro Caine tenía razón: Benno era el tipo de matón que hacía lo que los mat ones más grandes le ordenaban. No juzgaba por sí mismo. Y no era lo suf icientemente estúpido para pensar que podría anular las órdenes de Caine. - Algo está mal,- dijo Panda. - Todo está mal, Panda,- dijo Diana.



Panda atravesó la verja. Era otro cuarto de milla h asta la escuela. Manejaron en silencio. Panda subió desde el final d e la entrada hasta el frente del edificio principal. Había luz en todas las ventanas. En el segundo piso las ventanas estaban tan iluminadas que una clase entera podía ser vista claramente. Escritorios amontonados contra una pared. La pizarr a estaba partida en dos y rayada. Todos los cuadros y postres y los avi sos que una vez adornaron las paredes de las clases, estaban carbon izados, doblados por el calor. Un trozo gigante de pared de ladrillo yac ía en el césped. - Eso no es bueno,- dijo Diana con su acento arras trado. - ¿Quién tiene el poder para hacer eso?- demandó C aine, enojado. - El chico que vinimos a ver,- dijo Diana. - Aunqu e esto es demasiada destrucción para él. - Benno perdió el control,- Drake comentó, - Te di je que era un cobarde. - Vamos,- dijo Caine y salió a la gravilla, seguid o por el resto. - Sube las escaleras, Panda, abre la puerta. Vamos a ver lo qu e nos espera. - Ni hablar,- Panda dijo, su voz temblorosa. - Cobarde,- Caine dijo. Levantó sus manos, palmas hacia fuera, y de pronto Panda estaba volando por los aires. Pegó con tra la puerta y cayó al suelo. Panda se levantó lentamente, y luego volv ió a caer. - Mi pierna esta herida. No la puedo mover. En ese momento la puerta principal se abrió, golpea ndo a Panda donde estaba. Luz resplandecía desde adentro y Jack vio m edia docena de figuras, figuras como simios caminando en cuatro ma nos, empujándose hacia fuera, llorando, dando alaridos, aterrorizado s. Se tropezaron escaleras abajo. Todos cargando un to sco bloque de cemento que arrastraban mientras corrían. Pero Jack sabía que no estaban cargando el cemento. Sus manos estaban incr ustadas en él. Jack había tratado de no pensar en eso. Había trata do de sacarlo de su mente, a esa cruel y cruda solución al problema de chicos desleales con



poderes. Pero desde que descubrió su propio poder s olo podía pensar en eso. Habían descubierto desde muy temprano que los poderes sobrenaturales parecían estar enfocados en sus mano s. No, Jack se corrigió con severidad, ellos no lo hab ían descubierto, él lo había hecho. Él lo había descubierto. Y le dijo a C aine. Y Caine le había ordenado a Drake que hiciera esta atrocidad. - Recuerda quien es tu dueño,- susurró Diana en el oído de Jack. - ¡Aliméntanos! ¡Aliméntanos! ¡Necesitamos comida!- las víctimas con bloques de concreto gritaban. Era un coro de voces débiles, desesperadas, tan cru das con necesidad que Jack entró en pánico. No podía estar aquí. No p odía estar con esta gente. Se dio la vuelta, pero Drake tomó su hombro y lo tiró hacia delante. No había escape. Los fenómenos gritaban por comida. Una chica llamada Taylor, sus brazos rojos y en car ne viva sobre el bloque, su cara manchada con suciedad, apestando a sus propios fluidos corporales, colapsó a los pies de Jack. - Jack,- e lla dijo. - Nos están matando de hambre. Benno nos estaba dando de comer, pero él desapareció. No hemos comido… Por favor, Jack. Jack se inclinó y vomitó en la gravilla. - Bastante dramático, Jack,- observó Diana. Caine subía las escaleras y Drake corrió a alcanzar lo. Diana medio levantó a Jack y lo guió hacia delante, a través de los chicos con el bloque en las manos. Jack vio la silueta de Caine en la entrada, Drake p oniéndose en frente, como el perro obediente que era. Hubo un estruendo, como un jet supersónico sobre su s cabezas.



Drake cayó hacia atrás, contra Caine. El arma salió volando de su mano. Caine se mantuvo firme, pero Drake se agarró las or ejas y cayó en sus rodillas, gimiendo. Caine levantó su mano hacia atrás, sobre su hombro, sin mirar hacia atrás. Estiró sus dedos, descubriendo su palma. El pedazo de pared caído se desarmó, ladrillo a lad rillo. Uno por uno, como si a cada ladrillo le hubiera salido alas, se levantaron y volaron. Los ladrillos pasaron a través de la puerta tan rápido como las balas de una ametralladora. La puerta se cerró de golpe pero los ladrillos la hicieron pedazos. La madera se rompió con el sonido de un ta ladro. En segundos la puerta no era más que polvo. Caine se rió, molestando a quien sea que estaba del otro lado de la puerta. - ¿Eres tú, Andrew? ¿Eres tú, pensando que puedes pelear conmigo?- Caine avanzó, todavía dirigiendo los proyectiles de ladrillo sobre su cabeza. - Eres bueno, Andrew- Caine gritó. - Pero todavía eres solo el segundo lugar. Caine atravesó la entrada hecha pedazos. Diana, agachándose para evitar el flujo de ladrillo s, su expresión salvaje con emoción, dijo, - Vamos Jack. No te quieres perd er el espectáculo. Dentro estaba el vestíbulo que Jack bien conocía. T res pisos de alto, dominado por un masivo candelabro. Escaleras gemela s daban paso al segundo piso. Los ladrillos ya habían destruido una de esas escaleras. El sonido era como una sierra eléctrica contra metal. Andrew, un chico que Jack había conocido como un ni ño suficientemente bueno, sin mucho de matón hasta que sus poderes hab ían llegado, estaba parado a unos escasos diez pies de Caine, cl aramente afectado por lo que estaba pasando. Había una mancha mojada en la entrepierna de sus pantalones. El torrente de ladrillos se detuvo de repente, tal como había empezado. Andrew hizo un fallido movimiento hacia la segunda escalera.



- No me hagas destruir esa también,- Caine advirti ó. - Sería muy inconveniente. Andrew perdió su resistencia. Dejó sus manos caer a sus lados. Parecía un niño que su madre había descubierto haciendo alg o malo. Culpable. Asustado. Buscando alguna manera de negociar. - Caine. No sabía que eras tú. Pensé que estábamos siendo atacados, ya sabes, por Frederico. Su voz tembló. Trató de cubr ir la delatadora mancha con sus manos. - ¿Freddie? ¿Qué tiene que ver Frederico en esto?- - Benno desapareció. Y alguien tenía que hacerse ca rgo de las cosas, ¿cierto? Frederico trató de tomar el mando, aún cua ndo Benno era más amigo mío que suyo y entonces- - Me encargaré de Freddie después,- Caine interrum pió. - ¿Quién te crees que eres, tratando de encargarte de todo, Andrew?- - ¿Qué se suponía que hiciera, Caine? Benno desapar eció. Frederico trató de hacerse cargo. Pero yo, yo te estaba defendiendo Caine. La idea obviamente se le acababa de ocurrir. - Eso es todo lo que hacía, defenderte. Frederico era como, Caine apesta, olvid en a Caine, yo mando ahora. Caine dejó de prestarle atención a Andrew y dirigió su furiosa mirada a Jack. - Cómo nos perdimos el cumpleaños de Benno?- Jack no tenía una respuesta. Sentía como si dentro de él todo se hubiera convertido en agua. Empezó a rebuscar una prueba, q ueriendo demostrar que el cumpleaños de Benno no había pasado todavía. Diana dijo, - ¿Caine, no crees que tal vez los arch ivos de la escuela pueden estar equivocados? ¿Tal vez alguna secretari a senil escribió un uno en lugar de un siete o lo que sea? No culpes a Jack. Sabes que es demasiado obsesivo como para cometer un error con u n número. Caine observó a Jack. Después encogió los hombros, - Si, como sea. Además, Andrew todavía se está preparando para su g ran salto.



Andrew lamió sus labios y trató de reírse, - No voy a desalojar. No me voy a ir. Benno estaba dormido. Tenía poderes, pero el hombre estaba dormido. Así que no creo que si tienes poderes desa pareces, no si estas despierto y, ya sabes, listo. Diana se rió, un sonido rechinante. Caine se encogió de hombros. Luego dijo, - Es una t eoría interesante, Andrew. La probaremos. - ¿Qué quieres decir?- - Solo queremos ver,- dijo Drake. - Solo no… ¿no me van a golpear, verdad? Todavía so y de los tuyos, Caine. Nunca usaría mis poderes contra ti. Si supie ra que eras tú, quiero decir. Diana saltó, - Estas dejando que estos raros se mue ran de hambre. Entiendo porque te preocupas de ser golpeado. - Se nos está acabando la comida,- Andrew gimoteo. - Drake, dispárale,- Diana dijo. Drake solo rió. - Creo que haremos esto en el comedor,- Caine dijo . - Jack, ¿tienes el equipo?- Jack saltó, sorprendido de que le hablara a él de n uevo. - No. No. Y-y-yo tengo que volver a recogerlo. - Drake, llévate a y-y-yo y trae las cosas,- Caine dijo. - Diana, toma la mano de Andrew y llévalo al comedor. Un sonido que era casi extraño cuando el sol brilla ba. Pero ahora, en la oscuridad, el aullido enviaba escalofríos por sus e spaldas. - Es solo un coyote,- Sam dijo. - No se preocupen.



Apenas podían ver donde ponían los pies, así que se movían lentamente, con cuidado. - Tal vez debimos haber acampado en aquel barranco, - Edilio dijo. - Tan pronto como encontremos un lugar plano para p oner nuestras bolsas de dormir, no me negaré a dormir,- dijo Sam . Horas antes, habían llegado a un hondo barranco, im posible de pasar y casi imposible de escalar. Pequeño Pete había colap sado mientras era cargado, y todos habían estado aterrorizados de que hiciera algo. - Hawai,- Quinn continuaba diciendo mientras Peque ño Pete aullaba. - Hawai- - ¿Por qué sigues diciendo Hawai?- Edilio le pregu ntó. - Si se descontrola y decide llevarnos en uno de lo s mágicos viajes misteriosos de Pequeño Pete, quiero que sea Hawai, no de vuelta a la casa de Astrid. Edilio pensó sobre esto por un tiempo. - Me gusta. Hawai, P. P. Hawai- Pero Pequeño Pete no se había ahogado más, no había tele-transportado a nadie ni violado de ninguna manera las leyes de l a física. La barrera estaba cada vez más lejos a su izquierda , casi invisible en la luz de la luna creciente. Sam estaba determinado a seguirla, pero ya sin ninguna esperanza de encontrar un portón, solo porq ue era la única manera de encontrar su camino a casa. Tarde o tempr ano la barrera iba a curvar de vuelta hacia playa Perdido. De pronto sonó un alto yip, yip, yip. - Dios, eso estuvo cerca,- dijo Edilio. Sam asintió. - Esa dirección. Tal vez nos desviamos un poco, huh?- - Pensé que los coyotes no eran nada,- murmuró Edi lio. - Normalmente no lo son. - Dime que no estás pensando en coyotes con alas,- Edilio dijo.



- Creo que hay más arena y menos piedra ahora,- ob servó Astrid. - Petey no ha tropezado en un rato. - No puedo ver lo suficiente para asegurarme,- dij o Sam. - Pero paremos en cinco minutos de todas formas. Todos busquen leñ a mientras caminan. - Si no puedo ver el suelo, ¿Cómo voy a ver leña?- Quinn peguntó. - Miren. Sam apuntó. - Hay algo allá. Creo. Parece … No sé, un edificio o algo. - No puedo ver nada,- Quinn dijo. - Solo está más oscuro de lo normal. No puedo ver l as estrellas. Caminaron en esa dirección. Podría haber comida o a gua o refugio. De pronto los pies de Sam cayeron en una superficie mu llida que le recordaba a las suaves hojas en el suelo de un bosq ue. Se agachó y tocó lo que solo podía se césped. - Chicos, esperen. Sam era cuidadoso con el uso de las linternas. Tení an una cantidad limitadas de baterías y una ilimitada cantidad de o scuridad. - Quinn. Danos luz por aquí. El verde no se podía confundir, aún en la brusca lu z blanca. Cuidadosamente Quinn alumbró las cercanías y la cab ina. Al lado había un molino de viento. Se acercaron cuidadosamente, los cinco de ellos se pararon alrededor de la puerta mientras Quinn alumbraba el pomo, y Sam l o tocó, lo agarró y se congeló. Escuchó el sonido de pasos apresurados en la oscuri dad detrás de ellos. - ¡Entren, idiotas!- una voz, una voz de chica, gr itó. Quinn giró la luz, un rápido movimiento, algo dirig iéndose hacia él.



Otras cosas moviéndose, como un gran mar gris de ti nieblas. La luz rebotó de un perro saltando a la cara aterrorizada de una andrajosa y sucia chica. - ¡Corran! ¡Corran!- gritó. Sam tomó el pomo y le dio vuelta. Pero antes de que pudiera abrirla, la chica lo tiró y lo volcó hacia un lado, donde él ca yó de espaldas al suelo de madera, arrugando una alfombra. Un perro cayó en su pecho y rebotó. Quinn gritó del dolor y miedo. Había perdido la luz . Todavía brillaba contra el piso y él se arrastró hacia ella. En el b rillo Sam podía ver las piernas de Astrid y a Edilio caer. Un coro de furiosos ladridos caninos resonó y la ch ica que había tirado a Sam, luchaba por levantarse, y había más ladridos y gruñidos mientras rápidos cuerpos venían apresurados. - ¡La puerta! ¡Cierra la puerta!- la chica gritó. Había algo sobre ella, algo rápido y furioso, gruñe ndo. Sam se puso de pie, tomó la puerta y trató de cerra rla, pero un peludo cuerpo estaba atravesado. Hubo una protesta canina, un gruñido, y de pronto, dolor en su pierna. Una mandíbula de hierro se cerró alrededor de su rodilla, con una fuerza como para destrozar hues os. Sam cayó contra la puerta, la cerró. Se deslizó y c ayó sobre su trasero, y el salvaje animal tenía su hocico en su cara. Dient es chasqueaban centímetros de su cara. Empujó sus manos hacia fuer a y encontró áspero pelaje. Hubo un terrible y agudo dolor en su hombro, y sabí a que los dientes de la bestia habían atrapado su piel, y ahora lo estab a sacudiendo, arrancándole la piel, desgarrándola, cavando más pr ofundo. Sam gritó del miedo y golpeaba a la bestia con puño s adormecidos. Era inútil. La bestia movió sus dientes de su hombro a su cuello, con gran velocidad. Sangre se derramaba por su pecho.



Levantó sus manos, palmas hacia fuera, pero el ataq ue era demasiado feroz. Su yugular bombeaba la sangre de su cerebro. Sus manos ya no le pertenecían. Todo su cuerpo parecía estar muy lejos . Caía vertiginosamente, cada vez más abajo en la oscurida d. Un suave y pesado golpe. Y la mandíbula de hierro aflojo su asimiento. Otro golpe pesado. Los ojos de Sam se voltearon hacia adentro, pero an tes de desmayarse, vislumbró a la desaliñada chica parada frente a él. La chica levantó sus manos, juntas, sobre su cabeza. Todo pasaba en cáma ra lenta para Sam, y había chispas en sus ojos mientras la chica derri bó algo pesado, rectangular y amarillo sobre la cabeza del coyote.



CAPITULO 32

97 HORAS, 43 MINUTOS Lana encendió una de las lámparas del ermitaño Jim y contempló la escena. La cabina era tal como ella lo había dejado . Sólo que ahora hay dos coyotes muertos, tres niños asustados, un espel uznante, de cuatro años de edad mirando, y un chico casi muerto en el suelo. Le dio una patada pellizcando con su dedo del pie. No hay reflejo. Estaba muerto, su cerebro hecho añicos por una barra de or o sólido. Ella lo había golpeado una y otra vez hasta que sus brazos estaban cansados. El otro coyote que no sabía muy bien su nombre. Pero él había muerto de la misma manera, para inten tar que su presa se diera cuenta de su peligro. Patrick estaba en una esquina, avergonzado, confund ido, sin saber cómo comportarse. Uno de los niños, un compañero con apa riencia de surfista, parecía reflejar aquella confusión. - Buen chico- , dijo Lana, y Patrick golpeó su cola débilmente en el suelo. - ¿Quién eres?- Lana le preguntó el niño surfista. - Quinn. Mi nombre es Quinn. - ¿Y tú?- la chica bonita rubia le preguntó. Lana se inclinaba a su aversión a primera vista: se parecía demasiado al tipo de chica perfecta que quitan soplando a alguie n como Lana. Por otra parte, estaba protegiendo al niño extraño, sostenié ndolo en sus brazos, por lo que tal vez ella no era del toda mala. Un niño con una cara redonda y corte de pelo oscuro se arrodilló sobre el niño herido. - Muchachos, está muy mal herido. La rubia se apresuró a él. Ella rompió la camisa ab ierta al muchacho herido. Un río de sangre corría por su pecho. - ¡OH, Dios, no!- , gritó la rubia.



Lana apartó y puso una mano en la herida bombeante. - Vivirá- , dijo Lana. - Voy a arreglarlo. - ¿Qué quieres decir con que lo arreglaras?- la ru bia exigió. - Necesitamos puntos de sutura, necesitamos que un do ctor. Mira la forma en que está sangrando. Lana dijo, - ¿Cuál es tu nombre?- - Astrid, ¿qué importa? Es... Ella dejó de hablar entonces y se inclinó a ver. - El flujo de sangre se está desacelerando. - Sí. Me di cuenta de eso, también- Lana dijo seca mente. - Relájate. Estará bien. De hecho... Ella inclinó la cabeza pa ra verlo mejor. - De hecho, apuesto a que cuando no está cubierto d e sangre, es guapo. ¿Tu novio?- - Eso no es de lo que se trata- , Astrid se rompió. Luego, en voz baja, como que no quería que escucharan los demás, dijo, - Algo así. - Bueno, yo sé que esto suena loco, pero estará bie n en unos pocos minutos. Sacó su mano para revelar que la herida q ue había quedado ya estaba cerrada. Ella cubrió la herida de nuevo. No me preguntes cómo. - De ninguna manera,- el chico de corte tripulado respiraba. En el exterior, la manada de coyote ladró locamente y golpeo en la puerta. Sin embargo, el cierre se mantuvo firme. Lana había encajado la parte posterior de la silla bajo la manija y calculaba su próximo movimiento. La puerta no se mantendría así para siempre. Sin em bargo, la manada estaría sin rumbo, sin saber qué hacer hasta que el jefe de la manada volviera de su caza privada. - Su nombre es Sam- , dijo Astrid. - Ese es Edilio, este es mi hermano pequeño, Pete. Y yo soy Astrid. Y creo que tú acaba s de salvar nuestras vidas. Lana asintió. Mejor. La niña fue mostrando respeto a Lana.



- Mi nombre es Lana. Y escuchen, gente, los coyotes no han terminado con nosotros. Tenemos que asegurarnos de que la pue rta se mantendrá. - Estoy en ello- , dijo Edilio. El muchacho herido se despertó con un sobresalto. Miró a los coyotes muertos. Llegó a su cuello. Se q uedó mirando la sangre en la mano. - Tu vivirás- , dijo Lana. - Y voy a arreglar el re sto. Sólo déjame seguir teniendo mi mano sobre él- Parecía dudoso. Miró a Astrid. - Ella salvó nuestras vidas- , dijo Astrid. - Y te acaba de cerrar una herida que brotaba sangre hace un minuto. Sam le permitió poner su mano en el cuello. - ¿Quién eres?- preguntó en un graznido de una voz . - Lana. Lana Arwen Lazar,- ella dijo. - Gracias. - No hay problema. Pero no estés demasiado agradeci do: tu vida tal vez no esté salvada. Él asintió con la cabeza. Escuchó el frenesí exterior, y se estremeció cuando uno de los coyotes se arrojó c ontra la puerta. - ¿Es una barra de oro lo que Edilio está utilizand o como un martillo?- Edilio había roto la cama y golpeando uno de los ca rriles de la puerta. Lana se rió con sarcasmo. - Sí. Tenemos un montón d e oro. Patrick y yo, somos ricos. Movió la mano por el cuello a los hombros. - Funcio na mejor si te quitas la camisa- , dijo. Hizo una mueca de dolor. - No creo que pueda.



Lana metió la mano debajo de su camisa, sintiendo e l desorden horrible de las heridas secundarias. - Se sentirá mejor en p ocos minutos. - ¿Cómo haces eso?- , preguntó. - Hay un montón de cosas extrañas ocurriendo. El muchacho asintió. - Sí. Lo hemos notado. Gracias por salvarme la vida. - De nada, pero como he dicho, puede ser temporal. - En realidad no están tratando de conseguir entrar en el momento. Cuando el jefe de la manada esté aquí, eso podría c ambiar. Son fuertes, tu sabes, y listos. - Estás sangrando a tu misma- , dijo. - Voy a arreglar eso- , dijo, casi indiferente. - M e he acostumbrado a recibir cortes de una manera u otra. Apretó su mano cubierta de sangre contra su pierna. - ¿Quién es este líder de la manada?- Preguntó Sam . - El es la cabeza de los coyotes. Lo engañe para qu e me dejara venir aquí. Tenía la esperanza de poder salir de aquí. O al men os tener algo de comer además de roadkill. Los coyotes son listos pero aun son como perros inteligentes, básicamente. ¿Chicos tienen hambre? Y o sí. Sam asintió con la cabeza. Luego se puso de pie con lentitud, moviéndose como un hombre viejo. - Tan pronto como haya terminado con mi pierna, voy a hacer la suya- , dijo Lana. - Tenemos un muy buen abastecimiento de alimentos y agua en abundancia, al menos por un tiempo. La cuestión es si el líder de la manada será capaz de encontrar una manera de entrar aquí. Astrid dijo: - Estás hablando de este coyote como s i fuera una persona.



Lana se rió. - No es una persona con la que quieres pasar el tiempo. - ¿Es que... es sólo un coyote?- Astrid preguntó. Lana miró a la niña. Ahora podía ver inteligencia p or debajo de la apariencia de bonita niña - ¿Qué sabes tú de eso?- Lana preguntó con cautela. - Sé que algunos animales están cambiando. Hemos vi sto una gaviota con garras. Y ya hemos visto, bueno, una serpiente con lo que parecían alas. Lana asintió. - Sí, he visto esas. Cerca. Ellos asu staron a los coyotes a muerte, puedo decirles eso. Ellos como que no puede n volar, pero usan el cascabel y sus alas para obtener sólo un poco má s de rango de lo que antes tenían. En realidad, una vez salvaron mi tras ero. Y los vi matar a un coyote sólo hace unas horas. El líder de la manada dijo… - - ¿Dijo?- Edilio repitió. - Voy a contarte todo sobre él, pero vamos a comer primero. No he tenido nada que comer. Aunque me ofrecieron algunas ardill as crudas. Pudín enlatado, es lo que quiero. He estado soñando con e llo. Ella sacó una lata y trabajó febrilmente el abrelat as. Ella no esperó para un plato o una cuchara, pero metió la mano y metió un poco en su boca. Entonces ella se quedó paralizada, abrumada por la dulzura maravillosa de ella. Ella lloraba cuando dijo, - Lo siento, he olvidado cómo ser cortés. Les conseguiré su propia lata. Sam cojeando, recogió un poco de pudín de su propie dad, a raíz de su liderazgo. - Estoy pasado de la cortesía también - , dijo, aunque podía ver que estaba un poco consternado por su comportamient o rapaz. Se decidió entonces que le gustaba. - Escuha, Sam, y todo el mundo, necesitan saber alg o para que no se asusten: El líder de la manada puede hablar. Es dec ir, palabras humanas. Como la chica rubia inteligente estaba diciendo, el es alguna clase de mutante o lo que sea. Sé que piensan que probableme nte estoy loca.



Ella tenía ahora taza de hojalata de Jim el ermitañ o y lo utilizó para recoger otra porción maravillosa, de maravilloso pu dín. La rubia ‘Astrid’ estaba abriendo una lata de cocte l de frutas. - ¿Quieres saber sobre el FAYZ?- Astrid pregunto. Lana se detuvo de comer y la observo - ¿El qué?- Astrid se encogió de hombros y miró avergonzada. - Eso es lo que la gente lo están llamando. El joven callejón de Fallo ut zona. Fayz. - ¿Qué significa eso?- - ¿Has visto la barrera?- Ella asintió, - Oh, sí. He visto la barrera. Toqué la barrera, que, por cierto, no es una buena idea. Sam dijo: - Por lo que podemos decir, que da una vu elta en un círculo grande. O tal vez una esfera. Pensamos que en el ce ntro está la central eléctrica. Parece un radio de quince kilómetros de allí, ya sabes, a veinte millas de ancho. - Circunferencia de 62,83 millas, con una superfici e de 314,159 millas cuadradas- , dijo Astrid. - Punto 159,- Quinn se hizo eco de su esquina. - E so es importante. - Es básicamente pi. , dijo Astrid. - Ustedes saben , 3.14159265... Bueno, voy a parar. Lana no había dejado de tener hambre. Tomó una cuch arada de la ensalada de fruta. - Sam, ¿crees que la planta de energía lo causó?- Sam se encogió de hombros, y luego titubeó, sorpren dido. Lana adivino que no sentía dolor en el hombro. - Nadie sabe. De repente todas las



persona sobre la edad de catorce años desaparecen y esta la barrera y la gente... los animales… - Lana absorbe lentamente esta nueva información. - ¿Quieres decir que todos los adultos? ¿Se han ido ?- - Poof- , dijo Quinn. - Ellos abandonaron. Ellos se apagaron. Ellos son vacantes. Tomaron la rampa de salida. Se hizo un ag ujero. Ellos Emigraron. Adultos y adolescentes. Nada más que niñ os. - He hecho todo lo posible para fortalecer la puer ta- , anunció Edilio. - Pero todo lo que tengo es uñas. Alguien puede rompe rla en algún momento. - Tal vez no todos lo abandonaron- , dijo Lana. - T al vez lo hicimos nosotros. - Eso es definitivamente una de las posibilidades, no hace una diferencia real. Es la misma cosa.Astrid dijo. Así que la rubia era definitivamente un cerebro. La na se preguntó acerca de su hermano pequeño. Él era muy callado para ser un niño pequeño. - Mi abuelo desapareció mientras estaba conduciendo el camión- , dijo Lana, recordando aquel día terrible. - El camión se estrelló. Y me estaba muriendo. Quiero decir, huesos sobresaliendo… Gangr ena, entonces es como que solo pude sanar. Mi perro. Yo misma. Y no sé porque. Desde más allá de la puerta de madera se produjo un repentino coro de aullidos emocionados. - El líder de la manada esta aquí- , dijo Lana. Cru zó a la pileta y tomó el cuchillo de la cocina de Jim el ermitaño. Se volvió a Sam, su expresión feroz. - Voy a apuñalar en su corazón, si viene aqu í. Sam y Edilio ambos sacaron sus cuchillos. Desde fuera de la puerta, a pocos centímetros de di stancia, llegó la estrangulada, gruñendo, voz aguda. - Humanos. Salir .



- No- , gritó Lana. - Humanos. Salir. Lana dijo, - No por el pelo de mi Chin Chin chinny. Astrid sonrió. - Bonito- , susurró. - Humanos. Salir. Humanos enseñar a líder de la man ada. Humanos dicen. - - Lección número uno, sucio, feo, desagradable, ani males sarnosos: Nunca confíes en un ser humano- Que dio lugar a un silencio prolongado. - La Oscuridad- el líder de la manada gruñó. Lana sintió miedo que contrajo su corazón. - Adelan te. Vayan con su maestro en la mina y cuéntenselo. Comenzó a decir que ella no tenía miedo de la oscuridad. Pero esas palabras sonaban f alsas. - ¿Qué es eso de una mina?- Preguntó Sam. - Nada. - ¿Entonces por qué es que el coyote por ahí está h ablando de ello? ¿Qué es esta cosa de la oscuridad?- Lana sacudió la cabeza. - Yo no lo sé. Me llevaron allí. Se trata de una antigua mina de oro. Eso es todo. Sam dijo: - Mira. Me has salvado la vida. Pero tamb ién queremos saber qué está pasando. Lana entrelazando los dedos juntos alrededor de la empuñadura de un cuchillo para mantenerse a sí misma de la agitación . - No sé lo que está pasando, Sam. Hay algo en esa mina. Eso es todo lo que sé. El coyote lo escucha, tienen miedo de ella, y hacen lo que dice. - ¿Lo viste?-



- Yo no lo sé. No me acuerdo. Realmente no me quier o recordar. Hubo un fuerte golpe en la puerta y se sacudió en s us goznes. - Edilio, vamos a encontrar más uñas- , dijo Sam. El comedor de la Academia Coates siempre le había p arecido como extraño, un lugar hostil para Jack. En términos de diseño y decoración, era un intento de ser ventilado y colorido. Las ven tanas eran altas, el techo alto, las puertas eran altas arcos decorados con brillantes azulejos ornamentales españoles. Las largas, pesadas, oscuras, tablas del primer año de Jack en Coates, las tablas que habían acomodado sesenta alumnos cad a una, este último año se acababan de sustituir por dos docenas de peq ueñas, mesas redondas menos formal, decorado con papel maché cen tro piezas confeccionadas por los estudiantes. En el extremo de la sala del comedor de un mosaico se había creado de cuadros de papel pintado individualmente de la cons trucción. El tema fue ‘Forward Together’. Las plazas se había n organizado para formar una gran flecha apuntando hacia el suelo has ta el techo. Pero cuanto más trataba de iluminar la habitación, menos amigable que parecía crecer, como si los pequeños toques de colo r y fantasía sólo acentuada el tamaño de trituración, la edad, y la f ormalidad irreductible de la habitación. Panda, no con su pierna rota, pero si torcida, se d esplomó en una silla y miró triste y resentido. Diana se quedó a un lado, no le gustaba lo que estaba a punto de presenciar, y mantener ese sentim iento era un secreto. - ¡Levántate de la mesa, Andrés!- Caine ordenó, se ñalando a una de las mesas redondas y grandes en frente del mosaico de l a flecha. - ¿Qué quieres decir, levantarse de la mesa?- Andr ew. Algunos niños asomaron la cabeza en el comedor. Dra ke dijo: - ¡Fuera! Y desaparecieron.



- Andrew, tu puedes subir a la mesa o yo puedo levi tarte a ti aquí arriba- , dijo Caine. - Levántate, imbécil,- Drake se rompió. Andrew se subió a una silla, y luego sobre la mesa. - No veo por qué... - Átalo. ¿Computadora Jack? Empieza a prepararlo. Drake sacó la cuerda de la bolsa que había encontra do en el coche. Ató un extremo en torno a una pata de la mesa, midió ce rca de seis pies, cortó la cuerda, y luego ato el final alrededor de la pierna de Andrés. - Hombre, ¿qué es esto?- Dijo Andrew. - ¿Qué estás haciendo?- - Es un experimento, Andrew. Jack comenzó a poner las luces y trípodes para cáma ras. - Esto es falso, hombre. Esto no es correcto, Caine . No es justo. - Andrew, tienes suerte, te estoy dando una oportun idad de sobrevivir el gran resplandor- , dijo Caine. - ¡Deja de lloriquea r!- Drake ató la segunda pierna de Andrew y luego saltó a la mesa para atar las manos de Andrew firmemente detrás de él. - Amigo, necesito mis manos libres para el poder. Drake miró a Caine, que asintió. Drake desató las m anos de Andrew y miró a la araña de arriba. Tiró el final de cuerda a lo largo de la araña de luces, un decorado, algo de hierro pesado y que los niños de Coates solían bromear diciendo que fue el décimo Nazgul. Drake ceñía la cuerda alrededor del pecho de Andrés , la levantó en sus axilas, y lo arrastró hasta sus pies apenas tocó la superficie de la mesa. - Asegúrense de que sus manos no pueden apuntar en esta dirección- , dijo Caine. - No quiero que la cosa onda de choque tumbe sus cámaras.



Así Drake suspendió cada mano por la muñeca, dejand o a Andrew luciendo como un niño que trataba de rendirse. Jack observó el visor LED de una de las cámaras. Andrew todavía sería capaz de salir del marco de ba lanceo de una manera u otra. Jack no quería decir nada, sentía pe na por Andrew, pero si el video quedaba en mal estado... - Uhm. Aún se puede mover hacia la izquierda o la d erecha un poco. Drake entonces corrió las cuerdas del cuello de And rew, cuatro de ellas que conducen a las tablas en los cuatro lados. Andr ew no podía mover más de un pie en cualquier dirección. - ¿Cuál es el tiempo, Jack?- Caine preguntó. Jack miró su PDA. - Diez minutos. Jack se ocupó de las cámaras, cuatro de ellos sobre trípodes, tres de vídeo, y el otro un motor cámara. Tenía dos luces e n los postes que brillaban sobre Andrew. Andrew estaba iluminado como si fuera una especie d e estrella de cine. - Yo no quiero morir- , dijo Andrew. - Yo tampoco- , Caine estuvo de acuerdo. - Por eso espero que ustedes puedan vencer el Poof. - Seré como, el primero, ¿eh?- Andrew dijo. Las lá grimas estaban empezando a fluir. - El primer y único- , dijo Caine. - Es que no es justo - , dijo Andrew. Jack ajustó l a lente para abarcar todo el cuerpo de Andrew. - Cinco minutos- , dijo Jack. - Voy a seguir adelan te y poner el vídeo en marcha. - Haz lo que tienes que hacer, Jack, no lo anuncies - , dijo Caine.



- ¿No puedes ayudarme, Caine?- Andrew declaró. - E res cuarto en la barra. Tal vez tu y yo, si ambos utilizamos nuestro poderes, al mismo tiempo, ¿verdad?- Nadie le contestó. - Tengo miedo, ¿de acuerdo?- Andrew gimió, y ahora las lágrimas fluyen libremente. - Yo no sé qué va a pasar. - Tal vez tú te despiertes fuera de la Fayz,- Pand a habló por primera vez. - Tal vez tú te despiertes en el infierno- , dijo D iana. - Donde perteneces. - Debo rezar- , dijo Andrew. - ¿Dios me perdone por ser un canalla con la gente muerta de hambre?- Diana sugirió. - Un minuto- , dijo Jack en voz baja. Estaba nervio so acerca de cuándo iniciar la cámara. Nadie imaginaba el certificado d e nacimiento de Andrés era exacta al minuto Benno había sido apagado por s emanas. Podía desaparecer temprano. - Jesús, perdóname por todo lo malo que hice y me l leven a mi madre la echo tanto de menos y por favor déjame vivir sólo s oy un chico así que déjame vivir ¿de acuerdo? En nombre de Jesús, amén. Jack encendió la cámara. - Diez segundos. El cuarto estalló con una explosión sónica de las m anos en alto de Andrew. Rompiendo las olas de sonido empezó a rompe r el yeso del techo. Jack se tapaba los oídos y se quedó en la fascinaci ón y el horror. - Tiempo- , Jack recordaba gritar sobre el bombarde o de ruido.



Pedazos de yeso cayeron del techo, como el granizo. Las bombillas de la lámpara de araña todos los pedazos, dejando caer un a nevada de polvo de vidrio. - Plus de diez- , gritó Jack. Andrew todavía estaba allí, las manos altas, lloran do, llorando, tal vez, comenzando a esperanzarse. - Plus de veinte,- dijo Jack. - Sigue así, Andrew,- Caine gritó. Él estaba de pi e ahora, ansioso, esperando que fuera cierto que el parpadeo puede se r igual. El techo estaba resquebrajándose más profundamente, y Jack se preguntó si caería. La explosión sónica estaba terminada. Andrew se quedó, agotado, pero seguía allí. Sigue e n pie. - ¡Oh, Dios!- , dijo. - ¡Oh, gracias!- Y se fue. La cuerda cayó, de pronto en libertad. Nadie dijo una palabra. Jack empujó rebobinar en una de sus cámaras de alta velocidad de vídeo. El regreso hasta diez segundos. Luego apretó reprod ucir y lo vio en la pantalla LCD pequeña, cuadro por cuadro. - Bueno,- Diana estaba diciendo, - tanto para la t eoría de que no se zanja si tiene poderes. - El detuvo la explosión. Caine dijo. - Luego el pa rpadeó. - El detuvo la explosión y luego diez segundos más tarde, se abandonó- , dijo Diana. - Los registros de certificado de nacim iento, nunca van a ser cien por ciento, precisos. Una enfermera escribe el tiempo, tal vez cinco



minutos de una manera u otra. Algunos son probablem ente fuera por una hora y media. - ¿Conseguiste algo, Jack?- Caine preguntó. Sonaba desalentado. Jack estaba avanzando, cuadro por cuadro. Lo vio de tenerse, agotado por el esfuerzo. Vio la media sonrisa nerviosa, el momento en que abrió la boca, cada sílaba, y entonces... - Tenemos que reproducir esto en un monitor más gra nde,- dijo Jack. Ellos llevaron a las cámaras a la computadora centr al y dejaron los trípodes y luces detrás. Allí encontraron un monito r de veintiséis pulgadas, cristal despejado. Jack no perdió el tiem po descargando, sólo conectado los cables y empezó a reproducir. Caine, Drake, y Diana rodearon por encima del hombro, ansiosos rostros se iluminaron con la luz azul. Panda cojeando hasta una silla se dejó ca er. - Mire- , explica Jack. - Aquí, Mira lo que pasa. Avanzó el marco de archivo por cuadro. - ¿Qué es eso?- Preguntó Diana. - Está sonriendo. ¿Ves?- Jack dijo. - Y está miran do algo. Y lo raro es que no es posible porque este marco es, como una tr igésima parte de una segunda vez pero él tuvo tiempo de ir de esta e xpresión... El respaldo es un marco. - Para esta expresión. A esto , ve aquí donde el mueve la cabeza de nuevo. - Y aquí, las cuerdas se escapan, sus manos están l ibres. - ¡Mueve por delante sólo tres marcos y ha desapare cido por completo!- - ¿Qué significa, Jack?- Caine casi imploró. - Déjeme ver las otras cámaras,- Jack estancado. De las dos cámaras de vídeo restantes sólo uno tení a una foto del momento actual. Este, también, mostró una imagen bo rrosa de Andrew



se movía en brusco tirón de una postura a otra. En éste también, las cuerdas estaban flojas y los brazos extendidos. - Está extendiéndose para un abrazo- , dijo Diana. De las cámaras era poco probable que se obtuviera a lgo útil, Jack lo sabía, pero unido y de rápido remitido a la firma m omento adecuado. Cuando el marco estuvo cargado hasta hubo una excla mación colectiva. Andrew era claramente visible, sonriente, feliz, tr ansformado, con los brazos fuera estrechando. Lo que iba a alcanzar par ecía una bengala de luz, un reflejo de algo, salvo que se trataba de un verde casi fluorescente y las luces habían sido blancas. - Acerca la mancha verde- , dijo Caine. - Es un problema de profundidad de campo- , dijo Ja ck. - Voy a tratar de mejorarlo. Se tomó unos segundos para que la image n se centrara en la nube de color verde. Tomó varias capas de refuerzo antes de que pudieran ver lo que parecía un agujero rodeado por dientes afilados. - ¿Qué es esa cosa?- Drake se preguntó en voz alta . - Parece que... no lo sé- , dijo Jack. - Pero no se ve como algo que quisieras alcanzar. - Estaba viendo algo diferente- , dijo Diana. - Es tiempo alterado de alguna manera, se aceleró e l tiempo de Andrew,- dijo Jack, pensando en voz alta. - Así que para And rew, todo fue de una duración mucho más de tiempo de lo que fue para nos otros. Para él puede haber sido diez segundos, o incluso diez minu tos, aunque para nosotros fue menos de un abrir y cerrar de ojos. Fu e pura suerte que pudimos recoger algo de eso. Caine le sorprendió a continuación, y de hecho le d io una palmadita en la espalda. - No te subestimes a ti mismo, Jack. Diana dijo: - El no solo hizo Poof. Vio algo. Exten dió su mano a ella. Esa cosa verde, lo que parece una especie de monstruo p ara nosotros, debe haber parecido algo más a Andrew.



- ¿Qué? ¿no?- - Lo que él quería que fuera- , dijo Diana. - Lo qu e él tanto quería en ese momento que llegó para él. ¿Si tuviera que adivinar ? Yo diría que Andrew vio a su mamá. Drake habló por primera vez en mucho tiempo. - Ento nces esta gran cosa de parpadeo no es solamente alguna cosa que sucede. - No, hay engaño involucrado- , dijo Caine. - Un tr uco. Una mentira. - Una seducción- , dijo Diana. - Como una de esas p lantas carnívoras, que atrae al insecto con el perfume y los colores brill antes y, a continuación... Cerró su mano alrededor de un insecto imaginario. Caine parecía hipnotizado por la imagen congelada. En una voz de ensueño, dijo, - ¿Es posible decir que no? Esa es l a pregunta. ¿Podemos decir que no a la flor brillante? ¿Podemos decir qu e no... y sobrevivir?- - Está bien, tengo la cosa mamá. Pero tengo otra pr egunta,- dijo Drake con dureza. - ¿Qué es esa cosa con los dientes?-



CAPITULO 33

88 HORAS, 24 MINUTOS Durante toda la noche los coyotes se estrellaron co ntra la puerta, tratando de romperla. Pero Sam, Quinn y Edilio habí an despojado a la cabina para utilizar todo lo que pudieran para refo rzar la puerta, y mantenerla. Sam estaba seguro de eso. Durante un tiempo, por lo menos. - Los hemos bloqueado,- Sam dijo. - Y nosotros estamos encerrados dentro- Lana estuv o de acuerdo. - ¿Puedes hacerlo?- Astrid preguntó a Sam. - No sé- , admitió Sam. - Supongo. Pero tengo que s alir para hacerlo. Si funciona, bien. Quizá. Si no es así. . . Yo- - ¿Más pudín alguien?- Quinn, tratando de aligerar el estado de ánimo. - Es mejor quedarse aquí- , opinó Astrid. - Ellos t endrán que venir a través de la puerta. Eso significa que uno o dos a la vez. ¿No sería más fácil así, Sam?- - Si. Sera una fiesta- Le tendió la taza de hojala ta. - ¿Pudín Quinn?. Después de varias horas, los coyotes se cansaron de golpear contra la puerta. Los atrapados durmieron un par de horas cad a uno, dos cada vez, siempre asegurándose de que dos estuvieran despiert os. El cielo comenzó a aligerarse hacia un tono a gris perla, no lo suficiente para ver con claridad, pero lo suficiente para que Edilio tuviera una visión sombría de la yarda delantera. - Tiene que haber, al menos, un centenar de ellos a hí fuera- , informó. Lana dejo de lado la reparación de la ropa con una aguja e hilo y miro por sí misma. - Eso es más de una manada- , dijo. - ¿Puedes decir eso?- Astrid preguntó, bostezando y frotándose los ojos.



- Sé un poco acerca de coyotes- , Lana dijo. - Si v emos tantos, significa que hay al menos el doble por aquí. Algunos tienen que estar de caza. Los coyotes cazan tanto de día como de noche- Ella se sentó y tomó su costura. - ¿Están a la espe ra de algo? Pero ¿Qué? Yo no vi al Lider. Tal vez se fue. Tal vez es tán esperando a que regrese- - Tarde o temprano perderán el interés, ¿no?- Astr id preguntó. Lana sacudió la cabeza. - Coyotes normales, seguro. Pero estos no son los coyotes normales. Esperaron y cada hora o así Sam o Edilio mirarían a fuera, y cada vez verían coyotes. De repente, el un centenar de voces caninas emitier on espasmos emocionados. Patrick se levanto, erizado. Sam corrió hacia la mirilla. Lana hizo brillar la l interna sobre él. - Ellos tienen el fuego,- dijo Sam. Lana pasó junto a él y se subió a ver por ella mism a - Es el líder de la manada- ella confirmó. - Él tiene una rama en llam as. - Es algo no sólo una rama en llamas, es una antorc ha- , dijo Sam. - No es sólo algo que encontró. Sólo arde en un extremo, un a rama no lo haría. Alguien con manos tiene que haberlo hecho, alguien se lo dio. - La Oscuridad;- Lana susurró. - Esta cabina ardera como un fosforo- , dijo Sam. - No. No quiero arder - , exclamó Lana. - Tenemos q ue salir, hacer algún tipo de un acuerdo con el Líder. - Dijiste que nos mataría- , dijo Astrid. Tenía las manos sobre las orejas del Pequeño Pete.



- Ellos quieren que viva, quieren que les enseñe lo s métodos humanos. Eso es lo que la oscuridad dijo, no puede matarme a mí, él me necesita. - Inténtalo- dijo Sam. - Líder,- Lana gritó. - Líder- - No te escucha. - El es un coyote, puede oír un ratón en su agujero a 100 metros de distancia- Lana se rompió. Levantando la voz en un grito a continuación. - Líder. Líder. Hare lo que quieras. Sam estaba de vuelta en la mirilla. – Está justo af uera. Susurró. - ¡Líder, no!- Lana rogó. - Ellos están todos retrocediendo. - ¡Oh, dios!- - Humo- , Edilio dijo, y apuntó con una linterna en el umbral de la puerta. Lana sopesó un ladrillo dorado y comenzó a golpear a las placas que había clavado en la puerta. Edilio la agarró por lo s brazos. - ¿Quieres quemarte vivo?- Lana exigió. Edilio la soltó. - Estamos saliendo- , Lana gritó mientras golpeaba a las tablas. - Estamos saliendo. Pero las tablas no eran tan fáciles de quitar como lo habían sido de poner. Una lengua amarrilla apareció debajo de la p uerta. Sam se retiró repentinamente de la mirilla. - ¿Fueg o?- - No me quiero quemar- , se lamentó Lana. - Es el humo lo que te mata. Sam susurró, mirando a Astrid. - Tiene que haber una salida.



Astrid dijo: - Sabes la manera de salir. De la pared de atrás, se coló el humo a través de g rietas y costuras. Lana martilló en las tablas. El humo se estaba reun iendo en las vigas. La cabina se estaba quemando rápidamente. Ya el calor era insoportable. - Ayúdenme- , exclamó Lana. - Tenemos que salir. Edilio se puso en acción, ayudando a tirar las tabl as de distancia. Sam se inclinó sobre la cabecita de Pete y besó a A strid en la boca. - No dejes que me convierta en Caine- dijo. - Mantendré un ojo sobre ti. , Dijo ella. - Está bien. Todo el mundo aléjese de la puerta. D ijo Sam, pero demasiado bajo para que se registrara por encima de los sonidos de pánico. Agarro la mano de Lana y la aparto rudamente. - ¿Qué estás haciendo?- gritó. - Salvaste mi vida con tu poder. Dijo Sam. - Mi tu rno. Lana, Edilio y Quinn se alejaron de la puerta. Sam cerró los ojos. Fue fácil encontrar la ira. Est aba enfadado por muchas cosas. Pero por alguna razón, cuando trató de centrarse en la indignación de este ataque, su mente no trajo imágenes del líder c oyote, o incluso de Caín. La imagen en su mente era la de su propia mad re. Estúpido. Falso. Desleal de él, incluso cruel. Pero aún así, cuando llegó a su ira, fue su madre a la que vio. - No fue mi culpa- , le susurró a esa imagen. Levan tó las manos. Los dedos abiertos a lo ancho.



Pero en ese momento la media quemado puerta se abri ó. Las llamas y el humo estaban por todas partes, un t orrente de humo asfixiante. Y a través del infierno saltó un coyote tan grande como un gran danés. Eso, Sam pensó, lo hacía más fácil. Un destello de luz verde-blanca surgió de las manos en alto y el coyote se dejó caer al suelo. Un agujero de ocho pulgadas est aba claramente quemado a través de su cuerpo un segundo flash, com o un millar de lámparas de destello, y la parte delantera de la ca bina estallo. El vacío de repente se tragó parte de la llama, no todas, sólo una pausa en el infierno y Sam estaba en movimiento, arrastra ndo por el brazo Astrid, Astrid arrastrando al Pequeño Pete a su vez . Los otros se sacudieron su conmoción y siguieron. Avanzaron a través del agujero en la cabina y los c oyotes se lanzaron hacia delante, una masa de los dientes peligrosos b ajo el frío, los ojos enfocados. Sam soltó a Astrid, levantó las manos y la luz esta lló de nuevo. Una docena de coyotes se incendiaron y se redujeron o s e retorcían o corrían chillando en la noche como luces de bengala locos e n la oscuridad en retirada. - El Líder,- Lana advirtió en una voz reducida a u n graznido por el humo que se arremolinaba alrededor de ellos. Se apoyaba en el brazo de Edilio, los dos con seguridad fuera de la cabina, pero lejo s de la seguridad del césped. La cabina cayó con estrépito detrás de ellos y se q uemo como una hoguera. La luz naranja reveló un centenar de mirad as fijas, poco comprensivas, caninas. Sus ojos brillaban y también sus dientes. El Líder se paro frente a Sam. Gruñendo, sin miedo. Ladró una orden y la manada entera se movió como un a sola, una ola de gruñidos.



Sam levantó las manos y disparo ases de pura luz ve rde-blanca. La primera línea de coyotes se incendió al instante. A terrorizados corrieron de regreso hacia sus hermanos y hermanas, lo que de sencadenó el pánico total. La manada de media vuelta y corrió hacia la noche. El Líder ya no estaba sin miedo. Ya no liderando, sino siguiendo, apuránd ose para mantenerse al día con su ejército derrotado, algunos quemados, mientras corrían y encendían arbustos. Sam bajó las manos a los costad os. Astrid estaba junto a él. - Diablos- , dijo Quinn en una voz atemorizada. - No creo que vuelvan- , dijo Sam. - ¿Y ahora, hombre?- Edilio le preguntó. Sam se quedó mirando a cabo en un desierto, tan osc uro que aún se tragaba toda la luz de la cabina de grabación. Tení a ganas de llorar. No había sabido cuanta ira guardaba en su interior. Lo hacía descomponerse. Su madre había hecho todo lo posible . Ella no tenía la culpa. Él quería vomitar. Astrid vio que Sam no estaba en condiciones de habl ar, por lo que dijo, - Vamos a regresar a Perdido Beach. Vamos a volver, y vamos a hacer las cosas bien. - Y Caine sólo se hará a un lado- , dijo Quinn. - N o hay problema,- Astrid se incendio. - No estoy diciendo que va a se r fácil. Será una prueba para nosotros. Edilio sacudió la cabeza. - No va a ser una prueba. Va a ser una guerra. - El Sol aparecerá pronto. ¿Seremos capaces de ver algo?- Dijo Drake. - ¿Ver qué?- Panda gimió. - No hay nada más que de sierto allá afuera.



- Caine dice que es probable que permanezca cerca d e la barrera, para encontrar su camino de vuelta. Panda parecía nervioso cuando dijo, - ¿Caine cree q ue Sam va a volver?- Panda estaba enfadado por su esguince en el tobillo y casi inútil, por lo que Drake había agarrado a otros dos niños Coates. El primero era un gordo niño chino-americano llamad o Chunk. Chunk era un matón de bajo nivel, alguien con quien Drake nor malmente se habría frecuentado. Además, él no se callaba, pero charlab a. Sobre todo alarde de lo que las bandas que había visto en concierto y lo que las estrellas de cine que había conocido. El padre de Chunk era un a gente de talentos de Hollywood. Si todavía existía un Hollywood. El otro niño era una niña, una niña flaca de pelo n egro llamada Luisa, uno de los conductores. Con Panda casi inútil, Drake ne cesita un conductor. Después de Andrew, Caine y Diana, junto con el nerd un poco escalofriante, Jack, habían ido a hacer frente a Fr ederic y tratar de poner las cosas bajo control en Coates. Caine había envia do a Drake con órdenes para ver si podía encontrar a Sam. A Drake no le gustaba tener que seguir esa orden. T enía sueño y, como señaló a Caine, había un montón de oscuridad por ah í, y el solo por la noche, así que ¿cómo se suponía que iba a encontrar a Sam, aunque siguiera la barrera? - Ve a Piggyback Mountain- , dijo Caine. - ¿Recuerd as? ¿El viaje de campo? Puedes ver por millas. Así que a pesar de que seguía estando oscuro, y a p esar de que Louise era un conductor mucho más loco que el cauteloso Pa nda, y a pesar de quejarse de Panda y del balbuceo de Chunk, habían s ubido Piggyback Mountain y después de un tiempo encontraron el pues to de observación. Habían estado allí por un tiempo, escuchando los au llidos de coyote en el valle, Drake amenazando con golpear a Chunk si no s e callaba sobre cómo había conocido a Christina Aguilera una vez.



Drake estaba enojado, infeliz de estar aquí, en med io de la nada, sin comida ni bebidas gaseosas ni nada, sólo una botell a de agua y estos idiotas. - ¿Y qué pasó con Andrew?- Louise preguntó en uno de los silencios raros de Chunk. - Se escapó, hombre, hizo un agujero- , dijo Panda. - Todavía tengo más de un año, yo sólo tengo trece- Louise dijo. Como si a alguien le importara. - Va a venir alguien a resc atarnos en un año, ¿verdad?- - Más pronto sería mejor- dijo Drake arrastrando l as palabras, - con lo que me tiene un mes. - Tengo hasta la lunes- , dijo Chunk. - ¿Sabes lo q ue me hace? Un cáncer. - ¿Estás seguro?- Drake murmuró. - El signo del cangrejo. Chunk agregó. - Tengo que irme- , dijo Drake. Se bajó de la camio neta en que viajaban y se acercó al borde del mirador, a la barandilla. Em pezó a orinar por la borda y entonces fue cuando lo vio. Parecía un fosf oro encendido por la noche. Imposible saber las distancias. - ¡Chunk trae los prismáticos!- Chunk llegó unos segundos más tarde. Drake había vi sto como la luz parpadeante pequeña corría en zigzag muy por debajo . Chunk dijo: - Esto es como estar en las colinas de Hollywood. ¿Sabes? Arriba en Mullholand Drive, en donde todos esos fam osos actores. Una vez fui a este tipo de casas, él era, como, un dire ctor que mi padre representaba, ¿cierto? Y... Drake tiró los binoculares de las manos de Chunk e intentó coger el destello en su campo de visión. Casi imposible. Lo cogió y luego lo perdió. Incluso cuando él se las arregló para segui rlo durante unos pocos segundos, no pudo distinguir nada, fue solo una lla ma naranja dando vueltas a través de una figura vacía. Pero casi seg uro se estaba



moviendo demasiado rápido para que una persona lo l levara, incluso una persona rápida. Luego el destello paró de moverse. Y gradualmente D rake se dio cuenta que la llama estaba creciendo. Él miró detenidamente y aunque pudo distinguir algú n tipo de estructura, como una casa o algo en el extenso brillo. Panda había cojeado para unirse a ellos. Drake le e ntregó los binoculares. - ¿Qué crees que es?- Panda miró detenidamente a través de los binoculare s y en ese momentos hubo un destello de luz y el apartó los bi noculares y gritó. El segundo destello fue incluso más claro, y ahora había bengalas haciendo rastros de luz a través de la oscuridad de la mañana. Panda miró otra vez. - Había algún tipo de casa... y una torre o algo. Y había, como... como perros o algo. Un tercer deslumbre de luz y ahora incluso más de l as locas bengalas tejidas. - No sé, hombre,- dijo Panda. - Creo que quizás acabamos de encontrar lo que está bamos buscando,- dijo Drake. Chunk, asustado, dijo, - ¿Tú crees que ese es el ti po que estás intentando coger? Ha conseguido el poder, hombre. Como en esa película... Drake sacó la pistola de su cinturón y dijo, - No, Chunk: este es el poder. Y lo tengo yo. Eso hizo callar a Chunk durante unos segundos. - El fuego se está extendiendo,- señaló Louise. - Es probable que todo esté seco ahí abajo y los arbustos y las cosas se p rendan fuego.



Drake había notado lo mismo. Miró de vuelta a la di rección de lo que venían, intentando encontrar sentido a la topografí a. - La Coates está detrás de ese camino. La barrera está sobre ese cam ino. Señaló. - No hay viento, así que el fuego va a subir la colina. Lo c ual significa que ellos vendrán por ese camino, hacia la Coates. Pasaran de bajo de nosotros. - ¿Qué vas hacer, dispararles cuando nos pasen?- P reguntó Chunk, ansioso y asustado. - Sí, eso es, tres mil pies debajo de esta colina y voy a dispararles con un revólver,- dijo Drake sarcásticamente. - Imbécil. - Así que ¿qué hacemos?- Preguntó Panda. - No preg unto el miedo de Caine de este tipo. ¿Puede hacer todo eso?- - Esa es una cuarta barra, justo allí, apuesto,- o pinó Chunk. - He visto todo tipo de cosas en las Coates con Benno y Andrew y Frederico, ninguno de ellos podía hacer ese tipo de cosas. ¿Cr ees que puede tomar Caine por debajo?- Drake giró y pegó a Chunk en la boca con la parte d e atrás de la mano libre. Cuando Chunk estupefacto volvió, Drake se mo vió y le dio una patada en la ingle. Chunk se agarró y cayó de rodillas. Él gimoteó, - ¿ Por qué haces esto, hombre?- - Porque estoy enfermo de escucharte,- dijo Drake bruscamente. - Estoy enfermo de todos esos poderes de mierda. ¿Viste lo que hacemos con los freakis en las Coates? ¿A quién crees que le im porta eso? Todos esos niños con sus estúpidos poderes. ¿Encendiendo fuegos y moviendo cosas alrededor y leyendo tu mente y todo? ¿Cómo crees que eso les cogerá a uno por uno en sus sueños y les ti rará abajo y cuando ellos se levanten sus manos estarán listo en un blo que de cemento?- - Ese fuiste tú, Drake,- dijo Panda, apaciguándole . - Tú les conseguiste a todos. - Eso es cierto. Y no tenía ni siquiera una pistola entonces. No es sobre quien consigue los poderes, imbéciles. Es sobre qui en no tiene miedo. Y quien va hacer lo que tiene que ser hecho.



Chunk se estaba poniendo de pie con una mano en Pan da. - Esto no es Sam Temple o incluso Caine ustedes peq ueños gusanos necesitan preocuparse por eso, ese soy yo,- dijo D rake. - El Mr. Laser Hands abajo no va hacerlo donde él puede luchar con Caine. Voy a quitarle antes de eso.



CAPITULO 34

87 HORAS, 46 MINUTOS. Ahora eran seis. Sam, Edilio, Quinn, Lana, Astrid y el pequeño Pete. Todos los planes de seguir el FAYZ a casa estaban a bandonados por ahora. El incendio, un retazo de brillante amarillo y naranja, estaba escalando las colinas por el norte, cortándolas. So lo podían seguir moviéndose hacia el sur. El amanecer llego al fin, un insatisfactorio gris q ue desteñía el color de todo, incluso del incendio. Podían ver en donde ponían sus pies, ahora, pero es o no los detuvo en su viaje y de tropezarse. Sus pies eran dirigidos p or el agotamiento. El pequeño Pete colapso silenciosamente y fue dejad o atrás hasta que Astrid lo noto. Después de eso, Sam y Edilio se tur naron para llevarlo en la espalda, lo que hacía su progreso aun más lento y traicionero. El pequeño Pete durmió de esa forma por un rato, ta l vez dos horas, luego, cuando los chicos no lograban dar otro paso, él se levanto y continuo por sí mismo, y ahora todos lo estaban sig uiendo, demasiado cansados para discutir o tratar de redirigirlo, ya que en mayor parte estaba yendo en la dirección correcta. - Tenemos que detenernos, chico- dijo Edilio, - La s chicas están muy cansadas- - Estoy bien- dijo Lana, - He estado corriendo con los coyotes, caminar con ustedes aun se siente como estar de pie nada ma s- - Si, yo también- estuvo de acuerdo Sam, y se detu vo justo donde estaba, que resulto ser al lado de lo que bien podría ser u n enorme arbusto y un pequeño árbol. - Petey- grito Astrid, - Regresa, nos detendremos El pequeño Pete había parado de caminar, pero no re greso. Astrid avanzo cansadamente hacia él, cada paso comunicando el do lor que sentía.



- Sam- grito Astrid - Rápido- Sam pensó que estaba muy lejos de responder, pero d e alguna forma empezó mover los pies y fue hacia donde el Pequeño Pete y Astrid se arrodillaban y miraban fijamente. Había una chica yaciendo sobre el suelo. Su ropa er a un desastre, su negro cabello andrajoso. Era asiática, bonita sin s er hermosa, y un poco más que piel y huesos. Pero la primera cosa de la q ue se dieron cuenta fue que sus antebrazos terminaban en un sólido bloq ue de concreto. Astrid hizo una rápida señal de la cruz y presiono dos dedos contra el cuello de la muchacha. - Lana- lloró Astrid. Lana analizo la situación rápidamente - No veo ninguna lesión. Creo que tal vez se está m uriendo de hambre o está enferma de otra manera- - Que está haciendo aquí afuera- se pregunto Edili o - Oh, chico, ¿Que le hicieron en las manos?- - No puedo sanar el hambre- Dijo Lana, - Lo intent e en mi misma cuando estaba en el paquete. No funcionó- Edilio retorció la tapa de su botella de agua, se a rrodillo, y con cuidado roció agua a través de la mejilla de la chica de mo do que unas pocas gotas se curvaron hacia su boca. - Miren, esta tragando- Edilio partió un pequeño trozo de una de la Barras de Energía y gentilmente lo puso en la boca de la chica. Después de un segundo, la boca de la muchacha empezó a moverse, a masticar. - Hay una carretera por allá- dijo Sam, - Eso creo . Una de tierra, creo- - Alguien paso por ahí y la dejo aquí- estuvo de a cuerdo Astrid. Sam señalo a la tierra - Pueden ver como ella arras tro ese bloque-



- Hay algo enfermo pasando- dijo Edilio enojadamen te, - Quien haría algo así?- El pequeño Pete se puso de pie mirando hacia la chi ca. Astrid se dio cuenta de ello. – Usualmente él no se queda mirando a una persona de esa forma- - Supongo que él nunca ha visto lo que algunas pers onas repugnantes pueden hacer- dijo Edilio. - No- dijo Astrid pensativamente, - Pete no se rel aciona con la gente muy usualmente. No son del todo reales para él. Una vez me corte la mano, realmente mal con un cuchillo de la cocina, estaba sangrando demasiado y él ni siquiera pestañeó. Y soy la persona más cer cana a él en todo el mundo. Lana dijo, - Sam, puedes, ya sabes, quemar ese conc reto de sus manos?- - No, no puedo aspirar a eso, precisamente. - Ni siquiera sé que se puede hacer- dijo Edilio m ientras alimentaba a la chica con otro microscópico pedazo de comida, - Tra ta de romper eso con un mazo o algo, o incluso con un martillo y un cincel, de verdad dolerá mucho. Probablemente romperá cada hueso de s u mano, chico- -¿Quien le haría esto?- se pregunto Lana. - Ese es un uniforme de de la Academia Coates,- co ntesto Astrid, - Probablemente no estemos muy lejos de allí - Shh- silbo Lana, - Escucho algo- Todos, instintivamente, se agacharon. En el silenci o, podían oír claramente el motor de un auto. Estaba siendo condu cido erráticamente, acelerando un minuto, disminuyendo el siguiente. - Vamos, averigüemos quien es- Dijo Sam. - ¿Cómo vamos a mover a esta chica?- pregunto Edil io. - Quizá pueda cargarla, pero no puedo cargarla a ella y ese bloqu e, chico



- Yo la sostendré, tú lleva el bloque- dijo Sam. - Esta cosa es realmente pesada- dijo Edilio, - Se ra mejor que no conozca al pendejo que hizo esto. ¿Hacerle esto a una perso na? ¿Qué tipo de animal hace algo así?- El carro resulto ser una SUV. Era conducido, por lo que podía decir Sam, por un chico nada más. - Lo conozco- dijo Astrid. Ella saludo con la mano . La SUV se sacudió en un alto. Astrid se recostó contra la ventana abiert a. - ¿Computador Jack?- Sam había visto al mago de la tecnología por el pue blo pero no había hablado con el realmente. - Hola- dijo el chico,- Oh, Dios. Encontraron a Ta ylor. La estaba buscando. - ¿La estabas buscando?- - Si, está enferma. Ya saben, de la cabeza. Vago le jos de la escuela, así que estaba buscándola y… Justo en ese momento, Sam supo que era una trampa. Una fracción de segundo muy tarde. Drake se levanto de detrás de la tercera fila de as ientos. Tenía una pistola apuntando a la cabeza de Astrid, pero estaba mirand o directamente a Sam. - Ni siquiera lo pienses. No importa lo rápido que crees que eres, todo lo que tengo que hacer es tirar del gatillo. - No me estoy moviendo- dijo Sam. Elevo sus manos en señal de rendición. - Ah ah ah, no, no, no. Chico Sam. Sé todo acerca d el poder. Mantén tus manos a tus costados. - Tengo que ayudar a cargar a esta chica- dijo Sa m. - Nadie va a ayudar a cargarla a ningún lado. Ella ha terminado



- No la dejaremos aquí- dijo Astrid. - El chico que sostiene el arma toma las decisiones - dijo Drake, y sonrió. - Y si fuera tú, Astrid, no me presionaría. Caine q uiere intentar llevarte a ti y a tu pequeño hermano con vida. Pero si ustedes do s tratan y hace su acto de desaparición, le disparare a Sam. - Eres un psicópata, Drake- dijo Astrid. - Wow. ¿Qué gran palabra? Supongo que por eso eres Astrid la Genio, uh!! ¿Sabes que otra es una gran palabra? Retardado . Astrid respingo como si él la hubiera golpeado. - Mi hermano es un retardado. Imito Drake. - Desea ría haberlo grabado. Ok. Vamos a subir a la camioneta uno por uno, lento y agradable. - No sin la chica- dijo Sam categóricamente. - Tiene razón- estuvo de acuerdo Edilio. Drake suspiro teatralmente. - Ok, levántenla. Tíren la en el asiento del frente al lado de Jack- Hacer eso llevo algo de esfuerzo. La chica estaba v iva, pero no realmente consiente y estaba demasiado débil para moverla. Quinn se había puesto rígido con el miedo y la inde cisión. Sam podía ver el conflicto en su rostro. Debía quedarse con Sam o tratar y congraciarse con Drake?- Sam se pregunto lo que él decidiría. Por ahora su a migo estaba mirando con los ojos muy abiertos, la boca le temblaba, pes tañeaba muy rápido, buscando una respuesta. - Estará todo bien, Quinn- Sam susurro. Quinn ni siquiera lo escucho. Astrid se subió. Se sentó directamente detrás de Ja ck, - Realmente pensé que podría haber algo de esperanza para ti, Jack-



- Nah- dijo Drake. – Jack es como un destornillado r o un par de alicates. Él es solo una herramienta. Hace lo que le decimos que haga- El pequeño Pete y Lana compartieron el banco del me dio con Astrid. Edilio y Sam estaba en la fila de atrás. Drake pres iona la pistola detrás de la cabeza de Edilio. - Tu problema es conmigo- dijo Sam. - Puede que tengas oportunidad si solo es tu propia vida en la línea- dijo Drake. - pero no te arriesgaras a que le dispare a tu mascota Mexicana o a tu novia- Condujeron en sacudidas y aceleradas. Jack frecuent emente avanzaba por el borde de la carretera. Pero no se estrellaro n, que era la única esperanza de Sam. Se levantaron fuera de la academi a Coates. Sam había estado allí una vez, le había llevado par a ver donde trabajaba su madre. El sombrío viejo edificio lucia como si hubiera sido bombardeado. Una habitación completa arriba estaba expuesta. La puerta principal había sido destrozada. - Parece una zona de guerra- comentó Edilio. - El FAYZ es una zona de guerra- dijo Drake oscura mente. La vista del lugar trajo a Sam una ola de tristes r ecuerdos. Su madre había hecho lo mejor para retratar su trabajo como algo que la emocionaba, y a Coates como un lugar en donde amarí a trabajar. Pero incluso entonces Sam había sabido que ella estaba a quí porque él había roto el matrimonio de su madre. Sintió dentro de él el residuo de la rabia hacia su madre. Era infantil, vergonzoso, de hecho. Equivocado. Y era el momento equivocado para estar pensando tod o eso, ahora, donde estaba, con lo que estaba pasando, era probab le que ocurriera. ¿Cuál era esa frase de Edilio? ¿Cabeza de turco? Ch ico expiatorio. Él necesitaba alguien a quien culpar, y su rabia se ha bía estaba construyendo hacia su madre desde mucho antes del F AYZ.



Pero tan enojado como este, pensó Sam, debe ser peo r para Caine. Yo fui el hijo que ella se quedó. Él fue el que ella regal o. Cuando bajaron, Panda y un par de niños que Sam no conocía, los esperaban. Estaban armados con bates de beisbol. - Quiero ver a Caine- dijo Sam mientras bajaban. - Sin duda- dijo Drake. Pero primero tenemos cosas de que ocuparnos. Ordénense. Caminen en una sola fila alrededor del e dificio. - Dile a Caine que su hermano esta aquí- insistió Sam. - No vas a tratar con Caine, Sammy, trataras conmig o. Dijo Drake. - Podría dispararte en un momento. Podría dispararle a todos ustedes. Así que no me cabrees- Ellos hicieron como les ordenó. Dieron vuelto a la esquina y fueron a las aéreas comunes tras el edificio principal. Había un pequeño escenario hecho para lucir como un mirador. Más de dos docenas de chicos se alineaban en una re ja baja alrededor del mirador. Estaba atados a el por una cuerda de c orreas que les daba no más de unos cuantos pies para moverse. Al cuello del ferrocarril, como caballos atados. Cada uno de los niños estaba lastrado por un bloque de concreto incrustado en sus manos. Sus ojo s estaban vacios, sus mejillas ahuecadas. Astrid uso una palabra que Sam jamás habría imagina do saliendo de ella. - Lindo lenguaje- dijo Drake. - y en frente de Pe- tardado también- Una bandeja de cafería había sido puesta in frente de cada uno de los prisioneros. Debía ser un muy reciente entrega porq ue algunos aun estaban lamiendo sus bandejas, encorvados, con las cabezas hacia abajo, la lengua afuera, lamiendo como perros. - Es el circulo de bichos raros- dijo Lana, retroc ediendo, pero unos de los chicos de Coates la coloco detrás le toco con e l bate de beisbol detrás de la rodilla, y ella se desplomo.



- Tengo que hacer algo con los bichos inútiles- Di jo Drake. - No puedo tenerlos corriendo sueltos. Él debió ver a Sam em pezar a reaccionar porque presiono su arma contra la cabeza de Astrid. - Tu llamado, Sam. En tanto te inmutes llegaremos a ver como luce el c erebro de un genio- - Hey, yo no tengo poderes, chico- dijo Quinn. - Esto es enfermo, Drake, como tú lo eres- dijo As trid. - No puedo ni siquiera razonar contigo porque estas muy dañado, i rremediablemente hecho un lio. - Cállense- estallo Drake. - Ok, Sam. Tu primero. Es fácil. Solo apoyas tus manos y luego, presto, no más poderes- Quinn declaro. - Sam es un bicho raro, yo no, chico , no tengo poderes. Soy solo una persona normal. Sam camino con pasos inestables a la carretilla. Lo s chicos que mezclaban el concreto parecían muy infelices sobre lo que estaban haciendo, pero Sam no se hizo ilusiones: ellos esta ban haciendo lo que les decían. Había un agujero excavado en la tierra, de aproxima damente un pie de largo, la mitad de ancho, y quizá ocho pulgadas de profundidad. Los mezcladores de cemento derramaron una palada de concreto en el hoyo, llenándolo en un tercio del camino. - Mete tus manos, Sam- ordeno Drake. - Hazlo o la genio estalla- Sam sumergió sus manos en el cemento. El chico de l a pala vertió una carga de húmedo y pesado cemento en el hoyo y uso una paleta para empujarlo hacia abajo. Luego la mitad de una palada y el chico uso la paleta para alisarlo y regresar el exceso a la carr etilla. Sam se arrodillo allí, con las manos atrapadas, su cerebro loco con desesperados planes y salvajes calculaciones. Si se movía, Astrid moriría. Si no hacía nada, serian todos esclavos. - Ok, Astrid, es tu turno- dijo Drake.



Otro hoyo y el mismo proceso. Astrid estaba llorand o, diciendo, - Estará todo bien, Petey, todo estará bien- a través de la s lagrimas. Uno de los mezcladores de ocupo cavando un tercer h oyo. Lo hizo rápido, con movimientos practicados, contando el cé sped con la paleta. - Toma alrededor de diez minutos todo, Sam- dijo D rake. - Si vas a hacer algo valiente, tienes al menos ocho minutos. Tick, tock. - Así es como tienes que tratar con bichos raros,- dijo Quinn, - No hay otra opción, Drake- Sam podía sentir el concreto endureciéndose. Si tra taba de mover los dedos, se encontraría con que estaban encarcelados. Astrid estaba más perturbada de lo que Sam la había visto alguna vez. Estaba llorando abiertamente. Su miedo alimentaba el de él. Él no p odía soportarlo. Para si mismo ya era lo suficientemente malo, pero verla de esta forma… Y aun así, Astrid no devolvía la mirada, estaba ent eramente concentrada en el pequeño Pete. Casi como si estuviera llorando por su beneficio, comunicándole su terror a él. Por supuesto que estaba haciéndolo. Pero no estaba funcionando. El pequeño Pete estaba en su juego, en otro mundo. - Creo que el tiempo esta de tu lado, Sam- dijo Dr ake con una risa - Trata de sacar tus manos. ¿No puedes hacerlo, cierto?- Drake se puso de pie tras él y le dio un manotazo e n la parte trasera de la cabeza. - Vamos, Sam, incluso Caine te teme, así que debes ser resistente. Vamos, muéstrame lo que tienes. Golpeo a Sam de nue vo, esta vez con el cañón de la pistola. Sam colapso con la cabeza baja contra la tierra. Sam se levanto. Tiro tan fuerte como pudo, pero sus manos estaban prisioneras. Su carne enganchada. Lucho contra una marea de pánico. Quería gritar maldiciones, pero eso solo entretendr ía a Drake. - Si, tómalo como un hombre- cantó Drake. – Despué s de todo, tienes catorce, ¿no es así? ¿Entonces cuanto falta para qu e desalojes? Es solo una fase de paso aquí en el FAYZ, no?-



Los mezcladores cavaron el concreto fuera de la tie rra, y ahora, mientras intentaba pararse, Sam sintió el terrible peso de l a cosa. Pudo pararse, pero no sin luchar. Drake se levanto cerca de él, - Así que quien es el hombre aquí? ¿Quién los trajo a ti y al resto de estos bichos raros aqu í? Yo. Y yo sin ningún poder en absoluto. Sam oyó una puerta golpear. Estiro la cabeza y vio a Caine y a Diana viniendo a través del césped. Caine camino en un lánguido paso a través del céspe d, sonriendo más ampliamente de lo que podía conseguir. - Bien, si es el desafiante Sam Temple- , dijo él, - Déjame apretar tu mano. Oh, lo siento, me equivoque- él rio, un sonido que parecía más la liberación de tensión que cualquier otra cosa. - Lo atrape- dijo Drake, - Los atrape a todos- - Si, lo hiciste- dijo Caine, - Bueno trabajo, Dra ke. Muy buen trabajo. Y veo que los amiguitos de Sam esta, asimismo, captur ados- - Porque no le das a Drake un pequeño arañazo tras la oreja, Caine, él ha sido un muy buen perro- dijo Diana. Los mezcladores habían sacado las manos de Astrid d e la tierra. Ella estaba llorando histéricamente, incapaz de endereza rse por completo. El pequeño Pete fue con ella, caminando como si estuvi era en un sueño, con la cabeza abajo por sobre su Game Boy. Astrid tropezó su bloque de concreto con el pequeño Pete. Y de repente Sam supo lo que estaba haciendo. Él te nía que proveer distracción. Tenía que mantener la atención lejos d e Astrid y el pequeño Pete. - No quieren meterse con esta chica, su nombre es L ana- dijo Sam, señalándola con la barbilla, - es una sanadora-



Las cejas de Caine se alzaron, - ¿una qué? ¿Una san adora?- - Ella puede sanar cualquier cosa, cualquier clase de herida- dijo Sam. Astrid, casi incapaz de moverse, estaba lentamente, rítmicamente, balanceando su bloque de atrás a adelante en un est recho arco, chocándolo contra el Game Boy del pequeño Pete. - Ella me sano- dijo Sam, - un Coyote me mordió, q uieren ver?- Caine dijo, - tengo una mejor idea. Drake: dale a l a chica algo que sanar- Drake rio ruidosamente, un sonido de júbilo. Presio no la boca de su pistola contra la rodilla de Sam. - No- grito Diana. La explosión fue impactante. El dolor, al principio , no se registro, pero Sam colapso. Se cayó de lado como un árbol talado. La pierna, medio volada, se doblo y se retorció por debajo de él. Y luego, vino el dolor. Drake sonrió abiertamente y grito un gran, - ¡Sí!- Astrid, sorprendida, golpeo demasiado fuerte el blo que contra el pequeño Pete que noqueo el Game Boy de sus manos y lo hizo retroceder. Diana frunció el ceño, alarmada. Por primera vez de verdad registraba la presencia del pequeño Pete. A través de una roja neblina de dolor Sam vio sus o jos abrirse, su dedo golpear contra el pequeño Pete. - Drake, idiota, el niño. El niño- Astrid cayó sobre sus rodillas, golpeo el bloque de concreto contra el Game Boy del pequeño Pete. No hubo un flash o algún destello. Ningún sonido. Pero repentinamente, el bloque de concreto que mant enía prisioneras las manos de Astrid, se hubo ido. Simplemente ya no est aba.



Así como también el bloque de concreto en las manos de Sam. Y el de todos los demás chicos. Astrid estaba sobre sus manos y rodillas, con el cu ello presionando contra la suave tierra. Los bloques de concreto se habían ido como si nunca hubiesen existido. Aunque las manos de aquellos que había estado atrap ados por mayor tiempo eras masas de pálida, muerta, y desprendida piel. Caine fue rápido. Él retrocedió, se dio la vuelta, y corrió al edificio. Diana parecía desgarrada, incierta; luego se dio la vuelt a para seguir a Caine. El pequeño Pete recogió su juego. El bloque había d esapareció una fracción de segundo antes de estrellarse contra el juego. Estaba sucio y tenía un poco de grasa incrustada ahora, pero aun f uncionaba. Drake se quedo parado. El arma aun estaba en su man o, echando humo por la bala que le había atestado a Sam en la rodil la. Él parpadeó. Levanto la pisto y disparo en dirección al pequeño Pete. Pero su objetivo era salvaje. Su objeto está apagado por el cegador destello de luz verde y blanco. El brazo de Drake, todo el brazo que sostenía el ar ma, estalló en llamas. Drake grito. El arma cayo de sus derretidos dedos. La carne se quemo negra. El humo era café. Drake grito y miro el incendio que comía su brazo. Empezó a correr, el viento avivando las llamas. - Buen tiro, Sam- dijo Edilio. - Estaba apuntando a su cabeza- dijo Sam, apretand o los dientes a través del dolor.



Lana se arrodillo al lado de Sam y poso sus manos e n el sangriento desastre de su rodilla. - Tenemos que salir de aquí,- logro decir Sam, - o lvídenme, tenemos que correr. Regresar…..Caine… - Pero esa fue la última de sus fuerzas. Se sentía co mo si un hoyo negro estuviera a su alrededor, consumiéndolo. Se dio la vuelta, y cayó en la inconsciencia.



CAPITULO 35

86 HORAS 11 MINUTOS ¿Dónde estamos? Sam se despertó de repente y estaba avergonzado al descubrir que estaba siendo arrastrado en la carret era por Edilio y un niño que no conocía. Edilio se paro. ¿Puedes levantarte?- Sam probó sus piernas. La curación de Lana de su pi erna finalmente se había completado. ¡sí! ¡Estoy bien! Me siento bien , ahora mismo. El miró hacia atrás y se dio cuenta que él había si do el líder de una especie desfile de gente mixta. Astrid y el Pequeño Pete, Lana sostenía la mano de un chico mientras su perro saltaba en el bo sque intentando cazar una ardilla. Quinn andaba solo a lo largo del rellano de la carretera, evitándonos avergonzado. Habiendo casi dos docenas de niños, monstruos liberados de Coates. Edilio viendo la mirada de su cara - Sam, Conseguis te un montón de seguidores- - ¿Caine, no ha llegado después de nosotros? - Aun no. El grupo se disperso por el camino, agrupados aquí y allá, distribuyéndose en diversos lugares, sin orden, de manera indisciplinada. Sam hizo una mueca, cuando vio las manos de los niñ os Coates. El cemento había absorbido toda la humedad de su piel. Su piel era blanca y floja, colgaba hecha jirones en algunos casos, como las vendas de las momias, en algunas películas de terror. Sus muñecas tenían círculos rojos donde el cemento había frotado la carne sangr ienta. Ellos estaban sucios. - ¡Sí!- Dijo Edilio, sabiendo que él estaba mirand o. Lana los examina al mismo tiempo que los cura. ¡Ella es increíble!- Sam entonces pensó oír algo más en la voz de Edilio y le dijo.



- ¿Ella es muy guapa, eh, Edilio? Los ojos de Edilio se ampliaron al oír eso y el emp ezó a ruborizarse. - Ella es solo…ya sabes… - Sam dándole una palmada en su hombro. Buena suerte con ello- - ¡Tú piensas que ella…quiero decir, tú me conoces, yo solo..!- Edilio tartamudeó a su manera para parar. - Bueno, vamos a ver si podemos seguir con vida. En tonces tú podrás invitarla a salir o a lo que sea. Sam estudió la escena. Ellos estaban en la carreter a de Coates, pasando la puerta de hiero, a muchos kilómetros aun de Perd ido Beach. Astrid se dio cuenta que el estaba despierto y corr ió junto a él. - ¿Cuanto hace que te despertaste?- dijo ella. - Vaya, jugó con el tono burlón que ella había teni do, pues después de recibir un disparo y después de que un laser de fue go saliera mis manos, me gusta disfrutar de una breve siesta. El entonces capto la mirada de Lana y pronuncio la palabra- gracias. Lana se encogió de hombros como si dijera- no hay de qué. - Caine no te permitirá dejar esa posición,- dijo Astrid, volviéndose seria. - No. El no vendrá después de nosotros- dijo Sam. – Pero todavía no. No hasta que el venga con un plan. El pidió a Drake. Y él estará preocupado ya que nosotros tenemos todos estos niños con poder es quien odia su valor. - ¿Que te hace pensar que el no vendrá después que nosotros?- - Piensa cuando el primero vino rodando a Perdido B each- dijo Sam - El tiene un plan. El entreno a su pueblo ensayó.



- ¿Así que nosotros vamos de vuelta a Perdido Beach ?- preguntó Astrid - Orc está todavía allí, y algunos otros. Puede hab er problemas con ellos- - Nosotros necesitamos obtener alguna comida para e stos niños,- dijo Edilio. - Es lo principal. - Tres o cuatro millas para Ralph´s- Reflexionó Sam . – ¿Podrán hacerlo?- - Supongo que ellos tendrán que hacerlo- Dijo Edili o. – Pero ellos tienen miedo también. Creo que, tú obtuviste algunos niños sucios aquí. ¿Que habría sido de ellos después de todo? Todos estamos asustados, pero no hay mucho que podemos hacer al respecto- , Dijo Sam . Aunque a él no le gustaba como sonaba eso. Era simple. No tenía senti do: Claro, ellos estaban asustados, pero no había nada que se pudier a hacer al respecto. En efecto el debía hacer algo al respecto. Sam paro en el medio de la carretera y espero por los otros para ponerse al dí a. - Escuchad- dijo él. El levantó sus manos para llam ar su atención, calmarlos, pero ellos habían visto que ocurrió cuan do Sam levanto sus manos. Ellos se estremecieron y parecía que estaban listos para salir de la carretera y lanzarse dentro del bosque. Sam entonces dejó caer sus manos a toda prisa. - Pe rdón. Permítanme empezar de nuevo: ¿Podría tener la atención de todo s? dijo Sam, usando un tono educado. El mantuvo sus manos a los lados. Y espero un poco pacientemente aunque estaba seguro que todo el mundo estuviera es cuchando. Ya que Quinn todavía estaba atrás. – - Muchas cosas malas nos han pasado a todos- dijo Sam. ¡Algunas muy malas! Nos han dado palizas, estamos cansados. No s abemos que nos va a ocurrir. El mundo entero se ha vuelto extraño par a nosotros. Nuestros propios cuerpos y mentes han cambiado de manera que son incluso más extrañas que la pubertad. Esto gano algunas sonrisas, algunas de mala volunta d.



- ¡¡¡ Sí!!! Sé que todos estamos conmocionados. Tod os tenemos miedo. Lo sé- Admitió el con una sonrisa triste. - Así qu e, no vamos a intentar jugar como si esto no asustara. Lo hace. Pero a vec es las cosas malas dan miedo. ¿Sabéis? - Su mirada viajo a través de todos los rostros, el se dio cuenta que de nuevo había otro motivo de pre ocupación, mayor incluso que el miedo. - Ya que el hambre tampoco es ninguna broma- Estamos a pocos kilómetros de una tienda de comesti bles. Nosotros podremos obtener todos los alimentos allí. Yo que p ara algunos de vosotros esto ha sido un infierno desde que ocurrió . Bien, a mi me gustaría deciros que terminó pero no es así. La cara de todos parecía sombría. Sam había dicho t odo lo que había planeado decir, pero ellos aún necesitaban algo más . Él le dio una mirada a Astrid. Ella estaba tan solemne como cualquiera, pero le dio una pequeña cabeceada, alentándolo a decir más. - Está bien. Está bien,- dijo él tan bajo que algu nos tuvieron que moverse más cerca para oírlo. - Aquí está el asunto. No vamos a darnos por vencid os. Vamos a pelear. - Tienes razón,- una voz gritó. - Lo primero que necesitamos tener claro: no hay ni nguna línea entre fenómenos y normales aquí. Si tienes el poder, te n ecesitaremos. Si no lo tienes, te necesitaremos. Cabezas estaban asintiendo. Miradas siendo intercam biadas. - Chicos de Coates, chicos de Perdido Beach, estamo s juntos ahora. Estamos juntos. Quizás hicieron cosas para sobreviv ir. Quizás no siempre fueron valientes. Quizás han perdido la esp eranza. Una chica sollozó repentinamente. - Bueno, eso ya ha terminado,- dijo Sam suavemente . - Todo comienza de nuevo. Justo aquí, justo ahora. Somos hermanos y he rmanas ahora. No importa si no conocemos los nombres de los demás, s omos hermanos y hermanas y vamos a encontrar algún camino para cons eguir alguna especie de felicidad de nuevo.



Hubo un largo, profundo silencio. - Así que,- dijo Sam, - mi nombre es Sam. Estoy en esto con ustedes. Todo el camino. Él se volteó hacia Astrid. - Soy Astrid. Estoy en esto con ustedes también. - Mi nombre es Edilio. Lo que ellos dijeron. Herman os y hermanas. Hermanos. - Thuan Vong,- dijo un chico delgado con sus manos aún-sin-curar como un pez muerto. - Estoy dentro. - Dekka,- dijo una chica fuerte, de constitución s ólida con trenzas y un arito en la nariz. - Estoy dentro. Y tengo juego. - Yo también,- gritó una chica delgada con coletas rojizas. - Mi nombre es Brianna. Yo… bueno, yo puedo ser realmente rápida. Uno por uno ellos declararon su determinación. Sus voces comenzaron bajas y ganaron fuerza. Cada voz más alta, más firm e y más determinada que la anterior. Sólo Quinn permaneció silencioso. Él bajaba su cabe za, y lágrimas caían por sus mejillas. - Quinn,- lo llamó Sam. Quinn no respondió, sólo miró abajo hacia el piso. - Quinn,- dijo Sam de nuevo. - Comienza todo de nu evo ahora. Nada pasado cuenta. Nada. ¿Hermanos, hombre?- Quinn luchó contra el nudo en su garganta. Pero ent onces, en una voz baja, dijo, - Seh. Hermanos. - De acuerdo. Ahora vamos a conseguirle a todo el m undo un poco de comida,- dijo Sam. Cuando ellos comenzaron de nuevo, ya no estaban des parramados en todas direcciones. Ellos no marchaban como una arma da, pero ellos se



acercaron tanto como un grupo de chicos traumatizad os podían. Ellos caminaron con sus cabezas un poco más altas. Alguien incluso se rió. Era un buen sonido. En una voz baja Astrid dijo, - Nada que temer salvo el miedo mismo. - No creo haberlo dicho tan bien. Edilio le pegó una palmada en la espalda. - Lo diji ste lo suficientemente bien, hombre. - Sam regresó. - ¿Qué?- - Sam. Él volvió. Está viniendo por la carretera. El pecho de Howard se contrajo. Él estaba a mitad d e camino bajando por el ayuntamiento, en su camino al McDonald’s por una de las gofre-hamburguesas de Albert. Era Elwood, el novio de Dahra Baidoo, quien había e ntregado la noticia. Él había sonado aliviado, no había forma de negarlo . Él sonaba contento. Howard hizo una nota mental de que Elwood era desle al, pero se dio cuenta al mismo tiempo de que podía tener mayores p roblemas de qué preocuparse que la lealtad de Elwood. - Si Sam está regresando, es al final de una correa sostenida por Drake Merwin,- vociferó Howard. Pero Elwood ya se había ido para decirle a Dahra y ya no estaba escuchando. Howard miró alrededor, sintiéndose un poquito perdi do, no del todo seguro de que hacer. Él reconoció a Mary Terrafino empujando un carrito de supermercado cargado con cajas de jugos, pomada A&D, y algunas manzanas machucadas a través de la plaza hacia la g uardería. Howard trotó bajando los escalones y la alcanzó. - ¿Qué tal, Mary?- Preguntó él.



- Uhm, ¿Tu tiempo? - dijo Mary, y se rió de su ing enio. - Seh, ¿Tú crees? ¿Mi tiempo se acabó? - Sam está viniendo. - ¿Lo viste?- - Escuché a tres personas distintas decirme que est á viniendo por la carretera. Mejor corres y lo paras, Howard. Mary cantó. - Él es un tipo, patearemos su trasero. - Buena suerte con eso,- dijo Mary. Howard deseó que Orc estuviera aquí. Con Orc a su l ado, él no tenía que aguantar la boca de Mary. Pero un uno-contra-uno er a una historia diferente. - ¿Quieres que le diga a Caine que estas del lado d e Sam?- exigió Howard. - No dije que estaba del lado de nadie. Estoy del l ado de los prees que cuido. Pero aquí hay algo que noté, Howard: Noté qu e escuchaste el nombre de Sam y repentinamente estás listo para hac erte encima. Así que, ¿sabes qué? Tal vez tú eres el desleal. Despué s de todo, si Caine es tan genial, ¿por qué estarías asustado de Sam? ¿Cor recto?- Ella se inclinó contra su carrito y lo hizo andar otra vez. Howard tragó duro y discutió con su propio miedo. - No es la gran cosa,- se dijo a sí mismo. - Tenemos a Caine y a Drake y a Orc. Estamos muy bien. Estamos muy bien. Él creyó eso por unos buenos veinte segundos antes de salir corriendo en busca de Orc. Orc estaba en la casa que había tomado y ahora comp artía con Howard, justo cruzando la calle donde Drake vivía. Estaba e n una calle corta, el lugar más cercano al ayuntamiento en el que podías vivir. Los chicos lo llamaban la - Fila de los Matones.



Orc estaba dormido en el sillón con un DVD de una p elícula de kung fu puesta a un volumen ensordecedor en la TV. Orc habí a comenzado a quedarse despierto durante la noche y dormir durant e el día. Era una casa terrible, en la opinión de Howard, hor riblemente decorada y oliendo a ajo, pero a Orc no le había importado. Él quería mantenerse cerca de la acción en la ciudad. Y él quería manten erse lo suficientemente cerca como para vigilar a Drake en la calle de enfr ente. Howard buscó el control remoto y apagó la televisió n. Había latas de cerveza vacías en la mesa de café con la parte supe rior de vidrio, y cigarrillos en un cenicero. Orc bebía ahora un par de cervezas por día. Desde Bette. Ahí es cuando había comenzado a tomar en serio. Howard estaba preocupado por Orc. No era que él le cayera exactamente bien, pero la suerte de Howard estaba estrechamente relac ionada con la de Orc y a él no le gustaba la imagen de lo que sería su m undo si Orc lo abandonaba. - Orc, levántate, hombre. No hubo respuesta. - Orc. Levántate. Tenemos un problema. Howard lo go lpeó en el hombro. Orc entreabrió un ojo. - ¿Por qué estas molestándom e?- - Sam Temple está regresando. Le tomo un rato a Orc procesar eso. Entonces él se sentó bastante de golpe y agarró su frente. - Oh, hombre. Dolor de ca beza. - Se llama resaca,- le dijo Howard bruscamente. En tonces, cuando Orc le dirigió una mirada asesina, el se suavizó y dijo, - Tengo un poco de Tylenol en la cocina. Él llenó un vaso de agua y puso dos pastillas en su palma y se las llevó a Orc. - ¿Cuál es el gran problema?- preguntó Orc. Él nun ca había sido realmente rápido, pero ahora la estupidez de Orc es taba realmente irritando a Howard. - ¿El gran problema? Sam está regresando. Ese es el gran problema.



- ¿Y?- - Vamos, Orc. Piénsalo. ¿Crees que Sam está dando u na vuelta en la ciudad y no tiene alguna clase de plan? Caine no es tá aquí, hombre, él está arriba en la colina. Drake también. Lo que sig nifica que somos tú y yo a cargo. Orc se estiró por una de las latas de cerveza, la s acudió, suspiró satisfecho cuando escuchó una pulgada de cerveza ha ciendo ruido. Él lo vertió por su garganta. - ¿Así que tenemos que ir a patear el trasero de Sa m?- Orc preguntó. Howard no había pensado tan hacia delante. Si Sam e staba de regreso, eso no era bueno. ¿Sam había vuelto y Caine no? Era difícil de comprender eso. - Vamos a espiarlo, hombre. Vemos que está planeand o. Orc entrecerró los ojos. - Sí lo veo, patearé su tr asero. - Tenemos que por lo menos descubrir que es lo que busca,- advirtió Howard. - Deberíamos conseguir a cualquiera que est é en el ayuntamiento. Mallet, quizás. Chaz. A cualquiera qu e podamos encontrar. Orc se paró, eructó, y dijo, - Tengo que ir a hacer pis. Entonces vamos a conseguir el Hummer. Vamos a patear algunos trasero s. Howard sacudió su cabeza. - Orc. Escúchame. Sé que no quieres oír esto, pero respaldar a Caine puede no ser el movimiento g anador. Orc miró fijamente con su vacía, estúpida mirada. - Orc, hombre, ¿Qué si Sam gana esto? Quiero decir, ¿Qué si Sam supera a Caine? ¿Dónde nos deja eso?- Orc no contestó por tanto tiempo que Howard estaba seguro que él no lo había escuchado. Entonces Orc soltó un suspiro que fue casi un llanto. Él agarró el brazo de Howard, algo que él nunca hacía.



- Howard: Maté a Bette. Howard dijo, - No fue tu intención, Orc. - Tú eres el inteligente,- dijo Orc tristemente. - Pero a veces eres aún más tonto que yo, ¿sabes eso?- - De acuerdo. - Maté a alguien que no me hizo ningún daño. Astrid nunca me va a mirar siquiera a no ser que ella este odiándome. - No, no, no,- razonó Howard. - Sam va a necesitar ayuda. Él va a necesitar a alguien fuerte. Si vamos a él ahora, ac eptamos la derrota, ya sabes, decimos, ‘ Seh, tu eres el nombre, Sammy’ . - Matas a alguien, te quemas en el infierno,- dijo Orc. - Mi mamá me dijo eso. Una vez, mi papá me estaba golpeando, él estab a en el garaje, así que agarré un martillo. Orc ahora hacía la pantom ima de la escena. Agarrando el martillo, mirándolo, levantándolo. Ent onces lo dejó caer. - Ella dijo, ‘Tu mataste a tu padre, te quemarás en e l infierno’. - ¿Qué pasó entonces?- Orc sostuvo su mano izquierda. El la empujó cerca d e la cara de Howard. Había una cicatriz, casi perfectamente redonda, de no más de un cuarto de pulgada de ancho. - ¿Qué es eso?- preguntó Howard. - Taladro. Una broca de tres dieciseisavos. Orc s e rió tristemente. ¿Supongo que soy afortunado de que no fuera la de t res cuartos, huh?- - Eso es jodido, hombre- dijo Howard. El siempre h abía sabido que Orc venía de un hogar difícil. Pero un taladro era libr e de responsabilidad. Él mismo venía de una casa medianamente normal, ningun o de sus padres era borracho ni violento ni nada. Howard hacía lo q ue tenía que hacer para sobrevivir, siendo pequeño y débil y no popula r. A él le gustaba estar a cargo, tener personas atemorizadas de él, a sí que ser el amigo de Orc le había servido.



Pero ahora Howard estaba comenzando a ver que a pes ar de que Orc era estúpido, él no estaba errado. Orc y autobús Sam, e l gran héroe, nunca iban a llevarse bien. Y ahora, Howard estaba tan atrapado como Orc. Atrapado. - Esta bien, entonces. Dijo Howard. - Vamos con C aine. Orc eructó ruidosamente. - Caine está enojado con n osotros. - Seh. Dijo Howard. - Pero él aún nos necesita.



CAPITULO 36

84 HORAS, 41 MINUTOS - Sujétenlo- Diana gritó. El sonido de su voz est aba muy lejos. Drake Merwin oía burbujas a través de un grito rojo que l lenaba su cerebro. Gritando, gritando, gritando por todas partes, a tr avés de su cerebro, un millón de bocas, subiendo y bajando, sin aliento. - Yo puedo detenerlo- , dijo la voz de Caine. A la cuenta de tres. Uno... dos... Drake se agitaba locamente, sin consolida r nada, gritando, golpeando, lastimándose a sí mismo, pero incapaz de detenerse. El dolor... que nunca había sentido, nada igual, nunca imaginé que algo podría ser como él. Una fuerza de presión estaba sobre él como un milla r de manos con él con una presión firme. - ¿Lo viste?- La voz de Diana preguntó. No era pet ulante ahora, ni estaba satisfecha en absoluto, pero si en bruto y horroriz ada. Drake luchó contra la fuerza invisible, pero Caine le había inmovilizado con su poder telequinético. Drake sólo pudo gritar y por supuesto, apenas podía mover sus músculos faciales para eso. - No voy a hacerlo- , Panda, dijo, llorando. - No voy a cortar el brazo, hombre. Las palabras enviaron un shock de terror para unirs e al dolor. ¿Su brazo? Ellos iban... - Él me va a matar si lo hago- , dijo Panda. - Yo no lo estoy haciendo- , varias voces intervini eron - De ninguna manera. - Yo lo haré- , dijo Diana, disgustada. – Eres como todos los hombres grandes. Dame la sierra. - ¡No, no, no!- Drake gritó.



- Es la única manera de detener el dolor- , dijo Ca ine, casi mostrando una emoción, un poco de piedad. - El brazo no sirve, Dr ake. Hombre. - La niña... el monstruo..., Drake dijo con voz ent recortada. - Ella podría arreglarlo.

- Ella no está aquí- , dijo Caine amargamente.

- Se ha ido con Sam y el resto de ellos.

- No me cortes el brazo- , exclamó Drake.

- Déjame morir. Sólo déjame. Déjame.

- Lo siento- , Caine dijo. - Pero todavía te necesi to, Drake. Incluso con una sola mano.

Se oyó el ruido de alguien que entraba en la habita ción.

- Todo lo que pude encontrar fue Tylenol y Advil- , dijo Jack PC.

- Vamos a terminar con esto- , Diana se rompió. Imp aciente por mutilarlo. Con ganas de hacerlo.

- Para ello, lo vas a matar- , Panda, advirtió.

- ¡Oh!, Drake ya ha decidido que quiere hacer eso- , dijo Diana. - Aprieten el torniquete.

- Él va a sangrar hasta la muerte- , Jack advirtió. - No debe haber grandes arterias en el brazo-

- Tiene razón- , dijo Caine. - Necesitamos una mane ra de sellar el muñón.

- Se cauterizara- , dijo Diana. – Sólo necesitamos cortar por debajo y se cauterizara.

- Sí, está bien- , Caine estuvo de acuerdo.

- No puedo llegar a él a través de su campo de fuer za- , dijo Diana. - ¿Pueden tirar de él hacia atrás para mantener su la do izquierdo paralizado, y tal vez Panda y algunos de estos otro s individuos supuestamente duros puedan agarrar a su pierna de m adera?



- Déjame buscar una toalla, por lo menos. No quiero tocar eso- , Panda dijo con repugnancia.

- Nadie cortara el brazo- , Drake hablo raspado. - Voy a matar a cualquiera que me toque.

- Vamos a levantarlo, Caine- , Diana se rompió.

El elefante estaba lejos del cuerpo de Drake, que p odía moverse de nuevo. Pero ahora se enfrentaba a Diana que estaba a escasos centímetros de él, su cabello negro colgando en su rostro bañado en lágrimas.

- Escucha, matón estúpido- , dijo Diana.

- Estamos cortando el dolor. Mientras que el tronco quemado, ese de allí, serás como este. Le gritaba y lloraba y mojaba sus pantalones. Sí, te has meado tú mismo, Drake.

De alguna manera este hecho conmocionó a Drake en e l silencio.

- Tienes una esperanza. Sólo una. Cortar la parte m uerta de tu brazo y sin iniciar el sangrado de nuevo.

- Cualquiera que me corte muere- , dijo Drake. Dia na se echó hacia atrás, fuera de la vista de Drake. Caine dijo: - Hazlo. Pa nda. Chuck. Agarren ese tocón.

La presión estaba en Drake de nuevo, inmovilizándol o. No sentía la toalla con que estaba envuelto alrededor de su brazo estab a desnudo su hueso, toda la carne se desvaneció, los nervios quemados, muertos. El dolor empezó más arriba, donde sólo las terminaciones ner viosas aún sobrevivían lo suficiente para golpear su cerebro f ebril, con oleadas de agonía.

- No fue Diana o Panda o Chuck o incluso yo- , dijo Caine. - No es ninguno de nosotros, Drake. Fue Sam. Fue Sam, quien te hizo esto, Drake. ¿Quieres que él se salga con la suya? ¿O qui eres vivir lo suficiente para hacerlo sufrir?-

Drake escuchó un reluciente, sonido metálico. La si erra era demasiado grande para que Diana la manejara con facilidad. La hoja se tambaleó un poco como ella alineándose para arriba.



- Muy bien- , dijo Diana. - Sujétenlo. Voy a ser ta n rápida como pueda.

Drake perdió el conocimiento, pero sus sueños eran tan dolorosos como su pie. Estaba dentro y fuera, despierto y gritando , durmiendo y llorando.

Oyó un ruido sordo a la distancia cuando el brazo c ayó al suelo.

Y entonces un súbito frenesí de gente corriendo y g ritando, gritando órdenes y la confusión, un destello de Diana enhebr ando una aguja con los dedos ensangrentados. Manos sobre él, la presió n apretando el aire de sus pulmones.

Mirando desde el fondo de un pozo profundo, Drake s e vio como un loco que se enfrenta a la vista fija en él, los ojos des orbitados, con sangre enfrentándose a monstruos.

- Va a vivir. Yo creo- , dijo una voz.

- Dios nos ayude si vive- , dijo una voz.

- No. Dios ayude a Sam Temple.

Y luego, nada.

- Astrid, te necesito para empezar a hablar a estos niños- , dijo Sam-. - Descubre sus poderes. Descubre cómo controlar lo mu cho que tienen. Estamos buscando a alguien que pudiera ser capaz de ayudar en una pelea.

Astrid parecía incómoda. - ¿Yo? ¿Edilio a caso no e stá haciendo eso?-

- Tengo un trabajo diferente para Edilio. Se encon traban en la plaza, sentados con cansancio en las escaleras del ayuntam iento, Sam, Astrid, el pequeño Pete, y Edilio. Quinn había desaparecido , nadie sabía dónde estaba. Los niños liberados de la Coates los

Locos Coates, como ahora orgullosamente se llamaban a sí mismos-habían sido alimentados por Ralph y eran alimentado s de nuevo por Albert, que caminaba entre ellos repartiendo hambur guesas. Algunos de los niños habían comido demasiado de una vez y habí an vomitado. Pero la mayoría todavía tenía espacio para una hamburgue sa, incluso para una tostada gofres de chocolate.



Lana estaba a punto de terminar la curación de mano s de los refugiados. Se tambaleaba de agotamiento y, finalmente, como Sa m vio, con las piernas cruzadas bajo y ella cayó al césped. Antes de que pudiera levantarse para ayudar, algunos de los niños Coates se estiraron con delicadeza rayando en la reverencia. Rodaron chaque tas para hacer una almohada y una manta prestada de una tienda de camp aña hecha jirones para difundir sobre ella.

- Está bien, voy a hablar con ellos- , dijo

Astrid. Sin embargo, aún parecía renuente. - No pue do leer a gente como Diana lo hace.

- ¿Eso es lo que te molesta? Tú no eres mi Diana. Y ojalá y yo no sea Caine.

- Supongo que estaba esperando que esto acabara. Al menos por un tiempo.

- Creo que habrá terminado. Por un tiempo. Pero pri mero tenemos que planificar y asegurarnos de que estamos listos para cuando Caine vuelva.

- Tienes razón. Ella sonrió débilmente. – De todos modos, no es que yo soñara con una gran comida, una ducha caliente, y h oras y horas de sueño.

- Sí. Quieres comenzar a conseguirlo ahora suave, ¿ verdad?

- Otra cosa que se le ocurrió. - Pero es bueno, man tener a P. P. feliz, ¿eh? Yo no quiero desaparecer de repente.

- Eso sería una lástima, ¿no?- , Dijo secamente.

- Tal vez intente engañar a Quinn: Hawai, Petey, Ha wai.

Astrid detuvo a su hermano, se aseguró de que estab a bien, y luego se sumergió en la multitud.

Sam indicó a Edilio más cerca. - Edilio. Tengo algo que necesito que hagas.

- Lo que quieras.

- Se trata de la conducción. Y se trata de guardar un secreto.



- El secreto no es ningún problema. ¿Conducir?-

Tragó de manera teatral, como un personaje de dibuj os animados haciendo una toma doble.

- Te necesito para obtener un camión e ir a la plan ta de energía. Él explicó lo que quería, y la expresión de Edilio se hizo más oscura con cada palabra. Cuando hubo terminado, Sam le preguntó:

- ¿Puedes con eso? Tendrás que tomar al menos otro hombre contigo.

- Yo puedo hacerlo- , dijo Edilio. - No estoy conte nto con eso, pero tú lo sabes.

- ¿Quién va a ir contigo?-

- Elwood, supongo, si Dahra me deja llevármelo.

- Está bien. Tomate una hora o dos para averiguar c ómo zambullirse.

- Un día o dos más con él- , dijo Edilio. Pero lueg o ejecuto un saludo burlón y dijo: - No hay problema, General.

Sam se sentó solo ahora, los hombros caídos, la cab eza zumbando de la falta de sueño y las secuelas de dolor y miedo. Ten ía que pensar, se dijo, necesitaban prepararse. Caine sería la planificació n.

Caine. Su hermano.

Su hermano.

¿Cuánto tiempo le queda? Tres días.

En tres días iba a desaparecer....

Y así igual Caine.

Tal vez morir. Tal vez ser modificado en algunos de distancia. Tal vez sólo pop claramente de nuevo en el universo de edad con un montón de historias increíbles que contar.

Astrid quedaría atrás.

Si Caine había sido normal, una persona bien ajusta da, que podría pasar sus últimos días de preparación para puf cualquiera que sea el



significado la muerte, desaparición, fuga. Pero Sam dudaba que Caine hiciera eso. Caine tendría que triunfar sobre Sam. Esa necesidad era aún mayor que la necesidad de estar preparados para el final.

- Nunca me han gustado los cumpleaños- , Sam murmur ó.

Albert Hillsborough terminó repartiendo hamburguesa s a los agradecidos niños Coates. Subió los escalones con Sam.

- Me alegro de que hayas vuelto, hombre- , dijo Alb ert.

Por alguna razón, Sam se sintió obligado a ponerse de pie y ofrecer su mano a la niña. Albert la estrechó solemnemente.

- Está muy bien lo que has hecho, manteniendo el Mi ckey D’s abierto.

Albert lo miró ligeramente molesto. - Nosotros no l o llamamos Mickey D's. Es de McDonald's. Siempre será de McDonald's. Aunque- , permitió que, - me he desviado bastante lejos de la norma de funcionamiento manual.

- Vi el gofre-hamburguesas.

Había algo en la mente de Albert. Fuera lo que fues e, Sam no tenía el tiempo o la energía, pero Albert se estaba convirti endo en una persona importante, no alguien a soplar. - ¿Qué pasa, Alber t?-

- Bueno, yo he hecho el inventario en Ralph's, y cr eo que si yo tenía un montón de ayuda, pude armar una cena de Acción de G racias está bien.

Sam lo miró fijamente. Él parpadeó. - ¿Qué?-

- Acción de Gracias. Es la próxima semana.

- Uh-huh.

- Hay en los hornos de Ralph, grandes. Y nadie ha t omado los pavos congelados. Figura doscientos cincuenta niños, si c asi todo el mundo de Playa Perdido se muestra, ¿no? Un pavo alimenta mej or a ocho personas, por lo que tenemos treinta y uno, treinta y dos pav os. No hay problema, porque hay cuarenta y seis pavos en Ralph's.

- ¿Treinta y un pavos?-



- Salsa de arándano no será ningún problema, el rel leno no es ningún problema, nadie ha tomado mucho relleno, sin embarg o, aunque voy a tener que encontrar la manera de mezclar, como, sie te diferentes marcas y estilos juntos, para todos los gustos.

- Relleno- , Sam hizo eco de solemnidad.

- No tenemos suficiente ñames en conserva, vamos a tener que hacer nuevas, junto con unas patatas al horno. El gran pr oblema va a ser la crema batida y helados para los pasteles.

Sam quería echarse a reír, pero al mismo tiempo, le pareció conmovedor y tranquilizador que Albert había puesto mucho pens amiento en la cuestión.

- Me imagino que el helado está prácticamente desap arecido- , dijo Sam.

- Sí. Estamos muy bajos en los helados. Y los niños han estado tomando la crema batida en lata, también.

- ¿Pero podemos tener pay?-

- Tenemos algunos congelados. Y tenemos unos moldes de tarta se puede cocer al horno hasta a nosotros mismos.

- Eso estaría bien- , dijo Sam.

- Voy a tener que empezar tres días antes. Voy a ne cesitar, como, por lo menos diez personas para ayudar. Me puede transport ar las tablas en el sótano de la iglesia y establecer en la plaza. Creo que puedo hacerlo.

- Claro que puedes, Albert- , dijo Sam con sentimie nto.

- La Madre María tendrá hacer centros de mesa.

- Escucha, Albert...

Albert levantó una mano, cortando a Sam. - Lo sé.

Quiero decir, sé que puedes tener alguna gran pelea antes de eso. Y oí que tu decimoquinto viene. Toda clase de cosas mala s pueden suceder. Sin embargo,

Sam…-



Esta vez, Sam lo interrumpió. - ¿Albert? Muévete a la planificación de la gran comida.

- ¿Sí?-

- Sí. Se dará a la gente algo que espera.

Albert se fue, y Sam luchó contra un bostezo. Se di o cuenta de que Astrid enfrascado en una conversación con tres de los hijo s Coates. Astrid había pasado por todo tipo de horror, pensó, pero d e alguna manera, incluso con su sucia camisa, el pelo rubio y lacio y colgando grasa, y manchas en la cara, se veía hermosa. Cuando levant ó su mirada se podía ver a través de la plaza, a través de los edificios en el extremo opuesto, claro para salir al océano, el océano, muy tranquil o.

Cumpleaños. Acción de Gracias. Desaparecer. Y un en frentamiento con Caine. Por no hablar de la vida cotidiana sólo si d e alguna manera todos sobrevivieran. Por no hablar de encontrar una maner a de escapar o poner fin a la FAYZ. Y todo lo que quería hacer era tomar la mano de Astrid y llevarla a la playa, extender una manta sobre la ar ena caliente, acostarse a su lado, y dormir durante un mes.

- Justo después de la gran cena de Acción de Gracia s- , Sam se prometió a sí mismo. - Inmediatamente después de su pastel.



CAPÍTULO 37

79 HORAS, 00 MINUTOS Cookie se dio la vuelta y se incorporó. Sus piernas estaban aún débiles y tambaleantes. Tuvo que ayudarse a sí mismo a manten erse en pie, apoyándose contra la mesa. Pero él se estabilizó con el brazo que había sido t otalmente destrozado. Dahra Baidoo estaba ahí, y Elwood, ambos mirando fi jamente como si estuviesen presenciando un milagro. -Supongo que lo son. Dijo Lana para sí misma. -No duele. Dijo Cookie. Él rió. Fue un incrédulo sonido. Giró su brazo, tod o lo posible hacia delante, todo lo posible hacia arriba. Él apretó su s dedos en un puño. -No duele. -De acuerdo, nunca pensé que vería esto. - Dijo Elw ood, sacudiendo su cabeza despacio. Las lágrimas fueron a los ojos inyectados en sangre de Cookie. Susurró para sí mismo: -No duele. No hace daño después de todo. Él dio un paso indeciso. Después otro. Había perdid o mucho peso. Estaba pálido, y más que pálido, casi verde. Estaba inestable, un oso caminando sobre sus patas traseras a punto de caer. Él se veía como lo que era: un niño que había dado un viaje de ida y v uelta al infierno. -Gracias. Le susurró a Lana. Gracias. -No es mi culpa. -dijo Lana. Es sólo… no sé lo qu e es. Ella estaba cansada. Curar a Cookie había llevado m ucho tiempo. Había estado en el hospital desde las ocho en punto de la mañana, habiendo sido despertada por los gritos de agonía de Cookie.



Su lesión era aún peor que su propio brazo que habí a sido roto. Esto la había llevado más de seis horas, y ahora no había o btenido beneficios de dormir en el parque, dado que estaba cansada de nue vo. Fuera, estaba bastante segura de que el sol brillaba, pero lo úni co que quería era una cama. -Es algo que puedo hacer. -dijo Lana, luchando con tra un bostezo y estirándose para quitarse las agujetas de la espald a. Cookie cabeceó. Después hizo algo que nadie esperab a. Se puso de rodillas ante una sorprendida Dahra. -Te hiciste cargo de mí. Dahra se encogió de hombros y le miró incómodamente . -Está bien, Cookie. -No. Tomó su mano torpemente y apoyó la frente en ella. Todo lo que desees. Todo. En cualquier momento. Siempre. Las l ágrimas ahogaron su voz. Cualquier cosa. Dahra tiró de él para levantarle. Él había sido tan grande como un fuerte orco. Aún era lo suficiente alto como para superarl a en altura. -Necesitas empezar a comer. -dijo ella. -Sí, comer. -dijo Cookie. Entonces, ¿qué debo hac er? Dahra miró un poco exasperada. Dijo: -No lo sé, Cookie. Lana tuvo una idea. -Ir a buscar a Sam. Hay una lucha que se avecina. -Puedo luchar. Confirmó Cookie- Tan pronto como me alimente y, ya sabes, recupere mis fuerzas. -El McDonald’s está abierto. - dijo Dahra. Prueba el pan de hamburguesa francés. Es mejor de lo que parece.



Cookie se fue. Dahra dijo: -Lana, sé que, principalmente, es por él, pero sien to como que me salvaste la vida, también. Habías estado perdiendo mi mente cuidándole. Lana estaba incómoda con la gratitud. Siempre lo ha bía estado, incluso en pequeñas cosas. Ahora, la idea de que las person as estuviesen agradeciéndola por la realización de los milagros e ra absurda. Dijo: -¿Sabes de algún lugar donde pueda dormir? Como, ¿e n una cama? Elwood la guió a ella y a Patrick a su casa. Estaba a media milla de la plaza y Lana estaba prácticamente sonámbula cuando alcanzaron el lugar. -Entrad,- dijo Elwood. ¿Queréis algo de comer? Lana sacudió su cabeza. -Sólo un lugar… ese sofá. -Podrías utilizar uno de los dormitorios de la plan ta superior. Lana estaba ya bocabajo en el sofá. Y un segundo má s tarde, estaba dormida. La noche había caído cuando se despertó. Le tomó un momento darse cuenta de dónde estaba. Elwood había alimentado cuidadosamente a Patrick. P atrick se había acurrucado frente a la chimenea de gas, aunque no h abía fuego. Lana tenía un hambre voraz. Buscó la cocina, sintié ndose como una ladrona. La nevera había sido vacía de todo excepto por un zumo de limón, salsa de soja, un cartón de leche pasado y a lgunas muy, muy viejas lechugas. El congelador estaba mejor. Había alas de búfalo co ngeladas, algo en un contenedor Tupperware, y una pizza de peperoni para el microondas. -Oh, sí. -dijo Lana. Oh, definitivamente.



Colocó la pizza en el microondas y puso el temporiz ador. Era fascinante verlo funcionar. Su boca salivó. Todo lo que estaba esperando era que el microondas sonase. Ella comió la pizza partiéndola con sus manos desnu das, doblando las pegajosas porciones y recogiendo lo que caía sobre la encimera. -Oh, ¿tú también quieres algo?- preguntó cuando Pat rick se presentó moviendo la cola y mirando ansioso. Ella le lanzó u na porción, la cual él recogió en el aire. -Bueno. Hemos pasado por esto, ¿eh, chico? Lana encontró el dormitorio principal en la segunda planta y pasó media hora bajo el chorro de agua caliente. El agua corrí a roja y negra por el desagüe. Después invitó a Patrick a entrar, le enjabonó, lav ándole, y lo sacó fuera de la bañera, donde él se sacudió llenando de agua todo el baño. Se envolvió a sí misma en una toalla y comenzó a ex plorar la casa en busca de ropa. Elwood no parecía tener hermanas, pe ro su madre era una mujer menuda, así que con un poco de suerte tal vez consiguiese reunir un conjunto de ropa. Ella colgó sus viejas ropas y casi se desmaya por e l olor. -Oh, Dios mío, Patrick: ¿qué es eso a lo que he est ado oliendo? Tengo que quemar estas cosas. Pero ella se contentó con liberarse de estar mancha da sangre, de la costra de suciedad, restos de sudor, y destruir sus ropas y meterlas en una bolsa de basura. Desafortunadamente, ella se qu edó con sus antiguos zapatos: los zapatos de la madre de Elwood eran dos tallas más grandes. Ella bajó corriendo las escaleras, sintiéndose mejo r de lo que se había sentido en mucho tiempo. Entonces, vio el teléfono y no se pudo resistir a la tentación de cogerlo. Llamar a su madre. Decir le a su madre, bueno… algo. Sabía que todos la habían hablado sobre la FA YZ. Pero, aún así…



-No hay tono, Patrick. Patrick no estaba interesado. -¿Sabes qué, Patrick? Voy a sentarme y a llorar un momento. Pero las lágrimas no llegaron. Por lo que después d e un momento ella suspiró y llevó una Pepsi Dietética caliente al por che. Era medianoche. La calle estaba tranquila. Estaba e n la ciudad en la que había crecido, pero en la que había estado ausente durante años. Había visto a algunos niños después de tantos años, pero ellos no la habían reconocido debajo de su capa de suciedad. Ahora, quizás, podrían reconocerla alguna gente. Au nque se le ocurrió que Sam, Astrid y Edilio no la reconocerían ahora q ue ya estaba limpia. -Tengo ganas de ir a alguna parte, Patrick. dijo e lla. Pero no sé adónde. Un coche giró en la calle. Se estaba moviendo despa cio. Quien fuera que estuviese dentro del coche claramente no era un con ductor experto. Lana se puso tensa, preparada para salir corriendo y cerrar la puerta. Le lanzó una mirada cautelosa, pero no pudo ver al conductor ni el conductor parecía tener la intención de detenerse y charlar. El coche continuó su trayectoria y desapareció al doblar la esquina. -Algún tipo de patrulla. Le dijo Lana a Patrick. Ella se quedó un rato más en el coche antes de diri girse hacia el interior de la casa. Ella reconoció instantáneamente al chico que estaba de pie en la cocina. Patrick gruñó y enseñó los dientes. -Hola, monstruo. -dijo Drake. Lana dio un paso hacia atrás, pero era demasiado ta rde. Drake elevó su pistola hacia ella.



-Soy diestro. Al menos lo era. Pero yo aún puedo he rirte desde la distancia. -¿Qué quieres? Drake hiso un gesto hacia el montículo de su brazo derecho. Estaba solo por encima del codo. -¿Qué crees que quiero? La única vez que ella había visto a Drake Merwin, e l la había hecho pensar en un jefe de una manada: fuerte, hiper alerta, pel igroso. Ahora, el físico delgado parecía demacrado, el aspecto de tiburón er a una apretada mueca, tenía los ojos enrojecidos. Su mirada, una v ez lánguida y amenazante, era ahora intensa, ardiente. El lucia c omo alguien que había sido torturado más allá de resistencia. - Tratare, lana dijo -Tu harás más que tratar, el dijo. El convulsiono d el dolor, con la cara arrugada. Un bajo, y espeluznante gemido escapo de su garganta. - Yo no sé si puedo hacer que crezca todo un brazo de vuelta, lana dijo. – déjame tocarlo - No aquí, el siseo. El señalo con su arma - A través de la puerta trasera - Si me disparas, no podre ayudarte, lana discutió -¿Puedes sanar a perros? ¿Qué tal si reviento sus s esos? ¿Puedes sanar eso fenómeno? El carro que lana había visto moviéndose estaba est acionado, con el motor encendido, en el callejón detrás de la casa. El chico llamado panda estaba al volante -No me hagas hacer esto, lana imploro. –yo te ayuda re pase lo que pase. Tú no tienes que hacer esto. Pero no había ningún punto en discutir. Si Drake al guna vez había tenido una conciencia, esta había muerto con su brazo.



Ellos pasaron a través del pueblo dormido. Hacia afuera en la noche. Howard había visto con sus propios ojos el pequeño ejército que Sam había formado. El los había visto descendiendo en R alph´s. la tienda de comestibles estaba desprotegida lo que quería decir que los otros sheriffs habían decidido apartarse de su camino y h acerse escasos. - Hay demasiado, Howard concluyo Así que él y Orc habían robado un auto y se dirigie ron a la academia coates. Pero ellos habían tomado una vuelta equivoc ada en algún lugar del camino y terminaron en un camino de tierra que llevaba hacia el desierto a medida que la noche caía. Ellos se habían devuelto, desandando su camino haci a la carretera principal, pero eso tampoco funciono. Finalmente, s e les acabo la gasolina. - Esta era tu estúpida idea, Orc murmuro. -¿Qué querías hacer? ¿Quedarte en el pueblo con Sam ? El tenia, como, veinte niños con él. -Yo podría patear su trasero - Orc, no seas un tonto, Howard rompió en frustraci ón. Si Caine no está ahí, Drake no está ahí, y Sammy está marchando de v uelta al pueblo como una gran cosa, ¿Qué piensas que eso significa? Quiero decir, vamos, Orc, haz las cuentas. Los ojos de cerdo de Orc se redujeron a rendijas. n o me llames estúpido. Tengo que hacerlo, te dejare sin dientes. Howard malgasto veinte minutos aminorando los senti mientos heridos de Orc. Lo que todavía los dejaba sentados en un carro muerto en el medio de la nada. -Veo una luz, Orc dijo



- Hey, si, Howard salto del auto y comenzó a correr . Y Orc corrió pesadamente tras el Los haces gemelos de un coche se movieron a un ángu lo interceptado de ellos. Si ellos. Si ellos se hubieron detenido, el auto perdería, nunca los vería - Apúrate, Howard grito. - Atrápalos, Orc insto a Howard mientras él se daba por vencido en la carrera y se volvía una caminata penosa. -bien, Howard grito. Su pie se trabo en algo, y él se cayó a la tierra. El se levanto y solo ahí sintió el dolor agudo en su tobi llo. -¿Qué di--? él se congelo. Había algo ahí en la osc uridad. No Orc, algo que era maloliente y jadeaba como un perro. Howard se había levantado y estaba corriendo en un latido. Algo está detrás de mí, el grito. Las luces del auto se estaban victorizando hacia él . El podía hacerlo. El podía hacerlo. Si él no se caía otra vez. Si el mon struo no lo agarraba primero. Los pies de Howard golpearon el pavimento y el fue iluminado, de un blanco brillante. El auto chillo. Luego se paro. El monstruo no estaba en ningún lado a la vista. -¿Howard? Howard reconoció la voz. Panda se estaba inclinando fuera de la ventana. -¿Panda? Hombre estoy feliz de verte. Nosotros hemo s estado--- Desde dentro del carro, un perro ladró frenéticamen te. Algo golpeo a Howard en la espalda y el cayo al pav imento en sus manos y rodillas.



El carro se tambaleo hacia adelante. El parachoques se detuvo a seis pulgadas de la cabeza de Howard. Después vino un grito, una voz masculina. Orc. Orc atrás en la oscuridad en algún lugar. Había perros en todos lados, en un enjambre alreded or de Howard. No, no perros, el pensó, lobos. Coyotes. La puerta del auto se abrió y panda cayó hacia afue ra, envuelto alrededor de un coyote Una fuerte explosión y una puñalada de luz anaranja da. Pero los coyotes no se detuvieron. Otro disparo, y uno de los coyotes aulló de dolor. Drake cojeó dentro del campo de visión, viéndose como un espanta pájaros a la luz de un faro. Los coyotes se retiraron fuera de la luz pero de si n irse del todo. Howard lentamente se puso de pie. Drake apuntó su pistola a la cara de Howard. - ¿Tú hiciste que esos perros fueran hacia mí?- - Ellos me mordieron a mi también, hombre,- protes tó Howard. Entonces él gritó al desierto. - Orc. Orc, hombre. Orc. Una voz similar a la gravilla mojada, pero con un e xtraño tono agudo, dijo, - Dennos la chica. Howard trató de ver en la noche intentando darle se ntido a eso. No era Orc. ¿Dónde estaba Orc? - ¿Qué chica?- exigió Drake. - ¿Quién eres tú?- Lentamente, en cada lado, por todo alrededor del au to el desierto se movió. Sombras se arrastraron más cerca. Howard ret rocedió, pero Drake se mantuvo firme. - ¿Quién está allí?- reclamó Drake.



Un coyote sarnoso con un hocico lleno de cicatrices que formaban una sonrisa siniestra dio un paso dentro del círculo de luz. Howard casi cayó de espaldas cuando se dio cuenta que era el coyote quien había hablado. - Dennos la chica. - No,- dijo Drake, recobrándose rápidamente de la impresión. - Ella es mía. La necesito para curar mi brazo. Ella tiene el poder y yo quiero mi brazo de vuelta. - Tú no eres nada,- gruño el coyote. - Yo soy el chico con el arma,- dijo Drake. Esos dos, tal para cual, le pareció a Howard, mirar on fijamente al otro. - ¿Qué quieres con ella?- exigió Drake. - Oscuridad dijo: traer chica. - ¿Oscuridad? ¿Qué se supone que significa eso?- - Dennos la chica,- dijo el jefe de la manda, volv iendo a su punto ya decidido. - O los mataremos a todos. - Mataré a varios de los tuyos. - Tú mueres,- dijo el jefe de la manada obstinadam ente. Howard sintió que era tiempo de hablar. - Chicos. C hicos. Estamos en un callejón sin salida aquí. Así que ¿por qué no trata mos de llegar a un acuerdo?- - ¿De qué estás hablando?- - De acuerdo, mira, Drake, ¿tu dijiste algo acerca de la chica curando tu brazo?- - Ella tiene el poder. Quiero mi brazo de vuelta.



- Y el Sr. uhm… Coyote… se supone que tiene que lle varla con otro perro llamado Oscuridad?- El jefe de la manada miró a Howard en una forma que indicaba que estaba considerando como matarlo y comerlo. - Este bien,- dijo Howard de modo inestable. - Cre o que podemos llegar a algún acuerdo.



CAPITULO 38

74 HORAS, 10 MINUTOS - Astrid- , dijo Edilio. - Lo siento mucho lo de tu casa. Astrid apretó la mano de Edilio. - Sí, tengo que ad mitir que fue difícil para mí verlo. - Tu puedes pasar la noche en el cuartel de bombero s conmigo y Sam y Quinn,- Edilio ofreció.

- Está bien. Pete y yo nos vamos a la habitación co n la Madre María y el Hermano Juan durante un tiempo. Casi nunca están en casa. Y cuando lo están, bueno, ya sabes, es bueno tener gente al red edor.

Los tres, Edilio, Astrid, y el Pequeño Pete, se enc ontraban en la oficina que había pertenecido al alcalde de Perdido Beach y más recientemente había sido ocupada por Caine Soren.

Sam se había resistido a la idea de tomar la oficin a, sintiendo que lo hacía parecer engreído. Sin embargo, Astrid sostuvo que l os símbolos eran importantes y los niños querían pensar que alguien estaba a cargo.

Se instaló Pequeño Pete en una silla y le entregó u na bolsita llena de cereales Rice Chex. Al Pequeño Pete le gustaba come rlo sólo, no con leche.

- ¿Dónde está Sam?- Astrid preguntó.¿Y por qué est amos aquí?-

Edilio parecía incómodo. - Tenemos algo que mostrar te.

Sam abrió la puerta. No sonrió a Astrid: miró con r ecelo al Pequeño Pete. Saludó, pues, - Astrid, hay algo que necesitas ver. Y estoy pensando que Little Pete no debe verlo. -

- No lo entiendo.

Sam dejó caer en la última silla ocupada por Caine. Astrid fue sorprendida por como los dos muchachos se parecían superficialmente.

Y por lo diferente que había en ella sus reacciones a sus características similares. Cuando Caine ocultó su arrogancia y crue ldad por debajo de una superficie suave y controlada, Sam deja a sus e mociones juega en su rostro. Ahora mismo estaba triste y fatigado y preo cupado.



- Me pregunto si podía sentarse Edilio con L. P en la otra habitación.

- Eso suena detestable- , dijo Astrid. La expresión en el rostro de Sam no la contradijo.

Se las arregló para conseguir a Little Pete moverse , aunque no sin una lucha. Edilio se quedó con él.

Sam tenía un DVD en la mano. Dijo: - Ayer envié a E dilio a la central eléctrica para conseguir dos cosas. En primer lugar , a recoger las armas automáticas desde el puesto de guardia.

- ¿Ametralladoras?-

-Sí. No sólo para tenerlas nosotros, pero para aseg urarse de que la otra parte no las consigan. -

- Ahora tenemos una carrera de armamentos- , dijo A strid.

Su tono de voz parecía irritar a Sam. - ¿Quieres qu e las deje para Caine?-

- Yo no estaba criticando, sólo... ya sabes. Estudi antes de noveno grado con ametralladoras: Me es difícil hacer que una his toria feliz. -

Sam cedió. Incluso sonrió.

– Sí. La frase estudiantes de noveno grado ‘armados con ametralladoras’ no va exactamente seguida por ‘que tengas un buen día’

- No me extraña que te veas tan sombrío. Tan pronto como ella lo dijo, supo que estaba mal. Tenía otra cosa que decirle

Algo peor. El DVD.

- Me he estado preguntando, como tú, por qué el Fay z parece estar centrado en la planta de energía. Diez millas en ca da dirección. ¿Por qué? Así Edilio pasó algunos por el video de seguridad e n la planta. -

Astrid se levantó de repente, se sorprendió a sí mi sma. - Realmente no debería dejar Pete solo.

- ¿Sabes lo que hay en este DVD, no?- No era una p regunta. - Lo adivinaste la primera noche. Recuerdo, qué estábamo s mirando el mapa de vídeo. Tú pusiste tu brazo alrededor de Little P ete y me diste una mirada muy rara. En ese momento, no supe qué hacer con esa mirada. -

- No te conocía entonces- , dijo Astrid. - No sabía si podía confiar en ti.



Sam deslizó el DVD en el reproductor y encendió el televisor.

- La calidad del sonido es bastante malo.

Astrid vio la sala de control de la planta de energ ía de un punto de vista de altura con un gran angular.

La cámara mostró la sala de control. Cinco adultos, tres hombres y dos mujeres. Uno de ellos era el padre de Astrid. La im agen hizo un nudo en su garganta. Allí estaba, su padre, meciéndose en s u silla, bromeando con la mujer de la próxima estación, inclinándose h acia adelante para rellenar unos papeles.

Y sentado en una silla contra la pared del fondo, u n rostro iluminado por el resplandor de su omnipresente Game Boy, estaba p equeño Pete.

El único sonido era de borroso, la conversación ini nteligible,

- Aquí viene- , dijo Sam-.

De repente sonó una bocina, duras y distorsionados en el audio.

Todos en la sala de control saltaron, la gente corr ió a los monitores, a las lecturas de los instrumentos, el padre de Astrid la nzó una mirada de preocupación sobre su hijo, pero luego se inclinó e n su monitor, con la mirada fija.

Otras personas volvieron a la habitación y se trasl adaron con la eficiencia práctica de los monitores sin atender.

Gritos Aterrorizados de instrucciones iban de ida y vuelta.

Una segunda alarma sonó, más aguda que la primera.

Una luz de advertencia estroboscopia destellando.

El miedo en cada cara.

Y pequeño Pete balanceándose frenéticamente, con la s mano apretadas sobre las orejas. Tenía una mirada de dolor en la e xpresión de su rostro inocente.

Los diez adultos ahora en la habitación eran una pa ntomima terrible de desesperación controlada. Teclados recibieron puñet azos, interruptores lanzados. Su padre tomó un grueso manual y comenzó a golpear a través de las páginas, y al mismo tiempo que la gente grit aba y las alarmas



sonaban y pequeño Pete estaba gritando, llorando, c on las manos sobre las orejas.

- Yo no quiero ver esto- , dijo Astrid, pero no pod ía apartar la mirada.

Pequeño Pete se levantó.

Corrió hasta su padre, pero su padre, desesperado, lo rechazó. Pequeño Pete fue empujado a una silla. Terminó arrojándolo contra la larga mesa, mirando un monitor que brilló, brilló, brilló una a larma rojo brillante.

El número de catorce.

- Código uno y cuatro,- dijo Astrid debidamente. - Oí a mi padre decirlo alguna vez. El Código de uno-uno, era el de menor p roblema, el código de uno-dos, te preocupes, código uno y tres años, llam a al gobernador, código uno y cuatro, se reza. La siguiente etapa, c ódigo uno y cinco, es... la destrucción. -

En la cinta, pequeño Pete apartó las manos de sus o ídos.

El Claxon fue implacable.

Hubo un flash que blanqueó a la cinta. Unos segundo s de estáticos.

Cuando la imagen se estabilizó, la alarma de alerta estaba en silencio. Y pequeño Pete estaba solo.

- Astrid, te darás cuenta de que la fecha de la cin ta, dice diez de noviembre, diez y ocho de la Mañana: Es la hora exa cta en que cada persona sobre la edad de catorce años desapareció.

En la cinta, pequeño Pete dejó de llorar.

Ni siquiera mira a su alrededor, sólo regresó a la silla donde estaba sentado, recuperado su juego, reanudando el juego.

- Pequeño Pete causo la Fayz,- dijo Sam rotundamen te.

Astrid se cubrió el rostro con las manos. Se sorpre ndió por las lágrimas que sentía aumentar, y su fuerza. Luchó para no sol lozar. Pasaron unos pocos minutos antes de que pudiera hablar. Sam espe ró pacientemente.

- No sabía que lo estaba haciendo- , dijo Astrid en voz baja, vacilante. - No sabe lo que está haciendo. No de la manera qué noso tros lo hacemos. No es cómo, si hago - esto- , entonces - esto- va a s uceder.



- Yo sólo sé que.

- No puedes culparlo a él. Astrid miró hacia arriba , ojos de fuego, desafiante.

- ¿Echarle la culpa? Sam fue a sentarse junto a ell a en el sofá.

Tan cerca que sus piernas se tocaban. - Astrid, no puedo creer que estoy diciendo esto a ti, pero creo que pasas por alto al go.

Volvió la cara llena de lágrimas a él, buscando.

- Astrid, ellos estaban teniendo un colapso. Ellos no parecían estar teniéndolo bajo control. Todos parecían muy asustad os.

Astrid con voz entrecortada. Sam tenía razón: se ha bía perdido. - El detuvo la crisis. Un colapso podría haber matado a todos en Perdido Beach. -

-Sí. No estoy loco por la forma en que lo hizo, per o puede haber salvado la vida de todos- .

- El detuvo la crisis- , dijo Astrid, sin comprende r plenamente.

Sam sonrió. Incluso se rió.

- ¿Que es gracioso?- -Preguntó ella.

- Pensé algo antes de Astrid la Genio. Estoy totalm ente disfrutando. Sólo voy a regodearse aquí por un minuto.

- Disfruta de ello, puede que nunca vuelva a sucede r- , dijo Astrid.

- ¡Oh! créeme, lo sé. Le tomó la mano y estaba muy contento de sentir su tacto. - Él nos salvó. Pero también creo toda esa c osa rara.

- No todas las cosas- , dijo Astrid, sacudiendo la cabeza. - Las mutaciones prefiguran el Fayz. De hecho, las mutaci ones son una condición para la Fayz. Sin la cual cosa el Fayz no podría haber ocurrido.

Sam se negó a ser impresionado. - Tu puede martilla rme todo lo que quieras con tus ‘de hecho’ y tu 'anticipa' y tus 'c ondiciones sine qua non', todavía estoy aquí regodeándome.

Ella levantó la mano a los labios y le besó los ded os.

Luego la soltó, se levantó, se paseó por la habitac ión y regreso, se detuvo y dijo, - Diana. Ella hablo sobre empezar a parecernos a barras de



teléfono móvil. Dos barras, tres barras. Caine es u nas cuatro barras. Está, también, supongo. Pete... Supongo que es un cinco o un siete. -

- O un diez,- Sam estuvo de acuerdo.

- Pero Diana piensa que es como la recepción. Al ig ual que algunos de nosotros puede obtener una mejor recepción. Si eso es cierto, entonces no estamos generando el poder, sólo usamos, el foco . -

- ¿Y?-

- ¿De dónde viene está? Para ampliar la analogía: ¿ Dónde está la torre de teléfono móvil? ¿Qué es lo que genera la energía? -

Sam se levantó con un suspiro. - Una cosa es segura : Esto nunca saldrá de aquí. Edilio sabe, tú lo sabes y yo lo sé,. Nadi e más puede saberlo.

Astrid asintió. - La gente lo odiara. O tratara de utilizarlo.

Sam asintió con la cabeza. - Deseo...

- No- , dijo Astrid, y se encogió de hombros con im potencia. - No hay manera de conseguir que lo deshaga.

- Es una lástima,- dijo Sam, con una sonrisa iróni ca, que no llegó a los ojos. - Porque tick- tock tick, tock.

Lana tropezó durante la noche.

Volver con los coyotes. Una pesadilla revisitada.

Y ahora, agregando a la miseria, Drake y Howard tro pezaron con ella.

Drake, con su pistola. Drake maldiciendo su dolor.

Y Howard llamando, - ORC, Orc,- en la noche.

Mayor que cualquier miseria, el temor de el pozo de la mina y lo que estaba en el fondo. Había desobedecido a la Oscurid ad.

¿Qué sería lo que haría el monstruo furioso con ell a?

- Vamos a parar y a tratar de fijar el brazo de Dra ke, ¿de acuerdo?- , Le rogó.

- Parar, no- , el líder de la manada gruñó.

- Déjame intentarlo, por lo menos.



El líder de la manada no le hizo caso, y corrieron, y se tropezaron entre ellos y corrieron un poco más.

No hay escapatoria. No hay posibilidad de escapar.

A menos que...

Ella maniobró cerca de Drake. - ¿Y si no me deja cu rarte?-

- No trates de jugar conmigo- , dijo Drake lacónica mente. - De todos modos, ahora quiero ver eso que te tiene tan aterro rizada.

- No, tu no,- Lana prometido.

- ¿Qué es?- Howard preguntó, nervioso, casi tan as ustado como Lana.

Lana no tenía ninguna respuesta a esa pregunta.

Cada paso era más difícil que el anterior, y varias veces el líder de la manada mordisqueaba en ella para que se moviera. Có mo no lo hizo, Drake, agitó con su pistola hacia ella, amenazándol a con palabras, gestos y la mirada.

Llegaron al campamento minero abandonado después de la luna se hubiese puesto y que las estrellas acabaran de desa parecer, antes de la promesa del alba.

Ella nunca había sentido tanto miedo. Era como si s u sangre hubiese sido drenada y reemplazada con un lodo frío. Apenas podía moverse. Su corazón latía en voz alta, golpes de estremecimient o en el pecho. Quería a Patrick, su mascota, para sentirse cómoda junto a él, pero no podía llamarlo, no se atrevía a hablar. Se comportaba muy contenida, en silencio, rígida.

Me voy a morir aquí, Lana pensó.

- Luz humanos- , líder de la manada arrastro. Indic ó una linterna tumbado encajado entre las rocas. Howard saltó sobre ella y la encendió. Le temblaba la mano tan mal, la luz danzaba por todo, el envío de sombras las paredes rocas volando como veloces fantasma.

Ahora, incluso Drake parecía receloso, asustado de algo que no podía explicar. Estaba haciendo preguntas, cada vez más a gitado, y entró en el frío de la nevera de la mina.

- Alguien tiene que decirme lo que vamos a ver- , i nsistió Drake.



- Necesito saber lo que estamos haciendo,- dijo Dr ake.

- Tal vez sería mejor hablar de nuestro acuerdo- , dijo Drake.

- ¿Cuánto falta?- Dijo Drake.

Pero todo el tiempo, se movieron en el eje.

Lana tenía que obligarse a cada respiración. Tuvo q ue recordar a sí misma:

Respirar. Respira.

Patrick se había ido. Le había abandonado en la boc a de la mina.

- Hombre, yo…yo no puedo hacer esto- , dijo Howard. - Tengo que... Yo...

Le faltaba el aliento.

- Cállate- , espetó Drake, contento de tener alguie n con quien descargar sus frustraciones.

Howard se volvió de repente y salió corriendo, toma ndo la linterna con él.

El líder de la manada ladró una orden y dos coyotes fueron en su persecución.

Sin la linterna, Lana podía ver el tenue verde resp landor de las paredes. Detrás de la oscuridad. La oscuridad.

- Que se vaya- , dijo Drake.

- Howard, no es importante- , dijo Drake.

- Yo soy importante- , dijo Drake. Su voz era un su surro.

Lana cerró los ojos con fuerza, pero de alguna mane ra el resplandor verde, penetró en los párpados, como si pudiera bri llar a través de la carne de ella, a la derecha a través del hueso del cráneo.

No podía ir más lejos. Se hundió de rodillas.

Suficientemente cerca. Era allí, justo delante, a l a vuelta de ese último recodo, un movimiento, móvil, pila de trituración d e rocas incandescentes.



La silenciosa voz era un garrote golpeando su cabez a. La oscuridad total empujo los invisibles dedos helados en su mente, y Lana sabía que ella estaba hablando de sus palabras.

- La curandera- , exclamó en una parodia torturada, maníaca de su propia voz.

Tenía los ojos cerrados, pero podía sentir a Drake de rodillas a su lado.

- ¿Por qué vienes a mí?- Lana exclamó, un títere, sino una herramienta para la oscuridad de usar.

- El coyote...,- Drake se las arreglo.

- Fiel Líder de manada,- dijo a través de la oscur idad Lana.

- Obediente, pero aún no igual a un ser humano.

Abre los ojos, Lana dijo a sí misma. Sé valiente. D e ver, la cara, combatirla. Pero la oscuridad estaba en su cráneo, empujaba y daba codazos, mirando dentro de sus secretos, riéndose d e su resistencia patética.

Y, sin embargo, ella abrió los ojos. Un hábito perm anente de desafío le dio la fuerza. Pero ella siguió con los ojos bajos, lo suficientemente fuerte como para obligarlos a abrir, demasiado miedo a mir ar a la cara de la cosa misma.

Las rocas en las rodillas le brillaban.

Estaba tocando, tocando el borde de ella.

Jefe de la manada arrastrándose, bajando a sí mismo por el suelo de la cueva junto a Lana, arrastrándose sobre su vientre.

De repente, Lana sintió una descarga eléctrica de u na fuerza aterradora.

La espalda arqueada, la cabeza era la espalda, los brazos voló de ancho.

Un dolor como un carámbano punzante su mirada ardie nte y el cerebro.

Trató de gritar, pero no salió ningún sonido.

Luego se fue y ella cayó sobre su espalda, las pier nas dobladas debajo de ella. Se quedó sin aliento, como un pez recién p escado, incapaz de llenar los pulmones.

- Desafío- , con voz ronca no en una voz propia.



- Se supone que arreglaría mi brazo- , dijo Drake. - Si la matas, no me podrá ayudar.

- Sois valientes para hacer pedir- , dijo a través de la oscuridad Lana.

- No lo soy... es... Qué quiero mi brazo de regreso - , gritó Drake entrecortadamente.

Lana, pudo respirar de nuevo. Ella aspiró oxígeno.

Empujó contra el suelo, explorado centímetro a cent ímetro fuera de la Oscuridad.

Drake gritó de dolor. Lana le vio como estaba, como si hubiera agarrado un cable eléctrico. Su cuerpo se sacudió como una m arioneta.

La oscuridad lo libero.

- Ah- , dijo la oscuridad, y la boca torcida de Lan a en un rictus. - He encontrado un profesor mucho mejor para ti, Líder d e manada.

El líder de la manada se había atrevido a ponerse d e pie. Mantuvo la cola y la cabeza alineada en una postura de sumisión. Mi ró a Drake que había sido liberado y se dobló, agarrándose el brazo por el dolor.

- Este humano te enseñara a matar a seres humanos- , dijo Lana.

Drake habló como si cada sílaba era un esfuerzo. -S í. Pero...mi brazo. -

- Dame el brazo,- Lana dijo y, sin querer, se arra stró hasta Drake.

Drake se puso de pie, tembloroso pero firme. Acercó el quemado, y recortado muñón.

- Te daré un brazo, como ningún ser humano ha tenid o nunca,- dijo la Oscuridad a través de Lana. - Tú no tienes la magia dentro de ti, humano, pero la niña va a servir.

Drake se movió con una velocidad sorprendente. Se v olvió y tiró de Lana por el pelo. - Toma mi brazo- , dijo entre dientes.

Puso su mano temblorosa en contra de la carne fundi da, sintiendo el dulce hueso cortado por debajo de él, con ganas de vomitar.

El brillo se intensificó. Lana sintió todo el cuerp o lleno de ella, no caliente, sino fría, tan fría como el hielo.

Carne de Drake iba aumentando.



Podía sentir que se movía debajo de sus dedos. Pero la carne no era humana.

No humana, para nada.

- No- , susurró.

- Sí,- Drake respiró. - Sí- .



CAPÍTULO 39.

36 HORAS, 37 MINUTOS

Y a veces, cuando me mientas

A veces te mentiré

Y no hay nada que puedas hacer

Todas estas vidas medio destrozadas

No es tan malo como parece

Pero ahora veo mi sangre y escucho personas gritar

Entonces me despierto

Y es sólo otro mal sueño…

Sam cantó el tono de Agent Orange de su iPod, sinti endo como si la familiar letra hubiera cruzado la línea de ser sólo otra molesta canción a ser una muy cercana para describir su vida.

Estaba en la estación de bomberos disfrutando de un almuerzo solitario. Quinn estaba… bueno, ya nunca parecía saber dónde e staba Quinn. Su amigo. ¿Era está la palabra apropiada? Su amigo Qui nn era una sombra que iba y venía, a veces bromeando como solía hace rlo, otras sentándose abatido y viendo DVDs que ya había visto un millón de veces.

En cualquier caso, no estaba ahí para el almuerzo e n la estación, a pesar del hecho de que Sam había preparado suficiente sop a para más bocas.

Edilio se materializó silenciosamente en el quicio de la puerta. Parecía desalentado. Sam se dio cuenta de que había estado cantando en voz alta, y apenado bajó el volumen de la música y se q uitó los audífonos.

- ¿Qué encontraste, Edilio?-

- Si es que está en algún lugar en Perdido Beach, e stá haciendo un buen trabajo escondiéndose, Sam. Dijo Edilio. - Hemos bu scado. Hemos hablado con todos. Lana se ha ido. Su perro se ha i do. Estaba en la casa Elwood, luego se fue.

Sam lanzó su reproductor a la mesa. - Tengo sopa. ¿ Quieres?-



Edilio se sumió en una silla. - ¿Qué canción es?-

- ¿Qué? Oh. Se llama ‘Un grito de ayuda en un mundo loco’.

Compartieron una risa mordaz.

- Luego buscaré esa vieja canción, ¿Cómo se llama?- Sam trató de recordar. - Sip. REM. ‘Es el fin del mundo como lo conocemos’.

- Esa es. Comentó Edilio. - He estado buscando una chica que puede curar personas con magia, y me tomé tiempo para apr ender a disparar un arma.

- ¿Cómo te fue, por cierto?-

- Tengo cuatro chicos que pueden manejarla más o me nos, contando a Quinn. Pero, hombre, no somos exactamente marines, ¿sabes? Un chico llamado Tom comienzó a disparar y casi me dio a mí. Tuve que zambullirme en una pila de caca de perro. Sam trató de no reírse, pero ninguno de los dos pudo parar una vez que comenzaro n.

- Sip, crees que es gracioso. Espera a que seas tú, - dijo Edilio.

Sam se tornó serio de nuevo. - No sé qué está deten iendo a Caine. Han pasado dos días. ¿Qué lo frena?-

- ¿Qué prisa hay? Mientras más tiempo tengamos, más preparados estaremos.

- Viejo, mañana por la noche ya no estaré aquí,- d ijo Sam.

- No estás seguro de eso, hombre,- dijo Edilio, ap enado.

- Solo me gustaría saber qué está pasando en Coates .

Edilio entendió inmediatamente. - ¿Hablas de espiar los?-

Sam retiró su sopa. - No sé de lo que hablo, hombre . Estoy pensando a medias que deberíamos atacarlos, ¿sabes? Ir allá y hacerlo.

- Tenemos armas. Tenemos chicos que pueden conducir . Tenemos además de ti, otros cuatro mutantes con poderes que pueden ser útiles. Ya sabes, poderes con los que puedes luchar, no com o ésta chica que puede desaparecer sólo si está realmente apenada.

Sam sonrió a pesar de lo quererlo. - Estás bromeand o.



- No, hombre, es muy bonita y todo, entonces le dic es algo como ‘tienes lindo cabello’, y de repente es invisible. Pero sig ue ahí. La tocas, pero no la ves.

- Eso no va a hacer parar a Caine, exactamente.

- Taylor está trabajando en su tele portación. Pued e viajar un par de cuadras ahora. Edilio se encogió de hombros. - Pero en términos de utilidad, tenemos a ése chico, tiene nueve años, pu ede hacer lo mismo que tú con la luz, pero no tanto.

- Nueve. No podemos hacer que un niño de nueve años dañe a alguien. Protestó Sam.

- ¿Qué tal ésa chica de once años que puede moverse tan rápido que casi no puedes verla?-

- ¿Esa chica Brianna?-

- Ahora se hace llamar Brisa. Como, tan rápido como la brisa.

- ¿Brisa? Como el nombre de una superheroína?- Mov ió su cabeza. - Genial. Eso es todo lo que necesitamos. Dijo Sam. E ra una de las frases favoritas de su madre, ‘eso es todo lo que necesita mos.’ Sintió un dolor agudo en el pecho, pero pasó rápidamente. - ¿Qué po ndremos a hacer a Brisa cuando esté por ahí dando vueltas?-

Edilio pareció incómodo. - Creo que le damos un arm a. Dispara y se va lejos y dispara de nuevo.

- Oh, Dios. Sam dejó caer su cabeza, - ¿Once años y le damos un arma? ¿Para disparar a la gente? ¿A seres humanos? Es enf ermizo.

Edilio no tenía nada qué decir a eso.

- Lo siento, hombre, no la estoy tomando contigo, E dilio. Es sólo que… quiero decir, es de locos. Está mal. Ya es malo par a chicos de nuestra edad, pero ¿chicos de cuarto y quinto grado?-

Se oyó el sonido de pies en las escaleras y ambos, Sam y Edilio se pusieron de pie, esperando lo peor.



Dekka, una de las refugiadas de Coates, llegó corri endo al cuarto y derrapando en el piso encerado. Su frente había sid o herida, un corte de unos centímetros y había rehusado a que Lana la cur ara.

- La hizo el zapato de Drake cuando me pateó,- hab ía dicho. - Cura las heridas de mis manos del cemento, pero deja mi cabe za, quiero algo para recordarlo.

Sam reflexionó que ésa era sólo la segunda cosa más interesante de Dekka. La primera sería probablemente el hecho de q ue parecía tener el poder de suspender la fuerza de gravedad en un área pequeña.

- ¿Qué pasa, Dekka?- Sam preguntó.

- Ese chico, Orc. Acaba de entrar al puedo, todo ma lherido.

- ¿Orc? ¿Sólo Orc? ¿Sin Howard?-

Dekka se encogió de hombres. - No vi a nadie más. S ólo caminó, y ése chico, Quinn, me dijo que mejor te lo dijera. Dijo que iba a seguir a Orc a casa.

Esa sería la casa que Orc había compartido con Howa rd. No era una larga caminata.

- Tal vez debería traer una pistola,- dijo Edilio siniestramente.

- Creo que puedo manejar a Orc por ahora,- dijo Sa m. Su propia confianza lo sorprendió. Nunca antes en su vida pen só que pudiera manejar a Orc.

Quinn estaba esperando fuera de la casa, Sam le agr adeció casi formalmente. - Agradezco que hayas mandado a Dekka a decirme y que le estás vigilando.

- Hago lo que puedo,- dijo Quinn, más amargamente de lo que probablemente pretendía.

Sam y Edilio estaban cerca mientras Quinn llamó a l a puerta.

La muy familiar voz del bravucón gritó, - Entren ta rados. Orc estaba quitando la tapa de una lata de cerveza.

- Déjenme tomar esto- , murmuró. - Entonces pueden matarme o lo que sea. Orc había pasado un par de días difíciles. Est aba arañado, golpeado, amoratado. Un ojo estaba hinchado y negro. Sus pant alones estaban



rotos y sucios. Su camisa era vagamente reconocible como una camisa. Había sido rasgada a girones, amarrada burdamente d e nuevo.

Aún era grande, pero parecía menos amenazante que n unca.

- ¿Dónde está Howard?- preguntó Sam.

- Con ellos,- dijo Orc.

- ¿Con quién?-

- Drake. Esa chica, como es su nombre, Lana. Y un p erro parlante,- Orc hizo una mueca. - Sip, estoy loco. Perro parlante. Fue el perro quién me venció. Me hizo un agujero. Se comió mi muslo.

- ¿De qué estás hablando, Orc?-

Tomó largamente. Suspiró. - Hombre, está buena.

- Habla con sentido, Orc,- cortó Sam.

Orc se quejó ruidosamente. Se puso de pie despacio. Dejó su cerveza. Con brazos rígidos se levantó su camisa raída por s obre su cabeza.

Edilio jadeó. Quinn se volteó. Sam sólo se le quedó viendo fijamente.

Grandes partes del pecho y estómago de Orc estaban cubiertos por piedrillas. Las rocas individuales eran del color d e agua lodoza. Mientras Orc respiraba, las piedrillas se despegaban y caían .

- Se está esparciendo,- dijo. Parecía asombrado. L o tocó con su dedo. - Está caliente.

- Orc… ¿Cómo pasó esto?- preguntó Sam.

- Ya te dije. Los perros se comieron mi pierna y mi s tripas y otras partes de las que no te diré. Entonces ésta cosa como que se metió.

Se encogió de hombros, y Sam escuchó un débil sonid o como de pasos en un húmedo camino de grava.

- No duele,- dijo Orc. - Dolía. Pero ahora no. Per o pica.

- Madre de Dios,- dijo Edilio suavemente.

- De cualquier modo,- dijo Orc. - Sé que todos me odiáis. Así que o mátenme o lárguense. Tengo sed y hambre.



Lo dejaron.

Afuera, Quinn caminó rápidamente por la calle, se d etuvo de repente, y vomitó en un arbusto.

Sam y Edilio lo alcanzaron. Sam puso la mano en el hombre de Quinn.

- Lo siento,- dijo Quinn. - Creo que soy débil.

- Llegará lo peor,- dijo Sam sombrío. - Pero de pr onto una rápida desaparición no parece ser lo peor que pueda pasar, ¿no es así?-

- Drake estará fuera dos días,- dijo Diana. - Nece sitamos ver lo que tenemos aquí.

- Estoy ocupado,- cortó Caine.

Estaban parados en el césped delantero en Coates. C aine estaba supervisando el trabajo de reparación de un agujero causado por una pelea reciente. Tele-transportó ladrillos, poco a p oco cada vez, hacia donde Mallet y Chaz estaban intentando cementarlos en su lugar.

Se habían derrumbado dos veces ya. Una cosa era vac iar cemento en un molde en el piso. Era mucho más difícil colocar lad rillos en su lugar.

- Necesitamos hacer un trato con… con los pueblerin os,- dijo Diana.

- Pueblerinos. Cuidadosamente evitas decir ‘Sam’ o ‘tu hermano.’-

- Okay. Me atrapaste. Dijo Diana. - Tenemos que hac er una especie de trato con tu hermano, Sam. Ellos todavía tienen com ida. Nosotros ya casi no.

Caine hizo ver que estaba distraído mientras levita ba otro montón de ladrillos fuera a través de la puerta principal de la escuela y arriba hasta el segundo piso, donde Mallet y Chaz se agachaban a recoger la carga entrante.

- Estoy mejorando en esto,- dijo Caine. - Estoy ga nando control, Precisión.

- Bieeeen por ti.



Los hombros de Caine se sacudieron. - Sabes, podría s ocasionalmente mostrar algo de apoyo. Sabes lo que siento por ti. Pero todo lo que tú haces es humillarme.

- ¿Qué quieres hacer, casarte?-

Caine se sonrojó, y Diana rompió en risotadas fuert es. - ¿Entiendes que tenemos catorce años, verdad? Quiero decir, sé que piensas que eres el Napoleón del FAYZ, pero todavía somos unos niños.

- La edad es relativa. Soy uno de los más grandes d el pueblo en el FAYZ. Y el más poderoso.

Diana se mordió la lengua. Tenía una sarcástica res puesta preparada, pero ya había molestado a Caine lo suficiente por u n día. Tenía asuntos más importante con los que lidiar que con el amor i nfantil de Caine. Y eso era lo que era. Caine no era capaz de amar de verda d, profundamente, del tipo que crece con el tiempo.

- Claro, ni yo tampoco. Murmuró Diana.

- ¿Qué?-

- Nada. Observó a Caine mientras trabajaba. No lo q ue hacía, sino al chico mismo. Era el más carismático que había conocido. P udo haber sido una estrella de rock. Y claramente pensaba que estaba e namorado de ella. Era la razón por la que toleraba su impertinencia.

Suponía que él le gustaba. Se habían sentido atraíd os el uno por el otro casi desde el principio. Habían sido amigos… no, es a no era exactamente la palabra. Cómplices. Sí, esa bastaría: cómplices. Habían sido cómplices desde la primera vez que caine descubrió sus podere s.

Ella había sido la primera persona a la cual se los mostro. El había lanzado un libro fuera de la mesa y a través del cu arto.

Había sido quien lo animo a trabajar en eso, a desa rrollarlo, a practicarlo en secreto. Cada vez que alcanzaba un nuevo nivel, se lo mostraba a ella. Incluso aunque no le mostrara la más mínima amabili dad, ni una palabra de alabanza, ni un asentimiento con admiración, inc luso, el se hincharía y parecería brillar con alguna luz reflejada.

Necesitaba tan poco para manipularlo. No quería afe cto real, solo la insinuación de este.



Diana le encargaría a Caine que usara su poder para hacer tropezar a cualquiera que a ella no le gustara, o humillaría a algún profesor que se había concentrado en ella. Y cuando le había dicho a Caine que le profesor de ciencias la había arrinconada en un lab oratorio vacio y había tratado de tocarla, Caine lo había mandado al hospi tal, desmadejado tras una serie de pases.

Diana disfruto esa vez. Tenía un protector que ejec utaría sus órdenes sin pedir nada a cambio. Caine, a pesar de su gran ego, sus miradas, sus encantos, era terriblemente inocente con chicas. Ni siquiera había tratado nunca de besarla.

Pero entonces había atraído la atención de Drake Me rwin, quien ya había adquirido la reputación de matón más peligroso en l a escuela y tenía varios matones con los que competir. Y desde ese pu nto, Caine los había puesto uno contra el otro, haciendo un poco para di ana cuando lo pedía, y un poco para Drake.

Mientras los poderes de Caine crecían, ambas relaci ones cambiaron.

Y después la enfermera de la escuela, la madre de S am y también la madre de Caine, pensó, que entonces ninguno de ello s sabia eso, empezó a darse cuenta que algo era muy, demasiado e xtraño sobre su largamente perdido hijo pequeño.

Los ladrillos se derrumbaron de repente, con una se rie de golpes mientras caían en el césped, y una serie de gemidos y maldiciones de Chaz y Mallet.

Caine pareció no haberlo notado, - ¿Qué piensas que pasó diana?.Casi como si leyera sus pensamientos.

- Creo que ellos no los pusieron lo suficientemente pequeño,- respondió, sabiendo que no era eso lo que quería decir.

- No eso, ella, la enfermera temple. El repitió el nombre, estirándolo como para sacar el sentimiento de eso. - enfermera. Conn ie. Temple-

Diana suspiro. Esta no era la conversación que quer ía tener. - De verdad no conocía a esa mujer.

- Tiene dos hijos. Uno se lo queda. El otro lo da e n adopción. Yo era un bebe.



- Siempre tuve un presentimiento ¿sabes? Que mi fam ilia no era mi verdadera familia. Nunca me dijeron que era adoptad o, pero mi madre… bueno, la mujer que pensé que era mi madre, no sé c ómo llamarla ahora. Lo que sea, ella nunca hablaba sobre cómo me dio a luz. Ya sabes, oyes a las madres hablando sobre cómo empezó y todo lo dem ás. Ella nunca hablaba sobre eso.

- Menos mal que el Dr. Phil no está por los alrede dores. Podrías hablarle sobre todo eso.

- Creo que debió ser muy fría. La enfermera temple. Mi supuesta madre- estaba mirando a Diana ahora, con la cabeza ladeada , con el ceño fruncido, escéptico. - como tú, Diana.

Diana hizo un rudo sonido. - No trates de profundiz ar, Caine. Ella probablemente solo era una adolecente que metió la pata en ese momento. Tal vez pensó que podía manejar a uno pero no a los dos. O tal vez trató de darlos a los dos en adopción, pero nad ie quiso a Sam.

Caine estaba desconcertado.

- ¿Estás llamándome a mí con esa?

- Estoy tratando de que lo superes. ¿A quién le imp ortan los problemas de tu madre? Tenemos suficiente comida para dos tal ve tres semanas. Después sólo quedaran frijoles.

- ¿Ves lo que digo? Apuesto que ella era igual que tú, Diana. Fría y egoísta-

Diana iba a responder cuando escuchó un sonido de a lguien acercándose tras ella. Se giró y vio una ola, un en jambre de matones, animales peludos amarillos. Los coyotes parecían ve nir de todos lados juntos, una disciplinada, invasión motivada que ráp idamente abrumó a Caine y a ella.

Caine levanto las manos, con las palmas afuera, arm ado y listo.

- No- una voz gritó. - No les hagas daño, son amig os

Era Howard, caminando hacia ellos, haciendo seña co n sus manos.

Tras el venia la chica sanadora, Lana, pareciendo t raumatizada.

Y tras ellos, Drake.



Diana maldijo. Todavía estaba vivo.

Y después ella vio el brazo de Drake.

El pedazo quemado, los restos del brazo que le habí a cortado mientras Drake gritaba, lloraba y la amenazaba, habían sido cambiados. Estaba estirado, como si lo hubiesen convertido en un oscu ro caramelo cubierto de sangre. Se envolvía dos veces alrededor de su cu erpo.

No.

Imposible,

Howard se acercó primero.

- ¿Orc ha aparecido por aquí?

Pero ni Caine ni Diana respondieron. Ambos estaban mirando a Drake, quien caminaba hacia ellos, con todo su engreimient o restaurado, no el espantapájaros que lloró cuando vio el trozo derret ido de su mano descansando en el suelo.

- Drake- dijo Caine. - Pensábamos que estabas muer to.

- Estoy de regreso- dijo Drake - y mejor que nunc a.

El tentáculo rojo se desenvolvió se su cintura, com o una pitón soltando a su víctima.

- ¿Te gusta Diana?- Drake pregunto.

El brazo, esa imposible serpiente ensangrentada, se enrosco sobre la cabeza de Drake, se arremolino, retorció. Y entonce s, tan rápido que el ojo humano apenas pudo registrar el movimiento, gol peo como un látigo.

El sonido fue un alto crac. Un mini boom sónico.

Diana grito de dolor. Sorprendida, miró el corte en su blusa y el goteo rojo de su hombro.

- Lo siento- Drake dijo sin pizca de sinceridad. - Todavía estoy trabajando en mi puntería.

- Drake- dijo Caine, a pesar de la sangre, y de la herida de Diana, el sonrió. - Bienvenido de vuelta.



- Traje algo de ayuda- dijo Drake. Extendiendo su mano izquierda, y Caine la sacudió incómodamente con su derecha. - As í qué, ¿Cuándo vamos a ir a derrotar a Sam Temple?.



CAPÍTULO 40

26 HORAS, 47 MINUTOS

- Ellos vendrán mañana por la noche- Dijo Sam. - C reo que Caine necesita derrotarme. Creo que es cosa de su ego.

Ellos tuvieron el consejo final de guerra en la igl esia. La misma iglesia donde Caine había llevado a cabo su relevo. La cruz estaba apoyada contra la pared. No era donde se suponía que debía estar, pero al menos ya no estaba en el suelo. De los chicos de Perdido Beach estaban Sam, Astrid, el pequeño Pete, Edilio, Dahra, Elwood y la madre Mary. Albert había sido invitado, pero estaba concentrado en su plan para Acción de Gracias, y experimentando con la tortilla-hamburgue sa. Representando a los refugiados de Coates había tres chicas: Dekka, la pequeña Brianna ‘la Brisa’, y Taylor.

- Caine es un tipo que necesita ganar. Necesita gan ar antes de desaparecer. O necesita ganarme antes de que yo des aparezca. El punto es, que no va a aceptar que nosotros liberemos todo s esos chicos de Coates y nos encarguemos de Perdido Beach,- dijo S am.

- Por lo que necesitamos estar preparados. Y necesi tamos estar preparados para algo más, también; mañana es mi cum pleaños. Hizo una mueca. - Un cumpleaños, no exactamente es que lo es té esperando. Pero, de todos modos, necesitamos decidir quién se hará c argo por mí… cuando… desaparezca.

Varios de los chicos hicieron ruidos simpáticos o d e esperanza sobre Sam, quizás no iba a desaparecer, o quizás sería al go bueno, una manera de escapar de FAYZ. Pero Sam los calló a todos.

- Mirad, la buena noticia es qué, cuando me vaya, t ambién lo hará Caine. La mala es que, aún quedará Drake, Diana y otros ma tones. Orc… bueno, no sabemos exactamente qué pasará con él, pero Howa rd no está con él. Y Lana… no sabemos qué le pasó, si se fue o qué.

La pérdida de Lana fue un duro golpe. Cada uno de l os refugiados de Coates la adoraba por la forma en la que ella había curado sus manos. Y era tranquilizador pensar que podría curar a cualq uiera que estuviera herido.



- Nomino a Edilio para hacerse cargo si… ya sabes. -Astrid dijo. De todos modos, necesitamos un número dos, un vicepresidente o vicealcalde o lo que sea.

Edilio dio un respingo, como si Astrid estuviera ha blando sobre otro Edilio. Entonces él dijo, - De ninguna manera. Astr id es la persona más inteligente aquí.

- Tengo al pequeño Pete para cuidar. Mary tiene que cuidar de los preescolares y mantenerlos fuera de peligro. Dahra tiene la responsabilidad de tratar a cualquiera que salga he rido. Elwood ha estado tan ocupado en el hospital con Dahra, no ha tratado con Caine o Drake o cualquiera de la facción de Coates. Edilio ha estado en contra de Orc y Drake. Y el siempre ha sido valiente e inteli gente y capaz- Ella le guiñó a Edilio, reconociendo su malestar.

- Bien- Sam dijo. - Así aunque alguien tenga una o bjeción, así se hará. Si saliera herido o abandonara, Edilio estará a cargo.

- Respecto a Edilio- dijo Dekka, - Él ni siquiera tiene poderes.

- Tiene el poder de ganarse la confianza y sobreviv ir cuando tiene que hacerlo. Dijo Astrid.

Nadie objetó nada más.

- Ok, entonces- dijo Sam. - Tenemos a nuestra gent e en posición y Edilio les dirá cuando tienen que marcharse. Taylor, sé qu e va a ser aburrido para ti, y un poco terrorífico también. Escoge un a migo para ir contigo, renuncia al sueño, y asegúrate de que uno de vosotr os está siempre despierto, en todo momento. Y sigue practicando. Br isa, tu papel es el más crítico: eres nuestro sistema de comunicación u na vez empiece. ¿Dekka? Tan pronto como oigamos a Taylor, tu y yo s alimos.

- Guay- dijo Dekka.

- Vamos a ganar esto- dijo Sam.

Todos se levantaron para salir. Astrid permaneció d etrás. Sam tocó el hombro de Edilio. - Escucha tío, si puedes encontra r algo útil para que lo haga Quinn… -

- Estoy en ello. No es un mal tirador. Le tengo en la parte superior de la guardería con una de las ametralladoras.

Sam asintió, tocó a Edilio en la espalda y lo vio i rse.



- Quinn con una ametralladora- dijo Sam. - Estoy p idiendo a mi amigo que disparé a la gente-

- Le estas pidiendo que se defienda a sí mismo y de fienda a los preescolares. Dijo Astrid.

- Sip, eso lo cambia todo- dijo Sam sarcásticament e.

- ¿Qué quieres que haga?- preguntó Astrid. - No me has dado ninguna tarea-

- Quiero que encuentres un lugar seguro y te escond as allí hasta que todo esto haya terminado. Eso es lo que quiero.

- Pero…-

- Pero… a partir de mañana por la tarde, te necesit o ahí arriba. Señaló hacia arriba.

- ¿En el cielo?- pregunto Astrid con una sonrisa.

- Sígueme- Llevó a Astrid y su hermano a la torre. Los paneles enrejados estaban todavía estaban estropeados, justo como Dra ke los había dejado. Las luces de Perdido Beach lucían inquietantemente normales desde aquí arriba. Muchas casas tenían todavía las luces encen didas. Las escasas farolas estaban encendidas. El letrero amarillo del McDonald’s era brillante. Una brisa agitada traía el olor de patat as fritas, agujas de pino, espuma salina y algas.

Dos sacos de dormir habían sido dejados en el cómod o recinto. Un par de prismáticos y un walkie-talkie de niño estaban t endidos al lado de una bolsa de papel.

- Te metí algo de comida y pilas para el juego de L .P en esa bolsa. No creo que el walkie-talkie funcione muy bien, pero y o tengo el otro. Puedes ver casi todo desde aquí arriba.

Era un espacio ajustado. El pequeño Pete inmediatam ente se sentó en una esquina polvorienta. Astrid y Sam se quedaron d e pie, embarazosamente juntos, apretados por la campana.

- ¿Me dejaste una pistola?-

El agitó su cabeza. - No- .



- Le estas pidiendo a todo el mundo hacer cosas hor ribles. Me estas pidiendo solamente que mire.

- Hay una gran diferencia.

- ¿La hay? ¿Cuál?-

- Bueno… Te necesito por tu inteligencia. Te necesi to para observar.

- Eso cojea- ella dijo.

El asintió. - Sip. Bueno. No has sido entrenada par a disparar. Acabarías probablemente disparándote a ti misma en el pie.

- Ah- dijo, no convencida.

- Escucha, sé que esto es una locura, pero quizás d eberías pensar sobre la idea de Quinn, ya sabes, de conseguir que LP te lleve corriendo a Hawai. O lo dónde sea. El tiene el poder.

En el caso de que las cosas no se arreglaran… -

- No quiero que me lleve a ningún lugar lejos- Ast rid dijo. - No creo realmente que funcionara, en primer lugar. Y en seg undo… -

- ¿Si?-

- Y en segundo, no quiero dejarte-

El puso su palma gentilmente contra su mejilla, y c erró sus ojos y apoyándose en él.

- Astrid, soy el único que va a irse. Lo sabes.

- No. No lo sé. He rezado para que no pase. Le pedí a Mary que intercediera.

- ¿Mary Terrafino?-

- No, que va- Astrid rió. - Eres tan amable. María . La Virgen María.

- Oh, esa-

- Sé que no crees realmente mucho en Dios, pero yo sí. Creo que Él sabe que estamos aquí. Creo que escucha nuestros rezos.

- ¿Crees que esto es un plan maestro de Dios? ¿El F AYZ y todo lo demás?-



- No. Creo en el libre albedrío. Creo que hacemos n uestras propias decisiones y llevamos a cabo nuestras propias accio nes. Y nuestras acciones tienen consecuencias. El mundo es lo que h acemos. Pero creo que a veces nosotros podemos pedir a Dios que nos a yude y Él lo hará. A veces creo que Él mira hacia abajo y dice, - Wow, m ira lo que aquellos idiotas están haciendo ahora; supongo que mejor los ayudo un poco.

- Aceptaré con mucho gusto la ayuda- dijo Sam.

- Sin embargo, ojalá tuvieras una pistola-

Sam agitó su cabeza. - Hice daño a mi padrastro. Hi ce daño a Drake. Podía haber matado a Drake. No lo sé. Y no sé qué e s lo siguiente que va a pasar. Pero lo que sé es que, cuando hago daño a alguien queda una marca en mí. Como una cicatriz o algo así. Es como… - El busco las palabras, y ella envolvió sus brazos fuertemente a su alrededor. - Es como la rodilla, dónde Drake me disparó. Todo está curado, gracias a Lana, como si no hubiese ocurrido nunca. Pero cuand o quemé a Drake. Eso me quedó dentro, en mi cabeza, y Lana no curó e so.

- Si hay una pelea, otros sentirán ese daño.

- Tú no eres como los otros.

- ¿No?-

- No-

- ¿Por qué?-

- Porque te quiero.

Astrid estuvo tan callada tanto tiempo que Sam pens ó que la había disgustado. Sin embargo ella no aflojó su abrazo, n unca se apartó, sino que mantuvo su cabeza enterrada en su cuello. Él si ntió sus lágrimas calientes en su piel. Y después ella contestó, - Yo también te quiero-

El suspiró con alivio. - Bueno, pasamos esto.

Pero ella no se unió a la risa nerviosa. - Tengo al go que decirte, Sam-

- ¿Un secreto?-

- No estaba seguro de eso, así que no dije nada. Es difícil separarlo de la inteligencia. La intuición es normalmente solo el n ombre que damos a la



percepción mayor, pero normal que tiene lugar por d ebajo del nivel del pensamiento consciente.

- Ajá. El dijo, usando su voz de chico callado.

- Por un largo tiempo no estaba seguro de que era n ada más que una intuición normal.

- El poder- dijo. - Me preguntaba si lo sabías. Di ana dijo que era una carga. Puede que no quisiera, ya sabes, forzarte a pensar sobre ello.

- Lo sospechaba. Pero es extraño. Toco la mano de u na persona y a veces lo veo en mi mente como una ráfaga de fuego a través del cielo.

La abrazó, extendiendo sus brazos, para ver mejor s u cara. - ¿Una ráfaga?-

Ella se encogió de hombros. - Raro, ¿eh? Lo veo bri llante y oscuro, largo o corto. No sé lo que eso significa, no tengo ningú n control sobre él y no he intentado realmente explorarlo todavía. Pero se siente como un cierto grado. ¿No sé si, significa algo? Es como mirara el alma de una persona o tal vez su destino, pero en términos muy metafóri cos.

- ¿Muy metafóricos?- le hizo eco. - ¿Tu poder es e l poder de la metáfora?-

Eso al menos le ganó una sonrisa y un empujón. - Li stillo. El punto es, he sabido desde el principio que eras importante de al gún modo. Eres una estrella fugaz atravesando el cielo, arrastrando de stellos.

- ¿Me estrellaré contra una pared de ladrillos maña na?-

- No lo sé- Ella admitió. - Pero sé que eres la es trella fugaz más brillante en el cielo.

Jack Computer se despertó y sintió una suave mano s obre su boca. Estaba oscuro afuera, pero la habitación estaba bañ ada por una luz azul de la pantalla del ordenador. El podía ver el conto rno de su cara, su pelo oscuro. Sus brillantes ojos.

- Shh- ella advirtió, y puso un dedo en sus labios .

Su corazón estaba ya galopando. Algo estaba mal, si n preguntas.

- Levántate Jack.

- ¿Qué pasa?-



- ¿Te acuerdas de nuestro trato? ¿Recuerdas tu prom esa?-

No quería decir que sí. No quería. El siempre había sabido que cualquier cosa que Diana quisiera, sería peligroso. Y Jack es taba más aterrorizado que nunca. Drake había regresado. Drake era un mons truo. Diana acarició su mejilla con la punta de sus dedos. El sintió un escalofrió subir por su columna. Entonces, sólo muy suavemente, dio una pal mada a su mejilla.

- Te pregunté si recordabas tu promesa-

Estaba mudo. Demasiado confundido para ser capaz de encontrar su voz, demasiado asustado de ella junto a él, demasiado at errorizado de lo que querría.

Él asintió.

- Vístete. Solo tus ropas. Nada más.

- ¿Qué hora es?- demoró.

- La hora de hacer lo correcto. Su suave boca puso una sonrisa irónica. - Incluso si es por la razón equivocada-

Jack se levantó de la cama, muy, muy agradecido de encontrar la parte de abajo del pijama para vestirse. La hizo darse la vu elta para vestirse rápidamente.

- ¿A dónde vamos?-

- Tú vas a dar un paseo.

- Yo solo conduje una vez y casi caí en una zanja.

- Eres un chico muy inteligente, Jack. Lo descubrir ás-

Se deslizaron desde la habitación al oscuro pasillo . Bajo las escaleras, cuidado, cuidado. Diana avanzó a la puerta exterior y miró al patio. Jack se preguntó si Diana tenía una excusa preparada por si alguien los paraba.

El sonido de las zapatillas en la grava de la calza da era amplificado en el aire brumoso nocturno. Era como si estuvieran inten tando hacer ruido. Como si cada paso fuera dado con un martillo.

Diana le llevó a una camioneta aparcada al azar sob re la hierba.

- Las llaves están dentro. Entra. En el asiento del conductor-



- ¿A dónde vamos?-

- Un paseo ha Perdido Beach. Y no es nosotros. Solo tú.

Jack estaba alarmado. - ¿Yo? ¿Sólo? No, no, ¡no! Si voy, Caine pensara que es idea mía.

Mandara a Drake detrás de mí.

- Jack, o bien me obedeces o me quedaré aquí y grit aré. Ellos vendrán y diré que te pillé intentando escapar.

Jack sintió su resistencia desmoronarse. Era todo d emasiado verosímil. Ella lo haría, y Caine la creería. Y entonces… Drak e.

El se estremeció.

- ¿Para qué?- Jack imploró.

- Encuentra a Sam Temple. Dile que escapaste. Jack tragó saliva y asintió con la cabeza.

- Mejor aun, encuentra a esa chica, Astrid. Diana r ecuperó algo de su actitud burlona. - Astrid la Genio. Ella estará des esperada por salvar a Sam-

- Ok, ok. Se armó. - Mejor me voy.

Diana le toco el brazo. - Diles sobre Andrew.

Jack se congeló con su mano en la llave. - ¿Eso es lo que quieres que haga?-

- Jack, si Sam parpadea, Drake irá a por mí, y Cain e no será capaz de pararlo. Drake está más fuerte que nunca. Necesito a Sam vivo. Necesito a alguien a quién Drake odie. Necesito equilibrio. Dile a Sam sobre la tentativa. Adviértele que estará tentado a rendirse al gran asalto, pero tal vez, si dice no… . Suspiró. Que no era una buena esperanza. - Ahora, vete.

Ella giró sobre sus talones y se marchó de vuelta a l colegio.

Jack la siguió con los ojos hasta que alcanzó la pu erta. Ahora era su oportunidad de escapar también. Ella podría alejars e de Caine y Drake y todo lo que representan. Pero ella se quedaba.

¿Era posible que Diana amara de verdad a Caine?



Él cogió profunda y tranquilizadora inspiración y g iró la llave. El motor rugió. Le había puesto demasiada gasolina. Demasiad o ruido.

- Shh, shh. Dijo.

Movió la palanca de cambios a la - D- para conduci r.

Apretó el pedal del acelerador. Nada ocurrió. Estab a muerto de miedo. Entonces se acordó: el freno de mano. Liberó la fue rza del freno de mano y probó el acelerador otra vez. La camioneta crujía por la grava a paso de tortuga.

- Hey. ¿Qué estás haciendo?-

Howard. ¿Qué estaba el haciendo aquí fuera en medio de la noche?

Por supuesto, todavía estaba buscando al matón de s u amigo Orc. Siempre buscando a Orc.

La expresión de Howard pasó rápidamente de desconce rtada a interrogativa y a alarmada.

- Hey, tío, para. Para-

Jack condujo más allá de él.

En el espejo retrovisor vio a Howard volviendo corr iendo al colegio.

El debería conducir más rápido. Pero conducir era t errible para Jack computer. Demasiadas decisiones que tomar, demasiad a atención requerida, demasiado peligroso, demasiado mortal.

Llegó a la parada, la puerta de hierro. Estaba cerr ada. Saltó fuera y rápidamente abrió la puerta.

El permaneció por un momento y escuchó. Los sonidos del bosque. Goteo de condensación de hojas y diminutos animales susurrando y una suave brisa que apenas empujó las hojas. Entonces e l sonido del motor de un coche.

Volvió a la camioneta. En marcha y dio un bandazo h acia delante a través de la puerta.

Dejándola abierta y se marchó. No es que la puerta los frenara. Pero lo había frenado a él. Estaban ya detrás de él. Panda estaría conduciendo, sin duda, él era el conductor más experimentado, mu cho más experimentado que Jack. Panda. Con Drake a su lado. Drake y ese



monstruoso brazo suyo. Jack sintió el miedo aumenta ndo en su interior. Apretó el volante. Demasiado apretado. La parte sup erior se rompió en sus manos. Tiro lejos el arco de quince centímetros y relinchó de miedo. Se forzó a si mismo mantener la rueda con más cuida do, controlar el pánico y concentrarse en conducir. Concentrarse en la carretera como si bajara de la montaña, desde densos bosques a terren os más abiertos y rodear el ramal.

Luces en el espejo retrovisor.

Oh, Dios. Oh, Dios.

Lo matarían. Drake usaría ese látigo en el.

- Piensa Jack- gritó con una vehemencia sorprenden temente repentina. - Piensa.

No es un asunto de programación. No era tecnológico . Era más primitivo. Era fuerza, violencia, odio y miedo.

¿O lo era?

Tal vez era sólo cuestión de aclararse. Colocó la c amioneta fuera de la carretera. El coche ahora acortaba rápidamente la d istancia estaba bajo en la tierra.

Una camioneta. Un cuatro por cuatro.

Jack se asomó a la carretera. Una zanja profunda a lo largo del lado derecho. Suciedad fuerte y un muro de piedra en el izquierdo.

El coche se estaba acercando con tal velocidad. No más de unos trescientos metros atrás.

Ahí. Un camino de tierra a la derecha. No podía ir a ningún sitio. Podía caminar sesenta metros y detenerse. No tenía elecci ón. Jack giró el volante a su derecha e incluso a baja velocidad, si ntió que podría volcar.

Pero la camioneta se enderezó y rebotó en el camino de tierra. Los faros iluminaban un brillante círculo de suciedad y mator rales en la teñida negrura sin luna. No había manera de ver… no había manera de saber… Él estaba conduciendo con fe, con la esperanza de q ue el camino de tierra no terminara de repente en un precipicio. Er a difícil mantener el volante rebotando violentamente. Pero no podía agar rarlo demasiado fuerte o el volante se desharía en sus poderosas ma nos, y entonces



estaría realmente acabado. Detrás de él las luces del sedan estaban locas, arr iba y abajo, cambiando violentamente. El camino de tierra era más complica do para el coche. Tan malo como era para la camioneta, era imposible para el coche. Lentamente, Jack se alejó del coche. Finalmente, lo s faros se redujeron detrás de él y quedo claro que el coche había parad o.

Redujo su propio ritmo, haciéndole más fácil el con trol de la camioneta.

Había dejado atrás la búsqueda. ¿Pero como llegaría a Perdido Beach? El único camino que conocía era la carretera principal . ¿Conduciría este camino a alguna parte?

De la única cosa que estaba seguro era que nunca po dría volver atrás.



CAPITULO 41

3 HORAS Y 15 MINUTOS.

Las horas del día pasan rápido.

Sam sabía que empezaría rápido.

Y en tan sólo unas horas, terminaría.

Sam mantenía a personas vigilando en las afueras de l pueblo pero además aconsejaba a las personas que durmieran, com ieran o trataran de relajarse. Caine vendría por la noche. Sam estaba s eguro de eso.

Había tratado de tomar su propio consejo, pero el d ormir había sido imposible.

Se cambió de ropa y pensó sobre las necesidad de co mer, aunque a veces a pesar de que su estomago se sintiese mal… c uando Taylor de repente apareció en la casa de bomberos. Sam estaba en bóxers.

- Ellos vienen- dijo Taylor sin preámbulo. - Hey, bonitos abdominales.

- Cuéntame.

- Hay seis coches en la carretera dirección a Coate s. Estarán en Ralph´s alrededor de un minuto. Se mueven despacio.

- ¿Viste alguna cara? ¿A Caine o Drake?-

- No.

Sam fue hasta las literas, movió la cama de Edilio, pateo la cama de Quinn y grito, - Chicos. Levántense.

- ¿Qué?- dijo Quinn, sonando cansado y confundido. - Pensé que supuestamente teníamos que dormir algo.

- Ya durmieron algo. Taylor dice que hay movimient o.

- Estoy despierto. Edilio salió de la cama completa mente vestido. Descolgó la siniestra pistola mecánica de la barand illa de la cama.

Sam se deslizo en sus jeans y fue a buscar sus zapa tos.

- ¿Qué quieres que haga ahora?- Pregunto Taylor.



- Salta de regreso y ve si ellos van hacia Rhalph´s o si se dividen en grupos,- dijo Sam.

- Deberías de mantener la ropa puesta- Advirtió Ta ylor - Tal vez regrese pronto.

- Cuando regreses, ve a la plaza. Me dirijo directa mente hacia allá,- dijo Sam.

Taylor desapareció.

- ¿Estás listo?- Sam pregunto a Edilio.

- No. ¿Y tú?-

Sam sacudió su cabeza. - De alguna manera, hagamos que funcione.

Quinn salió de su litera. - ¿Ya es hora?-

- Sip. De noche. Como supusimos,- dijo Sam. - ¿Sab es a donde te diriges, verdad?-

- ¿Directo al infierno?- Quinn murmuro.

Sam y Edilio bajaron por el poste de bomberos y ate rrizaron en el garaje. El walkie-talkie de Sam crujió, muy fuerte. La voz de Astrid sonó, estática y tensa.

- Sam. Los veo.

Sam bajo el volumen y presiono el botón. - Taylor

me acaba de avisar,- dijo Sam. - ¿Tú y L.P. estáis bien?-

- Estoy bien. Veo seis coches. Acaban de pasar Ralp h´s. Creo que se dirigen hacia la escuela.

- ¿Por qué en esa dirección?-

- No lo sé.

Sam mordió su labio y lo considero. - Mantén tu cab eza baja, Astrid.

- Sam…- empezó.

- Lo sé- dijo él. - Yo también.

Empezó a caminar más rápido, no corriendo. Correr p arecería como pánico. Para Edilio, él le dijo - Pienso que ellos vienen de la misma



manera en que vinieron la primera vez. Es el camino más directo para llegar al centro del pueblo.

- Pensé ellos se tomarían Ralph´s y nos harían ir t ras ellos. Dijo Edilio.

- No lo entiendo,- Admitió Sam. Llegaron a la plaz a y Edilio corrió hacia la alcaldía del pueblo para verificar sus tropas.

Taylor apareció a unos metros de distancia, en la d irección incorrecta.

- Taylor. Aquí.

- Oh. Ellos se dirigen a la escuela. Y Caine está d efinitivamente con ellos. Caine y Diana. No vi a Drake. Tal vez está muerto. Dijo esa última parte con un inconfundible gusto.

Luego, sólo en caso de que Sam se lo hubiera perdid o, ella agregaría, - Espero que este muerto, ese malvado pedazo de… -

- ¿Ellos te vieron?-

- No. De todas maneras no me pueden tocar. Soy tan buena es esto ahora. Puedo saltar justo en la escuela, y ver lo q ue están tramando.

Sam apunto un dedo hacia ella. - No te hagas la eng reída. No quiero perderte. Mantén las distancias. Ve.

Taylor guiño el ojo y desapareció.

Astrid en el walkie-talkie. - Están saliendo de los autos, van hacia la escuela.

Sam dirigió su mirada hacia el campanario. Ella est aba allí, tan cera, podía gritarle, pero su vista se dirigía hacia la e scuela, no hacia él. Sam vio a Quinn corriendo con su arma mecánica sobre su hombro.

- Buena suerte, hermano. Dijo Sam.

Quinn se detuvo abruptamente. - Gracias. Sam, mira… yo…-

- No hay tiempo para eso,- dijo Sam firmemente, pe ro gentil.

Sam se quedo solo en la plaza, una pierna apoyada e n la fuente. La escuela ¿Por qué? ¿Y por qué venir de día, por qué no esperar hasta que caiga la noche?

Albert vino trotando fuera del McDonald´s. Le entre gó a Sam una bolsa. - Unos nuggests, Hombre. Por si tienes hambre.



- Gracias, viejo.

- Tenemos fe en ti, Sam. Albert se fue.

Sam masticó un nugget y trato de pensar. La movida hacia la escuela fue inesperada. ¿Acaso es una oportunidad? Si Caine sal ía del auto, a pie, en el edificio de la escuela que Sam conocía mucho mej or que él…

Él toco el walkie-talkie. - ¿Hay alguna señal que h ayan salido de la escuela?-

- No. Tienen sólo a un tipo parado afuera como guar dia. Creo que es Panda. Y definitivamente no veo a Drake.

Él podía terminar esto, tal vez. Ahora, cuerpo acue rpo contra Caine. Significaría que ninguno de estos niños se involucr aría. Significaría que nadie halaría del gatillo.

Dekka corría hacia él. - Sam. Lo siento no podía en contrarte.

Tal vez solamente ellos dos, Sam y Dekka. Eso dobla ría su oportunidad. Sería lo correcto: Uno desde la Playa Perdido, otro de Coates, al lado del otro.

- Caine está en la escuela- dijo Sam. - Pienso que tal vez deberíamos enfrentarnos.

- ¿Esta Drake ahí?- Dekka preguntó.

- Nadie lo ha visto. Tal vez él… quizás no aparezca .

- Bien,- dijo Dekka sin rodeos.

- No hemos tenido tiempo para conocernos,- dijo Sa m. - Y ahora, bueno, no tengo mucho tiempo, punto. ¿Cuánto control tiene s sobre tus poderes?-

Dekka levantó un poco de aire y considero la pregun ta. Miró a sus manos como si estas le fueran a dar la respuesta. - Debo de estar muy cerca. Puedo agitar una pared muy bien, o mandar a alguien a volar, pero sólo a unos cuantos metros de distancia.

- ¿Si?-

- Estoy lista para eso. Dijo Ella.

Taylor apareció.



- Todos están adentro de la escuela. Un solo guardi án, hasta lo que pude ver. Y definitivamente no está Drake.

- Ok,- dijo Sam. - Esto es lo que haremos. Dekka y yo vamos ir detrás de ellos. Taylor tu ve a decírselo a Edilio. Luego nec esito que escales al campanario, donde esta Astrid. Si Dekka y yo tenemo s en problemas, necesitaremos algo de distracción.

- Hombre. Yo no escalo. Simplemente aparezco. Y est oy en eso. Taylor desapareció.

- Creo que un día me acostumbrare a lo que ella hac e,- murmuro Sam.

Tomó una profunda e inestable bocanada de aire. Era su primera decisión táctica en la siguiente pelea. Esperaba que no fuer a un error.

Jack mantuvo la SUV escondida bajo un grupo de árbo les durante todo el día. Había dormido cómodamente, en el asiento el co nductor, con todas las puertas cerradas con llave, y demasiado asustad o para estirarse cómodamente en el asiento de atrás.

A Jack no le importaba cómo grande era la urgencia de Diana para comunicarse con Sam, no iba a morir por ella.

Sólo cuando el sol se escondiera por fin, le daría la vuelta a la llave en el contacto y se arrastraría de su sombrío escondite.

Abajo en las calles sin asfaltar no había señales d e tránsito, con las luces apagadas, moviéndose a rastras. Alrededor de esquin as ciegas, arriba, abajo, izquierda, derecha. La SUV tenía una brújula en el retrovisor, pero las direcciones nunca tenían sentido. En un segundo marcaría al sur y en al siguiente minuto al este aunque no hubiese girad o.

Era imposible saber a dónde se dirigía. Podía condu cir con las luces encendidas y ver la carretera, pero otros podrían v erlo también. Así que siguió conduciendo en la oscuridad un poco más rápi do que si hubiese ido a pie. Aun así iba muy despacio, la SUV saltaba y se tambaleaba tan fuerte que Jack sentía que era apaleado.

Absolutamente tenía que ir hasta Sam, ahora más que nunca.

Caine nunca se olvidaría que Jack le traicionó. Su única salvación la tenía con Sam. Pero solamente si Sam sobrevivía al asalto . Si Sam ya salió, Caine podría ganar. Y luego de FAYZ sería un lugar demasiado pequeño para que Jack pudiera esconderse de Caine y Drake.



Jack revisó el reloj del tablero. Sabía el día y la hora de la desaparición de Sam. Sólo faltaban dos horas.

La luna apareció y la calle se enderezó así que man iobró a una mayor velocidad que antes, ansioso para alcanzar su segur idad. Un conejo se atravesó frente en su camino. Jack giró las ruedas y esquivó al conejo pero salto fuera de la carretera, hacia el campo.

Tiró fuerte del volante y volvió de regreso hacia l a carretera, justo cuando una camioneta apareció en la otra dirección. Jack maldijo y se volteo de su asiento para ver hacia atrás. Las luces de freno centellaron y la camioneta chirrió al parar.

Jack paró en una gasolinera. La SUV saltó adelante. Pero ahora la camioneta daba la vuelta y venía rápido.

En la oscuridad era imposible ver quien conducía, p ero la mente de Jack sólo podía ser una persona: Drake.

Lloriqueando, Jack aceleró. La aguja del tanque de gasolina estaba casi al límite, casi vacía. Pero aun así la camioneta se acercaba.

La única escapatoria sería conducir por el campo do nde el otro vehículo no podría seguirle. Jack desaceleró sólo un poco y se dirigió hacia el barbecho campo. La tierra estaba arada, suave, y la SUV saltaba locamente entre las filas.

La camioneta aún seguía el ritmo.

En el campo delante de él, unas poderosas luces apa recieron.

Un tractor se movía con sorprendente velocidad para detenerlo. Detrás del tractor una oscura y arruinada granja se veía l ejos de la carretera.

Jack estaba enfermo por dentro. Ellos lo tenían. De alguna manera, imposible, le habían atrapado.

Jack nunca vio la cama del arrollo seco. La SUV se fue en el aire por algunos metros, se sintió extrañamente sin peso, y luego la SUV golpeo la orilla lejana del arrollo y se detuvo duramente, y Jack se encontró acostado de espaldas en la suciedad, no herido pero demasiado aturdido para moverse.

Las luces delanteras de la SUV iluminaron el campo donde el yacía.

Dos siluetas, una niña y un niño, parecían a simple vista.



Ninguno de ellos era Drake Merwin.

Jack se atrevió a respirar. Aunque se no atrevió a levantarse.

- Te vimos cerca de aquí conduciendo con las luces apagadas,- dijo la chica velozmente.

Jack se preguntaba cómo podía verlo en la obscura n oche. No pregunto, pero de alguna manera le proporciono la respuesta.

- Aunque lleves las luces delanteras apagadas, las luces de frenos siempre se ven. Creo que no pensaste en eso.

- No tengo mucha experiencia conduciendo,- dijo Ja ck.

- ¿Quién eres tú?- pregunto el chico que parecía t ener la edad de Jack

- ¿Yo? Soy…Jack. La gente me llama Computadora Jack .

La niña tenía una pistola en su mano. Apuntando dir ectamente a la cara de Jack.

- No me dispares,- le rogo.

- Estas en nuestras tierras, y nosotros protegemos nuestras tierras,- dijo la niña. - ¿Por qué no deberíamos de dispararte?-

- Tengo…si no lo hago…escuchen, si no llego a la Pe rdido Beach, algo terrible va a pasar.

La niña tenía una extraña combinación de coletas y la dura expresión que se hizo más dura por la brillante luz blanca de la SUV. No se veía sorprendida. Tal vez tendría once o doce años y a J ack se le ocurrió que tenía un parecido con el otro niño, por lo que prob ablemente tenía que ser su hermano.

El chico dijo, - Él no se ve peligroso. Dirigiéndos e a Jack, le dijo, - ¿Cómo es posible que te llamen Computadora Jack?-

- Porque entiendo mucho de computadoras.

El chico pensó por un buen rato y dijo, - ¿Puedes a rreglar una Wii?-

Jack asintió violentamente, agregando tierra a su c abello. - Podría intentarlo. Pero en realidad, tengo que llegar a Pe rdido Beach. Es realmente importante.



- Bueno mi Wii es importante para mí. Así que si ar reglas mi Wii, no dejaré que Emily te dispare. Creo para ti sería tan importante como llegar a Perdido Beach, ¿no?-

- Hola, Mary- dijo Quinn. Ella lo vio en la puerta del salón de guardería. - Me dirijo hacia arriba.

Mary cerró la puerta rápidamente detrás de ella. - No quiero que los niños vean las pistolas,- dijo ella. Mirando el arma.

- Mary, yo no la quiero ver,- dijo Quinn.

- ¿Tienes miedo?-

- Me espanta.

- Yo también. Toco el brazo de Quinn. - Que Dios te bendiga.

- Sip. Esperemos que si ¿No?- Él quería quedarse y hablar con ella. Cualquier cosa para evitar subir al techo con el ar ma mecánica. Pero Mary tenía trabajo, y él tenía el suyo. Se avergonz aba al darse cuenta que anhelaba entrar a ese salón de guardería y esconder se allí con Mary.

Atravesó la guardería hacia el callejón de atrás. S e colgó la ametralladora cuidadosamente en su espalda y escaló la raquítica escalera de aluminio.

La guardería y la armería compartían el techo. Era plano, de grava y alquitrán, adornado con varias tuberías verticales y dos unidades de aire acondicionado antiguas. El techo estaba rodeado por un parapeto, una pares de un metro de altura cubierta con quebradas baldosas españolas.

Quinn se acercó hasta a la esquina donde se veía la iglesia y la alcaldía.

Miró como Sam y Dekka se marchaban.

- No lo estropees hoy,- Quinn se dijo a sí mismo. - Simplemente no lo arruines.

La escalera se tambaleo, algo borroso estaba en el techo. Quinn balanceó su arma alrededor. La figura borrosa se aclaro, for mando la figura de Brianna.

- Tienes que dejar de hacer eso Brianna,- dijo Qui nn.

Brianna sonrió y dijo, - La Brisa. Mi nombre es Bri sa-



- Esta muy involucrada en esto,- gruño Quinn. - Qu iero decir ¿Cuántos años tienes, diez?-

- Tengo once, y tendré doce dentro de un mes. Brian na sacó un martillo de su cinturón y lo blandió. - Caine y Drake me mat aban de hambre con un bloque de hormigón en cada mano. Era tan joven, para Caine y Drake que casi me matan.

- Sip. Quinn deseaba que se fuera y lo dejara en pa z, pero su tarea era moverse entre Quinn y Edilio y Sam y cualquier otro , llevando mensajes. - ¿Así qué, cómo de rápido puedes ir Brianna?-

- No lo sé. Lo suficientemente rápido para que las personas no puedan verme.

- ¿Acaso, eso no se te hace extraño?-

- En realidad no. Pero destroza mis zapatos. Levant o un pie para mostrarle la suela de sus zapatillas deportivas. - Y debo de mantener mi cabello recogido en coletas, si no me golpea por to dos lados y me pican los ojos. Tiró hacia atrás sus coletas trenzadas.

- Debe ser raro. Tener poderes.

- ¿Tú no tienes ninguno?-

Él sacudió su cabeza. - No. Ninguno. Soy solamente… yo.

- ¿Tú conoces muy bien a Sam, cierto?-

Él asintió. Era una pregunta que recibía muy a menu do de los niños de Coates.

- ¿Crees qué ganará?-

- Creo que será mejor que lo esperemos ¿no?-

Brianna miró sus manos, manos que habían estado apr isionadas en el cemento. - Es por eso que no importa tengo solament e once años, tenemos que ganar.

Sam lucho con su sentido de supervivencia mientras que caminaba con Dekka hacia la escuela. No tenía miedo de salir her ido, en gran parte; después de todo esperaba desaparecer al terminar el día, y después… bueno, no sabía qué.



Su temor era el miedo a fallar. ¿Qué le pasaba?, te nía que pensar en Astrid. Y el pequeño Pete, porque Astrid se sentirí a destrozada si algo le pasaba al pequeño Pete. Sin mencionar el hecho que el pequeño Pete era único ser vivo que podría finalizar la FAYZ.

Tenía que vencer a Caine por ella. Por ellos. Por t odos ellos, todos los niños. Y todo ese peso pareció como si el cargara u n elefante en su espalda.

Tenía que ganar. Tenía que asegurarse que Astrid es tuviera a salvo. Luego podría cerrar sus ojos si así tenía que ser.

Pero cuanto más se acercaba, más dudaba de su decis ión. Debatía su plan, lo que significaba que nadie realmente sabía qué papel que debían desempeñar. Caine al ir a la escuela había echado todo a perder.

Se detuvieron a la orilla de un bloque en los terre nos de la escuela. Sam toco su walkie-talkie.

- ¿Hay algún cambió?-

- No,- dijo Astrid. - Los autos están aparcados. P anda está en la puerta delantera. Las luces se desvanecen rápido, Así que no estoy segura. ¿Sam?-

- ¿Si?-

- Creo que Panda tiene un arma.

- Ok.

- Ten cuidado.

- Ah-hah. Se desconectó. Quería decirle una vez más que la amaba, pero parecía como si tentará al destino. Estaba pensando demasiado en Astrid y no lo suficiente en Caine.

- Ok, Dekka, no hay manera de acercarse sigilosamen te. Tengo que estar a la vista antes de derribar a Panda.

Dekka asintió. Su boca estaba tensa, como si no pud iera abrirla. Respiraba fuertemente, tensa. Con miedo.

- Voy a contar hasta tres. A la de tres iremos. Tod o. Tan pronto como pueda, derribaré a Panda. Tú has lo tuyo cuando lle guemos a la puerta. ¿Lista?-



Ella no contesto. Durante un largo minuto pareció m irar al vacío. Finalmente habló, - Estoy lista.

- UNO. DOS. TRES.

Salieron a descubierto y comenzaron a correr, rápid amente. Acortando la distancia hacia el borde de los terrenos de la escu ela y golpeando alrededor del césped antes de que Panda los viera y gritara.

- No lo hagas, Panda,- advirtió Sam, gritando lo m ás fuerte que podía mientras corría.

Panda dudó, sopesando su arma, no tanto como levant arla para disparar.

- No quiero lastimarte,- grito Sam.

A quince metros de distancia.

Panda apunto y disparo.

La bala voló ampliamente.

Panda se quedo con la boca abierta al ver el arma, como si la viera por primera vez.

- No,- grito Sam.

Nueve metros.

Panda levanto el arma otra vez. Su cara era una más cara de miedo e indecisión.

Sam se tiro al suelo, rodo, y se levanto en cuclill as mientras Panda disparaba de nuevo.

Sam extendió su brazo, dedos abiertos. La luz blanc a-verde, no alcanzo a Panda y hizo un agujero en el ladrillo junto a su c abeza.

Panda tiro el arma, se giró y corrió.

Tres metros.

- Dekka, ve hasta la puerta.

Dekka levanto sus manos a lo alto y la gravedad det rás de la puerta se suspendió. Toda la pared, incluyendo el marco de la puerta, se tambaleo de repente, como si estuviera atorada por un cerroj o al otro lado. La



puerta se abrió lentamente. Suciedad y trozos de l adrillos sueltos se dispararon hacia el cielo.

Dekka dejo caer sus manos y la suciedad callo de nu evo en la tierra, los ladrillos cayeron y se quebraron, la madera de la p uerta se hundió y se astillo.

Sam se adentro a la obscuridad interior a través de la puerta abierta. Dekka y él acañonearon y golpearon en la pared opu esta, jadeando y listos. Letreros de papel y unos posters descolorid os, pegados en la pared se habían quemado y encogido por el poder de Sam.

No había sonido.

Sam miro a Dekka. Se veía aterrada igual que se sen tía él.

Caminaron por el pasillo, con los nervios tensos, y ojeando en cada puerta.

La oficina estaba al lado derecho, frente a una par e de vidrio reforzado. Sam se acerco más. Se asomo adentro. Nada. La luz t odavía era del día del FAYZ.

¿Acaso debería avanzar sin revisar cuidadosamente l a oficina?

Si una de las personas de Caine estaba ahí, Sam y D ekka podían terminar rodeados. Sam le dio un movimiento a Dekka, entra.

Dekka movió su cabeza violentamente.

- Ok. Lo entiendo,- dijo Sam.

Él cruzo el pasillo rápido y abrió la puerta. Algo largo voló hacia él, lo desvió instintivamente, pero le había dado, un golp e que lo hizo mirar alrededor.

Un chico de cabello obscuro estaba en cuclillas enc ima del escritorio de la secretaria. Él tenía un garrote de madera, corto y grueso, en una mano. Él chico sonrió. Luego se levanto de nuevo, tan ráp ido como un gato de la jungla.

Sam fue agarrado con la guardia baja y aterrizo dur amente, golpeando su cabeza en el suelo. Vio estrellas.

Rodo, pero sus movimientos eran torpes. El chico sa lto a un lugar lejano y seguro y se estaba preparando para otro ataque.



De repente el chico, los papeles y recuerdos del es critorio, y el escritorio en sí se levantaron del suelo, volando hacia arriba , y chocando contra el techo.

El chico tuvo suficiente para registrar su sorpresa y dolor antes de que Dekka restableciera la gravedad y caer como piedra. Sam lo alcanzó antes de que se recuperara, arrodillándose con una rodilla en su pecho, y agarrando su cabeza con ambas manos.

- Muévete y tu cabeza será cenizas,- dijo Sam.

El chico se relajó.

- Buena decisión,- dijo Sam. - Dekka toma su garro te. Encuentra algo de cinta adhesiva- .

- ¿Quién eres? ¿Y dónde está Caine?- Le dijo al c hico

- Soy Federico. No me quemes.

- ¿Dónde está Caine?-

- No está aquí. Todos regresaron afuera una vez que llegamos aquí. Nos dejaron a mí y a Panda.

Por dentro Sam se retorció - ¿Se fueron?

Frederick pudo leer el miedo en los ojos de Sam

- Tú no puede derrotar a Caine. Él y Drake, tienen toda el área cubierta.

- Encontré cinta,- dijo Dekka. - ¿Quieres que lo a te?

- Es un señuelo,- dijo Sam. Le pegó a Frederico en la nariz, lo suficientemente fuerte para distraerlo. Frederico l loro de dolor.

- Ahora átalo. Rápido- Cogió su walkie-talkie. - A strid.

Su voz era casi inaudible. - Sam. Oh, Dios mío.

- ¿Qué sucede?-

Su respuesta era muy confusa. Sin embargo, en fragm entos estáticos, oyó el miedo.

- Metí la pata- , dijo Sam. - Todo esto era un truc o.



CAPÍTULO 42

-- ¡QUINN, QUINN!-

- ¿Hay alguien gritando mi nombre?- se preguntó él .

Brianna señaló a la ladera. Quinn miró y vio a Astr id en una oscura silueta, moviendo sus brazos como loca, señalando, gesticulando, gritando algo.

- Iré a ver que quiere- Brianna ofreció, ella miró confundida, luego de repente se paró, alcanzando a ver la parte alta del camino - Oh dios mío, mira.

Corriendo a través de la calle, subiendo del sur y esparciéndose por todo el callejón, venía un enjambre de brutales caninos amarillos. Estos se esparcían por todo el estacionamiento, saltando, co n sus hocicos ardiendo, paraban brevemente para husmear en la bas ura, pero aun así; se movían con una velocidad impresionante.

Ellos estaban andando derecho a la guardería. Brian na empezó a empujarse ladera arriba. Quinn saltó a ayudarla; ll egaron arriba y estuvieron fuera del camino tan pronto el primer co yote pasó por debajo.

- ¿Qué hago?- Quinn lloró.

- Dispárales- dijo Brianna

- ¿A los coyotes?, ¿Dispararle a los coyotes?-

- ¡Ellos no están aquí por accidente!- Brianna gri tó. Un coyote miró hacia arriba al oírlos.

- Silencio- Quinn silbó. Él se puso en cuclillas d etrás de la pared, agarrando la pistola y poniéndola contra su pecho.

- Quinn ellos van por los pequeños- , Brianna dijo.

- No sé qué hacer-

- Si, tú sabes-



Quinn sacudió su cabeza violentamente - No, nadie m e dijo que le dispararía a coyotes-

Brianna se asomó por un lado y se dejó caer sentada muy de repente. - Es él, Drake. Y él esta… hay algo mal en él.

Quinn no quería ver, no quería, pero la cara pálida de Brianna hizo el mirar la opción menos terrorífica. Él se inclinó ju sto lo suficiente para tener una vista del callejón.

Fanfarroneando solo, detrás de los coyotes, venía D rake Merwin, él estaba sosteniendo en su mano un largo, bulto rojo y gordo.

Solo que él no lo estaba sosteniendo en su mano, el bulto gordo era SU MANO.

- Dispárale- Brianna urgió - Hazlo!-

Quinn no dejó el arma. Él apuntó el pequeño cañón h acia su cabeza y busco el objetivo. Drake no estaba corriendo, no se estaba moviendo desaforadamente, él estaba justo en el medio del ca llejo, solo mirando.

- No alcanzaré a dispararle- dijo Quinn

- Estas mintiendo- Brianna acusó.

Quinn lamió su labio, apuntó, y puso sus dedos en e l gatillo.

Era imposible fallar de ahí, Drake no estaba ni a 3 0 pies de lejos. Quinn tenía práctica disparando la pistola, él le había d isparado a un camión con un árbol encima y había visto el modo en que el fuego se comía la madera.

Apretar el gatillo y las balas arderían con Drake d e la misma manera.

Apretó el gatillo.

Drake pasó directamente debajo.

- El se ha ido- Quinn susurró.

- No pude… -

De la guardería se podían escuchar los gritos terro ríficos de los niños.



Mary Terrafino había tenido un día muy malo. Esa ma ñana ella había tenido en grande su - yo-cerdo- , con un real atibo rramiento-a-toneladas como ella le decía. Ella había encontrado un cartón lleno de Doritos, y se había sentado y pasado a través de su garganta 24 b olsitas de estos.

Luego ella los había vomitado de vuelta. Pero inclu so eso, no parecía suficiente para limpiarse de la ofensiva comida, as í que, ella tomo un laxante fuerte. El laxante la mantuvo corriendo al baño y de vuelta; así progresivamente todo el día.

Ahora ella estaba enferma de su estomago, retorcién dose, hirviendo de la rabia por sí misma, avergonzada.

Mary usualmente tomaba sus pastillas en la mañana; su prozac y vitaminas, pero ella estaba tan agotada mientas el día transcurría que tomo también un Diazepam, que había encontrado en e l gabinete del baño de su madre. El Diazepam rociaba una gentil su avidad sobre su mente como melaza vertida sobre un engranaje. Con l a droga todo era lento, frustrante, confuso. Para contrarrestar el e fecto del Diazepam, ella había tomado café en una taza segura y con tapa, mo viendo el azúcar, y la había llevado al salón de clases con ella.

Ahí fue cuando Quinn había entrado caminando, lleva ndo la pistola. Ella había impedido que los niños lo vieran, pero algo e ra profundamente perturbador en ver la maquina disparadora en la vid a real, no en la TV o en los video juegos, solo cuando estaba en frente d e ella.

Ahora ella estaba sentada en un círculo con las pie rnas cruzadas. Una docena de niños prestaban diferentes grados de aten ción mientras ella leía - Mama gata tiene 3 gatitos-

- La tormenta de Buffalo. Ella había leído tanto es os libros que ya los podía decir de memoria.

Otros de los niños se encontraban en las esquinas j ugando a los disfraces, o pintando, o apilando legos (NT: son co mo los bloquecitos de plástico de colores con los que juegan los niños). Su hermano John estaba chequeando los pañales a - los chiquititos- , como ellos le llamaban a los preescolares que todavía usaban paña les.

Una de las ayudantes de Mary; una chica llamada Man uela, estaba rebotando a un pequeño niño en su rodilla mientas t rataba de quitar una mancha de su blusa. Ella murmuraba por lo bajo mien tras lo hacía.



Isabella; quien se había convertido en la sombra de Mary desde que la trajeron a la guardería, estaba sentada con las pie rnas cruzadas mirando por encima de su hombro. Mary seguía las palabras c on su dedo, palabra por palabra, pensando que quizás le estaba enseñand o a Isabella a leer un poco y se sentía vagamente bien respecto a eso.

Ella escuchó el sonido de la puerta de atrás al abr irse. Probablemente era Quinn vagabundeando atrás.

Un grito.

Mary se volvió para ver.

Gritos, y un torrente de formas amarillas y sucias apiladas en el cuarto. Gritos se escuchaban mientras los coyotes tiraban a los niños de un lado, noqueándolos y tumbándolos, también caballete s y sillas.

Gritos de pequeñas gargantas, gritos y pequeñas car as llenas de terror, ojos suplicantes.

Isabella se alejó, entro en pánico. Un coyote corri ó por ella en un flash, la noqueó hasta que cayó al suelo, el coyote se paró s obre ella, mostrando sus dientes, gruñendo. Su hocico babeante estaba a solo 6 pulgadas de su garganta. Mary no gritó o lloró, ella rugió, sal to sobre ella, diciendo una palabra que nunca hubiese querido que los prees escucharan. Golpeó el hombro del coyote con su puño.

- ¡Bájate de ella!- Mary lloró - ¡Bájate de ella, tu inmundo animal!-

John trató de correr hacia ella para socorrerla y e scapar de su propio estrangulado lloriqueo. El coyote lo tenía agarrado de la parte de atrás de su suéter con su mandíbula y lo estaba preocupando. Lo estaba sacudiendo como un perro enfurecido con un juguete masticado, asfixiando a John con cada giro.

Manuela se quedó parada en una esquina, congelada, con las manos sobre su boca, rígida de miedo. Los coyotes emocion ados, salvajes y agitados, ladraban y saltaban y rompían a todos a s u paso. Un pequeño niño llamado Jackson, le gritaba a uno de los coyot es

- ¡Perro malo, perro malo!-

El animal brincó, se hizo contacto, dejando un sang riento arañazo en el tobillo de Jackson.



Jackson gimió de dolor y terror.

- Mary- el lloró - Mary-

Después más viejo y sarnoso coyote gruñó y el resto de los animales se calmaron un poco.

Pero los niños estaban todos llorando y gimiendo y John estaba temblando y Manuela estaba agarrando dos niños haci a ella y trataba de lucir valiente.

Y después Drake entró al cuarto.

- ¡Tu!- Mary gritó enfurecida - ¡Cómo te atreves a aterrorizar a estos niños así!-

Drake golpeó su brazo de serpiente, la punta de est a dejó una herida roja en la mejilla de Mary.

- Cállate, Mary-

El latigazo en la cara de Mary había silenciado a a lgunos niños. Ellos miraban con asombro repugnante como la chica que pe nsaba su guardiana tocaba la herida en su cara.

- A Caine no le gustara esto- Mary advirtió - El s iempre dijo que mantendría a los niños a salvo-

- Tu estarás a salvo- dijo Drake - tan pronto cie rres tu boca y hagas lo que digo-

- Saca a estos animales de aquí- dijo Mary - ya es casi la hora de dormir- la hora de dormir, como si eso pudiera significar a lgo para los perros y el monstruo que tenía en frente.

Esta vez el látigo golpeó y se amarró duro y apreta do en la garganta de Mary. Ella sentía la sangre golpeando en si cabeza, tratando y fallando al intentar tomar aire. Ella usó las puntas de sus ded os para quitar la escamosa carne del látigo pero esta no cedió.

- ¿Qué parte en: CÁLLATE; tienes problemas entendie ndo?- Drake tiró de ella más cerca. - Se te está poniendo la cara to da roja; Mary-

Ella luchó pero fue imposible, el látigo viviente e ra tan fuerte como una pitón.



- Ahora, tú necesitas entender algo Mary; para esto s perros, lo más que saben es que estos niños son solo muchas hamburgues as. Ellos se los comerían igual que si comieran conejos- .

El desenrolló el tentáculo de su garganta. Ella cay ó al suelo chupando el aire a través de su garganta que se sentía tan estr echa como si estuviera respirando por un pitillo* (NT: sorbete, popote, co mo le digan)

- ¿Qué quieres?- Mary carraspeó - Drake tú tienes que sacar a estos coyotes de aquí. Tú me puedes conservar como rehén pero los niños no saben lo que está sucediendo y ellos están asustado s-

Drake rió cruelmente - oye, líder de la manada. ¿Us tedes chicos no se van a comer a los niños, verdad?-

Para la sorpresa de Mary, el más viejo y sarnoso co yote habló.

- Líder de la manada de acuerdo, no matar, no comer -

- Hasta…- Drake lo alentó a seguir

- Hasta que mano de látigo diga-

Drake sonrió - Mano de látigo, ese es su nombre de aficionados para mí-

Isabella, quien se había escondido en la esquina, s e acercó con su mano extendida, como queriendo de mascota al líder de la manada.

- Él puede hablar- Isabella dijo

- Mantente alejada- Mary silbo

Ella colocó su mano sobre el cuello del líder de la manada.

El coyote se erizó y ladró por lo bajo pero no la g olpeó.

Isabella, frotó suavemente su desaseado cuello. - B uen perrito- ella dijo

- Solo no te le acerques mucho- dijo Drake fríamen te - al buen perrito quizás le de hambre-

- El tomó el cebo- Panda reportó - y él llevó una chica con él también. Ella tiene como una clase de loco poder como… como, no sé cómo llamarle. Ella como que puede hacer volar las cosas del suelo.



Diana Ladris dijo - debe ser Dekka, predijimos que ella iba a ser un problema. Ella y Brianna. Tal vez Taylor si ella ha mejorado sus habilidades.

Estaban en una casa que no pertenecía a ninguno de ellos, solo era una casa que estaba en una calle de atrás a una cuadra de la escuela.

Las tinieblas era palpables, las luces se fueron ta n pronto ellos habían llegado. Nadie llegó o pasó por la puerta del frent e.

- Justo ahora mi hermano está corriendo hasta la gu ardería- dijo Caine, el apenas y podía contener su alegría, - Él lo sien te, el definitivamente lo siente. Veraz, la cosa es que yo sabía que el trata ría de jugar al héroe y iría tras de mí.

- Si tú eres brillante- Diana dijo secamente - Tú eres el maestro de todo lo que miras-

- Ni siquiera tú, me puedes poner nervioso, eso es lo que demuestra cuán contento estoy-

Caine sonrió.

- ¿Donde está Jack? - Diana preguntó, cuando Caine frunció el ceño, ella dijo - ¿Ves? Yo todavía se cómo mantenerte nervioso -

Diana sabía que Jack había estado manejando por el camino alto, adentrándose en el desierto. Panda y Drake habían r eportado eso, pero ella no sabía que había pasado después de aquello. Si Caine ponía sus manos en computadora Jack, Diana no tenia duda de q ue el mago tecnológico la delatara. ¿Qué haría Caine entonces?

Mientras tanto, Diana tenía que jugarlas inteligent emente, pretendiendo estar preocupada por el escape de Jack o disertació n o como sea que se debiera llamar. Eso la dejaría fuera del rastro de Caine y Drake.

Al menos que capturaran a Jack.

Ella sintió una ola de miedo y la escondió, tomándo se un vaso de agua en el lavabo de la cocina.

En la casa segura, en adición a Diana y Caine se en contraban Howart, Chunk, Mallet y Panda. Panda esta todavía temblando por si corrida causada por Sam y Dekka. El murmuraba ocasionalment e cosas como, -



Había un hueco el llamas justo a través de la pared , pudo haber sido mi cabeza- .

Chunk había tratado de entretenerlos con las mismas historias de Hollywood, que todos habían oído millones de veces antes. Caine lo había amenazado con mandarlo con Drake si no se cal laba.

Howard no era menos irritante. Él se sentaba y se q uejaba de tiempo en tiempo para decir que quería ir a ver a Orc - Orc e s un soldado, hombre, si él lo logró de regreso aquí, el estará en la cas a donde solíamos vivir. No es tan lejos, yo podría pasarme por allá, sería bueno tenerlo alrededor- .

- Orc está muerto en el desierto- Panda dijo secam ente - tú sabes que esos coyotes lo atraparon-

- ¡Cállate Panda!- Howard gritó.

La otra persona en la pequeña casa era Lana. Desde que Lana había demostrado sus poderes curativos, Caine había insis tido en mantenerla cerca, Para Diana, ella representaba un perturbador misterio, sus ojos siempre parecían estar mirando algo muy lejano. Ell a rechazada los intentos de conversación. No molesta, no como si es tuviera brava con alguno de ellos, mas como si ella estuviera en un l ugar completamente diferente, preocupado, reflexionando, viendo algo c ompletamente diferente.

Había una sombra sobre Lana. Un vacío en sus ojos, Caine caminaba ida y vuelta desde la cocina hasta la sala familiar, ib a y venía, iba y venía. El había comenzado a morder su pulgar otra vez en esa estúpida manera que tenia de hacerlo. El paró y lanzó sus manos hac ia arriba preguntándole a Diana - ¿Dónde está él? ¿Dónde está Bug?-

Bug era uno de los raros congraciados con Caine jus to desde el comienzo. Mucho antes del FAYZ, de vuelta cuando Ca ine estaba solo descubriendo sus poderes, aprendiendo a controlarlo s, y aprendiendo a reconocer a otros como él. En esa época todo el amb iente era acerca de controlar la escuela: Coates nunca fue un lugar lin do. La mitad de los niños en la escuela era de una clase, o matones o d e la otra clase. Caine era determinado a ser el cabecilla de los matones. El matón que no podía ser matón en realidad.



Bug había siempre sido un pequeño repugnante a los ojos de Diana. El no llegaba al nivel de los verdaderos matones. El e staba cerca de ser una creatura como Howard, un lametraseros, un adulador. El solo tenía 10 años, un sacador de mocos grotesco y artista. Pero luego un día sus poderes se manifestaron cuando Frederico trataba de patearle el trasero. Bug aterrado había desaparecido.

Solo que él no había desaparecido de verdad. Era má s como que el parecía acoplarse al ambiente, como un camaleón. Tu podías seguirlo viendo si sabias que estaba allí. Pero su piel e in cluso su ropa tomaban la coloración exacta o lo que fuera que estuviera tras él, como un espejo que refleja la parte de atrás. El resultado podía s er bastante repugnante. Bug parado en frente de un cactus se hubiese visto como color verde con agujas saliendo de su cuerpo.

- Tú conoces a Bug- dijo Diana. - El se mostraría para recibir su paliza al menos que SAM o alguna de su gente lo reconociera.

Al momento la puerta delantera se abrió y cerró. Al go se movió que era difícil de ver, algo que tuviera sentido, como una ola en la pared.

- Aquí esta Bug, ahora- Diana anunció.

Caine saltó hacia él - ¿Qué viste?-

Bug cerró el camuflaje y salió claro, un niño de ca bello marrón, dentón, y con nariz pecosa.

- Vi bastante, Sam está en la ciudad, justo delante de la guardería, él no luce como si estuviera haciendo algo-

- ¿Qué quieres decir con que no está haciendo nada? -

- Me refiero a que está ahí parado, solo comiendo e n Mickey D´S-

Caine miró - ¿Qué?-

- Él está comiendo, papas fritas. Yo creo que está hambriento-

- ¿sabe él que Drake y el líder de la manada tienen a los chiquititos?-

Bug se encogió de hombros - yo creo-

- ¿Y el sólo está parado allí?-



- ¿Qué esperabas que hiciera?- Diana preguntó - Él sabe que tenemos a los niños. Él está esperando oír lo que queremos-

Caine mordió salvajemente su pulgar - Él está trama ndo algo. Él probablemente adivinó que nosotros tenemos a alguie n para vigilarlos, mientras tanto, él está tramando algo-

- ¿Qué podemos hacer?- Drake y los coyotes están a llí adentro con los niños. Él no tiene opción, él tiene que hacer cualq uier cosa que quieras que haga-

Caine no estaba convencido - él está tramando algo-

Lana se movió, miró a Caine, parecía oírlo por prim era vez.

- ¿Qué?- Diana le preguntó.

- Nada- dijo Lana y palmeó a su omnipresente perro .

- Nada en lo absoluto-

- Necesito ir a hacer esto ahora- dijo Caine.

- El plan era esperar hasta la hora cercana al cump leaños, de esa manera el pierde no importa que pase-

- ¿Tú piensas que él puede vencerme, verdad?-

- Yo pienso que él ha tenido unos pocos días para p repararse- Diana dijo. - Él ahora tiene más gente, y algunos de los suyos, especialmente los freaks de Coates, que real, realmente te quieren mu erto- ella se acercó a él, justo en frente de su cara. - Todos los pasos e n el camino, Caine, óyeme, tú hiciste todo lo que te dije que no hicier as. Te dije que dejaras a los raros que no querían jugar solos, pero no, teni as que escuchar los consejos paranoicos de Drake. Te dije que fueras a Perdido Beach e hiciera un rápido trato por comida. Tú tenías que i r y tratar de tumbarlo. Ahora tu vas a hacer lo que sea que quieras, y tu p robablemente terminaras retorciéndolo todo- .

- Tú lucha hacia mí me toca- dijo Caine.

- Eres inteligente. Eres simpático. Tienes todo est e poder. Pero tu ego esta fuera de control-



El podría haber arremetido, pero en vez de eso, el abrió sus brazos en un gesto de impotencia. - ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Coates? ¿Eso es? ¿Cómo no puedes ver la oportunidad que esto es? Est amos en un nuevo mundo. Yo soy la persona más poderosa en todo el nu evo mundo. Ningún adulto. Ningún padre ni maestros ni policías . Es perfecto. Perfecto para mí. Todo lo que tengo que hacer es en cargarme de Sam y de algunos otros, y tendré el control completo- él estaba haciendo puños por la conclusión que vocifero.

- Tú nunca tendrás el control completo, Caine. Este mundo está cambiando todo el tiempo. Animales. Personas. ¿Quié n sabe lo que viene? Nosotros no hicimos este mundo, nosotros som os los pobres tontos que estamos viviendo en el-

- Estas equivocada. Yo no soy un tonto. Este va a s er mi mundo- el golpeo su pecho. - Yo. Yo voy a manejar la FAYS. La FAYS no va a manejarme-

- No es muy tarde para irse-

Él sonrió, un oscuro eco de su una vez encantadora sonrisa. - Estas equivocada es tiempo de ganar. Es tiempo de enviar a Bug con Sam con mis términos-

- Yo iré- Diana se voluntario. Fue tonto. Ella sab ía lo que el diría. Y ella podía ver la luz de la sospecha en sus ojos.

- Bug. Tu sabes que decir. Vete- el empujó a Bug y el camaleón se mezcló en el ambiente. La puerta se abrió y se cerr ó.

Caine tomó la mano de Diana. Ella quería quitarla, pero no lo hizo. - Todos fuera de aquí- Caine dijo.

Howard se levantó pesadamente a sus pies. Lana tamb ién. Cuando solo fueron ellos dos, Caine y Diana, él la acercó en un incómodo abrazo.

- ¿Qué estás haciendo?- ella demandó suavemente.

- Yo probablemente voy a morir esta noche-

- Eso es un poco melodramático, ¿verdad? Un minuto tu eres invencible y el próximo----



Él la interrumpió con un beso rápido y anhelador. E lla lo dejó por unos pocos segundos. Después ella lo empujó hacia atrás, aunque no con la suficiente fuerza como para liberarse de su abrazo.

- ¿Para qué fue eso?- ella preguntó.

- Es lo menos que me debes, ¿verdad?- Caine dijo. El sonaba infantil, necesitado.

- ¿Qué te debo?-

- Me lo debes. Además, yo pensé que tu…tu sabes- s u engreimiento había dado paso a la petulancia y ahora su petulanc ia se estaba disolviendo en vergüenza y confusión.

- Tú no eres muy bueno en esto, ¿verdad?- diana se burló.

- ¿Qué se supone que diga? Tu eres caliente, ¿de ac uerdo?-

Diana alzó su cabeza hacia atrás y se rio. - ¿Soy c aliente? ¿Eso es lo que quieres decirme? Un minuto eres el jefe de la FAYZ, y el siguiente eres como un patético niño hiendo por su primer beso-

Su cara se oscureció y ella supo inmediatamente que había ido muy lejos. Su mano, dedos abiertos, estaban en su cara. Ella s e tensó, esperando la explosión de energía.

Por un largo tiempo ellos permanecieron así, congel ados, Diana apenas respiraba.

- Tú estás asustada de mí, después de todo, Diana- Caine susurró.

- Toda tu actitud y todo, están sobre eso, estas as ustada, puedo verlo en tus ojos-

Ella no dijo nada. Él todavía era peligroso. A esta altura él tenía el poder para matarla sin un pensamiento.

- Bueno, yo no quiero parecer como un patético pequ eño niño hiendo por su primer beso- Caine dijo - Así que ¿Por qué tú s olo no me das lo que quiero? ¿Qué tal si desde ahora tu solo haces lo qu e digo?-

- ¿Estás amenazándome?-



Caine asintió, - como tu dijiste, Diana, nosotros n o hicimos el FAYZ solo vivimos aquí. Aquí en la FAYZ todo es sobre poder. Yo lo tengo. Tu no-

- Supongo que veremos si eres tan poderoso como pie nsas, Caine- Diana dijo cuidadosa y erguida. - Supongo que verem os-



CAPÍTULO 43

2 HORAS, 22 MINUTOS La guardería no tenía ninguna ventana que diera a l a plaza. Sam había estado acercándose sigilosamente en un callejón par a ver en una de las ventanas altas de la pared. Él había visto coyotes. Él había retrocedido por la mirada de Drake. Los coyotes habían instantáneamente notado su prese ncia. Era todo pero imposible espiarlos. Drake, mirándolo directamente a los ojos, había desenroscado su mano y lánguidamente la había metid o en la sombra. Los niños estaban agrupados, prácticamente uno sobr e otro, solemnes y aterrorizados y medio mirando La sirenita en la tel evisión. Sam regresó a la plaza. Ni Drake ni los coyotes pod ían verlo ahí. Pero pudo sentir sus ojos. Lentamente él se dio cuenta d e que un niño estaba parado junto a él. - ¿Quién eres? ¿Y cómo llegaste hasta aquí?- - Me llaman Bug. Soy bueno espiando a las personas. - Supongo que lo eres. - Tengo un mensaje para ti. - ¿Sí? ¿Qué quiere mi hermano?- - Caine dice que eres tú o es él. - Ya lo sabía. - Dice que si no haces lo que él dice, hará que Dra ke y los coyotes vayan con las presas. Sam sofocó la urgencia de golpear al pequeño monstr uo por la engreída manera en que él había dicho su despiadada amenaza. - Está bien.



- Muy bien. Entonces, todos deben salir a la puerta . Toda tu gente. Afuera al aire libre, afuera en la plaza donde podamos ver los. Si alguien se queda escondido, sabes lo que pasa. - ¿Qué más?- - Tu gente debe poner sus armas o lo que sea que te ngan en las gradas del salón de eventos. Todos ustedes fenómenos irán a la iglesia. - Me está pidiendo que me rinda sin antes pelear,- dijo Sam. Bug se encogió de hombros. - Dijo que si discutías, Drake comenzará a ordenar a los coyotes que vayan por un niño a la ve z. Tienes que hacer todo lo que diga y luego Caine y tú se enfrentarán. Si tú ganas, no hay problema, Drake deja ir a los pequeños. Todos los d e tu bando son liberados, Caine regresa a Coates. - ¿Por qué haces esto Bug? ¿Estás bien con esto? ¿A menazando a niños pequeños? - Bug se encogió de hombros. - Hombre, no me voy a me ter con Caine o con Drake. Sam asintió. Su cabeza estaba ya en otro lugar, tra tando de encontrar una salida, tratando de encontrar una senda. - Dile a C aine que le responderé en una hora. Bug sonrió. - Dijo que dirías eso. ¿Ves? Es listo. Dijo que tenías que enviarle tu respuesta conmigo. Sí o no, sin extras o algo. Sam dio un vistazo a la campanilla. Desearía que As trid estuviera aquí. Ella probablemente tendría la respuesta. Los términos eran imposibles. Él estaba absolutamen te seguro, seguro más allá de la duda, que aunque él ganara, incluso si de alguna manera Caine admitía la derrota, Drake jamás se retiraría. De una forma u otra, él tenía que derrotar a Drake como a Caine. Había miles de pensamientos en su cabeza, miles de temore s, golpeándolo, amontonándose uno sobre otro, pidiendo atención mie ntras Bug lo



miraba, impaciente. No había tiempo para pensar. No había tiempo para hacer un plan. Justo como Caine había pretendido. Los hombros de Sam se desplomaron. - Dile a Caine q ue acepto. - Muy bien,- dijo Bug, no más preocupado que si él hubiera anunciado que él iba a comer pollo en la cena. El camaleón se mezcló en el fondo, desapareciendo p or completo. Sam lo miró irse corriendo, un destello de luz y una image n. Pronto se hizo imposible de distinguir. Sam apretó el walkie-talkie. - Astrid. Ahora. Edili o había estado observando desde el poste en la tienda de hardware. Él vino corriendo. Sam tranquilizó su respiración, y puso una cara de poker. Habían demasiados ojos sobre él. Demasiadas personas neces itando creer en él. En ese bus hace tanto tiempo, nadie se había dado c uenta de que había un problema antes de que Sam estuviera de pie y tom ando el mando. Era duro ser fuerte cuando todo el mundo parecía estar viendo todos tus movimientos. Con Astrid e Edilio junto a él, Sam rápidamente les dijo los términos de Caine. - Tenemos muy poco tiempo. Caine mandará a e se camaleón de vuelta para espiarnos, justo después que se reporte con Caine. Caine se moverá rápido, no querrá darnos tiempo para prepara rnos. - ¿Tienes un plan?- Astrid preguntó. - Algo así. Una parte del plan de todos modos. Nece sitamos entretenernos un poco. Bug ve a Caine, Bug regresa, esos son probablemente cinco minutos mínimos sea donde Caine esté, probablemente más. Luego Bug tiene que ver si estam os haciendo lo que se nos fue dicho. Él vera a las personas salir a la puerta, y él verá a nuestros amigos de Coates dirigiéndose hacia la igl esia. Luego él reportará eso. Caine dirá, ‘Asegúrate de que estén todos dentro’. - Más tiempo. Astrid asintió en acuerdo. - No nos a presuremos. De hecho, tal vez debamos forzar a algunos niños, tal vez est én discutiendo. Tienes razón, Caine no se aparecerá hasta que esté seguro.



- Si somos afortunados, tenemos media hora,- dijo Edilio. Miró hacia su reloj, no tan fácil de leer en esta noche. - Sí. Está bien. Todo lo que he hecho se ha echado a perder. Así que si esto es una locura, que alguien me lo diga. - Eres nuestro hombre, Sam,- dijo Edilio. Astrid apretó su mano. - Entonces esto es lo que haremos. Mary leyó. Ella cantó. Ella hizo un tipo de pequeño baile. Pero no había n ada que distrajera a los niños del horror ante ellos. Con solemnes y asu stadas expresiones ellos siguieron cada movimiento de Drake. El látigo de mano llenaba cada ojo. Algunos de los coyotes se habían ido a dormir. Otro s, sin embargo, miraban a los niños con una mirada que podía ser de scrita como hambrienta. Mary deseó que tuviera otro Diazepam o tal vez tres o tal vez diez. Sus manos temblaban. Sus adentros se revolvieron. Ella necesitaba ir al baño, pero ella necesitaba quedarse con los niños también . Su hermano, John, estaba cambiando un pañal, no dif erente de lo usual, excepto que la boca de la John era una - U- al rev és de labios temblorosos. Mary leyó, - no comeré huevos verdes ni jamón. No m e gustan, Yo- soy- Sam. Y en su mano, yendo alrededor y alrededor como una loca feliz vuelta que ella no podía parar, era la pregunta: ¿Qué debo hac er? ¿Qué debo hacer si?… ¿Qué debo hacer cuando?… ¿Qué es lo que hago? Un niño llamado Jackson levantó su mano.



- ¿Madre Mary? El perro apesta. Mary siguió leyendo. - No me los comeré en la lluvi a. No me los comeré en un tren… - Era cierto, los coyotes apestaban. El olor de ellos era sofocante, el fuerte olor de almizcle y animales muertos. Ellos orinaban libremente contra patas de cunas y mesas y escogían esquinas vestidas con ropas para defecar. Pero los coyotes no eran fáciles de dominar. Ellos eran nerviosos, no acostumbrados a estar en un lugar encerrado, no aco stumbrados a estar con humanos. El líder de la manada daba órdenes con gruñidos y patadas, pero aún así, él estaba nervioso y desubic ado. Sólo Drake parecía acostumbrarse. Él se puso en la paleta que Mary solía tocar para dormir a los pequeños de noche o aliment arlos de una botella. Él estaba fascinado por su látigo de mano, seguía s ujetándolo para inspeccionarlo, enrollándolo y desenrollándolo, rev elándolo. ¿Salva a los niños? ¿Salva a John? ¿Podía ella salv ar a alguien? ¿Podía salvarse a sí misma? ¿Qué debía hacer? ¿Qué debía hacer cuando las matanzas comenzaran? De repente una niña estaba allí. Taylor. Sólo allí en medio del salón. - Hola. Traje comida,- ella anunció. Ella sostuvo un plato plástico de McDonald. Estaba apilado con hamburguesas sin cocin ar. Cada coyote levanto su cabeza. Drake era demasiado lento para r eaccionar, fue tomado con la guardia baja. Taylor puso el plato contra la pared comunal compar tida por la guardería y la tienda de hardware. Carne deslizada alegrement e por los blocks. El látigo de mano de Drake sonó. Pero Taylor se había ido.



Los coyotes dudaron sólo por un momento. Luego se l anzaron contra la carne. En un segundo estaban gruñendo y golpeándose el uno contra el otro, empujando, dando codazos, trepando uno sobre otro en un frenesí hambriento. Drake saltó en sus pies y gritó, - Líder de manada, toma control sobre ellos. Pero el líder de la manada se había unido al frenesí, dejando que se estableciera sobre él su dominio y su repentino laz o de manada. Dos cosas pasaron casi al mismo instante. La pared se estremeció y sonó y los coyotes que estaban cerca de repente flo taron hacia arriba, sus patas moviéndose en el aire. - Dekka,- Drake dijo. Había un flash verde enceguecedor y como una antorc ha butana cortando a través de papel toillet, apareció un agu jero de dos pies a través del block. El agujero estaba arriba de la pa red, bueno sobre las cabezas de los niños pero justo donde los coyotes l igeros estaban flotando. Uno de los coyotes explotó. El rayo de lu z lo cortó en dos. Los segmentos flotaron, regando glóbulos rojos. Los niñ os gritaban y John gritaba, Drake retrocedió de la pared, lejos de la zona sin gravedad. La cabeza de Edilio apareció en el agujero. - Mary. Agáchense. - ¡Todos agáchense!- Mary gritó, John se lanzó hac ia el que los ayudaría a escapar. Edilio gritó, - ¡Sam, ve!- Un nuevo agujero se quemó un poco más abajo, a la a ltura del pecho, y esta vez los rayos de luz cubrieron todo el cuarto, explotando paredes cubiertas de proyectos de artes fracasados, quemand o a los coyotes, haciendo que estos flotaran como los globos del des file de Mary. - Muy bien, Dekka,- Edilio gritó. Los coyotes golpearon fuertemente el suelo, algunos muertos, algunos vivos, pero ninguno con deseos de pelear. La puerta voló, tiradas por



unas manos fuera de la vista, y los animales corrie ron uno sobre otro tratando de escapar. - ¡Líder de la manada!- Drake bramó. - ¡Cobarde!- El aniquilante rayo de luz se dirigió hacia él. Él golpeó el suelo, maldiciendo, y rodando hacia la puerta. Quinn sintió como si hubiera escuchado la pared ent re la guardería y la tienda de hardware temblar y quebrarse. Unos segundos después él vio a los coyotes saliendo en manada en un salto de pánico hacia el callejón y golpeando lo qu e se les atravesara. Y luego Drake apareció. Quinn se hundió en el parapeto. Brianna salió para poder ver. - Es Drake. Es nuestra oportunidad. - Hazte para abajo, idiota,- Quinn susurró. Ella lo rodeó, furiosa. - Dame el arma, chilló. - Ni siquiera sabes cómo dispararla,- Quinn se que jó. - Además, probablemente ya se fue. Estaba corriendo . Brianna miró de nuevo. - Se está escondiendo. Está detrás del Basurero. Quinn se atrevió a mirar, pero solo a dar un vistaz o, suficiente para ver. Brianna estaba en lo correcto: Drake estaba detrás del Basurero, esperando. La puerta trasera de la tienda de hardware se abrió y Sam salió solo. Miró a la derecha y a la izquierda, pero era incapaz de ver a Drake. Brianna gritó, - Sam, detrás del Basurero.



Sam se giró, pero Drake era demasiado rápido. Le di o un golpe con el látigo, le cortó el brazo defensivo, y corrió direc tamente hacia Sam. Sam aterrizó en su espalda y rodó rápidamente, pero no lo suficientemente rápido. Con una velocidad inhumana, el látigo de mano fue lanzado al aire y le hizo un brillante corte a través de la espalda de Sam, justo a través de su camisa. Sam gritó. Brianna comenzó a correr la escalera hacia la orill a, pero su velocidad la traicionó. Perdió el control de la escalera y cayó en el callejón. Drake tenía su látigo alrededor de la garganta de S am ahora, ahogándolo, apretándolo. Matándolo. Quinn podía ver la cara de Sam volviéndose roja. Sa m enrolló sus manos hacia atrás de sus hombros y disparó a ciegas. Los rayos cayeron en la cara de Drake pero no lo de tuvieron. Tiró de Sam fuertemente hacia la pared del callejón. Quien escu chó el enfermo golpe de su cráneo contra el ladrillo. Sam se desplomó, c asi consciente. - Olvida a Caine,- dijo Drake, - Te derrotaré yo m ismo. Levantó su látigo de mano, listo para lanzarlo con suficiente fuerza para romperle a Sam de su cuello hasta su cadera. Quinn disparó. El disparo del arma en sus manos lo sorprendió. Hab ía sucedido sin un pensamiento consciente. Él no había apuntado, no ha bía cuidadosamente apretado el gatillo como él había sido enseñado a h acer, sólo había disparado por instinto. Las balas dejaron agujeros en el ladrillo. Drake se volteó, y Quinn se levantó temblando en su s pies, parándose en una buena vista. - Tú,- dijo Drake.



- No quiero matar a alguien más,- digo Quinn con u na temblorosa voz que casi lloraba. - Morirás por esto, Quinn. Quinn tragó saliva duramente, y esa vez apuntó cuid adosamente. Eso era demasiado para Drake. Con un furioso gruñido corrió del callejón. Sam estaba lentamente poniéndose de pie. Para Quinn , él se miraba como un viejo hombre parándose luego de hacer resba lado por el hielo. Pero miró hacia Quinn e hizo un tipo de saludo. - Te debo una, Quinn. - Siento que no le haya dado,- Quinn respondió. Sam movió su cabeza. - Hombre, nunca lo estés, no q uieres matar a alguien. Luego, viendo hacia Brianna, se sacudió su extrañeza y dijo, - Breeze? Conmigo. Quinn, si alguien regresa hacia la guardería, no tienes que dispararles, ¿de acuerdo? Pero dispara hacia el aire, así sabremos. - Puedo hacer eso,- dijo Quinn. Sam corrió hacia la plaza, seguro de que Brianna lo alcanzaría rápido. Ella estaba con él en cuestión de segundos. - ¿Qué pasa?- ella preguntó. - Todos se están poniendo en un show de reclamos co n los términos de Caine. Si tenemos suerte, Bug reportará que estamos obedeciendo antes de que Drake regrese a decirle a Caine que hemos re tomado la guardería. - ¿Quieres que vaya detrás de Drake?- - Usa esos pies rápidos. Encuéntralo si puedes, per o no trates de pelear con él, sólo dímelo. Ella se había ido antes de que él pudiera agregar, - Ten cuidado. Sam estaba corriendo con un paso que parecía doloro samente lento comparado con el modo en que Brianna se movía. Los niños, los



normales, más de cien de ellos, todos podían ser ro deados sin previo aviso, estaban yendo alrededor del fin de la plaza. Sam estaba contando con que Cain no supiera exactamente cuántos niños e staban en Perdido Beach, o cuántos había en el pueblo que se oponían a dejar sus hogares. Él necesitaba hacerlo parecer convincente, pero la demanda de Caine sólo dejó espacio para que sólo unos cuantos estuvi eran escondidos con Edilio. Astrid y el pequeño Pete, Dekka y Taylor y el resto de Coates Freaks estaban entrando en la iglesia, protestando fuertem ente, haciendo toda una escena. Sam llegó a la fuente y saltó en un lado. - Muy bien, Bug, si estás mirando. Ve y dile a Cain e que hemos hecho lo que él pidió. Dile que estoy esperando. Dile que si él no es un cobarde, que venga aquí y me enfrente como un hombre. Él saltó hacia abajo, ignorando las miradas de cien o más niños amontonados y asustados y vulnerables en la plaza. Había visto Bug lo que había pasado en la guardería ? Seguramente había escuchado los disparos. Esperemos que él interprete que venían del mismo Drake, como una práctica de tiro. ¿Y simplemente tan peligroso, Drake hubiera sido ca paz de advertir a Caine? Debería de darse cuenta pronto. De todos mod os, Sam dudaba que Caine pudiera resistir una confrontación cara a cara. Su ego lo pedía. El walkie-talkie de Sam sonó. Tenía el volumen en m ínimo y tuvo que sostenerlo en su oído para escuchar a Astrid. - Sam. - ¿Estás bien en la iglesia, Astrid?- - Ambos estamos bien. Todos estamos bien. ¿La guard ería?- - A salvo. - Gracias a Dios.



- Escucha, haz que todos se agachen. Ponlos debajo de los bancos-eso puede que les dé algo de protección. - Me siento inútil aquí. - Sólo mantén al pequeño Pete calmado, es una carta salvaje. Es como una dinamita. No sabemos lo que puede hacer. - Creo que un poco de nitroglicerina sería una anal ogía más apta. La Dinamita es estable. Sam sonrió. - Sabes que siempre me pongo caliente c uando dices ‘analogía apta.’- - ¿Por qué crees que lo hago?- Sabiendo que ella estaba allí, a unos cincuenta met ros, sonriendo tristemente, asustada pero tratando de ser valiente , lo llenó con ráfaga de espera y preocupación que casi trajo lágrimas a sus ojos. Él deseaba que Quinn hubiera sido capaz de eliminar a Drake. Pero él sospecha que su amigo no hubiera sobrevivido con su alma intacta si lo hubiera hecho. Algunas personas podían hacer ese ti po de cosas. Algunos no. Ese segundo grupo era, probablemente, e l de los suertudos. - Vamos, Caine,- Sam susurró para sí mismo. - Haga mos esto. Brianna apareció junto a él. - Drake fue a su casa. Tú sabes, el lugar donde se está quedando. - ¿Caine está ahí?- - Creo que sí. - Buen trabajo, Breeze. Ahora a la iglesia. Ve lent amente para que Bug pueda verte si es que está mirando. Ella caminó lentamente, haciendo toda una escena. S am estaba solo. Los normales amontonados a lo lejos del final de la pla za como Caine habían



indicado. Los fenómenos- Sam odiaba usar esa palabr a, pero era difícil no hacerlo-estaban en la iglesia. Y ahora todo se reducía a él y Caine. ¿Vendría Caine? ¿Vendría solo? Sam dio un vistazo a su reloj. En un poco más de un a hora, eso no importaría. Desde no muy lejos, él escuchó el aullido de un coy ote.



CAPITULO 44

01 HORAS, 06 MINUTOS - Ellos lo están haciendo,- Bug gritó irrumpiendo a través de la puerta. - Muy bien- , dijo Caine. - Show time. Todo el mund o suba arriba. En los coches- . Hubo una lucha por la puerta. Chaz, Chuuk, Mallet, y un Federico muy avergonzado, que finalmente se liberó de la cinta a dhesiva-, todos corrieron para la camioneta en el garaje. Diana, re bosaba rabia reprimida por todos los poros, los seguía. Panda agarró a Lan a por el brazo y la empujó hacia la puerta. Sólo entonces Caine se dio cuenta de que alguien Fa ltaba. - ¿Dónde está Howard?- - Yo... yo no lo sé- , admitió Panda. - Yo no lo vi salir. - Gusano Inútil. Sin Orc, el es peso muerto - , dij o Caine. - Olvídense de él. El segundo coche en el garaje era un coche de lujo, un Audi con un techo corredizo. Panda saltó detrás del volante, y Diana monto con la escopeta. Caine tomó el asiento de atrás para sí mismo. Panda abrió la puerta automática del garaje con el control remoto. Ambas puertas se levantaron. Ambos coches se movilizaron hacia delante. El carro Subaru rápidamente restallo en el lado del Audi. Chaz conducía el carro. Él bajó su ventanilla. - Lo siento- . - Buen comienzo- , dijo Diana.



- Vamos- , Caine ordenó lacónicamente. Panda acelerada en la calle, manteniendo su velocid ad a unas prudentes veinticinco millas por hora. El vagón se quedó a un a cuadra atrás. - Bada Bada Bada bum bum bum bum bum. Diana empezó a tararear la obertura de William Tell. - Ya basta- , Caine salto. Habían pasado dos cuadras cuando Panda pisó el fren o. Una docena de coyotes cruzaban la calle. Caine se levantó a través del techo y gritó: - ¿Qué estás haciendo? ¿A dónde van? - El Líder de la manada se detuvo y miró con ojos ama rillos. - Mano azotadora ido- , espetó. - ¿Qué? ¿Qué pasó en la guardería? - - Mano azotadora ir. Líder de la manada ir - , dijo el coyote. - De ninguna manera- , dijo Caine. Para Diana, dijo : - Ellos tienen la guardería de niños. ¿Qué debo hacer? - - Tu dime, Temerario líder. Caine dio un puñetazo en el techo del coche. - Está bien, líder de la manada, a menos que seas un cobarde, sígueme- . - Líder de la manada sigue a la Oscuridad. Todos lo s demás siguen líder de la manada. Manada tiene hambre. Manada tiene com er. - - Tengo comida para ti- , dijo Caine. - Hay una pla za llena de niños. El líder de la manada vaciló. - Es fácil- , dijo Caine. - Tu puedes venir conmigo y tomar tantos niños quieras. Consiga cada uno de sus coyotes. Lleve a t odos. Es un buffet. -



El líder de la manada ladró una orden a su manada. Los coyotes dieron la vuelta hacia él. - Síganos- , exclamó Caine, atrapado en ella ahora, los ojos desorbitados y emocionado. - Nosotros vamos directamente hacia l a plaza. Tú ve directamente hacia los niños de allí. Funcionara pe rfectamente. - - ¿El puño de fuego está allí? Caine frunció el ceño. - ¿Quién? OH. SAM. Puño de fuego, ¿eh? Sí, él estar á allí, pero yo me ocuparé de él. - El líder de la manada parecía dudoso. - Si tiene miedo líder de la manada, tal vez alguie n más debe ser jefe de la manada- . - Líder de manada sin temor- . - Entonces vamos a patearlos- , dijo Caine. - OH, hombre,- dijo Howard. - Oh Dios, oh Dios, qu e te ha pasado Orc?- El se había escapado de la guarida de Caine y se di rigió a la casa que habían compartido con Orc. Encontró a su protector allí, sentado en un sofá que se había roto bajo el peso de Orc, colapso en el centro. Botellas de cerveza vacías por todas partes. Orc levantó un control de juego. - Mis dedos son de masiado grandes para trabajar con esta cosa. - Orc, hombre, ¿cómo hiciste esto... quiero decir, el hombre que te ha pasado?- La mitad de la cara de Orc era todavía suya. Su ojo izquierdo, la oreja izquierda y el cabello encima de ella, y toda su bo ca todavía eran reconociblemente de Orc. Pero el resto de él era co mo una estatua caída de grava. Por lo menos era una cabeza más alta de l o que él había sido. Sus piernas eran tan grandes como tres troncos de á rbol, con los brazos



tan gruesos como las bocas de incendios. Había reve ntado su ropa, que ahora colgaba de él y le proveía el grado más eleme ntal de modestia. Cuando él se movió en su asiento, hizo un sonido co mo piedras mojadas. - ¿Cómo ocurrió esto, amigo?- - Es un juicio sobre mí. Orc dijo categóricamente. - Que quiere decir, hombre?- - Por golpear a Bette. El es Dios, Howard. Este es su juicio sobre mí. Howard luchó contra el impulso de dar vuelta y sali r corriendo gritando. Trató de mirar al único ojo humano de Orc, pero se encontró mirando el otro ojo, una ostra amarilla debajo de un frente de piedra. - ¿Puedes moverse? ¿Puedes levantarte?- Orc gruñó y aguanto mucho más fácilmente de lo Howa rd esperaba. -Sí. Todavía tengo que ser capaz de levantarme a ha cer pis - , dijo Orc. - ¿Qué pasa cuando se extienda a tu boca?- - Creo que ha terminado de extenderse. Se detuvo ha ce unas horas, tal vez. - ¿Te duele?- - Nah. Pero me pica cuando se está extendiendo. Com o para ilustrar, usó uno de sus dedos de piedra de tamaño salchicha para rascar la línea entre la nariz de grava y su mejilla humana. - Pesado como eres, hombre, debes ser muy fuerte só lo para ponerte de pie. - Sí. Orc metió la mano en el refrigerador en sus p ies y saco una lata de cerveza. El inclina su cabeza hacia atrás y abrió s u boca. Le apretó la parte superior a la lata y salió afuera una erupció n de líquido y espuma. Orc tragó lo que aterrizó en la boca. El resto escu rría por la cara sobre el



pecho de roca. - La única manera en que puedo abrir las ahora. Mis dedos son demasiado grandes para tirar de la pestaña- . - ¿Qué estás haciendo, hombre? Tu solo has estado s entado aquí bebiendo cerveza?- - ¿Qué otra cosa voy a hacer?- él se encogió en su jerga que colmaba sus hombros. Su ojo humano tampoco lloraba o se lle naron de lágrimas. - La cosa es que estoy casi sin cerveza- - Hombre, tienes que regresar al juego. Hay una gue rra en camino. Tienes que estar en esto, haciendo tu exposición, ¿sabes?- - Sólo quiero conseguir algo más de cerveza. - Está bien, entonces. Eso es lo que vamos a hacer, Orc. Vamos a conseguir más cerveza. Estrellas llenaron el cielo. La luna se reflejaba en el campanario. Un coyote aullar, un ulular salvaje, un grito fanta smal de desesperación. En su mente Sam vio a los mutantes en la iglesia. V io a Edilio oculto con un puñado de chicos confiados en las ruinas ennegre cidas afuera del edificio de apartamentos. El vio a Quinn en la azot ea con la ametralladora que podría utilizar o no. Vio los abundantes niños perdidos y asustados en el extremo sur de la plaza. Y María y los niños pequeños aún en la guardería. Y Dahra en el sótano de la iglesia en espera de víctimas. Drake se había retirado. Por ahora. ¿Qué haría Orc? ¿Dónde estaba Caine?



¿Y qué pasaría en una hora cuando el reloj apuntara y marcara exactamente quince años desde que Sam había nacido, vinculado pensó que el no conocía a un hermano llamado Caine? ¿Podía vencer a Caine? Tenía que vencer Caine. Y de alguna manera tenía que destruir Drake también . Si- cuando Sam pasara afuera, tomara el gran salto, poofed, no que ría dejar a Astrid a la misericordia de Drake. Sabía que debía tener miedo del final. Miedo del mi sterioso proceso que haría, al parecer, una simple resta de Sam Temple f rente a Fayz. Pero no estaba preocupado por sí mismo como lo estaba por A strid. Menos de dos semanas atrás ella había sido una abst racción, un ideal, una chica que podría echarle un vistazo a escondida s, pero sin revelar nunca su propio interés. Y ahora ella era casi todo lo que pensaba sobre como su reloj personal marcaba, abajo sobre hacia u na súbita posibilidad mortal de desaparecer. ¿Cómo jugaría Caine?, eso era lo que el resto de su mente volvía una y otra vez. ¿Caminaría Caine en la ciudad con un arma - en su funda como en alguna película de vaqueros antiguas? ¿Estarán ellos a treinta pasos y dibujaran? ¿Quién sería más poderoso? ¿El gemelo con el poder de la luz, o el gemelo con el poder de mover la materia? Estaba oscuro. Sam odiaba la oscuridad. Siempre había sabido que c uando llegara el final para él sería en la oscuridad. Oscuro y solo. ¿Dónde estaba Caine? ¿Estaba Bug incluso viéndolo a hora? ¿Edilio podría hacer lo que Quinn no podía?



¿Qué sorpresa Caine tenía en la manga? Taylor apareció de pie a unos metros de distancia. Parecía que acababa de llegar de una entrevista con un demonio. Su rost ro esta blanco, los ojos muy abiertos, brillantes a la luz de los farol es. - Ya vienen- , dijo. Sam asintió con la cabeza, reforzó sus hombros, con sciente, desaceleró la súbita velocidad de su corazón. - Bien- , dijo. - No, no él- , dijo Taylor. - Los coyotes- . - ¿Qué? ¿Dónde? - Taylor apunto por encima del hombro. Sam giro. Llegaron como en carrera, salieron de lle no desde dos direcciones, corriendo derecho contra la multitud d e niños sin protección. Era como un cuarto de clase, una película de la na turaleza. Como ver un grupo de leones ataca a una manada de antílopes. Só lo que este rebaño era humano. Este rebaño no tenía reserva de velocid ad del rayo. Indefensos. El pánico se apoderó de ellos. Se abalanzaron hacia el centro, los niños en los bordes veían su destino aproximándose en ráp idas patas. Sam se echó a correr, levantó su única mano buena, buscaba un objetivo, gritó. Pero entonces, se escuchó el rugido del moto r de un coche. Se detuvo de golpe y giró de nuevo. Faros de luz co rrían por la calle de la iglesia. Un polvoriento SUV. Se estrelló contra la curva que rodea la plaza, saltó la acera, y se detuvo temblando envian do trozos de tierra húmeda. Detrás de él de otros coches, corrían.



Gritos como los coyotes se acercaban al rebaño huma no. Sam extendió su mano y fuego verde fue lanzado haci a la izquierda a la multitud de coyotes. No pudo disparar a la otra columna, ya ellos estaba n bloqueados por el pánico, los niños corriendo, ahora todos corriendo hacia Sam en busca de protección y así haciendo imposible para él emit ir más fuego. - ¡Abajo, abajo, abajo!- , gritó. - ¡Al suelo!- , p ero fue inútil. - ¡Sálvame!- , dijo computadora Jack, cayendo de la SUV. Un Audi patinó hasta detenerse en frente de la igle sia. Alguien estaba de pie en el techo. Un grito de terror y dolor. Alguien estaba abajo, l uchando contra un coyote doble de su tamaño. - Edilio ¡Ahora!- Sam rugió. - ¿Teniendo una mala noche, hermano?- Caine gritó, exultante. - Va a empeorar- . Caine levantó sus manos, no lo dirigido a Sam, no a Sam en absoluto. En cambio, dirigió la imposible energía de su telek inesis a la iglesia. Era como si un gigante invisible, una criatura del tama ño de un dinosaurio, se hubiera apoyado en la piedra caliza antigua. La pie dra agrietada. El vidrio de la ventana destrozada. La puerta de la iglesia, el punto débil, voló hacia adentro, golpeó claro sus goznes. - ¡Astrid!- -gritó Sam. Gritos, gritos de pánico de la plaza, mezclado con gruñidos y aullidos salvajes como los coyotes caían sobre los niños. De repente, el ruido increíblemente fuerte de una a metralladora.



Ráfaga de fuego desde la azotea del edificio. Edilio corría desde el edificio quemado, otras tres personas detrás de él, contraatacando a los coyotes. Caine atacó de nuevo y esta vez el monstruo invisib le, la bestia de energía, empujo duro, duro contra el frente de la i glesia. Las ventanillas laterales, todos los vitrales antig uos y los nuevos, explotaron en una brillante lluvia. El campanario t ambaleo. - ¿Cómo vas a salvarlos, Sam?- Caine se regocijó. - Un empujón más y se derrumba- . Jack, a los pies de Sam, agarrándose a él, trepándo se por él, extrañamente fuerte. Sam disparó a ciegas a Caine mientras él caía. - ¡Puedo salvarte! ¡Sálvame!- Jack declaró. - El P oof, yo puedo salvarte. Sam cayó duramente, pateando en las prendidas manos de Jack, desplazándose libre, y se levantó a tiempo para ver la pared frontal de la iglesia ladearse y colapsar despacio, muy despacio hacia el interior. El techo se estremeció y se desplomó. El campanario se tambaleó pero no cayó. Pero toneladas de piedra caliza y de yeso y las vigas de madera maciza cayeron con estrépito, como el fin del mundo . - ¡Astrid ¡- Sam gritó de nuevo, impotente. El corrió directamente hacia Caine, haciendo caso o miso de la masacre detrás de él, bloqueando los gritos y los entusiasm ados gruñidos y el staccato de las ametralladoras. Apuntó y disparó. El rayo golpeó la parte delantera del coche de Cain e. La chapa de metal deformó, y Caine subió torpemente y salió a través del techo, mientras que otro Sam no le importó lo suficiente como para identificar escapándose a través de las puertas.



Sam disparó y Caine lo evito. Una explosión golpeo a Sam, le detuvo como la muert e como si hubiera corrido hacia una pared. Buscó salvajemente por Cai ne. ¿Dónde? ¿Dónde? Gritos ahogados desde el interior de la iglesia se unieron al estruendo de fondo, el ruido de un niño en su infierno, agudos g ritos por su madre, gritos agonizantes, desesperados, suplicantes. Un destello de movimiento y Sam disparó. Caine disparo de vuelta, y la estatua de la fuente fue volada de su pedestal y cayó con un chapoteo en el agua fétida. Sam estaba en pie y en marcha. Tenía que encontrar a Caine, tenía que encontrarlo, matarlo, matarlo. Más ametralladoras disparando y la voz de Edilio gr itando: - ¡No, no, no, dejen de disparar, están impactando en los niños!- Sam rodeo el Audi que estaba quemándose. Caine corr iendo delante, saltando una boca de incendios. Sam disparó y el suelo bajo los pies de Caine estal ló en llamas y humo negro aceitoso. El pavimento se estaba quemando. Caine se extendió en la calle, rodando rápidamente, consiguió a estar en una rodilla, y Sam tomo un duro golpe que lo puso d e espaldas, aturdido, la sangre saliendo de su boca y las orejas, las ext remidades todas torcidas, no poder... no poder... Caine, una salvaje, sangrienta, cara gritando. Sam sentía odio quemando a través de él y le salien do de sus manos. Caine saltó a un lado, demasiado lento, y la luz de la flagelación quemó su lado. Camiseta quemándose, Caine gritó y golpeó en la llama. Sam intentó levantarse, pero su cabeza estaba nadan do.



Caine fugándose por el edificio incendiado, por la misma puerta que Sam había intentado entrar para tratar de salvar el peq ueño inicio de fuego. Sam tambaleándose, pero corrió tras él. Por las escaleras y el pasillo quemado, aún apestan do a humo. La planta superior era restos de maderas quemadas y de tejas de asfalto pendían inclinadas del techo como un tobogán de niños, y lo s fragmentos de las paredes e incongruente tubos salientes. Una explosión y Sam podían ver la mitad de la pared junto a él por el impacto. - Caine. Vamos a terminar esto, - Sam carraspeo. - Ven por mí, hermano- , exclamó Caine con un dolor exprimido en su voz. - Voy a traer este lugar sobre nosotros dos- . Sam sitúo el sonido de su voz y corrió por el pasil lo, corrió bajo las estrellas, disparando la luz mortal de sus manos. No Caine. Una puerta chirriante, aún colgando de las bisagras de la pared alrededor había desaparecido, se abrió lentamente. Sam pateó, giró y disparó en la habitación. Una viga de madera carbonizada voló por el aire. Sa m se agachó debajo de ella. El siguiente golpeo su brazo izquierdo, ro mpiendo el codo. Más escombros, un torrente de la misma, condujo a S am de espalda. De repente, allí estaba Caine, a menos de diez metr os de él. Las manos de Caine se elevaron sobre su cabeza, los dedos abiertos, las palmas hacia fuera. Sam apretó el codo izquierdo ro to con su mano derecha. - Game over, Sam,- Caine dijo.



Algo borroso detrás de Caine y se tambaleaba. Agarr ó el cráneo. Brianna estaba sobre él, blandiendo su martillo. - ¡Corre Breeze!- Sam gritó, pero tarde. A pesar d e que se tambaleó hacia atrás, Caine disparo a quemarropa y Brianna voló ha cia atrás en la pared, a través de la pared. Caine saltó tras ella a través de la abertura. Sam disparó en la pared, quemando el agujero. A tra vés de ella podía ver a Caine volando lejos la próxima pared. Sam sintió el suelo flaquear debajo de él. El edificio se estaba derrumbando. Se volvió y corrió, pero a la vez el piso se había ido y estaba corriendo en el aire, cayendo, y el edificio con él, todo alrede dor de él, en él. Se cayó y el mundo le cayó encima.



CAPITULO 45

14 MINUTOS Quinn miro con horror como los coyotes atacaban a l os niños. El vio a Sam dispara y errar. El vio a Sam agonizar por un momento terrible mient ras Caine atacaba la iglesia. Sam corro hacia la iglesia. Quinn grito, - no- El apunto - no golpeen a los chicos, no a los chicos- el sol lozo, y apretó el gatillo. Apuntando a la masa de coyotes. Muchos más que ante s. Los coyotes apenas lo notaron. Uno cayó, retorciéndose, como si se hubiera tropeza do, y no se levanto. Después el no pudo disparar mas, las bestias estaba n dentro con los niños. El corrió hacia la escalera y se deslizo y c allo y aterrizo duramente en el callejón. Huye, su cerebro gritaba, huye de eso. El tomo tres pasos de pánico, hacia la playa, corriendo hacia la playa, pero ento nces, como si una fuerza invisible hubiera tomado un agarre de él, él se detuvo. - No puedes huir Quinn- dijo. - No puedes- Y incluso mientras decía las palabras, el estaba co rriendo de vuelta, en el cuidado diario, empujando a mary que estaba protegi endo un niño en sus brazos, la paso hacia la plaza, blandiendo su arma como un mazo ahora, corriendo y gritando apagado como un lunático, abal anzando la culata de



la pistola hasta conseguir un crujido nauseabundo e n un cráneo de un coyote. Edilio estaba ahí y los niños estaban disparando y Edilio estaba gritando -no, no, no- y después la sangre estaba en los ojos de Quinn la sangre estaba en su cerebro y sangre había en todos lados y el perdió su mente, perdió su cabeza balanceándose, gritando y golpeand o y golpeando y golpeando. Mary agarro a Isabela y se acurruco con jhon y los niños lloraban oyendo la locura de afuera, los gritos, los gruñidos y las armas. -¡Jesús, sálvanos!, ¡Jesús, sálvanos!- alguien esta ba repitiendo en una voz atormentada que sollozaba, y Mary sabia en una manera muy distante que era ella. Drake escucho al coyote aullar en la noche y supo e n su negro corazón lo que significaba. Suficiente de lamer sus heridas. La batalla fue disfrutada. -es tiempo- el dijo -tiempo de mostrarlos a todos- El golpeo su puerta y la abrió y marcho hacia la pl aza, gritando, gritando, deseando que él pudiera aullarle a la luna como los coyotes. El escucho armas disparándose y saco su pistola de su cinturón y desenrollo su mano látigo y la agito amando el soni do que hacía. A lo lejos, dos figuras se estaban moviendo lejos d e él, también dirigiéndose al sonido de la batalla, dos figuras. Una parecía imposiblemente pequeña, pero no, era la otra que er a imposiblemente grande. Del tamaño de un zumo. Una revoltosa, hundi da, criatura con gruesas extremidades. Las dos desiguales se movieron a una piscina de luz producida por un farol. Drake reconoció a la más pequeña. - Howard, traidor- Drake grito.



Howard se detuvo. La bestia a su lado siguió camina ndo. - Tú no quieres esto, Drake- Howard advirtió Drake lo azoto a través del pecho, rompió la camisa de Howard, dejo un rastro de sangre que era negra en la luz. - Será mejor que estés en camino a ayudar a derriba r a Sam- Drake advirtió. La desigual bestia se detuvo. Se volteo lentamente y regreso. - ¿Qué es eso?- Drake demando afiladamente. - Tu- la bestia murmuro. - ¿Orc?- Drake dijo mitad emocionado mitad aterrori zado. - Es tu culpa que yo lo haya hecho- Orc dijo tedios amente. - Salgan de mi camino- Drake ordeno. -vengan conmig o o mueran ahora- -el solo quiere algo de cerveza, Drake- Howard dijo conciliadoramente, apretando la herida de su pecho, jorobado en dolor, pero todavía tratando de manipular, todavía tratando de ser astuto. - Que dios me juzgue- Orc dijo torpemente. -tu estúpido zoquete- Drake dijo, y movió su mano látigo y la trajo abajo con todas sus fuerzas en el hombro de Orc. -¡AAHHH!- Orc grito en dolor. - Muévete, idiota- Drake ordeno. Orc se puso en movimiento. Pero no hacia la plaza. -¿Quieres una pieza de la mano de látigo, monstruo? - Drake demando. -yo te cortare-



Astrid sintió un peso aplastante en su espalda y su s piernas. Ella estaba boca abajo, acostada sobre el pequeño pete. Ella es taba sorprendida, pero tenía la suficiente presencia de su mente para entender que estaba sorprendida. Ella tomo una profunda inhalación. Ella susurro, -petey- ella escucho el sonido a trav és de sus huesos. Sus oídos zumbaban, amortiguando el sonido. El pequeño pete no se estaba moviendo. Ella trato de levantar sus piernas, pero no se moví an. -petey, petey- ella grito Ella limpio algo de sus ojos, sucio, tierra, sudor y parpadeo para concentrarse en su hermano. Había escudado la mayor ía de su cuerpo de la pared, pero un pedazo de yeso del tamaño de un b olso cayó en su cabeza. Ella devolvió un sollozo. Presiono dos dedos contra su cuello y sintió un pulso. Podía sentir su respiración poco profunda, e l levante y la caída de su pecho, bajo ella. - Ayuda- ella grazno, insegura si ella estaba grita ndo o murmurando, incapaz de oír por el zumbido. - Que alguien nos ayude, que alguien nos ayude- - Salven a mi hermano- ella suplico y la suplica se convirtió en una plegaria. -salva a Sam, sálvanos a todos- Ella empezó a recitar de su memoria una oración una vez hace mucho tiempo. Su voz estaba muy lejos. La voz de alguien más. San miguel arcángel, defiéndenos en la batalla. Se nuestra def ensa contra las trampas y la debilidad del diablo- ella podía, sent ir más que oír sus propios sollozos, un atroz escalofrió que retorció las palabras en su garganta.



Como en una burlona respuesta a su oración por pied ad, una lluvia de vidrios y fragmentos de yeso cayo a su alrededor. - Deja a dios censurarlo, nosotros oramos humildeme nte. Y tú, o príncipe del cielo, por el poder de dios… - El pequeño pete se agito y gimió. El movió su cabez a y ella pudo ver la profunda herida, empujada hacia el interior, una ma rca de cuchillo en su cabeza. - Hecha al infierno a Satanás y todos los malos esp íritus que rondan el mundo buscando almas arruinadas… Alguien estaba en los escombros sobre ella, ella vo lteo su cuello y vio una silueta contra el alto techo en un inesperado r ayo de luz verde, una cara oscura. - Amen- - Yo no soy exactamente un ángel, sin contar arcáng el- Dekka dijo en una voz que Astrid solo podía inventar. -pero puedo qui tarte estas cosas de ti- Caine salto desde los restos del edificio Él lo había hecho. Él lo había hecho. Sam estaba debajo de los desechos, enterrado, venci do. Pero Caine apenas pudo disfrutar del momento. El do lor en el lado izquierdo de su cuerpo dañado fue impactante. La pe ligrosa luz verde-blanca había fundido la camisa en su carne, y el re sultado fue una agonía más allá de la nunca había imaginado. Se tambaleó hacia la iglesia en ruinas, tratando de dar sentido al caos que le rodeaba. No había más disparos de armas, per o todavía había gritos y llantos y gruñidos. Y algo más, una serie de pequeñas bombas sónicas, el chasquido de un azote. Debajo de eso, u n bombo manteniendo un ritmo al azar.



Caine se detuvo, miró, momentáneamente olvidando su dolor. En los escalones del ayuntamiento, una violenta bat alla titánica entre Drake y algún tosco monstruo. Drake azoto su mano y disparó su pistola. El monstruo arremetió golpes torpes que fallaron un a y otra vez mientras Drake bailaba alrededor, golpeando y golpeando y si n embargo, ni siquiera mantenía a la bestia arriba. La bestia giro y perdió por centímetros a Drake. El puño de piedra se estrelló en uno de los pilares de piedra caliza en frente del ayuntamiento. El pilar se fracturo y casi se destrozo. Pequeños t rozos de piedra volaron. La mirada de Caine fue atraída hacia abajo por un g ruñido, dificultosa, voz aguda. - Mujer decir Líder manada detenerse,- Líder de la manada dijo enojado. - ¿Qué?- Caine no podía dar sentido a eso hasta qu e vio a Diana avanzando hacia allí, el pelo oscuro volando, con o jos furiosos. - Le dije a esta bestia inmunda que parara- , dijo Diana, apenas controlada. - ¿Parar qué? - Caine exigido. - Todavía están atacando a los niños- , dijo Diana. - Hemos ganado. Sam está muerto. Llámalos para retirarse, Caine- . Caine volvió su atención a la batalla entre Drake y el monstruo. - Ellos son coyotes- , Caine dijo fríamente. Diana se lanzó sobre él. - Tú has perdido la cabeza , Caine. Esto tiene que detenerse. Has ganado. Esto tiene que parar- . - ¿O qué, Diana? ¿O qué?- Caine exigido. - Ve a bu scar a Lana. Estoy herido. Líder de la manada, haz lo que quieras- .



- Tal vez es por esto que tu madre te abandonó- , d ijo Diana salvajemente. - Tal vez ella podía ver que no sólo eras malo, que tú eras retorcido y enfermo y malvado- . Caine reaccionó con violencia repentina, olvidando sus poderes y golpeándola con fuerza a través de su rostro. Diana tropezó hacia atrás por el golpe y cayó en lo s escalones de piedra. Caine podía ver su rostro con súbita y terrible cla ridad por el resplandor de una brillante cegadora columna de luz verde-blan co. La luz podía tener una única fuente. La luz era como una flecha dirigida hacia el cielo. Trazó un arco hacia arriba desde el medio de los escombros del edificio de apartamentos. - No- , dijo Caine. Pero la luz quemaba, quemaba escombros y desechos, todo el peso aplastante del edificio de apartamentos se derrumbó . - No- , dijo Caine, y la luz murió, se apagó. Detrás de él, Drake y Orc seguían su rápida-y-lenta , ágil-y-pesada, afilada-y-aburrida pelea, pero todo lo que Caine pudo ver f ue la mancha, ceniza-cubriendo, la brillante mirada de la figura que aho ra caminaba hacia él desde los escombros. Caine apunto sus manos a la madera destrozada y el yeso del frente de la iglesia. Él lanzo sus manos hacia Sam y un camión c argado de escombros fueron volando. Sam elevo sus manos. Trozos de fuego verde explotar on los ladrillo y la pesada viga de madera. Ellas se quemaron en pleno v uelo, convirtiéndose en polvo antes de que ellas pudieran golpearlo. Dekka elevo los escombros apartándolo de Astrid y e l pequeño Pete.



Pero no era cosa fácil. Su habilidad de suspender l a gravedad suspendiéndola debajo de Astrid también, y ella y e l pequeño Pete flotaron hacia arriba en una galaxia dada vuelta de ladrillos rotos y yeso. Dekka se precipito a darle una mano y tirando a Ast rid de la zona de suspensión. Astrid golpeo a lo lardo del suelo con el pequeño Pete. Dekka libero su dominio de los escombros y cayeron abajo con un sonido espeluznante. - Gracias- , dijo Astrid. - Hay un montón de gente aun atrapada aquí- , dijo Dekka, sin perder tiempo moviéndose fuera a ayudar a otros. Astrid curvo hacia abajo y trató de levantar al peq ueño Pete. Era flojo, sólo peso muerto. Ella puso sus brazos alrededor de su pecho y lo abrazó como un bebé demasiado grande. Lo abrazó a e lla y anonadada torpemente desde la iglesia, mitad arrastrándolo, t ropezando a través de los escombros. Lana puede curarlo, pero Lana se había ido. Todo lo que podía pensar era llevarlo a Dahra en el sótano. Pero ¿qué podía Dahr a hacer? ¿Era posible incluso llegar al hospital así llamado, o la entrad a había sido bloqueada por la caída de escombros? Por primera vez se dio cuenta de que la pared front al de la iglesia simplemente desapareció. Ella podía ver el cielo no cturno y las estrellas. Ella también podía ver una terrible sonoro relámpag o. Su audición retornaba como el zumbido decrecía. Ell a podía distinguir el gruñido de los animales y el chasquido de un azote y las voces de muchos llorando. De repente, los escombros amontonados alrededor de ella comenzaron a volar. Astrid cayó al suelo, protegiendo al pequeño Pete o tra vez, todavía, siempre protegiendo al pequeño Pete. Trozos de pare d y trozos de tablas



de madera y viejo acero-y- las juntas de madera de rosas 3 (1) como los aviones que despegan de un aeropuerto y acelerando locamente, volando en una corriente a través de la rota parte frontal de la iglesia. El relámpago verde brilló y se produjo un sonido de explosiones, un estruendo de explosiones y una luz más clara todaví a. El flujo de escombros se detuvo. Astrid se levanto de nuevo, arrastrando con ella al pequeño Pete. Alguien corrió hacia ella desde la calle. Se detuvo , jadeante, la mirada fija, un animal asustado acorralado. - Caine- , escupió Astrid. El no hablo. Ella podía ver que él estaba herido. C on dolor. Su rostro estaba manchado con sudor y suciedad. La miró como si estuviera viendo un fantasma. Una luz peligrosa nació en sus ojos nublados. - Perfecto- , susurró. Astrid sintió que se levantaba sobre sus propios pi es. Ella se aferraba desesperadamente al pequeño Pete, pero se le escapó de las manos, escapó de sus dedos como garras, y cayó al suelo. - Sal y juega, hermano,- gritó Caine. - Tengo un a migo tuyo. Astrid flotaba, impotente, indefensa, y Caine camin aba detrás de ella, usándola como escudo. A través de la parte frontal de la iglesia, saliendo a los escalones, mirando hacia una escena de pesadi lla de perros rabiosos y una atroz batalla. Sam estaba allí en la parte inferior de la escalera . Estaba ensangrentado y golpeado, y un brazo colgaba inerte. - Vamos, Sam, quémame ahora- , gritó Caine. - Vamos , hermano; Muéstrame lo que tienes. - 3 Rosetas labradas en madera que adornan a veces el pulpito o las columnas de la iglesia.



- Esconderse detrás de una chica, Caine?- Preguntó Sam. - ¿Tu cree que puede provocarme? Caine dijo. - Todo lo que importa es ganar. Así que sálvala- . - Te voy a matar, Caine- . - No, No, no lo harás. No sin matar a tu novia- . - Nosotros los dos vamos a desaparecer de aquí en u n minuto, Caine. Se ha acabado para nosotros - , dijo Sam-. - Tal vez para ti, Sam. No para mí. Conozco la mane ra. Sé la manera de quedarme. Rió en señal de salvaje triunfo. Astrid dijo: - Sam, tienes que hacerlo. Acaba con é l. - Diana bajaba de la escalera. - Sí, Sam, destrúyeme- , Caine se burlaba. - Tú tie nes el poder. Simplemente quema un agujero a través de ella y me obtendrás a mí también. - Diana dijo, - Caine, déjala en el suelo. Sé un homb re, por una vez. - - Déjala, Caine,- dijo Sam-. - Es el fin. Quince y afuera. No sé lo que es, pero puede ser la muerte, y no quieres morir con má s sangre en tus manos. Caine se echó a reír sin alegría. - Tú no sabes nad a de mí. Tú no creciste sin saber quien eras. Tú no tuviste que crearte a t i mismo de tu propia imaginación, de tu propia voluntad. - - Yo crecí sin padre en lo absoluto- , dijo Sam-. - Y ninguna explicación. Y ninguna verdad. Lo mismo que tú. - Caine miró su reloj. - Creo que el tiempo se termin o para ti, Sam. Tú primero, ¿recuerdas? Y aquí está lo que quiero sabe r antes de que te vayas: yo voy a sobrevivir, Sam. Voy a estar aquí t odavía. Yo, y tu encantadora Astrid y todos los FAYZ.



- Todo es mío- . Diana dijo, - Sam, la manera de vencer a el puff es ... Caine la rodeo, levantó la mano, y maldiciéndola en la mitad de la frase. Ella voló por el aire, un salto mortal hacia atrás y aterrizó en la calle en el césped de la plaza. El esfuerzo había distraído Caine. Dejando caer a A strid. Sam extendió su mano con la palma hacia fuera.



CAPITULO 46

1 MINUTO UN TIRO CLARO Con un pensamiento, él podría matar a Caine.

Pero el mundo alrededor de él se desvaneció. Astrid , acostada en un montón, parecía blanqueada, sin color, casi transpa rente. Caine en sí mismo, parecía un fantasma.

No hay ningún sonido. Los gritos de los niños se si lenciaron. La batalla entre Drake y Orc se movía en cámara lenta, los ata ques por los coyotes, todo esto enmarcado-por-un marco al lado de un huma no y monstruo.

El cuerpo de Sam estaba entumecido, como si se hubi era muerto y sólo quedo su cerebro aún zumbido de distancia dentro de su cráneo.

Es tiempo, dijo una voz.

Él sabía que la voz y ese sonido eran un cuchillo e n sus tripas.

Su madre estaba de pie delante de él. Ella era tan bella como siempre lo había sido para él. Su cabello se movió en una bris a que él no sintió. Sus ojos azules eran los únicos de color verdadero.

-Feliz cumpleaños, - dijo.

-No, - le susurró, aunque sus labios no se movieron .

-Realmente eres un hombre ahora, - dijo, -y su boca hizo una irónica sonrisa.

-Mi pequeño hombre, - dijo.

-No.

Extendió su mano hacia él.

-Ven.

-No puedo, - dijo.

-Sam, soy tu madre. Te quiero. Ven conmigo.

-Mamá...



-Sólo llega a mí. Soy segura. Puedo llevarte lejos, fuera de este lugar.

Sam sacudió la cabeza lentamente, lentamente, como si se estuviera ahogando en la melaza. Algo le sucedía al tiempo. A strid no estaba respirando. Nada se movía. El mundo entero se conge ló.

-Será como antes, - dijo su madre.

-Nunca fue... - Empezó a decir. -Me mentiste. Nunca me dijiste...

-Yo nunca mentí, - dijo, y frunció el ceño, decepci onada.

-Nunca dijiste...

-Ven conmigo, - dijo ella, impaciente, extendiendo la mano un poco como hacia cuando era niño y se negaba a tomar su mano p ara cruzar la calle. -Ven conmigo, Sam. Estarás a salvo y fuera de este l ugar.

Reaccionó instintivamente, siendo un niño de nuevo, reconociendo la voz "mamá", con la voz de "él me obedece". Llegó para e lla, le tendió la mano a ella.

Y lo rescataron.

-No puedo, - Sam dijo en voz baja. -Tengo a alguien por lo que tengo que quedarme aquí.

La ira brilló en los ojos de su madre, una luz verd e, surrealista, antes de que ella parpadeara y desapareciera.

Y luego, fuera del mundo irreal, Caine salió de una luz misteriosa.

La madre de Sam le dio una sonrisa a Caine, y la mi ró sorprendida.

-Enfermera Temple, - Caine dijo.

-Mamá, - corrigió ella. -Es tiempo de que mis dos n iños se unan a mí, que vengan conmigo. Fuera de este lugar.

Caine parecía embobada, sin poder apartar la mirada de su dulce sonrisa, de los penetrantes ojos azules.

-¿Por qué? - Caine preguntó con la voz de un niño p equeño.

Su madre no dijo nada. Una vez más, por sólo un lat ido del corazón, sus ojos azules brillaban de un verde tóxico antes de v olverse fríos, hielo azul.



-¿Por qué él y no yo? - Preguntó Caine.

-Es tiempo de que vengas conmigo, - su madre insist ió. -Vamos a ser una familia. Lejos de aquí.

-En primer lugar, Sam - Caine, dijo. -Ve con tu mad re.

-No, - dijo Sam.

La cara de Caine se ensombreció con rabia.

-Vamos, Sam. Ve. Ve. Ve con ella.

Estaba gritando. Parecía querer agarrar Sam físicam ente, empujarlo hacia su madre, pero sus movimientos eran extraños, incon exos, un monigote brusco en un sueño.

Caine renunció.

-Jack - le dijo, con voz sorda.

-Nadie me dijo nada, - dijo Sam. -Tengo cosas que t engo que hacer aquí.

Su madre extendió sus brazos hacia ellos, enojada, exigiendo ser atendida.

-Ven a mí. Ven a mí.

Caine sacudió la cabeza lentamente.

-No.

-Pero tú eres el hombre de la casa, Sam, - su madre sonsacó. -Mi pequeño hombre. Mío.

-No, - dijo Sam. -Yo soy mi propio hombre.

-Y nunca fue tuyo, - se burló Caine. -Ahora es dema siado tarde, madre.

El rostro de su madre vaciló. La tierna carne parec ía romperse en piezas de rompecabezas. La suave sonrisa, se desplomó haci a el interior. En su lugar una boca rodeada de agujas y dientes afilados . Los ojos se le llenaron de fuego verde.

-Voy a tenerte, - el monstruo rugió con violencia r epentina.

Caine lo miró con horror.

-¿Qué eres?



-¿Qué soy yo? - El monstruo se burlo salvajemente. -Yo soy tu futuro. Vas a venir a mí por tu propia cuenta hacia el lado oscuro, Caine. Vendrá con a gusto hacia mí.

-No, - Caine protestó.

El Monstruo se rió con una risa cruel en su boca de piraña.

Poco a poco el monstruo se desvaneció. El color lle naba de nuevo el mundo alrededor de Sam y Caine. Orc y Drake acelera ban de nuevo en la velocidad normal. El aire olía a pólvora de nuevo. Astrid tomó aire.

Sam y Caine se enfrentaban entre sí.

El mundo era el verdadero mundo. Su mundo. El Fayz. Diana miró. Astrid contuvo la respiración y abrió los ojos.

Caine fue rápida. Levantó las manos, con las palmas hacia fuera.

Pero Sam era más rápido. Saltó hacia Caine, entró a su alcance, y tomó la cabeza de su hermano con su mano buena.

La palma de la mano de Sam estaba plana contra la s ien de Caín, los dedos curvados en el pelo.

-No me obligues a hacer esto, - Sam advirtió.

Caine no trató de retroceder. Sus ojos eran salvaje s con el desafío.

-Vamos, Sam, - Caine dijo en voz baja.

Sam sacudió la cabeza.

-No.

-¿Tienes lástima? - Caine se burló.

-Tienes que salir, Caine, - dijo Sam en voz baja. - Yo no quiero matarte. Pero no puedes estar aquí.

Brianna miro hacia arriba, paró en seco, y la apunt o con un arma a Caine.

-Si Sam no te lleva, lo haré. ¿Estás seguro de que no es más rápido que la brisa?

Caine hizo caso omiso de su desprecio. Sin embargo, nunca tendrían la oportunidad de atacar a Sam ahora. Brianna era dema siado rápida para desafiarla.



-Es un error que me dejes vivir, Sam - Caine, advir tió. -Sabes que volveré.

-No. No volverás. La próxima vez...

-La próxima vez uno de nosotros va a matar al otro, - dijo Caine.

De pie. Manteniéndose alejada.

-Nunca... ¿Diana?

-Ella puede quedarse aquí, - dijo Astrid.

-¿Puedes, Diana? - Caine preguntó.

-Astrid el genio, - dijo Diana en forma burlona. -T an inteligente. Así que ni idea.

Diana se acercó a Sam, ahueco su mejilla en su mano , y le dio un beso en la comisura de la boca.

-Sam lo siento. La niña mala termina con el chico m alo. Es la forma en que funciona el mundo. Sobre todo este mundo.

Ella fue hacia Caine. Ella no tuvo su mano extendid a, ni siquiera lo miro, pero caminó a su lado mientras bajaba las escaleras .

La batalla entre Drake y Orc había tambaleado a una atracción agotada. Drake levanto en su mano el látigo, una vez más par a bajarla en los hombros de Orc, pero sus movimientos eran lentos, d e plomo.

-Ya basta, Drake, - dijo Diana. -¿No sabes cuando t ermina la lucha?

-Nunca, - Drake con voz entrecortada.

Caine levantó la mano y casi de manera casual termi no la lucha, maldiciendo a Drake después de ella.

Los coyotes, los que siguen vivos, los siguieron fu era de la ciudad.

Edilio levantó el arma y apuntó a las bestias en re tirada, y no a los humanos. Los ojos de Brianna entrecerrados, ellos s e preparan.

Sam dijo:



-No, hombre. La guerra ha terminado.

Edilio bajó el arma de mala gana.

-Deja eso, Breeze. Permitirle irse, - dijo Sam.

Brianna obedeció, más aliviada que otra cosa.

Quinn subió los escalones para estar junto a Edilio . Estaba manchada de sangre. Lanzó su propia arma en el suelo. Ella envi ó a Sam una sombría, infinitamente triste mirada.

Patrick subió con entusiasmo, y con él, Lana.

-Sam, déjame ver tu brazo, - dijo.

-No, - dijo Sam-. -Estoy bien. Ve con los demás. Gu ardarlos, Lana. No pude. Tal vez vos puedas. Comienza con Little Pete. Él es... él es muy importante.

Astrid había vuelto a la iglesia para encontrar a s u hermano. Reapareció, sosteniéndolo debajo de sus brazos, arrastrandolo.

-Ayúdame, - Astrid pidió, y Lana corrió hacia ella.

Sam quería ir con Astrid. Lo necesitaba. Pero el ca nsancio lo dejo arraigado en el sitio. Apoyó la mano buena en el ho mbro fuerte de Edilio.

-Creo que hemos ganado, - dijo Sam.

-Sí, - Edilio acordó. -Voy a conseguir la retroexca vadora. Tienes un montón de agujeros por cavar.

FIN DEL LIBRO



Próximamente

HUNGER

Segundo libro

Han pasado tres meses desde que todos los menores d e quince años quedaron atrapados en la burbuja conocida como la F ayz. Las cosas han empeorado. Los alimentos se están agotando, y cada día que pasa, más niños están desarrollando habilidades sobrenaturale s. Pronto aumentara la tensión entre los que tiene poderes y los que no , y cuando ocurra una

tragedia indecible, estallara el caos. Será una gue rra entre chicos simples contra los mutantes, y la batalla promete verter mu cha sangre.

Documents

GONE - Michael Grant- Libro #1 › uploads › 5 › 5 › 8 › 2 › ... · 2018-08-31 · PaolaS vane dhampir Correctoras de Estilo rossmary tEtE ANGIE_VASA Andy Parth Haushiinka