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Compromiso de Conveniencia - Amanda Quick

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Novela historica, romantica y de suspenso.

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Compromiso deconveniencia

Amanda Quick

Traducción de Ana Isabel Domínguez Palomo y Maríadel Mar Rodríguez Barrena

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Título original: Otherwise Engaged Traducción: Ana Isabel Domínguez Palomo y Maríadel Mar Rogríguez Barrena1.ª edición: abril 2016 © Ediciones B, S. A., 2015 Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España) www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-415-2

Todos los derechos reservados. Bajo las sancionesestablecidas en el ordenamiento jurídico, quedarigurosamente prohibida, sin autorización escrita de lostitulares del copyright, la reproducción total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento,comprendidos la reprografía y el tratamientoinformático, así como la distribución de ejemplaresmediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

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Para Frank, mi héroe románticode todos los tiempos

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1 —Señora, ¿por casualidad viaja

usted en el Estrella del Norte?Era una voz masculina, con

acento británico, educada y cargadade algo que parecía dolordescarnado y consternación.Procedía de la entrada de uncallejón cercano. Amity Doncasterse detuvo en seco.

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Iba de camino al barco, con susnotas y sus bocetos de la islaguardados en el maletín.

—Sí, viajo en el Estrella del Norte—contestó ella.

No hizo el menor intento poraproximarse al callejón. Aunque noveía al hombre oculto entre lassombras, estaba bastante segurade que no era un pasajero delbarco. Habría recordado esa voz tanseria y fascinante.

—Necesito que me haga ungrandísimo favor —dijo eldesconocido.

En ese mismo instante intuyó, sinerror a equivocarse, que el hombre

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sufría un dolor tremendo. Tenía lasensación de que necesitaba detodas sus fuerzas solo para poderhablar.

Aunque claro, a lo largo de susviajes se había topado con algunosactores fantásticos y no todos ellosse dedicaban a ese oficio de formaprofesional. Algunos eranembaucadores y criminales conmucho talento.

Sin embargo, si el hombre estabaherido, no podía darle la espalda.

Bajó la sombrilla y sacó de lacadena de plata que llevaba entorno a la cintura el eleganteabanico japonés fabricado

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expresamente para ella. El tessenestaba diseñado para parecer unabanico normal y corriente, perocon sus afiladas varillas de acero ysu país metálico era, en realidad,un arma.

Tras aferrar el tessen cerrado, seacercó con recelo a la entrada delcallejón. Había visto suficientemundo como para recelar de unextraño que se dirigiera a elladesde las sombras. El hecho deque, en ese caso, el hombrehablara con un aristocrático acentoinglés no garantizaba que no fueseun criminal. El Caribe estuvo enotro tiempo abarrotado de piratas y

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corsarios. La Marina Real y, másrecientemente, la Armada deEstados Unidos habían eliminadodicha amenaza casi en su totalidad,pero no había solución permanentepara el problema de los ladronescorrientes y los asaltantes. Habíadescubierto que eran tanomnipresentes en el mundo comolas ratas.

Al llegar a la entrada del callejón,vio que no tenía nada que temerdel hombre sentado en el suelo conla espalda apoyada en la pared.Parecía encontrarse en un apuro.Tendría unos treinta años y su pelo,negro como el azabache, estaba

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empapado de sudor. El nacimientode dicho pelo conformaba un picoen la frente y, aunque normalmentelo llevaría peinado hacia atrás, enese momento colgaba lacio aambos lados de su cara,enmarcando los ángulos de unrostro de rasgos fuertes einteligentes que en ese instantelucía una expresión firme y seria.Sus ojos, de color castaño claro,estaban empañados por el dolor.Había algo más en esos ojos, unavoluntad feroz y acerada. Esehombre estaba aferrándose a lavida, literalmente, con uñas ydientes.

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Tenía la pechera de la camisaempapada de sangre fresca. Sehabía quitado la chaqueta, quehabía doblado y presionaba contraun costado. La presión que ejercíano era suficiente para detener elconstante flujo de sangre quemanaba de la herida.

La carta que le tendía tambiénestaba manchada de sangre. Lamano le temblaba por el esfuerzode realizar ese pequeño gesto.

Volvió a colocarse el tessen en lacadena y corrió hacia él.

—¡Señor, por el amor de Dios!¿Qué le ha pasado? ¿Lo hanatacado?

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—Un disparo. La carta. Cójala. —Jadeó por el dolor—. Por favor.

Amity soltó el maletín y lasombrilla, tras lo cual se arrodilló asu lado, haciendo caso omiso de lacarta.

—Vamos a echar un vistazo —dijo.

Imprimió a su tono de voz laserena autoridad que su padresiempre había usado cuandohablaba con sus pacientes. GeorgeDoncaster afirmaba que dar laimpresión de que el médico sabía loque estaba haciendo infundíaesperanza y valor al paciente.

Sin embargo, ese paciente en

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concreto no estaba de humor paraque lo animasen. Tenía un objetivoen mente y lo perseguía con laspocas fuerzas que le quedaban.

—No —replicó entre dientes. Susojos la miraron con una ardientedeterminación para asegurarse deque ella comprendiera lo queestaba diciendo—. Demasiadotarde. Me llamo Stanbridge. Tengoun pasaje reservado en el Estrelladel Norte. Pero parece que noconseguiré hacer el viaje hastaNueva York. Por favor, señora, se lopido por favor. Es muy importante.Acepte esta carta.

No iba a permitirle que lo

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atendiera antes de asegurarse deque se encargaría de la carta.

—Muy bien. —Abrió el maletín yguardó la carta en el interior.

—Prométame que se encargaráde que la carta le llegue a mi tío enLondres. Cornelius Stanbridge.Ashwick Square.

—Voy de camino a Londres —replicó ella—. Entregaré su carta.Pero ahora debemos atender suherida, señor. Por favor, permítameexaminarlo. Tengo algunaexperiencia en estos asuntos.

La miró con una expresiónfascinante. Por un brevísimoinstante, Amity habría jurado

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atisbar en sus ojos una miradasocarrona.

—Señora, tengo la impresión deque posee usted mucha experienciaen muchos asuntos.

—No lo sabe usted bien, señorStanbridge. Cuidaré de su carta.

La miró con firmeza durante uninstante antes de entrecerrar losojos.

—Sí —dijo—. Creo que lo hará.Amity le desabrochó la

ensangrentada camisa y apartó lamano con la que él presionaba lachaqueta arrugada contra la herida.Un vistazo le dijo todo lo quenecesitaba saber. Tenía una herida

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en el costado que no paraba desangrar, pero no se trataba de unahemorragia arterial. Devolvió lamano y la chaqueta a su sitio y sepuso en pie.

—La bala lo ha atravesadolimpiamente y creo que no hayningún órgano vital afectado —anunció. Con rapidez, se levantó lasfaldas de su vestido de viaje y sedesgarró las enaguas para hacerunas improvisadas vendas—. Perodebemos controlar la hemorragiaantes de llevarlo al barco. La isla nocuenta con atención médicamoderna. Me temo que tendrá queapañárselas conmigo.

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Stanbridge murmuró algoininteligible y cerró los ojos.

Amity usó una de las tiras de telamás largas para hacer una gruesacompresa. Después, volvió aapartarle la mano y la chaqueta delcostado. Tras unir los bordes de laherida lo mejor que pudo, colocó lavenda sobre la piel y lo instó aejercer presión con la mano paramantenerla en su sitio.

—Apriete con fuerza —le ordenó.Él no abrió los ojos, pero su fuerte

mano aferró con decisión los bordesde la tela.

Sin pérdida de tiempo, Amity lepasó dos tiras de tela alrededor de

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la cintura y las ató para mantenerla compresa en su sitio.

—¿Dónde ha aprendido a haceresto? —masculló Stanbridge, sinabrir los ojos.

—Mi padre era médico, señor.Crecí en un hogar donde lamedicina era el tema deconversación habitual durante lascomidas. Lo ayudaba a menudo ensu trabajo. Además, viajé por todoel mundo con él mientras estudiabadistintas formas de practicar lamedicina en tierras extrañas.

Stanbridge logró abrir un poco losojos.

—Desde luego, este es mi día de

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suerte.Amity observó la ensangrentada

camisa y la chaqueta.—Yo no llegaría al extremo de

llamarlo «su día de suerte», perocreo que sobrevivirá. Todo un logrodadas las circunstancias. Y ahoradebemos conseguir llevarlo a bordo.

Aunque su padre había muerto unaño antes, Amity siempre llevaba elmaletín con sus utensilios cuandoviajaba al extranjero. Dicho maletínmédico se encontraba en el barco,en su camarote. Una vez contenidala hemorragia, debía encontrar elmodo de llevar a Stanbridge alEstrella del Norte.

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Se puso en pie, caminó hasta laentrada del callejón y detuvo a lasdos primeras personas que vio, dosisleños que iban de camino almercado. Lo dispuso todo encuestión de minutos. Una mirada aStanbridge, que seguía en elcallejón, les indicó a los hombres loque había que hacer.

Con la ayuda de dos amigos,ambos pescadores, trasladaron alcasi inconsciente Stanbridge devuelta al barco en una camillaimprovisada que hicieron con unared de pesca. Amity les agradeció elesfuerzo con una generosa propina,pero parecieron más entusiasmados

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con su sentido agradecimiento quecon el dinero.

Unos cuantos miembros de latripulación del Estrella del Nortetrasladaron a Stanbridge a sucamarote y lo dejaron en laestrecha litera. Amity pidió que lellevaran el maletín médico que seencontraba en su camarote. Cuandolo hicieron, se dispuso a limpiar laherida y a cerrarla, aplicando variospuntos de sutura. Stanbridge gimióde vez en cuando, aunque semantuvo inconsciente la mayorparte del tiempo.

Amity sabía que el paciente eratodo suyo. Ya no había médico a

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bordo del barco. El médico delEstrella del Norte, un hombre derostro rubicundo y gordo, proclive altabaco y a la bebida, había muertode un ataque al corazón pocodespués de que el barco zarpara delúltimo puerto en el que había hechoescala. Amity había ocupado sulugar en la medida de lo posible, yhabía tratado las distintas heridas yalgún que otro brote de fiebre quehabía sufrido la tripulación.

En el barco viajaban pocospasajeros, casi todos británicos oestadounidenses. Algunos másembarcarían cuando el barcoatracara en otras islas durante la

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travesía, pero era poco probableque el capitán Harris pudieraencontrar otro médico antes dellegar a Nueva York.

La fiebre apareció más o menos

hacia la medianoche. La piel deStanbridge adquirió unatemperatura alarmante al tacto.Amity mojó un trapo en el aguafresca que le habían llevado y locolocó sobre la frente del paciente.El señor Stanbridge abrió los ojos.La miró con una expresióndesconcertada.

—¿Estoy muerto? —preguntó.

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—Ni por asomo —le aseguró ella—. Está a salvo, a bordo del Estrelladel Norte. Vamos rumbo a NuevaYork.

—¿Está segura de que no hemuerto?

—Segurísima.—No me mentiría sobre algo así,

¿verdad?—No —respondió ella—. No le

mentiría sobre algo tan importante.—¿La carta?—Segura en mi maletín.La miró fijamente durante un

buen rato. Después, pareció llegara una conclusión.

—Tampoco me mentiría sobre eso

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—dijo.—No. Tanto usted como su carta

llegarán a Nueva York, señorStanbridge. Le doy mi palabra.

—Hasta entonces, prométameque no le mencionará la carta anadie.

—Por supuesto que no lamencionaré. La carta es un asuntopersonal suyo, señor.

—No sé por qué, pero creo quepuedo confiar en usted. En todocaso, parece que no me quedaalternativa.

—Señor Stanbridge, su cartaestará segura conmigo. A cambio,debe prometerme que se

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recuperará de la herida.Aunque no estaba segura, juraría

que el señor Stanbridge estuvo apunto de sonreír.

—Haré todo lo posible —replicóél, tras lo cual cerró los ojos denuevo.

Amity le quitó el trapo, lohumedeció otra vez y lo usó pararefrescarle las partes del torso y delos hombros que el vendaje nocubría y que estaban acaloradas porla fiebre.

Alguien llamó a la puerta delcamarote.

—Adelante —dijo ella en vozbaja.

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Yates, uno de los dos asistentes,asomó la cabeza.

—Señorita Doncaster, ¿necesitaalgo más? El capitán me ha dichoque ponga a su disposicióncualquier cosa que necesite.

—De momento es todo, señorYates. —Sonrió—. Ha sido ustedmuy amable. He limpiado la heridaen la medida de lo posible. Lospuntos de sutura han detenido lahemorragia. De momento, está enmanos de la naturaleza. Por suerte,el señor Stanbridge parece gozar deuna constitución fuerte.

—El capitán dice que Stanbridgehabría muerto en Saint Clare si no

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lo hubiera encontrado en aquelcallejón, embarcado en el Estrelladel Norte y cosido el agujero quetenía en el costado.

—Sí, bueno, dado que no hamuerto, no tiene sentido reflexionarsobre lo que habría podido pasar.

—No, señora. Pero no es el únicopasajero a bordo que tiene motivospara estarle agradecido. Latripulación sabe que gracias a ustedNed el Rojo no murió de fiebre lasemana pasada y que el señorHopkins no perdió el brazo despuésde que se le infectara la herida. Elcapitán no para de decirle a todo elmundo que le gustaría que se

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quedara usted en el Estrella delNorte. La tripulación estaríaencantada si lo hiciera, es un hechoconfirmado.

—Gracias, señor Yates. Me alegrode poder ser de ayuda, pero deboregresar a Londres.

—Sí, señora. —Yates inclinó lacabeza—. Llame si me necesita.

—Lo haré.La puerta se cerró una vez que el

hombre se marchó. Amity extendióel brazo para coger otro trapohúmedo.

La fiebre bajó hacia el amanecer.

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Satisfecha porque el señorStanbridge estuviera fuera depeligro, al menos de momento,Amity se acurrucó en el único sillóndel camarote e intentó dormir unpoco.

Se despertó sobresaltada. Laabrumó una sensación extraña quele puso los nervios de punta.Parpadeó varias veces y aguzó eloído en un intento por descubrirqué la había sacado de su inquietosueño. Solo escuchó el zumbido delos enormes motores de vapor delEstrella del Norte.

Estiró las piernas y se sentó conla espalda tiesa. Stanbridge la

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observaba desde la litera.Comprendió que era eso lo que lahabía despertado. Había percibidosu mirada.

Se sintió un poco azorada. Paradisimular la incomodidad delmomento, se alisó las tablas de suvestido marrón de viaje.

—Señor Stanbridge, lo veo muymejorado —comentó.

Era cierto. Sus ojos ya no teníanuna expresión enfebrecida, perohabía otro tipo de ardor en sumirada. Algo que le provocó ciertaemoción y un escalofrío en la nuca.

—Me alegra saber que parezcohaber mejorado. —Se cambió de

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posición en la litera. Su rostro setensó por el dolor—. Porque,ciertamente, me encuentro fatal.

Amity miró el maletín médico quehabía dejado en la cómoda.

—Me temo que puedo hacer pocopara mitigar el dolor. Apenas mequedan suministros. Tengo un pocode morfina, pero los efectosdurarán poco.

—Ahórrese la morfina, gracias.Prefiero tener la cabeza despejada.No estoy seguro de habermepresentado correctamente.Benedict Stanbridge.

—El capitán Harris me dijo sunombre. Un placer conocerlo, señor

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Stanbridge. —Sonrió—. Dadas lascircunstancias, tal vez seaexagerado decir que es un placer,aunque es mejor que la alternativa.Soy Amity Doncaster.

—¿Doncaster? —Esa cara taninteresante adquirió una expresiónconcentrada al fruncir el ceño—.¿Por qué me resulta familiar eseapellido?

Amity carraspeó.—He escrito varios artículos de

viaje para El divulgador volante.Quizás haya leído alguno.

—No lo creo. No leo esa basura.—Entiendo —replicó, ofreciéndole

su sonrisa más fría.

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Él tuvo la decencia de pareceravergonzado.

—La he insultado. Nada más lejosde mi intención, se lo aseguro.

Amity se puso de pie.—Llamaré al asistente. Lo

ayudará con sus necesidadespersonales mientras yo voy a micamarote para asearme un poco ydesayunar.

—Espere un momento, ya sé porqué conozco su apellido. —Benedictparecía satisfecho consigo mismo—.Mi cuñada mencionó sus artículos.Es una gran admiradora suya.

—Me alegra escucharlo —replicóAmity con voz fría.

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Tiró con fuerza del cordón de lacampanilla y se recordó queBenedict se estaba recuperando deuna herida importante y que, portanto, no podía echarle en cara susmalos modales. Sin embargo, serconsciente de ese hecho noapaciguó su irritación.

Benedict miró el maletín que ellahabía dejado sobre la cómoda.

—La carta que le di para que laguardara —dijo—. ¿Todavía latiene?

—Sí, por supuesto. ¿La quiere?Sopesó la pregunta un instante y

después negó con la cabeza.—No. Déjela en el maletín, por si

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acaso...—¿Por si acaso qué, señor

Stanbridge?—La travesía hasta Nueva York es

larga y tal vez sufra una recaída —contestó.

—Es poco probable.—De todas formas, prefiero tener

un plan para lidiar con dichaeventualidad.

Amity sonrió.—¿Debo suponer que es usted un

hombre preparado para cualquiereventualidad?

Benedict se tocó el borde delvendaje e hizo un gesto de dolor.

—Ya ha visto lo que sucede

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cuando no planeo bien las cosas.Como le decía, si no llego a NuevaYork, me haría un favor grandísimosi prometiera entregarle la carta ami tío.

—Cornelius Stanbridge, AshwickSquare. No se preocupe, anoté ladirección para no olvidarla. Pero leaseguro que no será necesario queyo la entregue. Se recuperará de laherida y la entregará usted mismo,señor.

—Si me recupero, no habránecesidad de entregarla.

—No lo entiendo —repuso ella—.¿Qué significa eso?

—No tiene importancia. Usted

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prométame que no se separará deese maletín hasta que me sienta lobastante fuerte para hacerme cargode nuevo de la carta.

—Le doy mi palabra de que nome separaré del maletín ni de lacarta en ningún momento. Perodado lo que ha sucedido, tengo laimpresión de que me debe unaexplicación.

—A cambio de su promesa decuidar de la carta, le doy mi palabrade que algún día se lo explicaré enla medida de lo posible.

Amity concluyó que eso era loúnico que iba a conseguir a modode garantía de que algún día sabría

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la verdad.Yates llamó a la puerta para

anunciar su regreso. Amity cogió elmaletín y atravesó la cortadistancia que la separaba de lapuerta.

—Vendré a echarle un vistazo trasel desayuno, señor Stanbridge —dijo—. Entretanto, asegúrese de nohacer nada que ponga en peligro milabor con la aguja.

—Seré cuidadoso. Una cosa más,señorita Doncaster.

—¿Qué quiere?—Según las escalas que tiene

programadas el Estrella del Norte,no llegaremos a Nueva York hasta

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dentro de diez días. Además de lospasajeros que ya están a bordo,subirán algunos más en las distintasescalas.

—Sí. ¿Por qué?Benedict se incorporó sobre un

codo y el dolor hizo que suexpresión se tensara.

—No le mencione esa carta anadie. Ni a los pasajeros ni a losmiembros de la tripulación. Es devital importancia que no confíe ennadie que ahora mismo viaje abordo del barco o que puedaembarcar de aquí a Nueva York.¿Queda claro?

—Clarísimo. —Aferró el pomo de

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la puerta mientras contestaba—.Señor Stanbridge, admito que esusted un hombre muy misterioso.

Benedict se dejó caer de nuevosobre la almohada.

—Todo lo contrario, señoritaDoncaster. Soy ingeniero.

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2 La tormenta en el mar estaba

muy lejos, pero los relámpagosiluminaban las nubes con unaclaridad feroz. El ambiente estabacargado y resultaba embriagador.En noches como esa, a una mujerse le podía perdonar que se creyeracapaz de volar, pensó Amity.

Se encontraba en la cubierta de

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paseo, con las manos apoyadas enla barandilla de teca, contemplandoel espectáculo con admiración ynerviosismo. No todas lasemociones intensas queexperimentaba se debían a latormenta. El hombre que tenía a sulado era responsable de lassensaciones más emocionantes,pensó. De alguna manera iban dela mano, la noche y el hombre.

—Se puede sentir la energíadesde aquí —dijo con una carcajadaprovocada por el maravilloso placerque le proporcionaba todo.

—Sí, es verdad —convinoBenedict.

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Sin embargo, él no miraba latormenta. La miraba a ella.

Lo vio apoyar las manos en labarandilla, con los dedos muy cercade los suyos. Se le había cerrado laherida sin signos de infección, peroseguía moviéndose con cuidado.Sabía que seguiría rígido y doloridodurante un tiempo. Unos cuantosdías antes, tras haber llegado a laconclusión de que sobreviviría, lehabía pedido que le devolviese lacarta.

Amity se dijo que era un alivioque la liberase de laresponsabilidad. Sin embargo, elacto de entregarle la carta la había

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dejado con cierta sensacióntristona, incluso un poco desolada.La tarea de ocultar la carta, saberque Benedict le había confiado sucustodia, había creado un vínculoentre ellos, al menos en lo que aella se refería.

Esa frágil conexión ya no existía.Benedict ya no la necesitaba.Recuperaba las fuerzas con rapidez.Al día siguiente, el Estrella delNorte atracaría en Nueva York. Elinstinto le decía que todo cambiaríapor la mañana.

—No volveré a Londres con usted—anunció Benedict—. En cuantoatraquemos mañana, tengo que

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tomar el tren que parte haciaCalifornia.

Se había preparado para eso, serecordó ella. Sabía que el interludiodurante la travesía llegaría a su fin.

—Entiendo —dijo. Hizo una pausa—. California está muy lejos deNueva York. —Y más lejos todavíade Londres, pensó.

—Por desgracia, mis negocios mellevan hasta allí. Si todo va bien, notendré que quedarme muchotiempo.

—¿Adónde irá después de dejarCalifornia? —preguntó ella.

—A casa, a Londres.Como no sabía qué más decir, se

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quedó callada.—Me gustaría muchísimo ir a

verla cuando vuelva, si me lopermite —dijo Benedict.

De repente, Amity pudo respirarde nuevo.

—Me gustaría. Me encantarávolver a verlo.

—Amity, le debo más de lo quepodré pagarle jamás.

—Por favor, no diga eso. Habríahecho lo mismo por cualquiera ensu situación.

—Ya lo sé. Es una de las infinitascosas maravillosas que tiene.

Sabía que estaba ruborizada yagradeció la oscuridad de la noche.

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—Estoy segura de que ustedhabría hecho lo mismo encircunstancias parecidas.

—Se ha visto obligada a confiaren mí a ciegas —continuó Benedict,muy serio—. Sé que no ha debidode ser fácil. Gracias por confiar enmí.

No le respondió.—Ojalá algún día pueda

explicárselo todo —siguió él—. Porfavor, créame cuando le digo quees mejor si no le cuento todavíatoda la historia.

—Es su historia. Puede contárselaa quien quiera.

—Merece saber la verdad.

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—Ahora que lo dice, tiene razón—replicó.

Benedict sonrió por su tonobrusco.

—Ojalá pudiera volver a Londrescon usted.

—¿Lo dice en serio?Benedict le cubrió las manos con

una de las suyas. Durante unsegundo, no se movió. Sabía queestaba esperando a ver si ellaapartaba los dedos. Tampoco semovió.

La cogió de una mano y la instó avolverse hacia él lentamente.

—Voy a echarla de menos, Amity—dijo él.

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—Yo también lo echaré de menos—susurró ella a su vez.

La pegó contra su cuerpo y seapoderó de su boca.

El beso era todo lo que ella habíasoñado que sería y mucho más, fuealgo erótico y apasionado,emocionante a más no poder. Lerodeó el cuello con los brazos yentreabrió los labios para él. Suaroma la cautivaba. Inspiró hondo.Un deseo dulce y ardiente se abriópaso en su interior. Por temor acausarle daño, tuvo mucho cuidadode no pegarse a él con fuerza,aunque deseaba hacerlo. Ay,ansiaba dejarse arrastrar por ese

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momento tan maravilloso.Benedict apartó los labios de los

suyos y la besó en el cuello. Apartólas manos de su cintura y las subióhasta que quedaron justo pordebajo de sus pechos. El calor y losdestellos del horizonte eran elmarco perfecto para las ferocesemociones que amenazaban conconsumirla. Se aferró con fuerza alos hombros de Benedict en buscade promesas, pero a sabiendas deque no las conseguiría. Al menos,no esa noche. Esa noche era unfinal, no un principio.

Benedict emitió un gemido ronco,volvió a sus labios y la besó con

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más pasión. Durante un segundoeterno, el mundo más allá delEstrella del Norte dejó de existir.

Consumida por una pasión que nose parecía a nada de lo que hubieraexperimentado antes, anheló poderseguir el beso hasta el corazón dela tormenta, como si el mañana noexistiera. Sin embargo, Benedict lepuso fin al abrazo con un gemido yla separó de su cuerpo condelicadeza, pero con decisión.

—No es ni el momento ni el lugar—dijo.

Su voz sonó áspera y transmitió elmismo control acerado que el díaque se lo encontró sangrando en el

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callejón.—Sí, por supuesto, su herida —se

apresuró a decir ella, avergonzada,porque con la pasión del momentose había olvidado de esta—. Losiento. ¿Le he hecho daño?

Los ojos de Benedict brillaron consorna. Le acarició la mejilla con eldorso de la mano.

—Ahora mismo la herida es loúltimo que me preocupa.

La acompañó de vuelta a sucamarote y se despidió de ella en lapuerta.

Por la mañana, el Estrella del

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Norte atracó en Nueva York.Benedict la acompañó mientrasdesembarcaban. Poco tiempodespués se subió a un coche dealquiler y desapareció de su vista...y de su vida. Ni siquiera se tomó lamolestia de mandarle un simpletelegrama desde California.

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3 Londres Amity se culpaba por no haberse

percatado a tiempo de la presenciadel hombre oculto en las sombrasdel coche de alquiler. Fue por culpade la lluvia, concluyó. En cualquierotra circunstancia, se habríamostrado mucho más observadora.

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Mientras viajaba por el extranjero,se aseguraba de estar siempreatenta a su entorno cuando seencontraba en sitios desconocidos.Pero estaba en Londres. Nadie seesperaba que lo secuestrasen en lacalle a plena luz del día.

Sí, la verdad era que estabadistraída cuando salió del salón deconferencias. Aún echaba humo porlas orejas después de escuchar lasincontables inexactitudespronunciadas por el señor Potter ensu conferencia sobre el Oesteamericano. El hombre era un tontoredomado. En la vida había salidode Inglaterra, ni mucho menos se

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había molestado en leer susartículos publicados en Eldivulgador volante. Potter no sabíanada sobre el Oeste, y sin embargose atrevía a presentarse como unaautoridad en el tema. Le habíacostado la misma vida permanecersentada, hasta que ya no aguantómás y se vio obligada a levantarsepara objetar con firmeza.

Eso no les había sentado nadabien ni a Potter ni a su audiencia.La habían invitado a abandonar lasala de conferencias acompañadapor dos recios asistentes. Mientraslo hacía, había escuchado las risillasy la desaprobación de la multitud.

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Las damas respetables nointerrumpían a afamadosconferenciantes con el propósito decorregirlos. Por suerte, nadie deentre el público conocía suidentidad. La verdad, había que sermuy cuidadoso en Londres.

Irritada y ansiosa por escapar dela depresiva lluvia estival, se habíasubido al primer coche de alquilerque había encontrado en la calle.Lo que había demostrado ser ungrave error.

Apenas tuvo tiempo parapercatarse de las ventanillascerradas a cal y canto y de lapresencia del otro ocupante del

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vehículo cuando el hombre le rodeóel cuello con un brazo y tiró de ellapara pegarla a su torso. Actoseguido, presionó un objeto afiladocontra su garganta. Vio con elrabillo del ojo que sostenía unescalpelo con una manoenguantada.

—Silencio o te degüello antes deque llegue tu hora, puta. Eso seríauna lástima. Estoy deseandofotografiarte.

Aunque habló en voz baja, suacento lo identificaba claramentecomo miembro de la clase alta.Llevaba la cara cubierta por unamáscara de seda negra, aunque con

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pequeñas aberturas para los ojos,la nariz y la boca. Olía a sudor, atabaco especiado y a colonia cara.Logró reparar en la buena calidaddel paño de su abrigo porque elhombre la mantenía pegada a él.

De inmediato el hombre semovió, extendió una mano y cerróla portezuela. El vehículo se pusoen marcha. Amity era consciente deque el carruaje se movía a granvelocidad, pero dado que lasventanillas estaban cerradas ycubiertas por los postigos demadera, no sabía en qué direcciónavanzaba.

Una cosa sí fue evidente: su

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secuestrador era más fuerte queella.

Detuvo el forcejeo y dejó losbrazos lacios. Su mano derechadescansaba sobre el eleganteabanico que llevaba sujeto a lacadena de plata que le rodeaba lacintura.

—¿Qué quiere de mí? —preguntó,esforzándose por usar un tono devoz indignado y ofendido.

Sin embargo, sabía la respuesta.La supo desde que vio el escalpelo.Había caído en las garras delcriminal que la prensa llamaba «elNovio». Se esforzó por mantener lavoz fría y firme. Si algo había

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aprendido de sus viajes, era queuna actitud segura y controlada erala mejor defensa en medio de unacrisis.

—Voy a hacerte un preciosoretrato de boda, mi dulce putita —contestó el asesino con voz melosa.

—Puede llevarse mi monedero,pero le advierto que no llevo nadade valor en él.

—¿Crees que quiero tu monedero,puta? No necesito tu dinero.

—Entonces, ¿a qué viene esteinnecesario ajetreo? —le soltó.

Su tono furioso lo encolerizó.—Cierra la boca —masculló—. Te

diré por qué te he secuestrado. Voy

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a usarte a modo de ejemplo, aligual que he hecho con las demásmujeres que han demostrado unafalta de decoro similar a la tuya.Aprenderás cuál es el precio de tuengaño.

Aunque no creía posible estarmás asustada, esas palabras leprovocaron una intensa oleada deterror que la embargó por entero. Sino hacía algo para liberarse, nosobreviviría a esa noche. Y estabasegura de que solo dispondría deuna oportunidad. Tenía queplanearlo bien.

—Me temo que ha cometido ungran error, señor —dijo, tratando de

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proyectar firmeza en sus palabras—. Yo no he engañado a nadie.

—Miente usted muy bien, señoritaDoncaster, pero ahórrese la saliva.Sé exactamente lo que es. Es igualque las demás. Se presenta con unaapariencia de pureza femenina,pero bajo esa fachada estámancillada. Los rumores delvergonzoso comportamiento quedemuestra durante sus viajes alextranjero han llegado a mis oídosesta pasada semana. Sé que sedujoa Benedict Stanbridge y loconvenció de que, como elcaballero que es, no tiene otraopción salvo la de casarse con

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usted. Voy a salvarlo de la trampaque le ha tendido, de la mismamanera que salvé a los demáscaballeros que han sido engañados.—El asesino le acarició la gargantacon el escalpelo, aunque no llegó aperforarle la piel—. Me pregunto sise sentirá agradecido.

—¿Piensa que va a proteger alseñor Stanbridge de una mujer demi ralea? —le preguntó Amity—.Está perdiendo su tiempo. Leaseguro que el señor BenedictStanbridge es muy capaz dedefenderse solo.

—Quiere tenderle una trampa ycasarse con él.

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—Si tanto le interesa el asunto,¿por qué no espera a que regrese aLondres? Así puede informarlo desus teorías sobre mi virtud ypermitirle que saque sus propiasconclusiones.

—No, señorita Doncaster.Stanbridge descubrirá la verdadmuy pronto. Y la alta sociedaddescubrirá mañana por la mañanalo que es usted. No se mueva o ladegollaré aquí mismo.

Se mantuvo muy quieta. La puntadel escalpelo no tembló. Sopesó laposibilidad de alejarse de la hoja ylanzarse a un rincón del asiento,pero dicha maniobra, aunque

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tuviera éxito, solo le daría unossegundos de tiempo. Acabaríaatrapada en el rincón, con el tessencontra el escalpelo.

Era poco probable que el Novio lamatara en el interior del carruaje,pensó. Todo quedaría manchado,por decirlo de alguna manera.Habría una enorme cantidad desangre y debería explicarle elmotivo a alguien, aunque solo fueraal cochero. Todo lo referente alasesino, desde el elegante nudo desu corbata hasta la tapicería delinterior del carruaje, dejaba claroque era un hombre bastantepuntilloso. No arruinaría su

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elegante traje ni los cojines deterciopelo si podía evitarlo.

Llegó a la conclusión de que sumejor oportunidad llegaría cuandointentara sacarla del carruaje.Aferró el tessen cerrado y esperó.

El asesino extendió el brazo sobreel asiento para coger una cajita quedescansaba en el cojín opuesto.Nada más captar el leve olor acloroformo, Amity sintió una nuevaoleada de pánico. La opción deesperar a que el carruaje parase yano era factible. En cuanto sequedara inconsciente, no podríadefenderse.

—Esto te mantendrá calladita

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hasta que lleguemos a nuestrodestino —dijo el Novio—. No temas,te despertaré cuando llegue elmomento de ponerte el vestido denovia y de posar para el retrato. Yahora, recuéstate en el rincón.Buena chica. Pronto aprenderás aobedecerme.

La amenazó con el escalpelo,obligándola a retroceder hacia elrincón. Amity aferró el abanico conmás fuerza. El asesino miró haciaabajo, pero su actitud no le causóalarma alguna. Aunque ella nopodía ver su expresión debido a lamáscara, estaba segura de que elhombre había sonreído. Sin duda,

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disfrutaba con la imagen de unamujer indefensa agarrando confervor un precioso adorno colgadode su vestido.

Tras preparar el trapo empapadode cloroformo, se dispuso acolocárselo sobre la nariz y la boca.

—Solo tienes que respirar hondo—le ordenó—. Todo será muyrápido.

Amity hizo lo que cualquier damade delicada sensibilidad haría endichas circunstancias. Soltó unhondo suspiro, puso los ojos enblanco y se desplomó. Tuvo cuidadode no dejarse caer sobre elescalpelo, de modo que echó el

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cuerpo hacia el otro lado. Desde elasiento, se deslizó hacia el suelo.

—¡Maldita sea! —masculló elNovio, que se movió de formainstintiva para esquivar su peso.

Amity ya no tenía el escalpelopegado al cuello. Como respuesta asus silenciosas plegarias, el cocherotomó una curva a gran velocidad. Elcarruaje se inclinó hacia un lado. ElNovio trató de mantener elequilibrio.

Era en ese momento o nunca.Amity se enderezó, se volvió y

clavó las afiladas varillas delabanico en el objetivo más cercano:el muslo del asesino. Las varillas se

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hundieron, perforando la ropa y lacarne.

El Novio gritó, por el dolor y por lasorpresa. Aunque blandió elescalpelo en dirección a Amity, ellaya había abierto el tessen. El metalesquivó el golpe.

—Zorra.Sorprendido y desestabilizado, el

asesino trató de recuperar elequilibrio para atacarla de nuevo.Sin embargo, Amity cerró el abanicoy le clavó las varillas en el hombro.La mano que blandía el escalpelosufrió un espasmo. El arma cayó alsuelo del vehículo.

Amity liberó el tessen y atacó de

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nuevo sin saber adónde apuntaba.El pánico se había apoderado deella, y estaba desesperada por salirdel carruaje. El Novio gritó denuevo y trató de golpearla con lasmanos, en un intento por esquivarsus ataques. Tanteó el suelo enbusca del escalpelo.

Amity abrió el abanico de nuevo,dejando a la vista el elegante jardínpintado en el país metálico, y legolpeó la mano con los afiladosbordes. El asesino apartó la mano ygritó, enfurecido.

El carruaje se detuvo de formaabrupta. El cochero habíaescuchado los gritos.

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Amity aferró el picaporte de laportezuela y logró abrirla. Cerró eltessen y lo dejó colgando de lacadena. Tras levantarse las faldas ylas enaguas con una mano a fin deque la tela no fuera un estorbo,trastabilló y bajó del carruaje.

—¿Qué demonios está pasando?—El cochero la miró desde elpescante. El agua de lluvia le caíapor el ala del bombín. Era evidenteque el devenir de losacontecimientos lo había tomadopor sorpresa—. A ver, un momento,¿qué está pasando aquí? Me dijoque usted era una amiga. Quequerían un poco de intimidad.

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Amity no se detuvo a explicarle lasituación. No se fiaba del cochero.Tal vez fuera inocente, pero bienpodría ponerse del lado del asesino.

Un rápido vistazo le indicó que elcarruaje se había detenido en unacalle estrecha. Se levantó de nuevolas faldas y las enaguas, tras lo cualechó a correr hacia el extremoopuesto, donde la calleperpendicular prometía estarconcurrida y ofrecerle seguridad.

Escuchó que el cochero hacíarestallar el látigo tras ella. Elcaballo salió a galope tendido y elsonido de sus cascos resonó sobrelos adoquines. El carruaje se

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marchaba en la dirección contraria.Los angustiosos y coléricos aullidosprocedentes del interior delvehículo se fueron alejando.

Amity corrió todo lo rápido quepudo.

Cuando llegó a la calleperpendicular, ya no se escuchabanlos chillidos. La primera personaque la vio salir de la oscuracallejuela fue una mujer queempujaba un cochecito de bebé. Laniñera soltó un alaridoensordecedor.

El espantoso grito atrajo alinstante a una multitud. Todo elmundo la miraba, espantado y

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fascinado, con el horror pintado enla cara. Apareció un policía quecorrió hacia ella con la porra en lamano.

—Señora, está usted sangrando—comentó—. ¿Qué ha pasado?

Amity se miró y vio por primeravez que tenía el vestido manchadode sangre.

—La sangre no es mía —seapresuró a contestar.

El policía adoptó una actitudamenazadora.

—En ese caso, ¿a quién hamatado, señora?

—Al Novio —contestó—. Creo. Elcaso es que no estoy segura de que

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esté muerto. A la mañana siguiente, Amity

Doncaster se despertó con lasnoticias de que volvía a sertristemente célebre... por segundavez en la misma semana.

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4 Se despertó inmerso en la misma

nube de dolor y confusión que ya lohabía abrumado en otras ocasiones.Sin embargo, su mente estaba algomás despejada esa vez. Habíavoces en la neblina. Mantuvo losojos cerrados y aguzó el oído. Dospersonas hablaban en susurros. Lasconocía a ambas.

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—Vivirá. —La voz del médicosonaba cansada y seria—. Lasheridas se están cerrando como esdebido. No hay indicios de infeccióny parece que no tiene afectadoningún órgano vital.

—Gracias, doctor. Estoyconvencida de que le ha salvado lavida.

La mujer pronunció palabras degratitud, pero su voz educada sonófría y hueca, como si estuvieradividida entre la rabia y la angustia.

—He hecho todo lo que he podidopor su cuerpo —prosiguió el médico—, pero como ya le he dicho enotras ocasiones, señora, no hay

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nada que yo o cualquier otromédico podamos hacer por sumente.

—Me aseguraron que estabacurado. De hecho, parecía muy bienestos últimos meses. Feliz.Comedido. Disfrutando de sufotografía. No ha habido indicios deque estuviera recayendo en sulocura.

—Señora, le recuerdo quetampoco hubo indicios de locuraprevios al episodio anterior, si hacememoria. Tal como ya he intentadoexplicarle en varias ocasiones, laprofesión médica carece deconocimientos para curarlo. Si no va

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a llamar a la policía...—Jamás. Sabe tan bien como yo

lo que sucedería si lo hiciera.Semejante acción no solo lodestruiría a él, sino que destrozaríaa toda la familia.

El médico se mantuvo en silencio.—Me ocuparé de la situación tal

como lo hice la última vez —dijo lamujer. La determinación aceraba suvoz.

—Supuse que tomaría esadecisión —replicó él médico.Parecía resignado—. Me he tomadola libertad de ponerme en contactocon el doctor Renwick de CresswellManor. Dos de sus asistentes

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esperan fuera.—Hágalos pasar —ordenó la

mujer—. Recuérdeles que espero lamáxima discreción.

—Están bien entrenados. Como leexpliqué la vez anterior, el doctorRenwick se especializa en tratareste tipo de situaciones. Soloacepta a pacientes de las mejoresfamilias y siempre tiene presente laobligación que les debe a quienespagan sus honorarios.

—En otras palabras, estoycomprando el silencio del doctorRenwick —dijo la mujer con vozamarga.

—Le aseguro que no es la única

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de la alta sociedad que lo hace.Pero teniendo en cuenta laalternativa, no se puede hacer otracosa, ¿verdad?

—No. —La mujer titubeó—. ¿Estáseguro de que se encuentra encondiciones para viajar?

—Sí.—En ese caso, haga pasar a los

asistentes.—Creo que lo más seguro para

todas las personas involucradas esque le administre al paciente otradosis de cloroformo antes deprepararlo para su traslado.

—Haga lo que crea que debehacer —dijo la mujer—. Me voy. No

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puedo ver cómo se lo llevan denuevo.

La mujer se iba...El pánico recorrió al paciente

como una llamarada. Abrió los ojose intentó incorporarse en la cama,pero descubrió espantado que nopodía moverse. Unas tiras de cuerolo ataban a las barandillas de lacama.

El médico se acercó a él con untrapo blanco en la mano. Elespantoso olor dulzón delcloroformo flotaba en el aire. Doshombres corpulentos con chaquetasanchas entraron por la puerta. Losreconoció de su anterior estancia en

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Cresswell Manor.—Madre, no, no dejes que me

lleven —suplicó—. Estáscometiendo un terrible error. Debescreerme. Esa zorra mentirosaintentó matarme. ¿No te dascuenta? Soy inocente.

Los hombros de su madre setensaron, pero no volvió la vistaatrás. La puerta se cerró tras ella.

El doctor Norcott colocó el pañoempapado de cloroformo sobre laboca y la nariz del paciente.

La rabia le corrió por las venas.Era culpa de esa ramera. Todo sehabía ido al traste por ella. Lopagaría. A las otras les había

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permitido una muerte rápida, sehabía apiadado de ellas después deque reconocieran sus pecados. PeroAmity Doncaster moriríalentamente.

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5 —No creo que mi reputación

resista más cotilleos —dijo Amity.Soltó el ejemplar de El divulgadorvolante y cogió la taza de café—.Han pasado tres semanas desdeque me atacaron y todavíaaparezco en todos los periódicosmatinales. Por si no tuvierabastante con que los idiotas de la

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alta sociedad se estuvieranentreteniendo con rumores sobremi relación con el señor Stanbridge.

—Stanbridge es un caballero muyrico que proviene de una familiadistinguida y muy antigua —lerecordó Penny—. También estásoltero. Además, hace varios añosse vio involucrado en un granescándalo cuando su prometida lodejó plantado en el altar. Esamezcla hace que su vida privadasea un asunto de gran interés endeterminados círculos sociales.

Amity parpadeó.—¿Lo dejaron plantado en el

altar? No me lo habías dicho.

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—La joven en cuestión se fugócon su amante. Han pasado yavarios años, pero se habló muchodel tema en su momento. Todo elmundo se preguntó por qué esajoven abandonaría a un caballerodel estatus y la riqueza deStanbridge.

—Entiendo. —Amity sopesó lainformación—. Tal vez se cansó deque desapareciera de su vida comohizo conmigo.

—Puede ser.—En fin, yo lo conocí como el

señor Stanbridge, un ingeniero queestaba de viaje por el Caribe —dijoAmity—. Ni una sola vez se molestó

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en hablarme de sus finanzas ni desus relaciones sociales. Como decía,los rumores sobre nuestra supuestaaventura a bordo del Estrella delNorte han sido muy molestos, peroesperaba que se disiparan antes dela publicación de mi libro. Pordesgracia, los morbosos informesde mi huida del Novio no pareceque vayan a desaparecer. Inclusopueden convertirse en la ruina demi carrera como escritora de guíasde viajes.

—Por el amor de Dios, Amity, casite matan —protestó Penny. Soltó eltenedor y la miró con una expresiónansiosa y alarmada en los ojos—.

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Según los periódicos, eres la únicavíctima potencial de ese monstruodesalmado que ha conseguidoescapar de sus garras. Es normalque tu nombre aparezca en losperiódicos. Debemos dar graciasporque estés viva.

—Y doy gracias... doy muchísimasgracias. Pero no disfruto viéndomedibujada en las portadas deNoticias policiacas ilustradas ni enlas del Gráfico. Ambas revistas medibujaron huyendo del carruaje delasesino ataviada únicamente conun camisón.

Penny suspiró.—Todo el mundo sabe que esos

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periódicos están plagados deilustraciones exageradas ymelodramáticas.

—¿Cuándo acabará? —Un malpresentimiento se apoderó deAmity—. Temo que mi carrera comoescritora de guías de viaje paradamas está destinada al fracasoincluso antes de que publiquen miprimer libro. Estoy segura de que escuestión de tiempo que el señorGalbraith se ponga en contactoconmigo para decirme que hadecidido no publicar la Guía deltrotamundos para damas.

Penny esbozó una sonrisatranquilizadora desde el otro lado

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de la mesa.—A lo mejor el señor Galbraith

considera que todo el ruidomediático es una buena publicidadpara tu guía de viajes.

Así era Penny, pensó Amity. Suhermana siempre era un ejemplode elegancia y de serenidad, sinimportar del desastre que hubiera alas puertas. Claro que Penny era unejemplo de perfección femenina entodos los ámbitos, incluido el de laviudez. Hacía seis meses, Pennyhabía perdido a su marido trasmenos de un año de matrimonio.Amity sabía que su hermana sehabía quedado desolada. Nigel era

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el amor de su vida. Sin embargo,Penny ocultaba su dolor tras unamáscara de estoicismo y fortaleza.

Por suerte, Penny estabaexquisita vestida de negro. Claroque estaba espectacular con casicualquier color, se dijo Amity. Detodas formas, era imposible negarque los tonos oscuros del lutoresaltaban el pelo rubio platino dePenny, su piel de alabastro y susojos azules, confiriéndole unaspecto etéreo. Parecía salida deun cuadro prerrafaelita.

Penny era una de esas mujeresque llamaba la atención de todoslos presentes en una estancia, ya

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fueran hombres o mujeres, alentrar. No solo era guapa, sino queposeía un encanto natural y unaternura que la congraciaban contodo aquel que conocía.

Lo que la mayoría no conseguíacomprender, pensó Amity, era quebajo toda su belleza y sus buenascualidades, Penny también contabacon un gran talento para lainversión. Esa habilidad le habíaproporcionado una buena posicióndespués de que Nigel se rompierael cuello al caer del caballo. Lehabía dejado una fortuna a sumujer.

A diferencia de Penny, que se

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parecía a su madre, Amity era muyconsciente de que le debía el pelooscuro, los ojos verdosos y unanariz más que prominente a lafamilia paterna. Por desgracia, lasmujeres Doncaster que habíantenido la mala suerte de heredarsemejantes cualidades se habíangranjeado cierta reputación a lolargo de los años. Todavía secontaba la historia de unatatarabuela que se había salvadopor los pelos de que la quemaranpor bruja allá por el siglo XVII. Unsiglo más tarde, una briosa tíahabía conseguido que la familiacayera en desgracia al fugarse con

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un salteador de caminos. Después,estaba la tía que habíadesaparecido durante un trayectoen globo aerostático parareaparecer como la amante de unconde casado.

Había más mujeres que habíanmancillado el apellido Doncaster alo largo de los siglos... y todas lasque se habían labrado una especiede leyenda compartían el mismocolor de pelo y de ojos, y tambiénla misma nariz.

Amity había escuchado lossusurros a sus espaldas desde queera pequeña. Todo aquel queconocía la historia de la familia

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Doncaster consideraba que habíauna vena salvaje en las mujeres. Ysi bien dicha vena salvaje estababien vista en los hombres (desdeluego hacía que resultaran másinteresantes a ojos de las mujeres),se consideraba algo negativo en lasféminas. Con diecinueve años,Amity había aprendido por lasmalas que no debía confiar en loscaballeros que se sentían atraídospor ella a causa de la historia de lafamilia.

Nadie, mucho menos Amity,entendía cómo sus pocorespetables antepasadas habíanconseguido meterse en tantas

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situaciones tan escandalosas. Suaspecto no era nada del otromundo... salvo por la nariz, claro.En cuanto a su figura, todo tenía unlímite, incluso lo que la maravillosamodista de Penny era capaz dehacer con un cuerpo con tan pocascurvas femeninas que cuando secubría con un atuendo masculino,Amity había sido capaz de pasar porun joven en más de una ocasióndurante sus viajes por el extranjero.

Bebió un buen sorbo del cafécargado de la señora Houston parainfundirse valor y depositó la tazacon fuerza.

—No creo que al señor Galbraith

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le parezca que la publicidad que heconseguido le sirva de mucho a lahora de vender mi libro —comentó—. Cuesta imaginarse que laspersonas quieran comprar una guíade viaje para damas si descubrenque su autora tiene la costumbre decaer en las garras de asesinosdesalmados como el Novio. Eseincidente desde luego que no mehace parecer una experta en cómodebe viajar una dama por el mundocon total seguridad.

El montón de periódicos y derevistas morbosas la estabaesperando en la mesa del desayunopoco antes, cuando entró en el

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comedor matinal, tal como habíasucedido desde que consiguióescapar del carruaje del asesino.Normalmente, solo había unperiódico en la mesa del desayuno,El divulgador volante. Pero de untiempo a esa parte, la señoraHouston, una gran seguidora de losfolletines de terror, acostumbraba asalir muy temprano para compraruna gran variedad de material delectura para la mañana. En opiniónde Amity, cada informe nuevo de suencuentro con el Novio tenía másdescripciones aterradoras y másdetalles espeluznantes que elanterior.

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Era bastante increíble, pensó ella,que por más escalofriante que fuerael relato que los periódicos hacíandel secuestro y de su milagrosahuida, ninguno hubiera conseguidocaptar el pánico tan atroz queexperimentó. Pese a las dosgenerosas dosis de brandi que setomaba antes de acostarse todaslas noches desde que rozó eldesastre, no había dormido bien. Sumente estaba llena de imágenesespantosas, no del pánico quesintió y de la fuerza con la que sedebatió, sino de cómo suponía quehabían sido los últimos momentosde las otras víctimas.

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Esa mañana, como sucedía todaslas mañanas desde hacía tressemanas, casi todo el miedo fuereemplazado por una rabiasilenciosa y ardiente. Esa mañana,como las otras mañanas, habíabajado a desayunar con laesperanza de descubrir que losperiódicos anunciarían que la policíahabía encontrado el cadáver delNovio. Pero se había llevado otradecepción. En cambio, habíamuchas especulaciones acerca de lasuerte que había corrido. Era muyprobable que semejante pérdida desangre fuera mortal, insistía laprensa. Era cuestión de tiempo que

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encontrasen el cadáver del asesino.Amity no estaba tan segura.

Durante los viajes por el extranjerocon su padre, había cosido lasheridas de muchas personas,heridas infligidas por distintosobjetos muy punzantes, entre losque se encontraban lanzas,cuchillas, cuchillos de caza ycristales rotos. Incluso una pequeñacantidad de sangre podía parecermucha si salpicaba de forma lobastante espectacular. Cierto quesu vestido de paseo nuevo quedódestrozado por la sangre del Novio,pero no creía haberle asestado ungolpe mortal.

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—Debes adoptar una actitudpositiva en esta situación —leaconsejó Penny—. No hay nada quele guste más a la opinión públicaque una gran noticia relacionadacon un asesinato y una damainteresante. Tu encontronazo con elNovio desde luego que cumpleambos requisitos. Estoy segura deque al final todo esto aumentará lasventas de tu libro. El señorGalbraith es muy pragmático en lotocante al mundo editorial.

—Ojalá que tengas razón —repuso Amity—. Desde luego que túestás más versada que yo en cómose comporta la alta sociedad.

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Tienes un don para superarsituaciones incómodas. Me pongoen tus manos.

Penny la sorprendió dirigiéndoleuna mirada elocuente.

—Has recorrido las llanuras delSalvaje Oeste y las junglas de losMares del Sur. Has sobrevivido a unnaufragio y te enfrentaste a unaprendiz de ladrón en unahabitación de hotel de SanFrancisco. Has montando encamello y en elefante. Para másinri, ahora mismo eres la únicamujer en todo Londres que se sepaque ha sobrevivido al ataque de uncriminal que ha matado a tres

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mujeres de momento. Sin embargo,te echas a temblar por la mera ideade enfrentarte a la alta sociedad.

Amity suspiró.—No me fue muy bien la última

vez que me moví en círculossociales, por si no te acuerdas.

—Eso fue hace mucho. Solo teníasdiecinueve años y mamá no teprotegió como debía. Ahora eresmucho mayor y, estoy segura,también mucho más lista.

Amity hizo una mueca al escucharese «mucho mayor» y sintió que leardían las mejillas. Sabía que habíaadoptado una tonalidad roja nadafavorecedora, pero no podía negar

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el hecho de que con veinticincoaños había cruzado el límite queseparaba a las jóvenes casaderasde las solteronas sin remisión.

El recuerdo de la Debacle Nash,como llamaba al incidente, siemprele provocaba un escalofrío. Sucorazón roto se había curadobastante bien, pero el daño a suorgullo era permanente. Le dolíareconocer lo inocente que fue. Trasdescubrir que las intenciones deHumphrey Nash eran cualquier cosamenos honorables, Amity llegó a laconclusión de que no había nadapara ella en Londres. La últimacarta de su padre llegó desde

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Japón. Hizo el equipaje y compróun pasaje en un barco de vapor endirección al Lejano Oriente.

—Desde luego que ahora soymayor —admitió—. Pero empiezo apreguntarme si me han echado unamaldición con respecto a Londres.No llevo ni un mes aquí y minombre ya está en boca de todos.¿Qué probabilidades había de queme mezclara no en uno, sino en dosescándalos? Por cierto, me temoque es solo cuestión de tiempo queel señor Stanbridge averigüe que sunombre está siendo arrastrado porel barro por la prensa.

—En el caso de que el señor

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Stanbridge descubra, si acaso lohace, que su nombre ha salidomencionado en una aventura ilícitaa bordo de un barco, estoy segurade que comprenderá que no esculpa tuya —le aseguró Penny.

—Yo no lo tengo tan claro —replicó Amity.

En su fuero interno, esperaba queal menos descubriera que sunombre no era el único que habíaaparecido en los periódicos de untiempo a esa parte. Tal vez eso lollevaría a mandarle una carta o untelegrama para comunicarle sudesagrado. Un mensaje decualquier tipo que le asegurase que

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se encontraba sano y salvo.No había tenido noticias de

Benedict desde que el Estrella delNorte atracó en Nueva York. Al díasiguiente, él subió a un tren conrumbo a California. A todos losefectos, se había esfumado. Ciertoque le dijo algo acerca de que iría averla cuando volviese a Londres, ydurante un tiempo Amity albergó laesperanza de encontrárselo algúndía en su puerta. Pero había pasadoun mes y seguía sin tener noticiasde él. No sabía si sentirse dolidapor el hecho de que se hubieraolvidado de ella con tanta facilidado si preocuparse por la posibilidad

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de que quien le hubiera disparadoen Saint Clare lo hubiera seguido yhubiera intentado matarlo denuevo, con éxito en esa ocasión.

Fue Penny quien le aseguró que siun caballero de la talla y de lariqueza de Stanbridge hubiera sidoasesinado en el extranjero, losperiódicos habrían dado la noticia.Por desgracia, pensó Amity, esalógica la dejaba con la deprimenterealidad de que si bien Benedictsentía cierta gratitud hacia ella(después de todo le había salvadola vida), desde luego que no habíadesarrollado sentimientos de índoleromántica.

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Pese al ardiente beso que sedieron en la cubierta de paseo lavíspera de atracar en Nueva York.

Noche tras noche se decía quedebía desterrar esos absurdossueños. Pero noche tras noche sedescubría recordando esos mágicosmomentos a bordo del Estrella delNorte. Mientras Benedict serecuperaba de su herida, habíanpaseado por la cubierta y habíanjugado a las cartas en el salón. Porlas noches, se habían sentado eluno frente al otro en la larga mesadonde cenaban los pasajeros deprimera clase. Habían hablado deinfinidad de temas hasta altas

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horas de la madrugada. Habíadescubierto que Benedict era unhombre de muchos intereses, perosolo cuando la conversación secentraba en los nuevos avances dela ingeniería y de la ciencia sus ojosse iluminaban con un entusiasmoque rayaba en la verdadera pasión.

La señora Houston entró desde lacocina con una cafetera reciénhecha. Era una mujer atractiva yrobusta de mediana edad. Tenía elpelo castaño salpicado de canas.Penny la había contratado despuésde abandonar la enorme casamoderna a la que se había mudadoal casarse con Nigel.

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Penny se había instalado en unacasa mucho más pequeña, en unazona respetable, pero tranquila y enabsoluto demandada por la altasociedad. En el proceso, habíadespedido a todo el servicio de lamansión. En ese momento, solocontaban con la señora Houston, aquien habían contratado a través deuna agencia.

Amity tenía la sensación de quehabía algo más en esa historia.Cierto que Penny ya no necesitabamuchos criados. De todas formas,su personal doméstico se habíareducido a lo esencial. Cuandopreguntó por qué la señora Houston

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era la única que vivía en la casa,Penny le comentó con vaguedadalgo acerca de que no quería tenera mucha gente a su alrededor.

—Estoy segura de que solo escuestión de tiempo que encuentrenel cuerpo del Novio —afirmó laseñora Houston—. He leído todoslos informes de los periódicos,señorita Amity. Las heridas que leinfligió tuvieron que ser degravedad, sin duda. Es imposibleque sobreviva. Cualquier día deestos lo encontrarán en un callejóno en el río.

—Esos informes fueron escritospor periodistas, ninguno estuvo

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presente en la escena del crimen —replicó Amity—. En mi opinión, esmás que posible que ese monstruohaya sobrevivido, siempre y cuandorecibiera la debida atención médica.

—¿Tienes que ser tan negativa?—la reprendió Penny.

—Atención médica —repitió laseñora Houston. Parecíasorprendida por esa idea—. Si sufrióheridas tan graves, habría buscadola ayuda de un médico. Sin duda,cualquier doctor a quien lerequiriesen tratar semejantesheridas se daría cuenta de quetenía delante a una personaviolenta. Informaría de ello a la

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policía.—No si el asesino consiguió

convencer al médico de que lasheridas se las hizo en un accidenteo se las infligió un ladrón —repusoAmity—. ¿Me sirve más café, señoraHouston? Creo que voy anecesitarlo en cantidades ingentespara poder soportar elinterrogatorio de ese hombre deScotland Yard que envió el mensajepreguntando si podía venir estamañana.

—Se llama inspector Logan —dijoPenny.

—En fin, ojalá que sea máscompetente que su predecesor. El

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inspector que habló conmigodespués de escapar del asesino nome causó una gran impresión. Dudomucho de que sea capaz de atrapara un ladronzuelo normal y corriente,mucho menos a un monstruo comoel Novio.

—Según el mensaje del inspectorLogan, no vendrá hasta las once dela mañana —puntualizó Penny—.Parece que no has dormido bien. Alo mejor deberías echarte unasiesta después del desayuno.

—Estoy bien, Penny. —Amitycogió la taza—. Nunca he sidocapaz de echarme una siestadurante el día.

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El sonido amortiguado de laaldaba resonó por el pasillo. Amityy Penny se miraron con expresiónsorprendida.

La señora Houston adoptó ungesto adusto.

—¿Quién diantres viene a estahora?

Amity soltó la taza.—Supongo que será el inspector

Logan.—¿Le digo al inspector que venga

a una hora más decente?—¿Para qué? —preguntó Amity.

Arrugó la servilleta y la dejó junto asu plato—. Bien puedo quitarme deencima la conversación ahora

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mismo. No tiene sentido posponerlo inevitable. A lo mejor el inspectorLogan ha venido antes porque tienenoticias.

—Sí, por supuesto —dijo Penny—.Ojalá que hayan encontrado elcuerpo.

La señora Houston enfiló elpasillo para abrir la puerta.

Se hizo el silencio en el comedor.Amity aguzó el oído mientras laseñora Houston saludaba alvisitante. Una voz masculina, grave,gruñona y asustada, teñida deimpaciencia y dominio, lerespondió.

—¿Dónde narices está la señorita

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Doncaster?Amity tuvo la sensación de que la

hubiera golpeado una enorme olaoceánica.

—Ay, Dios —susurró—. No es elinspector Logan.

Pese a las noches en vela y alexceso de café, o tal vezprecisamente por esas dos cosas,sintió cómo el miedo y la emociónla recorrían en oleadas. Losaguijonazos de emoción le pusieronlos nervios de punta y le aceleraronel pulso. A lo largo de todos susviajes, solo había conocido a unhombre que le provocara semejanteefecto.

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—La señorita Doncaster estádesayunando, señor —contestó laseñora Houston—. Le haré saberque usted pregunta por ella.

—Da igual, ya la busco yo.Se escucharon los pasos de unas

botas por el pasillo.Penny miró a Amity por encima

de la mesa, un tanto ceñuda.—¿Quién diantres...? —preguntó.Antes de que Amity pudiera

contestarle, Benedict entró en laestancia. Llevaba el pelo alborotadopor el viento y lucía ropa de viaje.Llevaba un maletín de cuero debajodel brazo.

Al verlo, la alegría la consumió.

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Estaba vivo. Su peor pesadilla soloera eso, una pesadilla.

Y luego llegó la rabia.—Menuda sorpresa, señor

Stanbridge —dijo con el deje másacerado que pudo—. No loesperábamos esta mañana. Nininguna otra mañana, por cierto.

Benedict se detuvo en seco yentrecerró los ojos. Resultabaevidente que no era la bienvenidaque había esperado.

—Amity... —dijo él.Como era de esperar, fue Penny

quien se hizo cargo de la ásperasituación, con su habitual eleganciay dignidad.

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—Señor Stanbridge, permítameque me presente, ya que pareceque mi hermana ha olvidado losbuenos modales. Soy PenelopeMarsden.

Durante un brevísimo segundo,Amity creyó que Benedict no sedejaría distraer por la presentación.A juzgar por su experienciapersonal a bordo del Estrella delNorte, tenía unos modalesexcelentes solo cuando decidíausarlos. Sin embargo, la mayorparte del tiempo no soportaba lascostumbres de la alta sociedad.

Pero resultó obvio que eraconsciente de que había

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sobrepasado los límites del decoroal invadir el comedor matinal deuna dama a una hora tantemprana, porque se volvió haciaPenny de inmediato.

—Benedict Stanbridge, a suservicio. —La saludó con unainclinación de cabeza y unareverencia sorprendentementeelegante—. Siento la intromisión,señora Marsden. Mi barco atracóhace menos de una hora. He venidodirecto aquí porque he leído laprensa matinal. Decir que estabapreocupado es quedarse corto.

—Absolutamente comprensible —repuso Penny—. ¿Por qué no

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desayuna con nosotras, señor?—Gracias —dijo Benedict. Miró la

cafetera de plata con algo parecidoal deseo—. Le estaría muyagradecido. No he desayunado, yaque hemos atracado antes de loque había previsto.

Penny miró a la señora Houston,que contemplaba, fascinada, aBenedict.

—Señora Houston, si es tanamable, tráigale un plato al señorStanbridge.

—Sí, señora. Ahora mismo,señora.

La señora Houston recuperóenseguida su profesionalidad, pero

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sus ojos relucían por la curiosidad.Se perdió por la puerta de vaivénde la despensa.

Benedict separó una silla de lamesa y se sentó. Dejó el maletíncerca, sobre el aparador, y examinóa Amity como si la tuviera bajo lalente de un microscopio.

—¿Se encuentra bien? —preguntó.

—Solo sufrí unas pocasmagulladuras, pero ya handesaparecido, gracias —contestóella.

Penny frunció el ceño,desaprobando el tono gélido de suhermana. Amity se desentendió de

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la mirada. Tenía derecho a estarmolesta con Benedict, pensó.

—Según la prensa, le infligió undaño considerable al malnacido conese abanico que siempre llevaencima. —Benedict asintió con lacabeza una sola vez, a todas lucescomplacido—. Buen trabajo, porcierto.

Amity enarcó las cejas.—Gracias. Se hace lo que se

puede en esas circunstancias, se loaseguro.

—Claro —replicó Benedict. Suexpresión empezaba a tornarseinquieta—. ¿Han encontrado elcuerpo?

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—No que sepamos —contestóAmity—. Pero esperamos noticiasde un inspector de Scotland Yard,llamado Logan, esta mismamañana. Sin embargo, no albergomuchas esperanzas de que hayanavanzado en la investigación. Elpredecesor de Logan parecía estarsuperado.

—Nunca es una buena señal —convino Benedict. Extendió un brazopara servirse una tostada de labandeja de plata.

Toda mujer tenía sus límites.Amity golpeó el platillo con la

taza.—Maldita sea, Benedict, ¿cómo se

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atreve a venir a esta casa como sinada hubiera pasado? Lo menosque podría haber hecho eraenviarme un telegrama paradecirme que estaba vivo. ¿Era pedirdemasiado?

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6 Amity estaba furiosa.Benedict se sintió sorprendido al

comprobar que tuviera la energíasuficiente para demostrarsemejante emoción considerando loque había soportado tres semanasantes. Pero el fuego que ardía enesos asombrosos ojos eradecididamente peligroso.

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Ese no era el apasionadoencuentro con el que había estadosoñando durante todo un mes,pensó.

Mientras se devanaba los sesosen busca de la mejor manera deresponder al exabrupto, untó latostada con un poco demantequilla. No se le ocurrió nada.

—Lo siento —se disculpó—. Creíque lo mejor era evitar todacomunicación hasta mi regreso aLondres.

Ella lo miró con una sonrisagélida.

—Ah, ¿sí?La cosa no iba bien, decidió

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Benedict. Se dijo que debía tenerconsideración con ella, dado elestado emocional en el que seencontraba. Si la mitad de lo que laprensa aseguraba era cierto, teníasuerte de seguir viva. La mayoríade las mujeres se habrían refugiadoen la cama después de sufrirsemejante calvario. Y habríanseguido en dicha cama durante unmes, alimentándose de caldos ytés, y pidiendo cada cierto tiempolas sales.

Aunque claro, la mayoría de lasmujeres no habrían sobrevivido alataque, pensó. La admiración semezclaba con el intenso alivio que

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lo había invadido nada másatravesar la puerta del comedormatinal poco antes. Los periódicoshabían enfatizado que seencontraba sana y salva, peroBenedict sabía que no se quedaríatranquilo hasta haberla visto consus propios ojos.

Debería haber sabido que laencontraría disfrutando de uncopioso desayuno.

Amity era la mujer más singularque había conocido en la vida.Jamás dejaba de asombrarlo.Desde el momento en que la vio enaquel callejón de Saint Clare, sesintió hipnotizado. Le recordaba a

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una gata pequeña, ágil y curiosa. Elalcance de su curiosidad lointrigaba enormemente. Nunca sesabía qué tema sacaría acontinuación.

Durante la travesía de Saint Clarea Nueva York, descubrió a Amity enlos lugares más inesperados delbarco. Resultó evidente desde elprincipio que la tripulación laadoraba. En una ocasión, fue en subusca para encontrarla emergiendode una excursión a la cocina delbarco. Estaba enfrascada en unaconversación con el cocinero, que leexplicaba largo y tendido lalogística necesaria para alimentar

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durante un viaje tan largo a latripulación y al pasaje. Amityparecía realmente interesada. Suspreguntas eran sinceras. El chefparecía medio enamorado de ella.

Y, después, la encontró un díamanteniendo una conversacióníntima con Declan Garraway, unestadounidense joven y guapo.Benedict se sorprendió al descubrirel afán posesivo que experimentó alencontrar a la pareja en labiblioteca.

Garraway acababa de salir de unauniversidad de la costa este yestaba en el proceso de descubrirmundo antes de asumir sus

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responsabilidades en el negociofamiliar. Parecía muy interesado enlas nuevas teorías sobre lapsicología, que había estudiado enla universidad. Le dio unas charlasentusiastas a Amity sobre el tema.Ella, a cambio, tomaba notas y lehacía multitud de preguntas.Garraway parecía embelesado, nosolo con la psicología, sino tambiéncon Amity.

A lo largo de las pasadassemanas, Benedict había repasadolas conversaciones que él mismohabía mantenido con Amity a bordodel barco. Sin duda la habíaaburrido mortalmente con sus

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descripciones sobre losemocionantes inventos deAlexander Graham Bell, creador deun instrumento que permitía lacomunicación a distancia, llamadofotófono. Ella había logrado parecertan interesada que se sintióanimado para abordar otros temas.De modo que había hablado largo ytendido sobre las teorías de varioscientíficos e ingenieros derenombre, como el inventor francésAugustin Mouchot, que predecíanque las minas de carbón de Europay América pronto se agotarían. Si sedemostraba que estaban en locierto, las grandes máquinas de

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vapor de la era moderna que lomovían todo, desde los barcos y laslocomotoras hasta las fábricas,dejarían de funcionar. La necesidadde encontrar una nueva fuente deenergía era la principalpreocupación de todos los poderes.Y así habló de muchos otros temas.En una ocasión en absolutomemorable, llegó al punto deregalarle una explicación detalladasobre cómo los antiguos griegos yromanos experimentaron con laenergía solar.

¿En qué había estado pensando?Se había hecho esa misma

pregunta todas las noches durante

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un mes. Amity estuvo atrapada abordo del Estrella del Norte a sulado desde Saint Clare hasta NuevaYork. Una oportunidad de oro paraimpresionarla. En cambio, se habíapuesto a hablar sin fin sobreasuntos relacionados con laingeniería, un tema de su interés.Como si una mujer quisieraescucharlo hablar sobre ingeniería.

Pero, en aquel momento, Amity lehabía parecido dispuesta a discutirsobre sus especulaciones y teorías.La mayoría de las mujeres queconocía, con la manifiesta salvedadde su madre y de su cuñada,consideraba el reino de la

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ingeniería y la invención como uninterés degradante para uncaballero. Amity, en cambio, habíallegado al extremo de tomar notas,tal como había hecho mientrasconversaba con Declan Garraway.Benedict reconocía que se habíasentido halagado. Después, sinembargo, durante el largo trayectoen tren hasta California, tuvomucho tiempo para llegar a laverosímil conclusión de que sehabía limitado a ser educada.

Cuando pensaba en el tiempo quehabía compartido con Amity en elEstrella del Norte, preferíacentrarse en la última noche que

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estuvieron juntos. El recuerdo habíaenardecido sus sueños durante laseparación.

Deambularon por la cubierta depaseo y se detuvieron paracontemplar los fuegos artificialescelestiales provocados por unadistante tormenta en el mar.Estuvieron juntos en la barandilladurante casi una hora, observandolos distantes relámpagos queiluminaban el cielo nocturno. Amityse sintió cautivada por la escena.Él, en cambio, se sintió cautivadopor su entusiasmo.

Fue la noche en que la tomóentre sus brazos y la besó por

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primera y única vez. La experienciademostró ser más electrizante quela tormenta nocturna. Solo fue unbeso, pero por primera vez en suvida comprendió cómo era posibleque la pasión obligara a un hombrea desafiar la lógica y los dictadosdel sentido común.

La señora Houston regresó de ladespensa.

—Aquí tiene, señor —dijo—. Quele aproveche el desayuno.

Dejó frente a él un plato llenohasta arriba de huevos y salchichas.Benedict aspiró los aromas y derepente se sintió famélico.

—Gracias, señora Houston —

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replicó mientras desplegaba suservilleta—. Esto es justo lo quenecesito.

La señora Houston sonrió y lesirvió una generosa ración de café.

Benedict probó los huevosrevueltos al tiempo que miraba aAmity.

—Dígame qué pasó —la invitó—.Espero que la prensa hayaexagerado en parte.

Penny habló antes de que pudierahacerlo Amity.

—Por desgracia, el incidentesucedió tal cual lo describe laprensa —le aseguró.

—Salvo por la parte en la que

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afirman que escapé del carruaje encamisón —añadió Amity,contrariada—. Eso es unaespantosa exageración. Le aseguroque estaba vestida como Diosmanda.

Antes de que Benedict pudieracomentar al respecto, Penny siguiócon la historia.

—Un cruento asesino al queapodan «el Novio» secuestró aAmity en la calle a plena luz del díae intentó dejarla inconsciente concloroformo —le explicó.

—Cloroformo. —Benedict sintióque se le helaban las entrañas. Si elasesino hubiera logrado dejar a

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Amity inconsciente, era pocoprobable que hubiera podidoescapar—. Maldita sea su estampa.

Se percató de que tanto Pennycomo la señora Houston lo estabanmirando.

—Perdón por el lenguaje —sedisculpó.

Cayó en la cuenta de que era lasegunda vez que se disculpaba y nisiquiera había acabado dedesayunar.

Amity enarcó las cejas y eso lehizo pensar que la situación le hacíagracia. De hecho, no era la primeravez que lo había escuchadomaldecir, pensó. En todo caso, ya

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estaba de vuelta en Londres. Habíareglas que cumplir.

—Por suerte, pude usar miabanico antes de que él usara elcloroformo —siguió Amity—. Saltédel carruaje y corrí todo lo rápidoque fui capaz.

Benedict frunció el ceño mientrassopesaba sus palabras.

—¿Quién conducía el carruaje?—¿Cómo? —Amity frunció el ceño

también—. No tengo la menor idea.Era un carruaje particular, así quesupongo que el cochero eraempleado del asesino.

Benedict analizó a fondo lainformación.

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—¿Era un carruaje particular?—Sí. Por culpa de la lluvia lo

confundí con un coche de alquiler.—La mirada de Amity se tornópenetrante—. ¿Qué está pensando,señor?

—Que el cochero es cómplice obien un criminal contratado para laocasión y al que han pagado paraque mantenga la boca cerrada. Encualquier caso, sabrá algo quepueda ayudar a identificar alasesino.

Amity abrió los ojos de par enpar.

—Una idea excelente. Debemencionársela a Logan.

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Benedict se encogió de hombros yse llevó a la boca un trozo desalchicha.

—Es una línea de investigaciónobvia. Estoy seguro de que lapolicía ya la está siguiendo.

La expresión de Amity se tornófuribunda.

—Yo no estaría tan segura.Penny parecía pensativa.—Hasta que Amity escapó, no se

sabía cómo logró secuestrar a lasotras novias. Desaparecieron sinmás.

Benedict siguió comiendo huevosmientras sopesaba el asunto.Después, miró a Amity.

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—¿Por qué usted? —quiso saber.Ella lo miró perpleja.—¿Cómo?—¿Tiene la menor idea de por

qué el asesino la eligió comovíctima, de entre todas las mujeresde Londres?

Amity miró a Penny, quecarraspeó con disimulo y luego dijo:

—Supongo que no está al tantode los rumores, señor Stanbridge.

—Los rumores fluyen por Londrescomo el mismo Támesis. —Cogió lataza de café—. ¿A qué rumor enparticular se refiere?

En esa ocasión, fue Amity quiencontestó.

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—El rumor sobre nosotros, señorStanbridge —dijo con voz fría.

Benedict detuvo la taza en el airesin que llegara a sus labios y lamiró por encima del borde.

—¿Sobre nosotros?Amity lo miró con una sonrisa

gélida.—En ciertos círculos ha habido

una gran cantidad deespeculaciones sin fundamentosobre la naturaleza de nuestrarelación mientras viajábamos en elEstrella del Norte.

Eso lo dejó estupefacto.—¿A qué diantres se refiere?

Éramos pasajeros que viajábamos

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en el mismo barco.Penny lo miró con los ojos

entrecerrados.—Se han esparcido rumores que

aseguran que su relación con Amityfue de índole íntima.

—Bueno, me salvó la vida, algoque puede considerarse como unvínculo íntimo. —Guardó silencio,consciente de que tanto Amitycomo Penny lo estaban mirando deforma ciertamente extraña. A lapostre, lo comprendió todo. Miró aAmity, atónito—. ¿Quiere decir quese rumorea que usted y yo fuimosamantes?

La señora Houston resopló y se

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apresuró a recoger la cafetera.Penny apretó los dientes. Amity sepuso muy colorada.

—Siento decirle que así es —dijo.Benedict se esforzó por asimilar la

situación un instante y decidió quelo mejor sería no decirle que legustaría que fuese cierto. Se obligóa concentrarse en el problema másacuciante.

—¿Qué tienen que ver losrumores con el hecho de que hanestado a punto de asesinarla? —preguntó en cambio.

Amity respiró hondo y enderezólos hombros.

—Según la prensa, el Novio elige

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víctimas cuya reputación ha sidomancillada por un escándalo.

Lo dijo con tal rapidez, y casimurmurando, que Benedict noestuvo seguro de haberlaescuchado bien.

—¿Mancillada por un escándalo?—repitió para asegurarse de que lohabía entendido.

—Sí —contestó Amity conbrusquedad.

—¿Me está diciendo que losrumores sobre usted, o mejor dichosobre nosotros, han llegado a oídosdel asesino y por eso se fijó enusted?

—Ese parece ser el caso —

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respondió Amity, que se sirvió unpoco de nata en el café—. Me temoque los rumores llevan un tiempocorriendo por ciertos círculos.

—Desde el baile de los Channingpara ser exactos —añadió Penny—.Según tengo entendido,comenzaron la mañana posterior alevento.

Benedict arrugó la frente.—¿Asistieron ustedes?—No —contestó Penny—. Pero no

me resultó difícil establecer quecomenzaron a correr justo después.La alta sociedad es un círculoreducido, tal como estoy segura deque usted sabe, señor Stanbridge.

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—Cierto —replicó—. Y también escomo un invernadero recalentadoen lo referente a los rumores. Meesfuerzo todo lo posible en evitarla.

—A mí tampoco me agrada —puntualizó Penny—. Pero debido ami difunto marido, he pasado unatemporada en dicho invernadero ytodavía tengo contactos. Así fuecomo descubrí dónde y cuándocomenzaron los rumores.

—¿Ha descubierto al responsable?—quiso saber.

—No —confesó Penny—. Eso esmás difícil de concretar. Hasta queAmity sufrió el ataque, nuestraprincipal preocupación era que los

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rumores obligaran al editor acambiar de opinión sobre lapublicación de su libro.

Benedict miró a Amity.—¿Ha acabado su libro de viajes

para damas?—Casi —contestó ella—. Aún

tengo que hacer unos cuantoscambios menores, pero esperabaenviárselo al señor Galbraith afinales de este mes. Por desgracia,los rumores que me relacionan conusted, sumados al asunto delasesino, han complicado mucho lascosas.

Benedict analizó varias posiblessoluciones al problema mientras

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apuraba los huevos. Después, seapoyó en el respaldo de la silla ehizo lo propio con el café.

—El problema de asegurar lapublicación de su libro es bastantesencillo de resolver —aseguró.

Amity y Penny lo miraron.—¿A qué se refiere exactamente

con «sencillo», señor Stanbridge? —le preguntó Amity. Saltaba a lavista que recelaba de él—. ¿Tienela intención de amenazar ointimidar de alguna manera alseñor Galbraith? Porque le aseguroque, aunque aprecio el gesto, notoleraré semejantecomportamiento.

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—¿Apreciaría el gesto? —lepreguntó Benedict.

Ella esbozó la primera sonrisasincera que le había regalado desdesu llegada. El tipo de sonrisa queiluminaba sus ojos y todo aquelloque la rodeaba. El tipo de sonrisaque lo hacía sentirse muy pero quemuy bien por dentro.

—Es muy amable por su parteque se ofrezca a intimidar al señorGalbraith para ayudarme a publicarmi guía de viaje, pero me temoque, dadas las circunstancias,podría resultar un tanto incómodo—aclaró ella.

—Bueno, en ese caso, dejaré la

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opción de atemorizar a su editorcomo último recurso —repusoBenedict—. La verdad sea dicha, nocreo necesario tomar medidas tandrásticas si aplicamos la soluciónmás directa y sencilla que tengo enmente.

Penny aún parecía un pocoatónita, pero sus ojos se iluminaroncuando empezó a comprender.

—¿Cuál es, señor?—Por lo que me ha dicho, es

evidente que la manera más fácilde lidiar con el asunto de lareputación de Amity es anunciarnuestro compromiso matrimonial —contestó. Satisfecho con la obvia

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perfección de su respuesta alproblema, bebió un poco más decafé y esperó a que Amity y Pennymostraran la alegría y conformidadapropiadas por el plan.

Amity lo miró como si acabara dedeclarar que el fin del mundoestaba cerca.

Sin embargo, Penny afrontó lasolución con un profundo alivio.

—Sí, por supuesto —dijo—. Es larespuesta ideal. Confieso que a mítambién se me había ocurrido. Perodebo admitir que no esperaba queusted lo propusiera, señorStanbridge.

—¿Cómo? —Amity miró a su

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hermana—. ¿Estás loca? ¿Cómodiantres va a solucionar las cosassemejante anuncio?

Penny adoptó una actitudmadura.

—Estoy segura de que el señorStanbridge tiene todas lasrespuestas. Algo me dice que ideóel plan antes de que llegara anuestra puerta, hace un rato.¿Estoy en lo cierto, señor?

—Sí, desde luego —contestó,intentando parecer modesto.

Amity aferró con fuerza suservilleta.

—Señor Stanbridge, le recuerdoque hasta que se sentó a esta

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misma mesa para desayunar erausted ajeno a la existencia de losrumores que circulan sobrenosotros. ¿Cómo diantres puedeafirmar que ha tramado estedescabellado plan durante elcamino del barco a esta casa?

Que lo tildara de «descabelladoplan» le escoció, pero se recordóque Amity había estado bajo unestrés considerable en los últimosdías.

—Han sido las noticias del ataquelas que me han convenido de que elcompromiso es la única alternativa—contestó.

Penny asintió con la cabeza,

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satisfecha.—Sí, por supuesto.Amity los miró, furibunda.—¿Cómo es posible que un

compromiso falso sea una buenaidea?

—Porque logrará dos cosasimportantes —respondió Benedict,que trataba de ser paciente, peroen el fondo reconocía queencontraba su falta de entusiasmopor el plan bastante deprimente—.En primer lugar y más importante,nos permitirá que me vean amenudo en su compañía. Eso mefacilitará la tarea de protegerla.

Amity frunció el ceño.

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—¿Protegerme? ¿Quiere decir quecree que el asesino podría tratar desecuestrarme por segunda vez?

—No podemos alcanzar aentender cómo funciona la mentede ese monstruo al que apodan «elNovio» —respondió con tiento—.Hasta que no estemos seguros deque ha muerto o está en prisión, nocreo que sea sensato que salgasola. Si está escondido ahí fuera,tendrá tiempo para que se le curenlas heridas. No debería salir de estacasa sola en ninguna circunstancia.Como su prometido, podréacompañarla a cualquier lugaradonde quiera ir.

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Amity hizo ademán de replicar,pero se detuvo, tomó aire y lointentó de nuevo.

—¿Y la segunda razón por la quecree que este acuerdo fraudulentoes una buena idea? —le preguntó.

—¿No es evidente? —preguntó éla su vez—. Acabará con losrumores. Ya no tendrá quepreocuparse por la posibilidad deque el señor Galbraith se niegue apublicar su libro por culpa del dañoque ha sufrido su reputación.

Penny miró a Amity.—Seguro que entiendes que un

compromiso es la solución perfectapara ambos problemas.

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—Discúlpame —replicó ella—,pero no estoy muy segura.

—¿Por qué? —quiso saber Penny.—¿Que por qué? —replicó Amity

con voz aguda—. ¿Y tú me lopreguntas? Es una idea terrible. Elcompromiso sería ficticio. ¿Cómodiantres vamos a lograr queparezca cierto? Aunque el señorStanbridge acepte interpretar elpapel de mi prometido, ¿qué pasacon sus padres? Estoy segura deque podrán alguna objeción.

—No, no lo harán —le aseguróBenedict—. Mis padres son asuntomío. Yo me encargaré de ellos si esnecesario.

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—¿Cómo no va a ser necesario?—le soltó Amity.

—Da la casualidad de que seencuentran en Australia ahoramismo. —Desterró de esa manerael asunto de sus padres—. Notendrán la menor idea de que loque sucede aquí en Londres. Y, porcierto, ya que tratamos el tema,también me encargaré de mihermano y de su esposa.

Amity apretó los labios.—Aprecio su ofrecimiento, señor

Stanbridge, pero...—Haga el favor de no decir más

que aprecia mis esfuerzos —lainterrumpió él.

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Cayó en la cuenta de labrusquedad de sus palabras cuandovio que Amity guardaba silencio derepente. El asombro de su miradale recordó que hasta ese momentono la había hecho partícipe de sutemperamento.

Contuvo un gemido y trató deexplicarse.

—Es lo menos que puedo hacerdespués de lo que usted hizo por mí—adujo en voz baja—. Me salvó lavida en Saint Clare. No lo habríalogrado sin usted. Fue dichoincidente el que provocó lasituación comprometedora que, asu vez, provocó que se extendieran

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los rumores sobre nuestra supuestarelación. Y resulta que la hanatacado debido a dichos rumores.Estoy en deuda con usted y yo síque apreciaría que me permitieraagradecérselo.

—¿Fingiendo ser mi prometido? —preguntó ella sin dar crédito.

—Hasta que la policía encuentreal asesino —respondió Benedict.

—¿Y si no lo consiguen? —quisosaber Amity.

—En ese caso, tendremos quehacer nosotros su trabajo.

Había sido un palo de ciego, perolo hizo basándose en lo que sabíade su personalidad. Por encima de

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todo, era una persona curiosa a laque le intrigaba la idea de unaaventura. Fue ese espíritu el que lamotivó a viajar por el mundo.

Supo al instante que su estrategiaestaba funcionando. Amity parecióentusiasmada de repente.

—Mmm... —musitó.Penny lo miró con recelo.—¿Tiene alguna experiencia en

investigaciones criminales, señorStanbridge?

—No, pero imagino que es comocualquier problema que se presentaen el campo de la ingeniería o delas matemáticas —respondió—. Sereúnen los datos relevantes de

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forma lógica y se resuelve elmisterio.

—Si fuera tan simple, la policíacapturaría a todos los criminalesque andan por las calles —repusoAmity de forma sucinta. Se puso enpie—. Penny, si nos disculpas, megustaría enseñarle el jardín al señorStanbridge.

—Estaba a punto de pedirle a laseñora Houston que me traiga máscafé —comentó Benedict.

Amity lo miró.—Un paseo por el jardín, señor.

Ahora mismo.

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7 La lluvia estival había cesado y el

sol había salido, pero el jardínseguía mojado. Amity se subió lasfaldas hasta los tobillos para evitarlas flores y los setos húmedos. Sedirigió hacia el pequeño cenadoremplazado en el extremo másalejado, muy consciente de queBenedict la seguía de cerca. La

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gravilla del camino crujía bajo susbotas.

Nada más entrar en el cenador,se dio media vuelta para mirarlo.

—Parece que se ha recuperadomuy bien de la herida —comentó.

Benedict se tocó el costadoderecho a la altura de las costillascon cierta cautela, si bien bajó lamano de inmediato.

—Gracias por sus cuidadosmédicos.

—Como ya le dije en sumomento, fue mi padre quien meenseñó los cuidados médicosbásicos.

—Siempre le estaré agradecido.

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—Benedict la miró—. Y a ustedtambién.

Amity se percató de que se poníacolorada otra vez. La invadió unanhelo melancólico. Tuvo que echarmano de toda su fuerza de voluntadpara suprimir dicha emoción. Noquería su gratitud, pensó.

—¿Y bien? —dijo—. Sobre elresultado de su viaje a California...¿Llevó a cabo la misión con éxito?

—¿La misión?—No hace falta ser modesto.

¿Cree que no me di cuenta de quees un espía de la Corona?

—Maldita sea, Amity, soy uningeniero, no un espía.

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Amity miró de forma elocuente elmaletín negro que él llevaba.

—Muy bien, hasta cierto puntoentiendo que no se le permitedecirle a la gente que participa delGran Juego. Pero al menos, ¿puedeconfirmarme que su aventura, fuerala que fuese, tuvo éxito?

Benedict apoyó una mano en unacolumna cercana y se cernió sobreella.

—La respuesta es sí, tuvo éxito.Amity sonrió, satisfecha pese a la

irritación.—Excelente. Me alegra saber que

pude contribuir en cierto modo adicho éxito, aunque nunca sepa

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exactamente de qué se trató.Benedict golpeó la columna con

un dedo mientras sopesaba elcomentario. Después, pareciótomar una decisión.

—No encuentro un motivo depeso que me impida contarlealgunos detalles ahora que elasunto ha llegado a su fin. Peroantes, permítame aclararle unacosa, no soy un espía profesional.Le hice un favor a mi tío, quiencasualmente tiene ciertos contactosen el gobierno. Dichos contactos lepidieron su ayuda en un proyecto yél, a su vez, me pidió ayuda a mí,dados mis conocimientos sobre

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ingeniería. La misión, como usted lallama, fue mi primera experiencia, yposiblemente la última, en este tipode asunto. Creo que no soy aptopara esta clase de cosas. Por si nolo recuerda, estuvieron a punto dematarme.

—No creo que pueda olvidarlo. —Amity titubeó—. ¿Tiene alguna ideasobre la identidad de quien trató dematarlo en Saint Clare?

—No. Seguramente fuera lamisma persona que mató alinventor a quien fui a visitarmientras estaba en la isla.

—¡Por el amor de Dios! ¿Matarona otra persona en Saint Clare? No

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me lo había dicho.—Descubrí su cadáver en el

laboratorio —contestó Benedict—.Lo mataron poco antes de que yollegara.

—Y ¿quién era?—Alden Cork. Un ingeniero

excéntrico, pero brillante, queestaba trabajando en el diseño deuna nueva arma que ciertosmiembros del gobierno creían querevolucionaría el armamento naval.Según sus fuentes, los rusostambién están ansiosos por echarleel guante a ese artefacto.

—¿Qué tiene de revolucionario?—Cork lo llamaba «cañón solar».

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Está diseñado para usarlo con laenergía del sol.

—Fascinante. ¿El señor Cork teníaun laboratorio en una isla caribeña?

—Había ciertas razones para quese instalara en el Caribe —contestóBenedict—. La primera era su afánpor ocultar sus actividades a losdistintos gobiernos interesados enel proyecto hasta que hubieraperfeccionado el cañón solar. Suintención era la de venderlo almejor postor cuando lo hubieraterminado. Además, por motivosobvios, necesitaba un clima soleadopara llevar a cabo susexperimentos. También necesitaba

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una ubicación cercana a la ruta delos barcos de vapor, de forma quele resultara sencillo obtener losmateriales y los suministros que susinvestigaciones requerían.

—Sí, por supuesto, una islacaribeña sería la ubicación ideal.

—Tal como he comentado antes,alguien, posiblemente un agente asueldo de los rusos, llegó hastaCork antes de que yo apareciera. Ellaboratorio estaba patas arriba. Nohabía ni rastro de los planos dondese detallaba el desarrollo del arma.Uno de los sirvientes que atendía aCork de tanto en tanto me dijo quefaltaba un cuaderno muy

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importante que contenía bocetos yespecificaciones. Creo que lo robóla misma persona que lo mató.

—¿Y esa misma persona trató dematarlo a usted?

—Supongo. —Benedict hizo unapausa—. Debí de llegar pisándolelos talones. Pero antes demarcharme del laboratorio de Cork,encontré una carta.

—La que me confió por si nosobrevivía.

—Sí —convino Benedict—. Tanpronto como la leí, comprendí queera mucho más valiosa que eldiseño del arma de Cork.

—¿Por qué?

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—Estaba escrita por otro inventorque trabaja en California, ElijahFoxcroft, y dirigida a Cork. Cuandola leí, comprendí de inmediato queambos hombres llevaban un tiempomanteniendo correspondencia.Estaba claro que lo que hacía que elarma de Cork fuera un cañón navalaltamente destructivo no era eldiseño del cañón solar en sí, algoque no dejaba de ser convencional,sino el motor que lo accionaba.

—¿Un motor solar?—Sí.Amity sonrió.—Bueno, supongo que eso explica

por qué tuvimos todas aquellas

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interesantes conversaciones sobreel potencial de la energía solardurante la travesía a bordo delEstrella del Norte.

—Estaba dándole vueltas al tema,sí —admitió él.

De repente, algo alarmó a Amity.—Un momento. Ha dicho que los

planos del arma de Cork habíandesaparecido cuando usted llegó.¿Eso significa que están en manosde los rusos?

—Posiblemente, aunque les van aservir de bien poco.

Amity lo miró con las cejasenarcadas.

—Explíquemelo, por favor.

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—La carta dejaba claro que Corkno había sido capaz de crear unmotor viable para accionar elcañón. Sin un sistema funcionalcapaz de convertir la luz solar enenergía de una forma eficiente ycon capacidad para almacenardicha energía a fin de usarla cuandose necesite, su arma solo era otrafantasía de la ingeniería. —Benedictechó un vistazo por el soleadojardín—. Como las máquinasvoladoras de Da Vinci y susfantasiosas armas.

—¿Y Elijah Foxcroft sí ha diseñadoun motor solar y un dispositivo dealmacenamiento?

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—Exacto. La carta deja claro queCork lo creía capaz de hacerfuncionar su cañón. Foxcroft y élplaneaban trabajar juntos en elproyecto.

Amity miró de nuevo el maletínde cuero.

—¿Debo suponer que haencontrado a Foxcroft?

—Sí. —Benedict soltó el airedespacio—. Por desgracia, estabaen su lecho de muerte.

—Por Dios, ¿también lo hanasesinado?

—No. Estaba enfermo de cáncer.Sabía que se estaba muriendo. Y lepreocupaba la posibilidad de que

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sus diseños del motor solar y de labatería se perdieran para siempre.Me dio su cuaderno de notas.

—¿Lo lleva en ese maletín?—Exacto. Hoy mismo se lo

entregaré a mi tío y, después, mipequeño papel en el Gran Juegohabrá terminado. No veo la hora, sile digo la verdad.

—Entiendo. —Lo observó uninstante—. Todo esto es muyinteresante. Y también entiendo susecretismo en el Estrella del Norte.

—En aquel momento, supuse quecuanto menos supiera, más seguraestaría. Cabía la posibilidad de queel agente ruso también viajara en

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el barco.—¿Cómo sabía que el agente no

era yo?La pregunta pareció hacerle

gracia.—Por si no lo recuerda, me salvó

la vida. Habría sido fácil para ustedhaberme dejado morir en aquelcallejón después de que leentregara la carta. Esa fue la únicaprueba que necesité para saber quepodía confiar en usted.

Bueno, ¿qué esperaba quedijese?, se preguntó Amity. ¿Que lahabía mirado a los ojos y de algunamanera había sabido que jamás lotraicionaría? Ese hombre era un

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ingeniero, por el amor de Dios. Alos ingenieros les gustaban laspruebas fehacientes.

—Bueno, tampoco es que tuvieramuchas alternativas en aquelmomento.

—Efectivamente —convinoBenedict—. Corrí cierto riesgo alentregarle la carta, pero no tardéen comprender que no podía seruna agente rusa. En todo caso, nole conté nada sobre mis planesporque...

—Porque no quería correr elriesgo de que se me escapara algúndetalle de forma accidentalmientras conversaba con otros

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pasajeros —terminó por élsucintamente—. Lo entiendo. No esnecesario que me dé másexplicaciones al respecto.

—Temía la posibilidad de que sihabía un agente a bordo y decíaalgo sobre el cañón solar o sobre lacarta, acabara poniéndose enpeligro.

Amity tamborileó sobre labarandilla con los dedos.

—¿Por eso no se ha molestado enponerse en contacto conmigo desdeque nos separamos en Nueva York?

—Pensé que lo mejor eramantener también en secreto miintención de visitar a Foxcroft. —

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Benedict frunció el ceño—. Malditasea, Amity, estaba tratando deprotegerla en la medida de loposible.

Amity esbozó una sonrisilla.—Le aseguro que la ignorancia no

siempre es una bendición. Da lacasualidad de que sufrí un ataquepor mi relación con usted y dudomucho de que el Novio sea unagente ruso.

—Lo siento. —Benedict apretó losdientes—. Al parecer, me estoydisculpando mucho esta mañana.Mi intento por protegerla de unespía ruso la puso directamente enel punto de mira de un monstruo.

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Amity se ablandó.—Usted no tiene la culpa.—Al contrario. Es obvio que si no

nos hubieran visto juntos en elEstrella del Norte, el asesino no lahabría elegido como presa.

Amity se percató de que suirritación creía por momentos.

—Señor Stanbridge, me niego ahacerlo responsable de lo que meha pasado en Londres. Ni siquierase encontraba en la ciudad en aquelentonces.

Él pareció no hacerle caso, ya quesu mirada se desvió hacia la puertade la cocina.

—Su ama de llaves está tratando

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de llamar su atención.Amity se volvió y vio que la

señora Houston le hacía señasdesde la puerta.

—La señora Marsden me envíapara decirle que ha llegado elhombre de Scotland Yard —anuncióla señora Houston.

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8 Penny se encontraba en el

saloncito con el inspector Logan.Estaba sentada con pose eleganteen el sofá. Las faldas de su vestidonegro caían en perfectas capasalrededor de los zapatos de cueroque llevaba para estar en casa.Hablaba del tiempo con el hombrealto y de hombros anchos que

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estaba de pie junto a la ventana.No fue el tema de conversación lo

que sorprendió a Amity. Todo elmundo hablaba del tiempo. Fue lasorprendente expresión animada enla cara de Penny lo que le llamó laatención. Sería una exageraciónafirmar que Penny parecía alegre,pero veía un sutil atisbo de esachispa que la había caracterizadoen otro tiempo.

Todas las pruebas indicaban queel inspector Logan era elresponsable de animar a Penny, yde ser realmente cierto, pensóAmity, estaba preparada para queel hombre le cayera bien a simple

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vista.—Ah, Amity, aquí estás —indicó

Penny—. Permíteme presentarte alinspector Logan de Scotland Yard.Inspector, le presento a mihermana y a su prometido, el señorStanbridge.

Amity hizo una mueca al escucharlo de «prometido», pero Benedict niparpadeó. Claro que él tenía másexperiencia con tareas encubiertas,se dijo.

Logan se dio media vuelta alpunto. Saludó a Amity con un gestode cabeza.

—Señorita Doncaster. Es unplacer verla sana y salva esta

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mañana.Logan tenía treinta y pocos años.

Rubio y casi guapo, lo rodeaba unaura de inocencia infantil quequedaba desmentida por laexpresión atenta de sus gélidosojos azules. Hablaba con el acentode un hombre respetable yeducado. La calidad de su chaquetay de su pantalón era buena, perono excepcional ni tampoco iba alúltimo grito de moda. Amitysospechaba que estaríaaumentando el sueldo de uninspector con algún tipo de ingresoindependiente. O tal vez, comoPenny, Logan era un hacha para las

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inversiones.Se mostraba respetuoso y

educado, pero no parecía niintimidado ni impresionado con loscaros muebles del salón.

Recorrió a Benedict con unarápida mirada penetrante y pareciódarse por satisfecho con lo que vio.

—Señor Stanbridge, lo felicito porsu compromiso.

—Gracias, inspector —dijoBenedict—. Soy el hombre más felizdel mundo.

Amity cerró un segundo los ojosal escucharlo. Cuando miró a Loganuna vez más, le resultó evidenteque el comentario no le pareció

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raro.Logan enarcó las cejas.—¿Es usted el Stanbridge de

Stanbridge & Company, señor?—Sí —contestó Benedict—.

¿Conoce la empresa?—Mi padre quería que estudiase

ingeniería —adujo Logan—. Dehaber vivido, se habría llevado unatremenda decepción al vermesolicitar el ingreso en ScotlandYard.

—A mi parecer, su profesiónrequiere de una ingeniería que distaun poco de la que yo practico —comentó Benedict. Sonrió—. Perolos dos estamos comprometidos con

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la tarea de asegurarnos de que loscimientos de la civilización no sederrumban bajo nuestros pies.

Tras haber llegado a la conclusiónde que Benedict no queríaintimidarlo, Logan se relajó. Inclusollegó a sonreír.

—Ciertamente, señor —contestó—. Un comentario muy profundo.

Amity no se sorprendió al ver lobien que se relacionaban los doshombres. Había pasado tiempo desobra en compañía de Benedictpara saber que no juzgaba a losdemás por su estatus social.Respetaba la competencia y laprofesionalidad en cualquier

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aspecto, y el inspector Logan dabala impresión de poseer ambascualidades.

La señora Houston apareció conuna bandeja de té y la dejó en lamesita situada delante del sofá.Logan pareció sorprenderse unsegundo cuando le ofrecieron unataza, pero se recuperó enseguida.

Amity se sentó en una silla ycontuvo la sonrisa. Era muyconsciente de que los buenosmodales de Penny no eran a lo queel inspector estaba acostumbradopor parte de las damas de lasclases altas. Los policías, aunquefueran inspectores, solían ser

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tratados como los comerciantes ylos criados por aquellos que semovían en los círculos sociales a losque Penny y Nigel habíanpertenecido. Los ricos rara vezhablaban con los hombres deScotland Yard. Cuando se veían enla necesidad de hablar con uninspector, no los recibían en sussalones. Ni tampoco les ofrecían téy pastas.

—Gracias por recibirme hoy,señorita Doncaster —dijo Logan.Dejó la taza y el platillo en unamesita cercana y sacó un pequeñocuaderno con un lápiz—. Sientomucho lo que le ha sucedido. He

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leído los informes de mi predecesory siento una gran admiración porusted. No me cabe la menor dudade que su ingenio y su rápidaactuación le salvaron la vida y talvez conduzcan a la captura de esemonstruo.

—Tuve suerte —repuso Amity.—Sí. —Logan la miró con

expresión pensativa—.Exactamente, ¿cómo consiguióescapar? Los informes que herecibido de mi predecesor sonbastante vagos.

—Seguramente se deba a que supredecesor demostró muy pocointerés por los detalles que intenté

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contarle. —Tocó el abanico quecolgaba de la cadena de plata quellevaba a la cintura—. Durante misviajes por el extranjero, headquirido alguna que otra habilidadinusual. Un conocido de mi padreme regaló este abanico y meenseñó a usarlo para defenderme.—Cogió el abanico y lo abrió con unmovimiento seco y automático paramostrar el elegante diseño—. Lasvarillas están fabricadas con aceroendurecido. Dichas varillas sepueden usar para repeler una hoja.Los bordes están afilados. Dehecho, mi abanico es como uncuchillo.

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Logan pareció sorprenderse alprincipio, pero luego adoptó unaexpresión intrigada.

—Por el amor de Dios. No he vistonada parecido en la vida. Todas lasmujeres deberían llevar uno.

—Requiere cierto adiestramientoy mucha práctica —continuó ella—.No me tengo por una experta. Decualquier modo, un objetopunzante, del tipo que sea, puedeser muy útil en el tipo de situacióna la que me tuve que enfrentar.

Logan asintió con la cabeza.—Ciertamente. Pero también

requiere mantener la cabeza fría ytener la disposición de usar el

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arma.—Mi hermana posee ambas

cualidades —terció Penny con vozsosegada—. No me la imaginopresa del pánico en ningunacircunstancia. Dudo mucho de queyo pudiera mantener la calma comoella en semejante situación.

Amity cerró el abanico con ungolpe seco.

—Debo señalar que, aunque heviajado por todo el mundo, el únicolugar en el que he tenido que usarel abanico para defenderme ha sidoaquí en Londres.

—Londres nunca ha sido famosopor su seguridad —comentó

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Benedict.—Desde luego que no es seguro

ahora mismo con ese espantosoasesino suelto —repuso Penny.

—Lamento decir que ScotlandYard no se ha distinguido con estecaso —reconoció Logan—. A decirverdad, estamos en un callejón sinsalida. Por eso mi superior me hapuesto al mando de lainvestigación. Alberga la esperanzade que unos ojos nuevos veanpistas que hemos pasado por alto.

Benedict se apoyó en la pared ycruzó los brazos por delante delpecho.

—¿Qué sabe del asesino,

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inspector?—A lo largo del último año, se

han encontrado los cuerpos decuatro mujeres, que parecen habersido asesinadas por el mismoindividuo, en diversos callejones dela ciudad —contestó Logan.

Penny lo miró fijamente.—Pero creía que el Novio solo

había cometido tres asesinatos,inspector.

—Se han encontrado tres cuerposen los últimos tres meses —explicóLogan—. Sin embargo, hace un añouna mujer murió asesinada de lamisma manera. Creemos... creoque fue su primera víctima.

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Benedict frunció el ceño.—De ser así, hay un considerable

espacio de tiempo entre el primerasesinato y los tres siguientes.

—Unos ocho meses —dijo Logan—. Ese periodo de tiempo es otrode los muchos misterios que rodeanel caso. —Miró a Amity—.Necesitamos informacióndesesperadamente.

—Ayudaré en todo lo posible —leaseguró Amity.

—¿Puede describir al hombre quela secuestró en la calle?

—No le vi la cara —contestó ella—. Llevaba una máscara de sedanegra. Puedo contarle unos cuantos

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detalles más sobre él, pero temoque no le ayuden demasiado.

—A estas alturas, cualquierdetalle será mejor que lo que tengo—replicó Logan.

—Muy bien, pues, le diré lasimpresiones que me provocó.Hablaba con la dicción de uncaballero de la alta sociedad.

Logan pareció llevarse unatremenda sorpresa. Benedict, encambio, aceptó la información sinpestañear. Era evidente que la ideade un caballero bien educado, defamilia aristocrática, que era a lavez un asesino desalmado no leparecía descabellada en absoluto.

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—¿Está segura de su estatussocial, señorita Doncaster? —preguntó Logan.

—No es algo que se pueda ocultarfácilmente —contestó ella—.Supongo que un buen actor podríaimitar el acento y los ademanes,pero dudo mucho de que hubierapodido permitirse el lujoso interiorde ese carruaje y la ropa cara quellevaba el asesino.

Logan empezó a golpear elcuaderno con el lápiz. Miró a Pennycon una extraña expresión, perodespués concentró la mirada enAmity una vez más.

—Tiene razón —convino—. Es

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difícil imitar la riqueza. ¿Qué más,señorita Doncaster?

Titubeó, pero otro recuerdoacudió a su mente.

—Fuma cigarros con algún tipo deespecia. Podía oler el humo en suropa.

Benedict miró a Amity.—¿Vio algún blasón o algún otro

símbolo que pueda indicarnos suidentidad?

—No —contestó ella—. Llevabaguantes... unos guantes de cuerode muy buena calidad, por cierto.Todo lo que vi y toqué en esecarruaje era caro y del gusto másexquisito. Salvo por los gruesos

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postigos de madera.Benedict frunció el ceño.—¿Había postigos en las

ventanillas?—De madera gruesa —puntualizó

Amity—. Estaban cerradas para quenadie pudiera curiosear lo quesucedía desde la calle.

—Y tal vez diseñadas para que nose pudiera salir si la puerta secerraba desde fuera —comentóBenedict, con gesto muy serio.

Amity se estremeció.—Creo que tiene razón.Se produjo un breve silencio

mientras todos asimilaban lasimplicaciones.

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—En ese caso, un carruajeprivado —dijo Logan. Tomó nota yalzó la vista—. Pero ¿no pudoidentificarlo como tal desde elexterior?

—No. Le aseguro que el vehículoparecía un coche de alquiler normaly corriente. Tampoco vi nadainusual en el cochero.

—Sí, claro —dijo Logan—. Elcochero. —Hizo otra anotación—.Tenemos que investigar esotambién.

Benedict asintió con la cabeza,dándole su aprobación en silencio.

—¿Puede decirme algo más sobreél? —preguntó Logan.

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Amity negó con la cabeza.—Me temo que no. La única vez

que hablé con él, sonaba justocomo era de esperar que sonase uncochero de un coche de alquiler.Alguien de la clase obrera. Un pocorudo. Pero desde luego quemanejaba bien las riendas. Y nohizo ademán de atraparme cuandome escapé.

Logan anotó algo en el cuadernoy alzó la vista una vez más.

—¿Qué le dijo el asesino?Amity le lanzó una miradita a

Benedict antes de concentrarse enLogan. Inspiró hondo.

—Me informó de que me había

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elegido porque había buscadoencontrarme en una situacióncomprometida con el señorStanbridge. Parecía estarconvencido de que le había tendidouna trampa al señor Stanbridge.

Logan miró a Benedict, queesbozó una sonrisa fría.

—Es evidente que el asesino noestaba al tanto de que la señoritaDoncaster y yo estamos prometidosen matrimonio —dijo Benedict.

—Entiendo. —Logan hizo otraanotación y miró a Amity—. Debopreguntarle si el asesino hizoalguna referencia a la fotografía.

—Pues sí, ahora que lo menciona

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—replicó Amity—. Estaba a puntode comentarlo. Dijo que queríahacerme mi retrato de bodas.¿Cómo lo ha sabido?

—Se lo he preguntado porque hayun detalle muy importante que nohemos divulgado a la prensa —contestó Logan. Soltó el cuaderno—. Cada una de las víctimas fueencontrada en un callejón distinto.Degolladas con una hojaafiladísima. Las heridas casiparecían quirúrgicas.

—Un escalpelo —dijo Amity derepente—. Me lo apretó contra lagarganta.

—¿De verdad? —Logan anotó

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algo más—. Muy interesante.Siguiendo con lo que estabadiciéndoles, las víctimas lucían laropa con la que habían sido vistaspor última vez. Y todas tenían unaalianza dorada.

—Todo eso ha salido publicado enla prensa —dijo Penny—. Lasalianzas fueron el motivo de que losperiódicos apodaran al asesinocomo el Novio.

—Sí —convino Logan—. Pero loque hemos conseguido ocultar a laprensa es el hecho de que, ademásde las alianzas, todas las mujeresllevaban medallones. Dentro decada uno, había un pequeño retrato

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de la víctima vestida de novia. Nocabe la menor duda de que losretratos son obra de un fotógrafoprofesional.

Amity arrugó la frente.—Pero ninguna de las mujeres se

había casado.—Cierto —dijo Logan.—Madre de Dios —susurró Penny

—. Ese hombre está loco.Un escalofrío recorrió a Amity.—¿Los retratos se hicieron antes

o después de que las mujeresfueran asesinadas?

Benedict se enderezó y se apartóde la pared para colocarse junto ala ventana.

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—Bastantes fotógrafosprofesionales se ganan la vidahaciendo retratos de los difuntos.

Amity se estremeció.—Esa práctica siempre me ha

parecido muy macabra.—A mí también me lo parece —

repuso Penny.—Las víctimas del Novio estaban

todas vivas cuando se las retrató —dijo Logan—. Todavía no las habíandegollado.

—¿Por qué han mantenido ensecreto lo de los medallones? —quiso saber Penny.

—Lo crean o no, en Scotland Yardhemos descubierto que hay algunos

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pobres locos que se declararánculpables de los crímenes quereciben más atención del público —respondió Logan.

Benedict se dio la vuelta.—En otras palabras, usan el

detalle de los medallones paraseparar el trigo de la paja. Solo elverdadero asesino sabrá lo de lasfotografías.

—Sí —dijo Logan.Penny soltó la taza de té.—Se me acaba de ocurrir algo.

Seguramente sea una tontería...—Por favor, señora Marsden —

pidió Logan.—Los rumores de lo que todos,

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incluido el asesino, asumieron queera una aventura ilícita entre mihermana y el señor Stanbridgeempezaron a circular justo despuésdel baile de los Channing. Si elasesino se mueve en los círculos dela alta sociedad, tal como Amitycree, tal vez estuviera presente endicho baile. Desde luego que esoexplicaría cómo se enteró de losrumores.

Logan parecía impresionado.—Es una observación muy

interesante, señora Marsden.Amity miró a su hermana.—Es absolutamente brillante.—Gracias —dijo Penny—. Pero no

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veo cómo puede ser de ayuda.—Me da un punto de partida —

adujo Logan—. Le dije a mi superiorque me daba en la nariz que elsospechoso se movía en los círculosde la alta sociedad porque todassus víctimas pertenecen a esemundo. Pero no estaba dispuesto aaceptar la idea.

—Seguramente porque sabía quesemejante teoría sería difícil deinvestigar —replicó Benedict.

Logan y él se miraron. Loshombres y sus métodos decomunicación silenciosa, pensóAmity. Podían ser de lo másirritante. Pero debía admitir que las

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mujeres eran igual de dadas a unosintercambios no verbales que talvez resultaran incomprensibles parala mitad masculina de la especie.

Era una verdadera lástima que losdos sexos no pudieran comunicarsetan bien entre ellos, se dijo.

Logan tenía una expresiónadusta.

—Veo que entiende mi problema,señor Stanbridge.

—Por supuesto, inspector —aseguró Benedict—. Busca a unasesino que se mueve por loscírculos más elevados de lasociedad, el único estrato socialdonde es casi imposible que un

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policía, sea cual sea su posición,pueda entrar sin invitación.

—Si empiezo a hacer preguntassobre un asesino de alta alcurniacon tendencia a matar de un modoespecialmente perverso, se mecerrarán todas las puertas —continuó Logan.

Se produjo un breve silencio.—Se abrirán para mí —dijo

Benedict en voz baja.Logan lo miró un buen rato. Amity

se dio cuenta de que el inspector nose apresuró a rechazar la oferta deayuda de Benedict.

La posibilidad de hacer algo, loque fuera, para ayudar en la

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captura del hombre que habíaintentado matarla y que habíaacabado de forma tan desalmadacon la vida de cuatro mujeres laanimó sobremanera.

—Esas puertas también se abriránpara mí —dijo sin dilación—. Al fin yal cabo, soy la prometida del señorStanbridge.

Los ojos de Benedict relucieronpor la sorna.

Penny apretó los dientes. Cogiósu taza.

—También se abrirán para mí,inspector. Ya me he cansado delluto.

La expresión de Logan empezaba

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a tornarse horrorizada.—Agradezco al señor Stanbridge

toda la ayuda que puedaprestarme, pero no quiero ponerlasa ninguna de las dos en peligro.

—Según el señor Stanbridge —dijo Penny—, mi hermana puedeseguir corriendo peligro. ¿Está deacuerdo, inspector?

Logan titubeó antes de asentircon la cabeza.

—Es posible que, al verse privadode su presa, este monstruo puedaintentar atrapar de nuevo a laseñorita Doncaster. Suponiendo quesiga con vida. La verdad es que nolo sé.

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—En ese caso, insisto en hacertodo lo que esté en mi mano paraayudar en esta investigación —dijoAmity.

—Yo también —añadió Penny.Benedict miró a Logan.—Tal parece que cuenta con un

equipo de investigadores a sudisposición, inspector. ¿Nospermitirá ayudarlo?

Logan los miró durante un buenrato. Luego tomó una decisión.

—Han muerto cuatro mujereshasta la fecha —dijo—. Ahora unaquinta ha escapado por los pelos deese mismo destino. Acepto suoferta de ayuda. Pero los cuatro

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tendremos que mantener el asuntoen secreto, ¿entendido? Me temoque mis compañeros en ScotlandYard no aprobarían que hayapermitido que unos simples civilesse involucren en una investigación.

—Entendido —replicó Benedict—.Sé que mi prometida es capaz deguardar un secreto. Y estoyconvencido de que la señoraMarsden también lo es.

—A decir verdad —dijo Penny confrialdad—, tengo cierta experienciaen el tema.

El comentario se le antojó muyraro a Amity. Le lanzó una miraditaa Penny, pero antes de que pudiera

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preguntarle al respecto, Benedictdijo:

—Me ocuparé de no perder devista a la señorita Doncastercuando salga de casa. Pero creoque lo mejor será que alguien vigilela casa por la noche.

Amity lo miró, estupefacta.—¿No es exagerar un poco?—No —contestó Benedict—. No lo

es.Logan soltó un largo suspiro.—El señor Stanbridge tiene razón.

Teniendo en cuenta los pocosprogresos que ha hecho hasta elmomento Scotland Yard y el hechode que no hemos encontrado el

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cuerpo del asesino, sería una buenaidea vigilar la casa por las noches.Hablaré con unos agentes para quemonten guardia.

—Gracias —dijo Penny—. Mesentiré mejor sabiendo que hay unpolicía cerca por la noche. Ahorabien... ¿por dónde empezamos lainvestigación?

—Creo que debemos empezar porla lista de invitados al baile de losChanning —contestó Logan—. Perodudo mucho de que lady Channingesté dispuesta a dármela.

Penny sonrió.—Conseguir la lista de invitados

de los Channing no será problema,

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inspector. Puedo decirleexactamente cómo conseguirla.

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9 Benedict bajó los escalones de

entrada al número 5 de ExtonStreet con una extraña mezcla deeuforia y temor. Ambas emocionesestaban directamente relacionadascon Amity. Se había pasado lasúltimas semanas, desde que la dejóen Nueva York, pensando en ella.La expectación que lo había

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abrumado durante el viaje deregreso a Londres era algo quejamás había experimentado antes.Descubrir que había estado a puntode morir y que el asesino se habíaobsesionado con ella por su vínculocon él lo había impactado hasta lomás hondo.

Y, en ese momento, estabacomprometido con ella. En ciertomodo. La idea de contar con unaexcusa para pasar tiempo en sucompañía, la idea de besarla denuevo, lo emocionaba. Pero elmotivo que los había obligado acompartir dicha intimidadimposibilitaba el hecho de

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disfrutarla. No podría dormir hastaque dieran con el asesino.

Detuvo un coche de alquiler y sefue a casa. Hacía mes y medio quese había marchado, pero le habíamandado un telegrama a sumayordomo informándolo de suinminente regreso. Como siempre,Hodges y su esposa, la señoraHodges, el ama de llaves, lo teníantodo listo para su llegada. Era comosi hubiera salido para visitar a unamigo a primera hora de la mañanay hubiera regresado algo más tardede lo normal. Por lo que teníaentendido, no había fuerza en latierra capaz de afectar el aplomo de

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los Hodges.—Espero que haya tenido un viaje

satisfactorio —dijo Hodges.—Sí, en más de un sentido. —

Benedict le entregó el sombrero, elabrigo y los guantes—. Pero se hanproducido ciertos acontecimientosinesperados. Además de localizar alinventor con el que esperabaentrevistarme, me alegra anunciarque estoy prometido en matrimoniocon la señorita Amity Doncaster.

Hodges necesitaba algoimpactante para parpadear. Lo hizodos veces. Después, algo que bienpodría ser asombro tiñó susfacciones alargadas y serias.

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—Señor, ¿se trata de la mismaseñorita Amity Doncaster, la damatrotamundos que publica losartículos sobre sus viajes en Eldivulgador volante? —le preguntóHodges—. ¿La misma señoritaDoncaster que estuvo a punto deser asesinada por ese demonioapodado «el Novio»?

—La misma que viste y calza. Veoque conoces a la señoritaDoncaster.

—Supongo que como todo aquelque esté al día de las noticias delos periódicos, señor. —Hodgescarraspeó—. Su nombre haaparecido relacionado con el de la

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dama por un asunto de índoleromántica.

Con razón Amity y Penny estabantan preocupadas por los rumoresque circulaban, pensó Benedict.Puesto que, por regla general,tendía a hacer caso omiso de loscotilleos, a veces se le olvidaba lorápido que se esparcían los rumoresy lo lejos que podían circular. Amitytenía razón al preocuparse por laposibilidad de que su editorcancelara la publicación de la Guíadel trotamundos para damas.

—Por supuesto que nos hanrelacionado románticamente —replicó Benedict—. Como ya te he

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dicho, estamos comprometidos.Estábamos esperando mi regreso aLondres para hacer el anunciooficial.

—Parece una dama sumamenteinteresante —comentó Hodges—.La señora Hodges es unaadmiradora de los artículos quepublica sobre sus viajes. Espero quela señorita Doncaster se hayarecuperado totalmente de sureciente calvario.

—La he visitado antes de venir acasa. La encontré disfrutando de uncopioso desayuno y leyendo losperiódicos matinales.

—Impresionante, señor. ¿Un

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desayuno copioso, dice usted?Después de semejante experiencia,la mayoría de las damas subsistiríacon té y tostadas.

—La señorita Doncaster es única,Hodges.

El mayordomo no llegó a sonreírexactamente, pero sus ojos ledieron el visto bueno.

—Obviamente, señor... —repuso—. Tratándose de usted, lo normales que se comprometa con unadama que también sea única.

—Me conoces mejor que yomismo, Hodges.

—¿Quiere desayunar, señor?—No, gracias. Ya he desayunado

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en la casa de mi prometida y de suhermana, la señora Marsden.

Hodges enarcó las cejas apenasun milímetro.

—¿Se refiere a la viuda del señorNigel Marsden, el caballero que serompió el cuello al saltar una cercadurante una cacería hace variosmeses?

—Eso creo, ¿por qué?—Por nada, señor.—Maldita sea, Hodges, ¿qué me

estás ocultando?La señora Hodges dijo desde la

puerta:—Lo que trata de decir el señor

Hodges es que la señora Marsden

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debe de estar muy apenada.Heredó una fortuna de su marido,pero, según se rumorea, lo primeroque hizo después del funeral fuedespedir a la servidumbre. Dicenque se ha apartado del mundo.

Benedict observó a la señoraHodges, que guardaba uninquietante parecido con su marido,salvo por el vestido y el delantal.

—Está usted bien informada,señora Hodges —replicó—. ¿Algunaotra cosa que deba saber sobre mifutura cuñada?

—No creo, señor.Benedict empezó a subir la

escalera.

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—En ese caso, voy a darme unbaño y a cambiarme de ropa, traslo cual debo ir a casa de mihermano primero y después a la demi tío. —Se detuvo en medio de laescalera—. Supongo que seríademasiado esperar que no hubieranllegado noticias recientes deAustralia...

Hodges cogió la bandeja de plataque descansaba en la consola.Había un solitario sobre en ella.

—Al hilo de su comentario, señor,acaba de llegar un telegrama estamañana.

—Que me aspen. Supongo que nodebería sorprenderme. —

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Resignado, Benedict dio mediavuelta y bajó la escalera—. Si losrumores sobre mi relación con laseñorita Doncaster circulan por todoLondres, lo normal es que hayanllegado a oídos de mis padres.

—La invención del telégrafo fuealgo sorprendente, señor —comentó Hodges—. Creo que elcable submarino que conecta aAustralia con el resto del mundo seinstaló hace algo más de diez años.

—Soy consciente de ello, Hodges.—Benedict cogió el sobre, lo abriósin más demora y leyó el brevemensaje.

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Nos han llegado rumores de turelación con cierta señorita denombre Amity Doncaster · STOP ·Tu madre desea saber la verdadsobre el tema · STOP · Terecuerda que ya va siendo horade que te cases · STOP

Benedict soltó el mensaje en la

bandeja.—Es de mi padre. Redactaré una

respuesta antes de marcharme.—Sí, señor —dijo Hodges.Benedict lo vio intercambiar una

mirada con la señora Hodges, quesonrió de una forma que solo podíadescribirse como «ufana».

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Una hora más tarde, Benedict

subía los escalones de una elegantecasita situada en un vecindariotranquilo y bonito. Lo acompañaronde inmediato al estudio, dondeencontró a Richard sentado a suescritorio.

Su hermano levantó la vista delos planos arquitectónicos quehabía estado examinando.

—Ya era hora de que aparecieras—dijo—. Supongo que estás altanto de que eres el protagonistade ciertos rumores que vinculan tunombre con el de la señorita Amity

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Doncaster.Richard era dos años más joven

que él y también un poco más alto.Su pelo castaño rojizo y sus ojosverdes eran herencia de su madre.También había heredado lapersonalidad optimista, afable yextrovertida característica deElizabeth Stanbridge.

Muchas personas habían señaladoque los hermanos Stanbridge erantan distintos como la noche y el día.Benedict era muy consciente de quele habían asignado el papel de unanoche oscura y seria: siempredispuesto a señalar las dificultadesy los riesgos de una aventura;

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siempre evaluando el peorresultado y preparándose paradicha eventualidad.

Richard, al contrario, era unamañana soleada y alegre. Aunqueera un arquitecto brillante, sumayor contribución a la empresaStanbridge & Company era suencanto a la hora de captar clientespotenciales. También tenía unacabeza estupenda para losnegocios. Dicha combinación lohacía imprescindible.

Si la tarea de lidiar con losclientes recayera sobre él, pensóBenedict, Stanbridge & Company sedeclararía en bancarrota en menos

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de seis meses. Él era el primero enadmitir que tenía poca pacienciacon aquellos clientes que nocomprendían la importancia de losprincipios básicos de la ingeniería nide la necesidad de evitar latentación de recortar elpresupuesto en lo concerniente alos materiales y a la mano de obra.Casi todos los clientes queríansentirse asombrados conespectaculares detallesarquitectónicos. Asumían sin másque el puente, el edificio o elinvernadero de cristal no sederrumbaría.

—Esta misma mañana me han

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informado de los rumores quecirculan sobre mi relación con laseñorita Doncaster —repuso. Dejóel maletín negro sobre el escritorioy se acercó a la ventana—.Cualquiera pensaría que la gentetiene cosas más importantes de lasque hablar.

—No esperarás que la gente pasepor alto un rumor que aúna unpequeño escándalo y un intento deasesinato —apostilló Richard conexpresión guasona.

—Bah.Richard guardó silencio y después

carraspeó.—Soy consciente de que la parte

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concerniente al intento deasesinato es cierta. Las noticias dela prensa han sido bastantecoherentes, si bien es posible queestén exageradas. No dudo de quela señorita Doncaster escapó porlos pelos de las garras de unasesino.

—Gracias a su valentía y a suhabilidad para defenderse —añadióBenedict.

—Viajar es instructivo. ¿Qué medices del aspecto romántico de lahistoria? Ben, dime la verdad. ¿Hasmantenido una aventura con laseñorita Doncaster?

—No es una aventura. —Benedict

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se dio media vuelta sin apartarsede la ventana y miró a su hermanoa los ojos—. Estoy comprometidocon ella.

Se percató de que le gustabaanunciar que estaba comprometidocon Amity. Era como si cuanto máslo afirmara, más real le pareciera.

Richard enarcó las cejas, seapoyó en el respaldo del sillón yunió las yemas de los dedos.

—Vaya, vaya, vaya. Espera quemadre se entere...

—Cuando entré en mi casa estamañana, me esperaba untelegrama procedente de Australia.

—No me sorprende. —Richard rio

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entre dientes—. Yo también recibíuno ayer. Madre te manda sucariño, por cierto. Es evidente quesus cuadros se han visto inspiradospor la atmósfera de la colonia deartistas donde se alojan padre yella.

—Y, sin duda, padre estádisfrutando mientras estudia lafauna y la flora australiana. Detodas formas, parecen tener tiemposuficiente para estar al tanto de losrumores londinenses.

—No creo que te sorprenda tanto.Sabes tan bien como yo que,después del desastre de tu últimocompromiso, están desesperados

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por verte casado.Benedict estaba a punto de

replicar cuando vio a su cuñada enla puerta. Marissa llevaba el pelocastaño claro recogido con unsencillo moño en la nuca. El estiloresaltaba sus tiernos ojos grises ysus bonitos rasgos. Benedict hacíaun mes y medio que no la veía. Elcambio en su aspecto lo sorprendió.El diseño amplio del vestido deestar en casa no lograba disimularsu avanzado estado de gestación.Un rápido cálculo le dijo que lafecha del nacimiento de su primerhijo estaba muy próxima. Le fueimposible no mirarla. Llegó a la

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conclusión de que tenía un brilloespecial. Los dramáticos cambiosque el estado de gestación producíaen las mujeres eran como pocoaterradores para un mero hombre.

—Marissa —logró decir—. ¿Teencuentras... bien?

—Gozo de una salud fantástica,gracias, Ben. —Sonrió y se acariciócon ternura la abultada barriga—.No te pongas tan nervioso. Teaseguro que no voy a dar a luz aeste bebé aquí en el estudio deRichard.

—Cariño, deberías sentarte —dijoRichard, que se puso de pie yatravesó la estancia con rapidez

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para tomarla del brazo yacompañarla hasta un enormesillón—. Le diré a la señora Streeterque te traiga una taza de té.

—La señora Streeter lleva todo eldía ofreciéndome té —protestó ella—. Estoy bien, Richard.

Su hermano le puso unalmohadón bajo los pies.

—¿Estás segura de que nodeberías estar en la cama?

—Pamplinas... —respondióMarissa, que miró a Benedict—.Sería incapaz de pegar ojo, nohasta que me entere de lasemocionantes noticias. Cuéntanoslotodo, Ben. ¿Qué diantres está

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pasando? ¿Estás envuelto en unaescandalosa aventura con laseñorita Doncaster?

—Marissa, no hace falta que teemociones tanto con la idea. Talcomo ya le he dicho a Richard, hahabido cierta confusión con lanaturaleza de la relación que meune a la señorita Doncaster. —Benedict guardó silencio duranteunos instantes para causar unmayor impacto—. Estoy prometidoen matrimonio con ella.

—Son unas noticias maravillosas—dijo Marissa, que sonrió paraexpresar su aprobación—. Tu madrese alegrará mucho.

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—Eso dice Richard.—Sabes muy bien que tu pobre

madre está ansiosa por vertecasado. Como su primogénito queeres, ya va siendo hora de que ledes el Collar de la Rosa a tu futuraesposa.

Benedict se preguntó con ciertoabatimiento qué diría Amity si leregalara el collar hereditario de lafamilia Stanbridge. Intentóalegrarse con la idea de que lamayoría de las mujeres adoraba lasjoyas exquisitas. Aunque Amity eraimpredecible.

Resultaba extraño, pensó. Comoingeniero, aborrecía todo lo que

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fuera impredecible. Desde el fiascocon Eleanor, había estado buscandouna mujer predecible, una queposeyera todas las cualidades de unbuen reloj. Sería fiable yresponsable. Mantendría su hogarorganizado y le recordaría sus citas.Él se encargaría de darle cuerdaregularmente y ella, a cambio, nohuiría con un amante. ¿Era pedirdemasiado?

—He estado leyendo losperiódicos —dijo Marissa—. Noquiero ni imaginarme lo que hadebido de sufrir la señoritaDoncaster. Tiene suerte de estarviva.

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Benedict se sentó en el borde delescritorio de Richard y cruzó losbrazos por delante del pecho.

—Te aseguro que no hace faltaque me lo recuerdes.

—¿Os conocisteis a bordo de unbarco? —le preguntó su cuñada.

—Es una historia algo máscomplicada —contestó Benedict.

Les ofreció a su hermano y a sucuñada un resumen de losacontecimientos.

—¡Por el amor de Dios! —Marissaestaba horrorizada—. Se suponíaque no iba a haber peligro algunoen ese viaje hasta Saint Clare. Dehecho, solo debías reunirte con ese

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inventor y asegurarte de si habíadiseñado o no un armarevolucionaria.

Richard apretó los dientes.—No nos habías informado de que

te habían disparado.—¿Para qué? —repuso Benedict—.

No podíais hacer nada y, puestoque sobreviví al incidente, no vimotivo alguno para divulgar lasnoticias hasta llegar a casa.

—Así que la señorita Doncaster tesalvó la vida —señaló Marissa—.Eso explica parte de los rumoressobre los dos. Es normal que lavieran salir y entrar de tu camaroteen el Estrella del Norte.

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Benedict carraspeó.—También pasamos mucho

tiempo juntos una vez que pudelevantarme.

—Entiendo. —Marissa frunció elceño—. Me pregunto por qué no noshan llegado las noticias sobre eldisparo que recibiste. Lo normal esque hubieran llegado hastaLondres.

—Buena pregunta —replicóBenedict—. Pero ya sabes cómofuncionan los rumores. La gentetiende a concentrarse en el aspectomás escandaloso, no en los hechos.

—Muy cierto —repuso Marissa—.Debo admitir que esa actitud tan

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arrojada es la que me esperaría dela señorita Doncaster que escribelos artículos sobre viajes que sepublican en El divulgador volante.

Benedict sonrió.—¿Debo asumir que eres una

seguidora de sus artículos?—Desde luego. —Marissa parecía

entusiasmada—. Por descontado,entiendo por qué te hascomprometido con ella. Pareceperfecta para ti. De hecho, ya estoydeseando conocerla.

—Lo harás pronto —le aseguróBenedict—. Entre tanto, mi mayorpreocupación es que el hombre quela atacó siga siendo un peligro para

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ella. Le he dicho que no quiero quesalga sola de su casa. Cuando yo nopueda estar con ella, alguien debeacompañarla en todo momento. Porlas noches, un policía vigilará lacasa.

Richard frunció el ceño.—¿Crees que el asesino sigue

vivo?—Debo pensar que es así hasta

que encuentren su cadáver.Marissa parecía preocupada.—¿Y si no lo encuentran? ¿Y si

está vivo pero la policía no logracapturarlo?

—Amity, su hermana y yointentaremos colaborar con la

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policía en la investigación —contestó Benedict.

Eso intrigó a Marissa.—¿Cómo vais a hacerlo?—Amity ha ofrecido varias pistas

sobre el asesino —respondióBenedict—. Entre otras cosas, estáconvencida de que frecuenta la altasociedad.

En esa ocasión, tanto Marissacomo Richard lo miraron conasombro.

Benedict les describió al asesinosegún lo que había explicado Amity.

—Dada la secuencia temporal,creemos que tal vez asistiera albaile de los Channing celebrado

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hace un mes —concluyó—. O, almenos, que se relaciona conalguien que estuvo presente.

Marissa lo miró con gesto sagaz.—Vais a necesitar la lista de

invitados.Benedict sonrió.—De hecho, la hermana de la

señorita Doncaster le ha explicadoal inspector Logan cómo obtenerla.

—Te has impuesto una tareainteresante —comentó Richard—.Buscar asesinos es misión de lapolicía. Pero entiendo tu postura. Eltipo de gente que asiste a los bailesno abre sus puertas a losinspectores de Scotland Yard. Como

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bien sabes, Marissa y yo preferimosno relacionarnos con la altasociedad en general, pero tenemosalgunos contactos. Si podemosayudar en algo, no dudes enpedírnoslo.

—Gracias —replicó Benedict—. Telo agradezco. Tal vez os pidaayuda.

Richard miró el maletín negro decuero que Benedict había dejado ensu escritorio.

—¿Qué hay de los planos delmotor solar y la batería?

Benedict cogió el maletín y loabrió con cierta parsimonia.Después, sacó la carpeta de cuero

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que contenía las notas de ElijahFoxcroft.

—En cuanto salga de aquí, leentregaré esto a tío Cornelius. Unavez que lo haga, mi cortísimacarrera como espía de la Coronahabrá concluido.

—Y comenzará tu nueva profesióncomo ayudante de Scotland Yard —apostilló Richard, que miraba lacarpeta con gran interés—. Meencantaría echarle un vistazo a lasnotas y a los dibujos de Foxcroft.

Benedict dejó la carpeta en elescritorio.

—Voy a enseñártelos.Al cabo de un rato, Richard cerró

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la carpeta y se sentó en su sillón.Sonreía con gesto satisfecho.

—Ahora entiendo por qué hicisteel viaje a California. Los rusos talvez tengan los planos del cañónsolar, pero eres tú quien ha traídoel diseño del motor capaz deproporcionarle energía al arma. Sinél, el cañón no funcionará.

—Lo interesante del motor solar yde la batería de Foxcroft es que sonprecisamente eso: un motor y unabatería para almacenar energía —replicó Benedict—. Un sistemacapaz de proporcionar energía acualquier cosa, no solo a un arma.Se puede usar para hacer funcionar

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un horno, un vehículo, un barco ouna fábrica. Con la energía gratuitadel sol. Las posibilidades soninfinitas.

Richard sonrió.—Es mejor que los dueños de las

minas de carbón no te oigan decireso.

—Mouchot está en lo cierto, a lapostre nos quedaremos sin carbón.O, cuando menos, su extracciónserá cada vez más cara. Losfranceses y los rusos han estadofinanciando investigaciones sobreenergía solar y su desarrollodurante los últimos años. Variosinventores estadounidenses están

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trabajando en artefactos solares.Debemos ponernos al mismo nivelque el resto de las potenciasmundiales o correremos el riesgode quedarnos retrasados. —Benedict le dio unos golpecitos alas notas—. El sistema de Foxcroftes nuestra oportunidad deconseguirlo.

—No te lo discuto. Es evidenteque tío Cornelius no te habríapedido que viajaras a Saint Clare sila Corona no estuviera interesadaen el potencial de la energía solar.

—Mi temor es que lo único quevea el gobierno sea el potencialpara crear una nueva arma con el

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motor de Foxcroft. Los socios de tíoCornelius no verán todas lasimplicaciones.

—Si alguien es capaz de hacerlesver que la energía solar es un temaserio, es tío Cornelius.

—Tienes razón. —Benedict miróla carpeta—. Sin embargo, antes deentregarle las notas de Foxcroft ylas instrucciones, debo pedirte unfavor. Tengo un plan y necesito tuayuda.

Richard sonrió.—Siempre tienes un plan. ¿De

qué se trata esta vez?Benedict se lo contó.Cuando acabó de hablar, Richard

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asintió con la cabeza. Parecía muypensativo.

—Sí —dijo—. Tiene sentido.

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10 —Señorita Doncaster, soy incapaz

de expresar la profunda admiraciónque siento, no solo por ustedpersonalmente, sino por sunarración sucinta y reflexiva —dijoArthur Kelbrook—. He leído todossus ensayos en El divulgadorvolante. Sus descripciones de lospaisajes extranjeros son

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increíblemente brillantes. Es comosi hubiera estado a su lado, viendoesos paisajes con usted. Nuncaolvidaré la estampa poética del solponiente en aquella isla de losMares del Sur.

—Gracias, señor Kelbrook —repuso Amity. Se ruborizó, ya queno estaba acostumbrada a unoselogios tan exuberantes—. Es muyamable de su parte habersetomado la molestia de leer misreseñas en El divulgador volante.

El salón de recepciones delCírculo de Viajeros y Exploradoresestaba atestado. El invitado dehonor, Humphrey Nash, había

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concluido su charla hacía poco yestaba siendo adorado por su corteal otro lado de la habitación. Estabarodeado de admiradores y derivales por igual. Había, se percatóAmity, un número considerable dedamas en el grupo. El Círculo deViajeros era una de las pocasinstituciones dedicadas a los viajesy a la geografía que aceptabamujeres, pero Amity sabía que noera el único motivo de que hubieratantas mujeres en la recepción.Nash era alto, guapo y deconstitución atlética, un hombre conun perfil patricio y unos penetrantesojos verdes. Llevaba el pelo,

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castaño y rizado, corto comodictaba la moda.

Además, era un grandísimofotógrafo. Sus magníficasfotografías de templos, jardinesexóticos, montañas coronadas denieve y monumentos antiguosdecoraban las paredes.

Amity intentó no desviar lamirada hacia Humphrey, pero lecostaba. Había estado muynerviosa por asistir a la recepciónde esa noche, pero una parte de símisma también sabía quenecesitaba ver a Humphrey denuevo para demostrarse que lo que,a la edad de diecinueve años, creyó

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que era un corazón roto ya no loera.

Esa noche, al verlo mientrasimponía el silencio a su audienciadesde el estrado, se preguntó quéhabía visto en él. Seguía siguiendoel guapo y valiente explorador quela cautivó con diecinueve años,pero enseguida se había dadocuenta de que ya no estaba bajo suhechizo. Debía admitir que entraren el salón de actos del brazo de susupuesto prometido le habíaproporcionado mucha satisfacción.

Seguramente fuera bastanteinmaduro por su parte esperar queHumphrey se hubiera dado cuenta

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de que estaba sentada conBenedict entre el público y, tal vez,de que se hubiera enterado de sucompromiso. Sin embargo, se dijoque se merecía disfrutar de esemomento. Al fin y al cabo,Humphrey le había provocado unatremenda humillación alaprovecharse de su inocencia eintentar convencerla para manteneruna aventura ilícita. Su reputaciónhabía sufrido muchísimo a losdiecinueve años, tanto quedestruyó sus posibilidades decontraer un matrimonio respetable.

Menos mal, pensaba a menudo,que disfrutaba al viajar por el

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extranjero, porque no le quedó másremedio que abandonar el país.Sonrió al pensarlo. Partir paraexplorar el mundo era lo mejor quele había pasado en la vida.

Penny se encontraba más omenos en medio de la estancia.Estaba especialmente guapa con unvestido azul marino que resaltabasu pelo. El vestido azul había sidoun movimiento osado. Según lasnormas sociales, una esposa debíapasar un año y un día vestida denegro. Amity se llevó una sorpresa,aunque para bien, al ver que Pennybajaba la escalera con ese vestido.Cierto que era una tonalidad muy

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oscura de azul, pero era, de todasformas, azul, ni negro ni gris.

Amity debía admitir que estabadisfrutando del hecho de que ellamisma iba vestida a la moda, conmucha elegancia. Recordó laconversación que habían mantenidoen el establecimiento de lamodista.

—El verde oscuro atraerá lasmiradas hacia tus ojos y resaltará elcolor tan dramático de tu pelooscuro —le había asegurado Penny—. Estoy segura de que el señorStanbridge se llevará una buenasorpresa esta noche.

—¿Por qué diantres se iba a

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sorprender al verme con unvestido? —preguntó Amity. Acariciólos preciosos y sedosos pliegues dela tela verde—. Ya me ha visto ennumerosas ocasiones y te aseguroque llevaba un vestido en todasellas. Ni que fuera desnuda en misviajes por el extranjero.

La modista alzó la mirada al cieloy masculló un «Mon Dieu» con unacento francés atroz.

Penny no le hizo caso y miró aAmity con severidad.

—Supongo que en todas esasocasiones lucías uno de esos sacosmarrones o negros que te llevas atus viajes.

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—Soportan bien las arrugas y lasmanchas —repuso Amity, que sepuso a la defensiva—. Y se lavanmuy bien.

—Me da igual lo bien que selaven, se sequen o se planchen —replicó Penny—. Los colores tesientan fatal y, desde luego, noresaltan tus curvas de la mismamanera que lo hará este vestido.

El vestido era muy sencillo yelegante, con mangas ceñidas ylargas, y un corpiño que terminabaen punta justo por debajo de lacintura. La falda estabaconfeccionada de tal manera quecreaba una estrecha línea en la

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parte delantera, aunque permitíacierta facilidad de movimiento. Enla espalda, la tela estaba plisadasobre un discreto polisón.

La modista se declaró espantadaal ver el abanico de Amity. MadameLa Fontaine insistió en que nofavorecía el vestido. Sugirió que, encambio, luciera uno clásico dedelicadas varillas de madera que alabrirse desplegaba unas orquídeas.Sin embargo, Amity se mantuvo ensus trece. En ese caso, Penny sepuso de su parte. Ninguna de lasdos consideró sensato decirle a lamodista que el abanico era, enrealidad, un arma. La pobre mujer

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se habría muerto al saber que unadama pensaba llevar un cuchillo auna recepción. Esa noche, el tessencolgaba de la cadena de plata queAmity llevaba a la cintura.

—No me he perdido ni un soloinforme de sus viajes —continuóKelbrook—. Le aseguro que soy sulector más fiel, señorita Doncaster.

—Gracias —repitió Amity.Retrocedió un paso en un intento

por poner algo de distancia entreellos. Sin embargo, Kelbrook dio unpaso hacia ella. De repente, Amityse dio cuenta de que el brillo de susojos era excitación, no admiración,y un tipo de excitación bastante

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desagradable.—Me quedé de piedra al

enterarme de que fue atacada porese monstruoso asesino que laprensa ha apodado «el Novio» —siguió él—. Debo preguntarle cómoconsiguió escapar. Los informes delos periódicos eran muy vagos a eserespecto.

—La suerte tuvo mucho que ver—replicó Amity con sequedad.Retrocedió otro minúsculo paso—.Eso, junto con experiencia para salirde apuros.

No pensaba enseñarle su abanico.No tenía sentido llevar un armaoculta si todo el mundo conocía el

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secreto. Una no se confesaba conalguien que era prácticamente undesconocido, por mucho queprofesara adorar sus escritos.

Arthur Kelbrook tendría cuarentay tantos años. Era un hombreapuesto, aunque insípido, con unasentradas galopantes, ojos de ungris claro, labios suaves, manosanchas y cuello casi inexistente.Todos los indicios apuntaban a queestaba destinado a adquirir unestómago orondo con el paso de losaños. Los botones que abrochabansu carísima chaqueta la tensaban ala altura de la cintura.

Desde luego que no era el

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hombre más guapo ni másdistinguido de la estancia, pensóAmity, pero la sinceridad y la pasiónque demostró cuando empezaron ahablar le pareció encantadora eincluso tierna. Kelbrook era la únicapersona que había conocido esanoche que parecía interesada deverdad en sus viajes. Todas lasdemás estaban embelesadas porHumphrey Nash.

Aunque eso no quería decir queno hubiera llamado la atención devarios hombres más de la sala,pensó. De vez en cuando, habíacaptado las miradas especulativasque le lanzaban. Sabía que se

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estaban preguntando si una mujerque se atrevía a viajar sola por elextranjero era igual de atrevida enotros aspectos. No era la primeravez que se había topado consupuestos caballeros que suponíandemasiadas cosas.

—Tengo entendido que la policíatodavía no ha descubierto el cuerpodel Novio —comentó Kelbrook.

—No. —No quiso añadir que talvez no hubiera cuerpo queencontrar.

Kelbrook bajó la voz y se acercóun poco más.

—También tengo entendido quehabía bastante sangre en el

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escenario del crimen.El encanto que Arthur Kelbrook

había demostrado hasta hacía pocodesapareció por completo. Amityempezaba a perder la paciencia. Yla inquietud se abría paso en suinterior.

—Cierto —repuso. Habló en tonovago mientras fingía escudriñar lasala—. Me pregunto dónde está miprometido.

No había ni rastro de Benedict.Justo cuando necesitaba a unhombre, desaparecía, pensó ella.

—Seguro que se debatió con valor—siguió Kelbrook—. Pero ¿quépodría hacer una dama delicada y

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gentil como usted para defendersede un monstruo excitado?

La intensidad del hombreaumentaba por momentos. Al igualque la expresión enfebrecida de sumirada.

Amity sintió que se le ponía elvello de la nuca de punta. Intentórodear a Kelbrook, que se las habíaapañado para interponerse en sucamino.

—Le aseguro que todo acabó encuestión de minutos —respondiócon brusquedad—. Me limité asaltar del carruaje.

—No puedo ni imaginarme lo quefue para usted estar inmovilizada

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bajo ese bruto, con sus manostocando su cuerpo virginal mientrassu camisón se enrollaba, roto,alrededor de su cintura y él teníasin duda los pantalonesdesabrochados.

—Por el amor de Dios, señor, creoque está usted como una cabra.

Amity se dio media vuelta con laintención de marcharse. Se dio debruces con un objeto grande einamovible.

—Benedict. —Sobresaltada, sedetuvo en seco. El sombrerito verdeque tenía colocado para que cayerasobre la ceja izquierda se le soltó—.Ah, por Dios. —Consiguió atraparlo

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antes de que cayera al suelo—. Nolo he visto ahí plantado, señor.¿Tiene que acercarse a hurtadillas?

—¿Quién era? —preguntóBenedict.

La pregunta, que hizo en vozbaja, iba cargada con una amenazadura, feroz y más que peligrosa.

Amity se volvió a colocar elsombrerito y miró a Benedict. No laestaba mirando. Estabaconcentrado en la multitud que ellatenía a su espalda. Miró por encimadel hombro y vio a Arthur Kelbrookperderse entre la gente.

—¿El señor Kelbrook? —Seestremeció, asqueada, y miró de

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nuevo a Benedict—. Un caballeromuy desagradable con unaimaginación retorcidísima.

—En ese caso, ¿qué diantreshacía hablando con él a solas enesta hornacina?

Se sorprendió al escuchar su tono.Era imposible que Benedictestuviera celoso, ¿verdad? Claroque no lo estaba. Solo sepreocupaba por su seguridad.Debería estarle agradecida. Y loestaba. Muy agradecida.

—Le aseguro que fuimosdebidamente presentados y que, alprincipio, la conversación fue muynormal —contestó ella—. El señor

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Kelbrook expresó un gran interéspor los artículos de mis viajes. Peroluego empezó a pedirme detallesde mi encuentro con el asesino.Cuando rechacé dárselos, comenzóa inventarse unos cuantos bastantedescabellados.

Benedict apartó la vista deKelbrook y la atravesó con unamirada penetrante.

—¿Qué demonios quiere decir coneso de inventar?

Amity carraspeó.—Creo que albergaba fantasías

alocadas en las que el Novio measaltaba.

—La asaltó.

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—Al señor Kelbrook leemocionaba la idea de que mehubieran asaltado de un modo másíntimo, no sé si me entiende.

Durante un segundo, Benedictpareció no entenderla. Luego larabia refulgió en su mirada.

—¿Se imaginaba que la habíanviolado? ¿Quería que le describieseese escenario?

—Algo parecido, sí.—Menudo hijo de puta —dijo

Benedict en voz muy baja.La gélida furia de sus ojos la

asustó.—Le aseguro que no hubo tiempo

para algo así —se apresuró a decir

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—. Le he asegurado que me escapésin sufrir daño alguno. Acababa dedecirle al señor Kelbrook que estámás loco que una cabra y estaba apunto de marcharme cuando haaparecido usted.

—Ya me encargo yo de él —juróBenedict con el mismo tono de vozsereno.

Pese al miedo, Amity sintió unagran calidez. Benedict estabadecidido a protegerla de verdad.Estaba tan acostumbrada a estarsola y a tener que valerse por símisma que no sabía muy bien cómoresponder a esa situación.

—Aprecio el ofrecimiento, señor

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—dijo—. Pero es del todoinnecesario que tome medidas alrespecto.

—No ha sido un ofrecimiento —replicó Benedict.

—Benedict —dijo ella con firmeza—, no debe precipitarse. ¿Meentiende?

—Loco —dijo Benedict, quecambió de tema de forma abrupta.

Frunció el ceño al escucharlo.—Excéntrico, desde luego, y

maldecido con una imaginaciónescabrosa, pero no estoy segura deque se pueda decir que el señorKelbrook está loco. No es elasesino, si se refiere a eso.

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—¿Está segura?—Totalmente. Todo en él era

distinto: las manos, la altura, lavoz... Todo.

—Ha dicho que estaba loco comouna cabra.

—Era una forma de hablar.—Logan y la prensa están

convencidos de que el Novio estáloco de atar —señaló Benedict.

—En fin, es evidente que ningúnhombre en su sano juicio va por ahímatando mujeres. ¿Adónde quierellegar?

—Se me acaba de ocurrir que talvez estemos pasando por alto lapista más evidente. Si el asesino

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está loco, es más que posible quealguien que lo conozca bien, quizásalgún miembro de su familia, estéal tanto de su comportamientoantinatural.

Amity sopesó la idea unmomento.

—Puede que tenga razón. Pero yasabe lo que sucede si hay algúnindicio de locura en la familia. Lagente haría cualquier cosa con talde ocultarlo. Los rumores de locuraen un linaje podrían destruir a unafamilia de clase alta. Otrosmiembros de su círculo social senegarían a que sus hijos o hijas secasaran con alguien de un clan que

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podría estar tocado por la locura.—Claro que unas cuantas

excentricidades y algún que otrocomportamiento extraño puedenpasarse por alto —añadió Benedictcon voz pausada.

—En fin, no cabe duda de que loque algunos podrían llamar locuraotros lo disculparían achacándolo aun comportamiento excéntrico —repuso ella—. Sin embargo, latendencia al asesinato a sangre fríano se puede calificar deexcentricidad, se mire como semire.

—Semejante tendencia tampocose puede calificar de locura.

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—¿Y cómo la calificaría?—De maldad.El recuerdo de los instantes que

pasó en el coche de alquiler con esedepredador humano la atravesó. Sedio cuenta de que sentía unaopresión en el pecho. Se obligó arespirar. De forma instintiva, tocó elabanico. Podía cuidarse sola.Maldición, se había cuidado sola. Yaestaba a salvo.

Pero el monstruo seguía allí fuera,en las sombras.

—Sí —susurró ella—. Digan lo quedigan los médicos acerca de suestado mental, no cabe la menorduda de que en el fondo el Novio es

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un ser malvado.—Ese malnacido seguirá matando

hasta que lo detengan. Es lanaturaleza de la bestia. —Benedicthizo una pausa y frunció el ceño—.¿Su hermana nos está haciendoseñas para que nos acerquemos?

Amity miró hacia su hermana yvio que Humphrey Nash se habíasumado al grupito de mujeres en elque estaba Penny. En esemomento, su hermana la miró y leindicó con un levísimo gesto debarbilla que se acercase.

Amity tomó una honda bocanadade aire para armarse de valor.

—Sí —contestó—. Creo que Penny

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intenta llamar nuestra atención.—Nash está con ella.—Así es.Humphrey siguió la mirada de

Penny y esbozó una sonrisadeslumbrante al ver a Amity. Ella lecorrespondió con una sonrisaamable de su cosecha.

—Creo que Nash está buscandouna presentación —comentóBenedict.

—No es necesario —dijo Amity—.El señor Nash y yo ya nosconocemos.

Benedict parecía a punto de deciralgo al respecto, pero se mordió lalengua. Tras aferrarle el brazo con

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afán posesivo, la acompañó hastael otro lado de la estancia. Cuandollegaron al grupito, Penny seencargó de las presentaciones consu habitual aplomo.

—Por fin te veo, Amity —dijoPenny. Parpadeó—. ¿Qué diantresle ha pasado a tu sombrero?

—¿A mi sombrero? —Amitylevantó una mano para tocarse laprenda—. Sigue en su sitio.

—Se te ha soltado. Da igual, ya loarreglaremos después. —Pennyextendió un brazo y le quitó elsombrero a su hermana—. Creo queya conoces al señor Nash.

—Fuimos presentados en otro

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tiempo —repuso Amity. Seenorgulleció del tono educado ydistante con el que las palabrassalieron de su boca. Benedict leaferró el brazo con más fuerza,como si estuviera preparado paraalejarla de las garras de Humphreyen caso de ser necesario.

—Amity, es un placer volver averla —dijo Humphrey. Su miradase tornó cálida—. ¿Cuánto tiempoha pasado? ¿Seis años?

—El tiempo vuela, ¿no es verdad?—replicó ella. Lo miró con unasonrisa serena—. ¿Conoce a miprometido, el señor Stanbridge?

—Me temo que no. —Parte de la

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calidez desapareció de los ojos deHumphrey. Le dirigió una cortamirada a Benedict, estudiándolo—.Stanbridge.

—Nash —replicó el aludido.E inmeditamente, Humphrey

volvió a concentrarse en Amity.—He disfrutado mucho de sus

esporádicos artículos en Eldivulgador volante.

—Gracias —dijo—. Debo decirleque sus fotografías son brillantes,como de costumbre.

—Es un placer saber que lasaprueba, sobre todo porque havisitado en persona algunos de loslugares y de los temas que he

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fotografiado —replicó Humphrey—.Está en una situación excelentepara juzgar la calidad de lasimágenes.

—Son espectaculares —le aseguróella. Era la verdad, pensó—. Tienemucho talento para capturar laesencia de cada paisaje: la bellezadel desierto al atardecer, loselementos artísticos de un templo ola gloriosa panorámica desde lacima de una montaña. Desde luego,su trabajo va más allá defotografiar imágenes. Es un artistacon su cámara.

—Gracias —dijo Humphrey—. Meencantaría poder hablar de nuestras

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observaciones personales. Tal vezsea posible vernos en un futurocercano...

—Siento interrumpir —dijoBenedict. Se sacó el reloj de bolsilloy abrió la tapa dorada—. Pero creoque ha llegado el momento de quenos marchemos, Amity. Tenemosotra cita esta noche.

Amity lo miró con el ceñofruncido.

—¿A qué cita se refiere?—Tal vez se me haya olvidado

comentárselo antes —contestóBenedict sin alterarse—. Es con untío ya entrado en años. Quiero quelo conozca. La pondré al día cuando

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estemos en el carruaje. SeñoraMarsden, ¿está lista para irse?

—Sí, por supuesto —contestóPenny. La situación parecía hacerlegracia.

Benedict cogió a Amity del brazoy se detuvo el tiempo justo paralanzarle una última mirada aHumphrey.

—Unas fotografías interesantes,Nash. ¿Qué clase de cámara usa?

—El último modelo de Presswood—contestó Humphrey con sequedad—. Fue modificada especialmentepor el fabricante siguiendo misinstrucciones. ¿Es usted fotógrafo?

—El tema me despierta cierto

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interés —contestó Benedict. Sevolvió hacia Amity y Penny—.Señoras, ¿están listas?

—Desde luego —respondió Penny.Amity se despidió de Humphrey

con un gesto de cabeza.—Buenas noches, señor.—Buenas noches —repuso

Humphrey. Sus ojos tenían otra vezesa expresión cálida.

Benedict alejó a Amity y a Pennyde allí antes de que pudieran deciralgo más. Amity estaba segura deque a Penny le costaba contener larisa, pero ella estaba demasiadomolesta con Benedict como parapreguntarle a su hermana qué le

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hacía tanta gracia.Al llegar al vestíbulo, Amity y

Penny recogieron sus capas. Lostres salieron a los escalones deentrada. Era una noche estival en laque soplaba una brisa fresca, peroseguía sin llover, pensó Amity.

Benedict le dio unas instruccionesal portero, que envió a un mozo enbusca del carruaje.

Se produjo un breve silenciomientras esperaban la llegada delvehículo. Amity miró a Benedict. Ala brillante luz de la farola de gas,su rostro estaba ensombrecido porun tenebroso claroscuro.

—Ni se le ocurra decirme que cree

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que el señor Nash pueda ser elasesino —dijo ella.

—Es un fotógrafo profesional —repuso Benedict.

—Créame, sabría si el señor Nashfue quien me secuestró —replicóAmity con voz brusca.

—Mi hermana tiene razón —añadió Penny en voz baja—. Habríareconocido al señor Nash como elasesino si hubiera sido él quienintentó secuestrarla.

Benedict observó a Amity con unaexpresión indescifrable.

—¿Eso quiere decir que conocebien a Nash?

—Nos conocimos aquí en Londres

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cuando yo tenía diecinueve años —contestó Amity con sequedad—.Pero, poco después, se fue a Egiptopara fotografiar los monumentos.No he vuelto a verlo en los últimosseis años. Aunque nuestrasrespectivas profesiones nos hanllevado por todo el mundo, nuncahemos estado en el mismo lugar ala vez.

—Ya no se puede decir lo mismo,¿verdad? —dijo Benedict—. Poralguna increíble coincidencia, losdos están en Londres en el mismomomento.

Amity lo fulminó con la mirada.—¿Qué diantres está insinuando?

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—Nash la buscó entre unamultitud esta noche porque quierealgo de usted.

—Sí, lo sé. Ya ha oído lo que hadicho. Quiere hablar de nuestrasexperiencias en los lugares quehemos visitado.

—No —la contradijo Benedict—.Es una excusa, estoy seguro.

Penny esbozó una sonrisa serena.—Sería mejor continuar con tan

encantadora conversación en otromomento, ¿no? Tal vez cuando nohaya nadie más cerca. Aunquereconozco que me hace bastantegracia, es una discusión que esmejor mantener en privado.

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Amity contuvo un suspiro.—Por el amor de Dios, el señor

Stanbridge y yo discutimos de unasunto absolutamenteinsignificante. Te pido disculpas,Penny.

—Yo también —dijo Benedict—.Como si no tuviéramos cosas másimportantes de las que ocuparnos.

—Así es —repuso Penny—. Ah,por fin llega el carruaje.

—Ya era hora —dijo Benedict—.Vamos a llegar tarde. Hay bastantetráfico esta noche.

Amity enarcó las cejas.—¿Quiere decir que tenemos una

cita de verdad? ¿No se lo ha

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inventado a modo de excusa parairnos antes de tiempo?

—Hace poco recibí un mensaje demi tío —contestó Benedict—. Quierehablar con nosotros esta noche.

—¿Con nosotros? —Un ramalazode emoción recorrió a Amity—. ¿Esoquiere decir que Penny y yo vamosa acompañarlo?

—No, solo es necesario que vengausted. Dejaremos a su hermana encasa de camino.

—Pero ¿por qué quiere verme sutío? —preguntó Amity.

—No lo sé todavía, pero supongoque quiere interrogarla enprofundidad con respecto a

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nuestras experiencias en SaintClare y a bordo del Estrella delNorte. Confieso que mis recuerdosde los primeros días del viaje haciaNueva York son un poco difusos.Además, estuve encerrado en micamarote bastante tiempo. Aunqueno sea consciente, tal vez tengainformación nueva sobre lossucesos de la que yo carezco.

—Entiendo —dijo Amity—.Supongo que intenta identificar a lapersona que le disparó.

—Desde luego que quiereaveriguar la identidad del espíaruso que asesinó a Alden Cork enSaint Clare. A mí tampoco me

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importaría verme las caras con eseagente.

—Dudo mucho que pueda ayudara su tío, pero desde luego que lointentaré —aseguró Amity.

—Excelente —dijo Benedict. Miróa Penny—. La llevaremos antes acasa, señora Marsden. Después,Amity y yo seguiremos hasta casade mi tío.

—Muy bien —replicó Penny—.Pero espero que no empiece denuevo la discusión acerca de lasintenciones del señor Nash.

Amity sonrió mostrando unaexpresión despreocupada.

—No habrá más discusiones por

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un asunto tan nimio porque no haynada de lo que discutir.

—Nash quiere algo —insistióBenedict—. Hágame caso.

Penny suspiró.—Creo que el trayecto hasta

Exton Street va a ser muy largo. Contra todo pronóstico, la paz

reinó en el coche de alquiler hastaque este se detuvo delante de lacasa de Penny. Amity se sorprendióal ver un cabriolé esperando en lacalle. Solo alcanzaba a ver unatisbo de la figura del pasajero. Unmal presentimiento se apoderó de

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ella.—Hay alguien ahí —dijo Amity—.

No sé quién podría venir a estashoras de la noche.

—Yo tampoco —repuso Penny.Benedict ya había abierto la

portezuela. Saltó al suelo. Amity sequedó de piedra al verlo sacar unapistola de su abrigo. Queríapreguntarle cuándo había adquiridola costumbre de ir armado, pero notuvo oportunidad.

—Ya me encargo yo dequienquiera que esté en esecabriolé —les aseguró él—. Entrenen casa, las dos, y cierren con llave.

—Benedict, le pido por favor que

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no se enfrente solo a quienquieraque esté en ese carruaje. Sesupone que hay un agente depolicía montando guardia. Que seencargue él del asunto.

—A la casa —repitió Benedict—. Yme lo tomaría como un favorpersonal si lo hiciesen deprisa,Amity.

—Tiene razón —dijo Penny.Penny fue la primera en

descender del coche de alquiler ysubir los escalones de entrada a lacasa. Amity la siguió, pero metió lamano debajo de la capa y soltó elabanico de su cadena de plata.

Los tres vieron, asombrados,

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cómo un hombre se apeaba delcabriolé de alquiler y saltaba a lacalle.

—Inspector Logan —dijo Penny,que sonrió con evidente alivio—. Esun placer volver a verlo.

—Buenas noches, señoraMarsden. —Logan saludó a Amitycon un movimiento de la cabeza—.Señorita Doncaster. —Miró el armaque Benedict tenía en la mano—.Esta noche no va a necesitar eso. Elagente Wiggins está haciendoguardia en el parque que hay alotro lado de la calle.

—¿Qué diantres hace aquí a estahora? —Benedict hizo desaparecer

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el arma en su abrigo—. ¿Tienealguna noticia?

Logan se metió la mano en elabrigo y sacó un sobre.

—Tengo la lista de invitados delbaile de los Channing. —Sonrió aPenny—. Tenía razón, señoraMarsden. Pude conseguirla a travésdel periodista de El divulgadorvolante que cubre los actossociales. Ha sido una fuente deinformación increíble. Lo tendré encuenta para investigaciones futuras.

A la luz de la farola de gas, Amityno estaba segura, pero habríajurado que Penny se ruborizó.

—Me alegro de haber sido de

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ayuda, inspector —replicó Penny—.¿Le apetece entrar? Podemosrepasarla ahora mismo. El señorStanbridge y mi hermana tienenotra cita esta noche. ¿No es verdad,Amity?

Amity recuperó la compostura atoda prisa.

—Sí, así es. —Miró al inspectorLogan con una sonrisa—. Me van apresentar a uno de los parientes demayor edad del señor Stanbridge.

—Tío Cornelius tiene unoshorarios extraños —añadióBenedict.

—Nos vemos después, Amity —dijo Penny, que subió los escalones

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y sacó la llave de la casa. Logan lasiguió al interior del pasillo principaltenuemente iluminado. La puertase cerró.

Amity miró a Benedict.—¿Desde cuándo los inspectores

de Scotland Yard van a ver atestigos a las diez de la noche?

Benedict tenía la vista clavada enla puerta principal.

—No tengo la menor idea.

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11 —¿Cree que Penny y el inspector

Logan encontrarán algúnsospechoso en la lista? —preguntóAmity.

Benedict la ayudó a subir alcarruaje. Se percató de que legustaba sentir en la mano el tactodelicado de esos dedos protegidospor los guantes.

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—Es imposible saberlo todavía —contestó—. Tal como Logan haseñalado, esa lista no es más queun punto de partida. Cuanto antesllevemos a cabo la visita a mi tío,antes podremos regresar y ver loque han descubierto Logan y suhermana.

Amity entró con rapidez en eloscuro interior del vehículo. Alretirarse la capa y las faldas delvestido verde a fin de no pisarse lasprendas, Benedict captó la imagenfugaz de unas elegantes botas detacón alto. La idea de estar a solascon ella en el carruaje lo excitó.

Contuvo con gran esfuerzo el

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deseo y le dijo al conductor:—A Ashwick Square, por favor.—Sí, señor.Benedict entró en el coche de

alquiler, se sentó frente a Amity ycerró la portezuela. La luz de laslámparas era muy tenue. El suaveresplandor hacía que a Amity lebrillara el pelo y creaba unassombras incitantes. Se preguntó siella sería consciente de lotentadora que parecía allí sentadaen la penumbra. Llegó a laconclusión de que era muydesafortunado que estuvieran decamino a Ashwick Square, dondelos esperaba lo que sin duda sería

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una larga conversación. Habríapreferido otro destino esa noche,cualquier otro, siempre y cuando leotorgara un poco de intimidad conAmity. Y una cama, añadió para susadentros. Una cama sería un detalleestupendo.

Había pasado demasiado tiempodesde aquel beso en el Estrella delNorte. El recuerdo del abrazo lohabía sustentado durante lasúltimas semanas. Pero una vez devuelta a su lado, los recuerdos nobastaban para sofocar el ardiente ytemerario anhelo que despertabaen él.

—Amity, ¿me has echado de

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menos durante estas semanas? —lepreguntó, tuteándola.

Porque tenía que saberlo, pensó.Tenía que saber si el tiempo quehabían pasado juntos había sidoimportante para ella y no un merocoqueteo. Se percató de que todosu cuerpo se había paralizado a laespera de la respuesta.

Amity lo miró, azorada. Supo quela había pillado con la guardia baja.

—Me preocupaba su bienestar,por supuesto —contestó.

—Yo te he echado de menos.Amity lo miró. En la penumbra, le

resultó imposible vislumbrar suexpresión.

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—Ah, ¿sí? —replicó ella.Su voz era tan inescrutable como

sus ojos.—Mientras he estado lejos de ti,

he pensado con frecuencia en eltiempo que compartimos en elbarco —confesó—. Lo disfrutémucho. —Hizo una pausa—. Bueno,tal vez no los primeros díasmientras me recuperaba de laherida de bala. Pero aparte deeso...

—Yo también disfruté del tiempoque pasamos juntos —se apresuróa añadir Amity—. Después deasegurarme de que su herida no seinfectaría, por supuesto.

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—Me recuperé de la heridagracias a ti. Jamás lo olvidaré.

Ella unió sus manos enguantadascon fuerza y lo miró con lo queparecía un gesto contrariado.

—Me gustaría que dejara de decireso —replicó—. Bastante mal estánlas cosas como están, señorStanbridge. Si no le importa,preferiría que no añadiera susentido de la gratitud a la lista decosas de las que debopreocuparme. Como si no tuvierasuficiente en lo que pensar...

El furioso arranque lo sorprendió.—¿Me culpas por sentirme

agradecido? —quiso saber.

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—Sí. No. Oh, da igual. —Separólas manos y le restó importancia alasunto con un gesto breve—. Notiene sentido tratar de explicar lascosas. En este momento, nosencontramos inmersos en unembrollo y debemos intentaresclarecerlo. —Suspiró—. Alparecer, acostumbramos a pasar deuna situación complicada a otra,¿no es así?

—Sí.Amity carraspeó.—Me disculpo por haberlo

obligado a cargar con estecompromiso temporal nuestro. Fuemuy generoso por su parte el

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sugerirlo, por no mencionar sudeterminación a protegerme delNovio. Si de verdad siente que estáen deuda conmigo por la ayuda quele presté en Saint Clare, algo queno debería sentir, puede estarseguro de que ha saldado su deuda.Suponiendo que hubiera alguna.Que no la había.

La ira abrumó a Benedict. Unagélida sensación se apoderó de susentrañas. Se inclinó hacia delante ycolocó ambas manos en el respaldodel asiento de enfrente, a amboslados de la cabeza de Amity,atrapándola entre ellas.

—Déjame aclararte una cosa —

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dijo—. No quiero tu gratitud, de lamisma manera que tú no quieres lamía.

Se produjo un breve ysorprendido silencio. Sin embargo,Amity no trató de escapar de él. Alcontrario, lo miró con seriedad uninstante y después le regaló unasonrisa desvaída.

—Supongo que será mejor quedejemos de agradecernosmutuamente lo sucedido en elpasado y los favores del presente ocorreremos el riesgo de sentirnoscada vez más irritados e incómodos—repuso ella—. Eso no ayudaría enabsoluto a la investigación. Las

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emociones fuertes siempre nublanla mente.

Benedict se sintió acalorado denuevo.

—En ese punto, estamos deacuerdo —dijo—. No habrá másexpresiones de gratitud. Pero noestoy seguro de poder prometerteque no experimentaré emocionesfuertes en lo referente a ti. Cadavez que recuerdo el beso de laúltima noche que pasamos a bordo,por ejemplo, soy incapaz deconcentrarme en otra cosa.

—Benedict... —susurró ella, conun hilo de voz.

—Por favor, dime que tú también

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lo recuerdas.Amity separó los labios un

instante. Por un momento, parecióquedarse sin palabras. Pero aBenedict no le sorprendió su prontarecuperación. Al fin y al cabo, eraAmity. Era imposible que hubiera untema sobre el que no pudieraexpresarse.

—Lo recuerdo con frecuencia —leaseguró—. Pero no sabía si ustedtambién lo recordaría alguna vez.

—He rememorado ese besonoche y día durante el pasado mesy medio. Y cada vez que lo hacía, loúnico que deseaba era repetir laexperiencia.

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Los ojos de Amity eran tanardientes y seductores como lasnoches del Caribe. No se movió.

—No tengo la menor objeción aun segundo beso —repuso ella.

—No sabes cuánto he deseadoescucharte decir eso.

Sin apartar las manos delrespaldo del asiento, se inclinóhacia delante y le rozó los labioscon los suyos. Amity los separó unpoco.

—Benedict... —susurró.Él apartó las manos de ambos

lados de su cabeza y se sentó a sulado. La rodeó con sus brazos condeliberada lentitud.

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Amity se dejó hacer con unsuspiro casi inaudible que noalcanzó a contener y un entusiasmoque le resultó más quegratificante... y que le infundió másseguridad que cualquier palabra. Laapasionada respuesta de Amitydejó bien claro que no habíaolvidado la pasión que habíaestallado entre ellos durante laúltima noche de la travesía.

—Estas pasadas semanas heestado muy preocupada por ti —confesó ella contra su boca.

Benedict gimió.—Da la casualidad de que soy yo

quien tenía motivos para estar

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preocupado. Durante todo esetiempo que he estado lejos de ti,me repetía que te encontrabas asalvo en Londres. Qué equivocadoestaba.

La besó en los labios y saboreó ladulzura que encontró en ellos. Lasintió estremecerse con delicadeza.Sabía que no se debía al frío. Enrespuesta, su cuerpo se estremeciótambién. El mundo y la noche seredujeron hasta que lo únicoimportante fue lo que sucedía enlos confines de la realidad existenteen el interior del carruaje. Perotambién era consciente de que eltiempo que podría pasar esa noche

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con Amity era limitado. Prontollegarían a su destino.

—Ojalá estuviéramos en elEstrella del Norte otra vez —dijocon los labios pegados a su cuello—. Daría cualquier cosa por pasartoda la noche contigo.

—Echo mucho de menos lalibertad de la que disfruto cuandoestoy en el extranjero —confesóAmity al tiempo que le enterrabalas manos en el pelo—. Te aseguroque Londres es peor que un corsé.Te aprieta, te oprime y te aprisionahasta que apenas puedes respirar.

—Has nacido para salir al mundo,no para vivir atrapada en la prisión

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que es la sociedad londinense.—Sí —replicó ella, que parecía

satisfecha por su comprensión—.Soy una mujer de mundo, sin lugara dudas. No puedo vivir mi vidasegún las reglas de la sociedad.

Benedict inhaló su embriagador yúnico aroma, y después le dio unsuave mordisco en el lóbulo de laoreja. Amity se aferró a sushombros y lo besó en el cuello. Lasascuas que llevaban semanasardiendo en el interior de Benedictse transformaron en una hoguera.

La besó de nuevo en la boca,dispuesto a degustar su sabor, eintrodujo una mano bajo su capa.

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Tras colocársela en el torso, sobrelas costillas, decidió explorar haciaarriba, en busca de la suave curvade su pecho. Sin embargo, lo únicoque sintió fue la rígida armaduradel corsé que le daba forma alcorpiño del vestido.

—Maldita sea —murmuró—. Nollevabas este tipo de ropa cuandoestábamos en el barco.

—Por supuesto que no. —Amityse rio y enterró la cara en suhombro—. Cuando viajo, llevovestidos prácticos. Sin embargo, lamodista de mi hermana insistió enque debía llevar corsé con estevestido.

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—Bien podría haberse designadoa sí misma como tu carabinainvisible.

—Las modistas pueden ser muydéspotas, sobre todo aquellas queson famosas por diseñar a la últimamoda. Deben mantener susreputaciones y, según Penny,desafiarlas es muy arriesgado.

—Admito que el sastre de unhombre puede ser igual de tirano.—Le tomó la cara entre las manos—. Creo que ninguno de los dosnacimos para vivir según lasnormas de esta sociedad.

Los ojos de Amity perdieron elbrillo alegre.

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—De todas maneras, parece queestamos atrapados por ellas —lerecordó—. Dichas reglas son lasculpables de que te hayas vistoobligado a comprometerte conmigo.

Benedict esbozó una lentasonrisa.

—Lo bueno de las reglas es quese crearon para incumplirlas. Y enmás de una ocasión ofrecen laexcusa adecuada para hacerlo.

—Empiezas a parecer de nuevoun ingeniero.

—Acabo de caer en la cuenta deque la regla que ha hecho necesarioque anunciemos nuestrocompromiso es la misma que nos

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permite ciertas libertades que deotro modo no podríamos disfrutar...sin pagar un precio.

Amity empezó a sonreír de nuevo.—¿Por ejemplo?—Por ejemplo, si no estuviéramos

prometidos, no podrías estarconmigo en este carruaje a solassin que tu reputación sufriera undaño severo.

—Ah, sí, ahora lo entiendo.Al tenue resplandor, su imagen

era la de una mujer capaz dehechizar a un hombre. Benedict leacarició la comisura del labio con elpulgar.

—Creo que eso es lo que me has

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lanzado —dijo con voz ronca.—¿Qué te he lanzado?Benedict trazó el contorno de sus

labios con la yema del pulgar.—Un hechizo, un embrujo.Ella lo miró con un brillo guasón

en los ojos.—Eres un hombre moderno,

Benedict Stanbridge, un ingeniero.Estoy segura de que eres muyconsciente de que la magia noexiste. Todo puede explicarse conla ayuda de la ciencia y lasmatemáticas.

—Antes de conocerte, habríaestado de acuerdo con esaafirmación. Pero ya no.

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La besó de nuevo antes de queella pudiera decir algo más. Elvaivén del carruaje hizo que Amityse apoyara más en él. El deseoacicateó sus sentidos. Dejó que lasllamas lo consumieran hasta que nopudo pensar en otra cosa que nofuera reclamarla del modo máselemental.

Acababa de encontrar el primercorchete oculto en la parte frontalde su vestido cuando el carruaje sedetuvo de repente. La realidad seimpuso con una fuerza electrizante.Descorrió la cortina más cercana ycontuvo un gemido.

—Parece que hemos llegado... —

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anunció—. Demasiado pronto.—¡Por el amor de Dios! —Amity

se apartó de él como si se hubieraquemado al tocarlo—. ¿En quéestábamos pensando? Esta nochetenemos un asunto importanteentre manos. No deberíamospermitirnos semejantesdistracciones.

Benedict observó con sorna cómoAmity intentaba recuperar lacompostura. La escena le resultómuy tierna. Tenía la ropadesordenada y varios mechones sele habían soltado de las horquillas.Sus labios tenían el aspecto dehaber sido besados recientemente.

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Llegó a la conclusión de que legustaba verla así. Y más le gustabasaber que el culpable de quetuviera esa expresión en la carahabía sido él.

—¿Cómo tengo el pelo? —lepreguntó ella, que levantó unamano y se tocó los mechonessueltos. Procedió a colocárselos conpresteza—. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué vaa pensar tu tío?

—Conociendo a tío Cornelius,seguramente ni se fijará en tu pelo.Está más preocupado por lanecesidad de encontrar al espíaruso. —Abrió la portezuela ydescubrió que la niebla se extendía

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rápidamente por la calle.Las farolas situadas frente a la

puerta principal de la casita de sutío Cornelius tenían un haloresplandeciente alrededor, peroiluminaban bien poco. Salió delcoche de alquiler y se dio mediavuelta para ayudar a Amity. Ellaaceptó su mano, se levantó lasfaldas y le permitió que la ayudaraa apearse. Una vez en la acera, selevantó la capucha de la capa ymiró las oscuras ventanas.

—No parece que esté en casa.—Cornelius vive solo, salvo por su

viejo mayordomo, Palmer —leexplicó Benedict—. Mi tío no se ha

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casado. Como te he dicho, estáentregado por completo a sutrabajo para la Corona.

—Me has dicho que es mayor. Alo mejor se ha quedado dormido.

—Lo dudo. Duerme muy pocodesde que comenzó todo esteasunto del arma solar. En todocaso, nos está esperando. Si se haquedado dormido, no le importaráque lo despertemos. De hecho, semolestará si nos marchamos sinhablar con él.

El vecindario, donde hacía muchorato que reinaba la tranquilidad,parecía más silencioso debido a laniebla. Benedict sintió algo extraño

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en la nuca, una sensacióninquietante. Echó un vistazo a sualrededor, escrutando la niebla paraasegurarse de que no había nadiecerca. No se escuchaban pisadasentre las sombras. En la callereinaba un silencio perturbador. Demodo que introdujo la mano bajo elabrigo y sacó el revolver.

Miró al cochero.—Espérenos, por favor.—Sí, señor. —El cochero se

acomodó en el pescante y sacó unapetaca del bolsillo de su gabán.

Amity miró la pistola que Benedictsostenía.

—En Saint Clare no ibas armado.

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—Digamos que aprendí unalección en aquella dichosa isla. Lacompré en California.

Indicó a Amity que subiera losescalones de la entrada y levantó laaldaba. Golpeó la puerta dos veces.

Sin embargo, no se escucharonpasos en el vestíbulo. No se vio luzalguna en el montante de la puerta.

Golpeó con la aldaba de nuevo,en esa ocasión con más fuerza.

Amity lo miró. En la penumbra, sucara oculta por la capucha lucía unaexpresión preocupada.

—Algo va mal, ¿verdad?Sin decir una palabra más,

introdujo las manos bajo la capa.

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Cuando las sacó de nuevo, Benedictvio que había aferrado el tessen.

Intentó girar el pomo de lapuerta. No se movió.

—Palmer siempre se asegura decerrar la casa a cal y canto por lanoche —comentó Benedict—. PeroCornelius me dio una llave haceaños.

Se sacó el llavero del bolsillo delabrigo.

—Tal vez debieras llamar a unpolicía antes de entrar —sugirióAmity.

—Te aseguro que a mi tío no leharía ni pizca de gracia queatrajésemos semejante atención

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hasta su casa —replicó Benedict.Metió la llave en la cerradura y

abrió la puerta. El vestíbuloprincipal estaba a oscuras. Nada ninadie se movía en la oscuridad.

Con la pistola amartillada,Benedict entró en el vestíbulo yencendió las lámparas. No seescucharon pasos que se alejaran atoda prisa. Nadie se abalanzó sobreellos desde las sombras. Nadie losretó desde la parte superior de laescalera.

Enfiló el pasillo y fue encendiendolámparas a medida que se acercabaa la estancia situada en el otroextremo.

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Cornelius estaba en su despacho,inmóvil sobre la alfombra. Lagruesa puerta de la enorme cajafuerte emplazada en un rincónestaba abierta.

—Cornelius —dijo Benedict, quese agachó junto a su tío y lo tocópara ver si tenía pulso. El alivio loinundó en cuanto lo localizó.

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12 —Quienquiera que sea, el

malnacido tiene el cuaderno. —Cornelius se tocó con tiento elvendaje que Amity acababa decolocarle en la cabeza. Hizo unamueca—. Le pido disculpas por milenguaje, señorita Doncaster. Metemo que no me encuentro en mimejor momento.

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—Le aseguro que me he topadocon un lenguaje mucho más soezen mis viajes —replicó Amity—. Yen cuanto a su estado, hay que dargracias de que el intruso no lo hayamatado. Por suerte, la heridaparece bastante superficial, aunquesupongo que usted es de otraopinión. En cuanto a la sangre, metemo que las heridas en la cabezasuelen sangrar mucho, pero sepondrá bien. Eso sí, puede que laalfombra no se recupere jamás.

Repasó su trabajo, satisfecha porhaber limpiado y desinfectado laherida lo mejor posible pese a losescasos recursos de los que

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disponía en esa casa. Había unapalangana con agua ensangrentadasobre la mesita auxiliar junto alsillón de Cornelius. Había limpiadola herida a conciencia y después lahabía desinfectado con lo quesospechaba que era un brandicarísimo que Benedict habíadescubierto en una licorera cercana.

Cornelius y ella estaban solos enel despacho. Benedict había salidoal jardín para echar un vistazo porla zona. La atestada habitación olíaa humo rancio de tabaco y a librosencuadernados en piel.

—Gracias por sus cuidados,querida —dijo Cornelius.

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—De nada, por favor. —Sonrió—.El vendaje aguantará de momento,pero tal vez debería llamar a unmédico de verdad para que le echeun vistazo a la herida por lamañana. Espero que conozca a unmédico experimentado, uno que seadhiera a las nociones modernas dehigiene. Mientras tanto, debereposar unos días. Me preocupamás la conmoción que el corte desu cabeza.

—Dudo mucho de que tengaganas de salir en una temporada —repuso Cornelius. Miró a Amity dearriba abajo—. Así que usted es lajoven trotamundos que salvó la

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vida de mi sobrino en una islacaribeña.

—Dio la casualidad de que estabacerca, así que hice lo que estuvo enmi mano.

—Estoy en deuda con usted,querida.

—No diga tonterías, señor. No medebe nada.

—Sí, se lo debo. Fue culpa míaque Benedict estuviera en esadichosa isla. Sabía que no teníaexperiencia en ese tipo de trabajo.Es ingeniero, no espía.

Amity sonrió.—No deja de recordármelo.—El asunto es que era la única

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persona en la que podía confiarplenamente y también la únicacapaz de valorar el invento deAlden Cork. Y menos mal quemandé a Ben, porque dudo muchode que alguno de mis supuestosagentes profesionales hubieraentendido que el verdadero secretodel arma es el motor solar y elsistema de baterías de Foxcroft.

—Pero ahora el cuaderno deFoxcroft ha desaparecido. Benedictarriesgó la vida por nada.

—Mmm. Sí, interesante, ¿verdad?Amity lo fulminó con la mirada.—¿Cómo puede hablar del robo

tan a la ligera, señor?

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La puerta de la cocina se abrió yse cerró. Benedict entró de nuevoen el despacho. Se metió la pistolaen el bolsillo del abrigo.

—Es evidente que el intruso tienemucho talento para forzarcerraduras —dijo—. Apenas si haymarcas en la puerta. Parece quesalió por el mismo sitio por el queentró: la cocina.

—Ha debido de vigilar la casa —comentó Cornelius—. Sabía queestaba solo. Es el día libre dePalmer. Siempre va a ver a su hija ya su familia los miércoles. Coge eltren y no vuelve hasta el jueves porla mañana.

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—Si el espía está al tanto de estacasa, debemos suponer que sabemuchas cosas, no solo acerca delcañón solar y del motor y de labatería de Foxcroft, sino también detus contactos en el gobierno —dijoBenedict.

—El intruso tiene que ser lamisma persona que robó los dibujosde Cork del arma e intentó matarteen Saint Clare —añadió Amity—. Yahora tiene el cuaderno de Foxcroft.Es terrible.

Se produjo un breve y tensosilencio. Cornelius y Benedict semiraron entre sí. Ninguno parecíaespecialmente alarmado. De hecho,

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parecían muy satisfechos.Amity puso los brazos en jarras y

entrecerró los ojos.—¿Qué pasa aquí? Tengo la

impresión de que a ninguno de losdos le preocupa lo suficiente elrumbo de los acontecimientos.

Benedict enarcó las cejas.—¿Y bien, tío? Reclamaste la

ayuda de mi prometida en esteasunto. Me parece que no puedeayudar mucho a menos que lecuentes más de lo sucedido.

Cornelius titubeó antes de gruñir:—Tienes razón. Señorita

Doncaster, el motivo de que no nospreocupe demasiado la pérdida del

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cuaderno es que Benedict se ocupó,con mucho acierto, de eliminar laspáginas más importantes, aquellasen las que estaban lasespecificaciones y los materialesnecesarios para fabricar el motor yla batería.

Amity asimiló la información.—Muy inteligente. Pero ¿no se

dará cuenta el espía de que faltanlas páginas importantes?

—Con suerte, no —contestóBenedict—. Mi hermano es unarquitecto muy bueno. Tiene ungran talento en lo referente aldibujo. Los planos que realiza paraStanbridge & Company son obras

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de arte.—Ah, entiendo. ¿Quiere decir que

han falsificado algunas de laspáginas del cuaderno?

Benedict sonrió con aprobación.—Foxcroft tenía sus notas en una

carpeta archivadora. Nos limitamosa sacar las páginas importantes y aañadir unas nuevas. —Miró aCornelius—. Te dije que era muyavispada.

Cornelius se echó a reír, pero hizouna mueca por el dolor y se tocó lacabeza con cuidado.

—Te creo.Benedict miró a Amity de nuevo.—Richard y yo conseguimos

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falsificar dos páginas de lasespecificaciones y las notas delmotor de Foxcroft. Usamos algunasde las páginas en blanco de lacarpeta.

Amity siseó.—Un plan magnífico.Cornelius resopló.—Ben siempre tiene un plan.—Me pareció sensato tomar otras

precauciones porque tío Corneliuscree que hay un traidor en unaposición muy favorable en todo esteasunto —explicó Benedict.

—Es evidente que tiene razón —dijo Amity.

Llevada por la curiosidad, se

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acercó más a la caja fuerte y seinclinó para echar un vistazo aloscuro interior. Lo único quequedaba dentro era un sobre.

—Mi plan no implicaba que tehiriesen en el proceso —le dijoBenedict a Cornelius—. Supuse quesi alguien intentaba robar elcuaderno, sería cuando Palmer y túno estuvieseis en casa.

—No te culpes, Ben —replicóCornelius—. Lo importante es quepredijiste que alguien podríaintentar robar el cuaderno, yacertaste. Sea quien sea el espía,ahora sabemos con seguridad quetiene mucho talento para esta

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profesión. La cerradura de la cajafuerte es la más moderna.

Amity miró a Cornelius porencima del hombro.

—¿Cuál es el plan para atrapar alladrón?

—No lo ha entendido, señoritaDoncaster. No tengo intención dearrestar al espía. Solo quieroidentificarlo. En cuanto sepa quiénes, podré usarlo para mis fines.

—Dándole información falsa quepasarles a los rusos —indicóBenedict.

—En fin, supongo que tienesentido —dijo Amity—. Pero ¿cómolo identificará?

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—Tengo una lista de sospechososmuy corta, señorita Doncaster —contestó Cornelius, cuya voz setornó muy seria—. Todos estánsiendo vigilados estrechamenteahora mismo. Cuando uno intenteentregarles el cuaderno a los rusos,me enteraré.

Benedict miró a su tío.—¿Y si estás vigilando a las

personas que no son? Me dijisteque ninguno de tus sospechososestaba fuera de Londres cuando medispararon en Saint Clare.

Cornelius se colocó bien losanteojos y miró a Amity con losojos entrecerrados.

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—Esperaba que la señoritaDoncaster pudiera ayudarme a eserespecto. Pero no estoy al cien porcien ahora mismo. Ni siquierarecuerdo todas las preguntas quequería hacerle, querida. Laentrevista tendrá que esperar hastaque pueda pensar con claridad.

—Será un placer contarle lo pocoque sé cuando le sea conveniente,señor —aseguró Amity—. Pero ¿quéme dice de la carta que hay dentrode la caja fuerte?

Cornelius frunció el ceño.—No he metido carta alguna ahí

dentro.Amity sacó el sobre de la caja

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fuerte, se enderezó y leyó elnombre que había escrito.

—Está dirigida a usted, señor.—Déjeme verla —dijo Cornelius

con sequedad.Amity le dio la carta.—Sospecho que el ladrón le ha

dejado un mensaje.Cornelius sacó la carta del sobre y

la miró un rato.—¡Maldita sea mi estampa, no

distingo las letras! Veo borroso yme duele la cabeza. —Le dio lacarta a Benedict de malos modos—.Léela, Ben.

Benedict desdobló la hoja depapel y la leyó en silencio.

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Después, alzó la vista.—Parece que nuestro ladrón no le

tiene especial lealtad a ningúngobierno —dijo él—. En el fondo,solo se preocupa de sus interesesparticulares. Busca sacar provechode su trabajo nocturno.

—¿Cómo? —preguntó Amity.Benedict le dio unos golpecitos a

la carta.—Declara estar dispuesto a

devolvernos el cuaderno. Por unprecio.

—¡Maldición! —masculló Cornelius—. ¿Y qué diantres pide?

Benedict le echó un vistazo a lacarta que tenía en la mano.

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—No lo dice. Solo aclara que sepondrá en contacto contigo en unfuturo cercano, momento en el quete dará todos los detalles.

Pese a todo lo que había pasadoesa noche, Cornelius pareció muyrisueño de repente.

—En fin, vaya... —replicó, con undeje bastante complacido—. Estosimplifica muchísimo las cosas, ¿no?

—¿Las simplifica? —preguntóAmity.

—Es imposible que el espía llevea cabo el intercambio sin salir,aunque sea un poco, de lassombras —contestó Cornelius—. Ycuando lo haga, estaremos

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preparados.

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13 —¿Qué pasará ahora? —quiso

saber Amity.—Ya has oído a mi tío. A partir de

ahora, serán sus agentes habitualeslos que continuarán con lainvestigación, aunque estoy segurode que Cornelius querráinterrogarte en algún momento —contestó Benedict—. Pero, ahora

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mismo, creo que está ocupado conlos planes para tenderle unatrampa al misterioso ladrón. Demomento, poco podemos hacernosotros para ayudarlo. Eso, acambio, nos deja libres paraconcentrarnos en la labor de ayudara Logan a capturar al Novio.

El carruaje se detuvo en frente dela casita situada en Exton Street.Amity miró por la ventanilla y vioque las luces aún estabanencendidas en el interior.

—Penny me está esperando —dijo—. Sin duda, siente curiosidad porla entrevista que he mantenido contu tío.

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—No es necesario guardarsecretos con ella —replicó Benedict—. Ya sabe tanto como nosotrossobre este asunto del espionaje. —Miró por la ventanilla opuesta delcarruaje y pareció satisfecho—. Allíestá el agente de policía queprometió Logan. Bien. Teacompañaré al interior y despuésme iré a dormir, ambos lonecesitamos.

Abrió la portezuela del carruaje yse apeó. Amity se levantó las faldasy la capa para bajar. La puertaprincipal de la casa se abrió justocuando Benedict y ella subían losescalones. Apareció la señora

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Houston. Amity se sorprendió al verque no llevaba el camisón ni labata. El ama de llaves sonreía deoreja a oreja, encantada.

—He escuchado que se deteníaun carruaje y he pensado quepodría ser usted, señorita Amity —dijo.

—Ha sido muy amable alesperarme levantada, señoraHouston —replicó Amity—. Pero deverdad que no hacía falta.

—Tonterías. Como si pudierahaberme ido a la cama con unhombre en la casa y tal.

—¿Cómo? —Sorprendida, Amityse asomó por la puerta para mirar

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hacia el vestíbulo—. ¿Quiéndiantres ha venido de visita a estashoras de la noche?

—Yo no diría que es una visitasocial. —La señora Houston rioentre dientes, se apartó y abrió lapuerta de par en par—. Es eseinspector Logan, un hombre muyagradable. Está en el despacho conla señora Marsden.

—¿Logan sigue aquí? —preguntóBenedict, que entró en el vestíbulo—. Muy conveniente. Voy a hablarcon él.

—Qué raro —comentó Amity,hablando consigo misma.

Le dio los guantes y la capa a la

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señora Houston. Benedict no semolestó en quitarse el abrigo.

—No me quedaré mucho rato —adujo, dirigiéndose al ama dellaves.

Amity se apresuró a enfilar elpasillo que llevaba al despacho,consciente de que Benedict iba trasella. Cuando entró en la estancia,vio a Penny sentada al escritorio.Logan ocupaba un sillón y parecíala mar de relajado y cómodo. Sehabía aflojado la corbata y teníauna copa de brandi en la mano. Alverla, dejó la copa y se levantó, talcomo dictaban las buenas maneras.

—Me alegro de verla, señorita

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Doncaster —dijo y después saludó aBenedict con un movimiento de lacabeza—. Señor Stanbridge. Nosestábamos preguntando por quétardaban tanto.

—Amity —dijo Penny—.Empezaba a preocuparme. Habéistardado mucho.

—Las cosas no han salido comopensábamos —replicó Benedict, quemiró la hoja de papel que Pennytenía delante—. ¿Ha habido suertecon la lista de invitados del baile delos Channing?

—El inspector Logan y yo hemosredactado una lista con los nombresde algunos caballeros a los que se

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podría investigar más a fondoporque, grosso modo, coinciden conla descripción de Amity —respondióPenny—. Pero debo admitir que asimple vista no hay ningún locoentre los invitados.

Logan parecía muy serio.—Tal como le he dicho a la

señora Marsden, el tipo de hombreque estamos buscando no destacaentre la multitud. Posee la habilidadde fundirse con el entorno.

—Un lobo con piel de cordero —apostilló Benedict.

Logan asintió con la cabeza.—Eso es precisamente lo que lo

hace tan peligroso.

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—Mucho me temía que capturarlono iba a ser tan fácil como repasaruna lista de invitados —comentóBenedict, que miró a Logan—. Hevisto a su hombre apostado en elparque.

—El agente Wiggins —dijo Logan—. Es de fiar. Estará en su puestohasta el amanecer. La señoraHouston tuvo la amabilidad deenviarle café y un muffin hace unrato.

Amity se percató de que lachimenea estaba encendida, si bienel fuego era bajo. Además delbrandi a medio terminar delinspector Logan, había otra copa

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medio vacía en el escritorio dePenny. La escena parecía muyacogedora, muy íntima, muyinteresante.

Penny frunció el ceño como sialgo la preocupara de repente.

—¿Ha habido algún problema?—Penny, es una historia muy

larga —contestó Amity—. Teprometo que te lo contaré todo.

Logan miró el reloj.—Ya va siendo hora de que me

despida. Les comunicaré deinmediato cualquier noticia que seproduzca. —Le sonrió a Penny—.Buenas noches, señora Marsden.Gracias por el brandi.

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—De nada, señor —replicó laaludida—. Gracias por la compañía.

Benedict, que estaba en el vanode la puerta, se movió.

—Logan, tengo un coche dealquiler esperando. Con gusto lollevaré hasta su casa.

En el rostro del inspector aparecióuna expresión sorprendida, que notardó en desaparecer.

—Es usted muy amable, señorStanbridge, pero no es necesario.Estoy seguro de que encontraréalgún otro coche de alquiler poraquí cerca.

—No es ninguna molestia —insistió Benedict—. Además, así

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podremos hablar sobre los nombresde la lista de invitados.

Logan pareció satisfecho con laidea de que el trayecto en el cochede alquiler le reportara unadiscusión sobre el caso. Se relajó.

—Muy bien, pues. Acepto.Gracias.

Benedict se volvió hacia Penny yAmity.

—Buenas noches, señoras.Vendré mañana.

Los dos hombres se alejaron porel pasillo. Al cabo de un momento,Amity escuchó cómo se cerraba lapuerta principal.

Penny la miró de forma

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penetrante.—¿Qué diantres ha pasado esta

noche?—Alguien ha robado esta noche el

cuaderno que trajo Benedict, elseñor Stanbridge, de California, queestaba guardado en la caja fuertede su tío —contestó Amity—. Elintruso golpeó al pobre CorneliusStanbridge en la cabeza. —Seacercó a la mesita dondedescansaba la licorera con el brandiy se sirvió una generosa copa.Después, se dejó caer en el sillónque acababa de abandonar Logan,colocó los pies en el escabel y bebióun buen trago de licor. Acto

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seguido, le hizo un resumen de losacontecimientos a Penny—.Resumiendo, el intruso pretendevenderle de nuevo el cuaderno aCornelius Stanbridge —concluyó—.Stanbridge espera tenderle unatrampa al ladrón.

—Entiendo. —Penny la miródesde el otro lado del escritorio—.Este asunto del cañón solar y delmotor está causando un buennúmero de problemas.

—Por suerte, es problema deCornelius Stanbridge. Cuando sesienta mejor, le daré los pocosdetalles relevantes que recuerdosobre los pasajeros del Estrella del

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Norte, pero no creo que puedaayudarlo más. Ya tiene la lista depasajeros. De él depende si quiereinvestigarlos, suponiendo, claroestá, que el espía ruso fuera abordo del barco, algo problemático,como poco. Un buen número debarcos hace escala en Saint Clare.

—Qué curioso que en amboscasos estemos analizando unlistado de nombres —comentóPenny.

—Pues sí. —Amity bebió otrosorbo de brandi y saboreó sucalidez—. Pero supongo quecualquier investigación criminalacaba reduciéndose a una lista de

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nombres de posibles sospechosos.—Extendió la mano con la copapara que esta quedara frente alfuego y contempló cómo la luz delas llamas convertía el licor en orolíquido—. ¿Eso es lo que estabaisdiscutiendo el inspector Logan y túhace un rato, cuando Benedict y yollegamos? ¿Los sospechosos de lalista del baile de los Channing?

Penny guardó un repentinosilencio.

—Sí, en parte —dijo a la postre—.Pero el inspector Logan estaba másinteresado en los escándalos en losque se vieron involucradas las otrasvíctimas del Novio. Le ofrecí la poca

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información de la que dispongo.—¿Habéis encontrado algo útil?—Solo confirmé lo que él ya

sabía: que las cuatro mujeresasesinadas procedían de familiasacomodadas que se movían encírculos elegantes y que todas lasjóvenes habían estado involucradasen escándalos de índole romántica.—Penny titubeó—. Sin embargo, ladiscusión me hizo caer en la cuentade algo importante.

Al escucharla, Amity dejó la copade brandi suspendida en el aire, amedio camino de sus labios.

—Ah, ¿sí? ¿El qué?—Que no te habrías visto

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obligada a formar parte de esemundo tan enrarecido de no ser pormi matrimonio con Nigel Marsden.

Amity depositó la copa de brandicon fuerza.

—Penny, por el amor de Dios, nodigas esas cosas.

—¿Por qué no? —Su hermana sepuso de pie y se acercó a lachimenea—. Es la verdad. Turelación con el señor Stanbridgehabría pasado desapercibida para laalta sociedad si no tuvieras nadaque ver conmigo ni con el apellidoMarsden.

—¡Por Dios! Tú no tienes la culpade que el Novio se fijara en mí. El

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motivo fue una mezcla de misartículos para El divulgador volantey los cotilleos de la gente.

—Es posible, pero si no tuvierasnada que ver con la familia Marsdenpor mi culpa, ese monstruo nisiquiera se habría percatado de tuexistencia.

—No sabemos si eso es cierto ono. —Amity se apresuró alevantarse y se acercó a lachimenea para detenerse junto aPenny—. No voy a permitir que teculpes por lo sucedido. Estamoshablando de un loco. Esas criaturasactúan siguiendo una lógicaretorcida. Debió de ver mi nombre

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en el periódico en multitud deocasiones. Cuando empezaron acircular los rumores después delbaile de los Channing, esainformación lo llevó a prestarmeatención. Ni más ni menos.Seguramente es eso lo que ocurrió.

—Ojalá pudiera creerte.Amity aferró a Penny por los

hombros, la instó a que se volvieray la abrazó.

—Debes creerlo porque es laverdad. No voy a permitir quecaigas de nuevo en ese oscuroabismo depresivo en el que estabassumida cuando llegué hace unassemanas. Ha sido muy agradable

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ver cómo dejabas atrás la pena. Sélo mucho que querías a tuguapísimo Nigel. Pero eres mihermana y yo también te quiero.Quiero que seas feliz otra vez y séque Nigel también lo habríaquerido.

—¿Eso crees? —le preguntó Pennycon un extraño deje en la voz.

Sorprendida, Amity se apartó unpoco de su hermana a fin de mirarlaa la cara.

—Nigel te quería mucho —repusoen voz baja—. No habría deseadoque pasaras el resto de tu vidallorando por él. Penny, por el amorde Dios. Todavía eres joven y

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guapa y... Sé que esto va a sonarmuy feo, pero es importante.Económicamente, gozas de unaposición segura. La viudez te otorgauna enorme libertad. Deberíasdisfrutar de la vida.

—¿Cómo voy a disfrutar de la vidacuando hay un asesino detrás de ti?—protestó.

Amity se sintió conmovida.—Ah, bueno, sí, te agradezco la

preocupación, pero estoy segura deque el señor Stanbridge y esehombre tan agradable de ScotlandYard...

—El inspector Logan —corrigióPenny con un deje deliberado—. Es

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el inspector Logan.—Eso. El inspector Logan. Parece

muy competente.—Cierto.El tono de voz de su hermana le

dijo a Amity que necesitaba agregaralgo más a la descripción.

—E inteligente —añadió.—Mucho. Es un gran admirador

del teatro, ¿sabes?Amity decidió lanzarse al vacío.—Y también es muy atractivo —

dijo mientras contenía el aliento.Penny parpadeó varias veces y

clavó la vista en el fuego.—¿De verdad lo crees?—Sí —respondió ella—. No como

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el señor Stanbridge, por supuesto,pero a su modo, el inspector es unhombre apuesto.

Penny esbozó una sonrisatristona.

—¿El señor Stanbridge te pareceguapo?

Amity titubeó en busca de laspalabras que explicaran la atracciónque sentía por Benedict.

—Tal vez sería mejor describir alseñor Stanbridge como una fuerzade la naturaleza. Aunque me desvíodel tema. Lo que intento decir esque si el señor Stanbridge y elinspector Logan colaboran en lainvestigación, no tardarán en

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atrapar al asesino.—Espero que estés en lo cierto.Penny se zafó de las manos de

Amity, que la miró un instante.—Penny, ¿estás preocupada

porque el inspector Logan te resultaatractivo? —quiso saber Amity.

Su hermana no contestó. Encambio, se llevó una mano a losojos para limpiarse las lágrimas.

—¡Por Dios! —Amity le acarició unhombro—. ¿Por qué lloras? No mepuedo creer que se deba al hechode que el inspector Logan ocupauna posición social inferior a latuya. Soy consciente de quemuchos miembros de la llamada

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«alta sociedad» serían de esaopinión, pero te conozco. Tú nojuzgas a las personas basándote enun accidente de nacimiento.

—No es eso —le aseguró Penny,que se sorbió la nariz y parpadeórápidamente para evitar laslágrimas—. Estoy segura de que elseñor Logan es más que conscientede las diferencias económicas ysociales que nos separan, así quedudo mucho de que piense siquieraen acercarse a mí de otra formaque no sea respetuosa yprofesional.

Amity recordó la acogedoraescena que Benedict y ella habían

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interrumpido un rato antes.—Algo me dice que, con el

incentivo adecuado, se podríapersuadir al señor Logan a fin deque considerara otro tipo derelación contigo.

Penny negó con la cabeza,convencida de lo contrario.

—No, estoy segura de que jamásse atrevería a pensar de esamanera. Tanto sus modales comosu comportamiento sonrespetuosos.

—Mmm... —Amity hizo un repasomental de la imagen de Logan,pero no recordó que llevara alianzaen la mano izquierda—. Por favor,

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no me digas que está casado.—No —dijo Penny—. Me ha dicho

que estuvo comprometido, pero quesu prometida y su familia llegaron ala conclusión de que podría aspirara algo mejor que a casarse con unpolicía.

—Bueno, en ese caso, no veomotivo alguno por el que no estéslibre de explorar cualquiersentimiento romántico que puedanacer entre el inspector y tú.

La esperanza iluminó los ojos dePenny, pero el tenue brillo sedesvaneció casi al instante.

—Solo llevo seis meses de luto.La alta sociedad y mi familia

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política, por supuesto, seespantarían si abandonara el lutotan pronto.

—¿De verdad te importa laopinión de la alta sociedad?

—En otro tiempo sí meimportaba. —Penny apretó un puño—. Pero ya no.

—En cuanto a tu familia política,perdóname, pero tengo laimpresión de que no la apreciasdemasiado... Ni ella a ti.

—Nunca aprobaron nuestromatrimonio. Querían que Nigel secasara con alguien que pudieraaportar más dinero a la familia.Entre nosotros no hay mucho cariño

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que digamos. Creo que, en ciertomodo, me culpan por la muerte deNigel.

—Eso es ridículo —protestó Amity—. Nigel se partió el cuello saltandouna cerca. ¿Cómo es posible quealguien te culpe por eso?

Penny esbozó una sonrisarenuente.

—No conoces a mi familia política.—Sospecho que lo que de verdad

les molesta es que te correspondatanto dinero procedente de lapropiedad de Nigel.

—Tienes razón, por supuesto.—Si no recuerdo mal, hay otros

dos hijos, una hija y una enorme

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fortuna. No deberían guardarterencor por el dinero y la casa quehas heredado de tu marido.

—No sabes cuánto te agradezcoel apoyo —dijo Penny—. Me hesentido muy sola aquí mientras túestabas fuera del país durantesemanas y meses.

—Ni siquiera alcanzo a imaginarlo mucho que echas de menos a tuquerido Nigel.

Penny respiró hondo y despuéssoltó el aire despacio.

—La verdad es que no. No lo echode menos en absoluto. Espero queese malnacido se pudra en elinfierno.

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Amity la miró atónita.—Lo siento, pero creo que te he

entendido mal. ¿Qué has dicho?Penny la miró.—Creía que era el amor de mi

vida. Pero Nigel Marsden resultó serun monstruo.

—¿Cómo?—Estaba planeando abandonarlo

cuando tuvo la convenienteocurrencia de partirse el cuello.

—Penny, por el amor de Dios.Yo... no sé qué decir. Me dejasestupefacta.

Penny cerró los ojos un momento.Cuando los abrió de nuevo, Amityvio en ellos dolor, miedo y rabia.

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—Al principio, creí que erademasiado protector —dijo suhermana en voz baja y un tantodesapasionada—. Durante losprimeros meses me parecía unrasgo encantador. Me repetía a mímisma que Nigel me quería muchoy que por eso se preocupaba tantopor mí. Pero, poco a poco, empezóa arrebatarme todo aquello queconformaba mi vida: mis amigos ymis pequeños placeres, como elteatro y los paseos por el campo.

Amity estaba horrorizada.—Jamás me mencionaste nada al

respecto en las cartas.—Por supuesto que no. Nigel

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insistía en leer todas las cartas quete escribía antes de enviarlas. Teodiaba. Decía que eras una malainfluencia para mí. Decía lo mismode todas mis amistades. Siemprehabía algo que no le gustaba encualquier persona con la que yo merelacionaba. Al cabo de tres meses,las únicas visitas que me permitíarecibir eran las de la estúpida de sumadre y las de su hermana. Mepegaba si otro hombre me hablabasiquiera. Me acusaba de tratar deseducir a sus amigos.

—No sé qué decir —susurró Amity—. Estoy horrorizada. Padre sehabría puesto muy furioso.

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—Poco después, me pasaba losdías y casi todas las noches sola enla casa con la servidumbre. Nopodía confiar en ninguno de ellos.Sabía que Nigel los interrogabapara averiguar qué hacía yo, sihabía salido de la casa o si habíarecibido alguna visita.

—Si no estuviera muerto, lomataría ahora mismo.

—Llegué a considerar la idea deenvenenarlo, pero me daba miedofallar. Sabía que si eso llegara asuceder, él me mataría. Mi idea erala de escapar. No me daba dinero,por supuesto, pero la casa estaballena de objetos valiosos. Pensaba

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llevarme algunos, empeñarlos ycomprar un pasaje a Nueva York.Desde allí, pensaba enviarte untelegrama nada más llegar,suplicándote que fueras abuscarme.

—¿Por qué no me pediste ayuda?Habría ido al instante.

—Me daba miedo lo que pudierahacerte Nigel si te instalabas connosotros. Ya te he dicho que teodiaba. En el fondo, creo que teveía como a una amenaza. Saberque tú estabas libre, moviéndotepor el mundo, era lo que memantenía a flote y evitaba quecayera al abismo. Me repetía

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constantemente que si podíaescapar y desaparecer, podríaencontrarte.

Amity apenas podía ver por culpade las lágrimas.

—Penny, mi preciosa hermanita.Lo que debes de haber sufrido. Tansola. Con razón vendiste esa casatan grande y despediste a toda laservidumbre. ¡Ja! Me imagino quetodos se quedarían de piedra.Espero que los despidieras sindarles la menor referencia.

—Eso fue lo que hice. —Penny lamiró con una sonrisa lacrimógena—. Admito que me resultóplacentero decirles que ya no

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necesitaba de sus servicios.—Desde luego que ahora

comprendo por qué no has acabadoen buenos términos con tu familiapolítica.

—Para ser justa, no creo quesupieran exactamente lo queestaba sucediendo. Nigel siempreexageraba su papel de maridoatento cuando su madre nosvisitaba. Hasta tal punto que creoque mi suegra me tenía celos. Tratóvarias veces de convencerme deque fuera su abogado el que seencargara de mis finanzas despuésde la muerte de Nigel.

—Pero desconfiabas de que ella

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buscara lo mejor para ti.—Por supuesto —convino Penny

—. Una de las primeras cosas quehice después de la lectura deltestamento fue despedir al abogadode Nigel y contratar al señor Burtonpara que se encargara de misasuntos.

—Burton se encargaba de los depapá y ahora también de los míos.Puedes confiar en él. Ya estáentrado en años y prácticamenteestá jubilado, pero su hijo hatomado las riendas del negocio y lolleva muy bien.

—Admito que, de un tiempo aesta parte, me cuesta trabajo

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confiar en alguien.—Has recuperado tu vida —le

recordó Amity—. Tu fuerza y tuvalentía me asombran. Penny, eresuna inspiración, el ejemplo perfectode lo que es una mujer moderna eindependiente.

—Bah, menudo ejemplo. Fui unatonta por creer que existía un amorde cuento de hadas. Tú eres la quedecidiste conocer mundo y ahoravas a publicar una guía de viajespara otras damas aventureras. Túeres el ejemplo perfecto de lo quees una mujer moderna, no yo.

—No estoy de acuerdo —protestóAmity con delicadeza—. Lo que yo

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he hecho no requiere poseerfortaleza en absoluto, solo muchacuriosidad. Pero no vamos a discutirentre nosotras por decidir quién esmás moderna. Siento muchísimo nohaber sabido lo que estabassufriendo durante tu vida decasada.

—No lo sabías porque no queríaarriesgarme a contártelo. Me dabamiedo que Nigel me matara y tematara a ti también cuandodescubriera que había confiado enti y habías ido a rescatarme. —Penny sonrió—. Algo que estabasegura de que harías, por supuesto.

Amity se estremeció y abrazó a

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Penny.—Me enerva saber que si te

hubiera matado, Nigel se habría idode rositas. Supongo que habríaaducido que te caíste por laescalera o alguna tontería delestilo.

—Y su adinerada familia lo habríaprotegido de cualquierinterrogatorio policial que hubierasquerido que se realizara.

Amity reflexionó un instante sobreel tema.

—De la misma forma que algúnmiembro de la alta sociedadseguramente está ocultando laidentidad del Novio —repuso.

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14 —Es ese famoso fotógrafo de

viajes que quiere verla, señoritaAmity. —La señora Houston seencontraba en el vano de la puertadel despacho. Estaba muy colorada—. El señor Nash, el caballero queva por el mundo fotografiandomonumentos raros y elegantes ycosas así.

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—¿El señor Nash ha venido averme? —Amity dejó de lado la listade nombres que estaba estudiando.Había escuchado hacía un segundoel murmullo de voces del vestíbulo,pero había supuesto que se tratabadel inspector Logan. No estabasegura de cómo tomarse la noticiade que se trataba de Humphrey.Miró a Penny—. Dijo que queríahablar conmigo en privado, cierto,pero ni se me pasó por la cabezaque vendría a casa.

Penny dejó la pluma en el tintero.Tenía una expresión preocupada.

—Me pregunto qué querrá.—Ya sabes lo que dijo anoche

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durante la recepción. —Amity sepuso de pie a toda prisa—. Quierehablar de nuestras impresiones delos diferentes lugares que los doshemos visitado.

La señora Houston bajó la voz yhabló con un susurro conspirador.

—Déjeme decirle que es uncaballero muy apuesto.

—Yo también lo creí en otraépoca, señora Houston —repusoAmity—. Por favor, hágalo pasar alsalón. Iré inmediatamente.

—Sí, señorita Amity.La señora Houston regresó al

vestíbulo. Amity se acercó a todaprisa al espejo de marco dorado

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que colgaba de la pared y se colocóbien unos mechones de pelo que sele habían soltado.

—Me alegro muchísimo dehaberme puesto uno de misvestidos mañaneros nuevos —dijo.

Penny examinó el vestido derayas con expresión pensativa.

—Es muy favorecedor, porsupuesto. Pero creía que lo habíasescogido esta mañana porqueesperamos la visita del señorStanbridge.

—Es verdad —admitió Amity—.Aunque el señor Stanbridge notiene por costumbre fijarse en elatuendo de una dama.

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—No estés tan segura.Amity se volvió con una sonrisa

tristona.—El señor Stanbridge posee

muchas cualidades, pero porexperiencia sé que la moda no leinteresa en lo más mínimo.¿Vendrás al salón con el señorNash?

Penny la miró con expresiónladina.

—¿Quieres que vaya?Amity sopesó la respuesta un

momento.—Seguramente se muestre más

sincero sobre el verdadero motivode su visita si solo estamos

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nosotros dos.—Estoy de acuerdo. Pero no dejo

de darle vueltas a lo que el señorStanbridge dijo anoche. Estáconvencido de que Humphrey Nashquiere algo de ti.

—El asunto es que no se meocurre qué puedo tener que quieraHumphrey.

—Tal vez va a decirte quecometió un error hace muchos añosal dejarte atrás para viajar por elmundo.

—Admito que sería muygratificante —confesó Amity. Sonrió—. Aunque no soy vengativa, claro.

Penny se echó a reír.

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—Claro que no lo eres. —Sequedó callada y su sonrisadesapareció—. A lo mejor deberíaacompañarte.

—Agradezco tu preocupación,pero no es necesario que tepreocupes por mí. Tengo una cosamuy clara: el señor Nash no volveráa romperme el corazón. Suponiendoque me lo rompiera cuando teníadiecinueve años. Me he recuperadode maravilla, creo.

—Soy muy consciente —dijoPenny—. Pero eres la única familiaque me queda en este mundo. Esnormal que desee protegerte.

Amity cruzó la estancia y tocó la

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mano de su hermana.—Y tú eres toda mi familia. Nos

protegeremos la una a la otra.Nunca volveré a dejarte sola,Penny. Te lo juro.

—Es muy amable de tu parte,pero naciste para viajar y para viviraventuras. Ni se me pasaría por lacabeza atarte a Londres.

Amity negó con la cabeza.—Lo digo en serio. No te dejaré

sola. Pero ya hablaremos denuestro futuro en otro momento.Ahora tengo que comprobar si elseñor Nash quiere, como parece,algo más de mí que una apasionadadiscusión sobre monumentos

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antiguos y paisajes extranjeros.Se recogió las faldas y recorrió el

pasillo hasta la puerta del salón.Humphrey estaba de pie junto a laventana que daba al parquecitoemplazado al otro lado de la calle.Se volvió al oír que ella seacercaba. La miró con una sonrisacálida y amistosa. La mismaexpresión que tenían sus ojos. Era,se dijo Amity, tan guapo y tanencantador como le pareció lanoche anterior.

Humphrey atravesó la estancia yle tomó la mano para hacerle unaprofunda reverencia.

—Amity, le agradezco que me

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haya recibido hoy.—Debo decir que me sorprende

su visita. —Se soltó de su mano y leindicó una silla—. Por favor, tomeasiento.

—Gracias.Humphrey se sentó en una de las

sillas. La señora Houston apareciócon la bandeja del té, que dejósobre la mesita.

—¿Quiere que sirva, señoritaAmity? —preguntó.

—Ya me encargo yo del té —contestó ella con voz distante.Decidió que no era el momento dedecirle a la señora Houston que nohabía pedido que preparase té. El

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ama de llaves solo hacía lo que seesperaba de ella.

La señora Houston salió de laestancia, pero dejó la puertaabierta. Amity cogió la tetera, llenóuna taza y se la dio a Humphreycon su correspondiente platillo. Él laaceptó con una elegancia innata.

—Antes de empezar, debopreguntar si la policía ha avanzadoen la tarea de localizar al monstruoque la atacó —dijo Humphrey.

—Tengo entendido que lo estánbuscando noche y día —repusoAmity.

—El hecho de que su cuerpo nohaya aparecido es un indicio muy

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ominoso, ¿no cree? —Humphrey dioun sorbo de té y bajó la taza—.Indica que puede habersobrevivido.

Amity se preguntó si laconversación tomaría un derroterotan desagradable como la quemantuvo con Arthur Kelbrook. Nopensaba regalarle el oído aHumphrey con los detalles de cómohabía escapado del carruaje delasesino.

—Es algo más que probable —respondió ella—. Pero estoy segurade que solo es cuestión de tiempoque la policía encuentre al asesinoo su cuerpo.

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—Lo deseo de todo corazón. Esmuy triste que una damarespetable que ha viajadotranquilamente hasta el extremomás recóndito del globo no puedacaminar por las calles de Londresen pleno día sin ser asaltada.

—Desde luego.Humphrey la miró con una sonrisa

en señal de aprobación.—Claro que el Novio escogió a la

víctima equivocada cuando laatacó. La felicito por su increíblehuida, querida.

El «querida» hizo que apretara losdientes. No tenía derecho a dirigirsea ella con tanta familiaridad. Sin

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embargo, no pensaba echarlo de sucasa hasta averiguar el motivo desu visita.

—Gracias —dijo en cambio—. Yotambién me llevé una gratasorpresa al conseguir escapar,sobre todo teniendo en cuenta laalternativa. Ahora bien, si no leimporta, preferiría hablar de otrotema... de cualquier otro tema.

Humphrey adoptó una expresióncontrita.

—Pero qué poco tacto tengo. Lejuro que no era mi intencióncentrarme en un tema taninquietante. Solo quería hacerlapartícipe de la gran admiración que

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siento por su osadía y su valor. Sinembargo, la verdad es que hevenido por un motivo totalmentedistinto.

—Anoche indicó que queríacomparar nuestras impresionesacerca de varios lugares en elextranjero.

—La verdad es que quería haceralgo más que compararimpresiones. —Humphrey cogió unade las diminutas pastas de té y ledio un bocado—. Creo que ya le hedicho lo mucho que admiro sutalento como escritora. Los relatosque escribe para El divulgadorvolante son impresionantes. Tengo

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entendido que los lectores esperanel siguiente con la misma ansiedadque la próxima entrega del folletínque estén publicando ahora mismo.

Amity se ruborizó.—Me complace mucho saber que

mis ensayos atraen a tanta gente.—A muchísima gente, según

tengo entendido. Mi talento, sea elque sea, se centra en la fotografía.

Esa demostración de modestiatan poco característica le hizogracia a Amity.

—Es brillante con su cámara —replicó con sequedad—. Como nome cabe la menor duda de que yasabe. También diría que es un

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orador muy convincente. Muchos delos que realizan conferencias acercade viajes y exploraciones tienen undon para dormir a su audiencia.Pero anoche la multitud estabapendiente de todas sus palabras.

—Gracias. —Un brillo decididoapareció en los ojos de Humphrey—. Parece ser que nuestros talentosse complementan bastante bien,¿no cree?

Por fin estaban llegando al quidde la cuestión, pensó Amity.

—En fin, nunca lo había visto deesa manera —contestó ella—, perosupongo que se podría decir que esverdad. Sus fotografías hablan por

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sí mismas.—Pero sus palabras llegan a una

audiencia mayor porque susobservaciones están escritas negrosobre blanco con la finalidad de quetodos puedan leerlas. No meandaré por las ramas. Hace poco fuia ver al caballero que va a publicarsu libro.

La alarma se apoderó de ella. Sehabía permitido dejarse convencerpor Benedict y por Penny, pensó.Pero su intuición por fin estabafuncionando como debía.

—¿Ha ido a ver al señorGalbraith? —Tenía la sensación deandar sobre arenas movedizas.

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—Sí. —Los ojos de Humphreyrelucían por el entusiasmo y ladeterminación—. Me ha contadomucho acerca de su guía de viajespara damas. Parece creer que sevenderá bien.

—El señor Galbraith se hamostrado muy positivo. —Amitycogió la tetera—. Ahora mismoestoy dándole los últimos retoquesal manuscrito.

—Se me ha ocurrido que el librose vendería a un público todavíamayor si usted y yo noscomprometiéramos a unacolaboración.

Un coche de alquiler se detuvo en

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la calle. Amity miró por la ventanade forma automática. Vio queBenedict se apeaba del cabriolé.

Distraída, soltó la tetera contanta fuerza que la porcelana hizotintinear la bandeja de plata. Noestaba segura de haber escuchadobien a Humphrey.

—Disculpe, ¿cómo ha dicho? —preguntó con voz cautelosa.

Él la miró con una sonrisaarrebatadora.

—Solo estoy sugiriendo que ustedy yo colaboremos en su guía deviajes.

Se quedó blanca como unfantasma.

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—No lo entiendo. Casi heterminado el manuscrito. No haynada en lo que considere quepueda colaborar, por decirlo de otramanera.

—Eso es maravilloso. Quiere decirque solo es necesario añadir minombre a la página de los créditos.

—¿Su nombre? —Lo mirófijamente—. Señor, es una guíapara damas que viajen alextranjero. No para caballeros.

—Me doy cuenta. Pero piense enel prestigio que conseguirá su guíasi mi nombre también aparece en laportada.

La rabia se apoderó de ella.

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—Soy muy consciente de que sunombre tiene cierto peso en ciertoscírculos, pero usted no ha escrito ellibro, señor Nash. He sido yo.

Benedict ya estaba en el escalónsuperior. Llamó a la puerta con laaldaba. Amity vio cómo la señoraHouston pasaba a toda prisa pordelante de la puerta abierta delsalón hacia la entrada.

—Ya vio cuántas mujeres habíaen la audiencia anoche —siguióHumphrey. Tenía cierto dejeacuciante en la voz—. No quierosonar pedante, pero tengo buenamano con las mujeres. Imagine queme dedicara a dar una serie de

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charlas sobre viajes como la deanoche, pero con la intención depublicitar su Guía del trotamundospara damas. Podríamos disponerdel libro junto a la puerta, para suventa, junto con mis autógrafos.Estoy seguro de que esas charlasaumentarían muchísimo las ventas.Juntos podríamos conseguir unacantidad ingente de dinero, Amity.

La señora Houston abrió la puertaprincipal.

—Señor Stanbridge —dijo lamujer con voz cantarina—. Es unplacer volver a verlo, señor.

Amity se puso en pie de un salto.—No me interesa su proposición,

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señor Nash. De hecho, no tengonada más que decirle. Le sugieroque se vaya de inmediato.

Benedict entró en el salón. Susojos eran tan desalmados como losdel mismísimo Cerbero.

—¿Exactamente qué proposiciónle está haciendo a mi prometida,Nash? —preguntó.

Alarmado, Humphrey se levantóde un salto.

—No de la clase que se imagina,señor. Era una proposición denegocios, nada más.

—¿La llama proposición denegocios? —quiso saber Amity—.¿Cómo se atreve?

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Benedict no apartó los ojos deHumphrey.

Este se movió hacia la puerta,haciendo gala de una tremendarapidez. Benedict se interpuso en sucamino. Penny apareció en lapuerta, y se llevó la mano a lagarganta. Casi se podía ver elpánico en su mirada.

Amity por fin se dio cuenta de quela situación se estabadescontrolando.

—No pasa nada, Benedict —dijocon firmeza—. Por favor, deje queel señor Nash se vaya. Le aseguroque me he encargado del asunto.No hay necesidad de recurrir a la

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violencia. De hecho, no piensopermitir una pelea en esta casa.¿Me he expresado con claridad?

Benedict se quedó donde estaba.Amity contuvo el aliento.

A regañadientes, Benedict seapartó y dejó el paso libre aHumphrey, que salió corriendo alpasillo, donde la señora Houston leofreció el abrigo y los guantes. A lospocos segundos, la puerta principalya se había cerrado.

Penny miró a Amity con expresiónespantada.

—¿Qué ha pasado?—Es evidente que Nash acaba de

hacerle a su hermana una

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proposición de negocios —contestóBenedict con voz seca.

—No se atrevería... —susurróPenny—. Sabe que estáncomprometidos.

—Hablaré con él en privado —dijoBenedict.

—No, no lo hará —corrigió Amity—. Ya le he dicho que me heencargado del asunto.

—La ha insultado con suproposición —replicó Benedict, y ensus ojos seguía ardiendo una rabiagélida.

Amity frunció la nariz.—Supongo que, visto de cierta

forma, incluso me estaba

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halagando.—¿Cómo puedes decir algo así? —

preguntó Penny en un susurro—. Elseñor Stanbridge tiene razón. Hacecincuenta años, semejante insultohabría acabado con pistolas alamanecer.

—En los tiempos que corren,estos asuntos se pueden resolverde otra manera —dijo Benedict.

Amity extendió los brazos a loscostados.

—Por el amor de Dios, no hay queponerse así. La proposición delseñor Nash era de negocios, nadamás. Quería convencerme para quepusieran su nombre en mi libro

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como coautor. De hecho, y aunqueno me lo dijo con esas palabrasdirectamente, sospecho que queríaque su nombre fuera delante delmío.

Penny parpadeó. La comprensióny algo que podría pasar por sornaasomó a su mirada.

—Ay, Dios. El pobre no tenía niidea de dónde se estaba metiendo,¿verdad?

Amity entrelazó las manos a laespalda y comenzó a trazar círculospor la estancia.

—Parecía creer que mi libro sevendería mejor si el público creíaque él había participado en su

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escritura.Benedict frunció el ceño.—¿Esa era la proposición? ¿Quería

que lo nombrara como coautor?—Así es. —Amity se detuvo—.

Ahora ya sabéis por qué me heenfadado tanto.

—Desde luego —dijo Penny—.Ciertamente, quería aprovecharsede ti. Económicamente hablando.

—Puede que sea un fotógrafoexcelente y un orador nato, perotengo la impresión de que esincapaz de juntar dos palabras —dijo Amity. Soltó un corto suspiro—.Tengo que admitir que llevabarazón, Benedict, el señor Nash tenía

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un motivo oculto para querer venira verme.

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15 —Señora Marsden, confieso que

su talento para la investigación medeja asombrado. —El inspectorLogan soltó las hojas de papel quehabía estado ojeando y miró aPenny—. Ojalá contara con máspersonas como usted entre mipersonal.

Amity sonrió con orgullo.

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—Penny, eres brillante. Haslogrado reunir información sobrecada uno de los caballerospresentes en el baile de losChanning que pueden tener ciertasimilitud con mi descripción delasesino. Incluso has averiguadoquiénes son los fumadores.

Estaban reunidos en el salón.Logan había llegado poco despuésde Benedict y ambos se habíanapresurado a leer las notas dePenny sobre la lista de invitados.

—Un trabajo excelente, señoraMarsden —dijo Benedict, que selevantó y se acercó a la ventana—.Esta lista debería reducir nuestra

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búsqueda. Les pediré a mi hermanoRichard y a mi tío Cornelius quehagan algunas averiguaciones másen sus respectivos clubes. Nos haahorrado usted un tiempo precioso.

Penny se sonrojó e hizo un gestoelegante con una mano.

—He contado con la inestimableayuda de la señora Houston y conlos miembros de su familia quetrabajan en otras casas. Entre todoshemos reunido distintas fuentespara abarcar todos los nombres dela lista.

Logan miró al ama de llaves conuna sonrisa.

—Le doy también las gracias,

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señora Houston. Es obvio quetambién deberíamos contratar amujeres en Scotland Yard.

La señora Houston se ruborizó.—Encantada de haberlo ayudado,

señor. Ha sido un trabajo muyinteresante. No me importaríarepetirlo. El cambio se agradece.

Logan la miró de formaelocuente.

—Perseguir a alguien tiene suaquel.

Amity vio que Penny miraba alinspector con curiosidad. Aunque nopronunció palabra alguna, Amitytuvo la impresión de que suhermana acababa de obtener una

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nueva imagen del señor Logan yque lo que había descubierto leresultaba admirable. Logan erabueno para su hermana, pensó.Aunque lo último que necesitabaPenny era que le partieran elcorazón.

Benedict cogió la lista y la leyó denuevo.

—Uno de los nombres esespecialmente interesante. ArthurKelbrook. Es el hombre quedemostró una malsana curiosidadsobre la experiencia de Amity con elNovio. Kelbrook estaba presentetanto en la recepción del Círculo deViajeros y Exploradores como en el

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baile de los Channing.Amity frunció el ceño.—Pero ya he dicho que no creo

que sea el hombre que me atacó.—Lo entiendo —replicó Benedict

—. De todas formas, la curiosidadque demostró me preocupa.

—Según mi experiencia, existenciertos individuos capaces dedesarrollar una curiosidad macabrasobre los crímenes de esta índole —afirmó Logan—. Es evidente queKelbrook pertenece a ese tipo depersonas. Sin embargo, si laseñorita Doncaster está convencidade que no es el asesino, debemosmirar en otra dirección. No

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podemos malgastar tiempo con unsospechoso que no se ajusta a sudescripción.

Benedict asintió con la cabeza deforma renuente.

—Tiene razón, inspector, porsupuesto. No debemos perder devista nuestro objetivo.

—Me sentiría mucho más segurasobre el resultado de nuestraspesquisas si supiéramos conseguridad que el asesino asistió albaile de los Channing —tercióPenny—. Nos estamos moviendobasándonos en conjeturas.

—No del todo —replicó Logan—.Creo que la idea original tiene su

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mérito. Por lo que sabemos, suhermana concitó la atención de laalta sociedad la mañana posterioral baile.

—Muchas de las personas queasistieron al baile de los Channingtambién asistirán al baile de losGilmore mañana —anunció Penny—. Tal como hemos establecido, laalta sociedad es un círculo reducido.La lista de invitados para amboseventos será prácticamenteidéntica.

—¿Y qué pasa? —preguntó Amity.Penny carraspeó.—Se me ha ocurrido que tal vez

sea interesante que asistas,

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Amity... acompañada del señorStanbridge, por supuesto.

Amity la miró sin dar crédito.—¿¡Yo!?—Y el señor Stanbridge —repitió

Penny, que miró a Benedict—. Estoysegura de que podrá hacerse conuna invitación, señor. De hecho, mesorprendería que no la hubierarecibido ya. Sin duda, se encuentrausted en la lista de invitados detodas las anfitrionas de la ciudad.

—Es posible —admitió Benedict—.No paran de llegar invitaciones a micasa. Normalmente las tiro.

—Recibe tantas porque se leconsidera un buen partido —

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comentó Penny con sequedad.Benedict frunció el ceño.—¿No cree que se deba a mi

encantadora personalidad y a miconversación inteligente?

Todos lo miraron en silencio uninstante. Y después Amity soltó unarisilla.

—Sin duda —contestó.Benedict sonrió. Sus ojos

adquirieron un cálido brillo.—Sus palabras me tranquilizan. —

Se volvió hacia Penny—. ¿Deverdad cree que puede ser útil queAmity y yo asistamos al baile de losGilmore?

—La señora Marsden ha dado en

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el clavo en una cosa —terció Logan—. Si es cierto que al menosalgunos de nuestros sospechososestarán presentes...

—Tal vez yo pueda identificar alasesino —terminó Amity por él,entusiasmada de repente—. Québrillante, Penny.

Logan la miró con una sonrisa.—Sí, mucho.Penny se sonrojó.—Admito que la probabilidad de

identificar al asesino en el baile noes muy alta.

—Pero, al menos, nos permitiráquitar a algunos sospechosos de lalista —repuso Amity—. Aunque el

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plan solo funcionará si el señorStanbridge recibe una invitación.

—Si no consigo una, sé de alguienque puede darnos una —aseguróBenedict—. Como ya he dichoantes, mi tío tiene muy buenasrelaciones en ciertos círculos.

Veinte minutos más tarde,

Benedict y Logan se marcharon dela casa. Benedict a fin de conseguiruna invitación para el baile de losGilmore; Logan para continuar consus pesquisas.

En cuanto la puerta se cerró trasellos, Penny miró a Amity.

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—Ahora que Benedict y elinspector Logan se han ido, quierohablar de una cosa contigo —dijoen voz baja.

Amity torció el gesto.—Supongo que quieres hablar de

un vestido para el baile, ¿verdad?Estoy segura de que podemosconfiar en que tu modista seencargue de que vayaadecuadamente arreglada para laocasión.

—No me preocupa el vestido.Madame La Fontaine se ocupará deesa parte. Lo que quiero decirte esque, además de los sospechosos dela lista, hay otra persona que

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seguro que asistirá al baile. LadyPenhurst.

—¿Quién es?—Su nombre estuvo vinculado en

el pasado al de Benedict porrazones románticas.

Amity suspiró.—Entiendo. Pero no es la misma

mujer que lo dejó plantado en elaltar, ¿verdad?

—No, esta se llama Leona, ladyPenhurst. Durante el tiempo queestuvo involucrada con Benedict erala señora Featherton. Viuda de uncaballero ya anciano pero muyimportante, que no le dejó tantodinero como ella esperaba recibir.

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Así que puso sus miras en Benedict.Al ver que su plan no funcionabasegún lo esperado, se casó con lordPenhurst.

—Entiendo.—Penhurst ha enviudado dos

veces —siguió Penny—. Leona escuarenta y tantos años más jovenque él. Todo el mundo da porsupuesto que se casó con Penhurstporque creía que estiraría la pataen cuestión de pocos meses. Pero,de momento, sus esperanzas sehan visto truncadas. Penhurst estáchocheando y la mente no lefunciona bien, pero no demuestra elmenor indicio de encontrarse al

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borde de la muerte.Amity unió las manos tras la

espalda y se acercó a la ventana.—Estás tratando de advertirme de

que tal vez monte una escena.Penny se colocó detrás de ella.—No sabría decirte qué debes

esperar de ella. Pero no quiero quetodo esto te pille desprevenidamañana por la noche. Se rumoreaque lady Penhurst montó en cóleraal ver que Benedict no teníaintención de regalarle el collar delos Stanbridge.

—No te entiendo. ¿Quería el collarde la familia?

—Se conoce como el Collar de la

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Rosa —contestó Penny—. Vale unafortuna. Según la tradición familiar,el primogénito de los Stanbridge,Benedict en este caso, se lo regalaa su novia cuando le pidematrimonio. Estoy segura de queBenedict no pretendió en ningúnmomento casarse con Leona, perotodo mundo se enteró de que seenfureció cuando él puso fin a larelación. Se dice que es una mujervengativa. Si Leona cree que existela menor posibilidad de vengarse deBenedict, tal vez se sienta inclinadaa hacerlo.

—¿Crees que puede utilizarmepara vengarse? No veo cómo.

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—Yo tampoco —reconoció Penny—. Pero su reputación es tal quedebes prometerme que tendrásmuchísimo cuidado si te laencuentras.

Amity sonrió de forma renuente.—Me aseguraré de llevar el

tessen al baile.

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16 —Debo admitir que la noticia de

tu compromiso fue toda unasorpresa, Ben. —Leona, ladyPenhurst, le sonrió a Benedictmientras le daba de lado a Amity,que estaba de pie junto a él—. ¿Esde suponer que la boda secelebrará en un futuro próximo? ¿Otienes pensado un compromiso

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largo?Leona era una mujer muy guapa,

alta, delgada y de porte regio. Superfil era de líneas clásicas. Su pelooscuro brillaba a la luz de lasarañas que colgaban del techo delsalón de baile. Los diamantes y lasesmeraldas adornaban sus orejas yse sumergían en el generoso escotede su vestido de satén y encaje decolor granate. Sin embargo, todoese brillo y ese encanto no podíanocultar la frustración y la amargurade sus ojos castaños.

Leona había sido bendecida conmuchas cualidades atractivas,pensó Amity, pero había sido

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maldecida con el matrimonio. LordPenhurst, tal como Penny habíadescrito, chocheaba cada vez más,pero parecía disfrutar de una saludde hierro para alguien de su edad.Amity sospechaba que gran partedel veneno de Leona podíaatribuirse al hecho de que sumarido seguía en este mundo.

—Mi prometida y yo queremoscasarnos lo antes posible —contestó Benedict. Echó un vistazopor la estancia, ya que laconversación lo aburría.

Amity contuvo una mueca. Nopodía culpar a Benedict, pensó.Seguramente no tenía ni idea de

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que acababa de añadirle más leñaal fuego que ardía en el interior deLeona.

Leona aprovechó la oportunidadque le había brindado. Clavó lamirada en el vientre de Amity congesto elocuente.

—Entiendo la necesidad de unmatrimonio apresurado —dijo convoz edulcorada—. Ya me parecíahaber detectado un brillo especialen su cara, señorita Doncaster.Pero no se preocupe, su vestidoparece especialmente diseñadopara ocultar cualquier... error. Lesfelicito a ambos. Ahora, si medisculpan, creo que mi marido me

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está indicando que quieremarcharse.

Leona se alejó flotando sobre elmar de sus faldas. Benedict apartóla vista de la multitud el tiempojusto para mirar cómo se alejabaLeona con el ceño fruncido.

—¿Qué diantres ha querido decircon eso de tu vestido? —preguntó—. Creo que te sienta muy bien.

—Estaba insinuando que elmotivo de que vayamos a celebraruna boda tan deprisa es que estoyembarazada —explicó Amity.

Benedict apretó los dientes.—Leona es una mujer de lo más

irritante.

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Amity jugueteó con el tessenmientras observaba a la multitud.

—Me han contado que llegaste aconocerla muy bien en otro tiempo.

Benedict clavó la mirada en elletal abanico. Una sonrisillaapareció en las comisuras de suslabios y a sus ojos asomó un brilloguasón.

—Creo que me hago una idea dequién te ha comentado ese detalletan sumamente nimio —replicó él.

—Mi hermana creyó convenienteavisarme.

—Admito que hubo una época enmi vida en la que Leona y yoestuvimos juntos. Durante un

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tiempo, tuve la impresión de que leresultaba... interesante. —Seencogió de hombros—. Pero cuandodescubrí que, en realidad, meconsideraba un aburrido, nosseparamos.

—¿Puedo saber cómo llegaste aese descubrimiento?

Benedict la sorprendió con una desus esquivas sonrisas.

—Cometió el error de contárselo auna amiga, quien a su vez se locontó a su marido. Este lomencionó en su club. Llegó a misoídos.

—Entiendo. —Amity lo miró a lacara—. No parece que el incidente

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te rompiera el corazón.—A decir verdad, fue un alivio que

se acabara —admitió Benedict—.Me había dado cuenta de que lecostaba la misma vida no bostezaren mi presencia. —Hizo una pausaantes de preguntarle con vozdistante—: ¿Qué me dices de Nash?¿Te rompió el corazón?

—Desde luego que me lo parecióen su momento. Claro que solotenía diecinueve años. Ahora que lopienso fríamente, creo que me librépor los pelos. El matrimonio conHumphrey Nash habría sido unapesadilla. Dudo mucho de que seacapaz de querer a alguien salvo a sí

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mismo. Tiene en mucha estima suspropios logros.

—Supongo que no cabe laposibilidad de que sea el Novio,¿verdad?

La nota esperanzada en la voz deBenedict le habría hecho gracia enotras circunstancias, pensó Amity.Era evidente que buscaba condesesperación una excusa parahacerle algo drástico a Humphrey.

—No —contestó con firmeza—. Noes el Novio. Además, lamentodecirte que ninguno de los otroshombres que he conocido estanoche encaja con mis recuerdos delasesino.

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—Maldita sea. Tenemos que dejara un lado los nombres de la lista deinvitados.

—¿Qué propones?Benedict examinó la multitud un

buen rato. Amity sabía que estabarepasando en silencio posibilidadesy probabilidades.

—¿Y bien? —lo instó al cabo deunos minutos.

—Nexos —dijo él en voz baja.—¿Cómo?—Tiene que haber vínculos y

nexos con el asesino. Tenemos queencontrar el adecuado.

—No entiendo —dijo Amity.—No podemos hablar aquí.

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Salgamos al jardín.—Desde luego.Benedict la tomó del brazo y la

guio entre la multitud hasta salir ala amplia terraza. El extenso jardínsituado detrás de la mansión seencontraba bañado por lassombras. Había algunos farolillosdiseminados por la zona, que seagitaban por la brisa nocturna. Enuno de los laterales, un invernaderode cristal relucía como la obsidianaa la luz de la luna. En el extremomás alejado, Amity podía ver lasilueta de una estructura amplísimaque recordaba a una villa italiana.Le habían dicho que se trataba de

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los magníficos establos que Gilmorehabía construido para suimpresionante colección decaballos.

Por primera vez desde quellegaron al baile de los Gilmore,Amity se permitió respirar contranquilidad. No se había dadocuenta de lo tensa que habíaestado toda la noche hasta esemomento. Era como si Benedict yella hubieran estado sobre unescenario desde que llegaron.Todos los ojos se habían clavado enellos nada más entrar en el salónde baile... y con la misma rapidezse habían apartado. Pero, en ese

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momento, comenzaron loscuchicheos. Se habían mezclado conla multitud. En más de una ocasión,Amity había captado retazos deconversaciones.

«Me he dado cuenta de que noluce el collar de la familia», recordóque decía alguien, y que otrapersona comentaba: «Yo no ledaría demasiada importancia alcompromiso. Es evidente que no leha dado el Collar de la Rosa.»

Fue un auténtico alivio escapardel salón de baile, pensó Amity.

—No estoy hecha para este tipode cosas —dijo ella.

—Ni yo —repuso Benedict.

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De repente, Amity se dio cuentade que no tenían que explicarse elsignificado de esa clase decomentarios. Los dos lo entendían ala perfección.

La brisa nocturna era fresca yagradable en comparación con elambiente cargado que se respirabaen el salón de baile. Amity se diocuenta de que no estaban solos enla terraza. Unas cuantas parejas seencontraban entre las sombras a sualrededor. Conversaciones en vozbaja y risas contenidas flotaban enel aire.

Benedict se detuvo brevemente.Después, al no estar satisfecho con

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el grado de intimidad que ofrecía laterraza, instó a Amity a bajar losescalones que conducían a laoscuridad que se extendía más allá.

La luna estival brillaba en el cielo,derramando su luz plateada, queproducía acusados claroscuros enlos jardines. Amity recordó lasnoches a bordo del Estrella delNorte. De repente, la asaltó lamelancolía. El destino en forma deasesino había hecho que Benedictvolviera a ella, pero tal vez lotuviera durante un breve periodo detiempo. Esa idea le provocó unapunzada de urgencia. Tenía quesaborear cada segundo con él, se

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dijo.Caminaron por el sendero de

gravilla hasta llegar a la entrada delos elegantes establos. Sedetuvieron allí. Amity se abrazópara protegerse del frío que seapoderó de ella. Examinó losestablos.

—Los caballos de Gilmore vivenen un alojamiento mucho másgrandioso que los que habita lamayoría de los londinenses —comentó.

—Todo el mundo sabe queGilmore está obsesionado con suscuadras. —Benedict la miró—.¿Tienes frío?

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—La noche es bastante fresca,¿no crees?

Sin mediar palabra, Benedict sequitó la chaqueta y se la colocóalrededor de los hombros. Tal comohiciera la última noche a bordo delbarco, pensó ella. Justo antes deque la besara.

—¿Mejor? —quiso saber él.—Mucho mejor. —La chaqueta

parecía pesar más de la cuenta. Sedio cuenta de que había algo enuno de los bolsillos. El calorcorporal de Benedict y su aroma tanmasculino y vigorizador impregnabala lana. Aspiró su esencia viril sinque él se diera cuenta—. ¿A qué te

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referías con eso de que siempre haynexos?

Benedict se apoyó en la pared delestablo y clavó la vista en lamansión bien iluminada.

—Ya hemos considerado laposibilidad de que el asesino noasistiera en persona al baile de losChanning, sino que lo hicieraalguien a quien conozca bien.

—Crees que debemos descubrir elnexo de unión entre el asesino y elinvitado que sí asistió al baile. Esatarea será mucho más complicada.

—Si ya no buscamos al asesino,sino a alguien que lo conozca muybien, tenemos que repasar de

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nuevo la lista de invitados.—Benedict, mucho me temo que

la lista de invitados sea un callejónsin salida. Es posible que estemosperdiendo el tiempo.

—Lo sé. Pero tal como Loganinsiste en repetir, es un punto departida. Esta noche hemosconseguido eliminar a muchoshombres de nuestra lista.

—Si Penny tiene razón, la personarelacionada con el asesino puedeestar en este mismo baile. Pero¿cómo vamos a identificar a dichapersona?

Benedict le echó un brazo sobrelos hombros y la pegó a él.

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—No podemos olvidarnos de undetalle muy importante.

—¿Cuál?—El lapso de tiempo entre el

primer asesinato y los otros tres. Sipudiéramos averiguar a qué sedebió, podremos reducir la lista desospechosos.

—Pero puede haber muchosmotivos por los que transcurriótanto tiempo entre el primerasesinato y los otros tres —protestóAmity—. A lo mejor el asesino no seencontraba en Londres. Tal vezestuviera en su casa solariega. Oviajando por el Lejano Oriente o porAmérica.

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—Sí. —Benedict la abrazó conmás fuerza—. Sí, tal vez hay unbuen motivo por el que no cometiómás asesinatos durante variosmeses. Es una pieza clave delrompecabezas, una que no deberíacostarnos mucho investigar.Estamos buscando a amigos ofamiliares de los invitados de lalista del baile de los Channing quese ausentaron de la ciudad duranteunos ocho meses el año pasado.

—¿De verdad crees que podemosaveriguar esa información?

—Necesitaremos ayuda de mi tíoy de mi hermano, pero se puedehacer. —Benedict la hizo girar entre

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sus brazos—. Encontraremos alasesino, Amity. No descansaréhasta saber que estás a salvo.

Sonrió al escucharlo.—Lo sé. —Le echó los brazos al

cuello y se puso de puntillas pararozarle los labios con los suyos—.Lo sé.

Benedict le tomó la cara entre lasmanos y la besó con tanta urgenciaque Amity creyó que la estabadejando sin aliento de verdad.

Con movimientos precisos,Benedict la soltó e intentó abrir lapuerta del establo. Amity sesorprendió al ver que se abría confacilidad. El aire caliente salió de la

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ranura, llevando consigo el olor aheno y a caballo. La luz de la lunase filtraba por las ventanas de lasparedes.

—Desde luego que el alojamientoes muchísimo mejor que el que hedisfrutado en algunos de mis viajes—comentó Amity.

Benedict se echó a reír.Escucharon ruidos procedentes de

las cuadras. Varios caballosasomaron la cabeza por encima desus portezuelas y resoplaron. Amitysonrió. Se quitó los guantes y seacercó a uno de ellos paraacariciarle el hocico.

—Son unos caballos preciosos —

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dijo—. Deben de haberle costadouna fortuna a Gilmore.

—Puede permitírselo. —Benedictcontempló la escena a la luz de laluna con evidente interés—. Seenorgullece no solo de los caballos,sino también de la arquitectura desus establos. De diseño muymoderno. Tengo entendido queeste sitio se caldea con tuberías deagua caliente instaladas en elsuelo.

Amity contuvo una sonrisa. Ellahabía estado pensando que losestablos eran un lugar muy íntimo,incluso romántico. Solo un ingenieropodía ver las cosas de otro modo.

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—Hace una temperatura muyagradable aquí dentro —dijo ella—.Me recuerda un poco a Saint Clare.Sin olas que rompan contra la orilla,claro.

—Ni los dichosos insectos.Se echó a reír al escucharlo y

recorrió el pasillo para acariciar alsiguiente caballo.

—Supongo que tus recuerdos deSaint Clare están teñidos por elhecho de que recibiste un balazo enla isla.

Benedict se colocó tras ella y lepuso las manos en los hombros. Lapegó contra su pecho y dejó la bocamuy cerca de su oreja izquierda.

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—Puede que tengas razón —replicó él en voz baja, con un dejeronco muy excitante—. Solo sé queestaría encantado de no volver apisar una isla tropical. Sin embargo,¿la idea de no volver a besarte? Esosí que me destrozaría el alma parasiempre.

Amity se estremeció, pero no defrío. Un delicioso calorcillocomenzaba a correr por sus venas.

—No querría ser la culpable dedestrozar nada relacionado conusted, señor Stanbridge. Muchomenos su alma —dijo ella con tonoguasón.

Benedict la instó a darse la vuelta

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muy despacio. Sus ojos relucíancomo dos piedras preciosas oscurasen la penumbra.

—Me alegro muchísimo de oírlo,señorita Doncaster —replicó él,siguiendo la broma—. Me alegromás de lo que se pueda imaginar.

La abrazó con fuerza y volvió abesarla. Lo hizo muy despacio enesa ocasión, con tiento, como sitemiera ofender su delicadasensibilidad. Sin embargo, yaconocía sus besos y llevabasoñando con ellos mucho tiempo.La curiosidad y la osadía laimpulsaban esa noche. Desde elprimer momento que lo vio en el

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callejón de Saint Clare, estabaconvencida de que jamás conoceríaa un hombre como BenedictStanbridge. Si no bebía delburbujeante manantial de la pasióncon él, tal vez nunca probaría esasaguas prohibidas.

Lo abrazó por la cintura y seentregó al beso, presa de laemoción y de la excitación quesiempre experimentaba cuando élla tocaba.

Benedict debió de darse cuentade la incendiaria pasión que laconsumía, porque de repente suboca comenzó a devorarla conansia.

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La levantó en brazos y la llevó alextremo más alejado del pasillo.Allí la dejó de pie. Le quitó lachaqueta de los hombros. Amity vioque sacaba un níveo pañueloblanco de uno de los bolsillos.Después, sacó otro objeto y lo dejóa un lado. Amity escuchó untintineo metálico y vio cómo la luzde la luna se reflejaba en el cañónde una pistola. Con razón lachaqueta pesaba tanto. Benedictextendió la prenda sobre unmontón de paja.

Estaba a punto de preguntarle siiba a necesitar el pañuelo porquetemía ponerse a estornudar con el

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heno, pero en ese momento volvióa estrecharla entre sus brazos y abesarla, silenciando su pregunta.

Estaba fascinada e hipnotizadapor las corrientes eléctricas quecrepitaban más allá de la superficiede ese hombre. La excitaban deuna manera que nunca había creídoposible.

Las manos de Benedict sedeslizaban sobre ella, recorriendosu cuerpo, desde el pecho hasta lacintura. Sintió cómo buscaba conlos dedos los corchetes quecerraban la parte delantera de suvestido. Un segundo después, elrígido corpiño quedó abierto,

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dejando al descubierto la finacamisola que llevaba debajo.Cuando le tocó los pechos a travésdel liviano tejido, Amity sintió quese le tensaba el cuerpo entero.

—Benedict —susurró.Él le bajó el vestido hasta que

quedó en el suelo alrededor de sustobillos, como un mar de satén yseda. Le soltó las cintas de lasenaguas, con el pequeño polisón, ydejó caer ambas prendas. Amitysolo llevaba encima la ligeracamisola, las medias y los calzones.

—Eres preciosa —dijo Benedict.Le pasó las manos por los brazoshasta llegar a su garganta.

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Después, le tomó la cara entre lasmanos y la besó con urgenciareverente.

Temblorosa, se aferró a sushombros para no perder elequilibrio. La pajarita negraresaltaba en contraste con lacamisa blanca. Amity luchó con elnudo hasta que consiguiódeshacerlo. Los extremos quedaroncolgados a cada lado de su cuello.

Seguidamente empezó adesabrocharle la camisa. Cuandofinalmente lo consiguió, deslizó lasmanos por debajo. Sus dedos leacariciaron el pecho. Se emocionóal sentir la calidad de esos

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músculos y de esa piel cálida. No lohabía tocado desde los días y lasnoches en el barco, cuando cuidóde él durante el episodio febril y lecambió los vendajesensangrentados. Era maravillosoverlo fuerte y sano de nuevo,pensó.

Sin embargo, cuando sus dedosinquisitivos encontraron la pielcicatrizada que marcaba la heridaya sanada, Benedict siseó.

Amity dio un respingo y apartó lamano de la herida a toda prisa.

—Te he hecho daño. Lo sientomucho.

—No. —Benedict le cogió una de

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las manos y volvió a ponérselasobre el pecho—. No, tranquila. Laherida sigue estando sensible, perono me has hecho daño. Cuando mehas tocado, me he acordado de lanoche que me desperté de la fiebrey te encontré acurrucada en unsillón, cuidándome. Supe entoncesque me habías salvado la vida.

Sonrió al escucharlo.—Lo primero que me preguntaste

después de llegar a la conclusión deque no estabas muerto era si lacarta estaba en un lugar seguro.

—Y tú me aseguraste que seguíaescondida en tu maletín.

Benedict tiró de ella para que se

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tumbase en el lecho de paja.Yacieron juntos sobre su chaqueta.A la luz de la luna, Amity podía verel brillo de excitación sexual en susojos.

—Hoy no soy presa de la fiebre.—Benedict se tumbó de espaldas ytiró de ella, de modo que quedósobre su pecho—. Y el único dolorque siento ahora mismo es el queprovoca el deseo. Esta noche, sémuy bien lo que estoy haciendo. Tedeseo, Amity. Más de lo que hedeseado a ninguna otra mujer entoda la vida.

Un ramalazo de excitación seapoderó de ella. Se aferró a sus

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hombros y lo miró a los ojos,haciéndole saber que estabapreparada para la aventura que laesperaba.

—Yo también te deseo —dijo ella—. Más que a nadie, más quecualquier otra cosa.

Benedict la obligó a bajar lacabeza y la besó de nuevo, un besohechizante y embriagador queincendió los sentidos de Amity.Sintió cómo le pasaba las manospor los muslos, por debajo deldobladillo de la camisola. Cuando latocó entre las piernas, fue su turnode emitir un siseo asombrado, perono aflojó la presión con la que se

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aferraba a los hombros de Benedict.Tenía la sensación de que seestaba derritiendo por dentro.

Benedict la tocó en lugares queningún otro hombre la había tocadojamás, provocándole sensacionesque suponía que existían, pero quenunca había experimentado. Erauna viajera experimentada, perojamás había emprendido semejanteviaje, tal vez porque nunca habíaencontrado al compañeroadecuado, pensó. Pero esa noche leparecía lo correcto. Era el hombreadecuado, el lugar y el momentoadecuados. Esos factores tal vez novolverían a repetirse. Debía

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aprovechar la oportunidad, porquede lo contrario siempre searrepentiría de su cobardía.

Una tensión desconocida cobróvida en su interior. Sabía queBenedict tenía la mano mojada porla cálida humedad que habíaprovocado con sus caricias. Unaparte de ella se sentíaavergonzada, pero desde luego quea él no parecía importarle, y ellaestaba demasiado excitada comopara apartarse.

Benedict la instó a tumbarse deespaldas y se inclinó sobre ella,tocándola con cuidado. Capturó unpezón con los labios, y Amity

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arqueó la espalda, suplicándole sinpalabras que siguiera.

Benedict la soltó paradesabrocharse los pantalones.Amity sintió una punzada de dudaal ver su duro miembro a la luzplateada de la luna.

—No sé si... —comenzó ella.Benedict se colocó sobre ella una

vez más, oscureciendo la luz, y laacalló con un beso.

—Tócame —le suplicó él contralos labios—. No sabes cuántotiempo llevo soñando con tuscaricias.

Con gesto titubeante, Amity lorodeó con los dedos. Benedict

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gimió. Ella empezó a mover lamano despacio, experimentando.Benedict comenzó a jadear deforma entrecortada, como si lecostara la misma vida mantener elcontrol. Tenía la frente perlada desudor, como si tuviera fiebre.

Lo vio alzar la cabeza. En lapenumbra, sus facciones se veíanduras e intensas. En sus ojosbrillaba un deseo abrumador. Saberque la deseaba con tantaintensidad erradicó los vestigios desu incertidumbre.

Benedict la acarició hasta dejarlasin aliento. Hasta que la tensión desu interior fue tan fuerte que creyó

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no poder soportarla más. Le clavólas uñas en los hombros.

El clímax la cegó. Sin previoaviso, esa sensación abrumadorade su interior estalló en una seriede oleadas. Una eufórica sorpresase apoderó de ella de repente y sevio catapultada a lo más alto.

Benedict se tumbó sobre ella y seguio con una mano. La penetró conuna embestida fuerte y certera.

La invasión la devolvió a la tierrade golpe. Soltó un grito ahogado eintentó apartarse de formainstintiva. Comenzó a arañar lacamisa de Benedict.

Él la sujetó de las caderas con

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fuerza, inmovilizándola.—Relájate —le ordenó él. Apoyó

la frente sudorosa sobre la de ella—. Relájate.

Durante unos segundos, no seatrevió a moverse. Y tampoco lohizo él. Podía sentir la tensión delos músculos de su espalda bajo lasmanos. Benedict estaba luchandopara controlar su pasión, a laespera de que ella se sobrepusieraa la primera impresión. Saber quese estaba esforzando porcontrolarse la tranquilizó.

Poco a poco, su cuerpo se fueadaptando a él. Tomó unabocanada de aire y probó a

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moverse un poco en busca de unapostura más cómoda. Benedictgimió y empezó a moverse; contiento al principio, pero fueganando en confianza. Amitydescubrió que la sensación era muyrara, pero que ya no le resultabaintolerable.

—¿Estás bien? —le preguntóBenedict al oído.

—Creo que sí —contestó ella—.Desde luego que no es peor quemontar en camello.

Benedict masculló algo, unamezcla de gruñido y carcajada. Ydespués empezó a moverse másdeprisa, con embestidas más

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potentes que la dejaron de nuevosin aliento y aferrándose a él comosi le fuera la vida en ello.

La penetró una última vez. Sequedó rígido, con la espaldaarqueada. Y, luego, la sorprendió alsalir de su cuerpo. Se corrió en elpañuelo mientras el clímax losacudía con poderosas oleadas queno parecían acabar nunca.

Cuando terminó, Benedict se dejócaer sobre ella. Tenía los ojoscerrados. Pese a la incomodidad y ala incertidumbre que ofrecía elfuturo, el momento tan emotivo latenía maravillada.

Acababa de realizar uno de los

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viajes más misteriosos de la vida yhabía descubierto lo que seescondía al final de la aventura. Porfin sabía lo que era tener unamante.

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17 —¿Seguro que estás bien? —le

preguntó Benedict nuevamente.Era la tercera o la cuarta vez que

le preguntaba por su bienestar, ycada vez que lo hacía parecía másbrusco, incluso impaciente. Seencontraban en el carruaje, decamino a Exton Street. Benedict lahabía sacado del baile

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inmediatamente después delencuentro en los establos. Y era lomejor, pensó Amity. Las horquillasse le habían soltado y todavíaestaba quitándose trozos de pajadel vestido.

—No hace falta que te preocupes,estoy bien —contestó. Sospechabaque cada vez que contestaba lapregunta, su voz sonaba másirritada.

¡Por el amor de Dios, si casiestaban discutiendo!

El final de la que debería ser unade las noches más importantes,emocionantes y románticas de suvida estaba demostrando ser una

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colosal desilusión. No entendía quéhabía de especial en tener unamante. Si a eso se reducía todo, leresultaba difícil imaginar por quétantas personas hacíanmalabarismos para disfrutar de unarelación ilícita.

Aunque comprendía la necesidadde marcharse a toda prisa (ningunode los dos necesitaba otroescándalo), la actitud fría yeficiente con la que Benedict habíaenfrentado la situación le resultababastante molesta. Había organizadola marcha de la mansión de losGilmore con la habilidad y laprecisión de un general de un

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ejército en plena batalla. No, de ungeneral no. De un ingeniero. Cadavez estaba más convencida de quese arrepentía de haber participadoen el apasionado interludio.

Y, para colmo de males, noparaba de preguntarle si estababien. Aunque era un detalle que uncaballero se preocupara por elestado de su amante después de unapasionado encuentro sexual, suafán inquisitivo tenía poco deromántico. Parecía preocupado. Talvez esperaba que se desmayara porla impresión que la experiencia lehabía provocado.

Un incómodo silencio se había

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instaurado en el interior delcarruaje. Amity tenía la vistaclavada en la calle. Las farolas degas y las luces de los carruajesaparecían y desaparecían entre laniebla reinante.

Benedict se movió en el asientoopuesto.

—Amity...—Como me preguntes otra vez

más si estoy bien —lo interrumpió,hablando entre dientes—, no sé loque te hago.

A la tenue luz de la lámpara, lovio entrecerrar los ojos y se percatóde que su anguloso rostro setensaba, adoptando una expresión

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seria.—¿Qué quieres decir con eso? Es

natural que me preocupe por ti. Nome había percatado de que notenías experiencia en las lides de lapasión.

—¡Por el amor de Dios! No soyuna jovenzuela inocente dedieciocho años sin la menor idea delo que estaba haciendo esta noche.¿Cuántas veces te he dicho ya quesoy una mujer de mundo?

—Demasiadas, porque me lo hecreído.

—Te aseguro que no me va a darun patatús solo por lo que hapasado en el establo.

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—¿Solo por lo que ha pasado? —repitió él, cuyo tono de voz se tornósiniestro.

—Bueno, lo que ha pasado entrenosotros no es nada extraordinarioni revolucionario, ¿verdad? Lasparejas lo hacen con bastantefrecuencia, ¿no?

—Creo que comentaste que noera peor que montar en camello.

—Ah, sí. —De repente, Amitycayó en la cuenta de que podríahaber herido los sentimientos deBenedict. Lo miró con una sonrisaalentadora—. No hay nada de loque preocuparse. Es muy fácilacostumbrarse al paso de un

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camello. Con tiempo y práctica, unoacaba adaptándose a los vaivenes ysacudidas.

Benedict parecía estar a punto dereplicar al comentario, pero porsuerte el carruaje se detuvo.Titubeó un instante, pero después,claramente frustrado y la mar deserio, abrió la portezuela. Trasapearse, se volvió para ayudar aAmity a hacer lo propio.

Ella se recogió las faldas y aceptóla mano que le tendía. Benedict lerodeó los dedos con los suyos.Subieron los escalones de laentrada sin mediar palabra. Ellasacó la llave del bolsito de noche

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que llevaba prendido a la cadenade plata de la cintura, de la quetambién pendía el tessen. Benedictle quitó la llave y abrió la puertaprincipal. Las lámparas delvestíbulo aún estaban encendidas,si bien el resto de la casa seencontraba a oscuras. Penny y laseñora Houston se habíanacostado.

Amity sintió un repentino aliviomientras entraba. No le apetecíamantener una conversación conPenny en ese momento. Suhermana le preguntaría por elestado de su pelo y por la paja quellevaba en el vestido.

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Benedict se detuvo en el vano dela puerta.

—Te visitaré mañana.—Sí, por supuesto —replicó ella

con brusquedad—. Debemosconsiderar qué dirección tomanuestra investigación.

Benedict adoptó una actituddecidida.

—Amity, soy consciente de queesta noche no ha sido en absolutolo que esperabas que fuese.

Ella se sonrojó.—Prefiero no hablar del tema.—El lugar no era en absoluto

romántico y el momento no era eladecuado.

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Amity tomó aire con dificultad.—Como me digas que te

arrepientes de lo sucedido...—No del todo —la interrumpió—.

Si digo que me arrepiento de losucedido, mentiría.

«No del todo», repitió para susadentros. Por algún motivo, Amityse descubrió al borde de laslágrimas. Luchó contra ellas a fin dereforzar sus defensas.

—Yo tampoco me arrepiento —replicó. Era consciente de que suvoz sonaba un tanto tensa—. No deltodo. Y no debes culparte. Yo soy laculpable de haber imaginado unaexperiencia en cierto modo distinta,

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pero a la postre ha sido muyeducativa.

—Educativa.Amity logró esbozar una alegre

sonrisa.—Ese es el atractivo de

embarcarse en una nueva aventura,¿no te parece? Experimentarnuevas sensaciones y explorar lodesconocido. Ahora, si no teimporta, me gustaría irme a lacama. Resulta que estoy agotada.

Benedict no se movió, de modoque se vio obligada a cerrarle lapuerta en las narices, si bien lo hizomuy despacio. Por un instante, sequedó donde estaba mientras

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aguzaba el oído. Al final, lo oyódescender los escalones. Laportezuela del carruaje se abrió yse cerró, y el vehículo se alejó porla calle.

Esperó un instante más. Laslágrimas que había logradocontener acabaron derramándose.Usó el dorso de los guantes paralimpiárselas.

Tras apagar las lámparas delvestíbulo, subió la escalera. Lapuerta del dormitorio de Penny seabrió. Amity la miró un momento,incapaz de hablar por el nudo quetenía en la garganta.

—Hermana querida —susurró

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Penny—, ¿qué te ha hecho?—No es lo que me ha hecho —

contestó ella—. Es que creo que legustaría no haberlo hecho. Y que,en parte, yo soy la culpable porquequería que lo hiciera.

Penny la estrechó entre susbrazos. Y Amity dejó que laslágrimas cayeran.

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18 No podría haber fastidiado más el

asunto de habérselo propuesto,pensó Benedict.

No era su intención hacer el amorcon Amity esa noche, pero llevabapensando en acostarse con elladesde que la conoció. El problemaera que no había trazado un plan.No, había actuado por impulso.

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Cuando se le presentó laoportunidad, fue incapaz deresistirse. El deseo era una drogapoderosa. Y estaba pagando elprecio.

No había sido peor que montar encamello.

«¿Qué esperabas? —se preguntó—. Lo has hecho en unos establos.»

Lo único que podía decir alrespecto era que, en aquelmomento, le pareció una ideabrillante.

El carruaje se detuvo delante desu casa. Las ventanas estaban aoscuras. Los Hodges habían corridolas cortinas para la noche y se

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habían acostado ya.Benedict abrió la portezuela, se

apeó y despidió al cochero. El cochede caballos se perdió en la niebla.

Se sacó la llave del bolsillo, subiólos escalones de entrada y abrió lapuerta. La casa parecía más ensilencio que de costumbre. Tambiénmás oscura, pensó. Todas las lucesestaban apagadas, incluidas las delvestíbulo.

Se quitó la chaqueta, aunque hizouna pausa para aspirar una hondabocanada de aire al captar el olorde Amity. La erección fueinstantánea. El doloroso deseoardió en su interior, con más fuerza

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que nunca, aunque acababa desaciarlo. Tal vez porque por finsabía lo satisfactorio que erahundirse en el cálido y húmedocuerpo de Amity.

Desde luego, la chaqueta jamásvolvería a ser la misma, y éltampoco.

Lo que necesitaba era una buenadosis medicinal de coñac. Se colgóla chaqueta de un hombro yrecorrió el pasillo hacia sudespacho. Se llevó una mano alcuello de forma automática paradesabrocharse la pajarita, pero tuvoque sonreír al descubrir que lastiras de seda seguían colgando a

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cada lado de su cuello. Se habíaolvidado de volver a hacerse elnudo porque su objetivo prioritarioera sacar a Amity de la casa de losGilmore antes de que alguien sediera cuenta de que estabamaravillosamente desaliñada.

Estaba tan absorto con los dulcesy apasionados recuerdos que no sedio cuenta de que pasaba algo rarohasta que escuchó unos ruidosahogados procedentes de un rincóna oscuras de la habitación.

Se volvió deprisa mientrasbuscaba la pistola que llevaba en lachaqueta. La señora Hodges estabasentada muy tiesa en una silla de

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madera de la cocina. Hodgesestaba en la misma posición,sentado en otra silla idéntica. Ni losHodges ni las sillas deberían estaren el despacho a esa hora de lanoche.

—¿Qué diantres están haciendoen ese rincón?

Hodges emitió otro gemidoahogado. La luz de la lamparita delescritorio, si bien estaba encendidaa medio gas, bastaba para ver lamordaza que llevaba puesta. Teníalas manos y los tobillos atados conuna cuerda. La señora Hodgesestaba atada de la misma manera.Hodges miró con los ojos

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desorbitados a Benedict sin dejarde emitir sonidos desesperados.

Habían arrasado la habitación.Habían sacado libros de losestantes y los habían tirado alsuelo. Los cajones del escritorioestaban abiertos. Habíandescolgado los cuadros de lasparedes, a todas luces en busca decajas fuertes escondidas.

—Por el amor de Dios, hombre. —Benedict sacó la pistola del bolsillode la chaqueta, arrojó la prenda alsuelo y aumentó la luz de lalamparita—. ¿Qué demonios hapasado?

Las cortinas se movieron en una

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esquina cerca de las puertasfrancesas. Benedict se dio la vueltaa toda prisa, apuntando con lapistola.

Un hombre salió de detrás de lasgruesas cortinas de terciopelo. Laluz brilló sobre el revólver quellevaba en la mano. Tenía mediacara cubierta por un pañuelo negroatado en la nuca.

—Lo estábamos esperando,Stanbridge —dijo.

El acento era estadounidense,imposible de confundir. Y le provocóun recuerdo de su estancia a bordodel barco. Benedict apenas tardó unsegundo en encajarlo con el

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aspecto físico del intruso: unhombre delgado, de pelo rubiotrigueño y joven.

—Declan Garraway —replicóBenedict. Meneó la cabeza,disgustado—. El experto enpsicología. Así que tú eres el espía.Debería haberlo sabido. Supongoque las dos profesiones soncomplementarias.

—Temía que me reconociera. —Declan se quitó el pañuelo de untirón, dejando al descubierto unasfacciones engañosas por su aspectoinocente—. Es el acento, ¿verdad?Para que lo sepa, no soy un dichosoespía. Soy un investigador privado.

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Más o menos.—Una diferencia abismal, seguro.

¿Para quién trabajas?—Eso no es de su incumbencia,

maldita sea. ¿Dónde está elcuaderno de Foxcroft?

Benedict echó un vistazo por eldespacho, fingiendo una sonrisasorprendida.

—¿Quieres decir que no lo hasencontrado?

—Vaya a por él, porque de locontrario...

—¿Qué? ¿Vas a dispararme a mí ya mi mayordomo, tal vez a mi amade llaves, antes de que yo tedispare a ti? Lo dudo mucho. No soy

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un tirador experto, pero sí hepracticado un poco y a estadistancia sería difícil fallar. Aunquetuvieras suerte con los primerosdisparos, ¿hasta dónde crees quellegarías después de cometer variosasesinatos en un vecindariotranquilo y respetable como este?Créeme, alguien se habrá fijado entu llegada.

—Nadie me vio llegar —seapresuró a decir Declan.

—¿Qué me dices del coche dealquiler que te dejó cerca de aquí?¿De verdad crees que el cochero nose acordará del yanqui que hallevado esta noche? ¿Uno que se

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apeó cerca de la escena del crimen?—¿Cómo sabe que he venido en

coche de alquiler? —Declan parecíahorrorizado.

—¿Cómo si no ibas a encontraresta calle? Dudo mucho queconozcas bien Londres.

—Olvidémonos del coche dealquiler. No he venido para matar anadie. Su mayordomo meinterrumpió cuando empecé aregistrar el despacho. Tuve queatarlo. Iba a llamar a la policía. Yluego apareció el ama de llaves.Tenía que hacer algo. Deme elcuaderno y me iré.

—Eres imbécil, Garraway. ¿De

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verdad creías que iba a dejarloaquí, en mi despacho?

Benedict sacó el pequeñocuaderno con tapas de cuero delbolsillo de la chaqueta. Lo abrió y locerró muy deprisa, lo justo pararevelar las páginas llenas de notascrípticas y bocetos.

—¿Es ese? ¿Es ese cuadernillo? —Declan frunció el ceño por lasdudas. Dio un paso hacia delante—.Creía que sería mucho más grande.

—Foxcroft guardaba sus notas enun cuaderno pequeño y prácticoque podía llevar en el bolsillo.

Benedict tiró el cuaderno a lasascuas que quedaban vivas en la

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chimenea.—¡No! —Declan cruzó la

habitación hacia la chimenea.Benedict cogió el atizador y trazó

un arco que barrió las piernas deDeclan, haciendo que cayera alsuelo. Su revólver rebotó sobre laalfombra. Benedict lo recogió.

—Maldito sea, maldito sea,maldito sea. —Angustiado, Declanse incorporó despacio y apoyó lacabeza en las manos—. Lo haestropeado todo.

—Exactamente ¿qué heestropeado? —Benedict usó elatizador para sacar el cuaderno delas ascuas. El librito estaba algo

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chamuscado en los bordes, perosalvo por eso, seguía intacto.

—Mi padre me ha enviado paraconseguir el dichoso cuaderno. —Declan vio cómo Benedict dejaba elcuaderno sobre el escritorio—. Erami última oportunidad parademostrarle que tengo lo necesariopara unirme al negocio familiar.

—Debe de ser un negocio inusual.—Benedict se acercó a la señoraHodges y le quitó la mordaza—.¿Está herida, señora Hodges?

—No, señor —contestó ella.Benedict le quitó la mordaza a su

marido.—¿Y tú, Hodges?

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—Solo ha herido mi orgullo,señor.

Benedict empezó a soltar lascuerdas de la señora Hodges.Declan estaba sentado en el suelo,mirando el cuaderno con expresiónenfurruñada.

—No pongas esa cara de pena,Garraway. —Benedict terminó desoltar las cuerdas que sujetaban lostobillos de la señora Hodges—. Noes el cuaderno de Foxcroft. Es unode mis cuadernos personales. Nohay nada de importancia reveladoraen él.

Declan gimió.—Debería haberlo sabido. Me ha

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engañado.—Eso me temo. Exactamente, ¿a

qué se dedica tu familia?—Al petróleo —masculló Declan

—. Mi padre y su hermano son losdueños de la Empresa de PetróleosGarraway. Están listos para cavarpozos en California, cerca de LosÁngeles. Están convencidos de quehay mucho petróleo en el subsuelo,a la espera de que alguien lo saquea la superficie. En algunos puntosde la costa, se ve cómo rezuma elsuelo oceánico.

La señora Hodges se puso en piemasajeándose las muñecas.

—Yo me ocupo del señor Hodges,

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señor —dijo.—Gracias —dijo Benedict. Se

concentró en Declan—. ¿Para quéquiere la Empresa de PetróleosGarraway un aparato diseñado paraexplotar la energía solar? —Sinembargo, la respuesta se le ocurriónada más hacer la pregunta—. Ah,cómo no. No quieren robar losplanos del sistema de Foxcroft parafabricarlo y venderlo. Tu padre y tutío quieren evitar que el motor y labatería salgan al mercado. ¿Heacertado?

—Dicen que si todos pueden ir ala tienda y comprar un sistemasolar que capture la energía

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gratuita del sol, el mercado delpetróleo se derrumbará antes deque haya oportunidad de demostrarlo útil que es. Mi padre y mi tíodicen que el futuro pertenece alpetróleo. Quieren asegurarse deque sea así.

—Porque han invertido mucho endicho futuro.

Declan se encogió de hombros.Benedict miró a Hodges.—¿Seguro que no han sufrido

daños?—Estamos bastante bien, gracias,

señor —contestó Hodges—. Perovamos a tardar un buen rato enorganizar su despacho.

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—Ese mequetrefe ha montadouna buena —dijo la señora Hodges,que fulminó a Declan con la mirada—. Debería darle vergüenza, señor.

Declan tuvo la decencia deagachar la cabeza.

Benedict se sentó en el pico de suescritorio y observó a Declan.

—Es evidente que no estás altanto de los últimosacontecimientos.

—¿A qué se refiere? —preguntóDeclan.

—Alguien ha robado el cuadernode Foxcroft. Las buenas noticias entu caso son que, dado que hasvenido a buscarlo a mi casa, tengo

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que asumir que no eres el ladrón.—Hijo de puta. —Declan no daba

crédito—. ¿Ha desaparecido? Pero¿quién lo tiene?

—Buena pregunta. Perodesconozco la respuesta. Y dadoque tú también parecesdesconocerla, no creo que hayamotivos para continuar con laconversación. Hodges, hazme elfavor de avisar al primer policía queveas.

—Será un placer, señor —dijoHodges, que echó a andar hacia lapuerta.

Declan se tensó, alarmado.—No va a llamar a la policía.

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Hodges se detuvo.—¿Por qué no? —preguntó

Benedict con voz agradable.—Porque los dos queremos lo

mismo —replicó Declan,exasperado—. Mire, si me estádiciendo la verdad y han robado elcuaderno...

—Es la verdad.—En ese caso, tal vez podamos

ayudarnos el uno al otro. Mi padre ymi tío lo recompensarángenerosamente, se lo aseguro. Sonmuy ricos.

—No me cabe la menor duda —repuso Benedict—. Pero, verás, elasunto es que... yo también lo soy.

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No necesito su dinero.—¿De verdad? —Declan adoptó

una expresión ladina—. En esecaso, ¿por qué fue hasta Saint Clarey luego se reunió con Foxcroft enLos Ángeles? Sé que estuvo allí, porcierto. Cuando descubrí que habíacomprado un billete para un trencon destino a California, supuseadónde se dirigía. Pero cuandollegué, ya se había marchado con elcuaderno de Foxcroft. —Hizo unapausa—. Que sepa que ha muerto.El cáncer se lo llevó menos decuarenta y ocho horas después deque le entregara su cuaderno.

—Me entristece oírlo —repuso

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Benedict—. Era un ingenierobrillante.

—Supongo que no querrácontarme lo que pasó en SaintClare, ¿verdad? Todos los pasajerosa bordo del Estrella del Nortedecían que lo había asaltado unladrón, pero nunca me tragué elcuento. Creo que estaba allí por lamisma razón por la que yo fui a laisla: para echarle un vistazo alcañón solar de Cork. Pero habíadesaparecido y Cork estaba muertocuando lo encontré.

—¿Cuándo llegaste al laboratoriode Cork?

La cara de Declan se

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ensombreció.—Muy poco después que usted,

está claro. El cuerpo de Cork seguíaen el suelo. Pero la policía local yahabía aparecido y empezaban ahacer preguntas. Era evidente queestaban convencidos de que a Corklo había matado un extranjero,alguien que había desembarcado deuno de los barcos que estabanatracados en el puerto ese día.Supuse que era mejor que no mevieran, así que regresé enseguida alEstrella del Norte.

—¿Y me disparaste de camino,por casualidad? —preguntóBenedict.

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—No, lo juro. No fui yo quien ledisparó. He ido un paso por detrásde usted todo el tiempo. Hasta queno lo seguí al laboratorio deFoxcroft en Los Ángeles no me dicuenta de la importancia delsistema del motor solar. El cañónno funcionará sin él, ¿verdad?

—No. ¿Cómo es que te hasenterado de la existencia de losinventos de Cork y de Foxcroft?

—Un agente de Estados Unidosfue a ver a mi padre y a mi tío. Elagente quería saber si un cañónpropulsado por energía solar y lobastante poderoso como para servirde arma a bordo de un barco de

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guerra sería factible. Dijo que habíarumores de que se estabaconstruyendo un artefacto de esascaracterísticas, que el inventor eraun británico llamado Alden Cork,que había establecido sulaboratorio en algún lugar delCaribe. Mi padre y mi tío conocíanel trabajo de Cork, por supuesto,pero no les preocupaba demasiado.

—El círculo de inventorescentrados en dispositivos deenergía solar es muy pequeño —dijo Benedict.

—Como ya le he dicho, mi padre ymi tío no creían que el invento deCork funcionara como arma naval,

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pero les preocupaba lo suficientecomo para enviarme a Saint Clarepara echarle un vistazo. Cuandodescubrí que le habían disparado, alprincipio supuse que usted habíamatado a Cork y que habíaresultado herido durante el asalto.Después, cuando se subió al trenhacia Los Ángeles después deatracar en Nueva York, me dicuenta de que iba a ver a ElijahFoxcroft casi con toda seguridad.Así que lo seguí. Otra vez lleguédemasiado tarde.

—¿Por qué estabas tan seguro deque iba a ver a Foxcroft?

La sonrisa de Declan era

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cualquier cosa menos alegre.—Como ha dicho, el círculo de

inventores que trabajan condispositivos solares es pequeño. Enotro tiempo, Elijah Foxcroft trabajópara la Empresa de PetróleosGarraway. Lo despidieron porquequería centrar su investigación en laenergía solar y no en el petróleo.Sabíamos que había montado sulaboratorio en Los Ángeles paraperseguir su sueño de construir unmotor solar. —Hizo una pausa—.¿Tiene alguna idea de quién haasesinado a Cork o de quién harobado el cuaderno de Foxcroft?

—Suponemos que el asesino y el

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ladrón son la misma persona y quetrabaja para los rusos.

Declan asintió con la cabeza.—Soy consciente de que los rusos

y los británicos están enzarzados enun peligroso juego de estrategiadesde hace algún tiempo. Ambaspartes quieren controlar el futurodel centro de Asia y de Oriente.

—Personalmente, creo queninguno de los dos imperios podrácontrolar esa parte del mundo, peromientras los rusos siganintentándolo, la Corona estáconvencida de que tiene queponerles freno.

Declan meneó la cabeza.

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—Y el juego sigue su curso.Benedict se cruzó de brazos.—Basta con echarle un vistazo al

mapa de Norteamérica y deSuramérica para tener claro que elgobierno de Estados Unidostambién anda liado con unoscuantos jueguecitos de estrategia.

Declan se pasó los dedos por elpelo.

—No puedo discutirlo. Pero puedodecir sin temor a equivocarme queninguno de nuestros respectivosgobiernos querría que los rusoscontaran con un arma navalsuperior. Maldita sea, tenemos quetrabajar juntos en este asunto.

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—Teniendo en cuenta la formatan desagradable con la que hastratado a mi ama de llaves y a mimayordomo, no veo motivos paraayudarte en nada. Voy a decirle aHodges que llame a la policía ahoramismo. Supongo que el agente máscercano tardará en llegar unos dosminutos.

—Se va a arrepentir, Stanbridge.—Estoy seguro de que aprenderé

a vivir con el arrepentimiento. —Benedict miró a Hodges—. Puedesllamar a la policía ya.

Hodges inclinó la cabeza.—Enseguida, señor.—Maldita sea —masculló Declan.

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Se dio la vuelta, abrió una de laspuertas francesas de golpe y salióen tromba al jardín.

Hodges miró a Benedict.—¿Todavía quiere que llame a la

policía, señor?—No te preocupes. Estoy seguro

de que Garraway estará a variascalles de aquí para cuando llegue elagente. De cualquier modo, nosserá más útil dejarlo libre demomento. Le hablaré a mi tío de élpor la mañana. Cornelius puedelidiar con los estadounidenses. Yoya tengo problemas de sobra.

—Sí, señor.Benedict examinó la caótica

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escena del despacho.—¿Está por ahí la licorera? Como

Garraway haya desperdiciado elcoñac bueno, voy a arrepentirmemucho de haberlo dejado marcharde una sola pieza.

—Creo que el coñac sigue intacto,señor —anunció la señora Hodges.Pasó por encima de un montón delibros tirados en el suelo y apartóunos cuantos periódicos para dejaral descubierto la licorera.

—Sirva tres copas, señoraHodges. Y que vayan biencargadas. Nos las hemos ganado.Ha sido una noche muy movida.

—Sí, señor —dijo la señora

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Hodges.La mujer sirvió coñac en tres

copas y las repartió.Hodges miró a Benedict con

expresión pensativa.—¿Hemos de suponer que su

noche no ha sido más satisfactoriaque la nuestra, señor?

—No sabes hasta qué punto —contestó Benedict.

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19 —Su madre ha venido a verlo —

dijo el asistente, que miró por losbarrotes de la puerta mientrasintroducía una llave en la cerradura—. Querrá ver cómo se encuentra.

La alegría inundó al paciente.Madre había ido a verlo. Es posibleque hubiera cambiado de opinión yhubiera decidido creer su versión de

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la historia. Con suerte, quizá podríaconvencerla de que lo liberaran deesa prisión a la que llamaban«hospital».

Hasta hacía poco tiempo, siemprehabía logrado convencerla de queno era culpable de todos lospequeños incidentes de los que lohabían acusado a lo largo de losaños. Siempre había habidoexplicaciones lógicas. Era un hechoque las mascotas más pequeñassufrían accidentes mortales y quelos sirvientes podían ser tandescuidados como para provocar unincendio. Y madre ansiaba creerlocon todas sus fuerzas.

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Pero, a la luz del descubrimientode los cadáveres de las tres novias,persuadir a su madre de que nohabía tenido nada que ver con losasesinatos había demostrado sercada vez más difícil. El episodiosucedido con Amity Doncaster habíasido desastroso. Madre habíallegado a la conclusión de que era,de hecho, el asesino.

Debía encontrar el modo deconvencerla de que no tenía nadaque ver con el ataque a Doncaster.Era obvio que las heridas que habíasufrido no eran si no la venganza deuna puta furiosa que lo habíaatacado con un cuchillo cuando se

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negó a pagar por sus servicios.Madre había ido a verlo. Se

trataba de una clara indicación deque quería que la convenciera deque se había recuperado de suúltima crisis nerviosa.

Por suerte, también se habíarecuperado de las heridas que lehabía infligido esa zorra.

—Qué detalle por parte de madreel haber viajado tan lejos paravisitarme —comentó.

Soltó las fotografías del jardín delhospital que había estadoorganizando y se puso de pie paraalejarse de la mesa. Se movía condificultad. Las heridas habían

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sanado, pero todavía sufría dolores.Cada punzada era un recordatoriode ese asunto que había quedadosin zanjar. Miró al asistente con unasonrisa.

—Supongo que le habrá dicho queestoy en casa y me alegra recibirvisitas, ¿verdad, señor Douglas?

El asistente rio entre dientes.—Sí, señor, por supuesto —

respondió el hombre, que abrió lapesada puerta de par en par.

El arrollador alivio que inundó alpaciente amenazó con abrumarlo,pero sabía que no podía permitirseel lujo de parecer eufórico. Tanto eldoctor Renwick como el personal

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del hospital desaprobaban losdespliegues emocionales decualquier tipo. El objetivo de laterapia era alcanzar un estadomental sereno y ordenado.

El paciente hizo una mueca dedolor al tratar de ponerse el abrigo.Cada vez que sentía una punzadade dolor, hervía de rabia. Pero logrómantener la compostura delantedel asistente.

Durante el transcurso de suanterior estancia en CresswellManor, había descubierto que eltruco para conseguir privilegios,como el permiso para fotografiar lasflores de los jardines de la

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propiedad, pasaba por fingir uncomportamiento tranquilo, educadoy atento. En muchas ocasiones, leabrumaba el deseo de ventilar sufuria, pero casi siempre era capazde luchar contra dichos impulsos.

Sí, poco después de su llegada seprodujo el incidente con una de lassirvientas, pero la promesa de unsoborno había garantizado susilencio. En cualquier caso, no lehabía hecho daño, al menos notanto como se merecía. Se habíalimitado a golpearla lo bastantefuerte como para tumbarla al suelo.La verdad, ¿qué esperaba quehiciese después de su forma de

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tratarlo? No era más que una criadacon ínfulas. Se había atrevido adarle órdenes. La muy tonta habíatenido las agallas de decirle que nola tocara. Incluso lo habíaamenazado con denunciarlo aJones, el despiadado encargado delos trabajadores del hospital.

Debería haber hecho algo másaparte de golpear a esa imbécil, sedijo el paciente. Debería haberusado una navaja. Estaba segurode que no era virgen. Pero sabíaque no podía empezar a herir a lastrabajadoras del hospital, de modoque mantuvo sus necesidades bajocontrol. En todo caso, la sirvienta

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no era digna de su atención. Soloera una dichosa criada.

Una criada que merecía unapequeña sangría... Algo que éltambién necesitaba para recuperarel control.

Pero ya no debía preocuparsemás por la criada porque madrehabía ido a visitarlo.

—Lo espera en los jardines —ledijo el asistente—. Yo loacompañaré. El doctor Renwick diceque no necesita los grilletes porqueestá respondiendo muy bien a laterapia.

—Gracias —replicó el paciente,que se cuidó mucho de mantener

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un tono de voz sumiso—. Me sientomucho mejor desde que empecé denuevo con los tratamientos.

La terapia del bueno del doctorera muy moderna. Consistía endosis diarias de su tónico especialpara los nervios, compuesto porquinina, y en inyecciones dediversos compuestos de opiáceostodas las noches. Todos lospacientes seguían una dietavegetariana a la que no se añadíaningún condimento que pudieraexacerbar el sistema nervioso. Seponía especial énfasis en manteneruna rutina estricta consistente enbaños terapéuticos, ejercicio físico y

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música de piano por la noche,interpretada por el doctor Renwick,que estaba convencido de que lamúsica era capaz de calmar losnervios.

En su mayor parte, el régimenprescrito, salvo por el piano, eratolerable, si bien resultabatremendamente aburrido. Porsuerte, Renwick creía que las artes,como la fotografía, también eranbuenas para los nervios. Al pacientese le permitía fotografiar losjardines del hospital y revelardichas fotografías en un cuartooscuro proporcionado por Renwick.

Sin embargo, la presión de actuar

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como un hombre cuerdo que habíasido injustamente encerrado en unainstitución mental le estabapasando factura. No podía dejar depensar en la novia que habíaescapado. El recuerdo de AmityDoncaster lo obsesionaba día ynoche. Debía convencer a madre desu inocencia, de que era seguroregresar a Londres con ella.

El asistente abrió la puertasituada al final del pasillo yacompañó al paciente por laescalera, en dirección al gran salónde la antigua mansión. Juntospasaron por las oficinas delhospital, por el laboratorio personal

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del doctor, donde elaboraba susmedicamentos, y por la cocina.

Salieron al soleado jardín. Losaltos muros y la verja de hierro querodeaban el hospital estabanocultos por altos setos y porcascadas de hiedra. Una mujerestaba sentada en el banco depiedra del cenador emplazado en elcentro del jardín. Se encontraba deespaldas a él, pero vio que llevabaun sombrero de ala ancha y unvestido muy elegante. Madre seenorgullecía de ir siempre a laúltima moda.

El paciente pensó que sería capazde convencerla de que lo llevara de

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vuelta a Londres. La confianzacreció en su interior. Madre ya noestaba tan dispuesta a creerlocomo cuando era más joven, perosabía que aún sentía ladesesperada necesidad de confiaren él.

El paciente sonrió y avanzó,entusiasmado.

—Madre —dijo—. Qué alegría quehayas venido a verme. Te heechado mucho de menos.

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20 A Benedict le bastó una mirada a

la cara de Penny para saber queestaba metido en un lío muy gordo.

—Mi hermana se está arreglando—anunció Penny—. Bajaráenseguida. Quiero hablar con ustedantes de que lo haga.

Estaban en el salón. El carruajeesperaba en la calle. Un poco

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antes, Benedict había enviado unmensaje para decirle a Amity quese habían producido una serie deacontecimientos de los que queríacomentar con ella. En su nota,también le mencionaba queesperaba que pudiera dar un paseo,ya que quería presentársela a suhermano y a su cuñada. Habíarecibido una nota muy escuetacomo respuesta: «Te espero a lasdiez.»

Llegó a las diez en punto. Perofue Penny quien apareció en primerlugar.

—Si quiere hablar de mi relacióncon su hermana —comenzó él—, le

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aseguró que...—Anoche tuvo un encuentro con

mi hermana.Benedict se preparó para lo que

vendría a continuación.—Si le preocupan mis

intenciones...—Ya ha dejado muy claras sus

intenciones, señor Stanbridge.Desea mantener una aventura conAmity y ella parece estar dispuestaa semejante arreglo.

El comentario lo desconcertó.—¿Lo está?—No pienso interponerme en su

decisión. Es una mujer adulta. Mástodavía, es una mujer de miras

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modernas. Tiene todo el derecho atomar sus propias decisiones. Peropor más que haya viajado y pormás experimentada que se crea,Amity sigue siendo muy inocente enciertos aspectos. Espero que laproteja.

—Se refiere al asesino que se haobsesionado con ella. Le juro queestoy haciendo todo lo que está enmi mano para detenerlo.

—No me refiero a esa situación —replicó Penny con desdén—. Doypor hecho que el inspector Logan yusted darán con el asesino y lodetendrán. No me refiero a ese tipode protección.

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Se quedó en blanco.—No la entiendo.—Va a asegurarse usted de que

Amity no se quede embarazada.¿Me he explicado con claridad,señor Stanbridge?

La vergüenza se apoderó de él.Sabía que seguramente se estabaponiendo colorado. No recordaba laúltima vez que se había ruborizado.

—Con suma claridad, señoraMarsden —consiguió decir.

Escucharon pasos en la escalera.Penny bajó la voz.—Supongo que un caballero de su

experiencia conoce la existencia delos condones y de su modo de

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empleo.Amity se encontraba ya en el

pasillo.Benedict hizo un esfuerzo por

recuperar la compostura y controlarlos nervios.

—Sí, señora Marsden —dijo entredientes—. Quédese tranquila,conozco semejantes artilugios.

—Es un alivio saberlo. Espero quelos use.

Amity apareció por la puerta, conun bonete colgado de una de lasmanos enguantadas. Lucía undecoroso vestido de paseo concuello alto, adornado con lo queBenedict sabía que las damas

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llamaban «volantes escoba» en eldobladillo. Los volantes estabanpensados para proteger la cara telade los vestidos del polvo y de lasuciedad en general.

Amity miró a su hermana concuriosidad y luego lo miró a él.

—¿Qué va a usar? —preguntóella.

—Da igual —contestó Benedict—.Ya se lo explicaré. ¿Está lista parasalir?

La respuesta no pareció satisfacera Amity, pero no discutió.

—Sí. —Se puso el bonete y se atólas cintas—. Hace un día muyagradable. No me hará falta la

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capa.Benedict saludó a Penny con una

inclinación de cabeza.—Buenos días, señora Marsden.—Una cosa más antes de irse,

señor Stanbridge —dijo Penny conla misma voz cortante que habíausado para echarle el sermón sobrela protección—. ¿Su hermano y sucuñada son conscientes de que elcompromiso con mi hermana es unafarsa?

—No —contestó Benedict—. Yquiero que siga siendo así.

Amity se llevó una sorpresa.—Pero no hay necesidad de

ocultarle la verdad a su familia,

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¿no? —protestó ella—. Su hermanoy su cuñada comprenderán elmotivo de nuestra farsa.

—Es posible —concedió él—. Perolas familias suelen hablar de estostemas. Y siempre hay alguienescuchando. —Sonrió a la señoraHouston, que esperaba en elvestíbulo—. Confío en la señoraHouston. Forma parte de nuestrogrupo de investigadores.

La señora Houston parecíacomplacida.

—Se lo agradezco, señor.—Pero siempre hay mucha gente

entrando y saliendo de casa de mihermano: criados, clientes,

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amigos... Y no quiero arriesgarme aque alguien ajeno a la familiaescuche un cotilleo tan interesantecomo lo sería un falso compromiso.

—Me ha convencido —dijo Penny.Era evidente que la idea leresultaba muy preocupante—. Porahora creo que tiene razón. Elcompromiso debe parecer real.

Benedict la miró a los ojos.—Totalmente real.

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21 —¿Declan Garraway quiere

hacerse con el cuaderno...? —preguntó Amity—. Debo decir queme sorprende en cierto modo,aunque no me extraña. Sabía quehabía algo raro en él.

—Ah, ¿sí? Lo primero que oigo.Siempre que os he visto juntos,parecías estar encantada con

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Garraway.—Me gusta muchísimo. Es un

hombre la mar de interesante. Perode vez en cuando me daba laimpresión de que demostrabademasiada curiosidad por ti. —Amity se sonrojó—. Su curiosidadhizo que me preguntara si tal vezestaba un poco celoso de ti.

—Entiendo.—Jamás he pensado que pudiera

ir detrás del cuaderno. Y pensarque allanó tu casa como si fuera unvulgar ladrón... —Frunció el ceño—.¿Has dicho que su familia poseeuna empresa petrolera?

Amity se sentía extrañamente

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agradecida por las noticias sobreDeclan Garraway. El hecho dedescubrir que iba detrás delcuaderno fue un alivio; no porqueexplicara algunas cosas sobre laatención que le había demostrado abordo del Estrella del Norte, sinoporque les ofrecía un tema deconversación.

La noche anterior no habíadormido bien y sentía cierta partede su anatomía un tanto dolorida.La idea de ver de nuevo a Benedictla había dejado sumida en unestado de ansiedad durante toda lamañana. No sabía cómo debíacomportarse una mujer el día

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posterior al primer encuentroapasionado con un nuevo amante.

Había reflexionado sobre dosposibles actitudes: fingir que nohabía pasado nada extraordinario olanzarse directa a los brazos deBenedict. Una simple mirada a suserio rostro cuando entró en elsalón había bastado para que sedecidiera. Se comportaría como siestuviera acostumbrada a esosacontecimientos tan pocohabituales.

—Sería más adecuado afirmarque el joven Garraway estátrabajando para la empresa familiar—respondió Benedict—. Empresa de

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Petróleos Garraway.—Interesante. La Empresa de

Petróleos Garraway debe de estarmuy preocupada por la posiblecompetición que representa unsistema basado en la energía solar.

—El punto de vista de la empresaes comprensible —replicó Benedict—. Los Garraway no están solos enla creencia de que, en el futuro, elpetróleo será la fuente de energíamás importante. Es cierto queahora mismo solo se usa para laslámparas de queroseno, pero ungran número de inventores eingenieros está desarrollandomáquinas y aparatos diseñados

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para funcionar con carburantesderivados del petróleo. Laspetroleras tienen motivos paratemer el desarrollo de unatecnología rival que utilice unafuente de energía gratuita.

—Supongo que eso respondealgunos de los interrogantes queme planteaba Declan Garraway —dijo Amity—. Pero debo admitir quedisfruté mucho de nuestrasconversaciones sobre psicología.Tiene unas teorías muyinteresantes sobre por qué algunaspersonas que parecen normales secomportan aparentemente deforma irracional.

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—La naturaleza humana escomplicada. Ningún médico puedeexplicarla, al menos no con losconocimientos con los quecontamos hoy en día.

—Estoy de acuerdo. —Amitytamborileó con los dedos sobre elasiento—. En todo caso, acabo decaer en la cuenta de que sería útilhablar del comportamiento delNovio con el señor Garraway. Talvez pueda esclarecer en parte elrazonamiento de ese asesino.

—Maldita sea, Amity, Garrawayva detrás del cuaderno. ¿Es que nome has escuchado? Anoche allanómi casa. Eso lo convierte en un

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delincuente.—Estoy segura de que su intento

de robo ha sido un acontecimientoexcepcional.

—Con uno es suficiente paradudar sobre su integridad moral enlo que a mí respecta.

—Seguramente estaría bastantedesesperado —adujo Amity—. Porlo que me has contado, tanto supadre como su tío le estánpresionando excesivamente. Estoysegura de que comprendes quehallarse en esa situación puede sermuy estresante.

—No me lo puedo creer. ¿Tecompadeces de Declan Garraway?

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—No alcanzo a verlo como unamala persona. No lo es en el fondo.

—¿Y lo sabes con seguridad porlas largas conversaciones quemantuviste con él a bordo delEstrella del Norte? —le preguntócon brusquedad Benedict.

—Bueno, pues sí.El carruaje se detuvo delante de

una bonita casa.Benedict miró por la ventanilla,

claramente irritado por lainterrupción.

—Hemos llegado.—Estoy deseando conocer a tu

familia —afirmó Amity coneducación.

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—No lo dices en serio.—Tienes razón. La verdad es que

no me apetece mentirles a tuhermano y a tu cuñada, quienesestoy segura de que son personasmuy agradables.

—Sí —convino Benedict, que abrióla portezuela del carruaje—. Sonpersonas agradables. No nosdemoraremos mucho.

Marissa Stanbridge era una dama

simpática y encantadora, descubrióAmity. Y también era una dama enavanzado estado de gestación. Sesentaron juntas en el jardín situado

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en la parte posterior de la casa.Benedict y Richard se habíanencerrado en el despacho. Desde laposición que ocupaba Amity, podíaverlos de vez en cuando a través dela cristalera, que estaba abierta.

—Nos marcharemos de Londrestan pronto como nazca el bebé —ledijo Marissa, que se tocó el vientrecon gesto protector—. Queremosque nuestro hijo crezca en elcampo, donde el aire es puro yfresco. La niebla de la ciudad nopuede ser buena para lospulmones.

—Estoy de acuerdo —asintióAmity.

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—El único motivo por el que novoy a dar a luz en el campo esporque el doctor Thackwell tieneaquí su consulta.

Amity dejó la taza en el platillo.—Supongo que se ha asegurado

de que el doctor Thackwell sea unmédico moderno, ¿verdad?

—Sí, desde luego. Richard y yo loinvestigamos a fondo. Sigue arajatabla las teorías modernassobre la importancia de la higiene yla limpieza. Además, utilizacloroformo cuando los dolores soninsoportables.

Amity sonrió.—Mi padre era médico. Por lo que

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comenta, creo que habría aprobadola actitud del doctor Thackwell.

—He leído sus artículos en Eldivulgador volante —comentóMarissa—. Hace que viajar por elmundo resulte muy emocionante.

—Tiene sus momentos.Marissa enarcó las cejas.—¿Como cuando le salvó la vida a

Benedict en Saint Clare?—¿Se lo ha contado?—Por supuesto. —Marissa bebió

un sorbo de té. Cuando dejó lataza, miró a Amity con disimuladacuriosidad—. Todos le estamos muyagradecidos. Es horrible queregresara a casa de sus aventuras

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en el extranjero para toparse conese espantoso asesino apodado elNovio. Benedict estápreocupadísimo por su seguridad, yme quedo corta con esadescripción.

Las palabras sorprendieron aAmity.

—Soy consciente de supreocupación.

—Es natural dadas lascircunstancias.

—Sí. —Amity presentía que seencontraba en terreno peligroso—.Pero estoy segura de que la policíapronto dará con el asesino.

—Benedict nos ha dicho que

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creen que el Novio es un miembrode la clase alta, que tal vez semueva entre la alta sociedad.

—Benedict y la policía estántrabajando según las impresionesque me causó el asesino. Estoyconvencida de que se trata de unhombre bien educado y rico, y haymotivos para pensar que oyó hablarde mí cuando empezaron a circularlos rumores sobre mi... relación conBenedict después del baile de losChanning.

—Todos esos hechos ayudarán aproteger a ese monstruo de unainvestigación policial. —Marissaguardó silencio—. Motivo, por

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supuesto, por el cual Benedict estáayudando en las pesquisas.

—Lo sé. Tal como he dicho, estoysegura de que la policía dará con élpronto.

—¿Y cuando eso suceda, señoritaDoncaster? —le preguntó Marissacon delicadeza.

Amity estuvo a punto de ahogarsecon el té que acababa de beber.Tardó unos instantes en volver arecuperar la compostura.

—Lo siento —dijo—. No estoysegura de haber entendido lapregunta. ¿Qué supone usted queva a pasar?

—Lo que yo creo —contestó

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Marissa con cierta antipatía— esque una vez que atrapen al asesino,no será necesario que Benedict yusted sigan adelante con elcompromiso. Cuando pase elpeligro, será libre para publicar sulibro y embarcar rumbo a algúnpuerto exótico que le llame laatención.

Amity se quedó petrificada.—¿Está sugiriendo que cree que

mi compromiso con Benedict esfalso?

—Sí, señorita Doncaster, ese esmi mayor temor.

—Entiendo. No sé muy bien quécontestar, señora Stanbridge.

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—Deberíamos tutearnos.Llámame Marissa.

Amity echó un vistazo hacia lapuerta abierta del despacho, con laesperanza de que Benedictapareciera milagrosamente ytomara las riendas de la situación.Pero su hermano y él estabanmirando unos documentosextendidos en el escritorio deRichard.

Amity suspiró. Estaba sola.—Marissa —dijo.—En cuanto a lo que puedes

decirme, por favor, asegúrame queno le pondrás fin al compromisouna vez que estés a salvo —siguió

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Marissa con cierta brusquedad.—Lo siento —replicó Amity, un

tanto recelosa—. Me temo que note entiendo.

—Puedes decirme que lo quesientes por Benedict es real, que elcompromiso es real. Puedesasegurarme que no le partirás elcorazón a Benedict comprando unpasaje en el primer barco que zarpehacia el Lejano Oriente tan prontocomo publiquen tu libro y la policíahaya arrestado al Novio.

Amity contuvo el aliento,estupefacta.

—¿Crees que estoy en posición departirle el corazón a Benedict?

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Semejante malentendido la dejóhorrorizada, pero no sabía cómopodía corregir dicha impresión.

—Benedict ha esperado muchotiempo a que apareciera la mujeradecuada en su vida. Claro que noes que haya llevado una vidamonacal ni mucho menos.

Amity carraspeó.—Sí, soy consciente de que en el

pasado se le relacionó con ladyPenhurst.

—Eso no significó nada paraBenedict. —Marissa agitó la manopara restarle importancia al asunto—. Lo que no quiere decir que ladyPenhurst no tuviera sus propias

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motivaciones. En aquel tiempo,estaba dispuesta a cazar un maridorico y todo el mundo, Benedictincluido, lo sabía. Pensó que podríaseducirlo y así casarse con él, peroes difícil engañar a Ben de esamanera. Después del desastre desu primer compromiso, aprendióbien la lección. Jamás huboposibilidad alguna de que le diera elCollar de la Rosa a Leona.

Amity recordó algunos de losrumores que había escuchado en elbaile de los Gilmore.

«Me he dado cuenta de que noluce el collar de la familia.»

—Señora Stanbridge... Marissa...

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Nada más lejos de mi intención quediscutir contigo, pero creo que noentiendes la naturaleza de mirelación con Benedict. Nuestrocompromiso es un acuerdomoderno. Se basa en la amistad, enlos intereses mutuos y... y enmuchas otras cosas.

Marissa no pareció impresionada.—¿Ben te ha hablado de Eleanor,

la mujer con la que estuvocomprometido cuando era muyjoven?

—No. Me han dicho que existió uncompromiso anterior, pero él jamásha mencionado su nombre. Sinduda es un tema demasiado

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doloroso. —Amity respiró hondo—.Si no te importa, me gustaría hablarde otra cosa.

Marissa hizo caso omiso de supetición.

—Fue una relación desastrosadesde el principio. No hay duda deque Eleanor se vio obligada aaceptar el compromiso porque sufamilia se encontraba en unasituación económica desesperada.Apenas tenía dieciocho años.Intentó cumplir con su deber. Perome temo que el pobre Benedictcreyó que estaba enamorada de él.Porque Benedict la quería, ¿sabes?El típico amor de juventud.

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Amity recordó brevemente elamor apasionado que sintió en sujuventud por Humphrey Nash. Seestremeció.

—Entiendo.Marissa le dio unas palmaditas en

la mano.—Todos fuimos así de jóvenes

alguna vez. Por suerte, algunostomamos las decisiones correctasen aquel momento de nuestra vida.Pero soy proclive a pensar que eléxito en ese ámbito es más biencuestión de suerte. ¿Cómo esposible que a esa edad se sepa québuscar en una relación que estádestinada a durar toda la vida?

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—Buena pregunta —replicó Amity.Miró de nuevo hacia el despacho,

pero Benedict y Richard seguíaninmersos en los papeles delescritorio. Sabía que laconversación con Marissa seadentraba en terreno peligroso. Enparte, sentía curiosidad por sabermás sobre el pasado de Benedict,pero por otra parte no queríaescuchar lo mucho que habíaquerido a su antigua prometida... asu prometida real.

—Al final, como estoy segura deque sabes, Eleanor lo dejó plantadoen el altar —siguió Marissa—. Sefugó con su amante, que no tenía ni

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un penique, la víspera de la boda.—Un gesto muy melodramático

por su parte.—Pues sí. Pero tal como he dicho,

solo tenía dieciocho años y a esaedad todo es un melodrama, ¿no teparece?

—Muy cierto.—En aquel momento, todo fue

muy incómodo, pero Richard me haasegurado que cuando se calmaronlas cosas, Ben no tardó encomprender que se había libradopor los pelos. Por su parte, Eleanorfue lo bastante decente como parano llevarse el Collar de la Rosacuando se fugó. Otras en su

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situación se habrían llevado elcollar y lo habrían usado paraempezar una nueva vida con suamante.

Amity sonrió.—De modo que Eleanor no era

tan mala después de todo.—No. Solo era muy joven. Ten

por seguro que lady Penhurst sehabría quedado con el collar.

Amity recordó la expresiónvengativa que vislumbró en los ojosde Leona.

—Creo que tienes razón. ¿Alguiensabe qué ha sido de Eleanor y de suamante?

—Sí, por supuesto. Se casaron.

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Seguramente vivieran en un áticodurante un tiempo. ¿No es eso loque suelen hacer las parejasjóvenes cuando se fugan? Pero, alfinal, la familia de Eleanor aceptó elmatrimonio. Tampoco les quedabaotra alternativa, claro. Y a lapostre, el marido de Eleanorencontró un empleo respetablecomo secretario en un bufete deabogados y tras invertir en unascuantas empresas altamentelucrativas, la familia lleva una vidabastante cómoda. Lo último quesupe fue que tenían una casa en elcampo y otra aquí, en Londres.

—Así que Eleanor y su amante

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tuvieron un final feliz.—Pues sí —convino Marissa—. Y

creo que tienen tres niños.Amity reflexionó al respecto y

sonrió.—Qué suerte para todos los

implicados que el marido deEleanor consiguiera el empleo desecretario y que tuviera el buen ojode hacer esas inversiones tanlucrativas.

Una sonrisa astuta y misteriosaapareció en los labios de Marissa.

—Sí, fueron muy afortunados.—Benedict fue quien recomendó

al marido de Eleanor para que locontrataran en el bufete, ¿verdad?

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Seguramente, también sugirió lasinversiones que fueron tanprovechosas para la pareja.

Marissa se echó a reír.—Ya veo que conoces muy bien a

Ben. Mejor que mucha gente. Sí, leprestó mucha ayuda a la parejacuando más la necesitaban. Cuandome enteré de la historia, mesorprendió su generosidad. Pero taly como Richard me dijo, Ben notardó en darse cuenta de que sehabía librado por los pelos del quehabría sido sin duda un matrimoniodesdichado. En opinión de Richard,la ayuda económica que Ben lesprestó a Eleanor y a su marido fue

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la manera de expresar suagradecimiento y alivio.

Benedict y Richard por fin salierondel despacho al soleado jardín. Seencaminaron hacia el banco queocupaban Marissa y Amity.

Amity observó durante uninstante a Benedict y despuéssonrió.

—No —dijo—. Ayudó a Eleanor ya su marido porque les teníalástima. Comprendió que habíanobligado a Eleanor acomprometerse con él y que ella notenía la culpa de haber acabadoprovocando una situación tandesastrosa. Y también los ayudó

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porque ella no se llevó el Collar dela Rosa.

—Tal como ya he comentado,conoces muy bien a Ben —repusoMarissa en voz baja.

Benedict y Richard llegaron albanco. Benedict llevaba sucuadernillo en la mano. Ambosparecían contener la emoción aduras penas.

—¿Qué pasa? —preguntó Amity.—¿Habéis descubierto algo

interesante? —quiso saber Marissa.—Es posible —contestó Benedict

—. Richard hará unas cuantasaveriguaciones en su club. Hadescubierto información sobre los

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viajes más recientes de loshombres que aparecen en la listade invitados de los Channing.

—Unos cuantos hombres pasaronbastante tiempo fuera de Londresdurante el año pasado —comentóRichard—. Algo normal, porsupuesto. En su mayor parte,aseguran que se desplazaron a suspropiedades campestres paraocuparse de sus negocios. Un parde ellos afirman que viajaron alextranjero. Logan podráconfirmarlo.

—Entre nosotros, Richard y yohemos trazado una secuenciatemporal —se apresuró a añadir

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Benedict—. Contrastando las fechascon las que ha establecido elinspector Logan. De esa forma,hemos averiguado quiénes seencontraban en Londres en elperiodo comprendido entre elprimer asesinato y los másrecientes.

—La lista es muy corta —señalóRichard.

—Se la daré al inspector Loganpara que pueda empezar a hacerpesquisas por su lado —dijoBenedict.

—Entre tanto, yo seguiréindagando en mi club —añadióRichard.

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—Tío Cornelius también nosayudará... —aseguró Benedict—. Eslo menos que puede hacer puestoque en parte es responsable deesta situación.

—Eso es injusto —protestó Amity.—En mi opinión, es muy justo —

replicó Benedict con un dejeacerado—. Además, Cornelius seencuentra en una posiciónprivilegiada para obtener este tipode información. Su poder alcanza atodos los clubes londinenses.

—El asesino ha necesitadoatención médica y tiempo paracurarse —señaló Marissa—. Si estávivo, alguien debe saber lo

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malherido que quedó.Benedict adoptó una expresión

muy seria.—Richard y tío Cornelius ya han

estado investigando al respecto. Demomento, nadie está al tanto de uncaballero que resultara gravementeherido tras un ataque o un supuestoaccidente.

Amity reflexionó un instante.—Tal vez debamos buscar a

alguien que estuvo en un balneariopara tratar una dolenciaindeterminada y que ahora hayaregresado a ese mismo balneariopara repetir la terapia.

Benedict, Richard y Marissa la

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miraron.—Es una idea brillante —comentó

Marissa en voz baja.—Una estrategia excelente —

añadió Richard—. ¿Qué mejorexcusa podría usar el asesino paraocultar sus heridas que aducir queestá recibiendo terapia en unbalneario de los muchos que hay?

Benedict esbozó una lenta ygélida sonrisa, y miró a Richard.

—Ahora entiendes por qué estoytan contento de habermecomprometido con la señoritaDoncaster.

Richard rio entre dientes y le diouna palmada a Benedict en el

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hombro.—Parece la mujer perfecta para

ti, hermano.

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22 —¿Te importa decirme de qué

hablabais Marissa y tú en el jardín?—dijo Benedict.

Se encontraban en el carruaje decamino a Exton Street. Amity sedijo que al menos, en esa ocasión,tenían asuntos importantes de losque hablar. La investigación por finavanzaba. Sin embargo, en vez de

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concentrarse en el siguiente pasode la investigación, Benedict queríasaber de qué habían habladoMarissa y ella.

—La he felicitado por el inminentenacimiento de su primer hijo —contestó Amity—. Como es lógico,está muy emocionada.

—Me fijé en vuestras carascuando salí del despacho con mihermano —dijo Benedict—. Marissate ha hablado de Eleanor, ¿verdad?

Amity bajó la vista y la clavó ensus manos entrelazadas.

—Lo siento, Benedict. Sé que noes asunto mío.

—Pues claro que es asunto tuyo.

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Eres mi prometida.Ella levantó la barbilla.—Solo a los ojos de los demás.—A mis ojos también —replicó él

con voz elocuente.—Por lo de anoche. —Le restó

importancia—. Sí, lo entiendo, perote aseguro que no tienes por quésentirte obligado a casarte conmigosolo por lo sucedido en los establosde Gilmore. De hecho, no piensopermitir que te cases conmigo porun motivo tan anticuado. Ya te hedicho que no soy una jovencitainocente incapaz de cuidarse sola.

—Creo que ya me han echadoeste sermón. Empieza a cansarme.

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Amity se retorció las manos sobreel regazo.

—¿De verdad? Te pido disculpasen ese caso.

—Da igual. No es el momentopara discutir. Será mejor que lodejemos para después. ¿Qué te hacontado Marissa de mi compromisocon Eleanor?

Amity tomó una honda bocanadade aire y la soltó despacio.

—Solo me ha contado queEleanor era muy joven y que suspadres la obligaron a aceptar elcompromiso, ya que estabandesesperados por resolver susituación económica. Eleanor te

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dejó plantado en el altar y se fugócon su amante.

Benedict esbozó una sonrisatorcida.

—Básicamente, eso lo resumetodo.

—No todo. Eleanor era una jovenmuy honesta. Dejó atrás el collarfamiliar de los Stanbridge. Y, acambio, tú ayudaste a la jovenpareja a encontrar estabilidadeconómica. Es una historia muytierna... salvo por la parte en la quete rompen el corazón, claro.

Un brillo travieso apareció en losojos de Benedict.

—¿Te contó Marissa que me había

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roto el corazón?—No. Pero te conozco lo

suficiente para saber a cienciacierta que jamás le habrías pedidomatrimonio a Eleanor de no estarenamorado de ella.

Benedict soltó un hondo suspiro.—Fue hace mucho tiempo y era

mucho más joven.—No se puede decir que estés en

la senectud —protestó Amity.—Te lo agradezco. —Benedict

esbozó una lenta sonrisa—. Mealegra saberlo. Tienes razón. Enaquel momento, desde luego queme creía enamorado. Eleanor eramuy guapa, muy amable y muy

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dulce. Pero el joven a quien queríaera mucho más apuesto y osado, yrecitaba poesía.

Amity parpadeó.—¿Poesía?—Yo no leo mucha poesía —

confesó Benedict—. No si puedoevitarlo. Prefiero el último ejemplarde los Cuadernos de Ingeniería yd e l Boletín trimestral deinvenciones. Te aseguro que fueralo que fuese lo que sentía porEleanor se esfumó en cuanto me dicuenta de que no correspondía amis sentimientos.

—Entiendo —repuso ella.De repente, se sentía muchísimo

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más contenta.

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23 El doctor Jacob Norcott sacó la

última camisa del cajón del armarioy la introdujo en el baúl. Ya habíapreparado y cerrado su preciadomaletín médico.

Estaba a punto de cerrar el baúlcuando escuchó que se detenía uncarruaje en la calle. Se acercó a laventana y miró hacia abajo. Le

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alivió ver que el coche de alquilerque había mandado pedir un ratoantes ya había llegado. Prontoestaría en la estación del tren, asalvo y de camino a la casa de suhermano en Escocia.

Se alejó de la ventana y regresócon presteza a la cama, con laintención de cerrar el baúl. Era lobastante pequeño como para quepudiera bajarlo solo por la escalera.No le gustaba pensar en los jugososhonorarios que iba a perder porculpa de esas repentinasvacaciones, pero no teníaalternativa. En todo caso, el dineroque había recibido por salvar la vida

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del paciente y organizar su discretotraslado a Cresswell Manor loayudaría a mantener una posiciónrelativamente acomodada duranteal menos un año. No sería unacarga para su hermano.

Estaba a medio camino de lacama cuando reparó en la carta quehabía en la mesilla. Había llegadouna hora antes y el matasellos eradel día anterior. Cada vez que laleía se le aceleraba el pulso y unpánico aterrador amenazaba condestrozarle los nervios.

Señor:Le envío esta carta para

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informarle de que el paciente queusted trasladó a Cresswell Manorhace unas tres semanas y queingresó en este sanatorio con unnombre falso se ha marchado hoymismo en compañía de su madre.Intenté disuadir a la dama de quelo llevara de regreso a Londres,pero desoyó mis consejos.

Según me informaron, encuanto llegue a Londres elpaciente se pondrá bajo suestricta supervisión. Estoy segurode que sabe que admiro muchosus conocimientos médicos. Sinembargo, me siento obligado adecirle que, pese al progreso

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realizado por el paciente duranteel tiempo que ha estado entratamiento, no lo creo preparadopara retomar su rutina habitual.De hecho, estoy convencido deque, en determinadascircunstancias, puede llegar a sermuy peligroso.

Espero no haberlo ofendido alofrecerle esta advertencia y quecomprenda que me guían lasbuenas intenciones.

Un cordial saludo,J. Renwick

Cresswell Manor

«Renwick, no me ofende. Pero

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ojalá me hubiera enviado untelegrama ayer mismo en vez deusar el correo para avisarme de queel demonio ha escapado. Esemargen de tiempo me habríavenido estupendamente, malditasea.»

Norcott se puso el sombrero y losguantes, y le echó un vistazo alreloj de bolsillo. Tenía tiempo desobra para llegar a la estación.Echó un último vistazo por lahabitación para asegurarse de queno se dejaba ningún objeto de valoratrás. Su instrumental médico y losmedicamentos eran sus posesionesmás valiosas. Todos estaban bien

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guardados en el maletín. Con lasherramientas de su trabajo podríaganarse la vida en cualquier otrolugar que no fuera Londres, sillegara a ese punto.

Satisfecho tras comprobar quehabía guardado todo aquello quepodía transportar, cerró el baúl conel candado y lo bajó de la cama.Tras coger el maletín con la manolibre, salió de la habitación.

A esas alturas, el corazón le latíamuy deprisa. No estabaacostumbrado a realizar tantosesfuerzos físicos. Aunque se lasapañó para bajar tanto el baúlcomo el maletín por la escalera. No

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obstante, sabía que su estado no sedebía solo a los esfuerzos. Tenía losnervios desquiciados. Debía salir dela casa lo antes posible.

Ojalá Renwick le hubiera enviadoun telegrama el día anterior en vezde una carta.

«Ojalá hubiera acudido a lasautoridades para darles parte delhecho en vez de acceder a encerrara ese malnacido en un sanatorio.»

Se consoló con la idea de quehabía tomado la única decisiónposible dadas las circunstancias. Lamadre del paciente habríaprotegido a su precioso hijo de lapolicía. No habría sido capaz de

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soportar el escándalo. Si llegaba arumorearse que había casos delocura en la familia, su hijo jamásconseguiría realizar un buenmatrimonio. Y Norcott sabía que supropia carrera como médico de laélite de la alta sociedad habríallegado a su fin.

Las posibilidades de que acusarana ese malnacido de un delito deasesinato eran inexistentes. Mejordejarlo encerrado en CresswellManor, pensó Norcott. O eso se dijoen aquel entonces.

Ojalá hubiera dejado que esedemonio muriera de sus heridas.

Llegó al pie de la escalera, dejó

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atrás la puerta cerrada de su clínicaquirúrgica y se detuvo un momentopara recobrar el aliento. Tras soltarel maletín en el suelo, intentó sacarla llave del bolsillo del abrigo a finde cerrar la puerta cuando saliera.Sin embargo, le costó trabajoporque su estado rayaba en elpánico.

Acababa de sacar la llave cuandoescuchó que la puerta de la clínicase abría a su espalda.

—Doctor Norcott, lo estabaesperando —dijo el paciente—. Séque a un médico moderno comousted le emocionará conocer misasombrosos progresos.

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—No —susurró Norcott—. No.Soltó el baúl y se dio media

vuelta al mismo tiempo que abría laboca para gritar pidiendo ayuda. Noobstante, era demasiado tarde. Lafría hoja de uno de sus escalpelosle había cortado el cuello.

Apenas tuvo tiempo para repararen que el paciente se había puestouno de los delantales de cuero de laclínica, que en ese momento estabasalpicado de sangre.

«Es mi sangre», pensó Norcott.Y fue lo último que pasó por su

mente.

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24 —El señor Stanbridge me sugirió

que les dejara ver las escasaspruebas que hemos recopilado delos escenarios de los crímenes —dijo Logan—. He accedido porque,según mi experiencia, se puedenconseguir muchas cosas desde unaperspectiva nueva... En este caso,desde muchas perspectivas nuevas.

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—Miró a Declan Garraway—. Lasuya también, caballero. Leagradezco que haya venido hoy.

—Será un placer ayudar en lamedida de mis posibilidades —dijoDeclan. Dio un tironcito a sucorbata y miró de reojo a Benedict—. Pero me temo que no soy unexperto en estos asuntos. Tuve elprivilegio de estudiar con el doctorEdward Benson, que es toda unaautoridad en el campo de lapsicología, y tengo un interéspersonal en la mente criminal, peroahí acaban mis credenciales. Laciencia para explicar y predecir elcomportamiento humano sigue

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estando en pañales.—Su recorrido académico y la

gran cantidad de libros que ha leídosobre el tema es lo que le confierevalor a su opinión —adujo Amity—.En cualquier caso, cuantos másojos, mejor, tal como ha comentadoel inspector.

Se encontraban en el despachode Penny. El inspector Logan habíallegado poco antes con una cajitametálica que en ese momentoestaba abierta sobre el escritorio.Penny, Amity, Benedict, Logan yDeclan se habían reunido en tornoa la mesa.

Amity se había visto obligada a

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ponerse muy seria en cuanto ainvitar a Declan. A Benedict no lehabía hecho gracia la idea hastaque ella le recordó que Declan teníacierta formación en las teoríasmodernas de la psicología. Benedicthabía cedido a regañadientes, perono pensaba esforzarse en ocultarque desaprobaba la presencia deDeclan.

En cuanto al estadounidense, eraevidente que se sentía cohibido porBenedict. Los dos se miraban condesconfianza, pero Amity se dabacuenta de que a ambos lesintrigaba la posibilidad de averiguaralgo nuevo de las pruebas.

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—Tengo que advertirles quebastantes agentes de Scotland Yardhan visto estos objetos y no hanllegado a ninguna conclusión útil —siguió Logan.

Penny examinó el contenido de lacaja.

—¿Es todo lo que han conservadode los escenarios de los crímenes?

—Eso me temo —contestó Logan.Amity miró los objetos.—Cuatro alianzas de oro muy

sencillas y tres medallones con suscorrespondientes cadenas. —Miró aLogan—. Dijo que creía que huboun cuarto asesinato.

—Sí —afirmó el aludido—. Pero

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según los informes, la familia sequedó con el medallón de laprimera víctima. Lo quería comorecuerdo de su hija.

Declan frunció el ceño.—No hay mucho con lo que

guiarse.—Es difícil de creer que solo

estimaran oportuno guardar esto delos escenarios de unos crímenes tangraves —comentó Benedict.

Logan apretó los labios.—Estoy de acuerdo. Tengan en

cuenta que me asignaron a estecaso hace muy poco tiempo,después de que mi predecesorfuera incapaz de identificar al

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sospechoso. Estoy seguro de quehabía más pruebas, pero sedescartaron por considerarlasirrelevantes. —Hizo una pausa—.Además, había otros factores quelimitaron el alcance de lainvestigación.

Penny asintió con la cabeza.—Las familias de las víctimas

seguramente hayan presionadomucho a la policía para acallarcualquier noticia.

—El temor a un escándalosiempre es predominante en estoscasos —añadió Logan—. Lasfamilias no querían que hubierarumores ni informes morbosos de la

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muerte de sus hijas en losperiódicos. Aunque tampocopudieron evitar que eso sucediera,claro.

—Supongo que se buscaronhuellas dactilares en los medallones—observó Benedict.

—Así es —corroboró Logan—.Pero no se encontró nada.

—Es de suponer que el asesinollevaba guantes o limpió las joyas—dijo Benedict.

—Es lo más probable, sí.Amity miró a Logan.—No parece que las alianzas

tengan nada de especial.—No —convino el aludido—. Fui

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incapaz de dar con la tienda que lasvendió.

—¿Puedo abrir los medallones? —preguntó ella.

—Por supuesto —contestó elinspector—. Lo único que haydentro son los retratos de lasmujeres ataviadas con un vestidode novia y un velo.

—Los medallones no son baratos—comentó Penny—. La plata es debuena calidad, pero el diseño esanticuado.

—Se los enseñé a un par dejoyeros que reconocieron el labrado—dijo Logan—. Me dijeron que losmedallones estaban pasados de

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moda, datan de casi una década, yque debían de haberse hecho haceaños. Sospecho que el asesino loscompró en tiendas de empeño.

Amity metió la mano en la caja ysacó uno de los medallones. Loabrió con mucho tiento y lo dejósobre el escritorio.

Todos miraron el retrato. Lafotografía era de una novia decintura para arriba. Tenía el veloretirado de la cara para revelar lasfacciones de una guapa muchachade pelo oscuro. Llevaba un ramo deazucenas blancas en las manosenguantadas. Miraba de frente a lacámara, como si estuviera delante

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de una cobra. Aunque el retrato erapequeño, resultaba imposible pasarpor alto el miedo y la desesperaciónde los ojos de la víctima.

Amity se estremeció.—Por el amor de Dios —susurró.Nadie más habló.Sacó los otros dos medallones, los

abrió y los dejó junto al primero.Había parecidos indiscutibles yevidentes en todos los retratos.

—Parece que se hicieron en elmismo estudio —dijo ella.

—Estoy de acuerdo. —Benedictexaminó los retratos más de cercamientras arrugaba la frente,concentrado—. La luz es la misma

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en todas las fotografías.—Las flores son todas azucenas

blancas, pero están dispuestas deforma un poco distinta en cadaretrato —comentó Penny.

—Tiene sentido —dijo Amity—.Debe de ser muy difícil hacer tresramos de novia de la mismamanera.

Se quedaron en silencio duranteun rato, examinando los retratos.

—Blanco —dijo Amity de repente.Todos la miraron.—Tienes razón —dijo Penny—.

Los vestidos y los velos de losretratos son todos blancos. La reinaimpuso la moda de los vestidos

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blancos cuando se casó hace unascuantas décadas, pero solo los ricossiguen esa moda.

Declan la miró.—¿A qué se debe?Penny sonrió.—El blanco es un color muy poco

práctico para un vestido. Esimposible de limpiar, que lo sepan.Casi todas las novias se casan consus mejores galas. Si se compranun vestido nuevo para laceremonia, suele ser de color y conun estilo que les permita llevarlodespués de la boda. Solo las noviasmuy ricas visten de blanco. En losretratos, los vestidos son blancos y

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los velos están muy elaborados. —Miró a Logan—. Claro que sabemosque las muchachas eran de claseacomodada.

—Cierto —convino Logan.—El asunto es que estos vestidos

tienen algo... —Penny cogió uno delos medallones y lo observó con elceño fruncido—. Creo que lasmuchachas llevan todas el mismovestido y el mismo velo.

—¿Cómo? —preguntó Logan conbrusquedad—. No me había dadocuenta.

—Es un detalle más fácil de verpara una mujer —dijo Penny—.Pero estoy convencida de que es el

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mismo vestido y el mismo velo encada retrato. —Abrió un cajón delescritorio y sacó una lupa. Examinó,despacio, cada medallón—. Sí,segurísima. El mismo vestido. Y elmismo velo. Compruébalo tú,Amity. ¿Qué me dices?

Amity cogió la lupa y estudió cadaretrato por separado.

—Tienes razón. Todas llevan elmismo vestido de novia. Es másdifícil asegurarlo con el velo, perocreo que la diadema también es lamisma.

—El vestido tiene algo particular—comentó Penny. Se hizo de nuevocon la lupa y repasó los retratos—.

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Creo que es de al menos hace dosaños.

A Benedict le resultó intrigante laidea.

—¿Cómo lo sabe?—Ese tipo de mangas y el escote

bajo estuvieron muy en boga hacedos años para los vestidos formales—explicó Penny con seguridad.

—Interesante —dijo Logan. Tomónota—. Supongo que tiene sentidoque haya usado el mismo vestidocon las tres víctimas. Un hombre nopuede entrar tan campante en elestablecimiento de una modista yencargar trajes de novia sinprovocar un revuelo.

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—¿Eso quiere decir que compró elvestido hace dos años y lo usa concada víctima? —se preguntó Amity.

Declan carraspeó. Todos lomiraron. Se puso colorado por laatención.

—¿Qué pasa? —preguntóBenedict—. Habla, hombre.

—Se me acaba de ocurrir que talvez el vestido tenga un significadoespecial —dijo Declan.

—Es un vestido de novia —replicóLogan—. Por ese mero hecho, tienemuchísimo significado.

—No, me refiero a que tal vez esevestido en concreto tenga unsignificado especial para él —

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repuso Declan.—Sí, por supuesto —dijo Amity en

voz baja—. ¿Y si el vestido lohicieron para su propia novia?

Logan repasó sus notas y sedetuvo en una página con nombres.

—Cinco de los hombres queaparecen en la lista confeccionadapor el señor Stanbridge y suhermano están casados. Los otrostres no.

—Tengo la sensación de quebuscamos a uno de los que noestán casados —añadió Declan envoz baja—. Al menos, ya no lo está.

Se produjo un silencioestremecido. Amity sintió un

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escalofrío en la nuca.Benedict miró a Logan.—¿Hay algún viudo en la lista? ¿O

algún hombre que se volviera acasar después de perder a suprimera mujer?

—No lo sé —contestó Logan—.Pero no creo que sea difícil deaveriguar. —Miró a Declan—. ¿Quéle hace creer que la primera noviaque usó el vestido está muerta?

—Porque tiene cierta lógicaretorcida que sea así —contestóDeclan—. Recuerdo una charla deldoctor Benson acerca de losasesinos que mataban una y otravez. Cree que siempre hay un

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patrón, un ritual, involucrado. Sitiene razón, no me sorprenderíadescubrir que el primer asesinatode este sujeto fue el de su propiaesposa.

Benedict miró a Logan.—Dijo que el cuerpo de la primera

víctima fue descubierto hace unaño. Estaba comprometida, perotodavía no se había casado.

—Así es —corroboró Logan—.Ninguna de las muchachas se habíacasado.

Declan soltó un lento suspiro ymeneó la cabeza.

—Solo son especulaciones —dijo.—Si asesinó a su primera mujer

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—dijo Benedict con tiento—, esoreduce la lista de sospechosos a unhombre que se casó alrededor dehace dos años y que enviudó.

—Creo que merece la penainvestigar esa pista —convinoLogan.

—Y no hay que olvidar que alasesino le gusta fumar cigarrosaromatizados con especias —añadióAmity—. Eso también ayudará areducir la lista un poco.

—Así que fuma clavos de ataúd,¿no? —dijo Declan.

—¿Cómo dice? —preguntó Amity.—Así los llamamos en Estados

Unidos —aclaró Declan—. Clavos de

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ataúd. Aunque no impide que lagente los siga fumando, la verdadsea dicha.

Logan lo miró de reojo.—Tenía entendido que los

cigarros son buenos para losnervios.

—No según el doctor Benson —dijo Declan.

Penny decidió intervenir en esemomento.

—Puede que yo también puedaayudar a reducir la lista un pocomás.

Logan la observó condetenimiento.

—¿Cómo lo hará?

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Penny miró a Amity.—Consultando con una experta.Amity sonrió.—Madame La Fontaine, tu

modista.—Es una autoridad en todo lo

referente a la moda —aseguróPenny—. Amity y yo iremos a suestablecimiento esta misma tarde,a ver qué podemos averiguar.

—Excelente. —Logan se guardó elcuaderno y el lápiz en el bolsillo dela chaqueta—. Les agradezco laayuda que me han prestado todoshoy. Tengo la sensación de que sémuchas más cosas sobre el asesinoque antes de la reunión.

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Benedict le lanzó una miradainquisitiva a Declan.

—Admito que tus comentarios metienen intrigado. A lo mejordeberías pensarte la idea detrabajar como consultor externopara la policía.

—Mi padre se pondría furioso —dijo Declan. Hizo una mueca—. Elfuturo está en el petróleo, ya sabe.

—Sí, ya lo has dicho antes —replicó Benedict.

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25 Madame La Fontaine usó la lupa

de Penny para examinar lasfotografías que contenían losmedallones dispuestos sobre elmostrador. Amity y Pennyesperaron, tensas y en silencio. Lamodista murmuraba algo entredientes mientras pasaba de una aotra. Cuando llegó a la última,

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asintió con la cabeza de formavehemente y soltó la lupa.

—Oui, señora Marsden, suhermana y usted están en lo cierto—anunció con su falso acentofrancés—. No me cabe duda de queel vestido de los tres retratos es elmismo, y ciertamente fue diseñadopara la estación otoñal de hace dosaños. La verdad está en los detallesde la manga, en el cuello y en lapedrería incrustada en la diademadel velo.

—Gracias —dijo Penny—. Esopensábamos, pero no estábamosseguras.

Madame La Fontaine la miró con

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expresión ladina.—Es un vestido muy caro. Y de

satén blanco, nada menos. Muypoco práctico. Aunque ¿tal vez lastres jóvenes de los retratos seanhermanas que decidieron compartirel vestido para ahorrar dinero?

—No —respondió Amity, quecogió los medallones y los guardóen el bolsito de terciopelo quehabía llevado consigo—. No eranhermanas.

—¿Amigas suyas, quizá? —preguntó madame La Fontaine.

Amity tiró de los cordones paracerrar el bolsito.

—No. ¿Por qué lo pregunta?

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—Soy consciente de que acaba decomprometerse y de que dentro depoco empezará a buscar un vestidode novia —respondió madame LaFontaine con serenidad—. Solo mepreguntaba si tal vez una de esasnovias le habría ofrecido esevestido blanco de satén y ese veloa un precio reducido.

—Ah. —Amity logró mantener lacompostura—. No, desde luego queno. Le aseguro que este vestido esel último que querría ponerme paracualquier ocasión... mucho menospara el día de mi boda.

—Ah, demuestra usted tener ungusto exquisito para la moda,

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señorita Doncaster. —La voz demadame La Fontaine se suavizópara expresar la aprobación quesentía—. Ese vestido estátristemente pasado de moda.Ninguna novia que se precie querríaque la vieran con él.

Se produjo un breve silencio.Amity carraspeó.

Penny miró a la modista con unasonrisa educada, con la intenciónde parecer simpática y respetuosa.

—Madame es la modista más a laúltima que conozco. Por eso jamásacudiría a otro establecimiento.Como es natural, mi hermanavendrá a encargar su vestido de

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novia aquí cuando llegue elmomento.

Madame La Fontaine sonrió deoreja a oreja.

—Será un placer diseñar suvestido y su velo también, señoritaDoncaster.

—Sí, bueno, gracias —replicóAmity, consciente de que se habíapuesto muy colorada.

—Muy amable por su parte,madame —dijo Penny, que añadiócomo si tal cosa—: Pero, volviendoal tema de este vestido de novia enconcreto, ¿hay algo más que puedadecirnos sobre él?

Madame La Fontaine enarcó las

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cejas.—No entiendo por qué están

interesadas en él. Ya les he dichoque está pasado de moda.

Penny le regaló una sonrisaamable.

—Hemos encontrado losmedallones por casualidad. Parecenser bastante valiosos. Estamosintentando identificar a las tresmujeres de los retratos para poderdevolverles las joyas. Como noconocemos a las jóvenes, hemospensado que sería una buena ideatratar de identificar a la modistaque confeccionó el vestido quetodas compartieron.

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—Entiendo. —Madame LaFontaine se relajó un poco.Evidentemente, cualquier sospechade que sus clientas estuvieranbuscando otra modista parasustituirla había sido apaciguada—.Es un detalle por su parte realizarsemejante esfuerzo. Puedo decirlescon absoluta seguridad que tanto elvestido como el velo fueronconfeccionados por la señoraJudkins. Se hace llamar «madameDubois», pero entre ustedes y yo,es tan francesa como la farola quehay delante de mi tienda.

Amity miró a Penny.—¿No es sorprendente la cantidad

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de gente que intenta hacerse pasarpor algo que no es?

—Asombroso —contestó Penny. Unos veinte minutos más tarde,

Amity se encontraba junto conPenny delante del mostrador desaldos de madame Dubois, tambiénconocida como señora Judkins. Lamodista examinó las tres imágenesde los medallones con una mezclade confusión y desaliento.

—Sí, yo confeccioné este vestido—admitió—. Pero es muy extraño.

Su acento era algo más refinadoque el de madame La Fontaine,

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pero igualmente falso.—¿Qué tiene de extraño el

vestido? —quiso saber Amity.Madame Dubois alzó la vista, con

el ceño fruncido por la perplejidad.—No lo confeccioné para ninguna

de estas tres jóvenes. Supongo quees posible que todas lo pidieranprestado o que lo compraran usado,pero no alcanzo a entender quealguien hiciera algo así.

—¿Porque está pasado de moda?—preguntó Penny.

—No —respondió madameDubois, que se quitó los anteojospara leer y abandonó el acentofrancés, transformándose de

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inmediato en la señora Judkins—.Habría sido muy fácil modificarlopara que esté a la última moda. Merefiero a que no me imagino queuna joven quiera casarse con unvestido relacionado con unatragedia tan espantosa. Traeríamuy mala suerte.

Amity supo que su hermanatambién contenía el aliento, comolo hacía ella.

—¿Cuál es la historia de estevestido? —preguntó Amity—. Esmuy importante que nos la cuente.

—Ah. —La señora Judkins inclinóla cabeza, como si hubiera caído enla cuenta de algo—. Veo que estaba

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pensando en comprar el vestidopara su boda.

—Bueno... —dijo Amity.—Se lo desaconsejo firmemente,

señorita Doncaster. No va aconseguir nada bueno si se poneese vestido. La novia para quien seconfeccionó murió de forma trágicasemanas después de su boda. Aúnestaba de luna de miel, de hecho.

—De eso hará unos dos años,¿verdad? —terció Penny.

—Sí. —La señora Judkins chascóla lengua varias veces al tiempoque meneaba la cabeza—. Quéhistoria tan triste.

—¿Quién era la novia? —quiso

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saber Amity, que apenas podíacreerse que estuvieran obteniendorespuestas a las preguntas quetanto ella como los demás sehabían estado formulando.

—Adelaide Briar —contestó lamodista—. Tengo los detalles enmis archivos, pero no necesitoconsultarlos. Lo recuerdo todo a laperfección, no solo porque la noviaera encantadora y el vestido muycaro, sino también porque todo sehizo a la carrera. Mis costurerastuvieron que trabajar noche y díapara tener el vestido a tiempo.Entre nosotras, estoy segura de quela novia estaba embarazada o, al

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menos, preocupada por laposibilidad de estarlo, no sé si meentienden.

—Había sido comprometida —suplió Penny.

—Sospecho que esa era lasituación —admitió la señoraJudkins—. Desde luego no fue laprimera vez que me pidieronconfeccionar un vestido con tantasprisas. Pero esa boda apresurada lecostó la vida a la novia.

Amity tocó de forma instintiva eltessen que llevaba prendido a lacadena de la cintura.

—¿Qué le sucedió?—No lo sé con exactitud. Los

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periódicos dijeron que se trató deun terrible accidente. La parejaviajó al continente para disfrutar dela luna de miel. Se alojaron en unviejo castillo transformado en unhotel muy exclusivo. En plenanoche, se cayó por una ventanasituada en uno de los pisossuperiores. La caída le partió elcuello y al parecer el cristal leprovocó unos cortes espantosos.Los relatos del suceso hablaban deque hubo mucha sangre. No,señorita Doncaster, es mejor queno se case con ese vestido.

Amity tragó saliva.—La creo.

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Penny observó con gran interés ala señora Judkins.

—¿Recuerda el nombre del novio?—¿Cómo iba a olvidarlo? —replicó

la modista.

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26 —Se llamaba Virgil Warwick —dijo

Amity.—¡Maldita sea! —Benedict golpeó

el escritorio de Penny con la palmade la mano y fulminó la hoja depapel con los nombres escritos quetenía delante—. Ni siquiera está enla lista de invitados. Con razón nollegábamos a ninguna parte con las

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pesquisas.Una rabia gélida amenazaba con

destrozar su autocontrol. Habíaestado persiguiendo la pistaequivocada. Habían perdidomuchísimo tiempo.

—Teníamos que empezar poralgún sitio —le recordó Amity convoz tranquilizadora—. Era lógicocomenzar por el baile de losChanning. Después de todo, losrumores sobre mí empezaron acircular al día siguiente de esebaile. Es imposible que fuera unacoincidencia.

Era como si Amity le leyera lamente, pensó Benedict. Y no era la

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primera vez. Se apartó delescritorio y se irguió.

—Lo sé —repuso—. Pero cuandopienso en todo el tiempo queCornelius y Richard handesperdiciado interrogando ahombres en sus clubes sobresospechosos que han resultado notener interés alguno...

—Como ingeniero que es, seguroque está acostumbrado a lanecesidad de realizar numerososexperimentos que fracasan antesde hacerlo bien —dijo Amity.

Logan parecía sorprendido.—Desde luego que así funciona

mi profesión. Necesitábamos un

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punto de partida, uno que nosintrodujera en la alta sociedad. Lalista de invitados al baile nos loproporcionó. Y, por cierto, no lequite importancia a losinterrogatorios de su hermano y desu tío. Nos han ayudado a eliminara muchos sospechosos.

—Tiene razón, por supuesto —dijo Benedict.

Se acercó a la ventana. Lasensación de que se estabanquedando sin tiempo lo abrumaba.Una parte de él estaba convencidade que el monstruo seguía allífuera, en algún lugar, acechando aAmity.

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—También me gustaría señalarque aunque el nombre de VirgilWarwick no aparezca en la lista, noquiere decir que no se enterase delos rumores a través de alguien quesí asistiera al baile —continuóLogan—. La posibilidad sigueexistiendo.

—Creo que es muy probable quefuera así —adujo Penny—. Pero yano necesitamos buscar el nexoentre el invitado que asistió al bailey el asesino. Tenemos su nombre:Virgil Warwick.

—Gracias a usted, Penny... Digo,señora Marsden... —se apresuró acorregir Logan—. Y a usted

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también, señorita Doncaster.—Fue Penny quien reconoció la

importancia del vestido —repusoAmity con orgullo—. Fue una ideabrillante.

—Gracias —dijo Penny, que seruborizó—. Me alegro de quellegara a buen puerto.

—No quiero ni pensar en qué máspruebas se perdieron o sedescartaron antes de que yo mehiciera cargo del caso —dijo Logancon gesto serio.

—Todavía no sabemos a cienciacierta que Virgil Warwick sea elasesino —repuso Amity.

—Cierto —convino Logan—. Pero

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déjeme decirle, señorita Doncaster,que me he percatado de un patróna lo largo de los años. Cuando unamujer aparece muerta encircunstancias misteriosas, elasesino suele ser el marido. —Hizouna pausa antes de añadir consorna—: Y viceversa, aunque lasmujeres suelen emplear métodosmás sutiles en sus crímenes. Elveneno suele ser su arma preferida.

Benedict se volvió para mirar alos demás. Creyó ver que Penny yAmity se miraban entre sí, pero lasdos apartaron la vista tan deprisaque no podía asegurarlo.

—Supongo que el siguiente paso

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será interrogar a Virgil Warwick,¿no? —preguntó Amity.

Penny soltó la lista de invitados ymiró a Logan.

—¿Lo hará, inspector?—En un mundo perfecto, sí —

contestó Logan—. Pero todossabemos que hay muy pocasprobabilidades de que Warwick mereciba, aunque sea inocente de loscrímenes.

—No es inocente —dijo Benedict—. Lo sé.

—Por desgracia, no puedoarrestar a un caballero de sualcurnia sin pruebas más tangibles—repuso Logan.

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—Hablará conmigo —le aseguróBenedict.

—¿Lo conoce? —preguntó Logancon tono inquisitivo.

—No personalmente —respondióBenedict—. No paso mucho tiempocodeándome con la alta sociedad.Pero le aseguro que puedo entraren su casa y que me recibirá.

Logan enarcó las cejas, pero noreplicó.

—¿De qué le servirá hablar conWarwick si yo no lo acompaño? —preguntó Amity.

—No —se negó Benedict de formaautomática—. No pienso dejar quese acerque a ese malnacido.

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—Aprecio su preocupación —dijoAmity—. Pero como todos sabemos,soy la única persona que tal vezpueda identificarlo. Tengo que oírsu voz, verle las manos y oler suscigarros.

—No —repitió Benedict.Logan y Penny guardaron silencio.

Benedict sabía que era una batallaperdida.

—Tenga en cuenta que él no sabeque yo podría reconocerlo —lerecordó Amity—. Llevaba unamáscara. Estoy segura de que creeque su secreto está a salvo.

Benedict cerró la mano y luego seobligó a extender los dedos.

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—Maldita sea mi estampa —dijoen voz muy baja.

Amity tenía razón. No quedabaalternativa.

Menos de una hora después,Benedict estaba de pie con Amityen los escalones que daban entradaa la casa que Virgil Warwick teníaen la ciudad. Las cortinas estabancorridas en todas las ventanas.Nadie abrió cuando llamaron con laaldaba.

—El malnacido se ha largado —dijo Benedict.

La puerta de una casa vecina seabrió. El ama de llaves, una mujerde mediana edad de aspecto

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desabrido, con un delantal sucio,los miró.

—El señor Warwick no está encasa —anunció—. Creo que se fue aEscocia hace casi un mes. Dicen porahí que tiene un pabellón de caza.

—¿De verdad? —preguntó Amitycon voz agradable—. ¿Cómo se haenterado usted?

—El ama de llaves me lo dijo. Ladespidieron, ¿saben? Le dijeron quela avisarían cuando el señorregresara a casa. Pero seguro queconsigue trabajo antes de quevuelva, lo mismo que sucedió con laanterior ama de llaves cuando elseñor desapareció durante meses.

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Benedict aferró a Amity del brazo.Bajaron los escalones de entrada yse acercaron al ama de llaves.

—¿Cuándo cree que volverá? —preguntó Benedict al tiempo que sesacaba unas monedas del bolsillo.

El ama de llaves miró el dinerocon evidente interés.

—No tengo ni idea —contestó lamujer—. La última vez que se largóa Escocia, estuvo fuera unos seismeses. Le tiene mucho cariño aEscocia, ya lo creo. A saber por qué.

—¿Cuándo se produjo ese primerviaje? —quiso saber Benedict.

—Hace un año más o menos.Amity sonrió.

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—¿Por casualidad vio si se llevabamucho equipaje con él en estaocasión?

—No lo vi largarse, ni esta vez nila otra, ya que estamos. —El amade llaves resopló—. En ambasocasiones, salió una noche y no semolestó en volver a casa.

—Gracias —dijo Benedict. Dejólas monedas en la mano abierta delama de llaves—. Ha sido de granayuda.

La mujer cerró la puerta y echó elcerrojo.

Benedict miró a Amity. Podía verla emoción en sus ojos. Le daba enla nariz que él lucía una expresión

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parecida. Sin embargo, ninguno delos dos habló hasta que regresaronal interior del coche de alquiler.

—El señor Warwick estuvo fueraunos seis meses la última vez quese marchó a Escocia —dijo Amity.

—Y ahora ha vuelto adesaparecer —añadió Benedict—.Los tiempos encajan con la teoríade Logan de que el asesino seausentó de la ciudad entre elprimer asesinato y los tres másrecientes.

—¿Crees que está en Escocia deverdad?

—Tal vez fuera allí la primera vez—contestó Benedict—. Pero no creo

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que un hombre gravemente heridoestuviera en condiciones deemprender un largo viaje, ya fueraen tren o en carruaje particular. Esmás que probable que escogiera unescondite más cercano en el querecuperarse.

Una emocionada señora Houston

abrió la puerta principal antes deque Amity pudiera sacar su llave,pero le bastó una mirada a suscaras para que la expectación delama de llaves se tornara endecepción.

—No era el hombre que

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buscábamos, ¿verdad? —preguntó.—La verdad es que creo que

Warwick puede ser nuestro asesino—replicó Benedict, que entró trasAmity—. Pero ha vuelto adesaparecer.

—Vaya por Dios —dijo la señoraHouston, tras lo cual cerró lapuerta.

Logan y Penny los esperaban enla puerta del despacho.

—¿Qué quiere decir con que hadesaparecido? —quiso saber Logan.

Antes de que Benedict pudieracontestar, escucharon unos golpesdesesperados en la puerta principal.

—¿Qué diantres? —La señora

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Houston abrió la puerta de nuevo.Un joven policía jadeante se

encontraba en los escalones.La señora Houston sonrió de

oreja a oreja.—Es usted, agente Wiggins. Me

alegra verlo a la luz del día. ¿Haconseguido dormir algo estamañana?

—Sí, señora Houston, gracias. —Wiggins miró a Logan—. Tengobuenas noticias, señor. El agenteHarkins ha encontrado al cochero.

—¿A qué cochero? —preguntóAmity. Después, puso los ojos comoplatos—. Por el amor de Dios, ¿serefiere al cochero que conducía el

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carruaje del asesino?—Sí, señora —confirmó el agente,

que sonrió—. Por fin estamostirando del hilo, ¿verdad?

—Tal vez —dijo Logan—. ¿Dóndeestá el cochero?

—Según Harkins, pasa su tiempolibre en la taberna El Perro Verde.Está cerca de los muelles.

—Pare un coche de alquiler,agente —ordenó Logan.

—Sí, señor.El agente se sacó un silbato y

corrió hasta el extremo más alejadode la calle.

Benedict miró a Logan.—Lo acompaño.

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—Encantado de contar con usted—repuso Logan.

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27 Se llamaba Nick Tobin. A Benedict

le recordó a un terrier: pequeño, depelo áspero y seguramente muyrápido. Pero en ese momento noestaba corriendo. Parecía la mar deencantado de hablar con Benedict ycon Logan... por un precio. Seguardó en el bolsillo el dinero queBenedict había colocado sobre la

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mesa, bebió un buen sorbo decerveza y empezó a contar suhistoria. No era muy larga.

—Sí, un caballero me contratópara que condujera su carruaje —admitió Nick mientras se limpiabalos labios con la manga de su ajadogabán—. Me dijo que iba aencontrarse con una dama que noquería ser vista en público. Lonormal entre las putas de clasealta. Pero supongo que ya lo saben,caballeros.

Benedict controló la furia.—La dama confundió el carruaje

con un coche de alquiler.—Bueno, así era como debía

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funcionar la cosa —replicó Nick condeje paciente—. Para que parecieraque estaba subiendo a un coche dealquiler. ¿Cómo iba yo a saber queestaba loca?

—¿Qué te hace pensar que estabaloca? —le preguntó Benedict a suvez.

—Hirió a mi cliente de malamanera, sí, señor —contestó Nick altiempo que meneaba la desaseadacabeza—. En la vida he visto nadaigual. Todos esos cojines tan carosmanchados de sangre. Una lástima.Y, después, bajó de un salto y saliócorriendo y chillando como unaloca.

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—¿Y tu pago? —quiso saberLogan.

—Cuando esa mala pécora saliócorriendo, el cliente se cagó demiedo, ya lo creo que sí. Me ordenóa gritos que lo alejara de esa calle.Lo obedecí, claro. Tampoco meinteresaba quedarme allí parado.

—¿Adónde lo llevaste?—En cuanto nos alejamos de la

loca, abrí la trampilla del techo y lepregunté adónde quería ir. Imaginemi sorpresa cuando vi toda lasangre.

—¿Te ordenó que lo llevaras a sucasa?

Nick pareció sorprendido por la

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pregunta.—No, señor. Nunca me dijo dónde

vivía, señor. Me ordenó que lollevara a una casa de Crocker Laney eso hice. Cuando llegamos, loayudé a subir los escalones de laentrada. Aporreó la puerta,chorreando de sangre, se loaseguro. Alguien abrió. Mi clienteentró. Y eso fue todo.

—No lo creo —replicó Benedict—.¿Qué pasó con el carruaje?

—Un hombre salió de la casa yme dio dinero. Me dijo que eracomo pago por mi tiempo. Que élse encargaría del caballo y delextraño carruaje. Que me largara y

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me olvidara de lo que habíapasado. Y eso fue lo que hice. Losiguiente es que me dijeron quedos caballeros querían hablarconmigo y que me pagarían por lapérdida de tiempo. —Nick miró aLogan con los ojos entrecerrados—.Claro que no sabía que uno de esoscaballeros era de Scotland Yard.

Logan esbozó una sonrisa gélida.—Te agradecemos la

cooperación.—Encantado de hacerle un favor a

la policía —replicó Nick.—No lo olvidaré —le prometió

Logan.Nick asintió con la cabeza,

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satisfecho.Benedict lo observó con

detenimiento.—¿Te has dado cuenta de que el

carruaje que condujiste aquel díapertenecía al asesino conocidocomo «el Novio»?

Nick lo miró, muy ofendido.—No, señor. Eso es imposible. Era

el carruaje de un caballero, se loaseguro. Un vehículo muy elegante,sí, señor. Aunque por dentro fuerararo. No es el tipo de vehículo queun asesino loco como el Noviousaría para moverse, ¿verdad?

—Quiero la dirección exacta de lacasa de Crocker Lane —dijo Logan.

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Nick lo miró con expresión ladina.—Bueno, eso le costará un poco

más.Logan pareció estar dispuesto a

discutir, pero Benedict meneóligeramente la cabeza y sacó másdinero del bolsillo.

—Será mejor que la respuestasea la correcta —le advirtió.

—Semejante pago es difícil deolvidar —le aseguró Nick conalegría mientras decía el número.

Logan entrecerró los ojos.—¿Adónde ibas a llevarlos

después?Las pobladas cejas de Nick se

unieron sobre su nariz cuando

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frunció el ceño.—¿A quiénes, señor?—Al caballero y a la dama que no

quería ser vista mientras subía alcarruaje —contestó Logan con vozserena—. ¿Adónde se suponía quedebías llevarlos?

—En eso no puedo ayudarlo,señor. No llegué a enterarme dellugar al que querían ir porque esaputita se volvió loca de repente. Sesuponía que el cliente me daríainstrucciones después de recogerla.

Logan y Benedict se pusieron depie.

—Una cosa más —dijo Benedict.Nick alzó la vista.

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—¿El qué, señor?—¿Qué tenía el carruaje que te

pareció tan extraño?—Que estaba todo cerrado por

dentro. Me recordó a uno de esosvagones que usan para trasladar alos prisioneros. Las ventanillasestaban tapadas con postigos demadera. Había incluso barrotes enla trampilla del techo. La puertapodía cerrarse desde fuera para quenadie pudiera entrar, se lo aseguro.

—O escapar del vehículo, ¿quizá?—sugirió Logan.

—Sí, si se cerraba desde fuera, lapersona en el interior estaríaatrapada, sí, señor —respondió Nick

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—. No había caído. Mi cliente dijoque tenía miedo de que lo asaltaraalgún ladrón cuando viajaba por lascalles de Londres.

—Algo de razón tenía —convinoBenedict—. Las calles sonpeligrosas.

—Sí, señor, esa es la verdad.

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28 El ocaso y la niebla se cernían

sobre la ciudad cuando por finllegaron a la casa situada enCrocker Lane. Benedict se apeó delcoche de alquiler. Logan lo siguió.Subieron los escalones de entrada.La luz de una farola de gas cercanapermitía leer a duras penas laplaquita de la puerta:

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Doctor J. M. Norcottsolo con cita previa

—Norcott es médico —dijo

Benedict—. Eso desde luego explicapor qué Warwick le ordenó alcochero que lo trajese aquí.

—Warwick conocía lo bastantebien la dirección de esta casa comopara recordarla durante unmomento de pánico, cuando seguroque temía morir desangrado —comentó Logan.

—En otras palabras, es posibleque Warwick conozca al doctor

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Norcott desde hace muchos años.—Eso creo, sí —dijo Logan.Benedict observó que las

ventanas estaban a oscuras.—No parece que haya alguien en

casa.—Tal vez Norcott ha salido para

atender a un paciente —supusoLogan.

Cogió la aldaba y golpeó la puertacon bastante fuerza. Escucharoncómo resonó en el vestíbulo, peronadie respondió.

—Sugiero que lo intentemos conla puerta de la cocina —dijoBenedict.

—Podría señalar que no tenemos

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llave, ni tampoco una orden judicial—repuso Logan con vozabsolutamente neutral.

—Y yo podría señalar que hayotras formas de entrar en una casa.También podría mencionar que haybastante niebla esta noche.

Logan meditó sus palabras.—Muy bien dicho todo.

Intentémoslo con la puerta de lacocina.

Benedict levantó una mano y lehizo un gesto al cochero para quese fuera. Cuando el coche decaballos estuvo fuera de su vista,rodeó la casa en pos de Logan.

Entraron en un jardincillo. Al

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llegar a la puerta de la cocina,Benedict encendió una cerilla y lamantuvo firme mientras Logan seencargaba de la cerradura encuestión de segundos.

El olor a muerte salió de la casaen cuanto abrieron la puerta. Comoya no le preocupaba que los vieranlos vecinos, Benedict encendió unalámpara.

El cuerpo se encontraba en elvestíbulo. Un objeto metálico yafilado relucía en un charco desangre seca.

—Debe de ser Norcott —dijoBenedict.

Logan se acuclilló junto al

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cadáver y lo examinó conprofesionalidad.

—Creo que lo mataron ayer. Elasesino usó uno de los escalpelosdel médico.

—Tal parece que Virgil Warwickha regresado de Escocia —dijoBenedict—. Ha vuelto para matar ala única persona capaz de hablar dela naturaleza de sus heridas.

Logan se irguió.—Pero ¿por qué matarlo ahora?Benedict miró el baúl que había

en el suelo, cerca de la puerta. Concuidado de no pisar la sangre seca,rodeó el cuerpo y se agachó juntoal baúl.

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—Cerrado —dijo.Sin mediar palabra, Logan

rebuscó en la chaqueta del muerto.Sacó una llave y se la dio aBenedict.

Este abrió el baúl. Las lamparitasdel vestíbulo revelaron un montónde ropa y de utensilios de afeitar,guardados sin mucho orden.

—Se iba de la ciudad —comentóBenedict—. Creo que estabahuyendo. Parece que hizo elequipaje con mucha prisa.

—Estoy de acuerdo. —Logan sacóun billete del bolsillo delantero dela víctima—. Tenía previsto tomarun tren con destino a Escocia.

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Benedict volvió a rodear elcadáver y abrió una puerta. Alencender las lámparas de laestancia, se encontró en undespacho muy bien organizado.Había otra puerta en un lateral dela estancia. La abrió y descubrióuna camilla de exploración y unagran variedad de instrumentalmédico.

Logan se fue derecho al escritorioy abrió un libro encuadernado encuero.

—Es el libro de citas de Norcott —dijo—. Parece que esperaba teneruna semana muy ajetreada depacientes.

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Benedict echó a andar hacia lapuerta.

—Examinaré la planta superiormientras usted revisa el escritorio.

—Muy bien. —Logan se sentó enel sillón y empezó a revisarlo todode forma eficiente y metódica.

Benedict subió los escalones dedos en dos. Solo había unahabitación que tenía signos dehaber sido ocupada hacía poco. Losmuebles de las otras estabancubiertos con gruesas telas paraprotegerlos del polvo. Norcott vivíasolo.

Vio la carta en la mesita de nocheen cuanto encendió una lámpara.

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La leyó deprisa y después bajócorriendo. Cuando entró en eldespacho, Logan estaba a punto decerrar un cajón.

—¿Ha encontrado algo? —preguntó el inspector.

—El asesino no estaba en Escocia.—Benedict le enseñó la carta—. Erapaciente en un hospital llamadoCresswell Manor. Hace dos días sumadre lo sacó de allí.

—Déjeme verla. —Logan leyó lacarta a toda prisa—. CresswellManor es un sanatorio. Es muyhabitual que las familiasacomodadas y aristocráticas envíena sus familiares enfermos a

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instituciones de ese tipo connombres falsos a fin de proteger laintimidad del paciente.

—Por no hablar de la intimidad dela familia —repuso Benedict—. Losfamiliares del enfermo haríancualquier cosa con tal de ocultarsemejante secreto.

—Y pagarán cualquier precio paragarantizar el silencio. —Logan lemostró un libro de cuentas—. Segúnsus registros financieros, el doctorNorcott recibía una comisión muyjugosa en relación con un pacientecon el nombre de V. Smith,ingresado en Cresswell Manor.

—Si la comisión por enviar a un

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paciente es tan alta, a saber loshonorarios que le pagandirectamente al dueño delsanatorio.

—¡Maldita sea! —masculló Logan—. Dudo mucho de que VirgilWarwick ingresara voluntariamenteen un sanatorio. No me cabe lamenor duda de que alguien de lafamilia está pagando loshonorarios.

—Tenemos que encontrar a lospadres de Virgil Warwick —dijoBenedict.

—No debería ser difícil ahora quetenemos un nombre. —Logan echóun vistazo a su alrededor—. Creo

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que ya no podemos hacer nada másaquí. Llamaré a un agente para quese encarguen de llevarse el cuerpo.

Benedict regresó al vestíbulo.Volvió a mirar el cadáver y el baúl.

—Interesante —dijo.—¿El qué? —preguntó Logan.—Me pregunto qué ha pasado con

el maletín del doctor. No meimagino a un médico dejándoseloatrás, aunque estuviera huyendo deun asesino. El instrumental médicoy las medicinas son lasherramientas de los doctores, sudivisa, su modo de ganarse la vida.Son muy valiosas.

—Ya hemos llegado a la

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conclusión de que Norcott teníaprisa, que seguramente huía parasalvar la vida.

—Sí, pero si albergaba laesperanza de ejercer su profesióndespués de abandonar Londres, sehabría llevado su instrumental —replicó Benedict—. Creo que elasesino ha robado el maletín delmédico.

Logan miró el escalpelomanchado de sangre.

—En el que habría hojas afiladascomo esa.

—Y cloroformo —añadió Benedict—. Warwick se está preparandopara secuestrar a su siguiente

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víctima.

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29 —Ha sido muy fácil componer la

lista de los familiares cercanos deVirgil Warwick —dijo Penny—. Hehablado con la señora Houston paraconfirmar lo que yo recordaba y haido a ver a una amiga que trabajóen otro tiempo para la familia. Elpadre de Warwick murió hacealgunos años. Virgil no tiene

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hermanos. Creo que hay algunosprimos lejanos, pero que setrasladaron a Canadá. Por lo quehemos podido averiguar, solo tieneun pariente próximo en la ciudad:su madre.

—Warwick es el único herederode una considerable fortuna —continuó Amity—. Lo que explicatodo el lujo que vi cuando mesecuestró.

Los cuatro se encontraban en eldespacho. Penny y Amity estabanencerradas allí, repasando la listade invitados una vez más tratandode encontrar alguna respuesta,cuando Benedict y Logan volvieron

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con la noticia de que habíanasesinado al doctor Norcott. AAmity le bastó una mirada a susserias caras para saber que eldescubrimiento había acrecentadosus temores. Sin embargo, laexpresión acerada de sus ojosdejaba bien claro que seencontraban cada vez más cerca delas respuestas.

Benedict se sacó una carta delbolsillo.

—Según esto, Warwick fueingresado en Cresswell Manor, queparece ser un sanatorio privado,para recibir un tratamiento sinespecificar hace poco más de tres

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semanas. Los informes de Norcottindican que fue la segunda vez queWarwick ingresó en dicho sanatorio.

—A ver si lo adivino —dijo Amity—: la primera vez fue hacealrededor de un año.

—Sí —confirmó Logan—. Justodespués de que el cuerpo de laprimera novia fuera descubierto.Parece que lo enviaron de regresotras atacarla a usted, pero ahora lohan vuelto a dejar en libertad.

Penny frunció el ceño.—¿Por qué iba a sacarlo su madre

del sanatorio?—En el fondo, seguramente sepa

o sospeche cuando menos que es

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capaz de hacer cosas espantosas,pero aún alberga la esperanza deque la medicina moderna puedacurarlo —respondió Amity.

—Desde luego que no le ha dadomucho tiempo para que recibaterapia en esta ocasión —dijoPenny.

—A lo mejor se ha convencido deque no es culpable de asesinatodespués de todo —replicó Amity—.Seguro que le dijo a su madre quefui yo quien lo atacó, no al revés.

—Y ella desea creer que sucedióasí —concluyó Penny—. Noolvidemos que es su madre.

—Pensara lo que pensase, la

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madre de Virgil Warwick es laresponsable de su liberación y talvez sea también la única personaque sepa dónde se encuentra —dijoLogan—. Tengo que hablar con ella.

Penny meneó la cabeza.—Aunque crea que su hijo es

inocente, hablará con cualquieraantes que con un policía.

—Encontraré el modo —insistióLogan.

—Será mucho más fácil y rápido sivoy yo a hablar con ella —dijoBenedict.

Amity lo miró.—Lo acompaño.Benedict sopesó la idea un

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segundo.—Sí, creo que seguramente será

lo mejor.Logan arqueó las cejas.—¿Cómo piensan pasar de la

puerta? Si usan sus verdaderosnombres, se pondrá en guardia yhará que el mayordomo les informede que no se encuentra en casa.

—¿Qué le hace pensar que piensousar mi verdadero nombre? —preguntó Benedict.

—Hablando de nombres. —Pennylevantó una hoja de papel—. Da lacasualidad de que la señoraCharlotte Warwick está en la listade invitados del baile de los

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Channing.—Así que después de todo existía

un nexo —agregó Logan.—Desde luego, así se explica que

su hijo loco se enterase de misupuesta aventura a bordo delbarco con el señor Stanbridge —apostilló Amity.

—Según parece se enteró por sumadre —concluyó Logan.

Amity suspiró.—Estoy segura de que la mujer

no sabía lo que su hijo haría con lainformación.

Una hora después, Amity estaba

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en los escalones de entrada de lamansión de los Warwick yobservaba con interés cómoBenedict interactuaba con unmayordomo muy puntilloso.

—Dígale a la señora Warwick queel doctor Norcott y su ayudante hanvenido para hablar de un asunto devital importancia.

El mayordomo miró la elegantechaqueta de Benedict, así como suspantalones, y después examinó elcostoso vestido de paseo de Amityde igual manera. No parecía muyconvencido.

—¿Su tarjeta, doctor Norcott? —pidió.

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—Lo siento, no me quedan.Créame, la señora Warwick nosrecibirá.

—Veré si está en casa para recibirvisitas —replicó el mayordomo.

Les cerró la puerta en las narices.—¿Crees que va a funcionar? —

preguntó Amity.—Creo que, en estas

circunstancias, a la señora Warwickle dará miedo no recibir al doctorNorcott. Debe de saber que es unade las pocas personas que está altanto de que seguramente su hijosea un asesino.

—Pero ¿y si se niega a recibirnos?—En ese caso nos iremos —

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contestó Benedict.—Podríamos acabar arrestados —

señaló Amity con voz neutra.—No me parece probable que la

señora Warwick llame a la policíapara echar a un médico y a suayudante, los mismos que conocensu más oscuro secreto. Le aterraríala posibilidad de que el escándaloestuviera en boca de todos a lamañana siguiente.

—Por supuesto —dijo Amity—.Tus poderes de deducción lógicanunca dejan de sorprenderme.

—Me alegra oírlo, porque ahoramismo no estoy de humor paraatender a la lógica. Quiero

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respuestas.—Yo también.La puerta se abrió.—La señora Warwick los recibirá

—anunció el mayordomo. Parecíadesaprobar profundamente ladecisión.

Amity le sonrió con frialdad yentró en el elegante y espaciosovestíbulo. Benedict la siguió.

El mayordomo los guió hasta labiblioteca. Una mujer ataviada conun vestido gris perla estaba junto ala ventana, con la vista clavada enel jardín. El pelo, que en otrotiempo debió de ser negro, adquiríaa marchas forzadas el color de su

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vestido. Tenía un porte rígido yelegante, como si lo único que lasostuviera en pie fuera un corsé deacero.

—El doctor Norcott y su ayudante,señora —anunció el mayordomo.

—Gracias, Briggs.Charlotte Warwick no se dio la

vuelta. Esperó a que el mayordomocerrara la puerta.

—¿Ha venido para decirme quemi hijo es un caso perdido, doctorNorcott? —preguntó ella—. De serasí, podría haberse ahorrado elviaje. Ya me he resignado a la ideade que Virgil tendrá que pasar elresto de su vida en Cresswell

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Manor.—En ese caso, ¿por qué insistió

para que lo dejasen en sus manos?—quiso saber Amity.

La sorpresa que se apoderó deCharlotte Warwick fue evidente.Jadeó y se tensó.

Recuperó la compostura y sevolvió, con los labios entreabiertospor la estupefacción y, tal vez, elpánico.

—¿A qué se refiere? —preguntóCharlotte. Se calló. La rabiademudó sus facciones—. ¿Quién esusted? —Fulminó a Benedict con lamirada—. No es el doctor Norcott.

—Benedict Stanbridge, señora —

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se presentó él—. Y mi prometida, laseñorita Doncaster. Tal vez hayaoído hablar de ella. Es la mujer a laque su hijo secuestró hace poco.

—No tengo ni idea a qué serefiere... ¿Cómo se atreve a mentirpara entrar en mi casa?

Charlotte hizo ademán de tirar dela cinta de terciopelo de lacampanilla.

—Le aconsejo que no llame a sumayordomo, señora —dijo Benedict—. A menos que quiera ser laresponsable de que Virgil siga librepara cometer más asesinatos.

—No sé a qué se refiere... —repitió Charlotte. Parecía que le

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costaba respirar—. Salgan de aquí.—Nos marcharemos en cuanto

nos diga dónde se esconde su hijo—replicó Benedict—. Si está loco deverdad, no lo colgarán. Lodevolverán al sanatorio. Todossabemos que tiene el dinero paraasegurarse ese resultado.

Charlotte recuperó la compostura.Se colocó de pie detrás delescritorio y aferró el respaldo delsillón con ambas manos.

—No es asunto suyo, pero déjemeque le aclare la situación —dijo convoz calmada—. Mi hijo estárecibiendo un tratamiento para undesorden de tipo nervioso. Su salud

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es un tema privado. No tengo lamenor intención de hablar delasunto, mucho menos con usted.

—Su hijo ha asesinado al menos acuatro mujeres que sepamos, ymuy seguramente también a suesposa —repuso Benedict—. Hacetres semanas, secuestró a miprometida con la intención deasesinarla.

—No —insistió Charlotte—. No, esmentira. Sus nervios son demasiadodelicados. Jamás haría algo tanviolento.

—¿A qué se refiere con delicados?—preguntó Amity.

—No soporta mucha presión ni

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esfuerzo alguno. Se agita confacilidad. Siempre he tenido queencargarme de los detalles de suvida, de su economía, de sus citassociales, del personal de su casa...

—Su hijo tiene afición por lafotografía, ¿verdad? —preguntóBenedict, que se negó a darle unrespiro.

Charlotte titubeó.—Mi hijo tiene una personalidad

muy artística. Eso explica susnervios delicados y sus cambios dehumor. Encontró su pasión en lafotografía. ¿Cómo lo ha sabido?Aunque da igual. Es una aficiónbastante común.

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—El día que intentósecuestrarme, me debatí —dijoAmity—. Lo herí de gravedad.

—Me dijo que lo atacó unaprostituta callejera —susurróCharlotte—. Fue una discusión pordinero. Tal vez reaccionara mal.

Benedict se tensó y dio un pasohacia delante. Sin apartar la vistade Charlotte, Amity le colocó unamano en el brazo. Benedict sedetuvo, pero ella era consciente dela frenética energía que lo recorría.

Charlotte ni se percató delincidente. Estaba concentrada en suhistoria. Amity sabía que intentabacon desesperación convencerse de

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su verdad.—Accedió al... al encuentro —

continuó Charlotte, con voz muytensa—. Pero discutieron por elprecio. La prostituta se puso furiosay lo atacó.

—Creo que las dos sabemos queno fue eso lo que sucedió —repusoAmity en voz baja—. Virgil mesecuestró. Conseguí escapar por lospelos. Sí, me defendí con un objetocortante. Sangraba mucho cuandolo dejé en el carruaje. Buscó ayudaen el único médico que conocía, elúnico del que estaba seguro queguardaría el secreto. El doctorNorcott le curó las heridas y

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después la avisó a usted.Charlotte se dejó caer en el sillón,

asombrada.—¿Cómo sabe todo eso?—Esta misma mañana hemos

encontrado el cadáver del doctorNorcott —explicó Benedict—. Lohabían degollado con uno de susescalpelos. Al igual que les sucedióa las anteriores víctimas del Novio.Creemos que la esposa de Virgilmurió de una forma parecida,aunque la verdadera naturaleza desus heridas pasó inadvertida, yaque la arrojó por una ventana.

Charlotte meneó la cabeza.—No, fue un accidente.

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—Norcott está muerto —repitióBenedict—. Es evidente que Virgilestá escondido... y, por cierto, tieneconsigo el maletín médico deNorcott.

Charlotte recuperó la compostura.—No puede haber sido Virgil. ¿No

lo entienden? Ahora mismo estáinternado en una clínica especial.

—Ya no está en Cresswell Manor—repuso Amity—. Hace dos días, lodejaron en la custodia de su madre.

Charlotte pareció encerrarse en símisma. Cerró los ojos.

—Dios mío.—Sabe lo que es —dijo Benedict

—. Por eso lo internó en Cresswell

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Manor, no una vez, sino dos. ¿Porqué lo ha sacado de ese lugar?

Se hizo un silencio electrizante.Amity se preguntó si Charlotte iba acontestar. Sin embargo, acabó porsalir de su ensimismamiento ymirarlos con ojos atormentados.Una extraña aura gris la envolvía,como si la vida abandonara sucuerpo poco a poco.

—Ha sido la bruja —dijo la mujer—. Seguro que ha sido ella. Encuanto a por qué se lo ha llevadode Cresswell Manor, no lo sé.Tendrán que preguntárselo a ella.

Amity y Benedict se miraron.—¿Quién es la bruja? —preguntó

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Amity con voz neutral.Durante un segundo tuvieron la

impresión de que Charlottedesaparecería en el aura gris que laenvolvía, pero a la postre consiguiórecomponerse.

—Poco después de que mi maridomuriese, descubrí que había sidochantajeado durante años por unamujer que dirigía un orfanato paraniñas —explicó Charlotte—. Se pusoen contacto conmigo y dejó claroque si no seguía pagando, seaseguraría de que ciertos asuntosacabaran siendo del dominiopúblico y publicados por la prensa.

—¿Qué orfanato? —preguntó

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Benedict.—Hawthorne Hall —contestó

Charlotte—. Está en un pueblo enlas afueras de Londres, a una horaen tren. Al menos, esa fue ladirección que me dieron cuandoempecé a pagar el chantaje. Ellugar ya no funciona como orfanato,pero la antigua directora sigueviviendo allí.

—¿Sobre qué tenía que guardarsilencio? —quiso saber Benedict.

—Mi marido tuvo una hija conotra mujer.

Amity se acercó unos pasos alescritorio.

—Discúlpeme, señora Warwick,

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pero todos sabemos que no esinusual que hombres de ciertaposición y riqueza tengan hijosfuera del matrimonio. Dichassituaciones resultan embarazosas,pero no sorprenden a nadie. Casitodas las mujeres en su posiciónsencillamente se desentienden deltema. ¿Por qué ha pagado unchantaje para ocultar el hecho deque su marido tuvo una hija fueradel matrimonio?

Charlotte volvió a clavar la vistaen el jardín, pero Amity estabaconvencida de que estabarecordando el pasado.

—La bruja aseguraba haberse

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percatado de cierta inestabilidadmental en la hija de mi marido.Dejó caer que tal vez mi hijotambién estaba loco.

—Entiendo —dijo Amity—.Amenazó con llevar sus teoríasacerca de la salud mental de Virgila la prensa.

—Puede que yo también esté loca—siguió Charlotte en voz baja—.Porque he pasado mucho tiempoimaginando formas de matar a laseñora Dunning.

—Supongo que es la antiguadirectora del orfanato —dijo Amity.

—Sí —confirmó Charlotte—. Esquien me está chantajeando.

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—¿Por qué no lo ha hecho? —preguntó Benedict.

Charlotte lo miró.—Al principio, Dunning dejó claro

que si algo le sucedía, lo habíaorganizado todo para que la prensarecibiera cartas en las queinformaba de la locura de la familiaWarwick. Sin embargo, la cosaempeoró hace un año. Me hizosaber que esas cartas contendríanpruebas de que mi hijo habíaasesinado a su esposa y a otramuchacha. Quería anunciar almundo que Virgil era el Novio.

Benedict sopesó sus palabras.—¿Su hijo sabe que la señora

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Dunning la ha estadochantajeando?

—No, claro que no —contestóCharlotte—. Nunca he querido quese enterase de que tiene unahermanastra.

Un silencio opresivo se instaló enla habitación. Amity miró aBenedict.

—Tenemos que ir a HawthorneHall —dijo ella.

—Sí.Charlotte los miró fijamente.—Mi hijo...—Si tiene la menor idea de dónde

puede estar escondiéndose, debedecírnoslo —la urgió Benedict.

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—Les juro que no lo sé. Creía queestaba en Cresswell Manor. —Eldesconcierto de Charlotte parecíaauténtico—. La señora Dunningasegura estar al tanto de laaflicción nerviosa de mi hijo. Estabapagando el chantaje. ¿Por qué iba asacarlo de allí?

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30 —La señora Warwick ha hecho

una pregunta excelente —dijoBenedict, que observaba la altaverja de hierro forjado deHawthorne Hall con unaabrumadora certeza. En ese lugarhabía respuestas, pensó—. ¿Por quéha permitido el director deCresswell Manor que Warwick

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abandone el sanatorio?Amity y él habían partido en

dirección a Hawthorne Hall nadamás ponerle fin a la entrevista conCharlotte Warwick. Solo habíapermitido una breve parada enExton Street para que Amitypudiera coger su capa y unascuantas cosas necesarias para elviaje en tren. No habían tenidotiempo para visitar a Logan. Pennyhabía prometido que compartiría loantes posible con el inspector lainformación que habíandescubierto.

El pueblo donde se emplazabaHawthorne Hall se encontraba a

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una hora en tren desde Londres, talcomo había dicho CharlotteWarwick. Sin embargo, el trayectoen coche de alquiler desde laestación hasta el antiguo orfanatofueron cuarenta minutos detraqueteo sobre caminos en malestado.

Hawthorne Hall demostró ser unaantigua mansión que se estabadesmoronando poco a poco. Sealzaba, siniestra y solitaria, al finalde una larga avenida.

Benedict miró hacia atrás. Lehabía pagado al cochero para quelos esperara. El carruaje seencontraba a escasa distancia, pero

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la niebla que se había levantadocon la llegada del atardecer loengullía por momentos.

—No sabremos por qué Dunningsacó a Warwick de Cresswell Manorhasta que la interroguemos —dijoAmity.

Benedict siguió mirando la verja.—Un comentario muy lógico.La verja estaba cerrada, pero no

tenía candado. Seguramenteporque habría poco que proteger,pensó Benedict. En algunos lugaresde la propiedad crecía la maleza,pero en su mayor parte no quedabanada del jardín salvo la tierradesnuda.

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La última de las huérfanas habíasido trasladada hacía años, segúnel cochero. También les habíaexplicado que la señora Dunningera la única ocupante de la casa.No había personal de servicio. Unamujer del pueblo iba dos veces porsemana para limpiar. Les habíadicho a todos que la señoraDunning vivía en la planta baja, quelas plantas superiores estabancerradas y el mobiliario, cubiertopor sábanas. La señora Dunning ibaal pueblo a comprar de vez encuando y a veces tomaba el tren aLondres, donde se quedaba variassemanas. Pero aparte de esos

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datos, era un misterio para la gentede la zona.

Benedict abrió una de las hojasde la verja de hierro, que se moviódespacio y emitió un espantosochirrido.

Después, tomó a Amity del brazoy juntos caminaron hasta losescalones de la entrada de laantigua mansión. Las piedras delpavimento estaban agrietadas y aalgunas les faltaban trozos. Lasventanas de las plantas superioresestaban a oscuras, pero tras lascortinas de las ventanas de laplanta baja se veía la débil luz deuna lámpara.

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Una vez que llegaron al escalónsuperior, Benedict llamó con laaldaba. El sonido resonó en elinterior de la casa, pero no hubouna respuesta inmediata.

—Alguien está en la casa —señalóAmity—. Las lámparas estánencendidas.

Benedict llamó con más fuerzaque antes, pero tampoco obtuvorespuesta en esa ocasión.

—Está dentro y no vamos amarcharnos hasta que hablemoscon ella —dijo—. A lo mejor no haoído que estamos llamando.Probemos por la puerta trasera.

—¿Y de qué va a servirnos? —

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replicó Amity—. Si no quiere vernos,tampoco la abrirá.

—Nunca se sabe —repusoBenedict.

Aunque lo dijo con un tono de vozdescuidado, vio que Amity loentendía. Había comprendidoexactamente qué pretendía hacer.

—Ah —exclamó ella, y bajó la vozun poco—. Entiendo. Sabes queentrar en una casa sin permiso esilegal...

—Por eso vamos a rodear la casa.Porque desde allí el cochero quenos ha traído no podrá vernos.

Amity sonrió.—Siempre tienes un plan,

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¿verdad?—Intento idear uno siempre que

puedo.—Supongo que es el ingeniero

que vive en ti.No pareció desanimada por ese

hecho, concluyó Benedict. Selimitaba a aceptarlo como parte desu personalidad.

Amity lo siguió mientras bajabanlos escalones y rodeaban la enormemansión. Los jardines traserosestaban delimitados por altosmuros, pero la verja no teníacandado. Dentro de los murosdescubrieron otra extensión deterreno desnudo.

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Benedict llamó con rudeza a lapuerta de la cocina. En esa ocasión,al ver que no obtenía respuesta,intentó girar el pomo. La puerta noestaba cerrada con pestillo. Sintióun escalofrío, consciente de lo queiba a encontrar.

—Igual que esta mañana —dijo,dirigiéndose más a sí mismo que aAmity.

Ella lo miró con extrañeza.—¿Te refieres a cuando

encontrasteis el cadáver del doctorNorcott?

—Sí. —Benedict se sacó la pistoladel bolsillo.

Amity soltó despacio el aire, como

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si estuviera armándose de valor.Después, introdujo la mano bajo lacapa y soltó el tessen de la cadena.Sujetó el arma cerrada en la manoenguantada.

Benedict sopesó la idea deordenarle que se quedara fuera,pero después llegó a la conclusiónde que no estaría más segura quesi se mantenía a su lado. Juntospodrían protegerse si resultaba queWarwick los estaba esperando en elinterior de la casa.

Usó la punta de la bota para abrirla puerta. Frente a ellos se extendíaun pasillo tenuemente iluminado.Cuando comprobó que no se

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abalanzaba sobre ellos ningún locoarmado con un escalpelo, seintrodujo en la penumbra de laestancia. Amity lo siguió.

El vacío reverberaba en la casa. Elhaz de luz de una solitaria lámparaemplazada en una estancia sederramaba sobre el pasillo.

—Vigila las habitaciones situadasa la izquierda —dijo Benedict—. Yoestaré atento a las de la derecha.

—De acuerdo.Caminaron hacia el haz de luz,

pasando por la cocina, un comedormatinal, una despensa y unarmario. Todas las puertas estabanabiertas salvo la del armario.

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Benedict giró el pomo y la puerta seabrió con facilidad. Las estanteríasestaban ocupadas por sábanas yutensilios de limpieza.

Siguieron por el largo pasillo. Elinconfundible olor de la muerteimpregnaba la estancia iluminadapor la lámpara.

—¡Dios mío! —exclamó Amity.Benedict se detuvo en la puerta y

echó un vistazo, abarcando toda lahabitación. El cadáver de una mujerde mediana edad ataviada con unvestido oscuro yacía en el suelo, allado de un escritorio. Exactamenteigual que en el caso de Norcott, seencontraba en medio de un charco

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de sangre. La alfombra habíaabsorbido la mayor parte, queparecía estar seca.

—Charlotte Warwick seequivocaba al pensar que su hijo noconocía a la señora Dunning —comentó Benedict—. Ese malnacidole tiene mucho cariño al escalpelo.La ha degollado.

—La ha matado de la mismamanera que mató a sus otrasvíctimas.

—Quédate aquí. Quieroasegurarme de que no nos esperansorpresas en el vestíbulo.

Comprobó la última estanciasituada en la planta baja, una

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biblioteca escasamente amueblada.Los pocos volúmenesencuadernados en cuero quedescansaban en las estanteríasestaban cubiertos de polvo.Regresó sin más demora junto aAmity, que lo esperaba blandiendoel abanico.

—¿Qué está pasando? —lepreguntó ella—. ¿Por qué estámatando Warwick a toda estagente?

—Seguramente no sea muysensato especular sobre lasmotivaciones de un loco, perotengo la impresión de que estámatando a todos aquellos que

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conocen su secreto.—Pero ¿por qué ahora? Y ¿por

qué a estas dos personas? Es másque probable que el doctor Norcottle salvara la vida el día que loataqué con el tessen. Y es evidenteque la señora Dunning ha sidoquien lo ha sacado de CresswellManor.

—Tal vez piense que ya no losnecesita —sugirió Benedict—. Quese han convertido en un peligroporque conocen la verdad sobre él.

Amity abrió los ojos alcomprenderlo todo.

—Y porque sabe que vamos trasél. Se ha dado cuenta de que tarde

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o temprano localizaríamos tanto aNorcott como a Dunning.

—Debemos regresar a Londres deinmediato e informar al inspectorLogan de lo que hemos descubierto.

—¿Y qué pasa con el cadáver? Nopodemos dejarlo ahí sin más.

—Sí —la contradijo Benedict—.Eso es lo que vamos a hacer.

Amity se colocó de nuevo eltessen en la cadena de la cintura yexaminó el escritorio con unamirada crítica.

—La señora Dunning es una piezamuy interesante de esterompecabezas —afirmó—. Tal vezdebamos echarles un rápido vistazo

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a los cajones del escritorio.—Qué raro que lo menciones —

replicó Benedict—. Yo estabapensando lo mismo.

Dio dos pasos y sintió que habíaun objeto bajo la alfombra. En esemismo momento escuchó unchasquido metálico muy débil y vioque una chispa se prendía bajo elescritorio.

—¡Corre! —gritó—. Hacia lapuerta trasera, es la más cercana.¡Rápido, mujer!

Amity se dio media vuelta, selevantó las faldas y la capa con lasmanos, y corrió por el pasillo.Benedict la siguió.

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En un momento dado, Amitytropezó, soltó un improperio,recuperó el equilibrio y siguiócorriendo. Pero no se movía lobastante rápido. Benedictcomprendió que el peso del vestidoy de la capa la ralentizaban. Lapesada ropa hacía que tropezara.De modo que la aferró por un brazoy medio la arrastró, medio la llevóen volandas por el resto del pasillo.

Salieron en tromba por la puertadel jardín trasero segundos antesde que se produjera la explosión enel despacho de Dunning.

Al cabo de un momento, lasllamas devoraban la mansión. Una

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humareda negra se alzaba en elaire.

Benedict tomó de nuevo a Amitydel brazo y la condujo hasta laverja de hierro. Una vez queestuvieron fuera de los muros deljardín, la instó a detenerse. Ambosse volvieron para ver cómo ardía lamansión.

—Nos ha tendido una trampa —dijo Benedict—. Vaya, vaya, ¿no teparece interesante?

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31 Amity escuchó los frenéticos

cascos de un caballo aterradomientras se alejaba por la largaavenida.

—Adiós a nuestro coche dealquiler —dijo.

No podía apartar los ojos de lamansión en llamas. Le latía elcorazón más deprisa que el día en

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que su guía y ella doblaron unrecodo mientras recorrían unsendero de montaña de Colorado yse toparon de frente con un oso. Elextraordinario espectáculo de laconstrucción envuelta en llamas y lacerteza de que Benedict y ellahabían estado a punto de morir enla explosión dominaban sussentidos.

—Quería que muriésemos en lacasa —dijo Benedict.

—Sin duda alguna, el cocherosupondrá que hemos muerto en laexplosión —repuso.

—Sí —convino Benedict—. Seguroque sí.

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Amity tuvo la impresión de queBenedict estaba haciendo cálculoscomplicadísimos mentalmente.Apartó la vista del infierno eltiempo justo para mirarlo a la cara.

—Tienes otro plan en mente,¿verdad? —preguntó ella.

—Tal vez.Amity volvió a mirar el fuego. Las

llamas se alzaban sin control,devorando el interior de la mansión.Aunque Benedict y ella seencontraban a cierta distancia,sentía las oleadas de calor. Lasparedes de piedra aguantarían enpie, pensó. Pero, al amanecer,Hawthorne Hall sería un esqueleto

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calcinado.—¿Crees que el fuego se

extenderá al bosque? —preguntó.—Lo dudo mucho —contestó

Benedict—. Hay poco que se puedaquemar junto a la mansión y elverano ha sido bastante lluvioso. Encualquier caso, se acerca otratormenta. La lluvia apagará lasllamas. —Observó los nubarrones—.Tenemos que encontrar un refugio.

—Seguro que el cochero buscaráayuda.

—No me cabe la menor duda deque hará correr la voz por elpueblo, pero es imposible que labrigada de bomberos local pueda

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apagar el incendio de una casa tangrande. Puede que aparezcan unoscuantos curiosos, pero incluso esoes poco probable.

—Al igual que el cochero, todoslos habitantes del pueblo supondránque hemos muerto.

—Sí —replicó Benedict—. Y talvez eso nos resulte de muchautilidad.

—Creo que el ingeniero vuelve ala carga.

—Es posible que esta nochehayamos conseguido un periodo degracia, tiempo para meditar sobrelo que hemos descubierto. Hepasado por alto una pieza

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importante del rompecabezas,Amity. Lo presiento.

—¿Es posible que el asesino hayaestado vigilando la mansión y nosviera huir al bosque?

—Pues sí, pero dudo mucho deque ande cerca. El pueblo espequeño. No estamos en Londres.Por estos lares, la gente recordaríaa un desconocido que llegase a laestación de tren, preguntara cómollegar a Hawthorne Hall y despuésno se subiese al tren de vuelta aLondres hasta después de laexplosión.

—Ya veo por dónde vas —dijo ella—. Para conservar su anonimato

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todo lo posible, tendría que dejarsever abandonando el pueblo antesde que se produjera la explosión.Pero estás dando por hecho quevino y se fue en tren. ¿Y si alquilóun carruaje?

—Es otra posibilidad, sí —admitióBenedict—. Pero es un viaje muylargo desde Londres para hacerloen carruaje. No, sospecho que tomóel tren, como nosotros, y que volvióa la ciudad hace horas. En estemomento, seguro que esperaexpectante las noticias de laexplosión de Hawthorne Hall y de lamuerte de tres personas en losperiódicos de mañana.

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Amity sintió un escalofrío.—Por el amor de Dios, los

periódicos. Sí, por supuesto. Seguroque mi hermana lee las noticias ycreerá que estamos muertos.Tenemos que ponernos en contactocon ella.

—Lo haremos a primera hora dela mañana —le prometió Benedict—. No podemos volver a pie alpueblo esta noche, no con lainminente tormenta.

—Pero Penny se preocuparácuando no regresemos en el tren demedianoche.

—No podemos evitarlo, Amity —dijo Benedict con voz

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tranquilizadora—. Estáacostumbrada a dejar de tenernoticias tuyas de vez en cuandodebido a los rigores de tus viajes.No sucumbirá al pánico.

—Eso espero. —Amity hizo unapausa—. Es consciente de queestoy contigo. Eso la tranquilizará.

—Vamos, tenemos que buscar unrefugio.

Benedict echó a andar pararodear la mansión en llamas. Amityse recogió la capa y lo alcanzó.

—Como has señalado, la granjamás cercana está a cierta distanciade aquí —dijo ella.

—No podremos llegar tan lejos

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antes de que empiece a llover.Tendremos que contentarnos con lacasita que vimos en el extremo másalejado del camino.

—Nos vendrá de perlas —aseguróAmity—. Desde luego que me hehospedado en alojamientos muchomás incómodos.

Amity intentó no pensar en loevidente, pero era imposibledesentenderse de la idea. Iba apasar la noche a solas conBenedict.

—No será la primera vez —dijo él—. Pasaste tres noches a bordo delEstrella del Norte en el mismocamarote que yo, si no te falla la

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memoria.Sonrió al escucharlo.—Hay momentos, señor

Stanbridge, en los que me preguntosi es capaz de leerme elpensamiento —dijo con un dejeburlón en la voz.

—En algún otro momento yotambién me he preguntado si túpuedes leer el mío. Pero comoninguno de los dos asegura poseerpoderes psíquicos, me parece quevamos a tener que buscar otraexplicación para dar respuesta deestos ramalazos de intuición.

—¿Y qué explicación sería esa?Para su sorpresa, Benedict

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titubeó, como si no encontrase laspalabras adecuadas.

—Creo que nos conocemos mejorde lo que pensamos —terminó pordecir él—. Supongo que pasar deuna crisis a otra juntos, tal comohemos estado obligados a hacerúltimamente, causa ese efecto enlas personas. Sabemos qué esperardel otro en un apuro.

—Es un comentario muy perspicaz—dijo Amity.

—¿Te sorprende? —Benedictesbozó una sonrisa torcida—. Talvez no tenga los conocimientos deDeclan Garraway en psicología y,tal como ya te he dicho, no soy un

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gran admirador de la poesía, peronormalmente soy capaz de sumardos y dos y acabar con cuatro.

—Algo a favor de una sólidaformación matemática.

—Eso me gusta creer.—¿Qué te hizo darte cuenta de

que Hawthorne Hall estaba a puntode saltar por los aires? —preguntóAmity.

—Supe que había un problema encuanto pisé el mecanismodetonador oculto bajo la alfombra yvi la chispa. Admito que laconclusión de que la chispaprovocaría una explosión la hice sinpruebas, pero me pareció prudente

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actuar en consonancia.—Visto lo visto, fue una

suposición brillantísima, señorStanbridge.

La casita situada al final del

camino estaba vacía, pero seencontraba mejor conservada de loque Amity había esperado. Nohabía indicios de roedores ni de queotros animales salvajes se hubieranaposentado en su interior. Labomba del pozo funcionaba y habíaun cobertizo con bastante leña.

La tormenta llegó con unrelámpago y un trueno, justo

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cuando Benedict atravesaba lapuerta con la última carga de leña.Amity cerró la puerta tras él,frenando el avance de la lluvia.

—Creo que el dueño de este sitiolo alquila por temporadas —comentó ella—. Todo está en muybuenas condiciones, incluida lacama.

Dio un respingo nada máspronunciar la palabra «cama». Esemueble en concreto se encontrabaen un rincón, pero parecía dominarel reducido espacio.

Por suerte, Benedict decidió pasarpor alto tanto el comentario comola cama.

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—Esta noche pasaremos hambre—dijo él—. Pero al menospodremos beber agua y estaremoscalentitos. Voy a encender el fuego.

Amity sonrió, muy ufana.—No vamos a pasar hambre.Benedict tenía una rodilla hincada

en el suelo, delante de lachimenea, dispuesto a encenderuna cerilla y prender la hojarascaque había llevado del cobertizo. Sequedó quieto y la miró con graninterés.

—¿Has encontrado comida? —lepreguntó él.

—He traído comida. —Se acercóal lugar donde había colgado su

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capa, en un gancho junto a lapuerta, y la abrió para mostrarle losnumerosos bolsillos que tenía pordentro. Con una floritura, sacó dossaquitos preparados para no dejarpasar el agua—. Hace muchotiempo que aprendí que nunca sedebe emprender el viaje sin almenos unas galletas y algo de té.Nunca se sabe lo que puede haberal final del camino.

Benedict la miró con admiracióncuando la vio abrir uno de lossaquitos y sacar un paqueteenvuelto en papel.

—Admiro muchísimo a una mujerque siempre va preparada —dijo.

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Amity sacó una tetera y la usópara hervir agua del pozo. Trasabrir un armarito, descubrió unajarra, unas tazas y unos cuantosplatos desconchados. Sonrió.

—Era como si nos estuvieranesperando —comentó.

Benedict la observaba conexpresión desconcertada.

—Conozco a muchas personas,hombres y mujeres por igual, quellevarían ya mucho tiempoquejándose de la incomodidad deeste sitio —dijo él.

—Cuando alguien viaja tantocomo yo he viajado, aprende que ladefinición de «incomodidad» varía

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considerablemente en función delas circunstancias —replicó Amity.

Benedict miró la capa.—Entre lo que llevas colgado de

esa cadena en la cintura y lacantidad de bolsillos que tienes enla capa, no me extraña que de vezen cuando tintinees al andar.

Carraspeó al escucharlo.—¿Crees que tintineo?Benedict asintió con la cabeza

para expresar su admiración.—Creo que eres la clase de mujer

que siempre es capaz deenfrentarse a un imprevisto.

Sonrió y se recordó que Benedictno leía poesía.

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Cuando tuvo preparada lacomida, se sentaron a la mesadelante de la chimenea y cenarongalletas y té.

Comieron en un silencio cómodo yobservaron el alegre fuego quecrepitaba en la chimenea. En elexterior, la tormenta se convirtió enuna lluvia constante.

Cuando terminaron, Benedict laayudó a lavar las tazas y los platos.

Y, después, se quedaron con eltema de la única cama en el rincónde la estancia. Amity decidióabordar el asunto sin tonterías y defrente. Al fin y al cabo, era la clasede mujer capaz de enfrentarse a

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imprevistos.—Será como acampar en el Oeste

—dijo—. Salvo que no tendremosque dormir en el suelo duro y frío yno habrá que preocuparse de loslobos y los osos.

—Solo de un depredador humanoque mata con un escalpelo —replicóBenedict.

Amity lo miró. A la luz del fuego,su rostro parecía muy duro y serio.

—¿Has cambiado de idea conrespecto a la localización actual delasesino? —le preguntó—. ¿Creesque está ahí fuera, en la tormenta,observándonos?

Benedict clavó la vista en el fuego

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un momento y luego negó con lacabeza.

—No, creo que ahora mismo estásiendo muy cuidadoso. Haeliminado a las dos personas queconocían su secreto y que podríanacudir a la policía. Habrá regresadoa su guarida de momento. Encualquier caso, esta cabaña esbastante segura. Las ventanas sondemasiado pequeñas para quequepa un hombre y no puedeatravesar la puerta sin la ayuda deun hacha. No es su estilo.

—Podría usar un artefactoexplosivo como el que dejó tras élen Hawthorne Hall.

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—No. —Benedict parecía muyseguro—. Esa clase de tramparequiere tiempo, planificación,acceso y, sobre todo, los materialesadecuados. Es muy improbable quehaya venido hasta tan lejospreparado para montar dosartefactos explosivos. De cualquiermodo, era imposible que supieraque íbamos a escapar de la primeraexplosión y que nos íbamos arefugiar aquí.

Amity observó su rostro unmomento.

—¿Qué te tiene tan preocupadoesta noche? —le preguntó—.Además del hecho de que estamos

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persiguiendo a un asesino, claro.Benedict apartó la vista del fuego

y la clavó en sus ojos.—Que me parta un rayo si lo sé.

Pero estoy pasando algo por alto entodo este asunto.

—Ya averiguarás qué es con eltiempo —le aseguró ella.

—Me temo que tiempo es lo únicoque no nos sobra.

—Tenemos esta noche —replicó.Benedict sonrió. Era una sonrisa

torcida, pero una sonrisa al fin y alcabo.

—Sí —convino él—. Tenemos estanoche.

La miró como si estuviera sumido

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en un trance. Amity comprendióque esperaba una respuesta deella, pero no sabía muy bien quédecir. Cuando se limitó a mirarlo sinhablar, Benedict se movió, saliendode su ensimismamiento.

—Yo me quedé con la cama laúltima vez que pasamos una nochejuntos —dijo él.

—¿Te refieres a la litera de tucamarote?

—Sí. Es justo que tú te quedescon la cama esta noche. Dormirédelante del fuego.

Un mal presentimiento seapoderó de ella.

En fin, había sido un día muy

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largo y ajetreado, se recordó. ¿Quése podía esperar salvo un malpresentimiento?

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32 La despertaron los ruidos que

alguien hacía al manipular la leñade la chimenea. Abrió los ojos yobservó a Benedict mientras añadíaotro leño al fuego, que apenastenía llama. Se había quitado lasbotas, el gabán y la corbata, y sehabía cubierto con la colcha. Estabaestirado en el suelo. Le resultó

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imposible no fijarse en que tambiénse había quitado la camisa en algúnmomento, después de que ella seacomodara en el colchón, queestaba lleno de bultos. Dichaprenda descansaba en el respaldode una silla.

Se mantuvo inmóvil, fingiendoestar dormida, y lo contempló conasombro y con un placer muyfemenino. Las llamas iluminabanlos contornos de su musculosocuerpo. Tenía los hombros anchos yfuertes. Manejaba la leña confacilidad y con una economía demovimientos que resultabaelegante a la par que masculina.

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Recordó las caricias de sus manosen la piel y la invadió un repentinoanhelo. Deseaba que la tocara denuevo.

En ese momento se volvió haciaella. La luz del fuego dejó a la vistala cicatriz que tenía justo pordebajo de las costillas. La heridahabía sanado, pero la marca loacompañaría toda la vida.

—Estás despierta, ¿verdad? —lepreguntó.

—Sí —respondió ella.—Lo siento. No pretendía

despertarte. Solo estaba echandoun leño al fuego.

Amity se incorporó hasta

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sentarse. Antes de acostarse, sehabía quitado las incómodasenaguas y se había desabrochadovarios corchetes del cuello delvestido de viaje. Sin embargo,aunque no llevaba corsé, el tiesocorpiño del vestido no le permitíaestar mínimamente cómoda nirelajarse.

—No importa —replicó—. Nopuedo dormir. No dejo de ver elcuerpo de la señora Dunning y deoír el chasquido metálico queescuchamos justo antes de que seprendiera la mecha del explosivo.

—Qué coincidencia. Yo tengo lasmismas visiones, salvo que las mías

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te incluyen a ti, tratando de corrercon ese incómodo vestido y con lacapa que llevas hoy.

Amity torció el gesto.—Menos mal que, como miembro

de la Asociación en pos de unaVestimenta Sensata, no llevo corséy limito la ropa interior a un mínimode tres kilos.

—¡Por Dios! ¿Tres kilos de ropainterior?

Amity se encogió de hombros.—Una dama que siga los últimos

dictados de la moda puede llevarencima más de quince kilos deropa. La tela pesa mucho cuando laconfeccionan a modo de prendas

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plisadas o drapeadas. Por nomencionar las botas y las capas.

Benedict sonrió.—No te vistes así cuando viajas

por el extranjero.—No. Solo cuando estoy en casa,

en Londres.Amity vislumbró el ávido deseo

que iluminó los ojos de Benedict.Como si fuera una especie de poderpsíquico, provocó una respuestainmediata en ella. La tensión seapoderó del ambiente. El pulsoempezó a latirle más rápido. Sabíaque él no haría el primermovimiento, no a menos que ella ledejara claro que sería bien recibido.

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Se puso de pie. Las faldas delvestido, sin el armazón que eran lasenaguas, cayeron en torno a suspiernas.

—Benedict, hoy nos hemossalvado gracias a ti —dijo—. Si nohubieras sabido lo que significabaese chasquido metálico cuandopisaste la alfombra...

—Llevo años diseñando yexperimentando con distintos tiposde dispositivos mecánicos. Conozcomuy bien el chasquido.

—Sí. —Amity avanzó varios pasoshacia él y después se detuvo,insegura de cómo proceder—.Definitivamente tu conocimiento de

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la ingeniería y de otras... cuestioneses encomiable.

Él frunció el ceño.—¿Te refieres a las matemáticas?Ver su sincera perplejidad le

otorgó cierta confianza. Tomó unabocanada de aire para relajarse yse colocó frente a él. Era conscientedel calor del fuego y de otro tipo decalor...

—No, no me refiero a lasmatemáticas —contestó al tiempoque le pasaba un dedo por eláspero contorno de su mentón—.Me refería a tu experiencia en elarte de besar.

Benedict extendió los brazos y le

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tomó la cara entre las curtidasmanos.

—Si soy bueno besándote esporque me resulta algo tan naturalcomo respirar. Ahora mismo es loque más deseo hacer.

Ella se quedó sin aliento.—Lo que más deseo ahora mismo

es que me beses.—¿Estás segura? —le preguntó

con voz ronca.Amity colocó las manos sobre su

torso, caliente por el fuego, y pensóen las noches que lo había tocadopara comprobar si tenía fiebre.Aquellos primeros días de travesíaen el barco estuvo muy

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preocupada. En ese momento,había otras cosas que lapreocupaban, pero no quería pensaren ellas hasta que llegara lamañana. Recordó la pregunta quehabía visto poco antes en los ojosde Benedict, cuando ella se dirigió ala única cama que había en laestancia mientras él extendía lacolcha en el suelo. En aquelinstante, no supo qué contestarle.Pero por fin lo tenía claro.

—Tenemos esta noche —dijo.Se puso de puntillas y le rozó los

labios con los suyos.Y esa fue la única respuesta que

Benedict necesitó.

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La pegó a él y atrapó su boca conuna ternura feroz que enardeciótodos sus sentidos. Amity se aferróa sus hombros como si le fuera lavida en ello.

Benedict siguió besándola cadavez con más pasión hasta dejarlasin aliento. Hasta que no pudopensar en otra cosa que no fuera elprofundo y doloroso deseo quecrecía en su interior.

Benedict le desabrochó el restode los corchetes que cerraban elcorpiño del vestido, que cayó alsuelo y quedó arrugado en torno asus pies. Solo llevaba las medias,los calzones y la camisola.

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—Al menos esta noche tenemosuna cama —dijo Benedict, quehabló con los labios pegados a sucuello—. No un montón de paja.

—Sí. —Amity le clavó las uñas enlos fuertes músculos de los hombros—. Sí.

Él la alzó en brazos, acunándolaun instante entre ellos, y acortó laescasa distancia que los separabade la cama. Tras dejarla sobre lamanta, se apartó lo justo paraquitarse los pantalones y loscalzoncillos.

El tamaño de su erección lafascinaba, aunque también laatemorizaba un poco. Recordaba lo

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incómodo que le había resultadoacogerlo en su interior aquellaprimera vez en el establo. Se dijoque esta vez sería más fácil.

—Esta noche iremos despacio —leprometió él al tiempo que colocabauna rodilla en la cama paracomprobar si aguantaba su peso.

Amity estaba tan nerviosa quesoltó una risilla.

—La cama parece lo bastanterecia —dijo—. No creo que vayas amandarnos al suelo.

Benedict sonrió, oculto por lassombras.

—Espero que tengas razón.Se colocó con mucho cuidado

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sobre ella, cubriéndola con el calorde su cuerpo. A fin de no aplastarlacontra el colchón, apoyó su pesosobre los codos e inclinó la cabezapara besarla.

Amity sintió que todo en suinterior se aceleraba. Se entregó albeso. Esa sensación de urgenciaaumentó hasta convertirse en unexigente anhelo. De formaimpulsiva, alzó las caderas parafrotarse contra la rígida erección deBenedict.

Él se apartó de sus labios y labesó en el cuello.

—Me encanta tu olor —susurró.Amity le aferró los hombros

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mientras él buscaba el bajo de lacamisola para subírsela hasta lacintura. Acto seguido, introdujo unamano por la abertura de suscalzones y le acarició esa parte delcuerpo que ya se había derretido.

—Tan caliente —dijo—. Y tanmojada. —Le besó un pecho através de la tela de la camisola—.Preparada para mí.

—Sí —logró replicar ella, si bientenía un nudo en la gargantaprovocado por la arrolladora fuerzade ese torbellino que amenazabacon arrastrarla—. Para ti.

Benedict la besó de nuevo en laboca. Pero, en esa ocasión, no fue

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un beso erótico, más bien parecíaestar sellando un voto solemne.Todavía estaba intentandocomprender el significado de dichobeso cuando sintió que lapenetraba con dos dedos.

Dio un respingo, pero no por eldolor. Se tensó por instinto en tornoa sus dedos, que la penetraban deforma tentativa. Estaba muysensible a esas alturas, porquecualquier caricia le provocaba unestremecimiento.

Benedict se detuvo y levantó lacabeza.

—¿Te estoy haciendo daño?—No. —Lo instó a acercarse de

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nuevo a ella—. No, por favor. No tepares, sigue haciéndolo.

—Tengo que pararme.—¿Por qué?—Porque tu hermana me advirtió

de que si te dejaba embarazada,me decapitaría.

—¿Cómo? ¿Penny te dijo eso? Nome lo creo.

—Tal vez no lo dijera así tal cual,pero si no recuerdo mal, fue algodel estilo. La idea era dejarme bienclaro que debía usar un condón. —Hizo una pausa—. Pero dada tufalta de experiencia, a lo mejor nosabes de lo que estoy hablando.

—Aunque me falte experiencia,

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no me faltan conocimientosmédicos —replicó ella con un dejeremilgado—. Mi padre me explicócómo se usaba un condón.

—Por supuesto que lo hizo. —Benedict parecía dividido entre larisa y el enfado—. Supongo que nollevarás uno de sobra en losbolsillos de tu capa, ¿verdad?

Ella se puso colorada.—Ahora te estás riendo de mí.—Pues sí. —Cambió el peso del

cuerpo—. Espera un momento. Notardo.

Tras levantarse de la cama, seacercó al gancho donde habíacolgado su gabán. Amity se

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incorporó sobre un codo para verqué estaba haciendo. A la luz delfuego, lo observó sacar una cajitade cuero de un bolsillo.

—¿Quieres decir que has traídouno? —le preguntó, atónita—. ¿Hastraído uno a un viaje parainvestigar un crimen?

Benedict se quedó petrificado, atodas luces inseguro de larespuesta correcta.

—¡Ah! —exclamó. Tras guardarsilencio un instante, tomó unadecisión—. Lo llevo encima desdeque lo compré.

—¿Y cuándo lo hicisteexactamente?

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—Poco después de que tuhermana me echara el sermón.

—Por el amor de Dios. —Amity sepercató de que no sabía qué decir.Tras una breve reflexión, empezó asonreír—. Al parecer, no soy laúnica que viaja preparada paracualquier eventualidad.

Benedict soltó una carcajada, unsonido ronco alimentado por elalivio que lo inundaba, y regresó ala cama. Tras abrir la cajita decuero, sacó el condón. Amityobservó, fascinada, cómo se locolocaba.

Benedict se agachó para besarla.—Esta vez disfrutarás de la

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experiencia, te lo prometo —dijocontra sus labios.

—Te creo.No la penetró de inmediato. En

cambio, la acarició hasta que denuevo sintió un deseo palpitante ydesesperado. Localizó ese punto ensu interior donde le provocaba unplacer exquisito, y también lededicó su tiempo a la otra zonaexterna situada en la parte superiorde su sexo. Concentró toda suatención en esos dos puntos hastaque Amity fue incapaz de pensar enotra cosa.

Cuando el placer la inundó enoleadas, jadeó, gritó y se aferró con

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fuerza a los hombros de Benedict.En ese momento fue cuando la

penetró, despacio y de formadeliberada, a fin de prolongar susespasmos de placer. En esaocasión, no hubo dolor, al contrario.La plenitud de su invasión, latensión que la acompañaba,provocó otra nueva oleada deestremecimientos. A esas alturas,Amity era incapaz de respirar.

Lo escuchó gemir. La espalda deBenedict era un sólido bloque demúsculos bajo sus manos.

Al cabo de un instante, élintrodujo una mano entre suscuerpos y Amity comprendió que

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estaba asegurando el condónmientras se movía en su interior. Enel último momento, salió de ella.Amity lo estrechó contra su cuerpomientras él alcanzaba el orgasmo.

Benedict se estremeció y despuésse dejó caer a su lado.

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33 Un buen rato después, Benedict

se sentó en el borde del colchón. Sequitó el condón y lo tiró en el orinalque estaba bajo la cama. Eran tancaros que muchos hombres losenjuagaban y los reutilizaban. Porsuerte, podía permitirse el lujo deusar un condón nuevo cada vez quelo necesitara.

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Miró a Amity. A la mortecina luzdel fuego parecía muy suave,calentita y deliciosa. Se percató deque tenía una nueva erección, perorecordó que acababa de tirar elúnico condón que había llevadoconsigo.

—No lo has usado como sesupone que hay que hacerlo —comentó Amity—. Aunque estabasprotegido, te has retirado en elúltimo momento, igual que hicistela primera vez en el establo.

—No son del todo seguros, yasean de piel o de goma —le explicóél, que se inclinó para besarla—. Esmejor tomar precauciones extra.

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Ella se estiró como si fuera unagata.

—Siempre planeando para evitarun desastre.

—Me han acusado de ser muyaburrido —replicó Benedict antes depoder reflexionar sobre la idoneidadde sacar el tema a colación.

Amity parpadeó, sorprendida.Después se echó a reír.

—Qué ridiculez. Mi vida ha sidocualquier cosa menos aburridadesde que te conocí. De hecho,creo que hemos pasado de unaaventura a otra sin tener apenastiempo entre ellas.

—Sí, pero eso es porque las cosas

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han tomado un rumbo bastanteextraordinario de un tiempo a estaparte. En circunstancias normales,la vida puede ser bastantemonótona con un hombre de mitemperamento.

Amity esbozó una sonrisa lenta ysensual.

—La verdad, lo dudo. Sinembargo, si alguna vez nossentimos amenazados por elaburrimiento, siempre podemosrecurrir al tipo de experimento quehemos llevado a cabo hace un rato.

La tensión que crecía dentro de élse disipó.

—Creo que la primera vez te

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gustó tanto como montar encamello —replicó Benedict.

—Esta vez ha sido mucho mejor—le aseguró ella—. Más bien comomontar un semental salvajedurante una tormenta. Un pocopeligroso, quizá, pero sin duda esoaumenta su atractivo. Ha sido unaexperiencia muy emocionante.

Benedict se permitió disfrutar porun instante de la imagen de Amitya la luz del fuego. Llegó a laconclusión de que casi relucía. No,de hecho, relucía de verdad. Poseíauna cualidad luminosa que lofascinaba por completo.

—Señorita Doncaster —repuso

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con un deje guasón—, puede estarsegura de que estaré dispuesto aaliviar el tedio de su vida consemejante método en cualquiermomento.

—Una oferta muy amable, señor—replicó ella.

Benedict se levantó, se puso loscalzoncillos y atravesó la estanciapara echar otro leño al fuego.

Cuando las llamas se alzaron denuevo, regresó a la cama. Amity loobservaba, esperándolo. Lo invadióla satisfacción. ¡Lo estabaesperando!

Y así, de esa forma tan simple, laúltima pieza del rompecabezas

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encajó.Se detuvo en el centro de la

estancia.—Todo está conectado —dijo.Amity se incorporó despacio en la

cama.—¿De qué estás hablando?—De todo. Hemos estado

investigando el ataque de VirgilWarwick contra ti como si fuera unhecho aislado del robo del cuadernode notas de Foxcroft. Pero hay unvínculo entre ellos. Tiene quehaberlo.

—¿Por qué lo crees?—La explosión de Hawthorne

Hall. —Atravesó de nuevo la

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estancia para acercarse al ganchodel que colgaba su gabán. Trassacar su cuaderno del bolsillo, loabrió—. ¿No lo ves? Esa teoríaaclara muchas cosas.

—¿Como qué?—Como el hecho de que es muy

probable que Virgil Warwick nohaya matado a la señora Dunning.

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34 —Explícate —dijo Amity.La energía decidida y controlada

de Benedict era contagiosa. Hacíaun momento se sentía cansada ymás que lista para dormirse, perohabía pasado a estar bien despiertay muerta de la curiosidad.

Se levantó de la cama y seenvolvió con la manta. Podía sentir

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el frío de los tablones del suelo através de las medias, pero sedesentendió de la sensación.

—Quienquiera que nos dejara latrampa hoy es muy habilidoso en elrarísimo arte de los artefactosexplosivos —dijo Benedict. Se sentóa la mesa y abrió el cuadernillo—.¿Recuerdas lo que CharlotteWarwick dijo de las preferencias desu hijo?

—Lo describió como poseedor deun temperamento artístico y dijoque parecía haber encontrado supasión en la fotografía.

—Exacto. No dio indicios de quele interesase la ingeniería ni otras

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cuestiones científicas. Es muyimprobable que supiera fabricaralgo tan complicado como unartefacto explosivo, mucho menosmontarlo en el escenario de unasesinato sin salir volando por losaires en el proceso.

—Pero a la señora Dunning la handegollado con una hoja afilada.Murió como el doctor Norcott y laspobres novias.

—Todos los que han estadosiguiendo los crímenes por laprensa, y ahí entraría casi toda lapoblación londinense, saben cómohan sido los asesinatos. No costaríamucho reproducir la técnica.

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Amity se estremeció.—Suponiendo que a uno no le

moleste la sangre.—Por supuesto —convino

Benedict. Se concentró de nuevo ensus notas.

Amity lo observó.—¿Crees que alguien que no fue

Virgil Warwick asesinó al doctorNorcott? —preguntó transcurridosalgunos segundos.

—No. No puedo estar seguro,pero ese asesinato respondía a unalógica retorcida.

—Sí, lo sé. Dijiste que tenía ciertosentido que Warwick se deshicieradel único hombre que sabía lo

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peligroso que era. Y, asimismo,tenía miedo de que Norcottacudiese a la policía.

—Así es. Pero el asesino tambiénse llevó el maletín médico deNorcott. Me parece que es algo queharía Virgil. Sin embargo, aunquesupiera de la existencia de suhermanastra y de que la señoraDunning estaba chantajeando a sumadre, me cuesta mucho creer queaprendiera a fabricar un artefactoexplosivo que se activara cuandoalguien pisase la alfombra. Esorequiere estudios y experiencia.

—Pero ¿quién si no querríaasesinar a la señora Dunning? —

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preguntó Amity.Benedict soltó el lápiz y se

acomodó en la silla. Las llamas sereflejaban en sus ojos.

—La misma persona que intentómatarme en Saint Clare y quedespués se las ingenió para hacerque fueras el objetivo de un asesinopsicópata. Cuando su plan fracasó,dicho individuo fue a HawthorneHall y asesinó a la señora Dunningporque sabía demasiado acerca dela historia personal de los Warwick.

Amity aferró con más fuerza lamanta.

—¿Estás diciendo que VirgilWarwick está implicado en la trama

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para robar el cuaderno de Foxcroft?Yo diría que me parece demasiadoinestable para ser un buen espía.

—Estoy contigo —dijo Benedictcon paciencia—. Y no creo que seael espía. Aunque sí creo que estárelacionado con la persona que sellevó el cuaderno de Foxcroft.

—Hablamos de la misma personaque intentó matarte en Saint Clare.

—Sí. Esa persona conocía a VirgilWarwick lo bastante bien comopara intentar usarlo a modo dearma. Ella lo dirigió hacia ti, aunquelas cosas no salieron tal como habíaplaneado.

—¿Ella?

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—Creo que, después de todo,buscamos a una mujer.

—Por el amor de Dios. —Amityintentó encajar todas las piezas ensu cabeza—. Si tienes razón al decirque envió a Warwick hacia mí deforma deliberada, eso quiere decirque sabe la clase de monstruo quees y cómo manipular su obsesión.¿Quién además de la señoraDunning y la madre de Virgil losabrían?

—La hermana que creció en unorfanato —contestó Benedict en vozmuy baja.

Amity sopesó esa información.—Sí, por supuesto, la hermana.

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—Repasaremos de nuevo la listade invitados del baile de losChanning cuando volvamos aLondres —continuó Benedict—. Perosolo hay una mujer que tiene laedad adecuada para ser la hija deWarwick y que también tiene unmotivo para mandarte a un asesino.

Amity inspiró hondo.—¿Lady Penhurst?—Eso creo.—Pero ¿por qué querría verme

muerta?Benedict la miró.—Eres la primera mujer por la

que he demostrado un interésmarcado desde que puse fin a la

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relación con Leona hace dos años.—Ay, Dios —dijo Amity—. Cómo

no: una mujer despechada.

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35 —Bienvenida a casa, señorita

Doncaster —la saludó la señoraHouston, al tiempo que le abría lapuerta—. Me alegro de volver averlo, señor Stanbridge. Debodecirles que la señora Marsden sealarmó mucho al ver que noregresaban en el tren de la noche.El inspector Logan se puso en

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contacto con la policía del pueblo yle informaron de que se habíaproducido un incendio enHawthorne Hall y de que nadie loshabía vuelto a ver después.

—¿Ha recibido mi telegrama estamañana? —preguntó Benedict.

—Sí, por supuesto, y llegó justo atiempo. La señora Marsden y elinspector Logan estaban a punto deir al pueblo.

En el pasillo resonaron unospasos muy rápidos. Apareció Pennycon el alivio pintado en la cara.Logan iba detrás de ella.

—¡Amity! —exclamó Penny altiempo que corría hacia ella—.

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¡Gracias a Dios!Amity la abrazó.—No pasa nada, Penny. Estamos

bien. Siento mucho habertepreocupado. No había manera deenviarte un mensaje hasta queencontramos a un agricultordespués del amanecer que nosllevó hasta el pueblo.

Penny se alejó de su hermana.—Lo entiendo. Es que estaba muy

preocupada. Los periódicosmatinales llevan la noticia delincendio en Hawthorne Hall. Sabíaque estabais bien porque eltelegrama llegó muy temprano,pero era bastante parco con los

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detalles sobre lo sucedido.Logan miró a Benedict.—¿Qué demonios ha pasado?—Es una historia muy larga —

contestó Benedict.La señora Houston sonrió.—Voy a hervir agua para el té. Un rato después, Benedict

concluyó el relato de la historia.Amity sentía la tensión delambiente. Logan estaba muy serio.

—Tal como están las cosas, va aser casi imposible demostrar algoen contra de lady Penhurst —comentó.

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—Debemos dejar el tema enmanos de tío Cornelius —dijoBenedict—. Él se encargará de ella.Entre tanto, nada de esto cambia lasituación con respecto a VirgilWarwick. Debemos encontrarlo ydetenerlo antes de que vuelva aasesinar.

—Estoy de acuerdo. —Logan sepuso de pie y se acercó a laventana—. Está ahí fuera, en algúnsitio. No puede esconderse parasiempre. Lo encontraremos.

Amity carraspeó.—Si se me permite una

sugerencia...Todos la miraron. Pero fue

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Benedict quien la entendió antesque los demás.

—No —dijo.—¿Qué pasa? —preguntó Logan.—Lady Penhurst tal vez haya

usado a su hermano como arma,pero dudo mucho de que puedacontrolarlo ahora que lo ha lanzadoen mi dirección —adujo Amity—. Yosoy su objetivo. Es un hombreobsesivo. ¿Por qué no tenderle unatrampa?

Penny abrió los ojos de par enpar, alarmada.

—¿Contigo como cebo?—Sí, exactamente —contestó

Amity—. Podría salir sola de casa,

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como si fuera de compras. Lapolicía puede seguirme a ciertadistancia...

—No —repitió Benedict.—No —dijo Penny.—Desde luego que no —replicó

Logan.Amity suspiró.—No entiendo por qué está todo

el mundo en contra de la idea.Benedict la miró con seriedad.—No hace falta pensar mucho. La

respuesta es bien sencilla.—¡Por el amor de Dios! —exclamó

ella—. A mí me parece un planestupendo.

—Por suerte para mi tranquilidad

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mental, yo tengo uno mejor —apostilló Benedict.

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36 —Puede que tengas razón con

lady Penhurst —dijo Cornelius.Tenía las piernas apoyadas en unescabel y jugueteaba con su pipaapagada—. Pero ha desaparecido.Mandé al joven Draper, misecretario, para que preguntara ensu casa esta mañana, después deque me contaras lo sucedido en

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Hawthorne Hall. Lord Penhurst notiene ni idea del paradero actual desu mujer. El personal de serviciocree que está de viaje por Escocia.

Amity miró a Benedict, queestaba repantigado en un sillónjunto a la ventana. Este enarcó lascejas.

—Parece que hay mucha genteviajando por Escocia este verano —comentó él.

—Ciertamente. —Amitytamborileó con los dedos sobre elbrazo del sillón—. Primero, nosdijeron que Virgil Warwick iba decamino a un pabellón de caza enEscocia y ahora descubrimos que su

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hermana tal vez vaya al mismositio.

—Y no nos olvidemos de que eldoctor Norcott estaba en posesiónde un billete de tren hacia Escocia—añadió Benedict—. Aunque en sucaso sí era verdad. Es evidente quebuscaba refugio en la zona.

—Sí —convino Amity.Se había sentido muy complacida

cuando Benedict sugirió que loacompañase a casa de su tío. Eraun indicio de que no solo confiabaen ella, algo que ya sabía, sino queademás la consideraba una igual enesa investigación.

En cuanto a Cornelius Stanbridge,

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parecía muy recuperado. Todavíallevaba un pequeño vendaje, peroinsistía en que se había curado porcompleto del golpe de la cabeza.

Benedict se puso de pie. Amity loobservó acercarse a la ventana. Eraconsciente de la energía nerviosaque lo impulsaba.

—Dudo mucho de que Warwick oLeona estén en Escocia —dijo él.

Cornelius gruñó.—Le he pedido al joven Draper

que investigue el pasado de ladyPenhurst.

Benedict apretó los dientes.—Leona es la hermanastra de

Virgil Warwick y trabaja a sueldo de

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los rusos. Es la única explicaciónposible a los cambios de tercio y alas sorpresas de este caso.

—Creo que tienes razón. —Cornelius golpeó el brazo del sillóncon la boquilla de la pipa—. Comoesposa de lord Penhurst, desdeluego que se encuentra en unaposición privilegiada para ejercer deespía. Tal vez Penhurst esté senil,pero sigue teniendo muy buenoscontactos. Conoce a todo el mundoy, al menos hasta hace poco,gozaba de la confianza de muchosaltos cargos del gobierno. A sabercuántos secretos ha conocido a lolargo de los años.

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—Y a saber cuántos ha reveladosin querer a lady Penhurst —repusoAmity.

—Desde luego. —Corneliusparpadeó y entrecerró los ojos—.Creo que los dos deberíais ver lanota que he recibido poco antes deque llegarais. Estaba a punto demandaros llamar cuando habéisaparecido en mi puerta.

Benedict se dio la vuelta y sumirada reflejó que había adivinadolo que sucedía.

—¿Has tenido noticias del ladrón?—Sí —confirmó Cornelius—. Y, a

juzgar por el momento en el queme ha llegado la nota, creo que el

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ladrón está al tanto de que laseñorita Doncaster y tú habéissobrevivido a la explosión deHawthorne Hall. Me llegó pocodespués de que regresarais aLondres sanos y salvos. Sinembargo, parece que el espía estáansioso por llevar a cabo el canje.—Cornelius señaló con la boquillade la pipa—. Vamos, comprobadlovosotros. Me gustaría conocervuestra opinión. El precio porrecuperar el cuaderno essumamente interesante.

Amity se puso de pie de un saltoy se acercó a toda prisa alescritorio. Benedict dio dos

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zancadas y se reunió con ella.Benedict leyó el mensaje en voz

alta, con voz más furiosa a medidaque pronunciaba cada palabra.

—«El intercambio se llevará acabo mañana por la noche en elbaile de los Ottershaw. La señoritaDoncaster llevará el Collar de laRosa como pago por el cuaderno.Lucirá un dominó negro con elantifaz proporcionado. Alguien sepondrá en contacto con ella en elbaile con las instrucciones finalespara concluir el canje.» Hija de puta—añadió Benedict—. Ya no cabe lamenor duda: Leona ha enviado estanota.

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—Yo también lo creo —dijoCornelius—. No me imagino aninguna otra persona que pudierainsistir tanto en un collar enconcreto como pago por elcuaderno.

Amity lo miró, desconcertada.—Pero no tiene sentido. Seguro

que se da cuenta de que exigir elcollar de los Stanbridge es unasunto muy complicado. Así soloconseguiría que las sospechasrecayeran sobre ella. Hay muchaspersonas que saben que se ofendiócuando Benedict no le propusomatrimonio.

—Creo que lady Penhurst ha

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permitido que sus ansias devenganza anulen su sentido común—replicó Cornelius.

—Me pregunto si los rusos estánal tanto de que su agente hapermitido eso, que sus ansias devenganza anulen su sentido común—comentó Benedict.

Amity alisó la carta con unamano.

—Charlotte Warwick nos dijo quela señora Dunning aseguraba haberobservado pruebas de inestabilidadmental en la hermana de Virgil. Talvez nuestro compromiso ladesestabilizara por completo.

Benedict empezó a andar de un

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lado para otro por el despacho.—Eso parece.Amity miró a Cornelius.—¿Dónde está el antifaz?Cornelius señaló con la boquilla

de la pipa la caja que había sobreel escritorio.

—Ahí dentro.Amity le quitó la tapa a la caja y

la dejó a un lado. Examinó elprecioso antifaz. Era muy elegantey estaba decorado con lujosasplumas y pequeños cristalitos quereflejaban la luz. Estaba creadopara ocultar la parte superior de lacara. Y era de un color rojo intenso.

—No es muy sutil, ¿verdad? —

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preguntó Amity—. Quiere queaparezca como la Mujer Escarlata.

Benedict dejó de moverse yfulminó el antifaz con la mirada.

—No irá a ese dichoso baile.Amity se dio cuenta de que

Cornelius había decidido nointerferir. En cambio, esperó a vercómo reaccionaba ella.

—Por supuesto que voy a ir —replicó—. Leona se dará cuenta siintenta que vaya otra mujer en milugar. Claro que no pienso permitirque lleve a otra mujer con usted.

—Si quiere hacer el intercambio,puede hacerlo con nuestrascondiciones —dijo Benedict.

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Cornelius tosió.—Tenemos que desenmascarar a

lady Penhurst. Y parece que va aser algo muy literal.

—Su tío tiene razón —dijo Amity—. Tenemos que atraparla. Esnuestra oportunidad paradesenmascararla como una espía.

Cornelius gruñó.—La señorita Doncaster ha dado

en el clavo en cuanto a laestrategia. Tal como hemencionado, en esta clase desituación, el momento delintercambio es cuando el ladrón esmás vulnerable.

—Soy consciente de que el collar

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seguramente sea muy valioso y deque tiene un significado especialpara su familia, Benedict —dijoAmity—. Pero si tenemos cuidado,podemos protegerlo.

—Me importa un bledo el collar.—Benedict tenía una expresión muytensa—. Ese antifaz es un insulto asu persona.

—Solo si yo decido tomármelocomo tal —repuso ella—. Prefieroconsiderarlo una parte del disfrazque llevaré para unarepresentación. De verdad, no esnecesario que se ponga nervioso nique tema que vaya a pasarme algo.¿Qué puede salir mal en medio de

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un salón de baile atestado?—Ahora mismo se lo digo —

contestó él.—Benedict, es nuestra mejor

oportunidad, no solo para atrapar alady Penhurst, sino para averiguarel escondrijo de su hermano. Sialguien puede llevarnos hasta VirgilWarwick, es su hermana.

Benedict parecía muy serio.—Necesitamos un plan —dijo él a

la postre.Amity sonrió.—En fin, pues trace uno.Cornelius resopló.—Tiene razón, Ben. Tú eres quien

tiene el talento apropiado para

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hacer planes en previsión decualquier desastre o contingencia.

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37 El enorme salón de baile de la

mansión de los Ottershaw estabasuavemente iluminado por farolillosde colores que creaban seductorassombras sobre la multitud deinvitados con sus elegantesdisfraces. En otras circunstancias,pensó Amity, la escena habría sidomuy romántica. Por primera vez

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desde que conoció a Benedictestaba bailando con él, un vals, nimás ni menos, la música másromántica del mundo.

Aunque Benedict no parecíaapreciar el romanticismo delmomento. Bailaba tal cual hacía elresto de las cosas: con unacompetencia elegante y eficiente.Sin embargo, la milimétricaprecisión de sus pasos dejaba bienclaro que tenía la mente en otrosasuntos. Amity casi podía escucharel metrónomo interno que llevabaen el cerebro contando los pasos.Benedict examinaba la multitud conesos ojos oscuros, que brillaban

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tras una sencilla máscara negra.Llevaba un dominó negro al igualque ella, con la capucha apartada afin de ver mejor el entorno.

Amity también se había quitado lacapucha con la intención de que elantifaz escarlata quedara bienvisible. Era muy consciente del pesodel Collar de la Rosa en el cuello,que quedaba oculto bajo el dominó.Benedict había insistido en que erael lugar más seguro para llevarlo.Cuando se lo colocó en torno alcuello, Amity se miró en el espejo ycasi se quedó ciega por el brillo delos rubíes y los diamantes.

Benedict la instó a realizar un giro

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muy sucinto mientras verificabaotro cuarto del salón de baile,sumido casi en la penumbra. Amitysonrió. La estaba manipulandocomo si fuera un juguete, pensó.Como si fuera un dispositivo quepor casualidad él necesitara parapoder ejecutar los pasos de baile.

—Esto está más oscuro que laboca de un lobo y todo el mundolleva antifaz —comentó.

—Bueno, es un baile de disfraces—le recordó Amity.

—Lo creas o no, soy muyconsciente de eso. Maldición, ya escasi medianoche. Llevamos aquímedia hora. ¿Cuándo va a ponerse

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en contacto?—Seguramente cuando menos lo

esperemos. Relájate, Benedict. Meestás poniendo nerviosa. Tal vezdebería decir que me estásponiendo más nerviosa de lo que yalo estaba cuando llegamos.

—Lo siento. —La guio paraejecutar otro giro perfecto—. Es queesto no me gusta ni un pelo.

—A nadie le gusta. Pero notenemos alternativa.

—No me lo recuerdes.La música se elevó hasta alcanzar

un dramático crescendo y llegó a unabrupto final. Benedict se detuvocomo si alguien hubiera pulsado un

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interruptor invisible. Amity se vioobligada a detenerse con tantabrusquedad que chocó contra otrobailarín. No supo si era un hombreo una mujer porque el individuo encuestión llevaba un dominó negrocon la capucha subida y la caracubierta por una máscara completa.

—Lo siento —se disculpó ella.El bailarín le colocó una nota en

la mano. Antes de que Amitycomprendiera lo que habíasucedido, la figura enmascaradadesapareció en el mar de dominósde la multitud. Amity apretó la notaen el puño, mientras trataba dedistinguir algo entre la gente. Sus

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esfuerzos fueron en vano.—Benedict —dijo al tiempo que le

tiraba de la manga para llamar suatención.

—¿Qué? —Ni siquiera la miró.Estaba demasiado ocupadoexaminando a la gente.

—Creo que lady Penhurst, oalguien, acaba de ponerse encontacto. Me han dado una nota.

—¿Qué demonios...? —Dejó lafrase en el aire mientras se dabamedia vuelta para inspeccionar a lamultitud situada tras ella—.Descríbeme el disfraz.

—Otro dominó negro. Llevaba unamáscara que le cubría toda la cara.

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No había nada que ver. Salvo...—¿Salvo que?—Ahora que lo pienso, estoy

bastante segura de que la personaque me ha dejado la nota en lamano llevaba guantes. Guantes depiel de cabritilla, creo. Y era más omenos de la misma altura queLeona. Pero eso es lo de menos.Debemos encontrar un lugar dondepodamos leer la nota.

Benedict la guio entre la multituden dirección a una puerta lateral.Amity se subió la capucha hasta lafrente y buscó el tessen bajo eldominó. Lo llevaba en la cadena dela cintura, junto con el precioso

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bolsito de noche que contenía undiminuto set de costura, tal comoacostumbraban a llevar las damas alos bailes con el fin de poder llevara cabo las reparaciones necesariasa los bajos descosidos y lasenaguas desgarradas.

Cuando miró a su alrededor,descubrió que se encontraban en unpasillo iluminado por lámparas degas. En un extremo vio a los criadostrajinando de un lado para otro,entre el ruido de las bandejas deplata. Alguien soltó un improperio.Alguien gritó una orden:

—En el salón del bufet se necesitamás champán y otra bandeja de

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canapés de langosta.—Déjame ver la nota —dijo

Benedict.Amity se la entregó y después se

inclinó para leerla en voz altamientras él la examinaba.

El tocador de señoras. Cinco

minutos. No esperaré más.Amity se enderezó al instante.—¡Por Dios! Debo encontrar el

tocador de inmediato. No haytiempo que perder.

—No quiero que vayas a ningúnsitio sin mí.

—Tonterías. Es el tocador de

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señoras, por el amor de Dios. Habrádoncellas y un buen número deinvitadas entrando y saliendo.

Benedict parecía receloso.—¿Dónde está el tocador?—No lo sé. Le preguntaremos a

uno de los criados. Vamos,debemos darnos prisa.

Agarró a Benedict de la mano y locondujo por el pasillo en dirección auna estancia llena de criadossudorosos. El primero que la viopareció espantado.

—Señora, ¿puedo ayudarla?—El tocador de señoras, por favor

—respondió ella.—Aquí no es —dijo el hombre—.

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Está en el extremo opuesto delsalón del baile. Hay una doncella enla puerta.

—Gracias. —Se quitó el antifaz—.Estamos perdiendo el tiempo —dijo.Tiró de nuevo de Benedict paraatravesar el pasillo y regresar aloscuro salón de baile. Una vezdentro, se detuvo un instante paraque sus ojos se adaptaran a lassombras—. Maldita sea, no veo porencima de la cabeza de la gente —protestó.

—Yo te guiaré —se ofrecióBenedict, que se abrió paso entre lamultitud como si fuera unaimplacable fuerza de la naturaleza

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con ella detrás.Cuando llegaron al extremo

opuesto, se detuvo delante de unpasillo en penumbra. Apareció unadoncella, que les hizo una rápidagenuflexión.

—El tocador de señoras, por favor—dijo Amity.

—La acompañaré hasta allí,señora. —La doncella se dio mediavuelta y se internó en el pasillo—.Por aquí, por favor.

Amity se colocó de nuevo elantifaz y la capucha. Estaba a puntode seguir a la doncella cuandoBenedict la detuvo poniéndole unamano en el brazo.

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—Voy contigo —dijo.La doncella se detuvo y se volvió

con rapidez, con los ojos comoplatos.

—Ah, no, señor. Lo siento. Peroes el tocador de señoras. No puedeentrar.

—Tiene razón —replicó Amity—.Espera aquí. Estoy segura de queno tardaremos mucho. —Miró a ladoncella—. ¿Qué puerta es?

—Al fondo del pasillo, a laderecha, señora. —La doncellaempezó a caminar otra vez.

Amity dejó a Benedict de pie enel pasillo y se apresuró a seguir a ladoncella. La mujer abrió la puerta y

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se apartó para dejarla pasar.Amity entró en una salita de estar

elegantemente amueblada. Lapuerta se cerró tras ella. Acababade llegar a la conclusión de queestaba sola y se estaba preguntadosi estaría en el lugar correcto parala cita cuando se abrió una puertasituada en el otro extremo de laestancia.

Apareció una figura cubierta conun dominó con la capuchalevantada y la cara oculta tras unamáscara. Llevaba una pistola en lamano.

—Buenas noches, Leona —lasaludó Amity.

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La figura ataviada con el dominóse detuvo en seco.

—¿Qué pasa? —siguió Amitycomo si tal cosa—. ¿No te habíaspercatado de que sabíamos queeras tú quien robó el cuaderno?

—No sabes de lo que estáshablando. —Leona se quitó lacapucha y la máscara—. Dame elcollar.

—Puesto que es evidente queesta estancia no es el tocador deseñoras, supongo que le haspagado a la doncella para que metrajera hasta aquí, ¿cierto?

—Le dije que quería darte unasorpresa. —Leona empuñó la

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pistola con más fuerza—. ¿Dóndeestá el collar?

—Lo llevo puesto, claro está.—Ya no. Es mío.—¿Dónde está el cuaderno de

Foxcroft?—¿Me tomas por una idiota? No lo

he traído. Os enviaré una nota conlas instrucciones para conseguirlouna vez que esté a salvo fuera delpaís.

—Por supuesto que lo harás. —Amity sonrió—. Eres una mentirosay una ladrona, y muy capaz deaprovecharte de las tendenciasasesinas de tu hermano. ¿Teacompañó Virgil a Hawthorne Hall

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para que pudiera llevar a cabo lasucia tarea de degollar a la señoraDunning? ¿O lo hiciste todo sola?

Leona enarcó las cejas.—¿Conoces mi relación con Virgil?

Estoy impresionada. Habéis estadomuy ocupados. Sí, soy la hermanade la que lo separaron hace tantotiempo. Mi querido padre me dejóen un orfanato después de que mimadre, su amante, muriera en elparto. La señora Dunning ideó suplan de chantaje poco después,pero se contentaba con recibir esospequeños pagos. Supongo que mipadre consideraba que era más fácilpagarle que librarse de ella y

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arriesgarse a verse involucrado enel escándalo que supondría unainvestigación policial por asesinato.

—¿Cuándo descubriste la verdadsobre tu padre?

—Cuando cumplí los dieciséis.Dunning sacaba a las demás delorfanato en cuanto eran losuficientemente mayores comopara empezar a trabajar comoinstitutrices. Menos a mí. Me ofrecióun puesto como maestra en elorfanato. Rehusé. Sabía que me iríamucho mejor fuera. Pero su ofertadespertó mi curiosidad. Examinésus informes y descubrí lo delchantaje. Imagina lo emocionada

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que me sentí al descubrir que teníaun hermanastro. Obligué a laseñora Dunning a convertirme ensocia de su plan de extorsión. Loprimero que hice fue obligarla asubir la cantidad de dinero, porsupuesto. No le estaba cobrando ami padre lo bastante por susilencio.

—¿Cuándo te diste cuenta de quetu hermanastro era un asesino?

—No hasta la boda. Antes de eso,trabamos una buena amistad,aunque su madre no lo sabía.Estaba al tanto de sus múltiplesaficiones. Digamos que no mesorprendió mucho que su flamante

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esposa sufriera un accidente mortaly bastante sangriento durante laluna de miel. Para entonces, porsupuesto, ya había empezado micarrera como agente del servicio deinteligencia. Pensé que tal vez Virgilme sería útil en algún momento. Elproblema es que, de la mismamanera que sucede con una bala ouna flecha, cuesta muchocontrolarla una vez que se dispara.

—Me han dicho que tu primermarido murió en un momento muyconveniente.

Leona rio.—Mi querido Roger sufría de

indigestiones severas.

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—Provocadas por las constantesdosis de arsénico.

—«Polvo de la sucesión», creoque lo llaman los franceses.También es muy popular entre lasmujeres que desean enviudar.

—Cuando descubriste que tuprimer marido no te había dejadotanto dinero como esperabas...

—Tanto dinero como me habíaganado. —Las mejillas de Leona seruborizaron por la repentina furia—.¿Sabes lo que es estar casada conun hombre lo bastante mayor comopara ser tu padre? Es un infierno envida.

—Así que te libraste de él y te

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lanzaste a la conquista de Benedict.Pero el plan fracasó, ¿verdad?Pareces tener mucha mejor suertecon caballeros que estén ya en lasenectud.

Una ira candente refulgió en losojos de Leona.

—Benedict tuvo la culpa de queme viera obligada a casarme conese viejo tonto de Penhurst. Hademostrado ser un tacañomalnacido. Poco después de quenos casáramos, cambió eltestamento. Cuando muera, mequedaré sin nada. Solo conseguiréuna pequeña parte de supropiedad.

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—Ah, de modo que por eso siguevivo. Me pregunto si sabe loafortunado que es.

—El Collar de la Rosa deberíahaber sido mío —dijo Leona con undeje descarnado en la voz—. Serámío. A estas alturas, ya deberíasestar muerta. Se suponía que Virgiliba a convertirte en una de susnovias.

—¿Por qué correr el riesgo deusar a ese hermano tan inestableque tienes para asesinarme?

Leona sonrió.—Porque sabía que Benedict se

sentiría responsable de tu muerte.Al fin y al cabo, de no ser por los

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rumores de vuestra relación, elNovio no te habría elegido como suvíctima. Quería que Benedictpagara por el infernal matrimonioque me obligó a realizar.

—¿Por qué necesitas el collar?Seguramente ganarás una buenacantidad de dinero trabajando paralos rusos.

—No tanto como para permitirmevivir de la manera que merezco.Pero el Collar de la Rosa locambiará todo.

—¿Adónde irás?—¿Quién sabe? —Leona se

encogió de hombros—. A lo mejorme dejo aconsejar por uno de tus

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artículos de El divulgador volante.¿Qué fue lo que escribiste? En elOeste americano no hay pasado,solo futuro. Uno es libre dereinventarse.

—No creo que eso funcione en tucaso, Leona.

—Funcionará. Dame el dichosocollar.

—¿O me dispararás? No seastonta. Benedict está en el pasillo.Escuchará el disparo y vendrá deinmediato.

—Pero llegará demasiado tardepara salvarte.

—Muy bien. —Amity levantó losbrazos para desabrocharse la larga

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y voluminosa capa. Una vezdesabotonada, se la apartó paradejar el cuello a la vista, revelandoasí el espectacular collar.

Leona puso los ojos como platos.—Es más asombroso de lo que

imaginaba.Amity se dispuso a

desabrochárselo despacio.La puerta se abrió tras ella.

Benedict entró en la estancia.Logan y Cornelius, ataviadostambién con dominós negros comotantos otros invitados, lo seguíande cerca.

—Creo que ya hemos escuchadosuficiente, ¿no le parece, inspector?

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—preguntó Benedict.—Sí —respondió Logan—. Con su

testimonio y el de la señoritaDoncaster no habrá problemas paraenviar a lady Penhurst a prisión.

—No. —El pánico y la furiarefulgieron en los ojos de Leona,que se alejó en dirección a lapuerta situada tras ella—. Si mearrestáis, no recuperaréis nunca elcuaderno de Foxcroft.

—En realidad, el cuaderno no estan relevante —señaló Cornelius—.Lo que me interesaba esta nocheera el espía ruso. Que eres tú,querida.

—Hasta aquí has llegado, Leona

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—dijo Amity—. Baja el arma.—No, alejaos de mí —susurró la

aludida al tiempo que apuntaba aAmity con la pistola—. Alejaos demí o la mato, lo juro. Merece morir.Todo esto es culpa suya.

Nadie se acercó a ella.Leona estaba junto a la puerta.

La abrió con la mano libre,revelando tras ella un pasillotenuemente iluminado. En un abriry cerrar de ojos, se dio mediavuelta y salió corriendo. Elrepentino movimiento hizo que eldominó que la cubría se alzara en elaire y se agitara a su espalda.

Sus pasos se alejaron por el

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pasillo hasta dejar de escucharse.Amity miró a Benedict.—¿Estás seguro de que este plan

va a funcionar? —le preguntó.—Fue lo mejor que se me ocurrió

con tan poco tiempo —respondió él—. Sabíamos que era poco probableque nos entregara el cuaderno acambio del collar. Pero como no loha conseguido, el único objeto devalor que todavía posee es esecuaderno. Intentará recuperarlo yvendérselo a los rusos.

—Cuando llegue a la calle,buscará un coche de alquiler —siguió Logan—. Hay tresesperándola. Podrá elegir. Son mis

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hombres quienes los conducen. Seles ha ordenado que no aceptencliente alguno a menos que se tratede una dama que va sola.

—Leona es una mujer inteligente—le advirtió Amity.

—Sí —reconoció Cornelius—, perotambién es una mujer desesperada.Estoy convencido de que conseguiráel cuaderno y nos llevará hasta elcontacto ruso. Tal como haseñalado Benedict, quienquiera quesea esa persona, es la únicaesperanza de Leona en estosmomentos.

A lo lejos se escuchó un trueno.Por un instante, todos se quedaron

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petrificados.Cornelius frunció el ceño.—Qué raro. No parecía que fuese

a llover.—Ha sido un disparo —dijo

Logan.—Creo que en el salón de baile —

añadió Benedict.Escucharon el chillido de una

mujer.Benedict y Logan echaron a

correr, enfilando el pasillo endirección al salón de baile.Cornelius los siguió.

Amity tuvo que luchar parasubirse el dominó y las faldas delvestido. Por si fuera poco, la invadió

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el temor de perder el collar, demodo que se llevó la mano libre alcuello por debajo de la capa. Deesa manera le resultaba difícilcorrer.

Encontró a los tres hombres en unlateral del oscuro salón de baile. Lamúsica se había detenido con unanota extraña y discordante. Losbailarines parecían moverse en unestado de confusión. De entre lamultitud se alzaba una andanadade exclamaciones, de asombro,horror y confusión.

—¡Policía! —gritó Logan con unavoz que rezumaba autoridad—.Apártense.

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Nadie discutió con él. La multitudse apartó, revelando el cuerpotendido en el suelo. El dominóestaba abierto, de modo que lasfaldas y las enaguas estabanexpuestas.

Logan y Benedict se agacharonjunto al cadáver. Cornelius sequedó de pie, observando mientrasLogan le quitaba la máscara a lavíctima.

El asombro se abrió paso entre lamultitud. Amity escuchó lossusurros a su alrededor.

—¡Es lady Penhurst!—Se ha disparado en medio de un

salón de baile. Increíble.

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Amity caminó hasta acercarse aellos. Muchas personas se alejabanya discretamente en dirección a lapuerta principal y sus carruajes.Benedict, Logan y Cornelius noprestaban la menor atención a losmurmullos de la multitud ni a lahuida de los testigos. Estabanllevando a cabo un rápido registrodel cuerpo.

Amity estaba a punto deacercarse algo más cuando captó elolor rancio del tabaco mezclado conalguna especia exótica.

En ese momento sintió algoafilado en la nuca.

—Tengo a tu hermana —le dijo

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Virgil Warwick al oído—. Si gritas ointentas huir, desapareceré entre lamultitud. Nadie me verá. Escaparéy tu hermana morirá. Suelta eseabanico tan feo que tienes ahoramismo o me voy sin ti y la preciosaPenny muere.

Amity metió la mano bajo eldominó y soltó el tessen de lacadena. El caos reinante en laestancia era tal que nadie escuchóel golpe que se produjo cuando elabanico cayó al suelo.

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38 —Tiene a Amity y a Penny —dijo

Benedict. No apartó la vista deltessen, que descansaba sobre elescritorio de Penny—. Esemalnacido estaba en el baile estanoche. La secuestró mientras yoestaba a su lado.

—No ha sido culpa suya —leaseguró Logan—. Es evidente que

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usó a Penny para obligar a Amity aabandonar el salón de baile sinarmar escándalo. Es lo único quetiene sentido, el único motivo parallevarse a las dos. Seguramente,aterrorizó a Amity diciéndole quemataría a su hermana si no loacompañaba.

—Creía que era un agente depolicía nuevo —susurró la señoraHouston. No dejaba de mecerse enla silla mientras se secaba los ojoscon el delantal—. No puedo creerque le ofreciera té y un muffinrecién hecho.

—La han reducido, señoraHouston —dijo Cornelius—. Usó

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cloroformo con usted yseguramente también con la señoraMarsden.

Cuando llegaron a Exton Street,se encontraron al agente Wigginsinconsciente en el parque y a laseñora Houston tirada en el suelode la cocina. La casa estaba aoscuras. Penny había desaparecido.

La rabia y el miedo estabanprovocándole un tumulto deemociones a Benedict. Le estabacostando la misma vida aplastaresas sensaciones tan tóxicas a finde poder pensar con claridad.Cuando sus ojos se toparon con losde Logan, al otro lado del pequeño

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despacho, se dio cuenta de quetambién estaba sometido a lamisma presión. Los dos eranconscientes de que su únicaesperanza era mantener la cabezalo bastante fría para resolver esasituación a través de la lógica.

Alguien llamó a la puertaprincipal. La señora Houston sepuso de pie de un salto y corrió aabrir. Benedict escuchó voces en elvestíbulo. Poco después, DeclanGarraway apareció por la puerta.Parecía que acababa de levantarsey que se había vestido a todaprisa... algo que, ciertamente, eralo que había sucedido, pensó

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Benedict.Había sido idea suya llamar a

Garraway, pero Logan y Corneliushabían estado de acuerdo con elplan. Necesitaban todos los puntosde vista que pudieran conseguir.

—¿Qué pasa? —preguntó Declan.Aferraba el sombrero con las manosy miraba fijamente al grupitoreunido en el despacho—. El agenteme ha dicho que la señora Marsdeny la señorita Doncaster han sidosecuestradas por ese monstruoapodado el Novio.

—El malnacido se llama VirgilWarwick y las ha secuestrado a lasdos —dijo Benedict—. Tenemos que

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encontrarlas antes de queamanezca. Nuestra única esperanzaes dar con el estudio dondefotografía a sus víctimas.

—Ayudaré en todo lo que pueda,por supuesto —repuso Declan—.Pero no sé cómo puedo hacerlo.

—Ahora sabemos mucho másacerca de ese hijo de puta quecuando nos dio sus impresiones. —Logan abarcó con un gesto de lamano los cuadernillos que habíasobre el escritorio—. Stanbridge yyo lo hemos dispuesto todo paraque pueda revisar las notas. Si hayalguna pista en lo que hemosaveriguado hasta el momento,

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debemos descubrirla. Y deprisa.Declan tomó una honda bocanada

de aire y se acercó al escritorio.Miró las notas.

—Cuéntenme todo lo que hanaveriguado sobre él en los últimosdías —dijo.

Poco tiempo después, Declan

soltó las notas que había tomadomientras Benedict y Logan loponían al día sobre la investigación.

—Creo que Virgil Warwickvalorará el control sobre todo lodemás. Es un perfeccionista con susfotografías —afirmó Declan—. Hace

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falta tiempo para conseguir un buenretrato. Necesitará un estudiofotográfico seguro, un lugar dondetenga asegurada la intimidad.Llevará a sus víctimas a un sitiodonde esté seguro de que nopueden descubrirlo.

Cornelius cambió de postura en elsillón donde se encontraba.

—Tiene sentido. Pero no searriesgaría a llevarlas a su propiacasa o a casa de su madre.Seguramente sabe que estamos altanto de su identidad.

Benedict miró las notasesparcidas por el escritorio. Lacertidumbre se apoderó de él.

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—Solo hay una forma de queVirgil Warwick esté seguro de queno lo descubrirán —dijo.

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39 Charlotte Warwick estaba sentada

con la espalda muy rígida en elsillón situado tras su escritorio. Seencontraba en la cama cuandoBenedict y Logan llamaron a supuerta, si bien les dijo que los veríapor la mañana. Cuando Benedict leinformó al mayordomo de que lavisita estaba relacionada con su

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hijo, se puso una bata y unaszapatillas y bajó para recibirlos. Lostres estaban encerrados en labiblioteca.

—Han dicho que la visita estabarelacionada con Virgil. —Charlottese aferró a la madera pulida de losbrazos del sillón como si así pudieramantenerse a flote durante latormenta que se avecinaba. Miró aBenedict y a Logan—. Les hecontado todo lo que sé. ¿Qué másquieren de mí?

—Su hijo ha secuestrado a dosmujeres esta noche —respondióLogan.

—Dios santo, no. —El rostro de

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Charlotte se demudó por laangustia.

—Las matará antes de queamanezca si no lo detenemos —añadió Benedict.

Charlotte apartó las manos de losbrazos del sillón y enterró la caraen ellas.

—Es imposible que estésucediendo esto.

Benedict colocó las manos en elescritorio y se inclinó hacia ella.

—Señora Warwick, míreme. Sabesobradamente lo que es su hijo. Loha sabido desde hace muchotiempo y eso es algo con lo quetendrá que convivir durante el resto

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de su vida. Lo único que queremosesta noche de usted es que nos déuna dirección.

Charlotte levantó la cabeza conlos ojos llenos de lágrimas.

—¿La dirección de Virgil? Pero yala conocen.

—No la de su casa —replicóLogan—. La de su estudiofotográfico. La del lugar adondelleva a sus víctimas para retratarlasantes de asesinarlas.

Charlotte parecía mareada.—No sé qué decirles. Si no está

en su casa, a saber dónde hapodido ir.

—Tenemos razones para creer

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que ha establecido el escenario desus crímenes en un lugar donde secrea a salvo —dijo Benedict, quevio el estremecimiento que sacudióa Charlotte cuando usó la expresión«escenario de sus crímenes», sibien lo pasó por alto—. Sabemosque se toma su tiempo con lasvíctimas. Es un perfeccionista en loreferente a sus fotografías. Esosignifica que necesita intimidad.

—Hemos llegado a la conclusiónde que la forma más lógica deasegurarse de que no lo descubranni lo interrumpan es instalar suestudio fotográfico en un edificio desu propiedad o que él controle —

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añadió Logan.Benedict comprendió que

Charlotte entendía el razonamiento.—Cuando la señorita Doncaster y

yo vinimos para interrogarla sobresu hijo, mencionó que ustedcontrolaba los detalles de su vida,incluyendo sus finanzas. Elinspector Logan y yo hemos pasadopor casa de Virgil antes de veniraquí. No hay ningún informebancario en casa de su hijo. Ustedguarda sus libros de cuentas,¿verdad?

—Sí —susurró ella—. Pero noentiendo qué información van aencontrar en ellos que pueda

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ayudar a localizarlo.—¿Posee alguna propiedad aquí

en Londres? —quiso saber Logan.La señora Warwick parpadeó

varias veces.—Sí, efectivamente. Mi marido le

dejó varias propiedades en herenciaa fin de que dispusiera de susrentas. Casi todas están alquiladasa tenderos y gente de ese estiloque viven en las dependenciassituadas sobre las tiendas.

—¿Hay alguna sin alquilar? —preguntó Benedict.

Charlotte titubeó.—Una de las propiedades es una

casa vieja situada cerca del puerto

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que lleva vacía casi dos años. Miadministrador me ha dicho variasveces que deberíamos alquilarla ovenderla.

—¿Por qué no hay inquilinos enella? —quiso saber Benedict.

Charlotte cerró los ojos confuerza. Cuando los abrió, su miradadenotaba resignación y el dolor deuna madre.

—Virgil me dijo que tenía ciertosplanes para esa propiedad —respondió—. Insistió en que la casavieja siguiera desocupada hastaque estuviera listo pararemodelarla. Me dijo que estabatrabajando con un arquitecto. Me

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alegré de que por fin demostraracierto interés en una inversiónfinanciera. Pero cuando le preguntépor los avances del proyecto, medijo que había cambiado de ideacon respecto al diseño original yque había despedido al arquitecto.Poco después sufrió su primeracrisis nerviosa y me vi obligada aingresarlo en Cresswell Manor.

—¿Alguna vez ha visitado la casaque él asegura que quiereremodelar? —preguntó Benedict.

—No. —La señora Warwickmeneó la cabeza—. No teníamotivos para visitar la propiedad.Mi administrador se ha encargado

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de ella mientras Virgil seencontraba en Cresswell Manor,para asegurarse de que nadie laallanaba o intentaba habitarla sinpermiso.

—¿Qué le ha dicho suadministrador sobre la casa? —quiso saber Logan.

—Muy poco —contestó la señoraWarwick—. Solo ha mencionadoque las ventanas están tapadas contablones de madera y que lascerraduras de las puertas delanteray trasera parecen ser muymodernas. Le satisfizo descubrirque la casa era segura.

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40 El estudio fotográfico se parecía

muchísimo a otros estudios queAmity había visto: salvo por laenorme jaula de hierro forjado quehabía en un rincón. Penny estabaacurrucada en el suelo de dichajaula. Llevaba un sencillo vestidopara estar en casa y las zapatillasque tenía puestas cuando la vio por

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última vez esa noche. Se puso depie como pudo cuando Amity entróen la habitación, seguida de VirgilWarwick.

—Amity, mi querida hermana. —En los ojos de Penny se veía elespanto y el horror—. Ya me temíaesto. Dijo que vendrías por tupropia voluntad en cuanto supierasque me había secuestrado.

Amity echó un vistazo a sualrededor. Había una cámara muygrande y cara sobre un trípode, enel centro de la estancia. La lente dela cámara enfocaba un sillón muyelegante, tapizado con saténblanco. Un jarroncito con un ramo

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de azucenas blancas adornaba unamesa cercana. En un rincón habíaun biombo de los que se usabanpara garantizar la intimidad duranteel cambio de ropa. Los paneles delbiombo tenían un elaborado diseñofloral.

—¿Qué otra cosa podía hacer? —preguntó Amity con brusquedad—.No te preocupes, las dos nos iremosenseguida. Warwick está loco deatar. Por definición, eso quiere decirque es incapaz de pensar conlógica. En cambio, Benedict y elinspector Logan son muy capacesde desarrollar el pensamientoracional. Nos encontrarán muy

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pronto.—Cierra la boca, puta mentirosa

—masculló Virgil—. O mataré a tuhermana mientras miras. —Seacercó a la jaula y apuntó a Pennycon la pistola.

Amity lo miró, pero no replicó.Virgil esbozó una sonrisa fría.Por algún motivo, lo más

horripilante de Virgil Warwick eraque aparecía muy normal. No habíanada fuera de lugar en su pelocastaño bien peinado, en su caraenjuta o en su cuerpo delgado.Habría sido muy fácil cruzárselo porla calle sin prestarle la menoratención. Sin embargo, eso era lo

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que tenían los monstruos de esemundo, pensó Amity. Eran tanpeligrosos porque podíanesconderse a plena vista.

—Excelente —dijo Virgil—. Pareceque has comprendido el hecho deque esta noche no tienes el control.—Señaló el biombo—. Es hora deque te pongas el vestido de noviapara el retrato.

Amity se miró las manos atadas.—¿Cómo se supone que me voy a

quitar un vestido y ponerme el otrocon las manos atadas?

Virgil frunció el ceño. Amity se diocuenta de que no había pensado enese pequeño problema.

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—¿Cómo logró que se cambiarande ropa las otras novias? —preguntó ella, manteniendo un tonotranquilo.

—Hice que se cambiaran dentrode la jaula —contestó él.

Parecía molesto. Durante unespantoso segundo, Amity creyóque mataría a Penny para eliminarel problema.

—Hay espacio de sobra para lasdos dentro —se apresuró a decirella.

Virgil tomó una decisión.—Muy bien. El vestido que lucirás

para el retrato está al otro lado delbiombo. Cógelo.

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Amity rodeó el biombo y cogió elvestido de satén y encaje delperchero. Se estremeció alreconocer el diseño del corpiño. Erael mismo vestido que las víctimasllevaban en las fotografías.

—Es muy bonito —dijo.—Solo lo mejor para una novia

virtuosa y pura —replicó Virgil—.Claro que tú no eres precisamentevirtuosa o pura, ¿verdad? No, estásmancillada. Tal vez Stanbridge nose dé cuenta, pero le estoyhaciendo un favor. Cuando recupereel sentido común, me loagradecerá. Al fin y al cabo, la quees puta una vez lo es para siempre.

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Entra en la jaula con el vestido.Deprisa.

El vestido pesaba mucho. Lamodista había usado mucha telapara confeccionar las capas de lafalda. El corpiño tenía tantascuentas bordadas que Amity creíaque pesaba varios kilos por sí solo.

Virgil le hizo un gesto a Pennypara que se apartara de la puerta.Cuando obedeció, se sacó una llavedel bolsillo de la chaqueta y abrió lapuerta de la jaula. Amity entró conel vestido de novia.

Virgil cerró la puerta de golpe yechó la llave. Después, se acercó aun banco de trabajo, cogió un

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cuchillo y regresó junto a la jaula.—Saca las manos por los barrotes

—le ordenó.Amity obedeció. Virgil cortó las

cuerdas que le ataban las muñecas.El alivio la inundó. No se podía decirque Penny y ella estuvieran libres nimucho menos, pero al menosestaban las dos libres de ataduras.

Virgil cruzó la estancia, cogió elbiombo y lo colocó delante de lajaula. Amity miró a Penny con lascejas enarcadas.

—Es evidente que el señorWarwick muestra cierto respeto porel pudor de una dama —dijo Pennycon voz gélida.

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Al otro lado del biombo, Virgilsoltó una carcajada ronca.

—Ya sabes lo que dicen, da malasuerte ver a la novia antes de laboda —replicó él con voz alegre.

Sin embargo, había algo más, sepercató Amity.

—No le gusta ver a mujeresdesnudas, ¿verdad? —quiso saberella.

Virgil gruñó al otro lado delbiombo.

—Las mujeres como tú sonimpuras. Sucias. Están mancilladas.Sus vestidos de novia ocultan suverdadera cara hasta que el novioes engañado y se casa.

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Penny ayudó a Amity a quitarse eldominó y el sencillo vestido quellevaba debajo. Las dos lo hicierontodo lo despacio que se atrevieron.Intentando ganar tiempo, pensóAmity. Se tocó el Collar de la Rosa,que aún llevaba puesto como sifuera un talismán. Benedict y Loganya las estarían buscando.

—¿Por eso mató a su propianovia? —preguntó Penny, con elmismo tono de voz que emplearíaen una reunión social—. ¿Porquecreía que lo había engañado?

Se produjo un breve y estupefactosilencio al otro lado del biombo.

—¿Cómo lo has descubierto? —

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quiso saber Virgil.—Es el vestido de su novia, ¿no?

—dijo Amity—. ¿Cuánto tiempotardó en darse cuenta de que noera la virgen que usted creía?

—Creía que era un dechado devirtudes femeninas —contestó Virgil—. Pero se atrevió a venir a míembarazada con el hijo de otrohombre. Intentó engañarme ydurante un tiempo creí susmentiras. Pero cuando perdió elbebé tres semanas después de laboda, averigüé la verdad.

Amity se puso las pesadas faldasblancas y tiró del corpiño. Se diocuenta de que el vestido era

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bastante ancho en la cintura.Madame Dubois se las habíaapañado de maravilla para ocultarese hecho.

—A decir verdad, usted tambiénla engañó, ¿no? —replicó Amity.

—¿De qué hablas? —mascullóVirgil.

—Supongo que se le olvidómencionar el ramalazo de locuraque sufre su familia —comentóPenny como si nada.

—La sangre de los Warwick esimpoluta —rugió Virgil. Apartó elbiombo de repente, justo cuandoPenny empezaba a abrochar elcorpiño. Tenía la cara enrojecida

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por la rabia—. ¿¡Cómo te atreves ainsinuar que la locura forma partede mi familia!?

—He mantenido una interesanteconversación con su hermana estanoche, antes de que la matara —dijo Amity—. Por curiosidad, ¿puedopreguntarle por qué la mató enmedio de un salón de baile?

—¿Crees que la he matado yo? —preguntó Virgil. Pasó de la sorpresaen un primer momento a la sorna—.Qué idiota eres. Ponte el velo. Eshora del retrato.

Penny cogió el velo. Tenía unaexpresión aterrada en la mirada.

Amity se volvió hacia ella,

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ocultándola brevemente a ojos deVirgil. Le puso a Penny el bolsitoque había llevado al baile dedisfraces en la mano. Los dedos desu hermana se cerraron sobre elbolsito y una expresión elocuenteapareció en su cara. Amity sabíaque acababa de recordar elpequeño estuche de costura quellevaba dentro.

—Adiós, hermana... —dijo Amity,que alzó la voz hasta convertirla enun quejido lastimero—. Me mataráen cuanto me retrate y después tematará a ti también. Está loco deatar.

Penny se apresuró a abrir el

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bolsito y a sacar unas tijeritas.—¡Ya basta! —gritó Virgil—. Ni

una sola palabra más sobre lalocura.

—Prepárate. —De espaldas aVirgil, Amity articuló las palabrascon los labios, sin pronunciarlas, dela misma manera que cuandoPenny y ella eran pequeñas yquerían comunicarse a través de lamesa de comedor sin que suspadres se dieran cuenta.

Penny ocultó las tijeras en lospliegues de su falda.

Amity se preparó. Hasta esemomento, se había estadomoviendo despacio, sin hacer

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movimientos que pudieran alarmara Virgil. Suplicó en silencio que surepentino arrebato lo tomara porsorpresa.

—Saca las manos por los barrotes—le ordenó Virgil.

Amity se dio la vuelta y extendiólos brazos. Virgil se vio obligado adejar la pistola mientras le atabalas muñecas.

—Retroceded, las dos —ordenóVirgil, que recuperó la pistola atoda prisa.

Amity y Penny obedecieron.Virgil metió la llave en la

cerradura. Necesitó dos intentospara abrir la puerta. En ese

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momento, lo embargaba unaemoción febril.

Cuando la cerradura por fin seabrió, Virgil tiró de la pesadapuerta. En ese preciso momento, sevio obligado a lidiar con la puerta,con la cerradura y la pistola.

Amity soltó un chillidoensordecedor mientras seabalanzaba contra la puerta. Elimpacto de su cuerpo contra losbarrotes pilló desprevenido a Virgil,que retrocedió unos pasos,tambaleándose.

—¡Puta mentirosa! —gritó—.¡Puta mentirosa y traicionera! Yo teenseñaré cuál es tu sitio.

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Intentó cerrar la puerta de golpe,pero Penny, que usó las tijeritascomo si de unas garras se trataran,le apuñaló la mano. Las afiladaspuntas se le clavaron en la carne.

Virgil aulló y empezó a brotarsangre de su mano.

El instinto lo llevó a dejar desujetar los barrotes y a retrocederpara ponerse a salvo. Amityaprovechó la oportunidad paragolpear la puerta con fuerza unasegunda vez. Se abrió de par enpar. Penny salió en primer lugar,seguida de cerca por Amity.

Virgil retrocedió otro paso, sindejar de mirar a Amity. Levantó la

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pistola y la apuntó hacia ella. Amitycogió la única arma que tenía amano, el largo velo con la pesadadiadema, y se la lanzó. Los metrosde encaje lo golpearon en la cara yen el pecho. Furioso y a todas lucespresa del pánico, Virgil intentóapartar el velo con ambas manos.

El rugido del arma fueensordecedor. Amity no sabía siVirgil apretó el gatillo de formadeliberada o por accidente. Lo únicoque le importó en ese momento eraque Penny y ella seguían de pie. Nolas había alcanzado.

Penny agarró el objeto pesadoque tenía más a mano, que se

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trataba del maletín del médico, y selo tiró a Virgil. Lo golpeó en elhombro. No le hizo mucho daño,pero consiguió que se tambaleara.Era evidente que Virgil habíaabierto el maletín hacía poco,porque el contenido salió disparado.Pequeños tarritos de cristal llenosde medicinas, vendas, unestetoscopio y varios instrumentosmédicos quedaron desperdigadospor el suelo.

Virgil gritó y apuntó a Penny conla pistola. Amity le agarró el brazocon el que sostenía la pistola conambas manos y tiró con todas susfuerzas. El segundo disparo impactó

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contra el suelo de madera.Virgil consiguió soltarse de sus

manos, pero Penny lo atacó por laespalda, armada con un escalpelo.Intentó apuñalarlo en la nuca, perofalló y le clavó la hoja en elhombro.

Él gritó de dolor y se dio la vuelta.Seguía teniendo el arma en lamano. Intentó apuntar a Penny conella. Amity se recogió las pesadasfaldas del vestido de novia y le diouna patada a Virgil en la corvaderecha con toda la fuerza de laque fue capaz.

Virgil gritó de nuevo, perdió elequilibrio y cayó al suelo de

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rodillas. En esa ocasión, se leescurrió el arma de la mano, cayóal suelo. Amity la alejó de unapatada.

Penny arrancó la cámara deltrípode. Amity se dio cuenta de quequería estampársela a Virgil en lacabeza.

Se escuchó una detonación. Noera la pistola de Virgil, se percatóAmity. El ruido estaba amortiguado.

La puerta del estudio se abrió degolpe. Benedict y Logan entraronen tromba. Amity se dio cuenta deque Benedict había volado lacerradura de un disparo.

En ese momento tuvo la

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impresión de que todo y todos separalizaban en la habitación salvoBenedict y Logan. Los dos hombresno se detuvieron. Su único objetivoera destruir a su presa. Y dichapresa era Virgil Warwick.

Virgil salió de su breve trance. Sepuso de pie de un salto. Amity nohizo ademán de detenerlo, al igualque Penny. Las dos sabían quenunca escaparía de la furia de losdos hombres que se interponíanentre la puerta y él.

Virgil debió de ver la frialdad enlos ojos de Benedict y de Logan. Sedetuvo en seco, presa del pánico.

—¡No! —chilló—. No he hecho

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nada. Han sido las putas. Intentanmatarme.

—Ya basta —dijo Logan—. Quedaarrestado por asesinato.

—¡No! —gritó Virgil—. Soy VirgilWarwick. No pueden tocarme.

Se dio la vuelta e intentó agarrara Amity, que comprendió quequería usarla como escudo. Seapartó de un salto, pero se leenredó un pie en los traicionerospliegues de las faldas de satén.Aunque perdió el equilibrio, la caídahizo que se alejara de lasdesesperadas manos de Virgil, queintentaba atraparla.

Virgil cambió de dirección e

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intentó coger el arma que se lehabía caído durante la refriega.

Benedict apuntó y disparó.La detonación de la pistola resonó

en la estancia. Virgil se tensó, comosi hubiera tocado una corrienteeléctrica. Bajó la vista y la clavócon incredulidad en la crecientemancha de sangre de su pulcracamisa blanca. Después, mirófijamente a Benedict,desconcertado.

—Soy Virgil Warwick —dijo—. Nopuedes hacerme esto.

Cayó al suelo.Se hizo un silencio sepulcral en la

habitación. Amity cogió a Penny de

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la mano. Los dedos de su hermanale devolvieron el apretón. Las dosvieron cómo Logan se agachabajunto a Virgil.

—¿Está muerto? —preguntóBenedict.

—Todavía no —contestó Logan.Apartó los dedos del cuello de Virgil—. Pero lo estará pronto, algo que,dadas las circunstancias, es bueno.Así no tendremos que preocuparnosde que vuelva a escaparse de unsanatorio.

Virgil parpadeó. Miró a Benedictcon expresión cada vez másdistante.

—¿Dónde está madre? —preguntó

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con voz apagada—. Ella lo arreglarátodo.

—Esta vez no —replicó Benedict.

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41 Los primeros rayos del alba

iluminaban el horizonte cuando elcabriolé de alquiler se detuvodelante de la casa de Benedict.Tras pagarle al conductor, bajó losestrechos escalones y una vez quese apeó se volvió para mirar aLogan.

—¿Puedo ofrecerle una copa de

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coñac, inspector? Creo que ambosnos lo merecemos. Ha sido unanoche larga.

Logan titubeó y, por un instante,Benedict pensó que tal vezrechazaría la invitación. Perodespués lo vio apearse del coche dealquiler.

—Una copa de coñac me pareceuna idea excelente —dijo Logan—.Gracias.

Subieron los escalones deentrada. Benedict se metió la manoen un bolsillo para sacar la llave yrozó con los dedos el Collar de laRosa. El desaliento lo invadió denuevo, robándole la alegría.

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Rememoró el momento en elestudio fotográfico de Warwickcuando Amity pareció que iba alanzarse hacia sus brazos, pero encambio recobró la compostura conrapidez y dijo algo sobre sufantástico don de la oportunidad.

Todos habían acordado que seríamejor acompañar a las damas acasa antes de que llegara la prensa.La historia causaría sensación, peroel impacto sería aún mayor sidescubrían a las que el asesinohabía pretendido que fueran susdos víctimas.

Incapaz de soportar un minutomás con el vestido de novia que el

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asesino la había obligado aponerse, Amity insistió endemorarse para cambiarse de ropaantes de abandonar el estudiofotográfico.

No se quitó el Collar de la Rosahasta llegar a Exton Street.Benedict tuvo la impresión de quese le había olvidado. Una vez en losescalones de entrada, Amity sedetuvo, le dio nuevamente lasgracias con gran educación ydespués levantó los brazos paraquitarse el collar.

Iluminados por el tenueresplandor de las lámparas de gas,Benedict creyó ver una extraña

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emoción en sus ojos, pero fueincapaz de interpretarla. El impactode lo sucedido, concluyó. ¿Qué otracosa podía ser? Había vivido unaexperiencia espantosa.

—Benedict, que no se te olvide elcollar —le dijo ella al tiempo que selo devolvía—. Sé lo importante quees para ti y para tu familia. Noquiero arriesgarme a perderlo.

Tras dejar a Amity y a Penny enlas buenas manos de la señoraHouston, Benedict regresó a latétrica casa en la que Warwickhabía emplazado su estudiofotográfico, cuyas ventanas estabancubiertas por tablones de madera.

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Mientras esperaba a que Loganterminara de recoger pruebas, fuemuy consciente del peso del collaren el bolsillo.

Cuando finalmente apareció,Logan se sorprendió al ver aBenedict, que lo esperaba en uncabriolé de alquiler. No obstanteaceptó sin titubear el ofrecimientoque le hacía de llevarlo a casa.

—Debo visitar a la señoraWarwick antes de regresar a casa—dijo.

—Iré con usted si le apetece —seofreció Benedict.

Logan asintió con un leve gestode cabeza. Su expresión era muy

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seria.—Me alegro de contar con su

compañía. No sé muy bien quédecirle a una madre en estascircunstancias.

Al final, sin embargo, el encuentrocon Charlotte Warwick fue corto,por suerte. Al ver su miradasombría, Benedict comprendió queestaba preparada para recibir lasnoticias que iban a darle. Ladejaron sola en la biblioteca, conlos ojos llenos de lágrimas.Benedict tuvo la impresión de queeran lágrimas de alivio y tambiénde dolor, pero no podría asegurarlo.

Abrió la puerta de su casa y se

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movió por el vestíbulo enpenumbra. Hodges aparecióataviado con la bata y el gorro dedormir.

—¿Té o coñac, señor? —lepreguntó.

—Coñac —contestó Benedict—.Pero lo sirvo yo.

—Sí, señor.Benedict precedió a Logan en

dirección a su despacho, y una vezen él encendió las lámparas y sirviódos generosas copas de coñac. Trasentregarle una a Logan, lo invitó atomar asiento. Lo observó sentarseen un sillón con una soltura quedelataba que se sentía tan cómodo

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en el despacho de un caballero conuna copa de coñac en la manocomo en la salita de una dama,bebiendo un té.

—Logan, ¿cuándo decidió serpolicía? —le preguntó Benedict.

La pregunta lo tomó claramentepor sorpresa, pero se recobró conrapidez.

—Poco después de encontrar a mipadre muerto por un disparo que élmismo se infligió y descubrir quehabía muerto arruinado tras unaserie de inversiones desastrosas. —Logan bebió un sorbo de coñac ybajó la copa—. Mis opciones eranencontrar empleo remunerado en

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Londres o emigrar a Canadá oAustralia. Por cierto, todavía no hedescartado las dos últimas. Dehecho, en este momento, estoyconsiderando ambos países congran interés.

Benedict se sacó el Collar de laRosa del bolsillo. Contempló lasrelucientes piedras preciosas a laluz de la lámpara y después lo dejóen el escritorio. Los gruesoseslabones de oro tintinearon algolpear la madera pulida.

Atravesó la estancia parasentarse en el sillón emplazadojunto al que ocupaba Logan.

—No es el único que está

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sopesando esta noche la posibilidadde marcharse a Canadá o aAustralia —dijo, tras lo cual bebióun sorbo de coñac—. Y sospechoque por las mismas razones.

Logan miró el collar.—¿Se lo ha devuelto?—Sí.—Pero usted no pidió que se lo

devolviera.—No.—¿Y bien? ¿Le dijo que quería

que lo conservara?Benedict frunció el ceño.—No tuve posibilidad de sacar el

tema. Se limitó a ponérmelo en lamano antes de cerrar la puerta. El

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gesto me resultó muy elocuente.—Stanbridge, somos hombres.

Entender a las mujeres no esnuestro fuerte.

—No se encuentra usted enposición de darme lecciones sobreel tema —replicó Benedict.

—¿Eso cree?—¡Que me aspen! Hasta yo soy

capaz de ver que Penny, la señoraMarsden, y usted sienten algo eluno por el otro.

Logan apretó los dientes. Bebióotro sorbo de coñac.

—En este instante, no meencuentro en situación deproponerle matrimonio. He hecho

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unas cuantas inversiones, perohasta ahora no han demostrado serdemasiado lucrativas. Tal vez en elfuturo. —Levantó un hombro paraacompañar el comentario—. Me veoobligado a subsistir con mi sueldode inspector, al menos demomento.

—Bueno, al menos no le haarrojado a la cara el dichoso collarde la familia.

Logan frunció el ceño.—No me imagino a la señorita

Doncaster arrojándole el collar a lacara.

—Tal vez haya exagerado unpoco ese punto de la historia, pero

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el hecho de que me lo ha devueltoes incuestionable.

—Ah. —Logan acunó la copa decoñac entre las manos.

Benedict se llevó la copa a loslabios para beber otro sorbo ydespués dijo:

—¿Le ha dicho a la señoraMarsden que está sopesando laidea de emigrar a Canadá o aAustralia?

—El tema de mi futuro no hasalido a colación.

Ambos siguieron bebiendo ensilencio durante un rato.

—Las damas han sufrido estanoche una experiencia traumática

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—comentó Benedict al cabo de untiempo.

—Todos la hemos sufrido —apostilló Logan—. Dudo mucho deque sea capaz de recuperarme.Cada vez que recuerdo la escena enel estudio de ese malnacido, sientola tentación de pedir las sales.

—Y yo. Debemos recordar que,cuando llegamos, Penny y Amitytenían la situación bajo control.

Logan esbozó una sonrisa torva.—Creo que habrían llegado a

matar a ese monstruo.Benedict recordó las fieras

expresiones que lucían los rostrosde Amity y de Penny.

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—Sin duda. Ambas son muyresolutivas.

Logan asintió con la cabeza.—Desde luego que sí.—Y valientes.—Ya lo creo —replicó Logan.—Extraordinarias —añadió

Benedict.—Ciertamente.Bebieron un poco más en silencio.Benedict apoyó la cabeza en el

respaldo del sillón.—Se me ha ocurrido que debería

sacar a colación el tema de sufuturo con la señora Marsden.

—Creo que no tengo alternativa.—Logan apuró el coñac y dejó la

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copa—. No me veo viviendo enLondres a sabiendas de que ellavive en la misma ciudad ypreguntándome si la veré en lacalle o en el teatro, a menos quepueda estar con ella.

—No es el único que necesitaaclarar las cosas —dijo Benedict,que apuró su copa, se puso de piepara coger la licorera y sirvió otraronda—. Debemos trazar un plan —concluyó—. Dos planes.

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42 —Me gustaría señalar que, al

final, la lista de invitados al baile delos Channing fue vital —dijo Logan,que le sonrió a Penny—. Pero no laestábamos usando como debíamos.Ciertamente, lady Penhurst seencontraba en dicha lista, ytambién en la lista del baile de losGilmore.

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Penny sonrió y se ruborizó.—Uno de los puntos de este caso

que no termino de comprender esel motivo por el que Virgil Warwickmató a su propia hermana... y enmedio de un salón de baile, paramás inri —señaló Amity—. Al fin y alcabo, debió de ser Leona quienconvenció o sobornó a la señoraDunning a fin de que se hicierapasar por la madre de Virgil parasacarlo del sanatorio por segundavez.

Eran las diez de la mañana.Penny había enviado invitacionespara desayunar a Benedict, Logan yDeclan. Todos llegaron a la hora

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indicada y de inmediato empezarona devorar ingentes cantidades dehuevos, patatas y tostadas que laseñora Houston había preparado.

—Tal vez Warwick llegó a laconclusión de que ya no necesitabaa Leona —sugirió Logan—. Encuanto al lugar escogido paramatarla, ¿dónde iba a conseguirmás anonimato que en un baile dedisfraces? Era ideal para suspropósitos. Y provocó la distracciónperfecta para poder secuestrarla,señorita Doncaster. Encaja todo demaravilla, si lo piensa. Pudodeshacerse de su hermanastra ysecuestrar a su víctima en el mismo

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lugar, ataviado con un disfraz queno levantó las sospechas de nadie.

Benedict miró a Penny.—¿Le dijo Warwick algo que

pudiera explicar el asesinato deLeona?

—No —contestó ella. Bebió unpoco de café y acunó la taza entrelas manos—. Cuando me despertéen la jaula, solo habló de Amity.Estaba obsesionado con ella.Cuando se fue para secuestrarla, sepuso un dominó y una máscara.Estaba emocionado. —Seestremeció—. De la forma másespantosa.

—Es evidente que sabía que la

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encontraría en el baile de disfraces—dijo Declan—. Eso quiere decirque conocía los planes de Leonapara hacerse con el collar quellevaría la señorita Doncaster a lafiesta.

Amity frunció los labios.—Incluso estaba al tanto de todos

los detalles del plan de Leona. Erauna fiesta bastante multitudinaria,pero me encontró sin problemas.Como si me hubiera estadoesperando en ese pasillo enconcreto.

—Leona lo puso al corriente desus planes —dijo Benedict.

—Sí, pero eso no explica por qué

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la mató —replicó Declan.—Leona tenía sus propios

objetivos —señaló Benedict—. Perotambién trabajaba para los rusos.Es el único motivo por el que habríahecho todo lo posible paraconseguir el cuaderno de Foxcroft.Creedme cuando os digo que notenía el menor interés en temas deingeniería o ciencia.

Amity lo miró.—Durante nuestro encuentro en

el tocador de señoras, dejó muyclaro que lo único que le importabaera el Collar de la Rosa. Tambiéndijo que no llevaba el cuadernoconsigo, pero salvo por eso, no

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parecía importarle demasiado eltema. Estaba obsesionada con ir alOeste americano para reinventarse.

—¿Dijo algo más? —preguntóDeclan.

Amity frunció la nariz.—En fin, admitió que fue ella

quien hizo que Virgil se obsesionaraconmigo. Quería que Benedictsufriera. Parecía estar convencidade que si me asesinaban de formaespectacular por culpa de nuestrarelación, él se sentiría responsablede algún modo.

Benedict estaba a punto de untaruna tostada con mantequilla.Apretó con fuerza el cuchillo que

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tenía en la mano.—Eso es quedarse muy corto.Penny soltó la taza de café.—Tiene sentido que Leona se

cegara de rabia después delanuncio de vuestro compromiso.Pero ¿por qué quería que Virgilmatase a Amity antes del anuncio?Al fin y al cabo, y que ella supiera,solo habíais mantenido unaaventura a bordo del barco.

—Penny tiene razón —dijo Logan,que frunció el ceño—. No hubomención de un compromiso formalhasta que Stanbridge volvió deEstados Unidos. Sin embargo,Leona hizo correr los rumores de

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una aventura unas tres semanasantes de que volviera a Londres.

Amity sintió que se ruborizaba,pero nadie pareció darse cuenta deque se sentía abochornada.

—¿No es evidente? —preguntóBenedict tras darle un bocado a latostada—. Seguramente no fueraLeona quien decidió matar a Amityal principio. Seguramente, fuese sucontacto ruso. Se limitó a usar aLeona y a su hermano loco parallevar a cabo la misión. En cuantose dio cuenta de que Amity mehabía salvado la vida en Saint Clarey que habíamos entablado unaestrecha relación durante el viaje a

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Nueva York, sacó la conclusión másobvia.

—Sí, por supuesto. —Amity dejóla taza con un golpe—. El contactoruso supuso que yo también eraespía y que trabajaba con usted,Benedict.

—Estoy seguro de que el agenteruso estaba al tanto de que yo noera un agente del servicio deinteligencia profesional —continuóBenedict—. Al fin y al cabo, todo elmundo sabe que paso gran parte demi tiempo encerrado en milaboratorio. Sin embargo, elmaestro de espías en todo esteasunto no podía saber con

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seguridad lo mismo de usted,Amity. Seguramente la considere surival, incluso su némesis. ¿Quémejor tapadera para un agente deinteligencia que una profesión comotrotamundos?

Amity esbozó una lenta sonrisa,complacida.

—Muy bien visto, Benedict. ¿Quémejor tapadera, desde luego?

La fulminó con la mirada.—No es necesario que la idea la

emocione tanto.Declan intervino antes de que

Amity pudiera replicar.—Así que es más que probable

que fuera el contacto ruso de Leona

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quien decidiera eliminar a laseñorita Doncaster cuando empezótodo esto.

—Sí —convino Benedict—. Perome temo que después de que yoanunciara nuestro compromiso,Leona se lo tomó muy a pecho.Supongo que, llegados a ese punto,el contacto ruso empezó a perder elcontrol que tenía sobre ella y sobrela situación.

Declan asintió con la cabeza.—Porque Leona demostró ser tan

inestable y obsesiva como suhermano.

—Exacto —dijo Benedict—. Elmaestro de espías es quien mató a

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Leona en el baile anoche. Tambiénes quien asesinó a la señoraDunning y colocó el artefactoexplosivo en Hawthorne Hall. Haestado manejando los hilos de todoeste asunto desde el principio o,para ser exactos, ha estadointentando manejarlos. Pero lascosas no han dejado de torcérseleen todo momento. Debe de habersido muy frustrante para él.

Todos lo miraron un segundo.Benedict miró a Logan.—Me parece, inspector, que su

carrera se beneficiaría muchísimosi, por casualidad, fuera usted quiendetuviese a un maestro de espías

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que ha intentado robar ciertocuaderno con secretos que laCorona preferiría mantener fueradel alcance de los rusos.

Logan enarcó las cejas.—Hacerle un favor a la Corona

nunca le viene mal a la carrera deun hombre. ¿Debo suponer queconoce la identidad de ese espía?

Benedict miró a Amity.—Eso creo, sí. Buscamos a

alguien que llegó a Saint Clare pocoantes que yo, asesinó a Alden Corky robó los planos del cañón solar.Esa misma persona seguía en lazona cuando mi barco atracó. Mevio entrar en el laboratorio de Cork

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y se dio cuenta de queseguramente trabajase para laCorona.

—¿Por qué intentó matarlo? —preguntó Amity—. Al fin y al cabo,ya tenía los planos del cañón solar.

—Tal vez nunca lo sepamos. Perosea cual sea el motivo, Cork no ledio el nombre ni la dirección delinventor con quien colaboraba —continuó Benedict—. Cork tal vez sedio cuenta de que estaba tratandocon un espía ruso a esas alturas.Tal vez, en el último minuto, loasaltó la vena patriótica.

—Se negó a hablarle de Foxcroftal espía —dijo Logan—. El agente lo

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mató y después usted apareció enel escenario del crimen.

—No podía saber que yo habíadescubierto la carta de Foxcroft aCork, pero decidió que sería mejordeshacerse de mí para asegurarsede que no supondría un problema—explicó Benedict—. Debió deenfurecerse cuando se dio cuentade que Amity consiguió llevarme abordo del Estrella del Norte. Enaquel momento, solo le quedó rezarpara que yo muriese a causa de laherida. Compró un pasaje en otrobarco con rumbo a Nueva York y,por último, a Londres.

—Usted sobrevivió y se dirigió a

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California —dijo Declan—. A esasalturas, al espía no le quedó másremedio que esperar paracomprobar lo que usted habíadescubierto.

—Supuso que había descubiertoalgo interesante cuando volví concierto cuaderno, que entregué caside inmediato a mi tío. Corneliushizo correr la voz en ciertos círculosde que tenía el cuaderno deFoxcroft y de que contenía elverdadero secreto del cañón solar.El espía cree tener en su poder laversión correcta de los planos deFoxcroft.

—Así que ahora buscamos a un

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espía ruso —dijo Penny—. Eltitiritero que ha estado manejandolos hilos.

—Creo que podemos decir sintemor a equivocarnos que sabemosde quién se trata —replicóBenedict.

Declan frunció el ceño.—No nos tenga en ascuas. ¿A

quién va a arrestar el inspectorLogan?

La sonrisa de Benedict carecía dehumor.

—A la única persona relacionadacon todo este asunto, además deAmity, que disfruta de la tapaderaperfecta para un espía, una fachada

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que le permite viajar por todo elmundo sin levantar sospechas.

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43 Humphrey Nash la esperaba en su

despacho. Aunque se puso de pie ysonrió con educación cuando Amityentró en la estancia, apenas hizointento alguno por disimular laimpaciencia.

—Mi ama de llaves dice quequería verme de inmediato y que elasunto es la mar de urgente —dijo

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—. Por favor, siéntese.—Gracias por recibirme. —Amity

se sentó en el borde de una silla.Tras aferrar el maletín que se habíacolocado en el regazo, echó unvistazo por la habitación—. Quéfotografías más bonitas. Poseeusted una gran habilidad con lacámara.

—Gracias —replicó él, que sesentó a su escritorio.

Amity miró los ejemplaresencuadernados en cuero del Boletíntrimestral de invencionespulcramente alineados en unaestantería cercana.

—Veo que le interesan los temas

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científicos y de ingeniería —comentó—. No recuerdo que lomencionara hace seis años.

—Siempre me han interesado losartefactos mecánicos.

—Recuerdo que siempre estabaobsesionado por los últimosavances en el material fotográfico.

Humphrey unió las manos y lascolocó sobre el escritorio.

—He visto su nombre en losperiódicos matinales. La felicito porhaber escapado por segunda vez delas garras del Novio. Según elartículo de El divulgador volante, lapolicía llegó justo a tiempo.

—Gracias a Dios. —Amity se

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estremeció—. De no ser por ellos,mi hermana y yo estaríamosmuertas.

—Me alegra saber que están asalvo, claro está. —Humphreycarraspeó—. ¿Puedo aferrarme a laesperanza de que ha venido porqueha cambiado de opinión conrespecto al proyecto de colaborarconmigo en una guía de viajes?

—No exactamente —respondióella.

La sonrisa de Humphreydesapareció.

—Entonces, ¿cuál es el motivo desu visita? Da la casualidad de queestoy haciendo el equipaje para

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viajar al Lejano Oriente a fin dehacer otra serie de fotografías demonumentos y templos.

—Sí, he visto los baúles en elvestíbulo principal. —Amity sonrió—. He supuesto que además defotografiar curiosos monumentos ytemplos, también fotografiarádistintos puertos y fortificacionesdurante sus viajes, ¿verdad?

Humphrey se quedó petrificado.Sin embargo, en un abrir y cerrar deojos adoptó una actitud asombrada.

—¿Cómo dice?—Vamos, vamos, no hay razón

para mostrarse tímido. Sé queusted está al servicio de los rusos.

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Humphrey la miró sin pestañear.—Querida Amity, no sé de lo que

me está hablando.—También sé que tiene en su

posesión cierto cuaderno. Al que,por cierto, le faltan varias páginas.

—Amity, ¿por casualidad es ustedpropensa a sufrir ataques dehisteria femenina?

—No. Sin embargo, me siento enla necesidad de obtener una buenadosis de venganza. Creo que tal vezpueda ayudarme al respecto, señor.

—Cada vez la entiendo menos —protestó Humphrey.

—Quizá no esté al tanto de losúltimos rumores que corren sobre

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mí.Él frunció el ceño.—¿A qué se refiere?Amity aferró el maletín con más

fuerza.—No tiene sentido mantenerlo en

secreto. Cuando llegue la noche, yalo sabrá todo el mundo. El señorStanbridge ha roto nuestrocompromiso.

Humphrey pareció quedarseatónito.

—Entiendo —dijo.—Después de todo lo que he

hecho por él. —Amity sacórápidamente un pañuelo y se lollevó a los ojos—. Le salvé la vida.

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De no ser por mí, habría muerto enaquel callejón de Saint Clare. ¿Ycómo me lo agradece?Comprometiéndome mientrasviajábamos en el Estrella del Norte.A los pocos días de llegar aLondres, descubrí que mi reputaciónestaba destrozada.

—Entiendo —repitió Humphrey,cuya voz tenía un deje cauteloso aesas alturas.

Amity contuvo un sollozo.—Me alivió mucho que anunciara

nuestro compromiso. Creía quehabía adoptado una actitud noble yque me había salvado delostracismo. Pero he descubierto

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que solo me estaba utilizando parasus propios fines.

—Mmm... ¿Y qué fines son esos?—Tanto él como su tío, que está

relacionado con ciertas faccionesdel gobierno, estaban buscando auna espía, ¿se lo imagina? Dehecho, la encontraron... con miayuda, debo añadir. ¿Y cómo me loagradecen?

Humphrey pasó por alto lapregunta.

—Amity, ¿cómo se llama esaespía?

—Lady Penhurst. —Amity guardóel pañuelo mientras le contaba losdetalles—. Estoy segura de que ha

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oído que se quitó la vida anoche. Enmitad de un salón de baile, ni másni menos. Pero eso no viene acuento. Lo que nos interesa es queanoche el señor Stanbridge meinformó de que ya no requería miayuda para resolver el caso. Lepuso fin a nuestro compromiso yme exigió que le devolviera el collarde la familia Stanbridge. Mañanapor la mañana, mi reputaciónestará hecha trizas y seráinsalvable.

Humphrey carraspeó.—Y sobre el cuaderno que ha

mencionado...—Sí, claro. He traído las hojas

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que le faltan. —Abrió el maletín ysacó dos hojas llenas de dibujos,símbolos y ecuaciones—. El señorStanbridge no sabe que me las hellevado. Todavía no. Pero mañanaya habrá descubierto que handesaparecido. Estoy deseando verla expresión de su cara cuando sedé cuenta de que no están.

Humphrey ojeó las páginas.—¿Qué le hace pensar que me

interesan estas páginas?—Lady Penhurst me lo contó todo

anoche. Estaba encantada dehablar de su contacto ruso. Pero, enrealidad, lo que quería era el Collarde la Rosa. Mi cometido era llevarlo

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al baile de disfraces. Por supuesto,no se dio cuenta de que alcuaderno que uno de ustedes robóle faltaban las páginas másimportantes en las que se detallanlas especificaciones para construirel motor y la batería solar deFoxcroft. —Amity sonrió—. Laexpresión de su cara evidencia queno era consciente de este hechohasta ahora mismo. Pero, claro,seguramente no haya tenidotiempo para estudiar a fondo elcuaderno.

Humphrey empezaba a pareceralarmado.

—¿Está segura de que estas

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páginas son del cuaderno deFoxcroft?

—Sí, por supuesto. —Amity sacóde nuevo el pañuelo—. El señorStanbridge me explicó el plancuando me pidió que lo ayudara acapturar a la espía. Esperabancapturarla en el baile de disfraces.Pero sus esfuerzos fueron en vanocuando lady Penhurst se quitó lavida en vez de acabar en la horcacomo una traidora. A títulopersonal, sospecho que fue ustedquien la mató, pero me importa unbledo. Nunca me ha caído bien esamujer.

—Lo único que le interesa es

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vengarse, ¿es eso lo que me estádiciendo?

—Bueno, no me importa decirleque si recibiera una pequeñagratificación de índole monetaria,también lo agradecería. Ambossabemos lo caro que es viajar por elmundo.

—Cierto. —Humphrey no apartóla mirada de las páginas que ellatenía en la mano.

—Mi situación económica no esmuy boyante y mi hermana seniega a compartir conmigo el dineroque heredó de su difunto marido —siguió Amity—. No aprueba miestilo de vida viajero. Esperaba que

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mi guía de viajes para damas fueraun éxito, pero dado el desastrosoestado de mi reputación, es pocoprobable que llegue a imprimirsesiquiera.

—Amity, ¿puedo examinar esashojas?

—¿Cómo? Ah, claro. La verdad, noson muy interesantes. Solo son unmontón de dibujos y cálculos. Ah, yuna lista de materiales necesariospara fabricar algo llamado «célulafotovoltaica». —Se puso de pie ydejó las páginas en el escritorio.

Humphrey las examinóatentamente durante unos minutos.Su ceño se iba frunciendo a medida

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que pasaban los segundos.—¿Qué le hace pensar que estas

páginas pertenecen al cuaderno deFoxcroft? —preguntó.

—¿Aparte del hecho de que me lodijera el señor Stanbridge, serefiere? Bueno, también está laprueba de las firmas.

—¿Qué firmas?—En la parte inferior de cada

página —dijo Amity—. Es evidenteque Elijah Foxcroft estabaobsesionado por el temor de quealguien le robara sus dibujos. Asíque firmó y fechó cada una de laspáginas del cuaderno de la mismamanera que un artista firma sus

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obras. Compruébelo. Está en laesquina inferior derecha.

Humphrey miró una de laspáginas. En su rostro se reflejaba laincredulidad que batallaba contra laincertidumbre. Si bien al final ganóla ira, que convirtió su rostro en unamáscara peligrosa.

—Ese hijo de puta —masculló envoz baja.

—¿A quién se refiere? —preguntóAmity con deje educado—. ¿A ElijahFoxcroft?

—No, a Foxcroft no. A Stanbridge.Ese malnacido me tendió unatrampa.

—Nuestro señor Stanbridge no es

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de fiar. Tal como he aprendido muya mi pesar.

—¡Rayos y centellas! —Humphreyabrió un cajón del escritorio—. Meimporta un bledo el daño que hayasufrido su reputación, Amity.

—Una actitud muy moderna yabierta por su parte.

—Dígame, ¿saben Stanbridge o sutío que Leona y yo éramos socios?

—No. Tenía la intención dedecírselo, pero con todo lo quesucedió anoche, al final no se mepresentó la oportunidad hastadespués de que la policía merescatara de las garras del Novio.Para entonces, estaba tan nerviosa

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por la odisea que se me olvidó porcompleto que Leona me había dichoque era su socia. Iba a informar alseñor Stanbridge hoy a primerahora de la mañana, pero sepresentó en la casa de mi hermanapara anunciar la ruptura de nuestrocompromiso. Me enfadé tanto quedecidí no darle más información. —Se limpió los ojos con el pañuelo—.Solo me estaba utilizando.

—Amity, lo siento en el alma. Metemo que yo también voy autilizarla.

Amity bajó el pañuelo y vio queHumphrey la apuntaba con unarma.

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—No lo entiendo, señor —susurró.—Ya lo veo. En serio, ¿cómo ha

logrado sobrevivir durante todosesos viajes a tierras peligrosas?Cualquiera diría que a estas alturashabría desarrollado un mínimo deastucia.

Amity se puso de pie despacio.—No puede dispararme aquí. Su

ama de llaves está en la plantaalta. Escuchará el disparo.

—No tengo intención dedispararle, no a menos que no medeje alternativa.

Estaba mintiendo, pensó Amity.Lo veía en sus ojos.

—¿Qué pretende hacer conmigo

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exactamente? —le preguntó.—Voy a amordazarla y a

encerrarla en el cuarto oscuro de misótano, donde no me causará másproblemas hasta que me hayamarchado de Londres. Abra lapuerta y gire a la izquierda. Rápido.

Amity atravesó la estancia. Abrióla puerta y salió con rapidez alpasillo.

Humphrey la siguió, moviéndosetambién con rapidez. Puesto queestaba pendiente de ella, no sepercató de la presencia de Benedicthasta que fue demasiado tarde.

Benedict le aferró el brazo queempuñaba la pistola y se lo

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retorció. La pistola se disparó, sibien la bala quedó alojada en lamadera. En la planta alta se hizo elsilencio, tras el cual se escuchó ungrito ahogado.

«El ama de llaves», pensó Amity.Benedict le arrebató la pistola a

Humphrey.—Ha habido un cambio de planes

—dijo—. Aunque tengo entendidoque los viajeros experimentadosestán acostumbrados a este tipo decosas. Hay un par de agentes deScotland Yard esperándolo en lapuerta.

Humphrey miró hacia allí. Elpánico y la determinación brillaron

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en sus ojos. Después, se volviórápidamente con la idea de pasarjunto a Amity y correr hacia lacocina, donde escaparía por lapuerta trasera.

Sin embargo, se detuvo al ver queella había abierto el abanico,revelando las afiladas hojas y lasvarillas de metal.

Fue Benedict quien habló.—Amity, deja que se marche, ya

no es problema nuestro.Amity se apartó y cerró el

abanico. Humphrey pasó volando asu lado. Abrió la puerta de la cocinacon la intención de salir al jardín,pero cayó directo en los brazos del

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inspector Logan y de un agente depolicía.

—Se me ha olvidado mencionarque también había otros dospolicías de Scotland Yardesperándolo en la puerta trasera —señaló Benedict.

—Está usted detenido, señor Nash—anunció Logan, que sacó unasesposas.

—No lo entienden —se apresuró adecir Humphrey—. Amity Doncasteres una espía. Es culpable detraición. Hoy me ha traído unosdocumentos muy valiosos. Los robóe intentó vendérmelos, ¿se lopuede creer? Me disponía a

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encerrarla y a llamar a la policía.Cornelius Stanbridge apareció en

el jardín.—Estoy de acuerdo en que la

señorita Doncaster posee lascualidades necesarias paraconvertirse en una excelente espía,incluyendo la tapadera perfectapara viajar al extranjero. Es unamujer de muchos talentos. Ynervios de acero. Estoy sopesandoseriamente la idea de contratarlacomo agente de la Corona.

Amity se ruborizó.—Vaya, gracias, señor Stanbridge.

Me halaga usted.Benedict entrecerró los ojos.

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—Amity, ni hablar de convertirseen espía. Mis nervios no soportaríansemejante tensión.

Ella suspiró.—De verdad, señor, ¿por qué

tiene que quitarle toda la gracia aviajar al extranjero?

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44 —El inspector Logan

desaparecerá de mi vida pronto —dijo Penny. Se acercó a la ventanadel despacho—. El caso ya estácerrado. No tiene más motivos paravenir a verme.

Amity atravesó la estancia y secolocó junto a su hermana. Juntas,contemplaron el jardín. Llovía de

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nuevo. El día era gris y deprimente.Tenían la chimenea encendida paramitigar la humedad.

—Necesitamos un plan, tal comole gusta decir a Benedict —replicóAmity.

Penny la miró con una sonrisatemblorosa.

—¿Qué plan sugieres?—Tal vez el inspector Logan no

tenga motivos para venir a vernos,pero desde luego que tú puedesproporcionarle un motivo.

Penny la miró.—¿Cómo lo puedo hacer sin que

resulte demasiado evidente?—¿Qué tiene de malo ser

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evidente?Penny suspiró.—No me preocupa la posibilidad

de ponerme en evidencia. Me temoque ser demasiado osada lo pondríaen una situación comprometida sino tiene deseos de continuar connuestra relación.

—Créeme, ese hombre deseacontinuar con la relación. Lo veo ensus ojos cada vez que te mira.

—Me temo que le preocupademasiado la diferencia en nuestraposición económica y social.

—En ese caso, tienes queconvencerlo de que te importa unbledo esa diferencia. —Amity hizo

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una pausa—. A menos que meequivoque y sí te importe...

—No. —Penny se volvió con losojos cuajados de lágrimas—. Meimportan un pimiento esas cosas.

Amity sonrió y le dio unaspalmaditas a su hermana en elbrazo.

—Ya me parecía a mí.—Pero ¿cómo diantres se lo

explico a John?Amity enarcó las cejas.—¿John?Penny se ruborizó.—Es su nombre de pila. Así es

como pienso en él.—Por supuesto. —Amity pensó

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con rapidez—. Tengo un plan.La esperanza y la inquietud

asomaron a los ojos de Penny.Titubeó un momento, pero lacuriosidad pudo con ella.

—¿Y bien? ¿De qué se trata?—Creo que sería una buena idea

invitar a algunas de las personasinvolucradas en el caso a tomar elté esta tarde. Me parece que todostenemos mucho de lo que hablar yhay algunas preguntas que megustaría hacerle al inspector.

Penny no estaba muy convencida.—No sé si el inspector Logan

sigue estando libre para venir atomar el té. Las exigencias de su

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trabajo, ya sabes.—Algo me dice que el inspector

es más que capaz de encontrar unaexcusa para entrevistar una vezmás a las testigos de un caso tanimportante. Ahora mismo, es unaespecie de héroe en Scotland Yard.

—Pero ¿qué puedo decirle parahacerle saber que deseo continuarcon nuestra relación?

—¿Por qué no le dices que ha sidoun placer colaborar con ScotlandYard y que estás dispuesta aayudar en futuros casos queinvolucren a sospechosos de la altasociedad?

La señora Houston apareció en la

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puerta. Carraspeó.—Discúlpeme, señora, pero

también puede decirle que yoestaré encantada de ayudar enfuturos casos. Entre las dos, creoque podemos cubrir todos lospuestos, desde las cocinas hasta losdormitorios, de la alta sociedad.

Penny se quedó de piedra unmomento. Después, esbozó unalenta sonrisa.

—Qué idea tan maravillosa,señora Houston.

—Pero sugiero que sea undesayuno para mañana en vez delté esta tarde —continuó la señoraHouston.

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—¿Por qué lo dice? —preguntóAmity.

—Los caballeros de fuerteconstitución como los que hanfrecuentado esta casa de un tiempoa esta parte prefieren una comidacopiosa —dijo la señora Houston—.Algo tienen los huevos, lassalchichas, las tostadas y el cafécargado que los ponen de buenhumor.

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45 Se reunieron de nuevo al día

siguiente para el desayuno. Pennyocupó la cabecera de la mesa.Amity se sentó en el extremoopuesto. Benedict, Logan y Declanse acomodaron entre ambas. Amityse percató de que los tres hombrescasi habían vaciado las bandejassituadas en el aparador. Las

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violentas actividades de los últimosdías no les habían robado elapetito, pensó.

—Nos han llegado unas noticiasestupendas —anunció Penny conuna floritura—. El señor Galbraith,el editor de Amity, ha enviado sulibro a la imprenta. Dice que contoda la publicidad que estáteniendo, las ventas de la Guía deltrotamundos para damas seránexcelentes.

Benedict pareció satisfecho.—Estupendas noticias, desde

luego.Declan sonrió.—Felicidades, señorita Doncaster.

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—Por mi parte, compraré unejemplar —prometió Logan—. ¿Melo firmará, señorita Doncaster?

—Con mucho gusto —respondióella—. Pero dígame, ¿qué lesucederá a Humphrey Nash?

—En un mundo ideal, Nash iría ajuicio, acusado de un gran númerode delitos —contestó Logan—.Conspiración, traición y asesinato,entre otros.

Amity soltó la taza de té.—¿En un mundo ideal?—Lo que quiere decir el inspector

es que la policía no puede hacernada más —le explicó Benedict—.Nash está detenido, pero ha dejado

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claro que está dispuesto a llegar aun acuerdo.

—¿Qué tipo de acuerdo?—Afirma poseer mucha

información para vender —contestóBenedict—. Y es evidente que tíoCornelius espera comprarla.

Penny se sintió indignada.—¿Quiere decir que Nash saldrá

de la cárcel y se irá de rositas? Esoes inaceptable. Ha asesinado tantoa la señora Dunning como a ladyPenhurst. Puso una bomba con laidea de matar a Amity y al señorStanbridge. Solo Dios sabe acuántas personas más habrámatado por el camino.

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Logan dejó el tenedor y cogió lataza de café.

—Cornelius Stanbridge me haasegurado que los rusos no ven conbuenos ojos a los agentes quevenden sus secretos. Si Nash acabaen libertad, se verá obligado aesconderse. Al menos, tendrá queadoptar una nueva identidad.

—Ajá. —Benedict parecíapensativo—. Si asume una nuevaidentidad, ya no podrá vender susfotografías con su nombre.

—En cuyo caso, se verá obligadoa empezar una nueva profesión —añadió Amity.

—No me sorprendería que

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acabara en el Oeste americano —murmuró Declan—. Parece queatraemos a todo tipo de personasen busca de una nueva vida.

Amity le sonrió.—Hablando del Oeste americano,

¿qué planes tiene, señor?Declan sonrió.—Me resulta curioso que me lo

pregunte. Últimamente, he estadopensando mucho en mi futuro. Hellegado a la conclusión de que noestoy hecho para el negocio delpetróleo. Aunque sí me ha gustadomucho ayudar al inspector Logan yal resto de los aquí presentes en labúsqueda del Novio. Estoy

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sopesando la idea de abrir unnegocio de investigación privada,con sede en San Francisco. Tal vezen el futuro pueda ofrecerle misservicios a la policía.

—Una idea excelente —dijo Logan—. Si algo he descubierto duranteel transcurso de este caso, es quela ciencia de la psicología resultamuy útil a la hora de resolvercrímenes.

Amity miró a Declan.—¿Y qué pasa con su padre?Declan cuadró los hombros y

adoptó una postura decidida.—Le diré que no tengo la menor

intención de participar activamente

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en el negocio familiar y que, encambio, fundaré uno propio.

Benedict lo miró desde el otrolado de la mesa.

—Si te sirve de consuelo, novolverás a casa con las manosvacías.

Declan frunció el ceño.—¿A qué se refiere?—Es cierto que no has conseguido

el cuaderno de Foxcroft, peropuedes asegurarle a tu padre queno tiene importancia.

Todos miraron a Benedict.—¿Por qué no tiene importancia

mi fracaso? —quiso saber Declan.—Esta mañana he mantenido una

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larga conversación con tío Cornelius—respondió—. Al parecer, los rusosya no están interesados en elpotencial de la energía solar.

—¡Pero bueno! —exclamó Amity.—Hay otras noticias peores —

siguió Benedict—. Me haninformado de que la Coronatampoco está interesada en laenergía solar. Hasta los francesesestán abandonando esa línea deinvestigación.

Logan enarcó las cejas.—¿La han cancelado por falta de

financiación?—No —contestó Benedict—. Por

falta de interés. Es evidente que el

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gobierno británico, los rusos,Francia y Estados Unidos hanllegado a la conclusión de que elfuturo es el petróleo. —Benedictmiró a Declan con una sonrisaastuta—. Puede que tu padre tengarazón.

Amity fue la primera enrecuperarse de la sorpresa.

—¡Por el amor de Dios! —Arrugóla servilleta y la arrojó a la mesa—.¿Después de todo lo que hemospasado?

—A mí no me ha hecho ningunagracia —replicó Benedict—. Perome temo que así son los gobiernos.Adolecen de una importante

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cortedad de miras a la hora deplanificar el futuro.

Logan lo miró desde el otro ladode la mesa.

—¿Qué pasará con el cuaderno deFoxcroft?

Benedict esbozó una lentasonrisa.

—Una pregunta interesante. TíoCornelius y yo hemos hablado deltema largo y tendido. Foxcroft dejóel cuaderno a mi cuidado. Puestoque la Corona ya no está interesadaen su trabajo, Cornelius y yo hemosllegado a la conclusión de que ellibro debería quedarse en losarchivos de la familia Stanbridge.

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Declan pareció encontrar graciosala noticia.

—A mi padre le aliviará saber queen Europa nadie está interesado enperder más tiempo investigandosobre el potencial de la energíasolar.

—Ahora no —señaló Benedict—.Pero ¿quién sabe lo que nosdeparará el futuro? Hoy nospreocupa la posibilidad de que elcarbón se agote. Tal vez algún díase produzca la misma preocupaciónsobre el petróleo.

Amity se percató de que Loganestaba sonriendo.

—Inspector, ¿tiene algo que

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añadir a la conversación? —lepreguntó.

Logan cogió la taza de café.—Estaba pensando que, después

de todo, tal vez hiciera una buenainversión cuando compré accionesde petróleo estadounidense con loque quedaba del dinero de mipadre. —Miró a Declan—. Entreellas, algunas de la Empresa dePetróleos Garraway.

Se produjo un silenciogeneralizado mientras todosmiraban a Logan. Los ojos de Pennyadoptaron una expresión socarrona.

—Inspector, sospecho que a lalarga descubrirá que fue un

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movimiento brillante —dijo—. Yomisma he hecho varias inversionesen ese campo.

Amity sonrió.—Si Penny asegura que el

petróleo es una buena inversión,hágale caso sin dudar. Mi hermanatiene una buena cabeza para ganardinero, inspector.

Benedict rio. Al cabo de unmomento, todos reían, incluida laseñora Houston.

Amity miró a Benedict y a Declancon lo que esperaba que fuese unaexpresión elocuente.

—Si los dos caballeros meacompañan al salón, hay algo que

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me gustaría decirles.Benedict frunció el ceño.—¿Cómo?Declan pareció sorprendido.—¿Ha sucedido algo, señorita

Doncaster?—Se lo explicaré en el salón —

respondió, intentando no ponerdemasiado énfasis en las palabras.La expresión de Benedict delatabaque estaba a punto de hacerle máspreguntas. Se puso de pie—. Ahora,si son tan amables.

Al ver que se levantaba, los treshombres se pusieron de pie alpunto. Amity miró a Logan con unasonrisa afable.

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—¿Por qué no se queda aquí conPenny mientras yo hablo conBenedict y Declan? —Se recogió lasfaldas del vestido y echó a andarhacia la puerta del comedormatinal.

Benedict y Declan la siguieron,obedientes.

Cuando llegaron al salón, Amitycerró la puerta y se volvió paraenfrentar a su audiencia de dos.

—¿Qué demonios pasa, Amity? —preguntó Benedict.

—Mi hermana y el inspectornecesitan unos minutos a solas —respondió mientras se frotaba lasmanos—. Nosotros tres se los

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hemos concedido.Declan pareció comprenderlo

todo. Rio entre dientes al tiempoque miraba a Benedict.

—Señor, creo que es unmovimiento de índole romántica —dijo.

Benedict lo miró.—¿Romántica?—Sí, para ayudar al romance

floreciente entre Penny y elinspector —contestó Amity, querezó suplicando paciencia.

—Ah, ese romance. —Benedictesbozó una sonrisa satisfecha—. Noes necesario preocuparse alrespecto. Ya me he encargado de

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todo.Amity lo miró, estupefacta.—¿Y cómo es eso?—Pues muy sencillo. Logan y yo

nos hemos tomado unas copas decoñac y hemos ideado variosplanes. Sin duda, ahora mismo estáinvitando a Penny a dar un paseopor el parque.

—Estoy impresionada —replicóAmity—. Benedict, qué idea másestupenda.

—Eso pensé yo —repuso él—.Ahora, si Declan nos disculpa, megustaría proceder con mis propiosplanes.

Declan sonrió al tiempo que se

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sacaba el reloj del bolsillo con unaexagerada floritura.

—Pero ¿han visto qué hora es?Debo enviarle un telegrama a mipadre para comunicarle que ya noes necesario que se preocupe por laidea de que la energía solarcompita con el petróleo, al menosde momento. Después, debo hacerel equipaje para regresar a casa.No se preocupe, señoritaDoncaster, no es necesario que meacompañe a la puerta.

—Adiós, señor Garraway —sedespidió ella.

Pero no lo miró. No podía apartarlos ojos de Benedict, que a su vez

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la miraba con una intensidad queacicateó sus sentidos.

Declan abrió la puerta y salió alpasillo.

—Amity —dijo Benedict—, queríahablar contigo de lo de anoche.

En el pasillo, se escucharon lospasos de la señora Houston.

—Señora, que no se le olvide elbonete —dijo el ama de llaves conun deje alegre poco característicoen ella—. Y la sombrilla. El sol enexceso no es bueno para el cutis.

—Gracias, señora Houston —replicó Penny.

Amity se volvió y vio a una Pennymuy sonrojada y a un inspector

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Logan muy sonriente.—¿Adónde vais? —preguntó

Amity.El rubor de Penny se intensificó.

La felicidad relucía en sus ojos.—John tiene el resto de la

mañana para interrogar a lostestigos del caso del Novio. Vamosa dar un paseo por el parque.

—Nada como el aire fresco y elsol para aclarar los recuerdos de untestigo —adujo Logan.

La señora Houston abrió la puertaprincipal con una pequeña floritura.Penny y Logan bajaron losescalones de entrada en direcciónal soleado exterior.

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El ama de llaves cerró la puerta ymiró a Amity y a Benedict.

—Una pareja preciosa, ¿no lesparece? —preguntó. Parecía muysatisfecha.

—Sí —contestó Amity con unasonrisa—. Desde luego que hacenuna pareja preciosa.

—Ya era hora de que la señoraMarsden encontrara un poco defelicidad —comentó la señoraHouston, que dejó de sonreír y miróa Benedict echando chispas por losojos—. ¿Y qué pasa con usted,señor? ¿Va a quedarse ahí paradocomo una rana en un tronco?

Benedict parpadeó y después

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frunció el ceño.—¿Como una rana en un tronco?—Creo que entiende

perfectamente a lo que me refiero,señor.

Benedict pareció comprenderlo.—Pues sí. De hecho, señora

Houston, estaba a punto de invitara Amity a dar un paseo en carruaje.

—Ah, ¿sí? —preguntó Amity.—Hace un día estupendo y da la

casualidad de que tengo uncarruaje esperando en la calle —contestó él—. Todo forma parte delplan. ¿Me acompañarás?

La señora Houston cogió elbonete de Amity de la percha.

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—Aquí tiene, señorita. Y ahora,fuera los dos. Quiero poner los piesen alto un rato. Ha sido unamañana muy ajetreada.

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46 Benedict llevó a Amity a su casa y

se la presentó a los Hodges, que lasaludaron con una calidez que losorprendió.

—He leído en los periódicos quese libró por los pelos —dijo laseñora Hodges—. Gracias a Diosque su hermana y usted estánsanas y salvas.

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—Somos unos fieles seguidoresde sus artículos de viajes para Eldivulgador volante —añadió elseñor Hodges, con verdaderoentusiasmo.

—Lleva una vida la mar deemocionante —dijo la señoraHodges—. ¿El señor Stanbridge yusted viajarán mucho por el mundodespués de la boda?

—En fin... —comenzó Amity. Mirócon expresión desconcertada aBenedict.

—Desde luego que viajaremos devez en cuando en el futuro —respondió él.

—Permítanos felicitarla por el

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compromiso, señorita Doncaster —dijo el señor Hodges con unainclinación de cabeza—. Creo quehablo en el nombre de mi esposa yen el mío propio al decir que noscomplacen muchísimo lasinminentes nupcias del señorStanbridge.

Amity carraspeó y sonrió.Benedict se preocupó. La sonrisa deAmity era demasiado radiante,pensó.

—Gracias, señor Hodges, pero metemo que hay cierta confusión conrespecto a mi compromiso con elseñor Stanbridge —repuso Amity.

La señora Hodges puso los ojos

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como platos, alarmada.—Ay, Dios.Benedict aferró con más fuerza el

brazo de Amity.—La señorita Doncaster quiere

decir que hay cierta confusión conla fecha de la boda. Por supuesto,preferiría casarme lo antes posible,pero me han informado de que, enlo referente a una boda, hay quehacer muchos planes.

—Sí, por supuesto —dijo la señoraHodges, que se relajó de nuevo ymiró a Amity con una sonrisa—.Pero siempre cabe la posibilidad decelebrar una boda íntima, seguidade una recepción formal pasado un

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tiempo.—Excelente idea, señora Hodges

—dijo Benedict antes de que Amitypudiera replicar—. Ahora tienen quedisculparnos. Voy a enseñarle a laseñorita Doncaster mi biblioteca ymi laboratorio.

La señora Hodges entrecerró losojos, una expresión muy elocuenteen opinión de Benedict.

—¿Está seguro de que es buenaidea, señor? Tal vez después de laboda sea un buen momento paraenseñarle a la señorita Doncaster labiblioteca y el laboratorio.

—No —contestó Benedict—. Debode enseñárselos ahora.

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La señora Hodges suspiró. Elseñor Hodges parecía resignado,tanto que le dio unas palmaditas asu mujer en el hombro.

—Es lo mejor —le dijo en voz bajaa su esposa.

Benedict condujo a Amity por elpasillo y la hizo pasar por la puertaabierta de la biblioteca. A suespalda, escuchó que la señoraHodges farfullaba algo, hablandocon su marido.

—Supongo que es lo justo paraella —dijo la señora Hodges—. Laseñorita Doncaster se merece saberdónde se mete.

—Intenta no preocuparte —dijo el

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señor Hodges—. La señoritaDoncaster es una dama aventurera.

Benedict cerró la puerta con llave.Miró a Amity, que estabaexaminando los títulos de varioslibros que descansaban en lasestanterías.

—Sí —dijo él—, la señoritaDoncaster se merece saber dóndese mete. —Se alejó de la puerta yabarcó con un gesto de la mano lasparedes llenas de librospolvorientos—. Así soy yo deverdad, Amity, o, debería decir, asíes una parte de mí. El resto seencuentra tras la puerta situada alfinal de esa escalera.

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Amity miró la escalera de caracolde madera emplazada en elextremo más alejado de labiblioteca. Una expresión socarronaasomó a sus ojos.

—Qué emocionante, unahabitación cerrada —dijo ella.

Benedict hizo una mueca.—Me temo que no es

emocionante en absoluto.—¿Puedo echar un vistazo? —

preguntó Amity.—Sí. —Se preparó para lo que se

avecinaba—. Para eso te he traídohoy. Quiero que conozcas miverdadero yo. Verás, es parte de miplan. No soy un arrojado caballero,

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Amity. Solo soy un hombre que,cuando no trabaja en un proyectode ingeniería para la empresafamiliar, está feliz dentro de sulaboratorio.

—¿Y qué haces en tu laboratorio?—La mayor parte del tiempo,

llevo a cabo experimentos y diseñomecanismos y maquinaria queseguramente nunca tengan unaaplicación práctica.

Sin decir nada, Amity se recogiólas faldas y subió los escalones.Benedict la siguió, presa de unaemoción urgente. Sabía que todo sufuturo pendía de un hilo.

Al llegar al último escalón, Amity

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se detuvo delante de la puerta.Benedict se sacó la llave del bolsilloy la introdujo en la cerradura.

Amity se mantuvo en silenciomientras él abría la puerta yprocedía a encender las lámparas,tras lo cual se apartó para dejarlapasar.

Se quedó plantada en el umbralun momento, examinando elinstrumental diseminado por losbancos de trabajo.

—Así que este es tu laboratorio —dijo ella.

—Sí.Benedict esperó.La vio acercarse al telescopio

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situado junto a la ventana yexaminarlo con admiración.

—Sientes curiosidad por un sinfínde cosas.

—Eso me temo.—Como bien sabes, la curiosidad

es uno de mis principales pecados.Benedict sonrió al escucharla.—Soy muy consciente.—Así que tenemos algo en

común, ¿no te parece? —lepreguntó ella.

Titubeó antes de contestar.—Nuestros intereses no siempre

coinciden.—Tal vez no, pero eso da igual. —

Amity se acercó a un banco de

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trabajo y observó la máquina deelectricidad estática—. Loimportante es esa curiosidad.Tienes una mente inquisitiva. Esuno de los muchos motivos que tehacen tan interesante, Benedict.

«Interesante», pensó. No sabíamuy bien cómo interpretar esapalabra.

—Hay quienes me encuentranaburridísimo —le advirtió él, por siacaso no se había percatado de loque quería decirle.

—Es de esperar que aquellos queno sienten curiosidad por lo que haymás allá de su mundo crean quequienes sí poseen esa cualidad son

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aburridos.—Mi prometida huyó con su

amante después de ver estahabitación.

—Asúmelo, Benedict, tu primercompromiso fue un error. Si Eleanory tú os hubierais casado, habríaissido muy desdichados.

—Soy muy consciente de esehecho. —Hizo una pausa—. Razónpor la cual quiero asegurarme deque sabes lo que haces si accedes acasarte conmigo.

Amity se volvió para mirarlodesde el otro lado del pasillo.

—¿Me estás pidiendo que mecase contigo?

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—Te quiero, Amity. Mi mayordeseo es casarme contigo.

—Benedict —susurró ella—.Seguro que sabes lo que siento porti.

—No, no lo sé. No con seguridad.Creo que sé lo que sientes, peroahora mismo solo es una teoría...sin demostrar y basada únicamenteen la esperanza.

Amity dio unos pasos hacia él y sedetuvo.

—Me enamoré de ti a bordo delEstrella del Norte. Estaba casisegura de que sentías algo por mí,pero me daba mucho miedo creerque dichos sentimientos brotaban

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del hecho de haberte salvado lavida.

—Me salvaste la vida, sí, pero nome enamoré de ti por eso.

A Amity empezaron a brillarle losojos.

—¿Por qué te enamoraste de mí?—No tengo ni la más remota idea.—Ah. —El brillo de su mirada se

empañó.—Podría enumerarte las cosas

que admiro de ti, como tu espíritu,tu amabilidad, tu lealtad, tu valor ytu determinación. —Hizo una pausa—. También podría decir que eresuna mujer de grandes pasiones.Hacer el amor contigo es la

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sensación más emocionante que heexperimentado en la vida.

—¿De verdad? —Amity se pusocolorada como un tomate.

—De verdad. Todo eso son unascualidades admirables, que losepas. Pero nada explica por qué tequiero. —Dio unos pasos hacia ellay se detuvo—. Pero eso es lo quehace que todo sea tan fascinante.Amarte es como la gravedad o elamanecer. Es un misterio que séque me encantará explorar duranteel resto de mi vida.

—¡Benedict! —Corrió hacia él y searrojó a sus brazos—. Es lo másbonito y lo más romántico que un

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hombre haya dicho jamás.—Lo dudo mucho. —La abrazó

con fuerza, saboreando la felicidad—. Soy ingeniero, no poeta. Pero siesas palabras te hacen feliz, estaréencantado de repetirlas todas lasveces que me lo permitas.

Amity lo miró con ojos rebosantesde amor.

—Me parece un plan maravilloso.Benedict se sacó el Collar de la

Rosa del bolsillo. Los rubíes y losdiamantes refulgían en su mano.

—Sería un gran honor para míque aceptaras esto como símbolode nuestro amor —dijo él.

Volvió a esperar.

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Amity miró el collar durante unbuen rato. Cuando alzó la mirada,Benedict se dio cuenta de que teníalos ojos llenos de lágrimas, perosonreía.

—Sí —contestó ella—. Lo cuidarémuy bien.

Fue lo único que dijo, pero erasuficiente.

Amity se dio la vuelta. Benedict lecolocó el collar al cuello y despuésle puso las manos en los hombrospara que se volviese.

—En un momento dado, teentregué una carta para que lamantuvieras a salvo —dijo él.

—Y yo te prometí que

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sobrevivirías para entregarla.—Ambos mantuvimos las

promesas que nos hicimos.—Sí. —Amity le rodeó el cuello

con los brazos—. Y así será siempreentre nosotros.

El futuro, iluminado por lapromesa de un amor eterno,brillaba con más fuerza que laspiedras preciosas del Collar de laRosa.

—Siempre —juró él.