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HORROR EN OAKDEENE Brian Lumley En el verano de 1935 Martin Spellman fue a trabajar como enfermero en prácticas al sanatorio mental de Oakdeene. Tenía veinticuatro años y una fuerte vocación..., aunque no precisamente la de enfermero. La única ambición de Spellman desde su adolescencia era la de ser escritor; y dado que una extraña y macabra ocurrencia le había sugerido, para la primera obra que proyectaba escribir, realizar una compilación de casos de locura poco usuales y extraordinarios, había decidido que la mejor manera de tener una percepción de primera mano de su tema -la palpación, por así decirlo, de los manicomios- sería trabajando en una de esas instituciones. Naturalmente, la verdadera intención de Spellman al solicitar el puesto permaneció bien oculta, pero eso no significaba que él no estuviera dispuesto a hacer lo mejor que pudiera el trabajo al que se había comprometido. El contrato era por un período mínimo de un año, con otro año como enfermero a plena dedicación, y Martin aceptó animosamente estas condiciones, que le permitirían llevar a cabo su proyecto. Tanto sus colegas como sus superiores se asombraron ante el desacostumbrado celo con que el joven Spellman se entregaba al trabajo, y todas las noches en que no estaba de guardia podían ver encendidas las luces de su habitación hasta la madrugada. Martin había distribuido su tiempo libre de la siguiente manera: durante tres horas estudiaría la teoría de su actividad como enfermero de pacientes mentales, y durante otras cinco trabajaría en su libro. Eso le dejaría menos de seis horas para dormir en cualquier período dado de veinticuatro horas. En las ocasiones en que estuviera de guardia por la noche -una o dos veces a la semana- alteraría su horario para dedicar el mismo tiempo a las mencionadas tareas. A menudo, el inmediato superior y tutor de Martin. el doctor Welford, le sorprendió trabajando en su manuscrito, a fines de verano y principios del otoño; pero ¿quién podía quejarse de un estudiante de enfermería mental que escribía una serie de «tesis» o correlaciones sobre los casos más extraños y complejos que se le presentaban en su profesión? En todo caso, habría que felicitar a Martin por su estudiosa dedicación a todos los detalles de su labor en el sanatorio. La verdad era que Spellman descubrió pronto que no le agradaba su trabajo en el instituto. Las guardias nocturnas, sobre todo, eran abominables, especialmente en las ocasiones en que tenía necesidad de deambular por los corredores más inferiores de Oakdeene, donde residtan los peores pacientes. Sus colegas más duros y estoicos llamaban al pabellón del sótano «el Infierno», y Martin Spellman no consideraba exagerada esta denominación. Allá abajo había realmente un infierno; las luces del corredor iluminaban intensamente las pesadas puertas, con sus ventanucos enrejados y los rótulos que contenían breves historiales mecanografiados de los ocupantes de las celdas. Detrás de aquellas puertas, separados de Martin sólo por el grosor de los paneles de roble, las tablas para cerrar el acceso y las paredes interiores forradas de goma, vivían muchos de los más terribles lunáticos de Gran Bretaña, sumidos en el horror perpetuo de su propia locura, y Martin Spellman se aseguraba, cuando tenía guardia nocturna, de que las rondas que debía efectuar a cada hora por el Infierno le llevaran el menor tiempo posible, sin menoscabo de la eficacia de su vigilancia. Uno de los llamados «colegas» de Spellman en el sanatorio, Alan Barstowe (un enfermero totalmente adiestrado, feo y rechoncho, de unos treinta y cinco años), echaba a veces una mano al nuevo para combarir su miedo al pabellón conocido como «el Infierno». Al parecer, Barstowe no sentía temor alguno por aquella parte de la

Brian Lumley - Horror en Oakdeene

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HORROR EN OAKDEENE

Brian Lumley

En el verano de 1935 Martin Spellman fue a trabajar como enfermero en prcticas al sanatorio mental de Oakdeene. Tena veinticuatro aos y una fuerte vocacin..., aunque no precisamente la de enfermero. La nica ambicin de Spellman desde su adolescencia era la de ser escritor; y dado que una extraa y macabra ocurrencia le haba sugerido, para la primera obra que proyectaba escribir, realizar una compilacin de casos de locura poco usuales y extraordinarios, haba decidido que la mejor manera de tener una percepcin de primera mano de su tema -la palpacin, por as decirlo, de los manicomios- sera trabajando en una de esas instituciones.

Naturalmente, la verdadera intencin de Spellman al solicitar el puesto permaneci bien oculta, pero eso no significaba que l no estuviera dispuesto a hacer lo mejor que pudiera el trabajo al que se haba comprometido. El contrato era por un perodo mnimo de un ao, con otro ao como enfermero a plena dedicacin, y Martin acept animosamente estas condiciones, que le permitiran llevar a cabo su proyecto.

Tanto sus colegas como sus superiores se asombraron ante el desacostumbrado celo con que el joven Spellman se entregaba al trabajo, y todas las noches en que no estaba de guardia podan ver encendidas las luces de su habitacin hasta la madrugada. Martin haba distribuido su tiempo libre de la siguiente manera: durante tres horas estudiara la teora de su actividad como enfermero de pacientes mentales, y durante otras cinco trabajara en su libro. Eso le dejara menos de seis horas para dormir en cualquier perodo dado de veinticuatro horas. En las ocasiones en que estuviera de guardia por la noche -una o dos veces a la semana- alterara su horario para dedicar el mismo tiempo a las mencionadas tareas.

A menudo, el inmediato superior y tutor de Martin. el doctor Welford, le sorprendi trabajando en su manuscrito, a fines de verano y principios del otoo; pero quin poda quejarse de un estudiante de enfermera mental que escriba una serie de tesis o correlaciones sobre los casos ms extraos y complejos que se le presentaban en su profesin? En todo caso, habra que felicitar a Martin por su estudiosa dedicacin a todos los detalles de su labor en el sanatorio.

La verdad era que Spellman descubri pronto que no le agradaba su trabajo en el instituto. Las guardias nocturnas, sobre todo, eran abominables, especialmente en las ocasiones en que tena necesidad de deambular por los corredores ms inferiores de Oakdeene, donde residtan los peores pacientes. Sus colegas ms duros y estoicos llamaban al pabelln del stano el Infierno, y Martin Spellman no consideraba exagerada esta denominacin. All abajo haba realmente un infierno; las luces del corredor iluminaban intensamente las pesadas puertas, con sus ventanucos enrejados y los rtulos que contenan breves historiales mecanografiados de los ocupantes de las celdas. Detrs de aquellas puertas, separados de Martin slo por el grosor de los paneles de roble, las tablas para cerrar el acceso y las paredes interiores forradas de goma, vivan muchos de los ms terribles lunticos de Gran Bretaa, sumidos en el horror perpetuo de su propia locura, y Martin Spellman se aseguraba, cuando tena guardia nocturna, de que las rondas que deba efectuar a cada hora por el Infierno le llevaran el menor tiempo posible, sin menoscabo de la eficacia de su vigilancia.

Uno de los llamados colegas de Spellman en el sanatorio, Alan Barstowe (un enfermero totalmente adiestrado, feo y rechoncho, de unos treinta y cinco aos), echaba a veces una mano al nuevo para combarir su miedo al pabelln conocido como el Infierno. Al parecer, Barstowe no senta temor alguno por aquella parte de la guardia nocturna, e incluso en la espectral atmsfera del sanatorio por la noche, pareca aceptar de muy buen grado las visitas que deba efectuar cada hora al pabelln inferior. Con frecuencia cambiaba la guardia con Spellman, dicindole que no le importaba trabajar de noche..., que de hecho prefera esas guardias a la actividad diurna. All cada cual con sus gustos.

La habitacin de Spellman en el instituto estaba en la planta baja -una de las cuatro estancias compuestas de dormitorio y sala de estar-, separada de los dos pabellones de enfermos mentales situados en el mismo piso por unos muros reforzados y a prueba de ruidos. Como Oakdeene no contaba con suficientes enfermeros (no era un trabajo muy codiciado precisamente), dos de las habitaciones para los residentes estaban vacas. La otra habitacin ocupada perteneca a Harold Moody, un enfermero de edad mediana que ya haba superado el perodo de prcticas y cuya sordera parcial haca que vivir directamente encima del Infierno no constituyera dificultad alguna, pues en efecto el suelo de la planta baja no era en modo alguno a prueba de ruidos. No es que los ruidos de abajo molestaran a menudo a Spellman, pero observ que los internos del Infierno se mostraban especialmente vociferantes cada vez que Alan Barstowe tena servicio de guardia nocturna, y en aquellas ocasiones los gritos, lamentos y el guirigay generalizado en el pabelln del stano parecan penetrar por el suelo de piedra bajo su cama con una insistencia que le molestaba interiormente, a la vez que le mantena despierto, a menudo hasta las cuatro o las cinco de la madrugada.

Finalmente, lleg una ocasin en que asignaron el servicio de guardia noctura al estudiante y Barstowe juntos, y desde luego el joven no se sinti en absoluto contento con el arreglo. A pesar de que aquel hombre se mostraba amigable, y aparte de su aspecto fsico, haba en l algo desagradable. Sin embargo, el turno de la noche se inici con toda normalidad a las nueve, sin que hubiera nada en la actitud de Barstowe que corroborase la sensacin de Spellman o le produjera una incmoda preocupacin.

Las rdenes para la guardia nocturna incluan la estipulacin de que se visitara cada pabelln, se revisara cada celda, habitacin y ocupante, y en la medida de lo posible la inspeccin se llevara a cabo cada media hora. Haban encargado a Martin Spellman que vigilara los pabellones inferiores y el Infierno, mientras que Barstowe se ocupaba de los pabellones superiores y las habitaciones de los internos ms sosegados y menos permanentes. A las once, cuando el estudiante de enfermera estaba a punto de bajar por segunda vez al temido pabelln del stano, con su farfulleo apagado, sus maldiciones y sus lamentos, antes de que iniciara el descenso por los escalones de piedra le llamaron desde arriba.

-Espera un momento, joven Spellman! -le dijo la voz gutural del rechoncho Barstowe.

El enfermero en prcticas alz la vista hacia el descansillo del primer piso y vio que el otro bajaba rpidamente la escalera. Barstowe blanda un objeto que pareca un palo negro, aproximadamente de medio metro de largo y con la punta de plata.

Mientras bajaba, el enfermero vio que Spellman contemplaba su arma y la apret contra su cuerpo, ocultndola lo mejor que pudo.

-Ve preparado, como digo siempre -musit con una sonrisa forzada cuando lleg al lado del estudiante-. Mira, Martin -aadi cambiando al momento de tema-, s que no te gustan mucho los pabellones inferiores y el Infierno..., as que, si quieres, bajar yo y t puedes hacer la guardia arriba. Estaba a punto de visitar el pabelln cuatro, as que si te parece...

-El pabelln cuatro? No hay inconveniente... Pero para qu es eso, Barstowe? -seal el palo que el otro casi haba conseguido ocultar por completo entre los pliegues de su bata clnica-. Hombre, no creers que van a intentar escaparse!

-No -respondi Barstowe, desviando la vista-, es que me siento ms..., ms cmodo ah abajo provisto de un bastn. Nunca se sabe, verdad?

Mientras Spellman suba la escalera, el ojo de su mente retena la imagen de aquel palo de Barstowe. Si uno de sus superiores llegaba a conocer la existencia del arma, Barstowe se encontrara metido en un buen lo. No es que creyera que el rechoncho enfermero causaba a los internos algn dao con aquel objeto -si le amenazaba a travs de los barrotes del ventanuco, el ocupante slo tendra que retroceder al fondo de su celda para quedar al margen del peligro-; no, con toda evidencia era como Barstowe le haba explicado; con aquel palo simplemente se senta ms cmodo.

De todos modos, Spellman no pudo evitar el recuerdo de aquellos gritos que oa incrementarse en la noche cada vez que Barstowe tena guardia en el pabelln del stano. Lo curioso fue que aquella noche, ms tarde -incluso en el segundo piso, en las habitaciones abiertas de los pacientes ms dignos de confianza y en los corredores entre aquellos alojamientos relativamente hogareos-, el estudiante de enfermera pudo or todava aquellos apagados y torturados ecos del Infierno...

Hacia fluales de octubre, las lecturas y el estudio de Martin Spellman para su libro se haban centrado en casos ms especializados: en particular, aberraciones influidas al parecer por fuerzas exteriores imaginarias o alucinatorias. Haba visto claras conexiones en un buen nmero de casos razonablemente bien autorizados, conexiones que eran sobre todo interesantes en tanto que mostraban fantasas, sueos y engaos que eran casi idnticos en los diversos pacientes.

Por ejemplo, estaba el bien documentado caso de Joe Slater, el trampero de las montaas Catskill, cuyas acciones lunticas en 1900 y 1901 parecieron gobernadas no por la luna sino ms bien por la influencia de un punto u objeto en el cielo mucho ms alejado que la rbita del satlite terrestre. Sin embargo, a Spellman le pareca que la autenticidad de este caso quedaba deslucida por la insistencia del cronista en que Slater estaba, de hecho, habitado por la mente de un ser extraterrestre. Estaba luego el barn alemn Ernst Kant, el cual, antes de su horrible e inexplicable muerte en un manicomio de Westfalia, haba credo que sus acciones dementes estaban controladas por una criatura a la que llamaba Yibb-Tstll, y que describa como enorme y negra, con senos que se contorsionan y un ano en la frente; una "cosa" de sangre negra cuyo cerebro se alimenta de sus propios excrementos....

De fecha ms reciente eran las observaciones grabadas que el doctor David Stephenson efectu de una tal J. M. Freeth, una maniaca zofaga cuya intencin declarada era absorber tantas vidas como pudiera. Eso lo consegua como el Renfield de Bram Stoker, dando a comer moscas a las araas, araas a los gorriones y, finalmente, devorando ella misma a los gorriones. Tambin ella, como el maniaco del relato de Stoker, se encontr con que le negaban la posesin de un gato cuando se vio cules eran sus intenciones. Sus extravagantes fantasas haban formado parte de su creencia en que la vigilaba una criatura divina sobrenatural, que finalmente acudira a liberarla. Las obsesiones de la seorita Freeth y su mana de devorar vida no eran nicas, ni mucho menos, y el estudiante recogi y registr una serie de casos similares.

Por otra parte, procedente de un manicomio llamado Canton, en Norteamrica, Spellman recogi la terrible historia de un interno que, antes de su huida y posterior desaparicin unos siete aos atrs, en 1928, haba estado absolutamente seguro de su inmortalidad, y de que habitara para siempre en Y'hanthlei entre maravillas y gloria eterna.... Su destino (pues tena una inamovible confianza en s mismo) estaba gobernado por los Profundos, Dagon y el Seor Cthulhu -con los primeros servira en la adoracin y glorificacin del ltimo-, fuera cual fuese el significado de aquellos nombres. Sin embargo, las aberraciones de aquel pobre desgraciado ofrecan una pista. Su aspecto recordaba mucho a un pez, con los ojos protuberantes y la piel escamosa, y se crea que estas anormalidades fsicas le haban hecho pensar demasiado en ciertos remotos mitos y leyendas relativos a deidades marinas. Pareca probable, a este respecto, que su Dagon fuese el mismo dios-pez de los filisteos y fenicios, conocido a veces como Oannes.

As pues, los estudios de Spellman se hicieron ms especficos a medida que transcurran las semanas, pero poco poda imaginar que en una celda del Infierno resida un hombre cuyo caso era tan extrao como cualquiera de los que hasta entonces haba recogido en su libro...

A mediados de noviembre, el doctor Welford, que algo saba acerca de la nueva direccin que estaban tomando los estudios de su alumno, invit a Spellman a leer el historial de Wilfred Larner, que sola ser uno de los residentes ms sosegados del Infierno, pero que era capaz de transformarse con rapidez de un individuo razonablemente controlado en un furioso animal salvaje. Tambin el caso de Larner pareca tener su gnesis en aquellas regiones exteriores que tanto fascinaban al estudiante de enfermera.

As fue como, en su habitacin encima del pabelln del stano, Martin Spellman tuvo contacto por primera vez con el historial de Larner, que le absorbi desde el principio, en particular las menciones de cierto Libro Negro -algo llamado el Cthaat Aquadingen-, que se supona relacionado con el levantamiento de espritus procedentes del agua y los ocanos, y otros demonios de orgenes ms oscuros. Al parecer este libro era una de las causas principales del rpido declive mental de Larner unos diez aos atrs; y segn el historial, sus alusiones, sugerencias y en ocasiones la revelacin flagrantemente blasfema apenas podan considerarse como una lectura inocua para cualquier persona con un equilibrio mental delicado.

Difcilmente podra culparse a Spellman por no reconocer el ttulo, Cthaat Aquadingen, pues el libro era conocido tan slo por unas pocas personas desperdigadas, en su mayora anticuarios eruditos o estudiosos de obras raras y antiguas, algunos de ellos estudiosos de los fenmenos oscuros, las ciencias ocultas. En efecto, slo existan cinco ejemplares de la obra, en formas diversas, en todo el mundo; uno se encontraba en la biblioteca privada de un coleccionista londinense; otro bajo llave -junto con el Necronomicon, los Fragmentos de G'harne, los Manuscritos Pnakticos, el Liber Ivonis, el temible Cultes des Goules y las Revelaciones de Glaaki- en el Museo Britnico, y dos de los otros en lugares an ms remotos e inaccesibles. El quinto ejemplar era el que pronto caera en las manos del inadvertido Spellman.

Pero dejando este libro aparte, Larner, durante su decadencia y antes de que su hermana lo metiera en el instituto, tambin haba reunido una considerable coleccin de recortes de prensa de todo el mundo, recortes que, considerados especialmente desde el punto de vista a menudo estrecho de una psique desordenada, podan adquirir toda clase de aspectos perturbadores.

Spellman se preguntaba de dnde haba sacado el instituto su informacin con frecuencia detallada acerca de los acontecimientos que haban conducido al encierro de Larner, y en eso tuvo suerte, pues las preguntas que efectu a la maana siguiente al doctor Welford le llevaron a descubrir que la hermana de Larner haba puesto todos los documentos relacionados con el trastorno mental de su hermano en manos de los alienistas del instituto. Tanto el archivo de recortes de Larner como su Cthaat Aquadingen (un voluminoso rimero de hojas tamao oficio grapadas y manuscritas por el propio Larner, copiadas presumiblemente de alguna otra obra) seguan guardados en un armario de las espaciosas oficinas administrativas de Oakdeene, y el doctor Welford no fue contrario a la idea de ponerias, al menos por algunos das, a disposicin de Spellman.

Muy poco pudo entender el estudiante del gran manuscrito de Larner, pues haba demasiadas incoherencias en su extrao contenido -extravagantes yuxtaposiciones en la estructura de la frase y cosas por el estilo-, las cuales parecan indicar que se trataba de una traduccin de alguna otra lengua, tal vez del alemn, debida a una persona no demasiado versada en el idioma, quizs el mismo Larner. Por otro lado, ste pudo haber copiado su obra de alguna otra versin traducida, aunque tampoco era del todo imposible que l mismo fuese el autor, si bien esto ltimo pareca poco probable. Haba espeluznantes descripciones de ritos -horrendas deremonias mgicas que comportaban sacrificios humanos y de animales-, las cuales, pese a los efectos de una mala traduccin, fueron ms que suficientes para convencer al estudiante de enfermera de que el estudio de aquella obra haba contribuido en gran manera a que Larner acabara en el pabelln del stano del instituto. Como Spellman tena una mente muy bien equilibrada y, en consecuencia, le pareci intil recorrer tres o cuatrocientas pginas de semejante material, pas rpidamente al archivo de recortes.

Aquello ya era distinto, algo a lo que uno poda hincarle el diente. Y qu regalo para la obra de Spellman! Comprob con sorpresa que el archivo de recortes estaba lleno de material que sin ninguna duda podra utilizar. Haba recortes procedentes de fuentes esparcidas por todo el mundo: de Londres, Edimburgo, Dubln, de Amrica y Africa, de Francia, la India y Malta, de las montaas Troodos de Chipre, de las desrticas llanuras australianas y del bosque de Teutoburger en Alemania occidental, y en su mayor parte se referan a las acciones de personas -tanto aisladas como en grupos o cultos- pretendidamente influidas por fuerzas extraterrestres o exteriores.

Abarcaban un perodo que iba desde principios de febrero de 1925 a mediados de 1926 -casos detallados de pnico, mana y misteriosas excentricidades-, y a medida que lea, Spellman estableci rpidamente vnculos en lo que a primera vista parecan relatos aislados. Dos columnas del News of the World haban sido dedicadas al caso del hombre que lanz un grito terrible antes de matarse saltando desde una ventana de un cuarto piso. Las investigaciones en su habitacin demostraron que el suicidio estaba relacionado con alguna clase de rito mgico; dibujada en el suelo con tiza haba una estrella de cinco puntas, y las paredes estaban pintadas con una tosca representacin. del blasfemo Cdigo Nyhargo. En Africa, los puestos misioneros de avanzada haban informado acerca de amenazadores murmullos por parte de tribus poco conocidas del desierto y la jungla, y uno de los recortes mostraba cmo se hacan sacrificios humanos en honor de un espritu de la tierra llamado Shudmell. Spellman relacion en seguida esta informacin con la fantstica y todava inexplicada desaparicin de sir Amery Wendy-Smith y su sobrino en Yorkshire en 1933; tambin ellos parecan obsesionados por la conviccin de que estaban condenados a muerte por los ardides de una deidad similar llamada Shudde-M'ell, de aspecto gigantesco, gomoso, como una serpiente, y con tentculos. En California, toda una colonia teosfica vesta tnicas blancas para un glorioso advenimiento que nunca llegaba, y en el norte de Irlanda jvenes con tnicas blancas saquearon y prendieron fuego a tres iglesias de los suburbios para hacer sitio a los Templos de un Seor Ms Grande. En las Filipinas, los funcionarios norteamericanos encontraron a ciertas tribus fastidiosas en extremo durante todo aquel perodo, y en Australia el sesenta por ciento de los poblados aborgenes se cerraron a cal y canto, aislndose de todo contacto con los blancos. Cultos y sociedades secretas en todo el mundo salieron a la luz por primera vez, admitiendo lealtad a diversos dioses y fuerzas y declarando que la afirmacin de su fe, una resurreccin definitiva, estaba a punto de realizarse. Se multiplicaban los disturbios en los manicomios, y a Spellman le asombr el estoicismo de las fraternidades mdicas, que no haban reparado en los paralelismos y se haban limitado a extraer las conclusiones ms simples.

La primera noche de su estudio a fondo del archivo, Spellman no se acost hasta muy tarde, levantndose tambin muy tarde por la maana. Aqul era un lujo raro en l. Durante todo el da tuvo una especie de sensacin letrgica y no se molest en estudiar ni siquiera trabajar en su libro. Aquella noche, cuando lleg la hora de su ltima ronda, todava se senta sooliento y embotado, y fue entonces cuando se dio cuenta de que le haban destinado una vez ms a los aborrecibles pabellones inferiores y al Infierno. De nuevo Barstowe comparti el turno de noche con el estudiante de enfermera, y Spellman supuso que antes de la medianoche el fofo colega bajara para hacerle su ofrecimiento habitual.

A las once se encontraba en el pabelln del stano, iniciando su primer recorrido apresurado del malsano lugar, cuando le sorprendi or que le llamaban por su nombre desde el ventanuco con barrotes en la puerta de la segunda celda a la izquierda. Era la celda de Larner, y al parecer el hombre se hallaba en uno de sus estados ms lcidos. Eso le result muy conveniente al estudiante, pues tena la intencin de hablar con Larner a la primera oportunidad, y ahora se dio cuenta de que se le haba presentado la ocasin.

-Cmo est, Larner? -le pregunt cuidadosamente, acercndose para atisbar el rostro blanco enmarcado por el pequeo cuadrado del ventanuco-. Desde luego, parece de buen humor.

-Lo estoy, lo estoy..., y confo en que me ayudar a seguir as...

-Yo? Cmo podra ayudarle?

-Dgame -le pregunt Larner sigilosamente-, quin est de guardia con usted esta noche?

-El enfermero Barstowe. Por qu lo pregunta?

Pero Larner haba retrocedido, apartndose de la puerta al or mencionar el nombre de Barstowe, y Spellman tuvo que mirar a travs del ventanuco para verle.

-Qu ocurre, Larner? Es que no se lleva bien con Barstowe?

-Larner es un alborotador, Spellman... No lo sabas?

La voz gutural y extraamente amenazadora de Barstowe brot a sus espaldas, muy cerca. Spellman se sobresalt por el inesperado sonido, y se volvi para mirar al rechoncho enfermero, que deba de habrsele aproximado tan silencioso como un ratn.

-Y adems -sigui diciendo el desagradable individuo-, desde cundo te dedicas a hablar del personal veterano con los internos? Esa es una conducta muy irregular, Spellman.

Pero ste no era hombre que se intimidara con facilidad, y el temor instintivo que haba despertado en l la aparicin de Barstowe se transform en enojo al percibir la velada amenaza en la pregunta de aquel hombre.

-Nadie te ha llamado aqu, Barstowe -replic speramente-, y qu te propones al bajar aqu con tanto sigilo? Si piensas en cambiarme la ronda, ya puedes ir olvidndolo... No me gusta cmo se comporta esta gente cuando ests de servicio!

Spellman esper a ver cmo reaccionaba Barstowe ante su acusacin indirecta.

El enfermero veterano haba palidecido al or aquello, y era evidente que no saba cmo responder. Cuando lo hizo su actitud haba cambiado.

-Yo.., yo... Adnde quieres ir a parar, Martin? Qu insinas? Slo he bajado para hacerte un servicio. No estoy ciego, sabes?, y est claro que no te gusta hacer la ronda por aqu. Pero t te lo has buscado, Martin. No volver a ofrecerte mi ayuda nunca ms..., puedes estar seguro de ello.

-Me parece muy bien, Barstowe, pero no sera mejor que volvieras arriba? Puede que la mitad de los internos se hayan escapado y anden corriendo por ah... O acaso temen demasiado a ese bastn tuyo para atreverse? -Barstowe palideci todava ms, y bajo los pliegues de la bata su mano derecha se agit involuntariamente ante la mencin del palo-. Llvatelo, quieres? -Spellman mir con fijeza el bulto delator bajo la bata clnica del enfermero-. Yo en tu lugar no me habra molestado. No lo vas a necesitar esta noche..., por lo menos aqu abajo.

Entonces Barstowe pareci encogerse, blanco como el papel, se volvi sin pronunciar palabra y casi ech a correr por el pasillo y los escalones. Por primera vez, mientras el rechoncho enfermero suba apresuradamente aquellos escalones, Spellman observ que los ventanucos de las puertas que se alineaban en el corredor estaban ocupados. Rostros en diversas etapas de agitacin o animacin, con los ojos fijos en la figura en retirada de aquel hombre desagradable, estaban enmarcados por aquellas pequeas aberturas con barrotes, y Spellman se estremeci al percibir el autntico odio que reflejaban aquellos rostros y ojos enloquecidos.

Una hora despus, durante su siguiente visita al Infierno, Martin Spellman trat de hablar con los tres o cuatro internos del pabelln del stano que de vez en cuando podan expresarse con claridad, pero fue intil. Ni siquiera Larner quiso comunicarse con l. Y no obstante, el estudiante de enfermera poda detectar cierta satisfaccin en la atmsfera; una peculiar sensacin de seguridad flua de un modo tangible tras las puertas cerradas con cerrojo y las paredes acolchadas...

Durante una semana, por lo menos, tras el incidente con Barstowe, Spellman se sinti tentado de mencionar al doctor Welford la extraa conducta de aquel hombre. Sin embargo, no quera causarle a Barstowe ningn mal. Despus de todo, no tena ninguna prueba fehaciente de que no cumpliera con su deber de la forma ms adecuada, y el hecho de que llevara consigo un bastn cada vez que visitaba el pabelln del stano no poda considerarse como prueba concluyente de algn propsito poco profesional. No haba modo alguno en que Barstowe pudiera utilizar su arma. Pareca pura y simplemente que el hombre era un cobarde redomado y nada ms..., alguien a quien, desde luego, haba que evitar y hacer caso omiso, pero de quien no era necesario preocuparse.

Adems, las cosas estaban mal en aquellos tiempos, y Spellman no quera cargar en su conciencia con el despido de Barstowe. Sin embargo, hizo una o dos preguntas discretas a los dems enfermeros y, si bien result que nadie se interesaba gran cosa por Barstowe, era tambin evidente que nadie le consideraba especialmente maligno, ni siquiera un mal enfermero. Y as Spellman dej el asunto de lado...

Hacia fines de noviembre Spellman oy hablar del proyectado traslado de Barstowe a los alojamientos en el instituto. Al parecer, la casera de la que era inquilino esperaba el regreso de su hijo del extranjero y necesitaba la habitacin del enfermero. Pocos das despus la desagradable posibilidad se convirti en realidad, y el extrao y desagradable individuo se mud a uno de los pequeos apartamentos en la planta baja. Apenas se haba establecido all cuando, a fines del mismo mes, se produjeron en Oakdeene los primeros indicios del horror.

Sucedi a primeras horas de la madrugada, despus de una de aquellas tardes infrecuentes en que, incapaz de soportar su entorno durante otra noche sin alguna pausa, Martin Spellman se haba dejado persuadir por Harold Moody para ir a tomar un trago al pueblo de Oakdeene. Martin no era bebedor, y su lmite solan ser tres o cuatro cervezas, pero aquella noche se senta en vena, y el resultado fue que cuando regres con Moody al sanatorio, poco antes de medianoche, estaba ms que preparado para irse derecho a la cama.

Ia cerveza fue tambin lo que salv a Martin Spellman del posible enfrentamiento con el horror cuando se produjo, pues en cualquier otro momento los horribles gritos y los demenciales chillidos procedentes del pabelln del stano sin duda le habran despertado. Pero bebido como estaba, se perdi toda la excitacin, como la denomin Harold Moody a la maana siguiente, cuando entr en la habitacin del estudiante para despertarle.

La excitacin se deba a que, cuatro horas antes, hacia las tres de la madrugada, uno de los peores habitantes del Infierno haba muerto despus de un ataque especialmente horrible. Durante su ataque, el hombre, un tal Gordon Merritt, luntico irremediable durante veinte aos, haba conseguido de alguna manera arrancarse un ojo!

Slo ms tarde se le ocurri a Spellman preguntar cul de los enfermeros tuvo la desgracia de estar de guardia cuando Merritt sufri su ltimo y final ataque. Y un temblor casi inconsciente de extraa aprensin se apoder de l cuando le dijeron que haba sido Barstowe...

Durante las dos primeras semanas tras la muerte de Merritt, Barstowe se mantuvo muy reservado, mucho ms que antes, y eso que nunca haba sido precisamente una persona sociable. De no haber estado al tanto de la mudanza, Spellman ni siquiera habra sospechado que Barstowe se alojaba en el instituto. La verdad era que a los directivos de Oakdeene no les haban satisfecho en absoluto los resultados de la investigacin, y haban dado al rechoncho enfermero un buen rapapolvo por sus reacciones a la situacin la noche del incidente, que haban sido ineficaces y demasiado lentas. La creencia general era que el ataque de Merritt podra haberse evitado si Barstowe hubiera actuado con mayor rapidez.

El 13 de diciembre Spellman tuvo otra vez guardia nocturna, y una vez ms le toc recorrer a cada hora el pabelln llamado el Infierno. Hasta aquel momento nunca se haba dado cuenta de que existiera en su inconsciente la menor intencin de procurar descubrir ms detalles de los hechos que rodeaban la muerte de Merritt -slo saba que algo le haba perturbado durante demasiado tiempo y que haba ciertas cosas que le gustara saber-, y no obstante, en su primera visita al pabelln del stano, fue directamente la celda de Larner y llam al hombre por el ventanuco.

Las celdas estaban construidas de tal modo que todos los ngulos interiores eran visibles desde aquellos ventanucos con barrotes; es decir, que cada celda tena forma de caa, y el extremo agudo de la cua lo formaba la misma puerta. Larner estaba tendido en su camastro, en el extremo de la celda, contemplando el techo en silencio, cuando Spellman le llam, pero se levant en seguida y fue a la puerta al identificar a quien le llamaba.

-Larner -le dijo Spellman tras intercambiar un breve saludo-, qu le ocurri a Merritt? Fue..., fue tal como han dicho, o...? Dgame lo que ocurri, quiere?

-Podra hacerme un gran favor, enfermero Spellman?

Al parecer, Larner no haba odo la pregunta del estudiante... O quiz, se dijo Spellman, haba decidido ignorarla.

-Un favor? Si puedo, Larner... Qu quiere que haga?

-Hay que hacer justicia! -exclam de sbito el luntico, con tal vehemencia, con algo tan parecido al fervor en su voz, que el joven enfermero retrocedi un paso, apartndose un poco de la puerta.

-Justicia, Larner? Qu quiere decir?

-Justicia, s! -El hombre escudri a Spellman a travs de los barrotes, parpadeando con rapidez, nerviosamente, mientras hablaba. Y entonces, a la manera de ciertos lunticos, cambi de tema con brusquedad-. El doctor Welford ha mencionado que le pareci a usted interesante el Cthaat Aquadingen. Tambin a m me pareci en otro tiempo una obra muy interesante..., pero hace ya mucho que no puedo disponer de ella. Supongo que ellos creen que su contenido es..., bueno, que no me conviene, y tal vez tengan razn, no estoy seguro. Es cierto que si estoy aqu es por el Cthaat Aquadingen. Oh, no hay duda de eso, s, se es el motivo por el que estoy aqu. Lea la Sexta Sathlatta con demasiada frecuencia, sabe? Casi romp del todo la barrera. Quiero decir que no ocurre nada por ver a Yibb-Tstll en sueos, eso al menos puede soportarse..., pero hacer que atraviese la barrera!... Ah! Ese es un pensamiento monstruoso. Hacer que atraviese... sin control!

Algo de lo que Larner habla dicho le sonaba familiar al estudiante. En su breve exploracin del libro de aquel loco, Spellman haba visto uno o dos pasajes que contenan ciertos cnticos o invocaciones, los Sathlattae, y tom nota mental de que deba ojear de nuevo el extrao volumen y descubrir lo que pudiera de ellos... Y tambin de aquella... criatura?..., Yibb-Tstll.

Entonces Larner habl de nuevo, interrumpiendo los pensamientos de Martin. La expresin del luntico habla vuelto a cambiar, y ahora le miraba fijamente, con los ojos muy abiertos.

-Bien, enfermero Spellman, le sera posible hacerme un pequeo y sencillo servicio?

-Primero tendr que decirme de qu se trata.

-Es muy simple... Quisiera que me hiciese una copia de la Sexta Sathlatta del Cthaat Aquadingen y me la trajera. No hay ningn mal en ello, verdad?

Spellman frunci el ceo.

-Pero no acaba de culpar a ese mismo libro por encontrarse aqu?

-Oh, pero entonces no saba lo que estaba haciendo. Ahora es distinto..., slo que no puedo recordar lo que dice; me refiero a la Sexta Sathlatta. Han pasado casi diez aos...

-La verdad es que no s -consider cuidadosamente Spellman-, pero mire, Larner, los favores son recprocos, sabe? Todava no ha respondido a mi pregunta. Podra hacer lo que usted me pide pero, a cambio, est dispuesto a decirme lo que ocurri la noche en que muri Merritt?

Sin embargo, la expresin de Larner haba vuelto a hacerse furtiva y nerviosa, y desvi el rostro.

-Eso lo arreglaremos nosotros, Spellman, no importa cul sea el precio. -Tras murmurar estas palabras, volvi a mirar el rostro del estudiante, enmarcado por el ventanuco barrado, y a Spellman le asombr de nuevo la facilidad con que cambiaba el carcter de aquel hombre. Ahora su mirada era penetrante, casi la de un hombre cuerdo-. No sucedi nada. Merritt sufri un ataque, eso es todo. Era un loco, sabe?

Larner se volvi de nuevo, esta vez para ir al camastro y acostarse tal como estaba antes. Spellman supo que su charla haba terminado y sigui andando lentamente por el desolado corredor, asomndose a los ventanucos barrados al pasar.

Durante el resto de aquella noche, aunque saba que todo estaba en orden, Martin Spellman no pudo librar su subconsciente de distantes timbres de alarma, y mientras caminaba por los oscuros pasillos echaba de vez en cuando un nervioso vistazo por encima del hombro.

Spellman tuvo el siguiente fin de semana libre de guardia, y dedic el sbado a buscar las extraas referencias de Larner en el Cthaat Aquadingen. Por ltimo encontr algo -un cntico, quiz?- de aspecto ineqnvocamente misterioso, escondido en una de las cuatro secciones codificadas del manuscrito bajo el encabezamiento de Sexta Sathlatta. Casi de un modo automtico, copi las letras reunidas en extraos conjuntos, y mientras las anotaba en una hoja de papel intent pronunciarlas. Eran como un trabalenguas:

Ghe'phnglui, mglw'ngh ghee-yh, Yibb- Tstll,

fhtagn mglw y'tlette ngh'wgash, Tibb- Tstll,

ghe'phnglui mglw-ngh ahkobhg'shg, Yibb-Tstll;

THABAITE! - YIBB- TSTLL, YIBB- TSTLL, YIBB- TSTLL!

Entonces, antes de buscar ms referencias a Yibb-Tstll, el joven enfermero dedic algunos minutos ms a intentar extraer algn sentido a lo que haba anotado. Fue intil, y al fin abandon la tarea para buscar las notas correspondientes entre las que llenaban los mrgenes. Al parecer, las notas eran el resultado de descifrar las pginas codificadas, los llamados mtodos de evocacin. Para aclarar el mensaje de las notas y facilitar su lectura, Spellman copi cuidadosamente las palabras, como haba hecho con la Sexta Sathlatta:

1. PARA INVOCAR LO NEGRO

Este mtodo requiere una oblea de (harina?) y agua con la Sexta Sathlatta impresa con los smbolos originales, entregada a la vctima con el cntico de invocacin (Necronomicon, p. 224, bajo el ttulo Hoy-Dhin), pronunciado en voz alta y a una distancia que permita a la dicha vctima orlo. Eso no har aparecer a Yibb-Tstll, sino a su Sangre Negra, que tiene la propiedad de poder vivir aparte de l, y es invocada desde un universo tan remoto que slo lo conocen Yibb-Tstll y Yog-Sothoth, colindante con todos los espacios y tiempos. Se acaba con la vctima cuando la Sangre Negra le envuelve como un manto y le asfixia. Entonces el jugo de Yibb-Tstll regresa con el alma de la vctima al cuerpo de El Ahogador en su propia continuidad...

2. PARA VER A YIBB-TSTLL EN SUEOS

...y la Sexta Sathlatta puede utilizarse... que uno puede invocar en sueos la Forma de El Ahogador, Yibb-Tstll, que camina por todos los tiempos y espacios. Sin embargo, debe observarse que el Cntico ha de usarse con cautela -slo una vez- antes de cada sueo durante el que va a producirse la invocacin, para que el Vidente no comunique a aquello que mira una Percepcin de la Puerta de su Mente, y que, al usar esta Puerta para entrar desde el Exterior, y al volver al ms all a travs de esta misma Puerta, Yibb-Tstll pueda quemar la Mente y la Puerta y todo en su ida y venida..., pues la agona es grande y la muerte cierta. Ni tampoco, durante semejante visita, estaran controladas sus acciones en esta Esfera; y el apetito de El Ahogador era bien conocido por los Adeptos de la antigedad...

3. PARA INVOCAR A YIBB-TSTLL

Este mtodo tambin requiere el uso de la Sexta Sathlatta, invocada tres veces por treinta adeptos al unsono a medianoche del Primer Da. Nota: cualquier grupo de treinta invocadores recibir la respuesta al ritual como se ha descrito, siempre que al menos uno de ellos sea adepto; pero si no hay entre ellos al menos siete adeptos -y a menos que la noche anterior a la medianoche en que se efecta la invocacin hayan cerrado sus almas con la Barrera Naach-Tith, es muy posible que sufran horribles trastornos y castigos!

Aqu haba una nota en tinta roja, aadida por Larner a las notas anteriores: Hay que tratar de encontrar las palabras restantes para levantar la barrera de Naach-Tith.... A Spellman le pareci evidente que cuando el hombre del pabelln llamado el Infierno escribi la ltima nota crptica, estaba ya muy avanzado en su proceso demencial.

Durante el resto de la tarde Spellman dej de lado las pginas de su manuscrito, que iba tomando forma con rapidez, y volvi a sus estudios. Hizo una sola pausa hacia las seis, para cenar, e inmediatamente volvi a sus libros de texto. A las ocho prepar caf, pero el brebaje, en vez de mantenerle despierto, pareci debilitarle, por lo que se tendi en la cama con el propsito de dormitar unos minutos. Sin embargo, estaba ms fatigado de lo que crea, y se despert con calambres y escalofros unas tres horas despus, cuando una pesadilla, cuya naturaleza no poda recordar, puso fin a su sueo.

Entonces encendi el hornillo de gas y se prepar otra taza de caf antes de coger su manuscrito para hacer algunas pequeas alteraciones y tomar ms notas. Trabaj intensamente hasta las dos de la madrugada, y no se desvisti y acost hasta que estuvo seguro de que el captulo de su libro, en el que trabajaba en aquellos momentos, estaba bien encarrilado. Sin embargo, antes de dormir cogi las hojas de papel con las notas anteriormente copiadas del Cthaat Aquadingen.

De nuevo intent pronunciar en voz alta el extrao revoltijo de letras denominado la Sexta Sathlatta, imaginando que esta vez su pronunciacin se aproximaba ms a la verdadera. Pero antes de llegar al final de la segunda lnea sinti un extrao temor que le hizo detenerse. Un escalofro involuntario le recorri la espina dorsal.

Qu era lo que haba ledo de aquella llamada invocacin? S, all estaba, tal como la haba copiado: ... y la Sexta Sathlatta puede utilizarse... que uno puede invocar en sueos la Forma del Ahogador, Yibb-Tstll, que camina por todos los tiempos y espacios.

Un extrao torpor pareci apoderarse de l y sacudi la cabeza para despabilarse; pero aunque eso le despej un poco, dej de todos modos los papeles y se tendi en la cama. Estaba claro que a sus nervios les ocurra algo raro. Deba de ser la influencia de aquel lugar y de los internos. Tendra que ir con ms frecuencia al pueblo de Oakdeene en compaa de Harold Moody.

Volvi a conciliar rpidamente el sueo, y una vez ms lo que so tuvo una naturaleza de pesadilla...

Ante l se desplegaba un panorama de inslita vegetacin y flores monocromas de aspecto maligno. Junglas de oscuros y exticos helechos extendan sus frondas culebreantes hacia los cielos de color verde oscuro, sin estrellas, por los que se deslizaban unos pjaros fantsticos de alas con muchas venas, pulstiles. Haba un claro cerca de la maraa infernal de plantas desconocidas, que pareca atraer de alguna manera inexplicable al espritu inconsciente de Spellman. Los arbustos fungoides se apartaban de l mientras se mova hacia el claro, y enormes insectos zumbaban malignamente, saliendo del interior de flores de venenoso aspecto al aproximarse l. Se dio cuenta de que l era el elemento extrao en aquella monstruosa dimensin de sueo, y que el disgusto de sus habitantes era como el que l podra experimentar si los papeles estuvieran invertidos.

Pronto lleg al claro, una gran zona escabrosa de tierra blanquecina y estril que se extenda al menos dos kilmetros antes de que la jungla se reanudara al otro lado. En el centro de aquella repugnante extensin estaba La Cosa, y a la distancia a que se encontraba Spellman juzg que su altura era por lo menos tres veces superior a la de un hombre. Al acercarse ms por el terreno costroso, cubierto de escombros menudos, vio que La Cosa se volva, girando lentamente sobre los pies, que ocultaba un gran manto verde, un manto que sobresala, se agitaba y contorsionaba desde debajo de... la cabeza?... hasta la corroda y polvorienta superficie en la que se hallaba. Al acercarse an ms, el soador Spellman sinti unos deseos incontenibles de gritar cuando la gran figura se volvi hacia l y vio claramente su rostro por primera vez. Si la terrible forma no hubiera seguido girando..., s aquellos ojos le hubieran mirado un solo instante..., Martin Spellman supo que no habra podido evitar el grito; pero no, La Cosa de Verde continu su giro al parecer sin objetivo alguno, y su voluminoso manto vibraba con un misterioso movimiento...

Cuando Spellman estaba muy cerca del gigante, a unos pocos pasos de distancia, ces su movimiento hacia La Cosa. Esta haba seguido girando, apartndose de l, pero cuando Spellman se detuvo, ces tambin de moverse.

Entonces La Cosa dej de girar por completo!

Por un instante, la escena pareci congelada, y el nico movimiento era la fantstica ondulacin del manto verde. Luego, con lentitud pero de un modo inexorable, la forma monstruosa empez a girar de nuevo hacia el paralizado soador.

Pronto la gran figura se detuvo de nuevo, de cara a Spellman, el cual lanz un grito mudo cuando el horrendo manto ondul con ms violencia que antes, entreabrndose para permitir al soador tener un atisbo de lo que haba bajo los pliegues verdes. All, alrededor del pulstil cuerpo negro del Antiguo, unas criaturas con forma de reptil, enormes alas y sin rostro se apretujaban aferrndose a una multitud de senos negros, como pndulos, que se contorsionaban.

Eso fue todo lo que Martin Spellman vio...

Y la siguiente cosa de la que tuvo conciencia fue que alguien le despertaba agitndole rudamente y abofetendole.

Harold Moody, con una alegre borrachera a cuestas, acababa de regresar a pie del pueblo de Oakdeene, y se haba dejado caer para ver si Martin le invitaba a una taza de caf. Saba que Martin sola trabajar hasta muy tarde, pero encontr a su joven amigo presa de la angustia y las convulsiones de su pesadilla. Jams hombre alguno, medio borracho o no, y a pesar de la hora avanzada, haba sido mejor recibido que Harold Moody; pues, aun dndose cuenta de que slo haba estado soando, Spellman se irgui en la cama temblando sin poder contenerse mientras su visitante tardo preparaba caf. Recordaba claramente la pesadilla, y lo que recordaba era la cosa ms infernal que jams haba conocido.

La monstruosa jungla ya haba sido bastante horrible..., y los insectos que llenaban las flores..., y el claro de tierra muerta y desmenuzada. Peores an haban sido las criaturas membranosas, ciegas y aladas bajo el manto de un verde enfermizo del gigante. Pero lo peor de todo fueron los ojos en la cabeza de aquel coloso que giraba lentamente...

A la maana siguiente, a pesar de una extraa apata contra la que tuvo que luchar duramente, Spellman se dedic a la larga tarea de buscar con cuidado en el Cthaat Aquadingen. El sueo de la noche anterior haba sido tan real..., y no obstante no poda recordar haber visto en el Libro Negro de Larner una descripcin de algo que se pareciera ni de lejos a la visin de pesadilla que l haba tenido. Incluso en pleno da, con el dbil sol de diciembre brillando a travs de la ventana que daba al patio de ejercicios, Spellman se estremeci al recordar La Cosa de su sueo. No haba nada parecido excepto la descripcin de Ernst Kant de una cosa con senos negros y un ano en la frente, y no proceda del Cthaat Aquadingen, sino de una obra relativamente moderna sobre casos singulares de desequilibrio mental, similar al libro que Spellman trataba de escribir. De dnde, pues, haba obtenido su subconsciente el monstruo del sueo?

Se dio cuenta de que, despus de todo, deba de tener una mente ms proclive a la sugestin de lo que haba credo hasta entonces. Naturalmente, haba soado con La Cosa tras leer el supuesto mtodo para invocar a Yibb-Tstll en sueos. Por ridcula que fuera, la idea haba influido con fuerza en su subconsciente, y el resultado haba sido la pesadilla...

Durante los das siguientes y en el periodo navideo, Spellman tuvo que dedicar todo su tiempo a tareas que le agradaban mucho menos que el trabajo que haba hecho hasta entonces. En una palabra, mientras que tena libres la mayor parte de las noches, sus deberes diurnos incluan la instruccin en mtodos para mantener a los internos ms peligrosos limpios y aseados. Tena que aprender a dar de comer y a baar a pacientes violentos, y a limpiar las celdas de aquellos inclinados a tener hbitos animales. Se alegr cuando aquellas lecciones terminaron y pudo volver a su rutina anterior.

El 27 de diciembre Spellman volvi a tener guardia nocturna, y el destino quiso que su nombre apareciera en la lista al frente de aquella tarea especialmente dura: los pabellones inferiores, y en particular el conocido como el Infierno.

Aquella noche, en su primera visita al Infierno, Spellman se encontr con que Larner le aguardaba tras el ventanuco de su celda.

-Enfermero Spellman..., al fin ha venido! Ha hecho..., ha hecho...?

Le escudri ansiosamente entre los barrotes.

-Si he hecho qu, Larner?

-Le ped que copiara la Sexta Sathlatta... del Cthaat Aquadingen. Se ha olvidado?

-No, no me he olvidado, Larner -replic l, aunque en realidad se haba olvidado-, pero dgame, qu intenta hacer con la..., la Sexta Sathlatta?

-Hacer? Hombre, es..., es un experimento! S, eso es, un experimento. Por cierto, enfermero Spellman, estara dispuesto a echarnos una mano para realizarlo?

-Echarnos, Larner? A quin adems de usted?

-A m..., slo me refera a m... Podra ayudarme!

-De qu modo?

Spellman se sinti interesado, y a pesar de las circunstancias le impresion la aparente lucidez del luntico.

-Ms tarde se lo dir..., pero deber proporcionarme pronto la Sexta Sathlatta..., adems de unas hojas de papel en blanco y un lpiz...

-Un lpiz, Larner? pellman frunci el ceo con suspicacia-. Usted sabe que no puedo darle un lpiz.

-Entonces un carboncillo -le rog el hombre en tono desesperado-. No puedo hacer ningn dao con eso, verdad?

-No, supongo que no. Creo que puedo facilitarle un carboncillo.

-Magnfico! As pues, usted...?

El loco dej la pregunta en el aire.

-No puedo prometrselo, Larner..., pero pensar en ello.

El horrible sueo que haba tenido dos semanas antes estaba ya muy borroso en la memoria de Spellman, y se dijo que sera interesante ver qu haca Larner con la Sexta Sathlatta.

-Bien, de acuerdo..., pero pinselo con rapidez! -le apremi Larner, interrumpiendo sus pensamientos-. Debo tener las cosas que necesito bastante antes de fin de mes. De lo contrario..., bueno, el experimento no saldra bien...; no podra repetirlo hasta dentro de un ao.

Entonces la mirada de Larner volvi a extraviarse y su expresin de lucidez se alter hasta que sus rasgos parecieron vagos y dbiles. Se volvi y camin lentamente hacia la cama con las manos a la espalda.

-Ver qu puedo hacer por usted, Larner -dijo Spellman al hombre de espaldas-. Probablemente esta noche.

Pero, al parecer, el demente haba perdido todo inters en su conversacin.

Lo mismo sucedi ms tarde, cuando Spellman regres al pabelln del stano tras una rpida visita a su habitacin. Llam a Larner, introduciendo entre los barrotes un carboncillo, papel en blanco y la hoja con la Sexta Sathlatta copiada del libro de Larner; pero el luntico permaneci sentado en la cama, sin dar respuesta alguna. Spellman tuvo que dejar caer al suelo de la celda los objetos que el demente le haba pedido, y ni siquiera entonces Larner mostr el menor inters.

Sin embargo, hacia el amanecer, cuando la griscea luz del alba empezaba a afirmarse a travs de las nubes cargadas de nieve, el joven enfermero observ que Larner estaba atareado, escribiendo; se afanaba con el carboncillo y el papel, pero al igual que antes hizo caso omiso de los esfuerzos de Spellman por comunicarse con l.

Dos das despus, tras la pausa del medioda, Spellman baj a su habitacin para fumar un cigarrillo antes de iniciar sus tareas de la tarde. Mientras extraa el cigarrillo del paquete, mir a travs de los barrotes de su ventana (Harold Moody le haba explicado jovialmente que los barrotes no eran para mantenerle encerrado -nadie dudaba de su cordura-, sino para mantener fuera a los locos que hacan ejercicio) a la docena de internos del Infierno que paseaban o arrastraban los pies arriba y abajo del patio cercado por altos muros. Los peores tenan grilletes en los pies, de modo que sus movimientos estaban restringidos y eran mucho ms lentos, pero al menos la mitad de ellos no tenan ningn impedimento fsico..., excepto la atenta vigilancia de la media docena de guardianes enfundados en batas blancas.

Estos ltimos parecan especialmente letrgicos aquel da, o al menos sa era la impresin que obtena el observador atento, pues desde su ventajosa posicin le resultaba claro que Larner estaba tramando algo. Spellman vio que cada vez que Larner pasaba junto a otro interno, le deca algo, y que entonces su mano se aproximaba sospechosamente a la del otro. Pareca a todas luces como si estuviera pasando alguna cosa a los dems. Pero qu sera? Spellman crey saberlo.

Tambin se dio cuenta de que tena el deber de advertir a los guardianes del patio de que algo se tramaba..., pero no lo hizo. Era muy posible que, si llamaba la atencin de los otros acerca de las actividades de Larner, al final se perjudicara a s mismo, pues crea que Larner estaba pasando a los otros copias de la Sexta Sathlatta. Entonces sonri. Sin duda el loco pretenda llevar a cabo el intento de invocar a Yibb-Tstll. Cmo se contradeca la mente del luntico!, pens, apartndose de la ventana. Vamos! Difcilmente podra uno llamar adeptos a las doce criaturas en el patio de ejercicios, y en cualquier caso, a Larner le faltaba un hombre ms.

A las cuatro de la tarde llamaron a Spellman para que bajase al patio con otros cinco guardianes y vigilara a los internos del Infierno mientras efectuaban su segundo y ltimo ejercicio del da. Uno de los otros cinco era Barstowe, el cual pareca en extremo nervioso e incmodo, pero se mantena alejado del joven enfermero. Este ya se haba dado cuenta anteriormente de que cuando Barstowe se encontraba en el patio de ejercicios los locos mostraban un apaciguamiento excepcional..., y no obstante, ahora, por primera vez, haba en ellos una indefinible actitud de sosegado desafo..., como si, por as decirlo, tuvieran un as en su manga colectiva. Barstowe tambin haba reparado en ello, y su inters aument cuando Larner se acerc a Spellman para hablar con l.

-Ya no falta mucho, enfermero Spellman -le dijo en voz baja tras intercambiar unos razonables saludos.

-Ah, s? -Spellman sonri-. Es cierto, Larner? He visto que pasaba a los dems esas copias que ha hecho.

Una expresin de congoja apareci de inmediato en el rostro de Larner.

-No se lo habr dicho a nadie, verdad?

-No, no se lo he dicho a nadie. Cundo va a decirme qu significa todo esto?

-Pronto, pronto... Pero no es una lstima que no conozca la frmula del Naac-Tith?

-Eh..., s, es una lstima -convino Spellman, preguntndose de qu diablos hablaba ahora el individuo. Entonces record haber visto la mencin de una llamada Barrera Naach-Tith en las notas de Larner en el Cthaat Aquadingen-. Se malograr por eso el experimento?

-No, pero... la verdad es que lo siento por usted...

-Por m? -Spellman frunci el ceo-. Qu quiere decir, Larner?

-No se trata de m, comprenda -aadi rpidamente el loco-, lo que me ocurra no puede importar gran cosa en un lugar como ste... Y con los otros ocurre tres cuartos de lo mismo. Aqu,; no hay mucha esperanza para ellos. Qu digo! Algunos de ellos incluso podran beneficiarse de los trastornos! Pero es usted, Spellman, usted... Y lo siento de veras...

Spellman consider cuidadosamente su prxima pregunta.

-Entonces, es tan importante esa... frmula?

Dese poder comunicarse con el hombre, descubrir los retorcidos crculos en que se mova su mente.

Pero Larner haba fruncido repentinamente el ceo.

-No habr ledo el Cthaat Aquadingen, verdad? -le dijo en tono acusatorio.

-S, s, claro que lo he ledo..., pero es muy difcil, y no soy... -Spellman busc la palabra adecuada-: No soy un adepto!

Larner movi la cabeza, ya sin el ceo fruncido.

-Eso es exactamente: usted no es un adepto. Deberan ser siete, pero yo soy el nico. La frmula Naach-Tith ayudara, naturalmente, pero incluso as... -De repente Larner vio a Barstowe, que se acercaba poco a poco-. Lethiktros Themiel, phitrith-te klept-hos! -musit al instante entre dientes, y entonces se volvi de nuevo hacia Spellman-: Pero no conozco el resto, se da cuenta, Spellman? Y aunque lo supiera..., no est designada para mantener alejada su clase de maldad...

Al da siguiente, cuando Spellman fue un momento a su habitacin para observar a los internos del Infierno a travs de la ventana con barrotes, volvi a fijarse en la extraa camaradera que exista entre ellos. Repar tambin en que Larner tena cruzado el rostro por una fina cicatriz roja, ausente el da anterior, y se pregunt cmo el loco se habra causado aquella lesin. Por capricho, sin saber exactamente por qu lo haca, consult la lista para saber quin haba estado de guardia la noche anterior. Y entonces supo que no haba sido capricho, sino una horrible sospecha..., pues Barstowe haba estado de guardia, y Spellman imagin al rechoncho y desagradable enfermero con su bastn. La inquietud volvi a apoderarse de l al pensar en la cicatriz que cruzaba el rostro de Larner y en aquel otro interno que de algn modo haba conseguido arrancarse un ojo en un ataque luntico fatal...

Aquella noche, bien entrada la Nochevieja, tras un da de festividades muy limitadas para Spellman, al verse ensombrecidas por su creciente inquietud, ste recibi el que debera haber sido su primer aviso definido del horror que se avecinaba. Sin embargo, lo cierto es que le prest escasa atencin; no tena guardia y trabajaba en su libro. Pero despus de que se extinguieron todos los gritos en el pabelln de abajo, Harold Moody, que estaba de guardia, subi a su habitacin para decrselo.

-Jams vi nada parecido! -le dijo a Spellman tras acomodarse nerviosamente en el lecho del joven-. Lo has odo?

-He odo unos gritos, s. Qu ha ocurrido?

-Eh? -Moody apunt su odo sano en direccin a su amigo-. Gritos, dices? Eran ms bien cnticos... Todos juntos, a voz en grito, tanto que casi me vuelven sordo del todo. Pero no eran palabras, Martin..., al menos no eran palabras reconocibles..., sino un galimatas. Un puro galimatas!

-Un galimatas? -Spellman se levant de inmediato y cruz la pequea habitacin para ponerse al lado del agitado Moody-. Qu clase de... galimatas?

-Bueno, la verdad es que no lo s. Quiero decir...

-Veamos si era as -le interrumpi Spellman, al tiempo que coga el Cthaat Aquadingen de la mesita de noche y pasaba sus pginas hasta encontrar la que buscaba.

Ghe'phnglui, mglw'ngh ghee-yh, Yibb- Tstll,

fhtagn mglw y'tlette ngh'wgah, Yibb- Tstll,

ghe'phnglui...

Se detuvo abruptamente, dndose cuenta de que no necesitaba leer las palabras del libro, porque de pronto estaban impresas de un modo indeleble en su mente.

-Era..., era algo as lo que cantaban ellos?

-Eh? No, no, era diferente..., unas slabas ms speras, no tan guturales. Y ese tipo, Larner... Dios mio, se s que es un caso!... No paraba de decir que no conoca el final.

Moody se levant para marcharse.

-De todos modos, ya ha terminado...

Cuando Moody llegaba a la puerta, empez a sonar el despertador de Spellman. El joven enfermero haba fijado el mecanismo para que sonara a medianoche, simplemente para saber cundo llegaba el Ao Nuevo. Recordndolo ahora, dese un feliz Ao Nuevo a Harold. Entonces, despus de que su amigo le respondiera afectuosamente y cerrara la puerta tras de s, Martin cogi de nuevo el Cthaat Aquadingen.

Nochevieja... La noche anterior al primer da del ao! As pues, se dijo Spellman, Larner haba tratado de levantar la Barrera de Naach-Tith, pero, naturalmente, no haba sabido todas las palabras. Spellman reflexion tambin en el extrao hecho de que l era capaz de recordar, sin ningn esfuerzo digno de mencin, la Sexta Sathlatta, y que las misteriosas consonantes de aquellas lneas demenciales parecan de algn modo aclararse ms en su mente y su lengua.

Bien, de acuerdo..., se haba permitido una o dos tonteras con Larner, pero aquello haba terminado...; era hora de que el misterioso experimento del loco llegara a su fin. Sin embargo, por su complacencia con las alocadas fantasas del luntico, se haban producido los disturbios en el pabelln conocido como el Infierno. Y qu ocurrira la noche siguiente? Repetiran veinticuatro horas despus los internos del Infierno la Sexta Sathlatta trece veces, en un intento de invocar al temible Yibb-Tstll? Spellman lo crea as, y (caramba con la astucia de la mente luntica) Larner haba tratado de atraerle a... aquella especie de reunin espiritista?

No es que Spellman creyera ni por un momento que alguna clase de dao, sobrenatural o de otro tipo, podra provenir de las palabras pronunciadas por un grupo de locos; pero una repeticin de los desrdenes de aquella noche podra muy bien alertar a las autoridades del sanatorio acerca de sus tratos con Larner, a todas luces ilegales. Entonces se vera sin duda en problemas, incluso en una posicin incmoda, y no quera perjudicar sus relaciones con el doctor Welford y uno o dos de sus superiores. Por la maana tena guardia en los pabellones superiores, y terminara a las cuatro de la tarde, pero antes encontrara la manera de bajar a ver a Larner. Tal vez unas palabras amables con el luntico normalizaran las cosas.

Ya en la cama, antes de dormirse, Spellman pens de nuevo en su habilidad para recordar con detalle la catica Sexta Sathlatta, y apenas se haba representado mentalmente aquellas lneas cuando las palabras afloraron a sus labios. Asombrado por su insospechada facilidad, susurr las palabras en la oscuridad de su habitacin, y casi de inmediato se sumi en un profundo sueo.

Volva a estar en el misterioso bosque bajo los cielos verdeoscuro surcados por extraas aves. De nuevo, mucho ms intensamente que antes, su espritu soador sinti el tirn de La Cosa en el claro escabroso: Yibb-Tstll enorme y potente, girando de un modo inexorable, casi estpidamente, alrededor de su propio eje, con su manto ondulando de manera monstruosa mientras las oscuras criaturas bajo sus pliegues aleteaban y se aferraban con ciego horror a los mltiples senos negros y serpenteantes.

Esta vez, en cuanto Spellman se desliz (su movimiento en el sueo era tan etreo como el deslizarse de las algas en una cinaga fantstica llena de sargazos) hacia el claro de tierra desmenuzada, la vasta obscenidad en el centro detuvo su giro, y al aproximarse ms vio que sus ojos estaban fijos en l..

El puro horror de lo que sigui mientras se acercaba ms y ms al abominable Antiguo arranc a Martin Spellman de su sueo, y su simplicidad no hizo ms que reforzar aquel horror. Lo asombroso era que Spellman haba sido capaz de reconocer lo que eran realmente las contorsiones de aquellos rasgos infernales!

-Ha sonredo..., La Cosa me ha sonredo! -grit, al tiempo que se incorporaba en la cama y apartaba las mantas.

Permaneci sentado durante largo rato, contemplando con los ojos muy abiertos la oscuridad de su habitacin, temblndole los miembros y con una sensacin enfermiza en la boca del estmago. Luego baj de la cama y, con manos convulsas, se prepar caf.

Dos horas despus, hacia las cuatro de la madrugada, cuando el alba todava estaba lejos, logr superar sus dificultades para conciliar de nuevo el sueo. Y durante el resto de la noche durmi plcidamente...

Cuando Martin Spellman se despert, la maana del da de Ao Nuevo de 1936, no tuvo tiempo para pararse a considerar lo sucedido la noche anterior; durmi hasta bastante tarde, luego tuvo que hacer guardia y el tiempo pas volando. Spellman no lo saba, pero aqul iba a ser el da ms lleno de acontecimientos desde su llegada a Oakdeene... Y al final del da...

A las diez y media de la maana logr encontrar la manera de bajar al pabelln del stano, y una vez en el Infierno fue directamente a la celda de Larner. A travs del ventanuco barrado vio que su propsito de hablar con el luntico era intil. Larner echaba espuma por la boca y, presa de un ataque silencioso, se arrojaba contra las paredes acolchadas, con los ojos hinchados y mostrando los dientes, que haca rechinar con frenes. El estudiante abandon el pabelln y encontr al enfermero encargado de atender los pabellones inferiores. Inform del silencioso ataque que sufra Larner y volvi a ocuparse de sus tareas.

Hacia el final de la pausa para almorzar, Harold Moody, que no haba visto a Spellman en el comedor, encontr al joven enfermero paseando de arriba abajo en la intimidad de su reducida habitacin. Spellman no le dijo nada de lo que pensaba. De hecho, ni l mismo saba lo que le preocupaba, excepto que tena la sensacin de que se avecinaba... algo, inquietante sensacin que se alivi un poco cuando Moody le dio la noticia de que Alan Barstowe haba dejado su trabajo en el sanatorio. Nadie sabia con seguridad por qu el rechoncho enfermero dejaba su trabajo, pero al parecer haban corrido rumores acerca de su estado nervioso. Moody declar que en su opinin el lugar y los internos haban terminado por desequilibrar a aquel hombre...

Ms tarde, tras finalizar las tareas de la jornada, Spellman -todava excesivamente satisfecho por la noticia de la inminente partida de Barstowe, ms contento y relajado a cada minuto que pasaba- tom una comida rpida antes de volver a su habitacin y sacar sus manuscritos. Pero a las nueve de la noche, al descubrir que con la llegada de la noche haba vuelto su fastidiosa inquietud, impidindole concentrarse, dej el libro de lado y se dispuso a pasar un rato tendido en la cama. Dedic algn tiempo al intento de detectar ruidos inslitos procedentes del Infierno, y no le alivi nada descubrir que todo pareca muy tranquilo all abajo. Pocos minutos despus, al darse cuenta de que empezaba a adormilarse, se levant y encendi un cigarrillo. No quera dormir; tena el propsito de permanecer despierto hasta la medianoche, para ver si los habitantes del stano emprendan alguna otra actividad inspirada por Larner.

Para entonces se haba apoderado de Spellman un intenso deseo de leer de nuevo el Cthaat Aquadingen, en especial la Sexta Sathlatta..., y tom el libro antes de poder reprimir aquel impulso. No tena idea de lo que poda interesarle del Libro Negro de Larner en aquel momento. Pero se senta muy fatigado, lo cual era bastante natural, teniendo en cuenta los disturbios de la noche anterior, y empezaba a dolerle la cabeza. Sin embargo, aunque se tom una taza de caf preparada a toda prisa, acompaada de una aspirina, el cansancio y el dolor detrs de las sienes fueron en aumento, hasta que se vio obligado a acostarse. Consult su reloj y vio que eran las once menos diez; y entonces, antes de que supiera qu ocurra...

...Alguien, en alguna parte..., una voz bien conocida..., musitaba las palabras caticas de la Sexta Sathlatta, y en el mismo momento en que se suma en un profundo sueo, Spellman supo que aquella voz era la suya propia...

Volva a estar en el borde del emponzoado claro, bajo unos cielos de color verdeoscuro y con la jungla maligna ya a sus espaldas; y frente a l, en el centro del claro, aguardaba Yibb-Tstll, girando inexorablemente como siempre sobre su propio eje. Spellman deseaba darse la vuelta y echar a correr, alejarse de La Cosa, que aguardaba con su gran manto verde y ondulante. Se abati, oponiendo toda la fuerza de su mente inconsciente y su voluntad contra el horrendo magnetismo que irradiaba de la repugnante monstruosidad giratoria que estaba ante l... Lucho y casi gan..., pero no del todo. Lentamente, con una lentitud desesperante, con la mente dormida estrujada hasta formar una minscula bola de concentracin, Martin Spellman sinti el tirn hacia delante por parte de aquella tierra leprosa. Y mientras se opona al horror del Antiguo, poda percibir la clera de ste, la premura que engendraba ahora en la atmsfera de aquella atroz regin de sueo.

Spellman libr su perdida batalla durante un tiempo que pareci extenderse horas enteras, y entonces Yibb- Tstll, cansado del juego y consciente de la escasez de tiempo, intent una tctica diferente.

Cuando se encontraba an a considerable distancia del centro del claro, Spellman vio que La Cosa detena su giro; y entonces, sin previo aviso, el horror ech atrs su manto para liberar a las infernales criaturas que anidaban debajo...

Spellman slo poda enfrentarse con una cosa a la vez, y Yibb-Tstll no iba a permitirle esta vez la huida hacia el despertar. Aun sabiendo que estaba soando, Spellman se encontraba a merced de su sueo. Lanz un mudo grito, atacando ferozmente a las negras criaturas aleteantes, sin rostro, de cuerpo repulsivo, las cuales le golpeaban con sus alas de piel y hueso e intentaban hacerle caer al suelo. Al fin ellas ganaron y el hombre cay, y se agazap, cubrindose la cabeza con las manos mientras senta que le empujaban rpidamente hacia delante, y cuando ces la ruidosa actividad a su alrededor, alz la vista, amedrentado..., y se encontr a los pies de la colosal Cosa envuelta en el manto verde.

De nuevo aquellos ojos atroces..., aquellos ojos rojos que no estaban fijados donde deberan..., ojos que se movan con rapidez, independientemente..., deslizndose con repugnante viscosidad por toda la putrefacta superficie de la cabeza pulposa y reluciente de Yibb- Tstll.

De sbito vio que no estaba solo, y aquello le distrajo del horror que se alzaba ante l. Haba otros con l..., doce ms..., e incluso en el sueo los rasgos y las formas de algunos de ellos estaban contorsionados, y otros babeaban y sus miradas eran extraas, haciendo patente su intensidad.

Larner!... y el resto de los internos del Infierno... Aquello pareca ahora una reunin de locos hechiceros que hubieran ido a postrarse a los pies de un dios luntico, el repugnante Yibb-Tstll.

Todava arrodillado, Spellman desvi el angustiado rostro y vio un libro abierto ante l, sobre el suelo putrefacto. El Cthaat Aquadingen, el ejemplar de Larner, y abierto por la Sexta Sathlatta!

-No! Oh, no! -grit Spellman sin voz, comprendiendo de sbito.

Por qu? Con qu objeto debera permitirse a aquella... Cosa... caminar sobre la Tierra?

Larner se agach junto a l.

-En el fondo de tu corazn lo sabes, enfermero Spellman. Lo sabes!

-Pero...

-No hay tiempo. Ya es casi medianoche! Te unirs a nosotros para la Llamada?

-No, maldito seas, no!

Spellman grt mentalmente su negativa.

-Lo hars! -respondi una voz retumbante y extraa en su cabeza-. Ahora!

E Yibb- Tstll sac de debajo de su manto una cosa verde y negra que podra ser un brazo, con una especie de mano provista de dedos cuyas puntas aplic a la boca, las orejas y las narices de Spellman..., profundizando en su mente..., buscando y apretando ciertos lugares...

Cuando el gran Antiguo retir sus dedos viscosos, los ojos de Spellman tenan una expresin vacua y le colgaba la boca, goteando saliva. Slo entonces, a medianoche, como obedeciendo a una orden, aunque nadie la haba dado, simultneamente y en un perfecto unsono el grupo dio comienzo a la invocacin..., con Spellman erguido en su cama y los dems en sus celdas del pabelln inferior.

A principios de febrero se extingui el furor en Oakdeene. Para entonces los acontecimientos de la noche del primero de enero de 1936 haban sido cuidadosamente examinados -lo mejor que se pudo-, y se registraron para futura referencia en varios informes. Para entonces, tambin, el doctor Welford haba presentado su dimisin; tuvo la desgracia de ser el jefe de guardia la noche en cuestin. Y aunque se reconoci, en general, que la responsabilidad de los hechos no era en modo alguno suya, su dimisin pareci apaciguar a los directores, los peridicos y los familiares de muchos internos.

Desde luego, si el doctor Welford hubiera sido un hombre sin escrpulos, podra haberse beneficiado, al menos en parte, del resultado de lo que acaeci aquella noche, pues al mes siguiente cinco habitantes del Infierno -tres de ellos considerados hasta entonces como maniacos incurables- fueron dados de alta como ciudadanos perfectamente responsables. Pero, ay!, otros cinco, uno de ellos Larner, haban sido encontrados muertos en sus celdas, poco despus de los disturbios de medianoche..., vctimas de frenticas convulsiones lunticas. Los otros dos sobrevivieron, pero en estado de profunda y permanente catatonia.

Tales haban sido los disturbios en Oakdeene la maana del dos de enero que al principio se crey que la horrible muerte de Barstowe en la carretera solitaria entre el sanatorio y el pueblo de Oakdeene haba sido debida a un loco escapado en la confusin. Por alguna razn, el rechoncho enfermero no haba esperado hasta la maana para marcharse -tal vez tuvo alguna premonicin del horror que se avecinaba-, sino que haba partido a pie con su maleta poco despus de las once de aquella noche. Al parecer Barstowe haba tratado de luchar antes de sucumbir a su atacante: un bastn telescpico negro con contera de plata -un instrumento que poda abrirse para formar un arma puntiaguda de unos tres metros de longitud- se encontr cerca de su cuerpo, pero sus esfuerzos haban sido en vano.

En cuanto se descubri cl cuerpo de Barstowe, el recuento de los internos de Oakdeene, vivos y muertos, sirvi para acallar los rumores que pudieran haber corrido acerca de la seguridad del instituto, pero desde luego el rechoncho enfermero haba sufrido alguna clase de ataque maniaco. Ningn hombre en su sano juicio, ni siquiera el ms feroz animal, podra haberle destrozado de aquella manera y devorado la mitad de su cabeza y el cerebro!

En conjunto, los sucesos de la noche de los dos primeros das de enero de 1936 podran haber llenado todo un captulo del libro de Spellman..., si hubiera terminado el libro. Pero no lo termin, ni lo har jams. Tras haber sufrido un terrible trastorno, Martin Spellman, ahora un hombre ya mayor, sigue ocupando la segunda celda a la izquierda en el Infierno; y como, incluso en sus momentos ms lcidos, se limita a balbucear, babear y gritar, la mayor parte del tiempo le mantienen bajo sedacin...

Horror en Oakdeene. Brian Lumley.

The horror at Oakdeene. Trad. Jordi Fibla

Horror en Oakdeene. Super Terror 14

Martnez Roca, 1985