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Entre tradición y sub-versión
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1
Entre tradición y sub-versión
Between sub-version and tradition
M. CAROLINA PAVEZ
Artista visual
_____________________________________________________________________________________resumen
Este ensayo revisa algunos aspectos que han cercado el territorio de las artes visuales en
Chile: la referencia a modelos externos o locales recurrentes, los vicios provocados por la
competencia de validación del artista, el abuso del discurso teórico, son algunos de los
problemas planteados. La finalidad de estas reflexiones busca abrir caminos de debate que
nos permitan replantearnos las formas de producción establecidas.
PALABRAS CLAVES: referencia, academismo, validación y discurso.
abstract______________________________________________________________________________________
This paper reviews some aspects that have surrounded the chilean visual arts area. The
constant reference to external models as well as locals, bad habits that emerged from struggle
for validation among artists, the abuse of theoretical discourses, etc. are some of the topics.
This work opens new ways of discussion that allow us to rethink the established forms of
chilean art production
KEY WORDS: Reference, “academism”, validation, discourse.
2
Lo que propongo…
No es un templo ni un castillo fuerte; es un espacio
abierto, una plaza pública y un camino: una discusión y un
método: Un camino en continuo hacerse y deshacerse, un
método cuyo único principio es examinar a todos los
principios.
Octavio Paz
1
Haciendo una revisión general de las capas que conforman el territorio de las artes
visuales chilenas, no podemos negar la importancia que han tenido nuestras “vanguardias
criollas” en la apertura de nuevos caminos en la producción artística. Juan Francisco
González, la Generación del 13, el Grupo Montparnasse, el Grupo Forma y Espacio, Grupo
Signo, la Escena de Avanzada y muchos otros, fueron gestando paulatinamente un cambio
de paradigma sobre la concepción del arte y su función en nuestra sociedad. Mas, del
mismo modo, en este reconocimiento no podemos obviar que los modelos propuestos por
estos próceres nacieron, principalmente, de matrices importadas y que, en muchos casos, se
instalaron en nuestra elite artística cuando ya en Europa y EEUU estaban obsoletas o en
crisis. Nuestra estructura artística se fue conformando a parir de dos ejes: apertura y
referencia.
Pero es cierto, no hay que proporcionarle tanto peso al ámbito artístico, ya que no es
ningún misterio que nuestra independencia en lo cultural ha estado siempre entre
paréntesis. La observancia de los referentes externos es una realidad que no superamos,
menos aun en estos tiempos de globalización y su consecuente transculturación. Ahora, no
deseo desconocer el mestizaje propio de nuestra cultura, ni tampoco renegar del valor y el
aporte del “otro” -referente externo: con frecuencia Europa y EEUU-, sino que poner
atención a lo que conlleva el hecho de estar constantemente en posición de reverencia.
Siendo tristemente innegable, respecto a la identidad latinoamericana Miguel Rojas Mix
destaca que hemos sido marcados por un colonialismo cultural: toda reflexión ha estado
mediatizada por modelos ajenos. “Debemos servirnos de, pero no servir a. Discurrir por
cuenta de otro es servir a, porque amplificamos el valor de su cultura e intensificamos
nuestras dependencias” (1991: 384). Peor aun, esta situación no sólo amenaza la facultad
de cimentación cultural, sino que además afecta nuestra propia percepción: mientras
engrandecemos el valor de la cultura-otra, crece también nuestro complejo y estigma de
nación atrasada.
Volviendo a nuestros vanguardistas criollos, ya sea para bien o para mal, la
necesidad de “ponerse al día” fue urgente. Sobreponiéndose al complejo latente de ser
“provincianos”, junto con el entusiasmo creador propio del artista, nos encaminamos a
conocer lo que el viejo mundo occidental nos ofrecía: había que alcanzar a toda velocidad
la renombrada autonomía del arte, sus descontrucciones y los nuevos lenguajes. Cruces,
filiaciones, desencuentros e incomprensiones vivieron los pioneros grupos de artistas
chilenos que he citado.
Siguiendo estas ideas, podríamos preguntarnos ¿Cuántos códigos fueron
reconvertidos o lograron conjugarse en nuestro contexto?, ¿Cuántas alianzas fecundas
3
surgieron en el campo artístico local? o ¿Cuántas soluciones sólo representaron réplicas
débiles y perdidas en estas tierras lejanas? Pero, para no caer en la ingratitud de quien no
participó de esa proeza, hay que destacar que estos gestos fueron impulsados por un
genuino deseo de apertura, mejor aun, de ruptura academista. Este concepto lo
entenderemos ampliamente, de tal manera de definirlo como toda postura que exige la
renovación de aquellos patrones que han sido impuestos como verdades absolutas y que
impiden tener una visión crítica. En este sentido, todo academismo impedirá la
proliferación de cuestionamientos, de miradas diversas y de toda capacidad de elección
fuera de los marcos artísticos establecidos.
La ampliación de este concepto nos hará reconocer que el establecimiento de modelos
artísticos no necesariamente está relacionado con los patrones Academicistas -Clasicismo
del siglo XIX-, sino que con todo postulado hegemónico que nos diga como debe ser la
producción artística. Nuestras “vanguardias criollas” no estuvieron ajenas a este problema:
la tradición y la subversión conforman dos extremos de una misma vara, ya que son parte
constitutiva de la necesaria dialéctica que promueve el desarrollo.
Desde una perspectiva sintética (por no decir reduccionista), propongo una sinopsis
que grafique el impulso renovador que caracterizó a nuestras “vanguardias criollas”. Por
ejemplo, la promesa de un cambio temático y cromático de la pintura, propuesta por la
Generación del Trece, fue una acción subversiva en contra de los temas y modos
Academicistas, en pos de una mirada local. Ésta, a su vez, fue renovada por la irrupción de
una naciente autonomía del lenguaje pictórico por parte del Grupo Montparnasse. Estos
últimos, quienes no renunciaron a la referencialidad, fueron interpelados por la abstracción
geométrica -Grupo Rectángulo, Forma y Espacio-, quienes proclamaban un programa
ideológico-estético que apuntaba a la necesidad de una pintura anicónica, sin denotación
alguna. Asimismo, la postura antiemocionalista de éstos fue interrogada por el vigor
pictórico informalista –Grupo Signo-. No hay que olvidar que este campo de controversia
se localizó siempre dentro del territorio de la pintura en el cuadro. Es así como, la Escena
de Avanzada postuló su rechazo al cuadro y proclamó la necesidad de una
desestructuración de los códigos de la representación, junto con una renovación crítica del
arte chileno1.
Ya que este artículo no tiene por objetivo hacer una revisión crítica de la Historia de
nuestras vanguardias artísticas, la síntesis que planteo no busca más que atisbar el ritmo
oscilante que nos ha movilizado en la apertura de nuevos caminos de producción. Lo que
en principio fueron gestos liberadores, su labilidad hizo que luego se establecieran como
pronunciaciones academistas (en ocasiones, con un gran acento impositivo),
transformándose en una fórmula de creación, casi obligada a seguir. Esto, aunque parezca
paradójico decirlo, fue la base o la provocación necesaria para que se alzasen, en forma
reactiva, las nuevas propuestas de creación.
1 A este movimiento le sigue, como es de esperar, un retorno a la pintura. Por primera vez se sincronizan los
tiempos artísticos locales e internacionales: El retorno a la pintura en Europa, en especial en Italia con la
Transvanguardia, se encuentra en Chile abordada por un grupo de jóvenes que reactivan la práctica pictórica
alejada de los discursos teóricos de la Escena de Avanzada. Sin embargo, la ausencia total de ejes
programáticos, a los cuales nos habíamos acostumbrados, provocó que esta nueva proposición artística fuera
perdiendo terreno o relevancia: nos aferramos a los, a estas alturas, antiguos patrones de vanguardia: arte
conceptual, instalaciones y arte objetual
4
2
Ahora cabe preguntarse, ¿Que patrones hemos heredados de estas “vanguardias
criollas” y hasta qué punto se conservan como un academismo latente? La pregunta que se
desprende es: ¿Hoy en día, existe un ritmo oscilante entre tradición y subversión?
Claramente estas interrogantes no son gratuitas, ya que parto de la base de que el “ser
cuestionante” del artista está cómodamente dormido o al menos descansando en la
seguridad de la norma que nos indica cómo debe ser el arte de vanguardia de hoy.
Siguiendo el curso de estas ideas, recuerdo las palabras de Gerardo Mosquera quien,
desde su visión de outsider, como él mismo se reconoce, señala: “Acá los artistas no están
matando a La Avanzada [para] avanzar en otra dirección, (…) Acá prima una fuerte
presencia del texto, obras muy discursivas y, salvo algunas excepciones, son muy influidas
por el peso de lo académico en el arte contemporáneo" (2005: Diario El Mercurio).
De estas reflexiones podemos deducir que aún persiste la dependencia (y reverencia)
de los referentes “otros” (Europa, EEUU), quienes marcan la hegemonía de lo que se
reconoce e institucionaliza como arte contemporáneo. Pero, por sobre todo, es claro y
directo el juicio que supone el detenimiento del quehacer en un referente local recurrente:
la repetición implica desgaste y sobre todo inercia.
Si la Escena de Avanzada2 planteó el rechazo a los códigos de la representación como
un gesto trasgresor (en un contexto político en particular), no podemos reducir esta actitud
(reconocida en principio en toda nuestra “vanguardia criolla”) a una práctica estético-
ideológica en particular. Lo que hay que destacar y conservar de esta tradición es el “ser
cuestionante” en sí mismo. Si lo instauramos considerando su “forma” y no su acción
significante, en otras palabras, si lo adoptamos como una forma de producción establecida,
reiterada por los artistas y circuitos del arte, irremediablemente disolveremos su poder,
dejándolo reducido a una mera fórmula.
Si aún no logramos “avanzar en otra dirección”, aferrándonos a modelos ya
academizados, es hora de preguntarnos: ¿Será sólo responsabilidad de los curadores y
teóricos la construcción de la escena artística que prevalece en Chile? ¿Cuánta
complacencia, sumisión, cinismo y falta de crítica existe, de parte de nosotros los artistas,
en este asunto? A todas luces tengo que confesar que la propia inercia permite y facilita la
construcción de este territorio sistémico cuyas bases se sustentan en la perpetuación de
posturas artísticas de unos cuantos.
La sensación de ver en las exposiciones, una y otra vez, “más de lo mismo” no resulta
tan grave si consideramos que este terreno alberga un juego más penoso y oscuro: el
narcisismo y el incesto3. Los padres: curadores-teóricos, curadores-artistas y docentes-
artistas, en su ejercicio de selección y de transmisión de conocimiento, inconscientemente o
no, parecieran buscar la perpetuación de modelos, tendencias y posturas que los
representan…¿Buscarán en el hijo su propio reflejo? Estoy de acuerdo que en estos casos
pudiera estar presente la afinidad como punto de encuentro, sin embargo no hay que olvidar
2 Escena de Avanzada fue un término acuñado por la teórica Nelly Richard para designar a un conjunto de
artistas de variadas disciplinas que proponían una renovación crítica del arte chileno. En un contexto político
donde se impuso la censura y la persecución, la utilización de un lenguaje críptico fue una medida o una
consecuencia para evadir la opresión del régimen dictatorial. Las obras recogen modelos del arte conceptual
de los '60, principalmente, junto con performance y acciones de arte. Se destaca además una particular y
fructífera relación entre crítica y arte.
3 Mosquera se refiere al carácter jerárquico, autoritario y tradicional que nos define “donde el discípulo se
enorgullece del maestro, procura su respaldo, y hasta se enamora de él”. (Mosquera 2006: 17)
5
que el estímulo del libre pensamiento es un aspecto que no se puede dejar de lado a la hora
de la creación personal: hay que permitir y estimular el surgimiento de nuevas y, sobre
todo, variadas propuestas de creación. Recurro nuevamente a las palabras de Mosquera:
“Acá se ha debatido bastante sobre la influencia que tienen las escuelas en la
creación de arte contemporáneo. De hecho, el arte de la transición se podría ver
como un producto de dos condicionantes: la búsqueda de la legitimación de lo
académico en las obras y el financiamiento mediante el Fondart de éstas. ¿Hasta
qué punto podríamos hablar de un arte que tiene que "cumplir" con los
profesores y con los requisitos del fondo concursable?” (2005: Diario El
Mercurio)
La profesionalización del artista nos entrega un panorama que se apoya en la
aprobación y el reconocimiento de quienes se proclaman nuestros maestros de vanguardia:
“el hijo debe honrar al padre”. Los jóvenes artistas han optado por el “deber ser” que
impone el sistema del arte. Sin embargo, no todo es responsabilidad de éste; la
institucionalización del arte y sus prácticas educativas se asientan justamente como
consecuencia del acomodamiento del artista a un régimen ante el cual no se rebela,
cuestiona, reinventa o amplia. En este asunto el artista tiene gran responsabilidad.
Desde una posición condescendiente, se puede considerar que por muy grande que
sea la urgencia de un artista o de un alumno de arte de adjudicarse algún fondo
concursable, o inscribirse en la escena artística que tal o cual curador promueve, o “pasar el
ramo” de aquel profesor; el hecho de adoptar posturas que impidan, retracen o dificulten el
propio y particular desarrollo de su quehacer, no es sino un signo de debilidad. Incluso,
desde una posición más aguda, podríamos pensar que esta obediencia nada tiene de
sumisión inocente, ya que muchas veces esconde una elaborada estrategia que le permite al
artista garantizar su anhelada inserción en el circuito4. De cualquier forma, lo cierto es que
en este ejercicio su quehacer se ha extraviado en el deseo de validación.
Hoy en día, poco conocemos de nuevos pesadores-artistas que impulsen frescas,
provocadoras y estimulantes ideas. Tampoco vemos propuestas genuinas y arriesgadas que
excedan los estatutos del arte mal llamado “vanguardista”. El “ser cuestionante” del artista
está, francamente, dormido. La carrera por conseguir un lugar no hace otra cosa que
reproducir o reinterpretar valores que a estas alturas poco tienen de subversivos. Se repiten
insistentemente hasta el punto que se hacen molestos y hasta predecibles. Cuántas veces
hemos ido a exposiciones donde, luego de reconocer una basta gama de refritos del arte
conceptual, objetual, instalaciones de todo tipo, apropiaciones de imágenes y recursos
tecnológicos, junto con la tan nombrada “crítica a la representación” y los incesantes
desplazamientos de los lenguajes artísticos; nos decimos: “ya, y qué más? Estas matrices
son retomadas una y otra vez como si ellas representasen simbólica y mágicamente “lo
novedoso” o “lo interesante” en sí mismo.
4 En la relación arte-mercado también podemos observar un juego de vanidades y estrategias, aunque no
podemos desconocer que al menos en este vínculo la relación es honesta: no oculta su carácter contractual, al
fin y al cabo, negocios son negocios. La promoción de artistas, sus levantamientos, la adecuación de los
formatos y sistemas de producción de obra al standard comercial, la tasación implícita de la red social del
artista, en fin, son parte de las reglas del juego para nadie desconocidas.
6
Claramente, lo que se posterga o minimiza en las obras es el valor semántico de la
puesta en visible, a saber, su espesor, su sentido. Estas matrices son absorbidas sin que
exista la intención de comunicar una experiencia artística individual, sino que simplemente
se presentan como sistematización desemantizada.
No olvidemos que los artistas de hoy gozamos del privilegio de hacer nuestros los
frutos de la emancipación del arte. Ya no tenemos que responder a necesidades religiosas,
sociales o políticas que la sociedad imponía en otros tiempos. El arte incluso ha podido ser
autoreferente, tautológico. Estando abiertas todas las puertas de los lenguajes posibles:
performance, sitio específico, arte relacional, video arte, arte objetual, instalaciones
(además de los desplazamientos y nuevos soportes de la pintura, el grabado, el dibujo y la
escultura), junto con los cruces disciplinarios como arte-etnografía, arte-teatro, arte-
tecnología, arte-psicología, arte-música, arte-ciencia y más; ya es hora de poner paños
húmedos al excesivo valor que se le da a ciertos modelos y al obsesivo requerimiento de
inventar más y más lenguajes. En otras palabras, que la adopción y adscripción de matrices
específicas o la “novedad” y “originalidad” del lenguaje creado, no sea suficiente ni el
único mérito de las obras como para olvidar que el lenguaje cumple una función: transmitir.
Del mismo modo que no se puede pasar por alto la exigencia de someter a juicio la
profundidad y peso de lo que se transmite. Asimismo, tampoco hay que olvidar que la
facultad de la obra de arte radica, como señala Nicolas Bourriaud, en “producir el sentido
de la existencia humana, indicar trayectorias posibles, en el seno del caos de esta realidad”
(2006: 64).
Según esto último, se puede deducir que el conflicto que planteo no reside en los
modelos mismos, sino que en las suscritas (y segadas) modas que prevalecen, junto con el
empobrecimiento del contenido que la escena criolla propone. En relación a esto,
Bourriaud nos invita a “aprender a habitar el mundo, en lugar de construirlo según una idea
preconcebida de la revolución histórica” (2006:12).
La poca diversificación de las trayectorias posibles se puede deber a que en variadas
ocasiones la obra se expone como un simple señalamiento de un objeto de estudio: el artista
le confiere al lenguaje utilizado y/o al tema señalado la responsabilidad de la problemática
de obra. En consecuencia, el artista se desentiende o no participa en la construcción de un
trayecto de sentido: su postura es la no postura, se remite a indicar la realidad (o la ficción
de ésta) a través de modelos instaurados como “vanguardistas” 5
Es momento, entonces, de dejar de atribuirle a la “forma” del lenguaje la capacidad y
el efecto de trasgresión. Tal y como, no basta con señalar un problema reproduciendo el
orden existente, hay que develar las causas de sus manifestaciones desde una plataforma
crítica, en otras palabras, indicar trayectorias posibles.
5 Recordemos que Marcel Duchamp, quien inició el gesto indicativo en 1912 con su ready made “Rueda de
bicicleta y taburete”, fue testigo de cómo la arrogancia moderna y la sobrestimada valoración del artista de
vanguardia, habían limitado la reflexión a ciertos patrones estéticos. En 1912, cuando es rechazado su Nu
desendant léscalier del Salón de los independientes, se marca el definitivo quiebre con las estéticas impuestas
por sus pares.
7
3
El panorama de las estrategias estéticas adoptadas en nuestro país está
inevitablemente articulado (armado y blindado) desde el discurso teórico. Esta realidad se
asentó en los años 70 y 80, donde se gestó una particular y fructífera relación entre crítica y
arte. Sin embargo, siguiendo la corriente del destino de toda vanguardia, esta disposición
reflexiva pasó de ser un gesto emancipador a una instauración más de una tradición, es
decir, se estableció, como había dicho anteriormente, como un academismo. Entonces,
como es de suponer que sucede en esta situación, este saber oculta vicios y petulancias.
Recurro nuevamente a Mosquera:
“…es notable el peso de la discursividad textual en numerosos trabajos
artísticos [chilenos]. En casos extremos, la obra parece mera disculpa para el
texto, o aun para un texto implícito o posible. Todo esto pudiera resultar
interesante como apertura de una nueva y más entramada relación entre arte y
crítica, pero los frutos han sido con frecuencia engolados, pedantes y aburridos”
(2006: 17).
Instaurado y perpetuado este proceder eminentemente racionalista6 en el ámbito de la
creación, el quehacer del artista encontrará un terreno firme (asegurado) en tanto éste
proponga o le sea propuesto para su obra un texto erudito. Actualmente, el abuso de la
teoría en catálogos, proyectos, Memorias de obra, junto con la protagónica participación de
textos en las exposiciones o en la misma conformación de la obra, puede encontrar sus
bases en las (histéricas) ansias de validación y veneración de artistas y teóricos. En efecto,
como hecho determinado en la Modernidad, Octavio Paz: señala: “A la consagración de los
textos como escrituras santas sigue fatalmente la consagración de sus intérpretes y
ejecutores. Así se satisface la vieja necesidad humana de adorar y ser adorados” (1974:
152). El vicio de esta idolatración se debe, además del requerimiento de validación, al
hecho de que en muchas ocasiones se confunde la erudición con el intrincamiento, la
dificultad en la lectura o el hermetismo.
Del mismo modo, este aferramiento al texto me hace sospechar de una realidad que
muy bien grafica Debray: “Cuando menos significa la imagen tanto más se requiere del
lenguaje” (2002: 46.). ¿Será que le hemos conferido a la teoría la función de explicar lo que
la obra, a estas alturas, no es capaz de transmitir? Claramente, no me refiero al trabajo de
una traducción posible del lenguaje visual al verbal, o al trabajo crítico como análisis y
especulación de obra, tampoco al posible y enriquecedor vínculo entre ambos lenguajes
(imagen/palabra), sino que a la función protésica de la teoría como extensión artificial que
viene a reemplazar una carencia de la obra. En consecuencia, la hipotética debilidad de la
puesta en visible podría verse sustituida por una compensación -en este caso teórica-, ya
que de otra manera el trabajo, por sí mismo, se desplomaría.
Pareciera que algunos artistas visuales, paradójicamente, reniegan u olvidan el poder
de la visualidad, de la imagen. Ésta es capaz de develar ciertos aspectos de la realidad que
6 El apego o inclinación a la razón encuentran sus bases en nuestra conformación como República, siguiendo su
vínculo con el concepto de (supuesta) independencia: ésta está fundada en los principios intelectuales de la
Ilustración, transmitidos a todos los ámbitos de la cultura. Hasta el día de hoy, abogar por la razón es asegurar y
resguardar la libertad y el desarrollo; conceptos claves para posibilitar la huida de nuestra acomplejada
condición de “nación atrasada”.
8
no se pueden alcanzar de otro modo. Esta aproximación a la realidad nos permite conocer
aquello indefinido, intuitivo o imaginativo que, en ocasiones, la abstracción conceptual –
signos verbales- no logra asir. Según palabras de Mircea Eliade, las “imágenes, símbolos y
mitos no son creaciones irresponsables de la psique; responden a una necesidad y llenan
una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser” (1955: 12).
Con este planteamiento no pretendo negar que el lenguaje visual pueda, además,
exponer una coyuntura lingüística. Sin embargo, el potencial comunicador de la obra no
requiere, necesariamente, del apoyo del lenguaje verbal, sino que puede articularse
justamente a través de sus propios enunciados visuales. Existe una organización del
pensamiento al margen de la expresión inmediatamente lingüística; las formas no
lingüísticas son capaces de organizar significaciones que el lenguaje verbal no es,
necesariamente, capaz de transmitir (Fabbri, 2000). Es así como, a partir de signos no
lingüísticos, de configuraciones visuales, las obras articulan un pensamiento, es decir, un
pensar7 como so-pesar, por el cual el artista examina y organiza los recursos visuales en
virtud de una expresión reflexiva.
Ejemplo de esto, es darle importancia al análisis de las técnicas y materiales en
relación al contenido general y particular de cada obra; hecho relevante si se reconoce en
ellos la facultad de transmitir aspectos asociados a la problemática. Es que incluso en los
procedimientos de “construcción” de una obra se puede encontrar rasgos significativos, por
lo que reconocer y distinguir sus características, conlleva asimilar sus implicancias no sólo
procesuales o perceptuales, sino que también teóricas y de sentido. Esta instancia nos
conduce al territorio de la comprensión aplicada e interpretativa de la experiencia creativa.
***
Tengo la impresión que el territorio de las artes visuales en Chile se ha cercado
innecesariamente, en otras ocasiones incluso de ha cegado (ha negado lo visual). Esta
realidad aparece como una ironía frente a las múltiples posibilidades que ofrece el arte
actual. Es fundamental volver a recobrar el cuestionamiento, aun cuando sepamos que sus
efectos son transitorios y requieren ser constantemente actualizados. Es necesario estar
abiertos, sin prejuicios y predisposiciones, a todos los caminos posibles del lenguaje visual,
sometiendo a revisión los modelos y referentes instaurados. Del mismo modo, pongamos
cuidado en qué y cómo cavilamos, en cómo y qué transmitimos. Este llamado de atención,
más que una imposición pretende extender una invitación a ser críticos con respecto a los
requerimientos impuestos por la institucionalización del arte, a estar atentos al sentido y
profundidad de lo que transmitimos, asentimos o interrogamos. Asimismo, no olvidemos
que hay tantas verdades como individuos; ahí radica, en parte, la inagotable riqueza de
nuestra particular perspectiva de trabajo.
Dedicado a los amigos y maestros que han nutrido y
apoyado el camino escogido. Incluyo también a todos mis
alumnos que han estimulado y renovado las posibilidades
de reflexión.
7 Del lat pensāre, pesar, calcular, pensar.
9
Referencias
Bourriaud, Nicolás (2006). Estética relacional. Argentina, Córdova; Adriana Hidalgo.
Debray, Régis (2002). Vida y muerte de la imagen: historia de la mirada en Occidente.
Barcelona; Paidós.
Eliade, Mircea (1955). Imágenes y símbolos. 3ª ed. Madrid; Taurus,
Fabbri, Paolo (2000). El giro semiótico. Barcelona; Gedisa,
Galaz, Gaspar. IVELIC, Milán (1988). Chile, arte actual. Valparaíso, Chile; Ediciones
Universitarias de Valparaíso.
Mosquera, Gerardo (2006). Copiar el Edén. Santiago, Chile; Puro Chile.
Entrevista Diario El Mercurio, Artes y letras: "Copiando el Edén, arte
reciente chileno": La lista de Mosquera. 10 de Abril de 2005.
Paz, Octavio, (1974). Los hijos del Limo: del romanticismo a la vanguardia.
Barcelona; Seix Barral.
Rojas Mix, Miguel, (1991). Los cien nombres de América. : eso que descubrió Colón.
Barcelona; Lumen.
Subirats, Eduardo (1989). El final de las vanguardias. Barcelona; Anthropos.