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    ANTOLOGIA DEL TEMPRANO RELATO ANTIOQUEO

    Presentacin y Seleccin:

    JORGE ALBERTO NARANJO M.

    Medelln, 1995

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    Aun cuando en Antioquia se escribi mucho desde los tiempos de la Independencia, la literatura de

    relato solamente aparece en la segunda mitad del siglo pasado, y una verdadera cultura de la narracin

    solo se constata cuando ya concluye, durante el quinquenio de oro de nuestras letras.

    La dcada de 1850 a 1859 est dominada por los artculos de costumbres y la personalidad literaria

    de Emiro Kastos, aunque se encuentran por la misma poca algunas narraciones muy estimables de otros

    autores. De todas formas el acontecimiento literario de esa dcada fue la publicacin, en 1859, de los

    Artculos escogidos de Emiro Kastos, y solamente el silencio voluntariamente asumido por ese escritor a

    partir de esa poca explica porque fue tan dbil su influjo en la narrativa de las tres dcadas siguientes.

    Esto implic a su vez que, en lugar de desarrollarse como una literatura de grandes maestros, nuestra

    narrativa pudiera desarrollarse en la forma de una literatura menor, con las ventajas que acarrea para elsurgimiento de una verdadera cultura literaria: proliferacin de autores, obras, estilos, sin la prematura

    coercin de unas normas fijadas por un artista mayor o por una obra paradigmtica. Es decir, muchos

    grados de libertad creadora para empezar. Dentro de un marco bien definido de costumbres y creencias, y

    con una cierta comunidad lingstica y geogrfica de base, las posibilidades de exploracin eran diverssimas,

    y la imposicin de canon literario -as fuera admirable- hubiera coartado esas bsquedas.

    La dcada 1860-1869, tormentosa de principio a fin, aunque rica en poesa y poetas, muestra un granvaco en narrativa. El silencio de Emiro Kastos, la muerte en la guerra de Eliseo Arbelez, el naufragio de

    Arcesio Escobar, el giro de Gutirrez Gonzlez hacia la poesa, tal vez explican en parte ese vaco. Se

    observa en cambio, durante esa dcada, mucho trabajo preparatorio de narradores, sobre todo gracias a la

    Tertulia Literaria creada en 1865 en el Colegio del Estado. Entre los miembros jvenes de dicha tertulia

    se encuentran destacados narradores de las dcadas siguientes. Pero el acontecimiento literario de la

    poca fue la publicacin en 1868 de la gran Memoria sobre el cultivo del maz en Antioquia.

    En la dcada 1870-1879 arranca en firme el movimiento narrativo. Emergen varios autores

    importantes y bastantes obras, algunas de ellas bien logradas. El autor ms constante de la poca parece

    haber sido Juan Jos Molina, y una antologa publicada por l mismo, con escritos antioqueos desde la

    poca de independentista hasta entonces, intitulada Antioquia Literaria, fue el acontecimiento principal en

    las letras de esa dcada. Este libro fue clave, como recapitulacin de logros, como mapa de ausencias, como

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    orientador de nuevas bsquedas literarias. Hacia 1880 era libro de texto en diversas instituciones

    educativas antioqueas.

    En el cuadro N1 se hace una lista, sin duda no exhaustiva, de obras narrativas antioqueas

    publicadas antes de 1880. Podran incluirse all bastantes ttulos correspondientes a dramas en verso como

    los de Juan Jos Botero; o narraciones en verso como algunas de Federico Velsquez o Pedro A. Isaza y C.

    Deben registrarse obras de Uribe Angel que slo se dieron a conocer despus. Y es seguro que ya por

    entonces Lucrecio Vlez y Botero Guerra, Lino R. Ospina y Eladio Gnima hacan sus pinitos de cronistas de

    costumbres y autores dramticos. La consulta de revistas literarias de la poca podra enriquecer

    insospechadamente el cuadro, pero por si slo parece suficiente ya para formarse idea del proceso que se

    iba gestando, y que ya en 1880, ha dado unas cuatro de cenas de relatos, algunos muy bellos, muchos

    notables, y esto es comn denominador- todos bien escritos.

    CUADRO N 1: NARRATIVA ANTIOQUEA ANTERIOR A 1880

    OBRA AUTOR PUBLICADO EN

    Carta 3 a un amigo en Bogot Emiro Kastos Neogranadino

    1852

    Una noche en Bogot Emiro Kastos El Pasatiempo1852

    Correras por Villeta y Guaduas Emiro Kastos El Tiempo

    1855

    Pobre y rico Emiro Kastos El Tiempo

    1855

    Mi Compadre Facundo Emiro Kastos El Tiempo

    1855

    El Cigarro Emiro Kastos El Tiempo

    1855

    Un baile en Medelln Emiro Kastos El Pueblo

    1855

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    CUADRO N 1: NARRATIVA ANTIOQUEA ANTERIOR A 1880

    Julia Emiro Kastos El Pueblo

    1855

    Arturo y sus habladuras Emiro Kastos El Pueblo1856

    El primer amor Emiro Kastos El Pueblo

    1856

    Un paseo a Rionegro Emiro Kastos El Pueblo

    1856

    Felipe Gregorio Gutirrez G. El Pueblo

    1856?

    El tigre Emiro Kastos El Tiempo

    1857

    Carta a 5 a C.A. Echeverri Emiro Kastos El Pueblo

    1858

    Los Pepitos Emiro Kastos El Tiempo

    1858

    Vanidad y desengao Emiro Kastos El Tiempo

    1858

    Una botella de brandy y otra de

    ginebra

    Emiro Kastos El Tiempo

    1858

    Un montas Eliseo Arbelez (Ant. Lit.)

    1859

    Costumbres limeas: la tapada Arcesio Escobar (Ant. Lit.)

    1860

    Un baile con carrera Ricardo Restrepo (Ant. Lit.)1870

    Si yo fuera dictador Ricardo Restrepo (Ant. Lit.)

    1871

    El gallo Manuel Uribe A. (Ant. Lit.)

    1871

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    El final de un proceso Juan J. Molina La Sociedad

    1872

    La Ventanera Alejandro Hoyos (Ant. Lit.)

    1873

    Pergoleso y Annunziata Juan J. Molina ------

    1874?

    Los hijos del misterio Mercedes Gmez ------

    1874?

    El llanto de una madre Camilo Botero G. La Sociedad

    1874?

    Miss Canda Eduardo Villa (Ant. Lit.)

    1876

    CUADRO N 1: NARRATIVA ANTIOQUEA ANTERIOR A 1880

    Con la Vara que midas Demetrio Viana La Sociedad

    1876

    Los entreactos de Luca Juan J. Molina (Ant. Lit.)

    1878

    Templado por el Trisagio Hermenegildo Botero (Ant. Lit.)

    1878

    Un compadrazgo en la montaa Pedro A. Isaza Ant. Lit

    1878

    Un ramo de pensamientos Eduardo Villa (Ant. Lit.)

    1878

    Oyendo llover Juan J. Molina Ensayos de Literatura y de

    Moral 1886*

    Rafael Juan J. Molina Ensayos de Literatura y deMoral 1886*

    Amelia y Laura Juan J. Molina Ensayos de Literatura y de

    Moral 1886*

    Un tiro de pistola Juan J. Molina Ensayos de Literatura y de

    Moral 1886*

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    NOTA: El parntesis indica la fuente ms temprana que conocemos en los casos en que ignoramos cul

    es la fuente primaria.

    *Las obras de Molina parecen escritas antes de 1880, pero su publicacin se retard hasta 1886.

    Dueos de su expresividad, cabe clasificarlos, grosso modo, en el gnero costumbrista, de estrategias

    descriptivas, de puntos de vista expuestos, obligan a usar esa clasificacin con cautela. Es costumbrista

    Emiro Kastos? Depende: don Saturnino Restrepo, hace cien aos casi, juzgaba que, precisamente, el arte

    de ese autor consista en haber atravesado la superficie festiva y circunstancial del cuadro de costumbres y

    haberle dado una hondura y una dimensin que no son usuales. Y es costumbrista Juan Jos Molina?Segn las obras que conocemos no es seguro, y cuando mucho concederamos que hizo varios cuadros de

    costumbres... santafereas. Y nada de costumbrista hallamos en Miss Canda, la novelita de Eduardo Villa

    con escenario en Nueva York. En cambio parecen marcadamente costumbristas los relatos de Ricardo

    Restrepo y Pedro A. Isaza, los de Uribe Angel y los de Hermenegildo Botero. En rigor prima el

    costumbrismo aunque no tan marcado como lo insina el prejuicio o las cartillas de literatura.

    La dcada de 1880-1890 vio definirse la vocacin narrativa de muchos nuevos autores, dos de ellosimportantsimos en las siguientes pocas de nuestra literatura. Camilo Botero Guerra, con el seudnimo de

    Don Juan del Martillo, comienza a publicar sus Casos y cosas de Medelln, larga serie de relatos de

    costumbres, narrados con gracia y un humor jocoso que hicieron las delicias de un amplio grupo de lectores

    antioqueos. A Botero Guerra debemos tambin las primeras novelas antioqueas, Abuela y Nieta (1887),

    Rosa y Cruz, El Oropel y varias otras anteriores a la famosa Frutos de mi tierra. En la dcada que

    consideramos es indudablemente el narrador ms constante y que muestra ms oficio. Pero igualmente en

    esos aos se define Lucrecio Vlez por el relato, dejando atrs, como Botero Guerra, un cierto historial

    potico, y popularizndose tambin bajo el seudnimo, Gaspar Chaverra. En las dcadas siguientes se

    convertira en uno de los primeros narradores antioqueos.

    Las tertulias literarias fueron vitales para el desarrollo de nuestras letras. En la dcada 70-80 fueron

    notables la de El Liceo Antioqueo, la de las casas de Eduardo Villa y Juan Jos Molina. En la dcada 80-90

    la ms importante fue El Casino Literario, al que pertenecieron interesante poetas, ensayistas y narradores.

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    El volumen casinista que se public en 1890 present al pblico a Carrasquilla (con Simn el Mago) y tal

    vez Francisco de Paula Rendn. Y debemos resaltar igualmente la creacin de la revista La Miscelnea,

    hacia 1886-87, en la que tuvo cabida la mejor literatura antioquea de los siguientes veinticinco aos. Otras

    revistas de esa poca tenan carcter menos literario que la mencionada, aunque en ellas se publicaron

    obras muy importantes del mismo Botero Guerra, de Lino R. Ospina, de Juan Jos Botero y otros. En realidad

    en esa dcada se observa un sensible progreso respecto de las previas. Ya hay madurez literaria para

    asimilar las lecciones de Emiro Kastos, ahora se constata una incipiente comunidad de narradores. No

    obstante es en la dcada siguiente, 1890-1899, cuando puede hablarse a ciencia cierta de la existencia de

    una Cultura de la narracin y de un dominio ya colectivo de las formas superiores de relato. En esa poca

    da el costumbrismo sus cantos ms hermosos y empieza francamente a declinar como escuela hegemnica.

    Nuevas tendencias literarias, nuevas temticas y problemticas humanos entran a la escena narrativa

    antioquea.

    En esa dcada 1890-99 surgen a la vida literaria Carrasquilla, y Efe Gmez, Samuel Velsquez y

    Eduardo Zuleta, Lisandro Restrepo y Eladio Gnima, Jos A. Gaviria y Sebastin Meja, Saturnino Restrepo y

    Juan de Dios Vsquez, Antonio J. Montoya y Julio Vives Guerra, Alfonso Castro y Antonio Posada. Los

    escritores veteranos Botero G., y Lucrecio Vlez, publican obras en profusin. Las narraciones antioqueas

    se cuentan ya por centenares, las novelas por decenas. Se habla de la literatura antioquea como la primera

    de la nacin, se alude incluso a una tradicin narrativa antioquea ya por ese entonces. Las tertulias deliteratura y las revistas que surgen en esa poca mantienen vivo el ambiente de estudio y de discusin de

    cuestiones literarias. Se levanta el nivel de anlisis literario, se suscitan briosas polmicas sobre arte.

    Particularmente en los aos 1895 a 1899 muestran una actividad narrativa asombrosa. Al primer concurso

    de novela de costumbre convocado por La Miscelnea en 1897 se presentaron cincuenta y ocho obras,

    entre ellas Madre y Ernesto, dos preciosas novelas breves. An as, el acontecimiento de esa dcada

    parece que haya sido la publicacin de frutos de mi Tierra, en 1896: fue la prueba indiscutible de la

    existencia aqu de material novelable, y el acicate para nuevas creaciones novelescas. Botero Guerra, a

    pesar de todo, hacia sus novelas a brochazos, pero lo de don Toms salv airoso ese reproche. De all en

    adelante se desencadena un flujo de novelistas y novelas que se prolonga hasta nuestros das. En el cuadro

    No. 2 se hace una lista, tampoco exhaustiva, de novelas antioqueas escritas hasta 1910. Una lista de

    cuentos escritos en el mismo perodo se llevara varias pginas y esperamos que el lector acepte no incluirla

    en este esbozo somero.

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    La guerra de los mil das fren un poco el proceso de configuracin de la narrativa paisa: pero no bien

    concluy se reinician las publicaciones de revistas y de libros de relatos. El acontecimiento literario de la

    dcada 1900-1910 parece que haya sido la publicacin de las dos novelas breves de Rendn Inocencia

    (1903) y Sol (1909), por lo que significaron como obras cumbres del gnero costumbristas. Sin embargo

    sucedieron tantos eventos de inters en esa dcada que es difcil esperar acuerdo en cul fue el principal: el

    surgir de la cuentstica de Alfonso Castro y Efe Gmez; el trabajo abundante de Lucrecio Vlez como cronista,

    a todo lo largo de la dcada, para coronar con una gran novela, Rara Avis..., en 1910; las dolorosas

    polmicas en torno de Hija Espiritual y de las Homilas; Al parecer un conjunto ya amplio de novelas

    extensas; las revistas magnficas de la poca, Lectura y Arte y Alpha sobre todo; la maestra alcanzada ya

    por Carrasquilla en el arte de novelar, y antes que nada Entraas de nio; o la migracin de artistas y

    escritores que se dio en esa dcada. Fueron todos acontecimientos significativos, y acentuar el de las

    novelas de Rendn quiz sea poco justo, pero es objetivamente el que mayor inters y resonancia histricaha tenido.

    CUADRO No. 2: NOVELAS ANTIOQUEAS ANTERIORES A 1910

    OBRA AUTOR AO

    El final de un proceso Juan J. Molina 1872*

    Con la vara que midas Demetrio Viana 1872*

    Pergoleso y Annunziata Juan J. Molina 1874?

    Los hijos del misterio Mercedes Gmez 1874?

    Miss Canda Eduardo Villa 1878*

    Oyendo llover Juan J. Molina 1880?*

    Abuela y Nieta Camilo Botero G. 1887

    El Oropel Camilo Botero G. 1893

    Rosa y Cruz Camilo Botero G. 1894Una vela a San Miguel Camilo Botero G. 1895*

    La Serrana Manuel Uribe A. 1895

    Frutos de mi tierra Toms Carrasquilla 1896

    Tierra Virgen Eduardo Zuleta 1897

    Dimitas Arias Toms Carrasquilla 1897

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    Madre Samuel Velsquez 1897*

    Ernesto Jos A. Gaviria 1897*

    Noche de bodas Sebastin Meja 1897*

    Los claveles de Beatriz Paulo E. Gutirrez 1897

    Lejos del nido Juan Jos Botero 1897

    Al pie del Ruiz Samuel Velsquez 1898

    De paso Lisandro Restrepo 1899

    Cols Lisandro Restrepo 1899*

    San Antoito Toms Carrasquilla 1899*

    Luterito Toms Carrasquilla 1899*

    La raza Antonio Posada H. 1899?**

    El enemigo Saturnino Restrepo 1899?**

    El Redentor Francisco de P. Rendn 1899?**

    Mi gente Efe Gmez 1899?**

    Anima en penas Alfonso Castro 1903*

    Salve Regina Toms Carrasquilla 1903*

    El Nazareno Francisco Rodrguez M. 1903

    Inocencia Francisco de P. Rendn 1904*

    Hija Samuel Velsquez 1904

    Hija Espiritual Alfonso Castro 1905*

    Kundry Gabriel Latorre 1905

    Nobleza obliga Jos A. Gaviria 1906*

    Entraas de nio Toms Carrasquilla 1906

    Baldosas y terrones Jorge de la Cruz 1906*

    Sor Anglica Jos Solano Patio 1906*

    CUADRO No.2: NOVELAS ANTIOQUEAS ANTERIORES A 1910

    OBRA AUTOR AO

    Mercedes Marco A. Jaramillo 1907

    Lenguas y Corazones Francisco de P. Rendn 1907*

    Susana Gabriel Latorre 1908(*)

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    Sol Francisco de P. Rendn 1909*

    Fragmento de novela H. Jaramillo 1909

    Rara Avis Lucrecio Vlez 1910

    Los humildes Alfonso Castro 1910

    Grandeza Toms Carrasquilla 1910

    Momentos de vida Miguel Agudelo 1910

    * Novela corta o breve

    **Slo se conservan fragmentos publicados

    (*)Drama en prosa

    En esa misma dcada se acaba la unidad territorial de Antioquia la Grande. Parece un buen punto final

    para este esbozo histrico del relato antioqueo ms temprano. El cuadro No. 3 presenta el resumen de lo

    expuesto. Es evidente a la luz de estas breves noticias, que exista ya una literatura antioquea y una

    tradicin narrativa a la hora que aparecen nuestras figuras mayores. Fue un proceso colectivo de

    aprendizaje, y no invento genial de una o dos personalidades insulares. Cuando esto se comprende es mas

    claro qu fue lo que en verdad aportaron los grandes novelistas del quinquenio de oro en adelante.

    CUADRO No.3

    DECADA ACONTECIMIENTO

    LITERARIO

    AUTOR AO

    1850-59 Artculos escogidos Emiro Kastos 1859

    1860-69 Memoria sobre el cultivo delMaz

    Gregorio Gutirrez Gonzlez 1868

    1870-79 Antioquia Literaria Juan J. Molina 1878

    1880-89 Casos y cosas de Medelln Camilo Botero G. 1884

    1890-99 Frutos de mi tierra Toms Carrasquilla 1896

    1900-10 Inocencia y Sol F. de P. Rendn 1903-1909

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    2. CRITERIOS DE ESTA ANALOGA

    Para realizar esta seleccin de relatos antioqueos tempranos se busc que el conjunto incluyera obras

    de todo el perodo reseado en el esbozo histrico y que adems de exhibir calidad literaria pertenecieran a

    autores con alguna probada vocacin narrativa. El conjunto se subdividi en cinco grupos con una cierta

    unidad, fuera temtica, o de gnero, o de poca. El resultado es una organizacin panormica con cierta

    lgica y ms o menos ceida a la cronologa. Un primer bloque se intitula relatos de tiempo glgota por

    razones que se harn evidentes al leer los dos trabajos incluidos. Luego vienen tres cuentos de la dcada de

    los setentas decimonnicos, agrupados como relatos del tiempo de Berro. A continuacin viene una serie

    de cuadros urbanos y domsticos de los tiempos en que la Villa no pasaba de ser una parroquia grande. Y

    finalmente hay dos bloques con fuerte unidad temtica, sobre la guerra y sobre la droga finiseculares. Queda

    claro que anloga seleccin hubiera podido hacerse con otras temticas (digamos entre cuadros de alcohol,

    de la minera, del ferrocarril, de los bailes, etc.), y que esta analoga no tiene ninguna presuncin completa.

    As y todo, creemos que se enriquece la bibliografa accesible al publico lector sobre una literatura que, en

    cierta manera, nos pertenece a todos y es herencia comn de Antioquia.

    Los textos escogidos son difciles de encontrar. No figuran en antologas previas ni en edicionesrecientes. Llegan de la fuente a los lectores, a cien y ms aos de distancia entre el emisor y el receptor, y

    sin embargo frescos y elocuentes todava. Se notar la ausencia de los nombres mayores don Toms y

    Pacho y Efe. La razn es que sus obras estn, por fortuna, suficientemente divulgadas. A cambio de esa

    ausencia esperamos que el conjunto de veintids autores y obras seleccionadas sirvan para hacer patente el

    sentido en que la narrativa de Antioquia la Grande merece tratarse como Literatura Menor, una de las ms

    ricas en obras y autores dentro de la narrativa hispanoamericana y seguramente la ms vital de las

    nacionales en la poca que comentamos.

    Hemos actualizado la ortografa de todas las obras seleccionadas. En todo caso hay aqu un problema

    de sumo inters para los investigadores: el de la evolucin de la gramtica y la ortografa, en la lengua

    escrita paisa en los ltimos 150 aos. La actualizacin borra ese problema en cierto sentido, pero facilita

    la lectura para el lector actual.

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    3. FUENTE PARA ESTA ANTOLOGA

    En el cuadro No. 4 aparecen las obras seleccionadas y el impreso en que se publicaron por primeravez, o en su defecto, la fuente ms temprana que conocemos puesta entre parntesis.

    Cuadro No.4 Fuentes de esta antologa

    Obra Autor Public Ao

    Julia Emiro Kastos El Tiempo 1855

    Felipe G. Gutirrez El Pueblo 185...?

    Un baile con carrera Ricardo Restrepo (Ant. Lit) 1870

    Los entreactos de Luca Juan J. Molina Ant. Lit. 1878

    Un ramo de pensamientos Eduardo Villa Ant. Lit. 1878

    Furor potico Camilo Botero G. (Brochazos) 1884

    Cunto me cost la burra Manuel Uribe A. El Repertorio 1896

    La Bodas de mi sobrino Lisandro Restrepo La Miscelnea 1896

    Las vacas de la fiesta Lucrecio Vlez La Miscelnea 1896

    Fin de siglo Eduardo Zuleta Tierra Virgen 1897

    La jeringuilla de Pravaz Antonio J. Montoya El Montas 1897

    Noche de bodas Sebastin Meja La Miscelnea 1898

    Espantos Eladio Gnima La Miscelnea 1898

    La vuelta de Juan Ricardo Olano El Recluta 1901

    Un polvo... y nada ms Eusebio Robledo El Recluta 1901

    De la guerra Jos Velsquez G. El Recluta 1901

    Brujeras Samuel Velsquez Lectura y Arte 1903

    Anima en Penas Alfonso Castro Vibraciones 1903

    Post. Mortem H. Gaviria I. Lectura y Arte 1905

    Baldosas y Terrones Jorge de la Cruz Alpha 1906

    La oveja descarriada Saturnino Restrepo Alpha 1906

    Nobleza obliga Jos A. Gaviria Alpha 1906

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    Jorge A. Naranjo

    Medelln, enero 1995

    I. RELATOS DE TIEMPO GLGOTA

    JULIA

    Por: Emiro Kastos

    En el ao 1848, a pesar del aislamiento claustral que reina en Medelln, yo tena franca entrada en la

    casa de un amigo y relaciones casi fraternales con su hermana Julia. Esta joven reuna al cuerpo elegante y

    las facciones caucseas, distintivos de mis paisanas, el desparpajo y donaire de las mujeres de otros pases.

    Por un capricho debido a la confusin de nuestras razas, tena negros los cabellos y azules los ojos, en cuya

    dulce serenidad se reflejaba la pureza de su alma, como en las aguas de un lago inmvil los rayos de la luna.

    Posea los que es preferible a la belleza: gracia y modales de una distincin natural.. En su casa reciba sin

    encogimiento; no clavaba los ojos como muchacha regaada cuando le decan alguna galantera sus amigos:

    saba que la amabilidad es la ms bella dote de la mujer y jams se le ocurri, como a otras, que fuera

    pecado corresponder en la calle con atencin a un hombre que la saludara cortsmente.

    Yo me complaca vindola feliz con un traje nuevo, con la esperanza de un paseo, con la expectativa de

    un baile. Como apenas tena diez y seis aos, ninguna preocupacin turbaba su bulliciosa alegra. No me

    inspiraba amor, pero si la amistad ms sincera, y haca votos al cielo porque la desgracia no viniese a

    entristecer a esa criatura tan alegre, a marchitar esa flor tan bella. A veces me daban temores de que esa

    nia dulce y delicada cayese en poder de algn beocio sin educacin, que no la comprendiese y estimase.Precisamente el escollo de las mujeres en esa edad en que, sin conocer la vida ni los hombres, las fatiga ya

    un deseo vago de amar, es entregar su corazn y su mano al primer zote bien vestido que les habla de

    amor. Sucedi en que en esos das se present como pretendiente un joven que acababa de hacer un viaje

    a Europa. De su viaje no haba trado observaciones ni ideas, pero si guantes lustrosos y levitas arrugadas.

    Con semejantes dotes y, perteneciendo a una familia rica, vino a ser para Julia un candidato irresistible. Los

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    parientes, por unanimidad declararon que era excelente partido y que Julia sera muy feliz con l. Me ausent

    en aquellos das y supe despus que se haban casado.

    Al cabo de cuatro aos regres a esta ciudad, con el placer que se experimenta despus de una larga

    ausencia. Nada encontr nuevo: las mujeres como siempre encerradas en sus casas, vegetando sin

    sociedad y sin placeres: los hombres reunindose en las mismas partes, conversando las mismas cosas,

    aburrindose de la misma manera: los ricos despreciando a los pobres y los pobres hablando mal de los

    ricos: los jvenes buscando en los vicios las emociones que les niega la monotona social; y los viejos

    corriendo desalados tras las pesetas y economizando como si la vida durara mil aos. Por de contado que

    encontr algunos ricos que hacen buen uso de su plata, algunos jvenes que emplean bien su tiempo; pero

    stas son excepciones que no alteran la regla. En general, la sociedad se me present con esa fisonoma

    desapacible, con esas costumbres informes, heterclitas de los pueblos en transicin, que tienen ya todos losvicios de las sociedades civilizadas, menos sus refinamientos y placeres.

    Pero nuestro valle siempre ser la perla de los valles, el encanto del viajero: de lo alto de Santa Elena

    se ven nuestras campias tan hermosas, como de la cima nevada de los Alpes las poticas llanuras de Italia..

    En todas las pocas del ao las praderas verdes, los naranjos y los jardines cubiertos de flores, el aire tibio y

    embalsamado, la naturaleza toda vestida de gala- convidan al hombre a gozar; pero a gozar aprisa eso s,

    porque en estos pases clidos de lujosa vegetacin, la juventud es fugitiva, la vida se va con rapidez.

    Algn tiempo despus de mi llegada fui a visitar a Julia. A fuer de mi amigo antiguo ella me recibi por

    la tarde en una alcoba que le serva de costurero, pieza desmantelada, sin mueble blando, sin un adorno

    elegante de ninguna clase, pues nuestro lujo de pura vanidad se queda regularmente en la sala, y en lo

    interior, que es donde se pasa la vida, por lo comn no hay otra cosa que asientos ordinarios y duras

    tarimas. El confortablees casi desconocido entre nosotros. Viendo a Julia ajada y marchita, parecime que

    algn pesar oculto auxiliaba contra ella la accin devoradora del tiempo. Imposible reconocer en aquella

    mujer plida de ojos apagados la brillante joven que haba dejado cuatro aos antes arreglando sus galas de

    novia. Estaba reclinada en una butaca cerca de su cama, sufriendo una de esas enfermedades de las

    mujeres que aun ni la medicina entiende; tan difcil es saber si estn en el alma o en el cuerpo;

    enfermedades vagas, misteriosas, apocalpticas, debidas tal vez a los nervios, a pesares ocultos o a tedios

    mortales.

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    - Cunto me alegro de volver a verlo! Me dijo Julia: U. es ms que mi amigo, casi mi hermano. Su

    presencia me trae a la memoria das felices; como lo presente es tan tedioso, no vivo sino de recuerdos.

    - Y yo dara la mitad de mi vida futura por borrar los recuerdos de mi vida pasada. Toda reminiscencia

    es penosa. Mirando para atrs, ya encontramos los das de la juventud perdidos intilmente, ya desengaos

    en amistad, ya sueos de gloria convertidos en realidades miserables, o ilusiones de amor sobre las cuales

    ha extendido su manto fro la muerte o el olvido. El recuerdo de cosas felices, como ya pasaron, causa pena,

    y el de acontecimientos desgraciados jams proporcionan placer. Nuestro mayor enemigo es la memoria.

    Las aguas del Leteo son la ms sabia invencin de los paganos.

    - Qu ha visto de particular en sus largas correras? Cunteme

    - Todo el mundo es Popayn: por todas partes estn en mayora los desgraciados, abundan los necios

    y predominan los malos.

    - Ha encontrado en alguna parte hombres que sean constantes en el amor? Eso sera un

    descubrimiento importante

    - Y por qu no me pregunta que si he conocido mujeres que no sean volubles, olvidadizas, etc.?Semejante hallazgo tambin honrara a un buscador de imposibles.

    - Siempre prevenido contra nosotras!

    - Nada de eso: lo que acabo de decirle fue en calidad de represalia. Las quejas se dirigen mutuamente

    los hombres y las mujeres forman un abultado proceso que nadie puede sentenciar, porque todo el mundo

    es a la vez juez y parte. Si yo fuera el arbitro de esa eterna querella sentenciara en favor de las mujeres: la

    observacin y el uso del mundo han rectificado mis ideas. He visto que las mujeres redimen algunas faltas

    con grandes sufrimientos y virtudes sublimes: que sus acciones, inspiradas por el sentimiento, son ms

    desinteresadas y generosas que las de los hombres emanadas de la razn y del clculo. Por todas partes

    hay una miseria que socorrer, un dolor que consolar, all se las encuentra: ellas se adhieren a la desgracia,

    as como los hombres a la fortuna y a la dicha, y para todo corazn, bien puesto, la causa del dbil es la

    buena causa.

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    - Pero contrayendo a Ud. la conservacin, aad, espero que ser feliz en su matrimonio.

    La llegada de Alfredo, as se llamaba el marido de Julia, interrumpi nuestra pltica. Alfredo no era ya el

    joven elegante de otros tiempos. Vesta sin aseo ni cuidado; y el color demasiado rojo de su cara y sus ojos

    inquietos revelaban las pasiones de mala ley de un hombre vulgar. Estos hombres, cuando ya pierden el

    brillo efmero que dan la primera juventud y los vestidos elegantes, quedan como los libros sin ideas cuando

    pierden la pasta: reducidos a nada. Habl conmigo sobre cosas insignificantes, pidi su chocolate porque

    era llegada la oracin y se despidi sin dirigir la palabra a Julia.

    Confieso que la vista de aquella mujer plida y ajada aunque tan joven, habitando aquel cuarto sin

    ningn adorno agradable que manifestase la solicitud cariosa del amor, y de aquel hombre que llegaba a sucasa como a una posada y se diriga a la calle sin dirigir a su mujer enferma una sola palabra de ternura, me

    revelaron que el destino de mi pobre amiga no tena nada de envidiable y que el matrimonio, a ella como a

    otras muchas, no le haba hecho sino promesas engaosas.

    - Lo que veo, la repet, me causa la mayor extraeza. Averiguando por su suerte todo el mundo me ha

    dicho que es feliz.

    - A la dicha, me respondi, como al cielo, muchos son los llamados y pocos los escogidos. Con tal queuna no se queje, viva en casa propia y tenga con qu hacer mercado todas las semanas, el pblico de por

    ac no necesita ms para llamarla dichosa. Nadie se toma el trabajo de averiguar si el amor, la cordialidad y

    las consideraciones mutuas entre los esposos habitan en el hogar domstico.

    - Pero si el matrimonio es por lo regular una cruz pesada Por qu tanta impaciencia por echrsela a

    cuestas?

    - Ninguna escarmienta en cabeza ajena. En nuestros sueos de nias figuramos el matrimonio como

    un Edn, en que no hay sino flores, sonrisas y amor: as apenas salimos de la infancia nos apresuramos a

    dejar la vida libre de solteras, las sanas y puras alegras de que gozamos en nuestra casa, por buscar ese

    porvenir tan lleno de vicisitudes y tinieblas. Aqu no tenemos ningn trato con los hombres: los conocemos

    en la iglesia o en la calle; luego nos hacen tres o cuatro visitas ceremoniosas, en las cuales es imposible para

    una nia cndida, ignorante y descuidada, sin hbito de observacin y uso del mundo, si se la busca por

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    inters o por amor, si su pretendiente es hombre de educacin o algn disfrazado de caballero. Luego a los

    hombres, hasta los ms palurdos, les gusta aparecer como no son: todos ellos nacen diplomticos, es decir

    prfidos.

    - Gracias.

    - Mejorando lo presente. Nuestros padres, que deban tener el juicio que a nosotros nos falta,

    regularmente no se fijan sino en la fortuna de la parte contraria: all donde ven la riqueza determinan que

    para nosotros est la dicha.

    - Convengo con Ud., en que esos matrimonios prematuros, tan acostumbrados entre nosotros sin que

    las mujeres estn moralmente formadas, son sumamente peligrosos. Adems, si las relaciones entre los dossexos fueran ms frecuentes, si los hombres y las mujeres no formaran hasta en los bailes campamentos

    separados, despus de estudiarse y conocerse recprocamente, los matrimonios tendran ms condiciones de

    dicha: este trato apartara a los jvenes de otras distracciones peligrosas, les dara modales y cortesana;

    por consecuencia, las costumbres vendran a ser ms dulces, la sociedad ms animada.

    - El matrimonio, repiti Julia, es nuestro solo porvenir, pero esta institucin, que es para nosotros una

    cosa tan seria, suele no ser para los hombres sino un capricho pasajero o una cuestin de economadomstica. Ah est el mal. Para la mujer es juego muy recio: en una sola jugada compromete todo el

    porvenir. A ustedes, si el amor los engaa, les quedan mil senderos abiertos en el mundo: pueden aturdirse

    con la poltica, distraerse en los negocios, buscar los encantos de la ciencia, pasear su tedio por todo el

    universo, vivir con agitacin o morir con gloria. Pero a nosotras, si el matrimonio como tiene de costumbre

    nos engaa, no nos queda ms esperanza que el cielo, ni ms refugio que la resignacin, triste virtud

    inventada por el cristianismo, para el uso especial de las mujeres. Usted que me dej tan frvola le extraara

    hoy encontrarme tan grave: la meditacin es el recurso de los desgraciados: la dicha no reflexiona.

    - Yo no extrao. Le respond, que Ud., se haya refugiado en la filosofa: lo que s admiro es que en esta

    ciudad todas las mujeres con la vida aislada, vegetativa, sin placeres, que llevan, no se hayan muerto de

    esplin. Ya es tiempo que los ricos, a quienes toca tomar la iniciativa, se resuelvan a abrir sus salones a la

    buena sociedad. La riqueza obliga: justo sera que de vez en cuando dieran tertulias, bailes, algo que

    animara la triste y montona vida de las mujeres.

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    - Si ya que no placeres, aadi Julia se nos diera educacin, habra alguna recompensa. La educacin

    proporciona a las mujeres recursos contra el tedio, consuelos en la desgracia, gusto por la lectura, amor a

    las artes y desarrolla, en ellas la gracia que, como dice un poeta, es el perfume de la belleza. Haba elegido

    un colegio de nias bien montado y lo suprimieron: la plata que costaba no les produca inters. Ya se ve:

    nuestro destino de amas de laves no requiere mayores estudios: no se necesita mucha gramtica para llevar

    el apunte de la ropa, ni mucha geografa para saber donde queda la despensa.

    Me desped de Julia y tom el camino de mi casa. Como habr visto el lector, a pesar de la confianza

    que ella tena conmigo no quiso levantar completamente el velo que cubra su vida domstica, y envolvi sus

    desgracias propias en condiciones generales. Pero yo comprend despus que ella no haba encontrado en

    su matrimonio ni los placeres que da la riqueza, por la srdida economa de su esposo, ni la dicha que vienede los afectos, porque l no tena sentimientos, delicadeza, ni corazn. El desencanto y la aridez de su vida

    haban arrebatado de su alma la esperanza, y de su cuerpo la juventud y la belleza. Un hombre brusco, sin

    educacin y sin maneras, si tiene plata puede ser considerado en la sociedad como excelente ciudadano;

    pero la vida que lleve su mujer siempre ser un martirio completo. Los necios no se contentan con ser

    simplemente necios: casi siempre aspiran a ser malos. Alfredo, a los dos meses de casado, olvid las

    cortesas que haba aprendido en Pars, se envolvi en un saco de pao burdo, descuid relacin con el

    jabn y las navajas de afeitar, se entreg al agio con furor y, por va de distraccin, a echarse sendos tragosde aguardiente. La avaricia, que suprime todos los goces, por s sola es bastante contra la dicha de una

    esposa; pero la avaricia y el aguardiente juntos son ya demasiado. El que no se detiene en la superficie de

    las cosas, vislumbra en Medelln muchas esposas desgraciadas. Por lo regular el hombre aqu se entrega en

    cuerpo y alma a alguna pasin enemiga de la dicha domstica: la avaricia, el aguardiente y el juego

    encuentran por todas partes adoradores fanticos.

    Julia, que haba soado una vida de poesa, de ternura y de amor: que es, como todas las

    organizaciones selectas, aficionada a los placeres, a todo lo bello y armonioso, qu podr esperar la infeliz

    de un hombre que, a los pocos meses de casado, vendi el piano y las joyas y dinero de su mujer para dar el

    dinero a inters? Qu podr esperar de un hombre que se cree dispensado de toda galantera con dar seis

    pesos el viernes para el mercado, cuya imaginacin no resuelve clculos de avaricia y cuya fisonoma slo

    refleja vicios innobles?

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    En cualquier otra sociedad una mujer como Julia, amiga de placeres, sensible, apasionada, mano a

    mano con un marido zafio y grosero, sujeta a desgracias sin horizonte y eterno desamor; mujer aburrida y

    desesperada buscara distracciones criminales. Estoy seguro que Julia seguir valerosa la senda del deber y

    se recostar, joven an, en las losas del sepulcro, envuelta como Cristo en el sudario inmaculado de la virtud.

    Estas santas mrtires merecen la admiracin de los hombres y las caricias de los ngeles.

    Medelln, agosto 1 de 1855.

    FELIPE

    Por: Gregorio Gutirrez Gonzlez

    Querido amigo: Peol, 13 de diciembre de...

    He llegado hoy a este pueblo con direccin a Medelln, a donde marcho a agitar un pleito de familia que

    se halla pendiente en el Tribunal, y donde permanecer dos tres meses. Hara traicin a nuestra antigua ybuena amistad de colegio si no diera a tu casa la preferencia para vivir en ella durante el tiempo de mi

    permanencia en esa ciudad. Estoy rabiando por hallarme a tu lado, para que charlemos indefinidamente.

    Hasta pasado maana que tendr el gusto de abrazarte.

    Tu afectsimo, FELIPE.

    Felipe! Exclam yo al leer esta carta que me entregaron en la calle, un da despus de su fecha. Felipe

    en Antioquia, y de viaje para Medelln! Ninguna sorpresa tan agradable pudiera haberme proporcionado su

    buena amistad.

    Un da despus de recibida esta carta, Felipe y yo aguardbamos el almuerzo en el alto Santa- Helena,

    sentados en el corredor de la casa de la Banas. Yo haba ido hasta all al encuentro de mi amigo.

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    Era Felipe en aquel tiempo un joven de 22 a 23 aos, de una gallarda figura, de talento vivo y

    despejado, y de una imaginacin ardiente y borrascosa.

    La maana era magnfica. El cielo, vestido de riguroso azul, cobijaba con modesta sencillez el valle

    encantador de Medelln. La llanura se extenda debajo de nosotros, con su profusa variedad de sombras y

    colores, como la paleta de un pintor. Medelln pareca dormir acariciada por la brisa de la maana y el

    tranquilo murmullo de su ro. Las pequeas poblaciones de que est sembrado el valle, dejaban ver sus

    blancos campanarios, rodeados de sauces y naranjos, semejantes al nido de una trtola medio oculta entre

    las verdes enredaderas de un jardn... Y todo este magnfico paisaje estaba rodeado de una atmsfera

    luminosa y trmula, que pareca formada por el hervor de infinitas partculas de luz. Era que el valle de

    Medelln palpitaba a los besos del sol de diciembre.

    Qu bello es este valle! exclam Felipe, cuyo pecho se ensanchaba como para aspirar la atmsfera

    perfumada del paisaje que tena a la vista. Mira a Medelln, me deca; parece una joven novia que despojada

    de sus principales galas, se reclina en su pecho de esposa, sonriendo de amor y timidez. El ancho valle

    sembrado de caaverales y tornasolado con los reflejos dorados de las espigas del maz, parece el vestido

    de boda de la esposa; y el ro que la arrulla con su mansa corriente, es el brillante cinturn de plata que yace

    a su lado desceido. Y ms lejos...all... al pie de las azules cordilleras, mira las colinas caprichosamentequebradas y cubiertas de grama, semejantes al manto de seda negligentemente arrojado en un rincn de la

    cmara nupcial.

    Yo contemplaba en silencio a Felipe, lleno de esa satisfaccin que experimenta un casado cuando oye

    las alabanzas que le tributan a su mujer, o una madre cuando celebran las gracias de su hijo.

    Qu dichosa debe de ser la vida de Medelln! continuo l. Yo haba soado con el Oriente y ahora lo he

    alcanzado a ver! Rodeados de esa atmsfera, cobijada por ese cielo, alumbrados por ese sol, los habitantes

    de Medelln deben de ser muy dichosos! Embriagados por el perfume de sus flores, aturdidos con el bullicio

    de sus fiestas, en medio de tantas bellas, porque las mujeres de Medelln sern divinas, todas con los

    cabellos negros y los ojos centelleantes; los medellinenses vern deslizar su vida como un prolongado festn.

    El oro de los capitalistas convertido en deleite, se debe derramar por todas partes. Voy a pasar unos das

    muy alegres, al lado de un amigo como t, en medio de las bellas, rodeado de bailes, de paseos, de flores,

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    de perfumes, de billetes, de lbumes, de amor y de felicidad! Vamos pronto a esa tierra prometida! Y quiso

    arrojarse sobre Medelln, como en otro tiempo los soldados de Alejandro sobre la desenvuelta Babilonia.

    Pero antes fuenos preciso almorzar, y atravesar enseguida el malsimo camino que separa Medelln de Santa-

    Helena.

    Un mes haca ya que Felipe se hallaba en Medelln, alojado en la pieza principal de mi habitacin. Su

    mesa estaba llena de cubiertas para billetes, papel satinado, tarjetas, cuadernos de msica, lbumes de viaje,

    cadenas, leontinas, anillos, mancornas, y todas esas superfluidades que constituyen la mitad del equipaje de

    un elegante. Ninguno que viera su habitacin pudiera asegurar que haba venido a seguir un pleito: no se

    encontraba en su mesa ni una hoja de papel sellado.

    Felipe sala muy poco de la casa; no haba tenido ni el trabajo de corresponder visitas; pues, aexcepcin de tres o cuatro amigos, nadie haba ido a saludarle. Me haba olvidado de decir que Felipe era

    glgota.

    Una maana llegu a su pieza y le encontr sentado en una poltrona leyendo un billete que tena en la

    mano; sorprendise algn tanto a mi vista, y trat de ocultar el papel; pero luego, variando el intento, me

    dijo: Daniel, qu diferente es Medelln de lo que yo me la figuraba! qu les ha sucedido a los habitantes de

    esta tierra? son siempre as? ni teatros, ni bailes, ni paseos, ni nada que indique que estamos entre gentecivilizada! De ese modo, le contest, tendrs ms libre el animo para consagrarte a tu pleito; esto por lo

    menos es una ventaja. Gran ventaja por cierto! Mas lo peor no es eso, sino a fuerza de no tener en que

    ocuparme, mira lo que he hecho. Y me alarg un papel que tena en la mano. Has hecho qu? Le dije,

    algunos versos? No, hombre, he recibido una carta. Mira voy a decrtelo todo: pienso casarme. Casarte

    t! S, seor, casarme, y qu tiene eso de raro? Desde que se pone el pie en territorio antioqueo, siente

    uno deseos de ser casado. Yo no puedo explicarme esto; pero parece que a Antioquia la rodea una

    atmsfera matrimonial, a cuya influencia nadie puede sustraerse. Es que los cabellos negros y los ojos

    centelleantes de las bellas... No, nada de eso, no es Medelln lo que parece desde el alto Santa- Helena, y

    sus mujeres, aunque he visto muy pocas, parece que no son como me las haba soado. Es que en esta

    tierra hay que casarse para poder conversar con una mujer. Y t, por lo tanto, has resuelto tener con quin

    conversar. Sin duda. La que esto me escribe es la nica que he visto en Medelln. Al principio cre

    entablar con ella uno de esos amores que tanto entretienen en otras partes; pero qu quieres! lo que al

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    principio no era ms que una diversin, se convirti al fin en un afecto serio; lo que empez por seas y

    miradas concluy por billetes y promesas; y hoy me tiene comprometido y enamorado como una bestia.

    Mientras Felipe hablaba, lea yo la carta que me haba entregado. Era una de esas cartas que todas las

    mujeres han escrito por lo menos una vez en su vida, y que todos los hombres han ledo por lo menos

    doscientas. En medio de mil tonteras escritas con ortografa chilena y en una letrica angulosa y tartamuda,

    haba sinceras protestas de amor. Estaba firmada: ROSA.

    Rosa! Exclam yo, la seorita de en frente, la hija de D. Lucas! Rosa, s seor, una muchacha llena de

    gracia y de bellezas, mujer encantadora y sencilla! Nada le deca yo sobre matrimonio en el billete que le

    escrib, y ella me contesta que conviene en ser mi esposa siempre que obtenga el consentimiento de sus

    padres.

    Hablando as nos habamos acercado a la ventana. Casi al mismo tiempo, y como si supiera que se

    trataba de ella, apareci Rosa en el balcn de en frente; sus mejillas se cubrieron de un encarnado vivsimo

    cuando nos vio, y sin dar lugar a que nos saludramos, volvi a entrar precipitadamente; pero no sin dirigir

    antes una mirada hacia nuestra ventana, al travs de las vidrieras que cerr tras s. Estaba vestida con una

    sencilleza, si no encantadora, por lo menos antioquea: un camisn de zarazamorada, sobre el cual tena

    un delantal de zaraza ms morada todava; un paoln de seda con grandes flores alegres y esponjadas,puesto en la espalda, y prendido sobre el pecho, a una altura poco artstica, con un alfiler de cobre: he aqu

    todas las galas de la futura de mi amigo.

    Pero no, me equivocaba. Todo su adorno consista en sus magnficos cabellos negros, peinados en dos

    trenzas, que caan negligentemente sobre su cintura, donde hacan un pequeo descanso, y luego

    descendan con morbidez acariciando la falda de su vestido. Consista en la belleza de sus ojos llenos de

    miradas prisioneras, que se escapaban temblando cuando llegaban a burlar la vigilancia de sus prpados

    severos. Consista en su boca pequea, que slo de tarde en tarde entreabra para dar paso a su voz

    dulcsima, quedando largo rato iluminada con una sonrisa que pareca crepsculo de su voz.

    No puede menos que dar el parabien a mi amigo por la acertada eleccin que haba hecho, luego que

    me convenc de que era seria su resolucin. Hoy mismo, me dijo, voy a escribir a D. Lucas pidiendo la mano

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    de su hija. Y despus de haber formado mil castillos en el aire, hablado mucho y pensando poco, nos

    separamos, quedando Felipe entregado plenamente a sus proyectos.

    Al da siguiente y al tiempo de salir de mi oficina, me entregaron un papel, reglado a manera de factura,

    en el cual haba escrito D. Lucas unas pocas lneas, suplicndome que pasara a su almacn, pues tenamos

    que tratar sobre un negocio. La ortografa del escrito me hizo recordar la carta de Rosa, y no dud que la

    excelente nia habra aprendido a escribir bajo la inmediata direccin de su pap.

    Me dirig, pues, al almacn, seguro de que el negocio que D. Lucas me hablara no podra ser otro que

    el matrimonio de Felipe.

    Dicho almacn consista en una vasta pieza, dividida a lo largo por un mostrador, detrs de la cual sevea a un lado, a manera de armario, una enorme caja de fierro, cuya fisonoma inflexible y estpida daba

    cierto aire de salvaje gravedad a cuanto le rodeaba, y esparca por todo el almacn una atmsfera fra y

    metlica. En el centro haba un escritorio cuyos estantes estaban repletos de gruesos libros de cuentas; uno

    de stos, el ms grande de todos, se hallaba abierto delante de un dependiente, que con una pluma detrs

    de la oreja, una regla en la boca y un cigarro en la mano, volva pausadamente sus hojas con una gravedad

    enteramente mercantil.

    El dependiente (que contara de 14 a 15 aos) volvi hacia m su cabeza, cubierto de un gorro griego,

    y sin contestar mi saludo, me pregunt: - Usted nosnecesitaba? No, seor, le dije; slo busco al seor D.

    Lucas.- Hoy estamosde correo y tenemos muchos qu hacer.- Es que el mismo seor D. Lucas fue el que

    me suplic...- Bien, pues esprelo usted, y volvi a su tarea con una calma envidiable.

    Despus de algunos instantes, entr D. Lucas por la puerta que daba a las habitaciones interiores,

    acompaado de un sujeto a quien al parecer trataba con mucha deferencia. Era D. Lucas un hombre que se

    aproximaba a los 50 aos, alto, seco, y encorvado, de tez amarillenta, y de una fisonoma muy poco ms

    despierta que la de su caja de fierro. Llevaba ordinariamente pantalones de hilo color de plomo, chaqueta

    blanca y zapatos amarillos.

    La persona que le acompaaba era un joven de 25 a 30 aos; de elevada estatura y de hombros

    desmesuradamente anchos. El color de su rostro demasiado encendido, tanto a causa de los rayos del sol

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    de su pueblo como de su salud de buey, daba a su persona cierto aire arisco y montaraz, y se admiraba uno

    de encontrar sobre aquellos hombros tan robustos y debajo de aquella cabeza tan colorada, una casaca en

    vez de un bayetn. Estaba vestido a la ltima moda. Sus pantalones y su casaca conservaban intacto el

    brillo que haban sacado del taller de Sann. Sin embargo, al menor movimiento que haca, el cuello rebelde

    de su camisa se escurra por debajo de su corbata, y su falda, ms rebelde todava, se asomaba por entre el

    chaleco y el pantaln, formando un bucle circular alrededor de su cintura. Sus pies, de una dimensin

    fabulosa, estaban sometidos a una rigurosa clausura de unas botas de charol, en donde comprimidos

    pugnaban por recuperar su antigua independencia. Para concluir el bosquejo de este personaje aadir:

    Que era hacendado de un pueblo cercano a Medelln, futuro heredero de una fortuna enorme, diputado a la

    Legislatura, pretendiente de Rosa y llamado Braulio.

    Don Lucas se despidi de Braulio con una amabilidad y una cortesana de que no haba ejemplo en losanales del almacn: lo cual me indujo a creer que las pretensiones de Braulio podran ser mejor acogidas que

    las de Felipe. Esto por parte de D. Lucas, pues por lo que hace a Rosa, bien convencido estaba yo del cario

    que a Felipe profesaba y del comprometimiento que mediaba entre los dos. Y adems. No poda suponerse

    que Felipe, joven elegante, honrado y de talento, fuera desechado, para aceptar en su lugar a un

    pretendiente tan mal redactado como Braulio, cuyo olor a helecho se perciba a dos cuadras de distancia.

    Pero quin sabe? Me deca yo: todo puede pasar... las mujeres...!

    Don Lucas se me acerc y sin ms rodeos me dijo: Qu tal amigo! Lo necesitaba para consultarle a

    usted un negocio.- S, seor, me tiene usted a su disposicin.- Dgame usted. Usted conoce a un joven de

    Bogot... Felipe...?- Felipe? S seor, es ntimo amigo mo y vive actualmente en mi casa.- S bien: pero

    dgame usted, qu clase de hombre es Felipe? Hay preguntas tan claras que no es fcil comprenderlas, as

    es que tartamudeando contest: Pues Felipe es un joven de Bogot... muy amigo mo... y que vive

    conmigo...- Muy bien, muy bien; pero dgame usted: qu tal en materia de honradez? qu tal de fortuna?

    qu tal esto de manejar intereses...? Y sigui hacindome un largusimo interrogatorio, pero de tal

    naturaleza, que a veces se me figuraba que Felipe lo que haba propuesto a D. Lucas era que le fiara alguna

    suma o le admitiera como dependiente; pues no trataba de encontrar en mi amigo las cualidades que

    pudieran hacerle buen esposo, sino que las que le hicieran a propsito para administrador de bienes. Yo

    hube de contestar lo mejor que me fue posible a las multiplicadas preguntas de D. Lucas; pero de mis

    respuestas, a pesar de mi buena voluntad, debi deducirse, que si era Felipe excelente para esposo, no lo

    era tanto para mayordomo. As fue que con un tono marcado de lstima, sigui el padre de Rosa. Con que

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    dice usted que el tal Felipe es un literato... un poeta... que hace versos? No, seor, no hace versos: sabe

    hacerlos, lo cual ya ve usted que no es lo mismo. -Con qu es hombre entregado a los libros? S seor, es

    un hombre entregado a su profesin de abogado, en la que indudablemente lucir mucho. Mire usted

    agreg Don Lucas, bajando un tanto la voz; desengese usted, esos hombres entregados al estudio no

    sirven para nada, entiende usted? para nada. Seran incapaces de manejar doscientos pesos, si por

    casualidad pudieran ganarlos. Yo le hablo a usted con toda franqueza: su amigo de usted, pretende la mano

    de mi hija; pero hoy mismo la ha pedido tambin en matrimonio un joven estimablisimo, el mismo que usted

    vio salir de aqu hace poco, es hijo de un amigo mo, y yo atendiendo a sus muchas cualidades y sobre todo a

    la inclinacin de Rosa, seguramente no podr rehusar... ya ve usted, un padre...!

    Convencido yo de la inutilidad de insistir en un asunto tan delicado, y persuadido de la falsa posicin en

    que me hallaba colocado, me apresur a despedirme de D. Lucas.

    Nada me dijo Felipe de la contestacin que tuviera su carta, y yo por mi parte me guard bien de

    hablarle sobre este negocio; pero pocos das despus, y cuando ya era pblico el matrimonio de Rosa y

    Braulio, me anunci que ya terminado su pleito por medio de una transaccin, le era forzoso volver a Bogot.

    El da de su marcha resolv acompaar a mi amigo hasta el alto de Santa- Helena. En todo el camino no

    nos dirigimos ni una sola palabra. Llegados a la casa de Banas, y mientras preparaban el almuerzo,salimos al corredor que queda al frente del pintoresco valle. La escena que tenamos a la vista era la misma

    de otro tiempo, slo los actores haban variado. Felipe sac silenciosamente un lpiz de su cartera y empez

    a escribir en la pared.

    De una ciudad, el cielo cristalino

    Brilla azul como el ala de un querube,

    Y de su suelo cual jardn divino

    Hasta los cielos el aroma sube;

    Sobre este suelo no se ve un espino,

    Bajo este cielo no se ve una nube...

    ...Y en esta tierra encantadora habita...

    La raza infame, de su Dios maldita.

    Raza de mercaderes que especula

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    Con todo y sobre todo. Raza impa,

    Por cuyas venas sin calor circula

    La sangre vil de la nacin juda;

    Y pesos sobre pesos acumula

    El precio del honor, su mercanca,

    Y como slo al inters de atiende,

    Todo se compra all, todo se vende.

    All la esposa esclava del esposo

    Ni amor recibe ni placer disfruta,

    Y sujeta a su padre codicioso

    La hija inocente...

    Est servido el almuerzo! Dijo en esto Genveva, interrumpiendo a mi amigo, con gran disgusto mo,

    que por encima de su hombro iba leyendo a medida que l escriba, y que deseaba mucho la conclusin de la

    octava que dej empezada, para ver si poda descubrir a qu ciudad trataba duramente. No pudiendo

    averiguarlo, dije para m: seguramente habla de Bogot.

    RELATOS DEL TIEMPO DE BERRIO

    UN BAILE CON CARRERA

    Por: Ricardo Restrepo

    Hace algunos das me encontraba yo, un domingo por la maana, sentado al frente de mi escritorio,

    revolviendo intilmente mi memoria para ver si hallaba algo qu contestar a las incesantes preguntas que me

    haca un pliego de papel blanco extendido sobre la mesa. Cansado de registrar sin provecho hasta los ms

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    recnditos rincones de mi imaginacin, iba ya a archivar el importuno papel cuando observ que la cocinera

    de casa se haba parado en la puerta de mi cuarto. En su aire tmido y en la sonrisa de irresolucin que

    vagaba por su rostro, conoc que tena algo que decirme, y queriendo evitar sus rodeos, le dije para

    animarla:

    - Hola a Fulgencia! Usted por aqu? Parece que alguna cosa se le ofrece, y si yo puedo servirle tngala

    por conseguida.

    - Pues es nio, que yo vengo a pedirle un favor; pero usted tal vez no me lo hace, contesto la cocinera

    agachando la cabeza y araando la pared a la cual se haba recostado.

    - Y qu favor ser ese? Sepamos a ver, a Fulgencia.

    - Pues es que esta noche vamos a hacer una cenita y a bailar un poquito, y nosotros querramos que

    usted nos honrara la casita asomndose por all aunque sea un rato.

    - Vamos a Fulgencia! Conque lo que usted me pide es que vaya a divertirme esta noche! Pues acepto

    con mil amores. Y dnde es el baile?

    - All en Guanteros en la casita de nosotras. Todos los convidados son personas muy decentes y no

    hay que temer ningn bochinche.

    - Est bien, a Fulgencia. Le agradezco la invitacin, y cuente usted conmigo.

    Teniendo ya un baile y una cena en perspectiva, tom el pliego de papel y lo guard, esperando que los

    acontecimientos de la noche me suministraran algo qu contarle.

    Cuando fueron la ocho de la noche me puse a reflexionar sobre lo que deba hacer. Yo no haba estado

    nunca en reuniones de esa clase, y por lo mismo tena deseos de asistir a la que ahora se me presentaba,

    movido por el aliciente que lo desconocido tiene para todas las imaginaciones.

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    Yo no tema que en aquella diversin hubiera peligro alguno, pues si pudiera haberlo la cocinera de

    casa no me habra convidado. As, pues no vacil en mi resolucin y comenc a vestirme.

    Dudaba yo si deba ir de ruana o de levita; pero temiendo que la primera se considerara como un

    desprecio, escog la ltima, la cual acompa de pantaln y chalecos blancos. As ataviado me encamin a

    la casa del baile, la cual est situada en una de las calles ms desiertas e ignoradas del barrio Guanteros.

    Cuando llegu acababan de bailar una pieza, lo cual se conoca por el movimiento y el ruido de trajes

    que se oa en la sala. Empuj la puerta de la calle, y como la casa no tena zagun ni cosa parecida, me

    encontr inmediatamente en la sala.

    Con el ruido que hice al abrir la puerta todos los ojos se clavaron en m, los unos con sorpresa, losotros con enojo. Salud a las personas que estaban cerca, dndoles las buenas noches; pero la mayor parte

    permanecieron en silencio y las dems me contestaron con tono apenas perceptible.

    - Malo! dije yo para mis adentros al ver el recibimiento que se me haca.

    Pero ya estaba en la sala, no poda salir sin siquiera decir a qu haba ido, y esperando que se

    presentaran a Fulgencia o alguna persona conocida, me puse a observar para saber en dnde y conquines me hallaba.

    La sala en que nos encontrbamos era una pieza bastante pequea y slo tena dos puertas: la una era

    la de la calle, por donde yo haba entrado, y la otra, que estaba al frente, probablemente conduca a la cocina

    o a las habitaciones que servan de dormitorio.

    El bello sexo estaba representado en el baile por seis u ocho apangas, ostentosamente tratando de

    imitar a las modas reinante entre las seoras y, a imitacin tambin de algunas de stas,

    superabundantemente untada la cara con una espesa capa de yeso y bolo.

    Los personajes pertenecientes al sexo feo eran tres o cuatro artesanos de fisonoma simptica y

    pacfica, y uno de aspecto grave y belicoso, que sentado al lado de la apangams hermosa, hablaba con

    tono solemne y mesurado y con la suficiencia de un orador cuyas palabras son orculos. Finalmente, como

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    el personaje ms conspicuo, como la figura culminante del baile, un cachaco, bien vestido y acicalado,

    paseaba su satisfecha persona de un extremo a otro de la sala, acaricindose las patillas y mirndolos a

    todos con aire de proteccin.

    Cuando el artesano orador y el cachaco conquistador observaron mi presencia, ambos me clavaron los

    ojos con una fijeza que me dio en qu pensar. El artesano se volvi luego a sus compaeros y comenz a

    hablarles mirndome de reojo: evidentemente se trataba de m. En cuanto al Adonis de las patillas, me mir

    un rato, se sonri sardnicamente, y luego me volvi la espalda con el aire ms despreciativo del mundo.

    - Bonito estamos! continu yo diciendo para mi coleto. Mucho me divertira yo aqu si me quedara!

    Y me dirig a la puerta de la calle; pero en el momento de abrirla, un golpecito que sent en mi hombrome hizo volver la cara y me encontr con la regocijada figura de Gervasio Parra.

    - Hola chico! Me grit: cunto celebro verte aqu. Se conoce que t eres hombre de buen gusto cuando

    vienes a estas tagarnias. No sabes cuanto vamos a divertirnos!

    - Hombre! Pensaba irme porque me parece que mi presencia aqu tiene aqu pocas simpatas; pero ya

    que te encuentro, me quedo.

    - S, si hombre! Por supuesto!

    Antes de pasar adelante es precisos decir cuatro palabras sobre el nuevo actor que se presenta.

    Parra pertenece a una honrada familia que, a pesar de su pobreza, ocupa una buena posicin social.

    Aprendi en la escuela a leer, escribir y contar inmediatamente, y luego se fue a una oficina pblica en donde

    por rigurosa escala ha subido desde aspirante a meritorio hasta oficial de a veinte pesos, de ley por

    supuesto, Hombre de buen humor inagotable, es una especie de cosmopolita i anfibio social:

    Alternativamente cachaco y artesano, lleva con tanto desembarazo la ruana como al levita, trata a todo el

    mundo de igual a igual y tutea a todo aqul a quien habla por segunda vez, si desde la primera no lo ha

    hecho. Es, en suma, el hombre ms feliz de esta tierra, y aunque sin intencin ni conocimiento, el ms

    perfecto modelo del republicano.

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    - Camina pues. Ven yo te hago conocido con toda esta gente, me dijo Parra cogindome de un brazo y

    tratando de llevarme a media sala.

    - Aguarda hombre! Vamos poco a poco. Como yo nunca he estado en estas reuniones, es preciso que

    me orientes un poco y me digas qu clase de gente es sta y como debe uno tratarla.

    - Pues bien mira! Todas estas damas son honradas criadas que, sabiendo que esta noche haba baile,

    han dejado las casas que servan, con el pretexto que tenan una ta enferma o cualquier otro semejante. Es

    muy fcil que alguna de ellas haya estado en tu casa; pero no debes darte por entendido, sino que debes

    tratarlas a todas de seoritay de hgame el favor, y es conveniente que le prodigues el mayor nmero de

    cortesas que te sea posible. De esta manera te granjears sus simpatas y te convidarn a cuanta funcinpongan. No vayas a creer que aqu se baila guabina o bunde. Nada de eso! Todas estas damas bailan

    polka, wals, o strauss, y te aseguro que lo hacen tan bien como cualquier seorita de alto tono.

    - Est bien pero pasemos a los hombres. Quin es aquel chaleco que parece tan satisfecho de su

    persona y que de cuando en cuando me mira y se sonre atusndose los bigotes?

    - Ah, hombre! Ese es un sujeto curioso que conviene tengas presente. Es Quintero, el celebrrimoQuintero. Es un muchacho de una familia pobre y humilde y que sin embargo anda siempre bien vestido y

    con algunas monedas en el bolsillo, aunque no se le ve oficio ni beneficio ninguno. Cuando le preguntan de

    dnde saca dinero, dice que se ha encontrado una mina, y yo tengo para m que la tal mina, es la explotacin

    y desplumamiento de uno que otro barbilampio que se le atraviesa. Quintero no pertenece al gremio de

    artesanos, pues aunque en apariencia los acata, interiormente los desprecia y se considera como muy

    superior a ellos. Tampoco pertenece a la clase de los cachacos, pues los aborrece de muerte y trata

    siempre de buscarles camorra. Su mana constante es decir que esta sociedad trata a sus hijos como feroz

    madrastra, que aqu se desconoce el mrito, y que se estima a cada uno por su dinero y no por sus prendas

    morales. Yo no s si eso ser cierto; pero si furamos a premiar a cada cual por sus mritos de seguro que

    el bueno de Quintero no recogera muchos votos en su favor. Y sin embargo, ah donde ves ese personaje

    que parece tan hurao es el sujeto ms manual del mundo. De seguro que l tiene prevencin contra ti, que

    pasas por hombre de plata, como l dice: pero si quieres echrtelo al bolsillo, saldalo con amabilidad en

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    donde lo encuentres, ofrcele trago en el teatro o acptalo cuando te lo ofrezca, y as puedes contar con l

    como tu mejor amigo.

    - Te agradezco los consejos y ahora me vas a presentar a l. Pero quin es aquel artesano que est

    sentado al lado de aquella apanga bonita, y que desde que estoy aqu no ha cesado de mirarme con malos

    ojos?

    - Ese es un sujeto que debes estudiar, porque es el curioso tipo de una clase que, aunque poco comn

    en nuestra sociedad, no deja tener algunos representantes. El maestro Hilario es un sastre que goza de una

    merecida reputacin como hombre honrado, y que tiene talento natural, aunque muy mal dirigido

    desgraciadamente. Deseando instruirse, ha buscado alimento para su espritu en las novelas socialistas de

    Eugenio Sue y compaa, y no pierde ocasin de leer cuanto se pblica con tendencias a rebajar a los ricos, aquienes l llama ladrones, sin excepcin o a adular a la clase obrera. De este modo el maestro Hilario se ha

    formado en su cabeza un mundo imaginario para nosotros, aunque real para otras sociedades. Es hombre

    que habla muy serio del pauperismo y de proteccin a las industrias nacionales; que reniega contra la tirana

    del capital, y no desespera de la emancipacin de los proletarios y del engrandecimiento de la oprimida clase

    de artesanos. En una palabra, el Maestro Hilario es un socialista con sus puntas de comunista, como dicen

    ustedes los que han estado en el Colegio. Desde ahora te digo que se tratas de ganar sus simpatas pierdes

    tu tiempo, pues l aborrece de muerte a los cachacos. Es de aquellos artesanos que, si uno no los saluda,se la juran por orgulloso, y si trata de saludarlos, desvan la cara por el tonto placer de hacerse los

    desdeones o despreciativos o de pasar por vctimas. As, pues, si l te habla, lo que seguramente no har,

    contntate con contestarle y trata de no enredarte con l.

    En cuanto a los dems artesanos que miras aqu, contino Parra despus de una breve pausa, nada

    tengo qu decirte. Son el tipo comn de la generalidad de nuestros artesanos, industriosos, atentos,

    deseosos de instruirse, y enemigos de toda cuestin poltica y de vanas discusiones, en las que la

    experiencia les ha enseado que nada tienen qu ganar y s mucho qu perder.

    Orientado ya acerca del modo como deba de conducirme, perd la timidez que me haba hecho

    permanecer aislado. Conducido por Parra nada tena que temer, pues l, veterano en asuntos de tagarniasy

    conocedor de todos sus misterios, me enseara el arte de ganarme la buena voluntad de aquella comunidad.

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    La primera operacin de Parra fue presentarme a Quintero. Este truhn, a quien yo haba encontrado

    varias veces en la calle y a quien nunca haba saludado, me recibi con un aire amenazador, como esperando

    a ver de qu manera me conduca con l. Yo, que estaba preparado, trat de ser lo ms amable posible y le

    dirig algunas palabras halageas. Inmediatamente cambi de tono: puso a mi disposicin su persona y

    todas sus habitaciones, y quedamos tan amigos como si nos hubiramos conocido desde la infancia.

    Una hora despus estaba yo en el apogeo de la popularidad, merced a la intervencin de Parra y

    Quintero. Slo el impenetrable maestro Hilario me haca oposicin y continuaba mirndome con malos ojos.

    Sin embargo, conociendo yo cun fcil es en un pas republicano pasar del solio a la barra del

    Senado, no me dej cegar por el aura popular. Y cierto que hice bien, pues pronto comenzaron a lloverme

    calamidades.

    Seran como las doce de la noche cuando a Fulgencia fue a preguntarnos si sera ya hora de cenar.

    Oyendo nuestra afirmativa, sali con algunos hombres y luego comenzaron a traer mesas que colocaron en

    el centro de la sala. Sobre ellas pusieron algunos dulces, muchas botellas, y una enorme cantidad de platos

    y bandejas, que probablemente haban conseguido a ttulo de prstamo en todas las vecindades.

    Cuando la mesa estuvo servida, cada danzante se apresur a dar el brazo a una de las damaspresente. Pseme a pensar cul sera la que yo deba elegir; pero cuando termin mis meditaciones ya la

    eleccin era intil, pues slo haban quedado sentados los manes de una vieja, que probablemente era

    seorita, pues as lo revelaban los muchos remilgos que haca, la escandalosa crinolina en que se haba

    metido y la formidable capa de estuco con que haba cubierto su casi calavera. Ya no haba ms remedio!

    Acrqueme valerosamente, y con muchas cortesas supliqu a la terrible arpa que se dignara aceptar mi

    brazo. Hzolo as la vieja con una majestad digna de mejor causa, y nos acercamos triunfalmente a la

    cabecera de la mesa que, como lugar ms prominente, me haba sido designado.

    Cuando yo me sentaba o al maestro Hilario que deca a sus vecinos:

    - Estos cachacos del diablo se meten siempre donde nadie los llama. Pero llegar el da en que el

    pueblo altivo conozca sus derechos, y entonces los ricos ladrones nos pagarn las verdes y las maduras.

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    Iba yo a contestarle al maestro que a m me haban convidado, cuando un violento empujn dado a la

    puerta nos hizo sobresaltar, y todos volvimos los ojos. Inmediatamente entraron cuatro o cinco hombres,

    todos de bayetn y sombrero depedrada, rostros huraos, ojos inyectados de sangre, el pelo cayendo en

    mechones desgreados sobre la frente, y llevando en la mano gigantescos garrotes que jactanciosamente

    hacan resonar contra las puertas y muebles. El horrible tufo que despedan manifestaba bien que cada uno

    de ellos estaba de sustituto de un tonel, y que su legtimo domicilio deba ser el estanco de licores destilados.

    La aparicin de aquellas siniestras figuras produjo entre todos el efecto de un rayo. Todos nos

    quedamos en silencio y cada cual comenz a lanzar miradas afanosas buscando el lugar donde la fuga

    pudiera efectuarse. El que tena una figura ms matrozse acerc a la mesa, mientras los dems se hacan a

    las dos nicas puertas de la sala o se colocaban cerca de las pocas velas que la alumbraran. Entonces el

    primero, despus de examinar a los concurrentes con una mirada turbia y estpida, dijo con vozaguardientosa:

    - Buenas noches, mis caballeros. Yo tambin vengo a divertirme.

    - Hola, mi amigo Ponzoa! Exclam entonces alegremente el hasta ah taciturno y majestuoso maestro

    Hilario. Cunto me alegro de que un verdadero hijo del pueblo, como t, venga a nuestras diversiones!

    Y ponindose en pie fue a dar la mano al satnico Ponzoa.

    Mientras ellos cruzaban en voz muy baja algunas palabras, pregunt yo a Parra:

    - Quin es esta gente?

    - Son los sujetos ms malos de esta tierra, me dijo. El tal Ponzoa es un carnicero que no puede pasar

    ocho das sin pelear, y de seguro vienen a ponerlacon nosotros, pues la levita les hace bailar el garrote. El

    nico modo de escapar es ver si podemos ganarlos, y como probablemente te considerarn como jefe, es

    preciso que trates de ponerlos de tu parte ofrecindoles trago. Ponzoa se llama el maestro Menalco.

    Ya para entonces los dos maestros haban acabado de hablar, y Ponzoa, clavndome los ojos de una

    manera capaz de hacer dar vahido, me pregunt:

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    - Hola! y este cachaco quin es?

    - Un servidor de usted, maestro Menalco, que desea que ustedes se divirtieran aqu con nosotros. Y

    para festejar nuestro conocimiento espero que usted y sus compaeros nos acompaarn a tomar un trago a

    su salud.

    - Muchas gracias caballeros, contest Ponzoa acercndoseme. Yo no necesito que ningn pepito

    caripelao me d trago. Yo tengo plata, mire ust.

    Y metiendo la mano en el bolsillo, arroj sobre la mesa un real y una navaja descomunal.

    - Cmo es esto? Salt Quintero que las echaba de jaque. Vienen ustedes aqu a insultarnos?

    - Ello no! don... don como se llama, dijo Ponzoa con un tono fingidamente humilde. Yo lo que quiero

    es encender este tabaco para irme.

    Y sacando un cigarro se acerc a una vela e hizo como si fuera a encenderlo. Inmediatamente se

    apagaron las velas, y en medio de la profunda oscuridad se oy el ruido amenazador de los garrotes que selevantaban. Entonces la confusin fue horrible: las mujeres corran desatentadas de un lado para otro

    dando medrosos aullidos y pidiendo socorro; los platos volaban a estrellarse contra las paredes, impulsados

    por los poderosos garrotes, y en medio del tumulto se oa la voz de Ponzoa que, cual otro Bozzaris,

    animaba a los suyos gritndoles:

    - Arriba muchachos! Cuiden las puertas para que nadie se escape, y palo con el cachaco.

    Parra que probablemente era entendido tambin en achaque de garrotazos, me cogi de un brazo y

    me hizo meter debajo de la mesa, sobre la cual llovan tremendos golpes que me buscaban, pues los

    invasores haban resuelto que yo fuera la vctima expiatoria. Mientras tanto el maestro Hilario se haba hecho

    a una puerta y gritaba entusiasmado:

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    - Arriba, pueblo valeroso! Arriba, oprimidos proletarios! Abajo la aristocracia del dinero, y palo con el

    cachaco!

    Apurada estaba hacindose mi situacin, pues ya los garrotes empezaban a zumbar debajo de la mesa,

    cuando Quintero, que se haba armado con un taburete, vio un poco de luz por la puerta que daba al interior,

    y, guindose por ella, asest al maestro Hilario tan rudo taburetazo, que lo trajo mal parado o ms bien mal

    cado al suelo. Al ver la puerta entreabierta todos los aporreados de adentro trataron de salir, y yo,

    deslizndome y ocultndome entre una docena de crinolinas, logr pasar al corredor, sin ms aumento que

    de dos chichones en la cabeza y sin ms disminucin que la de mi levita, que dej las faldas como trofeo de

    los vencedores. La noche estaba oscura como la boca del lobo, y llova a cntaros. Como yo no conoca la

    topografa del lugar, me lanc a la primera direccin que se me present, y resbalndome en el lodo del

    patio, ca y me empantan de la cabeza a los pies, dejando el sombrero y un botn en la cada. Logrlevantarme, y para huir de los garrotes que ya me pareca me estaban midiendo las costillas, me entr por la

    primera puerta que encontr. Aquella puerta daba a la cocina, en donde algunas mujeres fugitivas se haban

    asilado, y tomndome por uno de los atacantes comenzaron a gritar:

    - Socorro! Socorro! que nos asesinan!

    Ya no era tiempo de andar con cumplimientos, y yo, olvidando las recomendaciones de Parra y eltratamiento de seoritas, les dije:

    - Patronas, por todos los diablos, callen la boca que yo tambin ando fugitivo.

    - Pero ellas no me atendan y seguan gritando desaforadamente:

    - Socorro por Dios! Socorro, que nos asesinan!

    Temiendo que aquellos gritos pudieran atraer a mis perseguidores, sal de la cocina, y observando que

    haba una tapia medio arruinada, me puse a escalarla valerosamente. Haba yo logrado llegar a la cima

    cuando los garroteros me distinguieron por los pantalones blancos en medio de la oscuridad, y se me

    vinieron encima gritando:

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    - Al cachaco, que se nos va Atajen, atajen!

    No teniendo como para bajar con maa, me incorpor para tomar vuelo y saltar en medio de la lluvia de

    piedras y palos que me lanzaban, pero mi esfuerzo fue enteramente inoficioso: un garrote, vigorosamente

    lanzado, me comunic tal impulso, que sin quererlo di el salto ms estupendo de que tenga noticia. Si lo

    hubiera dado voluntariamente y en pleno da, mi reputacin como gimnstico no tendra rival en el mundo.

    No bien haba cado, todo magullado y llenos de contusiones, cuando dos enormes mastines se

    abalanzaron sobre m con unos aullidos que claramente revelaban intenciones hostiles. Felizmente la sabia y

    previsora Naturaleza ha puesto siempre al lado del mal, y encontrando yo a mano el garrote que me haba

    hecho volar, pude libertarme de mis caninos verdugos, ms no sin dejar entre sus dientes algunas tiras de

    mis pantalones. En fin, despus de saltar media docena de tapias y de sostener combate con todos losperros del barrio, logr llegar a la calle, en donde di gracias a Dios de haber salido con vida.

    Cuando llegu a casa y me contempl detenidamente, no puede menos que rerme de mi estrambtica

    figura. El pantaln y el chaleco blancos, que en mala hora se me ocurri ponerme, estaban tan embarrados

    que no parecan sino ropa de pen cargador de tierra; el sombrero y un botn haban desaparecido; la levita

    se hallaba convertida en chaqueta, por la falta de las faldas, y estaba a punto de dividirse en dos porciones

    por un ancho descosido que le llegaba hasta el cuello. Las manos y la cara las tena despedazadas por lasramas y piedras de que haba tenido que prenderme en la subida y bajadas de tapias, y la columna vertebral

    me dola como si la tuviera desencajada.

    Al otro da supe que del baile haban resultado seis heridos, que mi nombre se daba como el de uno de

    los agresores, y que probablemente sera llamado por el juez del crimen a responder por el delito de ataque

    a las personas y a las cosas con escalamiento y en cuadrilla de malhechores. Mientras se sigue el juicio, y

    para lo futuro, hago juramento solemne de no volver a bailes en que sean necesarios la agilidad en la carrera

    y profundos conocimientos en gimnstica.

    Medelln, 3 de agosto de 1870.

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    LOS ENTREACTOS DE LUCIA

    Por: Juan Jos Molina

    I

    Se representaba por primera vez la Lucia de Lamermoor, en esta ciudad, en la noche del 23 de abril de

    1865.

    Acabado el primer acto, y descendiendo yo del cielo de la armona, de donde me venan an como un

    eco misterioso las dulcsimas cadencias y la suave meloda del regnava nel silencio y los patticos murmurios

    de los esponsales de Edgardo y Luca, se me acerc un amigo que me trataba con afable familiaridad y

    despus de hablarme con entusiasmo de Assunta, de Enrico (el malogrado Enrico!) y del inmortal Donezetti,

    quiso sacarme de mi honda preocupacin desplegando todo el lujo de su inimitable agudeza y de su galano

    decir.

    Ese amigo a quien llamar Emilio, y que es bien conocido entre nosotros, est dotado de la fabulosa

    facultad de vibracin y posee un espritu infatigable, pronto siempre a la rplica respondiendo a cada

    incidente de la vida pblica o a cada episodio de la vida literaria con una pgina, una lnea o una palabra;

    pero se entiende que es la palabra justa, la lnea picante o la pgina verdadera, siendo su talento ms

    seductor cuanto que se anima en movilidad con todos los colores de la fantasa. Decir otro rasgo ms sera

    sealarlo con su nombre y apellido.

    Emilio, deca, quiso arrancarme del xtasis en que me hallaba y volverme al diapasn normal con

    suaves y delicadas transiciones.

    Y he usado la palabra xtasis, de significacin elevada, porque expresa perfectamente bien mi

    pensamiento.

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    Era la primera vez que yo, msico aficionadsimo, vea y oa una pera, esa opera era Luca y se

    encarnaba en Assunta Mazetti.

    Desenvolver mejor mi pensamiento.

    Assunta no sera tal vez una artista consumada, pero a m me pareca que lo era en esa noche de

    inefables recuerdos; yo crea al igual que a la Malibran o a la Grisi, que apenas conoca por la fama y que no

    me era dado a calificar de una manera conveniente. A Assunta faltara mucho seguramente por lo que hace

    al fuego escnico, pero posea una admirable vocalizacin, una voz fresca y argentina que desataba en

    cadenciosos trinos con una facilidad indescriptible.

    Asista a la representacin de Luca, es decir, de la obra maestra del ms tierno e inspirado de los

    maestros italianos, y por ltimo conoca yo lo que era pera, la recopilacin ms hermosa del sentimiento

    musical que da vida y movimiento, luz y perfumes, gracia y donosura a las ms bellas creaciones del poeta; la

    pera, de la cual no me haba formado antes una idea cabal, porque a esta ciudad, escondida entre abruptas

    montaas, no haban llegado otras melodas que las estruendosas de la naturaleza, cuya melopea, como la

    del canto gregoriano, se desarrolla en notas prolongadas y sonoras.

    Emilio me sacudi el brazo y me dijo:

    - Vaya! deje usted de ser artista por un momento, y sea hombre; o ms bien sea artista en otro sentido,

    y mire las bellezas que se agrupan en los palcos como constelaciones en el cielo de la belleza ideal.

    - Es verdad le contest, se halla aqu lo ms selecto de la sociedad medellinense y el espectculo es

    hermoso.

    - Ahora continuo Emilio, si usted quiere que yo lo refiera alguna historia palpitante, de esas que yo

    invento,es decir, descubro en mi calidad de antiguo cronista de peridico, no tiene ms que escoger, dando

    una revista a los palcos que tenemos a nuestro frente.

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    Mas por condescendencia que por curiosidad, recorr ligeramente la galera del medio, de un vistazo, y

    me detuve en el palco del seor Don N. en donde se hallaba una joven que me era completamente

    desconocida.

    Era estrella de otro cielo, pero estrella de primera magnitud.

    Era de una blancura sorprendente y que resaltaba del fondo oscuro de su traje, como resalta la nieve

    de los negros pedruscos del Sorat. Si yo hubiera sido poeta, hubiera comparado esa blancura a la piel de

    armio, al plumn del cisne, al mrmol de Paros o al lirio que entre abre su cliz de plata al beso matinal.

    - Quin es esa joven, de blancura mate, que conversa actualmente con un anciano, en el palco de Don

    N.? pregunt yo.

    - All lo aguardaba, me respondi, esa joven esta casada con ese anciano, y es un ave de paso, viene

    de Bogot y seguir para Popayn.

    Hice un gesto de duda: no me pareca natural que ese anciano, que podra ser su padre, fuese su

    esposo.

    - Es as como se lo digo, con el temque ella lo ama entraablemente; mire usted esa dulce sonrisa le

    dirige en este momento.

    Es esa una historia palpitante que tengo indita y cuyo carcter conservaremos por ahora. Pero

    sentmonos que el entreacto ser largo y ya volver sobre las tablas la novia escocesa que ha robado su

    atencin.

    Nos sentamos, y yo procur en vano, rechazar dos o tres motivos de la cavatina del primer acto, que mi

    memoria retena aunque con vaga incertidumbre.

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    Pues seor (y la historia ir en compendio y sin apellidos, que es como si dijramos el non plus ultrade

    la discrecin de un cronista) haba en Bogot, en el puente de Lsmes, una casita de pobre apariencia y de

    un interior muy triste en donde residan dos jvenes hurfanas, conocidas generalmente con el nombre de

    las dos hermanas. Haban perdido a su madre en la infancia y su padre poco tiempo despus, en una de

    esas guerras fratricidas que ya no volvern, Dios mediante. La mayor se llamaba Clara y la otra Elvira, y era

    aqulla la que haca las veces de madre y llevaba sobre sus hombros, como el peso de Atlante, la direccin y

    el cuidado del hogar.

    Las nias se sostenan a merced de una pensin alimenticia que el Gobierno les suministraba, y al

    constante trabajo que algunas buenas vecinas les conseguan.

    Elvira era de constitucin dbil y enfermiza, por lo cual el rudo trabajo recaa sobre Clara, pero ambasllevaban una vida tranquila y serena hasta donde le permitan sus escasos recursos.

    Clara era por ese tiempo una joven como la que tenemos a la vista y al estudio; blanca y pura como la

    luz de la reina de la noche; tena largos cabellos rubios como el oro de las espigas, ojos azules tras los

    cuales se vea el azul de su alma, mejillas de rosa... y en fin, su espritu se haba pulido con la desgracia,

    como el diamante al fuerte roce de su propio polvo.

    - Me supongo, le dije sonriendo, que usted no la conocera, y que ese boceto ser de pura fantasa.

    - Ese boceto es exacto, me replic, aunque queda plido ante el cuadro original, yo no conoc a Clara,

    pero s conozco a su hija, que tenemos a la vista, y la semejanza de las dos ha sido sorprendente; dentro de

    poco me apoyar en los hechos.

    Contino el relato. Merced de los recursos de que he hablado, Clara y Elvira podan llevar una vida

    sencilla, pero sin cuidados, y descansados felices sobre el porvenir, fiadas en la inocencia de su corazn y en

    la ignorancia de los peligros de la vida.

    En el ao de 1848, cuando Clara cumpla los quince aos, y cuando ya se desarrollo en todo su

    esplendor su belleza virginal, caus sta una impresin muy honda en dos jvenes de distinta posicin social

    y de encontrados caracteres.

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    Se llamaba el uno Ricardo y el otro Alejandro; ste era de la alta aristocracia, de vida relajada y no

    buscaba sino el placer consiguindolo con renombrada tenacidad; aqul era un modesto teniente del ejrcito

    de lnea que estaba acuartelado en la ciudad, y era al contrario, sencillo, moderado y de sanas costumbres;

    sin aficin a la carrera militar, haba entrado de conscripto por la provincia de Tunja y haba adquirido sus

    grados a fuerza de sus merecimientos y de una conducta ejemplarsima; sus superiores le tenan un cario

    entraable y se haca acreedor a l a despecho de sus gratuitos malquerientes.

    Alejandro vio a Clara y se encendi en l una de esas pasiones ardientes que queman un corazn y

    tiznan las reputaciones ms inmaculadas; Ricardo la vio con frecuencia y la am en lo ms callado de su alma

    y sin esperanza de retorno, conocerla y amarla fue para l lo que un rayo de sol para un paisaje de sol

    dormido en las tinieblas, a quin da vida y animacin, luz y colores y despierta los callados ecos de laseternas armonas. Sera en vano pintar las mudas adoraciones y misterios inefables que llenaron su corazn

    a las primeras revelaciones del amor, basta decir que amaba por la primera vez y con esa intensidad y

    absoluta consagracin de que slo disponen los que no han entregado su juventud a las disipaciones

    miserables, escollos demasiados frecuentes en los cuarteles en donde la libertad de las maneras cambia de

    nombre y es la fuente de la ms desvergonzada corrupcin. El amaba ardientemente, porque las naturalezas

    castas son tambin las naturalezas apasionadas, puesto que la pasin crece cuando se la contiene, y en fin,

    porque est en la naturaleza humana que todo corazn se abra al sol de la vida, siquiera sea una sola vez,como toda planta reverdece o florece en el mes encantador consagrado a la Reina de los cielos.

    Clara, lo dir una vez, no fue insensible al amor de Ricardo, y en vano luch interiormente con ese

    sentimiento que se alzaba en su corazn para rivalizar con el amor a Elvira; en vano se ocultaba aquella alma

    a la sombra, como la violeta oculta su corola y derrama su perfume; lleg un da en que ese amor irradi

    sobre su semblante y brot de su corazn como se abre la azucena a los rayos del sol de la maana.

    Y era imposible que no se amaran, puesto que mil circunstancias sociales los