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Francisco de Quevedo Garcilaso de la Vega Luis de Góngora Fray Luis de Ln Juan Boscán (La presente obra ha sido incorporada a la biblioteca digital de www.ladeliteratura.com.uy con fines exclusivamente didácticos)

Francisco de Quevedo Garcilaso de la Vega Luis de … · Al rico y al pordiosero, Poderoso caballero . ... Si para refrenar este deseo loco, imposible, vano, ... Que privilegia el

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Francisco de Quevedo Garcilaso de la Vega

Luis de Góngora Fray Luis de León

Juan Boscán (La presente obra ha sido incorporada a la biblioteca digital de www.ladeliteratura.com.uy con fines exclusivamente didácticos)

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Francisco de Quevedo

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria en donde ardía; nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un dios prisión ha sido, venas, que humor a tanto fuego han dado,

médulas , que han glorisamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrán sentido, polvo serán, mas polvo enamorado.

A ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino! y en Roma misma a Roma no la hallas: cadáver son las que ostentó murallas

y tumba de sí proprio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino y limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas de las edades que Blasón Latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya sepultura la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura!

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ENSEÑA CÓMO TODAS LAS COSAS AVISAN DE LA MUERTE

Miré los muros de la Patria mía, Si un tiempo fuertes, ya desmoronados, De la carrera de la edad cansados, Por

quien caduca ya su valentía.

Salíme al Campo, vi que el Sol bebía Los arroyos del hielo desatados,

Y del Monte quejosos los ganados, Que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi Casa; vi que, amancillada, De anciana habitación era despojos; Mi

báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada, Y no hallé cosa en que poner los ojos Que no fuese recuerdo de la muerte.

DEFINIENDO EL AMOR

Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida, que duele y no se siente,

es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido, que nos da cuidado, un cobarde, con nombre de valiente,

un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,

que dura hasta el postrero parasismo, enfermedad, que crece si es curada.

Este es el niño Amor, éste es tu absimo:

mirad cuál amistad tendrá con nada, el que en todo es contrario de sí mismo

A UNA NARIZ

Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado.

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Era un reloj de sol mal encarado, érase una alquitara pensativa,

érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egito, las

doce tribus de narices era.

Era un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera,

que en la cara de Anás fuera delito.

REPRESÉNTASE LA BREVEDAD DE LO QUE SE VIVE, Y CUÁN NADA PARECE LO QUE SE VIVIÓ

¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde? Aquí de los antaños que he vivido: la fortuna mis tiempos ha mordido,

las horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde la salud y la edad se hayan huído!

Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, Mañana no ha llegado,

Hoy se está yendo sin parar un punto; soy un fue y un será y un es cansado.

En el Hoy y Mañana y Ayer junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto.

TÚMULO DE LA MARIPOSA

Yace pintado amante, de amores de la luz muerta de amores,

mariposa elegante, que vistió rosas y voló con flores; y codicioso el fuego de sus galas, ardió dos primaveras en sus alas.

El aliño del prado,

y la curiosidad de primavera, aquí se han acabado,

y el galán breve de la cuarta esfera, que con dudoso y divertido vuelo

las lumbres quiso amartelar del cielo.

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Clementes hospedaron a duras salamandras llamas vivas,

su vida perdonaron: y fueron rigurosas, como esquivas,

con el galán idólatra , que quiso morir como Faetón , siendo Narciso.

No renacer hermosa,

parto de la ceniza , y de la muerte, como fénix gloriosa,

que su linaje entre llamas vierte, quien no sabe de amor y de treneza

la llamará desdicha, y es fineza.

Su tumba fue su amada. Hermosa, sí, pero temprana y breve, ciega, y

enamorada, mucho al amor, y poco al tiempo debe,

y pues en sus amores se deshace, escríbase :”Aquí goza, donde yace” .

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado,

Pues de puro enamorado Anda continuo amarillo.

Que pues doblón o sencillo Hace todo cuanto quiero,

Poderoso caballero Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,

Donde el mundo le acompaña; Viene a morir en España, Y es en Génova enterrado. Y pues quien le trae al lado

Es hermoso, aunque sea fiero, Poderoso caballero

Es don Dinero.

Son sus padres principales, Y es de nobles descendiente,

Porque en las venas de Oriente Todas las sangres son Reales. Y pues es quien hace iguales

Al rico y al pordiosero, Poderoso caballero

Es don Dinero.

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¿A quién no le maravilla Ver en su gloria, sin tasa, Que

es lo más ruin de su casa Doña Blanca de Castilla?

Mas pues que su fuerza humilla Al cobarde y al guerrero,

Poderoso caballero Es don Dinero.

Es tanta su majestad, Aunque son sus duelos hartos, Que aun

con estar hecho cuartos No pierde su calidad.

Pero pues da autoridad Al gañán y al jornalero,

Poderoso caballero Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra (Mirad si es harto sagaz) Sus

escudos en la paz Que rodelas en la guerra. Pues al natural destierra

Y hace propio al forastero, Poderoso caballero

Es don Dinero.

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Garcilaso de la Vega

SONETO IX

Señora mía, si yo de vos ausente en esta vida turo y no me muero, paréceme que ofendo a lo que os quiero, y al bien de

que gozaba en ser presente;

tras éste luego siento otro accidente, que es ver que si de vida desespero,

yo pierdo cuanto bien bien de vos espero; y ansí ando en lo que siento diferente.

En esta diferencia mis sentidos están, en vuestra ausencia y en porfía, no sé

ya que hacerme en tal tamaño.

Nunca entre sí los veo sino reñidos; de tal arte pelean noche y día,

que sólo se conciertan en mi daño.

SONETO X

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería,

Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando las pasadas

horas que en tanto bien por vos me vía, que me habiáis de ser en algún día con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes

todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes.

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SONETO XI

Hermosas ninfas, que, en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas

y en columnas de vidrio sostenidas;

agora estéis labrando embebecidas o tejiendo las telas delicadas, agora

unas con otras apartadas contándoos los amores y las vidas:

dejad un rato la labor, alzando

vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando,

que o no podréis de lástima escucharme,

o convertido en agua aquí llorando, podréis allá despacio consolarme.

SONETO XII

Si para refrenar este deseo loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de un mal tan peligroso, que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo, o muy aventurado o muy medroso, en tanta confusión que nunca oso

fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura de aquél que con las alas derretidas

cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura llora entre aquellas plantas conocidas

apenas en el agua resfrïado?

SONETO XIII

A Dafne ya los brazos le crecían, y en luengos ramos vueltos se mostraba;

en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían

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los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: los blancos pies en tierra se hincaban,

y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía

este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! ¡Que con llorarla crezca cada día la

causa y la razón porque lloraba!

SONETO XVIII

Si a vuestra voluntad yo soy de cera, y por sol tengo sólo vuestra vista,

la cual a quien no inflama o no conquista con su mirar, es de sentido fuera;

¿de do viene una cosa, que, si fuera menos veces de mí probada y vista, según parece que a razón resista, a mi sentido mismo no creyera?

Y es que yo soy de lejos inflamado de

vuestra ardiente vista y encendido tanto, que en vida me sostengo apenas;

mas si de cerca soy acometido

de vuestros ojos, luego siento helado cuajárseme la sangre por las venas.

SONETO XXIII

En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

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todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre

SONETO XXXII

Estoy continuo en lágrimas bañado, rompiendo el aire siempre con sospiros;

y más me duele el no osar deciros que he llegado por vos a tal estado;

que viéndome do estoy, y lo que he andado

por el camino estrecho de seguiros, si me quiero tornar para huiros,

desmayo, viendo atrás lo que he dejado;

y si quiero subir a la alta cumbre, a cada paso espántanme en la vía,

ejemplos tristes de los que han caído.

sobre todo, me falta ya la lumbre de la esperanza, con que andar solía por la

oscura región de vuestro olvido.

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Luis de Góngora

A CÓRDOBA

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas De honor, de majestad, de gallardía! ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,

De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas, Que privilegia el cielo y dora el día!

¡Oh siempre glorïosa patria mía, Tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos Que enriquece Genil y Dauro baña Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos

Ver tu muro, tus torres y tu río, Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

A JÚPITER

Tonante monseñor, ¿de cuándo acá Fulminas jovenetos? Yo no sé

Cuánta pluma ensillaste para el que Sirviéndote la copa aún hoy está.

El garzón frigio, a quien de bello da Tanto la antigüedad, besara el pie

Al que mucho de España esplendor fue, Y poca, mas fatal, ceniza es ya.

Ministro, no grifaño, duro sí, Que en Líparis Estérope forjó (Piedra

digo bezahar de otro Pirú)

Las hojas infamó de un alhelí, Y los Acroceraunios montes no.

¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!

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A LA MEMORIA DE LA MUERTE Y DEL INFIERNO

Urnas plebeyas, túmulos reales

Penetrad sin temor, memorias mías, Por donde ya el verdugo de los días Con igual pie dio pasos desiguales.

Revolved tantas señas de mortales, Desnudos huesos y cenizas frías, A

pesar de las vanas, si no pías, Caras preservaciones orientales.

Bajad luego al abismo, en cuyos senos

Blasfeman almas, y en su prisión fuerte Hierros se escuchan siempre, y llanto eterno,

Si queréis, oh memorias, por lo menos Con la muerte libraros de la muerte, Y el infierno vencer con el infierno.

AL LLANTO Y SUSPIROS DE UNA DAMA

Cual parece al romper de la mañana Aljófar blanco sobre frescas rosas,

O cual por manos hecha, artificiosas, Bordadura de perlas sobre grana,

Tales de mi pastora soberana

Parecían las lágrimas hermosas Sobre las dos mejillas milagrosas,

De quien mezcladas leche y sangre mana.

Lanzando a vueltas de su tierno llanto Un ardiente suspiro de su pecho,

Tal que el más duro canto enterneciera,

Si enternecer bastara un duro canto, Mirad qué habrá con un corazón hecho, Que al llanto y al suspiro fue de cera.

PEINABA AL SOL BELISA SUS CABELLOS

Peinaba al sol Belisa sus cabellos Con peine de marfil, con mano bella;

Mas no se parecía el peine en ella Como se escurecía el sol en ellos.

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En cuanto, pues, estuvo sin cogellos, El cristal sólo, cuyo margen huella, Bebía de una y otra dulce estrella En tinieblas de oro rayos bellos.

Fileno en tanto, no sin armonía,

Las horas acusando, así invocaba La segunda deidad del tercer cielo:

«Ociosa, Amor, será la dicha mía,

Si lo que debo a plumas de tu aljaba No lo fomentan plumas de tu vuelo».

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Fray Luis de León

ODA I - VIDA RETIRADA

¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruïdo,

y sigue la escondida senda, por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado,

ni del dorado techo se admira, fabricado

del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera,

ni cura si encarama la lengua lisonjera

lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento si soy del vano dedo señalado; si, en busca deste viento, ando

desalentado con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,! ¡Oh secreto seguro, deleitoso!

Roto casi el navío, a vuestro almo reposo

huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño vanamente severo

de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido;

no los cuidados graves de que es siempre seguido

el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,

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gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo,

libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,

por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto

ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa por ver y acrecentar su hermosura,

desde la cumbre airosa una fontana pura

hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada, el paso entre los árboles torciendo,

el suelo de pasada de verdura vistiendo

y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea y ofrece mil olores al sentido;

los árboles menea con un manso ruïdo

que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro los que de un falso leño se confían;

no es mío ver el lloro de los que desconfían

cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día

se torna, al cielo suena confusa vocería,

y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada

me basta, y la vajilla, de fino oro labrada

sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable- mente se están los otros abrazando

con sed insacïable del peligroso mando,

tendido yo a la sombra esté cantando.

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A la sombra tendido, de hiedra y lauro eterno coronado,

puesto el atento oído al son dulce, acordado,

del plectro sabiamente meneado.

ODA VIII - NOCHE SERENA

A Don Loarte

Cuando contemplo el cielo

de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo de noche rodeado,

en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena despiertan en mi pecho un ansia ardiente;

despiden larga vena los ojos hechos fuente;

Loarte y digo al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza, templo de claridad y hermosura, el alma,

que a tu alteza nació, ¿qué desventura

la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido,

que, de tu bien divino olvidado, perdido

sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando;

y, con paso callado, el cielo, vueltas dando,

las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh, despertad, mortales! Mirad con atención en vuestro daño.

Las almas inmortales, hechas a bien tamaño,

¿podrán vivir de sombra y de engaño?

¡Ay, levantad los ojos aquesta celestial eterna esfera! burlaréis los antojos de aquesa lisonjera

vida, con cuanto teme y cuanto espera.

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¿Es más que un breve punto el bajo y torpe suelo, comparado

con ese gran trasunto, do vive mejorado

lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto de aquestos resplandores eternales,

su movimiento cierto sus pasos desiguales

y en proporción concorde tan iguales;

la luna cómo mueve la plateada rueda, y va en pos della

la luz do el saber llueve, y la graciosa estrella

de amor la sigue reluciente y bella;

y cómo otro camino prosigue el sanguinoso Marte airado,

y el Júpiter benino, de bienes mil cercado,

serena el cielo con su rayo amado;

—rodéase en la cumbre Saturno, padre de los siglos de oro; tras él la

muchedumbre del reluciente coro

su luz va repartiendo y su tesoro—:

¿quién es el que esto mira y precia la bajeza de la tierra,

y no gime y suspira y rompe lo que encierra

el alma y destos bienes la destierra?

Aquí vive el contento, aquí reina la paz; aquí, asentado

en rico y alto asiento, está el Amor sagrado,

de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura aquí se muestra toda, y resplandece

clarísima luz pura, que jamás anochece;

eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos! ¡Oh prados con verdad frescos y amenos!

¡Riquísimos mineros! ¡Oh deleitosos senos!

¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»

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ODA IX - LAS SERENAS

A Cherinto

No te engañe el dorado

vaso ni, de la puesta al bebedero sabrosa miel, cebado; dentro al

pecho ligero, Cherinto, no traspases el postrero

asensio; ten dudosa

la mano liberal, que esa azucena, esa purpúrea rosa, que

el sentido enajena, tocada, pasa al alma y la envenena.

Retira el pie; que asconde

sierpe mortal el prado, aunque florido los ojos roba; adonde aplace más, metido

el peligroso lazo está, y tendido.

Pasó tu primavera; ya la madura edad te pide el fruto

de gloria verdadera; ¡ay! pon del cieno bruto

los pasos en lugar firme y enjuto,

antes que la engañosa Circe, del corazón apoderada, con

copa ponzoñosa el alma trasformada,

te ajunte nueva fiera a su manada.

No es dado al que allí asienta, si ya el cielo dichoso no le mira,

huir la torpe afrenta; o arde oso en ira

o, hecho jabalí, gime y suspira.

No fíes en viveza: atiende al sabio rey Solimitano;

no vale fortaleza: que al vencedor Gazano condujo a

triste fin femenil mano;

imita al alto Griego, que sabio no aplicó la noble antena

al enemigo ruego de la blanda Serena,

por do por siglos mil su fama suena;

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decía comoviendo el aire en dulce son: «La vela inclina,

que, del viento huyendo, por los mares camina,

Ulises, de los Griegos luz divina;

allega y da reposo al inmortal cuidado, y entretanto

conocerás curioso mil historias que canto,

que todo navegante hace otro tanto;

Todos de su camino tuercen a nuestra voz y, satisfecho

con el cantar divino el deseoso pecho,

a sus tierras se van con más provecho.

Que todo lo sabemos cuanto contiene el suelo, y la reñida

guerra te cantaremos de Troya, y su caída,

por Grecia y por los dioses destruida.»

Ansí falsa cantaba ardiendo en crueldad; mas él prudente

a la voz atajaba el camino en su gente

con la aplicada cera suavemente.

Si a ti se presentare, los ojos sabio cierra; firme atapa

la oreja, si llamare; si prendiere la capa,

huye, que sólo aquel que huye escapa.

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Juan Boscán

A LA TRISTEZA

Tristeza, pues yo soy tuyo, tú no dejes de ser mía;

mira bien que me destruyo sólo en ver que el alegría

presume de hacerme suyo.

¡Oh, tristeza! que apartarme de contigo

es la más alta crueza que puedes usar conmigo.

No huyas ni seas tal que me apartes de tu pena;

soy tu tierra natural, no me dejes por la ajena do

quizá te querrán mal.

Pero, di: ya que estó en tu compañía,

¿cómo gozaré de ti, que no goce de alegría? Que el placer de verte en mí, no hay remedio para echallo,

¿quién jamás estuvo así? que de ver que en ti me hallo, me

hallo que estoy sin ti.

¡Oh ventura! ¡Oh amor, que tú hiciste

que el placer de mi tristura me quitase de ser triste!

Pues me das por mi dolor el placer que en ti no tienes, porque te sienta mayor, no vengas, que si no vienes, entonces vernás mejor.

Pues me places, vete ya, que en tu ausencia

sentiré yo lo que haces mucho más que en tu presencia.

SONETO XXIX

Nunca de amor estuve tan contento,

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que en su loor mis versos ocupase: ni a nadie consejé que se engañase

buscando en el amor contentamiento.

Esto siempre juzgó mi entendimiento, que deste mal todo hombre se guardase;

y así porque esta ley se conservase, holgué de ser a todos escarmiento.

¡Oh! vosotros que andáis tras mis escritos, gustando de leer tormentos tristes, según

que por amar son infinitos;

mis versos son deciros: «¡Oh! benditos los que de Dios tan gran merced hubistes, que del poder de amor fuésedes quitos».

SONETO LXXXV

Quien dice que la ausencia causa olvido merece ser de todos olvidado.

El verdadero y firme enamorado está, cuando está ausente, más perdido.

Aviva la memoria su sentido; la

soledad levanta su cuidado; hallarse de su bien tan apartado hace su desear más encendido.

No sanan las heridas en él dadas,

aunque cese el mirar que las causó, si quedan en el alma confirmadas,

que si uno está con muchas cuchilladas,

porque huya de quien lo acuchilló no por eso serán mejor curadas.

SONETO CVIII

Como el triste que a muerte está juzgado, y de esto es sabidor de cierta ciencia,

y la traga y la toma en paciencia, poniéndose al morir determinado.

Tras esto dícenle que es perdonado,

y estando así se halla en su presencia el fuerte secutor de la sentencia con

ánimo y cuchillo aparejado:

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así yo, condenado a mi tormento, de tenelle tragado no me duelo,

pero, después, si el falso pensamiento

me da seguridad de algún consuelo, volviendo el mal, mi triste sentimiento

queda envuelto en su sangre por el suelo.