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Jefry Guevara

Bellatori by Jefry Guevara, illustration by Juan Camilo Pulido

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Bellatori is the bachelor's degree project of Jefry Guevara, a fictional setting in development about the Celtic culture in Spain. With illustrations of Juan Camilo Pulido.

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Jefry Guevara

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El descubrimiento de una cultura Bellatori

Primera edición: enero de 2012

Jefry Guevara: Edición y compilación

InvestigadoresMalvina Sauceda (Arqueóloga)Aníbal Navarro (Historiador) Clara Escamilla (Antropóloga y Filóloga Clásica)Pascual Flórez (Etnólogo) Pedro Villalba de Ortegosa (Filólogo Latinista)Juan Camilo Púlido (Ilustrador)

Editorial Ciencia y FuegoBogotá, Buenos Aires y Madrid

Derechos exclusivos de la presente edición: Jefry GuevaraC

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PrefacioIntroducción

Yacimientos más importantes 6Selección de guerrerosRito de iniciaciónEntrenamientoRangos en sus filasTácticas de batallaInstrumentos musicales de batallaRitos en la batallaArmas y armadurasIngeniería militarPapel de los druidas en batallaElección del líderRito de iniciaciónPlanes de expansiónDiplomaciaPrimera batallaAvanzando al mediterráneoUnos rivales fuerteTratados de pazNuevas alianzas

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Contenido

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En el mapa aparecen las principales culturas que existieron antes de la romanización. Mostrando por

vez primera la ubicación donde debieron asentarse los Bellatori luego de venir del norte y desde ese

punto iniciar su expansión en busca del mediterráneo.

1. Callaeci

2. Astures

3. Cantabri

4.Bellatori

5. Vaccaeci

6. Lusitani

7. Vettones

8. Carpetani

9. Celtiberi

10. Celtici

11. Counei

12. Turduli

13. Oretani

14. Edetani

15. Turdetani

16. Bastetani

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Prefacio

El revuelo del mundo científico y cultural causado por la aparición del Códice Bellatori hace

quince años, despertó entre el público general un interés inusitado por las antiguas culturas

celtas y celtíberas. El relato de aquel escrito, ya dos veces milenario, facilitó al lector común

hibridar su imaginario fantástico con la historia de un pueblo celta y perfiló sus rasgos culturales para

el aficionado, marcando diferencias importantes frente a otros celtas de Europa.

El libro que hoy se ofrece al público busca divulgar, a grosso modo, la aventura científica que demostró

la autenticidad del códice y los rasgos fundamentales de la cultura desconocida hasta hace poco.

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El editor.

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Introducción

El Códice Bellatori es el hallazgo histórico, antropológico y lingüístico más resonado en el mundo académico de los últimos cincuenta años. Con la ayuda del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Zamora (CIAZ), España, hemos venido realizando la investigación de la cultura Bellatori, que existió en la Península Ibérica entre los siglos IV y II antes de nuestra era y que desapa-reció debido a la incursión romana a lo largo y ancho de su territorio. Después de las Guerras Púnicas, fueron los romanos quienes no divulgaron la existencia de esta cultura, salvo en escasas menciones consignadas por los historiadores latinos que relataban los acontecimientos en Hispania. Todo indica que entonces no hubo interés en referir la bárbara heroicidad de un pueblo celta que eligió la muerte, antes que el sometimiento a Roma. Quedó únicamente como referencia la mención de un códice originalmente escrito en púnico (fenicio), del que se hizo una versión al latín que permaneció desconocida hasta hace poco para la ciencia.

Hace algunos años, el códice que se consideraba perdido, apareció en una subasta y el comprador nos dejó revisarlo bajo la condición de permanecer en el anonimato para no arriesgar su seguridad ni la del códice.

Por Malvina Sauceda, Arqueóloga y directora del grupo de investigación

1. Aparición del códice Bellatori

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avanzó la investigación, se descubrió que fueron unos Lusitanos quienes habían hecho el escrito

mucho tiempo después de la romanización. ¿Cómo pudo darse este raro fenómeno de un pueblo

que exalta a otro pasado largo tiempo de los sucesos?

El historiador Aníbal Navarro puso en claro el contexto de relaciones entre los diversos pueblos de

Hispania de los siglos IV a I a. C. Al finalizar la Primera Guerra Púnica con la derrota de Cartago,

Amílcar Barca y sus huestes en la isla de Sicilia regresaron al norte de África. La empobrecida

república púnica entró en crisis al no pagar a los mercenarios que lucharon por ella, lo que inició la

Guerra de los Mercenarios. Amílcar triunfó imponiendo los intereses de la ciudad y fue confir-

mado en el mando de los ejércitos. Dada la urgencia de recursos para sostener la república, dirigió la

expedición cartaginesa en Iberia, en 237 a. C., y amplió el territorio de influencia púnica durante

ocho años, hasta morir en la Batalla de Illici, en 228 a. C. La conquista del sur de la península

restablecía la situación económica de Cartago, gracias a la explotación de las minas de plata y

estaño, recursos de valor estratégico.

La disputa por la hegemonía del Mediterráneo occidental y sus riquezas, llevó a Cartago a firmar un

tratado con Roma en 226 a.C., por el que la Península Ibérica quedaba dividida en dos zonas de

influencia: El río Ebro constituía la frontera y Cartago no debía expandirse de allí hacia el norte. En

su expansión sobre los íberos, Amílcar y sus sucesor Asdrúbal el Bello, habían recibido apoyo de

algunos pueblos celtas al noroeste, pues también ellos estaban en expansión. Tras la muerte de

Asdrúbal, asumió la comandancia Aníbal Barca, hijo de Amílcar. Roma, temiendo la presencia

cartaginesa en Hispana, firmó una alianza con la ciudad de Sagunto, al sur de la frontera del Ebro, y

la declaró como un protectorado. Aníbal sitió la ciudad que capituló en 219 a. C. Roma reclamó

justicia al gobierno cartaginés, que ante la popularidad del nuevo comandante y el riesgo de perder

prestigio en Hispania, declaró la guerra, dando inicio a la Segunda Guerra Púnica. Nuevamente,

algunos celtas del noroeste apoyaron a los cartagineses, esta vez contra los romanos en Iberia, hecho

fundamental que tras la derrota de Cartago, casi veinte años después, sentenció el destino de los

celtas que se aliaron con Aníbal. Roma regresó implacable a Hispania y el castigo tradicional exigía

En el año 1995, en Subasta Antigüedades de España, apareció este códice del siglo I d.C. Escrito en

latín, su información permaneció en la oscuridad por largo tiempo. Nos pusimos en contacto con el

CIAZ, que se ha especializado en la investigación de las culturas prerrománicas en la península

ibérica. Accedieron a ayudarnos para averiguar más sobre este códice y su contenido. A finales de

1996, tras de mucha insistencia, aceptó el dueño del códice facilitarlo para estudio.

Una vez con el manuscrito, iniciamos la investigación directa del documento, la que se prolongó

hasta junio de 1998. En los laboratorios del CIAZ efectuamos varios estudios: datación por

carbono, análisis de sustratos (vitelas,en este caso), análisis paleográfico y análisis estilístico del

lenguaje por un reconocido latinista, el Doctor Pedro Villalba de Ortegosa. En conlusión, se

determinó que la fecha en que había sido escrito el códice fue el año 36 d.C., confirmando la

sospecha inicial de remontarse al siglo I de nuestra era. Se trataba de la versión latina del desapare-

cido original en púnico.

Posteriormente, contactamos a la Doctora Clara Escamilla, reconocida antropóloga, filóloga y

experta en culturas prerrománicas de la península, para que nos ayudara con la traducción del

documento. Tras un arduo proceso que duró varios meses, en especial por lo precario de la condición

y lo raído de algunos folios (a tal punto que en algunos lugares el texto se había desvanecido o el

sustrato había sido rasgado), se logró una traducción. Finalmente, develamos el contenido completo

del Códice. La información que encontramos nos dejó fascinados: Hablaba de la existencia de una

cultura de costumbres celtas ubicada al noroeste de la Península Ibérica, cerca de la frontera actual

entre España y Portugal. De esta cultura nunca habíamos escuchado hablar directamente, salvo por

menciones históricas de la belicosidad de los habitantes prerromanos de la región. El códice abun-

daba en información detallada sobre cómo eran sus costumbres, ritos, economía y vida cotidiana,

ensartados en el relato de sus hazañas bélicas contadas por uno de sus vecinos y aliados.

Al principio, asumimos que el códice había sido escrito por un letrado de la misma cultura deno-

minada <<Bellatori>>, del latín <<Bellator>>, que traduce <<guerrero>>. Empero, a medida que

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la aniquilación ejemplar contra los que apoyaron al enemigo. Entonces, inició el fin de los Bellatori y

algunos de sus vecinos. Los sobrevivientes recogieron y relataron la desaparición heróica de un

pueblo, evitando cantar la victoria romana.

Los relatos del códice llevaron a la exploración sobre el terreno en busca de esta cultura. Viajamos a

la región donde describía el códice había sido el asentamiento de los Bellatori. No sabíamos por

dónde comenzar ya que habían ocupado gran extension de terreno y se habían expandido.

Sentamos nuestro primer campamento al noreste de la actual Braganza, Portugal, y tras meses de

excavación no logramos hallar nada que fuera relevante o que pudiera confirmar la información

relatada. Seguimos avanzando hacia el este y el norte, así durante 3 años, y comenzábamos a creer

que la información era falsa, aunque sabíamos que tampoco sería fácil un hallazgo, pero fue cuando

estuvimos en la frontera de Zamora con León que descubrimos un asentamiento. Este primer

hallazgo demostraba que la información descrita en el códice podía ser verdadera. Durante los

siguientes años, desde el 2000 que se realizó el primer hallazgo hasta la actualidad se siguen haciendo

excavaciones y encontrando pequeñas cosas que demuestran la existencia de cultura Bellatori.

1.1 Yacimientos más importantes

El primer asentamiento excavado en nuestra exploración, debía ser uno de los poblados pequeños ya que no tenía mucha capacidad, podría haber albergado unas seiscientos personas. Posteriores excavaciones en el norte de Zamora revelaron otro asentamiento, quizá uno de los más grandes y seguramente más importantes, porque encontramos una línea de rocas bordeando el asentamiento, posiblemente una muralla, aunque no podemos calcular su altura, creemos por referencia a otras culturas de la región debía medir entre tres y cinco metros de ancho, con piedras bastante gruesas. Este gran asentamiento podía dar posada a unos mil habitantes. Encontramos seis yacimientos más de este tipo a lo largo de Zamora y León.

Pero fue al noroeste de Braganza, en el límite con Zamora, donde encontramos la ciudad más

grande que pudo albergar a cerca de 3000 personas, quizá más. Tenía vestigios de una muralla que

rodeaba la ciudad, con unas construcciones que suponemos funcionaban como torres vigía y un

foso que iba pegado a la muralla por el lado exterior. Ésta debió ser su capital.

Aunque sus costumbres eran celtas y según lo escrito en el códice provenían de los celtas del norte

de la península, posiblemente los astures o los cántabros, no sabemos con exactitud, habían

adquirido ciertas costumbres de los iberos como construcciones de planta circular. En la mayoría

de asentamientos encontramos que tenían una construcción circular donde ponían varias piedras

de gran tamaño rodeándola y cuya entrada apuntaba en dirección al éste, en donde los druidas

hacían sus rituales. Otra tipología de edificio, también hallada en casi todos los poblados, podría

asemejarse a un cuartel, ya que en su interior se encontraron varias armas que usaron y en las

ciudades más grandes. En las inmediaciones de estos edificios, construyeron herrería y fundición.

Tenían gran variedad de armas, lanzas, espadas, hachas y dagas. Sin duda alguna, dominaban la

metalurgia. Otros edificios grandes les servían como depósito y mercado. Los poblados más

grandes contaban con algo que podía parecerse a una taberna, donde realizaban sus festejos.

Las construcciones principales solían estar ubicadas hacia el centro de la ciudad. También la casa

del líder de la tribu y alrededor se expandían las viviendas de los demás habitantes. El templo de los

druidas era el único que solían dejar retirado.

Hasta el momento hemos encontrado 13 poblados pequeños, con capacidad para unas quinientas

a setecientas personas; seis poblados medianos, que podían albergar quizás hasta mil quinientas

personas; y solamente dos que podían albergar más de dos mil habitantes. Aún hay más descubri-

mientos por hacer, de utillaje enterrado y las excavaciones continúan.

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Primera Parte

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La mayoría de las culturas que habitaron la Península Ibérica antes de la romanización

fueron muy guerreras. Las costumbres belicosas de esta cultura dieron origen al nombre

romano de Bellatori. Desarrollaron rituales de combates cortos que podían resultar

mortales y las riñas con los vecinos les hicieron más fieros.

De las culturas del noroeste de Iberia, los Bellatori llevaron las costumbres guerreras más allá,

especializándose en el combate con armas y sin ellas, inventando diseños y equipos, así como

técnicas de lucha a mano limpia. La elección de las personas que integraban sus tropas era muy

cuidadosa. Las mujeres solían ser muy hábiles en batalla y en época de guerra casi todos los miem-

bros de la tribu participaban.

La mirada de los maestros de combate recaía primero sobre los hijos de los mejores guerreros para

saber si eran los más aptos para la guerra. La creencia generalizada era que si sus padres y madres

eran buenos en la lucha, estaba en la sangre de los hijos ser apto para pelear. Padres y madres se

encargaban de la instrucción de su prole en lucha y combate aun siendo niños, aunque no sabemos

exactamente la edad en que comenzaba.

Ser el líder de cada tribu y clan no era hereditario, sino ganado por mérito en combate, por lo cual se

les preparaba desde la niñez. Era común que el liderazgo fuera tomado por guerreros y que estu-

vieran asesorados por una pequeña corte de druidas. Sabemos que hubo otras épocas cuando los

líderes espirituales tomaron el poder, sobre todo en tiempos de paz, para equilibrar su relación con

Selección de guerreros

la naturaleza. La guerra consumía animales y árboles, la depredación del entorno se incrementaba

demasiado en comparación con los tiempos de paz. Los celtas sentían gran respeto por la naturaleza

y eran los druidas los encargados de restablecer el equilibrio para no recibir castigos de ella.

Durante la paz, era voluntario permanecer de guerrero en filas, aunque no todos eran aceptados en

militancia permanente, a pesar del entrenamiento que habían recibido desde la infancia. La mayor

exigencia se daba para quienes eran más hábiles en combate y por esta razón tenían un reconoci-

miento especial entre los de su tribu, pasando a ser guerreros de elite entrenados por los maestros en

combate. Según información descubierta en los yacimientos ubicados entre las actuales

Ponferrada y Lugo, el proceso inicial de adiestramiento duraba varios años hasta la adolescencia,

cuando culminaba y se admitía a la juventud guerrera mediante un rito final: salir del poblado y

volver con la cabeza y el torque de alguna mujer u hombre de un poblado enemigo. Hasta conseguir

las dos cosas, no eran aceptados como guerreros; sin ellas, no volvían al poblado y al parecer varios

de ellos nunca volvieron. Las mujeres en muchas ocasiones mostraban ser más aptas y hábiles que

los hombres, volviendo más pronto que estos.

Tales costumbres eran comunes entre las distintas tribus celtas y les parecía muy normal realizarlas.

Empero, como era de esperar, las culturas íberas vecinas veían mal ritos tan hostiles. Sentían algo de

temor sabiendo que podían ser los objetivos. Los Bellatori jamás pasaban por alto estos entrena-

mientos y ritos, ni siquiera en épocas de guerra, ya que preferían ser pocos guerreros bien entre-

nados que muchos muriendo en el campo de batalla.

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El rito de iniciación comenzaba cuando presentaban la cabeza y el torque de alguna persona

de una tribu enemiga ante el líder de la propia y este los aceptaba como un guerrero con las

fórmulas tradicionales. Lo primero que hacían era momificar la cabeza, ya que para ellos el

alma se encontraba en la cabeza y quedarse con ella era un trofeo que exhibían con orgullo.

Sabemos de este ritual, pero no muy claramente por la falta de información. Después del regreso del

joven guerrero a su poblado, esperaba hasta la noche de luna llena, ya que ellos le rendían culto y

creían que cuando podían contemplarla en todo su esplendor, ella daba su bendición al iniciado.

Dado que este rito para guerreros se daba relativamente seguido, no se reunía todo el pueblo para

realizarlo; sólo se encontraban el nuevo guerrero, el líder de la tribu y la corte de los druidas.

Como muchos de los ritos, se realizaba en los que eran considerados como templos druídicos y

allí, junto a sus trofeos como prueba de ser digno, recibía la aceptación de los presentes, comen-

zando su nuevo camino.

Tenían tanto respeto por sus creencias y confiaban tanto en sus habilidades, que ni en época de

guerra suspendían los ritos de iniciación. Creían que si una persona iba a la guerra sin haber

recibido la bendición de la luna, caería en batalla más pronto que los demás.

Rito de iniciación

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Una vez recibidos como guerreros, se les entregaba un brazal de bronce, a modo de identifi-

cación, y mostraba su rango entre ellos y frente a otras tribus. A medida que ganaban

renombre, también ganaban más poder y rango.

Los Bellatori de por si eran una cultura belicosa, saqueadora. Gustaban de borracheras con hidro-

miel y, con frecuencia, terminaban en peleas que no resolvían nada, no definían nada, pero

hacían parte de su diversión. Debido a sus constantes riñas perdían el miedo a enfrentarse con

otras personas en combate.

Sabemos que antes y después de ser admitidos como guerreros recibían un fuerte entrenamiento

físico, en el cual les tocaba hacer cosas como enfrentarse a animales salvajes, armados única-

mente con una daga.

Tenían una gran variedad de armas y para cada una había un encargado de enseñarla. A su vez,

estos expertos guiaban a los nuevos en la elección del arma propia, con la cual combatían toda la

vida, ya que se creían más hábiles cuando se enfocaba en una sola. Debían pasar un periodo con

cada maestro, aprendiendo lo básico y, finalmente, se quedaban con el arma que mejor sentían.

Cuando la tenían en sus manos, se volvía parte de ellos; en adelante, ya eran inseparables y se les

castigaba si no la portaban constantemente.

Por lo general, los hombres de mayor tamaño y fuerza escogían las masas; sus ataques eran contun-

dentes y podían dañar a varios enemigos al tiempo, aunque había excepciones de personas de baja

Entrenamiento

estatura que solían usarlas; consideremos que los Bellatori bajos promediaban un metro con

ochenta centímetros (1.80 m). En cambio, las mujeres preferían los dardos y espadas pequeñas,

dada su contextura y tamaño; estas armas requerían más de agilidad que de fuerza.

El principal entrenamiento era el combate real, por lo que constantemente estaban saqueando a

otras culturas, principalmente las más avanzadas en agricultura, para tomar sus recursos y conservar

los suyos un poco más. Demostraban su valor enfrentándose con otras tribus guerreras y absorbién-

dolas para que pelearan a su lado. El interés de los Bellatori en expandirse hacia el sureste de la

península Ibérica y llegar hasta el Mediterráneo, por ello batallaban casi permanentemente.

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Los rangos se distinguían mediante los torques y los brazales, que eran objetos hechos en

bronce, plata u oro, que se lucían en el cuello los primeros y en el brazo los segundos.

Profusamente ornamentados con diseños geométricos lineales entrelazados, llenaban las

superficies con densas texturas visuales. Esta tradición artesanal, con ornamentaciones intrincadas

y sumamente abstractas, dio una identidad muy fuerte a los Bellatori.

Dados los valores de los metales utilizados, el oro sólo lo podían llevar los altos rangos, entiéndase el

líder de la tribu y su general o generales, si la tribu era muy grande.

También usaban unos brazales de bronce, que llevaban los guerreros recién iniciados. Este objeto

ya los distinguía como guerreros de elite y solo ellos podían llevar torques, tras haberse distin-

guido en la guerra.

No sabemos con exactitud si asignaban nombres a sus rangos, pero como todos los títulos otorgados

en esta cultura, se ganaban con merito y como guerreros debían mostrar su valor en la batalla.

El tiempo que llevaban como iniciados y la habilidad que mostraban durante las contiendas, les

daban una oportunidad para retar a otro guerrero más avanzado en un ritual que solamente podía

efectuarse una vez al mes y en noche de luna creciente; pensaban que todo lo que se realizaba en este

período prosperaba más, así también solían trabajar más la agricultura ya que los sembradíos darían

mejores cosechas.

Rangos en sus filas

El ritual del reto resultaba volviéndose un espectáculo y todo el pueblo se reunía alrededor para ver

el combate, mientras bebían hidromiel. Finalizado, si el aspirante era victorioso realizaban un

festejo, prendían fogatas alrededor de las cuales bailaban y bebían hasta el amanecer, celebrando el

paso del guerrero. De lo contrario, la noche pasaba como otra más, nadie celebraba ni lamentaba

nada, el aspirante seguía en el mismo rango y sólo con la aprobación del líder podía volver a intentar

avanzar de nuevo.

Manejaban solamente seis rangos en sus filas. No sabemos si tenían nombres a cada uno, pero

usaban los torques de la siguiente forma, siendo los menores en cobre, los intermedios en plata y los

mayores en oro:

* Torque de oro al cuello, distinguía al líder o rey de los Bellatori.

* Brazal de oro, a sus lugartenientes o jefes de tribu.

* Torque de plata al cuello, a los guerreros más avezados.

* Brazal de plata, veteranos.

* Torque de bronce al cuello, experimentados en batalla.

* Brazal de bronce, los recién iniciados.

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Tácticas de batalla

Los métodos de batalla de la cultura Bellatori no eran muy elaborados, aunque podrían

considerarse adelantados para la época, comparados con las demás culturas del lugar. Las

formaciones de batalla eran más ordenadas que las de otros celtas, aunque no tanto como

las cartaginesas y menos aún que las romanas. Dado que sus armas aun eran básicas y no poseían

artillería rudimentaria siquiera, en principio no prevenían el ataque por catapultas u otras

máquinas de guerra a mayor distancia. El valor individual y el arrojo caracterizaban sus embestidas,

como era tradicional entre los celtas.

La caballería se ubicaba al frente cuando se movilizaban hacia el campo de batalla, protegiendo a la

infantería; dejaban de últimos a los honderos y arqueros, ya que no usaban armadura y eran una

ventaja a larga distancia.

En el campo de batalla solían usar varios métodos, dependiendo del terreno, el tamaño de las tropas

enemigas e inclusive el clima. Cuando iban a empezar una campaña en terreno desconocido,

enviaban exploradores de élite a reconocerlo y con la información recabada decidían los planes de

batalla y movimientos estratégicos.

En un campo de batalla llano la caballería cargaba de frente contra el enemigo, mermando la resis-

tencia de las líneas adversarias. Después atacaba la infantería y terminaba el trabajo, tomando

ventaja de su estatura y fuerza física. Las tropas a distancia no tenían un gran papel, sólo servían de

apoyo por si eran superados, entonces caballería e infantería retrocedían dando espacio a los

ataques de honderos y arqueros.

Otra táctica que solían usar, poco común debido a las planicies del terreno, era cargar tomando

ventaja de estar en una posición más alta y embestir al enemigo, usando escudos con una punta en

el centro y lanzas. Si la oportunidad se los permitía, aprovechaban para hacer estos ataques de forma

sorpresiva, evitando que el enemigo pudiera organizarse y realizar un contra ataque.

Al enfrentar a enemigos más fuertes o a varios enemigos, o cuando sabían que podían ahorrar

energía y recursos en una batalla, hacían pequeñas incursiones de ataques rápidos a los campa-

mentos enemigos o a sus poblados, disminuyendo sus fuerzas y recursos e inclusive debilitando su

ánimo. Finalmente, realizaban un ataque con mayor envergadura y contundencia.

Preferían no invertir energía si no era necesario, por lo que las emboscadas en los terrenos que

conocían perfectamente solían ser una de sus mejores tácticas. En estos casos, el mayor trabajo lo

realizaban las tropas a distancia, con lluvias de proyectiles, dejando que la infantería terminara el

trabajo. En ocasiones, mandaban una pequeña compañía la cual fingía una retirada, provocando al

enemigo y haciendo que los siguiera hacia el lugar donde se encontraba todo el ejército propio,

tomando por sorpresa a los persecutores.

Cuando disponían de una caballería grande y sabían que el enemigo era fuerte, formaban dos filas

con sus caballos. De tal modo, al cargar y estando a punto de envestir, giraban a su respectivo flanco,

replegándose y lanzando los dardos contra el enemigo; cada lado formaba un círculo y volvían a

iniciar el proceso. Este método lo usaban principalmente contra la infantería y las tropas a distan-

cia, ya que así no recargaban el peso de la batalla en unos pocos guerreros y podían durar más, en

caso que se prolongarse el combate. Esta táctica resultaba ser una de las más efectivas, con la que

lograban poner la balanza de su lado, pero era muy demandante en cuanto a recursos y armamento

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porque eran muchos los guerreros empleados, al igual que caballos y armas. Gran cantidad de éstas

se perdían sin posibilidad de poder reutilizarlas, por esta razón sólo aplicaban esta táctica en casos

de ataques relámpagos o emboscadas que no hubiesen funcionado.

En algunas ocasiones, como ya mencionamos, enfrentaban a más de un enemigo a la vez y no

alcanzaban planear ataques rápidos. Por ello, debían tomar la decisión de cuál era el enemigo más

fuerte y, mientras lo enfrentaban con la mayor parte de sus fuerzas, un contingente menor de

Bellatori buscaba al otro adversario y, si no podía vencerlo, por lo menos lo contenía mientras

llegaban refuerzos. Dadas circunstancias de este tipo, debieron buscar una forma de atacar al

enemigo, debilitando sus fuerzas y aprendieron que si atacaban a un enemigo en pequeños grupos

desde distintos lugares, hacían dividir la fuerza de éste. Así, las pocas tropas que quedaban embes-

tían desde distintos puntos para finalmente replegarse y formar un sólo grupo, confundiendo al

enemigo al hacerles creer que se trata de un ataque desordenado, provocando caos en las filas

contrarias. Cuando ya estaban desconcertados, el ataque del grupo unido resultaba ser efectivo.

Los Bellatori sabían que si el enemigo les tenía miedo, ya era una ventaja en el campo, por lo que

pintaban sus caras de un azul índigo y algo de blanco que les hacía ver más feroces en el combate,

aumentando esta teatralidad con toques de tambores y gaitas.

Instrumentos musicales en batalla

Había un factor importante en las batallas de los Bellatori, que ayudaba a influenciar el

ánimo de sus propios guerreros y desalentar a los enemigos: la música. Era un compo-

nente importante en sus combates, podían tocar canciones que aumentaban el coraje

antes de la pelea y lograba subir la moral durante ésta. Sus letras contaban historias de batallas pasa-

das, en las cuales habían salido victoriosos o recordaba a sus grandes héroes y las hazañas por las que

se les consideraba así. Los tambores podían sonar tan fuerte y atroz, que lograban infundir miedo

en las filas contrarias, afectando el humor de los enemigos.

No disponían de gran variedad de instrumentos musicales, los más usados fueron tres: La flauta,

hecha del hueso de la tibia; le sacaban todo el tuétano, lo dejaban secar, le abrían algunos huecos y

en uno de los extremos ponían una especia de boquilla.

El tambor que usaban lo hacían del cuero de los animales que mataban; les desollaban y ponían el

cuero a secar durante días, luego lo curtían y templaban al máximo sobre un tronco hueco, repi-

tiendo el proceso en el otro extremo.

El otro instrumento, y el más representativo quizá, era la gaita. En principio, igual que la flauta,

usaban la tibia, a un lado ponían la boquilla y al otro lado la bolsa, en la cual había varias salidas de

aire fabricadas por huesos también.

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Ritos en la batalla

Los celtas respetaban mucho sus creencias religiosas, por esta razón tenían varios ritos que

realizaban antes de partir a la batalla, pidiendo el favor de los dioses. Al regreso, agradecían

por la victoria y pedían por el cuidado de los espíritus que cayeron en combate.

También tenían otra serie de ritos que no se realizaban a los dioses, sino tenían otra finalidad. El

rito de paso ya mencionado para ascender de rango, el cual iba acompañado de exigencias rituales

detalladas. El aspirante al ascenso escogía al oponente de rango superior con quien iba a combatir.

Se pactaba el encuentro en el bosque. Para el efecto, construían un lugar especial para estos rituales,

lo más al este que pudieran del pueblo; allí, dibujaban un círculo en la tierra, de aproximadamente

unos tres metros de diámetro, rodeado de antorchas. El líder le entregaba una daga sin filo a cada

uno, con la cual se realizaba el combate ritual. Se enfrentaban en el círculo hasta la rendición de

alguno de los contendientes. Tales desafíos debieron ser tan espectaculares como peligrosos,

aunque en pocas ocasiones debieron morir los combatientes.

Cuando volvían de las batallas, traían prisioneros con ellos. Frecuentemente, los sacrificaban a sus

dioses agradeciendo por la victoria. Hacían tres clases de sacrificios, lo que nos hace pensar que los

ofrendaban a distintos dioses.

La primera clase de sacrificio lo realizaban en los bosques, hacia el oeste del pueblo. Ahorcaban al

prisionero desde la rama de un árbol ritual. Una vez moría el infeliz, no bajaban su cuerpo, sino que

lo dejaban allí como señal de fiereza.

Estos eran los 3 instrumentos que más se les conocieron sino lo únicos que manejaron, con los que

iban a la batalla o hacían sus fiestas y algunos de sus rituales.

También tenían los cuernos de batalla, que utilizaban para dar señales en el combate más que para

hacer música; los hacían de cachos de toros con una boquilla de cobre y tallaban el hueso, hacién-

doles ornamentaciones tribales. En ocasiones cuando el cuerno pertenecía a alguien importante en la

tribu lo cubrían del mismo metal de la embocadura.

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En el segundo, amarraban la victima a un palo por la espalda y lo colocaban en el centro de una

hoguera. El prisionero ofrendado moría en la pira, mientras los druidas profetizaban sobre las

siguientes batallas y las mejores opciones a seguir.

La última forma de sacrificio era por ahogamiento llevaban al prisionero a un pozo de agua,

amarrándolo de brazos y piernas para que no pudiera nadar y a sus pies le ataban una enorme roca,

arrojada al fondo. Dejaban el cadáver toda la noche allí, al amanecer lo sacaban y llevaban lejos del

poblado, dejándolo tirado como comida para los animales carroñeros.

Cuando morían los guerreros Bellatori considerados los mejores y lograban regresar con sus

cuerpos, hacían un ritual para honrar sus acciones en vida. Elaboraban pequeños altares hechos de

madera y los ubicaban cerca a los templos druidas. Desnudaban por completo al caído en batalla y

lo ponían encima del altar. Le prendían fuego hasta quedar totalmente consumido y dejaban que

las cenizas se las llevara el viento, creyendo así que volvían a hacer parte de la naturaleza. No conside-

raban la muerte como una pérdida, por lo que realizaban festejos honrando a sus muertos.

Preparaban una gran cena, de la cual participaba todo el pueblo y bebían hidromiel hasta quedar

completamente ebrios.

Existía otro ritual que era muy importante y sin el cual el líder de la tribu no podía ir a la guerra.

Debía internarse solo en el bosque y atrapar un jabalí salvaje, para llevarlo con vida al templo

druídico donde lo sacrificaban con una daga que únicamente los druidas tenían para esta ocasión.

El animal era degollado y su sangre extraída y depositada en un recipiente, luego el líder debía bañar

por completo su cuerpo con esta sangre y beberla. Creían que al hacer esto, con un animal fiero y

sagrado para ellos, el líder recibía la fuerza necesaria para ganar la batalla.

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Armas y armaduras

Las ansias de expansión por la península los obligó a desarrollar grandes defensas. Tuvieron

una ingeniería militar avanzada, comparada con la de sus alrededores. Por supuesto,

llegaron a usar y desarrollar gran variedad de armas para el campo de batalla e inclusive fuera

de éste. Fueron de los primeros en la península en empezar a usar piezas de armaduras hechas en

metal, dejando el cuero a un lado.

La elección de arma la hacía cada guerrero según su tamaño, fuerza, agilidad, necesidad e inclusive

gusto. En ocasiones, durante las batallas llegaban a morir más honderos que otros especialistas, lo

que obligaba a los que estaban en entrenamiento a no tener más opción que volverse honderos,

dependiendo de las bajas en batalla. Sin embargo, parece que esto pasaba pocas veces. Los

guerreros de mayor tamaño eran entrenados de forma tal, que pudieran usar las armas más grandes

y también los escudos. Eran quienes iban al frente en la infantería, rompiendo las defensas

enemigas con mazas, hachas, espadas y otras armas de gran tamaño.

A los guerreros más agiles y de menor estatura era más común verles con un arma de menor tamaño

o un dardo, inclusive unos llegaban a tener tanta habilidad que podían usar dos armas a la vez,

espadas cortas por ejemplo. En la retaguardia, casi sin armadura, se podía encontrar el ejército a

distancia, es decir, los honderos y arqueros. Eran quienes durante el entrenamiento habían demos-

trado gran habilidad y puntería realmente excelente. No tenían gran variedad de armas a distancia,

la honda era la de mayor fabricación y uso, dado su facilidad para crearla El arco, utilizado en menor

medida, llegaba a ser más mortífero que las hondas, además porque usaban distintos tipos de

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puntas en las flechas. También usaban boleadoras, casi todos los guerreros cargaban unas, prin-

cipalmente para evitar que los enemigos huyeran. En la caballería era más común el uso de la

lanza y la la espada larga, ya que pasaban con sus cabalgaduras a galope entre las filas enemigas,

dejando heridos a muchos adversarios. Solían poner a los caballos guarniciones de cuero que los

hacían lucir más intimidantes.

Además de sus grandes habilidades en el combate, estrategias y todo lo ya nombrado, tenían una

ventaja más. Los druidas conocían una planta muy parecida a la mata de apio, de la cual podían

extraer un líquido con el que preparaban un veneno mortífero e indoloro. Se aplicaba en las hojas

de las armas y puntas de las flechas, y con solo rasgar la carne era suficiente para que el veneno

entrara en el cuerpo y matara al enemigo en cuestión de horas. Sin embargo, algunos guerreros

habían tomado una costumbre muy particular, solían enterrar sus armas por el lado de la hoja

durante un tiempo prolongado, haciendo que estas se oxidaran de tal modo que, cuando hacían

un corte, resultaban infectando la herida del enemigo.

Las armas predilectas fuera del campo de batalla eran las dagas, principalmente utilizadas en los

rituales. Tenían variedad de dagas dependiendo del ritual, inclusive las que no tenían filo y que

eran solo simbólicas. En los entrenamientos usaban también algunas armas que no lastimaban o

cuando hacían combates tan solo por diversión.

Pero lo más característico de ver en todo su equipamiento, era el empeño que ponían los herreros-

armeros en una gran cantidad de detalles decorativos e incluso ornamentales. En los mangos

hacían formas tribales muy elaboradas y llegaban a incrustar trozos de marfil o de ámbar. En

algunas ocasiones, los líderes llevaban tallado en el mango la forma humana que hacía referencia a

ellos. Además, usaban cascos decorados cuidadosamente; cubrían sus antebrazos con adornos de

cobre de intrincados diseños tribales y sus gruesos cinturones también los hacían del mismo metal;

los brazales eran de bronce, con incrustaciones al igual que las empuñaduras de las armas.

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Ingeniería militar

El avance de los Bellatori hacia el sureste, por en medio de la península ibérica en busca

del Mediterráneo, los iba obligando a levantar nuevas construcciones por donde iban

pasando, principalmente campamentos guerreros con claustros fortificados. Aun

siendo una de las culturas más fuertes en Iberia, por no decir la más fuerte en lo militar, no quería

decir que los demás pueblos no opusieron resistencia a su avance. Solían atacar los poblados y

fortificaciones Bellatori, ocasionalmente defendidos por fuerzas insuficientes, por lo cual

debieron idear formas defensivas especiales.

Fueron suficientes unas cuantas derrotas para diseñar una defensa que les ayudaría a repeler los

ataques de sus adversarios y que con el tiempo fueron desarrollando. Inicialmente, construyeron

una empalizada que rodeaba cada poblado, levantada en hileras de dos troncos, con ángulos de

90° rematados en puntas afiladas. Pero los enemigos comenzaron a usar troncos que impulsaban

cuatro o cinco personas a modo de ariete, abriéndose paso entre las empalizadas. Su cercado

había funcionado perfectamente durante un tiempo, impidiendo las invasiones. Ahora debían

inventar algo que dificultara la llegada de los enemigos hasta la barrera de troncos. La forma más

efectiva que encontraron, fue construir un foso de dos metros de profundidad por dos de ancho,

haciéndolo más grande en sus ciudades principales y aprovechando la tierra excavada, hacían

terraplenes. Esto fue efectivo contra las otras tribus de la península, quienes se veían obligados a

atacar por la entrada y así eran más fáciles de enfrentar, repeler y derrotar.

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Tras haber desarrollado el foso defensivo, construyeron torres de cinco metros de altura en

promedio sobre la muralla, mejor elaboradas en las grandes ciudades, donde sirvieron para que

mayor cantidad de honderos y arqueros realizaran sus ataques desde allí.

A este tipo de pueblos fortificados se les llamaba castros, no todos estaban tan bien custodiados,

pero casi en su mayoría poseían como mínimo la empalizada.

En las ciudades más grandes solían tener defensas mejoradas, las torres llegaban a medir hasta

siete metros de alto y las hacían más resistentes, para ubicar de cuatro a seis arqueros y honderos

en ellas. Las leantaban a no menos de catorce metros entre una y otra, para cubrir más espacio y

optimizar recursos.

Las murallas se podían considerar una gran obra arquitectónica para la época y llegaban a medir

seis metros de alto, hechas en piedra. Rodeaban completamente la ciudad, dejando una única

entrada hacia el poblado que se custodiaba con dos torres. A un metro de esta muralla hacían el

foso que, se calcula, pudo llegar hasta 3 metros de profundidad y 3 metros de ancho, imposibili-

tando alguna forma de cruzarlo que no fuera un puente; algo que tampoco funcionaría porque

los arqueros y honderos ubicados en las torres tendrían la oportunidad perfecta para atacar las

fuerzas de asalto. Y para complicar más el paso, toda la tierra excavada, la usaban para crear terra-

plenes, siguiendo el recorrido del foso.

Debido a que otras culturas empezaron a copiar algunos de sus métodos de defensa, tuvieron que

desarrollar armas que pudieran atravesarlas. Copiaron el uso del ariete, mejorándolo y hacién-

dolo cubierto, esto le daba más resistencia comparado al que usaban las culturas de los alrededo-

res, evitando que pudiera ser atacado por líquidos inflamables o alguna otra cosa. Con el tiempo

llegaron a desarrollar unos pocos que se movilizaban con troncos a modo de ruedas.

Papel de los druidas en batalla

Los druidas eran los líderes espirituales en los distintos clanes, eran venerados y respetados

por todas las personas en el poblado. Por lo mismo, llegaban a estar metidos en varios

campos de la cultura y a parte de ellos nadie más tenía el permiso para hacer los distintos

rituales que se realizaban en las tribus.

Los de mayor edad eran los más reverenciados. Servían como consejeros al líder y le ayudaban a

tomar decisiones sobre las guerras, sirviendo también de jueces dentro del mismo poblado. Nunca

un líder pudo tomar una decisión completamente solo, ya que sin la aprobación de los druidas se

pensaba que era como ir sin la bendición de los dioses y esto traería la desgracia.

Los druidas más jóvenes iban a la guerra para servir después de bardos a su pueblo y dar ayuda a los

de mayor experiencia. Servían de médicos a los guerreros heridos o ayudaban a sacar los cuerpos de

los caídos para poder hacerles, posteriormente, la despedida correspondiente.

Sólo a algunos de los druidas más ancianos se les consideraba con la habilidad de ser adivinos. En

muchas ocasiones entraban en una especie de trance, en el cual se creía tenían la facultad de

predecir cómo se desencadenaría una batalla o, mientras quemaban a los prisioneros, interpre-

taban el humo y hacían profecías con las cuales ayudaban al líder a tomar las decisiones.

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Los que iban a las batallas eran quienes preparaban el veneno y lo guardaban en frascos para trans-

portarlo. Ellos lo colocaban sobre las armas y cargaban con ellos una espada corta, la cual estaba

envenenada y les servía de defensa por si el enemigo los alcanzaba.

Cuando volvían de las batallas hacían poemas, trovas o canciones, contando las historias de los

guerreros y héroes. No tenían una tradición escrita, por lo que solían sentarse con la gente del

pueblo, donde los niños también estaban y dejaban conocer lo que habían visto deleitando a la

gente sobre grandes héroes o feroces combates.

Como adoradores de la naturaleza eran también los encargados de restablecer el equilibrio con ésta

para no provocar la furia de los dioses pero lo que nunca podían dejar de hacer era sembrar un árbol

si otro era arrancado o lamentar la muerte de algún animal despidiendolo con una oración.

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Elección del líder

El líder era, tal vez, la persona que llegaba a ser más importante en la tribu, poniéndose por

encima de los druidas, siendo la única persona con tal poder. Como en la mayoría de las

culturas antiguas, los líderes eran aquellos encargados de dirigir su pueblo, tomar las

mejores decisiones y luchar en las batallas con ellos, entre otras labores.

Para los Bellatori, era en quien recaía casi todo el poder y era el que mostraba la fiereza de su pueblo

en el campo de batalla. Por esta razón, el puesto de líder no lo ocupaba cualquiera, ni se hacía por

votación popular, se ganaba por merito demostrado en el combate. Los líderes eran los únicos que

usaban los torques de oro, por lo cual cuando un guerrero aspiraba a ser líder, sólo los que lucían

un brazal dorado podían aspirar a combatir por el honor del liderazgo.

Los guerreros que llegaban al nivel del brazal dorado tenían la experiencia del combate y la sabi-

duría del liderazgo de cuerpos de tropa más grandes. También ejercían la enseñanza de las artes de la

guerra, encargándose de guiar y organizar a los de menor rango en las batallas.

Aunque era un gran honor ser el líder, también era una gran responsabilidad para la cual muchos

no se sentían listos, por lo que no todos preferían ser candidatos. Aquellos que consideraban ser

aptos para tomar el rango, se anotaban en lo que era una especie de torneo controlado por los

druidas más ancianos y consejeros del líder caído. Mientras se realizaba este proceso de elección,

tomaban el control y dirigían la tribu.

A penas un líder moría, ya fuera en batalla o caía víctima de una enfermedad, que era poco

frecuente, se daban 24 horas desde su muerte para hacerle la despedida y pasado esto, los druidas

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permitían que se anunciaran los aspirantes, y al amanecer del siguiente día se empezaba lo que

podemos llamar un torneo. Se reunían en el circulo de combates y allí demostraban sus capacida-

des. Era un gran evento y mientras se llevaba a cabo, el pueblo hacia un gran festín alrededor:

comían y bebían todo el día celebrando cada combate. Al finalizar el día, solo debían quedar dos

aspirantes que se enfrentaban esa misma noche. Pasadas 48 horas después de la muerte de un líder,

ya se había seleccionado uno nuevo, aunque no oficialmente hasta que pasara el rito de iniciación

que solamente podía realizarse en la noche de luna llena; hasta entonces, no se le entregaba el total

poder y los druidas aún tenían el control.

Con el tiempo, la tribu se fue haciendo más grande, a tal punto que se dividió en sub-tribus, cada una

con su propio líder. Cuando se reunían para la batalla, no podían todos los líderes mandar al

tiempo, por lo que sería un desorden; pero tampoco había tiempo de hacer un torneo para elegir a

uno de ellos sobre los demás, por lo que el líder más antiguo en el combate era quien dirigía a los

demás. Ya que el más antiguo había peleado más batallas, se consideraba la ventaja de su experiencia.

Sabemos que una de las sub-tribus a la que consideraban la elite, con el tiempo dejó de participar

en algunas escaramuzas y batallas pequeñas, con el fin de servir como la mejor arma Bellatori. No

tenemos información detallada sobre ellos, pero sabemos que sus entrenamientos eran más

intensivos, tenían sus propias estrategias y armas de mejor fabricación. Aún así, respondían en el

campo al líder mayor.

Rito de iniciación

El líder que había ganado el torneo no recibía el favor de los dioses ni tenía todo el poder

sobre la tribu, hasta la realización del ritual de iniciación. Durante el día de la noche de

luna llena, el líder debía ir al bosque con una única arma elegida por el, sin nada de protec-

ción y debía atrapar un oso evitando desangrarlo. Representaba la grandeza, fuerza y ferocidad que

un líder debía demostrar. Este ritual, a diferencia de muchos de los rituales, no se llevaba a cabo en

el templo de los druidas. Se hacía bajo el roble más grande que se encontraba cerca al pueblo, ya que

este significaba la valentía, la fuerza y el ser implacable. Se reunían únicamente los druidas más

ancianos y el merecido líder alrededor del árbol. El líder degollaba al oso, lo desangraba, vertiendo

el líquido sobre un recipiente hecho de cera especial para esta ceremonia. Se desnudaba por

completo y dejaba caer la sangre del recipiente sobre él, bebiendo de ésta y bañándose en ella por

completo. Luego, desollaba al oso y se envolvía en su piel. Los druidas acompañaban con el sonar de

tambores y gaitas. Finalmente, al acabar todo el ritual, era considerado como líder y los druidas le

entregaban todos los poderes correspondientes, con la bendición de los dioses. Envuelto en la piel

de oso, volvía al pueblo donde lo esperaban todos con un gran festín.

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Segunda Parte

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Sabemos que los Bellatori eran una cultura de tradición celta, proveniente de alguna otra

cultura del norte de la península, probablemente cántabra. Compartían con éstas muchas

de sus costumbres, como algunas estrategias de batalla.

Los Bellatori estaban deseosos de tener el control sobre las rutas al Mar Mediterráneo y demostrar

sus habilidades en el combate. Fundaron un nuevo asentamiento a orillas de río Sil, al noroeste de

la península, que posteriormente se erigiría su capital.

Aius, su primer líder, cuando aún eran una única tribu, decidió separarse de los cántabros por dife-

rencias con ellos, que aún ignoramos. Seguido por un grupo, comenzaron a formar una nueva

cultura, enfocando sus costumbres en el combate. Les tomó varias generaciones logar la excelencia,

enfocando su economía en la ganadería y la agricultura de cereales. Posteriormente, comenzaron a

obtener más recursos saqueando tribus aledañas, que eran más avanzadas en su economía, pero

menos guerreras. Con el tiempo, desarrollaron más su cultura, perfeccionaron sus estrategias de

combate y fueron absorbiendo otras pequeñas tribus de los alrededores.

Desde el inicio de la cultura Bellatori, en tiempos de Aius, los líderes fueron concibiendo la idea de

apoderarse de más y más territorios circundantes, hasta surgir la idea de tomar el control sobre la

península completa. Poco a poco fueron convenciendo a su pueblo sobre esto. Su plan era llegar

hasta el sur, a las orillas del Mediterráneo y así tener el control sobre el comercio más poderoso.

En un principio, los druidas se opusieron y mucha de su gente creyó que la expansión era una idea

que arrojaría pésimos resultados para ellos. Pero algo que caracterizo a sus líderes, fue su capacidad

Planes de expansión para tomar decisiones con cabeza fría y no apresurarse. Aún siendo guerreros formidables, la

paciencia caracterizó sus actos, como si fueran depredadores consumados. Los ataques y saqueos

de estos celtas a las tribus aledañas se hicieron más frecuentes y el nombre de la tribu comenzó a

sonar en la península; nombre que se perdió con el tiempo, sólo quedando la denominación

romana: Bellatori.

En el origen, al cabo de unos años, es probable que Aius haya demostrado a su pueblo que la idea

de llegar al Mediterráneo no estaba tan lejos de su alcance. Este ideal fue sumando más seguidores

y, con el tiempo, consiguió el apoyo de los druidas. Algo que caracterizó al líder fundador fue que

nunca se impuso en temas tan importantes como éste. Aunque fue el primero y el único que tuvo

el control total, por encima de los druidas y de los cuales no dependían sus decisiones, siempre dio

razones para demostrar que estaba en lo correcto, con lo que ganaba el respeto de su gente. Todos

se animaron al ver que las pequeñas escaramuzas contra clanes sueltos o pequeñas tribus se fueron

ganando, absorbiéndolos en algunos casos o tomando sus recursos y mujeres jóvenes en otros.

Todos en esta tribu iban a los combates, mujeres, hombres e inclusive algunos jóvenes que eran

hábiles con las armas. Cuando Aius vio que contaba con suficientes recursos para emprender

ataques más grandes a otras tribus, que estaban a su nivel de combate, viajó por todo su territorio

convenciendo a cada uno de los clanes de su tribu de hacer la guerra. Al ver las victorias que lo

precedían por donde iba pasando, iba reuniendo más gente. Pronto contó con el apoyo de todos

sus clanes y la tribu respondía a su completa voluntad. Había logrado acoger bajo su ideal un gran

número de guerreros que seguían su causa. Continuaron las pequeñas escaramuzas consiguiendo

más gente, pero en uno de sus recorridos una enfermedad lo atacó, al parecer había ingerido una

planta que lo envenenó, y lejos de su tribu no pudo ser tratado a tiempo. Cuando regresó a su

pueblo, los druidas no pudieron asistirlo, por lo que su muerte fue inminente. La tribu no resintió

su muerte e hicieron un gran festín en su honor.

A los días del fallecimiento, los druidas que lo trataron entendieron que su muerte fue por envene-

namiento, pues al parecer confundió la mata que había ingerido con apio. La planta

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segregaba un líquido que al ingresar en el cuerpo resultaba fatal. Luego de un tiempo, los

druidas aprendieron a separar el componente letal y preparar un veneno que usaron posterior-

mente en las armas de guerra.

Tras la muerte del líder, sabemos que los druidas tomaron el poder y acá perdemos el rastro

sobre los movimientos de la cultura por algún tiempo.

Diplomacia

o estamos seguros cuánto tiempo pasó desde la muerte de Aius y la siguiente vez que volvemos a

saber de la cultura, pero creemos no transcurrió más de dos decenios.

Para entonces, ya habían adoptado el sistema en que el líder debía tener una corte de druidas a la

cual debía consultar todas sus decisiones, sin posibilidad de imponerse, como lo había hecho Aius.

Por aquella época, habían iniciado negociaciones diplomáticas con las grandes tribus a su alrede-

dor, bajo el liderazgo de Ultinos.

Sabían que si iban a tener grandes batallas, necesitarían buenas armas y armaduras. Habían tenido

un comercio bajo de metal con pequeñas tribus del norte, pero los Gallaeci eran los que tenían las

minas más grandes de en hierro y cobre, por lo que tenerlos de enemigos no era una opción y

saquearlos tampoco. Enviaron un emisario a negociar con ellos, quien a su regreso había logrado

pactar el comercio de los metales, a cambio de alimento. El trato estaba hecho, entonces obtuvieron

el metal que necesitaban, comenzaron a elaborar más armas, a la vez que empezaron a dotar a todos

los guerreros de yelmos, brazales que cubrían todo el antebrazo y cinturones de gran tamaño donde

podían portar más de un arma.

Ya habían establecido su primer aliado estratégico, que los proveía del metal necesario para su

cultura de la guerra. En adelante, debían saber cuáles tribus vecinas iban a estar de su lado.

N o estamos seguros cuánto tiempo pasó desde la muerte de Aius y la siguiente vez que

volvemos a saber de la cultura, pero creemos no transcurrió más de dos decenios.

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Pronto, sobre la península se oyó el rumor de sus intenciones y las grandes tribus comenzaron a

tomar posturas al respecto, por lo que los Bellatori enviaron emisarios a las más cercanas, obte-

niendo respuestas diversas.

Rápidamente llegaron las noticias, unas alentadoras, otras que los obligarían a tomar las armas. Al

norte ya tenían su primer aliado, los Gallaeci. Pero los Astures, quienes también poseían algunas

minas se mostraban reacios a ser aliados, sabían que no contarían con ellos para sus planes. Los

Cantabri, de los que probablemente provenían, y con los cuales pudieron tener diferencias, dejaron

en claro que tampoco estarían dispuestos a dar su apoyo, ni militar ni económico.

Sobre los acontecimientos del período, los relatos del códice no son claros. Probablemente, la tribu

comenzó a desanimarse, lo que obligó al líder y la corte de los druidas tomar una decisión que

subiera el ánimo del pueblo y los guerreros. Por suerte para ellos, los Vettones mostraron ser vecinos

agresivos, declararon sentirse intimidados por los deseos Bellatori de expansión, y fueron la

primera cultura que opuso resistencia al deseo de avance expansionista. Era la ocasión perfecta para

demostrar el poderío militar.

Mientras organizaban las tropas, los demás emisarios llegaron con información sobre la postura

de las demás culturas. Los Vaccaeci fueron los únicos dispuestos a la alianza, ofreciéndose

servirles como una especie de granja a cambio de protección de los constante ataques de los

Astures, que se llevaban no sólo el producto de su comercio, sino también sus mujeres. Los

Lusitani, Carpetani, Celtíberi, Celtici y demás culturas, mostraron una posición de alerta: no

atacarían si no eran atacados, lo que no fue suficiente para los Bellatori. Sin embargo, tener como

aliada la tribu más poderosa económicamente, era un gran logro, lo que los animó a seguir

adelante y enfrentar a los Vettones.

Primera batalla

Los Vettones fueron la cultura más avanzada como civilización en la península. Se considera

que fueron los primeros en construir poblados y ciudades; asimismo, presentaron las

primeras manifestaciones artísticas en esculturas graníticas de animales como toros y jaba-

líes, entre otros, las llamadas verracos. Los Vettones eran de las pocas culturas que disponían de

caballos en Iberia; los usaban algunas veces en el combate, pero principalmente en la ganadería.

Los Bellatori declararon la guerra a los Vettones. Ultinos, el líder sabía que esta era la oportunidad

perfecta para animar a su pueblo y seguir los planes de Aius. Sabía que si iban directamente a la

batalla probablemente ganarían, pero con costos muy altos, por lo que organizaron pequeños

grupos de soldados que atacarían directamente las bases principales de los Vettones, saboteando

sus defensas y saqueando sus recursos. Si atacaban en pequeños grupos, no podrían predecir sus

ataques y haría más fácil su huida. En menos de dos semanas ya habían realizado cerca de 8 ataques

y habían obligado a sus enemigos a iniciar la reunión de todas sus tropas en un solo punto, con gran

número de caballería. Los exploradores de los Bellatori pronto informaron de esto. Sabían que si

lograban vencer en esta batalla, tendrían los Vettones a su disposición, incluyendo la caballería.

Pronto organizaron su ejército y ya que tenían experiencia en el combate viajaron hacia el sur,

seguros de sí mismos, pero a la expectativa de lo que pudiera pasar. Ultinos, con ayuda de sus conse-

jeros, planeo la estrategia para ese día. Sabía que no podía enfrentarse directamente con los

Vettones o la caballería los aplastaría.

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Conociendo el terreno, planeó llevar a las tropas enemigas a una emboscada. Los haría ir al

sistema central de la península donde los esperaría con los arqueros y la caballería enemiga no

serviría de nada en el terreno irregular.

Siguió enviando pequeños ataques relámpago, que lo único que buscaban era ganar tiempo y

provocar al enemigo para llevarlo donde quería. Sus tropas tuvieron que rodear el terreno de los

Vettones, atravesando por el de los Vaccaeci. Cuando finalmente habían logrado llegar a las

montañas, muy cerca de donde iba a ser el combate, un grupo numeroso de soldados marchó

laderas abajo, a toque de tambores y gaitas, a enfrentar a los Vettones. Mientras tanto, el resto

esperaba en las cumbres y recodos escarpados. Ultinos, a la cabeza de los que habían bajado,

para no levantar sospechas del enemigo, a las negociaciones de rigor para evitar el derrama-

miento de sangre, aunque su intención real era la batalla. Los líderes de cada bando negociaron

una vez más. Los Vettones insistieron nuevamente en la rendición de sus contrarios, que eviden-

temente se negaron.

La batalla comenzó: los cuernos de combate sonaron y los rugidos de los valientes y feroces

guerreros se fundieron con el chocar de las armas. Los Bellatori, a pesar de ser mejores guerreros

y más hábiles, se vieron prontamente superados por el mayor número de sus enemigos, que al ver

tan pocos adversarios, decidieron no mandar a su caballería y usar toda la infantería. En el ardor

de la batalla, los cuernos volvieron a sonar y hábiles Bellatori iniciaron su retirada hacia las

montañas. En un punto convenido, fingieron huir en desbandada, cuesta arriba, buscando

refugio en los recodos montañosos. Tras ellos fueron los rápidos corceles del enemigo, inten-

tando cortar la huída. Los Vettones habían caído en la trampa. Desde las montañas, el ejército a

distancia atacó con una lluvia de proyectiles. Los caballos no podían volver ancas rápidamente

por las bastas condiciones del terreno. La infantería enemiga no podía atacar con fuerza porque

impediría la retirada de su propia caballería al copar los caminos de subida. Los Vettones se

atascaron con sus propias maniobras. Entre la caballería y la infantería enemiga, reaparecieron

los guerreros de Ultinos, con su general a la cabeza, infundiendo ánimos para terminar de

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dividir las fuerzas enemigas. Pronto, el ejército montado sobre los equinos se vio rodeado, por un

lado, la montaña llena de arqueros y honderos atacando incesantemente y, por el otro, un grupo de

soldados que fácilmente doblaba o triplicaba el que había estado en el campo de batalla. En medio

de la matanza, el resto del ejército enemigo llegó al lugar, muy tarde para hacer algo. Sin su caballe-

ría, el enemigo no resistió y pronto huyó en verdadera desbandada. Ultinos, sagaz político y diplo-

mático, prohibió la persecución y aniquilación del enemigo vencido. Al poco tiempo, los líderes

Vettones sobrevivientes aceptaron la derrota definitiva, y los Belltori la rendición de sus enemigos,

antes de que surgiesen motivos peores que impidieran una “buena alianza”.

Los Bellatori habían tenido su primera victoria y como recompensa los Vettones les proporcionarían

caballos, así como sus tropas cuando lo requiriesen los vencedores. Con su victoria político-militar,

Ultinos y su tribu iban creciendo en poderío cada vez más. La victoria de las montañas arrojó una

ventaja que antes no tenían, contribuyendo posteriormente a ganar más batallas estratégicas.

Avanzando al mediterráneo

Ultinos regresó a su pueblo y fue recibido con una gran celebración, su primera gran victoria

había sido gloriosa, había derrotado a la tribu más poderosa. A la luz de la información

histórica, los Vettones eran la más avanzada cultura. Entendemos la importancia de

aquella victoria en el marco del primer intento Bellatori de expandirse. Los Vettones no fueron los

más guerreros, pero aun así, eran los más desarrollados, haciendo sonar el nombre Bellatori más

fuerte en Iberia. Pronto, cada explorador de cada tribu, llevó la información a su líder de la hazaña

de los Bellatori. Las otras tribus comenzaron a incomodarse y a ponerse en alerta, principalmente

las que estaban hacía el sur de la península.

Todos los Bellatori celebraban las victorias y los druidas bardos componían todo tipo de

canciones sobre la batalla, narrando la historia y cómo habían derrotado la caballería más grande

de todo el lugar. Ahora contaban con el apoyo de las minas de los Gallaeci, la potente economía

de los Vaccaeci y la fuerte caballería de los Vettones, así como su avanzada cultura. Muy pronto,

quizá demasiado, se encontraban en la posición más destacada de la península y comenzaban a

constituirse en la tribu más grande. Eso no gustó a muchos.

Tardaron algunos meses en organizarse para su siguiente ataque. Con la incorporación de la caba-

llería, deberían planear nuevas estrategias y tácticas, para dar mejor uso al ejército montado que

el dado por los Vettones.

Disponían ahora de un ejército más grande, contaban con su propia caballería y las tropas de los

recién derrotados. Ultinos sabía que para un mejor desempeño militar, debía nombrar a algunos

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generales que le ayudaran a controlar éste ejército creciente. Nombró cinco generales y los distri-

buyó en el territorio para protegerlo con mayor eficacia. Dividió la caballería para que cada tropa

contara con una, dejando el mayor número para sí.

Una vez preparados y listos, marcharon hacia al sur nuevamente. El ejército, con Ultinos a la

cabeza, más unas cuantas tropas de los Vettones, intentarían de persuadir a los Carpetani de

unirse, sin usar la fuerza.

Pero la razón no fue suficiente y el líder Bellatori no dudó un segundo en lanzar su ataque, menos

espectacular y más eficaz que la última vez. Como resultado había conseguido absorber otra

cultura más. Las tropas de su enemigo serían el tributo a cambio de paz y de no desatar toda su

furia contra ellos.

Pronto comenzaron a llegar emisarios de las otras tribus del sur, como los Turduli y los Oretani,

ofreciendo su alianza, dispuestos a prestar sus ejércitos cuando se necesitara y utilizar sus terrenos

para sus estrategias, siempre que no afectara su gente. Las negociaciones conllevaron el inicio de

relaciones comerciales basadas en la ganadería y la agricultura, principalmente de cereales. A

cambio, recibirían protección cuando lo necesitasen. Pronto se comenzaron a hacer nuevas rutas

de comercio con estas tribus.

La tribu que venía del norte de la península comenzaba a formarse como un pequeño imperio. Se

habían expandido en breve tiempo y no todos los veían con buenos ojos. Los Astures comenzaron

a sentir presión y decidieron emprender ataques contra el pequeño imperio, saboteando los

pequeños poblados, desde el norte. Los Cantabri igual, desde el éste. No eran ataques relevantes,

pero retrasaban los planes Bellatori porque desviaban su atención. Ya habían avanzado bastante

hacia el sur, no podían dejar desguarnecida su espalda y el apoyo de los nuevos aliados probó no

ser suficiente para Ultinos.

Su ambición, al igual que había sido la de Aius, era unir todo bajo una misma tribu. Así que envió

sus mejores embajadores diplomáticos a persuadir a los Astures y los Cantabri de unirse a ellos

como una sola tribu. A cambio, recibirían protección y serían tratados como semejantes, al ser

todos una sola tribu. Tentados por la propuesta e intimidados por las tropas, pues si no hacían su

voluntad, Ultinos y los suyos llevarían a cabo los planes por la fuerza, Astures y Cantabri aceptaron;

como guerreros de honor que eran los Bellatori, respetaron sus pactos. Casi todo el centro de la

península pertenecía a los Bellatori, pero los druidas propusieron que para administrar todo lo que

llevaban conquistado, era mejor mantener las divisiones originales de los terrenos y establecer

pequeños gobernadores en cada lugar. Los territorios originales se respetaron, solo que ahora los

generales que habían nombrado antes, tomaron el liderazgo de los terrenos incorporados,

mandando sobre los antiguos líderes. Con esta decisión hubo muchas inconformidades y algunos

clanes intentaron revelarse. Ultinos no podía permitir que hubiese anarquía en todo su territorio,

entonces decidió eliminar por completo a cada clan que intentó revelarse, mostrando su poder y

sirviendo de ejemplo para futuros clanes que quisieran intentar algo en contra.

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Habían enviado un mensaje sobre toda la península, aquellos que se opusieran en su camino, serían

considerados como obstáculos y eliminados.

Los Bellatori eran ahora una cultura prospera, ambiciosos de extenderse más por toda la península.

Se confiaron del gran poder que estaban tomando, creyeron que no tendrían iguales a su paso y que

todos temerían a su andar.

Pero desafortunadamente, la península aun estaba llena de tribus fuertes y orgullosas, autónomas y

que no estaban dispuestas a rendir tributo a los procedentes del norte.

Las tropas del pequeño imperio poseían la mayor variedad de armas en la península, la caballería

más grande, las mejores estrategias y exceso de confianza. Ultinos marchó con un grupo de sus

hombres, sin una estrategia clara, más que la de conquistar el terreno a como diera lugar, creyendo

que no sería difícil. Los druidas trataron de advertirle, pero aún hasta ellos estaban confiados.

Se encontró con una pared: los Lusitani, que esperaban su feroz ataque desde hacía algún tiempo.

Muy temprano en la batalla, los Bellatori dejaron ver su falta de organización para enfrentar a un

enemigo formidable; error que aprovecharon sus contrarios enseñándoles una lección. En poco

tiempo, habían masacrado casi todo el ejército de Ultinos, obligándolo a emprender una rápida reti-

rada, la primera que habían tenido desde que habían empezado a expandirse.

Aprendieron la lección: no se podían volver a confiar ni siquiera en el más pequeño ataque o

defensa. La derrota pasó por los oídos de cada habitante en la península Ibérica. No hubo quien no

supiera

Unos rivales fuertes

Habían enviado un mensaje sobre toda la península, aquellos que se opusieran en su

camino, serían considerados como obstáculos y eliminados.

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supiera de esto. Algo que aprovecharon los Astures, pensando que era un momento de debilidad y

en alianza con los Cantabri atacaron, rompiendo su tratado paz con los Bellatori, desde el norte,

con un gran número de soldados. A pesar de su reciente derrota, los Bellatori no se encontraban

en un mal momento y la amarga experiencia había servido, por lo que ahora estaban más alerta y

precavidos. El ataque fue repelido, obligando al ejército enemigo a huir hacia las montañas. Con

esto, habían demostrado que su derrota había sido un error y no se encontraban débiles.

Tras la derrota, los Astures no se quedaron quietos, por lo que ofrecieron una alianza a los

Lusitani, quienes aceptaron con el fin de detener la creciente expansión de los Bellatori. Sabían

que no tenían la posibilidad de formar un sólo ejército, ya que no había un camino por donde

pudieran pasar los Astures hacia los Lucitani o viceversa, sin que se dieran cuenta los guerreros de

Ultinos. Decidieron hacer ataques simultáneos, coordinándose por medio de mensajeros que

cruzaban a través de los montes de León. Desde el norte atacarían, nuevamente, los Astures y los

Cantabri, y por el oeste atacarían los Lusitani con el apoyo de los Celtici, quienes habían decidido

unirse en esta campaña.

Ataques incesantes se daban en las fronteras del pequeño imperio. Ultinos, muy prevenido con su

derrota, decidió detener su expansión por un tiempo y poner fin a la resistencia. Los ataques por el

oeste, al mando de los Lusitani, complicaban cada vez más la situación porque sus estrategias

podían llegar a compararse con las propias de los Bellatori; hordas de guerreros feroces se lanzaban

contra las fronteras, a tal punto que perdieron algunos pequeños poblados. Al norte, sin embargo,

la situación era muy diferente: ya casi habían podido detener los ataques e inclusive, con pequeños

contraataques relámpagos, como en sus inicios, sabotearon los puestos de guerra Asturianos.

Ultinos rápidamente empezó a sentir respeto por los Lusitani, pero no podía dejar que se levan-

taran contra él. Eso alentaría a otras tribus a hacerlo y podría tener repercusiones fuertes, por lo

que decidió concentrar la mayor parte de sus fuerzas en un gran ataque para arrasar, de una vez por

todas, con los que consideraba dignos oponentes.

Tratados de paz

Mandó a traer el mayor número de tropas que fuera posible. Llegó un ejército desde el este

únicamente, ya que por el norte tambien estaban en guerra, pero desde el sur no llegó

refuerzo. Ultinos pensó que se trataba de traición, ahora debía batir a los Lusitani.

Antes de iniciar la campaña, un emisario llegó del sur trayendo un mensaje de su general Orison,

quien decía no abandonar su puesto debido a que algunas semanas atrás había visto barcos carta-

gineses llegar por el Mediterráneo y temía una invasión. Esta noticia cambiaba todos los planes de

Ultinos, debía aplacar pronto a sus enemigos del oeste. Sin embargo, estos siguieron aguantando

mucho tiempo más del que hubiesen esperado, a tal punto que del sur comenzaron a llegar

mensajes sobre un cartaginés, Amilcar Barca, al comando de numerosas tropas que estaban inva-

diendo las tierras mediterráneas. Los Turdetani ya habían caído ante su implacable poder y ahora

dirigía su ataque contra los Counei.

El líder bellator sentía un profundo respeto por los Lusitani, por ser los únicos que después de

un par de años no había podido vencer. Pero sabiendo que ya estaba cerca su victoria, pues los

recursos de sus oponentes habían comenzado a agotarse, les ofreció que se aliaran para evitar su

completa derrota.

Los Lusitani, quienes eran muy orgullosos, no aceptaron inmediatamente, por lo que Ultinos les

ofreció una tregua. Éste sabía que debía enfocar sus fuerzas en defender el sur. Sus enemigos del

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oeste aceptaron la tregua, entrando en un periodo de paz que le serviría al pequeño imperio para

retomar fuerzas.

Mientras tanto, por el norte, los Astures que hacían pequeños ataques esporádicos, ya no repre-

sentaban un peligro. Ultinos, sabiendo la fuerza del enemigo que venía por el sur, hizo el mismo

ofrecimiento a las tribus del norte, que también rechazaron una alianza pero aceptaron la tregua.

Era la primera vez en años que los Bellatori no se encontraban en guerra con alguna otra tribu. A

cambio reunían recursos suficientes y entrenaban a todo su ejército, aguardando lo que les

esperaba del sur.

Nuevas alianzas

Con la llegada de Amilcar los planes de expansión se verían suspendidos por más tiempo del

que pensaban. Por lo pronto, marcharon con gran parte de sus tropas para enfrentar el

gigante que venía desde el sur, dejando unas pocas protegiendo las fronteras.

Ultinos marchó con sus tropas hacia el territorio de los Turduli, confiando el de los Oretani a

Orison, un líder nativo de esa cultura que había mostrado gran fidelidad como habilidad en la

planeación de estrategias para el combate.

No pasó mucho tiempo desde la llegada de los refuerzos al sur cuando los cartagineses empezaron a

realizar sus ataques. Ya habían conquistado Bastetani y hasta ahora habían paseado por la península a

su voluntad. Los Bellatori desarrollaron un ejército a distancia más grande del que tenían y aprove-

chando las murallas en sus claustros, lograron tener una gran ventaja sobre cada ataque que recibían.

Después de mucho tiempo en combate, Amilcar había logrado conquistar hasta Edetani, por el

sureste de la península, sobre el Mediterráneo. Los cartagineses habían conseguido el favor de

muchas de las tribus del sur que luchaban ahora para ellos. Orison, en Oretani, había logrado

repeler bien los ataques fenicios, pero los costos se estaban elevando para los Bellatori. Por todo el

sur se encontraban en guerra y tras varios años de lucha constante, los guerreros empezaban a fasti-

diarse, el pequeño imperio parecía que duraría poco. Pero fue Orison quien planeó una estrategia

que de lograr el éxito, inclinaría la balanza de su lado, no tuvo tiempo de consultar con Ultinos, por

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lo que actuó únicamente con la ayuda del clan elite, sus tropas y su escasa caballería. Sus explora-

dores le habían dicho que por el este venía un ejército comandado por el mismo Amilcar hacia

Oretani. Anticipando sus movimientos y arriesgando la posición, avanzó con sus tropas al este. No

tuvo que avanzar mucho para encontrarse con el comandante cartaginés, tomándolo por sorpresa.

Su caballería abrió paso entre las tropas enemigas, mientras la infantería luchaba ferozmente en un

único intento de hacer retroceder al ejército fenicio. Orison había logrado el objetivo, en unas

cuantas horas había logrado mermar las tropas enemigas obligándolas a una retirada, en la cual

Amilcar Barca había sido herido por uno de los generales de los Bellatori, cuya hoja había sido

envenenada, como era costumbre. El ejército de Cartago, desanimado, detuvo sus ataques. No

avanzó más, pero tampoco cedió terreno.

Pronto una noticia corría de boca en boca, el comandante fenicio había encontrado su muerte a

orillas del rio Segura. Los Bellatori celebraron su gran victoria con festejos a lo largo de todo su

territorio. Los ataques habían mermado, aunque Ultinos sabía que con la muerte del comandante

cartaginés vendría algo peor, por lo que pronto comenzó a mover más su comercio. La producción

en unos meses había aumentado y comenzó a reclutar nuevos soldados, recorriendo la península en

busca de nuevos aliados.

Entre tanto, de tiempo atrás la República Romana había puesto pie en estas tierras, que los latinos

llamaban Hispania. Los romanos no podían tolerar el prestigio creciente y la riqueza que estaba

acumulando Cartago con las minas de los nuevos territorios. Habían opuesto una contundente

resistencia a las expansiones cartaginesas en el centro oriente de la península y estaban a la espera de

lo que hicieran los Bellatori, con quienes aún no se enfrentaban y preferían no hacerlo. Desde su

punto de vista político, al menos de momento, si aquellos celtas no podían ser sus aliados, tampoco

los querían de enemigos. Roma estaba pescando en río revuelto.

Ultinos llevó el mensaje de paz y alianza en persona por toda Iberia, buscando incluso nuevas

fuerzas en sus antiguos enemigos los Astures. Estos, viendo el peligro que se avecinaba, compren-

dieron era cuestión

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cuestión de tiempo para que ellos también acabaran en poder de Cartago o de Roma. Ultinos los

convenció de una alianza favorable; con ellos marcharon también los Cantabri, los Celtici y,

finalmente, ofrecieron sus armas los Lusitani, quienes disponían del ejército más poderoso

después de los Bellatori.

Tomó varios años reunir un nuevo ejército, su cultura había crecido nuevamente y era realmente

esplendorosa. Tener un enemigo común había logrado que se aliaran algunas de las grandes

tribus de la península. Abrieron nuevas rutas de comercio hacia el norte y el oeste, haciendo que

las culturas diversas se desarrollaran más rápido, en pocos años. Pronto estarían listos para poder

enfrentar lo que venía. Pero llegaron informantes con noticias de las tropas de Anibal Barca, el

hijo de Amilcar, que venía con un ejército más grande que el que su padre. El contexto político y

militar de Iberia había cambiado drásticamente. Ya estaban en medio del choque de las dos

grandes potencias de la antigüedad mediterránea. Pronto tendrían que escoger un bando para

evitar una subyugación intolerable. Aníbal quien tenía como objetivo principal derrotar a los

romanos no pretendía gastar fuerzas contra los Bellatori ofreciéndoles una alianza, estos acep-

taron a sus antiguos enemigos cartagineses, bravos guerreros a su propia altura. Grave, muy grave

error de cálculo político y militar que llevó, finalmente, a su desaparición y a ser borrados de la

historia romana como castigo a su feroz resistencia.

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