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XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Domingo 25 de Septiembre de 2016 LA OPULENCIA PUEDE PERVERTIR NUESTRA ALMA No importa el lugar, si nos dejamos arrastrar terminaremos como el rico Epulón No hay que buscar mucho para encontrar decenas de libros y ensayos económicos que nos hablan de los peligros de la desigualdad, especialmente económica. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía en el 2001, ha señalado en su último libro, LA GRAN BRECHA, que, una de las razones que están a la base de las desigualdad económica de nuestro mundo, es que las políticas aplicadas a nivel global benefician al 1% más rico de nuestro mundo, en desmedro del 99%. Esto, sin duda aparece como más escandaloso si pensamos que según las cifras de la propia OXFAM (grupo de 18 organizaciones no gubernamentales independientes que trabajan en conjunto para lograr un mayor impacto en la lucha internacional por reducir la pobreza y la injusticia) ese 1% de la población mundial posee ya el 50% del patrimonio de la humanidad. El restante 99% está sometido a la tensión de tener que vivir con la angustia permanente de no saber si podrá, en el extremo más pobre, pasar el día sin morir de hambre. Y en el otro extremo de este 99%, con las tensiones permanentes de tener que lidiar con la angustia si podrá educar a sus hijos en una buena universidad o, si podrá contar con una casa propia toda su vida o, qué va a pasar si uno de los integrantes de la familia se enfermara gravemente. Ciertamente si nos vemos reflejados en este tramo, claramente somos parte de ese 99% que debe disputarse diariamente el 50% de la riqueza mundial. A esta altura nos podemos preguntar: cuáles son las preocupaciones de ese 1% privilegiado: Joseph Stiglitz en el mismo libro, citado anteriormente, señala que dentro de ese uno por ciento también hay subdivisiones, así el 0,1%, se preocupa por el tipo de avión que comprará, qué pasaría si Estados Unidos obligara a Suiza a terminar con el secreto bancario, también se escucharía a los vecinos de Southampton, Long Island, quejarse de sus vecinos cuando llegan en helicóptero desde Nueva York. En fin, creo que a esta altura hemos dejado en claro que mirado solo en términos humanos, políticos y económicos, el tema de la desigualdad determina el curso de la vida para prácticamente la totalidad de los habitantes en nuestro planeta. Y nuestro país no es la excepción. Desde el retorno a la democracia expresiones como crecimiento con equidad han estado acompañándonos de manera frecuente. Todo este largo preámbulo ciclo c (Versión extendida) P. Carlos Hernández Vásquez 1

DOMINGO 26 TO - Diócesis de Iquique

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XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Domingo 25 de Septiembre de 2016

LA OPULENCIA PUEDE PERVERTIR NUESTRA ALMA

No importa el lugar, si nos dejamos arrastrar terminaremos como el rico Epulón

No hay que buscar mucho para encontrar decenas de libros y ensayos económicos que nos hablan de los peligros de la desigualdad, especialmente económica. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía en el 2001, ha señalado en su último libro, LA GRAN BRECHA, que, una de las razones que están a la base de las desigualdad económica de nuestro mundo, es que las políticas aplicadas a nivel global benefician al 1% más rico de nuestro mundo, en desmedro del 99%. Esto, sin duda aparece como más escandaloso si pensamos que según las cifras de la propia OXFAM (grupo de 18 organizaciones no gubernamentales independientes que trabajan en conjunto para lograr un mayor impacto en la lucha internacional por reducir la pobreza y la injusticia) ese 1% de la población mundial posee ya el 50% del patrimonio de la humanidad. El restante 99% está sometido a la tensión de tener que vivir con la angustia permanente de no saber si podrá, en el extremo más pobre, pasar el día sin morir de hambre. Y en el otro extremo de este 99%, con las tensiones permanentes de tener que lidiar con la angustia si podrá educar a sus hijos en una buena universidad o, si podrá contar con una casa propia toda su vida o, qué va a pasar si uno de los integrantes de la familia se enfermara gravemente. Ciertamente si nos vemos reflejados en este tramo, claramente somos parte de ese 99% que debe disputarse diariamente el 50% de la riqueza mundial. A esta altura nos podemos preguntar: cuáles son las preocupaciones de ese 1% privilegiado: Joseph Stiglitz en el mismo libro, citado anteriormente, señala que dentro de ese uno por ciento también hay subdivisiones, así el 0,1%, se preocupa por el tipo de avión que comprará, qué pasaría si Estados Unidos obligara a Suiza a terminar con el secreto bancario, también se escucharía a los vecinos de Southampton, Long Island, quejarse de sus vecinos cuando llegan en helicóptero desde Nueva York. En fin, creo que a esta altura hemos dejado en claro que mirado solo en términos humanos, políticos y económicos, el tema de la desigualdad determina el curso de la vida para prácticamente la totalidad de los habitantes en nuestro planeta. Y nuestro país no es la excepción. Desde el retorno a la democracia expresiones como crecimiento con equidad han estado acompañándonos de manera frecuente. Todo este largo preámbulo

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lo hemos realizado para preguntarnos si Jesucristo le dedicó tiempo a esta realidad de la desigualdad y si es positiva la respuesta, preguntar además, desde qué perspectiva la ha abordado y que enseñanza nos ha dejado al respecto. El evangelio de este Domingo, creemos, nos señala un camino y dibuja una respuesta en tono catequético. LA PARÁBOLA DEL RICO EPULON (Lc 16, 19-31) inicia la parábola refiriéndose al estilo de vida tanto del rico Epulón y de Lázaro, un mendigo. Sus vidas contrastan absolutamente. Mientras el hombre acaudalado viste de manera lujosa y realiza frecuentes banquetes. Afuera, en el límite de lo humano se debate la vida del pobre Lázaro, un hombre que lleva una vida de miseria y de dolor, que hasta los perros le vienen a lamer sus llagas. Señala el relato que el pobre deseaba saciarse con las migajas que sobraban de la mesa del rico. Llama la atención que entre ellos no hay ningún vínculo. Pareciera que existe una muralla que los separa. Ciertamente, es la muralla del desprecio, levantada por el lujo, la opulencia y el despilfarro del hombre acaudalado que empinado en su imperio de poder y de placer ,en vida, no realizó gesto alguno positivo de acercamiento hacia la realidad miserable del pobre Lázaro. Lo que sí, aparece, finalmente, en ambos la realidad de la muerte. Realidad que, a pesar de provocar en toda la humanidad una sensación de horror, de rechazo y malestar, la muerte, con toda su aura negativa, se hace presente como lo más democrático que existe en la vida de todos, pues a todos alcanza, sin discriminación alguna. El poder de la muerte no se detiene frente a la opulencia del hombre rico. Al contrario. La muerte le pone un límite al soberbio. Y si nos damos cuenta, le pone, por el contrario, al hombre sufriente un basta a su dolor permanente. Pareciera que para este último (Lázaro) la muerte aparece como figura de descanso, mientras que para el hombre rico, la muerte aparece como el límite necesario para que se detenga el despilfarro de una vida que se desarrolló en el vértigo del desenfreno, pasando arrolladoramente por encima de muchos. Surge entonces la pregunta: ¿QUÉ NOS DICE ESTE RELATO RESPECTO AL TEMA DE LA DESIGUALDAD CON LA CUAL INICIAMOS ESTA REFLEXIÓN ? A continuación compartimos siete puntos que nos parecen de interés compartir. Uno: La desigualdad es una realidad visible, no hay que inventarla, racionalizarla o hacer discursos. Se da en lo cotidiano, en lo doméstico. Dos: acontece en los límites existenciales que el ser humano ha construido. Se encuentra entre los muros que separan realidades dispares. Claramente esas construcciones son humanas. En términos de nuestro economista citado más arriba, Joseph Stiglitz, la desigualdad obedece a políticas que favorecen a los que detentan poder, especialmente el económico. Tres: según el evangelio, esto es algo que se gesta en el corazón del ser humano. No es en primera instancia algo externo. No, la desigualdad es un cáncer que provoca ceguera, insensibilidad y una incapacidad de ponerse en el lugar del otro. Cuatro: el evangelio es tajante en señalar que la realidad de la muerte, si bien afecta a ambos personajes de la parábola en su primera parte, toma un carril distinto dependiendo de la vida y la historia que cada personaje experimentó. Es decir, la realidad de la muerte permite la trascendencia de los efectos de nuestros actos en vida. Quinto: Y aquí surge una originalidad propia de los textos sagrados: la desigualdad no sólo destruye la trama social, perjudicando a los más débiles, la desigualdad pone en riesgo lo único que tenemos ricos y pobres: el alma humana. Y que es lo único que permanece después de la muerte física. Por tanto, la solución a este fenómeno de desigualdad no es erradicar la muerte física,

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Los contrastes en Dubai

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como pareciera ser uno de los esfuerzos financiados especialmente por una minoría de poder, sino aplicar medidas en contra de lo que destruye el alma humana en vida. Sexto: el no ver que la desigualdad trasciende el ámbito humano e histórico, impide abordar el problema en sus raíces. Y cuál es este problema: que vivimos en un constante engaño, fomentado por una ignorancia creciente. Y así nuestras energías no se utilizan para enfrentar al verdadero enemigo de la desigualdad (ignorancia y falta de fe) . Todavía creemos en la teoría del chorreo o el de la producción y crecimiento ilimitado como una forma de equiparar los bienes dentro de nuestra sociedad, olvidando lo más simple que es educar y transmitir la fe. Un botón de muestra: Cuando vemos, por ejemplo, que las políticas educacionales están sacando materias de formación humana y al parecer a nadie le importa, eso resulta absolutamente grave ( en Chile, ya le han quitado horas al currículum de formación de nuestros estudiantes de enseñanza media, horas de historia, de educación cívica y ahora se quiere sacar el ramo de filosofía) todo esto atenta en contra del espíritu humano. Para qué decir las horas de religión en cada colegio, estas últimas son cualquier cosa, menos una mirada profunda de la necesaria interioridad que el ser humano debe desarrollar, ojalá desde temprana edad. Si hay algo que el hombre occidental no tiene hoy, es una verdadera espiritutualidad y hondura humana. Somos demasiado materialistas, inmediatistas, hedonistas y más encima individualistas. Y queremos detentar poder sin alma. Y esto es grave. Séptimo: por ello que el evangelio de este domingo es un llamado profundo no sólo a compartir lo material que tenemos, sino ante todo a no desconectarnos de la fuente desde donde surge y se nutre la vida: Dios y su Palabra. Creer que la vida nos viene de los bienes materiales provoca el acaparamiento de los mismos y trae como consecuencia esa pobreza aberrante y escandalosa que se da de manera generalizada en todos los lugares, en especial donde se acumula y se exhibe la riqueza en un ambiente de lujo y excentricidad sin límites, y cuya portada de nuestro boletín señala: foto sacada de los excesos que hoy exhiben con opulencia los hijos de magnates que hoy viven en Dubai. El paraíso del lujo donde la riqueza es una constante bofetada a la pobreza escandalosa que a pocos kilómetros se da. Que el Señor nos ayude a convertirnos, a guardar su palabra. No solo está en juego la desigualdad social, está en riesgo el espíritu humano, nuestra alma inmortal. Una vida fundada no en los sólidos cimientos de la fe sino en la seguridad de los bienes materiales es plantear una vida para la muerte. Dios misericordioso nos quiere abrir el cielo, abriendo nuestro corazón en primer lugar a su palabra. Este mundo nos quiere llenar el corazón con ansias de poder ilimitado, que le cierra la puerta a la vida y por ende al prójimo. ¿QUÉ CAMINO ESCOGERÁS TÚ?

Nota: ¿Qué le vamos a pedir al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, para nuestra Patria, en el día de oración por Chile?

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¿Hasta dónde nos puede conducir una vida cimentada sobre el materialismo y qué consecuencias trae consigo un sistema que permite estos excesos?