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- DAVID CARR – Indiana University Press Bloomington Indianapolis INTRODUCCIÓN Este estudio está pensado como una contribución a la filosofía de la historia. Debería explicar de inmediato, no obstante, que la naturaleza de la contribución que ofrezco difiere considerablemente de lo que se suele entender por filosofía de la historia. Es habitual remarcar que dicho término, como es usado hoy en día, tiene dos sentidos radicalmente distintos. De hecho, lo que yo quiero hacer aquí no corresponde a ninguno de los dos. Lo que usualmente se llama la filosofía sustantiva o especulativa de la historia se ha referido ha la totalidad de la historia humana, se ha preguntado sobre su origen, la naturaleza de su desarrollo, y en algunos casos sobre su destino último. Asociado fundamentalmente con ciertos pensadores del siglo dieciocho y principios del siglo diecinueve (Vico, Herder, Hegel) y frecuentemente descalificado como una empresa fútil y poco respetable, este enfoque ha dado lugar, a finales del siglo XIX y durante el siglo XX, a la así llamada filosofía crítica o analítica de la historia. Aquí la ‘historia’, como lo permite la conocida ambigüedad del término, alude (denotes) no al proceso histórico en sí mismo sino al conocimiento que tenemos de él como nos lo transmiten los historiadores, o, alternativamente, la investigación disciplinar en la cual buscan o llegan a tal conocimiento. Las preguntas filosóficas planteadas son básicamente epsitemológicas y se refieren a los conceptos, modos de explicación, validez y objetividad de las afirmaciones de los historiadores acerca del pasado. El desarrollo de este enfoque de la historia ha sido asistido por una referencia constante, explícita e implícita, a las ciencias de la naturaleza. Si la filosofía sustantiva de la historia ha de ser comparada 1

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- DAVID CARR –

Indiana University PressBloomington Indianapolis

INTRODUCCIÓN

Este estudio está pensado como una contribución a la filoso-fía de la historia. Debería explicar de inmediato, no obstante, que la naturaleza de la contribución que ofrezco difiere considerablemen-te de lo que se suele entender por filosofía de la historia. Es habitual remarcar que dicho término, como es usado hoy en día, tiene dos sentidos radicalmente distintos. De hecho, lo que yo quiero hacer aquí no corresponde a ninguno de los dos.

Lo que usualmente se llama la filosofía sustantiva o especu-lativa de la historia se ha referido ha la totalidad de la historia hu-mana, se ha preguntado sobre su origen, la naturaleza de su desarro-llo, y en algunos casos sobre su destino último. Asociado fundamen-talmente con ciertos pensadores del siglo dieciocho y principios del siglo diecinueve (Vico, Herder, Hegel) y frecuentemente descalificado como una empresa fútil y poco respetable, este enfoque ha dado lu-gar, a finales del siglo XIX y durante el siglo XX, a la así llamada filo-sofía crítica o analítica de la historia. Aquí la ‘historia’, como lo permite la conocida ambigüedad del término, alude (denotes) no al proceso histórico en sí mismo sino al conocimiento que tenemos de él como nos lo transmiten los historiadores, o, alternativamente, la in-vestigación disciplinar en la cual buscan o llegan a tal conocimiento. Las preguntas filosóficas planteadas son básicamente epsitemológi-cas y se refieren a los conceptos, modos de explicación, validez y ob-jetividad de las afirmaciones de los historiadores acerca del pasado.

El desarrollo de este enfoque de la historia ha sido asis-tido por una referencia constante, explícita e implícita, a las ciencias de la naturaleza. Si la filosofía sustantiva de la historia ha de ser comparada con una pomposa ‘filosofía de la naturaleza’, la cual especula sobre el cosmos más allá del alcance de nuestro (wa-rranted) conocimiento científico, la filosofía crítica de la historia co-rresponde a la más modesta ‘filosfía de la ciencia’. Este desarrollo fue posible e inevitable en la Alemania decimonónica, cuando la histo-ria fue institucionalizada en departamentos universitarios, dignificada con el título de Wissenschaft (ciencia), y dotada (accompanied) de pretensiones de rigor y objetividad. Wilhelm Dilthey propuso una Crí-tica de la razón histórica (Kritik der historischen Vernunft) y los neo-kantianos lo siguieron, intentando hacer por la ciencia histórica lo que Kant había hecho por las ciencias naturales. Desde ese comienzo y a través de su revival a instancias de filósofos anglo americanos del siglo XX, la filosofía crítica de la historia se ha ocupado del pro-blema de si la historia puede ser legítimamente llamada una

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ciencia y, de ser así, como se compara (how it compares) con las ciencias naturales. Los filósofos han contestado estas preguntas de muchas maneras, algunos intentando reducir la historia a ciencia so-cial y desde ahí a ciencia natural, en un extremo, y otros argumen-tando a favor del carácter radicalmente separado y autónomo de la historia en el otro extremo. Los últimos están en efecto argumentan-do que es inapropiado usar las ciencias naturales como un standard y de ese modo refutan (object) la comparación en sí misma, pero de to-dos modos se ocupan de eso.

Lo que me llama la atención de este desarrollo no es tanto lo apropiado o no de la comparación en sí como el hecho de que a lo largo de dicho desarrollo, el foco de la reflexión filosófica es sobre la historia como una disciplina establecida, contínua (ongoing) con un interés estrictamente coginitivo. Las pregun-tas sobre ‘nuestro’ conocimiento del pasado son realmente preguntas sobre el conocimiento del pasado del historiador; en otras palabras, el conocimiento es presentado como aquel poseído o buscado por alguien con un interés en (llegar a) conclusiones objetivas y warranted (garantizadas?), firme-mente arraigadas en la evidencia; y el pasado es presentado como conocido por alguien con dicho interés. Lo que se anali-za es exclusivamente la conexión entre el historiador y su ob-jeto.

No hay nada malo en examinar esta conexión filosóficamente. Hay buenas razones para hacerlo. Pero este procedimiento se presta para cierta abstracción que puede ser caracterizada, en forma un tanto exagerada, de la siguiente manera: los historiadores entran su-puestamente en escena, existentes por supuesto en el presente, y equipados con todos los fines, intereses y habilidades de su profe-sión. Luego son presentados como encontrando algunos documentos, monumentos o ruinas; y el filósofo se pregunta entonces cómo, sobre la base de esta débil evidencia, pueden los historiadores reconstruir los eventos y personas de un pasado que nunca pueden conocer di-rectamente. En otras palabras, [la pregunta es] ¿cómo pasa el histo-riador de una ignorancia total del pasado al conocimiento de él?

Así, este enfoque sugiere, sin decirlo con tantas pala-bras, que ‘nuestra’ única conexión real con el pasado históri-co es el resultado de la indagación histórica, ya lo carguemos nosotros mismos o nos sea otorgado de segunda mano al leer los resultados del trabajo de los historiadores, mientras que a mí me parece obvio que tenemos una conexión con el pasado histórico, como personas corrientes que somos, antes e inde-pendientemente de la adopción de un interés histórico-cogni-tivo. O al menos eso es lo que me gustaría argumentar a continua-ción.

No llamaré a esta conexión con el pasado ‘conocimiento’ del mismo, pues es habitual reservar esta última palabra para lo que al menos está garantizado (warranted) por ciertos procedimientos epis-témicos convencionales. Lo que digo es que en una forma naif (in-genua) y precientífica el pasado histórico está ahí para todos

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nosotros, que el mismo figura en nuestra visión corriente de las cosas, seamos historiadores o no. Tenemos lo que los feno-menólogos llaman una conciencia no-temática o pre-temática del pasado histórico que funciona como contexto de nuestra expe-riencia presente, o de nuestra experiencia del presente. El historiador también tiene esta experiencia (ah, es humano también??), por su-puesto, antes de transformarse en historiador (y abandonar su huma-nidad!!?). En cierto sentido es lo que el historiador busca rem-plazar cuando él o ella realizan declaraciones explícitas y te-máticas sobre el pasado. Sin embargo es engañoso hablar de su reemplazo, pues esta vaga conciencia de fondo del pasado no consis-te, me parece, siquiera implícitamente en una colección de afirmacio-nes. No se trata pues de remplazar un conjunto de afirmaciones por otro, y podemos entonces argumentar que el tipo de conciencia pre-temática del pasado a la que me refiero es operativa aún en la visión del mundo de los historiadores.

Todo esto sugiere que si relacionáramos el enfoque cognitivo del pasado al contexto más amplio de esta conciencia pretemática contextual o de fondo, eso contribuiría a nuestra comprensión filosófi-ca de la historia como disciplina..

Edmund Husserl argumentó1 que podemos comprender la cien-cias naturales sólo si rastreamos sus logros cognitivos hasta su ori-gen en el mundo de la experiencia precientífica cotidiana. Es obvio que estamos en contacto constante con el mundo natural, seamos científicos o no, y que construiremos mal tanto la naturaleza de dicho contacto y el logro de la ciencia si suponemos que nuestra única con-ciencia de la naturaleza es lo que tenemos como científicos o a tra-vés de lo que nos dicen los científicos. En realidad, vivimos en la ‘vi-da-en-el-mundo’ (life-world), incluso si somos científicos, y Husserl propone poner entre paréntesis la naturaleza como la presen-tan los científicos para poder volver a traer a la mirada filosó-fica lo que de hecho siempre está ahí pero es ignorada por la reflexión dado que está tan cerca nuestro.

Yo quiero hacer algo comparable con la historia y con nuestra conciencia del pasado histórico. Quiero poner a un lado el interés cognitivo del historiador y poner entre paréntesis al pasado como un objeto de conocimiento para que el mismo aparezca como un elemento de nuestro mundo experiencial. Esta opera-ción mental la comparto con la fenomenología y de ella derivo, en cierta medida, algunos de sus practicantes clásicos. Algunos de ellos – tanto Husserl como Martin Heidegger, por ejemplo – han usado el término historicidad (Geschichtlichkeit) para aludir a lo que yo tengo en mente aquí: la idea expresada por Dilthey cuando dijo que ‘so-mos seres históricos primero, antes de ser observadores (Be-trachter) de la historia, y sólo porque somos lo primero es que nos transformamos en lo segundo.’ ‘El mundo histórico siempre está ahí,’ dijo Dilthey, ‘y el individuo no sólo lo observa desde el afuera sino

1 Edmund Husserl, The Crisis of European Sciences and Trascendental Phenomeno-logy, tr. D. Carr (Evanston: Northwestern University Press, 1970) Pp. 103-189

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que está enredado en él [in sie verwebt]’2. Claramente esto signifi-ca algo más interesante que meramente que el sujeto y el ob-jeto de la investigación histórica son de la misma especie. La idea de Giambattista Vico, también recalcada a menudo por Dilthey, de que podemos entender la historia en una forma que nunca podre-mos entender a la naturaleza porque ‘aquel que estudia historia es el mismo que la hace’3, aparte de estar abierta a cuestionamientos muy serios, no llega lo suficientemente lejos. Decir que somos ‘seres his-tóricos’, ‘enredados en la historia’ no es meramente decir que todos estamos en historia como parte del proceso histórico. Significa que estamos en la historia así como estamos en el mundo: sirve como horizonte y contexto de fondo de nuestra experiencia cotidiana.

Ésta es, en todo caso, la esencia de la noción de historicidad que recogen los fenomenólogos. Pero el tratamiento de Husserl y Hei-degger del concepto difieren uno del otro, y a mí entender ninguno es muy satisfactorio.4 Intentaré mostrar por qué en el capítulo IV. De lo que yo tomo prestado de Husserl y Heidegger inferiré más de lo que dicen en general sobre la temporalidad que sobre lo que dicen sobre la historicidad. Puede afirmarse que habré de seguir más el es-píritu que la letra de los enfoques fenomenológicos hacia la historia. Otra razón para esto es que un segundo gran enfoque del si-guiente estudio, además del tiempo y la experiencia del tiem-po, es la narrativa – o, más humildemente, el relato/cuento (story) y la narración (story-telling). Ambos van juntos en el sentido de que la narrativa es nuestra forma primaria (bien que no la única) manera de organizar nuestra experiencia del tiempo, y enten-dida así puede elucidar nuestro pasado preteórico. Mientras que los fenomenólogos han dicho bastante sobre nuestra experiencia del tiempo, han dicho relativamente poco sobre la narrativa. En contras-te, la narrativa ha sido intensamente discutida últimamente por críti-cos literarios (especialemente estructuralistas), por historiadores, y por filósofos analíticos de la historia. Estas discusiones han sido muy enriquecedoras para mí, aunque yo habré de discutir sobre la narrati-va y su uso en una manera que difiere la mayoría de ellas.

El enfoque en la narrativa no es como tal incompatible con una mirada fenomenológica, pero hay problemas más profundos con esa mirada, en mi opinión. Las investigaciones de los fenomenólogos es-tán ligadas, por razones metodológicas de importancia, a la experien-cia individual. Si bien yo pienso que es necesario empezar desde la experiencia individual, y lo haré así a continuación, considero tam-bién que no seremos capaces de entender las dimensiones necesa-riamente sociales de la historicidad hasta que vayamos más allá de la experiencia individual de una manera metodológicamente no acepta-

2 Wilhem Dilthey, Gesammelte Schrifen, vol VII, 5º edición, b. Groethuysen (Stuttgart, B. Teubner, 1968) pp. 277-783 Ibid, p. 2784 Las ideas de Husserl respecto de la historicidad están primeramente contenidas en The crisis of european Sciences… Ver Martin Heidegger Being in Time, tr. J. Mac-quearrie y E Robinson (New York Harper & Row, 1962) División dos, cap. 5

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da por la fenomenología. Como intentaré mostrar en el capítulo V, en la medida en que genuinamente nos movamos más allá de la expe-riencia del individuo, también nos habremos de mover más allá de la fenomenología.

En tanto que el cambio hacia la dimensión social requiere esta operación, es la discusión acerca de la narración la que la hace posi-ble. Algo central en el análisis de relatos y narraciones, aparte del de-sarrollo de acontecimientos, es la relación entre los puntos de vista sobre dichos eventos pertenecientes a los caracteres en la historia, el narrador y la audiencia a quien la historia es contada. Otros matices involucran distinciones entre el narrador real y el implícito, y la au-diencia real y la asumida de una historia. Mientras estas nociones re-sultarán útiles al elucidar el carácter histórico de la experiencia indi-vidual, también nos permitirán separar (detach) las nociones crucia-les de sujeto de una historia- y narrador de una historia – del indivi-duo (en sí), y ubicarlos ambos en el nivel social.

Como ya he dicho, este movimiento hacia el nivel social en los últimos capítulos de nuestro estudio, con la ayuda de una teoría de la narrativa, lleva al análisis más allá de la fenomenología, tal como he venido usando dicho término hasta ahora en esta introducción (y co-mo es usualmente utilizado en las discusiones contemporáneas), esto es, para referirme brevemente a Husserl y sus sucesores en el siglo XX como Heidegger y Maurice Merlau-Ponty. Pero habremos de ver que de esta manera nos moveremos, como por una rotonda, hacia el dominio de aquella temprana fenomenología – la de Hegel - que es a la vez tan cercana y tan lejana a lo que hacía Husserl. Sin adoptar los fundamentos centrales de un enfoque hegeliano a la filosofía en ge-neral o siquiera a la historia, habremos de poder usar lo que Hegel llamaba ‘el yo que es nosotros, el nosostros que es yo’5 – en otras palabras, la idea de un sujeto social y colectivo de la ac-ción, la experiencia y la historia. Esto nos permitirá ir más allá de la individualidad subjetiva sin dejar atrás del todo la idea misma de subjetividad. La combinación de fenomenología, narrati-va teórica y fenomenología hegeliana nos permitirá llegar a una con-dición indispensable para nuestra comprensión de la historia: la idea de un sujeto social que es flexible, móvil y por sobre todas las cosas desarrollista (developmental).

Espero que en este breve anticipo les haya dado a los lectores alguna idea de qué esperar y de lo que ansío fervientemente que no esperen [de esta obra]. Creo que lo que sigue puede calificarse como una reflexión filosófica sobre la historia, pero no es ‘filosofía de la his-toria’ en ninguno de los sentidos usuales del término. Ni ha de ser identificada como un poquito de fenomenología en el sentido estricto –ni tampoco, en ese sentido, como un poquito de análisis conceptual, teoría literaria, ‘narratología’ o lo que sea. Si bien tomo prestadas co-sas de trabajos ya realizados en todos estos campos y con todos esos métodos, mi trabajo busca establecer una materia suya propia y lan-

5 G.W.F.Hegel, Phenomenology of Spirit, tr. A.V.Miller (Oxford, Clarendon Press, 1977) P. 110

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zar (chart) su propio rumbo (curso) metodológico. Si así corre el ries-go de parecer muy difusa y metodológicamente ecléctica, prefiero ese riesgo al de el que presenta una camisa de fuerza metodológica predeterminada. Debería agregar que no soy ni un historiador (ex-cepto, modestamente, historiador de la filosofía) ni un escritor de na-rrativas literarias o experto en ellas. A lo sumo soy un lector filosófi-camente reflexivo y admirado lector de ambas.

Estos comentarios previos servirán también como explicación y excusa para el hecho de que parezco demorar tanto en llegar al pun-to central, la historia. He explicado que es como si estuviera mi-rando detrás de la indagación histórica hacia sus raíces en la experiencia corriente. Pero incluso ahí considero que es necesario hablar bastante sobre nuestra experiencia individual del pasado y del tiempo en general antes que sobre la experiencia del pasado históri-co y el tiempo histórico, así como habré de hablar bastante sobre la narración y la narrativa en general, y al nivel de la experiencia indivi-dual, antes de llegar a la narrativa en el sentido específicamente his-tórico. Espero que lo que tengo para decir habrá de contribuir, a lo largo del camino, a nuestra compresión de la experiencia y existencia individual; pero la discusión tendrá cierto carácter preliminar hasta que encuentre su raison d’être en la discusión sobre la historia. Así, el estudio presente, aunque muy a duras penas valga como un cuen-to, ilustra una de las más importantes características del tiempo vivi-do, de la narrativa y de la historia en sí misma que habremos de des-cubrir a lo largo del camino: a saber, que únicamente desde la perspectiva del final es que el principio y el medio cobran sentido.

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Las siguientes puntualizaciones han sido pensadas para presentar el siguiente estudio estableciendo las cuestiones básicas y situándo-las en relación con otros problemas filosóficos y métodos. Para orien-tar posteriormente al lector, es necesario en este momento decir al-gunas palabras acerca de algunos trabajos anteriores que se relacio-nan con el mío.

A fin de contribuir a la comprensión filosófica de la historia he di-cho que me dedicaré a hablar del relato y su relación con el tiempo histórico. La conexión entre relato e historia ha sido vivamente deba-tida entre los filósofos de habla inglesa y los historiadores desde me-diados de los sesenta, cuando las obras de W.B. Gallie, Morton White y Arthur Danto aparecieron más o menos simultáneamente.6 Los tres enfatizaban el papel de la narración en el trabajo de los historiadores y luego fueron criticados por algunos filósofos e historiadores por ha-

6 Monton White, Foundations of historical knowledge,New York, Harper & Row 1965; W.B. Gallie, Philosophy and historical understanding (London: Chato and Windows, 1964); Artur C. Danto, Analytical Philosophy of history (Cambridge: Cambridge Uni-versity Press, 1965)

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cerlo. Hacer tanto énfasis en la narración fue visto como una visión demasiado ‘literaria’ de una disciplina que buscaba ser objetiva y científica.7 La concepción narrativa de la historia fue defendida con ardor frente a esos ataques por el historiador J.H.Hexter y el filósofo Louis Mink.8

El estudio literario de la narración tiene por cierto una larga data, con significativos asirtes en los últimos tiempos. Los trabajos de Way-ne Booth y Kenneth Burke, Robert Scholes y Robert Kellog, y espe-cialmente de Frank Kermode se ven como clásicos del criticismo an-gloamericano.9 El trabajo del canadiense Northrop Frye se concentra fuertemente sobre la estructura narrativa.10 Y el surgimiento de la teoría literaria estructuralista francesa en los últimos veinte años ha puesto también un fuerte énfasis en la narración. Construyendo sobre el trabajo previo de los lingüistas del este de Europa, como Vladimir Propp y Roman Jackobson, los teóricos franceses, principalmente Ro-land Barthes y A.J. Greimas, y Claude Bermond, han hecho también aportes significativos acerca de la estructura narrativa.11

Estas dos líneas de desarrollo, filosofía de la historia y teoría de la literatura corrían paralelas, sin mucha influencia recíproca, hasta la aparición de la obra de Hayden White Metahistory, de 1973.12 Este li-bro extremadamente influyente, cuyo autor no es ni un filósofo ni un crítico literario entrenado sino un historiador de las ideas, se inspira en el análisis de las narrativas literarias, especialmente el de los es-tructuralistas y el de Northrop Frye, y lo aplica en detalle a los traba-jos de los historiadores clásicos y filósofos de la historia del siglo XIX. Como podía esperarse, el libro de White fue controvertido,13 pero en general sirvió de apoyo para filósofos –como Gallie y Mink- que enfati-zaban en carácter narrativo de la escritura de la historia, dándoles a la vez respaldo teórico y multitud de ejemplos. Algo similar ha sucedi-do con el reciente libro de Paul Ricoeur.14 El filósofo francés se apoya en su propio trabajo acerca del lenguaje, especialmente el lenguaje

7 Ver Maurice Mandelbaum, ‘A note of history as narrative’ en History and Theory, VI (1967): 416-417, y Leon Goldstein, Historical Knowing (Austin: University of Texas Press, 1976) , especialmente la introducción.8 J.H. Hexter, The history prmer, (New York, Basic Books, 1971); Louis O. Mink, ‘His-tory and fiction as modes of comprehension’, en New Literary History, 1, (1970: 541-58)9 Wyne Booth, The rhetoric of fiction (Chicago, University of Chicago Press, 1961), Kenneth Burke, A Grammar of motives (New York: Meridian Books, 1962); Robert Scholes & Robert Kellog, The nature of narrative (New York, Oxford University Press, 1966); Frank Kermode, The sense of an ending (Oxford University Press, 1968)10 Northop Frye, The anatomy of criticism (Pinceton, Princeton University Press, 1957)11 Roland Barthes, ‘Introduction à l’analyse structurale des récits’ en Communica-tions, Nº 8, (1966), 1-27; Claude Bremond, Logyque du récit, Paris: Seuil, 1973; A.J. Greimas, Sémantique structurale (Paris : Larousse, 1966) 12 Hayden White, Metahistory (Baltimore: John Hopkins University Press, 1973)13 Ver History and Theory, Nº 4, Beiheft 19: Metahistory, six critics (Middletown: Weslyan University Press, 1980)14 Paul Ricoeur, Temps et Récit, I (Paris: Seuil 1983). Hay una traducción inglesa… Desde entonces se han publicado dos volúmenes más Temps et récit II La configu-ration du récit (Paris: Seuil 1984) y Temps et récit III, Le temps raconté (Paris, Seuil 1985)

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literario, y en su amplio conocimiento tanto de la filosofía analítica de la acción como de la historia para poder defender con mucha fuerza el carácter narrativo de la historia. Al igual que White, Ricoeur aplica su teoría al trabajo de los historiadores; sin embargo, con audacia, no aplica su teoría a los historiadores clásicos sino a los más recientes de la escuela francesa de los Annales; en otras palabras, a aquellos historiadores cuyo trabajo parece ser y así se autoproclama, de ca-rácter no narrativo. Ricoeur sostiene que en una forma soslayada, la estructura narrativa está presente aún en esas obras.

Juntando esta breve reseña con lo que fue dicho al principio de es-ta introducción, debería ser fácil de apreciar la relación entre estos trabajos y el presente proyecto. El foco de esos estudios sobre narra-ción, sea en historia o en literatura, ha sido la obra escrita (libros, no-velas, artículos) en los cuales un relato (story) es contado ya sea acerca del pasado o de acontecimientos de ficción. Seguramente, en muchos casos se habrá preguntado (aunque los estructuralistas no lo consideran apropiado) acerca de cómo el autor construyó su relato, de manera que el foco cambia desde el texto al acto de creación del autor. Muchos de esos estudios, además –aunque nuevamente no pa-ra los estructuralistas- se interesan en la relación entre la narración y los acontecimientos que describe. En el centro de la atención, y la ocasión para ello, está el relato como un texto.

Los filósofos de la historia ‘narrativistas’ como Mink y H. White han sido duramente criticados, en especial por Maurice Mandelbaum y Leon Goldstein,15 por perder la esencia de la historia al favorecer su presentación literaria por sobre el duro trabajo de descubrimiento, explicación, valoración de fuentes, etc., que está por detrás de ella. La historia, dicen esos críticos, no es un género literario sino una in-vestigación disciplinar cuyo propósito es el conocimiento. La narra-ción es meramente el camino –ciertamente el único- por el cual sus resultados pueden ser puestos en palabras para su consumo público.

Mi propia respuesta al análisis narrativo de la historia es similar, pero con una importante diferencia, como puede esperarse a partir de lo que he dicho anteriormente. Yo también quiero cambiar el foco hacia atrás desde los productos literarios, pero no hacia el acto crea-tivo del autor ni hacia el procedimiento científico del historiador. Por el contrario, mi foco está más allá aún de este último, y apunta a la experiencia histórica que está detrás y precede a ambos [tipos de re-lato].

El cambio de foco que estoy proponiendo no constituye una crítica de los narrativistas como la de Mandelbaum y Goldstein. De hecho, lo que haré sirve de respuesta a las objeciones de esos criticos. Si estoy en lo cierto al pensar que la estructura narrativa permea nuestra real experiencia del tiempo y de la existencia social, independiente del hecho que podamos contemplar el pasado como historiadores, enton-ces tendremos una manera responder a la acusación de que la narra-tiva no es más que una vidriera o una envoltura, algo secundario en nuestro conocimiento del pasado.

15 Ver las obras de Mandelbaun y Goldstein citadas más arriba.

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Aquí vamos contra una curiosa resistencia de parte de los narrati-vistas, o al menos de algunos de los más fuertes entre ellos, de ver que la narración no es más que una estructura literaria. Esta resisten-cia se hace evidente cuando estos teóricos consideran la capacidad de las narraciones de representar los acontecimientos del pasado.

En ‘La forma narrativa como un instrumento cognitivo’,16 Louis Mi-nk habla de nuestra ‘presuposición implícita’17 respecto de lo que los relatos históricos nos cuentan acerca de lo que realmente sucedió, en el sentido de que se trata de una historia verdadera pero ‘incontada’ hasta ahora, esperando a serlo [algún día].18 Este es el principal ele-mento, dice, para distinguir el relato histórico del ficcional. Pero la es-tructura narrativa, particularmente el cierre de una secuencia de acontecimientos provista por el comienzo, el medio y el fin de un re-lato, es una estructura derivada del relato, y no de los acontecimien-tos relatados. Aún si esos ‘acontecimientos’, como realmente aconte-cidos en el pasado, se vuelven congnitivamente dudosos cuando nos damos cuenta de que ‘no podemos referir a acontecimientos como tales, sino solamente a acontecimientos bajo descripción’19 y que la descripción es una función de la construcción de la narración de acontecimientos. Pero, ‘la forma narrativa en historia, como en la fic-ción, es un artificio, es el producto de la imaginación de un indivi-duo.’20 De esta forma, la narración histórica se nos presenta como un dilema: ‘en tanto histórica, reclama estar representando, a través de su forma, parte de la complejidad real del pasado, pero como narrati-va es el producto de una construcción imaginativa que no puede de-fender su pretensión de verdad por ningún procedimiento aceptado de argumentación o de autentificación’.21

En cuanto al pasado, ‘de hecho no puede haber de ninguna mane-ra historias no contadas, porque no puede haber conocimiento no co-nocido [por nadie]. Puede haber solamente hechos que no han sido aún descritos en el contexto de una forma narrativa’.22 Como dice en otro ensayo: ‘los relatos no son vividos sino contados. La vida no tie-ne comienzo, medio y fin… las cualidades narrativas se transfieren del arte a la vida.’23

Mink está diciendo entonces que la narración es esencialmente in-capaz de representar ‘la vida’ (los acontecimientos y acciones del pa-sado) a causa de la forma narrativa en sí misma. Esta forma es ‘el producto de de la imaginación del individuo’ que surge del acto de contar del historiador y no tiene que ver con los acontecimientos na-rrados. La narración impone a los acontecimientos del pasado una forma que ellos no tienen por sí mismos.

16 Louis O. Mink, ‘Narrative form as congnitive instrument’ en The writing of history (ed. R.H. Canary y H Kozicki, (Madison, University of Wisconsin Press, 1978)17 Ibid, p. 14718 Ibid, p. 14319 Ibid, p. 14520 Ibid21 Ibid22 Ibid, p. 14723 Mink, ‘History and fiction as modes of comprehension’ p. 557-58

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Hay alguna ironía en el hecho de que Mink llegue a esta conclu-sión, desde que en principio parece continuar una tradición cuyo pro-pósito era defender las pretensiones congnitivas de la historia tradi-cional, de la historia narrativa. El análisis positivista del conocimiento histórico llevado a cabo por Carl Hempel24 sugiere que la historia se podría convertir en un respetable cuerpo de conocimiento si tan solo rechazara su forma vaga y ‘literaria’ y se volcara a las explicaciones causales rigurosas, asumiendo de esta manera la forma de las cien-cias naturales. En otras palabras, era la forma del discurso histórico (típicamente narrativo) lo que le impedía ser un conocimiento genui-no del pasado. William Dray, basándose en el trabajo de R.G.Colli-nwood (y ayudado por los trabajos posteriores de Wittgenstein sobre el pluralismo de los juegos de lenguaje) sostuvo que se podía asumir que la historia empleaba sus propios modos de explicación, principal-mente reconstruyendo las razones más que estableciendo las causas de la acción humana.25 Los ‘narrativistas’ de los sesentas refinaron un poco más esta idea de la autonomía de la historia frente a las cien-cias naturales, enfatizando la actividad de la construcción del relato. Al hablar del relato histórico como un ‘modo de comprensión’ y como ‘un instrumento cognitivo’ Mink parece estar siguiendo la misma lí-nea. Al final, sin embargo, parece al menos sugerir la misma conclu-sión de los positivistas. La misma forma del discurso histórico mina sus pretensiones epistémicas.

Si Mink muestra algún rechazo a llegar a conclusiones tan escépti-cas, Hayden White las abraza calurosamente. Como Mink, plantea la cuestión de la capacidad de la narración para representar: en un re-ciente artículo se pregunta por ‘el valor de la narratividad en la repre-sentación de la realidad’26, y concluye en esencia que el valor es nu-lo. Desarrollando ideas que estaban implícitas pero no directamente dichas en Metahistoria, expresa su punto de vista en una serie de preguntas: ‘¿Qué deseo está realizado, gratificado’, pregunta ‘en la fantasía de que los acontecimientos reales están apropiadamente re-presentados cuando ostentan la coherencia formal de un relato?’27

‘¿El mundo se presenta a sí mismo a la percepción en la forma de re-latos bien hechos….? ¿O se presenta más bien en la forma que sugie-ren los anales y las crónicas, tanto como una mera secuencia sin principio ni fin, tanto en secuencias de principios que solo terminan, pero que nunca concluyen?’28 Para White la respuesta es clara: ‘La noción de secuencia de acontecimientos reales posee los atributos formales de los relatos que contamos acerca de acontecimientos ima-ginarios cuyo origen es solamente el deseo, los sueños, las fantasías’. Son solamente las crónicas y los anales los que nos ofrecen ‘ejemplos 24 Carl G. Hempel, ‘the function of general laws in history’ The journal of philosophy (1942) y Explanation in science and history en Frontiers of science and philosophy, Ed. R. Colodmy (Pittsburg, Pittsburg University Press, 1962)25 William Dray, ‘The historical explanation of actions reconsidered’ en Philosophy and history, Ed. S. Hook (New York, New York University Press, 1963)26 Hayden White ‘The value of narrativity in the representation of reality’ en On nar-rative, ed. W.J.T.Mitchell (Chicago: University of Chicago Press, 1981)27 Ibid, p.428 Ibid, p.23

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de las maneras en que la realidad se nos ofrece a la percepción’.29 En un comentario del trabajo que he estado citando, Mink resume la pos-tura de White en tres puntos: ‘(1) que el mundo no se nos ofrece en forma de relatos bien hechos. (2) que nosotros hacemos los relatos, (3) que los ofrecemos referencialmente, imaginando que en ellos el mundo habla por si mismo’ (es decir, que cuentan la historia no con-tada, según la anterior expresión de Mink); y Mink dice que ‘acuerda completamente’ con estos tres puntos.30 Luego, no estaría de acuer-do con un cuarto punto relativo al motivo de la construcción de los relatos. White piensa que el motivo es el establecimiento de una ‘au-toridad moral’, mientras que Mink insiste en un motivo cognitivo. Pe-ro hay un desacuerdo más profundo del que Mink no da cuenta. Mink ubica expresamente el origen de la narración en la ‘imaginación del individuo’ o del autor, en tanto White, como ya citamos, lo rastrea en los deseos y en los sueños. Esto puede parecer una sutil diferencia, pero el punto está en el tipo de acto ‘creativo’ y consciente que su-giere Mink. Esto liga con la teoría anterior de White, en Metahistory y en artículos escritos en la misma época.31, según la cual los historia-dores se basan en ‘plot-structures’ identificadas por Northorp Frye como novela, comedia, tragedia y sátira. Pero por supuesto no lo ha-cen conscientemente, sino que se piensan a sí mismos wie es eigen-tlich gewesen [lo que realmente pasó]; de hecho, niegan vehemente-mente esta inspiración literaria. Estas ‘plot-structures’ son simple-mente ‘reglas para la construcción de relatos culturalmente provis-tas’32 en la cultura occidental y los escritores las toman sin darse cuenta de que lo hacen.

Así cuando Mink afirma que él y White sostienen que ‘nosotros ha-cemos los relatos’ puede estar descuidando una diferencia de opinión justamente en quienes somos nosotros y en lo que quiere decir hace-mos. Tendremos ocasión de volver sobre este asunto. Para nuestros propósitos actuales, sin embargo, es más importante señalar aquello en lo que están de acuerdo: el relato, como un artefacto literario pro-ducido por los historiadores otorga a la realidad del pasado una es-tructura narrativa que el pasado no tiene ‘realmente’.

El hecho de que tanto Mink como White hayan analizado la historia es esta dirección escéptica, da cuenta de la importancia que tiene para ambos el paralelismo entre la historia y la narración ficcional. Y si miramos hacia algunos de los estudios más influyentes en materia de narrativa literaria mencionados, encontraremos evidencia del mis-mo tipo de preocupación por la relación entre la narración y el mundo real. Seguramente, las historias de ficción no representan la realidad porque por definición muestran algo que nunca sucedió. Pero a me-nudo se piensa que estos relatos pueden ser como la vida precisa-mente en virtud de su forma. Es decir que son capaces de represen-

29 Ibid.30 Mink, ‘Everyman his or her analyst’ en ibid, p.23831 Ver White, Metahistory, p. 78 y The structure of historical narrative’, Clio I, 1972: 5-1932 White, ‘The structure of historical narrative’, p. 17

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tar la manera en que ciertos acontecimientos, si hubieran sucedido, podían haberse desarrollado.

Pero atribuir coherencia narrativa a los acontecimientos reales es, de acuerdo con algunos teóricos, como mucho, pura fantasía. Como F.Kermode dice en The Sense of and Ending, ‘al darle sentido al mun-do sentimos la necesidad de experimentar la concordancia de un co-mienzo, un medio y un fin, que es la esencia de nuestras ficciones ex-plicatorias…’33 Sin embargo sostiene que esas ficciones ‘degeneran’ en ‘mitos’ en tanto creemos en ellas o atribuimos sus propiedades narrativas a lo real, en tanto “ya no somos conscientes de que son ficticias’.34 De la misma manera que sucede para los estructuralistas, generalmente no se habla mucho de la relación entre el texto y el mundo, ya sea por razones metodológicas, ya porque el mundo real es pensado como de tal manera inestructurado que es totalmente in-capaz de ser dicho. Aparentemente esta última manera de ver las co-sas pude motivar el principio metodológico, si consideramos las po-cas puntualizaciones que hay acerca de la relación entre la narración y el mundo. Seymour Chatman, en su valiosa presentación de las teo-rías estructuralistas de la narración, también habla de una estructura de comienzo-medio-fin, e insiste que esta estructura se aplica ‘a la narrativa, a los acontecimientos contados (story-events) como algo imitado, más que como acciones en sí mismos, simplemente porque esos términos no tienen sentido en el mundo real’.35 En esto hace eco de su principal mentor, Roland Barthes. En su influyente ‘Introduction à l’analyse structurale des récits’ Barthes dice que ‘el arte no conoce lo estático’; es decir que un relato siempre tiene lugar dentro de una estructura en tanto lo extraño ha sido eliminado, y que este arte di-fiere de la ‘vida’ en la cual todo son mensajes entreverados (scram-bled messages, communications brouillées).36 De esta manera Bar-thes evoca la vieja cuestión de la relación del arte con la vida en rela-ción al relato, como lo hace Mink, y llega a la misma conclusión: uno es esencialmente incapaz de ‘representar’ a la otra.

Hemos sostenido que Paul Ricoeur estudia conjuntamente la narra-tiva literaria y la filosofía analítica de la historia, y que en Temps et Récit presenta una compleja teoría de la narración que al comienzo se supone neutral respecto de la distinción entre historia y ficción. También para Ricoeur el problema de la representación tiene una im-portancia capital. De hecho, lo ve como el concepto clave al dar cuenta de la idea de Mimesis, tomada de la Poética de Aristóteles.

Al principio, la teoría de Ricoeur parece ir contra el énfasis que en-contramos en otros dando cuenta de la discontinuidad entre el relato y el ‘mundo real’. En sus estudios acerca del lenguaje y la literatura, Ricoeur ha luchado largamente contra la negación estructuralista de una conexión entre el texto y el mundo. En Temps et Récit, ubica al aspecto estructural o ‘configuracional’ de la narrativa en un lugar

33 Kermode, p. 35-3634 Ibid, p. 3935 Seymour Chatman, Story and discourse (Itaca: Cornely University Press, 1978), p. 4736 Barthes, Introduction à l’ analyse… p. 7

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central, e insiste en situarlo en relación al mundo de la acción huma-na en el cual él se basa, y sobre el cual tiene efectos al ser leído y apreciado.

Es por esta razón que Ricoeur mantiene el término mimesis, aun-que se niega a traducirlo como ‘representación’ (o ‘imitación’), en tanto cree que la relación entre el relato y el mundo es mucho más compleja que lo que la traducción habitual sugiere. Al hacerlo se re-vela mucho más cercano a Mink, a White y a los estructuralistas, de lo que podía aparecer en un principio. No va tan lejos como para de-cir que el mundo de la acción es simplemente caótico, sosteniendo en cambio que tiene una estructura ‘pre-narrativa’37 de los elementos que toman por sí mismos ciertas configuraciones narrativas. Mencio-na en particular la ‘red conceptual’ provista por la ‘semántica de la acción’38 La literatura, dice, ‘vient configurer ce qui, dans l’action hu-maine, déjà figure’ [viene a configurar aquello que en la acción hu-mana ya figura]39

Pero esta pre-figuración no es en sí misma estructura narrativa, y pone al resguardo de lo que Ricoeur parece ver como una especie de desorden estructural ligado a la experiencia del tiempo, que es en sí misma ‘confusa, sin forma, y en último término, muda’.40 A partir del estudio de las Confesiones de San Agustín, concluye que la experien-cia del tiempo está esencialmente caracterizada por la ‘discordancia’. La literatura, en forma narrativa, da concordancia a esta ‘aporía’ por medio de la invención de una trama (plot). El relato es la ‘síntesis de lo heterogéneo’ en la cual los elementos dispares del mundo humano –‘agentes, propósitos, medios, interacciones, circunstancias, resulta-dos inesperados, etc.’41- se ponen juntos y se armonizan. Como la metáfora, a la que Ricoeur dedicó otro estudio, el relato es una ‘inno-vación semántica’ en la cual algo nuevo el aportado al mundo por medio del lenguaje.42 En lugar de describir el mundo, lo re-describe. La metáfora, dice, tiene la capacidad de ver ‘como si’.43 El relato nos abre el ‘mundo del como si’.44

Por lo tanto, a fin de cuentas para Ricoeur la estructura narrativa es una forma extraña al ‘mundo real’ como lo es para otros autores que hemos estado comentando. Ricoeur se hace eco de Mink, White y otros, cuando dice: ‘Las ideas de comienzo, medio y final no provie-nen de nuestra experiencia: no pertenecen a la acción real sino que son efectos del ordenamiento poético.’45 Si el papel del relato es in-troducir algo nuevo en el mundo, y lo que introduce es la síntesis de lo heterogéneo, entonces presumiblemente le da a los acontecimien-tos del mundo una forma que de otra forma no hubieran tenido. Un

37 Ricoeur, p.11338 Ibid, p.8839 Ibid, p. 10040 Ibid, p. 1341 Ibid, p. 10242 Ibid, p. 11. Ver Ricoeur, La métaphore vive, (Paris : Seuil 1975)43 Temps et Récit, p. 13, Ver La métaphore vive, p. 305-2144 Temps et Récit, p, 10145 Ibid, p.67

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relato redescribe el mundo, es decir, lo describe como si fuera así aquello que presumiblemente no lo es.46

Esta breve reseña de una de las recientes miradas sobre la narra-ción muestra que no solamente la estructura narrativa está siendo considerada como una característica estrictamente de los trabajos li-terarios e históricos, sino también como lo hemos dicho, que tal es-tructura es vista como algo que pertenece solo a ese tipo de trabajos. Los diversos abordajes del problema de la representación revelan que los relatos o historias son considerados como ajenos, como for-mas separadas del mundo real que ellos dicen describir en razón de la misma forma narrativa. De esto se sigue que el relato de ficción no puede, por razones estructurales, ser realmente ‘como la vida’ y que la historia y otros relatos no de ficción, como biografías, periodismo, etc., deben imponer a sus objetos una forma que no tienen. En la me-jor opción, la narrativización engalana la realidad, reflejando nuestra necesidad de satisfacer la coherencia, y si realmente lo creemos, de-riva de la imaginación. Es un ‘escape’ de la realidad. En la peor op-ción, (y esta es una idea llevada adelante por Barthes y tomada de H.White47) el relato trata de transmitir una visión moral del mundo respecto de los intereses de poder y manipulación.

Mi punto de vista es que mientras que estos teóricos han hecho muchas contribuciones para nuestra comprensión del relato, han des-atendido la relación con el ‘mundo real’. Al enfatizar la discontinuidad entre el ‘arte’ y la ‘vida’ en el relato, no solo han dejado afuera la re-lación sino que han contribuido a la incomprensión de ambos térmi-nos, especialmente el segundo.

Como he dicho anteriormente, enfatizaré la continuidad entre el re-lato y la vida cotidiana, pero mi trabajo no será acerca de cómo los relatos histórico y literario ‘representan’ [la vida]. En su lugar, empe-zaré por des-cubrir las características narrativas de la experiencia y de la acción cotidianas. Si logro mostrar una cierta comunidad de for-ma entre ‘la vida’ y los relatos escritos, mi trabajo tendrá algunas im-plicaciones en relación al problema de la representación, aunque esta no es mi preocupación inicial. En la medida en que analizo el relato como un todo, en su forma literaria estaré enfatizando el hecho de que surge de y está prefigurado en algunas características de la vida, acción y comunicación. Los relatos históricos y de ficción revelarán que no son en sí mismos distorsiones, negaciones o escapes de la realidad, sino extensiones y configuraciones de sus características primarias.

En mi revisión de las teorías que enfatizan la discontinuidad entre el relato y la realidad he presentado los puntos de vista de algunos de los más fuertes y más influyentes pensadores de la más reciente teoría literaria y filosofía de la historia. Aunque la mirada discontinuis-ta predomina, hay otras voces. Una de las más elocuentes es la de la crítica literaria Bárbara Hardy, quien sostiene que ‘el relato, como la

46 Por un análisis más extenso de Temps et Récit vol I, ver mi trabajo en History and Theory, Nº XXIII: 3 (1984) 357-7047 Ver especialmente el ensayo de Barthes ‘Historical discourse’ en Introduction to structuralism, Ed. Michael Lane (New York, Basic Books, 1970) p. 145-55

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lírica o la danza, no tiene que ser visto como una invención estética utilizada por los artistas para controlar, manipular y ordenar la expe-riencia, sino como un acto primario de la mente transferido del arte hacia la vida. La novela simplemente intensifica, aísla y analiza los gestos narrativos de la conciencia humana.’48 El historiador Peter Muntz, en The shapes of time, también ha puntualizado la continui-dad entre el relato y la vida cotidiana.49 El filósofo alemán Wilhem Schapp, un fenomenólogo renegado que escribió en los 50, presenta la idea (In Geschichten Verstrickt) de haber encontrado en los relatos la clave de toda la existencia humana, y mucho más50. Un capítulo del libro de Alasdair MacIntyre After Virtue, está dedicado a la estruc-tura narrativa de la existencia humana.51 Una de las más detalladas y explícitas defensas de la tesis de la continuidad puede ser encontra-da en The dialectic of action, de Friederick Olafson.52 Yo he hecho un uso agradecido de esos trabajos, algunos de los cuales aparecieron cuando empecé este proyecto. Naturalmente, espero superarlos. En-cuentro que cada uno pone énfasis en una parte diferente de la que yo estoy tratando de mostrar como el fenómeno principal. Ninguno de ellos, desde mi punto de vista, llega a hacer justicia a la dimensión social del relato que es necesaria para la total comprensión de la his-toria.

Una última anotación: debo admitir que mi procedimiento puede parecer metodológicamente sospechoso. Deseo mostrar que este sto-ry-telling surge en su totalidad de la vida. El peligro con todos los ‘modelos’ es que su utilización distorsiona al objeto que desea ilumi-nar. Puedo solamente dejar al lector decidir si he aplicado este mode-lo juiciosamente y de forma apropiada.

48 Barbara Hardy, ‘Towards a poetic of fiction, an approach through narrative’ en Novel, II, 1968, p.549 Peter Muntz, The Shapes of time, (Middletown, Weslyan University Press, 1977)50 Wilhem Schapp. In Geschichten Verstrickt (2º ed.) (Wiesbaden: B Heimann, 1976), una 3º ed ha sido publicada recientemente por Vittorio Kosterman, Frankfort 1985, con prólogo de Hermann Lübbe51Alasdair MacIntyre, After virtue (Notre Dame, University of Notre Dame Press, 198152 Frederick A. Olafson, The dialectic of action (Chicago, University of Chicago Press, 1979).

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