De la Historia de "ideas" a la Historia de los "lenguajes políticos"

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    DE LA HISTORIA DE IDEAS A LA HISTORIA DE LOSLENGUAJES POLTICOS

    LAS ESCUELAS RECIENTES DE ANLISIS CONCEPTUAL.EL PANORAMA LATINOAMERICANO

    Elas J. Palti

    Resumen

    Este trabajo se propone trazar la evolucin de la historia intelectual en el ltimocuarto de siglo, tratando de destacar la dimensin de las transformacionesterico-metodolgicas entonces producidas. Segn se muestra, el trnsito de laantigua historia de "ideas" a la llamada "nueva historia intelectual" supuso, dehecho, una reconfiguracin fundamental del objeto de estudio. La primera partedel trabajo se propone, pues, puntualizar cules son aquellas redefinicionesclave introducidas por las nuevas escuelas surgidas en el campo. La segundaparte intenta trazar algunas de las lneas por las cuales las nuevasproblemticas hoy en debate en la disciplina se traduciran, a su vez, ennuevas formas de aproximarse a la cuestin de las peculiares condiciones deasimilacin conceptual impuestas por la condicin marginal de Amrica Latina

    en el marco de la cultura occidental.Palabras clave: Historia conceptual; Lenguaje poltico; Historia intelectual;Historia de las ideas en Amrica Latina.

    En un trabajo reciente, J.G.A. Pocock seala la profundatransformacin que experiment la historia intelectual. Lamisma la define como

    (...) un movimiento que lleva de enfatizar la historia del pensamiento (o,ms crudamente, de ideas) a enfatizar algo diferente, para lo cualhistoria del habla o historia del discurso, aunque ninguno de elloscarece de problemas o resulta irreprochable, pueden ser los mejorestrminos hasta ahora hallados (Pocock 1991:1-2).

    En definitiva, tal desplazamiento supuso la reconfiguracin delobjeto de estudio, y aqu yace el ncleo de esta revolucinhistoriogrfica. Sin embargo, el mismo no siempre ha sidoadvertido. As, las nuevas teoras muchas veces slo servirn

    de abrigo, bajo una nueva terminologa, a tipos deaproximacin, en verdad, ms aejos y propios a la antiguatradicin centrada en torno a las ideas. La primera parte delpresente trabajo se propone puntualizar cules son aquellas

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    redefiniciones introducidas por las nuevas escuelas surgidas enel rea. Para ello tomaremos como base los aportesrespectivos de las dos grandes escuelas que dominan hoy la

    reflexin terica en el rea: las llamadas escuela deCambridge y la escuela alemana de historia de conceptos oBegriffsgeschichte. La segunda parte intenta trazar algunas delas lneas por las cuales stas se tradujeron, a su vez, ennuevas formas de abordar la historia intelectuallatinoamericana. En este caso, el nfasis estar puesto en laobra reciente de Franois-Xavier Guerra y cmo la mismahabr de renovar los estudios relativos a los lenguajes polticosen la regin. En su conjunto, el trabajo se propone trazar un

    panorama de las tendencias fundamentales por las que transitaactualmente la disciplina, la naturaleza de la inflexin tericaque sta ha experimentado, y sus repercusiones locales.

    La Escuela de Cambridge y el giro lingstico

    En primer lugar, debemos analizar cmo surge la historia deideas como disciplina acadmica. Las ideas fueron, de hecho,

    el objeto de estudio de disciplinas de larga data.Probablemente la ms antigua de ellas sea la filosofa. Sinembargo, el campo de la historia de ideas se diferenciaraclaramente de aquella puesto que sera mucho mscomprensiva, incluyendo dentro de su campo de anlisis otrostipos de discursos, adems del filosfico (como las ideascientficas, por ejemplo). Una especialidad ms cercana a lamisma se encuentra en las tradicionales historias de lascivilizaciones o historias de las culturas. Su delimitacin

    respecto de stas fue, en realidad, un proceso complejo, elresultado de un prolongado esfuerzo intelectual por definir unespacio de reflexin que le fuera especfico.

    La figura clave que logra instituir a la historia de ideas comodisciplina particular es Arthur Lovejoy, quien en los aos 20funda en Estados Unidos la escuela de History of Ideas, consede en la Johns Hopkins University.1 En el texto fundacional

    1 La llamada "historia de ideas" se asocia, tradicionalmente, en este pas, con,el ya mencionado, Lovejoy, Perry Miller, y sus seguidores (y, eventualmente,crticos). La escuela cobra forma institucional en 1923 con la creacin delHistory of Ideas Club en la Johns Hopkins University. Sus fundadores fueronLovejoy, Gilbert Chinard y George Boas, participando tambin de l Marjorie

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    de dicha escuela, aparecido como manifiesto inaugural en elnmero uno del Journal of the History of Ideas,2 Lovejoy sealaaquellas dos caractersticas de las ideas frente a las cuales las

    antiguas historias de las civilizaciones revelan suslimitaciones, y que requieren y justifican, por lo tanto, un tipo deenfoque especfico.

    En primer lugar, segn muestra Lovejoy, las ideas tienen lacapacidad de migrar, trasladndose de una poca a otra, deuna cultura a otra, de una disciplina otra, etc., cobrando assentidos diversos. Esto, por lo tanto, hara insuficientesaquellos tipos de estudios que analizan su desenvolvimiento en

    los marcos limitados de una cultura, una poca, o una disciplinaparticulares. El trazado de la historia de ideas exigira, encambio, franquear las fronteras de las especialidades en que laprofesin se encontraba parcelizada instituyendo un campoparticular a la misma de naturaleza esencialmenteinterdisciplinaria.

    En segundo lugar, Lovejoy seala por qu el estudio de lahistoria de ideas importa para la comprensin de la historia en

    general. Segn admite, ciertamente las realizaciones histricasno son resultados o plasmaciones de proyectosconscientemente asumidos; las ideas, en ltima instancia,suelen ser meras racionalizaciones de impulsos subjetivos(pasiones, etc.) o determinaciones objetivas (intereseseconmicos, etc.), cuya racionalidad y sentido se dirime en

    Nicholson, W.F. Albright (arquelogo), Ludwig Edelstein y Harold Cherniss(clasicistas), Bentley Glass (bilogo), Owsei Tomkin (historiador de la

    medicina), y otros. Para una resea de la trayectoria de dicha escuela verBoas, The History of Ideas. An Introduction (Nueva York: Ch. Scribner's Sons,1969) [especie de "historia oficial'], Donald Kelley, "Horizons of IntellectualHistory", Journal of History of Ideas. Retrospect, Circumspect, Prospect 48(1987):143-69; y "What is Happening to the History of Ideas?", Journal of theHistory of Ideas 50.1 (1990):3-26. Sobre la transicin a la nueva intellectualhistory ver los ya mencionados trabajos de Bouwsma y Darnton, y tambinKelley, "What is Happening to the History of Ideas", Journal of the History ofIdeas, 51.1 (1990): 3-26. El nmero 48.2 (1987) del Journal of the History ofIdeas est dedicado a una resea de la trayectoria y perspectivas de estaescuela a cincuenta aos de la publicacin de The Great Chain of Being. Este

    contiene artculos de Daniel Wilson, Gladys Gordon-Bournique, EdwardMahoney, Francis Oakley, y Melvin Richter.

    2 Lovejoy, "Reflections on the History of Ideas", Journal of the History of IdeasI.1 (1940): 3-23.

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    otros mbitos de realidad histrica (tpicamente, la historiasocial). Aun as, afirma, la necesidad de racionalizacionescomporta un rasgo fundamental para el ser humano en tanto

    que animal simblico. En definitiva, en ellas se hace manifiestauna determinacin antropolgica inherente. De all que, unavez producidas, no podemos permanecer indiferentes a lasmismas. stas afectan nuestra conducta y nuestro modo deexperimentar aquellas afecciones que le dieron origen.

    Impulsada fundamentalmente por la obra de Lovejoy y suescuela, la historia de ideas tendr un crecimiento decisivo enel mbito anglosajn en los aos cuarenta y cincuenta. En las

    dcadas siguientes, sin embargo, se ver opacada por elavance de la nueva historia social y los mtodos cuantitativosque desarroll la tercera generacin de Annales.3 Lo cierto esque, por entonces, algunas de las premisas sobre las que laescuela de History of Ideas se fund se haban visto yasocavadas. El artculo de Lewis Namier, Human Nature inPolitics (1955),4 es particularmente revelador de aquellasaristas problemticas que el enfoque lovejoyano planteaba ylas reservas que la expansin de los enfoques centrados en las

    ideas de los actores polticos y sociales suscit en la profesin.En dicho artculo, que luego dara lugar a toda una corrientehistoriogrfica denominada namierista, su autor cuestionaaquel supuesto antropolgico que se encuentra en la base dela perspectiva de Lovejoy. Segn seala, la historia muestraque los hombres no han tenido nunca mayores problemas encontradecir sus ideas siempre que lo consideraron necesario.Tomar las mismas como base para comprender el sentido de

    sus acciones resultara, por lo tanto, sencillamente ingenuo. Endefinitiva, lo que Namier pona en cuestin era la legitimidadmisma de la historia intelectual, el objeto de su empresa.

    3 Vase Robert Darnton, Intellectual and Cultural History, originalmentepublicado en Michael Kammen, comp., The Past Before Us: ContemporaryHistorical Writing in the United States, Ithaca, Nueva York, 1980, y reproducido

    en Darnton, The Kiss of Lamourette. Reflections on Cultural History, NuevaYork, W.W. Norton & Co., 1990, pp. 191-218.

    4 Namier, Human Nature in Politics, en Personalities and Powers (Londres:Hamish Hamilton, 1955), 1-7.

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    ste era el contexto de debate en que originalmente apareceMeaning and Understanding in the History of Ideas (1969), deQuentin Skinner. Dicho trabajo puede considerarse como una

    respuesta a la crtica de Namier a Lovejoy, aunque para elloSkinner debi revisar los supuestos implcitos en ste,desprendiendo su proyecto historiogrfico de los marcosantropolgicos en que el fundador de la Escuela de Historia deIdeas lo haba situado para remitirlo al plano de los usospblicos del lenguaje. Encontramos aqu un primer antecedentede lo que podemos llamar el giro lingstico en lahistoriografa de ideas. ste se encuentra asociado a laemergencia de la llamada "Escuela de Cambridge"5

    (Inglaterra), organizada en torno a la obra de Skinner y Pocock.La Escuela de Cambridge tom sus rasgos distintivos de laobra de Peter Laslett, quien en su edicin de los Dos tratadossobre el gobierno civil de Locke6 mostr que el verdaderointerlocutor de Locke no era, como suele afirmarse, Hobbes,sino un autor hoy casi desconocido, Filmer, y que slo enrelacin con ste pueden comprenderse las ideas de aqul.Con ello Laslett pretenda demostrar el error de pensar la

    historia de las ideas polticas como una especie de dilogoentre figuras cannicas que, en realidad, slo posteriormentefueron consagradas como tales. En "Meaning andUnderstanding in the History of Ideas",7 Skinner intenta proveerun fundamento terico a la propuesta historiogrfica de Laslett.Para ello, Skinner se basa en la larga tradicin anglosajona defilosofa del lenguaje, definiendo a los textos como actos de

    5

    Cabe aclarar que ni Skinner ni Pocock han usado tal trmino. Otros autoresusualmente asociados a tal escuela son John Dunn, Stefan Collini, AnthonyPagden, Richard Tuck, James Tully, y Donald Winch. Una interesante reseade las ideas y trayectoria del grupo se encuentra en Melvin Richter,"Reconstructing the History of Political Languages: Pocock, Skinner, and theGeschichtliche Grundbegriffe", History and Theory 29.1 (1990): 38-69, endonde su autor, Richter, compara su obra con la de sus pares alemanes OttoBrunner, Werner Conze, y Reinhardt Koselleck.

    6 Locke, Two Treatises of Government (Cambridge: Cambridge UniversityPress, 1960).

    7

    Skinner, "Meaning and Understanding in the History of Ideas", History andTheory 8 (1969): 489-509. Este artculo se encuentra reimpreso en Tully(comp.), Meaning and Context. Quentin Skinner and His Critics (Princeton:Princeton University Press, 1988), 29-67. En adelante: la paginacin en el textocorresponde a esta obra.

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    habla.8 Retoma as la distincin desarrollada por Austin en Howto do Things with Words

    9 entre el nivel locutivo de undeterminado enunciado y su fuerza ilocutiva, esto es, entre lo

    que se dice y lo que se hace al decirlo.

    10

    Segn estaperspectiva, para comprender histricamente un acto de hablano bastara con entender lo que por el mismo se dice (susentido locutivo), sino que resulta necesario situar su contenidoproposicional en la trama de relaciones lingsticas en el queste se inserta a fin de descubrir, tras tales actos de habla, laintencionalidad (consciente o no) del agente (su fuerzailocutiva), es decir, qu haca ste al afirmar lo que afirm en elcontexto en que lo hizo.

    Skinner denuncia de este modo las limitaciones de losenfoques formalistas del New Criticism y las historias de ideastradicionales que aslan los textos de su momento histricopara concentrarse en aquellos supuestos elementos de validezuniversal que los mismos pudieran contener, con lo queterminan conduciendo, invariablemente, al anacronismo depretender ver en las distintas doctrinas polticas otras tantas

    8

    Para una resea de los orgenes y la historia de las diversas filosofas dellenguaje, vase Ernest Cassirer, The Philosophy of Symbolic Forms, vol. 1(New Haven, 1953). Para una resea ms actualizada, Ian Hacking, Why DoesLanguage Matter to Philosophy? (Cambridge: Cambridge University Press,1975); y Richard Rorty, Philosophy and the Mirror of Nature (Princeton:Princeton University Press, 1979); y The Linguistic Turn: Recent Essays inPhilosophical Method(Cambridge: Cambridge University Press, 1967).

    9 Se trata de las conferencias William James dadas por J.L. Austin en 1955,reconstruidas por J.O. Urmson (Oxford: Oxford University Press, 1962).

    10 Skinner ofrece un ejemplo a fin de aclarar tal distincin: "Consideremos el

    caso de alguien que est patinando y un polica le dice: 'La capa de hielo all esmuy delgada'. Aqu, el polica obviamente est haciendo una afirmacin: l dicealgo y sus palabras significan algo. Pero Austin seala un punto adicional, quees que dicha afirmacin encierra tambin una fuerza ilocutiva correspondienteal hecho de que el polica hace algo al pronunciar su afirmacin: el puede, porejemplo, estar realizando el acto elocutivo de advertir al patinador" (Tully,comp., Meaning and Context, 83-84). Dicho ejemplo se repite en la pgina 261en donde incorpora la nocin de "intencin perlocutiva": "Finalmente", agrega,"el polica puede acertar a lograr consecuencias (perlocutivas) adicionales pordecir lo que dijo; por ejemplo, puede persuadir, atemorizar, o, simplemente,divertir al patinador". Esta ltima distincin entre lo elocutivo y lo perlocutivo la

    utiliza para argumentar contra quienes pretenden reducir el significado de unacto de habla a su instancia textual. Segn Skinner, stos confunden el nivelperlocutivo de un acto de habla (que efectivamente puede encontrarse en eltexto mismo) con su fuerza ilocutiva ("cuya captacin requiere de una forma deestudio separada") (Tully, comp., Meaning and Context, 75).

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    respuestas a supuestas "preguntas eternas". Historias hechasde anticipaciones y "clarividencias", aproximaciones uoscurecimientos contrastados a la luz de una supuesta

    bsqueda comn del ideal de "buen gobierno", Skinnerdesnuda lo que llama la "mitologa de la prolepsis" (labsqueda de la significacin retrospectiva de una obra, lo quepresupone la presencia de un cierto telos significativo implcitoen ella y que slo en un futuro se revela) sobre la que aquellasse fundan.

    Lo que l busca, en cambio, es aquello que particulariza yespecifica el contenido de las diversas doctrinas y que slo

    resulta asequible en el marco ms amplio del peculiar contextohistrico en que se inscriben. De un modo nada sorprendente,pues, Skinner sera identificado como abogando por uncontextualismo radical. Este "contextualismo" de Skinner nodebe, sin embargo, confundirse con el tipo de reduccionismosque tanto molestan hoy a los historiadores intelectuales. Elnivel textual no es, para este autor, una mera emanacin oprotuberancia de realidades previas, sino actos-de-hablasiempre ya incrustados en un determinado sistema de acciones

    comunicativas. El 'contexto', dice,(...) fue errneamente considerado como determinante de lo que sedice. Ms bien cabe considerarlo como un marco ltimo para ayudar adecidir qu significados convencionalmente reconocibles, en unasociedad de tal tipo, poda haberle sido posible a alguien intentarcomunicar (p. 64).

    El "contexto" al que Skinner se refiere, pues, es el conjunto deconvenciones que delimitan el rango de las afirmacionesdisponibles a un autor determinado (las condicionessemnticas de produccin de un texto dado). Encontramosfinalmente aqu aquella respuesta al planteo de Namier que seabre a partir del trnsito iniciado por Skinner de la antiguahistoria de ideas a la llamada nueva historia intelectual (lacual, como sealamos, se desprende de toda consideracinantropolgica para trasladar la cuestin al mbito de los usospblicos del lenguaje). Desde la perspectiva de Skinner, si bienla crtica de Namier a Lovejoy resulta justificada (efectivamente,las palabras no siempre expresan fielmente lasintencionalidades de los autores), esto, sin embargo, no vuelveel estudio de la historia de ideas menos relevante. Lo que losnamieristas tienden a perder de vista es el hecho de que, ms

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    all de las motivaciones de los autores (aun cuando sta seaengaar, burlar, o confundir a sus eventuales interlocutores),los mismos debieron antes dotar de sentido a los

    acontecimientos, volverlos inteligibles para s. El presupuestoimplcito en este planteo, y del que la nueva historia intelectualtomara su justificacin, es que los hombres, por ms cnicosque sean, no tienen una va de acceso inmediato respecto delsentido de sus acciones y eventos, que stos deben hacer usode herramientas conceptuales, socialmente trasmitidas, a fin decomprender el sentido de su mismo accionar. El objetivo ltimode la historia intelectual sera, pues, comprender no qu dijocada autor, sino cmo fue posible para ste decir lo que dijo en

    un contexto determinado. Y ello supone, a su vez, laredefinicin del objeto mismo de la historia intelectual, esto es,la nocin de texto, y, en consecuencia, los modos deaproximacin al mismo.

    Desde la perspectiva de una historia de los lenguajes polticos,un texto no es un conjunto de enunciados, sino un modocaracterstico de producir enunciados. De all la comprobacinreiterada de los historiadores de que los sistemas de

    pensamiento no puedan definirse de un modo taxativo, queresistan siempre toda categorizacin. Ello es as simplementeporque los mismos no consisten de ningn conjunto deprincipios o mximas que puedan listarse. En definitiva, loslenguajes son indeterminados semnticamente: uno puedeafirmar lo mismo desde matrices conceptuales muy diversas, e,inversamente, decir cosas muy distintas, y aun opuestas entres, desde una misma matriz conceptual. Esto nos permite yadistinguir un lenguaje poltico de sus contenidos ideolgicos.

    Las continuidades al nivel de los contenidos de discursopueden bien ocultar reformulaciones fundamentales en cuantoa los lenguajes polticos de base, e inversamente, cambios alnivel de los contenidos de discurso pueden ocultarcontinuidades ms fundamentales al nivel de las formas dediscurso. Para el estudio de los lenguajes polticos esnecesario, pues, traspasar la instancia textual y acceder aaparato argumentativo que le subyace.

    Ello conlleva, a su vez, una perspectiva nueva respecto de lahistoricidad de los discursos. Las ideas son intemporales, pordefinicin. Ellas aparecen o no en contextos particulares, perono son ellas mismas objetos propiamente histricos. Lo que las

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    historiza es su eventual aplicacin a un contexto particular. Lacontingencia de los discursos remite aqu a una instanciaexterna, a las circunstancias o el contexto de su aplicacin. Por

    el contrario, los lenguajes polticos son formacionesconceptuales plenamente histricas, absolutamentecontingentes y singulares. El estudio de los lenguajes polticosconlleva la concepcin de un tipo de historicidad inmanente a lahistoria intelectual (y no slo un subproducto de la historiasocial). Quien hizo de la temporalidad de los conceptos elcentro de su reflexin fue Reinhart Koselleck, el principalpromotor de la segunda de las vertientes contemporneas quehan renovado de forma fundamental los enfoques en la

    disciplina, la escuela alemana de historia de conceptos oBegriffsgeschichte.

    La Begriffsgeschichte, la modernidad y la temporalidad delos conceptos

    Para Koselleck, la historia de conceptos y la historia deideas se fundan, en ltima instancia, en dos perspectivas

    completamente diversas de la temporalidad. Y ello le permite, asu vez, a la historia conceptual diferenciarse de la historiasocial, proveer pautas para la comprensin histrica que no sereduzcan a una mera reafirmacin de lo que el anlisis de susdeterminaciones contextuales pueda ya aportarnos.

    Segn afirma, slo cuando un trmino o idea se carga deconnotaciones particulares diversas se convierte propiamenteen un concepto (una palabra se convierte en un concepto si

    la totalidad de un contexto de experiencia y significadosociopoltico, en el que se usa y para el que se usa esapalabra, pasa a formar parte globalmente de esa nicapalabra).11 De este modo, se libera de la palabra o trminoparticular. En la medida en que condensa una experienciahistrica, un concepto articula redes semnticas (la palabraEstado, por ejemplo, en tanto concepto, integra y comprendeun conjunto de nociones diversas, como las de dominio,territorio, legislacin, judicatura, administracin, impuestos,

    etc.), lo que le confiere, a su vez, un carcter inevitablementeplurvoco. Tal plurivocidad sincrnica tiene, pues, fundamentos

    11 Koselleck, Futuro pasado (Barcelona: Paids, 1992), 117.

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    diacrnicos (ella es un emergente de la malla de significadostejida a lo largo de su misma historia), indica una inevitableasincrona semntica. En definitiva, en un concepto se

    encuentran siempre sedimentados sentidos correspondientes apocas y circunstancias de enunciacin diversas, los que seponen en juego en cada uno de sus usos efectivos (esto es,vuelve sincrnico lo diacrnico). De all deriva la caractersticafundamental que distingue a un concepto: lo que lo define es,precisamente, su capacidad de trascender su contextooriginario y proyectarse en el tiempo (los conceptos sociales ypolticos, asegura, contienen una concreta pretensin degeneralidad; una vez acuado, un concepto contiene en s

    mismo la posibilidad puramente lingstica de ser usado enforma generalizadora).12 Y all radica tambin su intershistrico; tal capacidad de los conceptos de transponerse a suscontextos especficos de enunciacin, de generar asincronassemnticas, confiere a la historia de conceptos su rendimientoespecfico.

    Al liberar a los conceptos // de su contexto situacional y alseguir sus significados a travs del curso del tiempo para

    coordinarlos, los anlisis histricos particulares de un conceptose acumulan en una historia del concepto. nicamente en esteplano se eleva el mtodo histrico-filolgico a historiaconceptual, nicamente en este plano la historia conceptualpierde su carcter subsidiario de la historia social.13

    Si la historia conceptual se recorta de la historia social, adquiereun carcter propio, es porque slo la historia conceptual puedeproveer claves para reconstruir procesos de largo plazo. Los

    conceptos, en la medida en que sirven para articularsignificativamente las diversas experiencias sociales, formandoredes discursivas que cruzan las pocas y trascienden lasesferas de sociabilidad inmediata, sirven as de ndice de lasvariaciones estructurales. Pero, por otro lado, si stos actan,retrospectivamente, como ndice efectivo de tales variaciones, esporque son, al mismo tiempo, un factor para su constitucin. Concada concepto, dice, se establecen determinados horizontes,pero tambin se establecen lmites para la experiencia posible y

    12 Koselleck, Futuro pasado, 112 y 123.

    13 Koselleck, Futuro pasado, 113.

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    para la teora concebible.14 De hecho, los conceptos proveen alos actores sociales las herramientas para comprender el sentidode su accionar, elevan la experiencia cruda (Erfahrung), la pura

    percepcin de hechos y acontecimientos, en experiencia vivida(Erlebnis).15 Y de este modo, conectan tambin entre s lasdiversas vivencias en unidades de sentido, actan de soportepara sus conexiones estructurales. En ellos se encarna lacontemporaneidad de lo no-contemporneo(Gleichzeitigkeiten des Ungleichzeitigkeiten), la interpenetracinde presente, pasado y futuro, que es la que define historicidadde nuestra existencia, la temporalidad del ser.

    Ahora bien, si bien la historia conceptual, para Koselleck, superay trasciende a la historia social dado que articula redessignificativas de largo plazo, es al mismo tiempo deficitariarespecto de sta, puesto que nunca la agota. Los hechossociales, la trama extra-lingstica rebasa al lenguaje en lamedida en que la realizacin de una accin excede siempre sumera enunciacin o representacin simblica. Ello explica porqu un concepto, en tanto que cristalizacin de experienciashistricas, puede eventualmente alterarse, frustrar las

    expectativas vivenciales en l sedimentadas, ganando as nuevossignificados.

    Cabra, pues, hablar de un doble exceso o rebasamiento en larelacin entre la historia conceptual y la historia social, entre elnivel del lenguaje y el nivel extra-lingstico; en fin, entreestructuras y acontecimientos. Y ello explica su imposiblecoincidencia. Es precisamente en esta brecha entre historia sociale historia conceptual, en definitiva, que emerge la temporalidad.

    Llegamos as a lo que Koselleck llama las metacategorasfundamentales que definen las formas propiamente histricasde la temporalidad: espacio de experiencia y horizonte deexpectativas.16 stas indican los diversos modos posibles en

    14 Koselleck, Futuro pasado, 128.

    15 Toda historie, dice, se constituye por la comunicacin oral y escrita degeneraciones coexistentes, que se trasmiten mutuamente las experienciasrespectivas [Koselleck, Sozialgeschichte und Begriffsgeschichte, en W.Schieder y V. Sellin, comps., Sozialgeschichte in Deutchland (Gttingen:Vandenhoeck & Ruprecht, 1986) I: 97]16 El trmino horizonte de expectativas fue introducido por H. R. Jauss enIntersuchungen zur mittelalterlichen Tierdichtung (1959) con el objeto derelacionar la historia literaria con la investigacin sociolgica.

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    que se puede vincular el presente, el pasado y el futuro. Eldistanciamiento progresivo entre espacio de experiencia yhorizonte de expectativas determina la aceleracin

    (Beschleunigung) del tiempo histrico, que es la marcacaracterstica de la modernidad.

    Sintetizando, de la combinacin de los aportes de ambasescuelas aqu analizadas obtenemos aquellos dos aspectoscruciales en que la nueva historia intelectual se distingue de latradicin de historia de ideas. En primer lugar, como sealanlos miembros de la escuela de Cambridge, en la medida en queel anlisis de los lenguajes polticos obliga a traspasar el plano

    de los contenidos explcitos de los textos, el nivel semntico, eincorporar la consideracin de la dimensin pragmtica dellenguaje, nos abre a una perspectiva nueva en cuanto a larelacin entre texto y contexto en la cual se quiebra la alteridadentre ambas instancias. En los lenguajes polticos, lascondiciones de enunciacin (quin habla, a quin, dnde,cmo, etc.) pasan a ser parte integral de sentido de texto. Deall que, a fin de comprender correctamente los mismos, seanecesario trascender su instancia textual. Lo que la historia

    intelectual busca, en suma, es instalarse en aquellos puntos decontacto, las instancias en que el contexto penetra el texto.

    Lo dicho se liga a la segunda de las caractersticasfundamentales que distingue la historia de los lenguajespolticos de la historia de ideas: el carcter plenamentehistrico (contingente) de las formaciones discursivas. Elanlisis de la serie de presupuestos que subyace a cada formaparticular de discursividad es lo que previene contra lo que

    Skinner llama mitologa de la prolepsis. La misma conllevasiempre un deslizamiento del plano fctico al normativo. Y estonos conduce, a su vez, a la segunda reformulacin tericaclave de la que emerge la nueva historia intelectual. La mismase orienta a la superacin de las tendencias normativistasinherentes a la historia de ideas (la cual gira toda alrededor dela empresa de comparar el grado de adecuacin o no de lasformaciones discursivas concretas respecto de algn postuladotipo ideal). El estudio de los lenguajes polticos supone, de

    hecho, la puesta entre parntesis de la cuestin relativa a laVerdad, que lleva a ver la historia intelectual como una suertede dilogo transhistrico alrededor de preguntas eternas, yordenado en funcin de la bsqueda del ideal de buen

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    gobierno. En los marcos de la historia de ideas, todoapartamiento de esa supuesta Verdad que el historiador afirmaconocer (el tipo ideal) slo puede interpretarse como el

    resultado de alguna suerte de malentendido o desviacin en lamarcha hacia la realizacin de ese ideal. La contingencia, lahistoricidad de las categoras polticas slo emerge aqu comoun defecto, no como algo constitutivo de la historia intelectual.

    La historia de ideas latinoamericana

    La delimitacin de un mbito propio para la historia intelectual

    en el mbito acadmico latinoamericano se encuentraestrechamente asociada al nombre de Leopoldo Zea. El aporteclave que abri las puertas al mismo consisti en una definicinrespecto de la especificidad de su estudio en un rea, como lanuestra, que ha sido marginal en cuanto a la produccin deideas. En efecto, l fue quien primero abord sistemticamentela problemtica particular que la escritura de la historia de ideasplantea en la periferia de Occidente (esto es, en regionescuyas culturas tienen un carcter derivativo, segn se las

    denomina desde entonces); ms concretamente, cul es elsentido y el objeto de analizar la obra de pensadores que,segn se admite, no realizaron ninguna contribucin a lahistoria de ideas en general, qu tipos de enfoques serequieren para tornar relevante su estudio.

    Desengaados ya de la posibilidad de que el pensamientolatinoamericano ocupase un lugar en la historia universal de lasideas, Zea y sus contemporneos se veran obligados a

    problematizar y redefinir los enfoques que vean a sta comola lucha de un conjunto de ideas contra otro conjunto deideas. En una interpretacin de este tipo, deca en su obraseminal, El positivismo en Mxico (1943), salen sobrandoMxico y todos los positivistas mexicanos, los cuales novendran a ser sino pobres intrpretes de una doctrina a la cualno han hecho aportaciones dignas de la atencin universal.17

    Pero, por otro lado, segn seala, si las hubiera, descubrirlas

    tampoco sera relevante para comprender la cultura local. El

    17 Leopoldo Zea, El positivismo en Mxico (Mxico: El Colegio de Mxico,1943), I: 35.

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    hecho de ser positivistas mexicanos los que hiciesen algunaaportacin no pasara de ser un mero incidente. Estasaportaciones bien pudieron haberlas hecho hombres de otros

    pases.

    18

    En definitiva, no es de su relacin con el reino de loeternamente vlido que toma su sentido la historia de ideaslocal. La pregunta, entonces, es: de dnde? As planteada lacuestin, la respuesta surge inmediatamente: de su relacincon una circunstancia llamada Mxico.19 Lo verdaderamenterelevante no son ya las posibles aportacioneslatinoamericanas al pensamiento en general sino, por el

    contrario, sus yerros; en fin, el tipo de refracciones quesufrieron las ideas europeas cuando fueron transplantadas aesta regin.

    Zea especifica tambin la unidad de anlisis para esta empresacomparativa: los filosofemas (un equivalente a lo que en esosmismos aos Arthur Lovejoy comenzaba a definir como ideas-unidad, definicin que le permite a ste establecer a la historiade ideas como disciplina acadmica particular en el mbito

    anglosajn).

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    Segn seala, es en los conceptos particularesque se registran las desviaciones de sentido que producen lostraslados contextuales. Si se comparan los filosofemasutilizados por dos o ms culturas diversas, dice, se encuentraque estos filosofemas, aunque se presentan verbalmente comolos mismos, tienen contenidos que cambian.21

    Encontramos aqu finalmente definido el diseo bsico de laaproximacin fundada en el esquema de modelos y

    desviaciones que an hoy domina a la disciplina. sta resulta,pues, de un intento de historizacin de las ideas, del afn dearrancar de su abstraccin a las categoras genricas en que ladisciplina se funda para situar aqullas en su contextoparticular de enunciacin. As considerado, esto es, en suspremisas fundamentales, el proyecto de Zea no resulta tan

    18 Zea, El positivismo en Mxico, I: 17.

    19 Zea, El positivismo en Mxico, I: 17.

    20 Vase Arthur Lovejoy, Reflections on the History of Ideas, Journal of theHistory of Ideas I.1 (1940): 3-23.

    21 Zea, El positivismo en Mxico, I: 24.

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    sencillo de refutar. Uno de los problemas en l es que nosiempre sera posible distinguir los aspectos metodolgicosde su modelo interpretativo de sus aspectos substantivos,

    mucho peor resguardados ante la crtica. La articulacin de lahistoria de ideas como disciplina particular en Amrica Latina(que se produce as casi contemporneamente a EstadosUnidos) estuvo ntimamente asociada al surgimiento delmovimiento lo mexicano,22 y su empresa quedara atadadesde entonces a la bsqueda del ser nacional.

    Existe, sin embargo, una segunda razn que llev a obscurecerlos aportes de Zea; una menos obvia pero mucho ms

    importante. El esquema de modelos y desviaciones prontopas a formar parte del sentido comn de los historiadores deideas latinoamericanas; y ello ocluira el hecho de que labsqueda de las refracciones locales no es un objeto naturalsino el resultado de un esfuerzo terico que respondi acondiciones histricas y epistemolgicas precisas. Convertidoen una suerte de presupuesto impensado, cuya validezresultara inmediatamente obvia, escapara as a todatematizacin. De hecho, toda la historiografa intelectual

    latinoamericana girar hasta el presente en torno de labsqueda de cmo las ideas liberales europeas, una veztrasladadas a un medio supuestamente extrao y hostil a lasmismas, se desviaron de sus matrices adquiriendo un carcterms tradicionalista y conservador. Slo el tpico de las ideasfuera de lugar parece poder an hoy conferir un sentido alestudio de la historia intelectual local. 23

    22 Sobre la trayectoria de este movimiento, vase G. W. Hewes, Mexican in

    Search of the Mexican (Review), The American Journal of Economics andSociology13.2 (1954): 209-222 y Henry Schmidt, The Roots of Lo Mexicano.Self and Society in Mexican Thought, 1900-1934 (College Station: Texas A&MUniversity Press, 1978).

    23 Como afirma uno de los ms importantes historiadores de ideaslatinoamericanas, Charles Hale, la experiencia distintiva del liberalismolatinoamericano deriv del hecho que las ideas liberales se aplicaron // en unmbito que le era refractario y hostil [Hale, Political and Social Ideas in LatinAmerica, 1870-1930, en Leslie Bethell, comp., The Cambridge History of LatinAmerica. From c.1870 to 1930(Cambridge: Cambridge University Press, 1989),

    IV: 368]. Este motivo puede encontrarse, en realidad, en textos que datan delpropio periodo de las guerras de independencia, y habr de reiterarseincansablemente hasta el presente [vase Palti, El problema de las ideas fuerade lugar revisitado. Ms all de la historia de ideas (Mxico: CCyDEL-UNAM,en prensa)].

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    El esquema de los modelos y las desviaciones conduce, sinembargo, a una visin cerradamente dicotmica, que ve toda la

    historia poltico-intelectual local como una suerte de luchaeterna entre modernidad y tradicin, la saga de un supuestoideal moderno de gobierno en pugna permanente contra losobstculos interpuestos por una realidad aferrada a su herenciatradicionalista colonial. Por debajo de esta perspectivadicotmica subyace una concepcin histrica de corteformalista y teleolgica.

    El formalismo consiste, esencialmente, en una visin

    aproblemtica de la historia intelectual occidental. En definitiva,el esquema de los modelos y las desviaciones debepresuponer ya como vlidos los tipos ideales, sin nunca llegara interrogarse sobre los mismos, dado que ellos proveeran losestndares respecto de los cuales podran medirse lasanomalas locales. Slo estas ltimas mereceran untratamiento propiamente histrico; los modelos, en cambio,considerados en s mismos, seran vistos como perfectamenteracionales y lgicamente autoconsistentes.24 De all que, en el

    marco de la historia de ideas, el tiempo, la contingencia, elantagonismo no puedan aparecer ms que como un defecto,desviaciones del curso racional, las cuales seran atribuiblesa, y resultaran reveladoras de algnpathos oculto (una culturatradicional y una sociedad jerrquica); no son dimensionesconstitutivas de la misma.

    El formalismo de este enfoque resulta, a su vez, en unaperspectiva teleolgica de la historia. Aqul hace impensable

    que fuerzas antagnicas puedan coexistir en un mismo nivel derealidad. De all que su presencia simultnea sea vista como unacontecimiento meramente fctico derivado de una suerte de

    24 En general, dice Jos Antonio Aguilar con relacin a las ideasconstitucionales adoptadas en la regin, todos los estudiosos del periodo hanpartido de un supuesto comn: que el modelo terico seguido por loslatinoamericanos decimonnicos era claro y bien establecido. Se crea -y secree- que en su diseo institucional no haba ambigedad alguna. Era larealidad de los pases hispanoamericanos la que lo negaba y la que impeda su

    correcto funcionamiento. En consecuencia, el fracaso del experimentoconstitucional se ha atribuido exclusivamente a las sociedades que obtuvieronsu independencia a principios del siglo XIX. Ese supuesto, me parece, deberevisarse [Aguilar Rivera, En pos de la quimera. Reflexiones sobre elexperimento constitucional atlntico (Mxico: F.C.E. / CIDE, 2000), 19].

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    asincrona histrica. Fuerzas que aparecieronsincrnicamente son as desplegadas temporalmente ysituadas en una secuencia evolutiva como dos fases de un

    mismo desarrollo accidentalmente sobreimpreso. El sentidoltimo de este antagonismo resultara, en definitiva,perfectamente definible a priori. La superacin de esta visindicotmica inherente al esquema de los modelos y lasdesviaciones supone una reformulacin de los supuestos debase en que toda la disciplina se funda hasta el presente.

    La revolucin historiogrfica de Guerra... y sus lmites

    Quien introduce en la historiografa poltico-intelectual latino-americana una nueva perspectiva centrada en los usospblicos del lenguaje es Franois-Xavier Guerra. De estaforma, lo dicho rescata a la historia intelectual de la postracina la que la haba conducido el agotamiento de los esquemasinterpretativos propios de la vieja escuela de historia de ideas.Un ejemplo de ello es la reformulacin que produce de lasvisiones relativas a la crisis de independencia. Esto se traduce

    en una serie de desplazamientos conceptuales fundamentales.En primer lugar, Guerra rompe con el esquema de lasinfluencias ideolgicas. Lo que desencadena la mutacincultural que analiza no es tanto la lectura de libros importadoscomo la serie de transformaciones que alteran objetivamentelas condiciones de enunciacin de los discursos. Como seala,la convergencia con Francia al nivel de los lenguajes polticosno se trata de fenmenos de modas o influenciasaunque

    stos tambin existansino, fundamentalmente, de una mismalgica surgida de un comn nacimiento a la poltica moderna [lamodernidad de ruptura].25 Guerra descubre as un vnculointerno entre ambos niveles (el discursivo y el extradiscursivo).El contexto deja de ser un escenario externo para eldesenvolvimiento de las ideas, y pasa a constituir un aspectoinherente a los discursos, determinando desde dentro la lgicade su articulacin. Y esto conduce al segundo desplazamientoque produce.

    25 Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revolucioneshispnicas (Mxico: F. C. E., 1993), 370.

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    En segundo lugar, Guerra conecta las transformacionesconceptuales con alteraciones producidas al nivel de lasprcticas polticas asociadas a la emergencia de nuevos

    mbitos de sociabilidad y sujetos polticos. Losdesplazamientos semnticos observados cobran sentido enfuncin de sus nuevos medios y lugares de articulacin, loscuales no preexisten a la propia crisis poltica sino que surgenslo como resultado de la misma, y que permiten laconformacin de una incipiente esfera pblica.

    En tercer lugar, lo antedicho le permite a Guerra superar eldualismo entre tradicionalismo espaol y liberalismo americano.

    Como l muestra claramente, se trat de un procesorevolucionario nico, que abarcaba de conjunto al Imperio, ytena su epicentro, precisamente, en la pennsula, que es laque se vio, de hecho, ms directamente impactada por la crisisdel sistema monrquico.

    En cuarto lugar, esta perspectiva replantea las visionesrespecto de los modos de inscripcin de las guerras deindependencia en Amrica Latina en el marco de la llamada

    era de las revoluciones democrticas, y las peculiaridades dela modernizacin hispnica (que Guerra incluye dentro de lacategora de modernidad de ruptura). Su rasgo caractersticoser, de forma ms notable en las provincias ultramarinas,menos directamente afectadas por las novedades introducidasen Cdiz, una conjuncin de modernidad poltica y arcasmosocial que se expresa en la hibridez del lenguaje poltico quesuperpone referencias culturales modernas con categoras yvalores que remiten claramente a imaginarios tradicionales.

    En este ltimo punto encontramos, sin embargo, el aspectoms problemtico de su enfoque. Guerra termina arribando, poruna va distinta de la de Koselleck, a su propia versin delSattelzeit, que coincide, en sus lneas fundamentales, con la deste. Sin embargo, en l este planteo se resuelve en unaperspectiva dicotmica que opone modernidad y tradicin,como si se trataran de dos totalidades coherentes, claramentedelimitadas y homogneas.

    Dicho esquema interpretativo tiene implcito el supuesto de queen la historia intelectual occidental hubo una nica mutacinconceptual, que es la que se produjo hacia fines de siglo XVIII.

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    De este modo, lleva a descartar de antemano la posibilidad decualquier otra ruptura subsiguiente (o precedente). Y estoresulta en un segundo problema, mucho ms serio aun. En la

    medida que modernidad y tradicin aparecen como bloquesantinmicos perfectamente coherentes y claramentedelimitados entre s, todo lo que se aparte del tipo ideal liberalno puede interpretarse ms que como expresin de lapersistencia de visiones tradicionalistas que se nieganobstinadamente a desaparecer (generando as toda clase dehibridismos y patologas conceptuales). Modernidad y tradicinpierden as su carcter histrico concreto para convertirse ensuertes de principios transhistricos que atraviesan la entera

    historia intelectual local y explican todo su transcurso hasta elpresente.

    En definitiva, el rgido dualismo entre tradicin y modernidadtermina reinscribiendo su enfoque historiogrfico dentro de loscnones propios de la historia de ideas. Aun as, su obrapermite vislumbrar la potencialidad que el estudio de loslenguajes polticos tiene tambin para la comprensin de lahistoria intelectual local. En definitiva, tal enfoque nos abre una

    puerta para superar, finalmente, los patrones interpretativosaejos y ya trillados fundados en el esquema de losmodelos y las desviaciones.

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