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Texto crítico de Angel Luis Pérez Villén de la exposición "Geometrías en suspensión" celebrada en el Palacio de la Merced de Córdoba en 1997 en la que participaron ocho artistas españoles (Miguel Ángel Campano, Juan Uslé, Fernado Sinaga, Gerardo Delgado, Hashim Cabrera, Carmen Osuna, Jacinto Lara y Pepe Duarte)
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GEOMETRIAS EN SUSPENSION : LAS TRAMAS DE LA REFRACCION
Angel Luis Pérez Villén En la exposición que presentamos concurren ocho artistas españoles de los que cuatro son cordobeses. Este planteamiento ‐ iniciado con Encrucijadas (Patio Morisco del Alcázar de los Reyes Cristianos. Ayuntamiento de Córdoba) ‐ se reproduce en el resto de las exposiciones que completan el ciclo Córdoba en el Arte Contemporáneo, integrado en el Programa de Artes Plásticas de la Diputación de Córdoba. El objetivo es mostrar de manera conjunta la creación artística local y la foránea, articulando la selección de los artistas sobre una pauta significativa, por lo común centrada en cuestiones de género, que además presupone una lectura sesgada de su obra. Como consecuencia, en cada una de las exposiciones del ciclo se logra la confluencia geográfica, a la que se añaden la generacional y la disciplinar, resultando de todo ello una visión segmentada que se incardina al argumento de la muestra, pero que posee múltiples derivaciones que se yuxtaponen, componiendo un mapa de intereses, propuestas, compromisos y soluciones que representan la variedad y consistencia de las manifestaciones artísticas actuales. Las implicaciones que las obras de esta exposición mantienen con la geometría son de diversa consideración y el entusiasmo que sus autores despliegan hacia la misma no sobrepasa el de la mera pertinencia como lugar común desde el que partir, según en cada caso, a la búsqueda de un lenguaje propio, permitirse licencias o disgresiones que extiendan el campo de acción habitual de su trabajo, o perpetrar la consolidación de una trayectoria que se mantiene intermitente en torno al devenir de las series y que se macla mediante procesos normativos en cuyo protocolo se intuye una latente disposición geométrica, que después resulta orillada por el azar y las necesidades propias de cada obra. No es congruente, por tanto, esgrimir el argumento de la tendencia como síntoma aglutinador de la exposición : no se trata de una exposición que ultime el tratamiento de la geometría en las artes plásticas de final de siglo. La pretensión es mucho más modesta, pues sólo se aspira a ilustrar algunas de las secuencias en las que la estructura formal de la geometría se diluye al ser contaminada por la experiencia de la creación y llega a entreverse, refractada en el cuerpo de la obra. Aún más, Geometrías en suspensión se distancia de lo que pudiera ser el perfil de un panorama que retratase la práctica ortodoxa de la geometría o el empleo sistemático de la estructura geométrica como motivo central y como objeto de análisis plástico. Tampoco es posible rastrear en la exposición la estela reciente que desde la relectura de la impronta geométrica se viene efectuando por algunos artistas españoles que con suma libertad y lejos de cualquier compromiso con la ortodoxia del tema están
enriqueciendo la pintura ‐ tradicionalmente reseñada como objetiva o concreta ‐ con la aportación de registros figurativos y otras adherencias de carácter narrativo de las que hasta el momento actual carecían. Los artistas presentes en Geometrías en suspensión no participan de esta empresa de renovación de la pintura y la escultura geométricas españolas, ya que la presencia del entramado ortogonal o topológico en su obra no se traduce en otra cosa que la circunstancia coyuntural por la que discurre en la actualidad su proyecto artístico. Como se apunta en el título de la muestra la referencia a la geometría no sólo no es definitiva ni definitoria, sino que está suplantada por otras estrategias de aproximación a lo formal que en última instancia adquieren una resolución diversificada, siendo la configuración geométrica una de las posibles decantaciones de la representación. En Miguel Angel Campano y Juan Uslé la realidad geométrica que habita en sus obras es consecuencia lógica del proceso de abstracción al que someten su pintura. En ambos está presente la conciencia descriptiva y de reordenamiento espacial de la pintura de paisaje, insertando Campano un paisaje dentro de otro, el del lenguaje de la pintura, estructurado en unidades sintácticas significativas ‐ como reflejo de lo que en su momento fue considerado como el espacio por excelencia de la pintura sin aditamentos ‐ en el marco, primero de la tradición paisajística francesa y más tarde en el de las vanguardias históricas. Algo similar ha sucedido con la pintura de Uslé, que ha protagonizado un deslizamiento desde el paisajismo absoluto y romántico de las obras de transición a los años 90, al paisaje encendido por la pasión urbana de la actualidad, perdiéndose en dicho tránsito el carácter evocador y abierto de aquéllas obras, que ha sido sustituido por la experiencia concreta de una realidad que es la que suministra el motivo inicial del que parten éstas en su proceso de abstracción. Las formas geométricas que asoman en las obras de Fernando Sinaga y Hashim Ibrahim Cabrera están pendientes de adquirir una posible significación. Ambos parten de la reconsideración del último cuadro de Malevich como puerta abierta a la semantización de la experiencia creativa; un proceso en el que el componente autobiográfico se incardina de facto a la reformulación de la plástica geométrica. La posición de Cabrera es ortodoxa en el ámbito heterodoxo de la pretensión significativa a la que nos referimos, pues su obra se articula conforme a las pautas normativas de un discurso interno que se supone inherente a la efusividad de las estructuras formales con las que cuenta. Por el contrario Sinaga deconstruye el vocabulario formal básico, introduciendo perspectivas no usuales en la lectura de la tradición geométrica y posibilitando la emergencia de otros discursos que logren descontextualizar las referencias para cargarlas de múltiples adherencias que enriquezcan la proposición artística. Además sendos artistas están empeñados en fomentar la cohabitación de la pintura y la escultura como dos prácticas afines y complementarias. Para Gerardo Delgado y José Duarte la referencia geométrica ha sido siempre habitual en su trabajo, pero esta referencia ha variado a lo largo del tiempo. Conocidos son los compromisos formales de los años 70 en la trayectoria del primero, así como la precedente investigación de raiz geométrica de Equipo 57, del que formó parte Duarte,
pues bien, sendos artistas ha interiorizado estas experiencias hasta el punto de constituir el currículo oculto de buena parte de su producción artística, emergiendo y soslayándose intermitentemente hasta mantenerse en constante suspensión como puede comprobarse en su obra reciente.Una aproximación a la pintura de sendos artistas que reprodujese el movimiento de la cámara desde un plano general al primer plano y de éste a la estructura ausente por encontrarse bajo la piel de la representación, nos conduciría ‐de la obra de Delgado a la de Duarte ‐ a la búsqueda de la huella geométrica, desde la composición general de la escena en la que se incluyen reclamos formalistas evidentes, a la oclusión parcial de éstos por símbolos parlantes de carácter figurativo. La recurrencia geométrica es un síntoma coyuntural en la obra de Jacinto Lara y Carmen Osuna, ya que sólo en sus últimas series comienza a aflorar un interés por la ortogonalidad de la composición, que aún no estaba presente en los trabajos de los años 80.Sin embargo para la pintura de Lara dicho cambio supuso un giro notable en su producción artística, ya que no sólo afectó a cuestiones de índole formal o estilística, sino que vino acompañado de todo un replanteamiento del proceso creativo ‐ en el que todavía se encuentra inmerso ‐que dio lugar a la aparición de las primeras series de obras, que desde entonces estructuran y sistematizan las proposiciones con las que se modula su discurso plástico. Por el contrario, para la escultura de Carmen Osuna la referencia geométrica es un accidente, una circunstancia que aparece en un determinado momento de su evolución artística, queda solapada más tarde por otros intereses y permanece latente desde entonces como síntoma de una fenomenología de la forma que no se resiste a perder su autonomía, pero que tampoco desdeña su condición de signo y como tal su valencia significante. Geometrías en suspensión hace una semblanza de las posibilidades de representación del alfabeto geométrico sin menoscabar las aspiraciones figurativas de las formas puras. Estas se presentan como tales en muy pocas obras de la exposición, dándose por el contrario otras mixtificaciones que abundan en la reserva de aquéllas a presentarse como símbolos carentes de contenido por más que con ello obtengan una cierta autonomía, saldada gracias a la autorreferencialidad en la que se implican. En estos casos la forma geométrica suele adquirir una connotación de figura en el sentido de condicionar su representación como si de un objeto en particular se tratase, dejando para otras ocasiones su compromiso con lo anobjetivo. Entonces, cuando se percibe su consideración a implicarse en procesos de abstracción, la forma geométrica abandona el hieratismo normativo de la figura y se sumerge en composiciones abigarradas, actuando como timbre y referencia del acontecer plástico. Un último paso es el que le conduce a enmascararse tras la propia representación, a situarse detrás de la figura e incluso del gesto. Al margen de este periplo formalista que narra las vicisitudes de la geometría hay otra secuencia de mayor relevancia, que es la que otorga sentido a cada una de las opciones protagonizadas por los artistas, de las que a continuación nos vamos a ocupar. El grueso de la obra producida por Hashim Ibrahim Cabrera en los años 90 se
genera en torno a un proceso más que a una serie. "De la Naturaleza y las Culturas" marca también una inflexión en su trayectoria, ya que le facilita el abandono de la figuración narrativa que hasta entonces practica y su sustitución por una pintura más reflexiva. Casi de inmediato comienzan a aparecer formas geométricas que se combinan entre sí con una sintaxis fronteriza que participa por igual del neodadaismo como de la tradición constructiva centroeuropea.Pero estas formas primigenias son frecuentadas por una estética posibilista que indaga en la plusvalía del mestizaje y de esta suerte pasan a relacionarse con la gestualidad y el lirismo de la intervención pictórica. La tensión entre orden y caos, forma y materia, figura y fondo, es un motivo de reflexión plástica que reproduce el ancestral enfrentamiento entre la fuerza irreparable de la naturaleza y la adaptación histórica de la cultura. En este sentido la obra de Cabrera propone la disolución del conflicto por la asunción de la diferencia y su trasunto sintético plástico. De hecho esta mediación, este intercambio, centra el trabajo de Cabrera en todas sus implicaciones, ya sean disciplinares o de procedimiento, como de producción de sentido. Ello justifica su proverbial inclinación a solapar técnicas, a espacializar la pintura y a representar mediante la escultura, a relativizar los conocimientos y a contrastarlos con la intuición, a escuchar la palpitación de las formas geométricas y a codificar los sentimientos, a contextualizar la experiencia y a indagar en la pulsión vital que se fragua en lo dinámico. "De la Naturaleza y las Culturas" es el marco conceptual donde anidan sus obras, es la estructura básica a la que se incorporan como ejercicios en los que se plasma ese diálogo que se pretende trascienda en síntesis. Cada ensayo es como una proposición hermeneútica pero que no prescribe en su intento de autoanálisis, de profundizar en el conocimiento del lenguaje plástico, sino que se proyecta fuera del ámbito artístico con el propósito de esclarecer, de iluminar la experiencia cotidiana; entendiendo la creación artística como un modo de aproximación al entorno, como un medio de conocimiento de la realidad compatible con otros procesos centrados en el protocolo científico. En este cruce de contrarios se fundamenta la obra de Cabrera. "El aliento de la compasión" es un díptico en el que se describe el proceso dinámico del cuadrado, que pasa de la contracción a la expansión, del ensimismamiento a la proyección. Partiendo de las consideraciones formales que sobre esta figura geométrica elaborara Gerstner y atendiendo a la tradición islámica sufí según la cual Dios crea la vida a partir del aliento, del pálpito o la separación entre lo cerrado y lo abierto, Cabrera reconstruye en clave metafórica el devenir de la existencia. En este sentido el cuadrado ‐ que en realidad en sus dos formalizaciones puede ser interpretado indistintamente como un haz de vectores centrífugos o centrípetos ‐ funciona como una representación figurativa, suceptible de ser leida e interiorizada como un organismo sensible. Ya hemos comentado la pasión de Miguel Angel Campano por la pintura francesa, especialmente por la de aquellos autores que le sirven de pretexto ideal para fondear en el núcleo de la creación. Instalado en París desde 1980, frecuentará todos los accesos a la cultura gala, siendo el primero el Rimbaud de Les Voyelles, cuyo poema
actua como catalizador simbólico de las composiciones gestuales de la serie pictórica del mismo nombre.Campano es un artista que trabaja de manera sistemática en torno a series de obras, cuidando de la consistencia de un proceso que remite siempre a la lectura más o menos libre de un texto, una pintura, un estilo determinado, un autor de sumo interés y con ascendiente sobre el artista, etc... Al margen de esta primera serie de "Las Vocales", en la que es posible rastrear las huellas de otro amor confesado de Campano, como es Jackson Pollock y el expresionismo abstracto norteamericano, el resto de las series se estructura bajo la mirada impositiva a Poussin, Delacroix y Cezanne. Sobre este último y como era de esperar descansan las series formalmente más construidas : "Las Montañas", "Mistral", "La Floresta" y "El Músico y la Modelo", series en las que Campano inaugura su particular aproximación al hecho pictórico como ejercicio de lenguaje, utilizando el código expresivo del maestro de Aix en Provence, al que añade otros registros ‐ ya sean aleatorios o de propia factura ‐ para distanciarse del hecho creativo y mantener un fructífero diálogo con la pintura. La ortogonalidad de las masas de color que contrastan con la vehemencia de la pincelada dejan paso definitivamente a éstas últimas en la serie "Los Naufragios", en la que se lee a Delacroix y se vuelve a la exasperación de la representación de "Las Vocales", a la que habremos de añadir el discurso narrativo implícito en el dramatismo de la escena marítima. Pero el ascendiente más revisitado en la plástica de Campano es Poussin, de quien parten las series "El Diluvio", "La Grappa" y "Ruth y Bootz", inspiradas respectivamente en las obras del invierno, el otoño y el verano de su serie de Las Cuatro Estaciones del Museo del Louvre. La experiencia de la relectura de la obra de Poussin, las sucesivas interpretaciones y derivaciones, los ensayos estilísticos que se perpetran a lo largo de las series y la dilatada ascesis formal que se emprende y culmina en "Ruth y Bootz", llevan a Campano hasta su obra reciente en la que ya no es posible sustentarse en series que nos remitan a autores predilectos, en la que se ha perdido el referente figurativo y narrativo que en su momento articulaba el sentido de las obras. De las estructuras básicas que poblaban los últimos cuadros de Ruth y Bootz a comienzos de los 90 ‐ abstracciones formales próximas al hieratismo de los símbolos ‐ se ha pasado al negro sobre blanco de las figuras geométricas básicas (triángulo, cuadrado, círculo) que funcionan como unidades sintácticas mínimas, despojadas total y absolutamente de toda ganga descriptiva o narrativa. En estas obras, de una austeridad, valentía y belleza indiscutibles, Campano ha vuelto a rendir culto a la pintura, pero sin necesidad de buscar facilidades ni apadrinamientos, centrándose sólo en relatar cómo se percibe el paisaje de la pintura desde dentro. La trayectoria de Gerardo Delgado parece remontar las sucesivas series en las que descansa para abrazar ciclos o procesos. Su formación arquitectónica, su periodo docente, la decantanción por el diseño y montaje de exposiciones, así como sus amores confesados por la música y la literatura son elementos de su biografía que no podemos pasar por alto a la hora de intentar atrapar y dar sentido a la tensión plástica abierta y
permanente que nos traspasa la experiencia de su obra. Durante los años 70 ésta se comporta como un territorio regulado por la investigación sistemática del espacio donde se urde la pintura, dando lugar a series y constelaciones de obras en las que la vibración de la pintura y su percepción como paisaje abierto a las sensaciones no lograba ocluir el sustento formal y ortogonal al que se adhería.En estos años ya es posible rastrear esa dualidad de que parece hacer gala su obra, atrayéndonos primero con la presencia de reclamos formales indefinidos que flotan en el espacio de la representación y repeliendo más tarde toda posibilidad de acceso al interior de la pintura, al sentido argumental de la escena, a su posible codificación descriptiva o narrativa. Los años 80 serán para Delgado los que marquen un nuevo ciclo en su trayectoria, ahora más volcada en la expresión de la figura, que comenzó a emerger del fondo del cuadro a finales de los años 70.Sin embargo en los años 90 podemos hablar de una vuelta al anterior ciclo formalista, si bien la figura sigue estando presente en el escenario de la representación y ahora ya no se da ese doble juego de mostrar y ocultar, de atraer y disipar la mirada que era característico de su primera época. En la serie "El Caminante", que culmina las precedentes de comienzos de los ochenta ‐ en las que la figura era una forma geométrica ‐ , así como las posteriores "En la Ciudad Blanca", "El Profeta" y "Las Ruinas", se vuelve a recuperar el díptico como unidad de expresión, pero ya no se articula en sentido horizontal, como sucedía en los 70, sino en posición vertical, dejando eso sí uno de los paneles ‐ el superior ‐ para la representación de una escena que lógicamente remitía fuera del cuadro, mientras el inferior adoptaba el semblante de la pintura sin atributos, un espacio destinado a interiorizar la mirada aunque sin posibilidad de penetrar en la piel de la pintura. Una de las últimas series abiertas de Delgado y con la que hemos contado para esta exposición es "Autorretrato. El artista en la ventana", que surge del título de un grabado homónimo de Rembrandt, pero que además apunta al inicio de una serie anterior ‐ "En la Ciudad Blanca" ‐ en la que el motivo inspirador es un plano de la película del mismo título, en la que el protagonista mira, de espaldas al público, al horizonte abierto que enmarca una ventana.En las series "La Noche y el Día" y "Autorretrato. El artista en la ventana" se recupera el uso del díptico, configurado ortogonalmente como sucedía en los años 70 y dejando el panel derecho a merced de la pintura ‐ espejo que refleja la mirada ‐ y el izquierdo abierto a la representación.Esta suele oscilar, si nos referimos a la desarrollada en la última serie citada y en su versión sobre papel, a imágenes matrices obtenidas de recortes de prensa y publicidad, que generan como comentario a las mismas una sucesión de dibujos y motivos que remiten tanto al automatismo del impulso del gesto como a las sugerencias amorfas derivadas del frottage surrealista. Podría decirse que la geometría es un registro arqueológico en la producción artística de José Duarte y esta afirmación gozaría de sentido pleno pues con ello nos estaríamos refiriendo tanto a la posibilidad de que aquélla se encontrase asociada a sus trabajos primeros, como a que la geometría permaneciese oculta bajo la piel de la
pintura.En ambos casos no se trataría de una evidencia, sino de una presencia latente. En el primero de ellos la consideración es obvia, ya que la topología o geometría de las deformaciones es la referencia formal de la obra desarrollada por Equipo 57. Si bien en un principio los primeros ensayos de la teoría de la interactividad del espacio plástico dieron como consecuencia una escena compositiva deudora de la adición y superposición del collage y marcada por la relectura del futurismo, esta faceta dinámica se irá transformando hasta perder esa expresividad y adquirir la contundencia procesual que caracterizó la obra experimental y normativa de Equipo 57. Pero esta etapa en la trayectoria de Duarte se cerró cuando el colectivo de artistas de Equipo 57 dejó de trabajar como tal y él se embarcó en el compromiso social de Estampa Popular.Son los años sesenta y por entonces su pintura aún es deudora de un entramado ortogonal que ahora sirve de marco a la representación desolada del extrarradio, ya sean las arquitecturas de los suburbios ‐ que se nos antojan la tramoya de una representación coral de la brutalidad, la desesperanza y la extrañeza del ser humano ‐ , ya sea el trasunto urbano de la caja negra teatral sobre la que se columpian frenéticamente las niñas, ya sean los encuadres cinematográficos que cercenan parte del motivo pero que proporcionan no ya puntos sino planos de fuga casi monocromáticos. Sin embargo la pista de la geometría se pierde en la obra de Duarte cuando inicia la serie de "Campesinas" y no volvemos a atisbarla levemente hasta comienzos de los ochenta con "Partida de billar", una obra que inaugura otro sentir en su pintura y que nos conduce hasta la actualidad. Después de pasar a describir y relatar algunos fragmentos de lo cotidiano en los que tienen cabida registros autobiográficos y en los que se anuda con sutileza el hedonismo y la ansiedad, Duarte centra su trabajo en los años 90 con una variante del bodegón, aquélla que recoge los enseres prendidos a la memoria del autor, rescatados al pasado y con una significación especial para él, objetos apegados a su entorno más inmediato, utensilios y productos relacionados con la pintura, retratando asímismo sus preferencias literarias, todo ello en un ambiente de recapitulación, como de dejà vu, que nimba esta pintura de ecos intimistas, incluso en la reciente serie de zapatos femeninos exhibidos impúdicamente. Pero al margen de lo representado esta obra se nutre de una latente organización geométrica que distribuye los espacios, disemina los objetos, articula los planos y construye la composición, siendo pertinente hablar de una retícula ortogonal a la que se adhieren las formas y sobre la que se superpone el color. Desde el fondo a la superficie, la pintura de Duarte transparenta su filiación geométrica estructural y hace gala de la voluptuosidad efímera de la existencia. La pintura de Jacinto Lara se enuncia a través de series que jalonan su trayectoria, tensando el discurso plástico mediante bloques de proposiciones que caracterizan lo singular de cada una de ellas. Aún cuando unas series remitan a otras y sea posible lograr la comunicación entre las mismas, las obras que forman parte de una serie constituyen por separado un sistema autónomo de signos que adquiere significación plena cuando se contrasta con el resto de las voces que integran la serie. Esta forma de trabajar ‐ procesual y serializada ‐ ha estado siempre presente de alguna
manera en su pintura, bien articulando ciclos de obras en torno a intereses y temáticas comunes, bien sopesando la posibilidad de destilar un lenguaje personal a merced del ejercicio y la experiencia de nuevos códigos expresivos, pero es desde finales de los años 80 cuando la serie se erige en el procedimiento exclusivo por el que se modula su oficio artístico.Así han surgido, una tras otra, las series de "Los Saltos", "El Ring", "Depredadores", "Icaro", "Vertidos" y la más reciente "Mitos y Fantasmas". La inflexión que señala la diferencia con respecto a etapas pretéritas se situa en la serie "Los Saltos", con ella Lara busca la reconciliación con la pintura, se distancia de momento de las prácticas interdisciplinares y profundiza en la mediación de la figura con la geometría. Aquélla ha sufrido un proceso exhaustivo de abstracción y consigue refugiarse en su mínima expresión, una huella lineal que nos remite a las lindes de su territorio.La geometría, gracias a la lectura que se produce de la obra de Rothko, es la encargada de componer la escena, superponiéndose el dibujo a la pintura y la línea al plano, desapareciendo la forma, que es sustituida por la vibración del colorido, que emerge desde los planos de fondo. Este planteamiento vuelve a presidir el resto de las series, aportando cada una de ellas el argumento que las define y que determina su resolución plástica."Depredadores" plantea la oclusión de parte de la representación e incorpora una secuencia discursiva que permite un desarrollo serial en círculo que marca la pauta modular de la estructura ausente en cada obra. Con "Icaro" se vuelve al díptico, que es suceptible de ser intercambiable y se incorpora el texto que nombra la serie como trama de la pintura. "Mitos y Fantasmas", sin estar concluida, se prefigura como una de las series más abiertas de su producción y que de hecho está posibilitando la aparición de disgresiones y desplazamientos hacia nuevas series. Concebida como una declaración de sus intereses artísticos y como terapia que facilita la expresión de sus amores confesados, pero también diagrama de todo aquello que obstaculiza el libre fluir de la creación, la serie funciona como un alegato coral a la pintura. Entre otros aparecen citados Velázquez, Monet, Miró, Escher y Sánchez Cotán, de quien mostramos la obra que lo nombra ‐ textual y plásticamente ‐ mediante la grafía de su segundo apellido y la representación de un cardo y unas zanahorias, que reposan sobre una macla de espacios superpuestos en la que se inscribe el perfil de la figura, que no surge de la intervención dibujística, como era de esperar, sino de la emergencia de la pintura, que se deja entrever por los resquicios de los planos monocromáticos. Con "Mitos y Fantasmas" Lara nos advierte que sólo desde la distancia crítica y el análisis es rentable construir una mirada cómplice. Sobre la casuística de la mirada y su implicación en la definición tanto del sujeto que la ejerce como del acto de la representación que éste efectua de su extrañeza ante lo que le rodea trata la escultura de Carmen Osuna. Formada y curtida en el neoexpresionismo de los años 80, su obra adquirió pronto la capacidad de seducir mediante insinuaciones, de nombrar y descubrir metáforas en relación a la belleza y el valor neto y candoroso de la naturaleza, de sugerir paisajes que, acto seguido, la memoria se encargaba de restituir a su reflejo original para volverlos a interiorizar. No
era la suya una apuesta exclusivamente experimental, no puede decirse que abundara en la investigación de los recursos poéticos del objeto escultórico, tampoco que se caracterizara por decantar una obra que primase los logros formales o persiguiese un mestizaje disciplinar a ultranza, más bien se trataba de profundizar en los mecanismos tridimensionales de la representación y de inducir a los materiales con los que trabajaba a permanecer abiertos en su configuración significativa, de manera que actuasen como símbolos parlantes de una constelación de sentidos que podía ser leida desde diferentes posiciones. El tránsito a los años 90 trae consigo una inflexión en el proceder artístico de Osuna.Lo primero que se advierte es la normativa procesual que imprime a su obra ‐ ahora más evidente que en etapas anteriores ‐ , siendo este aspecto la causa de la formalización geométrica tan característica de las piezas de estos años y apuntándose como hechos sintomáticos la latencia de Brancusi, el ascendiente de la opción analítica de la escultura norteamericana de finales de los años 60 y la apariencia industrial pero a la par epidérmica tanto de Artschwager, como de los objetos y fragmentos de Deacon. Pero la importancia de estas novedades no es otra que la de constituirse en expresión de un planteamiento de la creación artística que entiende la misma como una actuación específica que es suceptible de convertirse en conocimiento, ya sea acerca de la propia dinámica con la que se autorrepresenta cualquier proposición derivada de la investigación científica, ya sea sobre la temática suscrita por la obra ‐ a cada paso impulsada a hacerse más evidente, a facilitar pistas sobre su posible lectura ‐ , ya sea del reflejo de la persona que formaliza el discurso, o lo que es lo mismo, de la genealogía del sujeto y sus ficciones. El propio título de las obras nos ilustra sobre este interés de Osuna por lo que constituye la identidad del sujeto y sus proyecciones."Uno menos", "Un sólo golpe de dados", "Yo es otro", apuntan a una relectura de la tradición psicoanalítica, en especial a lo aportado por Lacan sobre la estructuración del inconsciente mediante el concurso del lenguaje y la sublimación del sexo. Esta es la razón de que la obra de Osuna destile formas que nos remitan a órganos sexuales que funcionan como símbolos del imaginario colectivo ‐ falos enhiestos o erectos rectángulos desdoblados en su proyección y círculos perforados que nos invitan a penetrarlos ‐ y a perseguir su reflejo metafórico ‐ y supuestamente real mediante el empleo de superficies que actuan o representan espejos sobre los que proyectar la mirada ‐ en la construcción semántica y gráfica del lenguaje y por lo tanto en la configuración del Otro.Esta extrañeza ante la otredad y ante el descentramiento del sujeto moderno reflejado en su inconsciente, es la misma que mueve a Osuna a expresarse en "Yo es otro". Fernando Sinaga se compromete con la geometría con la misma salvedad con que nosotros atribuimos carácter de escultura a sus series fotográficas o impronta pictórica a su obra escultórica. Uno de los hitos de su trayectoria lo marca "El desayuno alemán", una exposición datada en 1987 y en la que se integran diversas series y tendencias anteriores, ya sean los recursos artesanales o el buen oficio del autor, así como los registros que evocan el ready‐made o un cierto simbolismo formalista, amén
del organicismo de Brancusi y un culto por el objeto escultórico que se advierte ya mermado y que entre todos dan lugar a que la escultura repte y se encarame en la pared ‐ una de las primeras que en España pasan a adoptar esta posición ‐ y que por tanto comience a friccionar con los intereses de la pintura. Aunque es perceptible una filiación minimalista, la obra de Sinaga rehuye el talante absoluto de la forma y la rigidez de los presupuestos del movimiento escultórico norteamericano, permitiéndose la disonancia y optando por diversificar su intervención en el espacio desde dos frentes, uno centrado en la reformulación de la disciplina escultórica y otro comprometido en la usurpación y posterior acotación del espacio arquitectónico en que se inserta su obra. A partir de 1990 y gracias a la exposición "Take Brasil Easy", que rememora la presencia de Sinaga en la XX Bienal de Sao Paulo del año anterior, la obra comienza a centrarse en la definición de figuras geométricas puras, tratadas con pulcritud y combinando diferentes terminaciones y tonalidades. El resultado es una suerte de instalación que recuerda los trabajos de las Habitaciones Proun de El Lissitzky, donde las formas se interrelacionan abriéndose, desplegándose y ocupando diferentes espacios contiguos.La distribución de las piezas que forman parte de la exposición, el repertorio de formas geométricas que llegan a intervenir y la dualidad en el tratamiento de las superficies ‐ accidentadas, rugosas, planas, bruñidas ‐ y el cromatismo aplicado a las mismas, determina la creación de un espacio discontinuo, irregular y fragmentario. Esto mismo viene a suceder en series posteriores como "Alma del Mundo", exhibida en 1991 en diferentes espacios, si bien aquí el efecto perturbador y de vacío frente a la eventualidad de la materia se ve potenciado por la diseminación disciplinar de que hace gala Sinaga. En "Agua amarga", una de sus últimas exposiciones, se acrecienta la dificultad para constreñir lo exhibido a las categorías estancas de las disciplinas, produciéndose varias usurpaciones y desplazamientos de función entre pintura y escultura, a la que se añade la fotografía ‐ no ya la abstracción absoluta de la serie "Alma del Mundo", sino el reflejo autobiográfico de "Agua amarga" ‐ por no hablar de la constatación de la pérdida del sentido y de la transitoria y experimental reubicación posterior de núcleos de significado entre los pliegues de las obras que integran la exposición. En este sentido el trabajo de Sinaga desafía la fácil atribución de distanciamiento, asepsia y frialdad de la práctica geométrica para impregnarla de sentimiento, expresividad y compromiso, siendo sintomático el hecho de utilizar la luz como un material plástico más y de escenificar la presentación de la obra en un ambiente de precariedad y dispersión formal, lo que revela que el proceso de desmaterialización y su consiguiente expansión en el espacio y en el tiempo ‐ la memoria ‐ que apreciábamos en su obra sigue su inevitable curso. Resulta poco convincente y clarificador asociar la pintura de Juan Uslé a la abstracción geométrica. Además de ser incierto, dice poco acerca de la razón de la presencia de esas superficies ortogonales que han caracterizado su obra reciente. La trayectoria de Uslé mantiene unas constantes que son la organización del trabajo en series y una total libertad a la hora de encajar el género del paisaje, pero lo que define
su actitud artística es su expectante posición ante el devenir de la pintura. Partidario de no forzar el diálogo con la disciplina y convencido de su actualidad, Uslé da muestras evidentes que vienen a confirmar su creencia y nos invitan a situarnos entre la batería de opuestos que habita en ella.Su obra ha jugado desde siempre a mantener la dualidad entre figuración y abstracción, naturaleza y cultura, inmediatez y sosiego, luminosidad y tinieblas, ensoñación y descripción, forma y fondo, gesto y elegancia, jalones todos ellos de un viaje interior en el que vislumbramos al artista recorriendo los surcos de la memoria, actualizando la experiencia de la visión y reviviendo la contingencia de los sueños. En su etapa expresionista, que ocupa buena parte de los años 80, Uslé cultiva una pintura directa que mantiene una serie de vínculos con el paisaje por medio de la representación de símbolos propios de la naturaleza, como el agua (la lluvia, la niebla y el mar) y la luz. En la serie "Puente Nuevo" introduce la figura humana en ese mar de pinceladas y capas de pintura que son sus cuadros, pero esta cita con la figura no condiciona el hecho de que su obra permanezca dentro del territorio que la caracteriza como abstracta, ya que aquélla no llega a definirse en sus contornos, sino a intuirse en comunicación con otras masas formales que se disocian del fondo. En series posteriores, como "Andara‐Tánger", "Los Trabajos y los Dias", "Camino de Llamo", "Rio Cubas" y "1960‐Williamsburg", la figura volverá intermitentemente a ocultarse y emerger de la composición. Es a partir del cambio de residencia a Nueva York ‐ producido en 1987 ‐ cuando su pintura acentua esa dimensión paisajística y abstracta, si bien de una manera progresiva comienza a despojarse de la referencia naturalista para impregnarse de otras motivaciones que, sin perder la conexión con la memoria fértil que las concita, remiten al ámbito urbano en que vive el artista. Este nuevo paisajismo que retrata la luminosidad, el vértigo, la fragmentación y el colorido de la ciudad es también un pretexto para ensimismarse en el análisis de los procesos de percepción de la pintura, para indagar cómo se estructura y lee una proposición plástica. "Haz de miradas", celebrada en 1993 y culminación de la serie de obras presentadas el año anterior en la IX Documenta de Kassel, es la exposición que marca la inflexión de su pintura reciente y la que convoca una suerte de formas ortogonales ‐ registros próximos a la geometría ‐ que se traducen en un repertorio de franjas, cruces de caminos, impulsos, mapas descriptivos de circulación de energía y velocidades sincrónicas, fragmentos, exabruptos y fogonazos de luz que atraviesan desde el fondo la escena. La propuesta de Uslé sella el color en todo su esplendor, exhibe la forma atrapada en el laberinto de la memoria, es la representación puesta al servicio de la percepción, la inmediatez como arco tensado sobre la reflexión, el arte como disfrute de la realidad.