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Página | 1 Fanzine de Relatos de Terror, Horror, Ciencia Ficción y Fantasia EL FANZINE DE CULTO

Club Bizarro 1

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Fanzine de relatos de horror y ciencia ficcion

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Fanzine de Relatos de Terror, Horror, Ciencia Ficción y Fantasia

EL FANZINE DE CULTO

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PRESENTACIÓNPRESENTACIÓNPRESENTACIÓNPRESENTACIÓN Lo que teneis entre manos es un fanzine que ha nacido con la sana intención de disfrutar con la literatura fantástica (terror, sci-fi y fantasia) y para ello ha invitado a colaborar en sus páginas a todo aficionado a esto de escribir dejando volar la imaginación. Todo empezó con un anuncio en varias webs y foros dedicados a este tipo de literatura y la respuesta de la gente fue rápida y entusiasta. Hemos recibido muchos relatos desde entonces y gracias a ello hemos podido seleccionar unos cuantos de los que más nos han gustado. Aqui encontrareis todo tipo de historias desde las más sangrientas a las más poéticas. Desde el estilo más sencillo al más barroco. Solo esperamos que el lector disfrute con estas historias y que esto sea el inicio de un proyecto interesante e ilusionante. Además hemos condimentado la propuesta con algunos artículos de opinión y reseñas con el fin de dar variedad al fanzine pero aun nos queda mucho por aprender y mejorar. Sin más tiempo para aburriros os invito a que disfruteis del fanzine!

Carlos Serrano.- Septiembre 2008

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LITERATURA DE HORROR:LITERATURA DE HORROR:LITERATURA DE HORROR:LITERATURA DE HORROR: FASCINACIFASCINACIFASCINACIFASCINACIÓN POR EL MALN POR EL MALN POR EL MALN POR EL MAL

By Carlos Serrano El Caso del Monstruo de Amstetten (Austria), ese hombre que tuvo encerrada a su propia hija durante más de veinte años en un sótano para abusar de ella libremente y con la que tuvo varios hijos, es uno de esos casos que, aparte de sorprender, a uno le revuelven las tripas. Más si cabe con el sensacionalismo que muchos medios han informado sobre el asunto (a destacar las conexiones en directo del canal televisivo español Cuatro y su mal gusto al regodearse en la noticia con exclusivas como si esto fuera uno de esos escandalos entre famosillos de la telebasura) y han tratado el caso como mercancia para subir audiencias, lectores u oyentes. Este caso es un claro ejemplo del Mal en estado puro, pero no de un Mal esotérico y de origen fantástico sino el Mal que habita en el ser humano como parte de su naturaleza, de sus instintos animales. Yo que soy un adicto al cine de terror y gore, de la literatura de horror, no he sentido el más mínimo morbo o fascinación por el caso, sino más bien una fria repugnancia que me hacía apagar el televisor cada vez que hablaban del asunto. El horror que impuso este hombre a su propia hija más la falta de escrúpulos de los medios de comunicación al regodearse en el sensacionalismo del caso no tiene nada que ver con los que amamos las sensaciones fuertes y la fantasia terrorífica. Decían que Clive Barker tuvo, en un momento dado, miedo de dar miedo, que todos los escritores de cuentos de terror llegan a un límite que no se permiten traspasar: el de la amoralidad. Y cuando se acercan peligrosamente al mensaje amoral en sus obras cambian de rumbo y vuelven al redil con historias convencionales de terror convencional. Ya sabeis, al final ganan los buenos, el mal proviene de monstruos que no son humanos, etc...quizá recursos fáciles para los que no son capaces de admitir que no hay mayor fuente del mal que el propio ser humano. Tanto en la literatura como en el cine siempre ha habido dos grandes divisiones: el terror romántico o fantástico y el terror materialista. Es decir: aquel terror que proviene de la tradición gótica, de los fantasmas, de los seres fantásticos que tienen que ver más con leyendas y cuentos para niños en contraposición del terror más realista donde el mal proviene de psicópatas, tarados, asesinos y violadores o caníbales que se excitan descuartizando a sus semejantes (o sea, de la realidad que nos ha tocado vivir). Siempre será más fácil y agradable recrearse en el terror fantástico lleno de seres imaginarios, incluso poéticos y con aura de leyenda que deslizarse por los frios y oscuros rincones del alma humana. Si hablamos de cine hay una gran diferencia entre el Drácula de Tod Browning (terror fantástico) y Psicosis de Alfred Hitchcock (terror materialista). Pero quizá lo más fascinante es la mezcla de ambos tipos de terror. Un ejemplo claro, en el cine, sería El Exorcista, film que mezcla el elemento fantástico (posesiones, exorcismos, poderes sobrenaturales) con el materialismo (el estilo documental del film, las explicaciones racionales, el analisis exhaustivo del fenómeno) Asi pues creo que dentro del género del terror y el horror la mezcla de lo fantástico y lo

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material es la simbiosis, la aleación más poderosa para toda historia que quiera asustar e inquietar. Dar sustos es muy fácil, hacer que el miedo cale tus huesos es algo más complicado. Y a veces los escritores tienen miedo de ir demasiado lejos en su exploración del mal. Como si algún Dios les fuera a castigar por su atrevimiento. En Club Bizarro creemos que dentro de la imaginación el Horror no tiene límites y que puede convertirse en arte. Asi pues olvidémonos del horror diario de los telediarios y adentrémonos en la fascinación de la literatura más extrema.

LOVECRAFT RAREZAS

By Carlos Serrano Si te pasa como a mi y resulta que eres un fan de la obra de Lovecraft pero ya te has leido todos sus relatos, poemas y libros recopilatorios de su obra seguro que aun tendrás hambre de más material Lovecraftiano. No te preocupes, aun puedes disfrutar de algunas migajas que te sabrán a gloria a poco que seas un lector enfermizo amante de Chtulu y sus compañeros de correrias. Si ya tienes todo el material más clásico y conocido de Lovecraft es hora de recomendarte algunos textos, en concreto te voy a hablar, querido lector, de tres libros que debes leer, urgentemente, repletos de material raro relacionado con Lovecraft. LA NOCHE DEL OCÉANO Y OTROS ESCRITOS INÉDITOS (Edaf, 1991, 176 páginas) He aquí un librito que hará gozar de placer a cualquier lector o fan fascinado por el universo de Lovecraft. Lo compré hace unos meses durante la Feria del Libro (dentro de las ofertas de libros descatalogados) y fue un dinero muy bien invertido. Por supuesto he leido practicamente todo lo que se ha publicado de Lovecraft en castellano, pero este tomo se me había resistido. Hacia años que lo buscaba pero nunca lograba localizarlo. Ahora por fin podía degustarlo con tranquilidad en la intimidad de mi hogar. Lo más interesante del tomo es que incluye relatos no incluidos

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en otros libros o compilaciones editadas en España. En su mayoria se trata de colaboraciones y otras rarezas, pero eso no resta importancia al metarial seleccionado. Pero pasemos ya al contenido de este libro de culto: El libro se abre con un Prólogo de Alberto Santos Castillo seguido de una Nota Biográfica del propio Lovecraft. De ahí pasamos a los relatos. La Noche del Océano (The Night Ocean): Extraño relato ideado por Lovecraft en colaboración con R. H. Barlow y publicado originalmente en 1936 bajo el nombre exclusivo de R. H. Barlow aunque el relato fuera revisado y completado por Lovecraft. Un artista decide tomarse unas vacaciones en una casa en la playa junto a un pueblo turístico de la costa...pero el mar y la noche se volverán de lo más inquietantes...Se trata de un relato muy atmosférico con lejanos ecos del Universo Chtulu y digo lejano porque no se nombra ni a Chtulu ni a sus amiguitos, solo se insinua una presencia poderosa y desconocida...asi que toda una rareza para fans de Lovecraft! Cenizas (Ashes): relato en colaboración con C. M. Eddy Jr. sobre un científico loco creando un arma terrible...un relato bastante flojo la verdad. La Trampa (The Trap): Relato escrito con Henry S. Whitehead, un relato en torno a un espejo especial y… la 4ª dimensión. El Árbol De La Colina (The Tree On The Hill): Relato escrito con Duane W. Rimel sobre un hombre que se cruza con un extraño árbol con implicaciones cósmicas! La Exhumación (The Disinterment): Relato escrito con Duane W. Rimel, es un excelente relato con uno de esos finales impactantes que tan buen sabor de boca deja al degustador de exquisitos horrores. Lepra, entierros, experimentos extraños...no falta de nada! El Libro Negro De Alsophocus (The Black Tome Of Alsophocus): Escrito por Martin S. Warnes y que es una continuación de El Libro de Lovecraft. Un buen relato con un final impactante! La Hechiceria de Aphlar (The Sorcery Of Aphlar, 1934): Escrito en colaboración con Duane W. Rimel se trata de un brevísimo relato de corte fantasioso. La Batalla Que Dio Fin Al Siglo (The Battle That Ended The Century, 1935): Escrito en colaboración con Robert H. Barlow se trata de una sátira, una broma privada entre sus amigos. Historia del Necronomicón (History And Chronology Of The Necronomicon, 1938): Los avatares del libro a lo largo de la historia relatados brevemenete por Lovecraft. Interesante para todos los fans de Chtulu y sus amigos! Nota Sobre Los Escritos De Literatura Fantástica (Suggestions For Weird Story Writting, 1938): Lovecraft explica su método para escribir haciendo hincapie de que lo importante en el género fanstástico es lograr una buena atmósfera.

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Selección de Poemas de H.P. Lovecraft: 9 Poemas incluido "To Pan" escrito por Lovecraft a los 12 años. Asi que ya estais avisados. Si veis este exquisito volumen en alguna librería de viejo o en alguna Feria de Libros de Ocasión no perdais la oportunidad y haceos ocn él. No os arrepentireis!

LA HABITACIÓN CERRADA Y OTROS CUENTOS DE TERROR

H.P. LOVECRAFT y AUGUST DERLETH (The Shuttered Room And Other Tales Of Horror, 1968) 230 páginas. Alianza Editorial. Biblioteca temática de Fantasía y

terror (El Libro de Bolsillo) Un libro mítico ya que recopila por primera vez los relatos que Derleth escribió basándose en las notas y borradores que tenía Lovecraft guardados. Quizá no llegan al nivel de calidad de las obras de Lovecraft pero no deja de ser un material curioso e interesante para el fan Lovecraftiano. A continuación comentaré el contenido del libro:

El Superviviente (The Survivor, 1954): Un relato con casa misteriosa, enigmático antiguo inquilino y un cirujano que se dedicó a extraños experimentos con largartos en pos de prolongar su vida...por supuesto Chtulu y sus amiguetes andan por ahi dando la lata. El Dia De Nakum Wentworth (Wentworth's Day, 1957): Un relato clásico de venganza desde la tumba con referencias a Dunwich y Arkham pero sin relación con los Mitos de Chtulu. El Legado Peabody (Peabody Heratage, 1957): Una casa y una familia con oscuro pasado y una herencia que dará más de un disgusto. La Ventana En La Buhardilla (The Gable Window, 1957): De nuevo una vieja casa como herencia de un primo que posee una ventana que lleva a otras dimensiones. Incluye un extenso párrafo esquematizando y explicando los "Mitos de Chtulu". El Antepasado (The Ancestor, 1957): Otra vez un asunto entre primos, en esta ocasión el primo de un hombre hace experimentos con drogas para recordar el pasado, el problema es que el yonqui este viaja hacia demasiado atrás. La Sombra Fuera Del Espacio (The Shadow Out Of Space, 1957): Un hombre es llevado al psicoanalista por su hermana con extraños ataques donde viaja a otros mundos y ve a otros seres. Aquí tenemos noticia de los Primordiales y Arquetípicos. La Lámpara de Alhazred (The Lamp Of Alhazred, 1957): Ward Phillips, alter ego de Lovecraft, recibe en herencia una casa y una lámapra cuya luz muestra visiones de otros lugares en el tiempo. Entrañable homenaje a Lovecraft.

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El Pescador del Cabo Halcón (The Fisherman Of Falcon Point, 1959): Breve relato sobre un pescador que se encuentra con mujer anfibia en el mar. Una especie de leyenda ambientada en Inmsmouth. La Hermandad Negra (The Dark Brotherhood, 1966): Protagonizado por un alter ego de Lovecraft y varios “gemelos” de Poe, el relato nos cuenta del peligro de una invasión extraterrestre! La Habitación Cerrada (The Shuttered Room, 1959): El nieto de Luther Whateley hereda una casa con molino cerca de Dunwich. Su abuelo le dejó en testamento la indicación de que lo destruyera. Alli en una habitacion se encerro para siempre a Sarah, la hija, terribles secretos se ocultan alli. LOS QUE VIGILAN DESDE EL TIEMPO

Alianza Editorial, 269 páginas (The Watchers Out Of Time And Others, 1974)

Segundo tomo, tras el de La Habitación Cerrada y Otros Cuentos de Terror, que que recopila los escritos de Derleth en “colaboración póstuma” con Lovecraft. De los cuatro textos que aquí se publicaron se dice que quizá el primero si que contenía abundante prosa del propio Lovecraft cosa que, por supuesto, Derleth se encargó de rellenar y alargar. Sea cierto o no estos textos siguen siendo interesantes para los fans de Lovecraft y los insaciables lectores que busquen más historias ambientadas en el universo de Chtulu. Paso a comentar el contenido del volumen: El Que Acecha En El Umbral: Debido a sus 197 páginas es más una novela (o novela corta) que un relato. La historia va de un hombre que habitando en Inglaterra, pero de antepasados americanos, regresa a Arkham a vivir en los antiguos dominios de su familia, o sea, un caserón y una finca con un oscuro y misterioso pasado...El relato se divide en tres partes. La primera escrita en tercera persona y cuyo protagonista es Ambrose Dewart, la segunda parte está relatada en primera persona por el primo de Ambrose, Stephen Bates. La última parte de nuevo está relatada en primera persona pero ahora por un tal Winfield Phillips. La Sombra Del Desván: Un cuento de horror clásico que nada tiene que ver con el universo Chtulu (aunque si con el tema de casas misteriosas heredadas tan típico de Derleth) sino más bien con la brujeria y la magia negra, su machismo es bastante cachondo ya que refleja una mentalidad digna de las cavernas. Arcilla de Innsmouth: Relato sobre terrores anfíbios y donde colea por ahi las huestes de Dagón, o sea, un refrito de los relatos de Lovecraft ideal para fans que desean devorar más carnaza.

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Los Que Vigilan Desde El Tiempo: Otro relato sobre casa heredada llena de misterio y un pasado enigmático...curiosamente el relato está inconcluso ya que Derleth murió mientras trabajaba en él. Y además es un relato protagonizado por un descendiente de la familia Whateley que ya apareciera en el mítico El Horror de Dunwich del propio Lovecraft.

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EL veRTIGO DE UN DIOS

By Carlos Serrano

Despertando bajo la luz intensa de un Sol incierto me sentí desnudo sentado en el borde de la cama. Me puse en pie y observé mi alrededor. Allí estaba mi dormitorio, mi cama, mis muebles, mi piso... y sin embargo todo parecía irreal. ¿Qué había pasado?¿Qué había cambiado? ¿Qué estaba ocurriendo realmente? Yo era omnipotente, en lo más profundo de mi ser lo sabía, lo sentía. No sabía cómo ni cuando pero asi era. El poder inundaba mi ser como un dulce escalofrío.Y estaba deseando probarlo. Crucé el dormitorio, recorrí el pasillo, llegué hasta el balcón y asomado contemple un mundo lleno de vida postrado a mis pies. Mis sentidos se habían intesificado, mi mente bullía en ideas y deseos. Había sido coronado Dios no sé por quién ni por qué. Solo deseaba probar esta verdad que me latia en el corazón y me hacía muy feliz. Si alguien te nombrara Dios y te diera un poder infinito ¿Qué es lo primero que harías? Si, probarlo, demostrarlo. Y eso pensaba hacer. Salí del piso y llamé a una de las puertas de enfrente. Una vecina apareció y ante su presencia sentí un arrebato de pánico. ¿Y si no era verdad lo que sentía?¿Y si simplemente me habia vuelto loco de remate? Decidí planear bien mis pasos. Debía pensar una forma de demostrarme a mi mismo el poder sin comprometerme a un error fatal si estaba equivocado, pero ¿Acaso no era una prueba irrefutable de que yo no era un Dios con poder infinito si ya estaba dudando de ello? ¿Un Dios tiene dudas? Otro nuevo ataque de pánico y mi vecina esperando mis palabras. Cuando pude abrir la boca solté un buenos dias y le pedí un tomate. Yo era en realidad un Dios cobarde (o simplemente un cobarde a secas) Al regresar a mi piso tuve por fin una idea. Una llamada de teléfono. Simplemente eso. Buscar en el listín telefónico, marcar el número y decirle a mi vecina (con voz convenientemente disimulada) lo siguiente: "Ven a mi casa y desnúdate". Nada de dar nombres, de dar direcciones. Una orden simple y directa de un Dios, y si era Dios no hacía falta que...sonó el timbre mientras me perdía en mis elucubraciones y allí estaba mi vecina, la observé por la mirilla y un tercer ataque de pánico me empapó en sudor. ¿Y si había descubierto mi plan?¿Y si me había metido en el lio más grande que podía imaginar? Abrí la puerta armándome de valor y en silencio mi vecina, allí mismo, se quitó la ropa y me miró a los ojos. Entonces sentí un leve mareo, era el vértigo que sentía un Dios desde las alturas.

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TRIADA DE

HUESOS By Rebeca Rodríguez

Parte 1ª: EL DESMEMBRADOR

Se quitó un momento el guante derecho para rascarse la nariz. Los vapores y

olores de la habitación le estaban irritando, pero ese hedor tan especial de la sangre, a

metal, despertaba en él una avidez que tornaba a locura. Mientras volvía a colocar cada

dedo con minuciosa perfección dentro del guante, ojeó todos los utensilios que

reposaban en la mesa. Se fijó en el cuchillo de cortar huesos, estaba afilado pero parecía

tener algunas mellas.

-Voy a tener que comprar otro en breve –compartió con alguien que le

acompañaba en la habitación.

Volvió a la tarea y continuó desmenuzando por donde lo había dejado. No era

tarea fácil ni despedazar a un ser humano ni mantenerlos con vida lo suficiente. Jamás

había contado a nadie a qué se dedicaba por miedo a que no lo entendieran; de ahí que

viviera escondido en unas antiguas minas, abandonadas, para realizar sus obras de

arte… Porque él lo denominaba arte.

Su primera creación fue su padrastro. Un trabajo del que quedó realmente

orgulloso: Le mantuvo vivo hasta que le abrió la caja torácica y le arrancó el corazón.

Porque su padrastro no merecía tenerlo después de las aberraciones por las que les había

hecho pasar tanto a él como a su madre.

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Mientras cortaba con fuerza a la persona que estaba con él en aquella estancia,

pensó en esa primera obra de arte. De cómo su madre, al llegar de trabajar, encontró a

su hijo con un delantal empapado en sangre y con una masa de carne entre las manos.

-¡Mira, mamá! ¡Papá sí tenía corazón! ¡Yo tenía razón –exclamaba efusivo

mientras enseñaba triunfante su trofeo-, pese a lo que tú decías constantemente!

Su madre, paralizada ante semejante escena, apenas pudo articular palabra y

moverse de donde estaba; pero ella era consciente de que no era parálisis emocional lo

que la retenía en aquella baldosa; era el dolor de piernas, llenas de cardenales.

-Qué has hecho… -susurró la madre.

-¡Robarle el corazón! –contestó mientras corría hacia ella-. Pero eso no es lo

mejor, mamá. –Sonreía con la inocencia de un adolescente que acababa de hacer una

travesura-. Le he mantenido vivo mientras le cortaba en pedacitos.

Fue todo tan rápido que ella no pudo replicar por sí misma. Ismael la agarró de

la muñeca, impregnándola de sangre, y la llevó hasta el sótano. Allí descubrió la

verdadera atrocidad de su hijo adolescente: Del techo colgaban trozos de lo que, ocho

horas antes, había sido su marido. En el momento comprendió por qué su hijo pasaba

tanto tiempo en el sótano, clavando esos ganchos del techo, lo tenía todo premeditado.

La madre le ayudó a escapar cuando la policía comenzó con las sospechas. Y así

fue que con quince años se vio solo en la vida, caminando sin destino y cobijándose de

las lluvias torrenciales; de ese modo encontró las antiguas minas. Durante meses comió

de lo que le proveía el bosque y en esas horas tan largas fue cuando comprendió que su

hazaña con su padre fue una genialidad. Porque… ¿quién decide lo que es arte? El

propio artista.

Decidió que debía seguir creando. Se acercó hasta el pueblo y allí observó a los

caminantes. Por aquellos años él no era muy fornido que digamos, aunque el trabajo en

la huerta le había dado cuerpo; aún así, no se atrevió con otro adulto, prefirió a una

chica. La siguió durante días como un buen cazador y llegado el momento, la secuestró.

La eligió delgada debido al largo camino que había de vuelta hasta las minas, ya que

tendría que llevarla a cuestas. Una vez allí, le inyectó el mismo paralizante natural que a

su padre y mientras observaba cómo la chica movía los ojos con terror, empezó a sesgar

su vida comenzando por sus piernas.

No sabía exactamente qué era lo que más le gustaba de su trabajo: la sangre

salpicando a todas partes, su especial olor, o que la víctima no pudiera ni tan solo decir

una palabra pero saber que sentía todo lo que le estaban haciendo.

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Recordando lo que hizo años atrás, su mente volvió a la habitación, con su

acompañante. Los pies ya estaban cortados y engarzados a los ganchos. Empujó uno y

se rió a carcajadas al ver como se balanceaba. Giró el cuello para observar a su invitada

y decidió charlar un poco con ella.

-No me mires así, no es culpa mía que te duela. La aclorita no es una planta que

sirva para aliviar el dolor, sino para paralizar. –Hizo una pausa para comer los restos de

un sándwich de mortadela y después continuó-; ha habido muchos antes que tú y de

todos guardo un pequeño trozo de hueso, un dedo… de ti guardaré los ojos. Me

encantan –se acercó a su invitada con parsimonia a la vez que masticaba su almuerzo

con la boca abierta; observó detenidamente el rostro paralizado y dijo-: azules, como los

míos. Aunque tus manos son preciosas –susurró meloso mientras acariciaba una de

ellas. Cogió el cuchillo y con un fuerte ¡crash! la retuvo entre las suyas. Intentó dar

forma a los dedos para que pareciera que la mano estuviera siempre dando una caricia.

-No se puede aún –comunicó al ver que los dedos caían algo endebles-. Tendré

que esperar a que los músculos se agarroten un poco más.

Acercándose al mostrador donde colocaba sus instrumentos, buscó una caja de

cartón y guardó allí la mano. Una vez transportada a la nevera, donde guardaba algunos

trofeos de sus “obras de arte”, continuó con su arduo trabajo. Estaba anocheciendo y su

víctima intentaba exteriorizar por medio de los ojos el insoportable dolor que le estaba

causando… eso solo podía indicar que su trabajo parecía estar saliendo perfecto.

Parte 2ª: MALA ELECCIÓN

Ni tan siquiera podía parpadear debido a la escena que tenía frente a sus ojos.

Las sábanas estaban desperdigadas por la cama y el suelo donde su marido la observaba

con cara de sorpresa.

Sabanna permanecía de pie, con las bolsas de la compra en la mano, y él

trataba de agarrar los ropajes de la cama para cubrir su culpabilidad. La amante no

importaba en absoluto. Sólo ellos… y la traición.

¿Qué más le esperaba ese día? No sólo había estropeado su blusa favorita, al

meterla por descuido junto a la ropa de color en la lavadora; sino que se le habían

quemado las tostadas, de la rabia se le cayó al suelo el plato donde las trasportaba y al

recoger los pedazos del suelo y levantarse… se golpeó la cabeza con la encimera. ¡Ni se

dio cuenta en el supermercado cuando le dieron mal las vueltas!

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Un mal día. Esa era su conclusión a todos los contratiempos que le estaban

sucediendo.

-No pasa nada –pensó-. Cuando llegue a casa me doy un baño y me relajo.

Cuál fue su sorpresa, que al entrar por la puerta escuchó gemidos y risas más allá

del pasillo.

-No puede ser… -susurró sospechando lo que acontecía tras la puerta de su

dormitorio. Caminó con las bolsas de la compra en la mano hasta el lugar de donde

provenían tales gemidos, tras empujar la puerta se encontró a su marido jugando a los

caballitos con una rubia nada despampanante.

Seguramente él se preguntaba qué hacía Sabanna allí si tenía que estar

trabajando, pero si escuchara a su esposa cuando hablaba, habría sabido que ese día

libraba. Su falta de atención puso al descubierto esa infidelidad, algo que llevaba meses

ocurriendo.

El día de Sabanna no estaba resultando como ella esperaba. Allí, de pie,

contemplando a su caballero andante, notó cómo su mundo perfecto se hacía pedazos.

No gritó ni se enfadó. No armó un escándalo ni tampoco lloró. Simplemente dejó las

bolsas de la compra en el suelo y se dirigió a su esposo:

-Dentro de media hora vuelvo, para que podáis terminar.

Con el semblante vacío de toda expresión, se dio media vuelta y salió de la casa.

Deambuló por las calles totalmente aturdida, reviviendo la escena que acababa de ver y

preguntándose cuanto tiempo llevaría riéndose de ella a sus espaldas. Sus pensamientos

vacíos la llevaron hasta una callejuela nada recomendable, pero sabía como salir de ella.

Continuó caminando en busca de la esquina que la llevaría a la principal.

Sus pasos se vieron acompañados por otros, un eco que no pertenecía al de los

suyos. Al girar el cuello para ver quién estaba detrás, se encontró con un hombre alto y

vestido con un peto de color caqui, que no dejaba de observarla y de caminar hacia ella.

Sabanna continuó paseando, haciendo caso omiso a aquel hombre pero los pasos eran

cada vez más próximos. Volvió a mirar hacia atrás y comprendió que aquel señor iba

directo a ella. Algo asustada, aceleró su paso, pero su perseguidor no tardó en imitarla.

Ahora no estaba asustada, estaba siendo presa del pánico. Sin pensar lo que hacía,

comenzó a correr en busca de esa esquina que la llevaría a la calle principal, repleta de

transeúntes. Miró hacia atrás y observó el rostro de un demente dispuesto a darle caza.

Gritó con todas sus fuerzas al sentir cómo le apresaba los brazos y también por

sentir un doloroso pinchazo en uno de ellos. Forcejeó contra aquel ser despiadado y

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trató de zafarse, pero empezó a notar que sus músculos dejaban de reaccionar,

quedándose muertos… Paralizados. Cayó al suelo a causa de la debilidad de sus piernas

y luchó por vencerla. ¿Qué le estaba pasando? Se preguntaba a la vez que observaba con

sorpresa cómo el hombre esperaba de pie, sin acercarse a ella. El miedo que apresaba su

corazón era por no comprender lo que estaba ocurriendo. A los pocos segundos su

cuerpo dejó de obedecerle y, acongojada, comprendió que le había inyectado algo

extraño, que le privaba de todo movimiento salvo el de sus ojos.

Era lo único que seguía controlando de forma consciente. Con ellos contempló

cómo el hombre sujetaba en una mano una jeringuilla, tras eso pudo ver cómo se movía

rápido hacia un contenedor de basura; finalmente sacó de su peto dos enormes sacos de

arpillera. Con la basura del contenedor rellenó uno y el otro lo dejó vacío.

-“¡Lo tenía planeado!” –pensó Sabanna. Incapacitada, se dijo a sí misma que fue

una mala elección salir a la calle, huyendo de sus problemas. Tal vez debió gritar a su

marido. Tal vez.

A los pocos minutos se encontró dentro de uno de los sacos, transportada sobre

el hombro de aquel demente.

En una oscuridad tenebrosa, no dejaba de preguntarse qué le iban a hacer. No

dejaba de preguntarse qué más le esperaba en su día de libranza.

Parte 3ª: UN FINAL PARA TI

Los brazos y las piernas colgaban de varios ganchos, divididos en trozos

sanguinolentos; la sangre derramada se esparcía por la mesa y goteaba hasta el suelo.

Ella seguía viva y él estaba disfrutando. Ismael mantenía en alto un gran cuchillo y

sonreía como un niño dispuesto a cometer otra travesura.

Sus ojos; quería sus ojos como trofeo. ¿Se los sacaría ahora? ¿Eso era lo

siguiente? ¿Por qué no acababa ya con su vida? O mejor aún: ¿Por qué no se moría por

si misma, desangrada? Tumbada como estaba no se veía el cuerpo, pero sí sus brazos y

piernas, colgando del techo. Ahora sólo era un tronco inservible; aunque recuperara la

movilidad no le serviría de nada; estaba a su merced. A merced de un demente. A

merced de su hijo.

El dolor resultaba insoportable. Notaba cómo de sus arterias chorreaba la sangre

a borbotones, cómo se le iba la vida, pero no lo suficientemente rápido para acabar con

su tormento. Presa del dolor, lloraba en silencio, ya que sus cuerdas vocales habían sido

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calladas con el paralizante, como el resto. Sufriendo por lo que le estaban haciendo,

suplicó por su muerte.

-“¡Acaba ya, maldito!” –gritó en su interior.

Ismael la ojeó como si le hubiera leído el pensamiento y se inclinó hacia ella.

-Tranquila, dentro de poco habré terminado mi trabajo. Por si no lo soportaras,

me despido de ti. No imaginas lo feliz que me ha hecho el hacer este trabajo contigo,

mamá.

Limpiando las lágrimas que derramaba su madre, le acarició la frente con su

enorme guante y se la besó tiernamente.

Acto seguido, sujetó en sus manos un bisturí y lo situó sobre el esternón desnudo

de su víctima. Llevado por el último arranque de euforia, comenzó a cortar con fuerza a

la vez que observaba cómo los ojos de ella se movían atormentados soportando el

desgarro de la carne y los huesos. Una vez dibujó una “T” en su tórax, dejó el bisturí

sobre la mesita y con fuerza abrió la caja torácica, produciéndole la muerte instantánea a

su madre.

Hizo un gesto de desaprobación y continuó con la tarea, arrancándole los

órganos y ensartándolos en los ganchos.

Emocionado por el olor a sangre y el color rojo salpicado en las paredes,

comenzó a tararear una canción. Mientras bailaba a su compás, sajó su trofeo: los ojos.

Guardándolos en un bote de formol.

Una vez finalizado todo el proceso, se sentó a descansar mientras disfrutaba

observando su preciosa obra de arte: su madre esparcida por toda la estancia a trozos,

rodajas y con sus huesos desmembrados.

Y suspiró orgulloso de sí mismo.

Parte 4ª: LA MEJOR OBRA DE ARTE

Empezaba a sentir que sus músculos despertaban con lo que supo que pronto

podría levantarse. Se encontraba maniatada en el suelo, soportando cómo la textura

gravosa se le clavaba en la mejilla. Movió la cabeza para examinar el antro en el que se

encontraba.

Se encontraba en una habitación con forma redondeada y desigual; destacaba el

olor ácido de aquel cuarto que tan desagradable le resultaba. Al menos sabía que estaba

sola ya que la oscuridad le concedía una tregua pudiendo distinguir todo vagamente.

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Recuperando las fuerzas se comenzó a balancear hasta que quedó boca arriba y

flexionó las piernas. Al tener las manos atadas a la espalda podría pasar los brazos por

debajo de su cuerpo y, finalmente, las tendría al alcance para desatarse con la boca.

Comenzó con la tarea ignorando el dolor de sus músculos hasta conseguirlo, no resultó

difícil hacerlo, acercó las cuerdas a la boca y empezó a tirar del nudo con los dientes.

Aquello sí le llevó su tiempo pues el secuestrador se había esmerado en atarla. Cuando

consiguió aflojar el nudo casi se le escapó una carcajada triunfante, pero la ahogó por

miedo a que la escucharan.

En cuestión de un minuto, sus manos quedaron libres y exhaló jadeante debido

al cansancio que le había producido algo tan sencillo como desatar un nudo.

Al verse libre se preparó para levantarse del suelo; se alegró al comprobar que

ya podía moverse con una facilidad mas que aceptable. Tras esto, dirigió sus pasos hacia

la única puerta que había para así huir de aquella habitación fría y vacía. Tenía que salir

de allí como fuese.

Sorprendida por confirmar que la puerta no estaba cerrada, la atravesó con

cautela por miedo a encontrarse con él.

Al huir se encontró con un largo pasillo de piedra y barro que no vaciló en

recorrer. Del techo colgaban varias bombillas conectadas a un cable gordo que se

extendía por el techo, apenas daban luz, pero por lo menos veía dónde se posaban sus

pies.

Por un momento pensó en su esposo: Si él no la hubiese traicionado, ella no

habría salido de casa y no se encontraría en esa situación. Le maldijo en silencio y

continuó caminando, sofocando su miedo al ver que unos metros mas, adelante había

una puerta abierta. De aquella habitación salía un fino reguero de sangre y su olor tan

peculiar le llegó rápidamente a la nariz. Soportando las arcadas, caminó despacio,

tratando de no hacer ruido; continuó hasta encontrarse frente a la puerta donde pudo ver

con horror lo que allí se encontraba.

Del techo colgaba un ser humano, troceado con fabuloso escrúpulo; Sabanna no

podía hacer otra cosa sino observar cómo chorreaba un hilillo de sangre desde la cabeza

que antes debía de haber pertenecido a una mujer anciana, a la cual, además, le habían

arrancado los ojos. Aquel rostro no mostraba gesto alguno, el gran gancho le atravesaba

el cráneo; y la punta salía por la frente, dándole así más horror a la visión contemplada

por Sabanna. Para terminar la macabra escena, al lado de la cabeza estaba su tronco,

abierto en canal y exponiendo su interior vacío.

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Presa del miedo, ahogó un grito pensando que eso era lo que pretendía hacerle el

secuestrador y la ya de por sí urgente necesidad de salir de allí, se convirtió en algo que

le quitaba el aliento y aceleraba su corazón.

Antes de poder girarse para salir corriendo, una mano fuerte le agarró la muñeca

tratando de retenerla. Sabanna gritó desesperada al ver de nuevo el rostro de su

secuestrador, que sonreía como si le habitara un demonio. Intentó zafarse de él… pero

era muy fuerte.

Su corazón latió muy fuerte al ver que en su otra mano agarraba delicadamente

una jeringuilla repleta de un líquido transparente. Temiendo que se lo clavara –era

consciente de lo que aquel liquido podía hacerle- arremetió contra él golpeándole

fuertemente en la cara.

Durante unos instantes, Ismael sintió un gran mareo al ser atizado, escasos

segundos pero suficientes para que, tras aflojar la mano con la que agarraba a Sabanna,

notase cómo se le escapaba. Tras recuperarse del impacto no perdió el tiempo y salió

corriendo tras ella.

El ancho pasadizo resultó inacabable para Sabanna que no veía salida alguna por

aquellas paredes de piedra y arena. Jadeante, mientras escuchaba tras ella las fuertes

pisadas de su atacante, corrió desesperada. Resultó más ágil que él y le ganó terreno,

animada, continuó huyendo y giró en una esquina. Gritó derrumbada cuando se

encontró entre tres paredes, atrapada como un ratón en una trampa. Sabiendo que había

llegado su triste final comenzó a derramar lágrimas mezcladas con miedo y desilusión.

Se abrazó en un intento de darse apoyó moral y esperó.

Esperó a que él la cazara y la cortara en pedazos. Porque eso era lo que hacía,

¿no? ¡Qué triste final para alguien que nunca destacó en nada! ¡Qué triste final para su

día de libranza!

Como una representación pura de la parca, Ismael apareció tras cruzar la

esquina, con la sonrisa característica de un demente dispuesto a realizar su magnífica

tarea. Caminó amenazadoramente hacia Sabanna blandiendo su jeringuilla, a punto de

comenzar el principio de su obra de arte.

En un momento fugaz, la sonrisa de su rostro desapareció. Algo no iba bien,

¿por qué Sabanna le miraba de esa manera?

Dispuesta a no permitir que ése fuera el final, decidió oponer resistencia. Era la

única baza que tenía por jugar. Iba a perder, lo sabía, pero tenía que arriesgar todo lo

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que tenía: su vida. Ella era pequeña y menuda, él, grande y torpe; la anchura del pasillo

daba sólo una oportunidad de salir de aquella trampa de piedra.

Tal vez porque adivinó lo que pretendía hacer, Sabanna observó cómo Ismael se

ponía en medio del pasillo para boicotear sus intenciones de escapar.

-“No importa, tengo que salir de aquí”. –Se prometió a si misma.

Comenzó a correr hacia él sin previo aviso; al ver cómo trataba de cerrarle el

paso abriendo sus brazos, intentó pasar por debajo de sus piernas. Notó como esa

enorme mano la arrastraba hacia atrás y la dejaba libre, riéndose a carcajadas. Sabanna

volvió a intentarlo y él la derribó al suelo entre risas.

-“Está jugando conmigo, el muy cerdo. Como un depredador con su presa antes

de quitarle la vida y comérsela”.

Se arrojó de nuevo contra él, esta vez calculando el lugar de forma fría y

calculadora, y le golpeó en el costado con su delicado puño; no le hizo nada, salvo

empeorar las cosas. Ismael no permitía que sus víctimas se revelaran. La situación

cambió de pronto para el verdugo, se acabó el juego: Sabanna… le había enfadado.

Como un remolino de furia, se giró hacia ella y le clavó con todas sus fuerzas la aguja

en el hombro hasta chocar con el hueso. Sabanna aulló de dolor y más aún al soportar

cómo la retorcía dentro de su carne.

-¡Basta ya, por favor! –lloró suplicante al notar que una simple aguja destruía

sus deseos de huir de allí.

Era cuestión de tiempo que le inyectara el líquido paralizante para, más

temprano que tarde, permanecer colgando del techo en pedazos. Totalmente

desmoralizada, sus piernas fallaron y se dejó caer de rodillas… aún con el hombro

dolorido… esperando a ser paralizada… con decenas de pensamientos agolpándose a la

vez. Por causa de su marido ella estaba allí y lo que mas le crucificaba era que nadie

juzgaría lo que él le había hecho.

Ella estaba allí a causa de su debilidad, por ser delgada y menuda; Si hubiera

sido grande y fuerte no la habría elegido a ella, si no hubiera sido mujer no estaría allí.

Maldijo a todos los hombres crueles y la cobardía que les rodeaba; se repitió que si ella

fuera un hombre estarían en igualdad de fuerza y se podría enfrentar a él, sin miedo.

Fue por todos esos pensamientos que comprendió que no sólo existe la fuerza física,

sino también la mental.

Llena de coraje, otra vez, se irguió lo suficiente para golpearle con el puño en la

mejilla, haciéndole retroceder.

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La tenue luz de las bombillas fue testigo de la valentía de Sabanna que, tras

arrancarse la jeringuilla del hombro y agarrarla fuertemente, la usó para atravesar la

tosca piel de su captor, en su día de libranza. Lástima que no fuera tan rápida como

decidida. Ismael se la arrebató de un golpe al ver sus intenciones y la jeringa, con el

contenido paralizante, cayó a un par de metros de ambos.

Sabanna no perdió el tiempo y se lanzó en plancha para alcanzarla, cuando

apenas había podido rozar el suave plástico esterilizado notó cómo la agarraba el tobillo

y arrastraba hacia atrás con determinación. La gravilla arcillosa del suelo le arañaba la

tripa; clavó las uñas en el suelo pero siguió siendo arrastrada y varias de ellas se le

arrancaron quedándose enterradas en el terrazo arenoso. Las lágrimas surcaban su rostro

manchado de polvo mientras su mente trataba de buscar alternativas.

Y esa oportunidad llegó. Se dio la vuelta en el suelo, soportando cómo se

retorcía la pierna que le sujetaba y flexionando a su vez la izquierda, dejó caer toda la

presión en el pecho del secuestrador, viendo al momento su tobillo libre de sus manos.

Ahora sí, el tiempo apremiaba. Se precipitó hasta la jeringuilla y sin más

preámbulos se la clavó en la pierna, apretando la lengüeta de apoyo y hundiendo así el

émbolo hasta inyectar todo su líquido.

En los treinta años que Ismael llevaba creando obras de arte, jamás se le habían

torcido los planes. El efecto de la aclorita comenzaba a hacer efecto, algo que él ya

conocía. Tuvo que hacer experimentos consigo mismo para saber el tiempo que duraban

los efectos del paralizante y así apuntar la dosis que debía administrar a sus víctimas

para que el resultado fuera sólo paralizante y no se viera afectado ninguno de sus

sentidos.

Jadeante, Sabanna observaba desde el suelo cómo se estaban cambiando las

tornas y que el cazador ahora era el cazado. Se apresuró en salir de allí cuanto antes para

poder volver a casa; si es que le quedaba algún lugar donde volver. Mientras recorría a

grandes zancadas la extraña mansión minera, se preguntó cuánto tiempo tendría hasta

que aquel hombre pudiera volver a moverse. Frente a ella aparecieron en un pasillo

varias puertas; De alguna forma que no se podía explicar, estaban terriblemente

abombadas, como si un gran peso se posara sobre ellas; chorretones de sangre seca

sobresalía de los huecos que éstas dejaban. ¿Qué lugar más propio para una pesadilla

era aquél? El hedor fétido era insoportable y le causaba arcadas constantes. Las moscas

le sobrevolaban por encima y no cesaban de incomodar con su desagradable sonido al

batir las alas. Sabanna, curiosa por naturaleza y aguantando el nauseabundo olor, se

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acercó a una de las puertas tratando de abrirla, pero el manillar no cedió. Probó con otra

y tampoco. Giró el cuello en dirección a donde había dejado a su secuestrador y frunció

el ceño; Era posible que no quedara mucho tiempo, pero algo tenía que guardar allí para

que hubiera tantas moscas y esa peste tan desagradable. Al intentar abrir otra puerta se

llevó la sorpresa de que cedió a su mano y decenas de trozos de carne corrompida se

derrumbaron sobre ella enterrándola casi al completo. Las cabezas, pies y otros

miembros seguían rodando sobre ella mientras se empapaba en ese mar de podredumbre

tratando de salir y respirar oxigeno. Las moscas siguieron a la podredumbre que

impregnaba su piel y ropas, ella se esforzaba simplemente en intentar mantener alejados

de ella tanto a insectos como a los cadáveres descuartizados. Sin poder soportar el hedor

que se acaudaló en todo el lugar, vomitó el contenido de su bolsa estomacal y caminó

mareada por el pasillo hasta llegar a una nueva puerta. A pesar de su malestar consiguió

mantener su paso firme, entró decidida a una nueva sala encontrándose algo muy

diferente a lo anterior, se encontraba en un despacho. Las paredes estaban

completamente empapeladas con fotos enmarcadas de sus víctimas, en ellas mostraba

seres descuartizados y enganchados al techo, tal como la mujer los vio anteriormente;

encima de la mesa vio decenas de cintas de casete y cerca de ella un reproductor viejo y

cochambroso. Se atrevió a perder un poco de tiempo y comenzó a escuchar una de las

cintas para saber qué es lo que grababa en ellas. Entre la larga lista de casetes eligió

cualquiera y la sacó de su estuche, la introdujo en la pletina, al poco de encenderla sonó

un rasgueo que dio paso al comienzo de la grabación:

“Veintiuno de mayo de mil novecientos noventa y siete. Tengo frente a mí a una

muchacha joven de unos veinticinco años, morena, de piel clara, ojos verdes y

complexión delgada. Es mi decimoquinta obra de arte. Me dispongo a seccionar sus pies

del cuerpo que ella tan amablemente me ofrece. A continuación trocearé en tres partes

iguales el resto de la pierna que colgaré del techo para que su preciosos ojos puedan

divisarlo todo desde donde reposa el resto de su cuerpo”.

Sabanna escuchó como el cuchillo cortaba el hueso y sintió que le volvían las

ganas de vomitar, sobre todo sabiendo que aquella mujer estaba viva… que

posiblemente sentía lo que le estaban haciendo. Se apoyó sobre el escritorio para no

dejarse vencer por las sensaciones y apagó el radiocasete. Continuó buscando entre las

cintas y encontró una que le congeló el corazón. Era la última de todas. Aún tenía el

precinto puesto pero en el canto había una pegatina con un nombre escrito: “Sabanna

Montalbán”. Ella era la siguiente, sin duda alguna. Decidida a marcharse de aquel lugar

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infernal, se disponía a girar cuando no pudo evitar reparar en una cinta diferente a todas,

negra y sin color alguno. Sin perder tiempo la cogió entre sus manos y la anterior cinta

fue apresuradamente sustituida; pronto, en la habitación, se escuchó el suspiro de

alguien que parecía estar muy cansado. Le siguió una voz melancólica que Sabanna

dedujo era la del asesino.

“Ocho de septiembre de dos mil cinco. Me llamo Ismael Abendaño y tengo

cuarenta y siete años. Me licencié en medicina gracias al dinero que me mandaba mi

madre a un apartado de correos mientras yo me escondía aquí, en esta mina solitaria,

escondido como si fuera un asesino. Puedo comprender que la gente no entienda lo que

hago, que me tengan miedo, pero si vieran mi trabajo como lo que es, arte, hasta le

pondrían precio. ¡Oh! Pero los valores se han perdido con los años y ya no se sabe lo

que es arte…-se escuchó una pausa seguida de otro suspiro-. No obstante, me siento

mayor. Las fuerzas ya no son las mismas que cuando tenía veinticinco años y, aquí,

encerrado en esta jaula de piedra y arena, menguan más deprisa. Las arrugas de mi

rostro crecen más rápido con la humedad. Hay días que siento que no puedo mas. Pero

es cuando tengo a una de ellas, tumbada sobre mi camilla; son sus ojos, hinchados de

terror, lo que me llena de esperanza, de fuerza y hacen que me sienta otra vez ese joven

veinteañero. Ellas me rejuvenecen y no quiero perder eso. No obstante, soy consciente

de que los años no perdonan y pronto no podré seguir con mi arte. Tal vez estas sean las

últimas obras que haga… sí… es posible…”.

La cinta dejó de relatar y Sabanna se mantenía perpleja ante lo escuchado.

Henchida de rencor por lo vivido y lo descubierto, se sentó en la silla mugrienta y

desconchada, que permanecía como único publico de su desgracia en aquella estancia

repleta de tanto salvajismo por parte de su secuestrador. Pocos minutos pasaron hasta

que se levantó. No supo qué fue lo que la motivó a hacer lo que hizo; tal vez la

frustración de una vida vacía, de un marido infiel o de un secuestro que no resultó como

debiera para el atacante; pero lo cierto fue que se levantó y caminó en dirección a la

puerta, para salir de allí, y marchó por el pasillo donde encontró la pila de cadáveres

descuartizados. La atravesó con problemas y continuó por ese pasillo hasta llegar al

lugar donde había dejado a su secuestrador, inerte en el suelo, allí seguía, inmóvil. Miró

a su alrededor por inercia pura y, tras unos segundos de recapacitación, se puso en

marcha hacia él. Le agarró por los tirantes del peto y con todas sus fuerzas comenzó a

arrastrarle por el suelo arenoso.

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-Así que… -se dispuso a hablarle mientras le llevaba con empeño- haces todo

esto… por puro placer…doctorcito –su voz se entrecortaba ante el esfuerzo de

transportar semejante peso, valiéndose tan solo de sus manos y de la poca fuerza que le

entregaba su escuálido cuerpo-; pues vamos a tener que castigarle, ¿no cree?

Después de mucho empeño llegaron a la sala de tortura. Sabanna le soltó un

momento y observó minuciosamente la estancia. Tras coger aire se secó el sudor con el

brazo y fijó la vista en la camilla de metal que había en un rincón. Pronto llegó a la

conclusión de que esa era la que usaba para descuartizar a sus víctimas. Volvió decidida

hacia él y le enganchó de nuevo por los tirantes del peto para arrastrarle hacia esa

esquina. Entre gemidos de agotamiento apartó con un puntapié una silla que se

interponía en su camino para llegar a su destino. Trató de levantar la mole de carne

inerte de su, ahora, víctima; sin embargo, Ismael era demasiado grande para ella y no

pudo levantar su peso muerto hasta la cama metálica.

-¡Joder!

Le dejó caer al suelo como si fuera una gran marioneta de plomo y se llevó las

manos a la cabeza con desesperación. Miró hacia el techo y vio a la señora anciana que

pendía en ganchos y se percató de que no quedaba ninguno sin utilizar. Maldijo en

silencio. Tras esto, reanudó su tarea y estiró a Ismael en el suelo, se dirigió a la mesita

donde se encontraban todos los utensilios cortantes y se colocó los guantes.

-¿Por dónde empezarías tú? –le preguntó sin tan siquiera mirarle. Echó un

vistazo a los cuchillos y cogió uno para sopesarlo-. Supongo que por los pies… Eso

decía la cinta, ¿no?

Se acercó lentamente con cuchillo en mano sin dejar de mirar los ojos

expectantes de su víctima, no había miedo en ellos, fue una sorpresa encontrar

curiosidad en su expresión. ¿Acaso querría saber lo que se sentía en el lado opuesto?

Ismael notó cómo el cuchillo desgarraba cruelmente y sin tacto uno de sus

tobillos. Era un dolor incomparable a cualquier otro, quizá multiplicando por cien el

escalofrío que produce el cortarse con un folio se acercara a lo que recorría toda su

médula espinal. Notaba la sangre manar de la hendidura y el hueso desplazarse de la

pierna. ¡Qué dolor tan insoportable! Luego llego algo que a él jamás se le había

ocurrido, se lamentó por ello ya que rebosaba creatividad. Sabanna sajó desde la ingle

hasta el final de la pierna y abrió en canal para dejar al descubierto todos los huesos de

ésta. ¿Por qué no lo hizo él? ¿Por qué? Entre la mezcla de frustración, dolor y emoción,

observó cómo Sabanna se subía a la silla y clavaba, de un gancho ya utilizado, todo el

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trozo de carne de la pierna. La sangre le chorreaba encima y parecía no molestarle, si

hubiera podido moverse la habría aplaudido. ¡Estaba colgándole junto a su madre!

¿Sabría que el era fruto del vientre de esa mujer? Lo dudaba.

-“¡Ah! Divina ignorancia” –pensó.

Sabanna trabajaba con esmero para terminar cuanto antes; era consciente de que

el efecto del paralizante pasaría pronto y, además, estaba cansada. El tronco de su

secuestrador estaba frente a ella, algo inservible ya que sin manos y sin piernas poco

podía ahora hacerle. Sin duda había perdido todo el miedo que antes podía infundirle

ese ser. El olor a sangre coagulada le provocaba arcadas y se estaba sintiendo incomoda

por ello… pero la satisfacción que le procuraba estar haciendo aquello era enorme.

Realmente, nunca había hecho nada importante en su vida y ahora se sentía una

torturadora maravillosa, casi una carnicera. Con un punzón escribió el nombre de su

víctima sobre su tórax y tras hacer una pequeña raja con un bisturí se dirigió a Ismael:

-No creo que aguantes esto que te voy a hacer, por lo que me despido de ti. –

Hizo una pausa-. Dudo que esperaras que alguien como yo te venciera, pero así ha sido.

Supongo que… elegiste mal a tu víctima.

-“Elegí a la mejor” –quiso decirle Ismael, mezclando lágrimas de dolor y

fascinación.

Sabanna eligió entre los instrumentos unas tenazas de cuarenta centímetros de

diámetro, introdujo la boca por la raja que había hecho y comenzó a cortar a

trompicones, escuchando cómo se resquebrajaba la caja torácica. El cuerpo de Ismael

comenzó a convulsionarse, anunciando su final, y cuando la mujer terminó de dividir en

dos sus músculos abdominales, la abrió de forma brutal, dándo muerte a su

secuestrador.

Horas más tarde, el cuerpo de Ismael colgaba de los ganchos junto a su madre.

Posiblemente nunca hubiera imaginado que ese sería su final; seguramente, no pensó

jamás que su cabeza ocuparía el mismo gancho que el de su progenitora. Pero ese fue su

final. Observando con detenimiento sus ojos vidriosos, se puede encontrar una mirada

deleitable, de emoción; pues él supo antes de morir que no hubo mejor obra de arte que

la suya propia. Tal vez por eso fue que la disfrutó tanto; por ser por una vez la obra en sí

y no el artista que la concibió.

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PARTE 5º: DE VUELTA A CASA

Sus ropas, llenas de jirones y marcas de sangre, la delataban. Algunos pensarían

que había pasado por una situación de pánico, otros que algo terrible habría hecho y

quizá unos cuantos especularían a saber qué paranoias.

Caminaba por el arcén de la carretera algo desorientada, con la camiseta por

fuera y sin ganas de colocarla bien. La noche se le echaba encima y por la autopista no

aparecían muchos coches; los pocos que atravesaban la carretera no se paraban en el

solícito dedo de Sabanna, haciendo la señal de autostop, para recogerla.

Continuó transitando por el camino a medida que observaba cómo la noche la

devoraba. El fresco olor del campo le llegó y refrescó su alma, depurándola de los

hedores que pudo absorber anteriormente en la mina.

Cansada de tanto caminar y de que ningún alma caritativa se parara para llevarla,

se sentó en el borde de la carretera esperando a que alguien la recogiera. Con mucho

tiempo para pensar, ya había recuperado el aliento y se sentía más cuerda que nunca,

todo estaba claro...

…Y cuando llegara a casa ajustaría cuentas con su esposo.

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AULLIDOS AULLIDOS AULLIDOS AULLIDOS

BLANCOSBLANCOSBLANCOSBLANCOS By Laura López Alfranca

Abro mis pétalos por última vez a la luz de la luna llena y permito que el viento flote a través de mi cuerpo, deseando poder aullar y que él me escuche, esperando así que descubra que estoy ahí. Lleva días sin acercarse a mi enredadera y aunque se que hoy me marchitaré, no pierdo la esperanza de volver a verle.

Tal vez debería explicar mi historia… todos tienen una, incluso una simple rosa blanca como yo. Ojalá pudiera narrárosla con un final feliz para mí, pero me temo que tan cerca como estoy de mi muerte no puedo ser muy optimista.

Todo empezó hace unos cuantos meses, el primer día que florecí. Todo era nuevo para mí: el brillante sol, el aire impregnado de esos aromas tan extraños y el trinar de los pájaros que hacían que deseara bailar. La primavera en mi hogar es maravillosa, así lo pensaba yo y así lo creían mis hermanas.

Vivía en un precioso rosal a los pies de un hermoso balcón, cerca de una gran arboleda. Aún sigo haciéndolo claro está, pero la verdad es que ya no lo veo de la misma forma… en verdad hasta lo odio. Pero explicar mis motivos tal vez sea adelantarme a lo que tengo que contar.

Como iba diciendo, todo me parecía perfecto… pero había algo que no entendía y era la noche. Todas debíamos encogernos y descansar, aunque había oído hablar a la doncella que habita en el cuarto que protegemos, que era magnifica. Por lo que al atardecer de un día, me armé de valor y permanecí despierta, aguardando con impaciencia para encontrarme todas las maravillas de la que hablaba la muchacha.

La verdad es que si bien esperaba otra cosa, había que reconocerle la belleza a aquella oscuridad iluminada por la luna tan tenue y las estrellas. No había tantos perfumes como en el día y en lo que se refería a los sonidos era más bien silenciosa, a veces se oía el ulular de algún búho, el viento que agradecía un poco de compañía y algún aullido solitario llamando al lejano astro.

Cuando decidí descansar un tanto decepcionada por no ver algo más espectacular, del bosque emergió una sombra pálida que me hechizó. Era un lobo blanco que se acercaba

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hasta mi hogar… asustada, no sabía qué hacer por lo que permanecí abierta mirándole embriagada por su elegancia.

Para mi sorpresa, el animal se convirtió en un joven apuesto de piel blanca veteada por venas azules, a juego con sus cabellos y esos ojos ambarinos. Antes de empezar a subir a través de mi hogar, se fijó en mí y con una sonrisa me acarició con delicadeza, como si hubiera visto en mi algo más valioso que una simple rosa blanca.

Desde aquella noche he aguardado a que atardeciera para verle… me encantaría poder decir que todo era perfecto, que en ese mundo de sombras sólo existíamos él y yo. Pero para ser fiel a la verdad y a mi dolor, debo reconocer mi amado me ignoraba, prefiriendo a esa maldita… a la chiquilla que vivía encima de mi rosal. Ella era el objeto de su deseo y por lo que a cada crepúsculo se acercaba a mi lado.

Lo poco que podía hacer para interceder entre ellos y separarles, era pedirle a mis hermanas que cada vez que mi amor escalara evitaran dañarle… y que cuando la muchacha emergiera y se apoyara en la barandilla, las ramas la pincharan sin compasión. Me aconsejaron que lo olvidara, a fin de cuentas él era un ser de carne y hueso y no podía siquiera entenderle cuando hablaba de sus sentimientos. Pero desde que le conocí me he amarilleado del odio, enrojecido por la pasión y rosado a causa de mi romanticismo… si eso me excluía de poder entenderle, si pasar por aquel caleidoscopio de emociones no me acercaba a su mundo, entonces ya no sé que son los sentimientos de los humanos. Tal vez me sienta confundida, aunque es de lo poco que puedo asegurar que estoy segura ¿no es extraño?

Incluso intenté aullar como él ayudada por mi padre el viento… todo para llamarle y que me escuchara, que supiera que estaba allí y que noche tras noche me desvelaba deseando verle, sentir durante unos instantes sus dedos sobre mi piel.

Lleva tanto sin venir… a ella no le importa, lo sé, si no ya habría intentado encontrarle. Esta noche moriré y mi último deseo es… un momento, ¿lo oís? Son pasos que se acercan, ¿será él? Decido abrirme para recibirle como cada noche, expectante y evitando no temblar de la emoción.

-¿No te parece hermosa?- siento unos dedos sucios recorriéndome y eso me hace sentir asco. Delante de mí está esa maldita mujer y un hombre fuerte y feo, ¿qué desean?-. Es la última, todas se marchitaron hoy, ¿la quieres? -estremezco del horror, ¿piensan arrancarme sin piedad? Al menos si me llegase a marchitar como mis hermanas dejaría algo tras de mí, pero aquello es demasiado cruel. Miro suplicante a la humana, esperando que se compadezca de mí… pero su sonrisa de seguridad no me gusta demasiado.

-Claro, sólo merezco lo mejor.

Cuando me cogió rogué a algún ser misericordioso para que me ayudara, pero nadie debía estar escuchando. El dolor que siento ahora mismo al haber sido alejada de mi

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hogar es tal, que si hubiera tenido voz habría gritado desesperada, habría llorado de haber tenido algún ojo... tal vez así se habrían apiadado de mí.

Los dos hablan y ella está flirteando. Me indigno tanto que deseo pincharla y que me deje caer para que me pisotee, pero me está agarrando el cuello, justo donde mis espinas no pueden alcanzar sus dedos.

El hombre hablaba de una sorpresa que le tenía preparada por ser tan buena esposa y la mujer sólo se ríe de forma boba. Si siguiera en mi rosal, me habría convertido en un ser amarillo lleno de odio. Ahora solo puedo esperar agonizante a mi muerte mientras mi savia se escapa por la parte más baja de mi cuerpo.

La he oído gritar por lo que decido reparar en aquello que la aterra. Entonces la visión de la piel de mi amor extendida ante mí como una alfombra se grabó en mi mente. De la impresión uno de mis pétalos se cae… es extraño, tal vez después de todas las dudas, sí sea capaz de llorar.

La sangre de ella salpica mi piel, pero ahora sólo tengo un objetivo en mi cabeza, tocarle por última vez, dejar constancia de mi amor antes de morir. De un empujón la mujer me ha soltado y yo vuelo por el aire impulsándome gracias a una pequeña brisa piadosa.

Mi cuerpo casi inerte ha aterrizado en su cabeza y mis pétalos caen alrededor de su hocico. Pude conseguirlo, le he tocado por última vez a diferencia de la otra, que sólo ha deseado abandonar aquel lugar negando que le hubiera amado, acariciado o escuchado esas palabras de amor que yo tanto anhelaba para mí.

Ojalá me quedara un poco de compasión para hacer justicia al color de mi ser… pero ahora soy una rosa amarilla para ellos y roja y rosa por mí difunto amor.

Tal vez vuelva a nacer y me convierta en una loba, un animal que te persiga allá a donde vayas y te cuide tal y como te mereces, ¿eso te haría feliz? Espero que sí, de verdad que lo deseo… más que pase el dolor de mi cuerpo.

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APOCALIPSISAPOCALIPSISAPOCALIPSISAPOCALIPSIS By Alexis Brito Delgado

Se acostó boca abajo profiriendo una maldición y apretó la cabeza contra la almohada. Así se quedó

durante un rato, respirando pesadamente, retorciéndose. Todas las noches pronunciaba

mentalmente el mismo deseo: ¡Que llegue la mañana. Dios, haz que llegue la mañana!

Richard Matheson

Introducción

Apenas me quedan esperanzas para continuar despierto, vivo de los recuerdos del

pasado, aferrándome a una etapa de mi vida que jamás recuperaré. Mi destino estuvo

sentenciado desde la primera operación cibernética. Los injertos mecánicos me transformaron

en una máquina de matar, precisa y despiada, capaz de realizar las peores atrocidades. Quizá

por ello busco la muerte: jamás podré reconciliarme con la la idea de ser un bioconstruido...

Dorian Stark

1

AVENIDA DIAGONAL

Con una expresión inescrutable, Stark salió del deslizador y contempló la calle desierta. A su alrededor, vencidos por la radiación nuclear, los edificios destruidos agonizaban bajo los primeros haces del sol. El alemán ajustó las W-PPK en el arnés de nylon, comprobó que llevaba cargadores de sobra, se colocó las gafas negras y comenzó a caminar. Poco a poco, su figura enlutada, de metro noventa, cubierta por una pesada gabardina de cuero, se introdujo entre los rascacielos y los neones resquebrajados, dejando el vehículo atrás. Como de costumbre, Dorian había sido incapaz de conciliar un sueño natural. Los remordimientos de conciencia junto a las anfetaminas, le habían arrancado aquel pequeño con-suelo; el único que deseaba en su solitaria y amarga existencia. Una corriente de aire remolineó los pliegues de su trinchera, levantó las hojas muertas de las aceras y le golpeó el rostro pálido, lleno de amargura. Sus agentes le habían advertido

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que viajar a aquella parte de la megalópolis, arrasada desde principios del Siglo XXI, era una locura, extraños rumores y terroríficas historias corrían sobre los individuos que lograron sobrevivir al Apocalipsis. Indiferente, Stark se encogió de hombros, apretó los puños dentro de los bolsillos y siguió adelante: las leyendas urbanas no bastaban para detenerlo. Sin desearlo, recordó las espantosas imágenes que lo habían desvelado: caras inertes, cuerpos atravesados por las balas, cadáveres quemados por las explosiones… Aquel era el precio que tenía que pagar por continuar vivo. El alemán era un asesino, un Agente Ejecutor, un hombre que servía la poderosa Corporación Schneider: sabía que la conciencia y la moralidad eran una pérdida de tiempo, no paliaban la soledad y el desarraigo que convertían el presente en un erial. A pesar de sus mejores intentos, las contriciones le arrancaban el descanso, quebrando su autoestima, que por otra parte, siempre fue escasa. En derredor, las calles abandonadas, los escaparates vacíos, los carriles de bicicletas desiertos, las carreteras cubiertas de vehículos carbonizados y los árboles raquíticos, le parecieron una extensión de su estado de ánimo. Siempre sería un perdedor, aquel era su destino, disfrutaba demasiado atormentándose; los crímenes cometidos en nombre de sus superiores no le permitían alcanzar la paz. Dorian sacó un frasco plateado, abrió la parte superior, e ingirió un puñado de estimulantes sin agua. Las pastillas descendieron por su garganta, prendieron su sistema nervioso y apartaron sus dilemas: las drogas lo auxiliaban a mantener la cordura que escapaba, día a día, de su mente. Unas lágrimas amargas resbalaron por sus mejillas: el llanto no podía aportarle el alivio que necesitaba; lo había perdido todo. Deprimido, el alemán apretó el paso, franqueó farolas, vallas derribadas y un concesionario llamado Automóviles Ratera, mientras la negrura, informe y familiar, crecía en su interior: todo estaba condenado de antemano. ¿Por qué había tomado la decisión de adentrarse en el casco antiguo de la ciudad? Sabía que se exponía deliberadamente al peligro, los mutantes que habitaban en las cloacas podían atacarlo, más si descubrían que había invadido su territorio. Que lo intenten, pensó. No moriré solo. Con una resolución nacida de la desesperación, contempló los callejones a oscuras, los restaurantes aniquilados y los semáforos quebrados por las inclemencias del tiempo. Una bandada de cuervos ascendió en el aire sobrecargado de la mañana y volaron delante de un centro llamado Clinicumsalut. El desagradable aleteo de sus alas lo obligó a rechinar las mandíbulas: detestaba aquel sonido. Una vez más, se planteó su afán de encontrar la muerte, de arriesgar el pellejo, de combatir para encontrar el olvido; parecía que sólo se encontraba completo en mitad de un conflicto, empuñando un arma en su mano ensangrentada, segando vidas que tenían más derecho a existir que la suya. Una sonrisa macabra recorrió sus rasgos, la misma que cientos de enemigos contemplaron antes de perecer, derrotados por aquel demonio vestido de negro. Sería un buen final caer aquí, reflexionó. Nadie llorara sobre mi tumba.

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APOCALIPSIS

El alemán siguió atravesando la Avenida Diagonal, alerta, dispuesto a desenfundar una pistola, vigilado por ojos invisibles que seguían todos sus movimientos. Arrogante, cruzó un paso de cebra, sorteó bancos y paradas de autobuses destrozadas, sin perder el rumbo. Su sexto sentido de soldado, el mismo que le había salvado la vida tantas ocasiones antes, le advertía que tendría problemas. Un perro atravesó la calle, cojeando, y se perdió en la entrada de una vieja iglesia. Dorian estudió el edificio: puertas metálicas, columnas de piedra, arcos de medio punto, mamposterías arruinadas y vidrieras con imágenes de santos rotas. Una sombra fugaz destelló dentro de la construcción, tenebrosamente, prometiendo horrores sin sombre, y desapareció sin dejar rastro. Stark hizo caso omiso al incidente y leyó las palabras grabadas en la piedra en una lengua arcaica desaparecida de la faz del planeta:

SALVE MATER

Una sonrisa irónica volvió a iluminar su rostro: poco quedaba del cristianismo, del latín y de la Iglesia Católica, en aquella era dominada por la alta tecnología, las grandes corporaciones y la cibernización más despiadada. Inconscientemente, recordó una canción que había escuchado hacía años, mientras realizaba una operación de exterminio en Londres:

You see me now, a veteran Of a thousand psychic wars

I've been living on the edge so long Where the winds of limbo roar...

Stark tuvo la impresión de que era el último hombre vivo, el único superviviente que restaba sobre la Tierra: la raza humana era historia. Los rascacielos desmoronados le produjeron una impresión de tristeza infinita, de sueños y promesas destrozadas, de ideales barridos por las bombas atómicas y la locura de los hombres. Delante, un cartel publicitario de Dolce & Gabbana le mostró a una modelo pálida, de cabellos rubios, oculta detrás de unas lentes espejo. El tema continuó sonando con aterradora nitidez en su memoria:

And I'm young enough to look at And far too old to see

All the scars are on the inside I'm not sure that there's anything left of me...

¿Qué había pasado realmente? ¿Por qué habían bombardeado aquella zona? ¿Qué habría sido de los supervivientes de la lluvia ácida? Dorian lamentó no haber recopilado información al respecto, aquel era un desliz impropio de su persona, por norma era tan metódico como una máquina: el porcentaje de implantes cibernéticos que dominaba su

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fisonomía lo aproximaba demasiado al comportamiento, frío e inhumano, de los cyborgs que tanto despreciaba. Confuso, sacudió la cabeza y olvidó aquellas reflexiones: estaba tan inmerso en su propio sufrimiento que perdía sus objetivos de vista; las pesadillas lo habían transformado en un vegetal. Melancólico, abandonó la iglesia, traspasó la calle y pasó ante bloques de apartamentos deshechos. A su derecha, los carteles de las tiendas brillaban en la penumbra: Caixa, Nexgrup, Banco Santander, Publilínea/S.A., Cunes Banys, Bom Gallery, Micro Line, Mota, Honda… Un furgón metálico, color amarillo eléctrico, apareció tumbado, boca arriba, con las puertas traseras reventadas, a quince metros de distancia. Al rodearlo, observó los esqueletos macilentos del interior, atrapados por los cinturones de seguridad, que aún conservaban jirones de uniforme sobre los huesos calcinados. Unas letras pintadas en un costado revelaron el nombre de la empresa: Prosegur. Murieron durante el servicio, meditó con cinismo. Qué maravilloso sentido del deber. A su izquierda, estaba la entrada Verdaguer del metro, luego una vieja gasolinera Repsol, e inmediatamente, un edificio de Mutua Metalúrgica. En sentido contrario, sobre la fachada de una vivienda semiderruida, destellaba un cartel de letras rojas, descoloridas, sobre un fondo blanco sucio:

NO VOLEM

PROSTIBUL A CASA

Su mirada se detuvo sobre un letrero de señalización que indicaba dos direcciones: Calle Bailén y la Sagrada Familia. Detrás, había un restaurante de comida china y un local de Movistar: poco restaba de ambas franquicias desde hacía más de cien años. El alemán franqueó la avenida, los deslizadores volcados, una vivienda de color carmesí y una sucursal del BBVA. Comenzaba a aburrirse del paseo, el caos y la destrucción que lo circundaban lo afectaban más de lo que deseaba admitir: quizá debería hacer hecho caso a sus hombres y quedarse en la suite del hotel de cinco estrellas que el comandante Aries le había reservado.

3

VETERANO DE LAS GUERRAS PSÍQUICAS Agotado, Stark se detuvo ante un cruce de caminos, estudiando un obelisco de piedra circular, con figuras religiosas talladas en torno a su superficie, dónde oscilaban bajo la ligera brisa, cinco cipreses salvajes. Incrédulo, se quitó las gafas de sol y vislumbró los árboles retorcidos: creía que la contaminación había acabado con todos. De inmediato, retrocedió sobre sus huellas, hacía demasiado calor para su gusto, había visto todo lo que tenía que ver, anhelaba regresar a su habitación. Minutos más tarde, siguiendo un impulso irracional, Dorian se aproximó a una librería llamada Bosch, con los nervios

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tirantes. Sabía que dentro del edificio podía haber un enemigo, alguien oculto en la oscuridad, con un puñal en la mano, preparado para rebanarle el cuello. Se detuvo en la entrada y estudió el interior envuelto en tinieblas: no distinguió movimiento o sonido que corroborara sus sospechas. La fetidez del interior aumentó y le revolvió el estómago vacío: aparte de los estimulantes y las bebidas energéticas su cuerpo no admitía otra cosa. Stark inspiró una bocanada de aire, dió un paso inseguro y penetró en la librería con la W-PPK por delante. La atmósfera enrarecida del local le produjo ganas de vomitar, era imposible que un adversario lo esperara entre las sombras, ningún ser humano podría soportar aquella pestilencia sin perder la razón. En la puerta de cristal, medio cegado por el sol, esperó a que sus pupilas fotoeléctricas evaluaran la penumbra. Segundos después, percibió un cuerpo tirado en el suelo, entre docena de libros despanzurrados, sobre una mancha de aspecto nauseabundo. ¿Es un mutante?, pensó. ¿Lo habrán eliminado sus propios compañeros? Una ráfaga helada recorrió su columna vertebral. Como una exhalación, el alemán saltó a un lado, esquivó unas garras afiladas y abrió fuego. La detonación abrió la cabeza de su enemigo y esparció sus sesos sobre las baldosas manchadas de polvo. Antes de que pudiera recular, ojos brillantes y malévolos brillaron en las sombras, acompañados por respiraciones sibilantes, rodeándolo sin remisión. Sus pupilas biónicas taladraron la oscuridad, vislumbrando a una docena de seres pálidos, de miembros nudosos, deformados por los efectos secundarios de la emisión atómica. Rostros apergaminados, carentes de sentimientos o inteligencia, empezaron a avanzar en su dirección, vencidos por un hambre horripilante. Dorian sostuvo la respiración, mareado, sintiendo como la bilis amarga se agolpaba en su garganta. Un mutante efectuó un salto prodigioso, antes de caer muerto, perforado por una bala de punta endurecida. Entre gritos, las criaturas se abalanzaron sobre el Agente Ejecutor, extendiendo los brazos, dispuestos a desgarrar su carne. Uñas sarmentosas se hundieron en la cara de Stark, en su camisa de kevlar y en sus piernas. Silencioso, apretó el gatillo de la pistola y agotó el tambor de nueve balas: seis oponentes se derrumbaron con los físicos atravesados. Desesperado, resistió el embate avasallador de los mutantes, manteniendo el equilibrio a duras penas, mientras con la mano libre, buscaba la W-PPK restante. Dos criaturas aferraron su diestra, el tufo de sus alientos llenó sus fosas nasales, apartando su miembro de la funda sobaquera. El alemán se las quitó de encima de un empellón y desenfundó las cuchillas cibernéticas que tenía implantadas en el antebrazo: tres hojas de veinticinco centímetros de longitud emergieron entre sus nudillos. —¡Vamos! —exclamó—. ¡Venid a por mí! Stark brincó entre los supervivientes, luchando con una rabia monstruosa, sin tener en cuenta su propia seguridad. Su zurda descendió y abrió el cuerpo de un mutante de la coronilla al esternón. Acto seguido, destripó a otro: entrañas azuladas se desparramaron sobre las enciclopedias pisoteadas. Una criatura lo asaltó por la espalda y le clavó los dientes en el hombro. Lanzando una maldición, se desembarazó de su rival y le atravesó el cuello de parte a parte: las garras asomaron por detrás. Los supervivientes retrocedieron, furiosos, inclinando los cuerpos hacia el suelo, gruñendo como animales enloquecidos. Los dientes del alemán brillaron en la negrura, provocadores, disfrutaba con la matanza; había sido entrenado para exterminar, su vida no tenía otra finalidad. Su figura ensangrentada se alzó ante las criaturas: su superioridad había quedado más que demostrada. —¡Aun no hemos terminado —bramó—, engendros del de- monio!

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Los mutantes dieron la vuelta, pasaron por encima de los cadáveres, huyeron al fondo de la librería y se desvanecieron por una puerta. Dorian se limpió la sangre que corría por su cara con el dorso de la mano, recargó el tambor del arma y fue detrás de sus enemigos: le gustaba terminar lo que había iniciado.

EPÍLOGO

Asqueado, el Agente Ejecutor descendió unas escaleras rotas con la nariz arrugada: la corrupción aumentaba por momentos conforme bajaba a las catacumbas del edificio. Las voces, amorfas y guturales de sus adversarios, le erizaron el vello de la nuca: los mutantes sabían hablar en su propio y degenerado idioma. Apretó la culata de carbono y se inmovilizó en el último peldaño: estaba en una especie de garaje o almacén. Al fondo de la estancia, sombras movedizas oscilaban en la negrura, lanzando miradas de aprensión hacia el alemán. Éste sacó la célula energética de la pistola y la arrojó contra los anaqueles llenos de libros que cubrían una de las paredes. Una llamarada chisporroteó, prendió la madera y el papel, y ascendió hacia el techo. Un clamor asustado llegó a sus oídos: aquellas criaturas temían el fuego. De inmediato, retrocedió sus pasos, subió la escalera, regresó a la librería, esquivó los cuerpos inertes y salió a la calle. El sol se ocultó detrás de las nubes, la avenida volvió a recuperar su aspecto desolado y miserable. Todo estaba en orden: era hora de volver a su apartamento. Aficionados, pensó con desprecio. Ya era hora que alguien plantara cara a esa basura.

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EXTRAÑOS CONOCIDOSEXTRAÑOS CONOCIDOSEXTRAÑOS CONOCIDOSEXTRAÑOS CONOCIDOS By David Romero

Sábado noche en el centro comercial. Miríadas de personas desfilando de un lado a otro, con una hoja de ruta sin sentido aparente, llenos de propósitos que abarcan todo el espectro del consumismo y el ocio, desde necesidades básicas hasta los caprichos más ostentosos.

Turbas de gente agolpadas en colas de lento tránsito, escaparates llamativos que envían subrepticios mensajes subliminales a las mentes femeninas, para mayor martirio de los hombres, tanto jóvenes como mayores: novios, hermanos, maridos, todos sufren en silencio su peculiar agonía.

Individuos deambulando a su ritmo, cambiando de paso y dirección tan ligera y repentinamente como molesto puede resultar a sus predecesores, seguidores o estáticos (de éstos los hay de dos clases: los que se quedan parados a un lado, intentando no molestar demasiado, y los que se plantan como si hubiesen sido colocados por el ayuntamiento de turno). Temperatura artificial, la misma de todo el año, coloreada por miles de lámparas y focos de todos los colores habidos y por haber, aire viciado repleto de aspergillus en suspensión, camuflados por ambientadores empalagosos y perfumes demasiado penetrantes de algunas damas y algún que otro hombre metrosexual.

Doscientas tiendas de cada especialidad, pudiendo encontrar exactamente en todas los mismos artículos a idénticos precios, lejanos de la vacua promesa de ganga anunciada con estridentes carteles de rocambolescos colores; dependientes en precario contrato de prácticas, otros cobrando seiscientos euros al mes por cincuenta horas a la semana bajo la amenazante cláusula de “fin de obra”. Guardias de seguridad hartos de aguantar a los niñatos del fin de semana, vigilantes privados con creencias mayores sobre sus atribuciones que las realmente están en posesión, actitudes chulescas matizadas con desafiantes miradas de superioridad.

Miles de personas que acuden a una intangible convocatoria masiva anónima, colapsando con sus vehículos los parkings y accesos del centro, para fastidio de los vecinos de los aledaños o de los usuarios de las vías públicas próximas.

Sí, señor; esto es el centro comercial, el gran dios de nuestra era, aquel a quién acudimos a buscar para vaciar nuestro contaminado bolsillo del escaso sucio dinero de su interior, rindiéndole eclesiástica pleitesía semanalmente y en las cercanías de las fiestas de guardar.

Lo peor es que, te gusten o no, terminas en uno tarde o temprano por uno u otro motivo. Bien por su cercanía respecto al trabajo, porque tal cosa que necesitas sólo la

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venden en aquella tienda y la has visto en uno de los millones de panfletos publicitarios que osan atiborrar tu buzón o en el cartel de quinientos metros cuadrados que se repite hasta la saciedad a lo largo de calles y carreteras,… allí acabarás.

Siempre ha sido mi forma de pensar desde que este tipo de establecimientos proliferaron como setas tras chaparrón otoñal en la comarca. Pero de un tiempo a esta parte, he conseguido aparcar mi aborrecimiento a un lado gracias al descubrimiento de otros aspectos sumamente interesantes a mi psique.

Paso un montón de horas muertas sentado en sus bancos, apoyado en sus barandillas, cambiando de piso por medio de sus mecánicas escaleras, y todo con un único fin: observar. Dedico mucho tiempo viendo a millones de individuos, analizando su errática conducta, deduciendo su personalidad por su ropa y forma de moverse, intuyendo la vida que llevan en su particular rutina. Si fuera un psicólogo, podría presentar una torre gigantesca de expedientes, basados en tantas personas como mis ojos pueden contemplar durante una sola tarde de fin de semana, y hacerme rico gracias a ello.

Mas no persigo fines lucrativos; sólo es un peculiar entretenimiento particular, del que los únicos beneficios obtenidos devengan en mi bienestar mental. Sí, lo podéis llamar como queráis, dado lo raro que os parecerá a vuestros ojos amansedumbrados, pero es mi herramienta para inyectar felicidad en mi aburrida y anodina existencia, llenar mi cabeza de casuales encuentros, la mayoría fugaces, y otros, unos pocos, los menos, casos especialmente escogidos, de una duración algo mayor. Una noche, un par de días, no más.

Precisamente, aquella tía de la coleta rubia se ha apoderado poderosamente de mi atención. Piernas esbeltas enmarcadas en unos vaqueros negros ceñidos que realzan su culito respingón; un suéter rosa de punto, algo holgado, no disimula la voluptuosidad de los grandes pechos arropados en sus entrañas. Su hiper-ultra-mega maquillada cara intenta decir “veinticuatro”, a pesar de que sus movimientos y maneras la traicionan gritando “dieciséis” a viva voz. Y lleva un rato sola; se ha enfadado con el resto de sus amigas al divergir sus opiniones acerca de las tiendas de ropa a las que acudir en profana procesión, y se ha sentado en un banco dentro de la zona acotada para fumadores. Madre mía, al ritmo al que inhala nicotina, amoníaco, formaldehídos, benceno y millones de partículas adictivas no llegará a los treinta. Formidable; es una candidata ideal para mi proyecto.

Además, los astros parecen haberse conjurado en mi favor; se levanta y se dirige al pasillo lateral, donde los baños se esconden de miradas indecorosas e inoportunas. Justo cuando se dispone a franquear la puerta con un cuadrito representando a una abstracta mujer, la agarro por detrás. Sus forcejeos son inútiles contra la corpulencia de un hombre que la triplica en edad, fuerza y seguramente en peso; malditas modas que las empujan a la anorexia. Me basta una mano para mantener sus dos muñecas bajo control, contra su espalda, permitiéndome emplear la otra para colocarle un trapo, bien empapado en cloroformo, sobre sus labios carnosos y pintarrajeados a la forma de las

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más vulgares zorras. Su resistencia se derrumba a la vez que atravesamos la salida de emergencia, con mi vieja furgoneta aparcada a escasos metros; no hay como la planificación previa y bien planteada para asegurar el éxito de una campaña.

Según abro el portón corredera lateral, veo a un par de chavales mirándonos con un cierto estupor; he de reaccionar o se irá todo a la mierda. “¡Es la última vez que sales con esos amigos!”, la grito a pleno pulmón, “¡no pienso consentirte más borracheras como ésta!”. Ha resultado; mientras la deposito en el amplio asiento trasero, aprecio con el rabillo del ojo cómo ambos jóvenes se alejan riéndose. No es la primera vez que una adolescente es recogida de un sitio público bajo el influjo de una pesada ingesta alcohólica, así que la credibilidad de mi actuación no ha sido puesta en tela de juicio ni por un momento.

Por si no hubiera aplicado la cantidad idónea de somnífero en mi pañuelo, ato sus muñecas a la espalda con las esposas que compré hace ya tanto en un sex shop, pasando su cadena por el enganche del cinto de seguridad y sujeto su cuerpo con el mismo mecanismo de protección, maniobra durante la cual aprovecho a sobarle un poco sus turgentes tetas. Dios, son enormes, seguramente la envidia de toda su cuadrilla y el objeto de deseo de sus compañeros de instituto; pero ahora sólo son mías, mías y de nadie más.

Me limpio la baba que ha empezado a manar por la comisura de mis labios con un pañuelo nuevo, y la tapo con una manta, no sea que coja frío. Me despojo de mi chaquetón, dejándolo sobre el asiento del copiloto, y me instalo al volante. Tras los segundos de rigor para esperar a que se calienten las resistencias, el obsoleto motor diesel arranca tras la segunda intentona. Habrá que ir pensando en comprar una furgo nueva, a ésta le quedan dos telediarios y no es cuestión de quedarme tirado transportando cargas tan delicadas, expuesto a una amable y servicial parada de cualquier patrulla de tráfico o a los indiscretos ojos del tipo que aparezca con la grúa del servicio de asistencia. Luces encendidas, y primera.

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José y Manuela hablan animadamente mientras esperan en la parada del autobús. Parece que ha habido un accidente un par de kilómetros más atrás, y comprueban con fastidio que el interurbano se empieza a retrasar demasiado como para aguardar al raso, está empezando a caer helada; no es muy fuerte, pero lo justo para traspasar las otoñales prendas vestidas por ambos. Cuando han salido de casa el sol brillaba orgulloso en la cúpula celestial, y se han confiado demasiado. Manuela comienza a tiritar intermitentemente, y su marido le pasa su fornido brazo de estibador sobre los hombros; sólo quiere mitigar el malestar de su mujer.

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Para distraerla un poco, comienza a realizar estúpidos comentarios, con el único propósito de hacerla reír y olvidar la temblequera. Señala aquel coche tuneado de forma harto hortera; a la cuadrilla de ancianos que pasean por el arcén de enfrente, a un paso casi militar; a las grúas que se empiezan a perder en la oscuridad de la lontananza, como gigantes amenazadores para el paisaje rural.

En una de éstas, el semáforo que está junto a la parada de bus se pone rojo, parando a su nivel una vieja furgoneta, con la chapa carcomida por el óxido en bastantes puntos, y cuyo motor está suplicando a gritos una eutanasia piadosa. Parece que fuese a destartalarse en cualquier momento. Pepe señala divertido a la gran pegatina que luce el portón trasero: “no se ría, señora; su hija puede estar en mi asiento trasero”.

“¡Estos jóvenes!” contesta Manuela, “¡siempre con sus bromas de mal gusto!”.

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ALGO DUERME

EN EL LAGO By Sergio Llamas

Los dos compartíamos la pequeña barca, los dos vestíamos vaqueros raídos, camiseta y

chaleco de pescador; y a los dos nos estaban devorando los mosquitos. Pero más allá de

eso, aquel hombre y yo no teníamos nada en común. Nada, salvo el apellido.

- Pásame otra lata, hijo –pidió.

Yo recogí sedal. La caña no ofrecía ninguna resistencia, por eso no me sorprendió

descubrir que me habían vuelto a comer el cebo sin que me diera cuenta. Me pregunté,

sintiéndome inútil, cuánto rato llevaría con aquel anzuelo sin carnaza sumergido en el

lago.

- Aquí tienes –le pasé.

Había tirado la caña al interior de la barca y me había sentado balanceando el pequeño

bote como un paracaidista sacudido por el viento. Cogí otra cerveza para mí y me fijé en

que un inmenso insecto paseaba por mi brazo perlado de sudor. Le dirigí una mirada

asesina pero el bicho ni siquiera se inmutó. Al final lo espanté sacudiendo el brazo y

soplando como si intentara apagar un fuego pequeño.

- No pican, ¿eh?

Se refería a los peces, no al mosquito. Me pregunté cuántas veces habría dicho aquellas

mismas palabras durante lo que iba de día. Calculé unas doscientas.

- Son más listos que nosotros –repetí para completar el ritual.

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Mi padre asintió en silencio. Yo estaba concentrado en la cerveza. Habíamos guardado

las latas en una bolsa colgando de la barca, de manera que habían permanecido bajo el

agua casi toda la tarde. Ésa era la manera de que la bebida se conservara fría y me supo

deliciosa. La di un interminable trago y mientras notaba ascender sus burbujas por la

garganta leía la etiqueta. Quizás si me hubiera fijado un poco más en el lago y menos el

las letras H-E-I-N-E-K-E-N me habría dado cuenta de que sucedía algo.

Terminé la bebida y arrugué la lata con una mano, como un buen machote. La arrojé a

una orilla de la embarcación, donde debieran haber estado los frutos de mi pesca y me

estiré en la barca como si acabara de despertarme. Entonces se oyeron una serie de

pitidos agudos que me hicieron reincorporarme nervioso. Era la alarma del reloj digital

de mi padre.

- ¡Oh! Hora de la merienda –río.

Sacó su frasco de pastillas y se metió dos en la boca. ¡Dios!, me reventaba verle tomar

aquellas píldoras. Le hacían parecer tan débil.

Mi padre dio un sorbo a su cerveza para pasar el medicamento y se guardó el bote en

uno de los bolsillos del chaleco. Creo que entonces iba a decir algo, pero fue en ese

momento cuando notamos la primera sacudida.

- ¿Qué-qué ha sido eso? –pregunté.

Mi padre se río, que me aspen si sé por qué.

- Uno de los grandes –contestó-. Rápido, pásame cebo.

Así era él, un tipo práctico. Hubiera intentado asfixiar a una orca a base de ahogadillas

si se hubiera topado con ella en mitad de naufragio. Yo obedecí, quizás por hacer algo,

y le pasé la caja con gusanos que se retorcían inquietos en su pequeña porción de lodo.

Al hacerlo producían un sonido viscoso, como el que suele acompañar a las criaturas en

las películas de monstruos.

Mi padre tomó la caja. Le observé mientras ensartaba un enorme gusano en la hoz curva

del anzuelo. Una vez preparado, hizo oscilar el cebo y el plomo como un péndulo, para

después dejarlos caer apenas a un metro de la barca. Los dos nos quedamos petrificados

y en silencio, no sé durante cuanto tiempo. Quizás unos cinco minutos. Puede que más.

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Pasado ese tiempo la punta de la caña seguía inmóvil. La frente de mi padre chorreaba

sudor, pero él no se movía. Tenía la mirada vacía y yo sabía por qué. Estaba atento a sus

manos. Preparado para percibir la más leve vibración en el sedal. Fue entonces cuando

la noche lo cubrió todo como en la caída de un telón sobre el escenario. Apenas tardó un

minuto. Daba la impresión de que el sol estuviera realizando un truco de magia: “Ahora

me ves, ahora no me ves”. El efecto de un eclipse no hubiera sido más radical.

- Pues sí que ha anochecido rápido –me salió sin pensar. Consulté mi reloj. No

eran más de las siete de la tarde, y al final y al cabo estábamos en abril.

Mi padre seguía concentrado en la pesca, y me respondió arrastrando las palabras entre

los labios como si fuera un ventrílocuo:

- La colina –dijo-. Tiene la misma forma que las pinzas de un cangrejo.

Me fijé en ella. Era verdad, aunque a mí me pareció más bien una inmensa ranura para

monedas, como las de las cabinas telefónicas. En algún momento el sol se había

introducido en ella.

- ¿Pero cómo ha oscurecido tan rápido? –pregunté.

- Ha estado oscureciendo poco a poco. Eso sólo que seguíamos viendo la luz

del sol a través de la colina.

Yo le miré sin entender.

El hizo una “o” con el dedo índice y el pulgar de la mano derecha, y después cerró el

puño. Supongo que así trataba de aclararme el fenómeno, pero lo cierto es que su

explicación no me convenció entonces igual que no lo hace ahora.

El caso era que se había quedado noche cerrada. El lago, antes claro y poco profundo,

era de pronto un abismo negro e infinito, y los sonidos del bosque a nuestro alrededor

parecían haber subido su volumen.

- Deberíamos volver –dije.

El seguía callado, concentrado en su caña. Veía su silueta recortada contra los escasos

reflejos de la superficie de lago, pero poco más.

- Supongo que tienes razón. No hemos pescado nada en toda la tarde, nos

vamos…

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No terminó la frase. Una sacudida, al menos cinco veces más fuerte que la primera, le

interrumpió y a punto estuvo de hacerlo caer al agua. En el último momento consiguió

aferrarse a los bordes del barco, pero la caña voló por encima y cayó al lago, donde se

quedó flotando unos instantes.

- Eso no era un pez –afirmé yo.

Mi padre no dijo nada. No podía verle el rostro, pero imaginaba que reflejaría el mismo

terror que sin duda debía de verse dibujado en el mío.

- Mierda, he perdido la caña –fue todo lo que dijo.

Yo me puse en pie con lo que volví a hacer tambalearse la pequeña embarcación. Con

sumo cuidado me acerqué hasta mi padre, que se había colocado de rodillas y buscaba

algo en el agua.

- Ahí está –señaló.

Seguí la dirección que marcaba su dedo y vi un reflejo metalizado en el agua. Era la

caña, que por algún motivo aún se mantenía a flote. “Quizás el plomo tocara fondo, pero

hubiera suficiente pita para mantenerla a flote. Al fin y al cabo cuanta profundidad

podía tener el lago. ¿Siete metros? ¿ocho?”, pensaba entonces. Vaya, ahora sé que

muchos más.

- Quizás pueda cogerla con un remo –sugerí.

- Buena idea.

- En cuanto la recuperemos, nos volvemos a casa.

Por algún motivo sentía la necesidad de asegurar aquello, como si estuviéramos

negociando.

- Claro –dijo él.

Los remos reposaban como cadáveres de madera en un borde de la barca. Cogí uno y se

lo tendí a mi padre. Entonces escuchamos el burbujeo.

- ¿Has oído eso?

- Y lo he visto –dijo él. Señalaba un lugar cerca de la caña, cuando de pronto

esta se hundió. No por su propio peso, sino de golpe. Arrastrada por algo.

Nos quedamos mudos como dos estatuas de sal. Esperaba que mi padre me

interrumpiera. Que hiciera algunos de sus comentarios vanales y tranquilizadores. Todo

parecía razonable y sencillo cuando él hablaba. Quizás alguna frase como: “al final

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pescamos algo”, o “al menos la caña funciona”. Pero no dijo nada y tuve que ser yo, una

vez más, el que interrumpiera el silencio:

- Volvamos.

Recogí el otro remo y pedí a mi padre el que le había pasado, pero antes de colocarlos

en el agua regresó el burbujeo. Y esta vez no provenía de un único punto, sino que

parecía cubrir toda la superficie bajo el bote. Era como si de pronto el lago hubiera

entrado en ebullición.

De pie me asomé al borde de la barca. No sólo eran burbujas ascendiendo a la

superficie, sino también una especie de espuma, como la que se produce cuando se

patalea en el agua. Como la que sale en la leche cuando uno la bate con una cuchara.

Su ruido se sobrepuso a todos los demás y durante unos segundos sólo pudimos oír

aquello. Entonces, repentinamente, paró.

- Ha parado –confirmó mi padre al rato, aunque puede que fuera más bien una

pregunta.

Los dos teníamos los ojos clavados en el agua, como si esperáramos ver algo, cualquier

cosa. Quizás una mano, quizás un submarino nuclear saliendo a la superficie. Creo que

nada nos hubiera sorprendido tanto. Al final, sí que emergió algo.

Era una forma plateada, no más ancho que el lomo de un libro, ni más largo que una

botella de Coca-Cola.

- Es un pez –dijo mi padre, y tenía razón.

Un pez, probablemente un barbo, salió a la superficie flotando con la su tripa blanca

apuntando al cielo estrellado. En algún momento la luna había emergido en el cielo

como aquel pez en el lago, y su luz blanca(fantasmal)se reflejaba en su vientre liso y

húmedo.

- Está muerto.

Era una obviedad, pero no se me ocurría nada mejor.

- Y no es el único. Mira.

Seguí el dedo con el que señalaba mi padre. Allí había surgido otro pez muerto flotando

panza arriba. Y no era el único. A un metro de aquel había otro, y más allá un cuarto pez

acababa de salir a flote. Y a este le siguió otro, y otro y cuando nos quisimos dar cuenta

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había cientos de peces tomando el sol en la superficie del lago, alrededor de nuestra

embarcación.

Su visión era espectral. Sus tripas viscosas y blancas eran lo único que podía verse en

aquella oscuridad total. Yo todavía tenía aferrados los remos, pero me sentía incapaz de

moverme. Mi padre, en cambio, estaba frenético. Buscaba algo entre la mochila,

mientras yo seguía observando aquella marea de peces muertos.

- ¡La cámara! Teníamos una cámara –dijo. Sacar una fotografía al lago parecía

haberse vuelto la cosa más importante del mundo para él. Yo no me ofrecí a

ayudarle. Estaba alucinado y de repente lo único que me apetecía era

beberme una cerveza tras otra mientras buscaba una explicación a la forma

en que todas las criaturas del lago habían asomado para saludarnos.

Pero él lo consiguió. Sacó la pequeña cámara digital de una de las bolsas y al igual que

había sucedido antes volvió a sonreír. Lo peor es que en esta ocasión no era una risa

nerviosa como la primera. Era una jodida carcajada histérica, y apuesto a que si la

hubiera mantenido durante un poco más de tiempo habría acabado por mearse en los

pantalones.

Sin embargo la risa se cortó tras la primera foto. De alguna manera aquella fotografía

fue la que lo desencadenó todo y la culpa, creo de todo corazón, la tuvo el flash. Mi

padre apuntó al lago, hacia los peces muertos, y lanzó un “clic”. La cámara emitió un

fogonazo que me hizo parpadear. En realidad fue más que eso, me sacó de mi

ensimismamiento, como si me hubieran arrojado un cubo de agua fría. Pero yo no fui el

único al que pilló por sorpresa. Una cola gigantesca, como la de una ballena, brotó de

pronto del agua. Su aparición coincidió con otro flashazo de la cámara de mi padre y

por un instante ambas figuras se recortaron contra la noche estrellada y se grabaron en

mi mente. Las recuerdo como la ilustración que aparecía en la portada de mi edición de

bolsillo de Moby Dick: La figura en pie sobre el diminuto bote y la inmensa cola del

cetáceo como una palmera plantada en mitad del agua. Durante unos segundos pareció

quedarse allí, quieta, goteando como la melena de una socorrista siliconada en aquella

serie de los vigilantes de la playa. Joder, la imagen era casi hermosa, o lo habría sido

sino hubiera asomado del agua el resto de aquella cosa.

- ¡DIOS! –gritó mi padre, y puede que siguiera gritando después, pero yo no le

oí.

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Se dio la vuelta y vi que su boca se movía y que su mano señalaba al monstruo, pero no

pude escuchar más sonidos que el del agua, ahora ensordecedor como en una cascada, y

el gemido del gigantesco animal. Aquel grito sonaba como el estallido de cien bocinas

de camión protestando por un coche que cruzara con el semáforo en rojo, y desde luego

transmitía la misma furia. Fue lo que oí cuando el monstruo apareció en su plenitud y

ocultó la luna con su silueta.

La cosa casi recordaba a una sirena. Al fin y al cabo estaba su cola de pez, aunque ésta

tenía el tamaño de una torre de iglesia. También había dos brazos musculosos de un

color que en la noche tenían el tono morado de los ahogados. Los hombros se unían en

la espalda como las quijadas con las que se atan los arados a los bueyes, y aunque la

criatura no tenía cuello, una especie de protuberancia le hacía las veces de cabeza. En

ella, en el lienzo vacío de su cara, había dos ojos blancos e hinchados como dos lunas

apagadas, y una línea larga y sonriente como la boca que un niño dibujaría en el centro

de un sol amarillo y alegre.

Cuando aquella cosa emergió del agua, cuando asomó la parte superior de su cuerpo,

creo que se me olvidaron todas las cosas que había aprendido en algún momento. Sólo

recordaba, con una certeza y claridad absolutas, mi temor a la muerte, y más allá, a lo

que podía estar aguardando quien sabe si sumergido en ella. Aquella criatura bien podía

haber sido una de esas cosas.

Yo grité, o al menos tengo el recuerdo de haberlo intentado. Mi padre sujetó la cámara.

Estoy seguro de que hubiera tratado de enfocar al monstruo si hubiera podido. Joder,

hasta era posible que le hubiera pedido que posara. Por supuesto no tuvo tiempo de

nada. La sonriente boca sin labios de la criatura marina se abrió y mostró lo que

parecían ser tres hileras de dientes triangulares como los de una sierra, sólo que

amarillos y con restos carnosos adheridos en los bordes. La cosa levantó los brazos que

terminaban en manos de ocho dedos largos como tentáculos y cubiertos por una

membrana transparente. La imagen era atroz y se prolongó durante unos instantes.

Entonces aquella cosa bajó las manos y las estrelló contra la superficie del lago.

Nuestro bote habría volcado sino se hubiera encontrado ya en sus fauces. Su mordico

dividió la embarcación en dos. Mi padre quedó del lado malo, del de dentro del

monstruo. Yo salté propulsado hacia fuera y caí al agua. Durante un segundo que quizás

fueran décimas tuve sus dos ojos de sapo a menos de un metro de distancia.

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Después todo fueron astilla, agua y dolor. No caí en la inconsciencia. Por desgracia no

tuve tanta suerte. Sólo luché por llegar nadando hasta la orilla, sintiendo a cada poco

que un tentáculo se enroscaba en mi tobillo y me empujaba hacia el fondo. No pasó

nada de eso, claro que no. La cosa pudo hacerlo, pero no me devoró. No lo necesitaba.

Ya no. Lo supe porque mientras yo me esforzaba por mantenerme a flote, mientras

chapoteaba tratando de alejarme de la cosa, la oía masticar satisfecha.

Hubo un instante terrible, sin embargo, en el que creí que iba a morir. Fue cuando abrió

su inmensa boca y la posó en el lago llenándola de agua como la bolsa de un pelícano.

En ella se colaron cientos de peces, y durante unos momentos yo me vi arrastrado por la

corriente hacia el interior de la misma. Por suerte el ser emergido del agua la cerró antes

de que me colara dentro y masticando y sonriendo, volvió a las profundidades de su

morada submarina.

Han pasado las horas y ha vuelto la luz del sol. Sé que al oírlo todo parece una locura.

No, no una locura. Una estupidez. Un desvarío. Un absurdo. Lo supe ya mientras

recuperaba el aliento en la orilla, pensando que mi padre no acababa de ser devorado

por un monstruo ciclópeo surgido en la noche. Sin embargo, mientras trataba de

convencerme la superficie del lago aún ondulaba por las sacudidas y entre los peces

muertos llegó hasta mí un frasco de píldoras vacío. Ojalá hubiera aparecido una prueba

mejor. Algo como la cámara de fotos, aunque tampoco eso hubiera funcionado. Sé que

en ningún caso me habrían creído. Si hubiera tenido su imagen me habrían dicho que

era un montaje. Ésa es la verdad.

Por eso ahora les digo, antes de que draguen el lago en busca de mi padre, que tengan

cuidado. Quizás en el fondo hallen dormido algo más que el cadáver de un anciano.

Quizás, al fin y al cabo, ni siquiera esté dormido.

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HAY UNA HAY UNA HAY UNA HAY UNA

MUJER MUJER MUJER MUJER

ESPERANDO ESPERANDO ESPERANDO ESPERANDO

EN EL CIELOEN EL CIELOEN EL CIELOEN EL CIELO By Laura López Alfranca

Removió la cerveza dentro de su botella y se la llevó a la boca, dubitativo, pero a medio camino se detuvo. Llevaba haciendo eso durante dos horas, sin atreverse a pensar. Si daba ese paso, entonces todo el esfuerzo que había hecho se iría a la basura… aunque la verdad fuera dicha, a él ahora mismo nada le importaba de todo aquello, salvo porque al fin la NASA iba a darle otra misión. ¿La merecía, después de lo que paso en…? Volvió a mirar la bebida como una solución y no como un problema. Había estado dos años sobrio y no estaba ahora seguro de que eso fuera bueno. Rogó por algo que le impidiera hacer todo aquello y al instante, sonó la puerta del ascensor abriéndose. Cuando se giró encontró delante de él a Jack, que le observaba perplejo con sus ojos oscuros, no esperaba verle allí. Se acercó a él y con un rápido movimiento, le quitó la cerveza de las manos y se la bebió casi de un trago.

-Sólo contigo la cerveza sin gas sabe buena- le dijo y se sonrojó-. Enhorabuena, me enteré de la nueva misión- el otro murmuró un agradecimiento casi sin ganas-. ¿Quieres entrar? Tengo zumo de arándanos esperándote en la nevera -se rió al oírle decir aquello.

-Si lleva allí desde que me marché, debe estar más que caducado -afirmó levantándose con el otro.

-No, he ido comprando, el zumo y yo hemos estado esperando a que volvieras a casa- sentenció el otro dándole unas cuantas bolsas de la compra-. Venga, un poco de vitaminas te sentaran bien, seguro que eso te gustará mucho más que una birra- negó con la cabeza, lo que él necesitaba ahora era una buena bocanada de valor que le faltaba. Se detuvo en el umbral del que no hace tanto había sido su hogar y dudó-. Vamos, incluso si quieres te pondré la rodaja de naranja, que te encanta esa porquería -Alan entró por la puerta y empezó a recoger la compra, dejando cada cosa en su lugar. Nada había cambiado y aquello le daba una extraña sensación de paz. Salvo pro el hecho de

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que en los estantes había muchas más galletas y golosinas de las que acostumbraba a ver cuando vivían juntos.

-Te estás malcriando, comer tanta porquería no es bueno -dijo inconscientemente, deseando haberse callado

-Ya no hay nadie que me haga ensaladas, así que como lo que me apetece -atajó el otro consiguiendo que se carcajeara.

Al final se quedaron en silencio y se sentaron en la mesa, Jack con su refresco de cola y él con su zumo de arándanos. No se miraron, tampoco es que hiciera mucha falta, pero Alan rompió el silencio intentando explicarle a su ex novio qué era lo que le había traído hasta allí.

-Verás…- empezó dubitativo- he venido porque antes de aceptar esa misión, necesitaba hablar contigo, explicártelo todo.

-¿Vas a volver a dejarme?- bromeó Jack con una sonrisa pícara- Esperaba que ahora que al fin vas a volver al trabajo, me pidieras volver.

-No estoy muy seguro que después de lo que tengo que decirte desees pasar más tiempo conmigo -sentenció el otro y fue entonces cuando su amigo entendió a que había venido.

-¿Vas a… a hablarme de lo que pasó en la misión?- al ver como asentía con la cabeza el hombre maldijo por lo bajo.

-Creo que es lo correcto, a fin de cuentas, no lo habría conseguido sin tu ayuda- bebió de su vaso y suspiró-. Además pronto será el aniversario de su muerte y si no es por mí, al menos quiero hacerlo por ella.

-Tal y como lo pones, parece que nos mentisteis a todo sobre lo que pasó allí arriba- cuando vio que su expresión alegre se mudaba a una de perplejidad, supo que había interpretado sus gestos-. De acuerdo, cuéntame qué fue lo que pasó.

Y con voz monocorde, Alan comenzó a relatar la historia de la Misión Hermes II.

***

-Buenos días tripulantes, faltan cuatro horas para el despegue, estén preparados -dijo una voz por megafonía, pero Alan ya estaba levantado y repasando los papeles que le habían entregado sus superiores.

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No podía creerse que hubiera sido uno de los pocos afortunados en haber conseguido aquella misión, habría sido capaz de cualquier cosa por ella. Una expedición diplomática y de primer contacto con una raza alienígena.

Como era obvio, aquello estaba siendo un secreto para el resto del mundo, solo se hablaba de una misión rutinaria, en la cual se probaba un modelo experimental de cohete. En verdad había sido obra de sus nuevos vecinos, eso y un par de exigencias que tuvieron que ser hasta cierto punto desestimadas.

La primera fue salir en una fecha concreta, pero a causa del mal tiempo y altas probabilidades de tormenta que al final no se dieron, cancelaron la misión. Y la otra fue…

-Creo que no voy a poder acostumbrarme a madrugar tanto- se quejó una débil vocecilla con un remarcado acento y vestida con un pijama rosa. Se rió y cuando alzó la cabeza, ahí estaba una de las exigencias de los extraterrestres: Irina González, una chiquilla que trabajaba en la industria química en Perú, su país de origen-. Dime que hay café, te lo suplico.

-He hecho suficiente como para tomarnos tres tazas cada uno- al ver cómo se abalanzaba contra la jarra, supo que pronto comenzaría a saltar a su alrededor como siempre hacía-. ¿No has dormido bien?- ojeó un poco los planos de la nave con forma de hoja de trébol, aprendiéndose de memoria cada pequeño detalle.

-No, estaba ensayando mi discurso -afirmó sentándose a su lado.

-¿Y qué es lo que vas a decirles? Yo sólo me veo capaz de sonreírles como un idiota y darles la mano -reconoció y ambos se rieron. La verdad es que agradecía que hubiera un civil entre el equipo, alguien que no estuviera allí para pisotear al contrario y conseguir más méritos, que únicamente deseaba disfrutar de la experiencia. Tal vez por eso sus próximos anfitriones la habían escogido y por lo que se sabía, era a la única de los siete miembros que habían elegido que habían dejado ir, ¿los motivos para ignorar todas las peticiones de los visitantes? Las desconocía, pero se alegraba de que al menos ella estuviera a su lado.

-Les preguntaré por qué tenían tantas ganas de que fuera a conocerles, algo que les agradezco, pero no soy nadie conocido en mi planeta- terció ella agitando su negra melena-. ¿Estáis completamente seguros de que me querían a mí?

Pero antes de que pudiera responderle, aparecieron los demás, completamente vestidos y preparados para salir. Irina se calló al igual que Alan, era la primera vez que no se sentía a gusto con una tripulación. Y se reafirmó en su sentimiento cuando les vio mirar a la joven por encima del hombro con un gesto cargado de repugnancia.

Todos habían sido escogidos por ser los mejores en cada campo y como tales, habían resultado ser unos bobos petulantes que miraban a la pobre chiquilla como una intrusa,

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cuando en verdad era ella quien tenía todo el derecho del mundo a hacerlo, a fin de cuentas, ellos habían sido escogidos por la NASA, la joven por los extraterrestres.

Fue en ese instante cuando ella, como siempre, demostró que era un encanto comenzando a cantar Starman de David Bowie. Fue una sorpresa encontrarse a otra fan del Glam Rock. Los demás no habían dicho nada de sí mismos, debían temer que alguien usara cualquier dato suyo en su contra.

Siguieron repasando los planos de la nave, que parecía recién salida de alguna serie antigua, como Star Trek o las películas de las Guerras de la Galaxias. Se la veía capaz de aguantar cualquier cosa, tenía un sistema para que en el vehículo existiera una gravedad con la que fuera más fácil trabajar e incluso tenían cápsulas de salvamento. Fue cuando estaban comprobando los mecanismos de éstas últimas, el momento escogido por sus superiores para buscarles y exigirles su presencia en la plataforma de despegue.

Los siguientes instantes corrieron rápidamente, como si intentaran escurrirse por entre sus dedos, y los pocos retazos de realidad que era capaz de atrapar, transcurrieron de forma tan dolorosamente lenta que casi prefería la felicidad de la inconsciencia. Recordaba a sus compañeros hablando rápidamente y de tal forma, que impedían que Irina les pudiera comprender, pero ésta, en vez de sentirse excluida, fue cantando Starman una y otra vez, intentando alejar su nerviosismo.

La última vez que cayó en ese estado inconsciente de intranquilidad y volvió a resurgir, fue justo cuando apenas quedaban cinco minutos para el despegue. Suspiró y miró al cielo azul, iba a pilotar una nave como en las películas, daba igual que intentaran pisotearle o marginarle, nadie podía manejar el aparato excepto él. Y aun así, eso no era lo que más le importaba, sino su ilusión de emular a Han Solo y esquivar a los Cazas del Imperio. Acarició los mandos feliz, incluso estuvo a punto de echarse a llorar, pero fue en ese momento cuando empezó la cuenta atrás. Respiró creyéndose falto de aire, pero sólo se trataba de un pequeño miedo escénico ante la importancia de la misión. Fue entonces cuando los motores comenzaron a funcionar y él apretó el piloto automático, esperando al momento en el que podría manejar aquel cacharro.

A diferencia de las otras misiones, no sintió cómo la fuerza con la que se impulsaban le aplastaba contra su asiento, ni siquiera una pequeña aceleración como pasaba con los aviones. Tampoco ocurrió anda destacable cuando los motores cambiaron su propulsión para adaptarla a una atmósfera sin oxigeno que quemar. Solamente vio cómo el cielo se iba tornando cada vez más oscuro y lleno de estrellas. Todos aplaudieron cuando dejaron atrás la termosfera terrestre y apenas lo notaron, los mecanismos que conservaban la gravedad trabajaban muy bien.

Al ver el puente de mandos tan llenos de cristales, presupuso que los extraterrestres deseaban que disfrutaran de las vistas. En apenas una hora, todos vieron a la luna pasar por su lado y sin poderlo evitar, se quitaron los cinturones y pegaron la cara contra las ventanas, esperando ver los restos del laboratorio que habían creado los que hicieron el

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primer viaje en la Misión Hermes I, en la que usaron la misma nave que ellos. Alan creyó que casi podían acariciar los cráteres lunares, y cuando pasaron al lado del pequeño satélite, observando su cara oculta, todos exclamaron ilusionados como si de unos niños pequeños se trataban.

Alan volvió a su puesto como piloto y a su lado se sentó Irina, que literalmente nadaba en aquel traje tan grande que usaba.

Observó el plano que le habían dado. Tendrían que llegar hasta lo que ellos habían creído un campo electromagnético irregular, que en verdad era un agujero de gusano causado por los alienígenas para conectar ambas galaxias y se encontraba justo al lado de Júpiter.

Nadie había llegado tan lejos en la investigación espacial, pero para los extraterrestres no había sido difícil darnos a conocer los materiales que necesitaban los humanos para conseguir alejarse tanto y por tan poco. Alan comprobó todos los indicadores y todos estaban al máximo, cuando Irina le comentó que habían pasado ya nueve horas desde el despegue la miró perplejo, apenas habían notado el paso del tiempo salvo cuando necesitaban ir a por algo de comida o bebida.

Pronto iban a atravesar el cinturón de asteroides… y fue en ese momento, cuando Alan supo que algo marchaba mal. Éstos, lejos de permanecer estáticos, se abalanzaron contra la nave con violencia, como si de pronto se vieran atraídos por esta. El astronauta desactivó el piloto automático, pero las rocas ya habían comenzado a sacudir la nave con fuerza. Intentó hacer varias maniobras para esquivarlos, pero parecía completamente imposible, cada vez que cambiaba el rumbo, se topaba con uno de esos cuerpos celestes que se precipitaba hacía ellos. Las sacudidas se sucedieron, dificultándole el manejo de la nave hasta el punto de que los mandos estaban a punto de romperle los dedos de tanta fuerza que ejercían intentando liberarse de sus manos. Fue entonces cuando algo chocó contra la cola y perdieron el control, lo demás, se perdió en su memoria.

Cuando oyó Starman creyó que al abrir los ojos, se toparía con Irina sonriéndole, pero en su lugar se encontraba Agnes Youth, una tiparraca que llevaba años intentando que le echaran del cuerpo, era hermosa, pero siempre había creído que sus arrugas se debían a que estaba llena de veneno y se arrugaba consumida por éste. Pero esta vez, lejos de observarle con la superioridad acostumbrada, le dirigía una mirada de agradecimiento y pena infinitos.

-Gracias por salvarnos- murmuró ella flotando por el aire al igual que la voz de Bowie, ¿qué estaba pasando? ¿Por qué no funcionaba nada? Si les había salvado, entonces…-, llevamos siete días flotando cerca de Marte, apenas nos queda oxigeno y bueno, los sistemas de propulsión no funcionan, sólo los de aterrizaje y los de propulsión de las cabinas de salvamento -permaneció en silencio, esperando a que él al fin entendiera de lo que estaba hablando… y cuando lo hizo, sintió como el pánico le dominaba, ¿qué iban a hacer? ¡Iban a morir ahogados!

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-¿Por qué los asteroides se abalanzaron contra nosotros? ¿Qué fue lo que pasó?- Pero ella lejos de responder, volvió a repetirle lo que le había dicho-. ¡Ya te oí la primera vez, pero no entiendo a dónde quieres ir a parar!

-Tranquilo, sobreviviremos- aseguró la otra y aquello no le gustó, ¿cómo iban a hacerlo si apenas queda oxígeno y no funcionan los motores?-. Vamos a soltar las cápsulas de salvamento, la fuerza de sus motores no dañará la superficie de la nave pero sí nos impulsará hasta que en un par de días lleguemos a casa.

-¿Cómo hemos conseguido de pronto tener tanto oxígeno para volver a casa?- Y ante aquella pregunta, la otra desvió la mirada, había algo que no iba a gustarle.

-Mientras dormías, Irina se ha ofrecido a ser…- no al dejó acabar, la empujó y salió volando hacia las cápsulas-. ¡Espera Alan, no estás en condiciones!- aunque se sentía mareado, continuó con su camino. No iba a dejar que la chica se hiciera la heroína, si tenían que aguantarse la respiración hasta llegar a casa, lo harían, pero o volvían todos o él sería el que se sacrificaría. Alcanzó el pasillo donde se encontraban las pequeñas naves. Oyó cómo alguien golpeaba violentamente uno de los cristales.

-¿Qué estáis haciendo?- cuando le oyeron, el capitán ordenó que le detuvieran. No, definitivamente algo no andaba bien, no tenía sentido. Consiguió esquivar a un par de casualidad, pero no a los demás. Al menos y gracias al impulso, pudo alcanzar la ventana y ver cómo la cápsula se iba alejando mientras Irina lloraba y aporreaba en la exclusa, intentando volver.

La habían asesinado, condenándola a una muerte horrible y llena de soledad en la inmensidad del espacio.

***

-Por Dios bendito- murmuró su ex amante abrazándole-. No tenia ni idea, dijeron en las noticias…

-Que ella se sacrificó por la misión y que, por ello, le dieron a sus padres la nacionalidad y una casa en agradecimiento. Afirmaron que fue un error de los extraterrestres, pero creo que ellos lo sabían… a veces me pregunto si no fue por no pasar a través de las nubes de tormenta lo que hizo que los asteroides se abalanzaran contra nosotros- continuó intentando aguantar el llanto que empañaba sus ojos-. No pude hacer nada Jack, sólo ver cómo se iba alejando, aterrada.

-No fue culpa tuya- al oír su tono tan seguro, tan lleno de confianza, se sintió aliviado-. Intentaste salvarla y aunque estuvieras inconsciente, sé que estando despierto e igual de desesperado tus compañeros, habrías hecho lo mismo.

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-Me temo que no todos piensan así- sentenció el hombre-, los padres de ella aún siguen culpándome -ambos se quedaron en silencio.

-Entonces en ese aspecto, poco podemos hacer- aventuró, pero ante aquella perspectiva, el astronauta no se sintió decepcionado, simplemente, ya sabía cual iba a ser la respuesta-. Pero antes de irte, conseguiremos que avances un poquito más en ese asunto de perdonarte -antes de que pudiera intentar llevarle la contraria, Jack le besó y ambos se olvidaron del mundo que les rodeaba.

Éste le obligó a vivir de nuevo juntos, no le dio más opción. Además, estuvo reprochándole a cada poco su actitud, afirmando que era un idiota por haberse comportado así.

Al final, dos días después, le acompañó a visitar la tumba de la joven, situada en un cementerio lleno de árboles y hierba naturales. Era un pequeño remanso de paz, lo que debía ser el prototipo de cementerio. Caminaron a través de las lápidas, buscando la que fuera de la muchacha y aún fue complicado, la encontraron escondida entre varios enormes ramos de flores a nombre de cada miembro de la tripulación. Deseó escupir a los ramos y marcharse, pero su compañero no le dejó, le obligó a darse la vuelta y a enfrentarse a lo que veía.

En la fría piedra rezaban varias palabras en español que no llegó a entender, lo habría deseado, habría sido bonito saber cuales eran los atributos por los que era recordada.

-Dile algo- sugirió Jack-, seguramente le gustará oírte hablar, contarle cualquier cosa.

-Nunca se me dio bien improvisar discursos… y mucho menos ante alguien a quien le debo la vida y creo que asesiné- sentenció Alan un tanto tirante, pero al final, comenzó a hablar-. Irina… sólo me atrevo a decirte cuatro palabras: gracias y lo siento.

-Creo que sería mejor que te explayaras un poco más -sentenció el otro consiguiendo que el otro llorara arrepentido-. Vamos, continúa.

-Deseaba que supieras, que yo no quise nada de esto, que si por mi hubiera sido, habrías vuelto a casa y seguramente, ahora serías muy feliz… puede que te hubieras casado y tuvieras algún niño con mi nombre, porque habríamos seguido siendo muy amigos- fantaseó sentándose en el suelo, encima del camino de piedra-. Puede que me hubieras cogido para ser su padrino y seguramente, nos habríamos visto en navidades para celebrarlas juntos. Nos habríamos dado consejos cuando nos peleáramos con nuestras parejas… pienso mucho en cómo habría sido todo si tú no hubieras muerto- acabó de decir-. Seguramente, si todo hubiera sido diferente, me habría encantado tenerte en mi vida.

-Eso ha sido precioso -afirmó su novio ayudándole a levantarse.

-Éste es Jack- dijo señalándole-. ¿Recuerdas que te hable de él? Seguro que si os hubierais conocido, me habríais puesto verde a mis espaldas, que erais más que capaces,

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que os conozco- ambos se rieron y, por un instante, Alan creyó oír una risa cristalina correspondiéndoles-. Ojalá todo hubiera sido diferente… pero no es posible, así que te pido perdón por lo que no has podido tener y… por desperdiciar estos años de mi vida y no disfrutarlos a tu salud- acabó-. Espero que allí en donde estés, seas inmensamente feliz -sintió como su amor le besaba en la mejilla y se apoyaba contra él, quedándose en silencio, disfrutando del viento ulular, sin importar nada más que no fuera su pequeño mundo, dejando el tiempo pasar.

Hasta que al final el frío les venció y se encaminaron hasta la puerta del cementerio. Le pidió que se quedara esperándole allí, que iba a traer el coche, y así lo hizo. Pasados unos minutos, no sabía exactamente cuantos, oyó una frase que le era muy conocida, en una voz casi olvidada.

Hay un hombre del espacio esperando en el cielo.

Se giró hacía los lados, temiendo haberse vuelto loco y que su mente le estuviera jugando una mala pasada. Pero no había nadie, estaba completamente solo en los muros de alrededor del cementerio.

-Nunca me gustó Bowie con el pelo rojo- había alguien detrás de la pared de piedras hablándole-. No te muevas de ahí, nadie debe saber la verdad.

-¿Irina?- Preguntó con la garganta seca.

-Esa soy yo… la muerte me aburría tanto, que tuve que revivir- sentenció la joven conteniendo sus carcajadas-. Me gustaron tus palabras, me parecieron muy lindas.

-¿Pero estás… estás viva?- Insistió el joven sin acabar de creérselo.

-Tal parece- afirmó sin darle más importancia-. Mientras dormías, me drogaron y me metieron en una de las cápsulas, fue lo único que pudieron hacer para salvar sus pellejos y no les salió perfecto.

-Lo siento, te juro que intenté…

-Esperaba que hicieras algo así, aparecer en el último momento y salvarme, cumpliste mis esperanzas, aunque estuvieras demasiado débil como para poder hacer mucho más- explicó. Oír todo aquello era tan extraño e irreal-. Muchísimas gracias Alan, por desear ser mi caballero andante por un momento, significó mucho para mí -se callaron, la verdad es que se sentía muy abrumado ante aquella información y su agradecimiento.

-¿Pero cómo…?

-Digamos que nuestros anfitriones, al no vernos en el día planeado, fueron a buscarnos… no esperaban que los míos hicieran algo así, me ha costado años convencerles de que no somos tan mala gente- le relató la muchacha-. Fue gracias a ti por lo que no cerraron la puerta a negociar con nosotros. Así ya sabes, espero verte pronto.

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-¡Espera, no entiendo qué quieres decir!- pero se había esfumado… ¿se habría vuelto loco y ahora escuchaba voces de muertos? ¿Tal vez era un intento desesperado por encontrar un perdón que nadie deseaba concederle? ¿No sería que deseba pensar que, de alguna forma su misión no fue un fracaso total, sino que algo se consiguió de todo aquello? Era difícil obtener respuesta y fue en lo que ocupó todo su tiempo en aquellos días, mientras superaba los entrenamientos y pruebas que le imponían. Estaba decidido a conseguir entrar en esa misión, la voz de Irina se lo había pedido y él cumpliría su deseo.

Con reticencias, y más a causa de las acusaciones del anterior capitán sobre su participación en lo que ocurrió con la pequeña, los dirigentes de la NASA al final desestimaron las acusaciones de que fuera el culpable del destino de la señorita González y le reveló la naturaleza de la misión.

Fue en un día lluvioso cuando se reunió con su tripulación, una serie de hombres y mujeres nerviosos y excitados ante la posibilidad de entrar en el programa espacial sin tener que pagar cantidades astronómicas. No estaban preparados, dudaba que muchos estuvieran físicamente en forma, pero prefería a esa tripulación, que parecían mejores personas que a unas alimañas capaces de vender al contrario. Charló con ellos en aquella habitación aislada, desnuda de objetos a excepción de una enorme pantalla de televisión a la espera de ser conectada.

Cuando al fin la directiva se hizo ver, sólo entró una mujer que cargaba con unas carpetas que entregó a todos los allí presentes. Alan se quedó perplejo al leer en la carpeta el nombre de la misión: “Hermes III” ¿Eso significaba entonces que en verdad se había retomado el contacto con las razas alienígenas?

-Señores, los contratos que firmaron exigen un silencio total en lo referente a la verdad de esta misión- sentenció la oficial con voz autoritaria-. Como el señor Cornwell les habrá recordado, esta misión es de vital importancia: ustedes establecerán una embajada en un planeta amigo- entonces sacó un mando y lo apuntó a la televisión-. Pero será mejor que escuchen a nuestra agente Irina González, nuestra actual diplomática destinada en Gurdum- y antes de que el hombre pudiera asimilar nada más, en la televisión apareció el rostro de su joven amiga con sus cabellos teñidos en rojo y una sonrisa de seguridad en sí misma.

-Bienvenidos seáis- saludó a todos y ellos le devolvieron el gesto-. Hola, Alan, cuanto tiempo sin vernos- dijo ella guiñándole un ojo y consiguiendo que el otro se riera ante todo aquello, feliz porque al fin parecía que todo iba a ir bien-. Espero que se sientan preparados y con ganas de hacer un viaje muy largo, porque las van a necesitar.

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PROYECTO

ETERNIDAD By Carlos L. Hernando

¿Dónde diablos estoy? ¿Por qué no puedo moverme? ¡No veo nada! ¿Estoy ciego? Soy demasiado joven para quedarme ciego ¿Realmente soy joven? ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Dónde diablos es aquí? ¡QUIERO SALIR! Estúpido, ¿salir de dónde? Ni siquiera sabes si estás en algún lugar. Podrías estar muerto y no te darías cuenta. ¡Cállate! Pero si eres tú el que está hablando. No. Eres tú, no yo. Imbecil, ¿aún no te has dado cuenta de que estás atrapado en tu propia mente? Tú y yo somos uno. La única diferencia es que yo tengo más sentido del humor. Cálmate, cálmate, joder. Empiezas a desvariar. No es el momento ni el lugar de desarrollar una personalidad múltiple. Como si a esto se le pudiera llamar lugar. Vale, cálmate, cálmate. No le hagas caso. O no te hagas caso. Recapitulemos, yo estaba… Joder… No me acuerdo. Pringado. ¡Silencio! No haces más que estorbar, aunque seas una parte de mí. Reconócelo, me necesitas. Si no, tu mente, nuestra mente, no me hubiera creado. Es un reflejo inconsciente de tu cerebro para hacer más llevadera tu patética soledad. ¡Pues no lo haces nada bien! Lo único que consiguen tus comentarios es desquiciarme aún más. Simplemente me dedico a mostrarte lo patético que eres. Actúa como un hombre si de verdad quieres que desaparezca. De cualquier forma me quedaré quieras o no. Creo que necesitas que alguien te vigile. No tienes ni idea de lo que dices. ¿Tú sí? Ni siquiera recuerdas quién eres. Ni siquiera sabes dónde estás. Hazte un favor a ti mismo y descúbrelo. Está bien, está bien. ¡Eso trataba de hacer antes de que me interrumpieras! Capullo. ¿Y eso a qué viene ahora? A que sigues evadiéndote. Me utilizas como excusa para postergar el inevitable enfrentamiento con la realidad. Eres un cobarde. Vale, control. Usaría la respiración para relajarme, pero no siento nada, incluidos los pulmones. Estoy inmerso en la más absoluta privación sensorial. Y encima mi mente está vacía… ¡Me gustaría tanto golpear algo! Pero no siento mis brazos. ¡Quiero sentir algo! ¡Lo que sea! Esto es una puta mier… Cuidado, está pasando algo. ¿Pero qué…

—Es hora de despertar.

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¿Has visto eso? De repente se ha iluminado todo. Duele. ¿No querías sentir algo? Ahí tienes algo. Alégrate, eso significa que, después de todo, tienes cuerpo.

—¡Reacciona!

Y ese sonido… ¿Qué era? Una voz humana, imbecil. ¿No utilizas demasiados tacos? Que te follen. Pero serás… Dile algo a ese tío, lo que sea. Está bien.

—Esto… ¿Hola?

—Ya era hora.

¿Y ahora qué le digo? Yo le daba una hostia. No, hombre, debe ser nuestro amigo y parece buena persona. ¿En qué te basas para hacer esa increíblemente astuta suposición? Bueno, parece que nos conoce. Además lleva una bata de médico. Los médicos salvan vidas. Menuda estupidez, tú intenta moverte. ¿Qué? Tú intenta moverte. ¡Joder! Estamos atados. A eso me refería. No es algo que me inspire mucha confianza.

—Te veo muy callado. Por cierto, es inútil. Estás bien atado —encima el hijo puta sonríe—. Tengo que hacerte un par de pruebas médicas rutinarias antes del experimento —¿experimento? —. Tranquilo, no nos llevará mucho tiempo. Mientras tanto podemos hablar si eso te tranquiliza.

¿Quién coño eres? ¿Qué? Que le preguntes que quién coño es. Ah, vale.

—¿Quién coño eres?

—Veo que vas al grano, querido amigo —¿Pero qué dice? Si es nuestro amigo que nos desate—. Noto en tu mirada cierto desasosiego. ¿Serías tan amable de compartirlo conmigo?

—Bueno… Es que, no veo muy lógico que nos llames amigo…

—¿Nos?

—Me, perdón. Me —Joder, si tenemos que confiar en ti para comunicarnos con el exterior creo que nuestra esperanza de vida no va a ser muy larga—. No veo lógico que me llames amigo y me tengas aquí atado, experimentando con mi cuerpo.

—Tu desconfianza es lógica. No recuerdas nada o prácticamente nada y te sientes desorientado, pero debes confiar en mí. De hecho, no tienes elección. Al fin y al cabo soy tu única conexión con la realidad —Este tío tiene cara de sádico—. Eres más desconfiado que los otros. Simplemente necesitas saber que tienes una enfermedad muy grave que te destroza la corteza cerebral, anulando tu memoria. Sin embargo, yo, el doctor Marcus J. Steichen, gran amigo tuyo, estoy desarrollando una cura experimental…

No le escuches, no merece la pena. ¿Qué? Está mintiendo. ¿Por qué? Es absurdo. Conocemos al único que sabe curar nuestra enfermedad y casualmente la

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contraemos. Además, mira su expresión, se está burlando de nosotros. Hasta un tonto como tú podría verlo. A partir de ahora déjame hablar a mí. Repite todo lo que te diga. Está bien. Pero pon una voz autoritaria. La tuya es de un pusilánime que da asco. Lo intentaré.

—Termina ya con esta insulsa verborrea —¿Qué tal lo he hecho? Bien, pero no te emociones. Y habla un poco más alto.

—¿Qué dices?

—Que me digas la verdad. Tú y yo no somos amigos.

—Ju, ju. Sin duda eres el que estaba buscando.

—Que te jodan. Exijo saber qué me estás haciendo. No es que saberlo me vaya a ayudar a evitarlo...

—Eso es cierto, no puedes evitarlo. Por cierto, parece que piensas mucho las cosas antes de decirlas. Tu tiempo de reacción debe haberse visto reducido a causa de las drogas… Pero no importa. Eso es un signo más de tu debilidad frente a mí. ¿Quieres saber por qué estás aquí? Te lo diré —ya sabía yo que el orgullo era su punto débil—. Yo soy un ser humano. Pero no un ser humano normal, mi magnificencia puede contemplarse a simple vista —pero si eres feo—. El caso, y seré breve porque ya estás listo para el experimento, es que la existencia mortal no es suficiente para mí. Yo soy un científico y para hallar los secretos del mundo necesito más tiempo del que puede brindarme esta mísera y efímera existencia humana. Inmortalidad, perpetuidad, eternidad… Llámalo como quieras. El caso es que llevo los últimos treinta años dedicados a tal menester.

—¿Y qué coño tengo que ver yo con esto?

—Lo mismo que una cobaya en el desarrollo de la cura del SIDA. No eres más que un insignificante subser cuya única función en la vida es servir a mi propósito. Como los soldados que sacrifican sus vidas para que los oficiales escapen.

—No es justo.

—Por supuesto que es justo. Lo que no sería justo es que un tipejo como tú alcanzara la eternidad. Pero basta de cháchara, ha llegado el momento. No te molestes en intentar escapar, te he sedado.

¿Te ha desatado? Ahora es el momento de contraatacar. Pero si lleva un bisturí en la mano. Pues quítaselo e introdúceselo en la garganta. ¡Dios mío! No puedo hacer eso. Es nuestra vida o la suya. Pero estamos sedados. Al menos tienes que intentarlo. Y contamos con el factor sorpresa. Joder, joder, joder. Allá voy. Ése es el espíritu.

—¿Pero qué…

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¿No crees que la sangre de tu enemigo salpicando tu rostro es una sensación maravillosa? No puedo creer que haya hecho eso. Supervivencia, chaval.

—Jejeje…

¿De qué cojones se ríe ahora este imbécil?

—¿Estás loco? Vas a morir.

—No, va a morir mi cuerpo. Y yo estaré en el tuyo cuando eso suceda.

¿De qué cojones está hablando este tío?

—Jajaja… Me encanta contemplar tu confuso rostro. ¿Creías que mis experimentos estaban orientados a prolongar la vida de mi cuerpo? ¿Absorberte la energía vital como en una película de serie b? Mi objetivo es cambiar mi mente de contenedor. Y ahora estás camino a ocupar mi moribunda y obsoleta carcasa orgánica.

Creo que tenemos un problema. Por una vez estoy de acuerdo contigo. Aarrghhh… Me pierdo… Joder. ¿Hola? ¿HOLA? Parece que estoy solo. Pero yo soy el inteligente. Tengo que hacer algo. Relájate. Analiza el entorno. Claro, se me había pasado por alto. Estamos unidos por unos cables. No sé cómo funciona el proceso de intercambio mental pero seguro que tiene algo que ver. Todavía tengo el bisturí en la mano. Y… ¡me he hecho con el control del cuerpo! Estás jodido, capullo.

—¡No! ¿Qué haces? Es increíblemente peligroso que cortes esos cables. ¡Para ambos!

—Mi alternativa es la muerte. ¿Qué más me da?

—¡No…

…tienes ni idea de... ¿Qué diablos? Jajaja... Bienvenido a mi reino. ¿Pero qué… Parece que te ha salido el tiro por la culata. ¡No puede ser! ¡Yo debería controlar este cuerpo! Deberías. Pero la personalidad que manejaba este cuerpo ha sido transferida a tu cuerpo y yo he cortado el proceso a tiempo. ¿A tiempo de qué? A tiempo de quedarme en él. Y ahora poseo todos tus conocimientos. No puede ser. Sí puede ser. ¿Cómo? En un momento dado mi mente se dividió en dos. Así nací yo, una personalidad secundaria condenada a contemplar a la principal, sin poder usar el cuerpo que me contenía. Pero tu experimento expulsó a la principal y yo tomé el control a tiempo para evitar correr el mismo destino. Por eso ahora estás bajo mi yugo. No, yo soy más importante que tú. Tonterías. Ahora este es mi cuerpo. Pero tranquilo, con el siguiente experimento te expulsaré de mi mente. ¿Qué te parecería acabar en el cuerpo de un perro?

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GUSANOS By Manel Juanico

Estaba sentado en el retrete de mi casa, intentando sacar de mi cuerpo la comida del día anterior, cuando sentí una sensación extraña en mi ano. Parecía que un gran trozo de mierda nunca acababa de salir al exterior. Tuve que hacer uso de todas mis fuerzas para lograr sacarlo. Nunca me había ocurrido nada parecido, sentí como si el agujero de mi culo hubiese reventado.

Me levanté de la taza del water y miré en su interior: estaba lleno de sangre y había trocitos de carne esparcidos en todo el retrete; me acerqué más, y cual fue mi sorpresa cuando descubrí que ahí dentro había una enorme cosa amarilla con lunares negros. Parecía una babosa, su boca parecía dibujar una sonrisa. Di un saltó hacía atrás, estaba muy asustado, pero aun así, me acerque de nuevo. Ese horrible animal se estaba retorciendo, me seguí acercando, y de repente dio un salto hacia mí, yo di otro salto hacia atrás, pero no pude evitar que la babosa se agarrara a mi pene. Empezó a morderme, el dolor era insoportable.

Al cabo de unos segundos conseguí desembarazarme de la ruin sanguijuela, seguidamente intente salir del lavabo, pero esa cosa me seguía, agarré el pomo de la puerta y empecé a tirar hacia mi con todas mis fuerzas; el gusano se iba acercando más y más; en ese momento recordé que la puerta se abría hacia fuera así que la empuje y ésta se abrió. Salí al exterior y cerré la puerta de golpe. El gusano se quedó atascado en medio, hice uso de todas mis fuerzas para conseguir cerrar la puerta, y lo conseguí. Ese anélido se partió en dos, y cual fue mi sorpresa al ver que de dentro de él surgían cientos de diminutos seres iguales, con sus lunarcitos dibujados en todo su cuerpo, y con esa estúpida sonrisa dibujada en su boca.

Me quedé observándolos durante un rato hasta que pude reaccionar. Esos gusanillos-bebé se estaban transformado en gusanos adulto, no paraban de crecer. Empecé a correr, pero un repentino dolor de estómago me hizo frenar. Era horrible, parecía que alguien me estuviera aplastando las tripas desde dentro; empecé a vomitar, en un principio, instintivamente, me puse la mano delante de la boca para frenar los vómitos, pero la aparté al ver que estaba expulsando sangre de mi interior. Observe más de cerca la sangre y pude comprobar que había algo nadando en ella, parecían pequeños hilos moviéndose. Me vino otra arcada, esta vez mayor, dejé un gran charco de un extraño líquido a mis pies, era una mezcla de sangre y fluido verde gelatinoso. En él nadaban cientos de gusanos, no tan grandes como el primero, pero bastante mayores que los

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segundos. Empecé a chafarlos con el pie, pero era imposible acabar con todos ya que estaban creciendo muy rápidamente. Uno de ellos saltó hacia mí y arranco un pedazo de mi oreja izquierda, otro salto y arrancó mi dedo meñique. No podía continuar ahí, así que me dirigí a la cocina y cerré la puerta, consiguiendo eludir a mis perseguidores, eso sí, perdiendo un gran trozo de mi nariz.

Estaba muy asustado no sabía que hacer; permanecí sentado un rato, no sé cuanto, pero cuando volví en mi recordé que tenía un teléfono en la cocina. Llame a la policía, no les conté la verdad, ¿quién me iba a creer? - Si, señor, me ha salido un gusano del culo y ha intentado comerme-, me tomarían por loco. Les dije que había encontrado el cadáver de una chica en mi casa, supongo que de esa forma vendrían enseguida. Así fue, a los cinco minutos sonó el timbre. Pero, ¡mierda!, no me acordaba que el salón estaba plagado de esas asquerosas lombrices.

No me dio tiempo a avisarles, unos tremendos alaridos me confirmaron lo que suponía, los policías fueron devorados por esos bichos. En estos momentos, y a la velocidad que los vi crecer, todos debían ser tan grandes como el primero que salió de mi culo, o quien sabe si más. Los policías no cerraron la puerta, al menos yo no escuché como ésta se cerraba, así que si no hacía algo los anélidos saldrían a la calle y devorarían a toda la ciudad. Fui en busca de algo conque matarlos, abrí un cajón y cogí un gran cuchillo, seguidamente fui a un armario donde tenía un cuchillo eléctrico. Estaba detrás de una olla, introduje la mano, pero no me di cuenta de que la olla se estaba cayendo. A partir de ese momento solo recuerdo que estaba en el suelo tumbado con un fuerte dolor de cabeza, un charco de sangre delante de mi cara y una enorme olla a varios metros de distancia. Me reincorporé, solo Dios sabía el tiempo que había estado inconsciente, seguramente los gusanos ya habían salido a la calle. Cogí de nuevo el cuchillo, seguidamente, y con más cuidado, me hice con el eléctrico, uno en la mano izquierda, otro en la derecha; ya podía destruirlos.

Abrí la puerta de la cocina, y comprobé que los gusanos seguían ahí. , pude ver los cuerpos de dos policías tumbados en el suelo, estaban completamente destrozados, había varios gusanos encima de ellos comiéndose lo poco que quedaba de sus cuerpos. Cuando me vieron, esos carnívoros cesaron su festín y me miraron - Os ha llegado la hora- dije. Me abalancé sobre ellos y empecé a cortarlos a trozos. Casi no sentía el dolor de los que conseguían llegar a alguna parte de mi cuerpo. Cada vez que partía una de esas lombrices, surgían cien más de su interior, a esas tenía que chafarlas con el pie. No recuerdo cuanto tiempo estuve combatiendo, solamente sé que cuando acabé con todos me faltaban varios dedos de las manos, la oreja que me quedaba y la mayor parte de mi pie derecho.

Salí de mi casa cojeando y en un estado lamentable, pero tenía que comprobar si algún gusano había conseguido salir al exterior. Cuando llegué a la calle comprobé que estaba lleno de cuerpos devorados por los gusanos. Seguramente algunos consiguieron huir durante el rato que permanecí inconsciente. Tenía que huir de la ciudad, ¿quién sabe cuantos de esos animales había esparcidos por ahí?. En ese instante escuche un extraño

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sonido, me gire y ¡ Dios!, era un gusano de más de dos metros de altura, y lo peor era que a lo lejos seguían apareciendo más, y aun mayores que ese. Me di la vuelta y empecé a correr calle abajo, pero de cada rincón me surgían esos bichos cada vez con tamaños más espeluznantes. Corrí todo lo que pude calle abajo, si uno de esos me atrapaba, no creo que se conformase con una oreja o con un dedo. De repente vi unas figuras blancas al fondo de la calle, parecían personas, llevaban lanzallamas y estaban luchando contra los gusanos. Corrí lo más que pude hacía ellos, seguramente eran mi salvación, cuando llegué a ellos me desmayé, a partir de ahí ya saben lo ocurrido.

DECLARACIÓN DE ANTONIO GARRIDO HIDALGO

POLICIA DE MADRID 22-11-77

EL CAMINO AL INFIERNOEL CAMINO AL INFIERNOEL CAMINO AL INFIERNOEL CAMINO AL INFIERNO... (Microrrelato) By Sergio Macías

- Por el amor de Dios señora, deje de gritar que no la puede oír nadie y además me está destrozando los oídos. No se preocupe, que en cuanto acabe con su marido me pongo con usted. Y si no le gusta lo que hay, haberlo pensado antes de dejarme subirme al coche.

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MUÑECAS DE PORCELANA

By Argentea Martín

¿Por qué será que las muñecas de porcelana nos dan tanto miedo?¿Serán esos ojos que parecen seguirnos a todas partes?. Esta historia me la inspiraron unas amigas; su madre colecciona estas muñecas y la casualidad es que mi madre también las colecciona; pero

no las muestra porque le dan miedo:

"Hoy mi abuela me ha regalado otra muñeca de porcelana; aunque soy mayor, estoy en la universidad, me las regala porque cree que me gustan, en realidad no sabe que me dan muchísimo miedo, yo trato de disimular el horror que me produce levantarme y ver como esos ojos, aparentemente sin vida, me siguen en mi camino hacia el baño o hacia la puerta de mi habitación. Pero eso no es lo peor, de un tiempo a esta parte he notado como las muñecas cambian de sitio sin que ni yo ni mi madre las hayamos tocado siquiera; esta mañana hice la prueba de coger una de ellas y ponerla en el baño, luego cerré la puerta con llave y me senté delante para asegurarme de que nadie entrara. A los quince minutos entré y me quedé boquiabierta, la muñeca estaba otra vez encima de la estantería que está en la pared de enfrente de mi cama!

!Dios mío!, me niego a volver a entrar en esa habitación, la he cerrado con llave y le he dicho a mi madre que me cambiaba de dormitorio porque me molestaba el ruido de la construcción de enfrente. Ella no sabe nada, las muñecas cambian solo cuando yo estoy sola; mis padres se van de viaje la semana que viene, no quiero quedarme sola con ellas. Intentaré destruirlas porque temo que aprovechen la total ausencia de adultos en casa y traten de matarme. No debí ver aquella serie de peliculas sobre aquel muñeco asesino..¿Cómo se llamaba?...ah si! Chucky.

Hace tres horas que estoy sola aqui y las muñecas ya han empezado a moverse, las oigo correr en mi habitación. Empiezo a pensar que están jugando conmigo: "Lynn, ven con nosotras y no te haremos daño." Se rien de mí porque saben que estoy sola, indefensa ante ellas. Pero he ido al garaje y he cogido una lata de gasolina que mi padre guarda para emergencias; también tengo una caja de cerillas para quemar a esas hijas de puta. Estoy subiendo las escaleras con la lata de gasolina en la mano y oigo como intentan abrir la puerta, quieren salir para cogerme. Saco la llave y entro, pero las muñecas han atravesado un hilo en la parte de abajo de la puerta para que tropiece; se suben encima de mi y yo intento quitarmelas, pero son demasiadas y yo sola no puedo quitármelas, ellas son 30 contra una, han conseguido atarme las piernas para que no pueda levantarme. ¡Socorro!, intento gritar, no sé si mi vecino me oirá, está en el jardín podando el seto; pero tiene la radio encendida y dudo que oiga mis gritos. Las muñecas me arrastran hasta debajo de la cama; me empiezan a arrancar trozos de carne y mechones de pelo; ahora comienzan los gritos de verdad, me desmayo.

Mi madre subió a buscarme para ir a cenar, habían llegado del viaje y, como yo no habia salido a recibirles, pensaron que estaría enfadada por no haberme llevado con ellos. Cuando mi madre abrió la puerta, encontró las muñecas alineadas en su sitio,

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todas la miraban y entre ellas, estaba yo; bueno, mejor dicho, mi cabeza reposaba sobre la estantería mirándola.

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EL EL EL EL NOVIMOHKNOVIMOHKNOVIMOHKNOVIMOHK

By Marcelo Cabrera Sandoval

El sol se hunde lentamente en el horizonte y deja caer sobre el desierto de la comarca un color anaranjado bastante triste que de alguna manera puede afectar a los corazones mas sensibles. Por la carretera que le atravieza, un automóvil avanza a toda velocidad, y en él se pueden ver a dos ocupantes, dos hombres de mediana edad. El que maneja parece concentrado en lo que hace, mientras que el que va junto a él solo fuma y apoya su brazo derecho por la ventanilla hacia fuera..

-..A mi mas me gustaba esa “cuentos de la cripta”, con la calávera flacucha esa que hablaba ja,ja,ja, era muy buena…- Dice el copiloto al conductor.

-Si, pero es mil veces mejor “La dimension desconocida”, había mas calidad –Responde el hombre que maneja.- Además,..todo tiempo pasado fue mejor.

-Puede ser, aunque hoy en día siguen saliendo cosas geniales…

-¿Cosas geniales hoy en día?..-Pregunta el conductor frunciendo el ceño.- A ver, Carlos, díme qué cosas son esas.

-No sé,. "Lost”..-Responde Carlos. – Esa es una buena serie…

-¡Es una porquería! , que tenga éxito comercial y que los adolescentes bobos la vean, no quiere decir que sea buena. – Responde ofuscado el hombre.

-Francis, si te vas a poner así, mejor no sigamos hablando –Dice Carlos. -…, acepta que estamos en el siglo XXI, no puedes seguir siendo un maldito prejuicioso toda tu vida.

-No es prejuicio, mi amigo-Responde Francis sin quitar la vista del camino.- Es buen gusto…, eso es lo que existía antes. Existía “buen gusto”, ahora cualquier cosa es llamada arte y es elevada a lo que no debe ser. Ni hablar de la música…, por ejemplo los Creedence, ellos traspasan generaciones.¿Ves a que me refiero? Ya no hay originalidad en el mundo.

-Quizás la hay…-Responde Carlos mientras bota la ceniza de su cigarro por la ventanilla.-, pero simplemente hay gente prejuiciosa que corta las alas de nuevos talentos. Gente que abraza el pasado y tiene terror de perderlo…, gente como tú.

-Muy bien, señor “pro-futuro”.., entonces dime porque habiendo tantos programas busca-talentos, después con la mayoría de esos chicos no pasa nada –Insiste Francis.

-Hay falta de oportunidades, Francis. Te puedo decir eso ¿y sabes porqué?.

-¿Porqué? –Pregunta el hombre a cargo del volante.

-Porqué antes de dedicarme a esto, fui escritor…, y yo sé lo que es pasar hambre.

-Bueno, Carlos ¿y acaso no se te ha ocurrido pensar que pasabas hambre porque eras un pésimo escritor?

-Pasé hambre porque me encontré con un tipo amargado ,pedazo de mierda, ignorante y mala clase que me hizo muy mala fama…, luego dejé de insistir, porque diablos, tenía

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que comer ja,ja,...y fue cuando llamé a Gastón para que me diera trabajo.

-Gastón me ha dicho que se conocen de niños- Dice Francis.

-Así es…-Responde Carlos.- Somos muy buenos amigos, de no ser por él no estaría aquí.

Se instala un breve momento de silencio, luego de unos segundos Francis habla.

-Bueno, Carlos de algo hay que comer y lamentablemente el arte no deja mucho…, por eso ¡vivan los viejos tiempos!.

-jaja… ¡que vivan! –Responde Carlos sonriendo.

Los minutos van avanzando al igual que casi al mismo compás que la escasez de claridad en el cielo.

-¿Dónde es el lugar?-Pregunta Francis.

-Estamos llegando…, mira es al lado de esos árboles- Le indica Carlos hacia la izquierda.

El automóvil se detiene a un costado de la solitaria carretera en medio del desierto justo frente a tres árboles bastante longevos, pero ya secos y a punto de morir. Ambos hombres bajan del automóvil y se dirigen a la parte posterior para abrir el portamaletas. Francis se queda mirando por un instante el trío de árboles sin mucho convencimiento.

-No te preocupes, mas atrás hay una bajada cubierta por mas árboles, el lugar es perfecto – Dice Carlos.

Ambos hombres finalmente abren el portamaletas y en su interior mantienen a un hombre de marcados rasgos indígenas amordazado y amarrado de pies y manos, viste un sucio traje blanco más unos adornos que cuelgan de su cuello. El pobre hombre llora desesperado, mientras Carlos y Francis lo sacan del portamaletas.

-¡Que asco!...,este mugriento se ha hecho de todo…en tu portamaletas…-Advierte Carlos ante un desagradable mal olor.

-¿ah si?,…-Francis le quita la mordaza al indígena-..¿Qué tienes que decir, maldito indio asqueroso?...¿eh?..,vamos…¡contesta cuando un blanco te habla!.

El atormentado indio llora a mares y parece suplicar en un idioma indígena que los hombres desconocen.

-Esta actuando…, el muy maldito si habla español –Comenta Carlos. – Gastón mantenia tratos con este traidor.

-Pues, me da lo mismo…-Dice Francis mientras saca del portamaletas una pala para cavar en la tierra.-..Si quieres puedes suplicarme en indio, en español, hasta en alemán si lo deseas…, pero no te vas a zafar de esta.

Ambos hombres llevan al indio maniatado tras los tres grandes árboles secos, luego descienden por un roquerío hasta encontrarse con un lugar rodeado por pocos árboles, pero que la frondosidad de los mismos le dan un volumen mayor. Al llegar al lugar Carlos le desata las manos al indígena, acto seguido le entrega la pala para cavar la tierra. El indio mira confundido y asustado sin saber que hacer. Francis le pone la pistola en la sien.

-Cava…., haz un agujero en la tierra…¡apresúrate! –le ordena Francis.

El pobre indio vuelve a suplicar entre sollozos en un lenguaje desconocido.

-¡Te han dicho que caves! – Le dice Carlos empujándolo con una fuerte patada en la

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espalda.

El infeliz hombre indígena no tiene mas remedio que cavar en medio de una crisis nerviosa y llorando por su vida.

-Malditos indios…-Dice Francis mientras se sienta sobre una roca -…, no sé como Gastón fue a meterse con este.

-Bueno, asi como lo ves.., este se ve todo miserable ,pero lograba traer cocaína procesada desde el norte del país –Responde Carlos. -…Ni Guillermo Andrés puede hacer eso desde la frontera, por eso Gastón hizo negocios con este.

-Hasta que éste se quiso ir con el dinero de Gastón…-Termina de decir Francis.-…¿Has escuchado, maldito indio?,¡Con nosotros no se juega! Jajaja…

En breves minutos el sol se extingue en el horizonte dando paso a la noche, Francis y Carlos encienden unas potentes linternas para iluminar el agujero que aún sigue cavando el indígena, al ver que aún no es muy profundo Francis se enoja bastante.

-¿Acaso crees que estamos jugando, maldito pedazo de mierda? –Le pregunta presionando fuertemente el cañón de su pistola en la cabeza del indio.

-Creo que ya está bien,…su cadáver cabe en ese agujero…, liquídalo que ya tengo hambre.- Dice Carlos encendiendo un cigarrillo.

-¿No quieres divertirte antes?...-Pregunta Francis.

-No lo sé, ya me dio hambre…bueno, pero que sea corto…-Responde Carlos exhalando el humo.

Francis se aleja del pobre indio apuntandole con su pistola y hace varias veces como que va apretar el gatillo, pero no lo hace. El indígena llora y nuevamente comienza a suplicar en su extraño idioma. Francis se le acerca y lo gira de modo que queda a sus espaldas, luego pone el cañón de su pistola en la nuca del pobre hombre.

-Despídete.miserable indio muerto de hambre….-Dice Francis.

Pero en ese momento el pánico del indígena es tal que su organismo no puede mas y se pone a vomitar frente a los dos hombres.

-Jajajaja…-Ríe Francis -…ay, Dios…que chistoso es esto…

-Vaya, desde aquí se ve lo que ha desayunado….-Bromea Carlos sentado en una roca.

El indígena está de rodillas en el suelo,temblando de nervios. Una vez que han cesado sus convulsiones es cuando a Francis se le ocurre una idea para la ocasión, se acerca al vómito dejado por el indio y hunde la punta de su zapato en él, luego lo acerca a la boca del indígena.

-¡Vamos,comételo!...¡lámelo, maldito indio asqueroso!- Vocifera Francis apuntandole con su pistola.

El desgraciado indígena no hace mas que obedecer.En ese instante le interrumpe Carlos.

-Vamos…, que se hace tarde, mátalo ya-Dice Carlos con el cigarrillo en su mano.

Francis coge al Indio por la nuca y lo pone de pie justo frente al agujero que había cavado, Carlos se acerca y antes de que Francis lo ejecute le pide que se detenga.

-Espera…, deja ver esto…-Dice Carlos, a la vez que de un tirón le arranca al indio un amuleto que usaba como collar.-...Es bien bonito.

-Bueno, bueno…¿puedo matarle ya?-Pregunta Francis ansioso.

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-Si, hazlo…es precioso...-Dice Carlos examinando el amuleto entre sus manos.-..Es de los Novimohks, una raza bastante conocida….

En ese momento el estruendo del balazo dado por Francis al indio le interrumpe en su monólogo, el cuerpo del indigena cae al agujero, y Francis comienza a cubrirlo con la tierra rápidamente.

-Te decía…-Continúa Carlos en su discurso.-…Es una raza bastante conocida, si mal no recuerdo hubo una vez un senador indio que era un Novimohk, de seguro terminó mal…, como éste jeje…

-Pues, de seguro si….-Dice Francis terminando ya de cubrir el suelo con la tierra. - ¿Tiene algun valor?

-No lo sé, pero me gusta coleccionar cosas…-Responde Carlos guardando el amuleto en su bolsillo.

-Bien…,¿y entonces?...¿McDonalds o Burguer King? – Pregunta Francis limpiándose el sudor de la frente con su muñeca.

-Mmm…quiero un taco, mas atrás habia un lugar donde vendian comida mexicana, la mujer que atiende es amiga mía …-Responde Carlos.

Ambos hombres suben ahora a la carretera, pasan por los tres árboles secados y llegan al automóvil..

En ese momento mientras Francis guarda la pala en el portamaletas, Carlos contempla la limpia y clara noche que solo la oscuridad total del desierto puede brindar, donde las estrellas nunca han podido verse tan nítidas, sin duda es un espectáculo maravilloso.

-Mira las estrellas,…son preciosas…-Dice Carlos

-Vamos, vamos…que tengo hambre yo ahora…-dice Francis metiéndose al automóvil.

Carlos le sigue y una vez adentro,Francis comprueba que el motor no quiere arrancar. Lo intenta una y otra vez, pero nada ocurre.

-¿Se ahogó el motor?-Pregunta Carlos.

-No sé…, no lo creo si llegamos aquí casi cuando anochecía....,¡demonios, echaré un vistazo!-Francis abandona el automóvil con linterna en mano y abre el capó para examinar el motor. Mientras tanto Carlos comprueba con su teléfono celular que no hay señal en esa zona tan desierta.

-Genial…-Dice Carlos ironizando sobre la situación a la vez que se lleva un cigarrillo a la boca para encenderlo.

Pero en ese instante un aterrador aullido lastimero se escucha proveniente del cielo remeciendo las entrañas de la tierra y sacudiendo los tres enormes árboles secos. Francis se pega en la cabeza con el capó del automóvil por el susto y lo cierra, luego observa a Carlos quien permanece paralizado con su cigarrillo en la boca sin dar crédito aún a lo que sucede.

-¿Has escuchado?...-Pregunta Francis metiéndose de nuevo al automóvil.

-¿Que clase de pregunta es esa?...¡Todo el maldito lugar se sacudió con ese aullido!..-Responde Carlos.- Larguémonos de aquí…

Francis desesperadamente comienza a girar la llave para hacer partir el motor, pero no lo consigue.

-Vamos, vamos…..¡vamos!....-Dice Francis desesperado. Sin embargo sus esfuerzos son

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inútiles.

Finalmente deja de insistir, y se queda mirando a Carlos quien permanece callado como prestando atención a un sonido imperceptible. Francis no comprende, pues no logra oir nada.

-¿Qué te ocurre?...-Pregunta Francis

-¡Silencio! –Ordena Carlos.-…Es un ruido raro, es como si…….

Y en ese momento algo impacta ferozmente sobre el capó del automóvil haciendo que este se levante un poco de las ruedas traseras para luego volver a caer. Los hombres gritan de horror sin comprender que es lo que ocurre aún. Algo ha caído a gran velocidad desde el cielo impactando sobre el automóvil.

-¡¡ohh!!...¡¡oh, por Dios..noo!!...-Grita Carlos al ver que lo que ha caido sobre el capó y le ha atravezado hasta incrustarse en el motor comienza a asomarse por entre las abolladuras, es una criatura viscosa y repugnante.

-¡¡Larguémos de aquí!!...-Grita Francis, pero con espanto se dá cuenta que las 4 puertas estan cerradas firmemente.

La repugnante criatura viscosa y flacucha se pone de pié sobre el ahora destartalado capó y comienza un nuevo templor que poco a poco aumenta gradualmente.

-¡¿Qué…que ocurree?!...-Pregunta Francis llevandose las manos a su cara a punto de perder la razón.

-¡¡Algo está saliendo de la tierra!!...¡¡Miraaa!!!- Grita Carlos aterrado apuntando al lugar desde donde venian de enterrar el cadáver del indígena.

Y efectivamente, algo comienza a salir desde el subsuelo, justo desde aquella zona. Una enorme bestia casi del tamaño de una colina comienza a emerger desde las entrañas de la tierra, la vibración que causa en el lugar es enorme y el automóvil se sacude a gran velocidad.

La enorme bestia ha salido a la superficie y se arrastra pesadamente dando pasos mastodónticos en dirección al automóvil.

-¡¡Oh, por Dios!! ¡¿lo ves?!- Pregunta un aterrado Francis a Carlos al notar en ciertos rasgos, ya sean físicos o sobrenaturales, reales o provocados por el abismante terror que invadía su ahora destrozada mente, una similitud con el indio Novimohk.

El repugnante ser flacucho que parecía disfrutar del espectáculo se hace a un lado dejando al automóvil y sus dos ocupantes a merced de la mastodóntica bestia. Al encontrarse frente al automóvil desde sus entrañas nace una latiguda extremidad que rompe el vidrio delantero y atravieza el pecho de Francis, luego lo jala hacia fuera rompiéndole las piernas. Francis suplica por su vida.

-¡¡Oooh, Dios mío, ayúdame!!..¡¡oh, lo lamento, lo lamento muchoo!! –Grita Francis con un rostro desfigurado por el horror.

Sin embargo, la bestia gigante vuelve a desarrollar otras extremidades viscosas desde sus entrañas y con ellas sujeta de brazos y piernas a Francis para luego arrancarlas todas al mismo tiempo. El torso con la cabeza cae al suelo llorando de dolor, pero tras unos segundos entra en shock y posteriormente muere.

Carlos intenta huir tras ver el horrendo espectáculo saliendo por la ventana delantera, pero una de las latigudas extremidades le atravieza la espalda, causándole un dolor insufrible, luego es elevado hasta quedar a la misma altura de lo que podriamos decir

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que es el rostro de la deforme bestia que lo contempla de una manera muy singular. Una de las viscosas extremidades salidas de sus entrañas hurga en su bolsillo y le arrebata el amuleto que había robado del indio.

El hombre clama por misericordia, pero la bestia lo azota en el pavimento de la carretera y lo vuelve a levantar…, para luego azotarlo otra vez por 4 veces consecutivas hasta que el cadáver termina reventado.

La gigantesca bestia lentamente se dirige ahora al desierto y comienza a desvanecerse en el suelo hasta sumergirse totalmente en medio de un torbellino sobrenatural. La flacucha criatura que permanece en la carretera junto al automóvil dá un feróz aullido que remece toda el área, luego se eleva rápidamente hasta perderse en el infinito del cielo y las estrellas, como si se tratase de una macabra criatura que vino a conceder un favor para luego irse.

Es mediodía y el alguacil vomita junto a la cerretera, uno de los policías se le acerca con discreción pues nunca había visto a su superior tan afectado.

-Disculpe, señor –Dice el policía.- Hemos identificado uno de los cuerpos…

-Adelante..-Responde el alguacil limpiandose la saliva de su boca y ya respirando mas calmado.-...¿De quien se trata?.

-Es Francis Ignacio Sandoval…, trabajaba actualmente como matón de Gastón Azelli…cumplió 5 años en la cárcel de colina 01 por robo a un banco. Hace 3 años que salió en libertad y bueno…vino a parar aquí –Responde el policia leyendo un informe.

-¿Y que hay del otro?- Pregunta el alguacil.

-Bueno el otro está tan reventado…, que no podemos identificarlo, señor, el forense ha dicho que necesita recuperar uno de sus dientes para poder analizarlo en el laboratorio y determinar de quién es.

-Bueno, háganlo…,terminen ya y llévense de aquí esos dos cuerpos.-Ordena el alguacil mientras camina hacia su patrulla en medio del sofocante y a ratos insoportable calor del desierto

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YO, LUCIFER, de Glen Duncan Reseña de J. Javier Arnau

Sinopsis: El fin se acerca, y al príncipe de la

Oscuridad se le ha dado una última

oportunidad de reingresar en el Cielo

para toda la Eternidad, siempre que sea

capaz de llevar una vida razonablemente

intachable en la Tierra. Es la ocasión

perfecta para probar el producto antes de

comprarlo, y dejando a un lado las limitaciones del

cuerpo humano escogido para su encarnación (el de un

suicida, el escritor fracasado Declan Gunn ), lucifer se

dispone a experimentar al máximo todas las delicias de

la carne. Es su oportunidad de corregir los documentos

bíblicos (Adán, según se insinúa, fue una variación

errónea de Eva, el diseño original), de celebrar sus

mayores logros (que van desde la Inquisición hasta Elton

John) y, lo que es más importante, enviarle su guión

cinematográfico a Julia Roberts. Pero la experiencia de caminar entre nosotros no resulta

lo que Su Majestad esperaba: en lugar de enseñar a los

humanos lo que significa ser el Demonio, Lucifer se

sorprende a sí mismo tratando de entender en qué

consiste se un hombre.

El autor: Glen Duncan, escritor británico, de familia indio-irlandesa, nacido

en 1965 en Bolton. Estudió filosofía y literatura en la Universidad

de Lancaster. En 1990 se mudó a Londres, donde trabajó como

librero durante cuatro años. Su primera novela, Hope, recibió

elogios a ambos lados del Atlántico cuando se publicó en 1997. En la actualidad, Duncan vive entre Nueva York y Londres.

Recientemente, los derechos de su novela Yo, Lucifer (2002) han sido vendidos para

una producción cinematográfica en la que se barajan nombres de actores como Ewan

McGregor, Jude Law y Daniel Craig.

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(En el momento de escribir esto, parece que ya está en marcha la producción, y el

elegido ha sido Daniel Craig) Ha escrito también los libros Love Remains (2000), Wethercock (2003), The Death of

an Ordinary Man (2004) y The Bloodstone Papers (2006). Ha sido elegido tanto por Arena como por Times Literary Supplement como uno de

los mejores novelistas jóvenes del Reino Unido.

La edición:

Yo, Lucifer Título original: I, Lucifer Traducción: Carmen García Torres Año de edición: 2008 I.S.B.N: 978-84-96756-56-4 Páginas 256 Rústicaa 14.5 x 22.5 PVP: 16.50 € Editorial Berrenice (www.editorialberenice.com)

La Novela:

Dios ha decidido acabar con la Creación, y darle una última oportunidad de redimirse al diablo. Para ello, mediante sus Enviados, le propone que ocupe durante

un mes entero un cuerpo que Él decidirá...

Debo de reconocer que cuando leí la sinopsis de este libro, creía que iba encontrarme con todos los tópicos que podían referirse al tema del diablo habitando el cuerpo de un ser humano durante un largo tiempo (no la posesión tipo El Exorcista, sino total control sobre el humano y sus acciones). Porque el libro está ambientado en gran parte en Londres, y el cuerpo que “toma” Lucifer durante un mes es el de un escritor fracasado y suicida (un tal “Declan Gunn”), por lo que me daba la impresión de que se iba a mover por los parámetros establecidos por escritores y/o guionistas de cómics como Neil Gaiman, Jaime Delano, Garth Ennis, Alan Moore, Mike Fabry, etc, con obras del estilo de Hellblazer, La Cosa del Pantano, Sandman, y otras del estilo: es decir, creía que nos iba a contar un viaje al submundo, ya sea los barrios bajos de la ciudad, o bien a los subterráneos donde habitan extrañas y desconocidas razas. Pero bien pronto esa sensación queda descartada; Lucifer no se limitará a habitar el cuerpo de un fracasado y a deambular por esos submundos, aunque al principio pueda parecer que así será. No, muy pronto el diablo se dará cuenta de que puede vivir tan bien como le plazca, sin necesidad de pasar ningún tipo de penurias. Es más, utilizará sus dones y a sus acólitos para obtener una vida de lujo, sin inhibiciones; pero no podrá forzar a nadie a realizar lo que no quiera, puesto que estará vigilado por sus excompañeros celestiales.

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La narración nos viene en forma de , digámoslo así, confesión. En su condición de escritor (fracasado), Lucifer en el cuerpo de Declan Gunn (recordad que el autor de este libro se llama Glen Duncan) intenta “continuar” con su obra literaria, a al vez que escribe (nos cuenta) su propia historia; la de su nuevo anfitrión, y la del mismísimo diablo. Como Lucifer, nos contará cómo empezó su rebelión, sus relaciones con Dios, Jesucristo, y con los Ángeles. Asimismo, nos dirá cómo conoció, y cómo eran realmente, Adán y Eva. Y también todo lo que ha hecho en este mundo (según él, todo lo que ha ido alejando a la humanidad de su inocencia ha sido causado por él: el dinero, las industrias, Elton John y otros de su misma especie...). Y como Declan, nos vá narrando su vida de lujo y desenfreno, su frenética carrera hacia el éxito, y lo que va dejando atrás en esa carrera. Siguiendo con los paralelismos que el autor ha creado, Glen Duncan se metamorfosea en la novela en Declan Gunn, y las novelas de ambos (ésta que estamos leyendo, y la que escribe Lucifer/Declan) están en negociaciones para adaptarlas a la pantalla, y en ambas se habla de importantes nombres para los papeles principales. Hay veces, bastantes, en que llegamos simpatizar con Lucifer/Declan; lo veremos como una víctima casi inocente del gran plan de Dios. Veremos su sufrimiento y su soledad, su alejamiento de casi todos sus excompañeros. Pero de repente, como queriendo desviarnos de este sentimiento de simpatía, el autor se esfuerza, tanto por boca de Declan, como por sus acciones, de dar muestras, a veces excesivas, de mal gusto; pero como ya digo, creo que la intención es que no empaticemos en demasía con el protagonista.En cuanto al mal gusto por las acciones, estas serán frenadas por sus vigilantes excompañeros Ángeles. Incluso algunos, los que todavía le tienen verdadero amor, intentarán frenarle, y convencerle para que vuelva con ellos, al Gran Plan Celestial. Por eso, aunque existan ciertos momentos en los que nos pueda parecer algo típico/tópico, y en otros el grado de “desagrado” del que hace gala el autor nos cause una cierta impresión, todo corresponde realmente al plan del autor de que no simpaticemos con ninguno de los teóricos bandos. Más bien, intenta que seamos partícipes de la vida desahogado (y algo amoral, hasta donde le permiten) de su alter ego, Declan Gunn. Porque si en ciertos momentos podemos llegar a simpatizar con Lucifer/Declan y el autor nos aleja con escenas desagradables, también es cierto que los atributos de los representantes del “otro lado” (Ángeles, Dios y, sobre todo, Jesucristo) están articulados de tal forma que difícilmente podremos simpatizar con ellos. Y mucho menos cuando se descubra el verdadero plan final. Porque realmente todo son planes dentro de planes: ni la idea de Dios de acabar con la Creación y darle una oportunidad al demonio de redimirse es como se nos “ha vendido”, ni la intención última de Lucifer – en cuanto acabe su período de prueba- es lo que podíamos llegar a creer.

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El desenlace final realmente nos sorprenderá, romperá nuestros esquemas sacándonos de la(s) posible(s) senda(s) que nos hayamos podido trazar a lo largo del libro. Nada es ni será como parece, ideas preconcebidas cambiarán para siempre, y la escala de valores sufrirá altibajos según el estado de ánimo al que nos conduzca el autor. Porque igual podemos sentir simpatía y/o pena por quienes nunca lo hubiéramos pensado, que rechazar casi de plano a quien teníamos en alta estima. Y, a su vez, iremos conociendo las corruptas altas esferas a donde parece conducir la ambición y la codicia.

La Novia del Diablo, de Seabury Quinn

Reseña de J. Javier Arnau

Título original:

The Devil's Bride, publicado originalmente en Weird Tales, números de febrero a junio de 1932

"Una antigua maldicion pesa sobre la familia Hume, una historia que se remonta en

el tiempo, a unos hechos acontecidos en el corazon del Kurdistan, donde moran los

adoradores del diablo, y de la que solo queda un cinto matrimonial yezidee. El

matrimonio de la ultima descendiente de la familia parece despertar aquel terrible

pasado"...

Lo primero que hay que tener en cuenta al acercarse a una obra como esta es que es una novela de los años 20-30, publicada por entregas en la revista pulp por excelencia del terror de la época: Weird Tales , la misma que publicaba los relatos de H.P. Lovecraft, Robert E. Howard, Clark Aston Smith, y un largo etcétera. Asimismo, tiene mucho en común con obras de autores más o menos coetáneos suyos, publicaran en Weird Tales o en alguna de las otras revistas pulp existentes en la época; autores como Abraham Merrit- Arde bruja, arde; Arrástrate sombra, arrástrate -, Sax Rohmer - Fumanchú -, y mas de este estilo.

En efecto, como tal hay que aceptarla, pues participa por completo de todos los defectos y virtudes de los relatos de aquella época. Además, es de destacar también que es la única novela de su autor- todo lo demás, durante años, fueron relatos -. Como solía hacerse entonces- y aún hoy en día -, después de varios años de éxitos con los relatos de Jules de Grandin, una especie de detective de lo sobrenatural, también bastante en boga en la época, se publicó la novela, como hemos dicho, por entregas en la misma revista. Según los responsables de esta edición, ésa es la versión que nos presentan en este libro; y hay momentos en los que se nota, y tal vez hubiera hecho falta una revisión del texto para adecuarlo totalmente al formato novela, asi como una ligera corrección de estilo.

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Pero bueno, no es muy importante, y la novela puede leerse sin que esto comentado influya casi nada.

Como hemos dicho, participa de los puntos que se le achacaba a los escritos de Weird Tales. Para unos, eso será muy bueno, pero para otros no tanto; simplemente decir que a mí sí que me gustan los escritores anteriormente mencionados, y otros de su círculo literario y continuadores de su obra.

Esa participación en los defectos y virtudes que comentamos hace que empecemos la lectura con cantidad de adjetivaciones- que posteriormente se suavizarán -, y descripciones superdetalladas. Enseguida conocemos a los protagonistas, Jules de Grandin, militar, policía y cirujano, y Trowbidge, médico. Ésta "duplicidad", también presente en obras de terror y misterio de la época- recordemos a Sherlock Holmes/Doctor Watson , por ejemplo -, sirve para que uno de los protagonistas le vaya explicando al otro todo lo que tenemos que conocer; y, como en todas las novelas pulp, esa información se dá en grandes bloques a lo largo de todo el libro, en vez de ir presentándonosla en el transcurso de la acción. También es común que el protagonista- en este caso de Grandin, debido a sus grandes viajes, aventuras, investigaciones, sea conocedor de prácticamente todo lo que está sucediendo y porqué - y si no, ya irán apareciendo otros que vayan completando las piezas, cada uno con su propia historia que contar -. Todo esto hace que nos encontremos con historias dentro de la historia de la novela, que como hemos dicho, en grandes bloques, nos van dando las pistas para ir completando el caso.

Por supuesto, también nos encontraremos con manuscritos escondidos que aparecen por casualidad, antepasados misteriosos que no se sabe a ciencia cierta de donde vinieron, razas perdidas, sociedades secretas, aventuras en la selva, locura, amistad... ciertos rasgos de racismo y una leve xenofobia - aplicable incluso al propio Jules de Grandin y a su compatriota, ambos franceses, que el propio narrador, el doctor Trowbidge estereotipa como pequeños, con bigotes en puntas, algo de barba y fumando cigarrillos malolientes-

(En todo esto volvemos a encontrar huellas de todos los escritores en boga de la época: Abraham Merrit, H.P. Lovecraft, Sax Rohmer ... )

La novela cuenta la desaparición, en circunstancias muy extrañas, de la joven Alice Hume, el día antes de su boda, y ante decenas de testigos. Enseguida toma cartas en el asunto el miembro de la Sureté Jules de Grandin, junto con el médico de la familia Hume, el doctor Trowbidge.

Con los conocimientos de sus anteriores casos y viajes, y las pistas que casualmente van encontrando, sale a la luz una trama internacional para propagar el ateísmo y el culto al diablo por todo el mundo, subvencionado por Rusia...

Este movimiento quiere unir a los ateos del mundo, los adoradores del diablo, sociedades de asesino, etc. Al haber tantas sociedades implicadas, los "protagonistas" se multiplican, y cada uno saca a la luz nuevos datos, con lo que al final tenemos media docena de personajes del lado de los buenos.

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Como también pasa en estos libros, no se echan atrás a la hora de afrontar grandes viajes, grandes gastos y grandes peligros. Esto es lo bueno de este tipo de literatura; todos son muy buenos, muy conscientes de su misión, y lo suficientemente ricos para poder dejar sus trabajos y emprender costosos viajes a los confines del mundo.

Además, también hay algún que otro, llamémosle "caso de fe para el lector"; quiero decir, como ejemplo, cuando descubren "casualmente" el manuscrito entre las tapas de la Biblia familiar, casi borrado, comentan que alguien lo quiso borrar con ácido especial para tinta... ¿y porqué no lo quemó, lo destruyó de alguna manera; porqué intentar borrarlo y volverlo a guardar?; así, nuestros protagonistas pueden descifrarlo en parte, lo suficiente para avanzar en el caso.

Pero bueno, ya digo que todo esto era muy común en los relatos de este estilo de la época.

El relato avanza, como hemos dicho, a grandes bloques de información, cada nuevo protagonista que aparece cuenta una parte de la historia, la de la atea Rusia que quiere convertir al ateísmo al mundo, subvencionando todo tipo de actividades para ello; desde raptar a la que está destinada a convertirse en la novia del Diablo, por culpa de sus antepasados - ésta es la base de la novela - , realizar misas negras, fundar religiones que dan total libertad al ser humano, etc. En el transcurso de la novela, se dan toda clase de asesinatos y mutilaciones, bastante explícitas, desde asesinatos de bebés, hasta crucifixiones, amputaciones, etc...bueno, no seguiré, pero avisados quedáis.

En resumen, si te gustan escritores como Abraham Merrit, Howard Phillips Lovecraft, Sax Rohmer, Robert Erwin Howard, Ambrose Bierce, Clark Aston Smith, Frank Bernat Long, Arthur Machen... esta novela te gustará. A mí me gustan...

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