Cartas de Mi Molino Alphonse Daudet

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    Cartas de mi molino, by Alphonse Daudet

    The Project Gutenberg EBook of Cartas de mi molino, by Alphonse Daudet This eBook is for the use ofanyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online atwww.gutenberg.net

    Title: Cartas de mi molino

    Author: Alphonse Daudet

    Translator: F. Cabaas

    Release Date: August 16, 2009 [EBook #29706]

    Language: Spanish

    Character set encoding: ISO-8859-1

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    Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net

    BIBLIOTECA DE LA NACIN

    ALFONSO DAUDET

    CARTAS DE MI MOLINO

    TRADUCCIN DE F. CABAAS

    BUENOS AIRES

    1911

    Reservados los derechos de traduccin.

    Imp. de LA NACIN.--Buenos Aires

    INDICE

    Acta notarial

    Cartas de mi molino.--Instalacin

    La Diligencia de Beaucaire

    La Mula del Papa

    El Faro de las Sanguinarias

    La Agona de la goleta Ligera

    Los Aduaneros

    Los Viejos

    El Subprefecto en el campo

    El Poeta Mistral

    Las Naranjas

    En Milianah.--Notas de viaje

    La Langosta

    En Camargue:

    I.--La Partida

    II.--La Cabaa

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    III.--A la espera!

    IV.--Rojo y blanco

    V.--El Vaccars

    Nostalgia de cuartel

    Las Emociones de un perdign rojo

    El Emperador ciego o viaje a Bavaria para buscar una tragedia japonesa:

    I.-- El Seor coronel de Sieboldt

    II.--La Alemania del Sur

    III.--En Droschke

    IV.--El Pas de lo azul

    V.--Paseo sobre el Starnberg

    VI.--La Bavaria

    VII.--El Emperador ciego

    ACTA NOTARIAL

    Compareci ante m, Honorato Grapazi, notario residente en Pamperigouste:

    El seor Gaspar Mitifio, esposo de Vivette Cornille, avecindado y residente en el lugar denominado LosCigarrales;

    Quien, por la presente escritura, vende y transfiere con todas las garantas de hecho y de derecho, y librecompletamente de deudas, privilegios e hipotecas,

    Al seor Alfonso Daudet, poeta, que reside en Pars, aqu presente y aceptante,

    Un molino harinero de viento, situado en el valle del Rdano, en la Provenza, sobre una ladera poblada depinos y carrascas; cuyo molino est abandonado desde hace ms de veinte aos e inservible para la molienda a

    causa de las vides silvestres, musgos, romeros y otras hierbas parsitas que ascienden por l hasta las aspas.

    Sin embargo, a pesar de su estado ruinoso, con su gran rueda rota, y la plataforma llena de hierba nacidaentre los ladrillos, el seor Alfonso Daudet declara convenirle el citado molino y, encontrndolo apto paraservir en sus trabajos de poesa, lo toma por su cuenta y riesgo, y sin reclamar nada contra el vendedor porcausa de las reformas que necesitar introducir en l.

    La venta se hace al contado y mediante el precio convenido, que el seor Daudet, poeta, ha mostrado ycolocado sobre la mesa en dinero contante y sonante, cuyo precio ha sido cobrado y guardado por el seorMitifio; todo ello a vista del notario y testigos que suscriben, de lo cual se extiende carta de pago con reserva.

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    Contrato elevado en Pamperigouste, en el estudio de Honorato, estando presentes Francet Mama, taedor depfano, y Luiset, alias el Quique, portador de la cruz de los penitentes blancos.

    Los cuales firman con las partes y el notario, previa lectura...

    CARTAS DE MI MOLINO

    INSTALACIN

    Valiente susto les he dado a los conejos! Acostumbrados a ver durante tanto tiempo cerrada la puerta delmolino, las paredes y la plataforma invadidas por la hierba, crean ya extinguida la raza de los molineros, yencontrando buena la plaza, habanla convertido en una especie de cuartel general, un centro de operacionesestratgicas, el molino de Jemmapes de los conejos. Sin exageracin, lo menos veinte vi sentados alrededor dela plataforma, calentndose las patas delanteras en un rayo de luna, la noche en que llegu al molino. Al abriruna ventana, zas! todo el vivac sale de estampa a esconderse en la espesura, enseando las blancas posaderasy rabo al aire. Supongo que volvern.

    Otro que tambin se sorprende mucho al verme, es el vecino del piso primero, un viejo bho, de siniestracatadura y rostro de pensador, el cual reside en el molino hace ya ms de veinte aos. Lo encontr en lacmara del sobradillo, inmvil y erguido encima del rbol de cama, en medio del cascote y las tejas que se handesprendido. Sus redondos ojos me miraron un instante, asombrados, y, despus, despavorido al noconocerme, ech a correr chillando. Hu, hu! y sacudi trabajosamente las alas, grises de polvo; qu diablode pensadores, no se cepillan jams! No importa, tal como es, con su parpadeo de ojos y su cara enfurruada,ese inquilino silencioso me agrada ms que cualquiera otro, y no me corre prisa desahuciarlo. Conserva, comoantes de habitario yo, toda la parte alta del molino con una entrada por el tejado; yo me reservo la planta baja,una piececita enjalbegada con cal, con la bveda rebajada como el refectorio de un convento.

    * * * * *

    Desde ella escribo con la puerta abierta de par en par, y un sol esplndido.

    Un hermoso bosque de pinos, chispeante de luces, se extiende ante m hasta el pie del repecho. En el horizontedestcanse las agudas cresteras de los Alpilles. No se percibe el ruido ms insignificante. A lo sumo, de tardeen tarde, el sonido de un pfano entre los espliegos, un collarn de mulas en el camino. Todo ese magnficopaisaje provenzal slo vive por la luz.

    Y actualmente, cmo he de echar de menos ese Pars ruidoso y obscuro? Estoy tan bien en mi molino! Estees el rinconcito que yo anhelaba, un rinconcito perfumado y clido, a mil leguas de los peridicos, de loscoches de alquiler, de la niebla. Y cuntas lindas cosas me rodean! No hace ms de una semana que me heinstalado aqu, y tengo llena ya la cabeza de impresiones y recuerdos. Ayer tarde, por no ir ms lejos,

    presenci el regreso de los rebaos a una masa situada al pie de la cuesta, y les juro que no cambiara eseespectculo por todos los estrenos que hayan tenido ustedes en esta semana en Pars. Y si no, juzguen.

    Sabrn que en Provenza se acostumbra enviar el ganado a los Alpes cuando llegan los calores. Brutos ypersonas permanecen all arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura delvientre; despus, cuando el otoo empieza a refrescar la atmsfera, vuelven a bajar a la masa, y vuelta arumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedbamos en que ayer tarderegresaban los rebaos. Desde por la maana esperaba el zagun, de par en par abierto, y el suelo de losapriscos haba sido alfombrado de paja fresca. De hora en hora exclamaba la gente: Ahora estn enEyguires, ahora en el Paradn. Luego, repentinamente, a la cada de la tarde, un grito general de ah estn!y all abajo, en lontananza, veamos avanzar el rebao envuelto en una espesa nube de polvo. Todo el camino

    parece andar con l. Los viejos moruecos vienen a vanguardia, con los cuernos hacia adelante y aspecto

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    montaraz; sigue a stos el grueso de los carneros, las ovejas algo fatigadas y los corderos entre las patas de susmadres, las mulas con perendengues rojos, llevando en serones los lechales de un da, mecindolos al andar;en ltimo trmino, los perros, sudorosos y con la lengua colgante hasta el suelo, y dos rabadanes, grandsimostunos, envueltos en mantas encarnadas, que les caen a modo de capas hasta los pies.

    Desfila este cortejo ante nosotros alegremente y se precipita en el zagun, pateando con un ruido de

    chaparrn. Es digno de ver el movimiento de asombro que se produce en toda la casa. Los grandes pavosreales de color verde y oro, de cresta de tul, encaramados en sus perchas han conocido a los que llegan y losreciben con una estridente trompetera. Las aves de corral, recin dormidas, se despiertan sobresaltadas. Todoel mundo est en pie: palomas, patos, pavos, pintadas. El corral anda revuelto: las gallinas hablan de pasar envela la noche. Dirase que cada carnero ha trado entre la lana, juntamente con un silvestre aroma de los Alpes,un poco de ese aire vivo de las montaas que embriaga y hace bailar.

    En medio de esa algaraba, el rebao penetra en su yacija. Nada tan hechicero como esa instalacin. Losborregos viejos enterncense al contemplar de nuevo sus pesebres. Los corderos, los lechales, los que nacierondurante el viaje y nunca han visto la granja, miran en derredor con extraeza.

    Pero es mucho ms enternecedor el ver los perros, esos valientes perros de pastor, atareadsimos tras de susbestias y sin atender a otra cosa ms que a ellas en la masa. Aunque el perro de guarda los llama desde elfondo de su nicho, y por ms que el cubo del pozo, rebosando de agua fresca, les hace seas, ellos se niegan aver ni a or nada, mientras el ganado no est recogido, pasada la tranca tras de la puertecilla con postigo, y lospastores sentados alrededor de la mesa en la sala baja. Slo entonces consienten en irse a la perrera, y all,mientras lamen su cazuela de sopa, refieren a sus compaeros de la granja lo que han hecho en lo alto de lamontaa: un paisaje ttrico donde hay lobos y grandes plantas digitales purpreas coronadas de fresco rocohasta el borde de sus corolas.

    LA DILIGENCIA DE BEAUCAIRE

    En el mismo da de mi llegada aqu, haba tomado la diligencia de Beaucaire, una gran carraca vieja ydestartalada que no necesita recorrer mucho camino para regresar a casa, pero que se pasea con lentitud a todolo largo de la carretera para hacerse, por la noche, la ilusin de que viene de muy lejos. bamos cinco en labaca, adems del conductor.

    Un guarda de Camargue, hombrecillo rechoncho y velludo, que trascenda a montaraz, con ojos saltonesinyectados de sangre y con aretes de plata en las orejas; despus dos boquereuses, un tahonero y su yerno, losdos muy rojos, con mucho jadeo, pero de magnficos perfiles, dos medallas romanas con la efigie de Vitelio.Finalmente, en la delantera y junto al conductor, un hombre, o por decir mejor, un gorro, un enorme gorro depiel de conejo, quien no deca nada de particular y miraba el camino con aspecto de tristeza.

    Todos aquellos viajeros se conocan unos a otros, y hablaban de sus asuntos en voz alta, con mucha libertad.

    El camargus refera que regresaba de Nimes, citado por el juez de instruccin con motivo de un garrotazoque haba dado a un pastor. En Camargue tienen sangre viva. Pues y en Beaucaire? No pretendandegollarse nuestros dos boquereuses a propsito de la Virgen Santsima? Parece ser que el tahonero era de unaparroquia dedicada de mucho tiempo atrs a Nuestra Seora, a la que los provenzales conocen por el piadosonombre de la Buena Madre y que lleva en brazos al Nio Jess; el yerno, por el contrario, cantaba ante elfacistol de una iglesia recin construida y consagrada a la Inmaculada Concepcin, esa hermosa imagenrisuea que se representa con los brazos colgantes y despidiendo rayos de luz las manos. De ah proceda lainquina. Mereca verse cmo se trataban esos dos buenos catlicos y cmo ponan a sus patronas celestiales.

    --Est buena tu Inmaculada!

    --Pues mira que tu Santa Madre!

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    --Buenas las corri la tuya en Palestina!

    --Y la tuya, tan horrorosa! Quin sabe lo que habr hecho? Que lo diga si no San Jos.

    Para creerse en el puerto de Npoles, no faltaba ms que ver relucir las navajas, y a fe ma, creo queefectivamente la teolgica disputa hubiera parado en eso, si el conductor no hubiera intervenido.

    --Djennos en paz con sus vrgenes--dijo rindose a los boquereuses;--todo eso son chismes de mujeres, y enlos que los hombres no deben intervenir.

    Cuando concluy hizo restallar la tralla con un mohn escptico que afili a su opinin a todos los viajeros.

    * * * * *

    La discusin estaba terminada, pero, disparado ya el tahonero, necesitaba desahogarse con alguien, ydirigindose al infeliz del gorro, silencioso y triste en un rincn, preguntole con aire picaresco.

    --Amolador, y tu mujer? Por qu parroquia est?

    Es necesario creer que esta frase tendra una intencin muy cmica, puesto que en la baca todo el mundo seri a carcajadas. El amolador no se rea. Al ver esto, el tahonero dirigiose a m.

    --No conoce usted, caballero, a la mujer del amolador? Vaya con la picaruela de la feligresa! En Beaucaireno existen dos como ella.

    Redoblronse las risas. El amolador no se movi, limitndose a decir en voz baja, sin alzar la cabeza:

    --Cllate, tahonero.

    Pero al demonio del tahonero no le acomodaba el callarse, y prosigui acentuando la burla:

    --Cspita! No puede quejarse el camarada de tener una mujer as. No hay medio de aburrirse con ella uninstante. Figrese usted! Una hermosa que se hace robar cada seis meses, siempre tendr algo que referircuando vuelve. Pues es igual. Bonito hogar domstico! Imagnese usted, seor, que todava no haca un aoque estaban casados cuando paf! va la mujer y se larga a Espaa con un vendedor de chocolate. El esposo sequeda solito en la casa gimoteando y bebiendo. Estaba como loco. Despus de algn tiempo regres al pas lahermosa, vestida de espaola, con una pandereta de sonajas. Todos le decamos:

    --Ocltate, porque te va a matar.

    Que si quieres, matar! Volvieron a unirse muy tranquilos, y ella le ha enseado a tocar la pandereta.

    Hubo una nueva explosin de risas. Sin levantar la cabeza, murmur de nuevo el amolador desde su rincn:

    --Cllate, tahonero.

    Pero ste no hizo caso, y continu:

    --Pensar usted, seor, que sin duda al volver de Espaa permaneci quieta la hermosa? Quia! Que siquieres! Su marido haba tomado aquello con tanta calma! Eso la anim para volver a las andadas. Despusdel espaol, hubo un oficial, a ste sigui un marinero del Rdano, ms tarde un msico, despus, qu s yo!

    Y lo ms notable del caso es que a cada escapatoria se representaba la misma comedia y con igual aparato. La

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    mujer se marcha, el marido llora que se las pela, vuelve ella, consulase l. Y siempre se la llevan, y siemprela recobra. Ya ve usted si necesita tener paciencia ese marido! Debe tambin decirse que la amoladora esextraordinariamente guapa... un verdadero bocado de cardenal, pizpireta, muy mona, bien formada y ademstiene la piel muy blanca y los ojos de color de avellana que siempre miran a los hombres rindose. Si porcasualidad, querido parisiense, llega usted alguna vez a pasar por Beaucaire!...

    --Oh, calla, tahonero, te lo suplico!--volvi a exclamar el pobre amolador con voz desgarradora.

    En ese instante se par la diligencia. Estbamos en la masa de los Anglores. All se apearon los dosboquereuses, y juro a ustedes que no hice nada por retenerlos. Tahonero farsante! Estaba ya dentro del patiodel cortijo, y todava se oan sus carcajadas.

    * * * * *

    Al salir la gente, pareci quedarse vaca la baca. El camargus habase apeado en Arls, el conductormarchaba a pie por la carretera, junto a los caballos. El amolador y yo, cada uno en su rincn respectivo, nosquedamos solos all arriba, sin chistar. Haca calor, el cuero de la baca echaba chispas. Por momentos sentcerrrseme los ojos y que la cabeza se me pona pesada, pero me fue imposible dormir. Continuaba sin cesarzumbndome en los odos aquel cllate, te lo suplico, tan melanclico y tan dulce. Tampoco dorma elinfeliz. Situado yo detrs de l, veale estremecerse sus cuadrados hombros, y su mano (una mano paliducha yvasta) temblar sobre el respaldo de la banqueta, como si fuera la mano de un viejo. Lloraba.

    --Ha llegado usted a su casa, seor parisiense--me grit de repente el conductor de la diligencia, y con la fustaapuntaba a mi verde colina, con el molino clavado en la cspide como una mariposa gigantesca.

    Baj del vehculo apresuradamente. De paso junto al amolador, intent mirar ms abajo de su gorro, hubiesequerido verlo antes de marcharme. Como si hubiera comprendido mi intencin, el infeliz levant bruscamentela cabeza, y clavando la vista en mis ojos, me dijo con voz sorda:

    --Mreme bien, amigo, y si oye usted decir algn da que ha ocurrido una desgracia en Beaucaire, podr ustedafirmar que conoce al autor de ella.

    Su rostro estaba apagado y triste, con ojos pequeos y mustios.

    Si en los ojos tena lgrimas, en aquella voz haba odio. El odio es la clera de los pusilnimes. En el caso dela amoladora, no las tendra yo todas conmigo.

    LA MULA DEL PAPA

    Entre los innumerables dichos graciosos, proverbios o adagios con que adornan sus discursos nuestros

    campesinos de Provenza, no conozco ninguno ms pintoresco ni extrao que ste. Junto a mi molino y quinceleguas en redondo, cuando se habla de un hombre rencoroso y vengativo, suele decirse:

    No te fes de ese hombre, porque es como la mula del Papa, que te guarda la coz siete aos!

    Durante mucho tiempo he estado investigando el origen de este proverbio, qu quera decir aquello de la mulapontificia y esa coz guardada siete aos. Nadie ha podido informarme aqu acerca del particular, ni siquieraFrancet Mama, mi taedor de pfano, quien conoce de pe a pa las leyendas provenzales. Francet piensa, lomismo que yo, que debe de ser reminiscencia de alguna antigua crnica del pas de Avin, pero no he odohablar jams de ella, sino tan slo por el proverbio.

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    --Slo en la biblioteca de las Cigarras puede usted encontrar algn antecedente--me dijo el anciano pfano,riendo.

    No me pareci la idea completamente disparatada, y como la biblioteca de las Cigarras est cerca de mipuerta, fui a encerrarme ocho das en ella.

    Es una biblioteca maravillosa, admirablemente organizada, abierta constantemente para los poetas, y servidapor pequeos bibliotecarios con cmbalos que no cesan de dar msica. All pas algunos das deliciosos, ydespus de una semana de investigaciones (hechas de espaldas al suelo), descubr, al fin, lo que deseaba, esdecir, la historia de mi mula y de esa famosa coz guardada siete aos. El cuento es bonito, aunque peque deinocente, y voy a tratar de narrarlo como lo le ayer maana en un manuscrito de color del tiempo, que olamuy bien a alhucema seca y cuyos registros eran largos hilos de la Virgen.

    * * * * *

    No habiendo visto Avin en tiempo de los Papas, no se ha visto nada. Jams existi ciudad alguna tan alegre,viva y animada como ella, en el ardor por los festejos. Desde la maana a la noche, todo eran procesiones yperegrinaciones, con las calles alfombradas de flores, empavesadas con tapices, llegadas de cardenales por elRdano, ondeando al viento los estandartes, flameantes de gallardetes las galeras, los soldados del Papaentonando por las calles cnticos en latn, acompaados de las matracas de los frailes mendicantes; despus,de arriba abajo de las casas que se apiaban zumbando alrededor del gran palacio papal como abejas en tornode su colmena, percibase tambin el tic tac de los bolillos que hacan randas, el vaivn de las lanzaderas queconfeccionaban los tises de oro para las casullas, los martillitos de los cinceladores de vinajeras, las tablas dearmona ajustadas en los talleres de guitarrero, las canciones de las urdidoras, y sobresaliendo entre todosestos ruidos el taido de las campanas y algunos sempiternos tamboriles que roncaban all abajo, hacia elpuente. Porque entre nosotros, cuando el pueblo est contento, necesita estar siempre bailando, y como poraquellos tiempos las calles de la ciudad eran excesivamente estrechas para la farndula, pfanos y tamborilessitubanse en el puente de Avin, al viento fresco del Rdano, y da y noche se estaba all baila que bailars.Ah, qu dichosos tiempos, qu ciudad tan feliz! Alabardas que no cortaban, prisiones de Estado donde se

    pona a refrescar el vino. Jams hambre, nunca guerra. He aqu cmo gobernaban a su pueblo los Papas delCondado. Tal es la causa de que los eche tanto de menos el pueblo!

    * * * * *

    Entre todos los Papas, merece citarse con especialidad uno que era un buen viejo, llamado Bonifacio... Oh,qu muerte ms llorada la suya! Era un prncipe tan amable, tan gracioso! Se rea tan bien desde lo alto de sumula! Y cuando alguno pasaba cerca de l, as fuese un pobrete hilandero de rubia o el gran Vegner de laciudad, le daba su bendicin con tanta cortesa! Un verdadero Papa de Ivetot, pero de un Ivetot deProvenza, con algo de picaresco en la risa, un tallo de mejorana en la birreta, y sin el ms insignificantetrapicheo... La nica Juanota que siempre se le conoci a este santo padre era su via, una viita plantada por

    l mismo a tres leguas de Avin, entre los mirtos de Chteau-Neuf.

    Todos los domingos, concluidas las vsperas, el justo varn iba a requebrarla, y cuando estaba all arribasentado al grato sol, con su mula cerca, y en rededor suyo sus cardenales tendidos a la bartola, al pie de lascepas, entonces mandaba destapar un frasco de vino de su cosecha (ese hermoso vino, de color de rub,conocido desde entonces ac por el nombre de Chteau-Neuf de los Papas), y lo saboreaba a sorbitos,mirando enternecido a su via. Consumido el frasco, al caer de la tarde volvase alegremente a la ciudad,seguido de toda su corte, y al atravesar el puente de Avin, en medio de los tamboriles y de las farndulas, sumula, espoleada por la msica, emprenda un trotecillo saltarn mientras que l mismo marcaba el paso de ladanza con la birreta, lo cual era motivo de escndalo para los cardenales, pero haca exclamar a todo elpueblo: Ah, qu gran prncipe! Ah, valiente Papa! Despus de su via de Chteau-Neuf, lo que ms

    estimaba en el mundo el Papa era su mula. El bendito seor se pirraba por aquel cuadrpedo. Todas las

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    noches, antes de irse a la cama, iba a ver si estaba cerrada la cuadra, si tena lleno el pesebre, y jamsabandonaba la mesa sin hacer preparar en su presencia un gran ponche de vino a la francesa, con muchoazcar y aromas, que l mismo llevaba a su mula, a despecho de las observaciones de los cardenales... Esnecesario decir tambin que la bestia vala la pena. Era una hermosa mula negra salpicada de alazn, firme depiernas, de pelo lustroso, grupa ancha y redonda, que llevaba erguida la enjuta cabecita guarnecida toda ellade perendengues, lazos, cascabeles de plata, borlillas; adems de estas buenas cualidades, reuna otras que el

    Papa no apreciaba menos: era dulce como un ngel, de cndido mirar y con un par de orejas largas enconstante bamboleo, que le daban aspecto bonachn... Todo Avin la respetaba, y cuando pasaba por lascalles no haba agasajos que no se le hiciesen, pues todos saban que se era el mejor medio de ser bien quistoen la corte, y que con su aire inocente, la mula del Papa haba conducido a ms de uno a la fortuna. Prueba deello Tistet Vdne y su maravillosa aventura.

    Era al principio este Tistet Vdne un descarado granuja, a quien su padre Guy Vdne, el escultor en oro, sehaba visto en la necesidad de arrojar de su casa, porque adems de que no quera trabajar, maleaba a losaprendices. Durante seis meses visele arrastrar su sayo por todos los arroyos de las calles de Avin, peroprincipalmente hacia la parte prxima al palacio papal; porque el pcaro tena desde mucho tiempo antes susideas respecto a la mula del Papa, y van a ver que no iba descaminado... Un da que Su Santidad se paseaba asolas bajo las murallas con su bestia, se le acerca de buenas a primeras mi Tistet y le dice, juntando las manoscon ademn de asombro:

    --Ah, Dios mo, gran Padre Santo, hermosa mula tiene!... Permtame Vuestra Santidad que la contemple unpoco... Ah, Papa mo, qu mula tan maravillosa!... El emperador de Alemania no tiene otra tal.

    Y la acariciaba, y le deca dulcemente como a una seorita:

    --Ven ac, alhaja, tesoro, mi perla fina...

    Y el bueno del Papa, enternecido, deca para sus adentros:

    --Qu guapo mozo!... Qu carioso est con mi mula!

    Y saben ustedes lo que ocurri al siguiente da? Tistet Vdne cambi su viejo tabardo amarillo por unapreciosa alba de encajes, una capa de coro de seda violeta, unos zapatos con hebillas, e ingres en la escolanadel Papa, donde antes de l no haban podido ingresar ms que los hijos de nobles y sobrinos de cardenales...He ah lo que es la intriga!... Pero Tistet no par ah.

    Protegido ya por el Papa y al servicio de ste, el bribonzuelo continu la farsa que tan bien le haba salido.Insolente con todo el mundo, slo tena atenciones y miramientos con la mula, y siempre andaba por lospatios del palacio con un puado de avena o una gavilla de zulla, cuyos rosados racimos sacudagraciosamente mirando al balcn del Padre Santo, como quien dice: Jem!... Para quin es esto?

    Tantas cosas hizo, que a la postre el bueno del Papa, que se senta envejecer, le confi el cuidado de vigilar lacuadra y llevar a la mula su ponche de vino a la francesa; lo cual mova ya a risa a los cardenales.

    * * * * *

    Tampoco era esto cosa de risa para la mula. Por entonces, a la hora de su vino, llegaban siempre junto a ellacinco o seis nios de coro, que se metan pronto entre la paja con su capa de color de violeta y su alba deencajes; despus, al cabo de un momento, un buen olor caliente de caramelo y de aromas perfumaba la cuadra,y apareca Tistet Vdne llevando con precaucin el ponche de vino a la francesa. All comenzaba el martiriodel pobre animal.

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    Aquel vino aromoso que tanto le agradaba, que le daba calor, que le pona alas, cometan la crueldad detrarselo all, a su pesebre, y hacrselo respirar; despus, cuando tena impregnadas en el olor las narices, mealegro de verte bueno! El hermoso licor de sonrosada llama era engullido completamente por aquellosgranujas!... Y si no hubieran cometido ms crimen que robarle el vino... Pero, todos esos seis eran unosdiablos, en cuanto beban... Uno le tiraba de las orejas, otro del rabo; Quiquet se le encaramaba en el lomo,Blugnet le pona su birrete, y ni uno solo de aquellos pcaros pensaba que de una corveta o de una sarta de

    coces el bueno del animal hubiera podido enviarlos a todos a las nubes y aunque fuese ms lejos... Pero, no!Por algo se es la mula del Papa, la mula de las bendiciones y de las indulgencias... Por muchas travesuras quehicieran los muchachos, ella no se enfadaba, y slo a Tistet Vdne guardaba ojeriza. Y, es claro, cuandosenta a ste detrs de s, le daba comezn en los cascos, y no le faltaba razn para ello. Ese granujilla deTistet hacale unas jugarretas tan feas! Eran tan crueles sus invenciones despus de beber!...

    A que no imaginan ustedes lo que se le ocurri cierto da? Hacerla subir con l al campanil de la escolana,all arriba, arribota, a lo ms alto de palacio! Y no crean que es mentira lo que cuento; doscientos milprovenzales lo han visto. Figrense el terror de aquella infortunada mula, cuando despus de dar vueltas unahora a ciegas por una escalera de caracol y haber subido no s cuntos peldaos, encontrose de pronto en unaplataforma deslumbrante de luz, y a mil pies debajo de ella contempl todo un Avin fantstico: las barracasdel mercado tan pequeas como avellanas, los soldados del Papa delante de su cuartel como hormigas rojas, yall abajo, sobre un hilillo de plata, un minsculo puentecito, donde haba bailes y ms bailes... Ah, pobrebestia! Qu susto! Del grito que solt, retemblaron todas las vidrieras del palacio.

    --Qu ocurre? Qu sucede?--exclam el Papa, asomndose al balcn precipitadamente.

    Tistet Vdne estaba ya en el patio, fingiendo que lloraba y mesndose los cabellos:

    --Ah, gran Padre Santo, qu pasa! Pues pasa que la mula de Su Santidad... Dios mo! Qu ser de m?...Pues pasa que la mula de Su Santidad... se ha encaramado al campanario!...

    --Pero, ella sola?

    --S, seor, excelso Padre Santo, ella sola... Mire, mire, all arriba!... Ve Su Beatitud la punta de las orejasasomando?... Parecen dos golondrinas...

    --Misericordia!--exclam el pobre Papa alzando los ojos.--Es que se ha vuelto loca? Pero, si se va a matar!Quieres bajarte, desventurada?...

    Cspita! Lo que es ella no hubiera deseado otra cosa sino bajarse... Pero, por dnde? Por la escalera, nohaba ni qu pensarlo: a esas alturas se sube, pero en la bajada hay peligro de perniquebrarse cien veces... Y lapobre mula desconsolbase, y dando vueltas por la plataforma con los ojazos presa del vrtigo, pensaba enTistet Vdne...

    --Ah, miserable, si de sta escapo... menuda coz te suelto maana tempranito!

    Con este propsito de la coz, haca de tripas corazn; sin eso, no hubiera podido mantenerse en pie... Al finpudo conseguirse bajarla de all arriba, pero no cost poco que digamos. Fue necesario descolgarla en unasangarillas, con cuerdas y un gato. Ya comprendern qu humillacin para la mula de un Papa eso de sersuspendida de aquella altura, moviendo las patas en el aire, como un abejorro al cabo de un hilo. Y todoAvin que la miraba!

    A la infeliz bestia no le fue posible dormir en toda la noche. Parecale que daba vueltas constantemente poraquella maldita plataforma, siendo el hazmerrer de toda la ciudad congregada abajo; luego, pensaba en ese

    infame Tistet Vdne y en la bonita coz con que iba a obsequiarle al da siguiente por la maana. Oh, amigos

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    mos, vaya una coz! Desde Pamperigouste tena que verse el humo... Pues bien, mientras en la cuadra lepreparaban este magnfico recibimiento, saben lo que haca Tistet Vdne? Deslizbase por el Rdanocantando en una galera pontificia y se iba a la corte de Npoles con la compaa de jvenes nobles que laciudad mandaba todos los aos junto a la reina Juana para ejercitarse en la diplomacia y en las buenasmaneras. Tistet no era noble; pero el Papa deseaba a toda costa recompensarlo por los cuidados que habatenido con su bestia, y especialmente por la actividad que acababa de desplegar durante la empresa de

    salvamento.

    Valiente chasco se llev la mula al da siguiente!

    --Ah, bandido; algo se ha olido l!--pensaba, mientras sacuda con furia sus cascabeles.--Pero, es lo mismo,anda, pillo! Cuando vuelvas te encontrars con tu coz... te la guardo!...

    Y se la guard.

    Despus de la marcha de Tistet, la mula del Papa recobr su vida sosegada y sus aires de otros tiempos. Noms Quiquet ni Blugnet en la cuadra. Llegaron de nuevo los felices das del vino a la francesa, y con ellos elbuen humor, las largas siestas, y el pasito de gavota al cruzar el puente de Avin. Sin embargo, desde suaventura dbanle muestras constantes de frialdad en la ciudad; los viejos movan la cabeza, los nios se reansealando al campanario. El bueno del Papa mismo no confiaba ya tanto en su amiga, y cuando se dejaballevar al extremo de echar un sueecillo sobre los lomos de ella, el domingo a su regreso de la via,ocurrasele siempre esta consideracin: Si fuese a despertarme all arriba, en la plataforma! Vea esto lamula, y sufra sin chistar; solamente cuando en presencia de ella se pronunciaba el nombre de Tistet Vdne,erguanse sus largas orejas, y afilaba con una risita el hierro de sus cascos en el pavimento...

    Pasaron siete aos, al cabo de los cuales, Tistet Vdne, regres de la corte de Npoles. No haba concluidotodava el tiempo de su empeo en ella; pero haba sabido que el archipmpano de Sevilla haba muertorepentinamente en Avin, y como el cargo parecale bueno, haba regresado muy a prisa para gestionar quese le otorgara.

    Cuando ese intrigante de Vdne entr en el saln del palacio, costole trabajo el conocerlo al Santo Padre:tanto era lo que haba crecido y engruesado. Preciso es tambin decir que, por su parte, el Papa se haba hechoviejo y no vea bien sin antiparras.

    Tistet no se acobard.

    --Cmo! Excelso Padre Santo, ya no me conoce Su Beatitud?... Soy yo, Tistet Vdne!

    --Vdne?...

    --S, ya sabe... el que serva el vino francs a la mula.

    --Ah! S... s... ya recuerdo... Guapo mozo, ese Tistet Vdne!... Y ahora, qu pretendes?

    --Oh! Poca cosa, Excelso Padre Santo... Vena a suplicarle... Y a propsito, conserva todava Su Beatitudaquella mula? Y est buena?... Ah! Cunto me alegro!... Pues bien, vena a solicitar la plaza delarchipmpano de Sevilla, quien acaba de morir.

    --Archipmpano de Sevilla t!... Pero si eres muy joven. Pues, cuntos aos tienes?

    --Veinte aos y dos meses, ilustre Pontfice; cinco aos justos ms que la mula de Su Santidad... Ah, bendita

    de Dios la valiente bestia!... Si supiese Su Beatitud cunto amaba yo a aquella mula! Y con qu sentimiento

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    me acordaba de ella en Italia!... Me permitir Su Santidad que la visite?

    --S, hijo mo, la visitars--dijo el bueno del Papa, emocionado.--Y puesto que tanto amas a aquel benditoanimal, no permito que vivas lejos de l. Desde este da quedas afecto a mi persona en calidad dearchipmpano... Mis cardenales gritarn, pero, peor para ellos! ya estoy acostumbrado... Vuelve maana, alsalir de vsperas, y Nos te impondremos las insignias de tu beneficio delante de Nuestro cabildo, y luego... te

    acompaar a ver la mula, y vendrs a la via con nosotros dos... Eh? Ja, ja! Anda, vete!...

    No es necesario decir lo satisfecho que ira Tistet Vdne al salir del saln del Solio, y con qu impacienciaaguard la ceremonia del siguiente da; pero mucho ms satisfecha e impaciente que el bribn estaba la mula.Desde el regreso de Vdne hasta las vsperas del siguiente da, la vengativa bestia no ces de atiborrarse deavena y cocear la pared con los cascos de atrs. Tambin el animal haca sus preparativos para la ceremonia...

    Al da siguiente, despus de haberse cantado vsperas, Tistet Vdne hizo su entrada en el patio del palaciopapal. En l estaban todo el alto clero, los cardenales con sus togas rojas, el abogado del diablo deterciopelo negro, los abades de conventos con sus pequeas mitras, los mayordomos de fbrica de San Agrico,las sotanas violetas de la escolana sin que faltaran numerosos individuos del bajo clero, los soldados del Papade gran uniforme de gala, los ermitaos del monte Ventoso con sus caras feroces y el monacillo que los siguetocando la campanilla, los hermanos disciplinantes desnudos de pecho y espalda, los floridos sacristanes contoga de jueces; todos, toditos, hasta los que hacen las aspersiones de agua bendita, y el que enciende y el queapaga los cirios... nadie faltaba al solemne acto... Ah! Era una hermosa ordenacin! Campanas, petardos, sol,msica, y siempre esos sonoros tamboriles que guiaban la danza all abajo, en el puente de Avin...

    Al presentarse Vdne en medio de la asamblea, su empaque y su buen talante produjeron un murmullo deadmiracin. Era un magnfico provenzal, rubio, con largos cabellos de puntas rizadas y una barbita corta yprimeriza que pareca formada por vedijas de metal fino desprendidas por el buril de su padre, el escultor enoro. Circularon rumores de que los dedos de la reina Juana haban jugado algunas veces con aquella rubiabarba, y efectivamente el seor de Vdne tena el glorioso aspecto y el mirar abstrado de los galanes amadospor reinas... Aquel da, para honrar a su nacin, haba sustituido su vestido napolitano por un capisayo

    bordado de rosas, a la provenzala, y sobre su capillo temblaba una gran pluma de ibis de Camargue.

    Al entrar el archipmpano, salud galantemente a la concurrencia, y dirigiose a la elevada escalinata, donde leaguardaba Su Santidad para imponerle las insignias de su grado: la cuchara de boj amarillo y la sotana decolor de azafrn. Junto a la escalera estaba la mula, enjaezada y dispuesta a partir para la via... Al pasar cercade ella, sonriose satisfecho Tistet Vdne y se detuvo para darle dos o tres golpecitos cariosos en la grupa,mirando con el rabillo del ojo si el Papa lo observaba. La ocasin era propicia... La mula tom impulso...

    --Toma, all te va, bandido! Siete aos haca que te la guardaba!

    Y le solt una coz tan terrible, tan certera, que desde Pamperigouste se vio el humo, una humareda de polvo

    rubio en la que revolote una pluma de ibis... Eso fue todo lo que qued del infortunado Tistet Vdne!...

    Pocas veces son las coces de mula tan fulminantes. Pero aqulla era una mula papal. Y adems, figrenseustedes!... Haca nada menos que siete aos que se la guardaba!... No hay ejemplo de odios eclesisticossemejante al mencionado.

    EL FARO DE LAS SANGUINARIAS

    No me fue posible, por muchos esfuerzos que hice, pegar los ojos aquella noche. El mistral estaba furioso, y elestrpito de sus grandes silbidos me desvel hasta el amanecer. El molino entero cruja, balanceandopesadamente sus aspas mutiladas, que resonaban con el cierzo lo mismo que el aparejo de un buque. Volaban

    las tejas de su destruida techumbre. En lontananza, los pinos apretados que cubran la colina se agitaban

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    zumbando entre sombras. Creyrase que era el alta mar...

    Esto trajo a mi memoria el recuerdo de mis gratos insomnios de hace tres aos, cuando yo viva en el faro delas Sanguinarias, all abajo, en la costa de Crcega, a la entrada del golfo de Ajaccio, otro hermoso rincn queencontr para meditar y estar a solas.

    Imagnense ustedes una isla rojiza de aspecto salvaje, el faro en una punta, y en la otra una antigua torregenovesa, donde en mi tiempo habitaba un guila. Abajo, en la orilla del agua, las ruinas de un lazareto,invadido completamente por las hierbas; luego barrancos, malezas, rocas enormes, algunas cabras montaraces,caballejos corsos triscando con las crines al viento; finalmente, all arriba, en la altura, entre un torbellino deaves marinas, la casa del faro, con su plataforma de mampostera blanca, donde paseaban los torreros de unlado a otro, la verde puerta ojival, la torrecilla de hierro fundido, y encima la gran linterna, cuyas facetasbrillan al sol y despiden luz aun en medio del da... He aqu la isla de las Sanguinarias, tal como la volv a veren mi imaginacin esa noche, al or roncar mis pinos. Antes de poseer un molino, aquella isla encantada eradonde iba yo a retirarme siempre que necesitaba aire libre y soledad.

    --Qu haca all?

    Lo mismo que ahora aqu, quiz menos. Cuando soplaban el mistral o la tramontana con extremada violencia,situbame entre dos peascos al borde del agua, en medio de las goletas, de los mirlos, de las golondrinas, yall permaneca todo el da, en esa especie de estupor y delicioso anonadamiento que la contemplacin del marproduce. Verdad que conocen ustedes esa grata embriaguez del alma? No se piensa, ni se suea. Todo el serse escapa, vuela, se evapora. Se es la gaviota que se zambulle, el polvo de espuma que sobrenada al sol entredos olas, el blanco humo de aquel vapor-correo que desaparece en la lejana, esa pequea barca de rojovelamen dedicada a la pesca de corales, aquella perla de agua, ese jirn de bruma, todo, menos uno mismo...Oh, qu deliciosas horas de semisueo y de divagaciones las que pas en mi isla!...

    Cuando el viento soplaba con fuerza impidindome estar a orillas del agua, me encerraba en el patio dellazareto, un patio pequeo y melanclico, todo l perfumado por el aroma del romero y del ajenjo silvestres, y

    all, junto al lienzo de las vetustas paredes, dejbame invadir por el vago olor de abandono y de tristeza queenvuelto en los rayos del sol flotaba entre los aposentos de piedra, abiertos por todas partes como tumbasantiguas. Un portazo o un salto ligero entre la hierba interrumpa de vez en cuando el silencio montono quereinaba en aquel solitario lugar: era una cabra, que acuda a rumiar al resguardo del viento. Al verme sedetena absorta, y quedbase plantada ante m, con aire vivaracho, los cuernos en alto, contemplndome conojos juveniles...

    El portavoz de los torreros me llamaba para comer a las cinco, y a esa hora, por un senderito escarpado a picoentre los matorrales, suspenso encima del mar, encaminbame lentamente al faro, volviendo a cada momentola vista hacia aquel inmenso horizonte de agua y de luz, que pareca ensancharse conforme ascenda yo.

    * * * * *

    El espectculo era encantador desde la cima. Creo an ver aquel magnfico comedor, de anchas losas,paramentos de encina, la sopa de peces humeante en medio, la puerta completamente abierta al blanco terrado,y los resplandores del Poniente que lo inundaban de luz... All me aguardaban siempre, para sentarse a lamesa, los torreros. Eran tres: uno de Marsella y dos de Crcega; los tres pequeos, barbudos, con igual rostrocurtido y resquebrajado, e idntico gabn de pelo de cabra, pero de aspecto y humor completamente distintosy aun contrarios.

    De la manera de vivir de aquellas gentes, deducase al punto la diferencia de ambas razas. El marsells,industrioso y vivo, siempre atareado, en constante movimiento, recorra la isla desde la maana a la noche,

    cultivando, pescando, recogiendo huevos de aves marinas, ocultndose entre los matorrales para ordear una

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    cabra al paso, y siempre dispuesto a hacer un alioli o a guisar alguna sopa de peces.

    Los corsos no se ocupaban absolutamente nada ms que de su servicio; considerbanse como funcionarios, ypasaban todo el da en la cocina jugando siempre largas partidas de scopa, sin interrumpirlas ms que paravolver a encender las pipas con aire grave, y para picar en la palma de las manos grandes hojas de tabacoverde con las tijeras...

    Sin embargo, marsells y corsos eran tres buenas personas, sencillos, bonachones, y muy considerados paracon su husped, aunque en el fondo lo creyeran un seor muy extraordinario.

    No les faltaban motivos para opinar as, porque eso de encerrarse en el faro!... Y ellos, que encuentran tanlargos los das, y son tan felices cuando les llega el turno de bajar a tierra!... En la buena estacin, gozan degran ventura todos los meses. Diez das de tierra firme por treinta de faro: as lo prescribe el reglamento. Peroen el invierno y durante los grandes temporales, no hay reglamentos que valgan. Arrecia el vendaval, subenlas olas, la espuma blanquea las Sanguinarias, y los torreros de servicio permanecen bloqueados dos o tresmeses consecutivos, y no pocas veces hasta con circunstancias aterradoras.

    --Oiga usted, seor, lo que me ocurri hace cinco aos--me refera en una ocasin el viejo Bartoli, mientrascomamos;--el caso me sucedi en esta misma mesa donde estamos, una tarde de invierno, como ahora.Aquella tarde slo estbamos dos en el faro: un compaero llamado Tchco y yo... Los dems estaban entierra, enfermos, con licencia, no recuerdo bien... Habamos concluido de comer, muy tranquilos... De repentemi camarada deja de comer, me mira un momento con unos ojos pcaros, y cataplum! se cae encima de lamesa, con los brazos adelante. Me acerco a l, lo muevo, lo llamo: Oh, Tch!... Oh, Tch!... Nada: estabamuerto!... Imagnese usted qu susto! Ms de una hora estuve estupefacto y tembloroso ante aquel cadver;despus, de pronto, me acuerdo del faro. No tuve tiempo ms que de subir a la farola y encender. La nocheestaba ya encima... Qu noche, caballero! El mar y el viento no tenan sus voces naturales. Continuamenteparecame que alguien me llamaba en la escalera... Y adems, una fiebre, una sed! Nadie hubiera sido capazde hacer que yo bajara... Me daba tanto miedo el difunto! Sin embargo, hacia el alba me anim un poco.Llev a mi compaero a su cama, le ech la sbana encima, rec algunas oraciones y en seguida fui a hacer

    seales de alarma.

    Desgraciadamente haba mar gruesa y de fondo: por ms que llam y llam, nadie acudi... Y yo a solas en elfaro con mi pobre Tchco, sabe Dios hasta cundo! Yo confiaba poder tenerlo conmigo hasta la llegada delbarco; pero a los tres das era an completamente imposible... Cmo arreglrmelas? Llevarle fuera?Enterrarlo? La roca era sumamente dura; y hay tantos cuervos en la isla! Me apenaba el tener queabandonarles aquel cristiano. Entonces pens en bajarlo a uno de los departamentos del lazareto... Toda unatarde emple en aquella triste faena, y le respondo a usted de que necesit valor... Mire usted, caballero! Hoytodava, cuando bajo a esta parte de la isla en una tarde de ventarrn, me parece llevar a cuestas el cadver...

    Pobre viejo Bartoli! Sudaba slo acordndose de ello.

    As pasbamos las horas de la comida, charlando largo y tendido: el faro, el mar, narraciones de naufragios,historias de bandidos corsos... Luego, al obscurecer, el torrero del primer cuarto encenda su candileja, tomabala pipa, la calabaza, un grueso Plutarco de cantos rojos, nico volumen que constitua la biblioteca de lasSanguinarias, y desapareca por el fondo. Un momento despus oase en todo el faro un estrpito de cadenas,de poleas, de grandes pesas de reloj a las cuales se daba cuerda.

    Yo me sentaba fuera, en la terraza, durante ese tiempo. El sol, muy bajo ya, descenda cada vez con msrapidez hacia el agua, llevndose tras de s todo el horizonte. Refrescaba el viento, la isla tease de colorviolceo. Por el espacio pasaba junto a m con perezoso vuelo un gran pajarraco: era el guila que acuda aguarecerse a la torre... Las brumas del mar suban poco a poco. Bien pronto vease tan slo el blanco festn de

    la espuma alrededor de la isla... De pronto, por encima de mi cabeza, surga una gran oleada de plcida luz.

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    Estaba encendido el faro. Dejando en sombras toda la isla, el luminoso haz de rayos iba a caer a lo lejos enalta mar, y all estaba yo rodeado de tinieblas, bajo aquellas grandes ondas lumnicas que apenas mesalpicaban al paso... Pero el viento segua refrescando. Era necesario recogerse. A tientas cerraba el gruesoportn y corra las barras de hierro; despus, y siempre a tientas, suba una escalerilla de fundicin, queretemblaba y sonaba con mis pasos y llegaba a la cspide del faro. Por supuesto, all s que haba luz.

    Imagnense ustedes una gigantesca lmpara Crcel, de seis filas de mecheros, en torno de la cual giranlentamente las paredes de la linterna, unas cerradas por enorme lente de cristal, otras abiertas a una granvidriera fija que preserva del viento a la llama... Al entrar me deslumbraba. Esos cobres, esos estaos, esosreflectores de metal blanco, esas paredes de cristal abombado que volteaban con grandes crculos azulados,todo ese espejeo, toda esa balumba de luces, me producan vrtigos por un instante.

    A pesar de todo, mi vista se acostumbraba poco a poco a ello, concluyendo yo por sentarme al pie mismo dela lmpara, junto al torrero que lea su Plutarco en alta voz, por temor a dormirse.

    All fuera, la obscuridad, el abismo. En el balconcillo que circunda a la vidriera, el viento corre aullandocomo un loco. Cruje el faro, la mar brama. En el extremo de la isla, en las rompientes, las olas simulan quedisparan caonazos. A veces, un dedo invisible toca en los vidrios: algn ave nocturna atrada por la luz, y quese estrella la cabeza contra el cristal. Dentro de la linterna centelleante y clida, nada ms que el constantechisporroteo de la llama, el ruido del aceite cayendo gota a gota, y el de la cadena que va desenrollndose, yuna voz montona, que salmodia la vida de Demetrio de Falerea.

    * * * * *

    Mediada la noche, levantbase el torrero, examinaba por ltima vez sus mechas, y bajbamos. En la escaleranos tropezbamos con el colega del segundo cuarto, quien suba restregndose los ojos; se le entregaba lacalabaza y el Plutarco. Despus, cuando nos bamos a acostar, entrbamos un momento en la habitacin delfondo, hecha un revoltijo de cadenas, grandes pesas, depsitos de estao, calabrotes, y all, a la luz delcandilejo, el torrero escriba en el gran libro del faro, abierto constantemente.

    Media noche. Buque a la vista por el horizonte. Mar gruesa. Tempestad.

    LA AGONIA DE LA GOLETA LIGERA

    Puesto que el mistral nos lanz la otra noche a la costa de Crcega, permtanme ustedes que les refiera unatriste historia martima de que hablan con frecuencia los pescadores de por all durante la velada, y acerca dela cual me ha suministrado la casualidad datos muy interesantes.

    Hace dos o tres aos que ocurri.

    Bogaba por el mar de Cerdea, acompaado de siete u ocho carabineros de mar. Penoso viaje para unnovicio! En todo el mes de marzo no habamos disfrutado de un solo da bueno. El viento del Este nos habacombatido con fiereza y el mar no abonanzaba.

    Una tarde, que capebamos el temporal, nuestra barca se refugi a la entrada del estrecho de Bonifacio, enmedio de un archipilago de islillas. Su aspecto era tranquilizador: grandes rocas peladas, pobladas de aves,algunas matas de ajenjo, espesuras de lentiscos, y ac y acull entre el fango algunos maderos que empezabana pudrirse; pero, a fe ma, para pasar la noche eran preferibles esas rocas siniestras al camarote de una viejabarca a medio cubrir, donde entraba el oleaje como Pedro por su casa, y con ella tuvimos que conformarnos.

    Tan pronto como desembarcamos y mientras los marineros encendan lumbre para guisar la sopa de peces, me

    llam el patrn, y mostrndome una pequea cerca de piedra blanca, perdida entre las brumas en el extremo

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    de la isla, me dijo:

    --Quiere usted venir al cementerio?

    --Un cementerio, patrn Lionetti! Pues, dnde nos encontramos?

    --En las islas Lavezzi, seor. Aqu fueron enterrados los seiscientos hombres de la fragata Ligera, en el lugarmismo en que se perdi hace diez aos... Pobre gente! No son muy visitados y menos mal que llegamosnosotros para decirles buenos das, puesto que ya estamos en l...

    --Con mucho gusto por mi parte, patrn.

    * * * * *

    Cunta tristeza respira el cementerio de la Ligera!... Lo veo todava, con su bajo tapial, su puerta de hierrooxidada y difcil de abrir, con centenares de cruces negras ocultas por la hierba. Ni una corona desiemprevivas, ni un recuerdo, nada!... Ah, infelices muertos abandonados, cunto fro deben sentir en sutumba casual!

    Un momento estuvimos all arrodillados. El patrn rezaba en voz alta. Enormes goletas, nicos guardianes delcementerio, revoloteaban sobre nuestras cabezas confundiendo sus roncos gritos con los lamentos del mar.

    Cuando concluimos de rezar, regresamos tristemente hacia el rincn donde haba sido amarrada la barca. Noperdieron el tiempo los marineros durante nuestra ausencia. Encontramos una gran hoguera llameanteresguardada por un peasco y la marmita que humeaba. Nos sentamos en corro, con los pies juntos a lalumbre, y bien pronto tuvo cada cual sobre sus rodillas, dentro de una cazuela de barro colorado, dosrebanadas de pan moreno con mucho caldo. Nadie habl durante la comida: estbamos mojados, tenamoshambre, y adems la proximidad del cementerio... A pesar de todo desocupamos las cazuelas, encendimos laspipas y empezamos a charlar un poco. Como es natural, el tema de nuestra conversacin fue la Ligera.

    --Pero, dgame, cmo ocurri la catstrofe?--pregunt al patrn, quien con la cabeza apoyada en las manos,miraba la lumbre con aire pensativo.

    --Que cmo ocurri la catstrofe?--respondiome el bueno de Lionetti, suspirando con amargura.--Ah! seor,nadie del mundo pudiera decirlo. Todo lo que sabemos es que la Ligera, llena de tropas para Crimea, habazarpado de Toln la vspera por la tarde, con mal tiempo. De noche todava, empez a arreciar el temporal.Viento, lluvia, mar alborotado como nunca. Por la maana amain un poco el viento, pero el mar continuabatan fiero; y a todo esto, una maldita bruma del demonio, que no permita distinguir un fanal a cuatro pasos. Nopuede usted formarse idea, seor, de lo traidoras que son esas brumas. Eso nada importa; nadie me quita de lacabeza que la Ligera debi perder el timn de madrugada; porque, por muy densa que fuera la bruma, sin una

    avera, el capitn no hubiese venido a estrellarse aqu. Era un experto marino, a quien todos conocamos.Haba mandado la estacin naval de Crcega durante tres aos y conoca la costa tan bien como yo, que noconozco otra cosa.

    --Y a qu hora se supone que se estrell la Ligera?

    --Debi ser a medioda; s, seor, en pleno medioda... Pero, cspita! con la bruma de mar, ese plenomedioda no era ms claro que una noche obscura como boca de lobo... Un aduanero de la costa me refirique aquel da, habiendo salido de su caseta para sujetar los postigos, prximamente a las once y media, unaracha de viento le llev la gorra, y exponindose a ser llevado l mismo por la resaca, empez a correr tras deaqulla a cuatro patas, a lo largo de la playa. Comprender usted que a los carabineros no les sobra la plata y

    una gorra cuesta cara. Pues bien, parece ser que al levantar un momento la cabeza nuestro hombre, vio, muy

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    cerca de l, entre la bruma, un buque de alto bordo que hua a palo seco, sotaventeando las islas Lavezzi. Estebuque marchaba con tanta velocidad, que el aduanero apenas tuvo tiempo de verlo bien. Sin embargo, todohace suponer que sera la Ligera, puesto que media hora ms tarde el pastor de las islas oy en estas rocas...Pero justamente viene aqu el pastor de que le hablo a usted; l mismo podr contarle el suceso... Buenosdas, Palombo!... Ven a calentarte un poco; no temas, hombre.

    Acercose a nosotros tmidamente un hombre encapuchado, a quien vea yo desde poco antes rondar alrededorde nuestra hoguera, y al cual haba tomado por uno de los tripulantes, pues no saba que hubiese pastor algunoen la isla.

    Era un viejo leproso, casi completamente idiota, atacado por no s qu enfermedad escorbtica que convertasus labios en un gran morro, que no poda mirarse sin repugnancia. Cost gran trabajo hacerle entender de quse trataba. Entonces, levantndose con un dedo el labio enfermo, el viejo nos cont que, en efecto, desde suchoza oy aquel da, alrededor de las doce, un horrible crujido en las peas. Como toda la isla estaba cubiertapor el agua, no haba podido salir, y slo al siguiente da fue cuando, al abrir la puerta, pudo ver la costa llenade restos y cadveres arrastrados hasta all por el mar. Espantado, huy a toda prisa hacia su barca, para ir aBonifacio a buscar gente.

    Tom asiento el pastor, rendido de haber hablado tanto, y el patrn reanud su discurso:

    --S, seor; este pobre viejo fue quien nos avis. Estaba casi loco de miedo, y desde entonces tiene la cabeza apjaros. Lo cierto es que haba motivo para ello... Figrese usted seiscientos cadveres amontonados sobre laarena, revueltos con astillas de madera y jirones de lona... Pobre Ligera!... El mar la haba molido de golpe yhecho trizas en tal forma, que el pastor Palombo apenas ha podido encontrar entre todos sus residuos con quhacer una empalizada para su choza... En cuanto a los hombres, desfigurados casi todos, espantosamentemutilados... inspiraba compasin el verlos asidos unos a otros, en racimos... All estaban el capitn conuniforme de gala, el capelln con la estola al cuello; en un rincn, entre dos peascos, un grumete con los ojosabiertos... pareca vivo todava; pero, no! Era cosa decidida que nadie se librara...

    Al llegar a este punto, el patrn se interrumpi, gritando:

    --Ten cuidado, Nardi, que se apaga la lumbre!

    Nardi arroj en el brasero dos o tres pedazos de tablones embreados, que se inflamaron, y Lionetti prosigui:

    --Lo ms triste de esta historia es esto: Tres semanas antes de la catstrofe, una pequea corbeta, que iba aCrimea, lo mismo que la Ligera, naufrag del mismo modo y casi en el mismo sitio; slo que aquella vezpudimos salvar la tripulacin y veinte soldados de ingenieros que iban a bordo... Es claro, esos pobrestiralneas no estaban en su elemento! Se les condujo a Bonifacio y permanecieron dos das con nosotros en lamarina... Despus que se secaron bien y se pusieron en pie, buenas noches, buena suerte! Regresaron a

    Toln, donde volvieron a ser embarcados para Crimea!... A que usted no adivina en qu buque?... En laLigera, seor!... Los vimos a todos veinte, tumbados entre los muertos, en el sitio donde nos encontramosahora... Yo mismo conoc a un lindo sargento de finos bigotes, un pisaverde de Pars, a quien haba hospedadoen mi casa y que nos haba hecho rer todo el tiempo con sus historias... Al encontrarlo all, se me parti elcorazn... Ah, Santa Madre!...

    Y, al decir esto, el honrado Lionetti sacudi, conmovido, la ceniza de su pipa y se arrebuj en su capotn,dndome las buenas noches... Durante algn tiempo, continuaron hablando a media voz los marineros...Despus, una tras otra, se apagaron las pipas... No se pronunci una palabra ms... Marchose el pastor viejo...Y yo me qued solo soando despierto, en medio de la tripulacin dormida.

    * * * * *

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    Impresionado por el lgubre relato que acababa de or, intent reconstruir con la imaginacin el pobre buquedifunto y la historia de esta agona cuyos nicos testigos fueron las aves goletas. Algunos detalles que mellamaron la atencin, el capitn con uniforme de gala, la estola del capelln, los veinte soldados de ingenieros,ayudronme a adivinar todos los detalles del drama... Vea zarpar de Toln la fragata, al obscurecer... Sale delpuerto. Hay mar de fondo y un viento huracanado; pero el capitn es un valiente marino, y todo el mundo esttranquilo a bordo...

    A la madrugada, se levanta la bruma de mar. Comienzan todos a inquietarse. Toda la tripulacin est sobrecubierta. El capitn no abandona la toldilla... En el entrepuente, donde van metidos los soldados, la obscuridades completa; la atmsfera est calurosa. Algunos estn enfermos, tendidos sobre sus petates. El buque cabeceahorriblemente; no se puede permanecer de pie. Hablan sentados en corrillos en el suelo, abrazndose a losbancos; es necesario gritar para orse. Algunos empiezan a atemorizarse... No es para menos el caso! Sonfrecuentes los naufragios en estos parajes; si no, que lo digan los tiralneas, y lo que stos refieren es paraasustar a cualquiera.

    Especialmente, su sargento primero, un parisiense que siempre est de broma, pone la carne de gallina con suschanzonetas.

    --Un naufragio!... Pues, si es la cosa ms divertida un naufragio. Salimos del paso con un bao fro, ydespus nos conducen a Bonifacio, a comer mirlos en casa del patrn Lionetti.

    Y los tiralneas re que te reirs...

    De repente se oye un crujido... Qu es eso? Qu pasa?...

    --El timn se ha ido--dice un marinero calado de agua, el cual cruza corriendo el entrepuente.

    --Buen viaje!--grita ese loco de sargento; pero esto ya no hace excitar la risa.

    Gran barullo sobre el puente. La bruma impide verse. Los marineros van de un lado para el otro horrorizados,a tientas... Ya no hay timn! No se puede maniobrar... La Ligera, perdido el rumbo, corre con tanta velocidadcomo el viento... Entonces es cuando la ve pasar el aduanero; son las once y media. A proa de la fragata suenaun caonazo... Las rompientes, las rompientes!... Todo concluy: no hay ms esperanza, va derecha a lacosta... El capitn desciende a su camarote... Al cabo de un momento, ocupa nuevamente su puesto en latoldilla con uniforme de gala... Ha querido engalanarse para morir.

    En el entrepuente se contemplan ansiosos los soldados, sin rechistar... Los enfermos pretenden levantarse... elsargentito ya no se re...

    Entonces se abre la puerta y aparece en el umbral el capelln con su estola, diciendo:

    --De rodillas, hijos mos!

    Todos obedecen. Con voz atronadora, el sacerdote comienza las preces por los agonizantes.

    Sobreviene de pronto un choque formidable, un grito, uno solo, una gritera inmensa, brazos tendidos, manosque se entrelazan, ojos extraviados en los que se refleja con la rapidez del relmpago la trgica visin de lamuerte...

    Misericordia!

    Toda la noche la pas lo mismo: soando, evocando, a los diez aos del suceso, el alma del pobre buque

    Cartas de mi molino, by Alphonse Daudet 18

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    cuyos restos me circundaban. A lo lejos, en el estrecho, ruga la tempestad, la tempestad; la llama de lahoguera inclinbase a uno y otro lado con las rachas de viento, y oa danzar a nuestra barca junto a las rocas,haciendo crujir las amarras.

    LOS ADUANEROS

    Una vieja embarcacin de la Aduana, semicubierta, era la Emilia, de Porto-Vecchio, a bordo de la cual hiceaquel viaje lgubre a las islas Lavezzi. Para resguardarse en ella del viento, de las olas y de la lluvia, slohaba un pequeo pabelln embreado, lo suficientemente amplio para contener escasamente una mesa y dosliteras. Con tan pobres recursos, merecan verse nuestros marineros con el mal cariz del tiempo. Chorreabanlos rostros, las blusas caladas de agua humeaban como ropa blanca puesta a secar en estufa, y en plenoinvierno los infelices pasaban as das enteros, hasta las noches inclusive, acurrucados en sus mojadosasientos, tiritando entre aquella humedad malsana, porque no se poda encender fuego a bordo, y muchasveces era difcil ganar la costa... Pues bien, ni uno de aquellos hombres se quejaba. En los ms reciostemporales, siempre los vi con idntica placidez, del mismo buen humor. Y, no obstante, qu triste vida la deesos carabineros de mar!

    Casados casi todos ellos, con esposa e hijos en tierra, permanecen meses enteros separados de su familiadando bordadas por aquellas tan peligrosas costas, alimentndose solamente de pan enmohecido y cebollassilvestres. Jams beben vino, nunca comen carne, porque la carne y el vino cuestan caros, y su sueldo es sloquinientos francos al ao! Figrense ustedes si habr obscuridad en la choza de all abajo, en la marina, y silos nios irn bien calzados!... No le hace! Todas esas gentes parecen contentas con su suerte. A popa,delante del camarote, haba un gran balde lleno de agua llovida, donde la tripulacin calmaba la sed, yrecuerdo que, apurado el ltimo buche, cada uno de esos pobres diablos sacuda su escudilla con un ah! desatisfaccin, una expresin de bienestar tan cmica como enternecedora.

    El que mostraba ms alegra y satisfaccin entre todos era un natural de Bonifacio, tostado, pequeo yrechoncho, a quien llamaban Palombo. Este pasbase el tiempo cantando aun en medio de los mayorestemporales. Cuando el oleaje tomaba el color del plomo, cuando el cielo obscuro por la cerrazn llenbase demenudo granizo y venteaban todos la borrasca que iba a venir, entonces, entre el silencio absoluto y laansiedad de a bordo, comenzaba a canturrear la voz reposada de Palombo:

    No, seor, Es gran honor. Es honrada Liseta y no fe...a: Se queda en la alde...a...

    Y por muchas que fueran las rachas que hacan crujir el velamen, zarandeando e inundando la barca, nodejaba de orse la cancin del aduanero, balanceada cual una gaviota en la cresta de las olas. El vientoacompaaba en ocasiones con demasiada fuerza, y no se oan las palabras; pero despus de cada golpe de mar,entre el murmullo del agua que chorreaba, oase constantemente el estribillo de la cancin:

    Es honrada Liseta y no fe...a: Se queda en la alde...a...

    Pero lleg un da de viento y lluvia muy fuertes, en que ya no lo o. Era tan extraordinario el caso, que saqudel camarote la cabeza:

    --Eh, Palombo! No cantas hoy?

    Palombo no respondi. Estaba inmvil, tendido en su banco. Me acerqu a l. Castaetebanle los dientes; lafiebre haca temblar todo su cuerpo.

    --Tiene una puntura--me dijeron afligidos sus camaradas.

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    Ellos llaman puntura a una punzada de costado, una pleuresa. Aquella gran cerrazn plomiza, aquella barcachorreando agua, aquel pobre febricitante arrebujado en un viejo capote de caucho que reluca bajo la lluviacomo una piel de foca: jams he presenciado nada ms lgubre. El fro, el viento y el vaivn de las olas notardaron en agravar en su enfermedad al pobre aduanero. Lo acometi el delirio y fue necesario atracar.

    Despus de mucho tiempo y no pequeos esfuerzos, entramos al obscurecer en una ensenadita rida y

    silenciosa, animada solamente por el vuelo circular de algunas aves. En cuanto de la playa alcanzaba la vista,erguanse altas rocas escarpadas, intrincados laberintos de arbustos verdes, de un verde obscuro y hojasperennes. Abajo, junto al agua, una casita blanca, con postigos grises, era el puesto de la Aduana. En medio deese desierto, aquel edificio del Estado, con cifras como una gorra de uniforme, produca una impresindesagradable de indecible malestar. El pobre Palombo fue desembarcado all. Triste asilo para un enfermo!Encontramos al aduanero disponindose a comer al amor de la lumbre, en compaa de su mujer y sus hijos.Todas aquellas gentes tenan caras plidas, amarillentas, grandes ojos sombreados por la fiebre. La madre,

    joven todava, con un nio de pechos en los brazos, estremecase de fro cuando hablaba con nosotros.

    --Es un puesto mortfero--me dijo en voz baja el inspector.--Nos vemos en la necesidad de relevar a nuestrosaduaneros cada dos aos. La fiebre de las marismas los mata.

    Sin embargo, se pretenda ir a buscar un mdico. Para encontrar al ms prximo era preciso ir hasta Sartne,es decir, a seis u ocho leguas de all. Cmo arreglrselas? Nuestros marineros estaban completamenteextenuados de cansancio, y no se poda enviar a uno de los nios tan lejos. Entonces la mujer, inclinndosefuera, llam:

    --Cecco!... Cecco!

    Y entr un mocetn muy fornido, verdadero tipo de cazador en vedado o de bandito, con su gorro de lanaparda y su gabn de pelo de cabra. Al desembarcar ya me haba fijado en l, al verle sentado a la puerta, consu pipa roja entre los dientes y un fusil entre las piernas, pero, ignoro por qu, haba huido al aproximarnos.Tal vez crey que iban gendarmes con nosotros. Cuando entr, ruborizose un poco la aduanera.

    --Es mi primo--nos dijo.--No hay temor de que ste se pierda entre la espesura.

    Djole despus algunas palabras en voz baja, sealndole el enfermo. Inclinose el hombre sin replicar, silb asu perro y sali corriendo a todo escape, escopeta al hombro, saltando de pea en pea a grandes zancadas.

    Durante, ese tiempo, los nios, que parecan aterrados por la presencia del inspector, concluyeron pronto decomer las castaas y el queso blanco. Y siempre agua, slo agua en la mesa! Sin embargo, hubiera venidotan bien un trago de vino a los pequeos! Ah, miseria! Al fin, la madre subi a acostarlos; el padre,encendiendo el farol, fuese a inspeccionar la costa, y nosotros continuamos velando a nuestro enfermo, que serevolva en su camastro cual si aun estuviese en alta mar, zarandeado por el oleaje. Para calmar un poco su

    puntura, calentamos guijarros y ladrillos, ponindoselos en el costado. Una o dos veces, al acercarme a sulecho, el infeliz me conoci, y para darme las gracias me tendi trabajosamente la mano, una manaza rasposay tan ardiente como uno de aquellos ladrillos sacados del fuego.

    Triste velada! Fuera habase recrudecido el temporal al expirar el da, y era aquello un estrpito, una descargacerrada, un surgidero de espumarajos, la batalla entre los peascos y las aguas. Un golpe de viento de alta marpenetraba de vez en cuando en la caleta y envolva nuestra casa. Conocase por el repentino aumento de lasllamas, que iluminaban de pronto los mohnos rostros de los marineros, agrupados en derredor de la chimeneacontemplando el fuego con esa plcida expresin que da el hbito de las hermosas perspectivas y de loshorizontes inmensos. Tambin, a veces, quejbase Palombo con dulzura. Entonces volvan todos los ojoshacia el rincn obscuro, donde el pobre compaero estaba en el trance de la muerte, lejos de los suyos y sin

    ayuda, y, acongojados los pechos, oanse grandes suspiros. Eso es todo cuanto inspiraba a aquellos

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    trabajadores del mar, pacientes y dulces, el sentimiento de su propio infortunio. Nada de sublevaciones ni dehuelgas.

    Solamente un suspiro! Sin embargo, me equivoco. Al pasar uno de ellos por delante de m para arrojar un hazde lea al fuego, me dijo con voz baja y conmovida:

    --Ya ve usted, seor, que en nuestro oficio se sufren a veces muchas penas!

    LOS VIEJOS

    --Qu es eso, to Azam? Una carta?

    --S, seor... una carta que viene de Pars.

    Y poco orgulloso estaba el buen to Azam con que la carta viniese de Pars! Yo no. Algo me deca queaquella parisiense de la calle de Juan Jacobo, al caer en mi mesa tan repentinamente y tan temprano, iba ahacerme perder toda la maana. No me haba equivocado, como pueden juzgar ustedes mismos. Deca as:

    * * * * *

    Amigo mo: Necesito que me hagas un favor. Cierra por un da tu molino, y ve en seguida a Eyguires, quees un lugarn que dista tres o cuatro leguas de tu residencia, un paseo, como quien dice. Cuando llegues,pregunta por el convento de las hurfanas. Pasado el convento, vers una casa de un solo piso, contienepostigos grises y un jardinillo detrs. Entra sin llamar, la puerta est siempre abierta, y cuando entres damuchas vocea:--Buenos das, buena gente! Soy amigo de Mauricio.--Entonces vers a dos viejecitos, oh!pero viejos, reviejos, archiviejos, tenderte los brazos desde el fondo de sus grandes sillones, y los abrazas enmi nombre, de todo corazn, como si fuesen cosa tuya. Despus hablarn ustedes; ellos te preguntarn por m,y yo ser el nico tema de su conversacin; te contarn mil chocheces, que debes escuchar sin rerte. No tereirs, eh? Son mis abuelos, dos seres para quienes yo soy toda su vida, y que no me han visto desde hace diezaos. Mira t que diez aos tienen das! Pero, qu quieres? Pars me ha hecho prisionero como a ellos laedad avanzada. Son tan viejos, que si viniesen a verme, se quedaran en el camino. Afortunadamente, miquerido molinero, andas t por ah abajo, y al abrazarte, los pobres creern en cierto modo que soy yo a quienabrazan. Les he hablado tantas veces de nosotros y de la buena amistad que nos une!

    * * * * *

    Llvese el diablo la buena amistad! Justamente aquella maana haca un tiempo hermoso, pero pocoadecuado para rodar por los caminos, demasiado mistral y excesivo sol, un verdadero da de Provenza.Cuando recib aquella maldita carta haba ya elegido mi abrigo entre dos rocas, y soaba con pasar all todo elda como un lagarto, inundndome de luz y oyendo cantar los pinos. En fin, qu vamos a hacerle? Cerr el

    molino gruendo y coloqu la llave debajo de la gatera. Tom el garrote y la pipa, y ech a andar.

    Llegu a Eyguires prximamente a las dos. El villorrio estaba desierto, todo el mundo en el campo. En losolmos, junto a la acequia, blancos de polvo, cantaban las cigarras como en pleno Crau. En la plaza de laAlcalda, tomando el sol, un asno, y en la fuente de la iglesia una bandada de palomas, pero ni un alma a quienpreguntar por el convento de las hurfanas. Afortunadamente, apareciseme de pronto una hada vieja, hilandoen cuclillas arrimada al quicio de su puerta, le expuse mi deseo, y como aquella hada era muy poderosa, nonecesit ms que levantar la rueca, y alzose al punto ante m, como por arte de magia, el convento de lashurfanas. Era un casern destartalado y obscuro, muy satisfecho de lucir sobre su prtico ojival una vetustacruz de arenisca roja, con una inscripcin latina. Junto a aquella casa, vi otra ms pequea con postigos grises,y el jardn detrs.

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    La conoc en seguida y entr sin llamar.

    Durante toda mi vida recordar aquel largo corredor fresco y tranquilo, la pared pintada de color de rosa, eljardinillo que se entrevea en el fondo a travs de una cortina de color, y en todos los tableros flores y violinesdescoloridos. Prodjome la misma impresin que hubiera experimentado al entrar en la casa de algn antiguobailo de los tiempos de Maricastaa. Al fin del pasillo, a la izquierda, por una puerta entornada oase el tic tac

    de un enorme reloj y una voz infantil, pero de nio de la escuela, que lea detenindose en cada slaba:En...ton...ces... San... I...re...ne...o... ex...cla...m:... Yo... soy... el... tri...go del... Se...or... Es...ne...ce...sa...rio... que... me... tri...tu...ren... las... mue...las... de... es...tos... a...ni...ma...les... Acerqueme conprecaucin a aquella puerta y mir.

    Entre la calma y la media luz de un cuartito, un buen anciano de pmulos rojos, arrugado hasta la punta de losdedos, dorma embutido en un silln, con la boca abierta y las manos en las rodillas. A sus pies, una niita contraje azul, esclavina grande y capillo pequeo, el traje de las hurfanas, lea la Vida de San Ireneo en un libroms grande que ella. Esta lectura milagrosa haba ejercido notable influencia sobre toda la casa. El viejodorma en su silln, las moscas en el cielo raso y los pjaros en sus jaulas, all abajo, en la ventana. El granreloj repeta con insistencia montona su acompasado tic tac, tic tac. En toda la estancia no estaba despiertonada ms que un gran haz de luz que se filtraba derecho y blanco por entre los postigos cerrados, lleno dechispas vivientes y de valses microscpicos. En medio de aquel general adormecimiento, la nia prosegua sulectura con aire grave: En... se...gui...da... dos... le...o...nes... se... lan...za...ron... so...bre... l... y... lo...de...vo...ra...ron... En ese momento entr yo. Los leones de San Ireneo, entrando precipitadamente en laestancia, no hubieran producido all ms asombro del que yo produje. Un verdadero efecto teatral! Lapequea exhala un grito, cese el librote, espablanse los canarios y las moscas, el viejo se yerguesobresaltado, despavorido y turbado yo mismo un poco, me paro en el umbral diciendo a voces:

    --Buenos das, buenas gentes, soy amigo de Mauricio!

    Oh! Entonces, si ustedes hubieran visto al pobre viejo, si le hubiesen visto precipitarse a m, con los brazosextendidos, abrazarme, apretarme las manos, correr trastornado por la habitacin, repitiendo:

    --Dios mo, Dios mo!

    Reansele todas las arrugas del rostro. Estaba rojo. Tartamudeaba.

    --Ah, caballero! Ah, caballero!

    Ibase despus al fondo, llamando:

    --Mamette!

    Se abre una puerta, y se oye en el pasillo un trotecito de ratn. Era Mamette. Nada tan conmovedor comoaquella viejecita con su gorro de casco, su hbito carmelita y el pauelo bordado, que por honrarme tena en lamano, conforme a la usanza antigua. Cosa enternecedora: se parecan! Con papalina y cosas amarillastambin l hubiera podido llamarse Mamette. Pero la verdadera Mamette haba debido llorar mucho durantesu vida, y estaba an ms arrugada que la otra. Tambin, como la otra, tena junto a s una nia del asilo dehurfanas, guardianita con esclavina azul que nunca la abandonaba, y el ver esos viejos amparados por esashurfanas, era lo ms conmovedor que puede concebirse.

    Mamette, al entrar, haba comenzado por hacerme una gran reverencia; pero el viejo la paraliz con cuatropalabras:

    --Es amigo de Mauricio.

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    Y he aqu que, al punto, tiembla, llora, pierde el pauelo, se pone encarnada, muy roja, an ms roja que l.Esos viejos! La nica gota de sangre que tienen en las venas, se les sube a la cara a la ms pequea emocin.

    --Pronto, pronto, una silla!--grita la vieja a su nia.

    --Abre los postigos!--dice el viejo a la suya.

    Y agarrndome cada cual por una mano, llevronme de un trote a la ventana, abierta de par en par, paracontemplarme mejor. Acercan los sillones, me instalo entre ambos en una silla de tijera, colcanse detrs denosotros las dos nias de azul, y comienza el interrogatorio.

    --Cmo est? Qu hace? Por qu no ha venido a vernos? Est contento?

    Y patatn, y patatn. Todo esto durante dos horas.

    Contest del mejor modo posible a todas las preguntas, diciendo acerca de mi amigo los detalles que conoca,inventando descaradamente los que ignoraba, y guardndome, sobre todo, de confesar que jams habareparado en si cerraban bien sus ventanas, o de qu color era el papel de su cuarto.

    --El papel de su cuarto! Es azul, seora, azul plido con guirnaldas.

    --Verdad?--exclamaba conmovida la pobre vieja.

    Y dirigindose a su marido, agregaba:

    --Es tan buen muchacho!...

    --Oh, s, es un buen muchacho!--repeta el otro lleno de entusiasmo.

    Y mientras que yo hablaba haba entre ellos movimientos de cabeza, sonrisitas maliciosas, guios de ojos,aires de valor entendido. O bien, el viejo que se aproximaba a m dicindome:

    --Hable usted ms fuerte. Es un poco sorda.

    Y ella por su parte:

    --Le suplico que hable algo ms alto. Es un poco teniente.

    Yo alzaba entonces la voz, y dbanme los dos las gracias con una sonrisa, y entre esas lnguidas sonrisas conque se inclinaban hacia m, pretendiendo ver en el cristal de mis ojos la imagen de su Mauricio, conmovame

    el encontrar yo mismo aquella imagen, vaga, velada, casi imperceptible, cual si viese a mi amigo sonrerseme,entre una bruma, en las lejanas.

    * * * * *

    El viejo yrguese repentinamente en el silln.

    --A que no adivinas en qu estoy pensando, Mamette? Quiz no habr almorzado!

    Y Mamette, trastornada, levantando los ojos al cielo, exclama:

    --Sin almorzar! Santo Dios!

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    Pens que hablaban todava de Mauricio, e iba a responder que ese buen muchacho jams se pona a la mesadespus del medioda. Pero no, era a m a quien se referan. Y eran de ver las idas y venidas cuando confesque todava no me haba desayunado.

    --En seguida, el cubierto, nias! La mesa en medio del cuarto, el mantel del domingo, los platos de flores. Nose ran tanto, hagan el favor, y vamos de prisita.

    Creo que, efectivamente, se apresuraron. Apenas en el tiempo necesario para romper tres platos, encontroseservido el almuerzo.

    --Un buen almuercito!--me deca Mamette al conducirme a la mesa;--pero es slo para usted, porque nosotrosya comimos esta maana.

    A cualquier hora que se visite a esos pobres viejos, siempre han comido por la maana.

    El buen almuercito de Mamette componase de dos dedos de leche, unos dtiles y una barquette, una cosaparecida a un pestio, algo con que alimentarse ella y sus canarios lo menos durante ocho das. Y decir queyo slo me engull todas aquellas provisiones! As, pues, qu indignacin alrededor de la mesa! Cmocuchicheaban las nias vestidas de azul, dndose con el codo! Y all abajo, dentro de sus jaulas, cmoparecan decirse los canarios: Oh! Pues no se come ese seor de una sentada todo el pestio?

    Efectivamente, me lo com todo y casi sin darme cuenta de ello, distrado como estaba mirando a mi alrededoraquella habitacin clara y apacible, donde flotaba como un olor a cosas antiguas. Lo que ms me llamaba laatencin eran dos camitas de las cuales no poda separar los ojos. Figurbame esos lechos, casi como doscunas, a la hora del alba, cuando estn an ocultos por sus grandes cortinajes de cenefas. Dan las tres de lamadrugada. A esa hora suelen despertarse todos los viejos.

    El pregunta:

    --Duermes, Mamette?

    --No, querido.

    --Verdad que Mauricio es un buen muchacho?

    --Oh, s! Es un buen muchacho.

    Y as poco ms o menos, imaginbame yo una charla completa, slo con haber visto esas dos camitas de viejo,colocadas una junto a otra.

    Durante este tiempo al extremo opuesto de la habitacin desarrollbase un drama terrible delante del armario.Tratbase de alcanzar all arriba, en la ltima tabla, cierto frasco de cerezas en aguardiente que haca diezaos que aguardaba a Mauricio, y con cuya apertura quisieron obsequiarme. A pesar de los ruegos deMamette, el viejo se haba empeado en ir a buscar l mismo las cerezas, y encaramado sobre una silla, congran espanto de su mujer, pretenda alcanzarlo. Figrense el cuadro: el viejo temblaba, y empinbase; lasnias vestidas de azul, agarradas a la silla de ste, detrs de l Mamette, jadeante, con los brazos tiesos, ydominando todo esto un leve aroma de bergamota que despedan grandes pilas de ropa blanca amarillentaamontonada en el armario abierto. Era encantador.

    Despus de esfuerzos inauditos, consiguiose, por fin, sacar del armario el famoso frasco y con l un antiguovasito de plata completamente abollado, el vaso que Mauricio usaba cuando era pequeo. Me lo llenaron de

    cerezas hasta el borde, le agradaban tanto a Mauricio las cerezas! Y al servirme el viejo me murmuraba al

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    odo con aire golosn:

    --Es usted muy dichoso pudiendo comerlas! Mi mujer es quien las ha preparado. Va usted a probar cosa rica.

    Su mujer, ah! las haba preparado pero se le haba olvidado ponerles el azcar. Qu quieren? La vejezvuelve a uno distrado. Pobre Mamette ma! sus cerezas eran malsimas, a pesar de lo cual yo me las com

    todas sin pestaear, no dejando de ellas ni los rabos.

    * * * * *

    Cuando conclu de almorzar, me levant para despedirme de mis huspedes. Ellos, por su gusto, me hubieranretenido todava un rato, para hablar de Mauricio, pero iba atardeciendo, estaba lejos el molino, y eranecesario emprender la marcha.

    El viejo se haba puesto de pie al mismo tiempo que yo.

    --Mamette, trae mi sobretodo. Voy a acompaarlo hasta la plaza.

    Mamette en su fuero interno pensaba indudablemente en que haca ya un poco fresco para acompaarme hastala plaza, pero tuvo la prudencia de no exponer su opinin. Unicamente, mientras le ayudaba a meterse lasmangas del sobretodo, un bonito sobretodo de color rap con botones de ncar, o a la buena seora que ledeca dulcemente:

    --No regresars muy tarde, verdad?

    A lo que l respondi, con aire picaresco:

    --Jem! Jem! No lo s. Pudiera ocurrir.

    Despus contemplronse riendo, y las niitas vestidas de azul, de verlos rer, rean, y en su rincn reansetambin a su manera, los canarios. Dicho sea entre nosotros, creo que el olor de las cerezas las habaembriagado a todos una miajita.

    Cuando salimos el abuelo y yo, caa la tarde. La nia del vestido azul nos segua de lejos, para acompaarlo ala vuelta, pero l no la vea, se enorgulleca de marchar de mi brazo como un hombre. Mamette, radiante,observaba todo esto desde el quicio de la puerta, y al contemplarnos, mova graciosamente la cabeza como sinos dijese: Todava puede andar mi marido, a pesar de los aos que tiene.

    EL SUBPREFECTO EN EL CAMPO

    El seor subprefecto ha salido de expedicin. Con el cochero delante y el lacayo detrs, el coche de lasubprefectura le conduce majestuosamente a la Exposicin regional de La-Combe-aux-Fes. El seorsubprefecto se puso en ese da memorable la hermosa casaca bordada, el sombrerito apuntado, el pantalnestrecho galoneado de plata y la espada de gala con empuadura de ncar. Descansa sobre sus rodillas unagran cartera de piel de zapa con relieves, y la contempla entristecido.

    El seor subprefecto contempla entristecido su cartera de zapa estampada en hueco; piensa en el famosodiscurso que en breve ha de pronunciar delante del vecindario de La-Combe-aux-Fes.

    --Seores y queridos administrados.

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    Pero, aunque se atusa con insistencia las rubias y sedosas patillas, y repite veinte veces consecutivas: Seoresy queridos administrados, no acierta a continuar el discurso.

    No acierta a continuar el discurso... Es tanto el calor que hace dentro de aquel coche!... Hasta que se pierdeen lontananza, el camino de La-Combe-aux-Fes est lleno de polvo, bajo el sol de medioda. El aire abrasa...y especialmente los olmos de orillas del camino, cubiertos por completo de blanco polvo, millares de cigarras

    pasan de uno a otro rbol. El seor subprefecto se estremece repentinamente. All abajo, junto a una ladera,divisa un verde robledal que parece hacerle seas.

    El bosquecillo de carrascas parece hacerle seas:

    --Venga usted aqu, subprefecto; al pie de mis rboles estar usted perfectamente y podr componer sudiscurso.

    El seor subprefecto queda seducido, apase del coche y dice a sus gentes que le esperen mientras l va acomponer su discurso en el pequeo robledal.

    En el bosquecillo de verdes carrascas hay pjaros, flores y fuentes bajo la fina hierba... Al ver al seorsubprefecto con sus lindos pantalones y su cartera de zapa estampada, las aves se atemorizan y enmudecen;las fuentes no se atreven a meter ruido y las flores ocltanse entre el csped. Toda esa gentecilla menuda

    jams ha visto a un subprefecto, e interrgase en voz baja quin ser ese gran seor que se pasea con pantalnde plata.

    Bajo el follaje interrgase la gentecilla menuda en voz baja quin es ese seor con pantaln de plata. Mientrastanto el seor subprefecto, encantado con el silencio y la frescura del bosque, se levanta los faldones de lacasaca, coloca sobre la hierba el sombrero apuntado y se sienta en el musgo junto a una encina joven. Luegoabre en las rodillas la gran cartera de piel de zapa con relieves y extrae de ella un ancho pliego de papelministro.

    --Es un artista!--dice la curruca.

    --No--responde un pajarillo,--no es un artista, porque lleva pantaln de plata; pero puede ser un prncipe.

    --Puede ser un prncipe--repite otro pajarito.

    --Ni un artista, ni un prncipe--interrumpe un viejo ruiseor, que haba cantado durante una primavera en losjardines de la subprefectura.--Yo lo conozco: es... un subprefecto!

    Y por todo el bosquecillo reptese sin cesar:

    --Es un subprefecto! Un subprefecto!

    --Est muy calvo!--observa una alondra muy mouda.

    Las flores preguntan:

    --Es mala persona?

    --Es mala persona?--preguntan las flores.

    El viejo ruiseor contesta:

    Cartas de mi molino, by Alphonse Daudet 26

  • 8/6/2019 Cartas de Mi Molino Alphonse Daudet

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    --No es completamente malo!

    Y con esta seguridad, los pjaros reanudan su canto, las fuentes vuelven a correr y las flores a embalsamar elaire, como si aquel seor no estuviese all. Impasible en medio de toda aquella agradable algaraba, elsubprefecto invoca en su corazn a la Musa de los comicios agrcolas, y lpiz en ristre, declama con voz deceremonia:

    --Seores y queridos administrados...

    --Seores y queridos administrados--declama el subprefecto, con su voz ceremoniosa.

    Interrumpido por una carcajada, vuelve la cabeza y no ve ms que un gran picoverde que lo mira rindose, depatas en el sombrero apuntado. El subprefecto se encoge de hombros e intenta reanudar su discurso; pero elpicoverde lo interrumpe, gritndole desde lejos:

    --Para qu sirve eso?

    --Cmo! Para qu sirve eso?--dice el subprefecto, enrojeciendo y, echando con un ademn a aquel pjaroinsolente, prosigue a ms y mejor:

    --Seores y queridos administrados--prosigue a ms y mejor el subprefecto.

    Y he aqu que en aquel momento se yerguen hacia l las flores desde la punta de sus tallos, y le dicen condulzura:

    --Seor subprefecto, no advierte usted el gratsimo perfume que exhalamos?

    Y las fuentes le obsequian bajo el musgo con una msica divina, y entre las ramas, sobre su cabeza, bandadasde currucas le gorjean sus notas ms sonoras, y todo el bosquecillo conspira para impedirle la composicin de

    su discurso.

    Todo el bosquecillo conspira para impedirle la composicin de su discurso.

    El seor subprefecto, embriagado de aromas, ebrio de msica, pretende intilmente resistir el nuevo encantoque le invade. Colcase de codos sobre la hierba, se desabrocha la hermosa casaca, y farfulla otras dos o tresveces:

    --Seores y queridos administrados. Seores y queridos adminis... Seores y queridos...

    Manda despus a paseo a los administrados, y