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en un momento histórico determinado, sin que eso implique que sean sólo las políticas sociales
las intervenciones destinadas a resolver las cuestiones a enfrentar. Por otra parte, las políticas
sociales buscan responder a los problemas sociales, que al igual que todos los problemas
públicos, no responden a una causa única, siendo más bien complejos, multidimensionales en
sus orígenes, modalidades y efectos. Cada involucrado en el problema tiene sus propias
interpretaciones (combinación de intereses, ideologías, percepciones, expectativas, información,
etc.) acerca del asunto, así como de sus posibles causas y potenciales formas de enfrentarlo.
Reconocer la muldimensionalidad de los problemas sociales y la existencia de diversas
fuentes de bienestar implica dejar de lado, rápidamente, diversos tipos de ilusiones
monocausales, entre las cuales sobresalen las siguientes: a) “lo importante es contar con famil ias
capaces de proteger de los diversos riesgos a sus integrantes”; b) “lo fundamental es tener un
mercado dinámico que genere empleo e ingresos suficientes”; c) “contar con organizaciones
sociales y comunitarias sólidas y bienintencionadas es la solución a los problemas que pueden
enfrentar los miembros de esa comunidad”; d) “tener un Estado central capaz de llevar adelante
políticas sociales apropiadas es lo que permitirá asegurar niveles importantes de bienestar
social”; e) “lo que realmente importa es que sean los niveles subnacionales y/o locales del Estado
los que decidan y lleven adelante las políticas sociales que se requieren en los territorios
específicos”. Se trata de perspectivas todas ellas importantes en sí mismas y que, de un modo u
otro, permean recurrentemente los debates públicos. Pero, de modo individual y atomizado,
resultan insuficientes.
América Latina, con su compleja heterogeneidad (político-institucional; socio-
económica; cultural), ha sido históricamente pero más aún en años recientes, una región en la
cual los problemas sociales se han agudizado en sus magnitudes al mismo tiempo que
redefinidos en cuanto a sus dimensiones significativas. Los países que la componen han sido
escenarios recurrentes en los cuales se han llevado del discurso a la práctica, por lo general de
modo acrítico, decisiones y acciones públicas que encarnaban aquellas ilusiones recién
mencionadas. Es a partir del creciente reconocimiento de los límites de respuestas parciales e
inconexas que, al menos en el discurso, ha ido cobrando fuerza el reclamo por avanzar hacia una
mayor coordinación de las acciones ante los problemas públicos, no solamente dentro del Estado
sino también entre éste y los actores que operan en el mercado y la sociedad civil.
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Por tal motivo, este trabajo se concentra en la cuestión de la coordinación de las
intervenciones públicas asociadas estrechamente al bienestar social. Para ello, en la primera
sección se esboza una serie de lineamientos conceptuales para entender a qué nos referimos
cuando hablamos de coordinación, abordando asimismo el para qué y los posibles beneficios de
la misma. En la segunda parte se presentan los diversos niveles de coordinación que pueden
alcanzarse, que van desde los minimistas donde lo que prima es el intercambio de información, a
los maximalistas, donde lo que prima es la consecución de estrategias de acción integradas y
consensuadas; en esta sección se asoma, asimismo, un decálogo de criterios que permiten
avanzar en la coordinación. Aunque todos estos criterios son importantes en sí mismos, ellos
asumirán protagonismos y significancias diferentes para cada nivel de coordinación. En la
tercera sección se propone interpretar los procesos de coordinación desde el prisma de las reglas
institucionales que afectan y enmarcan el proceso, así como de los actores involucrados en el
mismo, entendiendo que esta perspectiva capta aspectos cruciales que afectan el éxito o el
fracaso de la coordinación en general y en cada uno de los diversos niveles en particular. En la
cuarta y última parte, se plantean conclusiones abiertas acerca de la coordinación, sus desafíos y
las estrategias requeridas para abordarla exitosamente.
1.- NOTAS EXPLORATORIAS SOBRE LA COORDINACIÓN
1.1.- ¿Por qué es necesaria la coordinación?
Ya iniciado el siglo XXI, resulta evidente que “lo público” no puede quedar limitado,
como lo fue durante décadas, a lo que hace el Estado (incluyendo el alcance de su propia
presencia). Más allá de que comiencen a acallarse los ecos fundamentales de los ataques al
Estado y la estatidad, que fueron moneda corriente en años recientes bajo la expectativa de que
las organizaciones sociales o el mercado podrían por sí mismas hacer mejor las cosas que el
aparato estatal, la buena noticia es que asistimos a una revisión conceptual y práctica sobre qué
entendemos por lo “público”. Esto permite no sólo re-interpretar qué son los “problemas
públicos” sino también (y lo más importante a los fines de este trabajo), permite ampliar la
perspectiva desde una óptica acotada de política pública a una perspectiva más amplia de
“intervenciones públicas”.
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Lo anterior no implica, por supuesto, debilitar o desconocer la importancia fundamental
que tienen las políticas públicas, en tanto las mismas expresan la toma de posición del Estado
ante cuestiones socialmente problematizadas (Oszlak y O`Donnell, 1984). Sólo implica el
reconocimiento, como se planteó en la introducción, de que cuestiones tan complejas como el
(potencial) bienestar de la población no podrá enfrentarse, exclusivamente, con políticas públicas
y, en particular, con políticas sociales. Se requiere, al fin de cuentas, de una amplia, cambiante y
compleja coordinación de voluntades, recursos y acciones.
Y se requiere coordinación, entre otras razones, porque “...no es de extrañar que haya
incoherencia entre algunos objetivos sectoriales, que se observe falta de comunicación y diálogo
y, por consiguiente, descoordinación de acciones y actividades entre las diversas autoridades y
organizaciones gubernamentales encargadas de la implementación de las políticas públicas
correspondientes: transversalmente (entre áreas funcionales), verticalmente (entre los niveles de
gobierno central, estatal y municipal), y longitudinalmente (entre diversos horizontes
temporales)” (Lerda, Acquatella y Gómez, 2005:67). Complementario a este enfoque, resalta los
aportes de Martínez Nogueira (2005) y Serrano (2003), cuando remarcan algunos problemas
fundamentales de la gestión pública, claramente presentes en el ámbito de lo social y cuyas
manifestaciones problemáticas reclaman coordinación: complejidad de ámbitos y niveles,
excesiva diferenciación estructural, sectorialización inadecuada, fracturas y segmentaciones
organizacionales, la presencia de nuevos actores, la predominancia de modelos de gestión de
baja interdependencia e interacción5. Esta perspectiva se ve complejizada, a la vez que
enriquecida, cuando se ubica a las políticas públicas en un marco más amplio, donde también
resultan relevantes las intervenciones de otros actores no estatales.
En suma, se requiere coordinación porque muchos problemas públicos son altamente
complejos y no pueden resolverse con respuestas aisladas y teñidas de especialización sectorial.
Como afirma Aguilar Villanueva: “Algunos son problemas relativamente sencillos y localizados,
con respuestas disponibles; otros son problemas complejos, de escala, interdependientes, que no
son tratables aisladamente” (1993:23). Son los problemas que conforman este segundo conjunto
los que requieren, entre otros aspectos, del ejercicio creativo, político y gerencial, de la
5 En particular Serrano (2003) resalta cuestiones similares que potencian la necesidad de la coordinación, a la vez
que afectan el logro de la misma: cada actor o agencia busca preservar su autonomía e independencia, las rutinas
organizacionales son difíciles de sincronizar, los objetivos, misiones y expectativas de los involucrados son
diferentes.
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coordinación. Más aún, cuando los involucrados son múltiples jugadores, en general expresados
en organizaciones complejas y por lo general especializadas sea en sus prácticas de gestión, sea
en sus temáticas de interés.
1.2.- ¿Qué beneficios genera la coordinación?
Es evidente que cada actor por sí mismo, en su dimensión organizacional, tiene
problemas internos de coordinación. Sea entre direcciones de un ministerio, departamentos de
una empresa o áreas de trabajo en una organización de la sociedad civil, el logro de acciones
colectivas suele ser difícil de cumplir. En esos casos, de búsqueda de coordinación dentro de una
organización específica, la forma más usual de resolver los problemas de coordinación (o al
menos intentar resolverlos) suele ser el uso de la jerarquía. Pero cuando se trata de la
coordinación inter-organizacional donde no necesariamente priman relaciones de jerarquía, los
énfasis se desplazan a atender cuestiones como la búsqueda de acuerdos, la negociación, el ajuste
mutuo, la interacción (Martínez Nogueira, 2005).
La coordinación también permite reducir incertidumbre a la interacción entre los
involucrados, a la vez que ayuda a integrar aportes especializados (Cortázar, 2003). Asimismo,
es reconocida como un procedimiento que permite eliminar contradicciones o redundancias y a
la vez desarrollar políticas integrales6. Por tanto, y tomando como primera referencia lo que
sucede en la gestión estatal de las políticas públicas, la coordinación permitiría alcanzar los
siguientes objetivos: i. evitar o minimizar la duplicación y superposición de políticas; ii. reducir
las inconsistencias de las políticas; iii. asegurar prioridades de políticas y apuntar a la cohesión y
coherencia entre ellas; iv. atenuar el conflicto político y burocrático; v. promover una
perspectiva holística que supere la mirada sectorialista y estrecha de las políticas (Peters, 1998).
Puede afirmarse, en consecuencia, que la coordinación (cuando realmente se requiere y
no en tanto “moda a seguir”) se constituye en un medio privilegiado para lograr sumar esfuerzos
orientados al logro de objetivos estratégicos. Ante problemas públicos complejos, con múltiples
aristas y diversidad de aspectos involucrados en sus orígenes y su desarrollo, una intervención
coordinada puede ayudar a afrontar, al mismo tiempo y con acciones tanto especializadas como
6 En el campo específico de la gestión pública, una de las aproximaciones actualmente en boga es aquella que
concibe la coordinación como un proceso a través del cual las políticas y programas gubernamentales se caracterizan
por un mínimo de redundancia, incoherencia y vacíos (Véase Comisión de Servicios Estatales del Gobierno de
Nueva Zelanda, 1999).
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transversales, las diversas dimensiones que requieren atención. El logro de la coordinación
implica, en suma, una articulación virtuosa entre integración, coherencia y gestión (Lerda,
Acquatella y Gómez, 2005:69).
Para alcanzar dicha articulación, la coordinación debe apuntar también a la creación de
sinergias (asociación y colaboración) de distintos tipos para el logro de objetivos específicos.
Distinguimos cuatro tipos de sinergias, a saber: i. cognitivas, que promueven el intercambio de
información y conocimiento entre las partes; ii. de procesos y actividades, necesarias para
implementar acciones estratégicas concertadas entre los distintos actores y sectores participantes;
iii, de recursos, para establecer articulaciones y complementariedades entre los participantes a
nivel del presupuesto y de competencias en juego; y iv. de autoridad , pues la coordinación exige
decisión y fuerza política para crear convergencias y articulaciones entre los mandatos
ministeriales. Adicionalmente, y cuando lo logra, la sinergia que la coordinación promueve es
también de carácter cultural en la medida en que la acción concertada entre los diversos actores
y sectores que participan en la política social se hacen más cercanos a las diversas culturas de las
partes involucradas, promoviendo el intercambio de saberes entre los distintos miembros que
participan. Indiscutiblemente que este proceso sinérgico no está exento de luchas de poder,
resistencias al cambio en la cultura organizacional y obstáculos a nuevas prácticas de acción
intersectorial. Estas potenciales sinergias no quedan acotadas al sector estatal, sino que se
expresan también (aunque en parte redefinidas) cuando se observan los procesos tendientes a
coordinar al Estado con los actores del mercado y la sociedad civil.
1.3.- ¿Qué entendemos por coordinación?
Esbozadas las razones y beneficios que tornan necesaria la coordinaciónse requiere ahora
avanzar en lo que se entiende precisamente por coordinación. Cabe antes aclarar algunas
cuestiones básicas: “Primero, la coordinación por sí misma no necesariamente genera resultados
positivos (...); Segundo, también existen casos de coordinación implícita o tácita (es decir, una
coordinación para la que no se ha establecido ni anunciado acuerdo alguno) (...); Tercero, a la
inversa, las acciones coordinadas dentro de un acuerdo formal podrían aplicarse de manera
imperfecta o ser contrarrestadas por otras medidas no contempladas en el acuerdo” (Ghymers,
2005:26-27).
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por algún nivel de interdependencia en torno a una materia o problemática en común. Al decir de
Echebarría: “La necesidad de coordinación surge de la interdependencia, del hecho que dos
unidades de la misma o diferentes organizaciones compartan un entorno de trabajo. Esto ocurre
por el hecho de actuar sobre la misma realidad externa (un sector de la población), porque
intercambien recursos (coordinación con proveedores o clientes) o porque comparten objetivos
generales (de la organización o del sistema de organizaciones al que pertenecen” (2001: 8-9).
En síntesis, en este documento entendemos “coordinación” como el proceso mediante el
cual se construye sinergia entre las acciones y los recursos de los diversos involucrados en un
campo concreto de intervención pública asociado a temas estratégicos, al mismo tiempo que en
dicho proceso se crea o redefine un sistema de reglas de juego formales e informales a través de
las cuales los actores participantes encuentran fuertes incentivos a cooperar, más allá de sus
intereses e ideologías particulares, habitualmente en conflicto entre sí. El mencionado proceso
ayudará a evitar duplicaciones, derivará en la fijación de objetivos y prioridades, mejorará la
accountability de la gestión, incidirá en la decisión de qué y cuántos recursos movilizar en plazos
determinados y, por último y quizás lo más relevante, hará que la implementación y evaluación
se aproximen de modo importante a aquellos objetivos planteados por los responsables de las
intervenciones públicas objeto de este proceso.
Esta aproximación al concepto de coordinación nos permite explorar diversas expresiones
de intervenciones públicas ante problemas que afectan de un modo u otro el bienestar de las
sociedades. Permite, por ejemplo, analizar las políticas y programas que lleva adelante el Estado,
tanto en cada nivel de gobierno, como entre niveles gubernamentales. Facilita, también, explorar
las complejidades de las alianzas público-privadas así como las posibles complementariedades
de trabajo entre el Estado y las organizaciones del mercado y la sociedad civil.
A partir de este preliminar abordaje analítico, enmarcaremos a continuación los
diferentes niveles de coordinación así como un conjunto de criterios que permiten alcanzarlos.
2.- NIVELES Y CRITERIOS PARA LA COORDINACIÓN
En primer lugar hay que reconocer que existe una gran gama de estadios o de niveles
posibles de coordinación. Unos son los minimalistas, donde el acento está puesto sobre todo en
el intercambio estratégico de información, base de la comunicación y de una buena relación entre
los entes que desean coordinarse. Pero hay otros, los maximalistas, más exigentes en los
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intercambios entre los entes participantes y en el tipo de acuerdos a los que pueden llegar. Para
alcanzar los diferentes niveles de coordinación hay un conjunto de criterios que pueden tenerse
en cuenta. Este es el objetivo de esta sección: presentar los posibles niveles de coordinación y
asomar criterios que permitan alcanzarlos.
2.1 – Niveles de coordinación
Podríamos afirmar que existe una amplia gama de estadios de coordinación, estrechamente
relacionados entre sí, pero que definen niveles específicos en una escala que avanza de un nivel
mínimo a otro máximo y que se alcanzan de manera variada según el caso, incluyendo desde
comunicación entre actores, pasando por consultas, negociaciones y consensos, hasta llegar a
estrategias nacionales consensuadas. En la Tabla 1 presentamos una escala de niveles que aunque
integrados entre sí, pueden ser asumidos con relativa autonomía unos respecto de los otros, sin
que necesariamente figuren todos ellos en un mismo proceso. Según el nivel que se alcance en
dicha escala, el ejercicio de la coordinación tendrá un carácter más o menos amplio, con sesgos
minimalista o maximalista.
Tabla 1: Niveles de coordinación
Nivel Tipo de acción Resultados
I
(básico)
Comunicación entre actores y
entes
Delimitación y clarificación de roles
y funciones
Consulta a actores y entes
II
(intermedio
básico)
Negociaciones para evitar
divergencias entre actores y entes
Negociación
III
(intermedio
avanzado)
Construcción de consensos a
nivel interorganizacional
Concertación entre actores y
sectores
Arbitraje del gobierno central
para resolver diferencias
interorganizacionales
IV(avanzado) Establecimiento de parámetros
organizacionales
Alineación estratégica
Definición de prioridades
gubernamentales
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Estrategia general de gobierno
Fuente: Adaptado de OECD, PUMA (1996), citado en Peters (1998: 7).
La escala anterior nos permite advertir que la coordinación pasa por un ejercicio de la autoridad
que va en el mismo orden haciéndose cada vez más compartida y, por ende, cada vez menos
concentrada. Estos distintos niveles de la escala están relacionados con la complejidad de las
políticas y los programas, con las condiciones y mecanismos a través de los cuales operan las
relaciones intersectoriales, y con la delegación de autoridad y poder para definir y lograr
objetivos estratégicos, a medida que se avanza hacia enfoques maximalistas de coordinación.
Esta escala sirve también para relacionar la llamada coordinación vertical con la
horizontal. La coordinación que es impuesta jerárquicamente, desde el nivel superior del
ejecutivo hasta los niveles operativos, es conocida como coordinación vertical y se respaldafuertemente en la autoridad formal de quien ejerce ese tipo de coordinación. En la práctica, esta
modalidad ha evolucionado progresivamente para responder a la complejidad de la acción debido
a la emergencia de nuevas problemáticas y cambios en el contexto. La coordinación jerárquica (o
vertical) es fundamental para garantizar la articulación de los esfuerzos entre departamentos y
agencias mediante un trabajo concertado y compartido.
Asimismo, la coordinación vertical se apoya cada vez más en la coordinación
horizontal, constituida básicamente mediante redes intersectoriales para el desarrollo de las
diferentes políticas y programas y respaldada en apropiados ejercicios de autoridad informal. La
aproximación analítica a la cuestión de las redes de política pública es siempre un camino posible
para nutrir esta discusión de la coordinación de intereses e ideologías en conflicto en el campo de la
política social. Más allá de los límites que pueda tener esta aproximación, es pertinente acompañar a
Agranoff y Lindsay (1983) cuando destacan una serie de condicionantes que se requieren para el
éxito del funcionamiento de las redes: desplegar un gran esfuerzo para llegar a un entendimiento
común; propiciar situaciones en que todos ganen; hacer participar a las verdaderas instancias
decisorias políticas y administrativas; concentrarse en cuestiones específicas; evaluar
permanentemente y negociar las soluciones; crear un marco para la acción cotidiana (cfr. Fleury,
2002). Puede indicarse, en síntesis, que las redes complementan la coordinación vertical pero no
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la sustituyen y ambas permiten articular estrechamente, cuando ambos funcionan, los esfuerzos
multisectoriales del gobierno central en materia social8.
2.2.- Decálogo de criterios para hacer avanzar la coordinación
Tomando en cuenta los aspectos básicos que permiten entender los procesos de
coordinación, los diversos ámbitos en que la misma puede expresarse en temáticas asociadas
estrechamente a las políticas sociales, y el prisma analítico de instituciones y actores, es posible
ahora avanzar en el trazado de algunos criterios que pueden, en caso de manifestarse en la
práctica, guiar la coordinación9. La Tabla 2 presenta un decálogo de ellos:
Tabla 2: Decálogo de la Coordinación: Criterios Básicos
Definición de objetivos estratégicos
Estructuras organizativas y mecanismos idóneos
(con objetivos y funciones concretas y claramente definidos)
Capacidad de gestión y liderazgo
Sistemas de información, comunicación, monitoreo y evaluación
Voluntad política
Participación de actores claves
Sinergias
Institucionalidad legítima
Espacios de diálogo y deliberación
Cultura de cooperación e incentivos
Fuente: Licha y Molina (2005)
8 La literatura sobre redes de políticas públicas va cobrando fuerza en los debates contemporáneos. Para un “estado
del arte” actualizado sobre esta cuestión, ver Zurbriggen (2003).
9En tal sentido, estos criterios una vez se manifiestan en la práctica, bien pueden entenderse como condiciones
necesarias para hacer avanzar la coordinación.
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1. Definición de objetivos estratégicos.- Este criterio es básico en tanto el punto de
partida de todo proceso de coordinación es que existan objetivos iniciales, idealmente
estratégicos y prioritarios, que sean compartidos por los distintos involucrados. Estos
mismos objetivos, es bueno aclararlo, bien pueden evolucionar y redefinirse a medida
que se avance en el proceso de coordinación, hasta hacerse cada más estrategicos,
siendo esta redefinición uno de los logros importantes de la coordinación. Como
sabemos, los distintos actores involucrados obedecen a diversas lógicas, intereses y
expectativas, a diferentes mandatos y recursos, por lo que generar una convergencia
entre ellos en función de la definición de objetivos estratégicos es un desafío mayor del
proceso de coordinación. Los mecanismos de consulta y los sistemas de planificación
estratégica, ampliamente aplicados en el ámbito de la coordinación, vienen en ayuda de
esta tarea, que se traduce luego en la priorización de los programas de trabajo y
movilización de recursos de los distintos involucrados en el proceso. A través de estos
caminos, la coordinación logra orientar y decidir las acciones prioritarias, asegurando la
coherencia y pertinencia de las intervenciones. Para la articulación e integración de los
objetivos se requiere también de estructuras que vinculen el diseño con la ejecución de
las acciones y sistemas de información que den retroalimentación al proceso de
formación de las intervenciones públicas.
2. Estructura organizativa y mecanismos idóneos para relacionarse. Un segundo
criterio para ejercer la función de coordinación es la existencia de una estructura
organizativa dotada de legitimidad, apoyo político y capacidad técnica, que pueda
conducir el proceso. Dicha estructura se habrá de apoyar en un conjunto de instancias
que aseguren la coherencia y pertinencia de las acciones de coordinación. Tal estructura
es la que articula el diseño con la ejecución de las intervenciones y promueve acciones
de fortalecimiento de las diversas unidades y sectores involucrados en la gestión social,
dotándolas de los apoyos técnicos necesarios.
3.
Capacidad de gestión y liderazgo.- Este criterio destaca las capacidades políticas y
técnicas, a la vez, que se requieren para ejercer la coordinación. Son capacidades de
gestión que aseguren legitimidad, aprendizaje, efectividad y cohesión. Entre estas
capacidades sobre salen las de negociación, participación, resolución de problemas,
definición de objetivos, creación y difusión de conocimiento, articulación,
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implementación. Todas ellas están contenidas en lo que se ha dado en llamar Capacidad
Colaborativa Interagencial (CCI)10
, construida para transformar en términos tanto
conceptuales como institucionales, organizativos y operativos, el modo en que se
desarrollan las políticas y programas. En particular conviene destacar aquí la importancia
que cobran las capacidades de liderazgo. Es claro que sin la presencia de un liderazgo,
que por cierto no tiene que ser formal, es imposible avanzar en los procesos de
coordinación.
4. Sistemas de información, comunicación, monitoreo y evaluación.- Un cuarto criterio de
coordinación es disponer de sistemas de monitoreo y evaluación, junto con una estrategia
de información11
y comunicación, con el fin de poder informar, sensibilizar, asegurar
equidad en el acceso a la información y favorecer el diálogo entre los actores claves para
mejorar la pertinencia de las intervenciones. La articulación y coordinación de las
acciones que operan sobre los problemas sociales requieren de una estrecha colaboración
operativa entre diferentes entes y sectores. La coordinación requiere, a su vez, de marcos
novedosos de gobernabilidad para pautar los esquemas de cooperación. En tal sentido,
dichos marcos deben incluir: liderazgo claro, roles y responsabilidades bien definidos,
procesos concertados para el trabajo conjunto y claridad de resultados y expectativas,
para lo cual el recurso de sistemas de monitoreo y evaluación resulta fundamental.
5. Voluntad política.- Este criterio se refiere a la importancia que tiene el hecho de que las
máximas autoridades políticas y representantes de los actores involucrados en procesos
de coordinación se comprometan con la búsqueda de acuerdos básicos, creando
institucionalidad apropiada para llegar a acuerdos y hacerlos cumplir. Este factor también
está estrechamente vinculado con la necesaria convergencia de perspectivas en cuanto al
tipo de intervención pública que se requiere para enfrentar los principales problemas
sociales.
10 CCI hace referencia al conjunto de capacidades relacionadas con el conocimiento y las herramientas necesarias
para movilizar equipos y redes, desarrollar marcos compartidos para el análisis y comprensión de los hechos y paradefinir papeles, responsabilidades y objetivos, planificar e informar. Entre ellas se destacan condiciones como
voluntad política y burocrática, liderazgo, flexibilidad, confianza y cultura de colaboración (Gobierno de Nueva
Zelanda, 1999).11 Mokate (comunicación personal) ha propuesto darle más relevancia al tema de la información, en tanto interpreta
que la misma tiene dinámicas y complejidades diferentes a otros recursos administrativos, resultando además un
insumo clave para lograr la efectividad de la coordinación. Indica, asimismo, que la manipulación de la información
en función de ser ella misma un recurso de poder, suele resultar un obstáculo para alcanzar buenos niveles de
coordinación.
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6. Participación de los actores claves.- La participación de los actores claves aparece como
un criterio básico de la coordinación, en tanto la misma implica un proceso con
potencialidad para articular y sistematizar los aportes de los distintos entes y actores de la
administración federal, municipal y dirigentes de las organizaciones de la sociedad civil y
el mercado, todos ellos involucrados en las intervenciones públicas que requieren
coordinación. El enfoque participativo y concertado de la coordinación surge como un
factor de éxito del proceso, a condición de que la participación se abra genuinamente a
los actores relevantes de cada sector y, además, apunte a establecer acuerdos
fundamentales entre ellos que se expresen en intervenciones concretas. Es importante que
la participación sea amplia e incluyente para que logre ampliar la deliberación en torno a
las mejores opciones de cursos de acción más allá de los círculos tecnocráticos y de las
élites, que son quienes tradicionalmente participan en el proceso de definición de las
intervenciones.
7. Sinergias.- Las sinergias cognitivas y de recursos (de conocimiento e información), de
actividades (operativas), de autoridad (mandatos organizacionales), sumadas a las
sinergias culturales, buscan en su conjunto asegurar esquemas de cooperación para
desarrollar intervenciones públicas complejas y de gran escala, reduciendo costos y
desarrollando capital social. Todo proceso de coordinación compleja se fundamenta en la
generación de sinergias, que a la vez es uno de los efectos más importantes que resultan
del ejercicio de coordinación. Estos esquemas de cooperación son de alcance macro
(centrada en conceptos, que apela a un enfoque holístico de las políticas para superar su
fragmentación) y micro (centrada en proyectos, que tienen asignados tiempos y recursos
limitados), y funcionan a través de sinergias, esto es, con interacciones virtuosas cuyos
efectos combinados permiten alcanzar mejores resultados que los que se puedan lograr
sin cooperación. La experiencia muestra que la articulación y coordinación de las
políticas sociales requiere de una visión estratégica compartida y de una estrecha
colaboración operativa entre diferentes entes y sectores interministeriales. También
requiere de articulación y coordinación intergubernamentales, al igual que de sinergias
entre Estado, mercado y sociedad civil..
8. Institucionalidad legítima.- Este criterio se refiere a un marco formal para inscribir en él
el funcionamiento de las acciones de coordinación. El proceso de coordinación lo
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relaciones sinérgicas. Puesto que existen resistencias al desarrollo de la cultura cooperativa
en las organizaciones, es preciso generar un conjunto de incentivos que la fomenten, y que
por consiguiente, contribuyan a fortalecer los resultados y el proceso de la coordinación.
Este decálogo, esbozado originalmente para entender los procesos de coordinación dentro
del sector público y readaptado aquí en el intento de captar también otras dimensiones de la
coordinación que afectan a las políticas sociales (en particular los vínculos entre las acciones del
Estado y las que llevan adelante actores del mercado y la sociedad civil), conlleva un horizonte
normativo importante. Se trata, en pocas palabras, de plantear un conjunto de criterios que no
sólo permitan diagnosticar donde se registran obstáculos y/o problemas en la coordinación, sino
que faciliten una hoja de ruta para promover círculos virtuosos de coordinación. ¿Existe algún
criterio que, en última instancia, sea más importante que los demás? ¿Se requieren adicionar
otros criterios no contenidos en el decálogo y que dada su importancia ayuden a explicar las
dinámicas de la coordinación?12
Son preguntas abiertas, cuyas fuentes de respuesta habrán de ser
las experiencias concretas relacionadas con la coordinación (o intento de ella) que se llevan
habitualmente a cabo en latitudes diversas, todo el tiempo, en múltiples ámbitos.
2.3 Relación entre criterios y niveles de coordinación
Para relacionar criterios y niveles de coordinación proponemos tomar en cuenta cinco
premisas, a saber:
i. Todos los criterios tienen importancia para los tres niveles, aunque su peso
relativo depende de cada uno.
ii. Todo proceso de coordinación es a la vez de carácter vertical y horizontal.
iii. A medida que aumenta el nivel de coordinación (del básico al avanzado),
aumenta la tensión entre la coordinación vertical y la horizontal, es decir, entre
12 En un Foro de egresados del INDES, se plantearon algunos aspectos de importancia para ponderar esta
aproximación vía criterios relevantes. En el punto 8 de las conclusiones del mencionado espacio de debate, se
indica: “Una idea concluyente del Foro es aquella según la cual los criterios no toman debidamente en cuenta la
heterogeneidad y debilidad institucional, y la necesaria contextualización de su aplicación. Este punto fue planteado
muchas veces para destacar la importancia del análisis del entorno en la aplicación de los criterios, de modo que
puedan responder a las especificidades de cada país (...). Es una conclusión importante del Foro, a este respecto,
tener presente que existen obstáculos, límites y dificultades específicos a cada contexto, país y territorio, que pesan
en la coordinación de las políticas y, por ende, en la aplicación y alcance de los criterios”.
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los principios de autoridad y cooperación, de modo tal que los criterios que
favorecen la coordinación horizontal se hacen crecientemente relevantes.
iv. A medida que aumenta el nivel de coordinación (del básico al avanzado),de
igual modo los criterios se van redefiniendo en función de las exigencias
propias a cada nivel de coordinación.
v. Dado el carácter acumulativo de los criterios según la escala de coordinación,
en el nivel máximo se hace patente el juego de todos los criterios del decálogo.
Ver Tabla 3
Tabla 3
Definición
de
objetivos
Estructur
a y
mecanis
mos
Capacidad
es de
gestión y
liderazgo
Sistemas de
información
y
coordinación
Voluntad
política
Participación
actores
claves
Sinergias Institucio
nalidad
legítima
Espacios de
diálogo
Cultura de
cooperación
e incentivos
Definición
de roles
x x x x
Negociación x x x x xx xx xx
Concertación x x x xx xx xx xx xxx xxx xxx
Alineación
estratégica
x x x x xx xx xx xxxx xxxx xxxx
Fuente: Elaboración propia
3.- UNA MIRADA A LA COORDINACION DESDE EL PRISMA DE LASINSTITUCIONES Y LOS ACTORES
Los procesos de coordinación, así como los posibles niveles que la misma pueda alcanzar
en situaciones específicas, son protagonizados por actores concretos que interactúan dentro de
ciertos entramados de reglas de juego, operando y procesando sus conflictos a través de las
oportunidades y constreñimientos que de ellas derivan e intentando, en la medida que cuenten
con posibilidades de hacerlo, de modificar las normas y costumbres de acuerdo a las propias
conveniencias particulares.
La coordinación, en cualquiera de los cuatro niveles mencionados (los cuales se
manifiestan en ámbitos propios al interior del Estado así como en el vínculo entre éste, la
sociedad civil y el mercado), implica ponerse de acuerdo en ciertos temas, prioridades y rumbos
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de acción, aporte-distribución de recursos estratégicos, prácticas gerenciales a llevar adelante,
etc. Una clave para hacer cumplir los acuerdos a los que se pueda arribar en los espacios de
coordinación (incluyendo los reconocimientos mutuos entre los involucrados y la fijación de
prioridades), es tener parámetros claros sobre los aspectos sustantivos respecto a los cuales los
actores deciden ponerse de acuerdo. En esta búsqueda de resultados son vitales tanto los
instrumentos y procesos de evaluación como la capacidad de generar, a partir de ellos, sistemas
de incentivos que infundan una dinámica que consolide la búsqueda de la coordinación de
esfuerzos, por ejemplo en materia social (Garnier, 2000). Esta necesidad de promover incentivos
conduce de lleno a la necesidad de fortalecer un cierto tipo de institucionalidad (normas formales
e informales) que genere el interés de los involucrados en desarrollar acciones de coordinación
pro-integralidad13
.
La relación entre los actores politicos constituidos y quienes bregan por serlo14
opera
dentro de ciertos marcos institucionales (Scharpf, 1997; Ostrom et al , 2001). Pero no se trata de
interacciones líneales o parceladas, sino de juegos estratégicos continuos y entrelazados con
otros juegos de política pública (Tsebelis, 1990), que se redefinen permanentemente por causas
diversas, tendencialmente asociadas a dos aspectos: a) cambios en los contextos institucionales
(a veces por factores exógenos a los actores, a veces por la acción voluntaria o involuntaria de
los mismos); y b) cambio en los intereses e ideologías/percepciones de los involucrados, así
como de sus propias dotaciones de recursos (a veces por transformaciones en el ambiente
normativo formal e informal, a veces como resultado de situaciones particulares que afectan a los
actores, por ejemplo aprendizaje).
13 Al referirse a las normas, Axelrod señala: “Una norma existe en una determinada situación social en la medida en
que los individuos actúan usualmente de una cierta manera y frecuentemente son castigados cuando se ve que no
actúan de esa manera” (2004:66). La obra de Axelr od (1984, 2004) concentra la atención en un aspecto cercano pero
no exactamente igual a la coordinación: la cooperación. Algunos colegas, en especial Jacint Jordana (comunicación
personal), han sugerido la relevancia de poner más el acento en los temas de cooperación que en los decoordinación. Esto, en tanto la “cooperación” representaría a la vez un acto y una actitud favorable por parte de los
involucrados para alcanzar ciertos objetivos, mientras que la “coordinación” implicaría una connotación más
técnica. Obviamente, no es un tema agotado, sino un camino sinuoso por los vericuetos de la teoría.
14 En este ejercicio conflictivo del poder, muchos individuos y grupos no logran conformarse en actores politicos, en
lo fundamental porque no poseen la dotación de recursos minímamente requerida para ganar un lugar en el juego
político en que están involucrados (cuando los recursos que se tienen para participar son escasos o están muy
devaluados, no habrá interés de los socios potenciales de articular esfuerzos en conjunto).
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3.1.- Acerca de las instituciones
Los problemas de coordinación en el ámbito de las intervenciones públicas en materia de
bienestar (que incluyen por supuesto las propias políticas públicas llevadas adelante por los
Estados) requieren, para ser solucionados o al menos enfrentados con cierto éxito, algo más que
exclusivamente la sinergia de voluntades, intereses y recursos de los actores involucrados (lo
cual sí constituye una condición necesaria). También se necesita una cierta armonía institucional
formal e informal, en el sentido de que las reglas que deben estructurar el “juego de la
coordinación” deben tener algún grado importante de confluencia a efectos de no generar
incentivos totalmente incoherentes para quienes deben generar, con sus decisiones y acciones,
prácticas pro-coordinación. Reducir de modo significativo la brecha entre la regla formal y la
regla informal (sin por eso afectar el potencial de flexibilidad e innovación que suelen tener las
normas no escritas) se constituye así en uno de los requisitos más necesarios en cualquier
proyecto de cambio institucional que tienda a favorecer la coordinación en el espacio público.
Al decir de Subirats y Gomà (1999), las instituciones estructuran el juego estratégico que
se genera alrededor de las diversas problemáticas públicas, pero no son el juego mismo. De las
múltiples aproximaciones al concepto de “institución” cabe optar básicamente por la propuesta
por North (1993), cuando éste interpreta a las instituciones como las reglas de juego formales e
informales que estructuran las relaciones entre grupos, individuos, gobiernos, enmarcando las
posibilidades de vinculación e intercambio de los distintos sectores. Esta perspectiva, que emerge
de una cosmovisión económica, contiene sin embargo elementos comunes a otros enfoques
institucionales15
.
Las instituciones constituyen un aspecto central en la construcción de ámbitos que buscan
promover coordinación, sea para intercambiar información con el fin de identificar problemas y
potenciales soluciones, sea para diseñar y gestionar una política pública donde participen una
multiplicidad de actores y en la cual la interacción institucionalizada entre estos marque el tono y
contenido del proceso: quiénes son aliados y quiénes oponentes, cómo se articulan las
coaliciones y cómo se modifican o se sostienen a lo largo del tiempo, qué tan creíbles y objeto de
cumplimiento son los acuerdos a los cuales se arriba (Repetto, 2000). La interacción entre los
individuos y/o grupos interesados en una temática pública determinada se da dentro de un cierto
marco de reglas de juego, razón por la cual remarcar el papel de las instituciones se vuelve
15 Otras referencias insoslayables sobre esta temática, de gran auge en la economía, la ciencia política y la sociología
en tiempos recientes, resultan ser March y Olsen (1989), Hall y Taylor (1996) y Peters (1999).
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central en tanto las mismas rigen y orientan la acción de los actores, ayudando a estos a crear
recursos políticos (Scharpf , 1997): qué se discute y qué se acepta como dado o inmutable, cuáles
son los compromisos, procedimientos, premios y castigos. Expresado de otra manera, el marco
institucional permitirá entender la estructura de oportunidades con la que se enfrentan individuos
y grupos para interactuar guiados por identidades propias (Fox, 1993).
No toda regla, rutina o norma (más allá de su grado de formalidad o informalidad) incide
del mismo modo, por lo que cabe reconocer también a las instituciones según su nivel de
dominio y su papel en términos de relaciones de poder (Acuña y Tommasi, 1999). En este
marco, debe interpretarse a las instituciones “como reglas que apuntan a resolver tanto problemas
de coordinación como de conflictos distributivos. Las instituciones tienden a resolver problemas
de coordinación estabilizando las expectativas sociales por medio de la provisión de información
y sanciones, estructurando, de esta forma, comportamiento en una dirección resultante en
equilibrios” (Acuña y Repetto, 2001:15). Es de destacar que las reglas y su contenido en la vida
real son políticamente contingentes con relación a procesos anclados históricamente y que no
necesariamente respetan clasificaciones lógicas de formalidad o informalidad o, como señalan
Klijn et al (1995), algunas de las reglas son conocidas por los actores participantes y se usan a
conciencia y otras se siguen inconscientemente (pero no por eso son menos obligatorias). El
incumplimiento, ya sea de unas u otras, afecta las relaciones entre los actores y puede generar
bloqueos en la interacción, en tanto se debilita uno de los factores fundamentales y
habitualmente más escasos del vínculo (institucionalizado o no) entre los actores de política
pública: la confianza.
Para entender la coordinación en el ámbito de lo público, en particular aquella capaz de
generar intervenciones integrales, es importante reconocer que el margen en los límites de
factibilidad para lograrla, así como las posibilidades de elegir entre opciones de que tipo de
coordinación, es resultado de los procesos políticos domésticos (obviamente condicionados por
el contexto internacional y la dinámica macroeconómica). Por ende, las políticas e intervenciones
públicas (entre ellas las sociales) debe ser explicada en función del proceso que resulta del
sistema de instituciones políticas que organiza el poder en una sociedad y el entramado de
actores involucrados, sus capacidades, intereses, ideologías y comportamientos.
En esta línea analítica, recientemente el Banco Interamericano de Desarrollo ha
promovido la discusión sobre “la política de las políticas públicas”. En este estudio, se resalta la
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importancia del marco institucional en tanto fuente de incentivos que moldean las políticas
públicas en la práctica. Los ciclos por los que atraviesan las mismas, se afirma, “son viciosos o
virtuosos según los incentivos institucionales que influyen en el comportamiento de los distintos
participantes y según el efecto dinámica de los interacciones entre ellos en el resultado final (...)
Las instituciones y los procesos no son neutrales ni meramente instrumentales: son el crisol en el
cual las políticas se forjan, se moldean y adquieren su forma y significados verdaderos”
(2005:278).
Centrando la atención en los elementos políticos concretos que afectan la coordinación,
Faría señala: “Está de más insistir en la importancia que tienen en cualquier área los mecanismos
de articulación y coordinación de políticas. Esa importancia, sin embargo, aumenta en función de
algunos factores como los siguientes: tamaño y heterogeneidad del país; complejidad y
diferenciación institucional del aparato estatal o público responsable de las políticas; volumen y
complejidad de los recursos financieros en juego; formas de organización estatal (democracias o
dictaduras, monarquías constitucionales, presidencialismo de coalición, regímenes
parlamentarios, presidencialismo bipartidario, etc.) y las modalidades prevalecientes de la oferta
de servicios públicos (estatal centralizada, estatal descentralizada, pública descentralizada, liberal
filantrópica, liberal de mercado, etc.). Estos factores, a su vez, inciden en la definición de los
principales problemas de articulación y coordinación de políticas y, por ende, en las posibles
soluciones” (2003:23). A este listado se le debe adicionar la organización territorial del Estado,
en términos de si se trata de un sistema federal, uno unitario u otra fórmula mixta, en tanto este
aspecto incidirá fuertemente sobre las relaciones intergubernamentales no sólo en el plano
vertical sino también en el plano horizontal de las organizaciones del nivel central. También, en
tanto se amplie la perspectiva desde el prisma de las políticas públicas al de intervenciones
públicas, debe prestarse atención a las características institucionales de los mercados y la
sociedad civil, así como al tipo de comportamientos y recursos de sus actores fundamentales.
3.2.- Acerca de los actores
Adquirir protagonismo real y concreto en la esfera pública, por ejemplo para participar
activamente en la coordinación de políticas públicas estratégicas, requiere de una visión
estratégica capaz de aglutinar voluntades y movilizar recursos de poder. Por ende, la clave que
da sustento a la posibilidad de materializar esa visión de hacia donde ir ( en política social u otras
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áreas de intervención pública) está asociada a la posesión de dotaciones importantes de aquellos
recursos que otorgan relativas dosis de poder a individuos o colectivos. Intereses (sean
interpretados estos de modo subjetivo u objetivo) e ideología, no constituyen por sí mismos
fuentes de poder aún cuando le otorgen identidad propia a los diversos involucrados en el
espacio público, sino que serán una serie de recursos (y las dotaciones que se tenga de ellos) los
que pueden facilitar la materialización de intereses y concepciones del mundo en el plano
concreto de las acciones estatales, por ejemplo programas y políticas sociales.
No existe consenso en la literatura acerca de cuáles son esos recursos relevantes. Es
posible, no obstante, avanzar en una aproximación con base en cuatro aspectos sustantivos de la
vida pública: lo político, lo económico, lo administrativo y lo ideológico. Se trata de recursos (en
términos de capacidades) con los cuales se debe contar para lograr participar activa y
autónomamente en el proceso de formación de una política pública, incluyendo el propio proceso
de coordinar actividades de gestión:
• Recursos políticos (apoyo de la ciudadanía, de los grupos de interés y de los mandantes
políticos; autoridad formal; liderazgo y autoridad informal; movilización y acción
colectiva; habilidad para negociar, argumentar y comunicar);
• Recursos económicos (presupuesto; dinero para incidir en la agenda gubernamental);
• Recursos administrativos (mandato legal; organización; información; expertise técnica;
capacidad para descifrar el contexto);
• Recursos ideológicos ( ideas; valores; prestigio moral; concepciones del mundo).
Los espacios de coordinación suelen operar, en la práctica, como redes políticas muy
complejas. Según el peso relativo de cada actor en base a la dotación con que cuenta de estos
recursos de poder recién presentados, será la capacidad política acotada de un actor individual o
colectivo, la cual será utilizada para negociar o para ejercer acciones de veto en dichos ámbitos
de interacción. Debe indicarse, sin embargo, que la interacción política en el espacio público
ligada a la disputa/articulación de intereses e ideologías no suele darse entre actores aislados de
su entorno, sino que se da por lo general a través de coaliciones políticas en las cuales participan
esos involucrados. Suelen ser estas conformaciones, cuyo cemento son precisamente los
intereses y/o las ideologías en común, las que permiten que se potencien los recursos que cada
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actor o involucrado en los espacios de coordinación posee por sí mismo y que, en forma
individual, no le permite actuar activamente en aquellos ámbitos de lo público donde más desean
o necesitan participar. Son las coaliciones las que, agregando múltiples recursos (aportados por
múltiples jugadores que incluso no participan de modo directo en el “juego de la coordinación”),
generan sinergias importantes, dando lugar a capacidades políticas agregadas, que implican algo
diferente a la sumatoria de las capacidades políticas acotadas de los miembros de la coalición.
Las coaliciones políticas que operan desde “adentro” pero también en la frontera con el
“afuera” de los ámbitos destinados a la coordinación, son interpretadas aquí del siguiente modo: i)
una conformación más o menos estable entre individuos y/o grupos de esferas diversas (Estado,
régimen político, sociedad, mercado, sistema internacional) que poseen ciertas dotaciones de
recursos (aunque sean mínimas) factibles de transformarse en elementos de peso en la conflictiva
disputa de poder, ii) que tienen intencionalidad de participar de modo conjunto del juego político
propio de ciertas temáticas públicas, y iii) que lo hacen a partir de compartir, con base en el
reconocimiento mutuo, algunos intereses y/o ideologías en común. Los participantes de las
coaliciones son jugadores estratégicos, razón por la cual toman múltiples decisiones (entre otras la
de permanecer o no en la coalición, y en caso de hacerlo, de qué forma y con qué intensidad),
guiados por sus intereses e ideologías pero también evaluando lo que buscan como objetivos los
otros involucrados en la temática pública en cuestión (formen o no parte de la coalición). En ese
sentido, un aspecto clave para entender el rol de las coaliciones está asociado al modo en que los
involucrados calculan y perciben subjetivamente sus recursos propios y también los ajenos (Klijn et
al , 1995). Ratificando este argumento, Sabatier y Jenkis-Smith (1999) señalan que los actores de las
coaliciones actúan restringidos por amplios prejuicios y limitaciones, sea por factores de tiempo, de
cultura o de información limitada.
Este recorrido por algunos lineamientos básicos de las instituciones y los actores debiese
permitir ayudar a establecer, con más precisión, los avances y retrocesos que suelen atravesar los
procesos de coordinación. La pronunciada brecha que suele observarse entre el discurso y la
práctica de la misma encuentra una buena fuente de explicación en las características de la
institucionalidad que afecta la coordinación, así como también en los rasgos del mapa de actores
involucrados y las posibles alternativas en materia de conformación de coaliciones que fomenten y
promuevan coordinación.
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4.-PALABRAS Y PREGUNTAS FINALES
Se ha dicho repetidas veces a lo largo de estas páginas, de una u otra forma, que la
coordinación es un camino relevante (más no el único) para resolver un doble problema típico de
la gestión pública moderna: por un lado, la complejidad y multidimensionalidad de los
problemas que adquieren protagonismo en el ámbito público; por el otro, la necesidad de sumar y
combinar esfuerzos, voluntades, recursos e intereses de múltiples actores relacionados de una u
otra forma con el problema/los problemas en cuestión. En pocas palabras, esa es la esencia que
motiva la preocupación por la coordinación.
Aquí se ha puesto la atención en un sub-tipo específico de problema público, aquel que
suele llamarse “problema social”. Y si bien se ha planteado el singular protagonismo que tienen
las políticas sociales para actuar sobre estos problemas, también se ha reconocido que los
mismos no pueden resolverse solamente con políticas sociales llevadas adelante por el Estado en
cualquier nivel de gobierno, por más eficientes, sostenibles y eficaces que aquellas fuesen. Se
requiere, también, de la intervención de otros actores no estatales, como las empresas, los
sindicatos, las ONGs, las organizaciones comunitarias (a las que seguramente se suman otras
organizaciones, como las vinculadas estrechamente con la cooperación internacional). Y es por
esa multiplicidad de (potenciales) presencias que aquí se exploró la coordinación atendiendo a la
posibilidad de diversos niveles de la misma, los cuales pueden darse dentro de diversos ámbitos,
algunos intra-estatales, otros asociados al vínculo entre Estado, sociedad civil y mercado.
Emergen problemáticas comunes en todos estos ámbitos, a saber: el vínculo entre autoridad,
poder y resultados de la coordinación; las complejidad técnico-política de este tipo de procesos;
la tensión entre los arreglos formales y las prácticas informales; los medios y los fines de la
coordinación.
Pero además de las enunciadas, muchas temáticas siguen abiertas, bienvenido sea. Y qué
mejor que expresarlas en preguntas:
¿Existen consensos significativos respecto a qué se entiende por coordinación para unamejor política social? ¿Cuáles son las posiciones divergentes, en caso que las hubiese?
¿Cuándo es pertinente y necesaria la coordinación, sea ésta intersectorial,
intergubernamental, entre Estado y Mercado y entre Estado y sociedad civil? Cuando
falta coordinación en los casos que se requieren, ¿qué implicancias tiene para una
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apropiada provisión del bien o servicio social? ¿En qué circunstancias la coordinaciónresulta poco apropiada?
¿Cuáles son las particularidades y/o especificidades que asume la coordinación al interiordel Estado o entre Estado, mercado y sociedad civil según los tipos de bienes o servicios
sociales involucrados?
¿Cómo incide el control de los recursos de poder político, saber técnico y dinero en la
dinámica y los resultados de los procesos de coordinación entre los diversos actores
involucrados en la misma?
¿Cuáles son los mayores desafíos que le presenta la coordinación a los siguientes actores:
decisores gubernamentales, técnicos de la administración pública, actores del mercado,organizaciones comunitarias y no gubernamentales?
¿Cuáles son las condiciones contextuales (políticas, técnicas, fiscales, culturales, legales,
etc.) que facilitan u obstaculizan la coordinación entre sectores sociales del Estadonacional?
¿En qué se parecen y en qué se diferencian los problemas de coordinación en el ámbito
central de gobierno cuando se trata de políticas macros y de programas específicos?
¿Qué desafíos se generan para la coordinación a partir de los procesos de
descentralización de políticas y/o servicios sociales? ¿Qué tendencias caracterizan dicha
coordinación según se trate de las áreas de Educación, Salud o Combate a la Pobreza?
¿Qué factores políticos y técnicos facilitan u obstaculizan la coordinación en territorios y
ámbitos locales?
¿Cuáles son los factores que obstaculizan la coordinación entre Estado y actores de lasociedad civil, por ejemplo grupos de interés, organizaciones no gubernamentales yorganizaciones comunitarias? ¿Cuáles factores la facilitan?
¿Qué expresiones concretas muestran con mayor claridad los desafíos de la coordinaciónde la política social en términos del vínculo entre Estado y grupos organizados de la
sociedad civil? ¿Cuáles parecen ser las mejores estrategias para enfrentar esos desafíos?
¿Cuáles son las condiciones contextuales (políticas, técnicas, fiscales, culturales, legales,
etc.) que facilitan u obstaculizan la coordinación entre los sectores sociales del Estadonacional y las áreas económicas del propio Estado nacional?
¿Cuáles son los factores que ayudan a lograr una mejor coordinación de actores en elámbito local para promover crecimiento productivo con generación de empleo y
expansión de los servicios sociales?
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