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COLECCIÓNLA PLURALIDAD CULTURAL EN MÉXICO

Núm. 35

CoordinadorJosé del Val

COORDINACIÓN DE HUMANIDADESPrograma Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURALDirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

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Universidad Nacional Autónoma de MéxicoMéxico 2014

José del Val y Carlos ZollaCon la colaboración de María Teresa Mejía Manjarrez

DOCU MENTOS FUNDA MENTALES DEL INDIGENISMO EN MÉXICO

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Primera edición: 21 de noviembre de 2014

D.R. © 2014 UniveRsiDaD nacional aUtónoma De méxico

Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, 04510, México, D. F.

pRogRama UniveRsitaRio De estUDios De la DiveRsiDaD cUltURal y la inteRcUltURaliDaD

DiRección geneRal De pUblicaciones y fomento eDitoRial

ISBN: 978-970-32-1679-6 (colección)ISBN: 978-607-02-6184-8

Esta edición y sus características son propiedad

de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio,

sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México

Val, José del, autor.Documentos fundamentales del indigenismo en México / José del Val y Carlos Zolla con la colaboración de María Teresa Mejía Manjarrez. – Primera edición852 páginas. – (Colección La pluralidad cultural en México; núm. 35)

ISBN 978-970-32-1679-6 (colección)ISBN 978-607-02-6184-8

1. Indios de México – Historia – Fuentes. I. Zolla, Carlos, autor. II. Mejía Manjarrez, María Teresa. III. Serie

F1219.V343 2014

LIBRUNAM 1691131

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La revisión de estos hechos —hechos viejos sacados recientemente del olvido— hace necesaria una filosofía que ensaye la armonización de los aspectos contradictorios que los mismos presentan. Nuestra generación se ocupa, en efecto, de formularla. ¿Cuál es el futuro del indio en México? ¿Qué ventajas y desventajas ofrece para la civilización que intentamos crear? ¿Cuál es la verdad sobre el cruce de razas? ¿Qué papel y qué porvenir tiene la cultura blanca en México? ¿Dónde está el límite de la tolerancia hacia la norma indígena? ¿Hasta dónde llega la sinceridad de nuestro anhelo y la eficacia del esfuerzo para dar voz efectiva en México a los ocho millones de indios y campesinos, dos terceras partes de la población? Los conquistadores españoles adoptaron su programa: evangelizar y explotar; imponer sus usos y costumbres, civilizar. Y ahora que nosotros, mexicanos, nos acercamos al indio con planes y programas formulados, ¿no corremos el riesgo de incurrir en los errores de los soldados y de los misioneros de antaño, así vayamos inspirados de la mejor voluntad del mundo?

moisés sáenz Meditaciones sobre el destino de México, 1929

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Introducción

La decisión de preparar una antología que reuniera lo que consideramos la documentación fundamental del indigenismo mexicano —concen-trándonos en materiales oficiales, institucionales, producidos a lo largo del siglo xx—, plantea numerosas interrogantes a las que esta Introduc-ción trata de dar respuesta, conscientes de que la tarea lleva implícita la necesidad de hacer un conjunto de referencias a elecciones históricas que fueron, a la vez, teóricas, metodológicas, políticas y programáticas.

El lector de este volumen distinguirá sin dificultad tres apartados principales: la Introducción, la Selección documental y la Bibliografía con-sultada; el segundo constituye el cuerpo central de la obra. El aparato de citas y de notas se encuentra tanto en la Introducción como en la Selección documental: en el primer caso, éstas fueron redactadas por nosotros para consignar las referencias a materiales bibliográficos o documentales citados en este texto preliminar; las notas y citas a pie de página de los documentos de la antología son de dos tipos: el primero, que aparece en la misma tipografía del documento, aunque en cuerpo menor, conserva las anotaciones originales, que siempre hemos respeta-do; el segundo está constituido por notas o referencias redactadas por nosotros, con aclaraciones, precisiones o comentarios que consideramos

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pertinentes, están presentadas con una tipografía diferente y llevan entre corchetes la aclaración [Nota de los editores].

Advertimos, de entrada, que nos ha guiado el doble propósito de ofrecer sistematizados y en una secuencia cronológica, aquellos mate-riales que, a nuestro juicio, constituyen la base argumental, institucional y legal de uno de los pilares fundamentales de la política del Estado me-xicano posrevolucionario1 hacia un sector de la población que, como reconoce hoy la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es el sustento original del carácter pluricultural de la nación: los pue-blos indígenas. Así, también, que hemos renunciado a recoger aquí aquellas obras de carácter antropológico que, aunque fueron determinantes en la fundamentación de las políticas indigenistas,2 no constituyen, en sentido estricto, documentos político-programáticos elaborados para orientar, definir y aplicar la política del Estado posrevolucionario hacia los pueblos indígenas. Cuando nos hemos visto obligados a recurrir a ese material, lo hemos hecho con el propósito de apoyar el análisis de esta Introduc-ción y no su inclusión en el conjunto de los documentos seleccionados.3

1 “…es a partir del proceso conocido como ‘la Revolución Mexicana’ —dice Alejandro Marroquín—, que la actitud indigenista cobra un vigor inusitado, toda vez que dicho proceso trató de encontrar en los arcanos indígenas las raíces profundas de la auténtica nacionalidad mexicana. Surgen así una serie de organizacio-nes que en cierta medida realizaban funciones indigenistas.” La referencia a México, por parte de Marro-quín, es formulada al mencionar las acciones de gobierno entre 1921, en que se crea el Departamento de Educación y Cultura para la Raza Indígena, hasta noviembre de 1970, siguiendo una recomendación del vi Congreso Indigenista Interamericano de “que se llevara a cabo una evaluación de la labor indigenista de los países miembros del Instituto”. Alejandro D. Marroquín, Balance del indigenismo. Informe sobre la política indigenista en América, México, Instituto Indigenista Interamericano, 2ª. Reimpresión. Ediciones especiales: 76, 1977, pp. xii y 98-99 [la primera edición es de 1972]. Y también: “La Revolución iniciada en 1910, entre otras de sus virtudes tuvo la de descubrir a México para los mexicanos”. Vicente Lombardo Toledano, El problema del indio, Selección de textos de Marcela Lombardo, con una introducción de Gonzalo Aguirre Beltrán, México, Sepsetentas, 1973, p. 183. 2 Éste sería el caso, entre otros, de La población del Valle de Teotihuacán de Manuel Gamio (1922), Tepoztlan. A Mexican Village de Robert Redfield (1930), Chan Kom: A Maya Village de Robert Redfield y Alfonso Villa Rojas (1934), Yalalag, una villa zapoteca serrana de Julio de la Fuente (1949) o El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México de Gonzalo Aguirre Beltrán (1957).3 El lector advertirá también en esta Introducción el escaso desarrollo concedido a ciertos temas que, sin embargo, tuvieron gran importancia en las “actitudes, políticas y acciones indigenistas” —para usar la terminología de Alfonso Caso—, en el ideario de numerosos pensadores y políticos, y en los no menos intensos debates que los temas suscitaron: es este el caso del mestizaje, de la reforma agraria, de la migración

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Se trata de una aclaración necesaria e importante en vistas de que, con mucha frecuencia, se identifica a la antropología mexicana con el indi-genismo, como si se trataran de una sola y misma cosa.4 Al producirse esta identificación se obstaculiza la comprensión de las especificidades y diferencias entre una y otro, y se desvanece la singularidad de la gé-nesis, desarrollo e historicidad de ambos procesos. De allí que un ob-jetivo específico de esta compilación sea, precisamente, el de mostrar la relevancia de la labor de aquellos que, en su condición de científicos sociales, se abocaron a la construcción teórica, política, institucional y programática del indigenismo mexicano desde perspectivas claramen-te multidisciplinarias como fundamento de la acción integral, y cuyo correlato objetivo es la documentación aquí seleccionada.5

indígena rural-urbana en el contexto de la industrialización y “modernización” del país, entre muchos otros. Extrañará también las referencias a la eugenesia y a las políticas de educación, salud e higiene que se vincularon al “mejoramiento de la raza”. Salvamos parcialmente la omisión recomendando para este último tema la lectura de dos notables trabajos: Eugenesia y racismo en México de Laura Suárez y López Guazo, México, Unam, División de Estudios de Posgrado, 2006, e Historias secretas del racismo en México (1920-1950) de Beatriz Urías Horcasitas, México, Tusquets, 2007. También Alexander S. Dawson, Indian and Nation in Revolutionary Mexico, Tucson, The University of Arizona Press, 2004, en especial el primer capítulo, pp. 3 y ss.4 No sin cierta razón, si tomamos en cuenta algunas formulaciones de autores como Aguirre Beltrán que iban más allá de sostener, para decirlo con palabras de Alejandro Marroquín, que “las Ciencias Sociales, en especial la Antropología, [eran el] sustentáculo teórico de la acción indigenista”. En El proceso de acultura-ción, el insigne veracruzano escribió: “La escuela antropológica mexicana, esto es, el indigenismo mexicano, abierto a todas las tendencias, recibió, desde el principio, la influencia fertilizadora de ideas y prácticas procedentes de dos escuelas distintas: la cultural estadounidense y la funcional inglesa.” Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso aculturación y el cambio socio-cultural en México, México, Uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1992, p. 132, 1ª ed., Unam, 1957.5 La necesidad de distinguir entre el indigenismo y la antropología no atenúa los profundos y estrechos lazos entre ambas, como se verá a lo largo de todo nuestro texto. María Bertely destaca este hecho al afir-mar: “Con la creación del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (Daai), la antropología adquirió el status de ciencia oficial, inaugurándose también el indigenismo oficial.” Bertely ofrece pruebas suficientes de esto en su “Panorama histórico de la educación para los indígenas de México”. Véase, entre otros traba-jos de la investigadora del ciesas <http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_5.htm>. No obstante lo anterior, una voz crítica como la de Margarita Nolasco, no vacila en afirmar: “La antropolo-gía aplicada —indigenismo— ha sido siempre una antropología colonialista, destinada al conocimiento —y en consecuencia al uso— del dominado.” No obstante, matiza señalando: “En un principio [de su ensayo] dijimos que el 90% de la antropología aplicada en México es indigenismo, pero esto no significa que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros técnicos, o sin la cooperación de ningún especialista.” Margarita Nolasco, “La Antropología aplicada en México y su destino final: el indigenismo”, en Arturo Warman et al., De eso que llaman antropología mexi-cana, México, Escuela Nacional de Antropología, enah, 1968, pp. 66-93.

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Y es que el hecho de que los pueblos indígenas (pese a las catástrofes demográficas que los diezmaron a partir de los dos primeros siglos de la conquista española, a la explotación histórica y actual, y a la profun-da desigualdad que los afecta de múltiples maneras) se mantengan como un referente ineludible y desafiante para cualquier política de Estado, obliga a quienes nos interesamos en el tema y en los procesos de descolonización, a la recuperación y re-lectura de aquellos textos que fueron basales de uno de los movimientos socio-políticos más im-portantes del siglo xx en México y América.

Varios autores (entre ellos, alguno de nosotros6) han sostenido que la historiografía mexicana no ha producido una obra de conjunto, am-plia y comprensiva del indigenismo,7 y que contribuir a ella replantea la cuestión de establecer con la mayor precisión posible qué debemos entender por “indigenismo”, en general, y por “indigenismo de Estado” en particular. Máxime en nuestros días, en que las luchas de los pueblos indígenas, el surgimiento de movimientos etno-políticos e, incluso, las victorias electorales de líderes indígenas han llevado a algunos autores (Mario Vargas Llosa o Enrique Krauze, entre otros) a hablar del “indi-genismo” de Evo Morales o de Rigoberta Menchú. Extraña paradoja

6 Véase Carlos Zolla y Emiliano Zolla Márquez, Los pueblos indígenas de México. 100 preguntas, México, Unam, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial-Programa Universitario México, Nación Multicul-tural, 2004. Segunda edición actualizada, México, Unam, 2010. En particular, la respuesta a la pregunta 58.7 Luis Vázquez León, en un libro publicado por nuestro Programa, refuta esta idea, señalando que sí existe una historiografía del indigenismo, pero ella “ha estado altamente ideologizada”. Y aunque sin duda men-ciona materiales historiográficos (nosotros mismos registramos varios de ellos en la selección bibliográfica), creemos que la empresa ha tropezado con obstáculos objetivos. Por ejemplo, una limitación de este tipo lo constituye, hasta nuestros días, la imposibilidad de acceso al archivo documental del Instituto Indigenista Interamericano (ahora bajo custodia de la Unam para su preservación, catalogación y digitalización, en proceso), institución en la que los sucesivos directores e intelectuales mexicanos (de Manuel Gamio hasta su último director, Guillermo Espinosa Velasco, pasando por Miguel León-Portilla, Gonzalo Aguirre Beltrán y José del Val) tuvieron una activa participación en las tareas del indigenismo de Estado. Véase Luis Vázquez León, Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán, México, Unam, Programa Universitario México, Nación Multicultural, 2010, en especial, pp. 184 y ss. También, a propósito del desarrollo de la antropología aplicada y de la producción antropológica en México, véanse: Juan Comas, La antropología social aplicada en México. Trayectoria y antología, México, Instituto Indigenista Interamerica-no, Serie Antropología Social, 16, 1976, y Carlos García Mora (coord.), La antropología en México, México, inah, Colección Biblioteca del inah, 15 vols., 1987-1988.

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para quienes han sido críticos severos, precisamente, del indigenismo como “la política aplicada hacia la población indígena por los no in-dios”, según la consagrada fórmula de Gonzalo Aguirre Beltrán.

Por todo lo anterior, nuestra obra lleva implícita también la inten-ción de hacer visibles la complejidad del pensamiento y la acción indi-genistas a la que contribuyeron algunos de los más destacados intelectuales del siglo xx mexicano. El propósito de concentrarnos en los documentos de la centuria pasada (en un panorama que abarca desde una propuesta pionera de Manuel Gamio, de 1917, para crear el Departamento de Antropología en la Secretaría de Agricultura y Fomento,8 hasta los llamados Acuerdos de San Andrés Larráinzar (1996), la reforma al Artículo 2º de la Constitución Política de los Esta-dos Unidos Mexicanos (2001), la ley de creación de la Comisión Nacio-nal para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas —cDi, que reemplazó al ini desde el 21 de mayo de 2003—9 y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, de septiembre de 2007) merece una explicación más detallada.

No está de más señalar una característica distintiva de los instru-mentos jurídicos o normativos que seleccionamos. En la mayoría de los casos no contienen o apenas reflejan nominalmente los debates respecto de lo sancionado o promulgado. Así, por ejemplo, mientras en el campo de

8 En Teoría y práctica de la educación indígena, México, sep, Septetentas, 64, 1973, pp. 151-152, Aguirre Beltrán alude a la creación de Gamio de la “Dirección de Antropología y Poblaciones Regionales” en el seno de la “Secretaría de Agricultura”, y a su “fundación en 1917 y su clausura en 1925”.9 A propósito del cese de las actividades del ini y su reemplazo por la cDi, véase en la selección documen-tal: Instituto Nacional Indigenista, Programa de Acción para el Desarrollo Social y Económico de los Pueblos Indígenas de México de febrero de 1977. En él está planteado claramente por el Consejo Nacional de Pue-blos Indígenas que “el Instituto Nacional Indigenista, se reestructure con el carácter de comisión nacional paRa el DesaRRollo social y económico De los pUeblos inDígenas”, en las páginas siguientes denominada siempre Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, siendo “la Comisión Permanente del Consejo Nacional de Pueblos Indígenas su órgano de dirección, justamente con los representantes de las secretarías de Estado y organismos descentralizados conectados con los asuntos indígenas.” Incluso se planteaba que los Centros Coordinadores Indigenistas sean denominados centRos De DesaRRollo inDígena”. Como vemos, pasarían 25 años para que se concretara esta transformación de “inspiración lopezportillista”; los representantes indígenas están integrados actualmente en un Consejo Consultivo, cuyo presidente es miembro de la Junta de Gobierno.

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la sociología y la antropología se discutía el contenido de la categoría “marginación” y si era teórica y políticamente aceptable establecer una relación de sinonimia entre “indígena” y “marginado”, en los documentos sólo obtenemos los cambios de nombres de direcciones, departamen-tos, coordinaciones o programas.

Finalmente, aludamos a un tema que pudiera ser materia de debate: la ausencia, en la selección documental, de materiales producidos por los indígenas (de autoría colectiva o individual), sumamente abundantes en la segunda mitad del siglo xx y en la primera década del siglo xxi). Pese a considerarlos fundamentales, decidimos que su inclusión nos desviaba del propósito central de la obra. Por ejemplo, hemos incluido el docu-mento Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas. Carta de Pátzcuaro. Declaración de principios, Janitzio, Municipio de Pátzcuaro, Michoacán, México, 9 de octubre de 1975, y en cambio omitimos la documentación del Primer Congreso Indígena “Fray Bartolomé de las Casas”, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1974, que contiene las ponencias tzeltales, tzotziles, choles y tojolabales sobre la tierra, el comercio, la edu cación y la salud. La Carta de Pátzcuaro y el propio congreso de 1975 fueron en buena medida la respuesta oficial al congreso chiapaneco, promovida desde el ini encabezado por Gonzalo Aguirre Beltrán. Sugerimos, al lector interesado en la documentación indígena, la información contenida en el portal de nuestro programa universitario <www.nacionmulticultural.unam.mx>, en particular la reunida por el proyecto “50 años de movimientos indí-genas en América Latina”. Para consultar la documentación del Con-greso “Fray Bartolomé de las Casas”, véase: Varios autores, Declaración final. Primer Congreso Indígena “Fray Bartolomé de las Casas”, en Anuario Instituto Chiapaneco de Cultura. Departamento de Patrimonio Cultural e Investigación, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, 1991(se trata de un dossier de 369 pp.) También, por las múltiples referencias a documentos indígenas inmediatamente anteriores y posteriores al Pri-mer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas (1975): María Consuelo

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Mejía Piñeros, y Sergio Sarmiento Silva, La lucha indígena: un reto a la ortodoxia, México, Siglo XXI Editores, 1987, y Julio Garduño Cervan-tes, El final del silencio. Documentos indígenas de México, México, Premiá, 1983.

La selección documental y las creaciones institucionales

La decisión de presentar en orden cronológico los documentos selec-cionados no responde solamente al propósito de ofrecer una sistemati-zación de materiales diversos, sino también mostrar cómo la elaboración de políticas y estrategias se fue forjando progresivamente, tanto en el orden conceptual como en el de la construcción institucional y en el de sus proyectos específicos que evidencian el desarrollo, pero también las contradicciones —advertidas o no en su tiempo— que resultaron de las políticas de Estado al confrontarse con las realidades de los pue-blos indígenas.

Señalemos, de paso, que este trabajo no pretende ser una historia del indigenismo, aunque sí intenta contribuir a ella. Está elaborado a partir del reconocimiento de una herencia indicativa de los vínculos entre una teoría, una política y una “programática” o modelo para la acción indi genista. Teoría, por cierto, que problematizó las ideas de la cultura, de la etnici-dad y la identidad, de la historia de una población y de su “redención”, de la forja revolucionaria de la nueva nación y, en ella, del papel del Estado, e incluso de las propias teorías sociales.10

La selección privilegia aquellos documentos que establecen hitos en la construcción categorial del indigenismo y sus repercusiones en las

10 En palabras de Alfonso Villa Rojas: “…entre nosotros ocurrió un proceso inverso, al dar a la teoría el justo lugar que le corresponde en esta clase de estudios, ya no era tan sólo la solución inmediata de los problemas prácticos lo que importaba, sino también, su cabal codificación dentro de un sistema de ideas generales que permitiese ensanchar el horizonte del conocimiento estrictamente científico.” Alfonso Villa Rojas, “Integración e indigenismo en el pensamiento de Aguirre Beltrán”, en Homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, México, I. I. I., 1973, t. 1, p. 3.

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políticas de Estado, conscientes de que el desarrollo institucional se desenvolvió con una intensidad y una diversidad notablemente com-plejas, como se comprueba en el elevado número de direcciones, de-partamentos, institutos y programas que establecieron las distintas administraciones en un periodo relativamente breve:

• Dirección de Estudios Arqueológicos y Etnográficos (1917), deno-minada Dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura y Fomento a partir de agosto 15 de 1919.

• Departamento de Educación y Cultura para la Raza Indígena (1921)

• Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (1921)• Escuela Rural Mexicana (1922)• Procuradurías Agrarias de Pueblos (1922)• Casas del Pueblo (1923)• Departamento de Misiones Culturales (1923) • Casa del Estudiante Indígena (1924)• Dirección de Misiones Culturales (1925)• Estación Experimental de Incorporación del Indio (Carapan, Mi-

choacán, 1931)• Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas (Daai, 1935)• Comisión Intersecretarial para investigar las condiciones genera-

les de vida en la Tarahumara (1936)• Departamento de Educación Indígena de la sep (1937)• Comisión Intersecretarial de estudios y planeación en el valle del

Mezquital, Hidalgo (1937)• Comisión Intersecretarial para estudios de las necesidades de la

región Mixteca, Oaxaca (1937)• Departamento de Antropología en la Escuela Nacional de Ciencias

Biológicas del ipn (1938)• Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah,1939)

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• Museo Nacional de Antropología (1939)• Consejo de Lenguas Indígenas (1939)• Primer Congreso Indigenista Interamericano y creación del Insti-

tuto Indigenista Interamericano (1940)• Restablecimiento del Departamento de Misiones Culturales (1943)• Instituto de Investigación para Indígenas Monolingües (1944)• Dirección General de Asuntos Indígenas (1 de enero de 1947), en

reemplazo de la Daai.• Instituto Nacional Indigenista (ini, 1948)• Museo Nacional de Artes e Industrias Populares (ini-inah, 1951)• Comisión Intersecretarial de la región Yaqui (enero de 1951)• Comisión de la región indígena del valle del Yaqui. Estación Vicam

(septiembre de 1951)• Centro Coordinador Indigenista de la Región Tzeltal-Tzotzil,

Chiapas (1951)• Centro Coordinador Indigenista Tarahumara-Tepehuano de Gua-

chochi, Chihuahua (1952)• Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital de la Huasteca Hidal-

guense (31 de diciembre de 1952)• Centro Coordinador Indigenista de la Mixteca Alta, de Tlaxiaco,

Oaxaca (1954)• Centro Coordinador Indigenista Mazateco, de Temascal, Oaxaca

(1954)• Centro Coordinador Indigenista Mixteco-Costa, de Santiago Ja-

miltepec, Oaxaca (1954)• Centro Coordinador Indigenista Maya, de Peto, Yucatán (1959)• Centro Coordinador Indigenista Mazateco, de Huautla de Jiménez,

Oaxaca (1959)• Centro Coordinador Cora-Nahua, de Jesús María, Nayarit (1960)• Centro Coordinador Indigenista Mixteco-Tlapaneco, de Tlapa,

Guerrero (1964)

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• Servicio Nacional de Promotores Culturales y Maestros Indígenas Bilingües (1964)

• Centro Coordinador Indigenista Tarasco, de Cherán, Michoacán (1964)

• Centro Coordinador Indigenista Nahua-Totonaco, de Zacapoaxtla, Puebla (1968)

• Centro Coordinador Indigenista Chichimeca, San Luis de la Paz, Guanajuato (1969)

• Reorganización de las Misiones Culturales (1971)• Dirección General de Servicios Educativos en el Medio Indígena

(1971)• Centro Coordinador Indigenista Mixe, Ayutla, Oaxaca (1971)• Centro Coordinador Indigenista Maya, Valladolid, Yucatán (1971)• Centro Coordinador Indigenista Tzotzil, Bochil, Chiapas (1971)• Centro Coordinador Indigenista Tzeltal, Ocosingo, Chiapas (1971)• Centro Coordinador Indigenista Mazahua, Atlacomulco, Estado

de México (1972)• Centro Coordinador Indigenista Nahua-Huasteca, Huejutla, Hi-

dalgo (1972)• Centro Coordinador Indigenista Zapoteco de la Sierra, Guelatao,

Oaxaca (1972)• Centro Coordinador Indigenista Chinanteco, Tuxtepec, Oaxaca

(1972)• Centro Coordinador Indigenista Nahua-Popoloca, Tehuacán, Pue-

bla (1972)• Centro Coordinador Indigenista Otomí, Amealco, Querétaro (1972)• Centro Coordinador Indigenista Nahua, Zongolica, Veracruz (1972)• Centro Coordinador Indigenista Totonaco, Papantla, Veracruz (1972)• Dirección General de Educación Extraescolar en el Medio Indígena

(1972. Sustituye a la Dirección General de Servicios Educativos en el Medio Indígena, de 1971)

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• Dirección de Educación Bilingüe, sep (1972)• Primer Congreso Nacional de Pueblos Indios (1975)• Dirección General de Educación Indígena (11 de septiembre de

1978)11

Con el propósito de mostrar el paralelismo y, no pocas veces, la con-vergencia entre las iniciativas institucionales y el desarrollo de la an-tropología aplicada, hemos elaborado un cuadro a partir de los datos proporcionados por Juan Comas, precisamente en el volumen titulado La antropología social aplicada en México. Trayectoria y perspectivas, Mé-xico, i.i.i., Serie Antropología Social, 16, 1976, pp. 1-85.

En los artículos 25º al 29º del “Reglamento de la Ley Constitutiva del Instituto Nacional Indigenista” (4 de diciembre de 1948, que repro-ducimos completo en nuestra antología de documentos) hay una explí-cita mención al “convenio celebrado con el Instituto Nacional de Antropología e Historia”, por el cual

dentro de la Escuela Nacional de Antropología e Historia dependiente del

mismo, funcionará una Sección de Antropología Social que se dedicará

preferentemente a la preparación profesional del personal técnico que re-

quiere el Instituto Nacional Indigenista en el campo de la Antropología.

[…] Los profesores de las materias que no se encuentren en el curriculum

de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, serán designados por el

11 Es pertinente señalar que este intenso desarrollo institucional no implicó necesariamente una evolución escalonada de estrategias, sino en muchos casos supuso cambios intempestivos en diferentes ámbitos de la acción institucional. La frágil hegemonía que el proceso institucional mostraba, derivaba de los cambios de énfasis que, en el fondo, expresaban la influencia de distintas posiciones ideológicas, intereses políticos y proyectos de gobierno en el seno del Estado. Una muy detallada cronología de las actividades ini-cDi para el periodo 1948-2012 y, dentro de ella, de las creaciones institucionales (delegaciones, centros coordina-dores, radiodifusoras, principalmente) en Comisión Nacional Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Instituto Nacional Indigenista-Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 1948-2012, México, cDi, 2012. El texto agrupa las actividades en los siguientes periodos: 1948-1970, 1970-1976, 1977-1982, 1983-1988, 1989-1994, 1995-2000, 2001-2003, 2003-2006 y 2007-2012. El documento en línea en <www.cdi.gob.mx/dmdocuments/ini-cdi-1948-2012.pdf>.

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Director del Instituto Nacional Indigenista a propuesta del Jefe de la Sec-

ción de Antropología Social y con la aquiescencia del Director del Institu-

to Nacional de Antropología e Historia.

la antRopología social aplicaDa en méxico.

tRayectoRia y ResUltaDos

El listado distribuye la información en orden cronológico. Hemos respetado

la escritura del original y las fechas mencionadas por Juan Comas.

1 Junta para el mejoramiento y protección de la raza tarahumara.

Chihuahua. 3 de noviembre de 1906.

2 Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (1909). Mu-

seo Nacional de Antropología desde 1939.

3 Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana. 20

de enero de 1911.

4 Sociedad Indianista Mexicana ¿28 de marzo de 1910?

5 Dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura y Fo-

mento. 15 de agosto de 1919.

6 Revista Ethnos. 1920.

7 Escuela Rural Mexicana. 1922.

8 Departamento de Misiones Culturales. 1923.

9 La Casa del Estudiante Indígena. 1924.

10 Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional

Autónoma de México. 11 de abril de 1930.

11 Estación Experimental de Incorporación del Indio. 1932-1933.

12 Escuela de Medicina Rural de México, ipn. 1938

13 VII Congreso Científico Americano. 1935.

14 Robert Redfield y la Institución Carnegie de Washington, y la cola-

boración del Departamento de Antropología de la Universidad de

Chicago, el Viking Fund y el Instituto Nacional de Antropología e

Historia de México. 1930 en adelante.

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15 Summer Institute of Linguistics (Instituto Lingüístico de Verano).

1935. Convenio del Gobierno de México y el ilv, a través de la Direc-

ción General de Asuntos Indígenas. 15 de agosto de 1951.

16 Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas. 1935. [Comas

anota 1° de enero de 1936.]

17 Comisión Intersecretarial para investigar las condiciones generales

de vida en la Tarahumara. 1936.

18 Comisión Intersecretarial de estudios y planeación en el valle del

Mezquital, Hidalgo. 1937.

19 Comisión Intersecretarial para estudios de las necesidades de la

región mixteca, Oaxaca. 1937.

20 Sociedad Mexicana de Antropología. 28 de octubre de 1937.

21 Escuela Nacional de Antropología y Departamento de Antropolo-

gía en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (Instituto Politéc-

nico Nacional) 1938.

22 I Asamblea de Filólogos y Lingüistas. 9 al 17 de mayo de 1939.

23 Revista Mexicana de Estudios Antropológicos. 1939.

24 Revista Mexicana de Sociología. 1939.

25 Consejo de Lenguas Indígenas. 1939.

26 Proyecto Tarasco. 1939.

27 Internado Indígena de Paracho, Michoacán. 1935.

28 I Congreso Indigenista Interamericano. 1940.

29 Instituto Indigenista Interamericano. 1940.

30 Revistas América Indígena y Boletín Indigenista del Instituto Indige-

nista Interamericano. 1941 en adelante.

31 Escuela Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antro-

pología e Historia. 1942.

32 Conferencia Preliminar Interamericana sobre la Oncocercosis. Oficina

Sanitaria Panamericana e Instituto Indigenista Interamericano. 1943.

33 Primer Congreso Demográfico Interamericano. Octubre de 1943.

la antRopología social… (continuación)

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34 Instituto de Alfabetización en Lenguas Indígenas. 1945.

35 Instituto de Alfabetización para Indígenas Monolingües. 1945.

36 Dirección General de Asuntos Indígenas, sep. 1° de enero de 1947.

[Comas anota diciembre de 1946.]

37 Proyecto de la Cuenca del Papaloapan. Secretaría de Recursos Hi-

dráulicos. 20 de febrero de 1947.

38 Instituto Nacional Indigenista. 1948.

39 Unidades Regionales de Promoción Económico-social y Cultural

Indígena. 1948.

40 Comunidades dirigidas de promoción indígena. 1950.

41 Congresos Nacionales de Sociología (desde 1950 en adelante).

42 Escuela Nacional de Antropología, con la colaboración del Instituto

Nacional Indigenista. Sección de Antropología Aplicada. 1951.

43 Comisión Intersecretarial de la Región Yaqui. Enero de 1951.

44 Comisión de la región indígena del valle del Yaqui. Estación Vicam.

12 de septiembre de 1951.

45 Centro Regional de Educación Fundamental para América Latina

(cRefal). 9 de mayo de 1951.

46 Patrimonio Indígena del valle del Mezquital. Gobierno del Estado

de Hidalgo y Secretaría de Hacienda, Educación, Agricultura, Re-

cursos Hidráulicos y Comunicaciones. 25 de junio de 1951.

47 Centros Coordinadores Indigenistas del Instituto Nacional Indige-

nista en Chiapas, Oaxaca, Chihuahua, Nayarit, Yucatán y Guerre-

ro. 1951 en adelante. (Aunque la fecha oficial de creación del

primero, en Chiapas, es el 12 de septiembre de 1950.)

48 Comisión del Tepalcatepec. 1950.

49 Programa Interamericano de Ciencias Sociales Aplicadas. oea-Go-

bierno de México. 1959.

50 Acción Indigenista. Boletín Mensual del ini. Enero de 1963 en adelante.

la antRopología social… (continuación)

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Los textos incluidos en nuestra compilación son documentos oficia-les, en su mayoría mexicanos12 y anónimos, que, como tales, en general no identifican a los autores que participaron en su elaboración, salvo contadas excepciones de las que damos cuenta en las notas que acom-pañan a los mismos. Constituyen, en efecto, un conjunto de materiales que se hicieron públicos como leyes, decretos, reglamentos, acuerdos, convenios, declaraciones, programas o exposiciones de motivos, gene-rados para establecer, definir y orientar la acción del Estado hacia los pueblos indígenas.

Una lectura atenta de los documentos seleccionados y de las circuns-tancias en que dichas estrategias debían desarrollarse, muestra una persistente oscilación en el ejercicio de la hegemonía de la acción del Estado a cargo del indigenismo y de sus instituciones especializadas (característicamente el ini desde 1948-1951), en contraste con momen-tos de subordinación a otras estrategias e improntas institucionales. Más allá de las diferencias (teóricas, metodológicas) entre el énfasis puesto respecto de las lógicas de “asimilación”,13 “incorporación”, “inte-gración” o “participación” de los indígenas en “la vida nacional”, es claro que en ocasiones fueron determinantes los obstáculos y resistencias que, intereses de diverso orden, se impusieron o confrontaron a los propó-sitos y a la acción indigenistas.

Bajo el gobierno de José López Portillo (1976-1982), el ini, dirigido entonces por Ignacio Ovalle Fernández (cabeza también del Coplamar), discutió el contenido de la “asimilación”, la “incorporación” y la “inte-gración” indígenas, señalando claramente que la política indigenista debía dirigirse a atender

12 Las excepciones la constituye un pequeño grupo de documentos de autores como Alfonso Caso y Gonzalo Aguirre Beltrán y, sobre todo, no gubernamentales e internacionales (del I. I. I. y de la onU, en cuya elabora-ción o en su adhesión las posiciones oficiales mexicanas fueron fundamentales).13 Sobre el concepto de “asimilación” en Gamio, véase op. cit., pp. 4-24.

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dos condiciones, una étnica y la otra de clase, y a dos tipos de reivindica-

ciones, una cultural y la otra económica […] Desde el punto de vista eco-

nómico pierde consistencia la discusión conceptual sobre términos como

asimilación, incorporación e integración, en tanto fórmulas elaboradas

para vencer desde fuera de las comunidades étnicas el aislamiento y la mar-

ginación, ya que si bien se engloba a estos grupos en el universo de la margi-

nación —porque ciertamente han quedado al margen de los beneficios del

desarrollo nacional y de la riqueza generada— nunca han estado al mar-

gen del trabajo productivo y de la explotación económica. En este sentido

siempre han estado integrados a la sociedad nacional. Por lo mismo, el

debate histórico desciende de la abstracción característica de los años

anteriores que planteaba “la integración a la sociedad nacional”, o la “in-

corporación”, o la “asimilación”, y se ubica en el plano de lo concreto. Los

conceptos de incorporación, asimilación e integración dejan de ser polé-

micos en sí mismos en el momento en que se les da contenido, esto es, en

cuanto está referidos a un proyecto político específico. Y en cuanto tal,

este proyecto político no puede ser sino una opción de los propios indíge-

nas y así lo comienzan a expresar sus organizaciones.14

La revisión de los documentos de esta compilación muestra palpable-mente que en el indigenismo mexicano y en las tempranas décadas del siglo xx estaba sembrada la idea seminal de la diversidad cultural —y, explícitamente, de la interculturalidad— como el elemento fundamental de comprensión del carácter histórico y contemporáneo de la condición multicultural de la sociedad mexicana, y de las relaciones interculturales armónicas o asimétricas. Insistimos en el carácter histórico concreto de la idea de interculturalidad en México y, específicamente, en auto-res como Manuel Gamio o Gonzalo Aguirre Beltrán, que construyeron

14 Instituto Nacional Indigenista, Bases para la acción, 1977-1982. Guía para la Programación, México, ini, 1976, pp. ix y x. Y, en especial, Ignacio Ovalle Fernández, “De la aldea al mundo”, que citamos en la Bibliografía consultada.

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dicha categoría a partir de la observación de la desigualdad explícita que aparecía articulada a la diversidad étnica y cultural, como expre-sión de las relaciones coloniales en el mundo contemporáneo.15 La ca-pacidad heurística del concepto, que esclarecía el carácter asimétrico de la relación intercultural en las regiones de refugio, no es ajena a las teorías que diversos autores formularían poco más tarde a propósito de los procesos de descolonización en América y el mundo. Los indigenistas repararon en la compleja articulación estructural entre la diversidad (étnica, cultural, social, lingüística) y la desigualdad, y sus implicacio-nes para hacer posible el difícil proceso de integración nacional. A esta apreciación se contrapuso otra, según la cual entraban en relación la “sociedad nacional homogénea” y las diversidades indígenas, sin ad-vertir suficientemente que la homogeneización contenía la estructura de la desigualdad y de la diversidad, no sólo en la relación con los pueblos indígenas sino al interior mismo de la “sociedad nacional”. Las aspira-ciones revolucionarias que inspiraron las políticas de igualdad y que guiaron a la teoría indigenista quedaron subsumidas en los límites defi-nidos por el modelo capitalista predominante. Hipótesis como la del camino progresista del paso de casta a clase no sólo no atenuaban la desigualdad sino que, por el contrario, la instalaban estructuralmente y la legitimaban socialmente.

En cualquier caso, es innegable que el contenido de los documentos muestra una persistente oscilación entre las orientaciones generales de

15 El primero de los documentos seleccionados por nosotros (Programa de la Dirección de Antropología…), elaborado por Manuel Gamio, contiene íntegramente el texto denominado “La Dirección de Antropología” que aparece contenido en Forjando Patria con la aclaración de que se trata del “Extracto de la segunda proposición formulada y presentada por el autor ante el 2° Congreso Científico Panamericano” (1916). A propósito de la interculturalidad, Gamio escribió: “¿No es indispensable analizar también las influencias interculturales y de cruce sanguíneo producidas en cuatro siglos por la presencia de los españoles inmi-grantes?” Véase Forjando Patria, México, Porrúa, “Sepan cuantos…” núm. 368, 2006, p. 17. Aguirre Beltrán denominó a su libro sobre la acción sanitaria en las comunidades indígenas, publicado en 1955, Programas de salud en la situación intercultural, México, Instituto Indigenista Interamericano. Hay varias reediciones. Y, no menos importante, el primer capítulo de Teoría y práctica de la educación indígena del mismo Aguirre Beltrán, denominado “Educación para la comprensión intercultural”, pp. 9-42.

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una política cuyo referente capital (y en buena medida ideológico) es la Revolución mexicana, la magnitud, diversidad y condiciones de vida de los pueblos indígenas, y la vitalidad de una corriente de estudios antro-pológicos o, de manera genérica, de las ciencias sociales. Y aunque pueda hablarse de una dimensión continental del indigenismo (como lo atesti-guan las representaciones de los países en el Primer Congreso Indigenista Interamericano, de 1940, y otras iniciativas multilaterales y panamerica-nas), es evidente también la singularidad del caso mexicano.

La Revolu ción, en efecto —escribió Aguirre Beltrán en su obra mayor, El

proceso de aculturación—, hizo surgir al nivel de la conciencia de un pueblo

en crisis la gravedad de sus problemas sociales y la urgencia de su resolu-

ción. La antropología social, inevitablemente, tuvo que enfocar su interés

al estudio de esos problemas incisivos y actuales, bien distintos de los

puramente académicos que hasta entonces habían sido el objeto principal

de preocupación, y trató de encontrarles una respuesta […] De este modo

la antropología social en México, bajo la compulsión de un fenómeno so-

cial impetuoso, se convirtió en una fuerza activa y vital que suministró los

fundamentos teóricos y los instrumentos prácticos para la elaboración e

implementación de una política social y económica de integración nacio-

nal que recibe el nombre de indigenismo.16

Los hombres del indigenismo

El repaso de los documentos en relación a “los grandes momentos del indigenismo mexicano” y a los entornos teórico, político, institucional e, incluso, administrativo, permite comprobar sin demasiadas dificulta-des la existencia de una o dos generaciones excepcionales de hombres

16 Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación…, p. 132. La primera edición, es importante subra-yarlo, en Unam, 1957.

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(el predominio masculino es casi absoluto) que no sólo se comprometie-ron en la empresa revolucionaria y posrevolucionaria de construcción de la nación, sino que simultáneamente se distinguieron como investigadores, pensadores y teóricos, políticos y “agentes de la acción indigenista”. La lista es significativa e incluye los nombres de Manuel Gamio, Miguel Othón de Mendizábal, Moisés Sáenz, Luis Chávez Orozco, Isidro Can-dia Galván, Francisco Rojas González,17 Narciso Bassols, Alfonso Caso, Francisco Plancarte, Vicente Lombardo Toledano, Mauricio Swadesh,18 Wigberto Jiménez Moreno, Alfonso Fabila, Gonzalo Aguirre Beltrán, Julio de la Fuente, Juan Comas, Ramón G. Bonfil, Carlos Basauri, Ricardo Pozas, Alejandro Marroquín, Agustín Romano Delgado, Alfonso Villa Rojas, Carlos Incháustegui, Pedro Daniel Martínez, Salomón Nahmad, Miguel León-Portilla, Rodolfo Stavenhagen y Arturo Warman, así como políticos de la talla de Lázaro Cárdenas, y críticos como Guillermo Bonfil, para integrar una lista seguramente provisional e incompleta. Alexander Dawson señala que Sáenz, dispuesto a resolver los problemas que planea-ba la asimilación de los indígenas, “reunió a los más importantes expertos en asuntos indígenas”: Carlos Basauri, Pablo González Casanova,19 Miguel

17 Francisco Rojas González, Ensayos indigenistas, Introducción, compilación y notas de Andrés Fábregas Puig, México, El Colegio de Jalisco-ciesas, 1998. Fábregas recupera el dato del trabajo del joven Rojas González bajo el magisterio del antropólogo italiano Corrado Gini, uno de los teóricos del fascismo italiano y autor del mundialmente famoso “Índice de Gini” de medición de la desigualdad, en el Comité Interna-cional para el Estudio de la Población. Gini y los antropólogos de la misión italiana que llegó a México estaban interesados en el estudio y registro de “pueblos primitivos”. Rojas González participó en los trabajos sobre la población de Oaxaca y del Valle del Mezquital. En la antología anotada por Fábregas se agrupan los ensayos etnohistóricos, etnológicos y etnográficos del autor de El diosero.18 Para reconstruir la amplia lista de lingüistas ligados al indigenismo, véase Gonzalo Aguirre Beltrán, Len-guas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, México, ciesas, Ediciones de la Casa Chata, 1983. Hay edición posterior en fce, 1993. Manuel Gamio, al crear la Revista Ethnos en 1920, reunió “entre otros connotados antropólogos e indigenistas mexicanos y extranjeros” a Miguel O. de Mendi-zábal, Moisés Herrera, Zelia Nuttall, Lucio Mendieta y Núñez, Paul Siliceo Pauer, Roque Zeballos, Agustín Fermín, Federico Gómez Orozco y G. R. G. Conway. Véase también Ángeles González Gamio, Manuel Gamio, una lucha sin final, México, Unam, Segunda edición corregida y aumentada, 2003, p. 84. En nuestra selección documental reproducimos el material de la Asamblea de Filólogos y Lingüistas, de 1939.19 Se trata del lingüista y filólogo Pablo González Casanova (padre del sociólogo del mismo nombre), naci-do en Mérida, Yucatán, en 1889 y muerto en la ciudad de México en 1936. Estuvo vinculado a Manuel Gamio en los trabajos del valle de Teotihuacan y a Sáenz, efectivamente, en la Estación Experimental de Incorporación del Indio, en la Cañada de los Once Pueblos, en Michoacán. Participó también en la crea-

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Othón de Mendizábal, José Guadalupe Nájera y Catherine Vesta Sturges. Aguirre Beltrán, a su vez, ha recordado su gestión al frente del Departa-mento de Asuntos Indígenas (Dai, mencionado en numerosas ocasiones como Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas), y a quienes res-pondieron a su llamado: Julio de la Fuente, Carlos Basauri, Calixta Guiteras, Vicente Casarrubias, Cesáreo García Villarreal, Alfonso Villa Rojas, Maurilio Muñoz y Ramón Hernández.20 En el Acuerdo que crea el Consejo Consultivo del Departamento de Asuntos Indígenas, se inte-graron los siguientes miembros: licenciado Alfonso Caso, doctor Daniel F. Rubín de la Borbolla, ingeniero Alfonso Fabila, profesor José Gálvez y profesor Guillermo Bonilla.21 Diversos autores han señalado el apoyo del Dai a la realización del I Congreso Indigenista Interamericano (Pátzcuaro, Michoacán, 1940).

Aguirre Beltrán decía de Caso, al conmemorarse 40 años de la crea-ción del ini y ya fallecido el autor de El pueblo del Sol:

Otro colega, menos ligado por el afecto a don Alfonso, como lo estoy yo,

podrá juzgarlo con absoluta equidad; sí deseo afirmar que sin su capacidad

político-administrativa, sin su prestigio de hombre de ciencia y su eficacia

ción del Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas de la Universidad Nacional, y en la revista es-pecializada Investigaciones Lingüísticas. Ascensión H. de León-Portilla ha señalado: “Como Belmar unos años antes, González Casanova fue un innovador en el panorama lingüístico mexicano de principios de siglo, particularmente en cuanto al fonetismo y a la sociolingüística. Su corta vida quizá le impidió hacer más estudios que hubieran sido muy buenas aportaciones en la lingüística y filología nahuas”. El apartado en donde la autora consigna la información sobre González Casanova (y sobre Mariano Silva Aceves) se denomina, significativamente, “Revolución e indigenismo”.20 Alexander S. Dawson, op. cit., p. 31. Gonzalo Aguirre Beltrán, “Formación de una teoría y una práctica indigenistas”, en ini. 40 años, México, ini, 1988, p. 13. Aguirre hará justicia a Fidencio Montes, “extraordi-nario maestro, zapoteca de nación”, orientador de los preceptores educativos y promotores culturales en el cci Tzeltal-Tzotzil de Chiapas. A este núcleo central del indigenismo mexicano se asoció, desde perspecti-vas disciplinarias diversas y a propósito de numerosos proyectos o actividades, otro destacado grupo de intelectuales, políticos, pedagogos, artistas y creadores. Caben así los nombres de Diego Rivera, Miguel Covarrubias, Luis Villoro, Rosario Castellanos, Daniel Rubín de la Borbolla, Henrietta Yurchenco, Juan Rulfo, Fernando Benítez, Alberto Beltrán y Alfredo Zalce.21 Departamento de Asuntos Indígenas, “Acuerdo que crea el Consejo Consultivo del Departamento de Asuntos Indígenas”, México Diario Oficial, miércoles 2 de abril de 1941, pp. 9 y 10. Véase en nuestra anto-logía de documentos los seleccionados para dar cuenta de la creación y actividades del Dai.

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como constructor y componedor de corporaciones e instituciones de inves-

tigación, docencia y ejecución, el ini no hubiera podido sortear los venda-

vales que soplaron recio durante los sexenios presididos por Ruiz Cortines

y Díaz Ordaz.22

Análogo retrato puede hacerse del propio Aguirre Beltrán.23

Finalmente, no debe soslayarse tampoco que, en todo este devenir institucional contradictorio, el indigenismo construyó también una base de funcionarios, empleados y promotores de campo indigenistas que siendo el vínculo directo con las comunidades, asumieron cotidiana-mente la responsabilidad de poner en práctica las diversas estrategias diseñadas, dando continuidad a la acción indigenista en muchas oca-siones en contradicción con las directivas institucionales cambiantes. Vocación solidaria e hilo conductor para el combate contra la discrimi-nación ancestral hacia los sectores más marginados del país, que no siempre aparecen reflejados en los documentos, pero que constituye un elemento sustancial, no pocas veces existencial, del indigenismo mexicano.

22 Gonzalo Aguirre Beltrán, “Formación de una teoría y una práctica indigenistas”, en ini 40 años, México, Instituto Nacional Indigenista, 1988, p. 14. También: Carlos Brokmann, “Alfonso Caso, el indigenismo y la política cultural”, en Óscar Cruz Barney, Héctor Fix-Fierro y Elisa Speckman Guerra (coords.), Los abogados y la formación del Estado mexicano, México, Unam, Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México, Instituto de Investigaciones Históricas, México 2013, pp. 645-674.23 Véase Carlos Zolla, “Antropología médica, salud y medicina en la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán”, en Jorge Félix Báez (coord.), Memorial crítico. Diálogos con la obra de Gonzalo Aguirre Beltrán en el centenario de su natalicio, Veracruz, Gobierno del Estado de Veracruz, 2008, pp. 119-139. También, del propio Jorge Báez, “Claves de un diálogo entre la antropología y la política (Estudio introductorio)”, en Gonzalo Aguirre Beltrán, Crítica antropológica. Contribuciones al estudio del pensamiento social en México, México, Uv-ini- Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1990. Y Guillermo de la Peña, “Gonzalo Aguirre Beltrán”, en ini 40 años…, ed. cit., pp. 355-382.

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El indigenismo a través de los documentos: algunas precisiones

conceptuales

Señalamos al principio de esta Introducción que la selección documental la hicimos a partir del examen de un corpus —abundante y disperso— de materiales producidos a lo largo del siglo xx. Aclaramos también que, salvo alguna excepción, se trata de documentos institucionales, oficiales, mexicanos en su gran mayoría, que constituyen el correlato objetivo, jurídico y reglamentario de las políticas del indigenismo en México.

Sin embargo, a la luz de los contenidos de los propios documentos, del contexto histórico, político y social en el que fueron elaborados, de las posiciones teóricas y metodológicas de quienes formularon las tesis básicas o actuaron en las coyunturas políticas, y de las ideas basales que proveían las ciencias sociales, es claro que las expresiones “indige-nismo”, “indigenismo mexicano” o “indigenismo de Estado (mexica-no)” recubren —como las coberturas léxicas de las que hablaba Algirdas Greimas— un campo de significaciones que está lejos de ser unívoco u homogéneo. De allí su polisémica riqueza, pero también, no menos, su polémica complejidad. Por supuesto, las diversas denominaciones ex-ceden toda discusión lexicológica o semántica, por importante que ésta pueda ser. Remiten a teorías sociales, momentos históricos, pers-pectivas políticas, intereses de todo orden y, no pocas veces, inercias lingüísticas y acuñaciones ideológicas.24 Las páginas que siguen alu-den, precisamente, a ese campo e intentan formular precisiones para una mejor comprensión de él.25

24 Gamio, por ejemplo, llega a emplear el término “indianismo” para referirse a una “vigorosa” corriente que “persiste desde que Cortés hincó su estandarte en las playas de Villa Rica” o que se expresa en “el zapatismo legítimo o indianismo, según lo titulamos antes”. Manuel Gamio, Forjando Patria, ed. cit., pp. 176-177.25 Aguirre Beltrán, multicitado por nosotros, escribió al respecto: “Como en todo movimiento político, en el indigenismo es preciso estudiar: a) las ideas políticas que las condiciones sociales hicieron nacer; b) las instituciones en que esas ideas cristalizaron; c) las relaciones políticas y los patrones de acción que deriva-ron de esas ideas e instituciones; y d) los cambios que alcanzó a realizar el movimiento”. Véase “Lázaro

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Con el propósito de precisar conceptos y denominaciones, parece conveniente recordar, de paso, que el origen del vocablo “indigenista” fue propuesto, según Aguirre Beltrán, por Moisés Sáenz:

El término indigenista, y su compuesto política indigenista, hasta donde

alcanzan mis conocimientos, fue confeccionado por Moisés Sáenz para

precisar las diferencias a que he hecho alusión y no obstante que lo consi-

deró un barbarismo gramatical no encontró otro mejor para designar la

política que el grupo nacional dominante sigue respecto a las poblaciones

indias.26

La apelación a la historia a la que recurre nuestra obra es, entonces, mucho más que la búsqueda de una guía para seleccionar y ordenar aquellos documentos que han definido el perfil de un movimiento que simultáneamente se planteó: la formulación de una política de Estado hacia los pueblos indígenas, la construcción de un nuevo orden polí-tico-institucional para México y América, la reorientación de las cien-cias sociales para “la comprensión científica del problema indígena”27 (la

Cárdenas”, en Gonzalo Aguirre Beltrán, Crítica antropológica. Contribuciones al estudio del pensamiento social en México, México, Uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1990, pp. 256-257.26 “El indigenista tiene puesto su interés en la nación como una globalidad y no en el indio como una particularidad. Esto es preciso tenerlo siempre en cuenta porque a menudo se confunde al indigenista con el indianista cuya atención está enfocada en el indio.” Gonzalo Aguirre Beltrán, “Indigenismo en México: Confrontación de problemas” en Anuario Indigenista, vol. xxix, México, Instituto Indigenista Interamericano, 1970, pp. 280-306.27 “El problema indígena” es una expresión que aparece en textos anteriores a la Revolución, y que se reitera en numerosos escritos posteriores a 1917. La resolución formal, institucional de “el problema indígena” como “apoyo al desarrollo y la promoción de las comunidades indígenas” a partir de la creación del ini ha sido recordada por Stavenhagen en “Indigenismo y nación multicultural”, ponencia incluida en Natividad Gutiérrez Chong et al. (coords.), Indigenismos. Reflexiones críticas, México, ini, 2000, pp. 89-95. Véase también: Roger Bartra, “El problema indígena y la ideología indigenista”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 36. núm. 3 (julio-septiembre, 1974), pp. 459-482. Arturo Warman, “Pero [en el primer siglo de vida independiente] ‘el problema indio’ era el problema del país y su prioridad no se discutía tanto como la manera de enfrentarlo”. En “Pueblos y naciones del indigenismo”, Nexos, 1 de febrero de 1978. Y, además, Lombardo Toledano, El problema del indio. Selección de textos de Marcela Lombardo, con una introducción de Gonzalo Aguirre Beltrán, México, Sepsetentas, 1973. No pocos autores interpretan la fórmula en el sentido de que, para los gobiernos, los indígenas constituían “un problema” de una alta y, no pocas veces, indeseable complejidad.

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antropología, en primer lugar, pero también la arqueología, la lingüís-tica, la sociología, la demografía, la biología, la filosofía y la propia historia de las ideas y de los movimientos sociales), el establecimiento de un orden aplicado por la impronta de la llamada “acción indigenista” y la conciencia de una gesta que implicaba “la redención de los indios” a partir de los postulados de la Revolución.

A propósito, precisamente, de la idea de “redimir al indio” —tópico en el que nos detendremos brevemente aquí—, apuntemos que el tema permeó gran parte de las políticas de Estado y de otros ámbitos de la teoría política y de las artes latinoamericanas. Aunque, como veremos más adelante al abordar las definiciones de “indigenismo”, Gonzalo Aguirre Beltrán sostuvo en una reunión del Instituto Nacional Indigenista, el 13 de septiembre de 1971, que: “El indigenismo no es un apostolado, ni busca ni pretende la redención del indio ni su salvación”,28 la idea de redimir a los indígenas fue un tema persistente en la literatura indige-nista, incluida la novelística mexicana y americana de autores como Alcides Arguedas, Ciro Alegría, José María Arguedas, Manuel González Prada, Jorge Icaza, Clorinda Matto de Turner, Enrique López Albújar, Miguel Ángel Asturias, Ricardo Pozas, Mauricio Magdaleno o Rosario Castellanos. La labor “misional” que haría posible esa redención no estuvo ausente ni en la filosofía de las iniciativas religiosas ni, menos aún, en programas y proyectos gubernamentales. El ejemplo paradig-mático es, sin duda, el de las “Misiones Culturales”, creadas en 1923;29 fueron suprimidas en 1938 y restablecidas y reorganizadas en 1942, y consideradas por autores como Juan Comas, Alfonso Caso o Gonzalo Aguirre Beltrán como uno de los “vehículos principales de la acultura-ción en México”.

28 “Intervención” de Gonzalo Aguirre Beltrán en: varios autores: ¿Ha fracasado el indigenismo? Reportaje de una controversia [13 de septiembre de 1971], México, sep, Sepsetentas 9, 1971, p. 26. 29 Las Misiones nacieron en estrecha relación con las innovaciones educativas previstas en las facultades otorgadas a la sep que incluía, entre muchos otros, al Departamento de Educación y Cultura para la Raza Indígena (Decreto del 3 de octubre de 1921).

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Aunque han trascendido menos que las culturales, las “Misiones de Mejoramiento” fueron otro de los pilares de acción indigenista desple-gada por el Departamento de Asuntos Indígenas a partir de 1936 y, sobre todo, desde 1941, durante el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho. Las Memorias del Departamento de Asuntos Indígenas de los años 1941-1942, 1942-1943 y 1944-1945 registraron en detalle la intensa labor de las Delegaciones del Departamento y, en particular, de sus áreas específicas: Procuradurías, Centros de Capacitación Económica y Técnica, y Misiones de Mejoramiento. La figura principal al frente del Departamento —bajo el gobierno de Manuel Ávila Camacho— fue Isidro Candia Galván, ex gobernador cardenista de Tlaxcala de 1937 a 1941. Todavía en 1963, como lo consigna Juan Comas, estaban funcionando

94 misiones de las cuales 34 operan en regiones con más del 20% de pobla-

ción indígena; y atienden anualmente a 17 000 personas. Estas misiones

están complementadas por la acción de 18 brigadas de mejoramiento con el

fin de “despertar el interés de los núcleos indígenas por auspiciar su acción

a la de las zonas en donde viven y aumentar su potencialidad económica

mediante el mejoramiento de su trabajo”; el esfuerzo de estas brigadas

aprovecha a cerca de 80 000 indígenas.30

En no pocas ocasiones, la literatura indigenista de la época alude, por ejemplo, a “las misiones del ilv entre los indígenas de América”. Se ha llegado a hablar, incluso, de “misioneros del gremio artístico” aludiendo a Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins, Fernando Gamboa, Ramón Alva de la Canal, Ángel Bracho, Francisco Dosamantes y Alfredo Zalce. En la actualidad, como es fácil de comprobar, el sustantivo “Misión” es usado junto a “Visión” para definir la vocación principal de una institución

30 Juan Comas, La antropología social aplicada en México. Trayectoria y Antología, México, Instituto Indigenista Interamericano, Serie Antropología Social, 16, 1976, pp. 72-73. Véase en la Bibliografía las referencias a las memorias del Departamento.

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(pública o privada) o de un proyecto. ¿Herencia histórica del lenguaje o inercias ideológicas?

Otro ejemplo relevante de la idea de la “redención y regeneración de los indios” lo ofrece Juan Luis Sariego, cuando señala que el extenso territorio de la Tarahumara

ha sido a lo largo del siglo xx escenario de variados proyectos y experi-

mentos indigenistas que han pretendido romper con el aislamiento de los

pueblos indios de la Tarahumara y vincularlos económica y culturalmente

a la nación. Los primeros de estos proyectos vieron la luz en la primera

década del siglo xx y fueron obra de gobernantes locales impregnados de

un celo reformista liberal que soñaron con la “regeneración” del indio.

Desde entonces hasta hoy han sido muchos los intentos institucionales de

gobiernos y organismos federales y estatales, así como de grupos religiosos

y sociales que han buscado “redimir” al indio de su estado de atraso, po-

breza y abandono. A través de la escuela, el desarrollo forestal, el mejora-

miento de las técnicas agroganaderas, la introducción de programas de

salud y bienestar social o simplemente del asistencialismo en casos —no

poco recurrentes— de hambrunas y pobreza extrema, el Estado nacional

ha intervenido en la Tarahumara.31

La política indigenista de la Revolución avanzó o intentó avanzar hacia el establecimiento de un nuevo orden categorial (sobre el Estado, sobre el ser indígena, sobre la identidad, sobre la cultura y la aculturación, so-bre las distinciones entre casta y clase, sobre la comunidad y la región, sobre la integración y, cuando menos, sobre la pluriculturalidad y la interculturalidad), orden que debía ser asumido tanto en los ámbitos

31 Juan Luis Sariego Rodríguez, El indigenismo en la Tarahumara. Identidad, comunidad, relaciones interétnicas y desarrollo en la Sierra de Chihuahua, México, ini-inah, 2002, pp. 16-17. Señalemos, de paso, las críticas que autores como Juan Luis Sariego hicieron al “concepto mesoamericano de comunidad”, que fue deter-minante en la ubicación y organización de los Centros Coordinadores Indigenistas y que no se correspon-día con las estructuras territoriales y sociales de la Tarahumara.

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académicos como en las instancias del poder público, y traducido en acciones que gozaran del consenso de las comunidades.32

Pero esa apelación a la historia muestra también que no pocos auto-res ubican la génesis de indigenismo no en el parto que significó la Revolución, sino mucho más atrás, específicamente en las políticas de la corona española a partir de las Leyes de Burgos (las Ordenanzas Reales para el Buen Regimiento y Tratamiento de los Yndios, aprobadas en la ciu-dad de Burgos, España, el 27 de diciembre de 1512) o bien en aquellos escritos y denuncias de los que, no sin razón desde esta perspectiva, han sido llamados “pioneros o precursores del indigenismo” a partir del siglo xvi, materiales en los que destacan las defensas de los indios debidas a fray Antonio de Montesinos (se ha dicho que las Leyes de Burgos fueron, en gran medida, la respuesta de la Corona a las críticas de Montesinos), Francisco de Vitoria, fray Bartolomé de las Casas, Ginés de Sepúlveda o Francisco Suárez. Coincidimos con Arturo Warman cuando señala explícitamente, en el texto denominado “Indios y naciones del indigenismo” citado antes, que la literatura indigenista se inaugura en México con las Cartas de Relación de Hernán Cortés y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. Sin embargo, el propio Warman aclara que respecto del tema indígena

32 Como es sabido, la categoría de “comunidad” pasó a ser central en la antropología y en las propias polí-ticas aplicadas, ya sea como referente teórico o como destinatario principal, aunque no exclusivo, de la acción indigenista. Existe, también en este caso, una vasta producción bibliográfica, que no detallamos aquí, pero de la que dan buena cuenta textos de autores de muy diversa orientación teórica e ideológica: Gonzalo Aguirre Beltrán, Agustín Ávila Méndez, Alfonso Caso, Bernardo García Quintana, Leif Korsbaek, Oscar Lewis, Ricardo Pozas, Robert Redfield, Juan Luis Sariego, Rodolfo Stavenhagen o Arturo Warman, por nombrar sólo algunos. Margarita Nolasco y Miguel Ángel Rubio han coordinado en el inah un ambi-cioso proyecto de investigación que, entre otros temas, plantea la cuestión de las llamadas “comunidades indígenas multilocales” (denominadas también “multisituadas”, “internacionales” y “trasnacionales”), re-sultado de los procesos migratorios dentro y fuera del país. Véase Margarita Nolasco y Miguel Ángel Rubio (coords.), Movilidad migratoria de la población indígena de México. Las comunidades multilocales y los nuevos espacios de interacción social, México, inah, 2011, 3 vols. José del Val ha sugerido la idea de considerar que en el núcleo de la comunidad indígena se encuentra un conjunto de familias autorreferenciadas. En El indigenismo, Favre dedica un apartado de “La política indigenista” a la cuestión del desarrollo comunitario, y en especial a mostrar los elementos que “la comunidad” pone en juego ante las estrategias de intervención del Estado (véanse pp. 113-116). Volveremos más adelante sobre el particular.

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“las posiciones adoptadas fueron muy diversas y sólo forzando mucho los argumentos pueden agruparse en dos: una que negaba los derechos de los indios y hasta su calidad humana y la otra —que llamamos indi-genista— que los afirmaba y defendía”.33 A lo anterior podría agregarse el llamado de atención que una autora, Érika Pani, hace respecto de la política indigenista del Imperio de Maximiliano, tema, por cierto, que está a la espera de un número mayor de estudios y, agregaríamos siguiendo a Pani, menos cargados de prejuicios. En efecto, esta investigadora afirma:

Así, tanto la historiografía tradicional —y hay que recordar que algunos de

estos autores, como Vicente Riva Palacio y José María Iglesias, participaron

activamente en la lucha contra el imperio— como la “versión oficial” de la

historia patria se han negado a hacer un análisis a distancia de las accio-

nes de un “gobierno usurpador”, “impuesto” por las armas francesas. Éste

es el caso de la “política indigenista” llevada a cabo durante el imperio, que

comprendió tanto actitudes como medidas concretas […] Desde su llegada

a México los emperadores manifestaron gran simpatía e interés por la pobla-

ción indígena, y a favor de ésta se promulgaron leyes en materia agraria y se creó

la Junta Protectora de las Clases Menesterosas. Sin embargo, la historio grafía

ha catalogado someramente al “cacareado indigenismo” de Maximiliano.34

Otro tanto podría decirse de la necesaria revisión que reclaman obras como las de Francisco Pimentel, llenas de luces y de sombras respecto del ideario fundamental del indigenismo, de los más variados aspectos de las culturas indígenas y del destino de los pueblos originarios.35

33 Arturo Warman, “Indios y naciones…” Una opinión semejante, aunque no siempre sostenida con este énfasis, es la de Aguirre Beltrán cuando señala: “La política indigenista se inicia, de hecho, con el Descu-brimiento y la Conquista”. Gonzalo Aguirre Beltrán, “Indigenismo en México…”, p. 287.34 Érika Pani, “¿‘Verdaderas figuras de Cooper’ o ‘Pobres inditos infelices’? La política indigenista de Maxi-miliano”, Historia Mexicana, xlvii: 3, 1998, pp. 571-604.35 Francisco Pimentel, Dos obras de Francisco Pimentel. Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México y medios de remediarla. La economía política aplicada a la propiedad terri-torial en México. Estudio preliminar de Enrique Semo, México, Conaculta, Cien de México, 1995. Sobre

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Nuestra obra —insistamos sobre ello nuevamente— parte de consi-derar la importancia de los antecedentes, pero privilegia la idea de que el indigenismo mexicano es, esencialmente, una teoría, una política y una programática para la acción generadas e instauradas en el siglo xx, a partir del proceso revolucionario.36

Lo que no puede pasar inadvertido es la existencia de una fuerte tendencia que ve al indigenismo como un movimiento, corriente, ten-dencia o política “favorable a los indios” (Favre), como “toda actitud —valorativa o práctica— en pro de los indios” (Limón Rojas) o como “una actitud que los afirmaba y defendía” (Warman). El imperativo de justicia social impregna prácticamente todas —y con múltiples enun-ciaciones y modalidades— las posturas indigenistas, desde quienes postulan la necesaria “redención de la clase indígena” (Gamio, 1907),37 hasta la definición “una nueva alianza de los pueblos indios y la socie-dad mexicana […] para abatir los problemas ancestrales de los pueblos indígenas y para facilitar su propio desarrollo” (Carlos Tello, 1995).38

Tampoco es posible obviar que la política indigenista se enmarcó históricamente en la búsqueda, explícita y urgente, de “la viabilidad de construcción de una nación moderna, en la realización de un proyecto nacional y en la definición de una identidad”.39 Se comparta o no este objetivo central en el orden nacional, debe destacarse el carácter ejem-

Francisco Pimentel, Francisco Bulnes y Andrés Molina Enríquez, véase Luis Villoro, Los grandes momen-tos…, ed. cit., pp. 175-186, a quienes caracteriza como “precursores del indigenismo actual”.36 Es importante no perder de vista las particularidades regionales. Así, por ejemplo, Juan Luis Sariego señala: “la política indigenista en la Sierra chihuahuense tiene sus orígenes en la experiencia misionera colonial […] a principios del siglo xvii”, con la cruzada evangelizadora jesuita en la Tarahumara. En cam-bio: “La moderna política indigenista en la Sierra Tarahumara puede decirse que inició a partir de las re-formas sociales derivadas de los postulados de la Revolución […] al final de los años veinte”. Juan Luis Sariego (comp.), El indigenismo en Chihuahua. Antología de textos, Chihuahua, enah-inah, Fideicomiso para la Cultura México/USA, 1998, pp. 6 y 11.37 Manuel Gamio, “La redención de la clase indígena”, aparecido originalmente “en el magazine Modern Mexico. Edición correspondiente a marzo de 2007”, y reproducido en Forjando Patria, ed. cit., pp. 21-22.38 Carlos Tello, Nueva relación Estado-Pueblos indígenas, México, ini, 1995. El texto completo está recogido en nuestra selección documental. 39 Instituto Indigenista Interamericano, “El indigenismo: recuento y perspectiva”, México, I. I. I., 1990, pp. 63-91.

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plar de la preocupación constante del indigenismo de vincular estre-chamente la reflexión y producción teóricas, la formulación de políticas y el desarrollo de programas y proyectos aplicados hacia la consolidación del nuevo Estado nacional. La necesidad de generar modelos de com-prensión de una sociedad que emergía del proceso revolucionario, para dejar atrás la condición colonial no superada en un siglo de Independen-cia, impulsó el surgimiento de una nueva política de Estado y de una antropología aplicada, a la par de la cristalización de innovadoras expe-riencias institucionales como respuesta a la situación que legitimaba la diferencia como desigualdad que presentaban los pueblos indígenas.

Coincidimos con Alfonso Villa Rojas cuando afirma:

Ante todo, es de recordarse que el indigenismo mexicano ha tenido un

desarrollo desigual y un tanto zigzagueante, ya que no todos los gobiernos

han mostrado el mismo interés por hacer salir al indígena de su estanca-

miento secular ni de su condición de explotado que lo ha caracterizado

[…] Es de recordarse que en los programas de desarrollo no siempre se

pone el mismo énfasis en los aspectos básicos del bienestar humano, que

el que se pone en el crecimiento puramente económico. En este último

tipo de acción lo que importa es el simple aumento de bienes y servicios y

no la justa distribución de ellos entre quienes más lo necesitan. Por vía de

simple ilustración, podrían mencionarse los resultados poco favorables y, en

veces adversos, que han tenido en el sector aborigen, algunas de las más

costosas obras de ingeniería hidráulica realizadas en el país. Aquellas miles

de familias mazatecas que fueron removidas de su hábitat ancestral para dar

asiento a una de nuestras más grandes presas, están todavía en espera de

que se acuda a ellas eficazmente, a fin de poder rehacer su existencia.40

40 Alfonso Villa Rojas, “El surgimiento del indigenismo mexicano” en ¿Ha fracasado el indigenismo?, México, Sepsetentas, 1971, p. 229. Con diferencias respecto de lo planteado por Villa Rojas, en el vol. xxxv de América Indígena, de 1975, Aguirre Beltrán respondió con virulencia a las afirmaciones de Alicia Barabas y Miguel A. Bartolomé, contenidas en “Hydraulic development and ethnocide: The Mazatec and Chinantec peoples of Oaxaca, México”, artículo publicado por iwgia, de Dinamarca, en 1974. A los ataques a los

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En vista de lo anterior, y de la diversidad de contenidos presente en los documentos, creemos necesario subrayar —en contra de numero-sas opiniones— que el indigenismo mexicano no desarrolló una políti-ca homogénea derivada de un modelo invariable de incorporación, asimilación o integración aplicado uniformemente a lo largo de más de medio siglo. En consecuencia, cualquier evaluación del indigenismo requiere tomar en cuenta las diferentes posturas en el seno de los equi-pos de gobierno, la concordancia o no entre su orden discursivo y su acción concreta, así como las posibilidades reales que tuvo de poder llevar a la práctica su ideario fundamental ante circunstancias diversas y no pocas veces contradictorias. Por ejemplo, la idea de que el indige-nismo planteó la desaparición de las lenguas indígenas y su necesaria sustitución por el español como único idioma nacional, resulta insos-tenible a la luz del examen de su labor lingüística y sus postulados educativos, en contra de tendencias dominantes en el ámbito nacional a las que —es necesario reconocer— se hicieron eco numerosos fun-cionarios gubernamentales y algunos del propio ini. La lucha por el reconocimiento pleno y positivo de la diversidad acompañó —y no pocas veces condicionó— la aplicación de las tesis fundamentales de sus pensadores más preclaros.41 Sin embargo, el conflicto que se plan-

“antropólogos argentinos”, Aguirre Beltrán sumó una demoledora —y por momentos injusta— crítica a tirios y troyanos: evolucionistas y relativistas culturales, imperialistas de todo cuño (de EU o de la URSS), asimila cionistas e incorporativistas, anarquistas y “racistas descarriados”, y calificó desde el título la investigación de Barabas y como “una irresponsable denuncia del etnocidio en México”. Véase “xi. Etno-cidio en México: una denuncia irresponsable”, recogido más tarde en Obra polémica, México, Uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1992, pp. 217-232. La 1ª ed., inah, 1976.41 Gregorio Torres Quintero, uno de los más destacados educadores de comienzos del siglo xx, en el Primer Congreso Científico Mexicano, de 1913, señaló en el Prólogo a la Memoria de la Primera Asamblea de Fi-lólogos y Lingüistas. Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, México, 1940: “No enseñándole en su lengua el indio se verá precisado a aprender el español y esto es lo importante, aún cuando olvide su lengua nativa. La poliglosis es un obstáculo para el progreso de una misma patria”. A esta posición respon-dieron con firmeza los lingüistas reunidos en la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas, reunidos en la ciudad de México en 1940, de manera destacada Daniel F. Rubín de la Borbolla, jefe del Departamento de Antropología de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Así, pues, el indigenismo debió luchar contra las tendencias cientificistas dominantes hasta la Revolución mexicana. Al respecto, Aguirre Beltrán señaló en 1983: “El uso de la lengua materna en la enseñanza o su desuso y

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teó resulta inocultable: Luis Vázquez León lo documenta a propósito de las divergencias entre Lucio Mendieta y Núñez, por un lado, y el Proyecto Tarasco, por otro. Las ideas de Mendieta y Núñez, afirma Vázquez León,

muestran hasta qué punto su pensamiento chocaba con las ideas indi-

genistas de la época. En obvia referencia al Proyecto Tarasco de Swadesh

(que Renn identificó como la fuente del renacimiento étnico purépecha),

Mendieta condenó cualquier tipo de política lingüística revitalizadora que

pretendiera dotar al idioma “de un alfabeto especial y haciéndolo objeto de

enseñanza obligatoria en las escuelas oficiales de la región”. Más bien, sos-

tiene, “será indispensable destruir su idioma primitivo, sustituyéndolo por

el idioma oficial de México, el castellano”.42

Propuestas de periodización del indigenismo

Al insistir en la idea de la no homogeneidad del indigenismo mexicano cobran sentido dos series o conjuntos de hechos: por un lado, las diferen-cias entre las posturas teóricas, disciplinarias, conceptuales y políticas,43

sustitución por otra a la que se dota de cualidades superiores son experiencias comunes en la historia del mundo occidental y en la de los pueblos que, en el correr de los años, caen bajo su dominio e influencia. La reflexión sobre el habla propia o el aprendizaje de un habla ajena, traducidas en hechos, constituyen finalidades que configuran los programas de educación primaria. Le lectura y escritura del idioma nacional son tareas de gran entidad en el desenvolvimiento cotidiano del esfuerzo escolar. El empeño comprende, además, la enseñanza en lenguas vernáculas, es decir, la que se imparte a las comunidades étnicas minori-tarias, con lenguas y culturas diferentes a las que dominan en la sociedad mayor. El uso de las lenguas vernáculas en la enseñanza, bien sea como vehículos de instrucción o como elementos consustanciales del contenido educativo es, en efecto, parte de la política de lenguaje en nuestra organización social.” Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, México, Uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1993, p. 7 (el original en ciesas, 1983), y también el ya citado Teoría y práctica de la educación indígena. En la selección documental reproducimos completo el texto de la Memoria de la Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas, que fuera publicada originalmente por el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas.42 Luis Vázquez León, op. cit., p. 241. 43 Varios autores, entre ellos el multicitado Aguirre Beltrán, asocian la diversidad de posturas con los antece dentes políticos y doctrinarios de la propia Revolución mexicana: ésta, “al igual que otras grandes revoluciones, no es un movimiento sólidamente conformado en su doctrina y en su modo de operar”, y

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que originaron a su vez propuestas de acción práctica disímiles y no pocas veces inconciliables; por otro, la necesidad de los propios indi-genistas y de los estudiosos de sus obras y trayectorias (Villoro, Medina, Limón Rojas, Oemichen, Favre, Sámano Rentería y Korbaek) de perio-dizar el indigenismo en función de diferencias significativas. Para lo primero, baste recordar, por ejemplo, la distancia teórica y política que separa a Gamio de Sáenz y a sus respectivas formulaciones basales res-peto de la “incorporación del indio a la civilización” (Gamio y la tesis incorporativista) o, por el contrario, la integración siguiendo orientacio-nes propuestas por el relativismo cultural. No casualmente, nos parece, Aguirre Beltrán escribió en 1975, es decir, a un cuarto de siglo de creado el primer Centro Coordinador Indigenista, que le tocó dirigir:

En realidad, el indigenismo es la resultante del conflicto que plantea la

confrontación de las tesis contrarias; ni la incorporación coercitiva de los

grupos étnicos supérstites, ni la preservación pasiva de un pluralismo cul-

tural que nos llevaría a una política de reservaciones y de legislación pri-

vativa, para evitar, dudosamente, la contaminación de las comunidades

originales con los morbos de la civilización. Mientras los partidarios de la

asimilación a outrance, al ignorar la lengua y la cultura, incorporan seres

sin identidad, enajenados, inauténticos, verdaderos harapos humanos, en

la sociedad global, los relativistas pretenden conservar como objetos de

museo, como cosa exótica, a los portadores de las culturas vernáculas.44

Según que se postulen los orígenes del indigenismo a partir de las Leyes de Burgos (1512) y los inicios de la conquista y colonización de México

distingue claramente la existencia en su seno de dos corrientes contrapuestas: la democrático-burguesa, representada por Andrés Molina Enríquez y Luis Cabrera, y la anarquista “que tiene como teórico más destacado a Ricardo Flores Magón; como promotor sobresaliente a Emiliano Zapata y como realizadores a los líderes campesinos agrupados en las ligas agrarias.” Gonzalo Aguirre Beltrán, “Introducción” a Vicente Lobardo Toledano, El problema del indio, México, Sepsetentas, 1973, p. 20. 44 Gonzalo Aguirre Beltrán, “xi. El etnocidio…”, op. cit., p. 230.

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(1519-1521), o bien —como en nuestro caso— se concentre el análisis en el indigenismo como una creación del Estado mexicano revolucionario y posrevolucionario, los criterios y la segmentación misma en periodos históricos varían, según el juicio de diversos y numerosos in vestigadores, aunque haya en la mayoría de los casos ciertos acuerdos conceptua les y cronológicos básicos. Como veremos, en varios casos se alude a esos periodos desde el punto de vista conceptual y político, no temporal. Otro rasgo que distingue a varias de estas propuestas de periodización (Oemichen, Medina, Korsbaek, Sámano Rentería) es el de volverse más analíticos de los tiempos finales del indigenismo, quizás por la cerca-nía de los acontecimientos o por la selección de hechos que se conside-ran relevantes.

Para ilustrar lo anterior hemos seleccionado varios ejemplos de pe-riodización que, además, tienen en común haber sido formulados en las dos últimas décadas del siglo xx, con la sola excepción de Luis Vi-lloro en su clásico Los grandes momentos del indigenismo en México.

• Luis Villoro. “Creemos encontrar —dice Villoro— tres momentos fundamentales en la conciencia indigenista, que señalarán otros tantos estadios manifestativos del ser indígena y que se expresarán en distintas concepciones indigenistas. Corresponde el primero a la cosmovisión religiosa que España aporta al Nuevo Mundo, el segun-do a la del moderno racionalismo culminante en la ilustración del siglo xviii y en el ‘cientismo’ del xix, el tercero a una nueva orientación de preocupación histórica y social.”45 Las figuras representativas de estos grandes momentos son: Hernán Cortés y Bernardino de Saha-

45 Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México, 1950. [Nues-tra cita corresponde a la la edición ciesas-sep, México, 1987, Lecturas Mexicanas 103, Segunda Serie, p. 17]. Subrayamos que el libro, como confiesa el propio Villoro, fue escrito en 1949 —es decir, apenas unos meses después de haber sido creado el ini, en diciembre de 1948— y publicado por primera vez en 1950. Demás está decir que el de Villoro es un libro clave en la discusión sobre la identidad del mexicano, por lo que no resulta casual la inclusión en la bibliografía de la obra textos de Samuel Ramos y Emilio Uranga.

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gún para el primero (“Lo indígena manifestado por la providencia”). Francisco Javier Clavijero, para el segundo (“Lo indígena manifestado por la razón universal”), aunque dentro de éste es posible distinguir tres etapas: domina la figura de Clavijero en la primera; fray Servando Teresa de Mier en la segunda; y Manuel Orozco y Berra, que “reina en señor y amo” en la tercera. El tercer momento arranca, a juicio de Villoro, con Francisco Pimentel y “se prolonga hasta nuestros días.” Francisco Bulnes y Andrés Molina Enríquez son los autores citados para una primera fase; Villoro alude también a una segunda, la del “indigenismo actual”, en la aparecen como relevantes las figuras de Miguel Othón de Mendizábal, Agustín Yáñez y, sobre todo, Manuel Gamio. Asimismo, Alfonso Caso de quien menciona el ya clásico documento “Definición del indio y lo indio”.46

• Miguel Limón Rojas, caracterizando al indigenismo como el conjunto de actitudes —valorativas y prácticas— en pro de los indios desde los tiempos de la Colonia hasta nuestros días, propone distinguir: 1) el indigenismo del siglo xvi; 2) el indigenismo colonial; 3) el indige-nismo de la Independencia; 4) el indigenismo de la Reforma; 5) el indigenismo del Porfiriato; 6) el indigenismo de la Revolución; 7) el indi-genismo actual.47

• Manuel Marzal señala:

Como esa sociedad [la mexicana] ha evolucionado por una serie de facto-

res externos e internos en estos casi cinco siglos, puede hablarse de tres

grandes proyectos políticos que han organizado los gobiernos y cuyas me-

tas pueden resumirse así: las sociedades y culturas indígenas deben “con-

servarse como tales” bajo control (defensa-explotación) de la sociedad

46 Ibid., Villoro cita a dos autores prácticamente olvidados hoy: Carlos Echánove Trujillo (Sociología mexi-cana, 1948) y Héctor Pérez Martínez (Cuauhtémoc; vida y muerte de una cultura, 1948), asociándolos a los autores del tercer momento.47 Miguel Limón Rojas, “Análisis histórico del indigenismo”, en Vs. As., México. Setenta y cinco años de Revolución. Desarrollo social. I, México, fce-inheRm, 1998, pp. 497 y 498-526.

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dominante (indigenismo colonial); deben “asimilarse” a la sociedad nacio-

nal para formar una sola nación mestiza (indigenismo republicano), o de-

ben “integrarse” a la sociedad nacional, pero conservando ciertas peculia-

ridades (indigenismo moderno).48

• Henri Favre, a su vez, retoma y sintetiza las ideas de Villoro respecto del “proceso intelectual que caracteriza al indigenismo” y las moda-lidades de éste en cada una de las etapas: “Primero, los indigenistas intentan recuperar el universo indio, pero no para encerrarlo en museos o reservas, como si se trata de un legado del pasado o de un vestigio anacrónico, sino para integrarlo al mundo moderno. Des-pués, tratan de reconocer en este universo algo de ellos mismos y de descubrir en él un aspecto con el que se identifiquen totalmente. Por último, tras haberlo recuperado y reconocido como parte esen-cial de sí mismos, se enfuerzan en restituirle todo su esplendor […] El apogeo del movimiento indigenista se sitúa entre 1920 y 1970.”49

• María Cristina Oemichen Bazán distingue, en primera instancia, en-tre un “indigenismo antropológico” (“desde los años 20 hasta entra-dos los años 70”) y un “indigenismo de participación de corte economicista” desde la década de los 70 en adelante. Su criterio de periodización la lleva a distinguir: 1) un primer momento “orientado a lograr la homogeneización de la población”; 2) un segundo momen-to (1934-1976) en el que “la política social, además de socializar a los indios a través de la educación, trató de incorporarlos al modelo eco-nómico basado en la sustitución de importaciones”; 3) un tercero, en el que a raíz de la crítica antropológica “la política social dejó de hablar de integración para plantearse el ‘indigenismo de participa-ción’”, pero que, sin embargo, “terminó por subsumir la diversidad

48 Manuel M. Marzal, Historia de la antropología indigenista en México y Perú, Barcelona, Anthropos, 1993, p. 44.49 H. Favre, El indigenismo, ed. cit., pp. 9-10.

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cultural dentro de dos categorías económicas: la marginación y la pobreza extrema”; 4) un cuarto momento (1989-1994), cuyos aspec-tos más sobresalientes estuvieron dados por la reforma al artículo 4ª constitucional que reconocía el carácter pluricultural de la Nación y las medidas para que las “tierras, recursos naturales, territorios y esfuerzos productivos se incorporen de lleno a la lógica del mercado.”50

• Andrés Medina, a su vez, señala: “La historia de los 60 años de política indigenista (1936-1996), si atendemos a sus inicios en el contexto del nacionalismo revolucionario cardenista, o de los 50 años, si nos plegamos a sus orígenes desarrollistas, bajo la presi-dencia de Miguel Alemán (1948-1998), está llena de vicisitudes y de un crecimiento que alcanza su plenitud en los años 70, para luego iniciar su declinación y alcanzar su punto muerto a raíz del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) en 1994.”51 Enfocado en el indigenismo del siglo xx, Medina des-cribe como “Antecedentes” las diferentes políticas y medidas de go-bierno desde los primeros días de la Colonia hasta los inicios del cardenismo. Para aludir al “ciclo” o “ciclos del indigenismo” del si-glo xx propone distinguir seis “fases” a las que denomina: 1) la fundación (que abarcaría desde la creación del Departamento de Asuntos Indígenas, Dai hasta la realización del primer Congreso Indigenista Interamericano, 1940); 2) la consolidación teórica y po-lítica (marcada por la incorporación del Dai a la sep y la creación del ini, en 1948, estimando que “la muerte de Caso, en 1970, cierra esta fase”; 3) expansión y diversificación: coincide —grosso modo—

50 María Cristina Oemichen Bazán, Reforma del Estado. Política social e indigenismo en México, 1988-1996, México, Unam, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1999, pp. 57-58. La investigación fue concluida en 1997 y publicada dos años después. 51 Andrés Medina, “Los ciclos del indigenismo: la política indigenista del siglo xx”, en Natividad Gutiérrez Chong, Marcela Romero García y Sergio Sarmiento Silva (coord.), Indigenismos. Reflexiones críticas, México, ini, 2000, pp. 63-80. Todas citas entrecomilladas corresponden a este texto. Para Medina es en este periodo que comienza a hablarse de un “indigenismo de participación”.

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con los seis años del echeverrismo (1970-1976), y en él destacan la expansión de los Centros Coordinadores Indigenistas, la influencia de la Declaración de Barbados y la realización, en 1975, del Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas; 4) el declive: enmarcada en los años de la presidencia de José López Portillo, Medina afirma que “el Segundo Congreso Nacional de Pueblos Indígenas, en 1977, marcó el declive político de Aguirre Beltrán y de la teoría integra-cionista.” La creación del Coplamar subsume a los pueblos indios “bajo la amplia etiqueta de ‘marginados’ […], las organizaciones oficialistas [indígenas] comienzan a languidecer y el indigenismo asume una presencia de ‘bajo perfil’”; 5) la agonía: corresponde esencialmente al periodo 1988-1994 (gobiernos de De la Madrid y de Salinas de Gortari) en el que se definen y aplican las orientacio-nes neoliberales en política y economía. Animan la escena política y política-institucional la modificación del artículo 4° constitucio-nal, las controversias acerca del “descubrimiento de América”, la aprobación del Convenio 169 de la oit, la descentralización de la política indigenista y la entrada en vigor del Tratado de Libre Co-mercio (tlc) con Estados Unidos y Canadá; 6) el indigenismo como “guerra de baja intensidad”: la rebelión zapatista, las reacciones frente al tlc, la conversión del territorio chiapaneco en un escena-rio de “guerra de baja intensidad”, el crecimiento de las organiza-ciones indígenas y la quiebra conceptual, política y práctica del indigenismo son destacadas por Medina para esta fase, en la que se asume, hasta por “los propios funcionarios gubernamentales que el indigenismo ha muerto.”

Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano Rentería precisan que

se pueden distinguir tres grandes periodos del indigenismo en México: el

periodo que podemos llamar el “preinstitucional” que va desde el descu-

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brimiento y la conquista del Nuevo Mundo y la construcción de la Nueva

España hasta la Revolución Mexicana, el indigenismo institucionalizado

que empieza en el periodo posrevolucionario, para adquirir fuerza con el

Congreso de Pátzcuaro en 1940 y cuerpo con la creación del Instituto Indige-

nista Interamericano a nivel continental y del Instituto Nacional Indigenista

en México (1948) a nivel nacional y finalmente, el periodo de la crisis del

indigenismo institucionalizado que empieza en 1982, con la adopción for-

mal y real del neoliberalismo como política oficial del Estado mexicano,

llegando hasta hoy a lo que hemos llamado el neoindigenismo.52

Sámano Rentería, a su vez y de modo mucho más analítico en otro tra-bajo, distingue: 1) los antecedentes del indigenismo institucionalizado (1909-1934); 2) el ascenso del indigenismo institucionalizado (1936-1982); 3) el descenso del indigenismo institucionalizado (1983-2000).53

Seguramente el lector compartirá con nosotros que las distintas pro-puestas de periodización mencionadas no siempre tienen una correspon-dencia cronológica estricta, que parten de supuestos y de referentes temporales, políticos e ideológicos diferentes, y que, finalmente, se incre-menta su número para los tiempos modernos (el siglo xx, esencial mente), en contraste con periodos temporalmente dilatados (el del dominio colo-nial, característicamente).

Indígenas, indigenismo y acción indigenista

En vista de lo anteriormente expuesto y a la luz de la revisión de los documentos seleccionados subsisten las interrogantes principales acer-

52 Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano Rentería, “El indigenismo en México: antecedentes y actualidad”, Ra Ximhai, enero-abril, año/vol. 3, núm. 001, Universidad Autónoma Indígena de México, El Fuerte, Mé-xico, 2007, pp. 195-224.53 Miguel Ángel Sámano Rentería, “El indigenismo institucionalizado en México (1936-2000): un análisis”, en José Emilio Ordóñez Cifuentes (coord.), La construcción del Estado Nacional: democracia, justicia, paz y Estado de derecho, xii Jornadas Lascasianas, México, Unam-iij. Serie Doctrina Jurídica núm. 179, 2004.

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ca de cuáles fueron las caracterizaciones del sujeto principal de sus acciones (los indígenas) y las de las propias teorías y políticas forjadas (el indigenismo).

Explícita o —más generalmente— implícita, la definición y caracte-rización del indio está prácticamente presente en toda la vasta literatura indigenista, en ocasiones apelando a criterios o referencias históricas, demográficas o biológicas, en otras de tinte más antropológico, socio-lógico o lingüístico, y no pocas veces jurídicas o legales. En general, nadie en su sano juicio ponía en duda la existencia de la población indígena,54 aunque —como no pasó inadvertido para Aguirre Beltrán— existía una tendencia a negar al indio, que

últimamente, en algunos países mestizoamericanos jóvenes retrohegelianos

que alcanzaron posiciones de gobierno donde se toman las decisiones han

acudido al concepto de la negación, en interpretación asaz curiosa, para

resolver el problema que plantea la existencia del indio. Según aseveraciones

puestas de moda el indio no existe, es una creación mental de los técnicos

del indigenismo para provecho de su burocracia nacional e internacional. En

los países americanos sólo hay campesinos. La ficción de la inexistencia

del indio no es nueva. Los libertadores de América (quienes) con gruentes con

la filosofía liberal que prevalecía en los países desarrollados de Europa a

54 La cuestión tiene, sin embargo, sus excepciones. Moisés Sáenz comenta en “México y el indio” que “un hombre venerable, educador distinguido desde antes de 1910, de fina mentalidad analítica, de sensibilidad espiritual, pensador y filósofo” —de quien no da su nombre, aunque Aguirre Beltrán ha supuesto en Len-guas vernáculas que se trataba de Gregorio Torres Quintero, el autor de la Ley de Educación Rudimentaria—, afirmaba: ‘Yo niego la existencia del indio en México. En México sólo existe un grupo y una clase de gente, los mexicanos. Es verdad que hay ciertos grupos étnicos que desde el punto de vista cultural podrían ser considerados como no completamente asimilados, pero de todos modos en intención y en propósito, en teoría y de hecho, todos los habitantes de México formamos un solo pueblo; todos somos, sencillamente, mexicanos’ ”. Moisés Sáenz, México íntegro. Precedido de “Moisés Sáenz y la escuela de la patria mexicana” de José Antonio Aguilar Rivera” (pp. 11-30). México, Conaculta, 2007, 1ª ed. 1939, p. 134. Agreguemos, de paso, que este argumento ha sido esgrimido, incluso hasta nuestros días, bajo el supuesto democrático de la igualdad para, por ejemplo en materia de salud, no producir indicadores diferenciales para captar información sobre población indígena, no obstante reconocer que se trata del grupo más vulnerable de la población nacional.

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principios del pasado siglo, declararon a los indios ciudadanos y prohibieron

que de ahí en adelante se les designara con el antiguo nombre por conside-

rarlo discriminatorio.

Y remataba, aludiendo al México porfirista: “En México no podía haber indios, México era un país civilizado que competía con Francia en la apariencia externa y en la cultura […] El estallido de la Revolución de 1910 puso fin a esta mascarada. La Revolución no tuvo vergüenza en mostrar su rostro indio”.55

Pero, más allá del encuentro cotidiano con los indígenas en los más diversos ámbitos de la vida social ahí estaban, como “pruebas moder-nas”, los censos de población levantados desde 1895, que al momento de iniciarse la aplicación de las políticas indigenistas revolucionarias (Censo General de Población, 1921) registraban una población total de 14 334 780, distribuida en las siguientes “Razas”: Mezclada: 8 504 561, Indígena: 4 179 449, Blanca: 1 404 718, Cualquier otra raza: 144 094 y Extranjeros: 101 958.56 Como ha mostrado Luz María Valdés, el censo de 1921 “reúne la lengua y el concepto de pertenencia a una raza o etnia, [mientras que el] de 1930 suprimió el concepto de raza, manteniéndo-se el criterio lingüístico, siempre referido a los hablantes de lenguas indígenas mayores de 5 años de edad. En 1930 se introduce información sobre la condición de habla española al distinguir los monolingües y bilingües, iniciándose una serie histórica que aún continúa.”57 Como sucede hasta nuestros días, los criterios clasificatorios de los censos no hacen sino reflejar parte de la discusión categorial sobre los rasgos pertinentes para identificar a la población indígena, y llevan implícita

55 Gonzalo Aguirre Beltrán, “Negación del indio”, en Obra polémica, ed. cit., pp. 92-93.56 Luz María Valdés, Los indios mexicanos en los censos del año 2000, México, iij-cRim-Unam, 2003, p. 19.57 Idem, p. 5. Como es bien sabido, en la actualidad se han ampliado los criterios, ya sea para incorporar a menores (de 0 a 5 y, ahora, de 0 a 3 años de edad) o a aquellos sujetos que se auto-adscriben como indígenas, pero la apelación al conocimiento y uso de la lengua sigue siendo predominante.

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una definición de los sujetos: característicamente, es indígena el que habla una lengua indígena.

Las insuficiencias conceptuales y categoriales de los censos para regis-trar cabalmente la población indígena no pasaron inadvertidas para los pioneros del indigenismo de Estado del siglo xx. Al respecto, Gamio lo consignó explícitamente en un artículo denominado “Las caracterís-ticas culturales y los censos indígenas”, señalando:

Anteriormente dijimos que por su carácter exclusivamente lingüístico los

datos de los censos existentes no permiten saber a ciencia cierta cuántos y

quiénes son los individuos y grupos que pueden considerarse como indis-

cutible e integralmente indígenas o sea aquéllos cuya raza, cultura y no

sólo el idioma son heredados de sus antecesores prehispánicos. También

hicimos ver la imposibilidad actual que hay para hacer un censo a base de

datos raciales, y sugerimos la conveniencia de adoptar una clasificación

de características culturales dividiendo a éstas en: Características propiamente

indígenas o sea de origen prehispánico y además aquéllas muy contadas que

se crearon e inventaron después de la Conquista sin influencias de cultu-

ras extrañas.58

Añade a éstas las Características de cultura extranjera y las Característi-cas mixtas, ofreciendo así no una definición del indio o de la población indígena, sino postulando que el predominio de estos rasgos permiti-ría identificar “indiscutible e integralmente” a los indígenas genuinos.

En relación a definir al sujeto de la acción indigenista, la formula-ción paradigmática fue establecida por Alfonso Caso, el creador del Instituto Nacional Indigenista, en el mismo año de la fundación de éste

58 Manuel Gamio, op cit., pp. 185-187. Gamio propone “clasificar características de cultura material”, su-brayando que: a) la unidad de análisis es la familia y no el individuo; b) ubicada en el medio rural, y c) en cuyo seno se haga el inventario de sus bienes. Aparecerían así como indígenas aquellas que poseen metates (corn grinding stone), usan huaraches (sandalias) y cerámica, consumen tortillas de maíz, y fabrican y usan canoas, etcétera, etcétera.

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(1948) y en su frecuentemente citado artículo “Definición del indio y lo indio”. Manifestando sus “grandes temores” para establecer una definición y, decimos nosotros, en una enunciación con resabios cientificistas y evidentes tautologías, Caso afirmó:

Es indio aquel que se siente pertenecer a una comunidad indígena, y es

una comunidad indígena aquella en que predominan elementos somáticos

no europeos, que habla preferentemente una lengua indígena, que posee

en su cultura material y espiritual elementos indígenas en fuerte propor-

ción y que, por último, tiene un sentido social de comunidad aislada den-

tro de las otras comunidades que la rodean, que hace distinguirse asimis-

mo de los pueblos de blancos y de mestizos.59

El ii Congreso Indigenista Interamericano, celebrado en Cuzco, Perú, del 24 de junio al 4 de julio de 1949, abordó también el problema de la definición. En su Resolución 10ª, el Acta Final señaló:

Que desde el punto de vista antropológico puede definirse el “Indio” y “lo

indio” en la forma siguiente: “El Indio es el descendiente de los pueblos y

naciones precolombinas que tienen la misma conciencia social de su con-

dición humana, asimismo considerada por propios y extraños, en su siste-

ma de trabajo, en su lengua y en su tradición, aunque éstas hayan sufrido

modificaciones por contactos extraños […] Lo indio es la expresión de una

conciencia social vinculada con los sistemas de trabajo y la economía, con

el idioma propio y con la tradición nacional respectiva de los pueblos o

naciones aborígenes […] Tales definiciones no afectan en absoluto a la

59 Alfonso Caso, “Definición del indio y lo indio”, en Homenaje a Alfonso Caso, México, Patronato para el Fomento de Actividades Culturales y de Asistencia Social a las Comunidades Indígenas, 1996, p. 337. Publicado originalmente en América Indígena, vol. viii, núm. 5, México, 1948. Una vez más, Aguirre Beltrán leyó a (y polemizó con) una serie de autores —específicamente, Rodolfo Stavenhagen y Luis Villoro— que criticaron la definición de Caso. Véase: “Prólogo” a Alfonso Caso: La comunidad indígena, México, sep, Sepse-tentas 8, 1971, en particular pp. 9-12.

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Page 52: Documentos fundamentales 2a version.indd 1 25/01/15 12:52 · que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros técnicos,

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condición del indio en aquellos países cuya legislación especial establece

otra caracterización jurídica.60

Moisés Sáenz, a su vez, aporta a la caracterización del indio proponiendo un triple distinción: 1) biológica, racial y cultural; 2) social; 3) subjetiva. Así, afirma:

Etnológicamente el indio es innegable. Acordémonos de los ochenta y tan-

tos grupos descritos en los tratados. Algunos de estos gru pos o familias

son pequeños; en cambio hay otros, como el de los aztecas, importantísi-

mos desde el punto de vista de su número, de su historia y de sus caracte-

rísticas. Todas estas familias indígenas son más o menos singulares en

cuanto a idioma, folclore y costumbre. Algunas son todavía nomádicas, de

diseño cultural arcaico, primitivo y elemental. Otras —muy pocas—, son

aguerri das, bárbaras y hostiles. La mayor parte de ellas, sin embargo, per-

tenecen a un tipo cultural avanzado —siempre dentro del cuadro de lo

primitivo, se entiende—, tipo que, aun cuando perturbado por elementos

históricos adversos, conserva una tradición vestigial estimable. Por razo-

nes derivadas de su propio estado de evolución, los grupos son locales, de

horizonte limitado.

Y por la experiencia colonial que los afectó de múltiples maneras,

a pesar del localismo, del aislamiento y de la relativa impermeabilidad de

la celdilla indígena, culturalmente hablando, es ya muy difícil encontrar

indios puros.61 Por otra parte —continúa Sáenz—, ser indio en México, es

no sólo un hecho biológico y racial sino también una condición social. La

60 En Boletín Bibliográfico de Antropología Americana <http://www.jstor.org/stable/40972628>.Este último párrafo es ilustrativo de la particular forma de juridicidad que se ha aplicado a los pueblos indígenas desde 1949, en este congreso, hasta la fecha.61 M. Sáenz, op. cit., pp. 136-137.

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Colonia, clasificando la sangre (grados de mestizaje), asignaba el puesto

en el esquema social. Ahora la sangre es elemento que no se cuenta pero

la condición social del individuo determinada por el factor cultural, eco-

nómico o geográfico, establece de facto, la categoría indígena.

Y finalmente: “Todavía hay un tercer indio en México, que no es el biológico ni el social. Me refiero al indio que todos los mexicanos lle-vamos dentro del pecho y de cuyo aliento tenemos conciencia en ma-yor o menor grado. Es el sedimento de actitud, religión, cultura, la memoria folclórica, que aflora a cada instante en esta alma mestiza que nos anima. Pero no compliquemos el cuadro. Mi descripción habrá de referirse únicamente al indio objetivo, no al subjetivo”.62

Aguirre Beltrán, quien volvería reiteradamente a la caracterización del indio en la mayor parte de sus obras y a propósito de los más diver-sos problemas siguió, nos parece, dos estrategias discursivas: una con-sistió en “rodear el tema” haciendo aflorar rasgos y procesos para, deductivamente, componer una caracterización del indígena; otra, mu-cho más denotativa o referencial, que alude directamente al sujeto. Ejemplo de ello es ésta, que contiene ecos de la caracterización que hacía Sáenz y que parece una anticipación de la que propondrían más tarde el Informe Martínez Cobo y el Convenio 169 de la oit: “La califica-ción de indio —escribe Aguirre Beltrán— determina una condición social. Llamamos indio a todos los descendientes de la población ori-ginalmente americana que sufrió el proceso colonial de la conquista y quedó bajo una dependencia colonial que, en las regiones de refugio, se ha prolongado hasta nuestro días.”63

62 Ibid., pp. 137-138.63 Gonzalo Aguirre Beltrán, en ¿Ha fracasado el indigenismo?, ed. cit., p. 26. Tan fuerte es, siempre según Aguirre, la persistencia de estructuras coloniales, que: “A decir verdad, las culturas que llamamos indígenas son configuraciones de ideas y complejos de conducta peculiares a las formaciones sociales coloniales, porque de ella derivan. En efecto, la organización política, la estructura social, la tecnología y la economía en que fundan los grupos originalmente americanos su genuina manera de vivir, no son otra cosa que re-

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En efecto, en el llamado Informe Martínez Cobo, que no es citado en el indigenismo mexicano con demasiada frecuencia, puede leerse:

Son comunidades, pueblos y naciones indígenas los que, teniendo una

continuidad histórica con las sociedades anteriores a la invasión y preco-

loniales que se desarrollaron en sus territorios, se consideran distintos a

otros sectores de las sociedades que ahora prevalecen en esos territorios o

en parte de ellos. Constituyen ahora sectores no dominantes de la socie-

dad y tienen la determinación de preservar, desarrollar y transmitir a fu-

turas generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica como

base de su existencia continuada como pueblo, de acuerdo con sus propios

patrones culturales, sus instituciones sociales y sus sistemas legales. Esta

continuidad histórica puede consistir en la persistencia, durante un largo

periodo de tiempo y hasta el presente, de uno o más de los siguientes fac-

tores: 1) Ocupación de territorios ancestrales o parte de ellos; 2) Linaje en

común con los ocupantes originales de esos territorios; 3) Cultura en ge-

neral o en manifestaciones específicas (como son religión, sistema tribal

de vida, afiliación a una comunidad indígena, indumentaria, modo de

subsistencia, estilo de vida, etc.); 4) Lenguaje (tanto si es utilizado como

lenguaje único, medio de comunicación habitual en el hogar o en familia,

o empleado como lengua principal, preferida, habitual, general o normal);

5) Residencia en ciertas partes de su país o en ciertas regiones del mundo;

Otros factores relevantes.64

interpretaciones de ideas, valores y patrones de acción europeos que se mantienen en las regiones intercultu-rales de refugio, y constituyen residuos de la antigua explotación colonial. Si algo permanece auténticamente indio en esas regiones, ese algo son las lenguas vernáculas; cuando éstas desaparecen la identidad india pierde sus símbolos más representativos. No tenemos por qué preservar los remanentes coloniales que contribuyen a formar una conciencia de subordinación, pero sí podemos y debemos conservar, muy espe-cialmente, los idiomas nativos que son los sistemas simbólicos en que se expresan los valores que dan sentido, significado, a los modelos propios de vida”. Gonzalo Aguirre Beltrán, “xi. Etnocidio en México…”, en Obra polémica, ed. cit., pp. 230-231.64 onU, doc. núm. e/cn.4/Sub.2/1986/87. El conocido internacionalmente como Informe Martínez Cobo, en referencia al ecuatoriano José R. Martínez Cobo, nombrado Relator Especial de la onU en 1971 y encargado de preparar el Estudio del problema de discriminación contra las poblaciones indígenas, “presentado en sucesivas

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A su vez, el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Inde pendientes (1989) de la Organización Internacional del Trabajo, se-ñala que éste se aplica:

A los pueblos en países independientes, considerados indígenas por el hecho

de descender de poblaciones que habitan en el país o en una región geográ-

fica a la que pertenece el país en la época de la conquista o la colonización

o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera

que sea su situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones

sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.

La conciencia de su identidad indígena o tribal deberá considerarse un

criterio fundamental para determinar los grupos a los que se aplican las

disposiciones del presente Convenio.

Más allá de los vaivenes teóricos o discursivos que se observan en la caracterización de los sujetos del indigenismo, la definición de Caso a la que hemos aludido importa no sólo por sus contenidos conceptua-les, sino también por la condición de su autor, fundador y director del ini. Esta definición planteaba así una segunda cuestión, ya que no sólo se trataba de identificar a los individuos o las poblaciones, sino a estos en el seno de la unidad social que —como no pasó inadvertido en el balance de Comas sobre la antropología social aplicada en México— se convertía, para Caso y el ini, en “el sujeto de la política indigenista”: la comunidad. La teorización, la planeación y la acción indigenistas se dirigieron a esos colectivos esencialmente rurales, herederos de antiguas

entregas entre 1981 y 1984 (y cuyo) amplio trabajo de investigación comparativa que le subyace lo llevó a cabo Augusto Willemsen, guatemalteco”, y su importancia para otras iniciativas de la onU, en Carlos Zolla y Emiliano Zolla Márquez, op. cit., pp. 301-304. Véase también: onU-ecosoc, Comisión de Derechos Huma-nos. Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección de las Minorías. “Los derechos humanos de las poblaciones indígenas. Estudio sobre los tratados, convenios y otros acuerdos constructivos entre los Estados y las poblaciones indígenas. Informe final presentado por el Sr. Miguel Alfonso Martínez, Relator Especial.” e/cn.4/Sub.2/1999/20, 22 de junio de 1999.

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civilizaciones nativas y cuya persistencia los convertía en un segmento demográfico y cultural que exigía una política diferencial.

Finalmente, a propósito de las posiciones teóricas o políticas subya-centes a la definición de indio, y como prueba irrefutable de la comple-jidad de la tarea citemos, también con cierta extensión, a Guillermo Bonfil: “El indio ha evadido constantemente los intentos que se han hecho por definirlo. Una tras otra, las definiciones formuladas son ob-jeto de análisis y de confrontación con la realidad, pruebas en las que siempre dejan ver su inconsistencia, su parcialidad o su incapacidad para que en ellas quepa la gran variedad de situaciones y de contenidos culturales que hoy caracterizan a los pueblos de América que llama-mos indígenas”.

Y luego de una minuciosa revisión de los diferentes intentos de defi-nición o caracterización, Bonfil propone: “La categoría de indio, en efecto, es una categoría supraétnica que no denota ningún contenido específico de los grupos que abarca, sino una particular relación entre ellos y otros sectores del sistema social global del que los indios for-man parte. La categoría de indio denota la condición de colonizado y hace referencia necesaria a la relación colonial”.65

En cualquier caso, es claro que en esta línea que venimos analizando subyacían a las definiciones las preocupaciones por la “acción indigenista” como una estrategia en la que era visible la cuestión de la hegemonía del Estado. Ésta, formulada como de alcance nacional, se ejerció pre-dominantemente en el ámbito rural —donde la demografía mostraba la alta concentración de la población indígena— y, en especial, en las áreas que la construcción teórica del indigenismo definió como las “re-giones interculturales de refugio”. Es decir,

65 Guillermo Bonfil, “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”, en Obras escogidas de Guillermo Bonfil. Selección y recopilación de Lina Odena Güemes, México, ini-inah-Dgcp-Conaculta-Fifonafe/sRa-ciesas, 1995, tomo I, pp. 337-357. El original fue publicado en 1972. En la minu-ciosa revisión del tema, Bonfil analiza textos de Comas, Gamio, Mendieta y Núñez, León-Portilla, Carrasco, Caso, Ribeiro, Balandier, Lipschutz, y Ricardo e Isabel Pozas.

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se dejó de ubicar a la comunidad como destinataria principal de los pro-

gramas, y se consideró a la región intercultural y a las regiones de refugio

indígenas como las áreas de la acción gubernamental integral. Aunque a

veces se emplean ambas expresiones como equivalentes, los textos del in-

digenismo de formulación más rigurosa reservan la primera —la región

intercultural— para designar al espacio geo-cultural en donde interactúan

indígenas y mestizos (o ladinos) y que consta de un núcleo rector (una

ciudad primada) y su hinterland que abarca un número variable de comuni-

dades indígenas, conformándose así la región intercultural de refugio pro-

piamente dicha.66

Sin embargo, a pesar de que el indigenismo del ini —y, en particular, del periodo animado por Aguirre Beltrán— propuso superar el planteo de la comunidad por el de la región, el peso de aquélla siguió siendo decisi-vo. Invocando la definición de Caso que hemos transcrito, Aguirre no vacila en afirmar: lo que la acción indigenista

realmente encuentra es la presencia de un considerable número de comu-

nidades indígenas independientes. Pueden muchas participar, y de hecho

participan de una cultura común y de una lengua con variaciones dialec-

tales de poca monta; más no obstante ello cada comunidad, místicamente

ligada a su territorio, a la tierra comunal, constituye una unidad, un pe-

queño núcleo, una sociedad cerrada que a menudo se halla en pugna y

feudo ancestral con las comunidades vecinas de las que, siempre, se consi-

dera diferente. El individuo que forma parte de tal comunidad no se siente

pertenecer sino a su comunidad, a su linaje y a la tierra del linaje. No tiene

conciencia de ser solamente un fragmento de un grupo étnico, más amplio

66 Carlos Zolla y Emiliano Zolla Márquez, Los pueblos indígenas de México. 100 preguntas, México, Unam, 2004, p. 93. En 1971, ya como director del ini, Aguirre Beltrán aludió a “las 54 regiones interculturales que existen en el país”. Gonzalo Aguirre Beltrán, en ¿Ha fracasado el indigenismo?, México, Sepsetentas, 1971, p. 28. Naturalmente, el tema constituye el núcleo central de su obra Regiones de refugio. El desarrollo de la comunidad y el proceso dominical en Mestizoamérica, México, ini, 1967.

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que la simple sociedad nuclear, cuando ese grupo excede las dimensiones

de una comunidad. Mucho menos se considera miembro de una nación,

abstracción que rebasa el mundo conceptual que abarca la estrecha cultu-

ra que tiene por patrimonio.

He aquí el sujeto esencial a valorar y el desafío mayor para los programas aplicados; será condición esencial para la acción integral e integradora “el conocimiento cabal de las formas de vida particulares de cada comu-nidad y el estudio continuado de los cambios inducidos para ratificar o rectificar los métodos y técnicas en uso”.67

Sin embargo, no obstante el énfasis puesto en la importancia del cono-cimiento de la comunidad, justamente al analizar los intentos de definir al indio y lo indio, Aguirre Beltrán propondría teórica y programática-mente la ampliación del campo aplicativo de la comunidad a la región in-tercultural. Llamamos la atención sobre dos circunstancias a las que no son ajenas la historia del proceso, la forja de las categorías basales del indigenismo y la ubicación institucional del autor. En El proceso de acultu-ración y el cambio socio-cultural en México (destacamos: concluido en 1956 y publicado en 1957), Aguirre dedicó el capítulo iii, conclusivo de la obra, a la “Integración regional” que, a su vez, contenía un apartado titulado “Definición del indio”. En éste considera que los enfoques adoptados por los estudiosos de la comunidad indígena y de las culturas folk explican

la importancia exagerada que se dio a la definición del indio y de lo indio

durante todo un lapso que alcanzó hasta la celebración, en 1949, del ii

Congreso Indigenista del Cuzco, donde esta preocupación epistemológica

alcanzó su clímax. […] Esta idea sobrevino, en gran parte, bajo la influen-

cia de patrones individualistas que tuvieron su origen en países altamente

67 Gonzalo Aguirre Beltrán y Ricardo Pozas Arciniega, La política indigenista en México. Métodos y resultados. Tomo ii: Instituciones indígenas en el México actual, México, ini, 1981, pp. 22-25 (la edición original de 1954).

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industrializados y que tenían, entre sus preocupaciones, la de tratar con

remanentes de una antigua población indígena numerosa que había que-

dado reducida al status de una simple minoría […] Sin embargo, en el caso

de los países mestizo-americanos, la definición del indio no era fácil ni

aun acudiendo a la suma de los criterios definitorios mencionados, ya que

la línea que separa a indígenas y mestizos en tales países es en tal forma

borrosa, que ni el criterio racial, ni el cultural, ni el lingüístico, bastaban

para llegar a una buena definición del sujeto de la acción indigenista. Las

dificultades prácticas para operar en tales circunstancias, atendiendo ex-

clusivamente a aquellos que podían ser definidos como indios, eran a tal

punto insuperables, que hubo de abandonarse la idea de una definición

personal, propia de las sociedades que tienen en alta estima los derechos

del individuo, para intentar otra de tipo social que pusiera un énfasis pre-

ciso en el grupo organizado.68

Con respecto a la importancia de la estrategia de ubicar la acción indi-genista en la regiones interculturales de refugio y a la ubicación insti-tucional de su autor, Aguirre Beltrán, ya convertido en Director del ini, volvería sobre este postulado y al trabajo sobre el medio rural, como lo ha hecho notar Juan Comas en el volumen de La antropología social aplica-da en México. La ubicación de las “unidades aplicativas de la agencia indigenista”, los cci (Centros Coordinadores Indigenistas, como vimos

68 Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México, México, Uv-ini- Gobierno del Estado de Veracuz-fce, 1992, pp. 166-170. La primera edición en Unam, 1957. Con el rigor y la erudición que caracterizan a la mayor parte de sus estudios, Aguirre Beltrán agrega a lo anterior la si-guiente nota: “Gamio (1924); Lewis y Maes (1945); De la Fuente (1947) y Caso (1948); discutieron la importancia de fijar la identificación del indio como base para el desarrollo de una política indigenista. Caso afirmó que: ‘lo verdaderamente importante desde el punto de vista cultural y social, desde el punto de vista de la antropología teórica y de la antropología aplicada, lo que importa determinar en una política indigenista de nuestra población de América Intertrópica, es fundamentalmente la comunidad indígena’, no al indígena como individuo”. Ibid., nota 7, p. 225. Remitimos al lector interesado en ampliar la informa-ción sobre este tema capital, al clásico texto de Alfonso Caso La comunidad indígena (1971) y al no menos importante de Gonzalo Aguirre Beltrán y Ricardo Pozas Arciniega La política indigenista en México. Métodos y resultados, Tomo II: Instituciones Indígenas en el México Actual, México, ini-sep, 1954, reeditado en 1973 y 1981.

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en el listado de la primera parte de esta Introducción) es prueba clara de esta elección.69 El vínculo indígenas-territorio, y la comprensión del territorio como esencialmente rural, estaban planteados en México desde larga data, pero en el indigenismo moderno del siglo xx fue Gamio quien, tanto a nivel teórico como en su gran proyecto sobre Teotihua-can, lo convirtió en postulado esencial de la política al sentar las bases programáticas del Departamento de Antropología en la Secretaría de Agricultura y Fomento, en 1917, pero se extendió significativamente en la apertura de numerosos cci durante la presidencia de Luis Echeverría Álvarez, periodo en el que la impronta de Aguirre Beltrán —dentro o fuera del ini— resultó determinante.

Un proceso semejante es el que puede observarse a propósito de la caracterización del indigenismo, en general, y del indigenismo con-temporáneo del Estado mexicano en particular. Las diferencias de in-terpretaciones o de opiniones llevaron a Alfonso Caso a escribir un breve artículo al que, significativamente, denominó: “Lo que no es indigenismo”, y que lleva por epígrafe una frase del presidente Gusta-vo Díaz Ordaz, calcada de un texto del propio Caso. Esta postura del creador del ini quedaría claramente plasmada en el documento (que incluimos en nuestra selección) denominado: “Los ideales de la acción indigenista”:

Entendemos por indigenismo en México, una actitud y una política y la

traducción de ambas en acciones concretas. Como actitud, el indigenismo

consiste en sostener, desde el punto de vista de la justicia y de la conve-

niencia del país, la necesidad de protección de las comunidades indígenas

para colocarlas en un plano de igualdad, con relación a las otras comuni-

69 Aunque la migración indígena a las ciudades y, en particular, a la ciudad de México, es un proceso de larga data que se acentuó con la industrialización, resulta significativo que recién en 1989, siendo director del ini Arturo Warman, se diseñó el Programa de Atención a los Indígenas del Área Metropolitana. Véase ini “9. Atención a la población indígena del Área Metropolitana de la ciudad de México” en Instituto Nacio-nal Indigenista 1989-1994, México, ini, 1994, pp. 175-182.

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dades mestizas que forman la masa de la población de la República. Como

política, el indigenismo consiste en una decisión gubernamental, expresada

por medio de convenios internacionales, de actos legislativos y adminis-

trativos, que tiene por objeto la integración de las comunidades indígenas en

la vida económica, social y política de la nación. Una actitud y una política

no bastan. El indigenismo encuentra su cabal expresión cuando de modo

sistemático o planeado, la actitud y la política se traducen en acciones

acordes a una y otra.70

El último párrafo del texto de Caso constituye, a nuestro juicio, la re-ferencia más explícita a la “acción indigenista” formulada como progra-mática de una institución gubernamental especializada, el ini, del cual el autor de El pueblo del Sol era por entonces su director. El documento, por lo demás, contiene 14 apartados que especifican “las bases en las que se funda la acción indigenista del Gobierno Mexicano” (véase el texto completo en la sección documental de este mismo volumen).

En otras palabras, aparecen así íntimamente relacionados los con-ceptos basales de la caracterización del indio, del indigenismo y de la acción indigenista. Nuestra introducción no quedaría completa si, en vista de lo anterior, no hiciéramos referencia a esta última, es decir, al campo programático-aplicativo del indigenismo que constituye el núcleo cen-tral de los documentos seleccionados como fundamentales. Inscritos o no en lo que hemos llamado “el indigenismo de Estado en el siglo xx”, es claro que los autores de las políticas hacia los pueblos indígenas proponían, como fin último, la “asimilación”, la “incorporación” o “la

70 Instituto Nacional Indigenista, “Los ideales de la acción indigenista”, en Memorias. Realidades y Proyectos. 16 años de trabajo. México, ini, 1964, vol. x, pp. 11-13. Véase el documento completo en la selección nuestra, con datos sobre las diversas ediciones del texto, en 1978 y 1996. Limón Rojas, a su vez, señala: “Por indigenismo debemos entender toda actitud —valorativa o práctica— en pro de los indios. Su carác-ter histórico nos indica que las perspectivas y planteamientos que han pretendido favorecerlos se han visto transformadas en su naturaleza desde los tiempos de la Conquista y la Colonia hasta nuestros días, pasando por las épocas de Independencia, Reforma y Revolución”. Miguel Limón Rojas, “Análisis histórico del indigenismo”, en 75 años de la Revolución Mexicana, 1994, fce-imehRm, tomo i, pp. 495-532.

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integración” de la población originaria a las estructuras mayores de “la Nación”, “la sociedad nacional” o “la comunidad nacional”, expre-siones —unas y otras— que, por cierto, no siempre mantienen entre sí una relación de sinonimia, que son el reflejo de posiciones divergentes y que dieron lugar a formulaciones teóricas, políticas y programáticas también distintas, y no pocas veces contradictorias: confirman que el indigenismo no fue, según afirmamos antes, el agente de una política social homogénea, lo que marcó, como escribió Alfonso Villa Rojas, su “desarrollo desigual y un tanto zigzagueante”. Pero en lo que todos coinciden es en la necesidad de pasar de la formulación teórica o polí-tica a los programas y acciones aplicadas.

Vista desde la perspectiva actual —y a la luz del contenido de los documentos seleccionados— la acción indigenista aplicada a partir del fin de la Revolución armada tuvo en Manuel Gamio a su primer artífice, y en Sáenz, Caso y Aguirre Beltrán a sus máximas figuras protagónicas. Más allá de las orientaciones de los programas hacia la incorporación o la integración, hay una constante preocupación por la acción integral y una recurrencia a la aculturación como el instrumento que —en pa-labras de Caso— debían emplear “los promotores del cambio cultural o promotores culturales” para el trabajo en y con las comunidades. Esa ruta zigzagueante de la que hablaba Villa Rojas se explica al analizar las diferentes posiciones que se expresaron para fundamentar las polí-ticas hacia la población indígena, definir los modelos de intervención y operar efectivamente en las regiones.

La cuestión presentaba una enorme complejidad, no sólo porque la justicia social revolucionaria y su “política indiana” debían pagar la deuda histórica, sino porque en el presente persistían todos lo resabios de la explotación colonial y moderna, y los modelos ideológicos que fundamentaban la dominación y la explotación. Y porque —como es-cribió Moisés Sáenz en un texto cargado de dramatismo— pese al vigor de su cultura y al hecho evidente de que

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estos indígenas de nuestro suelo son hombres dignos y mesurados, tranqui-

los, de modales suaves y refinados, corteses y amables […] No nos equivo-

quemos. Este mundo indígena es un mundo deficiente y fatal, en el que las

gentes vegetan, donde la tierra, cansada o pobre, no da lo bastante para

calmar el hambre; es un mundo de enfermedades y de plagas, un mundo

donde la gente se emborracha por hambre o por fatiga; un mundo de en-

conadas pasiones, de intrigas pueriles; un mundo de gentes miserables,

aterrorizadas y explotadas.”71

Por ello, agregaba:

El propósito de nuestro nacionalismo no debe ser otro que la integración de

todos los elementos y de todas las fuerzas […] Que desaparezca esa vieja se-

paración, característica del desarrollo mexicano: señor y siervo, explota-

dor y explotado, clases y masas […] Hay que destruir las mentiras de

nuestra historia; hay que estar dispuestos a oír a los contrarios. El libera-

lismo de México no debe ser lo que fue en el periodo de su implantación,

escuela de doctrinarismo intransigente.72

Permítasenos un breve paréntesis para aludir al modelo de explotación al que se enfrentaron los indigenistas que, en el caso del primer cci del ini, mostraban “el carácter de la situación colonial de los Altos de Chia-pas a mediados de siglo.” Aguirre Beltrán lo narra así:

A los primeros pasos de mi estancia en los Altos de Chiapas entro en con-

flicto con el monopolio alcoholero de Hernán Pedrero quien paga vigilantes

armados, con nombramiento y autoridad de fiscales, encargados de impedir

se fabrique de manera clandestina aguardiente en territorio indio. Unos

71 Moisés Sáenz, México íntegro, ed. cit., pp. 138-139. 72 Ibid., pp. 159-160. Las cursivas son nuestras (Del Val-Zolla).

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Page 64: Documentos fundamentales 2a version.indd 1 25/01/15 12:52 · que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros técnicos,

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cuantos de ellos caen sorpresivamente sobre un trapiche rústico estable-

cido en un paraje de Chamula y hay muertos y heridos en la refriega. Me

encamino al lugar de los hechos a prestar auxilios médicos y regreso a Las

Casas donde presento ante el presidente municipal formal protesta contra

el monopolio y le exijo cesen los atropellos en contra de los indios a quie-

nes en el campo se les veja y en la ciudad se les prohíbe caminar por las

banquetas; si lo hacen se les empuja al arroyo. El gobernador del Estado

me llama a Tuxtla y, después de la larga espera, me hace entrar a su des-

pacho para decirme que de seguir soliviantando a los indios, sin más avi-

so, me expulsará de la entidad por la vía aérea en compañía del shalik

Erasto Urbina y de Manuel Castellanos, mis malos consejeros. Con la Iglesia

no nos va mejor; la ciudad primada nos cataloga como anarco-comunistas

peligrosos, al punto de no poder contratar a una secretaría-mecanógrafa ni

a un intendente sino tiempo después, cuando se advierte la inofensividad

de nuestra conducta en la cotidianidad.73

La integración de todos los elementos y de todas las fuerzas, es decir, la política de integración nacional, vista a la luz del desarrollo histórico del indigenismo implicaba al menos afrontar las siguientes las cuestio-nes: 1) la comprensión de que los pueblos indígenas constituían el seg-mento demográfico que presentaba las mayores carencias, habitando ese mundo “deficiente y fatal” (Sáenz), explotado durante la Colonia y abandonado también por la Independencia, no obstante ser “el más numeroso y el que atesora quizás mayores energías y resistencias bio-lógicas a cambio de su estacionamiento cultural” (Gamio); 2) la necesi-dad de que el gobierno revolucionario cumpliera, con ellos, su papel redentor; 3) la comprobada inadecuación de todo el aparato guberna-mental para afrontar “el problema indígena”, que en lo jurídico mostra-

73 Gonzalo Aguirre Beltrán, “Formación de una teoría y una práctica indigenistas”, en Instituto Nacional Indigenista 40 años, México, ini, 1988, p. 18.

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Page 65: Documentos fundamentales 2a version.indd 1 25/01/15 12:52 · que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros técnicos,

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ba dramáticamente que “las clases indígenas han sido forzadas a vivir bajo el gobierno de leyes que no se derivan de sus necesidades sino de las de la población de origen europeo, que son muy distintas”, pero que presentaba desafíos semejantes que iban desde lo geográfico, lo econó-mico y lo político, hasta las particularidades que en materia de “razas, idioma y civilización” exhibía esa multitud de “pequeñas patrias” indí-genas; 4) la urgencia de basar las políticas y las acciones de gobierno en un nuevo paradigma científico que —ignorado por los políticos y sus aparatos institucionales y provisto “axiomáticamente por la Antropo-logía”— permitiera la exacta comprensión de los problemas sociales, el “buen gobierno de los hombres” y “un desarrollo evolutivo normal”; 5) y, quizás el desafío mayor (un cambio civilizatorio, diríamos hoy), “encauzar las poderosas energías hoy dispersas de esas agrupaciones indígenas, atrayendo a sus individuos hacia el otro grupo social que siempre han considerado como enemigo, incorporándolos, fundiéndo-los con él, tendiendo, en fin, a hacer coherente y homogénea la raza nacional, unificando el idioma y convergente la cultura.”74

Otra muestra determinante de la concepción de la acción integral es la que puede obtenerse del Acta Final del i Congreso Indigenista Intera-mericano (Pátzcuaro, 1940, que reproducimos en la sección documental). La convicción de que el tema indígena es transversal y se vincula a la mayor parte de las actividades y campos de la vida social, cultural y material

74 Todas las citas entre comillas del párrafo corresponden a Gamio y fueron extraídas de las páginas 5 a 22 de Forjando Patria. Insistimos en subrayar que estas propuestas programáticas de la incorporación corres-ponden esencialmente a Gamio y a los momentos inaugurales del indigenismo revolucionario. El propio autor de La población del Valle de Teotihuacán representa —no obstante su relevancia teórica, política y pro-gramática— una de las vertientes del indigenismo oficial. El propio Gamio tomaba distancia, por ejemplo, de “los que predican y hacen obra indigenista, enaltecen ilimitadamente las facultades del indio, lo conside-ran superior al europeo por sus aptitudes intelectuales y físicas. Dicen que si el indio no vegetara oprimido, ahogado, por razas extrañas, habría de preponderar y sobrepasarlas en cultura: Altamirano, Juárez y otros casos aislados de indios ilustres, son ejemplos que aducen para fundar sus opiniones.” (Ibid., pp. 23-24). En reconocimiento de los méritos de Gamio, Aguirre Beltrán señala: “‘el conocimiento de la población (como) básico para el desempeño del buen gobierno’ es la premisa en la que se funda la política indigenista inte-gral”. Aguirre Beltrán, Gonzalo y Ricardo Pozas Arciniega, La política indigenista…, ed. cit. p. 25.

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Page 66: Documentos fundamentales 2a version.indd 1 25/01/15 12:52 · que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros técnicos,

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—y, correlativamente, al conjunto de los organismos oficiales sectoriales o especializados que deberían ocuparse de abordarlos con las acciones de gobierno—, se ve reflejada en la documentación del Congreso, que des-pliega una amplia lista que va desde “I. Repartos de tierras a los indígenas” hasta “lvi. Elevación de la mujer indígena” (Véase el listado elaborado por nosotros en el siguiente recuadro), enunciación que convertía al Acta en “un documento de consulta de capital importancia para toda obra futura que se emprenda a favor de los grupos indígenas del Continente.”75

Resoluciones, Conclusiones, Declaraciones, Acuerdos,

Proposiciones y Recomendaciones.

Acta Final del I Congreso Indigenista Interamericano, Pátzcuaro,

Michoacán, México, 1940

pp.

i RepaRtos De tieRRas a los inDígenas 7ii pRotección a la peqUeña pRopieDaD inDiviDUal y colectiva

iii estUDio sobRe el Desgaste Del sUelo 8iv obRas De iRRigación

v capaciDaD expResiva De las lengUas inDígenas con la

posibiliDaD De extenDeR sU vocabUlaRio

vi alfabetos paRa lengUas inDígenas

vii nUpcialiDaD y Unión libRe 9viii planes integRales en la investigación De los pUeblos

inDígenas

ix congReso inteRameRicano De lingüística inDígena

aplicaDa

x la antRopología y el pRoblema Del inDio en las améRicas 10xi las apoRtaciones De los etnólogos a la solUción De

los pRoblemas qUe afectan a los gRUpos inDígenas

75 Instituto Indigenista Interamericano, Acta Final del Primer Congreso Indigenista Interamericano. Resoluciones, Conclusiones, Declaraciones, Acuerdos, Proposiciones y Recomendaciones. Celebrado en Pátzcuaro (México, abril de 1940). Suplemento del Boletín Indigenista, Instituto Indigenista Interamericano, México, D. F., marzo, 1948, pp. 1-35.

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xii las ciencias antRopológicas fRente a los pRoblemas De

los núcleos inDígenas

xiii pRotección De las aRtes popUlaRes inDígenas poR meDio

De oRganismos nacionales

11

xiv exposición inteRameRicana De mUestRas De aRtes

popUlaRes

11

xv fomento De música, Danzas y teatRo aUtóctonos 12xvi ceRtamen inteRnacional De música y Danzas

xvii cReación De RefectoRios escolaRes gRatUitos y

oRganización De RestaURantes popUlaRes

xviii patología inDígena 13xix cReencias inDígenas sobRe enfeRmeDaDes

xx estUDio sobRe el mal Del pinto

xxi la onchoceRcosis

xxii la botánica meDicinal inDígena 14xxiii el palUDismo en la población inDígena

xxiv escUelas De meDicina RURal

xxv atención De la mUjeR en estaDo De gRaviDez y atención

Del niño

xxvi la impoRtancia De la RanicUltURa en el mejoRamiento

De la alimentación De los gRUpos inDígenas

xxvii los pRoblemas De la alimentación inDígena 15xxviii centRos De meDicina en las poblaciones inDígenas

xxix la pesca costeRa

xxx Defensa De la cUltURa inDígena paRa enRiqUeceR el

aceRvo cUltURal De caDa país

xxxi sobRe qUe se inclUyan en los censos las caRacteRísticas

cUltURales De los gRUpos inDios y mestizos

16

xxxii sobRe caminos y sobRe cRéDito agRícola

xxxiii la paRcela De pRopieDaD viRtUal y sU apRovechamiento

colectivo

xxxiv la base De la economía inDígena 17xxxv la política De la eDUcación inDígena De la RevolUción

mexicana

Resoluciones, Conclusiones… (continúa)

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xxxvi eDUcación inDígena 18xxxvii expeRiencias De la escUela RURal inDígena 20

xxxviii plan De eDUcación inDigenal 21xxxix las estaDísticas sobRe los pResUpUestos familiaRes en los

gRUpos inDígenas con fines a la foRmación De censos

xl Rectificación De División político-teRRitoRial 22xli RecomenDación especial De los RepResentantes

inDígenas De méxico sobRe División político-teRRitoRial

xlii oficinas De asUntos inDígenas 23xliii legislación española y mexicana sobRe asUntos inDígenas

xliv pRepaRación De peRsonal iDóneo paRa tRabajo entRe los

inDígenas

xlv Defensa social De las Razas inDígenas poR meDio De las

leyes pRotectoRas De las mismas

xlvi sobRe oRganización coopeRativa De las comUniDaDes 24xlvii foRmación De centRos De población inDígena

xlviii mejoRamiento De la habitación inDígena

xlix mejoRamiento De la habitación inDígena

l seRvicio social Del niño inDígena 25li ReDistRibUción De los gRUpos inDígenas De méxico

lii sitUación social De los gRUpos inDígenas 26liii integRación De la comUniDaD inDígena como base paRa

pRomoveR el Desenvolvimiento De los gRUpos aUtóctonos

27

liv la mUjeR inDígena y la civilización moDeRna

lv la población inDígena ante el pRoblema De las

inmgRaciones en améRica

28

lvi elevación De la mUjeR inDígena

lvii mejoRamiento De viDa y tRabajo De los gRUpos inDígenas

lviii asambleas nacionales De gRUpos inDígenas

lix el Día Del inDio

lx homenaje a los pRecURsoRes Del actUal movimiento

inDigenista

29

lxi DeclaRación sobRe no afectación De constitUciones y

sistemas legales

Resoluciones, Conclusiones… (continúa)

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lxii DeclaRación solemne De pRincipios fUnDamentales

lxiii voto De agRaDecimiento al señoR alfonso De

Rosenzweig Díaz

30

lxiv homenaje a los ilUstRes benefactoRes De los inDígenas

lxv homenaje a los empleaDos qUe han tRabajaDo en el

congReso

lxvi la seDe Del pRóximo congReso

lxvii libRos paRa la biblioteca “geRtRUDis bocanegRa”lxviii homenaje a los inDios qUe han lUchaDo poR la libeRtaD 31

lxix voto De agRaDecimiento a los gobieRnos qUe enviaRon

DelegaDos al congReso

lxx comisión peRmanente Del congReso

lxxi institUto inDigenista inteRameRicano 32lxxii DeclaRación De qUe los acUeRDos Del congReso no

compRometen a los gobieRnos RepResentaDos

35

Una vez más, Caso es explícito respecto de lo anterior: “La labor del Instituto Nacional Indigenista ha sido concebida para tratar los proble-mas de las comunidades indígenas en forma íntegra, conservando y promoviendo los aspectos positivos de la cultura de esas comunidades y proporcionando los medios para elevar el nivel cultural en todos los aspectos de la vida colectiva.”76 Y lo ratifica al señalar:

76 Alfonso Caso, “El ideal que perseguimos”, en Homenaje a Alfonso Caso…, ed. cit., p. 383. Aparecido originalmente en Indigenismo. Alfonso Caso, México, Instituto Nacional Indigenista, México, 1958. En los “Antecedentes” con que se inicia el informe institucional denominado Instituto Nacional Indigenista. Realidades y proyectos. 16 años de trabajo. Memorias: Realidades y proyectos. vol. x (ini, 1964, 206 pp.), que suponemos escritos por Caso, éste sintetiza el proceso que llevó del Primer Congreso Indigenista Intera-mericano —y los compromisos de crear en los países de América institutos que fueran filiales del nuevo Instituto Indigenista Interamericano—, a la creación del ini ocho años después: “Siendo el actual director del ini, Secretario de Bienes Nacionales en el Gobierno del Presidente Miguel Alemán, propuso a este alto funcionario organizar un Instituto Nacional Indigenista, para cumplir con la obligación internacional que México había contraído. El Presidente Alemán ordenó la redacción de un proyecto de ley y durante varios meses, reunió en la Secretaría de Bienes Nacionales, a un grupo de expertos en asuntos indigenistas que discutieron ampliamente la mejor forma de organización. Al concluir el trabajo y haber elaborado el pro-yecto de ley, el Presidente Alemán lo aprobó en todas sus partes, y lo remitió al Congreso como iniciativa de Ley del Ejecutivo. El Congreso hizo algunas ligeras modificaciones en el artículo séptimo y promulgó la ley que fue publicada el 4 de diciembre de 1948” (op. cit., p. 9).

Resoluciones, Conclusiones… (continúa)

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Los problemas de los indígenas de México deben resolverse en forma inte-

gral. Generalmente, se piensa que no hay diferencia entre una comunidad

indígena, que habla fundamentalmente una lengua que no es el español y

una comunidad mestiza en donde se emplea exclusivamente la lengua cas-

tellana […] La diferencia entre una comunidad indígena y una mestiza no

estriba sólo en que la primera habla una lengua indígena y la segunda es-

pañol; sino que una gran cantidad de elementos de la cultura, en la comu-

nidad indígena, no existen ya en los otros pueblos de México, que han

sufrido una rápida transformación que se acelera todos los días. Por esta

razón no puede, simplemente, tratarse el problema indígena considerando

un solo aspecto de la cultura, como sería el económico, el higiénico, el

médico, el educativo; hay que considerar todos los aspectos y darles un

tratamiento especial; es decir, hay que tratar a la comunidad indígena en

forma integral, en todos los múltiples y complejos aspectos que caracteri-

zan la vida de una agrupación humana.77

En esto, sobre todo a partir de la creación del ini, la política indigenista reinscribía sus tareas en la gran empresa de la Revolución, pero toma-ba distancia para modernizar teórica y prácticamente las estrategias y los modelos de intervención. Reconocía la importancia “de los diversos medios encaminados todos a lograr la pronta integración nacional”, sobre todo en materia de

restitución de las tierras usurpadas a las comunidades, seguido de un in-

tento de modernización agrícola mediante el otorgamiento de créditos.

Vino luego una campaña de educación, a través de la escuela rural y las

misiones culturales; […] creó un organismo específicamente encargado de

77 Alfonso Caso, “Un proyecto piloto para atacar el problema indígena”, en idem anterior, p. 385. También aparecido en Indigenismo…, 1958. Naturalmente, el “proyecto piloto” era el Centro Coordinador Indige-nista Tzeltal-Tzotzil de Chiapas, creado en 1951 y dirigido por Gonzalo Aguirre Beltrán.

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buscar el mejoramiento por la erección de internados de capacitación téc-

nica, procuraduría de pueblos y comunidades de promoción.

Pero, se precisaba:

El primitivo énfasis en la educación y la subsecuente relevancia de la econo-

mía fueron sustituidos por un énfasis en la acción integral […] Asimismo

se vio la necesidad de coordinar los programas específicos de acción desa-

rrollados por cada una de las agencias gubernativas para conducirlos, en

plan único y equilibrado, a la finalidad que se había propuesto. Educación,

salubridad, agricultura, procuraduría, crédito, comunicaciones, todo es

aplicado conjunta y armoniosamente.78

No está de más señalar que los autores publicaron esto en 1954, es decir, prácticamente al mismo tiempo que se registraba el acta de nacimiento de los primeros Centros Coordinadores Indigenistas, y que a pesar de que se proponía enfocar la acción en todos y cada uno de los temas de la “acción integral”, se dio prioridad a la educación, la salud y la medici-na, la economía local y regional, las comunicaciones y la procuración de justicia, y que no pocas veces hubo contradicciones significativas entre los modelos aplicativos de las instancias federales (secretarías de Estado, fundamentalmente) y los planes y programas de la institución indigenista. Las críticas a la Secretaría de Educación por la imposición del modelo de educación formal, con total secundarización de la edu-cación informal, familiar y comunitaria, y a la Secretaría de Salubridad y Asistencia por su desprecio y escaso interés en las ideas locales sobre la etiología de las enfermedades, la medicina tradicional y el compo-nente mágico reli gioso de las terapias indígenas están claramente do-cumentadas en dos textos de Aguirre Beltrán: Teoría y práctica de la

78 G. Aguirre Beltrán y R. Pozas Arciniega, La política indigenista en México, ed. cit. pp. 23-24.

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educación indígena y Programas de salud en la situación intercultural elabo-rados, lo subrayamos una vez más, en 1953 y 1955, respectivamente, es decir cuando el autor se desempeñaba como director del cci Tzeltal-Tzotzil y subdirector del ini.

Es preciso subrayar que, pese a las contradicciones que el indigenismo tuvo en su seno o con respecto a otros sectores gubernamentales, la política y la acción indigenistas fueron un monopolio del Estado nacio-nal. Aunque algunos autores —como el destacado investigador de la Sierra Tarahumara, Juan Luis Sariego— señalan una presencia no des-deñable de la Iglesia en las comunidades indígenas rarámuris o, podría agregarse, la labor de la catequesis del obispo Samuel Ruiz en Chiapas, se trata de expresiones minoritarias que no contradicen la tesis básica: la presencia dominante y hegemónica del Estado, y del indigenismo dentro de él, en relación a los pueblos indígenas.

¿El fin del indigenismo?

Esta antología de documentos —y, en particular, los más recientes—, aunque reveladora de aspectos esenciales del indigenismo del Estado mexicano, no es sin embargo lo suficientemente indicativa de lo que se ha denominado “el fin del indigenismo” o expresiones equivalentes en la pluma de numerosos autores: “la agonía del indigenismo”, “la muerte del indigenismo”, “el fracaso del indigenismo”, “el reemplazo del indige-nismo por un nuevo y diferente ‘neoindigenismo’”, etcétera.79 ¿Dónde

79 Una revisión de la trayectoria indigenista, si bien centrada esencialmente en la labor del ini, fue la reali-zada en la Sesión Extraordinaria del Consejo del Instituto Nacional Indigenista el 13 de septiembre de 1971, presidida por el presidente Luis Echeverría y en la que la nutrida concurrencia reunió a la plana mayor de la institución, a secretarios de Estado, representantes de instituciones académicas y técnicos de oficinas centrales y de Centros Coordinadores. Los resultados fueron publicados bajo el sugestivo título de ¿Ha fracasado el indigenismo? Reportaje de una controversia, en la Colección Sepsetentas que, también significativamente, era alentada por Aguirre Beltrán en su doble condición de director del ini y subsecre-tario de Cultura Popular y Educación Extraescolar de la sep. En realidad, una de las pocas voces discordan-tes fue la de Fernando Benítez.

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encontrar, entonces, en los documentos oficiales y en el entorno de propues-tas institucionales, los indicios de esta clausura teórica, política, progra-mática y práctica? La referencia al entorno de propuestas institucionales no es indiferente: en julio de 1996, siendo Carlos Tello director general de Instituto Nacional Indigenista y en el seno del “Seminario Permanente sobre Asuntos Indígenas” del propio ini, la institución convocó a un debate al que se denominó, precisamente, “¿El fin del indigenismo?” y en el que participaron Rodolfo Stavenhagen, Carlos Moreno Derbez, Agustín Romano, José del Val y Luis Villoro.80 Un año antes, el docu-mento elaborado por Carlos Tello como base teórico-política de la nue-va administración se denominó “Nueva relación Estado-Pueblos indígenas”, y el propio Tello subrayaría, en efecto, la necesidad de una “Nueva relación Estado-Pueblos indígenas-Sociedad nacional”.81 ¿Puede verse en él uno de esos indicios de acabamiento de un ciclo histórico y la necesidad creciente de un cambio sustancial ante nuevas circunstancias de alcance nacional e internacional? Condiciones objetivas y mutacio-nes sustanciales en la conciencia de los más diversos sectores sociales volvían imperiosa la necesidad de una renovación profunda de las ideas y políticas “indigenistas”, en razón de lo verificable:

Hoy, no sólo en México sino en el mundo entero, se ha demostrado que la

idea y práctica de lograr naciones homogéneas no significa un camino via-

ble y deseable a la rica diversidad del mundo, ni un camino adecuado para

la democratización de las sociedades. Por el contrario, esta aspiración se

reveló como empobrecedora y como un potente obstáculo para su desarrollo

80 Instituto Nacional Indigenista, Memorias del Seminario Permanente sobre Asuntos Indígenas, México, ini, junio y julio de 1996, pp. 5-31 y 33-58. La edición recoge dos testimonios: la de los autores mencionados conforme al orden de sus intervenciones en el debate sobre “¿El fin del indigenismo?”, y una segunda mesa redonda denominada “Los derechos de los pueblos indígenas y la Constitución”, en la que participaron Magdalena Gómez, Adelfo Regino, Víctor Manuel Bullé-Goyri, Gilberto López y Rivas y Jorge Fernández Souza. La presentación del primer debate estuvo a cargo de Carlos Zolla, director de Investigación y Pro-moción Cultural del ini. 81 Carlos Tello, op. cit. El texto completo aparece en nuestra selección documental.

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futuro […] Sin el concurso de los pueblos indios y sus soluciones no hay

integridad posible […] La nueva alianza implica un cambio sustantivo de

la política estatal a partir del reconocimiento autocrítico de la insuficien-

cia de las estrategias para abatir los problemas ancestrales de los pueblos

indios y para facilitar su propio desarrollo. Y de la ausencia de corresponsa-

bilidad de los otros poderes del Estado en los diversos niveles de gobierno

y de la sociedad en su conjunto.82

Situándonos en el seno mismo de los documentos y en los escritos teórico-políticos que sustentaban las tesis centrales de aquéllos, es le-gítimo preguntarnos: ¿Previeron los indigenistas el posible, necesario, deseable o indeseable fin del indigenismo? Cuestión nada sencilla que obliga a establecer una distinción entre el fin (teleológico), la finalidad del indigenismo, como necesario acabamiento de un proyecto por los cam-bios positivos producidos o inducidos por él, por una parte, o, por el contrario, como la derrota histórica del mismo.83 Habría que recordar también otras ocasiones en las que se hizo explítica la interrogante sobre la persistencia o no del indigenismo, su declinación o su insuficiencia, quizás como reflejo de ese “camino desigual y un tanto zigzagueante” del que hablaba Villa Rojas. Recordemos, así sea de paso, que en la ya citada Sesión Extraordinaria del ini —ante Luis Echeverría y un am-plio auditorio de funcionarios oficiales— el propio Villa Rojas hace un recuento de diversos “momentos del indigenismo”, ve clausurada la etapa de las políticas de la incorporación que, celebra, han sido sustituidas por “el concepto de integración que es el que priva actualmente en la

82 Idem.83 El propio Aguirre Beltrán había sugerido el fin del indigenismo como cumplimiento de un gran objetivo de política social y, en consecuencia, como necesario cierre de un proceso se daría con la plena integración de indios y ladinos al proyecto nacional revolucionario. Véase, entre otros textos de Aguirre, “De eso que llaman Antropología mexicana” en Obra polémica, México, Uv-ini-Gobierno del Estado de Veracruz-fce, 1993, especialmente pp. 116-119. La primera edición, inah, 1976.

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política indigenista”.84 Con inocultable entusiasmo, el autor de Los ele-gidos de Dios elogia el propósito presidencial de dar “fin a la marginali-dad de tres o cuatro millones de indígenas”, y si “unido a esto se tiene en cuenta el espíritu profundamente humanista que anima la política del actual gobierno mexicano, entonces, será fácil de comprender el sentimiento de eufórico dinamismo que va penetrando hasta los más lejanos rincones del mundo aborigen”.85 En consecuencia no se trata, para ese momento, del fin del indigenismo, sino del de una política de incor-poración y asimilación que, desde Sáenz al menos, debía ser sustituida por la de la plena integración de los indios a la sociedad nacional. El sexenio de Echeverría trajo así una serie de novedades que los actores institucionales de la época veían como altamente positivas: en primer lugar, la significativa ampliación de la estructura operativa del ini, con la aparición de nuevas delegaciones estatales y de numerosos centros coordinadores en las regiones de indígenas mixes, mayas, tzotziles, tzeltales, mazahuas, nahuas, nahuas-huastecos, nahuas-popolucas, za-potecos, chinantecos, otomíes y totonacas entre 1971 y 1975, sumado a la realización del Primer Congreso Nacional Indígena y la creación de la Dirección General de Educación Indígena. Sin embargo, estaban frescas las heridas del 68, los más recientes ataques de la antropología crítica a los que se sumaban las posiciones adoptadas por la Declaración de Barbados, el Congreso Indígena de San Cristóbal de las Casas, y los señalamientos y recusa al Congreso Nacional Indígena que buscaba, se decía (desde el gobierno, el pRi y el ini), una base consensual de secto-res clientelares indígenas con el impulso a los Consejos Supremos.

Pero quizás —en el orden institucional— uno de los documentos más elocuentes de la necesidad, como más tarde en Tello, de la propuesta de una nueva relación Estado-Pueblos indígenas es el texto que Arturo

84 A. Villa Rojas, “El surgimiento…”, p. 231.85 Ibid., pp. 232-233.

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Page 76: Documentos fundamentales 2a version.indd 1 25/01/15 12:52 · que todo el indigenismo sea realizado por antropólogos, sino que parte de él es llevado a cabo por otros técnicos,

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Warman elaboró desde la direccón del ini y que rápidamente se con-vertiría en la base política, programática y operativa del organismo especializado: “Políticas y tareas indigenistas” (1989). No pocos auto-res ven aquí la fecha inaugural del “indigenismo de participación” o del “neo-indigenismo”, después de la parálisis de la institución que le había dejado el sexenio de Miguel de la Madrid.86

Postulando como marco de referencia el Programa Nacional de Soli-daridad, Warman definió tres “principios generales de acción” esencia-les para el despliegue de la política institucional: 1) “La participación de los pueblos y comunidades indígenas en la planificación y ejecución de los programas de la institución”; 2) “La participación debe culminar en el traspaso de funciones institucionales a las organizaciones y colecti-vidades indígenas, así como a otras instituciones públicas y grupos de la sociedad involucrados y comprometidos en la acción indigenista”; 3) “La coordinación con las instituciones federales, estatales, municipa-les, y de la sociedad, así como con los organismos internacionales, será una característica permanente en toda la acción del Instituto.”87

Lo que marcaba las diferencias sustanciales respecto de lo anterior era el fuerte impulso a los procesos organizativos y, sobre todo, el tras-paso de funciones, sin intermediarios, a las comunidades y sus núcleos organizados —mayoritariamente en el medio rural, pero con atención a los procesos migratorios indígenas a las ciudades— en los terrenos de la producción, la cultura, la salud y la defensa de los derechos:

86 La situación presupuestal del ini, poco menos que insostenible a juicio de numerosos funcionarios de oficinas centrales, delegados y directores y técnicos de Centros Coordinadores, era el signo más evidente de esa parálisis. Sin embargo, incluso algunos de esos mismos miembros del ini elogiaban a los Cocoplas (Comités Comunitarios de Planeación), y el propio Warman señalaría: “Desde el mes de junio de 1986, a través del decreto que establece los mecanismos de participación indígena en la elaboración, planeación y evaluación de la política indigenista del Gobierno Federal, el ini cuenta con espacios formales para la partici-pación de los indígenas a todos los niveles, lo que lo coloca en una situación de privilegio para el cumplimiento de los lineamientos del Programa Nacional de Solidaridad.” En Políticas y tareas indigenistas, p. 3. 87 Ibid., pp. 2, 4 y 7.

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Las condiciones históricas en que surgió y se desarrolló el ini motivaron

que muchos de sus programas de ejecución de obras para el desarrollo se

implantaran para suplir la ausencia de instituciones públicas en el medio

indígena, y de manera privada, de organizaciones reconocidas para ser

sujetos de las acciones de promoción del desarrollo. Los cambios en la

sociedad y sus organizaciones y en las instituciones públicas y sus políti-

cas, hoy permiten y propician que las acciones de suplencia puedan tras-

pasarse, en ciertas condiciones a sus sujetos naturales.88

Es por eso que, a la luz de los acontecimientos —y no sólo de los do-cumentos— sea discutible ver una línea de continuidad sin fisuras del “neoindigenismo” a partir de 1989 y hasta la desaparición del ini.

Resulta significativo que en el mismo contexto institucional, 25 años después de la reunión del ini con el presidente Echeverría, se reflexio-nara sobre “¿El fin del indigenismo?” Convocado por el ini el debate tiene, pese a su brevedad, la virtud de hacer explícita desde la institución la necesidad de análisis y pronunciamientos. En ese escenario es posible distinguir, en las diversas intervenciones, aquellas posturas concordantes sobre el final de un ciclo histórico-político, otras que se con centran en la enunciación de las condiciones estructurales que explican la declina-ción, y unas más en las que afloran las distintas percepciones sobre el ini, el quehacer indigenista y el indigenismo. En general, todas coinci-den en comprobar la crisis de un modelo de política de Estado y la necesidad de advertir, alentar o inscribirse en una dinámica de cambios sustanciales en las que los actores y sus escenarios —y la significación política, económica, jurídica o cultural de ambos— han cambiado para forjar nuevos desafíos. Valga esta referencia puntual: al elaborarse, du-rante el periodo en que Carlos Tello fue director del ini, el Estado del desarrollo económico y social de los pueblos indígenas de México, 1996-1997,

88 Ibid., p. 4.

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Luis Villoro colaboró enviando una versión revisada de su interven-ción en el debate sobre ¿El fin del indigenismo?

Si nos preguntamos qué pasa con el indigenismo actualmente, no pode-

mos menos que remitirnos, para entenderlo, a la idea de nación que está

detrás de él […] Esta idea corresponde a la de un Estado-nación homogé-

neo, en el cual no puede haber diversidades esenciales […] Si la nación

nueva se concibe como plural con respecto a la multiplicidad de las cultu-

ras, se concibe también como una nación con múltiples sujetos que la

construyen […] [El indigenismo] cumplirá plenamente ese fin cuando se

realice una nueva idea del Estado nacional y sean las comunidades indíge-

nas las que realmente sean sujeto de su propia recuperación dentro del

Estado mexicano.89

89 Luis Villoro, “¿El fin del indigenismo?” en ini, Estado del desarrollo económico y social de los pueblos indíge-nas de México, México, ini-pnUD, 2000, t. i, pp. 35-37.

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