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110 Revista Casa de las Américas No. 283 abril-junio/2016 p. 110 EL PRESIDENTE BARACK OBAMA EN LA HABANA L a visita oficial del presidente de los Estados Unidos a Cuba, del 20 al 22 de marzo pasado, constituye un acontecimiento de incuestionable relevancia. Se sitúa este viaje de toda la familia presidencial en un punto clave del proceso iniciado con las declaracio- nes simultáneas de Barack Obama y Raúl Castro el 17 de diciembre de 2014, el cual dio lugar al restablecimiento de relaciones diplo- máticas entre los dos países, y apunta a la liquidación del bloqueo económico, núcleo obligado de cualquier noción de normalidad que se procure. A la hora en que redactamos estas líneas ninguna de las trabas económicas ha sido levantada aún. Numerosos artículos de- dicados a la visita presidencial han visto la luz. Algunos previos a la visita, muchos más, y más relevantes por supuesto, con posterioridad a la misma. La revista Casa de las Américas, que no ha sido ajena al episodio político y a su repercusión nacional e internacional, quiere dejar constancia de ello en una selección de textos con valoraciones expuestas por intelectuales cubanos. Hemos tratado de escoger para tal propósito materiales breves, rigurosos, originales, con sentido de síntesis, entre los numerosos análisis realizados. Son todos posteriores a la visita, y en particular de los días más cercanos. Somos concien- tes de que hemos tenido que pasar por alto aquí muchos trabajos de calidad, toda la crítica periodística y los documentos oficiales. Y, en esta ocasión, también lo que ha sido publicado en el exterior, que merecería incorporarse en una compilación más extensa. Confiamos en que tal publicación será realizada oportunamente. La selección, a la cual damos paso de inmediato, contiene artículos de Agustín Lage Dávila, Rafael Hernández, Jesús Arboleya, Graziella Pogolotti y Juan Valdés Paz. c

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10EL PRESIDENTE BARACK OBAMA EN LA HABANA

La visita oficial del presidente de los Estados Unidos a Cuba, del 20 al 22 de marzo pasado, constituye un acontecimiento de incuestionable relevancia. Se sitúa este viaje de toda la familia

presidencial en un punto clave del proceso iniciado con las declaracio-nes simultáneas de Barack Obama y Raúl Castro el 17 de diciembre de 2014, el cual dio lugar al restablecimiento de relaciones diplo-máticas entre los dos países, y apunta a la liquidación del bloqueo económico, núcleo obligado de cualquier noción de normalidad que se procure. A la hora en que redactamos estas líneas ninguna de las trabas económicas ha sido levantada aún. Numerosos artículos de-dicados a la visita presidencial han visto la luz. Algunos previos a la visita, muchos más, y más relevantes por supuesto, con posterioridad a la misma. La revista Casa de las Américas, que no ha sido ajena al episodio político y a su repercusión nacional e internacional, quiere dejar constancia de ello en una selección de textos con valoraciones expuestas por intelectuales cubanos. Hemos tratado de escoger para tal propósito materiales breves, rigurosos, originales, con sentido de síntesis, entre los numerosos análisis realizados. Son todos posteriores a la visita, y en particular de los días más cercanos. Somos concien-tes de que hemos tenido que pasar por alto aquí muchos trabajos de calidad, toda la crítica periodística y los documentos oficiales. Y, en esta ocasión, también lo que ha sido publicado en el exterior, que merecería incorporarse en una compilación más extensa. Confiamos en que tal publicación será realizada oportunamente. La selección, a la cual damos paso de inmediato, contiene artículos de Agustín Lage Dávila, Rafael Hernández, Jesús Arboleya, Graziella Pogolotti y Juan Valdés Paz. c

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Tuve la oportunidad de participar en varios encuentros con la delegación que acompañó al presidente Obama y escucharlo en tres intervenciones; y siento ahora el deber

de compartir con mis compañeros lo que interpreté de lo que se dijo, y también de lo que no se dijo, pues en política lo que se deja de decir suele ser tan importante como lo que se dice.

Hay dos direcciones complementarias de pensamiento para in-terpretar esta visita y todo el proceso de intento de normalización de las relaciones: interpretar lo que significa para una valoración del pasado, e interpretar lo que significa para una proyección hacia el futuro.

De cara al pasado es evidente que el proceso de normaliza-ción recién iniciado en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos hay que interpretarlo como una victoria mayúscula del pueblo revolucionario y socialista cubano, de sus convicciones, de su capacidad de resistencia y sacrificio, de su cultura, de su compromiso ético con la justicia social; así como también como una victoria de la solidaridad con Cuba de la América Latina.

Hay cosas que nos resultan tan evidentes a los cubanos que a veces olvidamos subrayarlas.

• Se inició esta normalización en vida de la generación his-tórica que hizo la Revolución, y conducida por líderes de esa misma generación.

AGUSTÍN LAGE DÁVILA

Obama y la economía cubana: entender lo que no se dijo

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• Implicó un reconocimiento de la institucio-nalidad revolucionaria cubana, reconocimiento que no hubo hacia el Ejército Libertador en 1898, ni hacia el Ejército Rebelde en 1959 (sí lo hubo, sin embargo, hacia las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista).

• Incluyó un reconocimiento explícito de los logros de la Revolución, al menos en educación y salud (que fue lo que se mencionó).

• Incluyó un reconocimiento explícito a la ayuda solidaria de Cuba hacia otros pueblos del mundo, y su aporte a causas nobles tales como la salud mundial y la eliminación del apartheid en África.

• Incluyó una aceptación explícita de que las decisiones sobre los cambios y los modelos socioeconómicos en Cuba corresponden exclu-sivamente a los cubanos, que tenemos (hemos ganado) el derecho a organizar nuestra sociedad de manera diferente a como otros lo hacen.

• Implicó la declaración del abandono de la op-ción militar y subversiva, así como la intención de abandonar la coerción, como instrumentos de la política norteamericana hacia Cuba.

• Expresó el reconocimiento del fracaso de las políticas hostiles contra Cuba de las administra-ciones precedentes, lo que supone (aunque no fuese declarado así) el reconocimiento de resistencia conciente del pueblo cubano, ya que las políticas hostiles solamente fracasan ante las resistencias tenaces.

• Reconoció el sufrimiento que el bloqueo ha causado al pueblo cubano.

• No partió este proceso de concesiones cubanas en uno solo de nuestros principios. Tampoco en los reclamos de cese del bloqueo y devolución del territorio ilegalmente ocupado en Guantánamo.

• Incluyó el reconocimiento público de que los Estados Unidos estaban aislados en la América Latina y en el mundo por su política hacia Cuba.

No creo que haya nadie medianamente lúcido e informado en el mundo que pueda interpretar este proceso de normalización en curso como otra cosa que no sea una victoria de Cuba en su diferendo histórico con los Estados Unidos.

De cara al pasado es esa la única interpretación posible.

Ahora bien, de cara al futuro las cosas son más complejas, y hay al menos dos interpretaciones extremas posibles, y sus variantes intermedias:

• La hipótesis de la conspiración perversa.• La hipótesis de las concepciones divergentes

sobre la sociedad humana.En las calles de Cuba se discute hoy sobre

ambas. Alerto al lector en este punto que no voy a argumentar por ahora a favor o en contra de una de estas dos hipótesis, o de las combinaciones diversas de ambas. Los acontecimientos futuros se encargarán de hacerlo, y cada cual sacará «sus propias conclusiones» en este «pasaje a lo desconocido».

Quienes se adhieren a la hipótesis de la cons-piración perversa ven las palabras del presidente Obama como una falsa promesa o un sutil enga-ño que responde a un plan concebido para que abramos las puertas al capital norteamericano y a la influencia de sus medios de comunicación; para que permitamos la expansión en Cuba de un sector económicamente privilegiado, que con el tiempo se iría transformando en la base social de la restauración capitalista y el renunciamiento a la soberanía nacional. Serían los primeros pasos del camino de retorno hacia la Cuba de ricos y pobres, dictadores y mafiosos, que teníamos en los años cincuenta.

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Los cubanos que piensan así tienen derecho a hacerlo: hay muchos hechos en la historia común que justifican esa enorme desconfianza. Son conocidos y no necesito enumerarlos aquí.

Mucha gente recuerda la famosa frase atribuida al presidente Franklin D. Roosevelt cuando dijo del dictador nicaragüense Anastasio Somoza: «Tal vez Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».

Ciertamente ni el presidente Obama, ni las actuales generaciones de norteamericanos de buena voluntad (que hay muchos) tienen la culpa, como personas individuales, de las primeras eta-pas de esa trayectoria histórica. Pero también es innegable que esa historia está ahí, y que impone condicionamientos a lo que ellos pueden hacer, y a nuestra manera de interpretar lo que ellos hacen. Los procesos históricos son mucho más largos que una vida humana, y eventos ocurri-dos hace muchas décadas influyen en nuestras opciones de hoy, porque condicionan actitudes colectivas que tienen una existencia objetiva, relativamente independiente de las ideas y las intenciones de los líderes.

Aun distanciando al presidente Obama de las políticas agresivas e inmorales de administra-ciones precedentes, que organizaron invasiones, cobijaron terroristas, estimularon asesinatos de líderes cubanos e implementaron el intento de rendir por hambre al pueblo cubano; aun esta-bleciendo esa distinción, no se puede olvidar que Obama solo no es la clase política de los Estados Unidos. Hay muchos otros componentes del poder ahí, que siempre han estado presentes, lo están hoy, y lo estarán cuando termine el mandato de Obama dentro de algunos meses, y en el futuro previsible. Los estamos viendo en la campaña electoral en curso.

Para ser honesto con todo el que lea esta nota, debo reconocer que el presidente Obama no dio aquí la impresión de ser el articulador de una conspiración perversa, sino la de ser un hombre inteligente y culto, que cree en lo que dice. Lo que sucede entonces es que las cosas en las que él cree (con todo su derecho) son diferentes a las que creemos nosotros (también con todo nuestro derecho).

Esa es la segunda hipótesis, la de las concep-ciones divergentes sobre la sociedad humana, las cuales fueron muy evidentes en todos los momentos de la visita a Cuba del presidente Obama y su delegación, en todo lo que se dijo, y también en lo que se dejó de decir.

Fue muy claro que la dirección principal de la relación de los Estados Unidos con Cuba estará en el campo de la economía, y dentro de este, la estrategia principal será relacionarse con el sector no estatal y apoyarlo.

Fue muy claro, en el discurso y en los mensa-jes simbólicos, en tomar distancia de la economía estatal socialista cubana, como si la propiedad «estatal» significase propiedad de un ente ex-traño, y no propiedad de todo el pueblo como realmente es.

En la necesidad de que exista un sector no estatal en la economía cubana no tenemos diver-gencias. De hecho, la expansión del espacio de los cuentapropistas y las cooperativas es parte de la implementación de los Lineamientos surgidos del VI Congreso del Partido. Donde está la di-vergencia es en el rol que debe tener ese sector no estatal en nuestra economía:

• Ellos lo ven como el componente principal de la economía; nosotros como un complemen-to al componente principal, que es la empresa estatal socialista. De hecho hoy ese sector no

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estatal, si bien se acerca al 30 % del empleo, no alcanza a aportar el 12 % del PIB, lo que indica su carácter limitado para la generación de valor agregado.

• Ellos lo hacen equivaler a «la innovación»; nosotros lo vemos como un sector de relativa-mente bajo valor agregado. La innovación está en la alta tecnología, la ciencia y la técnica, y sus conexiones con la empresa estatal socialis-ta. El espíritu innovador del pueblo cubano se expresó en estos años de muchas otras maneras, tales como el desarrollo de la biotecnología y sus medicamentos y vacunas, la formación masiva de informáticos en la UCI (Universidad de las Ciencias Informáticas), la agricultura urbana, la revolución energética y otros muchos logros del período especial, nada de lo cual se mencionó en los discursos de nuestros visitantes.

• Ellos ven el emprendimiento privado como algo que «empodera» al pueblo; nosotros lo ve-mos como algo que empodera a «una parte» del pueblo, y relativamente pequeña. El protagonis-mo del pueblo está en las empresas estatales, y en nuestro gran sector presupuestado (que incluye la salud, la educación, el deporte, la seguridad ciudadana), que es donde se trabaja realmente para todo el pueblo y donde se genera la mayoría de la riqueza. No se puede aceptar el mensaje implícito de hacer equivaler el sector no estatal con «el pueblo cubano». Eso no fue dicho de esa manera tan brutal, pero se interpreta del discurso de una forma demasiado clara.

• Ellos separan tácitamente el concepto de «emprendimiento», y el de propiedad estatal. Nosotros vemos en el sector estatal nuestras principales opciones de emprendimientos productivos. Así lo explicamos en el Foro de empresarios al ilustrar la organización en que

trabajo (el Centro de Inmunología Molecular) como «una empresa con once millones de accio-nistas».

• Ellos ven al sector no estatal como una fuente de desarrollo social; nosotros lo vemos en un rol doble, pues también es una fuente de desigualdades sociales (de lo que ya tenemos evidencias, como ilustran los recientes debates sobre los precios de los alimentos), desigual-dades que habrá que controlar con una política fiscal reflejo de nuestros valores.

• Ellos creen en la función dinamizadora de la competencia (aunque este concepto ha sido cuestionado ya incluso por ideólogos serios de la economía capitalista). Nosotros conocemos su función depredadora y de erosión de la cohe-sión social, y creemos más en la dinámica que proviene de programas de país.

• Ellos creen en que el mercado distribuye eficientemente la inversión respondiendo a la demanda; nosotros creemos que el mercado no responde a la demanda real sino a la «demanda solvente», y profundiza las desigualdades so-ciales.

• Ellos se apoyan en la trayectoria de desarrollo empresarial de los Estados Unidos, cuya econo-mía despegó en el siglo xix, en condiciones de la economía mundial que son irrepetibles hoy. Nosotros sabemos que las realidades de los paí-ses subdesarrollados de economía dependiente son otras, especialmente en el siglo xxi, y que el desarrollo económico y científico-técnico no ocurrirá a partir de pequeños emprendimientos privados en competencia, ni intentando reprodu-cir la trayectoria de los países hoy industrializa-dos, con trescientos años de diferencia. Sería la receta de la perpetuación del subdesarrollo y la dependencia, con una economía diseñada como

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apéndice y complemento de la economía nor-teamericana, cosa que ya ocurrió en el siglo xix, cuando esa dependencia nos sumió en el mono-cultivo y cerró el camino de la industrialización. Para entender eso sirve la Historia, y por ello no podemos olvidarla.

Emprender el camino de la convivencia civi-lizada «con nuestras diferencias», implica cono-cer bien a fondo, y por todo el pueblo cubano, dónde es que están esas diferencias, para poder evitar que decisiones puntuales aparentemente racionales ante problemas económicos tácticos, nos puedan llevar a errores estratégicos; y peor aún, que otros nos empujen a ello, a través de las cosas que se dicen y las que no se dicen.

Supimos evitar esos errores en los inicios del período especial, ante la desaparición del campo socialista europeo y la marea ideológica neoliberal de los noventa. Sabremos hacerlo mejor ahora.

La convivencia civilizada ciertamente nos aleja del riesgo y la barbarie de la guerra (mili-tar y económica), pero no nos exonera de dar la batalla en el plano de las ideas.

Necesitamos vencer en esa batalla de ideas para poder vencer en la económica.

La batalla económica del siglo xxi cubano se dará en tres campos principales:

1. El de la eficiencia y capacidad de crecimien-to de la Empresa Estatal Socialista, y la inserción de esta en la economía mundial.

2. El de la conexión de la ciencia con la econo-mía a través de empresas de alta tecnología, con productos y servicios de alto valor añadido que enriquezcan nuestra cartera de exportaciones.

3. El de la limitación conciente de la expan-sión de las desigualdades sociales, a través de la intervención del Estado socialista.

En esos campos se decidirá el siglo xxi de los cubanos.

La batalla de ideas consiste en consolidar pen-samiento y consenso sobre hacia dónde queremos ir, y sobre los caminos concretos para llegar.

Las aguas del estrecho de la Florida no deben ser un campo de conflicto bélico, y es muy bueno para todos que así sea, pero seguirán separando por mucho tiempo dos concepciones diferentes de la convivencia humana, de la organización de los hombres para la vida social y el trabajo, y de la distribución de sus frutos. Y también es muy bueno que así sea. Nuestro ideal de sociedad humana está enraizado en nuestra experiencia histórica y en el alma colectiva de los cubanos, sintetizada magistralmente por el pensamiento de José Martí. Él estudió y entendió mejor que nadie en su tiempo la sociedad norteamericana y dijo: «nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse».

La creencia básica del capitalismo, incluso en los que así lo creen honestamente, es la cons-trucción de prosperidad material basada en la propiedad privada y la competencia. La nuestra se basa en la creatividad movida por los ideales de equidad social y solidaridad entre las perso-nas, incluidas las generaciones futuras. Nuestro concepto de sociedad es el futuro, y aunque el futuro se demore, atrapado en los condiciona-mientos objetivos del presente, sigue siendo el futuro por el que hay que luchar.

La propiedad privada y la competencia son el pasado, y aunque ese pasado siga existiendo necesariamente dentro del presente, sigue siendo pasado.

Hay que saber ver siempre los conceptos que están detrás de las palabras que se dicen, y las razones detrás de las palabras que no se dicen.

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La batalla por nuestro ideal de convivencia humana estará en las manos de las actuales gene-raciones de jóvenes cubanos, que enfrentarán en su tiempo desafíos diferentes a los de las generaciones revolucionarias del siglo xx, pero igualmente gran-des y trascendentales, y también más complejos.

Al analizar la complejidad de sus desafíos les confieso que quisiera ingresar otra vez en la Unión de Jóvenes Comunistas, cuyo carnet (Nº 7784, de 1963) tengo ahora mismo sobre mi mesa. Sigo siendo comunista, pero he de aceptar

que ya no puedo seguir siendo «joven». Pero sí puedo compartir con los jóvenes el análisis de lo que hoy se dice, y la develación de lo que no se dice, y construir junto con ellos las herramientas intelectuales que necesitamos para las batallas que vienen.

José Martí escribió en abril de 1895: «De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: Ganémosla a pensamiento».

Publicado en Cubadebate el 23 de marzo de 2016

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Daniel Morel (Haití, 1955): Lluvia en Santo Domingo, 2002. Impresión digital, 101 x 66 cm

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La intervención del presidente Obama ante una represen-tación de la sociedad civil cubana, especialmente selec-cionada e invitada, que vimos por televisión, es una joya

de orfebrería política, que debería estudiarse en las facultades de comunicación y las escuelas del Partido. Sus frases no pa-recen haber sido bordadas por expertos y hábilmente leídas en un teleprompter, sino estar saliendo de su corazón. Esta pieza de oratoria, su puesta en escena y su perfecta interpretación la hacen parecer realmente una conversación, no un documento cargado de tesis de principio a fin.

Comento algunas de estas tesis y su brillante manejo discur-sivo, a partir de la lógica con que el presidente ha construido la visión de nuestra realidad y la de los Estados Unidos, así como de su tono directo. Mis modestos comentarios no pretenden ser el espejo de la sociedad civil cubana, sino apenas una reflexión crítica sobre el sentido común, el de Obama y el de esa sociedad, reconociéndola en su heterogeneidad, vibrante y politizada, no satisfecha con monólogos, por muy bien armados y carismáticos, sino con el diálogo real entre una diversidad de ciudadanos, ya que son mucho más que dos. Lo hago en un espíritu de debate, no solo por la invitación del presidente Obama a una discusión que «es buena y saludable», sino porque ese debate se ha legitimado

RAFAEL HERNÁNDEZ

La historia del futuro. Sobre las cinco y pico lecciones de Obama ante la sociedad civil cubana

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entre nosotros desde hace tiempo, como parte de una libertad de expresión que la sociedad civil se ha ganado por sí misma, más allá de estridencias y chancleteo, sin esperar dones de lo alto o de benefactores poderosos de afuera.

1. «Debemos dejarlo todo atrás». Desde su primer discurso, en la Cumbre de Puerto España (2009), el presidente Obama ha insistido en no ser responsable de la guerra que los Estados Unidos ha mantenido contra Cuba, porque todo eso pasó «antes de nacer» él. Con ese giro personal, soslaya lidiar con el legado en el uso de la fuerza hacia Cuba en los últi-mos ciento cincuenta años. Hoy nos dice que su mensaje es «un saludo de paz» y que mejor sellamos ese pasado. Siempre que se trate de mirar adelante, hagámoslo. Sin embargo, a ren-glón seguido de este introito con rosa blanca, le pasa la cuenta a la Revolución por el dolor y el sufrimiento del pueblo cubano, y despacha ese período como «una aberración» en la historia de las relaciones bilaterales.

Si en lugar de dejar atrás el pasado queremos rexaminarlo de manera ecuánime y verlo en toda su complejidad, sin espejuelos ideológicos ni frases diplomáticas, no ayuda evocarlo como si fuera The Pérez Family, aquella película con Alfred Molina y Marisa Tomei. La normalización se inicia del lado de los Estados Unidos, no por su infinita benevolencia, sino porque es en sus manos donde ha estado la decisión de cambiar las cosas. Mirándola de cerca, la recapacitación de Obama y su desacuerdo con la política de los Estados Unidos durante todo ese mismo período «aberrante» consiste en que «no estaba funcio-nando», porque no logró su objetivo: derrocar el socialismo cubano por la fuerza y el aislamiento. Su mérito consiste en haberlo declarado desde

Puerto España, y proclamar ahora «el coraje de reconocerlo», aunque se trate de una política que el resto del mundo comparte hace más de veinte años.

En ese discurso caracterizado por la fran-queza, sin embargo, no dice ni una sola vez que además de errónea, esa política fue contrapro-ducente, porque no solo atropelló el bienestar del pueblo y la soberanía cubanas, sino impuso la necesidad de armarse hasta los dientes, y condujo a la maldita situación de una fortaleza sitiada, y de un estado de seguridad nacional cuyas consecuencias económicas y políticas aún estamos pagando. No es posible desconocer que ese ciudadano norteamericano elocuente y sin pelos en la lengua, que reclama decirnos lo que piensa, es también el presidente de los Estados Unidos. Con esa misma franqueza, podría ha-berle entrado al tema con la manga al codo, re-conociendo el papel del Estado norteamericano no solo en los costos del pueblo, sino en nuestros problemas actuales, y dándonos un ejemplo de voluntad para decirlo todo, sin cortapisas, si queremos llegar realmente al fondo de las cosas, ahora mismo y en el futuro.

2. «Gracias a las virtudes de un sistema democrático y respetuoso de la libertad de los individuos, los Estados Unidos es el país de las oportunidades, donde el hijo de un inmigrante africano y una blanca madre soltera pudo llegar a ser presidente».

Este notable discurso nos conduce a menudo por caminos clásicos como el del sueño america-no, con una maestría narrativa propia de Steven Spielberg, que habría envidiado entre nosotros el gran Félix B. Caignet. Aunque se niega, con razón, a quedar atrapado por la historia, Obama termina dándonos su propio relato de las cosas

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que han pasado no solo aquí, sino allá. En una de sus tesis centrales, afirma que la justicia so-cial alcanzada por ellos se debe precisamente al sistema democrático adoptado por los padres fundadores.

El año próximo se cumplen ciento cincuenta años del fin de la Guerra Civil, que dividió el Norte y el Sur de esa gran nación, en el enfren-tamiento más terrible, en términos materiales y humanos, que hayan sufrido los Estados Unidos, sumando todas las guerras en que han participa-do. Si la democracia hubiera bastado para resolver el problema de la esclavitud, no hubiera sido necesaria aquella guerra atroz, provocada por el alzamiento de la tercera parte del país en contra del poder legítimo, democráticamente electo, y que costó setecientos cincuenta mil muertos, medio millón de heridos, 40 % del Sur destruido, propiedades perdidas para siempre por los sureños derrotados, un presidente Lincoln vilipendiado y finalmente asesinado, solo para abolirla.

Un siglo después de esa terrible Guerra Civil, al lado de la cual nuestra Revolución, con todos sus costos humanos y familiares es un paseo por el campo, todavía la mamá de Obama tuvo que irse con su familia a criarlo en un Estado tan próximo como Hawai, donde su hijo mulato pudo crecer ro-deado de menos discriminación rampante que en los Estados Unidos continentales –como él mismo nos recuerda en su discurso. Todavía hoy, como demuestran historiadores y sociólogos norteame-ricanos, las heridas de aquella conflagración no han cerrado del todo, y las causas estructurales de la desigualdad racial y la violencia asociada no logran rebasarse. Si Martin Luther King Jr. y muchos norteamericanos, de todos los colores, así como nosotros en Cuba, celebramos el triunfo de un candidato negro en las elecciones de 2008,

también sabemos que con eso no basta para que un sistema político se haga más democrático –ni allá ni en ninguna parte.

En cuanto al pluralismo del sistema, suena como un wishful thinking, o una buena idea, que un candidato socialdemócrata hiciera campaña y llegara hasta el final con alguna visibilidad, como una tercera vía en el marco de hierro bipartidista de los Estados Unidos, en lugar de verse forzado a un Partido Demócrata que abomina, para tener algún chance de participar, en ese bicentenario sistema político estadunidense, al cual José Martí le dedicó cientos de páginas, que leemos poco y conocemos menos de lo que deberíamos.

3. «El socialismo tiene sus cosas buenas, como la salud y la educación (aunque le falta los derechos ciudadanos y las libertades que tienen los Estados Unidos)».

Gracias. Pero es que eso de la salud y la educación lo dice todo el mundo. En rigor, la cuestión de contrastar los atributos de nuestros dos sistemas requiere ponerlos en un contexto mayor. Antes de compararlo con Cuba, habría que poner al sistema norteamericano al lado de otras economías de mercado y democracias liberales del mundo. ¿Alguien más tiene uno igual? Lo que hay que explicar es por qué esa democracia basada en valores universales, donde todo se alcanza, no ha podido conseguir un sistema nacional de salud, ni siquiera uno tan incompleto como el proyecto original del Obamacare. ¿Cómo se explica que la educación pública, que no es un invento comunista, ha funcionado en muchos países europeos, mientras en los Estados Unidos tiene índices tan pobres?

A propósito de la medida del socialismo cuba-no, me pregunto si esta se contiene en dos servicios públicos gratuitos, como salud y educación, igual

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que tienen los canadienses y los finlandeses. Ya sé que muchos cubanos piensan así. Desde mi punto de vista, sin embargo, el mayor logro del socialismo cubano (incluyendo no solo al gobierno, sino a todos los cubanos que lo hacen posible) ha sido la reivindicación del sentido de la dignidad de las personas y la práctica de la justicia social, al margen de su origen de clase, su color o su género. Eso explica, por cierto, que los cubanos estemos alarmados hoy ante el crecimiento de la desigualdad y la pobreza, y no la aceptemos como un hecho natural, sino como la erosión de una condición ciudadana funda-mental. ¿O es que el costo del retroceso de los perdedores se equilibra con la prosperidad de los ganadores, y la mayor polarización social es el costo fijo de una mayor libertad? ¿Se resuelve con impuestos y un supuesto efecto de derrame hacia abajo? ¿Dónde es que pasa eso? Cuando digo igualdad –no uniformidad ni igualitarismo– me refiero a la práctica real de ese derecho, no a la letra de una constitución.

Los cubanos debemos recordar que nuestro huésped, el Dr. Barack Obama, es graduado de la Escuela de Derecho de Harvard, y enseñó en la Universidad de Chicago esa materia, Derecho constitucional, antes de ser organizador comu-nitario en esa ciudad, y luego político local, así que tiene plena conciencia de lo que estamos tratando. Una cosa es la ley y las instituciones del sistema, y otra la justicia social. Decir que la práctica de esa justicia en Cuba consiste en «el papel y los derechos del Estado», en oposición a los del individuo, revela, en el mejor caso, ignorancia, y en el peor, mala fe. Tratándose de él, seguramente se trata solo de lo primero.

Claro que tenemos mucho que avanzar en ma-teria de derechos ciudadanos efectivos, refuerzo

de la ley, empoderamiento y representación de todos los grupos sociales, y no solo de nuestros emprendedores privados, en el camino hacia una democracia ciudadana plena. Hacerlo sobre la base de nuestra propia cultura política, y toman-do en cuenta otras experiencias de descentraliza-ción y participación local en la América Latina, más que las de nuestros amigos asiáticos, es una tarea que no se debe dejar para más adelante. Con sincera admiración hacia los luchadores por los derechos civiles en los Estados Unidos, decenas de ellos asesinados por la ultradere-cha y acosados por el FBI, nuestro horizonte de derechos ciudadanos queda mucho más allá.

4. «El cambio en Cuba es cosa de los cu-banos».

Naturalmente, todos aplaudimos. Pero en ese mismo párrafo, el presidente toma cartas en el asunto, para defender los derechos de «sus cubanos», es decir, los exiliados de Miami y los disidentes en Cuba, precisamente aquellos que se reconocen como aliados de los Estados Unidos. Aunque sabemos que la mayoría de los emi-grados de los años ochenta, noventa y actuales no se han ido por las mismas razones políticas que los emigrados en los sesenta y setenta, sino económicas y familiares; aunque los que se han ido desde 1994-1995 no son considerados refu-giados políticos por la ley norteamericana, sino simplemente inmigrantes; que trescientos mil de ellos visitan Cuba pacíficamente cada año; que esos inmigrantes más recientes representan la mitad de todos los cubanos residentes en los Estados Unidos, y son los que mandan 1,7 mil millones de dólares a sus parientes en la Isla, con los que mantienen estrechos vínculos, pues no se fueron peleados; que la mitad del resto nacieron en los Estados Unidos, y por tanto tampoco son

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refugiados políticos, e incluso visitan la Isla con pasaporte norteamericano, el presidente Obama habla de dos millones de «exiliados» cubanos, con los cuales él promueve algo llamado la «re-conciliación». ¿Será posible que tampoco sepa del creciente número de los repatriados, desde la ley migratoria de enero de 2013? ¿De los cuba-noamericanos que no hacen negocios con Cuba porque la ley del bloqueo se los impide? Y si no es así, entonces, ¿entre quiénes es la «reconci-liación» por la que aboga? ¿Serán los políticos del lobby archiconservador cubanoamericano, opuesto a la normalización? ¿Sus aliados en Cuba? ¿Los batistianos sobrevivientes?

Cuando él habla, por cierto, de nuestras re-laciones, las de todos los cubanos de Cuba con los norteamericanos, dice que somos exacta-mente «dos hermanos de la misma sangre» que nos hemos visto «separados por muchos años» debido a la fatalidad de esta «aberración» que tenemos aquí. Dicho sea en honor a la verdad, desde hace más de un siglo, los cubanos hemos sido vistos (y para muchos seguimos siéndolo) como una raza inferior, porque somos un pueblo de color, nada de consaguinidad. En cuanto a nuestro código genético compartido con afro-norteamericanos y latinos, sería conveniente que sus asesores le contaran al presidente que a esos cubanos exiliados de Miami, donde no abundan los negros, pero sí el racismo rampante de la clase alta cubana, no les gusta que los llamen latinos, porque se sienten superiores –como bien saben los demás latinos y negros norteamerica-nos. Esos exiliados de pura cepa le hicieron un acto de repudio al mismísimo Nelson Mandela, cuando visitó los Estados Unidos, y quiso ir a Miami; y suelen llamarle al presidente Obama, desde que fue elegido, «el negrito de la Caridad»

(lo que no es exactamente un trato cariñoso, aun-que lo parezca). Ahora que ha hecho todo esto con Cuba, lo llaman simplemente «el traidor». Seguramente él entiende por qué no nos es fácil reconciliarnos con ellos.

5. «La normalización con los Estados Unidos está abriendo las puertas de los cambios en Cuba».

Según este diagnóstico, aquí no ha estado pasando nada en estos últimos años. O sea, el gobierno cubano «se ha abierto al mundo» gracias al 17 de diciembre de 2014; y le falta todavía descubrir que la mayor riqueza de este país es su capital humano. Con todo respeto por el sector privado que tenemos, imaginar que nuestro potencial de desarrollo e inventiva se cifra en rentar habitaciones, fundar paladares y mantener rodando los almendrones es ignorar a nuestro mayor capital humano, formado por lo que hacen nuestros médicos, profesores univer-sitarios, artistas, agricultores, científicos, profe-sionales. Olvidar que los periodistas, oficiales de las instituciones armadas, diplomáticos, maestros primarios y secundarios, dirigentes, muchos de ellos jóvenes y bien preparados, son parte principal de la riqueza de la nación, aunque no sean ni vayan a convertirse en «sector privado». No hay que confundir a la sociedad civil con los negocios. ¿O alguien piensa que estos barberos y dueños de pequeños negocios tan justamente celebrados estos días han brotado en las calles por generación espontánea, en vez de haber sido creados por la ley cubana, y mantenerse ligados a las instituciones locales, con las que colaboran?

Esta visión excluyente privado-estatal parece acompañar la imagen de un país que se repre-senta como paralizado, donde nada cambia, y no lo hará hasta que los cubanos no conozcan

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otros puntos de vista diferentes a los prevalecien-tes, gracias a una comunicación con el mundo exterior, de la que carecen. Cuando tengan una conexión ADSL en sus casas, y descubran internet, despertarán, como cuando la princesa fue besada por el príncipe. Mientras, seguirán en otro mundo, sin ninguna modalidad de acceso a internet, ni correo electrónico ni celulares. No es ni siquiera el vaso medio vacío, sino la idea de que no hay vaso alguno.

Finalmente, en el espejo del discurso del presidente no se refleja nada parecido a un programa de reformas en curso, ni una sociedad cubana capaz de debatir sus problemas pública-mente. Claro que la normalización puede ser un factor favorable a ese cambio; aunque también un factor negativo. Del lado de allá, depende de la capacidad de la política norteamericana en tratar a Cuba como a otros países con los que colabora, a pesar de diferencias y problemas in-ternos. Los casos de China y Vietnam, evocados en el discurso del día de San Lázaro, podrían ser una pauta constructiva a seguir. Del lado de acá, depende de la capacidad de nuestra política para evitar adherencias ideológicas, como las que ocurren cada vez que los Estados Unidos deci-den favorecer a un sector, trátese de internet, los trabajadores del sector no estatal o los jóvenes. Para decirlo como Nitza Villapol, ahora que la política con los Estados Unidos es la tarea de muchos, habría que aprender a cocinarla en una olla de teflón, donde las cosas no se le peguen, o se amarguen sin necesidad.

La milimetrada puesta en escena de Obama durante toda la visita, cuyo punto culminante, en términos dramatúrgicos, fue el discurso ante la sociedad civil, el 22 de marzo, se anticipaba en el blog del Departamento de Estado, titulado

Engaging the Cuban People, cuatro días antes, por su encargado, el Viceasesor de Seguridad Nacional para Comunicaciones y Discursos Estratégicos, Ben Rhodes.

En su discurso, el presidente Obama reconoció afinidades culturales cubanas con los Estados Unidos en el béisbol, el cha-cha-cha, los «valores familiares». También llamó la atención sobre las capacidades de los cubanos, especialmente los jóvenes, para funcionar en el contexto de la cultura de mercado de los Estados Unidos. A lo largo de este documento hizo exhibición de familiaridad con lo cubano y su cultura popular.

No estoy seguro de que los asesores de Obama entiendan que la familiaridad cubana con lo nor-teamericano no es solo una razón para apreciar sus productos y sentido del espectáculo, sino una capacidad para entender sus usos y manejos. En efecto, sin haber puesto nunca antes los pies en la Isla ni haberse criado con cubanos, en su discurso del día de San Lázaro de 2014, dijo «No es fácil» en español; cuando aterrizó en La Habana y en su conversación telefónica con Pánfilo, sin venir mucho al caso, suelta «Qué bolá», igual que cuando el Air Force One toca suelo cubano; fue capaz de citar a José Martí una y otra vez (ninguna de ellas hablando de los Estados Unidos). El empaquetamiento cultural del mensaje no parece haberse ahorrado nada, ni a la Ermita de la Caridad de Miami.

Según este guion, la reunión procuraba de-mostrar su apoyo a «los valores y derechos humanos universales, incluyendo el respeto por el derecho a la libertad de expresión y reunión». Y su «profundo desacuerdo con el gobierno cu-bano» en torno a estos temas, y su creencia en que el encuentro pone a los Estados Unidos en posición mejor para suscitar estas diferencias

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directamente con el gobierno cubano, y seguir escuchando a la sociedad civil. Finalmente, «este guion anuncia que sus planteamientos subraya-rán el continuo espíritu de amistad, y proyectarán su visión sobre el futuro de la relación entre los dos países». En resumen, una de cal y otra de arena, como era de esperar.

Me gustó ver a Raúl, desde su balcón, sonriendo después de escuchar la tirada de Obama, saludan-do y haciéndoles señas a los asistentes, en lugar de asumir una expresión adusta o contrariada. Unas horas después, con un elegante saco azul de sport, acompañó a un presidente Obama en mangas de camisa, en los primeros innings de un juego de pelota que perdimos sin remedio. Sportmanship es una vieja palabra, que puede resumir de manera muy simple el nuevo estilo que demandan las relaciones políticas entre Cuba y los Estados Unidos.

A mi juicio, los cubanos tenemos mucho ca-mino por delante en materia de fortalecimiento de prácticas de participación y de democracia ciudadanas, no meramente multipartidistas. Y más vale que tomemos ese toro por los cuernos, en lugar de asumir la postura vergonzante de que a nuestro socialismo lo único que le falta es eficiencia económica y recuperación de bienestar social, de manera que no hay que tocar el fun-cionamiento del sistema político, los medios de comunicación, el papel de los sindicatos y las organizaciones sociales, el propio Partido Co-munista y el poder omnímodo de la burocracia

–eso que Rául llama «la vieja mentalidad». No basta con citarlo a él, hay que llevar ese guion, que no es precisamente el de un espectáculo, a una nueva puesta en escena, a la altura que piden los tiempos y la gente.

En cuanto al significado de la visita para los cubanos, esta cumplió su cometido, más allá de la escena, pues permitió que ambos presidentes conversaran directamente sobre los próximos diez meses acerca de nuestros intereses comunes, la etapa decisiva en la construcción de ese puente que la próxima administración debe encontrar tan avanzado como para que sea demasiado costoso dinamitarlo.

Irónicamente, cuando Barack Hussein Obama salga del cargo como presidente número cuarenta y cuatro de los Estados Unidos, adonde llegó ocho años antes envuelto en las mayores espe-ranzas de las últimas décadas, entre su puñado de realizaciones estará la normalización con Cuba. Quizá dentro de unos años no se recuerden las frases bordadas por su talentoso equipo de especialistas en comunicación, ni lo que dicen sobre nosotros y ellos. Pero muchos cubanos y norteamericanos no olvidaremos su mensaje de paz y, muy especialmente, su determinación como primer presidente, después de tantos años de guerra, en atravesar este camino distante y cercano, para hacernos la visita en La Habana.

Publicado en Catalejo, blog de la revista Temas, el 23 de marzo de 2016

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Recién acaba de concluir la visita de Barack Obama a Cuba. El presidente tuvo la oportunidad de dirigirse de manera bastante amplia al pueblo cubano, desplegar sus atractivos

y llamar la atención de la prensa internacional, aprovechando el significado histórico del acontecimiento.

Interesado en no dar la impresión de que se trataba de una «luna de miel» con el mandatario norteamericano, el trato oficial cubano fue respetuoso pero distante. Sin embargo, la población se expresó de manera más calurosa, sobre todo cuando Obama se desplazó por las calles habaneras e impuso su innegable carisma.

No es de extrañar que Obama despertara simpatías en el pue-blo cubano, así ha ocurrido en todas partes del mundo desde que asumió su mandato. Las razones no solo son achacables a su personalidad, también importa el contenido de sus ideas; creo que se trata del presidente más inteligente y articulado que ha tenido ese país desde Kennedy.

Además influye la identificación natural de la mayoría con su origen social –algo que Obama sabe explotar para erigirse como ejemplo del «sueño americano»– y su raza simboliza un cambio trascendental en la historia social de los Estados Unidos, un proceso con el que muchas personas se solidarizan.

Ha sido, por otra parte, un buen presidente, dentro de las condiciones que le impone la política de su país, y si no se le

JESÚS ARBOLEYA

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reconocen más méritos es debido a la polariza-ción política existente y al racismo que impera en esa sociedad.

Más allá de sus innegables dotes personales, la clave de su popularidad radica en que Obama se presenta vendiéndonos «otro Estados Unidos» y de cierta manera lo es, sobre todo si lo com-paramos con los ocho años de gobierno neocon-servador que lo precedieron, donde el mensaje de George W. Bush se resumía en la frase «estás conmigo o contra mí» y, si estás contra mí, detrás viene la caballería. Hay que ver si este legado se sostendrá en el futuro inmediato, cualquiera sea el próximo presidente norteamericano.

Es difícil estar en contra del idealismo que Obama trasmitió en diversos momentos du-rante su visita a Cuba. Sin embargo, desde la realidad, su imagen de los Estados Unidos no se aviene con la práctica concreta. No solo en términos históricos –una historia de la cual Obama siempre quiere desprenderse–, sino en la actualidad. Los propios fracasos de Obama para impulsar una agenda que concrete estos objetivos sociales en el plano interno son una muestra palpable de ello y esto explica la frus-tración de muchos de sus propios electores a lo largo de su mandato.

Si lo queremos analizar desde la perspectiva de la política exterior, sobran los ejemplos. Para remitirnos a lo más reciente, basta comparar su posterior visita a Argentina y sus alabanzas a Mauricio Macri, presentándolo como modelo de gobernante latinoamericano, para compren-der las contradicciones entre su discurso social y una alianza con la más rancia derecha en el Continente, que viene dada por los intereses de su país, no importan cuáles sean los criterios personales del presidente de turno.

Aunque algunos en Cuba lo definen como un «encantador de serpientes», no creo que Obama vino a la Isla a engañar a los cubanos. Me parece que realmente cree en los valores que preconiza, aunque la necesidad de intentar complacer a pú-blicos muy diversos y las propias exigencias de su cargo como máximo dirigente de la potencia hegemónica mundial, lo coloquen a veces en situaciones opuestas respecto a su propio pen-samiento y la política de su país.

Obama se presentó en Cuba como aliado del pueblo cubano en la lucha contra el bloqueo y casi todo el mundo está de acuerdo con eso. También criticó la política «fallida» aplicada por los Estados Unidos durante más de medio siglo. «Simplemente no ha funcionado», dijo una vez más el presidente para justificar el cambio, pero se ha quedado corto al no criticar la propia naturaleza de esta política, como hizo Bernie Sanders. Tal «pragmatismo», exento de consi-deraciones éticas –quizá para evitar conflictos con sus adversarios–, fue un déficit del discurso obamista en Cuba.

También convocó al cambio en Cuba. Esta vez fue más cuidadoso que en otras ocasiones y se distanció del discurso de «cambio de ré-gimen» –al menos fue menos diáfano–, lo que demuestra la capacidad de su gobierno para adecuar la retórica a los requerimientos de la doctrina del «poder inteligente» que orienta su política exterior.

En tal sentido, algo que llama la atención es que, obviamente esperando alcanzar otros obje-tivos, las propuestas de reformas de Obama para Cuba no se distancian mucho de las que el propio gobierno cubano viene impulsando hace años.

Ello explica tanto la «potabilidad» de su discur-so para ciertos sectores como la desconfianza que

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genera en otros respecto a sus verdaderas intencio-nes. Esta desconfianza es un factor subjetivo que se debe superar si en realidad quiere avanzarse en el proceso de normalización de relaciones, y que probablemente será más difícil ante la eventuali-dad de un nuevo presidente de ese país.

La conclusión es que resulta engañoso supo-ner que las simpatías despertadas por Obama se traducen de manera automática en un respaldo a los objetivos de la política norteamericana ha-cia Cuba. Sin embargo, resulta positivo que un presidente de los Estados Unidos haya venido a decir las cosas que dijo Obama aquí.

Ello es bueno para Cuba, que ha sido tratada con respeto e igualdad, a pesar de la asimetría entre las partes, pero también lo es para los Es-tados Unidos, que se ha presentado con su mejor cara, abriendo la esperanza de la posibilidad de la convivencia, a pesar de las diferencias que

ambos gobiernos y multitud de comentaristas no se han cansado de enfatizar.

Creo que todo el mundo ganó con esta visita. Obama pudo reafirmar una política que le ha reportado enormes beneficios políticos, y Cuba dar cuenta de una estabilidad política que le permite enfrentar los retos implícitos en la nueva política norteamericana, así como avanzar en el mejoramiento de sus relaciones económicas internacionales.

La resultante es haber llegado a un momento histórico único en las relaciones entre los dos países y quizá esto explica la cara de satisfacción del presidente estadunidense y su familia durante su estancia en Cuba. Quiero imaginar que fue también un sueño cumplido, que no deja de estar relacionado con sus propias raíces.

Publicado el 25 de marzo de 2016 en Progreso Semanal

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roberto StephenSon (haití): Escuela en Puerto Príncipe, 2000. Impresión digital, 66 x 101cm

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La vida me ha ofrecido algunos privilegios. Son tesoros acu-mulados en mi memoria por haber transitado, con plena lu-cidez, el extenso período desde la Segunda Guerra Mundial

hasta la actualidad. No soy politóloga. Tampoco me he dedicado al estudio de las Ciencias Sociales. Mi universo es el de las Artes y las Letras. Siempre he considerado que mi responsabilidad intelectual exige entender las tendencias dominantes de mi época y las claves esenciales de los largos procesos históricos, con el propósito de aguzar el espíritu crítico para descifrar el sentido de las cosas que suceden.

El planeta que habitamos está sacudido por una violencia extrema, sin precedentes históricos conocidos. Ya los combates no se libran al modo de Waterloo, Stalingrado o Normandía, con ejércitos dirigidos por el arte militar. La caja de Pandora abierta en el Oriente Medio se abate sobre la población civil. Tras bambalinas se mueven intereses económicos y la lucha por conquistar la hegemonía mundial, todo ello encubierto por una retórica inspirada en una plataforma ideológica que sustenta la muerte de la historia, de la propia ideología, junto con el choque de civilizaciones y de creencias religiosas. Son concepciones elaboradas en el ámbito académico y banalizadas mediante re-cetarios destinados al consumo popular a través de los medios.

GRAZIELLA POGOLOTTI

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La ideología no es un saber abstracto, metafísico y ahistórico. Se expresa en el modo concreto de interpretar los hechos.

Medité sobre estos temas mientras escuchaba al presidente Barack Obama en el Gran Teatro Alicia Alonso, hace algo más de diez días. La historia no es un almacén de rencores, sino la fuente para conocer el origen de las cosas. Me sentí algo agraviada cuando el talento de mis compatriotas parece reducirse a la capacidad de preservar almendrones, sin tener en cuenta la creatividad de miles de miembros de la ANIR1 que encuentran soluciones de alcance social para paliar las consecuencias del bloqueo, así como la obra de nuestros científicos, artistas, escritores y pensadores. Comprendo que el alto mandatario de una superpotencia no puede disponer, en vi-sita oficial de esta naturaleza, de plena libertad de palabra. El establishment impone reglas de juego y no puede desentenderse de la campaña electoral en curso.

Hombre inteligente y cultivado, el presidente Obama, además de su formación académica, responde a un imaginario cultural fuertemente enraizado en los orígenes de la nación norteame-ricana, acentuado en el transcurso de la historia. El componente paternalista, con ciertos rasgos mesiánicos, se describe en el exhaustivo estu-dio realizado por Louis J. Pérez Jr., traducido y publicado recientemente en Cuba, todo lo cual se complementa con barreras ideológicas. En el proyecto de nuestras respectivas sociedades se contraponen dos perspectivas del mundo, aunque la nuestra haya tropezado con dificultades en gran parte económicas para alcanzar una plena cristalización. La exacerbación del individua-

lismo se contradice con el deseable desarrollo de la persona. La noción de bienestar, traducida en la lucha por la acumulación del dinero, des-carta el disfrute de otros bienes que ofrece la existencia. Parecería absurdo el planteamiento en condiciones de precariedad cotidiana, pero, aun en nuestro contexto, la imagen de las franjas de la sociedad beneficiadas por negocios más o menos lícitos no es alentadora.

Por lo demás, al poner sobre la mesa los problemas que nos separan y trabajar con total transparencia, hay que dejar de lado la noción de diferendo, cuyo inicio se asocia con la Guerra Fría. Estamos ante un conflicto de larga data, cu-yas repercusiones sociales y económicas fueron analizadas en Problemas de la nueva Cuba, re-sultante de una seria investigación entregada, con las correspondientes recomendaciones, en 1935, al gobierno de los Estados Unidos. Trabajos posteriores, no contaminados ideológicamente, señalaron el agravamiento de la situación y la inminencia de una revolución social.

Algunos conceptos vertidos en La Habana por el presidente Obama parecen revivir la vieja no-ción de panamericanismo. A pesar de haber sido colonizados por europeos, con el consiguiente desalojo de los pueblos originarios y la brutal esclavitud africana, hay dos Américas, definidas por rasgos culturales distintos y, sobre todo, por razones históricas que consolidaron de un solo lado un poder financiero hegemónico, que somete al Sur a la dependencia y al subdesarrollo.

La democracia tiene su historia como aspi-ración humana. Sería muy largo contarla. Con-signas de la Revolución francesa –libertad e igualdad– son interdependientes. La democracia representativa tuvo una curva ascendente en la lenta conquista del sufragio universal, cuando

1 Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (N. de la R.).

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los partidos políticos se apoyaban en programas que respondían a los intereses de determinados grupos sociales. Hoy el poder hegemónico se vale de métodos más sofisticados. Transita por la educación, la manipulación de los medios y la construcción de imaginarios. Momento cumbre, las campañas electorales exigen enormes inver-siones con el consiguiente compromiso con los intereses involucrados.

Haber vivido intensamente significa disponer de un acumulado de conocimientos y de una importante memoria afectiva. No he olvidado los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando militares norteamericanos estaban estacionados en Cuba. Su club de oficiales estaba en las ca-lles Cuba y Peña Pobre, a cuadra y media de mi

casa. Mi memoria guarda el ruido de puertas y ventanas del vecindario, cerradas por precaución al paso de los soldados ebrios. A su regreso de la Europa recién liberada, un conocido empresa-rio norteamericano radicado en Cuba mostraba su sorpresa ante la conducta de our american boys, aun en países que conformaron la alianza antifascista. El vínculo con el poder genera pre-potencia e inficiona el alma de la gran mayoría. La relación civilizada que todos añoramos se apuntala en el respeto mutuo a las instituciones de países diversos, a la cultura de cada uno, al modo de concebir modelos de sociedad y a los valores amasados a través del tiempo.

Publicado en Juventud Rebelde el 2 de abril de 2016

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aDler Guerrier (Haití, 1975): Is what Chomsky said about Prometheus (Nine to Five) 2001. Impresión digital, 66 x 101 cm

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Suscribo estas notas después de avistar una ya inmensa masa de comentarios previos y posteriores a la visita del presidente Barak Obama a Cuba, proveniente de diversos

autores y con diferentes enjuiciamientos. Centraré pues mis observaciones en los que considero los desafíos que enfrentará en adelante el llamado «proceso de normalización».

1. La inusitada visita de un presidente de los Estados Unidos a la República de Cuba, acompañado de su familia y de un enorme séquito de asesores e invitados, cierra la primera etapa del proceso de normalización iniciado el 17 de diciembre de 2014, a partir de las conocidas declaraciones del presidente estadunidense Barak Obama y del presidente cubano Raúl Cas-tro. En esta etapa se inició la normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos Estados y Gobiernos, se tomaron algunas medidas de apertura económica, se autorizaron algunos intercambios de bienes y servicios, particularmente de comuni-caciones y transportación, y se suscribieron algunos acuerdos de cooperación.

La visita de Obama a la Isla contribuiría a que el proceso de normalización se hiciese «irreversible», reforzara su «legado histórico», y pusiese a prueba la capacidad norteamericana de influir en el escenario interno cubano y sobre sectores de

JUAN VALDÉS PAZ

Cuba-Estados Unidos: los desafíos de la normalización

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su sociedad. Al respecto, podemos considerar la visita de Obama como un éxito de imagen y comunicación social.

El Gobierno cubano había hecho posible el inicio de las negociaciones al dejar de con-dicionarlas a la supresión previa del bloqueo económico y financiero de los Estados Unidos al país y ha favorecido ahora su continuidad, al recibir al presidente de los Estados Unidos con la intención declarada de dirigirse a sectores de la población cubana, como culminación de accio-nes antes anunciadas de influir en un cambio de régimen en Cuba por otros medios.

El Gobierno cubano ha tratado de compensar estos gestos e intenciones norteamericanos con reiteradas declaraciones respecto a las condi-ciones presentes y futuras de dicho «proceso de normalización» de las relaciones entre ambos países, tales como: el respeto a las soberanía y autodeterminación irrestricta de los cubanos; la negociación de sus diferendos entre iguales; basar sus relaciones en el derecho internacional; así como la plena independencia de su política exterior. La experiencia futura nos dirá cuánta viabilidad tuvo este proceso de normalización bajo esas condiciones.

Quedan por conocerse o conjeturar los con-tenidos de los intercambios privados sostenidos entre ambos presidentes, en temas nacionales e internacionales. Podemos suponer que de parte de los Estados Unidos fueron la delimita-ción de soberanías en las aguas del Golfo entre los países concernidos; el espacio que le estará disponible en la reforma económica cubana; el posicionamiento frente a los procesos de cam-bios en la región latinoamericana y caribeña; las acciones contra el bloqueo, y los temas pendien-tes de la normalización. Y de parte del Gobierno

cubano, este habría reiterado sus demandas para una normalización completa –abrogación del bloqueo económico y financiero, la indemniza-ción por los daños ocasionados al pueblo cubano, la supresión de las acciones subversivas contra el régimen cubano, y la devolución del territorio de la Base Naval de Guantánamo–, así como el rechazo a las pretensiones explícitas del Gobier-no norteamericano de influir en el proceso de reformas en curso en Cuba.

2. Como era previsible, la visita de Barack Obama a Cuba fue diseñada como un espec-táculo que tuvo de la parte cubana toda clase de facilidades. Dejando a un lado «las secretas intenciones», es de reconocer que sus emotivos discursos tuvieron la calidad y penetración espe-radas. Ambos, presencia y discursos, fueron un ejercicio práctico de lo que se ha dado en llamar por él mismo el soft power.

El propio Obama hizo de su visita un partea-guas y un hito histórico al decir y comprometer-se con [la idea de] que «[ha] venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano [...] para extender una mano de amistad al pueblo cubano».

Inesperadamente, Obama habló poco de econo-mía, de «la actualización del modelo económico» cubano, iniciada hace más de un quinquenio, o del debate abierto sobre un nuevo modelo. No obstante, reiteró su rechazo al bloqueo. Aludió al proceso de reformas en curso sugiriendo, graciosamente, acelerarlo «como un socio de los Estados Unidos». En su lugar prefirió promover su «credo» personal en el supuesto de que este debería realizarse en Cuba.

Como dice Rafael Hernández, Obama hizo «la cartografía de todo lo prohibido» en Cuba. Pero lo más interesante es que su discurso robaba a

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los sectores socialistas, críticos de la sociedad cubana, una gran parte de sus reivindicaciones de desestatización, desregulación, descentraliza-ción, socialización, autogobierno y autogestión, así como de un mayor desarrollo democrático («la democracia es la forma de cambiarlo», Oba-ma dixit) entendido como mejor deliberación, representación y participación de la población. Estas son ideas y demandas internas a la sociedad cubana que se colocan en la tradición comunista de «democracia plena» (Rosa Luxemburgo di-xit). Tales coincidencias explicarían su recepti-vidad para los cubanos más que sus llamados a un «futuro de esperanza» y sus promesas de un futuro acompañado.

Obama mostró una aguda percepción de la sociedad cubana y de la posible evolución de los escenarios internos y externos. Identificó «ni-chos» de influencia e interpeló por su nombre a sectores emergentes («trabajadores autónomos», «emprendedores»), generacionales («me dirijo a los jóvenes de Cuba»), grupos en desventajas («afrodescendientes»), población en riesgo, etcétera.

Sorpresivamente, su discurso fue más una pro-puesta socialdemócrata que liberal o neoliberal, con lo cual conectó con una de las corrientes ideológico-políticas en auge en Cuba y con su eventual base social. En una sociedad que a su pesar acrecienta su patrón de desigualdad, su prédica fue que todos ganaremos.

Finalmente, en un lapsus de soberbia im-perial, Obama dijo que «Cuba no tiene que ser definida por estar en contra de los Estados Unidos [...]», como si la identidad nacional cubana forjada en quinientos años dependiese de ellos. Curiosamente, ha sido la ruptura con la dominación de los Estados Unidos la que ha

permitido a la nación cubana su reconocimiento universal.

3. Si el presidente Obama utilizase los meses que le quedan de su mandato para incidir con nuevas medidas ejecutivas sobre el proceso de normalización, condicionaría en mayor medida la continuidad de su política por parte de una nueva administración y demarcaría un nuevo tramo de ese proceso. Ello supone que los po-deres fácticos que aprueban su política hacia Cuba lo acompañarán hasta el final y que se incrementarán los grupos de presión y de opinión en su favor.

Otra condición favorable sería que, como hasta ahora, el tema cubano saliese de la disputa electoral en curso, cosa posible pero no probable.

4. Más en general, las próximas etapas del proceso de normalización se enfrentarán del lado norteamericano a las modalidades que futuras administraciones darán a su política hacia Cuba y al peso que le concederán en ella a sus premisas geopolíticas. Del lado cubano influirá la marcha de su recuperación económica, los cambios ins-titucionales y el grado de penetración que los Estados Unidos hayan alcanzado para entonces en la economía y la sociedad cubana.

Un punto de desencuentro será la política de recuperación hegemónica de los Estados Unidos sobre la América Latina y el Caribe («todos somos americanos») y sus correspon-dientes soportes político, económico y militar. La triangulación que se pretenda con la política hacia Cuba y la política regional será una perma-nente fuente de desencuentro, y eventualmente de confrontación, cosa que podrá agravarse con futuras administraciones.

Al respecto, sería útil retener que el debi-litamiento de los gobiernos progresistas de la

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región modificará la correlación de fuerzas con el predominio del eje centroderecha de países, cosa que influirá en todos los mecanismos de integración económica regionales y aún más en los de concertación política, caso de la Oea y la Celac. Ello afectará el recurso regional en apoyo a las posiciones cubanas en el proceso de normalización.

Cuba deberá promover la unidad latinoame-ricana y a la vez una agenda concertada frente a los Estados Unidos; igualmente, mantener su solidaridad con los gobiernos de la región que promueven cambios soberanos en favor de las grandes mayorías de sus países.

5. No parece que en próximas etapas del llamado proceso del normalización entre Cuba y los Estados Unidos este transcurrirá con el «deslizamiento» de la primera y es altamente probable que las próximas administraciones norteamericanas se coloquen en la perspectiva de que le corresponde a la parte cubana hacer gestos o concesiones que justifiquen las nue-vas acciones de normalización por parte de los Estados Unidos. Esta noción de «toma y daca» colocará a las reivindicaciones cubanas en un plano de difícil solución. El Partido y el Gobier-no cubanos tendrán que atemperar sus estrategias de negociación a estas condiciones.

Quizá el mayor desafío para el Gobierno cu-bano –actual y futuro– estribe en lidiar con la pretensión norteamericana de ser un actor interno en la sociedad y política cubanas. Se trata de una vocación imperial de difícil contención. De hecho, el despliegue de Obama en su reciente visita a La Habana no tuvo de la parte cubana las limitaciones esperadas, protocolares o de actuación.

Otro complejo desafío para la dirección cubana será recomponer su discurso hegemónico sobre la sociedad cubana, en el cual se incluyan las refor-mas en curso, la normalización de las relaciones con los Estados Unidos y, a la vez, el compromiso tercermundista, latinoamericanista, antimperialista y anticapitalista de la Revolución Cubana.

6. Una cuestión más de fondo que subyacerá a todo el proceso de normalización y que puede hacerlo indefinido, se refiere a las respectivas concepciones sobre el estado de «normalidad» de las relaciones entre ellas. La condición de super-potencia, hegemón regional y líder del capitalismo global le dará a los Estados Unidos una percepción asimétrica de cualquier escenario que considere «normalizado» y una propensión irrefrenable a dominar su espacio geopolítico. Cuba será siempre el término débil de esas relaciones y tendrá que refrenar permanentemente la vocación imperial de los Estados Unidos. Para ello los cubanos no deberán olvidar en ninguna medida que existen contradicciones irreductibles entre las dos partes –geopolíticas, de proyectos de nación y sociedad, de integración latinoamericana y caribeña, de op-ciones de desarrollo, etcétera–, tal como atestigua la historia de dichas relaciones.

Como declaró Obama, esas contradicciones no se manifestarán ya en un escenario de Guerra Fría pero, como han advertido muchos analistas, ese nuevo escenario de guerra será como nunca antes comunicacional, simbólico y cultural. Pero ningún escenario deberá obviar que la Revolución Cubana tiene sus propias metas y valores. Olvidarlo sería condenarnos a volver a vivirlos.

Publicado en Sin permiso el 25 de marzo de 2016

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