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latestadura.blogspot.com y latestadura.wordpress.com Con café de fondo no. 1 Textos de: Thomas Briulant, Mariana Valtie- rra Vargas, Liliath Ruiz J., Andrea Domínguez Saucedo y ...

Especial café del fondo 1 pdf

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Especial café del fondo 1 pdf

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Page 1: Especial café del fondo 1 pdf

latestadura.blogspot.com y latestadura.wordpress.com

Con café de fondo no. 1

Textos de: Thomas Briulant, Mariana Valtie-rra Vargas, Liliath Ruiz J., Andrea Domínguez Saucedo y ...

Page 2: Especial café del fondo 1 pdf

Dirección General:

Mario Eduardo Ángeles.

Textos: Thomas Briulant, Mariana Valtierra Vargas, Liliath Ruiz J. y Andrea Domínguez Saucedo.

Ilustraciones: José Manuel Bañuelos Ledesma “El Pulpo Santo”.

Consejo Editorial: Diana Enríquez, Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Mo. Eduardo Ángeles, Erich Tang y Jesús Reyes.

Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Flor de Liz, Tzolkin Montiel y José Manuel Bañuelos.

Contacto:

l ate st ad ur ali te r ar i a@g m ai l. com

México, Septiembre 2014.

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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-

res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

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CONTENIDO

Déjà vu de escarlatas labios

Por Thomas Briulant

La mesa de enfrente

por Mariana Valtierra Vargas

Certidumbre

Liliath Ruiz J.

Una taza de café

Andrea Domínguez Saucedo

Amargos sueños

(Anónimo)

Page 4: Especial café del fondo 1 pdf

Visita nuestro blog:

ww w.la tes t adur a.bl og spo t.mx

En él podrás descargar gratis todos nues-

tros números; convocatorias, postales y

documentales; entrevistas a escritores y

enlaces a otros sitios de interés literario.

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Déjà vu de escarlatas labios

por Thomas Briulant

Page 6: Especial café del fondo 1 pdf

La Testadura 6

Déjà vu de escarlatas labios

Hay veces que pienso que ya te conocía,

que ya nos conocíamos y aun así, tú ni me

hablabas, encerrada en tu mundo de su-

perficial gente y yo en mi mundo de su-

perficial consumismo depresivo, después

reacciono y obviamente nunca fue así, te

recuerdo más delgada y con menos pe-

chos, más colorida del pelo y siempre con

una sonrisa para el ajeno, una blusa

blanca y un suéter color negro, cual me-

sera de cafetería gringa, esa vestimenta

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La Testadura 7

tu favorita.

Te imagino con un novio joven y ata-

rantado pero sumamente apuesto, que te

visita siempre a las 5:30 pm para darte el

primer beso de la tarde, siempre con un

obsequio nuevo, rosas, chocolates, bole-

tos para el cine, son el cliché favorito del

joven que muere por tus escarlata labios,

suaves nalgas y frutal aroma.

Te veo trabajando turnos dobles en un

café para poder pagar cremas, tabaco, y

esos hoteles de paso. Te veo sonriendo

sin cesar cómo garantía de una buena

paga, meneando tu inocente perfil vas de

mesa en mesa llevando café y cerveza,

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La Testadura 8

siempre rodeada de artistas, poetas y

músicos que no tienen mayor preocupa-

ción que el qué dirá la nueva tendencia

del arte. Ahí es donde te veo, ese tu círcu-

lo de jóvenes, mayores y viejos compañe-

ros de tertulias.

Me imagino materializado en el cuer-

po de un viejo sin chiste, sin gracia, sin

esencia, para no llamar la atención, me

imagino siempre bebiendo una botella de

vino de cinco a siete de la tarde, constan-

temente con la mirada baja y el semblan-

te agotado por las arduas horas de traba-

jo en el claustro materialmente aceptado

por las masas, el banco, aunque siempre

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La Testadura 9

al pendiente de tu radiante aura, me veo

en el espejo y me miro más viejo de lo

que soy, si fuera más joven estaría conti-

go, sonriéndote sin razón, abrazándote

sin motivo y si bien me va desarrollando

besos en la ingeniería de tus labios; sin

embargo no puede ser, soy viejo y sólo

puedo mirarte todos los días al pasar y

exhibir tu vitalidad, que hasta la fecha

creo que es la que me mantiene vivo, fue-

ra del suicidio.

Al saber esto y al leer esto, quiero que

sepas que no es un escrito en donde dejo

notar mis delirios y seños eróticos para

contigo, ¡¡Jamás!! Es simplemente la

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La Testadura 10

más pura de mis emociones, ¡Amor!,

Amo el zigzag de tu aroma, la lluvia de tu

pelo y cultura de tu piel, amo la aventura

de tus pechos, las curvas de tus labios y

las serranías de tus caderas, si tan sólo

fuera cuarenta y ocho años más joven te

diría todo y más, sin embargo y debido a

las reglas y leyes de la moral en turno

sólo lo puedo escribir, al terminar de leer

esto sabrás que ya no puedo más y he

decido sacar a flote mi sentir y dejarte la

lección más importante de mi vida “No

necesitas conocer a alguien para poderle

amar, ni siquiera necesitas que sienta lo

mismo para contigo” cuando lo entien-

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La Testadura 11

das, sabrás que te enamoras todos los

días de casi todo, pero hay amores a los

que les dedicamos más tiempo, pasión y

devoción, y eso mi joven Mariana, se lla-

ma entrega.

Después de todo, recuerdo que esa

joven de 17 años que creo haber conoci-

do, no eres tú, es sólo mi imaginación

inventándote, y sobre todo queriéndote

conocer desde antes, desde esa piel vir-

gen de durazno que quiere ser mordida

por el primer aventurero que se tome el

tiempo y perseverancia de recoger el fruto

joven pero caído.

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La mesa de enfrente

por Mariana Valtierra VArgas

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La Testadura 13

La mesa de enfrente

Martes

Una de café. Una, dos cucharadas de

azúcar. Siempre la misma rutina. No, no

la sabía de memoria porque la acosara,

siempre coincidíamos a la misma hora en

el mismo lugar. Mi rutina era pedir cual-

quier cosa, al principio lo hacía para po-

der usar el internet pero de un tiempo

para acá ya ni siquiera llevaba mi compu-

tadora.

Me gustaba más verla a ella, me hip-

notizaba su manera de tomar café. ¿Ra-

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La Testadura 14

ro? Claro que no, ¿enfermizo por qué? Si

se ve tan bonita cuando la taza besa sus

labios y al ponerla sobre la mesa queda

impregnada de una delgada línea color

carmesí. Tal vez me gusta porque me ima-

gino cómo sería todo si en lugar de la

taza fuera mi boca la que estuviera tan

cerca de ella. Y de sus labios. Lo que da-

ría por ser su café de las mañanas.

Toma la cuchara y deja caer una a una

las gotas. Voltea a su alrededor. Yo estoy

mirando el celular aunque ninguna de las

aplicaciones me interesa. Nuevamente se

concentra en la taza y yo en ella. Ya no sé

cuánto tiempo ha pasado desde que la vi

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La Testadura 15

aquí por primera vez. Le decía buenos

días al salir y me contestaba pero era

obvio que lo hacía por cortesía. Seguro

que no se acuerda de mí.

Vuelve a beber y su labial empieza a

desvanecerse. Si tan sólo pudiera lograr

lo mismo que esa taza. La cuchara y yo

hacemos un pequeño remolino en nues-

tro propio café pero no me atrevo a to-

marlo, si lo hago pronto habré terminado

y ya no tendré excusas para seguir aquí. Y

es que ella lo disfruta tanto, lo toma tan

lento. Sorbo y lectura, cuatro, cinco pági-

nas y otro pequeño sorbo.

Le he visto tantos libros haciéndole

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La Testadura 16

compañía. También a ellos los admiro. A

Dickens, a Kafka, a Wilde. Hasta Poe tie-

ne algo que contarle, todos ellos la man-

tienen sumergida entre historias y perso-

najes. Enamorada, entusiasmada por

lugares a los que nunca ha ido. Y yo que

la llevaría hasta el fin del mundo.

Debo comenzar a tomar mi café pues

pronto se irá y ya no puedo seguir envi-

diando a la taza o a los libros. Quiero ser

yo. Paga la cuenta y voy detrás de ella,

estiro mi mano, quiero hablarle. Mete el

cambio en su cartera y sale corriendo.

Doy un billete, ni siquiera me fijo en la

cantidad. "Quédese con el cambio" le digo.

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La Testadura 17

Salgo a la calle. Ya se ha ido. Claro, la

parada del autobús está justo cruzando

la acera. Vaya suerte. Voy al trabajo un

poco tarde, podría no haber sido en vano

pero no pude hablarle, ahora que lo pien-

so no entiendo por qué no me he atrevi-

do. Toda mi contemplación en vano. De

nuevo

Miércoles

Una de café. Una, dos cucharadas de

azúcar. Su taza ya iba a la mitad. Lo sabía

porque sus labios ya habían perdido casi

todo el color rojo. Comienza a guardar

sus cosas y yo termino mi café, que ahora

está frío, de un gran sorbo. Paga y yo

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La Testadura 18

también, intenta salir corriendo pero la

detengo. Comenzamos a hablar pero la

noto inquieta. Justo cuando vamos a des-

pedirnos y yo estoy listo para preguntarle

su nombre, aparece un sujeto grande que

la jala del brazo, pero no lo hace como yo

cuando quise llamar su atención, él le

exige que se vayan.

Se alejan a forcejeos y yo estoy en

shock, no me puedo mover e incluso me

cuesta respirar. Ese hijo de puta. Llego al

trabajo y no dejo de pensar en ella,

¿estará bien? ni Wilde ni Dickens podían

defenderla. Debí ser yo y no lo hice. Co-

menzaba a comprender por qué sus sor-

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La Testadura 19

bos eran tan lentos y pequeños y por qué

se tomaba su tiempo para leer y leer. La

cafeína era su salvación, la hacía olvidar-

se de su vida real al igual que los libros.

Mientras él la buscaba, ella se encontra-

ba en otros mundos y con otras personas.

Y el sabor del café la ayudaba a borrarse

el asqueroso sabor de los gritos, los re-

clamos y la violencia.

Jueves

No hay azúcar ni café. Llevo más de

una hora esperando a que entre por esa

puerta y no lo ha hecho. El lugar en donde

siempre se sienta está vacío, la gente

respeta su sitio casi como si fuera sagra-

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La Testadura 20

do. Extraño la envidia que me provocaba

la taza al dejarse besar por ella. Y las

portadas de sus libros. Sus labios despin-

tándose. Hoy no hay nada qué admirar.

No puedo llegar tarde al trabajo.

Me levanto, pago y salgo. Me detengo

unos minutos afuera, pensando que quizá

se le hizo tarde. No me quedo mucho

tiempo para averiguar si llega. Me he

sentado en la oficina y espero impaciente

a saber algo de ella, pero cómo podría

enterarme de cómo está si ni siquiera sé

su nombre, si él no me dejó admirarla.

Por Dios, espero que esté bien.

Viernes

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La Testadura 21

No hay azúcar ni café. Estoy perdien-

do las esperanzas de volverla a ver, al

menos no creo que sea posible seguir

coincidiendo con ella en este café. De

reojo veo que alguien ha ocupado su lu-

gar, me acerco sin disimular y antes de

ver la cara del intruso, mi mirada se topa

con un periódico.

"Joven de 22 años asesinada por

su pareja"

Veo la foto. No puede ser. No es posi-

ble. Cómo puedo estar seguro de que es

ella si sólo la vi de cerca una vez.

Vuelvo a observar la foto. Cabello lar-

go y lacio, ojos grandes y labios rojos .

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La Testadura 22

Claro que es ella. Agradezco no haber

visto la noticia en un periódico de línea

roja. "¿Se te ofrece algo?", me pregunta

el dueño del diario, quien lee la sección

de deportes sin importarle la noticia que

a mí me impactó tanto. Me levanto y pa-

go. Hoy no quiero trabajar. Me siento tan

culpable, si no la hubiera detenido tal vez

no estaría muerta ahora, sólo desaté el

coraje del pendejo que tenía por pareja.

Estaba impresionado y me sentía decep-

cionado de ella, una chica tan lista e in-

teresante con un animal como ése, a

quien deseaba ver en la cárcel.

Jueves

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La Testadura 23

Llego al café casi sin darme cuenta,

me siento en donde siempre lo hago.

Desde que dejó de venir aquí yo dejé de

dormir, no era insomnio, es que no deja-

ba de verla en mis sueños, se repetía el

momento en que pude defenderla y no lo

hice. Pido un café y saco mi computado-

ra. Regresa la razón principal por la cual

venía aquí al inicio. Y no puedo olvidar

sus labios y sus libros. Y la taza y el café.

Me habría gustado saber su nombre de

otra manera. Martha, la chica de la mesa

de enfrente se había ido para no volver.

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Certidumbre

Liliath Ruiz J.

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La Testadura 25

Certidumbre

La vio levantarse al baño. Siguió con

la mirada su andar. Nalgas firmes aún;

seguía provocándole. No se atrevía a de-

cirle. Siempre pensó que esas cosas se

deben de saber, ella las debería saber.

Imaginó como sería desear a otra,

desnudarla. Lo intentó pero cada trasero

era invariablemente de ella. El pelo corto

de mechón largo en la frente coronaba la

cabeza de cualquier otra mujer que veía

pasar. Así de profundo la amaba, así de

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La Testadura 26

fácil la podría engañar.

En la mesa de la esquina seguía ese

extraño personaje de la banda en la ca-

beza, garabateando en la hoja de un cua-

derno casi en peligro de extinción. ¿Sería

un escritor? En ciernes por siempre, qui-

zás. O no era más que uno de esos seres

que acaban volviéndose personajes a

fuerza de verlos, se colocan como estam-

pas de un paisaje cotidiano, no son indis-

pensables, a lo mucho se les echa de

menos después de tanto tiempo de no

verlos. Viene la pregunta; qué le pasó?

Alguien comenta que ya no está y en ese

preciso momento se siente un vacío como

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La Testadura 27

el que se produce por haber perdido a

alguien muy querido. El sólo pensamiento

le produjo una tristeza instantánea y le

pareció que no esperaría para un saludo

amistoso en adelante.

Volvió los ojos al reloj y prendió un

cigarrillo que propagó su satanizado hu-

mo. Estaba donde podía hacerlo, era de

esos pocos lugares –también en peligro

de extinción- donde no quieren quemar a

los fumadores. Sonrió ante la ironía de lo

que acaba de pensar. Los seres humanos

son capaces de hacer con una gran facili-

dad, lo que tanto condenan en otros.

Si no volvía del baño pronto tendría

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La Testadura 28

que irse. Pagar la cuenta por cortesía y

quizás dejarle una nota con la mesera. Ni

siquiera tendría que decirle para quien

era: “Se la das por favor”. Sería toda la

explicación y ella sabría qué hacer. Inclu-

so el gesto tendría un dejo romántico.

Una nota en lugar de un vulgar mensaje

de texto. Pero él no era así, él no dejaba

notas y no mandaba mensajes. Tampoco

se iría hasta que ella volviera del baño y

para entonces ya estaría muy molesto por

el hecho de haberla esperado… pero

siempre sucedía así.

Esperaba que regresara con mejor

ánimo. Llegaba tiempo con amenazas, de

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La Testadura 29

esas cíclicas y casi hormonales. Decía

sentirse atrapada, sola. Hubiera querido

entender que significaba eso, pero siem-

pre consideró a las mujeres mucho más

existencialistas que él. Le parecía que

vivían en la insatisfacción, siempre anhe-

lando algo, siempre inconformes con

algo. Así que de tratarse de un estado

natural, no habría de que preocuparse.

No podría estar sin él, eso era evidente, lo

dijo esa misma mañana mientras la tenía

trepada. Lo gritó antes de desvanecerse.

Y esas palabras no se decían en vano.

Ni un café o no dormiría. Más por el

efecto diurético. Pagó la cuenta para no

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La Testadura 30

retrasarse. La mesera se acercó benevo-

lente. Le extendió una nota, él intentó

sacar la billetera, la chica lo detuvo: “Hoy

va por mi cuenta”. Trató de inventar un

gesto de agradecimiento, pero sólo se

produjo uno de incomodidad. A punto

estuvo de dejar la nota sobre la mesa,

pero la mesera le insistió: “La dejó para

usted”.

No tuvo que abrirla. Intentó erguirse

del torbellino que se llevaba mesa, si-

llas… el lugar entero. Se aferró a todo

mueble a su paso, luchando por alcanzar

la puerta.

El hombre de la banda en la cabeza le

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La Testadura 31

dirigió un gesto, acumulado de todos los

años que lo había visto tomar café con la

mujer del pelo corto y el mechón sobre la

frente. El gesto de quien se decide a ha-

cerlo antes de que le digan que algo ha-

bía pasado con ese sujeto que se había

vuelto personaje de su estampa cotidia-

na. Antes de que no hubiera otra ocasión

para volverlo a ver.

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Una taza de café

Andrea Domínguez Saucedo

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La Testadura 33

A taza de café

Nunca la vi dormir, pero cuántas ve-

ces la vi soñar.

Fue la clase de amor que comienza

con una taza de café y un par de miradas,

esa clase de enamoramiento “de verano”

en pleno otoño.

Era miércoles y el viento arrastraba su

olor a octubre, las horas parecían no pa-

sar antes de las 7 de la noche y corrían

justo cuando el sol se ocultaba. En esos

días trabajaba, no muy exitosamente, re-

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La Testadura 34

portando para una revista “popular” de la

provincia todos los eventos culturales

(principal motivo de mi frecuente presen-

cia en el centro de la ciudad). Ese día

tenía varios borradores que no me pare-

cían buenos. Marco, mi mejor amigo,

insistía en que escogiera uno y ya,

‒ Estoy harto de verte escribir‒ decía

entre bostezos.

Lo demás, sólo sucedió, me encontré

con sus ojos, me enamoré…

Marco se quejaba como siempre (no

recuerdo bien si de mi trabajo, del clima,

del café, de la hora o de la falta de muje-

res en su vida) cuando de repente el olor

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La Testadura 35

del lugar cambió, traía, sumado a su aro-

ma frío, húmedo, de hojas secas y el in-

herente olor a café del local, un perfume

de vainilla.

‒ ¿Ya viste? ‒ Marco la vio antes que

yo. Vestía los colores del otoño y la piel

hacía el contraste perfecto con su atuen-

do. Caminaba con aire altivo, superior,

como el de las que son como ella: bellas.

De nuevo Marco se quejaba:

‒ Se ve que es muy sangrona, se ha

de creer un mujerón… ¿Wey? ¡Ponme

atención! ‒

‒ Ajam…

‒ Va, mal amigo… ¡Mírame cuando te

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La Testadura 36

hablo!

‒ No.

“Julia”, (así decidí llamarla por el olor

de su perfume).

‒Cuando me quieras poner atención

me avisas. ‒ Marco se fue indignado; así

era él, probablemente mañana me habla-

ría para ver si había “plan”.

Julia fue la clase de amor que dura lo

que dura el humo del café.

Me descubrí escribiéndole poemas a

mi Julia en el borrador de la nota cultural

mientras imaginaba conversaciones de

presentación:

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La Testadura 37

‒Hola, mi nombres es….

‒ ¿Qué tal? Estaba escribiendo y…

‒Disculpa no pude evitar notar que…

‒ ¡Hola! Mi nombre es “completo

idiota” y tengo miedo de acercarme a ti…

Pasaron los días y ese lugar se volvió

mi lugar favorito y esa hora mi hora favori-

ta. Mirar a Julia y escribir poemas para

ella se habían convertido en mis pasa-

tiempos predilectos, mirarla tomar café,

su cabello y sus hombros, sus ojos leyen-

do. Me gustaba el olor de su perfume que

llenaba el lugar cuando ella llegaba. Le

gustaba servir la crema gota a gota en su

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La Testadura 38

café americano. La crema se deslizaba

por la cuchara y tocaba el café dotándolo

de manchones arremolinados e irregula-

res, la taza adquiría cielo y nubes que ella

bebía a sorbos pequeños, Julia bebía el

milagro de una tarde de otoño.

Julia me miró en varias ocasiones, me

miró a los ojos. Me miró el alma.

Mis días giraron a su alrededor; todas

mis horas y mis letras eran para ella.

‒ Si me hartaba verte escribir estupi-

deces para la revista, me desespera más

verte escribirle cosas a “ella”. ‒ Marco se

quejaba mientras yo escribía.

Comencé a toparme con ella en las

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La Testadura 39

calles, saliendo de mi casa, en el trans-

porte. No me atreví a hablarle.

Un día la vi entrar al café y dirigirse a

mí, se sentó a mi lado y leyó uno de mis

poemas, cuando terminó, sonrió y me

besó. Esa fue nuestra primera noche, a

media luz era más hermosa, más fresca y

más ella, más real. Su perfume a vainilla

era mi nueva nicotina… el sabor de sus

labios… Julia fue mía muchas veces, con-

quisté su pasión con versos y canciones.

Nos amamos como nadie se amará ja-

más, entre miradas tiernas, besos largos

y caricias desnudas. A su lado fui capaz

de escribir los versos más sinceros, los

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La Testadura 40

más intensos.

La pasión se alimentaba de las tardes

en el café y se consumaba en las noches,

con “tácticas y estrategias”, con “no te

olvido”, con Sabines y Jiménez. Julia.

La chica perfecta del café, con el últi-

mo sorbo se fue, Julia permanece en el

aire. Fue perfecta porque me hizo amar a

mi Julia más que a cualquier mujer en el

mundo, su aroma a vainilla, su aspecto

de otoño fresco y su silencio.

Jamás me atreví a hablarle, no por

miedo al rechazo, sino por mi amor a Ju-

lia; no podría traicionarla así. Julia me era

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La Testadura 41

fiel como yo le sería fiel.

Fue un amor que duró lo que dura el

humo del café, duró lo que dura el perfu-

me en el viento. Nunca la vi dormir, pero

cuántas veces la vi soñar.

Las nubes de la taza de café se desva-

necieron, mis poemas se perdieron…

Julia vuelve cuando las tazas de café

traen su aroma, a veces lejana y fría, en

otras ocasiones vuelve a mirarme el alma.

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Amargos sueños

(Anónimo)

Page 43: Especial café del fondo 1 pdf

La Testadura 43

Amargos sueños

Noches que perforan mi sueño

Embriagando mi cuerpo

danza mi sangre cuando me penetras

danzo y descanso

ebria de inmovilidad

ante este mundo cruel

siento el devenir cada vez

que abro mis ojos

deseando que al despertar

sean otros los que observen el devenir

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La Testadura 44

[de mi alma

tiembla mi cuerpo, mi cabeza,

y cada una de mis neuronas

se excita al probar un sorbo de ti

Te necesito como el amargo café

que me tranquiliza, iluminas mis noches,

[me quitas el sueño

mi cuerpo sonámbulo

se aquieta ante tu amargo sabor

lo invades y mis entrañas

saben que pronto las harás estremecer y

[se encontraran hartas de ti

Hubiera jamás haberte conocido

jamás haber disfrutado el exquisito

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La Testadura 45

sabor

que las dormía, las mataba suavemente

[cuando te deslizabas entre sus paredes

cada beso era un sorbo

que me descalcificaba

el efecto adormecedor y violento

en un suspiro se evaporó

Lo amo y lo odio porque

viene, me agita, me mata éste amargo

[aroma

estremece cada una de mis vísceras

excita mis neuronas y siembra en ellas la

[locura de creerse inmortales, libres,

[[infinitas, esporas que reproducen

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La Testadura 46

[armonías y hacen sinapsis con las tuyas

viajan juntas y recorren cada

uno de mis músculos, los fortalecen,

[tiemblan y agradecen tu existencia que

[[los reconforta

tu calor sofocante evapora mis aguas,

[quema mi aflicciones

cada una de mis venas regurgita ante tu

[calor que luego evapora las ansias de

[[volver a soñarte.

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José Manuel Bañuelos “El Pulpo Santo”

(Querétaro, Qro. 1977)

Antropólogo, ilustrador y

fotógrafo. Como antropólo-

go ha realizado diversas

publicaciones sobre la pre-

servación y divulgación cul-

tural (video documental y medios impresos) y

ha colaborado en programas y proyectos para

el desarrollo social y humano a través de la

identidad y el uso de la microhistoria como

elementos trascendentales. Como ilustrador

y fotógrafo ha participado en numerosas pu-

blicaciones y exposiciones a lo largo del país.

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2x1 presentado dos Tes taduras impresas

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Thomas Briulant, soy antropólogo, fotógrafo y gestor

cultural. El interés que tengo por las letras es tan añejo

como mis vicios.

Mariana Valtierra Vargas. Estudiante de licenciatura

en Letras Españolas [email protected]

Liliath Ruiz J. (Guanajuato, 1971). Escribo historias

desde los 8 años. Psicóloga clínica (U. A. Q.) He partici-

pado y realizado diversos talleres.

Andrea Domínguez Saucedo (D.F., 1993). Coordinadora

y editora del blog estudiantil Aeroletras de la Facultad de

Lenguas y Letras (U.A.Q.)

¡Que la voz corra!

La Testadura, una literatura de paso, he-

cha para olvidarse en salas de espera y/o

lugares públicos.