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Atzavares Cuarto Premio de Relato Corto • Año 2009 Universidad Miguel Hernández Vicerrectorado de Estudiantes y Extensión Universitaria Delegación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche

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Atzavares

Cuarto Premio de Relato Corto • Año 2009Universidad Miguel Hernández

Vicerrectorado de Estudiantes yExtensión Universitaria

Delegación de Estudiantes de laFacultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche

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Vicerrectorado de Estudiantes yExtensión Universitaria

Delegación de Estudiantes de laFacultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche

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Dirección: Secretariado de Extensión UniversitariaCoordinación: Josep Sou

Convoca: Vicerrectorado de Estudiantes y Extensión Universitaria© Pórtico: Fernando Borrás

© Textos: sus autores© Diseño y Maquetación: Silvia Viana. Septiembre, 2009

© Editor: Logisprimt.cbISBN:

Logisprimt impressorsDepòsit legal:

Vicerrectorado de Estudiantes yExtensión Universitaria

Delegación de Estudiantes de laFacultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche

Atzavares

Cuarto Premio de Relato Corto • Año 2009Universidad Miguel Hernández

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Pórtico

En este pórtico que el lector tiene en sus manos presentamos la IV edición delos premios Atzavares, así como también la publicación que recoge tanto los tra-bajos premiados como aquellos que el jurado ha estimado conveniente seleccionar.

Un año más Atzavares acude a la cita con sus lectores poniendo en valor elesfuerzo dentro del ámbito de la comunicación literaria. También significa la vin-culación de nuestra universidad con la experiencia creativa de todos aquellosque han tenido a bien tomar parte en esta IV convocatoria.

Para la ocasión, con la gratitud más sentida por nuestra parte, la narración,el lenguaje imaginativo, y la fuente inagotable de las metáforas sobre la vida ysus misterios, se avienen en las páginas de un librito que nos conmueve por sudelicada sencillez y profundidad. Historias de amor, de pasiones y de sentimien-tos, también de sueños que luchan en el territorio de lo inefable por hacerserealidad, tienen presencia en el aluvión de palabras, siempre la palabra comoparadigma vehicular para la ternura, que nutren la fantasía de cada uno de losbellos cuentos que habitan en su interior. Y os invitamos a recorrerlos con lamirada, y con la ilusión comprometida para la creatividad.

Fernando Borrás RocherVicerrector de Estudiantes y Extensión Universitaria

Universidad Miguel Hernández de Elche

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Presidente: José Luis Vicente Ferris, escritor, poeta y ensayista, Profesor delDepartamento de Arte, Humanidades y Ciencias Sociales y Jurídicas de laUniversidad Miguel Hernández de Elche.

Vocal: María Cristina Pastor Valcárcel, Delegada de Estudiantes de Centro de laFacultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche.

Secretario: Carlos José Navas Alejo, Profesor del Departamento de EstudiosEconómicos y Financieros de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

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Jurado

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Primer Premio: Francisco Baeza Segovia con el relato Sobre las vías.

Segundo Premio: Andrés Cabrera Bernabé con el relato Todo es mentira.

Tercer Premio: Ana Victoria Falcón Araujo con el relato Los espantos.

• José Adsuar Soto con el relato Seixanta passes.

• Ana Victoria Falcón Araujo con el relato El Enemigo.

• Laura Ibáñez Castejón con el relato Impostura.

• Carlos Lozano Quijada con el relato Sólo a dos.

• Rubén Montes Sáez con el relato La voz de las palabras indelebles.

• Sara Moreno García con el relato Universo bipolar, nunca lúcida Lucía.

• Juan Francisco Navarro Llinares con el relato Introducción al desorden.

• José Navarro Pedreño con el relato La inquietud de Agma.

• Sergio Pellicer Vallés con el relato Una luz a la deriva.

• Luis Torrús Cortés con el relato Amargura.

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Premiados

Seleccionados para su publicación

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Relatos

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Sobre las víasde

Francisco Baeza SegoviaPrimer Premio

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–Un té con leche; americano, como siempre.–Marchando.

Me habría gustado poder escribir cientos y cientos de guiones como éstos.Simples y escuetas líneas rectas que denotan, como me enseñaron en el cole-gio cuando era pequeña, situaciones de diálogo.

Pero no hay cabida para el diálogo en mi historia, puesto que no me gustanlos relatos fantásticos o los que narran hechos que realmente no han tenidolugar, y tampoco veo porqué mentir o aparentar. No hay diálogos porque nohablo con nadie. Acepté hace ya muchos años que la gente no era para mí; des-cubrí en mi temprana adolescencia que mi felicidad sorteaba todo concepto aris-totélico, que “yo me mi conmigo” y que la incapacidad y el placer iban en estecaso cogidas de la mano. La gente me repele y disfruto en absoluta soledad(¡qué frase tan horrible!, diría mi madre; pero no lo dice, porque no se la hedicho), de eso no me cabe duda. Tampoco dudo que, si hubiera intentado algúntipo de acercamiento social, habría sido incapaz de instaurarlo o mantenerlo.

Pero, aunque he de reconocer que tanto espacio para divagar me hace sen-tir menos angustiada, envidio la presencia de esas líneas que leo en las nove-las… Así que, harta de antiguos escritos propios henchidos de largas ymonótonas oraciones, he decidido tomar cartas en el asunto.

En el cole, en clase de dibujo, la señorita Palmira nos enseñó a dibujarlíneas. Pero no eran líneas como las que enseñaban en Lengua y Literatura.Éstas eran de diferente forma y longitud; eran rectas, curvas, paralelas y perpen-diculares. Líneas que no significaban nada, o significaban algo tan ambiguo queescapaba a mi entender. Éstas pueden ser las líneas que llenen mis escritos, paraque no tengan nada que envidiarles a los demás. Así no mentiré a nadie inven-

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tándome diálogos falsos, ni lloraré la ausencia de los verdaderos. Y podré olvi-darme por fin de poner una y otra vez el mismo diálogo sobre el té con lecheamericano, que es a ciencia cierta el único que a diario tiene lugar en mi vida.Definitivamente, las clases de dibujo van a aportarme mucho más de lo quehabría imaginado en el colegio, cuando sólo era una cría.

Así. Bueno, no ha salido muy recta, pero es una línea. Y es más gran-de que cualquiera que pueda ser encontrada en la mejor de las novelas. Y pro-bablemente sea el primer guión oficialmente torcido de un relato escrito, lo queconvierte a éste en un relato único. Llenaré mi pequeña historia de estos peque-ños trazos, y el mundo entero se hará buena cuenta de todo lo que puedenaportarnos estas líneas justas y honestas que no discriminan a nadie por tenerel gusto de no hablar con los demás. Y pongo otra aquí para celebrarlo,

ésta fuera de lugar.

Mi relato trata sobre una jovencita que, habiendo asumido su carácter anti-social, pasaba tardes enteras paseando por dondequiera que no hubiera otroalma, o por aquellas zonas donde la desbordante masificación poblacional con-vierte a la persona particular en un elemento sin valor propio; allí donde el “yo”olvida su carácter individual para configurarse como una prescindible parte del“todo”. Los rincones de las cafeterías del centro y, sobretodo, las afueras de laciudad de Albacete solían ser su hogar de acogida por las tardes y por lasnoches, donde esperaba pensante una hora prudente para volver a casa.Prudente, para esta joven, no significaba temprana, sino todo lo contrario; eraconveniente llegar a casa cuando toda su familia durmiera, para así no ser per-turbada por comentarios que la obligaran a pronunciarse más de lo deseado.

Esta chica, de casi 20 años de edad, disfrutaba observando todo aquelloque pasa normalmente desapercibido. Analizaba hasta el más mínimo detalle ybuscaba las causas de todo aquello que se le presentara delante de sí. Podíapasar horas filosofando concentrada en la visualización de sus objetos de pen-samiento, si éstos eran de algún modo tangibles; y si no, de cualquier modo,Carolina (por llamarla de algún modo) poseía una imaginación y una capacidadde abstracción inigualables, con lo que sus largas tardes dedicadas al arte delpensamiento podían materializarse en una inmovilidad física y una mirada per-dida que llegaban a ocupar grandes espacios temporales. En este estado, podríaparecer, a los ojos de los demás, una joven profundamente retrasada. Sinembargo, la realidad hablaba en la mente de Carolina: no había fronteras mar-

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cadas por la profundidad o complejidad del tema tratado, pues su inteligenciarompía todos los esquemas descritos.

Cuanto menos, estoy convencida de que los lectores la calificarán de “pecu-liar”. Ella era plenamente consciente de que no era como los demás y, a decirverdad, estaba orgullosa de ello. Pero su mística originalidad no residía únicamente en su rechazo al prójimo. Deun sencillo análisis lógico podríamos deducir que, si odiaba a cada uno de losindividuos de su alrededor, odiaba necesariamente y del mismo modo el pro-ducto de la unión de los mismos, ente que a su vez los moldeaba y pautaba (y,en su visión, los desalmaba). Por ello, Carolina no se regía por pauta social algu-na, al menos por ninguna que entrara en conflicto con su organización conduc-tual, emocional y cognitiva, siempre subordinada a una concepción pragmáticay hedonista. Y este rechazo subyacía a todo lo dicho y hecho por su parte, man-teniéndose siempre activo pero de algún modo inconsciente: había tenido lasuerte de haber escapado al desgarrador análisis de nuestra protagonista…Hasta que una de las muchas tardes que caminaba por las vías del tren, algollevó este fenómeno latente a su conocimiento consciente.

Era una fría tarde de noviembre. Aquel día había pensado másbien poco y esperaba deseosa cualquier elemento nuevo por analizar, tanto enel exterior como dentro de su propia cabeza. Mientras paseaba, un sosténencontrado en un arbusto cercano a las vías llamó su atención.

Ella nunca había llevado sujetador, pese a que su madre le legó en su heren-cia genética dos voluminosos senos. Y nunca antes había caído en la cuenta deque su comportamiento entraba en disonancia con lo normativo. A raíz de esterepentino descubrimiento, se percató también de que jamás se había preocupa-do por su vestimenta general: la muerte de su hermano mayor en un dramáti-co accidente y el crecimiento propio de la adolescencia que habíaexperimentado Carolina por aquel entonces la llevó a vestir las viejas ropas desu hermano que, a su visión, seguían teniendo la misma utilidad que el primerdía. Siguió pensando. Tampoco se peinaba por las mañanas, ni se cambiaba dezapatillas, ni se depilaba parte alguna de su cuerpo, ni hacía nada de lo quedecía la tele que había que hacer…

Se sentó en las vías mientras sentía el suave silbido de la brisa susurranteestrellándose en su lustroso rostro. Procedió a su particular análisis de forma másactiva que nunca, pues se veía involucrada de forma directa en el tema tratado.

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Tras varias horas de razonamiento, Carolina esbozó una de sus mejores metá-foras. Fue feliz al ingeniarla, pues pudo con ella explicar el comportamiento deesa extraña sociedad que le rodeaba y situar su posición en aquel entramado.

Todos los patrones de conducta, normas, roles, modas, modelos, pautas yde más construcciones sociales generalizables que promueven un modelo indi-vidual idealizado forman las vías del tren –comenzó a recitarse a sí misma en vozalta, a fin de afianzar aquella aguda muestra de ingenio–. Delimitan el caminoa seguir, limitan la libertad hasta exprimirla entre dos estrechos raíles y ahogana todos ellos que sueñan con correr sobre los campos lejanos. Sobre estas vías,se dijo, circula decidido el “tren de la normativa y exigencia social” que, comotodos los trenes del mundo, está en circulación porque una cantidad importan-te de gente lo solicita y se monta en él. Los trenes que no son utilizados sonrápidamente retirados por las compañías –se decía Carolina, mientras sonreíaante su analogía–. Y éste tampoco se distancia de los trenes convencionales ensu puesta en marcha: de la misma naturaleza son el pasajero y el maquinista. Elser humano mueve el tren que él mismo solicita y sufre.

Sin embargo, este tren tiene una peculiaridad. Circula impasible e impara-ble, a una velocidad cada vez más rápida, y no se detiene a recoger a sus pasa-jeros. Y esto supone una seria dificultad: para subirse a él, es necesario corrercon todo el equipaje, saltar y engancharse a cualquiera de sus salientes; unesfuerzo que llega en ocasiones a ser antinatural y totalmente innecesario. Deeste modo, Carolina asemejaba las energías derrochadas por todo individuoacrítico esgrimido por las exigencias sociales necesarias para alcanzar el idealsocial a los esfuerzos necesarios para subirse al tren de lo socialmente deseable.

Y mucha gente se queda en el intento. No son pocos los que, tratando portodos los medios de saltar desde el andén y encaramarse al tren en marcha, resul-tan arrollados por el mismo. Anoréxicos, bulímicos, depresivos, obsesivos, vigoréxi-cos, ansiosos y otros muchos pasajeros que son golpeados por el brutal impacto deun tren en marcha y que caen a las vías, quedando completamente indispuestos.

Carolina estaba disfrutando tanto de aquella metáfora que su sonrisa inicial setransformó en una abierta carcajada. Su risotada fue tan fuerte que resonó en elhorizonte, llegando incluso al punto en el que las vías del tren parecen converger.A modo de nueva metáfora vivaz y combativa, se tumbó sobre lo que ahora ellallamaba “frías pautas sociales” cortándolas perpendicularmente. Sintió su fríometal en su cuello mientras trataba de recuperarse de tal explosión de alegría.

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Profundizó en su analogía. Entendió todas las relaciones entre los individuosde su escenario. Las personas que esperan en el andén admiran y envidian a lasque ya han subido, pues no es difícil inferir el esfuerzo que han llevado a cabopara obtener su asiento. Por esta misma razón, los pasajeros tienden a disfrutarobservando a todos aquellos que corren tras el tren para intentar alcanzarlo,sobre todo si no consiguen su objetivo. Y todavía es mayor su orgullo y másdura su crítica cuando se presentan ante los que decidieron retraerse o enfren-tarse a las exigencias de la sociedad. ¡Cuán fácil es encontrar aires de superio-ridad en aquellos que, creyendo haber alcanzado el idílico camino, critican odesprecian a los que, como Carolina, deciden trazar sus propias vías! ¡Cuántoschavales –recordaba ella– se habrán burlado de su aspecto o de su modus viven-di! ¡Cuántos adultos se habrán compadecido de su ser, creyéndola perdida enel camino equivocado! ¡Cuántos ridículos pasajeros de primera clase habránproyectado la sombra de sus índices sobre ella!

Pese a que llevaba absorta en sus pensamientos un tiempo considerable,Carolina no estaba todavía del todo conforme con su metáfora, pues quedabanaún varios aspectos que aclarar. Sabía perfectamente que todos los trenes delmundo tienen un destino (los problemas matemáticos que, estando el colegio,mandaba para casa Don Eugenio no dejaban lugar a dudas), con lo que seestremecía al no saber a ciencia cierta a dónde se dirigía exactamente ese tren;igualmente cierto es que, preguntándose por ello, sus mente no conseguíaescapar del catastrofismo.

Sin embargo, no había ningún aspecto cuya necesidad de respuestafuera tan urgente como el interrogante acerca del propio futuro de Carolinaen el escenario creado con su símil. Había desgranado, hasta ahora, que sucarácter antisocial le aportaba un margen de libertad del que ningún otroindividuo podría gozar. Ahora era consciente de que su camino estaba úni-camente delimitado por los incuestionables muros de la genética, que sinembargo dejaban un amplio espacio entre sí por el que ella misma había idotrazando una senda vital libre y placentera. Pero, ¿qué sería de ella en elfuturo? Al fin y al cabo, estaba entrando irremediablemente en lo quedenominan “el mundo de los adultos”, y temía que la construcción de unanueva vida llena de responsabilidades, obligaciones y necesidades insalva-blemente adaptadas a un contexto social ya dado acarreara de modo inexo-rable trato con los demás. De ser así, este contacto social estaríanecesariamente marcado por todas esas normas y pautas sociales queCarolina rechazaba con tanta fuerza...

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¿Supondría el paso a la adultez el fin de su libertad como individuo? ¿Habríade asumir la inminente construcción de grises vías de ferrocarril en sus verdescampos? Todos estos pensamientos sumieron a Carolina en un estado de páni-co sin precedentes. El miedo se apoderó rápidamente de ella y, al parecer, robótambién todo el aire que le rodeaba. El viento olvidó sus dulces susurros y pasóa proferir un estridente y desgarrador grito. Tumbada sobre las vías, notaba sucuerpo temblar, cada vez de forma más y más violenta. El traqueteo de su cora-zón sonaba más fuerte y extraño que nunca…

Quizás a modo de antídoto, una última serie de preguntas se apareció en sumente rápida y violentamente. ¿Cómo podría acabar con todo aquello? ¿Cómopodría mantener sus campos libres de vías para siempre? ¿Qué ocurriría si seenfrentara a todo aquel entramado y luchara por su libertad?…

…¡¿Qué ocurriría si le plantara cara al imponente tren de la exigenciasocial?!

Las respuestas no tardaron en acontecer; eso sí, mucho más rápida y violen-tamente de lo que lo habían hecho las preguntas.

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Todo es mentirade

Andrés Cabrera BernabéSegundo Premio

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Aquella época de mi vida no fue un camino de rosas. El tiempo pasaba losuficientemente deprisa como para que no tuviera un minuto de descanso, peroal mismo tiempo tan despacio como para que me desesperara con el pago delas deudas que tenía pendientes. Recuerdo que me encontraba en un punto enel que tan sólo me alimentaba con sándwiches, fruta y café, y los lujos que mepermitía eran más bien pocos. Algunas cervezas con los compañeros muy devez en cuando. Había llegado al extremo de robar el papel higiénico de la facul-tad para ahorrar unos céntimos mensuales.

Sí, digo la facultad porque la época a la que me refiero es la de estudiante,que a mí me pilló un poco tarde. Comencé a estudiar con 31 años y aunque ibaaprobando los cursos sin asignaturas pendientes, cuando llegué al ecuador dela licenciatura me encontraba en una situación francamente difícil. El sueldoque ganaba en el trabajo a media jornada con el que combinaba los estudiosera totalmente insuficiente para cubrir mis compromisos hipotecarios y crediti-cios y la situación empezaba a ser insostenible.

Por ese motivo me presenté a aquel concurso que una entidad bancaria con-vocaba y que consistía en que un estudiante contara la historia de una personamayor. Esa fue la razón que propició que conociera a Julián. Y ese encuentromarcaría mi vida para siempre.

Julián era un tipo agradable de aspecto solemne y distinguido. Era un hom-bre alto, de pelo cano y con un sentido del humor al que nunca me terminé deacostumbrar. Recuerdo que me sorprendió la primera vez que lo vi en la resi-dencia donde vivía. Yo le esperaba en una salita que se encontraba junto a laentrada del centro, adornada con cuadros de bodegones y escenas de caza tanoscuros como recargados. Fue mirando uno de esos cuadros cuando la voz deJulián me sorprendió a mi espalda.

–¿Es horrible, verdad? –me dijo con un marcado tono grave.–Está entre los diez más espantosos que he visto en mi vida; y los otros nueve

están también en esta sala –le contesté mientras me giraba para saludarle–.

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Llevaba unas gafas de sol muy oscuras y sus manos sostenían un bastón dealuminio negro y plateado. Enseguida comprendí que Julián era ciego.

–Afortunadamente usted no tiene que sufrirlos –le dije sin pensar demasia-do mis palabras–.

Rió sonoramente y estrechó mi mano con firmeza.–Sin embargo, mis compañeros de residencia sí que los sufren todos los días.

Veo que tienes sentido del humor muchacho, eso está bien, me gusta, denotainteligencia. Tú debes ser el periodista que viene a entrevistarme, ¿no?

Asentí torpemente con la cabeza y respondí con un tímido sí, mientras sumano apretaba la mía con fuerza.

–Sácame de aquí muchacho, que aquí huele a viejo y si el olor se te pega ala ropa luego no hay quien se lo saque de encima.

En la primera entrevista que mantuvimos Julián me guió hasta un bar próxi-mo a la residencia Vista Alegre, el centro donde residía. Se desenvolvía excep-cionalmente bien y no necesitaba ningún tipo de ayuda para llevar una vidatotalmente independiente dentro de sus limitaciones. En el bar Imanol era muypopular y nos costó bastante centrarnos en su historia debido a las constantesinterrupciones de los parroquianos. Aunque finalmente lo conseguimos.

En esa primera entrevista Julián me contó que había sido periodista, concreta-mente como corresponsal para EFE en Colombia. Llegó allí en 1966, cuando estaagencia inauguró corresponsalías por toda Latinoamérica y allí había ejercido la pro-fesión durante 20 años. Me contó que en Colombia se había casado y que habíasido feliz con el nacimiento de su primera hija, Ana Lucía. Me contó que su felicidadfue aún mayor cuando pocos años después fue Diego quien nació de cesárea. Mecontó como vio crecer a sus hijos y cuanto amó a su mujer durante una década. Mecontó como un horrible accidente de tráfico le arrebató a toda su familia, comohabía sido incapaz de superarlo y como eso le llevó al alcoholismo. Me contó comoperdió la vista por beber alcohol casero y como casi muere sumido en una profun-da depresión. Me contó como su hermano le obligó a regresar a España a principiosde los 90 y como había pasado los últimos años de su vida vendiendo cupones ycolaborando en una radio local. Me contó su historia, que resultó ser una historiaestremecedora y entre otras cosas descubrí que los ciegos también pueden llorar.

La grabadora siguió funcionando un rato cuando Julián concluyó su relatoporque yo era incapaz de reaccionar.

–¿Tendrás suficiente con eso para escribir una buena historia, muchacho?–preguntó Julián amistosamente intentando desdramatizar la situación.

–No sé si podré contarlo como lo cuenta usted, Don Julián.–Ponte a ello y trabaja duro, seguro que haces un buen trabajo. Y háblame

de tú, no seas tan formal, ¡copón!

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Durante las siguientes semanas intenté sacar tiempo de donde pudepara contar la historia de Julián. Mi incapacidad para hacerlo se veía refle-jada en cada frase en la que utilizaba las palabras de aquel hombre en vezde las mías propias y era reafirmada cada vez que volvíamos a encontrarnosy le leía lo que había escrito. La maestría con la que corregía mi torpe esti-lo y la manera que tenía de explicarme los errores que cometía, dieron comoresultado un texto que era más suyo que mío.

Seleccionaron la historia de Julián para ser publicada junto a otra veintena,en un libro que recogía los mejores relatos que habían concurrido al concurso.Nos invitaron a asistir a un acto en el que los protagonistas de esas historias,junto a los estudiantes que las habían escrito, recibirían el fallo del jurado y seprocedería a la entrega de premios.

Yo estaba seguro de que ganaríamos. Los 6.000 euros del primer premio medarían un desahogo importante y me ayudarían a vivir sin el estrés cotidiano porlas facturas. Por su parte, Julián vería cumplido un deseo que la entidad banca-ria haría posible y que se había negado rotundamente a desvelarme.

–Has hecho un buen trabajo, muchacho, –Julián encontraba un placer espe-cial en obviar mi nombre cuando se dirigía a mí– seguro que te llevas la pasta.

En nuestros encuentros yo había compartido con Julián la motivación queme movía a participar en ese certamen y las circunstancias por las que atrave-saba. Él se mostró totalmente conforme y me animó a que no dejara la carrerapor ninguna circunstancia. Creo que por eso me ayudó tanto a conformar suhistoria y entregármela como regalo. Como ya he dicho, era un buen tipo.

Dieron el nombre del ganador del tercer premio. Posteriormente el delsegundo. Y cuando dijeron el nombre del ganador, no se escuchó el mío. Mequedé totalmente chafado.

Después de la entrega del cheque se procedió a la lectura de la historiaganadora, que resultó ser un relato sobre la inocencia de un niño que paseó porsu colegio una bandera republicana que había encontrado en un baúl de unacasa abandonada. Todo el mundo aplaudió menos Julián, que se agarraba a subastón con firmeza y mascullaba sonidos ininteligibles. De súbito, Julián selevantó y empezó a vociferar contra el jurado.

–¡Sois unos malnacidos! ¡Tramposos, hijos de cien madres!, ¿cómo puedeesa historieta ganar este concurso? –Julián tenía una particular forma de insul-tar, algo que hacía con bastante frecuencia–.

Lo que siguió a esa escena está un poco confuso en mi cerebro, pero ter-minamos siendo acompañados por la seguridad del recinto hasta el exterior,no sin que antes Julián le propinara varios golpes y puñetazos a quienes inten-taban acallar sus insultos y su enfado. Una vez fuera, Julián siguió gritando un

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buen rato haciendo caso omiso a lo que yo le decía y sólo se calmó ante lainvitación de un policía nacional que le dio a elegir entre callarse o acompa-ñarle a comisaría.

–Julián tranquilízate –le dije– no es para tanto, ya habrá otros concursos queganar hombre, no te mosquees tanto.

–Muchacho, esa historia merecía ganar porque prácticamente ha sido escri-ta por mí y porque estaba perfectamente narrada. Era un regalo que te queríahacer porque me caíste bien desde que nos conocimos y me repatea que tehayan quitado ese premio. Aún te falta mucho para aprender a contar historias,pero con mis correcciones habíamos conseguido un gran trabajo.

–No te preocupes, hombre. Te agradezco lo que has hecho por mí, me hasenseñado mucho.

Tras esto, Julián me pidió que le acercara hasta su residencia y emprendimosla marcha. No habló en todo el viaje y nos limitamos a escuchar la radio hasta quellegamos a nuestro destino. Aparqué en la puerta y apagué el motor del coche.

–Bueno Julián, ha sido un verdadero placer haber compartido esta experien-cia contigo.

–Muchacho, esto no termina aquí. El próximo fin de semana quiero que ven-gas a recogerme a eso de las cinco, tengo un trabajo para ti.

–¿Qué trabajo? –le pregunté confundido.–Lo sabrás en su momento. A ti te hace falta el dinero y yo voy a darte un

buen trabajo para que ganes algunos euros los fines de semana. Sólo te diréque ganarás algo más que dinero.

Salió del coche y me dejó pensando en la clase de trabajo que podría que-rer ofrecerme este tipo dotado con la capacidad de dejarme perplejo con cadauno de sus actos.

Pasé la semana sin poder quitarme de la cabeza las palabras de Julián y laescena que había montado en la entrega de premios. Empecé a pensar que elviejo había vuelto a beber porque sus acciones eran siempre desconcertantes eimprevisibles. ¿Qué me tendría este hombre preparado?

Llegué a “Vista Alegre” el sábado siguiente con esa pregunta aún rondan-do por mi cabeza. Esperé en la salita de la entrada y pude advertir como lamayoría de los cuadros de la “galería de los horrores” habían sido saboteados.Algunos se encontraban pintados con coloridos rotuladores y otros directamen-te se habían rajado sin piedad. Estaba admirando esa incomprensible escenacuando Julián asomó por la puerta.

–¿Te gusta, muchacho? Ha sido mi particular aportación a la revolución sexage-naria –me dijo riendo mientras se acercaba con la mano derecha tendida- en cuan-to motivas un poco a los compañeros se convierten en unos pandilleros juveniles.

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–Una verdadera obra de arte, Julián –le respondí perplejo, como siempre–.–Estás intrigado, ¿verdad? No te preocupes porque lo que voy a ofrecer-

te es un trabajo cojonudo, que ya quisieran para sí tus compañeros de facul-tad. Venga, no perdamos más tiempo y dame el brazo, muchacho, ¡el currote espera!

Salimos de la residencia animadamente mientras Julián me preguntaba pormis estudios y se interesaba por mi familia.

–Cuida a los tuyos, muchacho, al fin y al cabo es lo mejor que uno tiene enla vida.

Era Julián quien dirigía la marcha. Era asombroso observar cómo recorda-ba cada obstáculo que se encontraba en cualquier itinerario que emprendía.Anduvimos un buen rato hasta que llegamos a la puerta de un cine que pro-yectaba películas clásicas. Aquel día se proyectaba La Quimera del Oro yCiudadano Kane.

–Bueno, muchacho, ya hemos llegado. Saca un par de entradas y vamospara adentro –me dijo con total naturalidad mientras me ponía en la mano dosbilletes de 50–.

–¿Quieres que entremos en el cine, Julián? ¿Y qué hay de mi curro? –Lerepliqué totalmente desconcertado-.

–¡No te enteras, muchacho! Este va a ser tu trabajo todos los fines de sema-na, si lo aceptas, claro. Quiero que me acompañes al cine y me cuentes las pelí-culas que veamos. Normalmente vengo sólo para recordar las películas que vihace años y que ya nunca podré volver a ver. Con las sonoras más o menos medefiendo, pero las películas mudas, como comprenderás, se me resisten algomás –sentenció con una sonrisa irónica–.

Aquella fue la primera de las muchas sesiones de cine en la que me conver-tí en contador de historias. Julián se sentaba y comía palomitas mientras yointentaba describirle las escenas que se desarrollaban en la pantalla. Él me pre-guntaba por los acontecimientos más mínimos, más que para hacerse una ideade la película, para que yo agudizara mi atención y le explicara detalles que niyo mismo advertía.

Gracias a su persistencia y sus correcciones logré convertirme en un granobservador y en un gran amante del cine. Con el tiempo, Julián dejó de pregun-tarme por los detalles y se limitaba a escuchar lo que yo le contaba asintiendosatisfecho, a buen seguro, convencido de que había logrado hacer de mí un ver-dadero contador de historias.

El tiempo ha pasado y ahora intento plasmar lo que Julián me enseñó ahacer de forma oral con un folio en blanco. Intento contar las imágenes quehay en mi cabeza como si la persona que las lee fuera un ciego al que inten-

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to explicarle una película. El resultado no es tan bueno como quisiera en oca-siones, pero lo intento.

Julián desapareció un día sin ninguna explicación. Logré contactar con suhermano algunos meses después y me contó que nadie sabía de él. Le pregun-té si quizá habría vuelto a Colombia y él atónito me respondió que nunca habíavivido en aquel país, ni había estado casado, ni había ejercido como periodista.

Julián había perdido la vista hacía algo más de diez años, a punto de jubi-larse de su trabajo como soldador. Sin duda, allá donde esté, seguro que segui-rá contando buenas historias a todo aquel que le quiera escuchar e intentandoenseñar un arte que no se puede enseñar, el arte de soñar.

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Los espantosde

Ana Victoria Falcón AraujoTercer Premio

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La polvareda de las cinco de la tarde me trajo noticias de mi prima Tete, justocuando comenzaba a preparar la merienda de siempre. Al oír cómo el mensa-jero era recibido con afecto por el General, lo supe. Tete después de tanto tiem-po, de tanta terquedad y de tanto dinero había tenido que recurrir al medio másefectivo de dar nota suya. Y me reí, porque después de todo a ella nunca lecayeron bien Los Espantos.

Así llamábamos a los espíritus errantes que acompañaban a la familia desdetiempos inmemoriales. Iban y venían como el viento, aunque unos se quedabandurante una o dos generaciones, acostumbrados a la buena sazón de la cocinafamiliar y al ocasional visitante nervioso. Para ser honesto, nadie de la familiasabe quién tomó la decisión de hacer sitio dentro del árbol genealógico paratanto muerto.

Casi siempre se portaban bien, salvo contadas excepciones como el día enque el tío Julián regresó después de varios años de ausencia. La seria comidafamiliar desembocó en una parranda de proporciones míticas que obligó a lasmujeres de la familia a adecuar la cama de la abuela como cuna para Tete y paramí. Apenas cerraron la puerta del cuarto, cuando oyeron nuestros lloriqueos demiedo porque un espanto recién llegado quería divertirse a costa de asustarnos.Después de ese día a Tete, quien apenas tenía tres años, no le gustó quedarsea solas con uno de ellos.

Ambos crecimos entre los amorosos brazos de la abuela, el perfume delpasillo de los helechos y la tradicional tertulia de las cinco de la tarde. Aquellasmeriendas eran todo un acontecimiento que comenzaban con el rumor de lapolvareda que cruzaba la calle todos los días a la misma hora. La abuela, acos-tumbrada a la misma rutina de toda la vida, dejaba su tejido de lado, se levan-taba de la mecedora y decía:

“Ya es hora.”.Alguien entonces ponía a tostar el pan y a hervir el café, para que toda la

casa se impregnara con un aroma que recordaba a los bebés recién nacidos y a

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tiempos mejores. Luego todos nos sentábamos a aguardar la llegada de LosEspantos, con una taza en la mano y un espacio libre para los visitantes.

Diáfanos, etéreos e imperturbables llegaban Los Espantos, a contarnos todolo que habían vivido y lo que a nosotros nos faltaba por vivir. Cada quien tení-an un espíritu consentido: la dulce abuela tenía a El General, la estricta tíaCristina a La Enlutada, yo tenía al Niño Azul y mi hermano Juancho al Niño Gris.

Pero Tete jamás tuvo un espanto favorito porque nunca quiso escoger.A veces se le veía hablar con El Soldado, otros días su cabello era trenzado

por La Niña Rubia y otros más permanecía sola en un rincón. En esas ocasionesTete parecía debatirse entre aceptar la remota posibilidad de que toda su fami-lia estuviera embrujada o la realidad más lógica de que todos sufriéramos deuna locura compartida.

Aunque durante sus primeros años Tete apenas si se refería a los Espantos,ella fue la primera en extrañarlos cuando desaparecieron.

Sucedió el martes después del domingo en que sepultamos a la abuela. Tetey yo habíamos ido a comprar todo lo necesario para los invitados al Novenariopara después ocultarnos en la cocina. Los dos lucíamos veinte años más viejosde los diecisiete que realmente teníamos y no queríamos estar con nadie.

Mientras yo preparaba cantidades masivas de café, Tete untaba mantequillasobre las tostadas siguiendo el ritmo de las letanías. De pronto, mi prima miróen torno suyo, me volteó a ver y me confió con voz temblorosa:

“Hace rato que no veo a Los Espantos.” Por mala suerte su aseveración coincidió con el final del rezo, por lo que

todos en la casa la escucharon tan claro como si hubiera gritado. Así se desató una caótica búsqueda de ocho días, en que no quedó mue-

ble sin remover porque toda la familia buscaba a cada uno de los espíritus.Hasta la mismísima Tete dio un par de vueltas por el costurero de la abuela,en caso de que a La Niña Rubia se le hubiera ocurrido jugar a las escondidi-llas sin avisar.

Finalmente regresaron una tarde cuando todos estábamos tan deprimidosque nadie tuvo el ánimo de preparar la merienda. Sus voces nos hicieron correrhacia el portal, donde los recibimos con abrazos y unos cuantos coscorrones.Resultó que se habían ido a acompañar a la abuela al otro mundo, después detratar infructuosamente de convencerla a unirse en su eterno caminar por laTierra. La matriarca de la familia ahora se la pasaba de maravilla, viviendo sin suasma crónico en la copia celestial de una playa caribeña.

Mientras nuestra abuela aprendía el arte del bronceado perfecto, Tete y yofinalmente comenzamos a ser arrastrados por las olas de la vida. Ella se enfras-có en estudiar cómo reducir a Dios en partículas, y yo me dediqué a la enseñan-

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za. Pero los dos prometimos mantener en buen estado la casa familiar queahora pertenecía a Los Espantos antes que a nadie.

Tete y yo éramos quienes más íbamos a la casa para limpiar todo el desas-tre causados por los constantes bacanales de los espíritus. Durante esas ocasio-nes hablábamos de su futura partida a tierras extranjeras y de mi matrimonioen fechas próximas. Hablar de cambios tan radicales afectaba el ánimo de losEspantos que cada vez realizaban mayores destrozos en un intento desespera-do por mantenernos cerca. Sus esfuerzos resultaron inútiles hasta que Estelavino un día para ayudarnos a limpiar y terminó ayudándolos a ellos para con-vencerme de fijar nuestra residencia en ese sitio.

El día del bautizo de nuestra hija Sara fue justo la vigilia de la partida de Tete,así que el banquete organizado estaba aderezado con expectativa y nostalgia,lleno de ecos etéreos que se mezclaban con los balbuceos de la niña. Supe quemi prima nos extrañaría porque antes de partir se acercó a La Niña Rubia, la tomóde la mano y luego ambas se dirigieron hacia la salida. Era tradición familiar elllevarse al espíritu favorito hacia un nuevo hogar y dejar sitio para otro nuevo.

Así pues pasaron muchos días y muchas noches donde llegaban esporádi-cas noticias de Tete, resumidas en unas cuantas líneas que le costaba un ojode la cara hacerlas llegar. En su ausencia yo aprendí a jugar el ajedrez con laayuda de El General, mientras que Estela revivía las tertulias polvorientas delas cinco y Sara jugaba con La Niña Ahogada, un espíritu recién llegado queconstantemente le aconsejaba no atiborrarse la boca con caramelos so penade asfixiarse como ella.

La tarde en que oí la voz de La Niña Rubia hablando con El General, el cora-zón me dio un vuelco. Corrí desde la cocina hasta el pasillo de los helechosdonde una muchedumbre de espíritus cubría de besos a la visitante. Al ver micara preocupada, la pequeña me aseguró que Tete estaba bien y que ella mismahabía sido quien le había sugerido regresar a la casa de la abuela.

Dos tazas de café fuerte y varias tostadas después, yo estaba al corriente conla vida de Tete. La Niña Rubia me habló sobre el piso nuevo de mi prima y lasorpresa de ambas al enterarse que en esa tierra los espíritus chocarreros sólohabitaban en uno que otro castillo de mala muerte. Entre las dos se hacían com-pañía durante la hora de la siesta, que a diferencia de la nuestra transcurría sinpolvareda o invitados traslúcidos.

La Niña Rubia aprendió a espantar en espacios reducidos y Tete ahora podíareducir a Dios en partículas al doble de velocidad que antes. Estaban bien, sanasy adaptadas a su nuevo entorno y rezaban siempre por las almas de toda lafamilia, tanto vivas como muertas, que se habían quedado atrás.

Atrás, atrás, atrás.

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Esa palabra bastó para sacarme de quicio e increparle a mi pobre invitada elporqué de su visita, ¿Cuál era el mensaje?¿Que Tete seguiría su vida sin noso-tros?¿Por eso la mandaba de regreso?¿Porque pasaría su vida en otro mundosin su tierra, sin su gente y sin Los Espantos? ¿Vendría a casa alguna vez?¿Acaso no era hora?

Fue entonces cuando Estela me tranquilizó porque yo ya estaba convirtién-dome en un espanto viviente. Con la misma paz de espíritu, preguntó a La NiñaRubia por el mensaje. La pequeña tomó mis manos entre las suyas, en un gestogélido pero reconfortante, y entonces sonriendo me reveló el recado de Tete:“Ya es hora”.

El espanto había terminado.

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Seixanta passesde

José Adsuar SotoSeleccionado

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Va voler mirar cap enrere, però no es va atrevir a fer-ho. Tenia por de què,en girar-se, pogués tornar a veure l’encalçador. Amb el cap acotat, com unatercera mà per prémer la nena envers el seu cos, va continuar avançant ambpasses insegures per l’impersonal andana de l’estació. Enfront d’ella, nomésque a uns quants metres, que li semblaven immensament llunyans, el tren,igual que un cuc gegantí, restava fent alenades, com si es preparés a donaruna empenta per arrencar a córrer. La nena es bellugava inquieta, tal vegadaoprimida per la pressió que, d’un mode inconscient en tractar de protegir-la lidonava la mare, fent-li difícil la respiració. Tot al voltant semblava esquerp,inhòspit, inversemblant. Com si es trobessin dintre d’un malson. Hi havia d’a-rribar al tren, aquest estava ací, aparentment al seu abast, però semblava quea cada passa que feia endavant, el tren retrocedia altre tant, mantenint sem-pre una distància que el convertia en inabastable. Va trontollar. La nenagemegà en sentir-se estrebada. Finalment va decidir parar-se. Necessitavarecuperar l’alè i donar-hi al seu pas l’empenta escaient per abastar el tren.Havia de fer-ho. Era la seva vida, i la de la nena, el que es trobava en joc. Estractava de la darrera possibilitat, la definitiva. No hi havia expectatives devida en altre lloc. Només aquell tren li oferia una oportunitat de viure. De bellnou el va mirar, una mica més tranquil·la. Devien de ser unes seixanta, les pas-ses que hi havia de donar fins arribar. Seixanta passes. Tan simple com això. Itan inabastable. Feu un petó a la nena, per sentir el seu contacte, per rebreforça, més que per donar-ne, i li va xiuxiuejar un “t’estimo” a cau d’orella.Altra vegada, alçà els ulls vers l’andana: seixanta passes, si és que no era unmiratge, com la seva vida.

Va començar de nou a caminar amb els ulls esbatanats i l’esguard fixat altren, com si fos l’única taula de salvació que hi havia al seu abast en una marhostil atapeïda d’esculls. Ja n’havia donat cinc passes. Al darrere es quedava totel que havia significat, fins llavors, la seva vida. Premut al pit, com un farcell fei-xuc, hi havia tot el que li quedava, allò que l’empenyia a viure, l’única cosa bona

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que mereixia la pena salvar del naufragi: la nena, la seva vida. Quinze passesmés cap a la salvació.

Com pogué ser possible, tot el que l’havia ocorregut? Ella, era una donaintel·ligent. Des de ben petita havia mostrat unes qualitats que la feien estar persobre de les noies i dels nois de la seva edat. A l’escola, a l’institut i després ala universitat, el seu nivell d’intel·ligència fou palès. Quin fou el miratge que lava enlluernar? Tal vegada, degué ser la supèrbia i la prepotència, un defecte delshumans que ens és comú. El realment difícil, és mostrar-se humil, quan hom sesent superior. Fou això, el que li va succeir?

Tot va començar quan tenia vint-i-un anys, a la universitat. No fou més queun joc del que volgué gaudir, car se sentia guanyadora. Les seves amigues xiu-xiuejaven sovint, mirant a cua d’ull un noi que les feia sospirar. A ella, li sembla-va patètic veure-les sempre enfeinades a la recerca d’un ésser que semblavadeixar-se voler, només que per treure profit de les seves qualitats físiques i peralimentar el seu ego. Es tractava d’un ésser més eixerit que intel·ligent, pensa-va ella. Era, això sí, un atleta. La figura inqüestionable en la majoria de les pro-ves esportives de la universitat i, tanmateix, un veritable especialista d’altresdisciplines, com per exemple el tret amb carrabina. Tot plegat, un caramel forçadolç per a un munt de noies adolescents, que gaudien bevent-se el mateix aireque ell respirava i que sospiraven i somniaven amb situacions d’intimitat i plaer,a les que ell, de tant en tant, accedia amb la suficient mestria per no assolircompromisos. Però la jove que arribava a ell, es trobava tan satisfeta que maino li demanava res més. Totes acceptaven que estava per sobre d’elles, a unnivell superior, tal com una figura mitològica de l’antiga Grècia, gairebé un déude l’Olimp. Això fou el que ella no volgué acceptar, i, interiorment, es feu unpropòsit: fer caure l’atleta de la seva peanya i demostrar a les seves amigues queno era més que un ésser normal, atapeït de contradiccions i defectes, que suavai tossia com qualsevol altre.

Com que també ella disposava de les seves armes de seducció, les va usarper apropar-se a ell que, en un principi, la va rebre tal com a altra, com una partdel peatge que el seu encant exigia. Però aviat s’adonà que ella era diferent.Allò ja no semblava un peatge, es tractava d’un premi, d’una dona “deu”.Malgrat no ser massa intel·ligent ho va entendre sovint i va sentir la necessitatde guanyar-la per a ell. Fou un duel apassionant, del que la resta del món quedàexclòs. Només ell i ella: el múscul i la intel·ligència. Aviat, ella s’adonà de les vir-tuts i defectes d’ell. I alguna cosa començà a canviar per dintre d’ella. Ell eraorgullós i competitiu: un guanyador, segons la catalogació que la societat acos-

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tuma a fer. Era espontani i agosarat, la qual cosa, afegida a la seva joventut ipuixança, el convertien en un ésser veritablement atractiu. Un atractiu que ellutilitzava sovint per fer-se admirar, obviant qualsevol defecte.

Ella, que no ho pretenia, es va enamorar. Conscient de la seva intel·ligèn-cia, pensà que, utilitzant-la bé, aconseguiria llimar els defectes d’ell i formar,tots dos plegats, una parella perfecta. Havia d’actuar amb compte, ser moltsubtil per treure’l al seu camí sense que ell se n’adonés; deixar-lo fer, que cre-gués que era ell el qui decidia. I ser ella, pel bé de tots dos qui dugués les ren-des. Mereixia la pena, si més no, intentar-ho. Es tractava d’un exemplard’home enlluernador. A la fi, hagué de reconèixer que les seves amigues entenien tota la raó en sospirar envers ell. Ella, que tan sols intentava tombar-liel pedestal, es trobà de sobte encastada a la mateixa peanya. Llavors, encim-bellada al costat d’ell, mirà al seu voltant i es va sentir feliç, gratant l’horitzó.Se n’havia guanyat un home excepcional.

Des d’aleshores, li va canviar la vida. Va descobrir que ell, malgrat ser unamica esquerp, era posseïdor d’un important bagatge d’altres qualitats.Fonamentalment, al llit, era una meravella i la feia sentir-se realitzada i viva. Escasaren i van viure un temps de relativa tranquil·litat, mentre els somnis encaraeren vius i l’escalfor del llit una raó per estimar. A poc a poc, a més del seu cos,ella va anar donant-li la seva voluntat. Amb els moviments sinuosos d’una serp,el paper del mascle va anar guanyant posicions, sense que ella, malgrat la sevaintel·ligència, se n’adonés. Una rere l’altra, va anar fent concessions, per mante-nir l’harmonia, fins que la dependència va quedar institucionalitzada i el concep-te d’amo totalment palès. Però en néixer la nena, la vida d’ella, altra vegada, vaprendre un nou rumb. O tal vegada era el mateix, però més definit. Llavors, ja hiera conscient del seu fracàs i del complicat que suposava tornar enrere. Ho vapoder percebre amb total nitidesa. N’havia perdut la seva individualitat i haviamalbaratat els millors anys de la seva vida. No li quedaven amics. Subtilment ellhavia aconseguit gairebé aïllar-la d’altra realitat. Fins la seva pròpia família resta-va més a prop d’ell que d’ella. No li quedava ningú en qui confiar. Però sí que hihavia algú que la necessitava: la nena. Un ésser desvalgut i menyspreat, com ellamateixa. Un nou motiu, però, d’allunyament. Ell volia un noi, no pas una noia.Un mascle que heretés tota la seva puixança i fes perdurar el seu cognom. S’hohavia promès al seu pare i era per a ell una exigència irrenunciable. Ell era unhome fort, un lluitador i necessitava un cadell amb qui desenvolupar la seva raçade triomfadors. Una noia li semblava un senyal de feblesa, una nova cloïssa peralimentar, i ja en tenia prou, amb una. Si més no, allò li semblà una traïció. Així,doncs, va decidir capgirar aviat la situació. Caldria tenir un altre fill, quan abansmillor, i aquest –va exigir enfurismat- havia de ser un mascle.

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Tot plegat, va aprofitar per obrir-li definitivament els ulls a ella. Des de lla-vors, la resta de màgia que pogués quedar, es va esvanir sobtadament i un sen-timent de rebel·lia es va desenvolupar a l’hora de lluitar per la seva dignitat.Però la rebel·lia anava barrejada amb la por, per ella, i encara més, per la nena.Tota l’atracció sexual que hi havia sentit envers ell, esdevingué repugnància irebuig, una situació que ell no es trobava capacitat per assolir. Era l’amo, el quimanava a la casa i mantenia la família. No calia, doncs, ser rebutjat. Era unamanca de respecte, un greuge que exigia un càstig. Aquella nit, quan va volermantenir relacions sexuals i ella es va negar, ell va actuar conscientment tal icom calia fer-ho: la va copejar, fins abaixar-li els fums. Després la va penetrartantes vegades com li vingué de gana. Tot plegat, la seva autoritat va quedarpalesa. Però no es va quedar satisfet. Ell, per sentir-se més home, necessitavaescoltar i veure que la femella fes xiscladissa de plaer. I aquella nit, ella va restarimmòbil, com un ninot de cautxú sense vida. Deixant-li fer, per què no n’hi caliaaltre remei. No fou, doncs un acte sexual compartit, sinó una violació. Ell hosabia, però no se sentia culpable de cap delit, sinó tot el contrari: ell era la víc-tima de les entremaliadures d’una dona, que no s’avenia a complir amb lesseves obligacions conjugals.

Caminava panteixant per l’angúnia i la feixuga càrrega, però, per sobre detot, per la por. Una esgarrifança li va recórrer tot el cos deixant-la glaçada, gai-rebé sense alè. Tenia un mal pressentiment. Ensumava la flaire del perill i sentiaper sobre d’ella l’espant de saber-se desemparada, de no tenir cap de mà amigaal seu abast. La nena i ella: cadascuna més feble que l’altra. La nena, però,només que percebia sensacions, però cap de cosa concreta. Gaudia de la sort,aleshores, de no haver de conèixer la crua veritat. Una veritat atapeïda d’espanti que només la proximitat del tren aturaria, si aconseguia pujar-hi. Ja n’haviadonat més de cinquanta passes. Si n’havia calculat bé, només que deu passesrestaven per arribar.

Els darrers mesos, havien suposat un retrobament de la consciència: un fettan important com dolorós. Dolorós per al cos, que hagué de suportar contínua-ment les batusses a què era sotmès i les constants violacions. Però fou més dolo-rós encara, haver de suportar les humiliacions i les constants agressionsencaminades a anular la seva personalitat, fins deixar-la convertida en un no res,en un ésser amargat i encongit, on només la rancúnia i la por tenien cabuda. Laseva intel·ligència natural havia quedat en precari, de tal mode que desconfiavade tot, fins d’ella mateixa. L’autoestima, esdevingué desconfiança i por. Fins queun dia, es va decidir a provar-ho. Què podia perdre, si ja no li quedava res? Ho

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faria per la nena. No en cabia altre, de motiu. La nena mereixia salvar-se i viure.Havia escoltat el número a la ràdio. No l’havia anotat, però, per alguna raó, se’nrecordava perfectament. Des d’una cabina, per no deixar rastres a casa, va tru-car al 016, i es posà a les mans de l’Administració. Després d’algunes reunionsamb funcionaris, acordaren començar amb el procés de separació, però abans hihavia d’anar, amb la nena, a una casa d’acolliment, on ell no la pogués trobar.Tot plegat suposava començar de nou. Intentar posar-hi un teló per sobre delsdarrers anys i dissenyar una altra vida amb mitjans i perspectives diferents. Detant en tant, en pensar-ho, es deia que era impossible, que ja mai més no anavaa poder viure amb llibertat. Que ell, d’una manera o d’altra, no anava a consen-tir-ho. Que havia perdut l’oportunitat de fer-ho. Però, per altra banda, hi estava,com una llesca de fusta ficada al cor, la nena. Un ésser innocent que es mereixial’oportunitat de sortir-se’n d’una vida fosca i de poder, en un futur proper, tenirsomnis en llibertat. Per ella –es repetia constantment- havia de fer-ho.

El tren, cada vegada més proper, continuava escalfant l’ambient, amb laseva respiració ronca de monstre en repòs. Cinquanta-sis passes. La llibertat, perfi, al seu abast. L’andana es trobava atapeïda de gent, però tots semblavencaminar immersos amb els seus assumptes, aliens els uns dels altres. Donà unallambregada pels voltants. No en coneixia a ningú. Semblaven éssers d’altre pla-neta, d’una raça diferent, d’unes idees i unes preocupacions insospitades per aella. Tot plegat, eren només que una part del decorat, un element per farcir lessales i passadissos. Cap d’ells tenia relació amb ella. Eren d’altre món, d’unadimensió diferent. Aturats o en moviment, li van semblar tan impersonals comels maniquins d’una immensa botiga. Uns éssers dels que no podia esperar capde reacció favorable.

Òbviament, la vida d’ell –els seus somnis- també hi havien canviat. Disposarper a ell sol, de la noia més maca del seu cercle, suposava un triomf. Algunacosa més que un trofeu esportiu. Però aviat se n’adonà de què ella, apart deser maca, en tenia moltes d’idees i un munt d’arguments per dur-les endavant.Tot plegat, podia suposar-li a ell, en una virtual competició, ésser el númerodos. Una qüestió que no l’agradava gens ni mica. Ell era un guanyador i pertant es vestia pels peus i era el cap de la família, amb molts de pebrots, comcalia. La dona havia de tenir la seva funció: enllestir la casa i parir fills. Ja se n’o-cuparia ell de què no li faltés res en aquests sentits. D’altra banda, l’agradavamostrar-se en públic amb una dona encisadora. Era un dels seus trofeus més

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apreciats. Amb aquesta idea, feu el que va poder per donar-li a ella tots els seuscapricis i comoditats. A poc a poc va anar construint-li una gàbia enlluernado-ra d’or, a la que ella es ficava sense adonar-se’n de què era una presó. Fins queun dia ho veié. I ja res no fou semblant. Ell estava convençut de fer el que calia,i exigia una resposta de submissió al seu dret. Però ella li la va negar, la sevasubmissió. Primer va parir una filla. Tal vegada fou un accident, però ell es vaenfurismar. Després, en tractar de concebre un fill, ella es mostrà esquerpa in’hi va defugir. Qui podia entendre les dones? A la fi, va tenir un accés de gelo-sia. Estava convençut de què ella l’enganyava. Per què, sinó, el rebutjava? Es vasentir menyspreat i ferit en el seu amor propi i va decidir vigilar-la i donar-li elcàstig que es mereixia la seva traïció. Aquell matí, en anar-se’n a la feina es vaquedar per les rodalies de la casa. Tenia la certesa de què hi havia un amant. Hihavia indicis, actituds, mirades perdudes... Tot un seguit de dades que indica-ven alguna cosa... que ell no anava a permetre. La veié sortir amb la nena ipujar a un taxi. Ell pujà al seu cotxe i la va seguir. Al maleter portava la carrabi-na, enllestida pel que pogués ocórrer. Anava disposat a fer justícia i a deixar, enel lloc que calia, la seva qualitat d’home traït per l’esposa infidel. La va seguirfins l’estació, i accedí a l’andana per una porta diferent a la d’ella. S’enduguéla carrabina encara dintre de la seva funda, per no cridar l’atenció. Tot plegatva sortir enfront d’ella, al voltant d’unes seixanta passes de distància. La veiévenir i va anar al seu encontre. La funda de la carrabina, convertida aleshoresen un element inútil, va trontollar pel terra, unes passes més enrere. L’andanarestava plena de gent, però ell no els veia. El seu esguard havia aïllat la donade la resta del món. Res no s’interposava entre tots dos. Restaven sols, l’unenfront de l’altre. El tren es va esvanir, fins quedar convertit en una línia intrans-cendent del paisatge. Li coïen els ulls per l’efecte d’unes gotes de suor que liregalaven des del front. Llavors, ja no era l’atleta ni l’home triomfador. De sobtes’havia convertit en un ésser estrany. Havia deixat de pensar. Tots els seus movi-ments semblaven programats prèviament. Ara, només que calia complir l’ordrerebuda. No existia el futur. Ja res no importava. Ni al món ni a ell. Cinquanta-nou passes. La sort restava jugada.

Les últimes passes les va donar ella encara més apressades, com si pensésque el tren pogués sortir d’hora. Cinquanta-vuit, cinquanta-nou... Quan res-tava l’última passa, el veié, tot davant d’ella. No semblava un home qualse-vol, sinó un caçador furtiu concentrat per disparar-li a una fera perillosa.Mirant-li els ulls, va tenir la certesa de què no hi havia possibilitat de clemèn-cia. Estava embogit. Els seus ulls escopien un foc enverinat. Al costat d’ella, el

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tren, amb la porta badada, semblava convidar-la a pujar. Només va tenir queallargar la mà, com qui deixa una maleta, per dipositar la nena al passadís delvagó. Però ella no pujà.

De sobte, el món sencer semblà embogir. L’actitud de l’home, amb la carra-bina engegada, feu saltar totes les alarmes dels presumptes maniquins, quecomençaren a xisclar espantats. Però cap d’ell es va acostar per aturar-lo. Aquelldia no hi havia cap d’heroi a l’estació. Un munt de gent, com un ramat encalçatper una fera, es va escampar per tot arreu tractant de defugir la presumpta tra-jectòria del plom, fent cridadissa i enlairant els braços, per exigir a Déu un mira-cle que els pogués treure del compromís. Però com en ocasions semblants, Déudevia trobar-se enfeinat amb quelcom més important.

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El enemigode

Ana Victoria Falcón AraujoSeleccionado

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No estabas soñando Manuel. DaVinci estaba ahí, en medio del parque frente a tu piso, escudriñando el

cielo tachonado de estrellas. Un primitivo telescopio lo acompañaba en susestudios sobre la luna, que de cuando en cuando provocaban la emanación deun suspiro intelectual. Algo buscaba.

¿Y si lo ayudabas? Porque no es común encontrarse con un científicomedio milenio después de su fallecimiento. Saliste al viento helado sin poner-te la chaqueta, y ese detalle te mereció el primer comentario de tu increíbleinterlocutor:

“Te dará frío.”Entonces, como si se conociesen desde siempre, intercambiaste con DaVinci

un aburrido diálogo de cortesías. ¿La familia? Muy bien, gracias. ¿Isabel? Hacíarato que te habías dado por vencido con ella. ¿Tu último cumpleaños? Regular,aunque quedaban unos diez minutos para que se acabase.

Le preguntaste por el motivo de su visita, y él te contestó que había venidoa darte un regalo. El viejo hurgó entre sus capas y bolsillos hasta encontrar unpaquete envuelto por un suave terciopelo carmesí. Estiraste las manos pero elinventor se mantuvo inmóvil.

“No es un regalo cualquiera.” te dijo“¿Qué es entonces?”“Una elección.”La decisión que te propuso DaVinci te dio escalofríos. El objeto era su últi-

mo invento, fruto de siglos de alquimia metódica, y era un espejo capaz derevelar la faz del peor enemigo de una persona. Sin embargo también podríarevelar la identidad de quien era justamente lo opuesto, aquella alma gemelaque muchos buscan pero pocos encuentran.

Tenías hasta el amanecer para elegir, y apenas calculabas los minutos que tequedaban para decidirte cuando DaVinci comenzó a caminar con ritmo vigoro-so, evitando los charcos fosforescentes del aura boreal. Lo seguiste.

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“¿Y si mi peor enemigo es también mi alma gemela?” preguntaste mientrasla luna parecía convertirse en un sol de soles que te cegaba.

Cuando pudiste ver de nuevo, tenías catorce y tu madre todavía vivía. La llu-via pertinaz tocaba una sinfonía monótona sobre el techo del coche que com-partían. Estaban separados por menos de cincuenta centímetros, pero entreambos había una distancia que se podía medir en años luz. Llorabas.

“Creí que ella me quería.”Necesitabas un abrazo, una caricia, pero tu madre y tú ya no se tenían confian-

za. Querías que te quisieran, y ella era la única que en ese momento podría hacerlo. “Nunca nadie te va a querer tanto como quieres que lo hagan.” te dijo ella

con cruel sabiduría maternal.Fue entonces cuando oíste por vez primera el ensordecedor eco que hace

un corazón al romperse.Aquella duda tuya era un riesgo que tendrías que correr. Y lo comprendías.

DaVinci caminaba ahora entre edificios que se formaban entre dunas de natabatida por el viento de la noche moribunda. Te acercaste para gritarle al oído unaúltima duda antes de hundirte arrastrado por aquella niebla dulce y pesada.

“¡¿Y si no elijo?!”Las manos de Isabel te hacían cosquillas, mientras que los primeros rayos de

sol calentaban las impecables sábanas blancas de su cama. La tratabas de arru-llar con palabras dulces que eran devueltas con risitas nerviosas. Deseabas dor-mir pero ella trataba de impedírtelo porque no quería quedarse sola.

Te enfadaste. Él que se quedaba solo eras tú y no ella. Tú estarías siempreen la misma ciudad mientras que Isabel llevaría una vida errabunda. Le sugeris-te que no se fuera pero ella se negó por completo, destruyendo tu mundo unavez más. Pero al menos conseguiste que te hiciera una promesa antes decomenzar el lento despido hecho de besos y abrazos:

“Regresaré.”Cuando volviste en sí, DaVinci sonreía. Podía ser viejo y estar cansado,

pero aún así tuvo las fuerzas suficientes para arrastrarte a lo largo de variascalles. Le devolviste el gesto ofreciendo tu brazo como apoyo, cosa que fueagradecida y aceptada.

El maestro sonrió al llegar al pórtico de su casa pues había tenido una nochebastante larga para sus años. Se miraron.

“Entonces, ¿qué eliges?” te preguntó.Te sentiste realmente solo. Sabías que nunca podrías obtener la caricia que

deseabas de tu madre y que Isabel nunca se quedaría. Regresaría, eso estabaclaro, pero lo que no estaba nada seguro era si lo hacía para amarte o para des-truirte de nuevo. Tenías que saberlo.

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“Quiero a ver a mi peor enemigo.”DaVinci apenas tocó el terciopelo cuando éste cayó descubriendo el espejo.

Los edificios se derretían, la luna se fundía en millones de chispas, y en mediodel caos supiste que habías cometido un error. Llovía. Ya nunca sabrías si Isabelte quería de verdad. El calor era sofocante. Frente a tus ojos se desvaneció lafigura del maestro mientras su risotada espectral traspasaba el viento implaca-ble. Las estrellas explotaban. Supiste que jamás podrías probar el error de tumadre. El piso colapsaba. Tú sentías que caías, pero aún así veías cómo el inven-to endemoniado se mantenía inmóvil, asido a nada.

Sobre el espejo, el reflejo de tu peor enemigo te miraba. Y reconociste elgesto, los ojos, la nariz porque a esa persona la conocías desde que tenías usode razón. ¿Cómo olvidar las facciones de tu propia cara? Cerraste los ojos, tra-tando de regresar el tiempo, de modificar tu decisión. Temblabas.

Afuera, despuntaba el alba.

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Imposturade

Laura Ibáñez CastejónSeleccionado

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Mediocres del mundo, yo os absuelvoAmadeus

A vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyasalmas son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos: –pues no queréis conmano cobarde, seguir a tientas un hilo y que allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir–a vosotros solos os cuento el enigma que he visto, la visión del más solitario

Así habló Zaratustra F. Nietzsche

A ECC al que, pase lo que pase, jamás olvidaréA AV primer paraíso perdido de mi infancia

Me dispongo a revelarle una verdad íntima por la que estaría dispuesto amorir. Dicen que los hombres tienen dos muertes: perecen cuando sus órganos,físicos y tangibles, se paralizan y cuando son olvidados. Soy consciente de quemi paso por la tierra ha sido de suma importancia. Llámeme arrogante, pero séque muchos morirían o habrían asesinado por ocupar mi pellejo. Amado portodas las mujeres, envidiado por todos los hombres. Pero, ¿qué sería de un diossin sus sombras? Yo quiero revelarle ahora algo que no sé si querrá conocer,pero mi moral cristiana me obliga a ser sincero en el postrer momento…

Era joven. Sí. Y un poco ridículo. Soñaba con escribir mi nombre en letras deoro en la historia de la literatura. Y lo conseguí. Triunfador: tal era el calificati-vo con el que gustaban llamarme perro-distas y eruditos. Yo siempre rehusabatal término diciendo que odiaba a los triunfadores (y así era hasta que me con-vertí en uno de ellos). Pero una sonrisa socarrona sonaba en el fondo de mialma y una voz gritaba con voz risueña: ¡ése soy yo! Ganador de todas las dis-tinciones literarias con las que hube soñado, el premio Nobel ya ocupaba un

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lugar preferente en mis estanterías a la tierna edad de treinta y cinco años.Ahora comprenderá mucho mejor el porqué de mi arrogancia.

Como todo genio, yo también había tenido un principio un tanto desafor-tunado. Caemos en el error de conocer a los maestros cuando ya está forjadasu leyenda, pero olvidamos, por ejemplo, que Kafka, antes de alcanzar famamundial, era un joven murciélago que paseaba en tren por las calles de Pragade los inicios del siglo XX. Para llegar hasta donde estoy ahora, tuve que adqui-rir una pose intelectual adecuada. Solía vestir de negro y mi rostro enjuto y mipalidez mórbida ayudaban a completar mi imagen de solitario acumulado. Lagente sólo desea que se constaten sus estereotipos. Y yo no estaba dispuesto adefraudarles si eso contribuía a conseguir un éxito de ventas. Cuando viajaba aFrancia, gustaba de paseos largos por calles transitadas a horas intempestivaspara que todo el mundo supiera que allí estaba el muerto viviente, el hijo deldiablo, aquél que tenía tanto talento como desgracia. Quería que supieran queme consumía en el fuego de mi propio ardor, cuando, realmente, sólo me mofa-ba de su ingenuidad. Todos creían que mi actitud era sincera, pero nadie supover mi impostura, aquel secreto a voces que exhalaba cada uno de mis poros:amaba el dinero, la gloria y la fama. Mi leyenda iba creciendo y, con ella, micuenta corriente, algo que servía para pagar todos los lujos innecesarios que,con cada éxito de ventas, iba acumulando. Con esto habrá podido comprobarque no soy el ser de las esferas que describen en los manuales de literatura. Másbien, soy humano, demasiado humano. ¿Y qué quiere que haga, si me constru-yeron con material tan precario como la arcilla?

Sin embargo, usted ya está familiarizado con cada uno de mis éxitos. Sidesea conocerlos más en profundidad, compre mi autobiografía. Mis herederosse lo agradecerán encarecidamente. Para que comprenda mi verdad, la únicaverdad que ha existido siempre, es necesario que nos traslademos a los oríge-nes. Quiero que borre todo recuerdo que posea de mí. Ahora soy simplementeun conjunto de palabras. A fin de cuentas, nunca he sido mucho más que eso.

Mientras ansiaba hallar la fórmula mágica con la que construir la novela per-fecta, aquella que hiciera palidecer a Cervantes por incompetente, aquella quenecesariamente tendría que haber surgido de un pacto con el diablo, pues, deotra forma, no habría manera de crearla, mientras buscaba las palabras idóne-as por las que habría condenado mi alma sin pensármelo (no se asuste. Muchoshabrían actuado de este modo. No me sea ingenuo: usted ya conoce el mundoliterario), daba clases en una universidad de provincias. ¿Qué quiere que le

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diga? Como usted, yo también tenía que pagar la hipoteca. Tras improductivashoras de trabajo frente a una hoja impoluta, mi mujer trataba de consolarme:

–Tú tienes talento y sé que un día triunfarás –se obstinaba en repetirme. ¡Quéilusa la pobre! Aún no sabía que mi triunfo le iba a costar la felicidad. Porque ellaera feliz. Y, por eso, la odiaba. Que una miserable como ella me admirara no erasuficiente. Yo quería más. Quería que todos los mediocres del mundo se postra-ran a mis pies. Como ve, con los años he acabado delirando. Mientras que llega-ba el ansiado día, daba clases en esa cochiquera de nombre culto, esperando que,al menos, algunos de mis “licenciados” pudieran darse cuenta de a quién teníandelante. Soñaba con un auditorio de rostros expectantes que bebiera cada una demis palabras, que copiara cada uno de mis gestos, que se pegara por ocupar unsitio en las primeras filas para, así, poder tener cerca al Maestro. No obstante, allínadie tenía la intuición suficiente para reconocer a un genio y valorarlo en su justamedida. Aún digo más: era el genio el que tenía que rendir pleitesía a mediocresfuncionarios que olían a ocre y polvo y que llevaban la frase “vengo de la biblio-teca. Jamás he tenido una vida real” clavada en la frente.

Pero un buen día, en el que el sol se colaba por la ventana de mi despacho paradar la bienvenida al mejor escritor de los últimos cincuenta años, mi suerte cambió.Puestos a ser sinceros, es posible que fuera un día lluvioso, como ocurre habitualmen-te en este lugar, pero, como ya sabe, la memoria disfruta con sus traiciones diarias.Así, una alumna de la que, hasta el momento, no había tenido constancia de su exis-tencia (cuando se está en el cenit la mayoría de gente es sólo un punto) tocó tímida-mente a la puerta de mi despacho. La dejé pasar, aunque aquella mañana no tuvieraconcertada ninguna cita (hecho que me molestaba), porque estaba un tanto aburri-do y porque los genios también necesitamos de vez en cuanto contacto humano:

–En primer lugar, quiero disculparme por no haberte avisado –Tales fueronlas palabras de la ilusa. ¡Se atrevía a tutearme!– Pero es que quería pedirte ungran favor –¿A mí? Pero ¿por qué?– Soy una habitual de tus clases de literatu-ra que me han servido para reconciliarme con el placer de la lectura y paraconocer a muchos autores. Y todo gracias a ti.

–Para eso me pagan –le espeté lacónicamente. La extraña confesión de lajoven me hizo cambiar un tanto mi primera impresión hacia ella. Dirá que soyun iluso y que, evidentemente, ella buscaba algo de mí, pero, ¿acaso conoceusted alguna relación altruista? No obstante, seguía teniendo mis reservas, puesme iba a pedir un “gran favor”.

–Desde hace cinco años, estoy trabajando en una novela. Mi sueño es serescritora- dijo con una tímida risita.

–Lo suponía, pero no todos tienen talento y la voluntad suficiente.

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–Lo sé, lo sé. Yo no digo que posea ningún don especial. Sólo quería pedir-te si, por favor, podrías corregírmela y darme unos consejos para mejorarla. Erestú el primero al que voy a enseñársela –¡Qué suerte! ¡Soy el elegido! Muchachapretenciosa– pero quiero confiártela a ti porque eres exigente y sé que me vasa decir la verdad –Si es que acaso la leo, claro.

–Te la voy a corregir, pero no quiero que se lo digas a ninguno de tus com-pañeros. No quiero que mi despacho y mi tiempo de ocio se llenen de narracio-nes insípidas. Déjamela y, cuando pueda, le echaré un vistazo.

–Gracias, de verdad, muchas gracias –susurró la joven emocionada y, conmano temblorosa, sacó el manuscrito de su cartera– De nuevo, muchas graciasy hasta pronto.

–Sí, sí… –ya sabe: tenía que parecer modesto y dejarle entrever que le esta-ba haciendo un grandísimo favor.

Cuando la chica salió de mi despacho, pensé en tirar inmediatamente aquelescrito a la papelera. Sin embargo, el teléfono empezó a sonar y, cuando denuevo colgué el auricular, ya me había olvidado de la invasión de esa extraña.Es curioso como se suceden los hechos mágica, silenciosamente, que configu-ran los destinos de los grandes hombres. Parece que todo surge por casualidad,pero realmente hay algo extraño en todo ese acontecer. A la hora de comer,recogí los trabajos que estaba corrigiendo y, entre ellos, sin darme cuenta, incluíla novela. ¡Y es que la diosa Fortuna siempre cuida a sus elegidos!

Pasaron varias semanas antes de que redescubriera el manuscrito. Sin acordar-me de nada, lo cogí pensando que era otro de los soporíferos trabajos que me veíaen la obligación de corregir. Todo un atentando contra la inteligencia y la salud físi-ca y mental. Me puse a leerla sin demasiado interés, pero pronto percibí que era laobra que, durante todo este tiempo, había estado persiguiendo como se persigueuna sombra. A estas alturas, usted ya sospechará de qué libro se trata. En efecto,fue mi primer éxito, aquél que consiguió reconciliar al público con la crítica. En ade-lante, best seller sería sinónimo de calidad. Al menos, en mi caso. No obstante, miprimer impulso no fue el de “sustraerle” la novela. Simplemente, se me ocurrió quecuando acudiera a mi despacho, le infligiría una crítica lapidaria para que se desani-mara y dejara de escribir. Tenía la firme proposición de ver correr sus lagrimitas porla linda cara que tenía. El mercado está saturado. Ya hay demasiados escritores con-tra los que competir para que ahora esta advenediza quiera participar también enel negocio. Hay que quitarse rivales. Y, además, yo nunca había tenido ningún con-flicto moral con la mentira. Era una buena amiga, de esas que nunca te dan la espal-da, sólo en el caso de que seas tan estúpido como para no saber emplearla.

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Sin embargo, con el paso de los días, fue creciendo en mi interior el anhelo de“tomar prestada” la novela. ¿No decía que mis clases la habían ayudado a sermejor persona? Ahora era el momento de que me pagara una recompensa. Sólotendría que cambiarle el título, que era horrible, y hacer unos pequeños ajustes,para que no pareciera tan femenina, y podría publicarla con mi nombre. Al princi-pio, fue algo así como una tentativa, una especie de intuición. Pero, poco a poco,el deseo se hizo consciente. No podía seguir esperando la idea milagrosa con la queme convirtiera en el escritor al que aspiraba. Era ahora o nunca. Y como el mundoes para los audaces, escogí el ahora. Además, ¿qué iba a poder hacerme ella?Nada. Y eso era lo más divertido de todo el asunto. Para mi segunda novela ya pen-saría en algo. Al fin y al cabo, para lo que yo buscaba lo menos importante eraescribir bien. No obstante, debo admitir que me preocupaba el día en el que tuvie-ra que enfrentarme a ella. Llámeme cobarde, si así lo desea, pero temía que el posode mi educación cristiana me traicionara en el último momento.

Al fin la chica acudió a mi despacho. De nuevo, no me había pedido cita,por lo que no pude prepararme tanto como hubiera deseado, pero lo cierto esque estoy orgulloso del resultado.

–Buenos días. He venido para ver si ya me habías corregido eso que te dejé.–Sí, sí… Me resulta una tanto duro decirte esto porque no te conozco lo sufi-

ciente y no sé cómo te lo vas a tomar, pero la verdad es que apenas hay algo sal-vable en la novela. Los personajes no son creíbles y parecen programados, latrama es absurda, le falta intensidad y, sinceramente, a duras penas pude acabar-la porque me aburrió –¡Dios, qué placer ver cómo su boquita se abría poco a pocoen un rictus de incredulidad! Vi cómo sus ojos se humedecían lentamente y sunariz se enrojecía. ¡Había conseguido mi objetivo! La muchacha se despidió rápi-damente e, incluso, se olvidó el manuscrito en mi despacho. No quería que laviera llorar. Ahora sólo tendría que esperar unos meses y mandarla a varias edito-riales o presentarla a algún concurso. Y así lo hice: aquel año fui premio Planeta.Después vendrían otras gloriosas noches, la conquista de otros paraísos. Pero,como ya le dije, consulte mi biografía si quiere obtener más información.

Ahora ya sabe toda la verdad. No hay secretos entre nosotros. Nunca confié ennadie, pero usted me cayó bien desde el primer momento. Ahora ya no me puedodefender, pues si mi albacea cumplió con mi voluntad, usted estará leyendo esteescrito cuando yo haya muerto. Así, confío en que no traicione mi confianza ni lade todos los que me siguen. Ya sabe que a la gente le gusta que le mientan. Y yocreé la más bella de las mentiras. Ahora a usted le toca continuarla.

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Sólo a dosde

Carlos Lozano QuijadaSeleccionado

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Todo el mundo se preguntaba porqué aquel cisne había recalado en aque-lla playa, lejos de su casa. No sólo los primeros días los vecinos hablaron deaquel ave perdida que parecía haber encontrado cobijo a su soledad entre bar-cas y agua salada. Expertos en la materia decían que no era un comportamien-to habitual para un ave de este tipo. Había quienes, tal vez románticos,contaban que los cisnes nunca vagaban solos, que siempre lo hacían en pareja,y que aquello que ocurría debía ser fruto de alguna situación excepcional en lavida del ave. Desde los primeros días, los vecinos de aquella pequeña playa, aler-tados por la dificultad que aquel ser tendría allí para alimentarse normalmente,comenzaron a dejarle pan y otros alimentos que pudieran ayudarle. La genteque se acercaba a la orilla de la playa se quedaba absorta con la belleza de aquelcisne macho: tremendo cuello curvo, potente tórax, fuertes alas, inmaculadopelaje, y triste mirada, sí, una mirada que a veces parecía más humana que ani-mal. Y entre todos los vecinos, hubo uno que sin falta aparecía diariamente porallí en su paseo al atardecer. Aquel hombre se sentaba en la orilla, y esperabahasta que el Sol se escondía tras aquel bello animal. En ocasiones, le susurrabapalabras desde una lejanía cada vez más cercana, palabras que nadie oía, peroque les hacían cómplices. Y aquel hombre empezó a pensar que sus destinospodrían estar entrelazados, y que las respuestas que tan ansiadamente busca-ba, quizá algún día se mostraran con aquel solitario cisne. Al fin y al cabo, pen-saba él, ambos eran solitarios que vagaban por un mundo que no parecía elcorrecto. Tal vez el desamor que el hombre sentía fuera entendido por el ave, yésta, viendo en sus ojos la tristeza de la soledad, se acercara a él para darle com-pañía. Así pues, el cisne se acostumbró tanto a la presencia del hombre, quesiempre al atardecer se acercaba a esa zona de la orilla donde le visitaría. Ypasaron los días, y meses, y el cisne fue adoptado no sólo por los vecinos dellugar, si no por la opinión pública. Y llegó un día que un periódico se hizo ecode aquella situación, y tras enviar a un joven periodista, publicaron un reporta-je del ave y de la extraña situación que se daba. El periodista narró a los lecto-

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res la presencia de aquel bello animal, el tiempo que llevaba allí, de cómo lagente acudía a verlo, de cómo se le alimentaba, y de que incluso había algunosafortunados que gozaban del beneplácito del ave y eran obsequiados con unaproximidad mayor al resto de los visitantes. El artículo, de media página, ibaacompañado de una foto de un solitario hombre sentado en la orilla con elcisne muy próximo a él. La noticia tuvo repercusión, y ya eran pocos los que nose preguntaban intrigados por el motivo de esa inhabitual presencia allí.

Pocos días después ocurrió algo que alteró el curso normal de la situación.Una mañana apareció otro cisne en aquella playa, y lejos de extrañarse, seacercaron, y se quedaron durante largo tiempo uno frente al otro, como si sehablaran, hasta que el primero empezó a agitar sus alas con gesto de alegría.La noticia corrió rápidamente entre los soñadores de aquella ciudad, y deinmediato aquel periódico que había publicado el artículo, consciente del tirónde la noticia, mandó de nuevo al periodista a cubrir la noticia. Aquella mismatarde el solitario hombre, se volvió a sentar en su trozo de orilla, algo preocu-pado por la creciente presencia de visitantes, pero se alegró al descubrir a sucompañero al fin acompañado. Ambos, el cisne y el hombre se dedicaron unmomento, para volver a mirarse a los ojos. Debieron pasar minutos así, quizáhasta que la brisa azotó la playa, y el aroma de salitre se acrecentó. El hombrecerró los ojos, y supo que la despedida era inminente. Pensó no abrirlos hastaque estuviera seguro que su amigo no estuviera allí, pero aún con los ojoscerrados, una voz surgió tras él:

Vi tu foto en el periódico –el hombre se giró sorprendido– y me di cuenta queno podía dejarte solo, y que ambos debíamos afrontar esto juntos. Siempre juntos.

El corazón del hombre se estremeció al escuchar aquello.En aquel instante los cisnes batieron sus alas, la brisa acució, y se elevaron

sobre aquel agua salada que tan buen cobijo había dado. Al fin el cielo se tiñóde tono púrpura, y las aves se dirigieron hacia él.

El periódico del día siguiente contaba así lo sucedido:

“Nadie podía imaginar que de forma tan precipitada podía darse este finala la historia del cisne de la playa. Muchos de nosotros, incluido el que escribe,habíamos discurrido el motivo por el que un ave tan poco solitaria como ésta,podía haber recalado en un lugar tan inhóspito para ella. Tal vez se hubiera per-dido, pensábamos, tal vez estuviera enferma y ya no tuviera fuerzas para volar,y simplemente se había quedado a medio camino en alguno de sus viajes. Peroel tiempo que ha permanecido con nosotros no había sido suficiente para dar-nos la respuesta. Sin embargo ayer creo que nos dio la contestación: aquel cisnemacho se apartó de su hogar cuando entendió que no podía vivir en pareja tal

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y como las normas de su especie dictaban. Se apartó o fue apartado por enten-der el amor, de una manera diferente a la convencional, y decidió pues, dolidopor el temor de quien debía estar a su lado, vivir ese sufrimiento en soledad. Yasí lo tendría pensado él hasta que ayer una inesperada visita ocurrió: otrocisne, sin duda no desconocido para él, llegó a aquella playa, y al alzar vuelopudimos contemplar como, al fin, dos cisnes machos volaban juntos.

El artículo publicaba de nuevo entre sus líneas una foto en la que frente aese cielo donde se podía contemplar la silueta de las dos aves hacia el hori-zonte y en la que sobre la arena de aquella orilla, se dibujaba la figura de doshombres abrazados.

“Y es que, –terminaba diciendo aquel artículo– el amor importa sólo a dos”.

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La voz de laspalabras indelebles

de

Rubén Montes SáezSeleccionado

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En África la muerte de un anciano es una biblioteca en llamasProverbio africano

El comandante Sembène llegó a casa de madrugada agotado de su último vuelo.Se aflojó el nudo de la corbata, se descalzó con una expresión de alivio y colgó la cha-queta en el perchero. Con las babuchas puestas fue arrastrando los pies hasta la coci-na y se preparó una infusión. La luz del extractor resbalaba por su piel azabache.Estaba cansado pero no podía dormir. El maldito jet lag lo estaba matando.

No había nadie en casa. Su hermano no volvería hasta dentro de unos díasde ver a unos amigos en Saint Denis y el único habitante que quedaba en casaera Nuée, un conejo blanco que se pasaba las horas durmiendo y mordisquean-do los barrotes de su jaula en busca de una salida.

Con la taza humeando en sus manos, miraba por la ventana la fabulosa vistaque le regalaban sus ojos y una espléndida noche parisina. Miraba las siluetasrecortadas de cada uno de los edificios que divisaba tras el cristal, las chispean-tes lucecillas que centelleaban desde cada uno de los rincones de aquella her-mosa ciudad. Lo observaba todo con sosiego y un aire meditabundo. Pensabaen todo lo que había pasado y en lo que podría pasar.

Los años iban y venían con sus primaveras floridas y sus inviernos morteci-nos pero aún sentía un papel protector hacia su hermano pequeño, que yahabía cumplido 20 años. En numerosas ocasiones no sabía quién cuidaba dequién, si él de su hermano menor o viceversa.

No había sido fácil llegar hasta allí. A sus 29 años, el joven comandantehabía vivido mucho más de lo que el resto de los hombres vive a su edad. Él noescogió esa vida, sin embargo, la afrontó con mesura desde el primer momen-to en el que tomaron aquella decisión.

De repente sus pupilas se posaron sobre una cajita de madera que reposa-ba en un estante del aparador. Dejó la taza en la repisa de la ventana y la abrió.

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Un delicado aroma avenado salió de su interior y se deslizó en el aire. Desplegóuna fotografía enmohecida que había dentro y la observó. Sus ojos se humede-cieron, sus labios se separaron y su memoria empezó a recordar.

Hacía pocas semanas que el verano se había ido. Los rayos de sol sofocan-tes y el aire reseco se perdían en el horizonte y los senderos africanos teñían elpaisaje de colores apagados. En uno de esos caminos, la marcha procedía sindescanso. En la primera carreta tirados por dos bueyes iban Babadou, al quetodos llamaban cariñosamente Baba, y el pequeño Wamai, hecho un ovillo enun canasto de cañas. Por detrás les seguían su mujer, Sindga, y el primogénitoKaleb, que cargaban con el equipaje y un montón de cachivaches que Sindgahabía calificado de inútiles.

Tras varios días de peregrinación por las polvorientas tierras burkinesas, lafamilia llegó a su destino. La travesía desde Banfora hasta Uagadugú, la capitalde Burkina Faso, –la tierra de los hombres íntegros–, había sido agotadora, peroal fin habían llegado a su nuevo hogar, una sencilla choza de adobe y tejado depaja construida frente al mercado de la ciudad. La cabaña tenía un huerto porel que discurría un riachuelo que hizo las delicias de sus vacas, gallinas y demásbestias de la comitiva animal.

El motivo del viaje desde su aldea natal, en la región de las cascadas, hastael centro del país, era el sueño que perseguía Baba. Quería abrir una librería, ya través de sus libros, enseñar a leer a la gente de uno de los países con las tasasde alfabetización más bajas del mundo. Un sueño admirable que muchos tacha-ron de un fracaso futuro. Pero Baba era un hombre valiente, un hombre ínte-gro. Procedía de una estirpe de griots senegaleses; unos hombres que vagabanpor todos los rincones del continente contando cuentos tribales y fábulas afri-canas de generación en generación. De ahí su afición por inventar leyendasasombrosas y relatarlas a todos quienes quisieran escucharle. Baba tenía unpoder enigmático. Sabía ganarse a la gente. Sus sonrisas conciliadoras consola-ban al hombre que pedía auxilio y su maestría al djembè arrancaba a bailar alos más desolados. Por eso, gracias a su espíritu alegre, pronto fue conocido enlos alrededores de Uagadugú y nadie nunca quiso perderse ninguna de esasnoches en las que un hombre hablaba con la luna y le contaba una historia.

Poco antes de que llegara aquel sabio, cuando el sol bruñía los trigales enlos días de verano, un joven vivaz se convirtió en presidente y tomó las rien-das del país. Se llamaba Thomas Sankara y rápidamente, al igual que sabíahacer Baba, consiguió el apoyo de los ciudadanos gracias a su carisma perso-nal. El Presidente se propuso romper con las viejas prácticas políticas. Dio vozy derechos a las mujeres y suprimió la ablación, generó empleo, organizó una

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campaña de vacunación en los hospitales y mejoró las condiciones sanitarias.Y en su anhelo por sacar a su país de la miseria, construyó una escuela y esco-larizó a cientos de niños. La nación entera sonreía y comenzaba a olvidar losaños en los que el colonialismo marcó a los europeos como negreros y a losnativos como esclavos.

Burkina Faso era un país agreste de tierras cultivadas de maíz y sorgo yextensiones de cañas de azúcar por sus cuatro costados. El majestuoso Volta ysus hijuelos (el Volta Negro, el Volta Blanco y el Volta Rojo), bañaban sus tierrasy sus meandros serpenteaban el relieve jugando con las sabanas de acacias delSahel y los tamarindos vírgenes del sur. Era todo un espectáculo. África es sal-vaje por naturaleza. Es la envidia de todas las miradas. Es el continente que pre-sume de tener los amaneceres y anocheceres más hermosos del planeta.Naranjas, rojos, violetas, azules… todos los colores rivalizan por pintar el cieloafricano mientras las primeras estrellas tiritan sobre las montañas.

Baba se sentía a gusto en su nuevo hogar a pesar de que la librería, comomuchos habían vaticinado, sólo era un lugar de cobijo para las moscas. Loslibros carecían de sentido para las mentes de aquellos simples campesinos quepoblaban las calles de Uagadugú. Pero Baba era un hombre paciente y espera-ba sereno a que llegara el primer comprador mientras colocaba minuciosamen-te cada uno de aquellos tesoros de papel en sus respectivos estantes.

Cuando Sindga, su mujer, llegaba a casa del trabajo, sus hijos enseguidasabían que había vuelto. Incluso cuando llegaba de noche, sabían que habíacruzado la puerta de entrada. La respuesta: su olor. Su inconfundible olor.

Trabajaba en una fábrica de jabones, una de las grandes industrias del paísjunto con la algodonera y la harinera, por eso una agradable fragancia la seguíaincansable como si fuese su sombra. En sus manos, el olor tierno del jabón eraun bálsamo perenne. Espliego, jazmín, neroli, mango, especias del Índico, loto,eucalipto… un sinfín de perfumes la envolvían como los pliegues de un sariindio. Pero de todos ellos, el olor preferido de Kaleb, su hijo mayor, era el de laavena; cuando las suaves manos de su madre dejaban escapar el tímido aromade la avena y éste le acariciaba las mejillas antes de dormir.

Cada mañana, cuando su madre salía hacia la fábrica, Kaleb, con su herma-no cogido del pantalón, marchaba hacia la escuela junto a Oumar, su vecino ydesde los primeros días en la nueva aldea su inseparable mejor amigo. ParaKaleb el colegio era un lugar asombroso, pues nunca había podido ir. Su primeraño lo llenó de palabras que ya le resultaban familiares porque su padre le habíaenseñado en Banfora la lengua mòoré, el dialecto que se hablaba en

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Uagadugú. El segundo lo colmó de cuentos de los que salían los personajes queimitaba en sus juegos con Oumar. A sus 7 años era un chico muy observador.Cuando él y Oumar terminaban las clases, corrían por las praderas imaginandoser pilotos de avión que sobrevolaban el cielo africano. En ese cielo veían ban-dadas de flamencos rosados reposando en las aguas del lago Volta, ibis rojosque surcaban las alturas, una hilera de cocodrilos que tomaba el sol en la ribe-ra del Volta Blanco y una pareja de cigüeñas que construía su nido en la copade un baobab. Siempre imaginaban lo mismo. La señorita Ngoie estaba aburri-da de oírlos canturrear la misma aventura a todas horas desde que un día, unaviador italiano que estaba de safari por los alrededores, les regaló un par degafas de piloto con el fin de que estuviesen más cerca de su sueño.

Sin embargo, Wamai, que tan sólo era una criaturita de 3 años y medio, eramás tranquilo. El pequeño se limitaba a jugar en silencio armando rompecabe-zas en el parvulario y a observar el mundo a través de sus ojos diminutos comogranos de café.

Un día mientras Baba observaba las colinas emerger de la bruma matutina,entró a la librería una joven. Decía ser profesora de la escuela y buscaba algu-nos cuentos infantiles. El librero, lleno de alegría, lanzó sus manos a la búsque-da de libros de Dickens, Verne, Twain… y empezó a charlar con la muchacha.Cuando ésta ya se marchaba, le preguntó al librero si podía ir un día a la escue-la a contarles historias a sus pequeños. El hombre, radiante de felicidad, acep-tó y pronto sus visitas al colegio fueron en aumento. Desde el primer día, losniños no faltaban a ninguno de sus recitales. El más famoso de todos ellos, locelebraron una noche de San Juan en la que alrededor de una hoguera ycomiendo sabrosas piezas de sandía, Baba les contó un cuento sobre el origende la risa. Todos reían con las bocas manchadas de jugo rojo y aplaudían. Eramaravilloso. Con el transcurso del tiempo, las historias de Baba se hicieronfamosas y los lugareños, que querían aprender a leer, le pidieron que les ense-ñase. Fue así como cientos de burkineses se reunieron en las aulas de la escue-la de Uagadugú para aprender, como cientos de mentes ignorantes se volvieronmentes ilustres que leían el periódico y sabían que ocurría en su país. Los enfer-mos de los hospitales, las gentes del mercado, los campesinos de las monta-ñas… todos conocían al librero de Uagadugú.

Los años pasaban y todo cambiaba con ellos. La década de los ochenta dejóen Burkina Faso multitud de triunfos, ya que cada palabra que pronunciabaSankara, cada semilla que plantaba, cosechaba sus frutos. Pero llegó la épocaen que las lluvias destrozaron la cosecha y todo quedó arrasado, pues la laborde Baba había despertado el recelo de los militares, que planeaban atentar con-tra el bueno de Sankara.

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Una mañana Baba recibió la visita de seis oficiales. Los soldados, que ibanarmados, gritaron al librero y lo llevaron a un pequeño cuarto que había tras elmostrador. Sin mediar palabra, uno de ellos le golpeó con la culata del fusil. Sugorro verde salió despedido. Las amenazas de los hombres eran muy claras. Leobligaban a cerrar la librería. Cuando los soldados se hubieron marchado, reco-gió su gorro y lo puso de nuevo en su cabeza. Un hilillo de sangre le caía por lasien y unos ojos tristes se nublaban de lágrimas.

Al llegar a casa, Wamai, que ya celebraba 4 años, alertó a su padre de laherida que tenía en la cabeza y Kaleb rápidamente le preguntó por el origende aquel corte. Baba les explicó que había tropezado al colocar unos libros,pero el hijo mayor, dudó de su respuesta. En la imperturbable memoria deaquel hombre, el horrible recuerdo de ese día aparecía en cada momento ypor primera vez tuvo miedo. Sentía escalofríos al pensar que tras las estan-terías repletas de libros había unos ojos que lo observaban. No comprendíanada, pero permaneció callado, sin decir nada a su mujer, hasta que unatarde un soldado llamó a la puerta de su casa. Sindga abrió con desconfian-za y el hombre entró. Baba todavía no había regresado y los niños jugabanen la llanura. En los ojos de aquel mercenario precoz no había maldad, notenía intención de hacerle daño a una mujer indefensa. Sólo le advirtió de lapeligrosa situación en la que se encontraba su marido. Temblando de miedo,Sindga aguardó al regreso de su esposo. Cuando éste llegó, ya no tenía másescapatoria. Al fin tuvo que contarle el incidente de la librería. Fingió estartranquilo, pues confiaba en que todo se arreglaría, pero estaba equivocado.A la mañana siguiente todo el país se levantó conmocionado. El presidenteSankara había sido asesinado. Un golpe de Estado había derrocado al líder ysu puesto lo ocupaba Blaise Compaorè, el mejor amigo del Presidente. Sinpensar, la vida en Burkina Faso se quedó de pronto huérfana y las nubes, pre-ñadas de lágrimas, llegaron desde las montañas como el preludio de unréquiem fúnebre.

El cielo no dejaba de llorar ni tampoco los millones de personas que habí-an creído en Sankara. Al conocer la trágica noticia, la mirada de Baba sellenó de angustia. Aquella mañana de viernes las embarradas calles deUagadugú se inundaron rápidamente de soldados que saqueaban los comer-cios, de gritos y llantos de personas que huían aterradas y disparos que seestrellaban en las cabañas. En un santiamén, Baba y su familia tuvieron queabandonar su cálida choza y poner rumbo a las colinas. Pero en la repentinahuida, a pocos metros de su huerto, cuatro policías los asaltaron en mediodel camino y se llevaron preso a Baba.

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La oscuridad de aquella celda pútrida y la incertidumbre de no saber si lossuyos seguían con vida lo asfixiaban. Aún podía escuchar los chillidos de sufamilia cuando se la arrebataron de las manos. Y mientras allí en prisión el rugirde los látigos marcaba el triste compás de los días, en el poblado la escuela fuearrasada y la pequeña librería incendiada, quedando sepultadas entre sus ceni-zas las apasionantes vidas de Robinson Crusoe, Madame Bovary, Phileas Fogg yun millón de personajes más.

Sindga y los niños, y alrededor de una treintena de familias más, dejaronatrás con tristeza y dolor su tierra ensangrentada y bajo una intensa lluvia cami-naron durante días hasta una aldea cercana a la frontera con Malí. Allí la mujerbuscó a Cécil Bourdieu, un médico suizo y viejo amigo de Baba, que les dio asiloy algo de alimento. El médico, un hombre reservado, sabía que el futuro del paísera difícil y la situación muy complicada, pero lejos de alarmar a aquella mujerde ojos desorbitados con dos pequeños agarrados a sus faldas, prefirió esperara que llegara un milagro. Sin embargo, ese anhelo que tanto esperaba se empa-ñó cuando un grisáceo sol lluvioso salió dos días más tarde. Un joven espigadollegó a la aldea llevando una terrible noticia. El sudor le resbalaba por la frentey aunque los jadeos entrecortaban su respiración, sus palabras resonaron clarasen los oídos del médico. La noche anterior se había producido un motín en laprisión de Uagadugú y docenas de hombres habían sido fusilados. Fue enton-ces cuando Sindga perdió la calma y enloqueció en lágrimas al saber que elnombre de su esposo figuraba entre los de los hombres asesinados, cuando elterror la invadió por dentro y la amargura anidó en su frágil pecho descarnado.

Esa noche la luna se eclipsó y el rojo era el único color que vestía el cielo afri-cano. La sangre de los inocentes clamaba desde allí arriba. Se había cometidouna injusticia. El miedo a perder el poder y verse acosados por una multitud deciudadanos libres, de individuos que habían perdido la ignorancia a través de loslibros, había arrastrado a aquellos verdugos a una horca de la cual no podríanescapar, el odio de una nación entera.

Tras una semana de angustia, Sindga logró recuperarse. Sin embargo, Kalebpasó los días sin probar más agua que la que contenían sus lágrimas solitarias.

Compaorè y su ejército seguían buscando a los fugitivos que habían huidohacia el norte. Cécil, que debía regresar a Francia los días siguientes, pasó variasnoches charlando con Sindga sobre los niños. La mujer, sabiendo el peligro quecorrían, pidió encarecidamente al médico que llevara a sus hijos a Francia conél, y allí la esperaran hasta pudiera salir del país. Pero en el fondo de su gasta-do corazón sabía que nunca podría escapar de allí. Cécil, con serias dudas sobreel futuro de los niños, aceptó y se prometió cuidar de ellos.

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Poco antes de marchar, desde las lejanas llanuras en las que el Harmattansoplaba con fuerza desde el oeste, el médico trajo desde Uagadugú una noti-cia. En la escuela, los muchachos no olvidaban la figura de Baba y con las pin-turas que quedaron esparcidas por el suelo, dibujaron su imagen en uno de losmuros del patio de recreo. Los colores de su túnica lucían igual que cuando lescontaba cuentos. Su sonrisa en la pared era idéntica a la que desprendía cadavez que alguien lo llamaba, y así sus palabras se volvían indelebles.

La noche de la despedida Sindga, que no sabía si volvería a ver a sus hijos,guardó en uno de los hatillos que estos llevaban, una cajita repleta de jabonescon una fotografía de toda la familia en su interior. Sería su recuerdo. Desde laventana del avión, Kaleb veía el rostro árido de su madre, un rostro en el queya ni siquiera crecía la tristeza. De pronto, el paisaje se volvió borroso y las silue-tas de la pista se nublaron tanto que finalmente desaparecieron.

El comandante Sembène, tomó uno de los jabones de la pequeña caja yaspiró su olor. Las mismas preguntas de veinte años atrás se le agolpaban en lamente. ¿Sabrían los niños de Burkina que una vez llegó a su tierra un hombreque contaba fábulas y enseñó a leer a sus padres?, ¿sabrían que incluso lasmariposas cesaban su vuelo para oír su voz acompasada?, ¿sabrían quizás queel miedo de unos hombres sin corazón desgarró su vida y la de su familia?,¿sabrían esos mismos niños que sus hijos todavía recordaban su risa, que aúnlo echaban de menos?

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Universo bipolar,nunca lúcida Lucía

de

Sara Moreno GarcíaSeleccionado

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A Lucía sus padres la llamaron así porque les parecía un nombre queevocaba luces, y querían que ella alcanzase las mismas estrellas. Tal vezpor esa razón le gusta la astronomía y cuando no puede dormir pasa lanoche fumando sobre el tejado, buscando la estrella polar en una parodiade gato triste.

Hoy no encuentra la belleza y lo turbio se expande por todas partes, y setraduce en una carcajada. Una tras otra.

Le ocurre y desocurre. A veces siente que se cae, se cae y se cae, sin lle-gar a tocar nunca fondo, pues se sobreviene una gravedad tan grave que nisiquiera la luz escapa de su mente. Su mente bipolar, gato triste, agujeronegro. En su campo gravitatorio todo fulgor se apaga de repente, llevándo-se por delante nebulosas y constelaciones.

Todo el amor se rompe atómicamente y su universo se desvanece y sólose salvan los muros carceleros de su cabeza. No queda nadie a su alrededor,o…¿quizás demasiada gente? Sólo escucha el ruido del silencio cósmico.

Siente sus neuronas queriendo procesar la información. Le cuesta unpoco. Le llega tarde.

–Concéntrate ¡Concéntrate!Hay algo en su garganta que quiere salir. ¿Serán buitres o palomas men-

sajeras? ¿Será depresión o euforia? Es que…¿acaso si no tiene nombre noexiste? Pobre loca.

Oye el ruido más fuerte. Quiere bailar. Bailar, sí. Quizá sea lo que nece-sitaba. O tal vez no sea una buena idea. Nunca nada es una buena idea.Nunca lúcida Lucía.

Algo la ahoga, pero ¿qué?. Y sale solo, sin mensaje ni palomas.Llora. Eso es. Quiere llorar. Llorar de amor, de rabia, de impotencia.

Hacer inventario de lágrimas dulces y amargas. Llorar hasta que los aguje-ros negros se diluyan en tinta china. Hasta que las olas del llanto acariciensus pies y se lleven lejos, lejos el dolor, y el agua pueda disolver los corazo-

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nes de piedra. Llorar una lluvia oxigenada que re-una los colores como unprisma solar, para así pintar trenes que sigan la estrella polar hacia una esta-ción diferente, donde su futuro sostenga un cartel con su nombre y la enfer-medad no pueda encontrarla.

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Introducción al desordende

Juan Francisco Navarro LlinaresSeleccionado

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Tuvo que introducir un mondadientes en el desorden de cables para aislaruno de los circuitos temporales. Sudaba como un pollo en una cafetería colap-sada por adictos a la saga de Tolkien, de modo que fue a la cocina buscando lanevera. La abrió y encontró una lata de cerveza abierta. Bebió y escupió al airetodo lo que había en su boca. Volvió a abrir la nevera y no encontró nada enestado líquido, sólo rebanadas de pan de molde y ensaladas en cajas de plásti-co. Pensó que vivía en una lata de anchoas, y bajó al chino de su calle a com-prar algo de bebida, dejando sonar el teléfono móvil sobre el recibidor. Nopodía ser nada importante. Nunca era nada importante. De camino al chino, secruzó con su casero.

–Me debes dos meses de alquiler, Navarro.–Descuida.–No me jodas, Navarro, me debes dos meses de alquiler, mañana quiero la pasta.–Descuida …–Mañana a las 10 de la mañana me paso, ¿de acuerdo?–Pásate a partir de las doce, a las diez estoy durmiendo.–A las diez, son 440 euros.–Pásate a las doce, a las 10 estoy durmiendo, en serio.Como aquella conversación no avanzaba, se escurrió entre el espacio que el

casero dejó entre la pared de la escalera de caracol y su brazo izquierdo. –A las doce, Navarro.–A las doce.Bajó las escaleras en menos de veinte segundos y salió a la calle. Anduvo

hasta el chino pensando en la máquina, en cómo habían pasado los años y enlo cerca que estaba de terminar el trabajo. También, en la época que visitaría enprimer lugar, en los años 20, en presenciar el nacimiento de sus padres, en laspiernas de la mujer que iba cuatro pasos por delante de él y que le hacía dibu-jar una sonrisa en sus labios, en el principio que mantenía el bucle de tiempoaislado y en cómo encontró la forma de interrumpirlo.

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–Un paquete de Mahou … ¿las tienes frías?–¿Cómo que frías?–La cerveza, ¿está fría?–No.–¿Tienes algo frío?–Tengo hielo.–¿Algo líquido?–¿El hielo?–No. Que si tienes bebida fría.–No.–Pues dame una bolsa de hielo y el paquete de Mahou.–Son 8 euros.–Joder.–Son las 3 de la mañana.–Toma, 8 euros.No había un alma en la calle. Hacía tanto calor que los pelos del pecho habí-

an dispuesto en su camiseta uno de los mosaicos de Pollock, y los de la espal-da también pero en la espalda. Se imaginó a una pareja de amantes esa nochecon el bochorno y con una sobredosis de cafeína en plena bronca. Amantes enla antesala del adiós. Tardó en subir a su habitación casi diez minutos, metió elhielo y la cerveza en el congelador y abrió una lata que bebió casi de un trago.Se desnudó y encendió la ducha con la cerveza en la mano. Así fue cómo inven-tó hacía ya 8 años el principio que interrumpía el bucle de tiempo y permitíanavegar en él: en la ducha, con una cerveza o algo parecido en la mano. Poraquel entonces, tenía una novia, ahora tenía dos aunque no sabía nada de nin-guna de ellas desde hacía semanas. Secó su espalda mientras miraba por la ven-tana. Un perro perseguía un papel de periódico y un gato se escondía bajo uncoche de su mismo color. Una mujer de unos setenta conducía un carro desupermercado con todas sus pertenencias a bordo. Un coche de policía y unviento cálido y una pareja de adolescentes y farolas iluminando la calle demanera tenue eran todo lo demás.

Volvió a la máquina y trabajó hasta las 7 de la mañana. La terminó. Entróen la cocina y buscó algo pequeño. Encontró una nuez y la llevó a la máqui-na. Colocó la nuez en el lugar adecuado y adelantó un minuto el reloj. Sólopodía comprobar el funcionamiento correcto del aparato mandando cosashacia el futuro. Hizo como el Doctor Brown y envió el fruto seco un minutoal futuro y, un minuto más tarde, encontró la nuez en el mismo lugar, suestructura molecular intacta y su sabor intacto también. Se había comido alprimer viajero en el tiempo.

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Después de examinar durante unos segundos el marco de la ventana,encontró el problema de la máquina. Sólo podía hacer un viaje, porque lamáquina no se movía con él. La máquina se quedaba. Eso no lo había pensadoantes. Si la máquina había sido creada a las 7 de la mañana del 19 de agostode 2008, no podría viajar al pasado más allá de esa fecha porque más allá deesa fecha no existía dicha máquina y, por tanto, no podría volver. Entendidoesto, se tranquilizó y encendió un puro para celebrarlo. Pensó en llamar aalguien pero a esas horas sería inútil, todo el mundo estaría con el modo silen-cioso. Otro buen invento, el modo silencioso, o el conectarse como no conec-tado. Se fumó el puro. Bebió un café doble. No tenía 440 euros, y la máquinano le permitía solucionar eso antes de las doce. Su hermano le dejaría la pasta,por fin había terminado su trabajó, eran los últimos 440 euros que le pediría.Tuvo un mal presentimiento, después uno bueno. Se le ocurrió recoger el gatoque se escondió bajo el coche de su mismo color para probar si la máquina ibamás allá de las 7 de la mañana del 19 de agosto de 2008. ¿Y si eso aniquilabael Universo? ¿Y si el gato se meaba en la máquina y arruinaba su vida y el tra-bajo de diez años? ¿Y si funcionaba? Podría ganar quinielas e instalarse en unloft en París, pero el amor de una joven no podría pagarlo. Eso no le tranquili-zó en absoluto. Podía ir a la semana siguiente, memorizar los números de la pri-mitiva, volver al momento actual, rellenar la primitiva con esos números yesperar a hacerse rico. Le devolvería a su hermano los 14000 euros que le debíay haría todo lo demás. Ajustó la máquina para ir una semana al futuro. De inme-diato, estaba en aquel instante y, al llegar, la máquina seguía ahí. Bien. Eso sig-nificaba que podría volver una semana atrás y la máquina seguiría estandocomo la dejó. Bajó a la calle a comprar el periódico y leer los resultados de lalotería. Se cruzó con el casero y no le dijo nada, por lo que dedujo que su her-mano le prestó la pasta. Llegó al quiosco, compró El País, abrió el periódico ymemorizó el 1, el 3, el 5, el 7, el 9 y el 11. Tiró el periódico y volvió al pasado.Todo seguía allí. Bajó al mismo quiosco, ahora a echar una primitiva con losnúmeros que no podía olvidar. Al volver, se encontró al casero.

–No me jodas, Navarro.–A las doce tendrás la pasta.–Son las siete y media y ya estás despierto.–Todavía estoy despierto, aún no me he acostado.–No puede ser.–Claro que puede ser, claro que puede ser. –Claro que puede ser pero es dormir muy poco.–Tengo mucho trabajo, estoy fatal.–Bueno, chico, tranquilo, tienes un mes más de margen.

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–Joder… gracias… de verdad, esta semana mismo cobraré este trabajo yte pagaré.

–Duerme un poco.Entró el piso, se metió otra vez bajo el agua de la ducha, salpicando cada

rincón de su cuarto de baño. Después se secó, bajó las persianas y se echó. Pusoel despertador a las 20.00 horas, una hora antes del sorteo.

A las ocho y media de la tarde encendió el televisor, no quedaba más cer-veza pero prefirió esperar. La espera le pareció eterna, pensó en el loft y entodo lo que haría después. Por fin, el sorteo. La primera bola, un 7, la segun-da un 3, la tercera un 1, la cuarta un 5, la quinta un 11, y la sexta un 31. Nopodía creerlo. Se desmayó.

Después de una semana sin coger una llamada ni contestar al timbre de supuerta, una de sus novias echó la puerta abajo y lo encontró tumbado en lacama boca arriba mirando el techo y con un boleto de lotería en la mano, conlos cinco aciertos marcados. Ella se acercó a él y le arrancó el papel de la mano.

–Joder cabrón, has acertado 5.–Nena, he inventado la máquina del tiempo.–Joder cabrón, hoy es tu día.–Visité el futuro y copié los números de la primitiva, volví y sólo acerté cinco.–Joder, ¡pero qué huevos tienes!–Lo repetí 14 veces y nunca he pasado de los cinco aciertos, es por el efec-

to mariposa o el principio de incertidumbre y otras cosas que he visto, te lo juroque no me lo puedo creer.

–¿Pensabas decirme algo?–¿Qué?–Si acertabas 6 y el complementario, ¿pensabas decírmelo?–Nena, el complementario nunca lo he anotado.–¡Pero qué huevos! ¡No ibas a decirme nada! ¿Verdad?–¡Claro que sí nena!–¡Y un huevo! ¡Pero qué hijo de puta!–¡Quería darte una sorpresa!–¡Mentira!–¡Joder! ¿se puede ser más desgraciado? ¡Déjame en paz! ¡Joder! ¿No ves

cómo estoy? La puta máquina del tiempo no me sirve para nada, joder, ¡para nada!–Ya ves … ¡anda y que te den!–¡Que te den a ti!

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La inquietud de Agmade

José Navarro PedreñoSeleccionado

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I

La caza

El agua que venía de lo alto había sido muy generosa durante muchaslunas seguidas. Las laderas que abrazaban los numerosos arroyos de la zonade caza estaban plagadas de matorrales y arbustos que habían florecido tiem-po atrás y que, en la estación de calor, presentaban numerosas hojas arruga-das y secas.

El agua continuaba siendo abundante a pesar de los calurosos días estivales.Los animales acudían a su cita con el agua que sacia la sed, sed que recorríadurante las mañanas sus cuerpos. El agua que tanto necesitaban en aquel estíotras la época de lluvias.

A media ladera estaba situado Agma. Corría el sudor por su frente bajoaquella luz brillante. Aguantaba fuertemente entre sus manos el extremo de laquijada de un pequeño caballo abatido días atrás y que había servido para lle-nar las barrigas hambrientas del grupo. Su grupo.

Agma estaba situado contra el viento, su olor ascendía sin que las criaturasque habían saciado su sed y que con cierto temor se acercaban al arroyo, per-cibieran su presencia.

La maraña de pelo que envolvía casi todo su cuerpo se encontraba llena defragmentos de hojas secas y de acículas de las coníferas situadas en la partealta, donde tenía su cueva y a su grupo esperando.

Inmóvil, sentía pasar el tiempo a través de las venas de su frente quemachacaban los segundos unos tras otros al compás de su corazón.Acechaba. Estaba de caza.

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II

La presa

El tiempo pasaba porque aquella bola amarilla que calentaba los cuerpos ibacayendo en el horizonte. Comenzaban a humedecerse sus ojos porque los rayosllegaban casi perpendiculares a su iris y los lagrimales soltaban su protector flui-do. Notó el movimiento. Tensó sus músculos. Se estaba acercando la presa.

En unos instantes sonó el fuerte crujido de huesos craneales, sometidos aunfuerte golpe, rápido, certero. La presa recibió el impacto de la quijada sujeta fir-memente por Agma.

Salieron astillas de hueso como dardos por doquier y manaba sangre de lapresa Yacía sin sentido en el suelo.

Sin esperar más, antes de que otros depredadores se dieran cuenta de quehabía un viviente recién caído, recogió su caza y ascendió por la ladera empina-da hasta lo alto, hacia los pinares. Detrás de la espesura estaba su morada.

III

El grupo

La llegada de Agma fue recibida con alborozo en la cueva. Llegaba el alimento.El grupo estaba formado por tres mujeres, dos hombres y cuatro niños, ade-

más de Agma. No sabían bien de quien era la descendencia que apenas corre-teaba o sonreía como niños que eran. Bien parecían bolas de pelo y mugre. Loshombres solían copular con cualquiera de las hembras cuando se encontrabanexcitados y el grupo se comportaba como una manada más.

La disputa por las mujeres y la lucha por la cópula era feroz. Los arañazosmarcaban las carnes hasta que se consumaba el acto. Ellas siempre se resistían.

Agma dejó la pesada caza, era un buen ejemplar. Aún estaba vivo.Respiraba. No esperaron mucho, el hambre acuciaba desde hacía días.

Cogieron unas toscas piedras y comenzaron a golpear en la extremidadsuperior derecha. La presa gemía y, aunque no articulaba sonido, sus ojos pare-cían desorbitarse a cada golpe. Finalmente se desprendió y los hombres comen-zaron a disputarse la carne. Las mujeres procedieron a repetir el proceso en laotra extremidad y, casi desesperadas, empezaron a morder aquella carne dulzo-na sin esperar a que estuviera desprendida de la presa. Los niños hambrientoscomenzaron a dar cuenta de las extremidades inferiores.

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Agma quedó contemplando la escena mientras comía frutos rojos cogidosel día anterior de las cercanías del arroyo. Una variedad de bayas de suavearoma que a él tanto le gustaban.

Miró a la presa con cierta curiosidad. Estaba siendo devorada prácticamen-te viva. Los ojos de la presa se cruzaron con su cazador y parecían suplicantes.Breves instantes después los fluidos comenzaron a salir del cuerpo que estabasiendo devorado, defecó. La escena de repente le pareció a Agma extraña comosi le resultara nueva, se sentía inquieto.

La sangre iba corriendo lentamente por la tierra de la cueva, formando mez-clas de aromas dulzones, pestilentes y amargos, que se mezclaban en los senti-dos de Agma, con los sonidos de las disputas de su grupo por la carne, losgruñidos y mordiscos, los arañazos y empujones. Finalmente comenzaron a gol-pear el cuerpo y a vaciarle las entrañas para terminar de saciar su hambre. Lapresa perdió la mirada en lo alto y su corazón se paró.

Cuando ya saciaron en parte el voraz apetito, ofrecieron al cazador trozosde la presa, especialmente los genitales por los que salía el líquido de la vida.Agma rechazó con gruñidos, manotazos y repitiendo el sonido por el cual se leconocía: “agggmaa”. Una especie de gruñido que solamente el emitía, amena-zador en muchas de las ocasiones para reclamar lo suyo. En esta ocasión paraque lo dejaran en paz.

Cuando el grupo hubo saciado su hambre, la bola de fuego ya se habíaocultado tiempo atrás. Quedaron todos tumbados, agotados e hinchados de talmanera que apenas podían moverse sobre la dura tierra de la cueva. Allí que-daron los restos de la presa, quizás para el día siguiente si nadie se los llevaba.

IV

La morada

La cueva era su morada desde hacía varias lunas. Subieron hasta la parte altadel monte, algo más lejos de la caza, por las lluvias abundantes que hubo.Necesitaban un lugar seco.

Era una gran oquedad que penetraba hacia el interior. El grupo ocupaba laespaciosa entrada, sólo hasta donde llegaba la luz del sol.

Nunca se atrevieron a meterse en la gran oscuridad, no se adentraban en suinterior. La oscuridad les aterraba, la falta de luz era signo de que no había viday solo la luz plateada de la noche les permitía pensar que seguían allí.

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V

La soledad

Esa noche Agma estaba inquieto, no podía quitar de su mente los ojos dela presa abatida, el aroma mezcla de carne fresca, sudores y sangre. Esa nochela luna no estaba huyendo, se encontraba grande y hermosa en lo alto.

Agma salió de la cueva y miraba a la gran bola blanca que marcaba el pasodel tiempo, de las épocas de calor y frío. ¡Qué distinta de la inmensa bola ama-rilla que quemaba sus ojos por el día!

Agma estaba pensando. No había sentido nunca esa sensación, esa necesi-dad, pero era como si tuviera dentro de la maraña del pelo de su cabeza lasescenas acaecidas durante todo el día. Le pasaban por sus ojos una y otra vez,aunque los tuviera cerrados, y comenzaba a articular sensaciones, deseos,impulsos y pensamientos.

Seguía pasando la noche y Agma seguía inquieto. Le perseguían los ojos dela presa. Le horrorizaba recordar la escena. El había sido el gran cazador delgrupo durante muchos días, el más valiente. También el artífice de la última caza.

Aquello por primera vez parecía molestarle, inquietarle hasta tal extremo quetomó una decisión. Dejar el grupo. Comenzaban a resultarle extraños, ajenos a él.

No esperó al día. La noche clara le sirvió para marchar de allí. Iría a las gran-des montañas, en busca de otros lugares. Paró antes de partir a mirar los restosde la comida que había sobrado. No hizo movimiento por tomar nada.

Partió deprisa. Como huyendo de la mirada de la presa, clavada en sumente. Pero también convencido de que él podía ser la siguiente captura si noabandonaba pronto aquel territorio.

Tomó la decisión más importante de su vida, no volvería a cazar a semejantes.Los ojos de aquel muchacho abatido por su quijada le habían hecho reflexionar porprimera vez en su vida, la inquietud de la semejanza, los parecidos, el mismo cuer-po…, había llegado a su mente. No podría jamás volver a cazar o comer hombres.

VI

El encuentro

Tras mucho andar en dirección a las montañas cubiertas de blanco y pasarvarios días comiendo bayas y bebiendo en los arroyos con cuidado de no serpresa de algún cazador, se le acabó la tierra. Encontró el final del camino.

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Descubrió que más allá de las grandes montañas estaba el agua que no tienefin. No podía creer lo que veían sus ojos, un río con una sola orilla. La otra esta-ba demasiado lejos para verla.

Bebió y al instante escupió con fuerza aquella agua que sabía extraña. Sintióel sabor salado, desconocido para él hasta entonces.

Dejo sus pisadas en la arena mientras buscaba un lugar por donde atravesaraquel inmenso río. Se cansó y comenzó a regresar a la zona boscosa, pero porel camino encontró algo que le llamó la atención.

Se detuvo, con los músculos paralizados. Miró con detenimiento. Se acercó.Encontró un semejante. Era una mujer que yacía sobre el suelo. Estaba ago-

tada, y cuando se acercó Agma se asustó terriblemente.La mujer tenía los pies ensangrentados, como si hubiera estado corriendo

durante días sobre rocas afiladas. Un trozo de corteza del árbol grande del bos-que permanecía atado a su tobillo y aparecía mordido en su extremo. Agmacomprendió. Era una presa que había huido.

Las fuerzas de la mujer la habían abandonado por completo, hambrienta,sedienta y cansada miró a aquel que se acercaba. Aceptó su destino. Sería final-mente devorada.

Agma la cogió con sus brazos, ella espero el momento de morir.Deseaba que un fuerte bocado en su cuello acabara rápido con su vida,había visto demasiados tormentos. Sin embargo Agma caminaba con ellahacia el bosque.

Buscó y olfateó en el aire la presencia de algún arroyo cercano y lo encon-tró. Llevo a la mujer hasta el borde del agua. La tendió junto a la corriente fríay cristalina. Ella bebió, con ganas y grandes sorbos. Agma la dejó en el suelomientras buscaba bayas rojas alrededor. Tras varios rasguños consiguió arrancarunas cuantas de las zarzas cercanas. Comió algunas y entregó a la mujer otras.Le ofreció más y ella comió más.

La mujer no comprendía como aquel ser de aspecto desagradable la trata-ba así. No había acabado con ella. Quizás sería porque al igual que sus anterio-res captores, sabía que tenía un gran secreto que descubrió en los roquedalesque había sobre su aldea. La aldea que fue arrasada por una horda de serescomo aquel que ahora le ayudaba. Seres que poco a poco fueron devorando asus semejantes.

Pasó el silencio como si fuera eterno suspiro. Agma aprovechó para quitar-le a mordiscos la corteza que aún quedaba unida a su tobillo.

Cuando la mujer recobró sus fuerzas y pudo ponerse en pie comenzó a huircon pasos torpes, zigzagueando y cojeando. Agma se quedó parado, viéndolair. No hizo ningún movimiento por salir corriendo tras ella.

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Era hermosa pensó al verla. No tenía tanto vello como las mujeres de sugrupo. Sus formas le parecieron suaves, redondeadas y atractivas. De repen-te el calor interior hacía hervir su cuerpo y su pene se ponía eréctil, comocuando deseaba enganchar a una de las mujeres de su cueva. No había sidocapaz de darse cuenta de que era una mujer con largos cabellos y hermosa,muy hermosa.

VII

El sendero

La mujer tras correr con dificultad unos metros, paró de repente. Le dolíatodo su cuerpo, le seguían sangrando levemente los pies. Temió caer de nuevoal suelo y ser atrapada.

Miró a Agma con miedo, pero manteniendo firme la mirada, clavada sobrelos ojos almendrados y marrones de Agma, y se acercó a él.

Aquel ser peludo y fuerte no había intentado perseguirla, le había dadoagua y comida. Permanecía allí, sentado junto al arroyo curiosamente con sumiembro viril en erección.

Se le paso el temor. Algo en su mente le decía que aquel bruto no era comolos demás. Estaba sola, sin su grupo. Tomó una decisión, ella no huiría de allí.

Se aproximó a Agma, que parecía estar tan solo y aturdido como estaba ellaal verla volver. Sintió un cierto pudor que le llevó a girarse ligeramente. Denuevo descubrió una sensación que nunca había sentido antes y oculto sumiembro ante la cercanía de una hembra.

Agma supo que allí mismo comenzaba un grupo, un nuevo camino, lanueva senda a recorrer. Un grupo que no comería semejantes.

Ella comprendió que la vida le estaba dando la oportunidad de comenzar unsendero distinto. Se prometió a sí mismo que le enseñaría su secreto, el secre-to de las piedras que chocan y producen el rayo del cielo. El calor del fuego y lacarne quemada.

Copularon y comenzaron una nueva vida. No hubo arañazos.Agma encontró a alguien que parecía tener su misma inquietud.

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Una luz a la derivade

Sergio Pellicer VallésSeleccionado

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Arturo despertó aturdido. La cabeza le daba vueltas y sentía una sensación anivel físico tan extraña que juraría no haber experimentado jamás nada igual. Leparecía estar levitando, flotando en el aire, y pensó que tal vez estaba soñando,que al despertar se encontraría mejor. No sentía su cuerpo, no podía mover laspiernas ni los brazos, no era capaz de articular palabra alguna. Intentó gritar yno pudo, quiso llorar pero no le salieron lágrimas. No tenía poder sobre sí mismo.

Examinó el lugar en el que se encontraba y no reconoció ni un ápice delextraño paisaje. A decir verdad, no había nada que reconocer ya que la oscuri-dad lo impregnaba todo. A la izquierda, a la derecha, arriba y abajo; todo esta-ba completamente negro, como si se encontrase en medio del vacío. Sólo unaspequeñas luces, como luciérnagas, se movían alborotadas por la infinidad delespacio, conformando un paisaje similar al de una noche estrellada. Conformecorría el tiempo su número aumentaba exponencialmente.

Intentó recordar cómo había llegado a ese lugar indeterminable, pero le fal-taban trozos de memoria. Lo último que recordaba era salir de casa rumbo altrabajo, y ahí terminaba su película de recuerdos. Pronto hubo de fijarse en símismo, y se sobresaltó al darse cuenta de que no podía mover su cuerpo por-que sencillamente ya no lo tenía. En lugar de eso, él mismo era una luz amari-lla, como una estrella, como una de esas lucecitas alborotadas que pululabanpor todos los rincones de aquel escenario onírico. “¿Qué está ocurriendo, quépasa aquí?”, pensó. Al formular la pregunta interna, en su mente repiquetea-ron al instante voces ajenas que se entrecruzaron creando un cúmulo de ecosincomprensibles. Se unieron saludos, preguntas, respuestas, amenazas, maldi-ciones y frases que trataban de infundirle ánimo. Y entre todas las voces hubouna femenina que le llamó especialmente la atención. Era una voz preciosa,como esas que salen en los programas de la radio, que le saludó con un “Hola¿qué tal?”. Arturo preguntó que quién había hablado con esa voz, y la voz lerespondió que la luz que tenía enfrente. Efectivamente, enfrente de él habíauna luz pequeñita y brillante.

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–Es raro escuchar al mismo tiempo lo que todas las luces piensan, pero irásdominando la técnica hasta poder dirigirte a quien quieras sin el menor proble-ma –dijo la pequeña luz con su preciosa voz.

–¿Qué hago aquí? ¿Y mi cuerpo? –preguntó Arturo.–No lo sé, nadie lo sabe. Aparecimos aquí sin más, y nadie sabe el por qué. –¿Estamos... muertos? –preguntó Arturo con angustia e incertidumbre. La

pequeña luz se echó a reír.–No puedo darte ninguna respuesta. Por aquí se oyen muchos rumores,

pero no hagas caso de nada. Es más, no formules demasiadas preguntas dirigi-das al pensamiento general; las azuladas han desintegrado a algunas luces quepensaban más de la cuenta en voz alta.

–¿Las azuladas?–Sí, son unas luces de color azul que se encargan de mantener el órden.

Dentro de poco vendrá alguna a darte la bienvenida y a asignarte un nombre.–¿Un nombre? Yo ya tengo un nombre, me llamo Arturo Heraldo Gracia –

ante el tono irritado de Arturo, la luz rió de nuevo.–Ese nombre no vale aquí. Nada de lo que tenías antes importa aquí. No lo

necesitas, lo irás olvidando. Yo ya no recuerdo mi nombre, ni qué hacía antes,ni recuerdo nada de lo que fui. Pero me da igual, ahora soy feliz, y con eso mebasta. Te acostumbrarás.

–¿Y si no quiero acostumbrarme? ¡Yo tengo una vida, una familia!–Tendrás que acostumbrarte, o si no las azuladas tomarán medidas. Relájate

un poco y disfruta. Ahora tengo que irme. Por cierto, me llamo M- 34567, siquieres algo simplemente piensa en mi con todas tus fuerzas y yo acudiré a tullamada - dicho esto, la luz se fue flotando hasta desaparecer en la multitud bri-llante de las demás luces.

Arturo se quedó pensando en la conversación mantenida con M-34567.Aquella luz parecía feliz, como si hubiese estado allí toda la vida. Se encontra-ba tan a gusto en ese lugar extraño que ya no se planteaba preguntas. Al norecordar ningún aspecto de su etapa anterior, no tenía nada que echar demenos y aceptaba su suerte. Para M-34567 ese vacío se había convertido en sumorada, y sus únicos recuerdos permanecían ligados a él desde el principio delos tiempos, desde el principio de su tiempo consciente. Pero el tiempo deArturo se remontaba a mucho antes de caer en ese pozo negro. Arturo recor-daba su infancia. Recordaba a su madre y a su abuela, las tardes en el parquedespués del colegio jugando con su hermano y sus amigos. Recordaba su ado-lescencia, su primer amor, su primer beso, sus primeras manitas en el cine.Recordaba también la boda con su mujer, su trabajo, sus dos hijas y su piso en

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Madrid. Pero parecía que nada de eso le debía importar ahora, parecía obliga-do a olvidarlo todo. Y un carajo. Alguna manera habría de salir de ahí.

Trató de explorar el lugar, pero para eso primero tuvo que intentar moverse.Dado que nunca había avanzado sin usar las piernas, la experiencia de flotar leresultó impropia. Era capaz de desplazarse por el aire en cualquier dirección,incluso de ascender y descender, y podía hacerlo a distintas velocidades. Noobstante, al no existir más paisaje que la omnipresencia del color negro, le eramuy difícil establecer hacia dónde, cuánto y a qué velocidad avanzaba. La únicamanera de hacerse una idea era usando el resto de luces como puntos de refe-rencia, pero estas no paraban de moverse dificultando la tarea. ¿Dónde estabanel norte y el sur, el este y el oeste? Quizá, sencillamente, no existían. Tal vez lasleyes de la Tierra tampoco valían para nada en este lugar inhóspito. Vagó duran-te un rato por aquel vacío. Como no se habituaba a esta nueva manera de des-plazarse, sus movimientos eran un poco torpes. Hubo una vez que trató deesquivar a una luz que venía de cara y no pudo. Sorprendentemente, la atrave-só sin más, sin sentir dolor, ni siquiera un ligero impacto. Nada. A menudo algu-na luz le dirigía la palabra para mantener una conversación, y pronto se diocuenta de que había muchos tipos distintos de luces, cada una con su propiapersonalidad. Había luces simpáticas, luces odiosas, luces agresivas y luces ama-bles. Había tantos tipos de luces en aquel lugar como tipos de personas en laTierra. Era sorprendente.

Después de estar un tiempo dando vueltas por allí, divisó a lo lejos una luzextraña que avanzaba lentamente hacia él. Era diferente a las demás, poseía uncolor azul y emitía más brillo. Arturo pensó que sería una azulada, una de esasluces de las que le había hablado M-34567. Pronto estuvo a su lado.

–Bienvenido. Has sido identificado e inscrito en nuestro registro con el nom-bre de H-84290 –la luz poseía una voz masculina muy grave.

–No me hace falta, yo ya tengo un nombre. Me llamo... –a Arturo le costórecordar su antiguo nombre. Hizo un esfuerzo hercúleo por recordarlo, pero nopudo- Me llamo H-84290.

–Sí, así es, H-84290. Ese es tu nombre. –¿Pero qué hago yo aquí?–Mi rango no me autoriza a revelar datos sobre este lugar. La información

que solicitas es confidencial.–¿Confidencial?–Afirmativo. No hagas más preguntas sobre nada y sentirás como la felici-

dad invade tu existencia. Pronto creerás que siempre has vivido aquí, es cues-tión de tiempo.

–¿Y si no quiero eso? ¿Y si quiero recuperar mi vida?

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–Entonces serás eliminado para siempre – se hizo el silencio. La azulada vol-vió a recomendarle por su propio bien una adaptación temprana al lugar, ydicho eso se fue por donde había venido.

Arturo, rebautizado como H-84290, volvió a quedar pensativo enmedio de la nada. Era incapaz de recordar su antiguo nombre, y la verdad esque poco le importaba. Tal vez fuese cierto lo que le había dicho M- 34567,aquello de que poco a poco olvidaría todo lo que había sido hasta el punto desentir indiferencia hacia su pasado. No podía permitirlo, pero al mismo tiempole parecía un destino inevitable. Necesitaba hablar con alguien sobre ello, nece-sitaba que alguien recordase su vida por él, por si acaso la olvidaba. Pensó contodas sus fuerzas en M-34567, y enseguida la pequeña luz vino a visitarle.

–Hola –dijo con su adorable voz-, creo que ya ha venido a verte una azula-da ¿verdad?

–Sí, acaba de irse.–Entonces, si no me equivoco, ya tendrás un nombre...–Sí, me llamo H-84290.–Encantada, H-84290. –Te he llamado porque necesito que me hagas un favor. He olvidado mi

nombre, y temo olvidarlo todo de mi. No quiero perder mi identidad. Ayúdame.–¿Y cómo podría ayudarte yo en eso?–Yo te cuento todo lo que aún recuerdo de mi y tú lo memorizas. Cuando

desaparezca de mi mente, me lo cuentas para que lo recuerde.–No creo que eso sirva de mucho, H-84290. Además, si se enteran nos eli-

minarán a los dos. ¿Por qué no lo aceptas y te dejas vencer? Yo soy absoluta-mente feliz.

–Tu felicidad es un espejismo, es irreal. Han hecho que seas feliz, no lo hasconseguido tu misma.

–¿Y eso que más da? Soy feliz, con eso me basta.–Pero yo no. Deja que te cuente mi vida, por favor. –No, déjame tranquila. Te ruego que no vuelvas a pensar en mi, no quiero

meterme en líos.

M-34567 se fue a toda velocidad hasta desaparecer de nuevo, y H-84290quedó solo y pensativo. Siguió dando vueltas durante un rato, hablando con lasdistintas luces que encontraba, pero ninguna podía ayudarle. Algunas ya habí-an olvidado su vida anterior, otras estaban en proceso, otras acababan de llegary buscaban en H-84290 una respuesta que él tampoco podía darles. Se perca-tó en sus recorridos por el vacío de que estas últimas mantenían un lado más

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humano, y le sorprendió encontrar a una inmensa mayoría que aún recordabasu nombre y cada detalle de su vida anterior. Así, topó con luces que decían serbanqueros, médicas, agricultores, estudiantes, asesinos, maleantes e inclusoniños; luces que aseguraban tener una familia en otro lugar, una familia de laque recordaban todos los miembros, nombres y ocupaciones. H-84290 les decíaque él también había tenido otra vida, pero al tratar de darles detalles se dabacuenta de que ya había olvidado varias cosas. No recordaba su trabajo, ni el ros-tro de su mujer y sus hijas. Su infancia era ahora un campo de recuerdos llenode agujeros, y su primer amor se había esfumado para siempre. A pesar de ello,se sentía cada vez más feliz, como si le hubieran drogado con un afrodisíaco.Comenzaba a experimentar una felicidad de merengue, de una dulzura exorbi-tante. “Nunca he sido tan feliz como ahora mismo”, pensó. Y al instante suparte más humana salió de nuevo a flote, y gritó angustiada al pensamientogeneral que no quería perder lo que ya casi no recordaba, lo único que queda-ba de su verdadero yo. “Ayudadme, por favor. ¡Que alguien me ayude!”. Y alpoco tiempo una luz se le acercó:

–Hola, soy J-74982, pero mi verdadero nombre es Juan Herrera. Yo puedo ayu-darte –le dijo la luz. Había algo extraño en ella; su brillo era distinto a los demás.

–¿Recuerdas tu verdadero nombre? ¡Si ya te han asignado uno! –Sí, lo recuerdo, por supuesto que lo recuerdo. Puedo recordarlo gracias a

los consejos del Primigenio.–¿El Primigenio?–Sí, es la primera luz que llegó a este sitio, él tiene la respuesta a todas tus

preguntas. Eres especial, H-84290.–¿Sabes mi nombre?–Sí, el Primigenio lo sabe todo, él es quien me ha mandado a buscarte. Tu

parte humana se resiste a desaparecer, los restos de tu conciencia son más fuer-tes que la sensación que intentan inculcarte. No hay muchas luces como tú, poreso el Primigenio quiere que formes parte de su equipo. Él te ayudará a retenertu parte humana y a recordar lo que has olvidado. Él sabe como lograrlo.

–¿Pero qué quiere de mi?–Quiere que le ayudes a formar una revolución para escapar de aquí. Somos

varias luces las que le estamos ayudando, las luces más fuertes. Cuando seamosbastantes llevaremos a cabo su plan de huida. Esto es una prisión, H-84290.

–¿Una prisión?–No hagas más preguntas, el Primigenio será quien te responda. Ahora

sólo dame una respuesta: ¿estás dispuesto a unirte a su causa para recupe-rar tu vida anterior? -H-84290 permaneció en silencio mientras pensaba enla propuesta. Todo aquello sonaba demasiado extraño, pero qué no era

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extraño en ese lugar. Sabía que si las azuladas se enteraban de que conspi-raba con el Primigenio lo eliminarían, pero era un riesgo que estaba dis-puesto a correr. De cualquier manera no tenía nada que perder, si acaso esafelicidad ilusoria que embelesaba la razón y los sentidos y que ya comenza-ba a apoderarse de él.

–Sí, acepto.–Perfecto, sabia decisión. Sígueme, te llevaré ante el Primigenio –dijo la luz

con su enigmática voz.La luz le guió por la oscuridad del vacío hacia un lugar lejano, lo más lejos que

había llegado H-84290 durante su estancia allí. Le llevó tan lejos que llegaron aun punto en que ya no había más luces, y ahí la oscuridad si que era asfixiante.Siguieron avanzando hasta que en la lejanía del horizonte se dibujó una luz.

–Allí está el Primigenio, estamos llegando –indicó J-74982.A medida que avanzaban la luz iba creciendo, y en un momento se encon-

traron ante una luz un poco más grande que las demás y que, al igual que laque le había guiado hasta allí, brillaba de una manera extraña, con una inten-sidad distinta.

–Bienvenido, H-84290 –le saludó el Primigenio. Su voz era inclasificable, demanera que era difícil discernir si se trataba de una voz masculina o femenina–,te estaba esperando. Me llaman Primigenio, pero me asignaron el nombre deA-00000. Soy la primera luz que llegó aquí hace ya mucho, y he tenido tiempode aprender mucho sobre este lugar.

–Hola, Primigenio. He venido hasta aquí para hacerle unas preguntas y unir-me a su causa.

–Lo sé, y también conozco tus preguntas. Vayamos por partes, primero terefrescaré la memoria sobre tu auténtica identidad –se hizo un breve silencio, yel Primigenio emitió unos destellos cegadores tras los cuales siguió hablando–Eres Arturo Heraldo Gracia, habitante de Madrid, capital de España. Estás casa-do con María Silvas Olmo y tienes dos hijas, Laura y Gemma. Eres administra-dor en las oficinas de una multinacional –H-84290 pensó en los datos queacababa de escuchar, y de pronto una bocanada de recuerdos inundó su mente.

–Sí, es todo cierto, me llamo Arturo y tengo una familia. ¡Ahora me acuerdo!–Bien, veo que vas recordando. Sabía que no habías olvidado ni un detalle,

lo único que ocurría es que una parte de ti estaba dormida, no olvidada. –¿Pero qué hago aquí?–Saliste a trabajar esta mañana en el coche y sufriste un accidente de tráfi-

co mortal –Arturo recibió un duro golpe. Sintió nuevamente ganas de echarsea llorar, pero no podía.

–¿Entonces... estoy muerto? ¿Soy un fantasma? –preguntó angustiado.

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–Sí, estás muerto, tu cuerpo está muerto. Pero no eres un fantasma, eres unalma, el alma de Arturo Heraldo Gracia.

–¿Y por qué he acabado aquí, en este vacío?–Nadie sabe el porqué. Tal vez seamos frutos de algún experimento, a lo

mejor somos olvidados de algún dios. En cualquier caso intentan borrarnos lamemoria, intentan hacernos creer que esta es nuestra primera y única existen-cia; que esta prisión es nuestro hogar, nuestra patria.

–¡Me niego a aceptarlo! –replicó Arturo– ¡Tenemos que hacer algo!–¿Estarías dispuesto a explicar al resto de luces lo que ocurre, a rechazar a

la felicidad eterna que te han prometido en este lugar? Piénsalo bien, Arturo.Yo sé como salir de aquí, pero necesito la ayuda de luces fuertes, como tú, quecrean en mi causa y me ayuden a convencer al resto.

–Claro que estaría dispuesto. Si nos unimos todas a lo mejor podemos salirde aquí, a lo mejor podemos hacer algo por ir al lugar que nos merecemos. Estafelicidad es una farsa.

–¿Crees que te acompañarían a un lugar desconocido y que rechazaran a lafelicidad de sus vidas? Piénsalo, estar aquí no está nada mal. Te acostumbrarás,es mejor para todos ¿no crees? Venga, necesito una respuesta, quiero medir tusagallas. Pon en una balanza mi propuesta de luchar y salir de aquí o la de que-darte en este espejismo para siempre. ¿Cuál escoges?

–Lucharé a su lado, Primigenio.–Excelente.El Primigenio y la luz que le había acompañado hasta allí, J-74982, se apa-

garon. Todo quedó oscuro, y Arturo se asustó. ¿Qué estaba pasando? En sulugar se encendieron dos luces de color azul, dos azuladas, que rieron al uní-sono con las mismas voces de las otras dos. Fue entonces cuando Arturo sedio cuenta de que había sido víctima de una emboscada infame. Ahora queestaban seguros de su valor y sus sólidos principios tenían que eliminarle. Eradiferente a las demás, era un factor desintegrador que había hablado más dela cuenta desde su llegada a la Nada. Una de las azuladas se acercó a Arturoy lo paralizó con el poder de su mente, mientras que otra le lanzó un rayo ful-minante que desintegró cada una de las moléculas de su alma eliminandopara siempre su posibilidad de existir bajo cualquier forma. Fue el fin de unser que pudo optar a una vida feliz y cómoda pero prefirió reivindicar lo quele pertenecía para no perder su idiosincrasia y el valor de sus recuerdos. Fueel fin de un alma valiente.

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Amargurade

Luis Torrús CortésSeleccionado

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–¿Por qué me quieres?–Porque es imposible no quererte.

–Entonces, si fuera posible ¿no me querrías?Para todas las personas con mucho arte y muy poco talento

No encontraba las palabras y ya ves, estaban en la punta de mis dedos. Ylas buscaba para decirte que ya no son lobos, que me enamoré del silencio, queno ruge el viento, que oigo mi voz.

Ahora que mi sangre coronó otra reina y que veo mi vida, la pasada, lanuestra, a través del espejo, observo sin entender como la bruma ha devoradoel aire que una vez tú y yo respiramos, a veces con pausa, mientras nos mirába-mos, y otras con furia, mientras nos amábamos. Casi ni puedo prometer queaquello alguna vez fuera cierto, pero sé que ocurrió porque tú no dejas huella,dejas cicatrices de arado y los días de lluvia las siento y duelen, acero profundo,y me hablan de ti, casi todo mentiras y me cuentan que, una vez escapé de tumedia alma, de la media buena, de la media mala no se escapa nadie.

No es reproche lo que sale de estos dedos, te lo aseguro, pero convendrásconmigo que la autodestrucción no es, ni de lejos, uno de los siete niveles de laintimidad. Mi maldita intuición, que solo es útil para adivinar epidemias, antici-par guerras mundiales y reconocer tus famosas R.R.M. (rápida respuesta menti-ra), sabía y no me decía que vivir es otra cosa. Fueron demasiadas madrugadasaprendiéndome tu espalda de memoria, centímetro a centímetro, en la penum-bra, esperando a que el mundo girara de alguna manera inverosímil y te dierala vuelta y abrieras los ojos y se obrara el milagro y me miraras como antes. Todoesto, todo eso y lo que tú ya sabes, unido a que fatalmente nací sin el mágicodon de la empatía, me hizo creer que no me querías y ya no te quise.

Espero que estas líneas no parezcan una disculpa, conozco, por temido, tuorgullo fronterizo y me dirás que nada importa, imagino hasta el indiferentegesto de tu mano, pero ya sabes que yo podría haber vivido tan sólo de cuidar-

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te y además, siempre pensé que tu serías la primera en blanquear las paredes yabrir las ventanas, quién me iba a decir que mis cenizas no las querría el mar.Aunque te confieso que cuando te hice prometer que serías feliz sin mí, era sólopara que tú me hicieras prometer lo mismo y he cumplido, porque desde queno soy poeta ni sueño ni pierdo.

He decidido, ya sabes lo sutiles que son mis decisiones, vaciar, a la velocidadque me permitan las lágrimas, la caja de las cosas buenas, sí, esa que es geme-la a la tuya de las cosas malas que asombrosamente nunca se llenó y mira quemetiste cosas dentro. Empezaré por deshacerme de nuestras conversacionestranscendentales, donde enterrábamos sofistas y librábamos al mundo delpecado de la indolencia, imaginábamos lo inimaginable y creíamos que la feli-cidad estaba entre tu lengua y mi oreja. También arrojaré al fuego cuando,como si fuera un artista de trapecio, saltaba al vacío, extendía mi mano y siem-pre, tú me convertiste a la fe, siempre encontraba la tuya. Me libraré de tusandares de niña, de tu vientre de seda, de tus manos en mi cara y las mías enlas tuyas, de tus pies fríos, de tus hombros sin dudas, de tu espalda valiente, detu instinto asesino. De llorar con tus ojos, de medir tus caderas, de tu estiloinventado, de tu roce felino. Del agua en tu pecho, de saber lo que supe, de losbesos-sorpresa, de perderme contigo. Y no lo haré por ella, que debería, lo harépor mí, para poder hacer hueco, que ya sabes que soy pobre (donde dice pobretú dirías cobarde) para comprar otra caja.

Si te preguntas como es ella, te diré que no eres tú, y no pienses con estoque te añoro, al reconocer mi locura aprendí a olvidarte, y no me duele apenasconfesar que cuando siento el calor de su cuello en mis labios cansados, enton-ces y sólo entonces, echo de menos tu amargura.

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ÍndicePórtico ..........................................................................................5Jurado...........................................................................................6Premiados y seleccionados ............................................................7Sobre las vías (Francisco Baeza Segovia) ......................................11Todo es mentira (Andrés Cabrera Bernabé) .................................19Los espantos (Ana Victoria Falcón Araujo) ....................................27Seixanta passes (José Adsuar Soto)..............................................33El enemigo (Ana Victoria Falcón Araujo)......................................41Impostura (Laura Ibáñez Castejón) ..............................................45Sólo a dos (Carlos Lozano Quijada) .............................................51La voz de las parabras indelebles (Rubén Montes Sáez) ...............55Universo bipolar, nunca lúcida Lucía (Sara Moreno García) ..........63Introducción al desorden (Juan Francisco Navarro Llinares) ..........67La inquietud de Agma (José Navarro Pedreño) ............................73Una luz a la deriva (Sergio Pellicer Vallés) ....................................81Amargura (Luis Torrús Cortés) .....................................................89

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Se acaba de imprimir este libro:

“Atzavares”

en los talleres de Logisprimt.cb

el día 15 de octubre de 2009

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Atzavares

Cuarto Premio de Relato Corto • Año 2009Universidad Miguel Hernández

Vicerrectorado de Estudiantes yExtensión Universitaria

Delegación de Estudiantes de laFacultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche

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Vicerrectorado de Estudiantes yExtensión Universitaria

Delegación de Estudiantes de laFacultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche