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Glissant Edouard Introduccion a Una Poetica de Lo Diverso

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COLECCIî N TEXTOS DEL BRONCE

" EDOUARD GLISSANT

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INTRODUCCION ./

A UNA POETICA DE LO DIVERSO

Traducci—n de Luis Cayo Pérez Bueno

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EDICIONES DEL BRO N CE

Page 3: Glissant Edouard Introduccion a Una Poetica de Lo Diverso

TÍ TULo ORIGINAL: INTRODUCITON.tI. UNE POƒTIQUE DU DIVERS e ƒDlTlONS GALLIMARD, 1996 ISBN OlUGINAL: 2-07-074649-6

PRL'.1ERA E~ICIî N: MAYO DEL 2002 rnovscro GRÁFICO: COLUMNA COMUNICACIî , S.A. (___

C> EDOUARD GLISSANT, 1996 \ _) Q DE LA TRADUCCIî N: LUIS CAYO PƒREZ BUENO, 2002 (~~" "-

EDICIONES DEL BRONCE, 2002 r ~ \()- f_¡'\

"i< -, ISBN: 84-8453-103-1 DEPî SITO LEGAL: B. 13.380-2002

IMPRESI6N: HUROPE, S.L. CALLE LIMA, 3 BIS - 08030 BARCELONA

êNDICE

ESTA OBRA ES GALARDî N DEL P.A.P. GnRcêA LORCA, PROGRAMA DE PUBLICACIî N DEL SERVICIO DE COOPERACIî N

Y DE ACCIî N CULTURAL DE LA EMBAJADA DE FRANCIA EN E~PAÑA Y DEL MINISTERIO FRANCƒS

DE ASUNTOS EXTERIORES.

INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO Dl\TRS0

Criollizaci—n en el Caribe y en las Américas - - - . - . Lenguas y lenguajes _ __ . - . - - - - Cultura e identidad .. _ . . . __ . . . . _ .... - . - - El caos-mundo: por una estética de la Relaci—n

ENTREVISTAS

BIBLIOTECA CENTRAL u. ~~'MJ -

El imaginario de las lenguas .... El escritor y el aliento del lugar

NOTA SOBRE EL TEXTO . I

Q EDITORIAL PLANETA, S.A., 2002

Cî RCEGA, 273-219 - 08008 BARCELONA

IMPRESO EN ESPA„ Aá PRINTED IN SPAIN

ESTE LIBRO NO PODRÁ SER REPRODUCIDO, NI TOTAL NI PARCIA.LMENTE, SIN EL PREVIO PERJo,USO

ESCRITO DEL EDITOR TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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_., ..

Sin duda, el texto de estas cuatro conferencias, cuyo t’tulo genérico b: escogido en homenaje a Victor Segalen, adolece de un exceso de Çt(":-

r’a» justo all’ donde hubiera sido preciso abordar lo Diuerso _r .: urdimbre del Çtodo-mundo» por un flujo de aproximaciones poéticas. por descripciones de paisajes y de situaciones, por un juego sonoro ,,;-; armon’as y disonancias que hubieran dado cuenta de nuestra C07J1m;

Çexistencia-en-el-mundo». Pero es norma en estos casos tratar ,,;-; expresar lo m‡s posible en el tiempo asignado e ir, si no a lo m‡s 7I1Ti- do, s’ al menos a lo más inmediatamente conuincente.

I

Es ésta una obra hilvanada de un tir—n, en la que el mero hablar lo ~ arrastra hasta agotar casi las existencias de la escritura y en la que ti

Çyo» se declara a ultranza, mientras que las entrevistas que 1.1 sigl!eil enfatizan sigfl~li:;aúvamente el compromiso Ji 14 toma de par-- tido. Conf’o en que, una vez le’da, el sentimiento de búsqueda. inquieto y err‡tico acaso, prevalezca sobre el sistema replegado e1I ,1'/-

mismo.

Doy las g;racias, entre otros m‡s, a Jean-Claude Castelain, Joel Des- rosiers, Lise Gauvin, Jean-Claude Gémar, Robert Melancon, Gas- ton Miran, Pierre Nepueu, que me han acompa–ado en este rastreo. No olvido a Martin Bobitaille, quien se encarg— de la trascripci—n del conjunto del texto.

ƒ .G.

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INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DfVERSO

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CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICAS

El objeto de estas cuatro conferencias ha de parecer a algu- nos complejo y err‡tico y es m‡s que probable que a lo

largo de la exposici—n vuelva sobre temas que se entrelazar‡n, que se superpondr‡n; es mi forma de trabajar.

La primera aproximaci—n que tuve de lo que cabr’a denominar como las Américas, la primera experiencia que recuerdo fue el paisaje, antes incluso de haber tenido conciencia de los dramas humanos -colectivos o individuales- acumulados en el tiem- po. La regi—n americana me ha parecido siempre -y me refie- ro a la regi—n de las Américas- harto particular en relaci—n, por ejemplo, con lo que he podido conocer de 105 paisajes europeos, a los cuales he tenido siempre como un conjunto muy reglamentado, cronometrado, en conexi—n con una espe-

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111111111,1111 IIIN A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

111.1111.11 /tllll' rirualizado de las estaciones. Cada vez que regre- 11,[1 11 1;1', Américas, ya fuera a una isla como Martinica, mi

11 L'I (ji 11.11:11, o al continente americano, lo que llamaba m‡s 1111 .ttl'lIt'i(')Il era el car‡cter abierto del paisaje. Para m’, es un P¡II'o'lIt' , .. irrué» -salta a la vista que se trata de una palabra jIIV('III:ld~-, en él hay irrupci—n y embate, también erupci—n, l'I,:lIid:H.1 e irrealidad a partes iguales. Cuando estoy en las eleva- ('i()II<';~ de Sainte-Marie, en el cerro Bezaudin, el lugar en que unc’, y diviso los cultivos en espaldera, casi verticales en esas alturas de Bezaudin y en otro cerro llamado Pérou, y en otro m‡s conocido como Reculée, me asalta la misma sensaci—n que ante el paisaje m‡s vasto de Chaví n, en Perno Chaví n es la cuna de las culturas preincaicas donde vi esos mismos cultivos en espaldera, ante los cuales uno se pregunta c—mo el campesino que los cultiva consigue no despe–arse y permanecer en los treinta centí metros contados en los que pone sus pies.

En esos espacios, el ojo no se familiariza con los artificios y las sutilezas de la perspectiva; con una ojeada, abarcamos toda la verticalidad y la abrupta acumulaci—n de lo real.

Este paisaje americano con el que nos reencontramos en una isla diminuta o en el continente me ha parecido siempre Çirrué». Y es muy probable que me venga de ah’ el sentimien- to que siempre he albergado de una especie de unidad-diversi- dad, por un lado, de las regiones del Caribe y, por otro, del conjunto de pa’ses del continente americano. En este sentido, el Caribe también me ha parecido siempre una suerte de pr—- logo del continente. En los siglos XVI y XVII,. el" Caribe era conocido como el Mar del Perú, a pesar de que Perú estaba en el otro extremo del continente y no existí a una comúnicaci—n posible. Era una especie de introducci—n al continente, una suerte de v’nculo entre lo que hab’a que dejar atr‡s y aquello cuya exploraci—n hab’a que emprender.

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CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICAS t El Caribe fue el primer lugar donde desembarcaron escla-

vos, esclavos africanos, que después eran reexpedidos hacia N orteamérica o hacia Brasil o hacia otras islas cercanas. A mi juicio, estas regiones caribe–as son no tanto ejemplares -des- creo del concepto de ejemplaridad- cuanto indicativas del universo americano. Y, sin embargo, se trata de pa’ses que durante mucho tiempo han sido ignorados -sin contar Haití , la primera república negra de la historia mundial, ni tampoco Cuba y la revoluci—n cubana. Mi intenci—n es menos ponde- rarlas que probar que hay ah’ una referencia a algo que est‡ sucediendo en las Américas, no sin sobresaltos acusados, y que trataré de estudiar con ustedes.

Comenzaré por definir la que, en mi opini—n, es, y en esto coincido con otros, la caracter’stica esencial de las Américas, es decir, la divisi—n en tres partes a la que podemos someter -con investigadores como Darcy Ribeiro en Brasil y Emma- nuel Bonfil Batalla en México o Rex Nettleford en Jamaica- a las Américas: la América de los pueblos testigos, de los que siempre han estado ah’, conocida como Mesoamérica; la Amé- rica de los migrantes europeos que en el nuevo continente han mantenido los usos y costumbres y las tradiciones de sus pa’ses de origen, a la que podr’amos llamar Euroamérica, que abarca Quebec, Canad‡, Estados Unidos y una parte (cultural) de Chile y Argentina; y la América que podr’amos denominar Neoamérica y que es la de la criollizaci—n. La forman el Caribe, el nordeste de Brasil, las Guayanas y Curacao, el sur de Esta- dos Unidos, el êitora] de Venezuela y Colombia y una parte considerable de América Central y de México.

Esta divisi—n supera las fronteras, llegando a superponerse ~sas tres Américas. La Mesoamérica est‡ presente tanto en Quchcc COIllO en Canad‡ y en Estados Unidos. Venezuela y Colomhi» comparten una parte caribe–a y una parte andina,

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVER_~_O CRIOLLlZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICfI." t esto es, una Neoaméri~~ y una Mesoamérica. En esos conti- nentes yen esas islas, las fricciones y los conflictos entre esas

/' tres clases de Américas sehan multiplicado. Pero aupo aSê, lo que predomina en esa relaci—n es que cada vez m‡s la Neoa- mérica, vale decir, la América de la criollizaci—n, al mismo tiempo que sigue tomando prestados elementos de la Meso- américa y de la Euroarnérica, tiende a influir en esas dos for- mas de la divisi—n americana. Y lo m‡s sugestivo en el fen—me- no de la criollizaci—n, en el fen—meno constitutivo de la Neoamérica, es que el poblamiento de esta Neoamérica es muy particular, En él prevalece África.

Puede afirmarse que ha habido, en lí neas generales, tres ti- pos de Çpobladores» de las Américas. El Çmigrante armado»,

. esto es, el que desembarca del Mayf/ower o el que remonta el r’o San Lorenzo. Llega con sus naví os, su armamento, etc., se trata del Çrnigrante fundador». Le sigue a continuaci—n el Çmigran te familiar», doméstico, el que llega con su baúl, con su horno, con sus cazuelas, con sus fotos de familia y que pue- bla una gran parte de las Américas del Norte o del Sur. Y, por último, el que llamo el Çmigrante desnudo», es decir, el que ha sido trasladado a la fuerza al nuevo continente y que constituye la base de la poblaci—n de esta suerte de circularidad fundamen- tal que es para mí el Caribe. No hay que desde–ar el término Çcircularidad», pues se trata de una especie de irradiaci—n, de espiral, que dista mucho de la Çproyecci—n vectorial» que

. caracteriza toda colonizaci—n. Siempre he dicho que el mar Caribe se distingue del Medi-

terr‡neo en que aquél es un mar abierto, un mar que difracta, mientras que el Mediterr‡neo es un mar que concentra. El hecho de que las civilizaciones y las grandes religiones mono- te’stas surgieran en las proximidades de la cuenca mediterr‡- nea obedece al poder de este mar para dirigir, incluso por

medio de los dramas, las guerras y los conflictos,- el pensa- miento humano hacia un pensamiento de lo Uno y de la uni- dad. El mar Caribe, por su parte, es un mar que difracta y que suscita la emoci—n de la diversidad. No es únicamente-un mar. de tr‡nsito y traves’as, es también un mar de encuentros' y de implicaciones. Lo que sucede en el Caribe en tres siglos es lite- ralmente esto, a saber: la coincidencia de elementos culturales provenientes de horizontes absolutamente diversos y que real- mente se criollizan, realmente se imbrican y se confunden entre s’ para alumbrar algo absolutamente imprevisihle, abso- lutamente novedoso, que no es otra cosa que la realidad crio- lla:" La Neoamérica -ya se trate de Brasil, el litoral caribe–o, las islas o el sur de Estados Unidos- determina la experiencia concreta de la criollizaci—n a través de la esclavitud, la opre-. si—n, la desposesi—n por los distintos sistemas esclavistas, cuya . abolici—n abarca un dilatado per’odo (m‡s o menos de 1830 a 1868), verificándose a través de esas desposesiones, esas opre- siones yesos cr’menes una verdadera conversi—n del Çser».

Con su concurso, a lo largo de estas cuatro conferencias, desear’a examinar esta conversi—n del ser. La tesis que sosten- dré es que la criollizaci—n que se produce en la Neoamérica, y la criollizaci—n que se apodera de las otras Américas, no es dis- tinta de la que opera en el mundo entero. La tesis que sosten- dré ante ustedes es que el0nundo se criolliza o, lo que es lo mismo, quelas culturas del mundo, en contacto instant‡neo y absolutamente conscientes, se alteran mutuamente por medio de intercambios, de colisiones irremisibles y de guerras sin piedad, pero también por medio de progresos de conciencia y de esperanza que autorizan a afirmar -sin que uno sea un ut—- pico o, m‡s bien, admitiendo serlo- que las distintas humani- dades actuales se despojan con dificultad de aquello en lo que han insistido desde antiguo, a saber: el hecho de que la identi-

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERS† - CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE Y EN LA<:> .A,MƒRICAS t dad de un individuo no tiene vigencia ni reconocimiento salvo que sea exclusiva respecto de la de todos los dem‡s individuos.j y esta dolorosa.mutaci—n del pensamiento humano es la que' desear’a rastrear con su ayuda.

servado la memoria de sus cantos fúnebres, nupciales, bautis- males, de duelo, tra’dos de sus antiguos pa’ses, que entonan transcurridos cien a–os e incluso m‡s, en 'distintas vicisitudes de su vida familiar, al africano deportado se le ha arrebatado la posibilidad de mantener estos legados concretos. Pero, par- tiendo de los únicos poderes de la memoria, (;S decir, de los solos pensamientos del rastro que le quedan, realiza algo de todo punto imprevisible; por una parte, crea lenguajes criollos y, por otra, formas artí sticas universales, tales como la música de jazz, que se reformula con el auxilio de los instrumentos adoptados, pero con base en la huella de los ritmos africanos esenciales. Aun cuando este rieoainericano no entona cancio- nes africanas centenarias, re instaura en el Caribe, en Brasil y en América del Norte, por pensamiento del rastro, formas artí s- ticas que propone como v‡lidas universalmente. En mi opini—n, el pensamiento del rastro posee Una dimensi—n original que es preciso oponer, en la actual situaci—n del Inundo, a lo que he dado en llamar los pensamientos de sistema 0 los sistemas de pensamiento. Los pensamientos de sistema y los sistemas rlp pensamiento han sido tan prodigiosamente' fecundos y pro- ductivos corno prodigiosamente letales. El pensamiento de! r8S- tro es aquel que se inserta hoy d’a m‡s eficazmente en la falsa universalidad de los pensamientos de sistema.

Los fen—menos de la criollizaci—n son fen—menos de enor- me importancia porque permiten hacer efectivo un nuevo enfoque de la dimensi—n espiritual de la humanidad en su diversidad. Un enfoque que consiste en una reconstrucci—n del paisaje mental de estas htrrnanidades actuales. y esto por- que la criollizaci—n comporta que los elementos .culturales que concurren deben obligatoriamente ser Çequivalentes en va- lor», a fin de que esta criollizaci—n se efectúe realmente. Esto es, que si de estos elementos culturales en interacci—n, algunos

¿Qué es la criollizaci—n? Acabo de plantearles que existen tres tipos de poblamiento y que el debido a la trata de esclavos afri- canos es el que ha causado las mayores aflicciones y desdichas en las Américas '-eso sin contar el exterminio de los pueblos amerindios en el norte y en el sur del continente; y no pode- mos pasarlo pOl;" >~lto. Se da actualmente un cuarto tipo de po!..,lalfiieüi,ú, interno: el de los desplazados haitianos y cuba- nos en los boat people (refugiados que huyen en barco). Es una modalidad cr’tica del devenir de las sociedades americanas. Pero si se examinan las tres formas hist—ricas de poblamiento, nos damos cuenta de que mientras los pueblos migran tes procedentes de Europa (los escoceses, los irlandeses, los italia- nos, los alemanes, los franceses, etc.) llegan con sus cantos, sus tradiciones, sus herramientas, COJl la imagen de su Dios, eic., los africanos llegan despojados de todo, de cualquier posibili- dad, desprovistos incluso de su lengua. Pues el antro del barco negrero es el lugar y el momento donde las lenguas africanas desaparecen, porque en el barco negrero, o en las plantacio- nes, jam‡s conviv’an las personas que hablaban la misma len- gua. El ser se hallaba despojado de cualquier elemento propio de su vida cotidiana y, sobre todo, de su lengua.

¿Qué sucede con ese migrante? Pues que recompone, echando mano de huellas, una lengua y unas artes que pode- mos considerar v‡lidas para todos. All’, por ejemplo, donde en una comunidad étnica, en el continente americano, se ha con-

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVE-R'SO CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICAS t son infravalorados en comparaci—n con los otros, la criolliza- ci—n no se produce realmente. Se produce, st,pero de un modo espurio e inicuo. En pa’ses de criollizaci—n como el Caribe o Brasil, en los que los elementos culturales concurren por mor del poblamiento esclavista, los factores constituyentes cultura- les africanos y negros han sido de ordinario minusvalorados. La criollizaci—n se produce, aun en esas condiciones, pero deja un poso amargo, indome–able. Y en casi todas partes de la Neoamérica ha sido necesario restablecer el equilibrio entre los elementos concurrentes; en primer término, mediante una revalorizaci—n del legado africano, como en lE>S casos del indi- genismo haitiano, el Renacimiento de Harlem o, en fin, la negrirud -la poética de la negritud de Damas y Césaire que ha

- 'engarzado con la negrimd de Senghor. La criollizaci—n en acto que se ejercita en el interior de la plantaci—n -el universo m‡s inicuo, m‡s siniestro que se pueda imaginar- se gesta a pesar de todo, pero el Çser» queda mutilado. Porque el Çser» se ve desestabilizado por la disminuci—n que lleva en s’, que le im- pide considerarse a s’ mismo como tal; disminuci—n es, por ejemplo. la de su valor propiamente africano. Esto sucede tanto en las Antillas y en el Caribe y a prop—sito también de otros elementos constitutivos. El elemento hindú, por ejemplo. Cuando con posterioridad a 1848, la regi—n del Caribe fue par- cialmente poblada por migrantes hindúes a los que se les hizo creer que dispondr’an de un empleo, y en verdad fueron trata- dos pura y simplemente como esclavos. Hubo también all’ una

, desconsideraci—n de los valores provenientes de la India y ha hecho falta mucho tiempo para que se reconozca, actualmente, que la poblaci—n de ascendencia hindú es una parte apreciable del fen—meno de la criollizaci—n en el Caribe. En Trinidad, los linajes hindú y africano se reparten el poblamiento de la isla.

La criollizaci—n exige que los elementos heterogéneos con-

currentes Çse intervaloricen», es decir, que no haya degrada- ci—n o disminuci—n del ser, ya sea interno o externo, en ese contacto y en esa mezcolanza. ¿Y por qué criollizaci—n y no mestizaje? Porque la criollizaci—n es imprevisible, mientras+ que los efectos del mestizaje son f‡cilmente determinables. Podemos determinar estos efectos en las plantas mediante esquejes yen los animales mediante cruces, podemos calcular que los guisantes rojos y los guisantes verdes cruzados median- te injertos dar‡n en tal generaci—n un determinado resultado, yen tal otra un resultado distinto. Pero la criollizaci—n es un .'~ mestizaje con un valor a–adido, elque le confiere la imprevisi- bilidad. Del mismo modo, es absolutamente imprevisible que los pensamientos del rastro . lleven a las poblaciones de las Américas a la creaci—n de Ienguas o de formas art’sticas tan absolutamente inéditas. Respecto del mestizaje, la criolliza- ci—n aporta lo imprevisible; genera en las Américas microc1i- mas culturales y lingü’sticos inesperados, espacios en los que la mutua interacci—n de las lenguas y de las culturas es de una gran brusquedad. En Luisiana, la creaci—n de la música zydeco es una aplicaci—n a la música cajún tradicional de los ritmos y las energ’as del jazz V hasta de! rock, En Luisiana se hallan los black indians, que son tribus surgidas de la mezcla entre cima- rrones e indios. En Nueva Orleans he asistido al desfile de las etnias black indian, y pude apreciar all’ algo absolutamente imprevisible, que supera el mero hecho del mestizaje. Estos microclimas culturales y lingü’sticos que genera la criolliza- ci—n en las Américas son decisivos porque representan los signos mismos de lo que sucede verdaderamente en el mun- do. y lo que pasa realmente en el mundo es que se crean micro y macroclimas de interpenetraci—n cultural y lingü’sti- ca. y cuando esta interpenetraci—n cultural y lingü’stica es muy acusada, entonces los antiguos demonios de la pureza y

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DI\l,ERSO

del antimestizaje persisten y prenden esas bocas infernales que arden en la superficie de la tierra, _

¿Por qué este término de criollizaci—n aplicado a las colisio- nes, a las armon’as, a las distorsiones, a los retrocesos, a los rechazos, a las atracciones entre elementos culturales? He con- signado ya por qué se ha renunciado aqu’ a la palabra Çmes- tizaje». La palabra Çcriollizaci—n» procede naturalmente del término Çcriollo» y de la realidad de las lenguas criollas. ¿Y qué es una lengua Çcriolla»? Es una lengua compuesta, surgi- da del contacto de elementos lingü’sticos absolutamente hete- rogéneos entre s’, Los criollos franc—fonos del Caribe son el resultado del contacto entre hablarites bretones y normandos del siglo XVII con una sintaxis que no sabemos a ciencia cierta en qué consistí a, pero de la que presumimos era una suerte de s’ntesis de sintaxis de idiomas del África negra subsahariana del oeste. Dicho de otro modo, el léxico, el vocabulario, el habla normanda no guardan ninguna relaci—n con la sintaxis, que es tal vez una Çs’ntesis de sintaxis» de esas lenguas africa- nas. La combinaci—n de ambos, que, por otra parte, tiene su origen, se diga lo que se diga, en la pr‡ctica de la jerga, porque se trataba entonces de resolver los problemas laborales en las islas caribe–as, esta combinaci—n es imprevisible. Era absolu- tamente imprevisible que en dos siglos una comunidad sojuz- gada hubiera podido producir una lengua partiendo de ele- mentos tan heterogéneos. Doy en llamar lengua criolla a una lengua cuyos elementos constitutivos son, entre s’, heterogé- neos. No calificar’a como lengua criolla la soberbia lengua de los poetas jamaicanos de la dub poetry, tales como Michael Smith y Linton Kwesi Johnson o, aún m‡s pr—ximo, Edward Kamau Braithwaite. Alguien ha afirmado que se trata de un criollo jamaicano -seguramente necesitar‡ un nombre-, pero no lo denominar’a criollo, porque se trata, s’, de una

CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICAS 1 genial y agresiva deformaci—n de una lengua, la lengua inglesa. pero en el seno y por obra de hablantes subversivos de esa len- gua. y no pretendo establecer jerarquí as. ¿Se trata, entonces, de un Çpidgin»? Pero pidgin es hasta tal punto negativo y peyora- tivo que resulta inapropiado para aplicarlo a un lenguaje de estas caracter’sticas. Mis amigos jamaicanos me dicen que esa lengua no puede ser un pidgin, que es criollo. En mi opini—n. no es ése su car‡cter y tal vez haya que buscarle un nombre. pues el criollo es un lenguaje, como m’nimo, b’fido, esto es, que consta al menos de dos elementos constitutivos, que para el criollo de Cabo Verde, es el crio de Senegal; para Curacao, el papiamento, as’ como para los dem‡s criollos de Martinico. Haití , Guadalupe o Reuni—n o Santa Lucí a o incluso de la isla Dominica. Los criollos tienen suorigen en los choques; en la consunci—n, en la consumaci—n recí proca de elementos lingüisti- cos absolutamente heterogéneos entre s’, con resultados im- predecibles. El criollo no es ni el producto de esa espléndida operaci—n que practican voluntariamente los poetas jamaicanos sobre la lengua inglesa, ni un pidgin, ni un dialecto. Es algo nuevo, de 10 que.vamos adquiriendo conciencia, respecto del cual somos incapaces de decir si es una operaci—n original, pues cuan- do se examinan, con criterios de razón, los or’genes de cualquier lengua, incluida la lengua francesa, nos percatamos (o presenti- mos) que casi todas las lenguas, en sus orí genes, son criollas.

En cuanto a los criollos franc—fonos del Caribe y del océano êndico, mis hip—tesis son:

¥ Las hablas francesas, bretonas y normandas fueron lo bas- tante Çheterodoxas» corno para permitir la aparici—n del fen—-

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t INTRODUCCiî N A UNA POƒTICA DE LO DIyERSO CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICAS t meno criollo (criollizaci—n lingüí stica), allí donde el espa–ol y el inglés, ya fuertemente consolidados y Çorg‡nicos», resistie-

, . _"

ron en casi todas partes a l~ criollizaci—n." ¥ Es m‡s que probable que la criollizaci—n lingü’stica opere

mejor en territorios exiguos y bien delimitados: en islas, agru- padas o no en archipiélagos (Caribe, océano êndico, islas de Cabo Verde). Laboratorios, de algún modo. Estas hip—tesis no dan crédito a la criollizaci—n de la lengua francesa, como se ha .querido creer o inducirme a suponer.

Estas razones me llevan a pensar que el término criolliza- ci—n es plenamente aplicable a la presente situaci—n del mun- do, esto es, a la situaci—n donde una Çtotalidad tierra», por fin realizada, permite que en el seno de esta totalidad (en la que no existe ninguna autoridad Çorg‡nica» y en la que todo es archipiélago) los elementos culturales m‡s distantes y m‡s heterogéneos puedan entrar en relaci—n. Eso produce resulta- dos imprevisibles.

Esta percepci—n de lo que sucede en el mundo se asienta sobre la noci—n, que se ha vuelto preceptiva, de dos modalida- des culturales genéricas. Modalidades culturales qlle llamaré at‡vicas, en las que la criollizaci—n se produce desde muyanti- guo, y cuya naturaleza estudiaremos m‡s adelante; y modali- dades culturales que denominaré compuestas, cuya criolliza- ci—n se produce ante nuestros ojos. La regi—n del Caribe y la regi—n de esta circularidad eclosiva a la que antes me he referi- do son parte de estas culturas compuestas. La percepci—n es que las culturas compuestas propenden a resultar atávicas, esto es, a aspirar a una especie de perdurabilidad, de prestigio en el tiempo, que necesitarí a toda cultura para estar segura de s’ misma y para sentirse provista de la audacia suficiente para afirmarse. Las culturas at‡vicas propenden a criollizarse, es

decir, a impugnar o defender de un modo con frecuencia dra- m‡tico -véase el caso de Yugoslavia, del L’bano, etc.- el estatuto de la identidad corno raí z única. Porque efectivamen- te se trata de eso, de una concepci—n sublime y letal que los pueblos de Europa y las culturas occidentales han vehiculado en el mundo, consistente en afirmar que cualquier identidad es radicalmente única y exclusiva. Esta visi—n de la identi- dad se opone a la noci—n actualmente Çefectiva», en las cultu- ras compuestas, de la identidad como factor y como resultado de la criollizaci—n, es decir, de la identidad como rizoma, de la identidad no de ra’z única, sino de ra’z múltiple. Una vez for- mulado esto, los problemas se revelan inquietantes pues al hablar de identidades múltiples nos asalta la sensaci—n de una

. amenaza de disoluci—n; estamos hechos al antiguo modelo y me parece que si voy a la búsqueda del otro dejaré de ser yo mismo y que si dejo de ser yo mismo, entonces, ¡estoy aboca- do a la perdici—n! En el actual panorama del mundo, la cues- ti—n capital es la de saber c—mo ser uno mismo sin sofocar al otro, y c—mo abrirse al otro sin ahogarse uno mismo. Cuesti—n que plantean y que ilustran las culturas compuestas del ‡rea americana. ¿D—nde se halla el punto de tangencia entre esas culturas compuestas que propenden al atavismo y esas culturas atávicas que comienzan a criollizarse?

Resulta insoslayable abordar esta cuesti—n si, aun a base de desví os, deseamos escapar de las oposiciones letales, sangran- tes, que alientan y agitan en este momento el desorden mun- dial. Si eludimos la pregunta de si es preciso renunciar a la espiritualidad, a la mentalidad ya lo imaginario estimulados por una concepci—n identitaria de ra’z única que acaba con

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVE'R:SO C RIOLLIZAC Iî N EN EL CARIBE y EN LAS A M (, IUCAS 1 todo lo que le rodea, para entrar en la ardua complexi—n de una identidad de relaci—n, de una identidad que comporta una apertura al otro, sin peligro de disoluci—n; si no nos plantea-. ., mos este género de preguntas, me parece que no estaremos en simbiosis, en relaci—n con la situaci—n efectiva del mundo, con la situaci—n de lo que efectivamente pasa en el mundo. En mi opini—n, s—lo una poética de la Relaci—n, es decir, un imagina- rio, nos permitir‡ Çcomprender» estas fases y esta interdepen- dencia de situaciones de los distintos pueblos, en la actualidad, en el mundo, la cual, de acertar, nos autorizar‡ a intentar libe- rarnos del encierro al que nos vemos reducidos. A mi enten- der, hay lugares en el mundo en que este desafí o, esta suerte

, de imposible se est‡ dando, en Sud‡frica, por ejemplo. Uno de los mayores objetivos del Congreso Nacional Africano (CNA) y Je Nelson Mandela 'es, naturalmente, el de resolver todas las cuestiones concernientes a la supervivencia econ—mica de todo ese sector de poblaci—n que durante tanto tiempo fue relegado a la miseria y a la esclavitud por el régimen del apartheid. Pero considero que hay otro envite que compromete el siglo XXI y es que si Mandela y el CNA no logran que convivan zulúes, negros, mestizos, hindúes y blancos en el contexto de Sud‡fri- ca, habr‡ algo en nuestro siglo XXI, en nuestro porvenir, en el futuro de la humanidad diversa que encarnamos, que se ver‡ ostensiblemente amenazado y abocado a la ruina. En su auto- biografí a, Nelson Mandela plantea finalmente esta cuesti—n, m‡s o menos en estos términos: ÇTodo el camino que he reco- rrido hasta el presente -de 1912 a 1994-, todas las luchas, no son nada en comparaci—n con lo que nos queda por hacer; por- que lo que nos queda por hacer (lograr que convivan todos esos grupos de poblaci—n) es lo verdaderamente importante». Esto pasa por abandonar la identidad de raí z única y adentrarse en la auténtica criollizaci—n del mundo. Hemos de reconciliarnos

con el pensamiento del rastro, con un pensamiento asistem‡ti- co, que no ser‡ dominador, ni sistem‡tico, ni autoritario, sino que ser‡ tal vez un no sistema de pensamiento, caracterizado por la intuici—n, la fragilidad, la ambigüedad, en concordancia con la extraordinaria complejidad y con laextraordimria multi- plicidad de dimensiones del mundo en que vivimos. '1 raspasado y sostenido por el rastro, el paisaje deja de ser una l:sccnografí a apropiada y se toma un: personaje del drama de la Relaci—n, la cual no es la apariencia pasiva del todopoderoso Relato, sino la dimensi—n cambiante y permanente de todo cambio y de todo intercambio. Este imaginario de un pensamiento del rastro nos resultara consustancial cuando, en el mundo actual, experimen- temos una poética de la Relaci—n.

La Diversidad se ensancha con todas las apariciones inespera- das, con las minor’as ayer mismo ignoradas y postradas bajo la losa de un pensamiento monol’tico, expresiones fractales de sensibilidades que se reagrupan y adoptan formas inéditas.

Todas las posibilidades, todas las contradicciones est‡n iris- critas en lo diverso del mundo. En Martinica, por ejemplo, uno no puede resistirse a participar en la vivacidad del Caribe, vivacidad emergente que acerca por fin a los caribe–os, ya sean hispanohablantes, angl—fonos, franc—fonos o criollofonos, cuan- do al mismo tiempo, en la propia Martinica, se produce tal proliferaci—n de modas (musicales, alimenticias y de atuendo) que someten pasivamente a los martiniqueses a flujos Çplane- tarios» alienantes, sin duda alguna, porque se adoptan sin sen- tido cr’tico.

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO CRIOLLIZACIî N EN EL CARIBE y EN LAS AMƒRICAS t

PREGv"NTAS cialmente con la de Reverdy, quien, a mi juicio, capt— mejor su esencia que Breton.

En cuanto al fen—meno de la 'criollizaci—n, he de decir que una dimensi—n relevante en la criollizaci—n contempor‡nea es su doble car‡cter de hecho instant‡neo y plenamente cons- ciente. Los contactos culturales no son cosa de ahora, pero abarcaban perí odos tan dilatados yue pasaban inadvertidos para la conciencia. Un galorromano del siglo VIII -los hab’a todav’a- carecí a de cualquier conciencia de ser una Çcombi- naci—n» de la Galia y de Roma; cre’a ser un ciudadano roma- no por los siglos de los siglos. El efecto cultural no alcanzaba la conciencia, porque era obvio. Lo incre’ble en la criolliza- ci—n moderna es que, de un modo fulminante, penetra en las conciencias. Cuando veo e~ la televiSi—~n terremoto en no sé qué confí n del mundo, no s—lo tengo conciencia inmediata del temblor, sino que me impregno de la lengua de las gentes que han sufrido ese cataclismo, de su estilo de vida, de lo que han perdido, etc., y pienso acto seguido en el terremoto que sobrevendr‡ en mi pa’s. Me impregno de esa realidad ambiente y ah’ radica la raz—n ce "..;, afirmaci—n de que el escritor con- tempor‡neo, el escritor actual, no es monolingüe, aun si s—lo conoce una lengua, porque escribe en presencia de todas las lenguas del mundo. Entonces, ¿ese proceso -porque la cr’o- llizaci—n es un proceso- alcanzar‡ un estado, una fase final? No me lo parece, puesto que es la conciencia la que reactiva el proceso y la no ciencia, el no conocimiento los que le conferi- r’an la estabilidad de una identidad definida. Considero que estamos en un momento en la vida de las humanidades en el que el ser humano comienza a admitir la idea de que él mismo es un perpetuo proceso, que no es un ser, sino un hacerse, y que, como todo lo que se est‡ haciendo, cambia. y en mi opi- ni—n, se trata de una de las alteraciones intelectuales, espiri-

ROBERLVIELANC;ON: Vt~y a comenzar por una cuestié– menor: he cogido al vuelo la defin’d‡n que ha dado de la criollizaci—n y voy a tratar de reproducirla am total exactitud para no traicionarle: ÇLos elementos heterogéneos nuis distantes entran en contacto y producen un resultado impreoisihle», A mi juicio, la fuerza y la imprevisibili- dad del resultado determ inan el alejamiento de los elementos en con-

, tacto. Me parece que recuerda punto por punto la definici—n de ima- gen poética acu–ada 1J1/'I' Breton-Reoerdy, que acerca los elementos m‡s distantes entre s’,:v de esta distancia y de la colisi—n que sigue surge algo impredecible 'fue llamamos imagen. Primera pregunta: .

, ¿ Comparte ese l'nfoqu/'? . . ƒDOUi\RD GUSSi\Ni': Compietamente. Eso confirmarla que

el acto poético es un elemento de conocimiento de lo real. R.M.: Mi segunda {11'cgunta es mucho m‡s amplia. Ha descrito

de modo muy conuincente el proceso de criollizaci—n del mundo que se. est‡ produciendo en estos momentos, y ha recordado, sucinta pero suficientemente parte hacerse una idea, la criollizaci—n de siglos pasa- dos, por ejemplo, la del 111 lindo antiguo a prop—sito de la aparici—n del cristianismo y de nueoos jlllcblos amocidos como Çbdrbaros», Asipues, ¿podemos volver a dejinirla mollizaci—n como un estado de turbu- lencia de sistemas concurrentes, hecho que puede inducir a pe.nsar que al cabo de un jJe'rí ot!u lo suficientemente dilatado de' turbulencia de sistemas se alcanzani [atalmente una estasis? Usted mismo ha afirmado que todas lfl.\'/r,;cl1tas si se escarba en sus ra’ces, son criollas

~') , en su origen. ¿La criollizacum del mundo, que serealiza hoy d’a en un momento en que la tierra es por fin única, no concluir‡ en un estado de unificaci—n que' detendr‡ por completo cualquier moui- mie"}to, al no existir elementos ajenos, exteriores?

E.G.: Respecto de su primera observaci—n, estoy completa- mente de acuerdo con la definici—n de imagen poética, espe-

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tuales y mentales m‡s importantes de nuestro tiempo. Nos aterra la idea de que un dí a habremos de aceptar que no somos una entidad absoluta, sino una existencia cambiante. y me parece que esta noci—n de conciencia y de vértigo fulminante impedir‡ que, en un futuro, vayamos a una nueva estasis, en una nueva fase, llamémosla, de estabilizaci—n. A menos que a esta totalidad tierra por fin culminada se oponga otro absolu- to. Por ejemplo, la llegada de extraterrestres; ser‡ el otro abso- luto que se enfrente a la identidad tierra. Y en ese instante ese proceso correr‡, efectivamente, el peligro de fijarse en una

.. nueva identidad-ti erra-única que se opondr‡ al otro absoluto, absolutamente extra–o. Fuera de eso, no creo que la criolliza- ci—n pueda detenerse y paralizarse.

P: A mi juicio, el criollo es un hecho bastante Çloe; al», e incluso si el proceso que usted describe globalmente sigue idénticas pautas, no estamos autorizados a extrapolar la situaci—n particular criolla al resto del mundo.

ƒ.G.: No estoy de acuerdo del todo. En efecto, denomina- mos lenguas criollas a lenguas que hoy son locales, pero, como ya he indicado, me parece que cualquier lengua es en su ori- gen criolla. Solamente los hablantes desear’an, una vez adqui- rida conciencia, que su lengua no fuera criolla, sino que fuera especí fica. El sue–o de toda humanidad es que su lengua le haya sido dictada por un dios, es decir, que su lengua sea la lengua de la identidad exclusiva. Hace un a–o, en Estrasburgo, discut’a con unos novelistas japoneses que me decí an: ÇEn Jap—n hay un intenso debate, una discusi—n sin resolver. Los fascistas sostienen que la lengua japonesa es pura, dictada por los dioses. Nosotros, por nuestra parte, sostenernos que el japonés es una lengua criolla. Y que hay préstamos (llegan a hablar de la lengua vasca, de las lenguas indonesias, coreanas, etc.)», Es una cuesti—n abierta. Uno de los escritores de ese

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I ,1

CRIOLLlZACIî N EN EL CARIBE Y'EN LAS AMƒRICAS t mismo grupo, que muri— hace dos a–os, escribi— un libro, todaví a no traducido al francés, titulado Crioltismos. El fen—- meno que describo no tiene nada de local; es ur-a cuesti—n mucho m‡s generalizada. y si adopto el vocablo criollizaci—n, no es por referencia a mi pueblo o a las Antillas o al Caribe, etc., sino porque nada expresa mejor la imagen de lo que suce- de en el mundo que esta realizaci—n imprevisible a partir de elementos heterogéneos.

En este instante, no es otra la cuesti—n que tiene planteada el mundo entero, porque es el estado actual del mundo. Cuan- do digo Çcriollizaci—n», no es tanto refiriéndome a la lengua criolla, sino al fen—meno que han estructurado las lenguas crio- llas, lo cual no es lo mismo.

P: ¿ Vislumbra 'en el proceso de criollizaci—n la aparici—n de un Çpeligro», en la medida en que la criollizaci—n podr’a comportar cierta relativizaci—n del lugar de origen?

ƒ.G.: Se da una intensa relaci—n entre la necesidad y la rea- lidad ineludibles de la criollizaci—n y la necesidad y la realidad ineludibles del lugar natal, esto es, del lugar donde se pronun- cian las primeras palabras. Comenzamos a hablar en un sitio, no en el aire. El sitio de nuestras primeras palabras; de nues- tros primeros textos, de nuestras primeras voces y gritos es un lugar de capital importancia. Pero ese sitio puede cerrarse y uno puede encerrarse en su interior. El ‡mbito de nuestros gritos puede convertirse por obra nuestra en territorio, cerra- do a cal y canto, levantando muros' espirituales, ideol—gicos, etc., instante en que deja de ser Çespacio». Actualmente, lo m‡s importante es, justamente, acertar a descubrir una poética de la Relaci—n que nos permita, preservando el lugar de ori- gen, resguard‡ndolo, abrirlo. ¿Disponemos de los medios pre- cisos? ¿Es factible para el hombre, para el género humano, para el ser humano? ¿Hemos de convencernos de una vez por

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todas de que para preservar el lugar de origen hemos de pre- servar lo exclusivo del lugar? No niego que ahí late un interro- gante, pero he advertido que si no se plantea esta cuesti—n, se perpetúa la reclusi—n ciega, clausura que da como resultado situaciones como las de Bosnia, Croacia, Serbia, etc. Ninguna soluci—n, ni polí tica, ni econ—mica, ni militar, ni sociol—gica, resolver‡ tales problemas mientras que la espiritualidad, la mentalidad, la inteligencia del ser humano no se hayan inver- tido y se formulen esta cuesti—n decisiva. y continuar‡n las guerras imposibles, las muertes inútiles y las matanzas genera-

. lizadas. No he negado que exista un problema, sino que he dicho que es esa concreta cuesti—n la que hay que afrontar.

P: ¿Podr’a decirnos qué entiende por ÇRelaci—n», por una poéti- ca de la ÇRelacion»? " '

ƒ.G.: Las culturas occidentales sostienen que el absoluto es el absoluto del ser y que la condici—n de existencia del ser es su car‡cter absoluto. Sin embargo, ya en los presocr‡ticos, el pensamiento predominante es el del ser en relaci—n, no como absoluto, sino como relaci—n con lo distinto, relaci—n con el mundo, relaci—n con el cosmos. Eso estaba en el pensamiento presocr‡tico, al que hoy se sude retornar. Cuando, desde una —ptica mucho m‡s laica, los ecologistas luchan por sus ideas, qué es lo que afirman, pues que Çsi matas el r’o, el ‡rbol, el aire, la tierra, est‡s matando al hombre». Establecen una red' de relaciones entre el ser humano y su entorno. Lo que yo digo es que la noci—n de ser y de ser absoluto est‡ vinculada con la noci—n de identidad de Çra’z única» y de identidad exclusiva, y que si somos capaces de concebir una identi- dad rizoma, es decir, una ra’z a la búsqueda de otras ra’ces, entonces lo que cobra relevancia no es tanto un presunto abso- luto de cada ra’z, sino el modo, la manera en que entra en con- tacto con otras ra’ces, esto es, la Relaci—n. A mi juicio, una

poética de la Relaci—n resulta m‡s presente y m‡s Çapasionan- te», en la actualidad, que una poética del ser.

E: ¿C—rrlo,heJ vivido Martinica la criollizaci—n? ƒ.G.: La- criollizaci—n no se confunde en modo alguno con

una polí tica de Çmezcla de sangres», que ser’a un enfoque miope y limitado. Hemos vivido la criollizaci—n bajo dos aspectos; el aspecto negativo de la esclavitud y de la servidum- bre y hoy mismo presenta otro aspecto negativo, el de la asi-' mil aci—n con la cultura francesa. En Martinica yen Cuadalu- pe hay un impulso muy enérgico de asimilaci—n de la cultura francesa. Pero no puedo negar que la criollizaci—n, aunque se practique de forma negativa, continúa su expansi—n. Y que en el Çseno» de la criollizaci—n, hay medios para eludir esa nega- tividad. Por esta raz—n, como ha observado, los 1nt-i!hr.o~ que experimentan la criollizaci—n dirigen su atenci—n a otra parte: Marcus Garvey, hacia los negros de Estados Unidos; Fanon, hacia Argelia; los textos de Césaire, hacia toda el África negra. El consejero de Nkrumah en África, Padmore, era natural de Trinidad, etc. Se produce siempre una suerte de dilataci—n, como si, incapaces de resolver sus propios problemas, los cari- be–os se sintieran impelidos a ayudar a los dem‡s, en otra parte que estar’a siempre aqu’. El aspecto positivo es el modo doloroso, pero efectivo, de vivir la criollizaci—n, que prefigura las modalidades futuras de la solidaridad.

Al haberse desarrollado en un tiempo en que la norma iden- titaria era la de ra’z única, las sociedades criollas del Caribe y m‡s singularmente las de las Antillas franc—fonas (en las que los procesos de asimilaci—n se est‡n produciendo con una visi- bilidad desoladora) pueden aparecer como una variante de la levedad, como una suspensi—n del ser, sin in tensidad; cosa que debi— de parecer a esos dos errantes, en busca de una esencia, de una verdad primordial, que llegaron a Martinica a princi-

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pios de siglo: Lafcadio Hearn y Paul Gauguin. El alborozo y la aflicci—n extremos de sus mutaciones casi alquí micas, Heam en japonés, y Gauguin en oce‡nico, aun teniendo plena con- ciencia de no hacer nada distinto de errar hasta los lí mites de una alteridad que deseaban hacer suya (acomodar, adaptar), fue la se–al misma dé lo que no pudieron experimentar ni admitir, el gozo y la aflicci—n de la criollizaci—n, la cual, tal vez, a su juicio, generaba afectaci—n, deterioro y pérdida de esen- cia. Por tal motivo, ambos encaminaron sus pasos en busca de lugares m‡s densos, tradiciones milenarias, un origen, una permanencia. Otro tanto han hecho los rastas, que encuentran su fuerza en la m’stica rastafari etí ope, sin desligarse, no obs- tante, de su entorno caribe–o. As’ también, los m‡s generosos o los m‡s lúcidos de los antillanos buscaron en su momento el

, absoluto de la revoluci—n del tercer mundo, como Frantz Fanon, y la esencialidad de la negritud, como Aimé Césaire. No era momento aún de hacerse cargo del Çcambio que viene determinado por el intercambio».

LE!.'J'GUAS y LENGUAJES

Desear’a situar esta reflexi—n compartida con ustedes Qªjo dos premisas. La primera es la afirmaci—n de que podemos repetir las cosas. Creo que la repetici—n es una de las formas del cono- cimiento en nuestro mundo; repitiendo comenzamos a perci- bir el diminuto fragmento de una novedad manifiesta. La segunda consideraci—n es la del lugar común. En rrii opini—n, los lugares comunes no son prejuicios, son literalmente luga- res en los que una idea so bre el mundo descubre una idea sobre el mundo. Ocurre a veces que escribimos, enunciamos o nos detenemos a pensar en una idea que encontramos en un peri—dico italiano o brasile–o, bajo otro enfoque, elaborada en un contexto diferente por alguien con quien no tenemos nada que ver. Son los lugares comunes, los lugares en los que una idea sobre el mundo confirma una idea sobre el mundo.

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. El objeto literario m‡s elevado que puede proponerse es lo que he llamado el Çcaos-mundo», y vamos a ver c—mo se arti-

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO L E N G U A S Y L E N G U A_J ES T

cula para mí esa certeza. Es indudable que aun cuando la lite- ratura saca partido o explora los entresijos mas rec—nditos del ser humano y, por tanto, descuida esa relaci—n con el mundo a la que me refiero, obedece, sin embargo, a una concepci—n del mundo; esto es evidente. En el poema aparentemente m‡s eté- reo, late en sordina una visi—n del mundo. El poeta ha reivin- dicado siempre por medio de su conocimiento esa relaci—n con la Çtotalidad-mundo», que únicamente tolera los énfasis m‡s inocentes. Pero s—lo actualmente, una vez que la totalidad- mundo se ha materializado concreta y geogr‡ficamente, cuan- do esta visi—n del mundo que, con anterioridad en la literatura era Çprofética», puede desplegarse o ejercerse tomando como objeto auténtico lo que antes no era m‡s que su objetivo. Al decir esto; no pretendo proyectar la literatnra en un ‡mbito de generalizaci—n abstracta. Disponer de una poética de la totali- dad-mundo consiste en vincular de forma revocable el lugar en el que se enuncia una poética o una literatura con la totali- dad-mundo, y viceversa. En otras palabras, la literatura no se produce en un espacio en suspensi—n, no es una suspensi—n en el aire. Procede de un lugar, hay un lugar ineludible en el que se enuncia la obra literaria, pero en la actualidad la obra litera- ria armoniza mejor con el lugar, que ha establecido una rela- ci—n entre el lugar y la totalidad-mundo.

Una equivalencia me permitir‡ aproximarme mejor a esta nueva dimensi—n de la literatura. He meditado sobre el desti- no de las grandes' obras que han marcado el origen de las comunidades humanas. y en el despuntar de todas esas comu-

. nidades se halla, por supuesto, irresistible, el grito poético. Me refiero a comunidades constituidas hace milenios y que por comodidad llamaré comunidades Çat‡vicas». Me parece que hemos recordado esta cuesti—n la última vez, y que hab’amos distinguido entre las comunidades at‡vicas basadas en la idea

de una Génesis, es decir, de un acto de creaci—n del mundo.v la idea de una filiaci—n, es decir, de un ví n culo permanenre entre el momento presente de la comunidad y esa g61tsE (ejemplos de comunidades at‡vicas son las antiguas de _,\_,_.,,::.:;_, África negra, Europa y las arnerindias), y las culturas COI1lpU~-

tas nacidas de la criollizaci—n en las que cualquier idea .:1:: Génesis no es m‡s que producto del préstamo, la adopcio.; : la imposici—n; la auténtica Génesis .de los pueblos caribe–os :::0

el barco negrero yel antro de la plantaci—n. En el despuntar de todas esas comunidades at‡vicas. cs:I.

el grito poético: el Antiguo Testamento, la Iliada y la Odisea. e. Cantar de Rold‡n, los Nibelungos, el Kalevala, los libros sagrados hindúes, las s~gas islandesas, el Popol-Vub y el Chitam Eall1711 de los amerindios. Hegel, en el cap’tulo-tercero de su Estétir:./i. caracteriza esta literatura épica como una literatura de la con- ciencia comunitaria, pero de una conciencia en un estadio de ingenuidad, previo al estadio polí tico, en un momento en el que la comunidad no est‡ segura de su estabilidad, en un instante en que precisa la tranquilidad del orden (ya sea con la Iliada, el Cantar de Rold‡n o el Antiguo Testamento). Este grito poético de la conciencia naciente es también el grito de una conciencia excluyente. La épica tradicional. reúne los elemen- tos constitutivos de la comunidad y excluye los ajenos a ella. Esto, por supuesto, es aún m‡s cierto para otras creaciones épicas, m‡s imperiales, como la Eneida para el Imperio roma- no, la Dioina Comedia para el orbe cat—lico, o, m‡s secretamen- te vigoroso, como Les Tragiques de Agrippa d' Aubigné para la conciencia protestante. Estas comunidades nacientes rnode- lan, proyectando un grito que reúne la morada, el lugar y la naturaleza de la comunidad y que en virtud de la misma fun- ci—n excluye de la comunidad lo que no le pertenece. Las dis- tintas modalidades de la literatura se delinean sebre estas poé-

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ticas comunitarias: la lí rica, la filos—fica, la dram‡tica, la nove- lesca, etc. Todas estas variedades inaugurales de grito poético reúnen, modelan la materia de una comunidad ameriazada. Pues, a mi juicio, la épica es -tal vez lo haya dicho en la últi- ma intervenci—n- el grito que, tradicionalmente, necesita emitir la comunidad para contrarrestar la amenaza de insegu- ridad que pesa sobre su identidad. Es creencia antigua que la épica es la exultaci—n de la victoria, pero, en mi opini—n, es m‡s bien el canto redentor de la derrota o de la victoria ambi- gua. Indudablemente, Roncesvalles fue una derrota de Carlo- magno, acontecimiento que posteriormente la comunidad ter- giversa para conjurar la derrota. Cada vez que se reflexiona sobre la épica, se advierte esa exigencia de serenidad. En la

, ". jò ada, por ejemplo; la victoria de los helenos noes un triunfo, . descansa sobre un subterfugio. De no producirse el enga–o de

Ulises, se hallar’an aún asediando las murallas de Troya. No es una victoria, es un subterfugio. y la Odisea destila épica aciba- rada. A su regreso, Ulises s—lo es reconocido por su perro. En las sagas islandesas, se lamenta extraordinariamente la fatali- dad que pesa sobre los héroes.

En esta forma de literatura y_uc es, sin duda, la m‡s acabada . y perfecta que nos haya sido dada, no obstante el desarrollo

experimentado por las literaturas subsiguientes, se cifra lo que va a producirse en la esfera literaria. Pues, desde ese momen- to, toda literatura ser‡ considerada por la comunidad como dictada en el seno de la lengua (divinizada) de la comunidad. No es la lengua del dios o de los dioses de las dem‡s comuni- dades y, en el plano literario, la lengua adquirir‡ una funci—n absoluta y sacralizada cuyos efectos son patentes. ¿Con qué nos enfrentamos actualmente?, pues con el surgimiento de una comunidad hecha a base de la totalidad realizada de las cornu- 'nidades del mundo, realizada en el conflicto, la exclusi—n, la

matanza, la intolerancia, pero, as’ y todo, verificada, porcr» no so–amos con la totalidad-mundo, estamos inmersos en ,,]\::, latimos al un’sono. Lo que para el poeta tradicional era 1"-

sue–o unitario o universalizador, se ha tornado para nosor-> en una inmersi—n forzada en un caos-mundo.

Una vez m‡s, respecto de la noci—n de caos, cuando 1~"

refiero a caos-mundo, reiterar’a las precisiones que he fOn1~;'á

lado a prop—sito de la criollizaci—n: hay caos-m undo porqr-' hay imprevisibilidad. Es justamente la noci—n de irnprevisiluc dad de la relaci—n a escala mundial la que genera y determino: la noci—n de caos-mundo. De este problem‡tico surgimient-: de un tipo distinto de participaci—n comunitaria en una ciud:h; imposible a la que llamamos la aldea tierra (pero toda a Ido comporta un centro hegem—nico), tenemos una concieuoÇ que, a diferencia de los textos fundacionales de las comunids des mundiales, no es ingenua, porque est‡ contaminada por h polí tica; no podemos pasar por alto la polí tica. No tenernos una conciencia ingenua, sino m‡s bien angustiada. ¿Por q\H\

esta angustia frente a la realidad del caos-mundo? Porque IHl~

damos cuenta de que la conciencia no ingenua de esta totuli- dad no puede ser m‡s que excluyente, por carecer Je la sensa- ci—n de seguridad que da, en la Iliada o en el Antiguo Tesm mento, la certidumbre de la comunidad elegida radicada en una tierra elegida que adquiere as’ la condici—n de territorio, Pues a la conciencia no ingenua de esta comunidad inédita y total se le plantea la pregunta de c—mo ser uno mismo si 11

cerrarse al otro y c—mo tolerar al otro sin renunciar a sr mismo. El poeta se ve sacudido por esta cuesti—n, sobre la que debe interrogarse cuando est‡ en sintoní a con su comunidad, cuando est‡ en sinton’a con la comunidad a la que con frc- cuencia ha de prestar su ayuda, porque hoyes una comunidad amenazada en el mundo. Ha de defender su comunidad mI

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE .1.,0 DIVE'R_SO LENGUAS Y LENGUAJES t

tanto por medio del sue–o de una totalidad-mundo, universal- mente admitida (como en el tiempo en que esta totalidad- mundo era todaví 'i un dominio del sue–o), ha de defenderla en la facticidad de un caos-mundo, refractario a cualquier univer- salizaci—n generalizadora.

Existe esta angustia de la relaci—n de uno mismo con el otro, pero existe también otra inquietud, otra cuesti—n angustiosa. ¿Acaso no vemos en el copioso panorama de todas las lenguas del mundo, justo en el momento en que la direcci—n es otra (ya no se trata del tr‡nsito de la oralidad a la escritura, sino de la escritura a la oralidad), que resulta imposible garantizar por m‡s tiempo la unidad formal y que hemos de inventar formas múltiples cuya barroca perentoriedad nos causa pavor? As’, estas dos cuesti~nes est‡n relaci—n~(:b~. L::! escritura, el dicta- do de los dioses, est‡ vinculada con la trascendencia, con la inmovilidad corporal y con una especie de tradici—n de la con- secuci—n, que denominarí amos pensamiento lineal. La orali- dad, el movimiento corporal son producto de la repetici—n, la redundancia, el predominio del ritmo, la renovaci—n de las asonancias, todo lo cual aparta el pensamiento de la trascen- dencia, y de la garantí a y'üe el pensamiento trascendente lleva consigo, y de los excesos sectarios que implí citamente desen- cadena.

Llegados a este punto de nuestra meditaci—n, o cogitaci—n o enso–aci—n, no podemos dejar de advertir que esta cuesti—n del tr‡nsito de la escritura a la oralidad es hoy una cuesti—n decisiva, crucial, que plantea la de la trascendencia, la del abso- luto y la de la Relaci—n y la del relativismo por contraposici—n al absoluto. Es un hecho que las técnicas conducen a la oralidad (se afirma por doquier que el libro desaparecer‡, etc.), pero también es un hecho que las culturas orales, las civilizaciones orales, arrumbadas anta–o en la cara oculta de la tierra, alean-

zan Çel gran teatro del mundo». Y escrutando hoy lo que se escribe y lo que se dice, vemos claramente que, en la pr‡ctica, hay dos tipos de oralidad. PO,f un lado, la que difunden los medios de comunicaci—n, que es la oralidad de la estandariza- ci—n y la trivialidad. Y por otro, la oralidad trémula y creativa, de las culturas nacientes que aparecen en Çel gran teatro del mundo», y que, por lo dem‡s, no siente una especial preferen- cia por la escritura ni por sus f—rmulas, sino que adopta los medios del cine, de la creaci—n pl‡stica, etc., sin dejar de ser por ello culturas orales y expresiones de oralidad. En mi opi- ni—n, la pintura rural haitiana, equivocadamente calificada corno Çnarve», es la pintura del lenguaje criollo, y existe rela- ci—n entre la oralidad criolla haitiana y la pintura rural de ese pa’s. Y para el poeta y para el escritor, esta cuesti—n de la escri- tura y de la oralidad es una ocasi—n propicia para experimentar una angustia vivificante, Debe para ello resolver dos asuntos problem‡ticos relacionados entre s’: el primero es la expresi—n de la comunidad a la que pertenece en su relaci—n con la tota- lidad-mundo y el segundo es la expresi—n de su comunidad en una búsqueda que es a la vez de absoluto y de no absoluto, de escritura y de oralidad. El poeta ha de proceder :1 sintetizar todo eso, lo que para m’ es, en la actual situaci—n de las len- guas y literaturas del mundo, tan arrebatador como complejo. Esta angustia creativa es lo contrario del pesimismo o de la desesperanza Çmetaf’sicos» surgidos del pensamieI1to del Çser».

Hablo y, sobre todo, escribo en presencia de todas las lenguas del mundo. No son pocas las lenguas que hoy perecen en el

.rnundo -en el África negra, por ejemplo, desaparecen porque

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): INTRODUCCIî N A 1}NA pOƒTICA DE LO DIV.ERSO LENGUAS Y LENGUAJES t

sus hablantes son asimilados por comunidades nacionales de mayores dimensiones, o porque no es mjs que una lengua rural o muy limitada en cuanto a medios de expresi—n, encon- tr‡ndose entonces depauperada, o pura y simplemente por- que sus hablantes abandonan materialmente el pa’s en el que viven-, pero sabemos que escribimos en presencia de todas las lenguas del mundo, aunque no conozcamos ninguna. Me hallo -a t’tulo de ejemplo- impregnado, poéticamente impregnado, por esta necesidad, aunque tengo una gran difi- cultad para hablar otra lengua distinta de las m’as propias (criolla y francesa). Escribir, sin embargo, en presencia de todas las lenguas del mundo no significa conocer todas las lenguas del mundo. Significa que, en el contexto actual de las distintas literaturas y de su relaci—n de la poética del caos- mundo, me est‡ vedado escribir de forma monolingüe. Actúo sobre mi lengua desvi‡ndola y derrib‡ndola no mediante s’n- tesis, sino mediante aperturas lingü’sticas que me permiten anudar relaciones entre las diversas lenguas que hoy se hablan sobre la faz de la tierra -relaciones de dominaci—n, de conni- vencia, de absorci—n, de opresi—n, de erosi—n, de tangencia, etc.-, como elemento de un c!rama grandioso, de una trage- dia gigantesca de la que mi propia lengua no est‡ a salvo ni exenta. Consecuentemente, no puedo escribir mi lengua de manera monolingüe, la escribo como espectador de esta tra- gedia, de este drama. No hay salvaci—n para ninguna lengua de las que se hablan en el mundo, si se deja que mueran las dem‡s. En la relaci—n de tintes dram‡ticos que se da hoy entre las lenguas, de igual forma que no puedo escribir como si fuera monolingüe, tampoco puedo defender mi lengua de modo monolingüe. He de defenderla teniendo presente que no es la única amenazada (y esto, siendo la lengua criolla la de mayor interés para m’ -si no les importa dejaremos para el

debate la cuesti—n de por qué no escribo en criollo, siendo ésta mi lengua materna).

Para un antillano como yo, que forma parte de un pa’s ~rl e , que hay una lengua dominante, el francés, y una lengua dOI:1i- nada, el criollo, se abre una nueva perspectiva, consistente en que en la tragedia mundial de las lenguas, en este caso el fran- cés y el criollo, son finalmente lenguas solidarias. Mientras que una dominaba a la otra, ha habido que hacer el esfuerzo de considerar que esta dominaci—n, real y efectiva, es, en L" tragedia mundial de las lenguas, una dominaci—n secundaria l'

incluso de tercer grado. Nos hallamos en un momento hist—ri- co en el que comprobamos que el imaginario humano necesita de todas las dem‡s lenguas del mundo y que, consecuentemen- te, en el lugar ineludible donde se formula la obra literaria, b~ Antillas, el imaginario del antillano precisa de la lengua criolla y de la lengua francesa. Por este motivo no puedo aceptar esa especie de vaga adhesi—n que es la francofon’a. Esta dimen-

, si—n ineludible debe inscribirse en la pr‡ctica y en el aprendi- zaje de cualquier lengua. Reitero que el multilingüismo no comporta la coexistencia de las lenguas ni el conocimiento de varias lenguas, sino la presencia de las lengWl.s del mundo en 1:1 pr‡ctica de la lengua propia; eso es para m’ el multilingüismo.

De ah’ la necesidad de distinguir entre la lengua que usa- mos y el lenguaje, esto es, la relaci—n con las palabras que se construyen en literatura y poes’a. Resumir’a todo esto dicien- do que la defensa de la lengua es irremediable, porque en vir- tud de esta defensa nos oponemos a la estandarizaci—n, que vendr’a, por ejemplo, de la mano de la universalizaci—n de un anglonorteamericano b‡sico. Si algún d’a esa estandarizaci—n se produjera en el mundo, no ser’an s—lo el francés o el italia- no ° el criollo los que estarí an amenazados, sino primeramen- te el inglés; porque la lengua inglesa se ver’a despojada de sus

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oscuridades, sus flaquezas, sus éxitos, sus estí mulos, sus ener- g’as, sus retrocesos y sus variedades, perder’a su car‡cter de lengua del campesino, del escritor, del estibador, etc. Todo eso desaparecer’a, la lengua perecer’a y se ver’a abocada a conver- tirse en una suerte de c—digo internacional, en un esperanto. Si la lengua inglesa fuera la m’a, me causarí a una enorme inquietud la universalizaci—n y la estandarizaci—n del anglo- norteamericano.

La defensa de la lengua resulta, pues, ineludible, porque esta defensa constituye la oposici—n a la estandarizaci—n. y esta misma defensa se opone a la disoluci—n; retomando lo que he subrayado en la última intervenci—n, la poética de la Relaci—n no es una poética magm‡tica, indistinta, neutra. Para que exista relaci—n, es preciso que existan dos o m‡s identidades o entes due–os de s’ mismos y que acepten cambiar a impulsos del intercambio. Segunda consideraci—n: la defensa de la lengua, repit‡moslo, pasa por la defensa de todas las lenguas del mundo. Pero la construcci—n de un lenguaje en la lengua que usamos, permite encaminarla hacia el caos-mundo, porque de esta forma se establecen relaciones entre las lenguas posibles del mundo. Pongamos el caso antillano, en el que el lenguaje es la expresi—n de nuestra relaci—n con la lengua, de nuestra acti- tud, de confianza o de reserva, respecto del mundo, de profu- si—n o de silencio, de apertura al mundo o de clausura, de ade- cuaci—n a las técnicas de la oralidad o de preponderancia de las exigencias seculares de la escritura o incluso de la simbiosis de todo lo anterior. De este modo, surge en el {::aribe un lenguaje, urdido a base del inglés, francés, espa–ol, criollo del universo del Caribe y hasta de Sudamérica. Alejo Carpentier me decí a algún tiempo antes de su muerte: ÇNosotros los caribe–os escribimos en cuatro o cinco lenguas, pero nuestro lenguaje es el mismo». El arte del narrador criollo se compone tanto de

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LENGUAS Y LENGUAJES t digresiones como de acumulaciones, con el lado barroco de la frase y el per’odo, estas distorsiones del discurso en el que est‡ inserto funcionan como una respiraci—n natural, esta circulari- dad del relato y esta infatigable repetici—n del motivo. Todo converge en un lenguaje que discurre a través de todas las len- guas caribe–as: inglés, criollo, espa–olo francés, ya sea de Car- pentier, Walcott o de escritores franc—fonos de Martinica, de Guadalupe o de Haití . y lo maravilloso es que esta indagaci—n de un lenguaje entre y m‡s all‡ de las distintas lenguas no per- vierte en absoluto a ninguna de ellas y las enriquece a todas, congreg‡ndolas en un punto focal, un espacio de misterio o de magia en el que, al reencontrarse, terminan Çentendiéndose».

Anta–o, simult‡neamente con los libros fundacionales a los que me he referido y con todas las literaturas de las que proce- d’an, el pensamiento -el que yo llamo pensamiento de siste- ma- ha organizado, examinado y proyectado esos efectos len- tos e imperceptibles entre las lenguas; ha previsto y puesto en perspectiva ideol—gica el movimiento mundial que él regenta- ba leg’timamente. Hoy, este pensamiento de sistema que, de buen grado llamo Çpensamiento continental», ha flaqueado al no considerar el no sistema generalizado de las culturas del mundo. Otra forma de pensamiento, m‡s intuitiva, m‡s fr‡gil, amenazada, pero en sinton’a con el caos-mundo y con sus impredecibilidades, se desarrolla, sustentada quiz‡ por las cien- cias humanas y sociales, pero deslizada hacia una visi—n de la poética y de lo imaginario del mundo. Califico este pensa- miento como Çarchipiélago», un pensamiento asistem‡tico, inductivo, en exploraci—n de la impredecibilidad de la totali- dad-mundo y conciliando escritura con oralidad y oralidad con áscritura. Los continentes, me parece, se tornan archipiélagos,

al menos, vistos desde fuera. Las Américas tienden a configu- r:1SC como un archipiélago, se agrupan en regiones, sohr('po

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t . INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO LENGUAS Y LENGUAJES t

traducci—n, por esta misma raz—n, es la se–al y la prueba con la que contamos para hacernos una idea, en nuestro imagina- rio, de todas las lenguas. De igual modo que el escritor, desde ahora, materializa esta totalidad;mediante la pr‡ctica de su len- gua de expresi—n, el traductor la manifiesta por la traslaci—n de una lengua a otra, confrontado a la unicidad de cada una de esas lenguas. Pero, al igual que en nuestro caos-mundo no habr‡ salvaci—n para ninguna lengua si no se salvan las dem‡s, el traductor no sabr‡ establecer relaciones entre dos sistemas de unicidad, entre dos lenguas, m‡s que en presencia de todas las dem‡s, plenas de vigor en su imaginario, aun cuando él no conozca ninguna; lo cual equivale a decir que el traductor inventa el lenguaje que necesitamos para pasar de una lengua a otra, como el poeta inventa un lenguaje en su propia lengua. Una lengua de tr‡nsito necesaria, un lenguaje común a ambas, pero de algún modo imprevisible respecto de cada una de ellas. El lenguaje del traductor actúa como la criollizaci—n y como la Relaci—n en el mundo, generando imprevisibilidad. Arte de lo imaginario, la traducci—n es una auténtica operaci—n de crio- llizaci—n y ser‡ en ade!ante una pr‡ctica inédita y libérrima de un valioso mestizaje cultural. Arte de intersecci—n de mestiza- jes que aspiran a la totalidad-mundo, arte vertiginoso y de desarraigo redentor, la traducci—n se inscribe de este modo y cada vez m‡s en la multiplicidad de nuestro mundo. La tra- ducci—n es, pues, una de las modalidades m‡s relevantes de este nuevo pensamiento archipiélago. Arte de la fuga de una a otra lengua, sin que la primera se anule y la segunda renuncie a manifestarse. Y arte de la fuga también porque cada' traduc- ci—n, actualmente, se agrega a la urdimbre de todas las tra- ducciones posibles de cualquier lengua en cualquier lengua.

Si bien es cierto que con toda lengua que desaparece, muere una parte del imaginario humano, con cualquier traducci—n se

niéndose a ias fronteras nacionales. A mi juicio, debemos devolver al término Çregi—n» la dignidad que le es propia. Europa tiende a la archipielizaci—n. Las regiones lingü’sticas,

. las regiones culturales, m‡s all‡ de los lí mites nacionales, son islas, pero islas abiertas, factor que representa su principal con- dici—n de supervivencia. El pensamiento de sistema, el pensa- miento continental, el antiguo pensamiento ideol—gico de pre- figuraci—n del mundo consideraba a las lenguas no vehiculares -a las que desde ahora llamaremos regionales, siempre que demos al vocablo Çregi—n» un sentido nuevo, exhaustivo- como lenguas encerradas en s’ mismas, replegadas sobre s’ mis- mas, id—neas para la folclorizaci—n y el particularismo inope- rante. Este estado de cosas genera inmediatamente obli- gaciones, siendo la conclusi—n que todas las lenguas han de entenderse, a través del espacio, en los tres sentidos del térmi- no entenderse, a saber: deben escucharse, deben comprenderse y deben reconocerse. Prestar o’dos al otro, a los otros, compor- ta ampliar su propia dimensi—n espiritual, esto es, ponerla en relaci—n. Comprender otra, otras lenguas, significa aceptar que la verdad ajena se a–ade a la nuestra. y reconocerse en el otro supone admitir incorporar a las estrategias singulares desarro- lladas en favor de cada lengua regional o nacional otras estrate- gias globales que ser’an el resultado de un debate común. Me parece que en la actual situaci—n del mundo, la misi—n del poeta, del escritor y del intelectual consiste en reflexionar y en formular propuestas sobre la base del cúmulo de coordenadas, relaciones, ví nculos, que suscita la cuesti—n de las lenguas.

Para acabar, desear’a enunciar algunas consideraciones so- bre lo que, a mi juicio, est‡ llamada a ser una de las artes m‡s decisivas del futuro, el arte de la traducci—n. Toda traducci—n, en su origen, sugiere, por la traslaci—n que har‡ de una lengua a otra, el estatuto soberano de todas las lenguas del mundo. y la

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enriquece, de modo a un tiempo errante y fijo, ese mismo ima- ginario. La traducci—n es fuga, siempre qu~ consista en una generosa renuncia. Tal vez lo queá hay que aprehender en el acto de traducir es la belleza de esa renuncia. Es verdad que el poema, al ser traducido de una lengua a otra, va despoj‡ndose de parte de su ritmo, de sus asonancias, del azar que es a la vez la contingencia y la p~rmanencia de. la escritura. Pero es preciso allanarse, transigir con esa renuncia, pues esa renun- cia es, en la totalidad-mundo, la parte de s’ que cualquier poé- tica ha de transferir a otra. Esa renuncia, cuando est‡ sobra- damente sustentada en razones y creaciones, cuando aflora ese lenguaje divisorio sobre el que me he extendido, es el pen- samiento mismo de la levedad, el pensamiento archipiélago en virtud del cual recomponemos los paisajes 'del mundo, pensamientu que, a diferencia de los pensamientos de siste- ma, nos indica le incierto, lo peligroso, pero también la intui- ci—n poética hacia la que desde ahora nos dirigimos. La tra- ducciún, arte de la levedad y del roce, es una pr‡ctica del rastreo. Contrariamente a la limitaci—n absoluta del ser, el arte de la traducci—n contribuye a agregar la respectiva exten- si—n de todos los seres y de todas las existencias del mundo. Rastrear en las lenguas es rastrear en lo imprevisible de nues- tra, de aqu’ en adelante, común condici—n.

LENGUAS y LENGUA) ES t

PIERRE NEPVEU: Desearí a formularle una pregunta sobre esta pre- sencia de las dem‡s lenguas. Usted ha dicho: ÇEscribo en p1'esencia de todas las lenguas del mundo, aunque no las conozca». ¿Cî 'mo defini- r’a esta presencia, cu‡l es su naturaleza, c—mo se manifiesta, qué modalidades adopta?

ƒDOUARD GUSSANT: Evidentemente, no se manifiesta en el plano lingüí stico. Lo que quiero decir es que en las tradiciones literarias del mundo.tindependientemente de que sean orales o escritas, la funci—n del poeta ha sido siempre, m‡s o menos ostensiblemente, la de afirmar, por una parte, la unicidad ex- cluyente de la comunidad o de lo que puede ser considerado como la comunidad en relaci—n con cualquier otra comunidad posible; y, por otra, el hecho incontestable de que todas las literaturas del mundo descansan en la convicci—n de que la lengua de la comunidad es una lengua elegida. En Occidente y, particularmente, en Europa, la funci—n de la literatura es percibida, de modo inconsciente, como una funci—n que deri- va de los dictados de un dios. Démosle el nombre de inspira- ci—n o cualquier otro que se nos ocurra, pero existe el sobren- tendido de que la palabra, la lengua, ha sido dictada por un dios, el dios comunitario, que la lengua es trascendente y que su escritura también lo es. En nombre de esa trascendencia se ha despreciado, dominado, sojuzgado y sumido en la sombra a todas las literaturas orales, y llegado al convencimiento de que, al compararlas con las culturas escritas, toda cultura oral es inferior. La escritura es la impronta de la unicidad y de lo divi- no. En ese contexto, el escritor, hasta el siglo XIX, escribe de forma monolingüe. Rep‡rese en que Voltaire consideraba que Shakespeare era un Çsalvaje», rep‡rese en que personas tan inteligentes como los escritores ingleses coet‡neos de Racine afirmaban que éste era una mujercilla, porque resultaba impo- sible imaginarse a Shakespeare en la poética de la . lengua fran-áá' cesa y porque Racine era inconcebible para un inglés; los escri- tores afirmaban la senda monolingüe. Hoy los problemas son otros. Uno es el del arraigo de las distintas comunidades, por- que todas ellas est‡n de algún modo dominadas por doquier por la colonizaci—n, pero otro es el de la Relaci—n, que resulta

PREGUNTAS

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~sible en todas las esferas: polí tica, econ—mica, etc. Cuando una' mariposa aletea en la Bolsa de Tokio, se-producen cata- clismos Çecol—gicos» en la Bolsa de Londres o en la de Par’s. Se aprecian relaciones, pero no se percibe la Relaci—n, en lo que se refiere a la expresi—n cultural de las comunidades. Sin embargo, la Relaci—n est‡ ah’, latente. Me agrade o no, la admita o no -es tan aceptada por unos como rehusada por otros-, estoy condicionado porun determinado número de relaciones en el mundo. Cada vez que he tenido ocasi—n de ir a California, me ha asaltado el miedo a los terremotos. Sin "embargo, también se producen terremotos en mi pa’s, no cau- s‡ndome éstos mayor temor. Pero cuando me encuentro en California, tengo miedo de los se’smos, porque los he visto en televisi—n, cosa que nunca he visto en mi pa’s. As’, los tem- blores de mi pa’s no me causan miedo. Cuando me encuentro en Martinica, no pienso jam‡s en terremotos. Y cuando final- mente se produce uno, no pierdo la cabeza, trato de alcanzar un lugar descubierto y no permanecer bajo techado; sé m‡s o menos c—mo hay que comportarse. Igual que sabemos hacer frente, toda una noche si fuera preciso, ,a un hurac‡n, actuan- do como se espera. Pero cuando estoy en California, en un hotel, y siento el Çestruendo» del terremoto, pierdo la calma, porque existe en m’ el problema de la relaci—n, en mi sensibi- lidad, en mi cultura. No se trata de una relaci—n polí tica, eco- n—mica o bélica, pero sucede algo, que me impregna, quiéralo o no. Lo mismo que si escribo un texto en California, ser’a muy diferente del texto que redactarí a en Martinica. Durante el terremoto, estarí a en suspenso. Y habr’a otra connotaci—n; yo no escribo según la pauta del monolingüismo. Escribo a partir de ese nexo de relaciones y vuelvo a reiterar que no es cuesti—n de conocer o practicar tales o cuales lenguas. Mi len-

. gua preferida, cuando se trata de hablar, es la italiana, pues no

LENGUAS Y LENGU},JP.S t me asalta el temor de cometer errores. Me resulta indiferente cometer errores en italiano; el placer de hablar italiano. supe- ra con creces el miedo a equivocarme; los errores m e' clan igual. Pero cuando hablo en inglés, me digo a m’ mismo ¡oh!, ¡oh!, puedo quiz‡ deslizar un error. Hay algo que de pronto me paraliza, y ese algo es la cuesti—n de la Relaci—n (j lJ n ro quiz‡ con el cúmulo de prevenciones que me atenazan), <j ue no tiene nada que ver con el hecho de hablar o no hablar, de conocer una lengua o no conocerla, de verme constre–ido a hablarla o no, sino con el estado presente del mundo, con la situaci—n actual de la relaci—n cultural, as’ como de las rela- ciones de sensibilidad, estéticas (y lingü’sticas) en el mundo actual. Atendiendo a todo esto, digo que escribo en presencia de todas las lenguas del mundo. En Estrasburgo, en una oca- si—n, durante una de las sesiones del Parlamento Internacio- nal de Escritores, se procedi— a un recital de poes’a, que resul- t— espléndido, y en el mismo me toc— leer la traducci—n francesa de algunas composiciones de Beidao, un poeta chino, quien ley— el texto en ese idioma, y Adonis tradujo uno de mis textos al ‡rabe, Ieyéndolos después; yo recité alguna de mis composicioües de Indes u de Se! noir, no lo recuerdo bi en, en francés. y Adonis recit— sus textos en ‡rabe y alguien su correspondiente traducci—n en francés. Hubo también un poeta en lengua francesa, André Velter, y un poeta de expre-' si—n hebraica, Nathan Zach, que intercambiaron sus escritos y sus traducciones con otros m‡s. Fue en una iglesia, y aún no lo creo. Reinaba un gran silencio y hab’a como un halo; todo el mundo sent’a la presencia de los dem‡s. Naturalmente, la traducci—n hací a de catalizador. Pero escuch‡bamos las pal a- bras y comprend’amos sin entender. Magnificaba la velada algo inédito en el teatro del mundo, algo que no podernos dejar de lado cuando meditemos sobre la poética actuaL

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P.: ¿Se ha referido a la criollizaci—n y también al barroco? No sé si esas dos nociones coexisten en usted o existe entreellas una demarca- ci—n. Por mi parte, coilsidero que hay una singularidad en la criolli- zaci—n, que responderla, en primer término, a la naturaleza de las distintas culturas que se reencuentran; en segundo término, obedece también al contexto fí sico y, por último, al grado de intensidad del mestizaje en cuesti—n. Quiero decir que para la poética antillana, por ejemplo, est‡ el becbo de la violencia de la colonizaci—n que determi- na que esta poética tenga su propia singularidad. Pero la violencia, bajo mil formas, se da en todas partes y, sin embargo, en mi opini—n, la violencia que ha dado como resultado este mestizaje en suelo anti- llano confiere unos rasgos particulares a la poética antillana. ¿ Cree que estoy en un error? " ., ,

F.G.: Ambas aseveraciones son ciertas. Quiz‡ el nexo no lo sea tanto. La criollizaci—n es siempre una manifestaci—n de lo barroco, porque lo barroco es la contraposici—n de lo, diga- mos, cl‡sico. ¿Qué es el clasicismo, en cualquier literatura, en cualquier cultura? El clasicismo surge en el momento en que esta cultura, esta literatura, propone sus valores particulares como valores universales. El barroco es el anticlasicismo; es decir, el pensamiento barroco niega los valores universales y sostiene que todo valor es un valor particular que debe entrar en relaci—n con otro valor de esa misma ’ndole y que, por ende, no existe la posibilidad de que un valor particular cual- quiera pueda legí timamente considerarse, presentarse o impo- nerse como un valor universal. Puede imponerse como valor universal por la fuer~a, pero no puede imponerse leg’ti- mamente como tal. Esta es la ense–anza del pensamiento barroco, y as’ entendido, toda criollizaci—n es una forma del ba- rroco llevado a la pr‡ctica, en acto. Adem‡s, el barroco, que en su origen fue una reacci—n a la Contrarreforma en Europa, ha cobrado carfa de naturaleza en el mundo. Cuando el barroco

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LENGUAS Y LENGUAJES J franque— los océanos y lleg— a América Latina, los ‡ngeles y las ví rgenes se ti–eron de negro,)esucristo aparecí a como un indio, hechos que quebraron el proceso de legitimaci—n. El barroco adquiri— carta de naturaleza. La criollizaci—n es siem- pre barroca. Ahora mismo, la criollizaci—n puede realizarse' adoptando modos violentos o no. No sé si la criollizaci—n otorga un plus a la violencia. No lo creo. La criollizaci—n com- prende la violencia, s’, pero siempre que entendemos el verbo Çcomprender» en su sentido m‡s amplio, es decir, integra la violencia. La violencia del sistema de plantaciones no hadeter- minado la criollizaci—n, al contrario. Y en ese punto estoy de acuerdo con usted. ¿Eso otorga un privilegio? Que confiera una determinada nota caracter’stica, 10 admito, pero q1Je dicho rasgo constituya un privilegio, 10 discuto. De donde se infiere que puede haber criollizaciones sin violencia, es m‡s, creo que pueden existir criollizaciones exentas de violencia. Sin embar- go, si busco ejemplos, ¡fracaso!

P.: Desear’a que uoluiese sobre su preferencia por el francés en lugar del criollo. Y d’game si sus ohras han sido traducidas al criollo.

ƒ.G.: Determinados poemas, s’, han sido traducidos por poetas criollos, Voy a responderle COu una anécdota. Después de la anécdota, quiz‡ haga algunas consideraciones. La anéc- dota consiste en que determinados poetas criollos contempo- r‡neos, de Guadalupe, por ejemplo, me dicen que si yo, junto con otros, en mis obras, no hubiera sacudido, alterado, des- mantelado el francés, tal vez ellos nunca 'se hubieran atrevido a escribir en criollo, porque se hubieran sentido atenazados por el temor de Çprofanar», como se dice entre nosotros, la lengua francesa. Dicho en otras palabras, la criollizaci—n de la lengua francesa forma parte inseparable de la liberaci—n de la lengua criolla.

Mi opini—n es que, ahora, tanto en Martin’Ca como en Gua-

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dalupe -no as’ quiz‡ en Haití - constituimos una sociedad bilingüe; que el criollo tiene una presencia ~fectiva que com- prende al 100 % de la poblaci—n, lo mismo/que el francés, que es hablad~ por un 95 % de la poblaci—n. ƒsa es la causa de que elcriollo sea a un tiempo tangente al francés (lo hemos visto en la anterior intervenci—n: un vocabulario de marineros bretones y normandos del siglo XVII Çinjertado» en una sinta- xis completamente extra–a; probablemente una s’ntesis de sin- taxis de la costa occidental del África negra), y que ese car‡cter tangencial del criollo respecto del francés constituye la origi- nalidad de ias culturas antillanas franc—fonas; es preciso que ocultemos el criollo 'con el francés o que desestabilicemos el

, francés desde la —ptica criolla, para que podamos dominar ambos, para poder vernos libres del peligro de la lengua ma- carr—nica. Hay igualmente que dar cuerpo a la originalidad del criollo en relaci—n con el francés y a la originalidad del francés en relaci—n con el criollo (la criollizaci—n no es en modo algu- no un batiburrillo). ƒse ha sido el prop—sito de mi labor litera- ria. Ahora se plantea m‡s como cuesti—n de generaci—n; segu- ramente, si hoy tuviera veinte a–os empezar’a a escribir en criollo. Pero una parte de la tarea literaria que he culminado consistí a en poner en pr‡ctica esta poética de Çno tangencia» del criollo y del francés.

P: Retomo su alusi—n a la consonancia entre la escritura y la ora- lidad y enlaz‡ndola con lo que acaba de decir, le pregunto: ¿piensa que las obras de Confiant y Cbamoiseau se inscriben en esta tenden- ciaiPor ejemplo, Texaco, etc.

ƒ.G:: Probablemente, pero no estoy seguro del todo. Re- querirí a una discusi—n muy larga. He le’do ƒloges de Saint- John Perse y me he dado cuenta de que se trata de un texto parcialmente criollo, pero en el cual la criollizaci—n est‡ vela- da. El poeta la practica, pero la oculta. Por ejemplo, a prop—si-

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LENGUAS Y LENGUAJES '1 to de una visi—n del mar, dice: ÇEsos cayos, nuestras moradas)' (<<Ces cayes, nos maisons»), etc .. Un cayo es un afloramiento de las rocas en la superficie del mar, o la espuma batida contra esas rocas. Los pescadores los frecuentan porque hay pescado en esas rocas, a poco menos de un kil—metro de las playas ... ÇEsos cayos, nuestras moradas.» Nadie se percata, pero Çcave» en criollo de Martinica significa Çcasa». Nadie cae en la cuen- ta de que dice: ÇEsos cayos [casas], nuestras moradas ... », y e l texto continúa. ¡Vemos que propone una criollizaci—n y L1 enmascara! Se trata de una aposici—n, que puede tomarse L)

dejarse, a voluntad. y de esta ’ndole hay decenas de ejemplos en Saint-John Perseo Hay ejemplos de criollizaciones eviden- tes, por ejemplo, cuando dice Çpor m’; he apartado mis pies». traducci—n literal de la expresi—n criolla Çrnan tiré pyé moin». Salta ala vista. Hay otros m‡s, cuando dice, por ejem- plo: ÇEsas muchachas, allí » (<<Ces filIes, la») y prosigue. ÇTafitala» * en criollo y el Çla» francés est‡ puesto como una criollizaci—n del texto, pero enmascarada. En Chamoiseau y en Confiant, la criollizaci—n es pública y notoria, Opera de distinto modo, se hace gala de ella y se expresa a través de un mecanismo ostensible y con una intenci—n manifiesta. Perso- nalmente, me inclino por la poética de Saint-John Perse, de veladura de la criollizaci—n, en lugar de la proclamaci—n de la criollizaci—n del Çtexto». Pero el radio de acci—n de la criolli- zaci—n es infinito y estos escritores de los que habla son fecundamente imprevisibles, y no hemos. hecho nada m‡s que comenzar a ponderar en todo lo que valen los méritos de tales eJerCICIOS.

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* Hay cierta simpatí a fonética entre la frase francesa ÇCes filies, la» y la criolla ÇTafitala». De ah’, el ejemplo de criollizaci—n que registra Glissanr. (N del T.)

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIV..ERSO

P.: Afirma que todo es ÇRelaci—n» y que hay un desequilibrio lin- gü’stico que se vive con suma dificultad ente el criollo y el francés, el francés y el inglés, etc., y ha citado a Shakespe‡re. Me prfgu'f!:to si en su descripci—n de esta creaci—n art’stica que se produce en el plano lin- gü’stico no se podr’an agregar nombres de autores de tipo popular. Artistas de Çrap», sin ir m‡s lejos. ¿No son acaso fen—menos muy pr—ximos a la criollizaci—n, por la generaci—n de condiciones de super- vivencia, de antropolog’a lingiustica? La lengua ha muerto, pero ... te amo, te devoro y te entiendo.

ƒ.G.: S’, excepto que en el lenguaje del rap, como en el len- guaje de la dub poetry jamaicana, de Michael Smith o de Linton Kwesi johnson, como en otras formas de lenguaje surgidos en inicroclimas culturales y lingü’sticos del tipo de Miami, hay una deformaci—n voluntaria y agresiva de una lengua en el seno de otra. Michael Smith o Linton Kwesi Johnson o Ed- ward Kamau Braithwaite (el poeta jamaicano) practican -Mi- chael Smith me ha remitido poemas espléndidos- en esta lengua que es ... ¿c—mo llamarla? Antes la denominaba Çpid- gin», pero he desechado r‡pidamente tal término, porque cuando una vez lo mencioné en un coloquio en Jamaica; mis amigos jama icanos protestaron. vivamente, replic‡ndome que no era procedente, que no se pod’a calificar como pidgin. Y, en efecto, no se trata de un pidgin, pero no es menos cierto que es una deformaci—n agresiva, cultural, militante, delibera- da en el seno de una lengua y una impugnaci—n de la unidad normativa de esa lengua, practicada por un grupo humano conocido, del cual se sabe cu‡ndo comenz— a practicarla y

, acaso también cu‡ndo pondr‡ término a la misma. Mientras que la criollizaci—n, lo reitero una vez m‡s, opera cuando exis- ten dos o m‡s ‡reas lingü’sticas heterogéneas que entran en contacto con un resultado imprevisible. Nadie sabe que prac- tica la criollizaci—n, no s—lo del Çtexto», sino de la lengua glo-

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LENGUAS Y LENGUAJES t balmente considerada, se ignora cu‡ndo ha surgido el criollo, ni de quién ni c—mo. La fecha de nacimiento del rap o de la dub poetry es pública y notoria, y se sabe quiénes son sus inspi- radores y su desarrollo. Dicho de otro modo, me pregunto si respecto de los fen—menos destructivos (en el buen sentido del término) que se producen en el rap, en la dub poetry o en otras formas expresivas de esta ’ndole, no se podr’a establecer una relaci—n con el Çjoual», tal como es usado (agresiva, cultural, polí ticamente) en Quebec. Sea como sea, rap, dub poetry o joual, es el mismo fen—meno de impugnaci—n de la unicidad el que se est‡ llevando a término. Por medio de tales pr‡cticas, se reencuentran al fin las duplicaciones (las felices duplicaciones) de las lenguas criollas. ,

GASTON lvi/RON: No s—lo el poeta pitde salvar una lengua. ¿ Qué se puede hacer en términos pr‡Ltir:ns? He le’do no hace mucho en Le Devoir que en el mundo se hablan cerca de doce mi/lenguas, pero que de aqu’ a treinta o cincuenta a–os na quedar‡n m‡s que seis mil; la mitad van a de.saparecer, no hay duda. ¿ Qué hacer? Se trata de un empobrecimiento de lo imaginariQ pavoroso.

ƒ.G.: Creo que hay dos —rdenes de ,::uc.~¡_¡vnes. Por una parte, est‡ la cuesti—n de lo L{ue podr’amos llamar las luchas cotidianas, es decir, el hecho de que cuando habitamos un determinado lugar es completamente necesario adaptar la vida diaria a las condiciones de ese lugar. y si la vida cotidiana pasa por luchar contra esto o aquello, si la vida diaria de un habi- tante de Quebec pasa por luchar por la preservaci—n de su len- gua, y si la vida de un habitante de Martinica pasa por la per- manencia del criollo, entonces esto se puede canalizar a través de todo tipo de empresas culturales, polí ticas, de militancia, etc. Pero considero también que esas luchas culturales o polí - ticas que todos hemos sostenido, y que continuaremos sos- teniendo, se inscriben en un contexto mundial de tal êndole

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que hace necesario, sin dejar de mantener esa clase de lucha, cambiar radicalmente la poética, contribuir-a cambiar la men- talidad de las distintas familias humanas, .dejar de lado convic- ciones del tipo Çsi tú no eres corno yo, entonces eres mi enemigo, y me est‡ permitido luchar contra ti»; creo que una de la tareas del poeta, y no s—lo suya, sino de todo artista, es la de favorecer la alteraci—n de ese orden de cosas. No atenerse

. únicamente al humanismo, la bondad, la tolerancia, que son elu- sivos, sino lanzarse de lleno en las mutaciones decisivas de la pluralidad aceptada corno tal. Esto llevar‡ su tiempo, pero en la relaci—n mundial actual, una de las tareas m‡s ostensibles de la literatura, de la poes’a, del arte es la de contribuir progresi- vamente a hacer que las humanidades Çinconscientemente» admitan que el otro no es el enemigo, que la diferencia no me deteriora, que si su contacto me cambia, eso no significa que me diluya en él, etc. Es una modalidad de lucha distinta de las cotidianas y me parece que para determinado tipo de luchas, el artista es el mejor pertrechado; as’ lo creo. Porque el artis- ta es quien acerca lo imaginario del mundo, y cuando las ideo- log’as del mundo, sus visiones, sus prefiguraciones. los casti- Has en el aire que erige se vienen »bajo, es necesario volver a levantar ese imaginario. No se trata ya de so–ar el mundo, sino de intervenir.

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CULTURA E IDENTIDAD

He de retomar propuestas que he formulado en mi primera exposici—n. y, especialmente, lo que ya conocemos respecto de la cuesti—n identitaria. Al examinar el asunto, arrancaba de la distinci—n instituida por Deleuze y Guattari entre la noci—n de ra’z única y la noci—n de rizoma. En uno de los cap’tulos de Mil mesetas (publicado originariamente en volumen separado bajo el tí tulo de Rizomas), Deleuze y Guattari, subrayan esta diferencia. La establecen desde el punto de vista de la mec‡ni- ca del pensamiento, distinguiendo entre pensamiento de la ra’z y pensamiento del rizoma.La ra’z única es aquella que causa la muerte de todo lo que la rodea, mientras que el rizo- ma es aquella ra’z que se extiende en busca de otras ra’ces. He aplicado esta imagen al principio de identidad, y lo he llevado a cabo en funci—n de mi propia Çcategorizaci—n de las cultu- ras», de una divisi—n que distingue entre culturas Çat‡vicas» y culturas Çcompuestas». Me parece que me he referido a ellas en la _última y en la penúltima de mis intervenciones. La noci—n de identidad de ra’z única, que no siempre ha sido una

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noci—n letal y que ha producido obras espléndidas en la histo- ria de la humanidad, est‡ relacionada con la-sustancia misma de lo que he dado en llamar culturas at‡vicas. Y he tenido la oportunidad de explicar que, en mi concepci—n, la cultura at‡- vica es aquella que parte de los principios de Génesis y de filia- ci—n, con objeto de buscar una legitimidad sobre una tierra que desde ese momento se convierte en territorio. Estableceré la ecuaci—n Çtierra elegida = territorio». Son de sobra conoci- dos los estragos étnicos de esta concepci—n, tan soberbia como letal. He relacionado el principio de una identidad rizoma con la existencia de culturas compuestas, es decir, de culturas en las que se practica una criollizaci—n. Pero en esas culturas, con harta frecuencia, advertimos una oposici—n entre lo at‡vico y lo compuesto. Yo mismo he examinado esa cuesti—n a prop—si- to de la formaci—n y del poblamiento de las Américas, Si toma- mos como ejemplo un pa’s como México, nos damos cuenta inmediatamente de que late ah’ una cultura at‡vica, la propia de los amerindios de México -la cultura de Chiapas-, nero _ J.

también una cultura compuesta, la de la cultura general del México actual. y no son precisamente ejemplo de concordia.

Cabe plantearse la cuesti—n de determinar si hay oposici—n entre las culturas atávicas amerindias, en Canad‡ y en Quebec, y una formaci—n social que, sin estar criollizada o ser compues- ta, no se diferencia menos de las culturas at‡vicas. y cada vez m‡s la cuesti—n de la oposici—n se plantea, en pa’ses j—venes o en fase de criollizaci—n, entre vestigios y remanentes de cultura atávica y este nuevo proceso de criollizaci—n. En general, en el Caribe, el problema apenas se plantea, principalmente porque los amerindios han sido exterminados, a excepci—n de un dimi- nuto grupo que se encuentra en una reserva en la isla de Dorni- ruca. El remanente at‡vico del Caribe se encama en una espe- cie de vestigio inconsciente. Se dir’a que en nosotros, criollos

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CULTURA E IDENTIDAD t caribe–os, perdura una suerte de vestigio inconsciente de esta existencia amerindia. Pero, en todo caso, no existe conflicto, .".

'étnico, ya que la realidad misma del atavismo amerindio ha desaparecido. En uno de mis libros, Le Discours antillais, exami- no el caso de un muchacho aquejado de un trastorno mental y tratado a ciegas en Par’s, quien ten’a la obsesi—n de que des- cend’a de un cacique caribe, de un poderoso cacique caribe. y recuerdo que hace cuarenta o cincuenta a–os, los antillanos que resid’an en Francia se hací an pasar con naturalidad por descendientes de caribes, para eludir as’ su parte africana, de la cual, a no dudar, se avergonzaban, bajo la presi—n Cultural del colonizador. Sea como sea, se advierte que, en la actualidad, en los pa’ses de cultura at‡vica, la oposici—n étnira conduce con har't~'frecuencia a las matanzas y al genocidio. y nos damos cuenta también de que en las Américas las culturas at‡vicas

.. amerindias han sido generalmente desestabilizadas por la eclo- si—n de nuevos pa’ses, esto es, por la criollizaci—n. No sé si el caso de Quebec o de Canad‡ es comparable al caso de México, de Pero o de Colombia. El Caribe ofrece también el ejemplo de poblaciones de cultura at‡vica, producto de la departad—7?: me refiero a los hindúes, contratados como trabajadores volunta- rios. Culturalmente, han resistido, pero se han adaptado tam- bién al nuevo pa’s. Criollos e hindúes. El problema que se plan- tea' es saber c—mo cambiar el imaginario, la mentalidad y el intelecto de las humanidades contempor‡neas, de tal modo que en el seno de esas culturas at‡vicas los conflictos étnicos dejen de mostrarse como absolutos y los conflictos étnicos y naciona- listas dejen de mostrarse como una fatalidad ineluctable.

Entre los mitos que han se–alado el camino hacia la con- ciencia de la Historia, en mayúscula, y aquí vuelvo al principio mismo de las culturas at‡vicas (Génesis y filiaci—n), hay que distinguir los mitos fundacionales y los mitos de elucidaci—n,

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de explicaciones soterradas, determinantes de relaci—n y tal vez de desarticulaci—n de los diferentes eleméntos de la estruc-

. . tura social, en ú'na cultura dada. La funci—n esencial de los mitos fundacionales es la de consagrar la presencia de una ,comunidad en un territorio, vinculando por filiaci—n legí tima esta presencia, este presente con una Génesis, con un acto de creaci—n del mundo. El mito fundacional reafirma la continui- dad sin quiebra de esta filiaci—n y autoriza desde ese momento a la comunidad de la que se trate a considerar esta tierra con- vertida en' territorio como absolutamente privativa. Por legi- timidad ampliada -ya lo hemos observado- sucede que, pasando del mito a la conciencia hist—rica, la comunidad con- sidera entonces quele es concedido el territorio en virtud de un derecho de acrecimiento de los lí mites de este territorio. He ah’ uno de los fundamentos de la expansi—n colonial que ha aparecido siempre estrechamente unida a la idea de univer- salidad, esto es, a la legitimaci—n generalizada de un absoluto que hab’a sido fundado, en un primer término, sobre una par- ticular elecci—n, en una particular elecci—n. Se entiende enton- ces cu‡n importante es que el mito fundador hunda sus raí ces en una Génesis, de doble impulso: la filiaci—n y la legitimidad, que garantizan la fuerza y suponen su fin: la legitimaci—n uni- versal de la presencia de la comunidad. ¿No es acaso ése el modelo sobre el que opera lo que llamamos Historia, sea cual sea, por lo dem‡s, la filosofí a en que se fundamente?

La Historia es, pues, producto del mito fundacional. En el camino que conduce hasta ella, el mito fundacional ir‡ acom- pañado, y luego sepultado, y luego reemplazado, por los mitos de elucidaci—n, de explicaci—n o de precipitaci—n de los proce- sos sociales y de las condiciones ambientales de una comuni- dad, seguidamente por los relatos y las narraciones que prefi- guran la Historia y, finalmente, por las novelas, poemas y

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CULTURA E IDENTIDAD * ensayos que enuncian, cantan o piensan. Los mitos fundacio- nales surgen por doquier; en el interior de las culturas que denomino at‡vicas, la noci—n de identidad gira en torno a la filiaci—n y a la legitimidad; es, en lo m‡s hondo, la ra’z única que excluye al otro como partí cipe. De esto se puede inferir una concepci—n (verbigracia, la de la oralidad COfiO prefigura- ci—n del enfoque ontol—gico) que hallar‡ naturalmente su fin en esta realizaci—n del absoluto en que terminar‡ convirtién- dose la escritura, las distintas escrituras. '¿Qué es la conciencia hist—rica sino el sentimiento generalizado de una misi—n que ha de ser cumplida, de una legitimidad que ha de ser preserva- da, de una filiaci—n que se ha de mantener, de un territorio que ha de ser ampliado? En cuanto a las sociedades desprovistas de mitos fundacionales, salvo en virtud de préstamo -y deseo referirme a las sociedades compuestas, a las sociedades crio- llas-, la noci—n de identidad se verifica en torno a la urdimbre de la Relaci—n, que tiene al otro como inferior. Estas culturas comienzan directamente por el relato que, parad—jicamente, es ya una pr‡ctica de elusi—n. El relato elude la inclinaci—n a aferrarse a: una Cénesis, a la inflexibilidad de la filiaci—n, a la sospecha sobre las legitimidades fundacionales. y cuando la oralidad del relato se vea continuada por la fijaci—n de la escritura, como sucede en los escritores caribe–os y latinoa- mericanos, la misma perseverar‡ en esta elusi—n, dando pie a una configuraci—n distinta de la escritura, de la que el absoluto ontol—gico ser‡ expulsado. ¿Qué ser‡, pues, la conciencia his- t—rica, sino la pulsi—n ca—tica hacia esas conjunciones de todas las historias, ninguna de las cuales -y ésa es una de las cuali- dades eminentes del caos- puede prevalerse de una legitimi- dad absoluta? Tanto las culturas at‡vicas como las compuestas se enfrentan a una misma situaci—n, resulta inútil consignar unas o ponderar otras, cuando no se percibe el ruido de fondo

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de sus repercusiones. En la actualidad) tenemos que conciliar la escritura del mito y la escritura del relato,_yl recuerdo de la Génesis y la presciencia de la Relaci—n, y ésa es una tarea ’mproba, pero ¿qué puede haber m‡s hermoso?

Desear’a poner un ejemplo concreto: el de los rom, rom‡ o romaní es, es decir, el de los gitanos. Los rom, o para que todos nos entendamos, los gitanos, organizan en Sarajevo una con-

, ferencia de paz, en dos o tres meses. Si me refiero a, esto es porque en los textos que he recibido hay una especie de eleva- ci—n de principio que me parece pertinente para ilustrar el ' punto de vista que acabo de exponer sucintamente. Desear’a, . leerles algunos fragmentos de estas declaraciones de los gita-: nos europeos, algunos pasajes brev’simos, pero harto signifi- cativos. Escriben al alcalde de Sarajevo: ÇEn este milésimo dí a de sitio, le reafirmarnos nuestra solidaridad y esperanza. Por- que creemos en un Sarajevo libre y pluriétnico, le pedirnos se sirva albergar el Congreso por la Paz que promueve la Uni—n Rornan’ Internacional. Antes de la guerra, los roman’es de Sarajevo disfrutaban de derechos de los que en otras partes carecen, tales como el de usar su propia lengua, el acceso a la radio y la televisi—n». En otro fragmento se definen, definen a los roman’es, de este modo: ÇTodos aquellos que combaten por una democracia pluriétnica». En otro pasaje afirman: ÇEn ésta, como en todas las guerras, los roman’es resultan invisi- bles, sin embargo, en la antigua Yugoslavia, llegan al mill—n de personas. ¿Qué ha sido de los roman’es yugoslavos? Por otra parte, en medio de los bombardeos de Sarajevo, ¿qué ayuda internacional reciben? ¿De qué se alimentan en este per’odo de hambruna generalizada y de inflaci—n galopante en esos

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CULTURA E IDENTIDAD t pa’ses en guerra? ¿Quién se ha molestado en enviar una cara- vana humanitaria a los rom de Bosnia? Bajo las r‡fagas de obús, ¿qué pasillo cultural se ha practí cado con el fin de darles unos d’as de respiro en el oeste? ¿Y qué ser‡ de ellos e111a con- ferencia de pacificaci—n de la antigua Yugoslavia? ¿Ser‡n pri- vados de su ciudadaní a, como el 25% de los rom de Macedo- nia lo est‡n siendo hoy? ¿En su ausencia, continuar‡n siendo sus casas arrasadas por las m‡quinas municipales como suce- di— el 15 de julio de 1994, en la villa de Zrenjanin (Voivodi- na)? Recordamos que las viviendas de los rom de Bakou, loca- lidad situada a 23 kil—metros de Bucaresr, fueron incendiadas y destruidas en la madrugada del 7 al 8 de enero de 1995, fes- tividad ortodoxa, colof—n de los enfrentamientos que con anterioridad hab’an mantenido vecinos rumanos y roman’es residentes. El conflicm de Bakou es uno m‡s en una larga serie que supera los treinta incidentes similares ocurridos en Ruma- nia desde enero de 1990. En muchos de los sucesos de este tipo, la muchedumbre soliviantada se encamina, a golpe de sil- bato, a las viviendas de las familias roman’es. Estos sucesos no son sino la reproducci—n, en esta época, de los pogromos, fen—menos que anta–o fueron tan habill!:lles en Europ- cen- tral y oriental. Prefiguran la situaci—n general en la que viven los roman’es, sobre quienes recaen desde siempre todas las discriminaciones, yen este caso "todas las impurezas étnicas". Si la Uni—n Roman’ convoca este congreso, no es tanto por reeditar la hist—rica separaci—n entre roman’es y no roman’es, como porque s—lo la paz conceder‡ a todos una ciudadan’a pluricultural en la diversidad de culturas y en la equiparaci—n de derechos. El Congreso por la Paz sembrará las semillas de esta ciudadan’a pluricultural futura, a imagen y semejanza de la cultura romani tolerante, mestiza, a un tiempo abierta al mundo y celosa de su singularidad. Utop’a a la que quedan

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invitados por los romaní es». Subrayo Çmestiza», Çabierta al mundo» y Ça un tiempo celosa de su sin~aridad». Voy a leer precisamente el último fragmento de este llamamiento: ÇCon objeto de que el congreso no se reduzca a un congresc de roman’es, ni siquiera a un congreso de yugoslavos, se hace necesario articular la pluriemicidad y el porvenir de una polí - tica posible a la que los roman’es les convocan. Coexistencia no territorial m‡s all‡ de los caducos espacios de una Europa en pleno cambio, el congreso es un congreso deliberadamente polí tico en el que se afirma la civilizaci—n frente a la barbarie, una civilizaci—n cuyos rasgos los roman’es recuerdan al mun- do: dinamismo, arte, vida, tolerancia, hospitalidad, acogida, mestizaje, criollizaci—n, que no atentan contra la singularidad

. y la identidad. Los romaní es son una cultura singular en el mundo, diferente de todas las dem‡s, pero que comparte con sus huéspedes un gran número de aspectos culturales: religi—n, lengua, costumbres, destino particular».

He le’do estos pasajes porque, a lo largo de mi primera exposici—n, se hab’a planteado la cuesti—n de la pertinencia del término Çcriollizaci—n», al tratar de, la totalidad-mundo. y encue!ltro de nuevo ese término en el texto de ese llama- miento solemne hecho por los roman’es de Europa central -apelaci—n que dirigen al mundo- y hallo la idea del mesti- zaje, la idea de la identidad rizoma y de la apertura al mundo, pero también la idea de que todo eso no entra en contradic- ci—n con la singularidad y la identidad. Me alegra, por un lado, se–alar esta apelaci—n de los rom y, por otro, poder mostrar que se trata de un ejemplo tangible de la necesidad, indudable, de mantener las luchas polí ticas y sociales all‡ donde nos encontremos, como la de abrir el imaginario de cada uno a la diferencia, al hecho de que la situaci—n de los pueblos del mundo cambiar‡ s—lo a condici—n de que cambiemos este ima-

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CULTURA E IDENTID,~1l .¥

ginario, a condici—n de que cambiemos la idea de que la iden- tidad ha de tener una ra’z única, fija e intransigente.

Experimentar la totalidad-mundo desde el lugar de origen consiste en estableceruna relaci—n y no consagrarse a la exclu- si—n. Creo que la literatura, a prop—sito de esta cuesti—n de ln identidad, entra en un perí odo en el que predominar‡ la épica, una épica nueva y contempor‡nea. Todas las culturas aravicas. ya lo hemos observado, han tenido un principio literario épico. Hemos hecho referencia a los grandes libros fundacionales de la humanidad. Del Antiguo Testamento a la Ilí ada, del Libro d( los Muertos egipcio a Bhagavad-Git‡ hindú, etc., de las sag;ls islandesas al Cantar de Rold—n, de la Eneida al Popol-Vttb o al Chilam Balam de los amerindios, al Kalevala de los finlandeses, lnc; gr~nrl.f:'s libros fundacionales de la humanidad reafirman :l

la comunidad sobre su propio destino y propenden, conse- cuentemente, no tanto por s’ mismos como por el uso que se hace de ellos, a excluir al otro de esa comunidad. Y he dicho Çno tanto por s’ mismos», porque estos grandes libros funda- cionales de las distintas comunidades, que las arraigan, son de hecho libros de desarraigo. Si se examina el Antiguo Testa- mento, la Iliada, las sagas, la Eneida, S~ aprecia inmediatamen- te que se trata de libros Çacabados» porque Çjunto con» S1l

inclinaci—n al arraigo, proponen, acto seguido, una inclinaci—n al desarraigo. y me parece que una nueva literatura épica, propia de nuestro tiempo, empezar‡ a insinuarse desde el mis- mo momento en que la totalidad-mundo sea concebida como una comunidad nueva. Pero entonces, esta épica literaria con- tempor‡nea, s—lo podr‡ venirnos dada, contrariamente a los grandes libros fundacionales de las humanidades at‡vicas, mediante una palabra multilingüe, Çen la misma» lengua que servir‡ para su realizaci—n. Esta literatura épica excluir‡ asi- mismo la necesidad de una v’ctima expiatoria, presente en los

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libros fundacionales de la humanidad at‡vica. La ví ctima y la expiaci—n permiten la exclusi—n de lo que no :';1 unido a ellas, o a Çuniversalizar» de modo abusivo. La nuéva literatura épica establecer‡ relaci—n y no servir‡ para la exclusi—n.

En fin, esta literatura épica puede que torne innecesaria la noci—n del ser, para asombrarse con el imaginario de la exis- tencia, de todas las posibles existencias del mundo. La cues- ti—n del ser ya no se plantea en esa soledad utilitaria a la que se ha reducido el pensamiemo' de lo universal. La diversidad ha cortado el paso a Id universai, traspas‡ndolo. Lo que significa

, que el ser deja de considerarse a s’ mismo leg’timo, deslegiti- maci—n que es consecuencia de los ataques que recibe de las diversidades presentes en el mundo. Los hechos son otros: quien dicta la Çnorma» no es ya el antiguo derecho universaL - sino la suma de relaciones. Esto se aprecia perfectamente en el juego actual de la polí tica internacional, en la que el derecho, una vez m‡s, ha de ser definido y luego sostenido con gran dificultad y paulatinamente por-la presi—n de la fuerza monolí - tica de las armas frente a la acci—n de las fuerzas subversivas que progresivamente va liberando la diversidad. La creaci—n de estos derechos o de este derecho nuevo, es la muestra evi- dente de la caducidad del antiguo derecho universal, que no puede justificar su alcance Çcasi ontol—gico». El nuevo dere- cho es únicamente institucional, armado, atento a la suma de relaciones, o lo que es lo mismo, no se vale de astucias, ni se oculta ni se espiritualiza, lo contrario justamente de lo que ha practicado la opresi—n colonial. En cualquier caso, la cuesti—n del ser deja de plantearse, para pasar a dilucidar, aqu’, bajo el espect‡culo de las hegemoní as, aunque cueste creerlo, la quie- bra de lo universal generalizador y preestablecido, el asombro de la existencia, de la existencia emergente, al encuentro de la permanencia del ser.:

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CULTURA E IDENTIDAD t Todo esto tiene su base en lo que he denominado el pensa-

miento del rastro. El rastro presupone y significa no el pen-:- samiento del.ser, sino la divagaci—n de la existencia. La culmi- naci—n de la historia se ve hoy obstaculizada por retornos sombr’os, por amagos de repeticiones en cuya virtud los pue- blos y las comunidades que han alumbrado la idea de Historia dan vueltas a sus incertidumbres. Tienen que enfrentarse no s—lo con el otro, con el diferente, sino, m‡s dif’cil todaví a, con - las turbulencias de la extensi—n. Me permito recordar que la ra’z única lleva en s’ la propensi—n a la profundidad y que la ra’z rizomatosa se inclina por la extensi—n. En los mapas pla- netarios, los espacios en blanco est‡n, en estos momentos, .: ocultos, lo que ha quebrado para siempre el car‡cter absoluto de la Historia; la cual, primeramente, consistí a en proyecto y proyecci—n. Desde ese instante, la Historia se desprende de su concepto, al mismo tiempo que repite los retornos de lo iden- titario, de lo nacional, de lo fundacional y de tantas otras par- cialidades, hoy caducas. Contra esos caminos caducos, el ras- tro es el trémulo aliento de la novedad permanente. Lo que nos muestra no son tierras v’rgenes, selvas ignotas, la pasi—n salvaje de los descubrimientos. A decir verdad, no aspii a a completar la totalidad, sino a imaginar lo no dicho. La nove- dad permanente no es lo que nos falta por descubrir para com- pletar la totalidad, ni tampoco lo que velan los espacios en blanco de los mapas, sino lo que todaví a hay que debilitar para esparcir realmente la totalidad, esto es, para verla finalmente realizada.

El rastro es al camino como la- rebeli—n a la conminaci—n y el regocijo al garrote. No es un borrador de tierra, ni un bal- buceo de selva, sino la inclinaci—n org‡nica hacia otra forma de ser y de conocer; y es la forma que sigue este conocimiento. No seguimos el rastro para desbrozar los caminos y hacerlos

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transitables, sino que se consagra a su raz—n de ser de volar, de saltar por los aires las seducciones de la norma. Los africanos transportados a las Américas llevaron consigo, al otro lado del océano, la impronta de sus dioses, de sus costumbres, de sus idiomas. Enfrentados al desorden implacable del colono, tuvieron la habilidad, unida a los sufrimientos que los endure- cieron, de tornar fecundas esas huellas, dando lugar, antes que a s’ntesis, a productos cuya clave s—lo ten’an ellos. Las lenguas criollas son los rastros depositados en el fr‡gil nav’o del Cari- be y del océano êndico. Cuando en su huida los esclavos se internaban en los bosques, los rastros que segu’an no signifi- caban aba-ndon— ni desesperaci—n, pero tampoco orgullo ni vanidad de s’ mismos. Los altivos longuoé, personajes de una de mis novelas, Le. Ouatrieme siecle, no rerrninan con los tercos béluse. La chanca piedra, humilde planta perdida en la vegeta- ci—n de mi pa’s, crece tan bien o mejor que el altivo Çbast—n del emperador» y este rastro no pesaba sobre la tierra como un estigma irreparable. Se atropellan en nosotros las huellas de nuestras confusas historias; y no para inmediatamente tro- quelar un modelo de humanidad que opondr’amos, muy defi- !lid:::::~:::::::., 2. otros tantos patrones que tratan de imponernos. He aqu’ un troquel que no es ni fuga ni repetici—n, sino el nuevo arte de la soltura del mundo.

El rastro no sigue la senda inacabada en la que se le hace caer, ni los caminos trillados que delimitan un territorio, un vasto dominio. Es una forma opaca de conocer la rama y la brisa, de ser transportado de s’ mismo al otro, la arena.del con- creto. desorden de la utop’a, lo insondable, la oscuridad de la corriente de un rí o remansado. Los paisajes antillanos orde- nan a los otros a distancia, y cada relato traza sinuosamente su particular rastro, de afluentes a r’os, creando un v’nculo; corren, quebradizas, y se obstinan estas ramificaciones de len-

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CULTURA E IDENTIDAD t guajes, interpel‡ndose. Elevaciones y honduras descienden hacia el relato, triturando lo inexplicado-del-mundo. Prestar atenci—n a esta nueva realidad que se debate, mostrarse indul- gente con sus insolencias y con sus gritos rebosantes de tierras y de espacios. Dan voz a lo improbable y al peligro que com- partimos. El pensamiento del rastro anuncia una alianza ajena a los sistemas, rehúsa la posesi—n, se dirige ‡ estos tiempos fracturadus que las humanidades del presente multiplican entre s’, mediante colisiones y maravillas.

Tal es la errancia violenta del poema.

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Estas literaturas cuya aparici—n vislumbro, estas literaturas del mundo, s—lo tendr‡n existencia, me parece, si afirmamos en su umbral-en el lugar en el que estarnos y desde el qne pode- mos atisbar su aparici—n-lo que entiendo ha de ser y he dado en llamar, refiriéndome a los problemas de identidad, el dere- cho de cada cual a la opacidad.

Se'dirh_ que para el encuentro planetario de las distintas cul- turas, que experimentamos como un caos, carecemos de refe- rencias. Adondequiera que dirigimos nuestra mirada, presen- ciamos la cat‡strofe y la agon’a. El caos-mundo nos produce zozobra. Pero esto es as’ porque tratamos todav’a de tomar la medida de un orden soberano, que desear’a reconducir una vez m‡s la totalidad-mundo a una unidad reductora. As’stanos el poder imaginario y ut—pico para entender que este caos no es el caos apocalí ptico del fin de los tiempos. El caos es her- moso cuando se entienden todos los elementos como igual- mente necesarios. En el encuentro de culturas del mundo, debe asistimos el poder imaginario para concebir todas las cul- turas como factores que tienden, al mismo tiempo, a la unidad

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Y a la diversidad liberadoras. Por este motivo, reivindico para todos el derecho a la opacidad. No necesito Çcomprender» al otro, es decir, reducirlo al modelo de mi propia transparencia, _ para vivir con ese otro o construir algo con él. El derecho a la opacidad consistir’a hoy en el signo m‡s ostensible de la no barbarie. y dir’a que las literaturas que se perfilan ante nuestra vista y a cuyo conocimiento previo podemos acceder, vendr‡n adornadas con las luces y las sombras de nuestra totalidad-

- mundo.

PREGUNTAS

ROBERTMELAN<;ON: Me gustar’a partir de una expresion 1ú(' ha - citado al leer los fragmentos de ese hermoso texto, de ese bello llama-

miento de los rom para convocarle a Sarajevo, me refiero a Çdemo- cracia pluriétnica». Es precisamente ese término el que me anima a inuitarle a que prolongue, esta tarde, un poco su discurso acerca de un ‡mbito, el polí tico y el jurí dico, que decididamente no es el suyo. A mi juicio, la idea de ciudadan’a en el mundo, la idea de ciudada- n’a en los términos que lu jonnz¡/— Locke, po':'" ejemplo, tal como des-

. pués se materializ— parcialmente en la Revoluci—n francesa, a tenor - de la cual no existe un derecho de filiaci—n (ius sanguinis), sino m‡s bien un derecho de pertenencia y de sumisi—n a un conjunto de leyes; pues bien, me parece que esa idea de ciudadan’a se debilita por todas partes, minada por toda clase de reflejos identitarios. Asistimos a un ataque generalizado, incluso en la propia Francia, al lugar de naci- miento (ius solis), que no es perfecto en s’ mismo, en favor del derecho de sang;re. ¿Podr’amos pensar que a esta ciudadan’a pluricultural abierta, a esta totalidad diseminada a las que ha hecho alusi—n, le corresponde un marco jurí dico o polí tico fr‡gil, o, tomando un térmi- no del marxismo, pero en otra sentido, una decadencia del Estado?

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CULTURA E IDENTIDAD t ¿Decadencia del Estado o decadencia de los estados? Imaginar estados débiles, renuncias voluntarias de soberan’as estatistas ... ¿No ha", acaso otro medio de alcanzar esa totalidad diseminada en el plan!) jur’dico o polí tico (que reconozco no es el suyo)?

ƒDOUARD GUSSANT: Desearí a en primer lugar hacer u na observaci—n. Considero que para impugnar la expresi—n Çius sanguinis» no hay que echar mano de la expresi—n Çius solis», tal locuci—n procede de la idea de territorio en el que UIU

comunidad se constituye, con sus fronteras, y me parece que esa concepci—n es tan Çfunesta» como la idea de derecho lit- filiaci—n. A mi entender, necesitar’amos, en el plano al qut' alude, hallar otra f—rmula jur’dica, de derecho común o civi 1. que sustituyera a la de Çius solis». Es; parad—jicamente, tan restrictiva como la de Çius sanguin’s».

En segundo término, me parece que no se puede reflexio- nar, en el plano que ha elegido, sobre la noci—n de Estado sin tener noci—n de las vicisitudes por las que en las culturas del mundo ha pasado el Estado. Por ejemplo, en la historia de China y en la de la India, hay experiencias de Estado -no me refiero, claro est‡, al imperio chino tan sumamente monol’ti- ca- y re1;:¡—ones de 12 sociedad civil con el Estado que toda- v’a no hemos integrado. En mi opini—n, cuando pensamos en la relaci—n de la sociedad civil con el Estado, lo hacemos siem- pre con arreglo al modelo de derecho civil, legislativo o inter- nacional occidental. y me parece que no es suficiente. Falta la diversidad,o la apertura de la noci—n. Por este motivo, estoy dudando en contestar eh este mo~ento, teniendo en cuenta adem‡s que muchos de los partidarios de una sociedad reple- gada en s’ misma son también partidarios de un debilitamien- to del Estado. Esto sucede en bastantes pa’ses del mundo. En primer lugar, ¿de qué Estado estamos hablando? Habr’a ade- m‡s que tratar de salir de la filiaci—n occidental. y por otro

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lado, el debilItamiento del Estado, ¿es un fin en s’ mismo? ¿Acaso el debilitamiento del Estado no puedeir de la mano de una sociedad coercitiva? Es m‡s que probable: En atenci—n a esas razones, dudarí a en responder a la cuesti—n. Dudar’a tam- bién a la hora de definir qué podr’a ser una democracia plu- riétnica. ƒsa es la posici—n de los rom, pero ellos son occiden- tales. Han sido v’ctimas, pero han vivido en las vicisitudes de la historia occidental. y para ellos la democracia, con las adi- ciones de pluriétnica, mestiza, criollizada, etc., puede ser -y en mi opini—n ha de ser- una aspiraci—n, un objetivo en la

, esfera de las sociedades europeas. No sé si eso ser’a v‡lido para otras sociedades.

JOEL DESROSIERS: Desear’a plantear dos preguntas, brevemen- te. Le he o’do hablar, esta ma–ana en la radio, de dos autores, de dos escritores: Saint-John Perse Y Faulkner. Me han resultado sorpren- dentes dos paradigmas de su pensamiento. El primero es el vegetal: el rizoma, la ra’z. El segundo, el cient’fico: la teor’a del caos, la totalidad-mundo. Mi pregunta versa justamente sobre esa fascina- ci—n que sent’a Saint-John Perse por la ciencia. Para usted, ¿la ciencia forma parte de lo imaginario? Cuando habla del imay,inario del mundo, ¿correspondr tal vez en el [ond» a un segu;;do término del imaginario cient’fico? ¿Qué relaci—n establece entre las figuras propias de la abstracci—n (caos, invariantes, etc.) Y este imaginario

emergente? ƒ.G.: En mi opini—n, hay un Çitinerario» de la ciencia que,

de una forma general, es de interés desde la —ptica de la cues- ti—n misma de la identidad. La ciencia occidental, en su ‡pice triunfal, esto es, cuando no poní a en duda ni su porvenir ni sus métodos, tení a la pretensi—n de profundizar, sin desmayo, aun a costa de dr‡sticas revoluciones del pensamiento, en una ver- dad que ser’a la verdad de la materia que cualquier d’a dar’a con la explicaci—n del universo, del mundo. ƒsa era la preten-

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CULTURA E IDENTIDAD '* si—n de la ciencia occidental. Hasta hoy, en que las revolucio- nes de la ciencia han demostrado, partiendo de la relaci—n de incertidumbre de Heisenberg, que tal vez no es posible llegar Çal fondo de la materia» -ya que Heisenberg afirma que para apreciar las partí culas es preciso iluminarlas y esta iluminaci—n supone quiz‡ una alteraci—n no s—lo de su naturaleza, sino también de su velocidad y de su orientaci—n. Esta relaci—n de incertidumbre ha acabado convirtiéndose en uno de los luga- res comunes del pensamiento contempor‡neo. Hay una opaci- dad de la materia que resulta ineludible, ineluctable. A partir de ah’, la ciencia occidental ha obrado su propia revoluci—n y ha producido esta parte de la ciencia que han acabado siendo las ciencias del caos, renunciando a la linealidad ecuacional, esto es, a la pretensi—n de profundizar (ra’z 'Única ... ) en favor de una verdad que serí a la de la materia, comenzando a decir que hay que describir la superficie, indescriptible, por lo dem‡s. Se ha de tratar de describirla y no abrigar la pretensi—n de alcanzar un conocimiento absoluto, que estar’a ah’ espe- r‡ndonos. En mi opini—n, esta evoluci—n de la ciencia est‡ unida a la concepci—n del ser y de la existencia. En otras pala- bras, la ciencia qUé para mí terminar‡ imponiéndose, vendr‡ de la mano de la filosofí a del ser y de la ciencia que duda, que limita sus certidumbres y que se inclina por el avance en espi- ral, abandonando la linealidad en favor de lo extenso; vendr‡ de la mano de los imprevistos de la existencia. Por estos moti- vos, me interesa este proceso. Y me interesa como poeta, no como cientí fico, que no lo soy en absoluto. Carezco de esa pre- tensi—n. Pero considero que esto est‡ al alcance de un poeta. Puede comprender esa transformaci—n de la ciencia occiden- tal, que es de hecho la Ciencia, pues s—lo en Occidente (mien- tras los chinos lo han inventado todo o casi todo) ha surgido y se ha consolidado la noci—n de ciencia ... Pero es sabido tam-

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bién que las ciencias del caos guardan relaci—n con la estética. Es muy normal que se produzca una suerte de atracci—n: en Francia, con ocasi—n de un artí culo m’o, se me reproch—: ÇAh, s’, Glissant y su caos, la teor’a del caos, ¿te suena, no?». Ya me hubiera gustado que fuera mi teorí a. Se puede optar por igno- rar el caos-mundo, limit‡ndose a reproducir hasta el lí mite, literalmente, el desorden, procurando amoldarse a su fuerza por las v’as ilusorias del desencadenamiento. Podemos, por el contrario, aprehenderlo mediante lo imaginario, descifrando ia opacidad para escapar tal vez de ella o al menos dejar impre- sa una huella liviana, pero indeleble.

J.D.: Edward Said, en Culturas e imperialismos -no sé si ha sido traducida al francés- afirma que la literatura occidental, que los c‡nones occidentales han precedido y promovido, en virtud de su estética, la exploraci—n y la servidumbre del mundo. Niega las iden- tidades, a las que considera construcciones imaginarias. En su estéti- ca, ¿c—mo se reacciona ante esa afirmaci—n?

ƒ.G.: La comparto, sin ninguna duda, para acto seguido matizarla. Es cierto que para conquistar el mundo es condi- ci—n previa haberlo imaginado. Y que, por consiguiente, los escritores y los poetas occidentales han sido los precursores de la colonizaci—n. La n—mina es amplia: Chateaubriand, Con- rad, etc. Pero hubo también -porque Occidente no es mono- lí tico--, hubo poetas que, al imaginar el mundo, levantaron una protesta contra su colonizaci—n: ÇLos blancos llegan ... »,

escribi— Rimbaud. Y Césaire retom— el tema en Et les cbiens se taisaient: ÇLos blancos desembarcan ... ». Un poeta como Vic- tor Segalen, médico militar, que prestaba sus servicios en un buque de la armada, produce, inventa, imagina y erige un sis- tema de pensamiento del exotismo, al tiempo que lucha contra cualquier muestra de exotismo y de colonizaci—n. Las cosas no son sencillas; en mi opini—n, Segalen es un poeta revoluciona-

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CULTUR.A E IDENTIDAD * rio. Honor y respeto para Segalen. Fue el primero en plantear la cuesti—n de la diversidad del mundo, y el primero en com- batir el exotismo como forma complaciente de la colonizaci—n; yeso siendo médico de la armada.

En otras palabras, la materia es ajena al manique’smo. Suce- de s—lo que la literatura tradicional occidental es una literatura del ser y de lo absoluto, y ah’ anida la generalizaci—n. La colo- nizaci—n inglesa y francesa, las modalidades de la colonizaci—n

,inglesa y francesa, las m‡s destacadas del siglo XIX, son las úni- cas absolutamente seguras de su legitimidad, absolutamente. En la actualidad, ningún pa’s que coloniza u oprime a otro est‡ seguro de su legitimidad. Pongamos el caso de una gran po- tencia -China, Rusia, Estados Unidos o Jap—n- que invade otro pa’s, pues bien, esta puLellc.ia no estar‡ segura de su legi- timidad. Se ve en el trance de tener que justificarla. Las colo- nizaciones francesa e inglesa del siglo XIX estaban seguras de su legitimidad porque era el sistema entero (el pensamiento del territorio elegido) el que se ampliaba hasta los l’mites del mundo. y cuando el mundo era el producto de la colonizaci—n (los colonizadores fueron los precursores; ellos fueron los que descuhriercr.las costas y traza:-on los mapas, erc.), cuando todo esto estuvo Çculminado», la legitimidad se desmoron—, porque no pod’a extenderse m‡s. Algo as’ como 10 que les ocurr’a a los pioneros americanos en su periplo hacia el Oeste, que cuando llegaban a la costa californiana y comprobaban que no pod’an avanzar m‡s all‡, pensaban en el suicidio. Una depresi—n gene- ralizada. La ampliaci—n, el avance direccional se ve’a truncado. Y me parece que esto fue lo que les pas— a las colonizaciones occidentales, en particular a la francesa y la inglesa. Fueron combatidas por los pueblos, pero también fueron presa de la depresi—n por la pérdida de la legitimidad. ƒste es el matiz que introducir’a respecto de la posici—n de Edward Said.

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GASTON MIRON: Al finalizar, dijo: ÇConcebir todas las cultu- ras» ... Çla opacidad» ... No escuché toda la frase. ¿Podr’a releer ese fragmento?

ƒ.G.: ¡Por supuesto! ÇEn el encuentro de culturas del mundo, debe asistimos el poder imaginario para concebir todas las culturas como factores que tienden, al mismo tiem- po, a la unidad y a la diversidad liberadoras.» Pero carecemos de una imaginaci—n suficientemente vigorosa para concebirla. y necesitamos de esa fuerza. La necesitamos ...

PIERRE NEPVEL/ Tengo una pregunta sobre la epopeya. Cuando imagina esa literatura futura, cuyo advenimiento presiente, habla de una nueva epopeya, Me extra–a un poco esta caracterizaci—n y por dos motivos. Por un lado, ¿esta nueva epopeya no ha existido hasta ahora en la literatura occidental -evidentemente, a partir de Joyce, pero no menos en Fuentes, Mdrquez, en Guimardes Rosa, en Brasil=, donde se aprecia una reanudaci—n de la forma épica, claro est‡, pero que se descompone al mismo tiempo y muy frecuentemente en una forma de criollizaci—n del lenguaje o de referencias costum- bristas (la parodia, etc.)? Si examinamos la novela, en determinados escritores europeos se produce un rechazo de la forma épica, para abrir las formas nouelisticas n algo que se delinea en relaci—n con la música, con la cotidianidad, con la intimidad, etc. Existen todo tipo de formas. Hayal menos dos aspectos ... Dicho de otro modo, ¿ en qué fundamenta esta reivindicaci—n tan firme de la epopeya, aun en esta forma nueva?

ƒ.G.: No es de la epopeya, sino de la forma épica; la forma épica trasciende la epopeya. Contesto a las dos preguntas. La primera objeci—n: se est‡n dando por supuesto apariciones, reapariciones de la forma épica en las literaturas caribe–as y latinoamericanas. Pero, a mi juicio, son formas épicas que est‡n ancladas todaví a en la estructura tradicional de la épica. Se trata de una comunidad que se reafirma a s’ misma median-

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te la producci—n de una épica que ata–e únicamente a los miembros de esa comunidad. Ahora bien, 10 que sucede es que todos los pueblos que han sido descolonizados -los lati- noamericanos y los caribe–os entran en esa categor’a- opo- nen a la épica occidental su propia épica, que es muy hermosa.

' Pero, a mi entender, no se trata de la auténtica épica, porque la auténtica épica tiene por- objeto a la comunidad m‡s amena- zada del mundo, que es la comunidad-mundo. y es la relaci—n de mi comunidad con la comunidad-mundo sobre la que se edificar‡ la épica. Me parece que las otras 1 iteraturas a las que se ha referido, ajenas a este problema, no conocen ni se inte- resan por el mundo, sino quiz‡ para tratar de gobernarlo me- diante el Relato. ƒsa es su Çlegitimidad». No¥es de extra–ar

- que renuncien a la voz épica, que hoy expresa la divisi—n, la dispersi—n del Relato)', Contra la Historia, el encuentro pos- trero de las historias de Jos pueblos.

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EL CAOS-MUNDO:

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L a siguiente exposici—n versar‡ sobre lo que denomino Çlas poéticas del caos», porque, a mi juicio, es un asunto

en el que se cifra y acaso también se concluye provisionalmen- te todo cuanto puedo decir en relaci—n con la criollizaci—n y la lengua, He de reconocer que las poéticas del caos no pueden ser pensadas con arreglo a par‡metros formales, como ser’a propio de una conferencia escrita, en términos ahsolutos, sin posibilidad de rectificaciones ni contradicciones. Estas poéti- cas del caos tampoco pueden ser concebidas con arreglo a par‡metros reales, esto es, corno un todo que no admitir’a adi- ciones, ni retracciones ni siquiera remordimientos o negacio- nes. Por esta raz—n, he preferido dictar esta conferencia sobre la marcha, como si fuera cosa de ustedes y m’a, porque lo que he de decir puede ser imaginado, construido, elaborado, con- ceptualizado y hasta poetizado. El libro cuyo hilo voy a seguir para exponer lo que he dado en llamar la poética del caos es un

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libro divulgativo titulado Des rytbmes au cbaos, publicado por la Editorial Odile Jacob, cuyos autores son P¡érre Bergé, Yves Pomeau y Monique Dubois-Gance. Se trata de un libro divul- gativo al alcance de todos, con el mérito enorme de haber sido redactado por tres personas muy' versadas. Dicho de otro modo, no se trata de divulgadores cientí ficos, sino de eruditos' que han escrito una obra divulgativa. Les ahorraré la relaci—n de obras referentes al caos, en el sentido cientí fico del térmi- ' no. Considero que no es ése el objeto de este debate. Adem‡s, los autores del libro se lamen tan en algún pasaje que se hable

. del caos en el sentido cient’fico del término a prop—sito,de cualquier COS:l y que en torno a él se haga parafilosofí a. Es una trampa en la que caigo con sumo gusto. y en otra parte'del

, libro, felizmente, se–alan que las teorí as del caos son teor’as de filosofí a de la ciencia, bastante ambiguas. Hemos de ver el valor de esta ambigüedad. Me siento plenamente autorizado -desde mi primera obra en prosa, Soleil de la consciencie, hasta Poétique de la Relation, he planteado, p2ra m’ y en lo que a m’ resp~cta, la problem‡tica cuesti—n del caos-mundo- aparafi- losofar sobre la ciencia del caos. . " . Entiendo por caos-mundo -he repetido esta locuci—n bastan- tes veces a lo largo de estas conferencias- la colisi—n, la inter- secci—n, las refracciones, las atracciones, las connivencias, las oposiciones, los conflictos entre las culturas de los distintos pueblos de la totalidad-mundo contempor‡nea. Consecuente- mente, la definici—n o mejor el enfoque que propongo de esta noci—n de caos-mundo es muy precisa: se trata de la mezcla cultural, que no consiste en un mero Çmelting-pot», en virtud de la cual la totalidad-mundo se ve hoy materializada. La pri-

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N '1 mera apreciaci—n que harí a pasa por se–alar lo que cabr’a denominar una condici—n temporal de la cultura, una condi- ci—n cultural de la relaci—n entre las culturas. La observaci—n m‡s genérica que podemos establecer en esta esfera es la de que las relaciones, los contactos entre cul turas -ya me he referido a ello, pero hay que insistir- se perpetuaban anta–o en dilatados per’odos temporales. De ah’ que de esos contac- tos no se tuviera plena conciencia, en tanto que tales, a pesar de su eficiencia y hasta de su eficacia. Es decir, el per’odo tem- poral era tan dilatado que antes que la transformaci—n -que a menudo era brutal e inmediata- fuera advertida como tal, era sustituida por otra. Se necesitaba su tiempo para que, por ejemplo, los habitantes de lo que terminar’a siendo Francia se consideraran a s’ mismos franceses. Hay per’odos temporales dilatad’simos que condicionan y que contienen las relaciones entre culturas, y los estudiamos sobre todo en el mundo euro- peo, porque ha sido éste el que m‡s nos ha ilustrado; por des- gracia, lo nuestro es menos ignorancia cuanto incapacidad para conocer las relaciones culturales de continentes como Asia y África. Eso no obsta para saber que en esos lapsos tem- porales las culturas se influyen mutua, insensible e impercep- tiblemente, pero a través de transformaciones que por mo- mentos son fulgurantes. La novedad que reviste el mundo contempor‡neo es que los perí odos temporales han dejado de ser dilatados, para resultar tan inmediatos como sus conse- cuencias. Las influencias y las mutuas repercusiones entre las culturas surten inmediatamente efecto. y simult‡neamente con esta inmediatez de los efectos de las relaciones culturales, se impone una observaci—n, a saber: que las humanidades que se influyen en este grado, bien con efectos positivos o negati- vos, viven varios tiempos diferentes. En relaci—n con la medi- da que aplicamos, que es la medida hist—rica expresada por la

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linealidad del tiempo occidental antes y después de Jesucristo, puede afirmarse que las culturas actuales viven varios tiempos diferentes, a pesar de experimentar las mismas transformacio- nes e influencias. Se produce una suerte de contracci—n, de quiebra, de contradicci—n candente en el hecho de que las cul- turas que viven tiempos diferentes experimenten las mismas influencias. Un campesino chino que vive desde hace miles de a–os en un espacio-tiempo sumamente extenso experimenta o vive, por ejemplo, de manera brutal la revoluci—n china y, por otra parte, acusa el influjo del deseo de Coca-Cola; la misma Coca- Cola que, en Nueva York, Miami o Londres es experi- mentada de un modo completamente distinto. Hay fracturas, contradicciones en esa esfera, que introducen sin soluci—n de continuidad un elemento principal de la ciencia del caos, la noci—n de sistema determinista err‡tico. No estoy en condi- ciones de Çhacer ciencia» con ustedes, carezco por completo de dotes, pero la noci—n de sistema determinista err‡tico, que es una noci—n b‡sica, en fí sica, de la ciencia del caos, es de plena aplicaci—n a lo que denomino el caos-mundo.

La ciencia del caos afirma que hay sistemas din‡micos determinados que se convierten en err‡ticos. En principio, un sistema determinista posee una fijeza, una Çmecanicidad» y una regularidad de funcionamiento; la revelaci—n de la ciencia del caos es que hay una infinidad de sistemas din‡micos deter- minados que se tornan err‡ticos, lo que en mi interpretaci—n significa que su sistema de valores, en un momento dado, fluc- túa, sin que, a simple vista, se aprecie el motivo. Los cientí fi- cos del caos experimentan esta noci—n de sistema determinista err‡tico que verifican en innumerables aspectos y manifesta- ciones de lo real. Por ejemplo, en la impredecibilidad del movimiento de las hojas que caen a causa del viento o de la llu- via cuando hace mal tiempo; o en la total imposibilidad de

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA R.ELACIî N t determinar la longitud. exacta de las costas de Breta–a. La ciencia del caos afirma que resulta completamente imposible determinar -esa longitud porque no se puede verificar la fluc- tuaci—n de la costa en la lí nea que separa el elemento acu‡tico del terrestre y que la fricci—n de la costa introduce un factor extra–o indeterminable de una vez para siempre. No quiero convertir esto en catecismo, pero hay algo que me interesa, trat‡ndose de las culturas de las humanidades de la actualidad. Mi interés se dirige al comportamiento impredecible de la, relaci—n entre las culturas, elemento que constituye una de las bases de la ciencia del caos. El comportamiento impredecible, est‡ vinculado con la noci—n de sistema determinista err‡tico. Los fí sicos del caos afirman que los sistemas que tengan s—lo dos grados de libertad, o lo que es lo mismo, dos variables, no pueden tornarse nunca err‡ticos. Pero que cuando las varia- bles Se multiplican y, sobre todo, cuando se introduce la varia- ble tiempo -ah’ radica la raz—n por la que hemos comenzado esta exposici—n por el tiempo-, la impredecibilidad se confir- ma. y lo que digo es que, hoy en d’a, las relaciones entre las culturas del mundo son impredecibles. Hemos vivido durante mucho tiempo bajo el influjo y la ense–anza valios’simos de Occidente, en el pensamiento de sistema, cuya m‡xima ambi- ci—n era la predecibilidad. Todos los pensamientos de sistema propenden hacia la predecibilidad. y se advierte que en mate- ria de relaciones culturales, es decir, de esos espacios-tiempo

. que las comunidades segregan a su alrededor y colman de pro- yectos, de conceptos y a menudo de inhibiciones, la imprede- cibilidad es la norma. Creo que debemos hacer un alto y plan- tearnos esta cuesti—n: si la impredecibilidad es la norma en la esfera de las relaciones culturales humanas, ¿significa eso que hemos de caer en un pesimismo o en un nihilismo de efectos devastadores? Tal peligro es el que el pensamiento de sistema

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ha tratado de eludir; que la densidad de la impredecibilidad no induzca a las culturas hum‡nas a la renuncia, al,~stancamiento: si todo es imprevisible, ¿por' qué actuar, hac~~? Es una cues- ti—n pendiente.

La otra idea a la cual me atendré es la de que uno de los principios del eITatismo de determinados sistemas determinis- tas procede del hecho de que se manifiesta en estos sistemas una sensibilidad a las condiciones iniciales. Una sensibilidad que hace que en algún momento un error de sobrestimaci—n o minoraci—n de las condiciones iniciales pueda multiplicarse hasta el infinito y de manera err‡tica en el seno del propio sis- tema. Se trata de una idea que ha acaparado toda mi atenci—n porque he hallado en ella otro pensamiento que he formulado, el de la visi—n profética del pasado: El pasado no ha de ser recons- rruido de forma objetiva (o incluso subjetiva) por el historiador, sino qlJ.e ha de ser imaginado también, de forma profética, por las gentes, las comunidades y las culturas que se han visto pri- vadas del mismo. Por ejemplo,'recuerdo -esta anécdota me ha divertido siernpre+: que en una novela titulada Le Ouatrie- me siéde hab’a imaginado la atribuci—n de nombres a los escla- vos an—nimos con motivo de su emancipaci—n en 1848 en Martinica. Imaginé una escena en que un par de comisionados franceses, perdidos en una marea de negros, bautizaban a las personas, a las familias, asignaban autoridad a los patron’rni- cos, sirviéndose de libros que ten’an a mano, de enciclopedias o de recopilaciones de escritos, etc. Pon’an apellidos como Cicer—n, Cat—n, César, etc., y luego otros como Avoine, Ger- blé, etc., y también Alizé, ƒ lysée, etc. Agotaban el saber occi- dental para poner nombres a los esclavos recién emancipados. y pasado un tiempo, descubrí en una muy muy seria, confi- dencial y muy docta revista dedicada al origen de los nombres -¿c—mo se llama _eso::. el origen de los nombres propios ... ? la

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N t onom‡stica, eso es-, en una revista especializada en onom‡s- tica, hallé un texto escrito por un perito en la materia y que tomaba como referencia para esta cuesti—n ese cap’tulo de Le Quatriéme siécle, que era producto de mi imaginaci—n, una invenci—n completa, y ese cap’tulo sirvi— como elemento ilus- trativo de la ciencia. He ah’ una visi—n profética del pasado. En otras palabras, en las culturas humanas hay fen—menos velados que pueden comportar variantes de fondo que esca- pan en ocasiones al an‡lisis. Si de veras se desea estudiar la miseria de África -no meramente estudiar, ser’a ciertamente el colmo si se Çestudiara» la miseria de África-, si se desea comprender la magnitud de la miseria y de la angustia del África actual (y esto guard‡ndose muy mucho de incurrir en . ningún Çafropesimismo»), ¿c—mo podrí a lograrse sin esta sen- . sibilidad a las condiciones iniciales, que es la evocaci—n del pavoroso holocausto que fue la trata de negros, el despobla- miento y la devastaci—n de África durante tres siglos? ¿C—mo lo lograr’amos? El sistema err‡tico en que se convirti— el con- tinente africano no puede ser aprehendido sin remontarse a esa sensibilidad, a esta condici—n inicial que fue la trata de negros durante siglo".

La miseria actual de Hait’ y la especie de ambigüedad sa- tisfecha que reina en Martinica, dos polos diametralmente opuestos, revelan ambas esta misma condici—n de partida: la trata y la amputaci—n de poblaciones enteras de África. Lo que trato de compartir con ustedes es la convicci—~ de que los si s- ' temas de pensamiento o los pensamientos de sistema resultan : ineficaces para entrar en contacto con lo real, no permiten la comprensi—n ni dan la medida de lo que sucede realmente en los contactos y en los conflictos culturales. y esto porque la dimensi—n err‡tica, propia de los sistemas deterministas de variables múltiples, según la ciencia del caos, la dimensi—n

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t INTRODUCCiî N A UNA POƒTICA DE LO DIVE'RSO

err‡tica ha llegado a ser la dimensi—n del Çtodo-mundo». Los extraví os actuales no pretenden erigir un territorio. Un terri- torio es variable en sus dimensiones, pero no es err‡tico. La fijeza del territorio es aterradora.

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Durante mucho tiempo -hay que repetirlo siempre-, duran- te mucho tiempola errancia occidental, que ha sido una erran- cia de conquistas, una errancia de fundaci—n de territorios, ha contribuido a cristalizar lo que hoy podemos llamar la Çtotali- dad-mundo». Pero. en un mismo espacio en el que, en la actua- lidad, . hay cada vez m‡s errancias internas, o lo que es lo mismo, m‡s proyecciones hacia la totalidad-mundo y replie- gues sobre s’ mismo, cuando permanece inm—vil, cuando no se ha movido de su sitio, estas formas de errancia desencadenan a menudo lo que se llama exilios interiores, es decir, momentos en.los que lo imaginario, la imaginaci—n o la sensibilidad est‡n embotados respecto de lo que pasa en su entorno. Sê, el exilio interior. El car‡cter err‡tico del todo-mundo, el car‡cter de absoluta imprevisibilidad de la relaci—n establecida hoy entre las culturas de las humanidades, repercute, se sea o no cons- ciente, en la mentalidad o en la capacidad de reacci—n de una o m‡s partes de una comunidad. Las errancias son mantenidas por la especie de poso general que existe en un espacio cultu- ral, el cual es vivido como asentimiento o como aflicci—n. y uno de los datos del caos-mundo consiste en que tanto el asen- timiento como la aflicci—n de] Çentorno» funcionan igualmen- te como ví as o medios de conocimiento de ese Çentorno». Por tanto, el aspecto negativo de la aflicci—n resulta un factor cons- titutivo de identidad tanto como el asentimiento natural, goz()so o cautivador: Estamos en presencia de sistemas rela-

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N t cionales de todo punto en‡ticos. El elemento determinante del todo-mundo no es el cosmopolitismo, en modr, alguno el cosmopolitismo, que no es m‡s que una vicisitud negativa de la Relaci—n. El elemento generador del todo-mundo es la pro- pia poética de esta Relaci—n, que hace posible la sublimaci—n, sobre la base del conocimiento de s’ y de los dem‡s, a un mismo tiempo, de la aflicci—n y el asentimiento, de lo positivo y de lo negativo.

Algunas de estas consideraciones, me dan pie pararetomar las nociones de criollizaci—n y de mestizaje. Seamos esquem‡ti-

' cos a ultranza: el mestizaje representarí a el determinismo, mien- tras que la criollizaci—n, en relaci—n con el mestizaje, supondr’a el factor generador de imprevisibilidad. La criollizaci—ri es la: üilPredecibilidad. Podemos predecir o determinar el mestizaje, pero resulta imposible predecir o determinar la criollizaci—n. El mismo pensamiento de la ambigüedad, que los especialistas en las ciencias del caos se–alan como fundamento de su propia disciplina, regir‡ en adelante el imaginariodel caos-mundo y el imaginario de la Relaci—n. Podemos cifrar todo lo anterior planteando la oposici—n entre un pensamiento archipiélag-o o TIn pf!n~2miento continental, el pensamiento continental co- mo pensamiento de sistema y el pensamiento archipiélago como pensamiento de lo ambiguo.

Llegados a este punto de nuestro razonamiento, hemos de formulamos esta pregunta: ¿es la impredecib:ilidad una caren- cia? Coincidiremos plenamente todos en que la predecibilidad de los sistemas de pensamiento nunca Se ha caracterizado ni por su eficacia ni por ser positiva para el futuro de las humani- dades. ¿La impredecibilidad no es acaso una carencia o, al menos, no actúa como una inhibici—n del querer, de la volun- tad o de lo que Schopenhauer hubiera llamado la voluntad de vivir? Habida cuenta de que los sistemas deterministas simples

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t INTRODUCCiî N A UNA POƒTICA DE LO DIVER:SO

no pueden ser ca—ticos, con efectos negativos, entonces, esos sistemas -si se toma el mundo como un si?tema determinis- ò l- deterministas ostensiblemente err‡ticos, ¿no pueden ser el-proleg—meno de un debilitamiento del ser? Mi respuesta ser’a que conocer la impredecibilidad es estar en consonan- cia con el presente, con el presente en que se vive, de una forma distinta, no emp’rica ni sistem‡tica, sino poética. En Francia se dice que la poes’a ha muerto. Yo creo que la poe- s’a o, al menos, el ejercicio de lo imaginario, la visi—n profé- tica simult‡nea del pasado y de los espacios distantes, es el único medio que, con independencia del lugar, tenemos a nuestro alcance para inscribirnos en la impredecibilidad de la

relacÍ î ~ mundial. Ninguna operaci—n global, ya sea de ’ndole polí tica, econ—-

mica o militar, ser‡ capaz de comenzar siquiera a alu.mbrar una soluci—n, por m’nima que sea, de las contradicciones de este sistema err‡tico que es el caos-mundo, si el imaginario de la Relaci—n no repercute en las mentalidades y en las sellsibilida- des de las humanidades actuales para incitarlas a cambiar radi- cahnente la materia poética, esto es, para yue se conciban a s’ mismas de modo distinto, no como Humanidad, sino corno humanidades: como rizoma, no como ra’z única. A mi enten- der, ninguna intervenci—n en Burundi ni en Ruanda ni en Yugoslavia ni en ninguna otra parte del mundo podr‡ Çresol- ver» esas situaciones, si antes las mentalidades de las humani- dades no cambian en ese punto: la impredecibilidad ha de regir nuestras existencias Y nuestras mutuas influencias. Mientras no nos desprendamos de la idea de una identidad de ra’z única, habr‡ Bosnia, Ruanda, Burundi, y en cada nuevo intento nos daremos de bruces contra la misma imposibilidad. Discutien- do con amigos rntsis de Ruanda, me convencí plenamente de que eran las ví ctimas de una conjura hutu; pero no dejaba

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ƒSTƒTICA DE LA RELACI,'¡N ,

de tener presente que si se encontraban quinientos tutsis y diez hutus, estos últimos pagar’an .con su vida. Pero que si He encontraran quinientos hutus y diez tutsis, estos diez talllhiéll ser’an pasados por las armas. En otras palabras, no hay SOIII-

ci—n. No hay soluci—n en el marco identitario del pens:lllliclllo de sistema. Ni en las invocaciones a la tolerancia (o la picd:I(I), que es el lujo de los pensamientos de sistema, ni recurriendo :1

la fuerza. y cuando me dicen que en Yugoslavia los culp:lhk'i son los bosnios, o los serbios, o los musulmanes croums, () éstos o aquéllos, cobra vigor la intransigencia de siempre y se eligen v’ctimas y verdugos, según la posici—n de partida, vol- viendo a irnos por las ramas. Hay que defender siempre al oprimido y a la ví ctima, qué duda cabe, pero el problema esl rj~ ba en cambiar la noci—n, la intensidad en la asimilaci—n de nuestra propia identidad y en entender que únicamente <..:1 imaginario del todo-mundo (esto es, el hecho de que lino pueda vivir en su lugar propio, pero en relaci—n con la totali- dad-mundo), únicamente éste imaginario permite superar lo., lí mites infranqueables que nadie est‡ en condiciones de rcba- sar. El todo-mundo es una desmesura y si no tomamos la medirla de esta desmesura corremos el riesgo -y ésta es UIl:1

de las notas caracter’sticas de mi poética, de 10 que cabr’a 11:1- mar mi poética- de volver, y volver, y volver sobre las anti- guas imposibilidades que est‡n en el origen de las pr‡cticas intolerantes, de las matanzas y de los genocidios.

Hay que tomar la mesura-desmesura de la visi—n profética del pasado y del imaginario de la Relaci—n, atendiendo a las condiciones iniciales y a los rastros de las condiciones inicia- les, con su impredecibilidad y con esa nueva urdimbre que hay que tejer y que no ser‡ el reflejo de la esencia, sino el producto del entramado de relaciones, de relaciones con los dem‡s y con las culturas ajenas. El todo-mundo es una desmesura.

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒ1ICA DE LO DIVER-SO

Lo que desear’a sugerirles en este momento, para ir acaban- do, no son ni unas instrUcciones, ni un repe~lorio; aspiro a un nuevo enfoque, a una nueva apreciaci—n de la literatura, de la literatura como descubrimiento del mundo, del todo-mundo. Creo que todos los pueblos contempor‡neos tienen que asu- mir una presencia sig:aificadva en el no sistema de relaciones del todo-mundo; y que un pueblo que carece de los medios lJara reflexionar sobre este cometido es, efectivamente, un pueblo oprimido, relegado a un estado de invalidez. y enton- ces, yo, pues por algo soy escritor, sue–o con un nuevo acerca- miento a la literatura en esta desmesura que es el todo-mundo.

(Los avances técnicos, impulsados por las naciones industria- les, que aseguran sus privilegios en el mundo, precipitan y ralentizan al mismo tiempo la Diversidad del todo-mundo. Internet, por ejemplo, y las dem‡s Çautopistas de la informa- ci—n» cristalizan una multirrelaci—n que abre la diversidad al infinitu. Pero los avances operados en este terreno, conducen asimismo a una especie de no realidad, como po~ ej~mplo la de la Çrealidad virtual» en el ‡mbito de la inform‡tica. Se trata tal vez de una ví a de escape ante la angustiosa complejidad del todo-mundo. Con independencia de su valor, el Çmundo vir- tual» no resulta m‡s operativo, respecto del imaginario huma- no, de lo que podrí a ser un esperanto universal en la esfera de

la lengua y la expresi—n.)

Imaginar la literatura contempor‡nea. Tomo el ejemplo de la literatura francesa, pero creo que valdrí a cualquier otro. Parto

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EL CAOS-MUNDO, POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N t

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de lo que he dado en llamar la medida de la medida. ¿Por qué? Porque la medida de la medida es siempre un clasicismo. Medi- da de la medida, la rr.edida por antonomasia, es la medida con- vertida en canon. Sea cual sea la medida cl‡sica, latina, griega o francesa o italiana, es la medida convertida en canon. Medida de la medida. y esta medida por antonomasia es el soplo origi- nal, o lo que es lo mismo, la medida que hay en nuestra voz, en nuestro aliento, en riuestra capacidad para hablar de un tir—n sin asfixiarnos. Veremos m‡s adelante que ésta es, sin ir m‡s lejos, la medida del vers’culo. El vers’culo, el per’odo verbal que se emite sin ahogarse, de un solo Çgolpe de' voz». ¿Por qué, plles, la medida de la medida? Porque todo clasicismo se dirige al mundo. ¿Y esto por qué? Porque, con esta medida de la medida, todo clasicismo pretende conseguir que el mundo adopte sus valores particulares como universales. Para una cul- tura, el clasicismo es el momento en que ésta est‡ lo suficiente- mente segura de sus propios valores como para inscribirlos en la medida de la medida y proponerlos al mundo como valores

, universales. De ah’ arranco. Antes se producen, naturalmente, todos los acopios culturales de la comunidad, por ejemplo, la creaci—n verbal de Ronsard o de la Pléyade, la definici—n del relativismo cultural de Montaigne, la revisi—n de los sistemas de ense–anza o la introducci—n de los procesos heréticos de inver- si—n de Rabelais. Todas estas acumulaciones -término que empleo sin connotaciones Çpeyorativas», sino para indicar que la literatura tiene como funci—n la de ser vivero de culturas, la de roturar y preparar los suelos para la siembra, la de agavillar obras fecundas, etc.- culminan con el establecimiento de esta medida de la medida que es un clasicismo, proponiendo al mundo sus valores particulares como si fueran universales,

Es sabido que en todas las culturas del mundo, los clasicis- mos son seguidos por per’odos barrocos. Y que en estos per’o-

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¥ INTRODUCCiî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

dos barrocos la desmesura termina por rebasar la medida. En las culturas occidentales, el barroco (en Francia.Jos libertinos del siglo XVIII, Cyrano de Bcrgerac, Saint-Amant, etc.), en el ins- tante mismo en que el clasicismo alcanza su m‡xima perfecci—n, introduce esta desmesura de la medida, opuesta por completo a la ambici—n cl‡sica. Una negaci—n. Esta desmesura es una nega- ci—n de la medida convertida en canon. En otras palabras, la funci—n del barroco es la de sentar la opini—n contraria a la pre- tensi—n cl‡sica. Ahora bien, lapretensi—n cl‡sica, desde luego,

, es la profundidad. Si propongo al mundo mis valores particula- res como valores universales es porque creo que me espera la profundidad. El barroco, por supuesto, es la extensi—n. El barroco es la extensi—n, es decir, la renuncia a la pretensi—n de profundidad. Es sobradamente conocido que todas las artes barrocas -la arquitectura, la pintura o la literatura- son artes de la extensi—n, de la proliferaci—n, de la redundancia y de la rei- teraci—n.

A este per’odo le sigue otro que yo llamar’a medida de la desmesura. Esta medida es nuevamente el aliento original, pero esta desmesura no es la desmesura de la medida converti- da en canon, esta desmesura eS el mundo, es la desmesura del mundo. y lo que se pretende es devolver, mediante el aliento original, la desmesura del mundo -as’, Claudel, Saint-] ohn Perse y, por supuesto y antes que ellos, Segalen. Se da ah’ un aprendizaje del mundo, de la desmesura del mundo en forma- ci—n. Un aprendizaje que a partir de un epicentro extiende el aliento original hacia la periferia. De ah’ la importancia del vers’culo, que no es tanto medida cuanto maestr’a. El aliento humano midiendo la desmesura del mundo.

y a esto sigue lo que llamo una desmesura de la desmesura, que me parece que es la vocaci—n de la literatura actual. Des- mesura no porque resulte an‡rquica, sino porque carece de la

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA R Fr,ACIî N 1: pretensi—n de profundidad, la pretensi—n de universalidad, aspira únicamente a la diversidad. Desme~ura de la desmesura. ' Esta desmesura es la apertura total, que no es sino el todo- mundo. La literatura ha seguido esa senda. Y resulta completa- mente evidente que las literaturas franc—fonas se sitúan ah’, en la desmesura de la desmesura, literaturas que no aspiran a la negaci—n que comporta el barroco, ni a la profundidad del cla- sicismo, porque experimentan la diversidad y la desmesura del todo-mundo. Si fuera un erudito, dir’a que he pasado de la medida de la medida a la desmesura de la medida, a la medida de la desmesura, a la desmesura de la desmesura y estar’a for- mulando un quiasmo .. MM DM MD DD. ¡He ah’ el quiasmo, que no est‡ al alcancé de todo el mundo; pero s’ al alcance de la literatura del todo-mundo!

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~Id, Deseaba ofrecerles este cuadro incomprensible, para alimen- tar el sue–o. Para alimentar verdaderamente el sue–o del esta- do y la situaci—n actuales de la literatura. y porque creo que la literatura C2,~CC de belleza, como decí a Henri Pichette, salvo en el lecho del mundo. Y creo asimismo que mi identidad, mis problemas no son abordables ni resolubles ni para m’ mismo

. ni para los dem‡s salvo que los ponga en el COntexto de la des- mesura del todo-mundo y del objeto que esta, desmesura pro- pondr‡ en adelante a la literatura. S—lo en virtud de esta nueva concepci—n del objeto literario podremos, me parece, escapar de las antiguas firmezas, de los antiguos encierros, de todo lo que nos ha venido encauzando, de todo lo que nos ha impulsa . do a tratar -nosotros pa’ses, pa’ses concretos, reales, y noso- tros, intelectuales, y artistas, escritores y poetas del sur- de liberarnos en nombre de los mismos principios que se nos

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t INTRGLJUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

hab’an impuesto, sin que nunca los .hubiéramos sometido a revisi—n. Revisar los principios significa luchar y so–ar. No creo que la lucha y el sue–o sean contradictorios.

PREGlJNTAS

ROBERT MELANC;ON: Ha recordado al comienzo dos clases de tiem- pos ... al explicar que los contactos de anta–o se efectuaban en perí odos temporales muy 'importantes y que hoy son sucedidos por otros que se mantienen en lapsos temporales extremadamente exiguos. Ha habla- do de repercusiones inmediatas. Voy a plantearle una misma pregun- ta de dos modos. En primer término, aun cuando los contactos se rea- lizan en fases temporales muy exiguas en las que se condensan acontecimientos que antiguamente se daban escalonadamente, eso no significa que se suprima la larga duraci—n. No sabemos lo que nos aguarda en la larga duraci—n que se extiende ante nosotros. y, en segundo término, me ha parecido que hacia el final, al finalizar, ha abordado sin quererlo los problemas de larga duraci—n. Cuando ha recordado la impredecibilidad del caos-mundo, ha opuesto ese car‡c- ter impreuisible al pensamiento de sistema, anaaiendo: ninguna mteruencion en Burundi, en Bosnia o en cualquier otra parte ser‡ eficaz salvo que venga precedida por un cambio de mentalidad, por un abandono del pensamiento de sistema.' Las mentalidades evolucio- nan muy lentamente, lo cual no impide los efectos inmediatos entre las culturas en el caos-mundo en que estamos inmersos ... lo cual no impide tampoco que las mentalidades dejen de cambiar a una veloci- dad sumamente pausada. '

ƒDOUARD GUSSANT: S’, pero la diferencia, una diferencia nada desde–able, es que lo conocemos. La conciencia de la conciencia es decisiva. La inmensa fase temporal no es tanto una cuesti—n temporal como una cuesti—n de no conciencia, es

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N t decir, no de inconsciencia, sino de no ciencia de la cosa. ƒsa es la inmensa fase temporal, la no ciencia de la COsa. Cualesquie- ra que sean las dificultades, cualesquiera que sean la duraci—n, la lentitud, la diferencia fundamental en las relaciones cultura- les actuales, lo relevante es que somos conscientes. Existe la noci—n misma del conocimiento de las relaciones, de los fen—- menos de relaciones entre CUlturas que desencadena la inme- diatez. Un conocimiento, quiz‡ deformado, por ejemplo es el que proporciona la televisi—n o la radio. Un conocimiento qui- z‡s falso, un para o un pseudoconocimiento, pero el fen—meno del conocimiento opera inmediatamente, lo que no sucede en l‡s dilatadas fases temporales de las que hemos hablado, y ah’ radica, a mi juicio, la gran diferencia. Por ejemplo, la impre- deci.bilidad s—lo resulta negativa si no se tiene conciencia de ella. Esto es, cuando no se tiene la pretensi—n de preparar o de prever el futuro, mediante la predecibilidad. En ese su- puesto la impredecibilidad es negativa. Pero cuando se est‡ en consonancia con la impredecibilidad, en el plano de la ima- ginaci—n, uno se Sustrae a la irresponsabilidad que ella misma determina.

R.M.: ¿La supresi—n de las fases temporales no puede conducir a un debilitamiento de las variaciones culturales y lingü’sticas; a la uniflrmizaci—n del todo-mundo m‡s que a su diversidad?

ƒ.G.: No lo creo, porque para que existan criollizaci—n y relaci—n es condici—n necesaria que existan valores culturales diferentes. El.propio Segalen afirma que se produce una suer- te de oposici—n, que resulta benéfica. Algo parecido a la creen- cia de Valéry de que la resistencia de la métrica aguza la sensi- bilidad del poeta. Pues bien, la estandarizaci—n no es un modo del todo-mundo. La estandarizaci—n y la trivializaci—n no pue- den ser modos del todo-mundo. Para que se establezca rela- ci—n, se precisan términos diferentes. Raz—n por la cual, en

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estos tiempos, se ha puesto tanto énfasis en la noci—n de dife- ' rencias. Porque si no hay diferencias, no hay_.relaciones. Por ejemplo, un pueblo que ha sido asimilado por otro, no partici- pa en la relaci—n mundial. Para que participe de esa relaci—n mundial, es necesario que oponga resistencia al proceso de asi- milaci—n intentado por el otro pueblo. Pero si opone esta resistencia en un encierro, y éste es el drama, acaba haciendo lo mismo, punto por punto, que su opresor; no entra en la relaci—n mundial. Pero, a mi juicio, la diversidad no es el Çmelting-pot», el Çbouilli-bouilli», el batiburrillo, etc. Lo diverso es el punto de encuentro de las diferencias, que al ajus- tarse, oponerse Y amoldarse desencadenan lo imprevisible. La estandarizaci—n es, ciertamente, un peligro, pero la idea misma del todo-mundo contribuye a conjurar ese riesgo. '" ,

]OEL DESROSIERS: A prop—sito de su tesis sobre la criollizaci—n, voy a formular una pregunta, que expondré en forma de comentario: la fluidez entre las culturas, el mestizaje entre culturas, es una premisa, un presupuesto b‡sico; qUe time su fundamento original en la biolo- g’a, aspedo al que el Segal{!11 médico fue sensible (Éloge du divers). La pu.rez.a, la ra’z única ;71) han existido nunca, salvo en el ‡mbito de las pasiones idcntitarias, es ¡{::31; idcowgic.7s. Me parece po'¡- tanto que la criollizaci—n entendida aquê como una impureza plantea en abs- tracto la pureza como la ant’tesis reclama su tesis. ¿ Podemos so–ar, aqu’ le tomo la palabra, con una criollizaci—n trascendida, con una identidad trascendida?

ƒ.G.: Nos hallamos en un momento de la totalidad-mundo en el que comenzamos a desprendernos de las sujeciones y de las servidumbres de la identidad de ra’z única. Empezamos a concebirlo. Leyendo la historia, siguiendo el estado actual del mundo, esta realidad se impone por doquier. y es la cuesti—n sobre la que nadie se pronuncia, de la que nadie quiere o’r hablar, ya que parece que plantear esta cuesti—n equivale a muti-

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N ~

lar, a privarnos de parte de nuestra propia identidad; la criolliza- ci—n, pues, no es una cosa Çdeseada», porque uno puede dar su "ida por la identidad de ra’z única, pero no puede dar su vi- da por la criollizaci—n. La condici—n de la criollizaci—n es la vida (aun a pesar de que Segalen ha reclamado, para hacer frente a la extinci—n de lo Diverso en el mundo, la necesidad de luchar, de combatir, de Çmorir quiz‡ hermosamente»). No cabe sacrificar- se por la criollizaci—n, pero s’ por la identidad, por la identidad de raí z única, etc. Por la identidad de raí z única, uno puede con- vertirse en asesino, en homicida, en verdugo. Llegar a hacer la guerra. Al empezar en mi imaginario a concebir la Relaci—n como elemento constitutivo de mi ser, ¿estoy tal vez escindién- dome, debilitando mi identidad, diluyéndome? No. Bosnia perdurar‡ mientras sus ciudadanos no procedan a realizar esa inversi—n. La superaci—n de la criollizaci—n pasa por la no iden- tidad; pero existe el Lugar, que nos da estabilidad.

J-D.: Me pregunto si resulta siempre f‡cil distinguir entre los colonizadores y los colonizados. Sin ir m‡s lejos, en Quebec, ¿los colo- nizadores son los partidarios de la soberan’a?

ƒ.G.: Les toca a los quebequeses responder. Voy a observar una prudencia Çdiplom‡tica», porq ue no en vano tengo mu- chos amigos quebequeses. De cualquier modo, advierto que no me pronuncio nunca sobre la forma en que la gente desen- reda la madeja del origen. No podemos desenredar la madeja del origen por cuenta de los que all’ viven. Pero si fuera que- bequés, y nacionalista quebequés fan‡tico, ser’a un nacionalis- ta amerindio fan‡tico, ser’a un fan‡tico nacionalista para los amerindios. Si fuera un nacionalista quebequés fan‡tico ... y esto porque del mismo modo que no podemos salvar una len- gua a costa de las dem‡s lenguas, tampoco podemos salvar una naci—n o una etnia dejando languidecer a las dem‡s. A eso

, llamo yo la Relaci—n.

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

, - GASTON MIRON' Canad‡ no consentir’a nunca que alguien fuera fan‡ticamente nacionalista amerindio, porqu~ eso trastocar’a la estrategia de las naciones indias. -

ƒ.G.: ¡Pero es preciso trastocar las estrategias! No olvi- demos que los pueblos indios son Çat‡vicos». E independien- temente de lo que piensen, los quebequeses son un pueblo compuesto en relaci—n con el car‡cter at‡vico de los amerin- dios. Para los pueblos at‡vicos, admitir la Relaci—n resulta

. harto m‡s arduo, tanto m‡s cuanto que ellos han padecido esa situaci—n. Se puede admitir con mayor facilidad la Relaci—n cuando uno es brasile–o que cuando es quechua o descendien- te de hur—n, porque en estos casos subsiste el peso del atavis- mo contrario a la dispersi—n de lo compuesto. Subsiste el peso de la aflicci—n y la desposesi—n radicales. En la misma medida que esos pueblos no admitan libremente la Relaci—n, ésta esta- r‡ amenazada.

Adem‡s, la apariencia de io real oblitera, soterradamente, la impronta de las condiciones iniciales. Y a menudo se borran completamente esas huellas. Puede darse el caso de que una cuitura nomine verdaderamente a otra, y creer lo contrario, que nc la domina. Que un pueblo oprima verdaderamente a otro, que culturalmente someta a otro, y que no sea verdad. La Relaci—n admite todas las posibilidades, pues no en vano es un sistema determinista err‡tico, no mec‡nico. Y el que pare- ce colonizado puede en verdad no serlo, y al contrario. ¡Debe- mos dar la vuelta a los principios!

G.M.: Tengo la impresi—n de que deposita demasiadas esperanzas en la literatura para crear un nuevo imaginario que, eventualmen- te, serí a seguido por un 'nuevo orden mundial: el de la criollizaci—n. ¿No le parece un tanto ut—pico?

ƒ.G.: Completamente ut—pico. Pero estimo que no hay nada valioso en lo que no participe la utop’a. No conozco nin-

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N t guna obra eminente de las humanidades que no deba algo a la utop’a.

G.M.: ¿Piensa que la literatura puede inducir un comportamien- to nuevo?

ƒ.G: S’, 10 pienso. La literatura concebida como Relato, testimonio de la Historia, y como el privilegio inconsciente de los Çartí fices» de la Historia, es estéril. Pero la pasi—n y la poé- tica de la totalidad-mundo pueden se–alar una relaci—n ins—li- ta con el Lugar y enervar, alterar los reflejos condicionados.

G.lvl.: Estaba a punto de tomar notas, lo cual es indicio de interés profundo. Usted ha afirmado que un pueblo que no puede reflexio- nar sobre talo cual cosa -eso es lo que no he captado- es un pueblo que ...

ƒ.G.: Un pueblo que no puede reflexionar sobre su cometi- do en el mundo es en efecto un pueblo oprimido. La auténtica liberaci—n de un pueblo en el todo-mundo actual es la de poder reflexionar sobre su cometido en el mundo y ponerlo en pr‡ctica. Si no lo hace, haga lo que haga, ser‡ siempre un pue-

. blo dominado y oprimido.

G.M.: ¿Puede p7-i;i¿~i'v ',ulver a c—mo entiende la uisioi, poétira de! mundo? ¿ y después, extenderse sobre el nexo que existe entre la impredecibilidad y la visi—n poética del mundo? .

ƒ.G.: Voy, primeramente, a plantear esta pregunta: ¿la im- predecibilidad no significa una abdicaci—n de la voluntad de vivir o de la voluntad de decir o de expresarse? La impredeci- bilidad ha infundido siempre temor a las distintas culturas, sobre todo en Occidente, menos quiz‡ en el resto del mundo. Las culturas occidentales han propendido siempre hacia la predecibilidad, esto es, construir castillos en el aire, proyectos sociales, polí ticos, etc. Renunciar a eso puede resultar enlo- quecedor para el pensamiento. y puede resultar enloquecedor renunciar a la capacidad de Çcambiar el mundo». Porque cam-

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

biar el mundo es ju~tamente eso, otorgar al mundo un futuro, o lo que es lo mismo, predecir. y renunciar aJso resulta enlo- quecedor para la sensibilidad. ¿Para qué estar y vivir en el mundo si se nos hurta la posibilidad de predecir nuestra propia viabilidad? La predecibilidad ha sufrido, ha conocido e'P_{:csos. La hermosa f—rmula Çcambiar el mundo» se ha ido transformando paulatinamente en Çplasmar, sistematizar el mundo». La visi—n poética consiente vivir con la idea de impredecibilidad, porque autoriza a concebir la impredecibili- dad no como algo negativo, sino como algo positivo y hace posible que cambiemos nuestra sensibilidad sobre esta cues- ti—n como ningún concepto ni ningún sistema conceptual per- mitir’a hacerlo. O lo que es lo mismo, una intenci—n poética puedf: permitirme concebir el hecho de que en mi relaci—n con el otro, con los otros, con todos los dem‡s, con la totalidad- mundo, camhio intercambi‡ndome, perseverando en m’ mis- mo, sin renegar de m’, sin disolverme, y s—lo una poética dar’a cabida a todas esas imposibilidades. Por tales razones, consi- dero que el pensamiento poético actual est‡ en el origen de la

relaci—n con el mundo. C.M.: ¿La ra’z única no est‡, de algún modo, en peligro de extin-

ci—n en lugares muy circunscritos, al ser la raz—n econ—núca la que lo rige todo (la mundializaci—n de la econom’a, de los mercados, de la producci—n, del consumo, todo el mundo ha de vestir los mismos pantalones en todas partes, porque existen econom’as de escala, etc.)? Asist’ a un debate internacional al que hab’an acudido representan- tes de muchos pueblos, o mejor naciones, pa’ses, no sé c—mo llamar- los ... y todos estaban sometidos a las leyes del mercado. y no exist’a ra’z única común ni cosa parecida, ni de valores, ni de imaginario, etc. Era una servidumbre total. Con independencia de la lengua o la cultura, todo se sacrifica a las leyes del mercado. Y a–ad’an: ÇNo se puede hacer nada, son las leyes del mercado, a las que hemos de resig-

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACI î N t narnos. Todos nos confundiremos en una suerte de omnipresente raz—n econ—mica universal».

ƒ.G.: EXiste una mundializaci—n de la econom’a, como de la vida polí tica, as’ como una mundializaci—n de los saberes gastron—micos, como de la literatura. Vivimos esta mundiali- zaci—n porque estamos ante e inmersos en la totalidad-mundo. El problema estriba en que en la época en la que las literaturas eran literaturas del clasicismo -aquellas que proponen valo- res particulares como si fueran valores universales, el valor de un lugar como valor universal- las opresiones econ—micas eran similares. Las econom’as de Gran Breta–a o de Francia o de otro pa’s semejante eran las que dominaban y oprim’an el mundo. En la actualidad, con la mundializaci—n, no es única- mente la econom’a de Estados Unidos o de Canad‡ la que oprime, sino la de las multinacionales, esto es, la de personas, de CÍ rculos cuya circunferencia est‡ en todas partes y su centro en ninguna. Dicho de otro modo, si nos replegamos sobre nuestros antiguos reflejos, digamos de hombres-naci—n, nos equivocaremos en el modo de reaccionar contra esas personas. Porque son ellas las que se andan en esa identidad. En otras palabras, necesitamos, en todos nuestros ‡mbitos de actuaci—n, imbuimos de la idea de la mundializaci—n. Necesitamos irn- buirnos de esta idea a fin de no quedar rezagados respecto de quienes utilizan maliciosa y perniciosamente las posibilidades de la mundializaci—n. Hemos de tener muy presente que la mundializaci—n ,existe, porque sin esa conciencia no podrem os combatirlas. No pueden ser combatidas fí sicamente, primero, porque son invisibles. No cabe combatirlas. En su momento, se pod’a luchar fí sicamente contra el rey de Francia, quien representaba el capitalismo francés. También contra el colono, contra el patr—n: Pero no cabe luchar materialmente, digo materialmente, contra las multinacionales. (S’, en cambio, de

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forma f‡ctica, cuando se toman visibles en una ecologí a ame- nazada, por ejemplo). ¿D—nde las encontraI?-0s? Ninguno de los que estamos aquí tiene la m‡s m’nima idea de la verdadera sede de la multinacional m‡s minúscula. Porque las multina- cionales son el reverso negativo de la mundializaci—n. Si eludi- mos hacer frente a esta mundializaci—n, seremos sus v’ctimas inconscientes. Por lo dem‡s, no tenemos ninguna necesidad de mantener nuestros antiguos reflejos. Estamos estancados en los caducos principios que nos han infundido las Çpoten- cias» occident‡les y, entre ellos y, se–aladamente, el de que la existencia de la comunidad se manifiesta mediante la fuerza. Aspiramos a ser Çgrandes» potencias, cuando nadie puede considerarse potencia ineluctable porque las mismas poten- cias, en la impredecibilidad; 'son fr‡giles. Los sistemas econ—- micos son vigorosos e implacables, pero también pueden ser ví ctimas del car‡cter imprevisible de la totalidad. '

G.M.: ¿Piensa que'puede darse una cierta ambigüedad entre la prodzlcci—n literaria de la criollidad en la que persiste una cierta bús- queda de la identidad única; valga la expresi—n -pienso en Cha- moiseau, Confiant- y el proyeLto de la criollidad tal como se delinea en ƒloge de h cr¿olité, en la que late pred~amente una búsqueda de la totalidad-mundo, de la totalidad caribe–a, luego mundial?

ƒ.G.: Hay una diferencia, s’, entre las obras de creaci—n y los manifiestos. Considero que es en las obras literarias, Y no en las tentativas te—ricas, donde el enfoque de la totalidad- mundo comienza a perfilarse. Dicho esto, no advierto en m’ la contradicci—n que se–ala. No creo que esos escritores persigan

la Çra’z única». ]OEL DESRosIERS: La identidad, independientemente de c—mo la

conjuguemos o en qué la cifremos, tiene una funci—n de v’a o de medio para la sociedad, una funci—n polí tica. Acaba de decirlo hace un instante. podemos morir por una bandera, por una identidad; es

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA R.ELACIî N t una funci—n polí tica. El negro americano se declara hoy black afroa- mericano; es una funci—n polí tica. Cuando la literatura' termine siendo tal como usted la perfila, tal como la subraya, una literatura casi posnacional, algo as’ como las multinacionales, ¿en qué se con- vertir‡ esta identidad? Es decir, ¿c—mo actuar‡ en el plano polí tico?

ƒ.G.: Siempre he sugerido lo mismo, el lugar es insoslaya- ble. La disoluci—n es incompatible con la mundializaci—n, porque si hay disoluci—n se trunca la relaci—n. La Relaci—n s—lo puede establecerse entre entidades con existencia pro- pia. Cuanto m‡s conciencia tenga de la Relaci—n de Martini- ca con el Caribe y del Caribe con el mundo, como en un sis- tema, o en un no sistema, m‡s martiniqués seré, al menos eso pienso. La auténtica Relaci—n no se establece de lo particular a le gcnci"dl, sino del Lugar a la totalidad-mundo, que no es una realidad totalitaria, sino lo contrario: la diversidad. El lugar no consiste en un territorio; puede ser objeto de divi- si—n y ser concebido y experimentado en clave depensamien- to err‡tico, al tiempo que es preservado contra cualquier des- naturalizaci—n.

Los negros de Estados Unidos tienen ineludiblemente necesidad del afrocentrismo para remontar su condici—n y no cabe pedirle a un sin-techo de Nueva York que se rebele en nombre de la criollizaci—n. Del mismo modo que hay pa’ses en los que la negritud (Panam‡, Brasil, Colombia) es operati- va. La relaci—n de esas comunidades con las Américas y con el mundo pasa, sin embargo, por la criollizaci—n, que se revela as’ útil para comprender mejor su propia fecundidad. ƒsta es la primera respuesta que dar’a. La segunda es que me parece que trabajamos en un marco de oralizaci—n de la literatura: por un lado, oralizaci—n porque hay poes’as orales colectivas en proceso de desarrollo; por otro, porque se da la oralizaci—n de las técnicas de escritura, y no me refiero a la oralizaci—n trivial

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de la televisi—n o de los medios de comunicaci—n, aludo a la oralizaci—n creadora. En la esfera de esas oralizaciones creado-

" ras, las ideas, a mi entender, encuentran una difusi—n que dista mucho de ser la difusi—n sensacionalista de la televisi—n y de los medios de comunicaci—n, que es la auténtica difusi—n del cambio de imaginario. En mi opini—n, eso es lo notable. Los medios, los factores de reverberaci—n, de reenví o, de multipli- caci—n, de contramultiplicaci—n cambian. Y, parad—jicamente, se produce una especie de neutralizaci—n por lo que llamo las correas de transmisi—n de la televisi—n y de los diarios. En el

-fondo, lo qu_e quiero decir es que llegar‡ un momento en que la gente estar‡ tan harta de la neutralizaci—n causada por la televisi—n y los diarios que las técnicas del boca a boca y el boca a oreja van a conocer un renacimientG. En este ‡mbito en red, en fragmentaci—n, eso que usted ha llamado literatura Çposnacional» se hace o’r por difusi—n y contaminaci—n, no por presi—n ideol—gica.

JD.: Desde su concepci—n, ¿c—mo se observa la evoluci—n en las relacione" de dominaci—n?

ƒ.G.: La criollizaci—n abarca y rebasa toda las oposiciones posibles; tolera a los Çsuizos» y también a los Çpolinesios». La criollizaci—n abarca a su contrario, la unicidad, que est‡ en el origen de las distintas dominaciones. Pero la idea misma de criollizaci—n pugna ya con ese principio, Creo que la Relaci—n no es ni virtuosa ni Çmoral» y que una poética de la Relaci—n no lleva consigo de forma inmediata ni pací fica el fin de las domi- naciones. Creo que siempre habr‡ veleidades de dominaci—n, pero que cambiar‡ el modo de oponerles resistencia. En el contexto de la mundializaci—n, me parece, las formas de resis- tencia cambiar‡n. y nos veremos compelidos a cambiarlas por- que todas las formas de resistencia que hemos conocido estos últimos cincuenta a–os ~y s—lo Dios podrí a decir cu‡n heroi-

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EL CAOS-MUNDO: POR UNA ESTƒTICA DE LA RELACiî N t cas y cu‡n formidables fueron- han terminado por envilecer- se, y ah’ est‡n los casos de Argelia, África negra y Asia, entre otros. y nos veremos compelidos a inventar nuevas formas de resistencia, porque las antiguas, quién lo duda, resultan inser- vibles. Tengo amigos argelinos que ex:claman: Ç[Un mill—n de muertos para esto! ¡Hemos sacrificado un mill—n de muertos para terminar as’!». y s—lo Dios sabe cu‡n heroica fue esta forma de liberaci—n, cu‡n formidable (no sé si Dios lo sabe, pero los hombres s’). Pero nos han sumido en la misma confu- si—n, en el mismo encarnizamiento, en la misma cerraz—n de los que hací a gala el colonizador. Sin i.flcurrir en idealismo, habr‡ que buscar otras formas de resistencia. A lbs distintos pueblos les incumbe inventar esas nuevas formas, a los argeli- nos, a los ruandeses, a los palestinos, a los sudafricanos, como a los dem‡s, a todos los dem‡s. No quiero caer en el idealismo. Hay que poner en pr‡ctica resistencias tangibles, en el lugar en que uno est‡.

Lo dem‡s es Relaci—n: apertura y relatividad.

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ENTRE\lISTAS

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\ EL IMAGINARIO DE LAS LENGUAS'

L ¡SE GAUVIN: En Poétique de la Relation, 51: confiesa sorpren- , dido al comprobar que hay personas instaladas en la Çmasa

serena de su lengua», y que ignoran por completo Çel suplicio lin- gü’stico» que usted ha advertido en múltiples indicios. Cita a este prop—sito el caso de Estados Unidos. ¿No piensa que ese tormento I:S

m‡s propio de aquellos a quienes se conoce como Çperiféricos»? ¿No es, particularmente, una singularidad de los escritoresjranoijimosi

ƒ.G.: Es propia de los escritores que pertenecen a ‡reas culturales cuya lengua es lo que he denominado una lengua compuesta. Todas las lenguas surgidas como consecuencia de la colonizaci—n, como por ejemplo las lenguas criollas, son vulnerables; son lenguas que han de enfrentarse a numerosos problemas. De entrada, sufren la contaminaci—n de la lengua oficial, la lengua que rige la vida oficial de la comunidad. Con-

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* La presente entrevista fue realizada en Pointe-‡-Pitre en diciembre de 1991 y publicada en el número de la revista Etudes [rancaises titulado L 'Amérique entre/es langues (volumen 28, n," 2/3, 1992-1993).

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secuentemente, se enfrentan a problemas, en apariencia, muy espinosos de resolver, problemas de fijaci—n.y transcripci—n. Hay una especie de suplicio lingü’stico, al pasar de la oralidad a la escritura, que las hace vulnerables, que las coloca en una situaci—n de amenaza, en absoluto segura, que determina que las personas que pertenecen a esa cultura estén extremadamen- te sensibilizadas con los problemas del lenguaje. En las regio- nes en que nos encontramos con lenguas antiguas, las qUe llamo lenguas at‡vicas -es decir, lenguas cuya formaci—n ha sido progresiva, que han dispuesto de tiempo para, a base de

. conflictos y acuerdos, establecerse, regularse, dar con una forma de clasicismo Çescritox-s-, y en las culturas en las que dichas lenguas no coexisten con lenguas compuestas, como es el caso de Estados Unidos, es muy difí cil hacerse una idea de la aflicci—n lingü’stica. Existe, por supuesto, el caso de pa’ses como Canad‡ en el que hay dos lenguas claramente opuestas o en la que una domina a la otra (la lengua inglesa respecto de la francesa, en Quebec). En ese caso, los hablantes vern‡culos de la lengua oprimida son acusadamente sensibles a los problemas lingü’sticos. Cada vez que se vincula expresamente el proble- ma de la lengua a una cuesti—n identitaria, a mi juicio, se in- curre en un error, puesto que el rasgo caracter’stico de nuestro tiempo eS lo que he dado en llamar el imaginario de las len- guas, esto es, la presencia de todas las lenguas del mundo. En Europa, en los siglos XVIII y XIX, aun cuando un escritor fran- cés conociera el inglés o el italiano o el alem‡n, no los ten’a presentes en su escritura, que era monolingüe. En la actuali- dad, aun-a pesar de qlle el escritor no conozca otra lengua dis- tinta de la suya, tiene presente, sea o no consciente, la existen- cia de esas otras lenguas que le rodean en el proceso de su escritura. Resulta imposible escribir en una lengua de forma monolingüe. Uno se ve compelido a tener presentes los imagi-

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EL IMAGINARIO DE LAS LENGUAS t narios de las lenguas, que llaman nuestra atenci—n por medio de toda clase de medios inéditos, inusitados: audiovisuales) radiof—nicos, televisivos. Cuando contemplamos un paisaje africano, aunque no conozcamos la lengua bantú, por ejemplo, _ hay una parte de esta lengua que, a través del paisaje que vemos, nos sorprende y nos interpela, aun cuando en la vida hayamos o’do hablar una palabra de banni. y cuando admira- mos el paisaje de la planicie australiana) aun a pesar de no conocer ni una palabra de la lengua de los abor’genes austr~- lianos, nos vemos impregnados por algo que viene de all’. Uno no puede escribir su paisaje ni describir su prop’a lengua de forma monolingüe. Las gentes que, c—mo los americanos, los estadounidenses, no se hacen una idea de la cuesti—n de las len- guas, no se haten una idea del mundo. Algunos defensores del criollo son completamente impermeables a esta cuesti—n. Plan- tean la defensa del criollo de forma monolingüe, de idéntico modo a quienes los han oprimido lingü’sticamente. Son los herederos del monolingüismo sectario y defienden su lengua de la peor manera posible. Mi posici—n en esta materia es la de que no podemos salvar una lengua, en un pa’s dado, a Costa de las otras. En mi Opilll—n, existe una solidaridad entre todas las lenguas amenazadas, incluido el ang10norteamerica_ no, que acusa tanto como el francés los efectos de la hegemo- ní a de la convenci—n internacional del anglonorteamericano. Creo que existe una solidaridad entre todas las lenguas del mundo y que' 10 qué confiere belleza al caos-mundo, a 10 que he dado en llamar caos-mundo, es este encuentro, este estrépi- to, este estallido cuya econom’a y principios aún no hemos sido capaces de captar. Hay personas que son sensibles a la proble- m‡tica de las lenguas porque son sensibles a la problem‡tica del caos-mundo. Hay otras insensibles a este hecho bien por- que est‡n encastilladas en el poder vehicular de su propia len-

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gua (es el caso de Estados Unidos), bien porque reivindican su lengua de una forma monolingüe e irascible ~ es el caso de cier- tos adalides del criolio, es también el caso de algunos paladines del francés en Quebec, a los que la situaci—n reduce a esa acti- tud). Son incapaces de percibir la auténtica situaci—n del mundo, lo que yo llamo el caos-mundo, este encuentro tan conflictivo como maravilloso de las lenguas, todos esos estalli- dos fulgurantes, cuyo imaginario y cuyos principios no hemos conseguido todaví a, lo reitero, aprehender ni comprender.

L.G.: ¿El escritor jrancés o algunos escritores franceses de la pro- pia Francia se han mostrado sensibles a esta problem‡tica?

ƒ.G.: No creo. Al menos, yo conozco pocos casos. Hay, naturalmente, una tradici—n en Occidente respecto de la cues- ti—n del imaginario de las lenguas. No es una novedad. Beckett ser’a un ejemplo, creo. Artaud otro: se dedic— a deconstruir la lengua. También Ezra Pound, en Estados Unidos. Los últimos escritos de Joyce, como Anna Livia Plurabelle, son pura y sim- plemente un inextricable laberinto lingü’stico en el que uno se extraví a y en el que ha de abrirse camino. Algo de esto se per- cibe en la evoluci—n de la Sensibilidad occidental, pero creo que en la actualidad, en Europa, esto se ha perdido, porque lo real se ha confundido con el proyecto de imaginario estableci- do por Joyce y por Beckett. Las otras lenguas est‡n ah’. Pero lo que prevalece en el panorama europeo y en el francés no es este imaginario, sino una suerte de realidad folcl—rica insulsa. Producciones paraex—ticas, muy convencionales y hasta un poco vulgares, son las que impresionan y fascinan absoluta- mente al público francés. Cuantas m‡s referencias facilonas y casi ex—ticas acumula un escritor en un texto sobre la existen- cia de su lengua, por lo general, digamos, una lengua materna oprimida, m‡s contento se muestra el público. Lo que suele provocar cierta irritaci—n es esa avidez por la apariencia, muy

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EL lMAGINARIO DE LAS LENGUAS t superficial, que elude el problema sin resolverlo. Pero ¿c—mo abordar la cuesti—n de distinta forma? Quiz‡ de esas acumula- ciones d~smesuradas broten los preceptos futUros. -Ó,

L.G.: ¿D—nde empieza la folclorizaci—n? ¿D—nde, el exotismo? ¿El exotismo tiene aspectos provechosos y también perniciosos?

ƒ.G.: Ciertamente. Dejando por un instante el ‡mbito lin- gü’stico, desde Segalen y otros autores, sabemos que el exotis- mo puede ser de todo punto negativo o absolutamente vivifi- cante. A menudo, leo libros que no es que me irriten, no, sino que me resultan indiferentes porque tengo la sensaci—n de que son productos a medida respecto de conflictos lingü’sticos, ajenos casi por completo al drama de la relaci—n de las lenguas entre si. Como siempre, la foldorizaci—n es la parte visible de un iceberg profundo. Un falso pretexto.

f..-.G.: Acaba de emplear la expresi—n Çlaberinto inextricable», refiriéndose a las lenguas. ¿Puede decirnos qué lenguas ha debido atravesar para llegar a escribir?

ƒ.G.: En primer término, he debido atravesar el eco, el recuerdo de la lengua criolla, tal y como en mi ni–ez la o’ de labios de los narradores criollos. Digo recuerdo, porque, aun- qu.e segni practicandc csta lengua en mi infancia y m’ adoles- cencia, la expresi—n de la lengua criolla en la narraci—n dist:lba mucho de ser la que se empleaba en la vida cotidiana. y cuan- do estudié, por ejemplo, los fen—menos de colonizaci—n en el discurso antillano, me refer’a m‡s (como espacio de resisten- cia) al lenguaje del narrador que al lenguaje común. En mi escritura late esta. especie de impregnaci—n de la palabra expre- sada por el narrador criollo. Adem‡s, en los relatos criollos que o’ de ni–o hab’a f—rmulas cabal’sticas, legado sin duda de las lenguas africanas, cuyo sentido nadie conocí a, y que obraban intensamente sobre el auditorio sin que se supiera la. raz—n. Resulta absolutamente evidente, para mí , ahora, que he acusa-

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do la influencia de esta presencia no esclarecida de lenguas o de f—rmulas cuyo sentido se nos escapa y que actúan incluso sobre usted, y es mu~: -posible que una buena parte de mis teor’as sobre las perentorias opacidades del lenguaje provengan de ahí . He debido atravesar también la influencia Çescolar» de las poé- ticas de Rimbaud y Mallarmé y ha sido preciso que realizara una actividad reflexiva sobre mí mismo respecto de esas poéti- cas. y luego he debido atravesar la presencia de la obra de Faulkner, una obra en lengua inglesa de la que me siento

. impregnado, como otros muchos escritores contempor‡neos, y esto es de un enorme interés, porque yo accedí inmediatamente a la estructura de la obra antes de acceder a su literalidad. En mi opini—n, las u-aducciones de Faullmer, las admirables traduccio- nes de Faulkner al francés, no transmiten todo los elementos del lenguaje original, el lenguaje del Mississippi y sus particula- rismos, pero aun as’ tienen el enorme mérito de poner de relie- ve la estructura de la obra. Cabe acceder a la estructura de la obra, sin conocer en realidad su lenguaje, lo que justifica nues- tra afirmaci—n de que no es posible escribir de forma monolin- güe. Se escribe en presencia de un determinado número de estructuras literarias, como las de Faulkner, aun cuando no dominemos del todo la lengua en la que esa obra ha tomado cuerpo, aun cuando no seamos capaces de captar los particula- rismos lingü’sticos expresados por la misma. He debido des- brozar todos esas espesuras antes de forjar mi propio lenguaje.

L. G.: En su novela Malemort puede leerse: ÇNo podemos nombrar nada; sin darnos cuenta nos hemos consumido a nosotros mismos, hablar resulta imposible y penoso ... .». ¿No hay desde el principio uria especie de carencia, a pesar de la palabra de los narradores?

ƒ.G.: Pero en este instante me refiero al lenguaje conven- cional de las personas educadas y de los portavoces de la comunidad. Es cierto que, tradicionalmente, pose’amos, noso-

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J . EL IMAGINARIO DE LAS LENGUAS t

tros los antillanos, una lengua bloqueada, una lengua paraliza- da en actitud de respeto hacia la norma francesa, y que esta lengua en nuestros labios era perfecta, sintácticamente per- fecta. La correcci—n era completa y, sin embargo, el uso de la lengua resultaba completamente falso y desfigurada. No se trataba de una lengua viva, sino muerta. Añ‡dase a esto la desatenci—n absoluta de nuestras distintas realidades por las elites, las antiguas elites que hablaban esas lenguas. Jam‡s hab’amos reparado en la presencia _ real de nuestros paisajes, desde la —ptica de nuestro imaginario, de nuestra sensibilidad. Jam‡s hab’amos reparado en la densidad de nuestras propias historias. Seguí amos el hilo de la Historia, con mayúscula, tal como la concibe Occidente. Se daban rodas esas insuficiencias,

. . . . . . contra las que era preciso luchar y creo poder decir que traté,

. .

junto con otros, de paliar esas carencias, de reconstruir algo distinto.

L.G.: ¿No existe, con todo, una tradici—n literaria antillana ante- rior a la que pueda adscnbirse? .

ƒ.G.: No existe, no, una tradici—n a la que adscribirme; lo que sucede, a mi juicio, cs qUl.: :'C ~d un continuum de lo discon- tinuo, si cabe una expresi—n tan bizantina, que nos ha privado de tradici—n literaria. Nuestra herencia se ha iimitado a sobre- saltos, a sustos ya algunos picos y caí das en picado en el abis- mo. Por ejemplo, hubo en un primer momento una ruptura entre la palabra del narrador criollo y las primeras expresiones escritas. .Hemos tenido que salvar ese hiato, para volver a la materia narrativa. Hemos carecido de continuum literario. Eso es lo que me induce a afirmar que estamos entrando con pie firme en la modernidad, que hemos dejado el atavismo. De la literatura francesa se afirma que está recorrida por una fluidez at‡vica de la lengua, la lengua de Madame de Sévigné o de Colette, una misma forma de escribir el francés, con tanta sol-

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tura y luminosidad. Nada de eso hemos tenido, lo que genera nuevas condiciones para la pr‡ctica literaria, .. que hacen que .consideremos natural lo ca—tico, lo barroco. No se trata de una elecci—n deliberada de ir contra la fluidez at‡vica, no. En Arraud, por ejemplo, se da un barroco que es una reacci—n con- tra esa fluidez; en nosotros, no se trata de reacci—n, sino de una manera natural de ser y de expresarse. La continuidad que necesit‡bamos no anidaba en las obras acabadas y perfectas, sino, parad—jicamente, en la imposibilidad hist—rica de la conti- riuidad.

L. G.: ¿ Yesos sobresaltos no han adoptado alguna forma, no han recibido un nombre propio?

ƒ.G.: No creo. Est‡n los relatos criollos, determinados cro- nistas que tienen su importancia, incluso a contrario) pero no creo ... En el fondo, la literatura antillana contempor‡nea empieza en la inmediata posguerra, con escritores como Da- mas, Césaire. Pero hubo también obras de los novelistas socio- paisajistas, como Tard—n o Zobel. Las considero relevantes desde un único punto de vista, el de que agotaron el inventario de lo real, no procediendo ya realizar ese inventario a la mane- ra realista francesa. Sus obras S0n muy importantes en tanto en cuanto que nos han librado de la inquietud de reanudar el retrato de lo real. Si escritores como Césaire o Damas no se entretuvieron en eso fue porque ya estaba hecho. En la actua- lidad, del narrador criollo a Tardon, a Césaire, a los escritores noveles, reconstruimos la continuidad, una continuidad abier- ta a cualquier influencia.

L.G.: En ƒloge de la créolité encontramos la expresi—n Çescri- tura intrincada». ¿Se puede aplicar ese adjetivo a su propia activi- dad de escritor?

ƒ.G.: Sê, porque no somos practicantes de la escritura, sino practicantes de la oralidad. Pasamos por _~lt6 a menudo este

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J EL IMAGINARIO DE LAS LENGUAS t

dato trivia’, notorio, ostensible. El narrador antillano recibe el nombre, literal, de maestro _ de la palabra. Pero lo hemos olvi- dado, y cuando nos hemos visto obligados a pasar a la -scri- tura, como decimos pasar al acto en psicoan‡lisis, nos hemos tropezado con esta ausencia de acervo, de tradiciones, de conti- nuum de la escritura. Si un escritor francés contempor‡neo reacciona contra Malherbe, Voltaire, Chateaubriand, Victor Rugo y desea adoptar como referencia o contrarreferencia él

Rebelais o los ret—ricos medievales, tal decisi—n no entra–a mayores problemas porque detr‡s de s’ tiene ese continuum; esa tradici—n o contratradici—n, inscritas en su historia y en la historia de su sensibilidad. Pero lo único que tenemos noso- tros es el problema en toda su crudeza, absolutamente Çan—- malo», que debemos superar, de una oralidad que no ha dado todaví a con sus leyes de escrituralidad. ƒse y no otro es y ha sido siempre nuestro problema. Las literaturas occidentales superaron esa fase hace mucho. El drama, en el sentido noble del término, del tr‡nsito de la oralidad a la escritura, lo experi- ment— la literatura francesa en la época de Rutebeuf, Villon, y los poetas de la Pléyade. En ese momento, hubo que crear hasta la exageraci—n; [Odas las extravagancias de la Pléyade proceden de all’, esas monstruosidades, esas acu–aciones de palabras ... Hemos tenido que improvisar todo eso. Hemos tenido que construir aceleradamente lo que tard— siete siglos en tomar forma en la lengua y en la literatura francesas.

L. G:: ¿ƒsa es la raz—n de que exista en- usted esa especie de descon- fianza hacia la exuberancia estilí stica y también hacia lo que llama la desmesura discursiva? Late como un deseo de contenci—n.

ƒ.G.: S’, porque se nos ha impuesto la ret—rica de la lengua francesa y porque se nos ha ense–ado esa lengua de un modo acabado, desmedido y paralizante. Y esta ret—rica de la lengua francesa cuya noci—n se nos ha impuesto es un elemento riega-

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tivo complementario; ha habido que reaccionar ante eso. La pr‡ctica de esa ret—rica nos ha inoculado la idea-de que la len-

. gua francesa es la única capaz de expresar los distintos aspec- tos de nuestra realidad. Fue necesario impugnar todo eso para descubrir que las poéticas del- criollo, de los criollos, eran igualmente capaces de expresar cualquier cosa, y que es facti- ble el nacimiento de una nueva poética, que consistir’a en una combinaci—n, una s’ntesis de las poéticas del criollo y del fran- cés, es decir, de las poéticas, ret—ricas y contrarret—ricas que anidan en la lengua francesa. He ah’ la explicaci—n de que los escritores antillanos franc—fonos, nosotros, seamos sensibles a la problem‡tica de las lenguas. Esto no es extensible a los escritores antillanos angl—fonos. En primer término, porque, en los escritores angl—fonos, la presencia del criollo est‡ mucho m‡s diluida, excepto en escritores como Derek Wal- cott, de Santa Lucí a, pa’s angl—fono en el que se habla, poco m‡s o menos, el mismo criollo que en Martinica. Pero el crio- llo de Santa Lucí a no es tangente al inglés, de ah’ que el poeta goce de una mayor Çlibertad de movimientos». '{ los escrito- res jamaicanos, de Trinidad, etc., son menos sensibles a esta problématica de las lenguas porque en esas. regiones la lengua criolla desapareci— muy pronto y porque hace mucho que son exclusivamente angl—fonas. Hemos visto que su Çcriollo» contamin— desde dentro las normas de la lengua inglesa, reform‡ndolas. Su experiencia de la criollizaci—n consiste jus- tamente en lo que rebasa las lenguas: la criollizaci—n cultural, social, de costumbres, de conducta, pero no la criollizaci—n lingü’stica. Nos encontramos sin embargo al cabo de nuestro rastro: en la cima de un lenguaje inédito, que deberemos compartir.

L.G.: ¿Qué significa para usted la expresi—n Çsubvertir la len- gua»?

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EL IMAGINARIO DE LAS LENGUAS t ƒ.G.: La subversi—n tiene su causa en la criollizaci—n (aquí ,

lingü’stica) y no en los criollismos. Lo que la gente retiene de la criollizaci—n, es el criollismo, o lo que es lo mismo, la intro- ... ducci—n en el francés de palabras criollas, la creaci—n de térmi- nos franceses sobre la base de vocablos criollos. Se trata del aspecto ex—tico de la cuesti—n. Y no es otro el reproche que dirijo a determinados escritores quebequeses. A mi juicio, la criollizaci—n no es el criollismo, sino, por ejemplo, la creaci—n'á de una lengua urdida a base de las poéticas, tal vez contra- rias, de las lenguas criollas y de las lenguas francesas. ¿Qué entiendo yo por poética? El narrador criollo emplea procedi- mientos que no se corresponden con el genio de la lengua' francesa, que incluso son contrarios: los procedimientos de reiteraci—n, de redundancia, de repetici—n, de estí mulo, de cir- cularidad. Las relaciones que Saint-] ohn Perse emplea en su poética y que yo he esbozado en muchos de mis escritos, esas relaciones que tratan de agotar la realidad no tanto a través de una f—rmula, sino a base de acumulaciones, la acumulaci—n precisamente como procedimiento ret—rico, todo eso, en mi opini—n, es, desde la —ptica de la definici—n de un nuevo len- guaje, mucho m‡s relevante, pero mucho melles visible. Ante esos escritos, el lector francés puede decir: ÇNo entiendo nada», y, en efecto, no entiende nada porque esas poéticas le pasan inadvertidas, mientras que un criollismo es perceptible enseguida. Es ocasi—n de diversi—n, puede reaccionar dicien- do: Ç[Ah], s’, qué interesante!». Toma una palabra, la descom- . pone, yeso puede parecerle algo ex—tico. Pero la poética, la estructura del lenguaje, la refundici—n de la estructura del len- guaje le parecen de una oscuridad impenetrable. La acumula- ci—n de paréntesis, por ejemplo, o de incisos, que es una técni- ca, no se produce de un modo tan determinante en el discurso de la lengua francesa. Cuando alguien me dice: Ç¿Para quién

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*

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escribe?», esta pregunta me hace sonre’r, porque no escribo ni para este ni para aquel lector, intento escribir con la vista pues- ta en el instante en que ellector o el oyente -la grabaci—n de textos crece cada d’a- se deje penetrar por toda clase de poé- ticas, y no s—lo por la poética de su propia lengua. y cuando ese d’a llegue habr‡ una variancia infinita de sensibilidades lin- gü’sticas. No se trata de dominar lenguas diferentes, es algo muy distinto. La traducci—n se tornar‡, cada vez m‡s, un arte esencial. Hasta el momento, hemos dejado la traducci—n en manos únicamente de los traductores; se hace necesario ahora involucrar a los poetas. A diferencia de lo que pasa hoy, las tra- ducciones llegar‡n a ser una parte esencial de las distintas poé- ticas. Y pienso en toda esa infinita variancia de matices de todas las poéticas de que son capaces las lenguas, y todos y cada uno nos veremos m‡s intensamente impregnados, no s—lo por la poética y la econom’a, por la estructura y la econom’a de su lengua, sino por la fragancia entera, por el estallido de las poéticas del mundo entero. Habr‡ nacido una nueva sensi- bilidad. En mi opini—n, actualmente, el escritor trata de anti- ciparla, de prepararla y de ir acomod‡ndose a ella.

L.G.: Resumiendo, donde hay que poner el énforis e." e'1'! el hecho de que cuando afirma que Çel discurso de la relaci—n es multilingüe», ese multilingüismo no es una mera yuxtaposicién de lenguas.

ƒ.G.: Nada m‡s mencionar el multilingüismo, alguien inmediatamente me dice: ÇPor cierto, ¿cu‡ntas lenguas habla usted?». No se trata de hablar tantas o cuantas lenguas, no es ésa la cuesti—n. Podemos muy bien hablar s—lo nuestra lengua. La cuesti—n estriba m‡s bien en el modo de hablar la lengua de uno, en si hablamos en clave de apertura o de clausura; en si hablamos ignorando la presencia de las dem‡s lenguas o con la presciencia de que las otras lenguas tienen una existencia efec- tiva y que ejercen influjo sobre nosotros, aun cuando no lo

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I /,

EL IMAGINAR.IO DE LAS LENGUAS t sepamos. No se trata de dominio, de conocimiento de lenguas, sino del imaginario de las lenguas. No se tratatampoco de yuxtaposici—n lingü’stica, sino de urdir una trama lingü’stica.

L. G.: ¿No es un error del mismo tipo el que est‡ en el origen de' empleo de criollismos y vocablos vern‡culos, por su-facilidad, y que nos acerca peligrosamente a los regionalismos, a la jerga?

ƒ.G.: Es molesto, porque elude el problema capital, funda- mental, que no es otro que el de las poéticas. Los criollismos, los particularismos, los regionalismos, son los modos de los que se valen las principales lenguas de cultura, en el plano de las jerarqu’as lingü’sticas, para darse satisfacci—n a s’ mismas. La satisfacci—n es plena. Porque de esta forma no se plantea el problema esencial de las poéticas, o lo que es lo mismo, el uso no jer‡rquico de poéticas distintas en lenguas también distin- tas. Nadie aborda el tema porque hacerlo revelar’a caduca la pretenciosa creencia en la superioridad de unas lenguas sobre otras. El criollismo, el regionalismo no inicia esa discusi—n; al contrario, consagra la preeminencia de unas lenguas sobre otras. Habr’a as’ unas lenguas cuyo uso ennoblece y otras que no ~~nf'r~n m‡s que regionalismos, particularismos. Esto es falso. En el actual contexto, todas las lenguas sen regionales y todas, al mismo tiempo, tienen su propia poética ..

L. G.: ¿Aprecia alguna diferencia en el tratamiento de la lengua en la prosa yen la poesí a?

ƒ.G.: En el ejercicio de la prosa, por lo que ata–e a nuestras distintas literaturas, los escritores abrazan la c—moda creencia de que la descripci—n de lo real da cuenta de la realidad. Algo parecido ocurre con los pintores costumbristas o de género, un mercado tropical o unos pescadores antillanos. Est‡n per- suadidos de que as’ dan cuenta de la realidad, hecho que no es del todo cierto. No dan de ninguna forma cuenta de la reali- dad; la realidad es algo distinto de esta-apariencia. Ahora bien,

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la poes’a es hasta el momento el único arte que puede traspa- sar las apariencias; ésa es, a mi entender, una de sus vocacio- nes. Supone la voluntad de desarticular los géneros, divisi—n que, en el caso de las literaturas occidentales, ha sido tan pro- vechosa, tan fructí fera. Me parece que podemos componer poemas que son ensayos, ensayos que son novelas, novelas que son poemas. Quiero decir que tratamos de desarticular los géneros porque, precisamente, sentimos que las funciones asig- nadas a esos géneros, en la literatura occidental, no armonizan con nuestra vigente indagaci—n, que no es solamente una in-

. dagaci—n de lo real, sino que es también una indagaci—n del . imaginario, de las honduras, de lo no dicho, de las interdiccio-

Des. Hemos de ir traqueteando como lo hace un carruaje, pero también en el sentido de caos, de lo que es ca—tico. Debemos' traquetear todos esos géneros para poder expresar lo que que- ramos expresar. Y en este sentido, forzosamente se produce en nosotros una superaci—n de la convenci—n de la prosa, pero también una superaci—n de la convenci—n de la poes’a. La poe- s’a puede estar llena de baches; la prosa puede ser so–adora y desembocar en un espacio atormentado, de lucha, de ebriedad, sin dejar de ser significante. Me parece que llegaremos a inven- tar géneros ins—litos que ni siquiera sospechamos.

L.G.: En el manifiesto ƒloge de la créolité, que abreva en sus obras, se le cita en numerosas ocasiones, pero se dir’a que usted, en determinados aspectos, discrepa de los firmantes del mismo.

ƒ.G.: No hay duda de que los argumentos que hallamos en ƒloge de la créolité est‡n inspirados en Le Discours antillais o en L'Intention poétique incluso en Soleil de la conscience, esto es, en mis ensayos, y los propios firmantes del manifiesto han reconocido esa deuda. Pero me parece que ha habido algún equ’voco, porque en Le Discours antillais hablé sobradamente de criollizaci—n. A mi entender, la criollidad es una interpreta-

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!

EL IMAGINARIO DE tAS LENGUAS át ci—n distinta de la criollizaci—n. La criollizaci—n es un movi- miento perpetuo de interpenetrabilidad cultural y lingii’sticn que impide que desemboquemos en una definici—n del ser. Los reproches que he dirigido a la negritud obedecen a que trataba de definir el ser: el ser negro ... El Çser» ha dejado de existir ... El ser es una inmensa, noble y inconmensurable invenci—n d(' Occidente, y en particular, de la filosofí a griega. La definici—n de ser desemboca, en la historia occidental, a velocidad de vér- tigo, en toda clase de sectarismos, de. absolutos metafí sicos, de fundamentalismos, a cuyos efectos catastr—ficos estamos asis- tiendo hoy. A mi juicio, se impone. la afirmaci—n de que s—lo hay existencias, las cuales traban correspondencia, entran en conflicto, amén de renunciar a cualquier pretensi—n de definir el ser. La criollidad incurre justamente en eso, en la definici—n del ser criollo. Desde la —ptica del proceso, es un paso atr‡s, pero tal vez sea necesario para defender el actual mundo criollo. Del mismo modo que la negritud ha tenido una importancia vital para la defensa de los valores africanos y de la di‡spora negra. De igual manera, no he querido transigir con la defini- ci—n de un ser negro en tanto en cuanto hay existencias negras que no SQ!} siempre asimilables: un antillano difiere de un sene- galés, un negro brasile–o difiere de uno americano. Digo trivia- lidades, pero trato únicamente de ilustrar mi propuesta de que es preciso renunciar a la pretensi—n absoluta, muy a menudo sectaria, de la definici—n del ser. El mundo se criolliza, todas las culturas se criollizan en este momento en sus mutuos contactos. Los ingredientes var’an, pero el principio es que en-la actuali- dad no hay ninguna cultura que pueda considerarse pura.

L.G. ¿Qué piensa de la noci—n de transcultura? ƒ.G.: La noci—n de transcultura no basta. En el fondo, el

término de criollizaci—n comprende la noci—n detranscultura. Pero esta noci—n induce a pensar que cabe calcular ypredeter-

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minar los resultados de tal transculturaci—n; ahora bien, la criollizaci—n, a mi juicio, es imprevisible. Cada vez a–ade m‡s »: cosas, es decir, el producto es imprevisible en relaci—n con sus componentes. En la criollizaci—n, distingo dos planos: por una parte, la transcultura en sentido estricto y, por otra, el mesti- úrje en la esfera de la fisiologí a y la raza. Cabe anticipar, o tra- tar de anticipar, los resultados del mestizaje. Esto se hace en ciencia cuando se busca una s’ntesis; cuando se cruza un gui- sante rojo con un guisante verde es posible anticipar los resul- tados. La criollizaci—n es imprevisible, no es posible anticipar los resultados. Ahí estriba la diferencia, en mi opini—n, entre la criollizaci—n, por un lado, y el mestizaje, por otro. Podemos

.. conceptualizar la transculturaci—n, pero la criollizaci—n única- . mente admite lo imaginario. Me parece, sin embargo, que el concepto, en la actualidad, ha de ser fecundado por lo imagi- nano.

L.G.: De ah’ que el cometido del escritor. ... ƒ.G.: y de ahí el cometido del poeta en pos, no de resulta-

dos previsibles, sino de imaginarios abiertos a cualquier crio- . llizaci—n que depare el futuro. El poeta no se asusta de la impredecibilidaJ.

L.G.: Para concluir, ¿c—mo ve el destino de las len[Uas en el fu- turo?

ƒ.G.: Uno no puede erigirse en profeta. Creo que el desti- no de las lenguas est‡ unido a la relaci—n entre la oralidad y la escritura. Tal vez el libro vaya a desaparecer, en tanto que forma concreta de conocimiento en nuestras sociedades. Es m‡s que posible que el libro termine muriendo y que de aqu’ a treinta a–os los lectores (de libros) constituyan sectas y se con- finen en catacumbas, réprobos para la moral pública. En esta perspectiva, es m‡s que posible que los libros sean en lo suce- sivo recept‡culos casi clandestinos de la organicidad de las len-

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EL IMAGINAR.IO DE LAS LENGUAS t guas y que la publicidad lingü’stica, su estallido audiovisual, sea ya una publicidad de c—digos, algo as’ como el c—digo de la circulaci—n, o un recetario de cocina, etc. Las lenguas se em- pobrecen. Abrigo la esperanza de que esta suerte de fragancia, de variancia, de multiplicidad infinita de contactos, de conflic- tos lingü’sticos, dé pie a un nuevo imaginario de la palabra humana que tal vez trascender‡ las lenguas. No deseo ser pro- feta, pero creo que un d’a la sensibilidad humana se dirigir‡ hacia lenguajes que trasciendan las lenguas, que integrar‡n toda clase de planos, de formas, de silencios, de representacio- nes, que ser‡n otros tantos elementos lingü’sticos inéditos.

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t t

EL ESCRlTOR y EL ALIENTO DJ'.r. LU r . .;_Rá

L ¡SE GAUVIN: ¿C—mo calificada su libro 'f(}ut-monde?¿ ,':, m)J,

novela, un fresco? ¿C—mo lo describir’a? ƒ.G.: Los editores lo han considerado una novela; as’ P\Il's.

el público puede tomarlo por tal. Recoge una serie de hisu );'i:\~

entrecortadas, que se cuentan en el libro, una serie de itiller:\- rios, de trayectos, un estilo de desarraigo di':: unos person» il'~ f],ue parten de Martinica y terminan llegando al lugar de ¡¡arli- da, Martinica. En mi opini—n, es claramente una Dovela, pet'n una novela eclosiva. Ya ha pasado el tiempo de las trasn()c:h:l~ das novelas que comenzaban en un lugar para, siguj~lld() movimientos ineluctables, acabar en una csp«-'Í e de fatalic!;HI ret—rica. Lo apasionante de la novela contempor‡nea C'I q IIl' puede dirigirse en todas direcciones, recorre el mundo. No puedo entender c—mo un libro que lleva por rí rulo IOut-'n1I/1'1dl'

* Esta entrevista fue realizada en Diamant (Martin’(/;¡ er; -3ciemf,-:,';_ <k 1993, poco después de la aparici—n de Tmn-Monde, f-;.,,:;: ernizida IX'J'I.,:'¡)' mente por Radio Canad‡ el 22 de marzo de 1995.

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t 'INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

podr’a ser lineal y convencional como las novelas de prin- cipios de siglo. No, es una novela aplicada-a la materia del mundo, tan vasta como esa materia, lo cual no plantea espe- ciales problemas para mê. Es también una obra que se aventu- ra en la superaci—n de los géneros establecidos. ¡Vaya usted a saber!

L.G.: ¿ Usted habla de errancia? ¿Puede definir con precisi—n algunos términos recurrentes en sus libros como deriva, Çdriue» o errancia?

ƒ.G.: La errancia y la desviaci—n son, dig‡moslo, la avidez por el mundo. Lo que nos mueve a trazar caminos por doquier. La desviaci—n consiste. asimismo en la disponibilidad de la per- sona para cualquier tipo de migraci—n. La Çdrive» es, tal como la experimentamos y la concebimos en Martinica, una palabra que tiene su origen en Çdérive» y que se ha convertido en una palabra criolla. La Çdrive» consiste en la disponibilidad, la fra- gilidad, la insistencia en el movimiento y la pereza para hablar, para decidir aut—nomamente. Y la errancia es lo que induce a la persona a dejar los pensamientos de sistema por los pensamien- tos, no de exploraci—n, porque el término tiene connotaciones colonialistas, sino de indagaci—n de lo real, los pensamientos de traslaci—n, que son también pensamientos de ambigüedad y de incertidumbre, escudos contra los pensamientos de sistema, . contra su intolerancia y su sectarismo. La errancia posee virtu- des que calificarí a de totalidad: la voluntad, el deseo, la pasi—n por conocer la totalidad, por conocer el Çtodo-mundo», pero también posee virtudes de preservaci—n en el sentido de que conocer el Çtodo-mundo» no significa dominarlo, conferirle un sentido único. El pensamiento de la errancia nos preserva de los pensamientos de sistema.

L.G.: ¿El Çtodo-mundo» consistirí a, pues, en ese deseo de conocer, de acercarse a la totalidaddel mundo?

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EL ESCRITOR Y EL ALIENTO DEC LUGA R

ƒ .G.: Es la totalidad del mundo tal como existe en realide. y tal como existe en nuestro deseo.

L. G.: ¿ Y qué deseos abriga ese libro? Hay toda una panop/;/7 ' modelos de escritores. Se refiere al poeta; al extraviado, al [anrasr dor, al cronista. Hay basta textos firmados por Mathieu B/I1¡' ¿Quién habla en esa novela? ¿No hay como una especie de concatr» ci—n de cuentistas o de contadores?

ƒ.G.: El libro est‡ realizado de tal forma que no es posi 1,). decir quién habla. Al comienzo se dice que el autor ha h h Luego, se afirma: ÇAlguien habla». Seguidamente, se I le f~'

incluso a decir Çello habla», en el sentido psicoanal’tico d, término-sello». Se ha producido siempre esta indi~iduaJi7:1 ci—n o esta neutralizaci—n del que o rI~ la que habb.-A 11\1

entender, el problema estriba en que quien habla es múltiple No hay alguien que habla, no hay autor que habla, ni siquicr. un Çello» que habla. Lo que o el que habla es múltiple; no sr'

puede determinar su procedencia; no lo sabe probablemen 1 t'

ni él mismo, que no domina ni dirige el proceso verbal. 1 ,<' que se enuncia como palabra sale al encuentro de la rnultipl j

cidad que no es sino la multiplicidad del mundo. Tratar el f' delinear una poética de la diversidad, como es mi prop—sito, v: incompatible con hablar desde un punto de vista único. Po esta raz—n hay tal multiplicidad de narradores. Lo parad—jico es que todo parte de un lugar y vuelve a él, describiendr J

cí rculos.

L.G.: ¿Este concepto de diversidad, de Çtodo-mundo» y de totali dad del mundo puede conducir a la anulaci—n de la idea de naci—n? ¿En qué queda la idea de naci—n en este contexto?

ƒ.G.: No podr’a conducir a la anulaci—n de las identidades porque el Çtodo-mundo», la diversidad, no es el magma ni la confusi—n en que todo se diluye. Si nos adentrarnos 'en 13 diversidad del mundo, habiendo renunciado previamente 3

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

la propia identidad, nos diluiremos en una especie de confu- si—n. Las identidades son una de las conquistas de los tiempos modernos, conquista dolorosa porque no ha concluido y por- que en toda la faz de la tierra hay nexos, focos de desolaci—n . que contrarrestan esa tendencia, Me parece advertir también otra tendencia que caracterizo as’: las identidades de ra’z única van dejando paso poco a poco a identidades-relaciones, o lo que es lo mismo, a identidades-rizomas. No se trata tanto de desarraigarse cuanto de entender la ra’z única de una forma

. menos intolerante, menos sectaria; una identidad ra’z que no ~ acabe con todo lo que le rodea, sino que por el contrar’o

extienda sus ramificaciones hacia las dem‡s. Es lo que, tras Deleuze y Guattari, denomino la identidad rizoma. En .ese contexto, no hay duda de que la noci—n de naci—n adquiere un nuevo contenido de ’ndole mucho m‡s cultural que estatal, militar, econ—mica o polí tica, mucho menos patri—tica en el sentido tradicional del término. Esto nos permite hablar actualmente de una naci—n vasca aunque no exista hasta hoy un Estado vasco. Cabe existir como identidad sin existir como fuerza. La idea de poder y de potencia vinculada con la identidad comienza a erosionarse, a desaparecer, Puede que nos repliquen que es una utop’a y que, de todas formas, si se carece de poder, de nada sirve poseer una identidad; pero creo que se equivocan. Me parece que cada vez es m‡s evidente que las grandes potencias pueden desaparecer como tales y las naciones, en el sentido cultural del término, siguen persistiendo. Pero esta identidad de ra’z única, tan funesta, sigue todav’a estragando y devastando la tierra, como en Yugoslavia.

L. G.: La identidad no conduce forzosamente a la noci—n de pa’s pero se da el caso también de identidades que se extinguen. ¿En,q1!-i momento; en qué condiciones la identidad permanece sin extinguirse?

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s , :

EL ESCRITOR v EL ALIENTO DEL LUGAR t ƒ.G.: Vivimos en una época, que yo llamo tiempos-mundo,

en la que no es posible imponer condiciones-almundo, lo cual no significa que carezcamos de marco o de l’mites para una acci—n, pero resulta imposible seguir proyectando sobre el mundo esos grandes esquemas ideol—gicos sobre cuya base actuar’amos; en mi opini—n, es imposible. Es uno de los lugares comunes del pensamiento-mundo. Me parece que hasta que no tome cuerpo la totalidad-mundo, e~~o es, hasta que todas las culturas del mundo se convenzan de que su afirmaci—n no requiere la aniquilaci—n, ni la erradicaci—n del otro, las culturas estar‡n amenazadas. Hasta que no se haya aceptado la idea, no s—lo conceptualmente, sino mediante su apropiaci—n por el imaginario de las humanidades, de que la totalidad-mundo es un rizoma en el que todos mutuamente se necesitan, habr‡ indiscutiblemente culturas bajo el signo de la amenaza. Lo que afirmo es que ni por la fuerza, ni conceptualmente ser‡ posible resguardar esas culturas, sino por medio del imaginario de la totalidad-mundo, es decir, por la necesidad, sentida en carne propia, de que todas las culturas se necesitan mutuamente.

L.G.: ¿Pensar el imaginario de' mundo es la funcidn que tiene, pues, asignada el escritor?

ƒ.G.: Menos pensar que expresar. Para expresar, hay prime- ro que pensar, pero no se trata de un pensamiento informati- vo, sino de un pensamiento que puede ser intuitivo, que puede adoptar formas completamente singulares, formas enraizadas en un lugar. No vivimos en el aire, en las nubes que envuelven la tierra, sino en un lugar. Hay que partir de un lugar e imagi- nar la totalidad-mundo. Ese lugar, insoslayable, no ha de con- sistir en un territorio desde el que mirar al vecino por encima de una frontera cerrada a cal y canto y con el sordo "deseo de

.' _ llegar hasta él para imponerle nuestras propias ideas y pulsio- nes. Se trata de un cambio en el imaginario de las humanida-

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t INTRODUCCIî N A UN.' POƒTICA DE LO DIVERSO

des que hemos de llevar a término. Podr‡ replicárseme: ÇEs una utop’a, existen poderes polí ticos, econ—micos, militares y

. toda una maquinaria que sigue triturand— y moliendo la totali- dad-mundo para hacer una especie de harina uniforme». Cier- to, cierto, pero nuestra oposici—n a esa maquinaria no puede basarse en esos mismos medios (de la unicidad sectaria), sino cambiando el imaginario, la mentalidad y las pulsiones de las

. humanidades contempor‡neas. L. G.: ¿ S—lo por medio del imaginario alcanzaremos la poética del

caos de la que habla? El caos, en s’ mismo, no es ni hermoso ni feo, .. pero cuando afirma: ÇEl caos es hermoso», ¿no est‡ remit’~ndo acaso

a una especie de organizaci—n del caos por medio del imaginario de esa totalidad?

ƒ.G.: El caos es hermoso siempre que se emplee lo.imagi- nario para seguir su pista, para dictar no tanto sus leyes como sus invariantes. Algo parecido a como los fí sicos y cientí ficos del caos tratan de entender el universo fí sico. Hay invariantes y son hermosas. Podemos intentar rastrearlas en su lugar de origen, en su propio terreno que no es un territorio, con arre- glo a su propio imaginario que es particular y q'Je guarda rela- ci—n con los dem‡s imaginarios. Ah’ radica su belleza. Es bello porque hay invariantes cuya captaci—n ser‡ un hallazgo, tul desafí o inmenso.

L. G.: ¿Puede poner un ejemplo de invariante? ƒ.G.: El abandono del campo en beneficio de las megal—po-

lis, hecho que ocurre en casi todas partes, en casi todos los pa’- ses. He ah’ una invariante, aterradora y bella a la vez, que no conoce absolutamente ninguna excepci—n y que tal vez un d’a se invierta, produciéndose un movimiento contrario, una re- apropiaci—n de la tierra, no como territorio, sino como tierra (del campo) para reformular, reestructurar de alguna forma el imaginario humano. Es una invariante, Ilegativa, bien es ver-

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EL ESCRITOR Y EL ALIENTO DEL LUGAR t

dad, pel'O es una invariante, aplicable a todas las culturas de: mundo, independientemente de su grado de desarrollG, subde- sarrollo, aislamiento o vecindad. Hay también invariant"~s posi- tivas. En.todas las culturas del mundo, actualmente, existe 1;-. preocupaci—n, bien obsesiva, bien neur—tica, bien conceptuai e bien natural, irreflexiva, por una especie de necesidn.t de prt- servaci—n de la que los ecologistas ser’a n el eco orga n j zario una necesidad de retornar a cosas m‡s tangibles, m;’s simplt'~. que, ciertamente, puede adoptar formas reaccionarias e idenri- tarias cerradas sobre s’ mismas. Hay invariantes de las que Ir. siquiera tenemos sospecha. La funci—n de la poética sea tal ve: se–alarlas, buscarlas. Incumbe a los lugares comunes del pen- samiénto-mundo iluminar esa búsqueda. Emprendiendo es: tarea, ¿qué dejamos atr‡s?: la pretensi—n de encontrar la ver- dad únicamente en el exiguo c’rculo de la propia subjetividad. y me parece que es tamhién una invariante la exigencia de sobrepasar la propia subjetividad, no para dirigirse hacia un sistema totalitario, sino para encaminarse a una intersubjetivi- dad del .. <todo-mundo». Sostener esta búsqueda es la funci—n de toda literatura.

L.G.: s'Ibmando el desv’o de la 1J0ética? - . ƒ.G.: Por la poética. Nos daremos cuenta que la poética es

menos un arte oní rico o ilusorio que una forma de concebirse, de concebir su relaci—n consigo mismo y con el otro y de expresarla. Cualquier poética es una red.

L.G.: Le he escuchado decir recientemente: ÇEl clasicismo ha con- cluido». ¿ Qué quiere decir exactamente? ¿ C—mo observa la evoluci—n de las distintas literaturas?

ƒ.G.: Significa que todas las literaturas, especialmente en el mundo occidental y europeo, han estado sordamen te ’ m pul- sadas por la idea de que los valores expresados por una literatu- ra particular en una cultura dada o por una literatura nacional,

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t INTRoOOUCCIî N A UNA POtTICA DE LO DIV.ERSO

all{ donde bay naciones, que los valores de cualquier literatura cst6n sostenidos por la secreta esperanza 9,e que se erijan en valores universales, v‡Udos para todo-el mundo. A mi juicio, es una u—lit-tlci—n impropia del lugar. El lugar es insoslayable, pero 1\0 el e.xponllblc, desde la —ptica de los valores. N o es posible .

nlb.ar 105 valores particulares, pero es posible cuantificar lodo tiro de valores particulares, no para Çextraer» valores uni-

__ Jd. sino p3l":.1 generar un rizoma, un campo, un tejido, una urdimhre de: valores distintos, pero que en todo momento se

! . Cturcmc1..dan Y entrecruzan. Esto es algo muy distinto de pen- .. _r tlue el propio valor se erigir‡ en valor universal. Pensar que

101 propios valores participan en la intersecci—n de valores de la IOlilli(l:ad. mundo es, a mi entender, un proyecto m‡s elevado, mÁl noble y m‡s generoso que tratar que el propio valor se erija en wle(lcro para el mundo entero. Para m’, el clasicismo es lo que ocurre cuando un valor particular aspira y pugna por con- vertirse en un valor de carácter universal. Hemos de renunciar a la ida de universalidad. Lo universal es una a–agaza, un sue–o que induce a enga–o. Hemos de concebir la totalidad-mundo q,mo totalidad, esto es, como cantidad verificada y no como va- lor subliruado partiendo de valores particulares. Se trata de algo

. ~cial, que, sin darnos cuenta, en este momento, est‡ alteran- do la mayor parte de los fundamentos de la literatura mundial.

1.G.: A la vez que expresa S11 oposici—n a la noci—n de universali- dad, ¿no opone la misma resistencia a la noci—n de regionalismo en la fJllI se quiere encerrar; especialmente, a los autores franc—fonos? Son asoti4dos muy iz menudo con autores regionales, regionalistas, perifé- ricos, etc. . .

ƒ.G.: Se trata de un discurso totalmente caduco. Mi opi- ni—n es que los continentes se tornan archipiélagos, m‡s all‡ de las fronteras nacionales. Hay regiones que se liberan y que desde el punto de vista cultural adquieren m‡s peso especí fico

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EL ESCRITOR Y EL ALIENTO DEL LUGAR t que las naciones replegadas sobre sus propias fronteras .. Por ejemplo, en Europa, las fronteras nacionales est‡n Jesdibuj‡n- dose en favor de las regiones, que emergen. Esas regiones se resienten todav’a de la existencia de las naciones, que tienden justamente a c~nfinarlas a la periferia, a considerarles depen- dientes de un centro. Algunos de los pensamientos m.is sor- prendentes, en estos últimos tiempos, han sido enunciados por lo que yo llamo las periferias en relaci—n con ’os centros. 'Elles centros ceden terreno en términos de eficiencia, import:111ci‡ y presencia, en la esfera del pensamiento. Los pensamientosá regionales se tornan pensamientos centrales, lo cual, ele hecho, significa qlle ha dejado de haber centro y periferia. Ya no esá posible escribir Itinerario de Par’s a Jerusalén, podemos incluso concebir lo contrario, aunque lo contrario ser’a incurrir en los antiguos esquemas. En el rizoma de la totalidad-mundo, cen- tros y periferias son nociones caducas. Aún nos conmueven los antiguos reflejos, pero no dejan de parecernos cada vez m‡s grotescos e inoperantes. Hasta aqu’ la primera observaci—n. La tendencia de las regiones a la archipielizaci—n de los conti- nentes hace que el pensamiento de éstos sea cada vez menos denso, espeso y grávido, y que el pensamiento de los archipié- lagos se torne progresivamente m‡s efervescente y prolí fico . Existe, por una parte, un sistema que se desmorona y se re- construye de forma no sistem‡tica y, por otra, el hecho de que esta regionalizaci—n, en el sentido positivo del término, per- manece unida todaví a a la idea de identidad de ra’z única y que determinadas regiones recientemente consolidadas tienden a constituirse en naciones aún m‡s sectarias e intolerantes que las tradicionales. Se producen avances y retrocesos igualmente aterradores, pero me parece que nos dirigimos -aunque hablar de direcci—n es propio todaví a del pensamiento de sis-á tema, ideol—gico->, digamos, mejor, que nos orientamos, en él

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4it INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERS0 ''Jt.'

sentido geogr‡fico de ÇOriente», hacia situaciones o realida- des culturales regionales que dejar‡n de tener l~onsideraci—n de perifefia.o centro, para ser tenidas como/multiplicidades efervescentes -no hay otra palabra- de la realidad de la tota- lidad-mundo.

L.G.: ¿No pesa sobre los escritores, valga, a pesar de todo, el tér- mino, de la periferia, la amenaza de la folclorizacion, bien sea una amenaza interna o externa, m‡s o menos inducida por lo que espe- ran los lectores o el público? ¿C—mo percibe el problema de la folclori- . zaciéi?

~ ƒ .G.: La folclorizaci—n tiene su origen en el hecho de que el tr‡nsito de la desposesi—n al dominio de s’ mismo se efectúa de dos modos. Por un lado, a impulsos de la necesidad de transformafsé'eñnaci—n, en fuerza, en potencia, lo que reduce el Çser» a formulaciones lapidarias, elementales, de las que :;e cree poseen el secreto de una transformaci—n efectiva, lo cual no es m‡s que repetir los antiguos esquemas, y, por otro lado, la creencia de que nunC:l se lograr‡ nada, salvo que contemos con el asentimiento, la atenci—n de los antiguos centros. Ah’ reside la raz—n de actuar como se actúa, ya sea en la esfera del lenguaje, ya sea en la de la proposici—n de ideas, buscando asombrar o convencer a los antiguos centros con lo que se dice, aunque lo que se dice y expresa no se compadezca con la poética de la totalidad-mundo. Por este conducto, se consti- tuyen, a menudo, otras modalidades de regionalismo, absolu- tamente rechazables. La auténtica regionalizaci—n no debe estar en funci—n de un centro ni convertirse ella misma en centro. Debe ser una poética de la divisi—n del todo-mundo, cosa muy difí cil de percibir por parte de las distintas comuni- dades e igualmente difí cil de materializar, teniendo en cuenta los imperativos econ—micos y polí ticos de la existencia co- lectiva.

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.J EL ESCRITOR Y EL ALIENTO DEL' LUGAR t L. G.: ¿No se da una paradoja en el hecho de que la periferia aspi-

re a ser ella misma sin estar a merced de ningún reconocimiento ...... ,e,xt_erno y en el hecho de que el escritor, sobre todo el escritor antillano,

-d,rpenda todav’a de Europa para darse a conocer yproyeciarse? La Encrucijada de las literaturas europeas tiene su sede en Estrasburgo; la única ventana al exterior sigue siendo la difusi—n francesa.

ƒ.G.: Ll Encrucijada de las literaturas europeas se ha cele- brado én Estrasburgo pero el Parlamento Internacional de Escritores que surgi— ah’ no permanecer‡ únicamente en esa ciudad. Ser‡ un parlamento internacional itinerante, lo cual significa que aun a pesar de haber surgido en Estrasburgo, con una reducida presencia de escritores de otras partes, en su periplo, ese parlamento debe ir incorporando otros nombres, porque si no-estar‡ condenado a desaparecer, qué duda cabe .. Es una iniciativa que se corresponde con una deò 'rrr’Í êlada situaci—n del mundo actual, pero sobre la que no hay segurida- des de pervivencia. Si no se produce esa incorporaci—n masiva de la totalidad-mundo, el parlamento morir‡ por propia mano. Desde la —ptica de la log’stica y la producci—n de ideas, no hay que caer en la afectaci—n de creer que los antiguos centros han dejado de existir. Estrasburgo, foco de irradiaci—n europeo, es cosa de todos. Los antiguos centros tienen la fuerza que les es tradicional y ser’a un rasgo folcl—rico encastillarse en un retiro que pretendierajgnorar su necesario concurso. ò nica- mente hay que dejar de considerarlos centros, para tenerlos por unos elementos concurrentes m‡s. Es cierto que también los escritores se hallan todav’a en situaci—n de dependencia respecto de esos centros, porque all’ radican las editoriales, los circuitos de distribuci—n, las cajas de resonancia y de rese–a de las obras. Pero lo importante es no concederles la legitimidad que no tienen. Pueden existir centros de poder que actúen como polos de resonancia, pero si esos centros de poder, como

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? V )

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO

creo que sucede, carecen de la legitimidad de la resonancia, se puede trabajar con ellos y ver qué se puede pacer. De todos modos, esos centros; esos polos de resonancia tienen necesi- dad de voces procedentes de otras partes y se sustentan cada vez m‡s en esas voces. Las literaturas latinoamericanas, japo- nesas, antillanas, norteamericanas, etc., forman parte, cada vez en mayor medida, de la cautivadora resonancia de la totali- dad-mundo y gozan de fui protagonismo mayor que las voces procedentes de Europa o de cualquier otro lugar. .

L. G.: ¿Esto no puede ejercer un influjo en las poéticas? Se observa \ 'en su último libro; como en otros precedentes, que no hay notas al pie, I

ni it‡licas, ~i léxico exp~~c~~ivo, elementos que a~a~ecen en o:ros ,,1\_ muchos escntores. Su estilo - cifrece realmente de criollismos. ¿ Como . reacciona ante estilos de esa ’ndole? 1

~.G.: Todos, probablemente,.n~s dirigimo~ por la misma ví a 1I hacia el todo-mundo, pero a distintas velocidades, a paso no uniforme. Si nos encamin‡ramos todos hacia el todo-mundo al I mismo paso, se tratarí a m‡s bien de un aislamiento, y el todo- mundo resultar’a-de una uniformidad agotadora y tediosa. En 1. lo que ata–e a la literatura, me parece, sucede otro tanto. Las literaturas incipientes, sorprendentes en su singularidad y con I glosarios al final del volumen, evolucionar‡n hasta alcanzar un momento en el que el lenguaje sea menos llamativo y las notas a pie de p‡gina, o al final del volumen, resulten ociosas y en el que los elementos del mundo se ofrezcan tal cual, sin explica- ciones. Pero esto no ocurrir‡ de improviso, de la noche a la ma–ana; en tal caso, la monotoní a absolutamente enervante se apoderar’a de nosotros. Son necesarios esos trastornos, esos avances, esos retrocesos, esas colisiones, esas armoní as, tan inte- resantes de rastrear en la pugna de las literaturas del mundo.

L. G.: ¿Afirmarí a que su propia escritura se inspira en el criollo y en él franfés,y que esa doble inspiraci—n llega casi a confundirse?

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EL ESCRITOR Y EL ALIENTO DEL LGGAK .J

ƒ.G.: Llega un momento en que la inspiraci—n del lugar, llamémosle as’, puesto que ya he dicho que para m’ el lugar

. es, a pe~ar de todo, insoslayable, la inspiraci—n del lugar se en- cuentra con otras inspiraciones y en ese encuentro se trans- forma. En lo que a m’ concierne, he tenido siempre muy en cuenta dos voces, que corresponden a personalidades literarias que se hallan en las antí podas de lo que yo trato de hacer. Me refiero a Saint-John Perse y a Faulkner. Son dos escritores de

._ Plantaci—n, en Martinica los liamar’amos dos Çbékés», dos .: :e._~critores due–os de plantaci—n o colonos, que a primera vista

.' se sitúan en un sitio para m’ herméticamente cerrado. Y, sin -. embargo, se trata de dos escritores que me parecen decisivos .en toda esta tarea en la que estoy empe–ado, En más" de una ocasi—n me lo he explicado a m’ mismo. Llega un momento en que la inspiraci—n que nos alienta, de la que nos valemos para'

. expresarnos, se transforma. Si se resiste al cambio, deja de ser ~ inspiraci—n y se convierte en un hedor estanco, y estos vapores'

. no sirven de estro para poéticas y literaturas. Respecto de mi modo de encarar las poéticas del criollo y el francés, dista mucho de ser estanco; siempre me ha espoleado la inquietud por rebasar los lí mites e ir hacia el Çtodo-mundo». A mi juicio, ahí radica la diferenCIa entre las defensas Je los regio- nalismos que tienden hacia el Çtodo-mundo», radiantes de belleza, y las defensas de los regionalismos que tienden hacia s’ mismos, que terminan en nuevas formas de intolerancia, de estancamiento.

L.G.: ¿Podrí a 'recordar la diferencia que establece entre multilin- güismo y poliglot’a?

ƒ.G.: Lo que quiero expresar cuando digo que escribimos en presencia de todas las lenguas del mundo es que existe una nueva condici—n para la existencia y la funci—n del escritor; no consiste en conocer todas o un gran número de lenguas, sino

? y )

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jr INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIVERSO ,.,

en tomar conciencia en la totalidad-mundo de que las lenguas desaparecen y de que con ellas desapareceuna parte del imagi- nario de la humanidad. Nuestro modo de defender las lenguas ha de consistir en el multilingüismo, Nuestras lenguas han de ser defendidas en nombre de este elemento, desechando el multilingüismo intransigente. A mi juicio, ésa es la dimensi—n decisiva: no podr‡ salvarse ninguna lengua si es a costa de la desaparici—n de Lis dem‡s. Lo que hay que cambiar es el ima- ginario de las humanidades, de tal forma que acaben de con- vencerse de que todas las lenguas son igualmente necesarias. En caso contrario todos seremos engullidos por la ola devora- dora de una .léngua franca internacional, que tal vez ser‡ el angloamericano, u otra cualquiera, pero que de todas formas absorber‡ todas las lenguas: He repetido hasta la saciedad que la primera ví ctima de esa lengua franca es el inglés; que hemos de considerar el multilingüismo como un elemento poético de nuestra existencia y no como una realidad que nos torna pol’- glotas, hablantes de diversas lenguas. Adem‡s, un intérprete que conozca siete u ocho lenguas puede ser insensible a la poé- tica de las lenguas; en la a–oranza de desconocer una lengua, hay acaso m‡s posibilidades para la poética que en su ejercicio pr‡ctico. Ahí estriba la diferencia entre multilingüismo y poli- glotí a. En Estrasburgo, hab’a personas polí glotas que ha- blaban cuatro, cinco o seis lenguas, pero exist’a la extendida conciencia o la premonici—n de que todas las lenguas son igualmente necesarias y de que cada vez que una desaparece, aunque jam‡s la hayamos o’do, aunque nunca la hayamos hablado, todos nos empobrecemos.

L.G.: En otro orden de cosas, ¿c—mo sobrelleva la notoriedad, el hecho de comprobar que hay escritores que se proclaman sus seguidores?

ƒ.G.: Son meros destellos de la actualidad, pero dudo mu- cho de que-se corresponda corcla realidad.

. -

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EL ESCRITOR Y EL ALIENTO DEL LUGAR 1: L.G.: ¿Aun cuando usted, de algún modo, haya creado escuela ... ? ƒ.G.: ¿Qué significa crear escuela? Quiere decir que hay

personas que Çsiguen» la huella de uno, que prestan o’dos a lo queuno dice. No pasa de ah’ . .in el todo-mundo, los escrito- res templan sus plumas y baten sus alas individualmente; no hay pensamiento de sistema, ni ideolog’a. Si los hubiera, vol- ver’amos a los antiguos errores y en ese caso carecer’a casi de importancia el fen—meno de las escuelas. Que los escritores se reúnan, que sus poéticas se aproximen, que sus poéticas se escuchen, es algo precioso, pero estimo que_ no hay que con .; ceder demasiada importancia a las escuelas ...

LG.: ¿Es una expresi—n de solidaridad? __ ƒ.G.: S’, de solidaridad y soledad. L.G.: El parlamento de escritores es una manifes_taú—n de.esta

solidaridad. ¿Estamos asistiendo a una nueva y necesari‡~moviliza- ci—n de los escritores? ¿El escritor ha de hacer o’r su voz ante el apa- rente debilitamiento de su presencia pública?

ƒ.G.: Lo que sucede es que, en la actualidad, somos cada vez m‡s conscientes de la proliferaci—n de recursos, del lado de la polí tica y la econom’a, para los imaginarios, para las poé- ticas, incluso para las utop’as, siempre que no se trate de ideo- logí as sistem‡ticas. Todas las culturas del mundo cuentan con m‡s recursos en dos ‡mbitos. El primero, el de la literalidad plana canalizada por las televisiones, las radios y los diarios, esto es, la ilusoria idea de que conocemos el mundo porque existe una nivelaci—n, porque sabemos qué ocurre en la otra parte del mundo, a través de los medios de comunicaci—n. Existe también otro modo de aproximarse al mundo, que es, digamos, el imaginario real de la totalidad-mundo. Es este imaginario real de la totalidad-mundo el que contrabalancea la ilusi—n medi‡tica de un conocimiento real del mundo. Por ese motivo, los escritores vuelven a tener, en alguna medida,

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t INTRODUCCIî N A UNA POƒTICA DE LO DIV..ERSO

una reforzada presencia en la totalidad-mundo, que compar- ten entre si;' bajo formas extremadamente 9.iferentes. Tambié~ _. - por esa raz—n, la idea de un parlamento exento de cariz ideol—- gico o sistem‡tico puede resultar sumamente interesante. Por otra parte, muchos escritores en el mundo pueden decirse: ÇSi artistas de renombre internacional se reúnen conmigo, a tra- vés, por ejemplo, de un parlamento, en el plano personal, esta- ré m‡s resguardado en mi careo con las autoridades, con la opi- ni—n pública de mi pa’s, etc.». Esta idea de un parlamento, que es una idea muy atinada desde la —ptica de lo imaginario, es también muy certera desde este otro punto de vista: quebrar el aislamiento de los escritoresen su insoslayable lugar de origen y tratar de proponer una suerte de rizoma solidario en el todo- mundo.

L.G.: ¿En las sociedades actuales, los escritores carecen de un sitio desde el que hacerse escuchar?

ƒ.G.: As’ me parece. No es menos cierto que la literatura ha retrocedido ante la eclosi—n medi‡tica, pero ya se recupera- r‡. De igual forma que se ha retomado la idea de que resulta . necesario preservar el planeta, retomar‡ la idea de que hay que ponderar todaví a la voz de los escritores. Eso no les procurar‡ ningún estatuto especial, ninguna ventaja respecto de su fun- ci—n, pero s’ les generar‡, como suele decirse, nuevas obliga- ciones' que ser‡n exclusivamente literarias.

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.. '',' "'.' .' .' .... ' .. :

NOTA SOBRE EL TEXTO . .

L o aqu’ expresado coincide, atraviesa y retoma los enun- ciados (ya veces se confunde con ellos) formulados en las

siguientes ocasiones: ¥ los Encuentros Internacionales sobre Traducci—n, ArIes,

1994; ¥ el Congreso sobre ÇSociedades y Literaturas Antillanas»,

Uni .. ersidad de Perpi–‡n, 1994; ¥ las Jornadas Antillanas de las universidades de Bolonia y

Parrna, 1994; ¥ la redacci—n de la obra Faulkner, Mississippi, 1995.

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