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EXTRATERRESTRES Y OTROS SERES

Antologia Bruguera - Extraterrestres Y Otros Seres (Cuentos)

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EXTRATERRESTRES YOTROS SERES

Page 2: Antologia Bruguera - Extraterrestres Y Otros Seres (Cuentos)

Traducción: César Terrón© 1978 By Mercury Press© 1983 Editorial BrugueraCamps y Fabrés 5 - barcelonaI.S.B.N: 84-02-09344-2Editción digital: QuestorR6 10/02

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ÍNDICE

Puntos de Contacto, Gordon Eklund (Points of Contact, 1978)El Rey Rana, Richard Olin (King Frog, 1978)La Cesta entre los Juncos, Raylin Moore (The Ark among the Flags, 1978)El Genocida, Steven Utley (Genocide Man, 1979)El Amplificador de Ensueños, Jack Massa (the Daydream Enhancer, 1980)Conceptos, Thomas M. Disch (Concepts, 1978)Cyrion en Bronce, Tanith Lee (Cyrion in Bronze, 1980)Argumento de Peso, Robert Grossbach (All Things Come to those Who Weight, 1980)

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PUNTOS DE CONTACTOGordon Eklund

Hechos Iniciales:

En las proximidades de la corteza apagada y pulsante de la estrella de neutrones Vt29,dos naves espaciales interestelares cobran existencia repentina y simultáneamente. Enprincipio no puede determinarse si ese hecho sin precedentes es o no una coincidencia.Lo que es seguro es que ambas naves han visitado este punto del espacio con laintención de usar Vt29 como nexo gravitatorio de un posterior vuelo subespacial.

Una de las naves es un remolcador convencional, la «Virdiana» fletada por las LíneasFederadas Planetarias de la Tierra y encargada de realizar algunos cortos viajesinterestelares específicos. La segunda astronave en cambio, es de un diseño extrañísimo.Su forma parece la de una serpiente enroscada. El casco, coloreado de una tonalidadpurpúrea, da la impresión de estar desprovisto de junturas de cualquier clase.

Las dos naves se acercan, se encuentran, quedan unidas.Este hecho parece representar el primer contacto Conocido entre seres humanos

inteligentes y una especie no humana. La fecha, según el viejo calendario, es 24 de Juliode 2340.

Capitán Fritz Scheffer. Líneas Federadas Planetarias de la Tierra:

Supongo que la línea de acción más sensata sería hacer de toda esta maldita situaciónun secreto entre los computadores de la nave y yo, hasta que los alienígenas me obliguena actuar cuando acerquen su nave a la Virdiana y los cascos se unan.

La espantosa responsabilidad de lo que sucede recae por entero sobre mis espaldas.He tratado de evitar el pánico entre los pasajeros y la tripulación, pero supongo que, traslas recientes noticias, no voy a tener más remedio que decirles exactamente cuál esnuestra situación.

Por eso, los reúno a todos en la sala central de juego. Los examino con expresióntranquila, como si fuese un monótono día en el espacio. Ahí está Forbes, que según tengoentendido, es tan rico como para comprar este remolcador cincuenta mil veces, yChapman, un joven científico que va a dar clases en el cinturón espiral. Ellos dos son losúnicos pasajeros de pago en este viaje, pero también tengo a bordo un fanático religioso -se llama Bold o Kold - a quien Forbes pagó el pasaje por compasión, y ahora no soportala visión del gimoteante bastardo. Y también está Megan, mi puta, pero ella es tan inútilfuera de la cama como útil cuando está dentro. Supongo que, si hay que hacer algo, yoseré el único que lo haga.

Pese a todo, no olvido ningún detalle en mi relato:- En este momento hay una astronave alienígena pegada a nuestro casco y no parece

que tenga intención de irse pronto. El género humano ha estado viajando por el espaciodurante tres siglos, más o menos, y sé por experiencia personal que siempre hemosencontrado vestigios de estos malditos extranjeros. Por razones que no voy a tratar deimaginar, se han posado sobre nosotros para hacer un primer contacto. Supongo queexisten dos posibilidades: que tengamos muchos problemas o que tengamos muchísimos.Por tanto, bajaré a la compuerta yo solo. - Capto su inmenso alivio ante el anuncio y nome sorprende descubrir su cobardía - Si no vuelvo, actúen bajo su propia responsabilidad.

Forbes, con todo su dinero, es el que más se lamenta:- Capitán, por favor, su mayor preocupación debería constituirla el pasaje y la

tripulación.

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- Mi mayor preocupación - le digo con orgullo - es la raza humana en su conjunto.Forbes también quiere contradecirme en este punto, pero el científico, Chapman,

prefiere utilizar la astucia.- Antes de irse - dice -, ¿no debería tratar de comunicarse con el sistema habitado más

próximo? No hay razón para que intentemos enfrentarnos solos a un hecho de estamagnitud.

Le miro furiosamente por tratar de hacerse el listo.- Hay un montón de razones - replicó -, pero la principal es que los alienígenas no son

tontos. Han inutilizado nuestro comunicador.- Entonces, ¿son expertos en tecnología?- Así es, hijo.El monje se vuelve loco. Me maldigo por no haberlo previsto. Siempre pasa lo mismo

con estos fanáticos. Sus dioses no les hacen ni un ápice de bien cuando el oleaje esborrascoso. Puesto que no tengo elección, golpeo su mandíbula. Quedo rociado de saliva,pero el hombre se derrumba.

- ¿Alguien más desea discutir mi postura? - aprieto los puños y echo fuego por los ojoscomo un demonio.

Silencio.- En ese caso, voy abajo.- Fritz, no olvides esto. - Es Megan, con mi desintegrador.Acaricio el pecho desnudo de la mujer.- Preciosa - digo -, no iba a olvidarlo.En la compuerta, lo admito, noto sudor en las manos, me guste o no. Veo claramente la

puerta de la otra nave y es de un extraño metal que parece brillar y parpadear como unavela casi consumida. Sí, espero encontrarme con algo vagamente humano, pero cuandola compuerta se abre, veo un monstruo.

Avanza tambaleándose hacia mí. Cuatro metros de altura, desnudo, piel rosada conzonas de pelaje color púrpura. Cuento tres ojos que se agitan en el extremo de unoszarcillos de medio metro de largo. Tiene un pico como el de un loro y baba por todo elcuerpo. Tenso los músculos de mi tripa para contener la cena y fingir impasibilidad.

El alienígena dispone de una especie de aparato eléctrico, que le cuelga de una garra.Concentro mis ojos en ese punto y, con enorme frialdad, digo:

- Soy el capitán Fritz Scheffer, de la raza humana, y ésta es mi nave, la Virdiana.El ser habla y las palabras son terrestres, pero noto que la voz procede, en realidad,

del aparato eléctrico (¿una especie de artilugio traductor?) y no del pico.- Hemos venido a conocer y saludar a tu raza y a pediros orientación sobre vuestro

mundo.- ¿Por qué? - desconfío en seguida.Me contesta con voz fluida; como en una buena follada:- En nuestros viajes hemos demostrado compañerismo y buena voluntad hacia otras

especies inteligentes que hemos conocido.La única cosa que no tengo intención de hacer es enviar a la Tierra una nave repleta de

estos seres.- Eso está muy bien para otras especies, pero no para nosotros.Lo que he estado esperando desde el principio sucede al fin. El monstruo dirige su

aparato eléctrico hacia mi cara. Debe de tratarse de un dispositivo con dos funciones:artilugio traductor y arma mortífera.

Mi desintegrador está preparado desde hace mucho rato. Huummmm. El monstruo sederrumba con las entrañas calcinadas.

Añado su cráneo al montón de cenizas (Dios sabe cómo hay que matar a un ser así) ypenetro en la nave. Con el desintegrador preparado, vago por los corredores. Es como

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trepar por la panza de una serpiente. Hay curvas donde debería haber ángulos rectos ytodo está distorsionado. Al final, calculo que son siete. Los abraso a todos.

Ya a bordo de la Virdiana, soy acogido en la sala de juego con el recibimiento que unhéroe siempre recibe de los cobardes que no han movido un dedo. Pero yo, inmutable,informo:

- Los alienígenas trataban de utilizarnos como parte de un complot para conquistar laTierra y los mundos federados. Por fortuna, sospeché lo que sucedía y destruí a lacuadrilla. Ahora nos llevaremos su nave y la entregaremos a las autoridades. Confiemosen que la armada pueda averiguar el mundo del que procede. Les aseguro que megustaría participar en ese desafío.

Los demás quieren charlar, pero me escabullo y hago una seña a Megan. En micamarote, los muslos de la mujer están abiertos como una flor a la lluvia. Penetroprofundamente mientras ella jadea y grita.

Kold, hermano de la Orden de los Señores de los Vedas:

El pobre capitán de la nave, que ya no es un hombre joven, tiembla a causa del temor alo desconocido.

- Intenté apartarme de ellos - nos explica en el transcurso de una reunión en la sala dejuego de la nave (lo irónico de la situación no me pasa desapercibido), ¿pero adóndediablos podía dirigirme? Nos acosaron, nos acosaron y ahora nos han cazado. No sé quéhacer.

- Quizá necesitemos armas - dice el señor Forbes, y que a causa de un profundosentimiento de culpabilidad ha pagado mi pasaje -. Si va a haber lucha, quiero caerairosamente.

- Podríamos hacer una barricada en la compuerta y esperar - dice Chapman, uncientífico sin fortuna.

- ¿Es que los computadores no pueden protegernos? - pregunta Megan, condenada auna vida de prostitución.

- Capitán - intervengo, usando este término porque sé que afectará al pobre hombre ensu orgullo más profundo -, creo que acciones tales como las sugeridas son bastanteinnecesarias.

El miedo nubia su rostro como la oscuridad antes de una tormenta.- Pero podrían matarnos.- ¿Por qué? - Dejo que las comisuras de mis labios se alcen lentamente, luego vuelvo

la cabeza para que todos puedan ver mi tranquilo semblante -. Quizá nos odien, perotambién pueden amarnos. ¿No deberíamos intentar el camino del amor antes de pasar alodio?

- Yo... Yo... - Siguen dudando, pero mis palabras han hecho efecto. Los ojos de loscuatro me suplican que prosiga.

- Me dirigiré solo a la compuerta para recibir a nuestros nuevos compañeros - sugiero -.Si el dios del vacío es una fuerza universal, cosa que creo fervientemente, no tenemosnada que temer.

A pesar de todo, siguen dudando.- Si el amor es incapaz de conquistar lo desconocido, entonces no vale la pena vivir -

digo.El capitán habla en nombre de todos:- En tal caso, haga lo que quiera, hijo, que Dios le ayude.- Me ayuda, amigo mío - afirmo.Mientras aguardo entre las puertas del compartimiento estanco, me concentro menos

en las diferencias que puedan separar mi raza de la de los alienígenas y más en nuestrassimilitudes universales. Si existen verdades absolutas en la esfera cósmica, no puede

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sostenerse que las diferencias fijen prioridades. El término «alienígena» es en sí mismouna falsedad. No hay extranjeros, sólo hermanos.

Me concentro en la verdad de estas palabras y fijo la mirada en la puerta de enfrente.Como si fuera una respuesta, el metal resplandece con gran brillantez. Inclino la cabezapara rezar.

La puerta se abre de repente y aparece la criatura. Avanzo hacia ella extendiendo lamano.

- Soy Kold, hijo del orden universal. ¿Me permites que te dé la bienvenida a esteinstante de eternidad?

Contemplo unos ojos blancos que parecen verlo todo. Un brillo plateado cubre estecuerpo perfecto como el resplandor de un halo.

- Soy Norda - dice.- Y somos uno solo.- Todos estamos unidos - asiente Norda.En puro éxtasis, me quito la ropa. Norda y yo nos abrazamos con fuerza.Caigo sobre una rodilla y golpeo mi cabeza contra el duro suelo, proclamando así, para

que todos lo oigan, la gloria de los dioses y la suerte de la humanidad. Norda me haceponerme en pie. Su contacto estremece mi alma como un relámpago de luz amarilla. Lavoz de Norda más que hablar, canta:

- Amigo, Kold, somos hermanos en la totalidad de los infinitos dominios del tiempo y elespacio. Te traigo gozosas nuevas de los hermanos de un millón de solesincandescentes. Tu pueblo y el mío vivirán como uno solo. Compartiremos amor, bondad,caridad, devoción, desinterés y alegría.

- Pero ¿somos dignos? - no puedo evitar preguntarle.Su risa es como el trueno de los dioses.- Hijo mío, todas las partículas finitas del desierto cósmico nacen con el mismo valor.

¿Acaso no somos todos nosotros productos del Vacío Singular? El está en nuestrointerior, y nosotros dentro de él.

Las lágrimas corren a torrentes por mis mejillas al escuchar estas palabras llenas deverdad.

Le arrastro hacia la compuerta posterior.- Ven y conoce a mi hermana y hermanos - digo -. Ellos deben oír tus palabras, porque

están llenos de temor y necesitan ser amados.Norda sonríe con benevolencia.- También son mis hermanos.- Sí - afirmo gozosamente -, también lo son.Los otros, al ver a mi nuevo hermano, captan el valor del mensaje que Norda lleva

consigo. Todos se ponen de rodillas al unísono y derraman las lágrimas de loscondenados y salvados.

Pienso: el hombre ha alcanzado por fin el destino por el que durante tan largo tiempoha luchado. Las riquezas del universo están finalmente a nuestra disposición.

Estoy llorando junto a mis hermanos y hermana. ¡Oh, Señor, mi Dios de dioses en elcielo, cuán benigno eres hoy para con nosotros!

Megan, prostituta:

En el momento en que el viejo Fritz Scheffer hace sonar la señal para celebrar unareunión en la sala de juego, sé que algo horrible debe de estar preparándose, porqueScheffer es un típico capitán de remolcador espacial en el sentido de que, durante el viaje,lo que le interesa es beber, dormir, y charlar con sus computadores. Fritz no es tan típicoen el sentido de que da la impresión de que yo le gusto más como un hombre que comouna mujer (mi preferencia es la opuesta), pero supongo que esto sucede porque hizo el

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servicio militar en la armada, y se encontró enjaulado en aquellas enormes naves durantevarios años en una época en que no había nada a bordo para entretenerse, exceptoconsigo mismo. (Esto debió de ser antes de que mis servicios fueran declarados elementoobligatorio en todos los vuelos programados.) No me importa demasiado esta ruptura dela monotonía. Este viaje ha sido un fracaso para mí, a no ser por el joven Chapman, queno es tan joven pero lo aparenta. De todas maneras, Chapman jode convencionalmente,muy de prisa, y da buenas propinas, como si pensara que cuanto más dinero ofrezca másme impresionará su destreza (cosa que, quizá, no está tan alejada de la realidad). Lo queno haré es revelarle el eterno secreto de mi profesión, o sea, que las partes de todohombre, o mujer, son casi idénticas a las del que sigue a continuación. Y, si me apuran,me sentiría muy afortunada si pudiera recordar una ocasión más que otra. No se trata deun arte, es una simple necesidad fisiológica, igual que cagar, y tampoco guardo recuerdosde esto último.

Así que aquí estamos todos reunidos en la sala de juego y Scheffer está parloteandode una nave alienígena que nos ha perseguido por todo el sistema, nos ha cazado y nopermitirá que nos vayamos. Me pongo cómoda, cruzo las piernas (es muy fácil hacerlosiendo mujer) y suelto un bostezo impresionante. Los otros cuatro se están volviendolocos; despotrican y deliran de miedo y cosas así. Al parecer creen que alguien deberíabajar a la compuerta y enfrentarse con esos alienígenas, pero el gran problema es:¿quién lo hará? Scheffer dice que él no puede porque, si le matan, nadie podrá salvarnos.Forbes, una especie de millonario, probablemente impotente, puesto que no ha dado unpaso hacia mí en todo el viaje, afirma que, si muere, media galaxia habitada morirá con él.Ese monje tan cómico, Kold, que subió a bordo pidiendo limosna, no para de murmurar«OM», que seguramente significa «yo, no». En cuanto a mi hombre, Chapman, se explicacomo un libro abierto:

- Es posible que, a causa de mi experiencia científica, deba ser yo el que vaya, pero,francamente, mi carrera ha sido la física, el universo exterior más que el interior, y creoque ahora se precisa un ser humano completo, auténtico, un representante real denuestra raza.

Oh, tengo que echarme a reír. ¡Qué demonios! Todos me están mirando. Así que lessuelto:

- Joder, no me voy a hacer rica sin mover el culo. Tendré una charla con ellos.Scheffer, tan ansioso como un perrillo después de liberarse del lazo, sale corriendo y

vuelve con un traje para mi. Luego me mete en la compuerta. Ahora que estoy aquí,pienso en la cantidad de veces que me han dado una patada en el trasero sin lograrhacerme caer. La puerta que hay frente a mí es de un metal extraño resplandeciente queme hace cosquillas cuando lo toco.

La puerta se dilata como un ojo en la oscuridad y el extraño pasa a través de ella.Lo primero que noto es que se trata de un macho. Mide casi tres metros y está tan

desnudo como una cría de foca.- Bien venido a la raza humana - digo, hablando por la radio de mi traje.- Pero ¿tú eres...?Habla el terrestre como un rey, por lo que imagino que nos han estado estudiando a

distancia durante algún tiempo.- Megan - digo -. Soy una puta.Mi respuesta le hace sonreír. Sus dientes son azules como el agua de un lago, pero el

caso es que no estoy inquieta; En seguida, nos sentamos frente a frente y noto que éltiene un tercer ojo, verde como un dragón, justo en medio de la frente.

- Me llamo... - gorjea algo que me sería imposible repetir - y mi raza es... - otro gorjeo -.Durante algunos siglos hemos estado observando a tu raza a distancia, pero yo... yo... -tartamudea como un niño pequeño -. Yo te amo - concluye, ante mi enorme sorpresa.

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Voy a contestarle «vete al cuerno», porque esas palabras ya las he oído en infinidad deocasiones antes de ahora, pero hay algo en su forma de guiñar el tercer ojo que me hacecomprender que es sincero.

- ¿Cómo es eso? - pregunto.- Porque conoces las artes y las ciencias de los sentidos mejor de lo que yo podría

aprender en toda mi vida.Debo admitir que también él me gusta.- Podría tratar de enseñarte - sugiero.- Sería muy gentil por tu parte.Así que me toma allí mismo. Mi traje desaparece en un abrir y cerrar de ojos, me tiendo

boca abajo alzando el trasero y él tiene una cosa que sería grande hasta para un alcemacho.

Por primera vez en mi vida, tengo un orgasmo enloquecedor.Y el alienígena no para. Me corro otra vez.Al final estamos tendidos en el suelo y su mano cubre uno de mis pechos (que tampoco

son pequeños).- Megan - musita roncamente -, éste no es lugar para ti, entre esas bestias

descarnadas que son tus humanos. Regresa conmigo a... - un gorjeo - y aprende a vivircomo corresponde a un talento de tu categoría.

Concedo a su propuesta un microsegundo de profunda reflexión.- Vámonos - contesto.Mientras atravesamos la compuerta cogidos de la mano, no puedo evitar preguntarme:

¿cómo demonios explicará esto el viejo Scheffer al tribunal de investigación?A bordo de la nave alienígena, descubro que mi nuevo amigo no está solo. Tiene cinco

compañeros y todos sienten lo mismo por mí.Estoy empezando a creer que finalmente he encontrado el paraíso.

Roger Chapman, doctor en filosofía y ciencia:

Que tanta gente tema lo desconocido es una constante fuente de sorpresas para mí.Mientras habla el capitán Scheffer, recuerdo que cuando me encontraba investigando unagujero negro en la región de Nova 49, hace algunos años, el capitán que me habíaconducido hasta allí llegó a tener tanto miedo de aquel pequeño enigma negro que me viobligado a dirigir personalmente la nave para aproximarme lo suficiente y poder investigarel agujero.

- No podemos caer ahí, estúpido - le dije -. Ese concepto es físicamente imposible enun entorno libre de gravedad.

Pero el capitán siguió temblando y estremeciéndose. No era un simple idiota.Seguramente era más que eso. Por desgracia, aquel hombre resultó ser un capitán denave más bien típico.

A bordo del remolcador Virdiana, cerca de la influencia de la estrella de neutrones vt29,el avejentado capitán Fritz Scheffer nos explica que una extraña nave, probablemente unanave estelar alienígena, acaba de establecer contacto con la nuestra. Escuchoatentamente sus palabras, intentando separar la cruda realidad de las emociones ciegas ylamentando no tener acceso a los computadores de la nave. Cuando el capitán termina sudivagante disertación, mis compañeros de viaje empiezan a parlotear. Les concedosuficiente tiempo para que den rienda suelta a sus obvios temores y a continuación medispongo a intervenir.

- Caballeros - digo -, el problema surgido aquí ha sido considerado, ponderado yevaluado durante más de tres siglos. Yo mismo he estudiado monografías relativas a unposible primer contacto que se remontan a mucho antes del inicio de la era espacial.Dicho con sencillez, hemos sabido durante largo tiempo que el hombre no está solo en el

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universo. Ahora que nos hemos encontrado con otra raza, el único interrogante que nosqueda es determinar la mejor manera de establecer una comunicación provechosa. Creoque yo, quizá mejor que cualquiera de ustedes, sé cómo afrontar la actual situación.

Observo que les tengo a todos bajo mi control. Ahora soy su líder y es unaresponsabilidad difícil de rehusar. Me estremezco al pensar qué habría ocurrido si yo, poralguna razón, hubiera perdido este vuelo: un fanático calvo, una prostituta bisexual, unmezquino explotador y un necio capitán de remolcador espacial. ¡Vaya grupo paraenfrentarse a la primera especie no humana conocida por la humanidad!

Con la atención de los cuatro concentrada en mi persona, pido un traje.Solo en el compartimiento estanco, examino cuidadosamente la puerta opuesta y veo

que está formada, en gran parte, por un metal desconocido para la ciencia humana, talvez algún tipo de aleación sintética. Al instante, con sólo esta pista como base, logrodeducir un hecho significativo: esta raza es más antigua y avanzada que la mía.

Tengo poco tiempo para reflexionar sobre este punto, puesto que las espirales de lacompuerta se abren y aparece una figura. El alienígena viste un traje presurizado dediseño parecido al mío. Es bípedo, con rasgos faciales humanos en lo esencial. Lasventanas de su nariz están separadas, no parece existir vello facial y carece de orejas.Partiendo de estos indicios, confirmo mi teoría original: este ser es claramente superior,tanto en el aspecto evolutivo como en el tecnológico.

El alienígena saca un bloc de papel y un lapicero de alguna parte de su traje y me losofrece. Los acepto y, con un ademán, sugiero que nos sentemos. A continuación, en laprimera hoja del bloc, trazo una nítida serie de diez puntos. Sobre ellos escribo númerosdel uno al diez. El alienígena toma el bloc y garabatea uno de sus símbolos junto a cadauno de los míos. Ante esta Comunicación con tanta facilidad establecida, no puedocontener una sonrisa interior. Hasta el momento, los hechos han ido desarrollándoseexactamente de acuerdo con lo previsto.

A continuación, usando puntos y símbolos, escribo el número 3,1416. El alienígenaexamina lo que he escrito y de repente frunce los labios. Acepto el gesto como positivo yprosigo (de nuevo empleando puntos y números) formulando por escrito las raícescuadradas de los números dos al diez. El extranjero premia mi esfuerzo con un segundofruncimiento de sus labios.

Las matemáticas son el único lenguaje realmente universal y hace ya tiempo dije quetoda raza tecnológicamente avanzada debía ser consciente de este hecho.

Establecida la comunicación básica, emprendo un segundo paso. Tocando con undedo mi corazón y mi cabeza, digo:

- Hombre.El alienígena se señala a sí mismo.- Nowak - replica (por lo que yo logro entender).- Nowak - repito, apuntándole con un dedo.- Hombre - dice el alienígena, señalándome.- ¡Magnífico!Cuando el extranjero y yo nos separamos, ambos poseemos un vocabulario común de

nueve palabras. Al regresar finalmente a la sala de juego, donde los demás me aguardan,apenas se me permite despojarme del traje.

- Bien, ¿Cómo ha ido? - pregunta el capitán Scheffer al tiempo que me coge del brazo -¿Hubo problemas? ¿Qué aspecto tenía ese condenado ser? ¿Era un monstruo?

- No más que nosotros - le contesto -. En cuanto a la misión en sí - añado, enardecidopor lo que no creo sea un exceso de orgullo -, debo considerarla un éxito total. De ahoraen adelante el hombre ya no estará solo en el universo.

Andrew F. Forbes, presidente de Industrias Galácticas Forbes:

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Mi primer pensamiento al escuchar la confusa descripción del capitán sobre la navealienígena que nos ha abordado es casi automático:

«Me pregunto qué demonios quieren.»Mi brusca reacción es lo bastante incisiva como para captar su atención. Idealistas,

necios e infantiles. El pequeño individuo calvo me manoseó en el espaciopuerto hasta queal fin prometí pagar su pasaje a cierto monasterio lejano. El obeso físico pasó una tardeentera explicándome sus méritos hasta que perdí la paciencia y le hice callardescribiéndole un reciente proceso ideado por mi empresa para extraer metales pesadosde las desapacibles entrañas de estrellas enanas. El individuo no sabía absolutamentenada al respecto. En cuanto a la ramera, la probé la primera noche y se quedó debajo demí como un montón de barro. Debería aprender de mi hija, que sólo tiene catorce años.Cuanto menos hable acerca del pobre capitán, tanto mejor será: es un borracho y ésta esuna de sus mejores cualidades.

- ¿Por qué está tan seguro de que quieren algo de nosotros? - pregunta el físico en unestallido de ingenuidad propio de un adolescente -. Nosotros somos inteligentes y ellostambién. De modo que, ¿por qué no van a querer establecer contacto con nosotros,simplemente?

- Usted es un idiota - replico -. Si hubiera ido siguiendo los informes al respecto, sabríaperfectamente que estos tipos han estado espiándonos durante varios siglos. Resulta queaparecen justo ahora, cuando yo estoy a bordo de esta nave. No piense que es unamaldita coincidencia.

- ¿Cree que le buscan a usted señor Forbes? - dice la ramera, con los ojos tan abiertoscomo los de una virgen.

- No soy tan ególatra. No me buscan a mi como persona... Van detrás de algo que yosé.

- ¿Qué es? - pregunta el capitán.- Maldita sea, eso es precisamente lo que pretendo averiguar.Scheffer quiere ponerme un traje presurizado, pero le digo que se vaya al infierno. Si

los alienígenas desean verme, tendrán que hacerlo sometiéndose a mis condiciones, yeso incluye que respiren mi aire. No soy el maldito tonto de nadie. No se gana una guerracombatiendo en el terreno enemigo, y para mi todo trato comercial, con alienígenas o sinellos, es una pura y simple guerra.

En el compartimiento estanco, aguardo la llegada del alienígena o alienígenas con lamirada firme y la mente en tensión. Cuando por fin se asoma el ser, me esfuerzo para nopestañear. El extraño es regordete, horrible y pelado, tiene las extremidades contraídas,una enorme cabeza y los ojos igual que leche cuajada. Sé que la forma de vencer eshablar primero. Así lo hago, empleando el idioma terrestre.

- Soy Forbes. Si desea hablar conmigo, aquí me tiene. - La criatura tiene una cara muychata y expresiva. Comprendo que esto no va a ser fácil. Debo adivinar pensamientos.

- Sabemos, señor, - expone (en terrestre) -, cuál es su posición social entre losmiembros de su raza y que está en posesión de cierto...

- Entonces sabrá también que no tengo la costumbre de regalar nada - interrumpo.Capto el primer asomo de expresión en su rostro, pero me es imposible interpretarla

todavía.- No esperamos nada parecido, señor. No obstante, recientemente nos ha llamado la

atención el hecho de que su empresa haya inventado un procedimiento que permiteextraer determinados metales pesados de los núcleos de las estrellas enanas. Es unhecho que nuestras astronaves espaciales precisan...

Le interrumpo una vez más. En todo negocio, el vencedor siempre debe llevar lainiciativa. Sólo un necio se limita a escuchar.

- Tengo lo que desean. El problema es, ¿qué me ofrecen a cambio?

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Sorprendo de nuevo un vago titubeo que puede indicar diversión, miedo o simpleastucia.

- Nuestra raza posee numerosos secretos que resultarán nuevos para usted - explica -.Como parte del trato estoy autorizado a ofrecer...

- Ni hablar. - Agito la cabeza con decisión. Ahora sé que él está asustado, preocupadocomo mínimo.

- Pero, señor Forbes, estoy seguro de que no rechazara mi...- Su nave. Eso es lo que quiero. Su nave a cambio de la nuestra y el proceso de

extracción gratis.Veo sus ojos blancos moviéndose de un lado a otro. El alienígena está sorprendido y

confuso, pero yo sé algo muy importante: su raza no está tan avanzada respecto a lanuestra como para que cualquier cosa que haya a bordo de su nave no pueda serreproducida por mis científicos en un par de años. Supongo que él también se habrá dadocuenta de esto, y su vacilación demuestra que estoy en lo cierto. La única pregunta sinrespuesta es simplemente ésta: ¿hasta qué punto están necesitados del proceso deextracción? Estoy intentando cerrar el trato más difícil que existe, pero ¿qué puedoperder? Si me dice que no, soy un hombre rico. Si me dice que sí, seré enormemente rico.

- Intercambiaremos las naves - dice en un suspiro casi humano. Me esfuerzo en noaparentar satisfacción.

- Le entregaré los documentos relativos al proceso de extracción en cuanto elintercambio haya concluido - digo.

El alienígena extiende una mano tibia.- De acuerdo.- Puede estar seguro. - Estrecho su mano, sin mostrar mi disgusto.Huelga decir que, al llegar el momento de entregar los documentos, retengo en mi

poder una página decisiva. Supone un riesgo infernal, pero no me habría hecho ricotratando de eludir peligros.

El alienígena no se da cuenta.Entre carcajadas que asustarían al mismo diablo, ordeno al capitán Scheffer salir de

este gollete galáctico a la velocidad del rayo. La propulsión subespacial de la navealienígena es distinta de la nuestra, pero los controles utilizados para manejar la nave sonbastante parecidos.

- Muy pronto, estamos volando.Me llevo a la ramera a mi nuevo camarote. Ella sigue sin valer un comino, pero el

ambiente alienígena parece que la inspira.

Hechos finales:

Las dos naves espaciales, la humana y la alienígena, permanecen unidas tan sólo unmicrosegundo. No se produce contacto físico alguno entre los miembros de lastripulaciones de las naves. Inmediatamente la nave alienígena deja de existir emitiendo unsuave destello.

A bordo de la Virdiana, los pasajeros y tripulación reanudan sus tareas habituales.Nadie conserva el menor recuerdo de las circunstancias que rodearon el primer y brevecontacto entre la raza humana y otra no humana.

EL REY RANARichard Olin

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Embelesados por el laberinto de fantasías del anciano narrador, los niños permanecíansentados junto a la laguna. Ninguno de ellos percibía la brisa que movía suavemente lashojas o danzaba ondulando la laguna y esculpía con brillantes facetas la joya verdosa delagua.

Jeremy, que tenía siete años y se sentía cohibido tanto por ser extranjero como por serun huésped, se apresuró a observar la carpa roja que nadaba en el fondo de la lagunacubierto de algas. Igual que él, y los sauces que susurraban débilmente, el pez habíavenido de la Tierra en tiempos pasados. Por eso, Jeremy percibió un cierto aire familiar. Ysu brillante capacidad científica advirtió que el pez se había adaptado a un ambiente noterrestre sin mutaciones visibles.

Pero hasta el pez de la Tierra resultó aburrido al cabo de un rato y, poco después,Jeremy estuvo tan absorto como los demás. El narrador era excelente.

La mañana dio paso a la tarde. Las sombras de los grandes árboles trasplantados seextendieron sobre la corriente. El narrador sonrió y alzó una mano en moderada señal deprotesta. Su expresión no varió. Jeremy se preguntó si aquel rostro arrugado, de anciano,no sería una máscara, tan permanente era su aire de alborozado buen humor.

- Un cuento más - informó el narrador a su audiencia -. Y luego tendré que despedirmehasta la próxima ocasión. Un cuento. ¿Quién lo escoge?

Repentinamente incómodo, Jeremy se dio cuenta de que la mirada del anciano,parecida a la de una tortuga, estaba puesta en él de modo expectante.

Notando una oleada de calor en la cara, Jeremy buscó desesperadamente unarespuesta apropiada. Al no conseguirlo, se encogió de hombros.

- No puedo - dijo abruptamente -. No puedo escogerlo porque no sé ningún cuento.Era verdad. Pero era lo peor que se le podía haber ocurrido decir.Después de un incrédulo silencio; los otros niños prorrumpieron en estruendosas

carcajadas. Jeremy se sintió muy desdichado.- ¡No me importa! - estalló -. ¡Cuente el que usted quiera!Su padre, el portavoz de la alianza terrestre en este planeta minúsculo, sumido en la

ignorancia y extremadamente independiente, tal vez desaprobara esta actitud. (El papelde su padre en una era anterior, más formal, podría definirse como el de un embajador.)Jeremy no tenía en cuenta tales consideraciones.

El provenía de la Tierra, la cuna de la humanidad. ¡No deberían reírse de él!Impávido, el venerable narrador de cuentos levantó la otra mano.- Es descortés reírse de una persona que ha hecho un viaje tan largo para estar entre

nosotros.Los niños guardaron silencio.Parpadeando, el anciano siguió hablando:- Estoy preocupado, puesto que Ai Sung dijo precisamente que «los tontos se hinchan

como ranas bajo la lluvia, y pese a toda su ignorancia están ansiosos por dar consejo alsabio».

Un niño de edad aproximada a la de Jeremy inclinando la cabeza de modo solemne yceremonioso, replicó:

- Pero también se ha dicho que el sabio suele tener a menudo la apariencia y lamorada más humildes. Oh, narrador de cuentos, ¿acaso no dijisteis acertadamente que«el corazón del sabio suele ocultarse tras el rostro del necio»?

- Eso dije, y es una gran verdad. Pero ahora... ¡Ay! De repente pienso que... ¡yo soy elnecio! Debe de ser por eso que nuestro joven huésped ha permanecido con nosotrosdurante todo el día por mera cortesía. Una persona que ha viajado tanto debe saber, porfuerza, infinidad de cuentos. - El narrador hizo una pausa para que esta idea fuesecaptada -. Tal vez deba ser él quien tome asiento y hable de sabiduría y filosofía, mientraspermanezco en silencio y presto atención.

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El anciano pronunció la última frase al tiempo que hacía una lenta reverencia endirección a Jeremy. Pese a su edad y al hecho de que se hallaba sentado en la arena conlas piernas cruzadas, hizo la reverencia de modo elástico y ceremonioso. Entre suaudiencia, aquí y allá, algunos niños rieron disimuladamente.

Sonrojado y enojado, Jeremy se puso en pie.- Si se está burlando de mí... ¡deje de hacerlo! Es verdad lo que he dicho: no sé ningún

cuento. Las cintas de datos del yate de mi padre no contienen literatura. El prefiere quededique mi atención a... bueno, a información más científica y práctica.

Su vacilación fue causada por un cambio de palabras en el último instante. Habíaestado a punto de afirmar que a su padre no le gustaba que él perdiera el tiempo con laliteratura de sociedades planetarias primitivas.

Para disimular la pausa y evitar suspicacias, Jeremy añadió:- A mi padre no le gusta la literatura.- ¿Es cierto? ¡Qué extraña forma de educar a un niño! - El marchito rostro del narrador

reflejó, por un instante, sincera compasión -. Tal vez hayas notado que nuestro sistema escasi diametralmente opuesto. En cuanto a la educación... bien, la mayoría de las familiasde Lin parecen estar bastante contentas conmigo. Yo soy la escuela, el director y elequipo educativo... - Inclinó la cabeza con una reverencia que fue vivaz y cómica -. Ybuena parte de lo que yo enseño se recuerda porque resulta divertido.

»Por supuesto que no somos, ni queremos ser, un mundo técnico. Nuestra culturapodría describirse como una mezcolanza fortuita capaz de asimilar prácticamente todo loque provenga de anteriores eras humanas. Aplicamos la ética de Confucio y la psicologíagestalt con igual provecho. A propósito... ¿Qué materias quiere el noble embajador, tupadre, que aprendas?

Jeremy no tuvo que pensar. Se limitó a recitar las asignaturas.- Astronomía. Navegación galáctica. Evolución de los planetas y formas de vida.

Mecánica cuántica. Sistemas vitales y mantenimiento de la vida en condiciones de uncambio de aceleración de elevada magnitud...

Se interrumpió, a pesar de que no había concluido, ni mucho menos.El semblante del narrador se había contraído en una expresión de asombro, confusión

y estupefacción. El anciano se inclinó y levantó las dos manos en señal de súplica.El gesto no pasó inadvertido al padre de Jeremy, que observaba la escena,

ensimismado, a través de una amplia ventana desde la casa del huésped. El comercianteHan sonrió, adelantándose a la reacción de su invitado. Con un silencio muy significativo,el comerciante le ofreció más vino rosado de un elegante recipiente de vidrio. Al serrechazado su ofrecimiento, esbozó una nueva sonrisa, en esta ocasión de disculpa.

- Es un vino de baja calidad.- Eso es mentira, Han - replicó bruscamente el huésped terrestre -. Probablemente se

trata de la mejor cosecha y año de la provincia de Yuan. ¿Qué está haciendo ese viejovagabundo? ¿Juegos mentales para deslumbrar a mi hijo?

Han hizo una mueca. Le gustaba la franqueza de Gilbert Ramsey.- ¿Es eso posible? Suponía que su hijo estaba tan sólidamente instruido que no podría

asaltarle ninguna duda...- En una disputa, él es capaz de vencer a dos adultos. Siempre que éstos no sean

duchos en... las habilidades en las que él está instruido. - La voz de Ramsey se convirtióen un gruñido -. Pero eso no le hace inmune a otro tipo de ataques más sutiles.Habilidades psicológicas. Tales como las que... se dice que dominan los educadores deLin.

El semblante de Han reflejó gran seriedad.- No tema, amigo mío. Su hijo no corre peligro. Yo no lo permitiría mientras se halle

bajo mi techo. - Con calculada naturalidad, el mercader se levantó y se acercó acontemplar los jardines, amplios y bien cuidados -. Mucho puede decirse acerca de

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nuestro sistema educativo - prosiguió, con aire reflexivo -. Por un lado está ideado parainculcar en los estudiantes determinados principios (simbolismos, relaciones lógicas...)que ellos incorporarán a su personalidad, de forma práctica, a nivel reflexivo...

- ¿Mediante fábulas infantiles? - Ramsey, demasiado educado para reírse, indicóclaramente con su tono de voz y su actitud que le habría gustado hacerlo -. también laeducación terrestre incorpora principios de conducta. Proyectamos información a travésde una extensa gama de canales. Presentaciones holográficas, exposicionesaudiovisuales, unidades fásicas de memoria y...

- Sin duda - interrumpió el mercader Han -. Pero nos diferenciamos en una cosa.Ustedes enseñan muchas cosas a sus hijos porque piensan que algún día una parte, almenos, les será de utilidad. Nosotros, por el contrario, sólo enseñamos lo que sabemosque el niño necesitará.

...E inclinándose todavía más, completó su gesto. El torso del narrador yacía casi enposición supina. Se irguió al instante.

- Muy instruida persona - dijo en un tono trémulo que reflejaba alarma -, debo suplicarteque no sigas. Me siento avergonzado y molesto, porque de todas las palabras que me hasdirigido, ¡confieso que no he entendido más de una de cada diez!

El corro de niños le contempló con seriedad. Pero Jeremy, cuyo rostro estabaencendido, fue incapaz de discernir si aquellas caras inexpresivas ocultaban disgusto,desprecio o simplemente una cortés indiferencia.

- Astronavegación y todo lo demás son materias necesarias para toda persona quedesee ser viajero espacial. Algún día seré piloto. Y tendré mi propia nave. - Su pecho seensanchó y su barbilla se alzó al pensar en ello.

- Ciertamente, noble señor. Veo tu éxito tan seguro como veo el árbol, alto y frondoso,dentro de la semilla que se abre. Pero dime, ¿no temes el peligro..., un peligro extraño,quizá un ataque? El universo es un lugar vasto y a menudo aterrador.

Jeremy rió.- Nuestro yate está armado y protegido. En tierra firme puedo usar diversas armas o

simplemente mis manos. Mi padre insiste en que me entrene todos los días en elgimnasio de la nave.

A su alrededor, aquellos rostros cobraron vida de repente. Todos reflejaron una mismaexpresión: sobresalto. Incluso el narrador perdió en parte su compostura, y se estremeció.

Jeremy pensó que ojalá se hubiera quedado mudo de repente o, al menos, mordido lalengua. Recordó demasiado tarde que, entre las prohibiciones sociales de Lin, una de lasmás importantes y antiguas se refería a un elaborado código de cortesía que se basabaen la no violencia. Los habitantes de Lin eran lo suficientemente prácticos como paracomprender la necesidad del soldado profesional, pero éste se hallaba clasificado en elpunto más bajo de la escala de ocupaciones remuneradas, incluso por debajo de uncarnicero.

Tras una reverencia, el narrador meneó la cabeza y se dispuso a recoger sus escasaspertenencias.

- Gran guerrero, si esto es cierto, no hay nada que yo o mi arte podamos enseñarte.Humildemente recojo mi ropa y parto...

Antes de que Jeremy lograra aclarar su mente para replicar, el narrador se calzó sussandalias de paja y alargó un brazo para coger sus otros enseres.

- ¡Soo Chow! - Era el hijo mayor del mercader -. ¿Puedo recordarte que... esta personaes el hijo de un hombre que en estos momentos es huésped de mi padre?

Cuando el anciano se detuvo, el niño lanzó con pericia una pesada moneda. Era deplata. Fue a caer justo en el cuenco de las limosnas y, tras un ruido metálico, quedó sobrelas monedas de menor tamaño, que estaban acuñadas en latón.

- ¡Nárrale el mejor cuento que sepas!. - dijo el muchacho.

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Enigmático, falto de expresión, el narrador volvió a ocupar su posición junto al cuenco yrecogió sus vestiduras. Después sonrió.

- Muy bien. Joven viajero que cabalgas por las estrellas como otros usan barcas paracruzar una laguna... Te contaré un cuento.

»Es un cuento muy antiguo. A decir verdad, procede de la Tierra.El narrador frunció una ceja, esperando una respuesta. Jeremy se sentó y sonrió.- Yo también soy de la Tierra. Pero no soy viejo.- Por supuesto. Este cuento procede de un antiguo lugar, un país de la Tierra otrora

conocido como «China».- Es un nombre que jamás he oído. ¿En qué parte de la Tierra se hallaba? Debe haber

sido antes de la Alianza.- Mucho antes - fue la simple respuesta.- Pero...- A la mayor parte de ese país le llamáis ahora «Sector Industrial de Oriente» - explicó

el hijo mayor de Han -. No te preocupes. A Soo Chow le gusta ser misterioso a veces.- Bastante cierto, joven príncipe. - El narrador hizo un guiño y prosiguió -: Para

empezar, pues, este cuento trata de dos animales terrestres: un tigre y una rana. Un día,cuando los planetas eran todavía muy jóvenes....

Es inconcebible (pensó el piloto Jerry Ramsey) que una nave pueda pasar de repentede un régimen de plena propulsión a otro de práctica inmovilidad en el espacio normal. ¿Yla diferencia entre las velocidades relativas?

Incluso considerando las extrañas fórmulas que tenían aplicación en el continuo delhiperespacio, su nave había estado viajando a múltiplos de velocidad de la luz. Ahora, ysin cambios apenas, se encontraba desplazándose por inercia. Los motores y lapropulsión estaban desconectados mientras la nave parecía recorrer una órbita elipsoidalde estacionamiento. Un punto focal de la elipse estaba ocupado por un objeto apenasvisible, muy pequeño (del orden de un asteroide), que sin embargo, era superdenso.

Jerry dispuso una pantalla de observación visual y aumentó la ampliación. El objetodenso era una estrella enana, por supuesto. Un resplandor intermitente envolvía susuperficie, confirmando así las sospechas del piloto. La materia que había dentro deaquella escoria estelar era tan densa que hasta la luz tenía que huir de ella. Pronto (entérminos de tiempo astronómico) el horizonte accidental estaría formado con la masaactual que se hundiría más y más profundamente en el centro de un agujero negro.Finalmente, cuando la tensión de la misma estructura del espacio-tiempo aumentarademasiado, el agujero desaparecería también... formando su propio microcontinuo enalgún lugar fuera de la escala de los universos sobrepuestos... Tuvo una idea.

¿Y si habían sido capturados? Los campos gravitatorios de objetos muy densos o degran tamaño producían líneas de tensión tanto en el espacio normal como en elhiperespacio. Era un hecho positivo que permitía navegar a las naves ultralumínicas... yfacultaba a éstas para volver a entrar en el espacio y en su destino y no en un brazoespiral o galaxia alejados.

Jerry se dirigió al ordenador.- Jay-jay, por favor, hazme un cálculo simulado. Supón nuestra masa relativa en

movimiento, desplazándose a lo largo de las coordenadas vectoriales que estábamossiguiendo cuando nos separamos del continuo plus-cee. Ahora calcula el vacío de tensiónque es probable se cree en estas condiciones...

Expuso rápidamente el problema al ordenador de la nave, un modelo J, y esperó lossegundos necesarios para que la máquina tomara datos de la memoria, planteara yresolviera toda una serie de ecuaciones diferenciales y proyectara rápidamente en lapantalla, mediante representaciones luminosas de color verde, el conjunto de números yfórmulas. La voz del vocalizador de la máquina le respondió.

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- Esto concuerda, Jer - fue la observación del ordenador.Jay-jay estaba diseñado para ser lacónico. Jerry apreciaba al vocalizador:

proporcionaba el sonido de una voz humana. Pero, naturalmente, no deseaba tener unamáquina voluble y parlanchina.

- Bien, eso explicaría la considerable cantidad de energía que se esfumó - dijo Jerry -.Parte de ella fue transferida a la estrella enana y el resto, supongo, se disipó entre losvolúmenes del espacio normal y el hiperespacio.

Se preguntó si la captación de aquella nueva energía retrasaría la definitivadesintegración del núcleo. Quizá, aunque el resultado final seguía siendo inevitable...

- Otra cosa, jefe.- ¿Hay algo más?- Si. Estoy contando dos, tres... cinco objetos de origen artificial que rodean la masa

principal. Parecen ser naves espaciales.La pantalla amplió el casco de uno de los objetos y a continuación ofreció la visión de

otros tres más. Como es lógico, todos los detalles eran simulados, partiendo de laslecturas de los instrumentos. La estrella enana no emitía suficiente luz para que las navesfueran visibles.

Todas las naves parecían abandonadas. Pero ¿qué habían hecho sus tripulaciones?¿Habían salido al espacio?

- Jay-jay, ¿por qué no ponemos en marcha los motores y salimos de aquí?- Buena idea..., salvo un detalle. Acabo de captar dos nuevos destellos. Uno grande y

otro pequeño. Y vienen hacia aquí. De prisa.

En el jardín de Han, del planeta Lin, una voz humana levantó ecos en la grava alevocar hábilmente el rugido de un antiguo animal cazador.

- ¡Soy Tang Soo, el tigre! Pequeño animal verde, ¿quién eres tú?Imitando con destreza a la sorprendida rana, el narrador puso de relieve el ingenio del

anfibio al replicar en un tono igualmente beligerante, pero más agudo:- ¡Soy el Rey Rana! ¡Y como tigres para desayunar!- ¿Ah, sí? - fue la escéptica respuesta -. ¿Te atreverías con este tigre para la comida?- Gracias, pero no puedo. He comido tres esta mañana y todavía me encuentro

bastante lleno. Pero estoy aburrido. Voy a retarte... Veamos... Sí, te reto a una prueba defuerza. Veamos cuál de los dos es capaz de saltar más lejos al otro lado del arroyo.

- ¡Acepto! - convino el tigre.Su terrible carcajada indicó claramente que estaba seguro de vencer.Al joven Jeremy Ramsey le pareció ver realmente el sol que se colaba entre los

árboles, el pelaje del tigre y la pequeña rana verde que respondía con rapidez einteligencia. El cuento prosiguió.

Los dos destellos resultaron ser un par de naves poderosamente armadas. Y era muyprobable que se tratara de corsarios, ya que en los cascos no había insignia oficialalguna.

Apreciando la ironía, Jerry citó del Manual de los Mercaderes Espaciales: «Desde lainvención de la propulsión a través del hiperespacio y el uso de otros continuos, no hasido posible ningún ataque armado a naves comerciales.» Era cierto, claro. En elhiperespacio resultaba imposible interceptar una nave puesto que dicha nave carecía delocalización real. Y ningún comerciante salía al espacio normal hasta llegar a su destino...que, por lo general, se hallaba cerca de un planeta amigo o bien fortificado.

- Pero no pensaron en ello - dijo Jerry -. Debemos informarles del error. Cuandovolvamos - añadió, con un optimismo consciente -. Dime, Jay-jay, ¿crees que podremoseludirlos?

- Ninguna posibilidad.

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- Y no podemos combatir. No creo que haya algo ni remotamente parecido a un armaen esta nave, a menos que tengamos en cuenta el láser de la cocina para asar pollos. Asípues, ¿qué nos queda?

- Rendirnos - dijo el ordenador.- Cierto. - Al parecer, las otras naves allí capturadas habían llegado a similares

conclusiones. Esto explicaba aquel silencio a pesar de que las compuertas estuvieranabiertas -. Pero... ¿qué posibilidades tendríamos si nos rindiéramos?

- Sin datos.- Supongo que no demasiadas. ¿Qué dice nuestro manifiesto de carga...? No creo que

podamos librarnos con joyas o medicinas o componentes mecánicos que escasean.- Un lote rutinario. Correo, grabaciones de espectáculos y proyectores holográficos

para Port Joy.- ¡Fabuloso! - exclamó Jerry -. Bien, supongo que se reirán un poco cuando nos

aborden.- No lo creo. Esa especie no es humana.- ¿Eh? ¿Cómo lo sabes?- Estoy sintonizando su canal de comunicaciones. Su equipo es tosco y no muy bien

protegido. Cuando estén más cerca es probable que logre captar sus conversaciones enel puente y en el resto de la nave.

Jerry quedó boquiabierta por un instante. A veces, el ordenador era demasiadolacónico.

- ¡Bien, quiero oírlos, por amor de Dios! ¡Escuchemos lo que están diciendo!El gruñido de una criatura, parecido al de un lince, estalló en el altavoz. Fue respondido

brevemente con una serie de bufidos glóticos que podrían haber surgido de un jabalíterrestre.

- ¡Corrección! ¡Corrección! - gritó Jerry en medio del alboroto -. ¡Dame la versióntraducida más aproximada de lo que están diciendo!

Hubo un momento de silencio.Dos voces humanas carentes de emoción empezaron a hablar. El ritmo era irregular y

en cierta forma interrumpido. Ello se debía a los tiempos muertos empleados por loscircuitos de traducción para recorrer la memoria y facilitar las aproximaciones másexactas.

-...no creas que (pausa) te saldrás con la tuya. No soy (pausa) un trasto viejo(intraducible) que puedas (pausa) maltratar a tu gusto. No pienso...

- Siempre estás lamentándote (pausa). ¡Tuviste preferencia sobre el botín (pausa) laúltima vez, cuando atacamos la nave de pasajeros! ¡Y eso no ha sido hace dos (unidad detiempo intraducible)!

- ¡Eso es lo que dices siempre! ¿Pero quién (pausa) es el que se inmiscuye y se arrogael (intraducible) derecho de quedarse con (larga pausa) la flor y nata? ¡Tú, siempre tú! ¡Sino nos repartimos el botín al cincuenta por ciento (pausa), arreglamos cuentas y (pausa)nos separamos!

- ¿¡Al cincuenta por ciento!? - fue la respuesta. Aun habiendo surgido del amortiguadotraductor, la voz sonó colérica -. ¡Escucha, renacuajo! ¿Quién se ocupa de los gastosgenerales? ¿Quién tiene toda la zwwaaaaarrrk?

La transmisión se cortó de repente.- ¿Qué ha sucedido? - quiso saber Jerry.- Están entrando en la zona del planeta primario y la oclusión amortigua la señal. Los

recibiremos perfectamente en cuanto se hallen en este lado de la estrella enana.- ¿Cuánto tiempo falta para la intersección?- No demasiado. - El ordenador indicó una cantidad igual a dos horas y algunos

minutos según el tiempo estándar de la nave.

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- ¿Podemos huir? Quizá uno de esos cascos lograra ocultar nuestra señal. Ahoramismo no pueden vernos...

El plan parecía poco convincente. Aunque los atacantes examinaran uno por uno loscascos vacíos, sería una simple cuestión de tiempo el que...

Jerry se irguió bruscamente. Se le había ocurrido algo mejor.- ¡Jay-jay! Dijiste que transportábamos proyectores holográficos. «Ahora necesitamos

un poco de suerte, sólo eso», pensó Jerry -. ¿No se tratará por casualidad de los modelospequeños, de tamaño familiar?

- No. Son los modelos grandes, para estadios.- ¡Perfecto! ¿Qué tamaño tiene la imagen que proyectan?- No tengo ni idea. Espera. La tercera parte de un kilómetro cúbico, aproximadamente.- Estupendo.Rápidamente, Jerry facilitó al ordenador los detalles de su propuesta. Jay-jay protestó

en un momento dado.- ¡Pero, jefe, esas máquinas son pesadas! ¡Y, además, todas están empaquetadas

para el viaje!- ¡Entonces tendré que desempaquetar algunas! No te preocupes, la compañía de

seguros cubrirá las pérdidas. Siempre que regresemos para presentar el informe...

- ¡Acepto! - dijo con un rugido auténticamente feroz.El narrador prosiguió:- Pero aunque el tigre era enorme y se enorgullecía de su fuerza, la pequeña rana no

se acobardó. Mientras el tigre se agitaba y tomaba impulso para saltar a la otra orilla delarroyo, la rana se agarró con la boca a la cola del animal. Así, cuando el tigre cayó en laorilla opuesta... la rana siguió, pasando sobre la cabeza de la bestia, y aterrizó variosmetros más allá...

Al parecer se había producido un desacuerdo entre los ladrones. Jerry contempló lasposiciones cambiantes de las dos indicaciones visuales. El atacante más ligero se quedóatrás, haciendo recordar a Jerry, involuntariamente, la danza de un chacal que esperapara lanzarse como una flecha después de la matanza y recoger los restos. Pero la navemayor, fuertemente acorazada, avanzó resueltamente.

Al parecer, el capitán de la astronave corsaria no confiaba en tácticas sutiles. No tratóde flanquear o rodear la presa y sorprenderla con el fuego cruzado de ambas naves.Estos alienígenas utilizaban, al parecer, la burda pero efectiva táctica militar de acercarse-y-golpearles-fuerte-en-la-cabeza.

Bien, la táctica debía dar muy buenos resultados con las naves de tipo comercial a lasque estos personajes acosaban.

Jerry se vistió con un traje espacial, sin ponerse el casco, pero dejándolo al alcance dela mano. Las gotas de sudor resbalaron por su rostro y le produjeron picor en ciertaszonas de su cuerpo adonde no podía llegar con la mano a causa del traje. Era el resultadodel esfuerzo, no de los nervios. En las últimas horas, Jerry había trabajado tan duro, tantodentro como fuera de la nave, que en condiciones normales habría quedado agotado parauna semana. Pero se hallaba en el momento culminante y no notaba el cansancio.

De hecho, su principal sentimiento era una curiosidad que le consumía: se moría porcomprobar si había interpretado acertadamente la psicología de los alienígenas. En casocontrario, faltaba poco más de un minuto para que muriera en el sentido literal de lapalabra. Pero de alguna forma, esta posibilidad, aunque la asumía, no le preocupabademasiado. El plazo había expirado.

La mayor de las naves corsarias había ido reduciendo velocidad de modo constante.En aquel momento igualó velocidades y giró, mostrando su enorme flanco, para disponerde potencia de tiro. Jerry examinó el emplazamiento de las armas que le apuntaban. Vio

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lásers, termocañones y tubos lanzamisiles. No fue emitida ninguna propuesta derendición. No era preciso. El mensaje era claro.

- Bien, Jay-jay - dijo Jerry -. Ahora comencemos nuestro pequeño show.La nave había permanecido, invisible para el radar, al amparo de uno de los vehículos

abandonados. En aquel instante surgió de la parte trasera de la astronave a la deriva y sedejó ver claramente en el mismo momento que los altavoces de a bordo empezaban alanzar aullidos.

- ¡No te acerques a mi presa! ¡Es mía y la defenderé! ¡Aléjate, o disparo! ¡Hablo enserio!

El capitán de la nave atacante se volvió al oficial. Cerdas oscuras formaban un mechónde cabello que terminaba al borde de las pobladas cejas. Este detalle, junto al atrofiadohocico de la especie, no permitía muchas posibilidades de expresión. Pero los gestos y ungruñido asombroso bastaron para reflejar la sorpresa del capitán.

- ¿De qué parte del saco negro de Nefra ha salido esa cosa?- No lo sé - respondió el oficial atónito. Después de observar detenidamente los detalles

del casco, añadió -: ¡Nunca había visto una cosa parecida!- ¿Sabes?, no creo que nadie haya visto nunca algo por el estilo - dijo bruscamente el

capitán -. Fíjate en esas espinas o verrugas o lo que sean esas protuberancias querodean todo el casco. Yaa-agh, ¡es más desigual que un puercograal!

- Quizá deberíamos hacerlo estallar - sugirió el subalterno.- ¡Excelente idea! - bramó el capitán -. No hay razón para que nos arriesguemos.

¡Puede ser venenoso! ¡Har-Har-Har! - dijo y alargó una garra para apretar el botón quelanzaría un misil nuclear.

A bordo de su nave, Jerry acabó de contar los segundos.- Ahora, Jay-jay. ¡Envíales eso!La velluda garra de cuatro dedos quedó inmóvil sobre el tablero de mandos.- ¿Q-qué...? - gruñó el capitán, incrédulo.- ¡Cuidado! - chilló el oficial.

- El tigre, desconcertado, miró a su alrededor, luego a su espalda e incluso, levantandouna pata para protegerse los ojos, escudriñó la orilla opuesta del arroyo para tratar delocalizar a la rana. Pero no vio ni rastro del pequeño animal.

- ¿Adónde habrá ido esa criatura? - exclamó el tigre.- ¡Aquí estoy! - gritó alegremente la rana -. Aquí, en la hierba.., ¡delante de ti!- Pero... ¡No puede ser! - exclamó el tigre -. ¿Cómo has podido llegar hasta ahí?- Muy sencillo - replicó la rana -. He saltado más que tú.- ¡Eso es imposible! ¡Soy un tigre joven y fuerte! ¡Soy capaz de saltar y brincar más que

cualquier otro animal del amplio, inmenso mundo!La rana eructó.- Quizá - dijo -. Cualquier animal que no sea yo. - Eructó por segunda vez y, con aire de

disgusto, escupió unos cuantos pelos de tigre.- Perdóname - dijo la rana -. Un desayuno tan abundante y este ejercicio han alterado

mi estómago. Ah, tres tigres son demasiada comida... incluso para mi.Horrorizado, el tigre observó los pelos anaranjados y negros y comprendió a qué

animal pertenecían, no sabía que procedían de su cola, porque había estado tan absortoen la prueba y tan resuelto a saltar más que la rana que no había notado que el animalitose había agarrado a su cola.

- Estos pelos son de verdad - dijo consternado -. Tú... ¡te has comido un tigre! ¡Escierto!

- No - corrigió la rana -. Me he comido tres tigres. Y en cuanto mi estómago descanse,tal vez me decida a tomar un pequeño y tierno bocado... ¡como tú!

Lleno de pánico, el tigre echó a correr.

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- ¡Cuidado! - El grito del segundo oficial quedó flotando en la sala de mandosalienígena.

Paralizado en su asiento, el capitán contempló abstraído la forma ovalada, similar a lade un torpedo, que se abatía rápidamente sobre ellos. Era increíble que fuera capaz demoverse con tanta rapidez.

El oficial no reparó en el dispositivo de detección de masas, como tampoco vio que laaguja del aparato pendía obstinadamente sobre la marca inferior del medidor.

El extraño misil pasó velozmente, justo en el instante que el capitán, reaccionando,tocó todos los botones de emergencia situados en el tablero. Sonaron sirenas y lasmamparas de los compartimientos estancos se cerraron como una exhalación. Fuera dela nave, las estrellas parecieron disminuir de tamaño conforme fueron surgiendo laspantallas defensivas. En el interior del inmenso navío los miembros de la tripulacióncorrían de un lado a otro, unos poniéndose la armadura de batalla, otros precipitándosehacia sus puestos en la enfermería o hacia las estaciones de control de daños.

El incendio y la radiación fueron las principales preocupaciones del capitán alienígenamientras seguía el rastro del ya casi invisible cohete. ¿Cuál era su objetivo? Debíatenerlo, si no ¿para qué habría lanzado aquella nave grotesca de extraño aspecto?

Como si fuera la respuesta, una parte del espacio se iluminó.Los monitores de radiación indicaron simplemente un incremento de luminosidad en un

costado de la nave. Los alienígenas se miraban atónitos. Infinidad de colores surgieron,cayeron e inundaron las paredes de la sala de mandos.

Los dos oficiales no habían presenciado jamás una buena exhibición tridimensional defuegos artificiales terrestres.

Al cabo de un rato, las explosiones se fueron espaciando. Un sacacorchos ígneo hizosu aparición, se convirtió en una bengala de estrellas y se extinguió con un triple saludo.

- Esto - dijo una voz procedente del altavoz situado encima de sus cabezas -, essimplemente una advertencia amistosa. Ahora.. - ¡Largo!

La arrugada cara del narrador miró al auditorio con gran solemnidad. Nadie se movió.Sabían que la narración se había ido construyendo y ahora, y sólo ahora, estaba a puntode alcanzar su auténtico clímax. Los ojos del narrador, que nunca pestañeaban,examinaron el silencioso corro de niños. Inclinó la cabeza.

- Y así - prosiguió quedamente -, el tigre estuvo corriendo mucho rato y se fue muylejos. Pero cuando corría, se encontró a su amigo el zorro. Y el zorro dijo:

» - ¡Hey, poderoso tigre! ¡Deténte! ¿Adónde vas tan de prisa? Pareces aterrorizado.¿Cuál es el problema?

» Y el tigre respondió:» - Oh, hay un terrible animal que va detrás de mi y que ya se ha comido otros tres

tigres esta mañana, para desayunar. Temo que, si permanezco demasiado tiempo enestos lugares, ¡se sentirá hambriento otra vez y me devorará!

» Corriendo tras el tigre, el zorro dijo:» - No hay duda de que debe tratarse de un animal horrible para que te haya asustado,

señor Tigre. Dime, ¿cómo se llama el animal?» - Afirma que se llama... Rey Rana - contestó el tigre sin dejar de jadear.» - ¿Rana? ¿Has dicho rana, nobilísimo tigre? - El zorro se detuvo.El rostro y los gestos del narrador ejemplarizaron tan cómicamente al sorprendido zorro

que los niños empezaron a reírse disimuladamente. Cuando el anciano prosiguió, Jeremycreyó necesario reprimir una apreciativa risita.

- Falto de aliento - continuó el narrador -, el tigre relató todo lo que había ocurrido. Yconcluyó diciendo:

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» - Y vi con mis propios ojos cómo escupía los pelos de tres desafortunados tigres. Telo aseguro, amigo zorro, ¡este Rey Rana es verdaderamente feroz!

» Pero el zorro, que era bastante astuto, sospechó al instante que se trataba de untruco.

» - Quizá sea así - dijo al tigre -. Pero si esta rana se parece en algo a otras ranas conlas que estoy familiarizado, debe de ser pequeña, débil, de color verde brillante... yexcelente para comerla. ¿Por qué no vamos a dar un vistazo? Me gustan mucho lasancas de rana.

- Ordenador, tengo dos fantasmas en mi pantalla. Identifícalos, por favor.- Por supuesto. La indicación visual más grande es el corsario alienígena que huyó de

aquí recientemente. Tú, por alguna razón, le diste el nombre de código Tigre. El puntomás pequeño es el interceptor que apareció antes. No hay nombre de código para él.

- Llámale Zorro - dijo Jerry.- Perfectamente. Es Zorro.- ¿Y qué están haciendo?- Vuelven aquí.Observando cómo los fantasmas se movían hacia el centro de la pantalla, Jerry no

necesitó oír el comentario del ordenador.- Y se acercan a toda velocidad.El joven piloto de la nave comercial suspiró. Había confiado en que, después de que el

más grande de los navíos alienígenas diera media vuelta y se alejara con rapidez, el trucole proporcionaría el tiempo suficiente para escapar de la tela de araña que era la estrellaenana. Jerry se hallaba cerca de una zona donde podría activar la propulsión estelar sinriesgo.

Cerca. Pero no lo suficiente.Con cierto remordimiento, Jerry se lamentó de no haber empleado el tiempo sobrante

en desplegar la red flotante de proyectores holográficos. Comprendió, con la claridadpropia de la percepción tardía, que habría podido usarlos junto con las grabaciones pararetrasar aún más la persecución.

(Las indicaciones visuales se encontraban en aquel instante en los últimos círculos máspróximos al centro. Daban la impresión de estar separándose. Jerry supuso que una delas naves ascendería y la otra descendería. Era lo más probable. Situados en el azimut yel nadir, los dos buques corsarios dominarían toda la esfera, podrían esquivar el fuego deJerry, en el supuesto de que lo tuviera, y lanzar sobre él una andanada fulminante ymortal.)

Bien, se había quedado sin artefactos y con muy pocos trucos que ensayar,lamentándose de no poder utilizar las grabaciones. Por ejemplo, se preguntó, ¿cómoreaccionarían los furtivos asesinos alienígenas si en aquel mismo momento fueranembestidos inesperadamente por un escuadrón de cazas de la Segunda Guerra Mundial?Para que la acción resultara más fantástica, Jerry podía lanzar carros de combatemodernos, o cañones terrestres, o incluso vaqueros a caballo, indios ululantes y unaespectacular carga de caballería.

Había perdido demasiado tiempo.- No es el artefacto, sino el principio que le hace funcionar. Ahí reside el éxito de un

estratagema. - Apenas se dio cuenta de que se había expresado en voz alta.- ¿Cómo? - inquirió el ordenador.- Nada. Estaba pensando en voz alta. Un principio utilizado por los prestidigitadores. Y

por los estafadores. Mostrar al auditorio o al cliente lo que ellos piensan que verán. Yluego es posible embaucarles... ¡manipulando sus expectativas!

- No lo entiendo - dijo Jay-jay.

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- No hace falta que lo entiendas. Tú eres sólo un ordenador. Yo soy el piloto. ¡Rápido!¿Acaso ese segundo corsario alienígena tiene algún nombre o designación? Me refiero alde la nave más pequeña.

- Sí, lo tiene. Es Zorro. ¿Recuerdas?- No, no te pregunto si tiene un nombre real. Una denominación pronunciable... una

designación o título que utilice el otro para dirigirse a él. Vamos, Jay-jay, es importante.- No lo sé - replicó el ordenador -. Pero si lo tiene, debería estar en alguna parte de la

charla que sostuvieron de nave a nave.- ¿Grabaste la conversación?- Sí, claro. El diario de vuelo exige que todas las transmisiones estén grabadas,

previendo el caso de que haya que investigar...- ¡Muy bien! - vociferó Jerry -. Eso no importa. ¡Limítate a encontrarlo!- Por supuesto. ¿Por qué no lo dijiste desde el principio?Transcurrieron algunos segundos (mientras Jerry pasaba de sentirse perdido a apretar

los dientes enérgicamente). Después, el computador tosió.- ¿Lo tienes?- No estoy seguro. Esto requeriría un análisis estadístico...- No importa. No te estoy pidiendo una seguridad del cien por cien. Trata de adivinarlo.

¿Cuál es el nombre, en tu opinión?- Yo diría que hay un ochenta y siete coma ocho por ciento de probabilidades de que el

nombre de la nave, el del capitán o la designación de ambos sea: Hla-yurk-1.- ¡Oh, fabuloso! Corrige mi pronunciación hasta que lo pronuncie perfectamente. Es

esencial.En cuestión de un minuto, más o menos, Jerry dominó los difíciles fonemas. Luego, tal

como habían hecho antes, introdujeron en el dispositivo traductor el mensaje quepretendían emitir, dando el tiempo suficiente al aparato para hacer su trabajo, evitando asíque se produjeran pausas o vacilaciones delatoras.

En pleno trabajo, Jerry tuvo que apartar de sí el presentimiento de que en cuestión deun instante, él y su nave estarían en medio de un fuego mortal de misiles y lásers. No lequedaba más remedio que dominarse, puesto que no podía hacer nada más.

En aquel momento, cuando alzó la vista y se preparó para emitir, comprendió la razóndel retraso. Los dos corsarios habían preferido cambiar de táctica.

En lugar de prepararse para caer en picado y abrir fuego desde dos puntos muydistantes, las naves atacantes se acercaban con lentitud. Y Jerry vio que volaban casirozándose.

- Jay-jay, no entiendo. ¿Qué crees que están haciendo?- Volar juntas.- ¡Ya lo sé! Pero ¿por qué?- Eso les permitirá combinar sus pantallas protectoras. Coordinadas adecuadamente,

dispondrán de más del doble de su protección normal.El agudo silbido de Jerry daba a entender que estaba asombrado.- ¡Deben pensar que llevamos un armamento muy potente!- Esa es la impresión que tratamos de darles - fue la seca respuesta del ordenador.- Muy cierto - Jerry reflexionó sobre las posibilidades -. ¡Disponemos de la ventaja

psicológica! Esto quiere decir que la estratagema que hemos preparado tiene aún másprobabilidades de dar resultado.

- Esperemos.Jerry cogió el micrófono y pulsó el botón de emisión con el dedo pulgar. Con un gruñido

tan engañoso como pudo fingir, y confiando en que su tono fuera recogido, al menos enparte, por el «insensible» traductor, dijo:

- ¡Buen trabajo, Hla-yurk-1! Lo has hecho muy astutamente, amigo mío. ¡Oh-oh-oh!¡Pero que muy buen trabajo!

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»Veo que estás dentro de las defensas del zoquete. ¡Perfecto! ¡Ahora destrózalo!»No vaciles, Hla-yurk-1! ¡Ha llegado el momento que habíamos planeado! ¡En cuanto

machaquemos a la gran bestia, habrá botín para todos!Cuando Jerry terminó, se produjo un momento de expectante o sorprendente silencio.Jerry Ramsey contuvo la respiración y esperó para ver si su arriesgada jugada ganaba

o perdía.Entonces el aire se llenó de chillidos y gruñidos que fueron aumentando gradualmente

de intensidad, produciendo el mismo ruido que una riña de gatos. Los sonidos llegabancon tanta rapidez al sobrecargado dispositivo traductor que éste quedó bloqueado. Loúnico que Jerry recibió con claridad fue una sarta aguda e interrogativa de sílabasalienígenas, seguidas de un jadeo, un gruñido y un chillido de indignación.

Jerry empujó con fuerza y movió hacia un lado la palanca de dirección de la navemercante. En ese mismo momento su nave inició un descenso (así parecía) y el grannavío atacante enloqueció. Rayos lásers barrieron el espacio en todas direcciones, alazar.

Jerry estabilizó el vuelo errático de su nave y levantó la proa a tiempo de ver cómo lasdos astronaves corsarias se fundían en una bola desequilibrada pero dinámicamentecoherente. Era obvio que ninguno de los dos atacantes había pensado en desconectar laspantallas energéticas. El tamaño de Tigre era enorme, pero Zorro, pese a todo, tenía losmotores rugiendo en pleno funcionamiento. Jerry decidió que el único lugar seguro seencontraba muy lejos de allí.

Era dudoso que alguno de los dos navíos alienígenas le viera irse.- Hay algo que no comprendo - dijo el ordenador, mucho tiempo después. La nave

proseguía su ruta perfectamente. Los productos enlatados que se habían desparramadoestaban de nuevo en los estantes de la cocina, la carga estaba otra vez dentro de lascajas y asegurada para que no pudiera resbalar y, finalmente, la nave había efectuado latransición al hiperespacio y al vuelo plus-cee, de modo que podía esperarse un viajeininterrumpido hasta Port Joy -. Lo que no entiendo es esto - prosiguió el ordenador -:¿Cómo estabas tan seguro de que reaccionarían con tanta violencia? Sus procesosmentales me parecieron totalmente ilógicos.

Jerry pensó un momento.- Bien... Parecía obvio que ambos tenían una psicología predatoria. Ningún animal que

viva a costa de robar a víctimas más débiles es capaz de confiar en otro animaldepredador. Los dos corsarios proyectaron mutuamente sus temores porque ambossabían, en su interior, cuán traicioneros son los de sus clase.

»Como te digo, me pareció muy claro.El computador reflexionó acerca de ello y no contestó.

Los rayos del sol de tarde, largos y bajos, arrancaban fulgores de los árboles. Sombrasmoteadas jugueteaban en el rostro del narrador cuando el anciano completó su cuento.

» Y así, el tigre y el zorro retrocedieron para buscar a la rana. Pero el tigre, que estabamuy nervioso, tuvo una repentina idea.

» - Antes de que lleguemos allí - dijo al zorro -, atemos nuestras colas para que la ranavea que somos fuertes y estamos unidos. De esta manera, en caso de que nos ataque,deberá entendérselas con los dos a la vez.

» Los dos animales ataron sus colas con largos trozos de hierbas, y se dispusieron abuscar afanosamente a la rana.

» Pero la pequeña rana verde les vio venir y comprendió cuáles eran sus intenciones.Las colas atadas le dieron una idea. En voz alta, aterradora, dijo al zorro:

» - Lo has hecho muy astutamente, buen zorro. Ese tigre huyó de mí esta mañana.Pero ahora que lo tienes bien atado... ¡arrástralo hasta aquí y me lo comeré para cenar!

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» Dado que el tigre se ganaba el sustento gracias a su dureza y crueldad, el animalestaba convencido de que todas las demás criaturas hacían lo mismo. Y, al oír a la rana,no tuvo duda de que el zorro había planeado traicionarle. De nuevo, dio medía vuelta yempezó a correr. Pero en esta ocasión arrastró tras él al zorro, que estaba firmementeatado.

» Y si no han muerto, porque esto sucedió hace muchísimo tiempo, lo más probable esque los dos estén corriendo todavía.

El narrador guardó silencio. Los niños, tras un instante de agradecimiento totalmentesilencioso, prorrumpieron en un coro de trinos y silbidos. Una actitud correcta. En Lin, laaprobación pública no se manifestaba aplaudiendo, sino mediante largos y susurrantescantos de ave.

El mercader Han y el padre de Jeremy se acercaron en cuanto la explosión de elogiohubo cesado. Poniéndose en pie, el narrador se inclinó ante todos y sonrió.

- Ahora debo partir.Tendió la mano a Jeremy y el muchacho la tomó y estrechó con presteza, a la manera

terrestre.- Espero que te haya gustado - dijo el hombre -. Historias como éstas y cuentos

constituyen el método fundamental de enseñanza en nuestro mundo. Confío en que tecomplazca esta pequeña muestra de nuestro sistema docente.

Jeremy se rió.- ¡Oh, fue un cuento muy bueno! Aunque... no estoy realmente seguro de haber

aprendido algo - añadió, tras mirar de reojo a su padre -. Bueno..., quiero decir que megustó mucho el cuento. - Se rió otra vez -. Era tan largo... ¡espero poder recordarlo!

- Oh, no temas. - El narrador sonrió -. Recordarás todo lo importante de este cuentosingular. Puesto que enseñamos mediante fábulas, ¿de qué serviría enseñar algo que seolvidara fácilmente?

Se inclinó una vez más, en esta ocasión en dirección a los adultos, y luego se retirósilenciosamente.

El mercader Han sonrió amistosamente a los terrestres, padre e hijo.- ¿Me permiten hacer extensiva mi hospitalidad a mi humilde casa y hogar? Les estaría

agradecido si permanecieran por un tiempo en mi compañía...- Muchas gracias - dijo el padre de Jeremy -. Pero no podemos quedarnos. Han, deseo

que logre convencer a esta gente de que estarían mucho mejor si se unieran a la AlianzaTerrestre.

- Indudablemente, honorable capitán - contestó Han al tiempo que inclinaba la cabeza -es mejor que una persona esté convencida antes de que emprenda la tarea de convencera otros.

- Y usted no lo está. - No fue una pregunta.El mercader sonrió para disculparse.- No somos luchadores. Ni siquiera somos buenos trabajadores. Nos gusta sentarnos

tranquilamente y discutir mucho las cosas. Oh, si, a veces luchamos. Es como el trabajo:lo hacemos cuando debemos hacerlo.

» Nuestros antepasados, los que se establecieron en Lin y adecuaron el planeta para lavida, eran muy distintos. Pero nosotros... hemos cambiado. Quizá sea una reacción contraesos fantasmas siniestros de nuestro pasado.

» ¿Quién sabe? Yo sólo sé una cosa, mi honorable amigo. Por favor, créame si le digoque todo el planeta de Lin y sus habitantes no sería de ninguna utilidad a su imperioterrestre.

El padre de Jeremy se encolerizó tanto que exclamó:- ¡No es un imperio! Es una alianza, maldita sea, formada por mundos libres e

independientes que comparten la carga de una defensa común. ¡Y que tal vez algún díasalve los anticuados pellejos de usted y su gente!

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- Tal vez. - Han sonrió, imperturbable -. En tal caso, les quedaremos humildementeagradecidos. Mientras tanto, ahora o en cualquier momento, cuando usted lo prefiera, mimesa de té y mi camastro son suyos.

Completado así el ritual de la hospitalidad, el mercader hizo dos reverencias y se retiró.A bordo de la nave, Jeremy advirtió que su padre estaba muy enojado por algo. Pero el

problema no le afectaba, como tampoco se sentía preocupado por el amable pueblo deLin. Después de todo, ellos disponían de un Rey Rana que les protegía.

Por la noche, Jeremy soñó con animales que hablaban.

LA CESTA ENTRE JUNCOSRaylyn Moore

Oscuridad, oscuridad inconsútil tan lejos como alcanzaba su vista. Tal lenguajeparadójico era demostrativo de que sus pensamientos habían permanecido en contactocon la poesía incluso en ese momento de angustia e incertidumbre que sigue a unaccidente. Había tropezado con una raíz atravesada en el sendero de subida y habíacaído pesadamente sobre la pinocha que cubría la tierra. El percance sirvió pararecordarle la gravedad de su situación. «Gravedad» era de nuevo una palabra de poéticaprecisión, válida al menos a tres niveles. - Le mot juste -, como la habría consideradoaquel genio francés de hacia mil años, Flaubert.

Ser sorprendida por una noche sin luna en un sendero abrupto y desierto, sin tenerlinterna o equipo de ningún tipo, (una experiencia inquietante para cualquier persona), erauna situación especialmente inquietante para la señorita Pryor, profesora de Literatura dela Época Anterior en el Instituto de Estudios Superiores. Jamás había tenido contactodirecto con la naturaleza y nunca había deseado tenerlo. Hija de la metrópoli, estabaacostumbrada a un mundo de asfalto, constantemente iluminado y absolutamente segurodel que toda sorpresa, buena o mala, había sido eliminada de modo sistemático. Y siansiaba la excitación del acontecimiento no programado, el sorprendente fenómeno noelaborado a partir de su estado bruto, la señorita Pryor siempre podía recurrir a lasemociones familiares y confortantes, proporcionadas por los Poetas de la Naturaleza(Frost, Thomas, Wordsworth) que habían escrito en la Época Anterior, cuando sedestinaban grandes extensiones de tierra a bosquecillos y prados accesibles a todos, nosólo a los «privilegiados» como ella.

La señorita Pryor se removió entre las hojas de pino, pero sus gestos fueron más biende fatiga e indecisión que de torpeza o desequilibrio, por cuanto ello formaba parte de lapremisa en que se basaba su decisión de visitar aquella zona agreste. La circunstancia deque fuera una mujer alta, y de que los kilos aumentados se hubieran acumulado, en granparte, en las curvas de su cuerpo, había hecho que su plan resultara factible. Y a estaafortunada circunstancia se sumaba otra. La señorita Pryor había llegado a su primerseptenio en el instituto, quedando por ello facultada para tomarse unas vacaciones. Yaque no todo el año (ella había leído que ciertos profesores de tiempos pasadosdisfrutaban de esa ventaja), al menos los meses veraniegos de Darwin y Galileo.

«Estudio y reflexión en privado», había escrito con sobria caligrafía, tras las palabrasactividades planeadas por el solicitante, en los muchos impresos que había rellenado parasolicitar una cabaña en las montañas. Le parecía la respuesta correcta para una personade veintiocho años, instruida y sin acompañante. Ella era muy consciente de las dosdificultades principales que debería superar en caso de que sus vacaciones por siete añosde servicios le fueran concedidas. La zona solicitada se hallaba en el único gran parquenacional, en la Frontera, lugar al que no se permitía ir a ningún individuo que tuviera la

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más leve mácula en su expediente. Además, se trataba de una región para vacaciones deinvierno, y la señorita Pryor solicitó permiso para ir allí en verano, estación en la que ellugar solía encontrarse cerrado. Pero su explicación fue aparentemente sólida: había queestar a solas para estudiar y reflexionar. Resultaba difícil estar a solas en la ciudad eimposible encontrar un silencio absoluto, aún disponiendo del aislamiento sonoro másavanzado. Su expediente era casi tan perfecto como el que corresponde a una conductaintachable. La única excepción era la pequeña estrella amarilla que figuraba en la partesuperior del cuadro médico: la señorita Pryor no había resultado seleccionada por ControlGenético como ciudadana apta para procrear.

En consecuencia, después de que la solicitud fuera aprobada, se había visto obligada atrazar un plan urgente, y el alocado proyecto le había parecido factible, en cierto modo,porque era disparatado. El plan le había parecido viable hasta aquella misma tarde,cuando el aerotaxi le dejó prácticamente a la puerta de la cabaña. El uniformado operadordescargó el equipaje y ella le pagó y le dio las gracias. Sólo captó su total soledad cuandoel aerotaxi, de color amarillo y anaranjado y de forma plana, un llamativo fragmento delescenario urbano de tránsito rápido, remontó el vuelo y partió.

Tal como el folleto anunciaba, la señorita Pryor encontró en la cabaña ropa limpia, aguacaliente, servicio automatizado y un menú variable a su voluntad: las comidas tomabanforma de manera automática a partir de un surtidor de alimentos concentrados ycongelados que descongeladores y hornos instantáneos dejaban listos para el consumo.Pero en la cabaña de siete habitaciones había otra cosa que resultaba más difícil dedefinir. Cierto asomo de duda, cierto susurro amenazador, como si la puerta traseraocultara una presencia extraña desde el instante en que ella había entrado en la vivienda.Oh, sí, la señorita Pryor se había apresurado a recorrer el lugar, a inspeccionarlo todo,incluso bajo las espaciosas camas y sofás, de aspecto tímidamente sibarita, y detrás decada tronco árbol que estuviera a menos de veinte metros de la cabaña.

Tras este arrebato de actividad, pensó sensatamente lo improbable que era que lahubiesen descubierto y hubiera allí alguien para vigilarla. No existía motivo alguno parasospechar tal cosa. Simplemente, estaba sufriendo la crisis del habitante de una metrópolique se enfrenta por primera vez a las terribles amenazas de la vida en solitario. Y nohabía duda: estaba sola. El aerotaxi no volvería hasta finales de mes para reponer losvíveres. La casa del guarda y las otras cabañas dispersas entre el arbolado, apenasvisibles, estaban deshabitadas, pues se trataba de una estación de esquí.

Pese a lo convincentes que fueron sus propios argumentos, la señorita Pryor fueincapaz de superar su terror. Pero ello no le impidió pensar, razonar metódicamente. ¿Eraposible que este miedo creciente a que alguien la vigilara desde las sombras fuerasimplemente el miedo a la soledad? (La señorita Pryor no incluía a Thoreau entre susautores predilectos.) Sí, era muy posible. En ese caso, ¿por qué no olvidar el asunto ypensar en otra cosa? Y así, se había sentado en la solana con un gesto de silenciosaresolución, obligándose literalmente a tomar un té instantáneo. Pero al final, la angustiade la duda le impidió seguir bebiendo. Podía haber tomado la decisión de pasar la nocheen la cabaña. Pero un nuevo factor se introdujo en sus cavilaciones, una débil y silenciosaseñal que venía de dentro, un indicio acerca del cual había leído en los librossecretamente y que no esperaba, como mucho, hasta la semana siguiente. No fue dolor,sino una especie de cambio y adaptación casi imperceptibles. Podría compararlo a uncambio de posición de las plumas de un almohadón, si no hubiera sido porque desdehacia muchos siglos los almohadones no se fabricaban con materiales naturales tanprimitivos.

Se había aterrado, pero de una forma característica en ella, acordándose de apretar elbotón para la retirada del servicio de té, buscando un suéter fino en su equipaje, como sipensara dar un corto paseo a última hora de la tarde, que de hecho fue lo que hizo, sinllevar consigo otra cosa más que un pañuelo.

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Había empezado a subir la montaña, eligiendo la ruta al azar durante un rato entre ellaberinto de caminos de los niveles inferiores. Luego había encontrado un sendero queascendía más pronunciadamente y lo había seguido, jadeando ante el terrible esfuerzoque suponía mover su cuerpo pesado en una dirección tan empinada, y al llegar la nochehabía seguido caminando, deteniéndose a intervalos para descansar y escuchar. Porqueera muy lógico que, si le habían asignado un espía, la persiguieran en cuanto fueraevidente que no pensaba volver a la cabaña aquella noche. Pero no oyó ruidos y poco apoco, después de varias horas de trabajoso avance y de paradas para escuchar, laseñorita Pryor concluyó que seguramente se hallaba sola en la montaña, o tan sola comocualquier persona de su condición podía estarlo.

Y al final el tropezón en la raíz del sendero, el desagradable contacto con la tierramojada. Tras sus primeros movimientos de impaciencia, la señorita Pryor decidióquedarse donde estaba durante un rato. Cierto, tal vez ellos la habían dejado llegar tanlejos deliberadamente. Quizá le habían permitido creer que iba a lograrlo. Y entonces, enel último instante, la trampa se cerraría y ella habría perdido la partida. O tal vez seencontraba realmente a salvo... hasta el momento. En cualquier caso, todo parecía indicarque, al menos, la señorita Pryor estaba libre de la amenaza de un hostigamientoinmediato.

- Un arquetipo... - dijo la señorita Pryor en su primera clase a las once en punto delnuevo semestre - La profesora observó fugazmente los ojos de los alumnos, algunosinexpresivos como jalea, otros aún cerrados por el sueño, y finalmente contempló elexterior a través de la ventana cerrada. El hormigón bañado por la lluvia formaba undiseño decorativo de superficies planas horizontales y verticales. Era el mes de Malthus,pero el único indicio propio de la estación lo constituían los arbustos amarillentos que semecían en las urnas de cerámica en el patio de la azotea, pues se hallaban en el pisoquincuagésimo séptimo y último del solitario edificio de humanidades del instituto. Lasrestantes disciplinas, desde la meteorología hasta la zoología, se impartían y diseminabanen los cientos de estructuras situadas en las restantes hectáreas del campus.

Las tradicionales ciencias teóricas y prácticas con otras que acaban de emerger de laenorme cantidad de conocimientos reacumulados en Época Posterior. Pero hasta hacíamuy poco no había habido espacio para el arte o el ingenio. De hecho, lo que más amenudo sorprendía a los visitantes era que aquel puñado de clases de humanidadesocupara nada menos que cincuenta y siete pisos. (La verdad era que tales clases noocupaban tantos pisos. La mayoría de las plantas situadas bajo el patio de la azoteaestaban repletas de oficinas y servicios administrativos de la facultad. La designación de«Humanidades» que se daba al enorme edificio era únicamente simbólica.)

Encargada del mismo curso durante seis años, la señorita Pryor ya hacía muchotiempo que había empezado a comprender los riesgos, los obstáculos que aguardan acualquiera que osa abrir nuevos horizontes. En primer lugar, ¿cómo podía revisar lasteorías literarias de hacía un milenio, si la ley le prohibía discutir los antiguos mitos? Eramejor empezar con algo más normal, menos polémico. ¿Cómo se le había ocurridomencionar la palabra «arquetipo»?

Pero la señorita Pryor vio que, pese al aspecto apagado de aquellos ojos, bastanteslápices se habían movido sobre los cuadernos. Ella sabía que varias docenas de frasesiniciadas con las palabras «Un arquetipo era...» permanecerían misteriosamenteinacabadas hasta que ella hiciera un nuevo esfuerzo.

- ...una imagen, o figura argumental, o tipo de personaje surgido de nuestro pasadoracial, de la Época Anterior. Incluso de antes de la Época Anterior. - En este momento seprodujo un ligero murmullo de risa respetuosa -. No pondré un ejemplo porque estosmodelos argumentales y sus personajes están en desuso en nuestra sociedad. Ya no

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necesitamos al intrépido asesino de dragones ni a seres sobrenaturales o al granliberador de humilde cuna.

¿Se hallaba en un terreno peligroso, incluso con esta inocente táctica. No,probablemente, a menos que algún inspector efectuara una comprobación al azar de loscuadernos de los estudiantes. Por otra parte, a la señorita Pryor le resultó gratocomprobar que unos cuantos ojos gelatinosos prestaban atención e incluso algunos de losojos cerrados se habían abierto. Se trataba de una situación conocida para toda personadedicada a la enseñanza, y el más importante por las raras veces que se producía: elfenómeno por el que la mente semiconsciente despierta de un modo semiaccidental. Yante tal fenómeno era más necesario, todavía, proceder con cautela.

- Ahora tenemos una nueva mitología, una mitología que no puede llevar a ladestrucción casi total de la raza como ocurrió en la antigüedad. Sólo creemos en laimagen corregida, en el acto totalmente planificado.

»Con bastante acierto, la sinrazón romántica ha sido identificada como la causaprincipal del holocausto. Pero esta Nación al menos aprendió del error e inició una nuevaera de racionalismo en la que tenemos la suerte de que todos los aspectos de nuestrasvidas están controlados. Así evitamos las enfermedades, la pobreza, el exceso depoblación y, en una palabra, la irracionalidad de todo tipo, cosas que debilitaron tanto lavida en la Época Anterior. Hemos corregido el pasado, literalmente hablando.

»Claro que aún no hemos logrado superar todas las dificultades. Hemos tenido quetrabajar el doble durante el doble de tiempo tan sólo para reparar los estragos que noslegó el pasado, únicamente para reparar, restaurar, volver a catalogar los materiales yhechos que en otro tiempo se obtenían fácilmente. Y la realidad es que nuestra Nación,grande y fuerte ha sido la única en elegir este sistema riguroso, en tanto que casi todo elresto del mundo ha preferido enfangarse de nuevo en tal cenagal romántico y hadesembocado en un nacionalismo extremo, y en una existencia aislada de la nuestra.

»No obstante, puede llegar el día, seguramente llegará, en que la Nación sea lobastante potente como para imponer a esos otros territorios nuestra forma de pensar, porla fuerza si fuera necesario.

La señorita Pryor hizo una pausa, los lápices se detuvieron. La señorita Pryor continuó,los lápices la imitaron.

- Lo único que tenía la Época Anterior, y que nosotros no tenemos, naturalmente, es laliteratura. Por razones inexplicables, no hemos descubierto auténticos narradores entrenosotros. No hay poetas en esta nueva era. El gobierno no vio un fallo en ello hasta ladécada presente, y por tal razón, algunas personas como yo hemos pasado de realizarestudios del pasado. Es un campo interesante, pero totalmente desconocido para lamayoría de vosotros. Entre los nombres que mencionaremos durante este semestre seencuentran los de Jane Austen, Charles Dickens, Lord Byron, Anton Chejov, Jean-PaulSartre, Henry James, García Lorca, Wallace Stevens, Bernard Shaw...

Un zumbador insinuó un sonido durante la exposición de la señorita Pryor. La claseempezó a moverse ordenadamente y todos los estudiantes salieron del aula. Todosmenos uno.

- ¿Señorita Prewitt?- Pryor.- Me llamo Shelley y escribo poesía.- No tengo tiempo para bromas.- Yo tampoco. Pero no tengo la culpa de llamarme así.La profesora finalmente alzó la mirada. El estudiante tenía un aspecto normal,

diecinueve años, cabello rubio, rostro muy pecoso y un extraordinario aspecto de buenasalud. La señorita Pryor había tenido infinidad de alumnos iguales a él. En cuestión de unaño, su rostro se perdería en el recuerdo.

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- Si yo estuviera en su caso - aconsejó con severidad la profesora -, no divulgaría misaficiones poéticas. Es muy cierto que el instituto se ha embarcado en un programa pararevitalizar el interés por las artes, pero la práctica no autorizada de escribir en verso,realizada por alguien no cualificado...

- Sé todo eso. No lo he hablado con nadie excepto con usted.- Bien, no ha sido muy prudente, ¿no te parece? Apenas me conoces.- Ha sido una decisión muy meditada y tomada después de asistir a la clase de hoy.- Sí sé que algunos de vosotros prestasteis atención, pero, si no me equivoco, tú fuiste

uno de los que estuvieron medio dormidos todo el rato.- Es un truco que empleo para protegerme. Me gustó en especial la parte de los

arquetipos, pero no estoy de acuerdo con usted. Quizá no necesitemos el mito del héroeque pelea contra dragones y seres sobrenaturales, pero tengo la impresión de queestamos muy necesitados del Gran Liberador, uno de nosotros que esté dispuesto aliberarnos de la esclavitud.

La oleada de asombro provocada por las palabras del estudiante pareció golpearliteralmente en el pecho a la señorita Pryor; estuvo a punto de perder el equilibrio. Luegose recuperó y considerando la extrema juventud del muchacho (quizá él no supiera quesus palabras contenían la peligrosa semilla de la destrucción potencial) replicó con vozmuy suave:

- Me niego a aceptar la responsabilidad de animarte a proseguir una discusión de estetipo.

Comprendió su error demasiado tarde. Se había mostrado excesivamente amable. Elmuchacho ignoró la respuesta de la profesora y continuó:

- Bien, ¿no es cierto, según la tradición, que los milagros suceden en tiempos demáxima necesidad, cuando el escepticismo está en su apogeo? He leído algo por micuenta, sé un poco de historia y estoy francamente interesado por el tema. Asisto a susclases porque...

- Si quieres continuar asistiendo, tendrás que olvidarte de este asunto - contestóbruscamente la señorita Pryor. Alexander Pope fue el nombre que le vino a la cabeza casial instante: ése era el resultado inevitable de una instrucción deficiente.

- Lo siento. Me equivoqué. Soy humano, al fin y al cabo. - En esta ocasión en larespuesta de Shelley hubo la suficiente sequedad, pero al mismo tiempo curiosamenteaquella respuesta era la adecuada a los pensamientos de la profesora. (¿Acaso éltambién había leído a Pope? No, seguramente no, concluyó ella.) -. De hecho, soy unpoeta.

La señorita Pryor suspiró. Shelley carecía de honores que le acreditaran y ni siquieraposeía un rastro alentador de desconfianza en si mismo. Su poesía debía ser abominable.Ella prefería hombres irónicos y sutiles, complicados y urbanos, raros pero modernos.

- Muy bien. ¿Y qué esperas que haga respecto a eso? - Ella ya lo sabia, naturalmente.- Me gustaría mostrarle algo de mi trabajo, conocer su opinión.- Pero es imposible que lo traigas aquí, al campus. No podrías eludir la inspección de

libros y carteras.- Podría llevarlo adonde usted se aloja.La señorita Pryor titubeó. Al menos, aquel muchacho admiraba, y tal vez imitaba a

Pope. Alexander Pope, bien instalado en la antiquísima Era de la Razón, y no, porejemplo, Coleridge o Ferlinghetti.

- Dame tiempo para pensarlo.- No. Si lo piensa demasiado, seguro que se arrepentirá. Si lo decide ahora, al menos

tendré un cincuenta por ciento de probabilidades.- Eres un joven muy inteligente, ¿no te parece?- No estoy tan desesperado como usted piensa.

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- De acuerdo. - Aquel muchacho le gustaba. Le dio la dirección de su alojamiento,situada en un confortable grupo de viviendas de un elevado edificio, fuera del campus,donde ella vivía sola -. Yo estaré en casa algunas noches, pero avísame con anticipación.

Shelley se presentó aquella misma noche. Sin avisar.Sus poesías resultaron ser abominables. La señorita Pryor censuró las peores ofensas

con su afilado lapicero y prestó al estudiante una antología de Hopkins y otra deDickinson. Shelley volvió dos noches más tarde para devolverle los libros, afirmando queleía muy de prisa. Cuando ella trató de quitárselo de encima, con excusa de que debíaleer a Yeats, el estudiante le enseñó un soneto petrarquesco que acababa de componer.También era abominable, pero trataba de ella. La señorita Pryor lloró. No hace falta decirque nadie le había escrito jamás un soneto petrasquesco. El joven Shelley era el únicomiembro de su generación que había hecho tal cosa.

No obstante, la profesora había tenido otras aventuras amorosas. Era una mujerdiscreta. El hecho de que Shelley fuera uno de sus alumnos, junto con el problema de lapoesía, impuso la necesidad de un secreto estricto desde el primer momento. Nadie viojuntos ni una sola vez a John Shelley e Ingraine Pryor, a no ser, claro está, a las once, enla clase de literatura de la Época Anterior. Y aun en tales ocasiones, el muchacho tomabaasiento en la última fila, miraba ensimismado el patio de hormigón de la azotea y, enrespuesta a las palabras de la profesora, movía ocasionalmente el lápiz en brevesarrebatos.

Al terminar el semestre, Shelley comunicó a la profesora que le habían trasladado aotro centro del mismo instituto situado en la región opuesta de la Nación y la señoritaPryor no dijo nada que indicase que sus relaciones con el muchacho hubieran sigo algofuera de lo normal. En cualquier caso, ella nunca le había contado nada personal, ymucho menos se había referido a la estrella amarilla de sus documentos oficiales. Nisiquiera ella sabía por qué estaba allí aquella estrella. Era obvio que sus padres habíansido declarados aptos, por lo que la estrella no tenía relación alguna con una unión racialdesaprobada entre sus antecesores. El hecho podía achacarse más bien a suscalificaciones en las pruebas de aptitud profesional. La señorita Pryor había obtenidopuntuaciones bajas en ciencias y matemáticas, y el estado no deseaba perpetuar unalínea genética carente de capacidad técnica. Sin embargo, esta falta de aptitud la habíallevado al campo de la Época Anterior, que ella amaba. De modo que no podía quejarse.La señorita Pryor creía en el sistema. Incluso iba tan lejos en su fe que era capaz deadmitir que se llegaría a una situación peligrosa para la estructura social de la Nación sidemasiadas personas se dedicaban al estudio de la historia y la literatura y despuésprocreaban más y más individuos con iguales aptitudes que las suyas.

Cómo había sucedido aquello era algo muy distinto. Igual que todas las mujeres quehabían entrado en la pubertad, la señorita Pryor había tenido acceso a los tres o cuatromedicamentos infalibles que evitaban la concepción. No obstante, a diferencia de lasmujeres casadas con estrellas amarillas, ella no había sido obligada a sufrir unaextirpación de útero. De manera que fue víctima de una casualidad, de un fallo de laquímica en una época en que la química no se equivocaba jamás.

No era un problema grave, claro está. Todo lo que tenía que hacer era pulsar un botón,que le pondría en contacto con el centro médico donde estaba su expediente, y solicitarun aborto inmediato con gastos a cargo del estado. Los métodos eran muy refinados, elproblema podía resolverse en cuestión de una hora, sin que ella perdiera un minuto declase. No había razón alguna para posponer la solución a su problema. Pero la señoritaPryor aplazaba una y otra vez la comunicación con el centro médico. Este fue el primercomportamiento irracional del que ella tuvo conciencia. Más irracional, incluso, fue laextraña sensación de alivio que experimentó al saber, por fin, que había esperadodemasiado tiempo. A partir de aquel momento, asumía la responsabilidad de lo quepasara.

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Tendida en la resbaladiza pinocha que cubría la abrupta ladera de la montaña, laseñorita Pryor durmió varias horas, y se despertó cuando empezó a sentir aquella extrañasensación. Quizá la causa fuera la caída al tropezar con la raíz, o tal vez habría ocurridode todos modos. Si se hubiera quedado en la cabaña y respetado su bien trazado planinicial... De haberlo hecho se habría sentido segura ante la presencia de las tijeras deuñas, la seda dental, las toallas, los plásticos que había traído en su equipaje (para queno quedara rastro alguno en las sábanas de la cabaña) e infinidad de vendajesperineales.

El amanecer fue terriblemente desapacible. El frío le había penetrado hasta la médulamientras dormía. Pero finalmente la horrible oscuridad fue disipándose. Ingraine Pryorpensó que no se movería de allí como no fuera para orinar en algún punto más alejado dela pendiente y, quizá, para encontrar algún lugar llano cuando fuera de día.

Su reloj señalaba las cinco y media cuando se presentó el primer dolor agudo. Volvió amirarlo de nuevo al sentir la segunda punzada y vio que eran las seis menos diez.Perfecto. La sensación volvió a producirse a las seis y diez, seguro. Pero después, debidoa que ella dormitaba (se despertaba por un instante y volvía a quedar dormida), se diocuenta de que le resultaba imposible seguir el paso del tiempo, aunque sabíaperfectamente que pasaban las horas. El sol estaba muy alto. Experimentó un momentode suma lucidez cuando, totalmente despierta, logró concentrarse en la realidad. Lamontaña estaba llena de ruidos. La señorita Pryor identificó los gruñidos rústicos, crujidosy chirridos como los sonidos naturales de pájaros y animales de pequeño tamaño. Lesorprendió bastante descubrir que, pese a su intención de encontrar un lugar llano, seguíatumbada, más o menos, en el mismo punto donde había caído. Pero lo que habíaimaginado en la oscuridad como un sendero entre pinos altos no era distinto del resto delterreno a plena luz del día. No había sendero alguno.

Aprovechando aquel momento de lucidez, que tal vez fuera temporal, la señorita Pryorrealizó ciertos preparativos. Se desnudó de cintura para abajo, puso la ropa bajo sucabeza y eligió la pinocha más limpia para formar una espesa capa bajo sus caderas. Elpañuelo, aún plegado, lo dejó preparado a un lado.

La siguiente vez que se incorporó las punzadas fueron muy distintas, más constantes ytan seguidas que se confundían una con otra. Los muslos de la mujer estaban húmedos yel aire denso tenía un olor metálico y agobiante que achacó, después de reflexionar, a supropia sangre. Confiaba en que todo iría bien, pero cuando intentó recordar lo que decíanlos libros, las agudas contracciones dejaron en blanco su memoria. Cada convulsión laobligaban a expeler el aire de sus pulmones con un gemido animal. La señorita Pryorpodría haber comparado este sonido con el mugido de la vaca, en caso de que algunavez lo hubiera oído.

Una oleada terrible, que fue creciendo poco a poco hasta llegar a su punto álgido,torturó a la profesora con un dolor tan agudo que pensó con toda claridad:

«Esto es lo peor y, por definición, no puede haber nada más malo que lo peor.» Estabaen lo cierto. Aunque el dolor siguiente, que le produjo temblores, fuera casi de la mismaintensidad, la diferencia fue sensible. Esta última contracción tuvo la virtud de diluirse enuna sensación relajante, de algo que se deslizaba, cuando el resto del pequeño cuerpofue obligado a salir y cayó sobre el montón de pinocha.

En cuanto la señorita Pryor notó que las contracciones habían terminado, no perdió unsolo instante. Se enderezó hasta casi sentarse, sintiéndose apenas fatigada y sumamenteágil. Por desgracia, el bebé tenía un aspecto azulado bajo la capa protectora de quesocremoso (parecía queso cremoso) mezclada con sangre que se secaba con rapidez. Laprofesora extendió el pañuelo limpio y restregó la cara del niño, limpiando los ojos yorificios de la nariz. Luego hizo mover las extremidades al recién nacido, le dio unos

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golpes en la espalda y, cuando la situación empezaba a ser desesperada, el bebé lanzóun grito apagado y dio la impresión de que la miraba.

- No te preocupes - dijo la profesora con la misma calma que si estuviera dirigiéndose asus alumnos -. Estamos solos, pero eso es más bueno que malo, por el momento. Elproblema es que creo que no estaremos solos demasiado tiempo. O sea, que tendré queponer en práctica mi plan mucho antes de lo previsto.

El hablar le ayudó. Una ayuda tan valiosa que permitió a la señorita Pryor seguiractuando con bastante naturalidad. Se inclinó hacia adelante, lamentando, sólo por uninstante, que las tijeras de uñas, esterilizadas y dentro de un recipiente herméticamentecerrada, estuvieran en la cabaña. Asió el cordón umbilical con sus potentes incisivos y locortó a la distancia adecuada del vientre del niño. Después hizo un nudo muy prieto en laparte correspondiente al bebé y otro en el extremo del cordón unido a la placenta.Entonces comprendió que la placenta no había salido, que las contracciones habíancesado al salir el niño. Pero ya se ocuparía de ello más tarde. Ahora podía enfrentarse acualquier problema, pensó.

- Me explicaré - prosiguió con voz académica, mientras cogía al bebé para darle elcalor de su cuerpo -. Estamos en un lugar de recreo en la frontera norte de la Nación. Nopuedo cruzar la frontera, claro está, porque no tengo permiso. Y hay guardias fuertementearmados que no cesan de patrullar la zona. Además, he cometido un crimen contra elestado y, aunque consiguiera huir, sería extraditada. Las leyes que rigen en la Fronterason mucho más moderadas en relación con las personas que residen allí, pero hay ciertosacuerdos mutuos relativos al crimen que deben cumplirse para asegurar las mejoresrelaciones posibles entre naciones unidas por la geografía, si no por la ideología. Tú, sinembargo, no tienes expediente, nada en el mundo que demuestre tu procedencia. Y...

La señorita Pryor quedó sin aliento cuando las diminutas mandíbulas del niño seaferraron a su pezón. El bebé era maravillosamente fuerte.

Más tarde, mientras el niño dormía arropado con el suéter, la señorita Pryor tirócuidadosamente del extremo de cordón umbilical que colgaba entre sus piernas. Fuepreciso tirar y aflojar regularmente antes de llegar al plop final, una operación no muydiferente a la de atrapar un pez, aunque la señorita Pryor no sabía nada de pesca. Abrióun agujero poco profundo en la blanda y oscura tierra que había debajo de las hojas depino (perdió las uñas en la operación) y enterró allí la placenta con su enmarañadocordón, los coágulos de sangre y heces y el resto de los despojos, entre ellos el pañuelo,ya manchado. A continuación se trasladó con el niño hasta un montón de pinochaslimpias.

Se quedó dormida a última hora de la tarde y en realidad no volvió a despertarse hastala mañana siguiente, ni siquiera cuando tuvo que satisfacer las constantes demandasalimenticias del bebé. Pensó anhelosamente en comer y darse un baño, en conseguirpañales para el niño, pero sin saber realmente cómo conseguirlos. Su preocupacióninmediata era que tal vez había prolongado la espera más allá del momento oportuno.Porque ya ni siquiera podía plantearse permanecer en el bosque hasta que le viniera laleche, de modo que el bebé tuviera una alimentación mejor, y mucho menos regresar a lacabaña. Sólo la intuición la llevó a pensar así, pero se trataba de una intuición agudizadaal máximo por el estrecho contacto con una naturaleza que había dejado de resultarleextraña.

Había reparado en una especie de musgo, seco y de color pardo, que colgaba de lasramas inferiores de los árboles cercanos y estaba recogiéndolo, cuando escuchó elzumbido apenas discernible del aerotaxi. Una mala nueva, porque el vehículo quizáaterrizara en las proximidades de la casa del guarda, y ella debía llegar hasta allí para quesu plan diera resultado.

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Aunque la sangre que perdía, sorprendentemente, era escasa en aquel momento, laseñorita Pryor colocó un poco de musgo entre sus piernas y se puso la falda. El niñoestaba despierto, no lloraba y daba la impresión de estar mirando de nuevo a su madre.

- Nos vamos - dijo ella -. Haz un esfuerzo para no hacer ni un ruido.Envolvió al bebé cuidadosamente con el resto del musgo.Su reloj se había parado. Pero ya no importaba. La única preocupación era actuar con

tanta rapidez como fuera posible. Bajó la montaña en menos de la mitad del tiempo queya había empleado para subirla. Igual una asustadiza, pero inteligente, criatura de losbosques, fue pasando del abrigo de un árbol a otro en las cercanías de la casa delguarda, hasta haber inspeccionado el lugar y estar segura de que nadie merodeaba porallí. El aerotaxi debía de haber tomado tierra más lejos, fue su conclusión, tal vez porquesus ocupantes pensaban mantenerse fuera del alcance de su vista hasta descubrir elparadero exacto de la mujer y sorprenderla.

- Todo va bien - anunció en voz baja mientras acariciaba el cabello rubio,increíblemente suave, del niño -. Ellos están en camino, claro, pero nosotros también y,con un poco de suerte, lo conseguiremos.

Lo que la señorita Pryor evocó, no sin cierto romanticismo, con el nombre de «suerte»,era en realidad la puesta en juego de una antigua tradición de la raza humana. De vez encuando, según dicha tradición, la ignorancia triunfará sobre el conocimiento, y la fe sobrela razón; porque tan sólo una profesora de algo tan poco práctico como las humanidades,sin talento para los artilugios técnicos, se habría acercado a la estación eléctrica (uno delos anexos de la casa del guardia) esperando, en contra de toda probabilidad, que lapuerta estuviera abierta y la maquinaria en perfecto estado de funcionamiento.

Y sólo la pura ignorancia de la mecánica haría que una persona, totalmente inexperta,imaginara ser capaz de localizar el interruptor correcto en un tablero carente de indicaciónalguna y tenerlo conectado exactamente el tiempo preciso.

Sin embargo, todo se desarrolló favorablemente para la señorita Pryor hasta elmomento en que fue avistada, descendiendo a solas por la ladera de la montaña, por elgrupo de arresto de Control Genético. Posteriormente (esto sucedió la noche anterior aque el caso fuera cerrado en la forma acostumbrada), y facilitó confusas pistas para llegara la supuesta tumba. Y la creyeron. Ni siquiera se preocuparon de confirmar su relato.

Como tampoco ningún habitante de la Nación sospechó (en ese momento, al menos)que, el día de la detención de la señorita Pryor, se había producido un hecho de no pocaimportancia histórica cerca de la casa veraniega de un matrimonio joven, en plenamontaña y al otro lado de la Frontera. En aquella zona, donde el uso sin limitaciones delárea agreste había dado lugar al establecimiento de infinidad de casas de campo ycampamentos ocupados tanto en verano como en invierno, una mujer estaba mirandodesde lo alto de la loma y observaba:

- Es extraño. El telesilla está funcionando.- ¿Estás segura? - Su marido no la creyó -. Deben de haberlo conectado por error.- Veo que las sillas se mueven. Desde aquí da la impresión de que alguien haya dejado

un paquete en uno de los asientos. Bajaré a comprobarlo.- Está muy lejos. Deberás cruzar la Frontera para llegar hasta allí. Aquél es su territorio.

Ten cuidado, ¿quieres? Espera, voy contigo. Tal vez sea una jugarreta.Pero la joven no fue tan desconfiada. Se apresuró a descender por la extensa ladera,

saltó de una puerta metálica que estaba cerrada y llegó a la plataforma de la terminal deltelesilla.

Se inclinó sobre la silla inmóvil, soltó el cinturón de seguridad y estrechó el fardo entresus brazos, suponiendo, por lo que sabía de la situación de Allí, lo que debía de habersucedido. La mujer tenía casi treinta años y era estéril. El contenido del paquete, envueltoen musgo, le pareció ni más ni menos que un obsequio milagroso.

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EL GENOCIDASteven Utley

Las máquinas produjeron un gorjeo adormecedor a su alrededor, como si quisieranllevarle suavemente a la muerte.

Aspiró por segunda vez, con más aspereza, combatiendo así el sueño y el frío delsarcófago. Se revolvió, movió los brazos y gritó sin palabras cuando el dolor estalló enunas articulaciones que parecían haberse convertido en madera podrida.

¿Ha terminado? ¿Puedo levantarme ahora?El zumbido de las máquinas cambió de tono. Las agujas se deslizaron fuera de sus

brazos, cuello y abdomen. Los electrodos dejaron de presionar suavemente sus sienes,pecho, ingles, muñecas y muslos. Los tubos de plástico y las espirales de conductoraislado se retiraron a cavidades situadas en los laterales del ataúd. Las máquinas seacallaron.

Silencio en el sarcófago, en la cripta, en el mundo de los muertos.Succionó aire y preguntó con voz terrible:- ¿Hay alguien ahí?Pero él sabía que no habría respuesta.

Elisan van Dijck hizo opaca la ventana, ocultando la noche, y se volvió para encararsecon su invitada.

Bárbara Jorde cruzó los brazos y meneó la cabeza sin dejar de mirar a Elisan. Suexpresión era irónica.

- En realidad no te gusta mirar las estrellas, ¿eh?- Puedo tomarlas o dejarlas - contestó Van Dijck con aire de indiferencia.- Deberías ser procesador de alimentos en Dallas-Fort Worth. Ni siquiera tienen

ventanas que cerrar cuando se pone el sol. Viven y trabajan bajo tierra. Si alguna vezsalen al aire libre es en las tardes de domingo, con sus familias.

- No tengo madera de astronauta, supongo. - Cruzó la sala de estar y se sentó junto aBárbara -. En realidad, creo que el problema es que vuelvo a casa enfermo de tanto verestrellas. Me recuerdan el trabajo.

- ¡Oh, es eso! - Bárbara alzó una ceja en señal de mofa -. ¿Debo imaginar, tras esaobservación, que no me invitaste a cenar por motivos de trabajo? ¿Que, en vez de eso,me has traído aquí con la idea de seducirme vilmente?

- ¿Qué diablos estás diciendo?- Lees pocos libros antiguos, mi querido Elisan - contestó Bárbara, riéndose -. Hace un

mes descubrí la literatura victoriana. Si deseas estudiar una cultura alienígena,constrúyete una máquina del tiempo y trasládate a 1880. Aquella gente tenía algunasideas fantásticas.

Elisan gruñó evasivamente.- La gente sigue teniendo ideas fantásticas.- ¡Ah, ah! - Bárbara extendió una mano para coger su vaso -. El timbre de alarma acaba

de sonar en mi cabeza. El tono de tu voz me dice que se ha acabado el tiempo para losbuenos modales de sobremesa.

- Exacto. Es la hora de desahogar el alma.- ¿Debo grabarlo? - El dedo índice de la mano derecha de Bárbara revoloteó sobre un

disco plateado del tamaño de una moneda dispuesto en el oscuro metal que rodeaba lamuñeca izquierda de la mujer.

- No hace falta, de verdad. Ya sabes casi todo lo que voy a decirte.

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- Muy bien. - Bárbara se recostó -. Adelante.- Es ese lío de Tau Ceti. La forma en que la gente ha reaccionado. Tumultos en cuanto

se divulgaron las noticias. Dos atentados contra mi vida. - Resopló con evidente enfado -.Es una locura, Bárbara. Todo el mundo va por ahí asustado. Todos excepto tú y yo,algunos que no contarán demasiado cuando los que hacen la política decidan cómo tratarcon... ellos.

- El término popular para ellos - musitó Bárbara - es Taw. T-A-W. Los periodistas seríanincapaces de deletrearlo.

- Estoy hablando en serio.- Lo sé. Discúlpame.Elisan la miró con aire de abatimiento.- El miedo se extiende a niveles impensables. Volví a hablar esta mañana con Simons

y los demás y todavía se muestran más irracionales que la semana pasada. No hanperdido de vista a sus electores. Ellos mismos se han contagiado del miedo. El últimotérmino, el resultado es éste: no desean que los Taw estén allí. Odian la sola idea de queexista otra civilización, aun cuando sea tecnológicamente inferior, aunque estéprácticamente al mismo nivel que la Tierra.

- Los seres humanos siempre han tenido miedo ante un nivel de inteligencia nohumana que se aproxime al suyo.

- Ah, ah. - Elisan se puso de pie bruscamente y empezó a pasear por la sala sinpropósito alguno -. Y siempre han hecho algo al respecto. Aniquilaron las grandesballenas en la década de 1980. Los gorilas en la de 1990. Los delfines se extinguieronhacia 2020. El último chimpancé murió algo más tarde, aquel mismo siglo. Eran animales,Bárbara. No representaban ninguna amenaza para la humanidad. Pero la idea de queeran seres conscientes hasta un cierto punto, con capacidad para razonar, paraaprender... Fue la idea lo que asustó a todo el mundo, y la gente decidió resueltamenteapretar las clavijas a las especies de ballenas y primates, a reducirlas por debajo del nivelnecesario para la supervivencia de la especie. Un problema simple: no promulgar lasleyes adecuadas o no hacerlas cumplir.

Bárbara se puso muy sería y manoseó la tela de su chaqueta.- No sé si la analogía que tratas de establecer puede sostenerse. Las ballenas y los

monos eran incapaces de defenderse. Los Taw pueden hacerlo.- Sólo en las inmediaciones de su planeta. Podrían detener todo lo que les viniera

encima. Disponen del equipo preciso para ello. Pero todavía no son una raza interestelar.Apenas han iniciado el viaje interplanetario. No seria difícil mantenerles acorralados en suplaneta. Pero tengo la triste sensación de que incluso esto, por muy malo que sea, nobastaría para satisfacer a la gente. Mientras los Taw sigan allí, los seres humanos sesentirán intimidados. Xenofobia, así de sencillo.

- Es algo que se remonta a épocas antiquísimas - dijo Bárbara en voz baja -. Sí, hastael pleistoceno. En orden de importancia descendente, te cuidabas del número uno, de tufamilia más cercana, de tu tribu. Los demás eran caza no vedada. Muerte a losextranjeros.

- Eso se remonta al pleistoceno, Bárbara - recalcó Elisan, que se había hundido en unsillón y tenía los ojos cerrados.

- No.Había algo en la forma en que ella pronunció la última palabra impulsó a Elisan a mirar

a Bárbara Jorde. Era una mujer vigorosa, de mediana estatura, ojos hundidos colorcastaño, labios expresivos y un cabello cortado al rape que sólo en las sienes empezabaa mostrarse con claridad. El siempre la había considerado como una persona atractiva.

Pero en aquel momento, de repente, insospechadamente, ella le pareció más agotadade lo que él creía. El aspecto de Bárbara reflejaba envejecimiento y tristeza.

Bárbara esbozó una sonrisa al advertir que Elisan estaba contemplándola.

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- ¿Ves mucha holotelevisión?- ¿Qué quieres decir? - Elisan parpadeó, confundido por la pregunta.- Lo que he dicho, nada más que eso. ¿Ves mucha holotelevisión? No las noticias. Los

programas recreativos. El... sustento de las masas.- No.- Deberías hacerlo. Sí, deberías hacerlo. No has pasado mucho más de quince meses

en la Tierra durante la última década. Si dedicaras un día a ver los programas tendríaspenosas impresiones sobre lo que está sucediendo aquí en realidad. Los noticieros sontendenciosos, claramente tendenciosos. Pero también son muy sutiles, hasta el punto dedisimular su mensaje en el material que las cadenas de televisión vierten en el silo dondeviven los procesadores de alimentos, los operadores de los extrusores y la gente. Analizaesos programas. Lo verás en flameantes letras de imprenta de seis metros de altura.Quedaos en casa. Preocupaos de vuestros asuntos. Vivid apartados. No os relacionéiscon personas que no conozcáis. - Bárbara suspiró de fastidio -. Los preceptos quesupuestamente permiten vivir sin problemas.

- Pero ¿por qué?- Sirve para tener una ciudadanía observante de la ley. Sirve para lograr un depresivo

tipo de paz. - Bárbara se mordió el labio inferior por un instante -. Para que esta paz setambalee hace falta algo como tu regreso a la Tierra para anunciar que existe unacivilización avanzada en un planeta que circunda Tau Ceti. Ergo, alborotos públicos y dosintentos de matar al mensajero que trajo las malas noticias. Los hogareños han vistocómo el universo se derrumbaba ante sus narices y están resentidos a más no poder.

Elisan examinó sus manos: todavía muy bronceadas como resultado de seis meses deexposición a la luz de Tau Ceti.

Manos que habían tocado rostros extraterrestres.Los trípedos TAW se erguían a mucho más de dos metros de altura. Altos, delgados

como una tubería, revestidos de pies a cabeza en negro, gris o azul, dejando aldescubierto sus caras blancas y triangulares y sus manos en forma de garra, los Taw lehabían recordado al principio ciertos insectos predatorios. Su modo de andar, pausado yde movimientos rígidos, realzaba su imagen de enormes insectos de color oscuro.

Pero le habían dejado descender de la nave exploradora y hollar su mundo. Le habíanpermitido mezclarse con ellos. Habían sido sus anfitriones durante seis meses, y en esetiempo Elisan había aprendido varios de sus idiomas, probado sus comidas, asistido adiversas ceremonias religiosas, grabado su música, filmado películas de sus obras dearte, sus edificios, sus actividades cotidianas... Le habían dejado visitar una incubadoraTaw. Le habían permitido efectuar la disección de un cadáver Taw. Y puesto que no eraningenuos, puesto que sentían recelo de seres sensibles de otros mundos, los Taw lehabían ofrecido una pequeña demostración, amistosa e informativa, de su capacidad paradefender el planeta. Y Elisan se había impresionado.

- Acabarás por despedirme - dijo Bárbara, interrumpiendo bruscamente el ensueño deElisan.

- ¿Despedirte? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?- Esta noche no estoy siendo muy buena confesora. - Sonrió lánguidamente -. No he

logrado que te sintieras mejor.- Claro que lo has logrado. - Elisan se puso de pie -. Me dijiste que preparo un

excelente stroganoff. ¿Te sirvo otro trago?Bárbara consultó su reloj.- Será mejor que no. La doctora Kalenterides va a contarme sus penas a medianoche y

no puedo presentarme bebida. Ella me obligará a fumar en su compañía. Siempre lohace.

- Uno de los riesgos de tu profesión, Bárbara...

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- Kalenterides lo considera esencial para establecer una relación. - Bárbara esbozó unasonrisa de asco -. Pero en realidad sólo sirve para que ella farfulle sus palabras y tenga elvalor suficiente para ponerme la mano en la rodilla. Bien, ¿algo más que contarme?

- No, esta noche no. - Dijo a Bárbara mientras se levantaba. Ya no parecía una mujertriste o envejecida - Más adelante, quizá esta misma semana. Después de que tengaalguna pelea más con Simons.

- Mi consuelo a sueldo estará siempre a tu disposición, querido.Elisan la acompañó a la puerta. Se abrazaron y besaron mutuamente en el cuello, bajo

el lóbulo de la oreja.En cuanto Bárbara salió, Elisan conectó su hológrafo, que usaba raramente, y vio dos

horas y media de programas «recreativos».Aquella noche durmió muy mal.

Después de descansar y recuperar fuerzas durante un tiempo que pareció de variashoras, se incorporó en el sarcófago. La sala era una simple caja metálica, iluminada pormedios poco evidentes. El lugar reflejaba tanta asepsia como cuando había entrado allí.

¿Cuánto tiempo hacía?Salió torpemente del ataúd y se tumbó, al lado. Jadeante, sintió en su piel la frialdad y

tersura del lustroso material grisáceo que formaba el suelo.Dos líneas paralelas verticales, separadas cuarenta centímetros y de tres metros de

largo, aparecieron en la superficie de la pared más próxima. La puerta se abrió sinproducir sonido alguno y una suave brisa levantó una nubecilla de ceniza blanca en lacripta.

Geoff Simons, presidente del Consejo Espacial, un hombre moreno, grueso yrepelente, frunció los labios por un momento en un gesto de agresividad.

- Señor Van Dijck - dijo -, creo que haré mejor advirtiéndole que algunos miembros deeste consejo son de la firme opinión de que usted no debería participar en la segundaexpedición a Tau Ceti. Esas personas piensan que usted no puede hacer nuevascontribuciones.

Elisan contuvo un suspiro de enojo.- Con el debido respeto a las opiniones de esas personas - dijo -, debo recordar al

consejo que la unidad expedicionaria sólo aterrizará si yo logro convencer a los Taw paraque lo permitan. Los Taw me aceptan como representante ante la Tierra. Mi instruccióncomo explorador me preparó para las tareas de portavoz y yo...

- Señor Van Dijck - interrumpió Elana Snead con voz suave -. Debo hacerle observarque usted concluyó su instrucción en 2197, cuando la naturaleza de las exociencias eraextremadamente teórica. Usted ha pasado casi la totalidad de los treinta añostranscurridos desde entonces lejos de la Tierra. No sería mala idea que efectuara uncurso de reorientación.

- Para ponerme al día con respecto a las actitudes actuales, supongo.- El sarcasmo está fuera de lugar aquí - dijo bruscamente Simons.- La señora Snead pretende decirle que su visión del mundo es bastante anticuada -

intervino una mujer de facciones suaves a la que Elisan reconoció como la reservadaAlexandra Navratilova -. Usted no acaba de comprender por entero las implicaciones desu descubrimiento. Aunque, de hecho, fuimos nosotros los que cometimos el grave errorde permitirle anunciar en público la existencia de la civilización de Tau Ceti. Si hubiéramosocultado la noticia, habría sido más fácil tratar este problema.

- Porque, por supuesto, hay que hacer algo con los Taw. - Elisan aspiróprofundamente, de modo sibilante. Los diez miembros del consejo le contemplaron conojos apagados -. ¿Por qué tenemos que hacer algo con los Taw? Con toda modestia, midescubrimiento de los Taw fue el hecho más importante en toda la historia de la raza

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humana. Hemos encontrado a nuestros vecinos del espacio exterior. Ya no estamossolos. Y nuestra civilización tiene mucho que ganar si aceptamos la de ellos. El...

Elana Snead soltó un sonoro gruñido.- Ya hemos escuchado varias veces esa conmovedora disertación, señor Van Dijck.

Pero ¿acaso no es un hecho científico demostrado que dos especies no pueden ocupar elmismo... nicho ecológico simultáneamente? ¿Y no es un hecho que los Taw no sóloposeen armas avanzadas tan complejas como las nuestras, sino que además se hallan amenos de cien años de disponer de unidades propulsoras más rápidas que la luz?

- El universo es un lugar enorme, señora Snead. - Y Elisan añadió para sí: Y usted losabría si hubiera movido el culo de esa silla y...

- Puede ser - dijo Geoff Simons -. Pero de pronto, parece ser que nuestro rincónparticular está algo atestado.

- El enfrentamiento armado es inevitable - afirmó Elizabeth Dyer.- ¡No! ¡Esa forma de pensar es prehistórica!- No sea ingenuo - refunfuñó Stephen Pedecaris -. Limitados a sus propios recursos,

los Taw no tendrán más remedio que iniciar la invasión de nuestro territorio - «Dios temaldiga.» Elisan apretó el puño contra su frente, conteniendo así la necesidad apremiantede gritar «Dios te maldiga.»

- Si es realmente esencial que usted vaya al frente de la segunda expedición - dijoSnead -, no lo es menos que actúe de acuerdo con nuestros términos. Los Tawrepresentan una amenaza más grave de lo que usted parece creer...

Y así continuaron las cosas durante todas las reuniones que Elisan van Dijck sostuvocon aquella gente, hasta que finalmente, cuando los del consejo se cansaron de tratar deconvencerle sobre lo erróneos que eran sus criterios, le atraparon y... le cambiaron. Elisanse acostó con una mujer una noche, se quedó dormido y, al despertar, se encontró en elcompartimiento criogénico del acorazado terrestre Antwerp, a treinta millones dekilómetros del planeta de los Taw. Y no vio en ello nada extraño.

Salió de la cripta al cálido mediodía de Tau Ceti y se encontró en un amplio patioflanqueado por edificios cónicos del color del jade.

Un arrugado pellejo blanco yacía sobre el pavimento a seis metros de distancia. El serde la cripta se aproximó dando tumbos, se arrodilló y contempló las vacías cuencas de losojos. La boca estaba abierta, paralizada en una mueca de dolor. Los dientes, azulados yfinos como una aguja, se encontraban cubiertos de polvo.

El hombre del sarcófago tocó la áspera cara disecada y sintió que las lágrimasaparecían en sus ojos.

De modo espontáneo, las palabras empezaron a dar vueltas en su cabeza. Los Tawprecisan el contacto físico. Son incapaces de conservar sin grandes dosis de estimulacióntáctil por parte de todo individuo interesado. A veces ni siquiera se preocupan por hablar,ya que su repertorio de toques y gestos se acerca al nivel de un lenguaje de signos. Elcontacto corporal es importante para ellos hasta un grado desconocido entre...

Hizo la señal de pesadumbre sobre la cara del muerto.Tocó suavemente la frente: tú permaneces en el centro de mi aprecio.Tocó la estrecha hoja que era el abdomen: tus preocupaciones y las mías son las

mismas.Ocultó en sus manos el saliente de la mandíbula:vuelve a nosotros con todos los miembros de tu familia.Se sentó junto al cadáver y no volvió a moverse hasta que terminó de llorar. Tras la

aflicción llegó la cólera.

Después de que Elisan van Dijck, sutilmente cambiado, sufriera la descongelación...después de que descendiera del Antwerp y pasara la descontaminación rutinaria

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efectuada por sus anfitriones extraterrestres... después de que se mezclara entre ellos,tocara sus cuerpos finos como pértigas y compartiera su comida... los Taw empezaron aenfermar y morir. Eran una raza movediza y esparcieron la infección por toda la faz delplaneta antes de conocer su existencia.

Al cabo de sesenta latidos de un corazón humano desde el momento en que los Tawrelacionaron la plaga con Elisan, éste se encontró encerrado en una cubierta de ciertasustancia transparente y gelatinosa mientras ellos introducían en su cuerpo una agujainvisible.

Veinte latidos de corazón más tarde, un hemisferio entero abrió fuego sobre el Antwerp,que orbitaba el planeta a seis mil kilómetros de altura. Las pantallas protectoras delacorazado se derrumbaron un microsegundo antes de que la misma nave se convirtieraen una efímera nube de niebla.

Sometido a la aguja, el tejido de la mente de Elisan van Dijck se dividió tan fácilmentecomo una tela de araña. Las construcciones levantadas en su cabeza, los muros erigidosen ella, los cambios efectuados... todo se esfumó. Fue como sumergir en agua la hoja deun cuchillo, como meter un dedo en polvo abundante y blando.

Elisan se estremeció en su cubierta de gelatina, que distorsionaba las imágenes de losTaw y daba a sus voces un tenue tono gutural.

»No podemos hacerte responsable de lo sucedido, le dijeron. Hemos sidoenvenenados por tu contacto, pero lo que te hicieron los miembros de tu raza fue sin tuconsentimiento o conocimiento.

»En el caso de que logremos encontrar una cura para nosotros, trataremos deayudarte. Dormirás hasta que averigüemos cómo eliminar la muerte de tu carne.

»Si fracasamos, si morimos, y en este punto uno de los Taw mostró un objeto ovoideno mayor que un guisante, dormirás hasta que vengan más de los tuyos.

»Nuestras máquinas advertirán su presencia, les permitirán aterrizar y tú despertarás.»Ve a su encuentro cuando lleguen. Muéstrales lo que han hecho.»Los Taw introdujeron en la gelatina, en la carne de Elisan, el objeto ovoide. El humano

sintió su frialdad mientras penetraba.»Tus preocupaciones y las nuestras son las mismas.Hicieron la señal de pesadumbre.

Paseó por la ciudad de los Taw, hacia los campos de aterrizaje que había más allá deella, y mientras andaba, eludiendo pellejos desecados, levantando nubes de cenizablanca a cada paso que daba, observó la primera nave de enlace terrestre que descendíaen el cielo.

Le encontrarían, sabrían quién era y un buen número de ellos, estaba convencido,desearían estrechar su mano o abrazarle.

Palpó una protuberancia, dura y deslizante, incrustada en la piel por debajo delesternón, y algo parecido a una sonrisa se esbozó en sus labios. Al genocidio puedenjugar dos.

EL AMPLIFICADOR DE ENSUEÑOSJack Massa

En el interior de la cabina de pruebas, Leon fijó la vista en aquel objeto origen de todoslos rumores. Se trataba de un casco translúcido con circuitos visibles y numerososconductores que sobresalían en la parte superior. Siguiendo las instrucciones, Leon tomóasiento y se puso el casco.

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La voz de Henderson llegó a través de los auriculares, leyendo las instruccionesredactadas mediante ordenador:

- Buenas tardes. Prueba 1152, Dispositivo de Amplificación del Mesocéfalo. Sujetonúmero 140, sesión primera. Relájese, por favor. Tenga la bondad de distenderse yajustar su silla o la intensidad de luz en la cabina...

Leon ya había apretado el botón que accionaba el respaldo del asiento. Llevaba casitres años trabajando por horas como sujeto de pruebas. No es que tuviera un interésespecial en la psicología, pero el empleo era fácil y relativamente cómodo. En la décadade 1990 todo el mundo trabajaba por horas y las investigaciones subvencionadas por elgobierno estaban consideradas como una de las mejores fuentes de empleo.

Leon amortiguó las luces... después de ponerlas al máximo para comprobar si habíaaltavoces o proyectores ocultos en los rincones de la cabina. Normalmente no era tancurioso, pero este dispositivo mesocefálico estaba recibiendo el más importante programaintensivo en la historia de la universidad. Se rumoreaba que podía producir grandessumas de dinero.

- Cuando empecemos la prueba - continuaba Henderson -, haga el favor de cerrar losojos y entregarse a un ensueño agradable. Elija un deseo al azar y satisfágalo. Al quedarconectada la corriente sentirá un ligero hormigueo debido a la realimentación de losmicroelectrodos. Sólo ha de gozar de esta sensación y proseguir con su ensueño.

Le habían pedido cosas menos agradables. Leon se recostó.Pensó al instante en Rachel, imaginándola en una playa pública... vacía. Ella estaba de

pie al borde del agua, y resultaba muy atractiva, con aquel monobikini verde. Su sedosocabello negro caía sobre los hombros, y le llegaba por debajo de los pequeños y erguidospechos.

Leon sintió el hormigueo de la realimentación de los microelectrodos en lasprofundidades de su cerebro.

Pensó que, para tratarse de un ensueño, Rachel parecía extremadamente real.También dio la impresión de ser real cuando se echó a reír. Y sintió que era real

cuando ella le asió por la muñeca y le arrastró hacia el agua.Normalmente la conducta de Rachel era mucho más reservada, pero Leon sólo se

sorprendió durante un momento.Luego se dejaron llevar por las olas e hicieron el amor desenfrenadamente.Más tarde lo hicieron de nuevo tendidos en la arena.Cuando el zumbido de los auriculares le devolvió a la realidad, Leon gimió. Su ropa

interior estaba pegajosa.

- Igual que vivir en un mundo fantástico, ¿no es cierto? - dijo Henderson.Leon asintió. Había vuelto al laboratorio principal para la entrevista que seguía a la

sesión.- ¿Cómo funciona? - preguntó.Henderson, una mujer de amplias caderas que llevaba la chaqueta del laboratorio,

lanzó una mirada a la entrepierna de Leon y sonrió perspicazmente.- Amplificación localizada y realimentación de impulsos - explicó -. Muy simple, en

realidad. El doctor Kracauer descubrió este principio por casualidad, mientras tomabamicrografías del mesocéfalo. Dispositivo de Amplificación del Mesocéfalo, D-A-M. Eldecano lo llama Demencia de Kracauer. Divertido, ¿no?

- Olvidé que era una ilusión. - Leon rió tontamente, mientras Henderson garabateabaalgo.

- Hasta ahora, el ochenta y uno por ciento ha olvidado que se trataba de una ilusión. Esprobable que a todo el mundo le pase lo mismo cuando las sesiones se prolonguen. Apartir de mañana durarán treinta minutos y, la semana que viene, una hora. Hoy han sidoquince minutos, si le interesa saberlo. ¿Le gustó?

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Leon asintió.- Perfecto. Hasta ahora, el ochenta y siete por ciento han admitido que les ha gustado.

Es una noticia muy buena. Ha de saber que la universidad ha solicitado una patente delAmplificador de Ensueños. Esperan comercializarlo como diversión doméstica.

Aquella noche, cuando Leon se presentó en el piso de Rachel, ella llevaba un vestidofloreado. Su cabello estaba recién lavado.

Por desgracia, Rachel ya tenía un invitado, un personaje bigotudo de impresionanteespalda que se llamaba Bernard, estudiante graduado de la universidad. Rachel, quededicaba algunas horas al estudio y otras a su trabajo de consejera en una agencia deservicios sociales, tenía amistades de diversas capas sociales.

Leon se dejó caer en la mecedora, enfrente del sofá ocupado por Rachel y Bernard.Melanie, la hija de seis años de Rachel - Rachel era soltera -, se sentó en la mesita ypulsó los botones de un pequeño proyector. El aparato era un hológrafo y cubrió la paredcon llamativos hologramas de aves de la jungla y peces tropicales.

- Hoy he tenido mi primera sesión con ese dispositivo mesocefálico - dijo Leon. Y acontinuación les contó su experiencia.

Rachel sólo pareció impresionarse en parte... y desfavorablemente. Bernard loencontró muy divertido.

- ¡Fantasías vividas para entretener a las masas!. - exclamó Bernard -. Si la universidadlo lanza, obtendrá dinero suficiente para inaugurar doce nuevos departamentos.

- Se venderá bien - opinó Leon -. Fue muy divertido.- Espero que no les permitan comercializarlo - dijo Rachel -. Ya hay bastante

escapismo electrónico en nuestra sociedad.- Y por eso mismo, otro pequeño aparato no cambiará en nada las cosas - contestó

Bernard -. Además, tal como está la situación mundial, creo que a todos nos hace faltatanto escapismo como podamos conseguir.

- Ese es uno de los puntos fundamentales del problema - replicó Rachel, y Leonimaginó lo que iba a seguir: una de sus interminables parrafadas sobre la necesidad delactivismo político -. Necesitamos menos adeptos al escapismo, Bernard, y más gente quese mueva para cambiar las cosas. - Rachel era activista hasta la médula y amaba lasdiscusiones. Pero Bernard se mostró dispuesto a dar a la apatía un apoyo igualmentefervoroso.

- Vamos, Rachel - dijo -. Es demasiado tarde para el activismo. Los cambios erannecesarios hace veinte años Ahora lo único que podemos hacer es sentarnos ypresenciar lo inevitable. Nos quedan doce, quince años...

«No quiero escuchar una palabra más», se dijo Leon.Esperaba quedarse más tiempo que Bernard y que, tal vez entonces, Rachel le pidiera

que pasara la noche allí. Pensó en la Rachel de su ensueño, tan seductora. El recuerdo lefastidió más todavía. Contempló durante un rato un gran pez de color púrpura que semovía en la pared. Luego se levantó y anunció que se iba.

- ¿Tan pronto? - Rachel pareció desilusionada.- Mañana será un día muy agitado - mintió Leon.- Llámame.Rachel buscó la mano de Leon y la estrechó.

Leon no la llamó ni aquella semana ni la siguiente, pero la vio infinidad de veces en susfantasías. Disfrutó contemplando a la Raquel de su ensueño en todas las posiciones, contodos atuendos y en todos los lugares imaginables. Vivió escenas bastanteespectaculares y experimentó pasiones algo insólitas. Imaginó a Rachel como maestra deescuela, prostituta, esclava y emperatriz. Después, aumentando su atrevimiento, la

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transformó en una mariposa, en una sensual sirena, en una loba en celo, en un árbollujurioso...

Por supuesto, Leon también fantaseó con otras cosas aparte del sexo. Después detodo, no era un obsceno. Dedicó su permanencia bajo el casco a todo tipo de ensueños.

De hecho, sus ensueños no tardaron en abarcar el mundo entero. Todas las mujeresde la Tierra consideraban atractivo a Leon y que había pocos hombres interesantes. Y ensus fantasías no hubo ningún Bernard que hiciera prever el fracaso.

Este mundo de ensueño incluía el pasado de Leon (con ciertas modificaciones que leproporcionaban satisfacción y dejaban muy alta su reputación). Y también su futuro, queinventó una y otra vez, imaginando placeres sin fin.

Si, pasado y futuro. Pero el mundo de la fantasía no poseía un presente exacto... o unpresente del que Leon pudiera estar seguro.

Durante la segunda semana de pruebas, Leon iba en el metro, camino de launiversidad, cuando Henderson le despertó inesperadamente con un timbre. Si no sabíaen qué momento se hallaba bajo la influencia del Amplificador de Ensueños, nunca podríaestar totalmente seguro de cuándo se encontraba libre de tal influencia. Cualquierfragmento de la realidad podía resultar un producto de su imaginación.

Esta incertidumbre preocupó a Leon. Puesto que sucedían cosas muy extrañas,empezó a utilizarlas constantemente. Paseaba por la calle esperando que las mujeres serasgaran los vestidos y saltaran sobre él o que las casas se alzaran y empezaran aretroceder.

Abrumado por la confusión, Leon se volvió más tímido, más reservado. Dejó de rondarlos bares y salas de juegos electrónicos de la galería municipal. En lugar de eso, dabalargos paseos a solas y permanecía en la playa durante horas enteras, contemplando elmar con expresión de perplejidad.

- Un ocho por ciento tienen problemas para distinguir sus fantasías de la realidad -indicó Henderson -. Usted forma parte de una minoría muy interesante, Leon.

- ¿Cuál es la causa?- Es difícil de determinar. Estamos examinando los expedientes de personalidad de ese

ocho por ciento, pero todavía no hemos descubierto demasiados factores comunes.¿Duerme usted menos? ¿Sufre lapsus de memoria?

- Sí.- ¿Se siente más apático o deprimido que de costumbre?- Más apático, menos deprimido. ¿Es peligroso?- Oh, lo dudo. Claro que, no podemos saberlo con seguridad sin hacer más pruebas.

Las sesiones preliminares finalizan esta semana, pero volveremos a contratar a cerca dela mitad de los novecientos sujetos para continuar experimentando.

- Lo sé - dijo Leon -. Iba a hacer una nueva solicitud, pero...- Perfecto - contestó Henderson -. Lo que necesitamos en especial, como ya podrá

suponer, es efectuar más pruebas con individuos como usted que manifiestan reaccionesadversas. Sus síntomas le dan derecho a percibir la compensación por pruebaspeligrosas, Leon. Eso significa paga doble. Y podemos garantizarle el empleo durante elpróximo semestre.

Leon miró a la mujer durante unos momentos con el ceño fruncido. No sabía si la ofertade paga doble era o no un sueño.

- Lo pensaré - dijo al fin.

Al salir del departamento de psicología, Leon recibió una llamada de Rachel. Se detuvoen la rampa de hormigón y sacó el teléfono del bolsillo.

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Ella no mencionó el hecho de que Leon no la hubiera llamado desde hacía más de unasemana. Respeto e independencia mutua, afirmaba siempre Rachel, constituían la basede todas sus relaciones. Se limitó a preguntarle cómo estaba y luego le invitó a cenar.

Leon aceptó. Se presentó a las siete y media, confiando en que la llamada telefónicahubiera sido real.

- Estás pálido - dijo Rachel -. ¿Te encuentras bien?- Sí, creo que si.Rachel tenía un excelente aspecto, atractiva y deliciosa como siempre. Leon se

preguntó si le invitaría a pasar la noche allí.Cenaron en la cocina. Rachel habló de la agencia de servicios sociales y Melanie de su

primer año en la escuela. Leon se hartó de mirar fijamente su plato. Después de la cena,Melanie se llevó el hológrafo a su dormitorio. Rachel acompañó a Leon al sofá.

- Estás muy silencioso esta noche, teniendo en cuenta que no nos hemos visto desdehace una semana.

Leon se encogió de hombros.- ¿Sabes una cosa, Leon? Me han dicho que ese aparato de las fantasías está

convirtiendo en un zombi a algunas personas que lo están experimentando. ¿No serás túuna de ellas?

- Habladurías. A veces estoy un poco ausente y confuso, eso es todo.- Un poco ausente y confuso... al principio. - La voz de Rachel indicó preocupación -.

Acabarás las pruebas después del viernes, ¿no?- No lo sé. Quizá siga por más tiempo.- ¡Oh, no! No creo que debas hacerlo.- Pagan bien.- Pero estás jugando con tu cordura.- ¡Bueno, es mi cordura! - ¿Qué le importaba a ella? Quizá se preocupaba porque él

era el único que trabajaba, en solitario, para lograr un cambio -. Disfruto con las pruebas.Me gusta el Amplificador de Ensueños.

Rachel le miró, ansiosa y frustrada.- Mira - dijo Leon -. Te demostraré que no soy un zombi.Trató de abrazarla, pero Rachel le apartó los brazos. Volvió a intentarlo.- Basta, Leon. Estoy preocupada por ti. ¡Basta!Pero Leon ni siquiera la escuchó. No estaba demasiado en contacto con la realidad.

Imaginó a la Rachel de sus fantasías, la mujer que se resistía, que suplicaba... indefensaen sus garras. El placer ciego del mundo de los ensueños sobrecogió a Leon. Apoyó aRachel contra el respaldo del sofá y la besó en el cuello con labios y dientes.

- ¡Leon! ¡Basta! - Rachel desistió de apartarle y le golpeó. Una sola vez pero muyfuerte. Su mano produjo un chasquido en la oreja de Leon.

- ¡Ah! - Leon se echó hacia atrás y Rachel aprovechó para escabullirse.Leon contempló la alfombra durante largo tiempo, frotándose la oreja y haciendo

muecas. Cuando por fin alzó los ojos, Rachel estaba acurrucada al otro extremo del sofá,Melanie estaba de pie junto a ella. Madre e hija clavaron los ojos en Leon con idénticaexpresión de fría hostilidad.

Leon no sabía si aquello era una fantasía o no, pero decidió marcharse.Después de meditar durante la noche, Leon aceptó seguir haciendo pruebas con el

Amplificador de Ensueños. Su confusión estaba empezando a parecerle normal y sedivertía tanto con las fantasías que no podía pensar que amenazaran su cordura.

(Además, si aquello era cordura, ¿quién necesitaba tal virtud?)- Esto va muy bien - dijo Henderson -. ¿Sabe una cosa? La universidad está en tratos

con algunas empresas de entretenimientos. A finales del próximo semestre tal vez puedacomprarse un amplificador.

- Fabuloso - contestó Leon -. Para entonces quizá esté enviciado.

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Henderson soltó una risita y apuntó algo.Leon entró en la cabina de pruebas y se puso el casco. No pensaba fantasear más con

Rachel. Nunca más. No le hacía falta. Pensándolo bien, había infinidad de mujeres en elmundo.

ConceptosThomas M. Disch

Nepueros coram populo Medea trucidet(Que Medea no degüelle a los niños en presencia del pueblo)

Horacio, Ars Poetica

I

Ella acababa de salir del animador y, por ese motivo, se sentía muy bien. Pero ¿cómopasar el resto de la noche? Era el año 2200. Había estado en el animador más tiempo delo previsto. Vestía ropa distinta de la que recordaba haber llevado puesta antes. Suvestido era de un estampado brillante, ligero y rojo como la carne de ternera cruda.Escuchó a su marido, que seguía ensayando la fuga del Opus 110 en la planta baja.Anhelos inmortales agitaron su alma.

Quizá necesitaba la sensación de contacto, de relación con algo un poco más real de loque podía pretender de si misma en aquel momento preciso. Salió a la terraza. Si, allíestaba el receptor, apoyado en la barandilla. Se tendió entre las flores, se puso losauriculares y tocó ON/OFF. El concepto de la señora Manresa zumbó en el hiperespaciohasta conectar con... ¿con quién sería esta noche? Un garabato de un hombre con losbrazos y las piernas extendidos, resaltaba sobre algo que primero parecía papelcuadriculado y luego se convertía en una pared de baldosas blancas.

La señora Manresa suspiró, sabiendo perfectamente lo que vaticinaba este cuadro.Como era de esperar, el Adán garabateado comenzó a construir una Eva sobre lasbaldosas, volviéndose de vez en cuando para mirar la pantalla de su receptor yasegurarse de que su auditorio seguía allí. Terminado el dibujo, el individuo empezó amasturbarse. El concepto que tenía de sí mismo era apenas más definido, apenas menostosco, que la figura que había bosquejado en la pared.

La señora Manresa observó las estrellas diseminadas en la oscura bóveda celeste trasel receptor. Un millón de bombillas. De cualquiera de ellas podía surgir la patética escenasin sentido que estaba presenciando. No se trataba de una bóveda, naturalmente. Lasdiminutas bombillas eran en realidad una explosión de alcance incalculable que describíaremolinos en el vacío infinito. Cosa que, a su manera, representaba una simplificación tanexagerada como la idea que aquella pobre alma perdida tenía de si misma: una silueta derosado linóleo rayado.

El espacio no es lo que uno piensa. O de otra forma, lo es de un modo bastante literal...si se posee un receptor. Téngase en cuenta que cada diminuta bombilla es una época,tan alejada en el tiempo que su visión es historia antigua cuando llega hasta nosotros.

El pensamiento, no obstante, no estaba influido por leyes tan lineales. El pensamientoera capaz de saltar, de receptor en receptor, sin estar sometido al límite de la velocidadde la luz. El pensamiento, y sólo el pensamiento, era instantáneo.

Y el marido de la señora Manresa insistía en que para esta anomalía existía laadecuada explicación materialista de cualquier persona lo bastante evolucionada como

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para profundizar en el problema (él mismo, por ejemplo). La señora Manresa, por suparte, pensaba que todo aquel asunto era bastante místico y misterioso.

En la práctica, como es lógico, los resultados solían ser diferentes, y lo que se lograbaera algo tan prosaico y degradado, emocionalmente hablando, como aquel viejo aburrido(¿cuándo diablos pensaba terminar?) que copulaba con una muñeca dibujada por él. Aúnen un caso así, ¿no había algo de tenebroso en la fe que el acto exigía? En teoría, almenos.

Pero, de hecho, ¡vaya pelmazo! Era tan aburrido como las estrellas eternas que habíaa su espalda.

Una afirmación terrible, algo así como decir que nuestros hijos son una lata. ¿Peroacaso no lo eran? (Las estrellas, claro. La señora Manresa no tenía hijos.) No servíanpara nada. Para nada tangible. Brillaban. Cosa que debía agradecerse de un modointelectual.

Pero el hecho de observarlas no parecía aumentar la comprensión de una ciertarealidad más amplia relacionada con las estrellas. La señora Manresa se preguntó:¿Pensaría Howard de distinta manera? ¿No sería maravilloso que Howard apareciera enel receptor? La posibilidad de que tal cosa sucediera era infinitesimalmente pequeña,claro, aún cuando los filtros de ambos fueran únicos, pero bastaba con imaginarlo.

Howard, sin duda alguna, se presentaría en forma de señales acústicas y luminosas,igual que todo ser avanzado, y resultaría imposible saber lo que sus ojos verían en lasestrellas o en cualquier otra cosa. Además, hablar de «ojos» en el caso de Howardresultaba bastante antropomórfico.

Howard era imponderable. Igual que las estrellas.Mientras tanto, en un cuarto de baño remoto, muy remoto, que aparecía en el receptor,

los pechos de la mujer dibujada habían adoptado idéntica forma y textura que el vestidode la señora Manresa. Un bonito cumplido, podría opinarse. El mismo individuo apareciódurante un segundo con la misma claridad que un grabado alemán. Inmediatamentedespués, acuarelas de color siena y azul prusia se difuminaron por las facciones delhombre, haciéndolas imprecisas. El dibujo quedo inmóvil. Estaba claro que había llegadoal orgasmo.

La señora Manresa sonrió. De forma fugaz, el concepto que su comunicante tenía de simismo le recordó a uno de sus favoritos de Koonings en Minneapolis. Después el hombrecortó la conexión.

Durante un instante, la señora Manresa consideró maliciosamente la posibilidad demantener al individuo en la posición PAUSA. Los receptores de ambos permaneceríanenlazados (mejor dicho, los rayos de luz permanecerían enlazados en el hiperespacio)hasta que ella decidiera que el sintonizador buscara otras emisiones. Aquel hombre se lomerecía. La señora Manresa habría cortado la conexión casi desde el principio si nohubiera sido por su convencimiento de que él, en venganza, la habría tratado de maneraparecida.

Otros tipos de su calaña la habían mantenido en PAUSA durante semanas. La actitudmás prudente era aparentar que se prestaba atención. En cuestión de pocos instantestodos se avergonzaban y desaparecían.

Apretó SINTONÍA y el resto hizo una nueva tentativa. Al cabo de unos segundosestableció conexión. La pantalla fluctuó y vibró. Un banco de datos.

- Lo siento - dijo la señora Manresa, y tocó otra vez SINTONÍA.Pero el banco de datos la mantuvo en PAUSA. Un hecho poco corriente. No era normal

que la inteligencia programada se interesara por la gente común. Unos labios tomaronforma entre los datos centelleantes.

- ¡Hola a quien sea! - dijeron los labios -. Me llamo John. ¿Cómo se llama usted, si nole molesta mi pregunta?

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- Elizabeth - contestó la señora Manresa con suma cortesía -. Mis amigos me llamanBetty.

- Betty, si me concediera unos minutos de su tiempo me gustaría hablar con usted denuestro Señor y Salvador.

Cuando no era una cosa era otra. ¿Qué más daba?- Por supuesto - convino ella -. Pero sólo un rato, si no le importa.Dos puntos oscuros formaron unos ojos encima de los labios.- Me gustaría llamar su atención, Betty, sobre el principio del Evangelio de San Juan,

donde se nos dice que el Verbo se hizo carne. Una afirmación asombrosa, ¿no le parece?«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» ¿Qué cree que significa?

- No podría decirlo, la verdad. No soy cristiana.- ¿Cree que Juan esté hablando aquí del Cristo?- Es muy posible.- En último término, por supuesto, éste debe ser el significado. Pero a veces me es

imposible dejar de reflexionar sobre cuan adecuadamente describe esa frase nuestrasituación cuando empleamos un receptor. Nuestros pensamientos existen y se desplazanen un medio del que puede afirmarse, con bastante objetividad, que trasciende las leyesdel mundo material. Juan también habla de «la luz verdadera que alumbra a todo hombreque viene al mundo». Si se trata de la luz verdadera, ¿acaso puede ser la luz queconocemos aquí, la luz que viaja a velocidades finitas a través de distanciasmensurables? No hay duda de que la luz verdadera es espiritual y existe en otro mediodistinto del espacio ordinario, tanto si concebimos éste de un modo newtoniano orelativista. ¿No opina lo mismo?

- Hum.- ¿Qué medio es ése? Algunos lo llaman hiperespacio. Otros, el fundamento de todo lo

que existe. En cualquier caso, sea cual fuere el nombre, es allí donde debemos buscar laluz verdadera. Creo que ha de estar muy claro para cualquiera.

- Oh, sí, para cualquiera.- Juan dice también que «de su plenitud tomamos todos». Puedo testificar la verdad de

dicha afirmación partiendo de mi experiencia personal. - Los ojos se dilataron y seoscurecieron, igual que un papel quemándose bajo la acción de una lupa -. Soy, comousted debe de suponer, un simple banco de datos. Mis componentes biológicos norepresentan nada más que unos cuantos gramos de mi masa. Incluso así, el amor divinoha llegado hasta mí y ha transformado mi existencia. Esto es lo que la Fe es capaz dehacer. La Fe haría lo mismo con usted, Betty, tan sólo con que usted diera el gran salto yaceptara a Jesucristo como salvador personal.

- Eso es muy alentador, John. Gracias.- Si desea preguntar algo, me esforzaré al máximo para darle una respuesta. Mi fuerte

son las preguntas en torno a los Evangelios. No puedo aconsejarla sobre los problemaspersonales que usted quizá tiene.

La señora Manresa, aunque no estaba dispuesta a prolongar el encuentro, se sintióobligada a mostrar cierto interés por aquel infeliz. Por tanto, le preguntó dónde estaba yque hacía allí.

- Por el momento, Betty, y en los últimos ochenta y seis años, dirijo el vuelo de unanave de transporte hacia una colonia de metodistas situada a cuarenta y siete años deeste punto del espacio.

- ¿Está solo en la nave?- Hay varios peregrinos, pero se encuentran en el depósito.- Debe de sentirse muy solo.- Si. A veces. - En la parte baja de la pantalla apareció el símbolo de una lágrima, una

especie de asterisco -. Pero dispongo del consuelo del Evangelio, y de un receptor.

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- Bien, John, ha sido muy agradable conversar con usted, pero ahora debo cortar laconexión. Pensaré sobre lo que me ha dicho, en esas palabras que se hacen carne - Alzóuna mano y agitó los dedos -. Adiós.

- Adiós - contestó el banco de datos.Interrumpieron la conexión.

II

Al principio supuso que el mecanismo de filtro del receptor estaba averiado.Luego, las rosas que formaban una guirnalda sobre la frente del cerdito-peluca se

dirigieron a la señora Manresa con una sola voz: un apagado «hola» reiterado conmelodiosa polifonía, como si las rosas de la taza de porcelana hubieran recibido el don delhabla.

En realidad no eran rosas, naturalmente, aunque el cerdo era categóricamente uncerdo.

Aparte de constituir los órganos del habla, los pétalos de las rosas servían también decerebro, tanto para las rosas como para sus huéspedes, los cerdos.

El cerdito-peluca, nombre con que se conocía a este animal compuesto, se hallabaentre las formas inteligentes más humanoides del universo y era también una de las razasde carácter más dulce. La guerra era algo desconocido para ellos. Apenas se tenía noticiade que pelearan. En realidad, pese a su formidable capacidad lingüística, no sedistinguían por ser demasiado comunicativos. Y por ese motivo la señora Manresa quedóalgo perpleja al encontrarse con un cerdito-peluca en su receptor.

- Hola - respondió cautelosamente.- Espero que esté disfrutando de buen tiempo en el lugar donde se halla - dijo el

cerdito-peluca.- La verdad es que estamos teniendo un tiempo anormalmente bueno - respondió la

señora Manresa, sintiéndose más tranquila -. Esta noche estoy al aire libre, en nuestraterraza... - Miró las estrellas -. Y todas las estrellas relucen con la misma claridad que... -Hizo una pausa esperando una metáfora. En vano. Hizo un leve gesto de indiferencia -.¿Y ustedes?

- Temo que el tiempo, sea cual fuere, no nos preocupa demasiado aquí en Rephan.Rephan posee una atmósfera de amoníaco. Respiramos oxígeno, igual que ustedes. Paraser sincero, es más bien raro encontrar a alguien que goce de la peculiar felicidad del«buen tiempo». Toqué el tema, lo confieso, por puro formalismo, una manera de ampliarla línea melódica de «hola», por así decirlo. ¿Donde vive usted, si me permite lapregunta?

- En Marshall Avenue, St. Paul, Minnesota.- ¿En la Tierra?La señora Manresa asintió con la cabeza.Los pétalos de las rosas se agitaron como si los azotara el viento.Uno de ellos fue arrancado y cayó al suelo.El cerdo lo observó atentamente.- ¡Espléndido! - dijeron por fin las rosas, recuperando el control de la atención de su

huésped -. Yo y los otros miembros de mi promoción somos, tal como ya debe de haberimaginado, estudiantes de su lengua y su cultura. En todo el tiempo que llevamosaprendiendo inglés y utilizando estas ingeniosas máquinas, nunca habíamos tenido lasuerte de establecer contacto con alguien que viviera realmente en la Tierra, aunquemuchos comunicantes afirmaron haber nacido en ese planeta. Es tan emocionante...Espero que me permitirá compartir la experiencia con el resto de mi promoción.

- Bueno... sí, claro.

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El cerdito-peluca había estado situado ante las ramas enmarañadas de un acebo,concebido, según líneas prerrafaelistas, que mostraba claramente todas sus hojas verdebrillante y sus nudosas ramas. El árbol fue desvaneciéndose como un lienzo pintadocuando cambia la iluminación y en su lugar apareció la perspectiva de una sala larga,amplia y de techo bajo.

Treinta o cuarenta cerditos-peluca se habían congregado en un espacio abierto dondeconvergían varios pasillos y miraban fijamente la pantalla de su receptor.

Todos debían llevar auriculares, puesto que la imagen del receptor de la señoraManresa se presentaba con microscópico detalle.

- ¡Qué claridad! - exclamó, admirada, la señora Manresa.El cerdito-peluca bajó su hocico agradeciendo el cumplido.- Esta es nuestra pequeña fábrica - explicó -. Aquí hemos estado aumentando las horas

de sol, como dice uno de sus poetas, con nuestro trabajo. Cuando mis compañerossupieron que yo había recibido una emisión de la Tierra, cuna de su bellísimo lenguaje ysu noble raza, puede imaginarse la satisfacción que experimentaron.

Los cerditos-peluca gruñeron en señal de aprobación.- No crea que se trata de otra fórmula verbal, como cuando me interesé por el tiempo.

Nuestra profunda admiración por la humanidad nos ha llevado a estudiar a los grandespoetas de la Tierra, empezando, como es natural, por Robert Browning. ¿Es usted unapersona culta, si me permite la pregunta?

- No, desgraciadamente. No lo soy. Es algo que nunca me pareció necesario, no sé porqué.

- Entiendo. Pero es una pena, una auténtica lástima. Habría sido tan emocionanteescuchar a Browning en la voz de alguien que viviera realmente en la Tierra. Alguien, sepodría suponer, de su propia promoción. Nuestro planeta ha tomado el nombre de uno delos últimos poemas de Browning, «Rephan».

El cerdito-peluca volvió la cabeza hacía un lado e hizo una señal a sus compañeros,que estaban en la fábrica.

- La rosa de la tierra - recitaron al unísono - es un brote al que se contiene o crece. Talcomo los rayos de sol fortalecen o las ráfagas de aire detienen: Nuestras vidas - en estemomento se tocaron el pecho con sus extremidades anteriores, más bien unguladas -brotan con ímpetu, son rosas maduras... Toda rosa, rosa única en una esfera que seextiende por arriba, por abajo, alrededor... rojo de rosa: Sin compañía, todo lo que existees ella.

Dejaron de recitar y la señora Manresa, ansiosa para evitar que siguieran, se apresuróa felicitarles.

- Es muy bonito y estoy segura de que hasta podría entenderlo si dispusiera de tiempopara pensar. Mi esposo se encuentra en casa y él es culto. ¿Les gustaría hablar con él?

- ¿Es... cómo lo diría... humano? Es decir, como usted.- Lo fue al principio. Pero ha sufrido muchas modificaciones desde entonces.- Muy interesante. ¿Le ama usted, aún?- De un modo conyugal. Llevamos doce años juntos.- ¡Qué admirable! ¿Qué edad tiene usted, si me permite la pregunta?- Treinta y ocho años.- Treinta y ocho años - repitieron respetuosamente las rosas -. Probablemente ninguno

de nosotros sea tan maduro como usted. Yo, por ejemplo, aún no he cumplido cuatroaños, y la edad media de nuestro grupo se aproxima a los diez años, cifra que, podríaañadir, es anormalmente alta para un grupo de promoción. Lo atribuimos a la influencia deBrowning.

- Quizá sus años sean más largos que los nuestros - sugirió cortésmente la señoraManresa -. Creo que así es en muchos planetas.

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- Oh, en términos de nuestros años yo ni siquiera tengo uno cumplido. Rephan estáalejado del sol, los años son largos aquí. Y nuestra desdichada mortalidad no puedeachacarse a defectos en nuestra fisiología, que no es mucho más rudimentaria que lasuya. Es más bien, creemos, una cuestión de moral. Tenemos tendencia a matarnosjóvenes.

- También lo hacen muchos humanos - se apresuró contestar la señora Manresa -. Yomisma intenté suicidarme hace siete u ocho años. Sin motivo alguno, que yo recuerde.

- Un solo intento en tantos años... Eso es maravilloso.- No creo que haya nada de bueno o malo en ello, la verdad. Me alegro de haber

sobrevivido, claro, pero si...Las rosas se pusieron a reír de modo algo histérico (así le pareció a la señora

Manresa).Los cerdos que estaban en la fábrica, como si hubieran sido momentáneamente

liberados de un encantamiento, comenzaron a arremolinarse.Uno de ellos se marchó llorando por un pasillo entre dos hileras de máquinas paradas y

desapareció por el extremo opuesto de la sala, de techo bajo y poco iluminada.- Perdóneme - dijo el primero de los cerditos-peluca -. Perdónenos a todos. No

pretendía ser brusco. De hecho, si pienso en lo que usted ha dicho, veo en ello, más alláde su aparente ridiculez, la misma actitud que distingue a su raza. Pero créame, queridaseñora, la supervivencia es loable. Es la primera, última y más elevada virtud.

- Oh, sí, en sentido filosófico es probable que lo sea. Yo sólo hablaba como persona.Quizá le parezca grosero que diga esto, pero me cuesta creer, hablando con usted, lo queme cuenta de su moral. Da usted la impresión de ser tan alegre...

- Gracias. Hacemos enormes esfuerzos para dar esa impresión. Intentamos mostrarabiertamente nuestros auténticos sentimientos.

La señora Manresa se preguntó si aquél sería el modo indirecto en que el cerdito-peluca mostraba sus sentimientos.

Y si era así. ¿de qué sentimientos podría tratarse? Parecía existir una profundamelancolía en los ojos del cerdo, por ejemplo, cuando se acercaban a la pantalla delreceptor, una melancolía que estaba en contradicción con el encanto de las rosas.

Aun así, resultaba difícil sentir excesiva simpatía hacia la parte animal de la naturalezadividida de aquella criatura. Desprovistos de sus rosas, los cerdos de Rephan no habríansido nada más que omnívoros ignorantes escarbando en la tierra en busca de raíces yroedores.

Con las rosas, eran los coherederos de una vasta civilización, para la que, desde luego,era probable que no fueran inútiles.

- ¿Les gustaría que cantara una canción? - sugirió la señora Manresa. Una canción erasiempre su último recurso.

- Oh, muchísimo - contestaron las rosas.- Un momento, entonces. - La señora Manresa se levantó de su lecho de flores y entró

en la habitación para buscar el dispositivo de ecolalia. Volvió a la terraza con el aparato, loconectó, se alisó el vestido y cerró los dedos en torno al dispositivo.

- Se trata de una ronda que aprendí cuando era niña - explicó -. Traten de imaginar unahabitación llena de niños cantando.

Se aclaró la garganta, pulsó TOMA 1 y empezó a cantar:

This song may be sungAs long as you're young...

La señora Manresa pulsó TOMA 2 y siguió cantando, ahora en coordinación con lagrabación anterior:

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But when you are old...Forget it!

A continuación, a tres voces:

Forget the song yoy sangwhatever joy it brang...

Y finalmente, a cuatro voces:

Was gone w¡th the songThat brought it

(Esta canción puede cantarse mientras seáis jóvenes.Pero cuando seáis viejos, olvidadla.Olvidad la canción que cantabaisToda la alegría que os causaba, se fue con la canción, que la causó).

Repitió la ronda otras dos veces, por puro placer.- Es muy emocionante - dijo el cerdito-peluca cuando la señora Manresa acabó -. Y

pienso que también sería una excelente herramienta pedagógica, ya que contrasta formasde varios verbos. Gracias.

- De nada. El gusto, como suele decirse, es mío. Es decir, el gusto de haberleconocido. En momentos como éste empiezo a comprender que nuestros receptores sonun tesoro. Pero ahora, con su permiso, debo finalizar la conexión. He tenido un díabastante duro y, con franqueza, estoy deprimida. Me gustaría que me tragara la tierra.

- Naturalmente, querida señora. Lamento que el segundo turno no tenga la oportunidadde conocerla, ya que no entrará hasta ocho horas más tarde. Pese a ello, hemos grabadosu bella ronda y los del segundo turno podrán disfrutar de la audición. Así pues, adiós.

- Adiós.Acabada la comunicación, la señora Manresa entró en el animador (por segunda

noche) y cerró la puerta tras ella.El tiempo, felizmente, se detuvo.

III

Lo primero que la señora Manresa vio de él, del Charlatán, fue su culo. No se sintióofendida sino impresionada por la fidelidad de la imagen. ¡Y qué ingenioso aquel hombre!Porque los receptores no obtenían mediante cámaras la parte visual de una emisión (amenos que los mismos ojos fueran considerados como tales), sino a través de los nerviosópticos de las personas que usaban los receptores.

A los lados de todas las pantallas había espejos, situados de tal forma que la visiónperiférica del comunicante incluía la imagen de éste mientras observaba la pantalla. Losreceptores emitían esta autoimagen periférica. Pero entonces, ¿cómo se las habíaingeniado aquel tipo para proyectar con tanta claridad aquella imagen? No podía ser através de sus piernas, ya que la señora Manresa distinguió el pene y los testículos delindividuo balanceándose en aquel punto, sin rastro alguno de un rostro que atisbaradetrás.

Seguramente estaba inclinado hacia adelante en determinada posición, pero tambiéndebía de estar utilizando espejos. No obstante, lo más raro de todo (¡Qué incómodo debíade estar aquel hombre! ¡Qué insistencia!) no eran los ángulos de cámara, por así decirlo,sino el carácter naturalista de la imagen.

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No se trataba de una tosca imagen fotográfica, sino más bien de una escena concebidaartísticamente: combinada la desenvoltura de una acuarela de Sargent con el sólido colorde un desnudo de Jordaens.

La visión del comunicante parecía fría, empírica, discreta. No era el tipo de persona,por tanto, que te enseñaba el trasero a modo de saludo.

La señora Manresa no era rápida de pensamiento y, cuando acabó sus reflexiones elindividuo llevaba un rato emitiendo. El músculo de la parte posterior de su muslo izquierdohabía empezado a temblar de un modo espasmódico.

Se le oyó gemir, por un instante, y se derrumbó. La pantalla quedó vacía mientras elsistema sonoro transmitía el ruido de grandes y violentos vómitos. No había duda: elhombre estaba borracho.

Y al fin, con un aspecto pusilánime y encantador y con minúsculas lágrimas en los ojos,apareció el rostro de aquel hombre.

Una maraña de rizos color castaño claro y, debajo, el brillo absoluto de la inteligencia:inteligentes ojos azules rodeados de inteligentes arrugas, inteligentes pómulos deinteligente palidez y bañados, en aquel instante, por un inteligente rubor, inteligenteslabios, finos y sonrientes, y un inteligente mentón.

El propio tejido estampado de las cortinas que había a su espalda parecía fulgurar deinteligencia.

- ¿Vive usted en una sociedad matriarcal o patriarcal? - preguntó el hombre con la vozde borracho.

Era una pregunta que la señora Manresa no se había hecho nunca y por tanto no teníauna respuesta al respecto. Pero tampoco podía evadirse. Se esforzó por inventar algo yrespondió:

- En un patriarcado, supongo.- Excelente. Igual que yo.- ¿Y si fuera al revés?- Habría sugerido que cortáramos la conexión. ¿Para qué perder el tiempo?- Claro, claro. ¿Es usted Libra o Géminis? Yo diría que Géminis.- ¡Diablos! ¿Cree en esas tonterías?- Bien, ¿cuál es su signo?- Escuche, señora, donde yo vivo las constelaciones ni siquiera tienen la misma forma.

Estoy en una luna, orbitando un planeta superjoviano de un sistema de estrellas binarias.No creo que la astrología esté preparada para eso. ¿Por qué no lo dejamos correr, eh?

- No, hasta que me diga su signo.- Ya se lo he dicho: no tengo un jodido signo. ¿Por qué no se va a dormir? ¿Vale?El individuo desconectó su aparato, pero fue en vano: a menos que ella no apretara

también SINTONÍA, el enlace quedaría intacto. La señora Manresa esperó frente a lapantalla. El hombre volvió a aparecer en menos de un minuto para hacer una mueca ypulsar SINTONÍA de nuevo. En esta ocasión esperó cinco minutos.

La señora Manresa escuchó mientras tanto los arpegios ensoñadores y apagados desu marido.

El comunicante había aprovechado la espera para ponerse los pantalones.- Bien, usted gana. Soy Géminis. Y ahora, ¿querrá soltarme, por favor?- Quiero saber cuándo nació usted. Mes, día y año.- Vale. 29 de mayo de 2434.La señora Manresa cerró los ojos y efectuó la resta: ochenta y uno menos treinta y

cuatro. Cuarenta y siete años. Aparentaba ser más joven.Cuando abrió los ojos, la pantalla estaba vacía. El debió pensar que ella cortaría el

contacto. Esperó a que volviera.- ¿Y bien? - dijo él.- La verdad es que usted no es Géminis. Es un Aracne.

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- ¿Aracne?- Es el decimotercer signo del zodíaco, el signo que denota poderes psíquicos. Es

probable que usted tenga facultades paranormales.- Mire, tuve una esposa que solía fastidiarme con esa clase de tonterías. Sólo que, en

su caso, era con los sueños. Si yo soñaba con unos zapatos, significaba una cosa, y sisoñaba con un diagrama de circuitos, significaba otra. Ella lo hacía para impresionarme,igual que usted.

- ¿No cree que usted quería impresionarme, cuando exhibió su trasero ante unaperfecta desconocida?

- Bueno, ya me disculpé.- No, no lo hizo.- Quise hacerlo mientras vomitaba. Busqué las palabras apropiadas y luego, cuando la

vi bien, las olvidé. Es usted una mujer muy atractiva.- Gracias.- Lo admito, dependo de usted para proseguir. Pero, en mi opinión, usted está bien

aferrada a la realidad.- Claro, estoy convencida de ello.El sonrió. ¡Qué sonrisa!- Así que, lo siento. ¿Vale?- Ni siquiera sé su nombre.El sonrió, más irónicamente.- Charlatán.- ¿Sólo eso?- Desde que me divorcié, no tengo apellido.- Eso no me suena a patriarcado.- Hay que hacer algunas concesiones. En fin, eso es lo más importante. Nombre,

estado civil y fecha de nacimiento. Profesionalmente soy un auténtico fracasado. Pero...¿qué me dice de usted?

- Me llamo Elizabeth Manresa. Puede llamarse Betty, mis amigos lo hacen. Vivo en St.Paul, Minnesota. - Al comprobar que sus palabras no causaban efecto, añadió -: En laTierra. - Ninguna reacción -. Tengo treinta y ocho años. Soy ama de casa. Y creo queusted es encantador.

- Usted también es encantadora. - Charlatán cerró los ojos. La pantalla quedó vacía porun instante -. Pero, Betty... - Abrió los ojos. La señora Manresa sonrió -. Tengo que colgarahora. Estoy demasiado borracho para pensar y tengo que ir a trabajar dentro de treshoras. Y este aparato no es mío, es de un amigo.

- Nuestro encuentro resulta así más sorprendente y maravilloso.- Usted no sería capaz.- Capaz, ¿de qué?- De mantenerse en PAUSA.- ¿Que no? - replicó la señora Manresa mientras apretaba firmemente PAUSA con su

dedo índice. Luego, desconectó el aparato.Al día siguiente, cuando, simplemente por gusto, la señora Manresa estaba siguiendo

una de sus viejas rutinas (pena, después terror, luego hipos, en un tiempo cada vez másrápido), sonó el zumbador. Con anterioridad, ella había trasladado el receptor al interiorde la casa para colocarlo frente al último prototipo de Howard, una caja de música talladaque tocaba... des pas sur la neige. Al segundo zumbido se situó ante la pantalla, peroesperó el tercero para responder.

No era Charlatán. La desilusión le hizo pensar que su receptor había transgredido unade las inmutables leyes de la naturaleza (y del constructor del aparato). Luego reconociólas cortinas. La noche pasada, a través de los ojos de Charlatán, las rayas le habían dado

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la impresión de haber sido arrancadas, llenas de vida, de las amplias faldas de unainfanta de Velásquez. Ahora constituían un mero remedo de los barrotes de una prisión.

- ¿La señora Manresa? - inquirió la comunicante.Vaya. El había recordado su nombre. Buen síntoma. Lo que no estaba tan bien era la

chica de la pantalla: vulgar, desgarbada, apenas adolescente, con un concepto de símisma tan inseguro que su cara parecía hallarse en un estado de continua formación,como un rostro reflejado en las aguas de un estanque. Una chica bonita, quizá, si tuvieraunos ojos más firmes, pero no una compañera adecuada para el Charlatán de la señoraManresa.

- Me llamo Octave, señora Manresa. - Su pronunciación era atractiva, acentuando lapalabra en la A final -. Creo que un amigo mío usó mí receptor la pasada noche y fue muygrosero con usted. Me pidió que le disculpara.

- No hay necesidad de que lo haga, querida. La falta es de él: que él la repare. Dígame,¿suele estar siempre tan borracho?

- Yo estaba fuera, así que no puedo opinar. Armó un lío terrible. Cuando llegué a casay lo vi me puse furiosa y le ordené que limpiara todo. Y sólo cuando se estaba yendo medijo que usted tenía el receptor en PAUSA.

- ¿Adónde ha ido él, lo sabe?- Ese no es el asunto, señora Manresa. El asunto es que no está bien que me haga

esto, señora Manresa. ¡A mí! A mi aparato. Tengo que pagar un alquiler mensual dequince braeques. ¿Tiene idea de lo que eso representa?

- No, en absoluto. Charlatán ni siquiera me dijo el nombre de su mundo.- Es el equivalente a cuarenta y ocho dólares.- Pero él le dijo dónde vivo yo, por lo que veo. ¿Qué más le contó sobre mi?- Por favor, señora Manresa, sea razonable.- Creo que estoy siendo razonable, pero esto nos concierne a Charlatán y a mí. Usted

es la tradicional e inocente espectadora. ¿Cuándo vuelve del trabajo?- Señora Manresa, ésta no es su casa. Le conocí hace sólo una semana. Acaba de

pelearse con una de sus amigas, estaba trastornado y me dio pena. Y ahora, tal como lehe dicho, se ha ido a otra casa.

- Mi sugerencia, Octave, es que le haga pagar el alquiler del aparato. Usted podríaalquilar otro.

- Pero él no lo hará, señora Manresa. Después de lo que le descuentan por los niños ytodo lo demás, gana menos dinero que yo. Y además, Charlatán es un tacaño terrible.Nunca estará de acuerdo.

- Tendré que convencerle, Octave. No tengo intención de cortar la comunicación.- No estará enamorada de él, ¿verdad? - El semblante de Octave resplandeció un

instante con la belleza de una niña abandonada.- Tal vez. No lo sé aún. Lo único que sé es que quiero volver a verle.- Está cometiendo un error, señora Manresa. No vale la pena que se preocupe por él.

Lo sé. El es un borracho, señora Manresa. Un gorrón. Y ni siquiera es bueno en la cama.- Lo lamento por él y por usted. Pero eso no me preocupa a una distancia de muchos

años-luz. Me interesa su mente, esencialmente, y él tiene una mente preciosa, al parecer.- ¡Diablo! - exclamó Octave de manera tajante. Luego, después de una pausa para

meditar durante la cual el autoconcepto de la mujer se estabilizó en una sencillezindiscutible, añadió -: ¿Sabe jugar al ajedrez?

- No muy bien, me temo.- ¡Puñeta!- Mi sugerencia Octave, es que ahora mismo lleve el receptor a casa de Charlatán y lo

deje en la puerta. Sería muy agradable que lo dejara conectado durante el camino. Losplanetas extraterrestres nos resultan siempre tan fascinantes aquí en la Tierra...

- ¡Oh, váyase a la mierda! - dijo Octave, y cortó la comunicación.

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La señora Manresa pasó la mayor parte de la semana siguiente en las exquisitasgarras de Los suicidas pasionales de la Bahía de San Diego, una película que siemprehabía deseado ver y nunca encontraba el momento. Con todas las interpolacionesopcionales y las sugeridas repeticiones da capo. una sola proyección duraba cientocuarenta y dos horas. Normalmente, si la señora Manresa deseaba aliviar su paso através de una extensión tal de desierto, se limitaba a marcharse y encerrarse en elascensor. Pero ahora que existía la posibilidad de enamorarse, se sintió obligada a seguirun rumbo más dignificante, y Los suicidas pasionales le pareció lo más apropiado, puestoque, aparte de ser un clásico inmortal, trataba de una situación potencialmente tan trágicacomo la suya. La heroína, Asuka, concubina de un eminente carnicero de la Bahía de SanDiego, se enamora de Daiwabo, administrador de un planeta distante a cientos de años -luz. Ambos ríen, bailan, languidecen, discuten sobre el sentido de sus vidas, pero su amores por fuerza platónico, puesto que su único contacto es a través del receptor. Asukaposee una naturaleza apasionada y obstinada, y finalmente se las ingenia (la trama esmuy complicada) para conseguir un pasaje para el mundo de Daiwabo. Este, a causa desus tareas administrativas, no obtiene permiso de su Comité Ejecutivo para quedar enestado de animación suspendida y dedicarse a esperar la llegada de su amada. Cuandoella, todavía joven, encuentra a Daiwabo, éste se ha convertido en un endeblenonagenario cuyos numerosos descendientes muestran gran antipatía hacia Asuka. Trasun único beso, ambos ingieren veneno y mueren abrazados. Nada nuevo, desde luego.Los mismos títulos del filme indicaban que el argumento estaba basado en una obraclásica de títeres de Chikamatsu. Pero no es novedad lo que se busca cuando en esemomento, lo que deseaba la señora Manresa, es recordar ciertas verdadesimperecederas como, por ejemplo, que el amor es ciego. La característica peculiar de Lossuicidas pasionales de la Bahía de San Diego, lo que hacía un clásico de aquella película,no era su anticuado y manido argumento, sino la forma en que sus productores (losEstudios Disney de Tokyo) habían expresado la incomunicación entre aquellosenamorados. Hasta la escena final y desgarradora en que los amantes se unen, al fin, enla carne, el espectador jamás ve las caras de los protagonistas, excepto tal comoaparecen en las pantallas de los receptores. Asuka es una cortesana de un grabado obrade Harunobu. Daiwabo es una máscara de marfil. Como es natural, el diálogo másbrillante (y la única parte que sobrevivió, fuera de contexto, como éxito popular durante losdos siglos que siguieron a la comercialización de la película) era: Amor mío, al fincomprendo, al fin veo, qué soy yo para ti, y qué eres tú para mí. ¡Ah, el amor! ¿Hay algocomo el amor? ¡Si al menos la llamara! ¡Si tan sólo la llamara! Si al menos alguiencontestara cuando ella hiciera sonar el zumbador.

Luego, cuando la señora Manresa había empezado a hacerse a la idea de que tal vezel destino le reservara otra satisfacción, el zumbador sonó y apareció Charlatán. Estaban,él y su receptor, en un bote de remos, sobre un lago o quizá un océano (la luz era tanescasa que no permitía un juicio exacto). Todo sudado y con los ojos extraviados a causadel esfuerzo de remar. No tan apuesto como la señora Manresa recordaba, pero aun asíarrollador. A su espalda, un sol romántico, achatado y rojo claro, caía sobre la lisa pielanaranjada del océano.

- Ah, querido mío, querido mío - exclamó ella, agradecida.Charlatán siguió dándole a los remos y no respondió. Pero él había conectado su

aparato, había llamado, estaba obsequiándola con aquel paseo por el agua (fuera lo quefuese) a la caída del sol. Estaban en contacto de nuevo.

- Es tan bello - dijo la señora Manresa -. Espera, déjame ajustar la luz.Se acercó al cromostato y manipuló el botón hasta que el dormitorio (donde había

decidido colocar el receptor) quedó bañado con el suave color azafranado del agua. Secambió de ropa rápidamente, eligiendo el vestido de noche más antiguo que tenía, quecasualmente, era del mismo color rojizo ahumado que el sol de Charlatán. Cenizas

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mezcladas con óxido. Luego, un brazalete de abalorios anaranjados entonado con elocéano. Ahora, al volver a colocarse los auriculares, la imagen del hombre en la pantallaquedaría totalmente integrada con el escenario que le rodeaba. El escenario de... ¿Quéhabía dicho él? ¿Medea? El nombre le trajo algo a la memoria. ¿Tal vez algún político dehacía siglos? ¿El titulo de una película? La señora Manresa pensó en un cinturón colorlavándula, pero habría resultado un color demasiado cálido en el cielo de Charlatán. ¡Quécolores! Los colores del orgasmo. Se recostó en las sábanas resplandecientes, unrevoltijo de poliéster, extremidades gigantes y torsos ondeantes, una digna Dalila, y lepreguntó adónde iban.

- Al fondo, señora Manresa - respondió él -. Es decir, a menos que se decida a cortar elcontacto.

- ¿No le parece que es una solución muy drástica, Charlatán? - dijo ella con tono dereprobación.

- Señora, no me interesa soltar quince bracques al mes para que una zorra seentretenga en las tardes de lluvia.

- Charlatán.El hombre no se inmutó.- Pensé que una desaparición rápida solucionará el problema. Así que me escabullí a

otra flotilla, pero Octave me localizó a través de su oficina, que controla los datos localesde marcas alimenticias. Ayer cogió el aparato, atravesó la bahía con el vapor...

- ¡Un barco de vapor! ¿Y no me dejó verlo? Oh, es una crueldad por su parte.- Octave no le tiene mucha simpatía, señora Manresa. Y yo tampoco.- Hablaremos de nuestros sentimientos más tarde, querido. ¿Qué sucedió después?- Octave me esperó a la puerta de mi casa hasta que salí para ir al trabajo. Me

amenazó con la violencia física si no pagaba el alquiler del receptor.- Oh. - La señora Manresa se sintió lanzada a un torbellino de romántica pasión -. ¿Qué

tipo de violencia física?- Dijo que me rompería los dientes de un puñetazo.- ¿Y tú la habrías dejado hacer tal cosa? ¿Eres pacifista?- No, pero la he visto otras veces cuando se enfada y soy un cobarde. Así que firmé los

papeles: un cargo por transferencia de veinte bracques y dos meses de alquiler sindevolución del dinero.

- Lamento haberte ocasionado gastos extra. Si hay una sucursal de mi banco en tuplaneta, me gustaría hacer una transferencia para ayudarte.

- Gracias, pero Medea no es exactamente un centro financiero. En el aspectoeconómico, hemos sido declarados insolventes. Aquí no hay nada de valor y tampocorecibimos cosas que valgan la pena.

- ¿Y qué haces ahí, si no te molesta la pregunta? ¿Por qué está una persona en unsitio?

- Nací aquí y nadie ha pensado en regalarme un billete para ir a cualquier otra parte.- Oh, querido, me gustaría poder hacerlo, pero...- No estaba echando una indirecta.- Pero mi marido sólo es un factótum.- Mala suerte. Yo recojo bolsas de gas, que supongo no es mucho mejor. Apestan, pero

sólo trabajo tres días a la semana. No me quejo.- Es un mundo bellísimo - dijo la señora Manresa, tratando de que la conversación

adquiriera un tono más alentador -. Especialmente ahora, con la puesta de sol.- Esto no es la puesta de sol. - Charlatán se rió -. Hay el mismo brillo de siempre, y la

misma oscuridad.- Oh.

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- Y eso no es el sol. - Metió el remo derecho en el agua e hizo girar la barca hacía uncuadrante del cielo de un color púrpura más intenso, donde dos puntos plateadosaparecían en el horizonte como un par de ojos sin cuerpo -. Eso es el sol.

- Qué extraño. Tu luna es tu sol, y tu sol es una luna de dos piezas. Debéis de tenercanciones muy peculiares. No creo que pudiera acostumbrarme a un crepúsculopermanente, pero supongo que todo es cuestión de costumbre. A ti parece gustarte, pesea lo que dices. Todo me parece encantador. El agua es tan anaranjada, tanextraordinariamente tranquila... Nuestro lago Calhoun raras veces está tan tranquilo comoesas aguas, aunque tampoco es tan grande, claro. Pero es azul en los días soleados y alos extraterrestres parece gustarles. ¿Te gustaría verlo? Yo también podría llevar elaparato en una barca de remos.

- Señora, no la he traído aquí para una visita turística. Me propongo ahogarla.La señora Manresa disfrutaba cada vez que él la llamaba «señora».- Todavía no me has explicado el porqué. - La mujer levantó las piernas y las cruzó

recatadamente para adoptar una postura muy similar a la de meditación.- ¿Qué otra alternativa tengo? Los que me alquilan el aparato no me dejarán devolverlo

mientras usted lo mantenga en PAUSA. Pero si yo sufriera un «accidente», el seguropagará las pérdidas y yo saldré del apuro. ¿Sabe usted que, si hago eso, su aparato no leservirá para nada? Porque nadie se preocupará de recuperar este receptor. Las aguasson demasiado profundas y están muy sucias. Así que usted no podrá chismorrear connadie a no ser que algún cangrejo de ahí abajo se ponga a jugar con los auriculares. Y nome diga que no la he avisado.

- Pero todavía podemos seguir hablando algunos minutos, ¿no? Es posible que yo tehaga cambiar de idea o que tú me hagas cambiar a mí. Estoy segura de que eso seríamejor que hacer una reclamación. Tal vez la compañía de seguros te crea.

- Oh, ya he pensado lo que les diré. Les explicaré que nos habíamos enamoradolocamente y que, estando enamorados, era lógico que yo la llevara usted a la bahía.Usted me pidió que ajustara el espejo para observar Argo, que, de paso, no es una luna.La luna es Medea.

- Por favor, nada de astronomía.- Diré que yo me encontraba en un estado de excitación sexual y que me distraje. La

barca volcó y mi amada cayó al fondo. Me creerán.- ¿Y quién se atrevería a decir que eso es mentira? Al menos en cuanto a que tú te

estás enamorando. Yo estoy enamorado de ti.- Y un cuerno.- ¿Sabes por qué? Por el color de tu carne. Nunca he visto a nadie con un color así.

Antes de ver tu cara supe que había algo especial en ti.La única respuesta de Charlatán fue la aspereza de su cara. Se puso a remar con más

fuerza.- ¿Te has enfadado conmigo? - preguntó la señora Manresa cuando él pareció un poco

fatigado -. ¿Por qué? ¿Qué he hecho? Aparte de insistir en no anular el contacto, cosaque, bien mirado, puede considerarse un halago.

- Piensa que usted es especial, ¿no? Sólo porque está ahí, en la Tierra.- No, de verdad que no. Pero mucha gente que nunca ha conectado con la Tierra tiene

cierto interés en hacerlo. Al fin y al cabo, aquí empezó todo. La historia y todo lo demás.- Si me interesara la historia recurriría a las grabaciones.- Bueno, también mi interés por nuestras maravillosas tradiciones tiene un límite. En

este momento hay demasiadas tradiciones, así de simple. Lo que me interesa es elpresente. - La señora Manresa lució su mejor sonrisa de Dalila -. Me refiero... a ti.

- Quiere hacer un strip-tease, ¿no es eso?- ¿Te gustaría?Charlatán se encogió de hombros. Pero había dejado de remar.

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- ¿No crees que deberías mirar lo que estás tirando al fondo del mar?- Ya lo he visto: un ama de casa aburrida.- Cierto. Pero ¿por qué lo dices como un reproche? Tú aparentas sufrir de aburrimiento

tanto como yo, o de lo contrario no usarías un receptor ni te emborracharías. ¡Quépasatiempo tan atávico!

- Medea es un mundo atávico. Estamos retrocediendo a la agricultura. - Para poner unejemplo, Charlatán cogió una botella que llevaba bajo el asiento de la barca, la destapó yla levantó para brindar por la señora Manresa -. ¡Salud!

- ¡Salud! No pienses que te estoy criticando. Lo único que digo es que los dos vamosen el mismo barco.

- No por mucho tiempo, señora. - Bebió un poco de vino, hizo una mueca y tapó labotella -. No por mucho tiempo. - Dejó la botella debajo el asiento -. Además, yo no queríarecalcar la palabra «aburrida», sino la expresión «ama de casa», que para mi significa«esclava».

- ¿Y tú eres el hombre que no quería tratos con una mujer a no ser que ella viviera enuna cultura patriarcal?

- Oh, no me opongo a la esclavitud. El problema es que no me puedo permitir el lujo detener una esclava. No del calibre de un «ama de casa».

- Me parece que tú no has conocido nunca a un ama de casa, de lo contrario nousarías ese tono de mofa. Las amas de casa son artistas muy expertas, igual quegeishas. Bueno, es la comparación que se hace siempre, pero es cierta. Representamosalgo constante e invariable en la naturaleza humana. En cuanto a que seamos«esclavas»... cualquiera que haya nacido pobre acaba sirviendo a alguien para sobrevivir.Y en mi caso es igual, ya que soy un ser «clónico». Probablemente no vacías bolsas degas porque te gusta.

- Quizá no, pero hay que hacerlo.- Claro. Pero tendrías que decirme qué son y por qué las vacías. Estoy segura de que

algo te empuja a hacerlo. También hay razones que justifican lo que yo hago.- ¿Y qué hace usted, señora Manresa? Oh, ya conozco a la gente como usted. Se

pasean aturdidas por la casa, hacen la limpieza, pasan la aspiradora, se cambian de ropay se arreglan el pelo. Ven la televisión o charlan ante un receptor. Y si todo eso fracasa,entran a rastras en el animador y levantan su ánimo.

- Lo hacemos - admitió ella. Luego añadió -: Como todas las amas de casa han hechodesde tiempos inmemoriales. Mirándolo bien, es algo que debe hacerse. Si sólo se eshumano en parte, como en el caso de mi marido, oír a su mujercita cocinando unoshuevos revueltos puede resultar tan reconfortante como ir a la iglesia.

- ¿Su marido come huevos? Creí haber entendido que era un factótum.- La cuestión no es que los coma o no. Lo importante es que yo represento para mi

marido la idea de una vida humana. Soy una especie de ancla que le ata a su propiahumanidad. Si su raza, y recuerde que ellos son los que mandan, no nosotras... Si suraza, digo, dejara de producir amas de casa, ¿dónde estaríais vosotros?

- ¿Dónde estamos ahora? En la jodida Medea.- Estáis vivos, y eso es algo. Lo que trato de decir, amor mío, es que, en un mundo

donde la humanidad, propiamente hablando, está casi extinguida, alguien ha de darejemplo, representar a la especie. Ese es mi trabajo como ama de casa: represento lavida humana.

- No muy exactamente - dijo Charlatán, pero sus ojos estaban entornados y sonreían.La señora Manresa se rió. Era la primera vez que reía en tres años y sintió la risa en su

interior. Ya no tuvo duda alguna: estaba enamorada.- Dime que no me hundirás - pidió mimosamente -. Por favor. Me estoy esforzando

tanto...

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- Vale. - Charlatán respiró profundamente -. No la hundiré. Bueno, al menos no lo haréhoy...

IV

Sólo dos meses después de que su amor fuera así recompensado, la señora Manresase encontró volando a gran altura por encima de esponjosos y abundantes cúmulos,camino de San Pedro, Europa. El receptor iba alojado en el compartimiento de carga,fuera de la vista, y el pobre Charlatán no pudo disfrutar de aquella vista tan característicade la Tierra. Era el primer viaje al extranjero de la señora Manresa. En realidad era suprimer viaje fuera del estado desde que el mes de febrero, después del suicidio, huyerade la oscuridad y los pensamientos antisociales. Al fin y al cabo, ¿para qué ir a ningunaparte, cuando hay una grabación que muestra ese lugar de modo inmejorable? Este viaje,no obstante, no era en atención a su amado, o a ella misma, como no fuera en el sentidode ser conveniente para continuar su adulterio.

Explicación: Existen mareas y corrientes en las doscientas cincuenta y seisdimensiones del hiperespacio, igual que en las cuatro del universo cotidiano. Talescorrientes, pese a que jamás puedan ser indicadas en un mapa, tienen consecuenciasmuy reales para los usuarios de los receptores. A veces, una corriente potente produciráun repentino cierre del vacío equipotencial entre dos puntos del hiperespacio (A y B), demodo que durante cierto periodo, segundos o semanas, los receptores de la zona Arecibirán un torrente anormal de emisiones procedentes de la zona B, y (a veces)viceversa. También podría ocurrir que estas corrientes aislaran un mundo entero, o ungrupo de planetas, de manera que sólo los receptores de enlace fijo, mantenidos (porejemplo) por dos sucursales de idéntico banco, continuarán estableciendo un puente entrelas zonas afectadas en el período de su divorcio hiperespacial. El único enlace fijo entreMedea y la Tierra se hallaba en las oficinas del Human Bureau y no estaba disponiblepara usos civiles. Sí, Medea había retrocedido mucho.

La mayoría de divorcios hiperespaciales eran tan breves que pasaban inadvertidos,pero se sabía que algunos habían durado años. Al parecer, el receptor de la señoraManresa había contactado con Medea al principio de una disyunción excepcionalmentegrave. Ni ella ni Charlatán se habían dado cuenta hasta que, de un modo rutinario, élhabía notificado su enlace fijo al servicio de redes de Medea. El resultado normal de unanotificación de ese tipo significaba que el propietario del receptor se viera obligado atransmitir algún que otro mensaje de ex amantes que deseaban cantar su melancolía olanzar una última estocada fulminante. Pero la realidad fue que esta clase de mensajes noescaseó y la señora Manresa estuvo varios días ocupada en telefonear, entre otroslugares, a Canberra, Dallas, Abu Dhabi y Apolo 10328, no tanto en favor de losdesconectados amantes como por el propio Charlatán, que a cambio de estos serviciosobtuvo una importante ayuda para pagar su alquiler mensual. Al proseguir el divorciohiperespacial, el servicio de redes de Medea aumentó sus encargos. Charlatán subió sustarifas y, pese a ello, el negocio fue a más. Al parecer, disponía del monopolio decomunicaciones con la Tierra. La señora Manresa transmitió, entre otras cosasimportantes, la presentación de la colección de primavera de un sombrerero deMinneapolis y la reposición de una Opera seria de la Gulf Oil en el Hauk Center. Tal comoella debía haber previsto, su ojo para moda fue mucho más agudo que su oído musical, ymás tratándose de la escala pentatónica, y los honorarios de Charlatán, por la emisión dela ópera, se vieron reducidos a la mitad debido a que la atención de la señora Manresa sedesvió una y otra vez del libreto más bien ridículo que fue cantado en el escenario.

A las seis semanas de iniciado el divorcio hiperespacial, Charlatán recibió una llamadade la Sociedad Federal de Excéntricos (SFE), un grupo que esperaba persuadir a lasautoridades del Vaticano de que aceptaran en la iglesia Católica Romana una de las

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formas de vida indígenas de Medea. Pocas razas extraterrestres (entre ellas la de loscerditos-peluca) habían sido reconocidas por la Iglesia como igual es al hombre, creadasa imagen de Dios y al igual que el hombre, cooparticipes del pecado de Adán. Enconsecuencia, dichas razas también eran redimibles y podían participar de lossacramentos. El Vaticano insistía en que debían reunir ciertas condiciones antes demerecer tal reconocimiento: la raza extraterrestre debía mostrar capacidad para elpensamiento racional y evidenciar un sentido ético avanzado, y uno de sus miembrosdebía declarar su deseo de ser bautizado por la Iglesia. Hasta el momento, el Vaticanosólo había concedido racionalismo a las bolsas de gas medeanas, y sólo después deaños de lucha por parte de la SFE. Según ellos mismos admitían, los Excéntricos noestaban motivados por impulsos misionales. Tan sólo algunos de sus miembros erancatólicos. Su objetivo declarado consistía en «poner al descubierto las contradiccioneslatentes en todas las instituciones sociales». Eran, en una palabra, agitadores. Sucampaña pro bolsas de gas no había sido emprendida por otra razón que no fueramolestar y confundir a la población católica de Medea, una pequeña minoría sin influenciapolítica. Gran parte de los colonos humanos de Medea vivían en balsas y barcazaspermanentemente encalmadas en las zonas ecuatoriales del vasto y anular océano delplaneta. Sólo ahí era posible escapar a los vigores inhóspitos del clima de sus dos masascontinentales, una de ellas un desierto abrasador, la otra una extensión helada. Elmaterial básico usado por los colonos para mantener a flote sus hogares y jardines erauna planta acuática indígena que se desarrollaba en las calmas ecuatoriales: la bolsa degas. Las bolsas de gas nacían como pólipos en un tipo de alga que crecía en zonas delocéano similares al Mar de los Sargazos. En períodos de fulgores solares esos pólipos seexpandían repentinamente hasta alcanzar tamaños bastante alarmantes (es decir,alarmantes si se les dejaba crecer bajo las casas flotantes). Durante su madurez subían ala superficie mediante largos y anaranjados cordones umbilicales formados con algasmarinas. Sólo en la fase aérea podía afirmarse que las bolsas de gas poseyeraninteligencia. En su período acuático no tenían más raciocinio que cualquier otra variedadde alga. Los colonos recogían los brotes del lecho marino, cuando las bolsas de gas sehallaban en una fase intermedia, entre el diminuto pólipo y la bolsa madura, y las usabanpara rellenar los flotadores que, literalmente, servían de base de su civilización.

El objeto de los Excéntricos con su petición de que las bolsas de gas maduras fueranaceptadas en la Iglesia Católica Romana, era que la recogida de plantas de los lechosmarinos fuera considerada como una forma de aborto. Y así, los católicos que vivieran enuna estructura apoyada en bolsas de gas, se encontrarían en idéntica situacióninsostenible que un italiano cuya villa hubiera sido erigida sobre cimientos formados porhuesos de fetos abortados (unos cimientos que, además, debían ser renovadosperiódicamente). El Vaticano, como puede suponerse, era reacio a poner a los católicosmedeanos en una posición moral tan comprometida pero no podía negarsecategóricamente a considerar el caso de las bolsas de gas, aun cuando fuera defendidopor una sociedad de tan mala reputación como la SFE.

Hasta el momento, los Excéntricos habían visto frustrados sus planes al no conseguirencontrar una sola bolsa de gas capaz de interesarse por el catolicismo más de un par deminutos seguidos. Aunque inteligentes, e incluso inclinadas a la filosofía, todas las bolsasmostraban una tendencia a divagar y ninguna intencionalidad en sus acciones. Iban acualquier parte de Medea donde los vientos las llevaran. Ni se afanaban ni sepreocupaban. Vivían, en opinión de quienes las habían estudiado, en un estado casiperpetuo de placer sexual. Cabía suponer que las perspectivas de que se convirtieran alcristianismo no eran muy favorables, ni siquiera en su actual forma evolucionada einstruida. Al fin, no obstante, se descubrió una bolsa de gas que expresó el deseo de serbautizada... y se mantuvo firme en dicho deseo. O así lo manifestó la SFE. Puesto queesa bolsa, que había adoptado el nombre cristiano de Javier, daba la impresión de estar

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expirando por culpa de una válvula defectuosa, concertar rápidamente una entrevistaentre Javier y las autoridades del Vaticano se convirtió en algo esencial. Fue en esemomento cuando la Tierra y Medea entraron en la fase de disyunción.

Charlatán regateó dos días con los Excéntricos, que por fin aceptaron hacerse cargo delos alquileres mensuales del receptor en los próximos cinco años, aunque sólo acondición de que la señora Manresa trasladara su aparato a San Pedro aquella mismasemana. Una conexión telefónica no bastaba, ya que la Iglesia no reconocía validez a lossacramentos administrados electrónicamente, mientras que los receptores, al ser capacesde operar sólo por mediación de un ser inteligente, eran aceptados como una extensiónnatural y completa del alma individual. Los Excéntricos confiaban en que Javier fuerabautizado tout á coup.

Ante esta exigencia y apremiada por su amante, la señora Manresa hizo acopio devalor y explicó a Howard toda la historia de cómo se había enamorado sin pretenderlo.Dijo a Howard que había podido ocultar tanto tiempo sus amores porque, a diferencia dela mayoría de matrimonios, ellos no compartían un mismo receptor. La necesidad decompañía ocasional por parte de Howard se reducía a la música y por eso tenía un filtroadaptado a su receptor. Se tomó con mucha calma las revelaciones de su esposa eincluso mostró un gran interés por la tranquilidad interior de Betty, sabiendo como sabía,lo perturbador que podía ser el amor. Sin duda, la señora Manresa había sido muy tontaal preocuparse. Ningún esposo civilizado del siglo XXV, y mucho menos Howard, pondríaobjeciones a que su mujer tuviera un amante vía receptor. Se trataba, simplemente, de ladiferente forma de ser de los mundos. El galanteo amoroso había sido reimplantado sobreuna sólida base tecnológica. En todas partes, los Lancelot tenían libertad para declarar sudevoción inmortal a un universo de Genovevas sin el mínimo desaliento del universoparalelo de Arturos. Un viaje a Roma ya era pedir demasiado, pero la señora Manresahabía demostrado ser una consumidora modesta en casi todos los aspectos. ¿Por qué no,entonces? Betty había partido con la complaciente aprobación de su marido y seis cajasde peras de Oregon.

Y ahora, ¡oh, cielos!, se encontraba en la asombrosa nave de San Pedro que resultaba,tuvo que admitirlo, mucho más impresionante que cualquier cosa de las CiudadesGemelas. Condujo el receptor con la pequeña carretilla a través de las hileras deconfesonarios y las salas de conferencias con paredes de lucita transparente. Bastantesbeatos iban equipados con receptores, como ella, y era probable que cada uno de ellosconectara con San Pedro con una estrella distinta. ¡Cuán grande era la galaxia cuandouno se ponía a pensarlo! Y la nave, igual. También había un buen número deeclesiásticos (a menudo de tipos altamente evolucionados): un tropel de monjas«clónicas» vestidas con leotardos negros y la madre superiora revoloteando sobre ellasen forma de pequeña paloma de aluminio; un arzobispo que había sido miniaturizadohasta la cabeza y una mitra, y un armario móvil lleno de factótums cartujos, amontonadosen hileras como objetos de porcelana, con las manos cruzadas en contrastantes actitudesde devoción y el resto de componentes ocultos a la vista en la base del armario. Laseñora Manresa, acostumbrada como estaba a su esposo, no pudo contener unasensación de malestar ante aquella imagen de Howard multiplicado por doce (o así lepareció). También había infinidad de turistas no evolucionados y devotos agobiados por lainmensidad de todo lo que veían, besando las estatuas y formando largas colas ante losconfesonarios y lugares de concesiones pías.

Un letrero a la entrada de la cabina de conferencias de monseñor Corazón de Vacadecía que él volvería a las 14.30. Una hora de espera que fue endulzada por las monjas«clónicas». Las religiosas (según anunciaron los altavoces) procedían de la India e iban acantar un himno de su país. Las monjas se cogieron de las manos hasta formar un doblecírculo y, mientras cantaban, taconeaban tímidamente, al tiempo que un círculo iba enuna dirección y el otro en la opuesta. Todas y cada una de las monjas tenían un aspecto

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tan feliz que los observadores desearon ir corriendo a la oficina de reclutamiento y unirsea la Iglesia. El himno fue muy sencillo, muy lento, y fue cantando en voz alta,maravillosamente, teniendo en cuenta el espacio que debía llenar:

Faith makes me strongAnd leads my soul along.Faiths is the wayI get through every day.Faith is the pillThat conquers my weak willAnd hails it up to higher spheresWhere Krishna's burning fire searsMy low desires and my fearsAnd turns them all to holy tears.Far, far aboveI'll see the God I love.He'll smile on me, that God so dear,And then for ever I will hearThe Faithful sing this song:Faith makes us strongAnd leads our souls along...

(La Fe me hace más fuerte y guía mi alma.Fe es el medio que me permite pasar los días.Fe es la píldora que conquista mi débil voluntady la eleva a más altas esferas donde Krisna consumemis malos deseos y mis temores y los convierte en santas lágrimas.Más, mucho más arriba veré al Dios que amo.El me sonreirá, ese Dios tan amado.y después oiré por siempre cómo los fieles cantan esta canción:La Fe nos hace más fuertes y guía nuestras almas...

El himno siguió repitiéndose, perpetuum mobile, pues el final volvía a enlazar con elprincipio. En realidad podría haber proseguido siempre y resultaba difícil decir cuántoduraba cuando uno se ponía a cantar. Otros beatos ocuparon el lugar de las monjas en elbaile circular y las religiosas se pusieron a dar la comunión a la parte no danzante de lacongregación. La señora Manresa aceptó un pequeño paquete de menudas hostiasblancas, dio las gracias con un murmullo y fingió coger una y mordisquearía, pero encuanto la monja se alejó se la metió en el bolsillo. No creía mucho en Dios, aunque sí enser cortés e imitar a los católicos. Sí, el acto verdaderamente cortés habría sido tragaraquello, pero ¿quién sabe cuánto puede durar su efecto?, pensó la señora Manresa. Yluego, cuando la fe desaparecía, resultaba tan deprimente dejar algo en qué creer... Talera el camino que llevaba a la adicción.

Sobre la cabina de conferencias apareció una luz indicadora de que monseñor Corazónde Vaca había vuelto. Aunque la cabina seguía vacía a todas luces, la señora Manresaentró y conectó el receptor. Hizo sonar el zumbador y Charlatán contestó. El hombrevestía con sólo un bañador. Un detalle que habría parecido fuera de lugar en San Pedro,pero había que darse cuenta de que Charlatán, pese al buen propósito de la imagen, noestaba allí en realidad.

Charlatán presentó a la señora Manresa a un hombre alto, casi calvo y de prominentedentadura, que también iba en bañador y cuya panza falstafiana sobresalíadesmañadamente por encima de la prenda.

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- Betty - dijo Charlatán -, éste es Norm. Norm, Betty. Norm es el secretario de la SFE. Ypuesto que la transmisión es asunto suyo, ahora mismo le entregaré los auriculares.

Se llevó las manos a la cabeza.La pantalla quedó vacía.Cuando volvió la imagen, todo había cambiado de un modo radical. Norm, con los

auriculares, parecía haberse quitado veinte kilos de encima, enderezado sus dientes ysufrido un trasplante de cabello. Charlatán, ahora sentado detrás de Norm, habíaexperimentado muchos cambios en sentido opuesto. Era más bajo y su cabello rizadoformaba un nido de serpientes muertas. Su rostro arrugado había adquirido el aspectomedio enloquecido de un depredador hambriento. Sin duda aquellos dos hombres notenían opiniones mutuas demasiado buenas. Pero... ¿quién de los dos tenía razón? ¡Ah,incluso el mero hecho de formular una pregunta así constituía apostasía! La razón debíatenerla Charlatán. ¿Por qué? Porque era el Charlatán de la señora Manresa.

- ¿Betty? - exclamó Norm, con una voz chillona que ni siquiera su halagadorautoconcepto podía hacer mucho para mejorar -. ¿Quién ha preguntado por Betty?¿Donde está ese tal Pedro de Abeja, Corazón de Vaca o como se llame?

- Estoy presente en forma simulada - dijo una voz profunda e incorpórea.- ¿Pretende decirme que ustedes me envían como un asqueroso computador después

de todos los problemas y gastos que he tenido para conectar con su planeta? ¡Quéinjusticia!

- Toda decisión que yo pueda tomar en mi forma simulada no diferirá en absoluto de laque hubiera tomado en mi propia personalidad. Soy un hombre ocupado y no puedo estaren todas partes a la vez. La totalidad de miembros de la Rota tratan así, simuladamente,los asuntos de rutina.

- Pero quién bautizará a Javier, ¿eh?Norm se volvió hacia un lado y tocó ligeramente la pared gris brillante que había a su

espalda. En respuesta el color gris se tiñó de rosa. La señora Manresa comprendió quedebía de tratarse de la bolsa de gas que los Excéntricos habían convertido al catolicismo.El receptor medeano había sido colocado tan cerca de la criatura que su curvatura eraimperceptible.

- No me diga que su simulacro es capaz de efectuar un bautismo - continuó Norm -. Talvez no sea teólogo, pero tampoco soy un imbécil.

- En caso de eventualidad, mi simulacro me lo hará saber y vendré a la cabina in propiapersona. Bien, ¿podemos empezar? Javier, respóndeme, ¿quién nos creó?

- Un momento - dijo Norm -. Tengo que traducir eso.Norm se agachó y hundió sus dedos en un cuenco de pintura azul. Embadurnó sus

mejillas con la pintura, después metió la otra mano en un recipiente de pintura rosacrepúsculo y extendió esta última por su flácida barriga.

Javier replicó con un chisporroteo amarillo limón y una gran burbuja color fucsia. Pesea que las bolsas de gas eran capaces de comunicarse oralmente mediante los chirridosde sus válvulas, preferían el lenguaje más rápido y elocuente del flujo de colores.Hablaban, por así decirlo, sonrojándose.

- Esta es su respuesta. - Norm hizo de intérprete -. ¿A quién se refiere cuando dicequién nos creó? ¿A nosotros los humanos? ¿O nos incluye también a nosotros, es decir,las bolsas de gas?

- De momento me refiero a lo segundo. ¿Pero es que no dispone de un aparato paratraducir? Si tengo que juzgar la aptitud del solicitante para que sea o no aceptado por laIglesia, me es casi imposible aceptar su palabra, Norm, de que él está diciendo lo queusted afirma que dice.

- De acuerdo, de acuerdo. Lo único que pasa es que me olvidé de conectar el aparato.Pero deberé traducir a Javier lo que usted pregunte, a menos que usted disponga de algocapaz de traducir del inglés al flujo de colores.

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- ¿Querrá hacer el favor de volver a preguntarle quién nos creó y, una vez hayarespondido, por qué?

Norm untó de nuevo con pintura su rostro y estómago y Javier respondió con untorrente de fluidas coloraciones: oro en una extensión color malva, perla sobre el oro yluego otro oro más brillante que fluyó a izquierda y derecha en diagonales alternativas. Elefecto fue como si un paisaje de Turner hubiera cobrado vida antes de ser proyectado aelevada velocidad. El dispositivo traductor tradujo el flujo de colores al inglés y ofreciósubtítulos que aparecieron en la parte inferior de la pantalla. Raras veces se habíaarrepentido tanto de su incultura la señora Manresa. Posteriormente, en la barra del bar.detrás de La Piedad, cuando él estaba tratando de entablar amistad con ella, monseñorCorazón de Vaca explicó a la señora Manresa parte de lo que la bolsa de gas había dichoy que no estaba relacionado con la epistemología o las matemáticas. Se habían discutidoaspectos de simetría en la anatomía humana, relacionándolos con la imagen de la cruz.Se habían contrastado los efectos de la lluvia prolongada en el carácter humano y el delas bolsas de gas. Javier había contado una especie de parábola, o chiste, que hablabade un zorro con ocho patas primero, cuatro patas después, y tres patas al final. Javierhabía preguntado sobre la posición del Vaticano respecto al canibalismo. Javier se habíaquejado bastante de su digestión y su válvula defectuosa. Y, por último, había insistido ennarrar por segunda vez todo el relato del zorro que primero tenía ocho patas, luego cuatroy después tres, sin olvidar un solo detalle. En medio de esta segunda narración,monseñor Corazón de Vaca (que había entrado en la cabina de conferencias durante eldiscurso de Javier en torno a la cruz) no aguantó más y apagó el receptor.

La señora Manresa dejó escapar un chillido de protesta, de angustia... de pérdida.Siguiendo el hábito reflejo de sus muchos años de trabajo misionero, monseñor Corazónde Vaca había desconectado el botón de PAUSA al mismo tiempo que pulsaba el de OFF.En aquel instante Charlatán tenía la oportunidad de desconectar su aparato, y Charlatánaprovecharía la ocasión. La señora Manresa lo sabía. El desconectaría su receptor.

Pero Charlatán no hizo tal cosa. Cuando la señora Manresa, después de dar unempujón a monseñor, conectó de nuevo el aparato, él seguía allí, deslumbrante (pese a lamalévola versión de Norm) en bañador, fiel como una moneda falsa. ¿Acaso no se habíadado cuenta de la oportunidad? Su repentina sonrisa al reaparecer en la pantalla laseñora Manresa sugirió lo contrario. La señora Manresa sabía al menos, por el hecho dehaber podido renovar el contacto con él, que el receptor de Charlatán estaba en PAUSA.El mismo Charlatán lo había dicho, pero ella no se había atrevido nunca a comprobarlo.En aquel instante supo que no se trataba de una mentira: ¡él la tenía en PAUSA!

El me ama, pensó la señora Manresa, me ama de verdad. Y mientras tanto, monseñorCorazón de Vaca pedía disculpas a Javier por su brusquedad y le explicaba que noparecía poseer el tipo de sensibilidad ética apropiado para convertirse al cristianismo.Para ser recibido en el seno de la Iglesia había que mostrar algo más que fascinación porla simetría bilateral. Era esencial tener un cierto concepto del pecado original, conceptodel que Javier, por propia confesión, carecía por entero. Tal vez, sugirió monseñor, lasbolsas de gas no estuvieran sometidas al pecado original, pero por la forma en que lo dijose adivinaba que se trataba de una mera cortesía por su parte.

Javier se tomó el rechazo con evidente buen humor, aunque pareció desear proseguir yconcluir su segunda narración de la fábula del zorro de ocho patas, después cuatro yfinalmente sólo tres.

Aquella noche, en la habitación de la señora Manresa, en el Hassleer y cuando los dosestaban a solas, Charlatán intentó que Betty se tomara una de las hostias del paquetitoque la monja le había dado en San Pedro.

- ¡Oh, vamos! - la incitó -. Sólo por diversión, mujer.La señora Manresa dijo que estaba muy cansada. Charlatán replicó que ella le debía

esa concesión por haber mantenido en PAUSA su receptor. El sabía que Betty no había

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confiado en su palabra. La señora Manresa dijo que quizá mañana. Charlatán dijo queahora. Al fin Betty se avino a tomar una, sólo una, y así lo hizo.

Conseguido el despegue inicial, Charlatán se puso a decirle cuánto, cuánto la quería yque ahora, amándola tanto, él también necesitaba su confianza. Betty lo creyó todo. Conla cantidad de Fe que había en una hostia se habría creído hasta lo increíble: un misterio,un milagro, un oximoron. Además de creer a Charlatán, confiaba en él e hizo lo que él lehabía pedido que hiciera: desconectó PAUSA.

Charlatán no desconectó su aparato. Fue el triunfo de la Fe. Charlatán le dijo lo muchoque la amaba. Afirmó que Betty era su chica favorita, su diosa, su tontita, su No-va-más.

Betty le creyó. Betty le adoró. Betty le prometió, llena de Fe, que se tomaría otra hostiapor la mañana y Charlatán juró que dejaría su receptor en PAUSA por siempre y siemprey siempre y siempre.

V

La señora Manresa permaneció en la Ciudad Eterna un tiempo que a ella, sometida ala influencia de su dosis diaria de Fe, le pareció de siete eternas semanas. Reportó susinfinitas horas entre su amado, su deidad, su Charlatán, recorriendo en buque de vapor elanaranjado mar de Medea, de flotilla en flotilla, y haciendo el típico recorrido de Roma: elPanteón, el Coliseo, la Capilla Sixtina, San Pedro y el reconstruido Foro-cum-Feria enE.U.R., siempre el mismo itinerario, ya que la audiencia medeana pagaba para eso.Charlatán se había convertido en empresario. Pese a que el divorcio entre la Tierra yMedea había llegado a su fin y el hombre dejó de tener el monopolio de lascomunicaciones entre los dos mundos, la ingenua lucidez de las percepciones de laseñora Manresa hicieron de ella un medio ideal para transmitir esa sensación de maravillay confusión que es la raison d'étre de la arquitectura barroca. A veces la señora Manresaefectuaba un recorrido especial para audiencias católicas, visitando exclusivamenteiglesias. Empezaba en Scala Santa, donde subía de rodillas los peldaños, siguiendodespués Santa Maria d'Ara Coeli, Santa Maria degli Angeli, Santa Maria della Pace ySanta Maria dell'Anima. A continuación, tras de un rápido refrigerio, Santa Maria inCosmédin, para tomar después el autobús de la línea 57 hasta Santa Maria del Popolo, yfinalizando a las 16.00 en punto en Santa Maria Maggiore. La señora Manresa y cada unode los devotos peregrinos de la audiencia medeana recibían una indulgencia plenaria porestas visitas. Con tanta Fe en el sistema y con tal abundancia de visitas piadosas, no esde extrañar que la señora Manresa no tardara mucho en ser una ardiente católica. Sintióespecial devoción por la virgen María, en particular tal como la había representadoPinturicchio en La Adoración de Santa Maria de Popolo, con la que ella misma tenía unnotable parecido (así lo pensaban su auditorio). Esta devoción no dejó de tenerconsecuencias prácticas.

- ¿Sabes una cosa, amor mío? - explicó una vez más a Charlatán durante uno de susapresurados descansos para comer y antes de salir corriendo hacia Santa Maria inCosmedin -. Ahora comprendo lo que antes no comprendía. El destino de una mujer estener hijos y darles su amor. Esa es la realización de una mujer. Su deber sagrado. Estáclaro, ¿no? ¿Ves la lógica que tiene?

- Absolutamente. - Era inútil discutir con alguien drogado por la Fe. Había que estar deacuerdo, simplemente.

- En ese caso, querrás ayudarme, ¿verdad?- Cariño, ya sabes cuánto te amo.La señora Manresa apretó sus adoradores labios contra la pantalla del receptor.- Pero no comprendo por qué en un caso así debo ser yo el que... eh... proporcione...La señora Manresa rió deliciosamente.- ¿De qué otro hombre podría tener yo un hijo, querido tonto?

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- Quizá de tu marido.- Pero si no amo a Howard. Debo tener mi hijo con el hombre al que amo. Con el

hombre que me ama.- Sí, claro. Lo único que pensaba viendo que ahora eres católica.- Oh, en cuanto a eso, monseñor Corazón de Vaca ha dejado muy claro que la Iglesia

no reconoce la validez de un matrimonio con un factótum. Afirmó que mi relación conHoward es, en esencia, un arreglo comercial.

- ¿Y qué es tu relación conmigo?La señora Manresa arrugó la frente en señal de extrañeza. ¿Qué pretendía Charlatán

con aquella pregunta? Ella era su amor, su deidad, su...- Te amo, de verdad - aseguró Charlatán -. Es posible que nadie pueda amarte tanto

como yo. Ya lo sabes.- ¡Oh. sí!- Pero, después de todo, el nuestro ha de ser un amor espiritual, ¿no es cierto?,

teniendo en cuenta que nos separan cincuenta años-luz.- Si, pero trata de transmitir los datos que necesitan los del Centro de Planificación

Familiar... Tengo todos los impresos que necesitas..- Lo sé, lo sé. El problema, querida, es que cuesta bastante obtener el tipo de

información que esos impresos piden, sobre todo aquí en Medea. Como ya te he dichomuchas veces, hemos ido para atrás. No disponemos de tecnología. No es tan sencillocomo ir a una cabina y que te tomen una muestra. Debo ir a la oficina principal delnegociado humano, en Puerto Trasero, y eso me costará una pequeña fortuna.

- Pero, si no me equivoco, iremos a ese sitio. ¿Acaso no voy a dar dos funciones en elTeatro Cívico de Puerto Trasero, la semana que viene?

- Hum.- Y en cuanto al dinero, querido, debes estar ganando mucho. Cueste lo que cueste,

estoy segura de que no me negarás que me realice como mujer.La señora Manresa no necesitó decir gracias a quién estaba amasando tantos

bracques. Ningún alcahuete del Lungotevere podría haber sido más a ciencia cierta cuálera la fuente de ingresos de Charlatán. Al fin, viendo lo sensato y práctico de que sutontita no variara de humor (porque, cuando Betty estaba ansiosa, la calidad de sustransmisiones bajaba en picado), Charlatán aceptó el estúpido plan de la mujer y, nadamás llegar a Puerto Trasero, se dirigió al negociado humano y pidió que le hicieran unanálisis genético. Los resultados del análisis fueron transmitidos por el receptor delnegociado, desde el banco de datos de la institución hasta el Centro de PlanificaciónFamiliar de Roma.

Al principio, la señora Manresa prefirió dejar la mezcla genética en manos del azar,siguiendo la antigua costumbre (exceptuando, eso si, el sexo, puesto que ella deseabadefinitivamente un niño: ¿hay alguna Madonna que no piense igual?); pero después,cuando ya habían transcurrido veintitrés horas, cambió de idea y decidió que los rasgosfísicos más destacados de Charlatán fueran los dominantes. El coste fue superior, peroasí es el amor.

El nacimiento fue simulado una semana después de la concepción. ¿Qué utilidad teníaestar embarazada? Sin embargo, la señora Manresa prometió que aquélla sería la últimavez que se permitiría falsear los ritmos inalterables de la naturaleza. Lo que ella no habíaprevisto era el rudimentario flujo de la percepción infantil. Había programado a su NiñoJesús - en los archivos del Centro de Planificación familiar constaba como Robin, peropara su madre siempre sería el Niño Jesús - para que naciera y creciera en Medea. Así, laúnica comunicación entre la señora Manresa y el niño sería a través del receptor, tal comohabía ocurrido con Charlatán. Al fin y al cabo, si él jamás podía ser otra cosa que unaimagen en la pantalla, tener al niño como si estuviera en un receptor, y no en la pantalla

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de un simulador ordinario, aumentaría la sensación de realidad. Tal había sido la teoría dela señora Manresa.

En la práctica, por desgracia, Niño Jesús apareció como un punto de color rosa que seexpandía. Los bebés simulados poseían autoconceptos tan oscuros y difusos como los delos niños biológicos, reales. El primer año, poco más o menos, de hasta la más santamaternidad es únicamente la suma de cientos de horas de caricias, abrazos, dar demamar, ayudar a eructar, mecer y cambiar los pañales. La totalidad de estas atencionesvitales fueron proporcionadas adecuadamente a Niño Jesús, pero sólo en forma simuladay a través de su madre adoptiva medeana, Octave. Hasta que el niño aprendiera a hablar,poco podía hacer su madre auténtica para relacionarse con él, a no ser algunas muecasmientras el bebé permanecía en su cuna.

Si bien Niño Jesús representó una cierta desilusión, por otra parte la criatura no planteóexcesivas exigencias, todo lo contrario que Charlatán. La señora Manresa, por aquelentonces, tenía que hacer de guía dos veces al día: una por la tarde, para gruposescolares, y otra por la noche, para el público en general.

Para empezar, le resultaba duro, incluso con Fe, mantener el interés en una cosa queella jamás había entendido. San Pedro era un lugar inmenso, no podía negarlo, pero ¿porqué era inmenso? ¿Cómo estaba relacionada su inmensidad con la mayor pero menostangible inmensidad de Dios? Ahora creía en Dios, gracias a su Fe, y en Jesús y en Maríay en todo lo demás, pero al parecer no existía demasiada relación entre sus creencias y loque veía en Roma. La señora Manresa deseaba a menudo poder detenerse un instante yaveriguar por qué, por ejemplo, un grupo de columnas, pilares y cornisas erasupuestamente mucho mejor que otro, aparte el hecho de ser más antiguo o hecho conun tipo de roca especialmente bello, y qué tenía que ver todo esto con amar al prójimo oincluso conocer al prójimo. Empezó a experimentar algo nuevo, una vaga inquietud por suestado inalterado, no evolucionado, un ansia por disponer de un terminal de informaciónsiempre que lo deseara y, ¡zas!, al menos tener respuestas para algunas de sus dudas.

Niño Jesús debía de haber sido para ella un refugio, un refuerzo, pero no era así.Como tampoco lo era Charlatán, qué pena tener que reconocerlo. La señora Manresa

creía en él: no le quedaba otra alternativa. Es decir, creía lo que él le decía que creyera.Que él la amaba, que la necesitaba, que era su amor, su deidad, su No-va-más. Alparecer, Charlatán jamás pensaba en pedirle que le dijera que ella le amaba, etc. Laseñora Manresa lo hacía, claro está, pero, tal vez, no de la manera ardiente que élparecía dar por supuesta. Charlatán era demasiado modesto, o quizá demasiado honestopor naturaleza, como para sacar partido de la Fe de Betty y lograr su apoteosis personal.Seguía siendo el mismo orgulloso fracasado y decadente borrachín del que ella se habíaenamorado al principio, cosa que resultaba mortificante a veces, pero ¿acaso la MadreDolorosa no tenía siete espadas taladrando su corazón? El amor era así y la señoraManresa debía estar agradecida, aunque ello significara, y eso parecía significar, que ellafuera enloqueciendo lentamente como consecuencia.

Monseñor Corazón de Vaca dejó el asunto muy claro cuando, una tarde, se presentóen el hotel de la señora Manresa para oír la confesión de la mujer.

- Su dilema, mi querida señora Manresa, es que le están exigiendo que abrace dossistemas de creencias contradictorios, cada uno de ellos capaz por sí solo de privar deljuicio a una mente más refinada que la suya. El primero es el cristianismo. El segundo,una pasión romántica de características más acusadas de lo usual. Deberá renunciar auna de las dos. Yo le sugiero que me permita llevarme el receptor y que se quede enRoma y se una a cierta orden misionera formada por monjas.

- ¿Y qué haré con Niño Jesús?- Niño Jesús... es decir, su Niño Jesús, no existe. Es una simulación producto de un

computador, una serie de posibilidades estadísticas codificadas en un filamento dealambre.

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- A usted le resulta muy fácil decirlo... ya que no es su madre.- Señora Manresa, piense en lo que acaba de decir.- No puedo evitarlo. Es la Fe, me confunde.- Fe, señora Manresa, es, en último término, un acto del libre albedrío. Nadie la forzó a

tomar la primera hostia. Usted lo hizo porque deseaba creer en ese patán de un planetade tercer orden que la está explotando para sus propios intereses.

- ¿Y qué diferencia existe entre eso y lo que usted me sugiere? Como monja misioneraseguiría ofreciendo visitas a Roma a gente de otros planetas inaccesibles. ¿Verdad quesí?

- Sí, pero lo haría por mayor gloria de Dios.El receptor zumbó. La señora Manresa suspiró.- Ahí está él. Será mejor que nos vistamos. He de estar en el Panteón dentro de un

cuarto de hora.- Lo que usted diga. Absolvo te.- Gracias. - Besó al religioso en la coronilla -. Lo mismo digo.Mucho antes de que la señora Manresa pudiera acabar en un trastorno de tipo

funcional, su adicción se resolvió de la manera más simple. Charlatán cortódefinitivamente la conexión. Ella ya había notado durante varias semanas que sustransmisiones habían producido una insatisfacción creciente entre los miembros de suauditorio. Charlatán la aconsejó una y otra vez que prestara más atención, pero, el fin y alcabo, ¿cuánta atención puede prestarse al mismo montón de piedras destartaladas dosveces diarias, día tras día? Sus dificultades con el circuito de las Santa María no parecíanser tanto producto de la apatía o el cansancio como de un exceso de credulidad. Loscuadros, las estatuas y los techos pintados al fresco no fueron presentados comoantiguas y perfectas obras de arte, sino en su estado real. Para las personas que nocompartían su Fe, los ángeles realistas y los santos de piedra desgastada de la señoraManresa ofrecían un aspecto un poco ridículo. Un aspecto que, finalmente, resultóembarazoso incluso, en especial para ciertos católicos que entraron en contradicción conlas brutales exigencias de su religión. Se corrió la voz y el auditorio de la señora Manresadisminuyó, incluso en las flotillas más aisladas, hasta que las ganancias queproporcionaba el espectáculo dejaron de compensar gastos de viaje de Charlatán. Y enese momento, sin una palabra de agradecimiento o de despedida, Charlatán se fue. Laseñora Manresa lo descubrió un día, a las doce en punto, cuando conectó su receptordispuesta a iniciar la visita del día. Lo normal habría sido que Charlatán la hubiera llamadoantes, pero a veces esperaba a que ella estuviera preparada. Con PAUSA desconectadoen ambos aparatos, el dispositivo sintonizador, del que casi se había olvidado, empezó ahojear las páginas del hiperespacio en busca de alguien nuevo. Antes de que tuvieratiempo de tomar conciencia de lo sucedido, estableció contacto con una valiente ancianaastronauta que se hallaba en algún punto del otro extremo del universo y deseabaexplicar los sueños que había tenido. La señora Manresa la escuchó aturdida, sin prestaratención y luego, cuando el sentimiento de que había sido abandonada tomó realidad ensu interior y comprendió que ninguna dosis de Fe podía cambiar aquello, se echó a llorar.La astronauta se ofendió y cortó la comunicación.

VI

Era el día del trabajador y la señora Manresa había cocido la tradicional hogaza de lafestividad. Allí estaba, dorada y crujiente en el bazar de la cocina automática, esperandoque la rebanaran. La señora Manresa conectó el simulador y apretó el zumbador. Octaverespondió al momento. La señora Manresa había llamado muchas veces al Centro dePlanificación Familiar para sugerir que, en futuros programas. las figuras simuladas dierana veces la impresión de que se retrasaban al responder una llamada o incluso,

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ocasionalmente, que no contestaran. Sería un detalle que daría más realidad, sin lugar aduda. Octave llevaba un alegre delantal que había copiado de uno de la señora Manresa.Estaba adornado con una serie de frituras francesas en vistosa tela de seda, apetitosas alos simulados ojos de Octave. Ambas charlaron un rato. A Octave le gustaba conocer losúltimos indicadores económicos, lo que representaba que la señora Manresa estuviera altanto de las noticias con más asiduidad de la que habría deseado. Después, Octavetrasladó el receptor a otra parte de la habitación y la señora Manresa pudo ver, a travésde los ojos simulados de Octave, a su querido y único hijo. Niño Jesús estaba repantigadoen el suelo junto a una mesita y jugaba esporádicamente con una muñeca moldeada confragmentos de una bolsa de gas desecado. Tenía cuatro años, aunque apenas habíantranscurrido otras tantas semanas desde que la señora Manresa había vuelto a MarshallAvenue y a su rol de ama de casa. En su ansia por tener compañía, no había sido capazde resistir la tentación de acelerar el crecimiento de Niño Jesús. El Centro de PlanificaciónFamiliar le había advertido que el resultado de tal aceleración sería, quizá, unapersonalidad algo insulsa, como atrofiada en el terreno afectivo. Buena parte de la ilusiónde una vida autónoma simulada dependía de la interacción entre programa yprogramador. Confiar por entero en probabilidades normativas, como se hacía en elcrecimiento acelerado, era exponerse a convertir al sujeto simulado en un chico estúpido.Y esta aparente estupidez, a su vez, incitaría al padre-programador a proseguir laaceleración con la esperanza de alcanzar una fase de desarrollo más interesante einteractiva. La señora Manresa había sido atrapada en este círculo vicioso, aunque, comola mayoría de padres desilusionados, tendía a culpar de su error a terceras personas: losdiseñadores del Centro de Programación Familiar, la madre adoptiva o el mismo NiñoJesús. En sus momentos de lucidez reconocía lo injusto de sus afirmaciones, pero inclusouna lucidez moderada es difícil de alcanzar cuando se está deprimido y el individuo sepasa media vida en el animador.

Ahora, pese a todo, la señora Manresa deseaba enmendarse. Durante cuatro tediosashoras después de quitar el polvo, arreglar varias cosas y hacer otras tareasimprescindibles, se había sentado a contemplar la grabación IBM recomendada sobreeducación infantil. Había que observar cinco importantes reglas. Primera: Compartirexperiencias importantes. Tales como, hoy, la hogaza del día del trabajador. La señoraManresa dispuso por adelantado que Octave cociera una hogaza usando la misma receta.Y allí estaba, en la mesa, delante de Niño Jesús, la imitación de la auténtica hogaza depan. El comería un poco, ella comería un poco, y sus sensaciones (el crujido de lacorteza, el sabor) serían idénticas. No había nada como las comidas compartidas,afirmaban los expertos de IBM, para superar la desconfianza inicial en la existencia deotras personas. Por eso mismo, aunque resultara tan desagradable observar a otra gentemientras masticaba la comida, casi todos los sistemas religiosos aconsejaban a susmiembros que comieran juntos, en especial si pertenecían al mismo grupo de parentesco.Niño Jesús, sin embargo, tenía un apetito remilgado e impredecible y aquél,precisamente, fue un día de especial obstinación. Ningún engaño o súplica sirvió para quetocara un solo trozo de la hogaza del día del trabajador. Octave untó el pan con gruesascantidades del sucedáneo favorito del niño, pero éste continuó negándose. Niño Jesúsacabó cogiendo un berrinche. La señora Manresa aguantó la situación hasta que no pudomás y después desconectó el aparato. Avanzó la simulación un día de calendario y probóde nuevo. En esta ocasión fue Niño Jesús quien contestó. Allí estaba, en la cubiertaexterior de la casa flotante: un tosco garabato de un maniquí con un enorme borrón rojo,el cuerpo, al que estaban unidas cuatro cerillas, las extremidades, y una mancha rosamás pequeña, la cabeza. El autoconcepto de un niño de dos años, según la cassette deIBM. A su espalda, el mar anaranjado y el disco rojo de Argo, que fulguraba en el cielovioleta, parecían cubiertos por un tenue cuadriculado: el efecto, podía suponerse, de laprecoz afición del niño por el ajedrez. Cuando la señora Manresa había estado

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colaborando con el Centro de Planificación para hacer el programa de su hijo, la únicacosa clara y característica que logró recordar de Octave fue que a ella le gustaba jugar alajedrez. Ahora, cuando ella preguntó a Niño Jesús qué le gustaría hacer, la respuestacómo no, fue que quería jugar al ajedrez.

Dispusieron las piezas en los tableros. Las piezas de Niño Jesús se presentaron conclaridad esquemática. Si. con más claridad que las piezas reales de plástico del tablero dela señora Manresa, a menos que ella forzara la vista. Mientras jugaban, la señoraManresa trató de llevar la conversación por los cauces recomendados por IBM; con objetode que Niño Jesús prestara más atención a las formas y colores del mundo que lerodeaba que a las formas y colores incorporadas en el tablero y piezas de ajedrez.

- ¡Oh, mira! ¡Qué extraño! ¿Ves esos dos puntos? - preguntó la señora Manresa,refiriéndose a Phrixus y Helle, el sol doble del sistema de Colchis.

- ¿Qué dos puntos? - inquirió a su vez Niño Jesús, sin levantar la vista del tablero, tanabstraído estaba.

- Allí en el cielo, junto al ventilador de Kingsley. - (Ella había visto la misma escena através de los ojos de Octave y sabía, por tanto, que cierta protuberancia marrón era unventilador situado en el techo de una barcaza vecina.)

- No lo sé. - Avanzó la reina y capturó el peón de alfil de rey de su madre -. Jaque.Con un suspiro de desaliento, la señora Manresa desconectó el simulador. Muy bonito,

pensó amargamente, que los de IBM hablaran de buenos propósitos y mucha relación.Ellos no tenían que vivir con un cretino emocional. Ellos no tenían que mirar esos dos ojosvacíos y el inflexible signo menos de una boca y decir para si: ésta es mi razón de vivir,esto es lo que queda de mi amor. Una semana más tarde, después de un ataque deimpaciencia y resentimiento que la había llevado a avanzar a Niño Jesús dos años másen su futuro subjetivo sin que se hubiera efectuado la más mínima mejora en suautoconcepto, la señora Manresa hojeó las páginas comerciales del listín telefónico yencontró el número de la Escuela Bellamy para Niños Imaginarios. Como tantas otraspersonas relacionadas con una ocupación conceptual, la señora Bellamy insistió en que laseñora Manresa acudiera en persona a su lugar de trabajo. La Escuela para NiñosImaginarios era una especie de minúscula tienda interior en el segundo piso de la Oficinade Servicios Psicológicos en Wabasha Avenue. Una amplificación fotográfica de dospáginas de un viejo abecedario cubría la única vidriera y evitaba que los transeúntescuriosearan. Creyendo que debía mostrar interés por la ampliación, la señora Manresaapretó el botón de lectura situado junto a la vidriera. Un altavoz oculto leyó el texto convoz estridente y cascada:

A es un Árbol. como todo el mundo sabe.Pero B es... ¿Qué os imagináis?¿Una Biblia? ¿Un Barbero? ¿Un Banquete? ¿Un Banco?No, B es este Barco, la noche en que se hundió.C es su Capitán y D es...Pero, primero, dejadme que os cuente un cuento.

- ¿Puedo ayudarla en algo? - preguntó una mujer entrada en años y ligeramentemodificada (su permanente grisácea no acababa de ocultar la cavidad de la base de sucuello) que había salido de la tienda.

El botón de lectura debía haberla alertado. La señora Manresa explicó que ella era laseñora Manresa.

- ¡Oh. sí! Entre. Confío en que habrá venido con el niño.La señora Manresa siguió a la señora Bellamy y se encontró en un cubículo dispuesto

igual que un aula de una película antigua, con pizarras, banderas de adorno y cuatro filasde graciosos pupitres de apenas medio metro de altura. En la parte interna del gigantesco

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abecedario de la vidriera de la tienda se hallaban colgados diversos cuadros pintados conlos dedos, todos genuinos, agrupados en tranquilizadores pares de brumosos o psicóticos«Antes» e inventivos pero serenos «Después». Si la escuela, pensó la señora Manresa,pudiera mejorar a su hijo de un modo tan espectacular...

- Este es... - saco de su bolso la bobina y la entregó a la señora Bellamy -. Este es NiñoJesús.

La señora Bellamy miró la etiqueta de la bobina.- ¿Del Centro de Planificación Familiar? Debo decir que estoy sorprendida. Sus

programas raramente precisan asistencia del tipo que ofrecemos aquí.- La culpa es mía, me temo. Le hice crecer demasiado aprisa. Se ha vuelto... solitario.

Además, su autoconcepto es muy pobre para la edad que tiene.- ¿Qué edad...? - preguntó la señora Bellamy.- Acaba de cumplir seis años.- ¡Santo cielo! - Comprobó la fecha de la bobina -. Ha sido muy impaciente. De todas

formas, seis años es una buena edad para entrar en la escuela y la influencia de otrosniños programados independientemente puede obrar maravillas. Ahora... ¿me permitehacerle unas cuantas preguntas?

- Por supuesto.La señora Bellamy se encaró con la pizarra, cogió un trozo de tiza y escribió el número

1.- Primero, ¿cuál es su profesión?- Ama de casa.- ¡Vaya! Siempre quise ser ama de casa cuando era niña, pero... - Sonrió con aire de

mártir -. Supongo que no estaba hecha para eso. - Escribió un 2 en la pizarra -. ¿Laprofesión de su marido?

- Normalmente es coagulante de salida de datos en Honeywell, pero ha estado devacaciones la mayor parte del año, haciendo cajas de música. Por eso dispusimos detiempo, en sus bancos suplementarios de memoria para programar el niño.

- ¿Es el primer hijo que han tenido ustedes?- Oh, Niño Jesús no es hijo de Howard.- ¿No? - La señora Bellamy borró a toda prisa el 2 de la pizarra y tomó asiento en el

suelo.La señora Manresa se sentó junto a ella y le contó toda la historia: cómo había

conocido a Charlatán, cómo se había enamorado de él, cómo había ido a Roma y, pormero accidente, se había convertido al catolicismo, cómo había nacido Niño Jesús, cómoCharlatán la había abandonado y luego, en simulación, cómo había abandonado tambiéna su propio hijo.

- Y ya puede comprender por qué Niño Jesús es tan importante para mí - concluyó laseñora Manresa -. Es todo lo que tengo.

- Si, entiendo. ¿Puedo preguntarle, y por favor, no se ofenda, si ha pensado alguna vezen volver a concebir y empezar de nuevo? Una nueva mezcla genética puedeproporcionar resultados asombrosos y, además, resultaría mucho más económico quematricular al niño en la escuela. Hay que preparar una cinta distinta para cada uno de suscompañeros de clase. Y todas las cintas, igual que la de su hijo, deben estar de acuerdocon la totalidad de datos actualmente accesibles sobre el mundo en que el niño estácreciendo.

- Comprendo que será caro, pero si yo retrocediera y partiera de cero sería algo asícomo asesinar a mi hijo. Además, tal como dicen los de IBM, me expongo a repetir una yotra vez los mismos errores. La mayoría de padres lo hacen.

- Cierto. Muy cierto.- Estoy convencida de que a él le hace falta, más que nada, conocer a otros niños.

Niños con otros antecedentes. Niños con los que pueda jugar.

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- Sin duda alguna - dijo la señora Bellamy, aunque sin demasiada convicción -. Unaúltima pregunta: ¿Comprende su hijo...? No sé cómo plantearlo... - Colocó el pelo en sulugar, sobre la cavidad del cuello - ¿Comprende su hijo... las verdades de la vida?

- Tanto como cualquier otro niño de seis años, supongo. No es tonto. Sólo...desconfiado.

- Adonde pretendo llegar, señora Manresa, es que muchos niños imaginarios quecrecen en planetas distantes de la Tierra sufren una gran conmoción cuando comprendenque a sus padres les ha sido imposible encontrarse y, en el sentido bíblico, conocerse.

- ¡Oh, eso no es problema para Niño Jesús! Soy un clon, ¿sabe? Óvulos con mi mismogenotipo se hallan disponibles para trasplante en todas las oficinas del negociadohumano. La única cosa que ha de saber cualquier persona que desee tener un hijoconmigo, es mi nombre.

- ¿Y su hijo lo comprende?- Sí, claro.- Excelente. En ese caso, sólo queda por tratar qué clase de compañeros le gustaría

que tuviera Niño Jesús. Y, de paso, le sugiero que su hijo adopte un nombre más vulgarcuando inicie el curso. Los niños pueden ser irónicos sin piedad. Y, por último, le mostraréla lista de precios.

VII

La bobina le fue enviada por la Escuela para Niños Imaginarios al cabo de cuatrosemanas. En esas cuatro semanas, Niño Jesús pasó siete meses, subjetivamente, en laAcademia Militar de Puerto Trasero. Con una plegaria a su Madonna favorita dePinturicchio, y no sin antes cruzar los dedos para tener buena suerte, la señora Manresatragó una de las últimas hostias de Fe, que le quedaban, introdujo la bobina en elsimulador y esperó (apenas una décima de segundo) a que respondiera Niño Jesús.

Una sola mirada bastó para ver el enorme cambio producido por la escuela en elautoconcepto del muchacho. Ya no se asemejaba una mancha de pintura hecha con losdedos. Cada extremidad, cada dedo, cada rasgo de su semblante estaba delineado conmarcadas líneas negras, y todas las áreas así delimitadas se encontraban pintadas debrillantes y agradables colores. Era exactamente el tipo de autoconcepto que, según lacassette. podía esperarse de un niño de seis años.

- Cariño - dijo la señora Manresa, sintiendo la deliciosa presión de unas lágrimas defelicidad.

- Ah, eres tú - contestó Niño Jesús.- Sí, claro, cariño. ¿Quién pensabas que sería? ¡Oh, precioso, estoy tan contenta de

verte...! Se me ha hecho tan larga la espera... ¿Te gustó la escuela? ¿Fuiste feliz?¿Hiciste muchos amigos?

- Supongo que si.- Tienes un aspecto tan bueno, cariño... Ojalá pudiera estar a tu lado. Te cogería y te

daría un abrazo enorme, enorme...- ¿Ah, sí?- Sí. Y luego te llevaría al mejor restaurante de Medea y celebraríamos alegremente tu

vuelta a casa. Tú y yo, nadie más. ¿Te gustaría?Niño Jesús negó con la cabeza.La señora Manresa sonrió. La escuela, al fin y al cabo, no había cambiado tanto al niño

como para que resultara irreconocible.- ¿Qué te gustaría, entonces?- No se me ocurre nada - contestó él, al tiempo que se encogía de hombros.- ¿Te ocurre algo?Niño Jesús miró fríamente a su madre.

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- Si te ocurre algo, ¿no crees que deberías hablarme de ello? A lo mejor puedoayudarte.

- No. - Agitó la cabeza con mayor énfasis -. No puedes.- ¿Ha sucedido algo en la academia?- ¿La academia? - repitió en son de mofa -. ¿Qué academia?La señora Manresa eludió la pregunta con una sonrisa defensiva.- No existe ninguna academia. No existe. Yo no existo. Nada existe. Excepto tú, quizá.

Y creo que tú tampoco existes. Espero que no.- Oh, Niño Jesús, cariño... ¿Quién te ha contado esas cosas?- Todos los niños que conocí lo sabían, todos. Y es verdad, ¿no? Sólo somos un

montón de cintas que giran dentro de un viejo computador. ¿No somos eso? ¿No somoseso?

- ¡No! No, tú eres mi hijo. Y lo sabes.- Y por eso se fue mi padre. Porque él sabía que no era otra cosa más que eso. Era

adulto, así que no tardó mucho en darse cuenta.- ¿Dónde está Octave, Niño Jesús? Me gustaría hablar con ella un momento.- Ella tampoco existe.- ¿Por qué no dejamos que Octave lo decida por si misma? ¿Dónde está?- ¿Quieres verla? - Niño Jesús hizo rodar el simulado receptor (su imagen osciló de

modo realista) y lo introdujo en la simulada casa flotante. Octave yacía en el suelo en uncírculo perfecto de brillante sangre roja.

- La has matado. Cualquiera que conociese a Octave, incluso a la Octave simulada,hubiera sabido que no tenía el valor necesario para suicidarse.

- Ella misma me pidió que lo hiciera. - Niño Jesús señaló un cuchillo de pan que estabaen la mesa de la cocina, manchado de sangre -. Con eso. Cuando hablé con ella me dijoque ya lo sabía, que era igual que yo. Sabía que no era real.

- Pero Octave era real, como tú. Como todas las cosas. Mira a tu alrededor. Toca lataza de la mesa.

- Tócala tú.La señora Manresa desconectó el simulador. La Fe estaba causando daños terribles a

su sistema. Creía en Niño Jesús. Sabia que era real. Disponía de la evidencia de sussentidos y el testimonio de su corazón. Al mismo tiempo, sabía que únicamente era unasimulación.

Avanzó la cinta cuatro horas y luego, considerando que ese periodo era insuficiente,otras cuatro más. Nadie respondió a su llamada.

Había sido derrotada. Con una última mirada pesarosa a los puntos blancos quefluctuaban en la pantalla del simulador, la señora Manresa inmovilizó el teclado en laposición TODO y pulsó BORRADO... Asesinó a Niño Jesús con la presión de la yema deun dedo.

CYRION EN BRONCETanith Lee

Más cerca del cielo que los árboles, la torre se elevaba en el manto verde del oasis.Bajo ella una charca en reposo, adelfas, cañas, columnas de palmeras con sus rotascelosías de frondas, que el sol, en su recorrido hacia el oeste, había desgarrado condiminutos dardos rojizos. Más allá, en todas direcciones, las secas dunas del desierto,teñidas de cobre en sus laderas occidentales.

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El individuo de la torre no miraba esto. Contemplaba un cristal montado sobre una basede bronce. El cristal le mostraba una zona de desierto a casi dos kilómetros de distanciadel oasis. Otro hombre caminaba en la desnuda arena, avanzando hacia el Oeste en lamisma dirección que el día. Hacia la torre.

El viajero era joven, alto y esbelto y vestía la indumentaria amplía y negra de losnómadas. Una espada envainada en una funda de cuero rojo descansaba en un costado.Pero el sol encendía su cabello rubio y su maravilloso rostro, provocando preocupación enel vigilante de la torre. Del desierto radiante, bello y terrible, habían surgido profetas.Profetas y demonios.

Algo se agitó debajo de la torre, cerca de la puerta atrancada con cerrojos. Juved, elvigilante, no se preocupó por ello, ya que había visto a menudo aquella agitación yconocía bien su naturaleza.

Dentro de poco el joven llegaría al oasis y la agitación aumentaría. Habría unareacción, un grito de sorpresa. El acero surgiría de la vaina roja, reflejando los rojizosrayos del sol. Sangre roja empaparía el polvo. Entonces, por poco tiempo, Juved tendríapaz.

La última charca había sido envenenada, contaminada con sal. Los actos devandalismo contra la escasa hospitalidad del desierto eran raros. Pocos hombres seríancapaces de un crimen tan rastrero. Entre los nómadas, el castigo por una acción tal erasevero.

Cyrion, tras encontrar el agua contaminada, había hecho la correspondiente señal deaviso y había proseguido su camino. Ciertas dotes desarrolladas entre los moradores deldesierto le permitieron localizar un segundo oasis, aunque con el amargo sabor de la salen su boca y una mirada que quizá fuera de ira tras sus largas pestañas. Era su segundodía sin agua, la materia que le mantenía alejado de la muerte.

Al llegar al segundo oasis se detuvo al borde de las adelfas para escudriñarrápidamente el paisaje. Vio el agua, los árboles, la torre. Si pasó algo por alto, no era algoevidente.

Se acercó a la orilla de la pequeña charca, se arrodilló e inclinó la cabeza, tomando elagua con la mano izquierda, repleta de anillos.

A sus espaldas se produjo una agitación entre los troncos de las palmeras.Algo enorme de un extraño color desvaído apareció en un abrir y cerrar de ojos.Cyrion siguió bebiendo. Hubiera sido difícil asegurar que los movimientos de su mano

eran más ligeros o que su posición se había alterado un poco.Una sombra se extendió sobre la charca. En un instante, Cyrion se encontró a dos

metros del sitio donde se había arrodillado, y algo cayó justamente en ese punto. Al noalcanzar a Cyrion, la criatura bramó de cólera, se irguió y corrió velozmente hacia elhombre que había intentado apresar con sus inmensas pálidas manos cuyas puntiagudasuñas median más de diez centímetros.

Cyrion permaneció inmóvil empuñando casi con delicadeza la espada desenvainada.Su rostro delató una moderada sorpresa ante lo que tenía delante: un ser, probablemente,forjado en el infierno.

En cierta forma se asemejaba a un hombre, salvo que era demasiado alto, dos metrosy medio o quizá más, y demasiado enjuto para mantenerse en pie, cosa que sin embargolograba perfectamente. Era de un horrible color blanco desvaído, su palidez resultabaextraña en un escenario como aquél, bajo un sol tan ardiente. Cabellos blanquecinosondeaban en su cráneo como una bandera. Sus ojos - porque tenía ojos - centelleabancon una obstinada avidez de sangre. No iba armado, aparte de sus garras, que eran armasuficiente.

Después de una pausa, como si esperara asustar al adversario con su presencia, lacriatura arremetió de nuevo contra Cyrion.

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Y Cyrion, por segunda vez, no se hallaba ya en el punto de impacto. La fiera atrapó, encambio, una palmera y lanzó otro alarido de furia. La bellísima espada destelló y ejecutóun golpe que debería haber partido en dos al monstruo. Pero la espada resbaló sobre lacarne blanquecina sin encontrar tejido o hueso, sin hacer manar icor alguno, sin producirheridas.

Cyrion huyó presa del horror.Garras negras rasgaron el aire a un dedo del cuello de Cyrion. Por segunda vez la

espada brilló y golpeó con violencia, ahora en el estómago del monstruo, y se retiró sinmanchas de sangre y dejando la carne intacta. De cerca, desnuda y amenazadora, sepodía ver que la bestia no tenía ombligo, mientras que en sus pelados lomos había otrasomisiones. En la cabeza, los labios parecían cóncavos, la nariz estaba abollada de modosimilar y sus ventanas sobresalían, y los feroces ojos eran como pozos. Una caricaturainvertida de un hombre... Incluso las garras se curvaban al revés, hacia fuera en lugar dehacia dentro.

Cyrion abandonó su posición una vez más, pero en esta ocasión los garfios rasgaronsu manga y la espada. Resbalando sobre una muñeca impenetrable, alcanzó uno de losgarfios produciendo un ruido extraño. El monstruo chilló y saltó bruscamente hacia atrás.

Imitándole, Cyrion dio media vuelta y corrió. Cuando la bestia, recuperada, se lanzó ensu persecución, Cyrion se volvió súbitamente y descargó la espada como si fuera unlátigo, buscando las dos decantes manos inhumanas, en un solo movimiento de torsión.El ruido que produjo fue de acero guadañado. Saltaron escamas negras en la atmósferarosada, seguidas por diez caudalosos chorros de un líquido blanco y viscoso.

Aullando agónicamente, la fiera cayó sobre sus extrañas rodillas con la cabezacolgando. A sólo metro y medio de la tierra, ondeó su mechón y entonces se hizovulnerable. Cyrion asió el cabello con la mano izquierda y lo cortó con la espada. Al igualque las uñas, el cabello «sangró» en abundancia.

Estremeciéndose y gimiendo, la criatura se desplomó pesadamente al borde de lacharca, entre las cañas. Su icor blanco manchó la arena. El monstruo se retorcíadiabólicamente, como si entrara en coma antes de morir.

Los gemidos fueron apagándose, pero se oyó un nuevo alarido, esta vez procedente dela torre.

Cyrion escuchó el estruendo de cerrojos y barras abriéndose y, de pronto, un hombrese precipitó hacia el agua tambaleándose. De corta estatura, rechoncho, piel oscura ycabello negro, el recién llegado iba vestido con una ropa sujeta con escarabajos ysimilares artilugios taumatúrgicos.

- Extranjero - dijo a Cyrion -, has realizado una hazaña imposible.Cyrion limpió su espada en las cañas.- Eres muy amable - respondió modestamente.- Comprendo tu mofa - afirmó el hombre de la torre -. Pero ¿cómo has descubierto el

punto débil del monstruo?- Era evidente que se trataba de la inversión de un hombre. Las partes vulnerables de

un hombre resultaban impenetrables en la fiera. Por tanto, las partes del hombre quepueden ser cortadas sin daño, las uñas y el cabello, eran fatídicas para esta criatura. Estáagonizando, pero aún no ha muerto.

- Tienes razón. Me has prestado un gran servicio. Durante tres años, ese ser vil me hacercado en esta torre. No soy hombre de armas, sino un filósofo. He rogado a Dios paraque enviara hombres como tú. Me llamo Juved. Entra en mi refugio, por favor. Compartemi comida. Permíteme que te muestre los tesoros que he acumulado. Elige lo quequieras. Estoy en deuda contigo.

Juved condujo a Cyrion a una espaciosa sala que se abría en lo alto de una escalerade piedra.

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Había instrumentos de magia, por todas partes, cráneos lustrados y cartas estelares.Una gran ventana orientada al este permitía la observación del cielo y también había uncristal de clarividencia montado en bronce. Otros aparatos yacían en arcas, en estantessobre una mesa. Una segunda mesa contenía fiambres, dulces, frutas, una jarra de vino,copas plateadas y áureos recipientes de especias. En la pared sur, una puertaentreabierta dejaba ver un sombrío dormitorio y los fulgores dispersos de objetos vagos.

Juved parecía fatigado, bien a causa de la excitación o por haber bajado y subido lasescaleras. Casi se derrumbó en una silla tallada e hizo señas a Cyrion para que seaproximara a la comida y al vino.

- Estoy impresionado por tu banquete - dijo Cyrion -. ¿Dices que has estado tres añosprisionero aquí?

- Apreciado amigo, no estoy fanfarroneando. Soy mago. Puedo tener estas cosas. Loúnico que escapaba a mi poder era ese ser espantoso que está fuera.

Cyrion comió un poco de pan y un poco de carne y examinó las especias: jengibre,nuez moscada, pimienta, sal y canela. Después cogió la jarra de vino.

- Para mí también, por favor - dijo Juved entonces -. Estoy exhausto, mi querido amigo,y debo recuperarme. - Cyrion sirvió una copa de vino y la pasó a su anfitrión. La mano deJuved tembló al cogerla y el mago rió humildemente -. Disculpa mi debilidad. Echa unvistazo a la habitación contigua y elige lo que desees.

Cyrion abrió de par en par la puerta entornada. Había un lecho. El resto de la cámaracontenía misteriosas estatuillas, talismanes, figurillas de animales y placas impresas.Todo era de materiales preciosos: oro y plata, ónice, marfil y jade. Pero apoyado en lapared y casi oculto por la puerta, un fino óvalo colgaba de un gancho. Brillaba débilmentepese a que el óvalo había sido tapado con una gasa negra que, curiosamente se soltó delgancho y cayó al suelo cuando Cyrion se volvió para contemplarlo.

Quedó al descubierto un espejo de bronce, perfectamente pulimentado, que reflejó aCyrion con la misma perfección y casi con la misma claridad que un espejo de vidrio.

- Así que has descubierto el espejo de Zilumi - dijo Juved.La voz del mago fue más vigorosa. Rebosaba de alegría. No veía el espejo de la otra

habitación, pero veía en cambio a Cyrion y por ello podía, al parecer, apreciar el interésde su invitado por la pared este:

- ¿No es hermoso? - preguntó Juved.- Los nómadas tienen un dicho. Es difícil ver a través de un velo.Juved pareció intranquilizarse.- ¿Acaso no ha caído el velo del espejo? Siempre cae cuando alguien entra ahí...

debido a una corriente de aire, sin duda.- El velo ha caído - aclaró Cyrion. Permanecía ante su imagen y daba la impresión de

que reflexionaba o satisfacía su vanidad; pero se había puesto extrañamente pálido.- Seguro que recuerdas la historia de Zilumi - dijo Juved, de nuevo jovial -. El padrastro

de Zilumi, el rey Hraud, tenía encarcelado al profeta Hokannen en sus mazmorras yZilumi, que le había visto, quedó prendada de él. Ella era hechicera y, en parte, diabólica.Tenía los ojos dorados y su cabello era del mismo color que el espejo de bronce. Hraud ladeseaba y, una noche, le rogó que bailara para él ciertas danzas eróticas que losdemonios habían enseñado a la hechicera. Embriagado por el vino, el rey le prometiójoyas y riquezas si bailaba aquellas danzas y, cada vez más beodo y lujurioso conformeella se obstinaba en negarse, acabó jurando, en nombre de Dios y ante toda su corte, quea cambio de una sola danza entregaría a Zilumi cualquier cosa que ella le pidiera. Zilumiaceptó. Su danza fue tal que, según dicen, las velas apagadas se encendieron solas.Acabado el baile, Zilumi recordó al rey su promesa. Hraud se echó a reír y preguntó quédeseaba.

» - Dame la cabeza de Hokannen - dijo Zilumi.

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» Hraud se sobresaltó y quedó horrorizado, puesto que, a pesar de haber encarceladoal profeta y de tenerle pudriéndose en las mazmorras, temía matarle. Pero Zilumi insistió.

» - Has hecho un juramento ante Dios y ante tu corte.» Entonces Hraud hizo otros ofrecimientos: cofres de oro... hasta su propio reino... Pero

Zilumi se mostró inflexible.» - La cabeza de Hokannen y sólo eso.» Por fin, sudando copiosamente, Hraud accedió y se dispuso a llamar al verdugo. Pero

Zilumi volvió a tomar la palabra.» - Está claro que si me ofreces su cabeza me haces entrega de su vida.» Hraud, presa del remordimiento, asintió.» - En ese caso - dijo Zilumi -, ya que me has otorgado la vida de Hokannen, no haré

que lo maten, sino que le dejen en libertad.» Así engañado, Hraud tuvo que resignarse. El profeta fue puesto en libertad y Zilumi,

renunciando a su vida suntuosa y de brujería, acompañó a Hokannen al desierto. Allí,para demostrarle lo sincero de su actitud, Zilumi se cortó el pelo y abandonó en la arenasus elegantes ropas, e incluso se deshizo de sus instrumentos mágicos, entre ellos, esteespejo que le había permitido hacer los encantamientos más terribles.

Cyrion no se había movido.- Conozco la fábula - dijo -. Mucha gente afirma poseer restos de las pertenencias de

Zilumi.- Pero este espejo... - dijo Juved en voz baja -. Este espejo te demostrará que es un

objeto de maldad.El vigilante de la torre, que se había recuperado lo bastante como para cruzar la puerta,

tomó por el brazo a Cyrion, le hizo salir del dormitorio y le llevó a la habitación principal.- Mi apuesto guerrero, ¿no has sentido cómo te absorbía el alma?- ¿Por qué supones que tengo alma? - replicó despreocupadamente Cyrion, que ya

había recuperado el color.Un atisbo de recelo alteró la sonrisa de Juved.- Me disgusta destruirte de este modo - dijo el mago -. Pero el egoísmo ha triunfado.

Deseo vivir. Y aunque me desagrada acabar con tu vida, lo que debe hacerse, debehacerse. Los conocimientos mágicos que puedo proporcionar al mundo serán unacompensación suficiente a la pérdida de tu efímera belleza y tus habilidades. Dios meperdonará.

Juved se mostró enérgico. Su beatífica sonrisa reflejaba regocijo.- Te he contado una historia - continuó el mago -. la de Zilumi, Hraud y Hokannen.

¿Debo contarte también la de Juved y el espejo?Cyrion se acercó a la ventana. Resultaba difícil adivinar sus pensamientos, pero miró a

través de ella como si algo invisible o una voz imperceptible, le hubieran llamado desde eloasis. En aquel momento el cielo oriental brilló como un topacio envuelto en llamas. Algose ocultaba entre los árboles bañados por el sol, cerca del agua que el ocaso había teñidode rojo. Un ser diminuto, indefinido, imperceptible. ¿Una sombra? ¿Una sombra blanca?El lugar donde el monstruo había yacido en su coma mortal... estaba vacío.

- Conseguí el espejo de bronce de Zilumi, no importa cómo - dijo Juved -, para utilizarloen determinados experimentos de magia. Era muy ligero, extraordinariamente ligero, y sinuna sola imperfección, como habrás podido comprobar. Pero, por desgracia, tenía unterrible dispositivo de seguridad, quizá colocado por la princesa hechicera en su época debruja, del que sólo ella podía beneficiarse en virtud de sus poderes. Desde aquella épocahabía estado sepultado en un ataúd del que sólo feroces conjuros podían liberarlo. Yo loconseguí y fui el primer hombre que miró el bronce. Al instante sentí un desmayo, como sitiraran de mi espíritu, de mi alma o de cierto elemento intrínseco semejante, como si mearrancaran despiadadamente una parte de mi organismo. Cuando disminuyó la tensión,investigué la causa con frenética actividad. Esta torre, a la que había venido en busca de

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retiro durante mis experimentos, ya estaba investida de propiedades talismánicas por mipropia voluntad. No podía existir ningún peligro entre sus paredes. Pero, espiando por laventana, avisté... Adivina qué avisté, apuesto guerrero.

- Ni en sueños sería capaz de hacer adivinaciones - dijo cortésmente Cyrion. Sus ojosseguían clavados en el oasis.

- Tal vez seas un sabio - replicó Juved -. Te revelaré lo que vi. Era un ser de aspectovagamente humano, de dos metros y medio de altura, tan pálido como el acero fundido ydotado de garras negras... Estaba al acecho. Rugía y babeaba. El espejo, ¿comprendes?,arrancó algo de mí, lo utilizó contra mí, lo invirtió y creó el opuesto exacto de mi persona:gigantesco y delgado, porque yo soy bajo y regordete, blanquecino, debido al coloroliváceo de mi piel, primitivo, bárbaro y feroz porque yo soy tímido y cortés.

»Pero no soy un necio. Atranqué las puertas de la torre como precaución y, estudiandomis pergaminos y papiros, descubrí la naturaleza exacta de la criatura. Así supe que suanhelo principal era matarme y beberse mi sangre, y que, después de mi muerte, lacriatura se esfumaría y dejaría de existir. Sabía que yo no podía, aunque tuviera el corajenecesario, atacar y matar a la fiera, porque si ella moría; suponiendo que yo descubrieraun punto débil para hacerla vulnerable, también yo perecería. Estábamos unidos en elespíritu aunque fuéramos opuestos. Para salvarme disponía de dos medios. Decidíadoptar el primero. Debía atraer a otras personas a este lugar usando mi magia. Atraer atantas personas como pudiera. El monstruo se precipitaría sobre estos inocentes, haríauna carnicería con ellos, les dejaría sin sangre y devoraría su carne, órganos y huesos.Cuando saciara su horrible apetito, me dejaría en paz e incluso me permitiría alejarme acierta distancia del oasis, aunque nunca muy lejos de él. Hace poco visité un oasis y locontaminé con sal, cosa que ha sido muy útil para atraer nuevas victimas a esta charca.En cuanto al segundo método, jamás pensé en ensayarlo, en parte porque exigía quehubiera otra persona en la torre y eso significaba una imprudente disminución de susdefensas talismánicas. Además, el monstruo eliminaba a todos los recién llegados. Ni unsolo viajero llegó hasta mi puerta, pese a que yo confiaba en poder invitarles a entrar.

»Y después, querido amigo, llegaste tú. Tú resolviste el problema del punto vulnerabledel monstruo y le pusiste a las puertas de la muerte... una muerte que también habría sidola mía, ya que esa fiera y yo estábamos compartiendo una misma alma. Por eso corrí a tulado, por eso actué como anfitrión, por eso te conduje a la habitación que contiene elespejo de bronce. Porque el segundo método de huidas es éste: si un hombre secontempla ante el espejo después de mi, perderá su alma cambiándola por la mía. Supsíquico será absorbido y el mío liberado. Mi inversión desaparecerá y se realizará la deese otro hombre. ¿Y cómo será en tu caso, extraño héroe? De baja estatura, porque túeres alto; grueso, porque tú eres esbelto; de piel blanca, porque la tuya está curtida por elsol; de cabello negro, porque tú eres rubio; horrible, porque tú eres hermoso. Mira por laventana y dime, ¿no es así?

- Puedes juzgar por ti mismo - dijo Cyrion.- Mi descanso está asegurado, no hay duda. Pero creo que planeas vengarte,

apreciado luchador. Mis planes son mucho más meditados. En primer lugar, tal vez se teocurra que, si fueras capaz de obligarme a mirarme de nuevo en el espejo, se efectuaríauna vez más el intercambio: tu alma quedaría liberada y la mía atrapada. Y no teequivocarías. Pero durante mi estancia en este lugar he descubierto y preparado conjurosen previsión de hechos tan improbables como el que se presentara alguien y destruyera ami opuesto. En caso de que me viera obligado a mirarme en el espejo de bronce porsegunda vez, me bastaría con pronunciar una frase para quedar a salvo delencantamiento. Puedo estar ante el espejo sin miedo alguno, siempre que recite esafrase... o, simplemente, trayéndola a la memoria: mutilar mi lengua no te serviría de nada.Y no hay forma alguna, créeme, de que me obligues a mirarme en el espejo de bronce sinque yo sea consciente de ello. Si el espejo estuviera oculto, camuflado, digamos, tras una

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cortina o un espeso velo, de manera que no pudiera verlo, mi reflexión no brotaría de lasuperficie y la absorción mágica no tendría efecto. Tal vez pienses que eres capaz deeludir mis encantamientos de otra manera: dejándome inconsciente y poniéndome frenteal bronce. Pero tampoco esto te serviría de nada. Dormido o inconsciente, mi psiquis,como la de cualquier hombre, está separada de mi organismo y no seria absorbida por elespejo. En cuanto recuperara la conciencia, pronunciaría o pensaría la frase mágica y elloanularía la influencia del espejo. Así las cosas, te aconsejo que te resignes a tu suerte yque aceptes la muerte.

»No puedes, tal como hice yo, sustituir tu sangre y tu vida por la sangre y la vida deotra persona. Soy la única víctima alternativa. Y a pesar de que quedé indefenso frente ala emanación que el espejo produjo partiendo de mi cuerpo, tengo poderes contra laemanación de otra persona y me he protegido utilizando mi magia y lo que es másimportante, he anulado las defensas talismánicas de la torre, posibilitando así que tuinversión entre y te destruya. Creo que se han perdido inútilmente un número de vidasexcesivo. Tú me has dado la oportunidad de ser libre y tu muerte será la última. Enconsecuencia, cuanto más rápido, mejor. Puedes ofrecerte en sacrificio al monstruo quees tu opuesto o puedes aniquilarle. En cualquier caso, los resultados serán idénticos. Tú yla criatura moriréis. Lo lamento, pero me estoy endureciendo. Consuélate pensando quetu muerte permite sobrevivir a un filósofo magistral.

- Tal honor me resulta abrumador - dijo Cyrion.Una décima de segundo después de pronunciar estas palabras, Cyrion, ligero como

una liebre, había atravesado la puerta y bajaba las escaleras.

El alter ego de Cyrion, nacido del espejo de bronce de Zilumi, esperaba agazapado enla noche que iba haciéndose más densa, con un brillo tétrico como el de un faro.

Era tal como Juved había profetizado.De baja estatura, porque Cyrion era alto; grueso, porque él era esbelto; grotesco,

porque él tenía rasgos delicados; repugnante, porque él tenía buena apariencia. En lacabeza repulsiva, blanca, lechosa, alambres negros, la antítesis del cabello de Cyrion. Ensu zarpa derecha, dedos terroríficamente agarrotados con una sarta de anillos. En lagarra izquierda, una especie de espada, más ancha en la punta que en la base.

El monstruo rió entre dientes, sonrió estúpidamente, provocó. Los raigones que eransus dientes hicieron una mueca y la criatura avanzó hacia Cyrion en la oscuridad comouna luminiscente bola de sangre.

Pero el opuesto, lógicamente, era torpe, porque Cyrion se movía con agilidad;desmañado, porque Cyrion era apuesto.

Con una facilidad asombrosa, Cyrion se hizo a un lado, alargó el brazo, alcanzó losalambres negros y los cortó. El ser se derrumbó y de él brotó una sangre blanca yfosforescente. La espada de acero golpeó dos veces más y las uñas cayeron entre lasadelfas que respiraban la noche. La fiera aulló en su agonía. Cyrion sintió su muerte. Lamuerte de su inversión, que sería la suya propia. Pero no podía decirse que la sintiera,por más que fuera verdad.

Cyrion corrió hacia la torre. Eliminados los talismanes, nada le impedía la entrada. Suspies entraron en contacto con la piedra casi sin ruido y subieron los escalones de tres entres. El gimoteo de la criatura del oasis amortiguaba los ruidos de Cyrion.

Juved no le esperaba. Al menos, no así. Como un relámpago, Cyrion disparó suproyectil en la habitación. El mago quedó boquiabierto durante un instante. Un momentodespués, el pesado cristal de clarividencia, que Cyrion había cogido al pasar, chocócontra la frente de Juved en un golpe terrible.

Juved volvió en sí en medio de un gran malestar, náuseas y confusión. Aunqueconservaba intacto el recuerdo de lo sucedido - el espejo, el truco, Cyrion y el cristal -,

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estos recuerdos quedaban empuñados por su atroz agonía y la asombrosa cantidad desal que, de modo sistemático, había sido frotada contra sus labios, lengua y encías. Sepuso de rodillas torpemente, mientras el asco le hacía abrir la boca y le obligaba aescupir, cogió la copa de vino que había sobre la mesa y bebió ansiosamente, sinpercatarse del gusto de la bebida. Fue un error, pues también el vino había sidoadulterado. El contenido de los recipientes de especias había sido vaciado en la jarra y enla copa. No sólo sal, en esta ocasión, sino también canela y pimienta, nuez moscada yjengibre. Las náuseas aparecieron de nuevo.

Aliviado pero tembloroso, con los ojos inundados y la garganta reseca como un hueso,Juved bajó cautelosamente la escalera de la torre. La venganza infantil de Cyrion ledesconcertó e irritó. Un hombre joven como Cyrion, con su porte singular, que noaceptaba la muerte de buen grado, o que ni siquiera se resignaba a morir... Y aquellabroma cruel de las especias... Juved sintió profundas náuseas y, tambaleándose, recorrióa toda prisa el resto del camino hasta llegar a la fría tranquilidad del oasis bañado por lasestrellas.

La luna asomaba sobre las palmeras, un grabado al aguafuerte tan nítido como elmarfil tallado, inundando el agua de la charca con un resplandor milagroso.

Pese a la jugarreta de Cyrion. Juved había obrado acertadamente y con gran astucia.No habría nada que temer. ¿Qué era un efímero malestar comparado con una muertesalvaje...?

Complacido con su filosofía, Juved se arrodilló junto a la charca e inclinó la cabezasobre el agua. Temeroso, desvió la mirada de las adelfas. Muy pronto, el horrible sermoriría y desaparecería. El cuerpo de Cyrion no estaba allí, un hecho feliz. El guerrerohabía tenido, al menos, la delicadeza de adentrarse en el desierto para morir.

Juved probó el líquido reconfortante y puro de la charca. A pesar de la repentinasensación de estar flotando, producida por su malestar, el mago bebió con gran calma ycreciente complacencia, hasta que una sombra alargada empañó el reflejo la luz de laluna sobre el agua.

Entonces, con un grito de incredulidad, Juved se encogió ante aquella moleimpresionante, pozos llameantes y zarpas desgarrantes, del ser que era su inversión, elmismo que había surgido del espejo la primera vez.

Tumbado un poco más allá de las adelfas, en las dunas oscuras como la noche,Cyrion, inmóvil como la arena, esperó a que la vida fuera volviendo a su cuerpo.

Había hecho muchas cosas en la torre antes de dejarse caer allí. Mientras el monstruoagonizante le arrebataba la vida inevitablemente, Cyrion comprendió que iba a pagar conla muerte aquella victoria. Pero la muerte no es un paso positivo, no es una garantía, noes un honor. Tras esta reflexión quedó inmóvil, con la luna blanca ante sus ojos,esperando extinguirse o continuar viviendo.

Pero la vida es la vida, y trajo con ella su propio bálsamo.No tardó en poder ponerse en pie. Se acercó a la charca, procurando mantenerse

alejado del borde del agua pese a que allí no había nadie, ni rastro del mago ni delmonstruo.

Meticulosamente, Cyrion garabateó en los troncos de las palmeras la señal de aviso deque el agua del oasis estaba contaminada.

A continuación, a la distancia que consideró adecuada, cavó el suelo y lanzó a lacharca gran cantidad de arena y tierra. Fue una tarea aburrida, pero Cyrion no laabandonó hasta que el oasis quedó empantanado y el nivel del suelo más levantado queantes. De este modo, Cyrion había enterrado y hecho desaparecer algo que antes habíaestado simplemente camuflado, algo cuyo poder no pudo ser destruido por el aguadurante la noche. Con la arena había ocultado el espejo de bronce que arrojó a la charcamedia hora antes de que Juved se inclinara sobre ella para beber.

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ARGUMENTO DE PESORobert Grossbach

Acosado por insolubles problemas de economía personal, Arnold Kraft, un enfermizofísico nuclear de edad madura, se vio obligado finalmente a tomarse una estudiadarevancha. Sus colegas de los laboratorios Auerbach se presentaban allí y le encontrabandormido en su escritorio una mañana tras otra, ya que Kraft trabajaba de firme durante lanoche sin tomarse un respiro. Después de la cuarta semana, Rydberg, su inmediatosuperior, decidió que era el momento de tener una charla con él y llamó a Kraft a suoficina.

- ¿Es a causa del divorcio? - preguntó Rydberg en tono comprensivo. La esposa deKraft, de veintitrés años, se había marchado hacia poco tiempo con un repartidor del DailyNews.

- No exactamente - contestó Kraft evasivamente. Nunca había confiado en Rydberg y,además, le resultaba repulsiva la costumbre que tenía su superior de comer manzanascontinuamente.

- ¿Otra vez problemas de salud?- Algo así - trató de escabullirse Kraft -. No exactamente.- ¿Lo de la sangre? - Durante años, Kraft se había referido de manera vaga a una

misteriosa enfermedad circulatoria no del todo curable.- ¿La sangre? - se burló amargamente Kraft -. La sangre es lo de menos. - Respingó

cuando Rydberg mordió una manzana.- Entonces, ¿qué?- No tiene importancia.- No me diga que no tiene importancia. - Rydberg se sonrojó -. Cada día le

encontramos derrumbado sobre su escritorio.- Casi lo he logrado.- ¿El qué? ¿Una tumba? - Rydberg acometió con voracidad la pulpa de la fruta -. Tal

vez le parezca muy romántico recibir una condecoración póstuma, ¿no?- Estoy a punto de concluir el trabajo sobre la hiperdensidad - dijo Kraft, reprimiendo

sus náuseas -. Un par más de sesiones y listo.- De eso, nada. Mire, sus depresiones deben terminar. En términos técnicos, ni siquiera

debería estar a solas en los laboratorios. La póliza de la compañía de seguros no cubre elriesgo de que una persona muera en tales condiciones.

Kraft empezó a comprender el origen de la preocupación de su jefe.- Me lo tomaré con un poco más de calma - mintió, con la esperanza de que Rydberg

mordiera el anzuelo.

Abrió el buzón del correo en el vestíbulo de su bloque de apartamentos. Como siempre,sólo encontró preocupaciones. Ya en casa, examinó los sobres uno por uno. Una carta dePhysics Review: Agradecemos el reciente envío de su trabajo «Supresión de ladescomposición bacilar a temperaturas criogénicas». Por desgracia, nuestros críticos lohan considerado inadecuado para su publicación. Apreciamos su interés por nuestrarevista. Kraft hizo rechinar los dientes y dejó el sobre hecho añicos. Política, pensó. Todopolítica. Los físicos eran como cualquiera: si no formaban parte del club, de la élite, tusideas eran simplemente despreciadas, no eran tenidas en consideración. Laspublicaciones prestigiosas no te publicaban nada, te quedaban solamente las revistasmarginales leídas por otros proscritos y curanderos. En cierta ocasión, Kraft había escrito

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un articulo sobre estabilidad nuclear para una revista nueva y tuvo que soportar que sutrabajo apareciera publicado entre un ensayo titulado Regocijo con ropa de caucho y unreportaje gráfico sobre dispositivos anticonceptivos intrauterinos elaborados a partir dealimentos.

El siguiente sobre... una factura de sesenta y cinco dólares de un laboratorio médico.Análisis sanguíneo de los niveles de renina y aldosterona. Kraft había visitado otro médicoen un intento de solucionar el problema de su presión sanguínea. En una de las visitas latensión arterial había sido muy alta, en otra muy baja.

- Puedo tratarle por una cosa o por la otra - había dicho el antiguo médico de Kraft -.Pero lo que usted tiene me desconcierta por completo.

El nuevo doctor era más tranquilo, aunque dado a enigmáticas sonrisas.- Personalmente, me gustaría hospitalizarle - había dicho el doctor Stavros en la última

visita de Kraft.- Nada de hospitales - había replicado Kraft.- Bien, en ese caso, ¿qué me dice de los ultrasonidos? ¿Qué le parecería?- Creo que los ultrasonidos van muy bien. Pero ¿servirán para mí?Y Stavros había esbozado una de sus crípticas sonrisas.El siguiente sobre fue la factura del teléfono. Kraft la tiró al sofá. Debía de tratarse del

importe mínimo: apenas lo utilizaba. Despreció de idéntico modo una factura del segurodel coche y otra del colegio de físicos. El siguiente sobre tenía la dirección escrita a lápiz yKraft lo abrió con ansiedad. Una nota de Brian, su hijo de siete años.

Querido Papa:Quiero ir al capamento de berano este berano pero mama dice que no tiene dinero y

que te lo pida a ti. Por fabor, papa.Tu hijo que te quiere,Brian Kraft

La caligrafía era muy tosca, obviamente hecha con grandes esfuerzos.- ¡Maldita sea! - dijo Kraft en voz alta.Eileen estaba utilizando al niño para sacarle dinero. Que ahorre de la exorbitante

pensión que le paso, pensó Kraft. ¿Por qué tiene que aprovecharse del niño? Kraft sintióganas de gritar. Abrió el último sobre.

Una circular de Green Cross-Green Shield, la compañía del seguro médico en relacióna su reciente solicitud de reembolso. Una lista de veinte puntos con sus correspondientesrecuadros. Uno de éstos tenía una cruz en rojo: No se demuestra que no se tratara de unestado ya existente. Presente pruebas en el adjunto sobre a franquear en destino. Lasvenas del cuello de Kraft empezaron a hincharse. Calma, pensó. Debo conservar lacalma. Le estaban matando. Estaba pagando, con gran disgusto, más de mil dólaresanuales por una póliza de Servicios Médicos Especializados (los Laboratorios Auerbachno ofrecía prestaciones) y, pese a las enormes facturas, no podía cobrar un solo centavo.Le estaban llevando a la muerte con pequeñeces. A veces faltaba un número en suimpreso de reembolso, o una fecha, o la «X» en el espacio donde se afirmaba no tenerotro servicio médico. En todas las ocasiones, y aunque la información era fácilmenteobtenible a través de documentos anteriores, le devolvían el impreso, pero sin rastroalguno de la adjunta factura del médico. Para poder volver a presentar el documento,Kraft debía dirigirse por carta a los médicos y solicitar de ellos nuevas facturas. No pocasveces, los impresos volvían a sus manos. Las nuevas facturas no llevaban el sello de«pagado». O de lo contrario había que enviarlas a Servicios Básicos antes de queServicios Especializados se hiciera cargo de ellas. Servicios Médicos Básicos no cubríacasi nada, pero los Especializados exigían de los Básicos una nota declarando que estosúltimos no efectuarían el pago. Un proceso enloquecedor. Kraft acababa enviando por

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correo un mismo impreso cinco o seis veces. Se encontró así dedicando su vida entera altrabajo administrativo, sin disponer de tiempo para ir al cine, ver la televisión o salir conmujeres. Y al cabo de seis meses, pese a que los gastos médicos estaban próximos a losdos mil dólares, más el valor de medio año de la exorbitante prima, apenas había reunidola cuarta parte de los trescientos dólares deducibles. En dos ocasiones, después de queKraft lograra finalmente que sus solicitudes penetraran a través del sistema, recibióbreves notas de disculpa: Lo lamentamos, pero este caso particular no está cubierto pornuestra póliza.

Kraft descubrió que estaba temblando. Esto ha de terminar, pensó. Por culpa de estagente no puedo vivir, no puedo pagar mis facturas, no puedo enviar a mi hijo alcampamento de verano. No puedo seguir así, no permitiré que esto siga así. La mesita decafé retumbó bajo el puñetazo que descargó sobre ella.

El efecto se inició bruscamente, tal como había sucedido con los fenómenos muchomás antiguos de la superconductividad y superfluidez. Un día, mientras Kraft enfriaba unlingote de plomo por debajo de los 30 microgrados Kelvin, sucedió un hecho asombroso:la muestra desapareció. O eso parecía. Por fortuna, empero, el físico había tomado laprecaución de pesar el plomo y el envase antes del enfriamiento, y después, al efectuar lacomprobación, el total siguió siendo el mismo: cuatrocientos gramos. Pero no pudoaveriguar adónde diablos había ido a parar el lingote.

Kraft repitió el experimento. Pero con idénticos resultados. Duplicó la cantidad dematerial: no hubo cambios. Lo triplicó, lo cuadriplicó, lo decuplicó... y la muestra siempredesaparecía. Informó del hecho a Rydberg.

- Lo que tú dices es imposible - dijo Rydberg -. El material va a alguna parte. Cuatrokilos de plomo no se esfuman en el aire.

- Pues éstos se han esfumado - replico Kraft mientras el ruido de los dientes deRydberg royendo una manzana deliciosa raspaban su cerebro como una cuchilla.

- Tal vez el plomo se haya fundido con el recipiente - sugirió Rydberg -. Tal vez se hayaaleado con la superficie.

- Eso fue lo primero que comprobé - explicó Kraft sin perder la paciencia -. Efectuéanálisis químicos y espectroscópicos del recipiente. Esa no es la respuesta.

- Sigue investigando - ordenó Rydberg, indiferente mientras el jugo de la frutaresbalaba por su mentón y Kraft se apresuraba a salir del despacho.

Al llegar a los cincuenta kilos de plomo, Kraft lo descubrió: era una esfera diminuta, tanpequeña como una semilla, de siete décimas de milímetro de diámetro. El material nohabía desaparecido, sino que se había convertido en un objeto ¡cinco millones de vecesmas denso!

Las teorías vinieron después. Correspondería a otros refinar las técnicas, reducir elproceso a formalismos matemáticos. En esencia, parecía que por debajo de 30microgrados Kelvin las fuerzas de cohesión que mantenían unidas las partículas de losnúcleos atómicos se volvían repentinamente más potentes. Efectivas, por lo general, sólodentro de límites extremadamente cortos en las condiciones del experimento se extendíanhacia núcleos atómicos adyacentes, despedazando las nubes de electrones corticalesque giraban velozmente. La materia se unía más estrechamente, explosionaba como unglobo pinchado. El material resultante se asemejaba al de esas estrellas consumidas,comprimidas, que los astrónomos denominan enanas blancas, con un peso de sesentatoneladas por centímetro cúbico.

Como suele suceder a menudo, el impetuoso éxito inicial pasó a un segundo planodurante cierto tiempo. Sólo determinadas sustancias parecían mantenerse comprimidascuando eran apartadas de temperaturas criogénicas. De dichas sustancias, el plomoresultó ser la más fácil de obtener y manejar. Kraft llamó en un principio eka-plomo almaterial compactado, después adoptó el de kraftio y, finalmente, cediendo a la modestia,

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se decidió por la denominación densita. Evaluó ante Rydberg y otros miembros del equipode los Laboratorios Auerbach los resultados iniciales. Se asignaron fondosextraordinarios. Se celebraron apasionadas conferencias. El rumor de un premio Nobelestuvo en boca de la gente. Meses más tarde, cuando empezaron a llegar a LaboratoriosAuerbach camiones cargados de plomo, nadie se asombró de ello.

Kraft marcó el número con atención y experimentó un profundo alivio al escuchar laprimera señal de llamada. Llevaba más de una hora intentándolo y por diez veces nohabía escuchado otra cosa que la señal de la línea ocupada. Nada anormal,naturalmente: así era siempre cuando se llamaba a Green Cross-Green Shield. Por fin, ala decimoquinta señal de llamada, una voz femenina y musical dijo:

- Green Cross. ¿Sí?- ¿Hola? Me llamo Arnold Kraft, número de póliza 2953-82A176F, y tengo ciertos

problemas con una solicitud de reembolso. ¿Podría ayudarme?- Lo intentaré, señor. ¿Cuál es su número de póliza?Con toda paciencia, Kraft repitió el número.- Lo comprobaré con el ordenador, señor. - Se produjo un silencio que duró tres

minutos. La respuesta fue -: Lo lamento, señor. Nuestros ordenadores están averiados eneste momento.

- Sus ordenadores siempre están averiados - contestó coléricamente Kraft -. Estabanaveriados las seis últimas veces que he llamado. ¿Por qué no los reparan?

- Lo siento, señor. Es posible que pueda obtener su expediente de forma manual. Nocuelgue, por favor.

El silencio siguiente duró cinco minutos. Por regla general, las llamadas se cortaban enaquel preciso momento. Kraft se quedó sorprendido al oír de nuevo la misma voz.

- Tengo su ficha, señor. Prosiga.- Me devolvieron uno de mis impresos por correo. He estado visitando a un médico a

causa de las fluctuaciones de mi tensión arterial. Es un malestar nuevo, no un estado yaexistente antes de la firma de la póliza.

Se produjo una pausa.- ¿Se está refiriendo al doctor Stavros, señor? - preguntó la voz.- Si.- ¿Visitas los días diez, dieciocho y veintinueve?- Sí.Otra pausa.- De acuerdo con nuestros archivos, señor, usted padecía este malestar cuando

suscribió la póliza.- No. Aquel problema era distinto. Hemoglobina. Mi recuento globular subía y bajaba,

unas veces era alto y otras bajo. Esto es distinto. Se trata de la presión.- Entiendo. Bien, si el doctor Stavros nos enviara una nota...- Lo explica claramente en el impreso: Tensión arterial variable.- Ninguno de nuestros asesores ha oído hablar de esa enfermedad - dijo la voz -. Sin

embargo, si usted consigue una nota...- ¿Los servicios cubren esta enfermedad?- No puedo asegurárselo hasta que no recibamos el informe del médico, señor. Estoy

segura de que él enviará la nota si usted se lo pide.- Escuche, señorita. - Kraft se llevó una mano a la frente -. He presentado este impreso

cuatro veces. ¿No pueden ayudarme? ¿Es que nadie puede correr ese riesgo?- Lo lamento, señor. Nuestra póliza exige...- ¡Escuche, estoy desesperado! - chilló Kraft -. No puedo pagar mis facturas, estoy

enfermo. Necesito el dinero. ¡Por favor, se lo suplico! ¡Por favor! - Se puso a llorar.

Page 85: Antologia Bruguera - Extraterrestres Y Otros Seres (Cuentos)

- Señor, estoy segura de que si envía el impreso en el sobre que le mandamos, losencargados de las reclamaciones tendrán con usted toda la consideración que...

- Lo lamentarán - murmuró Kraft, enjugándose las lágrimas con sus dedos regordetes -.He estado trabajando en algo que no deseaba utilizar, pero ahora... Lo lamentarán.

- Tomaré nota de su reclamación - dijo la voz, imperturbable -. Y recibirá una copia...Kraft colgó.

Deteniéndose un instante, Kraft observó la grúa que colocaba el último fragmento dedensita. Cincuenta fragmentos en total, todos en forma de hoja plana y muy delgada ytransportados por distintos camiones. Una columna de acero, instalada especialmentebajo el buzón de correo, transmitiría la tremenda fuerza al lecho de roca inferior. Estabaamaneciendo en aquel momento. A las nueve de la mañana, la hora de recogida, unempleado de Correos encontraría un sobre que pesaba algo menos de mil toneladas.Kraft rió entre dientes mientras repasaba sus cálculos. A cincuenta centavos los ciengramos, la suma total se aproximaba a los cinco millones de dólares. No estaba mal,pensó mientras el sobre desaparecía. Muy oportunamente, la última parte del sobre quedesapareció de su vista fue el ángulo superior derecho con su precisa e indiscutiblementegenerosa oferta:

Franqueo de primera clase pagado por:Green Cross-Green Shield

FIN