CruzRevueltas Estado y Nacionalismo Tras Gellner

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  • 7/30/2019 CruzRevueltas Estado y Nacionalismo Tras Gellner

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    COMENTARIO DE LIBROS

    ESTADO Y NACIONALISMOTRAS GELLNER,

    EVALUACIN DE SU TEORA1

    Nac ven eciano y si qu iere Dios, morir italianoH IPLITO NIEVO

    Ya ten emos Italia: ahora hay que crear italianosMASSIMO D'AZEGLIO, 18702

    El 5 de noviembre de 1995 muri en Praga el filsofo y antro-plogo Ernest Gellner. Este regreso final a la ciudad de su in-

    fancia, simboliza bien la compleja relacin que mantuvo consus orgenes y, en cierta forma, la orientacin general de suobra. Ydigo bien orgenes en plural, pues nacido en Pars,Gellner vivi siempre transitando Estados y fronteras o, comol mismo dijera alguna vez, al filo de muchos nacionalismos.Emigrado a Gran Bretaa alrededor de los aos treinta, aligual que otros grandes intelectuales centroeuropeos co-mo Friedrich A. Hayek, Karl Popper , Ludwig Wittgen stein,

    Eric J. Hobsbawm, en tre otros, Gellner no fue ajeno a lasintensas convulsiones de la historia del siglo XX en la zona queotrora ocupara el imperio austro-hngaro.3 En su caso, ade-ms de testimoniar el apogeo del nazismo y, luego la divisin

    H M ex, LIII: 2, 2003 541

    1 Sobre el libro de John A. HALL: Estado y Nacin : Ern est Gelln er y la teoradel na cion alismo. Madrid: Cambridge Un iversity Press, 2000, 415 pp . ISBN84-8323-084-4.

    2

    Primera sesin del Parlamento del Reino de Italia, E. LATHAM: Fa-m ou s Sayin g and T heir A u thors. Detroit, 1970. Citado por Eric HOBSBAWM:N ation s et n ati on ali sm e, depu is 1 7 8 0 . Pars: Gallimard, p . 62.

    3 Respecto a la particularidad del caso de Wittgenstein vase JuanCristbal CRUZ:L a in certidu m bre de la m odern id ad. Mxico: Publicacion esCruz O., 2002.

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    de Europa, tambin vera la cada del muro de Berln. De es-ta forma, para el joven soldado que al final de la segunda gue-

    rra mundial entrara con el ejrcito britnico a Praga, Estadoy nacionalismo seran temas recurrentes e ineludibles a lo lar-go de su vida.

    Hoy parece eviden te que la histor ia de los dos ltimos si-glos no se puede en tender sin hacer referencia a las nocio-nes centrales de nacin y nacionalismo. Sin embargo, es denotar, como lo ha subrayado Eric Hobsbawn, que durante esemismo periodo se ha escrito relativamente poco sobre ellas.

    Esto que en general parece un paradjico olvido, fue ungesto comprensible en los aos inmediatamente posterioresa la noche y a las brumas (Gellner) del nacional-socialis-mo y de los nacion alismos afines. Pero tambin se explica,de manera complementaria, por el discurso que fundabala legitimidad de los Estados triunfantes. En efecto, en losaos en que Gellner empez su vida universitaria, la granutopa final que domina el imaginario poltico de las dos

    superpotencias al menos en sus pretensiones abierta-mente declaradas era aqulla de una sociedad mundial porfin liberada de las divisiones y de las grandes pasiones po-lticas. Una utopa resultante, como dijera nuestro autor,de una mezcla curiosa de anarquismo y comunalismo pan -humano.4 Esta convergencia se explica fcilmente, pues almenos en sus versiones ms conocidas, tanto el marxismocomo el liberalismo han mantenido en su horizonte inte-

    lectual la idea de una human idad consumada en su ltimoestadio, en una gran sociedad de individuos. Desde el teri-co de El Ca pital, Karl Marx, hasta el profesor Fran cis Fuku-yama se mantiene constante la creencia de que la Historiacon H mayscula debe desembocar en el advenimiento deun a sociedad en la que cada uno estar por fin a salvo de lasviejas formas de alineacin y violencia del mundo prehist-rico. El fin de la lucha de clases o, en su caso, el progresivo

    e inexorable triunfo de las virtudes temperantes del douxcommerce vendrn a poner un trmino definitivo al naciona-

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    4 Ernest GELLNER: Encuentros con el nacionalismo. Madrid: Alianza edi-tor ial, 1995, p. 23.

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    lismo y dems pasiones violentas e irracionales. Una vez li-berado para siempre de los conflictos militares, de la violen-

    cia social y de otras aberraciones propiciadas por el ms frode los monstruos (Nietzsche) , el Estado; una vez que el go-bierno de las personas sea remplazado por la administracinde cosas; el individuo podr dedicarse por fin pacficamen-te a sus verdaderos intereses y a su B ild u n g personal.

    En las guerras mundiales, luego en las luchas anticolonia-listas y, paradjicamente, tambin en las divisiones adminis-trativas de la burocrtica URSS, nacin y nacionalismo haban

    sido d ivisas invocadas constantemente, y, en realidad, nadielas ignoraba. El consenso ideolgico explica por qu entre lospen sadores ms en boga de la poca, pareca que nadie lespredijera en esos das un futuro.5 Dentro de esta atmsfera,no slo la concepcin de nacin, tan vieja como la histo-ria, segn la clebre expresin de Walter Bagehot, o eternay, en su caso, biolgica, sostenida en su tiempo por MauriceBarre, sino tambin las ideas mismas de nacin y nacionalis-

    mo parecan arcasmos destinados al basurero de la historia.Sobre todo cuando, como lo afirmara Hans Kohn en 1945, laiden tidad de occidente pareca definirse por la fe en la un i-dad humana y en el valor del individuo, en tanto que el Esta-do y su corolario el nacionalismo parecan haber revelado suplena coherencia en el apocalipsis del nazismo y en la nega-cin de dichas creencias.6

    Como todos sabemos, el pensamien to social liberal de

    Occidente y el marxismo tienen al menos el punto de uninde h aber cometido el mismo error: ambos subestimaron elvigor poltico del nacionalismo7 y, podemos aadir, des-cuidaron el fenmeno de la perseverancia de la figura delEstado. Ambas interpretaciones no sobrevivieron intactaslas ltimas dcadas del siglo pasado. El fin del sistema bi-polar mundial, y los dramticos conflictos que siguieronparticularmente en el este de Europa y frica hicieron

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    5 Isaiah BERLIN: The Bent Twig: A Note on Nation alism, en ForeignA ffa irs, 51 (oct. 1972).

    6 Hans KOHN: T he Idea of N ation alism . Nueva York: Macmillan, 1945.7 Ernest GELLNER: En cu en tros con el n acion alismo, 1995, p. 51.

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    que el bien o mal llamado retorno del nacionalismo sevolviera un tema dominan te en tre los observadores del es-

    pacio internacional. En lo que se refiere al plano ideolgicoy a la teora poltica, si para algunos la gran transforma-cin de 1889 haba producido un sentimiento de orfandady de desamparo intelectual, este vaco fue rpidamen te ocu-pado por el resurgimiento de temas como el republicanis-mo, el comunitarismo y, naturalmen te, por una animadadiscusin en torn o al nacionalismo y su relacin con la fi-gura del Estado. En este ltimo caso, el inters se justificaba

    por un atractivo suplementario: un conjunto de trabajosbrillantes e innovadores haba adelantado, por un a vez, elcambio de atmsfera y haba hecho notar la gran importan-cia del tema.

    En el mundo acadmico, la reaparicin de la discusinsobre el nacionalismo fue casi abrup ta. En las primeras d-cadas del siglo XX haban salido a la luz los trabajos de Carl-ton Hayes y Hans Kohn, los padres fun dadores gemelos

    (Ara Kemilinen).8

    Pero es, efectivamente, a partir depr incipios de los aos ochenta cuando diversos autores re-novaran el inters y los estudios en la materia. Es de notarque un significativo n mero de ellos eran entonces miem-bros de los medios acadmicos radicados en Gran Bretaa.De hecho, buen a parte de la discusin se entabla entre losmiembros de laL on don School of Econ om ics, al grado de quese le ha llegado a den ominar el debate LSE. Gracias a la

    fecun didad de dichos trabajos el avance ha sido tal que sepuede afirmar que pocas reas en el terren o del pensamien-to poltico de las ltimas dcadas, han experimentado unestudio tan intenso y un a evolucin comparable. Entre losautores que ms han aportado se puede mencionar a Be-nedict Anderson, Eric Hobsbwam, Miroslav Hroch, Teren-ce Ranger, Anthony D. Smith y, por supuesto, al mismoGellner.

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    8 En n uestros das algunos consideran sus obras como de importan-cia marginal. Vase, Eric HOBSBAWM:N ation s an d N ation alism sin ce 1 7 8 0 ,Program m e, M yth, Reality. Cambridge: Press Syndicate of the University ofCambridge, 1990. Se puede aadir, como lo hace Gellner: E. H. CARR:

    N a tion ali sm an d A ft er. Londres: Macmillan , 1954.

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    El libro de John A. Hall State of the Nation. Ernest Gellneran d the T heory of N ation alism ,9 corrobora la importancia que

    el pensamiento de Gellner ha tenido en el desarrollo de lasteoras modernas sobre n acin y nacionalismo. El ttulo eningls del libro de Hall, en un juego de palabras que inex-plicablemen te perd i la traduccin al espaol, subraya per-tinentemente que a diez aos de N ation an d N ation alism ,se antoja an difcil distinguir la evaluacin de la tesis deGellner sobre el nacionalismo y su papel en la creacin delEstado moderno, de la evaluacin general sobre el tema.

    Menos cuando se convoca, como felizmente lo hace Hall,a algunos de los mejores especialistas e interlocutores delpropio Gellner durante aos. Todo esto confiere un granatractivo y actualidad al libro de Hall, el cual discute la obrade Gellner siguiendo cuatro aspectos: la formacin de lateora, con textos de Roman Szporluk y Bren dan O'Leary;las crticas clsicas, con ensayos de Miroslav Hroch, TomNairn; los aspectos polticos, con debates en los que parti-

    cipan Mark Beisinger , Charles Taylor y Alfred Stefan; y lasimplicaciones generales con estudios de Chris Hann, DaleF. Eickelman y Rogers Brubaker.10 Con el fin de dar cuen-ta del debate, a continuacin combinar este esquema y laformulacin de Gellner. Es decir, para esclarecer mejorsu papel original en la gnesis del Estado moderno, valgacomenzar con la definicin n egativa del nacionalismo pro-puesta por Gellner.

    L o qu e n o es n acion alism o

    Con su caracterstica irona, nuestro autor afirma que el na-cionalismo sobre todo no es lo que dicen sus profetas, los

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    09 Joh n A. HALL: State of the N ation . Ern est Gellner an d th e T heory of N a-

    tionalism. Editado por John A. Hall. Cambridge, Gran Bretaa: Cambrid-ge Un iversity Press, 1999. En adelante me referir a la edicin en espa olJoh n A. HALL: Estad o y N acin . Madrid: Cambridge University Press, 2000.

    10 La primera versin de su teora apareci en el captulo 7 de su libroT hou ght and Chan ge. Londres: Weidenfeld and Nicolson , 1964; su libro N a-tion an d N ation alism . BLACKWELL, 1983, ofrece una versin ms amplia.

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    nacionalistas. La nacin no es ninguna realidad natural nievidente. A este respecto Gellner desarrolla una triple ar-

    gumentacin . En primer lugar, si se me permite apoyarmeen Nelson Goodman para interpretar a Gellner, una diri-gida a mostrar que la pregunta adecuada no consiste tantoen interrogarse qu es, sino cundo hay nacionalismo. Unasegun da estrategia consiste en demostrar la imposibilidadfctica de dar satisfaccin a todas las demandas polticas delconjunto de las naciones viables; con esto se enfatiza tam-bin el hecho de que la transformacin de un a poblacin

    dada en Estado-nacin es, al men os en el aspecto que de-fienden los nacionalistas, altamente contingen te. El terceraspecto consiste en mostrar el carcter ideolgico, pero nopor ello necesariamente sin importancia, del pensamien-to nacionalista.

    En lo que se refiere al primer aspecto, basta en efecto acu-dir a la histor ia para constatar la diversidad de las formas dela iden tidad poltica: desde la acfala nacin Neur (descri-

    ta por Evans-Pritchard) hasta las federaciones supranaciona-les, pasando por las ciudades-Estado y las diferentes figurasde imperio. Todo indica que la creencia en una nacin ahis-trica es slo la ilusin de quienes hacen uso de una nocinextremadamente amplia y por lo mismo en exceso vaga. Slobajo un tal uso abusivo del trmino puede el fantasma de lanacin aparecer as, sin mayor dificultad, en todas partes y entodas las pocas. Si se evita este error, nada permite pensar

    que haya un designio trascendente o un iversal que lleve a di-vidir a la humanidad en naciones, ni mucho menos que ellassean el nico soporte adecuado y legtimo de organizacinsocial. Que no se trata de realidades naturales lo confirma elhecho de que es difcil constatar en su gnesis la existenciade un vnculo lineal entre su supuesto remoto pasado y supresente. As a pesar de lo que pretenden los nacionalistas,el anecdtico lbum de memorias que muestra el progresivo

    paso a la edad adulta en la que por fin la nacin adquiere suinvestidura estatal, suele no ser muy convincente. En reali-dad, las naciones no tienen ombligo y, en sentido estricto, nopueden iden tificarse a partir de un continuum histrico. Tam-poco lo requieren . De aqu que, a diferencia de lo que de-

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    fiende, lo que se conoce como el paradigma primordialistay su teora de la bella durmiente, el nacionalismo no es el

    catalizador del despertar de un organismo dormido duran-te siglos, el regreso a alguna antigua edad de oro, o, segn laversin de los dioses oscuros, la resurreccin de fuerzasatvicas.

    El segundo punto de la argumentacin de Gellner consis-te en mostrar que la creencia de que el mundo es un jardnen que cada nacin florecer, implica ignorar que de entrelo que se puede considerar como las 8000 naciones con po-

    tencial poltico, muy pocas alcanzarn la escala de viabilidadnecesaria para convertirse en Estados. La explicacin es sim-ple: dada la relacin entre la limitada amplitud fsica de nues-tro planeta y la talla necesaria (geogrfica, demogrfica, etc.)para su viabilidad, aun tomando como referencia la medidade Islandia, muchas naciones son las llamadas y pocas sernlas elegidas y coronadas con un techo estatal. As, la idea delpresidente estadoun idense Woodrow Willson , segn la cual

    los conflictos se terminarn con la simple aplicacin del de-recho a la autodeterminacin nacional, se revela por demsingenua. A este respecto, vale la pena citar ampliamente aRoger Brubaker comentando a Gellner:

    Contra la ilusin arquitectnica, por tanto, contra la ilusin deque los conflictos nacionalistas son susceptibles de resolucinesencial a travs de la autodeterminacin, afirmo que existe

    una especie de teorema imposible: que los conflictos nacionalesson, en principio, irresolubles; que la nacin a los conceptosesencialmente impugnados; que el debate crnico es, pues,intrnseco a la poltica nacionalista, forma parte de su autn ticanaturaleza; y que la bsqueda de un a resolucin arquitectni-ca general de los conflictos nacionales resulta desorientadoraen principio y a menudo desastrosa en la prctica.11

    Regresando a nuestro autor y en lo concerniente al tercer

    aspecto, el de la natu raleza de la creen cia nacionalista, laestrategia de Gellner consiste en contrastar las pretensio-

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    11 Roger BRUNER: Mitos y equvocos en el estud io del nacionalismo,en HALL, 2000, p. 363.

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    nes del nacionalismo con sus efectos. De acuerdo con suanlisis, todo indica que en realidad el nacionalismo no ha-

    ce lo que pregona, no acta en vistas a la actualizacin deuna antigua edad dorada, sino como un proceso de ruptu-ra con el pasado. En efecto, el nacionalista hace lo con tra-rio de lo que dice hacer: no revive el pasado ni preserva lasviejas trad iciones y, generalmente, requiere inducir aunsi no siempre est conscien te de ello una buena dosis deolvido histrico para conseguir sus propsitos. Si el nacio-nalista no resucita a las naciones, las inven ta. Y, generalmen-

    te, lo hace sobre las ruinas de las identidades tradicionales.Ahora bien, Gellner interpreta esta con tradiccin entre eldiscurso y los efectos reales de la accin , no necesariamen-te como el resultado de un a manipulacin o conspiracinintelectual, sino en muchos casos como la expresin de unaverdadera falsa conciencia.

    Ahora bien , ms all del nacionalismo tradicional, algu-nos ter icos contemporneos insisten en la visin primor-

    dialista haciendo uso de herramientas intelectuales mssofisticadas. Entre stos se pueden distinguir al men os dosversiones. La primera sostiene que el nacionalismo debeentenderse como expresin de un imperativo biolgico,como lo p reten de la sociobiologa de Pierre van den Ber-ghe,12 la segunda consideran que respon de a un poderososentimiento o condicin an tropolgica insuperable, comoparece sugerirlo Clifford Geertz.13 Como veremos ms ade-

    lante, Gellner moviliza un a explicacin de tipo sociolgicocontra esta paradjica convergen cia naturalista de la so-ciobiologa y la antropologa que, a la manera de Hamlet,lleva a sus defensores a seguir obsesionados por la supues-ta eterna conspiracin del fantasma nacionalista.

    En el otro extremo, el hecho de que el nacionalismo n opueda explicarse a partir de un pr incipio ahistrico n i pa-rezca hacerlo a partir de un factor objetivo, lleva a algun os

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    12 Pierre van d en BERGHE: T he Ethn ic Phen om en on . Nueva York: Elsevier ,1979.

    13 Clifford GEERTZ: The Integrative Revolution: Primordial Senti-men ts and Civil Politics, en Old Societies an d N ew States: T he Qu est for M o-dernity in A sia an d A frica. Nueva York: Free Press, 1963.

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    a afirmar que no se trata sino de una simple (y desafortu-nada) contingencia histrica. Esto es, en efecto, lo que sos-

    tiene Elie Kedourie14

    quien insiste en el hecho de que elpobre sustento del nacionalismo hace que los defensoresde la existencia de las naciones siempre hayan recurrido aalgun a nocin vaga. Sea, por ejemplo, a la idea or iginadaen el romanticismo, de un espritu del pueblo; o a un sub-jetivismo colectivo, tal y como lo es su identificacin con unplebiscito cotidiano, como lo hace Ernest Renan. Esta l-tima figura no permite fundar unidades polticas; ni es, se-

    gn Kedourie, realizable (ignorando, curiosamente, queRenan no hace sino evocar una metfora que funcio-na) . A falta de mecanismos naturales o espon tneos, pasa-mos en el caso de Kedourie a una explicacin volun tarista:los estados buscan asegurar la adhesin de la poblacin ysu legitimidad cotidiana por medio de una constante tareade educacin y de adoctrinamiento de la voluntad colecti-va. Desde la infancia el poder poltico se emplea para inte-

    riorizar en sus miembros la idea de la existencia de unaidentidad nacional comn. Puesto que, inculcado por el Es-tado, el sentimiento nacional es, efectivamente, artificial.

    Ahora bien , si como afirma Kedourie se trata de un pu-ro instrumento de legitimacin, para dar una cabal cuentade la especificidad del nacionalismo se requiere ir un pasoms all en la explicacin. En efecto, el autor se apoya enla gran importancia que confiere, en un a particular forma,

    a la historia de las ideas. Kedourie considera que el nacio-nalismo se caracteriza por ser un a doctrina h istricamen tenovedosa de inicios del siglo XIX. Ahora bien, en nuestrosdas es de constatar que ella se encuen tra presente y amplia-men te adoptada en todo el mundo. Todo pareciera indicarque se est ante un caso de difusin epidmica de un a ideo-loga cuyo primer brote es necesario iden tificar. Segn sudiagnstico, ella no surge en los debates y tomas de posi-

    cin de los actores de la revolucin francesa, antes bien lacepa original se localiza en la filosofa poltica y, ms preci-samen te, en la obra de Kant. Es en efecto en el principio

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    14 Elie KEDOURIE:N ation alism . Londres: Hutch inson, 1961.

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    de autodeterminacin o de autonoma elaborado por Kantque Kedourie iden tifica el origen infeccioso, el germen de

    las doctrinas de Herder, Fichte y dems escritores en elque la nocin de autodeterminacin va a la par con la creen-cia en la diversidad de las naciones. A man era de una desa-fortunada enfermedad, el nacionalismo es en tendido aqucomo la consecuencia de ideas que nun ca requirieron serformuladas y aparecieron por un lamentable accidente.

    El pr imer reproche que Gellner h ace a Kedourie es el deconvertir a un filsofo universalista es decir, de la supe-

    racin de los contextos particulares, como lo es Kant, enun pen sador del arraigamiento nacionalista. En todo caso,Kedourie habra hecho mejor en evocar a Rousseau y no enbuscar en esa obra antpoda al pensamiento nacionalistaque es la obra de Kant. Gellner insiste en que si el naciona-lismo requ iere ser explicado por su relacin con el pensa-dor de Konigsberg, sera en todo caso como una reaccina su filosofa. Ahora bien, un punto decisivo que lo hace ale-

    jarse de Kedourie y que hace su teora al mismo tiempo au-daz y hasta cierto pun to dbil, es el hecho de que la visinde la historia de Gellner, como ya se ha adelantado, no damucha importan cia al papel de las ideas. El nacionalismono debe entenderse a partir de lo que dicen sus profetas:

    La tajante demarcacin del objetivo del sen timien to naciona-lista no es la obra de ninguna teora formal, no es producida

    por la acumulacin histrica de p remisas que apun tan en un adireccin determinada sino, al con trario, por situaciones so-ciales con cretas y prcticas.15

    Finalmente se debe descartar tambin la denominada teo-ra marxista del error postal, que supone que el mensajeque deba despertar a las clases fue entregado equivocada-mente a las naciones. La crtica a este ltimo enfoque se des-

    prende de la sntesis de las respuestas ya adelantas: el hechode que nacionalismo no es una necesidad universal no loconvierte en una simple contingencia histrica (el simple

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    15 E. GELLNER: En cu en tros con el n acion alismo, 1995, p. 83.

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    resultado de un error postal) . Dicho de otra manera, la his-toria no es la del eterno conflicto entre las naciones, pero

    tampoco lo es la lucha de clase. Esta discusin sobre quin esel verdadero actor de la historia deba surgir inevitablemen-te y suscita en el libro de Hall la discusin con los autores pro-venientes del pensamiento marxista, tal y como son RomanSzporluk y sobre todo Miroslav Hroch, cuya obra inaugurla nueva era del anlisis de los movimientos de liberacin na-cional16 ( la frase es de Hobsbawm y el subrayado mo) . Lasexplicaciones de estos autores tienden a coincidir en su afir-

    macin de que el nfasis no debe colocarse en las clases ni enla nacin, sino en la industrializacin. Es decir, tienden a con-verger con la teora de Gellner. Como lo seala RomanSzporluk, bien puede ser que los conflictos culturales y socia-les converjan, y combinados tengan una gran significacin enun momen to dado. Me parece, escribe por su parte Hroch,que nuestras aproximaciones a la cuestin bsica son coinci-den tes: nuestra idea compartida es que la formacin de la na-

    cin debe en tenderse y explicarse en el con texto de la grantransformacin social y cultural que acompa a la pocamoderna.17 Ahora bien, como lo indica el ttulo de su ensa-yo, Hroch no deja de deplorar que Gellner considere a lanacin como un mito y, con Szporluk, que nuestro autor des-dee la importancia de los movimientos sociales y de las ideasnacionalistas en la transformacin histrica (y, en realidad, po-demos agregar, de las ideas, tou t court) . Tienen razn, el fac-

    tor determinante de Gellner para explicar el nacionalismo esante todo ese momento histrico en el que surgen las exigen-cias del proceso de industrializacin .

    LA ERA DE LA ALTA CULTURA GENERALIZADA

    La propuesta de Gellner vino en tonces a ampliar el debate

    al defender que el nacionalismo no es un fsil vivo n i una

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    16 Eric HOBSBAWN:N ation s an d N ation alism sin ce 1 7 8 0 , 1990, p. 4.17 Mirolslav HROCH: Real y construida: la naturaleza de la Nacin,

    en HALL, 2000, p. 145.

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    simple contingencia, antes bien es un fenmen o inheren-te a la modernidad y, ms especficamente, a la industriali-

    zacin . Pero para en tender ahora el aspecto positivo de suinterpretacin , se debe subrayar que con el nacionalismose est ante un factor medular de la sociedad modern a, yaque se trata de un a respuesta a una exigencia constitutiva.Valga insistir, su teora del nacionalismo no se entiendesino a partir de una teora del Estado moderno y de la mo-dern idad en general. En particular del hecho de que a di-ferencia de las sociedades tradicionales, las industriales

    estn orientadas de manera constitutiva en vistas al aumen-to constante de sus capacidades cognoscitivas y tecnol-gicas. Ahora bien, la filosofa de Gellner defiende que elprogreso cientfico, tecnolgico e industrial, se apoya en ladifusin generalizada de un idioma estndar que a imagendel lenguaje matemtico es abstracto, formal, lgicamenteun itario, libre de contexto y, por ende, comunicable y eficaz.La consolidacin histrica de una tal comun idad de libre

    comunicacin cuyos modos de interaccin se caracterizanpor lo dems, por ser altamen te impersonales, se debe acom-paar de una profun da mutacin social. Ella no se puedeafirmar sin un a poblacin liberada de los roles rgidos de lasociedad tradicional y del antiguo monopolio de la escritu-ra y de la administracin de los smbolos por parte de unacasta o minora privilegiada. En lugar de la sociedad tra-dicional marcada por la divisin cultural y las barreras de

    comunicacin, con la industrializacin aparecer as unapoblacin con un alto grado de h omogeneidad cuyo den o-minador comn ser el dominio de lo que Gellner denomi-na un a alta cultura. Es decir, se conformar una poblacincaracterizada por la posesin de un alto y generalizadogrado educativo y por ende capaz de satisfacer los requeri-mientos de comunicacin y de intercambio de roles nece-sarios para la nueva sociedad industrial.

    Esta transformacin no se hace espontneamente, ella esfavorecida por la educacin difun dida y asegurada por el Es-tado. La instruccin pblica desempea un papel central, yaque la educacin es al mismo tiempo el instrumen to que per-mite al Estado crear la homogeneidad cultural necesaria para

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    la sociedad moderna, y el medio para los individuos de acce-so a la ciudadana. A este respecto, si en la modern idad las

    posiciones sociales no estn predeterminadas ni son inamo-vibles, y si tampoco son definidas por la capacidad de esfuer-zo fsico (por ejemplo para cazar o luchar) , la posicin socialde cada individuo estar directamente relacionada con ladestreza alcanzada por cada individuo en su dominio dela lengua oficial. Esta importancia conferida a la habilidadlingstica hace que, parafraseando a su no tan querido Wit-tgenstein (y en realidad al escritor Karl Kraus),18 Gellner afir-

    me que para el individuo moderno los lmites de su culturason igualmen te aquellos de su empleabilidad, de su mundoy de su ciudadana moral.19 Pero esto significa tambin quela modernidad genera doble dinmica contrapuesta: la in-dustrializacin y el desarrollo del intercambio mercantil re-quieren espacios culturalmente homogneos; al mismo tiem-po, este proceso de desarrollo industrial y mercantil producenueva estratificacin social y nueva organizacin poltica. Evi-

    dentemente, esta diferenciacin no puede ser legitimadabajo las formas tradicionales de organizacin social. El sim-bolismo mstico de la religin20 ya no es un recurso de legi-timacin (al menos de forma explcita) en el mundo del Es-tado laico. El nacionalismo, con su innovadora exigencia dehacer coincidir lo cultural y lo poltico, permite resolver es-ta contradiccin . Gracias a esta nueva ideologa y a su enor-me fuerza unificadora, el Estado obtiene un instrumen to que

    favorece las condiciones necesarias al crecimiento econmico,a la integracin social y a la legitimacin del orden poltico.Como toda forma de legitimacin, el nacionalismo articu-

    la los conflictos de una manera particular. En efecto, en elmundo tradicional la diferenciacin cultural es una forma de

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    18 Vase Juan Cristbal CRUZ REVUELTAS: La in certidu m bre de la m odern i-dad, 2002, p. 60.

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    E. GELLNER: Le nationalisme et les deux formes de la cohesin, enPierre-Andr DELANNOI ET TAGUIEFF: T hories du n ation alism e. Pars: Kime,1991, p. 243.

    20 E. GELLNER: Le nationalisme et les deux formes de la cohesin, enPierre-Andr DELANNOI ET TAGUIEFF: T hories du n ation alism e. Pars: Kime,1991, p. 244.

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    diferenciacin social que no est en disputa. Como lo indicaToms Prez Vejo,21 en el mundo preindustrial de Europa,

    las iden tificaciones colectivas (y por ende los conflictos) eranreligiosas, genealgicas o territoriales. En tanto que en la eradel nacionalismo, la cultura se vuelve, como ya se ha adelan-tado, el medium de reconocimiento y el objeto del conflicto,es decir, la sustancia de la iden tidad colectiva por excelencia.De aqu que, parafraseando a Max Weber, Gellner defina alEstado moderno por su capacidad de detentar el monopoliode la cultura legtima. Identificar a la comunidad poltica

    con los lmites de una cultura especfica es la fuerza y la de-bilidad de la cohesin favorecida por el nacionalismo.

    LAS CRTICAS

    Ms all de la crtica o la correccin de Nicos Mouzelis,22

    quien sugiere que ms que una teora sustancial sera me-

    jor considerar la teora de Gellner como un marco concep-tual til, un tipo ideal en el sentido weberiano ( reprocheque n o deja de ser paradjico para un alumno de Poppercomo lo es Gellner) , las crticas ms significativas de la obrade Gellner son las siguien tes:

    a) Ante todo, como se puede constatar en casi la totalidadde los ensayos del libro, se le achaca a la teora de Gellner

    su funcionalismo. En efecto, se le ha imputado a su teoraincurrir en los errores propios del funcionalismo y de lasexplicaciones holistas en general: el nacion alismo es expli-cado por sus consecuencias ( la causa por sus efectos); losind ividuos y los actores sociales realizan fines que no con o-cen ni menos entienden. Esta crtica atae en particular,tanto a lo que se refiere a la explicacin de Gellner sobreel nacionalismo como a la importancia que ella con fiere a

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    21 Toms PREZ VEJO:N acin , iden tida d n acion al y otros mitos na ciona les.Oviedo: Ediciones Nobel, 1999.

    22 Nicos MOUZELIS: La teora del nacionalismo de Gellner: algunascuestiones de definicin y de mtodo, en H ALL, 2000.

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    la educacin por parte del Estado; se utilizan entidades ma-crosociales u holsticas y se les confiere intencionalidad ms

    all de los ind ividuos. Su fun cion alismo tambin explica sudesdn de las emociones que acompaan a la nocin deiden tidad n acional: teoriz el nacionalismo sin detectar elencanto (Perry Anderson citado por Tom Nair) ;23 Gellnery B. Anderson nos ofrecen Hamlet sin el principe24

    (Charles Taylor) . Pero an te todo, el fun cionalismo pareceimpedirle reconocer en las ideas un factor del cambio so-cial e histrico. De aqu que Mark Beissinger seale que,

    como es caracterstico de las interpretaciones genticas yevolutivas, Gellner deja dentro de un a gran caja negra elproceso por el que las categoras de lo nacional adoptansignificado para una gran parte de la gente y llegan a serpoderosos referen tes para la accin poltica.25

    Como lo seala Brenda O'Leary,26 Gellner se defendide dicha crtica. No acept que su teora fuera teleolgica(a la manera del clebre espritu h egeliano de la historia

    que cabalga sobre un caballo blanco y no lo sabe) , pero sacept que fuera causal: la sociedad industrial, su difusin,sus descon ten tos e impacto desigual sobre los terrenos t-nicos y culturales existen tes, causan el nacionalismo.27 Porotra parte O 'Leary defiende que Gellner termin por h a-cer ms flexible su teora: el nacion alismo no sera as sloel efecto de un a causa ( la transformacin a un a sociedadindustrial) , tambin respon de tanto a una expresin de au-

    tntica iden tidad como a un instrumento de dominacinapropiado para las lites.

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    23 Tom NAIRN: La maldicin del ruralismo: los lmites de la teora dela modern izacin, en HALL, 2000.

    24 Charles TAYLOR: Nacionalismo y modern idad, en H ALL, 2000, p. 281.25 Mark BEISSINGER: Nacionalismos que ladran y nacionalismos que

    muerden , en H ALL, 2000, p. 228.26

    Brenda O'LEARY: El diagnstico de Gellner sobre e l nacionalismo:una visin crtica, o qu sigue vivo y qu est muerto en la filosofa delnacionalismo de Gellner?, en HALL, 2000.

    27 Brenda O'LEARY: El diagnstico de Gellner sobre e l nacionalismo:una visin crtica, o qu sigue vivo y qu est muerto en la filosofa delnacionalismo de Gellner?, en HALL, 2000, p. 120.

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    b) Por otra parte, autores como O'Leary y Alfred Stepan 28

    consideran que Gellner no logra dar cuenta de la interde-

    pendencia entre nacionalismo y democratizacin . Este pun-to es desarrollado en el libro por Stepan y Charles Taylor.Ambos aceptan la visin modern ista de Gellner, pero la con-sideran insuficiente. El primero se apoya en Hume, DavidMiller, Robert A. Dahl y en el propio Charles Taylor, para re-tomar la constatacin de que h asta ahora el marco probadode la democracia es el Estado-nacin . Es decir, si bien todaslas identidades son variables con el tiempo, la democracia re-

    quiere elementos mnimos de iden tificacin colectiva suscep-tibles de generar un alto grado de confianza y solidaridad(David Miller) . Stepan se suma a Charles Taylor para defen-der que los individuos no pueden desarrollar y ejercer todossus derechos mientras no sean miembros activos de un gru-po que lucha por algunos beneficios colectivos.29 El Estadomoderno democrtico requiere, insiste Taylor, un fuertesentimiento de identificacin, a saber, el patriotismo. Es

    de notar que dentro de su propuesta Stepan acepta como via-ble un federalismo anlogo al ejemplo canadiense propuestopor Charles Taylor. Federalismo en el que coexisten diferen-tes unidades culturales bajo un mismo gobierno federal, yque cumple con la condicin de que los ciudadanos recono-cen claramente dos mbitos diferenciados de legitimidad.Pero no cree que este modelo sea aplicable a los pases entransicin democrtica, objeto de su reflexin.

    Es de notar que tanto Stepan como Taylor se interesan porsubrayar la interrelacin entre nacin y democracia moder-na. Esto explica que Taylor reitere la conocida distincin en-tre un nacionalismo de masas defensivo y un nacionalismoliberal. Ahora bien, contra la pertinencia de esta tipologa,Roger Brubaker30 sostiene que la distincin entre un nacio-nalismo cvico o patriotismo y un nacion alismo tn ico es

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    Alfred STEPAN: Las modern as democracias multinacionales: supe-rando un oxmoron de Gellner, en HALL, 2000.29 Alfred STEPAN: Las modernas democracias multinacionales: su-

    perando un oxmoron de Gellner, en HALL, 2000, p. 312.30 Rogers BRUBAKER: Mitos y equvocos en el estud io del nacionallis-

    mo, en HALL, 2000.

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    dbil analticamente. Suponer que el nacionalismo maloes aquel fun dado en un a visin biolgica y racial, lleva a

    concluir que ha habido muy pocos casos de este tipo denacionalismo. Ysi de forma complementaria identificamos acualquier nacionalismo cvico como cultural, entonces la ex-tensin de la nocin hace que p ierda capacidad explicativacomo tal. Si en sentido contrario, se iden tifica el nacionalis-mo tnico como cultural, entonces ser el cvico el que sevuelve un objeto inexistente. De aqu que la diferenciacinde Taylor sea inoperante, en tanto que su crtica por parte de

    Brubaker es congruente con su ya sealado escepticismoante la idea de que el principio de autodeterminacin seauna solucin al problema de la violencia. Sobre todo cuandola metfora Modigliani (propuesta por Gellner) , de Estadosculturalmente homogneos, es contradicha por una reali-dad mejor representada por un estilo Kokoschka de gobier-nos multiculturales: hoy se reconoce universalmente que lasformas de gobierno existentes son de algn modo multi-

    culturales.31

    c) Ms all de sealar su rechazo de la creencia de Gellneren que por el estado de sus divisiones nuestro mun do con-temporneo se semeja ms a un cuadro de Modigliani quea uno de Kokoschka, el texto de Brubaker ofrece nume-rosas pistas para prolongar el debate. Es convincente sudefensa de que sera beneficioso pasar de las visiones es-

    tructuralistas (y holistas en general, dira yo) para privi-legiar acercamientos ms constructivistas y confrontar elestudio de los fenmenos de grupo con los instrumentosbrindados por el individualismo metodolgico.32 Intentararmon izar la referencia a las grandes fuerzas sociales y el es-tudio de los contextos especficos (Charles Tilly), comotambin propone Beissinger, permitira conciliar la grannarracin de Gellner con las motivaciones de los individuos

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    31 Roger BRUNER: Mitos y equvocos en el estud io del nacionalismo,en HALL, 2000, p. 385.

    32 La obra de Hardin RUSELLE: One for all, the Logic of Group Conflict.Princeton: Princeton Un iversity Press, 1995, es un buen ejemplo.

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    y equilibrar esa constante ambigedad de Gellner en tre lonecesario y lo contingen te del nacionalismo. Es decir, brin-

    dara a la visin de Gellner una teora de la accin y delcambio social ms convincente.

    CONCLUSIN

    Desde el punto de vista de la compren sin h istrica del fe-nmeno nacionalista y de la formacin del Estado moderno,

    a pesar de las modas intelectuales, de manera afortunadaen tre los especialistas el debate con la posicin pr imordia-lista parece definitivamente cerrado. Sin embargo, la visinmodernista de Gellner se ha visto desafiada ms recien te-mente por aquellos que como John Armstron g y AnthonySmith defienden que las naciones slo pueden entendersecomo fenmenos actuales en relacin de continuidad conetnias premodernas. Pero es de notar que la perspectiva de

    lon gu e du re pierde la gran fuerza explicativa de una teoracomo la de Gellner. Por mi parte, me siento ms cercano aGellner y Brubaker: las iden tidades polticas no son reali-dades ontolgicas, son ms bien la vieja sustancia amorfa ymodificable sobre la que se juega permanentemente la con-frontacin y la negociacin poltica. De aqu que su mejorlxico de tran sformacin sea el vocabulario de la democra-cia. Ahora bien, al desdear la importancia de las ideas y

    debido a la ausencia en su pen samiento de un a verdaderafilosofa prctica, la reflexin de Gellner se antoja insufi-ciente para dar cuenta de la obsesiva persistencia de doselementos centrales en la historia de la humanidad: la po-ltica y el Estado.

    Juan Cristbal CRUZ REVUELTASUn iv ersidad A u tn om a d el Estado de M orelos

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