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Espectros y Fantasmas

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Titulo original: Ghosts and Poltergeists Traducción: José Luis Alvarez

Primera edición: 1976 RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS ISBN: 0-385-1 1315-3 (edición original) ISBN: 84.279-5606-1 Depósito legal: B.25135-1976 © 1975 Aldus Books Limited, Londres © 1976 Editorial Noguer, S. A. - P.° de Gracia, 96 - Barcelona Printed in Spain 1976 - Cayfosa - Santa Perpetua de Moguda, Barcelona

Portada: el mundo de los espectros, p lasmado por un ar t i s ta f rancés. Ar r iba : ¿Queda de los muer tos algo más que sus huesos?

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ASESORES DE LA COLECCION:

COLIN WILSON DR. CHRISTOPHER EVANS

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De todos los fenómenos misteriosos que de vez en cuando conmueven este racional mundo nuestro, pocos habrá tan incomprensibles y controvertidos como los representados por los espectros. En realidad, nadie puede definirlos con absoluta precisión. ¿Son acaso las ánimas de los muertos? ¿Imágenes evocadas por la mente? ¿Figuras producidas por dos cerebros en armónica relación telepática? Y en cuanto a los duendes: ¿qué fuerza desconocida provoca sus perturbadores efectos físicos? Mientras escépticos, convencidos e investigadores psíquicos discuten el tema, los narradores siguen fascinando hasta a los más incrédulos con sus relatos asombrosos e inverosímiles.

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Ver para creer

Mientras residió en Boston, el entonces joven escritor Nathaniel Hawthorne me-nudeaba sus visitas a la Biblioteca del Ateneo. Entre los distinguidos asiduos al salón de lectura figuraba el reverendo doctor Harris, clérigo de más de ochenta años a quien podía verse todas las maña-nas sentado junto al hogar, enfrascado en la lectura del Boston Post. Cierto día Hawthorne se quedó maravillado al ente-rarse, por mediación de un amigo, del reciente fallecimiento del reverendo, pues el autor recordaba haberlo visto esa misma mañana en su sitio de costumbre. Mayor sería aún su pasmo cuando a la

Arr iba: este rec lamo, v is ib le a la entrada de una "casa encan tada" —elemento impresc ind ib le en todo parque de divers iones—, representa la concepción popular del espectro como mí t ica cr ia tura hor r ip i lan te a la que nadie t oma en serio.

Derecha: fo tograf ía de un posible fan tasma, obten ida en 1 9 5 9 por el reverendo R. S. Blance en un bosque aus t ra l iano Aunque en este lugar celebraban an t iguamente los aborígenes sus cruentas ceremonias de in ic iac ión, el fo tógra fo se encontraba comp le tamente solo en el m o m e n t o de captar esta imagen. El examen técnico de la película parece descartar la doble exposic ión. Las escasas fo tograf ías de apar ic iones —o de supuestas apar ic iones—, cons t i t uyen pruebas de indudable peso para demost rar la ex is tencia de espectros.

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"¿Qué conclusión cabe sacar de esta historia?"

Abajo: el novel ista y narrador de cuentos estadounidense Nathan ie l Haw tho rne Autor de numerosos relatos de tema sobrenatural , tuvo var ios encuent ros con verdaderos espectros. Su casa de Massachuse t t s estuvo encantada, aunque el fan tasma sólo se dignó aparecer en el patio delantero del edi f ic io. "En más de una ocasión —escr ib id H a w t h o r n e — , ha l lándome de día en la sala, me ha parecido que alguien cruzaba por delante de las ventanas Pero al salir a echar un vistazo, nunca encontré a nadie." Menos esquivo fue el espectro observado por el l i terato en el Ateneo de Boston, pues durante semanas ocupó la m i s m a si l la, enfrascado en la lectura de su periódico

mañana siguiente volvió a ver al anciano en el Ateneo, sentado junto al hogar y leyendo su periódico. Intrigado, Hawthorne se quedó en un rincón de la sala, lanzando ocasionales miradas furtivas al supuesto aparecido, a todas luces vivo y sólido. Esta escena se repitió día tras día durante varias semanas, llegando Hawthorne a considerar "al venerable difunto como uno más de aquellos vejestorios, cómodamente instalados en torno al hogar y dormitando con los periódicos en la mano". Ni uno sólo de estos "vejestorios" parecía ver al espectro, aunque en su gran mayoría habían sido amigos íntimos del clérigo. Razón de más, cavilaba Hawthorne, para extrañarse de que el espec-tro sólo se le apareciera a él, pues únicamente se conocían de vista y jamás intercambiaron ni siquiera una palabra. Aunque pensándolo bien, tal vez lo vieran todos y no querían darse por aludidos.

Años después, refiriendo el incidente en una carta dirigida a un amigo, Hawthorne no comprendía cómo dejó escapar esa magnífica ocasión de investigar el fenómeno, rozando al apa-recido al pasar junto a él, por ejemplo, o arrebatándole el pe-riódico... si era un periódico, claro está. "Tal vez —confesaba— fui incapaz de destruir una ilusión, de robarme a mí mismo tan magnífico cuento de fantasmas, cuya explicación acaso no contuviera misterio alguno." Al cabo de unos días —proseguía el escritor rememorando aquel suceso—, tuvo la convicción de que el anciano caballero le observaba como quien espera una reacción. Quizá tuviera necesidad de transmitirle un mensaje, y confiaba en que Hawthorne le dirigiera la palabra. "De ser cierta mi sospecha, demostró tan poco juicio como los demás miembros de la gran hermandad de los espíritus, lo mismo en cuanto al lugar escogido para la entrevista como en lo relativo al potencial receptor de sus comunicaciones. En la sala del Ateneo estaba terminantemente prohibido hablar. Por lo tanto, de haberme dirigido verbalmente a la aparición, habría atraído sobre mí la fulminante condena de la longeva y soñolienta compañía... Por no mencionar la ridicula escena que aparece-ría ante sus ojos, pues tan sólo verían a un sospechoso de de-mencia conversando con una silla vacía..."

El extraño personaje faltó un día a la cita, y Hawthorne no supo más de él.

¿Qué conclusión cabe extraer de esta historia? ¿Se limitaba Hawthorne a ejercer su profesión, relatando uno más de sus cuentos? Probablemente no, pues siendo como era un habili-doso artesano de la literatura, pudo darle cierto dramatismo al relato y, en cambio, no lo hizo. Como ficción, carece de relieve. Pero como experiencia psíquica, su interés es muy considera-ble. No es el típico caso de la mujer vestida de gris, vaporosa y transparente, divisada durante unos segundos, en un oscuro vestíbulo, por una persona impresionable y para colmo, miope. Por el contrario, se trata de una figura de apariencia sólida, ob-servada a lo largo de varias semanas por un hombre perfecta-mente equilibrado, si bien en extremo sensible e interesado por todo lo místico. ¿Qué vio Hawthorne?

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Arr iba : a mediados del siglo XIX la cooperación de fo tógra fos y esp i r i t i s tas —prac t ican tes respect ivamente de un nuevo arte y un nuevo cu l to— produjo este t ipo de ingeniosas imágenes f ic t i c ias . Abat ido por el dolor y acaso perdido en sus recuerdos, el v iudo desolado recibe la v is i ta del espectro de su amada esposa.

Izquierda: Beverley Dennis, que reside en la población inglesa de B i rm ingham, mues t ra un retrato del f an tasma que ronda su casa. "El 'v iejo A lber t ' —expl ica esta ch iqu i l la de ocho años de edad—, es gordo y l leva un bastón. No es malo, pero a mí me da miedo. " Aunque los padres de Beverley no han v is to el espectro, s ienten cierta a la rma ante los f recuentes ruidos mis ter iosos y el inexpl icable mov im ien to de objetos, hasta el pun to de haber so l ic i tado una nueva viv ienda. £n op in ión de los vecinos, los datos fac i l i tados por la niña —pese a la escasa cal idad del d i b u j o -parecen ident i f icar al f an tasma con el anc iano Alber t , anter ior inqu i l ino de la casa.

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La respuesta inmediata de muchas personas sería que Hawthorne, sencillamente, tuvo la oportunidad de contemplar el espíritu del fallecido doctor Harris. Por alguna razón desco-nocida para nosotros, el clérigo retrasó su viaje al otro mundo, quedando temporalmente atrapado en el lugar que él había frecuentado en vida.

La fe en una existencia futura, compartida por casi todos los pueblos desde la más remota antigüedad, supuso en épocas anteriores la legitimidad de los espectros, legitimidad no reco-nocida por nuestra escéptica cultura. En su gran mayoría, las religiones preconizan la existencia de un lugar o lugares adon-de se desplazan los espíritus, y de ahí los ritos que facilitan el tránsito. No obstante, la gente siempre ha intuido cierta rela-ción entre cuerpo y espíritu, incluso después de la muerte, atri-buyendo importancia primordial a la sepultura de los cadáve-res conforme a determinados requisitos, precisamente para evitar la aparición de los espectros o su presencia en los luga-res habitados por los vivos. Entre algunas comunidades primi-tivas se sujetan fuertemente las extremidades del cadáver, a fin de imposibilitarle el retorno.

Uno de esos espíritus atrapados sería objeto del primer paso conocido de investigación psíquica. En la Atenas del siglo I. a.d.C., cierta casa recibía todas las noches la visita del espectro de un anciano de luenga y canosa barba. Este espíritu, como sucedería luego con tantos otros —recuérdese el Marley de los Cuentos de Navidad dickensianos—, llevaba cadenas en manos y pies, lo cual no le había impedido matar del susto a un inquilino del inmueble. Lógicamente, nadie quería vivir en una casa encantada, y el propietario, desesperado por tan rui-nosa situación, redujo el alquiler hasta fijarlo en una cifra ridicula. Atraído por aquel misterio y posiblemente tentado por la irresistible ganga, el filósofo Atenodoro aceptó la oferta. Decidido a llegar hasta el fondo del asunto, se dispuso a pasar en vela su primera noche en el nuevo domicilio.

Pronto se vio recompensado su celo por un inequívoco arrastrar de cadenas, apareciendo acto seguido el escuálido espectro aherrojado, haciéndole señas desde el umbral. Ateno-doro no se dio por aludido. El anciano comenzó a aproximarse, haciendo sonar sus cadenas y presa de gran nerviosismo, sin conseguir reacción alguna del filósofo, que permanecía impá-vido. Por fin, desanimado, el fantasma dio media vuelta, pasó a un patio contiguo y allá desapareció. Observándole con el rabi-llo del ojo, Atenodoro tomó buena nota del lugar exacto donde el espectro se había desvanecido.

Al día siguiente hizo venir a un magistrado y en su presencia se puso a cavar en el patio. Al poco tropezaba el pico con un esqueleto encadenado. El juez dispuso su traslado a una fosa del cementerio y nunca más volvió a saberse del espectro.

Unos dos mil años después se haría público un caso bastan-te parecido, aunque esta vez sucedió en Inglaterra. Eric Maple, experto folklorista especializado en historias de fantasmas, efectuó un viaje a Reculver, en el condado de Essex, antiguo

Los fan tasmas aparecen en las t rad ic iones, el arte y la l i te ra tura de todos los países. Arr iba: t íp ica representación de un espectro japonés, con su holgada indumenta r ia blanca y una abundante y revuelta melena, aterror izando a un mor ta l . Los aparecidos nipones suelen carecer de las extremidades infer iores. Si corresponden a personas de vida marcadas por la maldad, la imag inac ión popular les at r ibuye fo rmas monst ruosas , como ind icac ión del eterno cast igo a sus pecados. En la t rad ic ión japonesa los espectros suelen v is i tar a las personas para advert i r les de su muerte.

Derecha: dominando París desde su elevado mirador , esta gárgola de la catedral de Notre Dame representa la creencia medieval de que un demonio, enclavado en lo a l to de un templo , ahuyentaba a sus congéneres y de paso protegía a los f ieles congregados en el rec into sagrado. La iglesia admi t ía la capacidad de los demonios para adoptar las más var iadas fo rmas espectrales.

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Izquierda: fachada de la "casa encan tada" en un parque de at racc iones, con el sur t ido comple to de los terrores que se ofrecen al c l iente. En general, a la gente le complace pasar miedo con las estremecedoras h is tor ias de aparecidos o con repugnantes mons t ruos de car tón piedra agazapados en un r incón tenebroso. No obstante, escasean los relatos de apar ic iones autént icas con un conten ido terror í f ico. En condic iones normales, el perceptor no exper imenta temor a lguno ante el espectro, cuya apar iencia puede hacerle pasar por humano.

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Ar r i ba : en la conoc ida obra de Shakespeare , el espectro de Banquo se aparece al aterror izado M a c b e t h , cu lpab le de su ases ina to . M a c b e t h g r i t a a la apa r i c ión

a la cual sólo él puede ve r—, m i e n t r a s su esposa procura t r anqu i l i za r a los huéspedes, asegurándo les que se t r a t a de un a taque pasajero. Aba jo : en la Segunda parte del rey Enrique IV, el f a n t a s m a del duque de Gloucester se aparece a su ases ino, el mor ibundo cardena l Beau fo r t

emplazamiento de una colonia romana. Las gentes del pueblo le hablaron de cierto bosquecillo próximo, donde, en las no-ches invernales, se oía el lastimero llanto de varios niños. Más de un testigo juró haber distinguido claramente los lúgubres sonidos, asegurando a Maple que por nada del mundo se acer-caría voluntariamente al "bosque de los niños".

En la década de los sesenta se llevó a cabo un extenso pro-grama de excavaciones de Reculver, culminando con la locali-zación de importantes restos romanos. Eric Maple visitó el lugar cuando los arqueólogos se disponían a embalar una co-lección de esqueletos pertenecientes a niños de corta edad. Tras el correspondiente análisis, la antigüedad de aquellos huesos se cifró en un mínimo de mil quinientos años. Uno de los esqueletos mostraba señales inequívocas de un sacrificio ritual, con posterior inhumación en los cimientos de la colonia por parte de la guarnición galorromana. Pese a la terminante prohibición imperial, parecía evidente la persistencia de las in-molaciones humanas, práctica común a tantos pueblos de la Europa primitiva. ¿Se probaba así la autenticidad del fenóme-no de los llantos o, por el contrario, la historia de la matanza había creado una leyenda de gemidos infantiles en el bosque?

La Iglesia siempre se mostró recelosa en la cuestión de los espectros. En general predominó la opinión de que, cuando un demonio no hallaba una persona de voluntad débil a quien po-seer, recurría a la forma espectral para hacerse visible. Sin

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Aba jo : escena de uno de los m á s célebres re la tos de espect ros , los l l amados Cuentos de Navidad, de D ickens . El avaro Ebenezer Scrooge recibe la v i s i ta del espect ro de su an t i guo soc io , J a c o b M a r l e y . P r o f u n d a m e n t e a r repen t ido de su v ida y a t o r m e n t a d o por sus ac tua les padec im ien tos , M a r l e y predice e l ~ m i s m o cas t i go para Scrooge, si éste no t r a t a de e n m e n d a r s e y aprende a a m a r a l p r ó j i m o .

negar la posible identificación de ciertos fantasmas con las ánimas en pena del Purgatorio —o incluso con algunos santos—, los pastores de la Iglesia recomendaban suma cau-tela en los tratos con aquellos seres.

Esta actitud precavida hacia los espectros constituye uno de los elementos del Hamlet shakespeariano. Cuando el prínci-pe recibe la primera visita del padre asesinado reconoce la po-sible malignidad del aparecido: "Ya seas alma dichosa o con-denada visión, traigas contigo aura celestial o ardores del in-fierno, sea malvada o benéfica intención la tuya, en tal forma te me presentes, que es necesario que yo te hable." Más tarde, aunque prácticamente convencido, por revelación del espec-tro, de que su tío es culpable de la muerte del llorado monarca, Hamlet vacila en vengar ese crimen, pues persiste en él la duda en cuanto a la verdadera identidad de la visión. "La apari-ción que vi pudiera ser un espíritu del infierno. Al demonio no le es difícil presentarse bajo la más agradable forma." Dispone la representación de una pieza teatral en la que se describe un asesinato de características parecidas, confiando arrancar con tal treta la confesión de su tío, el actual monarca. Sólo así po-drá comprobar la veracidad de la acusación.

El espectro de Hamlet, como se recordará, no es visible para todos, del mismo modo que tampoco lo era el observado por Hawthorne. Los amigos del príncipe pueden verlo, pero no así su madre. Cuando el espectro aparece en la cámara de la reina y Hamlet le dirige la palabra, aquélla se alarma, pues nada ve. Recelosa de la salud mental de su hijo, sólo halla una explicación: "Todo esto es efecto de la fantasía."

La interpretación de la reina es típica del escéptíco en estas cuestiones. Una aparición —término preferido por el incrédulo, pues "espectro" parece dar por sentada la supervivencia de una persona— es tan sólo una imagen evocada por quien la ve.

Descuellan por su dramatismo, entre todas las historias de espectros, las relativas al entierro prematuro. El temor a recibir sepultura en estado de coma es muy real, y no del todo infun-dado, aunque hoy en día tal posibilidad sea prácticamente nula. En su libro titulado The Romeo Error, Lyall Watson men-ciona un caso sucedido en Nueva York en 1 964. Cuando un ci-rujano se disponía a realizar una autopsia, el supuesto cadáver se incorporó de repente y le agarró por el cuello. El médico mu-rió de la impresión.

A Edgar Alian Poe le fascinaba el tema del entierro prema-turo, llegando a extremos de verdadera morbosidad. En uno de sus relatos más macabros —"El hundimiento de la casa Us-hér"—, el señor de la casa, Roderick Usher, muere a manos de un cadáver. Su hermana, lady Madeline, había fallecido tras larga y penosa enfermedad. En espera del entierro, se instaló provisionalmente el cuerpo en una bóveda de la decrépita mansión. Varias noches después y en el apogeo de una violen-ta tempestad, el trastornado Roderick creyó oír un ruido proce-dente del lugar donde se depositara el féretro, seguido del re-chinar de la verja de hierro que cerraba la bóveda y unos pasos

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El cadáver viviente

En 1878 D.J. Demarest, tendero de Paterson, Nueva Jersey, sufrió un rudo golpe con el súbito fal le-cimiento de su hijita, víctima de una enfermedad cardíaca. Ha-biéndose producido el óbito un martes, la famil ia amortajó el ca-dáver y lo depositó en un peque-ño ataúd. El viernes de esa misma semana el desolado pa-dre, tras unos momentos de me-ditación junto al féretro, pasó a la estancia contigua. Incapaz de dominar sus emociones, se des-plomó sobre una butaca, ocul tó el rostro entre las manos y pro-rrumpió en llanto.

De repente, un ruido de pasos en el aposento cont iguo le hizo levantar la cabeza, para ver, con el comprens ib le asombro, la blanca figura de su hija en el um-bral. Tambaleándose, la chiquilla llegó hasta él, se dejó caer en su regazo y le abrazó con fuerza. Así, acurrucada entre los brazos del aturdido Demarest, pocos se-gundos después expiraba defini-t ivamente.

El p r imer fa l l ec im ien to no había sido tal, sino un profundo estado comatoso.

Esta historia, no por macabra menos real, atravesó el océano y la recogió en sus páginas una pu-blicación especializada en críme-nez y misterios, The lllustrated Pólice News.

en la escalera. Poniéndose en pie de un salto, gritó a los sor-prendidos acompañantes: "¡Mi hermana está ahí fuera!"

En ese momento se abrió la puerta lentamente. "En efecto, la impresionante figura amortajada de lady Madeline de Usher se recortaba en el umbral. Había sangre en sus blancas vesti-duras y muestras de una encarnizada lucha en su rostro dema-crado. Tras unos instantes de visible esfuerzo por dominar sus temblores, logró avanzar tambaleándose para, con un leve ge-mido apenas audible y en los estertores de la agonía definitiva, desplomarse pesadamente sobre su hermano. Bajo ella quedó el cadáver del señor de Usher, víctima de sus presenti-mientos pavorosos."

En la mejor tradición del relato terrorífico, la figura de lady Madeline admite diversas interpretaciones: la mujer viva que logra escapar de su ataúd; el espíritu de una asfixiada en su se-pulcro, sediento de venganza; o la proyección de los senti-mientos de temor y culpabilidad, abrigados por Roderick.

El tema del entierro prematuro se repite en la persistente le-yenda inglesa de la monja plañidera, con sus numerosas va-riantes. Goza de cierta popularidad la versión sobre la religiosa a quien, por quebrantar su voto de castidad, se condenó al em-paredamiento. Desde el profano sepulcro de los muros con-ventuales, su espíritu vaga eternamente, sin paz ni sosiego. En realidad, el entierro clandestino de religiosos y monjes —falle-cidos de muerte natural— es históricamente cierto. Tras el sis-temático despojo de los monasterios, ordenado por Enrique VIII, muchos religiosos de ambos sexos pasaron el resto de sus vidas ocultos en casas solariegas, entre cuyos muros recibie-ron sepultura. La leyenda de la monja emparedada, así como otras similares, pudo originarse en auténticas historias de en-tierros clandestinos.

En tal caso, no sería la primera vez que el pueblo crea un mito espectral en torno a un núcleo verídico y demostrable. Este proceso de distorsión y embellecimiento aparece cuando la transmisión del relato se realiza verbalmente. Un novelista contemporáneo, el escocés Gordon M. Williams, explica en uno de sus artículos de qué modo se van produciendo esas alteraciones con el paso de los años. Cuando residía en un villorrio del condado inglés de Devon, supo que las gentes de la comarca consideraban malo para toda la comunidad el falle-cimiento de algún vecino... en el mes de noviembre. Según explicaba el dueño de la cervecería del pueblo, "antiguamente" los cadáveres debían enterrarse en un camposanto situado a unos ochenta kilómetros de distancia, para lo cual las lentas carretas tenían que atravesar todo el páramo. Durante el in-vierno, las nevadas podían impedir el transporte, en cuyo caso el carretero abandonaba el cadáver en su provisional sepultura de hielo hasta la llegada de la primavera. Y así —proseguía el tabernero— el muerto, solo y sin la bendición del cura, quedaba

| a merced de cualquier demonio errante. A las preguntas de Will iams sobre la fecha en que se había transportado de aquel modo el último féretro, repuso su interlocutor que debió ser

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Arr iba : la hor r ip i lan te posib i l idad del ent ierro en vida, considerada desde un punto de v is ta humor ís t i co . Esta l ám ina del siglo XVII I recoge el diálogo entre un jurado y el juez de ins t rucc ión : " Ju rado : 'Este hombre esta vivo, señor ía: acaba de abrir un ojo.' Juez: 'Señor mío, s i el médico le dio por d i fun to hace dos horas, para mí está muer to . Así que yo sigo con los t r á m i t e s . ' " Izquierda: el m i smo tema, t ra tado con carácter más melodramát ico , en una i lus t rac ión del cuento de Edgar A l i an Poe "El hund im ien to de' la casa Usher" .

"en tiempos de mi abuelo, o quizás de mi bisabuelo". Compro-bando tales extremos en el Museo Británico de Londres, Wi-lliams pudo convencerse de la autenticidad básica del relato, con la única salvedad de la fecha del últ imo transporte, efec-tuado exactamente en el año 1138.

En 1915, durante la primera Guerra Mundial, el Evening News londinense publicaba un artículo firmado por Arthur Ma-chen quien describía la penosa retirada del ejército británico en la ciudad belga de Mons. Según el articulista, un oficial que ca-balgaba entre dos compañeros de armas observó la presencia de arqueros a caballo en ambos flancos. "Convencidos de haber visto una unidad de caballería, en cuanto pudieron hacer un alto uno de los oficiales salió al mando de un grupo de

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hombres para efectuar un reconocimiento, pero no vieron a nadie." No tardó el rumor en identificar a los espectrales com-batientes con los arqueros ingleses de la batalla de Azincourt, villorrio normando donde las huestes de Enrique V derrotaran, en 1415, a fuerzas francesas muy superiores en número. Con semejante interpretación, los saeteros constituían un claro símbolo de esperanza para los supervivientes de Mons.

Pronto aparecieron despachos corroborando esa historia, aunque ahora los combatientes ya eran aguerridos batallones angélicos, decididamente pro aliados. Cuando Machen recono-ció en público el carácter ficticio de su artículo, era demasiado tarde: la gente necesitaba creer en aquellos ángeles. Cada su-perviviente de Mons contaba su propia versión, hasta el punto de que hoy, después de tanto tiempo, más de un veterano jura-rá haber visto a las huestes celestiales marchando entre nubes de pólvora hacia las líneas alemanas.

Friedrich Herzenwirth, ex director del espionaje alemán, se encargó de comentar irónicamente esta historia. En sus me-morias, aparecidas en 1930, afirma que los supuestos ángeles no eran sino imágenes cinematográficas proyectadas sobre las nubes por pilotos alemanes, con el fin de hacer creer a los in-gleses en una identificación de Dios con la causa germana.

La credulidad extrema de los humanos y su tendencia a de-leitarse con fantásticos relatos de espectros, llenos de colorido y dramatismo, constituye un obstáculo grave para la investiga-ción psíquica con exigencias de seriedad. El estamento científi-co, práctico y realista, se ha desinteresado de un campo plaga-do de antiguas supersticiones, tópicos literarios y trucos de feria. De ahí la convicción, predominante entre estos escépti-cos, de que cualquier aparición no atribuible a la pura mitolo-gía puede achacarse a la intoxicación o inestabilidad mental del perceptor, es decir, de quien la ve.

Pero los investigadores que han tratado el tema con serie-dad, científicamente, saben que la abundancia de testimonio no admite el fácil recurso de un hipotético desequilibrio mental del perceptor. Uno de los primeros estudios sistemáticos debió de ser el llamado "Censo de alucinaciones", preparado y dirigi-do en 1890 por la Sociedad de Investigaciones Psíquicas SPR. A los 1 7.000 encuestados británicos se le formuló la siguiente pregunta: "¿Alguna vez, sabiéndose totalmente despierto, ha creído usted ver, o ser tocado, por un ente vivo u objeto inani-mado; o le ha parecido oír una voz, sin que pudiera usted atri-buir de forma concreta esa o esas sensaciones a una causa física externa?"

De los 17.000 consultados, 1684, casi el 10 por ciento, respondieron afirmativamente. Los estudios de características similares efectuados en Francia, Alemania y los Estados Uni-dos, proporcionaron un 1 1,96 por ciento de respuestas positi-vas, de un total de veintisiete mil consultas. A los encuestados británicos que contestaron en sentido afirmativo se les pidió un relato detallado de su experiencia. El personal especialista de la SPR se encargó de evaluar y clasificar las declaraciones.

A r r i b a : i l u s t r a c i ó n para " La abadía de N e t l e y " , una de las h i s t o r i as de espect ros que c o n s t i t u y e n las Ingoldsby Legends, debidas a la ingen iosa p l u m a de R. H. B a r h a m . En el g rabado, los severos f ra i les proceden a empareda r a la pobre m o n j a , cu lpab le de c ie r tos devaneos con el j a rd i ne ro del conven to . A b a j o : la fan tas ía del a r t i s t a reproduce, en u n e jemp la r de 1 8 6 9 de The lllustrated Pólice News, el ha l lazgo de un esque le to en la c r ip ta de un conven to medieva l . Derecha: ig les ia pa r roqu ia l de S toke Dry, en el a n t i g u o condado ing lés de Ru t l and . En uno de sus aposen tos , p rec i samen te el s i t uado sobre la en t rada p r inc ipa l , su f r i ó p r i s ión una b ru ja a qu ien se dejó mor i r de i nan i c i ón . Desde en tonces , se dice que su espec t ro ronda la par roqu ia .

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El censo se proponía comprobar la existencia del fenómeno telepático, partiendo de una hipotética proyección de la propia imagen sobre otra persona. Un elevado porcentaje de aparicio-nes quedaba comprendido en esta categoría; pero algunas otras se referían a personas fallecidas, con o sin conocimiento del perceptor.

Uno de los casos más interesantes lo refirió una joven estu-diante de medicina, quien se amparaba bajo el seudónimo de "señorita Morton". Durante un período de siete años, de 1 882 a 1 889, deambuló por su casa un enlutado espectro femenino de esta_tura superior a la normal, el cual entraba en el salón, se detenía un instante junto a la ventana y luego abandonaba el aposento para desaparecer por la puerta del jardín. La infor-mante describió con gran detalle la aparición, por haberla visto y oído en múltiples ocasiones. Sin embargo, a partir de 1884 fue perdiendo nitidez y comenzó a espaciar cada vez más sus apariciones.

Otros testigos corroboraron la descripción facilitada por la señorita Morton. Su padre, no obstante, jamás llegó a ver la aparición. Entre los diversos incidentes relatados por la in-formante, merece destacarse el sucedido un 12 de agosto:

"Aquella tarde iba yo por el jardín cuando la divisé en el huerto. Avanzó por la calzada delantera, se metió en la casa por una puerta lateral abierta, atravesó el vestíbulo y penetró en el salón. Al poco rato llegó mi padre, pero aunque le indiqué

Arr iba: par t i tura de una canc ión de la pr imera Guerra Mund ia l , "El ángel de M o n s " . La gente aceptó el conten ido f i c t i c io de cierto ar t ícu lo per iodíst ico, or igen de esta nueva leyenda.

Izquierda: en el ar t ícu lo de A r thu r Machen, los "ánge les " eran humi ldes arqueros ingleses, supuestos espír i tus de los guerreros caídos en 1 4 1 5 durante la batal la de Az incour t . Por s imbol izar una gran v ictor ia de las a rmas inglesas, los saeteros mí t icos s i rv ieron como apoyo mora l a los exhaustos br i tán icos t ras el descalabro de Mons. Poco después, la prensa al iada se hacía eco de var ios re latos de tes t igos presenciales. El fenómeno espectral se interpretó como demost ra t i vo del favor dispensado por Dios a la causa al iada. Todos los desment idos de Machen fueron en vano, pues el pueblo ansiaba creer en aquel los ángeles providenciales.

Derecha: George Cru ikshank ( 1 7 9 2 - 1 8 7 8 ) , car ica tur is ta , d ibu jan te y grabador inglés, supo ref lejar en su obra la sociedad de su t iempo. En este grabado, un hombre despierta en plena noche y se asusta de sus propias ropas. Las prendas, sobre una si l la y colgadas t ras la puerta, evocan en su imag inac ión las f iguras de dos fan tasmas. Son incontab les los casos de v is i tas espectrales producto ún icamente de engañosas i lus iones ópt icas Por otra parte, las "p isadas m is te r iosas " suelen ser obra de algún ratón merodeador o consecuencia de la con t racc ión de viejos maderos, al enfr iarse la casa por la noche

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la presencia del espectro, no pudo ver nada. Cuando lo llevé junto a la ventana, la aparición se escabulló dando un rodeo, llegó hasta el vestíbulo y como de costumbre salió por la puer-ta del jardín. La seguimos, pero ya se había desvanecido..."

Esa noche, hacia las ocho, la señorita Morton y su hermana volvieron a ver la figura junto a la ventana de la sala, "durante unos diez o quince minutos".

Dispuesta a averiguar cuanto pudiera sobre aquel fenóme-no, la informante tendió un hilo de parte a parte de la escalera; la figura atravesó el obstáculo sin que éste acusara el menor contacto físico. Cuando intentaba tocarla, la aparición quedaba siempre un poco más allá de su alcance. Le habló en varias ocasiones, sin resultado alguno: se detenía un instante, pare-cía dudar y luego renunciaba a todo intento de comunicación.

La descripción de los testigos apuntaba cierta similitud del espectro con una tal señora S, anterior ocupante de la vivienda hasta su fallecimiento en 1878, aunque no era posible confir-mar la identificación, por la circunstancia de que ocultaba su rostro con un pañuelo. No obstante, el marido de la señora S había muerto dos años antes que la mujer, con lo cual el pa-ñuelo podía ser una más de sus prendas de luto. Los proble-mas de aquel matrimonio habían sido del dominio público, pues al alcoholismo del señor S —a raíz de la trágica pérdida de su primera esposa— se sumó el de su segunda mujer, tras infructuosos esfuerzos por reformarlo. Según las explicaciones

Abajo: no se t ra ta de un extra, fugado de una película de terror, s ino de un empleado mun ic ipa l de Sao Paulo, cuyo Depar tamento de Tráf ico lanzó en 1 9 7 1 una campaña de seguridad en carretera. Es de suponer que la espectral v is ión recordaría a los conductores cuán fugaz es nuestro paso por la t ierra... y reducir ían en consecuencia la velocidad de los vehículos.

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Arr iba : El cuento de fantasmas es el t í t u lo de este grabado, donde un campes ino en t re t iene a su f a m i l i a con h i s t o r i as de aparec idos. D i r íase a pun to de a lcanzar el m o m e n t o c u l m i n a n t e de la nar rac ión . Dent ro de un ins tan te , oyentes y nar rador , a cual m á s asus tado , pegarán un sa l to m ien t ras la ja r ra pierde su precar io equ i l i b r io para hacerse añ icos con t ra el suelo. M á s de una apa r i c i ón puede achacarse a los ga tos , causan tes de i l us iones espect ra les por su s ig i l o y el br i l lo de ^ V o j o á - ta -pscur idad

Derecha: " A l i n s t a n t e se abalanzó sobre é l " , i l u s t r ac i ón que recoge un m o m e n t o d r a m á t i c o del re la to de f a n t a s m a s " S i l b a , h i jo mío, y apareceré an te t i " , de M R James . V ia jando por la cos ta o r i en ta l de Ing la te r ra , un profesor escépt ico se encuen t ra un v ie jo s i l ba to . Sopla y al m o m e n t o aparece un esp í r i tu mal igno. . . ¿o acaso se t ra ta de un ref le jo del prop io i n s t i n t o supers t i c ioso , legado de u n t e m o r ances t ra l? La a m b i g ü e d a d de la na r rac ión es consecuenc ia lóg ica del c o n f u s i o n i s m o inhe ren te al t ema de los espect ros , ex t raña mezcla de m i t o s y real idades.

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La mujer que no quiso morir Ligeia, protagonista de un relato de Edgar Alian Poe, el virtuoso del terror, sentía un ardiente deseo de vivir. Sin embargo, su enfermedad incurable acabó por agotar sus energías y, con ellas, su voluntad. La falta de un autén-t ico deseo de supervivencia, in-sistió Ligeia antes de expirar, permitía la victoria de la muerte sobre los humanos.

Su viudo, desconsolado, deci-dió mudarse a Inglaterra, donde inició una nueva vida. Adquir ió una antigua abadía, la hizo re-construir y al cabo de un t iempo contrajo nuevas nupcias. Pero ja-más olvidó a la apasionada Li-geia, con su cautivadora cabelle-ra de azabache. Pocos meses después moría la segunda espo-sa, a quien nunca había amado.

Cuando aquella noche el mari-do velaba a solas el cadáver, le pareció descubrir en éste cierto rubor de las mejillas. El hombre hizo cuanto pudo por reanimar a su esposa, pero ésta volvió a su-mirse en las t inieblas de la muer-te. Cosa de una hora después, creyó oír un leve suspiro; de nuevo se esforzó por ayudar a la mujer. Estas tentat ivas fueron re-pit iéndose a lo largo de la noche, y con cada una de ellas la esposa parecía revivir más. Finalmente, al despuntar el alba, la f igura se alzó y avanzó hacía el esposo. Al retirar el sudario que le cubría la parte de la cabeza, la mujer dejó ver "una larguísima cabe-llera de azabache." Era Ligeia.

de quienes trataron a la difunta, el espectro de la aparición re-cordaba a la infortunada mujer a menudo ebria.

Quien vea en la lúgubre dama de la señorita Morton un típi-co producto de la obsesión victoriana por el tema de la muerte, tal vez considere interesante un caso más simple acaecido en 1929, según lo recoge Andrew MacKenzie en su libro Appari-tions and Ghosts. La señora Deane (también es seudónimo) pasaba un fin de semana en casa de una tal señora Mills, en-fermera de su hija, en Cleveland, Ohio. La anfitriona era viuda y madre de un niño, a quién la huésped ya conocía. Por lo de-más, la invitada ignoraba prácticamente itodo lo relacionado con la familia Mills.

La primera noche de su estancia en Cleveland, cuando se desnudaba para meterse en la cama, la señora Deane oyó "un ruido extraño en la puerta del dormitorio, como si alguien hi-ciera girar el pomo. Abrí y me encontré con una muchacha de agradable aspecto, vestida normalmente. '¡Hola!' la saludé. '¿Quién eres tú?' 'Soy Lottie' respondió, 'y ésa es mi habita-ción'. La invité a pasar, pero se limitó a sonreír y al momento había desaparecido."

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Derecha: un éxi to de la " fo tograf ía esp i r i t i s ta " v ic tor iana. El espectro de la madre, recortado de otro negat ivo y convenientemente retocado con el f in de darle un aspecto etéreo, se cierne sobre la cr ia tura dormida Los au tén t icos aparecidos, a semejanza de los mor ta les , no pueden volar. No obstante, en ocasiones ascienden por lugares donde exis t ieron escaleras cuando la persona vivía.

Abajo: esta fotograf ía a lemana, obtenida hacia 1 8 8 0 , cons t i tuye una de las fa ls i f icac iones más evidentes de su especie. La calavera no concuerda con la creencia espi r i t is ta de que los cuerpos de u l t ra tumba son versiones etéreas de nuestra apar iencia f ísica en la t ierra.

Arr iba: más fo togra f ías t rucadas. En un escenario común, el m i s m o espectro superpuesto. Sólo cambian los perceptores

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"Por extraño que parezca, no sentí el menor nerviosismo y aquella noche dormí bastante bien. Cuando a la mañana si-guiente le pregunté a la señora Mills quién era Lottie, me dijo con pesadumbre que se trataba de su hija Charlotte, fallecida unos años atrás."

Sumamente afectada por el incidente, la señora Mills evitó hablar de su hija. Unos cuarenta años después, al ser infor-mado del caso por la señora Deane, Andrew MacKenzie se personó en el registro civil de Cleveland, para efectuar las comprobaciones de rigor. La búsqueda resultó infructuosa, por desconocerse el año del fallecimiento. Por otra parte, la señora Mills y su hijo se habían trasladado a un nuevo domicilio y nadie sabía su paradero.

Independientemente de la posible relación entre la difunta Charlotte Mills y la aparición, lo cierto es que para la señora Deane fue, durante unos momentos, algo real. Tal vez el ruido del supuesto pomo lo causara una corriente de aire en el vestí-bulo; quizá la informante se encontraba en un período de tensión nerviosa; acaso se imaginó su conversación con la muchacha. No obstante, sería inútil negar que este testigo, y millares de personas interrogadas por otros investigadores psíquicos, han tenido contacto con fenómenos todavía inexpli-cables para la ciencia actual.

Sea cual fuere su entidad, origen o apariencia, los espectros constituyen una realidad innegable.

Aba jo : he aquí una fo tog ra f ía de un f a n t a s m a , pos ib l emen te au tén t i ca . T ras v i s i t a r la t u m b a de su madre la señora M a b e l Ch innery , de la loca l i dad inglesa de I p s w i c h , f o t og ra f i ó a su esposo sen tado al vo lan te del a u t o m ó v i l f a m i l i a r . Cuando rec ib id las cop ias, la mu je r descubr ió la imagen de su padre (seña lada con una f lecha) en el as ien to pos te r io r del vehícu lo . En op in i ón del exper to f o t o g r á f i c o del Sunday Pictorial, d o m i n i c a l que en 1 9 5 9 pub l i có el d o c u m e n t o g rá f i co , el negat ivo es tá en per fec tas cond i c i ones y no mues t ra seña l a lguna de re toques. Para T o m H a r d i m a n Sco t t , i nves t i gado r ps íqu ico , " n o hay exp l i cac ión na tu ra l que pueda dar cuen ta de esta no tab le f o t o g r a f í a "

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Avisos y predicciones

A mediados del pasado siglo, una niña inglesa de diez años paseaba cierto día por un camino vecinal, en las inmediacio-nes de su residencia, absorta en la lectura de un libro de geometría. De repente, el bucólico escenario se desvaneció y en su lugar apareció un dormitorio de su casa, precisamente el que la familia llamaba "la habitación blanca". Su madre, caída en el suelo del aposento, parecía muerta. La visión, completa y fiel en todos sus deta-lles, duró varios minutos para ir luego di-sipándose poco a poco hasta desapare-cer. Sin dudarlo un instante, la chiquilla salió corriendo en busca del médico de

Esta i l us t rac ión de un cuento navideño "Bárbara, la muchacha del vest ido

re fu lgente"—, muest ra la apar ic ión cr i t ica de una joven en el momen to de su muer te Las f recuentes apar ic iones de personas en grave t rance f ís ico o menta l parecen indicar que estos espectros son, en realidad, mensajes v isuales emi t idos por quien atraviesa la cr is is y captados por un "percep to r " dotado de la necesaria sensibi l idad psíquica.

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"Es probable que el emisor ignore el envío de su mensaje"

Abajo un ant iguo grabado a lemán muest ra la apar ic ión de un viajero ahogado ante su esposa, en el ins tante en que el ama de llaves (a la izquierda) se precipi ta en la alcoba para comun icar la t r i s te nueva a su señora. Característ ica relevante de este caso es la desnudez del hombre, pues casi todas las apariciones conservan sus ropas.

cabecera, lo convenció de la gravedad del asunto y en un san-tiamén se presentaron los dos en la casa. En compañía del sor-prendido padre de familia, se dirigieron rápidamente a la "habitación blanca, donde, en efecto, yacía inmóvil la mujer. Víctima de un paro cardíaco, la oportuna llegada del doctor le salvó la vida. La importancia de este caso, recogido por Gurney, Myers y Podmore en Phantasms of the Living, estriba no sólo en la absoluta fidelidad de la imagen —hasta el punto de captar un pañuelo de encaje caído junto a la mujer—, sino también en el hecho de que al salir de la casa la niña, su madre no mostra-ba síntoma alguno de dolencia. La despierta chiquilla sólo em-pezó a preocuparse cuando presenció la visión, y el padre, corroborando más tarde la información facilitada por su hija, recordó haber preguntado, sorprendido por la inesperada presencia del doctor: "¿Quién está enfermo?". Estos datos parecen indicar que, en su momento de crisis, la madre emitió una comunicación visual a la pequeña.

La visión de una persona que se halla en trance de este tipo —seria dolencia, herida grave, muerte—, recibe el nombre de aparición "crítica". Simplificando la explicación teórica de este fenómeno, se trata de una transmisión de la propia ima-gen, por medios telepáticos, a otra persona con la cual existe íntima relación. Si el potencial receptor posee suficiente sensi-bilidad, captará la imagen transmitida, cerrándose así el circui-to emisor-receptor. Es probable que el emisor, o "agente", no

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se percate de su actividad telepática, aunque lógicamente no pueda comprobarse este extremo en el caso de las víctimas de crisis mortales. Algunos investigadores incluyen las apari-ciones presenciadas horas después de la muerte en la catego-ría de "críticas retardadas", suponiendo que la transmisión visual se efectuó en vida del agente, aun cuando estuviera a punto de expirar.

Es típico de la aparición crítica retardada el caso comentado por G. N. M. Tyrrell en su libro Apparitions. La señora Paquet, cuyo hermano trabajaba en un remolcador del puerto de Chi-cago, despertó cierta mañana con una acusada sensación de desasosiego. Sin razón aparente, el malestar persistía, por lo cual decidió prepararse una taza de té. Tomó la lata de la des-pensa y, al volverse, vio a su hermano Edmund en la cocina, a un par de metros de ella. "Me daba la espalda, pero no del todo. Estaba cayendo en dirección opuesta al lugar donde yo me hallaba, y creí ver una cuerda enroscada en sus piernas, como tirando de él. Aquello duró un instante, pues en seguida le vi saltar sobre una barandilla baja, acaso el macarrón del re-molcador. Lo vi todo con absoluta claridad. Se me cayó la lata de té al suelo, oculté el rostro entre las manos y exclamé: '¡ Dios mío! ¡ Ed se ha ahogado!' " Poco después la señora Pa-quet recibía la triste nueva del fallecimiento de su hermano: había caído por la borda, y pereció ahogado... unas seis horas antes de producirse la visión.

Si se admite la proyección involuntaria de imágenes en un momento crítico, parece lógico aceptar esa misma posibilidad de transmisión visual por parte de alguien capaz de un gran es-fuerzo de concentración. Se sabe de varios experimentos de este tipo, con éxito diverso. Así, las actas de la SPR recogen un intento sistemático realizado hacia el año 1900 por cierto ca-ballero de apellido Kirk, quien trató de transmitir su propia imagen a una tal señorita G.

Durante diez días consecutivos, desde las once de la noche hasta la una de la madrugada, Kirk intentó hacerse visible ante la señorita G, naturalmente sin previo conocimiento de ella. En ese período de diez fechas se encontró varias veces con la po-tencial receptora, y aunque ésta dijo sentirse inquieta y tener dificultades para conciliar el sueño, nada mencionó sobre apa-riciones. Pocas jornadas después de interrumpir Kirk sus es-fuerzos, la señorita G informó haberle visto en su alcoba... por la tarde, y no de noche.

Sucedió el 1 1 de junio, entre tres y media y cuatro de la tar-de. Revisando unas cuentas en su oficina, Kirk se sintió algo cansado. Interrumpió la labor, se desperezó y pensó que aquél podría ser un buen momento para repetir sus experiencias te-lepáticas. Ignorando el paradero de la supuesta receptora de su imagen, optó por concentrarse en el dormitorio. El resto forma parte del expediente abierto por la SPR, según declara-ción de la mencionada señorita.

"Esa tarde me quedé dormida en una butaca de mi alcoba, junto a la ventana, pues estaba fatigada por un largo paseo

Abajo: el l lamado "en fan t b r i l l an t " se aparece a lord Cast lereagh, alo jado en casa de un amigo, en Ir landa del Norte. El fu tu ro m in i s t ro de Asun tos Exteriores despertó una noche para descubr i r la presencia del refu lgente n iño j un to a su lecho. Cuando in ten tó acercarse, el n iño desapareció. Es fama que Cast lereagh volv ió a verlo una vez en la Cámara de los Comunes y, de nuevo, el día de su suic id io.

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matutino. A veces —proseguía la informante— duermo una siesta, aunque al despertar me encuentro incómoda y cansada, como si hubiera hecho un gran esfuerzo. Pero aquella tarde, no sé por qué, desperté completamente despejada y vi al señor Kirk junto a mí, vistiendo la chaqueta pardo-oscura que suele llevar con cierta frecuencia. [Contra su costumbre, Kirk efecti-vamente se había puesto la prenda en la oficina.] Estaba de pie a mi izquierda, de espaldas a la ventana; echó a andar pausa-damente hacia la puerta del cuarto, cerrada por mí antes de la siesta... Se detuvo a cosa de un metro de la entrada y al ins-tante desapareció... Aquello era imposible, debía tratarse de imaginaciones mías, pues yo tenía la certeza de que el señor Kirk se encontraba en la oficina... Me propuse guardar silencio y así lo hice hasta esta misma semana, cuando, casi sin que-rerlo, le expliqué lo sucedido."

Más incomprensible es el caso de la señora Crone, residen-te en un distrito occidental de Londres. Un día del año 1951, mientras preparaba la comida, apareció ante ella la imagen de su amiga domiciliada en un barrio del sudeste de la capital. La visión se limitaba a la cabeza y los hombros de la mujer, a quien llamaremos señorita A. En su rostro se reflejaba una pro-funda ansiedad, casi como si temiera alguna desgracia inmi-nente. Sin saber por qué, la señora Crone pensó de inmediato en su hijito. Abandonó lo que estaba haciendo y se dirigió pre-surosa al comedor donde, poco antes, había instalado al pe-queño en su cochecito.

Balanceándolo con un rigor poco corriente para sus diecio-cho meses, el niño había hecho rodar el cochecito hasta un aparador, de donde tomó varios cuchillos. Afortunadamente, la madre llegó a tiempo de arrebatarle tan peligrosos juguetes.

Al relatar el incidente al investigador psíquico Andrew Mac-Kenzie —quien lo incluyó en su Apparitions and Ghosts—, la se-ñora Crone mostró su asombro por haberle llegado el aviso, precisamente, de una persona con quien no le unía una íntima amistad. A mayor abundamiento, la falta de confianza le había aconsejado no mencionar el asunto a la señorita A. Cuando tuvo su visión, "no pensaba en nada concreto"; pero, "si se tiene un niño pequeño, nunca anda lejos del pensamiento". No era aquélla su primera visión, pues ya con anterioridad había captado imágenes de varias personas, siempre limitadas a la cabeza y los hombros. Dada su evidente aptitud psíquica, lo ló-gico hubiera sido una visión del chiquillo en el momento de apoderarse de los cuchillos. ¿Por qué, en cambio, sólo vio a la señorita A?

Entre las diversas clases de apariciones, es curiosa la cono-cida por "alucinación de la falsa llegada": el perceptor ve —y a menudo sólo oye— llegar a una persona —el rechinar de la ver-

Izquierda: dos e n a m o r a d o s med ieva les se t rop iezan con sus Doppeigánger, o dobles espec t ra les , en este l ienzo r o m á n t i c o de Rosse t t i . Según la leyenda, el encuen t ro con el p rop io Doppe igánger era un presagio c laro de muer te . El p ince l de Rosset t i supo expresar el te r ro r que la pareja expe r imen ta an te sus espec t ros .

Un atisbo del futuro

Veint idós años contaba Johann W o l f g a n g von Goethe cuando, comp le tados sus estudios en Es-t rasburgo, se dispuso a regresar al hogar paterno. Pese a su amor por la hija de un pastor protes-tante af incado en un vi l lorr io cer-cano, Goethe no deseaba crearse compromisos .

An tes de abandonar Alsacia, hizo una ú l t ima visita a su Frede-ricka. "Cuando le tendí la mano desde el caballo, las lágr imas empañaban sus ojos, y yo me sentí ab rumado" , nos cuenta el poeta en sus Memorias del ¡oven escritor. Luego, cuando se aleja-ba t ro tando por el sendero, se apoderó de él una extraña visión. " M e veía a mí mismo, no con los ojos del cuerpo, sino con los del espíritu, venir a cabal lo por el m i smo camino con un traje que yo nunca había l levado: gris sal-m ó n con ga lón de oro. Tan pron-to c o m o se dis ipó este ensueño, desapareció la imagen... Ocho años después, me encont raba en el m i s m o camino para ver una vez más a Frederícka, con un traje c o m o el que había v isto en sueños."

Aunque la v is ión del prop io Doppe igánger suele considerarse c o m o indic io c ier to de una próxi-ma muerte, Goethe no in terpretó así su extraña experiencia. "Sea cual fuere el valor de estas cosas, la rara i lusión me dio a lgún sosie-go en el penoso m o m e n t o de la desped ida. "

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Arr iba: en " M u s t a f á " , cuento breve de S Bar ing-Gould, un espectro va t i c ina la muer te de una persona. Val iéndose de ar t imañas, el joven inglés del grabado consigue hacer beber a lcohol al egipcio Mus ta fá , quien rompe así su voto rel ig ioso. Las consecuencias son gravís imas, pues el desesperado musu lmán , t ras perder a su adorada, se ve obl igado a suic idarse seccionándose la yugu lar . Su espectro acosa al desalmado inglés que un día aparece muer to —con una profunda herida en el cuel lo f rente a la mezqui ta

ja, pasos en el sendero, una llave en la cerradura de la puerta delantera— media hora, o una hora antes de que el hecho se produzca realmente. La verdadera llegada es siempre una re-petición exacta de la falsa. Este fenómeno parece ser bastante corriente en los países escandinavos. Según se desprende de la investigación realizada por un profesor de física de la Univer-sidad de Oslo, la falsa llegada suele coincidir con el momento en que la persona en cuestión decide ponerse en camipo. Esta forma de comunicación, a juicio del profesor, se da especial-mente entre los habitantes de zonas rurales aisladas.

Una inglesa, la señorita J. B., refiere el caso de un espectro visto años antes de su llegada.

"Todo esto ocurrió en un antiguo caserón del condado de York, donde vivía con mis padres... Mi lugar predilecto era la cocina. En invierno pasaba en ella casi todo el día, dibujando y pintando mientras la criada trajinaba entre sus cacerolas. Ten-dría yo unos seis años cuando vi el espectro de aquella mujer. Era delgada y pálida. El cabello, largo y bastante oscuro, se lo recogía en la nuca formando un moño. De pie junto al fogón, hablaba con voz entrecortada por los sollozos en un lenguaje incomprensible.

"Aunque su vestido gris estaba muy raído, y los zapatos eran bastante viejos, tenía un porte distinguido. Mi madre y la criada se sorprendieron mucho, cuando les hablé de la 'señora de gris'. Debieron pensar que eran fantasías mías."

La figura reapareció unos diez o doce meses después, siem-pre sollozando y en el mismo lugar, junto al fogón. Posterior-mente, en un plazo de pocos años, se presentó en nueve o diez ocasiones. "No sé por qué —prosigue la informante—, pero nunca le dirigí la palabra. Parecía necesitar ayuda y compren-sión, y yo me sentía incapaz de asistirla. Aunque ya sabía en-tonces que era un espectro, no me daba miedo. Me iba a otra parte de la casa y la dejaba en la cocina, a solas con su pena."

A los catorce años de edad, la señorita J. B. se fue a vivir con un tío suyo en Irlanda, donde permaneció durante toda la se-gunda Guerra Mundial. Regresó al condado de York en 1945.

"Mamá me recogió en Leeds y viajamos en su auto hasta el caserón. Desde la muerte de papá, aquello le parecía demasia-do grande para una persona sola, y había acogido en casa a una familia de refugiados polacos, compuesta por la madre y dos niñas pequeñas. Desaparecido el marido durante la ocupa-ción alemana de su país, la pobre mujer aún no se había re-puesto del rudo golpe. No podía describir mi asombro cuando, desde la puerta de la cocina, vi a mi 'señora de gris' llorando junto al fogón.

"Dos chiquillas se agarraban de su falda, pero aparte de esta variante, era tal cual yo la recordaba. Cuando mamá y yo penetramos en la cocina, la mujer se secó las lágrimas y trató de sonreír."

Los esfuerzos de la joven por explicar su visión de infancia a la refugiada fueron infructuosos, pues la polaca apenas com-prendía el inglés. "Sin embargo, por ver en ella a una antigua

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Ar r iba : Saúl y la hechicera de Endor, según el l ib ro I de S a m u e l . V iendo amenazada su nac ión por los f i l i s t e o s , el rey Saú l ordena invocar el esp í r i t u de S a m u e l , a qu ien desea pedir conse jo en su t r i b u l a c i ó n . El espect ro del juez de Israel censura su imp iedad y desobed ienc ia a los m a n d a t o s del Señor , v a t i c i n a n d o su der ro ta a m a n o s de los f i l i s teos . La p red icc ión se cump l i r í a .

conocida, pude darle el consuelo que necesitaba e infundirle confianza en su nuevo país."

A juicio de la informante, sus visiones infantiles no pudo transmitirlas la refugiada, pues, al fin y al cabo, no existía en-tonces el motivo de su pena. "Alguna inteligencia benigna, llá-mese Dios, Cielo o como se quiera, sabedora de cuanto iba a suceder, tuvo a bien dotarme de la necesaria comprensión hacia aquella pobre mujer."

Si la visión no fue obra de una inteligencia superior o crea-ción de una mente infantil, casualmente parecida a la de la po-laca, sólo nos queda una salida: suponer la existencia de un tiempo paralelo, y en ocasiones coincidente, con el t iempo al que están habituados los humanos. En tal caso, un instante del futuro coincidió, de manera visible, con otro del presente vivi-do por la niña. La teoría de los diferentes sistemas de tiempo reviste extraordinaria complejidad y, de todos modos, queda fuera del propósito de este libro. Digamos, no obstante, que casos como el de la mujer polaca sugieren la posibilidad de vislumbrar el futuro.

Aba jo : el po l í t i co r o m a n o B ru to recibe la v i s i t a de un espect ro que es su prop io esp í r i tu m a l i g n o . Según la leyenda, vo lv ió a v i s i t a r l e la v íspera de su der ro ta y m u e r t e en Fi l ipos.

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Eso, al menos, le sucedió al hoy teniente coronel de Avia-ción George Potter, durante la segunda Guerra Mundial, cuan-do era comandante de una escuadrilla destacada en la base aérea de Shallufa, en Egipto. Ciertamente, su visión del futuro no fue agradable. Pero procedamos con orden. Desde la base de Shallufa despegaban los bombarderos ligeros encarga-dos de hostigar los convoyes de aprovisionamiento del general Rommel en sus travesías desde Europa a África. Por haberse asignado a la escuadrilla de Potter las operaciones nocturnas, los vuelos se incrementaban durante la fase del plenilunio —"la luna de los bombarderos"—, pues el fulgor del satélite sobre el mar facilitaba en gran medida la navegación aérea.

Entre salida y salida, imperaba en la base un ambiente de alegre camaradería, algo enturbiada por la lógica ansiedad. Pi-lotos, navegantes, artilleros y bombarderos mataban el t iempo bebiendo y fumando.

Una tarde, mientras aguardaba la noche y con ella la luna de los bombarderos, Potter entró en el bar de oficiales para tomar una copa en compañía del teniente Reg Lamb. Sin otra cosa que hacer, el comandante se dedicó a observar a los presentes, entre los cuales había un teniente coronel a quien Potter, al referir esta historia, designa con el ficticio nombre de Roy.

Acabadas las bebidas, Potter invitó a otra ronda. Se dispo-nía a pagar cuando una explosión de carcajadas, procedente del grupo de Roy, le hizo volver la vista.

"Entonces —explica el aviador— vi la cabeza y los hombros del teniente coronel Roy moviéndose con suma lentitud en un profundo abismo azul oscuro. Sus labios, muy separados de los dientes, formaban una sonrisa escalofriante; no tenía ojos, sólo cuencas vacías; la carne del rostro aparecía moteada de sombras verdosas y purpúreas, y algunos jirones comenzaban a desprenderse junto a su oreja izquierda.

"Clavé la vista en él, mientras notaba como si el corazón me fuera a estallar en el pecho. Experimenté, en fin, ese tipo de horror que se describe en las novelas. Mi cabello, en las sienes y la nuca, parecía haberse convertido en alambre; un sudor he-lado me resbaló por el espinazo y un ligero temblor recorrió mi cuerpo. Veía, como en sueños, algunos rostros a mi alrededor, pero aquella horrible máscara de muerte lo dominaba todo."

Potter ignoraba cuánto tiempo duró la visión. Poco a poco se fue recobrando, hasta percatarse de que el teniente Lamb le tiraba de la manga. "¿Qué diablos te ocurre? —quiso saber Lamb—. Te has quedado blanco como el papel... ¡Cualquiera diría que has visto un fantasma!"

"Pues he visto un fantasma —repuso Potter, mientras seña-laba con un dedo tembloroso el animado grupo del teniente coronel—. Roy lleva encima la marca de la muerte."

Reg Lamb se volvió para observar la alegre reunión de avia-dores y no captó nada anormal; pero el comandante, el imper-turbable comandante Potter, seguía inquieto. Ambos hombres sabían que Roy debía volar aquella noche. ¿Qué podía hacerse?

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Izquierda: el espectro del pr imer duque de Buck ingham se aparece a un siervo de su hi jo y heredero en la d ign idad ducal. Por medio del servidor f ie l , la acorazada f igura insta al joven —l ibe r t ino notor io , culpable de haber matado a un hombre en duelo— a enmendar su d iso lu ta v ida, pues de lo contrar io no tardará en mor i r . En su tercera y ú l t ima apar ic ión, el espectro empuñaba una daga. Despreciando el consejo recibido, el segundo duque de B u c k i n g h a m no hizo el menor esfuerzo por reformarse, s iendo asesinado seis meses después.

"Estaba en un dilema —confiesa el militar— y al final tomé una decisión, a mi juicio correcta. No me pareció conveniente explicarle la visión al coronel jefe de la base. Tal vez, pensé, algo impediría el vuelo de Roy. Por otra parte, el propio Roy se sentiría vejado si se le apartaba de su tripulación. Mi decisión de no intervenir, estoy convencido de ello, formaba parte de una secuencia de acontecimientos prevista de antemano."

Fue esa una noche larguísima. Por fin, al amanecer sonó el teléfono y el comandante se abalanzó sobre él. El avión de Roy, alcanzado por el fuego enemigo, había amarado sin nove-dad. Otro aparato de su escuadrilla sobrevoló varias veces la balsa de los náufragos, para indicarles que estaban localizados.

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Arr iba : el f an tasma del conde de St ra f fo rd se apareció a var ias personas, entre el las el rey Carlos I de Inglaterra. S t ra f fo rd desaconsejó el en f ren tamien to del monarca con las fuerzas de Cromwel l , que debia produci rse al día s igu iente en Naseby. Carlos ignoró la advertencia y su f r ió una gravís ima derrota. Izquierda, el cast i l lo escocés de Dunsta f fnage, en las prox imidades de Oban. Su propietar io actua l , un ta l Campbel l , pasa en él una noche cada año. La apar ic ión de uno de los qu ince fan tasmas " t i t u l a r e s " , el l lamado " H o m b r e Gr is" , cons t i tuye un seguro presagio de muer te .

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Arr iba: según cierta leyenda, el espectro del reformador a lemán M a r t í n Lutero se apareció a un d ip lomát ico inglés, reprochándole su retraso en t raduc i r los escr i tos luteranos. Es fama que Lutero vio durante su vida apar ic iones, si bien siempre las at r ibuyó a est ra tagemas de los espír i tus mal ignos.

"Sentí un gran alivio y una alegría inmensa —prosigue Pot-ter—, La patrulla de salvamento no tardaría en recuperarlos. Pero no duró mucho tiempo mi júbilo. La búsqueda fue infruc-tuosa; nunca más volvimos a ver a Roy ni a su tripulación. Sólo entonces comprendí el significado de mi visión: el abismo azul oscuro era el Mediterráneo de noche; Roy debía estar flotando en su superficie, muerto, y el chaleco salvavidas sostenía su cabeza y hombros por encima del agua."

Siempre resultan menos alarmantes las apariciones en sue-ños que cuando se está despierto. Tal fue el caso acaecido a la señora Gertrude Ashimi.

Oriunda de un pueblecito nigeriano y nacida en el seno de una familia acomodada, la señora Ashimi hizo sus estudios pri-marios en Europa, asistiendo a una escuela regida por monjas católicas. Después de obtener en Londres su licenciatura en Derecho, regresó en 1968 a la patria para visitar a su familia.

Cierta mañana explicó a su madre y hermanos los pormeno-res de un sueño que había tenido aquella noche. Una anciana sonriente —su abuela materna, estaba segura de ello, pese a no haberla conocido— le mostraba un crucifijo de oro con ca-dena del mismo metal y con incrustación de perlas. "La abuela me hizo señas para que la siguiera, salió al jardín y se detuvo delante de uno de los árboles. Golpeó el suelo con el pie, cerca de la base del árbol, y dijo: 'Aquí lo tienes. Es para ti.' Y entonces desapareció."

La madre de la señora Ashimi se turbó, pues la descripción coincidía con la difunta abuela. Recordaba, además, el crucifijo de oro, desaparecido poco antes del fallecimiento. Salieron en tropel al jardín, se congregaron en torno al árbol señalado por la anciana del sueño y Gertrude Ashimi comenzó a cavar. Cruz y cadena aparecieron a escasos centímetros de la superficie.

No todas las predicciones espectrales se refieren a la muer-te. En el siglo XVII, el inglés John Aubrey, recopilador de anéc-dotas relativas a personalidades de su época, contó la curiosa historia del supuesto espectro de Martín Lutero.

Durante el siglo XVI, en plena efervescencia del reformismo religioso, Roma excomulgó al herético Lutero y prohibió la di-fusión de sus escritos, amenazando con la pena capital a quien desobedeciera la orden de entregarlos al fuego purificador. (Como es lógico, tal disposición no se aplicaba en los estados alemanes adscritos a la doctrina luterana.) En los caóticos años de las guerras de religión, a principios del siglo XVII, el lu-terano alemán Kaspar von Sparr descubrió un ejemplar de los escritos y, con la intención de preservarlos para la posteridad, decidió enviarlos clandestinamente a Inglaterra, donde podrían volver a publicarse en la lengua del país. Esta delicada misión la confió a un tal capitán Bell, diplomático inglés, quien acep-tó la propuesta y se llevó consigo el libro a Londres.

Asediado por sus múltiples ocupaciones, Bell guardó el vo-lumen en su biblioteca y lo olvidó por completo. Y así pasaron varios meses, mientras los escritos de Lutero seguían acumu-lando polvo en su estante. Pero una noche el diplomático des-

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Arr iba : el fan tasma de la señora Amp l i l e t t , madre de dos muchachas seducidas por lord Ly t t le ton , se aparece al d iso lu to ar is tócra ta . "Preparaos a mor i r , mi lo rd , pues pronto se os l l amará " , le advierte, añadiendo que antes de tres dias se hal lará "en el estado de los d i f un tos " . A la tercera noche, un ta l And rews despertaría de su sueño para hal larse ante el rostro espectral de su amigo Ly t t le ton , asomando por entre los cor t ina jes del lecho. " ¡Todo ha t e r m i n a d o ! " exc lamó en un m u r m u l l o el fan tasma. Según luego supo Andrews , en el momen to de aparecérsele en la alcoba, lord Ly t t le ton se había desplomado s in vida en brazos de un criado. El suceso pasó a todas las anto logías de cuentos de terror, conv i r t iéndose la f igura del espectro vengador de ofensas en un tema predi lecto de los d ibu jantes ochocent is tas

pertó sobresaltado por la presencia de una extraña figura en su alcoba. El fantasma, con un movimiento rápido, aprisionó una de sus orejas y se la retorció con fuerza.

"¡Malandrín! —rugió—. ¿Acaso no piensas traducir aquel libro alemán? ¡Ya te daré tiempo y lugar para hacerlo!" Dicho esto se desvaneció, dejando a Bell bañado en un sudor frío y acariciándose la oreja dolorida. El profético espectro cumplió su palabra. A los pocos días, por un desacuerdo imprevisible con el presidente de la Cámara de los Lores, Bell se vio arroja-do a una mazmorra, donde pasaría diez largos años esperando la vista de su proceso. Allá, sin agobios de tiempo, se dedicó a traducir los escritos del reformador alemán.

¿Recibió la visita del espectro de Lutero? Ciertamente, aparte de no parecérsele en nada, su dominio de la lengua in-glesa era notable para un alemán de la época. Tal vez se trata-ba de uno de sus apasionados seguidores, o quién sabe si sólo fue una proyección de la conciencia de Bell. ¡Lástima que la Sociedad de Investigaciones Psíquicas no existiera entonces, para averiguar lo sucedido!

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Lugares encantados

Al teniente John Scollay le costaba mucho perder el dominio de sus nervios, pero en aquel momento el brigada estaba a punto de hacerle estallar. Atrapado en un bosquecillo de las afueras de Dunker-que, Scollay se esforzaba por mantener unidos sus efectivos, acosados por el fuego esporádico y eficaz de los franco-tiradores alemanes. Demasiados escoce-ses habían caído entre la maleza durante ese fatídico día de junio de 1 940. Ahora, próxima ya la noche, las absurdas pala-bras del suboficial colmaron su paciencia.

"¿Qué diablos quiere usted decir con eso de encantado? —espetó sarcástico—.

Arr iba : enseña de la " T u m b a de Cannard" , posada del condado inglés de Somerset . Enr iquecido en tu rb ios negocios con bandoleros y cont raband is tas , el posadero Cannard fracasó al probar suerte con la fa ls i f i cac ión de moneda. Se colgó de un árbol para no tener que someterse a la jus t i c ia y le enterraron en la encruc i jada donde su banda de sal teadores emboscara a tan tos v ia jeros. Sobre ese lugar, encantado por el f an tasma de Cannard, se alza hoy la posada.

Derecha: esta p in tura muest ra la bata l la de fan tasmas v is ta en jun io de 1 8 1 5 por los hab i tan tes de la ciudad belga de Viviers, cuando aún no se había cumpl ido el mes de la derrota napoleónica de Water loo .

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¡Si este bosque está encantado, será por los boches, amigo mío! ¡Y déjese ya de tonterías!"

No obstante, el brigada siguió porfiando: "Este bosque está encantado, mi teniente —susurró—. Los hombres y yo estamos seguros. ¡ Por el amor de Dios, mi teniente, no nos asustan los alemanes! Si es menester, avanzaremos o nos abriremos ca-mino por un flanco... ¡pero no podemos pasar otra noche en este lugar!"

Pese a lo absurdo de la argumentación, Scollay no podía desdeñarla por completo. Su compañía llevaba cuarenta y ocho horas atrapada en la espesura. Los alemanes, atrinchera-dos en los campos circundantes, aguardaban la llegada de sus carros de combate para acabar con el reducido grupo de esco-ceses. En los dos últimos días, los bravos montañeses habían peleado con su acostumbrada bravura, abatiendo enemigos con el fuego de las ametralladoras ligeras y descargando sus fusiles contra cualquier sombra que se moviera. Sin embargo, estaban perdiendo la moral... ¡algo insólito en el Regimiento 51 de Highlanders! ¿Y todo por culpa de unos espectros?

"Es algo muy raro, mi teniente —explicó el brigada—, pero todos lo hemos notado. Es una especie de fuerza que nos aplasta. Contra esto no se puede luchar, mi teniente."

El regimiento, y con él la compañía de Scollay, acabó por replegarse, uniéndose al resto de las fuerzas expedicionarias británicas en su desastrosa retirada de Dunkerque. En cuanto dejaron atrás el "bosque encantado", los hombres de Scollay recobraron su combatividad, aunque poco podía hacerse con-tra los carros y los bombarderos. Casi todos murieron o caye-ras prisioneros en los médanos de Dunkerque.

El propio Scollay pasó toda la guerra en un campo alemán, donde tuvo tiempo de sobra para meditar sobre las palabras

"Su investigación., reveló un hecho significativo n

Los héroes de Maratón, rep resen tac ión a r t í s t i ca de la ba ta l l a l ib rada en el año 4 9 0 a. d. C. por los a ten ienses al mando de M i l c í ades , y los persas env iados por Darío I. Años después de la v i c to r i a he lena, hues tes de guer re ros espect ra les repet ían el comba te .

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pronunciadas por el brigada aquella noche de junio. Finalizada la contienda, regresó al "bosque encantado". Su investigación en una biblioteca de Dunkerque reveló un hecho significati-vo: en el verano de 1415, meses antes de la batalla de Azin-court, franceses e ingleses habían librado un combate en esa misma espesura.

¿Regresaron los espíritus de los guerreros muertos entre aquellos matorrales, para rondar a sus sucesores, quinientos años más tarde? ¿0 acaso se cernía sobre la comarca una at-mósfera de muerte y desolación, percibida por los escoceses a los dos días de su llegada? Aunque nadie había visto jamás un espectro por esos parajes, tal vez la fuerza psíquica permane-ció en estado latente durante cinco siglos, para despertar con el estímulo de nuevas violencias.

Scollay ignora qué fuerza era ésa, pero no duda de su exis-tencia: "Nadie podrá negar el coraje de aquellos hombres, de-mostrado en diversas ocasiones. Pero algo les asustó, y no fueron los fusiles alemanes."

Suponiendo que el bosquecillo francés estuviera efectiva-mente encantado, no sería el único campo de batalla con se-mejante reputación sobrenatural. La llanura de Maratón, si hemos de creer las antiguas crónicas, fue otro. Años después de la victoria ateniense sobre los persas de Darío, en 490 a.d.C., la batalla seguía repitiéndose misteriosamente, noche tras noche. Al ponerse el sol volvía a oírse el choque de hierro contra hierro, se alzaban del terreno los ayes lastimeros de los heridos y se apreciaba el intenso olor de la sangre derramada. Quien tuviera el infortunio de ver a los guerreros espectrales, moriría de seguro antes de finalizar el año.

Las batallas de fantasmas constituyen un ejemplo espec-tacular de lo que se entiende por "lugar encantado". Cuando

A r r i b a : la D i v i s i ón 5 1 de H igh lande rs cap i tu la an te el genera l R o m m e l (a la izquierda en la fo tog ra f í a ) en S a i n t Va le ry -en-Caux , Franc ia , t ras la derro ta a l iada en Dunke rque . D u r a n t e el rep l iegue hac ia las p layas, un reduc ido grupo de mon tañeses per tenec ien tes a esta D iv i s i ón , a t rapado por los a lemanes , creyó ha l la rse en un lugar encan tado .

Izqu ierda: en El alba de Azincourt, el p in to r ha p lasmado f i e l m e n t e los tensos m o m e n t o s de la espera en t re las huestes de Enr ique V de Ing la te r ra . El lugar , s u p u e s t a m e n t e encan tado , donde un grupo de escoceses se defend ió en 1 9 4 0 del cerco a lemán , había s ido escenar io de una escaramuza ent re f ranceses e ing leses poco antes de la ba ta l la de Az incou r t . ¿Acaso perc ib ie ron los m o n t a ñ e s e s la presencia de los espect ros , q u i n i e n t o s años después?

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pensamos en fantasmas, casi siempre nos vienen a la imagina-ción los que aparecen con cierta regularidad en el mismo lu-gar. La aparición "única", como pueda serlo la "crítica", es menos conocida. Cuando un espectro se aparece ante una per-sona —o grupo de personas—, en una sola ocasión, viene a ser algo así como de propiedad particular. Pero si se le asocia con determinado lugar, conociéndose su presencia en el mismo con cierta asiduidad, la visión de ese fantasma queda al alcan-ce de cualquiera. Además, su permanencia en un paraje suele indicar la existencia de una historia trágica, de una razón para que el espíritu o imagen de la persona muerta quede fijado en ese punto. La explicación suele ser el profundo infortunio sufri-do por el difunto en aquel lugar, un intenso apego emotivo al mismo, o alguna forma de violencia.

Prosiguiendo con este razonamiento, es de suponer que si algún paraje tiene posibilidades de estar encantado, ninguno más idóneo que un campo de batalla. Los sentimientos de dolor y miedo, concentrados en esa zona; el orgullo de la victo-ria y la humillación de la derrota; el derroche de energías físi-cas de los combatientes: todo ello quedará para siempre en aquel lugar, siendo perceptible, e incluso visible y audible, para cualquier persona dotada de suficiente conciencia psíquica. De ser cierta esta teoría, los escenarios bélicos estarían encan-tados. Sin embargo, pocos de ellos poseen esta reputación.

Entre los más famosos campos encantados destaca el de Edgehill, en el condado inglés de Warwick. En este lugar, el 23 de octubre de 1643 las fuerzas realistas mandadas por el prín-cipe Ruperto, sobrino del monarca, libraron con las tropas par-lamentaristas, capitaneadas por Oliverio Cromwell, la primera batalla de la guerra civil inglesa. Finalizada la lucha con resul-tado indeciso, unos cinco mil hombres quedaron sobre el hela-do suelo de Edgehill.

Izquierda: el grabado recoge un aspecto de la bata l la de Edgehil l ( 1 6 4 2 ) , durante la guerra c iv i l inglesa. Meses después del en f ren tamien to , de resul tado indeciso, var ios tes t igos presenciaron la repet ic ión del combate a cargo de fuerzas espectrales, entre las cuales f iguraba el comandante de las t ropas real is tas, pr incipe Ruperto —a la izquierda en el grabado—, quien seguía vivo al produci rse las apar ic iones.

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Al mes de darse la batalla, unos pastores de la comarca pre-senciaron un espectáculo increíble: los soldados del rey y los del Parlamento reanudaban el combate, mientras los tambores redoblaban, los arneses crujían y los cañones vomitaban fuego y humo. Pero esta vez no hubo bajas en Edgehill. Cuando los ejércitos espectrales volvieron a enfrentarse durante la Noche-buena de aquel mismo año, Carlos I, informado del extraño fe-nómeno, ordenó una investigación del mismo a un grupo de militares, entre ellos algunos participantes en la batalla.

Los enviados regresaron con un informe detallado, tras inte-rrogar minuciosamente a los pastores y presenciar, en un par de ocasiones, el desarrollo del combate. Reconocieron a algu-nos contendientes muertos en la batalla, y a otros —como el propio príncipe Ruperto— que seguían con vida y disfrutaban de perfecta salud. Esta observación es valiosísima, aunque ig-noramos si entonces se tuvo en cuenta, pues parece probar que los espectros no son espíritus de personas muertas, sino una especie de grabaciones, susceptibles de reproducción en circunstancias favorables.

Izquierda: una de las bata l las más sangr ientas de la guerra c iv i l estadounidense se dio en Shi loh, donde perdieron la vida unos ve in t i cua t ro m i l hombres. Apar te de sus secuelas de dolor y odio, tan costosa v ic tor ia un ion is ta dejó t ras de sí, según la leyenda, una legión de espectros en el escenar io de la lucha.

Abajo: reunión del Ku Klux Klan, según una i lus t rac ión de 1 9 2 0 . Durante la pr imera fase de esta organización, sus miembros se h ic ieron pasar a menudo por los espectros de Sh i loh

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Al lado: supuesto ret rato de Cata l ina Howard, cuarta esposa de Enrique VII I , decapi tada por orden del monarca Derecha: la galería encantada del palacio londinense de Hampton Court , donde resuenan los alar idos del espectro de Catal ina Howard ( imagen superpuesta) . La in fo r tunada reina cruza presurosa la galería y penetra en el orator io cont iguo, repi t iendo una y otra vez su fuga de la cámara donde se hal laba recluida —próx ima ya la muer te—, para implorar el perdón de su real consorte.

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Izquierda: en el cas t i l lo de Windso r se supone la presencia de var ios f an tasmas de est i rpe real, entre el los los de Carlos i, Jorge III e Isabel I. Esta ú l t ima , t amb ién conocida por el car iñoso apelat ivo de " re ina Bess", apareció vagando por la b ib l io teca del palacio de Richmond, donde mur ió , y poster io rmente en las a lmenas de Windso r .

Abajo: ret rato de una dama desconocida, probablemente de Ana Bolena, p in tado por Holbein. Acusada de inf idel idad a Enrique VII I , la segunda esposa del monarca suf r id pr is ión en la Torre de Londres y mur ió decapitada. Su espectro ronda la fortaleza, así como otros lugares donde t ranscur r ió su vida.

El rey Carlos interpretó la batalla espectral como signo del próximo aplastamiento de la rebelión. Seis años después, con el acceso de los cromwellianos al poder, el monarca perdía el trono y la cabeza.

Dada la envergadura de la guerra civil estadounidense, con su medio millón de caídos, sería lógico esperar que sus cam-pos de batalla recogieran el eco de tan pavoroso conflicto. Sin embargo, la mayoría de ellos siguen sumidos en un profundo silencio. De vez en cuando reaparecen historias sobre los sol-dados fantasmas de Gettysburg, aunque en este sentido la reputación más firme corresponde a Shiloh, en el estado de Tennessee, donde los confederados del general Johnston sor-prendieron acampando al ejército de Grandt el 6 de abril de 1 862. Tras dos días de lucha, con bajas globales de veinticua-tro mil muertos más innumerables heridos, el ejercito de la Unión derrotó a los sudistas. El río quedó teñido en sangre y, según se dice, conservó el color rojizo durante varios días. No bien se hubo retirado el último cadáver, empezaron a circular rumores de encuentros fantasmales.

Los espectros de Shiloh, reales o imaginarios, contribuyeron a la fundación y éxito inicial del Ku Klux Klan. Con numerosas adiciones, la leyenda iba extendiéndose por los estados meri-dionales, hasta concretarse en el retorno de los espíritus del ejército confederado a sus lugares de origen, donde causaban el terror de quien intentara modificar el estilo de vida del Sur.

El colapso sudista en 1865 supuso la transformación com-pleta de todo un sistema social, con la conocida emancipación de miles y miles de esclavos. Los blancos sureños, temero-sos de la cólera de esta fuerza desatada, hallaron el modo de amedrentar a los negros reduciéndolos a la pasividad. Cierta noche, un grupo de ex oficiales confederados, ebrios y envuel-tos en sábanas, dieron en recorrer a galope tendido las calles de Pulaski, en el estado de Tennessee. Enterados de la profunda impresión causada entre los negros, quienes vieron en ellos a los legendarios muertos de Shiloh, los antiguos combatientes —constituidos hasta entonces en una peña con el nombre de "Kuklos Klan," del griego kyk/os, "círculo"— se percataron de las enormes posibilidades de aquellos disfraces. Durante el período de posguerra, las incursiones de los "espectros" ensa-banados y encapuchados sembraron el temor entre los negros.

A los auténticos espectros se les puede ver en cualquier parte y momento. Muchas casas corrientes, algunas de ellas bastante modernas, están encantadas. No obstante, las histo-rias de fantasmas más conocidas se refieren a caserones gran-des y lúgubres, monasterios abandonados y antiguas fortale-zas. Y si el espectro es de un personaje de la realeza, tanto me-jor. Así, se tiene por cierta la esporádica aparición de Isabel I de Inglaterra en la "Biblioteca de la Reina" del castillo de Windsor. Igualmente se dice que el espectro de Catalina Ho-ward, quinta esposa de Enrique VIII, atraviesa corriendo y gri-tando los aposentos del palacio de Hampton Court, a orillas del Támesis.

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Derecha: L i t t lecote, mans ión solariega enclavada en el condado inglés de W i l t , recibe v is i tas de var ios fan tasmas, entre ellos el de una comadrona abrazada a un recién nacido. Según cuentan las gentes del lugar, el bebé mur ió abrasado en un hogar del caserón, donde lo arro jara su propio padre, W i l l Darret l "e l feroz" o "e l ma lvado" en 1 5 7 5 . Es fama que el f an tasma del desalmado Darrel l ronda el lugar donde perdió la vida en una caida de cabal lo

Abajo: ru inas del ant iguo cast i l lo de Scotney, en el condado de Kent . Una rama de la fami l ia Darrel l (aunque en este caso se escribía Darel l) hab i tó en Scotney a lo largo de más de dos siglos y medio. En 1 7 2 0 , durante el sepelio de Ar thu r Darel l , cuando el ataúd descendía a la fosa, un forastero de levi ta negra exc lamó: " ¡Creen que me están s e p u l t a n d o ! " Nadie volv ió a ver al desconocido, pero unos cien años después un sepul turero abrir ía el viejo féretro para encont rar lo l leno de piedras. Si bien el espectro de A r thu r Darel l no ronda el cast i l lo , los aldeanos parecen haber v isto el de cierto recaudador de impuestos ahogado, sal iendo a rastras del foso.

Los espíritus de Littlecote, mansión solariega del condado de Wilt, recuerdan una sangrienta tragedia ocurrida en t iem-pos de Isabel I. Littlecote pertenecía entonces a un tal Wil l iam Darrell, indistintamente apodado "el feroz" o "el malvado". Una noche tormentosa de 1 575, Darrell envió a por una coma-drona de apellido Barnes, residente en una aldea algo distante. Los siervos de Darrell ofrecieron una importante cantidad a la mujer para que atendiera a una dama en trance de dar a luz, a condición de dejarse vendar los ojos, pues debía ignorar la identidad de la parturienta y el camino de la casa.

En cuanto llegó a Littlecote, el amo llevó a la partera al piso superior, introduciéndola en una alcoba ricamente amueblada,

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donde una enmascarada sufría los dolores del alumbramiento. Si conseguía salvarla, prometió Darrell, se le recompensaría con generosidad; de lo contrario, moriría. La atemorizada Bar-nes puso manos a la obra y no tardó en nacer un precioso niño. Al mostrárselo al señor de la casa, éste la hizo pasar al descan-sillo, y señalando el fuego de un hogar, ordenó que arrojara el recién nacido a las llamas. Cayendo de rodillas ante aquel monstruo de iniquidad, la atribulada mujer imploró que se le permitiera quedarse con el niño: ella lo cuidaría como si fuera su propio hijo. Desoyendo sus súplicas, Darrell le arrebató el bebé y lo arrojó al fuego. Por la mañana, con los ojos venda-dos, los criados condujeron a la pobre Barnes hasta su aldea.

Pero el señor de la mansión ignoraba la estratagema puesta en práctica por la comadrona, ya que ésta, mientras esperaba el alumbramiento, había recortado un trocito de las cortinas del lecho. Con esa prueba y su descripción de la casa, el ma-gistrado del lugar pudo averiguar la identidad del asesino, aun-que Darrell, sobornando al juez, escapó al castigo humano.

Sin embargo, un día el desalmado Will Darrell tuvo que vér-selas con una justicia más alta, pues durante una cacería cayó del caballo y se desnucó. Asegura la leyenda que en el lugar donde sufriera la mortal caída aparece de vez en cuando el fantasma de un niño envuelto en llamas.

En cuanto a Littlecote, en la alcoba donde la dama descono-cida diera a luz, y en el descansillo escenario del vil asesinato,

Arr iba: la casa solar iega de Boswor th , en el condado de Leicester, ha sido escenario de var ios fenómenos sobrenatura les, como por e jemplo la apar ic ión de lady Lisgar. Esta dama, de rel ig ión protestante, ingresó por ma t r imon io en la fam i l i a cató l ica que siempre ha poseído Boswor th . Lady Lisgar prohib ió la entrada de un pastor protestante para confor tar a una criada mor ibunda y por eso está condenada a vagar e ternamente por el lugar. La actua l propietar ia l leva un registro con las v is i tas real izadas por la dama y cada Domingo de Ramos hace bendecir las dependencias.

Ar r iba : esta mancha, v is ib le en el piso de la capi l la privada de Boswor th , parece tener su origen en el v ino derramado por un sacerdote hace t resc ientos años. Los soldados de Cromwe l l l legaron con sus cabal los hasta la m i s m a puerta del orator io. A l echar a correr, el o f i c ian te volcó el cáliz y derramó su conten ido. La ant igua mancha aún se mant iene húmeda. Izquierda: ret rato de lady Lisgar, cuyo espectro ronda Boswor th .

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se han oído los gritos de la madre, la partera y el bebé. Hay quien afirma haber visto el espectro de la señora Barnes tra-tando de proteger al niño entre sus brazos.

Algunos teatros tienen fama de estar encantados, siendo el londinense Theatre Royal de Drury Lañe —o "Drury Lañe", a secas— uno de los más visitados por los fantasmas. Edificado en 1 663 y reconstruido o modificado en diversas ocasiones, el Drury Lañe, aparte de haber contemplado tres siglos de histo-ria teatral, ha sido una especie de imán para los fenómenos psíquicos. Entre sus viejos muros han llegado a verse hasta siete espectros distintos.

Destaca entre ellos un fantasma servicial y amable, dotado de innegables aptitudes dramáticas, como parece demostrar lo sucedido a la actriz estadounidense Betty Jo Jones, en la década de los cincuenta. Betty, intérprete del personaje cómi-co de Ado Annie en Ok/ahoma!, comenzaba a desesperarse, pues no conseguía arrancar una sola carcajada del público. Pero durante una sesión de noche, sintió que un par de manos se posaban firmemente en sus hombros y la empujaban hacia las candilejas. Con suavidad, su invisible ayudante corrigió la posición de sus brazos e incluso la inclinación de la cabeza. A todo esto, Betty seguía declamando su papel... y por vez pri-mera logró despertar la hilaridad del auditorio.

En otra ocasión, la joven cantante Sorsen Duke, hecha un manojo de nervios, esperaba el momento de realizar una prue-

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Ar r iba : v is ta del a n f i t e a t r o del Dru ry Lañe lond inense . El H o m b r e de Gris surge m i s t e r i o s a m e n t e de la pared del fondo.

Aba jo : la ac t r i z e s t a d o u n i d e n s e Be t t y Jo Jones , i n té rp re te del papel c ó m i c o de Ado A n n i e en la ve r s i ón de Oklahoma! escen i f i cada en el D ru r y Lañe, s i n t i ó que un par de m a n o s i nv i s ib les le gu iaban por las t ab las , s u a v e m e n t e pero con f i rmeza. Grac ias a t a n inesperada ayuda, la m u c h a c h a logró desper ta r la h i l a r i dad del púb l i co as i s t en te a la represen tac ión .

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Arr iba : McQueen Pope, cr í t ico e h is tor iador teatra l fa l lec ido en 1 9 6 0 , redactó var ios t rabajos sobre el Drury Lañe y sus espectros. Sus f recuentes observaciones del Hombre de Gris parecen ind icar que poseía c ierta ap t i tud psíquica para hacer lo aparecer, casi a vo lun tad.

Derecha: un grupo de estadounidenses, en "g i ra ps íqu ico - tu r í s t i ca " por Londres, escucha la h is tor ia de los fan tasmas del Drury Lañe de labios del ex director de ese teatro, George Hoare.

ba para la obra El rey y yo. Al llegarle su turno, alguien o algo le dio una palmadita, la tomó de la mano y la condujo al esce-nario, sin apartarse de ella mientras duró la canción. Pese a lo extraño de esa sensación, le infundió seguridad en sí misma. No hace falta decir que le dieron el papel.

El difunto W. J. McQueen Pope —"Popie" de apodo—, his-toriador y crítico teatral largos años vinculado al Drury Lañe, creía conocer la identidad del espectro. Sin duda se trataba de un alma bondadosa, con amplios conocimientos de arte dra-mático, la dirección escénica y el canto. En opinión de McQueen Pope, sólo podía ser el fantasma de un admirado payaso del siglo XIX, Joe Grimaldi, muy querido por el público.

McQueen Pope vio con frecuencia al "Hombre de Gris", el aparecido más famoso del Drury Lañe, hasta el punto de que algunos investigadores consideran a Popie como un involunta-rio catalizador del espectro.

Durante el siglo pasado y la primera mitad del actual, el Hombre de Gris ha hecho frecuentes apariciones, que parecen haber disminuido en los últimos años. Actores y espectadores le han visto surgir de un muro lateral del anfiteatro superior, pasar por detrás de las butacas y desaparecer por una pared del lado opuesto. La figura, de expresión enérgica, considera-ble estatura y aspecto agradable, luce un amplio capote gris, espada, botas de montar, peluca empolvada y tricornio. Jamás emite sonido alguno y no parece reparar en quienes le rodean.

Arr iba : Joe Gr imald i duran te su gala de despedida, celebrada en el Drury Lañe el 2 7 de jun io de 1 8 2 8 . El famoso payaso, muy quer ido por sus compañeros, hizo las del ic ias del públ ico inglés durante muchos años. A ju i c io de McQueen Pope, debió ser su espectro el que en c ier ta ocasión ayudó a Bet ty Jo Jones (página opuesta), corr ig iendo la pos ic ión de sus brazos.

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Arr iba: en el cast i l lo f rancés de Blandy solía verse en la víspera de Todos los Santos un grupo de fan tasmas volando en torno a las mura l las para posarse f ina lmente en una de las torres. Esa m isma noche surgían de una cámara subterránea mis ter iosos alar idos y un s in iest ro arrastrar de pesadas cadenas.

Si alguien se interpone en su camino, se disuelve en el aire y reaparece al otro lado del obstáculo.

Aunque se desconoce su identidad, a mediados del siglo pasado se descubrió una pista. En el transcurso de ciertas alte-raciones estructurales del teatro, los obreros observaron que había un hueco tras el muro por donde emergía el espectro. En su interior apareció el esqueleto de un hombre con una daga entre las costillas. Los ennegrecidos andrajos adheridos a los restos quedaron reducidos a polvo una vez se movió el cadáver.

La encuesta judicial no aclaró nada de aquel misterio. Se especuló con la posibilidad —sin aportarse pruebas fehacien-tes— de que fuera una víctima del irascible Christopher Rick, el "malvado del antiguo Drury", administrador del teatro en t iem-pos de la reina Ana. Notorio por la violencia incontenible de su genio, Rick pudo cometer el asesinato y ocultar el cuerpo tras un tabique levantado por él mismo, lo cual no despertaría sos-pechas, pues siempre se hacía alguna reparación en el edificio.

Tras la encuesta, los restos del desconocido fueron a parar a la fosa común de un cementerio cercano. Si se recuerda la teo-ría de que la sepultura en tierra sagrada devuelve la paz a los espíritus errantes, cabría esperar la definitiva desaparición del Hombre de Gris. Ahora bien, de conformidad con otra hipóte-sis, según la cual la presencia de fantasmas en un lugar encan-tado nada tiene que ver con los espíritus, ya que se trata de una especie de película cinematográfica permanente, nada impedía al Hombre de Gris reanudar sus visitas. Y así lo hizo.

Sus apariciones menudearon entre 1930 y 1960, año del fallecimiento de McQueen Pope. Durante ese período se dejó ver por varios visitantes a quienes el historiador mostraba las dependencias del teatro. Si estas personas efectivamente vie-ron el fantasma, ¿acaso resultó estimulada su visión por la de

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Popie? Como es bien notorio, no todos poseemos la misma aptitud perceptiva de fenómenos psíquicos y tal vez algunos humanos tengan mayor capacidad de proyección que otros. McQueen pudo estar muy bien dotado en ambos aspectos, lo cual explicaría las frecuentes apariciones del fantasma, poco menos que a voluntad del historiador. No obstante, mucha gente lo vio en ausencia de Pope, e incluso antes de su época. Aunque nos quede la duda de si era, o no, capaz de evocarlo, ciertamente no fue una criatura de su imaginación.

Prescindiendo de los espectros "para turistas", será intere-sante considerar el caso de una preciosa rectoría encantada, sita en Yattendon, villorrio del condado inglés de Berk. El edifi-cio, levantado en el siglo XVIII, sufrió importantes alteraciones hacia el año 1900. De los dos espectros conocidos en la recto-ría, a uno de ellos —una anciana de plácido aspecto— se le vio varias veces, subiendo o bajando por el lugar donde, en otro tiempo, hubo una escalera. Esta conducta es frecuente entre los fantasmas. Así, en ocasiones atraviesan un muro por el punto donde en épocas anteriores había una puerta.

Ghosts and Hauntings, de Dennis Bardens, ofrece abundan-tes detalles sobre la rectoría encantada de Yattendon, visitada por él hace algunos años y donde se entrevistó con cuatro tes-tigos presenciales: el reverendo A. B. Farmer, ya jubilado; su esposa; la hija del matrimonio; y una tal señora Barton, hués-ped de la familia durante varios meses. La señora Barton vio al espectro de menos edad, una mujer "bastante agraciada", lu-ciendo "un vestido gris plata" propio del siglo XVIII. La envol-vía "una especie de resplandor". Tanto esta visitante como la esposa del rector, que ya había observado esta aparición con anterioridad, la vieron caminar a varios centímetros del suelo.

Más frecuentes eran las apariciones del otro fantasma, "la desconocida", como la llamaban los moradores de la rectoría. No siempre se presentaba su imagen con la misma nitidez, pues variaba desde ser casi humana, hasta adoptar la forma de una nube de humo gris oscuro. Sus ropas también correspon-dían a la moda imperante en el siglo XVIII. La falda, por ejem-plo —explicó la señora Farmer—, era "de gruesa seda, negra y con un diseño de ondas brillantes. Por detrás estaba bastante llenita, más bien era voluminosa. Se cubría los hombros con un chai oscuro, probablemente de lana, y llevaba una cesta, o al menos agarraba un asa, aunque no pude distinguirlo bien. Sobre'la cofia lucía un sombrero sujeto bajo el mentón".

Los estudios psíquicos no confirman la creencia popular de que la mayoría de cementerios están encantados. Los cuentos tradicionales de figuras ataviadas con pistorescas indumenta-rias, haciendo sonar sus cadenas, y las voces misteriosas que surgen de los sepulcros son precisamente eso, cuentos. Los fantasmas suelen aparecer en los lugares frecuentados por la persona en vida.

Derecha: la mans ión del gobernador, en Richmond, V i rg in ia . Desde hace unos ochenta años ronda por el lugar el espectro de una hermosa joven.

Ar r iba : hacia el año 1 8 8 0 , al ma t r imon io M u r r a y —af incado en Sandw ich , Massachuse t t s— le tocó en suerte un joven espectro femenino, algo imper t inente . Mo les tos por las jaranas, los Mur ray lo probaron todo, desde calzados de diversa fac tura hasta piezas ar t ís t icas de su vaj i l la —dándoles, claro está, el uso de armas arro jadizas—. Fue un error, pues los improv isados proyect i les at ravesaban el " cue rpo " del espectro. El mar ido fue el ú l t imo en abandonar el hogar, t ras ser derr ibado vergonzosamente por el fan tasma.

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No obstante, existe un camposanto con probabilidades de estar encantado, aunque todavía no se sabe por qué o por quién. Se trata de un cementerio situado en una colina del valle de Wet Mountain, en Colorado, cuyos fantasmas —si lo s o n -aparecen en público casi todas las noches.

El poblado de Silver Cliff experimentó en 1880 una "fiebre del oro", pero en versión plata, llegando a contar ese año con unos cinco mil habitantes, casi todos mineros acompañados de sus familias. Sin embargo, la repentina prosperidad no duró mucho y Silver Cliff es hoy un pueblo fantasma —en sentido li-teral y figurado—, con apenas cien residentes... algo menos que los que reposan en su cementerio.

Los extraños fenómenos atribuidos a este camposanto se observaron por primera vez en 1880, cuando un grupo de mi-neros borrachos, de regreso al pueblo, reparó en unas incom-prensibles luces azuladas que se cernían sobre las tumbas. Como luego se demostraría con otros espectadores más so-brios, las luces fueron producto de la excesiva ingestión de whisky. Ya en nuestro siglo, en 1956 y 1967, dos periódicos —el Wet Mountain Tribune y el New York Times— atraían la atención general con sus descripciones de las luces espectra-les. Los turistas llegaron al tranquilo villorrio a centenares, para presenciar el insólito espectáculo. En 1969, en un trabajo sobre el estado de Colorado, Edward J. Linehan, subdirector de la revista National Geographic, explicaba su primera obser-vación de las luces.

Linehan llegó en automóvil a las inmediaciones del cemen-terio, acompañado de un tal Bill Kleine, afincado en Silver Cliff. En cuanto oscureció abandonaron el vehículo, e iban aproxi-mándose a las tumbas cuando Kleine exclamó: "¡Fíjese, ya empiezan a verse!"

Efectivamente, Linehan observó unos "difusos puntos lumi-nosos, redondos y de un azul más bien desvaído" sobre los se-pulcros. Se adelantó un poco para examinar mejor uno de ellos, y éste se desvaneció; retrocedió, y volvió a aparecer len-tamente. El periodista dirigió el foco de su linterna eléctrica hacia otra luz y sólo pudo ver una lápida mortuoria. Durante un cuarto de hora, los dos hombres persiguieron las esquivas luces por entre las tumbas, sin resultado satisfactorio.

Para algunos —explicaría Kleine—, el fenómeno se reducía a un reflejo de las luces de Silver Cliff y Westcliff, los dos pue-blos más próximos. Linehan se volvió para escudriñar el hori-zonte y localizó los dos pueblecitos, a lo lejos. Los diminutos racimos de sus luces se le antojaron demasiado débiles para producir aquel efecto en el cementerio.

Las teorías en torno a este fenómeno son abundantes y va-riadas. Por ejemplo: se ha sugerido la presencia de un depósito de mineral radiactivo, aunque el contador Geiger no ha detec-tado absolutamente nada. También se ha aireado la sospecha de que algún bromista hubiera embadurnado las tumbas con pintura fosforescente; pero tampoco ha podido demostrarse esta suposición.

Arr iba : los espír i tus abandonan sus tumbas , según un decorado f rancés de pr inc ip ios del siglo pasado. La invest igac idn psíquica no ha con f i rmado la creencia popular de que los fan tasmas rondan los cementer ios. En real idad, suelen aparecer por los lugares f recuentados en vida. Si a lgu ien ve un espectro en un camposanto , puede tener la segur idad de que se t ra ta de un ant iguo sepul turero hab i tua l del lugar.

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Derecha: aquf yace Roben Cooke, gent i lhombre sepul tado en la local idad inglesa de Digby. Aunque ronda el lugar un espectro montado en br ioso poney de pelaje gris, este fenómeno resul ta algo t r i v ia l en comparac ión con la fan tás t i ca leyenda de que, si se comp le tan doce vuel tas en torno al sepulcro, corr iendo de espaldas, puede oírse un chocar de tazas y platos procedentes de su inter ior .

Dale Ferguson, antropólogo y folklorista, examinó el tema desde un ángulo diferente, recordando la costumbre cheyenne —seguida asimismo por otros indios— de depositar los cadáve-res en lo alto de ciertas colinas sagradas. Se sabe de podero-sos hechiceros que, sintiendo la proximidad de la muerte, se tumbaron sobre una "colina de los muertos" para esperar el momento de "entregar" el alma. Varias leyendas de los indios norteamericanos, asegura Ferguson, mencionan la existencia de "danzantes espíritus azules" en tales emplazamientos.

Entre los antiguos habitantes de Silver Cliff sólo hay una ex-plicación verosímil: los puntos luminosos proceden de los cas-cos de mineros muertos hace mucho tiempo.

"Indudablemente, alguien explicará algún día, sin necesidad de recurrir a lo sobrenatural, en qué consisten las manifesta-ciones luminosas del cementerio de Silver Cliff. Y ese día —concluye Linehan— me llevaré una gran decepción."

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Otros espectros no humanos

La definición del espectro como espíritu de una persona fallecida —o de un "regre-sado", según lo denominan algunos—, plantea el engorroso problema de explicar por qué los supuestos "regresados" casi nunca aparecen desnudos. Incluso si aceptamos el uso de vestidos entre los moradores de otro mundo, cuesta admitir la generalización de calzones cortos y pelucas empolvadas entre los espíritus de personas muertas en el siglo XVIII, pon-gamos por ejemplo. "Si bien estoy dis-puesto a admitir en principio la existencia de cuerpos astrales —arguye el científico Lyall Watson, situando el problema en

I l us t rac ión para el poema fan tás t i co de Lewis Carrol l , "Fan tasmagor ía " . La cr ia tu ra de la cueva es un fan tasma en período de aprendizaje. Se t ra ta , según el texto de Carrol l , de un espír i tu humano ide más bien repelente, a quien la lobreguez de la caverna y la ca len tu r ien ta imag inac ión que mues t ran las v íc t imas le at r ibuyen una ferocidad que no posee.

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"Innumerables espectros no pertenecen a seres humanos"

Aba jo : Diana cazadora, según u n p in to r f rancés del s ig lo XVI . Esta d iosa r o m a n a — A r t e m i s a en el m u n d o he lén i co— suele v i ncu la r se a la legendar ia Carrera In fe rna l , desenf renada banda de cazadores y sabuesos que s u r c a n los c ie los en las noches de luna l lena. La leyenda de la Carrera In fe rna l t u v o p lena v igenc ia en d iversos países europeos, espec ia lmen te Franc ia , A l e m a n i a e Ing la te r ra .

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sus justos términos— en cambio no puedo hacerme a la idea de que utilicen zapatos, camisas y sombreros astrales."

Sin embargo, el problema no se circunscribe a la cues-tión de la vestimenta, pues innumerables espectros no perte-necen a seres humanos. Así, tenemos apariciones tan variadas como carruajes tirados por caballos, veleros, vehículos de motor y luces que revolotean. Ciertamente, más de uno afir-mará que los animales tienen tanto derecho a poseer un alma como las personas; o sostendrá la posibilidad de una manifes-tación visible del alma en forma de luz azul; pero nadie —es de suponer— le atribuirá un espíritu al célebre autobús fantasma de Londres.

Entre las historias de seres encantados destacan por su pin-toresquismo las relativas a animales —raramente domésti-cos—. Las bestias espectrales tienen algo siniestro y pavoroso, como recordará quien haya oído hablar, por ejemplo, del "Black Shuck" inglés, un perrazo "negro como el carbón, del tamaño de un asno y con ojos como platos". Esta leyenda parece haber cruzado el Atlántico, pues en el valle de Delawa-re, en los Estados Unidos, existe una criatura similar, a la que se conoce por el nombre de "Black Shep".

También tiene su versión estadounidense el antiquísimo mito europeo de la Carrera Infernal, cuyo posible origen estriba en las andanzas de Diana, diosa de la caza y de la Luna. Según cuenta la leyenda, en las noches de plenilunio cruzan el cielo jaurías de perros diabólicos conducidos por satánicos cazado-res. Su vigencia es efectiva en diversas comarcas europeas. Por ejemplo, los campesinos bretones no suelen abandonar sus hogares en noches de luna llena. En su variante inglesa, la le-yenda nos habla de Herne el cazador, supuesto montero mayor de un rey medieval. Cuando fallece un monarca británico, Herne recorre el bosque de Windsor en compañía de sus sa-buesos. La versión estadounidense de la Carrera Infernal es la historia de la llamada "Mesa de la Estampida", con numerosas variantes, una de las cuales recogería el escritor y ex ganadero J. Frank Dobie. Su narración se sitúa hacia 1870 en la cañada Loving, por donde inmensos rebaños de cuernilargos llegaban a Kansas procedentes de Tejas. Los campesinos comenzaban por aquel entonces a levantar sus alambradas, provocando cruentos choques con los vaqueros trashumantes, quienes acuñaron el término "anidadores" para referirse despectiva-mente a las comunidades sedentarias que, poco a poco, iban adueñándose de aquellos territorios. Como es sabido, sus fre-cuentes enfrentamientos han pasado a formar parte de la his-toria del Oeste norteamericano.

Durante uno de estos viajes hacia el norte, un capataz que exploraba por delante del rebaño se topó con un grupo de ani-dadores, ocupados en levantar alambradas en plena cañada. Los campesinos estaban dispuestos a imponerse por la fuerza, pues, al ir el vaquero a desenfundar, le encañonaron con fusi-les y escopetas. El enfurecido capataz volvió grupas y regresó galopando a la retaguardia del rebaño.

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Arr iba: Herne el cazador, j ine te espectral que recorre el bosque de Windso r , donde en vida había servido como montero real. Este espír i tu ma l igno , al que antaño se suponía culpable de todo t ipo de ca lamidades, entre el las las enfermedades del ganado, predice ac tua lmente la muer te de los monarcas br i tán icos.

Abajo: Enrique VII I observa el exorc ismo del espí r i tu de Herne, para lo cual ha d ispuesto la dest rucc ión del roble encantado donde el montero se ahorcó t ras confesar su del i to, posiblemente la caza fu r t i va o la práct ica de brujerías.

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Izquierda: el Gato Negro de Ki l lakee House, ta l como lo con templó el p intor i r landés Tom McAssey en el vest íbu lo del palacete. Según dicen las gentes de los alrededores, este fe l ino mons t ruo lleva por lo menos c incuenta años rondando aquel los parajes. En las dependencias de Ki l lakee se han descubier to ef igies an t iguas de un gato, posible evidencia de la práct ica de algún cu l to relacionado con este an imal .

"¡Adelante con el ganado!", gritó a sus hombres al t iempo que disparaba su Colt al aire. En cuestión de segundos, las reses salieron de estampía, lanzándose como un inmenso alud hacia las posiciones de los campesinos. Alambradas y vallas saltaron en pedazos, las carretas quedaron volcadas y los culti-vos pisoteados. Todos los anidadores murieron, aplastados por miles y miles de pezuñas.

En Abilene, el capataz dio cuenta de la estampida haciéndo-la pasar por un accidente, y el asunto quedó zanjado con una investigación rutinaria. Sin embargo, no tardó en propagarse la verdad entre todos los vaqueros téjanos. Por eso al lugar de la matanza, casi al borde de una mesa o altiplanicie rocosa de lados escarpados, se le conoce desde entonces por Mesa de la Estampida. Pronto le nacieron coletillas espectrales a esta his-toria, difundidas por los ganaderos reunidos al amor de las fo-gatas. Así, en las noches de luna llena un rebaño de reses fan-tasmales cruza velozmente la Mesa, mezclándose los ayes de los moribundos campesinos con el retumbar de las pezuñas y el seco estallido de los disparos.

A poco de aparecer impreso el relato de Dobie sobre la mesa de la Estampida, una canción popular inmortalizaría la historia con sus conocidas estrofas:

"Jinetes en el cielo, aquel vaquero vio..." Las historias de animales aparecidos suelen ajustarse a un

patrón tradicional definido, aunque existen excepciones sor-prendentes. El Gato Negro de Killakee, por ejemplo, aterra con su pavorosa singularidad. Entre 1968 y 1970 se registró gran

Abajo : ru inas del Club del Fuego Infernal , emplazado en Montpe l l i e r Hi l l , detrás de Ki l lakee House. En cierta ocasión, hace de esto much ís imos años, un campesino y un sacerdote ascendieron a lo a l to de esta col ina, pues sospechaban que los miembros del Club habían asesinado a un joven recién l legado a la comarca. Les h ic ieron pasar a un salón donde un gigantesco gato negro presidía un banquete. El sacerdote echó agua bendi ta sobre el an ima l y se desató un incendio que arrasó el edif ic io.

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actividad de Po/tergeist —movimientos de objetos por alguna fuerza invisible— en Killakee House, palacete enclavado en las cercanías de Dublín. Pese a las ceremonias de exorcismo y a la labor de los investigadores psíquicos, estos fenómenos siguen produciéndose de manera esporádica. Killakee House es hoy un gran taller donde trabajan y exhiben su obra algunos pinto-res y escultores irlandeses. Su actual propietaria, la señora Margaret O'Brien, adquirió la mansión a finales de los años sesenta y dispuso alteraciones en su estructura y distribución.

Desde hace medio siglo circulan por la comarca historias sobre un gato enorme, del tamaño de un perro de raza Aireda-le, que rondaba —y según parece, sigue haciéndolo— por los incultos jardines de Killakee House. A principios de 1968, la señora O'Brien creyó distinguir un gran animal negro que de-sapareció entre los arbustos.

Por esa época el pintor Tom McAssey, amigo de la señora O'Brien, se ocupaba en decorar el caserón con ayuda de dos hombres de los alrededores. Al anochecer de un día de marzo, finalizado el trabajo de la jornada en el salón de baile y el vestí-bulo, sucedió algo en verdad extraño. Pero dejemos que sea el propio Me Assey quien nos lo cuente:

"Acababa de cerrar con llave la maciza puerta principal, agregándole un respetable cerrojo de quince centímetros. Cuando los tres regresábamos al interior del edificio, uno de mis compañeros dijo que la puerta se había abierto. Nos volvi-mos asombrados. La cerradura funcionaba, el cerrojo era muy sólido... y tanto una como otro se cerraban desde dentro

Arr iba : aquí enterró lord Byron a su f ie l perro Boa tswa in , j un to a su mans ión de Newstead Abbey. El sepulcro se hal la en el lugar exacto donde en otros t iempos se alzaba el a l tar mayor de la an t igua abadía Apar te de un perro fan tasma, tamb ién ronda por esta zona el célebre "Fray Duende", portador de malas not ic ias. Abajo: la "Grand Bé te " , bestia espectral de la t rad ic ión f rancesa, puede tener re lación con los toros mi to lóg icos venerados por los ant iguos celtas.

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"Echamos un vistazo al sombrío vestíbulo. Me acerqué a la entrada y, desde luego, la puerta estaba abierta. Corría un vientecito bastante desagradable. Escudriñé las tinieblas del exterior y creí distinguir la figura de alguien vestido de negro, aunque no logré apreciar sus facciones. '¡ Acérquese, que ya le veo!' grité, seguro de vérmelas con algún bromista. Una voz gutural respondió: 'No me ves. Y deja abierta esa puerta.'

"Mis compañeros, situados a mi espalda, también oyeron la voz y, según supe luego, creyeron que hablaba en una lengua extranjera. De todos modos, echaron a correr hacia el interior del palacete, mientras llegaba un terrible rugido desde las tinie-blas. Aterrorizado, cerré de golpe la puerta y seguí con toda ra-pidez el camino de los otros. Hacia la mitad de la galería me detuve un instante para mirar hacia el vestíbulo: acurrucado sobre las losas de piedra, con la puerta abierta de par en par, un espantoso gato negro de monstruosas dimensiones tenía clavados en mí sus ojos ambarinos, moteados de rojo."

El relato de McAssey no sorprendió al ex campeón irlandés de salto con pértiga, Val McGann, que también pinta y expone en Killakee, ya que por residir en un bosque cercano ha tenido oportunidad de ver un gato parecido en varias ocasiones. "La primera vez me quedé paralizado por el espanto, pero luego he sentido, sobre todo, asombro. Viene a ser como un porrazo, con unos ojos que, la verdad, impresionan. He ido tras él arma-do con una escopeta, pero jamás he logrado acorralarlo."

Detrás de Killakee House se alza Montpellier Hill, abrupta elevación del terreno, desprovista de todo tipo de vegetación, en cuya cima se encuentran las ruinas de un antiguo pabellón de caza, el llamado "Club de! Fuego Infernal" donde en el siglo XVIII se reunían los jóvenes calaveras de Dublín para celebrar sus orgías. Cuenta la tradición que el propio Satanás, dando claras muestras de ingratitud, pegó fuego al edificio cuando en su interior se oficiaba una misa negra. También afirman los lu-gareños que la congregación solía entronizar un gigantesco gato netro, el cual simbolizaba al diablo. El espectro del felino, según estos rumores, es el enigmático animal que tantos años lleva rondando el hoy Centro Artístico de Killakee.

En las proximidades de esta zona se halla el pueblo de Rathfarnham, escenario de las andanzas de otro espectro no humano, el carruaje negro conducido por un descabezado. Se trata de una variante de un tema repetido —al igual que los pe-rros negros y las carreras infernales— en Gran Bretaña y Esta-dos Unidos. Un vehículo similar parece haberse despeñado en la colina Beacon, de Boston, durante el pasado siglo; y la fa-mosa diligencia de Deadwood recorrió su antigua ruta por Da-kota del Norte, decenios después de clausurarse la línea.

Por desgracia para los románticos, los historiadores ofrecen una explicación plausible sobre estos carruajes fantasmas. Hasta bien entrado el siglo XIX, y tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, las Facultades de Medicina tropezaban con graves problemas para agenciarse cadáveres recien-tes, con los cuales realizar las imprescindibles prácticas de d¡-

Arr iba: se asegura que el espectro de Fred Archer, famoso j ine te br i tán ico fa l lec ido en 1 8 8 6 a la edad de ve in t inueve años, ronda el h ipódromo de N e w m a r k e t , en el condado de Su f fo l k . Es fama entre los af ic ionados que más de un cabal lo se ha espantado por causa de esta apar ic ión

Derecha: un mons t ruoso gato f an tasma l aterror iza a un grupo de cor tesanos en esta lámina japonesa del s ig lo XIX. Puede que el a r t i s ta se insp i rara en el cuento del "ga to vampi ro de Nabesh ima" , según el cual el fan tasma de un gigantesco fe l ino ma ta a la favor i ta del príncipe, asume su apar iencia f ís ica y a to rmenta al gobernante hasta hacerle enfermar . El relato conc luye cuando un valeroso guard ián de la cor te descubre el engaño, entabla un combate con la hermosa mujer y la obl iga a retornar a su pr ís t ina cond ic ión de fe l ino.

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sección. Posteriormente, con la aprobación de las llamadas "leyes anatómicas", se permitió experimentar con cuerpos de pordioseros y vagabundos, poniendo así punto final a un nego-cio hasta entonces sumamente lucrativo, cual era el de los ladrones de*cadáveres, "demonios necrófagos" o "resucitado-res". Mientras estuvo en vigor la prohibición, el transporte de los cuerpos robados, penado con severos castigos, resultaba difícil y peligroso. De ahí que los "demonios necrófagos" se sirvieran de impresionantes carruajes negros, tras difundir todo tipo de patrañas fantasmales por su zona de operaciones.

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Los ladrones de cadáveres p ropagaron todo t i po de h i s t o r i a s sobre ca r rua jes f a n t a s m a s con el f i n de ev i ta r i nves t i gac iones sobre el con ten ido de sus prop ios veh ícu los , u t i l i zados para t a n i legal negocio. A r r i b a : en este m e l o d r a m á t i c o g rabado ca rac te r í s t i co de la m e n t a l i d a d v i c t o r i a n a , El estudiante reconoce a su madre, se resa l ta u n pos ib le — a u n q u e poco p robab le— riesgo de la v i o l a c i ó n de sepu lc ros con ob je to de consegu i r cadáveres para las p rác t i cas de d isecc ión . M i e n t r a s d i r i ge el t r aba jo de sus dos co laboradores , el f u t u r o méd i co queda hor ror izado al comproba r que los res tos e x h u m a d o s son los de su prop ia madre . Derecha: un espect ro enco le r izado i n t e r r u m p e las ac t i v idades del " r e s u c i t a d o r " .

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Considerando la soledad característica de quien pasa gran parte de su vida en el mar, y los muchos fenómenos inexplica-bles de los océanos, se comprende que los marinos —notorios por su apego a las supersticiones— crearan y conservaran nu-merosas historias de buques fantasmas. Destaca entre ellas la del "Holandés errante", también conocida por el nombre de "el Buque fantasma".

"Érase una vez, hace de esto muchísimos años, un capitán de barco que no temía al Señor ni a Sus santos. Dicen que era holandés, aunque yo lo ignoro, y además no tiene importancia saber de dónde procedía..."

Así comienza una de las Escenas de la vida marítima, publi-cadas en 1832 por August Jal, quien ofrecía su versión de un relato conocido en los últimos cien años, transmitido por vía oral y posteriormente inmortalizado por Richard Wagner con su ópera Der fiiegende Hollánder (El buque fantasma). Se tra-taba de la historia de un impío capitán, condenado a surcar eternamente las aguas del cabo de Buena Esperanza y conver-tido en un presagio de muerte para todos los marinos.

•En la versión de Jal, el velero doblaba el cabo de Buena Es-peranza cuando se levantó un fuerte viento de proa "capaz de arrancarle los cuernos a un toro". Pronto se vio la nave en peli-gro y los tripulantes rogaron al capitán que ordenara el cambio de rumbo. Enloquecido, o acaso ebrio, éste "se puso a cantar, pronunciando horribles blasfemias", y se retiró luego a su ca-marote para seguir fumando su pipa y bebiendo cerveza. No contento con ello, cuando el buque comenzaba a resquebrajar-se, "con espantosos juramentos" desafió el Altísimo a que le hundiera, sí podía.

"No bien acabó de decir esto, cuando se abrieron las nubes y una forma se posó en el alcázar del navio. Algunos dicen que esa forma era el mismo Dios. Sea como fuere, tripulantes y pa-sajeros fueron presa de gran temor, mas el capitán siguió fu-mando su pipa y ni siquiera se llevó la mano a la gorra cuando la forma le dirigió la palabra..."

Tras lanzar a la forma todo tipo de imprecaciones, llegando incluso a descargar sobre ella su pistola, el capitán escuchó su sentencia: sería por siempre maldito y navegaría eternamente.

"Hiél —anunció la forma— será tu bebida, y hierro candente tu comida. De tus tripulantes sólo conservarás un grumete, al cual le nacerán cuernos, tendrá hocico de tigre y piel de perro marino. Y como te agrada atormentar a los navegantes, serás su azote, pues te convertiré en el espíritu maligno del mar y tu buque acarreará la desgracia de quien lo aviste."

" '¡Amén!' se mofó el capitán, sin alterarse lo más mínimo." Prosigue Jal explicando de qué modo se fue propagando el

hecho entre los navegantes, y la notoriedad alcanzada por el Buque fantasma y su malvado capitán. El Holandés errante hacía encallar los barcos en bajíos inexistentes en las cartas de navegar; o los atrapaba en una calma chicha y luego se burla-ba de los tripulantes, les agriaba el vino y el agua y convertía todas sus provisiones en legumbres. En ocasiones se aproxi-

El carruaje que nunca existió

Antes de acostarse, aquel la noche de agosto de 1 878, el co-mandante W. salió a tomar el aire fresco a la puerta de su casa, sita en una solitaria comarca es-cocesa. De pie junto a la entrada del edificio, observó que se apro-ximaba un carruaje en cuyo pes-cante viajaban dos hombres. Ig-norando el grito de advertencia del mil i tar, el vehículo pasó como una exhalación ante él y se lanzó directamente, atravesando una extensión del césped, hacia un arroyo cercano. A escasos me-tros del cauce, el coche giró en redondo y volvió hacía la casa.

A todo esto, el hijo del coman-dante se había reunido con su padre y, ayudándose con una lin-terna, pudo dist inguir al ocupan-te del carruaje. Se trataba de una figura de aspecto rígido, proba-blemente una mujer, completa-mente vestida de blanco. En cuestión de segundos, el coche desapareció.

Al día siguiente, el dueño de la casa preguntó por los alrededo-res, pero nadie supo darle razón del misterioso carruaje. Nadie lo había visto, aparte de los ya mencionados, a quienes se unie-ron la esposa e hija del coman-dante, las cuales se asomaron a una ventana cuando le oyeron gritar su advertencia. Examinan-do el terreno por donde había cruzado el vehículo y su tiro, pese a encontrarse blando y hú-medo no pud ie ron descubr i r señal alguna de ruedas o cascos de caballos.

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maba al costado de un buque y entregaba cartas dirigidas a su dotación; si alguien las leía, el navio jamás regresaba a su puerto. Otras veces se veía acercarse un bote vacío al Buque fantasma, lo cual significaba la próxima muerte de los especta-dores. Lo más grave era que el Holandés podía alterar a su an-tojo la apariencia de su embarcación, y así lograba engañar a sus víctimas. No obstante, algunos afirmaban que el capitán se había arrepentido y, de pie sobre el devastado alcázar, descu-bierta la cabeza, imploraba la misericordia divina en tanto una tripulación de esqueletos seguía soltando más trapo.

Aunque tal vez Jal lo ignorara, lo cierto es que existió un "holandés errante", el capitán Bernard Fokke, nacido en La Haya a principios del siglo XVIII y célebre por sus hazañas al mando de un buque de Indias. Poco se conoce de su vida, salvo el gran renombre alcanzado entre sus colegas neerlande-ses, británicos y franceses, por la pericia de que dio abundan-tes pruebas y las continuas innovaciones en el aparejo de su navio. Reforzando los mástiles con revestimiento de hierro y mejorando la disposición del velamen —avances que, dos siglos más tarde, se tendrían presentes al diseñar los clípers de la ruta china—, Fokke realizó veloces travesías entre los Países Bajos y los factorías en la India. Cuando su barco desapareció misteriosamente, se dijo que el diablo había reclamado su parte del trato concertado con el ingenioso marino. Tal vez se inspirara en el misterioso capitán Fokke la leyenda del Holan-dés errante, condenado a navegar en su Buque fantasma.

Otro navio espectral, célebre en la costa sur de Nueva Ingla-terra, es el casco en llamas del Palatine, que en 1 752 zarpó de un puerto holandés transportando futuros colonos para los es-tablecimientos de Filadelfia. Cuando se aproximaba a Nueva Inglaterra, en pleno invierno, una tempestad le hizo desviarse de su curso. Para colmo de males, estalló un motín, el capitán desapareció —o lo hicieron desaparecer— por la borda y los tri-pulantes despojaron a sus pasajeros, abandonándolos con el buque a su suerte.

A unas once millas de Long Island, entre Montauk y Gay Head, se extiende una franja de tierra desierta y expuesta a todos los vientos, conocida por Block Island. En ese lugar en-callaría el maltrecho Palatine una mañana de diciembre, entre Navidad y Año Nuevo. Habitaba entonces la isla un miserable grupo de pescadores, de quienes se rumoreaba que provoca-ban naufragios e iban malviviendo con el saqueo de los restos. Sea como fuera, en aquella ocasión salvaron a los pasajeros antes de robar cuanto de valor quedaba en el buque, al cual prendieron fuego y lo dejaron a la deriva hasta que se hundió.

No obstante, un trágico descuido les impidió advertir la pre-sencia de una mujer que, enloquecida por el furor de la tem-pestad, se había refugiado bajo cubierta. Cuando la marea ale-jaba de la costa aquel infierno flotante, los horrorizados espec-tadores repararon en la infortunada mujer y en sus gritos de desesperación. Era ya demasiado tarde, y nada pudo hacerse por ella.

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A r r i b a : es ta i l u s t r a c i ó n del s ig lo pasado m u e s t r a un m o m e n t o de la célebre ópera w a g n e r i a n a El buque fantasma, cuyo a r g u m e n t o c o n s t i t u y e una m á s de las n u m e r o s a s vers iones de esta leyenda. El cap i t án del nav io m a l d i t o su rcará los mares s i n descanso, m i e n t r a s no encuen t re a una mu je r d i spues ta a sac r i f i ca r lo todo por él. En la obra de W a g n e r , Sen ta , una joven noruega, red ime al Ho landés e r ran te .

Izqu ierda: el Buque fantasma surca los c ie los en las p rox im idades del cabo de Buena Esperanza. La apa r i c i ón del nav io c o n s t i t u í a un m a l presagio para los mar i nos , pues tenía el poder de hacer les perder el r umbo . Estas aguas suda f r i canas son f a m o s a s por los m u c h o s espe j i smos que en el las se producen, lo cual t a l vez exp l ique las f recuen tes apar i c iones del t e m i d o Buque fantasma.

Desde entonces, los habitantes de la costa de Rhode Island esperan ver, durante la última semana de diciembre y en las inmediaciones de Block Island, el casco en llamas del infortu-nado Palatine. El esporádico fenómeno, "una gran bola de fuego en el oceáno", se observó por última vez en 1969.

Posiblemente, la "Luz del Palatine", pues por este nombre se conoce en la región, sea algún tipo de descarga eléctrica si-milar al fuego de San Telmo. No obstante, queda todavía por explicar la curiosa circunstancia de sus apariciones intermiten-tes, desde hace más de dos siglos, tan sólo durante las fiestas navideñas.

Las visiones de barcos inexistentes suelen obedecer a una combinación de diversos factores, como pueden ser las condi-ciones atmosféricas y las alteraciones mentales del perceptor. En épocas pretéritas, la duración y el riesgo de las travesías oceánicas tuvieron que producir numerosas ilusiones ópticas. Pese a la rapidez y seguridad de la navegación actual, y sobre todo en tiempo de guerra, el marino, en continua tensión y presto a detectar la presencia del enemigo, puede ver aquello que espera, aunque no exista.

En cambio, ya es más difícil explicar lo visto por dos muje-res una tarde otoñal de 1926. La señorita Wynne acababa de instalarse en las cercanías de Bury St. Edmunds, en el conda-do inglés de Suffolk, y gustaba de dar paseos para familiarizar-se con su nuevo hogar. Aquella tarde, en compañía de una

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amiga apellidada Allington, echó a andar campo a través con intención de visitar la iglesia de un pueblo vecino, Bradfield St. George. He aquí el relato, recogido por sir Ernest Bennett:

"Para alcanzar la iglesia, cuya torre se divisaba claramente a lo lejos y a nuestra derecha, debíamos atravesar el corral de una granja y salir a un camino. Era éste un recorrido inédito para nosotras, que además desconocíamos la topografía de Bradfield St. George. En fin, llegamos al camino y vimos que por su lado opuesto corría una tapia alta, de ladrillo amarillo-verdoso. Nos pusimos a caminar siguiendo la curva del sende-ro y descubrimos una imponente verja de hierro forjado. Creo que estaba cerrada, o tal vez sólo lo estuviera en parte. De cualquier modo, la tapia proseguía bordeando el camino y de-saparecía con éste en la curva. Por encima del muro se divisa-ba un grupo de árboles muy altos. Tras la verja nacía una ave-nida que, pasando entre los árboles, llegaba hasta un enorme caserón. Desde donde estábamos pudimos distinguir una es-quina del tejado, coronando una fachada de estuco, donde re-cuerdo haber visto algunas ventanas de estilo georgiano. El resto del edificio quedaba oculto tras las ramas de los áboles. De pie ante la verja, comentamos la majestuosidad del lugar, interrogándonos sobre la posible identidad de sus moradores."

Cosa de medio año después, las dos mujeres decidieron re-petir aquel itinerario: "Cruzamos el corral, salimos al camino y nos detuvimos de repente, sofocando una exclamación de asombro. '¿Dónde está la tapia?' preguntamos al unísono. Había desaparecido. Bordeando el camino sólo se veía una cu-neta, un terreno inculto con varios terraplenes y el grupo de ár-boles ya conocidos. Seguimos el sendero e iniciamos la curva, pero no existía verja alguna, ni avenida, ni caserón con venta-nas de estilo georgiano. Aquello era un misterio. Suponiendo que acaso habrían derribado el edificio y la tapia circundante, nos metimos en el terreno para investigar. Tan sólo hallamos varias charcas, que desde luego no eran recientes, entre unos terraplenes situados donde debía alzarse la construcción."

Las gentes de los alrededores desconocían la existencia de semejante edificio. Las dos amigas parecían ser los únicos seres humanos que lo habían visto. Si eso fue una alucinación, desde luego lo era en gran escala y por partida doble, pues la señorita Allington corroboró la declaración de su amiga. ¿En virtud de qué fuerza psíquica se había producido? ¿Acaso la mente de ambas mujeres conservaba un recuerdo de una casa como aquélla, situada en idéntico emplazamiento, recuerdo que una de ellas deseaba subconscientemente hacer visible? ¿Tal vez no sólo lo hizo visible para sí misma, sino que además lo proyectó ante los ojos de su compañera? Más fantástico to-davía: ¿Acaso se desplazaron en el tiempo, hacia el pasado o el futuro, haciendo coincidir sus vidas, durante unos minutos, con la existencia de la casa?

Semejante aparición, observada en pleno día por dos perso-nas, debe hacernos meditar sobre la naturaleza de los huma-nos y del mundo que se ofrece a nuestra vista.

Ar r i ba : la Luz del Palatine. Dos s ig los después del i ncend io que h u n d i ó al nav io ho landés Palatine, su espect ro sue le aparecer — a u n q u e ú n i c a m e n t e en época nav ideña— en aguas de B lock Is land , deso lada f r an j a de t ie r ra f ren te a la cos ta del es tado n o r t e a m e r i c a n o de Rhode I s land

Derecha: el cas t i l l o de O k e h a m p t o n , en el condado ing lés de Devon. Uno de los s in i es t ros ca r rua jes f a n t a s m a s de Ing la te r ra recorre el v ie jo c a m i n o de T a v i s t o c k a O k e h a m p t o n . El veh ícu lo , precedido por el esquele to de un perro, está f o r m a d o por los huesos de los c u a t r o m a r i d o s de la ma l vada lady H o w a r d , cuyo espect ro , pá l ido y ensabanado, v ia ja en el i n te r i o r . La pér f ida mu je r debe a r ranca r cada noche una br izna de h ie rba del parque de O k e h a m p t o n para l levar la a Fi tz ford, casa so lar iega de la a r i s t óc ra ta . El cas t i go por el s u p u e s t o ases ina to de sus esposos du ra rá m i e n t r a s quede h ie rba en el parque, es deci r , has ta el f i na l de los t i e m p o s .

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Arr iba : un "Sp i t f i r e " , el av ión más famoso de las Fuerzas Aéreas br i tán icas durante la segunda Guerra Mund ia l . Los hab i tan tes de las inmediac iones del aeródromo de B igg in Hi l l a f i rman haber oido el zumbido de uno de estos aparatos, p i lo tado por un aviador desaparecido en combate. Otros aseguran haber v is to cómo el "Spi t f i re" balanceaba sus alas, ind icando que había cumpl ido fe l izmente su mis ión.

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Espectros familiares

"Al principio apenas se oía, pero gradual-mente fue aumentando de volumen. Desde luego, esa voz tenía algo de huma-no... La puerta de comunicación con la panadería, donde yo me encontraba tra-bajando, también estaba abierta. Todos nos detuvimos y prestamos atención. Como dije, fue intensificándose y de vez en cuando podía entenderse alguna pala-bra en gaélico. Después fue disminuyen-do hasta perderse del todo. Como es ló-gico, hicimos toda clase de cébalas sobre aquel sonido y al fin, poco antes del ama-necer, hacia las cinco de la madrugada, entró un repartidor de pan y me dijo:

La calavera v iv ien te de la mans ión de Bet t iscombe. a t r ibu ida a un negro an t i l l ano l legado a Inglaterra duran te el s ig lo XVII I . Tras ella aparece el re t ra to de John Pinney, el ind iano que regresó al solar de sus antepasados t rayendo consigo al esclavo. Es f ama que la calavera emi te gr i tos las t imeros cuando a lgu ien pretende alejar la de la casa, facu l tad aparentemente compar t ida por otros restos s imi la res , t an to en Gran Bretaña como en Estados Unidos.

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"Sólo entonces se les permite expresar su tristeza"

'Creo que deberás salir tú con el carro; acabo de enterarme de la muerte de una tía mía.' Entonces lo vi todo claro: la banshi-de había gemido en el carro de aquel repartidor."

El término "banshide" —más empleado, por lo general, con la grafía "banshee"— procede del gaélico bean sidhe, literal-mente "mujer de las hadas", criatura cuyo llanto lastimero anuncia una muerte. La cita inicial procede de un programa de la BBC, en cuyo transcurso Sheila St. Clair, investigadora psí-quica irlandesa, entrevistó a varias personas que habían oído el estremecedor lamento de la banshee. Entre otros datos de in-terés, el programa recogía una descripción detallada del la-mento fúnebre de las hadas, facilitada por un anciano del con-dado irlandés de Antrim: "Era un sonido lastimero, en cierto modo parecido al maullido nocturno de un gato solitario. Pero de gato no tenía más que eso, estoy seguro. Pensé si sería un pájaro agonizante, o algo así... En fin, era una especie de llanto que fue atenuándose hasta desaparecer..."

La banshee ha llorado la muerte de los antiguos héroes ir-landeses. Ha gemido por el rey Connor McNessa, por Fin McCool y por el gran Brian Boru, cuya victoria sobre los dane-ses en el año 1014 acabó con su soberanía en Irlanda. En la época moderna, su voz doliente ha resonado en Sam's Cross, pueblo del condado de Cork, dorvde en 1922 caía en una em-boscada el general Michael Colline, comandante en jefe del Ejército del Estado Libre de Irlanda. Meses después perdería la vida en Tralee el comandante Sean Dalton, de quien dice la canción: "Mucho la banshee lloró, en el valle de Knockanure, cuando Dalton murió."

Aunque el término banshee se interprete popularmente como "hada", la mayoría de entendidos lo tienen por un espíri-tu. Para ciertas familias —los O'Brien, por ejemplo—, la bans-hee viene a ser un ángel guardián, mudo testigo de las peripe-cias de sus miembros, a quienes conduce por senderos segu-ros y provechosos. Cuando muere un O'Brien, la protectora banshee le presta un último servicio, gimiendo por el alma que emprende el camino de la eternidad.

Sheila St. Clair también recoge la teoría expuesta por un co-municante de Antrim. Como premio a su profunda religiosidad, a los irlandeses se les han otorgado espíritus protectores, encargados de velar por sus clanes. Por tratarse de seres celestiales, incapaces de expresarse como los humanos, pero interesados e incluso afectados por los vaivenes de la familia confiada a su tutela, haciendo una excepción, Dios les deja expresar su dolor cuando muere uno de sus protegidos. Sólo entonces se les permite gemir.

Cuando la banshee decide hacerse visible, cosa por cierto rarísima, adopta la forma de una mujer pelirroja de ojos verdes. En cambio, el heraldo fúnebre de los galeses es una repugnan-te vieja a quien se conoce por el expresivo nombre de "la Bruja Babosa". En Escocia, las "mujeres de la muerte" suelen apare-cer a orillas de alguna corriente que fluya hacia el oeste, lavan-do la ropa de quien pronto va a morir. La familia Ewen, de la

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Arr iba : la banshee anuncia una muer te inminen te en la fami l i a . Este legendario ser, a quien se ha v is to en contadas ocasiones, advierte del p róx imo fa l lec imiento de uno de sus protegidos. Numerosas fam i l i as i r landesas y escocesas se precian de contar con uno de estos espír i tus guardianes.

Derecha: capi l la ardiente del revoluc ionar io i r landés M ichae l Col l ins, ins ta lada en Dubl ín en el año 1 9 2 2 . La banshee lanzó sus gr i tos desgarradores en Sam's Cross, pueblo del condado de Cork donde Col l ins cayó en una emboscada.

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isla de Mull, en el condado escocés de Argyll, conserva una cu-riosa leyenda referente a su espíritu fúnebre. El jefe del clan, Eoghan a' Chin Bhig —Ewen, el de la cabeza pequeña—, mora-ba a principios dei siglo XVI en el castillo del lago Sguabain. Habiendo desposado a una MacLaine, hija del jefe de ese clan, suegro y yerno se pasaban la vida disputando. En 1 538, con el agravamiento del conflicto, ambos hombres iniciaron los pre-parativos para enfrentarse en el campo de batalla.

La víspera del día fijado para el encuentro paseaba Ewen por las cercanías del lago Sguabain, cuando descubrió, arrodi-llada junto a un arroyo, a una vieja ocupada en lavar un mon-tón de camisas ensangrentadas. Iba completamente de verde, de los pies a la cabeza. Ewen supo al instante que era una "mujer de la muerte" y quiso saber si también lavaba su cami-sa. La anciana le respondió: En efecto. Pero si tu mujer te ofre-ce pan con queso, sin tú pedírselo, vencerás."

Al amanecer Ewen preparó sus armas, ansioso por ver si su esposa le brindaba la salvación. La mujer no hizo gesto alguno y el jefe del clan, desmoralizado, condujo a sus hombres a una terrible derrota. En lo más reñido del combate, un certero ha-chazo le separó la cabeza del tronco. Su negra montura se ale-jó del campo a galope tendido, con el descabezado caballero firmemente sujeto sobre su silla. Desde entonces, cuando un Ewen está próximo a morir, el caballo fantasmal y su decapita-do jinete aparecen galopando a orillas del lago Sguabain.

Por lo menos tres miembros de la familia han visto el fan-tasma. Según la interpretación aceptada en Lochbuie, morada del actual jefe del clan, la visión de Eoghan a' Chin Bhig presa-gia alguna enfermedad grave o la muerte de un Ewen.

En su libro Psychic Phenomena ¡n Ireland, Sheila St. Clair aventura una hipótesis explicativa del fenómeno de la bans-hee. "De igual modo que se nos transmiten determinadas ca-racterísticas físicas —coloración del cabello y de los ojos, por ejemplo—, recibimos un legado de recuerdos ancestrales. Así, los descendientes de un linaje tribal, plagado de innumerables matrimonios entre parientes, compartimos el recuerdo hereda-do de la banshee. Puede que la imagen de una mujer llorando constituya un símbolo grabado, de manera indeleble, en nues-tra conciencia racial. Al fin y al cabo, las irlandesas saben mucho de llorar sobre el cadáver del hijo asesinado. Si otros planos de la conciencia son independientes del t iempo y sus li-mitaciones, también es posible que en un sector de nuestra mente consciente surja, instantáneamente, un patrón simbóli-co hereditario —la imagen de una mujer, de una liebre, incluso de un ave—, antaño vinculado a las tragedias acaecidas a nuestra tribu. Es decir, una especie de preaviso subconsciente, que nos anuncia una inminente desgracia."

En términos generales, esta explicación concuerda con la idea del "subconsciente colectivo", trazada por el psicoanalista C. G. Jung, según la cual nuestra especie posee un fondo de conocimientos o recuerdos heredados de nuestros antecesores más remotos.

Arr iba : el cas t i l lo de Cortachy, en las inmediac iones de la c iudad escocesa de Aberdeen, es el solar de los Ogilvy, condes de Ai r l ie desde 1 6 4 1 . Cuanto está próx ima la muer te de un miembro de la fami l i a se oye el redoble de un tambor f rente a los muros del alcázar. Cuenta la leyenda que, hace muchos años, se descubr ió a un joven y apuesto tambor en una s i tuac ión más bien compromet ida con una Ogilvy. Como cast igo a su osadía, met ie ron al in fo r tunado galán en su propio tambor y lo ar ro jaron al vacío desde la tor re más al ta del cast i l lo .

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La teoría del recuerdo hereditario —aplicable asimismo a otros avisos de muerte en la familia— resulta tranquilizadora si se compara con la creencia, compartida por numerosos clanes, de que estas advertencias de origen sobrenatural constituyen un castigo y una maldición.

La señora Mary Balfour, octogenaria escocesa pertenecien-te a una familia aristocrática, considera que el espíritu de su clan —un gaitero fantasma— es producto de una maldición:

"En el transcurso de un combate, uno de mis antepasados hirió de muerte a un miembro de otro clan. Antes de expirar, aquel hombre nos echó su maldición: se nos haría saber, con dos o tres días de anticipación, el próximo fallecimiento de al-guno de nosotros. El castigo fue terrible, ya que nadie podría evitar la muerte anunciada y, en tanto no se supiera quién era

Arr iba : entre los pocos espectros captados —aunque sólo sea en par te— por una cámara, destaca el de la l lamada " D a m a Parda de Raynham" . El fo tógrafo, l legado a la mans ión de Raynham un día de sept iembre de 1 9 3 6 con el exc lus ivo objeto de lograr un documento gráf ico de la escalera, sólo acertó a obtener esta imagen confusa. No obstante, las anter iores apar ic iones fueron más concretas, d is t ingu iéndose la cof ia de la Dama Parda, un vest ido de brocado y el detal le macabro de un par de cuencas vacías, en lugar de ojos. Es fama que esta apar ic ión precede a la muer te de algún morador de la casa

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el difunto, todo el clan sufriría la lógica ansiedad. Desde luego, para mí ha sido una tortura: he oído la triste melodía del gaite-ro en Edimburgo, en la isla de Skye, viajando en tren e incluso en mi piso de Londres.

"Jamás he podido verlo. Imagínese mi alivio cuando sonaba la música y yo me volvía, para comprobar que se trataba de un gaitero ambulante, como los que antes había por las calles de Edimburgo y Glasgow. ¡Qué peso me quitaba de encima! No era un aviso. Vivía en Inverness cuando oí por vez primera al gaitero fantasma. Creo que tenía yo dos o tres años de edad. Cuando vuelva a oírlo, tocará por mí."

Otras familias destacadas padecen las asechanzas de diver-sos tipos de espectros. Los Bowes-Lyon —en cuyo seno nació la madre de Isabel II—, condes de Strathmore, deben ser la es-tirpe más visitada por los fantasmas. Su casa solariega, el cas-tillo de Glamis, en el condado escocés de Angus, fue escenario del Macbeth shakespeariano, si bien es dudoso que el rey Dun-can llegara a pisar jamás la fortaleza y mucho menos que se le asesinara en aquel lugar. No obstante, aquí pereció apuñalado

Abajo: el cas t i l lo escocés de Glamis, mans ión ancest ra l de los Bowes-Lyon, es un au tén t i co paraíso de los fan tasmas. El de una caste l lana del s ig lo XVI parece rondar la torre del reloj, aunque ta l fenómeno queda ecl ipsado por el legendario " H o r r o r " de Glamis, cuyo secreto sólo se revela al jefe de la fami l i a . Ello no ha impedido la pro l i ferac ión de h ipoté t icas expl icaciones, tales como la del aposento ocu l to donde se encuent ran los esqueletos de var ios hombres. Estos, huyendo de sus perseguidores de otro c lan, se acogieron a la hosp i ta l idad del conde de S t ra thmore , quien para no verse envuel to en la d isputa los dejó mor i r de hambre. Derecha: la Sala de Duncan, uno más entre el centenar de aposentos del cast i l lo , recibe el nombre del monarca asesinado en el M a c b e t h shakespear iano, aunque el autént ico Duncan jamás v is i ta ra el lugar.

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Arr iba: el tercer conde de S t ra thmore y sus hi jos, en una p in tura expuesta en el salón pr inc ipa l de Glamis. El n iño l igeramente deforme ha dado pábulo a la leyenda de la " c r i a tu ra m o n s t r u o s a " , nacida en el seno de la fami l i a de los Bowes-Lyon y ocu l ta en una remota dependencia del cast i l lo .

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Arr iba: v is ta de la an t igua mans ión de Sandford Oreas, por cuyos aposentos rondan siete fan tasmas. Abajo: casa solariega de Saws ton , en el condado de Cambridge, donde parece deambular el espectro de la reina Mar ia Tudor, apodada " la sangu ina r ia " por la cruel persecución de que hiciera objeto a sus subdi tos protestantes en el siglo XVI. No obstante, Mar ía v is i ta S a w s t o n como amiga, pues en esta mans ión hal ló refugio. Arr iba a la derecha: Sala de los Tapices de Sawston , en la que Mar ía Tudor pasó una noche y donde se aparece su espectro.

Malcolm II, en el siglo XI. El piso de uno de sus innumerables aposentos todavía conserva una mancha de sangre, brotada, según se dice, de las heridas de aquel monarca. Varios fantas-mas rondan Glamis: un niño negro, una dama de gris, un conde derrotado por el diablo en una partida de naipes. Pero, de todas sus leyendas, la más célebre y estremecedora es la del "Horror" de Glamis.

Fuera de los Strathmore, nadie conoce el aspecto del Ho-rror de Glamis, aunque todo parece indicar que no se trata de una fábula, sino de un pavoroso misterio oculto entre los seve-ros muros de la fortaleza. De todas las historias relativas a este enigma, destaca por la frecuencia con que se repite la de una monstruosa criatura nacida en el seno de la familia, cuya sola visión podría acarrear la locura. El hipotético ser resultó ex-traordinariamente longevo... y hay quien sostiene su actual existencia en un aposento oculto del castillo.

Intrigados por la posibilidad de tal escondrijo, hace años un grupo de huéspedes decidió emprender un registro metódico de todas las dependencias de Glamis. Aprovechando la ausen-cia de lord Strathmore, fueron colgando trozos de tela en cuantas ventanas consiguieron localizar. Finalizada esta fase de su búsqueda, salieron del castillo y examinaron sus muros: más de una docena de aberturas al exterior carecían de su co-rrespondiente señalización. En consecuencia, les había sido imposible hallar un mínimo de doce aposentos exteriores, y ni siquiera se habían ocupado de los estrictamente interiores. De todos modos, su investigación se vio interrumpida por la llega-da del castellano, quien demostró sin ambages su opinión sobre el comportamiento de los entrometidos huéspedes.

El mismo lord Strathmore respondería, años después, a un amigo que le interrogó sobre la identidad del Horror de Glamis: "Tan sólo puedo decirte que, si llegaras a conocer el secreto, daría gracias a Dios por no estar en mi pellejo."

En The Realm of Ghosts, Eric Maple ofrece su teoría en torno a este misterio. Hace siglos, hallándose en guerra dos fa-milias de la región, varios miembros del clan Ogilvy buscaron refugio en Glamis, huyendo de sus perseguidores del linaje Lindsay. Aunque estaba obligado a darles cobijo, pues así lo exigían las leyes de la hospitalidad, el conde de Strathmore no

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deseaba aparentar parcialidad por uno u otro bando. Llevó a los Ogilvy a una estancia oculta del castillo, donde, atrapados por la astucia del aristócrata, los dejó morir de hambre. Años después, seguían resonando los gritos de los desgraciados presos en aquella parte del castillo. Pasaron decenios, tal vez más de un siglo, hasta que un descendiente del despiadado conde dio con el lugar de donde surgían los alaridos. Descorrió los cierres, empujó la pesada puerta y, en cuanto vio el interior del aposento, cayó desmayado en brazos de su acompañante. El noble hizo tapiar la puerta y jamás reveló su secreto. "El es-pectáculo debió ser pavoroso —concluye Maple— pues según la tradición algunos prisioneros expiraron en el acto de roer la carne de sus propios brazos."

Tal vez este relato, como el de la criatura monstruosa, sea pura especulación. La verdad tan sólo la conoce el conde de Strathmore, quien la comunica al heredero del título cuando éste alcanza la mayoría de edad. A las mujeres de la familia nunca se les ha revelado el secreto, según explicó lady Granvi-Ile a J. Wentworth Day, célebre cazador de espectros. "Cuan-do yo era pequeña —recordaba esta dama de la familia Bowes-Lyon— no se nos permitía hablar del asunto. Tanto mi padre como mi abuelo se negaban en redondo a discutirlo."

Arr iba: lady Louisa Carteret, cuyo fan tasma ronda la mans ión de Longleat , solar de los marqueses de Bath.

Aba jo : según refiere la leyenda, en este corredor se l ibró un duelo entre el amante y el mar ido de lady Louisa, con fatales consecuencias para el pr imero. Por este lugar, escenario del t rág ico suceso, se pasea el espectro de la dama.

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Abajo: "Natura leza muer ta , con muer te " , parece un t í tu lo muy indicado para esta fotograf ía de la calavera v iv iente de Bet t iscombe. El hoy preciado adorno, fue en t iempos juguete para los h i jos del propietar io de la mans ión . Es fama entre los lugareños que "e l l os " —ref i r iéndose a seres o fan tasmas d e s c o n o c i d o s -jugaban part idas de bolos con la calavera en el desván de Bet t iscombe.

Y así siguen hoy las cosas, al menos por cuanto hace a las personas ajenas a la familia.

Algunas estirpes de menos prosapia pueden vanagloriarse de poseer "Horrores" más tangibles. Las calaveras protecto-ras, vistas con una especie de temor reverencial mezclado con indudable afecto, debieron estar de moda en el pasado, según se desprende de las tradiciones celtas. Es otra de las costum-bres que también parece haber salvado el Atlántico para esta-blecerse en Norteamérica. A. J. Pew, periodista californiano ya fallecido, informó al autor sobre la calavera conservada en el seno de su familia.

Los Pew, de origen francés, llegaron a Louisiana poco antes de concluir el siglo XVII. Desde muy antiguo, los documentos familiares hacen mención de una calavera atribuida a un su-puesto antepasado medieval, quien por lo visto purgó sus in-dignaciones heréticas en la hoguera. El últ imo resto de las víc-timas se conserva en una caja de madera tallada.

A semejanza de tantas reliquias familiares de este tipo, "Ferdinand" —apodo cariñoso de la calavera en cuestión— pa-recía bastante sensible a su entorno. "Si la retiraban de su sitio para sacarla de la casa familiar —explicaba Pew— se ponía a gritar. Lo peor, no obstante, era cuando lanzaba sus agudos chillidos dentro de la casa: ello indicaba la muerte inminente de uno de los nuestros.

Pese a todo, el padre de Pew debió encontrar sospechosa esa historia, puesto que encargó el examen de la calavera a un eminente cirujano. En opinión de este doctor, el ejemplar debió pertenecer a un indio, posiblemente originario de la Florida.

Arr iba : Bur ton Agnes Hal l , casa solar iega s i ta en el condado de York, alberga la calavera de Anne Gr i f f i th , su pr imera propietar ia. A poco de f ina l izarse la cons t rucc ión , Anne fue v íc t ima de un asa l to m ien t ras paseaba por las inmediac iones, mur iendo a consecuencia de las heridas recibidas. Las hermanas de Anne dieron sepul tura ai cadáver, quebrantando el j u ramen to de conservar su cabeza entre los muros de la mans ión , y entonces comenzaron a produci rse ru idos mis ter iosos. Atemor izadas, no tuv ie ron más remedio que cump l i r la vo lun tad de la d i fun ta .

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"No tengo mucha relación con la rama familiar encargada de conservar la reliquia —proseguía Pew—, aunque todo parece indicar que llegó a manos de mis antepasados después, y no antes, de su llegada a Norteamérica. Alguien quiso crearse una reputación en la nueva patria y pensó que el cuento de la cala-vera le rodearía de cierta aureola de misterio. Desde luego, mi padre jamás oyó los gritos de la calavera y sólo pudo dar con personas que habían conocido, a su vez, a supuestos testigos del hecho."

La calavera de los Pew no es única en su especie. Varias fa-milias inglesas han conservado —en ocasiones a regañadien-tes— reliquias óseas que se oponen a todo intento de darles sepultura decorosa.

La calavera titular de Wardley Hall, mansión ubicada en las inmediaciones de Manchester, parece haber pertenecido a un sacerdote católico ejecutado en 1 641 por el delito de traición. Tras exhibirse la cabeza del ajusticiado en la torre de una igle-sia de la ciudad, como clara advertencia a los simpatizantes de su causa, se retiró en secreto y pasó a Wardley Hall. Siempre que se ha intentado darle sepultura, la mansión ha sufrido daños en sus tierras y propiedades.

Son frecuentes tales historias en torno a estos restos. La cé-lebre calavera de Bettiscombe, por ejemplo, es un caso curio-

Arr iba a la izquierda: o t ra calavera reacia al ent ierro convenc ional , esta vez en Chi l ton Cántelo, condado de Somerset . Se atr ibuye a un ta l Theoph i lus Broome, fa l lec ido en 1 6 7 0 , por cuya expresa vo lun tad se conserva en la alquería donde hoy puede verse. Todos los in ten tos de sepul tar la han dado or igen a " te r r ib les sonidos, ind ica t ivos de profundo d isgus to " , según reza una inscr ipc ión en la lápida mor tuo r ia

Ar r iba : en la casa solar iega de Ward ley , enclavada en el condado de Leicester, se guarda la calavera del padre Ambrose, sacerdote cató l ico e jecutado en 1 6 4 1 por el del i to de t ra ic ión a la corona.

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He aquí un recordator io, más bien lúgubre, de cuan fugaz es nuestro paso por este val le de lágr imas. Se t ra ta del "v ie jo J i m m y " , esqueleto a t r ibu ido a un alcalde del Londres medieval y expuesto durante años en un ataúd con tapa t ransparente a la entrada de la iglesia de St . James, en Trafa lgar Square. En el t ranscurso de la segunda Guerra M u n d i a l una bomba atravesó el tejado del templo , golpeó el a taúd y fue a incrus tarse en el suelo de la cr ip ta, s in l legar a explotar. El per turbador suceso debió reanimar al viejo J i m m y , ya que su espectro apareció en la nave de la iglesia, achacándosele además el mov im ien to de c ier tos objetos y la producc ión de ruidos mister iosos. Así reza el ep i ta f io a sus pies: "Detén tus pasos / y d isponte a seguirme. / Pues ayer fu i yo / lo que tú eres hoy / y mañana serás / lo que ahora soy."

so. El entonces propietario de la casa solariega la enterró a unos tres metros de profundidad. Cuál no sería su asombro cuando, al día siguiente, la encontró en la superficie, esperan-do según se asegura, el retorno a su lugar. Bettiscombe consti-tuye precisamente un caso representativo de la formación de una leyenda, merced a una serie de tergiversaciones y habla-durías. Por cuestiones políticas, el antiguo dueño de la man-sión fue desterrado en 1685 a las Antillas. Su nieto, John Frederick Pinney, regresó a la patria durante el siglo XVIII, trayendo consigo un esclavo negro. Años después, Pinney, reputado como amo afectuoso y humanitario, prometió al sier-vo moribundo que le daría sepultura en su país africano.

Faltando a lo prometido, el terrateniente dispuso el entierro del esclavo en un cementerio próximo a Bettiscombe. A partir de entonces y durante varias semanas, los moradores de la mansión apenas lograron conciliar el sueño, pues se vieron acosados por misteriosos quejidos, gritos y golpes en las pa-redes. Sospechando cuál sería el origen de las perturbaciones, Pinney exhumó el cadáver y lo depositó en un desván del edifi-cio. La solución fue acertada, ya que cesaron los ruidos.

No se sabe cómo ni cuándo, pero tras varios años de per-manencia en su insólito mausoleo, de los restos del esclavo tan sólo se conservó su calavera, desprovista de mandíbulas. "Gracias a esta calavera —comentaría en 1847 un ama de lla-ves al mostrar las dependencias a un visitante— estamos pro-tegidos contra los fantasmas; éstos no se atreven a rondar la casa." Se trata de la primera constancia escrita sobre las supuestas cualidades sobrenaturales de la macabra reliquia.

En el transcurso de su investigación acerca de Bettiscombe, realizada a mediados de los años sesenta, Maple descubrió nu-merosas historias referentes a la calavera. En las diversas oca-

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siones en que la retiraron de la mansión, la comarca entera sufrió las consecuencias: una tormenta echaba a perder las cosechas, o el ganado enfermaba y moría. Incluso se hablaba de algunos propietarios de Bettiscombe, muertos poco des-pués de intentar deshacerse de la reliquia.

Un hombre entrevistado por Maple recordaba haber oído, siendo él entonces un muchacho, los "gritos de la calavera que guardaban en la buhardilla, eran más bien chillidos, como los de un ratón atrapado". Esta declaración era desconcertante, pues hasta ese momento se sabía que la calavera sólo protes-taba cuando la retiraban de la casa. Otros lugareños mencio-naron una especie de tableteo procedente del desván, donde "ellos" debían estar jugando a los bolos con la calavera. La identidad de "ellos" se dejaba a la imaginación del oyente.

El esclavo de Bettiscombe lleva doscientos años formando, influyendo y modificando las tradiciones de toda la comarca. Se habla de los alaridos de un negro "encerrado en un lugar secreto, a quien pasaban la comida por una reja". Por otra par-te, también se insiste en el trato humanitario dispensado por John Pinney a su esclavo. ¿A quién debemos dar crédito? Para complicar aún más el panorama, otra leyenda atribuye la cala-vera a una joven de raza blanca, prisionera primero y asesinada después entre los muros de la mansión.

Es muy posible que todas estas historias sean pura inven-ción de mentes calenturientas, como parece desprenderse del dictamen pronunciado por el profesor Gilbert Causey. Tras examinar la calavera, este cirujano expresó la autorizada opi-nión de que se trataba de un espécimen perteneciente a una mujer prehistórica.

Michael Pinney, propietario actual de Bettiscombe, se incli-na por una explicación bastante lógica y verosímil: en el lugar hoy ocupado por la mansión debió alzarse antaño alguna cons-trucción de origen antiquísimo, en cuyos cimientos se depositó el cadáver de una víctima ritual, sacrificada a los dioses como ofrenda propiciatoria. Muchos siglos después aparecieron los restos y alguien creyó conveniente atribuirlos a un personaje como el esclavo negro, cuya existencia parece probada.

Aunque Pinney y su esposa afirman ver en la extraña reli-quia familiar tan sólo un interesante tema de conversación, nunca han permitido que se saque de la casa. El matrimonio quedó estupefacto cuando, durante la última conflagración, un amigo de la familia perfectamente enterado de lo relativo a la calavera preguntó, como quien no da importancia a la cosa: "¿Sabéis si sudó gotas de sangre en 1939, como lo hizo en 1914?"

La amarillenta reliquia —africana o caucásica, maldición o amuleto— sigue firmemente grabada en la fantasía de las gen-tes de Dorset. Si, en efecto, se trata de los restos de una vícti-ma sacrificada a los dioses, su huella indeleble en la memoria popular, durante al menos un par de milenios, es tan digna de tenerse en cuenta como la presencia innegable de la plañidera banshee, "símbolo grabado... en nuestra conciencia racial".

Arr iba : restos momi f i cados de Jeremy Bentham, creador del u t i l i t a r i smo, expuestos a la entrada del Univers i ty College de la Univers idad de Londres. La descompos ic ión de la cabeza aconsejó sus t i tu i r la , l lace de ello a lgún t iempo, por una reproducc ión en cera. El cadáver se preservó por vo lun tad expresa del excéntr ico Bentham, quien pensó que a sus seguidores les gustar ía tenerle entre ellos en el t ranscurso de sus reuniones. Na tu ra lmen te , su espectro suele deambular por las dependencias del c i tado College.

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Shirley Hitchins era una adolescente de lo más normal. En compañía de sus padres vivía en una casa idéntica a otras muchas de Wycliffe Road, en un distrito obrero de Londres. Como tantas amigas suyas se puso a trabajar muy joven, aban-donando los estudios, y parecía satisfe-cha con su empleo en unos grandes almacenes del centro. Fue precisamente en 1956, a los pocos meses de cumplir sus quince años, cuando Shirley comenzó a ser un caso raro.

Sus problemas se iniciaron con un curioso hallazgo. Cierta mañana, al des-pertar, se encontró una llave reluciente

El tambor de Tedwor th , duende inglés del siglo XVII y uno de los pr imeros objetos de invest igac ión psíquica, según la concepción del d ibu jan te George Cru ikshank . En real idad, no hubo fan tasmas en Tedwor th , como tampoco los hay en la mayoría de estos casos. Sus efectos más corr ientes —ruidos, desp lazamiento aéreo de objetos, lev i tac iones— les d is t inguen con clar idad de los espectros, debiéndose probablemente a la energía psíquica emanada de una de las v íc t imas del duende.

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Los duendes

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"Su cuerpo rígido se elevó en el aire"

Abajo: Harry Hanks, méd ium y amigo de la fami l ia H i tch ins , t ra tó de l ibrar a Shi r ley del duende que llevaba un mes atormentándola . Sumido en trance, estableció contac to con un espír i tu y recibió seguridades de que el duende cejaría en su persecución de la muchacha (a la derecha del hogar).

Abajo a la derecha: Shi r ley H i t ch ins muestra una bota, objeto de las atenciones del duende o pol tergeist en el t ranscurso de una sesión esp i r i t is ta .

y nueva sobre la colcha. Ni ella ni sus padres la conocían, y además no encajaba en ninguna cerradura de la casa. A partir de entonces, todas las noches alguien tiraba de sus ropas de cama y se oían golpes ensordecedores en los tabiques de su alcoba, ruidos que de día se transformaban en suaves t a b l e a teos en otros lugares de la casa. Todo ello se completaba con el desplazamiento inexplicable de pesados muebles.

Esa situación comenzaba a repercutir en la salud de Shirley, quien apenas podía pegar ojo, por lo cual se decidió que pasa-ra la noche en casa de una vecina, la señora Lily Love. Fue inú-til, pues alguien movió el despertador y algunos objetos de un estante, un atizador emprendió un vuelo por la sala y el reloj de pulsera de Shirley se soltó y fue a estrellarse contra el piso.

Alarmado, el padre —modesto empleado del ferrocarril me-tropolitano— decidió montar guardia una noche en compañía de su hermano, mientras la muchacha se instalaba en la alco-ba de su madre. No tardó en agitarse la cama de Shirley, quien, totalmente despierta y con las manos fuera de la colcha, apenas podía dar crédito a sus ojos. Acudiendo a su llamada, los dos hermanos se precipitaron en la habitación, apresurándose, por indicación de Shirley, a sujetar las mantas, pues alguien se empeñaba en tirar de ellas hacia los pies del lecho. Cuando se esforzaban por dominar al invisible adversa-rio, la madre dejó escapar una exclamación de asombro y todo el grupo se quedó atónito: rígido como una tabla, el cuerpo de la joven se había elevado unos quince centímetros en el aire, sin que nadie lo tocara.

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Luchando por dominar su pánico, los dos hermanos separa-ron a la flotante Shirley de la cama. Algo aturdida, la chica ex-plicó que había notado una tremenda presión ascendente en los ríñones. Esa ¡evitación señaló el momento cumbre de los extraños acontecimientos, ya que al día siguiente todo volvió a la "normalidad", esto es, a los ruidos y golpes. Con una salve-dad: ya no se limitaban a la casa, pues seguían a Shirley hasta el interior del autobús que la llevaba al trabajo. Comentando el caso con sus compañeras, éstas le hicieron ver la conveniencia de visitar al médico de la empresa. El escepticismo inicial del doctor se trocó en firme convicción de que "ocurría algo raro" cuando los golpes comenzaron a oírse en su propio consulto-rio. Poco pudo hacer, de todos modos, el galeno, puesto que casi al mes justo de aparecer la llave, disminuyó la frecuencia de los fenómenos y no tardaron en desaparecer para siempre.

Veinte años después, resulta imposible emitir una opinión objetiva sobre los sucesos de Wycliffe Road, por cuanto sólo contamos con artículos y entrevistas periodísticas. No obstan-te, parece lícito suponer que las personas afectadas —Shirley y su familia, la señora Love, el doctor— eran gentes perfecta-mente normales y razonables, sin previa experiencia de fenó-menos psíquicos.

Con toda probabilidad, el caso de Shirley Hitchins puede in-cluirse en el grupo de fenómenos atribuibles a los duendes, también llamados "espíritus ruidosos" o Po/tergeist, término este último de origen alemán, utilizado por los investigadores psíquicos para describir determinados efectos físicos de apa-riencia extraordinaria, tanto si el experto los considera obra de un espíritu, como si no.

En Can We Explain the Poltergeist?, el doctor A. R. G. Owen define así los fenómenos típicos del duende: emisión de soni-dos —tableteos, golpes, rumores—; movimiento de objetos; todo ello de manera espontánea, a menudo esporádica, y por causas físicas desconocidas.

Estas dos clases de fenómenos abarcan multitud de efec-tos. Los ruidos, por ejemplo, pueden ser impersonales —los que seguían a Shirley Hitchins hasta el autobús— o indicar la intervención de un agente humano o sobrehumano. También son muy diversos los movimientos de objetos: cuadros que se caen solos, jarrones voladores, muebles desplazados, etc. En alguna ocasión, muy rara, se registran levitaciones.

El espíritu ruidoso, duende o poltergeist se conoce desde tiempo inmemorial. Uno de los casos documentados más anti-guos (en el año 355), se produjo en la población alemana de Bingen-am-Rhein, donde volaron las piedras, cayeron los dur-mientes de sus camas y se oyeron golpes y sonidos estrepito-sos por las calles. A partir de entonces se mencionan sucesos similares en numerosos puntos del globo.

En The Story of the Poltergeist, el hoy fallecido investigador psíquico Hereward Carrington ofrecía una relación de trescien-tos setenta y cinco casos documentados de perturbaciones atribuidas a los duendes, desde el de Bingen-am-Rhein hasta

El tambor de Tedworth

Nadie podía prever las conse-cuencias de aquel dictamen, y mucho menos el severo magis-trado de Tedworth, cuando ex-pulsó de la comarca a un mago ambulante —atrapado en turbios manejos, todo hay que decirlo— y ordenó la confiscación de su tambor.

Estos hechos tuvieron lugar en marzo de 1 662. Apenas había abandonado el delincuente aque-llos parajes, cuando el tambor se puso a redoblar... por sí solo. Y no contento con ello, comenzó a revolotear por la casa del juez Mompesson, según declararon varios testigos. Tras unas cuan-tas noches de vigilia forzosa, el magistrado dispuso la destruc-ción del tambor, pero no por ello cesó el redoble. Además, los za-patos echaban a volar y los orinales se vaciaban misteriosa-mente sobre las camas. Se die-ron casos de levitaciones de niños y un día encontraron un ca-ballo con una pata trasera entre los dientes.

Hubo que descartar la posibil i-dad de un retorno secreto del mago para vengarse, pues se supo que, detenido por ladrón en la ciudad de Gloucester, se le había enviado a las colonias. Por orden de Carlos II, su capellán, Joseph Glanville, investigó per-sonalmente los hechos. Escuchó el redoble, tomó nota de las de-claraciones de numerosos testi-gos y nada pudo descubrir sobre el origen de tan insólitos suce-sos. Las perturbaciones cesaron al año justo de iniciarse.

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uno sucedido en 1 949, pocos años antes de publicarse el libro. Tras un examen minucioso, Carrington declaraba fraudulentos veintiséis casos, y veintinueve os estimaba "dudosos". Incluso considerando falsos estos últimos, todavía quedaban trescien-tos treinta "inexplicables", esto es, en apariencia atribuibles a fuerzas sobrenaturales.

Característica de casi todos los duendes es su preferencia por lugares donde habitan adolescentes, creyéndose que el ini-cio de la pubertad puede .ser un factor desencadenante de este tipo de perturbaciones sobrenaturales.

Tal factor existía evidentemente en el caso de John Wesley, cofundador de la Iglesia Metodista. Wesley contaba trece años de edad en 1715 cuando, viviendo con su familia en la rectoría de Epworth, sita en el condado inglés de Lincoln, co-menzaron a oírse extraños ruidos por toda la casa. Los Wesley tenían dieciocho hijos, entre los cuales, aparte de John, esta-ban Molly, Hetty, Nancy, Patty y Kezzy, de veinte, diecinueve, quince, diez, y siete años, respectivamente. En una carta a Sa-muel, su primogénito, la señora Wesley describía la fase inicial de los acontecimientos: "El primero de diciembre, cuando es-tábamos comiendo, la criada oyó unos gemidos procedentes del pasillo, como si alguien estuviera agonizando." Pero en el pasillo no había nadie.

Al día siguiente se produjeron fuertes golpes, y al tercero Molly creó oír el frufrú de un vestido de seda que pasaba por su lado. Esa misma noche, alguien o algo se puso a golpear la mesa del comedor, y de la escalera llegó el sonido de pasos. Cada día aumentaba el repertorio: una cuna meciéndose, el choque del viento contra las aspas de un molino, un carpintero desbastando un tronco, etc. Las plegarias en familia comenza-ban a verse interrumpidas con excesiva frecuencia.

Los Wesley se fueron acostumbrando a la presencia del "viejo Jeffrey", pues tal fue el apodo asignado al invisible ente. "Para Kezzy —anotó John Wesley en sus apuntes—, la mejor diversión imaginable era perseguirlo por toda la casa."

Al cumplirse los dos meses de su estancia, el viejo Jeffrey abandonó la rectoría, sin que desde entonces se haya vuelto a detectar su presencia en el antiguo caserón.

El duende de los Wesley mereció la atención de un científi-co tan insigne como Joseph Priestley, miembro de la Acade-mia de Ciencias y descubridor del oxígeno, quien en 1 784 pu-blicó un informe en la Arminian Magazine, manifestando su sospecha de que Hetty Wesley había sido causa inconsciente del fenómeno. Priestley estimaba significativo que "las pertur-baciones se produjeran en torno a la cama de Hetty, quien temblaba durante el sueño".

Aunque los duendes suelen resultar inofensivos, no siempre se limitan a las manifestaciones sonoras: algunos han demos-trado claras tendencias destructivas, lanzando platos, vasos y otros utensilios con evidente despreocupación. Lo curioso es que estos objetos sólidos, convertidos en proyectiles, casi nunca golpean a las personas, y si lo hacen, el impacto es leve

Arr iba : entre otros fenómenos psíquicos, el ps icoanal is ta Nandor Fodor dedicó especial a tenc ión a los duendes. Fodor preparó un anál is is m inuc ioso de la "Bru ja de los Be l l " , duende que a pr inc ip ios del siglo XIX persiguió, hasta ext remos increíbles, a una fami l i a de Tennessee.

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pese a su aparente velocidad. A veces se han producido chaparrones de piedras... e incluso de monedas y zapatos.

Un caso excepcional, que concluyó con la muerte de un hombre, fue el de la "Bruja de los Bell", fuerza maligna que du-rante cuatro años atormentó a la familia de este apellido, resi-dente en el condado Robertson del estado de Tennessee. Por haberse iniciado estos hechos en 1817, unos treinta años antes de nacer el espiritismo, la gente dio en calificar de "bru-ja" al ente invasor del hogar de los Bell. De todos modos, la misma fuerza invisible negó ser el espectro de un muerto, defi-niéndose ante numerosos testigos como "espíritu de todas partes" y "bruja".

John Bell, propietario de una próspera explotación agrícola trabajada por esclavos, querido y respetado por sus vecinos, vivía con su esposa Luce y los nueve hijos del matrimonio en una enorme alquería. Al iniciarse estos sucesos, Betsy, una de las hijas del terrateniente y destacada protagonista de los he-chos, era una saludable chiquilla de doce años de edad. Ri-chard Will iams Bell, quien mucho después ofrecería su versión de lo sucedido en un libro (Our Family Trouble), contaba a la sazón seis años.

Todo comenzó con golpes y raspaduras procedentes del ex-terior. Poco después empezaron a oírse sonidos inexplicables

Aba jo a la izqu ierda: mueb les y a n i m a l e s vo ladores acosan al párroco de Cidevi l le y a su a m a de l laves. Según c u e n t a n las c rón i cas de este célebre caso, el cura había m o l e s t a d o a una p rac t i can te de la m a g i a b lanca, y la b ru ja puso en prác t i ca su venganza por m e d i a c i ó n de un tercero, el c a m p e s i n o Thore l . Las ac t iv idades del duende —de las cua les se a t r i buyó el mér i to , o se achacó la cu lpa , a T h o r e l — se c e n t r a r o n en dos a l u m n o s que v i s i t aban la casa del sacerdote. Cuando no quedó más remedio que env ia r los a sus respect ivos hogares, el duende s igu ió t raveseando , por espacio de un breve t i e m p o , en to rno al meno r de los dos n iños . A b a j o : he aquí un duende en p leno e je rc ic io de sus hab i l idades . El semana r i o f rancés Samedi Soir env ió u n fo tóg ra fo a l hogar del m a t r i m o n i o Costa, a f i ncado en las i n m e d i a c i o n e s de la f r on te ra i t a l i ana , con el f i n de real izar un repor ta je sobre el duende de la casa. El f o t ó g r a f o i ns ta ló su cámara en lá coc ina y, t ras hora y med ia de espera, captó es tos ob je tos en vuelo.

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Arr iba: John Wesley, fundador del metodismo. De pequeño, Wesley exper imentó los efectos del asedio impuesto por un duende a la casa de sus padres.

Arr iba a la derecha: la rectoría de Epwor th , en el condado inglés de Lincoln, donde Wesley se crió. El duende disponía de un variado repertorio de ruidos, ta les como golpes, gemidos, pasos y un cur ioso sonido muy s imi la r al de un gato mecánico. Durante los dos meses de asedio, var ios miembros de la fami l i a v ieron, o creyeron ver, un fan tasma, que en un par de ocasiones se les anto jó parecido a un te jón, y otra —esta vez v is to por un s i rv iente— a un conejo blanco. Una de las hermanas de Wesley, Emily, llegó a sospechar que alguien les había embru jado la casa.

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junto a los postes de las camas —como si un ratón los estuvie-ra royendo—, en las tablas del suelo, y lo que parecían ser ale-tazos de un pájaro invisible en el techo de los aposentos. Los sonidos, leves al principio, aumentaron de volumen hasta hacerse atronadores. También en este caso se ampliaba ince-santemente el repertorio: sillas derribadas, lluvia de piedras sobre el tejado, arrastrar de cadenas por el suelo de toda la casa. Según Richard Wil l iams Bell, esos sonidos afectaban especialmente a Betsy.

Superada la etapa inicial estrictamente sonora, la "bruja" puso en práctica diversas acciones físicas. Así, Richard Wi-lliams Bell despertó en cierta ocasión sintiendo que alguien le tiraba del cabello. "Inmediatamente Joel (uno de los herma-nos) se puso a gritar muy asustado, y al momento Elizabeth (Betsy) le imitaba desde su alcoba. La pobre sufrió aquel tor-mento hasta bien entrada la noche."

Fue entonces cuando la familia decidió revelar su curioso problema a un vecino, James Johnson, quien tras escuchar atentamente los ruidos concluyó que se debían a alguna fuerza sobrenatural y realizó un sencillo exorcismo, con el cual la familia pudo disfrutar de una breve tregua.

Pero la bruja volvió con vigor renovado y los Bell comenza-ron a preocuparse en serio, pues casi todos los ataques se con-centraban en Betsy. La muchacha recibía impresionantes bofe-tadas que dejaban señales rojas en sus mejillas, o se retorcía, presa de profundo dolor, por crueles e incesantes tirones del cabello.

Johnson llegó entonces a convencerse de que el desconoci-do ser comprendía el lenguaje humano y, en consecuencia, podía comunicarse con sus víctimas. A instancias suyas se

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formó un comité de vecinos, con resultados más bien contra-producentes. Fascinados por la extraordinaria situación y acaso sintiéndose a salvo de sus efectos dañinos, los miembros del comité pidieron a la bruja que "golpeara la pared, chasqueara la lengua y otras cosas, con lo cual —escribía Richard Wi-lliams— en vez de disminuir, aumentaron los fenómenos".

En su camino diario hacia la escuela, los hijos de Bell debían soportar una lluvia de piedras y palos, aunque los chiquillos pronto vieron las posibilidades del nuevo juego. Marcaban todos los palos que les llegaban volando y los devolvían en la misma dirección. "Siempre —explicaba Richard Williams— se nos volvían a arrojar los mismos proyectiles."

Si bien estos incidentes carecían de gravedad, e incluso le daban sabor a la vida, la bruja comenzaba ya a tornarse violen-ta. Lo que antes fueran bofetadas pasaron a ser auténticos pu-ñetazos. Esto coincidió con una serie de trastornos experimen-tados por Betsy, quien siempre había disfrutado de perfecta salud, pero ahora padecía sofocos frecuentes y desmayos de hasta treinta minutos de duración. El silencio con que la bruja acogía estas crisis quedaba inmediatamente roto por su chá-chara y sus silbidos en cuanto Betsy lograba recobrarse. Su

Arr iba: la escalera in ter ior de Epwor th fue uno de los lugares favor i tos del duende, apodado "e l viejo Je f f rey" , a quien se oía subiendo y bajando del pr imer piso.

Derecha: los duendes acosan a una fami l i a , según la i lus t rac ión de un relato Victor iano sobre el tema. Si bien raramente causan daños f is icos, estos seres inv is ib les son muy capaces de poner patas arr iba una casa en cuest ión de minu tos . A ju ic io de Harry Price, invest igador psíquico ya fal lecido, los duendes son espír i tus de un tipo todavía desconocido. No obstante, la opin ión predominante entre sus colegas es que sus efectos proceden de fuerzas emanadas de los hab i tan tes de la casa.

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Derecha: un episodio de la asombrosa y agitada vida de una s i rv ienta f rancesa, Adolph ine Benoit , p lasmado por un ar t is ta de la época. Ado lph ine acunaba al bebé cuando se abr ieron de repente las puertas del ropero, de su inter ior sal ieron volando las sábanas y un capote se ciñó con ta l fuerza en to rno a la cuna, que no fue fác i l salvar a la cr ia tura. Tras este inc idente, la muchacha se conv i r t ió en blanco de todo t ipo de objetos: las paneras le golpeaban la cabeza: pedaci tos de carne, o sor t i jas de su ama, aparecían en sus bo ls i l los ; un saco se le echaba enc ima, ocu l tándo la por completo. En cierta ocasión oyeron sus gr i tos desde el establo, donde un arnés había sal tado sobre ella y parecía negarse a abandonar la. Cuando un sacerdote in ten tó conjurar el espír i tu ma l igno , recibió en pago varias sacudidas y a lgu ien le rompió los cr is ta les de los anteojos. El t o rmen to de la muchacha cesó con su regreso def in i t ivo al hogar paterno, aunque las perturbaciones pros iguieron en casa de sus amos, centrándose ahora en un niño de corta edad. Un nuevo exorc ismo logró esta vez expulsar al espír i tu.

voz débil e inarticulada en los primeros tiempos, era ya un su-surro perfectamente audible. Por coincidir los períodos de si-lencio con los desmayos y sofocos de Betsy, un médico quiso cerciorarse de que la muchacha no practicaba ningún truco ventrílocuo. "Le tapó la boca con la mano y así comprobó que ella no producía los sonidos."

Las primeras manifestaciones de la bruja habían tenido ca-rácter piadoso, demostrando una aptitud asombrosa para re-petir, palabra por palabra, los sermones dominicales de los dos párrocos de la comarca, imitando incluso sus voces. Al comen-tar este caso en The Story of the Po/tergeist, el psicoanalista Nandor Fodor considera a la célebre bruja como "una magnífi-ca comunicadora espiritista en potencia". De todos modos, a la etapa piadosa siguió otra en extremo desagradable para la religiosa familia, pues a la bruja le dio por pronunciar horribles blasfemias. Además, declaró ante todos su odio por "el viejo Bell", prometiendo atormentarle durante el resto de su vida.

Eso señaló el principio del fin para el terrateniente, a quien sobrevinieron síntomas extraños, tales como entumecimiento

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de la boca y fuertes punzadas en las mandíbulas. La hincha-zón de la lengua le impedía ingerir alimentos o articular pala-bras. Tras estos ataques, que llegaron a durar hasta quince horas, se le declaró un tic nervioso en una mejilla, más tarde extendido a todo el cuerpo, y así John Bell se vio obligado a permanecer durante varios meses en cama afectado por una especie de delirio constante.

En cuanto a sus sentimientos hacia el resto de la familia, la bruja no acababa de definirse. Así, la señora Bell —idolatrada por Betsy— recibía constantes regalos de frutas y nueces que surgían de la nada. Para Joel, Richard y Drewry, en cambio, abundaban los palos, aunque nunca llegara a causarles heridas de consideración. Para Betsy, en fin, tras la fase de los desma-yos cesaron las molestias físicas, siendo sustituidas por una persecución de otro tipo. A los trece o catorce años la mucha-cha se había prometido a un vecino llamado Joshua Gardner. Este debió desagradar a la bruja, pues constantemente le su-surraba al oído: "Te lo ruego, Betsy Bell, no aceptes a Joshua Gardner; por favor, Betsy Bell, no te cases con Joshua Gard-ner." Y finalizaba amenazándola con una vida de tormentos si no atendía sus súplicas. A nadie extrañó que la joven rescin-diera su compromiso.

Cierto día del otoño de 1820, John Bell, haciendo un es-fuerzo supremo por vencer su postración, abandonó el lecho y salió a inspeccionar la finca. Pero la bruja no estaba dispuesta a tolerarlo. Richard Will iams recordaba a su padre tambaleán-dose súbitamente, como aturdido por un fuerte golpe en la cabeza, y desplomándose sobre un tronco caído junto al camino, mientras "el rostro se le contorsionaba de un modo espantoso". Los zapatos del padre salían despedidos en cuanto el muchacho volvía a calzárselos, mientras alguien "se mofaba de nosotros" y lanzaba "gritos demoníacos" que hela-

Arr iba : a los catorce años, del cuerpo de Angel ique Cot t in comenzó a emanar una especie de fuerza eléctr ica. Cierta noche, el telar con el cual t rabajaba se puso a dar sal tos. El mov im ien to cesaba o proseguía, según la prox imidad de la muchacha. Las personas s i tuadas j un to a ella recibían descargas y todo objeto que entraba en contac to con su de lanta l salía despedido. Estos efectos inexpl icables, atenuados cuando la joven se s i tuaba sobre una al fombra, desaparecieron a los tres meses. Izquierda: un grupo de cr iados sufre el ataque de un duende, ins ta lado en 1 8 4 9 en una casa de la población f rancesa de St. Quent in . Entre ot ros fenómenos, las ventanas del inmueb le recibían rociadas de proyect i les que abrían m u l t i t u d de or i f ic ios, pero no rompían los cr is ta les. Las per turbac iones cesaron con la expuls ión de un si rv iente.

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El osito vudú

Cuando, a los veintidós años, Linda de Winter decidió indepen-dizarse de su familia, instalán-dose en un apartamento del sudoeste de Londres, no olvidó llevar consigo una de sus pose-siones más preciadas: el osito de felpa de su infancia. Exteriormen-te, aquel juguete era como tan-tos otros ositos. Algo raído, muy usado, pero corriente.

Lo raro fue que el objeto, a los pocos días de estar en el aparta-mento, comenzó a respirar. "Era horroroso —explicaba Linda—, Respiraba con r i tmo lento y acompasado, pero producía un sonido áspero muy inquietante." Susan Thackeray, su compañera de piso, y otros vecinos oyeron perfectamente la respiración del osito. Cavilando sobre el extraño fenómeno, la joven logró recor-dar un incidente de su infancia, transcurrida en Ghana: se había llevado un tremendo disgusto porque uno de los criados abrió un pequeño orif icio en la muñeca izquierda de su juguete predilec-to. "Más adelante supe que, en el vudú, se quiebra un miembro del cuerpo para permit ir su posesión por algún espíritu", recordaba Linda, pensativa.

¿Acaso un ente mal igno habi-taba en el interior de aquel ju-guete, de aspecto tan inofensi-vo? Incapaces de concil iar el sueño, las jóvenes pidieron que un clérigo practicara un exorcis-mo. "Naturalmente, al principio me mostré escéptico —declaró el sacerdote—, Pero luego com-prendí que la cosa iba en serio."

ban la sangre. Cuando por fin se hizo el silencio y cesaron las contorsiones, el chiquillo vio resbalar las lágrimas por las tem-blorosas mejillas del viejo John Bell.

Derrotado, el hombre volvió a su lecho, donde el 1 9 de di-ciembre de 1820 le encontraron sumido en un profundo sopor del que no pudo recobrarse. En vez de la medicina recetada por el médico, el pequeño John encontró en el botiquín un "frasco oscuro con un brebaje negruzco".

Al llegar el doctor jactóse la bruja: "No perdáis el t iempo con el viejo John, pues esta vez lo he atrapado y no volverá a levantarse de la cama." En efecto, Bell fallecía a la mañana si-guiente. Al descender su ataúd a la fosa, la bruja se permitió la humorada de entonar una copla de borrachos.

El médico dio a probar el brebaje a un gato y el animal mu-rió a los pocos minutos en medio de terribles convulsiones. En vez de analizar la poción, no se le ocurrió al galeno cosa mejor que arrojarla al fuego, con lo cual nunca llegó a averiguarse la causa del fallecimiento de Bell.

A partir de entonces decreció la frecuencia de las perturba-ciones. Una noche, cuando todos estaban cenando, se formó una humareda en el comedor y de su interior surgió una voz, anunciando que volvería a visitarles al cabo de siete años. Y así fue, aunque ya para entonces vivía Betsy en otro lug.ar, con su marido, y sólo quedaban la señora Bell, Joel y Richard Williams en la casa. Por fortuna, esta breve —y última— estancia de la bruja se limitó al reparto de algunos golpes y a los consabidos tirones de las mantas.

No obstante la posible distorsión de algunos detalles super-ficiales, consecuencia lógica de los muchos años transcurridos, parece ser que el núcleo de este caso es totalmente verídico. Los entendidos lo consideran merecedor de un profundo estudio, y su investigación ha constituido la base de varias obras de parapsicología.

Su aspecto psicológico más interesante estriba en la rela-ción entre Betsy Bell y su padre. Consideremos, en primer lu-gar, los síntomas experimentados por la muchacha. A juicio del doctor Fodor, sus desmayos y períodos de aturdimiento —in-mediatamente seguidos por la voz de la bruja—, presentan gran similitud con los típicos de un médium sumido en trance. Por lo demás, la muchacha disfrutaba de buena salud y era se-xualmente precoz.

El padre, en cambio, denota para cualquier psiquiatra un acusado sentimiento de culpabilidad, expresado físicamente: tics nerviosos, incapacidad de hablar o comer, aislamiento ge-neral. Sin descartar un posible envenenamiento, no es desca-bellado pensar que pudo haberse suicidado, viéndose incapaz de seguir haciendo frente al fantasma.

Cuando la interrogó el comité de vecinos, la bruja no supo explicar su propia naturaleza ni la de sus extraños poderes. Por otra parte, su conducta emotiva era singularmente humana: traveseaba, remedaba a las personas y mostraba verdadero amor por la esposa de John Bell.

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Izquierda: la señora Ka t inka Parker, de Oenver, Colorado, a f i rma que su casa está encantada por los fan tasmas. Apar te de los consabidos golpes nocturnos, en un par de ocasiones a lgu ien la ha empujado, haciéndola caer por las escaleras. Abajo: Bet ty Sargent , fo tograf iada en 1 9 5 0 t ras verse obl igada a abandonar su apar tamento —en compañía de su mar ido y un hi jo de corta edad— por culpa de un duende. Cierta noche, una fuerza invis ib le la sacó a rastras de la cama e in tentó est rangular la . En otra ocasión el duende se conten tó con rasgarle las medias.

Izquierda: bajo la a tenta mirada de su hi jo Steven, la señora Vera Str inger , de Londres, recoge los chamuscados restos de una papelera, consecuencia de la v is i ta anual de "La r r y " , el duende de la fami l ia . Según a f i rman los St r inger , su duende se mani f ies ta en fo rma de co lumna luminosa , del t amaño aprox imado de un hombre.

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Derecha: residencia de la fami l i a Her rmann en Seaford, Long Is land, escenario de uno de los dos casos de duendes mejor invest igados de los t iempos modernos.

Pero además sentía un odio profundo por el terrateniente. El doctor Fodor concluía opinando que Betsy Bell constitu-

yó un caso de doble personalidad. Sin saberse cómo, parte de su mente subconsciente se había creado una vida propia. Fue este sector psíquico, independiente de la voluntad de Betsy, el que de un modo sistemático fue empujando al padre hacia la muerte.

La psicología aún no puede explicar estos desdoblamientos. Cuando tales casos se producen —y son rarísimos—, el factor desencadenante suele ser una profunda conmoción emotiva. Basándose en casos conocidos de psicóticos y neuróticos, el doctor Fodor se arriesgó a aventurar "una suposición, tan sólo especulativa" sobre el origen de la Bruja de los Bell. Teniendo presente el traumatismo que solía acompañar a la pubertad y al despertar sexual en un ambiente tan puritano como el vivido por Betsy, Fodor supuso la existencia de un factor agravante, como por ejemplo el retorno de ciertas experiencias largo tiempo olvidadas. ¿Qué clase de experiencias? En palabras de Fodor, su hipótesis no era para "los puritanos ni los beatos", pues sospechaba que John Bell había atentado contra el pudor de su hija cuando ésta era todavía una niña.

Aunque parezca una hipótesis inverosímil, téngase presente que el incesto no es tan raro como suele creerse, especialmen-te en comunidades rurales. Fodor señala la coincidencia del despertar sexual de Betsy, con los primeros síntomas de culpa-bilidad en su padre. Quién sabe si el hombre, atormentado por los remordimientos, no precipitó su propia ruina cooperando con la bruja.

El acoso sufrido por Betsy se explica si aceptamos el desdo-blamiento de su personalidad. Una parte de su psique, resuelta

Abajo: la señora Her rmann señala el lugar ocupado por var ias botel las de amoníaco y a lmidón l íquido, destapadas y ver t idas por los duendes. Entre otras moles t ias suf r idas en 1 9 5 8 por esta fami l ia , f iguraban var ias t ravesuras t íp icas de los duendes, ta les como platos que sal ían volando, o muebles desplazados por una fuerza inv is ib le.

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a acabar con el progenitor y, en consecuencia, atormentada por sentimientos de culpabilidad, imponía un severo castigo al yo consciente de la muchacha. ¿Qué forma adoptó esta peni-tencia? Pues, sencillamente, la pérdida de su amor de juven-tud. "El sacrificio (de su compromiso) llegó antes —explica Fo-dor— aunque el asesinato estaba ya previsto desde hacía mucho tiempo."

De haberse producido este caso en nuestro siglo, podría-mos evaluar mucho mejor sus aspectos psicológicos y psíqui-cos, dado que la investigación en estos campos avanza a pasos agigantados. El Laboratorio de Parapsicología de la Uni-versidad Duke, fundado por el doctor J. B. Rhine, es quizá la unidad de investigación psíquica mejor equipada del mundo. Sus miembros estudian multitud de fenómenos paranormales, entre ellos diversos casos atribuidos a algún poltergeist, duen-de o espíritu alborotador. J. Gaither Pratt, ayudante del doctor Rhine, trata de los métodos empleados por el laboratorio en su libro titulado Parapsychology. En uno de sus capítulos recoge el caso del duende de Seaford, estudiado con minuciosidad extrema por el doctor Pratt y otros dos investigadores en febrero y marzo de 1958.

El matrimonio Herrmann vivía con sus hijos, James (doce años) y Lucille (trece) en Seaford, estado de Nueva York. En un período de dos meses, los expertos de la Universidad Duke, en colaboración con la policía del condado de Nassau, investiga-ron un total de sesenta y siete perturbaciones registradas en el hogar de los Herrmann. Estos fenómenos se dividían en dos clases: las botellas se destapaban solas, derramándose su con-tenido; y los muebles y otros objetos menores se desplazaban sin causa física aparente.

Aunque no pudo alcanzarse un dictamen firme, Pratt señala que los fenómenos nunca se produjeron en ausencia de los miembros de la familia, durante su sueño o cuando ios niños se hallaban fuera. Igualmente observa que las perturbaciones solían registrarse en torno a James, y en raras ocasiones cerca de los demás habitantes de la casa.

El doctor Pratt no dejó de anotar la presencia de adolescen-tes en la familia Herrmann, tan frecuente en estos casos. Que él supiera, ninguno de ellos sufría problemas psicológicos. Tal vez no sea precisa la existencia de este tipo de conflictos; qui-zá baste la simple aparición de la pubertad para desencadenar estos fenómenos, los cuales se producen de modo simultáneo a su reacción ante otras fuerzas.

La existencia de estas fuerzas desconocidas no puede des-cartarse a la ligera, pues se han dado casos de duendes en lu-gares no habitados por adolescentes. Tal fue lo ocurrido en Ki-llakee House, aparte de los incidentes, ya referidos, del gato negro. Margaret O'Brien, única persona que habitó el lugar du-rante todo el período de las perturbaciones, es una mujer ma-dura e inteligente. Además, varios fenómenos se produjeron en su ausencia. Por lo tanto, no es posible vincular el problema a una sola persona.

El duende pirómano Según declaraciones de un ma-tr imonio anónimo, publicadas en 1974 por el periódico california-no San Francisco Examiner, el duende conjurado por el jesuíta Karl Pazelt era, en realidad, un demonio.

Duende o ente diabólico, en todo caso no se l imitaba al cono-cido y casi obl igado truco de los zapatos voladores, pues parecía interesarse, sobre todo, por los incendios. Cierto día prendió fuego a una papelera de plástico, de jándola en el es tado que muestra la fotografía al píe de estas líneas. Preocupados los es-posos por la seguridad de su híji-to de dos años, rogaron al padre Pazelt que exorcizara la fuerza maléfica. Así lo hizo el sacerdote, para quien se trataba de un caso claro de "obsesión demoníaca", es decir, el diablo no se hallaba "dentro de unas personas, sino en torno a ellas". Según contaba la pareja, durante la ceremonia el espíritu hizo sentir su presencia " de r r i bándonos a los dos " .

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ALL ENQUIRIES

H U U Y t m E »

Izquierda: desde el año 1 9 6 8 , la expendeduría de tabacos de la fo to, s i ta en la c iudad inglesa de Chester. ha sido escenar io de las andanzas de un duende, produciendo todo t ipo de golpes, gr i tos y t ras to rnos , hasta el pun to de l legar a in fund i r terror entre a lgunos empleados. Las puertas se abrían y cerraban solas. Un cuadro cayó al suelo, t ras part i rse en dos el clavo que lo su jetaba f i rmemente al muro. En otra ocas ión sa l ta ron los pernos de una maciza puerta de roble. Estos fenómenos alcanzan su máx ima in tens idad hacia el mes de agosto.

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Izquierda: un experto de la SPR f i ja un vibrador mecánico al muro de un edi f ic io dest inado a la piqueta, a f in de comprobar la teoría del or igen na tu ra l —temblo res del suelo, ondas subter ráneas— de los efectos a t r ibu idos a los duendes. Las v io lentas sacudidas causadas por el aparato estuv ieron a punto de precip i tar el desmoronamien to del inmueble , si bien no se observó n ingún fenómeno caracter ís t ico de los duendes.

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En cambio, cabría sospechar de un grupo de aficionados a las cosas psíquicas como presuntos responsables de la activa-ción —tal vez, incluso, de la creación— del duende de Killakee.

Tras el monstruoso gato negro aparecido durante las obras llevadas a cabo en el Centro Artístico de Killakee, se observó la presencia de otros seres, aunque no pudieron captarse con tanta fidelidad como ocurriera con el felino.

A raíz de la atención dispensada por la prensa irlandesa a estos sucesos, Margaret O'Brien cedió ante la solicitud de un grupo de artistas de teatro, interesados en celebrar una sesión espiritista en Killakee. Estos aficionados dispusieron las letras del alfabeto en círculo sobre una mesa, y junto a ellas coloca-ron un vaso, boca abajo, para que las fuerzas psíquicas presen-tes pudieran utilizarlo como indicador. La sesión no alcanzó ningún resultado concreto, aunque en cierto momento se apa-garon las luces, sin causa aparente. Dos días después se inicia-ban graves trastornos.

De vez en cuando se oían golpes por la noche, o se encen-dían y apagaban las luces. Más adelante, algunos residentes del Centro se quejaron de no poder conciliar el sueño por culpa de los continuos repiques de campanas, aunque no había igle-sias en las inmediaciones. En la siguiente etapa las actividades se intensificaron. En un cuarto cerrado con llave aparecían vol-cados muebles bastante voluminosos y pesados; un macizo si-llón quedó desmontado, pues alguien o algo separó una a una todas sus piezas; algunos días después descubrieron hecha pedazos una silla muy sólida.

El incidente más extraño se produjo a finales de 1970, poco después de que un sacerdote llegado de Dublín intentara —por lo visto, sin mucho éxito— exorcizar el espíritu de Killakee.

Los O'Brien, todavía ocupados en las obras de mejora, care-cían de heladera y se arreglaban con una "nevera" natural: un arroyo de frías aguas que atravesaba la finca. Diariamente el repartidor de la leche dejaba las botellas en aquel lugar, y de allá las tomaba la señora O'Brien, según sus necesidades. Sin embargo, cierta mañana faltaban todos los precintos de las bo-tellas, si bien la leche no mostraba señal alguna de haber sido manipulada. El hecho se repitió con regularidad durante varios días.

Al principio, los esposos achacaron el desaguisado a las aves de los contornos, pero no se veían fragmentos de la lámi-na metálica con que se fabricaban los precintos. Para acabar con esa molestia, colocaron cuatro piedras pesadas en el lecho del arroyo, formando una caja, la cubrieron con una enorme losa de pizarra y dieron las instrucciones de rigor al lechero. El esfuerzo fue inútil, pues los precintos siguieron desaparecien-do como antes.

En compensación, Killakee comenzó a llenarse de otras co-sas. Dada la intranquilidad reinante, los O'Brien se acostum-braron a atrancar puertas y ventanas antes de retirarse a dor-mir. Pues bien, pese a estas precauciones, todas las mañanas se encontraban con alguna novedad: precintos y tapones surti-

El bicarbonato volador

A los empleados del supermerca-do de Long Wi t tenham, puebleci-t o i n g l é s de l Be rksh i re , no puede decirse que les hiciera gracia lo sucedido a finales de 1962. Con seguridad les causó so rp resa , e s t u p o r e i n c l u s o asombro —una dependienta llegó a desmayarse—, Pero gracia, nin-guna. Y es que nadie encuentra lógico el súbito despegue de ob-jetos normalmente estacionarios —tarros de mermelada, cajas de cereal—, y mucho menos evolu-ciones circulares por el interior de una tienda. Cosa de duendes, claro está. Para aumentar la con-fusión reinante, el invisible bro-mista dio en encender y apagar las luces del local, concentrándo-se inmediatamente y por alguna razón desconocida, en la transfe-rencia de tarros de bicarbonato desde su estante al antepecho de la ventana.

Tras una semana de auténtico caos, el párroco exorcizó la tien-da, con lo cual todo volvió a la normal idad y las mercancías a sus estantes, debidamente clasi-f icadas por los exhaustos em-pleados. De todos modos, el bi-ca rbona to quedó bajo l lave.

Se trata de uno de los muchos casos de ob je tos vo ladores, imposible de atribuir a causas naturales, como temblores de tierra, presencia de corrientes subterráneas, etc. Pues, de ha-berse p roduc ido semejan tes vibraciones de origen natural, s igue sin comprenderse , por ejemplo, su predilección por los tarros de bicarbonato.

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SPÉCIAL K

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Izquierda: en este chalet , s i tuado en las inmediac iones de la poblac ión inglesa de Crawley, se registró la presencia de duendes durante las post r imer ías de la ú l t ima conf lagrac ión mund ia l . A ruegos de su propietar ia, que habi taba la casi ta en compañía de su n ie to de doce años de edad, A lan, el experto psíquico Harry Price invest igó el caso deten idamente. Abajo: Price, un clér igo, la propietar ia —señora Rhodes, a la derecha— y ot ras personas aguardan los acon tec im ien tos que deben producirse en el aposento cont iguo.

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dos; sombreros de hongo, de copa, de punto con borla de lana; sombreros de paja para señora y caballero; etc. La joya de la colección resultó ser una gorra de lino, muy de moda en el siglo pasado, y de apariencia totalmente nueva.

Estas actividades cesaron hacia diciembre de 1970 y, aun-que se han oído golpes y pasos misteriosos, Killakee parece haber entrado en un período de calma. Las investigaciones efectuadas en el momento de máximo ajetreo —a raíz de un programa para la televisión—, fueron más bien algo limitadas. Habría sido interesante un estudio a fondo del duende de Killa-kee, ya que sin duda se trata de uno de los casos más curiosos de que tenemos noticia.

Izquierda: con el f i n de impedi r la entrada o sal ida de in t rusos , Harry Price sella las ventanas de la alcoba de Alan. El muchacho había sido blanco de casi todos los fenómenos: recibía sonoros bofetones, le despojaban de su ropa de cama, e inc luso le habían arrojado unas t i jeras. Una faceta más agradable del "m is te r i oso B i l l " era su interés por la música. Así, de vez en cuando aparecían notas en las que sol ic i taba oír determinado disco. Otra cur ios idad de este caso era el compor tamien to del gato de la fami l i a , que parecía ignorar la presencia del duende.

Izquierda: su jetas las muñecas a la cabecera de la cama, A lan puede mover las manos en un radio de medio metro. De este modo, en caso necesario golpeará con los nud i l los en la puerta del do rmi to r io y pondrá sobre aviso a las personas apostadas en la hab i tac ión cont igua. Los duendes, según Price, no suelen actuar en presencia de otras personas aparte de la v íc t ima. S in embargo, no t ienen inconveniente en proporc ionar pruebas pa lmar ias de su existencia.

Izquierda: el duende parece haber arrojado un despertador sobre la cama, donde poco después aparecería una caj i ta l lena de pequeños objetos que, a pr imera hora de la noche, se hal laba en un tocador. Suponiendo al muchacho capaz de t ras ladar la caj i ta hasta el lecho, s i rv iéndose para ello de los pies, le habría resul tado impos ib le hacerlo s in volcar su contenido, pues no estaba cerrada con llave.

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Los cazadores en acción

Poco antes de la Navidad de 1323 co-menzaron a circular extraños rumores por Alais, población del sur de Francia. Se decía que el fantasma de Guy de Torno, mercader fallecido hacía poco, acosaba a su viuda presentándose como una voz de ultratumba. La noticia no tardó en re-correr las doce leguas que separaban Alais de Aviñón, donde residía el papa Juan XXII (estos hechos se producían durante el llamado Cisma de Occidente). Intrigado, el pontífice decidió confiar la investigación a un experto en materias psíquicas, el hermano Juan Goby, prior de la cercana abadía benedictina. El informe

Harry Price (a la derecha) y el doctor C. E. M. Joad, ex di rector del Depar tamento de Fi losofía y Psicología de la Univers idad de Londres, examinan una cama del siglo XVI, supues tamente encantada, que se conserva en un museo de la capi ta l br i tán ica. Según expl icó el doctor Joad, aquel la noche —la del 15 de sept iembre de 1 9 3 2 — tan sólo se registró act iv idad puramente humana : t res reporteros gráf icos estuv ieron a pun to de l legar a las manos por conseguir una exclusiva. Para evi tar problemas, esta fo to se obtuvo por medio de una cámara equipada con disparador au tomát i co . A l amanecer, y t ras una noche de paciente e in f ruc tuosa espera, los dos invest igadores observaron alborozados el balanceo del cordón de la campani l la , s i tuado j un to a la cabecera del lecho. Por desgracia para el los, pronto se supo el origen del " m i s t e r i o s o " balanceo: al despuntar el alba in ic iaban sus t rayectos los t renes que c i rcu laban bajo el museo.

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"Al acercarse el ruido... gritó aterrada"

Arr iba: pixide romana del s ig lo VI, copón o receptáculo para t ranspor ta r el San t í s imo Sacramento. El espectro del mercader de Alais detectó la presencia de una píxide bajo los hábi tos del hermano Juan Goby, encargado de invest igar la naturaleza de aquel fenómeno. En una época en que la Iglesia sospechaba de cualquier ente sobrenatura l , el benedict ino supo enfocar sus pesquisas con un sent ido práct ico y efectivo. Su in forme a Juan XXII , el papa de Av iñdn, cons t i tuye un clásico en la his tor ia de la inves t igac ión psíquica.

presentado por este religioso, con posterioridad incluido en los Annales eccíesiastici, sigue siendo un documento impre-sionante para la historia de la investigación psíquica.

El hermano Juan no perdió el tiempo, ya que el mismo día de Navidad, en compañía de otros tres benedictinos y de un centenar de habitantes de Alais, se presentaba en casa de la viuda e iniciaba las pesquisas. Tras un minucioso registro del edificio y sus jardines, apostó centinelas en puertas y venta-nas, con el fin de controlar todos sus accesos, y junto con los monjes y una "anciana y digna mujer", se instaló en la alcoba matrimonial, por centrarse en ella, y especialmente en el lecho, la atención del espíritu. Para evitar supercherías, la viuda y la anciana se acostaron juntas, mientras los cuatro religiosos —seguramente para proteger a las mujeres de toda asechanza espectral— se sentaban al borde del espacioso tálamo.

No fue larga la espera. El oficio de difuntos que los monjes habían empezado a recitar quedó interrumpido por un sonido procedente del techo del aposento, algo semejante al monóto-no raspar de una escoba nueva. Al aproximarse el ruido, la viuda no pudo contener un grito de terror. Uno de los monjes preguntó si se hallaban ante el espectro del mercader. "Así es", respondió una voz tenue.

En ese momento algunos centinelas, vencidos por la curio-sidad, se precipitaron en la alcoba, provocando el consiguiente tumulto. En cuanto logró restablecer el orden, el hermano Juan dispuso a los hombres en un amplio círculo alrededor de la cama y reanudó su interrogatorio.

A requerimiento de los religiosos, el espíritu negó toda rela-ción con Satanás —sospecha muy propia de la época—, identi-ficándose como el espectro errante de Guy de Torno, condena-do a rondar su antigua vivienda en expiación de los pecados cometidos por él entre aquellos muros. Superada su etapa de penitencia, aseguró el espíritu, confiaba en ir al paraíso, aña-diendo que sus transgresiones guardaban relación con el sexto mandamiento. Esta aclaración la hizo el espíritu al percatarse de que el hermano Juan ocultaba una píxide bajo el hábito, es decir, un receptáculo de plata conteniendo la sagrada hostia. Durante la Edad Media, las relaciones sexuales extramatrimo-niales constituían un gravísimo atentado a la moral, pro-hibiéndose la asistencia de estos pecadores a la Santa Misa. La presencia de la hostia en el recinto, conocida tan sólo por el hermano Juan, debió remorderle la conciencia al espectro de Guy de Torno. Sea como fuere, tras revelar su secreto dejó escapar un profundo suspiro y no volvió a oírse su voz. Poco después abandonaban la población los pesquisidores pontifi-cios, cuyo informe no tardó en llegar a Aviñón.

El interés permanente de esa investigación radica en la eficacia demostrada por quien la dirigió. A diferencia de tantos antecesores, en especial de los cazadores de brujas, hombres lobo y vampiros, el hermano Juan no dio por sentado el carácter sobrenatural del fenómeno que se disponía a estu-diar. El minucioso registro de las dependencias y la precau-

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Derecha: en la noche del 17 de marzo af luyen much ís imos cur iosos a la "Posada del Transbordador" , s i tuada en una comarca pantanosa de Inglaterra, con la esperanza de ver el fan tasma de una joven que, hace más de novecientos años, se ahorcó por amor. El espectro, que surge de una lápida en el pav imento de la posada, debe descender f lo tando hasta un río cercano. La leyenda persiste, pese a que nadie ha v is to la apar ic ión en los ú l t imos t iempos.

ción de colocar centinelas demuestra que tuvo en cuenta el posible origen humano de la voz. A fin de ponerse a cubierto de las acusaciones de superchería hizo participar en sus pes-quisas a la flor y nata de Alais, algunos de cuyos habitantes presenciaron parte del interrogatorio. Por fortuna para el prior, nadie le había ordenado tomar medida alguna acerca del espectro, por lo cual pudo enfocar el fenómeno con relativa objetividad.

El hecho de que el espíritu descubriera la píxide constituye un dato de indiscutible valor. Aunque la presencia de la hostia era prácticamente obligatoria como protección contra las asechanzas de los espíritus maléficos, el hermano Juan había

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Arr iba: esta l i tograf ía de pr inc ip ios de siglo muest ra una sesión de espi r i t ismo. Jun to al médium —a la izquierda— sumido en trance, surge la mater ia l izac ión del espír i tu invocado. Aunque la mayoría de los expertos rechazan la conexión entre espír i tus de los muer tos , por una parte, y aparic iones o duendes, por otra, a lgunos cazadores de espectros sost ienen la op in ión contrar ia y se valen de sesiones esp i r i t i s tas para averiguar la razón que impulsa al espír i tu a permanecer en un lugar, y por tan to para l iberar lo de su atadura.

conservado el secreto. Podía haberse encontrado entre los hábitos de cualquiera de los cuatro religiosos y, sin embargo, el espíritu localizó de inmediato a su portador.

Un punto débil de las pesquisas fue su rápida conclusión, sin que nadie se ocupara de ampliar detalles en cuanto al espíritu, o de verificar su presencia mediante entrevistas con otras personas. Los criados, por ejemplo, de seguro conocerían detalles significativos acerca de las actitudes de su antiguo amo.

Con todo, la averiguación es digna de encomio por la luci-dez e imparcialidad de que hicieron gala los cuatro pesquisi-dores, dirigidos por el hermano Juan. Pasarían muchísimos

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Izquierda: Harry Price, invest igador psíquico br i tánico fal lecido en 1 9 4 8 . Personaje cont rover t ido y amante de la publ ic idad, Price d i r ig ió la inves t igac ión más famosa de los t i empos modernos, realizada en la rectoría de Borley, enclavada en el condado inglés de Suf fo lk .

Abajo: Price jun to a uno de sus ayudantes en el Laborator io Nac iona l de Invest igac ión Psíquica, fundado por el célebre cazador de espectros en 1 9 2 6 . Price desenmascaró a más de un méd ium f raudulento , merced a var ios aparatos diseñados por él m ismo. El Laborator io contaba con una nut r ida b ib l ioteca, compuesta por unos quince mi l vo lúmenes, sobre temas psíquicos, y legada por su fundador a la Univers idad de Londres.

años antes de que la investigación psíquica superara los métodos del benedictino.

El estímulo decisivo para esos estudios llegaría con la fundación del movimiento espiritista. Las hermanas Margaret y Kate Fox, jóvenes residentes en el pueblecito de Hydesville, estado de Nueva York, establecieron contacto en 1 847 con un ser invisible, comunicándose con él mediante un sencillo código basado en golpes indicativos de una respuesta afirma-tiva o negativa. No tardaron las muchachas en realizar funcio-nes de lo que más tarde se conocería como "médium", cana-lizando contactos de otros espíritus con seres humanos. Otras personas descubrieron sus propias dotes como médium, y en cuestión de años el espiritismo se había convertido en un pasatiempo para algunos, y en una forma de religión, para muchos otros.

El espiritismo atrajo pronto la atención de algunos cientí-ficos, quienes pusieron en práctica diversos experimentos para comprobar la autenticidad de prodigios como las bocinas voladoras, las voces incorpóreas y los espíritus materializados. Como no podía menos de suceder, la ciencia hizo extensiva su curiosidad a las apariciones y a los lugares encantados, fenómenos ambos conocidos de antiguo. Oxford y Cambridge fundaron sendas "Sociedades Espectrales", cuyo objeto con-sistía en la recopilación, examen y clasificación de informes sobre fantasmas y otros efectos sobrenaturales. En 1882, patente ya la necesidad de un estudio minucioso y sistemático de estos fenómenos, el grupo de Cambridge, en colaboración con otras personas, creó la "Society for Psychical Research" (Sociedad de Investigaciones Psíquicas), también conocida por las siglas SPR.

Con sede en Londres —existe una organización similar en Nueva York—, la SPR se ha distinguido desde sus inicios por la objetividad con que ha investigado todo tipo de fenómenos ocultos, tales como la telepatía, la precognición y los espec-tros. Gran parte de su labor ha consistido en la recogida de testimonios sobre apariciones y lugares encantados, empe-zando con el célebre Censo de Alucinaciones realizado en 1889, mediante el cual se obtuvieron centenares de declara-ciones posteriormente examinadas y evaluadas por miembros de la Sociedad. Desde entonces, la SPR ha proseguido inda-gando numerosos casos de apariciones, tanto esporádicas como persistentes.

Harry Price fue probablemente el cazador de espectros más famoso de todo el mundo. Hasta su fallecimiento en 1948, este investigador infatigable dedicó cuatro lustros de su vida a los fenómenos psíquicos, echando tierra sobre no pocas historias de fantasmas, pero también elevando muchas otras a la cúspide de la celebridad. Valiéndose de ingeniosos aparatos, algunos de diseño propio, desenmascaró a más de un médium impostor y reconoció la valía de otros. A Price se debe la fundación del Laboratorio Nacional de Investiga-ción Psíquica —hoy integrado en la Universidad de Londres—,

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así como numerosos trabajos sobre sus andanzas por el mundo de los fenómenos psíquicos. De éstas, la rectoría de Borley es su caso más célebre... y también el más polémico.

Construido hacia 1860 por el reverendo Henry Bull, ese tétrico caserón enclavado en el condado inglés de Suffolk, como todos los de su especie, poseía su correspondiente nómina espectral, siendo el fantasma más asiduo el de un eterno favorito de las leyendas británicas: una monja. Ade-más, contaba con el imprescindible carruaje fantasma, pro-visto de su magnífico tiro y de un cochero impresionante. Por lo demás, la leyenda aseguraba que la monja murió em-paredada —como castigo a su intento de fuga con el galante auriga— entre los muros de un convento, ya desaparecido, de las inmediaciones. Hacia 1929, cuando Price tuvo conoci-miento del caso de la rectoría, también deambulaba por el edificio el espectro del reverendo Bull, enfundado en la vieja chaquetilla gris que llevaba al morir.

A los nuevos inquilinos —reverendo Smith y señora— no les inquietaban los fantasmas, sino más bien la molesta actividad de los duendes. Los timbres, por ejemplo, no dejaban de sonar. Oían el de la puerta principal, salían a investigar y no encon-traban a nadie... pese a ser una noche de tormenta, poco indicada para andar a la intemperie gastando bromas de mal gusto. Alguien tiraba de los cordones de las campanillas en habitaciones completamente desocupadas. Las llaves saltaban de sus cerraduras. Volaban los guijarros o caían rodando por las escaleras. Por sugerencia de un periodista local, a quien el matrimonio comunicó sus cuitas, se solicitó la presencia de Price.

Durante los tres días de su estancia en la rectoría, Harry Price examinó la casa de arriba abajo, concentrándose en los timbres y campanillas, sin descubrir nada sospechoso. Presen-ció algunos de los fenómenos, vio a la monja en el jardín y organizó una sesión de espiritismo. En el transcurso de ésta, el espíritu del reverendo Henry Bull se comunicó con el mé-dium, facilitándole diversos fragmentos de información merced a un sencillo código sugerido por Price: un golpecito en el dorso de un espejo para afirmar, y dos para negar.

Izquierda: en opin ión de Price, la rectoría de Borley era " la casa más encantada de toda Ing la ter ra" . Entre las personas que vieron deambular por la f inca el espectro de una monja , f iguraban las tres hi jas del reverendo Henry Bul l , cons t ruc to r del caserón en 1 8 6 3 . Abajo : notas in te rcambiadas por Mar ianne Foyster, esposa de un rector de Borley en los años t re in ta , y un pretendido fan tasma o duende. Los mensajes so l ic i taban la celebración de una misa y el o f rec imiento de velas por el eterno descanso del espír i tu

Ar r iba : mandíbu la descubier ta en los sótanos de Borley y perteneciente a una mujer joven, ta l vez a la mon ja cuyo espectro rondaba la rectoría.

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Izquierda: bajo la a tenta mirada de Harry Price (en el centro) , los restos humanos descubier tos en los sótanos de Borley reciben cr is t iana sepul tura. A ju ic io de un erudi to , pertenecían a una monja francesa fugada a Inglaterra con su amante. Abajo: esta foto de un ladr i l lo volador se t omó en 1 9 4 4 , durante el derribo de la vieja rectoría de Borley. El fo tógrafo no se percató del cur ioso detal le hasta que se reveló la película. Durante gran parte de su h is tor ia el edi f ic io había sido escenar io de las andanzas de los duendes.

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Izquierda: m ien t ras prosigue la búsqueda de los espectros, se in ten ta local izar el túne l que, según c ier tas h is to r ias relat ivas a la mon ja fan tasma, debía exist i r entre la rectoría de Borley y la iglesia del lugar Estas y ot ras invest igac iones cons t i tuyeron el objeto de una nueva expedic ión a Borley, realizada en el año 1 9 5 5 .

Los fenómenos continuaron al ausentarse Price y, a la semana justa, los Smith se despedían para siempre de Borley. Les sucederían, cosa de un año más tarde, el reverendo Foyster, ya anciano, y su joven y atractiva esposa, Marianne. Los duendes se volvieron locos: volaban objetos, se cerraban puertas, el mobiliario aparecía volcado. Marianne era víctima preferida de las perturbaciones, pues recibió golpes, alguien la arrojó de la cama y un día quedó encerrada en su alcoba. Más grave fue el incidente del colchón, en el que estuvo en un tris de perecer sofocada. Por último, comenzaron a aparecer mensajes garabateados en las paredes, dirigidos a la joven, de cuyo texto parecía desprenderse el ruego de que se dijeran oraciones por los duendes.

A instancias del reverendo Foyster, quien había anotado cuidadosamente todos los pormenores del caso. Price, en compañía de dos ayudantes de laboratorio, regresó a la recto-ría de Borley.

No tardó Price en sospechar de Marianne como causante de casi todos los fenómenos atribuidos a los duendes, ya que los sucesos, en su inmensa mayoría, se producían cuando ella se encontraba a solas o en algún punto de la casa ignorado por los demás. No obstante, jamás pudo demostrarse nada.

Los incidentes cesaron hacia 1932 y, tres años después, el matrimonio se trasladó a otra parroquia. Para no complicarse la vida, el nuevo rector de Borley decidió alojarse en otro lugar.

Arr iba : este perro se ut i l izó para local izar posibles rastros de la mon ja fan tasma. Abajo: iglesia parroquia l de Borley

enclavada f rente a la rector ía—, en cuyo cementer io se ha v is to el espectro de la célebre rel ig iosa. A veces, estando el templo vacío y cerradas con l lave sus puertas, se ha oído mús ica de órgano en su inter ior .

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Arr iba: dos invest igadores comprueban la temperatura de un " p u n t o f r ío " en las proximidades del lugar donde se supone aparecía la monja. La rectoría de Borley era un edi f ic io ex t raord inar iamente frío. Según una observación de Harry Price, en pleno mes de jun io la tempera tura d iurna no superaba los 9° C.

Aprovechando esa oportunidad, Price contrató el alquiler de la casa por un año y publicó un anuncio en el Times londinense, solicitando ayudantes voluntarios.

En compañía de sus cuarenta y ocho aficionados —entusias-tas, ciertamente, pero aficionados al fin y al cabo—, Price ini-ció una insatisfactoria etapa de doce meses de experimentos y observaciones. Los pobres resultados obtenidos obedecerían a diversas causas: falta de experiencia entre los investigadores, salvo en su cabeza rectora; predominio de un estado de ánimo excesiva y artificialmente receptivo; pero, sobre todo, desola-dora escasez de fenómenos de cualquier tipo. Por otra parte, tal vez para compensar el desaliento general, se cometió el error de atribuir a fuerzas sobrenaturales hasta el más mínimo incidente ocurrido en el caserón.

Tras la marcha de Price y sus huestes, la rectoría siguió de-socupada durante un año. En 1939 quedaría destruida por un incendio fortuito y al año siguiente publicaba el investigador su libro The Most Haunted House in Eng/and, compendio de todos los fenómenos producidos en Borley.

Un nuevo capítulo de esta larga epopeya lo escribiría el doc-tor Pythian-Adams, canónigo de la catedral de Carlisle, quien en un prolijo y erudito trabajo afirmó que, efectivamente, los sucesos de la rectoría eran obra de una monja, aunque no in-glesa. Se trataba de una tal Marie Lairre, religiosa francesa huida a Inglaterra con su amante. Asesinada por su compañe-ro, éste la enterró en los sótanos de una casa enclavada en el lugar donde, muchos años después, se edificó la rectoría de Borley. Entusiasmado Price con este argumento, en The End of Borley Rectory (1946) volvía sobre el mismo tema, infor-mando del descubrimiento de restos humanos —atribuidos a Marie Lairre— en unas excavaciones que se habían realizado en el solar.

El prestigio de Price no le salvó de las críticas a sus méto-dos o a su afán publicitario. Tras su fallecimiento en 1948, al-gunos de sus detractores se lanzaron a la tarea de desmantelar el caso Borley. Un periodista del Daily Mail reveló que había sorprendido a Price preparando falsos fenómenos, durante las investigaciones de 1 929. "Ratones aparte —declararía la seño-ra Smith, esposa del antiguo rector— mi marido y yo éramos los únicos habitantes de la casa."

Mayor daño infligiría The Haunting of Borley Rectory (1956), libro redactado por tres miembros de la SPR, en el cual se examinaban con minuciosidad —y en gran parte se re-batían— los testimonios aportados por Price. Comparando las notas del difunto investigador con el material publicado se apreciaba la desaparición de algunos datos y la exageración de otros, todo ello con vistas a conseguir una narración más inte-resante. En cuanto a los datos acústicos sobre la rectoría, indi-caban, a juicio de los autores, el origen natural de casi todos los fenómenos sonoros. En lo relativo a la actividad de los duendes, todo apuntaba hacia una probable participación de Marianne Foyster, de quien se sabía que deseaba mudarse a

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Izquierda: he aquí el equipo ut i l izado por Harry Price en sus desplazamientos, entre cuyos componentes f iguraban una f¡ Imadora, la impresc ind ib le cámara fotográf ica, una c in ta métr ica, mater ia les de dibujo, una l in terna eléctr ica y el te léfono por tá t i l para comun icarse con su ayudante. Disponía as im ismo de un bot iquín de urgencia, prov is to de su frasco de aguardiente para casos de desmayo.

Arr iba: el cazador de espectros L. Sewel l , par t ic ipante en la expedición de 1 9 5 5 , inspecciona el túne l descubier to por su equipo en las profundidades de la rectoría. Los ladr i l los ut i l izados en su cons t rucc ión son de un t ipo corr iente de la época Tudor. Harry Pr icé creía en la existencia de este pasadizo, por donde —según una de las versiones conoc idas— la monja y su aman te in ten ta ron la fuga. Todo parece indicar que el reverendo Henry Bul l hizo cons t ru i r su casa sobre las ru inas de un edi f ic io muy ant iguo, ta l vez un convento.

Izquierda: Benson Herbert, invest igador psíquico, ha cons t ru ido máqu inas para la detección de energía psíquica, e lemento cons t i t u t i vo de los espectros.

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otro lugar menos tétrico. En fin, tanto la reputación fantasmal de Borley como el prestigio profesional de Price, quedaron en un estado lastimoso. Desde entonces otros investigadores han abordado este caso, formulando opiniones nuevas y dispares, con lo cual la famosa historia suscita aún debates enconados.

El desprestigio de Price, a raíz del asunto Borley, no debe hacernos olvidar su valiosa contribución técnica a la moderna caza de espectros. Mecánico ingenioso, concibió diversos apa-ratos y métodos para la eliminación de posibles causas natura-les de cualquier fenómeno sometido a investigación. El empleo actual de sus técnicas se detalla en el libro Haunted London, de Peter Underwood, presidente del Club Espectral Británico.

Explica Underwood el caso del reverendo R. W. Hardy y su esposa, matrimonio canadiense que, realizando una gira turís-tica por los alrededores de Londres en 1966, visitó la histórica Casa de la Reina, mandada edificar en Greenwich por Carlos I. Entre otros interesantes aspectos del palacio, el sacerdote fo-tografió su magnífica escalinata. Al revelar la película, de re-greso ya en Canadá, quedó asombrado al observar en la foto una figura, velada pero reconocible, de pie tras la barandilla.

En cuanto el Club Espectral tuvo conocimiento del asunto inició una investigación a fondo del suceso y de la fotografía. Sometido el negativo al peritaje de los fabricantes, éstos de-clararon que la película no mostraba señales de manipulación fraudulenta. Corroborando la declaración de Hardy, los admi-nistradores de la Casa de la Reina afirmaron que la escalinata está acordonada, pues no se permite el acceso del público a la misma. Por lo tanto, cuando el sacerdote canadiense disparó su cámara, no podía haber persona alguna en aquel sector.

La Sociedad gestionó entonces los permisos necesarios para que algunos de sus miembros, acompañados por perso-nal de la Casa de la Reina, pasaran una noche en el vestíbulo del palacio. El fotógrafo oficial del museo instaló su cámara, obteniendo placas a intervalos determinados de antemano, sin que en ninguna de ellas aparecieran figuras espectrales. Por otra parte, y durante toda la noche, una filmadora equipada con filtros especiales, provista de película infrarroja y conecta-da a un magnetófono iba captando continuamente la imagen de la escalinata.

Se instaló una batería de termómetros para detectar cual-quier cambio brusco de la temperatura, varios instrumentos captaban la menor vibración e incluso las corrientes de aire, y la barandilla de la escalinata se recubrió de una capa de vaseli-na para recoger huellas dactilares. Por último varios investiga-dores se apostaron en los peldaños.

El único resultado de todo este despliegue —al cual se su-maron algunos intentos, fracasados, de establecer contacto espiritista— fueron ciertos sonidos que "jamás se explicaron a satisfacción de todos". Tal vez tuviera importancia el factor tiempo, dado que algunos fantasmas ligados a un lugar sólo aparecen en determinados momentos. Es posible que la figura captada por Hardy sólo se presentara de día.

El espectral cazador de espectros Cierta noche de la primavera de 1948, un joven sueco despertó de un sueño para descubrir a un caballero canoso de pie junto a su cama. Sin saber por qué, el joven —a quien daremo3 el nom-bre de Erson— no se asustó y prestó atención a las palabras pronunciadas por el desconoci-do. Desgraciadamente, Erson no comprendió gran cosa, si bien le pareció que el hombre hablaba en inglés y decía llamarse Price.

Las apariciones del misterioso Price comenzaron a menudear, presentándose a cualquier hora. Aunque su aspecto era suma-mente real, las fotografías toma-das por Erson tan sólo captaron una masa de sombras. En cuanto al espectro, esos esfuerzos por fotografiarle le hacían sonreír.

Cuando el sueco consiguió el domin io suficiente de la lengua inglesa, fue atando cabos en su-cesivas apariciones. Así, supo que en vida el visitante había es-tudiado el tema de los fantas-mas. Además, fue Price quien le instó a ingresar en un hospital de Lund para tratarse de cierta do-lencia. Precisamente en ese cen-tro sanitario contó Erson a un psi-quíatra lo relativo a su visitante espectral. El médico, que había oído hablar del célebre investiga-dor inglés Harry Price, escribió a la SPR para averiguar la fecha de su fal lecimiento. El óbi to se produjo el 29 de marzo de 1 948... es decir, hacia la época en que el espectral comunicante de Erson hizo su primera aparición.

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Arr iba: la escalera encantada del cast i l lo de T a m w o r t h , en el condado de Staf ford. El normando Robert de M a r m i o n conf iscó el entonces convento y expulsó a las rel ig iosas. A lgún t i empo después el espectro de la fundadora de la orden, Editha, propinó un fuer te golpe en la cabeza a De M a r m i o n , cuyos gemidos de dolor se han grabado en c in ta magneto fón ica.

Izquierda: la fo tograf ia po lémica de la escal inata de la Casa de la Reina, en Greenwich, donde puede apreciarse la fo rma di fusa de un fan tasma. Abajo: Ma ry Sha rman en su domic i l i o de Leeds, acompañada por dos de sus hi jos, üu ran te doce años esta fami l i a fue objeto de las molestas atenciones de un duende

En las casas antiguas, los ruidos de supuesto origen fantas-mal suelen ser producto de algún madero crujiente, de una co-rriente de aire o, sencillamente, de los ratones. El buen investi-gador comienza por practicar un registro exhaustivo del lugar, midiendo el espesor de sus muros y golpeándolos para cercio-rarse de que no hay huecos; sella puertas y ventanas con cinta aislante y tiende hilos en los pasillos, por si el supuesto fantas-ma resultara ser una persona viva. Asimismo, debe ser capaz de detectar las ilusiones ópticas o sonoras, susceptibles de crear una falsa impresión de actividad espectral.

Como entrevistador, es imprescindible que esté dotado de discreción y habilidad, toda vez que ha de obtener información de fuentes divergentes —cuando no opuestas—, y debe ser capaz de confrontar con acierto todos los datos disponibles. En resumidas cuentas, su labor es muy semejante a la de un de-tective, con la salvedad de que, eliminada toda causa natural concebible, corre el riesgo de verse defraudado por la frecuen-te inasistencia del duende, fantasma o sonido misterioso. Como es lógico, el investigador debe poseer una paciencia ina-gotable, regresando al lugar de los hechos una y otra vez o permaneciendo en él hasta que pueda dictaminarse la desapa-rición definitiva de los fenómenos.

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Algunos cazadores de espectros dan un enfoque más diná-mico a su labor. Dando por cierta la presencia del espectro, a quien suponen supervivencia espiritual de una persona falleci-da, tratan de establecer contacto con él. De esa forma, algunos expertos se sirven de un médium, quien —ignorando los deta-lles relativos al espectro— se sume en trance y establece contacto, inquiriendo las razones de su permanencia en aquel lugar. Naturalmente, la cosa no es tan sencilla, pues en ocasio-nes se requieren numerosos intentos. Sin embargo, parece ser que la comunicación con humanos comprensivos suele contri-buir a la liberación del espíritu.

A veces se ha logrado la expulsión de fantasmas mediante ritos exorcistas, aunque tradicionalmente se hayan empleado para la curación de endemoniados. No obstante, entre los eclesiásticos de hoy predominan quienes creen que los pre-suntos endemoniados necesitan la atención de un psiquiatra. Sea como fuere, el rito actual para el exorcismo de lugares afectados por los duendes, fijado por Urbano VIII en el siglo XVII, también se utiliza para alejar fantasmas. Algunos clérigos —y en eso difieren de la mayoría de investigadores psíquicos— ven en las apariciones el espíritu superviviente de los muertos y, en consecuencia, defienden la posibilidad de tratar con ellas por medio de fuerzas espirituales.

El reverendo J. C. Neil-Smith, clérigo del elegante distrito londinense de Hampstead, ha realizado centenares de ceremo-nias exorcistas. Entre sus casos más notables figura el de las au pair embrujadas (las au pair son muchachas, casi siempre extranjeras, empleadas por una familia en calidad de niñeras y al mismo tiempo de criadas). Los inquilinos de una gran mansión ochocentista llevaban una racha de mala suerte con las au pair. Tres chicas habían aceptado el empleo, una tras otra, para despedirse a los pocos días murmurando una reta-hila de excusas ininteligibles. Por fin una de ellas explicó que un fantasma la había atacado durante toda la noche. El cabeza de familia, en un estado de ánimo entre divertido y exaspera-do, solicitó la presencia del reverendo Neil-Smith.

"Llegué hacia la medianoche —explica el sacerdote— y me hicieron pasar a un salón-dormitorio del sótano, dedicado desde siempre a vivienda del servicio y en la actualidad habili-tado para las au pair. Tras las iniciales plegarias de rigor, apareció una joven ataviada a la usanza victoriana (mis tres acompañantes también la vieron, o al menos notaron su pre-sencia). Respondiendo a mis preguntas, la espectral mujer explicó que, en vida, había sido lesbiana, y por eso molestaba a las au pair. Recé por el eterno descanso de su alma y exor-cicé el inmueble. No han vuelto a llamarme."

La familia de la señora Mary Sharman, residente en Leeds, importante centro fabril del condado de York, no se libró tan fácilmente de los fenómenos espectrales que la atormentaron durante doce largos años. La odisea, recogida por el Yorkshire Evening Post en junio de 1974, se inició en 1962, al año de instalarse en un polígono de viviendas municipales. Mary

Un fantasma en el restaurante El "Toby Jug" , restaurante de Haworth, en el condado de York, puede jactarse de poseer un fan-tasma sumamente dist inguido: el de la poetisa y novelista Emily Bronté —cuyo retrato, pintado por su hermano, se muestra sobre estas líneas—, criada y fa-llecida en este pueblecito. Según dice Keith Ackroyd, propietario del restaurante, Emily aparece el 19 de diciembre, aniversario de su muerte. La primera visita de la escritora se produjo en 1966, poco después de adquirir Ac-kroyd el establecimiento. "A l vol-verme, vi una figura sonriente, luchando por contener la risa —explicó a un periodista—. Cruzó el local, llegó al lugar donde en otros t iempos hubo una escalera, e inició el ascenso hacia el dor-mitor io." Era pequeñita, usaba miriñaque y llevaba del brazo una cesta de mimbre.

Aunque el espectro de tan fa-mosa escritora pudiera conside-rarse como una baza positiva para cualquier comerciante, Ac-kroyd, que proyectaba vender el negocio, opinaba lo contrario. Cuando había conseguido con-vencer a un cura de Leeds para que realizara un exorcismo en el local, llegó el veto del rector de Haworth, para quien la ceremo-nia era innecesaria.

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El ant iguo r i to del exorc ismo, cuyo objeto es la curac ión de los endemoniados, suele emplearse hoy con personas t ras tornadas por su convenc imien to de que las posee a lguna fuerza mal igna. A s i m i s m o se ut i l iza para expulsar espectros de las casas. Derecha: el reverendo J. C Nei l Sm i th , del d is t r i to londinense de Hampstead, celebrando una ceremonia exorcista.

Izquierda: Donald Page. c lar iv idente y exorc is ta inglés, expulsa un supuesto espír i tu ma l igno posesionado del cuerpo de una mujer . El rostro contors ionado de Page refleja el esfuerzo realizado por el exorcista.

Aba jo : Page consuela a una mujer t ras l iberar su domic i l i o del espectro que lo había rondado durante d ieciocho años. El f an tasma — " J o e " , de apodo — se aparecía de vez en cuando y producía considerables t ras to rnos en la casa. En esta ocasión, Page contó con la co laborac ión de John Pearie Higgins, canónigo de la catedral londinense de S o u t h w a r k

Sharman, separada de su marido, tenía seis hijos, todos ellos menores de edad.

Cierta noche la madre vio asomar la cabeza de una anciana por la puerta del retrete. Inmediatamente "aquella mujer salió al pasillo y se quedó plantada delante de mí. Tenía el cabello canoso y rizado, ladeaba la cabeza, guiñaba un ojo y sonreía de una manera algo rara. Entonces me amenazó con su bastón, un bastón blanco".

A la mañana siguiente explicó su visión a unas vecinas. "Es la vieja señora Napier", le aseguraron. La señora Napier, ante-rior ocupante del inmueble, era ciega. Un día la habían encon-trado muerta en el lavabo.

Tras la aparición de la difunta anciana comenzaron las acti-vidades de los duendes. Atemorizados, los Sharman veían mo-verse los objetos colocados sobre la repisa del hogar, o abrirse y cerrarse las puertas. En ocasiones oían a alguien subiendo o bajando por la escalera interior de la casa, arrastrando los pies. De vez en cuando reaparecía el espectro de la señora Napier.

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Tras un grave incidente —la levitación de Michael, de 12 años— la familia por consejo de algunos expertos, se mudó. Pero siguieron oyéndose pasos y levantándose los colcho-nes en el nuevo domicilio, a lo cual se sumó el espectro de la madre de Mary, recientemente fallecida. Este fantasma nunca molestó a la familia, pero los trastornos achacables al o a los duendes comenzaron a producir efectos en sus nervios. Llegó la cosa hasta tal punto que la señora Sharman pidió ayuda a otro sacerdote. El hombre resistió unos minutos en la casa y luego desapareció murmurando: "¡Esto es diabólico!".

"Diabólico" o no, lo cierto es que la familia se liberó de su tormento a principios de 1 974, al mudarse a un nuevo domici-lio. Según declaró entonces la ex señora Sharman, casada ya en segundas nupcias, al periodista del Yorkshire Evening Post, no habían sufrido más molestias.

La complejidad del problema de los espectros queda fiel-mente ilustrada por la variedad de fenómenos experimentados por los Sharman, así como por la diversidad de enfoques apli-cados a su solución. De haberse investigado a fondo, es posi-ble que el caso exigiera una explicación distinta para cada una de las facetas. Aunque la familia achacaba los trastornos al es-pectro de la difunta señora Napier, tal deducción no es satis-factoria para la mayoría de los expertos, quienes seguramente señalarían como causa más probable la presencia de varios púberes en la casa. Esta explicación gana consistencia si se re-cuerda que el o los duendes siguieron presentes en el nuevo domicilio, totalmente ajeno a la señora Napier. En cuanto a los demás fenómenos —las apariciones de la anciana ciega y de la abuela—, pudo generarlos inconscientemente la propia familia. No obstante, es posible la autenticidad del fantasma de la se-ñora Napier, pues se recordará que las vecinas, basándose en la descripción de Mary, la identificaron fácilmente. El terror del segundo sacerdote, enfrentado a lo que él calificó de "diabóli-co", parece sugerir la presencia de algún ser sobrenatural. Por otra parte, también podría indicar la hipersensibilidad del cléri-go ante una fuerza negativa, generada por ciertos conflictos in-trafamiliares reprimidos. Naturalmente, no hay que descartar una total subjetividad en la reacción del eclesiástico, producto de sus propios temores.

El cazador de espectros debe tener presentes todas estas posibilidades. De ser escéptico, no le faltarán argumentos en pro de la calidad "fantástica" de las apariciones, o incluso del supuesto origen natural —por ejemplo, temblores de tierra— de los fenómenos atribuidos a los duendes. Claro está que, en ocasiones, descubrirá algún caso donde intervengan otros fac-tores. Del mismo modo, al investigador convencido de la su-pervivencia espiritual no le costará hallar pruebas indicativas de que las personas pueden crear sus propios duendes o fantasmas. Toda aparición ligada a un lugar constituye un problema de difícil solución. En conjunto, estos fenómenos —persistentes o aislados— suponen uno de los misterios más intrincados con que la ciencia ha debido enfrentarse hasta hoy.

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En busca de una explicación

¿Qué hechos se producen cuando una persona ve una aparición, o cuando varios espectadores la presencian simultánea-mente? ¿Qué ocurre cuando idéntica apa-rición se reproduce en diversas ocasiones en el mismo lugar y ante diferentes per-sonas? ¿Y cuando la imagen del apare-cido se refleja en un espejo? ¿Cómo expli-car que la película fotográfica capte un espectro, ignorado por quien accionó el obturador? ¿Cómo se comprende, en fin, que pueda tocarnos una mano intangible?

Éstas y otras muchas preguntas simila-res se han formulado en mult i tud de oca-siones desde que, hace unos cien años,

Los viajeros que subian a la c ima del Brocken, el monte más al to del macizo del Harz, en A leman ia centra l , regresaban contando h is tor ias de sus gigantescos hab i tantes espectrales. Duran te centenares de años se celebraron r i tos mágicos en esta montaña , protegida —al decir de las gentes de la comarca— por el fan tasma l " rey del Brocken" . En las post r imer ías del siglo XVII I un escalador descubr ió que el espectro no era sino su propia sombra, proyectada por los rayos solares sobre las nubes cercanas. Así, las condic iones a tmosfér icas de la zona habían ofrecido a la gente lo que ésta esperaba ver

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I I Es un misterio cómo se transmite la información telepática

comenzaron a investigarse con criterio científico los fenóme-nos psíquicos. Todavía no disponemos de una respuesta glo-bal, aunque sí conocemos diversas soluciones parciales y limi-tadas. Si bien es innegable el progreso alcanzado en este campo durante el último siglo, aún nos queda un gran trecho por recorrer hasta la total comprensión del extraño fenómeno de las apariciones.

Antes de concentrarnos en la espinosa cuestión de si los fantasmas constituyen una demostración de la supervivencia del espíritu, consideraremos la secuencia y carácter de los he-chos que nos permiten captar la aparición de una persona viva. Según los testimonios recogidos en 1889 por la SPR con su Censo de Alucinaciones, en la mayoría de los casos el agente, en el momento de aparecerse al perceptor, atravesaba una crisis: grave enfermedad, accidente, agonía. La notable fre-cuencia de esta correlación crisis-aparición hizo suponer la existencia de algún proceso telepático. Es decir, la persona en trance crítico —el agente— concentraba de tal modo su mente

derecha: de pie y gest icu lando, el a lp in is ta crea un nuevo "espec t ro " del Brocken. Para producirse esta i lus ión ópt ica, el sol debe hal larse cercano al hor izonte, de modo que se proyecte la sombra del escalador sobre las nubes. Estos casos son bastante frecuentes en diversos países del mundo.

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A r r i b a : en este pasqu ín f rancés de la obra t i t u l ada Los espectros y la mansión del diablo se m u e s t r a n a l gunos t r u c o s u t i l i zados en el s ig lo X IX para la p roducc ión de f a n t a s m a s escén icos.

A r r iba a la derecha: el Espectro de Pepper, i ngen ioso a r t i f i c i o ideado en 1 8 6 3 por el ing lés J o h n Henry Pepper. El i nex i s ten te f a n t a s m a b lanco que parece ha l la rse en escena es p e r f e c t a m e n t e real para el púb l i co (a la derecha) . La i m a g e n i l u m i n a d a de la actr iz , ocu l t a ba jo las tab las , se ref le ja en el panel de v i d r i o c reando la i l us i ón ópt ica de un espect ro en el escenar io .

en el perceptor, que conseguía generar un mensaje telepáti-co en forma de imagen de sí mismo.

Si la transmisión de información telepática sigue siendo un misterio, todavía es más enigmática la transferencia de imáge-nes por ese medio, en especial cuando éstas muestran una apariencia sólida, vital. Quien jamás ha presenciado una apari-ción no acierta a comprender cómo es posible ver algo que no ocupa un espacio físico. No obstante, el proceso visual no es tan sencillo como parece. A menudo vemos cosas o seres, per-fectamente nítidos, en sueños, sin necesidad de recibir infor-mación visual a través de nuestros ojos. Despierta, la persona puede ver con la imaginación cualquier cosa, y esta imagen aparecerá sobreimpresa en la escena captada por sus ojos.

Las peculiaridades de la percepción resultan patentes en el caso de la hipnosis. Si a una persona sugestionable se le dice que al despertar de un sueño hipnótico tan sólo verá a su hipnotizador —aunque haya otras personas presentes—, el sujeto será incapaz de captar la imagen de los restantes es-pectadores en tanto no se elimine la sugestión.

El hipnotizador explica al sujeto lo que va a ver y también aquello que será incapaz de captar visualmente. Y aun siendo esto asombroso, no tiene punto de comparación con el caso de quien, de manera espontánea, ve la imagen de otra persona con tanta fidelidad como si ésta se encontrara ante él en carne y hueso. Parece increíble que el agente —emisor de alucinacio-nes telepáticas—, consiga a distancia y muchas veces en esta-do de inconsciencia, lo mismo que el hipnotizador sólo puede lograr suministrando al sujeto instrucciones detalladas.

No obstante, todo parece indicar la realización de un mayor esfuerzo imaginativo por parte del perceptor que del agente. Tal conclusión resulta obvia con sólo examinar los detalles de las apariciones críticas conocidas, en las cuales raramente se manifiesta el agente tal como se halla en el momento de la cri-

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sis: agonizando en su lecho, gravemente herido en un acci-dente automovilístico, cayendo a un río, etc. Por el contrario, el aparecido suele mostrarse desconectado de su entorno. Y, además, penetra en el del perceptor —aunque sea desconocido para el agente—, comportándose en él con toda naturalidad.

En Apparitions, G. N. M. Tyrrell estudia en detalle la conduc-ta "material" del aparecido mencionando, por ejemplo, el caso del espectro que, de pie junto a una lámpara, proyectaba su sombra sobre la pared. También se sabe de aparecidos que han entrado en una pieza abriendo la puerta. Luego se ha ins-peccionado ésta y ha podido comprobarse que seguía cerrada con llave. En otros casos, la figura se ha reflejado en un espejo. Como explica Tyrrell, las apariciones "se adaptan, poco menos que milagrosamente, al entorno físico del perceptor, aunque sea desconocido para el agente. Tal conducta sugiere que el aparecido es parte de una tramoya, casi toda creación del per-ceptor, quien proporciona numerosos detalles escénicos. Es decir, la aparición no es una mera expresión directa de la idea del agente, sino que constituye una escenificación de esa idea, pero ampliada y pormenorizada por el perceptor".

Dicho de otro modo: una región mental del agente transmi-te telepáticamente una ¡dea de sí mismo; el perceptor capta ese estímulo, y un sector de su cerebro, además de producir una imagen reconocible del agente, otorga a ésta un compor-tamiento normal. Si todo ser humano puede reflejarse en un espejo, el sector cerebral del perceptor —"el tramoyista", se-gún Tyrrell—, que contribuye a la creación del aparecido, lo dota de esa capacidad para reflejar la propia imagen.

Semejante fidelidad a las leyes naturales no es característi-ca de todas las apariciones, pues Tyrrell menciona el ejemplo de un aparecido que no se reflejaba en un espejo cercano. Otro caso, esta vez recogido por la SPR, ilustra las facetas irreales de algunas escenificaciones. Cierto día, hará de esto cosa de un siglo, el canónigo Bourne salió de cacería con sus dos hijas. Cuando se sintieron fatigadas, las mujeres ordenaron al coche-ro que emprendiera el regreso, mientras el padre se alejaba a caballo, prosiguiendo con sus aficiones cinegéticas. Sin em-bargo, en ese momento llegó una amiga de las hermanas y la partida se retrasó algunos minutos. "Al ponernos finalmente en marcha —declaró Louisa Bourne y lo corroboró su herma-na— vimos a papá que, a cierta distancia, agitaba el sombrero como instándonos a seguirle. Se hallaba en la ladera de una colina, y nos separaba de él una hondonada. Mi hermana, el cochero y yo reconocimos perfectamente a papá, así como a su montura (era el único caballo blanco de los alrededores).

"Viendo el nerviosismo y suciedad del animal, el cochero co-mentó la posibilidad de que se hubiera producido algún acci-dente. Recuerdo, aunque parezca imposible, haber distinguido la marca del fabricante en el sombrero de papá..."

El grupo se puso en marcha hacia el lugar donde se hallaba el canónigo, perdiéndolo de vista al adentrarse en la hondona-da. Superada ésta, llegaron al punto donde debían encontrarse

Arr iba: el espectro de un hombre asesinado hace acto de presencia en el ju ic io del presunto autor del c r imen. N ingún test igo de esta causa v is ta en Londres en 1 7 3 8 , había presentado pruebas demost ra t ivas de la cu lpabi l idad del acusado De repente, éste lanzó un alar ido y aseguró que el muer to se encontraba en el estrado de los test igos. Turbado por la apar ic ión, el acusado confesó su cr imen. Este incidente, en apar iencia producto de una a luc inac ión subjet iva a t r ibu ib le a un sen t im ien to de culpabi l idad, pudo deberse a a lgún t ipo de t r ansm is i ón te lepát ica.

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Izquierda: M a r i a m n e se aparece a su esposo, Herodes el Grande, quien presa de un ataque de celos mot ivado por una supuesta in f idel idad la hizo asesinar jun to con var ios miembros de su fami l ia . En opinión de casi todos los invest igadores psíquicos, las apar ic iones de personas muertas ante un solo espectador cons t i tuyen en real idad a luc inaciones subjet ivas, en especial si el perceptor t iene razones poderosas —su cr imen, en el caso de Herodes— para verlas.

jinete y montura, pero ambos habían desaparecido. Tras un re-gistro infructuoso de los alrededores, regresaron a casa, a donde poco después llegó el clérigo, asegurando que no había estado por aquella zona.

Una peculiaridad de este caso, aparte del detalle de la marca en el sombrero, es la ausencia de crisis. Nadie fue vícti-ma de ningún accidente ni estuvo a punto de sufrirlo, lo cual habría podido desencadenar una llamada de socorro incons-ciente, transmitida por medios telepáticos. Existe la posibili-dad, ciertamente mínima, de que se tratara de una alucinación subjetiva creada por los perceptores, preocupados por la ausencia del clérigo. Lo malo de esta hipótesis es la claridad colectiva de esa alucinación, pues el canónigo apareció ante varias personas a un tiempo. Según Tyrrell, "nunca son colec-tivas las alucinaciones de carácter claramente subjetivo". De modo que "toda apariencia de colectividad en una visión de este tipo puede indicar que estamos ante un caso telepático".

Las apariciones colectivas constituyen un problema intrin-cado. Se producen con relativa frecuencia, tanta que hasta

Arr iba : el Fantasma de Gui ldford según un panf leto de 1 7 0 9 . Condenado a la pena capi ta l por el asesinato de su novia, Chr istopher S laughter ford , residente en la c iudad inglesa de Gui ldford, ins is t ió en su inocencia hasta el m i smo pat íbulo Su espectro apareció en la cárcel donde aguardara la v is ta de su causa. Se presentó as im ismo ante un cr iado y una de sus amistades "en diversas fo rmas, todas espantosas, con la soga al cuel lo, una antorcha encendida en la s in iest ra y un bastón en la diestra, c lamando venganza". ¿Fue una a luc inac ión subjet iva por parte de todos los perceptores o un l l amamien to te lepát ico, en pet ic ión de jus t ic ia , procedente del más al lá?

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Derecha: Edmund Gurney, m i e m b r o fundador de la SPR, exper to en cues t i ones de h i p n o t i s m o y uno de los au to res de Phantasms of the Living, pub l i cado en 1 8 8 6 , dos años antes de su m u e r t e Aba jo : Frank Podmore , o t ro p ionero de la SPR. Tamb ién co laboró en la redacc ión de Phantasms of the Living.

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1943 —año de publicación del libro de Tyrrell, Apparitions— la SPR había recogido ciento treinta casos. Tal abundancia indica que no siempre puede tratarse de imágenes subjetivas, re-transmitidas verbalmente por el perceptor a sus acompañan-tes. Por otra parte resulta improbable que un agente transmita, exacta y simultáneamente, su propia imagen a varias personas (como recordará el lector, seguimos en el supuesto de una ca-lidad mental, imaginaria, de la aparición, la cual no ocupa el espacio físico que parece ocupar). A juicio de Tyrrell, en los casos colectivos el agente transmite la imagen a un perceptor principal, quien a su vez la retransmite, también telepática pero involuntariamente, a sus compañeros. Como es lógico, todos no poseemos las necesarias aptitudes perceptivas. Así, varios miembros de un grupo captarán la aparición, en tanto que otro u otros no verán nada.

Uno de los casos más conocidos desde los inicios de la mo-derna investigación psíquica es el del capitán Towns, de la ciu-dad australiana de Sydney. Los detalles del incidente en cuestión, sucedido en el domicilio de Towns en las postrimerías del pasado siglo, unas seis semanas después de su falleci-

Izqu ierda: F. W . H. M y e r s , uno de los f undado res de la SPR y au to r del l ib ro Human Personality and its Survival of Bodily Death. Op inaba que el espec t ro era la " m a n i f e s t a c i ó n de una energía persona l de carác ter pe rs i s t en te " , capaz de segui r aparec iendo con pos te r i o r i dad a la de func ión de la persona.

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miento, los obtuvo la SPR por mediación de Charles Lett, yerno del difunto. Cierta noche, a eso de las nueve, la señora Lett (hija del capitán y esposa de Charles) y una tal señorita Bethon entraron en una habitación de la gran casa familiar. "Cuál no sería su asombro al ver, reflejada en un bruñido panel del ropero, la imagen del extinto capitán Towns. Era... como un retrato, sólo que de tamaño natural. Tenía el rostro demacra-do... y vestía la misma chaquetilla de franela gris que siempre se ponía para dormir. Sorprendidas y algo alarmadas, pensa-ron que alguien habría colgado un retrato en la pared opuesta y aquello sería un reflejo. Pero no había cuadro alguno en la pieza. Seguían tan maravilladas como antes, cuando se reunió con ellas la señorita Towns, mi cuñada. Sin que nadie tuviera tiempo de decirle una sola palabra, exclamó: '¡ Dios mío! ¡ Pero si ahí está papá!'. "

Avisaron a una de las sirvientas, y ésta profirió un grito ante la imagen: "¡Santo cielo, el señor!" Otro tanto ocurriría con el criado del capitán, el mayordomo y la niñera: todos le reconocieron al instante. "Por último se hizo venir a la viuda, y ésta, en cuanto penetró en la estancia, se dirigió hacia la ima-gen con un brazo extendido, con intención de tocarla. Pero en cuanto su mano entró en contacto con el panel del armario, la figura comenzó a desvanecerse y desapareció para siempre." Lett, que también se hallaba en la casa, no oyó la llamada y perdió la oportunidad de presenciar el fenómeno.

El carácter colectivo de esta aparición podría explicarse con la teoría del perceptor principal —la señora Lett, o bien la seño-rita Berthon— que retransmite la imagen a los restantes espec-tadores. Sin embargo, nos queda por superar un obstáculo in-cómodo: ¿Quién era el agente, creador original de la imagen transmitida?

He aquí el problema básico con que se enfrenta todo inves-tigador "escéptico": gran número de aparecidos llevan algún tiempo muertos. Estas apariciones "post mortem" resultan de difícil explicación para el experto de tendencias científicas, rea-cio a aceptar la vida futura. Tras estudiar centenares de casos, Myers, Gurney y Podmore —autores de Phantasms of the Li-ving— calificaron de "aparición crítica, transmitida por un agente vivo, aunque moribundo", toda imagen del difunto cap-tada en un plazo máximo de doce horas después del falleci-miento. Argumentaban que tal vez el perceptor no pudo captar la aparición en el momento de transmitirse, por hallarse ocu-pado o en malas condiciones anímicas. Así, la visión quedaba-postergada hasta el instante en que la mente del perceptor se relajaba, incrementándose su receptividad.

Por otra parte, según demuestra Lyall Watson en The Romeo Error, la muerte no es un fenómeno tan bien definido como muchos creen. Si por "muerte" entendemos la completa cesación de la actividad biológica en todo ei cuerpo, resulta imposible fijar el momento en que se produce, por cuanto nu-merosos procesos corporales prosiguen tras detenerse el cora-zón. No es imposible que el sector cerebral de donde surgen

La marca de identidad F. G., viajante de Boston, regresó a primera hora de la tarde a su hotel. Mientras ponía en orden sus papeles, de repente tuvo la impresión de no hallarse solo. Alzó la vista y quedó asombrado al ver ante sí a su hermana, falle-cida nueve años antes. El señor G. relataba: "Sentí tanta felicidad en ese momento que, sin refle-xionar, me lancé hacia ella lla-mándola por su nombre. Y en-tonces se desvaneció... La tuve al alcance de la mano, aunque ahora comprendo la imposibi l i -dad física de tocarla... Parecía tan viva como yo." No obstante, su apariencia mostraba una no-vedad: en su mejilla derecha se veía la roja señal de un arañazo.

Turbado por el incidente, F. G. visitó a sus ancianos padres y les contó lo sucedido. Al mencionar el rasguño la madre no pudo contener su emoción y, l lorando, reveló que ella había producido la pequeña herida, por accidente, mientras vestía el cadáver de su hija. Dos semanas más tarde, la anciana moría pacíficamente.

Como indicaba F. W. H. Myers, la aparición no era "un cadáver portador de una lúgubre marca, tormento para los úl t imos días de la anciana madre, sino... una mu-chacha saludable, feliz, que de-mostraba su identidad luciendo aquel s imból ico dist int ivo rojo". Sugería este investigador psíqui-co que el espíritu de la joven t ransmit ió su imagen con objeto de que el hermano visitara a la madre.

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Arr iba: retrato de Elizabeth Hoby, cuyo espectro se dice que deambula por B isham Abbey, magní f ica mans ión de est i lo Tudor. De acuerdo con la leyenda, esta ar is tócra ta mató a su propio hi jo. Según una de las versiones conocidas, Elizabeth, encolerizada por la inept i tud escolar del muchacho, le causó la muerte golpeándole en la cabeza. También se asegura que lo encerró con llave en una reducida pieza, para que acabara sus tareas. Habiendo sido l lamada a Londres por Isabel I, regresó días después y lo encontró muer to . Su espectro recorre los aposentos de la mans ión , con la par t icu lar idad de ir precedido de una jofaina f lo tan te en la cual se lava las manos. Tal s imbo l i smo, más bien inverosími l , hace suponer que la imagen sea una proyección de los perceptores.

Arr iba a la derecha: la mans ión de B isham Abbey, s i tuada a or i l las del Támesis , en el condado de Buck ingham.

los impulsos telepáticos pueda seguir funcionando algún tiem-po, antes de declararse a la persona clínicamente muerta.

De este modo, no es preciso creer en la vida futura para ex-plicar la aparición de una persona fallecida horas antes. Puede tratarse de telepatía diferida, o bien de una breve continuación de las funciones cerebrales. Sin embargo, se han registrado apariciones de personas que llevaban días, semanas —como en el caso del capitán Towns— e incluso años muertas. En al-gunos casos se han considerado alucinaciones subjetivas, pero en otros el perceptor no conocía al agente, y sólo algún tiempo después ha podido identificarlo como persona real. Aquí resul-ta prácticamente imposible afirmar que el perceptor creó la imagen por sí mismo, sin estímulo externo. Veamos un ejem-plo, en verdad espectacular, de aparición "post mortem" de una persona desconocida por el perceptor.

El caso, auténtico, sucedió en 1 964 en una fábrica de auto-móviles de Detroit. Por accidente, alguien puso en marcha una gigantesca prensa de estampación y un ajustador salió despe-dido de la trayectoria de la máquina. Incólume aunque presa del natural nerviosismo, el operario dijo que un negro, alto, con una cicatriz en el rostro y enfundado en un mono grasiento, le había propinado el empujón salvador. Su descripción de aquel hombre, a quien no conocía, refrescó la memoria de los com-pañeros más veteranos. Se trataba de la víctima de un acci-dente ocurrido en 1944, en la misma zona de la factoría: una prensa le había machacado la cabeza. Luego se supo que, aun

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cuando conocía a la perfección la máquina, el exceso de horas extras había disminuido sus reflejos.

Cabría suponer que algún veterano del taller pudo ver en peligro al ajustador y, demasiado lejos para salvarlo o al menos darle un grito, en su subconsciente surgió una imagen podero-sa del negro muerto años antes, la cual transmitió por telepa-tía al compañero en apuros.

Consideremos asimismo el impacto físico del empujón. Tanto el libro Phantasms of the Living como las Actas de la SPR incluyen numerosos ejemplos de alucinaciones visuales acompañadas de sensaciones de contacto. En la carta de una perceptora al agente se dice, entre otras cosas: "...me di vuel-ta al notar una fuerte presión en el hombro. Eras tú, y te vi con tal nitidez que me parecías de carne y hueso..." En cambio, no se sabe de ningún perceptor que haya tocado a una apari-ción (salvo en el caso de las supuestas materializaciones espi-ritistas). O bien la figura se sitúa siempre fuera de su alcance, o la mano del perceptor pasa a través de ella.

Siguiendo la teoría formulada por Tyrrell, según la cual las apariciones reproducen exactamente la realidad —si bien care-cen de sustancia—, puede aceptarse la posibilidad de que el perceptor sienta posarse en su hombro una mano espectral. Se trataría, tan sólo, de un esfuerzo subconsciente del percep-tor por crear una aparición con todos los visos de realidad.

Ahora bien, esta explicación pierde verosimilitud en el caso del ajustador de Detroit, puesto que el muerto no se limitó a

Arr iba : ru inas de la casa solariega de Wycol ler , en el condado de Lancaster, donde en otros t iempos se registró la presencia de un j inete espectral . El fan tasma abandonaba su montu ra en la puerta y subía corr iendo hasta una alcoba del pr imer piso, de donde surgían gr i tos y gemidos. Puede t ra tarse de una reproducc ión psíquica del c r imen comet ido en el siglo XVII por un propietar io de la mans ión , quien asesinó a su esposa. Aba jo : palacio de Forde Abbey, por cuyo vest íbu lo deambula el espectro de un abad c isterc iense. El re l ig ioso, Thomas Chard, fue expulsado de la abadía a raíz de la conf iscac ión decretada por Enrique VII I El apego de Chard a estos parajes, así como la exper iencia de la desposesión, pueden expl icar la presencia de su fan tasma.

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Arr iba : este g rabado de 1 8 7 2 , pub l i cado por la rev is ta ing lesa lllustrated Pólice News, a compañaba un a r t í cu l o sobre c ie r to joven que se t ropezó con un f a n t a s m a en el parque. Dec id ido a segu i r su c a m i n o , b loqueado por el espect ro , el h u m a n o empuñó su bas tón y golpeó con todas sus fuerzas, " i n ú t i l m e n t e , pues donde debía ha l la rse la cabeza só lo encon t ró el v a c í o " Pese a su supues ta i n m a t e r i a l i d a d , la apar i c ión logró der r ibar al joven. A b a j o : el espect ro del mercado lond inense de S m i t h f i e l d , p resun to cu lpab le de robos en los pues tos de carne.

tocarle el hombro, sino que le propinó un fuerte empujón. Al-guien —el operario negro fallecido veinte años antes en el trágico accidente o un espectador vivo— empleó la fuerza psicocinética.

La psicocinesis, también conocida por las siglas inglesas PK, es el movimiento de objetos por medio de energía mental. Su existencia se ha comprobado en numerosos experimentos, especialmente los realizados en el Laboratorio de Parapsicolo-gía del doctor J. B. Rhine. Algunos jugadores han demostrado su aptitud para hacer caer los dados a su conveniencia, por medio de un acto volitivo. En otras ocasiones se ha comproba-do que ciertas personas pueden influir mentalmente en el cre-cimiento de plantas o la conducta de organismos unicelulares. Incluso se han descubierto poderes psicocinéticos en algunos animales. El empleo inconsciente de la psicocinesis por parte de los humanos podría explicar los innumerables casos de duendes. Y la frecuente aparición de estos trastornos en las in-mediaciones de personas adolescentes indicaría una posible vinculación entre despertar sexual y psicocinesis.

Los investigadores psíquicos suelen distinguir entre espec-tros persistentes y apariciones excepcionales. La aparición puede producirse sin conocimiento del agente, aunque casi siempre ante una persona con la cual le une algún vínculo, siendo frecuentes los intentos de comunicación: una mirada, un contacto, unas palabras. Por el contrario, los espectros per-sistentes suelen mostrar indiferencia hacia los espectadores.

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Diríase que no les atraen las personas, sino el lugar donde se observa su presencia.

Las teorías explicativas del espectro persistente son diver-sas y, en ocasiones, encontradas. Así, uno de los primeros miembros fe eninos de la SPR —Eleanor Sidgwick, esposa de otro conocido investigador, Henry Sidgwick— formuló su teo-ría psicométrica. Se denomina psicosimetría a la aptitud, de-mostrada por ciertas personas sensibles, de recibir impresio-nes psíquicas mediante el contacto con objetos vinculados a un agente. En consecuencia, la persona dotada de esta sensi-bilidad puede "psicometrizar" involuntariamente un lugar me-diante simple contacto con el mismo, y de este modo verá, oirá o percibirá a quien antes vivió en ese paraje, edificio, etc. Por lo tanto, la aparición será una sensación puramente subjetiva.

Se argumenta, en contra de esta teoría, que en casi todas las viviendas han habitado varias personas y en algunos casos centenares de ellas. Si la aparición no dependiera de un acto,

Derecha: el espectro de H a m m e r s m i t h (d is t r i to de Londres) era en real idad un zapatero empeñado en convencer a sus escépt icos aprendices de la ex is tencia de la vida fu tura , a base "de darles sus tos mayúscu los " . El hombre exageró un tan to , pues sus aparic iones en el cementer io sembraron el pánico entre las gentes. Además, una mujer fal leció de un ataque cardiaco y un albañi l pagó con la vida el celo excesivo de un cazador de espectros, qu ien confund iendo en la noche su blusa blanca con el atavío t rad ic iona l de los fan tasmas , descargó sobre él su escopeta. Abajo: d ibu jo sat í r ico sobre la excesiva credul idad de los hab i tan tes de Hammersm i t h .

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presente o pretérito, del agente, el observador vería a todos o la mayoría de los habitantes de un lugar, desde el principio de los tiempos.

Todos los indicios sugieren que la posibilidad de ver o perci-bir un fantasma depende en cierta medida de algún aspecto persistente de la persona vista o percibida. Así parecen confir-marlo las reacciones observadas en animales, como por ejem-plo los utilizados por el psicólogo Robert Morris en sus investi-gaciones de lugares encantados. Otro experto, de cuya labor tuvo conocimiento el doctor Morris, estudió cierta casa de Kentucky donde se suponía la presencia de fantasmas. Con-centrándose en una de sus estancias, escenario de la tragedia causante del encantamiento, en vez del acostumbrado equipo de investigadores utilizó un perro, un gato, una rata y una ser-piente de cascabel.

Introduciéndolos por separado en el aposento, el investiga-dor tomó nota de sus diversas reacciones: "A cosa de un metro en el interior de la habitación, el perro se puso a gruñir y retrocedió hasta el umbral, negándose, por muchos halagos que se le hicieron, a entrar de nuevo. Al gato lo introdujo su dueño en brazos. En cuanto hubo llegado a una distancia simi-lar a la del perro, se encaramó en los hombros de su amo, se acurrucó, luego saltó al suelo y allá quedó, en tensión, obser-vando una silla vacía situada en un rincón de la pieza. Pasó va-rios minutos emitiendo bufidos, sin apartar la vista del mueble, hasta que alguien lo retiró..."

La rata no reaccionó ante lo que tanto había perturbado a los otros dos animales. La serpiente, en cambio, "asumió al instante una postura de ataque, concentrando su atención en la misma silla. Permaneció inmóvil un par de minutos y luego, lentamente, adelantó la cabeza hasta una ventana, retroce-diendo unos cinco minutos después para volver a adoptar su posición de alerta..."

Derecha: ot ros dos espectros sacerdotales, esta vez en el in ter ior de la basíl ica dedicada a Santa Juana de Arco en su pueblo nata l de Domrémy. El documento lo obtuvo una ta l señor i ta Townsend. acompañante de lady Palmer (en ei centro, j un to al confesonar io) en 1 9 2 9 .

Izquierda: falso espectro, producto t íp ico de la fantasía c inematográ f ica .

Izquierda: a l tar de la Iglesia de San Nicolás, en la población inglesa de Arundel , fo tograf iado por un af ic ionado. La f igura del sacerdote no se descubr ió hasta el revelado de la película.

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Finalizada esta fase del experimento se introdujo a los cua-tro animales, también por separado, en una estancia donde no había ocurrido ningún incidente trágico. Su comportamiento fue aquí normal. En consecuencia, algún ser invisible había desencadenado sus extrañas reacciones.

¿Cuál es ese aspecto persistente de la persona que pueden captar ciertos humanos y animales? A juicio del reverendo Neil-Smith, se trata del alma. "Opino —explica el sacerdote— que el alma de quien fallece por causa 'natural', abandona el cuerpo para dirigirse a otro lugar. Ahora bien, cuando la muer-te es violenta, el alma o espíritu no puede partir de inmediato; la súbita transición le desconcierta y queda atada, atrapada, en nuestro mundo. En casi todos los casos de lugares encantados existe alguna muerte repentina o violenta, causante en último término de los fenómenos."

Considera el reverendo Neil-Smith que en estos espectros desconcertados suelen producirse "referencias de lugar" o "re-ferencias de persona". En el primer caso, deambulan por un paraje, en el segundo, se posesionan de una persona, o bien se le aparecen con cierta frecuencia. El reverendo dice haber ex-pulsado, medíante exorcismos, espíritus persistentes posesio-nados de muchas personas. No obstante, la mayoría de los in-vestigadores psíquicos muestran sus reservas, por considerar que casi siempre existe una explicación psiquiátrica para la conducta del supuesto poseso. Coinciden, en cambio, con los comentarios del sacerdote acerca de las apariciones persisten-tes: "...le dan a uno la clara impresión de ser bastante absur-das y algo estúpidas. Van de un lado para otro, no dicen nada de particular y, además, pocas veces pegan verdaderos sustos. Tengo la convicción de que únicamente pretenden hacernos comprender su condición de prisioneras..."

Sin llegar al extremo de atribuir inteligencia propia a este aspecto persistente del agente visto, oído o percibido, muchos investigadores lo consideran producto de la energía psíquica generada en vida por la persona. El filósofo H. H. Price, de la Universidad de Oxford, sugirió la existencia de un éter psíquico difundido por toda la materia y el espacio, el cual conserva-ría impresiones de ciertas imágenes mentales. Este proceso de impresión se produciría en circunstancias traumáticas, como muerte violenta o un intenso sufrimiento emotivo. De este modo, no sería preciso atribuir a un alma atrapada en nuestro mundo la frecuente correlación entre muerte trágica o súbita y las apariciones persistentes. Lo "atrapado" en el lugar encan-tado sería una especie de grabación contenida en el éter psí-quico, perceptible en forma de imagen, sonido o contacto, por cualquier persona dotada de la necesaria sensibilidad.

Esta teoría ofrece la ventaja de agrupar en un mismo con-cepto las apariciones persistentes y las telepáticas. Si el agen-te puede transmitir telepáticamente su impulso psíquico a un perceptor, también será capaz de proyectarlo sin destinatario determinado, dejándolo que flote en la zona ocupada por él en el momento de la emisión.

Arr iba : Isabel la Houg, de Newark , Nueva Jersey, en 1 9 2 2 . A l d isparar su cámara, el fo tógra fo no percib ió la imagen del t ío de la niña, fa l lec ido muchos años antes. Es raro el caso de que el fo tógrafo u otras personas presentes vean el espectro al captar la escena. Según parece, la energía psíquica —elemento cons t i t u t i vo de los fan tasmas— varía en in tens idad. En ocasiones la capta la película fo tográf ica, ot ras veces puede percib i r la una persona dotada de la necesaria sensib i l idad, pero en la mayoría de casos resul ta inv is ib le

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Arr iba: esta i lus t rac ión de "El cuento del miedo" muest ra a una mujer cuyo rostro refleja a la perfección su estado de án imo. El susto será grande cuando se estre l len los platos que el gato acaba de t i ra r .

Ciertos casos de espectros persistentes indican que no siempre es un incidente traumático la fuerza generadora de los impulsos psíquicos. Algunos fantasmas corresponden a perso-nes fallecidas de muerte natural, tras vivir una existencia tran-quila. En tales casos, se considera que su prolongada estancia en un lugar basta para grabar su imagen en el éter psíquico.

El concepto del éter psíquico, portador de impresiones psí-quicas dejadas por personas vivas y también muertas, puede llevarnos a la formulación de una teoría plausible y coherente sobre los lugares encantados. De ser cierto que las impresio-nes psíquicas pueden quedar flotando en un paraje, ello expli-caría la captación fotográfica de imágenes imperceptibles para el ojo humano. Es decir: en el momento de tomar la fotografía, el observador era infrasensible en comparación con la película. En el caso contrario —cuando el negativo no recoge el fantas-ma visto por el fotógrafo—, el espectador es hipersensible.

Prosiguiendo con el supuesto de que la aparición persisten-te es obra —instantánea o diferida— de un agente humano, to-davía nos queda por resolver la cuestión de las apariciones de objetos y seres irracionales. Sabemos ya de la aptitud del

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agente para transmitir su imagen ataviada con ciertas ropas; pero cuesta admitir que pueda proyectarse junto con un coche, caballos y otros aditamentos.

Una de las sugerencias de Tyrrell puede ayudarnos a supe-rar esta dificultad. Propone Tyrrell el ocasional origen colectivo de algunas imágenes latentes (que él denomina "patrón men-tal"). Cita en apoyo de su tesis ciertas leyendas como la del dios Pan, "mezcla de humano y animal, que deambulaba por los bosques tocando una flauta. La aceptación generalizada de esta leyenda como hecho real pudo tomar carta de naturaleza en los planos medios (el nombre que Tyrrell da a las regiones cerebrales rectoras de la percepción) de las personalidades de toda una comunidad, constituyendo un patrón mental telepá-tico proyectado por multitud de agentes. Cualquier visitante de los parajes supuestamente habitados por Pan, vería y oiría al dios, de igual modo que se ve u oye a un espectro en un lugar encantado por apariciones persistentes".

Parece lógico ampararse en esta teoría para apuntar la posi-bilidad de que los objetos y animales espectrales sean apari-ciones generadas y perpetuadas por los propios perceptores.

Izquierda: i l us t rac ión para "El cuento de miedo, i n te r rump ido " , de W i l l i a m Gordon Davis, jocoso comenta r io en to rno a los efectos del estado de án imo sobre la percepción. El narrador ha l legado al momento en que su pro tagon is ta , "para l izado por el te r ro r " , aguarda quién sabe qué horr ib le dest ino entre las cuatro paredes de su té t r i co y húmedo calabozo. Hasta sus oídos l lega entonces " u n gr i to sobrenatura l , que rasga el s i lenc io de la clara noche de inv ie rno" . Y en ese momento , el inofens ivo rebuzno de un asno produce el caos en el in ter ior de la casa. Este t ipo de predispos ic ión recept iva puede expl icar numerosos casos de a luc inac iones No obs tan te t amb ién son f recuentes las apar ic iones ante personas cuyo estado de án imo es normal , y que no esperaban ver un espectro. También en estos casos la apar iencia de la v is ión es tan real que se toma por un ser humano.

Un espectro bien educado

Durante las campañas napoleó-nicas, un alemán de nombre We-sermann realizó varios experi-mentos telepáticos, intentando hacer llegar su imagen a diversas personas. Ante su fracaso, cierta noche decidió enviar la imagen de una señora, fallecida cinco años atrás, escogiendo como per-ceptor al teniente N, quien debe-rla captar la t ransmisión hacia las diez y media de la noche, cuando ya estuviera dormido.

Sin embargo, el presunto des-t inatario ni siquiera se había acostado a la hora fijada, pues se hallaba en la alcoba de un amigo, el teniente S. Cuando N se dispo-nía a regresar a su cuarto, se abrió la puerta de la cocina, apa-reciendo —en palabras del te-niente S— "una dama de palidísi-mo rostro... estatura regular, fuerte consti tución, totalmente vestida de blanco, salvo por una gran pañoleta negra que llegaba más abajo de la cintura... Tres veces me saludó con la mano, muy amablemente, y luego repi-t ió el gesto, dirigiéndose esta vez al señor N; tras lo cual y sin ruido alguno, abandonó la alcoba".

Entre otros aspectos de inte-rés, cabe destacar el hecho de que la aparición se condujo de un modo perfectamente acorde con su entorno físico, imprevisible para el agente, pues este suponía a N durmiendo en su cama. El compor tamiento del espectro fue del todo normal, saludando a ambos hombres, tal como exi-gían las reglas de la cortesía.

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Ar r iba : con este d ibu jo ( t i t u l a d o Las medias espectrales), argüía C r u i k s h a n k que. como los esp í r i tus iban s iempre ves t idos de pies a cabeza y, por o t ra par te, la teo logía no aceptaba que hub ie ra zapatos, lev i tas , sombre ros y demás prendas espect ra les , podía deduc i rse la i nex i s tenc ia de los f a n t a s m a s . Como puede comprenderse , el a r t i s t a basaba su razonamien to en una concepc ión errónea de la natura leza de los espect ros .

No es preciso aceptar la supervivencia espiritual de la per-sona representada para explicar las actividades de su espectro —con independencia del período de tiempo en que resulta visi-ble—. F. W. H. Myers, largos años dedicado a estudiar el tema de la supervivencia, dejó de lado su fe en la misma a la hora de formular sus conclusiones. En su libro. Human Personaiity and its Survival of Bodily Death, define el fantasma como "mani-festación de una energía personal de carácter persistente... in-dicativa de que tras la muerte se producen ciertas fuerzas rela-cionadas, sin que se sepa exactamente cómo, con personas ya fallecidas". "Esta fuerza o influjo —prosigue Myers—, que al morir el hombre produce su impresión fantasmal, tal vez no in-dique una confirmación de sus actividades, siendo tan sólo un residuo de la fuerza o energía por él generada en vida." La hi-pótesis de Myers coincide, en esencia, con la concepción de H.H. Price acerca de las imágenes mentales impresas o graba-das en un éter psíquico.

No obstante, Myers y otros investigadores de solvencia se han tropezado en ocasiones con casos en los cuales se insi-nuaba la posibilidad de que las apariciones "post mortem" no fueran simples residuos de consciencias ya extintas. Como bien dice Lyall Watson, "detrás de cada fantasma puede haber un proyector consciente". Aun cuando no acaba de aceptar la supervivencia, Watson incluye en The Romeo Error este intere-sante caso:

"En 1921, James Chaffin falleció en una población de Caro-lina del Norte, legando todos sus bienes a uno de sus cuatro hijos, quien murió sin testar un año después. El difunto padre, enfundado en un abrigo negro, se apareció en 1925 al segundo hijo y, mostrándole uno de los bolsillos, le dijo: 'Aquí encon-trarás mi testamento'. Al inspeccionar la prenda real se descu-brió un papel oculto en el forro. Era una nota manuscrita en la cual James Chaffin indicaba que se leyera el vigesimoséptimo capítulo del Génesis en la biblia familiar. Entre las páginas del libro apareció un testamento posterior al ya conocido, donde se disponía un reparto equitativo de los bienes entre los cua-tro hermanos."

El caso del operario supuestamente salvado por la interven-ción oportuna de una persona fallecida veinte años antes cons-tituye una prueba más en apoyo de la teoría de la superviven-cia. Sin embargo, aunque la víctima dejara al producirse el trágico accidente su impresión psíquica en el lugar, no se comprende cómo tal impresión pudo producir una acción físi-ca, no antes ni después, sino en el momento apropiado. Supo-ner que el ajustador captó por casualidad la imagen latente del muerto y al mismo tiempo su subconsciente se percató de un peligro indefinido que se avecinaba; y seguir asumiendo que convirtió el temor subconsciente en una alucinación subjetiva en forma de violento empujón, significa concebir una explica-ción bastante rebuscada e improbable. Más remota, para algu-nos, que la teoría del espíritu del muerto manifestándose en forma de imagen y de fuerza psicocinética. Claro está que con-

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tinúa en pie la posibilidad de que imagen y fuerza procedieran de un espectador del incidente. Tampoco aquí, como en los demás casos, es perfecta la argumentación.

Sin duda aparecerán otros muchos ejemplos similares antes de que la ciencia acierte a formular una teoría aplicable a todos los fenómenos espectrales. Es este campo de estudio uno de los más complicados con que se enfrenta el investiga-dor psíquico. En cualquier caso, aunque nunca llegue a despe-jarse la incógnita de la supervivencia, es de suponer que en un futuro próximo seamos capaces de comprender mejor lo relati-vo a nuestras aptitudes perceptivas y facultades psíquicas. V todo, gracias a los esfuerzos de los cazadores de espectros.

Aba jo : esta p i n t u r a de Cla i r in , t i t u lada La aparición, logra c o m u n i c a r la a tmósfera de m is te r i o que s iempre ha rodeado a los espect ros —aunque pocas veces se les haya v i s to con la c lás ica m o r t a j a b lanca—. La mayor ía de los inves t igadores cons idera probada la ex is tenc ia de las apar ic iones — o f a n t a s m a s — . No obs tan te , el m is te r i o de su c o m p o s i c i ó n m a t e r i a l y esp i r i t ua l todav ía no se ha revelado por comp le to

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Procedencia de las ilustraciones

(A) arriba; (B) abajo; (Cl centro; (D) derecha; (I) izquierda; y sus combinaciones: (AD) arriba a la derecha, etc. 2 -3 : Musée Carnavalet, P./Foto J.-L. Charmet 4: National Gallery, L. 6,1 1(B), 17,38,53(D), 59(A), 69(B). 71,74,78(AI) , 81 ,118(AD) ,

1 33ÍB) : Robert Estall 7: Foto Rev. R.S.C. Blance 8,42(A): Historical Picture Service, Brentwood 9(A), 18(1), 22(A)(D), 43(1), 44(AI), 50(B), 57,59(B), 62(BD),

67(D), 73(A), 102-3 ,106 ,112-3 (B) , 127(1), 135(A): Radio Times Hulton Picture Libr.

9(B), 23,35(1), 94 ,120 -1 (6 ) : Syndicat ion Intern. Ltd., L. 10: Galerie Janette Ostier, P./Foto J.-L. Charmet 11 (A), 49(A), 86(D), 95(D) : Keystone 1 2 (A) , 2 6 , 3 3 (B) , 3 6 , 3 9 , 5 1 ( A ) , 5 5 , 6 2 ( A ) , 6 8 , 9 0 ( D ) ,

3 ,123 ,126 ,138(A) : Mary Evans Picture Libr. 12(B): Sabin Galleries, L. 13(8), 20(A), 73(B), 124,125(D), 134(B), 138(B): W.G. Davis 14,15(B), 16,21,32,34(A), 35(D), 37,50(A), 85 ,87,127(D) ,

134(A), 142: Aldus Archives 15(A), 1 9(1), 135(B): Brit ish Museum/Foto J. Webb © A l d u s Books 1 8(D): © Lawrence Wr igh t Music Co./M. Holford Libr. foto 19(D), 51(B). 95(l) , 9 6 - 9 7 , 1 3 7 : United Press Intern. Inc. N.Y. 22(BI) : Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz 25,43(D), 52.88ÍB), 125(1), 143: Foto J.-L. Charmet 27,40,45(A) : Roger-Viol let

28 : Cortesía de Syndics of the Fitzwil l iam Museum, Cambridge 2 9 - 3 1 , 6 3 - 5 : Gary Keane © A l d u s Books 37(A): Wadswor th Atheneum, Hartford, Connecticut 41(1), 44(B), 46(A), 58(B), 79-80(1), 1 14(B), 1 20(A): Picturepoint,

L. 41 (D): Imperial War Museum, L./Cortesía de Manfred Rommel 45(B) : Copyright Reserved 46(B): Foto Roy Gasson © Aldus Books 47,76-7 ,78(AD)(B) , 107 ,132 : J. Mamaras!Daily Té/egraph,Co-

lour, Libr. 48(A), 133(AD): Transworld 48(B) Press Associat ion 49(B), 61(B), 83 : M. Holford Libr. foto 56: Musée du Louvre, P./Foto Bulloz 61(A), 119: National Portrait Gallery, L. 66: The Bet tmann Archive 69(A): Terence Le Goubin/Color i f ic l 75 ,105,1 10-1,114(A), 1 36(B) : H. Price Libr., University of Lon-

don 80(D): Barnaby's Picture Libr. 82: Chris Thornton 86(1), 108IAD), 109: Popperfoto 88(A), 89(D), 104(C): Psychic News 90(1): Archiv Gerstenberg 98(A), 11 2-3(B), 128(BI): John Cutten 98(8) : A. D. Cornell 9 9 , 1 0 1 , 1 1 5 - 7 : Bruno Elettori © Aldus Books 108(1): Archiv für Kunst und Geschichte 11 8(Al) : Foto © Peter Underwood, The Ghost Club, and the Rev.,

R.W. Hardy 118(B): Foto Yorkshire Post Newspapers 121 (A): Rex Features Ltd. 128(A)(BD): Society for Psychical Research, L. 1 2 9 - 3 1 , 1 3 9 - 4 1 : Gianetto Coppola © Aldus Books 136(A): Raymond Lamont Brown

Indice 1 Ver para creer 6 2 Avisos y predicciones 24 3 Lugares encantados 38 4 Otros espectros no humanos 54 5 Espectros familiares 70 6 Los duendes 84 7 Los cazadores en acción 104 8 En busca de una explicación 122

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