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Política y Sociedad, 2010, Vol. 47 Núm. 1: 85-104 85

El habitus de la discapacidad: la experienciacorporal de la dominación en un contexto

económico periférico1

Disability Habitus: Body Experience of Domination in a Economic Peripherical Context

Carolina FERRA�TE Miguel A. V. FERREIRA

CONICET / Universidad de Buenos Aires Universidad Complutense de [email protected] [email protected]

Recibido: 17.7.09Aprobado definitivamente: 3.11.09

RESUME�Para la comprensión sociológica de la discapacidad, fundamentalmente desde el Modelo Social, se hanaplicado esquemas y categorías pensados desde y para el Primer Mundo que quizá no sean aptos paraanalizar el fenómeno en otros contextos nacionales. En el texto se propone la pertinencia de la aplicaciónde la teoría de Pierre Bourdieu para la comprensión de la experiencia de las personas con discapacidadque viven en una sociedad económicamente periférica como lo es la argentina: las cateogías de habitus,trayectoria social y violencia simbólica permiten dar sentido a las voces de esas personas. Se comprueba,a través del material empírico utilizado, cómo, efectivamente, la dominación de la que dichas personasson objeto se inscribe en una estructura institucional que reproduce las condiciones de su mantenimientoinculcando en los dominados las predisposiciones que así lo garantizan: son objeto de un proceso dehomogeinización vinculado a la inculcación de un habitus muy específico que tiene al cuerpo comoprincipal dispositivo de sujeción.PALABRAS CLAVE: Discapacidad, habitus de la discapacidad, cuerpo no legítimo-legitimado, dominación.

ABSTRACTSociológical understanding of disability, mainly from the Social Model, has applied schemes andcategories produced from and for the First Worid which perhaps are not adequate to analyse disability inother national contexts. The text proposes that Pierre Bourdieu theory is useful to understand disabledpeople experience in an economic peripherical society as Argentina is. The notions of habitus, socialtrajectories and symbolic violence provide sense to these people voices. Through the empirical materialused we realise as, in fact, that domination suffered by these people falls within an institutional structurethat reproduces its maintenance conditions instilling an specific habitus, which constitutes the body as itsmain clamping device.KEYWORDS: Disability, habitus of disability, non legitimate-legitimated body, domination.

1 Este trabajo surge de la revisión, ampliación y actualización de un texto aún inédito (Ferrante y Ferreira, 2007); se utilizan,además de las fuentes etnográficas originales, algunos fragmentos de las que se incluyeron en Ferrante y Ferreira (2008).

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I�TRODUCCIÓ�

Como señala Colin Barnes en su aportación alpresente monográfico, durante mucho tiempo seha entendido la discapacidad a partir de categorí-as y experiencias occidentales y se ha presupues-to que dichos criterios eran aplicables de modouniversal. Ahora sabemos que en un mundosocio-económico globalizado ningún fenómenosocial puede ser comprendido de modo adecuadosi no se toma en consideración el contexto especí-fico del mismo y su posición relativa en ese mar-co global. La realidad social de la discapacidad seconfigura de modo muy distinto en las sociedadesoccidentales avanzadas y en aquellas otras quemás bien se sitúan en la periferia, y en posiciónsubordinada, de la nueva economía informacional(Castells, 1998). Tal es el caso de la sociedadargentina. El modelo social de la discapacidad,surgido en EEUU y Gran Bretaña como perspec-tiva crítica y con pretensiones emancipatorias, haprestado escasa atención a la situación de las per-sonas con discapacidad en América Latina y esprobable que el marco analítico sobre el que seerige no sea del todo adecuado para su análisis.2

No obstante, en Argentina se ha dado unaproducción teórica crítica que sí ha tomado

como punto de partida la línea de los DisabilityStudies. Skliar (2000) y Vallejos et al (2005) sonun buen ejemplo. Estos últimos autores sosten-drán que, en el campo de la rehabilitación y lapedagogía, la falta de problematización teóricaen torno a la definición de deficiencia y disca-pacidad y la aceptación acrítica de categoríasmédicas y pedagógicas anula la posibilidad deun punto de vista más complejo, reafirmando ylegitimando prácticas normalizadoras de laspersonas con discapacidad. Otra aportación crí-tica, que se apoya en el marco conceptual de lateoría de los campos de Bourdieu, la constituyela producción de Katz y Danel (2008). Y tam-bién hemos de destacar la brillante contribuciónde Sosa (2007), que problematiza la relaciónentre cuerpo, discapacidad, deporte y poder.

De lo que se trata es de situar el análisis en elmarco contextual al cual se va a aplicar. En pri-mer lugar, hay que considerar que la situación delas personas con discapacidad en Argentina essignificativamente peor que la que se da en lassociedades europeas occidentales o en EEUU, talcomo lo refleja el trabajo de Carolina Ferrante(2007), basado en los datos de la Encuesta Nacio-nal de Discapacidad 2002/3, ENDI (INDEC,2003).3 En Argentina la gran mayoría de las per-

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2 Más aún, la imposición de las categorías dominantes a los dominados contribuye a la reproducción de la lógica de la domina-ción, naturalizándola: «La violencia anexionista (…) puede ejercerse en las relaciones de dominación simbólica entre los Estados y lassociedades con acceso desigual a las condiciones de producción y recepción de lo que las naciones dominantes están en disposiciónde imponerse a sí mismas (y, por lo tanto, a sus dominados), y de imponer a los demás, como universal en materia de política, dere-cho, ciencia, arte o literatura. (…) [L]a manera de ser dominante, tácitamente erigida en norma, en realización cabal de la esencia dela humanidad (todos los racismos son esencialismos), tiende a afirmarse con apariencias de naturalidad mediante la universalizaciónque erige ciertas particularidades fruto de la discriminación histórica (las masculinas, blancas, etcétera) en atributos no marcados, neu-tros (…) Y mediante una mera inversión de las causas y los efectos, se puede así “culpar a la víctima” imputando a su naturaleza laresponsabilidad de las desposesiones, las mutilaciones o las privaciones a las que se la somete» (Bourdieu, 1999:98-99).

3 Se prestará atención especial a un tipo particular de discapacidades, las motoras, puesto que sobre ellas se ha desarrollado,y desarrolla, el trabajo de investigación de Carolina Ferrante. El material empírico utilizado ha sido recopilado en la investiga-ción de la tesis doctoral en curso “Cuerpo, discapacidad y deporte. Análisis de las prácticas deportivas de los adultos con disca-pacidad motriz adquirida durante su vida en la Ciudad de Buenos Aires actualmente”, realizada por Carolina Ferrante. La mismase lleva a cabo en el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires bajo la dirección de Graciela Ralón deWalton y la co-dirección de Adrián Scribano, finacianda con una Beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Téc-nicas de Argentina (CONICET). En la misma, asumiendo un enfoque cualitativo, se trabajó con un muestreo por juicio (Scriba-no, 2008) y su tamaño se determinó de acuerdo a criterios de saturación teórica. Se privilegió el desarrollo se dos técnicas de reco-lección de información: entrevista en profundidad y auto-etnografía (Montero-Sieburth, 2006; Smith, 2005; Wall, 2006; Scribanoy De Sena, 2009). En ambos casos se trabajó con una guía predeterminada. La primera técnica persugue acceder de modo privi-legiado a los sentimientos, ideas y prejuicios de los agentes. La segunda técnica permite captar “el proceso” (Muncey, 2005), elcuerpo en relación y en movimiento, a partir de la inmersión del investigador en el grupo gracias a que al propiciar un “giro afec-tivo refuerza las conexiones sujeto-sujeto” (Scribano y De Sena, 2009). Los criterios para seleccionar la población con discapa-cidad a entrevistar fueron: personas con discapacidad motriz adquirida durante la vida (ya que según Goffman (2001) en estoscasos es en los que se puede captar de mejor forma el proceso de adquisición de la identidad social devaluada asociada al estig-ma), que viven en la Ciudad de Buenos Aires, entre 18 y 60 años y que transitaron por el espacio simbólico del Servicio Nacio-nal de Rehabilitación (SRN). Las entrevistas fueron realizadas entre diciembre de 2007 y octubre de 2008.

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sonas con discapacidad no poseen el certificadoque lo acredita: sólo el 14.6 % del total lo haobtenido, alcanzando entre las personas con dis-capacidad motora un porcentaje todavía menor,tan sólo el 12.8%. Esta ausencia de certificaciónoficial supone la imposibilidad de acceso a todotipo de recursos específicos. En relación con elnivel educativo, por ejemplo, entre las personascon discapacidad motora la amplia mayoría (el80%) no ha llegado a completar estudios secun-darios, mientras que en la población total del paíseste porcentaje desciende a algo menos de lamitad del total. Otro dato relevante lo suministranlos indicadores relacionados a “autovalimiento”,haciendo manifiesta la situación de vulnerabili-dad de las personas con discapacidad motora: lamitad de ellas dice salir tres veces o menos porsemana de su casa y, dentro de éstas, el 26,6%sale sólo excepcionalmente o nunca. Éstos yotros indicadores recogidos por Ferrante (2007)expresan claramente que el colectivo de personascon discapacidad en Argentina está en una situa-ción mucho más precaria de lo que sucede en lassociedades occidentales avanzadas.

Dada esta situación diferencial, sería adecua-do proponer un marco de análisis que tomase enconsideración las características específicas delcontexto argentino. Liliana Pantano (2005) hatratado de llevar a cabo esa tarea. Según estaautora, la discapacidad poseería dos dimensio-nes: por una parte, la que denomina “situaciónde discapacidad”, es decir, ciertas condicionesgenerales –tanto cuantitativas como cualitati-vas– que la discapacidad incorpora como atri-butos objetivos en un contexto particular; y, porotro lado, una “condición de discapacidad”, queevidenciaría la experiencia individual de esascondiciones generales objetivas como vivenciasubjetiva de la persona. Así, situación y condi-ción han de ser entendidas como dos caras oaspectos inseparables de la discapacidad: la cara“objetiva” y la cara “subjetiva” de la misma(Ferrante, 2007). Esta distinción, en principio,nos permitiría adecuar al contexto específico delque se tratase la experiencia concreta de la dis-capacidad de la persona y, además, estaría enconsonancia con la nueva definición de la Clasi-ficación Internacional del Funcionamiento, laDiscapacidad y la Salud, CIF (OMS, 2001).

Según dicha definición, la discapacidad seentiende como las “limitaciones en la actividad y

las restricciones en la participación, derivadas deuna deficiencia en el orden de la salud, que afec-tan a un individuo en su desenvolvimiento y vidadiaria dentro de su entorno físico y social”. Conesta nueva definición, que reemplaza a la previade la Clasificación Internacional de las Deficien-cias, la Discapacidad y la Minusvalía, CIDDM(1980), a partir de un modelo bio-psico-social, sebusca establecer una síntesis superadora, queintegra elementos del modelo médico rehabilita-dor (que interpreta la discapacidad como un merohecho biológico, resultado de una deficiencia delorganismo), y del modelo social (para el cual ladiscapacidad es la resultante de las condicionesopresoras que el medio social impone a quienesla poseen). Atendiendo a las variables medioam-bientales se podría determinar la situación de dis-capacidad específica, al tiempo que el grado delimitación particular de la persona expresaría suespecífica condición de discapacidad.

Sin embargo, creemos que ese marco analíti-co reproduce algunos de los déficits que a nues-tro entender posee el modelo social: ¿establecerla distinción entre situación y condición de dis-capacidad no significará perpetuar la lógica deldualismo cartesiano cuerpo/ mente, proyectadaen este caso –aunque no, obviamente, de maneramecánica– en la oposición individuo/ sociedad?Al plantearnos esta cuestión surgen otras interro-gantes asociadas: ¿Podemos reflexionar en tornoa la experiencia del cuerpo discapacitado sinpensarlo conjuntamente al cuerpo legítimo? ¿Porqué el cuerpo discapacitado es un cuerpo social-mente descalificado? ¿Es pertinente tomar comoindicador de la precariedad de la situación dediscapacidad la ausencia de certificación estatal?¿No estaremos perpetuando la concepción segúnla cual el cuerpo discapacitado es un sujeto des-valido que requiere ser curado y objeto de asis-tencia? ¿No estará la clave para entender la faltade integración, más bien que en la ausencia decredenciales, en la ausencia de autonomía de laspersonas con discapacidad (Ferreira, 2007)?

A partir de estas interrogantes, podemosintuir el peligro de caer en un doble error: por unlado, el del intelectualismo vacío de contenidoreal, matriz productora de conclusiones falsas o,como poco, inconsistentes; por otro, el de la puraestrechez analítica, al no percibir ciertos datosque potencialmente el análisis de la encuestamencionada podía ofrecer: entre ellos, por ejem-

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plo, el rol del Estado en la elaboración del mun-do social. Intelectualismo y obcecación que,ahora, queremos paliar en cierta medida median-te la “recuperación” de fuentes imprescindibles:la primera, la voz singular que quienes experi-mentan la realidad que nos ocupa utilizan paranarrar su existencia (una voz exigua, de momen-to en nuestro análisis, pero que irá ampliando sumargen de “decisión”); la segunda, la evidencia-ción de la dialéctica encarnación/ desencarna-ción que se produce, a nivel estructural, en laexperiencia que esa voz nos narra: el cuerpo queexperimenta, vive, la discapacidad, lo hace conajenidad de intenciones y con abundancia deconstricciones (su condición vital y sus determi-nantes contextuales juegan un juego en el queese cuerpo es la pieza que “se mueve”).

Por lo tanto, trataremos, desde esa dobleóptica, la de un contexto social distinto de aquélen el que se han producido las categorías inter-pretativas de la discapacidad desde una ópticasociológica, y la de una mirada que rehuye losreduccionismos intelectualistas que tienden aproducir versiones dicotómicas de la realidad,de hacer ver cómo la experiencia de la discapa-cidad cobra entidad a la luz de categorías alter-nativas que, desde una teoría crítica, sitúan elfenómeno en el marco de una experiencia encar-nada expresada de manera práctica en forma dehabitus (Bourdieu, 1999).

Además, a nuestras consideraciones previashemos de agregar ahora nuevas interrogantesque nos han suscitado las experiencias vitalesnarradas por tres personas con discapacidad.Esas narrativas anticipan las carencias sobre lasque se había definido previamente nuestro aná-lisis de la discapacidad; evidencian una necesi-dad metodológica que habrá de orientar nuestrotrabajo ulterior, la de proyectar la voz de los pro-tagonistas sobre nuestros ejes interpretativos.

EL FE�ÓME�O DE LA DISCAPACIDAD:U� MARCO A�ALÍTICO ALTER�ATIVO

La precariedad en la que se encuentra elcolectivo de personas con discapacidad motoraen Argentina (situación) se evidencia, tal comose ha anticipado, por el hecho de que la granmayoría de quienes lo integran no posee el cer-tificado oficial de discapacidad, así como porlas sustanciales diferencias con respecto a lapoblación sin discapacidad en lo tocante al niveleducativo alcanzado. Cabe describir esa situa-ción como de “vulnerabilidad social” (Castel,1997). No obstante, tal situación no es homogé-nea: la experiencia de vivir la discapacidad (lacondición) variaría de acuerdo a la trayectoriasocial del agente y, especialmente, al carácterascendente o descendente de la misma.

Las significativas diferencias en cuanto a niveleducativo entre las personas con discapacidadmotora y las personas sin discapacidad en Argen-tina son un dato significativo; no sólo porque lasimple deficiencia fisiológica no sirve como argu-mento explicativo, dado que la discapacidadmotora no implica impedimentos intelectualespara la asistencia a establecimientos de enseñanzaformal, sino, más aún, lo es por el hecho de que elcapital cultural institucionalizado es uno de losprincipales factores que determinan la posición delos individuos en el espacio social.

Los datos de la ENDI nos permiten, además,comprobar que existen también notables dife-rencias en la experiencia práctica de vivir conuna discapacidad motora que pueden ser asocia-das a la posición en el espacio social ocupadapor el agente, posición que depende del capitalglobal acumulado por éste (Bourdieu, 1987)4.

En la suma de capitales disponibles para laspersonas con discapacidad motora, junto al capi-tal económico5, es fundamental el capital social:

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4 En una sociedad dividida en clases “todos los productos de un agente hablan inseparablemente por una sobredeterminaciónesencial de su clase (o mejor, de su posición en el espacio social y su trayectoria ascendente o descendente) y su cuerpo, o másprecisamente de todas las propiedades, siempre socialmente calificadas, de la que es portador, propiedades sexuales por supues-to, pero también físicas, alabadas, como la fuerza o la belleza, o estigmatizadas” (Bourdieu, 1991: 135).

5 La posesión de capital económico condiciona la vivencia de la discapacidad pues es fundamental para la posibilidad de reci-bir tratamientos o de adquirir ayudas técnicas externas. Entre quienes no reciben actualmente tratamientos de rehabilitación, unporcentaje muy significativo declaran que la causa es, precisamente, la falta de recursos económicos. Entre los que no declaranexplícitamente la falta de recursos económicos se aducen otras causas tales como que el tratamiento no lo cubre la obra social, oque el lugar en el que hay que realizarlo está situado lejos de casa (lo que, obviamente, supone un gasto de desplazamiento), quetambién están vinculadas con el capital económico poseído

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gran parte de los tratamientos son financiadospor el grupo familiar, lo que no sólo implicarecursos económicos, sino la movilización de losafectos y la activación de los recursos derivadosde las relaciones próximas. Pero donde la rele-vancia del capital social poseído resulta más evi-dente es en el nivel de autovalimiento recogidopor la encuesta: gran parte de las personas condiscapacidad que pueden hacer tareas cotidianas“con ayuda”, como son las tareas domésticas,bañarse, hacer las compras, viajar en transportepúblico, lo hacen, en la amplísima mayoría delos casos, con el apoyo de la familia6.

Tener una discapacidad supone la experienciade un “cuerpo alienado”, pero dicha experienciavariará de acuerdo a la posición ocupada en elespacio social (Bourdieu, 1988). Ahora bien, esecuerpo dista mucho de ser, simplemente, un subs-trato fisiológico neutro, un depositario o conti-nente “natural” de la experiencia; muy al contra-rio, se trata de un “cuerpo para el otro” que es unproducto social: por un lado, sus propiedades“distintivas” se deben a las condiciones socialesde producción que las propician o no y, por otrolado, la mirada social que se le aplica lo define yconforma de acuerdo a determinadas categoríasperceptivas y evaluativas; dicha mirada no es unpoder abstracto y universal sino “un poder social,que siempre debe una parte de su eficacia alhecho de que encuentre en aquél a quien se apli-ca el reconocimiento de las categorías de percep-ción y apreciación que dicho poder le aplica”(Bourdieu, 1988:204). Si consideramos que

“todas las manipulaciones simbólicas de la expe-riencia corporal, empezando por los desplaza-mientos en un espacio simbólicamente estructu-rado, tienden a imponer la integración del espaciocorporal, el espacio cósmico y del espacio social,pensando según las mismas categorías” (Bour-dieu, 1991: 131), se puede asumir que esa ausen-cia en el espacio público de un gran número depersonas con discapacidad motora daría cuentade un cuerpo socialmente descalificado, encarna-ción del estigma o del rechazo7.

Previamente, nuestra indignación ante losreduccionismos objetivistas y subjetivistas nohabía tenido en cuenta el sentido vivido de laexperiencia de la discapacidad (que no puede sercaptado a través de una encuesta cerrada, sinoque debe incluir la voz de los agentes implicadosy la observación de sus cuerpos y sus prácticasen la vida real), por lo que no se lograba restituiren un sentido práctico el análisis objetivo. Comoseñala Bourdieu, “sólo puede describirse real-mente la relación entre los agentes y el mundo acondición de situar en su centro el cuerpo, y elproceso de incorporación que tanto el objetivis-mo fisicalista como el subjetivismo marginalistaignoran” (Bourdieu, 1999:241). El cuerpo estásocialmente marcado y jerarquizado: el habitus,como metáfora del mundo, hace referencia a unageografía corporal. La relación con el propiocuerpo es una forma de experimentar la posiciónen el espacio social mediante la comprobaciónde la distancia existente entre el cuerpo real y elcuerpo legítimo (Bourdieu, 1982)8.

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6 De cada diez personas con discapacidad motora, ocho dicen poder bañarse por sí mismas, seis pueden realizar las tareasdomésticas, cinco hacer las compras y cinco viajar por sí mismas en transporte público (mientras que, por ejemplo, entre las per-sonas con discapacidad auditiva, a quienes las barreras arquitectónicas parecerían influir menos, dadas las particularidades de ladeficiencia, nueve de cada diez pueden viajar solas en transporte público).

7 El concepto de “estigma” ha sido considerado de manera negativa en su aplicación a las personas con discapacidad por par-te de algunos autores adscritos al modelo social, particularmente, a su versión más materialista: el concepto (Goffman, 1986) tra-duciría, según estos autores, en términos de mera evaluación perceptiva, psicológica, una realidad que en su constitución está emi-nentemente definida por evidencias prácticas y culturales que determinan una calificación estructural del colectivo de las personascon discapacidad (Oliver, 1990). A nuestro modo de ver, la utilización de tal concepto es útil siempre y cuando se enfatice la intrín-seca relación entre estigma y división del trabajo, relación según la cual el estigma adquiere la condición de un coeficiente sim-bólico negativo (Bourdieu, 2000).

8 A partir de ciertas condiciones de existencia, el mundo se hace carne en el sujeto estableciendo un habitus (Bourdieu 1991),como sistema de disposiciones que en él se sedimentan y que, en términos de Maurice Merleau-Ponty, no cierran la experiencia,sino que permiten recrear al nivel de la experiencia corporal o individual un mundo particular entre todos los posibles (Merleau-Ponty, 1975). El reconocimiento por parte de P. Bourdieu de la tradición fenomenológica permite desarrollar un estudio paraleloentre su noción de habitus (Bourdieu. 1987) y la de cuerpo habitual de Maurice Merleau-Ponty. En términos de M. Merleau-Ponty, en virtud de la naturaleza temporal de la existencia en el cuerpo propio se constituye un cuerpo habitual, existencia adqui-rida o cristalizada en los esquemas de acción que desaparecen en el cuerpo actual, existencia abierta y personal continente demovimientos virtuales

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Buscando, entonces, una “radicalización” delas hipótesis previas, sostenemos ahora que noes pertinente, para el caso argentino, mantenerla dualidad y oposición determinadas por losconceptos de condición y situación de discapa-cidad propuestos por Pantano, ya que, si inten-tamos pensar la misma desde una perspectivasociológica como una relación de dominación,sería más adecuado incorporar términos socio-lógicos, antes que médicos y, sobre todo, eludirla transposición de una experiencia integral enforma de una representación binaria que fractu-ra y escinde lo que, en su naturaleza constituti-va, es una realidad dialéctica.

Con ello, tratamos de evitar, según ya hemosanticipado previamente, caer presa del dualis-mo cartesiano9 para poder ver en el cuerpo, yen lo que tiene de más hondo, las emociones, laclave del establecimiento de una relación dedominación duradera. Y además, podremosconectar esa experiencia con las marcas supra-corporales que los contextos socio-históricosdeterminan en ella: el cuerpo, el cuerpo de ladiscapacidad, encarna un habitus que opera laconjugación de situación y condición de disca-pacidad, las determinaciones tanto objetivascomo subjetivas del campo en el que se desen-vuelve. Pero, a su vez, ese habitus encarnado esexpresión de una historia colectiva en la que lasestructuras económicas e ideológicas determi-nan las condiciones de posibilidad para suexpresión: es el Estado el que, en gran medida,sanciona con sus prescripciones las condicionesen las que se ejerce la violencia simbólica10,

como institución inscrita en un modelo socio-histórico económico e ideológico, la sociedadcapitalista de mercado regulada por, pero tam-bién reguladora de, la ideología liberal-indivi-dualista, cuya configuración específica en cadacaso particular, fundamentalmente a nivelnacional, habrá que tomar en consideración.

Podemos plantear, entonces, situación y con-dición de discapacidad en términos de un habi-tus de grupo, el habitus de la discapacidad:como estructura estructurada, es un productohistórico a través del cual el Estado inculca laconcepción del cuerpo no legítimo definida porel campo médico; y como estructura estructu-rante determina el límite de lo pensable y lo nopensable y genera unas prácticas y unos juiciossistemáticos. Sobre esa imposición, el colectivoqueda marcado con las señas de la “exclusiónsocial”.

Dada esta contextualización socio-histórica,marcada por ese doble eje económico e ideoló-gico, el fenómeno de la discapacidad no puedeser asumido desde una perspectiva universalis-ta11: su constitución, en términos socio-cultura-les, variará según los patrones específicos dedesarrollo de las distintas sociedades. La disca-pacidad en Gran Bretaña será diferente de la dis-capacidad en Argentina. En ambos casos pode-mos partir de un esquema interpretativogenérico que asume la existencia de un campoespecífico, el campo de la discapacidad, regula-do por la inculcación y encarnación de un deter-minado habitus, pero cada campo y cada habitusasociado se constituirán en la forma específica

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9 La dicotomía cuerpo/ mente, de filiación cartesiana, marca la transición “moderna”, lectura en clave cientifista, de las cate-gorías de pensamiento propias de nuestra herencia cultural greco-judeo-crisitana: hay un cuerpo y un alma, un hombre y un dios,una esencia y un accidente, una materia y una forma (o idea), un pensamiento y un acto, etc., etc., etc. En ciencias sociales, comono podía ser menos, esa tradición secular ha tenido una profunda implantación: el individuo frente a la sociedad, las normas enoposición a la acción, el sentido subjetivo frene a la evidencia observable, la estática y la dinámica, la estructura y el cambio, etc.,etc., etc. Es toda una «tradición» cuya quiebra no resulta sencilla.

10 «La violencia simbólica es una coerción que se instituye por medio de una adhesión que el dominado no puede evitar otor-gar al dominante (y, por lo tanto, a la dominación) cuando sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aún, para pensar su rela-ción con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la estructu-ra de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como natural; (…) los esquemas que [el dominado] pone enfuncionamiento… son fruto de la incorporación de las clasificaciones que así quedan naturalizadas, cuyo fruto es su ser social»(Bourdieu, 1999:224-225).

11 La pretensión de “universalismo” es uno de los rasgos definitorios de los modelos interpretativos dominantes, tanto comoun mecanismo que garantiza la perpetuación de dicha dominación: «Multitud de profesiones de fe universalistas o de prescrip-ciones universales son fruto de la universalización (inconsciente) del caso particular (…). Otorgar a todos, pero de manera mera-mente formal, la “humanidad” significa excluir, con apariencia de humanismo, a todos aquellos que carecen de los medios pararealizarla» (Bourdieu, 1999:90). Toda pretensión de universalidad surge de un privilegio, de unas condiciones de existencia queno están al alcance de todos.

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que determine la evolución histórica particular.La sociedad británica se encuentra en una posi-ción central, dominante, dentro del marco gene-ral de una economía globalizada, en tanto que lasociedad argentina está en una posición periféri-ca, subordinada. El campo de la discapacidad enArgentina será sustancialmente distinto al britá-nico. Y, precisamente, la forma de captar lasespecificidades de uno y otro será el acceso a lasexperiencias concretas y singulares de las perso-nas que experimentan los efectos de esos cam-pos. Sólo la experiencia encarnada de la disca-pacidad puede dotar de contenido al marcoanalítico.

Además, el habitus no es un destino sino undispositivo de potenciales destinos: las varia-ciones en un habitus de grupo podrían serexplicadas como variaciones en las trayecto-rias de clase; es por esto que los modos devivir la discapacidad variarán de acuerdo a lassingularidades de la biografía de cada agenteen particular. En consecuencia, el habitus de ladiscapacidad sólo puede ser pensado en rela-ción con el campo de la salud, dado que ése esel espacio de lucha por la imposición de ladefinición del cuerpo legítimo y el cuerpo nolegítimo; ese campo es, a su vez, un productosocial e histórico, resultado de la lucha enta-blada por la ciencia médica con otros saberesexpertos, que si bien no puede ser pensado demodo separado del espacio social, posee unalógica propia. Y decimos campo de la salud, yno campo médico, dado que la definición delcuerpo legítimo, es decir, el cuerpo saludable,sano y bello necesario para desenvolverse en lavida social, en el capitalismo actual, y en suparticular constitución en el caso argentino, seha ampliado incluyendo en él no sólo la ofertade bienes de curación del cuerpo sino tambiénde almas12. Lo que se da, de hecho, es unadisolución del campo de la salud en la que loslímites de la oferta de bienes de tratamiento dela enfermedad se encuentran en constante pujaentre sistemas expertos y en donde el pensa-miento médico-científico cumple el papel deortodoxia (por su antigüedad en el campo y su

acumulación de capital global), pero que seencuentra en estado permanente de cambio(Giddens, 1995). En la lucha por la imposiciónde la buena manera de vivir y de ver la vida yel mundo, los saberes expertos se amparan enla ciencia para imponer verdades y valores, yesta imposición se establece a través del cuer-po (Bourdieu, 1990).

A fecha actual se está produciendo, en lassociedades occidentales avanzadas, un despla-zamiento en la estructura: el campo de la saludes “invadido” por nuevos agentes que amena-zan su hegemonía. El movimiento por una VidaIndependiente iniciado en EEUU en los años 60está desplazando desde entonces el terreno dela disputa hacia el campo de la política (losderechos civiles); el “modelo social” británico,afincado en la institución universitaria y en losdepartamentos de sociología pugna en el mis-mo sentido ideológicamente, pero, además,incorpora en la disputa un nuevo saber expertoen condiciones de dictaminar ortodoxias: laCiencia Social está en disposición de definirpatrones legítimos con los que reconfigurar laspresuposiciones que articularían el habitus de ladiscapacidad (no es sino ésa nuestra intencióncon el presente trabajo). Ese desplazamiento nose ha dado en Argentina.

Pero no todo está dado de antemano: lacompetencia por la acumulación global decapitales, en cualquier campo en disputa, es unproceso dinámico sometido a constantes rea-justes y a reestructuraciones de conjunto. Enesa dinámica, los agentes actualizan los esque-mas y predisposiciones heredados a través delhabitus, pero esa actualización es a su vez unmecanismo perturbador, pues sus esquemasadelantan expectativas que pueden no corres-ponderse con el estado actual del campo encuestión (los esquemas heredados se definenen función de la situación anterior del campo).La dialéctica de las expectativas subjetivas yde las oportunidades objetivas opera pordoquier en el mundo social y, si bien en lamayoría de los casos tiende e asegurar el ajus-te de las primeras a las segundas, sin embargo,

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12 En analogía con la disolución del campo religioso que formula P. Bourdieu (1990), podemos considerar que en las socie-dades capitalistas avanzadas se da una disolución del campo médico, que queda subsumido en la esfera más amplia del campo dela salud.

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surgen los desfases (Bourdieu, 1988), en loscuales las conductas se vuelven “sin razón”,emergen los “síntomas” (Freud, 1998) que evi-dencian que tras la aparente naturalidad de lascosas se encierran conflictos y pugnas que soncristalización de procesos en permanente ries-go de catástrofe; todo lo evidente es evidente-mente asumido como tal hasta que se hace evi-dente que podría ser radicalmente distinto acomo es.

�ARRATIVAS DE LA DISCAPACIDAD:VOZ, CUERPO Y HABITUS

Hemos de observar la violencia invisible quese ejerce de modo cotidiano y continuo en lasfamilias, la calle, los hospitales, la facultad, lostribunales, las escuelas; una manifestación quees el producto de la “violencia inerte” de lasestructuras económicas y los mecanismos socia-les (Bourdieu, 1998). Podemos “observarla” através de las voces de la discapacidad, que indi-carán la específica experiencia que dicha vio-lencia implica en el caso argentino.

Esas voces expresan la experiencia de la“institucionalización”: la reclusión en institu-ciones especializadas en el tratamiento y la curade la discapacidad, con sus profesionales exper-tos; el cuerpo de la discapacidad pasa a ser obje-to de tratamiento clínico:

“Mi papá no sabía cómo hacer para que yoestudiara. (…) Encontró un colegio en Lanús. Ahíestuve internado de los 12 a los 18, ahí hice el pri-mario y el secundario. Era para todo discapacita-do. (…) Va, no lo terminé porque me escapé a los18 años (…) ¡¿vos sabés lo que era a los 18 añosestar internado?!, a las 7 a la cama” (Enzo)

“Yo estuve 6 meses en cama y las piernas sevuelven locas, y (…) te empiezan a dar biorrela-jantes o te dan el Valium, (…) Hacen un equipoel kinesiólogo, la psicóloga, el fisiatra, el fisiatraes el que manda, y te dan biorrelajantes para quelas piernas se queden duras. (…) Te empiezan aempastillar, empastillar y no, yo dije hasta ahí,¡eh!. Hay pibes [chicos] que tomaban 5 Valiumpor día. (…) Es todo robóticamente, no es quevas a poder volver a caminar, es para que llevesuna vida… mejor” (Pablo)

Cuando ese cuerpo incumple el principio dela institucionalización, accediendo al espaciopúblico, se encuentra con que en éste todo es“visible”, primordialmente visible y no, simul-táneamente, visible, audible y palpable; aquelque no ve, es desplazado:

“El otro día me llevé puesto un cesto, no pue-de haber cestos a la altura de la cabeza, cuando lefui a decir al kiosquero me dijo pero ya está ahí”(Laura).

En ese espacio público no todo está incons-cientemente pensado para cuerpos “normales”;hay, por ejemplo, servicios especiales para per-sonas con discapacidad; pero en este caso lo queestá ausente es la conciencia de que muchas per-sonas necesitan esos servicios, lo cual se tradu-ce en su diseño:

“En la facultad tuve que esperar cuarenta ycinco minutos para que me trajeran la llave delbaño de discapacitados, ¡cuarenta y cinco minu-tos! (…), y el baño tenía un escalón de cincuentacm., no puede tener un escalón de cincuentacm.!” (Laura)

Y esa falta de conciencia, de hecho, va másallá del diseño de esos servicios especiales;implica un ideario colectivo que, lejos de sensi-bilizado frente a las personas con discapacidad,las percibe como blancos más fáciles para elengaño:

“Ahora ando siempre con cambio chico, por-que al no ver la gente se abusa, antes siempre mecagaban, me metían billetes de diez pesos porbilletes de veinte, deberían tener rombos, pero nose sienten, hasta en los tribunales de San Martínme metieron el perro [me engañaron]” (Laura).

La voz de Laura expresa, sin resquicio paralas ambigüedades, que el habitus de la discapa-cidad se consolida cotidianamente como lavertiente negativa de esas dicotomías quehemos anticipado: los cestos la golpean, losbaños no están a su disposición y la gente tratade engañarla; ¿por qué? Porque es portadora deun cuerpo ilegítimo cuya razón histórica de serlo sitúa en una institución especializada, no

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“en la calle”. También su voz nos expresa laimportancia del capital disponible en la trayec-toria singular de cada persona con discapaci-dad; nos confirma lo que anticipábamos a tra-vés de las cifras de la ENDI, la importancia delcapital social en la experiencia concreta de ladiscapacidad:

“Yo tuve un accidente en el 99 ahí murió mimamá, (…) Tuve que aprender a ser una ciegaprofesional, o sea: no sabía manejarme, y en esomi papá fue fundamental (…) Convencimos a mipapá para no ir más a la escuela común e ir sóloa la escuela de ciegos. Ahí aprendí braille, estuvobuenísimo, aprendí actividades de la vida cotidia-na en eso mi papá me ayudó muchísimo, si mehubieran criado mis abuelos hubiese sido unainútil porque son miedosos, no sabría salir a lacalle sola, prender [encender] el horno pero mipapá me estimuló que aprendiera todo, mi papáme enseñó a cocinar” (Laura)

La importancia del capital disponible tam-bién se manifiesta en los casos de Enzo y Pablo,por ejemplo, en el modo en el cual cada unoaccede habitualmente al Servicio Nacional deRehabilitación (SRN) para realizar prácticasdeportivas. Enzo (con secuelas de polio) tiene laposibilidad de desplazarse solo sin inconvenien-tes en el espacio físico: va en su automóvilimportado (y adaptado), en el cual su discapaci-dad no es percibida por los otros y, a su vez, dis-pone de tiempo para el ocio, el cuidado y elmantenimiento del cuerpo. (Bienes accesiblesgracias a que la suya ha sido una trayectoriasocial ascendente):

“Yo hace 50 años que vengo acá. Ahora lamayoría, viste, vienen acá acompañados, con lamadre, yo vengo en el auto solo. Ahora están muyprotegidos, son boludos [tontos] grandes. Mishijos laburan [trabajan], mi señora también, si sequeda [estropea] el auto llamo al AutomóvilClub, ¡y ya está!” (Enzo)

Por el contrario, Pablo, de 30 años, paraplé-jico a raíz de un accidente, miembro de unafamilia subproletaria (hijo de padres con prima-rio incompleto y baja categoría ocupacional, yempleos informales), no posee la “capacidad”para manipular el espacio físico y el cuerpo pro-pio. A diferencia de Enzo, que en unos pocosminutos puede llegar en automóvil al SRN (conel privilegio de pasar desapercibido por losdemás), Pablo (al no tener medios económicospara comprar un coche) circula en transportepúblico. Para llegar al Servicio tiene que reali-zar un viaje de dos horas en colectivo [autobús]y necesita la ayuda de otros para subir y bajar deél. Lo cual implica estar permanentementeexpuesto a que las personas invadan su intimi-dad, invasión que puede llegar a niveles de agre-sividad extremos:

“… tengo que subir al colectivo [autobús] ytren. Tengo que hacer 20 cuadras [manzanas] ensilla para tomarte el 15 que me deja en Liberta-dor (…) A la gente le choca la silla, pero escuestión como lo llevás vos, si no te peleás contodos si yo me pongo a decir ¿que mirás? Tenésque decir ey loco ¿cómo va? Y te están mirando.Vos llegás a un lado y es además llegás a chocartobillos, ¿hola, qué tal?... permiso. ¿A la socie-dad le vas a echar la culpa? Al colectivo [auto-bús] me suben. El rengo13 tiene que enfriarse.Te dicen yo si estuviera en tu lugar me pegaríaun tiro, ¿y qué le vas decir? ¡Pegátelo vos!(Risas)”. (Pablo)

Aprenderlo “todo de nuevo”, dice Laura,aprender a ser “ciega profesional”; es decir,reestructurar su existencia como consecuenciade las prescripciones impuestas sobre un cuer-po, ahora, no legítimo. Laura pudo ir a unaescuela “especial”, pudo no caer bajo la subor-dinación de los “miedos” de sus abuelos, pudoaprender de papá a salir a la calle, a encender elbrasero, a cocinar. Su experiencia particular,como la de Pablo, está marcada por su condi-

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13 La palabra “rengo”, que vendría a ser, más o menos, en castellano español “cojo” (más propiamente, renqueante) es el con-cepto genérico para calificar a las personas con secuelas de polio por su modo de andar.

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ción de clase (por la trayectoria social de su gru-po de pertenencia, eminentemente ascendente),que le dio acceso a determinados recursos ycapitales, en particular, el capital social que supadre puso a su disposición. Pese a lo cual, ces-tos, bibliotecas y aseos públicos siguen atesti-guando lo exiguo, en las condiciones socialesgenerales en las que se desenvuelve, de su logro,un logro que en el espacio público la descalificay la sitúa como “víctima”.

La aceptación de las limitaciones impuestaspor una cultura discapacitante aparece en estasnarrativas, y lo hace, decíamos, en forma deresignación; una resignación que implica lainteriorización de las limitaciones constantes ycotidianas impuestas por la experiencia práctica.Así mismo, se comprueba como el cuerpo dis-capacitado está desigualmente expuesto al mediode acuerdo a la posición en el espacio social desu poseedor. Pablo encarna uno de esos tantoscuerpos superfluos (Scribano, 2008) inscritosen la cultura del no:

“Yo quería venir a la pileta [piscina]. El aguame hacía bien, a la espalda, a las piernas, o losbrazos. Y bueno te dan el alta y entonces yo ledije a la doctora mire yo quiero un remís [taxi]para venir a kinesiología y para venir a la pileta[piscina]. Vine una sola vez a la kinesióloga deexternos te miran con esas caras de fifí que no séque como que no vine nunca más. Asquerosas, nosé como decirte. Yo lo que veo en Ramsay [elServicio Nacional de Rehabilitación, SRN] esque es un grupo muy selecto” (Pablo).

Ahora bien, la víctima no lo es con comple-ta pasividad, sino que llega a expresar de mane-ra contradictoria ésa su condición como mani-festación del la poderosa inculcación a la queestá sometida.

En el caso de Pablo, se cuestiona abierta-mente el habitus de la discapacidad y él se nie-ga a asumir su identidad como la de una per-sona enferma. Así, posee una mirada muycrítica de los médicos (señala de ellos que “note dicen nada de tus derechos” y que nofomentan “tu independencia”). Pablo reconocela arbitrariedad que implica la naturalizaciónde la discapacidad como enfermedad: “a todopibe que veo en silla yo le digo si sabe susderechos”:

“Mirá esa mamá cómo va con la espaldahecha pedazos porque no sabe que le tiene quepedir al médico que le den una silla mejor. ElEstado se tiene que hacer cargo, te tiene que daruna buena silla. Porque si no vas a andar 10 cua-dras [manzanas], un día y después no vas salirmás, te vas a resignar a lo que sos, un enfermo(risas). Es lo que te quieren poner en la cabeza,que sos un enfermo, que no servís para nada, note integran.

(…) Yo tenía la obra social [seguro médicoprivado] de mi mamá porque trabajaba bajo rela-ción de dependencia y eso es una ventaja porqueel Estado no te da nada. Le pedís una silla de rue-das y te da cualquier cosa, te da una que despuéste rompe la espalda, se te rompe la silla, no podésandar por la calle.” (Pablo).

Se pueden constatar los efectos trágicos quela exposición a la violencia simbólica ejercidasobre un colectivo marginado y que lleva a lospropios dominados, en algunos casos, a repro-ducir las mismas categorías que son la condi-ción de su dominación. Los dominados, al haberestado y estar sometidos continuamente a malostratos, tienen mayores posibilidades de ejercerla violencia sobre los demás (sobre todo, lospropios compañeros de desgracia), o sobre símismos (Bourdieu, 1999).

“Rompo todo, qué se le va a hacer, no veo…Yo me digo sos tonta […] Un imbécil el otro díale pedí que me ayude a cruzar, me estampé con-tra el poste de luz, sos imbécil, no ves que soyciega (le decía llorando)… Si sos inútil no ayudésporque no podés ayudar […] Lamentablemente,como mi papá no sabía nada fui a la escuela 502,que es de discapacitados, no de ciegos, fue unhorror, éramos dos los chicos ciegos y eran todoschicos con toda clases de discapacidades diferen-tes, y el otro ciego incluso, no era normal, teníaretrasos mentales, entonces era una tortura esaescuela para mí. Yo no tenía clases con ellos,tenía el recreo (…) no sabés lo que era una horacon esos chicos, llegabas a tu casa con la cabezahecha mierda” (Laura)

El dominado utiliza las mismas categorías desanción que son producto de su condición dedominación. Deberíamos repudiar, por discrimi-nadores, eso que podríamos calificar como los

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“mitos urbanos”14 sobre las personas con disca-pacidad, pero no deberíamos dejar de analizar-los sociológicamente y, quizás, esté ahí la clavede la base de la dominación de las personas condiscapacidad: tal vez nos revelen verdadessocialmente reprimidas (Bourdieu, 1999), ela-boraciones más o menos fantasmagóricas queforman parte de la verdad, y son del mismoorden de importancia de lo que intentan ocultar(Ibíd.). El cuerpo con discapacidad encarna undestino socialmente no deseado al cuestionar elprincipal valor de la sociedad capitalista: elvalor del cuerpo legítimo; una de cuyas máxi-mas manifestaciones es la estética. Evidencia desu constitución dialéctica, el cuerpo con disca-pacidad se escinde entre su condición margina-da y excluida y su inclusión en la imposicióngeneral de los cánones de la normalidad (dialéc-tica de las expectativas subjetivas y las condi-ciones objetivas):

PR: “¿Y te gusta arreglarte?”R: “Sí, pero soy gorda… pasa que tomo corti-

coides, pero siempre me maquillo, hoy llegabatarde acá y me maquillé en el colectivo [autobús]no sé si estoy bien pintada, ¿se nota la sombra enlos ojos?, (…) para mí lo más importante en unapersona es estar bien perfumada. Me encantan losperfumes, en un varón es lo más importante”.(Laura)

Esa mirada social (burguesa) es la mismaque le negaba a Enzo, según su relato, la capa-cidad de ser un hombre amado (porque cuestio-naba su productividad económica y sexual); yserá, paradójicamente, la que él mismo apliquepara percibir a las “rengas”.

“El problema de las chicas siempre fue… vosponete en el lugar de hombre y vos de discapaci-tada… ¿Cómo te ibas a tirar el lance con una ren-ga?...Era medio… medio… Y las pibas [chicas]siempre estaban medio en bolas, nadie les dabanunca mucha bola (risa) El hombre como la par-te activa más audaz y claro la piba, la mujer tieneque esperar, y entonces las pibas se quedaban…(baja la voz) y había pibas lindas…”

PR. —“¿Quedaban muchas solteras?”R. —“Sí solteronas, un problema. Ahora hay

pocas que vienen pero hay muchas solteronas, esun tema difícil. Algunas se han casado entre dis-capacitados, entre rengos y rengas. Yo siempredije ¡no! ¡Para rengo estoy yo! (risas). Qué gua-cha, ¡no te reías! Yo he salido con alguna renga,pero aventuras, hasta ahí no más, nada serio…Además era medio… te veían los otros mucha-chones, los otros rengos que salías con una rengay te decían: «dale che, no sos capaz de levantarteuna mina [mujer] como la gente que salís con unarenga»”, (Enzo)

Tanto Laura como Enzo expresan una doblecondición cuya conjugación anuda la ambivalen-cia de su existencia. Laura, siendo consciente delas ganancias en términos de capital simbólicoque genera la belleza, afirma, primero, su condi-ción de mujer, segundo, su pertenencia social,definida por los patrones estéticos propios de lapequeña burguesía15; su condición de personacon discapacidad ha sido, naturalmente, relegadaal trasfondo de sus expectativas. Reconoce elideal dominante en materia de excelencia corpo-ral y la dedicación de tiempo al cuidado de laapariencia física que ello requiere (Bourdieu,1988). Su creencia en el valor de la belleza y del

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14 Resulta imposible no citar el relato de Roberto Arlt sobre el bizco que se enamora, “el amor no es compatible con la biz-quera (…) Hay personas que tienen cierta prevención contra los cojos. Los creen malos, incapaces de una buena acción. Sinembargo, hoy he descubierto que un cojo es torta y pan pintado junto a un bizco, sobre todo si es un bizco que está enamorado(…) El amor no es compatible con la bizquera. No puede serlo. No lo será jamás. Un bizco comienza por ver torcidas todas lascosas, menos las que efectivamente lo están. (…) Un tuerto puede ser alegre o no, un bizco no. Un bizco es siempre suspicaz. Unbizco no puede ser amado, porque por insensible que una mujer sea, se resiste ante ese espectáculo de un ojo atravesado que laespía como un foco infernal (…) Indudablemente un bizco enamorado es un espectáculo melodramático y tragicómico, sobre todosi se las tira de sentimental y gasta gafas y se peina con gomina. (…) Y no había un solo pasajero en el tranvía que no pensara:«Te adornaré la frente querido bizco»” Roberto Arlt (2001: 35, 36,37).

15 Laura tiene 20 años, quedó ciega en 1999; su máximo nivel educativo alcanzado es universitario incompleto, no trabaja yaque vive de una renta. Su padre es comerciante, con un nivel educativo de secundario completo.

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esfuerzo para embellecerse asocia un valor esté-tico con otro de naturaleza moral (Bourdieu,1998:204). Se trata del mismo valor que Enzoaplica, en negativo, en su evaluación de las “ren-gas”. El cuerpo, en lo que tiene de más profundoe inconsciente, es el depositario de toda unavisión del mundo social, de toda una filosofía dela persona y del cuerpo propio (Bourdieu, 1988).

Para Enzo, a su vez, la encarnación delhabitus de la discapacidad implicaba una valo-ración del desarrollo, a través de la rehabilita-ción, de esos imperativos propios del cuerpolegítimo: la virilidad, la fuerza, la salud (nuncaalcanzada plenamente) y el trabajo. Este acer-camiento al “cuerpo legítimo” permitía el acer-camiento a “bienes distintivos” (o una especiede capital social) preciados: las mujeres no dis-capacitadas.

PR. —“¿y tenían éxito con las mujeres?”R. —“¡Sí! Yo no sé por qué…Yo no sé… fue

suerte. Yo tenía pelo rubio ahora estoy pelado,ojos celestes, llamaba mucho la atención… acáhabía siempre estudiantas viste, y siempre unaamistad, habré salido con dos, tres, algún roman-ce algo fugaz, pero eso es asunto aparte. Pero sí,nos venían a ver jugar al básquet, nos bañábamos,nos cambiábamos, cada uno para su lado, épocalinda”. (Enzo).

Se hace evidente la imposición de los siste-mas de clasificación del cuerpo legítimo, a par-tir de los cuales es percibido el cuerpo discapa-citado: cuerpo improductivo, económica ysexualmente. Con otras palabras, como unaencarnación de un destino socialmente rechaza-do y, por ello, despreciado: la frase “rengo hijode puta” reúne un juicio estético y moral delportador de esa “cojera”.

“¿Sabés cuál era el miedo de mi suegro?, queél los tuviera que mantener a los dos. La nena secasaba y había que mantenerlos… y resulta quepoco más tengo que yo mantenerlos a ellos. Que-rían tener un arquitecto, un ingeniero y viene unrengo hijo de puta y se lleva a la nena, por ahíyo lo entiendo al viejo… Me da bronca… unotiene una hija y quiere darle lo mejor, y se vinocon un rengo. (…)”

PR. —“Pero esa hostilidad en el resto no laencontraste…”

R. —“No, está mal que lo diga, pero muchoshasta me admiraban y yo tenía dos laburos [tra-bajos], en una fábrica de plásticos, guita juntaba,me compré mi departamento, mi casa, mi auto,tuve mis hijos, mi mujer no trabajaba”. (Enzo)

La dominación es efectiva gracias a la illusioque genera, una fe práctica en el campo que hacedel cuerpo, sobre todo a partir de la creencia enactos, inculcada en la primera infancia por un len-guaje de mimésis, incorporación de las condicio-nes de dominación en forma de afecto, sumisión y,agregaríamos, deseo. Ese saber corporal tiende adesear, sin mediación de reflexión consciente nivoluntad expresa, aquellas condiciones objetivasque le han sido inculcadas: el cuerpo legítimo de lamedicina que ha sido inscrito a través de la incor-poración del habitus de la discapacidad comoradiografía en negativo. Por eso, Laura, mujer, decondición pequeño-burguesa, hace manifestaciónde la negación de su condición de persona con dis-capacidad cuando habla de los hombres:

“Marcos, es del departamento de alumnos, esdulce, tiene rico perfume, es morocho de ojosverdes, me dijeron las chicas, aunque eso no ten-dría que importar…”

PR —“¿Él es ciego?”R —“No, no”. (Laura)

La mujer ha de traducir, no sólo en aroma(sensación pertinente para una persona con dis-capacidad visual como mecanismo de atrac-ción), sino en visión, la razón de la seducción; yaunque “eso no tendría que importar”... el casoes que sí importa. Lo que “dijeron las chicas”,como lo que dice el Estado o lo que dice el cam-po de la salud es el discurso de las prescripcio-nes que se imponen al agente, por encima, inclu-so, de sus capacidades efectivas de apreciación.No es de extrañar que, casi automáticamente ysin elaborar asociación alguna, a la hora dehablar de afectos, Laura tienda a soñar con vol-ver a ver, con recuperar el cuerpo sano:

PR —“¿Te gustaría casarte, formar una fami-lia?”

R —“Sí… y… volver a ver…, aunque salgados millones de dólares yo los junto, como sea, losjunto; pasa que para lo que yo tengo no hay opera-ción, pero si hay los junto y me opero”. (Laura)

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Encontramos, pues, una aceptación, de modotácito por anticipado, de los límites impuestos;aceptación que se expresa en forma de emocióncorporal y que contribuye a la reproducción dela relación de dominación (Bourdieu, 1999). Delo que resulta la imposición de una identidadheterónoma: en el caso de Enzo y Pablo se tra-duce en la búsqueda de la “normalidad”, impli-ca el querer “estar en regla”, como algo que calahasta lo más hondo del cuerpo, en forma deemoción y de deseo:

PR. —“¿Y tu sueño cuál sería?”R. —“Ser un chico normal, tener una fami-

lia, un hijo (ahora con el viagra se puede) quesea un caballero. Antes de la silla yo no pensabaeso. Me daba alergia los chicos, no quería sabernada. Yo tenía la cabeza re podrida, no me com-prometía nada ” (Pablo)

(…)PR. —“¿Cuáles son tus sueños?”R. —“Que mis hijos fueran sanos, que no

tuvieran nada raro, que no anduvieran en falopa[droga], que pudieran seguir estudiando ya estánrecibidos [son licenciados]. Sólo pido salud parapoder seguir aguantando, una vida sana… Ten-go una buena jubilación, tengo renta del campo,mis hermanos lo trabajan los dos solteros, cuandose vende algún animal ligo algo, mi mujer trabaja 6horas pero tiene un buen sueldo. (…) Yo he vistoacá tipos que son unos pobrecitos, tipos que se hancriado con los padres, que los llevan de acá paraallá, que los llevan a la facultad, y no saben hacernada… a mi nunca me dió nada nadie, laburé [tra-bajé] y tengo todo lo que pude hacer” (Enzo)

Pero ese reconocimiento práctico, corporalde las limitaciones impuestas que contribuye ala reproducción de la relación de dominación através de la illusio propia del campo no la expli-ca por completo. La dependencia de las perso-nas con discapacidad se ver reforzada, también

en la práctica cotidiana, porque el contextosocial no está adaptado a sus necesidades, sino alas necesidades de los no discapacitados (Ferrei-ra, 2007)16. Es decir, la incorporación de esehabitus de la discapacidad, en el que confluyenla situación objetiva y la condición subjetiva dela misma, se produce en un contexto más amplioen el que el campo de la salud despliega sólouna parte de las prescripciones.

Es a partir de esta consideración que, una vezexpresas las narrativas de la discapacidad encuanto experiencia vivida y sentida de la misma,hemos de ir más allá de esas voces para enfati-zar que ese habitus está históricamente situado,inscrito en el conjunto de condiciones operati-vas, estructurales y funcionales, de una organi-zación social regida por la lógica, a la par, reite-remos una vez más, económica e ideológica, delmercado. No hemos de perder de vista estadimensión más amplia que es en la que, en rea-lidad, se definen las reglas del juego a las queestá sometido tanto el cuerpo discapacitadocomo el cuerpo legítimo. En ese marco de refe-rencia, precisamente, adquiere sentido tomar enconsideración las características propias y dis-tintivas del caso Argentino, sus diferencias ydistancias respecto de las sociedades europeasavanzadas. Es aquí donde el habitus se traduce,objetivamente, en forma de exclusión social,opresión, marginación, ausencia de derechosreales, discriminación; es aquí donde las perso-nas con discapacidad adquieren la condición decolectivo homogéneamente clasificable por suposición relativa en la estructura social.

Por eso es precisamente ahí, también, dondesurgen las condiciones de posibilidad para elcambio, para la reestructuración de los campos yla redefinición de los habitus en ellos inscritos.El movimiento por una vida independientemoviliza una redefinición del habitus de la dis-capacidad que no opera, propiamente, en el cam-po de la salud, pero que tiende potencialmente a

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16 El cuerpo discapacitado, en el contexto de una sociedad capitalista, encarna un habitus no ajustados a la situación, “un cie-go no ve: ha de desenvolverse en un espacio social determinado fundamentalmente por referencias visuales (carteles, señales,anuncios, escaparates, luces, fotografías…), un sordo no oye: ha de desenvolverse en un entorno orientativamente auditivo: lasvoces de las personas, los cláxones de los coches, un grito de advertencia…, un parapléjico ha de desenvolverse en un espaciodiseñado para piernas ágiles: escaleras, escalones, bordillos, anchuras de marcos y puertas inadecuadas para sillas de ruedas,ascensores insuficientes; no podemos escenificar los espacios cotidianos, en este plano, de las múltiples discapacidades psíquicasposibles” (Ferreira, 2007: 4).

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afectarlo y, con ello, alterar las relaciones depoder vigentes. Si llega a alcanzar el rango deortodoxia implicará, automáticamente, la pérdi-da de vigencia, también en el campo de la salud,de las ortodoxias actuales en torno al cuerposano, pues las nuevas reglas de juego se articula-rán en torno a la ciudadanía, los derechos civilesy las legislaciones antidiscriminatorias; no obs-tante, el arrastre de las herencias culturales noshace ver ese momento como algo lejanamenteincierto (pero reiteramos: el movimiento se hainiciado, los desfases son potencialmente cre-cientes). Precisamente la ausencia de ese movi-miento por una vida independiente en Argentinamarca una de las distancias fundamentales res-pecto a los marcos de referencia bajo los quepodemos entender la realidad social de la disca-pacidad en las sociedades europeas avanzadas.

De hecho, el movimiento por una vida inde-pendiente supone la introducción de un “desfa-se” en la lógica de funcionamiento del campo dela discapacidad. Como dispositivo de potencia-les destinos, a partir del habitus surgen los des-ajustes y, con ellos, las llamadas al orden. Laspersonas con discapacidad que procuran, pese alas hostilidades del mundo social, circular por elespacio público, luchar por una vida indepen-diente (Ferreira, 2007), integrarse a la vidasocial, poseen un habitus desfasado: sus expec-tativas subjetivas se encuentran desactualizadasen relación con las posibilidades objetivas pero,en la medida en que ponen en cuestión la defi-nición ortodoxa de la discapacidad, expresan laposibilidad de un cambio en las leyes del campode la salud (Bourdieu, 1999). De lo que se trataprecisamente, entendemos, es de propiciar esalucha, que se da en el campo de la salud, pararedefinir la concepción de cuerpo legítimo.

¿U� �UEVO HABITUSDE LA DISCAPACIDAD?

El cuerpo discapacitado se encarna, simbóli-ca17 y materialmente, en un cuerpo socialmente

excluido que llevará a sus poseedores a unadepreciación en términos de capital simbólico,que es lo que más efectivamente determina loslímites reales de su inserción social. Las vocesde la discapacidad indican efectivamente esadesposesión y la expresan en la forma encarna-da de un deseo que es, a la par, mecanismo desujeción y de reproducción de la relación dedominación que implica.

La ausencia de certificación estatal observa-da en el análisis estadístico indica una diferen-cia fundamental del caso argentino respecto a loque sucede en las sociedades europeas avanza-das. Puede atribuirse a la falta de solidaridad y ala hostilidad del medio, manifestación del gradode violencia al que se ve expuesto el agente enel tránsito por la vida cotidiana y su interaccióncon los otros y con el mundo; violencia según lacual la persona con discapacidad es un ser parael cual no hay espacio. De hecho, y en términosobjetivos, las barreras arquitectónicas son infi-nitamente mayores en Argentina que, por ejem-plo, en España.

La desposesión en términos de capital sim-bólico se manifiesta tanto en el cuerpo con dis-capacidad encerrado como en las llamadas alorden que sufren cotidianamente los cuerposdiscapacitados que sí pueden circular. Las per-sonas con discapacidad que procuran cuestionartal exclusión y se enfrentan, de hecho, a la defi-nición del cuerpo discapacitado como no legíti-mo, son portadoras de un habitus desfasado queles aboca a sufrir la exposición, en carne y hue-so, a la violencia simbólica ejercida sobre elcolectivo en su conjunto. Ese habitus desfasadotodavía es poco menos que incipiente en Argen-tina, en donde las expectativas subjetivas de laspersonas con discapacidad tienden casi sistemá-ticamente a su ajuste con las condiciones objeti-vas, lo que se expresa en las narrativas por eseineludible deseo de “normalización” que indicauna aceptación implícita de la depreciación dela que se es objeto.

En última instancia, la discapacidad en tantocondición que excluye, margina y subordina

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17 “La belleza puede ser así simultáneamente un don de la naturaleza y una conquista del mérito, una gracia de naturaleza, jus-tificada por ellos mismos y una adquisición de la virtud, justificada por segunda vez, que se opone tanto a los abandonos y a lasfacilidades de la vulgaridad como a la fealdad” (Bourdieu, 1998:204).

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(condición de dominación), en este contextosocial unificará la existencia de los agentes condiferentes discapacidades, al someterlos a simi-lares condiciones de existencia; por ello, pode-mos entender que existe un habitus de la disca-pacidad, como condición actual, y en negativo,que afecta al conjunto de sus portadores. Lahipótesis viene avalada por el hecho de que tresdiscursos, el de una persona ciega, el de una consecuelas de polio y el de una con paraplejiamanifiestan, pese a las diferencias significativasque marcan sus experiencias cotidianas, unahomologación en cuanto a percepciones, apre-ciaciones y expectativas.

Sin embargo, en el interior del mundo de ladiscapacidad es muy probable que exista unajerarquía moral según la cual las diferentes defi-ciencias, según el alejamiento relativo del cuer-po legítimo, se ordenan en gradación. Retoman-do nuestras consideraciones previas (Ferrante,2007), antes que hablar simplemente de condi-ción y situación, para expresarlo en términosmás estrictamente sociológicos, podemos enten-der que dicha dualidad se conjuga en un habitusde la discapacidad según el cual, a partir de laposesión de unas condiciones de existenciasimilares derivadas de la imputación médica deuna deficiencia, que funcionarán como estructu-ras estructuradas y estructurantes, las variacio-nes singulares (que no individuales) de tal expe-riencia estarán condicionadas por las diferentestrayectorias sociales y su carácter ascendente odescendente. Esto también puede apreciarse enlos discursos recogidos: Laura y Enzo han expe-rimentado trayectorias ascendentes, mientrasque la de Pablo es descendente; así, los prime-ros incorporan las imposiciones del campo deun modo prácticamente acrítico, mientras que elsegundo expresa claramente su rechazo a lasmismas. Ello supondría la asunción de un mayorgrado de aproximación sentida al cuerpo legíti-mo en Laura y Enzo que en Pablo. Habría quetener en cuenta también, claro está, que Pablo esel único de los tres que necesita silla de ruedas.

Es decir, el habitus articula un marco estruc-tural que define la “situación” de discapacidad(condicionantes objetivos derivados del campode la salud o estructura estructurada) y un mar-co funcional en el que dicha estructura determi-na la vivencia singular o “condición” de disca-pacidad (ejecución subjetivamente orientada de

las prescripciones estructurales en virtud de latrayectoria social, o estructura estructurante); elhabitus es, diríamos, la conjugación dialécticade ambas componentes, que como tal indica suinscripción en un marco de referencia socio-his-tórico. Esa conjugación es la que vendría indi-cada, no ya en las regularidades de los discursosrecogidos (manifestación de los condicionanteshomogeinizadores del campo), sino en las diver-gencias particulares de cada uno.

Así, la discapacidad en tanto que habitus,como “dispositivo de potenciales destinos”,hace expreso cómo el agente no actúa en com-pleta libertad, hace expresa la existencia de una-priori histórico que condicionará el límite delo pensable y lo no pensable. En el contextoactual podemos observar que la discapacidadsignificaría una diferencia que, lejos de ser“neutra”, se convierte en una desigualdad entanto que priva al agente de la capacidad de dar-se mundos y, por tanto, su existencia será acota-da. Y aquí, nuevamente, habría que tomar enconsideración las condiciones particulares quehan constituido históricamente la sociedadargentina actual y sus diferencias respecto de losmarcos de referencia europeos. Cabe hablar,fundamentalmente, de un conjunto de restriccio-nes mucho más amplio debido a la situacióndependiente de la economía argentina en elámbito internacional, puesto que indicaría, entreotras cosas, una tensión mucho más fuerte entreideología y economía, un ámbito de competen-cia, digámoslo así, más “primario” en el que seagudiza la tensión entre la dimensión estricta-mente productiva del cuerpo y la estético-con-sumista.

No podemos reflexionar en torno al cuerpodiscapacitado sino es siempre poniéndolo endiálogo con el cuerpo legítimo pero, a su vez,habría que retroceder en el análisis, hacia el ori-gen de unos principios ordenadores y de clasi-ficación que, a través del cuerpo, tienden agenerar la fe práctica en el juego. La creencia esla base de la dominación. Para poner en cues-tión un estado del campo hay que poner en dudalas reglas del juego. El campo de la salud, gra-cias a la legitimidad otorgada por el saberexperto de la ciencia médica y el poder delEstado para nominar lo normal y lo patológico–y con ello imputar la responsabilidad o no res-ponsabilidad del desvío–, impone una concep-

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ción del cuerpo saludable: se trata, como obser-va P. Bourdieu, no sólo de un saber sobre elcuerpo sino sobre el alma, un saber a partir delcual, a través de estos sistemas expertos, es leí-da la conducta del cuerpo propio. En las socie-dades capitalistas la experiencia del dolor enprimera persona es medicalizada e individuali-zada18. Así, si Maurice Merleau-Ponty señalabaque la experiencia del cuerpo propio no puedeser descrita como una experiencia en tercerapersona; tal vez la máxima alienación que pro-voca el orden capitalista, y que se encarna enforma de violencia simbólica en el cuerpo dis-capacitado, es que el horizonte de nuestra con-ciencia se establece siempre a partir de un saberexperto. De este modo, la experiencia de la dis-capacidad es leída de acuerdo a categoríasmédicas: aprendemos desde niños, tanto quie-nes tenemos discapacidad como quienes no latenemos, que estar enfermo es malo (que lasalud es una prescripción moral), y lo aprende-mos a partir de la asociación del dolor con laangustia de nuestros padres; con el miedo aldoctor; con la firmeza de nuestra madre ante laorden del deber que supone seguir las prescrip-ciones de la cura, lo que el doctor dijo; con lascosas que no se pueden comer o hacer cuandose está enfermo, como jugar (enfermedad esdolor, postración, inactividad, pasividad, caren-cia, dependencia... condiciones negativas delcuerpo traspuestas casi mecánicamente a la dis-capacidad).

Todo esto va aparejado con la incorporaciónde una percepción del cuerpo bello, de acuerdoa la clase social pero, sobre todo, a las gananciasasociadas a la posesión del mismo (justamentela paradoja de la dominación se debe a que pro-duce illusio, es decir, creencia en el juego; y asíla dominación encadena doblemente: en la eje-cución de un habitus que expresa las prescrip-ciones a las que se está sujeto, y en la imagina-ción ilusoria de poder ser lo que no se puede ser;

como Laura, que es tonta, dice, que tropieza conlos cestos y no puede ser usuaria de los serviciospúblicos, pero que “sueña” bajo la regulación delos cánones estéticos de su condición de clase yse arregla y evalúa a los hombres por el color delos ojos y el pelo –evaluación prescrita por unanorma común de la que ella está excluida– yentonces “pagaría”, sabiendo que para lo suyo“no hay operación”, por volver a ver).

El acercamiento al cuerpo legítimo en elcontexto de una sociedad capitalista generaganancias en términos de capital simbólico (ytambién en términos de capital económico, pueshay mercados cuya mercancía es la estética deese cuerpo legítimo), y es por esto que desea-mos un cuerpo saludable y no un cuerpo enfer-mo. Si no deseamos ese destino es porque apli-camos, a partir de la homologación de losesquemas de percepción impuestos por el Esta-do, a un juicio estético, el “cuerpo bello”, un jui-cio moral o ético, el “cuerpo saludable”. Si bienes cierto que esta percepción del cuerpo varía deacuerdo a las clases sociales y no es una verdaduniversal, desvela el carácter paradójico delcuerpo discapacitado: por un lado es percibidocomo un destino lastimoso y que requiere cui-dado, pero por otro genera rechazo en tantorepresenta un destino no deseado.

No hay que dejar de observar como, pese atodo, los agentes consiguen oponer a la subordi-nación impuesta por unas condiciones degra-dantes unas defensas, individuales y colectivas,puntuales o duraderas, inscritas de modo perdu-rable en los habitus: el humor, la ironía, el“empecinamiento obstinado”; formas menos-preciadas de resistencia (Bourdieu, 1999):

“Recién un señor que me ayuda a cruzar medice, qué feo estar así…, ¿cómo? le pregunté yo,¿gorda o ciega? (Risas), No así no poder ver medijo…, por qué no te operás... ¿Me puede repetir?,porque además de ciega soy sorda (Risas)” (Laura).

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18 Nancy Scheper-Hughes y Margaret M. Lock (1987:27) rescatan un pasaje de Pierre Bourdieu, en el que una anciana mujercabil le explica al sociólogo la experiencia de la enfermedad antes y después de la medicalización, que resulta esclarecedor: “Enlos viejos tiempos, el pueblo no sabía qué era la enfermedad. Se iban a la cama y morían. Es ahora cuando aprendemos palabrascomo hígado, pulmón... intestino, estómago…, ¡y qué sé yo! La gente sólo estaba acostumbrada al dolor de vientre; la gente quese moría, se moría de eso, a no ser que fuera de fiebre … Ahora todo el mundo está enfermo, todo el mundo se queja de algo…¿Quién está enfermo hoy día? ¿Quién está bien? Todos se quejan, pero nadie se queda en la cama; corren al doctor. Todos sabenahora qué es lo que no les funciona bien” (Bourdieu, 1977:166; traducción nuestra).

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El diagnóstico de la situación de discapaci-dad nos puede servir como una evaluación pre-liminar, que nos indica la probabilidad de que acierta posición en el espacio social esté asocia-da la preponderancia de ciertas disposiciones.Lo que posee de rico la ENDI como encuesta esque nos permite pensar en términos relacionalesy esbozar un modelo interpretativo mediante elcual, de manera relativamente económica y efi-caz, podemos abordar ciertos fenómenos socia-les; un modelo que, en cualquier caso, no es larealidad (Bourdieu, 1991). La experiencia delcuerpo discapacitado no es un destino (dictado,en este caso, estadísticamente), sino que, dadasciertas condiciones objetivas, supone un dispo-sitivo de potenciales destinos, cada uno de ellosvariación de la tendencia general dictada por elmodelo y que, fundamentalmente, depende delas trayectorias sociales singulares de quienesviven esa experiencia.

No podemos caer en un reduccionismo obje-tivista que suponga que los datos aportados poruna media estadística explican los múltiplesmodos de vivir la discapacidad. Pero sería igual-mente reduccionista entender la condición dediscapacidad descontextualizada y no tomar enconsideración la situación de discapacidad quela encuesta refleja. Para que la discapacidaddejase de ser percibida como una enfermedad,con todas las connotaciones negativas que estotrae aparejado, sería necesaria una ciencia médi-ca que, sin intenciones de normalización norma-tiva, aceptase que la enfermedad, como el sufri-miento y las pérdidas, forman parte de la vida;la enfermedad, en lugar de ser considerada enoposición a la salud, podría ser asumida comouna condición de superación, una potencialidadde la propia salud, una cualidad aditiva; enten-dida la salud como la capacidad de caer enfer-mo, su superación nos dotaría de un cuerpo másválido (Canguilhem, 1943), gracias, precisa-

mente, a la enfermedad19. Para que esto fueseposible tendría que haber lugar real para loscuerpos diferentes, sería necesario un nuevo apriori histórico (Esteban García, 2007).

Esa posibilidad pasa por una reestructura-ción general de los campos que articulan el con-flicto en la sociedad capitalista actual, pues noserá del campo de la salud de donde provendrála posibilidad del cambio. Las personas con dis-capacidad necesitan reapropiarse del capitalsimbólico del que han sido desposeídas y elloimplica, en primera instancia, su implicación enlos campos de la política y del conocimiento. Enuno, cuestionando y modificando las capacida-des impositivas y prescriptivas del Estado (elmovimiento asociativo de base que reivindica elderecho a una vida independiente y digna, elderecho a la ciudadanía plena, el derecho a unaampliación de la cobertura legal que garanticesu plena integración social); en el otro, impul-sando la promoción de saberes expertos críticosfrente a la ortodoxia de la ciencia médica (ape-lando a tradiciones que pueden construir una“nueva definición” de la discapacidad comorealidad, entendida, no ya en base a las taxono-mías fisiológicas, sino a las condiciones realesde existencia de las personas, entre ellas, suscondiciones sociales). No es nada aleatorio queen Gran Bretaña, donde esta transición está másavanzada, se haya constituido un núcleo deresistencia que opera simultáneamente enambos ámbitos: el “modelo social”, por oposi-ción al “modelo médico-rehabilitador”, se nutrede sociólogos que, además, son activistas políti-cos que lideran el movimiento asociativo y seconstituyen en grupo de presión con capacidadde influencia sobre las decisiones políticas. Porlo tanto, una apuesta para la modificación delestado actual de cosas en Argentina será la pro-moción académica de estudios sociales, críticos,sobre discapacidad, como plataforma que sumi-

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19 Canguilhem (1943) propone entender la salud como la capacidad de tolerar las infidelidades del medio: estar sano, más quevivir en conformidad con un medio externo, es la capacidad de instituirse nuevas normas. Nuestro mundo es un mundo de acci-dentes posibles: las adversidades del medio, los fracasos y los errores forman parte constitutiva de nuestra vida. Así, la salud debeser pensada, más que como un equilibrio, como esa capacidad de instaurar nuevas normas en situaciones que nos resultan adver-sas. Si fuera posible una medicina no normalizadora, según la cual el médico ayudara al enfermo a ponerle voz a los síntomas desu cuerpo en lugar de imputarle una etiqueta en el lenguaje en tercera persona de la ciencia, podría acompañarle en ese procesode recuperar la salud, entendida como respuesta a la exigencia de un cambio (Caponi, 1997). Aplicando la terminología de Mer-leau-Ponty, la existencia del enfermo se ampliaría pues sería capaz de dotarse de nuevos mundos, es decir, nuevos hábitos.

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Como conclusión, anticipamos una hipótesisque sólo podrá ser confirmada a través de lainvestigación empírica. Ese habitus de la disca-pacidad, homogeinizador impositivo del colec-tivo de los portadores de un cuerpo no legítimo,desparecerá, se fraccionará, bifurcará, multipli-cará en la diversidad de habitus que potencial-mente pueden desplegar las personas con disca-pacidad; ello será posible porque se habrádesarticulado el campo de juego que condicionafundamentalmente sus trayectorias actuales yéstas podrán ser definidas en planos másamplios y diversos de la vida social (la exclu-sión actual implica homogeinización; la inclu-sión futura supondrá diversificación). Si hoypodemos afirmar que es pertinente entender laexperiencia de la discapacidad en virtud de unhabitus que la modela, estamos convencidos deque la supresión de las condiciones estructuralesque lo hacen posible desvelará una diversidadinterna que, al menos en potencia, ya está pre-sente en el conjunto de las personas que integranese colectivo.

Es, por tanto, en la diferencia, en su recono-cimiento, donde reside la clave cara al futuro.Esto ya ha sido puesto en evidencia por autores

que, si bien inscritos en el modelo social anglo-sajón, pretenden ir un paso más allá y superarciertas limitaciones de dicho modelo. Es el casode Corker cuando afirma:

«…la teoría de la discapacidad —al igual quela teoría social en general— se resiste a la con-ceptualización de la diferencia en cuanto eje cen-tral y cada vez más importante de la subjetividady la vida social. (…) Sugerir que ciertos argu-mentos y experiencias particulares están “mal” escrear una postura en la que la teoría rige la expe-riencia de las personas con discapacidad en lugarde una en la que la teoría crece a partir de nues-tra experiencia y, lopor tanto, es lo suficiente-mente flexible como para responder a ella»(2008: 127, 139)

Esto torna más difícil la tarea pues, tratándo-se de una lucha por la transformación de lascondiciones de existencia vigentes, es probableque, más allá del poder unificador y homoge-neizante de las prescripciones impuestas, noexistan condiciones materiales que puedanconstituir a las personas con discapacidad en uncolectivo unificado por una y la misma identi-dad social, una identidad unificada a partir de lacual emprender en la práctica la lucha contra suopresión. Quizá la tarea sea, entonces, la de unaemancipación en la que esas personas puedanestar en condiciones de constituir de maneraautónoma sus diversas identidades en un con-texto práctico no excluyente.

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