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169 Educación y Educadores, Volumen No. 6 artículos Dietrich von Hildebrand* Traducido por: José María Barrio Maestre** A BSTRA BSTRA CT CT Subordination constitutes obedience; for example, in the sub- ordination of reason to an authority, the destructive slavery of the individual's intellectual sovereignty is seen, although in a subjective sense, for if it were objective it would be true authority and faithful and obedient surrender to it. On the other hand, when someone's authority is recognized, this is done in connection to a certain dignity that the per- son has; apart from that, a certain dependency is formed, which in the strictest sense already exists in respect; however, this is not well regarded, as authority is essentially true inde- pendence exercised in all its sense. This paper also mentions free and dependent attitudes which deal with themes such as actions, feelings and the types of influences and dependencies. Key words: God, dependency, attitudes, freedom, influence, illegitimate. R ESUMEN ESUMEN La subordinación constituye obediencia; por ejemplo, en la subordinación de la razón a una autoridad se ve la esclavi- tud destructora de la soberanía intelectual del individuo, pero esto en sentido subjetivo, pues si fuera objetivo sería una autoridad verdadera y una entrega fiel y obediente a este. Por otra parte, cuando se reconoce la autoridad de alguien se hace con relación a cierta dignidad que posee, además de formar una dependencia, que en el sentido más estricto existe ya en el respeto; pero esto no está bien visto, pues la autoridad en su esencia es una auténtica indepen- dencia realizada en todo su sentido. En este escrito, además, se mencionan las actitudes libres y dependientes, las cuales abordan temas como acciones, sentimientos, y los tipos de influencias y dependencias. Palabras clave: Dios, dependencia, actitudes, libertad, influencia, ilegítimo. * Nacido en Florencia el 12 de octubre de 1889. Doctor en Filosofía en 1912. Enseña en la Univer- sidad de Munich desde 1918 a 1933. En 1914 se convierte al catolicismo. Fundador de la revista antinazi Der Christliche Staendestaat (diciembre de 1933). Enseña en la Universidad de Fordham, en Nueva York, desde 1941 hasta 1960. Muere el 26 de enero de 1977. ** Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (España), con premio extraordina- rio. Profesor Titular de Antropología Pedagógica en la Universidad Complutense. Profesor visitante en la Universidad de La Sabana. Escritos sobre autoridad y educación: formas legítimas e ilegítimas de influencia

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169Educación y Educadores, Volumen No. 6

artículos

Dietrich von Hildebrand*

Traducido por: José María Barrio Maestre**

AA BSTRABSTRACTCT

Subordination constitutes obedience; for example, in the sub-

ordination of reason to an authority, the destructive slavery

of the individual's intellectual sovereignty is seen, although

in a subjective sense, for if it were objective it would be true

authority and faithful and obedient surrender to it.

On the other hand, when someone's authority is recognized,

this is done in connection to a certain dignity that the per-

son has; apart from that, a certain dependency is formed,

which in the strictest sense already exists in respect; however,

this is not well regarded, as authority is essentially true inde-

pendence exercised in all its sense.

This paper also mentions free and dependent attitudes which

deal with themes such as actions, feelings and the types of

influences and dependencies.

Key words: God, dependency, attitudes, freedom, influence,

illegitimate.

RR ESUMENESUMEN

La subordinación constituye obediencia; por ejemplo, en la

subordinación de la razón a una autoridad se ve la esclavi-

tud destructora de la soberanía intelectual del individuo,

pero esto en sentido subjetivo, pues si fuera objetivo sería

una autoridad verdadera y una entrega fiel y obediente a

este. Por otra parte, cuando se reconoce la autoridad de

alguien se hace con relación a cierta dignidad que posee,

además de formar una dependencia, que en el sentido más

estricto existe ya en el respeto; pero esto no está bien visto,

pues la autoridad en su esencia es una auténtica indepen-

dencia realizada en todo su sentido. En este escrito, además,

se mencionan las actitudes libres y dependientes, las cuales

abordan temas como acciones, sentimientos, y los tipos de

influencias y dependencias.

Palabras clave: Dios, dependencia, actitudes, libertad,

influencia, ilegítimo.

* Nacido en Florencia el 12 de octubre de 1889. Doctor en Filosofía en 1912. Enseña en la Univer-

sidad de Munich desde 1918 a 1933. En 1914 se convierte al catolicismo. Fundador de la revista

antinazi Der Christliche Staendestaat (diciembre de 1933). Enseña en la Universidad de Fordham,

en Nueva York, desde 1941 hasta 1960. Muere el 26 de enero de 1977.

** Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (España), con premio extraordina-

rio. Profesor Titular de Antropología Pedagógica en la Universidad Complutense. Profesor visitante en

la Universidad de La Sabana.

Escritos sobre autoridad y educación:formas legítimas e ilegítimas de influencia

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Dietrich von Hildebrand

I. Las características formales

de la auténtica autoridad

y la “independencia” de la persona

“SERVIRE DEO REGNARE EST”

En esta frase de la liturgia encontramosun concepto de la obediencia a laautoridad que nuestra época ha sosla-

yado. Desde el Renacimiento y el comienzodel protestantismo, la comprensión del actode subordinación que constituye la obedien-cia, como derivado del mandato de unaautoridad y basado en la doctrina de una fe,ha ido periclitando.Esa forma de abnegaciónha sido cada vez menos comprendida y ape-nas respetada, hasta llegar a la lucha radicalcontra la autoridad en la Revolución france-sa y en sus padres espirituales, así como en elideal kantiano de autonomía. En la subordi-nación de la razón a una autoridad -como enel acto de fe- se acababa viendo una esclavi-tud destructora de la soberanía intelectualdel individuo, a la cual solo podrían subro-garse los débiles mentales o los mojigatos,entendiéndose la subordinación de la volun-tad al mandato de una autoridad moralcomo competencia única de la autonomíadel individuo, y viéndose la obediencia basa-da en la fe como algo servil, como una con-ducta indigna de la libertad moral del indi-viduo, e incluso como una recaída en laminoría de edad. Autoridad y libertad seantojaban profundamente contradictorias,pero esa nueva valoración de la autoridadsolo es una consecuencia necesaria del cam-bio profundo en la concepción general delindividuo, en la visión del mundo que sehabía ido consumando (en este mundo,sobre el que reina un Dios todopoderoso,todo Bondad y Sabiduría, que ha sido crea-

do por Él y en Él alcanza valor, significaciónúltima y sentido -pues lo sostiene todo, ytodo existe merced a su graciosa Voluntad-,la ofrenda de la fe y de la obediencia a eseSeñor representa la más alta libertad, y esemundo en el que todo lo que tiene una legi-timación y auténtica validez recibe su máxi-ma aprobación del Señor, posee como tal unaestructura jerárquica y solamente en elladomina el prototipo y fuente originaria detoda autoridad, siendo fuente de cualquieraotra; hablamos, en definitiva, de aquella ins-tancia a la que se debe fe y obediencia). Sinembargo, en un mundo en el que el centro degravedad de su propio significado está en símismo,no sometido al poder de ningún Dios,o donde este ni siquiera existe, donde todo sedebe a la razón humana y, por ello, donde elindividuo agota inevitablemente, con su solarazón y voluntad, el último sentido delmundo; en ese mundo en el que el hombre essoberano, falta la fundamentación objetivapara que se dé una autoridad verdadera y, conello, una entrega fiel y obediente a esta; en élcarece de sentido comportarse así.

Así se halla la postura hacia la autoridad entan estrecha relación con la última y decisivaorientación hacia Dios y el mundo, que lafalta de disponibilidad para reconocer unaautoridad absoluta por encima de unomismo constituye para muchos la raíz másprofunda de la negación de Dios, un hechoque resalta claramente la importancia centraldel problema de la autoridad. Pero no solopor lo profundo de las raíces del problemaen torno a la autoridad cabe considerar laimportancia sobresaliente de la cuestión.También una mirada a las consecuencias degran calado y alcance que la postura sobre elproblema de la autoridad tiene en los más

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diversos ámbitos nos muestra su importanciafundamental. En primera instancia, es válidoesto para la ética y la pedagogía. Para quienesson partidarios del ideal de la autarquía yautonomía, la ética debe mostrar una caracompletamente distinta de la que presentapara los discípulos del Hijo del Hombre,cuando este nos exhorta: “Si no os volvéiscomo niños, no podréis entrar en el Reinode los Cielos”.Y los representantes de unaética autónoma deben llegar, en consecuen-cia, a una pedagogía completamente distintade la de los cristianos, tanto por lo que serefiere a la finalidad como al método educa-tivo. Pero también para la sociología, en elmás amplio sentido de la palabra, el proble-ma sobre la autoridad reviste gran importan-cia. La concepción total de la familia, de lavida comunitaria, del Estado y de las demásformas de vida social, así como de las rela-ciones sociales mismas, será completamentedistinta según la valoración y el criterio conque se delimite cada una de ellas.

Si nos vamos a ocupar aquí de la clarificacióndel problema de la autoridad, y en primertérmino según los intereses de la Pedagogía,tendremos que plantearnos claramente, antetodo, qué sea la autoridad, en qué consiste serautoridad.Tendremos que entender cuál es laesencia de la autoridad. No será posible seña-lar su superioridad, ni profundizar en suabsoluta necesidad práctica, mientras no ten-gamos claras cuáles son las características de laautoridad verdadera, especialmente sus for-mas aparentemente similares, en tanto nohaya sido nítidamente diferenciada de laspseudo-autoridades. Aún menos se podrádecidir sobre la cuestión de si representa unarestricción de la libertad moral e intelectual,mientras no se haya perfilado con toda luci-

dez la especial forma de dependencia bajo lacual se presenta la obediencia a la autoridadverdadera. Pero, ante todo, debe uno guardar-se de querer deducir de su indispensabilidadla principal legitimación de la autoridad parala vida moral, para la educación y para la vidapública. O existen esos presupuestos metafísi-cos de la autoridad, es decir, una instancia a laque se debe obediencia y fidelidad, o no exis-ten. Solamente de ellos puede depender lalegitimación de una autoridad, pero nunca desi la gente la considera necesaria o no. Estoúltimo podría hacer de su existencia algo sinduda deseable, pero nunca justificarla satisfac-toriamente. Estamos en un tiempo proclive alfunesto intento de querer justificar la existen-cia de ciertas realidades, e incluso su legiti-mación, en virtud de una necesidad absoluta,un proceder que se traduce naturalmente enpragmatismo y que debe rechazarse con todacontundencia. Mientras solo pueda justificar-se algo como “postulado” no podrá conve-nirse nada sobre su efectiva existencia nisobre su razón de ser.

Por esta razón, conviene que retomemos elanálisis de la naturaleza esencial de la auto-ridad auténtica y sus presupuestos metafí-sicos, análisis que -como ya hemos mostra-do anteriormente- representa una condi-ción imprescindible para un auténtico yfructífero debate científico sobre la impor-tancia pedagógica de la autoridad, en elque debemos limitarnos sustancialmente,dentro del marco aquí previsto, a los ele-mentos primarios del papel pedagógico dela autoridad.

Cuando señalamos a una persona o instanciacomo autoridad, lo hacemos en relación concierta dignidad que hay en ella y que inclu-

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ye una determinada relación con otras per-sonas (o bien, como aquí se ha mencionado,en general, con una persona determinada).Mientras alguien sea una autoridad perma-nece en una peculiar relación con otros, biensea esa relación solamente exigida pero noen realidad efectiva, o bien se trate solo deun tipo genérico de persona, y no de deter-minados individuos. Si hablo, por ejemplo,de la autoridad del rey en un Estado monár-quico, no estoy pensando en un atributo ensentido estricto, que él posee y que no con-tiene en modo alguno una relación idealhacia otras personas, como cuando distingoen ellas algo moral o intelectualmente desta-cable; más bien veo en él algo que constitu-ye una relación especial con sus subordina-dos, que puede ser efectiva o quedarse soloen una aproximación ideal.

En la esencia de la autoridad siempre seincluye, pues, una referencia a otras personas.Por eso, desde el primer momento hemos deatender, en relación con la descripción de lanaturaleza de la autoridad, a la peculiar rela-ción con otras personas que subyace en el serde la autoridad, es decir, con otra persona.Una completa caracterización general de larelación que llamamos autoritativa se nospresenta, en principio, así: vemos que “otro”depende de una manera propia de la perso-na o instancia que desempeña el papel deautoridad. Cuando decimos, por ejemplo:ese hombre constituye una autoridad para suamigo, estamos pensando que el amigo sehalla en una relación espiritual de depen-dencia respecto de él. Igualmente, el amorque alguien siente por otra persona puede encierto modo revestir una dependencia, en elsentido más formal de la palabra. Cuando losestoicos advertían contra un excesivo apega-

miento del corazón -que podría generar unadependencia tal que la pérdida de la personaamada produjese un quebranto gravísimo-,estaban pensando en una dependencia en elmás amplio sentido, que se establecía por elamor hacia el otro. Sin embargo, al dependerdel amigo al que considero como autoridad,se produce una dependencia que no es deese tipo, sino más bien una auténtica autori-dad que me subordina de manera directa aotro y que me introduce en el círculo de suinfluencia.

Una dependencia en el sentido más estrictoexiste ya en el respeto. Pero este es esencial-mente distinto de la dependencia autoritati-va. En aquel se da cierta subordinación, adiferencia de la pura simpatía o el amor: el“otro” resulta tan valioso para mí que acep-to su juicio y su conducta con un profundorespeto, de manera que le contemplo porencima de mí. Pero tampoco se da aquí unadependencia, en el sentido más amplio de lapalabra. Que yo respete al otro en modoalguno significa que le tenga realmente enmi pensamiento, sentimiento y querer; tam-poco implica que él pueda decidir de algunaforma sobre mi comportamiento, porquetuviese efectivamente algún poder o derechosobre él. La relación de autoridad contiene,en su esencia más universal, una auténticaindependencia, realizada en todo su sentido.Se muestra como una relación por la cualalguien se halla unido a otro en virtud de uncierto predominio, en todas las facetas deldesarrollo de su pensamiento y de su vida,que resultarán realmente determinadas porese otro en los aspectos correspondientes; esdecir, que su pensamiento, sentimiento oquerer es como es gracias al otro. Con estacaracterística formal poco se ha dicho toda-

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vía acerca de la esencia de la autoridad, puesexisten muchas relaciones de poder espiri-tual o de superioridad, que no solo son dis-tintas de la autoridad sino que abiertamentese contraponen a ella. Nos acercamos a laesencia de la autoridad si reconocemosdónde está la “superioridad”, el “predomi-nio”de la persona o de la instancia espiritual,es decir, en qué consiste la autoridad, sobrequé descansa la relación de poder, o bien dequé naturaleza es la dependencia a la autori-dad. Mientras esa naturaleza no quede per-fectamente clara, las nociones de influencia ydependencia serán del todo equívocas. Deesta ambigüedad se alimenta precisamente lapolémica racionalista contra la autoridad, yaque ahí no se distingue en modo alguno estade las otras formas de superioridad, de suer-te que sus críticas contra la autoridad estánmontadas sobre el argumento de que no sonpropias de la autoridad, sino de otras formasilegítimas de dependencia, como las quepueden darse en la sugestión o la fascinaciónen sus variadas formas. Nuestra primera tareaconsistirá, pues, en excluir las principales for-mas ilegítimas de dependencia, es decir, fijar-nos en su particularidad, para poder despuésextraer clara y unívocamente la esencia espe-cífica de la autoridad. Pero al examen de laspseudoautoridades debe preceder una expo-sición de la vida “normal”, no influida por ladependencia a otras personas. Tenemos queaclarar, ante todo, lo característico del pensar,el sentir y querer “independientes”, paradesde ahí alcanzar la esencia del ser-depen-diente en general de un modo más preciso.La consideración de las variadas formas dedependencia nos llevará posteriormente a laclarificación de las pseudoautoridades, y conello al reconocimiento de la autoridadauténtica.

ACTITUDES LIBRES Y DEPENDIENTES

Uno de los logros más notables de la filosofíareciente consiste, sin duda, en haber puestode relieve la incidencia decisiva del carácterintencional del sujeto humano. La “tenebrosaopinión” sobre la persona espiritual, que pre-valecía en la psicología de la segunda mitaddel siglo XIX, según la cual la vida de la per-sona se reduce a nexos causales de sensacio-nes, imágenes y sentimientos, ya que esta-blece una analogía infantil y brutal entre lapersona y el esquema del mundo físico exte-rior, ha sido superada por el descubrimientodel carácter coherente y pleno de sentido dela mayor parte de las vivencias del individuo.Una de las mayores contribuciones de E.Husserl en sus Investigaciones lógicas consisteen poner de manifiesto, de manera paladina,la índole intencional de nuestro aprehender,reconocer, pensar, juzgar y opinar, índole queanteriormente parecía condicionada por unsensismo sobreentendido, que se justificabasolo por ser expuesto una y otra vez, hastaque quedó totalmente olvidado con la llega-da de la psicología asociacionista. Con elreconocimiento de la relación consciente,plena de sentido, del sujeto con el mundoreal, con el mundo de las cosas, en las cualesse hacía especialmente clara la irreductiblenaturaleza del ser personal respecto de lanaturaleza física, se aclaró la comprensión dela estructura de sentido en la persona, y conello se echó un cerrojo al simplismo e inge-nuidad con que se transferían las condicionesque rigen en la naturaleza física a la vida inte-rior de la persona.

De la intencionalidad en general -que deter-mina nuestra aprehensión,por ejemplo,de loscolores o la observación de una casa, a modo

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de una persuasión, o como cuando llueve ose alegra uno por una noticia agradable- debedistinguirse la intención en sentido estricto,que es más propia de las actitudes y de losactos de la persona. Por ejemplo, en sentidoamplio, no cabe decir que sean intencionalessucesos como el cansancio, porque aquí lapersona no se encuentra enfrentada a unobjeto, sino que se representa una mera situa-ción. Sin embargo, entre los sucesos en losque la persona se halla relacionada en sentidopleno con un objeto, hay que destacar aque-llos en los que la relación es espontánea oactiva con el objeto, bien se trate de que lapersona opina, piensa, afirma, pregunta, etc.,o bien en el caso en que nuestra actitud serefiere a un objeto o se aplica a él, como enla alegría o el entusiasmo. Solo necesitotomar conciencia para comparar la visión deun color con la actitud, por ejemplo, delduelo por la pérdida de un amigo, para veri-ficar cómo ambos sucesos son intencionalessolo en el sentido amplio de la palabra, peroel duelo, sin embargo, representa frente a lavisión una intención espontánea respecto deun estado de cosas. El duelo por la muerte deun amigo precisamente se refiere a ese suce-so, está en cierto modo “dirigido” a él. Dealguna manera yo digo algo en relación conese suceso, mientras que en el ver los coloreshay un vacío de algo, en el que más bien es elcolor el que me habla a mí.

No obstante, las actitudes muestran una másamplia relación de sentido respecto a suobjeto, que la intención activa en su signi-ficado estricto. No “decimos” solamentealgo al objeto de nuestra alegría o duelo, denuestro entusiasmo o indignación, de nues-tro amor u odio, por cuya causa nos alegra-mos o nos dolemos, nos entusiasmamos o

indignamos, o bien amamos u odiamos,sino que en cierto modo respondemos a lanaturaleza del respectivo objeto con la cua-lidad especial de nuestra actitud. Este crite-rio vale tanto para las actitudes teoréticascomo para las emocionales.

Mi convencimiento de una situación res-ponde al estado de cosas conocido; mi pre-sentimiento, a la probabilidad reconocida deuna situación; mi duda se refiere a la insegu-ridad que incluye; mi entusiasmo por unaacción noble, al valor moral de la misma; miduelo por la muerte de un amigo, a la cala-midad que supone esa circunstancia, y asísucesivamente1. Las actitudes precisan,entonces, de un objeto, al que se refieren, yademás ha de poder encontrarse en dichoobjeto un motivo que dé razón de dichaactitud de la persona frente a él. La actitudcontiene una doble relación hacia el mundoobjetivo a causa de su carácter de respuesta:primeramente, la dedicación a un objeto, al“valer” de un objeto y, en segundo lugar, larespuesta a un determinado motivo en elobjeto. Tal aspecto, según el cual el objetoobtiene respuesta, y que explica el porquédicha respuesta conviene al objeto, es desig-nado comúnmente como motivación de laactitud. Podemos decir que debe darse paracada actitud, además del objeto al que“sirve”, un momento vinculado al mismo,que motiva precisamente esa actitud.

La estructura de sentido de las actitudes -también de las emociones, que en la mayoría

1 He tratado de estos hechos elementales en dos escritos: Die Idee dersittlichen Handlung ("La idea de la acción moral") y Sittlichkeit undethische Werterkenntnis ("Moralidad y conocimiento de los valoreséticos"), ambos publicados en el mismo volumen de la Wisseschaftli-che Buchgemeinschaft, Darmstadt, 1969, pp. 12 ss., y pp. 130 ss.

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de los casos consideramos como “sentimien-tos” en las situaciones más simples- aparececon mayor nitidez a nuestra conciencia siatendemos a los diversos elementos que unaactitud normal encierra: primero, el objeto alque razonablemente se dirige, al que sirve;segundo, el momento en el objeto, al queella responde. Si encontramos algo parecidoa una actitud sin objeto, entonces se nos pre-sentará esta como anormal y sin sentido. Porejemplo, cuando encontramos a alguien conun profundo dolor, entonces debemos pre-guntar en primer lugar por la razón de esedolor. Si esa persona responde: “No lo sé”,entonces contemplamos su conducta comoanormal. Consideraremos que quizás hareprimido u olvidado el objeto de su dolor2.En resumen, buscaremos un objeto quecorresponda en realidad a la pura intención.Sin un objeto, ese dolor carece de sentido,algo similar a lo que representaría, en elcampo de la lógica, un plexo verbal como“Si la casa, pero y…”, en el que no se mues-tra una unidad de significado, porque los sig-nificantes carecen de sentido global en esacombinación. Pero si la persona afligida nosresponde:“Me apena la suerte de mi amigo”,se manifiesta así su aflicción como algo nor-mal, si bien deberemos seguir preguntandohasta qué punto la suerte de su amigo seatriste, y qué elemento de ella constituye elobjeto de su dolor. En una palabra, sabemosprecisamente lo que le aflige, pero no porqué está afligido con relación al respectivoobjeto. Si nos contesta:“Mi amigo ha muer-to”, entonces entenderemos que su dolor esnormal -no solo en el sentido referido a lo

intencional, sino también en lo que significauna “motivación” con sentido-, ya que el“disvalor” que la muerte del amigo suponeresulta evidente. Por el contrario, si a nuestrapregunta de por qué se aflige por la suerte desu amigo, diera la siguiente contestación:“Miamigo ha sido ascendido”, entonces simple-mente no encontraríamos el momento queha motivado su dolor, sino que continuaría-mos preguntando si él creía que ese ascensoiba a constituir una desgracia para el amigo,o si temía que por ese ascenso iba a perder-le; en una palabra, indagaríamos sobre la cua-lidad de la suerte del amigo que la converti-ría en un mal objetivo, o bien en un mal parauna de las partes. Si no se logra descubrir talcualidad, entonces la aflicción de nuestrointerlocutor se nos haría incomprensible, eincluso absurda.Tal “absurdo” es claramentedistinto del sinsentido antes enunciado. Allífaltaba un objeto al que pudiera correspon-der una actitud -”el estar vacío” de la inten-ción-; aquí, sin embargo, se trata de la falta deuna cualidad en el objeto, respecto de la cualesa actitud pudiera ser una respuesta; esdecir, no se encuentra una cualidad propor-cional que pudiera motivar “esa” actitud. Sicomparamos la actitud “absurda” con la frase“sin sentido”, entonces se podría ver la ana-logía de ese absurdo con el contrasentidoque se verifica en la asociación completa-mente disparatada de categorías del ser,como “2 + 2 = azul”.

La actitud normal debe su existencia a la sin-gularidad reconocida del objeto al que res-ponde. Ella está precisamente motivada porla peculiaridad del objeto. La aprehensión dedicha peculiaridad es, entonces, el funda-mento de la actitud normal. Resulta de lamayor importancia comprender esa relación

2 A menudo, cuando estamos enfadados, el objeto del enfado es expul-sado de nuestra conciencia por un suceso repentino, y entonces nospreguntamos, en caso de que el enfado continúe después, por aque-llo que nos lo habría causado.

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de motivación plena de sentido en toda supeculiaridad, así como mantenerla lejos decualquier analogía con una relación simple-mente causal. Esa respuesta es mucho más“libre”, en el sentido amplio de la palabra (asaber, como opuesto a lo “causal-mecáni-co”).Más adelante hablaremos con detalle delos diferentes tipos de libertad, y despuésabordaremos la libertad desde el punto devista del poder creador de la persona, esdecir, trataremos de diferenciar esta respectode la libertad de la voluntad, en términosmuy generales. En primer lugar, basta com-prender que cada actitud, que está motivadapor la peculiaridad del objeto al que ella res-ponde, puede calificarse de libre en el senti-do amplio de la palabra, ya que no se suscitasolo por la singularidad del objeto, como sise tratara de un movimiento reflejo a unaacción física, sino que representa una res-puesta inteligente, una incursión en el objetoconforme a su verdadero sentido.Tal actitud,además, enfrenta a un objeto un comporta-miento “independiente”, ya que no debe suexistencia al “influjo” de otra persona, sino ala peculiaridad del propio objeto, por lo quese consuma a causa de una intervenciónindependiente sobre el sujeto.

Por esto, la actitud que normalmente se ads-cribe a un objeto de manera inteligente, yque está motivada por su peculiaridad, no estodavía objetivamente legítima o adecuada.Si alguien se queja porque a otro le vayamejor que a él, por supuesto que su actitudno será anormal -no vamos a buscar otramotivación-, pero evidentemente no estámotivada desde el punto de vista objetivo; talestado de cosas merece otra respuesta, ya quecada portador de un valor o de un disvalormerece la actitud que corresponda como

respuesta: al mal objetivo, dolor; al bien obje-tivo, alegría; a la buena acción moral, entu-siasmo; a la buena persona, honra; a lo obje-tivamente bello, admiración y entusiasmo; enuna palabra, a lo valioso, una respuesta posi-tiva, y a lo disvalioso, una de carácter negati-vo. Solamente resulta la actitud emocionalque se conforma con la exigencia que emanadel valor del objeto, y que se rige entera-mente por el momento objetivo y determi-nado de valor.

La actitud adecuada y objetiva es, pues,“libre” también en un sentido amplio, signi-ficativo y elevado, a saber, en el sentido de lalibertad “moral”. Solo por esta se inclina lapersona hacia lo pleno de valor objetivo, ypor ello exigible, de manera completamentetransparente y con una especie de orgullo yavidez que no se deja persuadir por una ile-gítima seducción, sino solo por la legítimaexigencia de lo en sí mismo valioso. Solopuede mantener una conexión real y objeti-va con los ámbitos del arte, la vida familiar,la ciencia, etc., quien capta en su auténticovalor los bienes presentes en ellos, y quien escapaz de responder con su actitud de unamanera ajustada y objetiva.

¿Qué queremos significar cuando decimosque un individuo es dependiente de otro?Ahora que ya hemos visto brevemente losfundamentos de una vida normal indepen-diente, disponemos de los instrumentos pararesponder mejor a esa pregunta y para acce-der con mayor profundidad al problema enella implícito.

Si decimos que alguien está profundamentevinculado al mundo del arte, estamos supo-niendo que conoce y comprende con clari-

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dad el específico valor de la “belleza artísti-ca”, y, por tanto, que es capaz de seguir com-prendiendo en el futuro el respectivo valorde todas y cada una de las obras de arte y,finalmente, que puede responder a los valo-res aprehendidos con alegría, entusiasmo,emoción interior o con similares respuestasde valor.

Pensamos, incluso, que hace suyo el mundodel arte, situándolo en el puesto que lecorresponde por su importancia y nivel. Elinterés y el amor por el reino del arte apare-ce aquí motivado por el específico valor deese mundo, ya que el individuo está capaci-tado para verlo así con claridad, lo mismoque sucede con su entusiasmo por unadeterminada obra de arte, gracias a que sabecaptar el valor concreto de cada una. Por estarazón le atribuimos un vínculo profundo yauténtico con el arte, pues este mundo leinspira, descubre su valor, y su entrega a él sefunda en ese objetivo.

Por el contrario, si decimos: “Ese individuono posee una relación propia e independien-te con el arte, está influido o depende deotros”, entonces estamos pensando, en pri-mer término: el mundo del arte no le inspi-ra de manera inmediata y unívoca; simple-mente no puede comprender el valor de unadeterminada obra de arte; solo con la ayudade otro se produce en él un vínculo con elarte en general, o sea, con cada obra de arteindividual.Tal ayuda, con todo, puede llegar-le en la forma de distintas funciones básicas.Puede consistir en que otra persona nos des-cubra el mundo de los valores artísticos y dela obra de arte individual, ya que tiene lamisión pedagógica de mostrarnos ese nuevosector de valores, de abrirnos los ojos al

mismo. Mi entendimiento sobre el artepuede haber estado subdesarrollado o sosla-yado por cualquier motivo; otra personapuede haber hecho de comadrona en elalumbramiento de mi visión de valores enese campo, al igual que Sócrates obró deforma “mayéutica” en el ámbito filosófico.Que esto puede ocurrir queda fuera de todaduda. Ciertamente, la especial predisposiciónartística tiene que existir, pues de lo contra-rio ninguna ayuda puede despertar unaauténtica asimilación del respectivo valor, yaque el margen y envergadura de esa “ayuda”no es aquí tan grande. Sin embargo, esaayuda puede proporcionar un enormecampo de acción en el terreno moral, dondeno existe una predisposición hacia lo verda-dero, sino más bien la total ceguera axiológi-ca3 resultante de una falsa orientación en losfundamentos. Basta pensar en la vida de lossantos; muchos de ellos han exterminado suegoísmo, muchos han abierto sus oídos a lavoz de la conciencia, muchos se han desper-tado del sueño moral, y vemos con toda cla-ridad en esos ejemplos más elevados la enor-me relevancia que la “ayuda” de otros tieneen el proceso del despertar moral y en eldesarrollo de la comprensión de los valoresmorales. Pero incluso en el campo de laaprehensión de los valores artísticos, se otor-ga un importante papel al “descubrimiento”de valores a través de otras personas, aunquesea solo como condición previa para unapredisposición artística. Tal dependencia deotros afecta solamente a la génesis de la com-prensión artística, pero nada quiere decirtodavía sobre la cualidad de la misma. Unacomprensión que se origina en la ayuda

3 Vid. sobre esto mi trabajo Sittlichkeit und ethische Werterkenntnis,cit., pp. 161 ss.

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espiritual de otros no tiene por qué ser, endefinitiva, menos segura y clara que aquellaque surge sin “ayuda”, desde sí mismo, sibien en este caso también sea de hechomenos segura en la mayoría de los casos. Estovale para el terreno moral. Aquí tampocotiene ventaja la visión de los valores moralesque se produce sin “ayuda” exterior, y queproviene de la orientación de fondo de lapersona -que posee por propia “naturaleza”,como se suele decir-, y no tiene mayor pro-fundidad, claridad y seguridad que en lamayoría de los casos, cuando la comprensiónde los valores morales a los que se abre sumirada se realiza gracias a la ayuda exterior.

Tal ayuda consiste en que el valor se le “des-cubre” al otro -y eso es lo esencial-, que susojos se abren a ese valor, que le hace inte-riormente más libre y se presenta ante él demanera espiritual.Tan pronto como los ojosdel otro son “abiertos”, el objeto de que setrate le hablará directamente a él, de unaparte, y de otra, le conferirá, por su entusias-mo y su amor, una auténtica y motivada res-puesta a través del valor captado. En definiti-va, en ningún caso se da aquí modificaciónde la normal respuesta de valor. Este influjo“mayéutico” en modo alguno debe ser con-cebido como una dependencia real, por elhecho de producir un vínculo real. Sobreesto volveremos más adelante.

Aparece una dependencia real, por el contra-rio, cuando la relación con otra persona con-figura el fundamento real de mi actitud, y node manera pasajera sino permanente. Pense-mos en la figura del siervo fiel, que se entu-siasma con algo porque también se entusias-ma con ello su señor, y que respeta a otrapersona porque su señor también la respeta.

El otro es para él respetable en la medida enque es “respetado” por su señor. Queda paraél impreso en la persona de referencia unaespecie de fulgor de valor difuso. Pero estereflejo de valor no está basado en los valoresintelectuales y morales individualmente con-siderados que ha aprehendido del otro, sinoque el siervo se halla indirectamente subor-dinado al señor. Lo completamente nuevo deeste caso parece evidente frente a la ayuda“mayéutica”. No se llega a un auténticoentendimiento de los valores del tercero porel influjo del otro, sino solamente a unaespecie de sustitución.Tal vez se llega a unaactitud en relación con el otro; pero ella noestá motivada por la peculiaridad del indivi-duo, sino indirectamente por las cualidadesque, para el siervo, el señor lleva impresas.Entonces solo nos estará permitido hablar deuna dependencia del otro en el amplio sen-tido de la palabra, si la actitud nos conduceal terreno de los bienes o del saber, o sea, aun contenido individual aprehendido deforma duradera, y no por causa de esemismo contenido al que la actitud sirve, sinoporque esta está motivada por “otra perso-na”, es decir, porque la ayuda de la otra per-sona consiste en un fundamento duradero yreal de la relación respecto a un objeto dado.

II. Las formas de dependencia ilegítima

LA INFLUENCIA POR SUGESTIÓN

Existe un tipo bien conocido de individuosfácilmente influenciables, que hacen propiasopiniones y actitudes por el simple hecho deque las sostienen otros. A consecuencia deuna cierta debilidad interior, son incapacesde obtener impresiones claras y precisas decualquier cosa, y menos aún, de adoptar

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frente a ellas las actitudes adecuadas. La razónno es que estas personas vayan por el mundode una manera obtusa o apática. Muy al con-trario, muestran una cierta emocionalidadinestable, que, sin embargo, se inflama antelas impresiones objetivas. Escuchamos a unindividuo de este tipo hablando acaso sobreun suceso público: se entusiasma por el com-portamiento de una persona, y resalta tal ocual particularidad, pero notamos que en suconversación el entusiasmo que siente portodo ello no se arraiga realmente en su pro-pia persona -como les sucede a otras- ni estámotivado por las cualidades del objeto; esdecir, que dicho entusiasmo “no se funda enuna conexión con el objeto mismo”.

Esto se ve claro cuando observamos cómoinmediatamente se transforman esas impre-siones, opiniones y actitudes por la influen-cia de otras personas. Primeramente semanifiesta, por ejemplo, una opinión positi-va y entusiasta sobre un libro; después llegaotro y manifiesta lo contrario, y ven derepente cómo su opinión se deshace ennada. Súbitamente, dicen lo contrario de loque han dicho antes, y al punto les desagra-da lo que antes les entusiasmaba, como sinunca hubieran opinado de otra forma; noencuentran contradicción alguna en su pos-tura; ni siquiera disimulan conscientemente,como si estuviesen molestos por tener quereconocer el “ridículo” que han hecho, oque se amoldan a las circunstancias, sino queno pueden resistir la influencia de la otrapersona. No por ello precisan honrar a lapersona que les influye, incluso puedenodiarla en ciertas circunstancias; es más, nonecesitan darse cuenta de que son depen-dientes de esa persona. Incluso pueden vivirpensando que sus opiniones están motivadas

realmente por los objetos, y sin duda esto locreen hasta cierto punto. Más o menos creenque estarían realmente entusiasmados por labelleza de la obra de arte, aunque les embar-gue siempre un cierto vacío y una secretainseguridad, así como tampoco pueden sen-tirse nunca felices ni satisfechos por su rela-ción con los objetos, como les sucede aotros. La peculiar dependencia en la que sehalla el tipo descrito es la que se produce porla sugestión.

Lo primero que podemos establecer aquí esla ausencia de toda auténtica motivación. Lacualidad del contenido correspondiente alque la actitud sirve no la fundamenta propia-mente.Ese tipo no se entusiasma en virtud deuna belleza impresa en el objeto, ni a causa deun valor que en él aprehende, ni siquiera porel valor que otra persona muestra irradiarsedel objeto.A diferencia del “siervo fiel” -queresponde al brillo impreso en el objeto, que asu vez proviene de la persona admirada-, estaactitud no estará motivada ni siquiera indi-rectamente por una cualidad impresa en elobjeto; no se debe en modo alguno a la cua-lidad objetiva incluida en él. En absoluto estámotivada: más bien se produce de forma“dinámica”. Si la persona sugestionable einfluenciable se entusiasma con una obra dearte que diez minutos antes le dejaba frío, oque incluso encontraba fea, y que ahora leparece contundentemente bella, esto muestraque dicha impresión no tiene, respecto a suentusiasmo, función motivadora alguna; esuna persona demasiado “débil” para alcanzaractitudes de forma normal. Los valores noconsiguen motivar en él, de ordinario, ningu-na respuesta emocional. Solamente el influjode una persona reflexiva puede suscitar sudinamismo espiritual y emocional.

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Lo que se trata de señalar es que lo anteriorno consiste solo en que una impresión reci-bida de un objeto tenga lugar con la ayudade otro, sino que estribe ante todo en elhecho de que por esa impresión dependien-te carece de función motivadora y de fuerza.Más bien este individuo se relaciona con elobjeto a través de la actitud concreta de lapersona que le sugestiona, que asimismo laha producido solo en un sentido dinámico,sin que actúe al mismo tiempo el aspectocualitativo del valor. De ahí que nos parezcapostizo el entusiasmo y fascinación que talesindividuos exteriorizan, por ejemplo, anteuna pieza musical frente a los demás, no por-que les consideremos mentirosos, pues “sóloactúan así” para expresar algo determinado.Más bien creen estar entusiasmados y encan-tados; pero observamos que se encuentran enuna ilusión respecto de sí mismos; su entu-siasmo y fascinación son solo un quasi-entu-siasmo y una quasi-fascinación, como vere-mos enseguida; algo cuyo ser no se debe a lavalidez del objeto, sino al influjo singular deotra persona. La “naturaleza larvada” de esaactitud no debe llevarnos a engaño, inclusocuando se manifieste claramente por partede esa persona. Este tipo de gente celebra susimpropias manifestaciones con una certeza yfrecuencia tales, que parecen un intentoinconsciente de superar su vacío interior einconsistencia a través de esa forzada firme-za, como si quisieran también ocultarse a símismos y a los demás. Igualmente, su postizaalegría y entusiasmo consigue, por ejemplo,manifestarse con frecuencia de manera espe-cialmente enérgica, con expresiones y gestosexagerados, mediante los cuales, quizá demanera inconsciente, quisieran llenar devitalidad sus difusas vivencias. Pero todo estono es capaz de engañar respecto al vacío

insustancial y carente de sentido de esas acti-tudes, que no responden a la realidad delobjeto con el que se relacionan estas perso-nas. Entonces, ¿de qué tipo es este curiosoinflujo, por el que se llega a penetrar en laestructura personal de la dependencia deotra persona? En este punto es donde serevela la total singularidad del caso.

Dicha dependencia no está basada en cuali-dad alguna incluida en la otra persona; en ellano se contiene respuesta alguna a la singula-ridad de otra persona; se trata más bien de unpenetrar inconsciente en el poder espiritualdel otro. En el caso del siervo fiel, la depen-dencia del señor, supone una subordinaciónconsciente. El señor es considerado comoalguien superior en bondad e inteligencia y,por tanto, como legítimo señor, como aquelque puede mandar y en el que cabe confiar.Mientras que aquí la subordinación puedeque no sea suscitada por el objeto, sino por lasuperioridad del señor, en el caso de la suges-tión falta toda eficacia motivadora que pro-venga de la conciencia de superioridadimplícita en la persona superior. Por tanto,este tipo de dependencia no puede conside-rarse en modo alguno como subordinación.El afectado no necesita saber ni siquiera queél es dependiente de otro, ni tampoco preci-sa respetar al otro de una forma determinada,ni considerarle superior. Más bien se trata deuna influencia oscura e inconsciente, que nopenetra en el centro consciente de la perso-na, al contrario de lo que sucede con todotipo de dependencias que se fundamentan,cuando se produce una respuesta de algunade ellas, en una superioridad inherente en elotro. Por el contrario, se “elude” el centro dela persona libre e inteligente, y se capta “pordetrás”. Se trata de un influjo dinámico, que

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actúa de modo puramente objetivo sobre lapersonalidad “débil”. Si aquí se señala comoesencial la carencia de una subordinación“consciente”, entonces debemos entender lasexpresiones “consciente” e “inconsciente” enel más amplio sentido de la palabra.Tambiénla subordinación del “siervo fiel” puede serinconsciente, en el sentido de que no hahecho expresamente efectiva su subordina-ción en un determinado momento, y ademástampoco tiene una clara conciencia de ella.Puede que haya crecido en la relación dedependencia de modo tan natural -quizás hanacido en la casa de su señor-, que tampocopuede reconocer por qué se subordina y enqué momentos se produce esa subordina-ción, si alguien le preguntara por ello. Pero suobediencia es consciente, por oposición a la“inconsciencia” del sobresalto que produceun ruido repentino, o un golpe inesperado, oincluso el tipo de “inconsciencia” que se ori-gina cuando alguien bosteza porque otrohaya bostezado. Entonces, el efecto del boste-zo de otro se produce de manera fundamen-talmente inconsciente, en el sentido de queno existe relación causal alguna, sino una efi-cacia objetiva. Nada cambia en esa “incons-ciencia”, aun en el caso de que yo sepa quebostezo a causa del bostezo de otro. Por elcontrario, el señor aparece, desde luego,como muy superior al siervo, aunque este nopueda formularlo con precisión, si bien ellole es patente cuando reflexiona, y su entregaa aquel constituye una respuesta a su superio-ridad, aunque pueda haber crecido gradual-mente en ella. Esa superioridad captada consti-tuye el fundamento sobre el que descansa ladependencia; desde el momento en que elseñor es evidentemente intuido por el siervocomo señor, su entrega es “vital”.

La persona sugestionable, en cambio, depen-de no de alguien, sino de la superioridad cap-tada en otra persona, de su predominio, quedebe aprehender a todo trance; él “se ha suje-tado” sin más a esa persona.Todavía más claroresulta si nos planteamos el caso de un indi-viduo que capta ese predominio dinámico yal que encanta y fascina esa decidida superio-ridad. Hay individuos vitalmente débiles, alos que atrae especialmente el empuje diná-mico de ciertas naturalezas fuertes que, poruna parte, disfrutan de su fuerza y, por otra,les produce una impresión de grandeza ysuperioridad. Responden con una entregaentusiasta en el momento en que se adhierena otros. Este caso tan frecuente de dependen-cia es el de la fascinación. Resulta claramen-te diferenciable de la sugestión, ya que aque-lla se suscita en el mismo momento en que demodo totalmente objetivo “actúa” el centroconsciente de la persona sobre el individuofascinable, eludiendo las vías directas; se tratade una dependencia constituida de modonormal, y el resultado es una dependenciasentida y motivada, mientras que en el casode la sugestión se establece la dependenciapuramente objetiva, de la que el influenciadono necesita saber nada.Y si sabe algo de ello,lo reconoce como si se tratara de un fenó-meno ocurrido a través de una tercera perso-na, sin ser capaz de transformar el fenómenode la influencia experimentada en un saberconsciente4.

En estos individuos infelices no solo faltacualquier relación con un mundo objetivo,sino también todo vínculo real con la perso-na influyente. Este tipo es generalmente

4 Vid. las observaciones acerca de las distintas acepciones del con-cepto de "inconsciente", en Sittlichkeit und ethische Werterkenntnis,cit., p. 148.

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incapaz, como ya se dijo, de una motivaciónauténtica, a consecuencia de una constitutivadebilidad personal, y, por tanto, tampoco sehalla en condiciones de dar una respuestainteligente y motivada a la superioridad delotro, que se produce por la subordinación aesta otra persona5. Por el contrario, no nece-sita adoptar posición alguna frente a la per-sona influyente, y en el caso de que la adop-te, no representa esta el fundamento de lamencionada dependencia. En lugar de unarelación inteligente y fundamentada con lapersona influyente, se encuentra aquí esa efi-cacia objetiva y “dinámica” de la que hablá-bamos, cuyo carácter consiste en que se hacevaler por el mero hecho de que el otrorepresenta una opción decidida, formándoseasí el sugestionable una impresión del obje-to. Lo mismo sucede con algunos que noquedan “convencidos” ni por los argumentosdel orador, ni por su presencia, ni por sus ras-gos especiales y fascinantes, sino únicamentepor la fuerza de su voz o por el tono decidi-do de la misma; así, la opinión decidida delsuperior dinámico produce una impresiónen el sugestionable que no está fundada enmodo alguno. Se establece de repente sobrela otra persona, quizá por lo que se formamás bien en el individuo sugestionable a tra-vés del peso específico de la opinión delotro. Sucede lo mismo con la hipnosis, en laque se suscitan impresiones a través de lasdeclaraciones de la persona a la que se va ahipnotizar, como, por ejemplo, cuando leparece que se acerca un tren cuando ello sele “sugiere”, análogamente a lo que ocurre

con los sugestionables, en quienes no se sus-citan percepciones sensibles, sino “impresio-nes mentales” de todo tipo que se producende forma “dinámica”.

En el caso del hipnotizador, ese carácterexclusivo y dinámico de la relación quedaclara y totalmente al descubierto. Nadie va areducir el efecto del hipnotizador a un vín-culo especial del hipnotizado con él, quehaga para él las veces de causa de una moti-vación específica particularmente efectiva.Por ejemplo, si confío tanto en un amigoque me hace creer en la verdad de su palabraaun cuando yo mantenga justamente lo con-trario, estaré negando, en el fondo, solo poresto, lo que él afirma. No puede dudarse, portanto, de la forma indirecta, objetiva y diná-mica, en la que el centro de sentido de lapersona es influido en el mencionado casode la hipnosis, aun cuando la forma del efec-to correspondiente presente todavía proble-mas de gran envergadura.

Si bien el carácter dinámico objetivo, en elcaso del influjo sugestionador ahora mencio-nado, no es tan evidente al no tratarse depercepciones físicas que sean despertadas porotro, sino de impresiones de “tipo espiritual”,ello no impide que la eficacia sea análoga, porlo que estamos autorizados a designar esaforma de influencia como sugestionadora,pues el término “sugestión” correspondeaquí a uno de los efectos dinámicos y analó-gicos vinculados a la hipnosis, que puedeprovocar incluso ilusiones. Se suele restringirel empleo del término “influencia sugestio-nadora” y, desde luego, también en el casoque estamos tratando. Es inadmisible calificarcomo influjo sugestionador la dependenciadel “siervo fiel” al señor y, acaso también, la

5 Dicha ausencia de verdadera motivación se hace notar ante todo enel ámbito de la respuesta de valor. La búsqueda de sentido, el miedoo el enfado superficial pueden aparecer en la persona sugestionablepor efecto de un estímulo normal. En cambio, en todas las actitudesen las cuales se actualiza la personalidad, encontramos un decai-miento de la motivación.

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ayuda “mayéutica” aplicada tempranamente.No obstante, el uso técnico es aquí muypoco preciso, por lo que con frecuencia sehabla de influjo sugestionante donde se tratamás bien de fascinación, y tal vez esto ocu-rre en todo tipo de fenómenos similares.

Ahora no podemos detenernos en ese efec-to dinámico. Basta con tener claro lo que noes, y que proviene de una relación dedependencia basada en una respuesta prácti-ca a una especie de superioridad reconoci-da, que se percibe esencialmente, así comoque el resultado de ese efecto constituyealgo singular. Llegamos ahora a la cuestiónde la relación entre el sugestionable con elinfluyente, y volvemos con ello al problemadel vínculo que se establece entre quien estásometido a la sugestión y el ámbito objetual,puesto que también el modo como tienelugar la sugestión es de naturaleza comple-tamente distinta a la que aparece en el casodel “siervo fiel”. El señor califica una casacomo bonita, y el “siervo fiel”, quien enprincipio no percibe nada de la belleza de lacasa, la considerará desde entonces comoalgo valioso y bello. Él “creerá” primera-mente que la casa es bonita porque lo hadicho el amo, y en segundo lugar, la envol-verá de un cierto halo de valor, por tratarsede algo apreciado por su querido y admira-do señor. Esta atmósfera de valor, que, demanera natural, hay que distinguir con cla-ridad de una belleza auténticamente apre-hendida, será en cierto modo un reflejo delvalor que para el siervo está vinculado a suseñor. En nuestro caso, una persona dinámi-ca y superior es quien afirma que la casa esbonita. Si bien el sugestionado carecía antesde cualquier impresión determinada al efec-to, la casa ahora le resulta perceptible como

bella; ni “cree” al otro porque le venereespecialmente, ni se aprehende valor algunoen el objeto que se adscribe a la personainfluyente, pues él no precisa abrigar unaespecial confianza en la competencia delamo, ni está este transido de valor para él. Lasugestión se implanta mucho mejor demanera “automática”, sin mediación inteli-gente. No obstante, en el caso de la hipno-sis, el mundo se tiñe de cualidades a travésde la influencia dinámica y oscura del otro.

Como es lógico, el tipo que hemos caracte-rizado se da únicamente en los psicópatas.Hemos elegido ese caso extremo para que sepatentice la peculiaridad de esa dependencia.En realidad, no se dará, en la mayoría de loscasos, una pérdida completa de las propiasimpresiones y actitudes normalmente moti-vadas; esa anomalía se presentará solo enciertos sectores y de manera incompleta. Poreso encontramos, las más de las veces, juntoa la anterior, otras formas de dependencia-que revisaremos más adelante-, que tienencierta concomitancia con la sugestión. Noobstante, sí deberíamos destacar con nitidezesa falta de independencia en la sugestión y,por otro lado, el poder espiritual de lainfluencia sugestionadora, y entonces hemosde postular un modelo en que tenga cabidaese tipo de influencia, que frecuentemente sepresenta de manera parcial y que puededominar a la persona por completo.

Antes de que nos dediquemos a tratar unnuevo tipo de dependencia, hemos deexcluir algo que podría confundirse con ladependencia basada en la sugestión. Hay quedistinguir, en primer lugar, de forma riguro-sa, el tipo del sugestionable del tipo no com-pletamente seguro, por un lado, y por otro,

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de la persona modesta, que está dispuestainmediatamente a ceder en su opinión enfavor de la ajena. A menudo encontramosindividuos que no tienen impresiones muyclaras y unívocas sobre determinados camposy que, como consecuencia de su modestia,rinden fácilmente su opinión a otra opuesta.Les gusta un poema, pero no apreciando suvalor de manera unívoca y clara, de formaque fácilmente creen a otros si les dicen quepueden estar en un error, o simplemente queno están en la verdad. Ante un enfoquegeneral, a la vez inseguro y humilde, ordina-riamente se inclinan a reconocer a los demáscompetencia en ello. De forma simultánea seproducen estos fenómenos: primero, que lasimpresiones no son claras ni unívocas;segundo, que ceden fácilmente en su opi-nión; finalmente, que no aparece subordina-ción expresa al otro, basada en una clarasuperioridad de este, como sucede en el casodel “siervo fiel”. Pero con ello no se agota lasimilitud, pues aquí no se verifica ni la moti-vación normal, ni el vínculo con la personaante la que cede su opinión. Se le “cree” alotro, y se piensa que tiene razón porque se letiene por competente, a causa de esa actitudgeneral; cede su opinión, en todo caso, acausa de una actitud inteligente y motivada,aun cuando en la forma no se halle debida-mente fundamentada. Ante todo, no se daaquí el efecto dinámico inconsciente, lo quemuestra que no puede aparecer de repenteuna nueva impresión en lugar de otra, sinoque simplemente no se otorga crédito a lapropia impresión y que, sin embargo, se creeen el juicio ajeno.

En contraste con este tipo de dependenciapor sugestión, aunque análogo a él, se halla elcaso de quien “no opone resistencia” especí-

fica, si bien aquí se dan algunos maticescaracterísticos. Hay gente que posee impre-siones propias de la naturaleza del valor delas cosas y que además son capaces de perci-bir, en cuanto a la naturaleza del valor delobjeto aprehendido, el motivo de su actitudhacia él. Pero, como consecuencia de unagenérica “debilidad personal”, no puedensostener su postura frente a las opiniones yactitudes ajenas, que se les contraponen deforma dinámica como procedentes de perso-nas superiores. Se “quiebran” cuando losotros se pronuncian con la oportuna con-tundencia.

Análoga a la del sugestionable resulta ser laespecie de “debilidad” que hace que la per-sona se abandone al influjo dinámico deotro. Pero en primer lugar existe una moti-vación normal y, por otro lado, el influjodinámico tiene solo un efecto “negativo”,que impulsa a la persona al abandono de suposición. Se verá separado del objeto, sobreel que antes mantenía una posición motiva-da e inteligente, a consecuencia del influjodel otro; su impresión no se sostiene y aban-dona la postura ya adoptada frente a aquel.Sin embargo, la impresión ajena no irrumpesin más en el lugar de la otra, ni deja que sele “imponga por su sugestión” una actitudno motivada de modo meramente dinámico.Este tipo de personas sufren a veces, bajo esainfluencia extraña, e incluso llegan a temer-la, lo que no ocurre en el caso del sugestio-nable. La influencia dinámica tiene aquítanto poder sobre esa persona, que puededesplazar en determinados casos sus concep-ciones y respuestas ante los valores, sin queaquello deje de “producir” determinadasimpresiones de bienes y de quasi-actitudesen dichas respuestas.A pesar de esta profun-

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da diferencia en la eficacia del influjo diná-mico, el tipo de dependencia del otro siem-pre es, en este caso, semejante a la que tieneel sugestionable, si el influjo -en la medidaen que se dé- no procede de una subordina-ción a otro derivada de una superioridadcaptada en él, sino que es de naturaleza diná-mica y rodea el centro inteligente de su per-sonalidad. Esta distinción es la más decisiva,desde el punto de vista formal, entre las quese dan en relación con las diferentes clases dedependencia.

Un nuevo tipo de influencia se presenta en el“contagio” de sentimientos, que encontra-mos de modo especial en la llamada suges-tión de masas. Dos personas disputan en lacalle. El acaloramiento se apodera de ellos yhace que de repente se amontone una multi-tud, sin que el que llega sepa de qué se trata,y se deja “contagiar” por la excitación de losdemás. Hay aquí un profundo parentesco conel caso de la dependencia por sugestión. Enprimer término, falta, como en el caso ante-rior, cualquier motivación inteligente. Laexcitación del que llega a la riña no estámotivada por la discusión que mantienen lasdos personas, como, por ejemplo, en el casode un testigo de malos tratos, que respondecon su indignación a la vileza moral del quemaltrata. La excitación indignada se imponeantes de que yo tenga conocimiento delsuceso por el que los otros se han excitado.En lugar de llegar a ser “motivada”, la apari-ción de la excitación se debe a una influen-cia difusa, que no llega directamente sino querodea el centro inteligente de la persona.Aquella excitación se provoca en la personade una manera anormal. En segundo térmi-no, aquí también falta cualquier subordina-ción real a la persona influyente. No existe

cualidad alguna asimilada por él, que se baseen una relación vivida y de la que dichainfluencia pueda derivarse. Pero, a pesar deese estrecho parentesco, el “contagio” es algoesencialmente distinto de la influencia porsugestión: primeramente, el contagio estásustancialmente limitado a un determinadotipo de acontecimientos, al contrario que lasugestión. En mí brotan “sentimientos”, enlugar de impresiones sobre bienes. En cam-bio, en el caso de la sugestión, y como conse-cuencia del influjo ajeno, los objetos puedenser aprehendidos con una claridad especial, ylas opiniones ajenas no me contagian demodo que los objetos aparezcan ante mí talcomo el otro los encuentra, y el comporta-miento del otro respecto a los objetos no essuficiente para contagiarme una conducta oactitudes que comportan un especial carácterafectivo-emocional, o bien cuando se trata desituaciones afectivas, es decir, sentimientos ensentido estricto, como la inquietud, las depre-siones, etc.; o, incluso en el caso de movi-mientos impulsivos de carácter afectivo,como cuando alguien echa a correr derepente, y los demás corren también sin saberpor qué. En este caso, los sentimientos quecontagian también son siempre de naturalezaperiférica; no consisten en un auténticoamor, ni en una veneración real, ni en unentusiasmo profundo, ni en arrepentimientoverdadero; como tampoco el aborrecimientodel pecado, o un odio profundo, y, con mayorrazón, tampoco consisten en un querer, ni enun estado de profunda paz, o una serenidadverdadera en el sentido de la serenitas animae,

estados que no pueden surgir en mí pormedio del contagio; por el contrario, sí quelo son el susto, el miedo, la agitación, el des-aliento vital, el furor, el hastío y el enterneci-miento sentimental, en contraste con la

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auténtica emoción6. En segundo lugar, lasactitudes surgidas del contagio, y especial-mente de los sentimientos, tampoco son pos-tizas al modo en que lo son aquellas actitudesde más elevada categoría, como las impresio-nes producidas a través del influjo dinámicode la sugestión, ya que el carácter de esas acti-tudes profundas que se producen de maneradinámica, en lugar de ser inteligentementemotivadas, lo son de forma muy distinta, quecontrasta con la naturaleza de las actitudesperiféricas, y tal vez con la naturaleza de lassituaciones. Ciertamente, las situaciones pro-vocadas por contagio y, con mayor razón, lasactitudes así producidas, son esencialmentediferentes de las normalmente motivadas. Sinembargo, la furia de la multitud originadapor contagio, o el miedo pavoroso que pren-de en cierta gente sin hacerse cargo del peli-gro que se viene encima, se perciben deforma distinta y no comparten el carácterdifuso de las quasi-actitudes del sugestionado.Por último, el contagio no representa unainfluencia “dinámica”. No hace falta que setrate aquí de una persona “superior” dinámi-ca que irrumpe en mi vida interior y la poneen movimiento, ni tampoco la real “debilidadpersonal”, que impide que una actitud seamotivada normalmente y crea la disposiciónpor el contagio. Entre otras cosas, el contagioestá ocasionado más bien por la especial cua-lidad de los sentimientos transferidos, comopor la situación peculiar en la que esos senti-mientos se perciben como vivos. En ciertomodo, el aire se vicia en tales momentos dezozobra, furia, miedo, y esa “sustancia senti-mental” penetra en nosotros desde “el exte-rior” a través de los poros. De acuerdo con

esto, se da una sensibilidad especial, en lugarde la “debilidad personal” en la esfera sensi-tiva de la persona y, por otro lado, una pre-dominancia de esa esfera, lo cual justifica elcontagio. El tipo característico del ávido desensaciones disfruta precisamente también alser contagiado. La carencia de una vida ele-vada e inteligentemente motivada -que aquíresulta sofocada por la esfera sensitiva- se daen individuos en los que el contagio de sen-timientos desempeña un gran papel. Por otraparte, un ocasional “ser contagiado” en situa-ciones especiales, tampoco dice demasiadosobre la estructura de la persona completa,especialmente cuanto más periférico y situa-cional sea lo que penetra en mí de estaforma. Es normal que me contagie el boste-zo de otro, pero que me contagie el cansan-cio de otro carece de importancia para la vidanormal y libre de la persona.Que la risa ajenacontagie -piénsese, por ejemplo, cómo unniño se contagia de la risa de otro en el cole-gio, sin que muchas veces conozca el motivode la misma- significa, desde luego, una cier-ta debilidad, pero de manera que no se pre-juzga nada sobre la vida interior de la perso-na, por esa misma debilidad constitutiva delafectado, que, además, en el campo de su fra-gilidad general, desempeña un papel muyperiférico7. Solo si se trata de “sentimientos”implantados profundamente dentro delámbito de aquellos que pueden surgir de laforma que ya hemos dicho, por ejemplo,cuando alguien se pone furioso, o la alegríadesenfrenada, o el pánico, entonces sí semanifiesta en el dejarse contagiar una abusi-

6 Consideramos aquí el contagio en sentido estricto. Es más frecuente,como ocurre con el influjo por sugestión, el uso completamente ilegí-timo de este término, por ejemplo, cuando decimos: se me ha conta-giado el entusiasmo de los demás.

7 El contagio debido a la llamada sugestión (o psicosis) de masas, natu-ralmente es solo un caso típico de contagio, no el único. Me puedecontagiar la repugnancia de alguien frente a un determinado alimen-to, o la náusea de una persona, el rubor, o el bostezo antes mencio-nado. Lógicamente, no podemos aceptar aquí una única forma decontagio, ya que depende en primer término de la delimitación deeste frente al caso que consideramos de una influencia por sugestión.

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va supremacía de la esfera sensitiva sobre lavida más elevada del alma.

Por último, el “dejarse contagiar” se distingueclaramente de la influencia sugestionadora enque aquel no supone apenas especial caracte-rística en la persona que provoca el contagio-ni siquiera meramente objetiva- y que estámás bien vinculado al tipo de sentimiento yde situación, como, sobre todo, en el caso dela sugestión de masas. El que me contagia noprecisa en modo alguno ser superior desde elpunto de vista dinámico; puede ser contagia-do del mismo modo por mí instantes después.Por ello, ser contagiado no significa en modoalguno una “servidumbre” respecto a undeterminado individuo ajeno, sino una escla-vitud respecto a la esfera de lo sensitivo. Unapersona puede contagiarme tanto como cual-quier otra. En contraste con el influjo porsugestión, hay que descartar, desde el primermomento, una posible confusión con el tipode la relación de autoridad.

Después de que hayamos dado a conocermás nítidamente la dependencia como influ-jo derivado de la sugestión, a través de ladelimitación de otros fenómenos en parteanálogos, nos ocuparemos de un nuevo tiporelevante de dependencia ilegítima.

LA DEPENDENCIA CORRELATIVA AL RESPETO

Con frecuencia encontramos personas que ensus palabras y en su comportamiento se dejanllevar por otras, porque estas les infunden “res-peto”. Se adaptan a la forma de expresión delotro, imitan sus gestos, desprecian lo que elotro desprecia, admiran lo que el otro admira,y abandonan su opinión, aceptando la del otro,cuando se dan cuenta de que la suya contradi-

ce la de este. Decimos entonces que el otro les“impone”, de tal manera que quedan porcompleto bajo su influjo y dependientes de él.Con cuánta frecuencia hallamos, por ejemplo,muchachos de trece a diecisiete años que imi-tan a otros, sobre todo mayores,que les “impo-nen” porque son más fuertes o altos que ellos,saben más o son independientes. Caen en unaprofunda dependencia del otro, sencillamenteporque “les impone”.El hecho de que alguiennos imponga representa un tipo de influenciatotalmente peculiar, que hay que separar deuna “imposición”por admiración o por respe-to. Si a veces emplean la expresión “imponer”para los casos de una verdadera admiración,alta estima, o incluso reverencia, ello significaentonces un modo muy particular de impre-sionar, haciendo un uso expresivo de la pala-bra. Podemos escuchar alguna vez:“Ese hom-bre me impone por su altruismo”, en lugar de“ese hombre me impresiona”. Pero esa formade expresarse nos parece siempre algo descui-dada si velamos por un sentido más puro delos términos, y precisamente por ello se ponede relieve que la palabra “imponer” lleva ads-crito un modo completamente distinto del de“hacer impresión”, o del de “impresionar”.Debemos retenerle la mirada al fenómeno-cuando el citado término se aplica en su sen-tido directo- y mirar hacia donde el vocablo seencuentra en cierto modo como en su propiacasa, como en el caso del muchacho o deladvenedizo, en relación con la actitud queadopta erróneamente y cuyo aspecto intentaasumir porque le “impone”8.

Como en el caso del sugestionable, tambiénaquí queremos fingir una situación en la que

8 De manera magistral describe Dostoiewsky el imponerse y el dejarseimponer en distintas obras, por ejemplo, en la figura del muchachoKolia Krasotkin en Los hermanos Karamazov, que desearía imponersea otros chicos, y al mismo tiempo dejarse influir por otros mayores.

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la dependencia y sus presupuestos aparezcancomo un “caldo de cultivo” para reconocerclaramente la particularidad de esta forma dedependencia. No obstante, hemos de tenerpresente que los individuos que puedenconfigurarse bajo ese concreto prototipo, notienen por qué estar imbuidos totalmente delespíritu de esa dependencia que les caracte-riza, ni de forma permanente ni en la enteraextensión de su ser. Lo que primeramentellama la atención es que al prototipo delindividuo citado le resulta odiosa toda formade dependencia reverencial, como la quesubyace en cada auténtica respuesta de valor,o como la que nos exigen los valores verda-deros. Su meta es no necesitar de nadie nidejarse impresionar ni conmover por nada,estar por encima de todo y, al mismo tiem-po, someter a otros a una admiración apabu-llante. Por ejemplo, el muchacho al que leimpone aquel estudiante y su libertad, que sepreocupa por demostrar que es totalmenteindependiente, que no se deja convencerfácilmente por nadie, y que nada puede per-turbar su sangre fría, que sabe lo que hace,que ni sus padres o maestros pueden impre-sionarle, y que “adivina” las intenciones desus enseñanzas y mandatos; en resumen, elque no se subordina en modo alguno, sinoque “está por encima”. No es receptivo res-pecto al significado interno de lo objetiva-mente valioso. La belleza de una obra dearte, la pureza y la humildad de un individuono le habilitan para conducirse según esosparámetros, pero no porque él sea incapaz,como en el caso del sugestionable, de unamotivación inteligente en su vida emocio-nal, sino porque sigue estando ciego para losvalores. Él se encuentra muy bien ejercitan-do determinadas cualidades. Si algo le pare-ce “noble”, entonces se decidirá inmediata-

mente por ello, con toda determinación ytenacidad. Su interés vital se despertará portodo lo que parezca enaltecer su persona,principalmente por aquello que prometaconcederle la conciencia de independencia,de fortaleza y de “estar por encima”.

Todas las cosas que se le aparezcan a esa luz dela “superioridad-prestada” le inducen a adop-tar espléndidas actitudes de respuesta, moti-vándole de forma inteligente; únicamente noconseguirá contemplar los valores auténticoscomo tales valores, porque no consigue com-prender la excelencia y el significado propiode los mismos, a causa de su orgulloso modode pensar. Está ciego para los valores, comotodos los tipos en los que su orgulloso ego leslleva a sentirse prepotentes9. La belleza inte-rior del mundo de los valores les resulta her-mética e incomprensible, como consecuenciade su actitud egocéntrica. No obstante,encontramos aquí, por lo general, una parti-cularidad más, en contraste con la ceguera delorgulloso que adopta esa actitud: una insegu-ridad precisamente en el conocimiento deaquello que permite elevarse a la propia per-sona. Él no tiene realmente claros no solo losvalores que no acaba de entender, sino tam-poco lo que interesa específicamente a indivi-duos de ese tipo, como lo “noble”, lo “impre-sionante”o lo que arranca a otros admiración.Se declara confuso respecto de lo que sirvepara fundamentar, por ejemplo, la “virilidad”,la “independencia”, la autarquía, etc. En unapalabra, sobre el ser más y el valer más, encontraste con otras formas de orgullo, como lapropia del fariseo o la de tipo diabólico. Pre-cisamente lo que no puede entender o ver

9 Más adelante entraremos con más detalle en esto, cuando hayamosconsiderado las raíces de este tipo de dependencia en la persona.Vid. sobre ello mis reflexiones acerca de la total ceguera axiológica,en Sittlichkeit und ethische Werterkenntnis, cit., pp. 145 ss.

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tiene para él el nimbo de lo significativo o delo interesante. Se trata de una gran inmadurezy de una inferioridad específica y espiritual.Elindividuo que depende de otros porque “leimponen”está afectado por una cierta idiotez,independientemente de su propio orgullo.Esto está asociado estrechamente a que esetipo de persona busca de modo relativamenteperiférico la satisfacción de su orgullo: suimagen social permanece en primer planopara él, al contrario que el orgulloso y satáni-co. El que otros le tengan por importante lebasta para justificar lo que satisface su vanidado arrogancia. Así se siente fuerte e indepen-diente cuando es considerado como tal porlos otros, o sea, si consigue adoptar una pos-tura exterior tal que parezca conferirle unaauténtica seguridad. Pero no a la maneracomo le basta al estafador para engañar aotros: de ningún modo se siente él mismosuperior con la postura que impresiona a losdemás. La realidad gestual sobre la que edificasu imagen social de una determinada formasustituye en este individuo la conciencia deauténtica superioridad. De ahí que tales indi-viduos sean los típicos “presuntuosos”, quedeben despertar en los otros la impresión deseguridad y de “estar por encima de losdemás”, pues los gestos de seguridad queimpresionan a los otros sustituyen en ellos ellugar de una seguridad real y verdadera. Esto,con todo, no se puede hacer equivalente a laactitud del fanfarrón vanidoso, bonachón einfantil, más o menos como el representadopor el tipo de Falstaff. Los demás no le tomanen serio; le basta ser admirado por ellos: suambición no se cifra de modo preferente enel “no dejarse impresionar”, o en el “adivinar-lo todo”, sino que quiere resplandecer por labuena opinión de los demás. Les miente si lopermiten las circunstancias, cuenta cosas

excelentes de sí mismo, mientras que el pre-suntuoso, por el contrario, se “ve” a sí mismobajo una imponente luz, cree en su gesticula-ción artificial y la vive. Una mentira cons-ciente no le bastaría10.

Pero la imagen global del que acaba en esadependencia del “imponer” surge con totalclaridad solo si conseguimos penetrar conprofundidad en la relación existente con elque impone. Entonces, ¿qué cualidades sedeben poseer para imponerse a los demás?Concretamente, el que impone es el fuerte,el enérgico, el valiente, el seguro de sí, elautónomo o el genial, el que todo lo puede,el que todo lo sabe o el “noble”. El adulto,que es independiente, que se presenta segu-ro de sí mismo, que no se desconcierta pornada, el fuerte física y mentalmente, que noteme a nada, el que puede asombrar a losdemás, ese se impone, por ejemplo, a los ado-lescentes imberbes. El sabio se “impone” alpseudointelectual; el distinguido, que sobretodo sabe comportarse con seguridad, el ele-gante que se “presenta” bien, “impone” alburgués o al nuevo rico. Los valores moralesno pueden “imponerse” en sentido estricto.El humilde, el puro, el desinteresado, el ins-pirado por un amor compasivo… Todos ellosno pueden “imponer”, pues los individuosde las tipologías citadas en la frase anteriorno se interesan por tales valores; no les hacenimpresión alguna. Ello obedece a un motivoimportante. Los valores, en sí mismos, nuncarepresentan algo interesante para esas perso-nas, ya que les falta la comprensión sobre su

10 Acaso hay también fanfarrones con un punto de histerismo, que mis-tifican su apariencia para hacerse los interesantes. Pero este no es elcaso típico aquí, ya que, en primer lugar, está más influido por la his-teria del interlocutor que por el impacto de quien desea imponerse y,en segundo término, porque los interlocutores creen solo a medias loque aquellos aparentan ante los demás. Tampoco aquí se da unamentira consciente y astuta.

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importancia inmanente, así como un clarointerés por los mismos. El otro produce enmí impresión y se configura como superiora mí por ser portador de cualidades que seme representan como ser más y valer más,algo que a su vez yo no poseo y quisieraposeer.Y el otro me produce impresión por-que me hace sentir inseguro, o sea, porqueyo no puedo sentirme superior a él. En lamedida en que auténticos valores extramora-les, como la valentía, la energía, aptitudes detodo tipo o erudición, puedan obrar en esesentido, no lo hacen como tales valores, demodo análogo a como admiramos a unhombre valeroso o enérgico, o como apre-ciamos a un sabio o a un talento musical.Aún más, tienen únicamente la función deinterpelar a su portador, obligándole a aban-donar sus sentimientos de seguridad y desuperioridad vacía y artificial, quebrando asísu apariencia desde su profunda inseguridadinterior. Esto se confirma si observamos queel otro solamente “impone” con las cualida-des ya citadas, en tanto que su interlocutorno las posea por sí mismo. Mientras que elhombre verdaderamente prestigioso, el justo,el puro, el humilde y el bondadoso, admirana otros que igualmente son justos, humildesy bondadosos, el otro únicamente haceimpresión sobre el individuo de la tipologíaque estamos tratando, en cuanto que aparececomo superior a él, y si ve en él cualidadesque él mismo no tiene ni comprende exac-tamente. Y mientras que un individuo conuna actitud básica de respuesta a los valoresadmira al individuo noble, puro y bondado-so, tanto más cuanto conoce las virtudes quepercibe en el otro, el individuo que ahoranos ocupa pensará que intuye la superiori-dad del otro, y se arrimará a él en cuanto creareconocerle. Respecto de la aureola que

confiere esa superioridad al que impone, escondición previa el “no conocer” y el “nocomprender” sus ventajas, ya que sobre estetipo presumido y carente de cualquier senti-do del respeto profundo, que conoce única-mente dos modos de ser -el sentirse superior o

inseguro respecto del otro-, la impresión solo seproduce cuando él mismo cree no conocer-se. El mundo obra sobre él de forma parecidaa como lo haría sobre nosotros un prestidigi-tador, cuya capacidad solo nos desconciertaen cuanto no percibimos lo que hace. Yapodemos ver qué es lo que hace imponersea alguien y por qué observamos que la rela-ción entre aquel al que se impone y el quele impone está alejada de la veneración o lasubordinación del “siervo fiel”, pues no setrata de valores como tales que “se imponen”a otros, como, mutatis mutandis, en el caso delos merecedores de respeto, sino de cualida-des que le confieren la aureola del “estar porencima”, de la independencia, etc., a pesar delo cual esas mismas cualidades no serán ple-namente comprendidas en su esencia y en sufundamentación por el que se deja imponer.Cuanto mayor interés despierten en estosindividuos -en la medida en que tales cuali-dades puedan surtir efectos observables-,tanto peor serán entendidos esos valorescomo meras “funciones” de la persona en lacual se manifiesta su superioridad. Por ello,los valores morales deben tomarse en consi-deración, ya que se da en ellos la posibilidadde esta nueva interpretación, y cuantomenos posible sea para esa nueva interpreta-ción “cuantitativa” de la virtud, aún menosposible será el considerarla como un “impo-ner”. Cabe anteponer, así, el autodominio ala justicia, la moderación a la paciencia y laconstancia a la pureza.Tal reorganización delsentido axiológico en función de la persona,

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esa “concepción” en categorías “cuantitati-vas”, es, sin embargo, más difícil cuanto máselevada y central sea la virtud. De ahí que,por principio, fracase este intento en el casode la humildad, la santa obediencia, la vene-ración y el amor puro, que ni siquiera sedetiene ante el enemigo.

Si nos preguntamos por la peculiaridad dela relación existente entre la persona deltipo que estudiamos y el que impone,hemos de distinguir varios casos. A veces,alguien encuentra a un “presuntuoso” queno posee en modo alguno las cualidadesque parecen adornarle, de las cuales quisie-ra apropiarse y cuya irrupción huele másbien a simplicidad, encogimiento y a blan-da relajación, pero cuyo carácter no por ellopermite que fracasen todas las tentativas deimposición, sino que difunde en torno a éluna atmósfera de auténtica grandeza y vera-cidad, que puede privar al presuntuoso detoda seguridad. Él no puede sostener antelos demás su postura de superioridad artifi-cial; habrá puesto en jaque sus certezas vita-les, por su contradictoria existencia y por suincomprensible autopercepción. El otro leimpresiona también por una seguridadsuperior respecto a él, pero se trata de unaseguridad que reside totalmente fuera de él,con la que intenta reforzar su conciencia deser más y su independencia. El modo comose comporta con el otro ilumina lo típicodel caso. No alcanza a ver en el otro, no soloesa seguridad existencial -siente demasiadacontradicción en su interior, y no puedeubicar en dicha seguridad la auténtica supe-rioridad a la que aspira-, sino que deseadesplazar la influencia del otro, la que ame-naza su fundamento existencial, y conseguirnuevamente sentirse “por encima” del otro.

No está inseguro porque el otro parezcasuperior, al poseer unos méritos que el pre-suntuoso desearía tener y no tiene, y cuyascausas en particular no comprende bien,sino que le desquicia estar ante un mundoque le es completamente ajeno. Este casono puede categorizarse como una forma dedependencia del que “impone”. Probable-mente representa una situación típica en laque el presumido cae, pero no aquella en laque el otro se le impone, pues no es influi-do ni orientado por él. De aquí tampocopuede deducirse objeción alguna contranuestra afirmación de que los valores nuncase imponen, aunque en este caso el presun-tuoso se paralice en su “entrada en escena”por una irradiación real de plenitud devalores, puesto que la impresión que severifica aquí representa algo completamen-te distinto del imponer, según el sentidoriguroso del término.

Por el contrario, algo totalmente distintoocurre cuando el interlocutor irradia un sersuperior, una seguridad y una independen-cia, un “estar por encima” que está nimbadopor una aureola cuya posesión por aquelencaja con la forma de pensar y las aspira-ciones de nuestro tipo. Luego este no seráobligado a callar, ni será expulsado violenta-mente de su sólida posición fundamentada,sino que será impresionado por el sentido deesas cualidades, e inducido por ellas. Seencuentra con algo que precisamente deseaposeer, según lo entiende, aunque no se hagacargo en plenitud de todo lo que implica“ser así”.

Esta persona, cuando se encuentra frente aotras que “le imponen”, en el sentido propiode la palabra, desea participar de su “superio-

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ridad” en una doble manera: en primerlugar, en la medida en que mantiene ciertaunidad con ellas, va atribuyéndose esa mismasuperioridad, y en segundo lugar, trata deasemejarse a ellas para poseer él mismo su“ser más”. Intimará con estas personas para,gracias a su vinculación con ellas, quedar porencima de “los otros” e imponerse a estos.Representa un ejemplo típico de esto elmuchacho que intima con jóvenes adultos,con objeto de vincularse a ellos como“hombre joven”, independiente, que se sien-te encumbrado por encima de sus colegas yque intenta así imponerse a ellos. Al mismotiempo, trata de imitar a los mayores paraapropiarse de su superioridad. Naturalmente,no reconoce que ellos le impresionen y quese sienta inseguro ante ellos, sino que irrum-pe igualmente entre ellos con el gesto dequien no se desconcierta por nada, de quien“lo sabe todo desde hace tiempo”, etc.11.

La postura respecto al que se impone, noobstante, experimenta una alteración espe-cial si este rechaza el intento de aproxima-ción de la otra persona. El intento de alzarsesobre el otro y de imponerse a él, junto a latendencia a imitar su superioridad, se verifi-ca al fracasar la posibilidad de participar endicha superioridad en la forma de que uno“cuenta algo” para sí mismo o para otro. Estematiz es importante para el problema quetratamos, ya que en él se manifiesta hasta quépunto el presuntuoso carece de cualquierinterés real por el que impone, de lo cualpasaremos a ocuparnos ahora.

Por lo que hace al análisis de la relación delpresuntuoso con el que impone, debe consi-derarse solo el auténtico “imponer”, ya setrate de la primera forma que se ha mencio-nado, o de la modificación especial. En cam-bio, la “débil” impresión antes mencionada,ejercida por el individuo seguro de sí mismoy lleno de cualidades, sobre el presuntuoso,no puede aplicarse al caso que nos ocupa,pues aquí no se trata de una auténticadependencia. Únicamente tiene lugar unamodificación en el comportamiento dealguien por el influjo del otro; en el auténti-co imponer, el presuntuoso llega a versepreso de una singular esclavitud.

Si volvemos ahora a ocuparnos del tipo derelación en la que el presuntuoso se encuen-tra respecto al que impone, inmediatamentevemos que aquí no se verifica subordinaciónalguna. El presuntuoso, que es incapaz decualquier respuesta de valor, que experimen-ta tal respuesta más bien a causa de su subor-dinación implícita como una quiebra de susuperioridad, se manifiesta como el menoscapaz de llegar a una sumisión desnuda yevidente. Desea ser superior, que en modoalguno le saquen de la postura de “estar porencima”, que es por cierto el rasgo funda-mental del individuo cuya tipología estamosconsiderando. La veneración, el alzar la vistahacia el otro con respeto y temor, el ser cap-tado por una emoción auténtica, el sentirsemás pequeño que el otro, el obedecer: todoello le resulta de lo más odioso. Eso signifi-caría un rebajarse a sí mismo. Sin embargo, laaureola de fortaleza, de independencia, segu-ridad y superioridad que envuelve al otro,que “puede” y “sabe” mucho más de lo queél puede saber, así como el hecho de que elotro se atreve a mucho más de lo que él se

11 De ahí que en la conducta del presuntuoso aparezca un contraste conla de la persona profundamente soberbia, que huye de la comunidadhacia un resentido aislamiento: una atracción por lo corporativo, locual está naturalmente en relación con el peculiar papel que desem-peña la imagen social para este tipo.

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atreve, todo esto le lleva a una dependenciaefectiva del otro. Le imita para participar dedicha superioridad, con el miedo de hacer elridículo si no consigue ser como el otro. Portanto, cuanto mayor sea la dependencia obje-tiva, menos real será la subordinación, ya queen primer término nuestro tipo solo conci-be la superioridad como una ventaja cuanti-tativa, que querría suprimir lo antes posible.Su objetivo es superar, mediante la imitación,la inseguridad en la que el otro le sustituye,para poderse sentir en lo posible superior alotro. Acogerá con la mayor satisfacción cual-quier posibilidad de sentirse superior. Ensegundo término, jamás confiesa esta supe-rioridad, sino que desea suscitar la aparienciade que nada le puede impresionar. En todocaso, reconoce: “Ese hombre me imponerealmente”, pero lo que busca entonces conese modo de expresarse es conjurar cual-quier apariencia de veneración, con objetode afianzarse en su postura de una formacompletamente segura y firme12.

Por último, le falta la entrega al otro, que sehalla incluida en la subordinación auténtica.Permanece por completo ensimismado, y enmodo alguno entra en el otro; no se interesarealmente por él. No necesita tener simpatíapor él y, desde luego, es incapaz de profesaramor auténtico. El otro le atrae exclusiva-mente porque quisiera adivinar en él lo quele hace sobresaliente y superior, lo que almismo tiempo le desconcierta y le produceinseguridad; en concreto, porque le gustaríaarrebatarle su aureola. Se trata, pues, de unindividuo para quien solo cabe una forma de

dependencia, la que alguien le impone y queél también quisiera imponer a otros. Dejarse

imponer y desear imponer se hallan necesariamen-

te conectados. De todos modos, no existe aquíauténtica subordinación; esta forma dedependencia es completamente distinta de laque se da en el sugestionable, ya que aquí ladependencia está en todo caso basada en cua-lidades que abarcan al otro. En la medida enque la aureola del soberano, del independien-te, etc., debidamente percibida atraiga al pre-suntuoso, y a la vez le haga inseguro, en ellofundará esa dependencia emuladora. Ladependencia no viene constituida por uninflujo pura y objetivamente eficaz y dinámi-co, que rodea el centro inteligente de la per-sona, sino que aquella viene motivada por lapercepción que de la cualidad ajena hace lapersona. Puede que dicha cualidad -cuyaconstitución supone un no comprender susfundamentos- solamente sea una aureola;puede incluso que sea difícil justificar dichadependencia, pero en todo caso siempre exis-te una relación de motivación. La dependen-cia está basada en una cualidad perceptible.Por ello, esta forma de dependencia se distin-gue fundamentalmente de la sugestión. Estase halla fuera del campo de la motivacióninteligente, y la anterior dentro del mismo.

También es completamente distinta según elresultado de la influencia producida, puesmientras en el sugestionable la persona diná-mica superior “produce” directamenteimpresiones de bienes, y por medio de ellos,actitudes motivadas, en este otro caso elinflujo es indirecto y penetra menos en laconstitución de la persona. De manera indi-recta, pues el que se impone no producedeterminadas impresiones de bienes en mí através de vías dinámicas, sino que su supe-

12 La expresión "imponer" procede justamente de esta actitud. En ellareside la acepción cuantitativa del impresionar, el intento de manifes-tar la sólida posición en la que se pretende permanecer pese a estarimpresionado.

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rioridad atribuye el carácter de lo “noble” e“importante” a todo lo que él elogia y apre-cia, por lo que uno debe interesarse, pues delo contrario quedaría “en ridículo”. Quienpermite que se le impongan, cede en su pro-pia opinión tan pronto como el que seimpone expresa otra distinta, y lo hace desdelo profundo de su inseguridad interior. Dejatodo de repente en la estacada, aquello queteme, una inclinación que pueda “degradar-le”, y de este modo, lo que desaprueba el quese impone se convierte en despreciable y“desdeñable”. Ciertamente, a este típico“traidor” le falta no solo la comprensión delos valores, sino también aquella por la que éles superior, según el sentido de su intención,y por la cual lo que le impresionaba antesdesaparece por completo tan pronto comoun individuo que le impone respeto le tratacomo “inferior”. Él no se comporta como el“siervo fiel”13 o como el humilde inseguro,que apenas cree ya en su impresión y sinembargo se mantiene en pie. Por el contra-rio, el antes admirado cae de su pedestal, sedesmorona tan pronto como el que se impo-ne lo mira después con desprecio. No obs-tante, esa influencia está fundada, a pesar desu inmediatez, en una cualidad presente en elotro. El hecho de que el superior mire condesdén una cosa le hace inseguro de suimpresión, y confiere a dicha cosa el carácterde lo inferior. La impresión de inferioridadqueda, así, adscrita a la cosa, en todo casocomo algo rechazado por alguien que “seimpone”, sin que tal motivo tenga que serreconocido ante la conciencia propia o ajena.No puede hablarse aquí de la producción

dinámica de la impresión en mí a través deotro, como en el caso de la sugestión. Lanueva impresión de la que hablamos tienelugar siempre de un modo que no esquiva elcentro de sentido de la persona, si bien apa-rece sin justificación alguna. La inmediatezdel influjo, por otro lado, explica que estetipo carece absolutamente de impresionessólidas y fundadas para poder elevar real-mente su prestigio, ya que no solo está ciegopara los valores, sino que también se muestrainseguro al calificar lo que le ha sucedido. Deahí que las cosas que le interesan se encuen-tren ante él envueltas en una aureola difusa yno fundamentada sólidamente, como lo queforma parte de la realidad superior por laque se interesa, una aureola que, sin más,puede desmoronarse, ya que no posee funda-mentos reales y claros. Pero en el caso dequien se impone, el resultado del influjo escompletamente diferente de la sugestión,aun en otro sentido, puesto que mientras queen el sugestionable la actitud no resulta nor-malmente motivada por la impresión “pro-ducida”, sino que las actitudes afectadas porla impresión son producidas por el otro deforma dinámica, en este otro caso, la impre-sión motiva realmente una actitud de ayudainteresada. De cualquier forma, en este tipose acusa la ausencia de actitudes como elentusiasmo, la veneración, la auténtica admi-ración, la pura alegría, etc., pero no porque lefalte una motivación verdadera, sino a causade su soberbia postura fundamentalista, queexcluye cualquier respuesta de valor. Porello, la motivación del interés no se debe a lacualidad de la cosa misma, sino al hecho deque tal tipo de individuo se interesa por ellaen tanto le parece representar una elevaciónde su propia persona.13 Para el "siervo fiel", todo reviste ciertamente una nueva categoría, en

cuanto apreciado o despreciado por su señor. Pero la nueva impre-sión transferida a las cosas no convierte en "ilegítima" la anterior, demanera que se quedara en nada.

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Un papel especial desempeña en esta formade tendencia la mimetización de las opinio-nes de quien se impone, incluidos su portefísico, su tono de voz, su forma de hablar, sumodo de andar, etc. El dependiente asume laforma expresiva, la marcha, el tono de voz, la“irrupción” de quien le impone, porquedesea apropiarse la seguridad y la naturalidaddel otro; ante todo, porque con ello desearíaimponerse a otros. Basta ver la “jerga” usadapor quien desea imponerse14.

También el sugestionable adopta el tono devoz y las maneras del otro en ciertas circuns-tancias. Pero mientras que en nuestro casoesa forma de hacer suyo se halla específica-mente en primer plano y configura el domi-nio más primitivo, sin embargo puede faltaren el caso del sugestionable y no representapara este una esfera principal de influencia15.Además, en este caso la apropiación de unapostura ajena representa una “imitación”, yen el sugestionable, por el contrario, un mero“reflejo”. Él no desea en modo alguno poseeresa semejanza, y no se siente bien con elhabitus asumido, sino que sucumbe sencilla-mente a la forma de ser del otro. En cambio,en el caso que estamos discutiendo ahora, seadopta la manera del otro porque se deseaapropiar la superioridad del otro, aunque no

de un modo expresamente consciente, y severifica un sentirse bien en esa situación,pues se afianza una propia conciencia indivi-dual que estaba empobrecida.

Los supuestos por los que una persona sehace dependiente de otra son completamen-te distintos en el sugestionable y en el que sedeja imponer: en el sugestionable se da unadebilidad personal constitutiva, que encierrauna caída anómala de la motivación, siendomuy semejante a una patología, mientras queen el que se deja imponer se da un enfoquefundamentalmente de orgullo, de un tipoespecial que podríamos calificar como pre-sunción, unido a una inmadurez y superfi-cialidad claramente inferiores. En conse-cuencia, el sugestionable será dependiente acausa del puro influjo objetivo que despiertaen él la superioridad dinámica del otro, pero,en nuestro caso, la dependencia de quien sedeja imponer lo será a causa de la seguridady dominio que él cree “descubrir” en el otro.

Brevemente podemos resumir lo que caracte-riza la forma de dependencia. El tipo que estáexpuesto de modo específico a la influenciadel “imponer”, se distingue por una orienta-ción fundamentalmente orgullosa y específi-camente superficial e inmadura, a diferenciadel sugestionable, que saca de su interiordeterminadas impresiones que motivan susactitudes, pero percibiendo solo una determi-nada categoría de cualidades que constituyenla superioridad y que se perciben solo en suaspecto exterior y periférico. Está ciego paralos valores. Asimismo, su impresión de quealgo forma parte del “ser destacado” o de la“superioridad” tiene una base movediza y frá-gil, ya que no se funda en realidad en las cua-lidades comprensibles de las cosas. Su entrega

14 Efectivamente, hay toda una "jerga" en la que la orientación de estetipo ha quedado deprimida. Expresiones como "colosal" y "elegante","irreprochable" y "valiente" son alabanzas nacidas de esa orienta-ción. Las organizaciones más serias de la "empresa" hablan de loshombres imponentes designándolos como "tipos nítidos"; asevera-ciones como "yo no me dejo tocar las pestañas" pertenecen a esajerga, y ante todo, la propia expresión "imponer", especialmente en laforma "esto se impone fuertemente".

15 El hecho de que precisamente esta esfera del imponer desempeñe unpapel tan central, va unido a la peculiaridad material del caso. En con-traste con el profundo orgullo del satánico, que ambiciona el poderhasta el final, la vanidad del mero impresionar, como decíamos, tieneuna función esencial, y condiciona aquí la inferioridad consistente enque el otro busque en los hábitos ajenos los apoyos principales parasu petulante autoconciencia. También aquí se deja ver la "imitación"más superficial.

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propia, aunque anómala, estará ciertamentemotivada en la medida en que él se interesepor algo, y solo como consecuencia de suspropias expectativas. Solo se interesa por loque le sirve para “ser más”.La dependencia asíconstituida modifica ante todo las impresio-nes, su conducta exterior y su modo de con-ducirse en público. Las opiniones que leimponen poseen una influencia fuerte einmediata sobre sus propias impresiones, debase poco sólida, mientras a través de la opi-nión del otro cada cosa puede perder suaureola o recibir otra; pero siempre, en estecaso, la influencia es indirecta, al contrario queen el caso de la sugestión: un centro de senti-do consciente, que se rodea en virtud de unaorientación objetivo-dinámica.

Una dependencia igualmente especial laencontramos en aquellas actitudes que se danno motivadas por un objeto, sino que se sus-tancian solo con la imitación, porque el indi-viduo se muestra sumiso finalmente al hom-bre independiente que está por encima, y seconsidera como “noble” y distinguido el tipode postura correspondiente, como una mane-ra “adulta” de desenvolverse: el que está enesta situación hará lo que el otro le impone,hace o deja de hacer lo que este hace o dejade hacer, y ello, la mayoría de las veces, secun-dándole de una manera puramente exterior:copia las formas de expresión, los gestos, eltono de voz y su modo de conducirse enpúblico, ya que construye de eso mismo suconciencia de superioridad y de seguridad.

La relación con el que se impone la caracte-rizábamos bajo los siguientes aspectos:

En primer lugar, no se trata de un valorobjetivo en el otro, el que le hace de “sujeto

de imposición”, sino la apariencia del quedomina, de quien “puede mucho”, de quien“todo lo consigue”, de quien “no se dejaimpresionar por nada”, o “no se amedrentaante nada”, pero sobre todo de quien no seinclina ante nadie ni reconoce autoridadalguna. Los valores objetivos que adornan alque impone y que contribuyen a la impre-sión correspondiente quedan, sin embargo,incomprendidos, y modificado su sentido enmuchas de las actuaciones.

En segundo término, no existe aquí subordi-nación alguna. El tipo referido no reconoceante sí mismo, ni ante los demás, la superio-ridad del otro; tampoco posee un interés realpor el otro, ya que la aureola del “ser más” levincula al otro solo en cuanto alcanza a verlao cuando quiere transferir a su persona el“pertenecer al otro”. Está en todo momentodispuesto a abandonar al otro, cuando consi-dera que este no contribuirá a su propioencumbramiento.

En esta entrega falta, ante todo, una subordi-nación expresa, tanto más cuanto que para esteindividuo el humillarse, y sobre todo la subor-dinación interior reverente, representa la bofe-tada más grande. Por el contrario, su misiónsería mantener una postura vital edificadasobre la arrogancia. De otra parte, existe eneste caso una dependencia “motivada”, a dife-rencia de lo que pasa con el sugestionable,porque se dan determinadas cualidades inclui-das en el otro, que ocasionan esa imitación ysuspenden las opiniones del afectado por lainfluencia del otro, sin darse una influenciapuramente objetiva, eficaz y dinámica.

Finalmente, hay que desdoblar aún un fenó-meno emparentado con la forma de la

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dependencia tratada. Nos referimos al tipode los campesinos que llegan a la ciudad yque sienten que sus vecinos les imponen. Seasombran y quedan boquiabiertos; les des-concierta todo lo que saben y cómo sabencomportarse. No raramente el motivo pro-viene de simples chistes y anécdotas. Ellabrador será explotado y atrapado en cuan-to alguien se le “impone”. Por cierto queesto no está completamente injustificado, sise emplea ese término, existiendo una situa-ción, por principio, distinta de la forma pro-pia del imponer.

Análogas son las cualidades que la impresiónhace en el individuo concernido en estecaso: seguridad, destreza, saber de todo,riqueza, elegancia, posición social, noblezade origen, poder, etc. Común es el elementocuantitativo por el que la impresión se pro-duce; comunes son, también, la ausencia decualidades en aquel sobre quien producen laimpresión. Común es que la impresión llevaaparejado el signo del “desconcierto”, lo quehace inseguro al otro. Sin embargo, se abrepaso una profunda diferencia según el tipode inseguridad que se produce. El campesi-no se queda perplejo y se siente desampara-do frente a la seguridad refinada. Pero lo quele atrapa no es una inseguridad, que pareceestar latente en todo momento y que soloparece poder superarse mediante un toquede seguridad artificial, sino que aquí aparecede la misma manera como aparece en el casodel imponer auténtico.Y su inseguridad noproviene del hecho de que ya no puede darostensiblemente la sensación de superiori-dad, sino de que, de manera ingenua, se sien-te empequeñecido ante la superioridad delotro. También confesará tranquilamente su“inferioridad”.

Pero, ante todo, las cualidades que hacen alotro tan impresionante tienen una funcióncompletamente distinta. Representan autén-ticos valores para una postura ingenua, comopara el niño el cuento del príncipe y la prin-cesa, que viajan en una carroza dorada y queson inmensamente ricos, o el hombre que estan fuerte que él solo puede derrotar unejército, etc., los cuales están rodeados delresplandor de los auténticos valores, porqueesas cualidades son concebidas como expre-sión natural de una abundancia de valores, ylo mismo sucede en nuestro caso. Los segu-ros, los ricos, los elegantes, etc., aparecen anteeste individuo como “personas prominen-tes”. Le impresionan no porque esas cualida-des destacadas realcen el dominio al lisonjearla petulancia, sino porque le transmiten laimpresión de una auténtica superioridad devalores. Lo reconocemos así, sobre todo, por-que la reflexión sobre la propia persona estácompletamente ausente en este tipo inge-nuo; no porque un individuo de esta tipolo-gía sea un soberbio en su orientación básica,de modo que el mundo tuviera para él inte-rés solamente como adorno personal, ni por-que esa sea su orientación primaria hacia losdemás, de modo que pudiera apropiarse dealguna manera la superioridad del otro, esdecir, participar de ella misma. Ante todo, elestupefacto campesino no tiene la posturageneral de querer imponer nada. En relacióncon este tipo, aquel otro posee una disposi-ción global totalmente distinta. El labradorqueda mucho más impresionado por la pre-sunta “grandeza” del individuo superior, y leadmira honradamente. Existe siempre, ade-más, una respuesta de valor, aunque sea muyprimitiva y rudimentaria, al imitar a los bur-gueses y al comportarse como ellos, pues asícorresponde hacerlo, etc., en el caso de que

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se esmere por hacerlo si las circunstancias lopermiten. En lugar de la inmadurez inferiory tonta, tenemos aquí una inmadurez inge-nua y un gran primitivismo. El defecto resi-de en que la respuesta se realiza solo enforma “cuantitativa”, faltando una relaciónclara respecto a los valores auténticos, queconstituyen la regla para poder protegersedel abandono o del desamparo. El supuestode esa dependencia se compone de un cier-to primitivismo y de una inconsciencia encuanto a la orientación sobre el mundo y losvalores, que implica en el afectado no poderdistinguir lo “auténtico” de lo “inauténtico”,dejándose así atrapar por lo externo.

Estamos ante el caso de una dependenciamás bien ilegítima, pero, desde luego, de sen-tido diverso al del “dejarse imponer”, ya quea esta dependencia le sirve siempre formal-

mente de base una respuesta de valor, aun-que se trate de una respuesta muy opaca, confundamento poco claro, mientras el fenóme-no de lo real y objetivamente valioso no sehaya concretado todavía de una manera claraentre todo lo demás.

Se podría originar otra confusión, consisten-te en que las mismas cualidades que permi-ten imponer pueden hacer que la impresiónse produzca de otra manera completamentedistinta. La “seguridad”, la “autonomía”, el“poderlo todo y comprenderlo todo”, el “noser desconcertado ni impresionado pornada”, pueden fundar una entrega ilusoria,en lugar de “imponer”. Entonces se producealgo completamente nuevo: en este caso, elafectado se sentirá “fascinado” por la otrapersona.