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    Filosofía, mitología y pseudociencia

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    Consulte nuestra p¿^ina web: www.sintesis.com 

    En ella encontrará el catálogo completo y comentado

    Ouvrage publié avec le concours du Ministère français chargéde la Culnire-Centre National du Livre.

    La edición de esta obra ha sido posible gracias

    a una ayuda del Centro Nacional del Ubro

    del Ministerio de la Cultura de Francia.

    Esta obra es galardón del EA.E García Lotea, Progratna de Pubhcación

    del Servicio de Cooperación y de Acción Cultural de la Embajada de Franciaen España y del Ministerio francés de Asuntos Exteriores.

    Título original:  Philosophie, mythologie et pseudo-science.

    Wittgenstein lecteur de Freud

    Traducción: Alejandro Escudero

    Diseño de cubierta: Femando Vicente

    Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales

    y el resarcimiento civil previstos en las leyes, reproducir, registrar o transmitiresta publicación, íntegra o parcialmente por cualquier sistema de recuperación

    y por cualquier medio, sea mecánico, elecn-ónico, magnético, electroóptico,

    por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización previa por escrito

    de Editorial Síntesis, S. A.

    © 1991, Editions de l'éclat, Nîmes

    © EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.

    Vallehennoso, 34 - 28015 Madrid

    Telét: 91 593 20 98

    http://www.sintesis.com

    Depósito Legal: M. 40.232-2004

    ISBN: 84-9756-241-0

    Impreso en España - Printed in Spain

    http://www.sintesis.com/http://www.sintesis.com/http://www.sintesis.com/http://www.sintesis.com/

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    índice

    Prólogo a la edición española 7

    Introducción 35

    1. ¿Wittgenstein discípulo de Freud? 43

    2. El problema de la realidad del inconsciente 75

    3. La "pulsión de generalidad" o filósofo

    sin saberlo 107

    4. Las razones y las causas 151

    5. La mecánica del espíritu 173

    6. El "principio de razón insuficiente"

    y el derecho al sin sentido 195

    7. El "mensaje" del sueño 213

    Conclusión 233

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    Prólogo a la edición española

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    Ciencia y  filosofía: Freud en medio

    Freud es el objeto y tema de este libro, lo que Wittgenstein

    dijo de él. Y en realidad el autor suyo bien podría ser Witt-genstein, pues se trata de un libro magistralmente descriptivo,magistralmente claro, al que la sensible modestia analítica deBouveresse prohibe cualquier prurito personal interpretativo,más allá de esa descripción clara; tampoco se lo propone. Esosí, si Wittgenstein fuera de verdad el autor del libro hablaríaen un contexto de discusión que él mismo no pudo conocer,y por el que, sin embargo, se pasea con toda maestría JacquesBouveresse, ilustre miembro del Collège de France, punto dereferencia en Francia de los estudios wittgensteinianos.

    Todo lo que Wittgenstein dijo de Freud se reduce a pocascosas esenciales, resumidas perfectamente en el rítulo dellibro: el pretendido análisis científico del alma freudiana es(mala) filosofía, mitología (poderosa) y (pseudo) ciencia.  Cosasque, repito -y éste es el gran logro del libro-, Jacques Bou-

    veresse describe aquí exhaustivamente, introduciéndolas ade-más en un espléndido contexto clásico de análisis, que tienepoco que ver, por suerte, con el de la mala jerga que Witt-genstein temía, con razón, que fuera toda su herencia filosó-fica: Assoun, Cioffi, Davidson, Dennett, Grünbaum, Hacking,Janik, Kenny, Sulloway, Timpanaro y un largo etcétera, con elpropio Freud como interlocutor activo.

    1. Luces y sombras de Freud

    Antes de poner de relieve alguna de las ideas de este libro,lleno de sutiles insinuaciones analíticas, quiero insinuaraquí, a mi vez, sin mayor sutileza, con mayor contunden-cia, otro contexto diferente que ayude a comprender mejor,en general, el talante existencial de las críticas wittgenstei-nianas al psicoanálisis. Contexto que Wittgenstein pudobarruntar en la Viena común de hace un siglo, que la pos-teridad ha ido conociendo poco a poco tras la hagiografía;y para el que no es preciso acudir a radicales críticos deFreud como Crews o Masson (a éste le cita alguna vez Bou-veresse), sino sólo a gentes como los primeros biógrafos

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    suyos, más cercanos a los hechos: Wittels (que pertenecióal Círculo de los Miércoles de la  Berggasse) y  Puner (querecibió confidencias de Oliver, hijo de Freud, para enfado

    de su hermana Anna), o como alguno de los últimos, conmayor distanciamiento que los hagiógrafos: Clark^ (a quiencita un par de veces Bouveresse) y, sobre todo, Breger (aquien no cita ni puede citar Bouveresse porque el libro deBreger sobre Freud es, al menos, nueve años posterior aéste). Gentes que pintan otro Freud que el paladín de larazón, la ciencia y la modernidad crítica que pintan otros.

    Todos con razón. Depende de en qué se fyen.Con razón, por ejemplo (sobre todo en este caso en que seaborda a Freud desde el punto de vista de la crítica cultural desus obras tardías, desde sus especulaciones claramente filosó-ficas sobre la cultura como represión y sublimación de los ins-tintos agresivos de muerte y de los instintos sexuales de vida),el profesor Francisco de Asís Blas Aritio defiende el pensamientode Freud como un triunfo más de la razón ilustrada frente a

    mitos, religiones y otras peligrosas formas de conocimiento;como progreso hacia la "mayoría de edad" del ser humano,que habrá de ser capaz en un fijturo de abandonar consuelosinfantiles para instalarse en el conocimiento derivado de la cien-cia y de la razón. Estas cosas suenan un tanto demasiado opti-mistas, pero pueden verse así. Los que siguen confiando en larazón y en las luces modernas del siglo xviii suelen hacerlo.

    Como el profesor Pedro Chacón, también, que cree que el pen-samiento de Freud, en general, constituye una ciencia perfec-tamente empírica, cuya hipótesis central, la existencia del"inconsciente", además de tener un enorme poder terapéuti-co es capaz de explicar casi todos los fenómenos de nuestravida consciente. Según el profesor Chacón -y esto no lo dudo,en todo caso mucho menos que lo anterior-, desde Freud esposible iluminar las tinieblas de lo inconsciente a través de undesciframiento intersubjetivo de su sentido: "La denuncia delcarácter aparente de lo manifiesto, el reconocimiento de que'no somos dueños de nuestra propia casa', sólo reciben su

    ' Donald W Clark,  Freud:  The Man and the Cause,  Random House,NuevaYork, 1980.

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    auténtica significación inscritos en el propósito de posibilitar-nos el desvelamiento de la verdad de nuestro deseo y en laambición de ir ampliando el ámbito iluminado de aquello que

    nos consümye en lo que somos". Chacón hace una velada crí-tica (casi un mazazo ad ridiailum)  a críticas de Freud al estilode la de Wittgenstein, creo, cuando habla de que "ya han pasa-do los tiempos en que una madrastra filosofía podía conside-rarse legitimada para dictar juicios sobre la validez de la empre-sa científica o para establecer el catálogo de entidades existentesen el mundo"^. Lo que sucede en el caso de Wittgenstein, creo,pero sólo lo creo, es que su pensamiento no tiene nada quever con tal vieja madrastra y tales pretensiones.

    Generalizaciones seductoras

    Freud, que sepamos, nunca tuvo a la naturaleza humana mis-

    ma recostada en su diván. Sin embargo, lo que dice haberaprendido frente a él, en su gabinete del número 19 de la

     Berggasse de Viena, lo traslada al género humano en general,haciendo de su experiencia relativamente provinciana unaexperiencia universal. Cuando en 1900 escribe su primer (ymejor) libro. La interpretación de  los  sueños, que, junto con laPsicopatologia de la vida cotidiana,  el siguiente, e incluso conel de El chiste y su relación con el inconsciente,  el subsiguiente,parece que eran los que más interesaban a Wittgenstein^,Viena era la capital de un inmenso Imperio (agonizante), unaciudad de genios de todo tipo, bulliciosa y cosmopolita, sí.

    ^ Cfr. F. de A. Blas Aritio, "La cultura en Freud" y P Chacón Fuertes,"El escándalo del inconsciente", en: T. Rocha Barco, ed.,  Miscelánea  vie-

     nesa,  UEX, Cáceres, 1998, pp. 147 y ss. y 163 y ss. respectivamente; cfr."Introducción" de la editora, pp. 24-25.

    ^Justamente los menos filosóficos y especulativos, y los más revolu-cionarios. como dice Masson, que provenían directamente de dos lustrosde autoanálisis, de práctica neuropatológica. de estimulante amistad conFliess y. sobre todo, de trabajo en  cox.ün  cor. e! gran Breuer, la figurapaternal mas fuene óe Freud, su me>or %-aje¿cr y más honesto colega, elverdadero mictador ód psKoaBáitss, agusammic naiado por la historiay. sobre toco, por  F T S - J C  z i s r c

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    pero también harto provinciana en sus capas burguesas, conla mirada puesta siempre en París como modelo. En cual-quier caso, una ciudad muy peculiar en una época muy con-

    creta. Los pacientes de Freud, por su parte, estaban muy loca-lizados, pertenecían casi en su totalidad a la burguesía vienesaformalista y reprimida (el pueblo y la nobleza eran muchomás libres y alegres): dos terceras partes, más o menos, a laburguesía adinerada, un tercio a la burguesía media; y unmínimo tres por ciento, según Breger'^, eran trabajadores. Ésees todo el círculo de la experiencia netamente psicoanalítica

    de Freud (después de un cuarto de siglo, eso sí, de estudios,prácticas e investigaciones científicas, insisto): el de su pra-xis de la Berggasse,  llena por otra parte de intrigas de poder,conveniencias teóricas, vanidades mundanas, ambicionescrematísticas, etc. El resto es especulación. De hecho su evo-lución fue cada vez más hacia la (mala) filosofía: generaliza-ciones, planteamientos esencialistas, con pretensiones dealcance y validez universal, verdades dogmáticas, rechazo

    de crítica, etc. De modo que Freud sería más bien un filóso-fo malo que un buen científico, como insinúa en contextowittgensteiniano Bouveresse. En cualquier caso: entre esabo nd ad y maldad científico-filosófica o filosófico-científicaqueda y quedará siempre su genialidad indiscutible.

    Freud no tuvo en cuenta el perfil social ni las caracterís-ticas individuales de sus pacientes, y creyó poder deducir de

    sus "casos" nada menos que una teoría general sobre la "esen-cia" del hombre, cuando ya muchos se habían cuestionadoincluso ese concepto. Pensó que las "verdades del incons-ciente" eran los determinantes últimos y absolutos de la natu-raleza humana. Habla sub specie aeterni  de un hombre "ensí", sobrepasando con ello el ámbito de la observación con-creta y de su explicación causal, excediendo su pretensión

    Cfr. para esto, y para otros mil detalles de estas páginas, la magnífi-ca biografía de Louis Breger,  Freud,  el  genio  y sus sombras  (Vergara, Barce-lona, 2001), saludada por Sophie, nieta de Freud, como "la biografía queestábamos esperando" (¡después de tantas y tan voluminosas!), califi-cándola además de "acertada e imparcial". Es, probablemente, la biogra-fía que hoy hay que leer de Freud.

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    de objetividad científica el ámbito pretendidamente científi-co y racional de su propio análisis, y, con ello, la fianción ilus-trada -al modelo de Lessing- que quería imprímir a su teo-

    ría como liberación y esclarecimiento racional de la conciencia,enmarañada hasta él en sus pulsiones inconscientes. El tufoirracionalista que esto desgraciadamente deja es debido sóloa sus innecesarias pretensiones cientificistas. Los mereci-mientos del psicoanálisis no son precisamente científicos, ninecesitan serlo (quizá ni siquiera se hubiera planteado estacuesrión, etema en el psicoanálisis, a no ser por las preten-siones cienüficistas de Freud). Atraen, no predicen; conven-cen, no demuestran; ofi-ecen motivos, no causas... Son esté-ticos, en general, y no científicos. Los supuestos delpsicoanálisis, sobre todo el inconsciente, más bien que hipó-tesis experímentales son esencialismos hipotéticos reduciblesa simples medios de representación o a modos de hablar Ladoctrina de Freud no sería, pues, una teoría científica, sinouna especulación bríllante, genial y atractiva por el poder de

    seducción de sus imágenes misteriosas, subterráneas, oscu-ras, dramáticas, en las que el analizado se siente como unpersonaje de la tragedia antigua, predeterminado por los hadosdesde su nacimiento y siempre en sus manos contradictoriasy absurdas. Una mitología poderosa. Una narración pseudo-científica.

    Freud antiguo y moderno

    Freud fue un típico médico vienés del momento, un típico Akademiker   vienés de cultura universal, producto ejemplarde la Allgemeinbildung  de la pedagogía austríaca de la época^,sin la que no puede entenderse ni a él mismo ni al psicoa-nálisis: entrecruce de medicina, psicología, filosofia, antro-pología y literatura (tragedia clásica y mito). De esa mezclasale el esplendor del psicoanálisis, no reducible, desde lue-

    ' Cfr. Martin Esslin, "La Viena de Freud", en Jonathan Miller (ed.), Freud. El hombre,  su mundo,  su influencia,  Destino, Barcelona, 1977, pp. 55-69, 61 y ss.

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    go, a forma de ciencia pura. Poca falta hace eso si, a pesar detoda su estética (o precisamente por ella), orienta de algúnmodo en la oscuridad del psiquismo y, sobre todo, cura algu-

    nas de sus patologías. Si cura. Y si no cura, al menos abrióperspectivas inusitadas de análisis hace un siglo.

    Dotado de una mente poderosa y cultivada, con susideas geniales -por muy oscuro que fuera su origen- Freudliberó al siglo xx de la opresión e hipocresía victorianas, pusoal descubierto los efectos patológicos de la represión sexual,la sexualidad infanril, los aspectos oscuros de un yo consi-

    derado puro, claro y distinto, señor de sí mismo y del mun-do, hasta entonces. Inventó un utillaje más o menos con-trolable científicamente para el viaje al interior, hasta entonces -nada más que una veleidosa aventura metafísica o románti-ca. Enseñó que los síntomas neuróticos son representacio-nes de conflictos emocionales inconscientes, proporcionóuna teoría de ese supuesto mecanismo inconsciente e ideómétodos clínicos por los que los factores ocultos en la etio-

    logía de la enfermedad pueden salir a luz. La comprensiónde la cultura, del arte o de la religión es otra también des-pués de él. No hay duda que Freud, anclado con un pie enla Modernidad y haciendo camino con otro en la Posmo-demidad, es uno de los más grandes maestros de los nuevostiempos: con Marx y Nietzsche conforma la trinidad que nosdespertó de muchos de los ensueños de la modernidad euro-

    pea. Con Heidegger y Wittgenstein, la trinidad de los másgrandes maestros del siglo xx.

    Freud fije un genio curioso. Un modemo a la antigua que,a pesar de todo, rompió la Modernidad y la abrió a novísi-mas perspectivas anímicas. Vivió prácticamente toda su vida,desde sus cuatro años hasta uno antes de morir, en unaciudad de genios -él mismo era uno de ellos-, y no se ente-ró de mucho, o no quiso enterarse por el rechazo que reci-bía, de lo que se revolucionaba entonces allí. Por ejemplo,nunca tomó en serio el lenguaje, su instrumental terapèuti- •co por antonomasia, como objeto de análisis por sí mismo,como hacía Mauthner o Wittgenstein; nunca miró con inte-rés ni critico ni costumbrista la sociedad concreta de Viena,como Kraus o Schnitzler (éste, su sosias envidiado y temido);no le importaron mucho ni los grandes científicos que enton-

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    ees discutían la posibilidad de un nuevo lenguaje o una nue-va lógica para la ciencia (Boltzmann, Mach, y sus diferenciascon Planck, Hertz, etc.), ni los grandes artistas que entonces

    y  allí revolucionaron el arte, por el análisis de su propio len-guaje en cada caso: Klimt, Schiele y  Kokoschka; Otto Wag-ner, Loos y Olbrich; Mahler, Schonberg, Berg y Webem; Hoff-mannsthal, Schnitzler o Musil; Kohlo Moser, etcétera. No leimportó mucho esa realidad magnífica que se conoce, engeneral, por "Viena joven" o "Modemidad vienesa".  Y justa-mente en esa Kakania  genial, en ese ambiente que bullía deideas nuevas, del que puede decirse con razón que de él sur-gió gran parte del arte y de la cultura del siglo XX,  decía Freudno encontrar idea alguna. Lo que encontraba era un "silen-cio de muerte" entre sus colegas, y desde esa perspectiva pare-ce que juzgaba todo, dohdo: el "espantoso campanario deSt. Stephan", la "nariz patatera" de los vieneses... Tenía dema-siada aversión, sentía demasiado despecho por una ciudaden la que vivió casi ochenta años pero que no le hizo el caso

    que quiso y  que necesitaba por encima de todo para olvidarsus miserias. No visitaba cafés, no hacía vida social, sólo la Berggasse  19 y  sus conciliábulos de los miércoles: maquinandouna conquista teórica del mundo, casi como un malo decómic. Karl Furtmüller, que entró en la Sociedad Psicoanalí-tica de Viena en 1909, la describió como "una especie decatacumba del romanticismo, un grupo osado  y  reducido,

    perseguido ahora pero dispuesto a conquistar el mundo". Untétrico conventículo judío de novela negra.Un hombre decimonónico, Freud, de corrección peque-

    ño-burguesa® que contribuyó como pocos a la modemidaddel siglo XX.  Con un talante viejo creó un pensamiento nue-

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    ® Que pinta muy bien Marthe Robert,  Die Revolution  der  Psychoanafy- se. Leben  und  Werk  von Sigmund Freud,  Fischer, Fráncfort, 1970. Y cuyabase más profunda quizá sea la penosa afectación que expresan esas pala-bras que escribe a su futura esposa Martha después de ver la ópera Car- men:  "La muchedumbre da rienda suelta a sus apetitos, pero nosotros

    . nos privamos de tal expansión. El hábito de represión constante de losinstintos naturales nos presta la cualidad del refinamiento". En el ele-mento pequeño-burgués que evidencia esa represión hijosdalga está segu-ramente el origen del psicoanálisis.

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    vo, quiso entretejer todas sus raras y novedosas ideas en unsistema al modelo de las grandes teorías científicas del sigloXK.  No lo necesitaba para nada, insistimos. Esa sistematici-

    dad y cienrificismo son sus taras. Forzó las cosas para queencajaran en su modelo. No se limitó a una descripción dehechos, intentó dar una explicación e interpretación causa-lista de ellos, un principio teórico único -el de la sexualidad-que lo llevara a la fama, olvidando la diversidad de traumas,la seducción, el contexto social de la histeria y neurosis: todaslas neurosis y angustias tenían una causa sexual, todos los

    sueños eran satisfacción de un deseo reprimido, etc. Ello leenfrentó a Breuer, a Adler, a Jung, etc. Daba igual. Sin eseimperialismo teórico Freud se hubiera desvanecido. Se inven-tó el edipo, olvidó el trauma, huyó a la imaginación. La granpregunta: ¿los pacientes de Freud sufrieron abusos sexualesu otro tipo de traumas, o sus neurosis eran consecuencia desus impulsos y fantasías sexuales? Hay infinidad de pruebasclínicas que confirman que las experiencias traumáticas con-

    cretas, y no las fantasías sexuales, son la verdadera causa dela ansiedad y la depresión, dice Breger

     La tragedia del psicoanálisis

    Por la simple razón de que es un mito interesado, y de que

    hay ya pruebas más que suficientes de ello (pruebas que ensu momento podían ser para conciudadanos como Witt-genstein evidencias de primera mano), hay que desencantarel mito que Freud mismo y sus discípulos crearon de él, eloscurecimiento sistemátíco de su vida que procuraron conel fin de ofi-ecer una imagen heroica suya, la canonización desu pensamiento fi-ente a cualquier heterodoxia. Es lo que lla-

    ma Breger, en general, "la gran tragedia del psicoanálisis",que al lado de consecuciones geniales y valiosas en gradosumo, presenta la rigidez de un dogma, la opacidad de unaescuela esotérica, la belicosidad y defensismo de un clan,donde esencialmente privó desde el inicio, en gran medida,la "causa"  (die Sache)  por encima de la honradez, la teoríapor encima de los pacientes, el método por encima de la ver-dad, la fantasía imaginativa por encima del trauma concre-

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    to, el simbolismo universal por encima de la interpretaciónindividualizada.

    Eugen Bleuler, por ejemplo, jefe de Jung en el hospital

    psiquiátrico Burghòlzli, de Zúrich, y director de éste, famo-so experto en esquizofirenia, al dimitir como miembro inicialde la Asociación Psicoanalítica Intemacional (cuyo presidentenombraria los psicoanalistas y ejercería censura total sobrepublicaciones y conferencias), escribe a Freud: "Existe unadiferencia entre nosotros. Es evidente que para Usted esta-blecer firmemente su teoría y asegurar su aceptación se haconvertido en el objetivo e interés de toda su vida. Para mí,la teoría no es más que una nueva verdad entre otras verda-des. Por consiguiente, estoy menos tentado que Usted a sacri-ficar toda mi personalidad por el fomento de la causa. El prin-cipio de 'todo o nada' es necesario para las sectas religiosasy los partidos políticos, para la ciencia lo considero pequdi-cial". Para Freud, o se aceptaba el psicoanálisis en su totali-dad o se estaba en el bando enemigo. Esa postura de con-

    firontación y lucha contra un mundo considerado hostil, esaautocracia de secta y partido, es la forma por la que los indu-dables logros creativos de Freud, que abrieron todo un nue-vo mundo de entendimiento y terapia, quedaron distorsio-nados por su convencimiento de que quienes no aceptabansus ideas por completo eran sus enemigos, de que tenía queganar y derrotar a sus adversarios más que entender e incor-

    porar nuevas ideas y prácticas a un campo en expansión ycrecimiento.A su pesar, decíamos, Freud nunca tuvo al "ser huma-

    no" recostado en su diván. Tuvo gentes concretas necesi-tadas de ayuda, que seguramente le respetaron más que éla ellas. En su afán de que las cosas encajaran teóricamen-te, abusó de la precariedad psíquica de sus pacientes, exa-geró su mejoría, despreció ideas y métodos de maestros,discípulos, colegas y amigos muy cercanos, alguno de ellosmejor y más efectivo analista que él. Breger pinta muy bienel doloroso alejamiento de Breuer, Stekel, Adler, Jung, Rank,Ferenczi. Y todos por lo mismo: por el dogmatismo e into-lerancia de Freud. Ellos hubieron de separarse del maestro(o del discípulo, en el caso de Breuer) con dolor; y él losrechazó, despiadado, sin sentimiento alguno. Sólo le que-

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    daron dos fieles en su guardia pretoriana del anillo: Jonesy Abraham, los más devotos (o interesados).

    ¿Causas de todo ello? Detrás de la vida y de la obra del

    gran Freud señorea la sombra de su oscura infancia en Frei-berg (Moravia) y en el gueto judío de Leopoldstadt de Vie-na. Una infancia traumática, llena de penurias económicas(insufrible estrechez de vivienda, por ejemplo, para una fami-lia numerosísima como la de Jakob Freud: hacinamiento,intimidad ninguna), de carencias afectivas (una madre siem-pre embarazada, a la que siempre perdía por culpa de nue-

    vos bebés) y pérdidas efectivas dolorosas (su hermanito JuHus,su niñera checa), a las que se añadían temores y conflictosintemos aún más punzantes para el pequeño Sigi: los que lecausaban el deseo sexual que le inspiraba su madre y el temora su padre y rival por tal causa. Represiones, complejos ycarencias que no hacían de él ningún heroico guerrero edi-pico y que hubo de superar después de algún modo glorio-so. Para ello no tenía más que una mente brillantísima, una

    voluntad de hierro y una capacidad de trabajo "demoníaca"(Stephan Zweig), todas ellas forzadas y reforzadas por las cir-cunstancias. Había que salir del agujero de la insignificancia,en compensación, hasta lo más alto de la fama. A pesar detodo y costara lo que costara. Con sus armas sólo podía con-seguirlo distinguiéndose por una genialidad teórica. Éste esel origen existencial del psicoanálisis.

    El psicoanálisis respondería, así, a un intento de Freud desobreponerse a la pobreza y carencias infantiles, a un inten-to de borrar sus orígenes reales y de ennoblecer su origen,para lo que, además, sometió su historia personal a una fal-sificación constante, destruyó documentos inoportunos. Elpsicoanálisis sería el gran relato de sus miserias: generaliza-ciones de sus infortunadas vivencias. El psicoanálisis supon-dría una reelaboración teórica de Freud de los acontecimientosde su niñez, un autoanálisis incesante por el que habría idoconvirtiendo la versión propia de su infancia en la ortodoxiaanalítica. Las ideas básicas del psicoanálisis (Edipo universal,castración, envidia de pene, sexualidad, represión, etc.), con-sideradas al modelo de la ciencia decimonónica como ver-dades universales y únicas de las que no dio ni existe prue-ba convincente alguna, serían generalizaciones indiscriminadas,

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    invenciones surgidas de la necesidad de Freud de convertir-se en un poderoso héroe científico racionalizando sus mise-rias y sublimando heroicamente los puntos débiles de su per-

    sonalidad. Esos mismos: represión neurótica, homosexualidadlatente (cuyos oscuros objetos de deseo habrían sido Braun,Fleischl, Fliess, Jung), temor ante su propia feminidad, edi-po espantoso, identificación siempre conflictiva y frustradacon un padre mítico (Edipo, Aníbal, Alejandro Magno, Napo-león, Moisés) o con un padre famoso y poderoso (Brücke,Charcot, Breuer). Es curiosa, por ejemplo, la fobia de moti-vación edipica, por decirlo en sus términos, que impidió aFreud durante muchos años (hasta septiembre de 1901) ir aRoma: acercarse a esa ciudad más que Aníbal habría supues-to poseer a la "madre de todas las ciudades" (como la lla-maba) y eso le producía miedo a las represalias del padre...Si es verdad todo esto, Freud no podía estar muy bien. Y sies mera interpretación, el psicoanálisis es demasiado fuerte,toda una pasada, como hoy decimos. A veces parece que hay

    que dar razón a Karl Kraus: uno y otro padecen, o son, la mis-ma enfermedad que pretenden curar "Debo admitir que sino supiese cuán seriamente se toma mi esposo sus trata-mientos, pensaría que el psicoanálisis es una forma de por-nografía", comentó un día Martha Bemays. Pornografía "psi-coanal" añadiría maliciosamente Kraus.

    Viena

    Dice Bouveresse que lo que Wittgenstein no reconoce al psi-coanálisis es precisamente su ontologia. Es decir, su carac-terización significativa de lo real desde categorías últimas, eneste caso del alma; o sea, la pretensión o esfuerzo de reali-dad de cualquier teoría que se precie de tal, en este caso ladel alma. Wittgenstein no hubiera entendido otra ontologia(una palabra que no pertenece a su vocabulario) que la de laimagen del mundo que surge de la forma de vida y de los

     juegos de lenguaje en cada caso. ¿Cómo, en este sentido, ibaa ser el psicoanálisis una "ontologia" general del alma? Másbien "Vienología" pura. Ontologia de Viena: de su imagendel mundo, forma de vida, juegos de lenguaje. Ontologia de

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    la Viena burguesa y reprimida, por demás. No de la Viena delos liebelei  de Schnitzler, de la Mutzenbacher   de Salten, de losvalses de Strauss o de los alegres ligues del Prater De la Vie-

    na, en general, en la que en los umbrales del siglo XX la sexua-lidad se convirtió en el "territorio simbóKco en el que se dilu-cidaron las cuestiones fundamentales de la época"^ cruzadastodas, además, de antisemitismo, y el peor por parte de ju-díos mismos. (Caso paradigmáticamente trágico, el de Wei-ninger)

    Ya en los años diez, colegas de Freud como Janet, o Stan®,

    afirmaban que el psicoanálisis no era más que la proyecciónteórica de las circunstancias reáes de la vida vienesa de enton-ces, hedonista, libidinosa, y hasta de la propia vida de Freud,en algún momento poco ascética, reprimida siempre; porello, Freud se habría inclinado fatalmente a dar una impor-tancia excepcional a la sexualidad. Freud vio en esta refe-rencia del psicoanálisis al medio vienés sólo un epifenóme-no accidental y, sobre todo, un pretexto fácil en manos de

    sus contríncantes para rechazar esa teoría como algo inmo-ral, haciendo patente además, de paso, su origen judío. Qui-so volver el argumento al contrario: en una ciudad católica,sensual como Viena, donde no se imponían límites especia-les a las relaciones sexuales, que eran efectivamente más des-preocupadas y sin prejuicios que en otras ciudades protes-tantes del norte o del oeste, que con el espírim del capitalismo

    habían asimilado también la ética calvinista, en una ciudadpoco inclinada, pues, en general a la neurosis era más difícilrelacionar ésta con la represión sexual y deducir un hechode otro... Pero mientras Freud más se impUcaba en la polé-mica, más crecía ésta. En la década de los veinte, Malinows-ki, por ejemplo, limitaba el valor del complejo de Edipo a lasclases altas del mundo civilizado, arguyendo que cada tipocultural tiene su complejo fundamental propio... Tampocovaheron de mucho defensas a ultranza de Freud en este sen-

    ^ Cfr. Edward Timms,  Karl Kraus, satírico apocalíptico. Cultura  y  catás- trofe en  la Viena  de  los Habsburgo,  Visor, Madrid, 1990, p. 44.

    ® Cfr Michael Worbs,  Nervenkunst. Literatur und Psychoanafyse  im  Wien der Jahrhundertwende,  Europäische Verlaganstalt, Fráncfon 1983, pp. 25 y ss.

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    rido, como la de Sachs, que le alejaban en exceso de su lugarnatural, enfrentando más bien su seriedad estricta e impla-cable de investigador, su vida normal y retirada, con el ambien-

    te alegre y teatral de la ciudad, cuya alegria sexual no se pare-cería en nada a la concepción freudiana, trágica y amarga, dela tiranía de la libido. La sospecha de los primeros años desiglo de que el psicoanálisis había que reducirlo al contextode Viena no se ha borrado nunca.

    Esa Viena, a la que Hofmannsthal llamó la porta orientisdel inconsciente, que Kraus creía el escenario de los últimosdías de la humanidad, esa Kakania  musiliana social y políti-camente agonizante, en la que se vivía en el sentimiento deno tener razones suficientes para la existencia, bailando alborde del abismo, entre el amor y la muerte, entre el sexo yla poli rica®, estaba llena de tensiones obviamente. Tensionespoli ricas y sociales inmensas, de un inmenso imperio multi-cultural y multirracial como el Austro-Húngaro a punto dedesaparecer, encerradas a presión en las de la propia sexua-

    lidad vienesa: las que existían entre la represión asfixiante delas clases medias, por una parte, y la libertad, o liberación,de que hacía casi ostentación la nobleza y el pueblo,, por otra;o las que suponían cada uno de esos aspectos en sí mismo.Dentro de la burguesía, en general, o se soportaban comofuera, con el credo de tumo y al precio de la neurosis nor-malmente, los rigores de la represión, o, en capas suyas más

    ilustradas, liberadas o nobles, se llevaba una doble vida fari-saica, en la que, bajo un tinte superficial de respetabilidad,el código moral secreto exigía de los hombres las mayoresconquistas posibles, y de las mujeres casadas, el apaño deamantes discretos y fieles. Al modelo eterno de París, másbríllante y viciosa, refinada, con más estilo que Viena, que.

    ' Schorske, muy sugerente siempre, desde el punto de vista estéticoal menos, interpreta el acceso de Freud al psicoanálisis a medio camino,o en la cuerda floja, entre la vitalidad del eros y el hundimiento político,como "una fantasía muy vienesa", muy divertida y jocosa, en la que "laautoridad política se arrodilla ante Eros y los sueños" (Cari. E. Schorske,Viena Rn-de-Siède. Políticay cultura,  Gustavo Gil Arte, Barcelona, 1981,p. 192, cfr., pp. 192-214).

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    a su vez, era más grata, acogedora, vital, afable y simpática;más provinciana, como decíamos. Pocas veces se habrá vis-to coexistir de forma tan descarada la promiscuidad institu-

    cionalizada con los cánones de la moral burguesa y de la reli-gión, dice Timms, quien cree que fue precisamente laexistencia simultánea de fuerzas incompatibles, ciertas y efec-tivas al mismo tiempo, lo que hizo de la Viena de 1900 unmedio tan extraordinariamente férril para el surgimiento delas concepciones psicológicas más turbadoras. La máscaraburlona de la comedia y la lujuriosa cara del sátiro, los dosemblemas que Kraus eligió para la portada de su revista DieFackel,  transmiten como ningún otro medio el hedonismovital de aquella sociedad, así como sus componentes de tea-tralidad y disfraz. Viena era, a la vez, dependiendo de formassociales de vida, un campo abonado tanto para la vida pul-sional libre como para su represión y la subsecuente histe-ria; y, en este sentido, también un  humus  fértil para los des-cubrimientos de Freud, más dependientes de ese contexto

    de lo que él pensaba.

    2. Freud y Wittgenstein

    Tampoco Wittgenstein se entiende sin Viena^°, aunque nofuera exactamente la misma Viena la que vivieron y pensa-

    ron él y Freud. Dos vieneses y dos judíos frente a frente.(Freud 33 años mayor que Wittgenstein.) Por poco que sesepa del talante y modo de pensar de Wittgenstein, un humorpersonal e intelectual como el que venimos pergeñando enFreud no podía gustarle en absoluto. (Quizá porque veíaen Freud algo así como su temible sosias, como éste en Sch-nitzler) ¿Cómo le iba a gustar Freud a un hombre que renun-cia a una vida de esplendor y a una fortuna inmensa paradedicarse humildemente a la tarea del pensar, que había cam-biado su palacete vienés, o un  College de Cambridge, para

    Éste no es el tema ahora. Cfr. para ello el libro que sigue siendo clá-sico al respecto: A. Janik & St. Toulmin, La Viena  de Wittgenstein,  Taurus,Madrid, 1974.

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    ser maestro de escuela en míseros pueblos de la montañaaustríaca, o jardinero de convento? Su hermana Margarette,paciente por mera curíosidad de Freud y más o menos ami-

    ga suya Oa dos veces riquísima Sra. Stonborough, la que pin-tó Klimt, era amiga de la mayor parte de la sociedad culta yartística vienesa, a la que mecenaba, o había mecenado, supadre Karl Wittgenstein), hubo de comentarle a Ludwágmuchas cosas con respecto a la idiosincrasia de Freud. Eran

     judíos ambos, pero no pertenecían a la misma clase, las extem-poraneidades sexuales de la teoría freudiana habrían de repug-nar a la gran burguesía a la que pertenecía la familia Witt-genstein. Los manejos intelectuales de Freud y su círculoeran algo que Wittgenstein habría de calificar inmediatamentede deshonesto. ¿Cómo le iban a gustar esas cosas? No gus-taban a nadie que no tuviera alma de esclavo o intereses queaprovechar, a nadie, en realidad, que no fuera su encanta-dora hija Anna: la pitonisa de la ortodoxia, la sacerdotisainquisitorial del oráculo paterno; o los dos úlrimos esbirros

    interesados que le quedaron de su originaria tabla redondadel anillo de 1912 (tras abandonarla los auténticos caballe-ros): los censores Jones y Abraham.

    Abraham, por cierto, era el que decía que la teoría de Jungera fiuto de su fijación erótica anal. Para gran enfado de Jung.Aunque de todos modos, tales  boutades,  que tomaban enserio, son típicas de ese ambiente casi obsceno que había

    entre los primeros psicoanalistas, que se analizaban mutua-mente, compartían experiencias de sus pacientes, se los pasa-ban, etc. Freud mismo analizó a su propia hija Anna; a Ferenc-zi, con quien tuvo durante 25 años la relación más fuerte deamistad de que fiae capaz. Mientras Ferenczi analizaba ajones,Freud analizaba a la novia de Jones, que tras el análisis ledejó. (Si se rienen en cuenta las transferencias y contra-transferencias del tratamiento se puede uno imaginar quémundo más pegajoso el de aquellas gentes.) Todos en unambiente de enredos e indiscrecciones de divanes. Todos,además, se disputaban una relación única y exclusiva conFreud. Jones cortejó a Anna Freud sin éxito. Freud queríaque el pasional Ferenczi se casara con su hija Mathilde. Etc.No, ese ambiente no podía gustar a Wittgenstein. Freud nopodía gustar a alguien reprimido pero aristocráticamente auto-

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    suficiente, como Wittgenstein, que hubo de sublimar su rigo-rismo existencial, al borde de la locura y el suicidio, la "cochi-nez" de sus pecados, con el rigor de la lógica y del análisis

    filosófico. Con la misma elegante decencia con que Weinin-ger sublimó sus miserias pegándose un riro en la habitaciónen que había muerto Beethoven.

     Análisis del alma y análisis del lenguaje

    En sus criricas, Wittgenstein jamás desciende a detalles per-sonales de Freud, que seguramente conocería, como decía-mos; se limita a calificar su pensamiento de "mitología pode-rosa", en el sentido de que se trataría de la brillante invenciónteóríca de un gran intelectual, pero no de la veraz sabiduríade un gran hombre que intentara ayudar honradamente a lahumanidad con ella. Wittgenstein admitía en Freud ingenio,imaginación, inventiva, talento para explotar analogías, inte-

    ligencia y astucia, pero no sabiduría. Demasiado ingeniosoy poco serío, poco profijndo.

    Puede que haya un reproche érico general en las críricasque Wittgenstein dirige a Freud, pero Wittgenstein no lohace, desde luego, por puritanismo religioso, como muy bienadvierte Bouveresse, aunque innecesariamente: no sé porqué trata siquiera de defender de tal gratuidad a Wittgens-

    tein, a no ser que haya querido aprovechar la ocasión paracomparar (por cierto, muy bien) el pensamiento religioso deambos. No fiae por moralismo puritano, religioso, por lo queWittgenstein achacara supuestamente a Freud algo así comoamoralidad (irreligiosidad, desde luego, no lo creo) y quisieraadvertir de la escabrosidad del psicoanálisis en este sentido.Más bien, y en tal caso, porque no cumpliría el requisito bási-co de una moral laica expresado en la idea de Weininger, quetanto le marcó, de que èrica y lógica (y, por lo tanto, estéti-ca y religión) son la misma cosa: deber frente a uno mismo,coherencia de vida y pensar, veracidad intelectual. Más bienporque Freud no cumplía el primer requisito epicúreo delsabio: ayudar con su pensamiento a la humanidad con teo-rías honestas, no inventadas por prurito personal; ayudar alos pacientes por sí mismos, no utilizarlos como conejillos

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    de Indias para satisfacción del propio ego. Freud no cum-plía el objetivo supremo del trabajo intelectual: buscar clari-dad integral, real, la Klarheit   vienesa, no las  lumiéres  ilustra-

    das, ilusas, de la Modemité. Total veracidad intelectual consigomismo: ése es el senrido del pensar como trabajo conuno mismo. Ayudar a la humanidad significa quitarle mitospara su paz espiritual, no inventar otro mito para confun-dirla. Y para ello, quizá sea más relevante un análisis del len-guaje como el wittgensteiniano que el análisis del alma freu-diano, porque aquél es más general y profundo que éste, en

    cuanto diluye supersticiones ínsitas en la normalidad,  pre- juicios que están más escondidos y generalizados, que actú-an mucho más en el día a día de la gente normal, que lasneurosis y angustias  patológicas,  mejor localizables psico-social o neurològicamente, sin duda, que con los alardes dela psicología profunda.

    La propia filosofía de Wittgenstein -aunque no le gusta-ba que se lo recordaran, a pesar de sus propias manifesta-

    ciones en semejante sentido- se parecía al psicoanálisis y nosólo en la seducción que provocaba: el instrumental de sutarea era el lenguaje, su análisis del lenguaje buscaba la pazde espíritu. Pero el psicoanálisis y el análisis filosófico sontécnicas lingüísricas diferentes, como es obvio, y sus objeti-vos son diferentes. Uno ataca la patología y otro la normali-dad, decimos. Para el análisis wittgensteiniano no hay nada

    oculto que revelar, ningún escondite psíquico, ningún esca-rabajo en el interior de una inexistente cajita, todo está en lasuperficie del lenguaje y del modo de vida corrientes. La psi-cología profunda y la gramática profunda se asemejan, aun-que no en las honduras anímicas desde luego: ambas quie-ren acceder a un condicionamiento básico, que en Freud esinconsciente y en Wittgenstein genético o reflejamente apren-dido; Wittgenstein no lo llama psíquico, en él es meramen-te natural y social: genético, etnográfico, de historia de laraza; de la imagen del mundo y forma de vida en las que seentrena maquinalmente el niño por medio de los juegos delenguaje en que aprendemos el uso de las palabras, es decir,su significado.

    La filosofía wittgensteiniana es también autoanálisis, tra-bajo con uno mismo y contra uno mismo: contra las ten-

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    dencias impuestas por la pedagogía, por la costumbre social,por la metafisica tradicional. Hay que volver, así, al sentidocomún: ése es el objetivo de la cura wittgensteiniana, que

    es una tarea en contra de la propia naturaleza adquirida ocondición de normalidad, en las que parece residir la autén-tica patología. Psicoanálisis y análisis filosófico: autoanálisisambos, profundos ambos, peligrosos ambos. Aunque Freudno fuera consciente de esto último, sí Wittgenstein, que alfinal de su vida creía haber hecho más mal que bien con suenseñanza (y de hecho lo hizo claramente en algún caso),

    de la que temía, además, que llegara a convertirse (como hasucedido en muchos casos) en una jerga exánime y confu-sa. Freud, sin consciencia de nada de esto, quería formarescuela por encima de todo, apuntalándola precisamentecon su jerga: Wittgenstein no, sólo quería enseñar a pensara alguien, liberarlo de prejuicios, proporcionarle con elloclaridad mental y paz espiritual, y que así cambiara auto-máticamente su vida él mismo, siempre en el sentido de

    mayor consciencia.Wittgenstein no entendía la lógica del alma, al doctor del

    alma freudiano. Demasiado pomposo. Como si psicoanali-zarse ftiera comer del árbol de la vida, decía: como si esa peno-sa confesión de intimidades fuera la medicina del alma. Witt-genstein pertenecía a una generación entre la confesión y eldiván, dice Bouveresse, demasiado tarde para una cosa y

    demasiado pronto para la otra. Pertenecía a una generaciónde seres duros que o bien aguantaban la exigencia y respon-sabilidad implacable consigo mismos en un completo domi-nio de su vida psíquica, como intentó Wittgenstein, o bienlo subsanaban asumiendo la represión, neurosis, angustiacomo algo inevitable y veraz. O bien elegían la salida del sui-cidio, como Weininger, Trald, tres hermanos de Wittgensteiny tantos otros (esta manera de morir llegó a ser una modaseria en la Viena finisecular: una manera social y moralmen-te admitida de acabar la vida con responsabilidad propia). Alos más auténticos, y por eso más angustiados, de esa gene-ración, podía haberles ayudado el psicoanálisis... si hubieraestado a su altura intelectual y moral.

    A Wittgenstein la psicología le pareció siempre superficial.Pero no la de Freud, de quien pensaba (no se sabe muy bien

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    por qué) que sí tenía algo que decir No era posible una lógi-ca del alma, pero debe ser que al menos la de Freud suponíaun esfuerzo brillante de acceso al interior, más allá de las mon-

    sergas metafísicas o románticas acostumbradas hasta enton-ces. Lo malo de las pseudo-explicaciones fantásticas freudia-nas es que fuera de la cabeza del genio se convertían enimágenes fáciles con las que cualquier "borrico" podía creer-se capacitado para explicar los fenómenos patológicos y engeneral a perorar sobre el alma. Wittgenstein las respeta porsu potencia estética explicativa, como imágenes que reuniñ-can en tomo a sí muchos fenómenos que pueden describirseentonces con cierto sentido, y las critica constructivamente entanto que la explicación y la descripción que permiten no soncientíficas ni claras. Pero nada más. No como Popper; por ejem-plo, otro vienés, mucho menos profiindo y mucho más pedan-te que Wittgenstein, resentido contra sus paisanos más céle-bres y capaces, que consideraba el psicoanálisis algo así comobasura metafísica no falsable. La seducción de un pensamiento

    poderoso no es necesariamente un pecado contra la inteli-gencia, y la veriñcabilidad o falsabilidad en terrenos del almaes algo grotesco: que el pensamiento de Freud no fuera falsa-ble no quiere decir nada más que eso. Tampoco la teoría de lafalsación de Popper es falsable, ni la de sus tres mundos, ni laque respira ninguna de las páginas que escríbió. A Popper lefaltó siempre imaginación, sensibilidad para sugerencias genia-

    les, la magnitud de sus más grandes paisanos.

     El inconsciente

    Después de un primer capítulo, cuyas ideas ya hemos reco-gido, en el que cuenta más bien la historia extema de las rela-ciones teóricas de Wittgenstein con Freud, este libro comien-za a analizar esas relaciones por dentro, digamos, agotandopoco a poco todos sus aspectos esenciales: la realidad delinconsciente, la diferencia entre razones y causas, entre pen-samiento estético y cientifico, el pmrito filosófico de gene-ralización, de validez universal, el determinismo psíquico, elfinalismo, las relaciones esenciales ent re sugesrión y cura,etc. En todos ellos planea siempre la confusión primordial

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    freudiana entre razones y causas. Aquel hombre anclado enla Edad de la Razón no amaba las razones con minúscula,los motivos, el azar, la estética (el mundo de hoy), justamente

    aquello que él de hecho ofrecía; amaba la parafemalia moder-na de la Razón: causas, leyes, determinismo, universalidad,ciencia pura (el mundo de ayer), es decir, lo que él precisa-mente no podía ofrecer

    Freud, recuerda Bouveresse, parte de dos presupuestosbásicos que no podía admitir Wittgenstein. Uno, tradicional:entiende la conciencia como percepción intema de objetos

    intemos. Otro, en contra de la tradición: lo mental no es iguala lo consciente, lo mental es por esencia inconsciente (y nosólo simplemente por no percibido coyunmralmente, sino ade-más porque algo impide percibirlo). Para Wittgenstein no exis-te espacio interior alguno de causalidad intencional en el quepuedan suceder actos de conciencia o puedan localizarse obje-tos interiores, ni conscientes ni inconscientes. No existe eseéter intencional, ese espacio aéreo, ese extravagante vaivén de

    Brentano, maestro filosófico de Freud, en el que la concienciase define por su objeto y el objeto por su conciencia en unainverosímil pirueta. Y, sin embargo, el psicoanálisis dependeesencialmente de esa explicación última e injustificable dé laconciencia: depende de ella demasiado como para ser ciencia.

    La hipótesis del inconsciente como enndad psíquica esabsurda porque no tiene paisaje donde instalarse ni posibili-

    dad siquiera de bulto, de magnitud psíquica, lo cual la con-vierte en una entidad metafísica, típica de una invención filo-sófica, científicamente grosera: "Donde nuestro lenguaje noshace suponer un cuerpo, y no hay ningún cuerpo, alH sole-mos decir que hay un  espíritu". Es  gratuita porque no sirvepara nada ese fantasma psíquico ni solucionaría nada su exis-tencia: es un simple modo de hablar, innecesario incluso paraentender y admitir lo que el propio Freud dice. Ese lenguajeno añade nada, en efecto, que no pueda decirse en el lengua-

     je de siempre, en el que por supuesto se habla ya de razonesdesconocidas, inconfesables, inconscientes, etc. No fiae Freud,desde luego, quien inventó ese modo de hablar Como reali-dad metafísica el inconsciente es absurdo, sobra como hipó-tesis de economía científíca y como hipótesis científica, engeneral, no es corroborable experimentalmente.

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    ¿Qué sucede, pues? Pues que a la base de esta hipótesishay un malentendido lingüístico y conceptual como casisiempre: Freud confunde causas con razones, cree pensar

    científicamente y lo hace estéticamente, con una sensibili-dad, por cierto, mucho más grande que la empírica. Cuan-do Freud se las da de científico en realidad se menospreciaa sí mismo y menosprecia su obra. Su manía cientificista deci-monónica no le deja adverrir su engaño: cuando acude alinconsciente está buscando una explicación causal de cier-tos fenómenos psíquicos, es decir, una causa experimental-

    mente comprobable que demuestre empíricamente las cosas,pero lo que ofrece de hecho con esa hipótesis es más bienuna razón, un motivo que convenza al interesado del oscu-ro origen de sus cuitas. Con razones convincentes, que hablansensiblemente al ánimo, trabaja el pensamiento esténco; concausas de las que se sigue legaliforme y mecánicamente elefecto, empíricamente demostrables y demostrativas, traba-

     ja (cuando puede) la ciencia. La ciencia trabaja con hipóte-

    sis comprobables empíricamente que permiten predecir ade-más el comportamiento de las cosas; la estética, con analogíasde casos, ejemplos, que no producen hipótesis ni predic-ciones en ese sentido, ni nueva información sobre los hechos,ni nuevos descubrimientos empíricos, que no generan mode-los lógicamente compactos de explicación, sino meras visio-nes globales de aspectos de las cosas, conexiones formales

    entre descripciones de rasgos, reorganizaciones retóricas dehechos familiares para describirlos de algún modo convin-cente. Freud es un maestro en hacer buenas analogías, enrecomponer puzles, en dar razones de las cosas, incluso bri-llantes, pero no científicas. Sus hipótesis aventuradas se pare-cen a los objetos imposibles de Escher, son tan fascinantescomo ellos.

    Wittgenstein no dice que no puedan verse las cosas (elinconsciente, el sueño, el chiste, etc.) del modo que las veFreud, sólo dice que la brillantez en exponerlo, la fascina-ción que ella produce, el asentimiento que ambas causan,no prueba la realidad de las entidades y los procesos que pos-tula, ni es la única manera de explicarlos. Se pudiera hacerperfectamente de otros modos muy distintos. Él mismo,decía, podría construir una explicación del sueño como expre-

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    sión de temores, tan irreprochable como la de Freud en tér-minos de deseos reprimidos. Ni Ciofñ ni Bouveresse, impre-sionados, se consideran capaces de eso: de emular al gran

    Freud en establecer una red tan complicada, coherente y con-vincente de conexiones lógicas, de componer un puzle tansugestivamente genial con un sueño. Wittgenstein, otroseductor genial, sí hubiera sido perfectamente capaz de ello...si hubiera tenido menos escrúpulos intelectuales que Freud.Creer que una forma de ver las cosas es la única manera depensar es una ilusión, nunca mejor dicho, inconsciente: la

    ilusión de la ciencia iluminada. Freud fue un esteta incons-ciente, y con ello cometió uno de los pecados más absurdoscontra la contramoral nietzscheana: porque la ilusión estéti-ca es consciente, el artista sabe que su arte es ficción, Zara-tustra sabe que todos los poetas mienten, él que también espoeta. Esa conciencia de ficción inevitable no la tuvo Freud.Freud seguía siendo un modemo iluminado, inconscientede su ficción. A veces parece que hay que dar razón a Kraus

    cuando decía que el psicoanálisis (el "psicoanal") es el mejorsíntoma de la misma enfermedad que cree curar, como recor-dábamos.

    Freud, mal filósofo

    Freud mismo dice en las  Lecciones  de 1933 de la filosofíaque "trabaja en parte con los mismos métodos que la cien-cia, pero se aleja de ella aferrándose a la ilusión de que pue-de proporcionar una imagen del mundo sin lagunas y deuna sola pieza". Por este afán de generalización, y según suspropias palabras, el propio Freud era un filósofo iluso, ale-

     jado de la ciencia. Pero él decía ser científico a pesar de todasu temeridad especulativa, a pesar de su total ausencia deprudencia científica desde que comenzó a desoír los con-sejos de Breuer, al inicio de su esplendente carrera. La vul-garización de la ciencia en la especulación filosófica, por par-te de Freud en este caso, un científico de origen, la malacomprensión y la aplicación superficial suya, en general,no favorecía para Wittgenstein más que el sensacionalismocientífico. Para él, como para Breuer, como muy bien dice

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    Bouveresse, el coraje real de pensar se cifraba en una com-prensión austera de la ciencia. Freud, sin embargo, cree,por ejemplo, que puede generalizarse con pocos casos, o

    incluso con uno solo bien elegido que parezca que atañe aalgo fundamental, imprescindible, esencial, necesario, últi-mo, común e idéntico en todos los casos, con lo que Goet-he llamaba el "fenómeno originario"  (Urphdnomen),  con loque el Wittgenstein del  Tractatus  llamaba "lo común", el"símbolo". Esto es típico del filósofo (del mal filósofo quetambién había sido Wittgenstein), que cree descubrir logeneral oculto bajo las apariencias, que busca la esencia delas cosas y los fenómenos, y que cree poder dar una únicaexplicación universal del sueño, la histeria o el chiste, porejemplo. Por eso Wittgenstein compara las proposicionesgenerales de la teoría freudiana con generalizaciones filo-sóficas y no con hipótesis científicas. En realidad son hipó-tesis inverificables, no porque las confirmen o no los hechos,sino porque su gramática, la de una imagen o escena ori-

    ginaria  (Urbild, Urszene),  modelo o prototipo simbólico enfunción de la cual elegimos describir todos los fenómenos,la gramática de lo que es expUcación o prueba en ese caso,no sigue el juego de la verificación; sigue otro: el del asen-timiento. Y si, suponiendo su veri ficabilidad empírica,aparecieran contra-ejemplos, Freud los expücaria como resis-tencias inconscientes a la teoría propuesta, deseos incons-

    cientes de refutaría, de modo que se transformarían inclu-so en una confirmación suplementaria.

    Como se ve de mano de Bouveresse, no hay salida de lailusión en Freud. La inconsciencia se faja de autoengaño,y éste hasta de cinismo en ocasiones. ¿En la  Traumdeutmgintenta Freud probar una teoría? ¿La ha probado? Tales pre-guntas, por lo que decimos, ni siquiera rienen sentido; esque no se trata de eso, a pesar de Freud, en la interpreta-ción de los sueños: se trata sólo de un modo de hablar, deuna conformación conceptual, de un sistema de represen-tación. de un método de descripción, de un paradigmaex-plicativo universal de los sueños, adoptado  a priori.  Setrata de la ingeniosidad interpretativa de un artista del  puz-k. que crea incluso los propios elementos del juego: se pro-pone una conexión conceptual, una representación intui-

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    tiva nunca imaginada, sospechada (sueño y deseo, sexo ehisteria, pene y envidia, etc.), se hace de la horrible trage-dia escénica de Edipo algo que sucede a todos todos los

    días... de modo que todas las piezas encajen. Freud nodemuestra nada, ni puede hacerlo, ni tendría necesidad deello. Está en otro juego, digamos, que el de la demostra-ción científica. Pero no quiso saberlo. Por eso se trata del

     juego de la mala fi losofía, que riende a generalizar comoiluminación cualquier lucecita en lo oscuro y se pierde enla nad a especulativa. C om o había hec ho el joven Wit t-

    genstein, al esulo del logicismo russelliano y de cualquierlogicismo entonces a la moda (recuérdese que las referen-cias a Freud son del Wittgenstein de la segunda época, esdecir, posterior a 1930), absolutizando el lenguaje repre-sentativo: toda proposición es una figura de la realidad,toda figura de la realidad corresponde a una única varíablelógica, etc.

    La confirmación empíríca se sustituye aquí por el asen-

    timiento del interesado. Esas generalizaciones ilícitas des-de el punto de vista científico son una mitología poderosaque encandila al paciente, sobre todo con el halo de lastransferencias que rodea al analista en la praxis. Freud mis-mo considera su teoría de las pulsiones como una mitolo-gía: las pulsiones como seres míticos, grandiosos en su inde-terminación. Cuando le pregunta a Einstein si a él no le

    parece lo mismo su teoría física, la cuestión de Freud no espeyorativa, es retóríca: le parece positivo y está encantadode que su teoría tenga esos ecos heroicos. El matiz episte-mológico (científicamente negativo), el poder de confusión,de ese encanto arcaico no lo captó. Sin embargo es lo esen-cial de la validez tanto teórica (metapsiquismo) como prác-tica (cura) de su teoría. La mitología sólo es confusa cuan-do se convierte en religión o en ciencia, como hizo Freud,es decir, cuando confunde, a su vez, razones con dogmaso con causas. Sin esa metaconfusión y reduccionismo dog-máticos la expficación por razones y la explicación por cau-sas no tienen por qué ser incompatibles: lo único que Witt-genstein defiende es la irreductibilidad de una a otra, loúnico que achaca a Freud es que haga una cosa y diga hacerotra.

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    Wittgenstein, mal crítico

    Da la impresión, de todos modos, de que Wittgenstein, al

    aliarse con la honestidad y la prudencia de Breuer, adopta elpunto de vista del científico común y coniente, que, por otraparte, despreciaba para su filosofia y minusvaloraba en gene-ral. Y ni Freud ni él mismo eran comunes ni corrientes, nicomo científicos ni como filósofos. El genio abre caminos,es decir, métodos, nuevos. Wittgenstein podía haberse acha-cado a sí mismo muchas de las cosas que achaca a Freud. Si

    está convencido de que los datos del psicoanálisis se consi-guen esencialmente por persuasión y sugesrión, por razonesque tienen que ver esencialmente con la relación del diván,del paciente con el analista: él también trataba de persuadiren su filosofía para ver las cosas de un modo diferente, parareparar en las diferencias conceptuales, para cambiar de lógi-ca y, consecuentemente, de modo de vida; en ese sentidoGógico o gramatical) él también psicoanalizaba, por decirio

    así, a sus alumnos en la tensión psíquica de sus clases, élmismo se autoanalizaba en ellas; su escenario en el Trinity deCambridge -la estrechez física de la habitación, lo reducidodel grupo, las vivencias fuertes- era lo más parecido a la inti-midad del diván de la Bergasse de Viena.

    Wittgenstein no analiza en serio el psicoanálisis, es decir,no lo toma en serio como objeto de análisis. Lo toma como

    otro lenguaje más (como el matemático) sobre el que ejerci-tar su método analítico y crítico; y, en este sentido, forzadopor los intereses de su propia filosofía, es posible que tam-bién haga generalizaciones ilícitas sobre él. Tampoco los argu-mentos de Freud son uniformemente malos. También Freudfue modificando sus teorías. También Freud decía (al menoslo decía) que el psicoanálisis reposaba en su amor a la ver-dad y en el reconocimiento de la realidad, excluyendo todafalsa apariencia y todo engaño. También parece que Freudera consciente de los problemas epistemológicos, que eraincluso un epistemólogo más sofisticado de lo que se hasupuesto, dice Bouveresse. (Así que quizá resulte inclusoingenuo hablar wittgensteinianamente de  confusión gramati-cal  en él; quizá sea peor: en caso de que los tuviera, su con-ciencia e intereses epistemológicos serían pruebas más bien

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    de astucia gramatical  -cinismo teórico, conciencia culpable-en interés de la unidad de la teoría.)

    Y cierta atríbución causal sí puede aplicarse a la innega-

    ble (en los límites que sea) eficacia terapéutica del psicoa-nálisis. Porque, si no, ¿por qué siquiera ir al psicoanalista?¿Es un síntoma de neurosis la misma decisión de acudir aél? ¿No sólo están neuróticos, sino tontos, todos los que acu-den al psicoanálisis? ¿Por qué se dejan embaucar los pacien-tes, y precisamente en un camino de cura? (¿Por qué el pro-pio Wittgenstein admira unos escritos cuyo talante detesta?)

    ¿Es la cura sólo una sobreneurosis, sólo una especie de cas-tración espiritual, y los renacidos una especie de zombis?¿Todo ello entra en los propios condicionamientos patológi-cos, en un círculo de histeria, en una inacabable red de trans-ferencias y contratransferencias? ¿Todos, analista y paciente,Freud y su lector Wittgenstein, están de algún modo enfer-mos? Si no se admite cierta eficacia causal explicativa y cura-tiva (cierto carácter cientifico, pues) en el psicoanálisis, las

    cosas no se entienden sino por una especie de locura gene-ralizada. Como la manía de Zaratustra de poetizar (mentir) asus discípulos, arrobados, sabiéndose todos en el anillo dela ficción. Aunque eso era filosofía y no se presentaba, des-de luego, como lógica del alma (aunque sí de algún modocomo curación y renacimiento espiritual).

    El punto débil de Wittgenstein en su rechazo del psico-

    análisis sería el típico de la gran burguesía vienesa victoría-na, farísea, escandalizada por la procacidad de las interpre-taciones fireudianas que desenmascaraban los agobios sexualesque sus miembros padecían de hecho (Wittgenstein tam-bién), los abusos sexuales traumáticos efectivos o la efectivasexualidad infantil. Escándalo al que claudicó el propio Freudal abandonar la teoría de seducción infantil y al olvidar lostraumas reales de la utilización sexual violenta, en general,remitiéndose sólo a los efectos psicológicos, fuera el even-to imaginario o no. Como dice Janik, Freud sustituyó laseducción real por el edificio metafisico del complejo de Edi-po, más aceptable por la comunidad cienrífica... y, sobretodo, más aceptable por sus pacientes, la mayoría de los cua-les provenían de la burguesía a la que pertenecía Wittgens-tein, burguesía que seguramente prefería imágenes míticas

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    que no tener que admitir y considerar hipótesis y hechoscientíficos tales obscenidades y tropelías reales.

    Pero, en fin, aunque las observaciones de Wittgenstein

    no basten para la crítica general que pretenden hacer del pen-samiento de Freud, "tienen al menos el mérito de llamar laatención sobre el hecho de que es la misma interpretación ylas reacciones que suscita en el paciente a lo largo del trata-miento lo que constituye el asunto primordial" en el psico-análisis, dice Bouveresse. Las únicas posibilidades de verifi-cación efectiva (afectiva) de la teoría freudiana se jueganesencialmente en lo que sucede entre analista y paciente enel contexto de la cura. Y si se quiere mayor objetividad cien-tífica en esta curiosa lógica dialéctica del alma -freudiana,pero psicológica en general-, que ignora todo análisis filo-sófico de ese concepto, habría que acudir a la psiquiatría ysus fármacos. ¿No sería una pócima, en efecto, el análisis másexpeditivo y efectivo, el mejor y más imparcial analista quemerece esa fantasía del "alma" psicológica? Quizá tenga razón

    Tom Wolfe cuando dice que al psicoanálisis lo destruyó hacemedio siglo el Utio. Ésa sería, desde luego, la prueba defini-tiva de que Wittgenstein tenía toda la razón en lo que dicede Freud, aunque no fuera un buen crítico suyo.'

     Isidoro Reguera

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    Introducción

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    La obra que presentamos ha sido redactada a partir de dosestudios publicados hace algunos años: "Wittgenstein cara alpsicoanálisis", aparecido en la revista Austríaca, n.° 21 (noviem-

    bre, 1985), pp. 49-61, y "Wittgenstein y Freud" en Vienne autournant du siècle,  bajo la dirección de François Latraverse yWklter Moser, Albin Michel, 1988, pp. 153-177. Su principalambición era intentar comprender un poco mejor las obser-vaciones, a veces enigmáticas, que Wittgenstein formuló res-pecto al psicoanálisis y, más en particular, mostrar que la posi-ción que adoptó a propósito de la teoría freudiana corresponde

    con bastante exacritud a lo que podría esperarse cualquieraque tenga una suficiente famiharídad con el conjunto de sufilosofía, pero lo ignorase todo de su interés por el psicoaná-lisis, y, así, lo que sobre él pudo decir o escribir

    Freud cuenta que: "Cuando el psicoanálisis se convirtióen tema de discusión en Francia, Janet actúo mal, manifes-tando un escaso conocimiento de lo que está tratando y uti-lizando unos argumentos viles. Para terminar, se mostró ante

    mis ojos tal como era, y ha desvaloralizado su obra anun-ciando que, cuando yo hablaba de actos psíquicos 'incons-cientes' no estaba diciendo nada, pues esto no era sino unamera 'manera de hablar'". A menudo me he pi-eguntadocómo era posible que Wittgenstein, que por razones pecu-liares consideraba, también, que la "hipótesis" del incons-ciente no era sino una manera de hablar que crea más pro-

    blemas filosóficos que resuelve problemas científicos, pudierahaber disfrutado de una elevada indulgencia ante los adep-tos de la causa freudiana. No es difícil de adivinar de quémanera el mismo Freud habría podido reaccionar a la con-cepción de un filósofo que sostiene que el inventor del psi-coanálisis no ha "descubierto" un dominio nuevo respectoal cual, a la vez, ha creado una ciencia, sino que simplementepropone una nueva determinación o una extensión de con-ceptos: "Extensión de un concepto en una teoría (por ejem-plo, el sueño como realización de un deseo)" (Zettel, § 449).Lo que Wittgenstein no reconoce al psicoanálisis, como tam-poco a la teoría de conjuntos, es, nada menos, que su onto-logia.

    Sin embargo, bien que aparentemente acepta todo de lanueva ciencia, salvo precisamente lo esencial, a saber, el

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    inconsciente, podría, según algunos, haber desempeñandoun papel positivo, incluso constituir un intermediario indis-pensable, en el proceso que ha conducido desde el Freud

    que él discute hasta Lacan, es decir, de hecho, desde Freuda él mismo. En esto, personalmente, no veo nada más queun efecto más de la tendencia de los psicoanalistas a tomarsus deseos (teóricos y filosóficos, en este caso) por realidad.Francia, que ha resarcido a Freud, más allá de lo que podíarazonablemente esperar e incluso más allá de lo razonable,por la decepción que evoca en pasaje antes citado, es, de

    todos modos, bien conocida por su tendencia a confundirpor momentos la práctica de la filosofía con la asociaciónlibre y por su soberano desprecio a lo que Wittgenstein con-sideraba lo más importante en filosofía, a saber, reconocerlas diferencias. En una conversación de 1948 con Drury,después de haber apuntado que Berkeley y Kant le parecí-an pensadores muy profundos, responde a una cuesriónconcemiente a Hegel: "Hegel me parece que siempre quie-

    re decir que cosas que rienen el aspecto de ser diferentesson en realidad las mismas. Mientras que lo que me intere-sa es mostrar que cosas que tienen el aspecto de ser las mis-mas son en realidad diferentes". Ésta no es una concepción,ciertamente, muy seductora para los que consideran que elrespeto de las diferencias, comenzando por las que existenentre los modos de pensar y los estilos filosóficos, es la mar-

    ca de la impotencia y pusilanimidad filosóficas, y que encuen-tran más cómodo considerar que lo que un filósofo comoWittgenstein se prohibe deliberadamente hacer, por razo-nes filosóficas, es algo que simplemente es incapaz de rea-lizar y que hay que llevar a cabo en su lugar No nene quebuscarse en otra parte la razón del escaso efecto que la lec-tura de sus escritos nene, de manera general, sobre la con-cepción y la práctica de la filosofia de los que en principiose consideran seguidores suyos. Igualmente esto es lo quequizá explique que hayamos entrado manifiestamente en elperíodo de obras y de artículos del tipo de "Wittgenstein yX", en los que cabe esperar que X sea, preferentemente, elautor más improbable posible. Pero esto es, me apresuro adecir, un aspecto del problema sobre el que no tengo inten-ción de demorarme en este trabajo, consagrado a lo que

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    Wittgenstein dice del psicoanálisis, y no a la cuestión desaber si el psicoanálisis podría, sin renunciar a lo esencial,conseguir acomodarse a lo que dice o, incluso, como se ha

    sugerido a veces, utilizar este tipo de crírica, consideradageneralmente mucho más "constructiva" que la de Popper,para intentar clarificar y mejorar su posición.

    Aunque estoy convencido que las anotaciones de Witt-genstein dicen bien lo que parecen decir, a saber, que el psi-coanálisis no nene gran cosa que ver con la clase de cienciaque pretende ser, me gustaría no dar la impresión de haberpretendido, esencialmente, urilizarias para formular una crí-rica más contra el psicoanálisis. No creo en absoluto que lacuesrión del psicoanálisis puede considerarse regulada porlo que Wittgenstein ha dicho de él, por pertinentes que pue-dan ser, de modo general, sus observaciones y sus críticas.Después de haber leído a Freud es difícil, ciertamente, admi-tir que el inconsciente podría reducirse finalmente a no sersino una simple "forma de representación". Pero, desgra-

    ciadamente, es aún más difícil sostener que hoy dispone-mos de un concepto coherente y cienríficamente irrepro-chable, o incluso simplemente aceptable, de inconsciente,que satisfaga las condiciones impuestas por la teoría freu-diana. A pesar de la revolución copernicana que Freud creehaber efectuado, y sobre todo aquello que el psicoanálisisnos ha "demostrado", se dice, de una vez por todas a pro-

    pósito del inconsciente, el filósofo, cuyo problema es, si cre-emos a Wittgenstein, no decir más de lo que sabe, está obli-gado ante todo a constatar que hoy no sabemos realmentesi lo que dice Freud es realmente inteligible y, más aún, ver-dadero.

    En una carta de 1945, Wittgenstein escribía a Malcolmque había comenzado a leer a Freud: "También yo he que-dado muy impresionado cuando por primera vez he leído aFreud. Es extraordinario. Desde luego, está lleno de ideaspoco claras, y su encanto y el encanto de sus temas son tangrandes que fácilmente podemos resultar mistificados. Freudsubraya siempre qué grandes fuerzas del espíritu, qué pode-rosos prejuicios trabajan contra la idea del psicoanálisis, peronunca dice qué enorme atractivo tiene esta idea entre noso-tros. Puede haber poderosos prejuicios que van contra la

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    idea de descubrir algo desagradable, pero es, a veces, infi-nitamente más atrayente que repulsivo. A menos que nopensemos muy claramente, el psicoanálisis es una práctica

    peligrosa y sucia, que hace un gran mal y, comparativamente,muy poco bien. (Si crees que soy una vieja señorona -¡refle-xiona de nuevo-). Todo esto, entiéndase bien, no le quitanada a las extraordinarias cosas que, desde un punto de vis-ta científico, Freud ha realizado. Aunque en nuestros díaslas extraordinarias conquistas científicas suelen ser utiliza-das para la destrucción de los seres humanos (quiero decir

    tanto de sus cuerpos como de sus almas, o de su inteligen-cia). Guarda bien toda tu cabeza".Es un poco sorprendente ver aquí evocar a Wittgens-

    tein lo que llama "Freud's extraordinary scientific achieve-ment", pues las observaciones que formula a propósito dela teoría freudiana tienen la tendencia a subrayar, de mane-ra general, hasta qué punto está alejada de la idea de unaciencia y próxima a la de una mitología. Sin duda es pre-

    ciso concluir que, como muchos otros críticos de Freud(Kraus, por ejemplo), que encontraban inquietante el modoen que el psicoanálisis había comenzado a conquistar elmundo, Wittgenstein ha vacilado entre pensar que lo queno va bien en el psicoanálisis es en primera instancia él mis-mo o si, al contrario, es la utilización que de él se hace, yque probablemente es la que corresponde a una época como

    la nuestra. Wittgenstein admite, parece, que podría existirun buen uso de la teoría freudiana, pero considera que esalgo ya ampliamente demostrado por la experíencia que lascondiciones que eso exigiría, también en lo que conciernetanto al estado de ánimo y las disposiciones del pacientecomo a las aptitudes del analista, no pueden realizarse sinode un modo muy excepcional. Pero es claro que un ins-trumento científico del que se haga generalmente un usoperverso y nefasto, no puede ser criticado del mismo modoque una construcción mitológica que no tendría a su favor(y, desde el punto de vista filosófico, en contra) sino unenorme poder seductor que ejerce sobre los espírítus débi-les o, en todo caso, lo que no tienen ni las ganas ni la capa-cidad de pensar claramente. Wittgenstein considera quetenemos una necesidad imperíosa de claridad filosófica para

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    preservamos de las fechorías del psicoanálisis, pero es unhecho que más bien se ha estimado de modo general, entodo caso en Francia, que era la filosofía la que tenía nece-

    sidad de la "ciencia" psicoanalítica que el psicoanálisis deun verdadero trabajo de clarificación filosófica: y es a estoa lo que, si lo que Wittgenstein dice es exacto, deberíamosatenemos.

    Wittgenstein no condena necesariamente como un peca-do contra la inteligencia el hecho de aceptar una teoría quetiene, esencialmente, la ventaja de ser particularmente seduc-tora. Pero considera un deber elemental de la inteligencia(y, en todo caso, de la filosofía) intentar determinar, en todala medida de lo posible, cuál es exactamente la parte deatracción y de repulsión más o menos instintivas e irracio-nales que entran en la aceptación que damos o el rechazoque oponemos a una teoría cualquiera. Es, para él, el tipode cosa que es esencial saber, incluso si no es del todo cier-to que eso pueda entrañar una modificación radical de la

    actitud que tenemos respecto de la teoría en cuestión; éstees, precisamente, el sentido del trabajo filosófico que haefectuado él mismo a propósito del caso ejemplar del psi-coanálisis. Lo que el psicoanálisis nos enseña sobre noso-tros mismos podría no ser, y en todo caso no únicamente,aquello que cree enseñar: nos pone en presencia del hechoantropológica y epistemológicamente significativo, y tal vez

    irreductible, de que explicaciones como las que proponeson susceptibles de imponerse inmediatamente y de mane-ra casi irresistible a seres constituidos como nosotros lo esta-mos. Freud sugiere que hay en nuestra organización ele-mentos que nos hacen particularmente refractarios a laaceptación y a la práctica del análisis. Wittgenstein sostie-ne que haciendo esto Freud decide no ver sino un lado dela cuestión, y no necesaríamente el más importante. La fas-cinación ejercida por las explicaciones psicoanalíticas sobreel espíritu del hombre contemporáneo nos revela sin duda,sobre las particularidades de nuestra organización, algo másinteresante y desatendido que el rechazo instintivo que somoscapaces de oponer, por otro lado, a la humillación que pue-de representar el descubrimiento de una verdad objetivainsoportable para nuestra dignidad.

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    Los textos alemanes de Wittgenstein han sido citados apartir de la Werkausgabe en ocho volúmenes, publicados porSuhrkamp Verlag, Fráncfort, 1984. En el caso de Freud, cuan-

    do las referencias indicadas son las del original alemán, latraducción de los pasajes citados es mía*.

    ' N. del  T. Las traducciones al castellano de los textos de Freud y Witt-genstein se han realizado siempre a partir de la versión francesa emplea-da por el autor, con el fin de salvaguardar su línea argumental, aunque,en algunos casos, se hace referencia a la edición castellana de esas obras.

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    Capítulo 1

    ¿Wittgenstein discípulo de Freud?

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    El psicoanálisis [...] no me parece sólo la ciencia de unageneración, sino la única pasión de la que ésta es capaz

    [Karl Kraus, Psychologie non  autorisé   (1913)].

    En vano se buscará en la obra de Wittgenstein tanto una pro-funda discusión como una crítica sistemática y elaborada delpsicoanálisis. La teoría de Freud no constimye el tema de unaamplia exposición que esté argumentada en sus detalles. Loselementos esenciales que disponemos sobre este asunto estáncontenidos en las conversaciones que han sido recogidas porRhees y en anotaciones, normalmente muy breves y sólo alu-sivas, dispersas en los escritos publicados y en los manuscri-tos de Wittgenstein. El psicoanálisis es frecuentemente sóloutilizado como ejemplo en el contexto de una discusión dealgunas cuestiones filosóficas mucho más generales, como lasque conciemen a la distinción entre las razones y las causas,entre la explicación "estética" y la explicación causal, la nam-raleza del simbolismo, el lenguaje, la mitología, la metafísica

    y las ciencias; y el caso de Freud es a veces comparado con elde autores como Darwin y Frazer cuyas teorías suscitan, a ojosde Wittgenstein, perplejidades y problemas muy parecidos.

    Wittgenstein dijo a Rhees que en el momento en el queacababa de convencerse de que la psicología era una simple"pérdida de tiempo", había experimentado, leyendo a Freud,el sentimiento de una verdadera revelación. "Y por el resto de

    su vida -apunta Rhees- Freud ha sido uno de los escasos auto-res que consideraba dignos de leerse. Incluso hablaba concomplacencia de sí mismo -en la época de estas discusiones-como de un 'discípulo de Freud' o un 'adepto a Freud'"'. Witt-genstein, que según la estimación de Rhees debió de leer aFreud poco después de 1919, se presentaba aún en los añoscuarenta como uno de sus partidarios, algo que, sin embargo,no le impidió formular en este momento juicios extremada-

    mente negativos respecto al psicoanálisis: "Freud ha prestadoun pésimo servicio con sus pseudo-explicaciones fantásticas

    ' L. Wittgenstein,  Lectures  and  Conversations  on Aesthetics, Pychohgy and   Religious Belief,  editado por Cyril Barrett. B. Blackwell, Oxford, 1966,p. 41.

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    (precisamente porque son ingeniosas  [geistreich]).  (Cualquierburro tiene ahora fáciles imágenes para explicar, gracias a ellas,los fenómenos patológicos)"^. Lo mínimo que puede decirse

    es que no es el típico discurso que cabría esperar de un "dis-cípulo" común y corriente. Que Wittgenstein haya conside-rado al psicoanálisis, a la vez, como importante y erróneo esa primera vista difícil de entender Pero cabe señalar que éstaes, de modo general, su acritud respecto a las teorías fílosófi-cas que ha críricado (comenzando por la que él mismo habíadesarrollado en el Tractatus).

    La lectura que Wittgenstein ha realizado de Freud parececoncemir esencialmente a las obras que publicó antes de laPrimera Guerra Mundial. Los dos libros que con más fre-cuencia cita son Psicopatologia de la vida cotidiana y sobre todo La interpretación de los sueños.  En diferentes momentos haceigualmente alusión a la obra El chiste y sus relaciones con elinconsciente.  Pero como subraya McGuinness^ es probable queconociese más cosas aunque sólo fuese por ósmosis. Los Estu-dios sobre la histeria de Breuer y Freud estaban en la bibliote-ca de la familia Wittgenstein; y los pasajes en los cuales Witt-genstein compara su posición con la que Freud tenía respectoa la de Breuer sugiere que, en efecto, tenía cierta idea sobresu contenido. En una nota fechada en 1939-1940 nos dice:

    Mi originalidad (si ésta fuese la palabra exacta) es,

    según creo, una originalidad de terreno, y no de semilla.(Quizá no tengo semilla propia.) Arrojad una semi-lla sobre mi terreno, y ella crecerá por otro lado sobrecualquier otro suelo. La originalidad de Freud era, meparece, de este tipo. Siempre he creído -sin saber porqué- que la verdadera semilla del psicoanálisis prove-nía de Breuer, y no de Freud. El grano sembrado porBreuer era, sin embargo, minúsculo. El coraje es siem-

    pre original  (Culture  and   Valué,  p. 36).

    ^ L. Wittgenstein,  Culture  and  Value (Vermischte Bemerkungen),  editadopor G. H. von Wright, traducido por Peter Winch, B. Blackwell, Oxford,1978, p. 55 (traducción castellana en editorial Espasa-Calpe, 1995).

    ' Brian McGuinness, "Freud and Wittgenstein", en Wittgenstein  and  hisTimes,  editado por Brian McGuinness, B. Blackwell, Oxford, 1982, p. 27.

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    En 1948, Wittgenstein le dijo a Dniry: "La obra de Freudmurió con él. Nadie ha podido hasta el momento desarro-llar el psicoanálisis del modo en que él lo hacía. Actualmen-

    te un libro que me interesaría realmente es aquel que escrí-bió en colaboración con Breuer'"^.

    Puede destacarse que, en la nota de 1930 en la que sepresenta como un pensador únicamente "reproductivo", osea: alguien que no ha inventado por sí mismo una corrien-te de pensamiento, Wittgenstein ofrece una lista de autoresen los que se ha inspirado en su "trabajo de clarificación" ypor los que reconoce haber sido influenciado, se trata deBoltzmann, Hertz, Schopenhauer, Frege, Russell, Kraus, Loos,Weininger, Spengler, Sraffa; aquí, y es lo destacable, Freudno figura (cfi-. Culture and  Value, p. 19). A primera vista, pues,es poco probable que pueda considerarse a la obra de Freudcomo una de las influencias más importantes ejercidas sobreel pensamiento de Wittgenstein. Si en ocasiones ha utiliza-do la teoría freudiana como punto de partida en su empre-

    sa de clarificación, nada autoriza a suponer que la haya con-siderado como parricularmente importante y tuviese poralgo urgente, para lo que él buscaba hacer en filosofía, desa-rroflar una seria confrontación con ella. Y Wittgènstein noes del tipo de autores que percibiese la importancia, un tan-to desmedida, que el psicoanálisis ha ido alcanzando en lacultura contemporánea, como una prueba de su importan-

    cia filosófica.Como lo subraya Stephen Hilmy, nada hay en las obser-

    vaciones que Wittgenstein formula a propósito del uso quehacemos de palabras como "alma" o "espíritu", que provo-que escalofiíos de éxtasis a un espirimalista^. P ^ Wittgensteinlas palabras son herramientas respecto a las que se trata, enéste como en cualquier otro caso, de describir correctamen-te su urilización. Tampoco creo que se encuentre algo que

    M. O'C. Drury, "Conversations witii Wittgenstein", en  Ludwig Witt- genstein, Personal Recollections,  editado por Rush Rhees, B. Blackwell,Oxford, 1981, p. 168.

    ' Cfi-. S. Stephen Hilmy,  The Later Wittgenstein, The Emergence of a  New Philosophical Method,  B. Blackwell, 1987, p. 298.

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    proporcione a un adepto al psicoanálisis esos escalofríos deéxtasis en las observaciones positivas que ha hecho respec-to a la teoría freudiana. Pero es un hecho que, desde el

    momento en que ha comenzado a estar de moda en Francia,se ha tenido la tendencia a considerar que lo más notorio dela obra de Wittgenstein estaba consrituido por sus anota-ciones respecto a cosas "importantes", cosas como la estéti-ca, la literatura, el psicoanálisis, la religión y materias de esteestilo, y no en la discusión de aquellos problemas filosóficosque realmente han estado en el centro de sus preocupacio-

    nes y a los cuales ha consagrado lo esencial de sus reflexio-nes. Wittgenstein deseaba que las  Investigaciones filosóficasfijesen olvidadas lo más rápidamente posible por los "perio-distas filosóficos" y preservadas en lo posible para "lectoresde una mejor índole" (cfr.  Culture and Value,  p. 66). Tal ycomo en este momento están las cosas su obra corre el ries-go, incluso entre los mejores de los lectores, de ser olvidadaantes de haber sido realmente conocida.

    En una nota de su cuaderno, fechada en 1936, Druryhabla de una carta de Wittgenstein en la cual

    Sugería que, si adquiriese la cualificación necesaria

    para ser médico, él y yo podríamos ejercer juntos como

    psiquiatras. Tenía la sensación de que podría tener un

    especial talento para esta rama de la medicina. Me envió

    como regalo de cumpleaños un ejemplar de  La  inter-

     pretación  de los  sueños  de Freud. Éste era,